LA MEDICINA CANARIA EN LA EPOCA
PREHISPANilCA
JUAN SH)SUH MIMAXES
Director del Museo Canario.
ENFERM~ADDE ELOSS ABORÍGEXESSIN WCALIZACIÓN ÓSEA.
Terminado el estudio de las enfermedades encontradas en los
aborígenes con localización ósea, vamos a continuar con el que se
refiere a las descritas en los demás órganos del cuerpo humano, a
cuyo fin creemos necesario hablar de los alimentos, habitacioiies,
vestidos, clima y agua, como factores etiológicos en su produccibn.
ALIME~O-ST . eniendo la alimentación relativa importancia
como causa de algunas enfermedades, interesa conocer su compo-sición
para darnos cuenta de algunos de sus trastornos. Por regla
general, los primitivos pobladores eran personas de buen comer,
pues, sometidas a ejercicios corporales desde pequeños, precisaban
tener bien desarrollados sus ~núsculos,p ara darles la corpulencia
y prestancia de que gozaban, ya que de esa manera, decían, se re-sistían
mejor los dolores físicos. Soportaban los golpes sin mani-festar
dolor, a tal punto que en las operaciones que tenían que su-frir
por efecto de las enfermedades despreciaban altamente al que
se quejaba de 10s males del cuerpo. Si a esto añadimos que la regu-
(+) Véase núm. 7 (l%l), págs. 539-620.
Xúrn. 9 (1962,:
Earidad de su vida, lo sencillo y sano de sus ahnentos y la templanza
y benignidad del clima eran condiciones para que la vida de los ca-narios
se prolongase hasta una edad avanzada, por ser entre ellos
muy raras las enfermedades y frecuentes los casos de longevidad,
nos explicaremos el desprecio que manifestaban por 12 muerte hasta
llevarlos a la temeridad.
La alimentación se componía de cereales, legumbres, leche y sus
derivados, carnes, peces, mariscos y frutos.
Entre los ceredes ocupaban lugar preferente el trigo y la cebada
(y más tarde el mafz) , bajo la forma de harina llamada '6gofio", que
preparaban de la siguiente manera: cogido el trigo o la cebada, 10
cernían colocando la paja o salvado en unos cedazos de cuero muy
estirados (corno si fuera= pergaminos) y provistos de muchos agu-jeros
por donde salía el grano ; Io tostaban después en -unas cazuelas a N
de barro y a continuación lo molían en unos instrumentos de piedra
llamados molinos. de los cuales se conservan buen nímero de ejem- O
n plares en las sal= de Prehistoria de nuestros museos. El "gofio" 10
-
m
O
E
comían en seco o lo amasaban con miel de abejas y luego de cañas, E
2
caldos de carne gruesa, leche y manteca de cabras, en vasos de - E
arcilla cocida. Los e r e s Io batían con agua y sal, rnezelándolo con
Ias manos. Aun euando trajeron ei maíz de las Indias dos habitantes 3
-
de Canarias hicieron el llamado "gofio de millo", que fue y es el -
0
m
principal sustento de los moradores, hasta el punto de que fue sus- E
tituyendo en algunas de las Islas, sobe todo en las orientales, al O
de trigo y cebada. Tenian este alimento como muy sustancioso, ya n
E que criaba a Ia gente enjtrta y seca, sin humores, pero fuerte y li- -
a
gera, por lo que podemos deducir qne este alimento era para ellos 2
n
el pan de cada día, n
Los palrneros y herreños no C O P I O C ~el~ g~o fio de trigo y cebada, 5
O
porque estuvieron muchos a5os sin tener conocimiento del fuego.
Cuando lo obiuvier-m POL. fl-t)taclOi~d e dos palos secos, daban a 1 -
niños harinaa de eebada tostada mascada con queso. En Tenerife
Pa usaban amasada con leche, manteca de gariado y miel de mocanes,
y así preparada la comían en ingar de pan.
Legumbres.-Haeian aso de las habas y guiszntes, principal-merite
La ~ & i ~ iya H ferx-0, ccmi&;~&la 0 ~Lez&,~&jl,~
con agua y sal. Una vez secas, procedían a tostarlas. m los años
de escasez haciamr uso, mas veces, de Izs semillas de una pIanta pe-
22 ANUARIO BE ESTUDIOS dTLAATTICOS
LA MEDICINA CANARIA EN LA *FOCA PREHISPÁNICA 8.5
queña, rastrera y salvaje, conocida cientificamente con el nombre
de "jj@sembrian&ernun nudiflorum" y en Canarias con el de "Cofe-eofe"
y otras, de las raíces de helechos y de los granos de una
especie de "Quenopodiwn9' que llamaban "amagante".
Leche y sus derivados.-la principal leche que bebian era la de
cabra, de la que hacian gran co~swrioh, asta el pmto de que para
evitar pudiera faltarles en al+ momento tomaban grandes pre-cauciones
a fin de que los cabritos no tomasen m& que Ba precisa
para sus necesidades. Com en algunas de las Islas no sabían cua-jarla,
no hacian queso ; pero en la Gomera, como acabamos de decir,
los preparaban grandes y buenos para dárselos a los niños mezcla-dos
con harina & cebada tostada. En Gran Canaria, por el contra-rio,
hicieron m0 de ellos después de la Conquista, porque antes de
ésta estimaban m& la leche cocida o cruda que la cuajada.
T-r r a hemos dicho que Pa mezclaban con el gofio, pero en Liñ, Palii~d
la cocían con las raíces de la malva, después de haberlas majado
hasta convertirlas en hilo, o las introducían, desecadas al sol, en
gánigos llenos de leche para ser tomada por la boca. Empapaban
también con leche las raices de los helechos y los granos de "ama-gante",
ios que untados con manteca daban a chupar a Ios chfcoü
para que aprendiesen a masticar. Esta especie de chupones, que
igualmente empleaban en el Hierro y la Gomera, hace sospechar que
las mujeres de estas Islas, como las de Lanzarote y Fuerteventura,
no criaban a sus hijos con leche materna, sino que los pegaban a
las ubres de las cabras para alimentarlos.
Carnes.-Los primitivos pobladores poseian cabras, ovejas sin
lana, puercos y perros. De la carne de estos animales hacian mayor
iaso de la de cabras y cerdos, cortándola en pedazos y friéndola en
su gordwa o sebo, después de haberla cocido con agua y sal y espl-voi-
earia con gofio. Otras veces ia asaban después de haber sido
desollada y limpia, hecha en tajadas, sin llegar nunca a la carboni-zación,
porque decían que la carne medio asada y cruda o sanco-ehada,
escuwiéndolle la sangre, era más sabrosa y nutritiva que
preparada de otra forma.
En Fuerteventura secaban ia carne al soi y hacían grandes pro-visiones,
comiéndola muchas veces cruda, dada la abundancia que
en la Isla había de cabras, y otras la cornian con leche s la asaban
86 JCAS BOSCH MILLARES
con manteca. No salaban las carnes muertas, porque no conocían
la sal, pero en cambio las curaban, como acabo de decir, suspen-diéndolas
en el aire, poniéndolas al sol o sometiéndolas a la acción
del humo que producían dentro de sus cabañas. En Tenerife, el prin-cipal
alimento estaba constituído por las carnes de cabrito y de
conejo salvaje, las cuales coeían al horno encerrándolas bajo tierra
en un pequeño foso sobre el cual encedían una hoguera, y tenían el
cuidado de no mezclarlas con otras comidas, a fin de que no per-dieran
su gusto. En el Hierro las cocían o asaban en gánigos de ba-rro
cocido al sol, y si bien el alimento más apetecido era la carne
de ovejas gordas, tenían asimismo predilección por la de lagarto.
En La Palma hacían uso también de la de puerco, y en la Gomera,
de la de cuervos, conejos y perdices. a
De las carnes aprovechaban la. manteca y el sebo, que guarda- N
E
ban en ollas con leñas cdorosas para exequias de los difuntos. untán-dolas
y ahumándolas para ponerlas después en arena caliente du- n-- m
rante quince o veinte días. O
E
E
Peces y rnarkcos.-Estando las Islas rodeadas por el mar, era S
E
lógico que se valieran de ellos para completar la alimentación. -
Abundaban las sardinas, lisas, alhurer, o '&ran&os, p e cogian ti- =
rándose a los charcos para matarlos con palos, después de encan- - -
0
dilarlos con hachos de tea encendida. Repartíanlos por partes iguá- m
E
les, a excepción de la mujer embarazada, a quien le daban dos par- o
tes. En el Hierro los mariscos eran muy apetecidos, especialmente n
las lapas y conchas de otras especies, y en Gran Canaria los mez- -E
a
claban con leche, miel y manteca después de ser asados. l
n
Frutos.-Siendo Canarias una tierra poblada de grandes ár'ao- n
n
les (pinos, abetos, dragos, olivos, higueras y palmeras dactilíferas), 3
sus frutos tenían una gran aceptación. Ocupaba lugar preferente O
el higc, de cobr b!ar,co por h z r a y $ s p r ~ys calmadas pr dsiitru.
Como eran muy sabrosos cuando maduros, los colocaban en sartas
de juncos para conservarlos y prensarlos, haciendo pellas con ellos,
los que mezclaban con gofio y almendras guardadas en ollas y tinajo-nes
a manera de pan sabroso. En Gran Canaria los conservaban,
Uespués de pauarbs, en gr a~dees s p ~ h n e sU, mUe erazi preiisad~sy
pisados. Se alimentaban también de mocanes, fruto del árbol lla-mado
mocán, de color verde antes de madurar y colorado cuando
14 AN L7ARI0 DE EST VDIOS ATLANTICOS
LA MEDICINA CANARIA. EN L4 *POCA PREWISPÁNICA 87
empezaba la maduración, hasta convertirse en negros despu6s de
que ésta tenía lugar. Igualmente comían vicácaros, madroños, mo-ras
de zarza, dátiles, támaras, piñas de pino y palmitos.
En la Isla del Hierro hacían uso de una especie de guinda Ila-mada
endunilla, y en La Palma obtenían de un árbol que se parecía
a las jaras una fruta denominada "amagante", que una vez madura
secaban y guardaban para molerla en molinillos de mano; a con-tinuación
la mezclaban con leche, caldo o agua, hasta formar una
pasta liquida que comían valiéndose de un hisopo llamado "agua-mames",
fabricados con las raíces de los helechos machacados y
secos al sol, los que una vez empapados en leche y untados con
manteca los daban a chupar a los niños.
BEBIDAS.-La principal de que hacían uso era el agua, que reco-gían
de la lluvia, y las minerales que existían en algunas de las Islas,
sobre todo en Gran Canaria. En Tenerife bebían la miel obtenida
de los frutos del mocán, los que una vez maduros ponían al sol du-rante
tres o cuatro días para concentrar su jugo. Desmenuzados
más tarde, los echaban en un poco de agua, puesta al fuego, hasta
lograr consistencia de arrope. A esta miel dulce y suave la lln
ban "chacerquen", y al fruto, más buscado por su riqueza, ('yoya",
En la Gomera obtenían de la palmera dactilífera un licor fermentado
al que denominaban miel de palma; en Gran Canaria, una cerveza
o vino llamado "yacerquen", vinagre y azúcar; y en el Hierro, en
poca cantidad, vino de cerezas. En todas ellas, además, miel de abe-jas
salvajes en gran cantidad.
De lo expuesto podemos deducir que las carnes eran bs alimen-tos
preferidos, pues en los convites, que celebraban de noche. a. la luz A', 1" 1~~~~ e n 1" l.... AA l&.-. L..-..,-.--- -1 ---:e- -A- -----..--A- --- u~ ~ u .r u r r a v a la LUL, uc ~ c wrr ugucxcm, GL r i l a r r j a s ~ i i GaA~y u w i L V txa
la "mairona", que, como hemos dicho antes, consistia en carne picada
en pedazos y refrita en su gordura o sebo después de haberla co-cido
con agua y sal. Durante 10s bailes comían, abundantemente,
un guisado de carnes y ajos silvestres, y en el Hierro, en los días
coiisagrados, se reunían ias famiiias airededor de tres o cuatro
"juhaques", que eran ovejas gordas y bien asadas, dándose el casa
de que algunos de los comensales a estas "guatativoad' o fiestas isle-
ñas, si no quedabm satisfechos, se comían de una sola vez ademiis
un cabritilla y algunos conejos.
No es de extrayiar, pus, que 40s aborígenes paciecieran de do-lores
de estómago, tuviesen cámaras o diarreas, algunas veces con
sangre, y otras estreñimiento, indicando alteraciones del qimismo
y dinámica del aparato digestivo, producidas en gran parke p r
transgresiones en el régimen.
HABITACIO~U'EYS VESTD~SD E LOS CANA~IOS.-LOaSb orígenes, por
regla general, eran trogloditas, es decir, vivían en cmum o caver-nas
existentes en las laderas de las montañas o en Has vertientes
de los barrancos. Donde encontraban una, en ella se metáan, por Bs
que el viejo habitante de las Canarias se guardaba bien de edificar
una morada que al fin y al cabo no le iba a reportar mayor utilidad a N
que la que le brindaba la ya existente. En aquellas Idas donde exis- E
tim 1s mevasi se as em-nntraba construídas en las corrientes de O
lava volcánica o en sitios más, duros, por lo que cuando el isleño -
m
O
se veía en la necesidad de fabricarla, elegía el primer sitio, por ofre- E
E
2 cer menos resistencia a 10s útiles que usaba para la edificación, E
sobre todo cuando m se contaba con las grutas naturales. Fuera
-
eu lm sitio G en_ cotri, elegian 10s lugares más escarpados o inacce- 3
-
sibles, pero en Eanzarote la mayor parte estaban colocadas por -
0
m
debajo de las corrientes de lava aprovechando la constitución de E
las mismas y sus zonas de aire, perforando su techo en punto O
$
a modo de agujero por donde penetraban en shi ifiterior. Afectaban n
E las formas más variadas y tedan dimensiones distintas, pues desde -
a
las que sólo contaban algunos metros hasta las que aicanzaban 2
n
miles, existían de varios tamaños. En las mayores, la parte situada n
n
cerca de la entrada era la iPnica que utilizaban para vivir, pues la 3
O oscuridad dificeiltzba hzbitar el resto, y así como había aigunas
de ?~_IP Y Yn-n--m -al-+-m--a- q oe imperliían su fr'ranqimo, l a s q-:e lenian 21) me-tras
y ancha abertura eran preferidas como habitaciones por en-trar
en ellas libremente el aire y la luz.
Vivían también en casas aisladas, aldeas y poblados neo5
iicos situados en las zonas cercanas al aar, y en poblados a veces
~ilrz;. d e r i s en ~fimero de habitante, por inmigraciones pimera
y mestizaje despu&, a causa del cruce de los g-aaanches puros con
elementos venidos de Africa del Norte. Estaban comtituídas por
16 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLAIVTICOS
L-4 MEDICINA CANARIA EN LA &OCA PREHIsPÁNICA 89
edificios de piedra seca y de anchas paredes de estructura ciclópa,
sin materia que las uniera, rodeadas a su vez por una muralla eláp-tica.
En todas estas viviendas se han encontrado montones de con-chas,
y, en algunas, tahnes de ohieliana o basalto que utilizaban
para arrancar las lapas de los mariscos.
Bajo el clima de Canarias y para las gentes poco sibaritas, con
excepción de los banquetes y fiestas nacionales, estas estancias bas-taban
para todas las exigencias de la vida aborigen, a tal punto
que, sin adaptarles puertas, eran por lo general frescas en el verano
y abrigadas en el invierno. En la misma taba tallaban sus asientos,
y en sus paredes hacian nichos u hornacinas donde colocaban sus
vasos y provisiones. En Gran Canaria, donde se acusaba una indus-tria
relativamente avanzada, estaban pintadas en su interior.
&ando no existían grutas naturales y los aborígenes no podían
construirlas artificialmente por la dureza de la roca, constmyero~~,
por ejemplo, en Lanzarote, especie de cabañas constituidas por mon-tafias
grandes de piedras hacinadas en forma de cubos, de las cuales
las situadas por fuera lo estaban en Enea, mientras que las otras lo
hacian sin orden ni concierto, aparte de las que envolvian la habi-tación
propiamente dicha. Esta estaba constituida por tres peque-ñas
salas circulares, de las que la m& pequeña, situada en el cen-tro,
carecía de techo, sitio por donde descendian sus moradores.
Tenían además la particularidad de que estaban en su mitad ente-rradas,
por lo que desde fuera la altura del montículo sólo incai-caba
el tamaño de su otra mitad. La parte socavada en tierra
estaba rodeada por un muro de piedras secas para garantizan: 10s
ñundimientos.
En Fuerteventura cavaban primeramente en la tierra un pro-fundo
agujero y a su alrededor levantaban un muro de piedras ss-cas,
y una vez llegado al nivel del suelo cubrían la habitación
con grandes lozas dispuestas en bóveda y sobre ellas colocaban
tierra amasada para impedir las filtraciones del agua. Para llegar
a ellas construian una rampa apoyada sobre dos muros en evita-ción
de hundimientos. A estas habitaciones se les ha dado el nombre
de "casas hondas".
En las mismas Islas y en Gran Canaria y Hierro, además de
atas habitaciones, tanto subterráneas como medio subterráneas,
existían casas cornpIetame~8te levantadas gel suelo. Construidas
con muros de piedras secas y de formas variantes entre la cuadrada,
rectangular, circular y elíptica, su techo estaba hecho por troncos
de árboles colocados a manera de traviesas, sobre las que se colo-caban
ramas, hojas o paja, y sobre éstas, lajas y tierra amasada y
dwa. En algennos sitios de las Islas estaban agrupadas en ciudades,
y algunas veces alineadas, de manera que entre ellas se formaban
@alles estrechas. En estas habitaciones, constrppídas, como he dicho,
de bloques enormes con nichos en su espesor, podían vivir hasta
veinte personas.
No podemos decir qne estas distinks moradas de los canarios
eran lo suñcientemente higiénicas para vivir en ellas, por lo que
tenemos que pensar que en la eahd y fortaleza de Pos pobladores
influían de manera extraordinaria las eoneliciones clirnáticas de las
Islas, ya que el otro factor, e1 vestido, no tenía influjo sobre la exis-tencia
o no de enfermedades del aparato respiratorio que, al decir de
10s historiadores, sólo se reducían a alguna afección aguda, influen-ciadas
por las variaciones del tiempo o a sofocaeiones y disnea
originadas por ellas o por enfermedades circulatorias.
Por lo que se refiere a los vestidos, la rnapría estaban hechos
con pieles de cabras o de carneros. Los antiguos canarios rascaba3
con sus instrumentos de $e&a el cuero por su parte interna, a fin
de reducirlos al m& débil espesor, para que fueran ligeros, y les
dejaban los pelos, con la doble mira de que sirviesen para las dis-tintas
estaciones del año. Las diversos trozos de dichas piezas erm
cuidadosamente cosidos con hilos obtenidos de los nervios de dichos
animaloc ~7 n-ra fa1 la finnrl 80 CIPP PAC~ITVSP L.-""'"."", Y "A - -' A" ""U " "U ..,"'u""'-'.u fino lwn hnw maraviTlan , Y-" w ""' "A-* " . '-A---
a 10s que las contemplan. Pequeñas correas de cuero reemplazaban
los broches, y con ellas cerraban sus mantos. Con Izs de mayor
tamaño confeccionaban sus cinturones, que servíanles para ajustan
el vestido a su talle.
m,.&- -- 2--:-- .------ A-3-- T - - T- l - - ..7 ---- AA
WLU IPV ~ U L C Lt: uctxr que eu wuas las rsi- un uuwl UUIPI~:LU ut:
individuos no vivieran des>udos. El traje de los antiguos canarios
era, por regla general, el mismo en todas las Islas. Se componía de
una especie de casaca, más o menos larga, que llegaba hasta la ro-
18 d?ihídRIO DE ESTUDIOS ATLANTICOE.
LA MEDICINA CANARIA EN LA EPOCA PREHISPANICA 91
dallz. y se la conocía con el nombre de "tamairco". Esta vestimenta la
eomp1eI;aihn dgiances veces con sandalias, sobre todo los nobles, que
no sólo no caminaban con los pies desnudos, sino que los cubrían,
b mismo que a las piernas, con polainas de cuero. En Gran Canaria,
aalemh, hacían uso de enaguas y una especie de camisolas de junco o
de hojas de palmeras, lo que hace pensar que en las Islas hacían
uso de otros procedimientos (como el de hilar) para con3eecionar
sus vestimentas.
C~.~ZA.-AsIu rgir las Islas y sus islotes, en pleno Océano At l h -
tito, en m aislamiento absoluto y soberano que garantizb por si-glos
la pureza de su tipo climatológico y creó la fábula de Pa Atláni-tida,
de los Campos Elíseos y del Jardín de Ias Hespérides, otras
tantas versiones paradisíacas cantadas por los poetas de la anti-
&-i- ~ d a--df,- - m --n -s- m- -i -t- -i - ~ -m- - na- 1- -m-- i--~ ndo -.-y l-- ~ -f- -i-n- n!a leyenda rlrP tinns I~mhres!
felices y de rana tierra espléndida, en que la vida humana arraigaba
y florecia con el sereno vigor de los árboles centenarios y de la cual
los Dioses, al contemplarla, habían pensado, al decir del Dr. Mi-
Elares Cubas, "que era buena". . , Fo+o nn 1s rr4m,-,nn nf inr f im ~1.nO A n n n ~ n m ~AnA 1.a- ri-rrir\l~-ri;no
- C U W 1- p I I U G A C I > LLVCIIULA YUG UG bVLLDGA V a UG La= G A C l G l G L L b l a U
climatol6gicas de las Afortunadas, y descontando las ficciones de
bs filósofos y poetas hellénicos, así debieron ofrecerse a h vista de
los aventureros de los siglos XIV y xv, cuando pisaron sus costas y
violaron el encantamiento de que la soledad del mar y el misterio de
lo desconocido hs habían protegido. No hallaron seres inmortales,
ni árboles con frutos de oro, pero sí una tierra en que la suavidad
incomparable del clima, la fecundidad inagotable del suelo, la &m-quilidad
de la atmbsfera, la ausencia de animales y plmtw dañi-nas
permitían el lento y sereno correr de la vida, sin ese esfuerzo,
oin ~ a ~o o t ; f n Ad n dnqnnnn nnmt -o Ino on;nnolnn -,l nn rinn,, ,.,A A n
U--- VU- ~ u v u I U U U UbLbIIUíI, UUILlrACa, IV.J W L L I I L I Q I V D Y AC1D b W D a 3 YtCG GL1
otras regiones fue el gesto permanente guardador de la raza.
Si dentro de este aspecto de unidad, de conjunto eequisilibrado o
de pequeño mudo que llamamos región canaria, aplicamos las ca-racterísticas
de cada aano de los factores que constituyen el clima,
mn,4n-*c. ,anr.:,. N..,. A- la.-. T-1-c. 1.. rJ:-^^^:L- J^-:-^-L- 2- 7 - - - 1---
~WUU.UWSJ a i 6 b l L yre~CA L L a n ~ n ~ Laaa UI LG~ ~CIULULV JLIPIII¿~.IIL~ ut: LUS v~leu-tos,
la orientación de los pueblos, la altura absoluta, la presencia o
ausencia de msntafias, su emplazamiento, la calidad de1 suelo, la
existencia o falta de arbolado7 la procedencia de las aguas, etc., cam-
bian las condiciones climatéricas de tal manera que, en los miles
de kilióme;5sos cuadrados que constituyen la extensión superficial
de las Blas, se notan no sólo diferencias en las costumbres y gé-nero
de vida, sino completa desemejanza en el tipo de sus habi-tantes.
Asi cabe Ha posibilidad de fijarse en que los habitantes del
Sur de aquéllas sean morenos, altos, enjutos, dotados de notable
fuerza y agilidad, formando evidente contraste con los del Centro
y Norte, que son más blancos y de formas redondeadas, de tempe-ramento
sanadneo, aparte del dejo especial que al hablar tienen
y las diaife~enciase n sus costumbres.
A~um.-Al caer las aguas de lluvia sobre la -tierra de las Islas,
toman tres caminos distintos: una parte se desliza sobre la super-ficie
de aquélla, otra se filtra a través de las c a p de que está com-puesta
y una tercera se evapora en la atmósfera para condensarse
en forma de lluvia. En los tiempos prehistóricos, los cursos de aguas
en Canarias eran exclusivamente los barrancos de régimen torren-cial,
que se hinchaban a consecuencia de las lluvias del invierno y
se secaban a consecuencia del sol del verano. Entre estos dos ex-
O~emis de grandes a-enidas y de sequedad absoluta: pewistian:
discurriendo, modestos caudales de aguas continuas en algunos de
los principales barrancos, que eran íntegramente aprovechados para
el riego. En otros sitios, el agua de lluvia era guardada en cisternas
de distinto tamaño para bebida de los primitivos pobladores.
Apenas ultimada la conquista de las Islas, la Corona de Cas-tilla
hizo repartos de aguas y tierras entre los conquistadores en
premio a sus servicios, por cuya razón todos estos manantiales de
los barrancos, que dejados a su curso libre hubieran constituído
pequeños caudales de aguas públicas continuas, pasaron a tener
carácter de aguas privadas y como tales fueron derivadas de sus
5Iveos. Se comprenderá, por consiguiente, que en su origen fueran
exeeliemtes por sus caracteres de potabilidad química y su pureza
bacteriológica, pero a medida que discurren en su camino de des-censo
al mar se impurifican por el contacto de la vida animal, el
pastoreo, la fisuración de los terrenos ocasionada por las convul-siones,
etc., etc., lo que explica la existencia de enfermedades infec-ciosas.
20 ANUlRIO DE ESTUDIOS .ITLANTICOS
Pues bien, a pesar de la humedad del clima, de 1a ventikcióla
de sus habitaciones y de la relativa pureza de las aguas, Iw anti-guos
canarios se quejaban de dolores articulares de tipo rem%-
tko, bien bajo su forma aguda o infecciosa o bajo su forma cr6nica
Pocalizada en la colmna vertebral, diversas articulaciones, cB1psu-las
articulares, tendones, vainas tendinosas, bolsas sinoviales, fas-oias
y ligamentos, gota y reumatismos e inflarnaciones mwcdarees
y neurálgicas, según hemos visto en páginas msteRores.
Le mod~irw-. UCII de !es prddemso m& interesaates -e se
plantea en el estudio de la Medicina Canaria prehHspBnica es el que
se refiere a la modorra, enfermedad epidémica que su apari-ción
en distintas fechas antes y recién terminada Ia Conquista, oca-sionando
gran n h e r o de víctimas en la psbIaei6n aborigen. No
i,e,r=s p~didve mmtrar, en c ü a ~ t use ha scRtu subre ePla, &&a-
Uada esta afección con la misma denominación que Be dieron nues-tros
historiadores, sin duda basada en los datos recogidos a raíz
de la incorporaci6n de estas tierras a la. Corona de @astilla; pero
sí hemos de significar que existió con otro mmrmbre y emocida y
descrita por los médicos antiguos.
Fuentes hist0ricas que demuestran su esiste~z&.-Narh y Cu-bas,
médico de Gran Canaria en el siglo xvlr e historiador erudito
de estas Islas, nos dice, al hablar de la conquista de Tenerife pos
las tropas de Fernández de Eugo: "Súpse de unos s&s que tra-jeron
como havía mucha enfermedad de que morían muchos, acha-que
llamado de los spañoles modorra, que duraban tres dias, y ha-brian
ya muerto desde el año pasado más de qmtm mi1 hombres;
atribuióse a no haver enterrado los cuerpos, que pasaron de dos mi1
P entró luego el stío". En el mismo texto de su historia se lee: "En
d año siguiente de 1495 se fueron los soldados de Fernálradez de
kugo a comer la tierra, y pareciéndoles haver emboscada de enemi-gos,
por ver una squadra de hombres en parte lejos, i estar mi
apartados del Real, queriéndose retirar, les dio voces desde una
cierra una rnajer, que los llamó y metió en una emboscada que con
facilidad fueron desvaratados ; estaban todos enIermos, en pie,
caiélidose muertos de su estado ; todo era ver difuntos a la orilla del
agua, otros en paredones y cuevas".
Viera y Clavija, en su HisZo.rSa de Canarias, nos dice: "que a
fines del añís 1494 existió una plaga epidémica que hizo sus ma-yores
estragos en Teaeste, Tacoronte y Taoro, sobre todo cuando
tenían lugar batallas entre ellos o con los invasores. La sintonnato-logia
se caracteriza3a por tener los enfermos fiebres malignas o
agudas, pleuresías que terminaban en una letargla moral o sueno
veternoso, y la atribuían al hecho de que como los canarios no ente-rraban
a s-is muertos despriés de las batallas, sino que los secaba@
al calor del sol, después de haberles extraído las entrañas, S,a ear-gaba
el aire de miasmas venenosos que entraban en los vivientes
p r medio de la respiración. -&fíadase a esto el exceso de hilme6ad
y Erio que reinaba en dgianas épocas del año, y se explica el gran
poder de difusión que se traducía por la muerte de muchos natu-rales,
hasta el p~r l tod e que se asegura qne de este pestífero aeci-dente
solian morir E& de cien isleños por día, quedendo los que
sohevivlan en un estado de abatimientc y melancolía tal, que ape-nas
se hallaban con ánimos para salir de sus cuevas".
En Fontes Rerum Cmwriarurn, núm. 41. Acuerdos del Cabildo de
Tenerife, 1497-1507, leemes : "Pestilencia: E luego el se5or teniente
platycó con Iss dichos señores, en que dixo que ya bien saben y es
notorio que mueren en Lanzcarote y Fuerteventura y en GTaxd Ca-naria,
e, no se sabiendo, vinieron a esta plaza algunas personas e
murieron algunas de ellas7'. Más tarde, en Is sesión del f8 de junio
de 1506, "40s dichos seEores, presididos por el Seña- Adelantado,
~rd~.namy n3 z~darm. que p r y 278n mY--w -s-n-n- y f ~ r m a d q~.iise en
la ysla de Gran Canaria mueren de pestilencia e modorra e asy
mismo en otras yslas e en todos los ptiertos de Z'astilla, que ninguna
persona, vezirno ni morador de 1a dicha ysla de Grmd Canaria, ni
de otras ydas ni partes de donde mueren, entren ea esta ysla7'.
En el niim-. 5 de ia misma pubiicación se dice: "en una ocasión
se tiene cierta noticia de que bay mal pestilencia! en Anaga, en Ia
morada de Bego de Ibaute y otros guanches que les confinan en
22 .dNUARIO DE ESTUDIOS ITLANTICOS
el valle, donde moran", brote que al parecer no se conlirannó o no se
propagó.
De lo expuesto se deduce que esta enfermedad existib en 10s
Gltimss años de la independencia de las Islas, por lo que hay razones
para pensar que antes de ser conquistadas p r los Reyes Cat61icos
la padecieron también, aun cuando carezcamos de dscumentss his-tóricos
que lo atestigiien. Ella fue exteza&éndose y frecuentándose
en el transcurso de 10s años, com 90 sefiala el mismo historiador
Marin y Cubas al hablar de los gobernadores de la isla de Gran Ca-naria,
cuando dice : "'siguióle Hernan P&rez de Guzrn5.n en el de 1518;
nombróse pr interino a el Dr. Bernardino de Anaia el de 1520; hubo
en todas Ias demás islas una enfermedad que duró nuebe años, a
modo de peste, llamada modorra : murieron los más o todos los des-cendientes
de naturales".
Esta mortandad lleg6 a alcanzar cifms extremas, a tal punto
que, para apaciguar el mal, dice el refe~idom 6dHc0, en la relación
publicada en el año 9694, se csslstruyk, la ermita del Santo Cristo
& !a KvTera ,+a e2 el si" = ca=;as Ze -xL-jem $bcCw. pcr &a
parte, Pierm de Genival p Frederic de 1s Chapele, en un trabajo
pubkado con el titulo de Possesbns e8pagn;raZes sur éa &e Ocd-dentde
de PAfriqw, dicen que en los comienzos del año 6524 u@ái.
epidemia de modorra reinaba en Gran Canaria, a tal extremo que
el gobernador de entonces, don Bersaardino de haya, se vio Pmpo-sibili'cado
de enviar a tiempo los mfuerms necesarios para auxiliar
la fortaleza de Santa Cruz de Mar Pequeña, sitiada por el Cherife
de Fez.
De !a relación y descripción que antecede y de otros datos recs-gidos
en el testamento otorgado por Francisco de Camión, conquis-tador
de 1% Ida, en 2 de mayo de 15.27, ante el escribano pfiblico
Fernando de Padilla, y en el ]Libro 1 de cuentas de Phbrka de Za
ermita de 8an Seila@t%ya en Te*, podemos fijar de momento las
siguientes concS~~sion:e us na, la escasez de sintornas recogidos por
los historiaclores, escasez que habla en pro de ia importancia que
tiene, y otra, la de que el diagnóstico hay que basarlo en ella, pues
de sobra sabemos que en el espacio de los afios ha progresado mu-
96 JUAN BOSCH MIELARES
eho la medicina y de que en aquellos tiempos la parquedad en la
exposicion de las enfermedades alcanzaba los límites de la brevedad.
Así, pues, de todo lo dicho destacan como síntomas principales :
Ba fiebre, la letargia o szaePo veternoso, el contagio atribuído a la
gran cantidad de miasmas venenosos de que se carga el aire por
no ser enterrados los difuntos, puestos a secar al sol después de
haberles extraido las entrañas, y su agudización en las épocas de
exceso de humedad y frío. Presenta algunas veces una complica-ción
de aparato respiratorio, la pleuresía, dándose el caso de que
los que sobrevivían quedaban en un estado de melancolia y aba-timiento
tal que les impedía salir de sus cuevas.
Ahora bien, lo primero que llama la atención es el nombre que a
se dio a esta enfermedad, fundado sin duda en el estado de letargia
E que domina a muchos enfermos, ya que antes de seguir adelante O
nos interesa ciecir que modor-ra significa, en ei léxico médico y err. = m el académico, "sueño pesado"; que letargia se interpreta como O E
suefio de aspecto normal, pero excesivo por su profundidad y du- E
2
ración, durante el cual el individuo duerme intensamente, pero cam- E
bia espontáneamente de postura cuando se le excita y puede des- =
prtar y conieslar a ias yregm¿as que se ie hacen, y que coma ea -
el sueño que se acompaña de pérdida de conciencia, sensibilidad y 0m
E
motilidad voluntarias. Interesa también añadir que aun cuando las O
palabras modorra y sopor significan sueño profundo, lo mismo que
n el letargo, acaso la modorra y el amodorramiento tienen un signi- E
ficado menos intenso de somnolencia que de sueño propiamente di- a
cho, mientras que el sopor es idéntico a la letargia. De ahi el que, n
a6n en los tiempos que vivimos, digamos muchas veces: "estoy
amodorrado", cuando domina nuestro cuerpo un estado de laxitud 3
O
que nos priva de movernos y termina embargándonos en una dulee
somnoiencia.
Deteniéndonos en el estudio de cada uno de los síntomas, hemos
de decir que lo primero que llama la atención es el hecho de que la
fiebre va acompañada de un estado letárgico que da fisonomía pro-pia
a ña enfermedad, hasta el punto que el nombre con que se la
conoce desde la Conquista de las Islas perdura en todas las histo-rias
de Canariasassi, n que nadie haya tratado de colocarla en su ver-dadero
sitio dentro de Ia Patología médica actual.
24 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOX
98 JUAN BOSCH MIU4RES
rio, obnubilación que tiene sus grados, pues generalmente se trata
de sopor que varia desde la ligera somnolencia al deli~iod e forma
mwitante.
Este sopor no tiene el carácter de la modorra que refieren !os his-toriadores,
pues !a enfermedad que describirnos someramente no
existía en aquellos tiempos, toda vez que los datos pri-meros y se-guros
que sobre ella tenemos proceden del año 1805, fecha en que
se presentó con carácter epidhico en Ginebra.
La pliomielitis anterior epidémica o parálisis infantil epidé-mica
comienza, unas veces, con sintomas levlsirnos, simulando una
gripe o una gastrooexteritis aguda, hasta que aparecen las parálisis;
y otras violentamente, recordando una infección grave o una eace-falitis
o meningitis, con rigidez de nuca y delirio en casos,
y con flaccidez y cabeza péndula en otros. Se ha señalado en esta fie-
7 ~ - -- - - -f 7 . - 7 - - - 7 --.--'-.----.--2 :L- 1-L 2:- -..nrr., are una i u rma üe uus elevaciuuea cuin ueprealwln ~ L L L C L L J I ~ U (IG~U L V Q
en joroba de dromedario), pero no es constante. La enfermedad
aparece en forma epidémica sobre todo en el otoño y verano, aun
cuando otras veces surge esporádicamente y se transmite por csn-tacto
hiirnai10 directo, por medio de la vía nasal. Cuando la enfer-medad
pasa esta& &nieo, se cai^ac'kei+za .. --m Y-- p r - i ah -~-a-"a "~':l~-:i-y~ id3a s
atrofias musculares. No hay, cono se ve, el sintoma Gel sue?lo y
ataca principalmente a 10s niños.
La tripanosomiasis africana o enfermedad del sueño comienzo.
p r m periodo febril irrregular con polioadenitis y exantemas, a!
que sigue aui período nervioso caracterizado por el sueño, imcosrdi-nacion
mental, par&lisis, temblores, apatia, somnolencia, espieno-megalia,
caquexia progresiva y coma. Esta enfermedad es endé-mica
en Uriea, sobre todo en la Occidentai tropical desde hace si-glos,
mientras que no se encuentra ni ha existido con este carácter
en ninguna otra parte Gel mundo, y si bien es cierto que en ios tiem-pos
actuales se ha extendido desde ía costa 0ccidenSa1 a la oriental,
cierto es también que fuera de este Cmtinente no se ha encontrado
Jamás ni la "Glossima palpalis" ni la "morsitans". Además sabe-mos
que no es enfermedad epidémica.
Las encefalitis cornie-man bruscamente o precedidas de ¿lemas
días de desgana, malestar, cefaleas, somnolencia e insomnio. Suele
haber escalofríos y fiebre, siendo tanto más grave cuanto mayor
26 ANCARIO DE ESTüDI'OS .4TLAXTICOS
es &&a. Desde el principio puede presentarse rigidez de nuca, que
hace pensar en meningitis, pero el signo de Kennig y los de su orden
suelen ser negativos. Ea respuesta de los reflejos no suelen guar-dar
relación con la intensidad del proceso. Las lesiones de la cor-teza,
m& o menos profundas, más o menos extensas, dan lugar a
una serie de síntomas variables de unos casos a otros (convulsio-nes,
máoclónicas, hemiplegías, rnonoplegias, afasia, parálisis ocu-lares
con diplopia, nistagmm, vkrtigo, sordera, síntomas cerebe-losos
bulbares, trastornos respiratorios, a veces @heyne Stokes) .
LQ típico es la variedad de la sintomatobgía sobre un fondo de
sopor con síntomas seiidorneníngeos y fiebre.
Las causas habituales de las encefalitis son las infecciones, ira-toxicacisnes,
agentes físicos y traumatisrnos. Con respecto a las
primeras, que son d a s que m& nos interesan, hemos de destacar la
'llamada encefalitis epidémica o letárgica, caracterizada en su pe-ríodo
agudo por la letargia y las paresias oculares (dipbpia), se-
.guido de manifestaciones extrapiramidales parkinsonianas, ya que
afecta singularmente a los núcleos optoestriados. Todas las demás
infecciones, como h sífilis, paiudismo, tifoidea y paratáfico, gripe,
parotiditis epidémica, fiebre puerperal, sarampión y otras fiebres
eruptivas y los focos s&pticos, pueden determinar encefalitis que
terminan por la muerte o por síndromes crónicos parkinsonianos o
dejando sólo algunas secuelk aisladas (cefalea, parglisis oculares),
a> por completa curación.
Llegados a este punto nos interesa aclaras, primeramente, si
las llamadas pestilencia y modorra son dos enfermedades distintas
o el mismo proceso, y en segundo lugar, si podemos clasificarla den-
~ T Q& la p~t~@$a9 &3a!. para e!!= es precise ~ e ~ qü~z &~- d a ~
rante la Edad Media la humanidad se vio afligida por enfermedades
epidhnicas que en ninguna otra época causaron tantos estragos.
Tan fue ello así que en ese primitivismo con que se desarrollaba la
medicina, s e g h hemos dicho en páginas anteriores, se atribuyeron
sias causas originarias a los cometas, tormentas y otros milujos as-tronómico~
a, la falta de cosechas, al hambre, a las sequías e inun-daciones,
a los enjambres de insectos, etc., etc., y a las predispues-tas
a la aglomeraeibn y malas condiciones sanitarias de las vivien-
das, suciedad, desorden y gran inmoralidad ocasionada por las
guerras.
Entre estas enfermecPades ocupó lugar preferente la peste a
muerte negra, cuya aparición se remonta con seguridad a tiempos
anteriores a la Era Cristiana, pues en el siglo m hubo una epidemia
que causó grandes estragos en Egipto y en Siria durante el go-bierno
del Emperador Jasthiano, ocasionando la muerte de Is mi-tad
de los habitantes del Imperio romano de Oriente. La siguiente
pandemia registrada en Ea historia con el nombre de muerte negra
vino de China y de la India, extendiéndose a. toda Europa, entre.
1347 y 1350, después de ocasionar, segUn Necker, 25 millones de
víctimas humanas.
Guy de Chauliac, al servicio del Papa Clemente VI en el año 1348,
nos dice que esta gran calamidad apareció en Avigrion bajo las dos
formm: -ma, ddj3-6 dos ==es, -p-ncr-~J\cmz ut.6b n-vnu CA aiou-bre
intermitente y esputos de sangre, muriendo los atacados a los
tres días; se la llamó peste neinmónica; la otra du6 el mto del
tiempo y se manifestó con fiebre dta, tumefacciones en las axila
y en las ingles, m-miermcio los enfermos a los cinco días; se Ba llamó
peste bubónica. La enfermedad era tan ~u.n~&giosSz,G ~ E t d !a~
que iba acompañada de hemoptisis, que Ia gente se enfermaba no
sólo por convivir con el atacado, sino por Ea sola vista del cuadro,
10 que dio por resultado que los infectados mnriesen desatendidos,
ya que se haMa perdido todo sentimiento de misericordia.
Si pasamos revista a uno de los primeros tratados sobre la peste,
el de John de Buzgundy o Johannes ad Barba, pubHicado en el
aiio 1365, nos dice "que pede alirmarse que la peste sea debida a
los miasmas o vapores corrompidos sobre la contextura wLoiral de
los enfermos, pudiendo considerársela en su conjunto como una
maZa emanación a través be los poros de la piel que psie despu6s
al corazón, hígado y cerebro". Asirnisrrro, GuiUerrno Buchan, en srz
Xedicim LPs&stica Casera, al hablar cie Ia peste y calenturas pes-tilemiales
dice: "estas dolencias, endémicas en Mrica y Asia, di-manan
de miasmas, o contagios sui generis, venenosos, recibidos
en el cuerpo por Ia inspiración. Principia con escalofrios, doiores
de estómago, cabeza y espdda, náuseas* deszsoaiegos, dejaei.eiónz, an-sias,
abatimiento de esph-itpt, dificultad de respirar, semblante des-
28 AATUAIZIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
compuesto, sobresaltados Bos tendones, pulso levantado en algunos
y lánguido e intesmitente en otros; a la primera manifestación se
pone abatida la calentura y hay incremento de tumores en las in-gles,
sobacos s detrk de las orejas, pero va en aumento cuando
bajan o se aminoran &tos; el aliento y el sudor son fétidos, acom-paiíados
de ma&h%s Sividas, algunas veces anchas, las que desapa-recen
de repente".
Por otra parte, Hemára D. Cbnzálea y Carlos Floriani, en su
T r a t a de ilm emfww&&s infeccbsm, al referirse a la peste de
localáz¿e@iónp ulinnonar, nos dicen "que ésta puede ser primitiva o
secundaria, según que 10 hiciera directamente en el aparato bronco-pulmonas
sin ninguna Bocalización anterior pestosa, o que apare-ciera
a continuación de una peste ganglionar, cutánea o septicémi-ea".
El proceso paalnanonar pestoso obedece, por lo general, a una
neuiinonfa. Ella tiene nana significación semejante a la del bubón
primario. Las newmnáas secundarias pueden ser pestosas o cau-sadas
por otros microbios, tratándose entonces no de una loca&
zación secundaria de la infección pastosa, sino de una asociacióra
microbiana. Describe dos periodos con 10s nombres de invasión y
estado, caracterizado el primero por escalofrios, fiebre elevada, ce-falalgia,
postración y delirio, y el segundo por los graves trastornos
generales que enmascaran los sintomas de la neumonía.
En efecto, la disnea, la tos, la expectoración, nunca faltan, pu-diendo
ser 6sta hemoptoica, glutinosa, pocas veces herrumbrosa,
como en la neunrnonfa csupal, y en otras, anucopurulenta, aereada o
con estlráas de sangre. La temperatura es elevada; hay estado de
abxoadinmia, delirios, taquicardia acentuada con hipotensión
arterial, pudiendo aparecer en el transcurso de una peste pulmonar
bubones y manifestaciones cutáneas. La transmisión de la peste
tiene largar de hombre a hombre por la proyección de las gotitas
de saliva al hablar, estornudar y toser en los meses cálidos o frios,
según se trate de la foma kubóarica o pulmonar.
Por otra parte, en los tratados modernos se dice, al hablar de la
peste ~ A I ~ ~ PqI~C2e~1m, qi 1e 1%i ~ k j ~ a i~z ii ~bi d~de l e & f g l ~-0
haya producido profundos trrastornaos del sensorio, es frecuente que
h obnubilación se convierta en somnolencia y llegue a la pérdida
total del eonocimients, y que en el aparato respiratorio se descri-
102 JUAN BOSCH MIUARES
ben focos bronconeumónicos con esputss teñidas de sangre, siendo
frecuente en Ia forma pulmonar los dolores pleuríticos.
De todo lo expuesto sólo nos queda por aclarar si la modorra
es la llamada encefalitis Zetúrgica o la peste, a cuyo fin, detenién-donos
un poco en la sintomatología que presenta una y otra, con-cretada
en las páginas anteriores, debemos de añadir que la modorra
tiene de común con la encefalitis Zetárgica el presentar fiebre,
somnolencia en forma de sueño invencible que puede durar pocos
días o semanas y aun meses, la hiptonía o astenia que puede per-sistir
durante mucho tiempo después de cesar la fiebre y el aparecer
con los primeros fríos, hasta alcanzar su apogeo en los meses de
la primavera. La mortalidad puede llegar al 23 ó 50 por 100, bien a
en la primera o segunda semana después de iniciada la fiebre, o al N
E cabo de más tiempo. Por el contrario, no tiene de comtln con elIa O
ei presentarse en ia encefalitis ietárgiea las paráiisis de íos ner- - -
=m
vios craneales, ser su transmisión de hombre a hombre pequeña, O
E
puesto que alcanza un 4,5 por 100, y conocerse corno tal enfermedad E
2
desde el año 1916, en que Von Economo la describió con carácter E
=
epidémico en la ciudad de Viena, ya que 1% sucedidas en tiempos 3
de nipócrates con el nombre de parapiejía de Thasos, en 10s de -- 0
@elso, siglos después, con el de fiebre comatosa, en los de Sydenham m
E
(año 1673) con los de enfermedad del sueño de Tubinga (1712) y O
de Nona (1890), no presentaron los caracteres de la enfermedad que -
me ocupa. -E
a
Por lo que se refiere a la peste debernos de añadir que en euan- l
tos tratados se han publicado sobre los brotes ocurridos en Ale- - 0
mania, Italia, Francia y España, desde los años 1500 a 1650, encon- 3
tramos descritas sus manifestaciones clínicas, que no se diferen- O
cian, en lo principal, de los señalados en fa modorra. En todos ellos
se indican la fiebre, la letargia (expresada par abatimiento de es@-
ritus, efectos paralizantes sobre la inteligencia, dejación, postra-ción,
estado de ataxo-adinamia), la complPcaci6n de aparato respi-ratorio
(forma pulmonar de la peste), agudización en las épocas
de humedad y frío y el ser producida por los misesinas venenosos
que impurifican el aire como consecuencia de no ser enterrados sus
muertos.
Creemos, pues, en conclsiómn, que la pestiíencia y la modorra;
30 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
no fueron enfermedades distintas, sino ia; misma eazfermedad pes-tilencial,
llamada también muerte negra, que apareció en el año
1348, causando la terrible mortandad de una. cuarta parte de la
población de la tierra, despeaés de haber devastado- el Asia y el Afri-ca.
No estamos, pues, de acuerdo con el Dr. H. P. Rengaid y Ricardo
Jorge cuando, en una comunicación presentada al Congreso Inter-nacioizal
de Medicina celebrado en París en el afio 1921 y repro-ducida
en los Archivos del Instituto Central de Higiene de Portu-gal
del año 1928, afirman que la llamada modorra es la encefalitis
letiirgica.
Puesta de relieve en las páginas anteriores la identidad de fos-mas
de la medicina p.rehispánica isleña con la de los pueblos antiguos
y primitivos, no podemos menos de referirnos a la Obstetricia ca-na~
i ay, a que la comadrona, en todos los tiemps, ocupó un lugar
destacado en la práctica de la asistencia a las embarazadas durante
el alumbramiento y en los consejos que durante esta augusta fun-ción
tienen que oír y cumplir muchas de las mujeres.
A tal efecto, y como quiera que en todas las épocas éstas han
parido con dolor, y esta función, aunque fisiológica, interesa de
modo completo al conjunto del organismo, es lógico suponer que
las embarazadas buscaran siempre a quienes tuvieran más cono-cimiento
que ellas en el dificil trance del parto, tanto más cuanto
que las transgresiones en lo normal podía conducirlas a la muerte
en el momento de llevar a cabo la función sublime de dar vida a
otro ser.
E1 origen de las pa~teras es, pues, tan antiguo como Ice humani-dad,
y el hecho de encontrarlas en las diversas razas que poblaron la
tierna permite aceptar su existencia desde los tiempos prehistóricos.
Be ahí el que la cowdrona fuera una figura de relieve en nuestras
Islas, y que la obstetricia estuviera sometida a la influencia del sol,
Ia luna, las estrellas, los planetas y el mar, ya que eran considerados
estos elementos constituyentes del Mundo como seres animados y
104 JiíAii BOSCH MILLARES
vivos que ejerejan un poderoso influjo en !a fortuna y la desgracia
humanas.
Acabamos de hacer constar m& arriba que los primitivos po-bladores
de Canarias tenían a galardón e4 que sas compaiíeras tu-vieran
hijos fuertes para hacerlos hombres valerosos y decididos
ante el peligro. A tal efecto, sometian a las mujeres, antes de la con-cepción,
a reposo, en cama, durante treinta dias para engordarlas y
ponerles tensa la pie2 del vientre, pues decían que las mujeres flacas
no podían tener hijos grandes, desde el momento en que no se les
alargaba el abdomen. Conseguido el pro@sito, la mostraban desnuda
al que había de cohabitar con ella, y si &te la encontraba dema-siado
gruesa, sus padres la sometian a baños de mar durante algianm a
dias, hasta conseguir adelgazarla. N
E
Dispuesto el matrimonio, la doncella era desflorada por un ca- O
bailero de la clase de los nobles, que eila elegia, a 5n de que su hijo --- m
naciese firerte y también noble. Tan en alta estima tenían este acto O
E
prematrimonial, que hasta tanto se supiera si habáa quedado emba- E
2
razada, no se le perrnitáa ocuparse con su verdadero esposo. -E
Los canarios, como los habitantes de otros pueblos antiguos, 3
creian que las mujeres, durante ia menstruación, secaban, cortaban, --
0 infectaban y agriaban cuantos objetos tocaban con su cuerpo, por- m
E
que decían que en este estado tenían acción filotóxica sobre ciertos O
vegetales y animales. De ahí el que se creyera, durante mucho tiern-n
po, que las plantas tocadas en estas eiscunstancias se marchitaban -E
y secaban, que las personas que eacm tratadas por ellas se exp- a
2
nían a perder el pelo de su cabeza y que las heridas no debían de n
n
ser cu~adasp, orque todas ellas se infectaban.
3
Unidos en matrimonio, era creencia en Ics c6nyaages pertene- O
eientes al pueblo que para lograr el producto de la concepción ha-bía
de experimentarse la sensación de placer durante el coito p r
ambas partes, senisacih que se facilitaba cuando la cópula se efec-tuaba
al terminar la menstruación o tenía lugar cuando la luna se
encontraba en cuarto creciente o menguante. Tal era el convenci-miento
de esta idea que, si de la fusión del amor nada m fenómeno,
no había duda de que el coito fue practicado durante b menstrua-ción,
y si el parto era gemelar, la mujer fue cubierta dos veces en
la misma hora. Sea de ello lo que fuese, era aceptado por todos que
32 ANUARIO DE ESTUDIOS AT4;AhTTICOB
LA MEWICIXA CANARIA EX LA ÉWCA PREHISPANICA 105
si ambos participantes en la líbido deseaban que el nuevo hijo fuera
varón, tenfa que realizarse el coito orientando la cabecera del lecho
hacia el mar y efectuarlo durante la pleamar, en luna llena, en
cuarto creciente o de madrugada, levantando la mujer los muslos
para que el hombre ejerciese su función con energía y tener ambos,
mientras lo practicaban, las orejas izquierdas en contacto. Por el
contrario, si era deseo concebir una hembra, orientaban la cabe-cera
del lecho hacia la cumbre, realizaban el coito con poca energía
durante la bajamar o los menguantes de luna y se colocaban el hom-bre
y ]la mujer en posición horizontal.
Parto.-E1 acto de asistir a los partos se reducía a dar conse-jos,
animando a la parturienta, y colocándola en situación apro-piada
para que se facilitara la salida del feto. Es muy posible, por
19 t z ~ tyU~e ,p re$lfeerna enst e a c k 2 Iui, ~emn&-~~nniin_ h. l i h i ~ s ~ n
Y"" L'--------
parido, por tener el convencimiento de que conociendo lo que se
sufre en el trance, bien por su propia experiencia o por lo que ha-bían
observado en otras, serlan m& compasivas y ayudarían mejor.
Las mujeres daban a luz valiéndose de la llamada silla obsté-
+&en N,.* nrin-*ri,.:nvn an ln n:.Y..:r\,i+~ -nm,mo.
c,r LLa, y e r ~~ v i wLL u a a i l ur; l a n n g ~ L G ULG III~ILGLa . 1%s i!!& S!S@&¿Lp, ar
su consistencia y fuerza, le quitaban el asiento, almohadillando los
bordes del hueco con tela de jmco o de palmera, a fin de que no
molestara a las nalgas de la parturienta, pues era condición indk-pensable
que quedasen ellas en el espacio circunscrito por aquél.
La parturienta se sentaba sobre este dispositivo, y frente a ella,
rodilla con rodilla, un hombre fuerte y de buen ánimo, y acto se-guido
ella se agarraba a sus hombros y cuello para tener un punto
de apoyo donde hacer fuerza y soportar mejor los dolores.
Entre tanto, la comadrona, para favorecer el alumbramiento,
oprimía con la cabeza las caderas de la parturienta, al mismo tiem-po
que presionaba con las manos el vientre, hasta que el hijo viera
la luz del mundo. De esta manera, si el parto tenía lugar en cuarto
menguante, época la más frecuente en la mayoría de las embara-zadas,
el parto era fácil y feliz, y si al mismo tiempo coincidía con
la marea llena o pleamar, el alumbramiento era también normal.
Si ocurria, por el contrario, en cuarto creciente, el parto era difícil,
y si tenía lugar en luna llena, peligraba de muerte la madre, cual-quiera
que fuese el sexo del hijo nacido; si, por el contrario, se veri-
Núm. 8 (1962) 33
106 JCXW EOSCK MILLARES
&aba en luna nueva, peligraba también de muerte la madre, cuanda
el producto de la concepción pertenecía a1 sexo femenino.
Si la mujer era de peques30 tamaño, favorecían el descenso del
Zeto eolg&ndola del techo, por intermedio de una cuerda que ama-rraban
desde la cintura a los sobacos. Si la presentación era de
tronco, a fin de hacerle cambiar de posición la cogían, entre cuatro
mujeres, p r sus extremidades para sacudirla en todas direcciones,
y si con estos movimientos nada conseguían, la cogían por 10s pies
con la cabeza baja y la sometían a toda clase de flexiones y exten-siones.
Cuando la presentación era de vértice y el parto difícil, la
colocaban sobre las ro&!las JT el pecho por tener la creencia de que
Bo lentitud del parto era debida a que la cabeza del feto se apoyaba
en el sacro de la madre y no p&a descender. a N
Verificado el parto, si la placenta tardaba en desprenderse, ha- E
salt- =, p&=ie&a sobre el s ~ e v! a~ri as i p ~ p sQ I-_ &li- O n -
gaban a soplar por la boca con toda la fuerza posible; y corno se =m
O
t d a la creencia de que los niños nacian desmayados, se llamaba a E
E
2 una mujer que estuviese criando, para que le diese de mamar hasta E
= que a la madre le viniese la leche, a cujw efecto le daban de comer
P ; r c~em~ 1~,tzgu ges. 3
-
De la misma manera que en otros sitios del mundo, el cónyuge -
0m
E hacía cama durante el puerperio, mientras la mujer trabajaba; o
O pemanecia encerrado en su casa ocho &as, para cuidar a su esposa.
Esta forma de la "covada" la practicaban en la ida de Fuerteven- n
E tura, sin duda, pues el padre del recién nacido comía, bebía y hacía -
a
exactamente el mismo aíarnero de comidas que llevaba a cabo la 2
n
madre recién parida. Al hombre en este estado o situación se le 0
llamaba "zorrocloco". 3o
A los niños, una vez nacidos, los envolvían en pellejos de cabri-tos,
y Cuando la madre no tenia leche bs aiimenkban pegados a
las ubres de las cabras. A1 ser mayorcitos, bs enseñakn a masti-car
pni6ndoles en la boca chupones llamados estoperitos y "agua-mnames",
constituídos por rakes de helechos y granos de "ama-gante"
empapados en leche y untacios con manteca.
Les echaban agua a1 nacer y ies lavaban sus cabecitas. Esta
especie de bautismo lo practicaban unas mujeres buenas y vírge-nes
llamadas "Harimaguadas".
34 P-NUA.RI0 DE ESTUDIOS .4TLANTICOS
PARTE TERCERA
Los primitivos pobladores eran, por regla general, hambres ági-les
y valientes, atrihtos que tenían en alta estima y consideraban
como fruto de la educacisn guerrera que reciibáan, pues desde pe-queños
los enseñaban a saltar, correr, trepar, Puchar, tirar piedras
y levantar pesos. Por ello adquirían bien pronto la ligereza, Ba auda-cia,
la intrepidez y la prontitud de ejecución que los hzií&íl tan
temibles en los combates, ya que el desarrollo muscular logrado
estaba en íntima relación con aquella educación. Si a ello a5adimos
que la alimentacián que recibían, a m& de ser sana y sencilla, era
rica en vitaminas, y que la benignidad del clima ayudaba a la tem-planza
del ambiente, se expIica y no llama la atenci6n el %echo de
leer en documentos antiguos que los aborigenes llegaron s alcanzar
edades que oscilaban entre los ciento y ciento veinte &os. De ahi
el que soportasen bs dolores físicos sin qaejame y que sintieran
gran desprecio por la muerte.
Con estos antecedentes no es de extrañar el que no tuvieran las
más ligeras noticias del arte de curas, y el que las personas que a
él se dedicaban hicieran raramente fortk8mz2 aun cuando fueran res-petadas
por todas las demás, ya que se les consideraba como repre-sentantes
de una virtud que no todos tenían y que heredaban de sus
antecesores. En es& circunstancias no escapa a nuestra inteli-gencia
decir que los recursos terap6uticos de que hacáan uso no
podían ser otros que los que les proporcionaba Ea tierna en que ha-bitaban.
De ahí el que se valieran de aquelllses plantas, Pr&uctos
animales y utensilios de piedra que, a la par que servíanks de ali-mentación,
aplicaban como remedio a sus males.
&memasado por el reino vegetal, he de señalar que de 4as plantas
cultivadas en nuestras Islas, unas eran preparadas para satisfacer
las necesidades alimenticias, entre Ias que ocupaban lugar de pri-mera
importancia Ias leguminosas, los cereales, con cuyos granos
(trigo y cebada), semil!as del "Mesembrianthemun nndiflorurn" y
las raices de loa helechos, preparaban, después de zorrefactados,
el "gofio", dimento básico de la psblaci6n isleña, aspiración supre-ma
del pobre, deleitoso manjar del acomodado, y su uso no ha muer- a
N tu desde que fue usado por nuestros antepasados y que es la princi-oal
herencia que se transmite de padres a hijos, sin que los embates O
de 10s a6os ni las irnfiueneias de las costumbres hayan moCliñcado -- m
O
su tradicional popularidad. EE
2 Entre las restantes plantas axistíali otras con virtudes rneb7,ici- E
nales, oriundas y típicas de estas tierras, que la naturaleza brindb
-
en &~mla.sieix,c onstituy~nd~-iom a flora agreste, seei y extrafia en su 3
-
prestancia, la que si bien se conserva a través de 10s años, ha ido -
0
m
perdi6ndose en mimero, porque la vida, áspera y dura, ha necesi- E
tado de otros cultivos que prod~jesenm ayores rendimientos eco- O
nómicos para sostenimiento de toaos sus habitantes. Esta flora, que n
E ha logrado despertar los sentimientos poéticos de 10s elegidos, tenía -
a
para 40.; primitivos pobladores la veneración de quien cree encon- 2
n
trar en m remedio la salvaeisn de todos sus males. n
@ardóia.-Y así tenemos, entre ellas, sin detenernos en sus ca- 3
O
racter%tícas mat6micas7 el "cardón" jXz@mrbia canariensk), que,
coristiid& pr mciiipl,ies cila~I-aiiguiares de espi-nas
en las wístas, con pequeños botones encarnados, se cría en gran
abundancia. en las Islas, donde Is producen los terrenos más incul-tos,
y en los cuales llega a aleamar a veces, cada pie, la extensión
de un gran solar, con una altura que rebasa en algunos la propia
de una casa de vivienda (fig. 27 3 . Mirados uesde afuera se aseme-jaa,
por su m p ~ t oa, una gran lámpara de sala de recepciones. De
todas sus partes, la que más interesaba al isleño, por sus propieda-
des medicinales, era el jugo, extraádo de sus hojas por incisiones y
golpes, que tiene aspecto de leche muy blanca y espesa y de la. que el
sabor y olor es acre, corrosiva y nauseabunda, a tal punto que para
recogerla se kaaeía preciso cubrir eE rostro, ya que el tufo que des-pide
ocasiona escoriaciones y ronchas en la piel, buera nUme~o de
estomudos y excitaciones en la respiración, que obligan a desper-tar
de su sueño a los que están dormidos. El polvo de este jugo,
obtenida por desecació.n, lo empleaban, aplicado al exterior, para
tratar los huesos afectas de caries y las heridas que bs malos san-gradores
prodracian sobre los ~iasos euando en esta pequeña in-tervención
qerirurgica confundían o no actuaban sobre la vena.
Corno le csneecEáan poderosa virtud para expeler las serosiddes del
cuerpo, b usaban como purgante, indicación que dudo aceptar, ya
que siendo extremedamente venenaso, a tal punto que una gota a1
caer sobre cuaIquPer parte de Ba piel da Iugar a una flictena que
impide la salida del peb, produci~ías eguramente en la mucosa &-
gestiva zonas de neerosis que pondrian en peligro la vida del pa-ciente.
Esta. planta, Ilmads también "Euphorbia" en honor de Euforbo,
mé&co del Rey Juba de Mawitania, £ue siempre estimada p r
10s antiguos moradores, pues adem5s de las aplicaciones mdici-males
que acabo de exponer, la usaban para embarbascar los char-cos
de los arrecifes del mar, vertiendo el jugo era ellos, hasta lograr
hacer flotar a Tos peces sobre la superficie de las aguas.
Tabaiba (EIupho~biad uk e cma~iens i sy E. si?l~at&c~aam rien-sis)
.-Estas das variedades se crian con abundancia en 10s terre-ncis
incultos de todas Im Islas y m& señaladamente en los que
miran al mar. Mgunss ejemplares apenas se levantan del suelo una
vara, mientras otros descuellan hasta igualarse con una higuera
regular. Sus troncos son de madera fmgosa, blanda, con Ea corteza
Bzempiiía, Iwt r~s ap, egajosa, de color ceniciento y tan cargada de
una Ieche espesa y glutinosa que a Ece menor incisión que se haga
12 corteza CQF - ~ e~ ~a%tidx,&J& fP l!q~ji& iina E.&%U nYl"a' n se --
csagulti r&pidamerate al so$, y Ea de Pa tabaiba dulce en este estada
la solían masticar Im isleños para desalivar y fortalecer Ba denta-dura.
La Ieche de Ea. "tabaiba s xd~aje'e~s pegajosa, acre, de olor
desagradable, y Ea empleaban para cauterizar empeirtes ; en cambio,
110 JUAN EOSCH XILWRES
su corteza, aplicada sobre las articulaciones enfemas, actuaba en
calidad de enérgico revulsivo, produciéndoles viva irritacibai en
la piel que daba origen. a la formación de una Glcera que supuraba
con abundancia (fig. 28).
Este remedo de las antiguas fuentes lo siguieron usando du-rante
mucho tiempo en los campos de nuestras Islas, y con ella
trataban igualmente las artritis crónicas, las antiguas y anquilo-sadas
luxaciones y aquellas fracturas en las que, después de levan-tado
el ap6sito de reducción, la respectiva articulación no funcio-naba.
Drqo {Dracmza maco, Uracmza pdma canarierzsis) .-De tson-co
grueso y robusto, desnudo de ramas, se levanta hasta la altura a
N
de 38 a 35 pies; su celebridad la debe a su jugo o resina, que exnda E
del mismo en los &as canicuiares, ia cuai se condensa en g m o s n de color de sangre, blando al principio, seco y triturable luego, sin -
m
O
sabor ni obr, pero cuando se quema se inflama y exhala una fra- E
E
2 gancia semejante al estoraque líquido. La "sangre de drago" le&- -E
tima tiene virtud incrativa y desecativa, por lo que solían aplicarla
interiormente en las disenterías y hemorragias del tubo digestivo, -
-
bebiéndola con leche desnatada y fría en las colitis. Exteriormente -
0
m
la aplicaban para secar las úlceras y cicatrizarlas y para fortalecer E
las encias y dientes, a tal punto que este preciado producto fue ob- O
jeto de un gran comercio con los antiguos romanos y hasta e1 si- n
E glo xrx con muchos paises de Europa (fig. 29). -
a
RecHu5dos generalmente en solitarios lugares, a extramuros de 2
n
los pueblos, en oquedades sombrías o en las escarpas de las rocas, n
el drags da, al contemplarlo, una sensación de rigidez, de aplomo, O3
de consistencia pétrea. Recio, ciclópeo, sombrío, todo en él tiene
un sello característico de grandeza, como un monumento de per-petua
recordaci6n a la raza aborigen, a la que no logró renovar ni
reducir a pavesas las fraguas de los volcanes. Fuerte e inconmo-vible
en su sillbn de roca, alainca sus raíces en el corazón de la
Sierra, y el jugo que le absorbe lo convierte en sangre de color de
piirpura. Admirable vestigio del -pasado, se habla que de la Edad
Terciaria, bien puede decirse de él lo que de la vieja encina dijo
GabrieJa Mistral :
38 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
LA MEDICIXA CANARIA EX LA ÉWCA PP.EHISF.&ICk
El peso de los nidos fiiertes no te na agobiado.
Nunca la dulce carga pensaste sacudir.
No ha agitado tu fronda sensible otro cuidado
que ser ancha y espesa para saber cubrir.
Mocán. 1Wocanera (Mocanera canarieds vknea) .-&bol ende-mico
y privativo de nuestras Canarias, constituía la delicia de SUS
antiguos moradores por el gusto con que comían su fruto, llamado
"yoya" por los guanches, y por el "chacerquen" o meloja medicina1
que de él hacían. Es árbol de tronco rollizo, un poco vemgoso,
siempre verde y con hojas en forma de hierro de lanza, lisas y ve-nosas.
Su fruto es del tamaño de usn garbanzo, de color primero
verde, despu6s rojo y por Último negro, de jugo dulce, y con el cual
hacían los abor.íg enes la miel, exponiendo al sol la "yoya" durante A--- a<-- P 2-1- - 7 .c--,.-. ea U ~ ~ Ly UC ;u\ilt;uwa a r ~ur;gv~- -W-L L.u. n.... .p b w u 2,.r ; m....-a. ~ u aq-,s.,. u r; u2-G<j..a?v,a.ea-a
hervir hasta consistencia de arrope. Este fruto del "mocanz"' fer-mentado,
el "chacerquen", lo usaban para quitar los dolores y las
náuseas y como astringente mezclado con la corteza del mismo.
Si, por el contrario, querían obtener efectos laxantes, 40 mezclaban
con ei zumo de otras hierbas medicinales y eon ei suem de la leche,
d que atribuían esta propiedad, pues, se&n acabo de decir, s6kn
la empleaban para combatir las cknaras o &arreas Ifig. 30).
Agreste y esquivo por naturaleza, ocúitase generalmente en las
quebradas de los montes, buscando el cobijo de los g d e s árblie%
o el frescor de las fuentes. Bajo su sombra, que, como el áwrbd, se
va perdiendo en el devenir de los años, los que sentimos por estos
patriarcas de los bosques la evocación de tantos recuerdos hbM-ricos,
experimentamos irresistibles deseos de recitar la canei6m
de Guanina que dice :
Era el hijo del Mencey
un rey
-Techo de nuestra tierra
que mil bellezas encierra,
y, sin embargo, . .. aquí vino
a&uscar otra el galán.
CuB cantan los capirotes
a la sombra del mocán.
So n?e miro con desdkn
Romén
(que este es su nombre, avecilias i ;
vosotras, cual yo. sencillas
también, cual yo, ie amaréis,
que es muy bei!o rr.i galán.
Cuál cantan los capirotes
a ia sombra de! mocán.
--
Oh? tu amor es mi tesoro,
ite adoro!
Tu amor es mi solo bien.
;Ay, cuántas tardes: Remen,
si tareas, mis avecil!as,
cual yo, tristes, se pondrán,
pues callan !os czpirotes
a la s,?mbrs de! moc&n.
Paima (Fheizix dactilifera) .-Arbol célebre, que se cría y pros-pera
en Canarias como uno de los climas m5s felices para sn pro-pagación.
De ella recibió ma de nuestras Islas su nombre, y de ella
tom6 también el suyo h ciudad de Las Palmas. Cuando se examina
wia palma (fig. 31) con ojos de naturalista se echa de ver su talle
recto, gallardo y rojizo, sin gajos y sin corteza, como una bella silue-ta
femenina junto a la recia nasculinidad de mestros árboles rde-nnarios,
pero que con los años va convirtiéndose en r r t~ro nco áspero,
rugoso y plagado de cicatrices.
Muchos de estos ejemplares, como decía el Padre Sosa, eran tan
desmedidos en su altura cpe pai-ecían avecindarse con las estrellas,
y en muchas ocasiones servían de norte a ]los mareantes y pesca-dores
que arribaban a sus playas. De este árbol usaron, los prirne-res
pcb!wdGrw, s ~ fu;r" s Ccmo u!ixento de g r p r , p d e r nxf,rit>js;
el jugo extraído del tronco, que les proporcionaba gran cantidad
de miel, usada unas veces como alimento y otras como derivativo ;
y un licor conocido por "guarapo", de s a b ~ar limón, que lo toma-ban
como refresco. Y sin embargo, a pesar de ser árbol tan útil y
a,. +,.- ...l+,. v*'.l.-.- &.a 2 :--A- 2.. Le-- T-7-- uc L a 1 1 au.u v a L u I UL d l a l u t z l l e a i , v G ucaapal C G L C ~ P U ULC 11 ucb LL aa mlabp
porque la civilización, más práctica y menos romántica, lo va des-plazando
desde las altura hasta las líneas fronteras de nuestras
4 0 -4NFAEIO DE ESTUDIOS ATUANTICOS
CIC XFDICINA CANARIA EN LA EPOCA PREHISPdNICA 113
oaW. S& quedan algunas, como atalaya de 10s horizontes, que
al cohaeernplarhs nos traen a la memoria aquellos versos de la poetisa
islle5a Vietorfa Ventosa de Cullen que terminan con esta estrofa:
A ti sola, antigua palma
ilesa, te guarda el cielo;
la brisa -,E ~ 5 5%2 c n!?u?;
murmura el agua en tu sce!o,
y ella y el sol te dan elrria.
Grama o grega (P~nicumdc actyizlrn) .-Abundante en los terre-nos
hhíamedos y aguanosos de nuestras Islas, hasta el punto de que
algunos ka Ihmm gramen canario porque los perros, cuando se sien-ten
enfermos, la buscan y comen. No faltaron etimologistas que
-e.--..- -L..L-- L ---- 2- L....- A -"-L:-:<l--.- -1 AL-- 2- ------ :--
~ I I IYJ JLQ.PL I P C Y ~ I J ~ LL U~I~&UU L L U ~ B L L U ~h~tiu~pllelaeg~uI L U L I L I J L ~ ue ~aria~-llars.
por rm8n de su abundancia. Existen dos especies de greña: el
pawicum dwtyhrn de Linneo, que se conoce en estas tierras con el
nombre de '"ata de gallina", y el panicum vivide del mismo autor.
De esta planta usaban la raíz, costumbre que se sigue en nuestros
tiempos como diurética, preparánhia en forma Ge tisana, y menos
veces como apritiva y refrigerante.
De entire otras plantas no peculiares de Canarias, hacian uso de
la kw~Qjaa,p rovechando su jugo viscoso e insípido y sus hojas
en ircfkesiones, como sudorífero; y ellas y las flores, edulcorándulas
m forma de jsmbes y conservas, las empleaban como expeetorantes.
~BDWCTOS MEDICIWAiLES DEL REINO ANIMAL.
Entre &tos era natural que se valiesen, para sus dolencias, de
90s que les proporcionaban los animales que con ellos convivían, y
de 15s que obtenían, con sus procedimientos primitivos, de la caza
y pesca.
A este efecto, los antiguos moradores miraban como su 2rincá-pal
riqueza la posesión de sus cabras, pues hallaban en ellas a%
mento, regalo, vestido, ocupación y aun culto siapersticioso. Una
cabra bien constituída daba 30 ó 40 libras de sebo, amén de la leche,
manteca y el tuétano de sus huesos. De estos proGqUctos, e4 que más
gastaban era la manteca, la cual obtenían de 4a leche colocada ea
un pellejo o bota de cuero hasta su mitad y que suspendian de lo.
rama de un árbol por intermedio de una cuerda. Dos mujeres, c o b
cadas a ocho o diez pasos de distancia, se lo enviaban mutua y alter-nativamente
hasta que !a manteca era separada de la parte caseosa.
Cuando un enfermo aquejaba dolores er- cxalquier parte de su
cuerpo, procedían a practicar escarificacimes, "loco ddenti7', sobre - e
N la piel con los cuchillos de pedernal blanco llamados ""tbbonaa;", E
y mn?c! tenian la idea de que su causa radicaba en el fria b some- O
n
tían a continuación a m sudor que provocaban abrigándole con -- m
O
pieles de carnero, después de haber sido untado con manteca y de EE
haberle hecho beber una infusión de borraja que estuviese bien 2
E
caliente. Si con esta terapéutica no conseguían gran alivio, susti-
-
+y&-- 1- m-nfnnrl frnam nnr nfrs r a n ~ i a qae CQ~S~~W&LQ a l -]las 3
Lrarazi rw rrlwrribucr AL uuuu yur v UL ~l -
bajo tierra, porque pensaban que en este estado tenia mayor poder -
0
m
resoliutivo; y si el dolor adquiría caractares de tipo gotoso (enfer- E
medad como el reumatismo, que padecieron los abosigenes) recu- O
rrían a la aplicación de las "moxas" sobre el sitio del dolor, especie n
E de mecha idamable con la que al tocas la piel ocasionaban quema- -
a
duras de mayor o menor intensidad. Si a pesar de ello el ddor no 2
n
desaparecía, hacían 1x30 de piedras bien calientes, con las que redi- n
zaban las escarificaciones. o3
Cuando los isleños se disponían para la lucha, untaban todo su
cuerpo con manteca fresca de cabra a fin de resistir mejor 10s gol-pes;
y si recibían heridas, las trataban con estopas de jmem ma-jados
y empapados en manteca hervida.
La Zeche, según dije antes, la usabasi como laxante, tomandola
en ayunas, con nata o mezclada con la miel del "mocán", de la palma
o de otras hierbas, creyéndose que este efecto pwgativo lo debian
al suero de la leche más que a los extractos de las plantas, pues
&tos, usados sojlos, tenían efecto astringente. Síla embarga, la leche
U MEDICINA CANARIA W LA EPOCA PBETíISP.&iSICA 115
&cida, pero desnatada, Ba usaban como coadyuvante en el tratamien-to
de la disenteria y en toda clase de hemsragias.
Si nos referimos, por GBtimo, a los productos del reim miwrd,
Hiemos de seaialar la existencia de agww miinerales especialmente en
la isla de Gran Canaria, de 1% cuales adquirieron fama, por sus
efectos 9aantes, Ias de Salinetas y Phya de Gando, a cuyos na-cientes
-a-c-u dieron en tropel los moradores después de la Conquista, .c.-.-.-. ..71-." a-- -'L---c ,.---L.. p r y u t ; c a a ralua G I I L L ~t x w a GLWL- que YVS awugwles vivierwi L ~ I I L C I
y tenían lsts canillas tan fuertes a causa de los elementos minerales,
principalmente suxatado-sódicos, que entraban en la constitución
quimica de las mismas. En cambio, para las dolencias y fatigas del
estómago bebían las aguas de Firgas, Teror, Azuaje y Valle de San
73 --.-- ~luyueq, ue .w"-Uu Vp n b. "u-- G W ~ I ~ N S I C ~a-U-<CJI- -iTLL- uuiu7-: -u-~--c-a1- r-u- -u-~ Ll-a 3L-a-u ar"sa-, -m- - o- -
sas en el Archipiélago, de las cuales hacen gran acopio los habi-tantes
actuales.
A pesar de esta terapéutica primitiva, que les permitió vivir
muchos &OS, los habitantes de la ish de La Palma eran pusilhi-mes
en sus enfermedades, no obstante ser individuos fuertes, ágiles
y valientes, hasta el punto de que preferiasn antes morir que tomas
~emedion i alivio de alimento. Dejábanse dominar en sus achaques
por ideas tan meIancOlkas, que, despreciando filosóficamente todos
30s a-üxfiios que los empiricos les podían dar y aun ia misma muerte,
solían convocar a sus parientes y amigos para decirles el último
adiós y con voz firme Im siguientes palabras: "vaca guaré", que
quiere decir "yo me quiero morir"; y como se tenia a crueldad nao
darle este gusto, al instante Po trasladaban a la cueva que habían
elegido, 10 en un catre de pieles blancas, ie tendian muy
estirado y con la cabeza hacia el IUorte, y lo sepa~aband e la tierra
porque alli decían que &ista d cosa de ella había de tocar el c u e p
muerto. Seguidamente, y junto a la eahcera, colocaban iiai gánigo
o bzrrenebociUo pequeño llena de Ieche, le tapiaban las puertas con
paredes de piedra y en él, sin que nadie se atreviera a turbar e1
triste letargo de sus &nimos, esperaba los últimos momentos de su
vida, can el mismo estoicismo que observó mientras permaneció.
en eUa.
Smto a. 10s procedimientos usados por los primeros pobladores, a
en 10s que la magia y 1s ideas demonísticas constituían la base de N
E
Ia terapéutica, pusieron en priictica métodos propios de la cirugía O
primitiva, mediante los cuajes el hombre producía lesiones exter- - m
ricas encaminadas a provocar la realización de ciertas acciones ins- O
E
t8ntiva.s. E
2
E
Antes de describir estos métodos primitivos, hemos de decir
dos ~1abra.ss obre los procedimientos que usaban para curar sus 3
heri6a.s. Si éstas suparaban o estaban infectadas, las cauterizaban O-con
t a h m calientes o con el polvo del jugo extraído de los tallos m
E
del "cardón", como se ha dicho antes, y lo aplicaban por fuera de O
las heridas o de Ios huesos afectos de caries; igual uso hacían del n
jugo o resina que exrídaba ei tallo y hojas del "drago", obtenido E
a
cema se ha explicacb anteriormente. Si, por el contrario, las heridas 9
estaban mépticas, las trataban con musgo, hojas secas, cenizas o n
n
b&lsa.mos naturales, pues tenían la creencia de que la sequedad les 3
daba Brz salud y la humedad contribuía a sostener y prolongar la O
enfemedad. A pesar de ello, las heridas producidas por lanzas y
flechas daban una mortalidad de 75 por 100.
Los principales procedimientos terapéutico-quirúrgicos de que
se valieron los hombres primitivos para aliviar o curar sus enfer-medades
fueron la sangría, la trepanación y la circuncisión. Entre
ellos, Ia sanpía fue el remedio curativo más irnprtante y de apli-cación
m& frecuente y usual durante el periodo más largo de la
historia de la medicina, porque se le cansideraba como el más cierto
para arrancar de las garras de la muerte mayor nfimero de víctimas
i4 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLA NTICOS
que con ningún otro procedimiento curativo. Es muy posible que
40s aborígenes lo hubieran aprendido de 90s egipcios, bs que, al
decir de Herodoto, lo aprendieron a su vez del hecho obsemdo en
el hipopótamo cuando se procuraba alivio frotando su espesa piel
de paquidermo contra un objeto puntiagudo, hasta hacer fluir la
sangre, si comía demasiado.
Sin embargo, la explicación más verosímil de esta pequeña imi-tervención
nació de la idea demonistiea de que con la sangre ex-traída
se daba salida al demonio causante de la dolencia, corno 90
demostraba el gran alivio y bienestar logrado al teminar Ia ope-ración.
Practicaban la flebotomía en la vena del bram y con menos fre-cuencia
en las de la frente, teniendo tal práctica en efectuarla leas
sangradores que nunca llegaban a herir ña arteria correspondiente,
dándose el caso de que cuando los enfermos velan en las manos del
sangrador una lanceta de otro tipo y estructura, huían, porque de-cían
experimentaban más dolor por ellas que con 1x3 practicadas
por las tabonas, las cuales, como acabo de decir, estaban lo sufi-cientemente
afiladas para hacerse la barba y cortacse e9 pelo de la
edxza Qfigs. 34 y 35).
La aangráa fue usada principalmente en los dolores de costado,
disneas o sofocaciones de origen cardíaco o respiratoorio, y en ge-neral,
en todas las enfermedades de larga duración.
Otro procedimiento usado para sangrar fue la ventosa escarifi-cada,
operación que consistía en aplicar la comtiittaída por cuernos
del ganado sobre incisiones practicadas en la piel por las tabonas
construidas, como he dicho antes, con pedernal u okidiausa redu-cidas
a IAi-ninaa delgadas, después de -plirIas y aguzadas, en cuyo
arte adquirieron gran perfección. Otras veces las haciara con pie-dras
afiladas, conchas de crustáceos, trozos de huesos, espinas y
dientes de animales acuáticos, a veces cobcad~se n fila sobre m
mango semejante a un peine para hacer varias escarificsciones a
un tiempo. Si con la ventosa no lograban extraer la suficiente can-tidad
de sangre, se valian de trozos de plantas, cuya parte más an-cha
aplicaban sobife la piel, al tiempo que hacían la succión por el
extremo más estrecho. Con este procedimiento buscaban alivio a
los dolores que sufrían en cualquier parte del cuerpo.
El fundamento de la ventosa escarifíeada debió de ser, en un
principio, el. mismo que el de la sangria, pues con ella se pretendía
extraer la sangre iw-purificada por el demonio. Como e2 dolor se cal-maba
no poczs veces, a causa de Ha disnmiaiiaeión de la temitin de los
tejidos, era evidente que la enfermedad se alejaba al tiempo que
salía la sangre, pues d ser sepultada ésta bajo tierra quedaba con
elfa enterrado el espíritu maligno.
La tercera forma de sangrar, consistente en la apllcaeión de
sanguijuelas, parece que no fue usada por Iss aborígenes, no obs-tante
ser animal existente en las Islas.
La t~epcenccc2ón-. Es un hecho dernastrado que en numerosos
cráneos de 10s primitivos pueblos se han encontrado señdes de ha-berse
practicado intervenciones cruentas, coizsistentes en el des-pendimiento
de una o varias porciones, generalmente circulares,
de 1% "uóv&, -aEearLa, ;&&les yne ~6 hay que co=fur,&y c-jri 1~
erosiones patológicas producidas por las tuberculosis óseas perfo-radas,
la osteitis sifilítica, los tumores extra e intra crmeales, las
lagunas por mahrmaciones congénitas, los quistes epidermoideoa
terebrantes y la enfermedad de Hand-Sehüler-Cristian, entre otros.
píi-ocmüs de mayor u =eiim freeüemia.
Las verdaderas trepanaciones encontradas en los cráneos neolí-ticos
se caracterizan por la regularidad de su contomo, por tener la
abertura externa, perteneciente a la lamina externa del hueso, ma-yor
diámetro que la interna, fornada a expensas de la lámina in-tema,
y por presentar sus bordes cicatrizados, a tal punto que en
algunas ocasiones se registra ma tendencia a la hiperostosis. Estos
caracteres bastan para diferenciarlos de l&s trepanaciones verifi-cadas
después de la muerte y de las fracturas irregnalares, pues en
Izs primeras no están cicatrizados los bordes y en las segundas lo
están seccionaGos o ~oi'tados.
Del estudio de estos bordes podemos deducir, primeramente, si
la pérdida de sustancias k e ~ nso tada en aquellos erbeos se
debió a una trepanaeión quifirgica realizada en el vivo, s si se
efectuó después de su muerte, y en el primer caso, si el individuo
curó y vivió después de la operación, o si murió en seguida, pies
las radiografías obtenidas han permitido a Gniar llegar a las si-guientes
conclusiones: l."e,l individuo falleció al cabo de m a se-
46 ANUARIO DE ESTUDIOS .LTLANTICO&
LA MEDICINA CANARU EN LA BPOCA PREHPSPÁNIG.4 119
mana después de Ba operaelón, si los bordes del orificio de la trepa-nacE6m
se muestran ligeramente borrados, pues, como se compren-der&,
lee repee~ac&h Osea apenas ha tenido fugar; 2.0, el individuo
ha mbrevivido machos meses a la interverncih, si los bordes se han
cubierto de tejido de cicatrización y el sitio de la trepanación esta
rodeado de una densa zona que se traduce, en la radiografía, en
m anillo oscura, y 3 . O , el operado ha sobrevivido por lo menos un
afio a la intervencih, si dicha zona de rarefacción anular está bas-tante
dejada del sitio trepanado.
Los pueblas primitivos practicaban la operación en cualquier
zona de la bóveda craneana, pero lo efectuabai? preferentemente
sobre el parieta1 izquierdo. A este efecto daban forma circular u
oval a Ia abertura, orientándola, en este caso, con el eje mayor en
el sentido antero-posterior y m tamaib que variaba entre las sim-ples
prforaeiones puntiformes y ios cuatro o cinco centímetros de
diámetro. Para llevarla a cabo usaban dos procedimientos: la inci-si&
y el raspado, valiéndose en el. primer caso de buriles u hojas
de silex que manejaban produciendo profundas ranuras talladas
oblicuamente can relaci6n a fa superficie ósea, y en el segundo, de
inastsarmraentil;~d~e pedernal que actuaban rayando el hueso mediante
cortes pequeños obEcuos, O frotándolo con piedras de grano fino.
Ha desde antiguo Ba etnografía ha aportado numerosos argu-mentos
para los que admirarnos la habilidad de los hechiceros pre-hist6rieos
en Ice ejecución de esta teraphutica quirárrgica. En Ocea-náa
la practicaban eon gran acierto, en el vivo, para curar heridas,
los papfies de algunos puntos de la Nueva Guinea y los polinesios
de Samoa, valiéndose de un cucknillo de sílex y de un pedazo de coco
para cerrar la abertnra. ETmz América usaban el mismo procedimien-to
los pobladores del Pex% g Bolivia, pero, a diferencia de los ante-riores,
la cubrian can LILE trozo de calabaza. Los Chaonia, bereberes
dd Atlas y 10s naturales de Argelia la practicaron también desde
el momento en que hicieron uso de los trozos de huesos quitados del
crhneo para ser coHocados a modo de amuletos sobre las personas.
Los primitivos pbhdsres de Canarias, al igual que los anti-guos
pueblos, hicieron uso de la trepanación. La fotografía que
aompafio del cráneo correspondiente a la Colección del Museo Ca-nario
presenta een el frontal y parietal izquierdo pérdida de sustan-
cia ósea de forma ovalada, con el eje mayor dirigido en sentido
antero-posterior desde el centro del primero, hasta b altaara del
agujero occipital, con la abertura correspondiente a Ba lámina ex-terna
mayor que la de la interna, y el borde correspondiente a la de
la primera, redondeado, pero en bisel respecto a 10s de 1% segmda.
Estos caracteres indican que fue en vivo y qne sobrevivió poco tiem-po
después de ella realizada (fig. 33).
Es de antiguo conocido que la trepanación ha sido efectuada,
tanto en el vivo como en el muerto, con fines diferentes. La psac-ticada
en el vivo debió de ser altamente dolorosa, toda vez que ?a
llevaban a cabo, como acabo de decir, con los rudimentarios instru-mentos
de la Edad de Piedra, en un paciente no anestesiado y ~010- a
cado ante la boca u orificio de entrada de la gruta, caverna o casa N
E donde vivía. La waiion probablemente en los casos de cefalalgiaa
. . O muy L2U CI LL-C- ~ ,s uure ,L.U-U2-V ea r'Eu. .b- - Tu-Ac-7 -U UIUI. u ~ q-y-i-a-ü2- -u-~- -V- LLI -U- -~-I-I -D-Y- -~-~t- - x - -
=m rebrales, con awnento de la presión cerebral. La finalidad de la o p - O
E
ración consistía, sin chda, en facilitar la salida fuera del cráneo del SE
demonio alojado en él, a través de la perforación realizada, y coxa =E
el alivio pasajero que suele prodiicir toda trepnacih impwtéinte 3
cuariiiu ia cefaiaigia provieiie de mia elevación de id presibn cere- --
bral, era evide~tec om~renderq ue quedaba confirmada la verdad 0m
E
y exactitud de !a teoría aceptada. La repetición del dolor de cabeza O
se interpretaba, naturalmente, como señal evidente de que el deems-n
nio expulsado había reingresado en su a~t e r iorm orada. Otras ve- -£
ces la practicaban para facilitar la salida del alma de su envoltura a
2
humana, al considerar que en la cabeza tenía su residencia fiabi- n
0 tual. A este propósito, y para poder apartar cualquier sbstác~.~Io
que pudiera impedirlo, sacaban al moribundo de la estancia y Eo 3
O
ponían al aire libre a fin de que no quedase ella enredada entre las
maiias de1 lecho.
.Además de la trepanación circular existi6 otra, usada también
por los hombres del Neolítico, que consiste en practicar sohe el
cráneo dos surcos que se cortan en cruz o lo más frecuentemezste
en T y de los cuales uno nace en el frontal, sigue por la sutura ss-gital
y termina en el lambda, y el otro lo hace sobn: los parietaIes
más o menos en sentido paralelo a la sutura larnbcioloidea y por lo
tanto perpendicular al primero. Se la conoce con el nombre, p r
a t e trazado, de "8" sinncipital y da origen se Mana iperdicla de sustancia
@sea en forma de surco que interesa h %mina externa, el diploe y
menos veces la interna, en cuyo caso los bordes muestran un engro-samiento
del exocr&nea, cicatricial de uno a dos centímetros de m-cho.
Se comprenderá que cuando los surcos practicados son estre-chos,
sólo fue incindido el periostio. Estos casos de trepanación
sincipital son más raros, y según Sudhoff se ha practicado en Ca-narias,
pero yo no he podido encontrarla kn 40s cráneos estudiados.
Se ve, vi comiguiente, la evidente relación entre las trepana-ciones
americana y oce%níca, pueblos que tenían un grado de civi-lización
material parecida a los de los nedáticos europeos, es decir,
como dice W6lfel, bs mismos que utilizaban como armas habitua-les
la honda y la maza, instrumentos de que hacian uso los antiguos
moradores de Canarias. No e~ aventurado sospechar, por lo tanto,
rUe, al igU& qGe 2Qik eleirIellt~tmrsI ii.Cu 8, el esbdio de Ea ti=e-panación
es otro dato que induce a pensar si ella tuvo su origen
oceánico o amer icm~o, si atravesó el Atlántico desde Africa, ya
*que acaba de decirse que en el Perú hacían uso de la calabaza para
cubrir las heridas, y la calabaza es la planta que más probabili-dades
tiene de habe-i cruzado aq.cel zar.
Parecida a la trepanalci6n, los historiadores del Archipiélago y
especialmente el Padre Abreu Galindo nos dicen que los primitivos
pobladores, cuando suf~iand olores de cabeza, se hacían escarifica-ciones
sabe Ba piel de la parte enferma con su cuchillo de sílex o
tabona y vertían a continuación sobre L herida grasa caliente de
cabra, b que nos indica que esta operación, usada como tratamiento
en algunas enfermedades (dolores de cabeza, convulsiones atribuí-das
a humor= s a m exceso de humedad en el enchfalo, fractu~as
de cráneo y heridas producidas por hondas y demás que citamos
-rni;esb, era equivaáente, pero más benigna, a la trrpanaci6n y que
Ainguria de las dos fueron consideradas por los aborigenes como
prácticas religiosas exdusivamente destinadas a hbcer desaparecer
10s malos espíritus de los que padech aquellas enfermedades.
Esta peque58 ínkmeinci6a quirúrgica no ha sido observada en
90s crheoa de los @anariosp rehispáni@osp, ero en cambio si hemos
hallado incisiones que hacen pensar en la certeza de lo manifestado
por los historiadores cana~ios.
$22 SGXS BOSCH BfILURES
@ircunc2s&.-Ap cuando esta vieja costumbre se remonta a
las edades más antiguas, incluso hasta la Edad de Piedra, como
Is demuestran las circuncisiones rituales operadas entre los egip-cios
y los judios con cuchillos del mismo material, en los primitivos
pobladores de Canarias no fue llevada a cabo esta pequeaia Interven-ción,
bien porque no ofrendaban este sacrificio a su Dios, consis-tente
en la escisión del prepucio para libemr al órgano a fin de que
se verificase su aumento de volumen antes de realizar el acto de la
fecundación, o porque no creian que el recién nacido sometido a
esta operación al octavo día del nacimiento corriera en alto grado
eh riesgo de caer en mams de los maIos espiritus.
CAPITULO V
En la historia de la Medicina prehispánica canaria, uno de sus
capítulos más interesantes es el que se refiere a los embalsamamien-tos
y enterramientos, toda vez que si al historiador resuita fácii
darse por enterado de lo que nos cuentan nuestros cronistas, al mé-dico
puede dejarle sumido en m mar de vaguedades, ya que los ma-teriales
de que nos hemos valido poco resuelven sobre el procedi-miento
que llevaron a cabo para practicar esta operación. Dedu-cimos,
en conclusión, que sí los primitivos pobIadores tuvieron re-lación
con los egipcios, segh hemos visto en el estudio antropoló-gico
referido en uno de los primeros capitu10s de este trabajo, apren-dieron
de ellos los métodos que emplearon para embalsamar, pues
es un hecho demostrado qae bs egipcios conocían las virtiides anti-sépticas
de la sequedad extrema y de algunas sustancias químicas
como el nitro y la sal comfm. P si recordamos cómo lo practiczban,
no nos llama la atención e4 que los aborígenes, sobre todo 10s que
vivian en Tenerife y Gran Canaria, efectuaran los mismos proce-dimientos
que usó aquel p- ueblo.
En efecto, según nos dice Eeodoto, el embalsamaniient~ se
practicaba en Egipto extrayendo primeramente el cerebro, a través
de las ventanas de la nariz, con rui hierro encorvado en foínma de
50 1 N UARIO DB ESTUDIOS -4 TLANTICOS
gancho y limpiando Ia cavidad del cráneo de los restos. que pudiera
contener por medio de lavados con diversas drogas ns; el abdomen era
incindido a cona£innacPón, en el flanco izquierdo, con m &lado cu-chillo
de piedra. para sacar por la abertura practicada los intestinos
y lavarlo últimamente con vino de palma y especias trituradas.
En seguida llenaban el vientre de mirra pura baanamente pulveriza-da,
canela y otros perfumes y lo volvían a coser. Prepaeado asi el
cadkver, lo metian en sal sosa por espacio de setenta dias, zd cabo
de los cuales, después de lavados, los fajaban con venidas de tela
empapadas en resina para después llevarlos a. los parientes, los
cuales, una vez recibidos, construían una figura de madera vacía
por dentro, de la misma forma del cuerpo humano, en la enal guar-daban
al muerto para colocarlo en rana sala, de pie y apoyado en
Ba pared. Este embalsamamiento de primera clase, por representar
&iGS osiris, era el e-6 Ge 16s tres se enlp~ea~ail.
El de segunda clase lo efectuaban inyectando, con una jeringa,
resina de cedro en el vientre del cadáver, sin hacer abertura ni
sacar los intestinos, para evitar b salida del líqukb. M&an a con-tinuación
el cuerpo durante setenta, días en sd sosa, al cabo de los
cuales daban sali6a al líquido, que arrastraba consigo los intes-tinos
disueltos, pues la sosa había destruido las carnes y n~ dejaba
del cuerpo más que la piel y los huesos. El embalsamador devolvia
el cadáver sin envolverlo.
El de tercera clase, utilizada por los pobres, consistía en inyec-tar
solamente un líquido en el cuerpo y en someter al cadáver du-rante
algún tiempo a Ea acción de la sal sosa.
Veamos ahora cómo describen nuestras historiadores el embal-samamiento
que practicaban los aborígenes, sobre todo 10s guan-ches,
que eran los habitantes que poseían las industrias menos
avanzadas. En Termerife, después de colocado el cadBver sobre una
mesa ancha de piedra, le hacían la disección, ineindieildo la piel del
abdomen con una tahona o pedernal especialment~p reparada para
ello, en la parte derecha debajo de las costillas a modo de media
luna, para sacar por ella las vísceras y extraer bs sesos por las na-rices
con algíin instrumento apropiado. Hecha la evisceración, la-vaban
el cadhver dos veces, cada dia, con agua fria y sal, sobre todo
las partes más endebles (orejas, narices, dedos, pukos, ingles, et&-
tera), y lo untaban con una confe@ei6nd e manteca de cabras, híer-b
m ammáticas, corcho de pino, resina de tea, polvos de ;%rezo, de
piedra pómez y otros absorbentes y secasales, durante quince días
seguidos, a fin de que el cadáver quedara bien penetrado gr seco para
exponerlo seguidamente al sol. Cuando el muerto estaba enjuto y
liviano, prueba la más evidente de que la operación Iiaabza termi-nado,
lo enrvolvian en pieles de ovejas o de cabras, curtidas o ;cm-das,
que señalaban con alguna marca para distinguirla de las de-más,
y los encerraban dentro de un cajón de sabina o de tea, si el
fallecido era rey o personaje importante. U1;Ymmerate los irasla-daban
a las cuevas inaccesibles destinadas, a cementerios, y en
ellas los colocaban arrimados verticalmente a lar; paredes sobre N a
ciertos andamios, con orden y simetria. E
nrr-u n-,, rt,,,,., ,,,,he- 1 ;I'C..n+n nrrn e n ~ s n ~i l invrbn h i i p ~ - UL sil baualia ! a v a u a ~ + 21 d r ULLU brurn -5 uEL uurlbsrbb y inruu
O
n bas cocidas. Abrian el vientre pr la parte derecha debajo de las
-
m
O
E costillas, sacaban las visceras, los sesos p r lo alto de la cabeza y E
2 la lengua. Terminada la extr4cciólñ' llenaban el cuer-po cm una mez- - E
d a de arena, cáscaras de pino molidas y oruj-o de yoyas o mocán y a caiiifiiwacibn lo cosian %idada, -GrL+A-d 1 r. IaAi.<m.rXn nrrn n n m m -
3
~ a a r u w a uU G ~ J L~WIUI a~u c u r -
teca para ponerlo durante quince dias al sol por el dia y al humo -
0
m
E por la noche. Despuk de sujetos con correas de cuero, 4e.s colocaban
O sus tanniarcos y tmeletes para dar la impresión de que estaban 6
vivos. Otras veces usaban cocimiento de hojas de granado con otras n
E
hierbas y flores, cocimiento de corteza de pino, o una mezcla de
-
a
grasa con ssllvia y lavanda, con las cuales 1avaban el cadáver a g ~ ~ s - 2
n
"¿ y capricho de cada embalsamador. Lo mismo sucedía con las n
envolturas cpe usaban para cubrirPas, pues en esta Ida las pieles 3 o
de cordero y carnero eran swtituídas, algunas veces, por vestidos
de juilco fijados con hojas& la m&m pl'lanCG O & p&pPs,
Existía también en las Islas, al decir de nuestros historiadores,
el cuerpo de embalsamadores, constitukb por personas pertene-cientes
a uno y otro sexo. De estas gentes, los que se dedicaban a
vaciar los cadáveres, no gozaban de consideración a l m a , vivianm
aisladas y se evitaba su trato y roce con dios por considerárseáes
inmundos; pero, en cambio, los que se encargaban especialmente
de embalsamar el cuerp tenían derecho al respeto de los demás.
52 AXL7ARI0 DE ESTUDIOS ATLANTICOE
u MEDICINA C ~ A R I A& Y. LA ÉPOCA PREWISP~~XICA 125
De Io que sntecede hay que admitir que existían das clases de
personas: mas, dedicadas a disecar con sus tabonas o cuchillas de
pedernal, que eran los que extraian las vísceras y eran víctimas de
la g-ersecrlciQn o el desprecio ; y otras, que eran Tos verdaderos em-balsamadores,
tarea de suyo mas piadosa y susceptible de honor.
Se decía también que cuando el cuerpo que se embalsarnaba perte-necia
al sexo ni~asenPSnoe, ra un hombre el que se encargaba de efec-tuar
Ea. operación, y Io respectivo en el caso contrario; de modo y
manera que ambos eonstituian un cuerpo especial que reclamaba
sus homaorariss cuando eran soIicitados.
La duración de estos calAveres embalsamados, a las que bs
gnanches Ilamabm "saxos7', es tan asombrosa, que aún se custodian
en bs centros científicos de Canarias, de Ia PenPnsula y en el Ek-trmjero
las momias encontradas en las excavaciones arqueológicas
Uevada a cabe, 18s emks cGmerv.n perefeta~-e&e e?. rdnr de lns
cakHos, el color moreno de sus carnes, la blancura de slas dientes
y en pelo de les cejas y barba, amén de las envolturas que los cubren.
Vemos, pues, Has semejanzas que existen entre el embalsama-miento
realizado por Pos egipcios y el que practicaban, según los
L;,iA-8,J~n,,a 1,- nLrilr:rr,nnm. Ln-- nr \mCnmn.~~ v ~nrl ni ; nrrmlnr
XJIWLWL iauvrca, AUD aL' v r L ~ G + + C D ,p ~ + uwa y YUG CIVIUGD~L YUG GA D A U ~ U L -
desveb con que se esmeraron en honrar la memoria de sus difuntos
y preservar de la corrupción a sus cada;cíeres lo consiguieron a
fuerza de experimentos y repetidas observaciones, hasta el punto
de que todo cuanto se ha dicho sohre evisceraeión en 10s eadhveres
m ha sido comprobado en las cuantas momias que se conservan
en bs museos de las dos bias y en los del. EtnológPco Nacional y
oie Park En todas se encuentran las vísceras del tórax y del abdo-men,
y en ninguna se aprecia Iesión en el crhneo y cara que hagan
pensar en Ps intro&.1cci6n de instrumentos punzantes para extraer
pL Pcr p-añep-a Ge entrada los 6 i*gallilo eilcef&"lcoá. "eledad
que, cuando la Conquista, los conquistados decían que el arte de
embalsamar era conocido de sw antecesores y que existia en ellas
nana tribu sacerdotal encargada de practicarlo, corno secreto y mis-terio
sagrado; pero también es verdad que cuando 10s espaaioles
inlv-adiemn las isla quedó kring-+ii l~ecoiloc.rIiieiitrp perfecto de
aquel arte. Basta visitar las momias egipeias conservadas en el
Mmeo de8 Vaticseno, en Roma, para confirmar estos hechos. En
todas e91w, perfectamente conservadas, se apreeia la incisión en
el flanco izquierdo, y en ninguna la existencia de sus vísceras.
Ante lo expuesto, y teniendo presente que, el tenido por histo-riados,
Pedro 66mez de Escudero, que se dice asistió a la conquista
de Gran Canaria, dice en su @f&ica que "la rnsnteca y el sebo 10s
guardaban en ollas con leñas olorosas para exequias de los difuntos,
unthdolos y ahumándolos, y ~oniéndolos en arena quemada los
dejaiban rnirlados y en quince o veinte días los metían en las cuevas",
sin que en ella hiciera alusión a apertura del cadáver, debemos fijar
nuestra atención, y con él estamos conformes, en que los untaban con
distintas sustancias olorosas, los secaban al sol y los sometían a la
acción del humo, para ponerlos en condiciones de obtener la momifi-cacibn,
la que de todos es sabido se verifica cuando el cadáver se de- $
seca rápidamente al aire libre o cuando por prácticas de embalsama-mi~
ntnp s f i n nrn-Iflna-a.--ild- nc. rnnt-r- a -la- ncr i í in d--e -In-r-: -m--i--~- m- hinn-S ~-h - -p--r nos U
8-
que en ciertos países cálidos, el Sáhara por ejemplo, la putrefac- -
0"
ci6n no se verifica y que los cadáveres de hombres y animales aban- I
donados al sol se il-omifican, las vísceras se retraen y los vestidos i
-
se confunden con los tegunentos superficiales. De la misma :ma- 9
..era es m hecho d e ~ ~ s t r a decl! q ge exi&en ~i&ost err~nosa re- 5 a
nosos en Pos que los líquidos de los cadáveres son absorbidos con =
0
tal rapidez que no se verifica la putrefacción gaseosa, y que se
U citan cuevas donde se conservan aquéllos durante crecido número d
de años, pues las condiciones climatéricas y la temperatura am- 2
biente pueden retrasar aquélla, sean cuales fueren las causas pro- 1 c
ductoras de Sa muerte. En uai fallecido de afección septicémica y en 2
los eaquécticos e4 principio de la putrefacción es más precoz que 1 f
en los sujetos que mueren en plena salud. Lo mismo sucede con las
Q
estaciones, pues darante el verano entran los cadáveres en putre-fxzi6n
cm ~ 5 . rsa pidez qxe durante e! invierno.
Pensamos, ,por 10 tanto, que los procedimientos usados por los
primitivos pobladores se reducían a las unciones con las decoccio-nes
ya cifwdas y a la exposición de los cadáveres al sol durante
al@ tiempo, coiocándolos sobre arena caliente y envolviéndobs
can cubjerbs jnIpIe5T1a&r; de salw y sUsta;zcja a & - ~ j n g p ~-;=te ~ ~
las hacen hig~sslétricase~n tre las cuales se contaban el sulfato de
sosa y la sal corniún. Con estos senciIIos procedimientos obtenían
54 ASCARIO DE ESTCDIOS ATLANTICOS
en al&n caso la momificación, impidiendo la putrefacción cadavé-rica
a causa de la sequedad y esterilidad bactericida del suelo, y la
explicación es que a pesar de haberse encontrado numerosos esque-letos
en las distintas cuevas y túmulos, sólo muy pocos se han con-servado
a través de 90s tiempos (fig. 36).
Ea momificación fue practicada entre los primitivos pobladores
de Canarias pensando en que si el alma se separaba del cuerpo al
producirse la muerte, no volvería a unirse con él si éste estuviese
descompuesto. De ahí el que practicaran este procedimiento para
impedir 1% disgregación de sus partes, destino inevitable de los
habitantes de los pueblos al terminar su existencia.
Enterrarnientos. - Los aborígenes enterraban a sus muertos,
embakarnados o no, en las grutas naturales s excavadas emplaza-das
en lugares & $if&ai! ucceso e2 12s feszs 9 sep~lcre!se ~?m&adcs
en las zonas de malpaises
Hay que advertir que los primitivos pobladores jamás enterra-ron
a sus deudos junto a la tierra, ante el temor de que sus cadá-veres
fuesen destruidos por los gusanos, no obstante estar envuel-tos
en pieles o juncos. Pasa evitarlo enterraban maderos, sobre bs
cuales colocaban palos de tea huecos en forma de pesebre, y sobre
ellos piedras grandes en forma de cruz o de T. Otras veces, si el
muerto poseía ganados, lo envolvían con las pieles de estos ani-males.
El tamaño de las cuevas variaba se& las Islas, y así se daba
el caso de no encontrarse en ellas sino mos cuantos muertos, a los
cuales colocaban, en el Hiem, por ejemplo, con? la cabeza en direc-ción
Norte. En Tenerife, en cambio, .las catacumbas de los guaniches
eran siempre unas cuevas altas, anchas y ventiladas, abiertas en 10s
sitios más escarpados y solitarios, dándose el caso de encontrarse
algunas que contenían hasta mil momias colocadas en nichos o sobre
andamios sostenidos por horquillas y tablones de madera de tea y
sabina. En ellas no era raro encontrar vasijas con residuos de líqui-dos
que recordaban o hacían presumir que fueran de leche, miel o
arrope y collares hechos de cuentas de barro de figura cilindríca.
Las cuevas las cerraban con piedras para que los animales no se
comiesen los cadáveres o para que nadie sospechase su existencia.
Núm. 8 (1962) 55
El otro procedimiento o mé"todo de iriXkuaci6rr es el de las fosas
o sepulcros levantad0~e n las zonas de los makpaíses o. cdadas de
lavas y las construidas en plena tierra o 21 descampado. En el pri-mer
caso, la fosa estaba hpadce por planchas de pino o grandes losas
y sobre ellas un montícuho de tierra al que se llamaba t6mirlo.o; en
el segundo caso, éste estaba formado par escorias voIcá*iicas; y
tanto en uno como en otro su forma variaba entre la cónica, cúbica,
piramidal, cuadrada y circular, sin alcanzar nunca gran altura. EL
azlunero de cadáveres encontrados en las fosas eonstrraádas en des-campado
era siempre mhs de uno, mientras que en las erigidas en
las coladas no pasaba de este nimero. Tanto en una como en otra,
el cadáver lo colocaban frecuentemente con la cabeza en dirección
Norte, aunque no siempre, rodeándolos de granos del "cneorum a
N pulverulentum" para ~erarchars u descomposición. E
Además de estas fosas o sepulcros detinmados a entemamientos O - - se han encontrado rno~zcanentssf w,weír@rios e~ m todo análogas, =m
O
aunque de forma cuadrada o semicfreu~1ar. Constituidos por dos EE
hileras de piedras concéntricas, Ia interior b estaba por bloques 2
E
dispuestos en cuadrado o medio cfrculo, de conformidad con la =
forma exterior de la construcción y llena SE cavidad por fragmen- 3
-
tos de mcas de pequegas dimensiones. Por esta disposición, pare- -
0m
cian monumentos conmemorativos a la memoria de 10s muertos E
que estaban encerrados en los sepu2cros veeims. O
Además de las tumbas colectivas a base de eavernas excavadas n
E o naturales, de los enterrarnientos Dumlares PnúEtiples y de 10s -
a
mipersonales, de los efect~eaáose n cistas aisladas o en serie, t u - 2
n
bas osarios de carácter tumdar tranco cQn.ieo, existían en algunas 0
Islas y especialmente en Gran Canaria se;nJtz~a;tsu pmulwesm $- =O
tipZes de un puro y elegante geornetricisrna, de severas lineas arqui-tevtbEicus
acer&s 12 rategrria p;íeco scciuI y seIigioss de
difuntos, situadas cerca de las costas, que hacen recordar a reshe
de antiguas construcciones megaiíticas que responden a una cul-tura
similar a la de 1 ~ psu eblos mediterráneos, p e s si repasamos
la historia de nuestras antepasados no podemos olvidar que las
,i,ariwu viercn i ~ y a p&r~~ z~] I ~rq&i~?g,e"n, , e ~ ~ sfs!,~ r e ~ -
tinos, etc., y principdrxnente por las primeros, que mantuvieron cor-diales
relaciones comerciales durante el sigIo SE. A este prop6sito
56 X-iUAREO DE ESTUDIOS ATLANTZCOB
LA MEDICINA CANARIA EN LA RPOCA PREHISPAXIGA 129
dice el Dr. Wbolfel que la raza indígena de las Islas, esto es, Tos
antiguos canarios, no fueron unos primitivos, sino los Stimos he-rederos
de una alta civilización.
Nortalidud. - Relacionado con los enterramientos, hemos de
decir que encontrándose en nuestros museos pocos cráneos y esque-letos
completos pertenecientes a niños, pocas conclusiones hemos
de establecer por lo que se refiere a su mortandad. Si, en cambio,
hemos de hacer alusión a los individuos comprendidos entre los
veinte y más años, por ser el material más abundante conservado
en las salas del tantas veces nombrado Museo Canario, recogido en
las grutas naturales o excavadas emplazadas en lugares de difícil
acceso o en las fosas y sepulcros levantados en las zonas de mal-paises.
Y surge como dato más interesante averiguar la edad del falle-cimiento,
ya que he dicho en páginas anteriores, deriucicio & ia iec-tuya
de historiadores antiguos, que los aborígenes llegaron a alcan-zar
edades que oscilaban entre los cien y ciento veinte años.
Dividiendo, para su mejor comprensión, la edad de los seres en
adulta (de 20 a 40 años), madura (de 40 a 60) y senil (por encima
de esta cifra), la profesora Schlwidetzky, basada en el estudio bei
grado de osificación de las suturas y del desgaste de los dientes,
dice que la mayoría de los canarios de Gran Canaria y Tenerife
morian en edad madura, y que sólo en una proporción de uno para
seis entre los hombres y de uno por cada cinco en las mujeres lo
hacían por encima de los sesenta aiios. Esto demuestra que el por-centaje
de mortandad de los viejos está por debajo del de las po-blaciones
modernamente civilizadas, donde la cifra de muertos se-niles
alcanza una proporción de más del 60 por 100 de los fallecidos.
Sin embargo, si las comparamos con la de otras poblaciones
prehistóricas, observamos que de 48 cráneos mesolíticos norafri-canos
ninguno alcanzó la cifra de los cuarenta y cinco anos en el
sexo masculino y de treinta y cinco en el femenino; que en 94 crá-neos
neolíticos de Silesia sólo se encontraron cuatro de más de cin-cuenta
años, y en la gente de Europa media y occidental, un 4,9 por
100 de seniles entre 102 esqueletos de adultos; es decir, que Ea cifra
media de nuestros seniles es mayor en los primitivos pobladores de
Canarias.
130 JUAN BOSCH AIILLARES
Ahora bien, si en la época de las migraciones de los pueblos
de Europa la duración de la vida fue parecida a la lograda por la
población aborigen canaria y si se sabe además que éstos vivieron
a! modo neoIitico, queda corifirmado que llegaron a rebasar el Emite
medio de la vida, limite, como se comprenderá, que estaba inn4faaido
por las condiciones climáticas de los pueblos, pues en Tenerife pa-rece
demostrado que en los del Sur, pobres, secos y menos poMados,
el hombre moría, por término medio, más pronto que en 10s del
Norte, más lluviosos, fructíferos y habitados.
De Gran Canaria no podemos decir lo mismo, por ser la ma-yoría
de los cráneos estudiados recogidos en el barranco de Gm-yadeque,
situado al Sur de la Isla, y faltar en cambio los de la costa
del Norte. Por ello, tienen especial interés los recogidos en los tfi-mulos
de Ea Isleta, Gáldar, Agaete y en las cuevas artificiales de San
Lorenzo, porque a pesar de pertenecer "como ciudades mortuorias"
a un estrato cultural más joven y por 10 tanto de fecha muy ante-rior
a la llegada de los españoles, no se encontraron diferencias en
el índice de mortalidad entre los hallados en dichos túmulos y
cuevas.
Es curioso destacar que en todos estos muertos predominaron -
enormemente los hombres sobre las mujeres, tal vez por las luchas
y batallas sostenidas entre ellos y contra los invasores; pero si m
vez de los cráneos se tienen en cuenta !as calotas 3; sus ligamentos,
se obtiene una casi igualdad entre los muertos de uno y otro sexos.
Por otra parte, es necesario añadir que en Gran *Canaria se han
encontrado esqueletos pertenecientes a mujeres fallecidas de me-nos
de cuarenta años, lo que, al igual que en otros pertenecientes
a series prehistóricas, hay que atribuir a la falta de higiene del
puerperio.
Formado el Archipiélago Canario como resaaiit%do de una salse
, & ee+q&ne~; -clc-:c- . q y - z d a p d e c t a yA&-eer, :=S,
de formaci6n y la de consolidación, surgen Bas siete islas y sus kb-tes
en pleno Océano Atlántico, en un aislamiento absoluto y sobe-
58 ANDA RIO DE ESTUDIOS AT'LAXTTCOi3
rano que garantizó por siglos la pureza de su tipo climatológico y
creQ la fábula de la Atlántida, de los Campos Eliseos y del Jardín
de las Hespérides, otras tantas versiones paradisfacas cantadas por
los poetas de la antigüedad. Desde que fueron conquistadas por ]Los
Reyes Católicos, el aislamiento dejó de ser esa cualidad definidora
de la entidad 6tnica isla que es elemento fundamental que influye
en su régimen climatológico, en la organizacicin social de sus p-bladores
y hasta en la psicología de la raza, que por el hecho del
aislamiento y por la monótona contemplaci6n del horizonte del m%s
y cielo, barrera y enigma a la par, siente sus plantas ligadas d
terruño, mientras sobre sus sombras se agitan iniitilmeente las alas,
con el ansia formidable del viaje a lo desconocido, tentación eterna
del hombre.
En el transcurso de los años el aislamiento de las Canarias ha
do perdiendo mucho de su valor climatoiógico, pues colocadas en
el cauce de las corrientes comerciales de la Europa con el Africs
y América del Sur, son el pmto obligado de escala para la nave-gación
intercontinental, lo que ha hecho sacrificar J lucro muchas
de sus condiciones higiénicas. De esta manera 90s navegantes van
dejando algo de io que traen, malo o bueno, encareciendo y vigi-lando
el medio climatológ.ico, tierra, agua y atmbsfera, cuya in-fluencia
en la historia de la medicina es evidente. Por ello, al ser
incorporadas a la civilización cristiana, vibraron hacia todo lo ex-traño,
porque cada Isla tenia su manera de vivir y encerraba en su
alma la virginidad de una cultura limitada por el horizonte. De ahi
el que sus habitantes acogieran a cuanto portaba un dán de per-feccionamiento,
con el más noble de los sentimientos, porque todos
tenían y sentían una sublimación de la tendencia constante a su-pervivirse.
Tenían sus costumbres, sus modismos y sw tradiciones
populares, que fueron poco a poco mixtificándose con ei cruce de
los extraños, a tal punto que cuando ellas fueron araexionadas a la
Corona de Castilla toda la civilización hispana se derramó en su
interior y la vida canaria fue adaptándose a las corrientes culitu-rales
de múltiples procedencias, entre las cuales destacó por su
heterogénea y predominante influencia la que se refiere a la medi-cina
canaria, pues no hay que olvidar que el Amhipiiélago se incor-poró
a la historia en un momento de fuerte vulgarización de la me-
132 JU.4K BOSCH MILLARES
dicina europea, que se extendi6 a América y dio paso a la que pro-cedía
de este Continente, que, como todos sabemos, tanta influencia
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