BELLAS A R T E S
VISION GENERAL DEL ARTE EN CANARIAS
POR
JUAN DE WNTRERAS Y LOPEZ DE AYALA
mtwqu-3~d e Lozoya
Gran atrevimiento es, por mi parte, el intento de condensar
en breves páginas el proceso artístico del archipiélago. En los
últimos años el estudio científico del arte en Canarias ha redi-zado
enormes avances, y en los principales focos de investigación
de estas maravillosas y remotas provincias españolas, el Museo
Canario de Las Palmas y el laboratorio de arte de la Universidad
de La laguna, el estudio directo de 110s monumentos y de las obras
de arte que contienen han motivado una profusión de monografías
en las cuales todo está perfectamente estudiado y todo perfecta-mente
descrito. Yo voy a limitarme a un intento de valoración del
arte canario en el riquísimo y complejo conjunto del arte hispáni-co.
No puedo aportar absolutamente nada de nuevo; ni una sola
noticia que pueda añadir algo a lo ya conocido. Apartado desde
hace muchos años por la complicada trama de mi vida de toda
labor de investigación, mi única actividad, en la cátedra y en
mis publicaciones, ha sido la de divulgador de la riqueza artís-tica
,de las Españas y de su proyección en los países por ellas in-corporados
a la cultura occidental. Permitidme la pequeña va-nidad
de recordar que he sido uno de los primeros en dar a
conocer en la España peninsular, en el país hermano de Portu-gal
y en la América española la importancia #del arte canario,
hasta hace muy pocos años ignorado fuera del archipiélago.
Porque el arte canario es, acaso, la última de las revelacio-nes
que van integrando esta nueva di~ciplina~quees la Historia
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del Arte. El archipiélago, del cual ya tuvieron noticia fenicios y
romanos; cuyas rutas eran conocidas por los navegantes ma-llorquines
e italianos del siglo XIV, entra en la cultura europea
cuando la ocupación por los españoles de las grandes islas, en
el reinado de los Reyes Católicos, hace ya accesibles sus puertos,
pero es valorado solamente por sus bellezas naturales, por sus
producciones agrícolas y por sus particularidades étnicas. Desde
comienzos del siglo XVI hasta fines del siglo m111 el concepto que
forma Europa del archipiélago se va integrando por los rela-tos,
más o menos exactos, de los viajeros ingleses. Este interés
del pueblo navegante por un país exótico, de fácil acceso, se
inicia-fapenas transcurrido un siglo después de la conquista, en
la llescripción de ias Canarias, de lhomas Nicois. En esta rela-ción
se establecen ya los aspectos que habían de prevalecer en el
siglo XVII y, sobre todo, en la literatura pre-romántica del XVIII:
el Teide, con sus nieves perpetuas, visibles desde lejos por los
navegantes; el paraíso del valle de la Orotava; el drago, monstruo
vegetai, cuya sangre tiene virtudes curativas y, sobre todo, los
vinos canarios, los mejores del mundo. Un siglo después, un
hidalgo, compatriota de Nicols: Sir Edmond Scory, redacta sus
Observaciones, que insertas en Purchas in Pilgrinage or relatzons
of the World y luego traducidas al francés y publicadas en el
Traité de la navigation et des voyages de decouverte et con-queste
moldernes, de Gallien de Bethencourt (1629), alcanzaron
una repercusión más extensa que la Descripción de Nicols.
Scory entrega a la curiosidad europea un nuevo elemento: los
guanches, con sus costumbres patriarcales y, sobre todo, con sus
ritos funerarios y con sus enterramientos. Con bellezas naturales,
calidad de los vinos, gracia y encanto de los bailes -el «canario»,
mencionado por Shakespeare y por Cervantes- se forma el con-cepto
de las islas que prevalece en la literatura pre-romántica
del XVIII y en la del XIX, en pleno romanticismo. En otros
trabajos he citado algunas de estas referencias. Hoy voy a refe-rirme
exclusivamente a la divulgadisima novela didáctica Las
veladas de la quinta, de Mme. de Genlis, la preceptora de Luis
Felipe de Francia, en la cual aparecen los guanches ~racticando
sus ritos en la segunda mitad del XVIII, cuando los canarios ves-
14 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
VISION DEL ARTE EN CANARIAS 3
tían de casaca y usaban peluca y estaban, algunos de ellos, sus-critos
a la Enciclopedia.
Pero lo que se ignora totalmente en estas descripciones pseu-do-
científicas o literarias, hasta avanzado nuestro siglo, es que
en el archipiélago hay, además de bellezas naturales y de singu-laridades
étnicas, un gran arte, en virtud del cual constituye una
comarca de las que integran el tesoro inigualable del mundo
hispánico a uno y otro lado del océano, con las características
generales que se advierten en la Península o en los virreinatos
americanos, pero con un acento propio. Apenas hay vestigios en
las islas menores primeramente conquistadas y colonizadas, de
arte español. Pero en los soldados y en los colonos que ocupan
Gran Canaria con Pedro de Vera, y lenerife con Aionso Fer-nández
de Lugo hay un deseo prematuro de tener gran arte. Lo
mismo sucede en América, en Santo Domingo, en Puerto Rico y
en Méjico. Este «mal de piedra», este afán por las bellas cons-trucciones,
obedece a dos motivos: la religiosidad que está en
ei fondo de todos ios españoies de todos ios tiempos; el sen-tido
religioso de la vida, aun antes de la difusión del cnstia-nismo
o en aquellos pueblos no cristianos que convivieron con
los cristianos en la Edad Media motiva el que todo parezca
poco para el esplendor del culto divino y ocasiona la magnifi-cencia
de los edificios religiosos y que en ellos se acumulen te-soros
de todas las artes ornamentales: las tallas en madera po-lícroma,
los hierros forjados, la orfebrería, las telas ricas, los
bordados. Es preciso notar también el sentido anti-económico
del pueblo español, pobre, de vida austera, pero que gusta de
rodearse de cosas bellas. De aquí que se pueda establecer esta
afirmación, tan honrosa para los españoles: «Donde estuvo Es-paña,
hay Arte.» Lo hay en Canarias, en toda la América con-tinental
o isleña, en Filipinas. Españoles son los únicos vesti-gios
de arte antiguo que se conservan en Estados Unidos.
Los españoles en América realizan un periplo maravilloso a
través del espacio, pero también un viaje singular en el tiempo,
«marcha atrás». Colón y sus seguidores, cargados de Edad Me-dia,
entre los cuales el Almirante conocía ya atisbos del Rena-cimiento,
se encuentran en Guanahaní, en la Española, en plena
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prehistoria. Hernán Cortés y Pizarro tropiezan, en Méjico y en
Perú, con un mundo en «la Edad Antigua», semejante a Caldea,
a la Persia Aqueménide o a Egipto, con edificios maravillosos.
De aquí que el arte hispanoamericano, sobre todo en el ba-rroco,
sea una simbiosis de lo español con lo azteca, lo maya o
lo incaico. En Canarias los conquistadores se encuentran con
una cultura importante pero que, reducida a la cerámica o a la
piedra labrada, no sirve para las nuevas necesidades. Es preciso
importarlo todo de España, los planos arquitectónicos y los ar-tífices
que han de hacerlos realidad, las esculturas, las pinturas,
los objetos suntuarios. Canarias es, en el orden artístico, una
provincia de España, con matices debidos a la naturaleza de las
islas (10s materiales: la piedra volcánica. la «tea») o a las vici-situdes
de su historia. Progresivamente van surgiendo artistas
isleños, algunos de los cuales alcanzan una extraordinaria per-fección
y escueIas de artistas populares, sobre todo en las islas
menores, más apartadas de las grandes corrientes artísticas.
&y & mensajes artiCticusd z la metrói;o!i a
lejanas provincias atlánticas. El primero de estos mensajes
estaria integrado por el gótico y el morisco. En las postrimerías
del siglo xv y en los comienzos del XVI, el renacimiento era to-davía,
en la Península, una novedad conocida solamente de al-gunos
cenáculos de grandes señores y de artistas, como el de los
Mendoza. Todo se construye en gótico, los edificios más im-portantes,
o en morisco, más barato y más popular. En 1512 se
comienza la catedral de Salamanca, magnífico edificio gótico, y
en 1525 la de Segovia, en la cual el gótico recobra toda su pre-matura
pureza, pero ai mismo tiempo iocia España se llena de
techumbres moriscas «de lazo estrellado» y de relieves en yeso
en el mismo estilo: el patio «de las muñecas», en el Alcázar de
Sevilla, o las casas de Pilatos o de las Dueñas.
Se desconoce en los tratados de historia del arte publicados
en Francia, en Alemania o en Inglaterra la existencia de un gó-tico:
el estilo más característico de Europa, en las islas atlánticas
o en América. La catedral de Funchal, o la catedral de Santo
Domingo, son sorpresas cuando se exhiben en la pantalla ante
un público universitario de Europa o de la América Sajona. Hay
16 ANUARTO DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
un «gótico atlántico», creado por el impulso misional de Portugal
y de España, con muy importantes monumentos que producen un
singular contraste con la naturaleza tropical que les rodea. Ha
habido en la Historia dos colonizaciones generosas: la de Roma,
que quería crear en el pequeño mundo entonces conocido otras
Romas a su imagen y semejanza, y que cubre de magníficos mo-numentos
la Península Ibérica, las Galias, Germania y el cercano
oriente, y la de los países ibéricos: España y Portugal, que quie-ren
crear otras Españas en Méjico, en Goa, en Filipinas. De aquí
la rapidez con que surgen, apenas los ibéricos ponen el pie en
una tierra ignota, monumentos suntuosos.
Este es el caso de la bellísima catedral de Las Palmas, no su-ficientemente
vaiorada en ias Historias dei Arte. No vamos a
hacer ahora la historia detallada del monumento, que cuenta ya
con una copiosa bibliografía. Según el gran historiador de la ar-quitectura
española, don Eugenio Llaguno Amírola, fue comen-zada,
en el último año del siglo xv, por el arquitecto Diego Alonso
Motaude. Un prestigioso investigador dei arte hispanico uitra-marino,
don Enrique Marco Dorta, ha encontrado el nombre del
continuador de Motaude: el sevillano Pedro de Llerena. Una gran
catedral requiere la dedicación de todo un pueblo durante varios
siglos. Tenemos noticia de la continuación de las obras, bajo la
dirección de diversos arquitectos, durante los siglos XVII y XVIII.
Es el arquitecto neoclásico isleño Diego Nicolás ,Eduardo el
que en los albores del siglo xx termina la catedral. Pero los
sucesivos arquitectos tienen el acierto de ajustarse a los planos
de Motaude de manera que la catedral sea un conjunto perfecto
y armónico. Lo mismo sucedió con la catedral de Segovia, en la
cual todavía en el siglo XVIII los arquitectos se ajustan al pro-yecto
gótico de los Hontañon, de comienzos del siglo XVI.
Pero, al penetrar en el ámbito esbeltísimo del templo, nos da-mos
cuenta de que estamos ante una 'de las singularidades del arte
canario: el mestizaje entre lo portugués y lo español. Los dili-gentes
investigadores canarios han ponderado la extraordinaria
influencia portuguesa en el archipiélago, donde los apellidos por-tugueses
abundan y en cuyo dialecto las palabras portuguesas
son frecuentes. Hubo, según un erudito que ha estudiado pro-fundamente
este aspecto de la cultura canaria, don José Pérez
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e
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Vidal, poblaciones en las cuales se hablaba ordinariamente el
portugués. De origen portugués es la bella indumentaria de las
muchachas del archipiélago. Esta influencia no penetra por la
breve y precaria ocupación portuguesa en alguna de las islas,
sino por el constante intercambio entre las Canarias y las islas
pobladas y colonizadas por Portugal, singularmente Madeira. Los
colonos pobres de Madeira se trasladan frecuentemente a las
islas españolas, donde hacían falta labradores expertos. En el
repartimiento de Canarias en 1506 algunos de los colonos se que-jan
de que las mejores tierras se hayan dado a portugueses. Una
ordenanza les obligaba a fundar un hogar, con lo cual habían de
traer a sus mujeres y a sus hijos. Con ellos venían obreros de
la construcción: albañiles y carpinteros.
Nada hay en la catedral de Las Palmas que recuerde las de
Salamanca y Segovia, que se construían por el 'mismo tiempo.
En cambio es evidente el recuerdo de la iglesia del Monasterio
de Belem, a la orilla del Tajo, cerca de Lisboa. Como en Belem,
en Las Palmas los esbeltísimos pilares en forma de haz de jun-cos,
aparecen interrumpidos por arandelas. Este elemento deco-rativo,
casi desconocido en el gótico español, es uno de los re-cursos
ornamentales del manuelino portugués. Se ve en los
claustros de Belem, de Batalha y de Santa ¡Cruz de Coimbra. El
apellido Motaude, del primer arquitecto de la catedral de Las
Palmas, tiene resonancias galaico-portuguesas. No tenemos de Die-go
Alonso antecedente alguno. Procedía de Sevilla, pero no hay
en la ciudad recuerdo de sus actividades como constructor. ¿Se-ría
un portugués, conocedor de los planos de Belem? En viejas
representaciones del exterior de la catedral canaria se consig-nan
portadas de marcada influencia del manuelino. Esta in-fluencia
del más característico estilo portugués, con sus baque-tones
de juncos que se retuercen en forma de cuerda; con sus
arcos de varios centros; con su torre de planta octogonal y cu-bierta
de una pirámide de ocho lados, es indudable en el tempio
de máxima devoción en la Gran Canaria: Nuestra Señora del
Pino.
Con el gótico penetra en las Canarias el mudéjar, dominante
en Andalucía, de donde proceden la mayor parte de los colonos.
El mudejarismo no se advierte en elementos decorativos de lazos
ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
y atauriques, completamente ausentes en el archipiélago, sino
en las techumbres con alfarje de lazo construidas con la madera
incorruptible del pino canario: la tea, que frecuentemente se
deja en su color, pero que es, algunas veces, policromada y do-rada.
Son frecuentes en todas las islas iglesias análogas a las
de la baja Andalucía: de una nave, como en San Telmo, en Las
Palmas, o más frecuentemente de tres (la Concepción, en La
Laguna; la Concepción, en Santa Cruz de Tenerife; Teror, en
Gran Canaria, y muchas más). Como en Andalucía, las arquerias
que separan las naves son de piedra, sobre pilastras góticas en
los ejemplares más viejos y más tarde sobre columnas de orden
toscano.
El segundo mensaje artístico que la metrópoli envía a Ca-narias
sería el Renacimiento. No hay en el archipiélago los pri-mores
del plateresco español, quizás porque la piedra volcánica
de las construcciones isleñas no se presta, como la caliza de
Salamanca o de Segovia, a las finas y profusas labores de los
grutescos. El Renacimiento en la arquitectura canaria se reduce
a la adopción ,de los órdenes clásicos, interpretados con la mayor
austeridad. También en la arquitectura religiosa y civil de los
siglos XVI y XVII en 'Canarias creemos advertir la influencia de
Portugal. Se trata de un tipo desconocido en España y frecuente
en Portugal. Al exterior, grandes paramentos de mampostería
tendida de cal con cadenas de piedra volcánica gris y guarnición,
en puertas y ventanas, del mismo material. Torres prismáticas,
de construcción análoga, con cubierta piramidal; el interior,
como hemos referido, de tres naves separadas por arcos, sobre
columnas con capitel toscano. El acento español lo suele dar
la cubierta morisca, de tea.
Como en América, el barroco es de los mensajes de España
el más fecundo, el que produce en las comarcas ultramarinas
co!or,izadas por peli~s-u~ares más y Rca fioi-ación. En
alguna de mis publicaciones he sostenido la existencia de dos
corrientes, absolutamente diversas, en que se reparte el mundo
del barroco: el barroco «académico», que prevalece en Italia, en
Francia, en toda la Europa central y norteña, que no olvida nunca
los cánones del clasicismo, sino que los continúa buscando so-luciones
nuevas y sorprenbdentes escenografías, y el barroco chis-
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8 JUAN DE CONTRERAS Y L~PEZ DE AYALA
pánico» de España, de Portugal y de los países en América, en
Asia y en Oceanía poblados por peninsulares. En esta segunda
fase barroca los planos suelen ser muy sencillos, de monótona
reiteración, y la construcción muy pobre, pero que en los inte-riores
se cubre de la más fastuosa decoración imaginable a base
de yeso modelado y tallado y de madera esculpida y dorada, con
columnas torsas en cuyos fustes se retuercen los pámpanos, con
un sentido de ornamentación total que evoca el oriente. El tras-sagrario
del Paular en España; San Francisco y Santa Clara en
Oporto, San Bento en Río de Janeiro, Tepozotlan y La Trinidad
en Méjico, San Francisco Javier en Goa son grutas encantadas,
imposibles de reducir a cánones y que sólo la máquina fotográ-
. fica puede describir.
Pero de este barroco hispánico Canarias, como sucede con el
gótico, recibe el mensaje a través de Portugal. En España y en
la América española se busca la mayor profundidad posible en
la disposición de los retablos en los cuales los pares de columnas
torsas o de estipites se adentran en ei interior dei muro buscan-do
el mayor efecto escenográfico; en Portugal y en Canarias los
elementos decorativos se extienden en un solo plano. El adorno,
en estos países, es más fino, menos abultado y grandilocuente.
Pero, sobre todo, la influencia portuguesa en el barroco de Ca-narias
está en los techos de la capilla mayor de las iglesias, en
forma de pirámide de planta poligonal, cortada por un plano y
compuesta por paneles decorados con pinturas o con tallas. Este
tipo, casi desconocido en la parte española de la Península Ibé-rica,
es el habitual en los países lusitanos y en Canarias. En los
ejempiares mas antiguos, como ia igiesia de Betancuria, en Fuer-teventura,
los paneles van decorados con lazos moriscos. En el
siglo XVIII, en Portugal y en Canarias, la decoración es pictórica,
con temas religiosos interpretados con mediana calidad, pero con
un colorido brillante y gran efecto ornamental. Hay como un
vago recuerdo de ios techos «de ios biasones~,d e l as Urracas» o
«de las galeras» en el Palacio de Cintra, en la sacristía de la Con-cepción
de Orotava, en la iglesia de San Agustín de Icod, en la
de San Telmo de Las Palmas.
Como en América, los colonos de Canarias en los albores del
siglo XVI, deseosos de belleza y de magnificencia para sus tem-
20 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTfCOS
VIS16N DEL ARTE EN CANARIAS 9
plos, hubieron de acudir al viejo continente en busca de imágenes
esculpidas y 'de retablos pictóricos, pero la magnificencia de lo
importado es testimonio del buen gusto y de la generosidad de
aquellos hidalgos repobladores, de los dueños de ingenios de
azúcar, de los mercaderes que trocaban los productos insulares
por los procedentes de las manufacturas ,de Europa. Como no se
trata aquí de hacer una historia del arte canario, me voy a li-mitar
a mencionar las piezas capitales. El bellísimo Cristo de
La Laguna es obra gótica de la más alta calidad, procedente
quizá del taller sevillano de Jorge Fernández, el alemán que en-viaba
imágenes al Nuevo Mundo. Quizá algún mercader de los
que hacían la ruta de Flandes trajo a San Juan de Telde el mara-vi!!
iri x-etahli npe_rlandC, digno de cnmgararse'en calidad, si
no en tamaño, con los de Sevilla y Toledo. Quizá al mismo co-mercio
con los Países Bajos se deba el bellísimo retablo de Agae-te,
con sus cinco tablas de tema religioso y sus óvalos con las
imágenes de los donantes, los más bellos retratos que se pueden
ver en C~ni r iasi;i m thla flamenca,c pe yo he atribuido al taller
de Arnbrosius Benson, en Brujas, se conserva en la catedra1
de Las Palmas. En los siglos XVII y XVIII son los talleres andalu-ces
los que surten a las islas de imágenes de tan alta calidad como
la Inmaculada de San Telmo, en Las Palmas, a mi juicio de
Alonso Cano, y el bellísimo San Diego de Alcalá, de Pedro de
Mena, en la iglesia de San Marcos de Icod.
Como sucede en la Península, en la cual la importación, por
la política de Austrias y Borbones, de obras capitales de Italia y
de Flandes hace posible que surja una gran escuela española, cua-dris
y escdtilrac del viejo continente fomentan la aparición de
artistas locales. Eran modestos artífices que llenaban con de-coro
la misión de proveer de imágenes esculpidas en madera o
de lienzos pintados a las iglesias insulares, como Lorenzo de Cam-pos,
natural de la isla de La Palma, al cual, de 1667 a 1672, se
enczirg~n& vers~rI 111eá---n-~-~- p r 2 12 Semana Santa en 7.17 Lag"-
na, y el alférez de Milicias Rodríguez de la Oliva, que trabaja en
Tenerife, o el pintor del siglo XVIII, Sebastián de Miranda, en
cuyo gran lienzo de la Adoración de los Pastores, en la parroquia
de la Concepción de Santa Cruz de Tenerife, hay singulares acier-tos.
Del esfuerzo concentrado de artistas modestos se forma el
10 JUAN DE CONTRERAS Y LÓPFZ DE AYALA
ambiente que hace pos2ble la aparición de las grandes figuras
que enriquecen la historia del arte. Una historia del arte español
quedaría incompleta sin los nombres de tres grandes artistas
canarios: José Luján Pérez, el de Guia, cuya obra está a la
altura de la del murciano Salzillo o del valenciano Ignacio Ver-gara
y que dejó en Canarias una escuela de imaginería que per-dura
todo el siglo XIX; Luis de la Cruz y Ríos, el de Orotava, pri-mer
artista canario que triunfa en la Corte, en sus obras maestras,
el primer miniaturista español, y Néstor de la Torre, cuyas
obras, que tienen la calidad de un esmalte precioso, llevan la
nota canaria al arte español del 1900, uno de los momentos en
que en España se ha pintado mejor. En la brillante floración
artitira be la Epa-ñ_a actual SQE frecfientes !^S nnmbrer de
canarios: José Aguiar, Gregorio Toledo, los Bonnin, Sureda.
El arte hispánico tiene una nota que le da una alta calidad
humana: su sentido misional. Como Roma en su pequeño mun-do,
España envía al inmenso mundo atlántico lo mejor de su
cü:iurar su lengua, su derecho, su arte también. Y en esta labor
misional tiene el archipiélago canario una parte importante que
conviene consignar. El Archipiélago era la avanzada de la gran
aventura que suponía el atravesar el Atlántico. El viaje de Co-lón
a través de lo desconocido se inicia, realmente, en la Gomera.
La colonización de Canarias fue el modelo de lo que se había de
hacer en América. Desde los cuatro viajes de Colón no hubo flota
importante que no recalase en Gran Canaria o en Gomera, y
todas ellas admitían un contmgente, cada vez más numeroso,
de emigrantes insulares, más aptos que los de la Península por
su fácil adaptación a la tierra y al clima y por su experiencia en
hacer fértiles los terrenos volcánicos. La colonización canaria
fue muy intensa en el alto Perú, y dejó una intensa huella en la
arquitectura civil, en la cual es frecuente un tipo no peninsu-lar,
abundante en las islas: casa de un solo piso, cubierta, según
el clima, con terrazo de barro o con tejado de teja árabe; balcones
muy volados, con antepecho de balaustres de madera labrada y,
a veces, empleo de miradores con tejadillos y celosías. Es un tipo
oriental que fue frecuente en Andalucía, pero que había desapa-recido
en el siglo XVI. Canarias, más aislada, lo conserva hasta
22 ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
VISION DEL ARTE EN CANARIAS 11
el XIX. Probablemente el balconaje de madera que da su carác-ter
a las ciudades peruanas tiene origen canario.
Pero hay otro tipo de vivienda en el Perú en el cual la influen-cia
canaria me parece más patente aún. Arequipa, al pie del Mis-ti,
situada en el trópico, a 2.500 metros de altura, es análoga a
las islas en el clima -perpetua primavera- y en los cultivos.
No faltan contactos históricos entre el Archipiélago y esta alti-planice
peruana, de suelo volcánico también. En el reinado de
Felipe IV, don Juan de Mesa y Lugo, regidor de Tenerife, fue
nombrado gobernador de Arequipa, y en las postrimerías del
Imperio español en América, don Luis Gonzaga de la Encina, ar-cediano
de Canarias, obtuvo la mitra' de Arequipa y llevó a la
ciudad algunos de sus convecinos, entre ellos a su arquitecto.
Quizá por estas circunstancias las casas arequipeñas recuer-dan
extraordinariamente a las del barrio de la Vegueta, en Las
Palmas: edificios de volumen prismático, construidos en la piedra
blanquísima del país, de dos plantas; terraza con gárgolas y la
particularidad de que en las fachadas, puertas y ventanas están
comprendidas en un solo bloque de piedra en sillares. En La Ve-gueta
y en Arequipa, los dinteles suelen estar esculpidos. Es difí-cil
distinguir las fotografías de edificios en una y en otra ciudad.
España es una y múltiple. La unidad esencial que está en la
espiritualidad que late en el fondo de las diversas comarcas es
compatible con la variedad que la Geografía y la Historia han
impuesto en las diversas comarcas. En esta riquísima variedad
comarcal, el Archipiélago pone una nota de exotismo a las cons-tantes
de la cultura hispánica. Es, además, el único país en que
se verifka la simbiosis del arte de Portugal con el de España.