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C I E N C I A S CONSIDERACIONES SOBRE LA FLORA Y LA VEGETAClON FORESTAL DE LAS ISLAS ATLANTICAS CON ESPECIAL REFtERENC3.A A LOS ARCHIPXELAGOS DE CANARIAS Y MADERA LUIS cmms Ingeniero de Montes. Pretendo en estas páginas hacer un resumen de las caracte-rísticas que definen la región macaronésica, analizando las dife-mncias ecológicas y floristicas que distinguen a los archipiélagos integrantes de la misma, deteniéndome en al'gunos detalles refe-rentes a los de Canarias y Madera, para poder centrar así mis comentarios sobre los problemas forestales en ellos planteados. Fué Philippe Baker-Webb, el insigne botánico ingles del pa-sado siglo, quien puso en circulación el vocablo iiíacaro.ne&z (que viene a ser sinónimo de Islas afortunadas, Mabro - feliz) para referirse al conjunto de los archipiélagos atlánticos: Azores, Mas dera, Canarias y Cabo Verde, situados en las regiones templado-cálidas del hemisferio boreal y sometidos a la influencia del alisio del NE., lo que, unido a la condlclin fnsdar de tdeu territorios, origina la suavidad y constancia de los valores térmicos, que ca-racteriza el conjunto de su clima. Si a esta analogía climática unimos la edáfica que resulta del común origen volcánico de todos. > - - - - Nana. 8 (1956) - D 2 LUIS CEBALLOS estos archipiélagos, tendremos señaladas las principales razones ecológicas en que se fundamenta la unidad del conjunto Macaro-nésico, dentro del cual podremos encontrar una gama completa de modalidades climáticas, principalmente motivadas por las va-riaciones que ofrece el factor humedad. Esa unidad y esas variaciones resultan rápida y fielmente traducidas por la vegetación, que, dentro de la originalidad y de los caracteres comunes con que responde a la entidad del con-junto ecológico, nos ofrece muy diversas facetas, principalmente debidas a las citadas variaciones de humedad, entrq las que de-bemos señalar, como más típicas, una xé~ica, que podemos indi-vidualizar en las fomaciones & Euphorbias leñosas, y otra de tendencias mesófilas, representada por el llamado monte-verde, cuya manifestación más característica y espléndida es la iaurisiim. Para hacer patente la gradación que, correspondiendo con sus latitudes, puede establecerse en el aspecto ecológico y florístico, entre los cuatro archipiélagos que componen la Macaronesia, con-vime amlicem~s brevemente las diferencias ofrecidas por sus respectivos climas, teniendo en cuenta no s51o las originadas por la situación geográfica, sino las motivadas por su desigual-re-lieve; todo lo cual nos dijará en gran parte explicada la diversi-dad de aspectos del paisaje vegetal y la variable riqueza de la flora, permitiéndonos establecer para cada archipiélago una pro-vincia o sector independiente, perfectamente individualizado, den-tro' del Dominio floral macaronésico. Las citadas diferencias de clima quedarán puestas de mani-fiesto si exalminamos los datos de las observaciones meteorolb-gicas realizadas en cada archipiélago y comparamos las corres-pondientes a localidades de análoga situación, en cuanto a altitud y orientación; pues a igualdad de estas condiciones renultarár, aproxima. d.a mente constantes y bien patentes las variaciones de c k i a or~ginadaap cr e! reste de !m factores geográficos que defi-nen cada uno de los archipiélagos. De momento, bastará para darnos buena idea de la variación de los climas, la comparación de los datos termo-pIuviométricos correspondientes a cuatro localidades, una de cada archipiélago, situadas todas ellas en litoral meridional de las islas a que perte-necen; es decir, en nivel y exposición que impiden Iss influencias directas del alisio. Temperatura Días Latitud media anual Precipitación de lluvia --- - --- AZORES : Punta Delgada . . . . . . . 37b 45' 17,l 703,50 156 MADERA: Funcha.1 . . . . . ... . . . . .. . . . 32O 37' 18,33 644,7 65 CANARIAS: Sta.. C. de Tenerife. 28* 22' 20,8 250.0 51 CABO VERDE: Porto Praia . . . . . . 14" 52' 24,72 266,O 24 El simple examen de estos datos pone claramente de mani-fiesto el gradual aumento de la temperatura de N. a S. y la pa-ralela disminución de las precipitaciones, que en los dos Últimos archipiélagos llegan a presentar en estos niveles valores franca-mente deficientes e inapropiados para toda manifestación esplén-dida de la vegetación. Dnnnn;mA;nn;ln nrrn n h r i n n rlrr ln n ~ r . n n n + n ni7nmt:n rln Irir. r l n C r \ m r r ~ ~ b s r i u i ~ i iyuwvr a i i w i a UG ia b w r r b L b i a b u a l r i s a UG LWU u a L v s reseñados, veamos cómo se traducen en la vegetación y flora de los archipiélagos esas diferencias térmicas y pluviométricas que se aprecian entre ellos. A.z.0 RE S. Los datos pluviométricos que conocemos - . son ya .lo bastanie O elocuentes para poner de relieve la abundancia de humedad ca-racterística de este archipiélago que, salvo en el corizóñ del' estío, Soporta abundantes aguaceros, siendo muy frecuentes - y -clasic'os los temporales violentos de viento y lluvia's, !o que,- unido -a -la abundancia de brumas, han hecho siempre peligrosa la -navega-ción por las azói+cas. . . . . Es cierto que térmicamente el clima resulta deiicicso, pero aun coi esa suavidad.de, temperaturas, los valcres medios no'llegan. a ser lo suficientemente elevados para dar entrada franca y amplia difusión a los elementos subtropicales y tropicales que sólo con manifiesta timidez intervienen en la vegetación, cuyo car6,cter general es más bien euro-atlántico, pudiendo considerarse como una facies cálida de la ofrecida por el occidente europeo; lo que resulta perfectamente lógico, ya que son las inmigraciones de esa procedencia las que se encuentran favorecidas por las corrientes aéreas y marinas. La vegetación de las Azores ofrece, pues, un aspecto y am-biente revelador de esas afinidades con el SW. europeo, puestas de manifiesto por la abundancia dc Ericáceas (Calluna, Ericc~. Daboeck-t), la profusión de helechos (Pteris, Osmundu, Polysti-churn, etc.) y la presencia de especies tan características euro-atlánticas y del Mediterráneo occidental, com Taxus bacmta, Ulex nanus, Daphne laureola, Corerncr, albzcm, Jfyrtus cornmunis, Viburnum tinus, etc. Incluso los endernismos macaronésicos o pro-piamente azóricos que nos ofrece la flora de estas islas tienen marcado sabor y relación con el SW. de Europa: Juniperus brevifolia Coss. J. Oxycedrus L. Vaccinium cylindraceum. V. myrtillus L. Erica azorica. E. scoparia. Ilex Perado. 1. aquifolium. Campanula Vidali. C. erinus. Amplia difusión corresponde en las Azores al llamado monte-verde, cuyas formaciones cubrieron densamente las laderas hasta los 1.500 ó 1.600 metros, mostrando en su zona inferior una facies de típica laur.iidua, actualmente extinguida casi por completo; en ella debieron intervenir con abundancia Laurus camariensi8, Notekea exceísa y Myka fctya, especies de las que aún conservan las Azores algunos ejemplares, con el carácter de reliquias, siendo más frecuente la Perssa indica, o Viñátigo, que es en la actuali-dad la que con mayores títulos puede ostentar la representación del extinguido bosque de laureles macaronésico. Sobre este bos-que, es el brezal el que ejerce su dominio, no existiendo en las partes altas ninguna formación especial, ni aspectos de vegeta- 12 . . ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACION Y FLORA FORESTAL MACARON~~SICA 5 ción distintos de los que son corrientes en las cumbres medite-rráneo- atlánticas. En las máximas alturas de las Rzores (2.307 metros) la vegetación leñosa continúa caracterizada por Ericá-ceas, principalmente Calluna vulgaris, y como novedad floristica, endeble y poco destacada, aparece la Erim axorica. Fiollta totalmente en las Azores el crassicazcieturn, y en cuanto a la Draccena draco, que es el más típico de todos los endeinismos macaronésicos, es a éste al Único archipiélago del dominio al que jamás tuvo acceso. No. existe manifestación alguna del Eupholr-bietum leñoso, tan característico de las zonas secas y cálidas de Macaronesia; pues la Euphor& stygiana, de las Azores, que a crece en las laderas del Pico, no pertenece al grupo de las clásicas E Tabaibm, sino que es elemento de la laurisilva: íntimamente rela- O n - cionado con la E. meltzfew, que en Madera y en Canarias encon- =m O E tramos en situaciones francamente húmedas. E 2 No puedo precisar datos muy al día respecto al inventario y E composición de la actual flora de las Azores, que es en realidad 3 el remawnte de zna f l c n forestal de iii~ar~adaasfi nidades con ei - 0 occidente europeo, segfm queda- dicho. De la información que nos m E proporcionan los trabajos clásicos de la fitogeografía, que se ocu- O g pan de este archipiélago, deducimos que la flora indígena está n E compuesta por unas 500 especies, de las cuales más del 80 por 100 a son europeas y en especial mediterráneas; 40 especies (8 por 100) n son endemismos, en su mayoría comunes con otros archipiélagos de Macaronesia; hay cuatro especies americanas, y una sola, 3 O M y r h rehm, es la encargada de mantener el enlace con las formas antiguas africanas. Les V" q ~ ~e~ a i - ~ ~ a ,hiaici oias ei Sur ai pasar desde Azores a Madera originan una dulcificación de las temperataras, de uno a dos grados, y una disminución de las precipitaciones, que no llega a suponer un carácter seco para el clima general ni a impe- fi .. . . -.. .... . - .. - 'LUIS CEBALMS . - - dir la existencia del tipo mesófilo de la vegetación. La isla prin-cipal posee un accidentado relieve y cotas más que suficientes para que se originen brumas abundantes; probablemente esta isla., frecuentemente velada por las nieblas, es la que con mayor fundamento podemos identificar con la famosa y misteriosa de San Brandan, que tanto preocups a los navegantes de pasados tiempos. Tenemos, pues, un clima más cálido y mejor que en las Azores, por la menor violencia de los temporales; aunque no falten las brumas abundantes, que en gran parte suplen muy eficazmente la disminución de los valores pluviométricos. Esta mayor suavidad del clima se traduce para la vegetación en un acceso más fácil a a N los elementos tropicales que intervienen en mucho mayor número E O que en Azores, sin faltar los que allí había, como no falta tam- -- n m poco la representación de la mayor parte de las especies de la oE flora azórica, cuya inmigración en Madera resulta favorecida por E 2 E el alisio y por la corriente marina, lIamada de Canarias. - La laurisilva, enriquecida noiablenieiitt: ea especies, sin llegar' 5 - a completar el repertorio floristico en la forma que lo hace luego - 0 m E en las Canarias, alcanza aquí su máximo esplendor vegetativo: O intervienen las cuatro Lauráceas arboreas (Laurus canariensis, o n Persea itzdica, ApolEonias canariensis y Ocotea foetem), conti- -E núan presentes N~otelcea excelsa, Prunus lusitanica, Myrsine he-b 2 n berdenia, Ilex Pcr&; aparecen algunos elementos canarienses n n (Vhea mocanera, R?ba/mnw glanddosa, Hypericm grandiflo- - 5 O rurn, etc.) y se adorna con algunos endemismos exclusivos, tan tipicos y vaiiosos como Pittosporum cortacewm, 1soplez.i~ scep-trum y CZetha arborea, esta Última recientemente extinguida en las Canarias. En toda la vegetación maderense sigue apreciándose franca-mente la influencia euro-atlántica y las afinidades con el occidente ibérico, tanta por la abundancia de terica orhrea, Sarothmtnus shopariuis, Thymw oaespiiit~ius, Digitalis purpzcrea, Origcrnum virens, etc., como por el claro parentesco de algunos de sus ende- VEGETACIÓN Y FJARA FORESTAL RIACARO'N~~SICA 7 mismos (B~e~be rmkb derewis, Vaccinium maderense, Samnkus maderensis) . En las zonas bajas de la vertiente meridional y en la isla de Porto Santo, falta de altitud para obtener los beneficios del alisio, la vegetación manifiesta claramente su carácter xerófilo; pero la falta de humedad no es lo bastante acentuada para que llegue a imperar el aspecto subdesértico. La formación xerófila de Euphor-bhs leñosas, que tan amplia difusión alcanza en Canarias y Cabo Verde, se hace ya presente en estas localidades maderenses, co-rrespondiendo a la E. pismto.ria figurar aquí como especie titular y característica de dicha formación. Dentro de los actuales do-minios de esta Euphovbim en la isla de Porto Santo, existieron a mediados del siglo xv, según atestigua Cadamosto, bastantes ejemplares de 1Praccena draco, hoy totalmente extinguida en esta isla y con muy contadas reliquias en la otra, donde es frecuen-temente cultivada como planta ornamental. No obstante lo dicho, la lamisilva llega ocasionalmente hasta l a prnximidsides de !w cssta SU^ de Madera, y ea el OW., que es la orientación más seca, el monte-verde no llega a ausentarse, aunque presente más alto su límite inferior; todo esto acredita que la facies xerófila de la vegetación de este archipiélago no es nada exagerada. Análogamente a lo dicho para Azores, tampoco aqui aparece ninguna formación original en la vegetación situada entre el monte-verde y las cumbres, que alcanzan su cota máxima en el Ruivo (1.949 metros) ; el piso de Coníferas no llega a manifes-tarse, aunque tales plantas estén representadas por T a m baccatu, Juniperus phoamicea y J. breuifolia; en las alturas son todavía especies atlántico-europeas (Samthnus scoparius, Erica cine*- rea) las que, salpicadas entre el pastizal de gramineas, continúan caracterizando la vegetación leñosa. Lu. fisrc, de Xadera se süpune ifitegáda por unas $m especies indígenas, que en su mayor parte continúan manifestando estre-cha afinidad y relación con el occidente mediterráneo; no. obs-tante, contamos aqui ya con 106 especies endémicas, lo que supone 8 LUIS CEBAUOS un porcentaje de endemismo casi doble del ofrecido por Azores; algunas de estas especies se hallan todavía, segh dijimos, cla-ramente enlazadas a otras euro-atlánticas; pero la mayoría de los endemismos son macaronésicos, y entre ellos no pocos exclusivos de Madera, como los citados anteriormente, a los que debemus añadir las dos especies del género enemico 1Mwch.k (M. awm y M. Wollasltmii), formas, completam&te aisladas, que constitu-yen quizá la mayor curiosidad floristica de este archipiélago. En resumen: la ligera elevación térmica y el sostenimiento de la humedad en grado suficiente para que no aparezca el tipo subdesértico, motivan un enriquecimiento de la flora, que adquiere ya el tipismo macaronésico sin perder el regusto atlántico-medi-terráneo! y permiten una frondosidad y vitalidad en la mayor parte de la cubierta vegetal, que nos induce a conceder a los paisajes maderenses la representación del óptimo vegetativo de Macaronesia. Otro aumento de dos o tres grados en la temperatura media supone el desplazamiento de 5" hacia el Sur que implica nuestro traslado desde Madera a las Canarias. Mucha más importancia que esta variación térmica tiene el brusco cambio experimentado por los valores pluviométricos, que en las situaciones meridio-nales descienden hasta cifras francamente alarmantes y de con-secuencias funestas para la vegetacibn. Pero este mal, que en 10s n i ~ d e sba jos y orientaciones Sur es de una realidad incuestiona-ble, no afecta a los niveles y exposiciones sometidos al influjo del alisio, que suple ampliamente tales deficiencias con las abundan-tes condensaciones de las brumas que transporta. Consecuencia de esto, los barrancos abiertos hacia el N. y NE. y ias iaderas con esta orienacióii, eiiire los 5 0 h !!os 1.20' me-tros aproximadamente, ofrecen apropiad2 habitación para la laurisilva, que se muestra aquí con sin igual magnificencia, dando acogida al repertorio casi completo de los elementos macaroné- 16 ANUARIO DE EBTUDIOS ATLANTICOS VECETACION Y FLORA FORESTAL ~MACAROXÉSICA 9 sioos de carácter tropical, sin que quede ausente casi ninguna de las especies que en Madera y las Azores intervenían en esta formación. Por encima del bosque de laureles, continúa el monte-verde aún con espléndidas manifestaciones del fayal-brezal, que, lo mismo que aquél, quedan interferidas, #más bien que interrum-pidas, por los acantilados y peñascales, tan característicos de la abrupta topografía canaria, en los que encuentran asiento for-maciones fisurícolas de curiosísima composición y aspecto, en las que intervienen muchas Crasuláceas de gran interés florístico (2Emiurn, Aichrym) y gran número de especies leñosas y her-báceas que, en su mayoría, son raros endemismos regionales o a locales. N E El accidentado relieve de este archipiélago nos ofrece además O las máximas aituras de Macaronesia; sobre el citado monte- n - = O0, verde, tanto en las vertientes N. como en las meridionales, tuvo E E amplia difusión el piso de Coníferas de montaña, representadas SE principalmente por el Pinws aanariensb, de cuyas extensas selvas -- aún quedan importantísirnos retazos y masas de gran belleza, que 3 - son las Únicas manifestaciones espontáneas que en el mundo tiene - 0m E hoy esta especie. El tejo (Taxus bacaata) no figura ya en la flora U indígena canaria, pero aún se hallan presentes los Punipw, el n J. Cedmcs, forma endémica (como el J. brelrifolia, muy afín al -E a J. Oxycedrm), y el J. phoenicea, que en niveles inferiores, más l n que en las alturas que ahora nos ocupan, se presenta con gran n 0 frecuencia, casi siempre con porte arbóreo. 3 O Poco antes de los 2.000 metros, interfirigndose al principio con los pinares, aparecen las formaciones de matorral de alta mon-taña, caracterizadas principalmente por Leguminosas (Adeno-carpus, Cytisus y Spartocytisus), en cuyo cortejo intervienen nu-merosas especies vivaces pseudoalpinas, casi todas endemismos canarios, o, mejor dicho, tinerfeííos, ya que este tipo de vegeta-ción al que nos estamos refiriendo es.principa1ment.e en e! Teide dollde está representado y únicamente queda allí sobrepasado por los amontonamientos de lava y lapillis, en los que algún que otro ejemplar de Viola cheiranthifolia, Violeta del Teide, constituye la 10 LUIS CEBALLOS Única representación de la fanerogamia que escala las alturas de1 Pico (3.717 m.). Vemos, pues, cómo por razones de altitud, suma-das a las de latitud, hay fundamentales motivos para el enrique-cimiento florístico de este archipiélago. Por otra parte, en las exposiciones Sur y en las localidades bajas, privadas de los beneficios humectantes del alisio, nos en-contramos con que el Euphorlrletum, iniciado en Porto Santo con la formación de E. pkafioria, llega aquí a su más amplia difu-sión y polifacetismo, dentro siempre del extraño y triste aspecto ofrecido por estas pobres leñosas xerofitas que constituyen el ta-baibar y a+assicauletum, de neto carácter africano (Euphorbin obtwifolia, E. Regis-Juba?, E. atropurpur~a, E. ca?za~iensis, N:: Kleinia nsriifolia, Ceropegia, Cavallurna.. etc.). Sirvan estos ejex- U plos para acreditar que no faltan en estas formaciones raras es- %- pecies y elementos propios, a los que se juntan otros que nos rela- 8' cionan con las aún lejanas islas de Cabo Verde. 8 I A costa de la pobreza y del entristecimiento del paisaje que e s~poi ie!a difv¿wiór, a!canzada por estar, formaciofies vegetales 5Y eubdesérticas y, por otra parte, gracias a las máximas elevacio-- E =n 6 nes que alcanzan las montañas canarias, queda logrado en este U archipiélago el óptimo florístico de Macaronesia, con una flora E que ofrece más de 1.400 especies indígenas, de las cuales ei 33. i 1 a por 100 corresponde a endemismos macaronésicos y en gran parte 9 exclusivamente canarios; las mayores afinidades de estos ende- i n ie mismos siguen siendo mediterráneas, pero no faltan las del E. y 5 S. de Africa, y en menor cuantía las asiáticas y americanas. Un o 42 por 100 de 12 flnra corresponde a especies mediterráneas y, en parte, euro-asiáticas, quedando el 25 por 100 restante constituido por plantas cosmopolitas, ubiquistas de las regiones templadas. y tropicales. La difusión del matorral de Erica y del herbazal de Trifolium, la abundancia de helechos'(Pteris, Blechnum, ücmlope&riwm, ei-cétera), así como la fácil introducción y wilvestramiento que tu-vieron en Canarias Castanea sativa, Ulex europceus, Lccvandula 18 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGGTACION Y FLORA FORESTAL MACARON~~SICA 11 peduncuhtia, etc., nos acreditan la conservación en este archipié-lago de un algo del ambiente del occidente europeo. Con las Azores encontramos establecida la ligazón, de un modo especial, en determinadas facetas del monte-verde, en las que además de los elementos fundamentales, brezo, faya y ace-biño, son comunes a ambos archipiélagos otras muchas especies (Prunus Zusitanica, Notelcea excelsa, Hyperimm y.r,w&flmrum, etcétera). No será preciso argumentar la estrecha relación exis-tente con las islas de Madera, que tantísimas aspectos y especies tienen comunes con Canarias. Algo menos acusado resulta ya el nexo de esta flora con la de Cabo Verde, cuyo indudable paren-tesco ponen en evidencia Polycarpaen cundid,~, Campylanthus salsobides, Odontospermurn smicez~m, Gemwinia filamentosn, E6%k? AWU:TU!Y~YCÚ@$~ G?"",.&, ,P~c.8, Si COEO 12 ZE~@J-? abundancia de Dracczna draco y la actual comunidad de gramí-neas y otras herbáceas en la vegetación de la zona litoral de am-bos archipiélagos. Las latitudes en que está IocaIizado este archipiélago se hallan ya por debajo del trópico de Cáncer; entre los 17" 13' (Punta do Sol, en San Antonio) y los l4O 45' (punta Sur de la isla Brava!. El calor constante y la sequía intensa son las principales carac-terísticas del clima : las temperaturas medias, según quedó anota-do ya en el cuadro, superan en tres o cuatro grados a las de C~r?urias; en eneFo y fehreriq qi~e son 10s meses más fríos, no baja de 220; en septiembre, que es el mes más cálido, llega a 27" 8'. Las lluvias, irregulares y escasas, ocurren en verano, pero hay años en que faltan casi por completo. No obstante la sequedad característica de estos territorios. las brisas y el ambiente marino mantienen en ia atmósfera va-lores de la humedad relativa que, aun siendo pequeños, resultan superiores a los ofrecidos en el litoral canario. Los alisios del 12 LUIS CEBAIAOS NE., que son los vientos dominantes, originan brumas que se aga-rran a las cumbres y partes altas de las montañas, sin que por ello reciban éstas el alivio de condensaciones impcrtantes, que resultan impedidas por la elevada temperatura de las rocas y la-deras pedregosas. Por otra parte, en los meses invernales, la pro-cedencia de los vientos se hace más del E., soplando abrasadores levantes que traen el polvo y el reseco del Sáhara. Este calor y sequía que caracterizan el clima de Cabo Verde, aun no llegando al extremoso grado que alcanzan en el interior del vecino mntinente, nos delatan la relación de este archipié-lago con la gran faja desértica, que en esas mismas latitudes se extiende desde la próxima costa africana, a través del Sáhara, Egipto y Arabia, hasta la desembocadura del Indus. La vegeta-ción del litoral de Cabo Verde muy bien pudiera adscribirse a la estepario-desértica instalada en dicha faja, cuya uniforme con-dición explica la posible relación entre sus extremos, acreditada por la presencia de una Draccena endémica (D. cinnabark), de las montañas de Suakin e isla de Socotra, indudablemente empa-rentada con el extraño Drago (D. draco) aun pNsente, aunque próximo a extinguirse, en Cabo Verde, Canarias y Madera. No es posible, en las condiciones mencionadas, que la vegeta-ción de este archipiélago llegue a ofrecernos ya la riqueza y fres-cura de la laurisilva macaronésica, ni a hacernos recordar en nada al monte-verde y brezales de Azores y N. de Madera. Sin em-bargo, fuera de estas formaciones, ya hemos visto al hablar de las Canarias lo claramente relacionadas que estaban con estas islas. relacián que: más atenuada. se mantiene aún con Porto Santo y con Madera. Además de lo anotado respecto a la Draccena, que en Cana-rias se instala en los acantilados rocosos de la región costera, casi en contacto con la laurisilva, debemos señalar la común pre-sencia en Canarias y Cabo Verde de algunas raras Crasuláceas, de los géneros ~ ~ y Auichr3mmz, loca lizadas en habitaciones de ese mismo tipo; análogamente, el Xidernxybn marmuZano que, 20 .- .i ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS casi como reliquia, se conserva hoy en ~ene r i f ey en Madera, pa-- .rece mantenerse mucho más abundante y típico en Cabo Verdef sobre la isla de Santiago. Las altas cumbres beneficiadas por las brumas, que culminan en el Pico do Fogo (2.829 m.) y Tope da Coroa (1.979 m.), sólo nos ofrecen una vegetacih de líquenes y herbazal de gramineas, superpuesta a los niveles de la extinguida Draccena y del actual EuphmMetum leñoso, Única formaciin intercalada hoy entre las cumbres y los cultivos o la estepa del litoral. Tanto en esa for'- mación de EupFYolrbia como en los arenales marítimos encontra-mos motivos suficientes para establecer un marcado paralelisrr,~ y equivalencia con las vertientes meridionales de Canarias y Porto Santo; ya dejamos señalada la correlación existente entre Euphorbia tukqlam, E. regis-Jula5c~y! E. piscatoria; también hi-cimosl cita de algunas especies comunes a Canarias y Cabo Verde, correspondientes a estos niveles; a ellas podemos añadir ahora, como nuevo testimonio de la relación que indudablemente existe, incluso con Madera, la prese~cil C2ho Verde & L^toa y $ ~ ~ ~ u s , Lobularia intermedia, Sinapidendron frutescens, Polycarpam can-dida, Forskohlea angustifolia y Echium stenosiphon, en el paso del Euphmbiietum a la zona litoral; así como la no menos elocuente coincidencia en los arenales marítimos de Frankenia ericifolia: Tamarix gallka, Zygophyllum Fmtanesii y Citrulltm colocynthis. La flora de Cabo Verde no representa ya los restos de un climax forestal, como ocurría en los otros archipiélagos: no existe aquí representación de las Coníferas, ni formaciones de Ericáceas, ni vestigio algi~nn de bmq~ed e frendeszs. L2 f i s m ~ msi ~~ h d ~ - sértica sólo en parte fué alterada por los cultivos tropicales y por agrupaciones arbustivas de Tamarix o de intrusas Awia, Cm&, Solanzcm, etc. Probablemente pasan de 500 las especies indígenas que inte-gran esta flora, de las cuales unas 80 ,(17 por 100) son endémicas; el resto está constituido en su mayor parte por plantas de origen africano, lo que resulta lógico, puesto que no es dado pensar ya 14 LUIS CEBALLOS en el Sur de Europa como continente originario; hay además un elevado número de especies tropicales y subtropicales de la más diversa procedencia, inmigradas principalfmente al amparo y como consecuencia de los cultivos; es decir, malas hierbas y plantas ruderales que han llegado a asilvestrarse e incluso a tomar el carácter de invasoras, .aumentando cada día el catálogo de la actual flora espontánea, al tiempo que van enmascarando cada vez más la primitiva flora indígena. En cuanto a los endemisnios, no faltan los claramente afines a la flora tropical africana, especialmente a las formas de las sabanas y estepas del S. del Sáhara; pero la mayoría de las es-pecies endémicas se muestran mucho más emparentadas con los otros archipiélagos atlánticos, pudiendo considerarlas como el re-siitado de remotas inmigraciones de procedencia caiiaria, faci-litadas por las corrientes marinas, las cuales experimentaron más tarde las modificaciones consiguientes a su adaptación tropical, llegando a adquirir independencia y a convertirse en formas en-démicas de Cabo Verde. Después de este ligero análisis ecológico-florístico que de los cuatro archipiélagos hemos efectuado, cabe preguntar si procede o no su agrupación en un mismo dominio floral. Si separadamente exmináramos las Azores y Cabo Verde, costaría mucho trabajo encontrar razonamientos para reunirlos; su relación queda, no obstante, bastante clara a través de los eslabones que suponen Madera y ias Canarias. En mi concepto puede muy bien admitirse, para el conjunto de estos archipiélagos, un Dominio floral de transición entre los Reinos Holártico y Paleotropical, en el que distinguiremos un núcleo a c m m r m é s k o . (Madera y Canarias) con dos apéndices: uno por e1 N. (Azores), que establece el enlace con el Reino Holártim, y otro hacia el S. (Cabo Verde), que nos relaciona y Iiga con el Reino Paleotropical. 22 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FLORA FORESTAL MACARONESICA 13 No veo posibilidad de prescindir de este dominio estableciendo una línea de separacih entre los reinos, holártico y paleotro-pical, como b hizo Krause fijándola en la divisora N,-S. de las cumbres maderenses; en nuestro concepto, tanto ésta como cual-quier otra frontera que tratáramos de señalar entre las islas de los archipiélagos medio-atlánticos, resultaría un tanto artificiosa y arbitraria. Al llegar a este punto, parecen indicadas algunas alusiones a! origen y procedencia de la flora macaronésica, cuestión un tanto misteriosa y muy relacionada con el propio origen de los archipiélagos, no siendo fácil tomar partido entre las múltiples hipótesis que los hombres de ciencia han lanzado sobre la misma: muchos de ellos, especialmente los biólogos, se muestran partida-riodse l a so:Ución =.& seiicilla e iniuiiiva la tencia de una unión directa, por tierra firme, con los actuales continentes, admitiendo Atlántidas, más o menos fabulosas, que facilitaron la colonización de los que hoy son archipiélagos por las especies termófilas del Terciario; otros, entre ellos los geólo-gos de mayor prestigio, nos colocan ante archipiélagos surgidos por erupciones o separados de los continentes y moldeados des-pués por ellas, pero que en todo caso y a causa de las mismas se encuentran en un determinado momento, precisamente dentro del Terciario, totalmente desprovistos de vegetación, dejándonos en la oscuridad respecto a la forma de su colonización por las plantas diversas y extrañas que han dado lugar a las peculiares floras que hoy ofrecen, cuya explicación habría que buscar en los clásicos agentes naturales de la dispersión (vientos, corrientes marinas, aves, etc.), que indudablemente tuvieron una acción muy importante, pero no satisface ni es admitida hoy como solución total. Ciertamente que, no siendo mentes privilegiadas, parece se nnn -..Mn 01 ; n + n l o ~ + ~ .-.mi..r.-nm~n AluUIQ AAALbIGbLV y CíIIIpGIaAIIVJ ar dar pzisvs vzcfhtes en cuanto tratamos de discurrir sobre lo acaecido en épocas sepa-radas de la nuestra por millones de años. Sin embargo, no podrán 16 LUIS CEBALLOS comprenderse ni interpretarse los hechos actuales sin tener en cuenta lo ocurrido en el pasado; por ello, aun prescindiendo de aquilatar los procedimientos por los cuales llegó a verificarse la colonización vegetal de los archipiélagos de Macaronesia, no deja-remos de apuntar el hecho de que tal colonización estaba ya rea-lizada, a finales del Terciario, por las-especies que entonces eran comunes en los próximos continentes. Resulta oportuno recordar ahora la existencia de numerosos datos paleontológicos que nos atestiguan la presencia durante el Terciario de muchas plantas correspondientes a los actuales tipos tropicales, en regiones templadas, boreales y aun árticas. Ate-niéndonos a las doctrinas clásicas y consagradas de la Geología histórica, parece ser que la uniformidad alcanzada por el clima a pir,cipics +a! Eru h~bia c~fisenti;,de k diffiri;iSn genera! de una flora termófila, que partiendo del Norte se extendió por las tierras de los continentes, ya fragmentadas en seis masas prin-cipales desde antes de terminar el Secundario. La independencia que llegaron a adquirir las partes de aquella flora instaladas en los distintos territorios, y la ulterior adaptación a las variacio-nes ocurridas en cada uno de ellos, motivaron la diferenciación de las familias, géneros y especies, que llegaron a convertirse en earacteristicas particulares de cada continente e incluso de cada comarca. El enfriamiento ocurrido al final del Mioceno hizo obligado el desplazamiento hacia el Sur de la flora de las regiones septen-trionales; más tarde, las glaciaciones cuaternarias y los periodos xeroténrnicos intermedios tuvieron decisiva influencia en la repar-tición de los vegetales, motivando la desaparición de todos aque-llos que, por unas u otras causas, no pudieron efectuar las emi-graciones y retrocesos que exigían para su su+rvivencia los cam-bios ocurridos en el clima. Este fué el caso para Europa y el N. de Mrica, donde tales desplazamientos de la flora resultaron imposibles, por estar ya abierta y ocupada por el mar la fosa mediterránea, y por haberse establecido ya la barrera que supo- % ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOG , VEGETACIbN Y FLORA FORESTAL MACAR~GSICA 11 nen la gran aridez e inmensa extensión de los desiertos de Africa del Norte. No ocurrió lo mismo en Asia ni en América, como lo acredita la actual riqueza de sus floras. Nuestra Macaronesia no sufrió los efectos de las glaciaciones, ni los cambios de clima obligaron al desplazamiento de la flora; por ello, las islas atlánticas funcionaron como refugios para las especies terciarias, pudiendo considerarse hoy como verdaderos museos donde se conservan gran número de los tipos vegetales antiguos que sucumbieron en Europa; estos tipos dieron lugar, posteriormente y a causa de su aislamiento, a numerosos neo-endemismos, propios de cada archipiélago o particulares de las islas de cada uno de ellos. Una vez definida esa interesante faceta que ofrecen los ar-chipiélagos aacaronésicos, como reiicarios de la flora terciaria, sin necesidad de estar interesado por las cuestiones florísticas o fitogeográficas, bastará poseer un poco de pundonor y de cultura para que no podamos sustraernos a la pena y contrariedad que supone la paulatina desaparición de esas reliquias, que. en parte, está presenciando, impávida e inactiva, la generación presente, mostrando la mayor indiferencia ante la responsabilidad que in-dudablemente nos incumbe por este abandono, para el que la ciencia y las generaciones futuras no encontrarán tan fácil dis-culpa como para la inconsciencia de nuestros antecesores. Sin detenernos en una relación detdlada de las especies endé-micas recientemente extinguidas o amenazadas de próxima des-aparición en Madera y las Canarias, bastará, para testimoniar 10% dicho, que mencionemos algunas de las más célebres plantas ma-caronésicas que están a punto de abandonarnos, cmo Dracceim d~acoJ, uniperws Cedrus, Pittospumm cwriuceum, Rharn~zusi nte-gifolia, Z q b x i s weptrum, etc., citas a las que podríamos aña-dir las de todas aquellas raras especies, consideradas hoy como temm pur !os herbui-izadures y coieccionistas, que ias buscan afanosos en las contadisimas localidades en que fueron citadas por los botánicos antiguos; tal ocurre con Brrrslsica Bourgecei, Núm. 2 (1956) 25 18 LUIS cmms Anagyris latifolia, Solanum Nava., Sideroxybn J!!armula?zo, Echium, gentiamolides, Cmviolc.ulus s c ~ 7 -Miu~sch~ia ~W oZlastoni, Di c k s h a ~~Zcitaet,c . Añadamos a todo esto la progresiva dis-ainución que, de un modo evidente, se aprecia en las especies arbóreas más típicas del monte-verde y laurisilva: ApoUonia ca-nariensis, OooCea fc~te~zVs,i snea rnmcwnera, Arbutus mrcarienois, Clethru arbroraa, Myrsine camrie?zsis, Noteha ezcetsa, etc. En estos momentos en que el mundo se halla totalmente absor-bido por cuestiones prácticas y preocupaciones sustanciosas, pa-rece un tanto extraño y fuera de lugar el planteamiento de asun-tos como éste de la subsistencia de unos vegetales anacrónicos, escasos y casi desconocidos, de los que no es lógico esperar apre- a c. ciable compensacih económica a cambio de lo que hagamos por E su saivación; sin embargo, jnie parees franeziente eqiiivomdn e! nO-enfoque de la cuestión de un modo tan materialista, pues aparte - Oo> E de lo que deben pesar las razones de cultura e interés científico, E 2 cabe pensar en las ventajas de tipo económico que indirectamente - podrían suponer las medidas de protección tomadas para estas 3 reliquias. -- 0 A nuestros antepasados, que tuvieron como principal misih m la de valorizar y poner en producción estos territorios isleños, O puede perdonárseles el olvido o falta de previsión que tuvieron n E respecto a estas cuestiones; pero hoy no resultaría disculpable - a que nos desentendiéramos de esa faceta científica, máxime cuando 2 n no supone incompatibilidad con la económica, ni ha de originar perjuicios materiales que no queden contrarrestados por benefi- 5 O cios de otro tipo. Por otra parte, debemos darnos cuenta de que el tapiz veg8tal que actualmente presentan las islas a que venimos aludiendo está, en la mayoría de los casos, averiado y maltrecho; es un herido de guerra al que hay que restañar las heridas y devolver la salud antes de pedirle nuevos reiidimieiitus y prodUct~s. Ne me cabe duda de que los actuales restos de las formaciones de monte-verde y laurisilva podrán recomponerse, vegetativa y floristica- 26 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FWRA FORESTAL MACARONESICA 19 mente, con tanta mayor rapidez y facilidad cuanto más pronto y completamente se las sustraiga a la nefasta acción del para-sitismo humano. Hago, pues, desde aquí un nuevo llamamiento a los isleños y en especial a los canarios para que se preocupen con fervor de estos problemas, y a nuestras autoridades gubernamentales y científicas para que recojan la idea, ya lanzada por la "Liga de Protección a la Naturaleza", de formar unas reservas sagradas o parcelas acotadas a toda injerencia, localizadas en algunos de los sitios donde aún quledan vivas aquellas interesantes especies, las cuales encontrarán, de este modo, favorecida su propagación y regeneración, no debiendo faltar ulteriormente la protección y vigilancia necesarias para que nadie pueda decir luego que en ~.,fievtr=t i e ~ -y~ pp=r n~es t r rc, ~!pa cGnsümS !c, p&&i& de eses valores florísticos. Dejando a un lado el aspecto fitogeográfico y floristico del tema que se viene tratando, quisiera completar esbs comenta-rios deáicacios a ivíacaronesia con aigunas referencias a ios pro-blemas que los técnicos forestales tienen planteados en Canarias y Madera, no olvidando que en talmesté cnicos considero reunidas y complementadas las funciones del forestal-biólogo, encargado del mantenimiento, o en su caso de la recuperación, del ambiente propicio a la instalación del óptimo de vegetación que permitan las actuales condiciones del medio, y las del seZv2czcZhw-econo-mkta, que debe procurar, por los medios a su alcance, obtener lo más pronto posible, de esa vegetación, el máximo rendimiento uti- liturie, cempatik!e cm !a c=riseriac:.e ,r, y pcm.aneneia de aqiie! ambiente forestal logrado. Para que estas alusiones a la labor que incumbe realizar a los forestales en los citados archipiélagos queden debidamente cen-tradas, parece indispensable un previo conocimiento del actual paisaje forestal y del estado en que se encuentra hoy esa vege-tación isleña cuya mejora y máximo rendimiento deseamos. Pro-cede, por tanto, que dediquemos unas líneas al esbozo de un rá- 20 LUIS CEBALLOS pido resumen histórico de la evolución regresiva de la vegetación natural isleña, y de la simultánea y progresiva transformación de los pueblos que han vivido en su contacto. No abundan, respecto a la vegetación de estas islas, las refe-rencias anteriores a la conquista de Canarias por Béthencourt y Fernández de Lugo o a la ocupación de Madera por Gonzálvez dc Zarco; son, en cambio, numerosas las alusiones que, en las cró-nicas referentes a tales acontecimientos históricos, encontramos respecto a la espesura, lozanía y exuberancia de las selvas que cubrían las islas, desde las orillas del mar hasta los más altos picos. El nombre de Madera, como el de isla del ~e&, que según referencias aparece ya en un portulano florentino del si-glo m, aluden precisamente a esa abundancia de bosques, que ig-ua]irenie es respcio a Caiiai-ias oii diversos Ij.asa-jes de la crónica escrita por Ii'r. Pedro Boutier, franciscano, capellán de las expediciones que Béthencourt y Gadifer de la Salle realizaron, al servicio de Enrique 111 de Castilla, en los años 1402 y 1403. En el célebre manuscrito de Francisco Alcaforado, donde re-lata toda la romántica aventura del caballero Roberto O'Machin y la ulterior ocupación de Madera por Gonzálvez de Zarco y Tris-tán Vaz de Teixeira, acompañados por el piloto sevillano Juan Morales (1418-1420), se habla de las oscuras brumas que envolvían la isla, haciéndola invisible desde Porto Santo; oscuridades y nie-blas que eran atribuídas a la existencia allí de un tenebroso abismo o boca del infierno, siendo precisamente Juan Morales quien sugirió la idea de que tales brumas fueran originadas por la acción del sol sobre un suelo cuya humedad constante era mantenida por impe-netrables bosques, como luego resultó confirmado. A pesar de esas ponderaciones y relatos elogiosos de las sel-vas, no hay que dejarse obsesionar por tales descripciones hasta ei punto de creernos que en ios piiicipivs del si& XY üiia CÜ-bierta arbórea de uniforme verdor cubría las islas por completo, enmascarando las diferencias ecológicas que naturalmente exis-as ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VESFTACION Y FMRA FORESTAL M.~CARON&XCA 21 tian como ahora y estarian manifiestamente acusadas por la ve-getación, aunque no dieran lugar a tan bruscos contrastes del paisaje como los que actualmente ha originado la sima de aque-llas circunstancias ecológicas con la prolongada actuación del hombre. En la propia crónica del monje Boutier se habla concre-tamente de la carencia de árboles en Erbania (Fuerteventura) y se citan como abundantes en todo el archipiélago unos arbustos que manaban leche medicinal, clarísima alusión al pobre y xeró-filo Euphiarbietzcrn; se hace también referencia al gran uso de las pieles que hacían los antiguos pobladores de Canarias y a la ali-mentación carnívora de los mismos, ponderándose la abundancia de cabras que allí enlcontraron los conquistadores, hasta el punto de decir, con respecto a Fuerteventura, que el sacrificio de se-senta mil cabezas anuales no suponía alteración económica en la isla. Aun estando despoblada al ocuparse, también hay referencias *.9 10 n h ~ v n r l n n . - : - A, auuliuauua de gaiiab en ia Madera, no fakanclo otros tes-b o n i o s de la probable evolución regresiva del tapiz vegetal al-canzada en aquella época en diversos puntos. La misma abun-dancia del hinojo, Poenieulum uulgare, que di6 motivo al nombre de finchal, no parece acreditar una vegetación de tipo Óptimo o climax, ya que se trata de una especie más bien propia de sitios áridos y de cierto carácter ruderal. Es, por tanto, muy lógico suponer que tanto el ganado como el fuego, manejados por el - hombre, dejaron desde tiempos muy untigüw !as hUr!!as de si iiiiersíeiíción en ei paisaje y vegetación natural de estos archipiélagos; de modo que, al consumarse en el siglo xv su ocupación y conquista, sospechamos eran ya muy acu-sadas las degradaciones ocurridas en la selva y en las forrnacio-nes xerófilas primitivas. A pesar de ello, el aspecto del conjunto dejó maravillados a los mlonizadores, portugueses y españoles, que así lo atestiguaron en crónicas y descripciones como las que venimos comentando. . . , , Núm. 2 (1956) . . 29 22 LUIS CEBALLOS El afán de progreso y la preocupación de estos colonos por introducir cultivos y obtener la mayor utilidad y rendimiento de los territorios ocupados les obligó a enfrentarse en seguida con esa selva, motivo de sus admiraciones y nuncio para ellos de las probables riquezas que aquel suelo podría proporcionar en el futuro. Todos conoccmos la famosa leyenda de los incendios que, s partir de la ocupación y durante siete años, asolaron los bosques de la isla de Madera, obligando en cierta ocasión a los habitantes a permanecer metidos en el mar durante varios días para no perecer abrasados. Quitando todo lo que de inadmisible y exage-rado tiene, sin duda, aquel relato, nos parece perfectamente 1ó- a N gico y probable que la destrucción del bosque por el fuego y el E inmediato cultivo sobre Ias cenizas fueran las primeras manifes- O n-- taciones de la codicia e ímpetus agrícolas de los colonizadores. m O También sabemos, con respecto a Canarias, cómo loa conquis- E 2 tadores, al hacerse dueños de las distintas islas, quisieron explo- - L- - Lar- en m provechu ayüe! a~e!r, e= p a n p r t e virgen todavía, 3 - apresurándose a repartir las tierras entre los jefes y soldados de mO-E sus huestes, los que, ansiosos de disfrutar de su conquista, recu- O rrieron al incendio como medio más rápido para acelerar las rotu-raciones, con lo que, bien pronto, la vegetación primitiva, reem- - -E plazada por los cultivos, quedó arrinconada en los sitios más a 2 akruptos, y a la espesura del bosque sucedieron inmensos rasos- -- Fué tal el ímpetu de la destrucción y tan grandes las exten- 3 siones arrasadas, que alarmado el Adelantado, Alonso Fernández O de h g o , se erejrS o?Aig8d~u p m e r freno, rlirtando órdenes para reglamentar la implantación de cultivos, a pesar de lo cual, y aludiendo a las funestas consecuencias de estos destrozos, decía en su testamento: "Tenerife no durará doscientos años". Si tan triste predicción no quedó cumplida, después de transcurrido más de doble plazo del señalado, hay que reconocer que no fué preci-samente por la protección y cuidados dispensados a los bosques, que con variable ritmo siguieron destruyéndose, no obstante las 30 ANUARIO DE ESTUDIO8 ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FLORA FORESTAL MACARONESICA 23 medidas que para su defensa y conservación fueron dictadas en distintas épocas. Alonso de Lugo se maravillaría si le fuera dado observar la actual riqueza y vitalidad de la isla de Tenerife; pero debemos pensar en lo que ésta y las demás islas podrían ser si junto a sus espléndidos cultivos conservaran hoy, con sus ricas especies, los bosques que cubrieron todos aquellos sitios en que las cortas y las roturaciones sólo produjeron pequeños beneficios momentáneos, dejando desamparados los suelos, casi siempre dr fuerte pendiente, donde las aguas y los vientos pronto pusieron al desnudo el esqueleto rocoso. Sigue en ambos archipiélagos, de un modo análogo, el procesa paralelo de la destrucción de la vegetación natural y del enri-quecimiento y expansión de la agricultura: la caña de azúcar fué el primer cultivo comercial que tuvieron estas islas, el cual lleg6 a adquirir, a finales del siglo xv, tal auge y desarrollo que ne-cesariamente supuso un recrudecimiento en la acción destructora del bosque; son varios los cronistas que señalan este hecho como cailsr. prir,cipa! de! desaste faresta! en Csnzrias y Madera. Grar~ número de ingenios fueron instalados (sólo en Madera llegaron a existir ochenta), y es de suponer que precisando gran cantidad de leñas para sus calderas y agua abundante para los cultivos y molinos, se localizarían en los dominios de la laurisilva, que además de tener arroyos más caudalosos, por ofrecer bosques más densos y accesibles, siempre fueron objeto de mayor y más constante castigo. En estas selvas se hallaban también las más ricas especies madereras : barbusano, til, viñátigo, palo blanco, et&$era, ~ Q P 1% ~ c ~ p ~ c si shtun. íirrc~s ~metidasa . codicie-sos aprovechamientos. Cuando la producción de azúcar en Brasil y las Antillas mo-tivó en nuestras islas la crisis del cultivo de la caña, empezaron a tomar importancia los viñedos, cuya difusión continuó efectuán-dose en gran parte a expensas de los bosques, con los que, tam-bién en los niveles superiores, tenían ya entablada dura lucha leñadores y pastores. 24 LUIS CEBALTAS Tanto en Madera como en Tenerife y Gran Canaria, al fina-lizar el siglo XVI, quedaba ya perfectamente definida la ocupación del suelo por tres zonas escalonadas: una inferior de cultivos selectos, otra intermedia de cultivos ordinarios de plantas alimen-ticias (principalmente cereales) y la superior de monte y pastos, esta Última cada vez más degradada por una explotación arbi-traria y desmedida. Esa misma distribucih es la que se man-tiene en la fase actual, que pudiéramos llamar del banano y los io-mates, por ser éstos los cultivos comerciales que hoy tienen mayor importancia. Donde el suelo y el clima lo consintieron, el progreso y enri-quecimiento de la zona cultivada originó un notable incremento de la población. con el natural afán de seguir ampliando aquélla y con el consiguiente aumento de necesidades de maderas para construcción, leñas para combustible, aguas para riegos, alimento para los ganados, abono para los cultivos, etc. Este constante exi-gir de la vegetación natural tenia lógicamente que traducirse en la aceierada desforestación y agotamiento de los pasto:, en tudo el territorio. Así fueron poco a poco dibujándose las caracteris-ticas del problema que, en toda su crudeza, encontramos actual-mente planteado en las principales de estas islas que estudiamos. Quizá variasen algo, en las distintas épocas y de unas a otras islas, las medidas de protección a la selva que, con diverso rigor y eficacia, se tomaron en el transcurso de los tiempos; pero, en resumen, no creo sea mucho lo que podamos echarnos en cara unos a otros en cuanto a la intensidad y modalidades de la acción destructora. Si ios efectos han sido ilíüy dt~iiiiióy& e iiiiau a utras islas, e incluso entre comarcas de la misma isla, la razón debe buscarse en las diferencias ecológicas que ya tenemos señaladas: en los niveles y orientaciones privados de los efectos del alisio, donde las condiciones de vegetación eran ya, de por si, harto precarias, las consecuencias de la destrucción necesariamente te-nían que ser funestas; así, al arrasarse gran parte de los pinares en las laderas meridionales de Canarias, adquirió expaiisiói~ el 32 AXUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ~ E T A C I Ó NY FLORA FORESTAL ~CARONE S ICA 25 matorral xerófilo y elevó su nivel superior el euphmbietum; donde sólo existían ya las formaciones de estos tipos, se averiaron, acla-raron y empequeñecieron, pasándose a los aspectos subdesérticos, tan extendidos hoy en las Canarias y en Porto Santo. Las pr-turbaciones por la destrucción fueron, pues, tanto mayores cuanto, más acusada 'era la carencia de humedad, y a igualdad de condi-ciones clirnáticas estuvo, lógicamente, en relación directa con la densidad de población. No sirven ya las lcensuras por el pasado abandono, ni las la-mentaciones por el desarreglo y derroche de los que malgastaron en gran parte las dádivas que atesoraban estas tierras y moti-varon su calificativo de "afortunadas". La destrucción de los bos-ques va fatalmente unida a la historia de la Humanidad, y no han sido precisamente nuestras isias ninguna excepción a tan fatal designio; no por ello creemos disculpable el proceder pa-sado, pero no estaría de más que, al propio tiempo que nues-tras condolencias por lo desaparecido y nuestras recriminaciones a los destructores, hiciéramos el debido panegírico de la riqueza acumulada en las magníficas zonas de cultivo hoy existentes en las principales de nuestras islas, y el justo y merecido elogio de la gigantesca labor efectuada hasta lograr tal riqueza. Pese a su fama de indolentes, no han regateado los isleños trabajos ni sacrificios para llevar a colmo esta magnífica labor y llegar a poner en producción lo que parecía incultivable. Se ha buscado el agua abriendo pozos de profundidades inconcebibles y perforando larguísimas galerías subterráneas; se han construido kilómetros y kilómetros de canales y levadas para conducir las aguas hasta las tierras que precisaban el riego; se han aban-calado inmensas laderas de fuerte pendiente, no siendo raro el caso en que sobre la pelada roca volcánica se han construido los bancales, se ha llevado la tierra, el agua, las plantas y los abo-nos; es decir, que exceptuando las maravillosas condiciones tér-micas del clima local, todo lo demás lo ha puesto el trabajo y el tesón de los pobladores de estas islas, cuyas virtudes no debemos dejar en el silencio, .?S LUIS CEBALLOS Después de erte rápido esbozo de la situación presente, en eL que, a modo de examen de conciencia, hemos hecho alusiones a lo malo y lo bueno de la labor pasada, parece indicado que, a modo de propósitos, complementemos lo dicho, esbozando, también rápidamente, las directrices para un plan de actuación futura, encanninado a enmendar los pasados daños y recuperar en lo po-sible lo perdido, al propio tiempo que se conserva la riqueza lo-grada, procurando ampliar hasta donde sea factible y razonable las actuales zonas de cultivo. No olvidemos que todas estas con-sideraciones en que nos hemos extendido iban precisamente en- -caminadas a ponernos en escena para concretar la parte que en el citado plan corresponde realizar a los forestales. Después de las descripciones que hemos hecho de las islas y de todo lo que hemos insistido en resaltar las diferencias ecoló-gicas y muy especialmente los contrastes climatológicos que sus distintas comarcas ofrecen, al pensar ahora en normas para la actuación futura resulta obligado establecer desde el principio una neta separación entre las regiones castigadas por un déficit de humedad de tal categoría que las hace incompatibles con el bosque, aun en sus manifestaciones más modestas, y todas aque-llas otras comarcas que naturalmente pertenecen al dominio de la selva y cuentan hoy con el agua suficiente para que subsistan,. con más o menos exuberancia, sus retazos, o al menos no carecen de la necesaria humedad para que podamos pensar en la recons-trucción de una masa arbórea formada por especies de pocas exigencias. En el _mpo de las primeramente citadas habría que incluir una gran parte de la isla de Porto Santo, casi la totalidad de las Purpurarias (Lanzarote y E'uerteventura) y muy extensas regio-nes en la zona baja de las vertientes S. y W. de las demás Ca-narias. Entre las arideces de este dominio subdesértico no faltan hoy aigunos predios redimidos por el agua que el hombre logró. transportar desde las comarcas más favorecidas, lo que ha per-mitido la creación de verdaderos oasis de verdor y de riqueza, 34 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS donde se cultivan incluso plantas tropicales de las mayores exi-gencias. Indudablemente, no faltan posibilidades, técnicas y eco-nómicas, para aumentar el número y extensión de estos oasis en el futuro; pero la solución general para estos territorios hay que buscarla en las aplicaciones industriales de la propia vegetación xerófila, tratando de encontrar entre las especies de esta condi-ción, indígenas o exóticas adaptables, aquellas que, con las fibras de sus tejidos o con las sustancias contenidas en sus jugos (látex, aceites, aromas o venenos), quizá nos están ofreciendo desd.. hace mucho tiempo la solución económica de estos tristes y misérri-mos parajes. No seria el primer caso en que terrenos de esta con-dición llegaron a alcanzar una importancia y valor insospechados. En relación con lo dicho, hay aquí dbs tipos de cuestiones que, en mi concepto, debieran ser objeto de atención inmediata y dar motivo y tema para la intensa ocupación de nuestros investiga-dores y centros de experimentación y estudio: uno de ellos, de pura investigación y en gran parte extraño a las actividades de !es t6enicos de! e&xI;o, se refiere a1 tdtiisiu y conocimiento deta-llado de los vegetales autóctonos, para descubrir en ellos propie-dades o principios que les hagan útiles y económicamente apro-vechable~; el otro tipo de asuntos, de carácter experimental, es el referente a la introducción, propagación y explotación comer-cial de vegetales con temperamentos apropiados al lugar y pro-piedades Útiles ya conocidas y económicamente aprovechadas en otras comarcas : Opuntia, Agave, Ephedra, Stipa, Ooxagk, Gua-yule, etc. Me parece que hay aquí amplio campo para tales expe-rien&~; y de flu-q&&~ esperanzas en !as enssyvc y priie-bas de este tipo. Sin embargo, la puesta en valor de estos suelos paupérrimos y al parecer desheredados desde su origen, constituye una em-presa de tal magnitud y dificultad que, quizá por ello mismo y teniendo en cuenta su natural condición, la consideramos como un problema secundario ante el urgente y en gran parte reme-diable que supone, en todo el conjunto de los otros territorios, 28 LUIS CEBALLOS la creciente y a veces 'angustiosa demanda de agua, maderas, le-ñas, pastos y abonos. No es tampoco Único el asunto a resolver, ni tienen las mis-mas características los p r o b l e ~ sq ue encontramos en ese con-junto de zonas, que estuvieron arboladas y en su mayor parte continúan siendo compatibles con el bosque. Las variaciones eco-lógicas que motivaron ti.pos distintos en la vegetación natural,, siguen mandando; no podremos, por ello, al pensar ahora en la actuación futura, dejar de tener en cuenta latitudes, orientación y cotas, por la influencia que tienen, especialmente sobre la cuan-tía de humedad, que es casi siempre el factor decisivo del éxito o fracaso de nuestros trabajos. a N Por lo que se refiere.a latitudes, son en general poco impor- E .tantes ias variaciones que este factor supone entre ias idas de O --n un mismo archipiélago; pero ya vimos la apreciable diferencia m O E que existía, en cuanto a temperatura y lluvias, entre las dos loca- E 2 lidades de situación análoga, en Madera y Tenerife, que compa- -E ramos al principio. Para poder generalizar el hecho de esa dife- 3 rencia, complementamos ahora aquella información con nuevos - - 0 datos, correspondientes a otras localidades de situación compa- m E rable en ambos archipiélagos. O n Temp. E Archi- Orieii- media Frecipitacih - a pielago ESTACION Cota taciún anual anual A .---. - -- n n n M. Lugar Baixo .............. 15 m. S. 19,O 572J C Gando ...................... 12 m. S. 21,l 184,O 3 O M Santana ..................... 425 m. N. 14,8 1.341,s C ' Orotava .................... 450 m. N. 16,3 681,l M Ponta do Pargo .......... 640 m. W. 847,O C Puntagorda ............... 700 m. W. 563,8 M Encumeada ............... 950 m. N. 12,o 2.339,O C Posada de las Vacas .... 966 m. N. 955,5 M Arieiro ..................... 1.610 m. NE. 2.281,O C Fuente de Mesa . . . . . . . . . 1.750 m. N. 819,O Estas cifras nos wnfirman que, a igualdad de otras circuns-tancias, la situación más septentrional de Madera da lugar a tem- 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS peraturas más bajas y lluvias francamente superiores que las re-gistradas en Canarias. Con independencia de los valores numé-ricos, el hecho que apuntamos queda corroborado de un modo bas-tante elocuente por la forma de expansionarse la población y los cultivos: en Madera encontramos mayor densidad de población y mayores extensiones en cultivo sobre las vertientes meridionales, avaramente aprovechadas y ocupadas, que sobre las septentrio-nales, cuyo clima se considera más áspero e inhóspito; mientras que en Canarias ocurre, en general, todo lo contrario: la mayor riqueza y población más densa la encontramos en las vertientes Norte, quedando el Sur en gran parte inculto y despoblado. Estos resultados ponen ya de manifiesto la verdadera impor-tancia de la variación de latitud, puesto que a partir de un deter-minado valor las influencias de la orientación sobre la cuantía de humedad resultan decisivas para la vegetación y para la vida de la isla: en Madera aun llueve sobre las laderas meridionales lo suficiente para no crear un problema de aguda gravedad; en Ca- -n*--a..!ur i a ~n ~ ~ ~ f i t jzrg. ~e~~ :e e~~> %'~ eiitaja.c o= &-o, a1 que considerar la orientación como factor de acción preponderante, tenemos nuevamente sobre el tapete el tema de la beneficiosa acción de los alisios, tantas veces citado. Si el agua está con, relativa abundancia en las zonas sometidas a la influencia de esos vientos, allí será donde, principalmente, tendremos que buscar esa que nos hace falta para servir a la demanda apremiante que indicábamos. En los lugares, dentro de esas situaciones, donde el hombre no ha querido o no ha conse-pide Uescuutzr !a se!tra p ~creo qleto, encuiitraims las ya iiieii-cionadas y celebradas muestras del bosque de laureles y del fayal-brezal que, aun estando averiadas, impresionan por el verdor, frescura y lozanía de su aspecto y por la cantidad y calidad de las especies higrófilas que intervienen en la formación, hasta el punto de parecernos en desacuerdo con los datos pluviométricos que de tales comarcas se conocen, incluso refiriéndonos a las loca-lidades del N. de Madera, cuyas lluvias son más abundantes. 30 LUIS CEBALLOS Indudablemente, en las situaciones que mencionamos, debe haber otra fuente de humedad no registrada en los pluviómetros. Y efectivamente es así: se trata de las aguas captadas por el propio bosque, al condensar en la superficie satinada y fría de su follaje las partículas de agua que constituyen las nubes orográ-ficas del alisio, que corrientemente no alcanzan el punto de satu-ración necesario para resolverse en precipitaciones normales, per-diendo entonces, de esta manera, parte de su agua en suspensión y dando lugar a lluvias especiales, localizadas al pie de cada planta o centro de condensación, fenómeno que los meteorólogos vienen designando con el nombre de precipitcibn horizontal. Esto no constituye un fenómeno nuevo ni, en modo alguno, a N desconocido; cualquiera que conozca las montañas isleñas habrá E oxu servado infinidad de voces, zl intro&~ciruee r, estu. zonu de hri,?- O n mas, el incesante goteo de cada árbol y cada mata, que empapa - m o E completamente el suelo y aun al propio viandante, en días en que E 2 no llega a .llover absolutamente nada y en que, por tanto, los -E pluviómetros ordinarios, colocados según las normas oficiales a 3 cielo descubierto, no recogen agua alguna o se iimitan a cifras - - tan reducidas que carecen de toda significación. 0 m E No pretendemos con lo dicho plantear aquí nuevamente el O tema, tan interesante y discutido, de la influencia de las masas o n arbóreas en la cuantía de las lluvias; el aumento de las precipi- B-E taciones normales o lluvias de convección motivado por el solo nl hecho de existir el bosque, resulta en ciertos casos indudable y n z en otros perfectamente discutible; pero en el caso de nuestras O3 islas y refiriéndonos no sólo a las lluvias propiamente dichas, sino a ios totales de agua a'urlüsMrica qüe de üna U otra mamm EP deposita en el suelo, la influencia ejercida por el bosque resulta evidente y fundamental. Conscientes de la importancia de esa precipitación horizontal y un tanto intrigados por conocer la cuantía de las condensacio-nes que la originan, hemos efectuado durante dos años algunas experiencias en dos localidades, situadas en plena zona de in-fluencia del alisio: una en Tenerife, sobre la vertiente N. del 38 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTIGOS VEGEXACI6N Y FLORA FORESTAL MACARONESICA 31 Teide; la otra en Gran Canaria, sobre la umbría del monte "Ta-madaba". En ambas localidades instalamos dos pluviómetros, del tipo Hellmann, de 200 cm2 de superficie y colocados a 1,50 m. de altura sobre el suelo; uno de ellos bajo cubierta de arbolado; el otro, como testigo, situado en sus inmediaciones, pero a cielo to-talmente descubierto. No se nos ocultan las indudables imperfecciones de este mé-todo, principalmente por la irregular distribución de las preci-pitaciones en el área de incidencia de la copa y dificultad de eva-luación de la cantidad de agua que resbala por las ramas y el tronco, sin caer directamente desde las hojas al suelo. Por ello no pretendemos calificar de rigurosos nuestros resultados, a los que sólo podremos considerar como oñentadores para explicar el ~i.igeii de gaii ijarte de las aguas qüe se lecogeii en Canarias. Las cifras, obtenidas durante el año 1951, fueron las siguientes: 'TENER1FE.-P1uviómet.m normal (testigo) .............................. 955,s rnm. "Realejo Bajo", cota: 966 m.-Pluviómetro bajo arbolado... .. 3.038,O mm. GRAN CANARIA.-Pluviómetro normal (testigo) ........-......... 864,5 mm. "Tamadaba", cota: 1.300 m.-Pluvi6metro bajo arbokdo ....... 2.723,9 mm: Según esto, sin contar con el agua que dejaron &e recoger, por las imperfecciones del procedimiento, los pluviómetros colo-cados bajo el arbolado recibieron una cantidad más del triple que los situados al descubierto. . . La enseñanza que nos proporcionan tan elocuentes resultados debe quedar traducida, como primer punto del programa de ac- &..--:A- $--..-4.-l Luac;lvil IUITDLaiela, la adopción del propósito d e xalrLeiier ima cubierta, arbórea o arbustiva, continua en toda Pa zona de influen-cia del alisio; seria imperdonable prescindir de una sola gota de agua de las que proporcionan estas maravillosas condensaciones; no debe quedar, pues, ni un solo metro cuadrado de esta zona sin disponer del necesario condensador, que naturalmente les co-rresponde y le tuvieron, imponiéndonos ahora la obligación de reponerlo allí donde el hombre lo quitó o averió. 32 LUIS CEBALLOS Esta nuestra acción conservadora o reconstructora del arbo-lado en la región de las nieblas no debe limitarse estrictamente a las zonas plena y constantemente influenciadas por el alisio, sino que debe alcanzar también a todas aquellas que, sólo de un modo indirecto o en épocas determinadas se benefician de estos vientos; pues ya sabemos que hay situaciones un tanto desviadas de la exposición normal a su trayectoria, que sólo parcialmente o un poco de refilón reciben la visita de las brumas; como tam-bién conocemos las variaciones que en su espesor y nivel de si-tuación experimenta la franja de nieblas en el transcurso del año: en general, se inician las brumas entre las cotas de 600 m. y 1.000 m., variando su límite superior entre los 1.300 m, y 1.800 m. Pues bien: tanto en orientación como en altitud debemos apurar los limites de nuestra actuación para la reconstrucción y defensa de la cubierta arbórea de estas zonas, cuyo mantenimiento tiene mayor interés e importancia que el de toda la demás vegetación isleña. Seria de desear que la parte fundamental de esta operación se encaminara hacia ia restauración dei tipo naturai de selva que allí corresponde, de indudable valor y sin igual belleza; debiendo incluirse, como punto importante, en el programa de estos traba-jos el establecimiento de los parques o reservas naturales de que "hicimos referencia al ponderar la riqueza florística y reclam-ar protección para sus valiosos endemismos; restauración y salva-mento que encajan aquí de maravilla. Donde no proceda o no convenga económicamente volver a aquel tipo de vegetación, podrán emprenderse repoblaciones de ca- -r -á- -~ -- t -m~--i5" ra fina nr i~r- n,c en efpciel & ~re~i_m_jre+~iCtIe_ c, jn~!cs~ con Eucr;cS(ptus, aunque respecto al empleo de estos árboles nos-creemos en la obligación de aconsejar la' mayor pfudencia, ya que, aun siendo indudablemente muchas sus ventajas y resultando es-pecialmente indicados en determinados casos, hay que reconocer ei rutinario uso que se viene haciendo de eiios, oividando ei enor-me consumo de agua y rápido agotamiento de los suelos que efec-túan. No será, por tanto, razonable el empleo de estos árboles 40 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FiARA FORESTAL MACARON~ICA 33 pensando en fines lucrativos inmediatos, sin recordar nuestra obli-gación de mejorar los montes y no dando importancia a la profa-nación e insulto que, con ello, inferimos al paisaje. Bastan las razones que llevamos anotadas para justificar la preferencia que en cualquier plan de actuación debe darse a las vertientes afectadas por las brumas; pues, aunque parezca para-dójico empezar a repoblar lo mejor poblado, el hecho es que tales . vertientes presentan aún grandes zonas desarboladas que, al cu-brirlas, nos remuneran con mayor esplendidez que !o harían las laderas meridionales, en muchos casos desoladas; donde, sin con-tar con la mayor dificultad que suponen los trabajos, las ventajas a obtener serían siempre mucho menores y en algunos casos de orden estético más que material. Lu. tstu! reeompo;iciSli del coiideiiüador vegeiai en esas pri-vilegiadas situaciones permitiría contar de un modo seguro con un complemento importante de las lluvias normales, representan-do un notable alivio para la situación actual de algunas de las islas, al hacer posible la intensificación o ampliación de sus re-gadios e incluso la formación de oasis, como aquellos a que alu-díamos al referirnos a las zonas bajas del mediodía canario. Aunque de menos trascendencia, no es menor la importancia de la labor a realizar en el resto del dominio forestal, donde las actuaciones, por lo que se refiere a especies y procedimentos a emplear, tendrán que estar siempre supeditadas a lo que las defi-ciencias climáticas consientan. Si en el caso anterior puede, en general, procederae de acuerdo con las normas de la selvicultura clásica europea, ahora tendremos que echar mano de nuestrw rerwsw como f~resta:es uiediiei=rAneos para iograr, con el em-pleo de una especial selvicultura, el posible rendimiento de esas tierras semi-áridas, pues en las áridas, que ya fueron aludidas, no hay selvicultura factible, al menos por ahora. Quedan en estos dominios algunos ,montes con la cubierta arborea, de pinos, brezos o fayas, en bastante buen estado, o al menos con los elementos necesarios para poder pensar en su com-pleta regeneración; en otros casos, como en la isla de Madera, 34 LUIS CEEALLOS encontramos cultivos forestales y retazos de selva, artificialmente reconstruídos, que vienen cumpliendo gran parte de la finalidad que perseguimos. Hacia todo esto ya existente deben dirigirse los primeros cuidados, pues seria contraproducente nuestro empeño por la creación de nuevos bosques si no empezáramos por defen-der y conservar los que tenemos. La ordenación de los cultivos y de los métodos de aprovecha-mientos forestales es una medida necesaria que creemos debe anteponerse a la obra de repoblación, sobre todo en lo que se re-. k r e a esos trabajos costosisimos e inciertos que han de verifi-carse en sitios donde pasan muchos meses sin que caiga una sola gota de agua. No voy a abordar aquí el tema de las especies a emplear, dea-tino cpe debe darse u. !ES repddacinnes ni metodos para realizar gstas; sólo la referencia y discusión de estos asuntcis respecto a las Canarias exigiría dar a este trabaja mucha más extensión que la debida, y en cuanto a otras islas no me considero lo suficien-temente docu~aentado para hacerlo. Me limitaré Únicamente, por-que lo creo obligado, a recomendar que en todss esas ~üesiiüiies se dedique cada vez mayor atención a los ensayos y experiencias para no influenciarnos demasiado ni dejarnos arrastrar por las rutinas que, aun estando fundamentadas, casi siempre con gran sentido práctico, en realidades de las que no se puede prescindir, cabe, no obstante, la posibilidad de encontrar fuera de ellas solu-ciones más ventajosas para determinados casos. En Canarias hemos tenido insospechados resultados con el Pinus radZcrta en . alturas de 2.000 m., sobre las Cañadas del Teide. Quizá este mismo pim, cono e! pico canaric e u.!gwms otris de lns pinos medite-rráneos, pudieran suponer en determinadas zonas de-la isla de Madera solución más aceptable que la del Pinw pinmIIm, cons-tantemente empleado. De una u otra forma, el problema forestal de estos archipié-lagos no radica en estas dificultades seivícolas y técnicas, quz creemos perfectamente superables; la verdadera enjundia de la cuestión se halla en las dificultades de orden social y económico 42 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGEI'ACIÓh; Y FLORA FORESTAL MACARONÉSICA 35 que será preciso salvar para llegar a un reajuste de la produc-ción del suelo que esté garantizado por el más perfecto equilibrio entre el monte, la agricultura y la ganadcria. No se soluciona el problema planteado con la simple colocaci~n sobre el terreno de árboles y más árboles; ciertamente que debemos mantener dedi-cados al bosque todos los terrenos donde el árbol cumple el papel de protector contra la erosión, y por otra. parte todos aquellos que precisemos para satisfacer las necesidades del consumo; pero a estos resultados debemos llegar sin el menor estorbo para la obtención de los productos agrícolas y pecuarios que también son necesarios, Se impone, pues, que la selvicultura, como !a agricultura, re- a N conozcan la obligación en que se hallan de coordinar sus empeños E con !as ilecesiUaUes de !a gaiiaderia; pies, si en iieilipüs fié ésta O n - = excesivamente considerada y protegida, hasta el punto de ser la m O E principal causante de la ruina de nuestros montes, no por ello SE podemos dejar de reconocer la importancia del papel que tiene E = que cumplir en ese equilibrio económico que propugnamos. 3 La pugna y enemiga que siempre existió entre e! monte y la - - 0 ganadería no puede negarse ni disimularse; hay que aceptar el m E hecho, tratando de atenuar en lo posib!e las dificultades que su- O pone. Gran parte de la solución podría estar en el aumento de n E la producción por hectárea de los terrenos dedicados a la alimen- - a tación del ganado, y la otra parte en la, modificación y reajuste 2 n del censo ganadero, que no debe r e b ~ s a rla s cifras prudenciales 0 que resulten de un sereno examen de conjunto. de las necesida- 3 O des de la a,gricultura y de las posibilidades de alimentación, te -. iI;G1i&j -- ,=E cUefita para esto las cúncésioiies que, tanto el 5ocque como los cultivos, deben hacer en sus dominios. La ampliación del regadío permitirá no sólo un aumento en la producción de los forrajes, sino una mejora en la calidad de los mismos, que siendo apropiados para el ganado vacuno, con-sentirá la reducción del lanar y cabrio, que son los principales enemigos del bosque. Hasta tener solucionados estos asuntos, será necesario frenar todos los ímpetus que traten de acaparar las 36 LUIS CEBALLOS mejoras logradas por la restauración del bosque en beneficio de los llamados cultivos comerciales; puesto que, en buena política, más que el máximo rendimiento en metálico, debemos procurar siempre el máximo bienestar de la población. Creo haberme desviado hacia temas harto genera!es y manidos, cuya sola evocación aquí me parece de la mayor vulgaridad. No obstante, no me arrepiento de haber incurrido en esa falta, pues sé por experiencia la facilidad con que se olvidan estas cosas y se enfocan unilateralmente los problemas. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS
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Título y subtítulo | Consideraciones sobre la flora y la vegetación forestal de las Islas Atlánticas |
Autor principal | Ceballos, Luis |
Publicación fuente | Anuario de estudios atlánticos |
Numeración | Número 02 |
Sección | Ciencias |
Tipo de documento | Artículo |
Lugar de publicación | Madrid ; Las Palmas |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1956 |
Páginas | p. 009-044 |
Materias | Botánica ; Flora ; Canarias ; Madeira |
Copyright | http://biblioteca.ulpgc.es/avisomdc |
Formato digital | |
Tamaño de archivo | 2093627 Bytes |
Texto | C I E N C I A S CONSIDERACIONES SOBRE LA FLORA Y LA VEGETAClON FORESTAL DE LAS ISLAS ATLANTICAS CON ESPECIAL REFtERENC3.A A LOS ARCHIPXELAGOS DE CANARIAS Y MADERA LUIS cmms Ingeniero de Montes. Pretendo en estas páginas hacer un resumen de las caracte-rísticas que definen la región macaronésica, analizando las dife-mncias ecológicas y floristicas que distinguen a los archipiélagos integrantes de la misma, deteniéndome en al'gunos detalles refe-rentes a los de Canarias y Madera, para poder centrar así mis comentarios sobre los problemas forestales en ellos planteados. Fué Philippe Baker-Webb, el insigne botánico ingles del pa-sado siglo, quien puso en circulación el vocablo iiíacaro.ne&z (que viene a ser sinónimo de Islas afortunadas, Mabro - feliz) para referirse al conjunto de los archipiélagos atlánticos: Azores, Mas dera, Canarias y Cabo Verde, situados en las regiones templado-cálidas del hemisferio boreal y sometidos a la influencia del alisio del NE., lo que, unido a la condlclin fnsdar de tdeu territorios, origina la suavidad y constancia de los valores térmicos, que ca-racteriza el conjunto de su clima. Si a esta analogía climática unimos la edáfica que resulta del común origen volcánico de todos. > - - - - Nana. 8 (1956) - D 2 LUIS CEBALLOS estos archipiélagos, tendremos señaladas las principales razones ecológicas en que se fundamenta la unidad del conjunto Macaro-nésico, dentro del cual podremos encontrar una gama completa de modalidades climáticas, principalmente motivadas por las va-riaciones que ofrece el factor humedad. Esa unidad y esas variaciones resultan rápida y fielmente traducidas por la vegetación, que, dentro de la originalidad y de los caracteres comunes con que responde a la entidad del con-junto ecológico, nos ofrece muy diversas facetas, principalmente debidas a las citadas variaciones de humedad, entrq las que de-bemos señalar, como más típicas, una xé~ica, que podemos indi-vidualizar en las fomaciones & Euphorbias leñosas, y otra de tendencias mesófilas, representada por el llamado monte-verde, cuya manifestación más característica y espléndida es la iaurisiim. Para hacer patente la gradación que, correspondiendo con sus latitudes, puede establecerse en el aspecto ecológico y florístico, entre los cuatro archipiélagos que componen la Macaronesia, con-vime amlicem~s brevemente las diferencias ofrecidas por sus respectivos climas, teniendo en cuenta no s51o las originadas por la situación geográfica, sino las motivadas por su desigual-re-lieve; todo lo cual nos dijará en gran parte explicada la diversi-dad de aspectos del paisaje vegetal y la variable riqueza de la flora, permitiéndonos establecer para cada archipiélago una pro-vincia o sector independiente, perfectamente individualizado, den-tro' del Dominio floral macaronésico. Las citadas diferencias de clima quedarán puestas de mani-fiesto si exalminamos los datos de las observaciones meteorolb-gicas realizadas en cada archipiélago y comparamos las corres-pondientes a localidades de análoga situación, en cuanto a altitud y orientación; pues a igualdad de estas condiciones renultarár, aproxima. d.a mente constantes y bien patentes las variaciones de c k i a or~ginadaap cr e! reste de !m factores geográficos que defi-nen cada uno de los archipiélagos. De momento, bastará para darnos buena idea de la variación de los climas, la comparación de los datos termo-pIuviométricos correspondientes a cuatro localidades, una de cada archipiélago, situadas todas ellas en litoral meridional de las islas a que perte-necen; es decir, en nivel y exposición que impiden Iss influencias directas del alisio. Temperatura Días Latitud media anual Precipitación de lluvia --- - --- AZORES : Punta Delgada . . . . . . . 37b 45' 17,l 703,50 156 MADERA: Funcha.1 . . . . . ... . . . . .. . . . 32O 37' 18,33 644,7 65 CANARIAS: Sta.. C. de Tenerife. 28* 22' 20,8 250.0 51 CABO VERDE: Porto Praia . . . . . . 14" 52' 24,72 266,O 24 El simple examen de estos datos pone claramente de mani-fiesto el gradual aumento de la temperatura de N. a S. y la pa-ralela disminución de las precipitaciones, que en los dos Últimos archipiélagos llegan a presentar en estos niveles valores franca-mente deficientes e inapropiados para toda manifestación esplén-dida de la vegetación. Dnnnn;mA;nn;ln nrrn n h r i n n rlrr ln n ~ r . n n n + n ni7nmt:n rln Irir. r l n C r \ m r r ~ ~ b s r i u i ~ i iyuwvr a i i w i a UG ia b w r r b L b i a b u a l r i s a UG LWU u a L v s reseñados, veamos cómo se traducen en la vegetación y flora de los archipiélagos esas diferencias térmicas y pluviométricas que se aprecian entre ellos. A.z.0 RE S. Los datos pluviométricos que conocemos - . son ya .lo bastanie O elocuentes para poner de relieve la abundancia de humedad ca-racterística de este archipiélago que, salvo en el corizóñ del' estío, Soporta abundantes aguaceros, siendo muy frecuentes - y -clasic'os los temporales violentos de viento y lluvia's, !o que,- unido -a -la abundancia de brumas, han hecho siempre peligrosa la -navega-ción por las azói+cas. . . . . Es cierto que térmicamente el clima resulta deiicicso, pero aun coi esa suavidad.de, temperaturas, los valcres medios no'llegan. a ser lo suficientemente elevados para dar entrada franca y amplia difusión a los elementos subtropicales y tropicales que sólo con manifiesta timidez intervienen en la vegetación, cuyo car6,cter general es más bien euro-atlántico, pudiendo considerarse como una facies cálida de la ofrecida por el occidente europeo; lo que resulta perfectamente lógico, ya que son las inmigraciones de esa procedencia las que se encuentran favorecidas por las corrientes aéreas y marinas. La vegetación de las Azores ofrece, pues, un aspecto y am-biente revelador de esas afinidades con el SW. europeo, puestas de manifiesto por la abundancia dc Ericáceas (Calluna, Ericc~. Daboeck-t), la profusión de helechos (Pteris, Osmundu, Polysti-churn, etc.) y la presencia de especies tan características euro-atlánticas y del Mediterráneo occidental, com Taxus bacmta, Ulex nanus, Daphne laureola, Corerncr, albzcm, Jfyrtus cornmunis, Viburnum tinus, etc. Incluso los endernismos macaronésicos o pro-piamente azóricos que nos ofrece la flora de estas islas tienen marcado sabor y relación con el SW. de Europa: Juniperus brevifolia Coss. J. Oxycedrus L. Vaccinium cylindraceum. V. myrtillus L. Erica azorica. E. scoparia. Ilex Perado. 1. aquifolium. Campanula Vidali. C. erinus. Amplia difusión corresponde en las Azores al llamado monte-verde, cuyas formaciones cubrieron densamente las laderas hasta los 1.500 ó 1.600 metros, mostrando en su zona inferior una facies de típica laur.iidua, actualmente extinguida casi por completo; en ella debieron intervenir con abundancia Laurus camariensi8, Notekea exceísa y Myka fctya, especies de las que aún conservan las Azores algunos ejemplares, con el carácter de reliquias, siendo más frecuente la Perssa indica, o Viñátigo, que es en la actuali-dad la que con mayores títulos puede ostentar la representación del extinguido bosque de laureles macaronésico. Sobre este bos-que, es el brezal el que ejerce su dominio, no existiendo en las partes altas ninguna formación especial, ni aspectos de vegeta- 12 . . ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACION Y FLORA FORESTAL MACARON~~SICA 5 ción distintos de los que son corrientes en las cumbres medite-rráneo- atlánticas. En las máximas alturas de las Rzores (2.307 metros) la vegetación leñosa continúa caracterizada por Ericá-ceas, principalmente Calluna vulgaris, y como novedad floristica, endeble y poco destacada, aparece la Erim axorica. Fiollta totalmente en las Azores el crassicazcieturn, y en cuanto a la Draccena draco, que es el más típico de todos los endeinismos macaronésicos, es a éste al Único archipiélago del dominio al que jamás tuvo acceso. No. existe manifestación alguna del Eupholr-bietum leñoso, tan característico de las zonas secas y cálidas de Macaronesia; pues la Euphor& stygiana, de las Azores, que a crece en las laderas del Pico, no pertenece al grupo de las clásicas E Tabaibm, sino que es elemento de la laurisilva: íntimamente rela- O n - cionado con la E. meltzfew, que en Madera y en Canarias encon- =m O E tramos en situaciones francamente húmedas. E 2 No puedo precisar datos muy al día respecto al inventario y E composición de la actual flora de las Azores, que es en realidad 3 el remawnte de zna f l c n forestal de iii~ar~adaasfi nidades con ei - 0 occidente europeo, segfm queda- dicho. De la información que nos m E proporcionan los trabajos clásicos de la fitogeografía, que se ocu- O g pan de este archipiélago, deducimos que la flora indígena está n E compuesta por unas 500 especies, de las cuales más del 80 por 100 a son europeas y en especial mediterráneas; 40 especies (8 por 100) n son endemismos, en su mayoría comunes con otros archipiélagos de Macaronesia; hay cuatro especies americanas, y una sola, 3 O M y r h rehm, es la encargada de mantener el enlace con las formas antiguas africanas. Les V" q ~ ~e~ a i - ~ ~ a ,hiaici oias ei Sur ai pasar desde Azores a Madera originan una dulcificación de las temperataras, de uno a dos grados, y una disminución de las precipitaciones, que no llega a suponer un carácter seco para el clima general ni a impe- fi .. . . -.. .... . - .. - 'LUIS CEBALMS . - - dir la existencia del tipo mesófilo de la vegetación. La isla prin-cipal posee un accidentado relieve y cotas más que suficientes para que se originen brumas abundantes; probablemente esta isla., frecuentemente velada por las nieblas, es la que con mayor fundamento podemos identificar con la famosa y misteriosa de San Brandan, que tanto preocups a los navegantes de pasados tiempos. Tenemos, pues, un clima más cálido y mejor que en las Azores, por la menor violencia de los temporales; aunque no falten las brumas abundantes, que en gran parte suplen muy eficazmente la disminución de los valores pluviométricos. Esta mayor suavidad del clima se traduce para la vegetación en un acceso más fácil a a N los elementos tropicales que intervienen en mucho mayor número E O que en Azores, sin faltar los que allí había, como no falta tam- -- n m poco la representación de la mayor parte de las especies de la oE flora azórica, cuya inmigración en Madera resulta favorecida por E 2 E el alisio y por la corriente marina, lIamada de Canarias. - La laurisilva, enriquecida noiablenieiitt: ea especies, sin llegar' 5 - a completar el repertorio floristico en la forma que lo hace luego - 0 m E en las Canarias, alcanza aquí su máximo esplendor vegetativo: O intervienen las cuatro Lauráceas arboreas (Laurus canariensis, o n Persea itzdica, ApolEonias canariensis y Ocotea foetem), conti- -E núan presentes N~otelcea excelsa, Prunus lusitanica, Myrsine he-b 2 n berdenia, Ilex Pcr&; aparecen algunos elementos canarienses n n (Vhea mocanera, R?ba/mnw glanddosa, Hypericm grandiflo- - 5 O rurn, etc.) y se adorna con algunos endemismos exclusivos, tan tipicos y vaiiosos como Pittosporum cortacewm, 1soplez.i~ scep-trum y CZetha arborea, esta Última recientemente extinguida en las Canarias. En toda la vegetación maderense sigue apreciándose franca-mente la influencia euro-atlántica y las afinidades con el occidente ibérico, tanta por la abundancia de terica orhrea, Sarothmtnus shopariuis, Thymw oaespiiit~ius, Digitalis purpzcrea, Origcrnum virens, etc., como por el claro parentesco de algunos de sus ende- VEGETACIÓN Y FJARA FORESTAL RIACARO'N~~SICA 7 mismos (B~e~be rmkb derewis, Vaccinium maderense, Samnkus maderensis) . En las zonas bajas de la vertiente meridional y en la isla de Porto Santo, falta de altitud para obtener los beneficios del alisio, la vegetación manifiesta claramente su carácter xerófilo; pero la falta de humedad no es lo bastante acentuada para que llegue a imperar el aspecto subdesértico. La formación xerófila de Euphor-bhs leñosas, que tan amplia difusión alcanza en Canarias y Cabo Verde, se hace ya presente en estas localidades maderenses, co-rrespondiendo a la E. pismto.ria figurar aquí como especie titular y característica de dicha formación. Dentro de los actuales do-minios de esta Euphovbim en la isla de Porto Santo, existieron a mediados del siglo xv, según atestigua Cadamosto, bastantes ejemplares de 1Praccena draco, hoy totalmente extinguida en esta isla y con muy contadas reliquias en la otra, donde es frecuen-temente cultivada como planta ornamental. No obstante lo dicho, la lamisilva llega ocasionalmente hasta l a prnximidsides de !w cssta SU^ de Madera, y ea el OW., que es la orientación más seca, el monte-verde no llega a ausentarse, aunque presente más alto su límite inferior; todo esto acredita que la facies xerófila de la vegetación de este archipiélago no es nada exagerada. Análogamente a lo dicho para Azores, tampoco aqui aparece ninguna formación original en la vegetación situada entre el monte-verde y las cumbres, que alcanzan su cota máxima en el Ruivo (1.949 metros) ; el piso de Coníferas no llega a manifes-tarse, aunque tales plantas estén representadas por T a m baccatu, Juniperus phoamicea y J. breuifolia; en las alturas son todavía especies atlántico-europeas (Samthnus scoparius, Erica cine*- rea) las que, salpicadas entre el pastizal de gramineas, continúan caracterizando la vegetación leñosa. Lu. fisrc, de Xadera se süpune ifitegáda por unas $m especies indígenas, que en su mayor parte continúan manifestando estre-cha afinidad y relación con el occidente mediterráneo; no. obs-tante, contamos aqui ya con 106 especies endémicas, lo que supone 8 LUIS CEBAUOS un porcentaje de endemismo casi doble del ofrecido por Azores; algunas de estas especies se hallan todavía, segh dijimos, cla-ramente enlazadas a otras euro-atlánticas; pero la mayoría de los endemismos son macaronésicos, y entre ellos no pocos exclusivos de Madera, como los citados anteriormente, a los que debemus añadir las dos especies del género enemico 1Mwch.k (M. awm y M. Wollasltmii), formas, completam&te aisladas, que constitu-yen quizá la mayor curiosidad floristica de este archipiélago. En resumen: la ligera elevación térmica y el sostenimiento de la humedad en grado suficiente para que no aparezca el tipo subdesértico, motivan un enriquecimiento de la flora, que adquiere ya el tipismo macaronésico sin perder el regusto atlántico-medi-terráneo! y permiten una frondosidad y vitalidad en la mayor parte de la cubierta vegetal, que nos induce a conceder a los paisajes maderenses la representación del óptimo vegetativo de Macaronesia. Otro aumento de dos o tres grados en la temperatura media supone el desplazamiento de 5" hacia el Sur que implica nuestro traslado desde Madera a las Canarias. Mucha más importancia que esta variación térmica tiene el brusco cambio experimentado por los valores pluviométricos, que en las situaciones meridio-nales descienden hasta cifras francamente alarmantes y de con-secuencias funestas para la vegetacibn. Pero este mal, que en 10s n i ~ d e sba jos y orientaciones Sur es de una realidad incuestiona-ble, no afecta a los niveles y exposiciones sometidos al influjo del alisio, que suple ampliamente tales deficiencias con las abundan-tes condensaciones de las brumas que transporta. Consecuencia de esto, los barrancos abiertos hacia el N. y NE. y ias iaderas con esta orienacióii, eiiire los 5 0 h !!os 1.20' me-tros aproximadamente, ofrecen apropiad2 habitación para la laurisilva, que se muestra aquí con sin igual magnificencia, dando acogida al repertorio casi completo de los elementos macaroné- 16 ANUARIO DE EBTUDIOS ATLANTICOS VECETACION Y FLORA FORESTAL ~MACAROXÉSICA 9 sioos de carácter tropical, sin que quede ausente casi ninguna de las especies que en Madera y las Azores intervenían en esta formación. Por encima del bosque de laureles, continúa el monte-verde aún con espléndidas manifestaciones del fayal-brezal, que, lo mismo que aquél, quedan interferidas, #más bien que interrum-pidas, por los acantilados y peñascales, tan característicos de la abrupta topografía canaria, en los que encuentran asiento for-maciones fisurícolas de curiosísima composición y aspecto, en las que intervienen muchas Crasuláceas de gran interés florístico (2Emiurn, Aichrym) y gran número de especies leñosas y her-báceas que, en su mayoría, son raros endemismos regionales o a locales. N E El accidentado relieve de este archipiélago nos ofrece además O las máximas aituras de Macaronesia; sobre el citado monte- n - = O0, verde, tanto en las vertientes N. como en las meridionales, tuvo E E amplia difusión el piso de Coníferas de montaña, representadas SE principalmente por el Pinws aanariensb, de cuyas extensas selvas -- aún quedan importantísirnos retazos y masas de gran belleza, que 3 - son las Únicas manifestaciones espontáneas que en el mundo tiene - 0m E hoy esta especie. El tejo (Taxus bacaata) no figura ya en la flora U indígena canaria, pero aún se hallan presentes los Punipw, el n J. Cedmcs, forma endémica (como el J. brelrifolia, muy afín al -E a J. Oxycedrm), y el J. phoenicea, que en niveles inferiores, más l n que en las alturas que ahora nos ocupan, se presenta con gran n 0 frecuencia, casi siempre con porte arbóreo. 3 O Poco antes de los 2.000 metros, interfirigndose al principio con los pinares, aparecen las formaciones de matorral de alta mon-taña, caracterizadas principalmente por Leguminosas (Adeno-carpus, Cytisus y Spartocytisus), en cuyo cortejo intervienen nu-merosas especies vivaces pseudoalpinas, casi todas endemismos canarios, o, mejor dicho, tinerfeííos, ya que este tipo de vegeta-ción al que nos estamos refiriendo es.principa1ment.e en e! Teide dollde está representado y únicamente queda allí sobrepasado por los amontonamientos de lava y lapillis, en los que algún que otro ejemplar de Viola cheiranthifolia, Violeta del Teide, constituye la 10 LUIS CEBALLOS Única representación de la fanerogamia que escala las alturas de1 Pico (3.717 m.). Vemos, pues, cómo por razones de altitud, suma-das a las de latitud, hay fundamentales motivos para el enrique-cimiento florístico de este archipiélago. Por otra parte, en las exposiciones Sur y en las localidades bajas, privadas de los beneficios humectantes del alisio, nos en-contramos con que el Euphorlrletum, iniciado en Porto Santo con la formación de E. pkafioria, llega aquí a su más amplia difu-sión y polifacetismo, dentro siempre del extraño y triste aspecto ofrecido por estas pobres leñosas xerofitas que constituyen el ta-baibar y a+assicauletum, de neto carácter africano (Euphorbin obtwifolia, E. Regis-Juba?, E. atropurpur~a, E. ca?za~iensis, N:: Kleinia nsriifolia, Ceropegia, Cavallurna.. etc.). Sirvan estos ejex- U plos para acreditar que no faltan en estas formaciones raras es- %- pecies y elementos propios, a los que se juntan otros que nos rela- 8' cionan con las aún lejanas islas de Cabo Verde. 8 I A costa de la pobreza y del entristecimiento del paisaje que e s~poi ie!a difv¿wiór, a!canzada por estar, formaciofies vegetales 5Y eubdesérticas y, por otra parte, gracias a las máximas elevacio-- E =n 6 nes que alcanzan las montañas canarias, queda logrado en este U archipiélago el óptimo florístico de Macaronesia, con una flora E que ofrece más de 1.400 especies indígenas, de las cuales ei 33. i 1 a por 100 corresponde a endemismos macaronésicos y en gran parte 9 exclusivamente canarios; las mayores afinidades de estos ende- i n ie mismos siguen siendo mediterráneas, pero no faltan las del E. y 5 S. de Africa, y en menor cuantía las asiáticas y americanas. Un o 42 por 100 de 12 flnra corresponde a especies mediterráneas y, en parte, euro-asiáticas, quedando el 25 por 100 restante constituido por plantas cosmopolitas, ubiquistas de las regiones templadas. y tropicales. La difusión del matorral de Erica y del herbazal de Trifolium, la abundancia de helechos'(Pteris, Blechnum, ücmlope&riwm, ei-cétera), así como la fácil introducción y wilvestramiento que tu-vieron en Canarias Castanea sativa, Ulex europceus, Lccvandula 18 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGGTACION Y FLORA FORESTAL MACARON~~SICA 11 peduncuhtia, etc., nos acreditan la conservación en este archipié-lago de un algo del ambiente del occidente europeo. Con las Azores encontramos establecida la ligazón, de un modo especial, en determinadas facetas del monte-verde, en las que además de los elementos fundamentales, brezo, faya y ace-biño, son comunes a ambos archipiélagos otras muchas especies (Prunus Zusitanica, Notelcea excelsa, Hyperimm y.r,w&flmrum, etcétera). No será preciso argumentar la estrecha relación exis-tente con las islas de Madera, que tantísimas aspectos y especies tienen comunes con Canarias. Algo menos acusado resulta ya el nexo de esta flora con la de Cabo Verde, cuyo indudable paren-tesco ponen en evidencia Polycarpaen cundid,~, Campylanthus salsobides, Odontospermurn smicez~m, Gemwinia filamentosn, E6%k? AWU:TU!Y~YCÚ@$~ G?"",.&, ,P~c.8, Si COEO 12 ZE~@J-? abundancia de Dracczna draco y la actual comunidad de gramí-neas y otras herbáceas en la vegetación de la zona litoral de am-bos archipiélagos. Las latitudes en que está IocaIizado este archipiélago se hallan ya por debajo del trópico de Cáncer; entre los 17" 13' (Punta do Sol, en San Antonio) y los l4O 45' (punta Sur de la isla Brava!. El calor constante y la sequía intensa son las principales carac-terísticas del clima : las temperaturas medias, según quedó anota-do ya en el cuadro, superan en tres o cuatro grados a las de C~r?urias; en eneFo y fehreriq qi~e son 10s meses más fríos, no baja de 220; en septiembre, que es el mes más cálido, llega a 27" 8'. Las lluvias, irregulares y escasas, ocurren en verano, pero hay años en que faltan casi por completo. No obstante la sequedad característica de estos territorios. las brisas y el ambiente marino mantienen en ia atmósfera va-lores de la humedad relativa que, aun siendo pequeños, resultan superiores a los ofrecidos en el litoral canario. Los alisios del 12 LUIS CEBAIAOS NE., que son los vientos dominantes, originan brumas que se aga-rran a las cumbres y partes altas de las montañas, sin que por ello reciban éstas el alivio de condensaciones impcrtantes, que resultan impedidas por la elevada temperatura de las rocas y la-deras pedregosas. Por otra parte, en los meses invernales, la pro-cedencia de los vientos se hace más del E., soplando abrasadores levantes que traen el polvo y el reseco del Sáhara. Este calor y sequía que caracterizan el clima de Cabo Verde, aun no llegando al extremoso grado que alcanzan en el interior del vecino mntinente, nos delatan la relación de este archipié-lago con la gran faja desértica, que en esas mismas latitudes se extiende desde la próxima costa africana, a través del Sáhara, Egipto y Arabia, hasta la desembocadura del Indus. La vegeta-ción del litoral de Cabo Verde muy bien pudiera adscribirse a la estepario-desértica instalada en dicha faja, cuya uniforme con-dición explica la posible relación entre sus extremos, acreditada por la presencia de una Draccena endémica (D. cinnabark), de las montañas de Suakin e isla de Socotra, indudablemente empa-rentada con el extraño Drago (D. draco) aun pNsente, aunque próximo a extinguirse, en Cabo Verde, Canarias y Madera. No es posible, en las condiciones mencionadas, que la vegeta-ción de este archipiélago llegue a ofrecernos ya la riqueza y fres-cura de la laurisilva macaronésica, ni a hacernos recordar en nada al monte-verde y brezales de Azores y N. de Madera. Sin em-bargo, fuera de estas formaciones, ya hemos visto al hablar de las Canarias lo claramente relacionadas que estaban con estas islas. relacián que: más atenuada. se mantiene aún con Porto Santo y con Madera. Además de lo anotado respecto a la Draccena, que en Cana-rias se instala en los acantilados rocosos de la región costera, casi en contacto con la laurisilva, debemos señalar la común pre-sencia en Canarias y Cabo Verde de algunas raras Crasuláceas, de los géneros ~ ~ y Auichr3mmz, loca lizadas en habitaciones de ese mismo tipo; análogamente, el Xidernxybn marmuZano que, 20 .- .i ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS casi como reliquia, se conserva hoy en ~ene r i f ey en Madera, pa-- .rece mantenerse mucho más abundante y típico en Cabo Verdef sobre la isla de Santiago. Las altas cumbres beneficiadas por las brumas, que culminan en el Pico do Fogo (2.829 m.) y Tope da Coroa (1.979 m.), sólo nos ofrecen una vegetacih de líquenes y herbazal de gramineas, superpuesta a los niveles de la extinguida Draccena y del actual EuphmMetum leñoso, Única formaciin intercalada hoy entre las cumbres y los cultivos o la estepa del litoral. Tanto en esa for'- mación de EupFYolrbia como en los arenales marítimos encontra-mos motivos suficientes para establecer un marcado paralelisrr,~ y equivalencia con las vertientes meridionales de Canarias y Porto Santo; ya dejamos señalada la correlación existente entre Euphorbia tukqlam, E. regis-Jula5c~y! E. piscatoria; también hi-cimosl cita de algunas especies comunes a Canarias y Cabo Verde, correspondientes a estos niveles; a ellas podemos añadir ahora, como nuevo testimonio de la relación que indudablemente existe, incluso con Madera, la prese~cil C2ho Verde & L^toa y $ ~ ~ ~ u s , Lobularia intermedia, Sinapidendron frutescens, Polycarpam can-dida, Forskohlea angustifolia y Echium stenosiphon, en el paso del Euphmbiietum a la zona litoral; así como la no menos elocuente coincidencia en los arenales marítimos de Frankenia ericifolia: Tamarix gallka, Zygophyllum Fmtanesii y Citrulltm colocynthis. La flora de Cabo Verde no representa ya los restos de un climax forestal, como ocurría en los otros archipiélagos: no existe aquí representación de las Coníferas, ni formaciones de Ericáceas, ni vestigio algi~nn de bmq~ed e frendeszs. L2 f i s m ~ msi ~~ h d ~ - sértica sólo en parte fué alterada por los cultivos tropicales y por agrupaciones arbustivas de Tamarix o de intrusas Awia, Cm&, Solanzcm, etc. Probablemente pasan de 500 las especies indígenas que inte-gran esta flora, de las cuales unas 80 ,(17 por 100) son endémicas; el resto está constituido en su mayor parte por plantas de origen africano, lo que resulta lógico, puesto que no es dado pensar ya 14 LUIS CEBALLOS en el Sur de Europa como continente originario; hay además un elevado número de especies tropicales y subtropicales de la más diversa procedencia, inmigradas principalfmente al amparo y como consecuencia de los cultivos; es decir, malas hierbas y plantas ruderales que han llegado a asilvestrarse e incluso a tomar el carácter de invasoras, .aumentando cada día el catálogo de la actual flora espontánea, al tiempo que van enmascarando cada vez más la primitiva flora indígena. En cuanto a los endemisnios, no faltan los claramente afines a la flora tropical africana, especialmente a las formas de las sabanas y estepas del S. del Sáhara; pero la mayoría de las es-pecies endémicas se muestran mucho más emparentadas con los otros archipiélagos atlánticos, pudiendo considerarlas como el re-siitado de remotas inmigraciones de procedencia caiiaria, faci-litadas por las corrientes marinas, las cuales experimentaron más tarde las modificaciones consiguientes a su adaptación tropical, llegando a adquirir independencia y a convertirse en formas en-démicas de Cabo Verde. Después de este ligero análisis ecológico-florístico que de los cuatro archipiélagos hemos efectuado, cabe preguntar si procede o no su agrupación en un mismo dominio floral. Si separadamente exmináramos las Azores y Cabo Verde, costaría mucho trabajo encontrar razonamientos para reunirlos; su relación queda, no obstante, bastante clara a través de los eslabones que suponen Madera y ias Canarias. En mi concepto puede muy bien admitirse, para el conjunto de estos archipiélagos, un Dominio floral de transición entre los Reinos Holártico y Paleotropical, en el que distinguiremos un núcleo a c m m r m é s k o . (Madera y Canarias) con dos apéndices: uno por e1 N. (Azores), que establece el enlace con el Reino Holártim, y otro hacia el S. (Cabo Verde), que nos relaciona y Iiga con el Reino Paleotropical. 22 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FLORA FORESTAL MACARONESICA 13 No veo posibilidad de prescindir de este dominio estableciendo una línea de separacih entre los reinos, holártico y paleotro-pical, como b hizo Krause fijándola en la divisora N,-S. de las cumbres maderenses; en nuestro concepto, tanto ésta como cual-quier otra frontera que tratáramos de señalar entre las islas de los archipiélagos medio-atlánticos, resultaría un tanto artificiosa y arbitraria. Al llegar a este punto, parecen indicadas algunas alusiones a! origen y procedencia de la flora macaronésica, cuestión un tanto misteriosa y muy relacionada con el propio origen de los archipiélagos, no siendo fácil tomar partido entre las múltiples hipótesis que los hombres de ciencia han lanzado sobre la misma: muchos de ellos, especialmente los biólogos, se muestran partida-riodse l a so:Ución =.& seiicilla e iniuiiiva la tencia de una unión directa, por tierra firme, con los actuales continentes, admitiendo Atlántidas, más o menos fabulosas, que facilitaron la colonización de los que hoy son archipiélagos por las especies termófilas del Terciario; otros, entre ellos los geólo-gos de mayor prestigio, nos colocan ante archipiélagos surgidos por erupciones o separados de los continentes y moldeados des-pués por ellas, pero que en todo caso y a causa de las mismas se encuentran en un determinado momento, precisamente dentro del Terciario, totalmente desprovistos de vegetación, dejándonos en la oscuridad respecto a la forma de su colonización por las plantas diversas y extrañas que han dado lugar a las peculiares floras que hoy ofrecen, cuya explicación habría que buscar en los clásicos agentes naturales de la dispersión (vientos, corrientes marinas, aves, etc.), que indudablemente tuvieron una acción muy importante, pero no satisface ni es admitida hoy como solución total. Ciertamente que, no siendo mentes privilegiadas, parece se nnn -..Mn 01 ; n + n l o ~ + ~ .-.mi..r.-nm~n AluUIQ AAALbIGbLV y CíIIIpGIaAIIVJ ar dar pzisvs vzcfhtes en cuanto tratamos de discurrir sobre lo acaecido en épocas sepa-radas de la nuestra por millones de años. Sin embargo, no podrán 16 LUIS CEBALLOS comprenderse ni interpretarse los hechos actuales sin tener en cuenta lo ocurrido en el pasado; por ello, aun prescindiendo de aquilatar los procedimientos por los cuales llegó a verificarse la colonización vegetal de los archipiélagos de Macaronesia, no deja-remos de apuntar el hecho de que tal colonización estaba ya rea-lizada, a finales del Terciario, por las-especies que entonces eran comunes en los próximos continentes. Resulta oportuno recordar ahora la existencia de numerosos datos paleontológicos que nos atestiguan la presencia durante el Terciario de muchas plantas correspondientes a los actuales tipos tropicales, en regiones templadas, boreales y aun árticas. Ate-niéndonos a las doctrinas clásicas y consagradas de la Geología histórica, parece ser que la uniformidad alcanzada por el clima a pir,cipics +a! Eru h~bia c~fisenti;,de k diffiri;iSn genera! de una flora termófila, que partiendo del Norte se extendió por las tierras de los continentes, ya fragmentadas en seis masas prin-cipales desde antes de terminar el Secundario. La independencia que llegaron a adquirir las partes de aquella flora instaladas en los distintos territorios, y la ulterior adaptación a las variacio-nes ocurridas en cada uno de ellos, motivaron la diferenciación de las familias, géneros y especies, que llegaron a convertirse en earacteristicas particulares de cada continente e incluso de cada comarca. El enfriamiento ocurrido al final del Mioceno hizo obligado el desplazamiento hacia el Sur de la flora de las regiones septen-trionales; más tarde, las glaciaciones cuaternarias y los periodos xeroténrnicos intermedios tuvieron decisiva influencia en la repar-tición de los vegetales, motivando la desaparición de todos aque-llos que, por unas u otras causas, no pudieron efectuar las emi-graciones y retrocesos que exigían para su su+rvivencia los cam-bios ocurridos en el clima. Este fué el caso para Europa y el N. de Mrica, donde tales desplazamientos de la flora resultaron imposibles, por estar ya abierta y ocupada por el mar la fosa mediterránea, y por haberse establecido ya la barrera que supo- % ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOG , VEGETACIbN Y FLORA FORESTAL MACAR~GSICA 11 nen la gran aridez e inmensa extensión de los desiertos de Africa del Norte. No ocurrió lo mismo en Asia ni en América, como lo acredita la actual riqueza de sus floras. Nuestra Macaronesia no sufrió los efectos de las glaciaciones, ni los cambios de clima obligaron al desplazamiento de la flora; por ello, las islas atlánticas funcionaron como refugios para las especies terciarias, pudiendo considerarse hoy como verdaderos museos donde se conservan gran número de los tipos vegetales antiguos que sucumbieron en Europa; estos tipos dieron lugar, posteriormente y a causa de su aislamiento, a numerosos neo-endemismos, propios de cada archipiélago o particulares de las islas de cada uno de ellos. Una vez definida esa interesante faceta que ofrecen los ar-chipiélagos aacaronésicos, como reiicarios de la flora terciaria, sin necesidad de estar interesado por las cuestiones florísticas o fitogeográficas, bastará poseer un poco de pundonor y de cultura para que no podamos sustraernos a la pena y contrariedad que supone la paulatina desaparición de esas reliquias, que. en parte, está presenciando, impávida e inactiva, la generación presente, mostrando la mayor indiferencia ante la responsabilidad que in-dudablemente nos incumbe por este abandono, para el que la ciencia y las generaciones futuras no encontrarán tan fácil dis-culpa como para la inconsciencia de nuestros antecesores. Sin detenernos en una relación detdlada de las especies endé-micas recientemente extinguidas o amenazadas de próxima des-aparición en Madera y las Canarias, bastará, para testimoniar 10% dicho, que mencionemos algunas de las más célebres plantas ma-caronésicas que están a punto de abandonarnos, cmo Dracceim d~acoJ, uniperws Cedrus, Pittospumm cwriuceum, Rharn~zusi nte-gifolia, Z q b x i s weptrum, etc., citas a las que podríamos aña-dir las de todas aquellas raras especies, consideradas hoy como temm pur !os herbui-izadures y coieccionistas, que ias buscan afanosos en las contadisimas localidades en que fueron citadas por los botánicos antiguos; tal ocurre con Brrrslsica Bourgecei, Núm. 2 (1956) 25 18 LUIS cmms Anagyris latifolia, Solanum Nava., Sideroxybn J!!armula?zo, Echium, gentiamolides, Cmviolc.ulus s c ~ 7 -Miu~sch~ia ~W oZlastoni, Di c k s h a ~~Zcitaet,c . Añadamos a todo esto la progresiva dis-ainución que, de un modo evidente, se aprecia en las especies arbóreas más típicas del monte-verde y laurisilva: ApoUonia ca-nariensis, OooCea fc~te~zVs,i snea rnmcwnera, Arbutus mrcarienois, Clethru arbroraa, Myrsine camrie?zsis, Noteha ezcetsa, etc. En estos momentos en que el mundo se halla totalmente absor-bido por cuestiones prácticas y preocupaciones sustanciosas, pa-rece un tanto extraño y fuera de lugar el planteamiento de asun-tos como éste de la subsistencia de unos vegetales anacrónicos, escasos y casi desconocidos, de los que no es lógico esperar apre- a c. ciable compensacih económica a cambio de lo que hagamos por E su saivación; sin embargo, jnie parees franeziente eqiiivomdn e! nO-enfoque de la cuestión de un modo tan materialista, pues aparte - Oo> E de lo que deben pesar las razones de cultura e interés científico, E 2 cabe pensar en las ventajas de tipo económico que indirectamente - podrían suponer las medidas de protección tomadas para estas 3 reliquias. -- 0 A nuestros antepasados, que tuvieron como principal misih m la de valorizar y poner en producción estos territorios isleños, O puede perdonárseles el olvido o falta de previsión que tuvieron n E respecto a estas cuestiones; pero hoy no resultaría disculpable - a que nos desentendiéramos de esa faceta científica, máxime cuando 2 n no supone incompatibilidad con la económica, ni ha de originar perjuicios materiales que no queden contrarrestados por benefi- 5 O cios de otro tipo. Por otra parte, debemos darnos cuenta de que el tapiz veg8tal que actualmente presentan las islas a que venimos aludiendo está, en la mayoría de los casos, averiado y maltrecho; es un herido de guerra al que hay que restañar las heridas y devolver la salud antes de pedirle nuevos reiidimieiitus y prodUct~s. Ne me cabe duda de que los actuales restos de las formaciones de monte-verde y laurisilva podrán recomponerse, vegetativa y floristica- 26 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FWRA FORESTAL MACARONESICA 19 mente, con tanta mayor rapidez y facilidad cuanto más pronto y completamente se las sustraiga a la nefasta acción del para-sitismo humano. Hago, pues, desde aquí un nuevo llamamiento a los isleños y en especial a los canarios para que se preocupen con fervor de estos problemas, y a nuestras autoridades gubernamentales y científicas para que recojan la idea, ya lanzada por la "Liga de Protección a la Naturaleza", de formar unas reservas sagradas o parcelas acotadas a toda injerencia, localizadas en algunos de los sitios donde aún quledan vivas aquellas interesantes especies, las cuales encontrarán, de este modo, favorecida su propagación y regeneración, no debiendo faltar ulteriormente la protección y vigilancia necesarias para que nadie pueda decir luego que en ~.,fievtr=t i e ~ -y~ pp=r n~es t r rc, ~!pa cGnsümS !c, p&&i& de eses valores florísticos. Dejando a un lado el aspecto fitogeográfico y floristico del tema que se viene tratando, quisiera completar esbs comenta-rios deáicacios a ivíacaronesia con aigunas referencias a ios pro-blemas que los técnicos forestales tienen planteados en Canarias y Madera, no olvidando que en talmesté cnicos considero reunidas y complementadas las funciones del forestal-biólogo, encargado del mantenimiento, o en su caso de la recuperación, del ambiente propicio a la instalación del óptimo de vegetación que permitan las actuales condiciones del medio, y las del seZv2czcZhw-econo-mkta, que debe procurar, por los medios a su alcance, obtener lo más pronto posible, de esa vegetación, el máximo rendimiento uti- liturie, cempatik!e cm !a c=riseriac:.e ,r, y pcm.aneneia de aqiie! ambiente forestal logrado. Para que estas alusiones a la labor que incumbe realizar a los forestales en los citados archipiélagos queden debidamente cen-tradas, parece indispensable un previo conocimiento del actual paisaje forestal y del estado en que se encuentra hoy esa vege-tación isleña cuya mejora y máximo rendimiento deseamos. Pro-cede, por tanto, que dediquemos unas líneas al esbozo de un rá- 20 LUIS CEBALLOS pido resumen histórico de la evolución regresiva de la vegetación natural isleña, y de la simultánea y progresiva transformación de los pueblos que han vivido en su contacto. No abundan, respecto a la vegetación de estas islas, las refe-rencias anteriores a la conquista de Canarias por Béthencourt y Fernández de Lugo o a la ocupación de Madera por Gonzálvez dc Zarco; son, en cambio, numerosas las alusiones que, en las cró-nicas referentes a tales acontecimientos históricos, encontramos respecto a la espesura, lozanía y exuberancia de las selvas que cubrían las islas, desde las orillas del mar hasta los más altos picos. El nombre de Madera, como el de isla del ~e&, que según referencias aparece ya en un portulano florentino del si-glo m, aluden precisamente a esa abundancia de bosques, que ig-ua]irenie es respcio a Caiiai-ias oii diversos Ij.asa-jes de la crónica escrita por Ii'r. Pedro Boutier, franciscano, capellán de las expediciones que Béthencourt y Gadifer de la Salle realizaron, al servicio de Enrique 111 de Castilla, en los años 1402 y 1403. En el célebre manuscrito de Francisco Alcaforado, donde re-lata toda la romántica aventura del caballero Roberto O'Machin y la ulterior ocupación de Madera por Gonzálvez de Zarco y Tris-tán Vaz de Teixeira, acompañados por el piloto sevillano Juan Morales (1418-1420), se habla de las oscuras brumas que envolvían la isla, haciéndola invisible desde Porto Santo; oscuridades y nie-blas que eran atribuídas a la existencia allí de un tenebroso abismo o boca del infierno, siendo precisamente Juan Morales quien sugirió la idea de que tales brumas fueran originadas por la acción del sol sobre un suelo cuya humedad constante era mantenida por impe-netrables bosques, como luego resultó confirmado. A pesar de esas ponderaciones y relatos elogiosos de las sel-vas, no hay que dejarse obsesionar por tales descripciones hasta ei punto de creernos que en ios piiicipivs del si& XY üiia CÜ-bierta arbórea de uniforme verdor cubría las islas por completo, enmascarando las diferencias ecológicas que naturalmente exis-as ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VESFTACION Y FMRA FORESTAL M.~CARON&XCA 21 tian como ahora y estarian manifiestamente acusadas por la ve-getación, aunque no dieran lugar a tan bruscos contrastes del paisaje como los que actualmente ha originado la sima de aque-llas circunstancias ecológicas con la prolongada actuación del hombre. En la propia crónica del monje Boutier se habla concre-tamente de la carencia de árboles en Erbania (Fuerteventura) y se citan como abundantes en todo el archipiélago unos arbustos que manaban leche medicinal, clarísima alusión al pobre y xeró-filo Euphiarbietzcrn; se hace también referencia al gran uso de las pieles que hacían los antiguos pobladores de Canarias y a la ali-mentación carnívora de los mismos, ponderándose la abundancia de cabras que allí enlcontraron los conquistadores, hasta el punto de decir, con respecto a Fuerteventura, que el sacrificio de se-senta mil cabezas anuales no suponía alteración económica en la isla. Aun estando despoblada al ocuparse, también hay referencias *.9 10 n h ~ v n r l n n . - : - A, auuliuauua de gaiiab en ia Madera, no fakanclo otros tes-b o n i o s de la probable evolución regresiva del tapiz vegetal al-canzada en aquella época en diversos puntos. La misma abun-dancia del hinojo, Poenieulum uulgare, que di6 motivo al nombre de finchal, no parece acreditar una vegetación de tipo Óptimo o climax, ya que se trata de una especie más bien propia de sitios áridos y de cierto carácter ruderal. Es, por tanto, muy lógico suponer que tanto el ganado como el fuego, manejados por el - hombre, dejaron desde tiempos muy untigüw !as hUr!!as de si iiiiersíeiíción en ei paisaje y vegetación natural de estos archipiélagos; de modo que, al consumarse en el siglo xv su ocupación y conquista, sospechamos eran ya muy acu-sadas las degradaciones ocurridas en la selva y en las forrnacio-nes xerófilas primitivas. A pesar de ello, el aspecto del conjunto dejó maravillados a los mlonizadores, portugueses y españoles, que así lo atestiguaron en crónicas y descripciones como las que venimos comentando. . . , , Núm. 2 (1956) . . 29 22 LUIS CEBALLOS El afán de progreso y la preocupación de estos colonos por introducir cultivos y obtener la mayor utilidad y rendimiento de los territorios ocupados les obligó a enfrentarse en seguida con esa selva, motivo de sus admiraciones y nuncio para ellos de las probables riquezas que aquel suelo podría proporcionar en el futuro. Todos conoccmos la famosa leyenda de los incendios que, s partir de la ocupación y durante siete años, asolaron los bosques de la isla de Madera, obligando en cierta ocasión a los habitantes a permanecer metidos en el mar durante varios días para no perecer abrasados. Quitando todo lo que de inadmisible y exage-rado tiene, sin duda, aquel relato, nos parece perfectamente 1ó- a N gico y probable que la destrucción del bosque por el fuego y el E inmediato cultivo sobre Ias cenizas fueran las primeras manifes- O n-- taciones de la codicia e ímpetus agrícolas de los colonizadores. m O También sabemos, con respecto a Canarias, cómo loa conquis- E 2 tadores, al hacerse dueños de las distintas islas, quisieron explo- - L- - Lar- en m provechu ayüe! a~e!r, e= p a n p r t e virgen todavía, 3 - apresurándose a repartir las tierras entre los jefes y soldados de mO-E sus huestes, los que, ansiosos de disfrutar de su conquista, recu- O rrieron al incendio como medio más rápido para acelerar las rotu-raciones, con lo que, bien pronto, la vegetación primitiva, reem- - -E plazada por los cultivos, quedó arrinconada en los sitios más a 2 akruptos, y a la espesura del bosque sucedieron inmensos rasos- -- Fué tal el ímpetu de la destrucción y tan grandes las exten- 3 siones arrasadas, que alarmado el Adelantado, Alonso Fernández O de h g o , se erejrS o?Aig8d~u p m e r freno, rlirtando órdenes para reglamentar la implantación de cultivos, a pesar de lo cual, y aludiendo a las funestas consecuencias de estos destrozos, decía en su testamento: "Tenerife no durará doscientos años". Si tan triste predicción no quedó cumplida, después de transcurrido más de doble plazo del señalado, hay que reconocer que no fué preci-samente por la protección y cuidados dispensados a los bosques, que con variable ritmo siguieron destruyéndose, no obstante las 30 ANUARIO DE ESTUDIO8 ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FLORA FORESTAL MACARONESICA 23 medidas que para su defensa y conservación fueron dictadas en distintas épocas. Alonso de Lugo se maravillaría si le fuera dado observar la actual riqueza y vitalidad de la isla de Tenerife; pero debemos pensar en lo que ésta y las demás islas podrían ser si junto a sus espléndidos cultivos conservaran hoy, con sus ricas especies, los bosques que cubrieron todos aquellos sitios en que las cortas y las roturaciones sólo produjeron pequeños beneficios momentáneos, dejando desamparados los suelos, casi siempre dr fuerte pendiente, donde las aguas y los vientos pronto pusieron al desnudo el esqueleto rocoso. Sigue en ambos archipiélagos, de un modo análogo, el procesa paralelo de la destrucción de la vegetación natural y del enri-quecimiento y expansión de la agricultura: la caña de azúcar fué el primer cultivo comercial que tuvieron estas islas, el cual lleg6 a adquirir, a finales del siglo xv, tal auge y desarrollo que ne-cesariamente supuso un recrudecimiento en la acción destructora del bosque; son varios los cronistas que señalan este hecho como cailsr. prir,cipa! de! desaste faresta! en Csnzrias y Madera. Grar~ número de ingenios fueron instalados (sólo en Madera llegaron a existir ochenta), y es de suponer que precisando gran cantidad de leñas para sus calderas y agua abundante para los cultivos y molinos, se localizarían en los dominios de la laurisilva, que además de tener arroyos más caudalosos, por ofrecer bosques más densos y accesibles, siempre fueron objeto de mayor y más constante castigo. En estas selvas se hallaban también las más ricas especies madereras : barbusano, til, viñátigo, palo blanco, et&$era, ~ Q P 1% ~ c ~ p ~ c si shtun. íirrc~s ~metidasa . codicie-sos aprovechamientos. Cuando la producción de azúcar en Brasil y las Antillas mo-tivó en nuestras islas la crisis del cultivo de la caña, empezaron a tomar importancia los viñedos, cuya difusión continuó efectuán-dose en gran parte a expensas de los bosques, con los que, tam-bién en los niveles superiores, tenían ya entablada dura lucha leñadores y pastores. 24 LUIS CEBALTAS Tanto en Madera como en Tenerife y Gran Canaria, al fina-lizar el siglo XVI, quedaba ya perfectamente definida la ocupación del suelo por tres zonas escalonadas: una inferior de cultivos selectos, otra intermedia de cultivos ordinarios de plantas alimen-ticias (principalmente cereales) y la superior de monte y pastos, esta Última cada vez más degradada por una explotación arbi-traria y desmedida. Esa misma distribucih es la que se man-tiene en la fase actual, que pudiéramos llamar del banano y los io-mates, por ser éstos los cultivos comerciales que hoy tienen mayor importancia. Donde el suelo y el clima lo consintieron, el progreso y enri-quecimiento de la zona cultivada originó un notable incremento de la población. con el natural afán de seguir ampliando aquélla y con el consiguiente aumento de necesidades de maderas para construcción, leñas para combustible, aguas para riegos, alimento para los ganados, abono para los cultivos, etc. Este constante exi-gir de la vegetación natural tenia lógicamente que traducirse en la aceierada desforestación y agotamiento de los pasto:, en tudo el territorio. Así fueron poco a poco dibujándose las caracteris-ticas del problema que, en toda su crudeza, encontramos actual-mente planteado en las principales de estas islas que estudiamos. Quizá variasen algo, en las distintas épocas y de unas a otras islas, las medidas de protección a la selva que, con diverso rigor y eficacia, se tomaron en el transcurso de los tiempos; pero, en resumen, no creo sea mucho lo que podamos echarnos en cara unos a otros en cuanto a la intensidad y modalidades de la acción destructora. Si ios efectos han sido ilíüy dt~iiiiióy& e iiiiau a utras islas, e incluso entre comarcas de la misma isla, la razón debe buscarse en las diferencias ecológicas que ya tenemos señaladas: en los niveles y orientaciones privados de los efectos del alisio, donde las condiciones de vegetación eran ya, de por si, harto precarias, las consecuencias de la destrucción necesariamente te-nían que ser funestas; así, al arrasarse gran parte de los pinares en las laderas meridionales de Canarias, adquirió expaiisiói~ el 32 AXUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS ~ E T A C I Ó NY FLORA FORESTAL ~CARONE S ICA 25 matorral xerófilo y elevó su nivel superior el euphmbietum; donde sólo existían ya las formaciones de estos tipos, se averiaron, acla-raron y empequeñecieron, pasándose a los aspectos subdesérticos, tan extendidos hoy en las Canarias y en Porto Santo. Las pr-turbaciones por la destrucción fueron, pues, tanto mayores cuanto, más acusada 'era la carencia de humedad, y a igualdad de condi-ciones clirnáticas estuvo, lógicamente, en relación directa con la densidad de población. No sirven ya las lcensuras por el pasado abandono, ni las la-mentaciones por el desarreglo y derroche de los que malgastaron en gran parte las dádivas que atesoraban estas tierras y moti-varon su calificativo de "afortunadas". La destrucción de los bos-ques va fatalmente unida a la historia de la Humanidad, y no han sido precisamente nuestras isias ninguna excepción a tan fatal designio; no por ello creemos disculpable el proceder pa-sado, pero no estaría de más que, al propio tiempo que nues-tras condolencias por lo desaparecido y nuestras recriminaciones a los destructores, hiciéramos el debido panegírico de la riqueza acumulada en las magníficas zonas de cultivo hoy existentes en las principales de nuestras islas, y el justo y merecido elogio de la gigantesca labor efectuada hasta lograr tal riqueza. Pese a su fama de indolentes, no han regateado los isleños trabajos ni sacrificios para llevar a colmo esta magnífica labor y llegar a poner en producción lo que parecía incultivable. Se ha buscado el agua abriendo pozos de profundidades inconcebibles y perforando larguísimas galerías subterráneas; se han construido kilómetros y kilómetros de canales y levadas para conducir las aguas hasta las tierras que precisaban el riego; se han aban-calado inmensas laderas de fuerte pendiente, no siendo raro el caso en que sobre la pelada roca volcánica se han construido los bancales, se ha llevado la tierra, el agua, las plantas y los abo-nos; es decir, que exceptuando las maravillosas condiciones tér-micas del clima local, todo lo demás lo ha puesto el trabajo y el tesón de los pobladores de estas islas, cuyas virtudes no debemos dejar en el silencio, .?S LUIS CEBALLOS Después de erte rápido esbozo de la situación presente, en eL que, a modo de examen de conciencia, hemos hecho alusiones a lo malo y lo bueno de la labor pasada, parece indicado que, a modo de propósitos, complementemos lo dicho, esbozando, también rápidamente, las directrices para un plan de actuación futura, encanninado a enmendar los pasados daños y recuperar en lo po-sible lo perdido, al propio tiempo que se conserva la riqueza lo-grada, procurando ampliar hasta donde sea factible y razonable las actuales zonas de cultivo. No olvidemos que todas estas con-sideraciones en que nos hemos extendido iban precisamente en- -caminadas a ponernos en escena para concretar la parte que en el citado plan corresponde realizar a los forestales. Después de las descripciones que hemos hecho de las islas y de todo lo que hemos insistido en resaltar las diferencias ecoló-gicas y muy especialmente los contrastes climatológicos que sus distintas comarcas ofrecen, al pensar ahora en normas para la actuación futura resulta obligado establecer desde el principio una neta separación entre las regiones castigadas por un déficit de humedad de tal categoría que las hace incompatibles con el bosque, aun en sus manifestaciones más modestas, y todas aque-llas otras comarcas que naturalmente pertenecen al dominio de la selva y cuentan hoy con el agua suficiente para que subsistan,. con más o menos exuberancia, sus retazos, o al menos no carecen de la necesaria humedad para que podamos pensar en la recons-trucción de una masa arbórea formada por especies de pocas exigencias. En el _mpo de las primeramente citadas habría que incluir una gran parte de la isla de Porto Santo, casi la totalidad de las Purpurarias (Lanzarote y E'uerteventura) y muy extensas regio-nes en la zona baja de las vertientes S. y W. de las demás Ca-narias. Entre las arideces de este dominio subdesértico no faltan hoy aigunos predios redimidos por el agua que el hombre logró. transportar desde las comarcas más favorecidas, lo que ha per-mitido la creación de verdaderos oasis de verdor y de riqueza, 34 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS donde se cultivan incluso plantas tropicales de las mayores exi-gencias. Indudablemente, no faltan posibilidades, técnicas y eco-nómicas, para aumentar el número y extensión de estos oasis en el futuro; pero la solución general para estos territorios hay que buscarla en las aplicaciones industriales de la propia vegetación xerófila, tratando de encontrar entre las especies de esta condi-ción, indígenas o exóticas adaptables, aquellas que, con las fibras de sus tejidos o con las sustancias contenidas en sus jugos (látex, aceites, aromas o venenos), quizá nos están ofreciendo desd.. hace mucho tiempo la solución económica de estos tristes y misérri-mos parajes. No seria el primer caso en que terrenos de esta con-dición llegaron a alcanzar una importancia y valor insospechados. En relación con lo dicho, hay aquí dbs tipos de cuestiones que, en mi concepto, debieran ser objeto de atención inmediata y dar motivo y tema para la intensa ocupación de nuestros investiga-dores y centros de experimentación y estudio: uno de ellos, de pura investigación y en gran parte extraño a las actividades de !es t6enicos de! e&xI;o, se refiere a1 tdtiisiu y conocimiento deta-llado de los vegetales autóctonos, para descubrir en ellos propie-dades o principios que les hagan útiles y económicamente apro-vechable~; el otro tipo de asuntos, de carácter experimental, es el referente a la introducción, propagación y explotación comer-cial de vegetales con temperamentos apropiados al lugar y pro-piedades Útiles ya conocidas y económicamente aprovechadas en otras comarcas : Opuntia, Agave, Ephedra, Stipa, Ooxagk, Gua-yule, etc. Me parece que hay aquí amplio campo para tales expe-rien&~; y de flu-q&&~ esperanzas en !as enssyvc y priie-bas de este tipo. Sin embargo, la puesta en valor de estos suelos paupérrimos y al parecer desheredados desde su origen, constituye una em-presa de tal magnitud y dificultad que, quizá por ello mismo y teniendo en cuenta su natural condición, la consideramos como un problema secundario ante el urgente y en gran parte reme-diable que supone, en todo el conjunto de los otros territorios, 28 LUIS CEBALLOS la creciente y a veces 'angustiosa demanda de agua, maderas, le-ñas, pastos y abonos. No es tampoco Único el asunto a resolver, ni tienen las mis-mas características los p r o b l e ~ sq ue encontramos en ese con-junto de zonas, que estuvieron arboladas y en su mayor parte continúan siendo compatibles con el bosque. Las variaciones eco-lógicas que motivaron ti.pos distintos en la vegetación natural,, siguen mandando; no podremos, por ello, al pensar ahora en la actuación futura, dejar de tener en cuenta latitudes, orientación y cotas, por la influencia que tienen, especialmente sobre la cuan-tía de humedad, que es casi siempre el factor decisivo del éxito o fracaso de nuestros trabajos. a N Por lo que se refiere.a latitudes, son en general poco impor- E .tantes ias variaciones que este factor supone entre ias idas de O --n un mismo archipiélago; pero ya vimos la apreciable diferencia m O E que existía, en cuanto a temperatura y lluvias, entre las dos loca- E 2 lidades de situación análoga, en Madera y Tenerife, que compa- -E ramos al principio. Para poder generalizar el hecho de esa dife- 3 rencia, complementamos ahora aquella información con nuevos - - 0 datos, correspondientes a otras localidades de situación compa- m E rable en ambos archipiélagos. O n Temp. E Archi- Orieii- media Frecipitacih - a pielago ESTACION Cota taciún anual anual A .---. - -- n n n M. Lugar Baixo .............. 15 m. S. 19,O 572J C Gando ...................... 12 m. S. 21,l 184,O 3 O M Santana ..................... 425 m. N. 14,8 1.341,s C ' Orotava .................... 450 m. N. 16,3 681,l M Ponta do Pargo .......... 640 m. W. 847,O C Puntagorda ............... 700 m. W. 563,8 M Encumeada ............... 950 m. N. 12,o 2.339,O C Posada de las Vacas .... 966 m. N. 955,5 M Arieiro ..................... 1.610 m. NE. 2.281,O C Fuente de Mesa . . . . . . . . . 1.750 m. N. 819,O Estas cifras nos wnfirman que, a igualdad de otras circuns-tancias, la situación más septentrional de Madera da lugar a tem- 36 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS peraturas más bajas y lluvias francamente superiores que las re-gistradas en Canarias. Con independencia de los valores numé-ricos, el hecho que apuntamos queda corroborado de un modo bas-tante elocuente por la forma de expansionarse la población y los cultivos: en Madera encontramos mayor densidad de población y mayores extensiones en cultivo sobre las vertientes meridionales, avaramente aprovechadas y ocupadas, que sobre las septentrio-nales, cuyo clima se considera más áspero e inhóspito; mientras que en Canarias ocurre, en general, todo lo contrario: la mayor riqueza y población más densa la encontramos en las vertientes Norte, quedando el Sur en gran parte inculto y despoblado. Estos resultados ponen ya de manifiesto la verdadera impor-tancia de la variación de latitud, puesto que a partir de un deter-minado valor las influencias de la orientación sobre la cuantía de humedad resultan decisivas para la vegetación y para la vida de la isla: en Madera aun llueve sobre las laderas meridionales lo suficiente para no crear un problema de aguda gravedad; en Ca- -n*--a..!ur i a ~n ~ ~ ~ f i t jzrg. ~e~~ :e e~~> %'~ eiitaja.c o= &-o, a1 que considerar la orientación como factor de acción preponderante, tenemos nuevamente sobre el tapete el tema de la beneficiosa acción de los alisios, tantas veces citado. Si el agua está con, relativa abundancia en las zonas sometidas a la influencia de esos vientos, allí será donde, principalmente, tendremos que buscar esa que nos hace falta para servir a la demanda apremiante que indicábamos. En los lugares, dentro de esas situaciones, donde el hombre no ha querido o no ha conse-pide Uescuutzr !a se!tra p ~creo qleto, encuiitraims las ya iiieii-cionadas y celebradas muestras del bosque de laureles y del fayal-brezal que, aun estando averiadas, impresionan por el verdor, frescura y lozanía de su aspecto y por la cantidad y calidad de las especies higrófilas que intervienen en la formación, hasta el punto de parecernos en desacuerdo con los datos pluviométricos que de tales comarcas se conocen, incluso refiriéndonos a las loca-lidades del N. de Madera, cuyas lluvias son más abundantes. 30 LUIS CEBALLOS Indudablemente, en las situaciones que mencionamos, debe haber otra fuente de humedad no registrada en los pluviómetros. Y efectivamente es así: se trata de las aguas captadas por el propio bosque, al condensar en la superficie satinada y fría de su follaje las partículas de agua que constituyen las nubes orográ-ficas del alisio, que corrientemente no alcanzan el punto de satu-ración necesario para resolverse en precipitaciones normales, per-diendo entonces, de esta manera, parte de su agua en suspensión y dando lugar a lluvias especiales, localizadas al pie de cada planta o centro de condensación, fenómeno que los meteorólogos vienen designando con el nombre de precipitcibn horizontal. Esto no constituye un fenómeno nuevo ni, en modo alguno, a N desconocido; cualquiera que conozca las montañas isleñas habrá E oxu servado infinidad de voces, zl intro&~ciruee r, estu. zonu de hri,?- O n mas, el incesante goteo de cada árbol y cada mata, que empapa - m o E completamente el suelo y aun al propio viandante, en días en que E 2 no llega a .llover absolutamente nada y en que, por tanto, los -E pluviómetros ordinarios, colocados según las normas oficiales a 3 cielo descubierto, no recogen agua alguna o se iimitan a cifras - - tan reducidas que carecen de toda significación. 0 m E No pretendemos con lo dicho plantear aquí nuevamente el O tema, tan interesante y discutido, de la influencia de las masas o n arbóreas en la cuantía de las lluvias; el aumento de las precipi- B-E taciones normales o lluvias de convección motivado por el solo nl hecho de existir el bosque, resulta en ciertos casos indudable y n z en otros perfectamente discutible; pero en el caso de nuestras O3 islas y refiriéndonos no sólo a las lluvias propiamente dichas, sino a ios totales de agua a'urlüsMrica qüe de üna U otra mamm EP deposita en el suelo, la influencia ejercida por el bosque resulta evidente y fundamental. Conscientes de la importancia de esa precipitación horizontal y un tanto intrigados por conocer la cuantía de las condensacio-nes que la originan, hemos efectuado durante dos años algunas experiencias en dos localidades, situadas en plena zona de in-fluencia del alisio: una en Tenerife, sobre la vertiente N. del 38 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTIGOS VEGEXACI6N Y FLORA FORESTAL MACARONESICA 31 Teide; la otra en Gran Canaria, sobre la umbría del monte "Ta-madaba". En ambas localidades instalamos dos pluviómetros, del tipo Hellmann, de 200 cm2 de superficie y colocados a 1,50 m. de altura sobre el suelo; uno de ellos bajo cubierta de arbolado; el otro, como testigo, situado en sus inmediaciones, pero a cielo to-talmente descubierto. No se nos ocultan las indudables imperfecciones de este mé-todo, principalmente por la irregular distribución de las preci-pitaciones en el área de incidencia de la copa y dificultad de eva-luación de la cantidad de agua que resbala por las ramas y el tronco, sin caer directamente desde las hojas al suelo. Por ello no pretendemos calificar de rigurosos nuestros resultados, a los que sólo podremos considerar como oñentadores para explicar el ~i.igeii de gaii ijarte de las aguas qüe se lecogeii en Canarias. Las cifras, obtenidas durante el año 1951, fueron las siguientes: 'TENER1FE.-P1uviómet.m normal (testigo) .............................. 955,s rnm. "Realejo Bajo", cota: 966 m.-Pluviómetro bajo arbolado... .. 3.038,O mm. GRAN CANARIA.-Pluviómetro normal (testigo) ........-......... 864,5 mm. "Tamadaba", cota: 1.300 m.-Pluvi6metro bajo arbokdo ....... 2.723,9 mm: Según esto, sin contar con el agua que dejaron &e recoger, por las imperfecciones del procedimiento, los pluviómetros colo-cados bajo el arbolado recibieron una cantidad más del triple que los situados al descubierto. . . La enseñanza que nos proporcionan tan elocuentes resultados debe quedar traducida, como primer punto del programa de ac- &..--:A- $--..-4.-l Luac;lvil IUITDLaiela, la adopción del propósito d e xalrLeiier ima cubierta, arbórea o arbustiva, continua en toda Pa zona de influen-cia del alisio; seria imperdonable prescindir de una sola gota de agua de las que proporcionan estas maravillosas condensaciones; no debe quedar, pues, ni un solo metro cuadrado de esta zona sin disponer del necesario condensador, que naturalmente les co-rresponde y le tuvieron, imponiéndonos ahora la obligación de reponerlo allí donde el hombre lo quitó o averió. 32 LUIS CEBALLOS Esta nuestra acción conservadora o reconstructora del arbo-lado en la región de las nieblas no debe limitarse estrictamente a las zonas plena y constantemente influenciadas por el alisio, sino que debe alcanzar también a todas aquellas que, sólo de un modo indirecto o en épocas determinadas se benefician de estos vientos; pues ya sabemos que hay situaciones un tanto desviadas de la exposición normal a su trayectoria, que sólo parcialmente o un poco de refilón reciben la visita de las brumas; como tam-bién conocemos las variaciones que en su espesor y nivel de si-tuación experimenta la franja de nieblas en el transcurso del año: en general, se inician las brumas entre las cotas de 600 m. y 1.000 m., variando su límite superior entre los 1.300 m, y 1.800 m. Pues bien: tanto en orientación como en altitud debemos apurar los limites de nuestra actuación para la reconstrucción y defensa de la cubierta arbórea de estas zonas, cuyo mantenimiento tiene mayor interés e importancia que el de toda la demás vegetación isleña. Seria de desear que la parte fundamental de esta operación se encaminara hacia ia restauración dei tipo naturai de selva que allí corresponde, de indudable valor y sin igual belleza; debiendo incluirse, como punto importante, en el programa de estos traba-jos el establecimiento de los parques o reservas naturales de que "hicimos referencia al ponderar la riqueza florística y reclam-ar protección para sus valiosos endemismos; restauración y salva-mento que encajan aquí de maravilla. Donde no proceda o no convenga económicamente volver a aquel tipo de vegetación, podrán emprenderse repoblaciones de ca- -r -á- -~ -- t -m~--i5" ra fina nr i~r- n,c en efpciel & ~re~i_m_jre+~iCtIe_ c, jn~!cs~ con Eucr;cS(ptus, aunque respecto al empleo de estos árboles nos-creemos en la obligación de aconsejar la' mayor pfudencia, ya que, aun siendo indudablemente muchas sus ventajas y resultando es-pecialmente indicados en determinados casos, hay que reconocer ei rutinario uso que se viene haciendo de eiios, oividando ei enor-me consumo de agua y rápido agotamiento de los suelos que efec-túan. No será, por tanto, razonable el empleo de estos árboles 40 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGETACIÓN Y FiARA FORESTAL MACARON~ICA 33 pensando en fines lucrativos inmediatos, sin recordar nuestra obli-gación de mejorar los montes y no dando importancia a la profa-nación e insulto que, con ello, inferimos al paisaje. Bastan las razones que llevamos anotadas para justificar la preferencia que en cualquier plan de actuación debe darse a las vertientes afectadas por las brumas; pues, aunque parezca para-dójico empezar a repoblar lo mejor poblado, el hecho es que tales . vertientes presentan aún grandes zonas desarboladas que, al cu-brirlas, nos remuneran con mayor esplendidez que !o harían las laderas meridionales, en muchos casos desoladas; donde, sin con-tar con la mayor dificultad que suponen los trabajos, las ventajas a obtener serían siempre mucho menores y en algunos casos de orden estético más que material. Lu. tstu! reeompo;iciSli del coiideiiüador vegeiai en esas pri-vilegiadas situaciones permitiría contar de un modo seguro con un complemento importante de las lluvias normales, representan-do un notable alivio para la situación actual de algunas de las islas, al hacer posible la intensificación o ampliación de sus re-gadios e incluso la formación de oasis, como aquellos a que alu-díamos al referirnos a las zonas bajas del mediodía canario. Aunque de menos trascendencia, no es menor la importancia de la labor a realizar en el resto del dominio forestal, donde las actuaciones, por lo que se refiere a especies y procedimentos a emplear, tendrán que estar siempre supeditadas a lo que las defi-ciencias climáticas consientan. Si en el caso anterior puede, en general, procederae de acuerdo con las normas de la selvicultura clásica europea, ahora tendremos que echar mano de nuestrw rerwsw como f~resta:es uiediiei=rAneos para iograr, con el em-pleo de una especial selvicultura, el posible rendimiento de esas tierras semi-áridas, pues en las áridas, que ya fueron aludidas, no hay selvicultura factible, al menos por ahora. Quedan en estos dominios algunos ,montes con la cubierta arborea, de pinos, brezos o fayas, en bastante buen estado, o al menos con los elementos necesarios para poder pensar en su com-pleta regeneración; en otros casos, como en la isla de Madera, 34 LUIS CEEALLOS encontramos cultivos forestales y retazos de selva, artificialmente reconstruídos, que vienen cumpliendo gran parte de la finalidad que perseguimos. Hacia todo esto ya existente deben dirigirse los primeros cuidados, pues seria contraproducente nuestro empeño por la creación de nuevos bosques si no empezáramos por defen-der y conservar los que tenemos. La ordenación de los cultivos y de los métodos de aprovecha-mientos forestales es una medida necesaria que creemos debe anteponerse a la obra de repoblación, sobre todo en lo que se re-. k r e a esos trabajos costosisimos e inciertos que han de verifi-carse en sitios donde pasan muchos meses sin que caiga una sola gota de agua. No voy a abordar aquí el tema de las especies a emplear, dea-tino cpe debe darse u. !ES repddacinnes ni metodos para realizar gstas; sólo la referencia y discusión de estos asuntcis respecto a las Canarias exigiría dar a este trabaja mucha más extensión que la debida, y en cuanto a otras islas no me considero lo suficien-temente docu~aentado para hacerlo. Me limitaré Únicamente, por-que lo creo obligado, a recomendar que en todss esas ~üesiiüiies se dedique cada vez mayor atención a los ensayos y experiencias para no influenciarnos demasiado ni dejarnos arrastrar por las rutinas que, aun estando fundamentadas, casi siempre con gran sentido práctico, en realidades de las que no se puede prescindir, cabe, no obstante, la posibilidad de encontrar fuera de ellas solu-ciones más ventajosas para determinados casos. En Canarias hemos tenido insospechados resultados con el Pinus radZcrta en . alturas de 2.000 m., sobre las Cañadas del Teide. Quizá este mismo pim, cono e! pico canaric e u.!gwms otris de lns pinos medite-rráneos, pudieran suponer en determinadas zonas de-la isla de Madera solución más aceptable que la del Pinw pinmIIm, cons-tantemente empleado. De una u otra forma, el problema forestal de estos archipié-lagos no radica en estas dificultades seivícolas y técnicas, quz creemos perfectamente superables; la verdadera enjundia de la cuestión se halla en las dificultades de orden social y económico 42 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS VEGEI'ACIÓh; Y FLORA FORESTAL MACARONÉSICA 35 que será preciso salvar para llegar a un reajuste de la produc-ción del suelo que esté garantizado por el más perfecto equilibrio entre el monte, la agricultura y la ganadcria. No se soluciona el problema planteado con la simple colocaci~n sobre el terreno de árboles y más árboles; ciertamente que debemos mantener dedi-cados al bosque todos los terrenos donde el árbol cumple el papel de protector contra la erosión, y por otra. parte todos aquellos que precisemos para satisfacer las necesidades del consumo; pero a estos resultados debemos llegar sin el menor estorbo para la obtención de los productos agrícolas y pecuarios que también son necesarios, Se impone, pues, que la selvicultura, como !a agricultura, re- a N conozcan la obligación en que se hallan de coordinar sus empeños E con !as ilecesiUaUes de !a gaiiaderia; pies, si en iieilipüs fié ésta O n - = excesivamente considerada y protegida, hasta el punto de ser la m O E principal causante de la ruina de nuestros montes, no por ello SE podemos dejar de reconocer la importancia del papel que tiene E = que cumplir en ese equilibrio económico que propugnamos. 3 La pugna y enemiga que siempre existió entre e! monte y la - - 0 ganadería no puede negarse ni disimularse; hay que aceptar el m E hecho, tratando de atenuar en lo posib!e las dificultades que su- O pone. Gran parte de la solución podría estar en el aumento de n E la producción por hectárea de los terrenos dedicados a la alimen- - a tación del ganado, y la otra parte en la, modificación y reajuste 2 n del censo ganadero, que no debe r e b ~ s a rla s cifras prudenciales 0 que resulten de un sereno examen de conjunto. de las necesida- 3 O des de la a,gricultura y de las posibilidades de alimentación, te -. iI;G1i&j -- ,=E cUefita para esto las cúncésioiies que, tanto el 5ocque como los cultivos, deben hacer en sus dominios. La ampliación del regadío permitirá no sólo un aumento en la producción de los forrajes, sino una mejora en la calidad de los mismos, que siendo apropiados para el ganado vacuno, con-sentirá la reducción del lanar y cabrio, que son los principales enemigos del bosque. Hasta tener solucionados estos asuntos, será necesario frenar todos los ímpetus que traten de acaparar las 36 LUIS CEBALLOS mejoras logradas por la restauración del bosque en beneficio de los llamados cultivos comerciales; puesto que, en buena política, más que el máximo rendimiento en metálico, debemos procurar siempre el máximo bienestar de la población. Creo haberme desviado hacia temas harto genera!es y manidos, cuya sola evocación aquí me parece de la mayor vulgaridad. No obstante, no me arrepiento de haber incurrido en esa falta, pues sé por experiencia la facilidad con que se olvidan estas cosas y se enfocan unilateralmente los problemas. ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTZCOS |
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