CONSIDERACIONES HISTÓRICAS
\('KR( \ HE l.AS r' '\
ISLAS CANARIAS
JOSÉ WANGUEMERT Y POGGIO
D O C T O R KN K U - O S O P Í A Y 1. K T K A ^
CoB UD piólooo del Excmp. Seíior
m mmm m\mi BÉTIIEMIOIJRT
De la Real Academia de la Historia.
MAÜRIÜ
IMPRENTA DE LOS HIJOS DE M. G. HERNÁNDEZ
Libertad, i6 duplicado, bajo.
1 9 00
ES ps.opiE:z>A.r> © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
PROLOGO
D. José Wangüemert y Poggio, con una
amabilidad que yo le agradezco mucho, aunque
no tengan los demás por qué celebrarla,
ha querido que fuera yo quien lo presentara á
los lectores de este Hbro suyo.
Hase acordado bondadosamente de cosa quo
las más de las gentes de nuestra tierra tienen
relegada de largo tiempo atrás al olvido: ha
recordado que yo soy canario, y canario amante,
como el que más lo sea, de la patria hermo
sa y lejana; canario entusiasta de la noble Historia
del país en que hemos nacido y de su
honrosísimo pasado, en loor del cual algo de
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esta pluma modesta corre en letras de molde
por el mundo. El Sr. Wangüemert ha distinguido
perfectamente lo que yo no soy, á Dios
gracias, de lo que soy, según la frase del progresista
célebre, hoy más que ayer, mañana
más que hoy. Yo soy canario, pero no soy po
litico canario, y quizás por esto mismo sea tan
apasionadamente patriota, sin otros lazos con
la Patria que los inmateriales y nobilisimos del
más desinteresado amor. No he de negar, pues,
que por muchas razones me ha producido satisfacción
muy viva esta designación no esperada
del Sr.. Wangüemert, eligiéndome, entre
tantos hij(js ilustres como hoy son gala de
aquella tierra fecunda, para padrino, como
quien dice, de este bautizó de su primer hijo
literario; aunque lamente que el recuerdo de
mi pobre padrinazgo tenga que reducirse á
estos breves y mal hilvanados renglones.
Dejóme, pues, arrancarme por este deseo de
mi joven paisano, siquier por corto rato, de
entre los caros viejos pergaminos, los confusos
árboles genealógicos y los pintorescos blasones
en cuya dulce y nada ingrata compañía paso
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— vn —
hace tantos años la vida, y alia voy a deciros
algo, lectores pacientísimos, de la excelente
impresión que la amena lectura de estas 200
páginas ha dejado en mi ánimo.
yuiere D. José Wangüemert vulgarizar con
este su trabajo el conocimiento de la hermosísima
provincia española que forman las Islas
Canarias, no tan conocidas en la Península
como debieran y como por tantas razones merecen.
N' así, con mano hábil y criterio firmísimo
y recto, ha recopilado en una veintena de
párrafos cuanto los buenos historiadores más
extensamente dejaron tratado y escrito, presentando
en síntesis dignas del mayor aplauso
los variados cuadros de la vida secular del
país Afortunado. Arrancando naturalmente de
los confusos mOiiientos de la formación primera
del misterioso .Archipiélago, evocando
las leyendas forjadas por la antigüedad clásica
en derredor del pintoresco rincón, oculto entre
los mares remotos, diserta el Sr. Wangüemert
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— Vlll —
sobre el origen probable de sus primitivos habitantes
con sobriedad discreta; estudia con visible
simpatía la vida tranquila de aquel pequeño
pueblo guancke, destinado á no sobrevivir
á su independencia perdida; relata con
criterio más justo del que suelen ostentar los
historiadores la epopeya de la conquista, prolongada
maravillosamente casi un siglo; y ya
Canarias cristiana y española, entona desde la
página 157 hasta la conclusión del libro un
verdadero himno de filial alabanza á todas las
glorias del nuevo pedazo de España, que son
naturalmente glorias españolas.
Él no cree, con razón, que deben gozar las
Islas Canarias de eso que llamaba D. José de
Viera el fiero privilegio de carecer de historia,
sino que pueden ostentar con legítimo orgullo
lo que el mismo Arcediano de Fuerteventura
calificaba de escuela de nuestros ejemplos familiares,
donde aprender á estimar las acciones
dignas de alguna gloria y á huir de aquellas
que sólo pueden producir confusión.
Yo he creído, leyendo la obra del Sr. Wan-güemert,
que reanudaba agradablemente vie-
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- IX —
jas íntimas relaciones, que tornaba á ver amigos
de la infancia desde esos mismos tiempos
ausentes, cuando he visto pasar por delante de
mí, resucitados por su pluma, á tantos y tantos
personajes simpáticos del uno y el otro bando,
de las filas de los conquistadores y de los conquistados,
de entre los indígenas que defendían
su suelo y de entre los europeos que llevaban
allá la civilización y la Cruz. Debía yo la primera
presentación de todos ellos á las candidas
relaciones antiguas de los Vianas, de los
Abreu Galindo y de los Núñez de la Peña, á
la magistral narración de nuestro incomparable
Viera y Clavijo, siempre fresco, siempre
joven, moderno en la buena acepción de la palabra,
contemporáneo nuestro cuando no aparece
delante de nosotros el mismo siglo que
nosotros le adelantamos. Guadarfía, Doramas,
'Penesor Semidan, el gran Bencomo, Tanausú,
y enfrente de ellos Juan de Béthencourt y Ga-difer
de la Salle, Pedro de Vera y Alonso de
Lugo, conocidos eran y amigos míos, mucho
tiempo hacía perdidos de trato y de vista. En
mis juveniles años me habían interesado pro-
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X
fundamente las desdichas de los unos, la intrepidez
y el valor de los otros. Habíame conmovido
la triste conclusión de los desventurados
Guanartemes, tanto como me produjeran
entusiasmo los nobles hechos del gran señor
normando que tengo la honra de contar entre
mis abuelos; yo los había conocido y querido
bien á todos, esos muertos que viven con nosotros,
según M. de Vogüé; las circunstancias
me habían alejado de su dulce recuerdo, y hé
aquí que el Sr. Wangüemert me pone de nue\o
en cariñoso contacto con todos ellos. ¿-Qué
placer mayor que el de volver á verse, y á abrazarse
de nuevo, tras de tan largos años, los
seres que se han amado en el comienzo de la
vida.'
Pero estoy tratando demasiado de las impresiones
que la lectura de este libro ha producido
en mi propio ánimo, y no es ello, naturalmente,
el objeto de estos renglones. De que
el Sr. Wangüemert ha escrito un buen libro, el
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XI —
lector va á enterarse por si mismo sin más demora,
pues voy á ser muy breve; pero al propio
tiempo conocerá que ha hecho una buena
obra, lo cual es aún más meritorio. Los libros
bien escritos abundan, por desgracia, mucho
más que las obras buenas.
Y obra por todo extremo honrada y plausible
es, precisamente en estos días perturbados,
esa valiente y enérgica profesión de fe profundamente
española que este pequeño libro sobre
Canarias encierra. Recordar á la Metrópoli
lo que aquel noble país ha sido y es para la
madre España; recordar al país lo que en más
de cuatro siglos ha debido á la gran nación
que lo puso generosa á la sombra salvadora
del Cristianismo, cosiéndolo, como quien dice,
á su extenso manto triunfal y sumándolo á las
huestes de la civilización universal que ella á
la sazón presidia, obra es que no puede encontrar
más que calurosos aplausos en los unos y
en los otros, en todo buen canario y en todo
buen español. Sus indicaciones, sus advertencias,
sus consejos, encaminados á que los lazos
estrechísimos de tantos siglos se estre-
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chen más y más, nacidos son del sentimiento
más puro y más grande que puede abrigar el
alma humana: el sentimiento sublime del patriotismo,
á que el Sf. Wangüemert rinde el
sagrado culto que merece, honrando tanto á la
Patria como á sí propio. Estos días de decadencia
horrible por que tan trabajosamente pasamos,
atreviéndose á todo en su menguada
insolencia, ¿cómo no habían de atreverse contra
la Patriar Fingiendo un amor por la humanidad
que no sienten, incapaces de más amor
que el de la destrucción general, intentan ciertas
escuelas—algún nombre se les ha de dar—
borrar de los corazones ese poderoso sentimiento,
que ha hecho casi la historia del mundo,
que ha formado los grandes pueblos y producido
en todos tiempos los hechos heroicos
que constituyen el mayor honor del ser humano;
el sentimiento de la Patria, á cuyo calor se
engrandecen á nuestra vista, crecen prodigiosamente
ante nosotros las naciones que figuran
hoy, con indiscutible derecho, á la cabeza de
la vida universal. Cuando estas ideas cunden
más ó menos, sin que la indignación ó el desr
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precio las ahoguen en su nacimiento; cuando
la madre España, antes señora del mundo y
apenas al presente señora de sí misma, llora
sus infortunios recientes, luchando penosamente
por resucitar de una vez los grandes
ideales que yacen en perezoso sueño, y sin los
cuales siente que le es imposible la vida, "ei
Sr. Wangüemert y Poggio aporta con este
libro una dfrenda valiosa á sus altares. En
algún lugar lo he dicho, y en momentos para
mí solemnes é inolvidables, y nunca me cansaré
de repetirlo: hay que aumentar nuestro
amor apasionado para con la Patria, en razón
misma de sus adversidades y de sus penas;
hemos de amarla más, mientras es ella más
desgraciada; ha de crecer nuestro culto hacia
esa Madre insigne, en proporción de la grandeza
de sus dolores, sólo comparable á la de sus
pasados triunfos, á la de sus hechos inmortales.
Todo esto es lo que hay, sin momento de
descanso, que sembrar y que arraigar en el
alma canaria, hasta ahora generosa y honrada,
hasta el presente no picada del aguijón de la
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XIV
indiferencia venenosa y mortal. Hay que recordar
a! hijo de Canarias que todo cuanto es lo
es por hijo de España; que el nombre de español,
para el nacido en cualquiera de las siete
islas hermanas, como para el nacido en Castilla,
en Asturias, en Andalucía, en Cataluña, en
Aragón, es la mejor y la más preciada ejecutoria,
todavía en el mundo entero conocida y respetada;
porque la desgracia y la pobreza no
son las que manchan, á los pueblos como á las
familias y á los hombres, sino el deshonor. Hay
que estrechar por todos los medios ese invisible
lazo que la tradición común y el amor mutuo
pueden solamente formar entre la España
peninsular y ese hermoso pedazo suyo, conservado
más allá de las columnas de Hércules
para recuerdo de sus épicas empresas y de sus
maravillosas expediciones por la mar. Y si es
imposible forjar todos los cañones y armar todos
los barcos que exigiría su defensa, consérvese
por el amor lo que por la fuerza no sería
fácil á nuestra flaqueza presente, y resulte siempre
que en esas islas Canarias, objeto al parecer
de tantas criminales codicias, colocadas en
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X\'
medio del Atlántico por evoluciones maravillosas
de la naturaleza, siempre dócil á la voluntad
de Aquel que hace y destruye los mundos,
que enscilza y deprime á los pueblos, que llena
de gloria á las naciones y borra hasta sus nombres
de la memoria humana, en esas islas Canarias,
colocadas allí para ser como prolonga-ción'de
la P.uropa, como centinela del África,
como antesala de la América, sólo viven y vi-
\irán españoles.
* * *
Iba á decir algo de cómo está escrita la obra
del Sr. Wangüemert, sin tener en cuenta aquellas
palabras de Plinio: Historia quoquomodo
scripta dclectat, cOn las que diré de paso que
no me siento absolutamente conforme. Iba á
decir al lector que el Sr. Wangüemert, ya de
antemano conocido por sus numerosos trabajos
literarios en la prensa canaria y peninsular,
ha puesto al servicio de su noble pensamiento
un estilo siempre claro, elevado muchas
veces, con frecuencia elocuente; que ha
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presentado su trabajo con plausible método y
que ha logrado, en suma, que la forma y el fondo
de su libro se den la mano y se completen
de todo punto, con grata satisfacción del que
lo lee; pero no quiero decir nada de esto, porque
me temo que algún espíritu ruin, algún
amigo del Sr. Wangüemert ó mío—¿quién carece
de estos amigos?—interprete piadosamente
esa parte de mi modesto juicio como inmediata
recompensa de las frases amables con
que en los finales de este mismo libro aparece
mezclado mi nombre.
Nada de esto digo, pues; y, terminado mi
papel de padrino, de padrino modesto y sin
pretensiones, juzga tú por ti mismo, lector
amigo, porque ahora va de veras, y aquí termino.
F. FÍ;KNÁNDEZ DK. BKTHENCOURT.
Madrid 28 Octubre 1900.
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HISTORIA DE ESTAS PÁGINAS
El acenurado amor á las patrias peñas fué,
en primer lugar, lo que trajo á mi mente la idea
que ha llegado á su completo desenvolvimiento
en las páginas de este modesto libro.
Yo no sé qué le pasa al insular, pero es el
caso que deja el país natal por largos años, y
muchas veces para siempre, obligado por las
circunstancias de la vida, y lejos de aminorarse
el entrañable cariño á la tierra nativa y de
considerarse natural del sitio donde reside,
como le acontece por lo general al hijo del continente
cuando se traslada de lugar, va ese
amor aumentando án los isleños en tales términos
que llegan á forjarse una patria ideal.
Esto, tan común, se acentúa y particulariza
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en los canarios, pues al comparar naturaleza
con naturaleza, ninguna iguala en hermosura
á las Islas Afortunadas, y aunque aquí también
se manifiesta el humano ser con ^us virtudes
y miserias como en todas partes, la impresión
del paisaje que en la ausencia se tiene
eclipsa todo lo demás, y á tal distancia no se
divisan ni los crímenes ni las cárceles, se prescinde
del tallo del rosal con sus múltiples picos,
y sólo nos recreamos en el bello capullo,
que aguarda el rayo de sol de la primera aurora
para abrirse en fragante rosa. Por eso yo no
veo en mis Islas más que cielo azul, espumoso
mar, que sirve de arrullo; ele\'adas montañas
cubiertas de corpulentos árboles, prados de color
de esmeralda, hermosos valles donde se
mece la gentil palmera, poblaciones que parecen
nacimientos, aires que embalsaman el ambiente
que se respira, canoras aves en perpetuo
concierto, fuentes y arroyos en eterno murmullo,
é inocentes campesinos, con el candor de
Abel, creyendo que Dios les ha dado la "gloria
por morada.
Tal impresión me hizo elegir por tesis doctoral
en la Facultad de Filosofía y Letras el
pensamiento que consignk este libro y quepre-surrto
haber desenvuelto, si no con la erudición
que merece, sí con el mayor afecto que cora-
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XIX
zon puede abrigav. ¡Lástima que mi pobre inteligencia
haya obedecido tan poco á los impulsos
de mi voluntad!
Me enorgullece haber sido el primero que ha
tratado en la solemne investidura de Doctor un
tema acerca de las Islas Canarias, para lo que
tuve que pedir autorización al digno Decano de
la mencionada facultad, quien con la galantería
que le caracteriza me permitió no seguir la
tradicional costumbre de consultar el cuestionario
para tomar un punto de mis aficiones y
aptitudes.
Kl ilustre l'ribunal que oyó la lectura de mi
trabajo, benévolamente lo calificó de sobresaliente,
nota que en realidad no merecía quien
coordinó las ideas allí expuestas en forma de
discurso, pero sí la virtualidad de las mismas;
así, pues, tan alta como honrosa recompensa no
se me dióá mí; yo no fui masque el medio tras-de
que se valieron mis sabios maestros para
mitirla á mis islas, que es á quienes pertenece.
Pasado el último acto oficial de mi carrera,
sólo veía las emborronadas cuartillas perderse
con el tiempo en el archivo universitario; las
horas de trabajo que á ellas consagré se convertirían
en un depósito más de polvo, y, con
sinceridad sea dicho, no las consideraba dignas
de otra cosa.
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— XX —
Los ilustrados ponentes, me invitaron á que,
hechas ciertas correcciones y ampliadas algunas
de sus partes, diera forma de libro á mi
trabajo, y á pesar de animarme á ello estas autorizadas
opiniones, pronto decaía mi entusiasmo,
volviendo al escepticismo y pasividad habituales.
JMÍ querido amigo Luis Maftiotte, que conocía
mi discurso, pues no pocos datos debo á él,
poniendo á mi disposición su completa biblioteca
canaria, constantemente influía en mi ánimo
para que le diera á la publicidad, y tanto
ha trabajado en este sentido, que ha sido el
principal motor en la decisión, pues sus vastísimos
conocimientos en historia y literatura
canaria me daban un salvoconducto yen parte
justiñcan mi atrevimiento.
Una vez decidido, es mi propósito, después
de tributar la expresión del cariño á la región
natal, vulgarizar la historia de la provincia de
Canarias, desconocida para la inmensa mayoría
de los españoles é ignorada por muchos de
los propios isleños.
Depende esto de no haberse publicado hasta
ahora (i) ningún libro que, en pocas páginas y
(I) NO cometeré la injusticia de omitir en este lugar
el nombre respetable del Sr. D. Juan de la Puerta
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á poco precio, suministre tales conocimientos,
pues los historiadores canarios han consagrado
sus laboriosas tareas á tratados por lo genera'
magistrales, y esta clase de obras no está al
alcance ni de todas las inteligencias ni tampoco
de todas las fortunas.
Bien es verdad que, si directamente estas
ilustres personalidades no han popularizado la
historia canaria, sus obras sirven de base y en
ellas tienen que inspirarse los tratados elementales.
Estos manan de esas fuentes, y tienen
por misión hacer descender tales tesoros de la
docta Academia á la escuela rural.
Seguramente ha de extrañar la división de la
materia que trato; pero, una vez expuesta la
Canseco, que ha consagrado su vida á la enseñanza,
con tanto provecho para la juventud canaria. Su Compendio
de la historia de Canarias en parte realiza los
propósitos de este libro; pero su ilustrado autor llevaba
sólo por mira la preparación de las tiernas inteligencias
y esto le impedía extenderse en consideraciones
y particularizar detalles, que no corresponden
á una obra de carácter elemental.
También es autor el Sr. de la Puerta Canseco de
un precioso libro titulado Descripción geográfica de
Las Islas Canarias; en él pone de manifiesto sus condiciones
pedagógicas, prestando á la vez al Archipiélago
Canario un gran servicio, pues en amenas y cortas
páginas se ocupa de la geografía de las Islas.
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XXll —
razón que la motiva, se echará de ver un método
lógico y no un fútil capricho que rompe
la costumbre en esta índole de trabajos.
En brevísimas líneas se da una noción de la
geografía de las Islas; luego se mencionan las
teorías más importantes respecto á la geología
del país; a continuación los conocimientos que
la antigüedad tuvo de las Canarias y sus diversas
denominaciones, á la vez que las expediciones
antiguas y medias, formando esto lo
que pudiéramos llamar la primera parte del libro.
Los dos primeros capítulos nadie los excluirá
del lugar que ocupan, pero no así desde
el tercero hasta el sexto inclusive.
Yo los comprendo en la primera parte, y
antes que el estudio de la raza y de la historia
interna de los aborigénes, por llevar en sí mucha
parte mítica, que en otro lugar perdería
toda novedad, pues conocida la historia el interés
de la leyenda desaparece.
La que pudiéramos denominar segunda parte,
ya está indicada en el párrafo que precede,
por más que si pecáramos de rigurosos en el
método, el estudio de la raza y de la historia
indígena debiera ir al final; pero entonces el
período de la conquista no se haría tan interesante.
Asi conocemos en su intimidad los dos
pueblos que lucharon en las Canarias por idea-
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— xxiu —
les sagrados, y aunque el triunfo de las armas
españolas fuera conveniente para los destinos
de la civilización, no por eso hay que dejar
de aplaudir y contemplar con admiración
al pueblo Guanchc, modelo de lealtad y heroísmo.
La tercera y última parte se ocupa de la
conquista, donde se sintetiza la sangrienta
epopeya comenzada por Béthencourt y terminada
por Lugo, finalizando mi humilde trabajo
con ciertas consideraciones que, si alterásemos
el plan, tal vez no tendrían cabida.
Si Dios me concede la dicha de contribuir á
popularizar la historia canaria, y logro decir á
mis paisanos: «Nuestras peñas son más hermosas
de lo que nos figurábamos y sus moradores
de todas las edades más leales y valientes
de lo que creíamos», despertando á la vez la
gratitud que á la gran madre España debemos,
mis esfuerzos se verán coronados, pues valiéndome
de la verdad histórica, he armonizado
dos tendencias que si algunas regiones han hecho
antagónicas y peligrosísimas para la suerte
de esta noble nación, para mí son dos ríos
hijos de la misma nube que afluyen á la mar,
donde confunden sus aguas; dos latidos de un
mismo corazón que ponen en circulación idéntica
sangre, y sólo veo amor donde alguien
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mezquinamente no distingue más que odios y
rencores.
La madre, sin olvidar al hijo muerto y consagrándole
sin cesar lágrimas y suspiros (que
si el dolor resucitara él no seria cadáver), quiere
más que antes al hijo que vive. Por triste
experiencia sabe cuánto supone perderle. Esto
pasa hoy con Canarias, despojada inicuamente
España de su legítimo imperio colonial. En
tales momentos viene ú la publicidad este libro,
con todos los defectos que se quiera, pero
sincero y patriótico, preciándose de señalar
eficaces remedios para evitar días de infortunio.
Tienda sus alas protectoras el Estado, no
olvide los rudos desengaños de ayer y tenga
toda la habilidad diplomática y toda la entereza
de épocas más gloriosas, para que Canarias
sea siempre española, que eso anhelamos con
toda el alma los hijos de aquel bello archipiélago.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
Si algún país puede ostentar una geografía
interesante, es el Archipiélago que conocemos
hoy con el nombre de Canario. La poesía de
estas islas Atlántidas inspiró á la humanidad
clásica hasta el extremo de creerlas la mansión
de los bienaventurados, creencia que sobrepuja
en belleza y atractivo á aquellas otras que han
colocado el terrenal Paraíso en distintos lugares
del planeta. Más tarde, la investigación
científica ha consagrado sus racionales trabajos
á estas peñas que, si en la antigüedad fueron
admiradas y en la Edad Media y parte de
la Moderna invadidas, son hoy codicia de extranjeras
garras.
El Archipiélago de las Canarias se levanta
en el Océano Atlántico, correspondiendo su si-
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— 2 —
tuación á la zona templada y hallándose sus
islas entre los paralelos 27° 38' y 29° 25' de
latitud Norte y entre los 7° 8' y 11° 58' de
longitud Oeste del meridiano de San Fernando,
teniendo enfrente los cabos Juby y Nun, y distando
de veinte á ochenta leguas de la costa
africana por la parte conocida vulgarmente con
el nombre de BileduJgerit (país de los dátiles),
que fué en otro tiempo territorio de la Mauritania
Tingitana.
Lo forman siete islas habitadas y seis desiertas,
que miden una superficie de 7.260 kilómetros
cuadrados, de los cuales precisamente7.l67
corresponden á las habitadas y los 93 restantes
á las desiertas.
Sus nombres, partiendo de E. á O., son: Lan-zarote,
rodeado de los islotes Roque del Este,
Roque del Oeste, Graciosa, Montaña Clara y
Alegranza; Fuerteventura, con su pequeño islote
de Lobos, y las restantes Gran Canaria,
Tenerife, Gomera, San Miguel de la Palma y
Hierro.
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II
Formada ya una idea de la geografía del
Archipiélago, fijémonos en las observaciones de
los geólogos, que son muchas y diversas, diciendo
Lyell ( I ) que estas islas han brotado
desde el fondo de los mares en la época terciaria,
en el período mioceno superior, y aquí se
nos presenta este hermosísimo Archipiélago
surgiendo de los mares como la Venus mitológica
de la espuma, dándose el armónico caso
de que una ficción tan poética tenga por fundamento
una verdad científica, y de que una
imaginación volando por esos mundos seductores
sea muchas veces precursora de la reali-
(I) Principios de geología.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
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dad, al modo que un Séneca profetizó á Colón
y un Lope á un Volta.
Consideran algunos la formación de las
islas Canarias y de todas las del globo terrestre
como originarias del Diluvio universal (i),
guardando esta hipótesis evidente armonía con
las que consideran á las Canarias separadas
del continente de África en virtud de esa revolución
geológica que hoy los modernos adelantos
confirman, estableciéndose fraternidad
completa entre la ciencia y la fe.
Esto no implica para que después haya sufrido
esa porción de tierra desprendida del África
transformaciones varias; los agentes naturales
desconocen la inacción y con sus fuerzas
poderosas están produciendo constantemente
fenómenos que hacen que un mismo país, en el
transcurso de los siglos, varíe de manera de ser.
Otros, teniendo muy en consideración la
proximidad de las Canarias al continente africano,
han dado en suponer que no son otra
cosa que la prolongación del Atlas; y en efecto,
si á partir del cabo Guer se tira una línea
hasta la Gran Canaria siguiendo la dirección
(I) Juan Woodward es partidario de esta opinión,
creyendo que el Diluvio universal configuró nuestro
globo.
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del Atlas, esa línea pasará precisamente por el
Roque del Este, Lanzarote, Tenerife y la isla
del Hierro, hallándose cerca de ella Fuerteven-tura,
Gran Canaria y La Palma, demostrando
evidentemente sus, montañas, sus picos y cabos
que las islas son una prolongación del sistema
orográfico vecino.
La cuestión tan debatida de la famosa At-lántida
está íntimamente relacionada con la
geología de las islas Canarias; autorizadas opiniones
creen ver en este Archipiélago restos de
aquel naufragio que conmovió al mundo, causando
una revolución en el planeta. El ilustre
académico D. Eduardo Saavedra (l) nos traza
á grandes rasgos lo que el filósofo de la Academia
divulgó sobre este particular, y á su vez
procura buscar comprobación á esta leyenda ó
historia en las observaciones que suministran
los distinguidos geólogos que han fijado aquí
sus miradas anhelando solucionar el problema,
que permanece aún en pie y tal vez sea de
aquellos que, solicitando siempre la inteligencia
y actividad del hombre, nunca presente á
éste su rostro francamente natural, y envuelto
(I) Conferencia dada» en el Ateneo de Madrid
el 17 de Febrero de 1891, con motivo del Centenario
de Colón.
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en dudas sea tan ingrato que se complazca en
que el famoso «eureka» nunca lo descubra.
«Más allá de las columnas de Hércules—-dice
el Sr. Saavedra,—había cierta isla de extensión
tan considerable como un gran continente, habitada
poruña nación llamada de los atlantes,cuyos
diez reyes, coligados en estrecha alianza, se
apoderaron de parte de Europa y de toda la Libia
y fueron al cabo deshechos en choque formidable
por los primitivos atenienses. Eran los atlantes
gente que había alcanzado ilustración elevada,
dominaban en varias islas vecinas á sus
costas y hacían viajes marítimos á otro conti-»
nente frontero de su tierra. Sus leyes y costumbres
ofrecían modelo de organización política
y de virtudes sociales; pero hacia los tiempos
de su gran derrota cayeron en corrupción
lamentable, y la cólera de los dioses en tremendo
cataclismo hundió por siempre la desventurada
Atlántida en el seno de los mares
cuya superficie se llenó de un lodo tan espeso,
que fué ya imposible navegar por aquellos parajes.
Los geógrafos antiguos aceptaron sin
oposición y duda la existencia y subsiguiente
desaparición de la isla; pero los neoplatónicos
empezaron por dudar, después negaron la veracidad
histórica del relato, y ya se puede decir
que estaba relegada al olvido cuando el
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descubrimiento de América primero, y los adelantos
de la geología y la hidrografía en la actualidad,
han vuelto á poner la cuestión sobre
el tapete. Salen cada día nuevas hipótesis para
explicar histórica y científicamente la narración
platónica, encaminadas á suponer en los
antiguos unas reminiscencias de tierras por las
que se comunicaban con los americanos, cuando
no fueran estas mismas.»
«Platón, á continuación de sus libros de la
República, se ocupa de los atlantes, y tanto en
la famosa isla como en Grecia, por olvidar sus
moradores las sabias leyes, ingresaron en la corrupción
de costumbres y el Cielo los castigó, á
la Atlántida desapareciendo en un terremoto, y
á Grecia asolándola con inundaciones, no quedando
más que rudos pastores y rústicos montañeses
olvidados de las instituciones de suS
mayores. Platón habló de todo esto buscando
apoyo tradicional al sistema político que quería
implantar. Pero ¡íes todo ficción lo hablado por
Cricias, ó es un cuadro de atractivos colores,
pintado con figuras de alguna realidad
efectiva? Yo creo, que sin reparo se puede
asentir á la existencia de una gran nación occidental,
constituida en fuerte liga que dominó
á Europa y África, que conocía el arte de la
navegación y que vino á estrellarse como hin-
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— 8 —
chada ola contra la primera de las naciones de
Oriente. Tampoco encuentro reparo en admitir
la coincidencia de este inmenso desastre político
con uno de esos movimientos de la corteza
terrestre que llenan de luto á extensas comarcas;
ni la existencia de más ó menos dilatadas
tierras que el Atlántico oculta hoy bajo
sus aguas; en un palabra, admito que los datos
principales se deben estimar como ciertos,
pero la trama tiene mucho de fantástico.»
Gaffarel entiende que las Antillas, las Canarias
y las Azores son los vértices de una inmensa
isla triangular, que muy pasado el período
terciario se hundió bajo las aguas á consecuencia
de las contracciones de la corteza
terrestre, dejando aquélla testigos de su exis-cia,
y el humeante pico de Tenerife huella de
la tremenda sacudida volcánica que acompañó
tan colosal trastorno. Así se explica, según
Gaffarel, cómo los americanos encontraron
puente de comunicación con África y España,
pero esto lo destruye la inmensa profundidad
de 6.000 metros á que se halla el fondo del Océano
á través del área comprendida entre los tres
Archipiélagos.
El distinguido marino y publicista D. Pedro
de Novo y Colson limita la Atlántida al número
de las Azores.
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— 9 —
No asi el docto catedrático D. Salvador Calderón
y Arana que sostiene que las islas del
Atlántico, lejos de ser residuos de continentes
desaparecidos, son más propiamente jalones
de continentes que comienzan á formarse.
A Wilkins no le parece bastante un terremoto
para tragarse la Atlántida, y entiende ser
más natural que las ondas del Pacífico, levantadas
á inmensa altura y con empuje hacia
Oriente, saltaran por encima de los Andes de
la América Central, barriendo al paso la Atlántida,
cuyos materiales quedaron diseminados
por la superficie del desierto de Sahara.
Opina Tourncfórt que tanto el mar Negro
como el Mediterráneo eran inmensos lagos, poniéndolos
en comunicación un crecimiento, que
á su vez hizo que este mar rompiera sus primitivos
limites, y al comunicarse con el Atlántico,
aumentara de tal manera el caudal de las aguas
que sumergió á la Atlántida (i).
Al tratar la cuestión tan debatida de la Atlántida,
sería omisión imperdonable pasar por alto
el importantísimo trabajo (2) del ilustrado com-
(i) Esta hipótesis, como la anterior, son hijas de
calenturientas imaginaciones, y por su atrevimiento
se han citado.
(2) Presentado al O ngreso internacional de americanistas.
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— lO —
patriota nuestro D. Federico de Botella y de
Hornos. Sólo trataremos en estas páginas la
parte más saliente de tan sabia investigación,
fijándonos con preferencia en aquellas que
guardan directa relación con este libro.
Después de aprovechar el Sr. Botella las investigaciones
de esclarecidos hombres de ciencia,
expone sus propias observaciones: «Desde
luego, al echar una mirada sobre el mapa geológico
de nuestra Península, llama sobremanera
la atención que, en tanto que la serie de
los terrenos sedimentarios se halla representada
en casi todo el largo desarrollo de sus costas,
tanto orientales como occidentales, al llegar
al extremo NO., desde Aveiro á Aviles, y
sobre una longitud de más de 1.200 kilómetros,
las orillas del mar se presentan cortadas por
altísimos acantilados, accidentadas pornumero-sosjiordos,
labrados unos y otros principalmente
en aquellos elementos que formaron las primeras
capas de nuestro globo, en corto trecho,
en las que vinieron inmediatamente después.»
»Y como, sea cual fuere la intensidad de los
agentes destructores, sus efectos no llegan
nunca á borrar en su totalidad los vestigios de
lo que fué, sin que aquí ó allá subsistan algunos
restos que atestigüen su anterior existencia,
queda por tanto patente y demostrado que
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
— II —
desde los albores de la existencia de nuestro
planeta hasta nuestros días, lo que debía ser
el territorio Galaico y parte de la Lusitania se
presentó siempre dominando los mares con
una extensión fácil de determinar hacia los
rumbos de Sur y Mediodía, pero incierta hacia
los que se prolongaban al Norte y Occidente,
fuera de sus límites actuales que rebasaba sin
embargo.»
Exactísimas llama el Sr. Botella las deducciones
de Gaffarel ya indicadas, sin que esto
entrañe que la Atlántida hubo de ocupar toda
la inmensa superficie del Océano que limitan
las Azores, las Canarias y las Antillas, ni
tampoco que algunos de los principales grupos
de estas islas existieran desde entonces en
la forma que hoy los conocemos.
Y como consecuencia de tan luminoso estudio
por lo que afecta á Canarias, después de
aquel día en que una inmensa batería volcánica
de más de 270 bocas principales tronó por
vez primera, causando una revolución geológica
y abarcando el globo entero con un triple
reguero de volcanes, tuvo efecto, entre otros
fenómenos, la depresión que hoy cubren las
aguas del Atlántico, y que en su parte principal
se atribuye con razón al relieve actual de
la superficie.
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— 12 —
El mapa del Atlántico, de Stieler, en el que
se estudia la topografía submarina por medio
de la sonda, permite esta ingeniosa hipótesis
al Sr. Botella: «Si se verifica un movimiento de
entumescencia en el fondo de todo el Océanoi
que no pasara de dos mil brazas, fijándonos
en que esta altitud es relativamente pequeña,
comparada con nuestras principales cordilleras,
se verificaría que al variar los limites actuales
los mares y continentes, por ese movimiento,
Francia, Inglaterra, Irlanda, la Escocia y la
Islandia aparecerían unidas con la Groenlandia,
la Labrador, el Canadá y Terranova; el continente
americano tomaría por límites orientales
el canal de Bahama, uniéndose las grandes y
pequeñas Antillas con las Barbadas y Vene-zuelas,
y dividiéndose el Atlántico, surgiría
una península inmensa que enlazaría las Azores
con el continente Boreal; y nuestra España
prolongaría sus costas hasta comprender las
Canarias é islas del Cabo Verde, que unidas
entre sí formarían parte de África, de la que
parecen desprendidas, y clara y distintamente
vendrían á dibujarse por cima de las aguas
nuevos y extensos territorios, cuyas condiciones
y relaciones especiales los colocarían en
perfecta concordancia, así con la tradición
como con las consideraciones anteriores.»
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- 13 —
El Dr. Chil, hijo ilustre de la Gran Canaria,
se expresa en estos términos al tratar la
geología de su país: «Es indudable, y así lo
ha evidenciado ya la ciencia, que todas estas
porciones (Canarias, Azores, Madera, Salvajes)
han salido del fondo de los mares, sufriendo,
aun después de su levantamiento, otros accidentes
más ó menos importantes. Las Canarias
se puede decir, y las observaciones geológicas
confirman esta idea, se han formado por
la acción de dos fuerzas, la actividad volcánica
y la erosión por el agua, tanto salada como
dulce». (l)
Sea cual fuere la hipótesis que se admita
como explicación científica de la geología canaria,
es verdaderamente sublime la formación
del Archipiélago al fijarnos en la titánica lucha
sostenida por los'elementos naturales, por esas
fuerzas misteriosas creadas por Dios, que se
nos manifiestan en hirviente lava, en imponente
huracán y embravecido oleaje, proclamando
esto la grandeza del Ser Infinito, por cuya
virtud las cosas al parecer más contrarias se
transforman en las más armónicas; y así aquel
fuego destructor servía de maternal regazo,
aquel desenfrenado huracán de delicioso y oxi-
(i) Estudios, t. I, pág. 58, 1876.
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genado céfiro, y aquellas montañas de agua
de tranquilo y reposado Océano, cariñoso ahora
con las playas que antes embestia, y mostrando
al hombre las riquezas que atesora, le
invita á que le surque y le utilice.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
III
No fué olvidado el Archipiélago Canario por
la antigüedad, y aunque esos remotos tiempos
no conocieron la historia de las islas, todo lo
que de ellas se decía en leyendas y fantasmagorías
lo supo armonizar el inmortal Cairasco
con lo verdadero en el Arco de la Fama, como
hace notar el gran historiador Viera y Clavijo.
En el canto ó libro cuarto de la Odisea dice
Homero, con relación á Menelao: «Los dioses le
enviaron á los Campos Elíseos, que están en
lo último de la tierra, donde pasan los hombres
una vida tranquila y dulce, sin experimentar
nieves, inviernos rígidos ni lluvias, sino
un perenne aire fresco, nacido de las respiraciones
de los céfiros que el Océano exhala» (i).
(I) Homero, íliada, libro XVIII, verso io6; libro
XX, V. T. —Odisea, lib. II, v. 154 á 163, 600 y 638;
libro IV, V. 563 á 568; lib X, v. 508; lib. XII, v. i.
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— I6 —
Los comentaristas del gran vate opinan que
IOS Campos Elíseos eran las islas Fortunatas,
donde el dios marino Proteo envió á Menelao
para pasar una vida de completa felicidad.
Diodoro (l), en sus preciosas narraciones,
llamaba á estas islas Hespérides, donde se
guardaban numerosos ganados y frutos de
gran valor; Hesiodo (2) las denominaba islas
Afortunadas, destinadas á los héroes; Pínda-ro
(3) se inspiró en las bellezas que se les reconocía,
y pulsó la lira para cantar sus delicias;
Estrabón (4) las llamó islas Bienaventuradas,
y los Esenios (S), secta austera y con-templati^'
a del pueblo hebreo, colocaban el Paraíso
en unas islas, reputadas por tales las Canarias.
Los grandes poetas de Roma también las
consideraban como una región encantada, y así
Horacio, en su oda 16, libro V, invita á los
romanos á que no presencien los desastres de
(I) Diodoro de Sicilia, Biblioteca histórica, libros
III y V.
(2) Hesiodo, Las obras y los días, canto I, v. 167 y
siguientes — Teogonia, v. 517 y siguientes.
(3) Píndaro, Olímpicas, oda II.
(4) Estrabón, Geografía, lib. III.
(5) Flavio Josefo, De bello judaico, lib. KI, capítulo
XII.
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la guerra civil y surquen el Océano en solicitud
de las islas ricas en todos bienes, haciendo
de ellas la siguiente descripción: «Allí la tierra
produce por sí misma, sin necesidad de arado,
todo género de frutos Júpiter separó
esas regiones de lo restante del mundo para
que sirviesen de asilo á la virtud. Allí no se
siente jamás el calor ni el frío; y los animales
dañinos ó ponzoñosos—reptiles—son desconocidos
en aquel suelo privilegiado». Una traducción
más lata de la misma oda contiene grandes
hipérboles, como éstas: «Allí la miel destila
sin cesar de los huecos de las encinas; las cabras
vienen ellas mismas á presentar sus ubres
henchidas de leche», y á este tenor una serie
de encarecimientos tan inverosímiles que nada
tienen que envidiar al más lisonjero sueño (l).
Virgilio, en el- libro VI de la Eneida, describe
las Afortunadas con la brillantez que caracteriza
al eximio poeta latino: «Eneas y la
Sibila^—dice—llegaron al fin á los lugares alegres
y verjeles apacibles de los bosques Afortunados,
á las islas de los Bienaventurados,
mansión de las almas dichosas. Su cielo es
niás puro y esplendoroso que el nuestro, y
( I ) NOS manet Oceanus circumvagus; arva, beata
Petaraus arva, divites et ínsulas, etc.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
— 18 —
baña los campos con una luz purpúrea. Los
bienaventurados las conocen, y distinguen sus
estrellas de las nuestras por ser aquéllas más
claras y resplandecientes» (i).
Creían algunos que la tierra se hallaba dividida
en dos partes por el mar que se llama
Océano: la una es la parte que nosotros habitamos,
y la otra, más allá del Océano, es la
que se une con el cielo; en esa tierra era donde
vivían los hombres antes del diluvio, y en ese
punto también estaba situado el Paraíso (2).
Pero la descripción que deja atrás todas las
ficciones de los poetas más visionarios es la
que hace Luciano en su libro De Vera historia
(3), cantando lo que vio en las Afortunadas.
Dice así:
i Siempre en los campos de las islas Afortunadas
está de asiento la primavera, y sopla
sólo el viento céfiro ó agradable favonio. .Y á
la verdad aquel lugar verdea siempre con las
flores juntas, con las plantas todas no ásperas
y sombrías. Las viñas que allí hay dan fruto
dos veces al año, y en cada uno de los meses
(I) Devenere locos Icttos et amocna vireta
Fortunatorum nemorum, sedeque beatas, etc.
(2) Cosmos Indicapleustes.
(3) Cuya traducción sirve para que haga gala de
su estilo el P. Luis Ancheta, jesuíta canario.
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— 19 —
pagan el tributo de sus uvas. Decían que los
granados, manzanos y demás árboles frutales
trece veces daban fruto en el año. Porque en
el mes que entre los afortunados se llama Mi-nons,
decían que fructificaban los árboles dos
veces. Empero, en lugar de trigo arrojan las
espigas panes preparados en su sumidad y corona,
á manera de hongos. Las fuentes que
tienen en su ciudad son: trescientas setenta y
cinco de agua, otras tantas de miel, y quinientas
de óleo bálsamo y diversos olorosos licores.
Y estas fuentes son las menores, porque de
leche hay siete ríos, y ocho de vino. Los convites
se celebran fuera de la ciudad, en un campo
que se llama Elisio, porque hay allí un prado
muy hermoso, á quien rodea un bosque,
plantado con todo género de árboles, que hacen
sombra á los que están acostados. La carne,
empero, la hacen de flores. Los vientos son
los que sirven á la mesa, y traen todas las cosas
juntas que se pidan: un solo oficio no hacen,
es el de dar el vino, y es la causa que los
convidados no tienen necesidad de él, porque
cercan al lugar del convite unos árboles grandes
y diáfanos de vidrio resplandeciente, cuyos
frutos son unos vasos de toda hermosura, así
en el arte como en la magnitud. Luego, pues
4ue uno llega al convite coge uno ó dos de es-
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— 20 —
tos vasos, y lo mismo es ponerlos en la mesa
que llenarse de vino. De corona y guirnalda
sirven á los convidados los ruiseñores y demás
canoras aves. Las otras, cogiendo con su pico
flores de los prados cercanos, revolotean sobre
la cabeza de los convidados, uniendo en uno
el vuelo y el canto. El modo de ungirse es en
esta manera: nubes espesas beben á una licores
olorosos de las fuentes y los ríos, espárcese
luego sobre el lugar del convite, y poco á
poco exprimiéndolos los vientos, exhalan de si
cierto licor muy sutil y delicado á manera de
rocío.»
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
IV
Los portugueses, dejándose llevar del amor
patrio, sentimiento nobilísimo, pero perjudicial
la mayoría de las veces para depurar la verdad
que se busca en la investigación histórica, se
apropian el nombre de Afortunadas para su
Archipiélago de las Azores y las islas de Madera
y Puerto Santo, haciéndolo extensivo á las de
Cabo Verde; mas el gran Camóens les desautoriza,
diciendo claramente en la 5." estancia
del canto V de sus Lusiadas:
«Passadas tendo já Canarias ilhas,
que tiveram por nome Fortunadas »
Las islas portuguesas vecinas de las Canarias
claro está que participan de muchos atractivos,
que han influido para que tal denomina-
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— 22 —
ción se les diera á éstas; pero, indudablemente,
donde la naturaleza se nos presenta blasonando
de las infinitas hermosuras que posee es en
el grupo que hoy se conoce con el nombre de
Canarias: el Teide, en Tenerife, que se eleva á
una altura absoluta de 3.7ii metros, y la Caldera
de Eceró ó de Taburiente, prodigioso cráter
de ascensión, que es el más notable del
globo y cuyo borde superior mide una circunferencia
de 12 kilómetros por 5.000 pies de
profundidad, maravilla de la naturaleza llamada
por Buch, distinguen el Archipiélago Canario
de los restantes del mundo, trasladando al
viajero de una profundidad real, pero que parece
fabulosa, á una colosal altura desde donde
se contempla un paisaje sin rival en el planeta
que habitamos, pues, como dice Viera, el
destino del Teide ha sido en todos los tiempos
el de ser considerado como el sitio de la tierra
más á propósito para las observaciones del
cielo.
Los expositores del Génesis y del libro de
Ezequiel hablan de las Canarias, denominándolas
las islas de Elisa ó Elisia, de donde se
extraían el jacinto y la púrpura, circunstancia
que también les dio el nombre de Purpurarlas.
Merece asimismo alguna atención el de
Hespérides, concedido á estas islas; pero hay
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que tener en cuenta que Hesperia fué el nombre
dado á todos los países de Occidente.
Pudieran ser también las islas Canarias el
Jardín de las Hespérides, poblado todo el año
de bosques de naranjos silvestres, opinión que
se tuvo por inexacta al considerar que en Canarias
no hubo tales árboles hasta después de
la conquista; pero se rehabilitó esta creencia
cuando el erudito Viera y Clavijo consigna
que entre las hojas fósiles se hallan muchas de
naranjos.
El nombre de Canarias es el que ha prevalecido,
existiendo diversas opiniones sobre su
origen.
Núñez de la Peña hace derivar el nombre
de Canarias de Crano y Grana, quienes
fueron Reyes de Italia, y luego, disgustados
tal vez de la lista civil que allí se les
ofrecía, se les ocurrió viajar, y, sin temer á los
obstáculos de una navegación imposible, abordaron
felizmente á la Gran Canaria, á la que
dieron su nombre, y se dedicaron tranquilamente
á poblar las islas.
Afirma Viera que Núñez de la Peña, á pesar
de haber tomado tan singular anécdota de Antonio
de Viana, la exageró; éste deja tranquilos
en Italia á Grano y Grana y sólo sus vasallos
recorrieron los mares en busca de aventu-
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— 24 —
ras, llegando hasta nuestras islas, y estableciéndose
en una de ellas, la denominaron Granaría
en recuerdo de sus Príncipes, hasta que
los españoles, respetando el nombre, pero adaptándole
á las facilidades de su lengua, le mudaron
en Canaria.
Más en armonía, como el mismo Viera hace
notar, se halla con la imaginación del poeta
una espede que indica para luego olvidar, al
derivar el nombre de Canarias del verbo latino
cano, que significa cantar, y éste de canora,
siendo general la creencia que en Canarias se
crían ciertos pájaros estimados por su canto
conocidos con el nombre de canarios (l).
Dicen otros que el nombre de Canarias es
latino y que le dio origen la abundancia en
sus riberas de un arbusto que en el país se
llama cardón, teniendo parecido con las cañas,
y afirma Tomás Nichols que oyó decir muchas
veces á los habitantes de estas islas que la designación
de Canarias dimana de ciertas cañas
de cuatro faces que crecen con abundancia en
aquéllas, no quedando duda de que estas cañas
son los cardones. (Euphorbia canariensis.)
La opinión más generalizada es que el nom-
(i) Jacob Savary dice que los pájaros tomaron el
nombre de las islas y no éstas de aquéllos.
^
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— 25 —
bre de Canarias se derivó de los grandes canes
que los expedicionarios enviados por el Rey
Juba hallaron, siendo los dos canes que sostienen
el escudo de esta provincia española
alusivos á dicha etimología.
Viera se extraña de que nadie se haya fijado
en lo que, tratando de esta etimología, se
fijó Mariana (l), ó sea en el cabo que Tolomeo
y otros geógrafos llamaron la última Caunaria,
y á esto añade que, hallándose las Canarias
fronterizas á dicho cabo, tomaron este nombre;
este cabo en la actualidad se llama Bojador,
el reputado por el de Non, del cual se creía
que el que tuviese la temeridad de doblarlo no
volvía jamás.
La creencia más racional y clara es la admitida
por Viera, y consiste en atribuir dicho
origen á la gran resonancia que tuvo la conquista
de Canaria, causa de que su nombre
absorbiese los de las otras islas y se difundiera
, haciéndose el genérico de todas, que hasta
el siglo XV eran conocidas con el antiguo
epíteto de Afortunadas.
( I ) Hist. de Esp., lib. II, cap. XXII.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
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Todos los pueblos antes que su historia tienen
su leyenda, á la manera que se da primero
en el individuo una edad puramente imaginaria
y soñadora que la racional que más tarde
impera en el hombre, y obedeciendo á esta
constante y universal ley, las Canarias tienen
su período fabuloso, que viene á ser precursor
de la serie de expediciones que se disputaban
en la antigüedad haber visitado las islas.
Héspero pobló las islas Afortunadas, y Hércules
le ayudó á sostener la esfera celeste.
Hércules robó las manzanas de oro de las
islas Hespérides, dando muerte al dragón que
las defendía; hay quien opina que las tales
manzanas eran naranjas (i), y que el Dragón,
( I ) La naranja china se llamó en latín malum au-reum,
manzana de oro.
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como dice Viera, tomó su origen del Drago,
árbol especial de las islas, que tiene el tronco
como el de una serpiente y su jugo una concreción
como de sangre, propiedades que parecen
transformar al árbol en bestia.
Se refiere una serie de hechos gloriosos,
que los fenicios atribuyeron á un Hércules de
su nación, remontándose el viaje emprendido
por este héroe trescientos años antes de la famosa
expedición de los Argonautas á la Col-chide;
atacó al célebre Anteón, Rey de la
Mauritania, cerca de la embocadura del río
Liseos, retirándose las naves africanas á los
puertos de las islas Canarias, con el propósito
de librarse de aquel monstruoso héroe.
Corre otra fábula respecto á cierta navegación
que hizo á estas islas la armada de Híspalo,
Rey de España, poblándolas con parte de
su tripulación; pero esto, como hace notar el
gran Viera, no deja de ser uno de tantos mitos
sin fundamento histórico de ningún género.
Los griegos tuvieron conocimiento de las islas
Afortunadas por los fenicios, y siendo como
éstos hijos de un pueblo emprendedor y amante
de surcar las olas, no es extraño que pasaran
las Columnas de Hércules y visitaran las
Canarias; pero estas suposiciones no suministran
testimonio que así lo confirmen, y sólo
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nos ponen de maniflesto el numen poético de
los grandes vates helénicos que, impresionados
tal vez por las referencias que les hacían los
fenicios, designaban los Campos Elíseos como
la eterna morada de sus héroes.
La primera expedición á las Canarias no
está de un todo testificada, por más que los
indicios del célebre viaje emprendido por los
fenicios de orden de Nekao (que reinaba en
Egipto por el año 6io, antes de la Era Cristiana)
con algún fundamento se disputa el haber
arribado á las costas canarias. La curiosidad
de Nekao de ver si la Libia se hallaba rodeada
de mar excepto el istmo que le une al Asia (l),
fué conveniente para que aquellos valientes navegantes
acometieran un viaje tan interesante
surcando las atlánticas olas, océano lleno de
arcanos en la época á que nos referimos. Sabido
es que el rumbo de la navegación antigua
es la proximidad al litoral, y claro está que al
pasar el cabo Juby penetraran en el canal que
separa la costa africana del grupo oriental de
las Canarias, pareciendo lógico que al hallarse
tan cerca de estas islas, se alejaran de las áridas
playas africanas, para buscar en las amenas
Canarias el descanso que necesitaban.
(I) Herodoto, Historia, lib. IV, cap. XLII.
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Todos dan como seguro que el pueblo fenicio
no redujo su genio emprendedor y naviero
á ser el rey del'Mediterráneo, sino que pasó las
famosas Columnas de Hércules descubriendo
países y sosteniendo comercio, que era el fin
que perseguían. Conveníales para sus miras
guardar el mayor silencio; pero la intrepidez
que les caracteriza en estas empresas, lo mismo
que la situación geográfica del Archipiélago
y la púrpura que además de obtenerse de
las conchas marinas también se obtiene de la
orchilla, planta que se produce sin cultivo en
Canarias, los denuncian como visitadores (i).
Los Reyes de Persia pensaron más de una
vez que sus escuadras doblaran el cabo de
Buena Esperanza y explorasen todas las islas
próximas al continente africano; pero algún accidente,
según Huet, les hizo desistir del proyecto,
por más que Herodoto afirma que Se-taspes
se embarcó en Egipto pasando el Estrecho,
y que llegó hasta el promontorio Syloco,
desde donde retrocedió (2).
El primero de los conquistadores, el gran
Alejandro, tuvo en sus vastos proyectos de
(I) Estrabón, Geografía, lib. III.
Diodoro de Sicilia. Biblioteca histórica, lib. V.
(2) Herodoto, obra citada.
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~ 31 —
dominio cierta navegación, que de haberla realizado,
con seguridad el hijo de Filipo hubiera
sido el conquistador de las Canarias. Terminado
el sitio de Tiro, pensó que del golfo Pérsico
salieran sus flotas recorriendo toda la costa occidental
de África é islas próximas al continente
y doblasen el cabo de Buena Esperanza,
entrando luego por las Columnas de Hércules,
para hacer sentir su poderío á la Mauritania, Car-tago,
Numidia é Italia. Nada de esto pudo llevarse
á cabo, porque la prematura muerte del
helenizador del mundo hizo, como mil veces
acontece, que las disposiciones del hombre distasen
de los designios de Dios, y los Estados que
el Magno ya veía subyugados por el influjo de
la espada que se creyó omnipotente, fueran los
herederos de su poderío, que después de desmembrarse
por sangrientas guerras recobró su
vmidad cuando Roma dominó al mundo.
La república de Cartago, al soñar con la dominación
universal, encomendó á Hannón la
famosa escuadra, compuesta de sesenta naves
y de treinta mil personas, entre hombres, mujeres
y niños, hallándose la descripción de tan famoso
viaje en su célebre Periplo depositado en
el templo de Saturno (i). El rumbo era desde
(I) Polibio, Historia general.—VWxáo, Historia
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— 32 —
Cádiz á lo largo de la costa occidental de África,
y escritores de la autoridad de Aristóteles,
Mela, Plinio y Arriano dicen que fundaron
colonias, y desde entonces empezaron á distinguirse
dos islas Afortunadas conocidas con el
nombre de Junonias, por ser Juno diosa de Fenicia.
Otros no encuentran testimonios que faculten
para afirmar que hicieran escala en Canarias
y sostienen que gratuitamente los entusiastas
de esta importante navegación encuentran
analogías donde no existen.
En el Libro de las Maravillas (i) se refiere
otra expedición realizada por cartagineses,
cuyo relato no deja de ser interesante y original.
Cierto número de aventureros cartagineses,
imitando el arrojo de Hannón, ú obligados
por una tempestad, pasaron las célebres Columnas
y aportaron á una isla Afortunada, don-natural—
Bochart, Geographia sacra.— Hoávi&W, Bis-sertatio
prima.—Gosselin, Sur la géographie des an-ciens.—
Rennel, Geography of Herodotus.— Heeren,
Politigue et commcrce des peuples de Vantiquité.—Bou-gainville,
Decouvtrtts de Hannón. — Campomanes,
Antigüedad marítima de la República de Cartago.—
Antonio María Manrique, escritor canario, Comentarios
al Periplo de Hannón.
(i) Liher de Mirahilibus auscuUationibus, atribuido
á Aristóteles, IV, cap. LXXXV.
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— 33 —
de algunos se establecieron, á la par que otros
retornaron á Cartago contando prodigios de
aquella privilegiada naturaleza. La república
ante el temor de que una emigración á tan decantada
isla privase al Estado de hombres útiles,
dio un decreto condenando á la pena de
muerte al que intentase hacer un viaje, imponiéndoles
la reserva, para que las naciones extranjeras
ignorasen aquel asilo, que en sus tristes
presentimientos tal vez tenía la patria de
Aníbal designado para retirarse á llorar su
adversa suerte, más sobrellevadera arrullada
por las olas, espejo de su antigua grandeza,
que proscrita de ver el Océano, como quiso
Roma para dejar de temerla.
Roma, después de vencerá su rival Cartago,
conservó el poder marítimo de la república
vencida, pero sin preocuparle las aventuras que
el espíritu fenicio siempre animaba en exploraciones
de nuevos países.
Sartorio (i) tuvo noticias, por marinos llegados
directamente de las Atlántidas, de unas
islas dichosas, y atraído por la narración y á
la vez considerándolas por su apartamiento
como lugar seguro para librarse de sus
enemigos, no sería extraño que arribase á
( I ) Plutarco, Vida de Sertorio.
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ellas, más bien parece natural, dado sus frecuentes
viajes á la Mauritania. Lucio Floro (l)
afirma que llegó á Canarias cuando la tempestad
dispersó su escuadra en las costas de la
Lusitania, la preparada para combatir á Annio,
pues si bien hay quien designa como lugar de
arribo la Madera y Puerto Santo, otros indican
Lanzarote y Fuerteventura.
Poca novedad ofrecía el Mediterráneo después
de hallarse colonizadas sus costas. Todas
las empresas humanas, una vez realizadas, indudablemente
prestan sus beneficios, pero despojadas
de las ilusiones en que está envuelto
el porvenir, la actividad humana anhela, obedeciendo
á esa misteriosa ley que siempre nos
impulsa al más allá, explorar nuevas cosas
que vengan á completar las descubiertas, presentándonos
á su vez otros horizontes. Así se
explica que los marselleses pasaran el Estrecho
encaminándose á las Canarias: Euthimenes,
que llegó hasta la Equinoccial, y Pytheasque
tomó su derrotero al Norte penetrando en la Is-landia,
como dejaron consignado en sus importantes
obras (2).
(I Floro, De gestis Romanorum, lib. III, capítulo
XXII.
(2) Estrabón y Plinio conservan en sus libros algunos
fragmentos de La vuelta al mundo y El Océano,
obras de Pytheas, de Marsella.
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La narración más auténtica fué la expedición
-•nviada por Juba, Rey de la Mauritania Tingi-uina.
Plinio nos conserva los datos de mayor
"stima del indicado viaje, y á la vez quenos describe
las bellezas de aquel suelo privilegiado,
trata, aunque brevemente, del estado político y
social del Archipiélago.
Lo que es extraño es la siguiente afirmación
del mencionado naturalista. Siempre se
ha considerado á las islas Canarias como el
país del mejor clima del mundo, y Plinio ma-f^
ifiesta que era insalubre, á causa de los
animales muertos que las aguas traían á sus
playas. (£)
(I) Plinio, obra citada, lib. VI, cap. XXXVtl.
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VI
La destrucción del Imperio romano de Occidente
fué causa de que Europa prescindiera
<íe las Canarias, pues harto hacía con defenderse
de la terrible invasión bárbara para entretenerse
2n aventuras y estando invadida hacer de in-vasora.
Los cristianos españoles no mencionan para
nada las Canarias en los primeros períodos de
sangrienta lucha con la media luna; preocupados
con reconquistar la patria, sin cuidado les
tenía la exploración de nuevos países; no así
los árabes, que hacen de ellas referencia en
sus obras, denominándolas Al-djezir al- Khali-dah,
que significa islas Afortunadas.
Estos, al conocer las obras de los griegos, tu-
'vieron noticia de las islas Canarias.
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El autor árabe Masudy (i), en su obra Los
prados de oro y las minas de piedras preciosas,
escrita en el siglo X, dice que las famosas Columnas
que servían de aviso para detener al
navegante, mostrándole la imposibilidad de seguir
avanzando por ser innavegable el Océano,
no están en el Estrecho, sino en unas islas de
la cuales se cuentan maravillas. ;Serán éstas
las Canarias? El erudito portugués Joaquín
José da Costa y Macedo (2) desmiente en absoluto
que los árabes conocieran las Canarias
por sí mismos, y la prueba está en que hasta el
nombre con que los escritores árabes las designaban
era el de Forttmatcr, y como esto nada
significa en su lengua, añadían la palabra
«sabida», felices, donde bien claro se ve la influencia
de los escritores griegos y romanos,
que confirma la opinión sustentada por el escritor
portugués, pues es raro que un pueblo
impresionable como el árabe, visitando las Canarias
y disponiendo de una rica lengua, no
diese propio nombre á un país que por sus
( I ) Véase á Guignes, Noticts et extraéis des ma-nuscrits
de la Bibliothéque du Roi, tomos I y VIII, y á
Spren^er, Historie al Enciclopedia, tomo I. Ambos
compiladores traducen el texto árabe de EI-Masudy.
(2) Costa Macedo, Memoria en que se pretendepro-var
oue os árabes nao conhecerao as Canarias.
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- 39 —
condiciones debía de ser para ellos predilecto,
y aunque no tan bello, en algo parecido al paraíso
que su Profeta les promete.
El viaje á las Canarias de Ben-Farrouckh no
se debe omitir aunque no esté Comprobado. El
ilustrado escritor Sr. Ossuna lo cita, tomándolo
de una traducción e.xpuesta por Mr. Etienne.
Cuando el poderío musulmán llegó á su apogeo,
crearon una escuadra los árabes para defender
sus costas de piratas, y á su vez para estrechar
los lazos de unión entre los países conquistados
por los mahometanos; se hallaba
Ben-Farrouckh en las costas lusitanas vigilando
á los normandos, cuando tuvo noticia
de que en las regiones líbicas había unas islas
de extraordinaria belleza, y dando rumbo á
su nave en la dirección del lugar que se le describía,
al poco tiempo llegó á Gran Canaria,
anclando en la rada de Gando. Desembarcó, y
poniéndose al frente de 130 hombres, va de
Sur á Norte, teniendo que luchar con una naturaleza
virgen y privilegiada, pues ya el espeso
bosque, ya el profundo barranco, defendían
el país de las invasiones. Llegó al fin á
las llanuras de Galdar, residencia del Guanar-teme
ó Rey de la isla, á quien manifestó Ben-
Farrouckh que un monarca poderoso solicitaba
su alianza, entablándose benévolas relaciones
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— 40 —
ventajosas para las naves árabes, pues así tenían
un lugar de refugio al perseguir á los piratas
si es que éstos en aquellos mares les ponían
en aprieto.
Los árabes fueron obsequiados por Guanari-ga,
que éste era el nombre del Guanarteme, en
su propio palacio, sirviéndole los manjares más
estimados, y después de recorrer Ben-Farro
uckh las otras islas, regresó á España, diciendo,
entre otras cosas, que la isla más culta
era Gran Canaria (i).
El famoso geógrafo El-Edrisi, en su libro
titulado El deseoso de peregrinar la tierra,
hace la relación de un viaje efectuado en el siglo
XI por aventureros árabes que salieron de
Lisboa. Los Sres. Webb y Berthelot explayaron
esas noticias diciendo que, después de
Plinio, no se encuentra más documento sobre
las Afortunadas que la relación de los árabes
mogrebinos 'enidos de Lisboa á principios del
(I) Ossuna Saviñón, Resumen de la Geogrifia física
y política y de la Historia natural y civil de las
islas Canarias. Sobre el viaje de Ben-Farrouckh y del
inexplicable extravío del original árabe citado por
Ossuna, debe consultarse á Chil y Naranjo, Estudios
históricos, climatológicos y patológicos de las islas Canarias;
Sabino Berthelot, Antiqaités canaríennes, y
Millares, Historia general de las islas Canarias.
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• — 41 —
siglo XIII; pero á pesar de todo lo dicho acerca
de este viaje, que también fué objeto de estudio
por el sabio orientalista Joubert, creemos
que no se pueda afirmar cuáles son esas islas
indicadas por los mogrebinos, por más que la
denominación de isla de los dos hermanos mágicos
puede aplicarse á Fuerteventura y Lan-zarote,
pues ambas estuvieron divididas (l).
Se suceden una serie de expediciones (hasta
quedar definitivamente conquistado el Archipiélago
Canario), que aportan un caudal de noticias
á Europa, y despiertan entre las naciones
que se disputaban el dominio los deseos de poseerlo.
Comenzaremos por bosquejar la expedición
genovesa llevada á cabo el año 1291;
varios escritores, y entre ellos Agustín Giusti-niani
(2), refieren que en el mencionado viaje
se equiparon dos galeras en Genova, al mando
de Teodosio Doria y Hugolino de Vivaldo, con
el objeto de explorar el Océano, perdiéndose
las galeras sobre la costa occidental de África,
y aunque nada terminante comprueba que to-
(i) Edrisi, Geographic, traduite de Varabe en/raneáis,
par Amedée Jaubert.
(2) Giustiniani, Annali de Genoa, - Foglieta, HiS'
toria Gennensis.—Albano, Conciliator controversia-rum.—
Petrarca, De vita solitaria.
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- 42 —
caran en Canarias, ya que pasaron por su litoral,
parece natural afirmarlo.
La etimología del nombre de Lanzarote también
nos pone de manifiesto cómo los genové-ses
visitaron las Canarias. El noble Lanciloto
visitó una de las islas orientales, dándole su
nombre, y por si alguien dudase de esto, dice
un distinguido escritor: ¿qué proclama ver las
armas de Genova en el mapa de Dulcert colocadas
al lado de dicha canaria isla.? (i)
Hay una relación del siglo XIV, contenida
en un autógrafo del célebre Boccacio, que es
uno de los documentos más curiosos acerca
del particular. Extractaremos todo lo posible
el manuscrito para formarnos e.xacta idea.
«Este viaje fué dispuesto por el Rey de Portugal
Alfonso IV, poniéndose al frente de las
tres carabelas que salieron de Lisboa el l.° de
Julio de 1341 Angíolino dei Tegghia, dirigiéndose
á las islas Canarias. Después de cinco días
(i) El mapa de Angelino Dulcert, mallorquín,
construido en 1339, fué dado á conocer en 1887 por
el Dr. E. T. Hamy. De las Canarias no comprende
más que tres islas, á saber: ínsula de Lanzarotus Afa-rocelus
(Lanciloto iMaloxelo, Lanzarote), Megi Mari-ni
(isla de Lobos) y La Forte Ventura (Fuerteven-tura).
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— 43 —
de navegación, llegaron á las islas, las que encontraron
mejor cultivadas por la parte Norte;
refieren que las mujeres eran hermosas, los
hombres robustos, y que al verlos en los buques
cerca de sus playas querían establecer comercio,
según manifestaban por su mímica.
Saltaron cinco hombres armados, y los isleños
huyeron al ver las armas.
Visitaron sus casas, quedando prendados
tanto de la construcción, hecha con piedra
y madera, como de la limpieza interior, encontrando
higos secos conservados en cestas de
palma y un trigo más hermoso que el de Europa.
Vieron además una capilla sin signo alguno;
sólo había en ella una estatua con sus
partes obscenas cubiertas y una bola en la mano,
estatua de piedra que trajeron á Lisboa. La
vista del Teide les causó asombro,lo mismo que
el arribo á una isla, donde no desembarcaron
por el número de isleños, que les impuso. Querían
éstos establecer relaciones, y cuéntase que
algunos fueron nadando_hasta los buques. Cua
tro de estos indígenas fueron aprehendidos para
traerlos á Europa, encantando á todos el cariño
que se profesaban, pues no se les daba ningún
manjar que equitativamente no se repartiesen
entre sí.
Consigna además que conocían el matrimo-
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— 44 —
nio, que contaban como los europeos y vestían
finísimas pieles teñidas por ellos (i).
Las noticias que sobre Canarias iban esparciendo
las anteriores expediciones despertaron
vivo interés en los Estados europeos de apoderarse
de poseer dichas islas.
Ningún Principe pensó tan seriamente en
poseer las Canarias como el Infante D. Luis de
la Cerda, conde de Clermont, descendiente de
la rama desheredada de Castilla y educado en
las cortes de Aragón y Francia. La desairada
situación en que quedaron los Infantes descendientes
de la rama directa del Rey Sabio, por
la desenfrenada ambición de aquel Sancho, que
pospuso el sentimiento nobilísimo de amor
filial á los títulos que duran un dia, y que son
los que muchas veces han ostentado los Soberanos
de la tierra, que han encontrado lícitos
todos los medios con el fin de empuñar cetro
y corona, que el tiempo convierte en podredumbre
y la historia en oprobio, le estimuló,
animado de muy buenos propósitos, á buscar
la influencia del Pontífice Clemente VI para
que le confiriese la corona del reino de Canarias
(2).
( I ) Ciampi, Monumenti d'un manoscrito autógrafo
di mes ser G. Boceado.
(2) Los sucesores de San Pedro disponían de las
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Dice Viera y Clavijo que el Santo Padre celebró
un Consistorio público, y en él fueron erigidas
las Canarias en reino, por más que las
bulas originales manifiestan que se erigieron en
principado á favor de Luis de España, apellido ó
sobrenombre que también se le dio. Fué declarado
feudatario de la Silla Apostólica, con la
obligación de entregar á la Iglesia romana el
feudo de 400 florines de oro. La bula se expidió
en Aviñón á 15 de Noviembre de 1344, y
la solemne investidura se verificó en la propia
ciudad á fines de Diciembre.
El nuevo Monarca, el conocido también por
Príncipe de la Fortuna, se dejó ver coronado,
al frente de una cabalgata, por las plazas de la
ciudad; pero una copiosa lluvia la disolvió, lo
que se tuvo por mal presagio, según dice
Francisco Petrarca, testigo presencial (i).
El Rey de España Alfonso XI, en carta fechada
en Alcalá de Henares en 13 de Mayo
de 1345, protestó de tal proclamación, fundándose
en que las Canarias están comprendidas
en la diócesis de Marruecos, sufragánea del
coronas y repartían las investiduras á su satisfacción;
aún el cesarismo no había entablado lucha con el
Pontificado.
(I) Petrarca, obra citada.
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arzobispado de Sevilla. También elevó su protesta
al Pontífice el Rey de Portugal; creía que
las expediciones mandadas anteriormente y los
preparativos que tenía hechos para la conquista
de las islas, que no pudo efectuar por las
luchas sostenidas con el Rey de Castilla y con
los Príncipes sarracenos, le daban derecho á las
Canarias.
El embajador inglés en Aviñón, mal informado
de las pretensiones del de la Cerda, elevó
una protesta, pues creyc) erróneamente que las
islas Afortunadas eran las Británicas (i).
El caso es que toda esta aparatosa investidura,
que por sus resultados prácticos puede
tacharse de ridicula, no dio el fruto que era de
esperar; se reduce, según Jerónimo Benzo-ni
(2), á que dos buques de D. Luis de la Cerda
aportaran á la isla de la Gomera; pero al
tratar de penetrar en el país fueron maltratados
y rechazados con pérdidas. Hay quien
dice que esta expedición se confunde con la
mandada por el aventurero español Alvaro
Guerra, siendo ambas infecundas para la causa
de la civilización.
(I) Jorge Glas, The lUstory 0/ the discovery and
conquest of the Canary TsLands.
(2) Benzoni, La historia del Monlo Numo.
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— 47 ^
Las islas continuaban en idéntico estado, ó
si se quiere, peor preparadas para la conquista.
Estos aventureros despertaban el justo odio de
los naturales, hacian cautivos á muchos indígenas,
dejando hogares helados por la orfandad
y padres privados en su ancianidad del
báculo de sus hijos, que iban á ser vendidos
como esclavos en los mercados europeos.
No han terminado aún las expediciones en
esta edad. El capitán vizcaíno Martín Ruiz de
Avendaño, de la marina real, el año 1377, fué
por una borrasca lanzado á estas islas, y permaneció
algún tiempo en Lanzarote, viviendo
en armonía con los indígenas (i).
También un caballero gallego, llamado don
Fernando de Ormel, Conde de Ureña, por igual
accidente recaló con una galera sobre la isla
de la Gomera, quedando los europeos prisioneros
de los gomeritas cuando á éstos atacaron,
concediéndoles después la libertad de reembarcarse
(2).
La expedición más importante de este período
fué la que concertaron en 1392 ó 1399 los
armadores andaluces, vizcaínos y guipuzcoa-
(1) Abreu y Galindo, Historia de la conquista de
las siete islas de Gran Canaria.
(2) Ibident.
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- 48 -
nos, los que salieron de Sevilla é hicieron grandes
estragos en Lanzarote, respetando la isla
de Tenerife por el temor que les causó una
erupción del Teide, llamándola por este motivo
isla del Infierno (l).
Hagamos constar la nota humanitaria de
estos isleños, que con sus actos demuestran
sentimientos más elevados que los que abrigaba
el corazón de los europeos, concediendo
la vida y la libertad á sus agresores generosamente
cuando caían prisioneros, no registrándose
ninguna venganza miserable de las
que otros indígenas con motivos mil de mayor
progreso recientemente han realizado, lo que
proclama la superioridad de aquella raza, hermosa,
valiente y noble por excelencia.
(O Marín y Cuha.s,//¿storia de las siete islas d^
Canaria.
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VII
Nada tan dificil en la investigación histórica
como el querer penetrar en el origen de un pueblo.
A pesar de los progresos etnográficos hay
que convenir en que aún falta mucho para que
sus fallos sean infalibles, teniendo que contentarnos
con sus apreciaciones y consecuencias,
unas veces hijas del sincero estudio, pero otras
varias de preocupaciones sistemática, que convierten
un campo de paz en candente arena,
trocando la flor y el fruto de la especulación
científica en teorías é hipótesis que, despojadas
del falso oropel que las envuelve, no hay que
combatirlas, pues ellas mismas se destruyen con
sus múltiples contradicciones.
Todos los pueblos han procurado adornar
sus cunas con seductoras galas; semidíoses y
4
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— 5o —
héroes han sido, según las leyendas, los que
sentaron los orígenes de las naciones que han
dominado al mundo, y si nos fijamos con algún
detenimiento, bien pronto observaremos
que, en medio de la inmensa variedad de orígenes,
todas las leyendas se asemejan y fraternizan,
reconocen al fin una madre común, que
es el sentir unánime de la humanidad, que así
como anhela un término ultramundano, también
ha querido tener un principio sobrenatural
y divino.
Á los poetas y á los gobernantes bien les
vienen las leyendas; fuente inagotable de inspiración
es tener Parnaso propio, y no menos
ventajas reporta á los estadistas, que así no
tienen que presentar á sus subditos modelos
extranjeros para que los imiten, sino á sus ascendientes,
sangre de su sangre, los que por
sus acrisoladas virtudes se hacían merecedores
á las gracias del cielo. Pero ¿quién ignora que
todo este derroche de imaginación aleja de lo
verdadero.? ¿No tenemos la prueba de nuestro
orgullo y vanidad en las pretensiones de Augusto
con Virgilio para que idealizara en su
Eneida los orígenes de Roma.''
La unidad de raza, probada por la ciencia, y
la fiaternidad humana, proclamada por Cristo
y practicada por su Iglesia, dejan reducidas
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— 51 - -
estas leyendas á ilusiones y espejismos, efectos
de luz puramente imaginativos. Ya no tienen
los pueblos que enorgullecerse y convertirse
en opresores de otros por reconocerse superiores,
antes bien su verdadera misión es contribuir
para que los que no se hallen en sus condiciones
las vayan adquiriendo y sean partícipes
de su cultura; el vínculo de amor fraternal
lo impuso al hombre El que no se equivoca en
sus mandatos, y conculcar los preceptos divinos
ú olvidarlos es lo mismo para el Kterno
Legislador, como si la tlor, envanecida por la
rica esencia que exhala y los colores que cautivan,
menospreciarala tierra que lesirve de base
y de sustancia de vida, madre que tiene poder
para transformarla en pétalos más delicados y
cálices de mayor hermosura, lo mismo que en
pútrido cieno de donde brota la corona de maldición
que la Historia reserva á los tiranos.
La anteriordigresión consigna nuestra creencia
sobre el origen primitivo de los pueblos; así
ss que ahora procede, respetando aunque no
admitiéndolo, en un todo, decir algo sobre las
diversas tradiciones del pueblo indígena cana-
'"'o, pues también tiene su cuna con los correspondientes
blasones.
Ya está indicada, al hablar de la procedencia
del nombre de Canarias, la de Crano y Crana,
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_ 52 —
descendientes de Noé. Cosa parecida le ocurre
á Gomer, hijo de Jafet, cuyos servicios tuvieron
por premio la isla de la Gomera, poblándola
con doce hombres é igual número de mujeres,
engrandecimiento que hizo se apoderasen
de la isla del Hierro, donde reinó Hero, uno
de los hijos segundos de Gomer, estirpe gloriosa
descendiente del varón justo salvado en el
arca santa.
La Palma fué poblada por españoles que
trasmigraron á esta isla, obligados por la terrible
sequedad que sufrió toda la Península,
en el fabuloso reinado de Habis ó Habides.
Los romanos visitaron á Tenerife; no á nación
menos heroica corresponde fundar su
población, construyendo las primeras viviendas
en las inmediaciones de Icod.
Fuerteventura y Lanzarote fueron refugio de
ciertos africanos que, hallándose en medio del
Océano sin dedos y sin lengua, castigo impuesto
por Roma á los que querían librarse de su
opresión, providencialmente fueron arrojados á
sus playas, siendo ellos los pobladores de las
dos islas oiientales (i).
(i) Bontier y Le Verrier atribuyen estoá la Gomera,
fundándose en que el lenguaje de los habitantes
de esta isla era con los labios como si no tuvieran
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— 53 —
A lo expuesto sólo tenemos que añadir el
comentario de Viera: «Si yo apoyase estas importantes
noticias con la autoridad de Viana ó
Núñez de la Peña, ¿me perdonaría alguna persona
cordata este abuso de la razón? Entiendo
que nada ha deslucido tanto nuestra historia
de las Canarias como la fábula de semejantes
pobladores».
Muchos expositores del capítulo x del Génesis
y del xxvn de Ezequiel creen que las islas
mencionadas en las Sagradas Escrituras con el
nombre de Elisias eran las actuales Canarias,
y conjeturan, como Benito Pereyra, que Elisa
en persona ó sus descendientes pasaron el Mediterráneo,
y atravesando el Estrecho, aportaron
A las Islas Afortunadas, tomando éstas el
nombre de Elisias, de su primer poblador, lo
que dio margen á los poetas para que en sus
fábulas dijesen que allí estaba el sitio de los
bienaventurados, los Campos Elíseos.
Muy bien, como hace notar el autor de las
Excelencias, pudiera ser la Orchilla, aquella
lengua, siendo creencia que un Príncipe desterró á
dicha isla á unos con las lenguas cortadas, pena impuesta
por delitos cometidos, y por esto pregunta
Viera: «¿Por qué los isleños de Lanzarote y Fuerte-ventura
habían de recibir de mano de Núñez de la
Peña una nota de infamia que no merecía su lenguaje?»
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— 54 —
púrpura que menciona el Profeta, y que algunos
han creído una dificultad para que se refiriese
á las Canarias; pero, como dice el insigne
Viera, esto no se puede sostener mucho
tiempo de buena fe sin que se hallen las Canarias
constituidas en la obligación de restituir
sus pobladores á otras islas, y aun a la península
del Peloponeso (l).
Ninguna prueba presentan aquellos que dan
á estos primitivos pobladores origen hebraico;
el pueblo indígena canario no tiene las semejanzas
que requiere esta afirmación con el
pueblo de Israel, para hacerlo descendiente de
aquellas diez tribus que se llevó en cautiveri)
Salmanasar.
Cosa análoga se puede objetar á los que dicen
que los cananeos se establecieron en las
islas Canarias, fundándose en que, reducidos
por las señaladas victorias de Josué, tuvieron
que buscar en el mar nuevos países donde establecerse;
pero esto no da ninguna solidez
para opinar que los aborígenes canarios son
cananeos: establézcase un paralelo entre am-
(i) San Jerónimo y Flavio Josefo dicen que Elisa
pobló las islas llamadas Eolidas, entre Italia y Sicilia.
Otros autores opinan que el nombre de Helenos
procede de Elisa.
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— 55 —
bos pueblos, y lo mismo en la parte esencial
que en el más insignificante pormenor, nada,
absolutamente nada viene á reconocerse idéntico,
ni siquiera semejante, y ya sabemos que
los pueblos, como los individuos de una misma
familia, podrán sufrir mil variaciones que
les hagan al parecer completamente distintos,
pero siempre permanece en ellos algo, muchas
veces inexplicable, que nos pone de manifiesto
una sangre común, y esto no ocurre con los
sibaríticos cananeos y los sencillos é inocentes
canarios.
Varios autores han reputado como una reliquia
de la Atlántida á los pobladores de las Canarias,
lo que trae consigo la tan debatida
cuestión de la existencia de dicha isla. Razones
en pro y en contra hemos consignado ya
en anteriores páginas; así es que aquí réstanos
decir que surgen las mismas dudas, pudiendo
sólo asegurar que estos indígenas, por su sencillez
de costumbres verdaderamente patriarcales,
habitaran las islas un largo número de siglos,
y en este estado los encontraran los conquistadores
del Archipiélago.
La proximidad de las Canarias al África ha
persuadido á ilustres escritores de que los africanos
de las costas fronterizas las poblaron; no
obstante estas respetables opiniones, las con-
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— 56 —
tradice Francisco de Gomara (l), señalando
notables diferencias entre los habitantes de Canarias
y los moros de Berbería, en religión,
color, carácter, costumbres y trajes, y, sobre
todo, no explicándose por qué se paralizó toda
clase de comunicaciones entre ellos durante
tantos siglos. Hay que reconocer el valor de
estas objeciones de Gomara, pero también
hay que ver los fundamentos que han conseguido
en el terreno científico mayoría inmensa
de adeptos, y éstos sostienen la afinidad de
raza entre indígenas canarios y bereberes.
Los indígenas de la isla de Tenerife se denominaban
guanches, palabra beréber que significa
hijo mozo, y que se hizo extensiva á los
habitantes de las otras islas, por pertenecer todos
á la misma raza.
Esta misma palabra guanche, según algunos,
se deriva de guan, que significa hombre,
siendo muy análoga á la palabra guancheris ó
usanseri, nombre de una tribu beréber del Cabo
Tener, al otro lado del Chelif, en la Argelia.
El Edrisi menciona entre las tribus de los
uanschírs á los hauaritas, nombre de los primitivos
habitantes de la isla de la Palma, lo
( I ) López de Gomara, Historia general de las indias,
cap. CCXXtV.
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mismo que el nombre de Gomera y el de la
antigua tribu gomerita.
Las observaciones filológicas del sabio Ber-thelot,
á quien no le pagarán nunca las islas
Canarias toda su inmensa labor para esclarecer
su historia (l), ponen de manifiesto la analogía
de raza entre los guanches y los bereberes,
deduciendo, con su lógica investigación,
que la población primitiva canaria procedía del
continente vecino, perteneciendo á la gran familia
beréber, pero á dos de sus numerosas
variedades, berberiscos y árabes, predominando
estos últimos en las islas orientales.
( I ) En 1876 fue declarado Sabino Berthelot hijo
adoptivo de Santa Cruz de Tenerife. El diploma del
Ayuntamiento era el único de los muchos que poseía
el ilustre autor de las Antiquités canarieiines que encerrado
en un marco se hallaba en el sitio más visible
de su gabinete de estudio. Preguntándole D. Elias Ze-rolo
por la causa de esta preferencia, le respondió
Berthelot: «Tengo ahí ese título porque creo que es,
de todos los que poseo, el que se me ha dado con más
justicia; nadie puede poner en duda que soy isleño de
corazón». Berthelot nació en Marsella, el 4 de Abril
de 1794, y murió en Santa Cruz de Tenerife, el 18 de
Noviembre de 1880. En su sepultura hizo él mismo
grabar el siguiente epitafio:
*Esta fosa se ha abierto para mí:
Aunque dicen que he muerto, vivo aquí.»
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El trabajo más acabado hecho hasta el presente
acerca de la antropología de Canarias se
debe al sabio Mr. Verneau, ayudante de la cía"
se de Antropología del Museo de Historia Natural
de París y comisionado durante cinco
años por el Gobierno francés para estudiar la
antropología de las Islas Canarias. Aparte de
una raza braquicéfala, no bien determinada, de
la cual sólo se encuentran escasos vestigios en
una de las islas, resulta de las investigaciones
de Mr. Verneau que á la llegada de Béthen-court
vivían en el Archipiélago Canario dos razas
distintas: una la llamada guanche\ alta, robusta",
dolicocéfala, de cara ancha y órbitas
bajas, que constituía la población más antigua
y numerosa, y otra de estatura mediana, fina,
también dolicocéfala, de rostro largo y estrecho
y de órbitas rasgadas. La primera es la
antigua raza de Cro-Magnón, determinada y
reconocida en Francia por Broca como cuaternaria
y paleolítica, y en España después, por
el Sr. Antón (i), como de los primeros tiempos
de la edad neolítica. La segunda es la bien
conocida raza llamada semítica ó siro-árabe.
(i) Anales de. la Sociedad Española de Historia
Natural, tomo XIII.
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El ilustre catedrático de la Central Sr. Antón,
haciendo justicia á los'grandes méritos de
su maestro en el laboratorio de antropología
del Museo de París, Mr. Verneau, deduce de
los numerosos datos aportados por éste á la
ciencia, y de los tomados por él directamente
en los cráneos y momias canarios y peninsulares
de la colección de antropología del Musco
de Ciencias Naturales de Madrid, que la
primera de las dos razas de Verneau, es decir,
la guanche, es la llamada por él libio-ibérica,
que forma el núcleo de la población de la Península
y del Norte de África, y parece una derivación
de la de Cro-Magnón de la cual difiere
por algunos caracteres; y en Canarias, como
en España, se encuentra mezclada desde el período
neolítico, anterior á la historia escrita,
con la raza siro-árabe. De donde deduce que
la población indígena de las Islas Canarias es
la misma que la española peninsular, y por eso
se asimiló tan prontamente la civilización
aportada al Archipiélago por los peninsulares
durante el siglo XV, y también por eso la
población actual canaria no difiere de la peninsular
en sus caracteres esenciales de raza. Los
canarios no fueron mermados por la invasión
castellana, como erróneamente algunos han
supuesto. Aislados de la civilización antigua y
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medio-eval por dificultades de la navegación,
vivieron en plena civilización neolítica hasta el
siglo XIV, y al adoptar la civilización hispánica,
resultaron tan españoles por su aspecto y
por sus aptitudes y caracteres, porque eran de
la misma sangre y estaban formados por las
mismas razas libio-ibérica y siro-árabe, que
desde los primeros tiempos de la época neolítica
puebla la Península, el Norte de África y
las islas Canarias. Asimismo podrá observarse
que los cráneos guanches ofrecen una mayor
proporción de formas parecidas á las de
Cro-Magnón que los actuales cráneos libio-ibéricos
españoles; mas esta mayor proporción
se encuentra también en los cráneos neolíticos
peninsulares, y no altera, antes bien confirma,
la verdad de esta teoría fundada por el señor
Antón en una detenida comparación de los cráneos
canarios y peninsulares, y desarrollada
en el curso de Antropología de España que
explicó el año 1897 en la Escuela de estudios
superiores del Ateneo de Madrid.
Después de estos luminosos datos nada se
puede añadir sobre estudio tan interesante; la
verdad es que de-las teorías expuestas ninguna
descansa sobre bases tan firmes como los
profundos trabajos de Mr. Verneau, gloria científica
de la nación vecina, y las aplicaciones
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que de ellos saca el docto catedrático español
Sr. Antón.
De inmenso júbilo nos llenamos al consignar,
que los peninsulares españoles y los canarios
no son hermanos por decretarlo la ambición
de una espada que colocara en aquellas
islas la bandera que ondeaba en la Península;
lo son, no solamente por la identidad psicológica
y específica que á todos los hombres comprende,
sino también por los accidentes que
distinguen á unas razas de otras; parece como
que Dios, en sus misteriosos designios, quiso
que aquellas islas fueran perlas reservadas
para que la gran Isabel las engarzara en la corona
que se iba á extender sobre dos mundos,
y así ya tenía hecha para España la conquista
de este hermoso archipiélago por el sanguíneo
lazo, que es lo único que da solidez á esta clase
de empresas. La heroica resistencia de los
guanches en nada contradice este aserto; la civilización
diferente que ambos pueblos profesaban
tenía como oculto el afecto de raza, y por
esto sólo veían los canarios en los españoles á
los invasores de la patria amada; pero, una vez
puestos en contacto, pasó lo que siempre ocurre,
la superior cultura dominó á la inferior, y
postrados los dos pueblos ante la Cruz sacrosanta,
y dirigiendo á ella una oración en la
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misma lengua, no quedaba en lo intimo del
corazón ningún rescoldo de venganza y odio,
pues todos palpitaban impulsados por la misma
sangre y viviticados por idéntico oxígeno.
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VIII
Nada habla tan en favor de la raza indígena
canaria como las expresivas líneas que á estos
primitivos pobladores dedican Bontier y Le Ve-rrier:
< Id por todo el mundo, dicen los ilustres
capellanes de Béthencourt, y casi no hallaréis
en ninguna parte personas más hermosas ni
gente más gallarda que la de estas islas, tanto
hombres como mujeres, además de ser de buen
entendimiento si hubiese quien los cultivase
» ( I ).
No obstante la comunidad de origen, existían
diferencias características entre los habitantes
de unas islas y los de otras, no solamente
en tipo, sino también en religión, cons-
(i) Conquista de Canarias, cap. 58.
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tituciones, costumbres, etc.; así es que, respetando
el curso cronológico de la conquista,
pues hasta entonces este pueblo era casi desconocido,
comenzaremos por las primeras conquistadas,
Lanzarote y Fuerteventura, terminando
con la importante isla de Tenerife, último
baluarte de la independencia guanche.
Según las noticias suministradas por Bontier
y Le Verrier, los habitantes de Lanzarote eran
gente hermosa; los hombres, dicen, iban desnudos
del todo, excepto un manto ó capa hasta
la corva, y no se avergonzaban de sus miembros,
y las mujeres, bellas y honestas, vestían
grandes hopalandas de cuero que arrastraban
por el suelo.
El valor y arrojo que demostraron cuando
la conquista, les dio fama de valientes, lo mismo
que se les reputó y ellos se preciaban de
ser buenos arqueros.
Las mujeres eran muy fecundas, existía la
degradante poliandria, teniendo la mayor parte
de ellas tres maridos, que servían por mes, y
aquel que debía tenerla después la servía todo
el mes que el otro la poseía y de este modo
continuaban turnando. Refieren también que no
tenían leche para criar á sus hijos, acostumbrándoles
á mamar de las cabras.
En Lanzarote había un Rey gobernando bajo
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un réííimen absoluto, y según Galindo y Viera,
era ornato de su alta jerarquía el bonete real,
la corona de pieles cabrinas esmaltada de conchas,
lo que copió en parte Bithencourt cuando
tomó el título de Rey de las Canarias, adornando
su toca de barón con conchas.
Se sabe por Martín Ruiz de Avendaño, que
en 1377 reinaba en Lanzarote Zonzamas, y que
sucedían los hijos varones según su edad, exceptuando
á las hembras.
(Ailtivaban la cebada, mantenían ganados y
recogían las aguas llovedizas en grandes cisternas;
vivían reunidos formando pueblos y las
personas de posición tenían sólidas viviendas,
existiendo en la actualidad ruinas del palacio
de Zonzamas (i).
La afición que mostraban al canto y al baile
S'"a propia del carácter africano, como hace notar
Berthelot.
Dice Viera que se engañan tanto los que
afirman que los habitantes de las Canarias
^ran idólatras, como aquellos que pretenden
librarlos de este borrón; no eran, en su autorizada
opinión, más que deístas, ó, si se quiere,
profesaban alguna idea obscura de un Ente
(•) Véase El castillo de Zonzamas, por D. Antonio
"íaría Manrique.
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Todopoderoso y Eterno, á quien deben su
existencia las criaturas, sin nociones de la inmortalidad
del alma ni idea de otra vida más
que la presente.
Sin faltar al respeto que nos merece el insigne
Viera, no participamos en un todo de su
opinión; él mismo se contradice, añadiendo á
continuación que los guanches de Tenerife
profesaron puras las opiniones en orden á la
Esencia Divina, conservando la tradición de
un infierno situado en el centro del Pico. Y el
embalsamamiento de los cadáveres ¿-quién es
el que se atrevería á negar que no tuviese el
mismo objeto que entre los egipcios, los que
creían que al cabo de tres mil años de bienandanza
tornaba el alma á animar el cuerpo primitivo
para vivir otra vida humana? Además,
pueblos presenta la historia, de muy inferior
cultura que el guanche, profesando ideas en
una vida sobrenatural; ésta es una aspiración
esencial en todas las almas, manantial de consoladores
bálsamos para sufrir resignados todos
los infortunios de esta vida, y que Dios,
en su infinita misericordia, no niega á ninguna
criatura racional al surcar el proceloso mar de
este mundo, que siempre deja ver en su horizonte
la redentora luz de la esperanza.
Los habitantes de Lanzarote convertían sus
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montañas en altares, y subían á las cumbres
á rendir culto á Dios, é imploraban su protección
levantando las manos y derramando jarros
de leche como ofrenda.
La población de Fuerteventura ofrece una
gran semejanza con la de Lanzarote, hasta el
punto de confundirse muchas veces estos pobladores
de las dos islas gemelas.
Los naturales de dicha isla eran fuertes y
valerosos: Galindo dice que vestían con más
regularidad que los de Lanzarote, siendo los
tamarcos ó casaquillas de más gusto, ofreciéndonos
su indumentaria, como hace notar Viera,
un pueblo bárbaro, pero respetable y heroico.
P^sta isla tenía una muralla gigantesca, de
Oriente á Occidente, por espacio de cuatro leguas,
y dividía el país en dos principados: el
de Majorata, al Norte, que comprendía la mayor
parte, y el de Jandia, al Sur, en la parte
de la península del mismo nombre.
Los capellanes de Béthencourt omiten los
usos y costumbres de los habitantes de Jandia,
no encontrándose en sus profundos barrancos
vestigios de habitación, y esto hace presumir
Mue vivían como los guanches del Occidente
del Archipiélago, que tenían las cavernas por
'•Horadas; pero aún las observaciones hechas
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no han tenido el éxito que en las otras islas.
Los de Majorata se distinguían por su elevada
estatura y agilidad; Galindo nos describe
los ejercicios gimnásticos, en que maniliestan
estos isleños no tener rivales en saltar.
Tenian frecuentes desafíos, y empleaban los
campeones el venablo; en medio de la rudeza
de costumbres, abrigaban nobles sentimientos;
la traición era castigada con pena de muerte;
no así otros actos reprochables de osadía verdaderamente
criminales, como el no poder alcanzar
la ley á aquel que penetraba por la puerta
en casa del enemigo, aunque le hiriese ó
matase.
Sus alimentos eran análogos á los usados
por los de Lanzarote: leche, carne, higos, dátiles
y'el grano reducido á harina después de
haberlo tostado, que llamaban gofio, alimento
que hoy se usa en las islas, designándosele con
el mismo nombre, y se diferencia del de los
guanches en que este era sólo de cebada; desconocían
las demás clases, siendo en la actualidad
de maíz y trigo, por más que también se
usan otros cereales (i).
( I ) El gofio es el sostén de la clase pobre en Canarias,
y á la manera que el infeliz mendigo aspira en
la Península sólo á un pedazo de pan, allí piden un
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Galindo refiere tjue los de esta isla eran
grandes nadadores y que se servían de dardos
para arponarlos pescados á lo largo de la costa.
Obtenían el fuego frotando un palito duro
sobre un pedazo de madera tierna y muy seca,
utilizando el humo para curar la carne.
Se medicinaban con hierbas, extrayendo e]
jugo, haciendo de las piedras cortantes bisturíes
y aplicaban muchas veces el fuego, curando
después la parte que dejaban en carne viva
con manteca de cabra.
Sus viviendas no dejaban de ser originales;
las casas eran de piedra, pero subterráneas;
aún existen algunas, que los isleños llaman
casas hondas.
El culto que éstos profesaban nos recuerda
algunas prácticas y costumbres de la Mitología
griega y romana; además de los efequenes
" adoratorios de piedra, donde sacrificaban al
Todopoderoso gran parte de lechey manteca, se
hicieron muy célebres dos mujeres llamadas
Poco de gofio, limosna que siempre alcanza, hasta el
punto de que podemos los canarios tener la cristiana
satisfacción de ver que nadie se muere de hambre en
*s islas, pues hasta en tiempo de escasez, de la raíz
"^1 helécho se hace gofio, que sustituye al de cerea-
^s, que es el corriente.
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Tamonante y Tibabrin, que desempeñaban los
mismos papeles que la Pitonisa y la Sibila.
Bontier y Le Verrier notaron en los habitantes
de Fuerteventura ritos supersticiosos,
que atribuyeron con fundamento á la malicia
de estas farsantes.
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X
Al ocuparnos de los usos y costumbres de
los habitantes del Hierro, tenemos que guiarnos
por Galindo, que escribió según las tradiciones,
lamentando mucho que Bontier y
Le Verrier hayan dicho muy poco sobre los
naturales de la mencionada isla.
Los habitantes del Hierro eran de mediana
estatura, pero fuertes, ágiles y animosos, predominando
en las expansiones de su espíritu la
nota melancólica.
Sus costumbres respecto al matrimonio son
mucho más dignas que las que hasta ahora conocemos;
la degradante poliandria y envilecida
poligamia no se avenían con sus hábitos, en
este particular los más puros que podía observar
un pueblo prehistórico; practicaban la
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monogamia y respetaban para los enlaces la.
afinidad de sangre, siendo requisito indispensable
que el corazón del novio se sintiera esclavizado
por la ftiujer que amaba y tener algunas
cabezas de ganado que regalar á los padres
de ésta.
El pueblo tenía una organización política verdaderamente
patriarcal; un solo Príncipe gobernaba
toda la isla; sus subditos no le creaban
dificultades, y todos contribuían con un tributo,
en armonía con la riqueza que poseían, para
el sostenimiento de este paternal estado.
Sus trajes eran casi idénticos á los de P'uer-teventura.
Las viviendas consistían en edificios circulares
sostenidos por un muro y cubiertos con
ramas de árboles, por más que por la parte
del litoral habitaban las grutas, moradas predilectas
del pueblo guanche en general.
Los alimentos eran los mismos que ya conocemos,
teniendo una afición muy particular
por la carne de lagartos y sentían aún más
predilección por las ovejas gordas, que denominaban
jahaques, lo mismo que por los mariscos.
Se dice que los herreños fabricaban una bebida
espirituosa, obteniendo ésta de cierto jugo
de una fruta silvestre parecida á la cereza, opi-
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nando alguien que este licor lo extraían del
fruto del mocan.
La isla del Hierro es pobrísima en agua, privándola
así la naturaleza de uno de sus dones
principales, y hé aquí el lugar oportuno para
decir algo del famoso árbol que fué para los
habitantes de esta isla lo que el maná al pueblo
hebreo, cuando se purificaba en el desiertO'
para ser digno de pisar tierra de promisión.
Textualmente copiaremos la relación hecha por
el P. Fr. Juan de Abreu Galindo, que refiere hizo
en persona una visita al árbol y pudo observar
Con asombro loquea continuación se consigna:
• El lugar y término donde está este árbol
•'Se llama Tihulahe, y es una cañada que va por
ün valle arriba, desde la mar á dar á un frontón
de risco, donde está nacido el árbol santo,
^ue dicen llamarse en su lengua Garoé, el cual
por tantos años se ha conservado sano, entero
y fresco, cuyas hojas destilan tanta y tan continua
agua que da de beber á la isla toda: habiendo
proveído naturaleza esta milagrosa
'Uente á la sequedad y necesidad de la misma
t'erra. Está de la mar como legua y media, y
'^0 se sabe qué especie de árbol sea, más que
•íuieren decir es tilo, sin que de su especie
'^9-ya otro árbol allí. El tronco tiene de circui-
^ y grosor doce palmos y de ancho cuatro pal-
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mos, y de alto tiene cuarenta desde el pie hasta
lo más alto, y la copa, en redondo, ciento
veinte pies de torno. Las ramas, muy extendidas
y coposas, muy altas de la tierra. Su fruto
es como bellota con su capillo y fruto como
piñón, gustoso al comer, aromático, aunque
más blando. Jamás pierde este árbol la hoja,
'a cual es como la hoja de laurel, aunque más
grande, ancha y encorvada, con verdor perpetuo,
porque la hoja que se seca se cae luego y
queda siempre la verde. Está abrazada á este
árbol una zarza que coge y cierra muchos de
sus ramos. Cerca de este árbol, en su contorno,
hay algunas hayas, brezos y zarzas. Desde su
tronco ó planta, á la parte del Norte, están dos
tanques ó pilas grandes, cada una de ellas de
veinte pies de cuadrado, y de hondura de diez y
seis palmos, hechas de piedra tosca que las divide,
para que, gastada el agua del uno, se pueda
limpiar sin que lo estorbe el agua del otro. >
«La manera que tiene de destilar el agua de
este árbol santo, ó Garoé, es que todos los días
por la mañana se levanta una nube ó niebla
de la mar, cerca de este valle, la cual va subiendo
con el viento Sur o Levante por la marina
la cañada arriba hasta dar con el frontón,
y como halla allí á este árbol espeso, de muchas
hojas, asiéntase en él la nube ó niebla, y
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recógela en sí, y vase deshaciendo y destilando
el agua que recogió, y lo mismo hacen los brezos
que están en aquel contorno cerca del árbol,
sino que como tienen la hoja más disminuida,
no recogen tanta agua como el tilo,
que es muy ancho, y esa que recogen también
la aprovechan aunque es poca, que sólo se
hace caudal del agua que destila el Garoé, la
cual es bastante á dar agua para los vecinos y
ganados, juntamente con la que queda del invierno,
recogida por los charcos de los barrancos,
y cuando el año es de muchos levantes,
hay aquel año mayor copia de agua; porque
con este viento levante son mayores las nieblas
y las destilaciones más abundantes. Cógense
cada día más de veinte botas de agua.»
»Está junto á este árbol un guarda que tiene
puesto el consejo, con casa y salario, el cual
da á cada vecino siete botijas de agua, sin la
^ue se da á los señores de la isla y gente principal,
que es otra mucha cantidad. Serán los
Vecinos de esta isla del Hierro como 230, y en
ellos más de 1.000 personas, y á todos sustenta
de beber este árbol (i); y porque junto al
( I ) Jerónimo Cardano, calculando la cantidad de
sgua que debía sudar este árbol para el abasto de los
isleños, hace cómputo de 79 libras por día.
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pueblo que antiguamente llamaban Amoco y
al presente Valverde no había otra agua de que
se proveer, la llamaron los antiguos que escribieron
Ombríos, dando á entender que de solo
agua llovediza se sustentaban.»
Infinidad de pareceres se han emitido sobre
esta narración del famoso árbol, produciéndose,
como siempre acontece cuando se discuten
cosas que no son las corrientes en la vida,
el acaloramiento y la pasión de ánimo, ya en
un sentido afirmativo ó negativo; ambas opiniones
las sustentan hombres de reconocida
autoridad, pero nadie trata el particular con la
serenidad de juicio é imparcialidad que nuestro
Viera, y al ocuparse de este árbol extraordinario,
cuya ruina se creyó efecto de un huracán,
después de examinar una por una las
diversas opiniones de los críticos, concluye diciendo,
sin temor de ser desmentido, que «la
bebida de los antiguos herreños corría en cierto
modo por cuenta de una Providencia poco
común, y que los isleños circunvecinos debían
mirarlos como á unos hombres favorecidos de
la naturaleza».
Los herreños creían que la Divinidad bajaba
desde el cielo y les oía en sus súplicas sobre
dos peñascos que están en Bentaycas, que por
este motivo divinizaron, hasta el punto de ju-
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
— n -
rar por ellos, llamándolos Eraozanhan y Mo-reyba,
el primero reverenciado por los hombres
y el segundo por las mujeres.
Cuando tardaban las lluvias iban en procesión
á estos riscos, rodeándolos y haciendo rigurosos
ayunos, á la par que dando voces lastimeras
con el fin de ablandar en su beneficio
al Supremo Ser, y si esto no bastaba, entonces
el más hipócrita se retiraba á la cueva de
Asteheyta invocando al Superior Numen, fingiendo
se le aparecía un cerdo que él traía
de antemano en su tamarco, y presentándose á
la asamblea del pueblo, quedaba preso el intercesor
hasta que llovía en abundancia.
Los habitantes de la Gomera, en estatura y
fisonomía, casi no se diferenciaban de los del
Hierro; únicamente la tez era en los gomeri-tas
más morena.
El carácter de los moradores de esta isla era
muy distinto del de los fiérrenos: todo lo que
éstos tenían de pacíficos tenían los gomeros
de belicosos, adquiriendo celebridad por la
gran ligereza é intrepidez que los distinguía,
debido á la educación guerrera, parecida á la
espartana, que se les daba desde los primeros
años ( I ) .
( I ) La manera que tenían para aprender á saltar,
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Se hallaban divididos en cuatro tribus que
reconocían una autoridad suprema; mientras
esta confederación existió, fueron poderosos;
pero una vez roto este vínculo, cosa conveniente
para la dominación, ellos mismos, inconscientemente,
hacían la causa de los conquistadores,
destrozándose entre sí; y con todo,
cuál sería el espíritu belicoso é independiente de
estos habitantes, que ni Bethencourt ni Maciot
lograron conquistarles, y Hernán Peraza se
veía en aprieto para contener las insurrecciones
que los jefes gomeritas suscitaban.
Los trajes que usaban se diferenciaban del
de sus vecinos: el tamarco era más largo, y lo
teñían de encarnado ó violado con la raíz del
taginaste; las mujeres hacían sus sayas de piel
de carnero y se calzaban con sandalias de piel
de cerdo.
Las grutas naturales les servían de viviendas.
Utilizaban análogos alimentos que los demás
isleños; la fertilidad de su suelo les suministraba
en abundancia medios de vida, creciendo en
que les hacía lucir su extraordinaria ligereza en los
combates, no deja de ser original. Sin separar los pies
del espacio marcado, se les arrojaba primero bolitas
de arcilla; familiarizados con esto, se les tiraba pie
dras, luego venablos sin punta y, por último, venablos
aguzados por un extremo.
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los hermosos valles la palmera, de cuya savia
sacaban la miel de palma, rico licor fermentado
que aún en la actualidad se cultiva.
Lástima que pueblo tan independiente y valeroso
tuviera un concepto erróneo de la honra
de la mujer, poniendo á la disposición de sus
huéspedes y amigos los honores del lecho
nupcial ( I ) ; á esto atribuye Viera la preferencia
que tenían los hermanos para la sucesión
sobre los hijos.
Respecto de la religión de los gomeros, escasos
datos nos proporcionan los historiadores;
según Azurara (2), no tenían «ninguna enseñanza
de ley, sino sólo la creencia en que hay
Dios». Sin embargo, describiendo la meseta de
basalto llamada La fortaleza, en los términos
deChipudc, dice D. Juan Béthencourt y Alfonso:
«Cuando concluímos de recorrer la meseta,
que bautizaríamos con el nombre de Montaña
sagrada si tuviéramos autoridad para ello, á
( I ) Galindo da noticia de esta costumbre. En un
pasaje del Tratado de las navegaciones y de los viajes,
de IJcrgeron, edic. en 8.°, pág. 209, tambicín se men
Clona; por este motivo los hijos de las hermanas, no
los suyos, eran herederos, como en Calicut y otros
puntos de Oriente.
(2) Gomes Eannes de Azurara, Conquista de
Guinea.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
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duras penas podíamos contener nuestra emoción
al contemplar desde aquellas alturas el
singular paisaje que por todas partes se descubre,
y al trasladarnos con la imaginación á
aquellos tiempos remotos en que los antiguos
gomeros, á semejanza de los primitivos persas^
tenían por Dios á las sorprendentes y poderosas
manifestaciones de vitalidad de la Naturaleza,
por templo una montaña, por altar un
tosco píreo y por ofrendas cabritos y libaciones
de leche (i).
( I ) Notas para los estudios prehistóricos de las
islas de Gomera y Hierro (R.&v\s\.& de Canarias).
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
Los habitantes de Gran Canaria, á juzgar
por la descripción de los cuatro prisioneros
hechos en la expedición llevada á cabo por
Angiolino dei Tegghia, tenían hermosas facciones,
sus cabelleras largas de un rubio dorado,
"lembrudos, atrevidos y vigorosos, y con igual
estatura que los europeos.
El piloto de esta célebre expedición dice
<lue en su mayoría andaban desnudos los in-
*i''genas, cosa que no debemos admitir, pues
^fan Canaria era una de las islas más adelan-
"^adas, y no iban las otras, de inferior cultura,
^ poseer ideas de honestidad desconocidas por
estos; tribus hay hoy mucho más bárbaras que
'o fueron los canarios, con una indumentaria
decorosa y hasta si se quiere estética; así es
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que no podemos asentir con una afirmación
que, de no incluirla en el número de las falsas,
por lo menos se tiene bien ganada la calificación
de ligera.
Vestían toneletes de pieles de cabra y tejidos
de junco ó palma, diferenciándose el delantal
del jefe en que era de hojas de palmera, mientras
que los otros eran de junco pintado de
amarillo ó rojo. Viera habla de las gorras de
piel de cabra hechas de una sola pieza, noticia
que toma de sus antecesores, de las sayas cortas
que usaban las mujeres, y de los juncos
pintados que entrelazados en los cabellos les
servían de adorno.
Bontier y Le Verrier hacen notar que estos
insulares se pintaban la piel de sus cuerpos, y
llevaban divisas dibujadas sobre sus carnes de
diferentes modos, cada uno según su capricho.
En Gran Canaria la ley no permitía al hombre
sino una sola mujer; éstas tenían que ser
hermosas, las delgadas no tenían aceptación y
las podía repudiar el esposo; así es que los padres,
desde que sus hijas eran prometidas, todo
su anhelo consistía en nutrirlas, con objeto de
que llevaran al matrimonio el mérito de la
gordura.
Esta costumbre parece de primera intención
inmoral, pero bien examinada, está justificada
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en un pueblo de índole gueiTera; con esto se
quería evitar el raquitismo, que hace degenerar
á las sociedades que todo lo esperan de la
fuerza y destreza de sus individuos.
La monogamia, que tan en favor habla
de los pueblos que sin haber recibido las primeras
luces de la verdadera civilización la han
practicado, queda en esta isla como manchada,
y viene á ser flor que ha perdido todo su
perfume; el derecho de primicias que disfrutaban
los personajes desvirtúa tan hermosa costumbre
haciendo que la que iba á ser madre ingresase
en el hogar prostituida.
Kxistía una práctica que merece mención
aparte por las deducciones que de ella se han
sacado: á los reciennacidos se les lavaba la cabeza
por una mujer de la c'ase de las Maguadas,
y asi como unos han querido ver en esto
restos de un antiguo cristianismo, otros lo desmienten
en absoluto.
Los canarios, como los guanches de lasotras
islas, tuvieron por viviendas favoritas las cuevas,
pero no por eso desconocieron superior
arte de construcción, como lo atestiguan restos
de sus monumentos verdaderamente notables
para el estado inculto de esta isla, que sobresalió
muy por encima de sus hermanas en la
edificación.
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Los nave¡;antes de Alfonso IV se asombraron
de los edificios que construían estos isleños,
dice la relación de estos expedicionarios;
«las puertas que cerraban las habitaciones
era de lo más sólidas, puesto que los aventureros
se vieron obligados á romperlas á pedradas
para poder entrar; añadían: las casas
eran todas muy hermosas, cubiertas de bonitas
maderas, y tan limpias por dentro que se
hubiera dicho que habían sido blanqueadas con
yeso». Había pueblos que contenían cerca de
400 casas como las indicadas, formando población.
Conocidos los alimentos empleados para la
vida por los habitantes de una isla, casi se
conoce el de todas; pero los de la Gran Canaria
sacaban grandes recursos al hallarse más adelantados
en la agricultura; así es que los enviados
de Alfonso IV encontraron excelentes
manjares.
Preferían la carne al pescado, que también
lo tenían inmejorable, y entre sus gustos particulares
figuraban en primera línea los lecho-nes
asados y los perritos castrados, que era el
bocado de mayor estima; desconocían las bebidas
fermentadas, y sólo hacían uso de la
abundante agua, que tanto hermosea la isla.
(Irán Canaria estuvo dividida en un princí-
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pió en diez tribus independientes: Gáldar, Tel-de,
Agüimes, Tejada, Aquejata, Agaete, Ta-maraceíte,
Artebirgo, Artiacar y Arucas; estos
pequeños reinos fueron reducidos á la unidad
por la célebre Andamana, heroína de la historia
indígena canaria, que supo con su audacia
y habilidad convertirse en una diosa de la
isla y á la vez hacer de sus palabras sentencias
oraculares. Se casó con Gumidafe, intrépido
guerrero que dirigió con gran valor el
ejército que ella reclutaba para imponer su autoridad
soberana á la diez tribus, como al fin
lo consiguió.
La jerarquía social estaba constituida por el
Guanarteme ó Rey, los guayres ó nobles y los
achicasna ó plebeyos, que llevaban el cabello
corto.
Azurara nos da algunas noticias de los
privilegios que gozaban los guayres, quienes á
su vez eran los ministros, en número de seis,
elegidos por el Guanarteme, siendo curiosa la
manera que tenía el Falcan ó gran sacerdote de
armarlos caballeros, y se descubre, en medio
de la rudeza de costumbres, un espíritu de gentileza
que expresaba claramente las bellas cualidades
que debían adornar al noble.
Se reunían en asamblea, que denominaban
sabor ó tabor, donde celebraban consejo y sus
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ñestas principales; también era el lugar donde
cada jefe administraba justicia.
Eran los canarios muy aficionados á ejercicios
de fuerza; ¿quién no sabe lo que se cuenta
de Adargoma, el que abatia de una pedrada la
palma que tomaba por blanco, y el que llevaba
á su boca una vasija llena de agua y no derramaba
una gota, aunque otro hombre, con la
fuerza de sus dos brazos, quisiera impedírselo?
Lo mismo que lo que hizo en un combate singular,
que cayendo debajo de su enemigo, le
estrechó con tanta fuerza que se oyó el crujido
de los huesos de su adversario Gariraj^gua, quo
no tardó en exhalar el último suspiro. Este Hércules
fué hecho prisionero por el alférez Soto-mayor
en el combate de Guiniguada, y enviad.)
á Sevilla, fué admiración de los españoles.
El pugilato era muy usado en Gran Canaria;
pero en lo que Abreu Galindo cree que los
canarios no reconocían rivales fué en el trepar,
sentando la planta estos indígenas en sitios
donde las mismas aves, con el poderoso auxilio
de sus alas, parecía imposible detuvieran su
vuelo; asegura haber visto postes en las crestas
más elevadas de la isla, y en sus riscos, al parecer
inaccesibles, dando fe y recordando una
agilidad y arrojo nunca vistos.
Gomara, en su Historia de las Indias^ habla
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de los bonitos pájaros y del expresivo baile canario,
introducido en Andalucía por los cautivos
isleños.
A pesar de lo que dice Viera respecto á que
los:anarios embalsamaban sus cadáveres atados
con listones de piel, envueltos en tamarcos,
y colocados de pie en las grutas que hacían de
sepulcros, cree Berthelot que esto se desvanece
considerando que jamás se han encontrado
momias en las cuevas de Canaria, verificándose
en esta isla las inhumaciones en forma
distinta y muy particular. Los habitantes de
dicha región elegían el terreno volcánico para
cementerios, como la península de la Isleta, y
en grandes fosas de 6 á 8 pies de profundidad
colocaban el cadáver con la cabeza hacia el
Norte y alrededor del cuerpo ponían muchos
frutos de la Orijama de los aborígenes, con objeto
de retrasar la putrefacción; así se han encontrado
muchos esqueletos en esos sarcófagos,
que tenían por lápida piedras acumuladas afectando
la forma de pirámides, detalles que con
seguridad no han pasado inadvertidos á los
que sostienen, como el Sr. Antón, la igualdad
de raza entre los guanches, pobladores del
Norte de África y los de la Península española.
Los indígenas de esta isla reconocían la existencia
de un Ser Supremo, fijándose más en el
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carácter de conservador que en el de creador,
a quien llamaban Alcorac, y le tributaban culto
en lo alto de las cumbres ó en pequeños adora-torios,
donde los navegantes de Alfonso IV encontraron
el ídolo que llevaron á Lisboa. An^
drés Bernáldez (i) en sus anotaciones describe
un cuadro de naturalismo grosero, cuyas figuras
de madera eran Ídolos de adoración. No
desmentiremos á Bernáldez ni es nuestro afán
idealizar lo material y obsceno disculpando así
las ideas profesadas por los de Gran Canaria;
pero no hay que olvidar que aun los pasajes
de nuestra Biblia, donde no se debiera ver otra
cosa que escenas de espiritualidad tan hermosas
que nos acercan al cielo, han sido tergiversadas
por la mala fe ó ignorancia de algunos
comentadores que han hecho del divino libro,
tan admirablemente sentido y comprendido por
el inmortal Donoso, una obra material é inspiradora
del sensualismo que por todas partes
intenta invadirnos.
Presidía el culto el F