NICOLAS ESTEVANEZ Y MURPHY, MINISTRO
DE LA PRIMERA REPUBLICA
POR
JAVIEa iK DONEZAR DIEZ DE ULZURRUN
"Hombre Estévanez de gran popularidad, gobernador
de Madrid y Ministro de la Guerra durante la época de
la República española, conocidísimo por sus rasgos de
carácter, sus genialidades, su honradez, su gracejo, asis-tió
a la mayoría de los sucesos políticos que se desarro-llaron
en nuestro país desde la Revolución de septiem-bre
hasta la Restauración."
(«El Imparcial», encabezando el primer articulo de la serie
dedicada a «Las memorias o recuerdos de Estévanezn. Cit en
Estévanez, Nicolás: Fragmentos de mis memorias. Madrid, 1903 )
Nacido en Las Palmas el año 1838, Nicolás Estévanez y Murphy
pasó su infancia en Santa Cruz de Tenerife l. Siguió la carrera
militar, llegando hasta el grado de comandante. Participó en las
batallas de la campaña de Africa de 1860 y cuatro años más tarde
pasó a Ultramar, prestando sus servicios como capitán primero
en Puerto Rico y luego en Cuba. Con permiso temporal por enfer-medad
llegó a España colaborando en los preparativos de la Re-volución
de septiembre. En 1871, noviembre, desembarcó de nue-
1 «Mi familia tenía su residencia habitual en Tenerife; allí pasC la infancia
y Santa Cruz de Tenerife es m1 verdadera patria, mi patria chica; de Las Pal-mas
ni me acuerdo, pero me sucede algo parecido a lo que cuenta el ilustre
historiador Luis Blanc: no se acordaba de Madrid, donde nació, de donde salió
muy niño, pero lo amaba con verdadera pasión, aunque era el más franc6s de
!es fr=ceses S (Est&anrz, N Mexwks, pAg. !! )
Núm 20 (1974)
2 JAVIER M.' D O N ~ ~ R
vo en La Habana pero no residió en ella más que un mes porque
pidió la licencia absoluta del Ejército y, tras una serie de peripe-cias,
apareció en Madrid en 1872 cantes de acabarse el mes de
enero y vestido de verano». Con la proclamación de: la Primera
República fue gobernador de la provincia de Madrid, diputado
y Ministro de la Guerra en el primer gabinete democrático-federal
de Pi y Margall, durando en el cargo apenas diecisiete días. En
1874, gobernando Serrano, se expatrió a Lisboa. Luego viajó por
diversas naciones y fijó, finalmente, su residencia en París.
Fue siempre republicano y federal en el momento cumbre de
su carrera; tuvo a gala el haber sido consecuente aunque, corno
escribió en sus Memorias, no inmutable porque de joven le dio
por lo romántico y al fin de su vida entró en 40s rnás extrema-dos
radicalismos políticos, sociales y filosóficos». Heredó de su
padre el idealismo en la política al que unió la franqueza como
rasgo más acusado de su carácter. Idealismo y franqueza le ele-varon
y le derribaron del más alto cargo ministerid siendo las
coordenadas que hicieron de Nicolás Estévanez una figura cuasi
prototípica del republicanismo español decimonónico.
Pretendemos en este artículo fijar la atención en un período
de la vida de Estévanez, cronológicamente breve pero de particu-lar
interés: el que va de enero de 1872 a junio de 1873. En esos
dieciocho meses, sus planteamientos personales tomaron contacto
con la política real del país que resultó ser su piedra de toque;
porque habiendo contribuido con su esfuerzo a traer la República
y a sostenerla desde los cargos que le fueron enconnendados, al
cabo hubo de separarse de ella, volviendo a refugiarse, lejos de
toda actividad, en su primitivo ideal republicano
2 u M ~pa dre, capitán retirado, era un entusiasta progresista, pero no de
aquellos que peleaban con los moderados por quién era más monárquico, sino
de los que aceptaban la institución monárquica por necesidad (a su juicio) de
Ia época i> e Me dijo muchas veces cuando yo era niño: "Tú verás la Repú-blica
en Espaáa "D. «Hacía poco tiempo que en mi casa nos hablamos quitaao
el luto de uno de mis tíos, cuando mi padre nos hizo vestir de negro por el
fusilamiento de Zurbano , ia quien ni siquiera conocía' Eran así los progresis-tas
de antaño.~ (Estévanez, Memonas, pág. 11.)
Para el conocimiento de la personalidad de Estévanez, ver la reciente publi-cación
de sus Cartas con un estudio y notas de D. Marcos Guiinerá Peraza en
«Sibiioieca de Aüiüre~ Caiiaiiüsn, AUh de CUküi.~. de Tenerife, 1975, 342 pp
338 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N 7 I C O S
NICOLA S ESTb'ANEZ MURPHY 3
Pasada la efervescencia de la revolución de septiembre, el ar-tículo
33 de la Constitución de 1869, pese a la oposición republi-cana,
instauró la monarquía: pero otra muy distinta, como escri-be
Fernández Almagro en su Historia política de la España Con-temporánea,
a la que había sido derrocada en Alcolea; era una
monarquía típicamente democrática, nacida del voto de las Cortes
y privada de toda función o prerrogativa que no fuese la mera-mente
simbólica de la unidad del Estado. Planteado el problema
consecuente de quién podría ser llamado al Trono, la elección
recayó en Amadeo de Saboya, hijo de Víctor Manuel 11 de Italia.
El 2 de enero de 1871 entró el nuevo rey en Madrid. Dice
Nicolás Estévanez en sus Memorias: «Su actitud serena causó
buena impresión. En el largo trayecto que recorrió a caballo pro-digó
al pueblo masónicos saludos que le valieron algunas simpa-tías.
De nada le sirvió. Durante su reinado la generalidad le mani-festó
despego; las familias aristocráticas, una hostilidad visible.
Sus propios ministros le dieron más disgustos que satisfacciones.
Sin los consejos de Víctor Manuel, su padre, hubiera tardado
menos tiempo en renunciar a la corona. El palacio real fue para
él una cárcel y toda España, un destierro. Cuando volvió a su
patria se acordaría de su fugaz realeza como de una pesadilla
insoportable, no como un bien perdido.»
Desde la amnistía proclamada por Amadeo 1, Estévanez se
hallaba en su profesión militar en situación de reemplazo. Con-fesaba
él mismo que tal estado no le desagradaba porque en situa-ción
activa tal vez habría tenido que combatir a sus correligio-narios
los republicanos.
El aviso de que le iban a destinar a un regimiento le llevó
a pedir el traslado, con su propio empleo de capitán, al ejército
de Cuba (ver apéndice 1) y así embarcó el 15 de octubre en Cádiz
y llegó a La Habana el 2 de noviembre. Volvió a quedar en reem-plazo
en la capital de las Antillas porque «había una verdadera
inundación de jefes y oficiales».
En seguida se le planteó una situación conflictiva, opuesta a
su esquema republicano, que iba a conducirle a la separación
definitiva del ES&-cito; por otra partej la postun toma& a ~12 t ~
A'úm 20 (1974) ,339
4 JAVIER M.' DONÉZAR
misma seria blanco de criticas posteriores que a~~abaríadne rri-bándole
del cargo de ministro de la Guerra.
Tuvo noticia el 24 de noviembre de que los voluntarios de la
isla estaban revueltos por una broma de estudiantes. Fueron éstos
presos: «sometidos los muchachos a un consejo de guerra y pro-bada
su inocencia, hubieran sido absueltos si los capitanes que
constituian el tribunal militar no hubiesen tenido la debilidad de
creer que se evitarían mayores males imponiéndoles algún cas-tigo
y, en consecuencia, fueron sentenciados todos -eran 45-
a la pena de arresto mayor y multan. Pero la sentencia, «por be-nigna~,
e xasperó a los Voluntarios que se amotinaron, mientras
un nuevo consejo de guerra, formado en su mayor parte por
éstos, dictó ocho sentencias de muerte que se ejecutaron.
Ante tal acción, no reprimida por los altos cargos de la isla, 2
decidió Estévanez partir de Cuba y abandonar el Ejtircito. «El pa- $
O triotismo -afirmaría más tarde- fue precisamente lo que me ;
hizo abandonar la isla de Cuba.»
-
2
En la acera del Louvre, en La Habana -observa Marcos Gui- j
rnerá-, una lápida recuerda este acto de indignación de Es- 2
tévanez. 3B
- = n
DE ENERO DE 1872 A FEBRERO DE 1873 m
Cuando lleg6 a Madrid a fines de enero de 1872, encontró Esté- 8
vanez que el espíritu de la revolución del 68 estaba muy mer- -
mado. «Aunque mi ausencia no había sido larga observé a mi $
vuelta algunas alteraciones Al ausentarme dejé el partido re-publicano
bastante quebrantado por el triunfo de los progre- 3E
sistas; al volver ya estaban estos últimos aún más descompues- .
tos, más divididos que los republicanos. Dejé a los alfonsinos im-potentes,
desilusionados, constituyendo un partido relativamente
vigoroso y conspirando eficazmente. El Ejército, casi en totalidad,
estaba ganado por los aifonsinos; era fácil encontrar aii geii~ia!
republicano y un coronel progresista, pero de capitán abajo era
ya difícil encontrarse con alguno que no renegara de la revolu-ción
» 3. Debió Estévanez incorporarse de inmediato a la política
3 Estkvanez, Memorias, pág. 371.
340 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
NICOLÁS ESTÉVANEZ MURPHY 5
porque poco después de la disolución de las Cortes, todavía en
enero, y siendo Sagasta presidente del Consejo de Ministros, apa-rece
ya como representante en la reunión de la Asamblea federal
republicana que acordó acudir a la lucha electoral y entrar en
coalición con los demás partidos 4.
En las elecciones del 2 de abril fue elegido diputado por el
distrito de La Latina obteniendo 6.000 votos más que su contrin-cante
sagastino, aun asiendo éste un hombre acaudalado, vecino
del distrito, bien quisto en él y apoyado por el ministerio». De
estos comicios recordará Estévanez más tarde que no gastó una
peseta ni fue apoyado por la Junta Mixta porque no había solici-tado
tal diputación 5.
En la apertura de las Cortes, el 24 del mismo mes, sucumbió
el ministerio Sagasta al proponer a las Cámaras que aprobasen
un crédito, como ampliación del que figuraba en los presupues-tos
para gastos secretos del ministerio de la Gobernación. El rey
Amadeo buscó entonces entre los conservadores nuevos ministros
y confió el poder al general Serrano y, mientras éste no volviera
del Norte, al general Topete que era encargado de la cartera
de Marina; pero ni aquél ni éste mejoraron las cosas. Cuando
a comienzos de junio Serrano presentó la dimisión, el poder re-cayó
en Ruiz Zorrilla.
Para Estévanez este ministerio progresista nacía condenado a
la esterilidad, porque necesitando de la benevolencia de los repu-blicanos,
como antes Sagasta la había tenido de los conservado-res,
aquéllos no estaban dispuestos a formar un bloque para otor-gársela.
En efecto, las fuerzas republicanas estaban divididas des-de
el verano de 1869, a raíz del upacto de Tortosau, en dos ten-
4 LOS partidos coaligados, que eran todos los de la oposicibn, constituye-ron
una Junta mixta formada por los señores Nocedal, Canga-Argtielles, Vinader,
Vildósola (carlistas); Barzanallana, Castro, Heredia Spinnla, Tnreno (alfnnri-nos);
Ruiz Zorrilla, Martos, Montero Ríos (progresistas); Figueras, Castelar
y García López (republicanos) Cf. Estbvanez, Memorias, pág 376
5 Estévanez, Memorias, pág. 376
Nota del A.-Aunque el género de las Memorias ha de ser tratado con pre-caución
como fuente histórica, con todo creemos que en el caso que nos ocupa,
por la sinceridad de que hizo siempre gala Estevanez, puede ser auxiliar va-lioso.
6 JAVIER M.' WNkZAR
dencias: la revolucionaria, más por el procedimiento que por el
pensamiento, y la que todo esperaba de la legalidad. A la primera
habían pertenecido desde un principio: Orense, Joarizti, Paúl
y Angulo - e l más tarde acusado de la muerte de Prim-6, Suñer
y Capdevila y Rafael Guillén; a la segunda, la gran mayoría: Pi
y Margall, Figueras, Castelar, Gil Bergés.. .
Por eso, al plantearse los republicanos la cuestión de la acep-tación
de Ruiz Zorrilla se hicieron patentes las disidencias; Es-tévanez
se inclinó por la izquierda intransigente. «Los republi-canos
de la derecha, y particularmente CasteIar escribió-, pre-dicaban
la benevolencia con Ruiz Zorrilla. Los de la izquierda
pensábamos que la benevolencia le daría fuerzas para sostener
la monarquía, en vez de arrastrarlo insensiblemente a la Repú- g
blica. Por mi parte, sigo creyendo que los de la izquierda estába- g
mos en lo cierto, pues Zorrilla no había de ser desleal, ni lo fue,
a la Monarquía de su predilección. La República no vino porque
los republicanos se declararan "benévolos", sino por el desen- E
canto de Amadeo, que le hizo renunciar espontáneamente 1a
coronan '. -
Los intransigentes consideraron que solamente se llegaría a la $
República repitiendo la sublevación del 69 pero mejorando sus
procedimientos para no salir derrotados como entonces. Si los
benévolos apoyaron a Zorrilla no fue, a juicio de Estévanez, por
creer que esa política les iba a llevar al triunfo, sino porque se %
entendían secretamente con don Nicolás Rivero. E a-
Pi y Margall en su Historia de España da una visión de ambas
tendencias manifestando su particular inclinación: «Los republi-canos
-escribe- han concebido grandes esperanzas viendo por
qué derrumbaderos va la Monarquía, y están impacientes. Prepa-
6 Para Estévanez, Paúi y Angulo no tuvo intewenci6n en el asesinato de
Prim. «Lo conocí bastante -dice- para creer que si él hubiera matado a Prim,
sin duda se habría vanagloriado de ello, y afirmo que al encontrarme con él en
Nueva York el año 79 y en Buenos Aires el 87, me negó de una manera cate-górica,
rotunda y reiterada su participación en aquel crimen. Pero no podfa que-jarse
de que se le atribuyera, pues antes del suceso había dicho y repetido con
su habitual ligereza de lenguaje, refiriéndose a Prim: "Yo he de matar a ese
hombrew.> (Estévanez, Memorias, pág 344 )
7 ~ ~ i hxe~iiio-ria~-p,a g~ 37~9 ~ ~ ,
342 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
NICOLA S ESTEVANEZ MURPHY 7
rados para el combate, al que pensaron amastrar a los mismos
radicales, miran como una contrariedad el cambio de Gobierno.
Sus hombres y con ellos la parte más templada del partido apo-yarán
aun con su inacción y su silencio al señor Zorrilla; los
más ardientes seguirán conspirando en las tinieblas. Si son ya
imposibles los Ministerios del señor Sagasta, y de nosotros de-pende
que los radicales vivan, ja qué esperamos, dicen, para des-truir
la Monarquía y levantar sobre los escombros la República?
Mientras no estén cerradas las puertas de la legalidad no cabe
abrir las de la guerra, contestan los jefes de más valía; pero
otros dan la razón a los turbulentos, afirmando que hay siempre
derecho a esgrimir la espada contra los reyes, negación de la
soberanía de las naciones,>
Casi coincidente con la publicación del programa de gobierno
de Ruiz Zorrilla 9, se constituyó el Directorio republicano federal
para intentar aunar las opiniones en pro de una acción común;
lo formaron Figueras, Pi y Margall, Castelar, Sorní, el marqués
de Santa Marta, el general Contreras y Estévanez.
Contreras, desde un principio, se manifestó partidario de pre-parar
un alzamiento que forzara la llegada de la República y Es-tévanez
le secundó por creerlo de necesidad antes que el carlis-mo
organizara un verdadero ejército; sin embargo, mientras
Contreras estaba dispuesto a salir a la calle él solo, si fuera pre-ciso,
Estévanez era de1 parecer de que la insurrección debía ser
8 Pi y Margall, Fco Htstorta de España en el siglo XIX, por
y D. Fco. Pi y Arsuaga. 7 vols. Barcelona, M Seguí, 1902. Vol. V, pág. 34.
9 En la circular del programa de gobierno, Ruiz Zorrilla intentó contempo-rizar
haciendo concesiones con el propósito de ganar a los republicanos y tran-quilizar
a los conservadores. No considerando indispensable ni conveniente el uso
de medidas extraordinarias, ni aun en contra de los amigos de don Carlos, seíía-
1ó que la libertad era la base y el fundamento de la dinastía Se comprometía
a establecer por decreto el Jurado, se obligaba a presentar a las Cortes un pro-yecte
de. remg~mxc:S:: de! E;&cite y !u A.muda s & ~bas es qw exckyesez
las quintas y las matrículas e hicieran una verdadera institución nacional de las
Fuerzas de Mar y Tierra Aplazaba las reformas de Cuba para despuCs de some-tidos
los rebeldes Hablaba de una nueva reforma de la Deuda, pero subrayando
que no la haría sin el asentimiento de los poseedores de los títulos y devolvía
al derecho de asociación a los límites que le había señalado la Constitución de
1869 (Ver Pi y Margall, Htstorza de España, vol V, pág 34 )
acordada por el Directorio, porque «intentándola una solo de sus
individuos y sin más partidarios que los intransigentes, fracasa-ri'a
de una manera lamentable» lo. Pese a estos criterios, la decla-ración
conjunta del Directorio llamó a la prudencia.
«Ha cundido entre vosotros una falsa alarma. Se os ha dicho
que por el cambio tan inesperadamente sobrevenido (en las regio-nes
del poder, estamos dispuestos a modificar nuestros princi-pios
y alterar nuestra línea de conducta.
Estos rumores no pueden ser obra sino de vuestros enemigos.
Los que durante veinte años hemos permanecido iinmóviles en
medio del revuelto oleaje de la política, no es posible que sacri-fiquemos
jamás a circunstancias pasajeras ni la menor de nues-tras
aspiraciones, ni la más insignificante de las ideas que cons-a
tituyen el dogma del partido. N
Desoid, por tanto, las sugestiones de nuestros adversarios; en
el día de hoy, en estos críticos momento, permaneced serenos {-
y tranquilos. El que hoy intente lanzaros a vías de fuerza desco- E
noce por completo nuestra situación o quiere comprometer a
sabiendas la causa de la República. Vivid alerta; nosotros somos 1
los mismos hombres de ayer, los mismos hombres de siempre. [
Hoy, como ayer, mañana como hoy, trabajaremos siin cesar con- ;
tra los poderes hereditarios, y procuraremos el triunfo de nues- B
E tros principios, los únicos que pueden salvarnos del caos y la
anarquía en que se consumen las fuerzas de la patria.
Necesitamos para esto de vuestro concurso, de vuestra pru-dencia.
Los hemos obtenido siempre de vosotros, y los esperamos
hoy con más razón que nunca. No hay quien no presienta el
próximo advenimiento de la República. No conspire:mos contra !
nosotros mismos, ". O3
El verano de 1872 fue agitado; había empezado con protestas
por la supresión, por Ruiz Zorrilla, de las Cortes sagastinas y con-vocatoria
de otras nuevas para el 15 de septiembrme. El 18 de
1-m ,,-.,- .....:,zs,n- ,+n-+m.-ln a- ln n n l l a Aal Arnri-1 rnl;nm-
J ULLU 1ua 1 c y c a L U V ~ C AU LL u11 a L G u L a u u GJL 1a G Q L L ~U ~ AL I ~I IQIa,u urn-do
ilesos, que levantó gran polvareda en los medios políticos por-que
unos lo atribuyeron a los republicanos, otros a los conserva-
10 Estévanez, Memorras, pAg 381.
11 Pi y Margall, Historia de España. nota de pág. 33
344 ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N i ICOS
NICOL~IS ESTEVANEZ MURPHY 9
dores y otros, finalmente, al mismo Gobierno por haber expues-to
a sabiendas las vidas de los príncipes. A últimos de agosto se
celebraron las elecciones de diputados y senadores y el triunfo
fue de los amigos de Zorrilla y de los republicanos.
Con el otoño, el Gobierno cometió dos errores que empezaron
n hacerle impopular y que iban a desencadenar una serie de agi-taciones.
El primero fue la presentación de un proyecto de reor-ganización
del Ejército al que acompañó otro llamando a filas
a 40.000 mozos después de haber prometido Zorrilla, al tomar el
poder, la abolición del sistema de quintas. El segundo, el proyec-to
de ley de presupuestos y en él un arreglo con el Banco de París
para la extinción del déficit que en la práctica suponía ponerse
la nación en manos extranjeras.
Contreras los aprovechó y, en unión del diputado García Ló-pez,
formó una o más juntas secretas para fomento de la agita-ción
en Madrid y en las provincias, obteniendo como resultados
inmediatos la manifestación del 6 de octubre de los tenderos de
Madrid contra un arbitrio que había establecido el Ayuntamien-to
sobre invasiones de la vía pública, y la insurrección del arse-nal
de El Ferrol, cuatro días después, donde obreros, guardias
y marinos enarbolaron la bandera de la República y que duró
hasta el día 20. Como ante estos movimientos el Gobierno se
mostró muy débil, creyó Contreras llegado el momento de la
sublevación en gran escala y así lo planteó ante el Directorio.
Estévanez escribe: «Pi y Marga11 le contestó de manera termi-nante
que el Directorio no lo apoyaría; Figueras le arguyó con
toda clase de razonamientos; Sorní lo trató mal; Castelar se
llevaba las manos a la cabeza. Interrogado yo, insistí en lo
que había dicho siempre: que deploraba la actitud del Directorio,
pero que si éste no prestaba su apoyo y su autoridad al movimien-to,
lo que hiciera el general sería una intentona absolutamente
ineficuz y bu!&UB12.
Con tal respuesta, quedaba Estévanez en la cuerda floja entre
el compromiso de pensamiento, aunque no de procedimiento, con
Contreras y el Directorio. Al preguntarle el general si él también
10 JAVIER M.' DONl&AR
le abandonaba, Estévanez se decidió: «Si usted se subleva, mi
general, yo seré uno de los sublevados; iré a donde usted me diga,
haré lo que pueda y sepa con los elementos que usted me propor-cione,
pero no comprometo a mis amigos, y cuento con algunos,
porque vamos a una derrota inevitable.»
Pudo más la vinculación con el plan revolucionario, por lo
que, procediendo en consecuencia, dejó Estévanez de acudir al
Directorio ya que no le parecía decente oír lo que pudieran acor-dar
que sin duda estaría encaminado a dificultar el intento 13.
Pero la ocasión no llegó hasta noviembre al tenerse que hacer
en toda España la declaración de soldados. Indica I'i y Marga11
que se enfurecieron los pueblos contra tales actos que no espe-raban
y hubo en bastantes puntos violencias, sobre todo en An- g
dalucía y Murcia. N
E
Contreras se presentó un día en casa de Estévariez ofrecién- -
dole mandar una partida que cortara las comunicaciones en Des-peñaperros
mientras él se encargaba de que triunfal-a la revolu- E
ción en el Sur. «Cuento -le dijo- con una parte de la guarnición
de Badajoz, con otra parte de la de Sevilla, con las de Córdoba f
y Málaga, con muchos carabineros y con un regimieinto de caba- $
llería. Pero la señal que ha de servir a todos para sublevarse es
la aparición de una partida que corte las comunicaciones en Des- E
peñaperros. La partida está dispuesta; sólo falta el jefe que ha
de mandarla; ¿quiere usted ir?» 14. n
Contreras le pedía que se sostuviera solamente ocho días, pero k
Estévanez, además de aceptar, se sostuvo treinta y ocho mientras
el general fue de provincia en provincia, recorriendo las pobla- j
ciones, intentando levantar gente 15. 3
O
13 Estévanez, Memonas, pág 383
14 Id, íd.
1s No era la primera vez que Estévanez se veía vinculado a un caso seme-jante.
En 1869, con motivo del desarme ordenado por Prim, hubo levantamientos
republicanos en varios puntos de la Península y Estévanez participó en los su-cesos
ocurridos en Béjar.
En el tomo 111 de Los dzputados prntados por sus hechos , se escribe'
.El día 30 de septiembre de 1869 ocurrió en Béjar un hecho que demuestra
!a ~~~~~ y !a f ~ ~ r zCQan q'ie rreian r ~ n t xlo s republicanos Iíallábase en la
346 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
NICOLA S ESTEVANEZ MURPHY 11
En las Memorias describe con verosimilitud y gracia las vici-situdes
de aquella partida formada por doce hombres en su ma-yoría
madrileños.
industriosa ciudad el gobernador de Salamanca, don Baldomero Menéndez; de
pronto aparece una partida compuesta de más de veinte individuos que Ileva-ba
una bandera republicana, dando vivas a la federal e iba mandada por el
brigadier Peco, procedente de las filas carlistas, y dirigiéndose al gobernador
civil le hizo prisionero, como también al alcalde, a un diputado provincial y a
un oficial del Gobierno que fueron conducidos al castillo El espanto y la sor-presa
producidos en la población por este incalificable atentado fueron extra-ordinarios.
La Milicia Nacional se armó inmediatamente y al grito de ¡Viva la
libertad! rescató al gobernador y a los otros presos y los llevó en triunfo a las
casas consistoriales, haciendo prisionero al señor Peco y a su segundo Nicolás
Estévanez m (Los dtputados, pzntados por sus hechos , Madrid, 1870. T 111, pá-gina
283.)
Sin embargo, Estévanez en sus Memorlas altera notablemente el relato:
«D. Tomás Roldán, un distinguido abogado y consecuente demócrata de Ciu-dad
Rodrigo, me había prometido varias veces que cuando llegara la ocasión
nos apoderaríamos de aquella plaza en la que 61 tenía muchos prosélitos, buen
núcleo republicano y compromisos adquiridos con algún elemento militar Yo,
a mi vez, le había ofrecido mi concurso personal si se acordaba el alzamiento
en masa del partido, pero de ninguna suerte para una intentona aislada
Con el pretexto de un crimen cometido en Tarragona, dictó Sagasta su cé-lebre
circular del 25 de septiembre, que era un atentado a la Constitución, pues
ponía limitaciones al ejercicio de los derechos constitucionales, incluso el de
hablar y el de escribir A tal provocación contestaron los diputados de la mi-noría,
de acuerdo con los representantes regionales que para consultarles ha-bían
llegado a Madrid, ordenando la revolución donde quiera que se contase con
medios
El mismo día que se acordó el alzamiento salí de Madrid con mi compa-ñero
Eduardo López Carrafa, dirigiéndonos a Ciudad Rodrigo; Roldán, muy
conocido en el país, consideró imprudente ir con nosotros y aplazó su salida
por cuarenta y ocho horas El pensaba ir directamente por Salamanca; nos-otros
habíamos de ir por Béjar, y para no seguir el mismo itinerario y tam-bién
para conferenciar en esta ciudad con Peco y Aniano Gómez ( ), Animo G6-
mez era el caudillo popular de Béjar. Carrafa y yo nos hospedamos en Béjar
en una posada bastante concurrida, situada a un extremo de la población. Allí
supimos que el gobernador de la provincia, don Baldomero Menéndez, conocido
en la prensa por el seudónimo de «capitán Bombardam, se encontraba a la sa-zón
en Béjar, y Aniano Gómez nos dijo que secundaría el movimiento de Ciu-dad
Rodrigo si lo realizábamos, cuando se hubiera marchado el gobernador.
m - rero un joven entusiasta de la ioeaiidaci, cuyo nombre no recuerdo, me dijo
12 JAVIER M ' DoN~ZAR
La primera acción del grupo fue cortar las comunicaciones
férreas Madrid-Andalucía por el puente de Vadollanat, cerca de
Vilches, haciendo descarrilar un tren de mercancías; el hecho,
subraya Estévanez, no tuvo importancia porque todo el mundo
estaba apalabrado, y por supuesto el maquinista, de modo que
bastó con que un solo hombre se colocara en media de la vía
para que el tren cayera al río.
«En Madrid publicaban los intransigentes, en hojas extraordi-narias,
noticias estupendas, más ajustadas a su buen deseo que
a la realidad: "Entrada de Estévanez en Linares con 4.000 hom-bres
. Ultima victoria de la partida de Estévanez. . Tropas del
ejército uriidas a la partida de Despeñaperros; toma del Viso"'. .
Lo que tomé en el Viso no fue más que una buena taza de café ;
en casa del antiguo guerrillero León Merino. En cuanto a las
tropas que se incorporaron, y no fue mal refuerzo, eran el cabo
de caballería Tomás Guzmán y cuatro soldados de su regimiento
con muy buenos caballos; sospeché que serían los de: los jefes. E 2
En I,espeñaperros, como en todas partes, puede cortarse o in- -
utilizarse la vía férrrea pero no impedirse el paso de las tropas.
Aquel desfiladero famoso no lo ha impedido nunca; por él pasa- -
ron los franceses en la guerra de la Independencia con suma faci- i
lidad, y existen, además, otros desfiladeros que permiten atrave-que
él no secundaba a nadie, que quería ser el primero y que empezaría por
apoderarse del gobernador Supuse que lo deda en un rapto de entusiasmo k
y que Aniano lo disuadiría. l
A la mañana siguiente, que era, si no me engaño, la del 30 de septiembre,
teníamos Carrafa y yo dispuestos los caballos para seguir nuestro viaje cuando $
oímos en la calle un extraordinario vocerío. Antes de saber lo que pasaba fui 2
preso por un grupo de paisanos armados que invadi6 la posada tumultuosa-mente;
eran, según creo, milicianos nacionales Carrafa se escabull6 como pudo
He aquf lo que habia pasado: el joven de la víspera, con otros entusiastas
como 61, habia preso al gobernador de la provincia; pero inmediatamente se
alborotó el vecindario, puso al gobernador en libertad y encerró a ios autores
del hecho. Todo esto sucedía muy lejos de la posada, por lo que nada supimos
hasta que me prendieron.
Algún patriota había enardecido al pueblo diciéndole que en la posada esta-ban
dos forasteros recién llegados de Alcoy para quemar las fábricas de Béjar
y que no éramos republicanos, slno incendiarios, bandidos, jalcoy,ano~!. (Esté- -...-.-... aa"-.-...."" ..A-- 242 2- \ vrn~-+, r w r i r r v r r - , pasa ~ i r a i J.
348 ANUARIO DE E S T U D I O S ATLANI ICOS
NICOL& S ESTÉVANEZ MURPHY 13
sar la sierra en un sentido y en otro. La fama legendaria de aque-lla
garganta pintoresca sin importancia militar, viene de que allí
se han sublevado, con más o menos fortuna, el conde de las Na-vas,
los hermanos Merino y otros guerrilleros.
Destruido el puente, me dirigí con mi "ejército" de doce hom-bres
a la ciudad de Linares. Antes de entrar en ella, despaché un
explorador para saber si ya se había sublevado, según lo prome-tido
al general Contreras; volvió diciendo que todo estaba tran-quilo,
sin que se observara el menor indicio de sublevación. Con
un segundo explorador que mandé vinieron al campo dos veci-nos,
los que me aseguraron que sólo se esperaba mi llegada para
"dar el grito".
-Pues vamos allá -les dije
Y sucedió, en efecto, que el pueblo se levantó, con el señor
Marín a la cabeza, al grito de viva la Federal, tan pronto como
llegué con mis doce hombres cansados
Aquí tenemos otra vez el delicioso contraste de lo aparente
y lo cierto. Lo aparente es que tomé con doce hombres una ciu-dad
de 30.000 habitantes; lo cierto, que no tomé cosa alguna. El
pueblo se sublevó porque quiso, de lo cual resulta que es entera-mente
falsa la supuesta rendición de cuarenta y dos guardias civi-les
a una docena de paisanos. Evacuaron la ciudad al ver la acti-tud
del vecindario, no por mí ni por los doce hombres.
Desde Linares escribí a Contreras y oficié al Directorio dán-doles
cuenta de haberse proclamado la República.
Se hizo un alistamiento de voluntarios y se tomaron medidas
de defensa. En las entradas del pueblo hicimos barricadas. Pero
estuvimos parcos en proclamas, arengas y manifiestos.
El segundo día hubo una alarma; las campanas tocaban a
rebato y los alistados acudieron a sus puestos. No participé del
desus~siegr que preduje zxW7ise de qiie !!egab2E trepas, y fUe
porque las vi desde la torre y comprendí que se trataba de un
reconocimiento: era una escasa fuerza de caballería que no tardó
en alejarse.
Calculé que seríamos atacados al cuarto día, por lo que aban-den6
!a riudid en !U mche dd terrere, !!ev&derr?e ?@2 hmdwes.
El armamento era muy desigual; en cuanto a municiones, el que
más llevaba, seis cartuchos.
A1 día siguiente, cerca de La Carolina, tropezamos con una
pequeña fuerza de caballería y unas parejas de la guardia civil
de infantería. Cambiamos cuatro tiros y se produjo una desban-dada
general. Allí se disolvió la columna pero me quedaron unos
80 hombres.
Dos días después decía la «Gaceta de Madrid»: «Ha sido dis-persada
la partida de Estévanez, pero se ha presenta'do otra en
El Viso.» No era otra; era la misma. Habíamos atravesado la
sierra en pocas horas.
En El Viso recogimos voluntarios de la Mancha; allí se me
presentó el cabo Guzmán con sus cuatro soldados y los mejores g N caballos del Ejército español. Necesitando proveerme de muni- g
ciones, traté de sorprender el destacamento del Visillo (Almu- $ n radiel). Lo componían veinticuatro cazadores del batallón de Las ;
Navas. y lo mandaba el subteniente OIDonnell. Se alojaba esta
fuerza en un solo edificio y con la debida vigilancia, por lo cual
la sorpresa fracasó. Aun así, intimé la rendición al oomandante E
del destacamento; la contestación fue una descarga. Se trabó {
el fuego, y al cabo de media hora dispuse la retirada hacia la
venta de Malaventura. Amanecía. m
E
El coronel Teruel, comandante general de Despeiíaperros,
que por casualidad se encontraba en el Visillo, salió de su casa
al oír el fuego. Lo mató una bala del destacamento. Nuestros
tiros no pudieron ser, pues venían por nuestra retaguardia. Sentí
su muerte, como toda muerte inútil, y por ser el muerto un buen
soldado.
Por mi parte, no hubo más que un hombre herido de bayo-neta
en la cara, otro con un pie deshecho y las municiones con-sumidas.
perseguido por diferentes tuve maiiiolOi-ar a:gu-nos
días por las escabrosidades. Pero la verdad, ya que acostum-bro
a decirla, es que aquello no era persecución ni natda. Viendo
aquel modo de guerra, he comprendido luego muchas cosas. Las
guerras civiles han sido en España tan largas y sangrientas por-qne
ne se las ahogaba a1 nacer; cuando es más fácil. Diríase que
350 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N I ICOS
NICOLÁS ESTEVANEZ MURPHY 15
hay interés en que las facciones crezcan, se organicen, y en que
los partidarios, fogueándose, lleguen a ser hombres aguerridos.
Si hubieran querido los jefes de las columnas, hubiesen acabado
con nosotros en menos de una semana. Pero pernoctaban en los
pueblos, iban de un pueblo a otro por las carreteras -siempre
de día- y no nos buscaban nunca. Varias veces pasaron las co-lumnas
a mi vista sin sospechar mi presencia. Yo no las hostili-zaba,
por no tener interés en provocar encuentros sin objeto. En
la ermita de San Andrés esperé a la columna de Borrero y le
hice frente, no por mi gusto, sino por necesidad que ya tenía de
dar fe de mi existencia. En aquella acción, que fue el 6 de diciem-bre,
tuvo el coronel Borrero algunas bajas; por nuestra parte no
hubo más pérdida que un caballo herido. En su retirada al Viso,
ya de noche, pude causarle a Borrero, a lo menos, alguna deten-ción
y nuevas bajas al pasar por la huerta de la Monja; eso que-rían
los guerrilleros y yo me opuse porque de nada nos podía
servir que allí muriera algún infeliz soldado
La columna de Borrero, en San Andrés, se componía de 25
caballos y dos compañías de cazadores de Ciudad Rodrigo. Yo
tenía 37 hombres, casi todos armados de escopetas. Alguien dijo
que yo había arengado desde mis posiciones a los soldados que
las atacaban. No hice más que darle los buenos días, a gritos,
a mi compañero y amigo Julio Segura, suponiendo que se encon-traba
allí por ser de Ciudad Rodrigo. Más tarde supe que no
estaba presente.
Quien pronunció un discurso, montado en una peña, fue Vir-gilio
Llanos. Sus gestos y sus frases recordaban la arenga que
pone Ercilla en los labios de Caupolicán.
«Esforzados varones, es venido
el momento de hacernos inmortales.. n
A decir verdad, no me pareció la ocasión muy oportuna para
hacer resonar la épica trompa.
La partida continuó menguando; los de Madrid se fueron
marchando todos, no sin despedirse. Eran buenos para el fuego,
pero se cansaban pronto de las jornadas largas, de las lluvias
y de Ias privacivnes; Aifredo Deiofen, que era valiente, resbalaba
Núm 20 (1974) 351
en los riscos y siempre se caía cuando pasábamos algún arroyo.
Los más decididos y más duros, aparte de los pastores y sersa-nos,
eran Agustín Martínez, Francisco Lorencez, Rarnón Aranda
y el gran tirador Jesús Merino.
Comíamos perfectamente; el menú, aunque invariable, era
sano; se componía de naranjas, madroños, exquisita miel y agua
cristalina de los manantiales de la sierra.
El 20 de diciembre ya no me quedaban más que nueve hom-bres.
El 21 entré solo en Bailén, dejando a mi gente en un cortijo
próximo. Descansé tres días en casa de un amigo y correligiona-rio;
cuando regresé al cortijo se habían marchado i.res. Se sor-prendieron
los restantes cuando vieron que volvía, pues habían
imaginado que yo también me iba definitivamente ... a
El 30 de diciembre, sin noticias del general Contreras, ni
de nadie, tomé el tren en la estación de Vilches y me volví a
Madrid. Fui reconocido por más de dos viajeros, pero no me g
denunciaron. Yo también los conocí, pero no los saludé. O
E
Me tiré del tren antes de llegar a la estación de Atocha, me
E embocé la capa y me dirigí a mi casa con el tardo paso de un ;
burgués pacifico» 16. 3
Con el nuevo año, la implantación de la República era inrni-nente.
Para Estévanez llegaba cuando estaban ya dlesvanecidos
los entusiasmos de septiembre del 68 y, sobre todo, cuando
hacía tiempo que el carlismo estaba en armas, el Ejército muy
disgustado y minado por la reacción, el alfonsismo crecido y las
clases neutras acomodaticias resueltamente monárquicas.
Fue nombrado Figueras presidente del Poder Ejecutivo de la
nueva República el 11 de febrero y a los pocos días recibió Esté-vanez
la primera propuesta de cargo oficial. Había designado el
Gobierno a a1u n JT -u-an-. u,--.-m -A rr.e.r_a.s. _pa_r- a -1 ----- 2- - - - Z r Z - ------ 1 t x r;argu uc: c;apiwri gc:iic:iai
de Cataluña por haber tenido noticia de que éste, como jefe de
los federales intransigentes, estaba dispuesto a ponerse a la
cabeza de un movimiento que debía iniciarse en Madrid. Al acep-
352 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N l I C O S
NICOJi& S ESTGVANEZ MURPHY 17
tar el cargo, Contreras manifestó deseos de llevar a Estévanez de
gobernador civil de Barcelona; con todo, Figueras estaba intere-sado
en reservarle para otras misiones: «Contreras -escribía
al mismo Estévanez- va a ser nombrado Capitán general de
Cataluña y quiere que vaya usted a la misma capital de goberna-dor
civil. Navarrete y otros señores piden que vaya usted de
gobernador a Cádiz. Yo creo que usted debe reingresar en el
ejército. Dígame usted qué hacemos.»
Estévanez expresó su opinión: «Aceptaré, contestó, el cargo
civil en que usted considere que puedo servir útilmente a la Re-pública;
pero no me hable usted de volver al ejército, porque
he renunciado para siempre a la milicia» 17.
Sin embargo, no pasó la cosa de ahí porque el presidente en-vió
de gobernador a Barcelona a don Miguel Ferrer y Garcés.
Con la primera crisis de gobierno, el 24 de febrero, Nicolás
Estévanez se convirtió en gobernador civil de Madrid.
El gabinete hasta ese día estaba formado por ministros nom-brados
por la República y por otros que lo habían sido con don
Amadeo. Tal mezcla no podía ser duradera.
El día 23, los radicales plantearon la cuestión, declarando no
poder seguir en el Gobierno hasta conocer el grado de federalis-mo
de los republicanos. En realidad, los radicales seguían un
plan: en reunión secreta celebrada días antes, habían acordado
constituir, por medio de la fuerza, una situación republicana uni-taria,
basada en la conciliación de los partidarios de Ruiz Zorri-
Ila y los de Sagasta bajo la presidencia del general Serrano. Era
una monarquía disfrazada o que podía ser puente para la reins-tauración
de la misma. Manejaban la conjuración, según Esté-vanez,
don Cristino Martos, presidente de la Asamblea Legislati-va,
el marqués de Sardoal, alcalde de Madrid, y el ministro Bece-rra
con la aquiescencia de tres ministros más.
Conoció Pi parte del plan y en previsión, permaneció en So-bernación
hasta las cinco de la mañana del día 24. Cuando vol-vió
de nuevo a las ocho y pico, el edificio estaba acordonado por
cuatrocientos guardias civiles siguiendo órdenes de Martos. Ante
,7 ~r du...e. rn,-p1 a g- "A" JYO
Núm 20 (1974)
las censuras y críticas promovidas por esta acción, el presidente
de la Asamblea no tuvo más remedio que confesar el plan, com-prometiéndose
a proponer a las Cortes, aquella misina tarde, el
nombramiento de un Ministerio homogéneo y enteramente re-publicano.
Según lo previsto, al abrirse la sesión, Figueras anunció su
renuncia leyendo a continuación la del Gobierno ls.
Pronunció entonces Martos un discurso en el que justificó la
crisis, atribuyéndola a causas distintas de la verdadera, y enca-reció
la necesidad de que aquel mismo día quedase constituido
un nuevo Ministerio.
La Asamblea admitió la dimisión y Martos suspendió la se-sión
por media hora. Renudada, se procedió a la votación siendo ;
reelegido como presidente del Poder Ejecutivo Figueras, tenien-do
en Estado a Castelar, en Gobernación a Pi y Margall, en Ha-cienda
a Tutau, en Gracia y Justicia a Salmerón, en Guerra a
Acosta, en Marina a Oreiro, en Fomento a Chao y en Ultramar E
a Sorní 2
Para Estévanez la conjuración, pese a todo, seguía1 en pie y en 1
contra del nuevo Ministerio, porque Gaminde debía sublevarse -
aquella misma noche en Barcelona siendo secundado por Madrid,
Vitoria y otros puntos. E
O
«Yo no sabía absolutamente nada de la crisis -escribe en las
Memorias-, ni conocía la gravedad de aquella situación, cuando
recibí un recado de Figueras para que fuese a verlo sin perder
minuto. Como era la una y media de la noche adiviné que algo
muy serio ocurría, porque Figueras, que se levantaba siempre a
las seis de la mañana, era incapaz de estar levantado a aquella 2
hora sin alguna razón extraordinaria.
18 «Razones de política, sentimientos de amor inextinguible a la libertad, al
--A-- -. - ,- --A-:- -- -:c..-- L..., ..- 1.. c ,...-.. ..e....l.,l:-..",. :-" UIUCII y a la yariia, y u ~ac; ciilaii i iuy r-ii r a ruiiiuz i b p u v i i b a r i a , iiua a c v i i a b j c i i i
presentar las dimisiones de nuestros cargos al presidente de la Asamblea para
que las comunique al poder supremo de la nación. V E , al presentarlas, debe
añadir el testimonio de nuestro acatamiento a la Asamblea y de nuestro fer-voroso
entusiasmo por la República
Dios guarde a V. E muchos años. Madrid, 24 de febrero de 1873 (Siguen las
fmmas de los ministros 1 (Pi y Margall. Hlstorm de España. t V . págs 121-122 )
354 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
sobre la abolición de la esclavitud en Puerto Rico, se planteó
en las Cortes la cuestión de la creación en muchos distritos de
Madrid de una asociación armada llamada de «vecinos honra-d
o s~f,o rmada por moderados, sagastinos y radicales, que tenía
por fin oponerse a los ataques contra la propiedad y evitar la
disolución social. Para Figueras, tal asociación no1 era sino un
foco de conspiración borbónica2' puesto que en algunas de sus
reuniones se había llegado a decir que era necesario buscar de
rodillas al príncipe Alfonso.
En los primeros días de su mandato, y debido a suspicacias
por haber ascendido tan rápidamente, fue Estévanex atacado por
una parte de la prensa republicana que le llegó a llamar borra-cho,
demente y jalfonsino! «Había en las alturas del republica- s
nismo tales despechos, envidias y suspicacias, que yo estuve
constantemente vigilado como un conspirador. Por todas partes E
me rodeaban espías, y se me seguían los pasos cual si se temiera g
que yo fuera capaz de hacer una traición a la República. En mis
años de conspirador no se me seguía la huella con tanta persis- i
E tencia como entonces. Conozco bien a los que me injuriaban con ;
sus temores estúpidos pero los he perdonado. Ya sc: habrán con- $
vencido, los que aún viven, de que soy más republicano y más j
federal que ellos, puesto que algunos han concluiclo en monár-quicos
o en demasiado benevolentes con la monarquía» O
No tuvo Estévanez mejor entrada en la prensa extranjera. El s
mismo cita que algún periodista dijo de la República que había
caído en un desenfreno tal que Castelar se había visto obligado
a nombrar gobernador de Madrid a un monsieur Estévanez que
se lo había exigido navaja en mano; y añadía que el citado mon- j
sieur, muy conocido en las tabernas, era un personaje que, se "
decía, no sabía leer ni escribir U.
21 Pi y Margalll, Htstoruz de EspaMa, t V , pág 129
Estévanez, Memorlas, pág 4%
23 Zdem, pág 411
Sobre la parcialidad de los corresponsales extranjeros escnbía. «Algo más
me disgustó una crónica enviada, al parecer, de Madnd y publicada en París
con la firma de un corresponsal francés amigo del señor Chao. Este le había
preguntado si sería más veraz que los otros periodistas y le contestó que diría
!a verdad enter-
356 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N I I C O S
Posiblemente, el rasgo más celebrado de sus cuatro meses de
gobierno fuese el haber mandado escribir en la puerta de su
despacho, a los pocos días de su toma de posesión, este letrero:
«El gobernador no tiene ni destinos, ni dinero, ni nada que dar.»
Tal humorada le procuró amigos entre los que adivinaron una
postura íntegra y enemigos entre los que esperaban beneficios.
Piensa Pi y Marga11 que de la ocurrencia del gobernador no po-cos
detractores de la República pretendieron sacar partido. Es-tévanez,
calificándolo de «verdadera tonterían escribió: «No es-tán
en lo justo, si pretenden -los periódicos- con semejante
recuerdo zaherir a los republicanos, que no eran republicanos
los que me agobiaban pidiéndome destinos, distritos electorales
y aun dinero, tres cosas de que yo no disponía. Eran los eternos
pretendientes, los mosquitos de todas las situaciones, los cesan-tes
de oficio, pues hubo personaje que pidió veinte veces un des-tino,
se le dio por fin ... y no pasó de recoger la credencial. Hay
quien vive bien a título de cesante postergado. Para darle un
Llegó su primera crónica y decía.
"Madrid es una ciudad de la Edad Media, sin alumbrado público, salvo los
faroles mortecinos que alumbran imágenes religiosas, esculturas en general de
imponderable mérito, porque hay hornacinas, algunas muy artísticas, en todas
las callejuelas
Ayer pasó por la Puerta del Sol un batallón de nacionales, cuya banda de
música, por cierto notabilísima, tocaba la Marsellesa. El público se descubría
respetuosamente al pasar los gastadores vistiendo el hábito de San Francisco "
Indignóse Chao leyendo estos desatinos y se lo reprendió al corresponsal
Pero éste, deseoso de justificarse, le hizo leer una carta de su redactor en jefe
en la que le decía, poco más o menos'
"Hemos tenido que inutilizar sus crónicas y hacerlas de nuevo aquí No se le
ha llamado a usted a la Península para que Madrid sea un pequeño París y no
suceda nada de particular Este público no acepta un Madrid sin toros por las
calles, serenatas nocturnas y frailes capuchinos "
Aprovechando la libertad absoluta que dejaba el Gobierno para telegrafiar,
corrían por el mundo entero despachos telegráficos por el estilo del que va a con-tinuación;
lo he visto yo mismo en la Biblioteca de Santa Genoveva, en una
colección de diarios de aquel año "Madrid 30-Se va restableciendo la tranqui-lidad.
Hoy no han sido asesinados más que tres generales y un obispo En
Sevilla apedreados extranjeros Pi amenazó a Castelar con revólver Ex alcalde
Rivero se naturaliza alemán "» (Estévanez, Memorzas, pág 412-13 )
destino a cualquier republicano, había que sacarlo de su casa
poco menos que a la fuerza, como Figueras me había sacado
a mí» ".
En conjunto, su actuación como gobernador debe ser califi-cada
de «pacifista». Cuando le fue anunciado que una pequeña
partida, que se creía carlista, marchaba desde los límites de la
provincia de Avila hacia El Escorial, salió Estévanez a su encuen-tor
con cien voluntarios del batallón de La Latina y la partida
se disolvió. Aunque el resultado final fue satisfactorio, escribió:
«Aquí debo hacer una confesión y la hago. Ni yo creí que iba
a copar la partida ni que ella se acercaría a El Escolrial. Mi salida
fue un pretexto de que me valí para descansar un ploco ya que en
Madrid no tenía tiempo de hacerlo. Aun sin tanta fatiga como g
entonces, cuando estoy mucho tiempo en una ciudad cualquiera, g
siento la nostalgia de la libertad campestre y del oxígeno. Tengo $ n
algo o mucho de salvaje; necesito años para conocer una ciudad,
para no extraviarme en ella, para no desorientarme en cada es- E
quina. Y en despoblado, en la montaña, en la selva, me oriento
al primer día y ya no me pierdo nunca. -
Aquella noche dormí perfectamente, lo mismo que los hom- {
bres, exceptuados los de un pequeño retén que establecí. - -
0
Por la mañana supe que la partida se había internado otra
vez en la provincia de Avila, donde poco después se disolvió. . » "
El 8 de marzo, los republicanos repitieron una vez más sus %
demostraciones de desagrado contra la Asamblea reuniéndose en i
grupos desarmados y en actitud tranquila alrededor del Congre- ?
so. El presidente Martos mandó que la Guardia Civil los disper-
Sara sable en mano, y en un momento en que el cl~nflicto empe- $
zaba a agudizarse, la aparición de Estévanez salvti la situación. "
«Llegué por casualidad, y el teniente de la Guardia civil me par-ticipó
lo que iba a ejecutar. Yo le dije: "Está ustedl a las órdenes
del Presidente de la Cámara, quien puede mandar lo que crea
conveniente. . dentro de la Cámara. En la calle, soy yo el respon-sable
del orden, y no habiéndose turbado, le prohibo a usted car-
91 gar mientras no lo mande yo..
~4 Estévanez, Memonas, pág. 407
o ídem, pág. 4i942U
358 ANUARIO DE ESTUDI0.S A T L A N l I C O S
NICOLAS ESTEVAPvEZ MURPHY 23
Me parece que los guardias y el teniente se alegraron mucho
de mi oportuna llegada; el caso es que no hubo sablazos, ni vícti-mas,
ni desorden. El Presidente se quejó al señor Figueras de
que yo desacataba su autoridad, pero Figueras lo convenció de
que yo estaba en lo justo. Sin embargo, a ruego de Figueras, le
di a Martos franca explicación. Estuvo conmigo el señor Martos
afectuoso y correctísimo» 26.
La convocatoria electoral de Cortes Constituyentes para el 10
de mayo, aumentó todavía más el desacuerdo entre republicanos
y radicales, debiendo éstos avenirse a la disolución de la Asam-blea
en cuanto quedaran aprobados los proyectos de abolición
de la esclavitud en Puerto Rico, de la matrícula de mar y de la
organización de cincuenta batallones de Cuerpos francos
Quedaba solamente pendiente la cuestión de la designación
de los veinte individuos de la Comisión permanente. El mismo
día en que se abolió la esclavitud, se prolongó la sesión de las
Cortes hasta que quedó constituida y los radicales lograron con-servar
la mayoría 2s.
Bien pronto la Comisión comenzó a mostrar su desacuerdo
con el Gobierno. Como entre sus funciones figuraba la de pro-poner
la reapertura de la Asamblea, opina Fernández Almagro
que Martos recurrió a ella para asestar a Figueras un golpe que
le derribase y colocar en la Presidencia del Poder Ejecutivo a
26 Zdem, pág 422
El 1 de mano en un proyecto de ley, se autorizaba al Ministro de la Gue-rra
organizar cincuenta batallones francos de a seis compañías, con novecientas
plazas cada uno, mandadas por jefes y oficiales del ejército pertenecientes a las
reservas o a la situación de reemplazo Esta autorización era completada por
otra en la que se proponía el empréstito de cien millones de reales destinados
a la dotación de dicha fuerza. En la práctica, solamente pudieron formarse
algunos batallones de francos pero pronto, por su mal resultado, debieron ser
disueltos. (Pi y Margall, Hzstorza de España, t V, págs 129 y 144 )
2s La Comisión estaba formaaa por aiez rauicaies, cinco antiguos repubiica-nos
y cinco conservadores, el marqués de Sardoal propuso a los siguientes se-ñores.
Rivero, Beranger, Figuerola, Izquierdo, Mosquera, Mompeón, Molms, Sala-verría,
Vargas y Machuca, Esteban Collantes, Romero Ortiz, Ramos Calderón,
Labra, Canalejas, Becerra, Cala, Diaz Quintero, Martra, Palanca y Cervera No
aceptó Becerra y fue sustituido por don Juan Ulloa (Pi y Margall, Htstoria de
ErprrErr, t v, pAg 142.1
24 JAVIER M.' DO-Serrano
a modo de eje de una República centralizadoraB; por
ello, la Comisión, prescindiendo por completo del Gobierno, pen-só
en convocar la Asamblea Nacional para el 23 de abril
Pi y Margall en su Historia llega a la fecha del 23 de abril por
camino diverso: aceptando el desacuerdo entre Comisión y Go-bierno,
las Juntas de aquélla se habrían encaminado, desde el
primer momento, a lograr un careo con el Poder Ejecutivo. Así
se habría fijado el 20 de abril para el encuentro; sin embargo,
un acontecimiento inesperado vino a aplazar la fecha, dejándola
en el 23: en la tarde del día 20 falleció la esposa de Figueras
y cayó éste en tal depresión moral que le fue concedida la licen-cia,
encargándose Pi y Margall interinamente de la Presidencia.
De cualquier forma, el plan radical, al que se unieron conser- g
vadores, parece ser que intentaba reunir en ese día a todos los g
ministros en el Congreso y reducirlos a prisión, declarar reanu- $ n dadas las Cortes, otorgar el poder a la Permanente para que, en ;
su día, nombrara un Gobierno a su gusto 30. E
Estévanez sospechó de modo casual que algo se tramaba. «El 2 E
22 me visitó una señora que me conocía desde mii niñez y a
quien no había visto desde muchos años antes. Emparentada con $
algún político de altura, debía saber muchas cosas. Me habló al
principio de asuntos sin importancia, y al fin, con lágrimas en E
los ojos, me dijo que quería llevarse mi familia, porque en aque-
Ila casa -vivíamos en el Gobierno- creía ella que no estaba
muy segura ... La gestión de aquella buena señora rrie hizo com- !
prender que se acercaba una intentona seria. Se lo conté al señor
Pi, quien a su vez tenía confidencias de otro origen y datos más j
fundados. Convencidos de que el día siguiente era e1 señalado $
para una sublevación, tomamos las medidas más urgentes» 31.
O
W Pensaba Pi y Margall que el duque de la Torre en realidad lo que preten-
.ir- --- ---A--. -nr nrn r nmr n i r o h - n-n QPV ~ V P C I T J P ~ ~ Pd e ~ ~ Rn ~nn ~ í h l i ccae n- 1 a u , " A " " * * . . ---r-------- ---
tralizadora, pero de no alcanzarlo ya veía con buenos ojos la Rest.iuración de los
Borbones con don Alfonso. .Cuál no seria su actitud, que hasta don Carlos se
atrevió a ofrecerle el mando de su e~érciton (Pi y Margall, Historia de España,
t V, páginas 144-145 )
30 Pi y Margall, Historza de España, t V, pág 146
31 Est6vanez. Memorias, págs 423-424
360 A N U A R I O DE E S T U D I O S r4TLANl ICOS
NICOLÁS EsTWANEZ MURPHY 25
La participación de Estévanez en los sucesos del día 23 fue
decisiva para el sostenimiento de la República. «Contaban los
conjurados -escribe- con muchos generales, entre ellos el ge-neral
Pavía, capitán general de Madrid, y, por consiguiente, con
la guarnición. Creían contar con la Guardia civil. Su mayor con-fianza
estaba en la artillería, pues licenciados los oficiales facul-tativos
del cuerpo desde los últimos días de don Amadeo, man-daban
los regimientos oficiales y jefes de las armas generales
que temían de los republicanos una reorganización contraria
a sus intereses. Todo hacía temer que la sacudida fuera grave.
Amaneció el 23 32.
Apenas era de día cuando recibí un oficio del alcalde, señor
Marina, participándome que, como jefe de la milicia popular,
reunía para pasarles revista los batallones "del margen". Eran
los amadeístas.
Le contesté acusándole recibo y diciéndole que yo también
revistaría los batallones "del margen". Los republicanos.
Los batallones monárquicos se reunieron en la plaza de toros,
no en la actual, sino la que existía próxima a la puerta de Alcalá
(entre las calles de Villanueva y Jorge Juan) y al hotel del general
Serrano. Los republicanos se situaron en las Salesas, en las esta-ciones
y en varios edificios; dos batallones quedaron de reserva
32 Pirala relata así las medidas tomadas por el Gobierno en la noche del 22
de abril «El Ministro de la Gobernación (Pi y Margall), en tanto, convino en la
noche del 22, con el gobernador civil de Madrid, señor EstCvanez, que ocupara
silenciosamente los edificios de las calles Mayor y Alcalá con guardias de orden
público, preparándose a luchar si era necesario, y el ministro de la Guerra del
que desconfiaban sus ministros de Gabinete, ordenó a Pavía se le presentara en
la mañana del 23 con todos los jefes de los cuerpos de la guarnición
Ya desde la noche cundió la alarma en la capital, pues para pocos era un
misterio la actitud agresiva de los dos partidos que se disputaban el poder y aun
de los que estaban de parte de uno u otro Los republicanos todos ayudaban al
Gobierno, y éste no descuidó las medidas que su situación exigía, si bien se-cundado
por el Gobernador civil, que era la Única autoridad de su confianza
Distribuyó éste convenientemente las fuerzas de orden público y de voluntarios
de la República y el señor Sardoal reunía la milicia nacional y la llevaba a la
plaza de toros con pretexto de revisarla r (Pirala, A , Historia Contempordnea
An In I..inrre -..:l + TT I n ~ r l - . r l 4 0 0 1 -A- 710 \
.-A,'#"G., WG 'c+ SWG,, u b'"'&, L AL, ,"L',UL ,u, ,"7&, yas. ,&O ,
26 JAVIER M ' DONEZAR
en la plaza Mayor. La fuerza más comprometida era la situada
en las Salesas a las órdenes de Enrique Faura.
El señor Figueras permaneció en su casa, afligido por una
desgracia íntima y reciente.
El señor Pi desplegó aquel día una actividad serena, aunque
atendiendo más a provincias que a Madrid; no hice, por mi
parte, más que cumplir sus órdenes.
La Comisión permanente celebraba sesión declaralda en abier-ta
rebeldía. Estuve en el Congreso y un diputado me dijo, entre
veras y bromas:
-Los rebeldes no somos nosotros; lo es el Gobierno. Si lo
fuéramos, ahora mismo nos apoderaríamos de usted.
-Eso es lo que yo quisiera -le respondí-, porque hace diez
minutos que hice testamento; no tardarían en venir seis mil
hombres a sacarme O
No me detuvieron. Me marché después de ofrecerme al P're- g
sidente, por si quería una fuerza de la Guardia civil para salva-guardia
de la Cámara en previsión de contingencias posibles. No
E aceptó. -
El Gobierno relevó del mando al general Pavía sustituyéndole $
por el general Hidalgo. Este se puso al frente de las tropas y se
dirigió con ellas hacia la plaza de toros. Los sublevados se dis-persaron
sin oponer resistencia. No hubo más. O
Dispersos, ya de noche, los batallones del señor Illarina, cm- d
dió la indignación entre los republicanos que no pertenecían a %
los batallones; los alistados se mantenían en sus puestos con el
mayor orden. Varios grupos, en actitud hostil, rodearon el pala-cio
del Congreso, donde la Asamblea seguía deliberando. Los E
diputados levantaron la sesión precipitadamente. Rivero y Bece-rra,
por ser muy conocidos, se ocultaron en los sótanos, según
supe después ". Los demás fueron saliendo sin gran dificultad,
aAi Congreso fueron ei señor Estévanez, Saimerón, Casieiar, Cervera, Sorni
y otros diputados, que consiguieron sacar sanos y salvos a los individuos de la
Permanente., (Pi y Margall, Hlstorza de España, t V. pág 152 )
En Nota mdica Pi que el gobernador, Estévanez, antes de reunirse la Com-sión,
había ofrecido al Presidente fuerzas de la Guardia Civil y que Salmerón
las rechazó; sin embargo, Estévanez colocó un batallón en la Carrera de San
Tnrtínimn
362 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAN'I'ICOS
NICOLAS ESTEVANEZ MURPHY 27
acompañados unos por Nicolás Salmerón, otros por Castelar, al-gunos
por mí y mis amigos. Ninguno fue atropellado ni insulta-do;
el que más, oyó algunos silbidos. Los que han hablado de
turbas demagógicas, ebrias y soeces, vieron con vidrios de au-mento
o no sabían lo que les pasaba. Se condujeron las «turbas»
con nobleza y generosidad. Ya sé que al decirlo borro yo mismo
los aplausos que se me prodigaron en aquellos días, suponiendo
que salvé la vida al marqués de Sardoal y a muchos otros ". Con
gusto lo hubiera hecho en caso necesario; pero nadie tuvo ame-nazada
su vida. Aquello fue un tumulto de poquísima importan-cía.
Agradecí, no obstante, las frases laudatorias que me dedicó
el Presidente, don Francisco Salmerón, en la protesta que dirigió
al país por la disolución de la Asamblea que el Gobierno decretó;
como agradecí, aunque inmerecidos, los cumplimientos y felici-taciones
de otras personas respetables» 35.
Fue disuelta la Comisión permanente y en los días siguientes
muchos exaltados republicanos se dedicaron a perseguir a los
radicales conspiradores, lo cual produjo atropellos que obligaron
al gobernador a dictar el siguiente bando:
«Nicolás Estévanez, gobernador civil de esta provincia.
Hago saber: que hallándose interesada la honra de la demo-cracia
en que ningún exceso empañe la majestad de su victoria,
y conviniendo a los intereses de la provincia y de la revolución
que el Gobierno y las autoridades puedan dedicar todo su tiem-po
al desarrollo de reformas salvadoras y revolucionarias, pre-vengo
a todos, bajo la responsabilidad de cada uno, lo siguiente:
1." Los Agentes de mi autoridad protegerán en su derecho
También en la Hzstorza de Pi y Marga11 se señala que Estévanez salvó al
duque de la Torre. «El hecho fue así. presentóse a Estévanez, Castelar y le pre-guntó
que naria si viese en peiigro a un amlgo querido a quien debiera la vida
A la natural respuesta de Estévanez, respondió Castelar que se hallaba en el caso
de salvar al duque de la Torre. Estévanez, generoso y caballero siempre, facilitó
la huida de Serrano y, con Castelar, le condujo en el coche del Gobierno civil
al consulado de Inglaterra n (Pi y MargaU, Hzstona de Espana, t V, pág. 151,
nota 2.)
le F - * L - r;arcvarir~, ivíernorzus, págs 425427
28 JAVIER M ' DONkZAR
a todos los ciudadanos que, llenando las prescripcione:~d e la ley,
hagan manifestaciones en cualquier sentido.
2." Toda manifestación que, siendo armada, parezca imposi-ción,
será inmeditamente disuelta por los agentes de mi auto-ridad.
3." Los que penetren sin autorización de autoridad compe-tente
en el inviolable domicilio de cualquiera de sus conciudada-nos,
serán sometidos inmediatamente a los tribunales de justicia.
4." Todos los vecinos que, no perteneciendo a los batallones
organizados, quieran usa? armas de fuego, se sujetarán bajo su
más estrecha responsabilidad a lo que para este caso está pre-visto
en las leyes vigentes.
Madrileños: Si en los momentos de la más natural y justa
indignación habéis sido generosos y magnánimos con los venci- !
dos, no empañaréis vuestra victoria con actos reprensibles de
venganza; si en las horas de peligro habéis apoyadlo al Poder
E Ejecutivo, secundando con patriotismo y valor sus; enérgicas
2 disposiciones, de seguro le prestaréis también vuestrco concurso -
para terminar la obra comenzada.
Así lo espera vuestro conciudadano y gobernador, Nicolás -
Estévanez. -
0
m
Salud y fraternidad.-Madrid, 27 de abril de 1 8 7 3 j~6
E
O
De la jornada del 23 de abril, el Gobierno salió fortificado s
y aumentado el prestigio de Estévanez de modo que en las elec-ciones
para diputados a Cortes, al mes siguiente, fue elegido
por Santa Cruz de Tenerife y por Orgaz (Toledo). El ainhelo de Pi
era lograr unas candidaturas basadas en la neutralidad y en la j
espontaneidad más absolutas. «Un día se me presentaron dos "
señores de la provincia de Toledo y uno de ellos me dijo:
-Nosotros somos amigos particulares y políticos de don Cris-tino
Martos; pero como es de oposición, no nos conviene ahora
que sea nuestro diputado. Venimos, pues, a ofrecerle al usted que
sostendremos su candidatura en el distrito de Orgaz.
Y yo les dije:
-¡Pues valientes amigos particulares y políticos tiene don
-U- Pi y ?.tzrBa!!,A ws,-:o&ri GEs püfiü, t V, &J 155155
364 A N U A R I O DE E S T U D I U S A T L A N I I C O S
NICOLÁ S ESTÉVANEZ MURPHY 29
Cristino Martos! Agradezco mucho hayan pensado en mí, pero
no acepto. He sabido que piensan elegirme en el distrito de Bae-za-
Linares sin que yo lo haya pretendido.
A pesar de mi contestación, resulté elegido diputado a las
Constituyentes por Baeza, por Orgaz y por Santa Cruz de Te-nerife
» ".
En Tenerife fue presentada su candidatura, pese a la oposi-ción
del gobernador; el triunfo lo atribuyó Estévanez a la juven-tud
republicana, a los amigos políticos del marqués de la Florida
y a los elementos neutros que le conocían.
Las nuevas Cortes se inauguraron el 1." de junio bajo la presi-dencia
de don José M. Orense; algunos periódicos dijeron de
ellas que tenían poca altura intelectual, que se asemejaban a un
«tren de tercera».
En las sesiones del 5 y 6 de junio, después de haberse solu-cionado
favorablemente la cuestión de su presentación por dos
distritos, Estévanez quedó admitido y proclamado diputado por
Santa Cruz y Orgaz 38. Por entonces debió ser cuando Figueras le
propuso el Gobierno superior de Cuba.
El día 7 de junio, la Cámara proclamó que la forma de go-bierno
de la Nación española era la República democrática fede-ral.
Fue una ocurrencia del presidente señor Orense; la propuso
con la mayor naturalidad junto con la dimisión del Gobierno:
«Se me figura -dijo- que debemos empezar por proclamar
la República federal.
Debo declarar que hay varias proposiciones presentadas en
el mismo sentido que me he tomado la libertad de indicar a la
31 Estévanez, Memorras, págs 429-430
En el Diario de Seszones, Vol CLXXIII, sesión de 1 o de junio, no consta que
fuese elegido por Baeza y si por Orgaz y Santa Cruz de Tenerife. (Nota del autor.)
a #¿a Comisión Auxiiiar de Actas ha examinaao ias de ios distritos que a
continuación se expresan, las cuales, si bien contienen protestas o reclamacio-nes,
no afectan a la validez y resultado de la elección; por tanto, tiene la honra
de proponer a las Cortes se sirvan aprobar dichas actas y admitir como dipu-tados
por los referidos distritos a los electos, que han presenciado sus creden-ciales
y cuya aptitud legal no ofrece dudan (Dzario de Sesiones, vol. CLXXIII,
c ~ c i h n& & j~njn1
30 JAVIER M.' DONEZAR
Cámara. Se empezará por dar lectura a la primera que llegó
a la Mesa.
También se va a dar cuenta de la dimisión del Gobierno, aun-que
para mí es antes que se proclame la República federal, no
sólo porque me parece que así debe hacerse, sino porque en las
circunstancias en que hoy está España, acaso de que llegue un
despacho telegráfico, anunciando el nombramiento de un Gobier-no
y la proclamación de la República, dependa el que las inquie-tudes
que hay en algunos puntos cesen por sí mismas>3,9 .
A continuación se procedió a la lectura de la dimisión del
Gobierno, quedando su autoridad depositada en la Asamblea.
Después de la proclamación que Orense calificó de <<inciden-te
» ", se dio lectura a la proposición del señor Cerverii: «Los di-putados
que suscriben, animados del deseo de ver constituido 6
inmediatamente el Gobierno de la República, como reclaman la
gravedad de las circunstancias y las necesidades de la patria, su-plican
a las Cortes se sirvan encargar al diputado don Francisco i
Pi y Margall, que proponga a la Cámara los individuos que han
de formar el Poder Ejecutivo» 41. 3
Efectuada la votación sobre si debía ser o no desechada la
propuesta, el resultado dio que no lo fuera por 145 votos contra E
79. Estévanez votó entre éstos, siguiendo el plantea~mimto de 1 Pi y Margall. «Yo no os ocultaré mis opiniones individuales -di-jo
éste al explicar la situación-; yo creía que la Cámara debía k
empezar por dar un voto de gracias o de censura al Gobierno
que acaba de serlo: si la Cámara opinaba que este Gobierno j
había correspondido a las esperanzas del partido y llienado dig- $
namente su tarea, debía hacer que el Gobierno contiiiuara todo O
él en su puesto; si entendía que el Gobierno había faltado a las
j9 pi y iviargaii, jyzsiorza de c ~ ~-r-- r~o n 101 ~ ~ , v, pags iou-101
40 Del «incidente» dice Pi «en verdad, dada la forma en que se hizo y la
efectividad que había de alcanzar aquéfIa, no había pasado de la categoría de un
incidente. Proclamar la República federal sin federación, era una candidez s610
perdonable en gracia a la avanzada edad del buen presidente » (Historia de Es-paria,
t V, pág. 183.
41 ?de??z, pbg. 183
366 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAN7 I C O S
NICOLh S ESTÉVANEZ MURPHY 31
esperanzas de sus correligionarios y no había llenado bien su
tarea, debía entonces reemplazarlo» "
Pi y Margall, por fin, aceptó el encargo.
Al día siguiente, 8 de junio, se procedió a la votación definiti-va
de la proposición que declaraba como forma de gobierno la
República democrática federal, siendo aprobada por 218 votos
contra dos. Estévanez no participó.
En la segunda parte de la sesión de ese día, Pi y Margall pre-sentó
los nombres para el Gobierno; entre ellos figuraba Esté-vanez
como ministro de la Guerra:
«Excmo. Sr.: En cumplimiento del encargo que me ha sido
conferido, tengo el honor de proponer a las Cortes Constituyen-tes
el siguiente Poder Ejecutivo: Presidente y Gobernación, don
Francisco Pi y Margal1.-Estado, don Rafael Cervera.-Gracia y
Justicia, don Manuel Pedregal.-Guerra, don Nicolás Estévanez.
Fomento, don Eduardo Palanca.-Hacienda, don José de Car-vajal.-
Marina, don Jacobo Oreiro, y Ultramar, don Cristóbal
Sornín 43.
Pidieron en seguida la palabra muchos diputados, lo cual de-jaba
entrever que la candidatura no había gustado. El señor
Boef atacó la propuesta basándose en que habiéndose votado
que Pi presentara un Ministerio, en la relación ofrecida el pri-mer
inscrito era el mismo Pi y Margall; a partir de ahí se inició
un lamentable debate sobre las personas quedando en entredicho
Pedregal, Cervera y Palanca.
Cuando se había llegado hasta el extremo de votar uno a uno
los nombres propuestos, Pi dijo que retiraba la proposición por-que
la Cámara daba suficientes pruebas de desconfianza, pero su
idea no fue aceptada. Estaba resultando una discusión larguísi-ma
de modo que hubo de suspenderse la sesión a las 11,45 de
la noche para seguirla a las 3,45 de la madrugada; entonces,
42 Pi y Margall, Hzstorla de España, t V, pág 184.
43 Dtarzo de Seszones, vol CLXXIII, sesión del 8 de junio
De estos ministros, solamente Estévanez y Sorní estaban completamente
identificados con la política de Pi y Margall, Cervera, Pedregal y Carvajal eran
de la fracción que estaba formando Castelar en la Asamblea, Palanca era gran
amigo de Saimeron y Oreiro pertenecía ai partido radica1
y en un cuarto de hora, se logró el voto pleno de confianza al
Poder Ejecutivo de Pi y Margall.
Dimitieron, con todo, Pedregal, Cervera y Palanca por la acti-tud
de la Asamblea en su contra, así que en la sesiáln del 11 de
junio se procedió a formar un nuevo Gabinete: Pi y Margall en
Presidencia y Gobernación; Nicolás Estévanez en Guerra; José
Cristóbal Sorní en Ultramar; José Muro López Salgado en Es-tado;
Federico Anrich en Marina; José Fernández Conzález en
Gracia y Justicia; Teodoro Ladico y Fon en Hacienda, y Eduar-do
Benot en FomentoM.
NICOLAS ESTÉVANEZ, MINISTRO DE LA GUERRA"
Indudablemente, en la llegada de IEstévanez al Ministerio de
Guerra influyeron la plena identificación ideológica con Pi y, en
especial, su carácter consecuente que le había hecho triunfar co-mo
gobernador civil. Morayta dice de él que su «carácter taci-turno,
su poca afición a hablar y su arrojo personal, hizo pensar
a muchos que la República había encontrado un carácter, capaz
de empresas superiores a cuantas realizar podían los hombres
de palabra fácil y de elocuencia maravillosa. Amigos y enemi-
M Diario de Sesiones, vol. CLXXIII, sesión del 11 de junio
45 aLas Cortes Constituyentes, en uso de su soberanía, han tenido a bien
elegir el Poder Ejecutivo de la República, nombrando Presidente del mismo y
Ministro de la Gobernación a don Francisco Pi y Margall; Ministro de Estado
a don José Muro; Ministro de Gracia y Justicia a don José Fern,ando González;
Ministro de Hacienda a don Teodoro Ladico; Ministro de la Guerra a don Nico-lás
Estévanez; Ministro de Marina a don Federico Anrich; Ministro de Fomento
a don Eduardo Benot, y Ministro de Ultramar a don José Cnst15bal Sorní
Palacio de las Cortes, 11 de junio de 1873 -Don Francisco Díaz Quintero, Vi-cepresidente.-
Santiago Soler y Plá, Diputado Secretario.-Ricardo Bartolomé
y Santamaría, Diputado Secretario D (Colecczdn legislativa, vol. 110, pág. 1619
Servicio Histórico Militar, Madrid.)
«Presidencia del Poder Ejecutivo de la República. El Gobierno de la Repú-blica
ha tenido a bien nombrar Gobernador civil de la provincia de Madrid, cuyo
cargo se halla vacante por haber sido elegido Ministro de la Guerra don Nicolás
Estévanez que le desempeñaba, a don Juan José Hidalgo y Caballero, ex Dipu-tado
Constituyente. Madrid, 11 de junio de 1873. El Presidente del Poder Ejecu-t~
vo, Francisco Pi y ivíargaii. («Gaceta de Madricb, ii de junio de i83.j
363 ANUARIO DE ESTUDIOS .dTLANTZCOS
NICOLAS EST~!TANEZ MURPHY 33
gos vieron, hasta en sus mismas inconveniencias, cualidades muy
estimables » a.
A nuestro modo de ver, fue precisamente este carácter el que
le hizo presentar la dimisión a los quince días, al chocar con los
compromisos de un ministerio necesitado, más que ninguno, de
resultados inmediatos. Como había sido un cargo dado a una
personalidad determinada, bastó que dicha personalidad fuera
atacada para que Estévanez perdiera la confianza de la Asamblea
que lo había elegido. Tal se desprende de la lectura del «Diario
de Sesiones» que seguiremos básicamente en este apartado. Es
más, para Morayta el discurso del general Socías contra Esté-vanez,
que había sido llamado a ser «el sostén de la situación»,
habría hundido no sólo a éste, sino a todo el Gabinete que dimi-tió
con él.
Al día siguiente de recibir la credencial, en una Orden dirigida
al Ejército, propuso Estévanez sus intenciones:
«Soldados: Yo no sé si alcanzarán mis fuerzas para llenar
cumplidamente el encargo que la Asamblea Constituyente en el
día de ayer me confió; pero ya saben muchos de mis antiguos
compañeros que no han de faltarme ni decisión ni buena vo-luntad.
El Ejército se halla de muy largo tiempo sediento de justicia.
La justicia se realizará y el Ejército entrará de nuevo por la olvi-dada
senda del honor.
Si el Gobierno federal, imitando a otros gobiernos, de funesta
memoria, olvida sus programas y promesas, razón habrá para
perder la esperanza de que el Ejército se dignifique.
Pero yo os prometo, bajo la fe de mi palabra, que si he de
seguir al frente de este Departamento militar, se abolirán las
quintas, se restablecerá la disciplina y se hará la revisión com-pleta
de las hojas de servicio.
Tenemos bravos soldados, dignos oficiales y brillantes jefes;
podemos, pues, hacer el primer Ejército del mundo.
Así os lo ofrece, al enviaros su cordial saludo, vuestro anti-guo
camarada. N. Estévanez~47 .
46 Morayta, Miguel: Hlstorza General de Espafia 9 vols. Madrid-Gz. Rojas Ed
1886-1896. Vol. 9:. pág. 87.
4; Coiección ieguiaiiva, iiO, pág. ió2u
Núm 20 (1974)
34 JAVIER M' DON~ZAR
Complemento a este breve y ambicioso plan, que fue bien
acogido, mandó Estévanez al director de La Correspondencia de
España, don José M. del Campo, una carta cuyo contenido repe-tía
el del cartel que había mandado poner a la puerta de su
despacho en los meses de gobernador civil y que iba ;3 dar mucho
que hablar:
«Mi estimado amigo: Mucho le agradeceré que haga decir en
La Correspondencia lo que me sucede desde que soy Ministro. El
público esperaba que yo hiciera alguna cosa en el departamento
que se me ha confiado; pero, sépalo usted, en cuarenta y ocho
horas no he hecho nada, absolutamente nada. Creo que no se
puede hacer menos.
Deseo, pues, que el periódico diga la necesidad que tengo de
que me dejen en paz los amigos y los compañeros, si he de cum- e plir con los deberes de mi oficial encargo. He recibido telegra-mas
de Cataluña y del Norte, que han estado en mi mano cuatro
horas sin poder abrirlos Se me quita el tiempo con el gran nú-mero
de instancias y de notas que me han sido entregadas, tiem- i
po dos veces perdido, pues todas serán negadas. Tengo sobre la
mesa una correspondencia tan excesiva que no la he de leer 3
Diga, por Dios, que no me escriba nadie, que no pretenda
nadie lo que no sea lusto del ministerio de la Guerra y que me f
dispensen todos los que no reciban contestación a sus cartas
Agradezco la atención de los que me felicitan, y siento mucho !
no corresponderles por imposibilidad -E
Perdone usted también mi pretensión y dedique un suelto
a mis amargas cuitas. Le quiere y b s. m. - N. Estévanez,
junio 14»
Cree Morayta que estas declaraciones fueron imprudentes por-que
sirvieron para que los enemigos de la situación amemetiesen
contra los republicanos presentados por un correli,4,'p ionarioc o-mo
deseosos de destinos; de todos modos, el texto preludiaba una
ciara iinea de acción.
En la sesión de las Cortes del 14 de junio se notaron ya las
primeras reacciones a los dos escritos acabados de reseñar.
El señor Pascua1 y Casas preguntó a la Mesa por no estar
hnersyts, l i r ! n r ! n gonern!, Vo! ? O , pgg 87
370 A N U A R I O DE E S r U D I O S A T L A N I I C a J
NICOLAS EST~ANEZ MURPHY 35
presente Estévanez: «¿Está dispuesto el señor Ministro de la
Guerra a traer las hojas de servicio de todos los militares ascen-didos
desde la proclamación de la República, mayormente de
aquéllos que, perteneciendo a la clase de paisanos, han pasado
de un golpe a ocupar elevadas categorías en la milicia?
La segunda pregunta que tenía que hacer se refiere a saber si
está dispuesto el señor Ministro de la Guerra a castigar con mano
fuerte y según manda la actual ordenanza militar, a los asesinos
del bizarro coronel del batallón de Cazadores de Madrid, infame-mente
muerto en las calles de Sagunto, y a proponer a la Cáma-ra
una manifestación de estima a la memoria de esta única vic-tima
del honor y de la disciplina militar en estos tiempos, @.
El diputado Noguero planteó, a su vez, una cuestión de régi-men
interno del Ejército: «Que averigüe si es cierto que hay un
teniente coronel de Caballería disfrutando reemplazo en Madrid,
que solicitó licencia para las Provincias Vascongadas, y que hoy
tiene aquí un amigo cobrándole la paga de reemplazo, mientras
él se halla en una partida carlista.
Al propio tiempo, deseo que averigüe si es cierto que un co-mandante
del Ejército figura en él cobrando toda su paga, sien-do
así que está empleado en una compañía de ferrocarril es^^.
Evidentemente, eran problemas cuya solución estaba en la
promesa del ministro de restablecer la disciplina y de revisar
las hojas de servicio.
El 18 de junio, el turno de preguntas empezó con la misma
tónica, teniendo todas ellas de común la fórmula: «¿Está dis-puesto
el señor Ministro.. . ?»
López Santiso hizo referencia a los cuerpos francos y, concre-tamente,
a la necesidad de enviarlos a la guerra por estar produ-ciendo
continuas alteraciones en las capitales; el diputado Mar-tínez
Pacheco volvió a insistir en los desmanes de los cuerpos
francos y en si estaban sometidos a Consejo de guerra los ase-sinos
del coronel de Cazadores; Noguero preguntó otra vez por
49 Dzarzo de las Cortes, vol CLXXIII, sesión del 14 junio
3 Zdem.
36 JAVIER M DoN~ZAR
el teniente coronel de Caballería que estaba cobrando la paga
de reemplazo
El señor Torre Mendieta había investigado sobre lo escrito
por Estévanez a La Correspondencia porque acusimdole de des-atender
los problemas que tenía el Ministerio al estar invadido
su despacho apor miles y miles de personas, por la noche y por
el día., preguntó: uiEstá dispuesto el señor Ministro de la Gue-rra
a que ni sus amigos de Despeñaperros, aun cuando estoy se-guro
de que éstos no irán, ni sus amigos los diputados, de los
cuales tengo la seguridad que tampoco irán a molestarle, ni que
nadie vaya a invadir las oficinas de su departamento durante
las horas de despacho, porque así no ocurrirá qu'e setenta des-pachos
de Valencia, de Navarra.. . ? a N . . ¿Está dispuesto el señor Ministro de la Guerra a poner un ;
correctivo a fin de evitar esa invasión a que me voy refiriendo?
¿Sí o no?» -- m
O La respuesta de Estévanez fue franca pero no política según E
lo requerían las circunstancias, de modo que no arregló la situa-ción:
«Es bastante difícil -dijo- contestar en este momento E
a la pregunta del señor Torre. Diré, sin embargo, a S. S. que yo $
no puedo poner un correctivo a esa falta que deinuncia. Quien
puede ponerlo son los mismos que la cometen; pues que todo el
mundo tiene el derecho de ir a las oficinas del Ministerio de la
Guerra y yo no puedo menos de recibirlos con mucho gusto. %
(El señor Torre Mendieta: La Patria es antes que todo.) Yo tam- i
poco puedo descender hasta convertirme en portero; y tampoco ?
creo, con lo cual contesto a la interrupción del seiior Diputado,
que por servir a la Patria pueda yo recibir a metrallazos a los $
que van a verme; y lejos de hacer esto, dispuesto estoy a recibir "
a todo el mundo con muchísimo gusto» ".
Salió en defensa del ministro un correligionario, el diputado
Plaza, con preguntas que fueron aprovechadas por Estévanez pa-ra
enderezar lo dicho haciendo referencia a sus do!; escritos-pre
grama.
Formuló Plaza: «Otra pregunta al señor Ministro de la Gue-
51 Idem, sesión del 18 de junio, págs 186 y 188
Dzario de sesiones, voi CiXXIíí, sesiún dd 18 de jüaiu, p& :8?
372 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N I ICOJ
NICOU S EW~~'ANEMZU RPHY 37
rra. Creo que no necesito hacerle presente que por la ordenanza
se castiga terriblemente a aquel que en acción de guerra abando-na
las filas. ¿Está dispuesto el señor Ministro de la Guerra a que
el capitán general de Cataluña, señor Velarde, y los oficiales que
abandonaron las tropas, sean sometidos a un consejo de guerra?
¿Está dispuesto a hacer que se cumpla la ley lo mismo por los
de arriba que por los de abajo? ¿Está también dispuesto a evitar
que nos pongan en un brete con tantos viajes al Ministerio de
la Guerra, a donde yo, que soy su compañero de Despeñaperros,
no he ido, y con lo que se nos está poniendo en ridfculo a todos?»
Estévanez contestó: alamento que el señor Plaza haya vuelto
a hablar de Despeñaperros y de las visitas que se me hacen y que,
repito, agradezco infinito. En cuanto a si estoy dispuesto a no
sufrir que se infrinja la ley, es inútil decirlo después de lo que he
manifestado en un documento público.
Respecto al general Velarde, no salió de Cataluña sin autori-zación
del Gobierno, viniendo de Valencia a Madrid también por
las órdenes de éste. Y de todos modos, si hubo allí quien faltó,
no sólo pienso someter a los consejos de guerra a los oficiales
del batallón de Madrid, sino a todo el Ejército español cuando
haya faltas; porque no otra cosa he dicho en mi pequeña alocu-ción
al Ejército» ".
Después que los señores Alvarez López y Rivera apuntaron
otras cuestiones de menor importancia, pidió la palabra el gene-ral
Socías; de notable interés fue su interpelación porque costó
a Estévanez el Ministerio.
El ataque se debió, según Morayta, a la conducta que Esté-vanez
y Pi Margall habían observado para con el general el 11 de
junio; según Pi y Margall porque al serle aceptada la dimisión
no se usó la fórmula: quedando el Gobierno altamente satisfe-cho
del celo y lealtad, etc.» que se venía utilizando desde anti-0m'-
i n v nnrniie ~ c t a h an rripUn& e! Ministeri= de Guerra , =---..- -"."Y.. "Y..
persona como Estévanez que en su época militar no había alcan-zado
mayor grado que el de capitán. Todo parece que influyó.
Estévanez en las Memorias lo atribuye exclusivamente a que
3 Idem, pág 180
N4m 20 (1974)
38 JAVIER M.' DONRZAR
siendo Socías general y titulándose republicano, se creía con más
capacidad que él para ser ministro de la Guerra.
Después de haber relatado Socías, desde su punto de vista,
los sucesos de los días 10 y 11 de junio y las post~r~ades Pi y Es-tévanez,
dijo de éste:
«Mi dimisión, enlazada con estos sucesos, era anterior; era
cuestión de la entrada en el Ministerio de la Guerra del señor
Estévanez. Siempre he hablado con muchísima franqueza de to-dos
mis actos militares, como buen soldado. Hace quince días,
conferenciando con mi digno amigo el señor Pi, al susurrarse que
iba a entrar en el Ministerio de la Guerra el señ~or Estévanez,
conociendo el espíritu de todos los militares, nuestros rígidos
principios y la moral que por regla general hay en el Ejército, le
hice presente la inconveniencia, lo fatal que sería para el país
(así lo comprendí y ¡ojalá me equivoque! ) que un capitán de
ayer, un capitán, señores, que siento decirlo, y he de hacer una p
salvedad: particularmente, del señor Estévanez a mi humilde
persona no tan sólo me ha sido muy simpático, sino que nos
hemos llevado muy bien; hemos sostenido las mejores relacio-nes
y buena amistad, lo mismo particular que privadamente, si
alguna vez le he molestado; de consiguiente, aquí no se hará el 2
asunto personal, no es la persona, sino el capitán de ayer; pues
bien, por consideraciones de circunstancias, faltando yo a mi 9
S deber, no he hecho una consulta para que el ex capitán Esté-vanez
respondiese a su cargo de haber desaparecido del Ejército, 5
que todavía existe el precedente de la Dirección de Infantería -
Era capitán de reemplazo, como después tendré e1 honor de ;
leer, había desaparecido perteneciendo al Ejército, y por consi- 3B
deraciones a la persona y a la política que representaba, lo había "
dejado el director de Infantería. Los demás oficiales generales
no estaban enterados como el director de Infantería. Este, que
tres veces había tenido su expediente en las manos, que tres veces
había visto detalladamente su persona de cuerpo entero y sub-dividida,
como suele decirse en palabras militares,, es decir, en
su hoja de servicios y en su historia, ¿no tenía que hacer presente
para que no hubiese un conflicto mañana, como así lo hice al
señor Pi, que nombrase al señor Nouvilas, al señor Contreras, al
374 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
señor Pierrard, a cualquier general, a don Carlos La Torre, que
esto era en bien del servicio, puesto que tenían una figura, digá-moslo
así, aceptable en el partido, que había de hacer resaltar
en mí particularmente las desventajosas cualidades militares del
señor Estévanez? Este era un propósito franco, leal que hice,
como había pedido anteriormente que se nombrase al general
Nouvilas, se me había escuchado y se estaba en esto.
En la misma tarde, poco antes de suceder la escena que he
referido, quise ir a buscar al señor general Contreras para tratar
de encontrar una solución, y me detuvo el señor Pi, y le dije que
nombrase a un general digno para el partido y para el mismo
Gobierno, y que no me pusiese en el caso tristísimo de decir
mi repugnancia, mi justificadísima resistencia para que no entra-se
Estévanez en Guerra, porque había muchos oficiales en las de-pendencias
que sabían los desventajosos antecedentes persona-les
del señor Ministro de Ia Guerra.. . n
Como se hubiera levantado un murmullo en la Asamblea, So-cías
continuó:
«Voy a explicar esta palabra, porque ha sonado mal, y quie-ro
explicar por qué dije desventajosas.
Dije desventajosas, y así lo consigno hasta en la biografía, en
el sentido puramente militar, de escuela, pero no en su valor ni
en sus cualidades personales ni políticas; no, señores. Esta pala-bra
no va dirigida indudablemente a otra cosa que a sus cuali-
S dades anteriores como militar, como tendré ocasión después de
exponer. Todo lo contrario; yo no quisiera que saliese a relucir
esta cuestión.
Continuaré diciendo ahora, en el supuesto de que no se me
escuchó, que tenía presentada mi dimisión quince días hace, des-de
el momento en que por una de esas peripecias, tal vez preme-ditadas,
del día 10, con ignorancia completa de la autoridad, no
tenía más remedio, yo que conocía los antecedentes y circuns-tancias,
que hacer mi dimisión: dimisión basada expresamente
en la biografía militar, no política, no en su valor; la biografía
la tengo aquí, y después que SS.SS. la
insertar en el Diario de Seszones D ~ ~ .
hayan leído, se podrá
54 Diario de sesiones; vol CLXXIII; sesión del
N i h 20 ( 1 9 i J )
40 JAVIER M.' DONÉZAR
La biografía no llegó a leerse. Los diputados asistentes espe-raron
una contestación contundente, pero el discurso de Esté-vanez
fue todo lo contrario. «El discurso desilvanado, flojo y
contraproducente que con este motivo pronunció --dice Moray-ta-
bastó para hacerle caer del pedestal sobre el que la opinión
le colocara; primero los diputados y luego todo el país, recono-cieron
a una que el señor Estévanez distaba mucho de ser lo que
de él se pensaban s. Efectivamente, la respuesta del ministro, re-conociendo
francamente los hechos, fue interpretada por gran
parte de la Asamblea como una confesión más que como de-fensa:
«El señor Socías ha dicho -señaló- que ha presentado la
dimisión por ser yo Ministro de la Guerra; y en efecto, yo fui el
primero que dije al señor Pi y a muchos señores Diputados que
no quería ser Ministro de la Guerra 56 ni de ningún ramo, porque E
temia pudiera no sentar bien en el Ejército que uno que había
sido capitán fuese el jefe del departamento; pero la Asamblea
lo ha dispuesto, y yo he bajado la cabeza ante el fallo soberano i
de las Cortes. Respecto a malos antecedentes, no sé absoluta-mente
a qué ha podido referirse el señor Socias, porque mi histo- $
ria es la más limpia, no sólo en política, sino en todos los terre-nos;
hasta el extremo de que estoy dispuesto a que :;e mande mi f
expediente y se traigan todos los datos que quiera el señor So-
S
n
55 Morayta, M, Historza general, Vol. 9", pág. 89 -E
56 De su elección dice en las Memorzas. «El señor Pi, después de elegido Pre-
2 sidente, siguió desempeñando la cartera de Gobernación n
Debo advertir que Figueras me había preguntado quince días antes si quería $
encargarme del Ministerio de la Guerra y le contesté rotundamente que no $
Antes de la votación, me llevó Castelar a la biblioteca del Congreso O
-La Cámara -me dijo- está inclinada a confiarle a usted la cartera de
Guerra. Los amigos que me oyen son del mismo parecer; yo, sin embargo, no
me decido a aconsejarles sin saber lo que usted hará en el nunisterio.
-Pues mire usted -le dije-. como nunca he pensado ser ministro ni lo deseo.
como por eso mismo no he formulado programa, lo probable stxá, si persisten
en mi nombramiento, que yo no haga en el ministerio absolutamente nada
-En ese caso -me contestb mis amigos y yo le votaremos a usted. De
manera que si yo le hubiera anunciado el propósito de intentar algo, por poquito
que fuera, no se me hubiera elegido con tanta unanimidad D (Memonas, pA-ginas
435436.)
376 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N 7 I C O S
NICOLA S ESTÉVANEZ MURPHY 41
cías. (El señor Socías: Los tengo aquí.) Yo he suplicado antes
que se lean. De todos modos, voy a decir que es completamente
falso que me haya fugado del ejército de Cuba; porque estando
en Santo Domingo pedí cuatro meses de licencia para Méjico; y
si no he vuelto ha sido porque razones especiales que desde
este banco no debo revelar, me lo impedían o aconsejaban; y al
no volver estaba en mi derecho.
Lo que podrán probar los antecedentes que haya, será que soy
un mal oficial, que no tengo condiciones ni afecto al servicio, ni
vocación, y que le dejé por eso; si tuviera otra razón, la diría. Yo
espero, sin embargo, que el señor Socías traerá otros datos que
no ha presentado, y que tal vez yo no sepa que existen; pero si
los hay, yo lo aclararé y daré las explicaciones que la Cámara
y SS.SS. tienen derecho a exigir.
No obstante lo manifestado por el señor Socías, él y otro
digno general son los únicos que han presentado sus renuncias
por mi entrada en este departamento; los demás han doblado la
cabeza, no ante el Ministro de la Guerra, que es una cosa fugaz
y casual, sino ante el acuerdo soberano de la Asamblea; han re-conocido
al Ministro de la Guerra, y han venido a presentársele
o han mandado su adhesión. . » ".
Socías tomó la palabra para remachar: .Ha hablado S.S. de
lealtad, y yo deploro muchísimo el que S.S. haya supuesto que los
militares no están acostumbrados a tener en más estima la leal-tad,
la fidelidad y la honra que los adelantos de su carrera y has-ta
su misma vida. Al oir a S.S. discurrir con los argumentos que
ha empleado al terminar su contestación, ya no me extraña la
sencillez con que nos ha hablado de su desaparición del Ejército
y de su propósito de no volver a las filas, estando aquél en cam-paña,
como tampoco me extraña que entendiendo la lealtad de
ese modo haya expedido los decretos en la forma que aparecen
en la Gaceta. De los labios de S.S., o más bien de la pluma
de S.S., creo que nos honran»
Tampoco aquí reaccionó Estévanez: «Ha hablado S.S. de la
lealtad y dignidad en la carrera -dijo-; yo supongo que S.S.
9 Drarzo de sazones, vol CLXXIII, sesión de 18 de junio, pág 200
Idem, pág; 201
N i m 20 (1974) 377
reconocerá la mía, como yo reconozco también la que existe en
el general Socías.
Ha hablado últimamente de la fórmula en que se han publica-do
los decretos. No el Ministro de la Guerra, sino el Gobierno
de la República, es el que ha acordado suprimir para siempre
esa fórmula de quedar satisfecho al Gobierno de la lealtad, inte-ligencia
y celo de los empleados al admitirles sus dimisiones,
porque suponen los republicanos, que son más austeros y más se-veros
en principios que los otros partidos, que si un Gobierno
no queda satisfecho de esa lealtad en el empleado dimitente, le
someterá a un procedimiento o le exigirá la responsabilidad. Esa
y no otra es la causa de esa omisión que S.S. ha notado en los
decretos. a
N
Me quedo con el sentimiento de que el señor general Socias
no haya acabado de leer mi biografía, porque no encuentro deli-to
en que un oficial que concluye una licencia a muchos miles
de leguas de su patria, no quiera volver al servicio y se quede, E
como yo me quedé, en Méjico, porque así me convenía. 2
-E
Efectivamente, no soy el mejor oficial; al contrairio, he sido
siempre un mal oficial, en el concepto de que nunca he tenido -
la necesaria vocación para la milicia, sobre todo en tiempo de
paz; y si había una guerra en Cuba cuando yo estaba en Méjico,
razones políticas, como ya he dicho, eran las que me obligaban
a no volver a la isla de Cuba. Si no fuera porque estoy en este
banco, que en este momento pesa sobre mí como una losa de
plomo, yo diría cuáles eran esas razones políticas que me impe- d
dían volver a Cuba en tiempo de guerra» 39.
n
n
Con relación a estas respuestas, escribiría el mismo Estéva- 2
nez en las Memorias:
aLa sorpresa de los diputados fue extraordinaria cuando al
contestarle al general expuse que, en efecto, mi hoja (de sewicios
no era buena, dadas ias preocupaciones militares; que yo me
sentía mal militar, por lo cual había dejado la carrera, como
debieran hacerlo esos numerosos oficiales que no tienen voca-ci6n.
Y no era buena mi hoja de servicios porque en ella consta-
S Eiuris & ses;o;zes, CLY,XIII, s&& & 18 & ;=?.,:=, pYg E!
378 ANUARIO DE ESTUDIOS A'TLANTICOS
NICOLhS EST~VAANEZ MURPHY 43
ban y constan, además de los combates y batallas y cruces obte-nidas,
varios procesos, prisiones, sublevaciones, un consejo de
guerra y las licencias temporales a que el general Socías había
hecho referencia; todo lo cual está puntualmente consignado en
el presente libro. Pero ninguna de esas cosas podía lastimar mi
honor; y si no me daban derecho al título perfecto de militar,
nadie me lo podía echar en cara desde que yo mismo, por mi
propia voluntad, me había desceñido el uniforme» m.
Puede ser que la causa de todo estuviera, como Estévanez
confiesa, en que era mal orador y en no haber querido contestar
ninguna insolencia. «Hasta en letras de molde se dijo en aquel
tiempo que unas palabras más enérgicas hubieran estado bien en
mi oración. ¡Palabras enérgicas! La energía está en los pen-samientos,
en las resoluciones, en el ánimo, de ninguna manera
en los discursos. ¡Es tan fácil parecer enérgico diciendo gro-serías!
D 61.
Pi y Margall, por su parte, también contestó a Socías y en su
discurso explicó el por qué de la elección de Estévanez:
«¿Se ha propuesto acaso el señor Socías tomar pie de esto
para poder censurar, como ha censurado con alguna acritud, la
entrada del señor Estévanez en el Ministerio de la Guerra? Es
cierto lo que el señor Socías ha dicho; apenas tuvo noticia de
que se pensaba en la entrada del señor Estévanez en el Ministe-rio
de la Guerra, me vio y me dijo que creía inconveniente la
medida, porque esto podía producir algún desagrado en el Ejér-cito.
Yo, sin embargo, por razones políticas que la Cámara com-prenderá,
insistí en que el señor Estévanez entrase en el Ministe-rio
de la Guerra, aun tratándose de aquel Gabinete que no llegó
a formarse. Debo decir en honra del señor Estévanez, que me
costó grandísimo trabajo hacerle dar la palabra de que aceptaría
este espinoso y difícil puesto; y toda la Cámara sabe que cuando
se trató de constituir después el Gabinete, el señor Estévanez
opuso grande resistencia, y la Cámara tuvo que hacer mucho
para obligarle a que aceptara este puesto de honor. El señor SO-cías
no habrá advertido quizá que su censura iba más bien dirigi-
Estévanez, Memorias, págs 438-439
61 Idem, pág 441
44 JAVIER M DONEZAR
da a la Cámara que al señor Estévanez, puesto que la Cámara es
quien ha nombrado el Gabinete» 62.
Con esta intervención, y a ruego del mismo Pi y IMargall, se
dio por finalizada la interpelación pasándose a otro asunto.
Aunque a Pa sesión del día 24 no acudió Estévanez, diría luego
que por enfermedad, se le formularon algunas cuestiolnes, de las
cuales las más dignas de mención fueron la del seiior Gómez
Sigura sobre la perezosa marcha que llevaba el Gobierno en Ba
reorganización del Ejército y las de los señores Zorrilla y Casas
Jenestroni sobre la necesidad de entregar la lista de los ascensos
concedidos por el Ministerio de la Guerra desde el día de Ba
proclamación de la República para el examen de la Asamblea.
Ambas preguntas ponían de relieve una lentitud de acción del
departamento que era fruto de la interpelación de Socías.
Tal situación se evidenció todavía más los días siguientes
porque Estévanez adoptó una actitud de «retirada» ten sus res-puestas
a la Asamblea.
El señor Aura Boronat, en la sesión del 25, le pidió que leyera
los telegramas que habían llegado del Norte para que se viera
si había habido alguna acción gloriosa del Ejército; el ministro
contestó que no los leía porque no los tenía delante. La respuesta
provocó murmullos en las tribunas 63.
A la pregunta del señor López Santiso sobre si estaba dis-puesto
a llevar a la guerra a los batallones francos que estuvie-ran
organizados y armados y sobre si guardaban perfecta armo-nía
las listas de dichos batallones con los haberes que estaban
percibiendo, dijo Estévanez: «El Gobierno está dispuesto a man-dar
a la guerra a los batallones francos cuando estén armados,
municionados y organizados. Hoy no es posible, porque me pa-rece
que no querrá el señor Diputado que se les envíe sin esa
preparación a campaña, para que sirviesen de pasto a la feroci-dad
de los carlistas.
Kespecto a si ias listas están conformes con ios inciiviciuos
que realmente se hallan alistados, s610 diré a S.S. que no puedo
creer que exista diferencia alguna; mas si el señor Diputado
Q Diario de Sesiones, vol. CLXXIII, sesión de 18 de junio, pág. 204.
Diario de Sesiones, vol CLXXIII, sesidn de 25 junio, pág. 320
380 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
NICOLÁ S ESTÉVANEZ MURPHY 45
tiene algún conocimiento en contrario, me alegraría me lo mani-festase
para poner el oportuno correctivo a la falta, si es que
realmente la falta existe, que lo dudo mucho» 64.
El señor Verdugo volvió a sacar el tema de los ascensos mili-tares;
preguntó si estaba dispuesto el ministro a acabar con el
espectáculo, que hasta el momento venía presentando el país, de
la conversión de la mitad de la nación en aristócratas militares
y si prometía que en adelante los ascensos se harían con sujeción
a los reglamentos vigentes, teniendo en cuenta para los de servi-cios
de guerra el artículo 18. Respondió Estévanez con cierta
brusquedad que no sólo estaba dispuesto a no dar espectáculo,
sino que no había firmado recompensa alguna, ni aun por méri-tos
de guerra; «respecto a sujetarme en adelante al artículo 18
de las ordenanzas generales -siguió-, sólo puedo contestar que
eso no es posible porque ese artículo exige demasiado; y si todos
los Gobiernos se hubieran sujetado a ese artículo para recom-pensar
hechos de armas, ni el señor Verdugo hubiera llegado
a teniente coronel ni yo a capitán» 65.
Luego, el diputado Martí y Tarrats, expresando de forma glo-bal
el sentir de la oposición, le interrogó si estaba dispuesto aa
restablecer el orden en el Ejército, bien sea apelando a la orga-nización
antigua, o bien por medio de nuevas bases que estén
más conformes con los principios que hemos profesado siempre
en la oposición. ¿Se cree S.S., dados sus antecedentes militares,
con la necesaria autoridad moral para restablecer el orden en el
Ejército?».
Se formulaba la cuestión clave que permanecía en el aire des-de
el ataque personal del general Socías; «inútil es repetir que
me hallo dispuesto -dijo Estévanez- hasta donde mis fuerzas
me lo permitan, no a restablecer la disciplina en el Ejército, pues-to
que no tengo noticia de ningún nuevo hecho que haya venido
a demostrar que no existe, sino a restablecer completamente,
tanto moral como materialmente, esa misma disciplina.
Respecto a la segunda pregunta, debo contestar al señor Dipu-tado
que me considero con toda la autoridad necesaria para ello,
64 Zdem, pág. 321
65 Eifirio Sesío;íes, CLXX:::, jejiba & 25 & junio, p@ 32.
aunque no sea más que porque me la ha dado la Asamblea
Constituyente. Por otra parte, si el señor Tarrats tiene alguna
razón para creer que no tengo autoridad moral, quisiera que la
expusiera detalladamente, y yo le contestaría» &.
En el turno de interpelaciones, los dos oradores que parti-ciparon
-el señor Fernández Latorre y el señor Gómez Sigura-acometieron
nuevamente el problema de la renovación del Ejér-cito
y de si era o no capaz el ministro de llevarla a cabo.
Para Fernández Latorre, el Ejército no respondía ,a las nece-sidades
de la nación porque tampoco el régimen de República
había mejorado el status, sino que también había permitido el
favoritismo y la invasión de los que tenían menos merecimientos;
pero, reconociendo que el problema nada tenía que ver con la
personalidad de Estévanez, sino con la estructura gubernamen-tal,
exigía del ministro de la Guerra su inmediata revisión:
«Y aquí voy a hacerme cargo -dijo- de una insinuación que
se ha hecho esta misma tarde por uno de los individuos de estos
bancos, preguntando al señor Ministro de la Guerra si se cree
con fuerza moral suficiente para regenerar el Ejército. ¿En qué
se cree que depende la fuerza moral para regenerar el Ejército?
¿Es que ese señor Diputado cree que solamente puede: regenerar
el Ejército un general? ¿Cree que para regenerar el ]Ejército es
necesario siquiera ser militar? ¿Es que se cree, y es necesario
que también esto se diga, porque sobre ello ha habido una dis-cusión
que todos recordamos con dolor; es que se cree de abso-luta
necesidad que los generales sean los Ministros de la Guerra?
¿Es que se cree que todos los generales reúnen condiciones de
autoridad, aptitud e inteligencia necesarias para desempeñar el
cargo de Ministro de la Guerra? Yo creo que no hace falta ser
general ni llevar entorchados para ser Ministro de la Guerra,
yo creo que el señor Estévanez, con la graduación que ha tenido
en el Ejército, y aun cuando no !a ItiUbie~a tenido, reúne codi-ciones
morales, tiene fuerza moral suficiente para regenerar el
Ejército. De su entrada en el Ministerio yo me he alegrado por-que
he creído que venía a realizar este acto.
ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N r I C O S
NICOLÁ S ESTEVANEZ MURPHY 47
Pero aquí se ofrece una dificultad. Bien sé lo que va a con-testarme
el señor Ministro de la Guerra. Me dirá que desde que
se halla en el Ministerio no se ha cometido ninguno de los actos
a que me voy refiriendo, y que él no ha continuado por ese
camino de inmoralidad que yo vengo censurando; y que no
siendo responsable de esos actos, nada tiene que contestar a mis
observaciones. Pero anticipadamente yo le digo que no he de
quedar satisfecho; porque al interpelar al señor Ministro de la
Guerra me propongo el que se hagan declaraciones francas, de-claraciones
terminantes, declaraciones explícitas, pronunciándose
palabras enérgicas, pero no meras palabras, sino ofertas que se
han de venir a traducir en hechos en breve tiempo, para llevar
al seno del Ejército la confianza y para llamar alrededor de la
República a ese cúmulo de oficiales que están resentidos, no con-tra
la República, sino por lo perjudicados que se ven en su carre-ra,
observando que en todas las situaciones ha ocurrido que so-lamente
los oficiales que han faltado a sus deberes, o que la
suerte les ha colocado en un bando enemigo, son los que han
avanzado en su carrera, a la vez que los que han cumplido exac-tamente
con sus deberes se ven perjudicados considerablemente
y postergados en sus adelantos.
Es necesario, pues, que desaparezca este favoritismo; que se
dote de jefes competentes al ejército que está en campaña; que
se procure unificar la acción de las fuerzas que están batiendo
al enemigo, que son fuerzas muy heterogéneas que no responden
a un plan, que no obedecen a órdenes de una misma autoridad,
porque yo podré decir aquí que si los carlistas entraron en Cas-telltersol
y Moyá, dos importantes poblaciones de Cataluña, fue
por haber abandonado sus puestos algunas fuerzas que debieron
haber obedecido a órdenes superiores y que no obedecían más
a su caprictio, quizá "" r-"uy san(=,, ni conveniente a la "Kep&
blica » 67.
Estévanez estaba de acuerdo con el señor Fernández en mu-chos
puntos:
48 JAVIER M ' DON~~ZAR
*Que se han concedido ascensos injustos -dijo--; que hay
ahora muchos republicanos que antes no conocíamos, ni sospe-chábamos
que lo fueran, ya lo sé; pero de esto dehemos felici-tarnos,
porque prueba la bondad de los principios republicanos.
Dice S.S. que se han recompensado servicios heclhos a la Re-pública.
Es cierto; y precisamente porque creo, como el señor
Fernández que la revisión de las hojas de servicio ha de ser una
medida salvadora, me propongo que se lleve a cabo la revisión.
Así se lo he dicho al país y a la Asamblea; pero no creo que se
proponga el señor Fernández que esa revisión la haga yo mismo;
y aunque así fuera, no hubiera tenido tiempo material en los
pocos días que llevo sentado en este banco.
Respecto a los jefes del Ejército que han sido recompensados H
con más o menos justicia, y que están en la Secretaria del Minis-terio
de la Guerra, debo decir que allí cumplen con sus deberes; f
que en aquel departamento se necesita tener personas de con-
E fianza y, por último, que yo no los he colocado. Yo no he reno- ; vado a ningún funcionario de aquel Ministerio; he sido muy -
parco, no sólo en recompensas, que no he dado ninguna, sino en E
traslaciones y cambios de destino, que muchas veces son inevita- -
bles cuando llega un nuevo Ministro al Departamento de la
E Guerra.
O
Una de las cosas que ha pedido el señor Fernández es que yo
haga declaraciones terminantes y que pronuncie palabras enérgi- -
cas, Palabras enérgicas no las he pronunciado en mi vida; y, por $
consiguiente, me es imposible complacer en esta ocasión al señor !
Fernández. Y respecto a declaraciones terminante!;, no puedo f
hacer más que las que he hecho, que ha sido decir que estoy de 2
acuerdo con casi todo lo que ha dicho S.S. Si estoy en contra-dicción
con algo, es con respecto a que se necesite mandar gene-rales
inteligentes al ejército de operaciones, porque creo que los
m& iñieligeiiies que ieaeaus los qGe es:áii a frei;te eorr;-
batiendo a los carlistas.
A este propósito, debo advertir al señor Fernández que de
continuo me veo asediado por reclamaciones de correligionarios
nuestros que me dicen precisamente lo contrario de S.S.: que
E(; &be dar Yj&rite a jefes de tedes los purti&s,
384 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
NICOLAS ESTh'ANEZ MURPHY 49
sino únicamente a jefes republicanos; y yo, que me he opuesto
a estas exigencias, he de oponerme del mismo modo a las exi-gencias
contrarias. .» 68.
Gómez Sigura agotó su turno pidiendo, de forma más retó-rica
que Latorre, soluciones prácticas y no promesas69. Sin em-bargo,
la crisis del Gobierno estaba oficialmente planteada des-de
el 21 de junio, fecha en que Castelar, encabezando un grupo
de diputados, había leído en la Asamblea la siguiente propo-sición:
«Pedimos a la Asamblea se sirva declarar que el actual Presi-dente
del Poder Ejecutivo de la República merece toda su con-fianza,
y acordar que, dadas las difíciles circunstancias por que
atraviesa el país y los peligros que amenazan a la República, le
autoriza para resolver por sí mismo las crisis que ocurran en el
Ministerio que preside, nombrando los Ministros que en su con-cepto
interpreten mejor los sentimientos de la Asamblea y le
presten su más decidido apoyo para salvar el orden, la libertad
y la República federal» 70.
El día 23, Pi y Margall había hablado en nombre de sus com-pañeros
de Gabinete:
«Mis compañeros en el Gobierno, en vista de la autorización
que me concedisteis, se han creído obligados a presentar la di-misión
de sus respectivos cargos; yo no he tenido por convenien-te
admitirla, porque quiero proceder con calma y mesura, viendo
cuál es la mejor manera de resolver la crisis, buscando aquellos
hombres que más puedan contribuir a salvar la República y a
establecer los principios que ella entraña y resolverlos como
conviene a los intereses de la Nación» 71
Mientras Pi buscaba nombres para su nuevo Gobierno, los
intransigentes decidieron dar la batalla final. En la sesión del 28
presentaron sucesivamente tres proposiciones; por la primera
se pedía a las Cortes que se declararan en Convención nacional,
68 Dzarzo de Sesiones, vol CLXXIII, sesión de 25 de junio, págs 336-337
m Zdem, págs 337-339
70 Pi y Margall, Hzstona de España, t V, pág 221
7! l, y Fw&rga!!, av;stus;ud e Espü;?~:, V, í;&g 222
de la cual emanaría una junta pública que sería el Poder Ejecu-tivo:
fue desechada la propuesta. Por la segunda, se solicitaba
de las Cortes la declaración de que otorgaban su completa con-fianza
al Ministerio Pi, a pesar de las presentidas dimisiones de
los Ministros; a ésta se opuso otra de ano ha lugar ;a deliberar,,
que fue aprobada por la mayoría. Por la tercera, se intentó que
la Asamblea considerara terminado el encargo dado al señor Pi
y Margall para resolver la crisis, esperando manifestara en el
acto el uso que había hecho de la autorización. Fue desechada
en votación ordinaria.
En la siguiente sesión, del día 30, fue leída a la Asamblea la
propuesta del nuevo Gobierno de Pi así como la que admitía
la dimisión del anterior que llevaba fecha del 26 72. .En uso de g
las facultades que me han sido conferidas por las Cortes Cons- ;
tituyentes en 21 de junio actual, he nombrado Ministro de Esta-do
a don Eleuterio Maisonnave, Ministro de Gracia y Justicia a
don Joaquín Gil Bergés, Ministro de la Guerra al general don E
Eulogio González, Ministro de Marina a don Federico Anrich,
Ministro de Fomento a don Ramón Pérez Costales, Ministro de f
Ultramar a don Francisco Suñer y Capdevila, Ministro de Hacien- $
da a don José de Carvajal, quedando yo encargado de la Presi- !
dencia y del Ministerio de la Gobernación. E
Lo que tengo el honor de poner en conocimiento de VV para f
que den cuenta a las Cortes. n
Madrid, 28 de junio de 1873.-Francisco Pi y Margall Señores
Secretarios de las Cortes Constituyentes» 73.
nl
El nuevo Ministerio, formado a base de los diversos grupos
--- 3
O
72 .En uso de las facultades que me han sido conferidas por las Cortes Cons-tituyentes
en 21 de junio actual, he admitido la dimisión que han hecho del
cargo de Ministro de Estado don José Muro, del de la Guerra don Nicolás Esté-vanez,
del de Marina don Federico Anrich, del de Gracia y Justicia don José
Fernando González, del de Hacienda don ieodoro Ladico, ciei de Fomento don
Eduardo Benot y del de Ultramar don José Crist6bal Sorní
Lo que tengo el honor de poner en conocimiento de VV para que den cuenta
a las Cortes Madrid, 26 de junio de 1873 -Francisco Pi y Maragall -Señores
secretarios de las Cortes Constituyentes » (Dtano de Sesiones, vol CLXXIII,
sesión de 30 de junio, pág 391 )
'5 !de=, pbg 391
386 A N U A R I O DE E S T U D I O S r f T L A N 7 I C O S
parlamentarios -menos de la extrema izquierda-, era el resul-tado
final de la caída de Estévanez.
La salida de Estévanez del Ministerio de la Guerra provocó
reacciones de diversos tipos dentro del mismo campo republi-cano.
El diputado Navarrete, en la sesión del 2 de julio, hizo una
defensa a ultranza del ex ministro:
«Pero volviendo al señor Estévanez -dijo-, con el que coin-cido
en ideas de tal modo que, demócrata como él, no sólo aquí,
sino en el universo entero, yo tampoco habría vuelto a la campa-ña
de la isla de Cuba, después de venir a España con licencia co-nociendo
que aquellos insulares peleaban por la democracia y por
la República; puede tener mi amigo la satisfacción inmensa de
que todo el partido republicano democrático federal de España
deplora profundamente su salida del Ministerio de la Guerra, por
la gran significación y por la gran trascendencia que tiene.
Con la salida del señor Estévanez, conoce el partido republi-cano
federal que se le va de la esfera del Gobierno su penúltima
esperanza: cuando abandone la cartera el señor Pi, que será en
breve plazo, sabe el cuarto estado que le deja escritas en el fondo
de ese banco azul las palabras que leyó el Dante en la puerta del
Infierno: "no hay para tz redenczón".
Al presentarse el sábado último en esta Cámara ese Gabi-nete
(el nuevo), apareció en el horizonte de la política guberna-mental
la primera sombra de la reacción; ya se acentuará su
negrura: saldrán tal vez del Ministerio el señor Suñer y Cap-devila
y el señor Pi y Margall; entrarán en lugar de ellos otros
dos notables, amigos del señor Maisonnave y del señor Gil y
Eergés; serán cudu diu zás c~rdiu!es !as re!ac;mes e~:re !os
hombres de la extrema derecha y los republicanos unitarios del
11 de febrero; militares de cartuchera en el cañón ocuparán los
principales mandos y poco después serán barridos por el hierro,
en las calles y en los campos, aquellos hermanos nuestros que
pidan la realización de las promesas que se les han hecho du-rante
cinco años.
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52 JAVIER M ' DONÉZAR
Esta horrible verdad va a realizarse muy en breve; esto es
lo que significan la salida de Nicolás Estévanez del Ministerio de
la Guerra, y su reemplazo por el excelentísimo señor mariscal de
campo don Eulogio González, muy buen militar, yo no lo dudo,
pero que no tiene lazo ninguno que lo una a nuestro partido,
y hará cumplir, lo intentará por lo menos, al Ejército, sus deberes
militares, entendiéndose por deberes militares dar cargas de ba-yoneta
y disparar piezas de artillería cuando a sus colegas parezca
oportuno, contra los esclavos blancos, contra las clases explota-das,
contra los desheredados de la tierra.
Todavía es tiempo de conjurar la tormenta; todavía las som-bras
de la reacción tienen poca fuerza.
i Partido republicano federal, organización! i Partido republi- H
cano federal, energía! ¡Partido republicano federal, despierta!
He dejado de ocuparme de otros republicanos Federales que d-se
han sentado en ese banco azul desde el 11 de febrero hasta la
fecha, porque sobre sus cesantías ha podido escribirse, variando
2 una palabra, aquel conocido epitafio de Martínez cle la Rosa en
su Cementerio de Momo: =
3
-
"Aquí reposa un Ministro -
0m
que ni hizo mal, ni hizo bien; E
Requiescat in pace, amén"» ". O
5
.,....................... . . . n -E
&
Pi y Margall, como Presidente del Ejecutivo, adoptó una n
postura contemporizadora y de defensa del programa del nuevo ;
Gabinete: 3
O «El señor Navarrete -señaló- comprendía que el señor Es-tévanez
era el que podía salvar ese conflicto. No lo dudo; S.S. sa-be
que en la parte militar de mi programa no hice rnás que repe-
+:,. ... !as ideas be! señer Estévmez; y este Gnhierno, puede estar
seguro de ello el señor Navarrete, seguirá el mismo programa,
porque no es del señor Estévanez, sino completamente mío. Este
programa no quiere la indisciplina del ejército, sino una com-pleta
disciplina; este programa quiere que la indisciplina se cas-
-
74 Dtarto de Sesrones, vol CLXXIII, sesión de 2 de julio, págs 489-490
388 A N U A R I O DE ESTUDIOS ATLAN7 ICWS
NICOLA S ESTEVANEZ MURPHY 63
tigue, no sólo en los soldados, sino en los jefes que no basten
para contenerla; este programa quiere que los jefes y oficiales de
reemplazo vayan todos al ejército.
Este programa quiere que los servicios se recompensen, pero
cuando sean verdaderos servicios. Este programa quiere que los
ascensos no se verifiquen sino por medio de juicios contradicto-rios.
Este programa llega hasta la revisión de las hojas de ser-vicios.
Este era el programa del señor Estévanez, y éste es el
del actual Gobierno.
Por otra parte, el señor Navarrete ha dado a la salida del
señor Estévanez del Ministerio una significación que no tiene. Yo
siento mucho que las necesidades de la política hayan obligado
al señor Estévanez a salir del Ministerio de la Guerra; el señor
Estévanez se ha negado terminantemente a formar parte de este
Ministerio; pero entiéndalo bien el señor Navarrete: la salida
del señor Estévanez no significa un cambio de conducta en el
Gobierno. Aquí estoy yo que represento el mismo programa del
señor Estévanez; aquí estoy yo para realizar lo mismo que iba
a realizar el anterior Gobierno; y aquí están resueltos a lo mismo
todos mis compañeros. cHabían de entrar en este Ministerio pa-ra
oponerse al programa que yo había presentado, cuando todos
le conocían?» "
Hizo hincapié el diputado Abárzuza, en la sesión del 3 de
julio, en que lo importante era salvar a España no haciendo una
República de partido, sino creando de todos los partidos una Re-pública.
En este sentido, tanto daba que fuera el Ministro de la
Guerra de un partido o de otro, con tal de restablecer la dis-ciplina
en el Ejército.
«Su señoría -habló refiriéndose a Navarrete-, me parece
que dijo que el señor Estévanez era la penúltima esperanza y el
señor Pi la última de la República
Pues bien; cuando ei señor Estévanez se sentaba en ese banco
(ministerial), se acordó traer a las Cortes el proyecto de ley sus-pendiendo
las garantías constitucionales: de modo que el señor
Estévanez, como Ministro, dio su voto y aprobación a esa ley, --
75 Dlarzo de Seszones, voi CLXXIII, sesion de Z de juiio, ~ a g4.9 94%
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54 JAVIER M.n DONEZAR
pues yo, que en concepto de S.S. seré muy reaccionaario, seré muy
conservador, no he dado mi voto a esa ley. Vea, por tanto, SS.
cómo ni el señor Estévanez es el más avanzado del elemento
ardiente, ni soy yo el más impertérrito del elemento templado.
Pero el Gobierno va a cumplir este programa; va a restablecer
la disciplina del Ejército, disciplina, señores, que es necesaria,
que yo me admiro cómo no la piden también fervorosamente los
Diputados que se sientan en aquellos bancos (de la extrema iz-quierda),
porque la disciplina del Ejército es necesaria a la re-volución.
Ellos, que se dicen revolucionarios, ellos; que se dicen
convencionales, ellos que se dicen jacobinos, jno recuerdan lo
que hizo la Convención francesa? Pues sin restabllecer la disci-plina,
jhubiera podido la Convención defenderse de los ejércitos 2
de la Vendée y de Coblentza? Sin la disciplina del Ejército, jhu-biera
podido declarar la guerra a Holanda, a España y a Ingla- $
terra? No. La Convención nacional francesa estrechó la subordi- g
nación y la disciplina; por eso llevó a cabo aquellos milagros. 1
Si vosotros sois convencionales, si sois jacobinos, imitad aque-
110s ejemplos. Si no sois jacobinos, si sois federales, imitad los
ejemplos que os proporciona la América del Norte cuando su {
guerra con el Sur; imitad a aquellos ilustres generales, que res-tablecían
ante todo la disciplina militar; y si sois más, si que-réis
desmembrar el territorio nacional, si queréis ser confede- ?
rados, imitad los ejemplos de Lee, de Jakson y demás ilustres
generales del Sur, que en primer término restabllecían la disci-plina
y la subordinación en el Ejército. Cualquier cosa que seáis,
ora seáis convencionales, ora seáis jacobinos, ora os llaméis fe-derales,
ora confederados, haced restablecer la disciplina, porque [
el Ejército es nuestro brazo y la República necesita del Ejér- "
cito» ".
Pidió la palabra Estévanez para responder a una alusión per-sonal;
en su discurso. dirigido a los señores Naviirrete y Abár-zuza,
hizo un recuento de su tiempo ministerial:
«Señores Diputados, es bastante difícil mi situación, teniendo
que hablar cuando no poseo condiciones de orador, y mucho
380 A N U A R I O DE ESTUDIO?; A T L A N T I C O S
NICOL~ESS TEVANEZ MURPHY 55
más cuando voy a tener que ocupar la atención de la Cámara
después de pronunciar un brillantísimo discurso mi elocuente
amigo el señor Abárzuza
Trataré de contestar, en primer término, a las alusiones que
me dirigió ayer mi querido amigo el señor Navarrete, y me ocu-paré
después de las que me ha dirigido el señor Abárzuza
Yo, señores, que nunca hago caso de censuras injustificadas,
no debo hacerme cargo tampoco de elogios inmerecidos, mucho
más cuando estos elogios parten de los labios de un antiguo ami-go
y compañero de armas como el señor Navarrete, pues enton-ces
los elogios no pueden menos de ser apasionados.
El señor Navarrete decía ayer tarde que lamentaba mi salida
del Ministerio de la Guerra. Sin duda el señor Navarrete lo la-mentaba,
porque así no iba a tener ocasión de derribarme, pues-to
que me hubiera derribado cuando hubiese visto que yo hacía
en muchas cosas lo contrario de lo dicho por el ciudadano Na-varrete
Preguntaba mi querido amigo cuál era mi plan, y decía que
me aludía personalmente para que yo explicase el plan que
había tenido
Señores, yo que quizá no tenga otra cualidad que la franque-za,
debo decir que cuando entré en el Ministerio de la Guerra
no tenía ningún plan, porque no había soñado con ser Ministro
de la Guerra ni de ningún otro ramo. Una vez nombrado Minis-tro,
forzosamente tuve que ocuparme de las cuestiones que se
referían a mi departamento, y a consecuencia de esto sometí al
Consejo de Ministros el plan que, a mi parecer, podría ser me-jor,
y el Consejo de Ministros y su digno Presidente, que lo es
también del Gobierno actual, aprobaron mi pensamiento. No
pude realizarlo por la escasez del tiempo que tuve a mi disposi-ción,
y por otras dificultades que no he de referir ahora.
Dejando aparte ia cuestión de ia guerra, debo decir que mi
pensamiento respecto a la modificación de la Ordenanza es
uno de los que no coinciden con los del señor Navarrete. En la
Ordenanza, señores, hay algo bueno entre mucho malo, absurdo
y anacrónico. Yo ofrecí lo que podía cumplir; modificar la Or-denanzu,
de acuerde m: !e yUe exige !a c.u!t~ra moder~a y !us
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66 JAVIER M.' DONEZAR
derechos del ciudadano soldado. Y hubiera tratado de forma,
hasta donde alcanzaran mis fuerzas, un ejército que se batiera,
un ejército que no se dejara nunca desarmar, un ejército que sir-viera
bien a su Patria, que supiera morir por la República
Censurábame también el señor Navarrete diciendo que yo
había hecho algunos nombramientos de personas co~ntrariasa la
idea republicana. En primer lugar, hice muy pocos nombra-mientos;
aquellos que no pude menos de hacer, y ninguno de los
nombrados era enemigo de la situación.
No es cierto tampoco, como me parece que indicó el señor
Navarrete, que conspire el ejército del Norte. En ell ejército del
Norte no se conspira. Si hay en su seno algún conspirador, creo
que pierde el tiempo como todos los conspiradores. Muchos co- H
nozco yo, y algunos me están oyendo, que han pasado su vida
conspirando, y sin embargo no han hecho nada en su vida. O
n--
También se me ha censurado porque se dice que en la comi- f
sión para la reorganización del Ejército hay una porción de jefes
que no pertenecen a nuestra comunión. Yo, al nombrarlos, no tu- 1
ve en cuenta cómo pensaban: los elegí entre aquelbs que tenían j
mayor aptitud y mejor fama entre los de cada arma. -
0
Decíame el señor Navarrete que no había determinado bien la
fecha y el procedimiento para la revisión de las hojas de servicio.
Respecto al procedimiento, yo tenía y tengo uno; pero como no
me apasiono nunca de mis pensamientos, quise oír a una comi- %
sión de jefes mucho más ilustrados y competentes que yo. En
cuanto a la fecha, no quise fijarla, porque conozco que es siempre
muy aventurado el porvenir, y yo, que no creo en los profetas E
bíblicos, no había de echarlas de profeta. 3
O
Decía también el señor Navarrete que los batallones francos
han sido muy mal reclutados; pero cuando yo eniré en el Mi-nisterirz
12 recluta de Ins francos era un hecho consumado. No
pude hacer otra cosa que lo que hice; despedir a rnuchos y ad-vertir
a los que quedaban que iban a estar sujetos a una discipli-na
rígida y severa.
Estos fueron los apuntes que tomé ayer relativamente al djs-curso
de! sefim Navarrefe; si algcna otra observaci6n he olvida-
392 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
NICOLA S ESTEVANEZ MURPHY 57
do, yo agradecería al sefior Navarrete, que me la recordase para
contestarle cumplidamente
Y paso a ocuparme de algunas alusiones que se ha servido ha-cerme
en su elocuente discurso el señor Abárzuza.
El señor Abárzuza parece que lamenta que todavía no hayan
sido castigados con todo el rigor de la Ordenanza los soldados
que indignamente asesinaron a su jefe. Señores, parece que hay
un verdadero deseo de que se fusile, de que se derrame sangre.
Yo reconozco que los asesinos del jefe muerto en Sagunto mere-cen
todo el rigor de la Ordenanza y de las leyes más duras que
existen en la tierra
Su acción es indigna, el asesinato que aquellos soldados co-metieron
fue cobarde, y yo por mi parte, hice cuanto pude para
esclarecer los hechos que, en mi concepto, se podrán esclarecer;
pero no había de convertirme en fiscal, ni marchar a Sagunto
a fin de averiguar quiénes fueron los culpables Sin embargo,
debo decir que mientras desempeñé el Ministerio de la Guerra
no pasó un día sin mandar y recibir telegramas sobre el estado
de la sumaria con motivo de aquel indigno atentado
De todos modos, creo oportuno manifestar que la indiscipli-na
del Ejército debe su origen a la indisciplina de algunos gene-rales.
Muchos quieren saber si el Gobierno está dispuesto a fusi-lar
a los soldados, y yo pregunto: jacaso se ha fusilado a algún
general? Lo digo con dolor: yo no he de constituirme en profeta,
porque no tengo fe en ellos; pero se me figura que muchos de los
que, con gran sentimiento mío, piden sangre y reclaman fusila-mientos
como una verdadera felicidad, al cabo, han de quedar
sobradamente satisfechos y han de ver, por desgracia, más fusi-lamientos
de los que ahora reclaman o necesitan.
No estoy conforme con el señor Abárzuza en otra cosa. Yo no
siy, n i p