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P O R "Puede con toda verdad decirse que los documentos escritos más preciosos y los monumentos más notables, para hacer la his-toria de la isla de Gran Canaria, están los unos ineditos y los otros o no se han descubierto por abandono, o no se han estudiado lo suficiente." Casi un siglo después de que don Gregorio Chil y Naranjo escri-biera estas palabras sentimos que siguen siendo válidas en buena parte de su extensión. Cierto que, desde entonces, muchos docu-mentos, y algunas antiguas crhicas, han visto la luz; pero aún duermen el "sueño de los justos" otras muchas, como buena parte de los Estudio.s del Dr. mil, inédnta desde la muerte de su autor, o el manuscrito de Marín y Cubas 2, que no ha visto la letra de imprenta en toda su ya l a~gae xistencia, desde que su autor, el primer historiador conocido genuinamente grancanario, la escri-biera en su Telde natal durante el siglo xvn. En cuanto a los rno-numentos, la Naturaleza y los hombres han continuado la labor 1 Gregorio Chil y Naranjo: Estuí%zos hstóricos, cúzmatoZógzcos y pato% jzcos de las Islas Canurzas. Tomo 1, pág 455 Las Palmas, 1876-1899 2 Tomás Marín y Cubas Orqen; d~nn&Órzrnientyo cortquistn de las Islus Camrzas. Copia manuscrita del original por Agustín Millares, 1878 2 tonos Sign. ID-15 y 16 Bablioteca del Museo Canario de Las Palmas 2 FAUSTINO GARCÍA NARQUEZ de destrucción, mientras un puñado, desgraciadamente escaso, de personas con interks y conocimientos han intentado, con una grar; vocación y una no menor falta de medios, salvar algo de la massacre. No vamos a insistir sobre este punto, que ya fue desarrollado en su día, y por un medio de difusión adecuado, al tiempo que se daba una primera noticia sobre la construcción aborigen cuyo estudio presentamos hoy 3. Somos conscientes de que no es ésta la palestra adecuada para volver sobre el citado tema, que requiere una más amplia y popular toma de conciencia. Si se ha insistido someramente en él es porque éste ha sido el motor principal del presente trabajo e intentar aportar su autor un granito de arena a ese inacabable edificro que es la Historia Canaria, y, sobre todo, la H~storia Canaria Prehispánica. No se pretenderá sentar cátedra, ni hacer rotundas ni revolu-cionarias afirmaciones; solamente presentar unos datos y apuntar unas soluciones que constituyan un papelito más que quizás hojee, entre otro millón de ellos, ese Nuevo Viera y Clavijo que todos esperamos acometa algUn día, con nueva perspectiva, datos e ideología, la redacción de unas "Noticias" que, con suerte, no será tan excesivamente mitificada, pero sí tan popular como la anterior. La construcción cuyo estudio y descripción acometemos tiene grandes posibilidades de haber desarrollado unas funciones de tipo comunitario, bien puramente religiosa, o cívico-rehgiosas, por lo que será necesario un previo y breve repaso de cuantos documen-tos pudiesen aportar datos para su identificación; pero esta áús-queda es peligrosa y difícil, ya que sólo se puede basar en algunos pocos textos con criterio científico, y en las consabidas Historias y Crhicas, bastante pobres, en general, al hablar de la religión y los monumentos aborígenes, pecandc algunas de ellas, para colmo, de una dosis de imaginación o despiste que hace necesario expurgarlas previamente con todo cuidado. Estos documentos arrojan b>uen número de datos sobre cuevas funerarias y de habi- 3 Faustino Garck Márquez La zgnorancta y el coíecczonzsmo, enemgos de nuestro pasado. "Diario de Las Palmas", 29 octubre 1958 640 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y WROS 3 tación, abundando, asimismo, las descripciones de las casas ca-narias y hasta de algún que otro tagóror; pero para el estudio de una construcción diferente faltan datos. El campo se hace más limitado al haberse prescindido intencionadamente de aquello que no afectara directamente a Gran Canaria, como hubieran podido ser los conocimientos recopilados por Luis Diego Cuscoy +, valio-sísimos en T'enerife, pero de difusa aplicación en la "isla redonda", ya que cada isla se constituyó, por su aislamiento de las demás, en un continente sólo unido al resto del Archipiélago por el subs-trato cultural, cuyas formas de expresión evolucionaron indepen-dientes a lo largo de siglos. A partir del punto en que la Historia y los posteriores estudios nos dejan, sólo queda el arma de la lógica, imprescindible a la hora de estudiar culturas del tipo de la canaria, pastoriles, naturales y simples, donde el hombre se halla libre de una estructurada y ago-biante tradición cultural, sin llegar a la, a veces, ilógica burocra-tización e institucionalización de los mitos, creencias y organiza-ciones económicas, sociales y políticas. Pese, o gracias, a la obsesión religiosa de los conquistadores y primeros cronistas de la isla, poco ha sido lo que en materia tan interesante nos han dejado, a lo que tampoco ha ayudado la espo-rádica investigación arqueológica del suelo grancanario. Al hablar de la religión y el culto habremos de ceñirnos, casi exclusivamen-te, a lo que los historiadores nos cuentan al respecto; pero los historiadores primeros de Gran Canaria demuestran casi todos ellos una falta casi absoluta de conocimientos o curiosidad por las costumbres en general y por la religión en particular. Lns manuscritos "Matritense" y "Lacunen~e"~l,a s breves 4 Luis Diego Cuscoy- Los Guanches. Pub del Museo Arqueol6gico. Santa Cruz de Tenerife, 1968. 5 Agustín Millares Carlo Una crónica primitiva de Za Conqwista de Gran Canaria Rev '%Miu seo Canario", ntím. 5, págs 35-90. Las Palmas, enero-abril 1W5. 6 Gonquzsta de la Isla de Gran Ganarla. Texto e introduccian de Bue-naventura Bonnet y Rever6n y Elías 8erra Ráfols "Fontes Rerum Canaria-rum", 1 La Laguna, 1933 4 FAUSTINO GARCÍA RTARQUEZ notas al respecto intercaladas por mosén Diego de Valera y el "cura de Los Palacios" S, así como las crónicas de los discutidos supuestos testigos de la Conquista, Sedeño l9 y Escudero 11, se li-mitan a incluir, al final de sus escritos, un breve capítulo sobre las costumbres aborígenes, en medio del cual la religión no ocupa más que unas tristes lífieas, apenas una mención a Acorán, Tirma y Umiaya, como luego veremos. Pero estas crónicas no eran más que el equivalente actual a una serie de artículos en un periódico o revista, adornadas con la poca seriedad científica y la bastante imaginación habitual en los escritores de aquella época, y dentro de los cuales no fueron excepción los que a los canarios nos tocaron en suerte. Los posteriores historiadores, ya con un criterio renacentista y en algunos hasta Lascasiano (Espinosa), de los aborígenes, intenta-ron preocuparse más de los diferentes aspectos de la sociedad pre-hispánica, y, aun tropezando con el silencio de los pocos supervi-vientes puros de la raza, apenas fueron capaces de aportar algunos datos más, de gran utilidad para el presente trabajo, y que, indu-dablemente, no son sólo producto de imaginaciones febriles. Aun así, los datos siguen siendo parcos, quizás también por-que esta investigación tardía no sólo tropezó con el tiempo per-dido y la raza casi desaparecida, sino con el propio espíritu que, a mi parecer, inspiró los trabajos: para ellos, hombres eruditos 7 Diego de Valera: Crónzca de los Reyes Católzcos. "Fontes Rerunl Ca-nariarum", 11 La Laguna, 1934. 8 Andrés Bernáldez Histona del reanudo de los Reyes Católzcos Se-villa, 1870. 9 Una muestra de esta discusión la constituyen Apustín ivbliares Gario. Noticia y descripczón de un códzce znteresante para la Hzstorwc de Calzarzas, y Elías Serra Rafols: ReZac~ones de dependeltcla entre las Crónzcas Üg lu ConquWcc, ambos artículos publicados en la Rev "E1 Museo Canario", nú-mero 7, Las Palmas, septiembre-diciembre 1935 La discusión abarca, en reali-dad, a los dos manuscritos anónimos citados, y a Sedeño y Escudero 10 Antonio Sedeíío. Hzstorza de Za Gonyuzsta de la Gran Canurza. Ed. de Dacio V. Darias y Padrón Irnp "E1 Norte" Gáldar, 1936 11 Pedro Gómez Escudero Hzsiorza de la Conyu~s tad e la Gran Canurza Ed de Dacio V. Darias y Padrón Irrip "El Norte" Gáldar, 1936 G42 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTIGOS que nos hacen saltarnos muchas de las páginas de sus libros'12, plagadas de elucubraciones astrológicas o complicadísimas alu-siones a la antigüedad, los antiguos canarios eran algo exó-tico, la imagen de1 hombre libre y natural, tan de moda e3 la época, al que la llamada civilización había esclavizado y despre-ciado, por lo que emprendieron su rehabilitación de una forma equi-vocada para nuestra mentalidad. No seria la rehabilitación más elentífica, aunque apasionada, de un Viera y Clavijo, ni la docu-mentadísima, y no menos cariñosa, de un Chil o un Nhllares; su rehabilitación del canario, con más armas sentimentales y laberin-tos históricos que espíritu real y sinceramente científico, y no puramente erudito, peca, a ratos, de un exceso de "caridad7' no muy recomendaMe para los fines que se perseguían. De este ciclo, para colmo de males, aún nos faltan el o los "eslabones perdidos" --.A --.2:- ---- ,---a -1 ---:-2- -----.m-. ":LA A-1 A L..-- A- n z l A m - ? 3 YUt: ~UU1t;L~UI5IG L GL ¿%llJlitUU llIitllUbGllLU UGl CDGIlNitLLU UG UCClUUL , o la no menos célebre historia del hipotético Dr. Troya, al que Torriani l4 cita en su obra. Entre desconocimientos, caridades y elucubraciones nos encon-tramos hoy ante una perspectiva demasiado global de la religión en la isla, con sólo unos datos básicos, alrededor de los cuales todo cuanto se haga, por el momento, es pura hipótesis, más o menos lógica. Por otra parte, en lo que a datos arqueológicos respecta, cabe la posibilidad de que se emprendiera, por los prlmeros conquista-dores y misioneros, una sistemática labor de destrucción y olvido de las creencias y manifestaciones de las mismas (construcciones .- 12 Sobre este punto sirve de ejemplo anecdótico la confesión que Agustin Millares Torres hace en el primer folio del 2 libro de su manuscrito de la obra de Marín, diciendo que tentado estuvo de no copiar este 20 tomo, ya que las elucubraciones bizantinas de que está plagado no sirven, en la opinión del ilustre copista, más que para demostrar el equivocado sentido de la erudición que en el tiempo del teldense se tenía 13 Las Crónzcas de Pedro de Argiiello, escritas en 1328, enmendadas por el Br Hernando Ortiz, y desconocidas totalmente a1 presente. 14 Leonardo Tomani: PescraPcdn de Zas Islas Canartas. Traducciór., in-troducción y notas por A Cioranescu Santa Cruz de Tenerife, 1959 En el capitulo LXIII, pág 214: "El Dr. Troya escribió " A este respecto, cfr. In-troducción de A Cioranescu, págs XXXI-XL. religiosas e ídolos, si se llegara a probar fehacientemente que estos últimos existieron), como más tarde se desarrolló en algunos mo-mentos y lugares de la conquista de las Indias, sintiendo aún hoy muchos estudiosos los efectos de tal actitud. Tras haber echado una ojeada a lo que de ellos podemos espe-rar, podremos dar una breve panorámica de la religión en Gran Canaria, tal y como los historiadores nos la presentan. En principio, y mientras no se demuestre lo contrario, los ca-narios no eran idólatras, y en esto es la arqueología quien tiene la última palabra, pues los testimonios históricos confirman, en su mayoría, esta idea. Todo ello es muy importante a la hora de estu-diar posteriormente los lugares de culto, ya que la existencia de ídolos condicionaría compietamente ia arquitectura de los mviiü-mentos religiosos. Bocaccio l" Andrés Bernáldez16 son los dos principales partidarios de la idolatría. Según el testimonio del pri-mero, habremos de creer en una estatua de piedra representando a un hombre semidesnudo, que fue llevada a Lisboa. El resto de la narración del autor italiano es, pese a su concisión, de una exac-titud de la que muy pocos autores hicieron gala hasta varios siglos después, exactitud que nos tendría que llevar a pensar en la vera- 1s Chil, op. czt, hb. 111, cap. VII, p&gs. 258-267. En este capitulo incluye Chil la versión latina íntegra del manuscrito de Bocacc~o, publicado por Se-bastián Ciarnpi en Florencia, 1827, traducido completamente al castellano por el gran médico. En 61 se dice, pág. 262 de la obra de Chil. "Encontré igualmente un oratorio o templo en el cual no había absolutamente ninguna pintura nr adorno, tan s610 una estatua de piedra, representando la imagen de un hombre con una bola en la mano y desnudo, con un delantal de hojas de palma, que cubría las partes naturales, según la costumbre de los habi-tantes, Ia que quitaron de allí, y, habréndola embarcado, la transportaron a Lisboa". 16 Bernáldez, op. cit., tomo 1, pág 179: " e tenían allí una imagen de palo tan luenga como media lanza, entallada, con todos sus nervlos, de mujer desnuda, con sus miembros de fuera, y delante de ella una cabra de un madero entallada, con sus figuras de hembra que quería concebir, y tras ella un cabr6n entallado de otro madero, puesto como que quería subir a engen-drar sobre Ia cabra" 644 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y GOROS 7 cidad de este detalle y creer en una muestra de dotes escultóri~as en el canario que no coinciden con los testimonios que poseemos. Bernáldez, por su parte, llega aún más lejos, puesto que desde su atalaya de Los Palacios (Sevilla) describe todo un grupo escultó-rico realizado con una perfección notable, en que son actores una mujer, una cabra y un macho cabrío, formando un conjunto con intención de culto a la fecundidad. Se hace demasiado difícil creer en tal posibilidad de perfección escultórica, tanto en piedra como en madera, en un pueblo que, si bien alcanz�� notables reali-zaciones en cerámica decorada con motivos geométricos y no figu-rativos, no dejó más rastros de labra de madera que las armas, bastones y vigas, ni en piedra más que algunos utensilios caseros, ya que ni siquiera labraba la piedra para sus construcciones. Tal perfección, de haber existido, hubiese tenido forzosamente que quedar plasmada en ios utensiiios cle ia vida cotidiana, de ia iiiis-ma forma que no tendría explicación la coexistencia, en nuestra actual sociedad, de un cerebro electrónico programando las nece-sidades de una comunidad troglodita (puede que se dé, pero no por efecto de la lógica, sino de nuestra enloquecida sociedad de consumo a la que los aborígenes grancanarios eran, por suerte, totalmente ajenos). Incluso el llamado "ídolo de Tara" 17, encon-trado hace pocos años, es una pequeña realización en cerámica que nos muestra una figura esquematizada, casi geométrica, que de-muestra unos primeros intentos de figurativismo y escultura con bulto, pero que ni remotamente puede recordar a ninguna de las dos figuras que nos describen los autores citados. Torriani, asimismo, afirma que en Fuerteventura, pero no en Gran Canaria, existían efequenes con un ídolo en su centro l2. Según este, y el resto de los cronistas e historiadores que hemos citado, !a religih en Gran Canaria er2 deísta, ven una idva &S-tracta y sin representar de Dios, y sin ninguna clase de imagen idolátrica ni semi-idolátrica. El Dios único, principio creador y 17 Néstor Alamo Hernández: El Qdolo de Tara. Separata de la "Revista de Historia Canaria", núms. 123-124 La Laguna, 1958. 3'8 Torriam, op. czt., cap. XXJ, p&g. 73. "E3 ídolo que adoraban era de piedra y de forma humana ". Acompaña un dibujo con el fquen y el fdolo eri su centro. conservador, llámese Acoran, Aleora, Alcorac, era "Algo" superior y desconocido, impalpable e irrepresentable, que rodeaba toda la vida del canario. Magec, el sol, cumplía un destino mágico que, a1 parecer, no llegaba a la divinización, como padre de las almas o Magios, pues si bien hay algunos autores, sobre todo entre los pri-mitivos, que niegan la creencia de la supervivencia almal entr? los canarios, no nos induce a pensar en ello ei culto a los muertos, la momificación y todo el cuidado que en este proceso se ponía. El argumento de que esto podía hacerse s610 por tradición, sin saber a ciencia cierta por qué, es una salida demasiado fácil: si. con la tradición no se hubiera heredado su significado, la práctica de la misma habría ido languideciendo, hasta extinguirse o encon-trar un nuevo sentido, aunque fuese diferente al primitivo. Otro personaje que no podía faltar era el principio del mal, llamado Gabkt o Guayota, y que, según los cronistasj se ararecia a los pobrecitos canarios en forma de perro lanudo, y otras apa-riencias llamadas Tibicenas. El dualismo principio del bien-prin-cipio del mal es desarrollado por casi todas las religiones, pasadas, presentes y futuras, como algo inseparable de la esencia humana y, por tanto, de la mitológica, hecha a imagen y semejanza del hombre. Posiblemente, la importancia de este dualismo en la reli-gión canaria, y sobre todo de esas terroríficas "apariciones", fue exagerada (si no inventada) por los medievales o quasi-medievales cronistas, a quienes tenía que "encantar" la existencia, también entre los primitivos canarios, del famoso diablo, que tanta fama logró y tantos éxitos cosechó a todo lo largo y ancho de la Edad Media. El sentimiento religioso, por su parte, parece haber estado muy arraigado entre los canarios, como lo demuestra la existencia, no sólo de un cuerpo sacerdotal de gran importancia (el segundo de a bordo en la organización administrativa era el gran Paycán, y es de suponer que, a menor escala, tal preponderancia se presentase er, los niveles inferiores), sino de unas coniunidades religiosas, las Harwnaguadas, Magadas o lifaguas, contemplativas y educadoras, y la forma en que, por medio de aportaciones populares, se rnan-tenían estas congregaciones. Este sentimiento religioso, al pare-cer, no fue aprovechado para convertir la religión, o a alguna de G46 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y WROS 9 sus manifestaciones, en arma represiva, sustentadora o propagan-dística del orden puramente político, como sucedió entre los azte-cas y en otras muchas civilrzac~ones y épocas. CULTO. Lugares y formas del misrno. En lo referente al culto y sus manifestaciones, los historiadores brillan también por su falta de abundamiento en el tema. Para la mayor parte de ellos, los lugares de culto no pasan de ser los dos grandes santuarios de Tirma y Umzay~l,l amados T k m , Tirmac, Trimu, Tryma, y Mago, Magro, Amago, Urniaya y Hurnayu. En tal sentido se pronuncian el "Matritense" l", el "Lacunense" 2a, Se,jeño 21 y Sosa "2, que no dan señas de reconocer o conocer otro tipo ni lugar de culto de los ya nombrados. Los demás autores, como ya veremos, introducen el concepto de Alrnogarew, que se puede tomar como más general y extensivo; pero la no menci6n de otro lugar de culto no implica la no existencia del mismo: es lógico que no teniendo muchos datos, mucha curiosidad o mucho tiempo que dedicar a los aborígenes, esos cronistas se fijasen úni-camente en lo principal, o en lo más anecdótico o llamativo, en aquellos lugares en nombre de los cuales se hacían los juramentos o desde los que partían las principales procesiones de rogativas. f-Historiadores posteriores, más explícitos, si citan la existencia de otros lugares de culto. Por otra parte, y como ya vimos, el sen-timiento religioso parece haber estado bastante extendido entre los canarios, por lo que se hace dificil creer que la populosa isla contase únicamente con dos "basílicas", sin una sola "parroquia" Ius cUltos or&;nar.os. De la estructura de estos dos santuarios, prácticamente nada sabemos. De firma sólo sabemos que existe en Gran Canaria una -- 19 Mrllares Carlo, op czt, cap XdXiV, pág. 82 20 Coquzsfa, op. cit , cap XXII, pág. 38. 21 Sedeño, op czt., acp XVII, pág. 61 22 Fr. Jo& de Sosa Topografia de la Isla Afortzcrtada Gran Cam~iw. Lib 111, cap 11, pág 168 Imp. Isleña. &anta Cruz de Tenerife, 1849. Núm 24 (1968) 647 10 FAUSTINO GARC~A MARQUEZ montaña de este nombre, al sur de Agaete, pero en ella los únicos hallazgos realizados por sucesivas expediciones han sido algunos restos de casas canarias y cuevas. Cabe la posibilidad de la total desaparición del santuario, mas no es probable, a menos que fuera intencionada y escrupulosa; pero cabe, asimismo, que el actual topónimo no se corresponda con el antiguo, y éste se encuentre escondido por alguna de las poco exploradas lomas que se encuen-tran a su espalda 23. Umiaya dice haber sido visitada por Marín y Cubas ", que ase-gura haber encontrado "tres braseros de cantos grandes donde se quemaba de todos frutos menos carne, y por el humo, si iba dere-cho o ladeado, hacían su agüero puestos sobre un gran paredón a modo de altar de grandes piedras, y enlosado lo alto del monte, y ha quedado una como capilla y zocarrones dentro todo de una gran cerca de piedras muy grandes, y es el risco el más descollado de todos aquellos sitios". Nadie más, ni antes ni despubs de Marín, ha conocido este lugar, aunque algunos autores modernos 2i creen en la posibilidad de que se encuentre en El Campanario, también llamado Los Pechos, donde vieron un llano sin más elemento cons-truido que unos hoyos cilíndricos excavados en el. suelo, al modo que parece ser que eran los altares donde se vertía la leche del sacrificio. Los demás historiadores antiguos se limitan a fijar su localización "en" o "por" Tirajana, lo cual 30 significa mucho a 23 Agustín Millares Torres- Hzstorza General de las IsZas Canaraas Edi-ción de Agustín Millares Carlo y Antonio Fleitas Santana La Habana, 1945 En el lib IV, pág 127 "Tal vez el sitio del Almogarenl [de 'Tirina] se halle oculto en las fragosidades de la vecina sierra, o quizá con el transcurso del tiempo baya cambiado el nombre de aquella localidad" 24 Marín, M.S. c t t , tomo 1, Iib 11, cap XVIII, pág. 227 27 Millares Torres, op. czt, lib IV, pág. 126 "Este elevado grupo de r n r a e LTI-R l C--+. a rA n p ~ n ~ r ~ o , t a&~~b l~&~nn o c i dpoor Los Pechos1 se Cree Ym-i"c . rnnc- ----- tituye el célebre adoratorio de Umiaya " También R Vernau- Cznq annes de ségour a w Zles Cunarzes, París, 189'1, dice, en su pág 87: "Mi amigo el Dr Víctor Grau ha visto, en el lugar co-nocido bajo el nombre de El Alto del Campanario, un templo que bien pu-diera ser el célebre Almogarem de Umiaya, no es más que una explailada ~ l l r i g a dpo~r EEE ennrme r o c ~sI ?ente Se ven thdavia CI-dades ci!inlr?CaS excavadas en la roca que forma el suelo, y que estaban destinadas a recibir la leche que se ofrecía a la divinidad" 648 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y GQROS 11 la hora de intentar situarlo, ya que habría que hacerlo explorando unas decenas de kilómetros cuadrados por cerros y montañas de difícil acceso. Salvo la descripción de Marín, que no puede ser acatada completamente al no estar refrendada por ningún otro documento (pudiendo ser imaginación, o un simple almagarem, y no forzosamente Umiaya), no sabemos siquiera dónde están o estuvieron los célebres templos del Atis Tirma y Atzs Umiaya. En cuanto al resto de los lugares de culto, es E=scudero el pri-mero o el último (según se sea partidario de su falsedad o no) que nos habla de que "tenían otra casa en un risco alto, llamada AZmogarem, que es casa Santa, y allí invocaban y sacrificaban, regándola con leche todos los días" 26, señalando a continuación la existencia del ganado para el culto, de la misma forma que lo hace Abreu 27 : "tenían casas donde se encomendaban al Dios que estaba en lo altoi que decían Ahngnrem., yile es "casa Smtc," ; !%u cilakc rociaban todos los días con leche, y para ello tenían muchas cabras diputadas, y no les quitaban los garañones en todo el año, porque no les faltase la leche". Uno de los dos autores copió al otro, dada la similitud, no sólo en las palabras, sino hasta en la ordenación de las frases, o los dos se nutrieron de la misma exacta fuente escrita. Marín, por último 28, amplía los lugares de culto a "mon-tes, cuevas, etc.", mientras Torriani se refiere únicamente al nombre y el respeto que a los citados lugares se tenía. El culto, en estos lugares, puede dividirse en dos formas o ri-tos: extraordinaria y ordinaria. La extraordinaria tenía por fina-lidad la eterna súplica del canario, a través de las edades y los dioses: la lluvia. Se efectuaba una reunión en los grandes tem- - 26 Escudero, OP. CZ~., cap XIX, pág 86. 27 Fr Juan de Abreu Galindo Hzstorza de la Conquzsta de las stete &U o-.---*- ~ ~ i tdie ~Aa C roiyjnescü. Salita Ci-az &. Teiiei'ife, 1955 Libi 11, cap. m, pág. 156 28 Marín, Ms cit., tomo 1, lib. 11, cap. XVIII, pág 221- "Adorábanle [,a Acoran] en muchos sitios sagrados y venerables, así montes, cuevas, kos-gues, casas, nscos Estas casas o sitios de adoración las regaban con leche de cabra y todo el aiío reservaban un ganado para esto señalado" 2.9 T ~ ~ P :@~ ~&~,~ , XVMT'T, pag 111. y -uv- a--Ll .r--~%~--a- u s l ijre ii ¿aso de guerra y saqueo] en las casas de oraciíin, que decían ahnogarem, sino que las repetaban en sumo grado". 12 FAUSTINO GARCíA MARQUEZ plos ", de donde partía la procesión, precedida, según Marín jl, de tres días de general ayuno (ganado y feligreses). Faycanes, Harz-maguadas y pueblo emprendían el camino hacia el mar, montana abajo, con ramas y varas en las manos, y en los labios la eterna súplica. Al llegar a la orilla azotaban las aguas con los ramos, uniendo el clamor de las aguas al de los hombres. Aún pervive, angustiosamente deformada, esta tradición en Agaete, en la Fiesta de la Rama, que tiene lugar el 4 de agosto, y que no es más que un intento de canalizar las antiguas costumbres por el cauce cristia-no: Alcorac ha dejado paso a la Virgen de las Nieves. Este último vestigio vivo de la primitiva religión canaria está a punto de morir, al haber degenerado el carácter religioso de la fiesta, si no es que se ha desenterrado esa vieja costumbre de algunos pueblos: al NB misticismo por el alcohol. Tal parece una venganza de Alcorac por E la usurpación de sus exclusivos ritos. O n Hay un dato, refrendado por todos los cronistas, y por los des- - m O cubrimientos arqueológicos, común a todas las manifestaciones E E 2 religiosas aborígenes: la relación rito-montaña. El lugar de culto -E suele establecerse en lo alto de una montaña, generalmente aislada de un macizo montañoso a fin de que resalte más su altura, domi- 3 - nando un amplio paisaje Esta elección, premeditadamente esco- - 0 m gda, colocaba al adorador en la adecuada sensación de inferiori- E O dad, de asombro e impotencia ante la grandeza del adorado (repre-sentado, en última instancia, por la naturaleza entera), que todo n E rito requiere, tanto política como religiosamente. Aquí, en estos - a santuarios de la Naturaleza, se derramaba la leche y se ofrendaban 2 n los frutos del cotidiano sacrificio, adecuándose y complementándose n perfectamente lugar, rito y ofrenda. O3 ,' 3- * . - - -. - , La arquitectura de estos templos tenia que estar condicionada al rito que en ellos se desarrollaba, por lo que, suponiendo la no 30 Como bot6n de muestra véase la descripción de Abreu Galindo, op. czt , Iib 11, cap 111, pág 156 Los demás autores la cuentan en forma sirnilar, coincidiendo en muchos b s palabras y ordenación de las frases 31 Marín, PIS czt , tomo 1, hb 11, cap. XViII, pág 239 650 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS existencia de ídolos ni imágenes (mientras la arqueología no nos haga variar totalmente de idea), la estructura sería sencillísima, como nos afirman algunos modernos autores32, abierta por com-pleto a la naturaleza, sin oscuridades ni recovecos de ningún tipo que no concordarían ni con el resto de la vida canaria, ni con el lugar elegido para su emplazamiento. Culto eminentemente natu-ral y naturalista, que apenas necesitaría de un mínimo conjunto arquitectónico edificado, ya que la verdadera arquitectura reli-giosa canaria la constituyó el paisaje que se desarrolla y estalla a sus pies. CENTROSG OMUNITARIOS CÍVICO-RELIGIOSYO "SG OROS". Es posible que estos templos no fueran tan simples, no ya por las necesidades funcionales del culto, sino porque se aunaran en el conjunto arquitectónico varias funciones de tipo comunitario, de la misma forma que las actuales parroquias tienen casas parro-quiales con vivienda para el sacerdote, salones de reunión y hasta cine. Esto no constituye ningún invento de la civilización, sino todo lo contrario: un salto atrás, una vuelta a los orígenes orgá-nicos de la comunidad humana. No es dificil aventurar que para aquellos poblados canarios, la mayoría de los cuales no era agrupación, sino diseminación de viviendas en un área determinada, el único nexo de comunicación e interrelación social lo tendrían que constituir centros comunales 32 Vernau, op. C Z . ~p, ág. 87 "En la misma isla [Gran Canaria], el Almo-garem de La Fortaleza de Santa. Lucía de Tirajana es una simple explanada a cielo alyierto situada en la cima de una de las montañas más escarpadas Se encuentran, sobre las paredes del peñbn, los vestigios de un camino que permitía antiguamente subir con facilidad. Un altar de sacrificios, bien con-servacio, inaica ei iugar conde se hacían ias ofrendas". jinciuye un dibü~od el lugar.) También Sabin Berthelot, en su Etlzografia vi anales de la Coqwsta de las Islas C a m ~ m s Traducción de J Arturo Malibran. "Biblioteca Isleña" Santa Cruz de Tenerife, 1849, asegura en su pág. 82. "Los naturales de la Gran Canaria reconocían un ser supremo conservador del mundo que llama-ban Alcorac o Acoran, y al cual rendían culto en pequeños templos de piedra (oi7atoriooj 0 so.nre la de las murit.flas rii&s escarpa&ao" a &rniacl& de Vernau (ausencia casi total de edificaciones) es apoyada por los diferentes hallazgos arqueol6gicois (Almogarem de Bentayga, etc ). especialmente creados para tal fin, y que bien pudieran agruparse alrededor del oratorio, no sólo por su privilegiada situación, sino para aprovechar, asimismo, las reuniones religiosas como eje de unas reuniones sociales y administrativas que cohesionaran la diseminada población, creando un polo de atracción social único del grupo humano. Se impartiría, quizá, la justicia menor, se diri-mirían las pequeñas e inevitables pendencias del grupo, se reuni-rían los notables del lugar en "pleno municipal", y hasta se cele-braría alguna que otra festividad, como el beiíesmet, bajo la estó-lida vigilante mirada del faycán pueblerino, presto a cortar de raíz cualquier arrebato juvenil, o senil, que traspasara los códigos morales establecidos. Este posible tipo de lugares de reunión tiene otra forma de expresión, aún no suficientemente estudiada: los Goros, sin pa-rentesco con los Tagoros, edificación esta última suficientemente conocida y de clara función minoritaria, directora, administrativa y judicial. Para la descripción de los goros nos remitiremos al Dr. René Vernau y a su libro, ya citado anteriormente, Cnq annés de séjour aux fles Canaries, interesantísimo documento aún no traducido al castellano. En él describe a los gorou '.como unos recintos de piedra seca donde los materiales están ajustados con un arte notable; ofrecen, además, unas formas extremadamente regulares en su mayor parte. Todos los muros son poco elevados (no sobrepasan apenas 1,50 metros) y no hay ninguno actualmen-te que tenga techo. El Dr. Víctor Grau, que fue el primero que dio noticia de estos Goros, los considerj como edificios destinados a retener los cadáveres para darles cierta preparación antes de enterrarlos; [pero los que hay en Tira~ana y La Aldea] no se encuentran al lado de sepulturas conocidas, su número no permite mirarlas como casas funerarias El más pequeño forma un rec-tángulo de 8 X 10 metros. En dos de sus caras existe una media luna de gran regularidad; una entrada, limitada por dos pequeños muros, da acceso al interior. El más grande se compone de un gran rectángulo de 24 X 16 metros. En los dos ángulos opuestos - 33 René Vernau: Cilzq Arnés de ségour aun: Iles Canarzes, pág 56 Pa-rís, 1891 652 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS AWIOGAREMS Y WROS 15 a la entrada se encuentran dos salas de 7 y 10 metros de diámetro mayor, que comunican con el recinto principal. Era muy dificil, para los antiguos canarios, cubrir una superficie tan grande, y no podrán ser, por consiguiente, considerados estos recintos como de habitación. ¿No serán lugares de reunión destinados a algunas ceremonias? Alrededor del vasto recinto rectangular existen to-davía grandes losas encajadas en el muro, formando los asientos donde el pueblo podía sentarse. Los "diverticulums'~ están reser-vados a los personajes. Esta hipótesis explicaría las dimensiones considerables de este "goro", la presencia de bancos y aquellas salas accesorias". Acompaña a esta descripción e hipótesis un dibujo del Gran Goro de La Aldea, que sentimos, por su interés e idoneidad den-tro del presente trabajo, no poder reproducir. Nada tengo que añadir a este precioso dato, cuya importancia respecto a la cons-trucción que se estudia es de primer orden. No creo necesitar decir que estamos totalmente de acuerdo con la hipótesis del Dr. Vernau, y nos parece menos lógica la del eminente arqueólogo y médico don Víctor Grau Bassas. P~steriormente insistiremos en este punto. Ya es hora, lo sabemos, de dejar tanta preparación y enfilar directamente el objetivo de este articulo. Para llegar al monumento existen dos caminos: el barranco de Mogán y el de Arguineguín, las dos principales vertientes hi-drográficas de la costa sur de Gran Canaria. Casi en la cabecera de ambas se encuentra la montaña de Tauro, una de las grandes altitudes de la isla (1.220 metros), aislada del macizo central de la Cumbre. La red de carreteras en esta parte de la isla, una vez rebasados los "importantisimos" núcleos turísticos del Sur, no es que sea mala; es realmente penosa, por lo que se aconseja, si algún curioso hay que se aventure, proveerse de un coche a prueba de "~istas", abstracta designación que tras su fachada que recuerda autopistas, esconde una realidad bastante vulgar: camino para carros. Núm 14 (1968) 653 CONSTRUCCIOM ABORIGEN SITLJACION V ACCESO ) C U R V A S DE NIVEL -- ---- CAMINO CARRETERO SENDA --e BARRANQUERA 2 i km. FGM I 18 FAUSTINO GARC~A MÁRQUEZ El camino menos incómodo es el del barranco de Arguineguín, ya que el acceso por el barranco de Mogán exige una caminata mucho más larga que por éste, como pudimos comprobar cuando, inexpertos, emprendimos la escalada desde lo más profundo del barranco moganero. Se aconseja tomar, por tanto, la desviación que se encuentra a la derecha de la carretera Las Palmas-Arguineguín, en su kiló-metro 66,250. A partir de ese punto, el camino carretero discurre unos 15 kilómetros por el centro del Barranco, sumergido en un paisaje realmente grandioso, de una crudeza y salvajismo sólo atenuado, o aumentado, por algún naciente de agua rodeado de palmeras, un par de caseríos y la recta reciedumbre de los "car-dones" elevando sus cien brazos al cielo. Recorridos estos 15 kiló- NB metros, se toma una desviación a la izquierda, saliendo ya del lecho E del barranco para empezar una penosa ascensión por la falda de O n - la montaña de Tauro. Cuatro o cinco kilómetros después, la empi- =m O nada "pista" nos deja en el caserío del Barranquillo-Andrés (ver E E 2 mapa de situación), donde e1 coche descansa, y son Ias piernas, E = remedando la frase del célebre Guayre Maninidra, las que se ponen a temblar por el aprieto en que el corazón las va a poner. 3 - A partir de este punto la subida tiene que ser exclusivamente - 0m E a pie, trepando por la montaña en una caminata joven y gimnás- O tica, modestia aparte, de una hora y media cuesta arriba. Obsér- 5 vese la foto núm. 1, tomada desde el punto de partida; téngase en n E cuenta que la ascensión no puede ser directa a lo largo del perfil - a de la montaña, no sólo por la pendiente, sino por el suelo cubierto 2 n de resbaladiza pinocha y los cortados existentes, y se verá que no 0 exageramos. O3 Por fin se llega a una amplia llanura bordeada de "pinus ca-nariensis", cortada a pico sobre el Barranquillo-Andrés, casi en la misma cima de la montana, a más de 1.100 metros de aitura íei caserio est�� en los 600 y pico), donde el viajero se ve completa-mente recompensado de sus fatigas y sudores. Hasta el monumen-to se olvida a la vista del paisaje que desde allí se divisa. Al borde de esa llanura, sobre el escarpado filo de la ladera, se encuentra ei monumento, siguiendo su curistruc~i6iie l mi-filo de la montaña (ver plano del mismo). La construcción, como 656 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS puede verse, consta de tres cuerpos adosados, sin comunicación alguna entre los mismos. En el plano se ha prescindido de los alzados, sustituyéndolos al consignar, mediante un punto y su altura correspondiente, las fiuctuaciones que ésta sufre a lo largo de los muros. Las líneas de nivel de1 suelo no pretenden ser exac-tas, sino indicativas, ya que no se disponía de más elemento de medida que una cinta métrica y el ojo del autor, más o menos habituado, por su carrera y aficiones, al dibujo y la proporción. El cuerpo central es una elipse irregular de 8,5 X 10,5 metros, con una entrada de 2 metros de anchura. A este cuerpo se encuen-tran adosados los dos restantes. El de la izquierda, al norte del cuerpo central, es un cuadrilátero abierto totalmente por una de sus caras a una plataforma artificial que tiene en su centro un pináculo cónico de 1,5O metros de altura; las dimensiones del espa-cio abrazado por las tres paredes ea de 3 , N X 4,00 ~II&.~osE. : tercer cuerpo es casi cuadrado, midiendo 4,40 X 4,430 metros, y presenta dos entradas y un nicho o cabecera. Las paredes son todas de grandes y medianos bloques planos de piedra aparejada en seco, sin labra ninguna, y procedentes di-rectamente del terreno que rodea a la construcción. El aparejo de piedras es notable en su perfección, como puede verse, sobre todo, en las fotos de esquinas. Las paredes tienen un espesor que va de O,$O a 1 metro y alturas de 1,70 a 2. En general, la obra se encuentra medianamente conservada, habiendo sufrido serios desperfectos en la unión del cuerpo abierto con el central, en que la pared se reduce a un amontonamiento de piedras, y no tan graves en el cuerpo lateral cuadrado, cuyo inte-rior se halla casi todo cubierto por las piedras caidas de los muros, aunque la mayor parte de éstos se encuentran todavía en pie. , - - - - :1 - ,, ,, P . ,., -,II.,.YYIO r p r l L V ~ Oei s c t i ~ r i ~caua i ului lurutxi t~IL U DG a p r& a !a r u a u r u r r i r n r a señal de habitación, ni resto alguno de techumbre. El suelo, ex-cepto en la terraza artificial construída ante el cuerpo ab~ierto, no presenta señales de haber sido preparado o acondicionado espe-cialmente, ni de que existiera una posible primitiva excavaci6n rdlenads pmteRvrxente por tierras de zacamc, ~ f r e ~ i e ~!2ds c mismas características que el terreno de la llanura situada a sus espaldas. 20 FAUSTINO GARCÍA MARQUEZ En lo que a orientaciones respecta, el cuerpo abierto y la te-rraza están orientados al Norte, sobre el filo de la ladera, teniendo enfrente todo el panorama de las Cumbres. El cuerpo central se abre a la llanura situada a espaldas del anterior, hacia el Sur, mientras el cuerpo cuadrado de la derecha tiene una puerta a este mrsmo lado y otra al Este, presentando en su apertura al Sur un inurito de entrada (véase plano) que parece ser un típico adorno de entrada en las construcciones canarias, ya que se presenta en otras conocidas. S610 pueden caber tres posibilidades generales: que la cons- B trucción sea de habitacr6n, o funeraria, o de uso comunal. Entre las E de habitación se incluye a las casas propiamente dichas y a los O paraderos pastoriles. Entre las funerarias: de enterramiento o de --: m culto o preparación de los muertos, y entre las cornunitarias, '?a- O E goros, Goros y Almogarerns. E 2 En cuanto a la primera posibilidad hay que tener en cuenta E que la casa canaria prehispánica solía ser de planta circular o cua- 3 drada, con una sala común de estrecha entrada, pudiendo estar - adosadas a la dicha sala una, dos o ninguna alcoba. Era frecuente 0 m E construirla apoyada en un risco, roque o gran piedra que no sólo O ahorraba la construcción de una de las paredes, sino que protegía 5 n 1s vivienda del viento, haciéndola más cálida al mismo tiempo. La E techumbre estaba formada por unas vigas grandes de tea, unas a 2 veces pulidas y otras s610 desbastadas, sobre las cuales se apoyaba d n n un forjado de ramaje y varas, cubierto con piedras y revestido exteriormente de una capa de tierra apisonada que, a veces, se 3 O cubría también de lajas. El suelo estaba socavado, dejándolo a nivel inferior al terreno circundante, por lo que la construccih era baja. Las paredes eran de piedra seca sin labrar, pintadas interiormente. Una vez descrita, podemos estudiar por qué la construcción de Tauro no puede ser una casa : 1. En general, por la no existencia del más mínimo resto de halitación; por su situación, al borde de la ladera, sin pro- 658 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS teccih alguna contra el viento y la lluvia, existiendo en la cercanía lugares mucho más idóneos y resguardados para hacerlo; por la altitud a que se encuentra, muy su-perior a la cota de los 600 metros, sobre la cual rara vez se habitaba 34. En particular, para cada uno de los recintos: porque el recinto elíptico central tendría que cubrirse con vigas del orden de los 9 a 10 metros, raramente utilizadas hoy en día para las casas corrientes ni aun las de lujo; por la excesiva anchura de la puerta del mismo recinto; porque los recin-tos laterales, posibles alcobas, no se encuentran comuni-cados con el centml; porque el de la izquierda está abier-to, no por derrumbamiento, sino por construcción, como se puede apreciar en la foto en sus esquinas; porque el de la derecha es excesivamente abierto, teniendo dcis entradas exteriores para sólo 23 m2 de superficie. Cualquiera de estas razones es más q ~ s~ufieci ente para inva-lidar tal suposición. En cuanto a los paraderos pastariles, son construcciones del tipo de la vivienda descrita, pero de carácter proletario y pro-visional en el senitido de que son destinadas a abrigo de los pas-tores durante la temporada de verano, en que los ganados suben a los pastos altos. Suelen presentar uno o varios cubículos para los pastores, junto o alrededor de uno o varios rediles para el ganado. Buscan, lógicamente, el resguardo de algún roque o pared natural. Según este supuesto, para que la constmcción fuese un para-dero, el recinto central sería redil, y refugios para pastores los 1~ -a L ~--e- r7 aleYu.a se ha visto que ios dos recintos iateraies no tienen condiciones de habitahilidsd, y siguen siendo válidas la mayor parte de las razones dadas para desechar la idea de una casa ca-naria. Además, y dada la ocupación temporal del paradero, así eomo su función, no tiene razón de ser el cuidado constructivo -..-m&- tjll -- la ubla. fn e & leeüpecto, básh aoiissui~alna-, darsed e Luis S* Diego Cuscoy, op czt, cap IV, págs 74-81. Nzinz 14 (1968) Ciego Cuscoy 33 ya citada y comparar la técnica constructiva de los paraderos tinerfefios con la presente edificación. Nunca pudo ser tanA& la diferencia entre las culturas tinerfeña y grancanaria. La posibilidad de una necrópolis no es necesario ni discutirla, ya que existen suficientes datos sobre las construcciones de este tipo y una simple ojeada al plano la desecha por completo. En cuanto a las "casas funerarias" me remito a lo dicho por el Dr. Ver-nau, ya expuesto cuando se habló de los Goros: tampoco aquí pa-rece que el prominente lugar elegido pueda haber sido destinado a la función de preparación de cadáveres. Por todo ello nos vemos empujados a adoptar la hipótesis de una construcczón de tzpo comunztarzo, hip6tesls que viene afian-zada por el gran número de cuevas de habitación que existen a lo largo de los barrancos de Arguineguín y Mogán, y cuyo centro logico, en ias partes más mteriores de ambos barrancos, es la Mvii-taiía. Los alrededores de la montaña fueron un rico yaclmlento arqueol��gico, hoy ya devastado. La altura, el paisaje que se domina, la estructura particular del cuerpo abierto, la cualidad de la montaña, como altura aislada y predominante, todo ello nos obliga a pensar en un sentido reiz-gioso del monumento, sin despreciar una solución híbrida, cívico-religiosa, que ya apuntamos al hablar de los centros comunitarios. La explanada donde se halla ubicado el monumento es ideal para una congregación de fieles, bien para actos religiosos, bien para festejos emparentados o no con las creencias, aunque este no empa-rentarmento es difícil, ya que e1 mito, en aayor o menor medida, está siempre presente en las actividades de las sociedades primi-tivas. Ahora la localización, que parecía absurda ante la posibilidad de otra función, adquiere toda su premeditada significacih, coio-cando al miniasculo animal humano frente al grandioso espectáculo de la naturaleza, precondicionando su actitud ante el rito o el mito, como ha sido práctica de toda religión, mostrada tanto en la mo-numentalidad de las Pirámides del Sol como en las catedrales cris- 83 Diego Guscoy, op czt, cap XIV, págs. 183-199 ALMOGAREMS Y WROS 23 tianas, las cuales sumaron, en algunos casos, al factor espacio el factor, tambi6n inhibidor, oscuridad. Para nosotros, el recinto abierto a la terraza, colgado sobre la abrupta ladera, abierto precisamente al paisaje, a las Cumbres, incluso al mar que se ve a lo lejos, no puede tener otra función que religiosa, de admatorio. Para los otros dos recintos, la fun-ción tiene que girar alrededor de la palabra "reunión". Reuniones medianamente grandes en el recinto central; minoritarias, direc-toras, de personajes, en el recinto cuadrado; y masivas en la expla-nada que, sin estar construída, es también arquitectura, forma parte, complementándola, de la arquitectura edificada. La vista se vuelve ahora hacia los Goros ya vistos y conocidos de la mano de Vernau; sólo que aquí se presentan dos variantes: la elipse central carece de asientos adosados al muro, y el "diverticulum" Ge !a Gerecha m c ~ m n i c ad irectamede e m este merpo centxi!, sino con el exterior. Ahora bien, cabe que los constructores de este monumento, más modestos o aprovechados que los del Gran Goro de La Aldea, "dieran por construído" el gran cuadrilátero de 24 X 16 metros de aquél, al tener un cuadrilátero natural for-mado por la meseta o explanada, naturalmente limitada, sin nece-sidad de más muros, por el risco que la limita por el Este y Sur-este, y la empinada ladera que asimismo la limita perfectamente por el Norte. Al Oeste se encuentra también la ladera que lleva al cénit de la montaña, quedando un recinto naturalmente bien delimitado excepto en su parte Sur, donde la meseta se prolonga por más de un kilómetro. ¿Aventurada suposición? Nosotros di-riamos que más bien lógica : si hay arquitectura natural, ¿por qué hacerla artificial? En tal caso, tendríamos un Gran Goro, con un pequeño adoratorio anejo, donde los "diverticulum" de los notables estarían: en efecto, abiertos al gran rectángulo central. Con los mismos elementos e idénticos considerandos puede su-ponerse, simplemente, un pequeño AZmogarem-Goro, un edificio híbrido, aunque las reuniones celebradas en los dos cuerpos des-tinados, al parecer, a tal fin pudieran ser -p uramente religiosas (creemos más lógica, a la vista de lo expuesto; la hibridez). En este caso, la construcción seria, única y exclusivamente, lo cons-truido, sin más prolongación en el terreno circundante. Ante esta Núm. l.+ (1968) 661 24 FAUSTINO GARCÍA URQUEZ última hipbtesis, la separacióli total discrlminatoria entre los dos recintos de reunión tendría que hacernos pensar en dos audiencias totalmente diferentes en rango y funciones. Sólo nos queda destacar la gran srmilltud que existe entre los "diverticulum" dibujados (Goro de La Aldea) en el libro de Ver-cau y el cuerpo lateral de la derecha, ambos con similar planta en forma de cri~z. La constmcci6n de Tauro tiene, para nosotros. un sign~i'lcado claramente comunitario, de tipo híbrido. cívico-religioso probable-mente; más aún, si se tiene en cuenta la dificultad, ya señalada, de separar totalmente las puras funciones religiosas de las polí-ticas y administrativas en los pueblos primitivos y muchos de los modernos. En el caso particular de Gran Canaria, lo prueba el hecho de que los mismos sacerdotes, Gebido a su importancia den-tro del conjunto social, serían seguramente híbridos ellos mhnos. Réstanos reafirmarnos en la declaración que encabezaba este trabajo, en el sentido de que no ha sido nuestro propósito sentar cátedra ni pontificar, cosa que, por otra parte, seguramente no se nos permitirá hasta el día en que, por nuestra edad, ya no po-damos subir a una mcntana 2 comenzar a construir nuestro gra-nito de arena entre piedras que amamos por canarias y por olvi-dadas. Ese día nos quedará el consuelo agridulce de haberlo hecho y de que a alguien, a lo mejor, le sirvió de algo nuestro trabajo. ANUAEIO DE BSTUUIOS ATLANTICOS 1.-Vista de la. montaiia dc T;ctir.o ilzsdr el Gairnnqiiillo-Ar1~IrC.s. La fli*cha inilicn la situación del monumento. En la esquinti inferioi. derecha piictle vcisc parte di.1 caserío. 2.-Vista del monumento dcsdc el Sur. 7 -Esquina interior entre cl muro Oeste del cuerpo abierto, con el muro Sur de1 mismo cuerpo. (Esquina interior Oeste del cuerpo ahicrto.) R.-Esquina exterior rlcl rni1i.n Rntc del cuerpo ahierto ObrtPrveae la notable rcalizacibn. 9.-Esquina t=stt=iVioein. tre la cara Sur de ! ciierpo de la derecha y e1 cuerpo central. 10.-Vista dr la cima [le In mont:iiin dwde el monumriito. En primci plnno, la. esquina Sur del cuerpo dr la derecha. con el pino sciialatio en el plnnu.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Almogarems y Goros : una construcción aborigen en la Montaña de Tauro (Gran Canaria) |
Autor principal | García Márquez, Faustino |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 14 |
Sección | Arqueología prehistórica |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1968 |
Páginas | p. 639-662 |
Materias | Arqueología ; Prehistoria ; Canarias |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 5548718 Bytes |
Texto | P O R "Puede con toda verdad decirse que los documentos escritos más preciosos y los monumentos más notables, para hacer la his-toria de la isla de Gran Canaria, están los unos ineditos y los otros o no se han descubierto por abandono, o no se han estudiado lo suficiente." Casi un siglo después de que don Gregorio Chil y Naranjo escri-biera estas palabras sentimos que siguen siendo válidas en buena parte de su extensión. Cierto que, desde entonces, muchos docu-mentos, y algunas antiguas crhicas, han visto la luz; pero aún duermen el "sueño de los justos" otras muchas, como buena parte de los Estudio.s del Dr. mil, inédnta desde la muerte de su autor, o el manuscrito de Marín y Cubas 2, que no ha visto la letra de imprenta en toda su ya l a~gae xistencia, desde que su autor, el primer historiador conocido genuinamente grancanario, la escri-biera en su Telde natal durante el siglo xvn. En cuanto a los rno-numentos, la Naturaleza y los hombres han continuado la labor 1 Gregorio Chil y Naranjo: Estuí%zos hstóricos, cúzmatoZógzcos y pato% jzcos de las Islas Canurzas. Tomo 1, pág 455 Las Palmas, 1876-1899 2 Tomás Marín y Cubas Orqen; d~nn&Órzrnientyo cortquistn de las Islus Camrzas. Copia manuscrita del original por Agustín Millares, 1878 2 tonos Sign. ID-15 y 16 Bablioteca del Museo Canario de Las Palmas 2 FAUSTINO GARCÍA NARQUEZ de destrucción, mientras un puñado, desgraciadamente escaso, de personas con interks y conocimientos han intentado, con una grar; vocación y una no menor falta de medios, salvar algo de la massacre. No vamos a insistir sobre este punto, que ya fue desarrollado en su día, y por un medio de difusión adecuado, al tiempo que se daba una primera noticia sobre la construcción aborigen cuyo estudio presentamos hoy 3. Somos conscientes de que no es ésta la palestra adecuada para volver sobre el citado tema, que requiere una más amplia y popular toma de conciencia. Si se ha insistido someramente en él es porque éste ha sido el motor principal del presente trabajo e intentar aportar su autor un granito de arena a ese inacabable edificro que es la Historia Canaria, y, sobre todo, la H~storia Canaria Prehispánica. No se pretenderá sentar cátedra, ni hacer rotundas ni revolu-cionarias afirmaciones; solamente presentar unos datos y apuntar unas soluciones que constituyan un papelito más que quizás hojee, entre otro millón de ellos, ese Nuevo Viera y Clavijo que todos esperamos acometa algUn día, con nueva perspectiva, datos e ideología, la redacción de unas "Noticias" que, con suerte, no será tan excesivamente mitificada, pero sí tan popular como la anterior. La construcción cuyo estudio y descripción acometemos tiene grandes posibilidades de haber desarrollado unas funciones de tipo comunitario, bien puramente religiosa, o cívico-rehgiosas, por lo que será necesario un previo y breve repaso de cuantos documen-tos pudiesen aportar datos para su identificación; pero esta áús-queda es peligrosa y difícil, ya que sólo se puede basar en algunos pocos textos con criterio científico, y en las consabidas Historias y Crhicas, bastante pobres, en general, al hablar de la religión y los monumentos aborígenes, pecandc algunas de ellas, para colmo, de una dosis de imaginación o despiste que hace necesario expurgarlas previamente con todo cuidado. Estos documentos arrojan b>uen número de datos sobre cuevas funerarias y de habi- 3 Faustino Garck Márquez La zgnorancta y el coíecczonzsmo, enemgos de nuestro pasado. "Diario de Las Palmas", 29 octubre 1958 640 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y WROS 3 tación, abundando, asimismo, las descripciones de las casas ca-narias y hasta de algún que otro tagóror; pero para el estudio de una construcción diferente faltan datos. El campo se hace más limitado al haberse prescindido intencionadamente de aquello que no afectara directamente a Gran Canaria, como hubieran podido ser los conocimientos recopilados por Luis Diego Cuscoy +, valio-sísimos en T'enerife, pero de difusa aplicación en la "isla redonda", ya que cada isla se constituyó, por su aislamiento de las demás, en un continente sólo unido al resto del Archipiélago por el subs-trato cultural, cuyas formas de expresión evolucionaron indepen-dientes a lo largo de siglos. A partir del punto en que la Historia y los posteriores estudios nos dejan, sólo queda el arma de la lógica, imprescindible a la hora de estudiar culturas del tipo de la canaria, pastoriles, naturales y simples, donde el hombre se halla libre de una estructurada y ago-biante tradición cultural, sin llegar a la, a veces, ilógica burocra-tización e institucionalización de los mitos, creencias y organiza-ciones económicas, sociales y políticas. Pese, o gracias, a la obsesión religiosa de los conquistadores y primeros cronistas de la isla, poco ha sido lo que en materia tan interesante nos han dejado, a lo que tampoco ha ayudado la espo-rádica investigación arqueológica del suelo grancanario. Al hablar de la religión y el culto habremos de ceñirnos, casi exclusivamen-te, a lo que los historiadores nos cuentan al respecto; pero los historiadores primeros de Gran Canaria demuestran casi todos ellos una falta casi absoluta de conocimientos o curiosidad por las costumbres en general y por la religión en particular. Lns manuscritos "Matritense" y "Lacunen~e"~l,a s breves 4 Luis Diego Cuscoy- Los Guanches. Pub del Museo Arqueol6gico. Santa Cruz de Tenerife, 1968. 5 Agustín Millares Carlo Una crónica primitiva de Za Conqwista de Gran Canaria Rev '%Miu seo Canario", ntím. 5, págs 35-90. Las Palmas, enero-abril 1W5. 6 Gonquzsta de la Isla de Gran Ganarla. Texto e introduccian de Bue-naventura Bonnet y Rever6n y Elías 8erra Ráfols "Fontes Rerum Canaria-rum", 1 La Laguna, 1933 4 FAUSTINO GARCÍA RTARQUEZ notas al respecto intercaladas por mosén Diego de Valera y el "cura de Los Palacios" S, así como las crónicas de los discutidos supuestos testigos de la Conquista, Sedeño l9 y Escudero 11, se li-mitan a incluir, al final de sus escritos, un breve capítulo sobre las costumbres aborígenes, en medio del cual la religión no ocupa más que unas tristes lífieas, apenas una mención a Acorán, Tirma y Umiaya, como luego veremos. Pero estas crónicas no eran más que el equivalente actual a una serie de artículos en un periódico o revista, adornadas con la poca seriedad científica y la bastante imaginación habitual en los escritores de aquella época, y dentro de los cuales no fueron excepción los que a los canarios nos tocaron en suerte. Los posteriores historiadores, ya con un criterio renacentista y en algunos hasta Lascasiano (Espinosa), de los aborígenes, intenta-ron preocuparse más de los diferentes aspectos de la sociedad pre-hispánica, y, aun tropezando con el silencio de los pocos supervi-vientes puros de la raza, apenas fueron capaces de aportar algunos datos más, de gran utilidad para el presente trabajo, y que, indu-dablemente, no son sólo producto de imaginaciones febriles. Aun así, los datos siguen siendo parcos, quizás también por-que esta investigación tardía no sólo tropezó con el tiempo per-dido y la raza casi desaparecida, sino con el propio espíritu que, a mi parecer, inspiró los trabajos: para ellos, hombres eruditos 7 Diego de Valera: Crónzca de los Reyes Católzcos. "Fontes Rerunl Ca-nariarum", 11 La Laguna, 1934. 8 Andrés Bernáldez Histona del reanudo de los Reyes Católzcos Se-villa, 1870. 9 Una muestra de esta discusión la constituyen Apustín ivbliares Gario. Noticia y descripczón de un códzce znteresante para la Hzstorwc de Calzarzas, y Elías Serra Rafols: ReZac~ones de dependeltcla entre las Crónzcas Üg lu ConquWcc, ambos artículos publicados en la Rev "E1 Museo Canario", nú-mero 7, Las Palmas, septiembre-diciembre 1935 La discusión abarca, en reali-dad, a los dos manuscritos anónimos citados, y a Sedeño y Escudero 10 Antonio Sedeíío. Hzstorza de Za Gonyuzsta de la Gran Canurza. Ed. de Dacio V. Darias y Padrón Irnp "E1 Norte" Gáldar, 1936 11 Pedro Gómez Escudero Hzsiorza de la Conyu~s tad e la Gran Canurza Ed de Dacio V. Darias y Padrón Irrip "El Norte" Gáldar, 1936 G42 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTIGOS que nos hacen saltarnos muchas de las páginas de sus libros'12, plagadas de elucubraciones astrológicas o complicadísimas alu-siones a la antigüedad, los antiguos canarios eran algo exó-tico, la imagen de1 hombre libre y natural, tan de moda e3 la época, al que la llamada civilización había esclavizado y despre-ciado, por lo que emprendieron su rehabilitación de una forma equi-vocada para nuestra mentalidad. No seria la rehabilitación más elentífica, aunque apasionada, de un Viera y Clavijo, ni la docu-mentadísima, y no menos cariñosa, de un Chil o un Nhllares; su rehabilitación del canario, con más armas sentimentales y laberin-tos históricos que espíritu real y sinceramente científico, y no puramente erudito, peca, a ratos, de un exceso de "caridad7' no muy recomendaMe para los fines que se perseguían. De este ciclo, para colmo de males, aún nos faltan el o los "eslabones perdidos" --.A --.2:- ---- ,---a -1 ---:-2- -----.m-. ":LA A-1 A L..-- A- n z l A m - ? 3 YUt: ~UU1t;L~UI5IG L GL ¿%llJlitUU llIitllUbGllLU UGl CDGIlNitLLU UG UCClUUL , o la no menos célebre historia del hipotético Dr. Troya, al que Torriani l4 cita en su obra. Entre desconocimientos, caridades y elucubraciones nos encon-tramos hoy ante una perspectiva demasiado global de la religión en la isla, con sólo unos datos básicos, alrededor de los cuales todo cuanto se haga, por el momento, es pura hipótesis, más o menos lógica. Por otra parte, en lo que a datos arqueológicos respecta, cabe la posibilidad de que se emprendiera, por los prlmeros conquista-dores y misioneros, una sistemática labor de destrucción y olvido de las creencias y manifestaciones de las mismas (construcciones .- 12 Sobre este punto sirve de ejemplo anecdótico la confesión que Agustin Millares Torres hace en el primer folio del 2 libro de su manuscrito de la obra de Marín, diciendo que tentado estuvo de no copiar este 20 tomo, ya que las elucubraciones bizantinas de que está plagado no sirven, en la opinión del ilustre copista, más que para demostrar el equivocado sentido de la erudición que en el tiempo del teldense se tenía 13 Las Crónzcas de Pedro de Argiiello, escritas en 1328, enmendadas por el Br Hernando Ortiz, y desconocidas totalmente a1 presente. 14 Leonardo Tomani: PescraPcdn de Zas Islas Canartas. Traducciór., in-troducción y notas por A Cioranescu Santa Cruz de Tenerife, 1959 En el capitulo LXIII, pág 214: "El Dr. Troya escribió " A este respecto, cfr. In-troducción de A Cioranescu, págs XXXI-XL. religiosas e ídolos, si se llegara a probar fehacientemente que estos últimos existieron), como más tarde se desarrolló en algunos mo-mentos y lugares de la conquista de las Indias, sintiendo aún hoy muchos estudiosos los efectos de tal actitud. Tras haber echado una ojeada a lo que de ellos podemos espe-rar, podremos dar una breve panorámica de la religión en Gran Canaria, tal y como los historiadores nos la presentan. En principio, y mientras no se demuestre lo contrario, los ca-narios no eran idólatras, y en esto es la arqueología quien tiene la última palabra, pues los testimonios históricos confirman, en su mayoría, esta idea. Todo ello es muy importante a la hora de estu-diar posteriormente los lugares de culto, ya que la existencia de ídolos condicionaría compietamente ia arquitectura de los mviiü-mentos religiosos. Bocaccio l" Andrés Bernáldez16 son los dos principales partidarios de la idolatría. Según el testimonio del pri-mero, habremos de creer en una estatua de piedra representando a un hombre semidesnudo, que fue llevada a Lisboa. El resto de la narración del autor italiano es, pese a su concisión, de una exac-titud de la que muy pocos autores hicieron gala hasta varios siglos después, exactitud que nos tendría que llevar a pensar en la vera- 1s Chil, op. czt, hb. 111, cap. VII, p&gs. 258-267. En este capitulo incluye Chil la versión latina íntegra del manuscrito de Bocacc~o, publicado por Se-bastián Ciarnpi en Florencia, 1827, traducido completamente al castellano por el gran médico. En 61 se dice, pág. 262 de la obra de Chil. "Encontré igualmente un oratorio o templo en el cual no había absolutamente ninguna pintura nr adorno, tan s610 una estatua de piedra, representando la imagen de un hombre con una bola en la mano y desnudo, con un delantal de hojas de palma, que cubría las partes naturales, según la costumbre de los habi-tantes, Ia que quitaron de allí, y, habréndola embarcado, la transportaron a Lisboa". 16 Bernáldez, op. cit., tomo 1, pág 179: " e tenían allí una imagen de palo tan luenga como media lanza, entallada, con todos sus nervlos, de mujer desnuda, con sus miembros de fuera, y delante de ella una cabra de un madero entallada, con sus figuras de hembra que quería concebir, y tras ella un cabr6n entallado de otro madero, puesto como que quería subir a engen-drar sobre Ia cabra" 644 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y GOROS 7 cidad de este detalle y creer en una muestra de dotes escultóri~as en el canario que no coinciden con los testimonios que poseemos. Bernáldez, por su parte, llega aún más lejos, puesto que desde su atalaya de Los Palacios (Sevilla) describe todo un grupo escultó-rico realizado con una perfección notable, en que son actores una mujer, una cabra y un macho cabrío, formando un conjunto con intención de culto a la fecundidad. Se hace demasiado difícil creer en tal posibilidad de perfección escultórica, tanto en piedra como en madera, en un pueblo que, si bien alcanz�� notables reali-zaciones en cerámica decorada con motivos geométricos y no figu-rativos, no dejó más rastros de labra de madera que las armas, bastones y vigas, ni en piedra más que algunos utensilios caseros, ya que ni siquiera labraba la piedra para sus construcciones. Tal perfección, de haber existido, hubiese tenido forzosamente que quedar plasmada en ios utensiiios cle ia vida cotidiana, de ia iiiis-ma forma que no tendría explicación la coexistencia, en nuestra actual sociedad, de un cerebro electrónico programando las nece-sidades de una comunidad troglodita (puede que se dé, pero no por efecto de la lógica, sino de nuestra enloquecida sociedad de consumo a la que los aborígenes grancanarios eran, por suerte, totalmente ajenos). Incluso el llamado "ídolo de Tara" 17, encon-trado hace pocos años, es una pequeña realización en cerámica que nos muestra una figura esquematizada, casi geométrica, que de-muestra unos primeros intentos de figurativismo y escultura con bulto, pero que ni remotamente puede recordar a ninguna de las dos figuras que nos describen los autores citados. Torriani, asimismo, afirma que en Fuerteventura, pero no en Gran Canaria, existían efequenes con un ídolo en su centro l2. Según este, y el resto de los cronistas e historiadores que hemos citado, !a religih en Gran Canaria er2 deísta, ven una idva &S-tracta y sin representar de Dios, y sin ninguna clase de imagen idolátrica ni semi-idolátrica. El Dios único, principio creador y 17 Néstor Alamo Hernández: El Qdolo de Tara. Separata de la "Revista de Historia Canaria", núms. 123-124 La Laguna, 1958. 3'8 Torriam, op. czt., cap. XXJ, p&g. 73. "E3 ídolo que adoraban era de piedra y de forma humana ". Acompaña un dibujo con el fquen y el fdolo eri su centro. conservador, llámese Acoran, Aleora, Alcorac, era "Algo" superior y desconocido, impalpable e irrepresentable, que rodeaba toda la vida del canario. Magec, el sol, cumplía un destino mágico que, a1 parecer, no llegaba a la divinización, como padre de las almas o Magios, pues si bien hay algunos autores, sobre todo entre los pri-mitivos, que niegan la creencia de la supervivencia almal entr? los canarios, no nos induce a pensar en ello ei culto a los muertos, la momificación y todo el cuidado que en este proceso se ponía. El argumento de que esto podía hacerse s610 por tradición, sin saber a ciencia cierta por qué, es una salida demasiado fácil: si. con la tradición no se hubiera heredado su significado, la práctica de la misma habría ido languideciendo, hasta extinguirse o encon-trar un nuevo sentido, aunque fuese diferente al primitivo. Otro personaje que no podía faltar era el principio del mal, llamado Gabkt o Guayota, y que, según los cronistasj se ararecia a los pobrecitos canarios en forma de perro lanudo, y otras apa-riencias llamadas Tibicenas. El dualismo principio del bien-prin-cipio del mal es desarrollado por casi todas las religiones, pasadas, presentes y futuras, como algo inseparable de la esencia humana y, por tanto, de la mitológica, hecha a imagen y semejanza del hombre. Posiblemente, la importancia de este dualismo en la reli-gión canaria, y sobre todo de esas terroríficas "apariciones", fue exagerada (si no inventada) por los medievales o quasi-medievales cronistas, a quienes tenía que "encantar" la existencia, también entre los primitivos canarios, del famoso diablo, que tanta fama logró y tantos éxitos cosechó a todo lo largo y ancho de la Edad Media. El sentimiento religioso, por su parte, parece haber estado muy arraigado entre los canarios, como lo demuestra la existencia, no sólo de un cuerpo sacerdotal de gran importancia (el segundo de a bordo en la organización administrativa era el gran Paycán, y es de suponer que, a menor escala, tal preponderancia se presentase er, los niveles inferiores), sino de unas coniunidades religiosas, las Harwnaguadas, Magadas o lifaguas, contemplativas y educadoras, y la forma en que, por medio de aportaciones populares, se rnan-tenían estas congregaciones. Este sentimiento religioso, al pare-cer, no fue aprovechado para convertir la religión, o a alguna de G46 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y WROS 9 sus manifestaciones, en arma represiva, sustentadora o propagan-dística del orden puramente político, como sucedió entre los azte-cas y en otras muchas civilrzac~ones y épocas. CULTO. Lugares y formas del misrno. En lo referente al culto y sus manifestaciones, los historiadores brillan también por su falta de abundamiento en el tema. Para la mayor parte de ellos, los lugares de culto no pasan de ser los dos grandes santuarios de Tirma y Umzay~l,l amados T k m , Tirmac, Trimu, Tryma, y Mago, Magro, Amago, Urniaya y Hurnayu. En tal sentido se pronuncian el "Matritense" l", el "Lacunense" 2a, Se,jeño 21 y Sosa "2, que no dan señas de reconocer o conocer otro tipo ni lugar de culto de los ya nombrados. Los demás autores, como ya veremos, introducen el concepto de Alrnogarew, que se puede tomar como más general y extensivo; pero la no menci6n de otro lugar de culto no implica la no existencia del mismo: es lógico que no teniendo muchos datos, mucha curiosidad o mucho tiempo que dedicar a los aborígenes, esos cronistas se fijasen úni-camente en lo principal, o en lo más anecdótico o llamativo, en aquellos lugares en nombre de los cuales se hacían los juramentos o desde los que partían las principales procesiones de rogativas. f-Historiadores posteriores, más explícitos, si citan la existencia de otros lugares de culto. Por otra parte, y como ya vimos, el sen-timiento religioso parece haber estado bastante extendido entre los canarios, por lo que se hace dificil creer que la populosa isla contase únicamente con dos "basílicas", sin una sola "parroquia" Ius cUltos or&;nar.os. De la estructura de estos dos santuarios, prácticamente nada sabemos. De firma sólo sabemos que existe en Gran Canaria una -- 19 Mrllares Carlo, op czt, cap XdXiV, pág. 82 20 Coquzsfa, op. cit , cap XXII, pág. 38. 21 Sedeño, op czt., acp XVII, pág. 61 22 Fr. Jo& de Sosa Topografia de la Isla Afortzcrtada Gran Cam~iw. Lib 111, cap 11, pág 168 Imp. Isleña. &anta Cruz de Tenerife, 1849. Núm 24 (1968) 647 10 FAUSTINO GARC~A MARQUEZ montaña de este nombre, al sur de Agaete, pero en ella los únicos hallazgos realizados por sucesivas expediciones han sido algunos restos de casas canarias y cuevas. Cabe la posibilidad de la total desaparición del santuario, mas no es probable, a menos que fuera intencionada y escrupulosa; pero cabe, asimismo, que el actual topónimo no se corresponda con el antiguo, y éste se encuentre escondido por alguna de las poco exploradas lomas que se encuen-tran a su espalda 23. Umiaya dice haber sido visitada por Marín y Cubas ", que ase-gura haber encontrado "tres braseros de cantos grandes donde se quemaba de todos frutos menos carne, y por el humo, si iba dere-cho o ladeado, hacían su agüero puestos sobre un gran paredón a modo de altar de grandes piedras, y enlosado lo alto del monte, y ha quedado una como capilla y zocarrones dentro todo de una gran cerca de piedras muy grandes, y es el risco el más descollado de todos aquellos sitios". Nadie más, ni antes ni despubs de Marín, ha conocido este lugar, aunque algunos autores modernos 2i creen en la posibilidad de que se encuentre en El Campanario, también llamado Los Pechos, donde vieron un llano sin más elemento cons-truido que unos hoyos cilíndricos excavados en el. suelo, al modo que parece ser que eran los altares donde se vertía la leche del sacrificio. Los demás historiadores antiguos se limitan a fijar su localización "en" o "por" Tirajana, lo cual 30 significa mucho a 23 Agustín Millares Torres- Hzstorza General de las IsZas Canaraas Edi-ción de Agustín Millares Carlo y Antonio Fleitas Santana La Habana, 1945 En el lib IV, pág 127 "Tal vez el sitio del Almogarenl [de 'Tirina] se halle oculto en las fragosidades de la vecina sierra, o quizá con el transcurso del tiempo baya cambiado el nombre de aquella localidad" 24 Marín, M.S. c t t , tomo 1, Iib 11, cap XVIII, pág. 227 27 Millares Torres, op. czt, lib IV, pág. 126 "Este elevado grupo de r n r a e LTI-R l C--+. a rA n p ~ n ~ r ~ o , t a&~~b l~&~nn o c i dpoor Los Pechos1 se Cree Ym-i"c . rnnc- ----- tituye el célebre adoratorio de Umiaya " También R Vernau- Cznq annes de ségour a w Zles Cunarzes, París, 189'1, dice, en su pág 87: "Mi amigo el Dr Víctor Grau ha visto, en el lugar co-nocido bajo el nombre de El Alto del Campanario, un templo que bien pu-diera ser el célebre Almogarem de Umiaya, no es más que una explailada ~ l l r i g a dpo~r EEE ennrme r o c ~sI ?ente Se ven thdavia CI-dades ci!inlr?CaS excavadas en la roca que forma el suelo, y que estaban destinadas a recibir la leche que se ofrecía a la divinidad" 648 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ALMOGAREMS Y GQROS 11 la hora de intentar situarlo, ya que habría que hacerlo explorando unas decenas de kilómetros cuadrados por cerros y montañas de difícil acceso. Salvo la descripción de Marín, que no puede ser acatada completamente al no estar refrendada por ningún otro documento (pudiendo ser imaginación, o un simple almagarem, y no forzosamente Umiaya), no sabemos siquiera dónde están o estuvieron los célebres templos del Atis Tirma y Atzs Umiaya. En cuanto al resto de los lugares de culto, es E=scudero el pri-mero o el último (según se sea partidario de su falsedad o no) que nos habla de que "tenían otra casa en un risco alto, llamada AZmogarem, que es casa Santa, y allí invocaban y sacrificaban, regándola con leche todos los días" 26, señalando a continuación la existencia del ganado para el culto, de la misma forma que lo hace Abreu 27 : "tenían casas donde se encomendaban al Dios que estaba en lo altoi que decían Ahngnrem., yile es "casa Smtc," ; !%u cilakc rociaban todos los días con leche, y para ello tenían muchas cabras diputadas, y no les quitaban los garañones en todo el año, porque no les faltase la leche". Uno de los dos autores copió al otro, dada la similitud, no sólo en las palabras, sino hasta en la ordenación de las frases, o los dos se nutrieron de la misma exacta fuente escrita. Marín, por último 28, amplía los lugares de culto a "mon-tes, cuevas, etc.", mientras Torriani se refiere únicamente al nombre y el respeto que a los citados lugares se tenía. El culto, en estos lugares, puede dividirse en dos formas o ri-tos: extraordinaria y ordinaria. La extraordinaria tenía por fina-lidad la eterna súplica del canario, a través de las edades y los dioses: la lluvia. Se efectuaba una reunión en los grandes tem- - 26 Escudero, OP. CZ~., cap XIX, pág 86. 27 Fr Juan de Abreu Galindo Hzstorza de la Conquzsta de las stete &U o-.---*- ~ ~ i tdie ~Aa C roiyjnescü. Salita Ci-az &. Teiiei'ife, 1955 Libi 11, cap. m, pág. 156 28 Marín, Ms cit., tomo 1, lib. 11, cap. XVIII, pág 221- "Adorábanle [,a Acoran] en muchos sitios sagrados y venerables, así montes, cuevas, kos-gues, casas, nscos Estas casas o sitios de adoración las regaban con leche de cabra y todo el aiío reservaban un ganado para esto señalado" 2.9 T ~ ~ P :@~ ~&~,~ , XVMT'T, pag 111. y -uv- a--Ll .r--~%~--a- u s l ijre ii ¿aso de guerra y saqueo] en las casas de oraciíin, que decían ahnogarem, sino que las repetaban en sumo grado". 12 FAUSTINO GARCíA MARQUEZ plos ", de donde partía la procesión, precedida, según Marín jl, de tres días de general ayuno (ganado y feligreses). Faycanes, Harz-maguadas y pueblo emprendían el camino hacia el mar, montana abajo, con ramas y varas en las manos, y en los labios la eterna súplica. Al llegar a la orilla azotaban las aguas con los ramos, uniendo el clamor de las aguas al de los hombres. Aún pervive, angustiosamente deformada, esta tradición en Agaete, en la Fiesta de la Rama, que tiene lugar el 4 de agosto, y que no es más que un intento de canalizar las antiguas costumbres por el cauce cristia-no: Alcorac ha dejado paso a la Virgen de las Nieves. Este último vestigio vivo de la primitiva religión canaria está a punto de morir, al haber degenerado el carácter religioso de la fiesta, si no es que se ha desenterrado esa vieja costumbre de algunos pueblos: al NB misticismo por el alcohol. Tal parece una venganza de Alcorac por E la usurpación de sus exclusivos ritos. O n Hay un dato, refrendado por todos los cronistas, y por los des- - m O cubrimientos arqueológicos, común a todas las manifestaciones E E 2 religiosas aborígenes: la relación rito-montaña. El lugar de culto -E suele establecerse en lo alto de una montaña, generalmente aislada de un macizo montañoso a fin de que resalte más su altura, domi- 3 - nando un amplio paisaje Esta elección, premeditadamente esco- - 0 m gda, colocaba al adorador en la adecuada sensación de inferiori- E O dad, de asombro e impotencia ante la grandeza del adorado (repre-sentado, en última instancia, por la naturaleza entera), que todo n E rito requiere, tanto política como religiosamente. Aquí, en estos - a santuarios de la Naturaleza, se derramaba la leche y se ofrendaban 2 n los frutos del cotidiano sacrificio, adecuándose y complementándose n perfectamente lugar, rito y ofrenda. O3 ,' 3- * . - - -. - , La arquitectura de estos templos tenia que estar condicionada al rito que en ellos se desarrollaba, por lo que, suponiendo la no 30 Como bot6n de muestra véase la descripción de Abreu Galindo, op. czt , Iib 11, cap 111, pág 156 Los demás autores la cuentan en forma sirnilar, coincidiendo en muchos b s palabras y ordenación de las frases 31 Marín, PIS czt , tomo 1, hb 11, cap. XViII, pág 239 650 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS existencia de ídolos ni imágenes (mientras la arqueología no nos haga variar totalmente de idea), la estructura sería sencillísima, como nos afirman algunos modernos autores32, abierta por com-pleto a la naturaleza, sin oscuridades ni recovecos de ningún tipo que no concordarían ni con el resto de la vida canaria, ni con el lugar elegido para su emplazamiento. Culto eminentemente natu-ral y naturalista, que apenas necesitaría de un mínimo conjunto arquitectónico edificado, ya que la verdadera arquitectura reli-giosa canaria la constituyó el paisaje que se desarrolla y estalla a sus pies. CENTROSG OMUNITARIOS CÍVICO-RELIGIOSYO "SG OROS". Es posible que estos templos no fueran tan simples, no ya por las necesidades funcionales del culto, sino porque se aunaran en el conjunto arquitectónico varias funciones de tipo comunitario, de la misma forma que las actuales parroquias tienen casas parro-quiales con vivienda para el sacerdote, salones de reunión y hasta cine. Esto no constituye ningún invento de la civilización, sino todo lo contrario: un salto atrás, una vuelta a los orígenes orgá-nicos de la comunidad humana. No es dificil aventurar que para aquellos poblados canarios, la mayoría de los cuales no era agrupación, sino diseminación de viviendas en un área determinada, el único nexo de comunicación e interrelación social lo tendrían que constituir centros comunales 32 Vernau, op. C Z . ~p, ág. 87 "En la misma isla [Gran Canaria], el Almo-garem de La Fortaleza de Santa. Lucía de Tirajana es una simple explanada a cielo alyierto situada en la cima de una de las montañas más escarpadas Se encuentran, sobre las paredes del peñbn, los vestigios de un camino que permitía antiguamente subir con facilidad. Un altar de sacrificios, bien con-servacio, inaica ei iugar conde se hacían ias ofrendas". jinciuye un dibü~od el lugar.) También Sabin Berthelot, en su Etlzografia vi anales de la Coqwsta de las Islas C a m ~ m s Traducción de J Arturo Malibran. "Biblioteca Isleña" Santa Cruz de Tenerife, 1849, asegura en su pág. 82. "Los naturales de la Gran Canaria reconocían un ser supremo conservador del mundo que llama-ban Alcorac o Acoran, y al cual rendían culto en pequeños templos de piedra (oi7atoriooj 0 so.nre la de las murit.flas rii&s escarpa&ao" a &rniacl& de Vernau (ausencia casi total de edificaciones) es apoyada por los diferentes hallazgos arqueol6gicois (Almogarem de Bentayga, etc ). especialmente creados para tal fin, y que bien pudieran agruparse alrededor del oratorio, no sólo por su privilegiada situación, sino para aprovechar, asimismo, las reuniones religiosas como eje de unas reuniones sociales y administrativas que cohesionaran la diseminada población, creando un polo de atracción social único del grupo humano. Se impartiría, quizá, la justicia menor, se diri-mirían las pequeñas e inevitables pendencias del grupo, se reuni-rían los notables del lugar en "pleno municipal", y hasta se cele-braría alguna que otra festividad, como el beiíesmet, bajo la estó-lida vigilante mirada del faycán pueblerino, presto a cortar de raíz cualquier arrebato juvenil, o senil, que traspasara los códigos morales establecidos. Este posible tipo de lugares de reunión tiene otra forma de expresión, aún no suficientemente estudiada: los Goros, sin pa-rentesco con los Tagoros, edificación esta última suficientemente conocida y de clara función minoritaria, directora, administrativa y judicial. Para la descripción de los goros nos remitiremos al Dr. René Vernau y a su libro, ya citado anteriormente, Cnq annés de séjour aux fles Canaries, interesantísimo documento aún no traducido al castellano. En él describe a los gorou '.como unos recintos de piedra seca donde los materiales están ajustados con un arte notable; ofrecen, además, unas formas extremadamente regulares en su mayor parte. Todos los muros son poco elevados (no sobrepasan apenas 1,50 metros) y no hay ninguno actualmen-te que tenga techo. El Dr. Víctor Grau, que fue el primero que dio noticia de estos Goros, los considerj como edificios destinados a retener los cadáveres para darles cierta preparación antes de enterrarlos; [pero los que hay en Tira~ana y La Aldea] no se encuentran al lado de sepulturas conocidas, su número no permite mirarlas como casas funerarias El más pequeño forma un rec-tángulo de 8 X 10 metros. En dos de sus caras existe una media luna de gran regularidad; una entrada, limitada por dos pequeños muros, da acceso al interior. El más grande se compone de un gran rectángulo de 24 X 16 metros. En los dos ángulos opuestos - 33 René Vernau: Cilzq Arnés de ségour aun: Iles Canarzes, pág 56 Pa-rís, 1891 652 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS AWIOGAREMS Y WROS 15 a la entrada se encuentran dos salas de 7 y 10 metros de diámetro mayor, que comunican con el recinto principal. Era muy dificil, para los antiguos canarios, cubrir una superficie tan grande, y no podrán ser, por consiguiente, considerados estos recintos como de habitación. ¿No serán lugares de reunión destinados a algunas ceremonias? Alrededor del vasto recinto rectangular existen to-davía grandes losas encajadas en el muro, formando los asientos donde el pueblo podía sentarse. Los "diverticulums'~ están reser-vados a los personajes. Esta hipótesis explicaría las dimensiones considerables de este "goro", la presencia de bancos y aquellas salas accesorias". Acompaña a esta descripción e hipótesis un dibujo del Gran Goro de La Aldea, que sentimos, por su interés e idoneidad den-tro del presente trabajo, no poder reproducir. Nada tengo que añadir a este precioso dato, cuya importancia respecto a la cons-trucción que se estudia es de primer orden. No creo necesitar decir que estamos totalmente de acuerdo con la hipótesis del Dr. Vernau, y nos parece menos lógica la del eminente arqueólogo y médico don Víctor Grau Bassas. P~steriormente insistiremos en este punto. Ya es hora, lo sabemos, de dejar tanta preparación y enfilar directamente el objetivo de este articulo. Para llegar al monumento existen dos caminos: el barranco de Mogán y el de Arguineguín, las dos principales vertientes hi-drográficas de la costa sur de Gran Canaria. Casi en la cabecera de ambas se encuentra la montaña de Tauro, una de las grandes altitudes de la isla (1.220 metros), aislada del macizo central de la Cumbre. La red de carreteras en esta parte de la isla, una vez rebasados los "importantisimos" núcleos turísticos del Sur, no es que sea mala; es realmente penosa, por lo que se aconseja, si algún curioso hay que se aventure, proveerse de un coche a prueba de "~istas", abstracta designación que tras su fachada que recuerda autopistas, esconde una realidad bastante vulgar: camino para carros. Núm 14 (1968) 653 CONSTRUCCIOM ABORIGEN SITLJACION V ACCESO ) C U R V A S DE NIVEL -- ---- CAMINO CARRETERO SENDA --e BARRANQUERA 2 i km. FGM I 18 FAUSTINO GARC~A MÁRQUEZ El camino menos incómodo es el del barranco de Arguineguín, ya que el acceso por el barranco de Mogán exige una caminata mucho más larga que por éste, como pudimos comprobar cuando, inexpertos, emprendimos la escalada desde lo más profundo del barranco moganero. Se aconseja tomar, por tanto, la desviación que se encuentra a la derecha de la carretera Las Palmas-Arguineguín, en su kiló-metro 66,250. A partir de ese punto, el camino carretero discurre unos 15 kilómetros por el centro del Barranco, sumergido en un paisaje realmente grandioso, de una crudeza y salvajismo sólo atenuado, o aumentado, por algún naciente de agua rodeado de palmeras, un par de caseríos y la recta reciedumbre de los "car-dones" elevando sus cien brazos al cielo. Recorridos estos 15 kiló- NB metros, se toma una desviación a la izquierda, saliendo ya del lecho E del barranco para empezar una penosa ascensión por la falda de O n - la montaña de Tauro. Cuatro o cinco kilómetros después, la empi- =m O nada "pista" nos deja en el caserío del Barranquillo-Andrés (ver E E 2 mapa de situación), donde e1 coche descansa, y son Ias piernas, E = remedando la frase del célebre Guayre Maninidra, las que se ponen a temblar por el aprieto en que el corazón las va a poner. 3 - A partir de este punto la subida tiene que ser exclusivamente - 0m E a pie, trepando por la montaña en una caminata joven y gimnás- O tica, modestia aparte, de una hora y media cuesta arriba. Obsér- 5 vese la foto núm. 1, tomada desde el punto de partida; téngase en n E cuenta que la ascensión no puede ser directa a lo largo del perfil - a de la montaña, no sólo por la pendiente, sino por el suelo cubierto 2 n de resbaladiza pinocha y los cortados existentes, y se verá que no 0 exageramos. O3 Por fin se llega a una amplia llanura bordeada de "pinus ca-nariensis", cortada a pico sobre el Barranquillo-Andrés, casi en la misma cima de la montana, a más de 1.100 metros de aitura íei caserio est�� en los 600 y pico), donde el viajero se ve completa-mente recompensado de sus fatigas y sudores. Hasta el monumen-to se olvida a la vista del paisaje que desde allí se divisa. Al borde de esa llanura, sobre el escarpado filo de la ladera, se encuentra ei monumento, siguiendo su curistruc~i6iie l mi-filo de la montaña (ver plano del mismo). La construcción, como 656 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS puede verse, consta de tres cuerpos adosados, sin comunicación alguna entre los mismos. En el plano se ha prescindido de los alzados, sustituyéndolos al consignar, mediante un punto y su altura correspondiente, las fiuctuaciones que ésta sufre a lo largo de los muros. Las líneas de nivel de1 suelo no pretenden ser exac-tas, sino indicativas, ya que no se disponía de más elemento de medida que una cinta métrica y el ojo del autor, más o menos habituado, por su carrera y aficiones, al dibujo y la proporción. El cuerpo central es una elipse irregular de 8,5 X 10,5 metros, con una entrada de 2 metros de anchura. A este cuerpo se encuen-tran adosados los dos restantes. El de la izquierda, al norte del cuerpo central, es un cuadrilátero abierto totalmente por una de sus caras a una plataforma artificial que tiene en su centro un pináculo cónico de 1,5O metros de altura; las dimensiones del espa-cio abrazado por las tres paredes ea de 3 , N X 4,00 ~II&.~osE. : tercer cuerpo es casi cuadrado, midiendo 4,40 X 4,430 metros, y presenta dos entradas y un nicho o cabecera. Las paredes son todas de grandes y medianos bloques planos de piedra aparejada en seco, sin labra ninguna, y procedentes di-rectamente del terreno que rodea a la construcción. El aparejo de piedras es notable en su perfección, como puede verse, sobre todo, en las fotos de esquinas. Las paredes tienen un espesor que va de O,$O a 1 metro y alturas de 1,70 a 2. En general, la obra se encuentra medianamente conservada, habiendo sufrido serios desperfectos en la unión del cuerpo abierto con el central, en que la pared se reduce a un amontonamiento de piedras, y no tan graves en el cuerpo lateral cuadrado, cuyo inte-rior se halla casi todo cubierto por las piedras caidas de los muros, aunque la mayor parte de éstos se encuentran todavía en pie. , - - - - :1 - ,, ,, P . ,., -,II.,.YYIO r p r l L V ~ Oei s c t i ~ r i ~caua i ului lurutxi t~IL U DG a p r& a !a r u a u r u r r i r n r a señal de habitación, ni resto alguno de techumbre. El suelo, ex-cepto en la terraza artificial construída ante el cuerpo ab~ierto, no presenta señales de haber sido preparado o acondicionado espe-cialmente, ni de que existiera una posible primitiva excavaci6n rdlenads pmteRvrxente por tierras de zacamc, ~ f r e ~ i e ~!2ds c mismas características que el terreno de la llanura situada a sus espaldas. 20 FAUSTINO GARCÍA MARQUEZ En lo que a orientaciones respecta, el cuerpo abierto y la te-rraza están orientados al Norte, sobre el filo de la ladera, teniendo enfrente todo el panorama de las Cumbres. El cuerpo central se abre a la llanura situada a espaldas del anterior, hacia el Sur, mientras el cuerpo cuadrado de la derecha tiene una puerta a este mrsmo lado y otra al Este, presentando en su apertura al Sur un inurito de entrada (véase plano) que parece ser un típico adorno de entrada en las construcciones canarias, ya que se presenta en otras conocidas. S610 pueden caber tres posibilidades generales: que la cons- B trucción sea de habitacr6n, o funeraria, o de uso comunal. Entre las E de habitación se incluye a las casas propiamente dichas y a los O paraderos pastoriles. Entre las funerarias: de enterramiento o de --: m culto o preparación de los muertos, y entre las cornunitarias, '?a- O E goros, Goros y Almogarerns. E 2 En cuanto a la primera posibilidad hay que tener en cuenta E que la casa canaria prehispánica solía ser de planta circular o cua- 3 drada, con una sala común de estrecha entrada, pudiendo estar - adosadas a la dicha sala una, dos o ninguna alcoba. Era frecuente 0 m E construirla apoyada en un risco, roque o gran piedra que no sólo O ahorraba la construcción de una de las paredes, sino que protegía 5 n 1s vivienda del viento, haciéndola más cálida al mismo tiempo. La E techumbre estaba formada por unas vigas grandes de tea, unas a 2 veces pulidas y otras s610 desbastadas, sobre las cuales se apoyaba d n n un forjado de ramaje y varas, cubierto con piedras y revestido exteriormente de una capa de tierra apisonada que, a veces, se 3 O cubría también de lajas. El suelo estaba socavado, dejándolo a nivel inferior al terreno circundante, por lo que la construccih era baja. Las paredes eran de piedra seca sin labrar, pintadas interiormente. Una vez descrita, podemos estudiar por qué la construcción de Tauro no puede ser una casa : 1. En general, por la no existencia del más mínimo resto de halitación; por su situación, al borde de la ladera, sin pro- 658 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS teccih alguna contra el viento y la lluvia, existiendo en la cercanía lugares mucho más idóneos y resguardados para hacerlo; por la altitud a que se encuentra, muy su-perior a la cota de los 600 metros, sobre la cual rara vez se habitaba 34. En particular, para cada uno de los recintos: porque el recinto elíptico central tendría que cubrirse con vigas del orden de los 9 a 10 metros, raramente utilizadas hoy en día para las casas corrientes ni aun las de lujo; por la excesiva anchura de la puerta del mismo recinto; porque los recin-tos laterales, posibles alcobas, no se encuentran comuni-cados con el centml; porque el de la izquierda está abier-to, no por derrumbamiento, sino por construcción, como se puede apreciar en la foto en sus esquinas; porque el de la derecha es excesivamente abierto, teniendo dcis entradas exteriores para sólo 23 m2 de superficie. Cualquiera de estas razones es más q ~ s~ufieci ente para inva-lidar tal suposición. En cuanto a los paraderos pastariles, son construcciones del tipo de la vivienda descrita, pero de carácter proletario y pro-visional en el senitido de que son destinadas a abrigo de los pas-tores durante la temporada de verano, en que los ganados suben a los pastos altos. Suelen presentar uno o varios cubículos para los pastores, junto o alrededor de uno o varios rediles para el ganado. Buscan, lógicamente, el resguardo de algún roque o pared natural. Según este supuesto, para que la constmcción fuese un para-dero, el recinto central sería redil, y refugios para pastores los 1~ -a L ~--e- r7 aleYu.a se ha visto que ios dos recintos iateraies no tienen condiciones de habitahilidsd, y siguen siendo válidas la mayor parte de las razones dadas para desechar la idea de una casa ca-naria. Además, y dada la ocupación temporal del paradero, así eomo su función, no tiene razón de ser el cuidado constructivo -..-m&- tjll -- la ubla. fn e & leeüpecto, básh aoiissui~alna-, darsed e Luis S* Diego Cuscoy, op czt, cap IV, págs 74-81. Nzinz 14 (1968) Ciego Cuscoy 33 ya citada y comparar la técnica constructiva de los paraderos tinerfefios con la presente edificación. Nunca pudo ser tanA& la diferencia entre las culturas tinerfeña y grancanaria. La posibilidad de una necrópolis no es necesario ni discutirla, ya que existen suficientes datos sobre las construcciones de este tipo y una simple ojeada al plano la desecha por completo. En cuanto a las "casas funerarias" me remito a lo dicho por el Dr. Ver-nau, ya expuesto cuando se habló de los Goros: tampoco aquí pa-rece que el prominente lugar elegido pueda haber sido destinado a la función de preparación de cadáveres. Por todo ello nos vemos empujados a adoptar la hipótesis de una construcczón de tzpo comunztarzo, hip6tesls que viene afian-zada por el gran número de cuevas de habitación que existen a lo largo de los barrancos de Arguineguín y Mogán, y cuyo centro logico, en ias partes más mteriores de ambos barrancos, es la Mvii-taiía. Los alrededores de la montaña fueron un rico yaclmlento arqueol��gico, hoy ya devastado. La altura, el paisaje que se domina, la estructura particular del cuerpo abierto, la cualidad de la montaña, como altura aislada y predominante, todo ello nos obliga a pensar en un sentido reiz-gioso del monumento, sin despreciar una solución híbrida, cívico-religiosa, que ya apuntamos al hablar de los centros comunitarios. La explanada donde se halla ubicado el monumento es ideal para una congregación de fieles, bien para actos religiosos, bien para festejos emparentados o no con las creencias, aunque este no empa-rentarmento es difícil, ya que e1 mito, en aayor o menor medida, está siempre presente en las actividades de las sociedades primi-tivas. Ahora la localización, que parecía absurda ante la posibilidad de otra función, adquiere toda su premeditada significacih, coio-cando al miniasculo animal humano frente al grandioso espectáculo de la naturaleza, precondicionando su actitud ante el rito o el mito, como ha sido práctica de toda religión, mostrada tanto en la mo-numentalidad de las Pirámides del Sol como en las catedrales cris- 83 Diego Guscoy, op czt, cap XIV, págs. 183-199 ALMOGAREMS Y WROS 23 tianas, las cuales sumaron, en algunos casos, al factor espacio el factor, tambi6n inhibidor, oscuridad. Para nosotros, el recinto abierto a la terraza, colgado sobre la abrupta ladera, abierto precisamente al paisaje, a las Cumbres, incluso al mar que se ve a lo lejos, no puede tener otra función que religiosa, de admatorio. Para los otros dos recintos, la fun-ción tiene que girar alrededor de la palabra "reunión". Reuniones medianamente grandes en el recinto central; minoritarias, direc-toras, de personajes, en el recinto cuadrado; y masivas en la expla-nada que, sin estar construída, es también arquitectura, forma parte, complementándola, de la arquitectura edificada. La vista se vuelve ahora hacia los Goros ya vistos y conocidos de la mano de Vernau; sólo que aquí se presentan dos variantes: la elipse central carece de asientos adosados al muro, y el "diverticulum" Ge !a Gerecha m c ~ m n i c ad irectamede e m este merpo centxi!, sino con el exterior. Ahora bien, cabe que los constructores de este monumento, más modestos o aprovechados que los del Gran Goro de La Aldea, "dieran por construído" el gran cuadrilátero de 24 X 16 metros de aquél, al tener un cuadrilátero natural for-mado por la meseta o explanada, naturalmente limitada, sin nece-sidad de más muros, por el risco que la limita por el Este y Sur-este, y la empinada ladera que asimismo la limita perfectamente por el Norte. Al Oeste se encuentra también la ladera que lleva al cénit de la montaña, quedando un recinto naturalmente bien delimitado excepto en su parte Sur, donde la meseta se prolonga por más de un kilómetro. ¿Aventurada suposición? Nosotros di-riamos que más bien lógica : si hay arquitectura natural, ¿por qué hacerla artificial? En tal caso, tendríamos un Gran Goro, con un pequeño adoratorio anejo, donde los "diverticulum" de los notables estarían: en efecto, abiertos al gran rectángulo central. Con los mismos elementos e idénticos considerandos puede su-ponerse, simplemente, un pequeño AZmogarem-Goro, un edificio híbrido, aunque las reuniones celebradas en los dos cuerpos des-tinados, al parecer, a tal fin pudieran ser -p uramente religiosas (creemos más lógica, a la vista de lo expuesto; la hibridez). En este caso, la construcción seria, única y exclusivamente, lo cons-truido, sin más prolongación en el terreno circundante. Ante esta Núm. l.+ (1968) 661 24 FAUSTINO GARCÍA URQUEZ última hipbtesis, la separacióli total discrlminatoria entre los dos recintos de reunión tendría que hacernos pensar en dos audiencias totalmente diferentes en rango y funciones. Sólo nos queda destacar la gran srmilltud que existe entre los "diverticulum" dibujados (Goro de La Aldea) en el libro de Ver-cau y el cuerpo lateral de la derecha, ambos con similar planta en forma de cri~z. La constmcci6n de Tauro tiene, para nosotros. un sign~i'lcado claramente comunitario, de tipo híbrido. cívico-religioso probable-mente; más aún, si se tiene en cuenta la dificultad, ya señalada, de separar totalmente las puras funciones religiosas de las polí-ticas y administrativas en los pueblos primitivos y muchos de los modernos. En el caso particular de Gran Canaria, lo prueba el hecho de que los mismos sacerdotes, Gebido a su importancia den-tro del conjunto social, serían seguramente híbridos ellos mhnos. Réstanos reafirmarnos en la declaración que encabezaba este trabajo, en el sentido de que no ha sido nuestro propósito sentar cátedra ni pontificar, cosa que, por otra parte, seguramente no se nos permitirá hasta el día en que, por nuestra edad, ya no po-damos subir a una mcntana 2 comenzar a construir nuestro gra-nito de arena entre piedras que amamos por canarias y por olvi-dadas. Ese día nos quedará el consuelo agridulce de haberlo hecho y de que a alguien, a lo mejor, le sirvió de algo nuestro trabajo. ANUAEIO DE BSTUUIOS ATLANTICOS 1.-Vista de la. montaiia dc T;ctir.o ilzsdr el Gairnnqiiillo-Ar1~IrC.s. La fli*cha inilicn la situación del monumento. En la esquinti inferioi. derecha piictle vcisc parte di.1 caserío. 2.-Vista del monumento dcsdc el Sur. 7 -Esquina interior entre cl muro Oeste del cuerpo abierto, con el muro Sur de1 mismo cuerpo. (Esquina interior Oeste del cuerpo ahicrto.) R.-Esquina exterior rlcl rni1i.n Rntc del cuerpo ahierto ObrtPrveae la notable rcalizacibn. 9.-Esquina t=stt=iVioein. tre la cara Sur de ! ciierpo de la derecha y e1 cuerpo central. 10.-Vista dr la cima [le In mont:iiin dwde el monumriito. En primci plnno, la. esquina Sur del cuerpo dr la derecha. con el pino sciialatio en el plnnu. |
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