L A S C A N A R I A S D E L O PE
I N S T I T U T O DE E S T U D I O S C A N A R I OS
EN LA U N I V E R S I D A D DE LA L A G U NA
CONFERENCIAS Y LECTURAS
SECCIÓN II: LITERATURA, ARTES PLÁSTICAS
Y MÚSICA
VOLUMEN I (SEC. II: NÚM. 1)
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ANDRÉS DE LORENZO CÁCERES
LAS CANARIAS
DE LOPE
LA LAGUMA DE TEMERIFE
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I N S T I T U T O D E E S T U D I O S C A N A R I OS
L a Laguna, 1935
IMPRENTA CURBELO.-SAN AGUSTÍN, 47-LA LAGUNA
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A D VERTENCIA
Con la edición de Las Canarias de Lope, de don Andrés
de Lorenzo-Cáceres, su primer Presidente, comienza
la Sección de Literatura, Artes plásticas y Música, sus
publicaciones dentro del cuadro general de las del Instituto.
El texto que hoy ofrecemos a nuestros lectores fué
leído por el señor De Lorenzo-Cáceres en la solemne sesión
commemorativa del III Centenario celebrada por la
Asociación de Escritores y Artistas, de ¡Madrid, la tarde
del 22 de Junio pasado.
Sobre las Canarias en el teatro de Lope de Vega ha
escrito don Andrés de Lorenzo-Cáceres en el número VI de
la revista El Museo Canario que dirige, en Madrid, nuestro
ilustre paisano el catedrático de la Universidad Central y
académico de la Historia don Agustín Millares Cario; en
sus páginas podrá el lector interesado encontrar los oportunos
elementos de critica que se han suprimido de la
presente Lectura por su carácter primordial y deliberadamente
poético y literario.
Las Conferencias y Lecturas, cuya publicación iniciamos,
se nutrirán de aquellos textos de análogas condiciones
al contenido en su primer volumen; colaborarán las
diferentes secciones del fnstituto en su redacción, pudiendo
el lector agruparlas en serie o por disciplinas: con este
objeto una doble numeración catalogará cada volumen
dentro de la colección general y respecto de la sección
correspondiente.
La Laguna, Agosto de 1935.
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A Juan B. Acevedo.
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YO, COMO LOS RUISEÑORES, TENGO MÁS VOZ QUE CARNE.
LOPE DE VEQA
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BLANCO Y AZUL
Sobre la tumba (que ya es monumento), sobre la muerte
(que ya es eternidad) de Lope, cuántas coronas ha depositado
España, y el Mundo, en esta ocasión; yo no puedo añadir laureles
y palmas, con crecer en mi patria las Phoenix canariensis,
las hermosas Phoenix vegetales con que ceñir la frente
del Fénix de los Ingenios. A mi sólo me está permitido ofrecer,
en su homenaje, un sencillo ramo dividido entre retamas
blancas de la cumbre y siemprevivas azules de la costa. De las
blancas retamas del Teide, extraen las abejas tinerfeñas una
riquísima miel perfumada; las siemprevivas azules de la costa
ensanchan al mar en flores, ya en tierra firme, flores tan humildes
que carecen de aroma, pero tan constantes que no se
marchitan. A las abejas españolas, a los que trabajan volando,
a los que en el aire y por el aire de los castillos en el aire
de España viven de sus alas, de remontar el vuelo y de extraer
su secreto a las flores, de jardín y de huerto, españolas,
de dulcificar, en los panales de la poesía, la belleza y el perfume
nacionales, dedico las olorosas retamas blancas; y, a los
españoles todos, a los que bajo los mismos estandartes mar-
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chamos, a paso seguro de sacrificio y batalla, con la Patria,
ofrezco las siemprevivas del constante recuerdo de una provincia
cuya bandera es blanca y azul como un manojo de retamas
y siemprevivas, o como un trozo de cielo o de mar,
bandera que ciñe a una isla que es su propio obelisco, que se
quema en su propio fuego, que se corona con sus rosas, sus
palmas y sus laureles y que es cantada, en todo lo verde de la
colosal pirámide, por sus canarios; Un delicioso obelisco romántico
abandonado sobre las aguas, tupido de follajes y de
pájaros, hilado de arroyos, perfumado de frutos y de flores.
(Decía Pindaro, a propósito de su aroma, que antes de arrivar
a las islas se gozaba su presencia por un vaho oloroso que las
rodeaba.) Delicioso cementerio. He dicho cementerio y no
sin meditarlo. Es tal e! reposo, la profunda paz, la dilatada
caricia, que dan ganas de morir y descansar dentro de la tierra
y bajo los árboles de esta roca. ¡Qué dulce sueño si, muerto,
se pudiesen escuchar la brisa, las fuentes, los pájaros y las
olas! Este obelisco y las que, islas, se agrupan en torno suyo
como jardincillos poblados, entre otras especies, de brezos,
laureles y pinos, y árboles frutales, y plantas y flores de todas
clases, animados por los nerviosos manantiales y las pintadas
aves, han sido cantados por Lope. El artista jamás les visitó;
fué el suyo un conocimiento poético; veamos de qué estilo y
con qué fortuna.
Las letras y el sentimiento nacional: He aqui dos exponentes
que corren gemelos en la historia de las naciones.
Porque ias letras forman a modo de un escuadrón ligero,
(más ligero que la caballería, ya que mueve alas, y más rápido
que la aviación, ya que sus motores son pensamientos), de
un escuadrón ligero, digo, que abre el camino a los ejércitos,
Lope sintió a España no sólo como hijo, sino como soldado.
Lope es nuestro gran poeta nacional. Los chorros de su
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vena poética, despeñándose desde ia aita meseta de su literatura,
animan las elevadas laderas y los valles españoles; la
cúspide y la base de la pirámide: desde las figuras excelsas
de nuestra Historia hasta el pueblo que ha ido haciendo esa
misma Historia. Y en aquellos valles hasta donde llega el
caudal de Lope: la variedad de frutos, de aves, de hombres
y de bestezuelas españolas; y en esotros pueblecitos bajo cuyos
puentes canta, al pasar, su poesía: los talleres, los artesanos,
las industrias y los funcionarios nacionales. Pero cuando
el manantial entra en los molinos del Teatro, para grano tan
rico, qué harina tan saludable: Todo el oro de nuestro Siglo
de Oro. Probemos del pan de este harina cocido en el horno
vivo del corazón de España y digamos luego de su sabor.
Con fácil profecía, pues que los hechos habían ya transcurrido,
Lope habla, en su comedia sobre San Diego de Alcalá,
de las posibilidades de conquistar las islas Canarias. Es
el interés que todo el pueblo pone en los grandes negocios
nacionales: España se ensancha, y con ella, la fe, la lengua
y la personalidad españolas.
FRAY JUAN
Diga padre: los gigantes
Y bárbaros de Canaria,
¿Cómo llevan que les traten
De que dejen a sus dioses,
Y ¡a fe de Cristo ensalcen?
FRAY DIEGO
En los de Fuerteventura
Impresión hace el tratarles
Los misterios de la fe;
Los de la Canaria grande
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Defienden que entren en ella;
Pero si los conquistase
el Rey, como en Dios lo espero,
(Aunque tiempos adelante).
También la fe tomarían;
Puesto que es gente intratable,
Y más los que Guanches llaman,
Que allá en Tenerife caen.
Leamos estas líneas pensando en Lope y en el espectador
de Lope, en el público que se asoma a su teatro a conocer
el desarrollo de los sucesos nacionales.
ÁRBOLES
La monstruosa facilidad de Lope le lleva a tratar el tema
de Canarias sin la documentación y sin el aparato erudito precisos.
Digamos de paso, que esta actitud de Lope frente a lo
desconocido no nos mueve a censura; es, al fin de cuentas, la
actitud romántica. Lope hermosea ei paisaje tinerfeño con olmos,
olivos, manzanos y otras especies arbóreas; Lope hace
nacer rosas en los campos canarios y las corta para embellecer
a las mujeres indígenas; Lope echa a volar, por los bosques de
Tenerife, ruiseñores, oropéndolas y aberranías, entre otros pájaros;
Lope hace temblar las yerbecillas canarias bajo las pezuñas
veloces de los ciervos; Lope coloca, en las pobres manos
aborígenes, perlas y diamantes; Lope, en el acto II de San
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Diego de Alcalá, mueve los labios de un rey canario en las
más estupendas fantansias y bellezas.
TANILDO
A darte en arras me obligo
Dos mil plumas de colores
Que no se han visto mejores
Cuando se arrebola el cielo,
O se asoma a ver el suelo
El sol a sus corredores.
Daréte otras tantas pieles.
Que en blancura y hermosura
Compiten con la blancura
Que ver en la espuma sueles.
Diez tocados con joyeles
De Inestimable valor,
Donde la costa y labor
Vale más que los diamantes,
Con ser ellos semejantes
Con el planeta mayor.
Una cama te daré
Labrada en boj de tal modo.
Que se ve pintado todo
Cuanto en las islas se ve,
Y dos vasos que yo sé
Que son dignos de tu boca,
Que no es alabanza poca;
Pero podrás guarnecellos
De perlas, sólo en ponellos
A las que la lengua toca.
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No era necesaria la inclusión de tales elementos, extraños
a las islas, en las comedias Los guanches de Tenerife y San
Diego de Alcalá pero eran bellos y son naturales; la belleza
y la naturalidad en un poeta son dos cualidades esenciales. No
existían entonces, pero no eran contrarios al clima ni al suelo
tinerfeños, olivos y manzanos. Hoy crecen unos y otros en
Tenerife, y el verde oliva de los árboles, la paz, la paz que fué
paz en el pico de la paloma por que antes era paz, serenidad
y reposo en el árbol, la paz de las verdes ramas de oliva, armoniza
la calma azul marino del océano, la tranquilidad azul
celeste del cielo y la noble medida de la tierra que no es veloz
ni tardía, sino espiga en Agosto y rosa en Mayo.
PÁJAROS
Lope fué un grande poeta de lo maravilloso y la técnica
escénica de sus comedias participa de la magia y de lo imprevisto.
La primera escena de su comedia famosa Los Guanches
de Tenerife representa una isla; gira la isla y aparece
una nave a cuyo bordo e) Adelantado y sus capitanes llegan a
Tenerife; nueva rotación de la plataforma donde se figura la
nave y estamos en condiciones de representar las primeras escenas
del desembarco. Pues bien, un pasaje bellísimo de Los
Guanches de Tenerife es aquel en que un árbol cargado de
pájaros inclina su copa hasta las manos de Manil para que éste
pueda coger, escoger,—TVo cojo, por escoger—, un pájaro que
ofrecer al Niño que sonríe en brazos de N. S. de Candelaria,
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Ah, pajariilos canarios.
Cuyos sabrosos piquillos
Andan picando ramillos
Por esos árboles varios.
Ah, jilguerillos pintados
Más que vestido español
Qae le dais música al sol
Luego que dora los prados.
Ah, calandrias, que cantáis
Al aurora en los barbechos;
Golondrinas que en los techos
De las cabanas moráis;
Ruiseñores, tan corteses
Y discretos en callar,
Pues sólo os oyen hablar
De todo el año tres meses;
Aberranlas, doranes,
Que andáis por esos palmitos,
Oropéndolas, mosquitos,
Lechuzas y alcaravanes;
Gorriones prevenidos
Que llaman zorras con alas;
Gaitais llenas de más galas
Que los campos más floridos.
Bajad, bajad que os lleve
De vuestro asiento frondoso
A aquel mi Niño amoroso.
Para la mano de Nieve
De la candela en la mano.
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Un árbol lleno de pájaros se baja a la mano de Manil.
Oh milagro soberano.
El árbol la copa inclina.
Bello pasaje. No tenemos que reprochar nada al poeta.
Si acaso, nuestras preferencias padecen con la ausencia del
más dulce pájaro del Archipiélago. Suponemos que el verde
Abril escogido sea el canario; amamos mucho a este pajarillo
cuyo nombre recuerda la bella patria ausente y cuyo canto—
me refiero al canario verde y salvaje—pone en nuestra memoria
el espectáculo de hermosos bosque de pinos y brezos
acariciados por la canción frígida del agua, o las finas estampas
de vides y plátanos de Icod de los Vinos, o de vides y
coles de Tacoronte, o de vides y palmeras de Santa Úrsula o
de vides y tomates de Bajamar y Punta del Hidalgo. ¡Qué
sensualidad en todo, qué sensualidad en reposo, qué bello
desnudo clásico! Nos ha llevado el pajarillo, como volando,
sobre campos y campos, orillas del mar. Hagámosle posarse
de nuevo sobre la copa inclinada, donde le escoge Manil,
y echemos de menos en ella la presencia del dulce capirote.
Al capirote se le ha llamado el ruiseñor de Canarias, pero
Canarias no necesita de ruiseñor alguno. En su cumbre
más alta vuela el canario del Teide, la Fringilla teydea, gris,
casi del tamaño de un mirlo, duro, arrebatado en el canto; un
pájaro para aquella soledad y altura que se corresponde entre
las flores con la violeta del Teide, una violeta áspera y salvaje.
Pájaro y flor viven sobre rocas y no puede exigírseles
fragilidad; en aquella altitud sólo es frágil la llama del azufre y
el delicado aroma de las retamas blancas; en los bosques, anida
el mirlo, ¡gran músico el mirlo!: Su estilo reposado y penetrante,
diamantino, sigue las modulaciones del manantial; el
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mirlo se hace acompañar del agua como un violín del piano;
en montes y jardines, en huertos y sembrados, el canario alegre
y dicharachero, con su aire de chico que va a la escuela
cantando, los libros a la espalda y andando a saltitos, no por
prisa, sino por juego; pero de todos los pájaros, el religioso,
el franciscano, el poético capirote que canta al alba y al crepúsculo
es tan tierno y solemne, usa de una música tan bien
administrada de silencios y puntillos, que su compás, cortesano
y litúrgico, invade el paisaje de una armonía tal, de un recogimiento
tan hondo, que la Naturaleza se duerme y el silencio
brota con esa musicalidad del silencio; cuando se apaga
el capirote, ranas y brisas, grillos y frondas, aguas y soledades,
cantan la noche estrellada, perfumada y sensitiva. Dios
habla a la isla de noche.
NIÑOS . .
Lope amaba a los niños. Un niño es algo tierno y puro.
Lope gusta de la cera blanda,—labra naturaleza en blanda cera.
Un niño es la curiosidad y el futuro: el misterio, en suma. Un
poeta amará siempre lo nuevo. La rosa es más bella cuando
nace; el amor más profundo es el primero. La delicada elegía
de Lope a Carlillos, su hijo, es de una emoción sencilla. Lope
nos cuenta sus juegos y sus caricias: el hijo le ha sido arrebatado.
Las Canarias son, también, blanda cera para el poeta.
Lo que él haga con ellas, quedará hecho. El calor de la poe-
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sia es muy apropósito para moldearla, y Lope ha ido dejando
en la nueva obra sus huellas,—tales las yemas de los dedos
de las monjas en los cirios de Pascua. Lope ama la verde
edad. De todos los adjetivos de Lope, hemos tomado este de
verde. El verde es el color del poeta: es el gallardete del
amor, de la Naturaleza y de la vida. Lope quisiera volverlo
todo vQtde—volvería verde, aunque es azul espero. El amor
va desnudo, llevando pendiente del cuello un carcaj de flechas
de oro, con plumas blancas y verdes. Ya porque está todo
verde, son los meses de mayo los mejores meses, ya porque
ía Diosa es verde. ¿Verde la Diosa? Nació Venus del
mar, verde, como nace verde, de entre las espumas, Tenerife.
Aun añadiremos al color predilecto, el blanco. La seguidilla
más bella del Fénix es aquella en que se combinan los dos
colores:
Rio de Sevilla
¡cuan bien pareces,
con galeras blancas
y ramos verdes!
Naturaleza, Naturaleza es la musa, fiuir del hombre y
de la civilización, buscar la vida inocente, la vida vegetativa, la
vida sensitiva; en la inteligencia están los grandes dolores.
Nuestra simpatía hacia los niños tiene mucho de piedad hacia
el triste hombre futuro. Lope, que amaba a los niños, se recrea
humanamente en el Niño Jesús que descansa en brazos de su
madre la Candelaria; el guanche Manil coge, para él, pájaros;
el guanche Siley, corta dulces cañas de azúcar que ofrecerle.
Un poeta que se recrea tan profundamente en la Naturaleza,
es un poeta que quiere escapar al dolor y al artificio de la vida.
Gran consuelo recibimos de su mano en nuestros dolores.
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La vocecilla del agua es la más dulce de las voces. L o p e -
nos lo ha contado Montalbán—regaba su propio huerto; en
la dedicatoria de una comedia suya, dice Lope a su hijo: Un
fiuertecillo cuyas flores me divierten cuidados.
ROMANTICISMO
Lope era un romántico en el sentido generoso del calificativo.
El Romanticismo al reivindicar los valores lopescos le
colocó en su exacto lugar. En Los Guanches de Tenerife, se
pone de manifiesto el romanticismo de Lope al referirse el
poeta a los indígenas, y en el asunto. Los españoles admiran
la destreza y la fuerza natural de los guanches; los guanches
alaban la civilización de los españoles; pero, entre los indígenas,
Tinguaro dice a su rey:
¿... De qué temes
la fuerza de los hombres embaidores
que fingen fuego, truenos y relámpagos,
y no saben luchar, correr, dar saltos,
jugar un árbol, esgrimir un pino
tirar un arco, derribar un toro
asido por los cuernos libremente?
Juan Jacobo Rousseau suscribiría las palabras de Tinguaro.
Digamos, al paso, que en Tenerife no existían toros; es un
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lapsus del Fénix que queremos esclarecer porque se repite
en un pasaje en el que nos interesa hacer luz.
TINOUARO
Bien dicen: fiazle un grande sacrificio
no perdones en él toros, ovejas,
aves, peces, olores, ni las vidas
de nuestros hijos.
N o se sacrificaban vidas humanas en Tenerife; Lope confundió
sus lecturas. En el poema Antigüedades de las Islas
Afortunadas, de Antonio de Viana, del que Lope tomó el
asunto de su comedia, no se señalan. Suponemos a Lope pon
i é n d o s e a escribir su comedia; antes de comenzar, tomaría
en la mano el libro de su amigo Antonio y le daría una lectura
por encima. (Lope vive deprisa y no puede detenerse a
estudiar el asunto.) La crítica es unánime en reconocer la
fuente inmediata de la comedia; el poema del bachiller Antonio
sale c o n un soneto laudatorio de Lope. El poema se pub
l i c ó en 1604; debió de estar escrito desde 1602, cuando menos.
Lope vivía en 1604 en Sevilla; por esa fecha, Viana se
encontraba en aquella ciudad. Lope tenía en 1604, unos cuarenta
y dos años; Antonio veintiséis. Pasearían acaso juntos,
se visitarían; tal vez Antonio hablaría a Lope de su patria, y es
quizás, personalmente de Antonio, de quien tomó Lope la
idea de llevar la conquista de Canarias al teatro. Se nos ocurre
deducir una posible influencia de Lope sobre Viana. Antonio,
joven, desconocido, no tenía impresa su obra cuando con
o c i ó a Lope, ya famoso. ¿No cabría suponer que Antonio
corrigiese algún pasaje por sugestión de Lope, ya directamente
o siquiera por la influencia de su conocimiento? La
Historia nunca acaba de conocerse. Dácil, c o m o Amarilis, muy
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posterior, tiene cabellos rubios, boca de coral, dientes de perlas,
ojos de esmeraldas. El gusto renacentista abona perlas,
corales y esmeraldas. Entre las piedras preciosas que Lope
coloca en sus obras, la esmeralda parece ser la predilecta. La
inspiración de Lope figura tomar cuerpo, dureza y brillo en
esta piedra. Claro que la Naturaleza no lo es todo; detrás, o
dentro, de la Naturaleza debe estar la inteligencia. Amamos la
Naturaleza con la inteligencia y con la sensibilidad. Detrás de
unos hermosos ojos de esmeralda debe brillar la luz de un
espíritu claro.
No luce la esmeralda si engastada
le falta dentro la dorada hoja,
porque, de aquella luz reverberada,
más puros rayos transparente arroja;
asi en mis verdes ojos eclipsada
dentro la luz, que Fabia le despoja,
aunque eran esmeraldas no tenían
el alma de oro conque ver podían.
Al hablar del romanticismo de Lope en Los Guanches de
Tenerífe, fuera bueno consignar que unos versos suyos, nos
llevan de un salto, sobre la Poesía, al siglo XIX español. Ya
Menéndez y Pelayo señaló la coincidencia de este pasaje con
otro análogo del popular y simpático romántico José de Zorrilla.
Castillo había dado a Dácil palabra de matrimonio poniendo
por testigo a una peña; cuando Castillo se niega a dar
cumplimiento a su compromiso, Dácil invoca el testimonio de
la roca: La piedra se abre y la Virgen de Candelaria confirma
la demanda de la bella Infanta. Lope habla, pero, entre
verso y verso, los conocidos, los casi familiares octosílabos de
A buen juez, mejor testigo, nos llegan, como el siglo XIX, a
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caballo por lo rítmicos, y con crinolinas por lo vaporosos; delicados
como las débiles luces del gas, y largos como unas
hermosas trenzas.
ESMERALDAS
Hemos hablado de esmeraldas. Ellas aparecen en la obra
de Lope junto al agua. Arroyos, fuentes, ríos y hasta mares
corren entre sus versos. El agua aparece frecuentemente en
Lope como cristal. Cuelguen por estas peñas sus cristales, dice
Lope de unos arroyuelos. Al ciervo herido de flecha de su
égloga Amarilis no aprovecha ni echarse en flores ni beber
cristales. Pero esmeraldas y cristales son justamente, poéticamente,
imágenes, como se dice en El mayor imposible:
No son de cristal las fuentes
ni se rien, que es mentira
ni las flores esmeraldas.
Al cabo, San Isidro, el santo patrón de Madrid, labrador
con su esposa Santa María de la Cabeza de las tierras de Iván
de Vargas, orillas del Manzanares, santo de la musa popular,
labradora y madrileña de Lope, tenía también los ojos de esmeraldas:
Su jubón blanco de lino,
su capote de dos haldas.
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con capilla a las espaldas,
que hacia el rostro divino
de rubíes y esmeraldas.
Lope nos cuenta que en las tierras de Iván de Vargas se
cosechaban rubio trigo y blancas uvas. Los ángeles bajaban
a ayudar al Santo en sus labores sobre esas tierras finas y nobles
de los campos madrileños, con su gama de grises, azules
y rojos, suprema gravedad en Velázquez y fína gracia en Goya.
Sobre esas tierras, en la lejanía, descienden las nubes que
en Tenerife se posan sobre el confín marino. Hemos hablado
de las tierras de Iván de Vargas porque esa misma quietud
y calma suyas son también las que Lope sitúa en Tenerife. El
paisaje monumental de rocas, los abruptos barrancos, los
malpaíses, los bufaderos del mar en la costa, no son siquiera
intuidos por Lope. El fuego, ese fuego rebozado de nieve, la
luz deslumbradora, el coro del océano, no tienen la expresión
conveniente de la poesía de Lope. La poesía de la isla, que es
una gruesa esmeralda delicadamente envuelta en los velos del
crepúsculo, no ha pasado del poema de Viana.
CASTILLO CONTRA CASTILLOS
En cambio, doloroso es confesarlo, Lope ha añadido a los
héroes del poema caracteres que no quisiéramos ver en ellos.
Castillo termina el acto primero con un frase dura, hiriente:
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/ Vive Dios, que solo baste
a sorberme, como huevos
frescos, canastas de Guanches!
Enseguida caerá el telón. Hasta el comienzo del acto segundo,
pasarán unos minutos. ¿Cinco? ¿Diez? ¿Quince minutos?
¡Qué doloroso entreacto! Somos españoles, pero
nuestra sangre (parte de nuestra sangre) corría hacia nosotros
desde antes de ser española. La angustia de este entreacto
es insuperable. Nos gana la impresión de que Lope nos está
jugando una mala pasada y nuestro fondo insobornable va a
rebelarse, cuando caemos en la cuenta de que nuestra lengua,
nuestra fe, nuestra cultura, son las del Capitán Castillo; inteligencia
y naturaleza traban duelo. Acabamos por perdonar,
habida cuenta los beneficios, a todos los Castillos frases como
estas. Ya en el segundo acto, Castillo herido, se queda
en la isla cuidado de la princesa Dácil, a quien, en último término,
debe la vida,—segunda vez debe la vida. Y vemos a
Castillo pasearse, con una piel de oveja, por la escena; ama a
Dácil, pero bebe los vientos por España: su ideal es que aquella
tierra, en la que ya ha puesto cariño, sea también España.
No es por la tierra, si escuchamos a Don Alonso, por lo que
los españoles están allí; es por la fé:
No obliga humano interés.
Obliga piedad cristiana.
Que no habemos menester
Tierra, sobrándole tanta.
La isla era pobre, como decía su noble rey Bencomo, el
rey que repastaba por los prados cabras monteses y ovejas silvestres,
toros y vacas, según Lope. No había oro en Tenerife:
Que si en Tenerife hay oro, ¿cuáles Indias son como ella?, se
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pregunta Don Alonso. La Providencia va, enseguida, a dar
una réplica a la codicia de los españoles, codicia que no disminuye
la grandeza de su misión. Dialogan Castillo y Lope
de la Guerra:
C A S T I L L O
¿Qué es lo que vais a buscar?
L O P E
No menos que un monte de oro.
Monte de oro que se descubre a los conquistadores, castillo
contra Castillos, es la imagen de la Virgen de Candelaria,
patrona del Archipiélago, y ya en él antes de la arribada de los
españoles. Al oro se opone la fe. San Isidro es un santo labrador;
la Virgen de Candelaria una virgen marinera que gustaba
de pasearse—como nos lo cuenta el cronista Núñez de la
Peña—por la playa del pueblo que, en honor suyo, lleva su
nombre. Un día nos vino por el mar, y otro nos abandonó,
también por el mar. Su altar está hoy bajo las aguas. A la hora
del crepúsculo, su capilla enciende, como una vidriera gótica,
todo el océano. Ella está allí para velar por los marineros
canarios. Es tal la fe de estos marinos, que a mí me parece
ver a la Santa Virgen conduciendo los peces a sus redes, acaso
poniendo de su mano un pez en el anzuelo vacilante. La
salve de los mareantes canarios canta:
Feliz Atlante dichoso,
nevado, hermoso galán,
altivo canario Teide,
pirámide de cristal:
¡Gózate en tu nácar, concha
de perla tan singulari
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Ha perdido a su perla la concha, pero le queda la huella.
Ella está en todos los canarios como una rúbrica de Dios para
dar fe de sus bodas con el mar.
EL ESCARABAJO Y EL ROSAL
Un escarabajo dirigiéndose a un rosal florido, bajo la leyenda
Odore ene caísvo, fué el ex-libris de Lope. Se simbolizan
en él: A los enemigos de la fama del poeta, en el escarabajo;
y a la misma fama, fresca, venciendo espacios en alas del propio
aroma, rica en bellezas y finuras, en las rosas. No conviene
perder de vista al escarabajo para que nos sirva de contraste,
de hermoso contraste, a nosotros que amamos la visión
de negros basaltos sobre el fondo sonrosado de la aurora de
Tenerife. Pero cuidemos de refrescar más, si cabe, la inmar-cersible
vitalidad de esas rosas de la fama del poeta. Lope llamó
al Atlántico en Peribáñez, el Mar de España. Están las
Canarias bañadas por sus aguas como otras tantas tierras en
las que aun vive España. Como canarios y como españoles,
pedimos para este mar el nombre de Mar de España. Defendamos
ante el mundo este nombre, por España y para España.
En Castilla hemos visto nosotros al mar—bella mentira
de la memoria—formando horizonte. Como nos sentimos españoles,
en plena mar de España pensaremos, a la hora del
ocaso, que aquellos castillos son los castillos en el aire de España,
que aquellas torres las hemos visto en Segovia, que
aquellas murallas las comtemplamos en Ávila, que aquellas
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puertas las admiramos en Toledo: todo cristal, fuego, luz; lejana
ciudad construida de colores diluidos en el aire, con formas
robadas al aire,—todo aire, al cabo. Aire que se resuelve
en horizonte, al fin imagen: Poesía.
Madrid.
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