E05 CONTACTOS TRASATLANTICOS DECI-SIVOS,
COMO PRECEDENTES DEL VIAJE
DE COLON
P O R
DEMETRIO RAMOS
1. LOS RETORNOS
En el planteamiento del tema de los contactos trasatlánticos
precolombinos suelen superponerse dos cuestiones distintas:
una, la posibilidad de que a lo largo de los tiempos algunas em-barcaciones
occidentales llegaran de verdad al Nuevo Mundo;
otra, que así pudieran introducirse sucesivas entregas culturales.
El primer hecho -la llegada de naves- lo consideramos no sólo
posible, sino inevitable, pues desde que el hombre del Mediterrá-neo
se vinculó al Océano al navegar el Estrecho, la propia natu-raleza
terminaría por arrastrarle, aunque no lo pretendiera. No
podemos borrar tan fácilmente ni las tormentas, ni los vientos
ni las corrientes.
Si hoy están fuera de toda duda los contactos transpacíficos,
ello sena ya un motivo de cautela para no obstinarnos en negar-les
en el Atlántico, afirmando que en estas orillas los hombres
fueron menos marineros por el hecho de haber permanecido des-habitadas
las de la Madera, pues estas islas -como las Azores-estaban
fuera de la deriva de los vientos que llevaban hacia Occi-dente,
que en cambio permiten explicar el temprano poblamiento
de las Canarias. Y si el hombre llegó a poblar las Canarias, ello
quiere decir que no se resistió a la aventura del mar. Otros, traS
los primeros, hubieron de seguir el mismo camino, pues si la boca
del Estrecho permaneció abierta y se navegó en busca de las
Núm 17 (1971) 467
2 DEMETRIO RAMOS
Casitérides, ¿por qué razón no había de navegarse también ha-cia
Canarias, cuando el circuito de circulación oceánica lo hacía
:más fácil? Puede pensarse, es cierto, que porque aquí no existían
minerales de estaño, pero si este razonamiento sería inválido
para la época anterior y posterior a la búsqueda del estaño, tam-
-bién en ese caso tal marginación sólo sería admisible después
>de que lo hubieran comprobado, lo que siempre obligaría a ad-
:mitir viajes exploratorios. Es cierto que en Canarias no se han
encontrado vestigios de un comercio fenicio, tartésico o romano
-aunque esto sea ya más discutible-, pero ello no quiere decir
que cada una de estas culturas no hubiera intentado buscar aquí
lo que no encontró o !o que no insistió en encontrar, precisa-mente
porque las naves no volvían, si las que se aventuraron a a
ello no regresaron, arrastradas hacia el interior del Océano.
- m
a) Las condiczones naturales para el tránsito, los ejemplos de 1
posibzlzdad y los indiczos de efectividad SE
Sobre este espacio de Canarias actuaban las condiciones na- a-turales
que podían forzar al tránsito del Océano sin que fuera -
0
m
E necesario el propósito de ir mar adentro. Para nuestro caso es
suficiente que fuera accidental y esporádicamente. Si las huellas
del paso de gentes se encuentran en América -ahí están los in- n
E dicios arqueológicos ofrecidos por el Prof. Alcina ', los testimo- a
nios romanos que allí han aparecido ', las representaciones hu- n
manas de rasgos negroides o los síntomas de personajes civili- n
3
1 José Alcina Franch: El formatzvo arnerlcano a la luz de los posi- O
bies znjiujüs recrbru'üs por e: r l t l d í i t i ~ ,e l? e! a 1 Simpm:~I n t v ~ ~ u r imu !
sobre posibles relaciones precolombinas», donde amplía anteriores tra-bajos,
sistematizados ya en su estudio: Orzgen trasatlántico de la cultura
mdígena de Arnénca, «Revista Española de Antropología Americanan
IMadrid), vol IV (1969), págs. 9-64.
2 José García Payón: Una cabecita de barro de extraña fzsonomia,
*Boieiin del insiliuiü de Aiiirüpcik&i e Hi~toriaii (?vléxic~) xim. 6 (1961);
Robert Heine Geldern: Ezn romzscher Fund aus dem vorkolumbzschen
,Méxzco, «Osterreichischen Akademie der Wissenschaften~ (Viena), núme-
TO 16 (1961), págs. 117-119.
3 Luis Pericot. Afrzca y América El problema de sus poszbtes con-
468 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 5
zadores surgidos de las costas del golfo de México 4-, ello obli-garía
a pensar en algo más que en una posibilidad. Al menos, las
condiciones objetivas de que estas arribadas pudieron suceder
en la inmensa dimensión de los tiempos, no lo descartan.
Y que era posible llegar allí, lo creemos suficientemente de-mostrado,
y más tras al excelente aporte del Prof. Marco Dorta,
que ha presentado repetidos ejemplos de navegaciones históricas
tactos precolombtnos, publicación del Instituto de Estudios Africanos.
Madrid, 1963; Alexander von Wuthenau. Representattons of negrozds,
«Actas y memorias del XXXVI Congreso Internacional de Americanis-tas
» (Sevilla), tomo 1, págs. 109-110.
4 Mucho antes de que se pensara en fundamentos arqueológicos, ei'
ámbito mexicano fue ya motivo de concreta presunción. Un personaje
tan atento a coleccionar noticias y testimonios como Sarmiento de
Gamboa, que residió en México durante dos años, antes de pasar a1
Perú en 1557, recogió en la Segunda parte de la Historta General llamada
Indica, que escribió a fines del siglo xvr una noticia que merece la
pena recordar. Sarmiento comienza por aludir al supuesto fabuloso y
pintoresco de que «Ulises, después de la expugnación de Troya, navegó
en puniente, y quiso probar su ventura por el mar Atlántico, océano*
por donde agora venimos a las Indias, y desapareció, que jamás se
supo después qué se hizo», tomando tal conseja de Pedro Antón Beuter
-a quien cita-, que publrcó en Valencia, en 1546, la Przmera parte de
la crónica general de toda España , saqueando la Crónzca general de
Florian de Ocampo. Y agregaba Sarmiento que «este Ulises, dando cré-dito
a lo dicho, podemos deducir por indicios que de isla en isla vino
a dar a la tierra de Yucatán y Campeche, tierra de Nueva España,
porque los desta tierra tienen el traje, tocado y vestido grecesco de la
nación de Ulises, y muchos vocablos usan griegos y tenían letras grie-gas.
Y desto yo he visto muchas se��ales y pruebas. Y llaman a Dios
Teos P, deducción que extraía -ya lo sabemos- del vocablo introducido
por los misioneros. Con todo, a pesar de esta confusión, nos demuestra
que intentaba explicar su perplejidad. Pero si esta parte citada carece del:
menor fundamento, sí tiene interés lo que añade a continuación, como
prueba de convicción, pues dice. «Oí también decir, pasando yo por allí,
que antiguamente conservaron éstos [indios] una áncora de navío como en!
veneración de ídolo, y tenían cierto Génesis en griego, sino que dispa-rutüba
a !us priixros pases. Iridicios suri 5astaii:es -cunc!üia- de mP
conjetura sobre lo de Ulises » Despojando todo este relato de las mal-paradas
ocurrencias, la mención del áncora no deja de ser curiosa,
aunque bien pudo pertenecer a una embarcación española que naufra-gara
por los años de la conquista. Vid. Pedro Sarmiento de Gamboa:
Hrstorta de los Zncas, edic. Emece, Buenos Aires, 1947, págs. 98-99.
4 DEMETRIO RAMO3
,que alcanzan tierras americanas desde la zona de Canarias, incluso
tratando de evitarlo, con naves y dotaciones que, a pesar de po-der
maniobrar, no consiguieron eludir los impulsos de los vien-tos,
que si bien eran excepcionales, no tenían el carácter de tor-mentas
irresistibles 5. ¡Cuánto más podrían producirse esos arras-tres
cuando los medios de maniobra eran mínimos o todavía ele-mentales
o cuando el hombre antiguo podía creer que tras una
isla había otra!
En qué medida esas arribadas, que es forzoso admitir en
épocas precolombinas, pudieron introducir entregas culturales,
es otra cuestión. Ello depende de la actitud de la sociedad recep-tora
y también de la situación en que pudiera encajar el elemen-to
infiltrado. El trasplante masivo, claro es, no es admisible,
pero la reiteración en circunstancias receptoras también diver-sas,
forzosamente hubo de promover efectos no siempre desde-ñable~.
El caso de la supervivencia de Alvar Núñez Cabeza de
Vaca y de tantos más, podrían servir de banco de prueba mí-nimo
-dada su transitoriedad-, siguiendo con ello un método
semejante al ofrecido por el Prof. Marco Dorta en cuanto a las
navegaciones $.
Si creemos que es preciso admitir que esas arribadas forzo-sas
se dieron ya en épocas remotas, nosotros vamos a ofrecer
por lo menos testimonios que permiten aceptar que se produje-ron
en tiempos ya próximos al descubrimiento, con la singula-ridad
de que tales pasos pueden ser comprobados desde nuestra
orilla.
b) La posibilzdad de retorno, en lo que cree la investigación más
reciente
Por lo pronto, la reiteración de llegadas -distanciadas en el
5 Enrique Marco Dorta. Vzajes accidentales de Canarzas a América.
En NI Simposio sobre posibles relaciones trasatlánticas precolombinas».
Santa Cruz de Tenerife -Las Palmas, 1970
6 A!ejrndrn de Humhddt en sii F m w e ~cr itrque de ! 'H~s toved e !a
Géographie du Noveau Continent, tomo 1, pág. 123 y sigs, hizo referen-cia
a similares navegaciones forzadas, de barcos que en el siglo XVIII
traficaban entre las distintas islas Canarias y se vieron arrastrados
a América.
470 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS ?S
tiempo, como también debieron ser distantes en la localización
de la arribada- había de tener fatalmente una variante, cuando
la técnica marinera pudo contar con embarcaciones que permi-tieran
la maniobra: que quien llegara al otro lado del océano
en virtud de lo fortuito, pudiera evitar la captación, el quedar
atrapado hasta consumirse, es decir, que retuviera, con el deseo
de retorno, la posibilidad de intentarlo y que, al fin, alguien
consiguiera volver. Ese regreso inauguraría, de verdad, lo que
hemos venido llamando «contactos», pues hasta entonces la re-lación
únicamente había consistido en un «tacto», sin la recipro-cidad
que supone ya el efecto de la vuelta. De ese retorno se
derivaría, al fin, el descubrimiento.
Curiosamente, pues, el tacto más superficial que el Viejo
Mundo pudo hacer, lo que sería una fugaz visita, había de tener
- e n contraste con el alojamiento para siempre de todas las an-teriores-
una trascendencia inmensa: el volcamiento, el contac-to
definitivo. De aquí que tengamos que otorgar a este hecho el
máximo valor y que le califiquemos de contacto trasatlántico
decisivo.
El profesor Manzano, en su importante libro sobre la gestión
de Colón en España 7, ya nos adelantó -lo que compartimos de-cididamente-
que su proyecto de viaje de descubrimiento se
basaba en una rotunda convicción de la existencia de determi-nadas
tierras al occidente del Océano, cuya localización sabía
exactamente, a una distancia que conocía -a 750 leguas de la
isla del Hierro- aunque tales tierras él no las hubiera visto.
Este era su «secreto», lo que en «puridad» llegó a confesar a
quien, por ese motivo, creyó en su proyecto y se transformó en
su colaborador más firme y constante. Superó así el profesor
Manzano las distintas vías por las que se creyó accedió Colón
al propósito del descubrimiento: la de la puesta en práctica de
las ideas de Toscanelli, que fueron de especial consideración con-cretamente
para Angel Altolaguirre la de su genial elaboración,
Juan Manzano. Crzstóbcrl Colón: siete años deczszvos de su vrda,
1485-1492. Madrid, ediciones Cultura Hispánica, 1964.
8 Angel Altolaguirre Cristóbal Colón y Pablo del Pozzo Toscanelli.
Madrid, 1903. Se ratifica en La carta de navegar atrzbuida a Cristóbal
Colón por Mr. de la Ronciere, Madrid, 1925, y en las notas con que ilus-
6 DEMEXBIO BAMOS
en virtud de un proceso intelectual, resultado del conocimiento
y estudio de toda la literatura científica antigua y de la época,
de los cálculos astronómicos y de los libros de viajes, como el
de Marco Polo, todo lo cual es increíble 9, y por último la que
tró las Décadas, de Herrera, en la edición de la Academia de la Histo-ria,
tomo 11, Madrid, 1934. Como prueba de la polarización de la investiga-ción
sobre este punto vid. Henry Vignaud: La lettre et la carta de Tos-canelli
sur la rute des Indes par llOuest, Pans, 1901, y también Mernoire
sur I'authenticité de la lettre de Toscanelli du 25 de juzn 1474, París, 1902,
siempre en contradicción de los supuestos que Altolaguirre quiso funda-mentar,
pues ese tema -admitir o descartar la influencia que pudo
ejercer Toscanelli en Colón-, parecía ser lo medular. Confr. Gustavo
Uzielli: Toscanelli, Colombo e la Ieggenda del Pzloto, ((Rivista Geográfica
Italianas (Roma), IX, cuad. 1 (1902); sobre la polémica suscitada por la
tesis de T"T&iinU& vi& U ---- P- -J. - - . 7 ' ". 3 r - ---~-- - 7 nciily Luruici. nerrry v zgrruuu, auurnai de ia
Societé des Americanistesn (París), XV (1923), págs. 1-17, y Charles E.
Nowell. The Toscanellz tetters and Columbus, «Hisp. Amer. Historical
Reviewn, XVII (1937), págs. 346-348.
9 Se impone cada día más claramente la presunción de que sólo
tardíamente Colón logró apoyar en muchos de los autores, que se creía
uiaii~j;, %S co~i~epciüiieb~a,s adas miciaimente en una interpretación
de las noticias que poseía. Un documento publicado por Louis-André
Vigneras como apéndice a su estudio Etat des études sur Jean Cabot,
«Congresso Internacional de Historia dos Descobrimentos», Lisboa, 1961,
nos confirma en ello. Se trata de una carta del mercader John Day, cuyo
destinatario -según su examen- es Colón, y en la que corresponde a
su interés por saber las novedades de los viajes de Caboto desde Brístol.
En esta carta le dice también que no puede remitirle el libro de la
Inventzo Fortunata, que escribiera Nicholas de Lynn, por no haberlo lle-vado
consigo, aunque «el otro de Marco Paulo y la copia de la tierra
que es fallada le enbzos. Resulta sorprendente que en 1497 todavía es-tuviera
pendiente Colón del libro del viajero veneciano, lo que no es
.-e a-:-.Ll- iiiauuiaiuic, puch ei iiiisiiio ejempiar que se conserva en ia bibiioieca
colombina, con apostillas del descubridor y del P. Gorricio, sólo es la
edición abreviada latina, reeditada por Francisco de Pepuriis. Por cier-to,
la Inventzo Fortunata la cita Las Casas en el lib. 1, cap. XIII de su
Hzstorza de las Indzas, como obra en la que se mencionaban islas en
el Atlántico, cita que en la Historia de D Hernando se hace, al referirse
a 10s ieniüs que su padre consuitó, aunque se ia aiude en forma harto
curiosa, trocado su título en autor -«Juvencio Fortunato narra »-,
evidentemente por error de Ulloa, al traducir el texto que Las Casas
leyó en original. Por lo que se ve, en 1497 tampoco Colón había visto
todavía tal obra Con estas pruebas que ofrece la carta de Day se de-
472 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
pretendía reconocer en su plan la consecuencia de un predescu-brimiento
personal, en lo que tanto y tan vivamente ins~stió
Ulloa lo.
La tesis del piloto desconocido, que anteriormente ya fue mo-tivo
de atención -como conjetura- por tantos autores, basán-dose
en la consideración de la sospecha de Fernández de Oviedo
y en las más rotundas afirmaciones de Gómara y Las Casas -re-dondeadas
por Garcilaso-, ha sido revalorizada por el profesor
Manzano, y -por lo que sabemos- con gran cantidad de prue-bas,
en el libro que tiene a punto de publicar. Las presunciones
de la historiografía reciente -no sólo la portuguesa-, como lo
vemos en Vigneras l1 y en Quinn 12, contarán, pues, con conclusio-nes
decisivas, sobre lo que ya dejó apuntado Las Casas cuando
-a*1--1--i Aía 2! erigen p l ~ fci ~ l ~ ~cpbe eint~re ~«!Q-: q ue que-
110s tiempos somos venidos a los principios, era común, como
dije, tratarlo y platicar10 como por cosa cierta, lo cual creo que
se derivaría de alguno o de algunos que lo supiesen . », como
rrumba, por lo tanto, el supuesto de que Colon baso su proyecto des-cubridor
en una elaboración teórica, que se asentaba en el estudio de
textos científicos y relatos de viajes. Y si esta tesis se desvanece, por
lo menos en el caso de estas dos obras, la de los informes previos se
robustece como única solución.
10 Luis Ulloa: Hlstorla umversal: América, de la edit. Gallach, Bar-celona
1932, donde compendia anteriores trabajos dedicados al tema,
como el que tituló Crtstophe Colomb catalán. La vraze genese de la dé-couverte
de Z'Amerique. Maisonneuve, 1927.
11 Vigneras [9], en la carta que firma John Day, dirigida al almi-rante,
le dice, después de relatarle el viaje de Caboto que «se presume
cierto a'verse fallado e descubierto en otros tiempos el cabo de la dicha
tierra por los de Bristol que fallaron el brasil [la que llamaron isla
Brasil, frente a Irlanda] como dello tiene notma VSa, la qual se dezia
la ysla de Brasil, e presúmese e créese ser tierra firme la que fallaron
los de Bristol». Como se ve, el mercader amigo de Colón hace clara
mención de su concreto conocimiento de esos viajes previos.
12 David B Quinn: Etat present des études sur Za rédécouverte de
1'Amenque du xv sszcle, ~Journal de la Societé des Americanistas»
(París), LV (1966), págs 343-382, tomando en consideración las investi-gaciones
de Sofus Larsen, concretadas en La découverte de I'Amerique
vingt ans avant Chrrstophe Colomb, «Journal de la Societé des America-nistesn
(París), XVIII (1926), págs. 75-89.
8 DEMETRIO RAMOS
menciona «que los indios vecinos de aquella isla tenían reciente
memoria de haber llegado a esta isla Española otros hombres
blancos y barbados como nosotros, antes que nosotros no mu-chos
años» 13.
c) El aumento del rttmo de arribadas y el de posrbles retornos:
el punto de partzda y el de regreso han de ser dzsttntos
Por lo pronto, estamos ya ante un hecho -el del contacto
decisivo- de alguien, llámese como quiera, que en virtud de cir-cunstancias
fortuitas, traspasó la anchura del Atlántico, llegó a
tierras americanas, y pudo regresar. Pero lo que nosotros vamos
a examinar es la posibilidad de que este retorno no fuera el úni-co,
es decir, que más de un barco que alcanzara costas uitra-atlánticas
pudiera reponerse del azaroso desvío para retomar
la vuelta. Con ello, para ser consecuentes de su efecto, habremos
de relacionar la nada casual aparición de supuestas islas míticas
en el fondo del Atlántico, puesto que las leyendas con que se las
revistió sería una forma de explicar su contenido paradisíaco,
dada la desnudez de sus habitantes, sobre todo si quien retorna-ba
tuvo sólo oportunidad de verles a distancia. Un estudio de
textos que nos fijen la cronología de esas nociones y un cotejo
con su reflejo cartográfico sería particularmente útil. Ciertamen-te,
antes tendríamos que superar el frío esquema racionalista
que aún persiste, empeñado en ver el proceso de los descubri-mientos
atlánticos descompuesto en tres elementos o fases: la
leyenda, la experiencia -o búsqueda de lo legendario- y, al fin,
la consecuencia científica 14, pues quizá no todo lo que conside-ramos
fabuloso merezca esta sencilla caracterización, al menos
en lo que lo motiva.
Si es cierto que las posibilidades del ritmo de arribadas, al
otro lado del Atlántico, se incrementan a partir del momento en
que se intensifica la navegación a lo largo de la orilla euroafri-cana
-pues a mayor número de barcos más posibilidades de
13 Las Casas- Hzstoria de las Indias, lib. 1, cap. XIV.
l4 Quinn [12], pág 346.
474 A N U A R l O DE E S T U D I O S A T L A h r T I C O S
LOS CONTACTOS T R A S A T ~ T I C O SD ECISIVOS 9
arrastres-, también es lógico que esta escala creciente de llega-das
determine igualmente un paralelo de eventuales retornos.
Para intentar avanzar de alguna manera en el problema que
nos planteamos, debemos establecer un fundamento de reflexión
que pueda servir como asidero. Y el único en el que no puede
haber discrepancia es éste: que la nave que fuera arrastrada
hacia las regiones occidentales del Océano, hubo de alcanzar en
su retorno forzosamente un punto distinto del que fue su base
de partida, pues tanto la deriva como el tornaviaje han de ajus-tarse
a la mecánica de los vientos y corrientes que se mueven
en torno del anticiclón de las Azores. El viaje de ida, por consi-guiente,
ha de fijarse sobre una latitud inferior a estas islas,
donde las «brisas» que soplan al O.-SO. pueden alcanzar una
fuerza, incrementando la constante del alisio, a la que una nave,
en las condiciones en que se navegaba en el siglo xv, no pudiera
sustraerse. Por consiguiente, si en esa época, cuando se navegaba
hacia la costa africana, lo hacían pegándose al litoral, únicamen-te
cabe que ese arrastre se produjera navegando desde Africa a
Europa -porque entonces habían de adentrarse, separándose
de la costa-, a menos que se tratara de una embarcación que
hubiera tenido que apartarse, porque fuera proa a las Canarias
occidentales. En cualquier caso, el ámbito más propicio para la
deriva coincide siempre con estas islas, tanto si se procede del
Sur, como de la Península. De aquí que el Alonso Sánchez de
Huelva pueda ser tan verosímil, como también esas otras bo-rrosas
figuras de quienes llegaban al Archipiélago procedentes
de Guinea lS.
Que la latitud en que se produjo el arrastre a que se vio for-zada
la nave en que logró regresar el informante de Colón fue
15 Las Casas, lib. 1, cap. XIV, habla de una nave que saliendo de
España se dirigía a Flandes o Inglaterra; Gomara alude a aquella «que
trataba en Canarias y en la Madera». Esta es la versión en la que Gar-d
a s o el Inca encaja a Alonso Sánchez de Huelva: Historia general del
n,...-< -..-A T 1-7- rwu, palL. 1, 11" 1, cap. III Ei empefio más deciciiciü en pro de este
personaje, en Baldomero de Lorenzo y Leal: Crutóbal Colón y Alonso
Sánchez o el primer descubrzmrento del Nuevo Mundo, Jerez, 1892, donde
reúne las distintas versiones de las fuentes, como lo ha sistematizado tam-bién
Francisco Morales Padrón.
10 DEMETRIO RAMOS
ésta, es evidente, puesto que el pensamiento colombino tiene
muy presente esta realidad, según se rastrea en el relato de Don
Hernando, pues al hablar de cómo pudo germinar en su padre
la idea del viaje a las costas asiáticas, al referirse a todos los
rumores que circulaban en los ámbitos marineros, dice que «de
todas estas cosas supo también valerse el Almirante, que vino a
creer por sin duda que al Occzdente de Canarzas y de las islas de
Cabo Verde había muchas tierras» 16, como más adelante, tratan-do
de las conjeturas que se hacían, dice que «por esta razón y
otras análogas puede ser que mucha gente de las islas del Hzerro,
de la Gomera y los Azores asegurasen que veían todos los años
algunas islas»; como líneas más abajo, refiriéndose al supuesto
de la isla Antilia dice que «ninguno la colocaba más de 200 leguas. a
al Occidente frente a Canarras y a la isla de los Azores» ". Más
adelante, al tratar del rumbo del viaje descubridor, anota que O n
«muchas veces les había dicho [su padre a la tripulación] que =m
O
no esperaba tierra hasta tanto que no hubiesen caminado 750 E
leguas al Occidente de Canarias» la. La referencia a las Canarias, 2
E
como se ve, es el común denominador, aunque parezca paliarse
ese supuesto único con alternativas. Por eso Las Casas dice sin
ambages que Colón «siempre tuvo en su corazón, por cualquiera. em-ocasión
o conjetura que le hubiese venido, que habiendo nave- E
gado de la zsla de Hierro por este mar Océano setecientas y cin-- O
cuenta leguas, pocas más o menos, había de hallar tierra» lg. n
E Que en el Almirante no se trataba de meras conjeturas, sino- -
a
de algo muy fundamental, nos lo dice también Las Casas al es- -
cribir «que sin alguna duda podemos creer que por otra ocasión
[refiriéndose al piloto que dice llegó a morir en Madera] o por O3
las otras, o por parte dellas, o por todas juntas, cuando él [Co-lón]
se determinó, tan cierto iba de descubrir lo que descubrió.
y hallar lo que halló, como si dentro de una cámara con su propia
16 Hernando Colón: Historia del almtrante, edic. Madrid, 1932, tomo 1,
capituio V, pág. 43.
17 Hernando Colón [15], 1, cap. IX, pág. 72.
18 Hernando Colón [15], 1, cap. XXI, pág. 167.
'9 Las Casas: Htstorta de las Indlas, lib. 1, cap. XXXIX.
476 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 11
llave lo tuviera» m; como vuelve a repetirlo en otra parte: «como
si este orbe tuviera metido en su arca» *l.
La cuestión, como se ve, que nos plantea Las Casas -y evi-dentemente
con razón- no es ya si Colón tuvo una información
o un solo indicio basado en el retorno de una nave, sino si estos
Indicios fueron más de uno, aspecto en el que creemos no se ha
reparado, por conformarse cada investigador con una solución
única para explicar el misterio de la motivación colombina.
Si tenemos en cuenta volviendo al hilo inicial de nuestro
razonamiento- que, como dijimos, una nave que se viera arras-trada
al Occidente nunca podría alcanzar directamente, en su
retorno, el punto de partida, resulta claro que la sensación que
pudiera quedar latente de ese viaje azaroso fuera doble. Así es
cómo resulta perfectamente claro lo que se lee en Don Hernan-
.do y cómo las aparentes alternativas, lejos de ser contradicto-rias,
se nos aparecen ajustadas a la lógica: «al occidente de Ca-narias
y de las islas de Cabo Verde», «de las islas del Hierro, de
la Gomera y los Azores», «al occidente, frente a Canarias y a la
isla de los Azores».
¿Hubo, pues, más de un viaje de retorno? Esto es lo que cree-mos,
pues también es lo más lógico, puesto que si uno pudo vol-ver,
por la misma razón pudieron regresar más, ya que las exclu-sivas
no cabe pensar que estuvieran previstas en los designios
de la providencia. Y esta diversidad no viene a crearnos ninguna
complicación, como pudiera creerse si nos dejamos guiar por las
apariencias; antes al contrario, ello nos resolvería no pocas de
las dificultades con las que se tropieza el historiador en este cam-po
colombino, puesto que así no sólo resultarían compatibles
los distintos indicios de pilotos desconocidos -entre los que se
veían obligados a optar los investigadores, excluyendo a los de-más-,
sino que también se nos clarificaría la razón por la cual,
quien ya había presentado en Portugal un plan, decidido a tomar
la empresa, sintiera la necesidad de contrastar luego opiniones,
«tomar lengua y aviso», como según Alonso Gallego ", en sus de-m
Las Casas [13], lib. 1, cap XIV.
2' Las Casas 1131, lib. 1, cap XXVIII.
Pleitos colombmos, edic EEHA, Sevilla, 1964, tomo VIII, pág. 339.
12 DEMETRIO RAMOS
claraciones en los pleitos, dice que Colón buscó en su visita a la
Rábida. Y es que, por encima del relativo valor de un retorno
-que con excesiva precipitación suele llamarse ((predescubri-mienton-,
lo que merece la máxima ponderación es la clase de
consecuencia que el mismo pudiera determinar, es decir, cómo
se interpretaron las noticias que ese retorno puso en circulación.
d) La interpretación de lo que llegó a ser visto: la fase de Zc
sorprendente; la fase de tdentificación rnitica y la detecta-dora
del mundo asiátzco
Así, antes de tratar de los presumibles retornos, que creemos
se produjeron, parece necesario hacer alguna consideración so- a
bre las ideas que sería posible adquirir de los que pudieron re-gresar,
y los efectos que crcarian esas r;avegac;ones, ap!icunde O
un método de confrontación, de acuerdo con el contramolde que n - m
necesitamos identificar. Por lo pronto, debemos descartar el su- O
puesto de una interpretación común y uniforme. Las condiciones E
2
E en que los marineros afectados arribaran a las islas y tierras
influilian &&ivamente er; e!v I>üestGS en la cir-cunstancia
de tal navegación imprevista, lo normal es que una O-buena
parte de la tripulación tendría que perecer de sed o de m
E
hambre, dada la falta de provisiones con que serían sorprendi- O
dos por la deriva forzada. Llegarían únicamente los mejor dota- n
dos físicamente o los que, en virtud de la tensión psíquica -pues E
las resistencias humanas son imprevisibles cuando pesa la res- a
ponsabilidad- pudieron sobrevivir. Pero, en todo caso, de esos n
n
pocos -y limitadas en número eran ya las tripulaciones- quizá
3
sólo alguno alcanzaría !a playa indiana con cierta consciencia. O
Sias y uJ<la-s- a..u-uLr4c-: e: imr y empüjctdos a !o ignore, SU peqdejidud
e incertidumbre, si no el pánico, limitaba sus reacciones, dirigi-das
primordialmente a superar las carencias vitales. Si entraron
o no en contacto con los indios, es otra cuestión. Un caso bien
concreto le tenemos en el viaje de Caboto de 1497, quien después
de i-ecollei-, brante fia mSS, ---- uua -pma-+t- LF; du e1l l:+-ro - T \ ~ + P Q ~ P P ~ P O - u C u L u ! u u L LCulllUllrU
no -según el relato de Day que estudió Vigneras- sólo por in-dicios
pudo creer «ser la tierra pobladas, pues no llegó a ver a
nadie. Así, es comprensible que algunos se libraran de tal riesgo,
478 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
MS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 13
pues los indígenas no estarían a lo largo de todas las costas.
Y aunque así fuera, si por un lado los únicos supervivientes tra-tarían
de evitar todo contacto, también los nativos -víctimas
de paralela perplejidad- estarían recelosos de tan inopinada
aparición 23. De no ser así, sólo un contacto amistoso podía sal-varles.
En estas condiciones, cabía emprenderse la nueva aventura
del retorno, apresuradamente, antes de que tal trato se deterio-rara.
La situación en que se hallara la nave y la posibilidad de
un aprovisionamiento preventivo, permitirían intentarlo, si 10s
supervivientes se encontraban con capacidad para ello. La empre-sa
de la vuelta no era sencilla, pero de los que llegaran a iniciar-la,
alguien pudo coronarla con éxito si les acompañaba la suerte
de encontrar el rumbo de los vientos favorables. Pero -y ahora
topamos ya con lo fundamentai-, ¿qué ideas podrían arrastrar
tras esa inopinada aventura?
Lógico es creer que, para unos, lo visto no pasaría de ser una
o varias islas desconocidas, simplemente, sin más trascendencia;
para otros lo visitado tendría una especial interpretación, poco
menos que mara~illosa'~D.e aquí nacerían en una segunda fase
23 Tómese, como ejemplo, la soledad que, a causa de la perplejidad
indígena, encontró Colón en el que llamó «Puerto de la Mar de Sancto
Tomás» en la Española y, en contraste, la gran multitud que se acumu-ló,
una vez que se rompió el recelo por la intervención de los indios
que el Almirante llevaba en su nave Las Casas lo relata así (libro 1,
cap LVI), tomándolo del diario: «Mandó salir [el Almirante] dos hom-bres
de las barcas en tierra, para ver si había población, porque desde
la mar no se parecía», lo que quiere decir que los nativos, temerosos,
no se dejaban ver Los enviados descubrieron un poblado, pero después
de i n t e r m r s r ?ir? ?unte, y sin dd2, 21 retlrare para dar e! awsn de !o
que vieron, algunos indios -pocos- les siguieron, a los que sorpren-den
los españoles. Las Casas cuenta así el lance: «Vueltos [los envia-dos],
dijeron que había una población grande, un poco desviada de la
mar Mandó remar el Almirante las barcas hacia en derecho de donde
estaba [hacia el poblado desierto] y, llegando cerca de tierra, vieron
mes indms qiie ve~ian a !a or?!!a de !a mar, y p-esto ql~e al principio
parecían tener temor, pero diciéndoles los indios que [Colón] consigo
traía que no temiesen, vznzeron tantos, que parecían cubrzr la tzerra »
Como se ve, el ejemplo es bien iIustrativo
24 La sensación de asombro trasciende a cada paso en el Drano de
14 DEMETRIO RAMOS
-o se reforzarían- los supuestos de islas fabulosas, tal como
se refleja en lo que tan fácilmente calificamos de cartografía
fantástica: Antilia, San Brandan, Siete Ciudades, Brasil, etc.
Pero estas adscripciones, más que producto de la propia na-vegación,
serían el resultado acumulativo de esas novedades in-concretas.
Y las calificamos así porque nunca pudieron ser con-firmadas,
bien porque -como es lógico- los protagonistas,
hombres sencillos, no se sintieron tentados a repetir, premedi-tadamente,
la aventura por su cuenta, o ya porque ello fuera im-posible,
por fallecimiento, lo que es bien presumible tras el ago-tador
esfuerzo, por fallo físico o como resultado de fiebres tro-picales
de que se vieran afectados, pues si pocos pudieron llegar
al otro lado, menos lograrían regresar y menos aún sobrevivir.
Y ese o esos marin.e ros dolientes, que normalmente no sabrían escribir, apenas dejafi,a n tras de si otra cosa que !a ver s ih de
una aventura marinera por islas desconocidas, de las muchas
que podrían circular. De aquí que las noticias no pasaran de ser
flotantes nociones indeterminadas, referidas, más que al hecho
en sí, al lugar en que se situaban. Todo dependía, pues, de quien,
cm etra mentalidad, llegara a iz:eri;re:ar!as.
Mas si, para quienes quisieran interpretarlas o traducirlas a
algo más concreto, la identificación se diversificaba en esas dis-tintas
adscripciones -Antilia, Brasil, Siete Ciudades, San Bran-dan-,
nada tiene de extraño que alguien se atreviera a saltar a
una distinta adivinación. ¿Podría tratarse de la antepuerta de
las Indias o del mismo Cipango? Este fue el supuesto al que llegó
Colón. Su intuición parece lógica. Si se creía que entre la Europa
Occidental y el fin del Asia mediaba la extensión del Océano
Colón, donde las descripciones maravillosas se repiten una y otra vez.
Véase, sobre la misma región antes citada de la Española, esta estampa
que traslada Las Casas (lib. 1, cap LVI): «En esta comarca toda pare-cían
montañas altísimas que parecían llegar al cielo, que la isla de Tene-rife
dicen que era nada en comparación dellas en altura y hermosura;
llenas de verdes arboledas, que era diz que una cosa de maravilla y
estaba tan verde como si en Castilla fuera por mayo o por junio, puesto
que las noches tenían catorce horas »
480 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS T R A S A T ~ ~ T I CODSE CISIVOS 15
lón en este caso- transformaba lo visto, según la noticia que le
llegaba, en base de certeza de lo que podía suponer, mientras el
marinero se contentaba simplemente con la idea concreta de lo
visitado: unas islas oceánicas, más lejanas.
Así, pues, del mismo modo que creemos que no pocas embar-caciones,
aunque distanciadas en el tiempo, fueron arrastradas
sucesivamente a tierras americanas, también creemos que debe
admitirse que fueron varias las que excepcionalmente lograron
regresar, puesto que el mar nunca pudo ser una fosa insalvable,
al menos por accidente. Pero si la influencia que pudiera ejer-cer
la arribada a ultramar quedaba condicionada especialmente
por las actitudes de la sociedad asumiente, en el caso de los re-tornos
las limitaciones procedían sobre todo del protagonista,
que para comenzar no era un hombre de empresa y luces, sino
un rudo marinero, y que además no sabía de dónde venía 25, ya
que todo su horizonte informativo se refería al recuerdo de los
temporales, a las privaciones sufridas, sin pasar más allá de la
visión de una o más islas desconocidas y misteriosas, bagaje
no demasiado convincente, cuando de tantas y tantas consejas
estaba repleta la vida de la mar. Además, al terror sufrido por el
riesgo de su suerte al alcanzar tierra americana, se uniría, al re-greso,
el temor de que quisieran ser utilizados sus servicios para
dar con las islas visitadas. Y que esta limitación existió, nos lo
demuestra el propio Las Casas, pues al relatar lo que se decía
de unos marineros que llegaron a una isla desconocida en el
Océano, dice que, vueltos a Portugal, contaron lo que habían vis-to
«esperando recibir mercedes del infante»; pero como sin duda
se les exigieron más noticias de las que podían dar o, temerosos
de ser empleados en una tentativa para dar con lo que decían,
se volvieron más cautelosos en su relato, «a los cuales diz que
25 Según lo recoge Sena Barcelos, Subsidios para a historia de Cabo
Verde e de Guznea, tomo 1, pág. 56, una nave que de Guinea regresaba a
Santiago de Cabo Verde se adentró más a occidente por mal cálculo del
piioto y, cuando se cruzó con eiia otra carabeia portuguesa, supo que
se hallaba a 150 leguas de las Cabo Verde, creyendo estar ya entre ellas
Si en este error tan grueso podía incurrir un piloto, en 1513, habituado
ya a un tráfico regular, calcúlese lo que podría suceder a naves arras-tradas
fuera de su rumbo y por ámbitos desconocidos
Núm 17 (1971)
31
16 DEMETRIO RAMOS
maltrató y mandó que volviesen; pero el maestre y ellos no 1s
osaron hacer, por cuya causa, del reino salidos, nunca más a él
volvieron» ".
Por lo pronto, tenemos el contramolde de las interpretacio-nes
que se sucedieron, cuya primera fase, justamente, es la del
terror, que demasiado fácilmente hemos atribuido a un genérico
«terror medieval», si no lo derivamos de rumores tan remotos
como los de los tiempos cartagineses. La segunda fase -en la
que ya debemos ver la huella de algún presumible retorno con
determinado efecto- la fijamos en el siglo XIV, como permite su-ponerlo
la bula pontificia que habla de la isla Antilia. Es la etapa
de la identificación fantástica. La tercera corresponde al siglo m,.
en la que los síntomas vienen a imponernos no uno sino varios
regresos; y si persiste una interpretación semejante, no es tanto
porque continúen inaiteradas ias ideas provocadas por esas no-ticias
o experiencias, sino porque cuando se ha llegado a creer
en algo más que en islas, los fracasos obtenidos en las ocasiones
en que se pretendió dar con ello, les obligaron a acogerse a la
versión ya tradicional n, que se veía respaldada -además- por
ia eruciicion y ei saber de ía época.
Para hacer alguna luz en un tema que cuenta con bases do-cumentales
tan leves, hemos de apelar al recurso que se nos pro-porciona
por los síntomas de reflejo -lo que llamamos método
de contramolde-, pues lógicamente no puede creerse que un
26 Las Casas, lib. 1, cap. XllI
27 De aquí que, al persistir la tradicional vaguedad a la que se apela
en las fórmulas de cancillería, tal como lo vemos en los documentos de
Santa Fe, que hablan -sin ninguna mención concreta a las Indias-únicamente
de «islas e tierras firmes en las mares océanasn, Henry Vi-nnaud
en su Wisfozre crztigzle de !a G r a F~ w reprzse de Cristnphe Co!nrn_hr
París, 1911, y especialmente Charles de la Ronciere: La carta de Crzs-tophe
Colomb, París, 1924, llegaran al absurdo de sostener que Colón
trató de descubrir fundamentalmente -al partir para su primer viaje-islas
oceánicas.
482 d W U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
U)S CONTAl'TOS TRP.SATL&NTICOS DECISIVOS 11
retorno, con noticias concretas, podía caer en el vacío. Y si en-contramos
expediciones que inexplicablemente se montan con
una gran ambición, es decir, no como tímida o caprichosa tenta-tiva,
para buscar algo, ello nos impone que tal empresa es el
efecto de una causa determinante28, que cabe comprobar de
acuerdo con los mismos síntomas que la búsqueda ofrece. Si las
conclusiones que se obtienen se ven respaldadas por otros tes-timonios
indicativos que hablan de tal realidad, podremos creer
que estamos en una vía de certidumbre. No tendremos, cierta-mente,
el viaje fortuito a la vista, con sus detalles y su protago-nista
-cosa explicable, porque hay que dar por descontado que
se trataba de un humilde patrón que hacía un viaje rutinario-,
pero sí su evidencia, cuando un hombre de prestigio y categoría
-capaz para tal empresa-, y no un simple aventurero, se lanza
al mar para aprovechar aquella experiencia casual.
28 Que tales expediciones no tuvieran más motivo que la intuición
es lo que hizo que resultaran increíbles los alcances que creyó advertir
en eiias J. Cortesáo en lhe Eirecoiumbian ázscovery oj Amerzca, «Tne
Geographical Journab (Londres), tomo LXXXIX (1937), págs. 29-42, tra-tando
de tres viajes portugueses a América: el de Teive - d e l que ahora
hablaremos- hasta el banco de Terranova; el de Telles - d e quien
trataremos más adelante-, y el de Dulmo, que se perdió en el mar.
Vignaud también se fijó en estos viajes en sus Etudes critiques sur la
vze de Colomb avant ses découvertes, París, 1905, págs. 22-25, del mismo
modo que Fortunato de Almeida, La découverte de Z'Amerzque. Pzerre
dJAilly et Christophe Colomb. Les voyages des Portugazs vers Z'Ouest
pendant le xve sikle, Coimbra, 1913, y Francisco Fernandes Lopes en su
estudio Colabora~üo portuguesa no descobrimento da Amerzca nüo bra-szleira
(publicado en la Historza da expansüo portuguesa no mundo, de
C. M. Baiiio, Lisboa, tomo Ii, 1940, págs. 33i-3581, aunque matizando
mucho las conclusiones. Rotundamente contrarios a los puntos de vista
de Cortesáo fueron G. R Crone: The alleged precolumbzan dzscwery of
America, «Geographical Journab (Londres), tomo LXXXIX (1937), pá-ginas
455460; Roberto Almagia, que parecía imbuido de un criterio na-cionalista,
en su obra 1 przmz esploratorz dell'dmerica GZz italiani,
Roma, 1937, págs 45, 426-19; Charies E ~oweii: ihe Coíumbus Question-
A survey of Recent Lzterature and Present Opmion, «The American His-torical
Review» (Nueva York), XLIV, núm. 4 (1939), págs. 803-822, y
también Samuel E. Morison. Portuguese voyages zn the Fzfteen Century,
Cambridge, Harvard Univ. Press, 1940, págs 21-29 y 43-48
Núm 17 (1971) 483
18 DEMETRIO RAMOS
a) La expedición de Teive, un intento de repetir un viaje for-tuito:
el cambio de rumbo y la entrada en el Sargazo
Tales condiciones concurren en la expedición de Diego de
Teive, de hacia 1452 que, organizada por el infante don Enrique,
tiene la ventaja de algunos asideros documentales, contando,
además, con un estudio serio, como el realizado por Cortesáo ".
De ella habla también Don Hernando Colón, cuando, al referirse
a todas las consejas que pudo conocer su padre antes de concebir
su proyecto, menciona algo de este viaje que -aunque parece
intencionadamente desdibujado en su alcance, al decir que se
hizo en busca de la fantástica isla de las Siete Ciudades-, le es
imposible silenciar, por haber salido a relucir en las declaracio-nes
de los pleitos que los Colón sostuvieron con la Corona. Y así
dice que realizó una entrada hacia Occidente acierto Diego de
'Tiene [por Teive], cuyo piloto, llamado Pedro de Velasco 30, na-tural
de Palos de Moguer ... dijo al Almirante en Santa María de
la Rábida, que salieron de Fayal y navegaron más de ciento cin-cuenta
leguas al Sudoeste. . » 'l.
29 Jaime Cortes50: A viagem de Dzogo de Tezve e Pero Vázquez de
la Frontera ao Banco de Terranova em 1452, «Arquivo Histórico da Ma-rinha
» (Lisboa), núm. l (1933), además del trabajo ya citado [28], y
también en Génesis del descubrimtento: Los portugueses, Barcelona,
Hzstoria de Amérzca, de la edit. Salvat, 1947, págs. 684700. Como plan-teamiento
genérico, vid. Gustavo Cordeiro Ramos: Die Azorische Inseln
und dze Erschlzessung der Nevem Welt, «Ibero Amerikanisches Archivn
fHamburgo-Berlín), 111, núm. 2 (1939), págs 81-105.
30 En la Historza del Almzrante don Cristóbal Colón, escrita por su
hijo Don Hernando, a Pero Vázquez se le llama Velasco, que era la forma
en que se iaiiiiizaba apeliido en la época, es;e es Uiio & los
detalles que permiten suponer que las notas de Colón en que se basara
su hijo estaban escritas en latín.
31 Hernando Colón: Historia del Almirante [16], cap. IX, tomo 1,
páginas 7475. No deja de ser curioso que todos los casos que se refieren
en este capitulo se presentan solo como motivos que animaron al Almi-rante,
por la esperanza de encontrar eii t.1 camino «alguna isla u tierra
de gran utilidad, desde la que pudiera continuar su principal intento»
(página 67) y no, en cambio, como indicios ,de que las costas asiáticas
estuvieran tan próximas como quería suponerse Así se explica que la
%expediciónd e Teive se mencione despojada de su verdadero objetivo y
484 ANUARIO DE E S T U D I O S ATLANTZCOS
LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 19
Por lo pronto, ese rumbo -al Suroeste-, es decir, adentrán-dose
en el Océano, resultaría ya demasiado extraño, sobre todo
cuando podía emprenderse tal viaje desde Madera, si sólo se
buscaba ponerse en determinada latitud, si no es que se preten-día,
además, penetrar en profundidad, aprovechando la ventaja
de ser las Azores el archipiélago que se encontraba más al inte-rior
del Océano, con casi 10" de diferencia en longitud Oeste sobre
las Canarias. Por consiguiente, forzoso es reconocer aquí un in-tento
de entrar muy lejos.
Ahora bien, una expedición a vela -como las de entonces-que
partiera de Fayal, antes de poder emproar al Suroeste, ne-cesariamente
había de navegar a rumbos entre el Este y Sur, has-ta
encontrar los alisios. ¿Cómo, pues, en la versión que nos ha
llegado de la Historia de Don Hernando se dice que; desde las
Azores, «navegaron más de ciento cincuenta leguas al Sudoesten,
si ello es imposible? La explicación de esta aparente anomalía
cabe obtenerla leyendo el texto paralelo de Las Casas -que tuvo
a la vista el manuscrito de Don Hernando-, donde se relata el
viaje en forma que permite comprender la realidad de esta ex-pedición,
pues escribió: «habían partido de la isla del Fayal, y an-duvieron
150 leguas por el viento lebechio, que es el vzento
Nomeste». Se nos cita, como se ve, dos vientos que, aunque son
opuestos, los superpone -pues el lebechio es el viento del Este
y, por lo tanto, nunca puede identificarse con el Noroeste; ello, - - -
pues, evidencia que el manuscrito de la Historia de Don Hernan-do
que utilizaba el dominico hablaba de dos rumbos y que no
supo descifrar lo que podía decir: «anduvieron 150 leguas por
el viento lebechio [empujados por el levante], después de nave-
"pa r con el viento Nomeste», es decir, después de haber ido, im-pulsados
por éste, primero al Suroeste, hasta encontrar el alisio.
relacionada con una de esas islas supuestas. Se trata de contribuir a1
empeño no solo de agigantar el mérito de su padre, sino de ofrecer una
versión de exclusiva realización, la que necesitaron sostener en los
pleitos para evitar cualquier merma en los derechos discutidos. Por
esta razón, todos los casos que se citan son supérfluos y de escasa va-loración,
salvo este ,del informe de Pero Vázquez, que si no podía ser
omitido, por haber sido mencionado en varias declaraciones, así se des-valoriza
en lo que era sustancial.
Nkm 17 (1971) 485
20 DEMETRIO RAMOS
La mención de los dos vientos por Las Casas nos está dando,
pues, los dos rumbos, aunque él los confundiera. El dominico,
al no entender el original, respetó lo que creyó leer en él, mien-tras
que Ulloa prefirió, al traducirlo, simplificar lo que veía con-fuso,
con lo que mutiló la primera parte del viaje 32. La aclara-ción
que, por la confrontación de textos podemos hacer, no sólo
nos restablece lo que faltaba, sino que nos permite también des-cubrir
una prueba patente de la intencionalidad de la expedición,
,que sólo podía realizarse así gracias a una previa experiencia,
que evidencia un arrastre anterior del que pudo ser víctima una
nave al llegar a la latitud de los alisios. Con ello, por consiguien-te,
podemos reconstruir en esta parte la peripecia inicial del via-a
je que determinaba la expedición de Teive, cuyos pasos procura- :.
$a repetir fielmente. Por consiguiente, no se trata de una expe- E
dición que se monta por una intuición, sino de una repetición, 0
n--
que busca algo -ello es evidente- visto en un viaje accidental, Oo>
E
del que pudo ser protagonista una nave que desde el Fayal se
dirigía a Guinea U. -E
De esta forma se nos hace igualmente patente que la profun-dización
hacia el Oeste tuvo que ser mucho mayor que esas «más 2 -
de ciento cincuenta leguas», pues si llegaron a más, quiere de- B
E
cirse que las ciento cincuenta leguas son una cifra notoriamente
rebajada. Tal parece evidente, pues, si tomamos la media de lo
recorrido en los diez días primeros de la navegación de Colón, n
-E
esa distancia se cubrió en cinco días, con lo que sería inconcebi- a
2 ble que tan pronto renunciaran a continuar por aquel rumbo ; n
32 Se trata, como se ve, de otro error del traductor que publicó la O3
Hrstorza, de Don Hernando, semejante al que padeció en el caso de la
Inventio Fortunata -tai como io ieyó Las Casas en ei original, y como
lo transcribe en el libro 1, cap. XIII-, que en la Historia, de Don Her-nando,
se convierte en un autor, al decirse Juvencio Fortunato narra
33 Cortesáo, que creyó que el viaje de Teive fue montado por un mero
deseo promotor [28], no advirtió este síntoma clarísimo de que se
estaba guiando por una experiencia previa, pues si se trata de repetir
es obvio que hay un viaje accicientai cuyas circluisianaas procura re-producir.
Así pues, los pasos de Teive nos reconstruyen, como contra-molde,
ese viaje desconocido. Queremos aprovechar esta oportunidad
para dejar constancia de nuestro agradecimiento al doctor Enrique
Marco Dorta, con quien provechosamente discutimos este punto
486 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
M8 CONTACTOS TRASATL~ITICOS DECISIVOS 21
premeditado, cuando después prolongaron tanto la navegación
por otras latitudes. Es más, si sabemos que cambiaron de rum-bo
ante el temor que les suscitó la continuidad del sargazo, calcu-lando
por el límite en que le encontró Colón, habrían necesitado
recorrer no 150, sino algo más de 200 leguas. Y como no puede
creerse que se sintieran tan preocupados por la acumulación de
hierbas sino después de comprobar su continuidad, al menos du-rante
un par de jornadas, tenemos que admitir que llegaron a
colocarse a los 29" de latitud, donde ciertamente el sargazo tiene
su mayor dimensión, penetrando, por lo tanto, hasta los 40" de
longitud O., después de cubrir en tal dirección unas 290 leguas.
Entonces sí que es comprensible el viraje que dieron. Pero nó-tese
que, si primero cambiaron del Suroeste al Oeste, estaban
siguiendo justamente ei camino que siguió Coion. ¿Y no es esto
harto sintomático? ¿Qué podía buscarse por allí?
b) La remontada de Teive y su significado: se cree en tierra
continental
Que la expedición no era una simple intentona caprichosa, de
nuevo nos lo demuestra el hecho de que, al no atreverse a seguir
entre el sargazo, cambiaron de rumbo «y al tornar -dice Don
Hernando- descubrieron la isla de Flores, a la que fueron guia-dos
por muchas aves.. , después, caminaron tanto al Noroeste,
.que llegaron al cabo de Clara, en Irlanda, por el Este.. » 34. Tal
relato -que repite Las Casas, parafraseándole- nos evidencia
mucho más de lo que puede leerse, pues ese retorno hacia las
Azores, es decir hacia la base de partida, para luego continuar,
resulta incomprensible. Por consiguiente, lo que se desprende es
,que, al marginar el sargazo, remontaron en latitud, con lo cual,
al salir del ámbito de los alisios, se vieron favorecidos -como
Colón a la vuelta de su viaje- por vientos que les permitieron,
.en la latitud de las Azores, topar con la isla Flores. Pudieron
34 En la edición príncipe en italiano de la Historia, de Don Hernan-do,
se dice aquí ache presero il capo di Chiara in Irlanda per Loesten,
aunque claro es, como leyó Las Casas en el original castellano, este
cabo hubieron de tomarle al Este, como lo retocamos, pues debe tratarse
de otra errata que se le deslizó a Ulloa.
22 DEMETRIO RAMOS
dominar la situación y fue entonces cuando -prosiguiendo su
intento- «caminaron tanto ... que llegaron al cabo de Clara, en
Irlanda [teniéndole] por el Este; en cuyo paraje hallaron recios
vientos del Poniente, sin que el mar se turbara, lo que juzgaron
podía suceder por alguna tierra que le abrigase hacia Occidente».
Con mayor claridad que en el texto de Don Hernando, Las Casas
dice que no se atrevieron a continuar el viaje en busca de la
tierra así presentida, en términos que dejan fuera de toda duda
el propósito que llevaban, pues lo explica así: «lo cual no prosi-guieron
yendo para descubrilla, porque era ya por agosto y te-mieron
el invierno» 35.
Ahora bien, si esta expedición se monta para llevar a cabo
un descubrimiento rumbo al Suroeste, es decir, buscando tierra
frente a Canarias y, a causa del temor que les suscita la extensión
del sargazo, remontan y, tras el descubrimiento de la isla de Flo-res,
siguen aún mucho más al Norte, hasta ponerse al Oeste de
Irlanda, es evidente que no se trata de una empresa de objetivo
limitado, sino que lo que se cree tener delante es algo tan exten-so
que, si juzgan no poder buscarlo frente a Canarias, según el
rumbo con el que salen, tratan luego de hallarlo a lo largo de
un tan amplio arco como para subir a las islas Británicas 36. Con-
O
35 Las Casas: Historza de las Indias, lib. 1, cap XIII.
36 Esta expedición de Teive se ha querido ver como motivada por n
las supuestas noticias de la Ixola Ottnttcha que figura en el mapa de -E
a Andrea Bianco, de 1448, al Suroeste de Cabo Verde, de cuya consigna- l
ción en esta carta -sin que en otra anterior se la hubiera mencionado-. n
dedujeron Yule Oldham y Batalha Reis una llegada fortuita a las costas n
del Brasil. No es nuestro propósito discutir este punto, pero sí nos O3
sentimos en la necesidad de evidenciar que ninguna relación puede
existir con ei viaje de ieive. Ei hecho de que figure esa isla en una
carta de 1448 quiere ya decir que esa presunta arribada al Brasil ten-dríamos
que suponerla anterior. J. Cortesáo en O designzo do Infante e
as explora@es atlántrcas até a sua morte, que forma parte de la Historia
de Portugal, de Damiáo Peres, así como en Los portugueses, del volu-men
sobre la Génesis del descubrtrnrento, Barcelona, 1947, trató en
efecto de sostener ese haiiazgo de ia cosra brasiieña, y, para apüyar
el indicio únlco que ofrecía este dato del mapa de Bianco, alegó la
expedición de Teive, en la que quiso ver su consecuencia, al misma
tiempo que relacionaba con la arribada a la Ixola Otinttcha, para fijar
la fecha en la que pudo ser avistada, una mención de Antonio Galvao
488 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRASATL~WICOS DECISIVOS 23
secuentemente, todos estos indicios inclinan, objetivamente, a
convenir que se pensaba en algo más que islas, es decir, en una
tierra continental que, dadas las concepciones de la época, ha-bía
de ser el extremo asiático. Y tal planteamiento sólo es com-prensible
de haber sido promovido por un retorno que hubiera
costeado en tal sentido tierras americanas, aunque no fuera se-guida
su continuidad. La misma remontada desde el mar del
Sargazo hasta el paralelo de la isla de Flores, demuestra que
tenían noticia del camino de regreso, como es lógico.
Huellas de que ese retorno existió, las tenemos en el mismo
relato de Don Hernando -basado en las notas de su padre-,
que repite Las Casas en su Historia, donde leemos que la expe-dición
de Teive fue motivada porque «en tiempo del infante Don
Enrique de Portugal, con tormenta corrió un navío que había
salido del puerto de Portugal y no paró hasta dar en ella [la isla
de las Siete Ciudades]», para agregar que, cuando regresaron,
el maestre y los marineros terminaron por escapar del país, por
no querer volver a buscar lo que habían hallado, que claro es,
si se interpreta como la isla de las Siete Ciudades, es porque así
lo leyó en el libro de Don Hernando. Esta falta de información
concreta explica que, cuando «algunos salieron de Portugal a
buscar esta misma [isla] que por común vocablo llaman Anti-en
su Tratado dos diversos e desvairados caminhos, Lisboa, 1563, donde
se dice que, según las opiniones que había oído, una embarcación por-tuguesa,
que fue arrastrada por una tempestad, descubrió en 1447 la
isla de las Siete Ciudades. Pero si esta mención no parece que pueda
relacionarse con una tierra vista t ~ anl Sur -todos los mapas medieva-les
que representan esta isla la sitúan de las Azores al Norte-, tampo-co
creemos que la exploración de Teive pueda considerarse como mo-tivada
por ese presunto haiiazgo mericiionai, pues ia ixoia Otznfzcha ia
representó Blanco al Suroeste de Cabo Verde, y no es lógico que fuera
en su busca una expedición que salió de las Azores sin dirigirse a Cabo
Verde. Tampoco concuerda con la afirmación de Cortes50 -que nos
parece forzada, para apoyar su tesis del anticipo del descubrimiento del
Brasil- el rumbo que tomó Teive después de su retroceso, justamente
en dirección contraria, hacia ei oroe este. Todo eiio obiiga a pensar
que las noticias que movieron a Teive corresponden a una arribada a
las Antillas y a su correspondiente retorno, por la vía de los vientos del
Oeste, en cuyo regreso volvieron a ver más tierras. Quizá la tradición
que menciona Antonio Galváo se refiera a este hecho.
Núm 17 (1971) 489
24 DEMETRIO RAMOS
llan " -refiriéndose concretamente a la expedición de Teive-,
quedaran cortos en la penetración del Océano 38.
Está en lo cierto Quinn cuando, al referirse a esta penetración
desde las Azores, dice que «es verdaderamente la primera explo-ración
seria del Océano» 39, puesto que se realizó a lo largo de un
amplio arco y en función de una interpretación que no puede ser
dudosa. El relato de Diego Gomes de Sintra, uno de los marinos
que tuvo a su servicio el Infante, nos lo demuestra; pues dice
que Don Enrique «desejando conhecer as regióes afastadas do
Océano occidental, se acaso haveria ilhas ou terra firme além
da descricáo de Ptolomeu, enviou caravelas para procurar te-rras
» ". El hecho de que se hable tan claramente de aterra firme»
evidencia que las noticias llevadas por la nave que retornó fue- a N
ron interpretadas no sólo como islas, sino también como capaces E
de crear la convicción de que las costas continentales asiáticas O
d estaban allí.
-
Oo>
E Y que eso es lo que creían, nos lo prueban varios testimonios E
2
E
37 Las Casas, lib. 1, cap. XIII, igual en Don Hernando, cap. IX. -
3-0 es nada extraño que quedaran corius, dada ia difi~uiiad en 2
calcular las distancias en longitud. Incluso en informaciones que pre- - -
0
tenden ser puntuales y que se hacen en condiciones no anormales, pre- m
E
venidos para registrar lo que se fuera encontrando, es decir, en viaje O
preparado para descubrir, los errores que frecuentemente se aprecian
son asombrosos. En la carta de Day que estudió Vigneras, de la que n
trataremos más adelante, al relatarse lo que descubrió Caboto, traslada -E
a
que «el cabo más cercano a Yrlanda está a 1" DCCC millas al houeste l
del cabo Dursel que es en Yrlandan. A este propósito, comentó Vigne- d
n
n
ras, que si Caboto calculaba las distancias en millas romanas (de 1480
metros), como lo hacían la mayor parte de los navegantes en la época, O3
1.800 millas significaban 1.440 millas náuticas. Sin embargo, la distancia
entre Iriancia y ei cabo ai que se refería alcanza 2.G% m~iias nbuticas.
Ante este ejemplo bien concreto cabe comprender también que -con
una información tomada en circunstancias poco normales, y más si
los que volvieron, para cubrirse del riesgo, prefirieron situar su reco-rrido
por ámbitos más próximos- Teive luego pudiera quedarse corto
en su penetración.
3' David B. Quinn ii2i, pág. 363. * As relapies dos descobrirnentos da Guzné e das dhas dos Acores,
Madezra e Cabo Verde, traducción al portugués de Gabriel Pereira, &O-letim
da Sociedade de Geografia de Lisboa», 17 serie (1898-1899), pági-nas
265-293
490 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRAsATLÁNTICOS DECISIVOS 25
que aparecen en los pleitos colombinos, al aludirse a las conver-saciones
que tuvo con Colón el piloto Pedro Vázquez. Alonso Vé-lez,
alcalde de Palos, en efecto, declaró que cMartín Alonso [Pin-zón]
llevó aviso de Pedro Vasques de la Frontera, que avía ydo
a descubrir esta tierra [se refiere a las Indias] con un Ynfante
de Portogal y dezia que por cortos la avían errado y se avían en-gañado
por las yervas que avían hallado en el golfo de la mar, y
dixo al dicho Martín Alonso que cuando llegasen a dichas yer-vas
. que siguiesen la vía derecha porque hera ynposible no dar
en la tierra.. porque1 dicho ynfante de Portogal [en su tiempo,
quiere decirse] por no hazerlo erró la dicha tierra y no llegó » 41.
Según la declaración dc Fernando Valiente, el piloto Pero
Vasques de la Frontera «avía ydo una ves a fazer el dicho descu-brimiento
», P decir, e! de las Indias, y que a C016n y a Pinz6n y
a toda la gente animaba en Palos para que «fuesen aquel biaje,
que avían de fallar tierra muy rrica» ". Ello lo confirma otro
testigo, Alonso Gallego, cuando asegura que «Pedro Vázquez de
la Frontera, como persona que avía sydo criado del Rey de Por-tugal,
tenía notigia & !a tierra de las dichas Yndias» 43 y v e
por ello, Pinzón «en casa de Pedro Vázquez de la Frontera»
hubo de prometer, antes de emprender el viaje, que ni él ni sus
parientes cavíamos de bolver a Palos hasta descubrir tierra» 44. Si
tal seguridad quiso poner el viejo piloto de la expedición de
Teive, los testimonios de Alonso Vélez sobre él -«que avía ydo
a descubrir esta tierra»-, de Fernando Valiente -que cavia ydo
una vez a fazer el dicho descubrimiento»-, y el de Alonso Galle-go
-que atenía noticia de la tierra de las dichas Yndiasx- no
pueden ser más concluyentes. Y para que así fuera, para que pu-diera
&&-se que atenia norjcia,) inritiprz en Gn p j m h ~& e -
minado, forzoso es admitir algo más que una simple presunción,
máxime cuando Don Hernando y Las Casas hacen esa referencia
41 Pleitos colombinos, edic. de Antonio Muro Orejón, con la colabo-ración
de Florentino Pérez-Embid, José Antonio Calderón Quijano, Fran-cisco
Morales Padrón y Tomás Marín Martínez. Sevilla, EEHA, tomo
VIII, 1964, pág. 258.
42 Pleitos colombtnos, V I I I , pág. 301.
43 Pleitos colombmos, VIII, pág. 339.
M Pleitos colombinos, VIII, pág. 341.
26 DEMETRIO RAMOS
a la nave que poco antes fue arrastrada por una tormenta y pudo
regresar.
He aquí, pues, una huella bien visible de un retorno, que debe
ser fijado antes de 1452, de una nave portuguesa que hubo de
ser arrastrada hacia tierra americana, concretamente a la altura
de las Canarias, de donde logró volver remontando en latitud,
quizá a la vista de las Bermudas, motivo por el cual resulta ex-plicable
que, fracasado el tanteo frente al Hierro, lo intentara
Teive luego más al Norte. Por 10 menos, el contramolde de esta
expedición lo hace patente.
111. LA CONSOLIDACI~N DE LA IDEA ERUDITA DE LA LEJAN~A Y LA a
CONSECUENTE INTERPRETACIÓN DE NUEVAS NOTICIAS EN LA ETAPA E
DE 1462: ISLASO CEÁNICAS O
=m
El fracaso de Teive a todo lo largo del arco atlántico, de los O
E
2 9 2 los 51" latitud Norte, forzosamente hizo retroceder las ideas E
2
E que se habían llegado a forjar. Resulta totalmente lógico que las
tierras que hubiera visto ese desconocido piloto fueran interpre- 3
tadas, con ciertas dudas, como asiáticas. Creer que a esa conclu- e-sión
sólo pudo llegar Colón, sin que a nadie más -ni siquiera a m
E
alguno de los colaboradores del infante Don Enrique-, se le hu- O
biera ocurrido antes, es totalmente absurdo. Pero un fracaso tan
rotundo debió imponer un replanteamiento, es decir, la vuelta -E
a la aceptación de la dimensión de la circunferencia terrestre, a
que estaba establecida científicamente, haciendo retroceder la ex- -
tensión de las tierras asiáticas y, por lo tanto, ampliando la del
3 Ockano. Por eso, el recuerdo de aquellas noticias que vemos en O
la donación de Alfonso V y en la referencia que conoció Colón,
se contrae a islas: la de las Siete Ciudades o Antillia. Este es el
momento en el que puede ser cierto lo que dice Pérez-Embid
cuando alude a las tentativas autorizadas por la Corona portu-guesa
hacia el interior del Atlántico, considerándoIas como «bús-quedas
hechas un tanto al azar, arriesgando muy poco, y sin
esperar de ellas casi nada , por si acaso lograban traerle noti-cia
cierta de cualquier isla» 45.
45 Florentlno Pérez-Embid: Los descubrimzentos en el Atlántico hasta
492 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRAsATI~NTICOS DECISIVOS
a) La donación a Joao Vogado
En las condiciones dichas, ¿qué consecuencias podía tener
otro regreso de una nave arrastrada al Occidente? La que vemos
en la concesión que, diez años después de aquel rotundo fracaso,
en 1462, se otorga por Alfonso V de Portugal a Joáo V ~ g a d o ~ ~
para crear una jurisdicción sobre islas atlánticas que él creía po-der
hallar. Esta concesión no puede ser caprichosa, y creemos que
en ella hay que reconocer, sobre todo después del fiasco anterior,
un nuevo retorno, que ahora ya sólo sirve para considerar que
debía admitirse al menos la existencia de islas ignotas.
Si en la donación a Joáo Vogado se dice que muevamente se
han hallado islas, las cuales aún no están pobladas, [y que] según
la carta de navegar son llamadas la una de Lovo, la otra Capra-ria
» 47, y que Cortes20 -basándose en el mapa de Perato de 1456-
puede convenir que simplemente se trata de nombres que tuvie-ron
dos de las Azores que, por transporte, creían pendientes de
localizar; en cambio la movilización en busca de ignotas islas,
que es capaz de provocar esta confusión. forzosamente hay que
atribuirla a un retorno, sucedido por estas fechas.
b) La donación en favor del Infante Don Fernando
Debe considerarse que no cabe atribuir el motivo de esa de-cisión
en favor de Vogado a una mera ilusión suya, pues una
prueba de que hay un motivo verdaderamente serio la tenemos en
la donación que el 29 de octubre de 1462, el mismo año de la
concesión a Vogado, hace el rey portugués en favor de su herma-no
ei infante Don Fernando. En efecto, en ella se menciona ya que
el tvataáo de Tordesillas, Sevilla, EEHA, 1948; obra en la que el autor
se polariza concretamente en los descubrimientos a lo largo de la costa
africana.
% Xamos Coeiino: Higuns áocumeniüs do Aryüivü iu'uciüiiüi dü Torre
do Tornbo acerca das navegacóes e conquutas. Lisboa, 1892, pág. 28.
47 Eduardo Brazao: Les Corte Real et le Nouveau Monde, ((Revue
dfHistoire de 1'Amerique franqaise~ (Montreal), XIX, núms. 1-3 (1965),
donde se ofrece canevas de situación muy minucioso.
Núm 17 (1971) 493
28 DEMETRIO RAMOS
la isla que se le confía la vio Goncalo Fernandes, de Tavira, cuando
regresaba del río de Oro, encontrándose al oesnorueste de las
Canarias y Madera, y que por serle el tiempo contrario no la pudo
alcanzar. Y se agrega que el infante «ja a mandara buscar por
certas sinais que dela lhe deram», y que equeria outra vez man-dar
buscar» 48. Tan repentina preocupación por las islas oceáni-cas,
acumulándose en el mismo año las concesiones al infante y
a Vogado, obligan a pensar que ese Goncalo Fernandes había re-gresado
con informaciones tales -y no como supone Cortes50
sobre un islote volcánico capaz de aparecer y desaparecer- que
fueron capaces de provocar una reanimación de las ideas que,
tras el fracaso de 1452, se interpretan cautelosamente, para ad-mitir
únicamente la existencia de islas ignotas. Gaspar da Naia
considera que, situando Goncalo Fernandes tan inciertamente
al ONO. de Canarias y Madera, es decir, muy adentrado en el
Océano, lo que pudiera haber visto, correspondería a las actuales
Bermudas «cujo aspecto e características peculiares, diferentes
das de todas as ilhas do Atlántico entao conhecidas, constitui-riam
os cevtos sinais que dela Ihe deram» 49. Creemos que está
en lo cierto, pues sólo así se comprendería esa donación a Voga-do
de islas deshabitadas que se suponían más allá de las Azores.
IV. NUEVANSO TICIAS EN 1472-73 Y LA TENTACI~NA APARTARSE DE
LA IDEA ERUDITA: LA CONSULTA A TOSCANELLYI EL PLAN DE TELLES
Nada sabemos sobre lo que llegaron a intentar el infante o
Vogado -si es que algo realizaron-, pero el hecho de otro retor-no,
ahora otra vez bien patente, tenemos que reconocerle por los
años de 1472 o 1473. La evidencia de una inusitada desazón atlán-tica
que surge en la corte de Lisboa poco después de esa fecha,
así lo señalan. Síntomas de esa desazón asiática renacida los te-
48 Alguns Documentos 1461, pág. 32. Vid. también Damiáo Peres.
Historza dos descobrimentos portugueses. Porto, 1943, t. 1, pág. 164.
49 Alexandre Gaspar da Naia. Cristobal Colón znstrumento da po-lítica
portuguesa de expansáo ultramarina Lisboa, 1950, pág. 11.
494 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRASATLb.NTICOS DECISIVOS 29
nemos en la gestión del canónigo Martins acerca de Toscanelli,
personaje que había llegado a ser considerado como «el conti-nuador
de la labor que en esta misma rama del saber realizó Pto-lomeon
¿Por qué habrá de buscarse entonces un replanteamien-to
científico sobre la distancia a que podían situarse las tierras
asiáticas y el Cipango? 51. Nada permite explicarlo si no es por el
hecho de que un nuevo retorno hubiera permitido deducir la
existencia, al menos, de un cordón de islas, una de las cuales se
consideraba excesivamente extensa para ser catalogada en para-lelo
con las demás islas atlánticas conocidas. Y justamente coin-ciden
con la consulta al sabio Toscanelli -síntoma de la necesi-dad
de replantear los supuestos científicos sobre la situación del
Cipango y del Cathay- una serie de concesiones que, en forma
repentina, se suceden entre 1473 y 1475, es decir, en tan estrecha
correspondencia cronológica con la consulta a Toscanelli, que
si unas la preceden y otras son muy poco posteriores, todas son
inmediatas. ¿Qué pudo suceder para determinar tanta atención
por el oeste del Océano en este período? Algo repentino también
hubo de determinarlo, pues el simple capricho no es admisible,
sobre todo cuando se producen tantas reiteraciones.
a) El caso de las donaciones previas a la gestión con Toscanelli
Respecto a las donaciones previas a la gestión Martins-Tosca-nelli
-plenamente resuelta después de los trabajos de Sumien-,
50 Altolaguirre [8], pág. 6. Evidencia su fama con el testimonio
-entre otros- de los versos que le dedicó el Verino. Vid. también
~ ~ r T_Ttz1&: ~ La~ qjlztg ~e i t emp dz del ~ ~ Z ZTcQrc gne!ji pn
~Raccoltad i documenti e studis~,p arte V, vol. 1. Roma, 1894.
51 Altolaguirre [8], pág. 7: «Martins, accediendo a los deseos de
Alfonso V de Portugal, interesó de Toscanelli le remitiese el proyecto
-su dictamen, diríamos-, a lo que éste contestó en 25 de junio de 1474».
Según se lee en el texto latino de la copia de la carta que se encuen-tra
en las guardas cie la obra cie Pío 11, De Kerum uDzque gesiurun, que
se halla en la biblioteca Colombina, Toscanelli fue, efectivamente,
consultado en nombre del rey, pues decía: uquerit nunc Serenissimus
rex a me quamdam declaracionem, ymo, potius, ad occultum ostensionem
ut etiam mediocriter doti illiam viam caperent et mtelligerent».
30 DEMETRIO RAMOS
debemos hacer alguna consideración. La primera se fecha el 12
de enero de 1473 y por ella el monarca lusitano concede a doña
Brites, viuda del infante don Fernando, así como a sus hijos,
una isla encontrada «a travez)) de Cabo Verde, es decir, hacia el
Oeste, sin que -dados los vagos términos de la época- ello
quiera decir que exactamente había de corresponder con su la-titud.
Más bien debe tomarse esa expresión en el sentido de un
tornaviaje de Guinea y, por lo tanto, ampliable el presunto ha-llazgo
a la latitud de Canarias, pues de haber sido más al Norte,
se hubiera referido a las de Madera o Azores, que es lo que de
esa manera se excluye. En concreto, a lo que quiere hacerse refe-rencia
con esa expresión es a una nave que había salido de San-tiago
de Cabo Verde. En el mismo diploma 52 se dice también
que el difunto infante procuró «por algunas vezes» que se diera
con ella, lo que al menos nos sirve para fechar el suceso como
posterior al mes de septiembre de 1470, época de su fallecimiento.
Que se trataba de algo que creían como cierto, es evidente, pues
lo corroboran las instancias de Doña Brites para retener los de-rechos
-casi trece años después de muerto el infante-, lo que,
dadas las circunstancias políticas del momento, no era tan fácil
obtener. ¿Se trataba de la misma isla a la que se hizo referencia
en la concesión de 1462? No lo creemos, pues si así hubiera sido
se habría mencionado ese precedente, que facilitaría la gestión,
y el diploma se habría extendido como confirmación. En lo que
cabe pensar al menos es en un arrastre, pues, como Gaspar de
Naia razona al tratar del avistamiento de islas desconocidas, se-ría
-dice- «enteramente lógico que al regresar de un nuevo
viaje penetrasen más al Oeste, intentándolas reconocer, tanto
más cuanto los vientos y las corrientes lo favorecían» 53.
Pero hay más: el 21 de junio del mismo año de 1473 vuelve
a otorgarse una nueva merced, esta vez a Ruy Goncalves da Cá-mara,
quien, en gratificación de los méritos contraídos en Africa,
recibe la concesión de una isla «que ele per si ou seus navios
char» 54. El dato nos interesa porque nos demuestra que, en este
52 AZguns documentos 1461, pág 37
53 Gaspar da Naia [49], pág. 10
54 Velho Arruda- ColecqEo de documentos, pág 157; Damiáo Peres:
496 A N U A R l O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 31
momento, existe una rotunda certeza sobre la existencia de islas,
pues de otra forma, y del mismo modo que Doña Brites no hu-biera
instado sobre la que se dice fue vista en tiempos de su es-poso
sin ese convencimiento, tampoco Goncalves da Cámara
habría pretendido ese premio para compensar sus servicios si él
mismo no creyera que había de traducirse en efectos prácticos.
Por consiguiente, algo parece detectarse, quizá sucedido poco an-tes
de este año de 1473, como para provocar tal reactivación y
estas coincidentes demandas.
b) Lo que ,determina la consulta de la optnión de Toscanellt
La gestión del canónigo Martins, por encargo del rey de Por-tugal,
cerca de Toscanelli, que da origen a su dictamen del 25 de
junio de 1474, no puede verse como algo independiente, sino
justamente -como creemos nosotros- en conexión con este
clima de inquietud que las decisiones citadas nos evidencian. El
mismo Duarte Pacheco, que bien pudo conocerlo, dejó escrito
en su Esmeraldo cmuitas opinióes houve nestes reinos de Por-tugal
nos tempos pasados entre alguns letrados acerca do des-cobrimento
das Etiopias de Guiné e das Indias; porque uns di-zian
que nao curassem de descobrir ao longo da costa do mar,
a que melhor seria irem pelo pego, atravesando a golf50 até
topar em alguma terra da India ou vizinha dela, e que por esta
via se encontraria o caminho; outros disseram que melhor seria
descobrirem ao longo da terra, sabendo pouco a pouco e que
nela ia, e assim suas rotas e conhecengas, e cada provincia de qué
gente era, para verdadeiramente saberem o lugar em que estavam,
Historla dos descobrimentos portugueses, Porto, 1943, t 1, pág. 166, ci-tando
el documento en Archzvo dos Acores, IV, 437.
55 Duarte Pacheco. Esmeraldo de situ orbzs, edic. de la Academia
?crti?gcesu de Histcriu, Lisha, 1954. Sebre este texte, escr:t~ a partir
de 1505, y sobre el que se han basado tantas teorías, vid. Joaquim Barra-das
de Carvalho: O descobrimento do Braszí a traves dos textos (Edip5es
critzcas e comentadas, IV: «O Esmeraldo de situ Orbis~, de Duarte
Pacheco Perezra), «Revista de Historian (Sáo Paulo), núm 74 (1968),
páginas 403-416.
Núní 17 (1971)
32
32 DEMGIRIO RAMOS
por onde podiam ser certos da terra que iam buscar, porque de
outra guisa nao podiam saber a regia0 em que estavam. .D.
Cortesáo -y no acabamos de comprenderlo, dada su aguda
perspicacia- consideramos que se autolimitó excesivamente aI
empeñarse en plantearlo todo en función de la coyuntura políti-ca,
lo que le llevó a creer que si el comienzo de las conversacio-nes
de Martins con Toscanelli «se debe atribuir al infante Don
Enrique», luego - e n este momento- da información de uno
cualquiera de los antiguos colaboradores de Don Enrique había
aconsejado al príncipe que tratase de conocer concretamente e1
plan de Toscanelli y sus fundamentos»; es decir, como si, a título
meramente informativo, sobre todas las posibilidades, sólo se
inquiría su opinión porque Don Juan, «al asumir la dirección
de la empresa, quiso volver a examinar el problema. auxiliado
naturalmente por sus cosmógrafos colaboradores y por el resul-tado
de los últimos descubrimientos» 56.
No lo creemos así, reducido el caso a una simple e indiferente
exploración de opiniones, para estudiar el problema geográfico
,,h-;a + *An o nonan+nc-.. m- ~ o - . n a A <m e ~ ~ c t v ~ a v01c an dnAna
= U U J U LUUWJ aua aap-brva, , , ~ U L JCp uula J U J L I ~ L L J ~b ~ y 1 1 1 1 ~ . s y - U-ese
febril clima de atracción transoceánica que se nos ha puesto
en evidencia? Desde el fracaso de Diego de Teive, la suposición
que llegó a movilizarle, basada en la creencia de que las costas
asiáticas estaban mucho más próximas de lo que se había pre-visto,
había retrocedido al mínimo posible, es decir, a admitir a
lo sumo la existencia de islas -las Siete Ciudades, etc.- forma
en que, por ese mismo fracaso de 1452 y en razón del repliegue
de ideas, aparece interpretada a posteriori su expedición en las
anotaciones colombinas q- ue se trasladaron a la Historia de Don ., u a F n " n A a Davm,.o ln n n - n x n m +Ann;nn A- ln- ,-a"-Amv.,$a'. l"! a I - l u a u u u . L v l y u c l 14 W ~ I I I L U I I LLLILILCI UCI IWJ L U J A L I U E ~ L U I U ~ -1-
tesis de la anchura inmensa del Océano y de la lejanía del Asia,
basada en los cálculos de los grados terrestres- se había im-puesto,
frente a las experiencias desvanecidas.
Pero la consulta a Toscanelli -y el tono de la respuesta lo
confirmaJ7- pone de manifiesto que se ha sentido ia necesidad
56 J. Cortesáo: Los portugueses [29], pbg. 722.
9 Véase en Altolaguirre 181, págs. 8 a 19, donde se transcriben los
498 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRASATLÁ~TICOS DECISIVOS S
de volver a considerar como posible la existencia de tierras con-tinentales
-es decir, asiáticas- mucho más próximas de lo que
los sabros quieren admitir. El dictamen de Toscanelli, dígase 10
que se quiera, no decide sobre el punto que se le plantea, pues
que sea más corto el camino del Occidente, el transoceánico, que
el que venía siguiéndose a lo largo de la costa africana para llegar
a la India y extremo asiático, no significaba nada en la práctica,
pues de lo que se trataba era de saber si por ese camino más
corto se podía llegar al continente, o lo accesible eran las islas
que se daban por existentes según la interpretación restricta
imperante desde el fracaso de 1452. Y como Toscanelli responde
es, con el más cauto eclecticismo, admitiendo, por una parte,
que al otro lado del Océano lo que hay son efectivamente las
islas supuestas, de lo que tienen noticia los portugueses -y así
lo dice: «sed ab insula Antilia vobis nota»-, y más lejos, a diez
espacios, la isla asiática de Cipango; y por otra, que las costas
continentales del Asia no están tan lejos, sino a una distancia
de Lisboa que calcula en veintiséis espacios, es decir a 6.500 mi-llas,
dando a cada espacio 250 millas, como dice. Por consiguien-te,
que era dable alcanzar a través del Océano el extremo asiáti-co,
pero sólo apoyándose en las islas intermedias.
A la luz de este dictamen puede vexse cómo, otra vez, se
contraen los supuestos optimistas que evidentemente se habían
concebido -pues de otra forma sería ininteligible la consulta-,
para referirse las determinaciones que se suceden nuevamente
a islas oceánicas, aunque de estas resoluciones trascienda, como
trasciende, el gran proyecto que se había acariciado. En 1452
hubo, pues, un fracaso, tras la exploración práctica de la inter-pretación
de las noticias adquiridas; ahora, tras la respuesta de
Toscanelli, se renuncia -se fracasa otra vez- tras lo que cali-ficaríamos
de exploración intelectual.
c) La concesión a Telles y su interpretación
La concesión que inmediatamente se otorga a Ternao Teiies,
tres textos conocidos, el de la Biblioteca Colombina, en latín; el de
la Historia, de Don Hernando, en italiano, y el que reprodujo Las Casas,
en castellano.
Núm 17 (1971) 499
34 DEMETRIO RAMOS
(evidentemente afectada por la respuesta de Toscanelli, lleva fe-cha
de 28 de enero de 1475 y, como es ya lógico, alude exclusiva-
.mente a islas. Se le otorgan, como donatario, cualesquier zslas
,que pudiera hallar por sí mismo o por quienes mandara a bus-carlas;
islas al occidente del Atlántico se entiende, pues se le po-nía
como condición excluyente que no fueran de las que pudieran
.existir mas partes da Guiné» Que el plan previsto alcanzaba a
la más amplia dimensión es evidente, puesto que en la misma
carta se le autorizaba a poseer y transmitir a sus sucesores las
islas de las Flores, por haberlas adquirido de Joáo de Teive -el
hijo de Diego de Teive-, cuyo contrato de compra se reconocía
y aprobaba. Con ello se ve bien claro que Telles premeditaba si-tuarse
justamente en el punto clave en que se estableció Teive,
para actuar desde esa base de partida y, en la práctica, como su
continuador. Ei pían sería, pues, ei mismo, tai como se caiificó
aquel gran intento una vez que se desvaneció la interpretación
promotora: dar con las grandes islas del otro lado del Atlántico,
renunciándose a la aspiración de alcanzar la tierra firme, aunque
deba presumirse que se trataba de un primer paso -el que se
consideraba fndispensabie, según ia idea toscaneiiana- para
poder dar el salto definitivo hasta la orilla asiática del Cathay.
Pero esta carta de donación tuvo, en su confirmación, un per-feccionamiento
que no puede ser más sintomático y que reafirma
las previsiones que tenemos enunciadas sobre el propósito de
repetir -ahora sobre el marco de los supuestos del sabio floren-tino-
el plan de Teive. En efecto, cuando estaba iniciada ya la
guerra de la Beltraneja, el rey de Portugal extiende en Zamora,
el 10 de noviembre del mismo 1475, nueva carta ampliatoriaS9,
por la cual, teniendo en cuenta que en la anterior parecía hablar-
58 La fecha de esta carta de donación suele consignarse en 1474,
como figura en Alguns documentos [41], págs. 38-41. Sin embargo, Cor-tesáo
[29] -que tan excelentemente estudió este punto- alude a las
cartas originales que se encuentran en la Biblioteca Nacional de Lisboa,
donde la fecha que consta para ésta, de la que tratamos, es la del
28 de enero de 1475.
59 Publicada por Ernesto do Canto- Os Corte-Reáes: memorra hzsto-rica
acompanhada de rnuztos documentos medrtos. Ponta Delgada, Ilha
500 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A A i T I C O S
se sólo de islas no pobladas y como pudiera ser que las naves
que fueran despachadas hallaran la isla de las Siete Ciudades o
cualesquiera islas que también estuvieran pobladas, se resolvía
que fuera válida igualmente la concesión para «as Sete Cidades ou
algumas outras ilhas povoadas, que no presente náo sao nave-gadas
nem achadas nem tratadas por meus naturais)). Seguida-mente,
se concedía el monopolio comercial a Telles de todas esas
islas. y, lo que es más sintomático, se justificaban las mercedes-dichas
porque se creía que acaso de encontrarlas podrían venir
grandes provechos a mzs reinos),. Con ello, implícitamente, se
pone de manifiesto que la pretensión -la consecuencia de ese
salto a la isla de las Siete Ciudades- consistía en ponerse en si-tuación
de dar el segundo salto, entrando ya en el espacio asiático.
P,,+,,ñ, A,, ,..,. L ..,, ,,:+,A, +,,+A A, A,,,,+,,, ,.., T,
~ U LLca au, LUIL l ~ l u yU UGII LLILGLuLaUL ,u UG U G I L I U J L L ~ L yuc IG-lles
no era ni un visionario ni un impremeditado. El mismo plan
lo evidencia. Pero sus datos no estorban. Telles pertenecía a una
de las más poderosas familias del reino y siempre se había distin-guido
por su prudencia; ccmo hombre de mérito pertenecía al
-p*LAup-;.u- uPu--L,-.I-J cju&D ,\,Ic al, era guberiiador y mzyordvmo de !a casa
de la princesa, la esposa del príncipe Don Juan -quien estaba
al frente de la tarea expansiva-, y dotado de un reconocido
sentido práctico. Pues bien, jno cuadran con estas condiciones
personales que fuera él quien estuviera detrás de la cautelosa
consulta a Toscanelli, para, tras haber tomado todas las precau-ciones
necesarias, llevar a cabo la gran empresa trasatlántica?
¿Qué conclusión se deriva de ello? Pues, sencillamente, que en
ese momento se tienen tales indicios prácticos sobre la existen-ci.
a de tierras al otro lacio del Océano que, sin la menor vacila- cia,r ;, se deeideii a irioiiiar !A exlpresa. Estos süpUestus se iilipo-nen,
pues sólo así sería explicable que un hombre de tal categoría
se pusiera al frente, ya que desde sus altos empleos en la Casa
Real no cabría verlo convertido en un aventurero. De aquí las
precauciones que se toman.
Que los indicios son serios no puede dudarse, pues sóio asÉ
de S. Miguel, 1883, pág 61, además de en Alguns documentos [46], pági-nas
41-42.
Núm 17 (1971) 501
36 DEMETRIO RAMOS
se comprende que se sintieran inclinados, otra vez, a creer en
la proximidad de la tierra asiática, lo que motiva la consulta, a
.consecuencia de la cual prefieren no dejarse seducir por la ilusión
del Cipango. Sin embargo, en esa decisión del 10 de noviembre
de 1475 tenemos que ver como el registro de las novedades de
que se disponía, pues si se quiere hacer mención de una isla
grande -que se interpreta por la de las Siete Ciudades- y de
otras pequeñas, todas ellas pobladas, ¿podemos caer en la co-modidad
del supuesto fabuloso, cuando ello encaja en la realidad
antillana? @.
Nada sabemos sobre lo que Telles pudo llegar a poner en
práctica, ni siquiera si efectivamente hizo algo. Presumiblemente,
el comienzo del conflicto de la sucesión de Castilla, en el que
Pnrt~?gi!in terviene en apoyo de la Reltraneja -maya de 1475-
paralizó todo, y m��s cuando se complicó en una guerra, cuyo
desenlace no fue tan rápido como se esperaba: antes de concluir,
Telles moría en Setúbal, en 1477, al tratar de reprimir un motín.
Con todo, lo que se había previsto tan pacientemente obliga
a coilsiderar!o como cmltramdde de cm serie de noticius ~ U P
debieron merecer indudable crédito en el círculo dirigente del
príncipe Don Juan, como para originar esa larga reflexión y esa
madurada preparación, y decidir a Telles, nada menos que un
miembro del Consejo Real, a hacerse cargo de la nueva empresa
descubridora. Y, como dice Cortesao, «suponer que un hombre
-como Telles- dotado de un espíritu tan objetivo se lanzase a
una aventura desprovista de la menor base, en pos de una isla
fantástica, es un contrasentido».
d) El motivo de la iniciativa portuguesa: la coincidencia de los
avzstamientos en la vuelta de Guznea con otros por las lati-tudes
septentrzonales
¿Qué pudo originar esa resuelta atención? Este es el proble-ma
que nos interesa. Hemos hablado de noticias - e n plural-
@ Cortes50 [28] también creyó que Telles habría podido descubrir
las Antillas.
502 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
porque es lo que creemos más lógico. El replanteamiento de las
concepciones que determinaron la actividad de Teive, después de
su rotundo fracaso, impone creer que una serie de nuevos indi-cios
obligaron a ello. Insistimos en la pluralidad porque, dado
.el descrédito en que se hundió el proyecto de 1452 y la tenaz
oposición de todos los científicos de la época, el restablecimiento
de la tesis de la proximidad no era posible si no se hubieran su-mado
distintas pruebas convergentes que, superpuestas, hicieron
poco menos que indiscutible la aceptación.
Por un lado debemos conceder algún valor a las noticias de
hallazgos o avistamientos que se dieron, en la latitud de las Ca-narias,
en torno a 1472, motivo de la solicitud de Doña Brites y
de Goncalves da Cámara. Creemos que ello pudo ser consecuencia
de la llegada de los portugueses al fondo del Golfo de Guinea y
al Sur del Ecuador, pues los tornaviajes -la vuelta de Guinea-llevaba
desde entonces a buscar una ruta mucho más adentrada
en el Océano y, consecuentemente, más expuesta a las desviacio-nes
hacia Occidente. Con todo, los avistamientos de tierras que
pudieran producirse no debieron provocar. de momento. más
que una atención limitada, pues las noticias que llevaron los
protagonistas o resultaban de dudoso crédito o, en el caso con-creto
de merecerle, no hacían otra cosa que confirmar los su-puestos
que se tenían sobre islas perdidas en el Océano, cuyo
valor no resulta excesivamente atrayente 61.
Pero a esas informaciones, interpretadas las más de ellas
como antojadizas, debió unirse pronto otra de mayor entidad.
Rastrear cuál pudo ser ésta no es difícil, si intentamos ajustar
los datos que la investigación ha logrado acumular.
En &c ~Q, fina pista muy p~sitivan Qs la &- e& '.aren 62, q~lpi
61 S. E. Morison, Portuguese voyages tu Amenca zn tke frfteenth
century, Cambridge, Mass., 1940, New York 1965, insiste en ,dudar sobre
la realidad de cualquiera de estas arribadas de que tratamos, desde-fiarido
iiiiucho de lo DaiTiiáo Feres [48j.
62 Sofus Larsen: La découverte du contrnent de llAmerique septen-trionale
en 1472-1473 par les Danois et les Portugars, «Bol. Leres» (Coim-bra),
1922; La découverte de lJAmerique vrngt ans avant Ckrzstopke
Colomb, ~Journal Soc. Americanistesb (París), t. XVIII (1926), págs. 75-89,
38 DEMETRIO RAMOS
analizó una carta, publicada por Bove, en la que Carsten Grypp,
burgomaestre de Kiel, hablaba al rey Cristian 111 de Dinamarca,
en 1551, de su propósito de enviarle un mapa en el que se hacía
referencia a un viaje dispuesto por su abuelo Cristian 1, que rea-lizaron
Ditrick Pining y Hans Pothorst, de acuerdo con el rey de
Portugal, «en busca de islas nuevas» por las latitudes septentrio-nales.
De ambos se tienen noticias y se sabe que Pining fue go-bernador
de Islandia. Como en la expedición tomó parte algún
portugués y en el relato de Gaspar Fructuoso en las Azores,
de 1590, se habla de Jo5o Vaz Corte Real, padre de los famosos
hermanos Corte Real, como autor de una expedición realizada
por orden del rey portugués en la que llegó a Terra Nova, Larsen
concluyó por admitir que él tuvo que ser el compañero de Pining
y Pothorst y que el viaje de éstos no puede ser otro que el men-cionado
por Gaspar Fructuoso, fechándole entre 1472 y 1473.
La reconstrucción de Larsen -que aquí damos reducida a sus
conclusiones- ha sido muy discutida 63. Quizá fue demasiado ro-tundo,
sobre todo al avznturarse a fundir con sus protagonistas
la actividad del desconocido Juan Scolvus, del que habla una le-yenda
del globo de Frisius - Mercator. Quinn se muestra muy re-ticente
de este fácil procedimiento de Larsen en fundir las noti-cias
sobre varios navegantes en una sola expedición, especial-mente
por lo que toca a Scolvus: da historia que él ha construi-do
-dice- no tiene más de unidad que de continuidad» @.
Sin embargo, Cortes50 -que consideró desacertada la fecha
dada por Larsen-, aportó una serie de testimonios que prueban
que el viaje se realizó 65. Discrepa sobre la posibilidad de que lle-trabajo
que más extenso había publicado antes en inglés. The dzscovery
of iAJOr:!2 pvverLpu yeurs CU!ümbüs, Levia y
Cía , Londres, Hachette 1924.
63 Richard Hennig en Terrae Zncognltae, Leiden, t IV, 1939, pági-nas
213-245, hace una revisión crítica. Contradictores de Larsen fueron
Giuseppe Caraci' Una pretesa scoperta dell'Amerzca vent'annt innanzi
Colombo, «Boll. Reale Societá Geog. Ital » (Roma), t. VI1 (1930), pági- -,. L-L ,7 ,,,,7-",A,q,, . 0 4 9 . ~T- - . . -TT [28], pág. 806, y cmcreianieiie Korisuii [28j, pá-ginas
33-41
64 Quinn [12], pág. 364.
65 Vld. Cortesiio [29], págs 729-730. Entre otras pruebas que aduce
está la precisión con que se dibuja Groenlandia en el mapa que La
504 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS ~RAsAT I ~NT ICOSD ECISIVOS 39
garan al San Lorenzo, «aunque sea natural que la exploración de
la costa occidental de Groenlandia llevase a los navegantes al co-nocimiento
de las tierras americanas más cercanas»; y, si bien
admite que fueran en ella marinos portugueses, no creyó que
pudiera identificarse ninguno de ellos con Joáo Vaz.
Todas estas objeciones nos parecen legítimas. Pero Cortesáo,
empeñado siempre en el método de la coyuntura política, se dejó
arrastrar otra vez al terreno del planteamiento de posibilidades
circunstanciales. Parte del supuesto, que ya conocemos, de que
el príncipe Don Juan trató, primeramente, de reunir el mayor
caudal posible de opiniones, y que una de las solicitadas, con ese
simple fin, fue la de Toscanelli. Del precedente de Teive y del
proyecto toscanelliano deriva un plan de comprobaciones, ca-rácter
que da al proyecto de Telles y a esa expedición por las latitu-des
del Norte. Ambas, pues, habían de estar en paralelo y, como
la segunda concesión de Telles es de noviembre de 1475 y, en
1476, se le otorgaba una pensión -que parece creer destinada
al proyecto que habría de montar desde la isla de Flores-, tam-bién
deduce que la expedición del Norte, con Pining y Pothorst
tiene que fecharse en este año. Por lo que vemos, Cortesao se
dejó conducir, como Larsen, por el deseo de hacer coincidir la
expedición de los marinos de Cristian 1 con la atribuida a Scol-vus.
Y como en el globo de Frisius - Mercator se escribe «qui
populi ad quos Iohannes Scolvus danus pervenit czrca annum
1476», Cortesáo consideró preferible asirse a esta fecha, en vez
de modificarla, como tuvo que hacerlo Larsen.
Establecidos así los distintos puntos de vista, fácil es adver-tir
que si Cortesáo cree en el paralelismo del plan de Telles con
el de la expedición del Norte, por la misma razón, si el primero
tuvo que paralizarse a causa de la guerra, también se habría pa-ralizado
el segundo. No obstante, esta argumentación no tiene
otro alcance que evidenciar lo quebradizo del método de la co-yuntura
política. Por esa razón consideramos que el plantea-miento
tuvo que ser muy distinto del que establece Cortesáo
como base de partida. Es decir, que la petición de opinión a Tos-
Roncikre 1271 atribuyó a Colón y que publicó en La carfe de Crtstophe
Colomb, París, 1924
40 DEMETRIO RAMOS
canelli no pudo proceder de un deseo meramente informativo,
para reunir opiniones. Tampoco a Telles cabe verle como peón
dispuesto a una simple experiencia de comprobación. Toda esa
estrategia resulta demasiado artificiosa. Un hombre de esa ca-tegoría
no se embarca en un tipo de aventura, como en la que
se compromete, si no cuenta con seguridades o con indicios
que puede tomar como tales, es decir, si no es -en virtud de
los motivos de convicción que tenga- precisamente el promo-tor.
La consulta a Toscanelli tampoco puede partir de la nada.
Invertidos los términos, es decir, siendo la consulta al sabio
florentino una forma de comprobación, consecuencia de una de-cisión
que pretende llevarse a cabo con todas las precauciones,
todo resulta explicable. Y en ese caso, se libera de su ajuste for- a
N
zado tener que situar en paralelo la expedición del Norte.
Que ese paralelismo era artificioso se evidencia por sí solo: O
n ¿cómo la Corona portuguesa iba a tratar de comprobar si se
-
m
O
E podía, por la vía de Occidente, llegar a las Indias - e n lo que E
2
tan celosa se sentía- movilizando tras el mismo objetivo al -E
rey Cristian 1 de Dinamarca? Por consiguiente, si esto es difícil
de aceptar y si el proyecto que Telles quiere llevar a cabo no 2 -
es una mera comprobación de las ideas de Toscanelli -puesto -
0
m
E que éstas se piden para apurar con sondeos de seguridad lo que O
se prepara-, tampoco la expedición del Norte puede entenderse
como comprobación. n
E
¿No sería a la inversa? Esto es lo más razonable. Larsen -
a
llegó a una conclusión: que el viaje de los marinos del Norte, 2
n
en el que van portugueses, se realizó en 1472 ó 1473, de acuerdo n
con la tradición que recogió Gaspar Fructuoso. La fecha parece O3
aceptable especialmente porque entonces encajaría perfecta-mente.
¿Qué alcance daríamos al viaje? Otro muy distinto del
que ha querido verse. El rey de Portugal no pudo en ningún
caso -y tampoco hay testimonios que lo apoyen- pretender
montar una expedición «en busca de islas nuevas» en colabo-ración
con el rey de Dinamarca. Posiblemente, los marinos por-tugueses
que participaron eran gentes que estaban al servicio --
66 Quinn, en su trabajo de 1966 [12], pág. 364, también parece
aceptarlo.
506 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS 'I RASATLÁNTICOS DECISIVOS 41
del rey danés, contando con licencia de su monarca, concreta
o no. Podían ser tripulantes de un barco portugués llegado a
Dinamarca, que se había inutilizado, de los que algunos estaban
aún pendientes de regresar a su país. Navegaron a Islandia y
desde all��, en una expedición montada por Pining y Pothorst.
fueron a reconocer Groenlandia.
En el costeo del litoral Oeste de Groenlandia pudieron verse
arrastrados, al regresar a Islandia, por la corriente del Labrador
y contemplar entonces, desde lejos, las costas de la Tierra de
Baffin o los acantilados de la península del Labrador. Con es-tas
noticias llegarían a Lisboa y, lo que para los daneses no
tenía ningún interés, para los portugueses serían de suma Im-portancia
aquellas novedades entrevistas: había extensas tierras
al otro lado del Océano. Y si éstas existían en las latitudes sep-tentrionales,
cabía conjeturar que se prolongaran al Sur. Esto
pudo hacer renacer aquellas ideas que sirvieron de base a la
expedición de Teive. Es decir, lo que nos resultaba incompren-sible
-la repentina renovación de aquella interpretación dese-chada-.
así' con esta reconstrucción, resulta plenamente ex-plicable,
pues las tierras que él intuyó al Oeste de Irlanda, pa-recían
existir. Estas serían las novedades que nos faltaban
y las que, unidas a los atisbos que poco tiempo antes se habían
tenido por la latitud de Canarias, en el retorno de Guinea, de-terminaron
lo que Ilamaríamos proyecto de Telles, encontrán-dose
aquí también la razón de la consulta de Toscanelli. En
este caso, se trataba de un regreso muy distinto de los que ha-bían
podido producirse anteriormente: en condiciones de infor-mar,
porque no habían sido náufragos o gentes que arribaron
en trance de sobrevivir. Sus referencias no podían estar teñidas
por fantasías paradisíacas increíbles. De aquí también su efecto.
Un contacto, en suma, epidérmico, lejano, pero suficiente para
provocar todo el despliegue de que la experiencia descubridora
$de los portugueses era capaz.
acc-rdn, p u s , con !os -fer.tQ-, 1- avi-tamientn & 1-
navegación norteña son paralelos con los que habían logrado
poco antes algunos barcos procedentes de Guinea en la latitud
de las Canarias, por el área de las Antillas.
DEMETRIO RAMOS
V. RE GRES^ EN 1479 EL «PILOTO DESCONOCIDO»? ALGUNOS ATISBOS
SOBRE EL INFORMANTE DE COL~N
En los distintos casos que hemos examinado se nos han se-ñalado
tres etapas -1452, 1462 y 1473- que repiten el mismo
diálogo entre el azar de un retorno y, con la interpretación de
las noticias, el propósito de alcanzar, de ~descubrzr, lo que se
creía identificar. Los dos elementos activos han sido siempre el
casual visitante y un promotor inteligente. Pues bien: lo que he-mos
podido presentar de esta forma por la vía de la reconstruc-ción,
utilizando los elementos que nos han quedado, lo vemos.
comprobado en el proceso de la génesis del proyecto colombino,
Sdxmnr -según !E cmstancm qce hizo CdSn en sc DinrmF
el 9 de agosto- que en 1484 un vecino de la Madera gestionaba en
Lisboa licencia y apoyo para ir con una carabela hacia Occiden-te
67. Según Varnhagen, este personaje no puede ser otro que
Fernam Domingues do Arco, al que se dio efectivamente, el 30
& junio de z f i ~ , rsnitaníí> & ir!-, qcp 61 n r n m ~ t í a
--Y- ----- r- --------
descubrir *, de acuerdo con su petición. En este caso resulta
más difícil identificar el reflejo de un nuevo retorno, pues, al
contrario que en 1452 y 1474, no se advierten síntomas de una
seria movilización que replantea todos los supuestos, pues esa
iniciativa parece responder a la tradición sembrada por los an-teriores
intentos.
Quizá esta iniciativa responda a aiguna de ias presuucio~ies portu-guesas,
como las que recoge Don Hernando y repite Las Casas, al hablar-nos
de aquel «marinero tuerto» que en el puerto de Santa María habló.
a Colón de «que en un viaje suyo a Irlanda vio dicha tierra, la de las
Siete Ciudades»; o la de aquel otro Pedro de Velasco, gallego, quien
también a Colón «afirmo en la ciudad de Murcia que yendo por aquel
camino a Manda se aproximaron tanto ai iu'ordesie que viervn tierra
al Occidente de Irlanda)). Todo ello no eran más que conjeturas, y en
ningún caso cabe relacionarlo con las noticias de los viajes de Brfstol
de que luego hablaremos.
68 Está publicada esta donación en AIguns documentos [46], pág. 56.
508 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
LOS CONTACTOS TRAsATL~TICOS DECISIVOS 43
a) Consideraciones en torno al problema del upzloto descono-czdo
»
Ahora bien: si el proyecto colombino obedece a una con-creta
información procedente de un piloto que también pudo
regresar de las islas de Ultramar, y si se nos preguntara con qué
viaje habría que relacionarle, únicamente podríamos establecer
una conexión -de acuerdo con lo que el propio descubridor
deja transparentar- con cierta borrosa navegación realizada por
la latitud de las Canarias 69. Quizá deba atribuirse la dificultad
.de la identificación por el nulo reflejo de ese retorno -a dife-rencia
de los anteriores- en la política descubridora de Por-tugal,
lo que nos inclina a pensar que el protagonista no fuera
portugués ni navegó en barco lusitano. Creemos, eso sí, que la
versitn del piioi" regresa de su ya eii iranced e muer-te,
para confiar su secreto a Colón, parece excesivamente inge-nua,
como si fuera una forma de explicarse el vulgo ese contacto
con un piloto que nadie había conocido, a lo que había de ape-larse
como único recurso, máxime si se basaba en algún indicio
que llefiej.&a una parte de la presrrmilole i=ealidad. Es más, del
hecho de que, después de presentado su plan ante el rey de
Portugal, creyera Colón conveniente tomar «lengua y aviso», es
decir, ampliar sus bases de información, parece deducirse una
cierta preocupación -de cuyo origen trataremos en otro estu-dio-,
como si aquellas noticias no las hubiera recibido a raíz
del retorno, sino tiempo después. Tampoco creemos que esa in-formación
la obtuviera mucho antes de comenzar sus gestiones
,en Lisboa. Y como éstas las consideramos breves y las fechamos
en 1484, resulta legítimo pensar que las noticias y su decisión
de emprender el viaje pieoducio de Su esiaricia en
la Gomera, en la que creemos decididamente, como el profesor
Rumeu de Armas, estancia que es inmediatamente anterior a su
paso a Lisboa, quizá después de hacer una breve escala en la
Madera, realizada ya con vistas a su proyecto.
El coix=ido S-ü tieiiipo y,
69 Sobre este punto, vid. Demetrio Ramos. Motivos que pudo tener
,Colón para ofrecer su proyecto a España. «Revista de Indias», núme-ro
125.
Núm 17 (1971) 509
44 DEMETRIO RAMOS
según nuestra reconstrucción, vivió la última época de su vida
en la Gomera. Si navegaba en una nave portuguesa -como Pero
Vázquez- y se dedicaba a la adquisición de conchas canarias,
de las que, como dijo Las Casas, «se venden en tanto precio
en la Mina de Portugal» 'O, o era un andaluz que comerciaba en
las islas y el suceso se produjo intentando llegar al Hierro ", no
lo sabemos con plena certeza, aunque esto es lo que creemos..
En cualquier caso, lo que sí parece -de acuerdo con las prue- .
bas indirectas- es que su forzado viaje se produjo a la altura
de las Canarias, arrastrado, por consiguiente, por un fuerte le-vante.
Hace ya unos años, publicó Vigneras un interesantísimo do-cumento
-que estudió con perspicacia- que consideramos pue-de
servir para completar algo esa brumosa figura del llamado
«piloto desconocido», al mismo tiempo que -si resulta correcta
nuestra reconstrucción- explicaría la actividad exploradora que,
con anterioridad al viaje de Colón, se desencadena en Inglate-rra
y que mereció la atención de no pocos investigadores ". Aten-ción
que se ha visto recrecida recientemente, tras las aportacio-nes
de Vigneras 73.
70 Las Casas 1131, lib. 1, cap CXLVIII, t. 1, pág 393.
71 Recuérdese que Humboldt ya hizo referencia, como curiosidad,
a embarcaciones que en el siglo XVIII, navegando entre las islas del ar-chipiélago
Canario, fueron arrastradas a América [6], t. 1, pág 123. Una
de ellas, en 1731, que procedente de Tenerife se dirigía a la Gomera; otra,
en 1764, había salido de Lanzarote y su destino era Tenerife.
72 H. P. Biggar. Les precurseurs de Jacgues Cartzer. Otawa, 1911;
J . A. Williamsen. The voyage of the Cabots and the Dzscovery of Novth
America, Londres, 1929; David B. Quinn: Edward IV and exploratzon,
aMai-iiiei-'~M i i i ~ r n ,R AI (:9JV), págs 202-284.
73 Louis-André Vigneras: New lzght on the 1497 voyage to Amerzca,
«Hipanic American Historical Review*, t XXXVI (1956), págs 503-509,
trabajo reiterado en The Cape Breton Landfall- 1494 or 1497, gCanadian
Historical Reviewn, XXXVIII (1957), págs. 219-228, y ampliado en Etat
present des études sur Jean Cabot, en «Actas do Congreso InternacionaI
de Ei~iüiiád os Ee s~obi l i~enioLs~is,h a, 1761, t. 1x1, R. AlizagiB: S d e
navigazronz dz Giovannz Caboto, «Riv. Geogrf. Italiana» (Roma), t. 67
(1960), págs 1-12; D. B Quinn. The argument for the English discovery
of America between 1480 and 1494, ~ T h eG eographical Journaln (Londres),
tomo CXXVII (1961), págs. 277-285, J. A Williamsen: The Cabot voyages
b) Los znexplicables viajes que hacen 20s de Bristol
Los historiadores se habían ocupado de un viaje que desde
Bristol se había realizado en 1480 hacia Occidente, sin ningún
resultado práctico, dirigido por el más conocedor de toda Ingla-terra,
cuyo objetivo, según el manuscrito de William Worcester,
que se conserva en el Corpus Christi College, era asque ad
insularn de Brasylle in occidentali parte Hibernien. Lo más sig-nificativo
es que, casi en paralelo con la organización de este
viaje, el monarca inglés había autorizado, con fecha 18 de junio
de 1480, a Thomas Croft, oficial de las aduanas de Bristol, y a
tres comerciantes de la localidad, a despachar dos o tres barcos
sin necesidad de cumplir determinadas obligaciones fiscales -de
-la-c- w e lcp&&2n ~XP ~ ~QpSgr-n, bziscgr y / Í ~ ~ c cuiebrta~ i~clg~
llamada la isla Brasil 74, lo que parece ser una forma de amparar
navegaciones que se consideran arriesgadas. Se trata, pues, de
una resolución que apuntaba al mismo objetivo que ese otro
viaje iniciado sólo un mes después, el 15 de julio, al mando de
Th. Lyde Q Lhyd, qiie se him a la m2r cm una nave que per-tenecía
a John Jay, en busca de la isla Brasil. Sin haberla ha-llado,
regresaba a puerto dos meses más tarde, el 18 de septiem-bre.
No obstante este fracaso, sabemos que Croft también hizo
uso de su licencia, pues, a través de los cargos que luego se
le hicieron, conocemos que hacia el 6 de julio del siguiente año
and Brzstol dzscovery under Henry VZI, Cambridge, Hakluyt Society,
1962, que es una nueva edición de la citada en la nota anterior, ampliada
y puesta al día; M. H Jackson The Labrador landfall of John Cabot,
~Canadian iiistoricai ñeview», t. Xiw (i9ó3j, págs. 122-i4i, L. Carnpeau;
Jean Cabot et la decouverte de 1'Amerzque du Nord, «Revue d%Histoire
de 1'Amerique Francaisen, t. XIX (1965), págs. 397-408; A. A Ruddock:
John Day of Brzstol and the Engllsh voyages across the Atlantic be-fore
1497, «The Geographcal Journaln (Londres), t. CXXXII (1966), pá-ginas
222-233, así como el trabajo de Qwnn que ya tenemos citado [12],
ai que siguió otro más que iiiuió: Iuhn Eay anci Coiumbus, «The íieo-graphical
Journaln (Londres), vol CXXXIII (jun. 1967), págs. 205-209.
74 Así se dice en el documento, vid E. M. Carus-Wilsom: The over-seas
trade of Brrstol zn the later Middle Ages, Bristol, Record Soc. Pubns.
7, 1937, págs. 157-165.
Núm. 17 (1971) 511
46 DEMETRIO RAMOS
1481, despachó dos embarcaciones, el «George» y la «Trinity»,
en busca de la misma isla. (Cómo cabe explicar esta repentina
coincidencia de expediciones que, a toda prisa, se lanzan a la
aventura y con análogo propósito descubridor? 75.
Por otra parte, el texto de una carta de Pedro de Ayala, em-bajador
de Fernando el Católico en la corte de Londres, en la
que daba cuenta al monarca español en 1498 del viaje que, con
la protección del rey inglés, acababa de realizar Juan Caboto,
al aludir a sus antecedentes, confirmaba documentalmente las
actividades que se habían desarrollado en Bristol, pero también
permitía advertir que se efectuaron en dos fases, tras una para-lización
de esas presurosas iniciativas de 1480-1481, que venían
a constituir la primera, para referirse a la segunda al escribir
así: «los de Bristol ha siete años que cada año han armado
dos, tres, cuatro carabelas para ir a buscar la isla del Brasil y
las Siete Ciudades con la fantasía deste ginovés)) 76. Para Harrisse,
éste era un testimonio evidente no sólo de que el inspirador de
esos viajes era Juan Caboto, sino también de su participación
en ellos n, desde 1491, fecha que fijaba en virtud de la referen-cia
de Ayala -«ha siete años»-, aunque también aventuraba,
es cierto, la posibilidad de que el embajador de Don Fernando
en Londres hubiera escrito siete en vez de diecisiete, solución que
permitiría englobar esos viajes de 1480-1481, identificando en-tonces
a Caboto con el desconocido Lyde o Lloyd.
Bellemo, por el contrario, no creía que era necesario suponer
que Ayala se hubiera equivocado, pues la dificultad que surgía
del silencio que hacía el embajador de los viajes de 1480-1481
la resolvía considerando que la referencia a los siete años aludía
75 El mismo profesor Quinn, en The argument [73], pág. 279, nota 1,
manifiesta también su asombro por este hecho, aunque la conclusión
que deduce sea, por demás, paradójica: «What it does prove is that an
outbreak of activity in overseas voyaging occurred at Bristol in 1480-81,
the precise stimulant to which has not been discovered», pues así olvida
e! mcti.c q ~ e & pr=T;=car esa uctLi:&&
76 Esta carta que citamos se ha publicado varias veces, entre otras,
por Biggar [72], págs. 27-29, y por Williamsen [72], etc.
77 Henry Harrisse: Jean et Sebastzen Cabot, Ieur origine et Zeurs
voyages, París, 1882.
512 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
M S CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 47
tan sólo a los viajes en que participó Caboto, sin que esto ex-cluyera
los anteriores a 1491, realizados bajo su in~piración'~.
En definitiva, de una manera o de otra, Caboto era el motor
de esos viajes, lo que se conjugaba con el supuesto -al que ya
apeló Contarini- de que en su juventud salió de Venecia atraído
por la fantasía de emprender descubrimientos.
Pero todo esto se derrumbó de pronto, cuando el profesor
Ballesteros ~ i i b r o i s publicó, en 1943, sus hallazgos de docu-mentos
relativos a Caboto, que demostraban su presencia en
España entre 1491 y 1493 79. Con ello, su presencia en Inglaterra
no podía remontarse mucho más allá del año en el que el rey
inglés, en 1496, le concede patente para sus viajes, lo que, por
otra parte, concuerda con el aviso del embajador Puebla, en
ese año, y la contestación de los reyes: «Nos dicen que es venido
un indivzduo, como Colón, a proponer al rey de Inglaterra »
Por añadidura, según la carta del embajador Ayala, ese recién
llegado había hecho antes gestiones en Sevilla y en Lisboa para
realizar el mismo viaje que el promovido en Inglaterra. Conse-c~~
entementCea~h ntn, como promotor -según lo evidencia Ba-llesteros-,
se inspiraba en el descubrimiento realizado por Co-lón,
pues está comprobada su presencia en Barcelona poco an-tes
de su regreso y no puede descartarse que llegara a presen-ciarle.
La frase del embajador Ayala, en la que se habían sus-tentado
todos los supuestos de la intervención de Caboto en
las iniciativas descubridoras de Bristol, había sido mal inter-pretada,
pues su sentido -como acertadamente lo leía Balles-teros-
era el siguiente: «Los de Bristol, ha siete años que cada
año han armado dos, tres, cuatro carabelas para ir a buscar la
isla del Brasil y las Siete Ciudades con Ia fantasía deste ginovésn,
es decir, con igual pretensión que Caboto 'O, al que dan erronea-mente
la misma naturaleza que a Colón.
-- --. '"icenzo Beiiemo. Gzovanni Caboto, en ia Raccoira di documenti
e Studz, Roma, 1894, parte V, vol. 11.
79 Manuel Ballesteros Gaibrois: Juan Cabot en España, «Rev. In-dias~,
núm. 14 (1943), págs. 607-627.
80 Ballesteros Gaibrois [79], pág. 618.
48 DEMETRIO RAMOS
c) Cómo promueven los vzajes de los de Bristol y lo que cuenta
Day a Cristóbal Colón
Descartado el papel de Caboto, venía a plantearse un pro-blema
-que es el que nos interesa concretamente-, pues ¿quién
fue entonces el promotor de esos viajes de los de Bristol, en su
segunda fase, y por qué razón se llevaron a cabo? Que esos
viajes hay que admitirles, es indiscutible, tanto por lo que se
sabe de ellos -lo poco que se sabe- como por lo que hizo
constar el embajador Ayala con su expresión «ha siete años que
cada año han armado dos, tres, cuatro carabelas para ir a bus-car
la isla del Brasil» S'. Pero si esto es ya importante, mucho
más lo es explicar esa anterior explosión de 1480-1481, pues al-guien
también tuvo que promoverla y con una razón bien con-vincente,
como para determinar esa atropellada simuitaneidad.
La aportación de Vigneras -a la que nos referimos antes- ha
dado nueva luz a este debatido problema. El documento que
publicó este investigador, en efecto, contiene detalles de singu-lar
valor. Se trata de una carta que en 1497 dirigió a Colón e1
mercader John Day, apenas iiegado a Inglaterra -quizá proce-
81 Quinn 1121, pág. 368, se muestra perplejo ante esta información,
pues tomándola al pie de la letra -dice- «de Bristol habían salido de
14 a 28 naves tras esa supuesta isla a partir de 1490 (si se hace remon-tar
los siete años desde la partida de Caboto) o desde 1491 si se calcu-lan
como referidos a la fecha de la carta. De ser así, escnbe, resultaría
que ni los mismos portugueses habían intentado la exploración del
Atlántico con tal intensidad. Por otra parte, es increíble que Bristol
(donde únicamente estaban registrados seis barcos) pudiera mantener taF
ritmo, sin combinar la pretensión descubridora con las actividades de
pesca o comercio» Por nuestra parte, consideramos que Ayala no trató.
ni de fijar el momento en que se inician las expediciones -que es 10
que creyó Harrisse- ni de ofrecer un recuento de las embarcaciones
empleadas por los de Bristol en viajes de descubrimiento, sino de in-formar
que a partir de un momento dado -1490 ó 1491- se incrementó.
la búsqueda.
82 NO lleva fecha, pero como habla del viaje emprendido en el mes
de mayo -io que se corresponde con el de 1497 de Caboto- y refiere
que, a su regreso, el rey de Inglaterra había decidido que volviera a
salir «el año benidero», no cabe duda que debe ser fechada la carta en
1497, presumiblemente en diciembre Quinn, en The avgument [73], llega
a la misma conclusión.
514 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
dente de Sevilla-, para informarle del alcance que habían te-nido
los viajes de Caboto, correspondiendo a la petición que le
había hecho el propio Colón: «Con el criado de V. Señoría re-cibí
su carta y visto lo que en ella me manda [me pide] quisiera
que fuera servido. .S 83.
La carta fue escrita en un buen castellano, lo que ya nos
permitiría suponer que Day comerciaba en España, donde lar-gas
permanencias habían de darse por necesarias para dominar
el idioma con taI corrección. Pero no es necesario suponer nada,
pues Vigneras prueba documentalmente que se dedicaba al co-mercio
del plomo andaluz s4.
Day remitía a Colón una «copia de la tierra que es fallada»,
es decir, un mapa en el que se registraba lo que Caboto había
descubierto en 1497. Y a este propósito, después de relatarle las
incidencias ciei viaje y io que se había visto en él -pues en e1
de 1496 dice que por los vientos contrarios tuvo que volverse-,
le comentaba: «Se presume cierto averse fallado e descubierto
en otros tiempos el cabo de la dicha tierra por los de Bristol que
fallaron el Brasil, como dello tiene noticia V. Señoría, la qual
se dezia ia ysia de Brasii, e presumese e créese [ésta sería una
de las conclusiones de Caboto] ser tierra firme la que fallaron
los de Bristoln.
Por lo pronto, esta carta nos confirma no sólo que se hicie-ron
viajes por «los de Bristob, previos a los de Caboto, sino
también que éstos se realizaron mucho tiempo atrás: «en otros
tiempos»; lo que nos conduce a pensar en los anteriores a
las expediciones aludidas por Ayala. La más antigua que se
conoce es la de 1480, que se sabe fue negativa, como lo fueron
83 Yste d ~ c ~ m e hn et ~ ka !!ada pcr V:gnerus en e! A U. de Siman-cas,
Estado, leg. 2 ( l . O ) , fol 6 (hoy en Autógrafos). Creemos que el
criado de Colón que le entregó la carta puede ser un tal Jorge, pues al
final del escrito de Day, y refiriéndose al ejemplar de Marco Polo que
le remite en préstamo, dice aquando V S& fuese servido entregue 0,
mande dar e.l .l ibro a micer Jorge». Quizá se trate de un mercader ita- !iuEc qUe .;:ajarc, de Se~v7i!!a a Lcn&res clertr, frecUencio, p=sib!e-mente
del grupo de los Berardi. Aunque también este Jorge podría ser
otro comerciante inglés ligado al propio Day.
Ruddock [73] le identifica también como miembro de una culti-vada
familia de comerciantes de Londres, los Say.
Núm 17 (1971) 515
50 DEMETRIO RAMOS
los de la segunda fase. Ante este cuadro, Vigneras concluye que
«debemos preguntarnos si esa serie de viajes en busca de la isla
,de Brasil no pudieron ser motivados por un descubrimiento for-tuito,
acaecido antes de 1480, de una tierra del otro lado del
,Océano, por los marinos de Bristol, que la llamaron «Bresil»,
porque sobre los portulanos del XIV y xv figuraba una isla le-gendaria
de este nombres 8j.
Nuestra respuesta, de momento, se limita a distinguir entre
.descubrimiento de algo e interpretación, lo que no tiene que ser
necesariamente simultáneo. Ya es un síntoma nada desdeñable
*el que Day, al relatar el viaje de Caboto, si por un lado relaciona
lo descubierto con la Brasil legendaria que buscaron los de
Bristol -es decir, respondiendo al clima local-, por otro, al a
tratar de fijar la situación de los accidentes, se le deslice c . . . y N
E
1- .---A- .--L.. 1. ---2-- 1- 3 - ? - - - : - A - ia parle r i i a b vdna ue M y a r u ur . rua a ~ t í t r .~- r-u.2u. ü u t í a~, .-&A a a-1~l LiA,.,. lauca - O
te », como si se le superpusiera otra interpretación que, como n-- o>
bien sabemos, estaba más enraizada en la tradición de los por- o
E
E tugueses y castellanos. Y, por si fuera poco, sobre ambas esta- s
E blece una nueva, más acorde con la visión ilusionada del mo- -
que i-esFoll&l - 1- :--A- 1-1 A-- .-L.. :-',...
CI la ~ n p c ~ l c i i ~UGiLa u~3Cuw~ruur 2
e presúmese e créese [ahora] ser tierra firme la que [en- - -
0
tonces] fallaron los de Bristoln, lo que dice porque Caboto, a m
E
su regreso, ha destruido el mito, las dos versiones, para sus- O
tituirlo por la realidad. Pues si tiempo atrás -«en otros tiem- n
pos»- alguien se tropezó con ello y forzosamente tuvo que ser a-E
interpretado por aquellos innominados -«los de Bristol»-, aho-n
l ra ya, visto de otra manera por quien buscaba realidades, todo n
n
se reducía a un recorrido largo «descubriendo la costa un mes 3
POCO más o menos». O
Vigneras 191, págs 10-11 Añade Vigneras que, en lengua céltica,
Bresil quiere decir isla Afortunada o isla Feliz, citando a Richard Hen-ning:
Terrae Incognztae, IV (Leiden, 1939), 293, y a André L. Hoist: L'ori-gzne
du nom Bresil. Congreso do Mundo Portugués (Lisboa, 1940), Publi-racóes,
111, 1, 408-409. Dice también que puede ser ésta la Insula Delz-ctosa
que es mencionada en la leyenda de San Brandan Vid. también Juan
Alvarez Delgado: En torno al nombre «Bruszl», aAnuario de Estudios At-lánticos~,
X IV, 1968, págs. 109 y sigs
516 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
M S CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 51
d) Lo que cabe entender de la aluszón de Day: Colón, efectiva-mente,
tuvo «noticia» de la existencia de tierras al otro lado
del Océano
Ahora bien: ese descubrimiento de «otros tiempos» Day se
lo menciona a Colón sin la menor preocupación por los detalles.
Por un lado, con la mayor seguridad sobre el hecho -«los de
Bristol que fallaron el Brasil»-; por otro, como si pudiera te-ner
delante, a fuerza de sabido, el mapa de entonces y le com-parara
con el dibujado ahora por Caboto para decir que «se
presume cierto averse fallado e descubierto en otros tiempos el
cabo de la dicha tierra» -el que cita como «cabo más cercano
y Yrlanda [que] está a Im. DCCC millas al hoeste del cabo Dur-seln-;
y por otro, con cierto sentido irónico, para criticar que
lo que «se dezía la ysla de Brasil», ha resultado «ser tierra firme
la que [entonces] fallaron los de Bristoln. Pero esta referencia
a lo «descubierto en otros tiempos» la hace sin duda así, sin
más, como algo que no necesita mayor especificación, porque
sabe de sobra que Colón lo conoce, como lo llega a decir: «como
dello tiene noticia V. Señoría».
Ante tan rotunda afirmación de Day, que hace al propio Co-lón,
sin la menor vacilación, Vigneras se pregunta, y con razón,
jc��mo podía dar por sentado que el Almirante había de estar
enterado de tal hecho? Y éste es el punto al que queríamos lle-gar,
que, por cierto, es al que Vigneras se aproxima en parte, con
no poca intuición, aunque sin llegar al fondo de la cuestión 86. Por
un lado, ya lo hemos dicho, había dejado establecido que la se-rie
de viajes hechos desde Bristol en demanda de la isla fantástica
hubo de estar motivada «por un descubrimiento fortuito, hecho
antes de 1 4 8 0~P. or otro lado, ahora, contesta a su pregunta pen-
Quinn también, a pesar de su minuciosidad, se mueve en la peri-feria,
pues si en John Day and Colombus [73] se preocupa por los mo-tivos
que podía tener Colón para desear la información del viaje de
Caboto -motivos que no pueden ser más obvios-, para llegar a unas
conclusiones respecto a sus efectos en el tercer viaje que creemos des-enfocados,
en el otro estudio, The argurnent [73], se deja arrastrar por
el espejismo de la prioridad inglesa en el descubrimiento, para lo que
cree encontrar un asidero en esa afirmación de Day.
52 DEMETRIO RAMOS
sando que esa noticia del descubrimiento de la isla Brasil pudo co-nocerla
Colón durante su estancia en Inglaterra en 1477, época
en la que se considera visitó Bristol y Galway y cuando hizo,
%en el mes de febrero de ese año, un viaje hasta la Thule o
Islandia.
Claro es, Vigneras parece no sentirse muy satisfecho con la
explicación que ofrece y, a continuación, menciona otra posibi-lidad,
extraída del libro que Merrien publicó en 1955 sobre
Colón, donde figura que muchos marinos de Bristol que habían
tomado parte en el viaje de 1480 - e l de John Lloy- fueron más
-tarde capturados por un corsario bretón, llamado Coétanlem,
quien les condujo a Lisboa, donde Colón entraría en relación
con ellos Lástima, comenta Vigneras, que Merrien olvide in- D
N
E dicar sus fuentes, como le sucede concretamente en este caso del
corsario Coétanlem. n-=
Pues bien: aunque tengamos que movernos por terreno poco E
firme -tanto como el propio Vigneras en este caso-, creemos E
2
$quen o es posible aceptar que Colón conociera ese viaje fortuito aE
durante su estancia en Inelaterra en 1477. sencillamente porque $
tampoco es creíble que en ese año se produjera ese retorno que -
-motivó la seguridad de la existencia de la isla Brasil. Decimos 0m
E
esto, porque un retorno que fuera capaz de producir tal conven- O
cimiento, forzosamente había de determinar una reacción inme-n
.diata. Y si ésta se produce en 1480, la distancia de tres años -E
nos parece excesiva espera por quienes se sintieron ansiosos de a
2
lograr un éxito como el que se les deparaba, máxime cuando ha-
0 bían de temer que otros se les adelantaran. Por consiguiente, si
los viajes de búsqueda se producen repentinamente en 1480 y O
1481; parece más justo admitir que -al ser éstos el efecto de una
causa que es común para ambos- el retorno movilizante que
les produce hubo de precederles. Dada, pues, la apremiante ac-tividad
que estos viajes evidencian, lo más lógico es creer que el
retorno que les ofreció el indicio tras el que parten debe fi-ia---
r s- e- en 1479 Y entonces: Colón estaba muy lejos de Inglaterra,
de donde había regresado a Lisboa en la primavera de 1477.
87 Jean Merrien: Christophe Colomb, París, 1955, pág. 87.
Quinn, The argument [73], pág. 282, no advierte la necesidad del
518 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
U)S CONTACTOS TRASATLÁNTICOS DECISIVOS 53
De los pasos siguientes de Colón tenemos puntual noticia,
gracias a los documentos que publicó Assereto. Así, sabemos
que en julio de 1478 todavía estaba en Lisboa, donde recibió el
encargo de ir a la Madera a comprar una partida de azúcar por
cuenta de Luis Centurione. En agosto de 1479, Colón está en
~Génova, donde presta declaración en relación con el perjuicio
.económico sufrido en tal operación y, seguidamente, regresa a
Lisboa. Su estancia entre las islas y Portugal continuó, hasta
que pasó al ámbito africano y luego a Canarias. {Cuándo, pues,
pudo conocer Colón lo referente a ese viaje fortuito?
e) Reconstrucczón de la aventura del «piloto desconocido»
Si tenemos en cuenta lo que sentamos al principio, que un
viaje accidental hacia el Occidente determinaría, en virtud del
circuito de vientos y corrientes, que el retorno -caso de tener
la fortuna de lograrlo- había de producirse por una vía dis-tinta,
entonces estaremos ante el hecho de que la nave que, tras
<el viaje fortuito, pudo llegar a Bristol aproximadamente c?ri 1478
tuvo que haber partido, normalmente, de un lugar distinto.
Y como la mayor posibilidad de la deriva a Occidente se sitúa en
la zona de los alisios, Jlegzmos a tener a la vista una muy pre-sumible
convergencia: que el piloto desconocido, a través del
cual llega Colón a recibir las noticias de la existencia de tierras,
sea el mismo que en 1479 arribó en salvamento a Bristol. Por
un lado, no resulta verosímil que en el estrecho período de 1479
a 1483 pulularan por el Atlántico varios patrones o pilotos que
motivo y, tentado por la acariciada iliición de !íi pRoridíid, $-vierte
los términos para llegar a suponer que el descubnmiento de la tierra
.que llamaron Brasil pudo producirse en el viaje que se lleva a cabo
en 1481. Pero, aparte de que tratándose de una expedición documentada
tal supuesto hallazgo había de constar, resulta imposible creer que,
precisamente se diera el hecho contradictorio de que se suspendieran
los viajes al &cidente tras estz P Y ~ P I I C ~ SpXcIe,s de hhe r te~?idn2 !gh
éxito, como el que presume, se habrían intensificado. Quinn, en su tra-bajo
sobre John Day [73],