EL CIRCUMMEDITERRANEO Y SUS RELACIONES
CON LA AMERICA PREHISPANICA: ¿DIFUSION O
PARALELISMO ?
POR
CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
El estudio del poblamiento de la América prehispánica suele
plantearse en forma de un problema cuya resolución se formula
desde tres direcciones: i) la dei paso por el Estrecho de Eehr-ing;
2) la travesía transpacífica; y 3) la vía del Atlántico. La
influencia más universalmente aceptada, sobre todo en cuanto
al reconocimiento de la mayor masa migratoria, es la correspon-diente
al poblamiento efectuado por cazadores y recolectores atra-vesando
el Estrecho de Behring.
Aunque el reconocimiento último de la vía transpacífica está
condicionado por la verificación de la capacidad relativa de na-vegación
de los grupos del Pacífico occidental, empero, parece
aumentar el grado de aceptación de esta teoría en la medida en
que los paralelismos culturales entre América y el sureste de
Asia parecen sustentarse en la autoridad científica deQciertos
afamados etnólogos.
En cambio, el escepticismo es muy marcado cuando se trata
de admitir las teorías que señalan al Atlántico como un mar que
fuera navegacio por pueblos circummeciiterráneos, quizá porque
dichas teorías hasta hace poco tiempo no se apoyaban en in-vestigaciones
serias, y sí, en cambio, por un sinnúmero de con-jeturas
y deducciones muy frecuentes entre algunos prehistoria-dores
difusionistas.
rara nuestro propósito de evaiuar ios datos reiativos a una
)difusión ocurrida por la vía transatlántica, debe entenderse que
no tratamos de revisar ahora las teorías de Elliot-Smith, pues lo
que realmente nos interesa es abordar, desde el punto de vista
Núm 17 (1971) 151
2 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
metodológico, las posibilidades de verificación de una tesis difu-sionista
en dicho sentido. En principio, partimos del reconoci-miento
de que las tesis de Elliot-Smith son muy atractivas para
el investigador, y si bien se admite por dicho autor que la difu-sión
egipcia más notable ocurriría desde Asia, no obstante, pien-sa
que el Atlántico, por parte de fenicios y durante el transcurso
del primer milenio antes de Cristo, jugó un papel importante en
la transculturación de América.
Actualmente, puede afirmarse que parecen confirmarse más
las teorías relativas a una difusión asiático-americana, tal como
ha sido formulada por Heine-Geldern, que la postulada por
Elliot-Smith. Parece estar claro, por otra parte, que las teorías
del primero son más analíticas, o más sistemáticas, y si se quiere N a
menos conjeturales, que las del segundo. Por añadidura, es tam- E
bién cierto que ia metodoiogia dei primero es más rigurosa que O -
la del segundo: la transatlántica. -- m
O
El relativo descrédito en que pueden haber caído las teorías E
E
de Elliot-Smith puede considerarse relacionado con la manera 2
E
misma como éste las ha presentado. Sin embargo, dicho des-
-
crédito tiene que ver con ia debiiidad de ia metocioiogia, más 2
que con la teoría misma, pues el método comparado formalista
- -
0
m
a que ha recurrido no tiene los apoyos empíricos necesarios, y E
por otra parte es muy pobre su conocimiento etnográfico e hjs- O
E
tórico de las civilizaciones indígenas americanas. De hecho, los -
E datos que ofrece Elliot-Smith son más especulativos que veri- -
a
ficados. 2 -
Como resultado del escepticismo provocado por esta meto- --
dología, la migración transatlántica ha tenido pocos defensores.
O3
No obstante, en los últimos años, y particularmente entre ame-ricanistas
europeos, se están produciendo investigaciones difu-sionistas
donde a la comparación formal de los paralelismos
culturales sigue la comparación funcional de sus integraciones
relativas en el seno de las civilizaciones americanas. Es a la
luz de estas nuevas aportaciones, y del más sistemático plantea-miento
de ios probiemas, como parece cobrar una dimensión mas
lógica la conclusión que lleva a aceptar la existencia de un influjo
directo, transatlántico, entre el Circummediterráneo y algunas
regiones de la América prehispánica. Dicho influjo se plantea
152 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
considerando una base marítima de lanzamiento que sería el
Atlántico medio-occidental y las Canarias, y a partir del supuesto
de que la expansión cultural del Mediterráneo ocurriría en tiem-pos
anteriores a la era cristiana.
Estas tesis se apoyan, al comienzo, en el reconocimiento de
que existen paralelismos entre esta parte del Viejo Mundo y
entre la correspondiente, sobre todo, a las altas culturas del
Nuevo Mundo. Situados dentro de esta perspectiva, existen mu-chos
problemas sin resolver, pero cabe señalar que los paralelis-mos
culturales a que se refieren los partidarios de la difusión
transatlántica se ocupan de formas cuya comparación ha llevado
a confrontar tanto una convergencia como un grado relativo de
integración funcional de los paralelos. En realidad, al establecer
los caracteres culturales de las formas comparadas se acentúa
la idea de una comunicación, más o menos esporádica o regular,
entre ambas orillas continentales por el Atlántico. Esta sería
una comunicación, asimismo, tan vieja o más que la del Pacífico,
o por lo menos tanto como puede haberlo permitido la capaci-dad
de travesía marítima que se haya desarrollado entre los
pueblos de la cuenca del Mediterráneo. Eso pudo haber ocurrido
a partir del invento de la embarcación a vela, hecho arqueológi-camente
conocido en el Mediterráneo entre los años 6000 al 3000
antes de Cristo l.
La idea del poblamiento americano desde el Mediterráneo y,
por ende, desde el Atlántico, es muy antigua, y de ella nos hablan
varios autores clásicos -griegos y romanos- y árabes, y desde
luego los cronistas españoles del siglo XVI, asociados con el estu-dio
de los orígenes americanos, han hecho frecuentes alusiones
al problema, en algunos casos refrendando la teoría atlántica.
Sin tomar en cuenta a la totalidad de los cronistas e histo-riadores
de Indias de la época a que hicimos mención, pero con-c
i r l ~ r a n r l ne ! h~ rhn LA--L-- r--l -~- CI I p r e e ~ q a ~ i&p r Prnb!emU, p d e -
mos admitir que el debate relativo a la cuestión del poblamiento
americano desde el Circummediterráneo, no es de ahora. La di-
1 Cfr Childe, 1954, 131.
4 CLAUDlO ESTEVA FABREGA1
ferencia consiste en que mientras ahora se progresa hacia una
verificación empírica, antes todo se reducía a noticias de difícil,
si no imposible, comprobación, a intuiciones inteligentes del pro-blema.
Pero antes de abordar la cuestión de estas relaciones
culturales entre el Circummediterráneo y América, desde el punto
de vista del americanismo contemporáneo, podemos tomar como
ejemplo de cómo se planteaba el problema por los cronistas de
Indias, lo que nos dicen Acosta y Las Casas.
Acosta reconoce * como bien fundadas las formulaciones re-lativas
a la presencia en América de culturas avanzadas del Viejo
Mundo, tesis que atribuye inicialmente a ciertos apóstoles, entre
otros San Gerónimo y San Clemente. Añade a estas afirmaciones
las noticias dadas por autores de la antiguedad acerca de naves
cartaginesas que llegaron a tierras que se identifican como ame-
-: ----- 11 A-- -1 XT na---A- --- 1-- ---- :,.-a,.- -&lL-*:---
1.lCallits, I I C V ~ U ~aSi luucvu ~viuiluup ul la> ~ u l l i ~ i i ~a~cisa iirr~a3
y que, al volver a Cartago, tuvieron prohibido voIver allí por
temor a que, con las migraciones consiguientes a la atracción
migratoria que podría ejercer América, se despoblara la propia
Cartago.
Esta navegación estaban en capacidad de consumaria ias gen-tes
del Mediterráneo oriental atendiendo sólo a un pilotaje que
se guiaba por la posición de las estrellas, y por el conocimiento
de las direcciones de los vientos. Incluso, señala Acosta 3, que
ya las Sagradas Escrituras indican la travesía de una flota de
Salomón, a cargo de marinos de Tiro y Sidón, cuyo viaje duró
tres años, y el cual consistió en navegar por el Atlántico hasta
alcanzar lo que, probablemente, serían tierras americanas. Aun-que
Acosta duda de que haya podido hacerse una travesía de este
tipo, arguyendo la falta de brújula, no obstante, admite que los
fenicios eran gentes expertas en saberse guiar por ias estreiias
y los vientos, y hasta cierto punto eran capaces de orientarse
por el tino, y en ese caso por las mismas corrientes y por los
pájaros que llevaban consigo y cuya función era la de indicar la
dirección de la tierra. Dice asimismo Acosta4, que los antiguos
2 Acosta, 1962, 36 y sigs
3 Ibíd, 47.
4 Zbíd, 48.
164 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
E Z CIRCUMMEDITERRÁNEO Y LA AMERICA PREHISPANICA 5
navegantes mediterráneos, a falta de brújula se sentaban en la
proa, y desde ahí observaban las diferencias de forma y color
de la mar. Acosta apoya su convencimiento de que América pudo
ser antes descubierta por gentes del mundo atlanto-mediterráneo
en el hecho de que un marino de su época alcanzara América
después de haber perdido el rumbo con motivo de un temporal.
En este sentido, atribuye Acosta la mayor parte de los descubri-mientos
geográficos antiguos al azar, más que a la planificación.
En noticias de Aristóteles, Las Casas 5, refiere a la misma con-vicción
de un descubrimiento temprano de lo que parece haber
sido el mar de los Sargazos por gentes mediterráneas, y recoge
asimismo las versiones que daban los indios de Cuba respecto
a que antes de los españoles habían arribado a dicha isla hom-bres
de caracteres semejantes a los de éstos. Para refrendar esta
noticia indígena, Las Casas hace referencia a ias condiciones
atlánticas cuyos vientos y corrientes llevan fácilmente, o en poco
tiempo, al continente americano 6. Así, Las Casas concluye7 que
es verosímil todo cuanto se dice acerca de que América haya sido
conocida, y, por tanto, poblada y culturalmente influida, por
gentes que partieron, mucho antes que ios españoles de ios si-glos
xv y XVI, desde algún punto del Mediterráneo o del Atlán-tico.
Esa sería la opinión, en líneas generales, de quienes, cronis-tas
de acontecimientos americanos, recogían noticias y versio-nes
acerca de poblarnientos anteriores a los hispánicos.
Si bien el problema no quedó totalmente abandonado por los
investigadores, es cierto, sin embargo, que el interés por conti-iluar
esta clase de pesquisas ~ e r d i óp arte de su auge; e incluso
se produjo una corriente de abandono del problema. El debate
ha podido renovarse gracias a la acumulación de paralelismos
culturales y a su significación arqueológica; por una parte, en
términos cronológicos y a su distribución continua, y por otra,
en términos de difusión.
5 Las Casas, 1965, 1, 57
6 Ibíd., 71
7 Ibíd, 89-90.
6 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT.
En principio, y arqueológicamente considerada la cuestión,
la mayor parte de los investigadores tienden a centrar la proble-mática
del difusionismo en la discusión del cómo y el cuándo pu-dieron
entrar en América aquellos rasgos culturales que, históri-camente,
se consideran originados en la región mediterránea.
Para algunos arqueólogos, en especial por parte de los partida-rios
del autoctonismo integral de las civilizaciones americanas,
el problema que imponen a los difusionistas es resolver cómo y
cuándo existieron condiciones suficientes para que se produjera
el contacto. En tales términos, para los autoctonistas no se trata
de saber hasta qué punto son formalmente similares uno o varios
rasgos culurales americanos, en su contraste con los mediterrá-neos:
se trata, más bien, de saber si pudo o no haber condicio- a N
nes para que se produjera el contacto, y hasta qué punto, en el E
momento de existir taies condiciones, ias cuituras americanas ya :o
habrían producido su propio despegue y desarrollos urbanos,
--
Oo>
esto es, las formas que otros arqueólogos consideran como debi- E
E
das a una difusión. 2
E
Los paralelismos culturales se discuten, pues, desde diferen-
-
tes plataformas, especuiativas o empíricas, segun ios casos, por 2
parte de los diversos autores que se ocupan de esta clase de es-
- -
0
m
tudios, pero dos son las metodologías relevantes: 1) la que pos- E
tula el difusionismo del elemento, considerando la semejanza for- o
mal del mismo en ambos mundos, y 2) la que señala una semejan- -
E za formal, pero un origen y desarrollo independientes. -
a
El primer criterio es defendido, generalmente, por difusionis- 2
d -
tas para los cuales es suficiente la existencia del paralelismo, -
en unos casos, o el desarrollo de principios lógicos basados en O3
la teoría de una distribución continua de elementos culturales,
a partir de su ocurrencia en un punto cronoiógicamente ei más
antiguo, hasta alcanzar otro donde la distribución refiere a fe-chas
más modernas y, asimismo, a una área postulada como re-gión
de lanzamiento hacia América.
E1 segundo criterio es, metodológicamente, más exigente, pues
reclama una demostración basada en ias funciones reiativas de
10s elementos culturales, por una parte, y recurre por otra a los
, principios teóricos del paralelismo, según los cuales la mente
humana, por tener una conformación psíquica filogenéticamente
156 A N U A R I O DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
universal, puede llegar a las mismas conclusiones culturales cuan-do
se dan condiciones de proceso semejantes. Para dichos auto-res,
el desarrollo de paralelismos entre América y el Viejo Mundo
no es demostración suficiente de difusión, ya que el único princi-pio
válido que reconocen es el de la integración de los paralelis-mos
en formas de proceso y de función idénticas. Con esta posi-ción
se aumenta la dificultad de probar la difusión, porque ade-más
se exigen otras pruebas a los difusionistas, como son la
equivalencia de cronologías sucesivas arrancando, en ese caso,
de la región circummediterránea, y la verificación específica de
la navegación que hiciera posible situar en América las formas
mediterráneas.
Puesto así el problema, consideraremos las dos tesis princi-pales:
la relativa a las pruebas de esta difusión manifestada en
forma de paraieiismos, y la relativa a las pruebas de un desarro-llo
americano independiente, con formas semejantes y sin difu-sión,
o por lo menos sin comprobación empírica de dicha difu-sión.
En primer lugar, podemos considerar la que tiende a refor-zar
las pruebas de una difusión por el Atlántzco acudiendo al
análisis de los paralelzsmos culturales. Disponemos para eiio dei
concurso de varios autores interesados en la solución del pro-blema.
El punto de partida de las tesis que aluden al poblamiento
americano desde el Circummediterráneo, consiste en tomar como
tierra de lanzamiento a las Canarias, y las fechas en que eso
pudo ocurrir, las del momento en que la cultura egipcia estuvo
en condiciones de propagarse hacia el resto del mundo. Eso pudo
ocurrir hacia el año 4.0G0 antes de Cristo, y aún, si tenemos en
cuenta las consideraciones de Childe acerca de las embarcacio-nes
de vela, incluso antes. En todo caso, sólo una cultura capaz
de navegar grandes distancias podía salvar el obstáculo atlánti-
.co, lo cual significa que dicha navegación parece haber tenido
esa capacidad más después que con anterioridad al año 4.000
antes de Cristo.
Lo cierto es que si se acepta que las pirámides del Sureste
.de Asia son una difusión desde Egipto, y si la forma de las ame-
8 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
ricanas, sobre todo las del área maya, se asemejan más a las
asiáticas que a las egipcias, entonces ésta seria una difusión
indirecta, y por lo mismo no podía haberse producido por el
Atlántico. Si se dice *, por otra parte, que las pirámides egipcias
fueron llevadas a América hacia el año VI de nuestra era, a tra-vés
de Java y Cambodgia, entonces el problema consiste en que
la cronología sería demasiado avanzada y, por añadidura, Amé-rica
ya habría desarrollado por sí misma los principios de la
pirámide cuando se produjera la difusión desde el Viejo Mundo 9.
Esta difusión, en cualquier caso, concierne a varios elementos
culturales, de los que la pirámide resulta ser el más espectacular.
Sin embargo, una breve mención de paralelismos puede dar-nos
una idea de la magnitud del problema a dilucidar. Dicha N a
magnitud interesa no sólo por el gran número de paralelismos E
que aparecen, mas también alude a la importancia relativa de sus O - relaciones culturales internas, o sea consideradas en términos -
m
O
de las civilizaciones de origen y de las americanas. Pero, asimis- E
E
2 mo, es igualmente cierto que la comparación atañe tanto a proble- E
mas de taxonomía, como a problemas de interpretación interna
-
de cada elemento. No se trata, por lo tanto, de meras semejan- >
-
zas. Se trata también de ver cómo estas semejanzas aluden a una -
0
m
E respuesta única en origen -cultura inventora- y a una integra-ción
pluriadaptativa en sus diversos destinos históricos, esto es, O
E
en las diversas sociedades que recibieron dichas formas por di- -
E fusión transatlántica. -
a
Estos son problemas importantes. Cada rasgo cultural por 2-
separado carece de verificación adecuada cuando se procura in- -
tegrarlo dentro de la estructura cultural específica americana. O3
Sólo disponemos del paralelismo formal, y aunque éste es un
punto de partida necesario, sin embargo, no parece suficiente a
la luz de las actuales exigencias metodológicas, por una parte, y
de la teoría culturalista y etnológica, por otra. Veamos, no obs-tante,
cuáles son los paralelos y cómo se presenta la discusión
entre difusionistas y autoctonistas en términos del mundo medi-terráneo.
8 Cfr. Lowie, 1946, 199.
Véanse cronologías arqueológicas mesoamericanas, en Alcina, 1965,
158 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
PARALELISMO CIRCUMMLEDITERRANEO-AMERICA
TLi
Y> Origen prcibable Zona americana
iUr Rasgo cultural de paralelismo Autor
L o paralelo más anttguo
Ritos de iniciación
Sociedades secretas ...
Momificacdn . .. .
Pirámide . ...
Animismo egipcio con amuletos
Canales de :irrigación .. ..
Circuncisión . .. ..
Mitos del diluvio ...
Peregrinacicin de los muertos en el
más allá. . .. ... .
Covada . ...
Tatuaje . . ... . . .
Culto fál1co . ... .
Perforación del lóbulo auricular . .
Deformación craneana . , . . . . .
Cultos solares . ... ....... , . .
Dibujos cruciformes . . . . . .
Svástica .. . . . .
Región del Nilo.
Región del Nillo.
Región del Nilio.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nillo.
Región del Nilo.
Región del Ni!Lo.
Región del Nilo.
Región del NiLo.
Varios lugares.
Varios lugares.
Andina.
Varios lugares.
Varios lugares
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares
Varios lugares.
Varios lugares
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
10 Al rleferirnos al autor mencionarnos solo la ob~ra o artículo del que hemos obtenido la información
Eso significa que dicho autor no es necesariamente un. difusionista. Por añadidura, algunos de los elementos
culturales paralelos también son conocidos en Asia Oriental. Sin embargo, como nuestro trabajo se ocupa
P l cni sólo de relaciones transatlánticas, no hemos creído necesario extendernos a otras áreas geográficas ea w
CL m
O
Rasgo cultural
Libaciones y quema de perfumes con
el cadávler . . .
Rociado de la cabeza del cadáver con
agua .. .
Máscaras . . . . ..
Bustos y retratos-mascarillas funera-rios
.
Esculturas zoomórficas .
Avenidas con esculturas . ..
Megalitos ..
Trompeta marina o strombus
Bumerang
Faldas de colores ,
Serpiente emplumada . .
Sacerdote vestido con la piel de la
víctima ..
Año solar de 360 + 5 días
Pórticos de entrada . .. . ..
Animismo con amuletos . .
Adorno con perlas en templos y es-tatuas
. .
Concha cypraea . .
Collares dle adorno .. . .
CI
O Orrgen probable Zona americana o parale20 más anttguo Autor
p-de
pavaleltsmo
Región del Nilo
Región del Nilo
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del hlilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del hlilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo y Cir.
cummeditei:ráneo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares
Mesoaméi-ica y otras.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Andina.
Varios lugares.
Mesoamérica, Antillas.
Norteamérica.
Norteamérica.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Elliot-Smith.
Jackson ll.
Jackson.
Jackson.
Jackson.
11 Según Inbelloni, 1956, 272.
- 3 Ortgen probable Zona americana i h.
Rasgo cultural Autor
U o paralelo m& antiguo de paralelismo
Y> 2 Industria de la púrpura . ... ...
L Co-enterramiento de parientes en la
muerte de un jefe
Arcos saledizos en forma de trébol
Edificios techados dentro del templo.
Formas en cruz ... ...
Columnas decoradas ... . .
Arquitectura con bases atlantoides . . .
Arquitectura con entradas en forma
de bocas ... ...
Patios o (atrios . . ... .
Represent,ación del águila ... . .
Halcón . ... ...
Lechuza
Bóveda pi-e-maya . . . .
Universo horizontal y vertical .
Asa-estribo en vasijas .. .. .
Pintaderas o sellos de marcar ...
Vasija co:n mango y vertedero .
Figuritas femeninas perniabiertas . . .
Vaso trípiode ... ..
Escultura!: con rasgos negroides . . . w
awa
Circummediterráneo.
Región del Nilo.
Europa clásica.
Europa clásica.
Europa clásica.
Europa clásica.
Europa clásica.
Europa clásica.
Europa clásica.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Nilo.
Región del Phlo.
Región del Nilo.
Circummediterráneo.
Africa Occidental.
Región del Nilo.
Oriente Medio.
Europa.
Africa.
Varios lugares.
Andina y Norteamérica.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Varios lugares.
Antillas, Norte de Sud-américa.
Mesaamérica.
Mesoamérica.
Varios lugares.
Varios lugares y Meso-américa.
Golfo de México.
N.E. de Norteamérica
Jackson
Dittmer.
Kubler.
Kubler.
Kubler.
Kubler.
Kubler.
Kubler.
Kubler.
Chatelain.
Chatelain.
Chatelain.
Chatelain.
Chatelain.
Alcina
E Alcina (1958). a
Alcina (1958-a). n
Alcina (1962). n
Alcina (1953). 3
O
Alcina (1955). Cw.
Rasgo cultural
Leyenda de Quetzalcóatl . . . .
Lagenarza . . . . . .
Boleadora .. ...
Honda . .....
Taburetes . . . . . . . . . . . .
Urnas funerarias . . . . . . . . . . . .
Collares de cuentas en barro cocido .
Espadas de madera con incrustaciones
cortantes
Lenguaje silbado . . . . . . . . .
Petroglifos . . . . .
Palo cavador . . . .
Sífilis ....... . . . .
Algodón . . . .
Rames . . . .
Phaseolus vulgarzs (judía)
Banana
Matrimonio entre hermanos
Vírgenes recluidas, dedicadas al culto
religioso . . . . . . . . .
Sistema de propiedad . . .
Trepanación . .
Juegos de tirq . . . . ,.. , , . . . ,
Orzgen probable
o paralelo más antiguo
Zona americana
de paralelismo Autor
Circummedit~erráneo
Africa.
Africa, Canaiiias.
Africa, Canairias.
Africa.
Africa.
Circummediterráneo.
Canarias.
Canarias, Africa.
Noráfrica.
Canarias.
Circummediterráneo.
N. E. de Africa, S. de
Arabia
Africa, Canarias.
Circummediterráneo.
Africa.
Región del Nilo.
Canarias.
Canarias.
Canarias.
Región del Nilo,
Mesoamérica.
Varios lugares.
Sudamérica.
Sudamérica.
Antillas, Mesoamérica,
Sudamérica.
Antillas, Mesoamérica,
Sudamérica.
Sudamérica
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Varios lugares.
Andina.
Andina.
Andina
Andina.
Yítrios lugares.
Alcina (1955).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Alcina (1969).
Kelley,
$
k
Ra!sgo cultural
V
-- -
Ortgen probable
-o paralelo más antiguo
'iO;
2 Batata . . . . . . . . . . . , .
L Cocodrilo terrestre divinizado . .
Lanzadardos . . .
Hachas planas de empotrar
Metalurgia . . . .
Trenzado en líneas paralelas .
Figuritas con caras negroides y cau-casoides
.. . . . .
Semántica y imorfologías linguisticas.
Constructores de montículos
Pinturas rupe.<; t res ...
Figuritas romanas . .,
Maíz . . . . ... . .
.Adivinación por examen de entrañas
animales ... .
Sacrificio de animales domésticos y
de ciertos colores
Oráculos en santuarios . .
Movimientos astrales asociados con
divinidades . . .
Combinaciones de animales míticos
Serpientes de dos cabezas, una en ca-da
extremo . . ..
* Gobernantes !:on honores divinos . ,
AiErica.
R'egión del Nilo,.
Región del Nilo.,
Mesopotamia.
Rlegión del Nilo.
Circummediterrámeo.
Circummediterráineo
Africa.
Riegión del Nilo,,
Circummediterráneo.
Europa Occidental.
Circummediterrámeo.
AiFrica.
Circummediterráineo.
Circummediterráineo.
Circummediterrámeo
Circummediterráineo.
Circummegiiterr<rqgo.
--
Zona americana
de paralelzsmo Autor
Varios lugares.
Mesoamérica.
Varios lugares.
Mesoamérica, Andina.
Mesoamérica, Andina.
Mesoamérica.
Mesoamérica.
Andina.
S.E. de Norteamérica
Varios lugares.
Golfo de México.
Varios lugares.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina
Andina.
Aridisa,
Kelley.
Kelley.
Kelley.
Ibarra.
Ibarra.
Caso.
Wuthenau.
Desseffy.
Mertz.
Pericot.
Pericot.
Carter.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Powe.
Rasgo cultural Orzgen probable
o paralelo más antiguo
Zona americana de paralelismo Autor
Enanos jorobados en las cortes seño-riales
, ...
Litera con asiento para transportar
nobles . . . ..
Eunucos para vigilar mujeres
Disciplina militar
Escudos con dibujos pintados para
identificación de guerreros . ..
Tiendas de tela para campamentos mi-litares
. ,.. . . . .
Cubilete
Juegos de mesa . . . . . . .
Látigo de azotar
Tablero de calcular, de guuarros
Medidas y pesos estandarizados
Ollas con agujeros, colgadas de vigas.
Palanca para contrapeso . ..,
Plomada en construcciones
Botes de carrizos, unidos en fajos
Puentes de botes
Sandalias d.e cuero o de cuerdas tor-cidas
. .
Espejos de bronce, circulares, con
mango . . . . . . . . . . . .
Pinzas de caobre y plata . ...
Limas o raspadores de metal . ..
Circummediterráneo.
Circurnmediterráneo.
Circummediterráneo.
Circummediterráneo.
Circummediterráneo.
Circummedite~ráneo.
Circummediterráneo.
Circummedite~ráneo.
Circummediterráneo.
Circummedi terráneo.
Circummediterráneo.
Circummedi terráneo.
Circummediterráneo.
Circurnmediterráneo.
Circummeditsrráneo.
Circummedite~~áneo.
Circummediterráneo.
CircummediterrAneo.
Circummedite~~áneo.
Andina
Andina
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
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Andina.
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Andina.
Rowe.
Rowe.
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Rowe
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
:i
S Rasgo cultural
-L,b
w Enterramientos con acompañamiento.
L2:. Cuerpos de los nobles muertos envuel-tos
en tiras de tela
Tambor cillindrico con dos cabezas,
de piel
Trompeta con campana en la boca
Casa rectangular, de adobe, con base
de piedra y techo de paja, 2 ó 4
vertientes
Casa 'de adobe, con techo en forma de
colmena y algo saledizo
Grapas de :metal para sujetar los blo-ques
de ]piedra cortada
Mamposteria con piedras pulidas
Adobes de .molde rectangular
Cama individual de palos, de madera.
Túnel de irrigación, subterráneo
Sistema de sifón para subir aguas
Telar vertical . . ..
Dibujos inc:isos con detalles anatómi-cos
en cerámica y en vestido
Animales domésticos para transporte
y para lana . .
Ordenes relligiosas femeninas, conven-tuales
.. .. .
rl Medición rectangular de las unidades
% terrestres ... . . . . . . ,..
Orlgen probable
o paralelo más antiguo
Zona americana Autor de paralelzsmo
Circummediterráneo.
Circummediterráneo.
Circummediteirráneo.
Circummediterráneo.
Circummediterráneo.
Circummediterráneo.
Circummediterráneo
Circummedi terráneo
Circumrnediterráneo.
Circummedite~ráneo.
Circurnmediterráneo.
Circurnmediterráneo.
Circummediterráneo
Circurnmediterráneo.
Roma
Roma.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina
Andina.
Andina
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina
Andina
Andina.
Andina
Andina,
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
-
Rasgo cuítural Origen probable
o paralelo más antiguo
Zona amerzcana
de paralelzsmo Autor
Censos de población para el pago de
impuestos . ... .
Unidades militares formadas por múl-tiplos
de 10 individuos .
Excrementos de animales domésticos
para fertilizantes agrícolas . . ..
Prensa-molde para producciones in-dustriales
de vasos ... . .
Patos y roedores como animales ali-menticios
...
Protuberan~cias decorativas en los
grandes f:dificios . ...
Tela enrollada, rectangular, por deba-jo
de la espalda, ceñida con faja,
para mqjeres . . . ... . ... . ..
Entasis o ligero combamiento de las
paredes . . . .
Construcciones con inscripciones his-tóricas
. .. ... .
Palo cavador, en forma de horquilla,
hecho de una rama
Hachas en forma de T, de piedra y de
metal . ...
Telar horizontal, estacado en el suelo
Hoz para cosechar grano
Numerales de la cuenta decimal
Roma.
Roma.
Roma.
Roma.
Europa.
Grecia
Grecia.
Grecia.
Grecia.
Región del N:ilo.
Región del Nilo.
Región del Ndo.
Circummeditarráneo
Región del Nilo.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Andina.
Varios lugares.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Rowe.
Ibarra.
Los defensores del difusionismo transatlántico basan sus pun-
&os de vista en el reconocimiento de que cada uno de los elemen-tos
culturales que se proclaman como paralelismos, constituyen
formas que, en América, han tenido funciones similares a las
que efectuaban en el Viejo Mundo, de donde se originaron. Para
reforzar el supuesto de la difusión, se comparan leyendas, ten-dencias
artísticas y formas lingiiísticas, tanto como formas ma-teriales,
y se parte de que las culturas recolectoras-cazadoras
.americanas deben su paso a la civilización al influjo directo
.ejercido por poblaciones migratorias culturales más avanzadas
procedentes del Viejo Mundo.
Entre otras leyendas que se aportan para refrendar el princi-pio
de esta difusión, es importante la de Quetzalcóatl p3, especial-mente
en lo que tiene de reconocimiento de que se trata de un
hombre de raza blanca, y por lo mismo de una prueba histórica
prehispánica que alude a la presencia en América, desde antiguo,
$de una población caucasoide y de una cultura mediterránea. Por
añadidura, se recogen l4 como ciertas las noticias que nos llegan,
en formas de leyendas relativas a los viajes de gentes antiguas,
narrados por Homero, que atravesaron el Atlántico y que llega-ron
a la misma América. Para ello, Mertz '' señala que, por lo
menos, hacia el año 2000 antes de Cristo los fenicios ya conocían
ciencias exactas suficientes y tenían conocimientos astronómi-cos
y meteorológicos que les permitían llegar hasta el nuevo con-tinente.
Por lo mismo, además, se postulan parecidos ideológi-cos
16, así como estructuras sociales semejantes entre ambos
mundos, y Kelley l7 registra juegos y tipos de lanzadardos que
considera como ejemplos probables de difusión.
Lo mismo que se postula para ciertos rasgos, se reconoce tam-loién
para ciertas manifestaciones religiosas, como cuando Cha-telain
l8 dice que podemos advertir influencias egipcias en la mi-
12 Cfr. Dittmer, 1960, 211.
13 Cfr. Alcina, 1955, 880
1.4 Cfr. Meriz, i96ó. iii.
' 5 Zbídem.
'6 Cfr. Desseffy, 1966.
17 Kelley, 1964, 17.
18 Chatelain, 1958, 81.
18 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
tología indígena, como serían la representación de clanes y tri-bus
en símbolos de animales, tales el águila, el halcón y la Jechu-za.
Dicho autor considera como un culto a Isis y a Osiris las
representaciones solares mitificadas, e igualmente sería una in-fluencia
egipcia la concepción horizontal-vertical que tenían del
mundo los antiguos mexicanos. Este último rasgo es interpretado
por Chatelain como una evolución del mito de Osiris.
Los ejemplos mencionados tratan de seguir una línea lógica
de comparaciones. Para ello se parte del principio de que las so-ciedades
de recolectores y cazadores americanas no pudieron re-sistir
la entrada de unas cuantas naves representativas de cultu-ras,
en ese caso, megalíticas y más poderosas que las nativas y
qUe, por siprioridad de armamento, p~?lieToíi impoiierse c iiis-talarse
fácilmente en el Nuevo Mundo 19. Así, pudieron desarro-llar
culturas más avanzadas que las existentes en aquel momento
dentro de América.
Heyerdahl M, uno de los difusionistas más populares, al refe-rirse
a Merrill, a su vez, y por el contrario, uno de los autocto-nistas
más acérrimos, dice que éste admite la probabilidad de
que alguna vez hayan podido alcanzarse las costas orientales
americanas por naves africanas, representativas de una cultura
agrícola y de civilizaciones avanzadas. Sobre este particular de
la ruta atlántica, Heyerdahl 21 señala que ésta es más alargada
que otras, pero ofrece, en cambio, condiciones de travesía más
favorables en términos de clima, corrientes y vientos. Una de
estas corrientes lleva justamente desde la costa NW. africana a
las Canarias, y de ahí hasta el golfo de México y las Indias Occi-dentales.
Otra de estas corrientes tiene su origen en Madagascar
y Sudáfrica, y lleva también a las costas brasileñas. La ruta co-lombina
pudo haber sido.bisada antes por otras embarcaciones,
y con éstas pudieron llegar por lo menos un gran número de
=!zntcs, y desde Iiiegn ntris e!ement~s c'i!t~?m!es. De este mede,
existieron dos rutas fáciles de navegar en el pasado, como serían
l9 Cfr. Ditmmer, zbíd., 230.
20 Heyerdahl, 1964, 134.
Zbíd., 139.
168 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
la que saliera de Madagascar y la de Noráfrica, con escala en las
Canarias.
Pericot U acepta la idea de Menghin relativa a que las pintu-ras
patagónicas representarían el último paso de un largo viaje
que lleva desde Europa hasta América la cultura del Viejo Mun-do.
Sobre este particular del contacto, PericotZ observa que éste
debió efectuarse de un modo más bien fortuito, aunque advierte
sobre el hecho de que la navegación circummediterránea tenía
capacidad suficiente para realizar la travesía atlántica en las
épocas fenicia y griega. En este sentido, señala también la exis-tencia
de fuentes árabes posteriores que registran la salida hacia
el Oeste de grupos de embarcaciones que nunca regresaron.
Abundando en esta lógica, la idea de navegaciones fortuitas
resulta confirmada por los datos modernos, pues se tienen ya
noticias de viajes, ejecutados desde Canarias, y, varias veces,
por individuos tripulantes de embarcaciones poco fuertes, pero
favorecidas por las corrientes, que les llevaban al Caribe, o a las
costas orientales de América. Aparte de las mencionadas navega-ciones.
existen las dadas por el Padre Gumilla, en 1741, y otras
posteriores contadas por los mismos canarios, que consideran
como relativamente fácil este viaje, incluso en embarcaciones
de poco tonelaje y desprovistas de seguridades para navegar por
alta mar. Basta, dicen, con que sean favorables los vientos y que
la mar esté suficientemente calma, para que pueda alcanzarse
América.
En el caso de los sellos o pintaderas, AlcinaZ4,c onsidera que
llegaron al área mesoamericana desde el Mediterráneo, y a par-tir
de un punto de lanzamiento que sería el de Noráfrica, en fe-chas
que estima alrededor de la primera mitad del primer mile-nio
antes de Cristo. Admite Alcina que ésta puede haber sido una
difusión fortuita, y que debido a la escasa cantidad de gentes que
hicieron el arribo a las costas americanas, no dejaron huellas
raciales significativas. Empero, si bien una escasa población de
este tipo pudo quedar sumergida dentro del conjunto de una
22 Pericot, 1962-a, 16.
23 Ob cit
24 Alcina, 1958, 205.
Núm 17 (1971)
20 CLAUDIO ESTEVA FABREZAT
gran masa indígena, se observan" algunos rasgos negroides en
esculturas y en cerámicas de la región del golfo de México, y
somáticamente en N.E. de Norteamérica, siendo éste el caso
entre algonquinos e iroqueses. Este fenómeno ha sido también
advertido por Wuthenau 26, cuando señala la presencia de carac-terísticas
negroides y caucasoides en varias zonas de México,
como en el valle central y estados de Veracruz, Guerrero, Chia-pas
y Tamaulipas. Incluso parece cierta una influencia de estilo
greco-romano, como la representada por una cabecita encontra-da
en el valle de Toluca (México) y que ha sido fechada en 200
años antes de Cristo 27. Este hallazgo hace suponer a Alcina que
los romanos y los mediterráneos, en general, tenían capacidad
de navegación suficiente para alcanzar las costas americanas con a
sus embarcaciones. En cada caso, empero, cabe admitir que no N
E
era in&spensa'ole fuer=an roiiianaS las y-ue bicieroll O
esta travesía pues podrían ser otras mediterráneas que, a su n-- o>
vez, difundieron rasgos culturaIes adquiridos de Roma o de esta- O
E
E
ciones de tradición grecorromana. S
E
Al hacer hincapié Alcina en el rastro distribucional de las -
pmia;eras, en su cronulogia y foi '--A- L ~ I I L ULU IIIU 511 S u X S - >
pectiva identidad cultural, pone de relieve28, por una parte, la - -
0
conexión sucesiva de las mismas en una amplia área que va desde m
E
la costa occidental africana, pasa por Noráfrica y las Canarias, O
hasta llegar a la región del Caribe. El único punto en que se in- n
terrumpe esta línea continua es el mismo foso atlántico, con al- E a-gunos
vacíos intermedios que no tienen gran significación desde n l
este punto del problema. La sucesión geográfica y cronológica n
n
de las pintaderas es ascendente, y en tal caso se manifiesta desde 3
una que sería hipotéticamente originaria, y que se habría dado O
hace unos &jGG afios en la zuna circummediierránea, y hace -unos
2500 en la misma América, en las regiones insular, mesoamerica-na,
y norte de Sudamérica 2'.
Indudablemente, éste no es un argumento que se aplique a
25 l\_!cmz, 1955, 879-
26 Wuthenau, 1966, 109-110.
27 Cfr. Alcina, 1969, 16.
Ibíd., 207.
29 Zbid., 217 y 232.
170 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
un rasgo cultural aislado, pues son varios más, como hemos vis-to,
los que se presentan relacionados con una probable emigra-ción
desde el Circummediterráneo. Abundando en sus tesis, Alci-na
afirma q-u e el caso de la difusión se da también en forma de
asociaciones, como la de vasijas con mango y vertedero, donde,
por tratarse de dos rasgos funcionalmente integrados, no puede
admitirse una doble convergencia inventiva. Refuerza Alcina sus
argumentos atendiendo a la presencia de ejemplares caracterís-ticos
de mango-vertedero en el Viejo Mundo y en Canarias, lugar
éste desde donde se produciría la migración a Mesoamérica y
Centroamérica. Conforme a eso, la ruta atlántica desde Canarias
sería coherente en el sentido de que la distribución de vasijas
con mango y vertedero en América se da precisamente en aque-llas
regiones que se distinguen por ser las de acceso más lógico a
embarcaciones con capacidad de navegación granderxie~iitd: epen-diente
de las corrientes y de los vientos.
Sucedió lo mismo con el vaso trípode, el cual aparece duran-te
el Neolítico y la Edad del Bronce en el Circummediterráneo,
y se presenta en Mesoamérica31. Estos fenómenos se repiten, en
otros casos, como el de las figuras femeninas perniabiertas, para
las cuales Alcina 32 postula funciones también similares en uno
y otro continente, así como una secuencia cronológica que lleva
lógicamente desde el Irán, pasando por Canarias, hasta Am��rica.
En Canarias, lugar donde se daban los tipos más semejantes a
los americanos, estas figuritas pudieron llegar unos 1.500 años
antes de Cristo, mientras que la fecha más antigua de que se dis-pone
para América, la correspondiente a la cultura Salinar
(Perú), sería la de 400 años antes de Cristo. Aquí, de nuevo, se
representa una cronología de secuencia progresiva, y lógica, que
lo es también en el orden funcional tanto como en el formal.
Lo mismo que se dice de rasgos en particular, como los. ya
señalados, se destaca también la probabilidad de que en gran
parte de su conjunto, haya que atribuir el desarrollo de un neolí-tic0
americano a la influencia de un antecesor que cabe identifi-
3 Aicina, 1958-a, 10
31 Cfr Alcina, 1953, 84 y sigs.
3 Alcina, 1962, 127
Núm 17 (1971)
22 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
car en el Viejo Mundo 33. Por ello, Alcina es partidario de aplicar
el método comparado, con estudios intensivos, a las regiones del
Circuncaribe y Occidente del Brasil, por una parte, y a la zona
comprendida entre la región africana occidental, Azores, Cana-rias
y Cabo Verde, por otra. Según esa tesis, el Atlántico fue
atravesado, durante el segundo milenio antes de Cristo, por gen-tes
que partieron de Noráfrica y las Canarias. Estas gentes, pro-vistas
de cultura neolítica, tenían conocimientos pesqueros, y
por lo mismo no les fue difícil subsistir en el mar. Esta travesía
pudieron haberla hecho en unos seis meses, pero en todo caso
la facilitaron las corrientes 34.
La ocurrencia de hachas metálicas en América, con antece-dentes
en la antigua Mesopotamia, hace que también Ibarra35 a N postule un desarrollo de la metalurgia indígena americana por E
difusión originalmente mediterránea. Dicho autor 36 añade que
O n
los altos numerales americanos debieron ser una difusión egip- -
=m
O
cia producida desde Asia. EE
Carter" considera que las plantas que aparecen cultivadas S
E
en lugares continentales diferentes, como América y el Viejo =
Mundo, sugieren que el hombre no puede haberlas domesticado 3
dos veces, sobre todo si se tiene en cuenta que algunas de ellas - -
0m
sólo pudieron atravesar las barreras oceánicas conducidas por E
los mismos hombres. Ciertas plantas son empleadas, por ejem- O
plo, para usos medicinales en Africa y en América, y Carter de- n
duce de eso que conclusiones culturales de este tipo no suelen -E
a
darse como efectos de un paralelismo, sino más bien como resul- nl
tado de difusiones concretas. Conforme a este criterio, Carter n
0
objeta la aplicación de una tesis paralelista al surgimiento de las 3
civilizaciones indígenas americanas, aunque reconoce que la di- o
fusión tendría un carácter más extensivo que intensivo. Por aña-did.
ura, e1 contacto intercontinental pudo efectuarse ya desde
el tercer milenio antes de Cristo, si tenemos en cuenta que las
navegaciones eran normales entre los diferentes países del Me-
-- -
33 Cfr Alcina, 1955, 880.
3 Cfr. Alcina, 1969, 10 y sigs.
35 Ibarra, 1964, 30.
36 Ibarra, 1958, 291
37 Carter, 1950, 161 y sigs.
172 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
diterráneo y del Atlántico en aquellas fechas, y llegaban desde
la India hasta Arabia, de manera que, como resultado de este
hecho, Carter estima que las travesías oceánicas estaban dentro
de las posibilidades de navegación del Viejo Mundo.
Hasta aquí algunos de los paralelos de cultura indígena ame-ricana
comparados con formas equivalentes entre pueblos afri-canos
y circummediterráneos, tal como son planteados por los
difusionistas. Así vistos, apuntan a una conexión histórica entre
ambos continentes, realizada por la vía atlántica. Esta conexión
implica algo más que el desenvolvimiento de ideas y formas si-milares
de cultura. Implica más bien que las ideas que llevaron
al desarrollo de las altas culturas americanas, a partir del Neolí-tico,
no fueron originales o autóctonas, por lo menos en algunas
de sus manifestaciones formativas. Más bien representan trans-formaciones
culturales derivadas de préstamos cuyas fuentes es-pecíficas
encontramos, además de en Asia, también en Africa y
en el amplio mosaico cultural del Mediterráneo.
Sin embargo, conviene repasar las objeciones que se hacen
2 estos puntas de vista por parte de quienes propugnan la tesis
de un desarrollo independiente y que, por lo mismo, se resisten
a la idea de que haya habido algo más que poblamientos por el
estrecho de Behring.
La oposición a considerar como debidos a difusiones los pa-ralelismos
atlanto-mediterráneos, antes señalados, tiene como
postulantes a un afamado grupo de americanistas. Sus objecio-nes
son ciertamente significativas en aigunos respectos. En pri-mer
lugar, se destaca en ellos una crítica contra la tendencia
difusionista a estimar explicables los paralelos culturales en fun-ción
del préstamo, más que en función de un desarrollo conver-gente.
En rigor, esta crítica se configura en torno al principio
paralelista de que una vez dadas ciertas condiciones históricas
de base, y admitiendo el principio de la estructura unitaria de
la mente humana, América produjo respuestas culturales seme-jantes
a las que pudieron darse en el Viejo Mundo.
24 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
Por ejemplo, Imbelloni 3a considera que la práctica de la mo-mificación
en la región andina surgió de la observación de los
efectos naturales ejercidos sobre el cuerpo por la sequedad cli-mática
y de la observación de los compuestos químicos de los
suelos en su relación con los cadáveres humanos. Según eso, el
modelo de la momificación andina no se encuentra dado en la
imitación de lo que se hacía en el Viejo Mundo, sino más bien
en el desarrollo de la idea ritual que propendía a guardar ciertos
cadáveres y que, para ello, disponía de la observación de la
misma naturaleza y de sus procesos conocidos de corrupción y
conservación. De acuerdo con eso, la observación sistemática
condujo al conocimiento de que las vísceras eran lo más corrup-tible
del animal, y de ahí que éstas fueran las partes extraídas a N
para prolongar e1 estado de conservación de los cadáveres. Esta E
sería, pues, una confluencia derivada ciei proceso de observación O n
paralela de los mismos fenómenos en diferentes partes del --
Oo>
mundo. EE
Parece, por lo mismo, plausible para los autoctonistas recha- 2
E
zar la idea sistemática de una difusión desde el Viejo Mundo, -
por lo menos en io que se refiere a ias formas de aita cuitura, 2
precisamente porque para ellos este criterio difusionista tiende
- -
0
m
a exagerar la importancia de los procesos históricos de depen- E
dencia cultural 39. En torno a esa dependencia, Imbelloni señala O
que el difusionismo, al destacar la presencia de un rasgo, hace n
E olvido del complejo mismo en que dicho rasgo está integrado. -
a
O sea que, si consideramos la momificación andina como una prác- 2
n
tica funeraria tomada en préstamos del antiguo Egipto, debe n
n
también exigirse que lo sea el conjunto ceremonial visto en tér- 3
O
minos de una integración semejante. Por añadidura, también
rechaza Imbelloni la idea de que el VieJo Mundo programara
sus migraciones al continente americano, y sobre esta base un
principio del autoctonismo consistiría en exigir la demostración
de que la difusión de un rasgo se presenta bajo la forma de un
sistema total de paralelos 40.
38 Imbelloni, 1956, 282.
39 Cfr. Imbelloni, 1956, 284.
Cfr Kelley, 1964, 18.
174 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
EL CIRCUMMEDITERRÁNEOY LA AMÉRICA PREHISP~ ICA 25
Kubler41 ha insistido en una posición paralelista y contraria
a la del difusionismo, cuando dice que las formas arquitectóni-cas
paralelas que se encuentran en México y en el Circumrnedi-terráneo,
como son los saledizos en forma de trébol, los edificios
pequeños interiores o ubicados dentro de los templos, los árbo-les
en forma de cruz, las columnas decoradas, entradas en forma
de boca, casas con patio interior, no pueden considerarse como
productos de una difusión, sino más bien como un desarrollo
convergente que lleva a las mismas formas y que, no obstante,
no tiene origen en un proceso formativo semejante. Por otra
parte, la diferencia entre ambas formas o paralelos consistiría
en que una y otra parten de un proceso caracterizado por el he-cho
de que no constituyen la misma unidad orgánica que la co-nocida
en la región del Circummediterráneo.
Al respecto, añade Kubier que si bien ambas formas son
parecidas, sin embargo, no lo son sus tradiciones, de lo cual re-sulta
que muchas tesis difusionistas en este sentido deben inter-pretarse
en términos de la misma conclusión que podría darse
si, por ejemplo, al percibir como muy parecidas a dos personas
diferentes, no advirtiéramos que cada una de eiias nacieron en
lugares distintos y poseen, asimismo, una diferente fórmula ge-nética.
Los argumentos demostrativos de un autoctonismo cultural
por parte de las civilizaciones americanas, son defendidos por
Caso 43, indicando éste que, hasta ahora, las pruebas de la difu-sión
desde el Viejo Mundo son insuficientes si tenemos en cuen-ta
que no se ha resuelto el problema de la prioridad cronológica
específica de muchos rasgos culturales. Por añadidura, aunque
Caso no discute la existencia de paralelismos, sí pone en cuestión
la idea de que puedan tener la misma significación funcional en
cada caso. Para ello acude a la comparación de rasgos que se dan
paralelamente en el valle de México y en Monte Albán (Oaxaca,
México), y en vanas partes del Viejo Mundo (Grecia, Roma, Nue-va
Guinea y Africa), como son los trenzados en líneas paralelas.
41 Kubler, 1964, 345.
42 Ibíd., 357.
43 Caso, 1964, 55.
26 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
Según Caso, dichos parecidos no pueden interpretarse como
evidencias de difusión o de un origen común, pues lo importan-te
es que, por ejemplo, en Monte Albán se usaba para servir de
brazalete, en Micenas como anillos, y en Roma en los mosaicos.
En cambio, señala Caso que hay ejemplos de paralelos en for-ma
y función, como son hachas y vasos peruanos, mexicanos y
palestinos 44, sin embargo de lo cual éste y otros paralelismos,
digamos, la representación de figuras humanas en la escultura,
el calendario, la pirámide, etc., deben explicarse más en función
del desenvolvimiento de ideas semejantes, bajo condiciones de
desarrollo cultural también similares, que en función de un tras-vase
de formas y de sistemas culturales del Viejo Mundo. Para
Caso, son dos las cuestiones a resolver para poder aceptar la a N tesis difusionista que trata de explicar el surgimiento de las altas E
cuituras americanas. Una de eiias es la que se refiere a ia coheren- O
n
cia cronológica relativa de cada origen cultural, y la segunda es -
=
Oo>
la comprobación de la capacidad de navegación que pudo existir EE
en el Viejo Mundo en cuanto a tripular barcos en condiciones 2E
de atravesar, en ese caso, el Atlántico de manera intencional y =
programada en fechas que sean anteriores a la aparición de los 2
rasgos que caracterizan a las altas culturas americanas y que, - -
0m
empero, presentan paralelismos con los del Viejo Mundo, como E
son, sobre todo, la escritura, el calendario, y la pirámide, amén O
de los demás señalados. El obstáculo principal que pone Caso n
E para aceptar la tesis del poblamiento atlántico, es la de que an- -
a
tes del siglo xv no existían naves capaces de hacer con éxito esta 2
n
travesía en mar abierto. En realidad, estima Caso, dichas dificul- n
0
tades serían insuperables por la imposibilidad de coordinar un 3
curso seguro que llevara a las naves hasta América. O
Esas objeciones aluden, por lo tanto, a que no habiendo exis-tido
esta capacidad para navegar, las altas culturas americanas
fueron un producto del propio desarrollo de ideas y de condicio-nes
que pueden parecer semejantes, pero que no indican nece-sariamente
una difusión. Refuerza Caso su tesis antidifusionista
176 A N U A R I O DE E S T U D I O S ATLANTZCOS
EL CIRCUMMDITERRmO Y LA AMÉRICA PREHISPÁNICA 27
con la observación de que mientras los núcleos de alta civiliza-ción
en Mesoamérica y en la región andina estaban separados
por obstáculos naturales que les impedían relacionarse, sin em-bargo
de eso, ambos se parecían entre sí en su desarrollo, más
que separadamente comparadas dichas civilizaciones con las cul-turas
de cazadores y de recolectores que vivían dentro de terri-torios
conexos y con los que mantenían contactos. De este modo,
el problema de la formación de las altas culturas indígenas ame-ricanas
se representa como una verificación que tiene que darse,
de acuerdo con Caso, en el terreno de la cronología y de la na-vegación.
Las críticas al difusionismo se centran, principalmente, en
términos del problema que representa verificar varias cuestio-nes.
Además del concepto de integración cultural exigido por los
autoctonistas que obliga a considerar el funcionamiento de un
complejo, más que de un rasgo, de varios paralelos, más que de
uno sólo, la condición que añaden es la de que se den evidencias
de cronología y navegación, tanto como de distancia a. A la obje-ción
de que no ha sido hecha, hasta ahora, esta demostración,
Rowe añade que los difusionistas han limitado su problemática
al reconocimiento de paralelismos aislados, y se han evadido de
las cuestiones teóricas más importantes, como sería determinar,
por ejemplo, la distribución geográfica completa de los rasgos.
Según Rowe 47, un paralelo cultural observable en diferentes áreas
no supone necesaridad de contacto directo, ya que lo importante
es considerar la significación especifica del rasgo in situ. La ex-plicación
difusionista, afirma Rowe, tiende a inhibir la aplicación
del método comparado en ArqueoIogía, pues si toda la cultura
puede explicarse como un resultado de secuencias progresivas
de influencias, entonces sería innecesario tratar de verificar los
problemas del surgimiento de las civilizaciones, teniendo en
cuenta que las ideas importantes o nucleares de cada una de
ellas sería la consecuencia de la difusión de una anterior 48.
46 Cfr Rowe, 1966, 334
47 Ibíd, 335.
48 Cfr. Rowe, 1966, 337
25 CZAUDIO ESTEVA FABREGAT
Los supuestos de que hacen uso los difusionistas y los para-lelistas
al defender sus respectivas tesis en torno al origen histó-rico
del desarrollo de las civilizaciones americanas, son tanto
teóricos como metodológicos, y por esa razón el problema que
se nos plantea está tanto en dilucidar la cuestión de la plausibili-dad
teórica de una y otra posiciones, como en determinar los
caminos que pueden conducirnos a solventar el problema. Estos
caminos apuntan, sobre todo, a la metodología, y eso. es lo que
nos interesa destacar desde ahora.
Digamos de entrada que pueden advertirse dos posiciones cla-ras
en la defensa del difusionismo: 1) la representada por el ar-queologismo,
y 2) la representada por la investigación etnológica.
Ambas son diferentes, porque dependen de una estructura de a
datos también diferentes. Mientras el arqueólogo tiende a la N
E
comparaci"* formal, a la i@-lzol"giae, l etnó:ugci tieii& a la O
ficación funcional de dicha tipología, y, por lo mismo, sus aná- n-- o>
lisis respectivos operan, en principio, con resultados distintos. O
E
E
Empero de eso, cabe también decir que los arqueólogos se apro- S
E
ximan progresivamente a los análisis de la Etnología, en la me- -
&da en ésta les grop"rciona ni,Aiod"s i-ela$i"us a la 2
ción funcional de las formas culturales. En principio, el análisis - -
0
funcional parte de una mayor complejidad de ideas, y su teoría m
E
es mucho más exigente que la resultante de la aplicación de mé- O
todos de comparación meramente formalistas o tipológicos. n
En esa progresión hacia el empleo de métodos donde la com- E a-paración
tipológica o formal es seguida por la comparación fun- n l
cional o asociativa, se encuentran los arqueólogos del nuevo n
n
difusionismo. Las bases de este neodifuszonismo trascienden so- =
bre tres aspectos tradicionales, como son: forma, distribución y O
cronoiogía. Además de tales requerimientos, tienden a curiside-rar
otros factores, como son, integración relativa y grado de ne-cesidad
o utilidad de cada uno de los rasgos considerados. Por
añadidura, procuran resolver estas cuestiones acudiendo a prin-cipios
teóricos más complejos, y para ello recurren a los méto-dos
empleados comunmenie para el estudio de Ios procesos de
aculturación y de cambio social. Son estos últimos los que van
constituyendo el armazón de las teorías neodifusionistas. Vea-mos,
por tanto, cómo opera el neodifusionismo.
178 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
Uno de ellos, Alcina, parte del principio de que se puede
convenir en que dos pueblos diferentes lleguen a las mismas con-clusiones
-paralelismo- cuando se trata de formas culturales
aplicadas a necesidades vitales, como pueden serlo la invención
de un cuchillo, o de una punta de flecha, o de la misma rueda.
Pero, señala, dicho principio no es aplicable cuando se trata de
elementos culturales que no tienen caracteres de indispensabili-dad,
como es el caso con los recipientes en forma de asa-estribo 49..
Alcina recalca que el difusionismo debe basar sus hipótesis en
el reconocimiento de ciertos hechos: 1) que las respuestas cul-turales
refieran a fenómenos secundarios, esto es, no relaciona-dos
con necesidades vitales; 2) que la forma cultural tenga el
mismo sentido en cuanto a utilidad en las dos o más regiones
comparadas; 3) que si bien no exista continuidad geográfica en
la ocurrencia de dos o más paralelos culturales, exista la posibi-lidad,
en cambio, de una relación histórica sobre la base de que
la falta de pruebas empíricas no es criterio suficiente para re-chazar
la difusión, 4) que pueda investigarse simultáneamente
en dos direcciones: la constituida por una homogeneidad geográ-fica
continua, y la constituida por una secuencia cronológica a
partir de una región conocida como el punto más antiguo de
manifestación del rasgo cultural específico, y 5) que exista seme-janza
tanto en la forma como en la decoración del objeto: tal es
el caso de las llamadas pintaderas o sellos de marcar. De la mane-ra
como expone Alcina, puede reconocerse en estos postulados una
marcada influencia arqueologista, en el sentido de referirse a
modos de verificación que aluden a la forma y a sus detalles,
pero también a su distribución y a sus relativas estratigrafías
cronológicas.
Willeyso pone en cuestión la aplicabilidad de los principios
difusionistas en Arqueología. Acude para ello a una lógica dife-rente
a la que es tradicional en su metodología. Si los tradicio-nalistas,
por ejemplo, siempre han examinado el problema de la
difusión partiendo del concepto de relaciones históricas, un paso
más convincente debiera ser el de que cuando, además, se aplica
49 Cfr. Alcina, 1958, 205.
9 Willey, 1953, 369.
Núm 17 (1971)
30 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
un método analítico consistente en verificar esta relación desde
el punto de vista de patrón y de función. Desde un ángulo me-ramente
arqueológico -y en cierto modo los datos de que se
dispone son esencialmente arqueológicos-, el problema princi-pal
a verificar será establecer el antes, el durante, y el después 51,
ya que, de este modo, estaremos en condiciones de considerar la
especificidad relativa del contacto cultural que estamos procu-rando
determinar. Sobre tales bases, los estudios de difusión
hechos hasta ahora carecen de los requisitos de integración que
deben tener desde el punto de vista de una verdadera reconstruc-ción
cultural. Así, tanto el paralelismo, como el difusionismo,
*deben explicar en términos de patrón y de función, pues sólo así
es posible determinar la probabilidad o la misma certidumbre a N
de una y otra posición. En tal caso, el problema que se discute E
es más de síntesis cuiturai que de distribución o de cronología. O n
Llevados por este planteamiento, cabe añadir que el problema de
-- m
O
la difusión atlántica se puede considerar desde la teoría funcio- E
E
nal de los rasgos culturales. 2
E
Acordes con ello, algunos de los paralelos pueden examinarse
-
en términos de íos principios expuestos por Goidenweiser ji. Es- >
tos principios se fundan en la idea de que cada forma cultural
- -
0
m
posee unos límites específicos de actividad. Tales límites son de E
ámbito mayor o menor según la aplicabilidad o usos de la forma O
en cuestión. Asimismo, la capacidad productiva de una máquina n
E moderna de segar, por ejemplo, es diferente a la de una hoz, -
a
-pero, además, también lo es el complejo industrial a que hace 2
n
referencia, de manera que, según esta asociación funcional dife- n
renciada, también serán diferentes las asociaciones sociales y las O3
estructuras culturales en que interviene cada instrumento de se-gar
por separado en cada sociedad especifica. En tai sentido,
cuando las posibilidades intrínsecas de variación funcional de
un rasgo son muy limitadas, es muy grande la probabilidad de
que se den convergencias culturales. Pero cuando se trata de
una forma que, como en el caso de la comparación entre una hoz
y una máquina moderna de segar, refiere a compiejos tecnoiógi-
51 Cfr. Willey, zbíd, 369.
52 Goldenweiser, 1933, 45 y sigs
180 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
cos y científicos diferentes, entonces la convergencia o paralelis-mo
sería imposible, a menos que se repitiera todo el proceso,
cultural en una escala de fenómenos que incluyen tanto un pro-ceso
como una producción paralela de formas e ideas también
similares. O sea: a partir de una forma o rasgo determinados,
tendrán que darse usos, significados y funciones semejantes y,
asimismo, complejos y patrones culturales. En cada caso, la pro-gresión
hacia la complejidad cultural, a partir de un rasgo, re-quiere
para que se admita su convergencia o paralelismo en dos
o más lugares, condiciones internas semejantes que incluyen
tanto un sistema ecológico, como un sistema sociocultural igua-les,
considerados en sus puntos de partida.
La idea que subyace en una aplicación correcta del método
comparado es la de que, cuando se aplica al estudio de la difu-sión,
la semejanza entre dos formas sencillas aisladas no es ne-cesariamente
indicio de conexión entre dos sociedades. En tal
caso, según Boas 53, se encuentran, y como ejemplo entre otros
más, el fuego, el arco, el shamanismo, la creencia en un más
allá, y estructuras gramaticales.
Aplicar el método comparado a formas sencillas tiende, pues,
a resolverse considerando que su significación, en orden a pro-bar
una difusión, es irrelevante, si se tiene en cuenta el principio
paralelista de la convergencia múltiple de formas semejantes
que surgen del desarrollo de ideas «sencillas» en diversas partes
del mundo. En tal caso, estas ideas derivan de condiciones y de
necesidades paralelas. La cuestión se complica cuando acudimos
a las causas de las variaciones, pues en tal extremo serían dos 54
las condiciones que se combinan para producir una diferencia
de desarrollo- 1) el medio ambiente externo, y 2) el medio am-biente
interno. El primero refiere a la estructura de la forma
ecológica; el segundo a la estructura de la forma psicológica.
Ampliando este requerimiento, es obvio que si recurrimos al
primer factor, advertimos en seguida que son muy variados los
ambientes ecológicos, y que son también diferentes las condicio-nes
que imponen al desenvolvimiento cultural de cada grupo.
53 Boas, 1966, 271.
54 Boas, zbidem.
Núm 17 (1971)
32 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
humano. Entre otras condiciones, puede afectar al tamaño de-mográfico,
a los tipos de alimentación, a los materiales básicos,
esto es, a los recursos, al vestido, a la vivienda, etc., y a tecno-logías
específicas, así como a condicionamientos relativos a las
formas sociales y económicas y, por ende, a otras formas estruc-turales.
Si eso es así, resultarán adaptativamente distintas las
formas culturales, incluida la organización psicológica del siste-ma
de personalidad.
Este simple resultado de la forma ecológica distinta es teóri-camente
suficiente para indicar que la difusión a cualquier esca-la,
sea de unos pocos elementos, o sea de complejos integrados, o
en cambio, de formas sencillas separadas, no significa que se
produzca necesariamente el primer tipo de integración funcional
que tuviera en origen el elemento, sobre todo si la tecnología
am'oientada, es, si los recursos eii que se basa lo-cales.
En la medida en que sean locales, en esa medida va a ser
prácticamente difícil reproducir funcionalmente la misma forma
cultural de origen, de manera que, en tal caso, va a producirse
una adaptación que estaría dada en función de las posibilidades
funcionales tenga el " forma de: cultura. Sel& inge-nuo,
por ejemplo, esperar que los rasgos culturales mediterrá-neos
se mantuvieran integrados, sin reinterpretación, sin sincre-tismo,
en el seno de las civilizaciones indígenas americanas,
sobre todo si tenemos en cuenta la estructura cultural diferente
de ambas regiones en el momento de producirse el contacto. Por
añadidura, entonces, dondequiera que encontremos ecologías di-ferentes
y rasgos culturales semejantes, podemos llegar a la con-clusión
de que la causa primera de esta similaridad no es eco-lógica,
sino histórica, y por lo mismo, si existe continuidad de
disirilDUción, &frrsionisía puede
considerablemente.
Sobre este particular, cabe coincidir con StewardS5, cuando
dice no haber dudas acerca de la difusión de plantas, animales,
tecnología, estilos y patrones del Viejo Mundo. Las pruebas de
la difusión se producen, iio en el terreno de lo ~cüiiómicameiite
básico, ni de los tipos sociales, políticos y religiosos. Esto es,
55 Steward, 1958, 208
,182 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
EL CIRCUM~IEDITERRÁNEO Y LA AMÉRICA PREHISPÁNICA 33
no se dan en términos del núcleo cultural. La difusión nuclear
sólo podría darse en el caso de una migración masiva y organi-zada,
o de una conquista militar total. Incluso es aceptable, pues,
su conclusión de que entre ambos hemisferios ha habido dii-u-sión,
y así parece demostrarlo uno de sus cuadros cronológicos
vistos en términos de dataciones absolutas comparadas entre
Mesopotamia, Egipto, Perú y Mesoamérica, cuando muestra que
el llamado período formattvo de Perú y Mesoamérica se mani-fiesta
hacia el año 1000 antes de Cristo, y en el momento en que
Mesopotamia y Egipto se hallan en plena capacidad cultural de
expandirse 56.
En cierto modo, también puede afirmarse que determinadas
similaridades en diferentes partes del mundo serían ideas origi-nadas
en causas semejantes, y así las variaciones de las mismas
constituyen detalles de menor importancia ". Inclusive, podría
serlo el principio de la distribución continua impuesto por Boas
como condición para probar una conexión histórica, si no exis-tieran
bases de comparación cultural apoyadas en series de cro-nologías,
a su vez correspondidas por adaptaciones funcionales
iógicas. Pueden ser, pues, poco significativos los paraieiismos si
refieren, como ya apuntamos, a rasgos de poca o escasa comple-jidad.
Debe reconocerse también, como ha dicho Kroeber ", que el
problema consiste en determinar la relativa universalidad de
los rasgos que se consideran difundidos, pues cuanto más uni-versal
sea el rasgo, mayores serán las dificultades que encontre-mos
para establecer las pruebas históricas de sus relaciones in-terétnicas.
Asimismo, es también cierto " que cualquier desarro-llo
cultural visto en términos de civilización, difícilmente podrá
expiicarse como una totaiiciad de proceso independiente, pues
incluso cuando pueda iniciarse como una peculiaridad histórica,
sin embargo, en el curso de su proceso intervendrán factores
alógenos.
Sutmard, ibid, 109.
57 Cfr Boas, 1966, 275.
5s Ibídem.
59 Kroeber, 1945, 231
Ibid, 232 y sigs
Núm 17 (1971)
34 CLAUDIO ESTEVA FABRKAT
Por estas razones, para ser probada esta difusión desde el
Circummediterráneo, no es indispensable allegar la demostra-ción
de un curso histórico que lleva de una región a otra ciertas
formas de cultura, y ni siquiera es necesaria la confirmación de
una integración funcional bisada respecto de la original. El he-cho
de que todo proceso de aculturación sea selectivo, más par-ticularmente
cuando se refiere a la estructura de una civilización,
hace que durante su concurrencia no se repitan necesariamente
la totalidad de las combinaciones culturales posibles. Como se-ñala
Lowie ", el hecho de que los japoneses hayan adquirido
gran parte de la ciencia occidental, no significa que hayan supri-mido
en la nueva combinación cultural resultante su ética y su
patrón cultural. Eso va a depender de cuán sincrónicos sean los
procesos culturales. Así expuesto el problema, las prioridades
met~de!��gicus ric mil u cmsistir en p n e r primer= !a c ~ ~ d i c i S n
de tener que demostrar si era o no posible navegar por el Atlán-tico.
Más bien, el orden lógico debe consistir en establecer el
paralelismo formal de los rasgos culturales y, por añadidura, su
funcionalidad relativa, aunque en este último caso el Zoncepto
de integración, ya &;im=s, E= e~lk,a!e c, qUe se reprGdUzca la
totalidad del sistema cultural a que se refiere en origen el para-lelo
cultural.
Podríamos aceptar el postulado del desarrollo independiente
limitado, si se tratara de unos pocos paralelos, aislados y des-provistos
de significación histórica. Incluso un elemento tan im-portante
para el crecimiento de una civilización, como es el de
la agricultura, podría rechazarse que fuera debido a difusión
desde el Viejo Mundo, como postulan algunos autores 62, y podría
admitirse, por lo mismo, que los principales cultígenos fueran
en erigrr, na t iv~sd e Ame,n .c a. P e r ~es e! c a s ~yU e e! prabkma
de las convergencias no se refiere sólo a la agricultura, sino que es
más bien un fenómeno que se da en niveles más complejos de
la vida cultural, niveles que, por otra parte, no se aplican a la
noción de necesidad, como pueden serlo los relativos a la sub-sistencia.
Las ccnrergencius qUe eficentramas sar, müs abündan-
61 Lowie, 1947, 355.
62 Cfr. Comas, 1961, 67.
184 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
tes y refieren, más que a rasgos sencillos, a complejos que re-quieren
una elaboración o respuesta también complejas en el
tiempo y en la estructura sociocultural. Este sería el caso, entre
otros, de la pirámide, la momificación, la metalurgia, ciertos
tipos de escultura, y algunas combinaciones religiosas.
Uno de los puntos a discutir, es el de si el método de compa-rar
dos formas iguales puede considerarse suficiente para probar
una difusión. Si acomodamos nuestras explicaciones a la tesis
del paralelismo, no hay duda de que la comparación formal en
sí no es aceptable como prueba. Tanto el problema de la cone-xión
histórica, como el del origen de uno o más rasgos cultura-les,
quedan al margen cuando se trata de hacer su demostración
recurriendo sólo a los principios de la semejanza morfológica.
El paralelismo representará, en definitiva, una clase de interpre-tación
basada en la idea de que la mente humana es uniforme y
desarrolla ideas y respuestas semejantes dondequiera que se le
plantean problemas también semejantes. Aunque no puede afir-marse
que los autoctonistas americanos rechacen la totalidad de
los esquemas difusionistas, pues en realidad lo que reclaman es
el reconocimiento de que las civilizaciones indígenas de América
deben considerarse desarrollos independientes, lo cierto es que
su autoctonismo les lleva a forzar la exigencia de una interpreta-ción
funcional de las formas comparadas, imponiendo condicio-nes
que el actual estado y técnicas de investigación existente to-davía
no satisface.
Por tanto, y en la medida en que los paralelismos no podrán
explicarse por difusión, el método de la distribución geográfica
relativa de un rasgo puede resultar irrelevante 63. Este sería el
caso, por ejemplo, de la azada, de la cerámica incisa, de los dibu-jos
geométricos, e incluso de la misma agricultura de roza. La
función de un rasgo sencillo, como el arado, supone entonces
que le sean comunes algunos caracteres, tales, mango, hoja y
rejas4. El problema, como estamos viendo, es tanto de teoría
como de método, y su resolución descansa, además de en la ve-rificación
de datos arqueológicos, en inferencias de carácter
63 Cfr. Service, 1964, 368.
M Ibíd., 370.
Núm 17 (1971)
36 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
funcional. Pero, asimismo, en el caso de las civilizaciones ame-ricanas
la resolución que afrontamos está facilitada por el acce-so
a otras fuentes de conocimiento. Estas son: informaciones
escritas por los misioneros, cronistas de Indias, noticias indíge-nas
y tradición oral, además de la misma documentación admi-nistrativa
y oficial. Se cuenta, así, con un repertorio de datos
arqueológicos y etnográficos, y además con cronologías que per-miten
trabajar con una amplia perspectiva cultural. En funció~i
de estos materiales, el método de verificación no está tan limita-do
como lo estaría en el caso de tener que recurrir únicamente
a los restos arqueológicos; de lo cual podemos deducir que
nuestra problemática histórica formal se reduce a establecer,
por una parte, la prueba de los medios empleados para llegar a
América, y por otra la prueba de las secuencias cronológicas que
&"aii, sin &sc"iiiinuidad de uii continente a otro.
En algunos casos, puede bastar el hecho de que ciertos elemen-tos
culturales tengan una amplia distribución y una continuidad
cronológica comprobada, como parecen demostrar varios auto-res,
para que en los casos antes expuestos pueda hablarse de di-fUSitIi,
más y-ue & c"n"ei-gencia y, & la &-
fusión para dos o más rasgos, no cabe duda de que se habrá fun-dado
un principio lógico para admitir otros, incluso los que pa-recen
más dudosos, en el sentido de que si uno o más fenómenos
culturales son aceptados como de origen mediterráneo, enton-ces
también podrían serlo otros más, ya que en tal caso tanto
la navegación, como la cronología, quedarían implícitamente
aceptados. Por ello, para que la posición convergente o paralelis-ta
sea consecuente consigo misma, es indispensable que ninguna
forma de civilización americana pueda ser, en ese caso, de ori-gtm
.m.-c -u 3i!LLt- -.....~L .- mI- lcu.
Gran parte del problema consiste, pues, en que, por una parte,
pueden existir variaciones debidas a los condicionamientos del
medio geográfico. Así, las cronologías comparadas y las distribu-ciones
geográficas deben proporcionarnos comprobaciones for-males
acerca de la i.elaiiva cun~emporai,eida~ de los para:e:os y
de la precedencia específica de unos sobre otros. Este será un
procedimiento metodológicamente formal. De acuerdo con eso,
si de lo que se trata es de probar una difusión desde un punto
186 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
geográfico, y si con ella se trata de relacionar a dos poblaciones
muy distanciadas entre sí, entonces se impone aceptar el princi-pio
de que esta difusión ha constituido un proceso de tiempo lar-go,
salvo que la velocidad relativa de la difusión haya dependido
de una navegación relativamente rápida y capaz de trasladar, en
poco tiempo, formas culturales de un continente a otro. En el
caso del Circummediterráneo, no hay duda de que la capacidad
de expansión de sus culturas hasta América fue mayor que la de
muchas culturas americanas respecto de su capacidad para in-fluirse
entre sí y en un espacio continuo.
Al aceptar este supuesto, postulamos también que la difu-sión
desde el Circunmediterráneo a América, no sólo fue pro-bable,
sino que también, una vez dadas las condiciones obje-tivas
para una navegación, fue más rápida, incluso, que entre
regiones interiores geográficamente más próximas de lo que
eran para los mediterráneos. Tardaría, según este principio,
y como ejemplo, más tiempo en ser influida Checoslovaquia por
España, que lo fuera América por ésta, aun cuando las dis-tancias
fueran mayores en el último caso. El problema no es,
entonces, de distancia, sino de navegación. La cuestión de la
distancia sería un factor importante si se refiriera a conexiones
entre pueblos primitivos, pero tratándose de conexiones entre
civilizaciones, ésta puede considerarse un asunto ciertamente
secundario.
De este modo, mientras, por una parte, el método compa-rado
tiende al aislamiento de las formas y a producir corres-pol?
deliciasf ormales, se ve &figa& a Cci-rrelaciones
entre las formas y sus posibilidades funcionales, y
entre éstas y los recursos adaptativos desarrollados por la so-ciedad
que los integra en su proceso cultural. Una buena me-todología
inductiva obliga a relacionar formas y condiciones
accGaa& cOii7u adapiaiivas. En tal se trata de
,discutir las causas u orígenes probables que condujeron a la
elaboración de una idea, sino que, para el caso de la difusión
o del paralelismo, más bien importa trazar la distribución y
Núm 17 (1971) 187
38 CUUDIO ESTEVA FABOEGAT
cronología de un rasgo y sus posibilidades adaptativas en cada
organización sociocultural. Partiendo de este postulado meto-dológico,
la cuestión de comparar no reside en la investigación
del cómo se formó una idea semejante, sino de cómo y cuándo
se adoptó, y cómo se adaptó a otra estructura cultural ya exis-tente.
Las analogías formales de un rasgo o de un complejo
culturales no son, por tanto, pruebas suficientes, pero son el
punto de partida inductivo de la difusión, tanto como puede
serlo del paralelismo. La distinción entre uno y otro métodos
consistirá en que mientras el primero trata de alcanzar, induc-tivamente,
las causas de un desenvolvimiento cultural en las
experiencias externas o interétnicas, el segundo procura hacer
las inducciones partiendo de la inevitabilidad mecánica de cier-tos
resultados o formas de cultura.
Ei hecho de que no se repitan necesariamente dos procesos
y de que, asimismo, sean también diferentes grandes partes de
las totalidades culturales de sociedades comparadas, como lo
son las civilizaciones indígenas americanas y las del Viejo Mun-do
circummediterráneo, hace que la posición autoctonista se
centre en e1 concepto de la diferente integración funcional que
tienen formas que son aparentemente similares. Desde el punto
de vista de negar la difusión recurriendo sólo a la diferente
integración de las formas, los autoctonistas suelen depender
de la prueba de un proceso material que carece, en tal caso,
del apoyo de dos fuentes importantes de conocimiento: 1) La
de las condiciones o recursos adaptativos que produjeron una
forma semejante, con función o integración diferentes, y 2) La
de las posibilidades funcionales de los rasgos admitidos como
iguales, pero con ictegración diferente. La aproximación expli-cativa
de ios autoctonistas es mayor en ei primer caso que en
el segundo, aunque tampoco puede afirmarse que sea sufi-ciente.
Caso y Rowe son los que, en nuestra opinión, más se acer-can
al núcleo de la explicación suficiente, pero sus argumentos
carecen, por ahora, de verificación empírica, sobre todo en or-den
a conciliar la tesis del desarrollo independiente de ciertos
paralelos con la necesidad metodológica de ajustar estas seme-janzas
a un patrón funcional de civilización indígena en tér-
188 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
EL CIRCUMMDITERRANEO Y LA AMÉRICA PREHISPÁNICA 29
minos de requerimientos causales históricamente discsernibles.
Este discernimiento sería la contrapartida metodológica que po-dría
exigirse al planteamiento autoctonista, en todo caso poco
flexible en materia de información etnológica y en materia tam-bién
de fundamentación funcional diferenciada a que recurren
para explicar las semejanzas
Este problema se le plantea también al difusionista, pero el
contexto de su problemática parte de una lógica empírica más
coherente, si tenemos en cuenta que los fenómenos a explicar
-la difusión desde el Viejo Mundo, específicamente, el Circum-mediterráneo-
se presentan más como un problema de cro-nología
que de analogía, más como un problema de adaptacio-nes
funcionales que como un problema de imposibilidades rea-les
de conexión histórica. Las evidencias formales parecen in-ciinarse
del lado del difusionismo, si bien las cuestiones que
señalamos, y las que discutiremos, permiten añadir que el pro-blema
metodológico continúa siendo el más importante. Por aña-didura,
lo es también resolver el problema de cómo y por qué
se integraron diferentemente en América formas que, a partir
de su semejanza, se les reconoce, en cambio, una adaptación
distinta. El problema del difusionismo se presenta planteado,
.entonces, en términos parecidos al del autoctonista: consiste en
demostrar cómo los recursos americanos y las estructuras so-
~ioculturales diferentes en el momento de ocurrir la difusión, se
constituyen en causa suficiente de diferenciación. Este postulado
teórico necesita apoyarse en una convalidación que sólo puede
darla el modelo etnográfico, en la medida en que los modelos
culturales de la Etnología son más completos que los de la Ar-queología.
Asimismo, es evidente que la verificación empírica de la di-fusión
sí requiere, por parte del difusionista, la demostración
de una distribución cronológicamente convincente, en el sentido
de que algunas de las partes atlánticas del Viejo Mundo próxi-mas
a América deben ser más parecidas en patrón y función a
las americanas, que las más lejanas. Este supuesto no es nece-sariamente
indiscutible, por otra parte, ya que está condicio-nado
por la existencia o no de homogeneidad cultural en el
área circummediterránea, sobre todo si se piensa que puede
Núm 17 (1971) 189
40 CLAUDIO ESTEVA FABRECAT
darse el caso de que algunas regiones más alejadas que otras
de América estuvieran, en cambio, más equipadas o nvanzadas
en navegación, o en interés, que las más próximas, por ejemplo,
Cartago, Grecia y Roma, que las Canarias. Así, entonces, el pro-blema
de la difusión debe seguir un orden lógico, que estaría
dado por la siguiente secuencia: forma, función, distvibuczón,
cronología y navegación. En tal caso, éste seria un progreso
metodológico inverso al que postulan algunos autoctonistas.
Al avanzar hacia una conclusión razonable, podemos afirmar
que cuando se trata de una civilización urbana de tan conside-rable
heterogeneidad sociocultural, como es el caso de las re-giones
mesoamericana y andina, no puede darse un proceso to-talmente
independiente, pues no conocemos ninguna civilización
que haya surgido espontáneamente o sin haber estado en con-tacto
con otras cuituras. Ei hecho de que las civiiizaciones ame-ricanas
presenten rasgos paralelos a los del Viejo Mundo, sería
una confirmación empírica de esta tesis, sobre todo si partimos
del reconocimiento de que existe una distribución continua de
ciertas formas de cultura cronológicamente fundadas en térmi-nos
de proximidades sucesivas de aparición e integración iógicas.
Si el concepto de patrón-función constituye el procedimiento
lógico más importante a que podemos recurrir para aceptar el
difusionismo transatlántico, y si este requisito se da en forma
de relaciones verificables, y si en su conjunto estas relaciones
constituyen formas o resultados paralelos, entonces la solución
metodológica consistiría en seguir un procedimiento consistente
en comparar dos modelos etnográficos, lo más completos po-sibles,
uno correspondiente a la cultura o culturas americanas
en cuestión, y otro a la cultura o culturas mediterráneas y afri-canas
que se postuian como centros de una determinada difu-sión.
En todo caso, este criterio metodológico es semejante a1
expuesto por Ma l i n~ws k i~cu~a,n do plantea que el estudio de
la historia indígena africana debe hacerse partiendo de la com-paración
de dos momentos históricos diferentes, pero de una
misma cultura inicial, a su vez comparando el modeio etnográ-fico
más reciente con el modelo etnográfico de la sociedad que
65 Malinowski, 1961, 37 y sigs.
193 A N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
se considera aculturadora. Un ejemplo de este método sería
acudir a comparar la cultura azteca, en el momento de la con-quista
española, con alguna de las culturas mediterráneas, o de
Canarias, en las épocas postuladas para el contacto.
Este método supone la aplicación de análisis intensivos a
componentes etnográficos de amplio espectro funcional, pues en
un caso se trata de mostrar la presencia de paralelos, pero en
otro se trata de observar su adaptabilidad en cada cultura y,
por ende, el grado relativo de selectividad que se manifiesta en
la integración funcional, en tal caso, integración dentro de los
sistemas americanos específicos.
Si, por una parte, tendríamos en la comparación intercultu-ral,
referida a diferentes momentos de la etnografía mesoameri-cana
y andina, un conocimiento de qué era o fue en los dos
mocieios cuituraies, por otra, ai vernos obiigacios a estabiecer
una cronología relativa que permitiera diferenciar una integra-ción
histórica de otra, tendríamos también evidencias acerca de
qué fue sustituido y qué continuó siendo parte de la cultura
tradicional. Es lo que fue sustituido lo que aquí interesa a los
efectos de su comparación con ia cultura dei Viejo Mundo
circummediterráneo. En la medida en que estemos comparan-do
dos momentos cronológicamente lógicos en términos de sus
respectivas secuencias, en términos, sobre todo, de que la cro-nología
del modelo americano sea más reciente que la crono-logía
del modelo mediterráneo o canario específicos, en esa
medida estaremos sobre la pista de una verdadera comproba-ción.
De este modo, el problema metodológico que se nos plan-tea,
ya que no propiamente el teórico o relativo a las bases
filosóficas del difusionismo, consiste en nuestra relativa capa-cidad
para construir modeios etnograifcos satisfactorios o sufi-cientes,
sin perder de vista el hecho de que la integración fun-cional
de los elementos difundidos no supone necesariamente
que el proceso cultural total de las civilizaciones indígenas ame-ricanas
haya sido posible manifestándose en forma de paralelos,
particuiarmente en todas sus fases o integración de patron-fun-ción
comparado.
En realidad, pues, un estudio acerca de laadifusión transatlán-tica
debe ser un estudio basado en los principios del cambio
42 CLAUEIO ESTEVA FABREGAT
cultural, principios mediante los cuales el antropólogo es re-querido
a producir etnografías comparadas, una referida a lo
que fue, y otra referida a lo que es en el momento de la com-paración.
Sobre esta base, deja de ser decisivo el problema de
la navegación, en la medida en que son verificables otras con-diciones,
en ese caso, culturalmente más significativas porque
aluden a una interpretación también más dinámica por más
funcional.
Algunos de los principios formulados por Malinowski 66 en
orden al estudio del cambio cultural, pueden ser aplicados en
esta ocasión. Uno de ellos, fundamental en mi opinión, es el de
la asimetria dinámica de los tipos de respuesta cultural que
resultan del contacto entre diferentes culturas o civilizaciones.
Esta asimetría estaría dada por la presencia o ausencia rela-
+;.,-'- ,Ao r i n fQn+n,.. bl A, 10 La+a%.n-a-,:Ama S-.. .inri -m-+-
C l Y u a UC U A I IUGLVL . LL UL ia I L L L L L V ~ L L I L L U ~ U , pul u114 Fa1 LG, y e!
de divergencias de las instituciones económicas, sociales, polí-ticas
o religiosas, entre las dos culturas comparadas, ya que,
dependiendo de su heterogeneidad cultural específica, la direc-ción
de su progreso relativo después del contacto no tenía que
ser +-+ml;rl-d E- +m1 -m-- r--:- L u L a u u a u . LLI L a l ~ a a w , aclia
más bien divergente. Esta divergencia podría ser causa de que,
una vez dada la difusión, las instituciones funcionales resultan-tes
fueran distintas en muchos casos.
Así, el que ciertas formas, como decoraciones, pirámides, y
otros fenómenos de complejidad relativa, aparezcan asociadas
con estructuras mentales y funciones diferenciadas, puede en
muchos casos significar una divergencia evolutiva a partir de
una difusión verificada de algunos rasgos culturales. El hecho
de que la difusión transatlántica no haya implicado una susti-
+. .AA, A, ..,m ,..1+ .-.+,, , , , , , ,,,,,, ,+,m -..- -1 S..-^ 2- LULIWLL UL ui~aL U L L U I ~ pul U L L ~ , L G ~ L G D G L L L ~Y UC GI IGLIUIIICIIU ut:
integración cultural de la difusión es equivalente a la adqui-sición
de nuevas formas con reinterpretación interna condicio-nada
por los factores tradicionales o formas ya existentes De
ahí que el fenómeno de la asimetría del resultado cultural, tal
,.,..+..im nnni:-nT.r..ir: ri...i:-ri~i-
L"l11" p u a L u i a l Y l a l L l I " w a R L , a=a apuLaur= a !a siiüaCih indfgeiia
americana en lo que refiere a la explicación de divergencias
66 Ob cit , 74 y sigs.
192 A N U A R I O DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
derivadas de una diferente selección adaptativa de los rasgos
culturales.
Estimulados por este principio funcional de la integración
histórica de una difusión, nuestro problema se amplía, enton-ces,
a considerar no sólo la identidad de la forma, sino que más
bien consiste, como hemos señalado en otro lugar6', en esta-blecer
las diversas posibilidades de acción o adaptación de una
función. De acuerdo con eso, no se trataría sólo, como hace
Caso, de destacar que el paralelismo entre los trenzados ame-ricanos
y mediterráneos no implica difusión porque tenían di-ferentes
funciones, sino que vale también decir en un tal con-texto,
que sus posibilidades funcionales son más ricas que las
consideradas en una sola integración histórica. Por lo demás,
e1 hecho de que sirvan a diferentes propósitos no niega, en prin-cipio,
la difusión. El proceso de sentido a que hemos aludido
en otra parte 68 supondría, entonces, verificar las condiciones en
que se ha producido el contacto, la selección adaptativa, más
que decidir que basta para rechazar la idea del contacto con
acudir a un principio de funcionalidad que no refiere a las po-sibilidades
funcionales del rasgo, sino a su integración relativa.
La identidad funcional de la forma sería, en tal caso, un
modo superficial de considerar el problema, si además no in-cluimos
una perspectiva de las posibilidades funcionales del
rasgo. Estas posibilidades deben verse en términos de las con-diciones
en que se efectúa el contacto, pero asimismo en tér-minos
de las reglas internas de cada sociedad, que son, en de-finitiva,
las que fundan la particularidad del fenómeno adap-tativo.
Por ello, el criterio de forma funcional sin más es tam-bién
insuficiente, en tal caso, pues en realidad la cuestión es
más compleja porque refiere al estudio de las consecuencias
de la adaptación de un rasgo de difusión. En las consecuencias
estaría dada la diferencia funcional, no en la comparación for-mal
de la identidad funcional.
El problema principal no reside, pues, en comparar rasgos
aislados, sino más bien en comparar sistemas funcionales en
67 Esteva, 1965, 17 y sigs.
68 Esteva, 1965, 17.
44 CLAUDIO ESTEVA FABREGAT
origen y adaptaciones en las sociedades receptoras. Para ello
partimos de un principio expuesto por nosotros en otra parte ":
el de que todo desarrollo sociocultural equivale a un proceso
de transformación de las funciones y de las estructuras a que
refieren. Así, en tanto cada sociedad es un fenómeno histórico,
los cambios que en ella ocurren son adaptativos a través de su
propio medio social 'O.
Este sería el enfoque que propugnamos aplicar, el método
por medio del cual estaremos en condiciones de probar una di-fusión
a América desde el Mediterráneo, difusión que, por aña-didura,
consideramos cierta, aunque no necesariamente confir-mada
por los procedimientos habituales de verificación. En
cierto modo, además, el paso a las demostraciones de patrones
y funciones postulado por Willey, no es sencillo, pues implica,
asimismo, trabajar en la dirección que acabamos de señalar de
las posibilidades funcionales de los rasgos, algo que hasta ahora
se ha descuidado mucho, incluso en el caso de los mejores in-tentos
de verificar positivamente dicha difusión.
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