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CJJespojos O- ~ sangrientos Despojos sanUlientos POR Bntonio MI~ eros ~ o~ ríDuel SANTA vRUZ DE TENERIFE 1930 ~ f :> j · . B J !.. Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Reservados todos los derechos. Copyright By Antonio Mederos Rodrfguez.= 1930. A mis queridos é idolatrados padres, con todo el cariño de un corazón, que cada latido es un torrente de ternuras y cariños para ellos. t , 1 Era una mañana triste y opaca. Inmensos nubarrones gravitaban sobre la ciudad, como si quisieran aplastarla con su peso. Los pájaros habían enmudecido sus alegres gorgojeos; parecían atemorizados por el adusto aspecto de la naturaleza, tan en contraposición con la alegría de otros días, en los que todo parece sonreir á nuestro alrededor. En esta citada mañana, apesar de toda su tristeza, había, sin embargo, un joven, rebosante de alegría y optimismo, sin otros pensamientos que pasar la vida lo más alegremente posible, y poseer el corazón de la joven á quien adoraba, con todas las ilusiones de sus veinticuatro años. Ahora trataremos de explicar á nuestros lectores, quienes son estos personajes. Él lIamábase Fernando ] ovelJanos Melgado, vivía con su padre Don Francisco y su hermanita María del Rosario, agraciada nena, que en la actualidad contaba diez y seis lozanas primaveras, habiendo tenido la desgracia de perder á su querida madre hacía ya cuatro años. Esta familia pertenecía á la clase, pudiéramos decir, opulenta, de la ciudad. Don Francisco tenía en Madrid un corredor de bolsa en el que tenia puesta toda su e eali a operaciones importantísi ta a- - 10- lores, teniendo la suerte de ganar casi iempre; poca, muy pocas veces, le abandonaba la suerte, y perdía, pérdidas de poca importancia, de las que se resarcía al poco tiempo. Con las ganancias en las operaciones de la Bol a y otros negocios que, por sí, empr Ildía Don Francisco, le bastaba para vivir en grande, con cierto lujo, pues á ninguno de los de la familia le gustaba derrochar en balde, y para engrosar su fortuna con aportaciones con tínuas, desde luego unas veces más copiosas que otras. Fernando había cumplido sus deberes militares, habia terminado con gran aprovechamiento el bachillerato, en el que abundaban las notas de sobresaliente y matriculas de honor, pues jovellanos era muy aficionado al estudio, llevando también con gran aprovechamiento la carrera de ingeniero, en la cual llevaba ya cuatro años, distinguiéndose en la Univer idad por su amor al estudio, lo clIalle valía el aprecio de sus profesores y amigos, sin de pertar la envidia en ninguno de sus condiscípulos, debido á lo afable de su carácter. Fernando había salido juicioso para todo; no le gu taban las juer ras ni los escándalos, cosas á las que es muy aficionada la juventud, acompañando de vez en cuando á us amigos en las francachela , por complacerlos, casi contra su propia voluntad. La familia de ] ovellanos sostenía gran ami tad con otra familia de su clase, la cual componíase de Doña Carmen González Romero y su hija Dolores, huérfana ésta de padre, pues ei autor de su días abandonó e te mundo apenas su Loló, como él la llamaba, cumplió los dos años. La muerte de Don Francisco Mola, que así se llamaba, sumió en un profundo dolor á su e posa, la que fué fiel á su memorJa, no contrayendo segundas nupcias, 11 apesar de sus pretendiente, pues hay que advertir que Doña Carmen era muy guapa y muy atrayente. Dolores era un ejemplo de bondad y hermosura; sus únicas ambiciones no eran · otra que jóvellanos, en el cual se cifraban todos sus sueños; le amaba tanto que ~ u alma cándida é inocente se extremecía de emoción cada vez que, con júbilo, le recordaba. esta joven era la que amaba Fernando, pero no era este 010 el que había puestos sus ojos en la preciosa jovencita. La v rdad es que ésta atraía á los hombres con su sola presencia, corno la luz atrae á las simples mariposas nocturnas. , Dolores era rubia, de ojos grandes y azules, que al mirar parecían fundirse en un pedazo de cielo; su cu po era esbelto y elegante, sus senos comenzaban á aparecer dejándose adivinar, á través de las sedas y encajes de sus vestidos, caderas bien formadas, piernas ni muy gruesas ni muy finas, y unos pies menuditos completaban á aquella mujercita adorable, amén de las fincas rústicas y urbanas que poseía como herencia de sus padres, puesto que lo de su madre también sería suyo, pues era, como antes decíamos, hija única, poseyendo también en metálico una fortuna nada despreciable. Con todas estas cualidades, como nuestros lectores podrán lógicamente suponer, no le faltarían á Dolores pretendiente ; y que la pretendía cada zángano, que ante de llegar ya se oía el zumbido. Pero ella, inocente de la mayoría de las miserias humanas, solo tenía ojos para jovellanos, que por lo pronto le pagaba con la misma moneda. Había otro joven enamorado de Dolores, como un loco, pero con un amor oculto, que ahogaba n el fondo de su corazón. - 12- L1amábase este joven Carrel y vivía con su madre Doña Josefa Gómez, trabajando en una oficina para sustentarla, pues eran pobres, no teniendo más patrimonio que la casa donde vivían aunque desde luego con el trabajo de Julio nunca faltaba nada, á él ni á su madre. Apesar de la distinta posición social en que ambos vivian, Fernando Jovellanos y Julio Carrel eran intimos amigos; casi desde pequeños, quizás la misma ideologia que de la vida profesaban ambos, lo unió en tan íntima amistad. Nunca tuvieron secretos el uno para el otro, existiendo entre ambos, como acabamos de decir, una completa intimidad. Asi un día hablando de diferentes cosas, Jovellanos confesó á su amigo que estaba locamente enamorado de Dolores, que ella [ e correspondía y que pensaba casarse y ser feliz con ella. Carrel sintió un agudo dolor en el corazón, tan agudo que le hízo llevarse una mano á la noble víscera, pero ni un solo músculo de su rostro se contrajo; solamente un pequeño estremecimiento fué la única prueba externa de su dolor. u alma estaba ya templada para todos [ os sufrimientos; de pué de haber perdido á su padre y á un hermano mayor que él, se había aco tumbrado á recibir los golpes del destino con resignación. Por de pronto, germinó en su mente la idea de disputar á Fernando aquella mujer que é[ . amaba también; pero se comparó con su amigo y comprendió que saldría derrotado; él, pobre, ] ovellanos rico; él, simple empleado, su amigo con la carrera de ingeniero; él, casi ignorante de las dotes precisas para convencer á una mujer; el otro, conocedor del mundo y de las mujeres, que ~ n sus principales componentes. • - 13- En vista de su reconocida impotencia y dada la amistad que sentía por Fernando, decidió en unos cortos instantes ahogar en su pecho y para siempre, aquel amor que tan enhoramala nació en él. El noviazgo de Fernando y Dolores seguía viento en popa, como vulgarmente se dice; el uno cada vez más enamorado del otro, solo pensaban en amarse y ser felices. Carrel sufría y callaba. Mientras su corazón destilaba gotas de sangre y de fuego, su rostro sonreía, fingiendo indiferencia ante los demás. ¡ Oh! cuantas veces al pasar forzosamente por delante de la casa de Dolores, pues él vivía al final de la misma calle que ella y la oficina donde Carrel prestaba sus servicios se encontraban en una calle transversal dos ó tres casas antes de la de Dolores, de modo que tenía que pasar obligado por delante de la casa de Dolores, Ó dar un rodeo largo por otras calles. Muchas, muchísim s veces, al salir de su trabajo á las diez ó las once de la noche- pues Carrel trabajaba por las noches accidentalmente-, ó sea cuando tenían vapores que despachar y pasar frente á la ventana donde ) ovellanos enamoraba con su novia, procurando pasar embosado en su gabardina. no queriendo que le conociesen, en una de esas noches de primavera, esas noches de Mayo en la que todo es amor y poesía á nuestro alrededor, en la que la naturaleza plácida duerme, como henchida de placer, en que en el ambiente impera un aroma embriaO'ante de nardos y claveles. Una de esas noches en que no se oye más que el murmullo arrullador, drlos mil insectos nocturnos que cantan en sus madrigueras, y entre las flores, como enviand una acción de gracias al Supremo - l de aa belleza; á esa hora, en que IU~ JlJ~~(;~~~ iii J I ! 14 ja caer su argentados rayos plateados sobre la ciudad, y que atravesando el espeso boscaje de los árboles, parece dibujar figuras y arabescos en el suelo; á esa hora, repito, Carrel pasaba oyend solamente el rumor que produ en lo enamorado al hablar, interrumpido por el cha quido fugaz de algún be o lleno d candor. que no pudiendo retenerlo en su labios, buscaba salida al encontrarse con los de Sil amant . Carrel sentía latir su ienes con má fuerza, cegán-dole la sangre y haciéndo elo v r todo rojo, el demoni de los celos. , PEN5RJYlIENTO Todos los medios son buenos y lícitos cuando el fin es hu-mano. .... JI Así las cosas, Don Francisco llama á su despacho á ~ su hijo Fernando y con rostro preocupado le dice, de - I pués de unos instantes de silencio: : J - Fernando, hijo mío, no he querido decirte nada i hasta hoy, pero ya no puedo ocultarte por más tiempo ~ la mala Iloticia. Te he llamado para eso, para darte una : J mala noticia. - ¿ Qué mala noticia es esa, papá?- interrumpió el joven no creyendo tendría la importancia que su padre le daba. - Pues la noticia es que estamos arruinados- y el anciano después de estas palabras, como abrumado por el peso de su desgracia, dejó caer la cabeza, triste y meditativo, sobre su mano. Fernando algo se alteró pero, aún todavía no creyó tan inmensa su desgracia. - Pero ¿ arruinados totalmente ó alguna mala operación de García, nuestro corredor de Bolsa? - T~ do ha venido junto- exclamó desesperado Don Francisco- García en menos de dos meses ha perdido en la Bolsa dos míllones ochocientas mil pesetas, y aho-ra acabo de recibir un telegrama urgente, comuni ndome que los apoderados y consejeros deJ.-. lB3J~-~~ Pb'{ J/ Ibero, han desaparecido dejando - 18- ochenta y tres millones de pesetas. Como nosotros teníamos toda nuestra fortuna en ese Banco, comprenderás ahora nuestra desgracia. - ¿ Pero no nos queda ab olutamente nada? interrogó Fernando. - Sí, 110S quedan apena treinta y dos mil pe etas que tenía en el Banco aquí, la casa y nada más; para vivir do ó tres meses tenemos, pero ¿ y después? concluyó Don Francisco. - Bueno, papá- dijo Fernando después de pensar unos cortos momentos, durante lo cuale había trazado in menti, un plan de conducta á seguir- con ponerno así no adelantamos nada, tenemos que revolvernos y ver el modo de conjurar la terrible tormenta que se nos viene encima con una rapidez desconcertante, con esas pesetas que tienes aquí- prosiguió Fernando- hay para vivir unos cuantos meses, empezaremos por despedir á la servidumbre, no dejando más que á Francisco y á Juana, encerraremos el coche mientras 110 se trabaje con él; así es que lo mejor que puedes hacer, querido papá, es tranquilizarte, que todo e arreglará del mejor modo posible. y como mismo habían pei1 ado y decidido, lo hicieron. Don Francisco habló á la servidumbre, diciéndole en parte lo que pasaba, y que en vista de aquellas circun tancias se veían obligados ¿ prescindir de sus servicios. " res días pasaron en una especie de modorra, como si todavía no hubíesen salido de la impresión que su desdicha les había causado. Pero pa ado este corto lapso de tiempo, el carácter de Fernando se sobrepuso, y decidíó, después de mucho pensarlo, intentar rehacer su fortuna, con su propio esfuerzo. - 19- Al acabar de cenar, cuando estaban tomando el café y después que su hermanita se había retirado, hábló á su padre en estos términos: Papá,- he pensado una cosa. - ¿ Qué cosa?- preguntó Don Francisco sin ganas de hablar, debido á la depresión moral de todo su ser. - Pues he pensado- continuó Fernando- que yo debo trabajar por ustedes, por usted y por Maria, por los do seres que más quiero en el mundo; yo soy joven y i Dios me ayuda, no tardaré en rehacer nuestra fortu-na. - Pero, hijo mío; ¿ tti crees que una fortuna se hace asi como así y trabajando? No lo creas. Para hacer una fortuna se nece~ itan muchos año de trabajo y mucha suerte, pues hay quien está trabajando sin cesar toda su vida sin llegar á agenciar nada, ganartdo ro suficiente para ir viviendo, y además aquí ¿ en que vás á trabajar tú que no has trabajado nunca? - A la fuerza ha de ser aquí? contestó Fernando. ¿ No puedo yo embarcar como otros muchos, para la joven América, que siempre está ansiosa de brazos jóvenes que vayan á fertilizar sus vegas inexploradas, ó bien á extraer las riquezas de u , uelo virgen, á impulsar sus adelantadas industrias, á acreditar su comercio poderoso ó á dedicarme á otros muchos trabajos y actividades? El joven hablaba con firmeza, con una firmeza que brotaba del fondo de su alma que ahora vibraba bajo los impulsos de las primeras emociones en la lucha por la vida. - Además, Fernando, ¿ y tu carrera con el poco tiempo que te falta para terminarla? - Ya ve usted, papá, como no hay más remedio. Mi carrera ya terminaré, cuando pueda, las asignaturas que me faltan. Las aprobadas me servirán para siempre; así .~ I ! o - 20- s que cuando varíe nuestra situación procuraré terminarla. - · No me convenzo contestó el anciano- no quiero consentir que tu vayas á sufrir las desdichas sin cuento que sufren los emigrantes, y que lo mismo puede ayudarte la sllerte que abandonarte. Lo mejor es bu. car otra solución menos dolorosa. - No me abandonará la suerte, papá- contestó Fernando- el corazón me dice que venceré todos los obstáculos. - ¿ Y tu novia, hijo mío?- pues me consta que la quieres. - Psch, en cuanto á Dolores, esperará; no le quepa la menor duda. Además, yo antes de embarcarme hablaré con ella y si en último caso no se conforma, que haga lo que quiera. - ¿ Quieres hacerme creer que no la quieres?- interrogó Don Fernando creyendo que su hijo se sacrificaba. - ' o, nO,- contestó con viveza Fernando,- Io que quiero decir es que si de ' pués de confe ar que voy á buscar fortuna, á luchar por ustedes y por ella también, no esp" rase ó lo tuviese á mal, mi cariño hacia Dolores de aparecería al momento, pero no pensemos en eso sino en lo que le he dicho; dentro de OCllO días sale un buque para Méjico, New York y Habana. En ese saldré. - Pero... ¿ por qué téln de prisa?- interrogó anoustia, do Don Francisco al ver que su hijo estaba decidido á embarcarse. - Estas cosas, papá mio, cuanto más pronto se hacen, tanto mejor salen, pues como dice no se que filósofo, un error en la vida se puede subsanar, pero un instante que se pierda, ese no se recobra jamás; así es que hasta luego, papá; voy á ir disponiendo el viaje., Por lo - 21- pronto- añadió monologando en voz baja- iré á dar la noticia á Dolores, á ver como la recibe. Pobrecita, con h> buena que e , pero no hay más remedio. Que le vamos á hacer- erminó- de aho ' ando su pecho con un profundo suspiro. Don Francisco, agobiado, se dejó caer sobre una silla cargando su cabeza sobre su mano. En esta posición permaneció más de media hora, sufriendo la amargura de ver que su hijo se marchaba á tierras desconocidas, expuesto á todos los peligros á que conduce la inexperiencia y á todas las dezasones de estar separado de su familia. Don Francisco creía no poder resi: tir estos golpes de la adversidad; un nudo estrechaba su garganta, por donde querían salir, sin poder, los sollozos que se ahogaban en su pecho. De esta situación sacole su hija, que con voz dulce y cariñosa le preguntaba si no se iba á acostar todavía. - Ya voy, hija mía, contestó Don Francisco levantándose, míentras por sus mejillas discurrían intensos lagrimones, efecto del amor paternal, que sentía por su hijo. f ::> i~ J I! J J ! LA VIDA A mi querido é inolvidable amigo José Blanco ánchez, en recuerdo de nuestra inextingible amistad y de las alegrlas y soeresaltos pasados y por venir. En el mar de los ensueños perdido, el pensamiento vaga sin cesar, mientras el corazón, adormecido, marcha veloz, en busca del ideal. El incauto, juguete del destino, cuando más cerca cree su ilusión, una ráfaga le hace ver su sino. que al infeliz le destroza el corazón. Así ciegos. torpes é ilusionados, como furias del aVerno Van por senderos inciertos, extraviados, tenebrosos, horribles y malvados, que con el tiempo les transformarán en despojos humano fracasados. 111 Antes de pasar adelante vamos á dar á conocer á nuestros lectores una interesa'! te familia que jugará un papel importantísimo en el transcurso de esta obra. Componíase esta familia de un matrimonio y dos hijos, ó, más bien dicho, un hijo y una hija. El padre, Don Florencio Renovales Díaz, honrado propietario, que vivía feliz hasta la fecha, en unión de su esposa Doña Adela Gómez Roque. Ambos se querían mucho, más aún, se adoraban; no tenía el uno un deseo ó un capricho que no fuese satisfecho por el otro al instante y los dos querían entrañablemente á sus hijos, procurando educarles en el ambiente de paz y tranquilidad que hasta entonces les había acompañado. Pero Justo y Mercedes, que así se llamaban sus hijos, no aprovechaban para nada las saludables lecciones y los buenos consejos de sus padres, resultando incomprensible que criados en el seno de una familia tan cristiana y educados por aquellos padres, tan buenos y cariñosos, se tergiversaran de un mo a os sentimientos de aquellos hijos, e s de sus padres debieron ser. - 26- Es incomprensible, y sin embargo es así, como más adelante se enterará el lector; si no se cansa, de seguir esta verídica historia. Esta familia sostenía íntima amistad con Doña Carmen González y su hija. Los hijos de ambos eran al principio amigos también, pero debido á la diferencia de sus caracteres, la amistad de estos últimos habíase ido enfriando paulatinamente, hasta que en muy poco tiempo no quedaban sino los rescoldos de .1queIla amistad No podía avenirse, de ningún modo, el carácter dulce y bueno de Dolores, con los caracteres malos y agresivos de Justo y su hermana. IV que juegos los de aquellos dos angelitos! Vamos á dar á conocer algunos á nuestros lectores para que puedan hacerse cargo de la maldad de estos. Si bajaban al jardín, su entretenimiento era coger los pajarillos y sacarles los ojos, ó bien romperles las patas y otras mil crueldades. Otras veces cogían por su cuenta á un pequeño sirviente que tenían, hijo del jardinero, y le maltrataban sin piedad, apedreándole ó dándole puntapies y palizas enormes que el infeliz sufría resignado por cariño á sus dueños y por no perder el pan, pues hay que advertir que Don Florencio y Doña Adela trataban muy bien á su servidumbre y la retribuían mejor aún. Así fueron creciendo estas dos criaturas, que ya eran un hombre y una mujer, aprendiendo todo lo malo, rechazando todo lo bueno, embruteciendo su sensibilidad, cerrando su alma para todo aqudlo que no fuese satisfacer sus apetitos. En el fondo de la diversidad de caracteres entre est hijos y sus padres, habría material, sin duda, para escribir un tratado de psicología, pero por una parte o - 27- no quiero cansar á mis favorecedores y por otra no tengo la seguridad de salir airoso en el difícil cometido de psicólogo; así es que lo dejaré por ahora. Quízás, corriendo el tiempo me atreva á ello. Aqui solamente daré por sentado que de dos padres amantes y cariñosos salieron dos hijos depravados, sin amor y sin cariño para nadie y muy capaces de todo, por satisfacer sus caprichos. Ahora describiré como iban creciendo estos dos sujetos, especialmente Justo. Creo haber dicho anteriormente que los padres de Justo eran ricos, pero apesar de esto y con la sana intención de hacer de su hijo un hombre de bien, le entregaban poco dinero, relativamente, para sus diversiones, pues sabían demasiado que entregando mucho dinero á un joven hoy, se hacen más fáciles sus extravíos. Pero Justo necesitaba dinero, quería divertirse á espaldas de sus padres, naturalmente, pues comprendía que de enterarse éstos, le serian más difíciles sus diversiones. Además, como ya Justo era un hombrecito, sus padres le concedían más libertad; ya si volvía á las once ó las doce de la noche á su casa, no le reñían como cuando era más pequeño. La ó las noches que les pedía permiso para ir al Teatro ó al Cine, apenas traspasaba los umb les de la puerta de su casa, corría en busca de sus amigotes y se estaba de juerga hasta la una ó las dos de la madrugada, hora en que volvía á su casa, entrando despacio y de puntas de pie, cuando la juerga no había traspasado los límites de lo prudente y la borrachera le hacía tropezar con los muebles y demás objetos. Procuraba no hacer ruído y no se atrevía á encender la lámpara eléctrica, acostándose á obscuras y quedándose dormido, j ! J ! o \. - 28- hasta muy tarde, tan tarde que asombraba á su madre, de tanto dormir, pues ella le suponía durmiendo como un bendito desde las nueve ó las diez de la noche. Muchas veces sus padres no le sentían llegar por encontrarse dormidos, otras no se ocupaban de mirar en el reloj la hora que era y otras creían que alguno de sus hijos se había levantado para algún quehacer necesario. Los padres de Justo tampoco se ent raban ni casi podían enterarse de la vida que llevaba su hijo, pues de las amistades de este, la mayoría no lo sabía; y los que .. estaban enterados suponían muy fundadamente que su seriedad desmerecería con ir á llevarle cuentos de su hijo á Don Florencio, además que éstas eran muy pocas, pues las diversiones á que Justo se dedicaba, no era fácil que nadie se enterase, de las relaciones de su casa. calcule el lector quien iba á verle á las doce ó la una de la madrugada, emborrachándose como cualquier degenerado, de las bebidas más diversas y más repugnantes al paladar, pues lo mismo se apuraba una aristocrática copa de espumoso champang en el Cervantes, que un vaso de vino tinto en casa del Chacaronero, ó una copa de ag ardiente en cualquier bodegón de paredes mugrie y llenas de grasa. Esto dependía del estado de su b ilIo. Yo no me explico por que será, pero el hecho es que el dinero entra en nuestro bolsillo, Dios sabe á costa de cuantos trabajos y privaciones. Ahora para salir, lo hace con una facilidad pasmosa que me asombra; parece que se derrite dentro del mismo. Luego medios borrachos ó borrachos del todo, se encaminaban entonando canciones báquicas y desordenadas, la mayoría de las veces inmorales, á las casas Non Sanctas, donde estaban recluídas, con su eterna melan- - 29- colía, eterna y triste, esas infelices mujeres, cuyas supremas ansias consisten en beber el alcohol necesario para embotar su cerebro, y de este modo no acordarse del pasado, que siempre es para ellas una pesada cadena de recuerdos. Allí las arroja la cruel y ciega sociedad que sin embargo consiente en su seno... ¡ tente, tente pluma!; esta sociedad absurda, que en lugar de proteger á esas mujeres desgraciadas, sin el apoyo de nadie en el mundo, lo que hace es empujarlas cuando se hallan al borde de ese abismo sin fondo llamado prostitución. • UN RECUERDO Querida R..... Me dijiste que te agradaría ver, en esta mi primera producción literaria, algo que te recordara para siempre aquellos dios. Yo te lo prometí. - Espero serás discreto- me dijiste poniendo tu carita como asustada. - Mujer, ni que no me conocieras- te contesté riendo. - Tienes razón,- me dijiste llena de confianza. Voy á pone, como recuerdo el primer momento de nuestro pasado idilio. Lo tengo tan presente, como si acabase de sucederme ahora mismo. Bajaba yo, serían las doce de la noche, poco más ó menos por cuando antes de llegar, frente á tu casa, distinguí tu figura de mujer, en la ventana, inmóvil, pero no te conocí hasta / legar á tu frente. - Buenas noches, caballero- oí decir con voz semi- irónica. - Oh, buenas noches, preciosa, te contesté tendiéndote mi mano. Nuestras manos se encontraron y tu apretaste la mio con fuerza; yo ví algo extraño en tus ojos que ardían. - Si tu supieras R...... lo que yo te quiero,- te dije por decir algo- y tu á mí nada. - ¿ Tú que sahes?- me contestaste. Si tu ~ e quisieras oIgo, ¿ sabes lo que harías? Darme un beso ahora mismo- le dije audazmente y sin creer que fuese satisfecha mi petición. Pero entonces tú, con los ojos encendidos, sin pensar que alguien podía pasar y vernos, ni en nada, cogiste mi cabeza con tus manos y fuiste acercando lentamente tu rostro al mío; cuando ya estaban tan cerca que casi se rozaban nuestras epidermis, inclinastes mi cabeza un poco hacia la derecha y se unieron nuestros labios, se fundieron nuestras almas en un beso ansioso y largo, muy largu, interminable. ¿ Cuanto tiempo vibraron nuestros corazones al unisono i1 1 1 ! o - 32- en la pasión de aquel beso? ¿ Cuanto tiempo respiramos el mismo aliento? Yo no lo sé; tú,..... creo que tampoco. Lo primero que recuerda mi mente, después de aquella ráfaga de locura amorosa, es que sin saber cómo ni por qué, nos encontramos con las caras juntas y los ojos fijos en el cielo; el cielo más hermoso que yo recuerdo haber visto, todo cuajado de rubis y zafiros, tililantes. De pronto una estrella corrió por todo lo ancho del firmamento, dejando una roja estela de fuego. En este momento se encendió una luz y se oyeron pasos en una habitación contigua. Vete pronto; mañana por la noche vienes y te estás en la esquina hasta que yo te haga señas- me dijiste rápidamente. Yo, casi inconsciente, segui por para abajo. Después de unos cuantos pasos, noté que un líquido tibio discurr{ a por mi mentón. Saqué el pañuelo del bolsillo y lo empapé. Al retirarlo, vi que estaba salpicado de manchas rojas. Era sangre. La huella de tus dientes quedó impresa en mis labios. Luego ya tu sabes lo que pasó; gozamos lo indecible, hasta que sin violencias ni disgustos, en ninguno de los dos, nos fuimos apartando, poco á poco, y ya hoy, de aquellos dios de gozos é ilusiones, solo queda una amistad sincera y el recuerdo. ¿ Borrará ambas cosas el tiempo? Yo creo que no. Ochenta, noventa ó cien años que vivamos, no serán lo suficientes para borrarlos. - AdiosR...... IV Apenas Fernando ] ovellanos salió de su casa se encaminó á casa de su novia. ] ovellanos marchaba con la cabeza baja, reconcentrado en sus propios pensamientos; él no creía que Dolores fuese á dejar de amarle solo por el hecho de ser pobre. - No, no, se decía- aquel ángel no puede obrar de esa manera. Por fin llegó bajo la ventana de Dolores, que estaba cerrada. El joven silbó de un modo particular, á cuyo sonido no tardó en aparecer su novia. - Buenas noches, prisionera- díjola Fernando apenas la vió. - Muy buenas, carcelero- le contestó ella con una sonrisa encantadora. Después de este corto saludo, ambos se quedaron mirándose á los ojos, silenciosa y fijamente. ¡ Qué de cosas se decian estos dos enamorados en sus miradas tiernasl jQué de juramentos y promesas solo con mirarse! iY 10 que gozaban el10s con estas miradas largas y fijasl Les parecía estar en las region píricas, en otro mundo distinto del nuestr~ ~~~~~ - 34 - á la realidad cuando su vista comenzaba á cansarse de tanto estar fija. Siempre la materialidad en oposición á lo espiritual. Después de esta contemplación, muda y extática, Jovellanos acordase de su situación, y pensando en el objeto que le había llevado hasta alli, una amarga y triste sonrisa se inició en sus labios. Antes que nada- prepárate para recibir una mala noticia- fueron las primeras palabras con que principió Jovellanos la conversación, decidido á contarle á su novia lo sucedido. - ¿ Una mala noticia? ¿ De qué se trata?- interrogó Dolores. - Si; una mala noticia que quizás vaya á decidir mi vida, encaminándola por otros senderos de los que hasta ahora ha llevado. Dime, Dolores- prosiguió Fernando- hablando serio, si yo me volviese de pronto en un infeliz, un desheredado de la fortuna, ¿ Me querrías siempre? Piensa bien la contestación. La joven comprendió que algo grande le pasaba á jovellanos cuando le hablaba de aquel modo, pero ella, aunque fuese un pordiosero, le querria lo mismo. Ella solo quería casarse y vivir con un hombre como Fernando, valiente, que le serviria de amparo; cariñoso, que le resarciria de la falta de los cariños paternale ; romántico, como también era él. Lo demás poco la importaba. Un día habíale dicho hablando de su futuro matrimonio: Cuando nos casemos, nos marcharemos á vivir los dos, solitos, para podernos querer inmensamente, sin estorbos, para, al obscurecer, los. dos solos, en nuestra habitación estrechamente abrazados, hablarnos al oído, como si temiésemos que nos oyesen y besarnos en la - 35 - obscuridad, para saborear mejor nuestros besos. Esa es la vida que yo ansío, Dolores, mi vida. Esto habíaseio dicho, con una mano de ella entre las suyas y mirándola á los ojos. Dolores se extremecia de emoción y solo pronunció una sílaba; solamente dijo: Sí; un sí indefinible, no sabemos si de aprobación, de interrogación Ó de ambas cosas á la vez. Lo que á ella no se le olvidó nunca fué esta prueba de romanticismo, tan raro en esta vida de miserias y materialidades. Luego le contestó: - Del mismo modo que te quiero hoy, te querré siempre, y lo mismo si fueses un pordiosero, un criminal Ó lo que sea, para mí serás mi único y primer amor; yo te quiero á tí, no se si me comprenderás; quiero á tu alma, quiero tu bondad, quiero tu interior; en lo demás, lo mismo me da una cosa que otra. Estas palabras tranquilizaron completamente á jovellanos, que le dijo: - Pues bien, escucha; mi padre, es decir, mi familia está completamente arruinada, nuestra fortuna ha sido enterrada en la quiebra del Banco Centro Ibero; así es que á mí.... ahora y.... no me queda más remedio que.... - No me asustes, por Dios,-- interrumpió ella. ¿ Qué piensas hacer? - No tengo más remedio- continuó jovellanos- que embarcarme para América, obligado por las circunstancias, y si la suerte no me es adversa, rehacer nuestra fortuna en dos ó tres años, volver rico y pronto á casarme con mi adorada Dolores. Mira, escucha- prosiguió ¿ ste animándose á medo a que hablaba- tú aún eres demasiado joven, yo también, así es que si tu me quieres del modo que dices, no te importará nada esperar- - 36- me dos ó tres años; yo no te olvidaré ni un solo momento, te lo juro, pues ya sabes que te quiero de una manera loca, te quiero de un modo que tu no te haces cargo; la idea de perderte me aturde; la idea solamente de pasar un año sin uno solo de tus besos, sin oir tu voz suave y acariciadora que me hace estremecer de júbilo cada vez que la oigo, no cabe en mí, y no digo sin verte porque te estaré viendo siempre, no solo materializada en una reproducción fotográfica sino en mi alma, en mi pensamiento; te estaré mirando á todas horas, mi alma estará contigo siempre; más apesar de todo este cariño, no quiero hacerte ninguna indicación, así es que mañana espero tu contesta después que pienses lo que te he dicho. Dolores estaba triste; el anuncio de la partida de su novio habíale quitado el buen humor de antes. - No tienes que esperar á mañana mi contesta,- dijo Dolores- mi contesta ya te la he dado antes; te querré á tí solo; mi voluntad sería que no te embarcaras, Fernando, que vivieras aquí siempre,- á un gesto de élya comprendo, ya te conozco y sé que si has decidido embarcarte no habrá fuerza humana capaz de hacerte desistir, así es que te repito otra vez que solo tú serás mi esposo y te esperaré todo el tiempo que sea preci o; la esperanza de volverte á ver me ayudará á vivir. Y al decir esto, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas cubiertas de arrebol. Fernando estaba emocionado; no sabía como expresar su gratitud á aquel ángel. - Además- prosiguió Dolores- no veo la necesidad de que te embarques, pues gracias á Dios soy lo suficientemente rica para que no casemos y podamos vivir sin que tengas que ir á América. Dolores dijo esto en último esfuerzo para ver si su - 37- novio no se embarcaba, con muy pocas esperanzas, pues desde luego ella esperaba que no aceptase. Con voz entrecortada por la emoción, jovellanos contestó: alla, Dolores, calla; solo Dios sabe lo que te agradezco esas palabras, pero no puede ser; mi nombre ha de flotar siempre en un ambiente puro y sin mancilla, inmaculado de todo acto bochornoso, como sería aceptar lo que tu me has propuesto. Dolores seguía llorando. jovellanos la miraba con emoción y respeto, pues sabido es que no hay nada que emocione tan dulcemente el alma de un hombre como dos gotas de rocío, que semejan dos perlas tililantes, en los ojos de una mujer hermosa. El hombre que ve llorar por él á la mujer que ama, siente unas ansias inexplicables, que se truecan en deseos irresistibles, de secar las lágrimas con sus labios, de estrecharla amorosamente entre sus brazos, sin el menor pensamiento sexual y murmurar muy quedo en sus oídos, frases de amor y de pasión. III . B ¡ I 1 Sigue tu camino ---- Al reputado médico cirujano O. José Sánchez Pinto, en prue9a de sincera amistad yagradecimiento. Noble en tu lucha con la muerte junto á la humanidad dolorida, que humilde y llorosa te suplica vida y entrega en tus manos su dolor y su suerte. Emociona y entusiasma el decidido verte hundir, en la carne putrefacta, 1 cuchilla, y ver la fé que en tus ojos brilla, cuando en médico el hombre se convierte. Sigue tu loable y apostólico camino sin dudar un instante, que Dios ó el destino premiarán tu bondad y altruismo, pues mientras trabaja abnegada tu mente, la corona de laurel que ceñirá tu frente la tejes con tu bondad, sin saberlo, tu mismo. v Ahora trataremos de narrar á nuestros lectores una de las primeras proezas de Justo Renovales, cuya familia ya hemos dado á conocer á nuestros lectores. Ya hemos hablado, ó más bien dicho escrito, algo acerca de las diversiones y la condición de Justo y su hermana Mercedes, diversiones que lenta y progresivamente endurecían sus corazones, haciendo nacer, por una rara coincidencia de caracteres, ideas perversas é idénticas en sus ju\ tfniles mentes. En este estado de cosas, una tarde Justo, su hermana y otros dos amigos, previo permiso de sus padres, marcharon á merendar, según manifestaron, á los alrededores del Hotel Quisisana. Justo era de si pendenciero y siempre tenia cuestiones y riñas con sus amigos, saliendo unas veces malparado y otras, las más, victorioso. Dado este modo de ser, no es de extrañar que antes de salir de la ciudad se hubiese peleado con los amigos con quienes había salido para la merienda. Pero como á ambos el enfado no les quitó las gagas de pasear ni de merendar, siguieron e nqu por distintos caminos. Los amigos de Justo, que no r d , hermano y una hermana, si 1er tem I! IJ o - 42- pensado Ó sea en dirección á las montañas del Quisisana y Justo y Mercedes decidieron tomar el camin de la Costa, ó sea por la Plaza de la Paz adelante. Sigámosles nosotros en su excursión y veamos hasta que grado llegaba ya su pervcr ión y el relajamiento de su sen ibilidad. Caminando los dos en compañía, siguíeron por la ca ta adelante. Después de dejar atrás las últimas casas, se encontraron algo lejos de la Capital. AIIi buscaron un sitio apropósito para merendar, haciéndolo tranquiianente. Cuando después de haber merendado se preparaban á regresar, divisaron cerca relativamente, del lugar donde se encontraban, en una hondonada del terreno, varias reses que pastaban bajo la vigilancia de un mozalbete, de estatura un poco menos que Justo. Este y su hermana se diri::: ieron al lugar donde se hallaban el pastor y las reses, no ocurriéndosele otra • cosa al maldito muchacho que montarse á horcajadas sobre ulla de queIlas reses sin permiso del pastor ni sin encomendarse á nadie, acuciado por su hermana, que, riéndose, le aseguraba no se montaría. En est' momento intervino el pastor para impedir Q que ju to realizara su propósito. - Eh, amiao, oiga, ¿ pero qué demonios va usted á hacer, hombre? l lada, que decía ésta que yo no me montaba en una de e tas vacas y yo le vo)' á demostrar que sí. ¿ Pero usted cree que un animal de estos es un juguete?- replicole el pastOr- o Esta señorita tiene razón al decir que usted no se montaría en la vaca. - Pues ahora me monto- tu lo verás- contestó terco Justo. - 43- Lo veremos- contestó el pastor acercándose con cara de pocos amigos. Mercedes se reía de la escena aquella que hubiera asustado á cualquier otra muchacha de su edad. Já, já, já; ¿ no te decía yo que no te montabas? Já, já, já; convéncete, como dice el mago- refiriéndose al pastortengo razón. Justo inició un ademán de saltar obre el animal. El pastor le asió de un brazo y le empujó haciéndole rettoceder vario pasos. Justo, lívido de ira, se acercó al pastor y dándole una fuerte bofetada, exclamó: Toma, así aprenderás á respetar á las personas. El pastor, rápido como el relámpago y antes que J usto acabase de decir estas palabras, descargó un formidable puñetazo en plena cara á su adversario que le hizo tambalearse. Justo retrocedió é inclinándose, cogió del suelo una piedra de regular tamaño que lanzó fuertemente sobre su enemigo, dándole con extraordinario acierto en medio de la frente. El pastor, aturdido por la pedrada, cayó hacia atrás Justo, preso de gran excitación, cogió otra piedra de enorme tamaño, con las dos manos, y la arrojó con todas sus fuerzas sobre la cabeza del infeliz. Era la piedra de tan gran tamaño y llevaba tal impulso, que al llegar á su destino se oyó instantáneamente un gemido sordo y un crugir de hueso espantoso, ' eguido de un pequeño movimiento de epiléptico. Después, nada; le habia destrozado el cráneo. Todo esto pasó, como el lector comprenderá, en menos tiempo del que se necesita para contarlo. Justo quedó inmóvil, como idiotizado; su hermana parecía aterrorizada; ninguno articulaba palabra. La Ii ::> i~ jiIJ 1 .! i Q - 44 - tarde se había obscurecido; una gruesa y negra nube, interpolando el astro solar, daba cíerto aspecto de luto y de tristeza á la tarde. y aquel reptil inmundo, contemplaba el cadáver del infeliz pastorcillo, que ningún malle había hecho y que con lo ojos muy abiertos y la cabeza manando abundante sangre, parecía decirle: ¿ Estás satisfecho? Este es el comíenzo de tu carrera, asesino; regocíjate en tu obra. J\ 1ercedes se había apoyado en un matorral cercano y sin pronunciar palabra apartó sus ojos de aquel cuadro de terror y muerte. Justo, pasados los primeros momentos, comenzaba á serenarse paulatinamente. Ya su cerebro comenzó á ordenarse, haciéndose cargo de su situación y no pensando más que en salvar su responsabilidad. Hacíase cargo de que nadie le habia visto, pues tanto los caminos que el/ os habían recorrido como aquel/ os lugares, estaban completamente desiertos, y en cuanto á su hermana, cal/ aría por conveniencia propia. Cada vez más sereno, se acercó al pastor para cerciorarse si estaba vivo ó muerto, pero apenas tomó el pul o del infeliz en sus manos, lo soltó, retrocediendo como si le hubiese picado una víbora. El cuerpo aquel estaba frio, y al contacto con él comprendió demasiado bien que aquella frialdad es la que deja á su paso la muerte. - ii Muerto!!-, exclamó con acento indefinible Justo. - Díos mío, huyamos de aquí- dijo su hermana apar-tando sus ojos de aquel/ os despojos sangrientos y pretendiendo retroceder por el mismo camino que había venido. - No, por ahí no,- dijo Justo deteniéndola- y ya lo - 45- sabes: de esto, ni una palabra, ni una silaba de lo que aquí ha pasado; no se ha de saber nunca nada, pues sería nuestra perdición. Si alguien nos pregunta que por donde hemos ido, diremos que por la orilla del mar. Vamos por aquí, anda. y tomando la dírección de la playa, alejárónse de aquellos lugares precipitadamente. Al llegar á la orilla dejaron restos de la merienda para poder demostrar que habían estado allí merendando, y para más indicios dejaron hasta una botella vacia. Más tranquilos, tomaron la dirección de la ciudad. Dejémosles nosotros en su camino, harto escabroso, moral y materialmente hablando, y volvamos á ver que ha sido de Jovellanos. f1 ~ iiI 1i ! o R / a mujer, solo por e/ hedlo de ser/ o, debemos respetar/ o; pero si es madre, nuestro respeto debe trocarse en veneración. ~ J ::> I~ i J IJ J ! o , • ' 1 jovellanos eparose de la ventana de Dolores, ebrio de amor, su pecho dilatado por la pasión que en él ardía, ensanchábase á la esperanza de un porvenir cerca-no y venturoso. . Ante , seamos francos, se hallaba un poco desalentado; ahora ya tenía por seguro vencer en la lucha que se le avecinaba. El joven comenzó los preparativos del viaje con un ansia febril. Su padre y su hermanita tenían para vivir sin pasar privaciones de ningún género una larga temporada, mientras él en América conseguía rehacer [ a fortuna que un día se halló en sus manos. El joven hubiese querido encontrarse ya en la tierra de promisión, que cuantas lágrimas de sangre habrá costado á los que á ella van, creyendo encontrar e[ oro tí puñados po r doquier. Los días que duraron [ os preparativos para el viaje, Don Francisco desmejoraba visiblemente, y cada día que pasaba, al levantarse, su rostro presentaba es de haber llorado. Sus cabellos habían emblanqUe~<: c~ i~~~~~~ t~ recio y erguido, se inclinaba h · r - 50- de su desgracia, como si ya ansiara descansar en la tierra que tanto tiempo le habia sostenido. En cuanto á su hermana, lloraba sin consuelo desde que le dijeron que su hermano se embarcaba. Acostumbrada desde pequeña á no separarse de Fernando, no cabia en su mente la idea de vivir sin verle á su lado. Fernando, al contemplar este cuadro, necesitaba mucha fuerza de voluntad para no desfallecer. Su padre aún todavia y sabiendo que era inútil, le acons jaba que antes de embarcarse e emplease en cualquier oficina de la Capital, que seguramente tendría colocación. Pero Fernando rechazaba por completo estos consejos, pues aparte de lo bueno que era, tenia un pequeño defecto- desde luego esto no es de extrañar, pues sabido es que todos los hombres los tenemos, en la opinión de los demás, como es lógico-, Fernando era orgulloso, no con ese orgullo necio y estúpido del que se figura un gigante, cuando en realidad es un pigmeo, era un orgullo digno que no admitía humillaciones de ningún género, pues si bien para los humildes era humilde y amable, para los necios, envanecidos de su propia vanidad, para los altivos, era altivo hasta más no poder; y como de quedarse en la ciudad trabajando tendria que humillarse, á alguno de' éstos á quienes había hecho frente con valentia, se negaba rotundamente á quedarse, aún con profundo pesar. Por su parte decía que donde antes había vivido rico, no podría estar empleado ahora, pues los mismos que antes se decian sus amigos y le adulaban, serían los prim ros en burlarse de él y hacerle blanco de sus mofas. En esto decíale Fernando á su padre- no me negarás que tengQ sobrada razón, pues ya sabes que uno de los - 51- defectos de este pueblo es la marcada tendencia que existe en la mayoria de inmiscuirse en la vida de los demás, censurando ó elogiando lo que á nadie le importa, pue las interioridades de cada uno, debemos los demás ignorarlas. ( Nótese que habla Fernando). El que le hablaba con el corazón en la mano, como vulgarmente se dice, era su amigo Carre!. - Tienes razón- le decía;- tú no debes servirle á nadie aquí, estaría bueno; tú debes, para trabajar, embarcarte. Sabe Dios lo que me cuesta decirte esto, pues te aprecio de verdad y siento separarme de tí, pero apesar de todo, reconozco que tienes razón, al no quedarte á trabajar aquí. No vaya á creer algún lector mal intencionado, que Carrel, dado su amor por Dolores, aconsejase á su amigo de esta manera con segunda intención, nó; pues desde el momento que se había convencido de la supr~ macia de su amigo, miraba á Dolores como una ilusión, pero oculta en lo más recóndito de su ser. Jamás pensó en aprovecharse de la ausencia de su amigo para él tratar de ver realizado su más grande sueño; esos pensamientos ruines no tenían cabida en alma noble y generosa. Todo esto no era debido sino á la gran amistad que los dos conservaban desde niños, pues se querían como hermanos más que como amigos. Tanta fé tenía Jovellanos en la amistad de Carrel, que un día le llamó aparte y le dijo: - Me marcho para América, como tú sabes, querido amigo; te encargo á mi pobre padre y á mi hermana; ellos por ahora no tienen falta de nada y espéro que, Dios mediante, no la tendrán. Pero apesar de todo esto, no dejes de ir por mi casa, una ó dos veces á la semana j ! J J ! Q 52 y. í acaso nece itan argo en lo que tu puedas servirles, sírveles, que algún dia Dios y yo te lo pagaremos. Te agradezco que te hayas dirigido á mi- le respondió Carrel aunque no 1abía nece ídad, pues ya tenía pensado 10 que tengo que hacer. Tú mar ha tranquilo que yo velaré por tu ca a, íre 110 todas la semanas, todo los día, y no será mene ter que tu padre me diga I que necesita, caso de 11 ce itar algo, que lo veré, y..... ne t díao más; a í es que embarca tranquilo y procura volver pronto y rico. 1 o esperaba menos de ti; Dío qui ra que algún dia te pueda demostr, r mi agradecimiento. j hl, otra cosa; no dejes de escribirme si ocurre aloa y hasta luego; ya pa aré por tu casa < Í despedirme. No, yo te acompañaré ha ta á bordo contestó Carrel hasta luego. La despedida emocionó mucho á ] ovellanos. Dolor s al desp dirse del joven, sollozaba. o me olvides le de ia- ya sabe que no tengo en el mundo , í nadie más que á tí. F. to lo decia delante de su madre in tratar de ocultar us lágrimas. pue ya ella estaba enterada de los amores de u hija. Adíó Oolores, no digo más pudo articular á dura pénas Fernando- mordí' ndose los labio fuertemente para impedir qll lo sollozo, que morían en u garganta sali en al exterior. Adiós murmuró Dolor s- y como ya eran demaiada emociones para u débil naturaleza, las fuerza la abandonaron y ca. ó de~ mayada en los brazos de su madre, qll algo sobr saltada la tendió en un sofá. El joven e acercó á ella tomándola el pulso. No es nada dijo á la madre ; un pequeño desmayo. Rodele la frente con un poco de vinagre ó agua fresca; man- - 53 de traer el vinagre,- si tiene ahí,- dijo el joven ya más tranquilo. - Voy yo misma por él contestó la pobre mujer saliendo apresurada en busca de lo pedido. El joven al quedar e solo junto á su novia desmayada, arrodillo e junto al ' ofá en el cual yacía Dolores y depo itó en sus pálidos labios un beso ca to de amor en el cual puso toda su alma de enamorado. La señora Carmen volvia, con el remedio pedido. seguida de la doméstica. Rocíele u ' ted la frente, como la he dicho- dijo Fernando - que pronto volverá en sí, entretanto yo me marcho para evitarle un nuevo disgusto. Adiós, señora Carmen, concluyó. - Adiós, hijo mío. que el ielo te guíe- conte tó ésta. Desde allí marchó Fernando á su casa, donde estaba su padre, su hermanita y su amigo Carrel. Fernando hacía ímprobo esfuerzos para aparecer tranquilo. No se aflija usted, padre decía Fernandoque antes de dos años estaré de vuelta. - No, si no estoy afligido- decía el pobre ancianopero no se que me pasa, tengo una idea aferrada aquí - y el anciano se llevó el índice á la frente. Me parece prosiguió, bajando la voz para que u hija no le oyese- que no te volveré á ver más. Aprehensiones suyas, papá, contestó el joven dirigiéndo e hacia su maleta y como iniciando un ademán de de pedida. • ~ i : J i ~. : J 1 i DESILUSIONADO • Por la ciudad, de grato y puro ambiente, vaga un alma rota por la desilusión; no llora, no suspira y apenas siente la dolorosa herida de su corazón. . El pobre infeliz, en su inconsciencia, no ama ya pero sufre por la ausencia del amor; todos los males los soporta con paciencia. más ¡ ay! parece flor marchita y sin olor. Por más que este extraño ser no suspira, un soIlozo profundo agita su pecho, y un misterio que no expresa mi lira, se presiente tras su corazón deshecho. Es un triste ser, con la voluntad perdida, que en un constante vagar por el mundo su alma despedazada y dolorida, busca descanso, un descanso profundo. rll En stc momento no pudo resistir más Don Francisco y le abandonó la entereza de que había hecho buen acopio. Ante aquel ademán de de pedida, el anciano exclamó: ¡ hijo mío! y prorrumpiendo en desesperados sollozos, se abrazó á Fernando. Su hermanita, que contempló la anterior escena, se abrazó también llorando á su hermano, que incapaz de contenerse y disimular, estrechó contra su pecho á aquellos dos eres queridos, aquellos dos trozos de su corazón que dejaba solos. Por las mejillas de los tres, bajaban á raudales lágrimas sacrosantas de amor y ternura. Carrel, que contemplaba también la despedida, se llevó una mano á los ojos y se t'stregó rabiosamente una lágrima que brillaba en sus pestañas. Basta, basta- pudo decir éste- que se marcha el vapor. Vamos, y arrastrando casi á la fuerza á Fernando, le separó de su padre y hermanita. Carrel empujó á su amigo delante de él, mientras cogía la maleta y emprendía la marcha. - Adiós, papá, adiós, María- dijo el joven al ~; C - Adiós, hijo mio, articuló el ancíano . V-- o - 58- gran e fuerzo, como s~ su alma h cha girone fuese detrá de aquel grito. Don Franciseo y su hija, Itorando los do , se dejaron caer obre una silla. Fernando, acompañado de u amigo Carrel, dirigiose hacia el muelle. E te último, al pa ar frente á su casa, dijo á Fernando: Ven, dile adiós á mi madre en un momento. E verdad conte t6 é te- mira como estoy, que ya me olvidaba. Fernando se de pidió de Doña Josefa, cariñosamente, pues éste siempre le habia - ido impático á la madre de Carrel, que además conocía mucho á Don Francisco. Mamá- dijo Julio- vaya á casa de Don Francisco y espéreme allí hasta que yo vaya á buscarla, pues el pobre quedó muy disgustado y así le hará compañía. Enseguida voy- contestó ésta mientras los dos jóvene continuaban su interrumpido camino. Jos pocos momento e encontraron en eJ muelle. Al contacto con la bri a marina, que acariciaba sus ro tro suavemente, lo jóvenes iban tranquilizándose poco á poco, especialm ' lÍe Fernando, que no dejaba de hacer encargos á su amigo, referentes á u familia. En e to lIe raron á la marque ina y embarcaron en una pequ ña falúa de la a a consignataria. Carrel acompañó á su amigo á horda, dond e tuvieron charlando de diferent s asuntos, hasta que la sirena del buque avi Ó, con u voz de trueno, que los no pasajero debieran abandonarlo Julio se despidió de su amigo con un apretado abrazo, d spués de hacerle toda clase de promesas con respecto á su familia. En cuanto lIegó á tierra, se dirigió á casa de Don - 59 Francisco, procurando, con lógicas palabras, tranquilizar al anciano. - Pero Don Francisco, por Dios le decía ni que le hubie e pasado ' al una desgracia á Fernando. Hay que ver como ustedes se dese~ peranpor un simple viaje, que se hace todos los dla . Tienes razón, hijo mi contest . el anciano- pero no lo puedo remediar, al imaginarme los trabajos que el pobre, tan bueno y tan cariñoso, va á pasar. - Ya e tá- replicó Carrel ya usted lo ha arreglado todo á u imaginación. ¡ Si es lo que yo digo! Porque... vamo á ver: Por qué ust d, en vez de pen ar que va á sufrir muchos trabajos, no piensa que llega á la Habana, e encuentra un millón de pesos y se vuelve para esta isla? De este modo el joven distraia á Don Francisco y á su hijita, hasta que después de hacerles cenar, pues ninguno de lo do quería hacerlo, se retiró á su casa en compañía de su madre, de pués de convencerse de que Don Francisco no necesitaba nada. En cuanto á Fernando, apenas se quedó solo, . intió en su alma un vacío. Un mal estar inexplicable hormigueaba en su pecho, y una horrible ansi dad oprimíale la garcranta, no dejándole ni hablar. El jóven hubiera dado [ o impo ib[ e por seguir u vida anterior, plácida y serena, pero no podía ser. El buque, de pués de elevar las ancla hasta los alvéolo , comenzaba á balanc ar e, frágil y gallardamente, obr las aguas del Puerto. La tarde estaba hermosísima; blancas aves marinas, tan blancas como la nieve, revoloteaban juguetonas y curiosa por entre los cordajes y mástiles del buque. J'an pronto se las veía volar al nivel de las aguas como se las veía elevarse, remontándose suavemente por f ::> i~ , If J J ! - 60- sobre lo buques anclados en la bahía, ó bien posándose en los acantilados que la circundan. Las nubes se habían teñido de un vivo carmín y reflejándo e en el mar, hacían que las aguas tomasen una tonalidad s rojas, tan intensas, que parecían un enorme brasero barbotan o llamas por todas parte . La tierra, las montaña., la ciudad misma, todo cuanto abarcaba la vista alrededor, semejaba de oro, debido al reflejo de lo' rayos solares del atardecer. El 01, despué de cumplir su diaria misión de alumbrarnos y dar vida á todo lo viviente, antes de ocultarse suele obsequiar á los habitantes de esta islas, el día que está de buen humor, con ese bello y e plendoroso panorama, del que muchos no se dan cuenta. Fernando apreciaba en toda su grandeza la hermosura de aquel bello atardecer; estaba absorto. Él nunca se había imaginado aquel espectáculo y no era extraño; ahora lo comprendía porque su alma estaba en disposición de comprend rlo. El mismo espectáculo maravilloso lo había visto infinidad de veces, pero sin comprenderlo, es decir; lo había visto con los ojos de la cara; ahora lo veía con los del alma. Ahora comprendía los cantos de los poeta , ahora comprendía la intensidad de un poema, que anteriormente no había comprendido por la inercia en que se hallaba u alma y que ahora, después de la sacudida que había experimentado, de pertaba de la modorra en que se hallaba sumido. Tan ab orto estaba en la contemplación de este mil y mil veces bello espectáculo de la naturaleza, que no se dió cuenta , de que el buque, impulsado por las poderosas hélices de las máquinas que rugían en su vientre, dejaba la ~ iudad, á su popa, alejándose de ella. Cuando - 61- vino á darse cuenta de la realidad, ya se habia ocultado el sol y solo veía de la ciudad la iluminación eléctrica, que cada vez se alejaba más de u vista. Fernando volviose, dando un suspiro profundo, y tomó la dirección de su litera para recogerse. Pero la naturaleza, no contenta todavía, quiso obsequiarle aquella tarde como una amante cariñosa y enamorada. Fernando, al volverse, dirigió sus ojos hacia el mar otra vez y volvió á sentir la misma sensación que había sentido al contemplar la puesta de sol de aquella tarde. La luna hacía poco rato que había aparecido, como brotando del fondo del mar, y teñía de plata las azules tranquilas aguas, comunicándoles un fantástico aspecto. Panoramas poéticos son estos, que solo se pueden apreciar en estas peñas atlánticas; y cuando el alma, rebosando tristeza ó alegría,- que SOI1 los dos polos opuestos- se halla en disposición de permitirlos apreciar. OR Amor, es la manifestación sensible de todas las fibras puras y sublimes de nuestra alma; es un sentimiento, que aún en el dolor, embarga deleitosamente nuestro ser, y que solo pueden sentirlo, en toda su grandiosidad inmensa, las naturalezas refinadas y escogidas. " • VIII Dejamos á Justo y su hermana camino de la ciudad, cabizbajos y silenciosos. ' inguno se atrevia á cruzar su mirada con la del otro. Mercedes parecía más tranquila que su hermano. Este comenzaba á sentir fiebre; la enorme conmoción que su espíritu había recibido, trascendía á la materia. Los primeros impulsos de miedo, desaparecían, envolviéndoles ahora una especie de marasmo enervador. Lo más raro es la afinidad increíble que existía entre estas dos criaturas; lo que el uno pensaba ya lo tenía el otro pensado. A muchos me parece oirles decir que no es rara esta afinidad siendo hermanos, pero en los hermanos es donde más rara suele ser; podéis fijaros en todas nuestras amistades y veréis que casi siempre es distinto completamente ellllodo de ser y de pensar entre los hermanos, y sí no dan á conocer su distinto modo de pensar, es que lo disimulan muy bien; no os quepa la menor duda. Hay veces que al cabo de muchos a - él to, pa-recen iguales dos personas, habl~~ i~ I~~~ ro esto es solo aparentem te trato continuo. ¡\ 1oralmente- L.-- · --"',.". ferencia. I 1 IJ J ! o - 66- Desde luego, no hay regla sin excepción, pues como dice Eistein, todo es relativo. Mercedes comenzaba á sentir cierta admiración hacia su hermano; en el fondo de su pensamiento, lo que aquel había hecho no era más que una hombrada y basada en esta idea, sintíó acrecentar, más que disminuir, su afecto por aquel asesino. Justo caminaba como un autómata. sin darse plena cuenta de lo que hacia; sus siene latían abrazadas por la fiebre y sus labios, secos por la fiebre y por la caminata, plegábanse en un temblor nervioso. Le parecía que sobre su cabeza descargaban martillazos de una fuerza sobrenatural. Tan fuera de si se encontraba, que ni cuenta exacta se daba de que su hermana iba á su lado. A todo esto ambos se acercaban á la ciudad, por más que á veces le parecía á Justo que era la ciudad la que se desplazaba hacia ellos. Efectos de la fiebre y el miedo. A veces Justo fijaba sus ojos por unos momentos en casas y se le aparecían los edificios como unos enormes monstruos que abrían sus fauces, obscuras y profundas, para tragárselo. Justo, aterrorizado, cerraba los ojos, y cuando, pasados unos in tantes los volvía á abrir, comprobaba que eran alucinaciones suyas, al ver que todo seguía en su estado normal. Así caminando, se encontraron en las prímeras casas del barrio de los Llanos y las gentes comenzaban á cruzar por su lado. Justo, al verse entre sus, no sé si decir semejantes, liparecia un azogado mirando á todo y á todos con recelo. Muchas eces, al ver pasar á alguien por su lado, se o - 67 - le ocurría de pronto huir, correr velozmente, sin detenerse, hasta no encontrar junto á sí señales de la raza humana; á él le parecía que todos aquellos indivíduos que pasaban por su lado, conocían su crímen y le miraban acu adores y justicieros. Luego, al ver que nada de esto ucedía, que nadie se fijaba en él ni casi le miraban, tranquilizábase, no en la verdadera acepción de la palabra, con la tranquilidad de los criminales, que llegado el momento, hacen gala de cinismo y malos instintos. Apesar de t~ ner la misma fiebre, ahora no la sentía con tanta intensidad, pues la brisa marina, al resbalar por su rostro, despejaba á la vez de sangre su cerebro y hacía que la fiebre no se apoderase por completo de todo su ser. Ya hacía rato que caminaban por las pedregosas calles del Cabo, aproximándose cada vez más á su casa. Un poco antes de llegar á ella, Mercedes díjole suplicante, en voz baja: - Animate por Dios, Justo, pues de lo contrario te van á conocer en la cara lo que ha pasado. - Procuraré disimular- dijo penetrando en la honrada mansión que les vió nacer. Justo, in cuidarse de la alta temperatura de su cuerpo, apenas llegó á su casa metió la cabeza bajo la llave del agua á presión, á cuyo frío contacto desaparecieron algo las huellas de la fiebre. Despué y sin que ocurriese nada de particular, disimulando Justo el estado de su espíritu, se mostraba ocurrente y decidido al hablar, como otros días, sin dejar traslucir á su exterior la más pequeño señal de su es: tado interior. Varias veces rió de buena gana, con las ocurrencias - 68- de un pequeño sirviente y á él mismo no le faltó algún chiste para hacer reir. Después de cenar,- en casa de Justo se cenaba temprano,- salió, yendo á reunirse con sus amigotes, á ver si de este modo podía olvidar lo acaecido aquella tarde y que ya pesaba sobre su conciencia. Pero en vez de divertirse, lo que hizo en la citada noche fué sufrir un horrible suplicio. Sus amigos, como j estuviesen enterados de la rcalidad y quisiesen atormentarle, no hablaban esa noche sino de crimenes, de bandidos, de presidios y otras varias cosas. agradabilímas para cualquiera y sobre todo para Justo. Tanto llegó á molestarle la conversación, que por dos ó tres veces intentó variarla. Pero dejen eso ya y hablemos de otras cosasexclamó por cuarta vez en un esfuerzo. - Déjales tú- díjole Paquito r~ eyes, que estaba á su lado. ¿ Es que tu has cometido algún crimen que pienses ir á la cárcel? ¿ No? pues déjales que hablen de lo que quieran. Justo se quedó petrificado. Haciendo grandes esfuerzos simuló una risa que le salió muy mal. Já, já, já, que gracioso, pudo decir por último. A lo pocos momentos, sintiendo un malestar en aquel itio, se despidió de sus amigos diciéndoles que iba á acostarse porque estaba muy cansado y tenía mucho ueño. Llegó á su casa fingiendo siempre buen humor leyó un poco y luego se fué á acostar, pensando dormir como si su conciencia estuviese tranquila y libre de toda p1Ieocupación. Así llegó á su cuarto, lujosamente amueblado, fsnudose y enfundando su cuerpo en un sedoso pijan1a, se metió bajo las sábanas con la esperanza de dormir tranquilo, rendido por las emociones de aquel día. - 69- Reclinando su cabeza sobre la almohada, apagó la luz, cerró los ojos y..... • ft lH MU(~ l( UU ~( U( nlO~ Por fin llegó el fatal momento, Se ocultó el sol, tembló la tierra y en la llanura y la sierra Gimió sollozante el viento. Sin pensarlo, Justo pasó la noche en una agitación febril bien explicable, como resultado de los acontecimientos de aquel día. Una noche horrible, interminable. Cuando cerró los ojos y apagó la luz, creyó dormirse, pero no sucedieron las cosas á medida de sus deseos, pues casi en el mismo momento de umirse la habitación en las tinieblas, visiones horrendas vínieron á turbar su sueño. Tan pronto se le aparecían monstruos espantosos que le pasaban sus manos ensangrentadas por el rostro, como murciélagos horribles que llevaban en el aire la cabeza del il feliz pastorcillo chorreando sangre, y que al pa ar por encima de su cuerpo la dejaban caer. Temblando de espanto, ada vez que se le presentaban esta inf males visiones, que eran casi continua, Justo pasó toda la noche sin dormir. A veces haciendo un gran esfuerzo, sacaba un brazo de debajo de las. ábanas y encendía la luz, desapareciendo entonces las visiones para volver apenas la apagaba, pues hay que advertir que Justo no podía dormir con la luz encendida. En este suplicio pasó toda la noc .,..."'- XA Solamente cuando la clari~'''' · '- r,.'''' j ¿ ó. Jll~ ij;~ - 74- penetrar por los intersticio' de las ventanas. concilió el ueño, p ro un sueño agitado por horrí le pesadillas. En u ro tro se podían apreciar los sufrimientos de que era víctima. vece. , en el sueño mí - mo, se le representaba el armario que había en la habitación amo un fanta ma cubierto de grandes ropas blanca y moviendo unos brazo. largos y desnudos, como si qubieran abrazarlo en un abrazo mortal y d e perado. Otras veces se encontraba, sin saber como, en un cementerio. La tierra del mismo comenzaba á mover e á su' pies y brotaban de las tumbas huesos y calaveras que en una mueca espanto a le dirigían sus ojos descarnada, como mirándole, apes' r de no tener órbitas. ~ olo alcanzaba á percibir unas cavidades huecas yobscuras que le hacían temblar. De pronto las calaveras, tibias y demás huesos, dando saltos y cabriolas, comenzaban á unirse ante sus ojos atónitos, formando esqueleto cuyas articulaciones crujían de un modo espanto o. Luego Jos esqueletos, pau adamente, dábanse las manos descarnadas, unos á otros y formando círculo á u alrededor, danzaban desaforadamente. Al cabo de unos momentos de la macabra danza, uno de lo e queletos, el más largo y horrible, separase de los demá , que continuaban giran o, y abriendo su brazo, se dirigió hacia el joven, que en e te momento con unas ansias indescriptible quería huir y no podía mover e de su sitio, como si estuvie e clavado en él; y el e queleto avanzaba, avanzaba tanto, que cerrando su brazos le oprimió en ellos, á cuya presión, ficticia, • desper. tó Justo dando un gran alarido, tan grande, que hizo acudir á su buena madre, alarmada, y que ya había abandonado el lecho. ! o - 75 - - ¿ Qué te pasa? ¿ Por qué gritas?- interrogole. Justo, haciendo un gran esfuerz. o sobre sí, respondió: - ¿ Pero ' he gritado?- y que creía.... es que.... verás..., he tenido un sueño horrible, me he despertado en el momento en que me despeñaba por una cima muy profunda. - Eso no es nada más que de leer al acostarte; te 10 he dicho infinidad de veces y no me haces caso- concluyó su buena madre retirándose tranquila. Apenas salió su madre de la habitación, se levantó el joven y se dirigió al cuarto de baño, situándose bajo la ducha y recibiendo la caricia del agua fría, que al mi mo tiempo que reconfortaba sus nervios, hacía que desapareciesen de su rostro las señales de fatiga que la noche de insomni8 pasada le había producido. LJcspués encaminose á su habitación y comenzó á vestirse casi tranquilo, pues ya el día anterior comenzaba á verlo como una niebla, como un sueño, como una cosa que poco á poco acabaría por de: svanecerse. Por la ventana de su habitación penetraban los rayos solares, que parecían vivificar el ambiente. La ciudad, con sus ruidos y su ajetreo le distraían también momentáneamente. Cuando más tranquilo se creía el infeliz, una voz que subiendo de la calle penetró en su habitación, haciendo vibrar la concavidad acústica del oído, llegó hasta su cerebro, le hizo palidecer intensamente, horriblemente. Un rayo que hubiese caido á sus pies, abriendo una espantosa cima, en la que rugieran miles de demonios, no la hubiera causado mayor espanto que aquella voz. • EI Tiempo » , con el crimen de ayer- vociferaba un golfillo bajo cuyo brazo asomaba un fajo de periódicos. Justo, procurando que no se notasen en su rostro las ~ J ::> j ~ iiI I J ! - 76- , impresiones de su alma, acabó de vestirse y se enca-minó al comedor, temblándole las piernas. En él estaba su madre y su hermanita, pues su padre había alido á sus negocios. Justo dirigiose á su madre y, como todos los días, posó sus labios de asesino en la frente pura é inmaculada de su madre; su hermanita le besó también. Eran éstas costumbres que su madre les había enseñado desde pequeños y que aún no les había permitido dejar. 1 ; Dicen que el hombre lleva dentro una bestia. Yo creo que es la bestia la que lleva den.. Ira al hombre. No t habrás enterado del suce o d' anoche, hijo mío- fueron la primeras palabra que le dijo u madre, al tiempo que Justo tornaba asiento frente á una humeante taza de C3CéW con leche - Naturalrnente-- contestó Ju~ to esforzúndose en aparentar tranquilo; ¿ COIllO quieres que , epa lo que pasa durmiendo? Casi nada- intervino Mercede , gozándose en la angustia de su hermano, y con una presencia de ánimo increíble un joven que parece asesinaron anoche; la prensa de esta mañana trae los detalles. Ju to, haciendo esfuerzos obrehumanos por no delatar e, se admiraba de la sangre fría de su herma' a, Pero ¿ asesinado ó algún accidente?- pudo articu · lar trabajosamente el joven. . - No, hijo, ase inado- contestó u madre entristecida por la desv ntura ajena,- escucha los detalles que da El Tiempo, los más importantes. " El infeliz pastorciIJo fué encontrado sobre un charco de sangre con la cabeza completamente destrozada, al parecer por una enorme iedra que junto al mismo apareció y en la cual se advertían señales que demuestran er con la que se cometió el asesinato.' « La policía busca activamente al ó á los asesinos. creyéndose que esta tarde mismo caerán en su poder.• I J I ! - 8u-e Dado lo repugnante del crimen, pedimos, y con nosotros toda la ciudad, que se castigue duramente á lo autores del hecho á fin de que escarmienten y no , e vuelvan á producir hechos de esta especie... - Oh, seres malvados y despreciables- prosiguió la buena señora exaltándose. Cuando acabaréis de cometer iniquidades! Que ten ra una madre un hijo, para que e to malditos, mil vece::; maldito::; asesinos, se lo maten de e e modo. Así la sangre de ese inocente le pida cuenta algún día, que se la pedirá, i no en este en el otro mundo;- terminó I oña Adela rebosante de santa indignación. Describir el suplicio de Justo es de todo punto imposible. Mientras su madre hablaba con los ojos fijos en el Cielo, él escuchaba, desencajado y pálido; sentía el pecho oprimido, pues todavia parece que quedaba aiguna fibra de su alma sin embrutecer. Ahora, lo que más impresión 1 produjo fué la maldición de su madre, aquella maldición lanzada por su propia madre. Cien distintos pensamientos bulkron en su mente; cien ideas distintas luchaban en su cerebro; á punto e tuvo de arrodillar e ante su madre, confe arle su crimen y pedirle perdón, pero e contuvo; comprendió fugazmente que era su perdición, que hasta podia ser arrojado de aquella casa, y se contuvo. Quizás de haber realizado su prop6 ita, hubiera sido u salvación, pero de graciada mente desconocía el amor de una madre, y tuvo miedo. - Tienes razón, mamá, pero que le vamos á hacerpudo articular entre ::; orbo y sorbo de cacao. Ya la justicia le dará su merecido. ¡ j¡ CíNICO!!! Voy á dar un paseo- terminó levantándose y poniéndose la americana, y cogiendo u sombrero que pendia de una percha. Y sflió, salió de su casa renegando y maldiciendo \ I 1 I I J ! o - 81- como un condenado, como un cobarde, que cree que maldiciendo y blasfemando, son más valientes é infunden más respeto. Justo caminaba desorientado, sin rumbo fijo, como un autómata; las palabras de su madre habian caído como plomo derretido en su cerebro, y no digo su alma porque creo que carecía de ella; sobre todo la maldición lanzada por su madre molestábale. Era como si alguna partícula de su cerebro no estuviese acorde con las demás yesa pequeña partícula quizás fuese algún fragmento de su conciencia que aún no estuviese anestesiada, pues no es otra cosa lo que sucede á las conciencias de los malvados; se anestesian en la juventud para despertarse en la vejez con vigor; cuando ya las fuerzas de nuestro cuerpo no la pueden rechazar, entonces es que atormenta á su sabor y hace de nosotros lo que quiere; á veces nos conduce al suicidio, como está plenamente demostrado. Cuan lejos estaría su pobre madre de lanzar aquella maldición sobre la cabeza de su propio hijo, sobre aquella frente que ella creía sin mancha. La fiebre hacía que las sienes de Justo latiesen violentamente, haciendo obscurecer el dia á su alrededor. Después de mucho vagar por las calles de la ciudad, regresó á su casa, almorzó, y este día transcurrió sin que ocurriese nada de particular. f ::> i~ ji!{! o obre España -:.:-- Como una mol , que espanta con su rugido de trueno, se forma y ruge en tu seno la tormenta, y se agiganta; solo se oye en tu garganta el ruido de un estertor; es que agoniza el furor que ha siglos prevaleció en tus hijos, y rindió de otras voces el clamor Hoy ya no; tus hijos mismos posesos de la locura apenas sienten la amargura de sumirte en los abismos. y quieren con sinapismos ó á fuerza de inyecciones, fortalecer tus tendones, que rendidos por las glorias de tus brillantes historias perdieron sus condiciones. Pobre España, triste fin te aguarda, la negra vida tu figura carcomida servirá para un festín de cuerVos y tu espadín tan esforzado y brillante, sin que nadie le levante yace viejo, enmohecido, y condenado al olvido por la comedia imperante Bien lejos estaba Justo, al levantarse al día siguiente, de la noticia que su hermana le tenía guardada. Al ir á dirigirse al cuarto de baño, vió que su hermana, sonriente y con rostro de bUtll humor, se dirigía á él. Cuando estuvo á su lado, se cercioró antes, con una rápida mirada, de que no había ojos ni oídos indiscretos que pudiesen oir ni ver lo que hablaban, y entonces en voz muy baja y con la alegria rebosándole por la cara, le dijo: - Justo, te has salvado. Ya detuvieron anoche al autor del suceso de ayer, asi es que ya tu no tienes nada que temer. El joven se quedó como quien ve visiones. Pero ¿ qué dices? ¿ que ya han detenido al autor deL..? Y sus labios, temblorosos, no se atrevieron á terminar la repugnante frase. Así es- contestó Mercedes- ya luego leerás los detalles en el periódico. Primero empezó negando, pero según dice el diario, estrechado á preguntas por la pblícía no supo decir donde había estado el día del crimen, é incurrió en varias contradicciones, y hasta dicen que en una camisa de dicho individuo se advi. erten huellas de sangre, al parecer humana. Con que ya ves; más rápido no podía haber sido el desenlace- terminó · 1 e te Mercedes. iiIJ - 86- Justo reflexionaba atemorizado, mientras su hermana hablaba. ¿ Seré yo tan cobarde- decía que permita á un inocente ir á ocupar mi puesto en la cárcel? Su cerebro se debatía en un mar de confusiones; semejaba un volante que camina rápido sin detener su carrera. En este momento pensaba: buen~, dejerno las co a como vienen y que cada uno se la arregle como pueda; en el otro se decía: vale más morir de una vez que aguantar este tormento toda la vida. Quizás tuviese razón el malvado; quien sabe si será mejor para la mayoría efe nosotro sepultarnos en el abismo del olvido y de la nada, que llevar esta vida de miserias y de estúpidos fines. - y mi hermana- seguía reflexionando Justo- ve esto tan natural y tan sencillo como fuese una cosa muy corriente. ¿ Qué irá á ser de mí? Aquí terminaron sus pensamientos. Que se fastidiefué u última palabra- y decidió olvidar, olvidar aque\ los momentos, aquellos días, fuese como fuese. i le absuelven, bien; que no le absuelven, mal; pero aquí termina ya mi cometido- concluyó Justo- procurando mostrarse á si mismo lo más cíni co posible. A los pocos momentos, ya le parecía que había pasado de aquellos sucesos mucho tiempo, que habían pasado dos ó tres años; en sus ansias de olvidar procuraba que su cen'bro no se detuviese ni un momento á pensar nada desagradable. - Si le absolvieran los jueces- dijo á su hermana dirigiéndose al cuarto de baño. - y si no le absuelven, allá e\ los- contestó ésta. ¿ Tú que culpa tienes? ¿ Le has denunciado tú como autor del hecho? ¿ Has puesto algo de tu parte para que le prendiesen? Nó, ¿ veJ: dad? Pues entonces que se las entienda con Ja justicia; ya verán los jueces lo qüe hacen. I l J ~ o - 87- Ya verán los jueces lo que hacen. Cuantos casos de estos se habrán dado; miles y sin embargo iPchs! nada. Mercedes se dirigió hacia las habitaciones interiores de la casa, y Justo penetró en el cuarto de baño, de donde salía á los pocos momentos, reconfortado con la ducha fría. Hubiera sido un observador muy perpicaz el que hubiese notado la menor preocupación en Justo, su frente despeja'da y serena no mostraba la menor arruga, de donde hubiera podido deducirse alguna preocupación. Su rostro, inexpresivo pero satisfecho al parecer, tampoco se contraía en esas pequeñas contracciones que suelen mostrar el estado de nuestro ser moral; el joven leía un diario ilustrado y sus dedos finos de aristócrata, dejaban atrás, página tras página, sin la más pequeña impaciencia, tránquilamente, sosegadamente, como si pusiese toda su atención en las reproducciones fotográficas y en las explicaciones científicas del periódico. A los pocos momentos la doméstica le traia el desayuno y su madre entró poco después en el comedor, recayendo la conversación sobre el suceso ya conocido de nuestros lectores, y refiriéndose á los detalles de la . detención del supuesto criminal que daba la prensa. - Demasiado sabía yo que este crimen no podía quedar impune- decía Doña Adela. Claro; era de suponer- contestaba su hija- pues entonces, ¿ para qué está la policía y la justicia? Justo intentaba variar la conversación sin conseguirlo totalmente, pues siempre venía á recaer en lo mismo, como si algún espiritu maligno se complaciese en atormentarlo. Su madre volvía á salir en estos momentos, quedándose otra vez solos Justo y su hermana. - ¿ Estás convencido, tonto?- dijole ésta. - Si estoy convencido. Había pensado varias tonte- - 88- rias, pero veo que es inútil; dejaré que se cumpla mi destino, ahora lo que te ruego es que no me vuelvas á hablar más de este asunto, pero más nunca- terminó Justo. - Está bien; así lo haré - contestole su hermana. Bueno, hasta luego- dijo Justo tomando su sombrero de la percha y saliendo. - Hasta luego- contestó Mercedes. - y hasta luego- repite el autor, que píensa separar-se de eJlos por unos momentos. • él dinamismo del Siglo Amistad, valor, simpatía, patriotismo, cultura, amor; todo eso y muchas cosas más, quedan obscurecidas por estas tres sílabas: PE- SE- TAS. Con un libro de cheques en el bolsillo 6 unos cuantos billetes en la cartera todas las dificultades se allanan; faltando ésto, los mismos siete sabios de Grecia, se verían en un apuro para que alguien les escuchase. ¡ ¡ Vamos!! iI ! f ~ J !.. • y 1 Dejamos á Jovellanos en el momento en que, perdiendo de vista á su querida isla, marchaba hacia lo desconocido, hacia lo ignorado, sin saber ni pensar en los sinsabores ó alegrías que su obscuro camino le depararía de allí en adelante. Pero no por eso se acobardó al verse solo, como hacen la mayoría de los hombres, pues el pobre emigrante que se decide á embarcar, después de tantas penas y fatigas pasadas y por pasar, no merece á Jos marinos de ciertas nacionalidades mejor tratamiento que un pe- ~. . Si están baldeando el vapor, lo mi mo le dirigen la manguerél. de agua sin avisar á un pobre enfermo y mareado que no puede moverse apenas de su silla, que á una débil mujer que lleva en sus brazos un inocente que amamanta. Solo por este hecho debiera merecer el respeto y consideracióp de todos, por ser madre; pero desgraciadamente no es así y también suponemos que ésto no seguirá sucediendo muchos años, pues el mundo, en su constante evolución progresiva y modernizadora, no permitirá semejantes barbaries mucho tiempo. Fernando se prometió interiormente no desmayar, y formando la inquebrantable resolución de vencer, por ~ I ::> i~ fiIJ J .;!. i - 92- su padre y por su hermanita, decidi6 ser otro de allí en adelante. Era joven, tenía el mundo por uyo y vencería. Los primeros días ca i no los inti6 nue tro amigo, pues la admiración que producía en u alma el contemplar el mar y el cielo en toda u grandeza, no se los dejaba sentir. Ha ta el cuarto día de navegación, el mar estaba hecho una balsa de aceite, sus olas apenas se movían, semejaban un manto undulante movido por alguna legendaria sirena, por una de e as reina' de la belleza y del amor, cuya vista solo está reservada para aquellos á quienes el Cielo dota de sentimientos más delicados que el resto de los mortales. El quinto día de navegación varió el panorama; el mar, en vez de un cristal suave y transparente, se había convertido en opaco y revuelto; olas diminuta corrían por la superficie de las aguas, como i se persiguieran unas á otras. El ciclo se hallaba cubierto por una espesa neblina plomiza. Para el que viaja por primera vez, le pareceria esto casi natural y no le daría la más pequeña importancia, pero los viejo lobo de mar, cuyas facciones se hallan curtidas por las brísa y huracanes de vario océanos, miraban al Cíelo y al mar con alguna inquíetud. El que e hallaba di ' traido ó pen ando en alguna co-a, no e daba cuenta de nada, pero lo aco tumbrados á viajar y los más ob ervadores, comprendían que lo márinos se estaban preparando como si espera en alguna t ' mpestad, pues ya a eguraban este bote, ya ponían otra cuerda á esta escotilla, ya amarraban fuertemente la caja del timón y cosas así por el estilo, muchas. Ahora que lo hacían como la cosa más natural y 1 i :: J j ~ Iif I J .! Q 93 ~ encilla, in demostrar preocupaciones ni temores de flinguna clase. Algunos se acercaron á un joven oficial y le preguntaron i ocurría algo, - No es nada- respondió é te un poco de mar gruesa que par ce se aproxima, acompañada de algún viento, pero sin llegar á la categoria de temporal, pues como usted verá, no Se encierra la gente ni nada. Los del grupo dieron las gracias al oficial y se retiraron má' tranquilos, pues sabian que cuando el oficial se expresaba así, no había que temer. Por ocupar un papel importantísímo en esta obra, vamos á dar < Í conocer á nuestros lectore' ( si tenemos alguno), á tres nuevos personajes que hacen viaje en el mismo buque en que hacb viaje ] ovellanos. Eran estos tres persOllitjes un experimentado ingeniero de minas, francés, , v1. han<; ois Chandren, su esposa MlIe. Clarence Romain, que prefirió las incidencias y peligros de un largo viaje, á separarse de su esposo tres años, que por este tiempo iba contratado M. Chandren para diri * una minas en los Estado Unidos y una pequeña hija de ambo, que á la aZón contaba catorce año " llamada Ulle. 1ambiéll acompañaba á los señores Lhandren un joven sirviente. Ya la compañía de mina que iba á dirigir M. Chandren había arreglado la cuestión de la entrada del mismo y su familia en los Estado Unidos. Como creo haber dicho, Jovellanos viajaba en tercera clase con los demá emigrante; el ingeniero y su ' familia, como e de suponer, viajaban en primera clase. Corno más arriba dejamos apuntado, el quinto día apareció el mar diferente de los otros; por la tarde se iba encrespando cada vez más, obligando al bu dar frecuentes bandazos. IiiJ J ! o - 94- La pequeña Lille, en un momento de descuido de sus padres que hablaban con otros pasajeros, se acercó á la borda y comenzó á trepar por los hierro de la amura de babor, inconsciente del peligro. jovellanos se encontraba también en su sitio de tercera contemplando el mar, pues no estaba mareado afortunadamente y se distraía con los movimientos de las olas que el buque apartaba violentamente con su afilada proa, deshaciéndolas t'n lluvias de espuma. Cuando la pequeña Lille, sin que nadie se diese cuenta estaba subida á los hierros de la amura, una ola más grande que las demás hizo que el buque se inclinara violentamente á babor, haciendo también que á la pequeña se le escapasen las manos de los hierros y cayese al mar dando un gran alarido que oyeron todos los que estaban sobre cubierta y aún los que estaban descansando en sus literas. Jovellél; nos oyó el grito y levantando la vista, vió á la niña caer dando una voltereta antes de llegar al mar. Rápido como un relámpago y sin medir las consecuencias de su temeraria acción, vestido y todo se lanzó de cabeza al mar y de un rápido impul o llegó donde apenas flotaba el cuerpo de la pequeña, la tomó en un brazo y con el otro nadó vigorosamente para poner-e fuera de: radio de acción de las poderosas hélices, que podían hacerle pedazos en un instante. Al mismo tiempo el capitán, que se hallaba en el puente de mando, ordenó virar en redondo, dar marcha atrás y arriar un bote velozmente, pues no era muy extraño que apareciese algún cetáceo, que pronto hubiera dado cuenta de los dos. Todo esto sucedió en menos tiempo del que se necesita para contarlo. Apesar de lo malo que estaba el mar, ya el bote había llegado al agua y..... Como víves de errores mujer, por un momento, creíste que el firmamento se postraría á tus pies; aún no te dus cuenta de que el círculo vicioso, tu negro fin, horroroso, deja entrever á través. No ves que la tierra alfin con un rüido que zumba, I se abrirá en forma de tumba I para tragarte al final; vuelve en ti, que tus errores los dos solos lloraremos, sin que los demás terrenos se enteren de nuestro mal. Tus tragedias, reclinada sobre de mi pecho amante, me referirás, tremante de cariños y pasión; aún no es tarde, nó. ven á mis brazos rendida, que al { in. la vida es la vida y el corazón, corazón. Sin recordar el pasado seremos los dos felices; , la vida con sus matices nos hará soñar, ml vida. y tus labios trémulos, me ofrecerás, implorante, á la caricia sangrante de una pasión renacida. No atiendas al mundo y á mis brazos ven, que un moderno edén haremos los dos; y mientras él gira constante en su lucha. solo nos escucha el grandioso Dios. Así que te espero, me muero sin tí, la vida desprecio y solo tu aprecio quiero para mí. ~ I ::> i XIII Casi todos los pasajeros y tripulantes del barco se hallaban sobre cubierta en la amura de babor, de tal modo, que hasta el buque Sl' notaba un poco inclinado hacia esta parte, viendo emocionados como el joven con la nena en brazos, se mantenía tranquilamente sobre las olas, cada vez más furiosas, en espera del bote, que impulsado violentamente por cuatro remos, volaba en su socorro. Pero una cosa que á primera vista parece muy fácil, es harto difícil; el recoger á los náufragos en el estado en que se hallaba el mar. Varias veces se acercó el bote al joven que parecía ya ir á cogerle, cuando una ola les volvia á separar. Así estuvieron hasta que al que mandaba el bote se le ocurrió lanzarlo en la dirección en que estaba el joven á toda velocidad, al par que un marino, con todo el cuerpo fuera del bote y sujeto por los pies por otro marino, se preparaba para recoger á la niña primero y al joven después. De este modo pasó el bote á bastante velocidad jun-to al ~ ven, que en un esfuerzo inaudito de del marino, pudo coger el que iba en el bo~~~~[ He i J I j ~ o 9 por un brazo, que no había sufrido más que el remojón consiguiente, acompañado de un usto mayúsculo. El marino cogió á la n na en brazos y ya podía decir e que todo estaba hecho, pues luego no hicieron más que coger una cuerda y lanzársela al joven, que la primera vez no lo rró alcanzarla pero á la egunda la cogió. Tiraron de ella los del bote y luego no hicieron má que extender los brazos é izarle á bordo del mis1110, tomando rumbo enseguida á la e calerilla del buque, que ya la habían bajado. Pt'rmítame que le felicite, joven, fueron las primeras palabra del que mandaba el bote. Gracias, muchas gracias conte tó éste amabl mente, estrechando la lIIano que se le tendía. Ya estaban cerca del buque. Los viaj · ro , durante los momentos que precedieron á la alv< ción del joven, no habian hecho ni un peque110 movimiento, ni el más leve rumor se oía; reinaba en el corazón de todos un silencio de muerte. hora, al verlos á él Y á la nena salvados, fuera de todo pclibro, prorrumpieron en un aplauso cerrado y unánime; por todas parte e ob ervaban pañuelos agitado, bien por manos aristócrata, bien por manos plebeyCls. Los vivas y bravo sonaban en todo el buque. De pronto alguien pronunció u nombre, alguien dijo que se llamaba Fernando Jov llano y en un in tante su nombre era conocido por todo el pa aje Niva Jov llanos! ¡ Bravo por el v Iiente ] ovelIanos! se oía por doqUIer u nombre lo pronunciaban todos con admiración cariño. Ape ar de lo revuelto que e. faha el mar ( ya mi parece qu lo he repetido seis ó siete veces), el capitán fumaba tranquilamente un cigarrillo ( no siempre han de .. - 99- fumar los marinos en pipa), impasible en el puesto de mando. En estos momentos el bote llegaba á la escalerilla y al poner el joven el pie en ella, el capitán hizo una señal y al momento comenzó á sonar la irena del buque, saludándole con su voz atronadora, á la que se unían los aplausos de los pac; ajeros. El homenaje fué completo y el joven lo agradeció en todo su valor, emocionado. Apenas había terminado de subir la escalerilla, centenares de mano se le tendían por todas partes solicitando las. uyas. El joven estaba abrumado por tantas demo traciones de afecto; él no le reconocía tanto mérito á lo que había hecho. No es para talllo, señore , no es para fal to- repetia ] ovellanos. A todo esto, el buque habia seguido su interrumpida marcha. La pequeña Lille había caído en brazos de su madre, que sin el mcnor reparo lloraba y reíd al mismo tiempo, besando frenétiC< llllente á su hija Otro tanto hacía su esposo, desmintiendo de e te modo la frialdad de caracteres que le hemos adjudicado á nuestro;) vecinos. A duras penas había podido jovellanos eparar ' e, despué de mucho rato, de su admiradores, é ir á mudar e de ropa, pues llevaba dos traje en la maleta. Al cabo de uno instante volvió jovellano. á ' ubir sobre cubierta, pero ense/:> uida le llamaron los pasajeros de primera cla e y todo eran felicitaciones é invitaciones á las que el joven, abrumado, procuraba corresponder del mejor modo posible. Terminado de tomar una copitas de whisky con uno señore, oyó que le llamaban de una mesa inmediata, ocupada por señoritas y j6venes caballeros. Fernando se veía en un continuo apuro para atender á todos, sin tener que sentar plaza de mal educado. - 100- . - Si los señores me permiten....- dijo tímidamente el joven. - Sí, si, vaya, que á las mujeres hay que atenaerias siempre bien- le contestó uno de los indivíduos que tenía cara de tenorio hastiado- si necesita algo de nosotros, puede usted ocuparnos, en la completa seguridad de que le serviremos con mucho gusto y, además, reciba de nuevo nuestra felicitación más sincera con motivo de su heróico acto. - Muchas gracias por todo, señores- contestó jovelIanos-; créanme que no merezco la mitad de las atenciones con que ustedes me abruman. El joven se dirigió á la mesa antes citada, de donde le llamaban. - Se vé que es un chico educado- decían entretanto los señores con quienes había estado antes-; parece mentira que viaje en tercera clase, con esos trajes y ese porte. Algo raro debe ocurrirle al joven éste- alguna bancarrota en su casa ó algún revés de la fortuna-, pues á la vista salta que no es lo que quiere parecer. Entretanto, una de las jóvenes que ocupaban la mesa á que se dirigió jovellanos, le decia: - Usted perdon que hayamos tenido el atrevimiento de molestarle sin tener el honor de conocerle, pero hemos presenciado el acto que usted ha llevado á cabo esta tarde y no hemos podido resistir la tentación de felicitarle por ello y al mismo tiempo de que nos acompañe á merendar esta tarde. - Señorita- contestó jovellanos- el único inconveniente que existe es que yo no soy merecedor de ningún modo á las atenciones de que ustedes me hacen objeto, pero puesto que ustedes han tenido la molestia de invitarme y por más que considero demasiado honor para f :: l j ~ :: l 1 J - 101- mí, acepto reconocidísimo y dispuesto á ser el más humilde de sus servidores. - Gracias; el honor es para nosotros - contestó la joven que ya habia hablado antes-, pero oiga, tenga la bondad de tomar asiento. Uno de los jóvenes hizo una señal á un camarero y le ordenó que sirviese el té, iendo obedecido á los pocos momentos. iI El I ! I ! t ~ una - t.- eunÚ/ n de ~ e-- t.- d() nad oada6. ¿ () a! o: J de- u~ n a! e/ ffZ- a: J t't? ntQ. g;:, una U. ~ íi~ II! ! l XIV - Bueno- prosiguió la señora que antes había hablado- ahora, antes que nada, voy á tener el honor de presentarle á los presentes á mi esposo José Luis de Bracmonde, conde de ídem; Lorenzo Rambal, rico minero; mi hermana Magnolia Terr, vizcondesa de Monte- alto - y prometida mía- interrumpió en este momento Lorenzo Rambal-; todos rieron la salida del jóven, y una servidora, Luisa Terc. Todos estrecharon la mano del jóven, satisfechos. - Yo, señores, no tendré más remedio que presentarme á mi mismo. Fernando Jovellanos García, natural de Santa Cruz de Tenerife y dispuesto á cumplir sus deseos en lo que pueda series útil. De pronto, la condesa que era muy curiosa, le preguntó: - Perdone, amigo Jovellanos, mi curiosidad, pero á usted debe sucederle alguna cosa extraña; usted no es lo que parece ó quiere parecer. - Desgraciadamente, señora condesa, rezco, un pobre infeliz. No quiero parecer pesada ó - 106- Condesa- pero dudo de que sea así, pues usted ante todo parece una persona rica y educada. acostumbrada á la vida de..... lujo, pudiéramo decirlo así. En e a parte lleva u ted muchísima razón, pues yo hasta hace muy poco tiempo he llevado la vida esa que usted indica; mi padre era rico, yo no me ocupaba de otra cosa que de estudiar, pues me gusta el estudio; he aprobado el bachillerato y ya no me faltaba má que un año para terminar la carrera de ingeniero qUí'o dicho sea sinceramente, yo no pensaba ejercer. De pronto, de la noche á la mañana, el « Banco lbérico. le coge á mi padre cinco millones de pesetas, pues ya sabrán ustedes que fué una quiebra de ciento cuarenta millones de pesetas, más bien dicho una estafa, pues los Consejeros y apoderados del Banco han desaparecido sin dejar rastro de eltos y además no hacía un año que en diÍ\.: rentes especulaciones monetarias había perdido mi padre dos millones y pico de pesetas, casi sin darse cuenta de lo que había hecho; a í es que de pronto y sin pensarlo me encontré con que yo me consideraba uno de los ricos de la ciudad, me encuentro hoy pobre y teniendo que trabajar decidí embarcar para América, donde espero poder rehacer la fortuna de mi casa. Por e o dije ante á la señora Condesa que soy lo que parezco ósea un infeliz emigrante. - Ya, ya, contestó Lui a; ahora veo que usted tiene razón y yo también- pues de de luego comprendí que usted era una persona educada y e. to no crean que e debe á mi penetración- prosiguió la condesa-; nada de eso, me lo demuestra la finura de su cutis, la delicadeza de sus manos y otros mil detalles que distinguen á las personas de rica cuna; permítaseme esta expresión de las demás. En el curso de esta conversación, ] ovcllanos sorpren- 1 J - 107- dió dos ó tres veces la mirada de Magnolia, ó sea la prometida de Rambal, fija en su rostro. Magnolia fijaba sus ojos contínuamente en ] ovellano., pero apenas adivinaba que el joven iba á mirar para ella, Jos retiraba enseguida. Rambal también, con su perspicacia de enamorado, sorprendió e tas miradas, pero las atribuyó á la admiración que habia producido en su ánimo la hazaña de } ovellanos. En este momento servian la merienda, que por cierto no dejaba nada que desear al gastrónomo más exigente. La mesa que ocupaban estaba materialmente cubierta por objetos, por un lado una tetera exhalaba el olor de aromático contenido; por otro un recipiente en el que aún hervía, humeante, la blanca leche; tampoco faltaba la cafetera que sin temor á errar, podia asegurarse por el olor que su contenido era el riquisimo Mokka, aparte de esto y en platos que brillaban como si fuesen de oro, reexpidiendo los destellos que producían las lámparas que adornaban aquel magnífico comedor, se veían ricos emparedados, mantequilla, dulces de todas clases, á todo lo cual acompañaba una botella de legítimo Martel, acompañada asimismo de otras os ó tres de Jerez y Burdeos. Pues bien; á toda esta extensa amalgama alimenticia, la denominamos, sencillamente, ctomar el té:>, que por regla general, es lo menos que se toma. Están servidos los señores- dijo en este momento con su voz afectada el mozo. - Bien, está muy bien, contestó Rambal poniendo en la mano dd camarero una propina de cinco pesetas. El mozo se inclinó sonriendo, con una sonrisa de un duro. ¿ Cómo te lIamas?- preguntole Rambal al mozo. o - J08- - Fermín, contestó cachazudamente éste. - Pue bien, señor Fermín~ dijo humorísticamente Rambal: En tan buena compañía el mundo recorrería del uno al otro confín. - Que se calle el poeta- grit6 Bracmonde-- que está para ahorcarlo. - Bueno- exclamó á esta sazón la Vizcondesitamenos palabras y más obras. A todo esto el mozo había servido en las tazas lo que los comensales le pedían; á mí leche con un poco de café; á mí, té S%; á mí, leche sola con cognac. A todos servía y á todos dejaba satisfechos. Varias veces, durante la merienda, volvió JoveIlanos á sorprender la mirada de Magnolia fija en su rostro y apesar de su modestia, como no era tonto, supuso, muy lógicamente, que la Vizcondesita se habia enamorado de él ó estaba en vías de enamorarse, por lo que á su vez puso más atención en ella. En aquello momentos, valgan verdades, Jovellanos no se acordaba lo má mínimo de Dolores; con lo enamorado que e taba de ella no la tenía presente nunca, y cuando alguna vez / a recordaba, era como un sueño, como una co a lejana que a ha pasado. 10 hay que dudar que el carácter de Fernando era algo raro; estando cerca de Dolores no hubiera podido dejar de verla ni un solo día; estando cerca de ella hubiera despreciado á todas la mujeres del mundo por ella, y, sin embargo, en estos momentos le hubiesen preguntado: ¿ á quien quieres más, á Dolores ó á la Vizcondesita? y seguramente hubiese contestado que <. Í la " Iizcondesita. ¿ Pero estaré yo tonto?- decíase éste por otro lado-; siendo novia de este joven, ¿ como se va á ena- IIJi ! - 109- morar de mí por mi figura? Lo que fuere sonará, dijo al fin, no queriendo pensar más en aquello. Pero ahora sin querer, tenía siempre delante la carita arrebolada de , 1agnolia, sus grandes ojazos expresivos no se apartaban de su imaginación un momento, sus gestos todos, hasta los más pequeños, habianse quedado presentes en él; y luego la presencia del novio de ella, era como un acicate que le excitaba cada vez más á poner expresión en sus ojos y dirigirlos, cuando los demás no los viesen, á la Vizcondesita, que perdiendo la cortedad de los primeros momentos, no se quedaba atrás en sus miradas. Jovellanos reflexionaba ahora para sí; dedididamente la Vizcondesita le gustaba más que Dolores; el modo de ser de ésta le parecía ya falto de sal, demasiado inocente, sí; palabras de amor, promesas de cariños y otras cosas más, pero la distinción de Magnolia, su inocencia tambíén- pues veía que cuando la miraba mucho se ruborizaba-; su rostro y su cuerpo mórbido y esbelto, le satisfacía más que Dolores. Como yo consiga que ésta le dé caiabazas á este tonto, te veo en Flandes querida Dolores-- seguía reflexionando. En este momento penetraron en el comedor M. Chandren y su esposa, dirigiéndo e á la mesa ocupada por el joven y sus amigos (?) apenas le descubrieron. iiIJ I~ o nna nena ~ De le te e IItbo úsu Da~ á -= QC Todo tu cuerpo elegante predice amor y ventura; ¡ oh, cuanta dicha futura! ¡ cuanto misterio insinuante! iCuanta mirada de amor tu sola presencia provoca! ¡ Cuanta ilusión tri te y loca! - Cuanto loco admirador! III ! i~ .. xv jovellanos no se acordaba ya del acto que había realizado aquella tarde, lo cual no es de extrañar, pues con tanto pensar en la Vizcondesita, se le había llenado el cerebro y los demás pensamíentos no cabían en él. Al ver que se dirigían á él los padres de Lille, creyó que serían algunos otros curiosos que vendrían á felicitarle y estropearle aquella tarde, como él se decía. - ¿ Coal de ostedes es iI sinor jovellanos?- preguntó con emoción en la voz el señor Chandren y con los ojos humedecídos por la pasada emoción. - Servidor de ustedes, contestó levantándose el joven. Ambos padres se quedaron mirándole fíjamente; las lágrimas de alegría brillaban aún en los párpados de Mlle. Romain. - jCanastosl- dijo para sí jovellanos-; ¿ qu · e se-rán estos cipreses? - Ustedes dirán en que puedo~~~(:)' ifll( jij · mente jovellanos al ver qu¡ Y · ~~~¡( I) lfl'pl5~ li;( sos. - En permitirnos bes contestó emocionada de la pequeña que u ed/ con ri go oe su vida, ha salvado de una muerte cierta; así es que usted puede suponer lo agradecidos que nosotros le estaremos. Puede ~ fJ ~ II! I j ! Q - 114- usted pedirnos lo que sea, que nuestro mayor placer será sacrificarnos por usted. - Muchas gracias; tranquilícese usted, señora. Lo que yo he hecho no tiene importancia, pues soy un buen nadador. Además, fuí el primero que ví caer á la nena y á eso nada más se debe que haya sido yo el que la ha salvado, pues otro cualquiera en mi puesto hubiera hecho lo mismo. - No sinior- decía M. Chandres destrozando despiadadamente nuestro idioma-; lo que asted hacer no hacer nadie; asted ha salvado á mi hija y asted poede mandarme lo que asted quiera que yo hacerlo todo lo que asted me diga. Sí, señor- dijo á esta sazón MUe. Clarence, que hablaba perfectamente nuestra lengua- usted puede disponer de nosotros en lo poco que somos y lo poco que valemos, como guste, pues nuestro mayor placer estribaría en servirle á usted, en obedecer sus órdenes siempre. - M. Chandren- dijo entonces Bracmonee, que ya le conocía por viajar ambos en la misma clase y por haberlos presentado un amigo de los dos-, espero de su amabilidad que acepten un puesto en nuestra mesa. - Gracias, muchas gracias; contestó MUe. Clarence. Nosotros no queríamos molestar, pero lo pide usted de un modo que no es posible decir que nó. Aceptamos recono ' dos y complacidos en extremo de poder ocupar la misma mesa que el salvador de nuestra hija. M. Chandren ha laba poc la mayoría de las pala-bras que habla a eran en francés; su esposa le servía de interpreta, o él decia. Bien; tengan la amabilidad de sentarse- dijo entonces Rambal-. Mozo, tenga la bondad de traer dos servicios más. I 1i ! lI! - 115- - Al momento - contestó éste. - Jovellanos, con el revuelo que se formó para dejaJ sitio á M. Chandren y su esposa, quedó sentado junto á Magnolia, cosa que, como supondrán nuestros lectore , no le disgustaba lo más mínimo, pues Jovellanos viendo unos ojos bonitos junto á sí y una mujer que sonreia, se olvidaba hasta del siglo doce. - ¿ Y ustedes, señorita Magnolia, hasta donde piensan lIegar?-- preguntó ] ovellanos á la Vizcondesita mientras los demás tomaban parte en la conversación general-; antes que nada perdone la indiscreción y el atrevimiento, pero ustedes tienen en parte la culpa por su amabilidad para conmigo. - No, señor, por Oios; indiscreción ninguna; nosotros pensamos ir por ahora á Cuba, después, de allí, aunque no lo tenemos bien decidido, iremos á Buenos Aires, y luego veremos, pues no llevamos itinerario fijo. - Caramba; y ahora que me acuerdo aún no me ha dicho usted qué población puede enorgullecerse de tenerla entre sus habitantes? - A usted por lo visto le gustan los piropos andaluces- le contestó la Vizcondesitcr con un ligero mohín de disgusto que la hacía más encantadora. - No son piropos, créalo usted, son sinceridades que brotan de mi alma por sí solas. - Vamos,- contestó Magnolia,- por lo que puedo apreciar usted tiene un alma demasiado fogosa. - Usted lo ha dicho; demasiado fogosa. Tengo demasiada alma. Quien sabe si esto será causa de mi infelicidad en este mundo. - No lo crea usted; á veces el tener mucha alma trae consigo la felicidad de los seres. Se abstraen, se concentran en si mismos, se engrandecen por decirlo así y - 116- las miserias y mezquindades pasan junto á ellos, sin tocarles, y son felices. Voy á hablarle á usted con sinceridad, Magnolia. Había formado un concepto erróneo de usted; creí que sería una de tantas jóvenes, como usted sabe que son la mayoría, digo la mayoría, casi toda, sin corazón, sin ideas, no pensando más que en el sueldo que tendrá su futuro, en lucir trajes, en divertirse de la manera más vulgar y más estúpida que existe; pero veo que me he equivocado y lo celebro. Encontrar hoy una joven de sus condiciones es una rara excepción. ( rea usted que comienzo á envidiar al señor Rambal. - Bueno- dijo Magnolia variando de conversaciónme preguntaba usted de que parte era yo? Pues de Madrid. En el paseo de la Castellana número.... tiene usted una amiga verdadera á quien mandar. - Muchas gracias; madrileña había usted de ser. De aquí en adelante, cuando me separe de ustedes, mi pensamiento no se apartará del Paseo de la Castellana número ....; no crea usted, yo conozco varios paisanos suyos, sobre todo á los hijos de los Marqueses de..... á..... - Ah, sí- le interrumpió ,\ 1agnolia- u ted se refíere á Paco y Rogelio ¿ nó? - Los mi mos. Conozco también á los señores de Bertrando. - También los conozco. - y á varios más que no me acuerdo ahora, sobre to-do jóvenes con quienes yo me reunía en mis cortos viajes á la Corte. Jovellanos no se daba cuenta de que Rambal le miraba con muy malos ojos ni de lo que sucedía á su alrededor, ni de la discusión que sostenían M. Chandren y Bracmonde, referente á la fabricación de automóviles. Bracmonde decía que los coches de fabrícación ameri- !• - 117- cana daban mejores resultados prácticos que los de manufactura europea y ,\\. Chandres le discutía que el coche europeo era más poderoso, duraba más tiempo y que al fin y al cabo venía á ser má económico y duradero que el americano. - Vamos á ver- decía el ingeniero- un coche americano de X pesetas, le gasta menos ga oJina, menos aceite y si osted quiere ha ta menos goma, pero al cabo de pocos anios está qui no sirve; an cambio el coche europeo le gasta á asted más di todo, is verdad, pero por contra le dura á asted mocho más tiempo lluevo; ahora haciendo ona regla de proporción le resaltará qui sale ganando mochas pesetas con la duración dil europeo. M. Chandren hablaba despacio, como si quisiera estudiar las palabras antes de pronunciarlas. - Pero aún dando por sentado lo que usted dicele respondía f3racmonde- viaja usted en un coche europeo 150 ó 200 kilómetros y termina hecho un guiñapo, con el cuerpo molido, la cabeza dándole vueltas por el ruido del motor y otras varias incomodidades; en cambio viaja V. en un coche americano y es más rápido, más silencioso, más cómodo y va usted más tranquilo que si estuviese tomándose un aperitivo en SebastopoL A esta tesis oponia M. Chandren otra, en su problemático idioma; y digo problemático, porque no podía llamarse español, ni francés, ni... chino, y de este modo se enfrascaban en discusiones intcrm' les. Jovellanos y MaanoJia no po . n n' aeta de esto y no se aco'rdaban de natia s s' decir, Jovellanos se acordó un~ res, pero la vista de la Vizcond i r har-la tan amena é inte te, to se esfumó de su mente la imagen de u ado e ya solo cons-tituía un recuerdo lejano para él. IIJi~ o ha modestia de nuestros tiempos eá la hipocresía disfrazada de virtud. XVI Tan enfrascados estaban en sus conversaciones, de sobremesa del té, que se acercaba la hora de cenar sin que nadie se diese por enterado. joveIfanos y Magnolia seguían su conversación aparte, hablaban como si fuesen más amigos que los demás. Yo,- murmuró tristemente el jóven- quien sabe donde iré, donde me lleve el destino, á restaurar mi casa y mi fortuna con mi trabajo, lo que, siéndole sincero, creo conseguir pronto, por que verá usted: Yo no sé lo que pasa por mí pero voy teniendo cada día más optimismo, más confianza en mi destino. Salí de casa desalentado y ahora, cada minuto que pasa, me dá más ánimos, parece que me grita: no te acobardes, sigue adelante que triunfarás antes de lo que tu crees; y yo lo creo asi, es una intuición, una lógica que entra en los campos psico- análisis y de la subconciencia, que yo no p - do definir, pero que no cabe duda í. sta is-ma amistad, el conocerla á ust movi-mientos que me empujan. Ih~~~~! I~'~~ - Por lo que á mí resp~ nolia- tenga usted muct1U~ 99fs~ iJltJ futuro y hasta creo que un oco enfa . ¡ Já, já, já! joveJlanos, tomando primero en serio lo que le decía R1 :: l j - 122- la Vizcondesita, había puesto la cara un poco seria, pero la risa de Magnolia era tan clara, tan diáfana y tan intencionada, que hasta jovellanos acabó por reir. - Por Dios, Magnolia,- replicó- ¿ cómo cree usted que un infeliz como yo, sin una peseta y sin nada más que mi humilde persona, voy á..... - Es que á veces- le interrumpió Magnolia bajando la voz- el víl metal, como le llaman los que no le tienen, no influye para nada en los sentimientos de las personas. jovel/ anos, inconsciente, fijó sus ojos casi sin querer en los de la Vizcondesita, que sin querer también fijó los suyos en los de él. Fué un instante nada más, pero en ese instante bril/ ó en ambos ojos ulla llama, una llama que abraza y que ciega; fué un instante nada más, pero en ese instante la percibieron los dos en toda su intensidad. jovellanos, pasada la primera emoción de aque'la mirada, vió que ya era hOra de marcharse y con profundo pesar se despidió de la Vizcondesita. Hasta mañanamurmuraron ambos- y comenzó á despedirse de los demás amigos, haciendo presente agradecimiento repetidas veces, por las atenciones que todos habían tenido para con él. - ¿ Paro donde si va osted?- preguntó M. Chandren. - A mi sitio, querido amigo; yo viajo en tercera. - Pero ¿ adonde va osted? ¿ cómo viaja en tercera? - Yo, por lo pronto, á trabajar; si encuentro algún sitio relacionado con la carrera de ingeniero, mejor; si nó, pienso dedicaQ11e al comercio, principalmen..... - Ah, carrambá- Ie interrumpió sin dejarle terminar M. Chandren, le antándose- io tengo que hablar con osted; vamos, vamos á mi camarote. - Hasta mañana, señores. Se despidió por fin jove- IIJ - 123- llanos, dirigiendo una mirada con cierto disimulo á la Vizcondesita. - Hasta mañana, querido amigo, contestaron todos á excepción de Rambal. El ingeniero, su esposa yel jóven salieron del comedor dirigiéndose al camarote de M. Chandren, donde encontraron á la pequeña Lille jugando alegremente con el sirviente de los señores Chandren. - Hola- exclamó jovellanos- esta es la señorita náufraga, ¿ Conque es usted la nadadora?- preguntó dirigiéndose á Lille. Caramba, creí que era más pequeña, pero isi es una señorita/- dijo jovellanos dirigiéndose dirigiéndose á los padres de la misma. - Catorce años tiene- contestó Mlle. CIarence. - Bueno, contéstame- dijo jovellanos á la nena- ¿ tú eres la nadadora? - Je suis, monsieur,- contestó adivinando, más que entendiendo lo que la decía el joven. - ¿ Pero tú no hablas español como tus papás?- interrogó éste. - Qu'est- ce?- preguntó Lille dirigiéndose á sus padres. - VI désirait, que tu parlasses espagnol. - C'est demmage- contestó la nena poniendo la ca-rita triste. - Boeno- dijo M. Chandren,- dejemos ahora á la enfant y parlemos nosotros. jovellanos y MIre. Clarence reían oyendo hablar á M. Chandren. - Osted decir saber ingeniero y osted dice quiere un empleo; io voy te tirector di onas minas di oro á los Estados Unidos; io necesito un hombr qui se ponga al frente di los trabagadores, si osted quiere ser, me parece qui pronto hará fortuna, ganará 00 boen soeldo. J ! o - 124- -¡ Demoniol- exclamó el joven- mejor que con usted, con nadie; es decir, siempre que se trate de trabajar, pue yo, si bien quiero ganar dinero, quiero ganarlo trabajando, con mi sudor. - Soeno. ¿ Entonces coento con osted?- preguntó el ingeniero. - Puede usted contar conmigo desde este momento, - contestó el jóven. Moy bien; ahora vamos á cenar- dijo M. Chandren. - Bueno, hasta mañana cOlltestó Jovel/ anos disponiéndose á marchar. - Pero ¿ donde va osted?- preguntolc M. Chandren. - A la tercera. ¿ No sabe usted que yo viajo en ter-cera? - Ah, no; io no puedo consentirlo esto; osted irá en primera como io. - Pero si ya llevo cinco dias en tercera y además llevo billete de esta clase, ¿ cómo voy á quedarme en primera? - Osted no sabe nada di esto contestó M. Chandren oprimiendo un botón eléctrico y haciendo sonar un timbre. A los poco momentos se presentó un camarero. - Diga osted al maiordomo qui venga. Bonna nuit- dijo éste apareciendo á los pocos instantes con magnífico buen humor. ¿ Qué desea usted, querido amigo? • - lo quiero saber si hay un camarote di primera vacío. - ¿ Si hay un camarote de primera vacío?- interrogó éste, que como asi todos los españoles pregunta lo que oye, pues si que lo hay, mo parece que hay dos. - Bien; io quiero uno para mi amigo aquí presente; - 125- il tiene pasaje de tercera, osted cobra la diferencia y le da un camarote de primera. - Oh, mio querido amigo, eso no poede ser- contestó el mayordomo remedando á M. Chandren. - Pues entonces cobre lo que sea,- dijo MUe. Clarence. - Esto como se arregla es así. Como el camarote está vacío, el señor se pasa á él Yyo no les cobro á ustedes nada más que la comida. - Eso no podemos permitirlo de ningún modo,- dijo MUe. Romain. - Pero señora ¡ por Dios! si eso no me perjudica en lo más mínimo. ;:, í el camarote es it'> ual que vaya ocupado ó nó; yo le cobro la comida al señor y salgo ganando. ¿ Usted no lo comprende? jovellanos intentó hablar dos ó tres veces para protestar de las molestias que por él se causaban, pero no le dejaron. - Bien,- dijo MUe. Romain. Aceptamos reconocidos y deseamos serIe útiles en alguna ocasión. - Muchas gracias- contestó galante el Mayordomo, retirándose. Así jovellanos quedó instalado en primera, quieras que nó. IIJ j ~.. UN NAUFR GIO Trepida el vapor, dejando una blanca estela; del pasaje, unos ríen / lenos de ilusiones; otros lloran y sus sangrantes corazones lanzan un gemido, que en el espacio vuela. El buque corta las olas, cubiertas de espuma que ahora parecen frágiles é inocentes; . y luego azotan el barco, furibundas y rugientes, levantándose en montañas, semiocultas por la bruma. Después de doce horas, de huracán violento, parecen asociarse la mar y el viento para en un esfuerzo, tenaz é inaudito sepultar en el abismo, líquido y profundo, toda aquella vida, que en el ultimo grito se despide con pesar, de este misero mundo. I J I .1 f , iIIJi ;! l o XVII Esa misma noche cenó jovellanos en el comedor de primera. Bracmonde y sus amigos quedaron en una mesa que estaba dos más allá de la del ingeniero y nues- . tro amigo. Desde el sitio que ocupaba jovellanos distinguía perfectamente á la Vizcondesita, Magnolia Terr, cruzando continuamente sus miradas sin que nadie se apercibiese de ello. Si hubiesen podido materializarse las líneas que describían contínuamente los ojos del uno al buscar los del otro, se hubiera visto en un apuro para distinguirlas hasta el mismo Euclides; pues serían tan compactas que estarían fundidas en un solo haz. A ' ovellanos le había gustado enormemente la Vizcondesita; cuando pensaba que dentro de dos ó tres días había de separarse, elJa sentía un malestar inexplicable, parecido al que sintió cuando se despidió de su familia. La Vizcondesita se habia enamorado de una manera más profunda de jovellanos; la admiració e le ha-bía producido el acto heróico del a-ción tan interesante, su modo de de su alma; todo eso habíase a n de la joven de tal modo, que ~~~ rIfij~~~ darlo. i J I . B I ! - 130- Tan pronto terminaron de cenar, dirigiéronse todos nuestros personajes al fumador; primero Bracmonde y sus amigos y después M. Chandren, su esposa y Jovellanos. El sirviente de los ~ eñores Chandren se llevó á Ulle á dar una vuelta por el buque. - Ya lo sabes- díjole al sirviente Mlle. Clarence-; no la sueltes de la mano ni un momento. - No tenga usted cuidado- contestó éste. En este modo de ser, hay una gran diferencia de la mujer española á la mujer francec:: a. i una española estuviese á punto de perder su hija, ese mismo día y en las mismas condiciones de Mlle. CIa- . rence no la hubiera soltado de la mano, no ese día, ni una semana;' pero las francesas son más razonables, pues no eS lógico suponer que si esa tarde estuvo á punto de perd r á su hija por un descuido, tendrían mucho más cuidado que si no hubiera sucedido nada. Así es que mientras Lille y el criado se dirigian á la lujosa escalera para subir á cubierta, nuestros amigos se dirigían al fumador á instancias de M. Chandren, pues valgan verdades JO\ ellanos no hizo la menor indicación, ni mostró el menor deseo de ir á hacer compañía á sus amigos de por la tarde, aunque lo deseaba bastante. Penetraron los tres en el fumador que solo estaba ocupado por nuestros amigos, saludándose y tomando asiento juntos. Solo } ovellanos quedaba en pi~ y buscando asiento dirigió una mirada á su alrededor. Ya se dirigía á una butaca que estaba en la parte opuesta á Magnolia, cuando ésta le dijo: - Oiga us d, Jovellanos, no se moleste buscando asiento que aquí en el sofá cabemos los tres. Al mismo tIempo dejaba sitio á jovellanos, quedando 1 f ~ o - 131 - ella en el centro, jovellanos por un lado y Rambal por el otro. El joven sentose después de dar las gracias á sus ocupantes. En las actitudes de Rambal, un buen observador hubiera notado la desilución que le producía el manifiesto desamor de su novia, después que había conocido á jovellanos; en las de éste se percibía claramente la alegria de que estaba poseido. La Vizcondesita atendía á los dos en su conversación pero ponía más atención cuando conversaba con jovellanos que cuando lo hacía con Rambal. ¡ Ahl- ¿ pero no saben ustedes como me he instalado en primera y he conseguido empleo también?- interrogó jovellanos á sus amigos. Me había olvidado decírselo á ustedes, los únicos amigos que tengo aquí; pero después de todo- prosiguió éste sonriendo- soy algo tonto, pues ¿ qué les puede importar á ustedes lo que me sucede á mí? - Por Dios, jovelJanos- contestó la Vizcondesita ¿ tan mal nos juzga usted que cree no nos interesa lo que le suceda á usted? Por mi parte, se lo digo francamente: más que como á un simple conocido, le míro á usted como á un amigo de siempre, casi como á una familia. Agradecido, Magnolia. Yo solo deseo que sienta usted por mí la cuarta parte de la amistad que yo siento por usted. A todo esto, Rambal no había hablado ni una sola palabra y demostraba tan mal humor, que jovellanos no tardó en advertirlo. , - Por Dios, Sr. Ramba'l, ¿ qué le sucede á usted? Parece que está de mal humor, ó ocaso ¿ es que se siente usted algo mareado?- terminó jovelJanos envolviendo su pregunta en cierta dosis de ironía. i 1 IJI ! o - 132- Rambal, que estaba abstraído en sus pensamientos, pareció despertar de pronto y contestó: - No, mareado nó; pero no se que me sucede esta noche, pues me duele la cabeza horriblemente. - Vaya, hombre- repuso Magnolia- eso se te pasa acostándote un rato. - Pues con el permiso de todo ustedes, voy á cumplir tu indicación. Conque, hasta mañana- terminó despidiéndose de todos. - Hasta mañana. Que eso no sea nada- le contestaron. Rambal se retiró y la conversación volvió á generalizarse, formando grupo aparte, por la situación en que estaban, Magnolia y] ovellanos. - Vaya, ahora que podemos hablar con más libertad, ¿ quiere usted contarme lo que le ha sucedido, para que vea que yo me i~ tereso por usted?- dijo la Vizcondesita recalcando estas últimas palabras. Jovel/ anos la miraba fijamente á los ojos y después de un suspiro que tenía algo de sollozo, la refirió su conversación con M. Chandren y que según le había dicho el ingeniero, le parecía que pronto haría fortuna allí, trabajando desde luego. - Digame, Magnolia,- Ia interrumpió ¡ ovellanos en voz baja yapa ionada-; ¿ usted no se enfadará si la hago una pregunta? - Puede usted hacerme las preguntas que gustecontestó la Vizcondesita ruborizada. - ¿ Es cierto que es usted prometida de Rambal? - Cierto- contestó Magnq/ ia vacilante,- pero ¿ por qué me pregunta usted estas cosas? Jovellanos, después de un momento de silencio, murmuró tristemente: I • - Es verdad. ¿ Por qué le pregunto yo ésto, pobre de - 133- í? Perdone usted, Magnolia, mis estupideces y cambiemos de conversación. - ó, si no es e o - contestó '\' la nolia vivamente' Usted no me ha comprendido, pero... pero digame: ¿ por qué me hacía u ted esa preguntas? - Se lo voy á decir sinceramente, pero lo único que e ruego e que no se ría de mí; le hacía esas preguntas porque perdí Uf momento la noción de las cosas, y olvidándome de lo que omo, creí poder aspirar á usted. Perdóneme' la ilusión del ambiente en que estamos me habia trastornado. - No tiene usted nada de que arrepentirse. Además < le su modestia le hace ver la cosas de distinto modo que á los demás; porque tenga usted en cuenta que es un ingeniero, un hombre de carrera, de porvenir. - Eso y nada es lo mismo; voy á probárselo á usted. Si yo fuese hoy un hombre poderoso, un millonario inmenso, que dejase el resplandor del oro y del poder á mi paso, yo le haría á usted el amor; procuraría por to< los los medios lícitos que usted me correspondiese, haría todo lo posible por que su pensamiento y su corazón fuesen míos, ó de otro modo, si usted en vez de er rica y Vizcondesa, con un brillante porvenir, fuese usted la más infeliz de las mujeres, también procuraría hacer lo ntismo y..... sin embargo, ¿ valdria más de lo que valgo hoy? ó, valdría lo mismo, pero ya usted ve; hoy no me atrevo á decirle á usted una pequeña galantería, ni permito á mi alma la más pequeña expansión; la vida es una especie de paradoja, Magnolia; no hay quien la comprenda ó al menos, si la comprenden, pro-curan dejarla como está- terminó Jov no La Vizcondesita le escuchaba ~ · IWl! lli~~~~ miración por su conformidad)' ~ r~~ además le admiraba porqutfe am~~ if' 0 !.. - J34- de el momento en que le vió lanzarse al mar sin medir el peligro y sin otro pensamiento que salvar á la pequeña; le adoraba cuando oyó su voz, cuando empezó á medir la intensidad de sus pensamientos, la nobleza de su carácter; todo hizo que la amase con un amor profundo y verdadero; Rambal, ¡ bahl, Rambal, la vulgari-dad, la monotonía, lo de siempre; como Rambal abundan los hombres, como joveJlanos, de cien, uno. Además á Rambal eJla no le amaba, lo que hacía era no odiarle; había pensado casarse con él y quizás sería feliz, pero todo eso era antes de conocer á joveJlanos; su cariño á Rambal era, c ¿ ¡ lculo, un chico educado, rico, sin vicios, guapo, y dcmá , en cambio, su cariño á I jovellanos era romántico, con ese romanticismo que so- ~ bre todo las mujeres procuran ocultar y que escapa de ~ su alma á torrentes, con ese romanticismo tan combati-do y ridiculizado y que sin embargo es lo que las hace ser sublimes, lo que las hace ser ~ mujeres » . Una mu-jer sin romanticismos sería un absurdo, una cosa incon-cebible; no podría llamarse mujer. I Todas ellas, unas más y otras menos, son románticas aún sin querer. En cada revolución ó movimiento instintivo de los pueblos hacia la libertad, hay un ente grotesco que se aprovecha de ella par
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Calificación | |
Título y subtítulo | Despojos sangrientos |
Autor principal | Mederos Rodríguez, Antonio |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Tenerife |
Editorial | Imprenta Molowny |
Fecha | 1930 |
Páginas | 289 p. |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 8578783 Bytes |
Procedencia | Universidad de La Laguna. Biblioteca |
Texto | CJJespojos O- ~ sangrientos Despojos sanUlientos POR Bntonio MI~ eros ~ o~ ríDuel SANTA vRUZ DE TENERIFE 1930 ~ f :> j · . B J !.. Es propiedad. Queda hecho el depósito que marca la ley. Reservados todos los derechos. Copyright By Antonio Mederos Rodrfguez.= 1930. A mis queridos é idolatrados padres, con todo el cariño de un corazón, que cada latido es un torrente de ternuras y cariños para ellos. t , 1 Era una mañana triste y opaca. Inmensos nubarrones gravitaban sobre la ciudad, como si quisieran aplastarla con su peso. Los pájaros habían enmudecido sus alegres gorgojeos; parecían atemorizados por el adusto aspecto de la naturaleza, tan en contraposición con la alegría de otros días, en los que todo parece sonreir á nuestro alrededor. En esta citada mañana, apesar de toda su tristeza, había, sin embargo, un joven, rebosante de alegría y optimismo, sin otros pensamientos que pasar la vida lo más alegremente posible, y poseer el corazón de la joven á quien adoraba, con todas las ilusiones de sus veinticuatro años. Ahora trataremos de explicar á nuestros lectores, quienes son estos personajes. Él lIamábase Fernando ] ovelJanos Melgado, vivía con su padre Don Francisco y su hermanita María del Rosario, agraciada nena, que en la actualidad contaba diez y seis lozanas primaveras, habiendo tenido la desgracia de perder á su querida madre hacía ya cuatro años. Esta familia pertenecía á la clase, pudiéramos decir, opulenta, de la ciudad. Don Francisco tenía en Madrid un corredor de bolsa en el que tenia puesta toda su e eali a operaciones importantísi ta a- - 10- lores, teniendo la suerte de ganar casi iempre; poca, muy pocas veces, le abandonaba la suerte, y perdía, pérdidas de poca importancia, de las que se resarcía al poco tiempo. Con las ganancias en las operaciones de la Bol a y otros negocios que, por sí, empr Ildía Don Francisco, le bastaba para vivir en grande, con cierto lujo, pues á ninguno de los de la familia le gustaba derrochar en balde, y para engrosar su fortuna con aportaciones con tínuas, desde luego unas veces más copiosas que otras. Fernando había cumplido sus deberes militares, habia terminado con gran aprovechamiento el bachillerato, en el que abundaban las notas de sobresaliente y matriculas de honor, pues jovellanos era muy aficionado al estudio, llevando también con gran aprovechamiento la carrera de ingeniero, en la cual llevaba ya cuatro años, distinguiéndose en la Univer idad por su amor al estudio, lo clIalle valía el aprecio de sus profesores y amigos, sin de pertar la envidia en ninguno de sus condiscípulos, debido á lo afable de su carácter. Fernando había salido juicioso para todo; no le gu taban las juer ras ni los escándalos, cosas á las que es muy aficionada la juventud, acompañando de vez en cuando á us amigos en las francachela , por complacerlos, casi contra su propia voluntad. La familia de ] ovellanos sostenía gran ami tad con otra familia de su clase, la cual componíase de Doña Carmen González Romero y su hija Dolores, huérfana ésta de padre, pues ei autor de su días abandonó e te mundo apenas su Loló, como él la llamaba, cumplió los dos años. La muerte de Don Francisco Mola, que así se llamaba, sumió en un profundo dolor á su e posa, la que fué fiel á su memorJa, no contrayendo segundas nupcias, 11 apesar de sus pretendiente, pues hay que advertir que Doña Carmen era muy guapa y muy atrayente. Dolores era un ejemplo de bondad y hermosura; sus únicas ambiciones no eran · otra que jóvellanos, en el cual se cifraban todos sus sueños; le amaba tanto que ~ u alma cándida é inocente se extremecía de emoción cada vez que, con júbilo, le recordaba. esta joven era la que amaba Fernando, pero no era este 010 el que había puestos sus ojos en la preciosa jovencita. La v rdad es que ésta atraía á los hombres con su sola presencia, corno la luz atrae á las simples mariposas nocturnas. , Dolores era rubia, de ojos grandes y azules, que al mirar parecían fundirse en un pedazo de cielo; su cu po era esbelto y elegante, sus senos comenzaban á aparecer dejándose adivinar, á través de las sedas y encajes de sus vestidos, caderas bien formadas, piernas ni muy gruesas ni muy finas, y unos pies menuditos completaban á aquella mujercita adorable, amén de las fincas rústicas y urbanas que poseía como herencia de sus padres, puesto que lo de su madre también sería suyo, pues era, como antes decíamos, hija única, poseyendo también en metálico una fortuna nada despreciable. Con todas estas cualidades, como nuestros lectores podrán lógicamente suponer, no le faltarían á Dolores pretendiente ; y que la pretendía cada zángano, que ante de llegar ya se oía el zumbido. Pero ella, inocente de la mayoría de las miserias humanas, solo tenía ojos para jovellanos, que por lo pronto le pagaba con la misma moneda. Había otro joven enamorado de Dolores, como un loco, pero con un amor oculto, que ahogaba n el fondo de su corazón. - 12- L1amábase este joven Carrel y vivía con su madre Doña Josefa Gómez, trabajando en una oficina para sustentarla, pues eran pobres, no teniendo más patrimonio que la casa donde vivían aunque desde luego con el trabajo de Julio nunca faltaba nada, á él ni á su madre. Apesar de la distinta posición social en que ambos vivian, Fernando Jovellanos y Julio Carrel eran intimos amigos; casi desde pequeños, quizás la misma ideologia que de la vida profesaban ambos, lo unió en tan íntima amistad. Nunca tuvieron secretos el uno para el otro, existiendo entre ambos, como acabamos de decir, una completa intimidad. Asi un día hablando de diferentes cosas, Jovellanos confesó á su amigo que estaba locamente enamorado de Dolores, que ella [ e correspondía y que pensaba casarse y ser feliz con ella. Carrel sintió un agudo dolor en el corazón, tan agudo que le hízo llevarse una mano á la noble víscera, pero ni un solo músculo de su rostro se contrajo; solamente un pequeño estremecimiento fué la única prueba externa de su dolor. u alma estaba ya templada para todos [ os sufrimientos; de pué de haber perdido á su padre y á un hermano mayor que él, se había aco tumbrado á recibir los golpes del destino con resignación. Por de pronto, germinó en su mente la idea de disputar á Fernando aquella mujer que é[ . amaba también; pero se comparó con su amigo y comprendió que saldría derrotado; él, pobre, ] ovellanos rico; él, simple empleado, su amigo con la carrera de ingeniero; él, casi ignorante de las dotes precisas para convencer á una mujer; el otro, conocedor del mundo y de las mujeres, que ~ n sus principales componentes. • - 13- En vista de su reconocida impotencia y dada la amistad que sentía por Fernando, decidió en unos cortos instantes ahogar en su pecho y para siempre, aquel amor que tan enhoramala nació en él. El noviazgo de Fernando y Dolores seguía viento en popa, como vulgarmente se dice; el uno cada vez más enamorado del otro, solo pensaban en amarse y ser felices. Carrel sufría y callaba. Mientras su corazón destilaba gotas de sangre y de fuego, su rostro sonreía, fingiendo indiferencia ante los demás. ¡ Oh! cuantas veces al pasar forzosamente por delante de la casa de Dolores, pues él vivía al final de la misma calle que ella y la oficina donde Carrel prestaba sus servicios se encontraban en una calle transversal dos ó tres casas antes de la de Dolores, de modo que tenía que pasar obligado por delante de la casa de Dolores, Ó dar un rodeo largo por otras calles. Muchas, muchísim s veces, al salir de su trabajo á las diez ó las once de la noche- pues Carrel trabajaba por las noches accidentalmente-, ó sea cuando tenían vapores que despachar y pasar frente á la ventana donde ) ovellanos enamoraba con su novia, procurando pasar embosado en su gabardina. no queriendo que le conociesen, en una de esas noches de primavera, esas noches de Mayo en la que todo es amor y poesía á nuestro alrededor, en la que la naturaleza plácida duerme, como henchida de placer, en que en el ambiente impera un aroma embriaO'ante de nardos y claveles. Una de esas noches en que no se oye más que el murmullo arrullador, drlos mil insectos nocturnos que cantan en sus madrigueras, y entre las flores, como enviand una acción de gracias al Supremo - l de aa belleza; á esa hora, en que IU~ JlJ~~(;~~~ iii J I ! 14 ja caer su argentados rayos plateados sobre la ciudad, y que atravesando el espeso boscaje de los árboles, parece dibujar figuras y arabescos en el suelo; á esa hora, repito, Carrel pasaba oyend solamente el rumor que produ en lo enamorado al hablar, interrumpido por el cha quido fugaz de algún be o lleno d candor. que no pudiendo retenerlo en su labios, buscaba salida al encontrarse con los de Sil amant . Carrel sentía latir su ienes con má fuerza, cegán-dole la sangre y haciéndo elo v r todo rojo, el demoni de los celos. , PEN5RJYlIENTO Todos los medios son buenos y lícitos cuando el fin es hu-mano. .... JI Así las cosas, Don Francisco llama á su despacho á ~ su hijo Fernando y con rostro preocupado le dice, de - I pués de unos instantes de silencio: : J - Fernando, hijo mío, no he querido decirte nada i hasta hoy, pero ya no puedo ocultarte por más tiempo ~ la mala Iloticia. Te he llamado para eso, para darte una : J mala noticia. - ¿ Qué mala noticia es esa, papá?- interrumpió el joven no creyendo tendría la importancia que su padre le daba. - Pues la noticia es que estamos arruinados- y el anciano después de estas palabras, como abrumado por el peso de su desgracia, dejó caer la cabeza, triste y meditativo, sobre su mano. Fernando algo se alteró pero, aún todavía no creyó tan inmensa su desgracia. - Pero ¿ arruinados totalmente ó alguna mala operación de García, nuestro corredor de Bolsa? - T~ do ha venido junto- exclamó desesperado Don Francisco- García en menos de dos meses ha perdido en la Bolsa dos míllones ochocientas mil pesetas, y aho-ra acabo de recibir un telegrama urgente, comuni ndome que los apoderados y consejeros deJ.-. lB3J~-~~ Pb'{ J/ Ibero, han desaparecido dejando - 18- ochenta y tres millones de pesetas. Como nosotros teníamos toda nuestra fortuna en ese Banco, comprenderás ahora nuestra desgracia. - ¿ Pero no nos queda ab olutamente nada? interrogó Fernando. - Sí, 110S quedan apena treinta y dos mil pe etas que tenía en el Banco aquí, la casa y nada más; para vivir do ó tres meses tenemos, pero ¿ y después? concluyó Don Francisco. - Bueno, papá- dijo Fernando después de pensar unos cortos momentos, durante lo cuale había trazado in menti, un plan de conducta á seguir- con ponerno así no adelantamos nada, tenemos que revolvernos y ver el modo de conjurar la terrible tormenta que se nos viene encima con una rapidez desconcertante, con esas pesetas que tienes aquí- prosiguió Fernando- hay para vivir unos cuantos meses, empezaremos por despedir á la servidumbre, no dejando más que á Francisco y á Juana, encerraremos el coche mientras 110 se trabaje con él; así es que lo mejor que puedes hacer, querido papá, es tranquilizarte, que todo e arreglará del mejor modo posible. y como mismo habían pei1 ado y decidido, lo hicieron. Don Francisco habló á la servidumbre, diciéndole en parte lo que pasaba, y que en vista de aquellas circun tancias se veían obligados ¿ prescindir de sus servicios. " res días pasaron en una especie de modorra, como si todavía no hubíesen salido de la impresión que su desdicha les había causado. Pero pa ado este corto lapso de tiempo, el carácter de Fernando se sobrepuso, y decidíó, después de mucho pensarlo, intentar rehacer su fortuna, con su propio esfuerzo. - 19- Al acabar de cenar, cuando estaban tomando el café y después que su hermanita se había retirado, hábló á su padre en estos términos: Papá,- he pensado una cosa. - ¿ Qué cosa?- preguntó Don Francisco sin ganas de hablar, debido á la depresión moral de todo su ser. - Pues he pensado- continuó Fernando- que yo debo trabajar por ustedes, por usted y por Maria, por los do seres que más quiero en el mundo; yo soy joven y i Dios me ayuda, no tardaré en rehacer nuestra fortu-na. - Pero, hijo mío; ¿ tti crees que una fortuna se hace asi como así y trabajando? No lo creas. Para hacer una fortuna se nece~ itan muchos año de trabajo y mucha suerte, pues hay quien está trabajando sin cesar toda su vida sin llegar á agenciar nada, ganartdo ro suficiente para ir viviendo, y además aquí ¿ en que vás á trabajar tú que no has trabajado nunca? - A la fuerza ha de ser aquí? contestó Fernando. ¿ No puedo yo embarcar como otros muchos, para la joven América, que siempre está ansiosa de brazos jóvenes que vayan á fertilizar sus vegas inexploradas, ó bien á extraer las riquezas de u , uelo virgen, á impulsar sus adelantadas industrias, á acreditar su comercio poderoso ó á dedicarme á otros muchos trabajos y actividades? El joven hablaba con firmeza, con una firmeza que brotaba del fondo de su alma que ahora vibraba bajo los impulsos de las primeras emociones en la lucha por la vida. - Además, Fernando, ¿ y tu carrera con el poco tiempo que te falta para terminarla? - Ya ve usted, papá, como no hay más remedio. Mi carrera ya terminaré, cuando pueda, las asignaturas que me faltan. Las aprobadas me servirán para siempre; así .~ I ! o - 20- s que cuando varíe nuestra situación procuraré terminarla. - · No me convenzo contestó el anciano- no quiero consentir que tu vayas á sufrir las desdichas sin cuento que sufren los emigrantes, y que lo mismo puede ayudarte la sllerte que abandonarte. Lo mejor es bu. car otra solución menos dolorosa. - No me abandonará la suerte, papá- contestó Fernando- el corazón me dice que venceré todos los obstáculos. - ¿ Y tu novia, hijo mío?- pues me consta que la quieres. - Psch, en cuanto á Dolores, esperará; no le quepa la menor duda. Además, yo antes de embarcarme hablaré con ella y si en último caso no se conforma, que haga lo que quiera. - ¿ Quieres hacerme creer que no la quieres?- interrogó Don Fernando creyendo que su hijo se sacrificaba. - ' o, nO,- contestó con viveza Fernando,- Io que quiero decir es que si de ' pués de confe ar que voy á buscar fortuna, á luchar por ustedes y por ella también, no esp" rase ó lo tuviese á mal, mi cariño hacia Dolores de aparecería al momento, pero no pensemos en eso sino en lo que le he dicho; dentro de OCllO días sale un buque para Méjico, New York y Habana. En ese saldré. - Pero... ¿ por qué téln de prisa?- interrogó anoustia, do Don Francisco al ver que su hijo estaba decidido á embarcarse. - Estas cosas, papá mio, cuanto más pronto se hacen, tanto mejor salen, pues como dice no se que filósofo, un error en la vida se puede subsanar, pero un instante que se pierda, ese no se recobra jamás; así es que hasta luego, papá; voy á ir disponiendo el viaje., Por lo - 21- pronto- añadió monologando en voz baja- iré á dar la noticia á Dolores, á ver como la recibe. Pobrecita, con h> buena que e , pero no hay más remedio. Que le vamos á hacer- erminó- de aho ' ando su pecho con un profundo suspiro. Don Francisco, agobiado, se dejó caer sobre una silla cargando su cabeza sobre su mano. En esta posición permaneció más de media hora, sufriendo la amargura de ver que su hijo se marchaba á tierras desconocidas, expuesto á todos los peligros á que conduce la inexperiencia y á todas las dezasones de estar separado de su familia. Don Francisco creía no poder resi: tir estos golpes de la adversidad; un nudo estrechaba su garganta, por donde querían salir, sin poder, los sollozos que se ahogaban en su pecho. De esta situación sacole su hija, que con voz dulce y cariñosa le preguntaba si no se iba á acostar todavía. - Ya voy, hija mía, contestó Don Francisco levantándose, míentras por sus mejillas discurrían intensos lagrimones, efecto del amor paternal, que sentía por su hijo. f ::> i~ J I! J J ! LA VIDA A mi querido é inolvidable amigo José Blanco ánchez, en recuerdo de nuestra inextingible amistad y de las alegrlas y soeresaltos pasados y por venir. En el mar de los ensueños perdido, el pensamiento vaga sin cesar, mientras el corazón, adormecido, marcha veloz, en busca del ideal. El incauto, juguete del destino, cuando más cerca cree su ilusión, una ráfaga le hace ver su sino. que al infeliz le destroza el corazón. Así ciegos. torpes é ilusionados, como furias del aVerno Van por senderos inciertos, extraviados, tenebrosos, horribles y malvados, que con el tiempo les transformarán en despojos humano fracasados. 111 Antes de pasar adelante vamos á dar á conocer á nuestros lectores una interesa'! te familia que jugará un papel importantísimo en el transcurso de esta obra. Componíase esta familia de un matrimonio y dos hijos, ó, más bien dicho, un hijo y una hija. El padre, Don Florencio Renovales Díaz, honrado propietario, que vivía feliz hasta la fecha, en unión de su esposa Doña Adela Gómez Roque. Ambos se querían mucho, más aún, se adoraban; no tenía el uno un deseo ó un capricho que no fuese satisfecho por el otro al instante y los dos querían entrañablemente á sus hijos, procurando educarles en el ambiente de paz y tranquilidad que hasta entonces les había acompañado. Pero Justo y Mercedes, que así se llamaban sus hijos, no aprovechaban para nada las saludables lecciones y los buenos consejos de sus padres, resultando incomprensible que criados en el seno de una familia tan cristiana y educados por aquellos padres, tan buenos y cariñosos, se tergiversaran de un mo a os sentimientos de aquellos hijos, e s de sus padres debieron ser. - 26- Es incomprensible, y sin embargo es así, como más adelante se enterará el lector; si no se cansa, de seguir esta verídica historia. Esta familia sostenía íntima amistad con Doña Carmen González y su hija. Los hijos de ambos eran al principio amigos también, pero debido á la diferencia de sus caracteres, la amistad de estos últimos habíase ido enfriando paulatinamente, hasta que en muy poco tiempo no quedaban sino los rescoldos de .1queIla amistad No podía avenirse, de ningún modo, el carácter dulce y bueno de Dolores, con los caracteres malos y agresivos de Justo y su hermana. IV que juegos los de aquellos dos angelitos! Vamos á dar á conocer algunos á nuestros lectores para que puedan hacerse cargo de la maldad de estos. Si bajaban al jardín, su entretenimiento era coger los pajarillos y sacarles los ojos, ó bien romperles las patas y otras mil crueldades. Otras veces cogían por su cuenta á un pequeño sirviente que tenían, hijo del jardinero, y le maltrataban sin piedad, apedreándole ó dándole puntapies y palizas enormes que el infeliz sufría resignado por cariño á sus dueños y por no perder el pan, pues hay que advertir que Don Florencio y Doña Adela trataban muy bien á su servidumbre y la retribuían mejor aún. Así fueron creciendo estas dos criaturas, que ya eran un hombre y una mujer, aprendiendo todo lo malo, rechazando todo lo bueno, embruteciendo su sensibilidad, cerrando su alma para todo aqudlo que no fuese satisfacer sus apetitos. En el fondo de la diversidad de caracteres entre est hijos y sus padres, habría material, sin duda, para escribir un tratado de psicología, pero por una parte o - 27- no quiero cansar á mis favorecedores y por otra no tengo la seguridad de salir airoso en el difícil cometido de psicólogo; así es que lo dejaré por ahora. Quízás, corriendo el tiempo me atreva á ello. Aqui solamente daré por sentado que de dos padres amantes y cariñosos salieron dos hijos depravados, sin amor y sin cariño para nadie y muy capaces de todo, por satisfacer sus caprichos. Ahora describiré como iban creciendo estos dos sujetos, especialmente Justo. Creo haber dicho anteriormente que los padres de Justo eran ricos, pero apesar de esto y con la sana intención de hacer de su hijo un hombre de bien, le entregaban poco dinero, relativamente, para sus diversiones, pues sabían demasiado que entregando mucho dinero á un joven hoy, se hacen más fáciles sus extravíos. Pero Justo necesitaba dinero, quería divertirse á espaldas de sus padres, naturalmente, pues comprendía que de enterarse éstos, le serian más difíciles sus diversiones. Además, como ya Justo era un hombrecito, sus padres le concedían más libertad; ya si volvía á las once ó las doce de la noche á su casa, no le reñían como cuando era más pequeño. La ó las noches que les pedía permiso para ir al Teatro ó al Cine, apenas traspasaba los umb les de la puerta de su casa, corría en busca de sus amigotes y se estaba de juerga hasta la una ó las dos de la madrugada, hora en que volvía á su casa, entrando despacio y de puntas de pie, cuando la juerga no había traspasado los límites de lo prudente y la borrachera le hacía tropezar con los muebles y demás objetos. Procuraba no hacer ruído y no se atrevía á encender la lámpara eléctrica, acostándose á obscuras y quedándose dormido, j ! J ! o \. - 28- hasta muy tarde, tan tarde que asombraba á su madre, de tanto dormir, pues ella le suponía durmiendo como un bendito desde las nueve ó las diez de la noche. Muchas veces sus padres no le sentían llegar por encontrarse dormidos, otras no se ocupaban de mirar en el reloj la hora que era y otras creían que alguno de sus hijos se había levantado para algún quehacer necesario. Los padres de Justo tampoco se ent raban ni casi podían enterarse de la vida que llevaba su hijo, pues de las amistades de este, la mayoría no lo sabía; y los que .. estaban enterados suponían muy fundadamente que su seriedad desmerecería con ir á llevarle cuentos de su hijo á Don Florencio, además que éstas eran muy pocas, pues las diversiones á que Justo se dedicaba, no era fácil que nadie se enterase, de las relaciones de su casa. calcule el lector quien iba á verle á las doce ó la una de la madrugada, emborrachándose como cualquier degenerado, de las bebidas más diversas y más repugnantes al paladar, pues lo mismo se apuraba una aristocrática copa de espumoso champang en el Cervantes, que un vaso de vino tinto en casa del Chacaronero, ó una copa de ag ardiente en cualquier bodegón de paredes mugrie y llenas de grasa. Esto dependía del estado de su b ilIo. Yo no me explico por que será, pero el hecho es que el dinero entra en nuestro bolsillo, Dios sabe á costa de cuantos trabajos y privaciones. Ahora para salir, lo hace con una facilidad pasmosa que me asombra; parece que se derrite dentro del mismo. Luego medios borrachos ó borrachos del todo, se encaminaban entonando canciones báquicas y desordenadas, la mayoría de las veces inmorales, á las casas Non Sanctas, donde estaban recluídas, con su eterna melan- - 29- colía, eterna y triste, esas infelices mujeres, cuyas supremas ansias consisten en beber el alcohol necesario para embotar su cerebro, y de este modo no acordarse del pasado, que siempre es para ellas una pesada cadena de recuerdos. Allí las arroja la cruel y ciega sociedad que sin embargo consiente en su seno... ¡ tente, tente pluma!; esta sociedad absurda, que en lugar de proteger á esas mujeres desgraciadas, sin el apoyo de nadie en el mundo, lo que hace es empujarlas cuando se hallan al borde de ese abismo sin fondo llamado prostitución. • UN RECUERDO Querida R..... Me dijiste que te agradaría ver, en esta mi primera producción literaria, algo que te recordara para siempre aquellos dios. Yo te lo prometí. - Espero serás discreto- me dijiste poniendo tu carita como asustada. - Mujer, ni que no me conocieras- te contesté riendo. - Tienes razón,- me dijiste llena de confianza. Voy á pone, como recuerdo el primer momento de nuestro pasado idilio. Lo tengo tan presente, como si acabase de sucederme ahora mismo. Bajaba yo, serían las doce de la noche, poco más ó menos por cuando antes de llegar, frente á tu casa, distinguí tu figura de mujer, en la ventana, inmóvil, pero no te conocí hasta / legar á tu frente. - Buenas noches, caballero- oí decir con voz semi- irónica. - Oh, buenas noches, preciosa, te contesté tendiéndote mi mano. Nuestras manos se encontraron y tu apretaste la mio con fuerza; yo ví algo extraño en tus ojos que ardían. - Si tu supieras R...... lo que yo te quiero,- te dije por decir algo- y tu á mí nada. - ¿ Tú que sahes?- me contestaste. Si tu ~ e quisieras oIgo, ¿ sabes lo que harías? Darme un beso ahora mismo- le dije audazmente y sin creer que fuese satisfecha mi petición. Pero entonces tú, con los ojos encendidos, sin pensar que alguien podía pasar y vernos, ni en nada, cogiste mi cabeza con tus manos y fuiste acercando lentamente tu rostro al mío; cuando ya estaban tan cerca que casi se rozaban nuestras epidermis, inclinastes mi cabeza un poco hacia la derecha y se unieron nuestros labios, se fundieron nuestras almas en un beso ansioso y largo, muy largu, interminable. ¿ Cuanto tiempo vibraron nuestros corazones al unisono i1 1 1 ! o - 32- en la pasión de aquel beso? ¿ Cuanto tiempo respiramos el mismo aliento? Yo no lo sé; tú,..... creo que tampoco. Lo primero que recuerda mi mente, después de aquella ráfaga de locura amorosa, es que sin saber cómo ni por qué, nos encontramos con las caras juntas y los ojos fijos en el cielo; el cielo más hermoso que yo recuerdo haber visto, todo cuajado de rubis y zafiros, tililantes. De pronto una estrella corrió por todo lo ancho del firmamento, dejando una roja estela de fuego. En este momento se encendió una luz y se oyeron pasos en una habitación contigua. Vete pronto; mañana por la noche vienes y te estás en la esquina hasta que yo te haga señas- me dijiste rápidamente. Yo, casi inconsciente, segui por para abajo. Después de unos cuantos pasos, noté que un líquido tibio discurr{ a por mi mentón. Saqué el pañuelo del bolsillo y lo empapé. Al retirarlo, vi que estaba salpicado de manchas rojas. Era sangre. La huella de tus dientes quedó impresa en mis labios. Luego ya tu sabes lo que pasó; gozamos lo indecible, hasta que sin violencias ni disgustos, en ninguno de los dos, nos fuimos apartando, poco á poco, y ya hoy, de aquellos dios de gozos é ilusiones, solo queda una amistad sincera y el recuerdo. ¿ Borrará ambas cosas el tiempo? Yo creo que no. Ochenta, noventa ó cien años que vivamos, no serán lo suficientes para borrarlos. - AdiosR...... IV Apenas Fernando ] ovellanos salió de su casa se encaminó á casa de su novia. ] ovellanos marchaba con la cabeza baja, reconcentrado en sus propios pensamientos; él no creía que Dolores fuese á dejar de amarle solo por el hecho de ser pobre. - No, no, se decía- aquel ángel no puede obrar de esa manera. Por fin llegó bajo la ventana de Dolores, que estaba cerrada. El joven silbó de un modo particular, á cuyo sonido no tardó en aparecer su novia. - Buenas noches, prisionera- díjola Fernando apenas la vió. - Muy buenas, carcelero- le contestó ella con una sonrisa encantadora. Después de este corto saludo, ambos se quedaron mirándose á los ojos, silenciosa y fijamente. ¡ Qué de cosas se decian estos dos enamorados en sus miradas tiernasl jQué de juramentos y promesas solo con mirarse! iY 10 que gozaban el10s con estas miradas largas y fijasl Les parecía estar en las region píricas, en otro mundo distinto del nuestr~ ~~~~~ - 34 - á la realidad cuando su vista comenzaba á cansarse de tanto estar fija. Siempre la materialidad en oposición á lo espiritual. Después de esta contemplación, muda y extática, Jovellanos acordase de su situación, y pensando en el objeto que le había llevado hasta alli, una amarga y triste sonrisa se inició en sus labios. Antes que nada- prepárate para recibir una mala noticia- fueron las primeras palabras con que principió Jovellanos la conversación, decidido á contarle á su novia lo sucedido. - ¿ Una mala noticia? ¿ De qué se trata?- interrogó Dolores. - Si; una mala noticia que quizás vaya á decidir mi vida, encaminándola por otros senderos de los que hasta ahora ha llevado. Dime, Dolores- prosiguió Fernando- hablando serio, si yo me volviese de pronto en un infeliz, un desheredado de la fortuna, ¿ Me querrías siempre? Piensa bien la contestación. La joven comprendió que algo grande le pasaba á jovellanos cuando le hablaba de aquel modo, pero ella, aunque fuese un pordiosero, le querria lo mismo. Ella solo quería casarse y vivir con un hombre como Fernando, valiente, que le serviria de amparo; cariñoso, que le resarciria de la falta de los cariños paternale ; romántico, como también era él. Lo demás poco la importaba. Un día habíale dicho hablando de su futuro matrimonio: Cuando nos casemos, nos marcharemos á vivir los dos, solitos, para podernos querer inmensamente, sin estorbos, para, al obscurecer, los. dos solos, en nuestra habitación estrechamente abrazados, hablarnos al oído, como si temiésemos que nos oyesen y besarnos en la - 35 - obscuridad, para saborear mejor nuestros besos. Esa es la vida que yo ansío, Dolores, mi vida. Esto habíaseio dicho, con una mano de ella entre las suyas y mirándola á los ojos. Dolores se extremecia de emoción y solo pronunció una sílaba; solamente dijo: Sí; un sí indefinible, no sabemos si de aprobación, de interrogación Ó de ambas cosas á la vez. Lo que á ella no se le olvidó nunca fué esta prueba de romanticismo, tan raro en esta vida de miserias y materialidades. Luego le contestó: - Del mismo modo que te quiero hoy, te querré siempre, y lo mismo si fueses un pordiosero, un criminal Ó lo que sea, para mí serás mi único y primer amor; yo te quiero á tí, no se si me comprenderás; quiero á tu alma, quiero tu bondad, quiero tu interior; en lo demás, lo mismo me da una cosa que otra. Estas palabras tranquilizaron completamente á jovellanos, que le dijo: - Pues bien, escucha; mi padre, es decir, mi familia está completamente arruinada, nuestra fortuna ha sido enterrada en la quiebra del Banco Centro Ibero; así es que á mí.... ahora y.... no me queda más remedio que.... - No me asustes, por Dios,-- interrumpió ella. ¿ Qué piensas hacer? - No tengo más remedio- continuó jovellanos- que embarcarme para América, obligado por las circunstancias, y si la suerte no me es adversa, rehacer nuestra fortuna en dos ó tres años, volver rico y pronto á casarme con mi adorada Dolores. Mira, escucha- prosiguió ¿ ste animándose á medo a que hablaba- tú aún eres demasiado joven, yo también, así es que si tu me quieres del modo que dices, no te importará nada esperar- - 36- me dos ó tres años; yo no te olvidaré ni un solo momento, te lo juro, pues ya sabes que te quiero de una manera loca, te quiero de un modo que tu no te haces cargo; la idea de perderte me aturde; la idea solamente de pasar un año sin uno solo de tus besos, sin oir tu voz suave y acariciadora que me hace estremecer de júbilo cada vez que la oigo, no cabe en mí, y no digo sin verte porque te estaré viendo siempre, no solo materializada en una reproducción fotográfica sino en mi alma, en mi pensamiento; te estaré mirando á todas horas, mi alma estará contigo siempre; más apesar de todo este cariño, no quiero hacerte ninguna indicación, así es que mañana espero tu contesta después que pienses lo que te he dicho. Dolores estaba triste; el anuncio de la partida de su novio habíale quitado el buen humor de antes. - No tienes que esperar á mañana mi contesta,- dijo Dolores- mi contesta ya te la he dado antes; te querré á tí solo; mi voluntad sería que no te embarcaras, Fernando, que vivieras aquí siempre,- á un gesto de élya comprendo, ya te conozco y sé que si has decidido embarcarte no habrá fuerza humana capaz de hacerte desistir, así es que te repito otra vez que solo tú serás mi esposo y te esperaré todo el tiempo que sea preci o; la esperanza de volverte á ver me ayudará á vivir. Y al decir esto, las lágrimas se deslizaban por sus mejillas cubiertas de arrebol. Fernando estaba emocionado; no sabía como expresar su gratitud á aquel ángel. - Además- prosiguió Dolores- no veo la necesidad de que te embarques, pues gracias á Dios soy lo suficientemente rica para que no casemos y podamos vivir sin que tengas que ir á América. Dolores dijo esto en último esfuerzo para ver si su - 37- novio no se embarcaba, con muy pocas esperanzas, pues desde luego ella esperaba que no aceptase. Con voz entrecortada por la emoción, jovellanos contestó: alla, Dolores, calla; solo Dios sabe lo que te agradezco esas palabras, pero no puede ser; mi nombre ha de flotar siempre en un ambiente puro y sin mancilla, inmaculado de todo acto bochornoso, como sería aceptar lo que tu me has propuesto. Dolores seguía llorando. jovellanos la miraba con emoción y respeto, pues sabido es que no hay nada que emocione tan dulcemente el alma de un hombre como dos gotas de rocío, que semejan dos perlas tililantes, en los ojos de una mujer hermosa. El hombre que ve llorar por él á la mujer que ama, siente unas ansias inexplicables, que se truecan en deseos irresistibles, de secar las lágrimas con sus labios, de estrecharla amorosamente entre sus brazos, sin el menor pensamiento sexual y murmurar muy quedo en sus oídos, frases de amor y de pasión. III . B ¡ I 1 Sigue tu camino ---- Al reputado médico cirujano O. José Sánchez Pinto, en prue9a de sincera amistad yagradecimiento. Noble en tu lucha con la muerte junto á la humanidad dolorida, que humilde y llorosa te suplica vida y entrega en tus manos su dolor y su suerte. Emociona y entusiasma el decidido verte hundir, en la carne putrefacta, 1 cuchilla, y ver la fé que en tus ojos brilla, cuando en médico el hombre se convierte. Sigue tu loable y apostólico camino sin dudar un instante, que Dios ó el destino premiarán tu bondad y altruismo, pues mientras trabaja abnegada tu mente, la corona de laurel que ceñirá tu frente la tejes con tu bondad, sin saberlo, tu mismo. v Ahora trataremos de narrar á nuestros lectores una de las primeras proezas de Justo Renovales, cuya familia ya hemos dado á conocer á nuestros lectores. Ya hemos hablado, ó más bien dicho escrito, algo acerca de las diversiones y la condición de Justo y su hermana Mercedes, diversiones que lenta y progresivamente endurecían sus corazones, haciendo nacer, por una rara coincidencia de caracteres, ideas perversas é idénticas en sus ju\ tfniles mentes. En este estado de cosas, una tarde Justo, su hermana y otros dos amigos, previo permiso de sus padres, marcharon á merendar, según manifestaron, á los alrededores del Hotel Quisisana. Justo era de si pendenciero y siempre tenia cuestiones y riñas con sus amigos, saliendo unas veces malparado y otras, las más, victorioso. Dado este modo de ser, no es de extrañar que antes de salir de la ciudad se hubiese peleado con los amigos con quienes había salido para la merienda. Pero como á ambos el enfado no les quitó las gagas de pasear ni de merendar, siguieron e nqu por distintos caminos. Los amigos de Justo, que no r d , hermano y una hermana, si 1er tem I! IJ o - 42- pensado Ó sea en dirección á las montañas del Quisisana y Justo y Mercedes decidieron tomar el camin de la Costa, ó sea por la Plaza de la Paz adelante. Sigámosles nosotros en su excursión y veamos hasta que grado llegaba ya su pervcr ión y el relajamiento de su sen ibilidad. Caminando los dos en compañía, siguíeron por la ca ta adelante. Después de dejar atrás las últimas casas, se encontraron algo lejos de la Capital. AIIi buscaron un sitio apropósito para merendar, haciéndolo tranquiianente. Cuando después de haber merendado se preparaban á regresar, divisaron cerca relativamente, del lugar donde se encontraban, en una hondonada del terreno, varias reses que pastaban bajo la vigilancia de un mozalbete, de estatura un poco menos que Justo. Este y su hermana se diri::: ieron al lugar donde se hallaban el pastor y las reses, no ocurriéndosele otra • cosa al maldito muchacho que montarse á horcajadas sobre ulla de queIlas reses sin permiso del pastor ni sin encomendarse á nadie, acuciado por su hermana, que, riéndose, le aseguraba no se montaría. En est' momento intervino el pastor para impedir Q que ju to realizara su propósito. - Eh, amiao, oiga, ¿ pero qué demonios va usted á hacer, hombre? l lada, que decía ésta que yo no me montaba en una de e tas vacas y yo le vo)' á demostrar que sí. ¿ Pero usted cree que un animal de estos es un juguete?- replicole el pastOr- o Esta señorita tiene razón al decir que usted no se montaría en la vaca. - Pues ahora me monto- tu lo verás- contestó terco Justo. - 43- Lo veremos- contestó el pastor acercándose con cara de pocos amigos. Mercedes se reía de la escena aquella que hubiera asustado á cualquier otra muchacha de su edad. Já, já, já; ¿ no te decía yo que no te montabas? Já, já, já; convéncete, como dice el mago- refiriéndose al pastortengo razón. Justo inició un ademán de saltar obre el animal. El pastor le asió de un brazo y le empujó haciéndole rettoceder vario pasos. Justo, lívido de ira, se acercó al pastor y dándole una fuerte bofetada, exclamó: Toma, así aprenderás á respetar á las personas. El pastor, rápido como el relámpago y antes que J usto acabase de decir estas palabras, descargó un formidable puñetazo en plena cara á su adversario que le hizo tambalearse. Justo retrocedió é inclinándose, cogió del suelo una piedra de regular tamaño que lanzó fuertemente sobre su enemigo, dándole con extraordinario acierto en medio de la frente. El pastor, aturdido por la pedrada, cayó hacia atrás Justo, preso de gran excitación, cogió otra piedra de enorme tamaño, con las dos manos, y la arrojó con todas sus fuerzas sobre la cabeza del infeliz. Era la piedra de tan gran tamaño y llevaba tal impulso, que al llegar á su destino se oyó instantáneamente un gemido sordo y un crugir de hueso espantoso, ' eguido de un pequeño movimiento de epiléptico. Después, nada; le habia destrozado el cráneo. Todo esto pasó, como el lector comprenderá, en menos tiempo del que se necesita para contarlo. Justo quedó inmóvil, como idiotizado; su hermana parecía aterrorizada; ninguno articulaba palabra. La Ii ::> i~ jiIJ 1 .! i Q - 44 - tarde se había obscurecido; una gruesa y negra nube, interpolando el astro solar, daba cíerto aspecto de luto y de tristeza á la tarde. y aquel reptil inmundo, contemplaba el cadáver del infeliz pastorcillo, que ningún malle había hecho y que con lo ojos muy abiertos y la cabeza manando abundante sangre, parecía decirle: ¿ Estás satisfecho? Este es el comíenzo de tu carrera, asesino; regocíjate en tu obra. J\ 1ercedes se había apoyado en un matorral cercano y sin pronunciar palabra apartó sus ojos de aquel cuadro de terror y muerte. Justo, pasados los primeros momentos, comenzaba á serenarse paulatinamente. Ya su cerebro comenzó á ordenarse, haciéndose cargo de su situación y no pensando más que en salvar su responsabilidad. Hacíase cargo de que nadie le habia visto, pues tanto los caminos que el/ os habían recorrido como aquel/ os lugares, estaban completamente desiertos, y en cuanto á su hermana, cal/ aría por conveniencia propia. Cada vez más sereno, se acercó al pastor para cerciorarse si estaba vivo ó muerto, pero apenas tomó el pul o del infeliz en sus manos, lo soltó, retrocediendo como si le hubiese picado una víbora. El cuerpo aquel estaba frio, y al contacto con él comprendió demasiado bien que aquella frialdad es la que deja á su paso la muerte. - ii Muerto!!-, exclamó con acento indefinible Justo. - Díos mío, huyamos de aquí- dijo su hermana apar-tando sus ojos de aquel/ os despojos sangrientos y pretendiendo retroceder por el mismo camino que había venido. - No, por ahí no,- dijo Justo deteniéndola- y ya lo - 45- sabes: de esto, ni una palabra, ni una silaba de lo que aquí ha pasado; no se ha de saber nunca nada, pues sería nuestra perdición. Si alguien nos pregunta que por donde hemos ido, diremos que por la orilla del mar. Vamos por aquí, anda. y tomando la dírección de la playa, alejárónse de aquellos lugares precipitadamente. Al llegar á la orilla dejaron restos de la merienda para poder demostrar que habían estado allí merendando, y para más indicios dejaron hasta una botella vacia. Más tranquilos, tomaron la dirección de la ciudad. Dejémosles nosotros en su camino, harto escabroso, moral y materialmente hablando, y volvamos á ver que ha sido de Jovellanos. f1 ~ iiI 1i ! o R / a mujer, solo por e/ hedlo de ser/ o, debemos respetar/ o; pero si es madre, nuestro respeto debe trocarse en veneración. ~ J ::> I~ i J IJ J ! o , • ' 1 jovellanos eparose de la ventana de Dolores, ebrio de amor, su pecho dilatado por la pasión que en él ardía, ensanchábase á la esperanza de un porvenir cerca-no y venturoso. . Ante , seamos francos, se hallaba un poco desalentado; ahora ya tenía por seguro vencer en la lucha que se le avecinaba. El joven comenzó los preparativos del viaje con un ansia febril. Su padre y su hermanita tenían para vivir sin pasar privaciones de ningún género una larga temporada, mientras él en América conseguía rehacer [ a fortuna que un día se halló en sus manos. El joven hubiese querido encontrarse ya en la tierra de promisión, que cuantas lágrimas de sangre habrá costado á los que á ella van, creyendo encontrar e[ oro tí puñados po r doquier. Los días que duraron [ os preparativos para el viaje, Don Francisco desmejoraba visiblemente, y cada día que pasaba, al levantarse, su rostro presentaba es de haber llorado. Sus cabellos habían emblanqUe~<: c~ i~~~~~~ t~ recio y erguido, se inclinaba h · r - 50- de su desgracia, como si ya ansiara descansar en la tierra que tanto tiempo le habia sostenido. En cuanto á su hermana, lloraba sin consuelo desde que le dijeron que su hermano se embarcaba. Acostumbrada desde pequeña á no separarse de Fernando, no cabia en su mente la idea de vivir sin verle á su lado. Fernando, al contemplar este cuadro, necesitaba mucha fuerza de voluntad para no desfallecer. Su padre aún todavia y sabiendo que era inútil, le acons jaba que antes de embarcarse e emplease en cualquier oficina de la Capital, que seguramente tendría colocación. Pero Fernando rechazaba por completo estos consejos, pues aparte de lo bueno que era, tenia un pequeño defecto- desde luego esto no es de extrañar, pues sabido es que todos los hombres los tenemos, en la opinión de los demás, como es lógico-, Fernando era orgulloso, no con ese orgullo necio y estúpido del que se figura un gigante, cuando en realidad es un pigmeo, era un orgullo digno que no admitía humillaciones de ningún género, pues si bien para los humildes era humilde y amable, para los necios, envanecidos de su propia vanidad, para los altivos, era altivo hasta más no poder; y como de quedarse en la ciudad trabajando tendria que humillarse, á alguno de' éstos á quienes había hecho frente con valentia, se negaba rotundamente á quedarse, aún con profundo pesar. Por su parte decía que donde antes había vivido rico, no podría estar empleado ahora, pues los mismos que antes se decian sus amigos y le adulaban, serían los prim ros en burlarse de él y hacerle blanco de sus mofas. En esto decíale Fernando á su padre- no me negarás que tengQ sobrada razón, pues ya sabes que uno de los - 51- defectos de este pueblo es la marcada tendencia que existe en la mayoria de inmiscuirse en la vida de los demás, censurando ó elogiando lo que á nadie le importa, pue las interioridades de cada uno, debemos los demás ignorarlas. ( Nótese que habla Fernando). El que le hablaba con el corazón en la mano, como vulgarmente se dice, era su amigo Carre!. - Tienes razón- le decía;- tú no debes servirle á nadie aquí, estaría bueno; tú debes, para trabajar, embarcarte. Sabe Dios lo que me cuesta decirte esto, pues te aprecio de verdad y siento separarme de tí, pero apesar de todo, reconozco que tienes razón, al no quedarte á trabajar aquí. No vaya á creer algún lector mal intencionado, que Carrel, dado su amor por Dolores, aconsejase á su amigo de esta manera con segunda intención, nó; pues desde el momento que se había convencido de la supr~ macia de su amigo, miraba á Dolores como una ilusión, pero oculta en lo más recóndito de su ser. Jamás pensó en aprovecharse de la ausencia de su amigo para él tratar de ver realizado su más grande sueño; esos pensamientos ruines no tenían cabida en alma noble y generosa. Todo esto no era debido sino á la gran amistad que los dos conservaban desde niños, pues se querían como hermanos más que como amigos. Tanta fé tenía Jovellanos en la amistad de Carrel, que un día le llamó aparte y le dijo: - Me marcho para América, como tú sabes, querido amigo; te encargo á mi pobre padre y á mi hermana; ellos por ahora no tienen falta de nada y espéro que, Dios mediante, no la tendrán. Pero apesar de todo esto, no dejes de ir por mi casa, una ó dos veces á la semana j ! J J ! Q 52 y. í acaso nece itan argo en lo que tu puedas servirles, sírveles, que algún dia Dios y yo te lo pagaremos. Te agradezco que te hayas dirigido á mi- le respondió Carrel aunque no 1abía nece ídad, pues ya tenía pensado 10 que tengo que hacer. Tú mar ha tranquilo que yo velaré por tu ca a, íre 110 todas la semanas, todo los día, y no será mene ter que tu padre me diga I que necesita, caso de 11 ce itar algo, que lo veré, y..... ne t díao más; a í es que embarca tranquilo y procura volver pronto y rico. 1 o esperaba menos de ti; Dío qui ra que algún dia te pueda demostr, r mi agradecimiento. j hl, otra cosa; no dejes de escribirme si ocurre aloa y hasta luego; ya pa aré por tu casa < Í despedirme. No, yo te acompañaré ha ta á bordo contestó Carrel hasta luego. La despedida emocionó mucho á ] ovellanos. Dolor s al desp dirse del joven, sollozaba. o me olvides le de ia- ya sabe que no tengo en el mundo , í nadie más que á tí. F. to lo decia delante de su madre in tratar de ocultar us lágrimas. pue ya ella estaba enterada de los amores de u hija. Adíó Oolores, no digo más pudo articular á dura pénas Fernando- mordí' ndose los labio fuertemente para impedir qll lo sollozo, que morían en u garganta sali en al exterior. Adiós murmuró Dolor s- y como ya eran demaiada emociones para u débil naturaleza, las fuerza la abandonaron y ca. ó de~ mayada en los brazos de su madre, qll algo sobr saltada la tendió en un sofá. El joven e acercó á ella tomándola el pulso. No es nada dijo á la madre ; un pequeño desmayo. Rodele la frente con un poco de vinagre ó agua fresca; man- - 53 de traer el vinagre,- si tiene ahí,- dijo el joven ya más tranquilo. - Voy yo misma por él contestó la pobre mujer saliendo apresurada en busca de lo pedido. El joven al quedar e solo junto á su novia desmayada, arrodillo e junto al ' ofá en el cual yacía Dolores y depo itó en sus pálidos labios un beso ca to de amor en el cual puso toda su alma de enamorado. La señora Carmen volvia, con el remedio pedido. seguida de la doméstica. Rocíele u ' ted la frente, como la he dicho- dijo Fernando - que pronto volverá en sí, entretanto yo me marcho para evitarle un nuevo disgusto. Adiós, señora Carmen, concluyó. - Adiós, hijo mío. que el ielo te guíe- conte tó ésta. Desde allí marchó Fernando á su casa, donde estaba su padre, su hermanita y su amigo Carrel. Fernando hacía ímprobo esfuerzos para aparecer tranquilo. No se aflija usted, padre decía Fernandoque antes de dos años estaré de vuelta. - No, si no estoy afligido- decía el pobre ancianopero no se que me pasa, tengo una idea aferrada aquí - y el anciano se llevó el índice á la frente. Me parece prosiguió, bajando la voz para que u hija no le oyese- que no te volveré á ver más. Aprehensiones suyas, papá, contestó el joven dirigiéndo e hacia su maleta y como iniciando un ademán de de pedida. • ~ i : J i ~. : J 1 i DESILUSIONADO • Por la ciudad, de grato y puro ambiente, vaga un alma rota por la desilusión; no llora, no suspira y apenas siente la dolorosa herida de su corazón. . El pobre infeliz, en su inconsciencia, no ama ya pero sufre por la ausencia del amor; todos los males los soporta con paciencia. más ¡ ay! parece flor marchita y sin olor. Por más que este extraño ser no suspira, un soIlozo profundo agita su pecho, y un misterio que no expresa mi lira, se presiente tras su corazón deshecho. Es un triste ser, con la voluntad perdida, que en un constante vagar por el mundo su alma despedazada y dolorida, busca descanso, un descanso profundo. rll En stc momento no pudo resistir más Don Francisco y le abandonó la entereza de que había hecho buen acopio. Ante aquel ademán de de pedida, el anciano exclamó: ¡ hijo mío! y prorrumpiendo en desesperados sollozos, se abrazó á Fernando. Su hermanita, que contempló la anterior escena, se abrazó también llorando á su hermano, que incapaz de contenerse y disimular, estrechó contra su pecho á aquellos dos eres queridos, aquellos dos trozos de su corazón que dejaba solos. Por las mejillas de los tres, bajaban á raudales lágrimas sacrosantas de amor y ternura. Carrel, que contemplaba también la despedida, se llevó una mano á los ojos y se t'stregó rabiosamente una lágrima que brillaba en sus pestañas. Basta, basta- pudo decir éste- que se marcha el vapor. Vamos, y arrastrando casi á la fuerza á Fernando, le separó de su padre y hermanita. Carrel empujó á su amigo delante de él, mientras cogía la maleta y emprendía la marcha. - Adiós, papá, adiós, María- dijo el joven al ~; C - Adiós, hijo mio, articuló el ancíano . V-- o - 58- gran e fuerzo, como s~ su alma h cha girone fuese detrá de aquel grito. Don Franciseo y su hija, Itorando los do , se dejaron caer obre una silla. Fernando, acompañado de u amigo Carrel, dirigiose hacia el muelle. E te último, al pa ar frente á su casa, dijo á Fernando: Ven, dile adiós á mi madre en un momento. E verdad conte t6 é te- mira como estoy, que ya me olvidaba. Fernando se de pidió de Doña Josefa, cariñosamente, pues éste siempre le habia - ido impático á la madre de Carrel, que además conocía mucho á Don Francisco. Mamá- dijo Julio- vaya á casa de Don Francisco y espéreme allí hasta que yo vaya á buscarla, pues el pobre quedó muy disgustado y así le hará compañía. Enseguida voy- contestó ésta mientras los dos jóvene continuaban su interrumpido camino. Jos pocos momento e encontraron en eJ muelle. Al contacto con la bri a marina, que acariciaba sus ro tro suavemente, lo jóvenes iban tranquilizándose poco á poco, especialm ' lÍe Fernando, que no dejaba de hacer encargos á su amigo, referentes á u familia. En e to lIe raron á la marque ina y embarcaron en una pequ ña falúa de la a a consignataria. Carrel acompañó á su amigo á horda, dond e tuvieron charlando de diferent s asuntos, hasta que la sirena del buque avi Ó, con u voz de trueno, que los no pasajero debieran abandonarlo Julio se despidió de su amigo con un apretado abrazo, d spués de hacerle toda clase de promesas con respecto á su familia. En cuanto lIegó á tierra, se dirigió á casa de Don - 59 Francisco, procurando, con lógicas palabras, tranquilizar al anciano. - Pero Don Francisco, por Dios le decía ni que le hubie e pasado ' al una desgracia á Fernando. Hay que ver como ustedes se dese~ peranpor un simple viaje, que se hace todos los dla . Tienes razón, hijo mi contest . el anciano- pero no lo puedo remediar, al imaginarme los trabajos que el pobre, tan bueno y tan cariñoso, va á pasar. - Ya e tá- replicó Carrel ya usted lo ha arreglado todo á u imaginación. ¡ Si es lo que yo digo! Porque... vamo á ver: Por qué ust d, en vez de pen ar que va á sufrir muchos trabajos, no piensa que llega á la Habana, e encuentra un millón de pesos y se vuelve para esta isla? De este modo el joven distraia á Don Francisco y á su hijita, hasta que después de hacerles cenar, pues ninguno de lo do quería hacerlo, se retiró á su casa en compañía de su madre, de pués de convencerse de que Don Francisco no necesitaba nada. En cuanto á Fernando, apenas se quedó solo, . intió en su alma un vacío. Un mal estar inexplicable hormigueaba en su pecho, y una horrible ansi dad oprimíale la garcranta, no dejándole ni hablar. El jóven hubiera dado [ o impo ib[ e por seguir u vida anterior, plácida y serena, pero no podía ser. El buque, de pués de elevar las ancla hasta los alvéolo , comenzaba á balanc ar e, frágil y gallardamente, obr las aguas del Puerto. La tarde estaba hermosísima; blancas aves marinas, tan blancas como la nieve, revoloteaban juguetonas y curiosa por entre los cordajes y mástiles del buque. J'an pronto se las veía volar al nivel de las aguas como se las veía elevarse, remontándose suavemente por f ::> i~ , If J J ! - 60- sobre lo buques anclados en la bahía, ó bien posándose en los acantilados que la circundan. Las nubes se habían teñido de un vivo carmín y reflejándo e en el mar, hacían que las aguas tomasen una tonalidad s rojas, tan intensas, que parecían un enorme brasero barbotan o llamas por todas parte . La tierra, las montaña., la ciudad misma, todo cuanto abarcaba la vista alrededor, semejaba de oro, debido al reflejo de lo' rayos solares del atardecer. El 01, despué de cumplir su diaria misión de alumbrarnos y dar vida á todo lo viviente, antes de ocultarse suele obsequiar á los habitantes de esta islas, el día que está de buen humor, con ese bello y e plendoroso panorama, del que muchos no se dan cuenta. Fernando apreciaba en toda su grandeza la hermosura de aquel bello atardecer; estaba absorto. Él nunca se había imaginado aquel espectáculo y no era extraño; ahora lo comprendía porque su alma estaba en disposición de comprend rlo. El mismo espectáculo maravilloso lo había visto infinidad de veces, pero sin comprenderlo, es decir; lo había visto con los ojos de la cara; ahora lo veía con los del alma. Ahora comprendía los cantos de los poeta , ahora comprendía la intensidad de un poema, que anteriormente no había comprendido por la inercia en que se hallaba u alma y que ahora, después de la sacudida que había experimentado, de pertaba de la modorra en que se hallaba sumido. Tan ab orto estaba en la contemplación de este mil y mil veces bello espectáculo de la naturaleza, que no se dió cuenta , de que el buque, impulsado por las poderosas hélices de las máquinas que rugían en su vientre, dejaba la ~ iudad, á su popa, alejándose de ella. Cuando - 61- vino á darse cuenta de la realidad, ya se habia ocultado el sol y solo veía de la ciudad la iluminación eléctrica, que cada vez se alejaba más de u vista. Fernando volviose, dando un suspiro profundo, y tomó la dirección de su litera para recogerse. Pero la naturaleza, no contenta todavía, quiso obsequiarle aquella tarde como una amante cariñosa y enamorada. Fernando, al volverse, dirigió sus ojos hacia el mar otra vez y volvió á sentir la misma sensación que había sentido al contemplar la puesta de sol de aquella tarde. La luna hacía poco rato que había aparecido, como brotando del fondo del mar, y teñía de plata las azules tranquilas aguas, comunicándoles un fantástico aspecto. Panoramas poéticos son estos, que solo se pueden apreciar en estas peñas atlánticas; y cuando el alma, rebosando tristeza ó alegría,- que SOI1 los dos polos opuestos- se halla en disposición de permitirlos apreciar. OR Amor, es la manifestación sensible de todas las fibras puras y sublimes de nuestra alma; es un sentimiento, que aún en el dolor, embarga deleitosamente nuestro ser, y que solo pueden sentirlo, en toda su grandiosidad inmensa, las naturalezas refinadas y escogidas. " • VIII Dejamos á Justo y su hermana camino de la ciudad, cabizbajos y silenciosos. ' inguno se atrevia á cruzar su mirada con la del otro. Mercedes parecía más tranquila que su hermano. Este comenzaba á sentir fiebre; la enorme conmoción que su espíritu había recibido, trascendía á la materia. Los primeros impulsos de miedo, desaparecían, envolviéndoles ahora una especie de marasmo enervador. Lo más raro es la afinidad increíble que existía entre estas dos criaturas; lo que el uno pensaba ya lo tenía el otro pensado. A muchos me parece oirles decir que no es rara esta afinidad siendo hermanos, pero en los hermanos es donde más rara suele ser; podéis fijaros en todas nuestras amistades y veréis que casi siempre es distinto completamente ellllodo de ser y de pensar entre los hermanos, y sí no dan á conocer su distinto modo de pensar, es que lo disimulan muy bien; no os quepa la menor duda. Hay veces que al cabo de muchos a - él to, pa-recen iguales dos personas, habl~~ i~ I~~~ ro esto es solo aparentem te trato continuo. ¡\ 1oralmente- L.-- · --"',.". ferencia. I 1 IJ J ! o - 66- Desde luego, no hay regla sin excepción, pues como dice Eistein, todo es relativo. Mercedes comenzaba á sentir cierta admiración hacia su hermano; en el fondo de su pensamiento, lo que aquel había hecho no era más que una hombrada y basada en esta idea, sintíó acrecentar, más que disminuir, su afecto por aquel asesino. Justo caminaba como un autómata. sin darse plena cuenta de lo que hacia; sus siene latían abrazadas por la fiebre y sus labios, secos por la fiebre y por la caminata, plegábanse en un temblor nervioso. Le parecía que sobre su cabeza descargaban martillazos de una fuerza sobrenatural. Tan fuera de si se encontraba, que ni cuenta exacta se daba de que su hermana iba á su lado. A todo esto ambos se acercaban á la ciudad, por más que á veces le parecía á Justo que era la ciudad la que se desplazaba hacia ellos. Efectos de la fiebre y el miedo. A veces Justo fijaba sus ojos por unos momentos en casas y se le aparecían los edificios como unos enormes monstruos que abrían sus fauces, obscuras y profundas, para tragárselo. Justo, aterrorizado, cerraba los ojos, y cuando, pasados unos in tantes los volvía á abrir, comprobaba que eran alucinaciones suyas, al ver que todo seguía en su estado normal. Así caminando, se encontraron en las prímeras casas del barrio de los Llanos y las gentes comenzaban á cruzar por su lado. Justo, al verse entre sus, no sé si decir semejantes, liparecia un azogado mirando á todo y á todos con recelo. Muchas eces, al ver pasar á alguien por su lado, se o - 67 - le ocurría de pronto huir, correr velozmente, sin detenerse, hasta no encontrar junto á sí señales de la raza humana; á él le parecía que todos aquellos indivíduos que pasaban por su lado, conocían su crímen y le miraban acu adores y justicieros. Luego, al ver que nada de esto ucedía, que nadie se fijaba en él ni casi le miraban, tranquilizábase, no en la verdadera acepción de la palabra, con la tranquilidad de los criminales, que llegado el momento, hacen gala de cinismo y malos instintos. Apesar de t~ ner la misma fiebre, ahora no la sentía con tanta intensidad, pues la brisa marina, al resbalar por su rostro, despejaba á la vez de sangre su cerebro y hacía que la fiebre no se apoderase por completo de todo su ser. Ya hacía rato que caminaban por las pedregosas calles del Cabo, aproximándose cada vez más á su casa. Un poco antes de llegar á ella, Mercedes díjole suplicante, en voz baja: - Animate por Dios, Justo, pues de lo contrario te van á conocer en la cara lo que ha pasado. - Procuraré disimular- dijo penetrando en la honrada mansión que les vió nacer. Justo, in cuidarse de la alta temperatura de su cuerpo, apenas llegó á su casa metió la cabeza bajo la llave del agua á presión, á cuyo frío contacto desaparecieron algo las huellas de la fiebre. Despué y sin que ocurriese nada de particular, disimulando Justo el estado de su espíritu, se mostraba ocurrente y decidido al hablar, como otros días, sin dejar traslucir á su exterior la más pequeño señal de su es: tado interior. Varias veces rió de buena gana, con las ocurrencias - 68- de un pequeño sirviente y á él mismo no le faltó algún chiste para hacer reir. Después de cenar,- en casa de Justo se cenaba temprano,- salió, yendo á reunirse con sus amigotes, á ver si de este modo podía olvidar lo acaecido aquella tarde y que ya pesaba sobre su conciencia. Pero en vez de divertirse, lo que hizo en la citada noche fué sufrir un horrible suplicio. Sus amigos, como j estuviesen enterados de la rcalidad y quisiesen atormentarle, no hablaban esa noche sino de crimenes, de bandidos, de presidios y otras varias cosas. agradabilímas para cualquiera y sobre todo para Justo. Tanto llegó á molestarle la conversación, que por dos ó tres veces intentó variarla. Pero dejen eso ya y hablemos de otras cosasexclamó por cuarta vez en un esfuerzo. - Déjales tú- díjole Paquito r~ eyes, que estaba á su lado. ¿ Es que tu has cometido algún crimen que pienses ir á la cárcel? ¿ No? pues déjales que hablen de lo que quieran. Justo se quedó petrificado. Haciendo grandes esfuerzos simuló una risa que le salió muy mal. Já, já, já, que gracioso, pudo decir por último. A lo pocos momentos, sintiendo un malestar en aquel itio, se despidió de sus amigos diciéndoles que iba á acostarse porque estaba muy cansado y tenía mucho ueño. Llegó á su casa fingiendo siempre buen humor leyó un poco y luego se fué á acostar, pensando dormir como si su conciencia estuviese tranquila y libre de toda p1Ieocupación. Así llegó á su cuarto, lujosamente amueblado, fsnudose y enfundando su cuerpo en un sedoso pijan1a, se metió bajo las sábanas con la esperanza de dormir tranquilo, rendido por las emociones de aquel día. - 69- Reclinando su cabeza sobre la almohada, apagó la luz, cerró los ojos y..... • ft lH MU(~ l( UU ~( U( nlO~ Por fin llegó el fatal momento, Se ocultó el sol, tembló la tierra y en la llanura y la sierra Gimió sollozante el viento. Sin pensarlo, Justo pasó la noche en una agitación febril bien explicable, como resultado de los acontecimientos de aquel día. Una noche horrible, interminable. Cuando cerró los ojos y apagó la luz, creyó dormirse, pero no sucedieron las cosas á medida de sus deseos, pues casi en el mismo momento de umirse la habitación en las tinieblas, visiones horrendas vínieron á turbar su sueño. Tan pronto se le aparecían monstruos espantosos que le pasaban sus manos ensangrentadas por el rostro, como murciélagos horribles que llevaban en el aire la cabeza del il feliz pastorcillo chorreando sangre, y que al pa ar por encima de su cuerpo la dejaban caer. Temblando de espanto, ada vez que se le presentaban esta inf males visiones, que eran casi continua, Justo pasó toda la noche sin dormir. A veces haciendo un gran esfuerzo, sacaba un brazo de debajo de las. ábanas y encendía la luz, desapareciendo entonces las visiones para volver apenas la apagaba, pues hay que advertir que Justo no podía dormir con la luz encendida. En este suplicio pasó toda la noc .,..."'- XA Solamente cuando la clari~'''' · '- r,.'''' j ¿ ó. Jll~ ij;~ - 74- penetrar por los intersticio' de las ventanas. concilió el ueño, p ro un sueño agitado por horrí le pesadillas. En u ro tro se podían apreciar los sufrimientos de que era víctima. vece. , en el sueño mí - mo, se le representaba el armario que había en la habitación amo un fanta ma cubierto de grandes ropas blanca y moviendo unos brazo. largos y desnudos, como si qubieran abrazarlo en un abrazo mortal y d e perado. Otras veces se encontraba, sin saber como, en un cementerio. La tierra del mismo comenzaba á mover e á su' pies y brotaban de las tumbas huesos y calaveras que en una mueca espanto a le dirigían sus ojos descarnada, como mirándole, apes' r de no tener órbitas. ~ olo alcanzaba á percibir unas cavidades huecas yobscuras que le hacían temblar. De pronto las calaveras, tibias y demás huesos, dando saltos y cabriolas, comenzaban á unirse ante sus ojos atónitos, formando esqueleto cuyas articulaciones crujían de un modo espanto o. Luego Jos esqueletos, pau adamente, dábanse las manos descarnadas, unos á otros y formando círculo á u alrededor, danzaban desaforadamente. Al cabo de unos momentos de la macabra danza, uno de lo e queletos, el más largo y horrible, separase de los demá , que continuaban giran o, y abriendo su brazo, se dirigió hacia el joven, que en e te momento con unas ansias indescriptible quería huir y no podía mover e de su sitio, como si estuvie e clavado en él; y el e queleto avanzaba, avanzaba tanto, que cerrando su brazos le oprimió en ellos, á cuya presión, ficticia, • desper. tó Justo dando un gran alarido, tan grande, que hizo acudir á su buena madre, alarmada, y que ya había abandonado el lecho. ! o - 75 - - ¿ Qué te pasa? ¿ Por qué gritas?- interrogole. Justo, haciendo un gran esfuerz. o sobre sí, respondió: - ¿ Pero ' he gritado?- y que creía.... es que.... verás..., he tenido un sueño horrible, me he despertado en el momento en que me despeñaba por una cima muy profunda. - Eso no es nada más que de leer al acostarte; te 10 he dicho infinidad de veces y no me haces caso- concluyó su buena madre retirándose tranquila. Apenas salió su madre de la habitación, se levantó el joven y se dirigió al cuarto de baño, situándose bajo la ducha y recibiendo la caricia del agua fría, que al mi mo tiempo que reconfortaba sus nervios, hacía que desapareciesen de su rostro las señales de fatiga que la noche de insomni8 pasada le había producido. LJcspués encaminose á su habitación y comenzó á vestirse casi tranquilo, pues ya el día anterior comenzaba á verlo como una niebla, como un sueño, como una cosa que poco á poco acabaría por de: svanecerse. Por la ventana de su habitación penetraban los rayos solares, que parecían vivificar el ambiente. La ciudad, con sus ruidos y su ajetreo le distraían también momentáneamente. Cuando más tranquilo se creía el infeliz, una voz que subiendo de la calle penetró en su habitación, haciendo vibrar la concavidad acústica del oído, llegó hasta su cerebro, le hizo palidecer intensamente, horriblemente. Un rayo que hubiese caido á sus pies, abriendo una espantosa cima, en la que rugieran miles de demonios, no la hubiera causado mayor espanto que aquella voz. • EI Tiempo » , con el crimen de ayer- vociferaba un golfillo bajo cuyo brazo asomaba un fajo de periódicos. Justo, procurando que no se notasen en su rostro las ~ J ::> j ~ iiI I J ! - 76- , impresiones de su alma, acabó de vestirse y se enca-minó al comedor, temblándole las piernas. En él estaba su madre y su hermanita, pues su padre había alido á sus negocios. Justo dirigiose á su madre y, como todos los días, posó sus labios de asesino en la frente pura é inmaculada de su madre; su hermanita le besó también. Eran éstas costumbres que su madre les había enseñado desde pequeños y que aún no les había permitido dejar. 1 ; Dicen que el hombre lleva dentro una bestia. Yo creo que es la bestia la que lleva den.. Ira al hombre. No t habrás enterado del suce o d' anoche, hijo mío- fueron la primeras palabra que le dijo u madre, al tiempo que Justo tornaba asiento frente á una humeante taza de C3CéW con leche - Naturalrnente-- contestó Ju~ to esforzúndose en aparentar tranquilo; ¿ COIllO quieres que , epa lo que pasa durmiendo? Casi nada- intervino Mercede , gozándose en la angustia de su hermano, y con una presencia de ánimo increíble un joven que parece asesinaron anoche; la prensa de esta mañana trae los detalles. Ju to, haciendo esfuerzos obrehumanos por no delatar e, se admiraba de la sangre fría de su herma' a, Pero ¿ asesinado ó algún accidente?- pudo articu · lar trabajosamente el joven. . - No, hijo, ase inado- contestó u madre entristecida por la desv ntura ajena,- escucha los detalles que da El Tiempo, los más importantes. " El infeliz pastorciIJo fué encontrado sobre un charco de sangre con la cabeza completamente destrozada, al parecer por una enorme iedra que junto al mismo apareció y en la cual se advertían señales que demuestran er con la que se cometió el asesinato.' « La policía busca activamente al ó á los asesinos. creyéndose que esta tarde mismo caerán en su poder.• I J I ! - 8u-e Dado lo repugnante del crimen, pedimos, y con nosotros toda la ciudad, que se castigue duramente á lo autores del hecho á fin de que escarmienten y no , e vuelvan á producir hechos de esta especie... - Oh, seres malvados y despreciables- prosiguió la buena señora exaltándose. Cuando acabaréis de cometer iniquidades! Que ten ra una madre un hijo, para que e to malditos, mil vece::; maldito::; asesinos, se lo maten de e e modo. Así la sangre de ese inocente le pida cuenta algún día, que se la pedirá, i no en este en el otro mundo;- terminó I oña Adela rebosante de santa indignación. Describir el suplicio de Justo es de todo punto imposible. Mientras su madre hablaba con los ojos fijos en el Cielo, él escuchaba, desencajado y pálido; sentía el pecho oprimido, pues todavia parece que quedaba aiguna fibra de su alma sin embrutecer. Ahora, lo que más impresión 1 produjo fué la maldición de su madre, aquella maldición lanzada por su propia madre. Cien distintos pensamientos bulkron en su mente; cien ideas distintas luchaban en su cerebro; á punto e tuvo de arrodillar e ante su madre, confe arle su crimen y pedirle perdón, pero e contuvo; comprendió fugazmente que era su perdición, que hasta podia ser arrojado de aquella casa, y se contuvo. Quizás de haber realizado su prop6 ita, hubiera sido u salvación, pero de graciada mente desconocía el amor de una madre, y tuvo miedo. - Tienes razón, mamá, pero que le vamos á hacerpudo articular entre ::; orbo y sorbo de cacao. Ya la justicia le dará su merecido. ¡ j¡ CíNICO!!! Voy á dar un paseo- terminó levantándose y poniéndose la americana, y cogiendo u sombrero que pendia de una percha. Y sflió, salió de su casa renegando y maldiciendo \ I 1 I I J ! o - 81- como un condenado, como un cobarde, que cree que maldiciendo y blasfemando, son más valientes é infunden más respeto. Justo caminaba desorientado, sin rumbo fijo, como un autómata; las palabras de su madre habian caído como plomo derretido en su cerebro, y no digo su alma porque creo que carecía de ella; sobre todo la maldición lanzada por su madre molestábale. Era como si alguna partícula de su cerebro no estuviese acorde con las demás yesa pequeña partícula quizás fuese algún fragmento de su conciencia que aún no estuviese anestesiada, pues no es otra cosa lo que sucede á las conciencias de los malvados; se anestesian en la juventud para despertarse en la vejez con vigor; cuando ya las fuerzas de nuestro cuerpo no la pueden rechazar, entonces es que atormenta á su sabor y hace de nosotros lo que quiere; á veces nos conduce al suicidio, como está plenamente demostrado. Cuan lejos estaría su pobre madre de lanzar aquella maldición sobre la cabeza de su propio hijo, sobre aquella frente que ella creía sin mancha. La fiebre hacía que las sienes de Justo latiesen violentamente, haciendo obscurecer el dia á su alrededor. Después de mucho vagar por las calles de la ciudad, regresó á su casa, almorzó, y este día transcurrió sin que ocurriese nada de particular. f ::> i~ ji!{! o obre España -:.:-- Como una mol , que espanta con su rugido de trueno, se forma y ruge en tu seno la tormenta, y se agiganta; solo se oye en tu garganta el ruido de un estertor; es que agoniza el furor que ha siglos prevaleció en tus hijos, y rindió de otras voces el clamor Hoy ya no; tus hijos mismos posesos de la locura apenas sienten la amargura de sumirte en los abismos. y quieren con sinapismos ó á fuerza de inyecciones, fortalecer tus tendones, que rendidos por las glorias de tus brillantes historias perdieron sus condiciones. Pobre España, triste fin te aguarda, la negra vida tu figura carcomida servirá para un festín de cuerVos y tu espadín tan esforzado y brillante, sin que nadie le levante yace viejo, enmohecido, y condenado al olvido por la comedia imperante Bien lejos estaba Justo, al levantarse al día siguiente, de la noticia que su hermana le tenía guardada. Al ir á dirigirse al cuarto de baño, vió que su hermana, sonriente y con rostro de bUtll humor, se dirigía á él. Cuando estuvo á su lado, se cercioró antes, con una rápida mirada, de que no había ojos ni oídos indiscretos que pudiesen oir ni ver lo que hablaban, y entonces en voz muy baja y con la alegria rebosándole por la cara, le dijo: - Justo, te has salvado. Ya detuvieron anoche al autor del suceso de ayer, asi es que ya tu no tienes nada que temer. El joven se quedó como quien ve visiones. Pero ¿ qué dices? ¿ que ya han detenido al autor deL..? Y sus labios, temblorosos, no se atrevieron á terminar la repugnante frase. Así es- contestó Mercedes- ya luego leerás los detalles en el periódico. Primero empezó negando, pero según dice el diario, estrechado á preguntas por la pblícía no supo decir donde había estado el día del crimen, é incurrió en varias contradicciones, y hasta dicen que en una camisa de dicho individuo se advi. erten huellas de sangre, al parecer humana. Con que ya ves; más rápido no podía haber sido el desenlace- terminó · 1 e te Mercedes. iiIJ - 86- Justo reflexionaba atemorizado, mientras su hermana hablaba. ¿ Seré yo tan cobarde- decía que permita á un inocente ir á ocupar mi puesto en la cárcel? Su cerebro se debatía en un mar de confusiones; semejaba un volante que camina rápido sin detener su carrera. En este momento pensaba: buen~, dejerno las co a como vienen y que cada uno se la arregle como pueda; en el otro se decía: vale más morir de una vez que aguantar este tormento toda la vida. Quizás tuviese razón el malvado; quien sabe si será mejor para la mayoría efe nosotro sepultarnos en el abismo del olvido y de la nada, que llevar esta vida de miserias y de estúpidos fines. - y mi hermana- seguía reflexionando Justo- ve esto tan natural y tan sencillo como fuese una cosa muy corriente. ¿ Qué irá á ser de mí? Aquí terminaron sus pensamientos. Que se fastidiefué u última palabra- y decidió olvidar, olvidar aque\ los momentos, aquellos días, fuese como fuese. i le absuelven, bien; que no le absuelven, mal; pero aquí termina ya mi cometido- concluyó Justo- procurando mostrarse á si mismo lo más cíni co posible. A los pocos momentos, ya le parecía que había pasado de aquellos sucesos mucho tiempo, que habían pasado dos ó tres años; en sus ansias de olvidar procuraba que su cen'bro no se detuviese ni un momento á pensar nada desagradable. - Si le absolvieran los jueces- dijo á su hermana dirigiéndose al cuarto de baño. - y si no le absuelven, allá e\ los- contestó ésta. ¿ Tú que culpa tienes? ¿ Le has denunciado tú como autor del hecho? ¿ Has puesto algo de tu parte para que le prendiesen? Nó, ¿ veJ: dad? Pues entonces que se las entienda con Ja justicia; ya verán los jueces lo qüe hacen. I l J ~ o - 87- Ya verán los jueces lo que hacen. Cuantos casos de estos se habrán dado; miles y sin embargo iPchs! nada. Mercedes se dirigió hacia las habitaciones interiores de la casa, y Justo penetró en el cuarto de baño, de donde salía á los pocos momentos, reconfortado con la ducha fría. Hubiera sido un observador muy perpicaz el que hubiese notado la menor preocupación en Justo, su frente despeja'da y serena no mostraba la menor arruga, de donde hubiera podido deducirse alguna preocupación. Su rostro, inexpresivo pero satisfecho al parecer, tampoco se contraía en esas pequeñas contracciones que suelen mostrar el estado de nuestro ser moral; el joven leía un diario ilustrado y sus dedos finos de aristócrata, dejaban atrás, página tras página, sin la más pequeña impaciencia, tránquilamente, sosegadamente, como si pusiese toda su atención en las reproducciones fotográficas y en las explicaciones científicas del periódico. A los pocos momentos la doméstica le traia el desayuno y su madre entró poco después en el comedor, recayendo la conversación sobre el suceso ya conocido de nuestros lectores, y refiriéndose á los detalles de la . detención del supuesto criminal que daba la prensa. - Demasiado sabía yo que este crimen no podía quedar impune- decía Doña Adela. Claro; era de suponer- contestaba su hija- pues entonces, ¿ para qué está la policía y la justicia? Justo intentaba variar la conversación sin conseguirlo totalmente, pues siempre venía á recaer en lo mismo, como si algún espiritu maligno se complaciese en atormentarlo. Su madre volvía á salir en estos momentos, quedándose otra vez solos Justo y su hermana. - ¿ Estás convencido, tonto?- dijole ésta. - Si estoy convencido. Había pensado varias tonte- - 88- rias, pero veo que es inútil; dejaré que se cumpla mi destino, ahora lo que te ruego es que no me vuelvas á hablar más de este asunto, pero más nunca- terminó Justo. - Está bien; así lo haré - contestole su hermana. Bueno, hasta luego- dijo Justo tomando su sombrero de la percha y saliendo. - Hasta luego- contestó Mercedes. - y hasta luego- repite el autor, que píensa separar-se de eJlos por unos momentos. • él dinamismo del Siglo Amistad, valor, simpatía, patriotismo, cultura, amor; todo eso y muchas cosas más, quedan obscurecidas por estas tres sílabas: PE- SE- TAS. Con un libro de cheques en el bolsillo 6 unos cuantos billetes en la cartera todas las dificultades se allanan; faltando ésto, los mismos siete sabios de Grecia, se verían en un apuro para que alguien les escuchase. ¡ ¡ Vamos!! iI ! f ~ J !.. • y 1 Dejamos á Jovellanos en el momento en que, perdiendo de vista á su querida isla, marchaba hacia lo desconocido, hacia lo ignorado, sin saber ni pensar en los sinsabores ó alegrías que su obscuro camino le depararía de allí en adelante. Pero no por eso se acobardó al verse solo, como hacen la mayoría de los hombres, pues el pobre emigrante que se decide á embarcar, después de tantas penas y fatigas pasadas y por pasar, no merece á Jos marinos de ciertas nacionalidades mejor tratamiento que un pe- ~. . Si están baldeando el vapor, lo mi mo le dirigen la manguerél. de agua sin avisar á un pobre enfermo y mareado que no puede moverse apenas de su silla, que á una débil mujer que lleva en sus brazos un inocente que amamanta. Solo por este hecho debiera merecer el respeto y consideracióp de todos, por ser madre; pero desgraciadamente no es así y también suponemos que ésto no seguirá sucediendo muchos años, pues el mundo, en su constante evolución progresiva y modernizadora, no permitirá semejantes barbaries mucho tiempo. Fernando se prometió interiormente no desmayar, y formando la inquebrantable resolución de vencer, por ~ I ::> i~ fiIJ J .;!. i - 92- su padre y por su hermanita, decidi6 ser otro de allí en adelante. Era joven, tenía el mundo por uyo y vencería. Los primeros días ca i no los inti6 nue tro amigo, pues la admiración que producía en u alma el contemplar el mar y el cielo en toda u grandeza, no se los dejaba sentir. Ha ta el cuarto día de navegación, el mar estaba hecho una balsa de aceite, sus olas apenas se movían, semejaban un manto undulante movido por alguna legendaria sirena, por una de e as reina' de la belleza y del amor, cuya vista solo está reservada para aquellos á quienes el Cielo dota de sentimientos más delicados que el resto de los mortales. El quinto día de navegación varió el panorama; el mar, en vez de un cristal suave y transparente, se había convertido en opaco y revuelto; olas diminuta corrían por la superficie de las aguas, como i se persiguieran unas á otras. El ciclo se hallaba cubierto por una espesa neblina plomiza. Para el que viaja por primera vez, le pareceria esto casi natural y no le daría la más pequeña importancia, pero los viejo lobo de mar, cuyas facciones se hallan curtidas por las brísa y huracanes de vario océanos, miraban al Cíelo y al mar con alguna inquíetud. El que e hallaba di ' traido ó pen ando en alguna co-a, no e daba cuenta de nada, pero lo aco tumbrados á viajar y los más ob ervadores, comprendían que lo márinos se estaban preparando como si espera en alguna t ' mpestad, pues ya a eguraban este bote, ya ponían otra cuerda á esta escotilla, ya amarraban fuertemente la caja del timón y cosas así por el estilo, muchas. Ahora que lo hacían como la cosa más natural y 1 i :: J j ~ Iif I J .! Q 93 ~ encilla, in demostrar preocupaciones ni temores de flinguna clase. Algunos se acercaron á un joven oficial y le preguntaron i ocurría algo, - No es nada- respondió é te un poco de mar gruesa que par ce se aproxima, acompañada de algún viento, pero sin llegar á la categoria de temporal, pues como usted verá, no Se encierra la gente ni nada. Los del grupo dieron las gracias al oficial y se retiraron má' tranquilos, pues sabian que cuando el oficial se expresaba así, no había que temer. Por ocupar un papel importantísímo en esta obra, vamos á dar < Í conocer á nuestros lectore' ( si tenemos alguno), á tres nuevos personajes que hacen viaje en el mismo buque en que hacb viaje ] ovellanos. Eran estos tres persOllitjes un experimentado ingeniero de minas, francés, , v1. han<; ois Chandren, su esposa MlIe. Clarence Romain, que prefirió las incidencias y peligros de un largo viaje, á separarse de su esposo tres años, que por este tiempo iba contratado M. Chandren para diri * una minas en los Estado Unidos y una pequeña hija de ambo, que á la aZón contaba catorce año " llamada Ulle. 1ambiéll acompañaba á los señores Lhandren un joven sirviente. Ya la compañía de mina que iba á dirigir M. Chandren había arreglado la cuestión de la entrada del mismo y su familia en los Estado Unidos. Como creo haber dicho, Jovellanos viajaba en tercera clase con los demá emigrante; el ingeniero y su ' familia, como e de suponer, viajaban en primera clase. Corno más arriba dejamos apuntado, el quinto día apareció el mar diferente de los otros; por la tarde se iba encrespando cada vez más, obligando al bu dar frecuentes bandazos. IiiJ J ! o - 94- La pequeña Lille, en un momento de descuido de sus padres que hablaban con otros pasajeros, se acercó á la borda y comenzó á trepar por los hierro de la amura de babor, inconsciente del peligro. jovellanos se encontraba también en su sitio de tercera contemplando el mar, pues no estaba mareado afortunadamente y se distraía con los movimientos de las olas que el buque apartaba violentamente con su afilada proa, deshaciéndolas t'n lluvias de espuma. Cuando la pequeña Lille, sin que nadie se diese cuenta estaba subida á los hierros de la amura, una ola más grande que las demás hizo que el buque se inclinara violentamente á babor, haciendo también que á la pequeña se le escapasen las manos de los hierros y cayese al mar dando un gran alarido que oyeron todos los que estaban sobre cubierta y aún los que estaban descansando en sus literas. Jovellél; nos oyó el grito y levantando la vista, vió á la niña caer dando una voltereta antes de llegar al mar. Rápido como un relámpago y sin medir las consecuencias de su temeraria acción, vestido y todo se lanzó de cabeza al mar y de un rápido impul o llegó donde apenas flotaba el cuerpo de la pequeña, la tomó en un brazo y con el otro nadó vigorosamente para poner-e fuera de: radio de acción de las poderosas hélices, que podían hacerle pedazos en un instante. Al mismo tiempo el capitán, que se hallaba en el puente de mando, ordenó virar en redondo, dar marcha atrás y arriar un bote velozmente, pues no era muy extraño que apareciese algún cetáceo, que pronto hubiera dado cuenta de los dos. Todo esto sucedió en menos tiempo del que se necesita para contarlo. Apesar de lo malo que estaba el mar, ya el bote había llegado al agua y..... Como víves de errores mujer, por un momento, creíste que el firmamento se postraría á tus pies; aún no te dus cuenta de que el círculo vicioso, tu negro fin, horroroso, deja entrever á través. No ves que la tierra alfin con un rüido que zumba, I se abrirá en forma de tumba I para tragarte al final; vuelve en ti, que tus errores los dos solos lloraremos, sin que los demás terrenos se enteren de nuestro mal. Tus tragedias, reclinada sobre de mi pecho amante, me referirás, tremante de cariños y pasión; aún no es tarde, nó. ven á mis brazos rendida, que al { in. la vida es la vida y el corazón, corazón. Sin recordar el pasado seremos los dos felices; , la vida con sus matices nos hará soñar, ml vida. y tus labios trémulos, me ofrecerás, implorante, á la caricia sangrante de una pasión renacida. No atiendas al mundo y á mis brazos ven, que un moderno edén haremos los dos; y mientras él gira constante en su lucha. solo nos escucha el grandioso Dios. Así que te espero, me muero sin tí, la vida desprecio y solo tu aprecio quiero para mí. ~ I ::> i XIII Casi todos los pasajeros y tripulantes del barco se hallaban sobre cubierta en la amura de babor, de tal modo, que hasta el buque Sl' notaba un poco inclinado hacia esta parte, viendo emocionados como el joven con la nena en brazos, se mantenía tranquilamente sobre las olas, cada vez más furiosas, en espera del bote, que impulsado violentamente por cuatro remos, volaba en su socorro. Pero una cosa que á primera vista parece muy fácil, es harto difícil; el recoger á los náufragos en el estado en que se hallaba el mar. Varias veces se acercó el bote al joven que parecía ya ir á cogerle, cuando una ola les volvia á separar. Así estuvieron hasta que al que mandaba el bote se le ocurrió lanzarlo en la dirección en que estaba el joven á toda velocidad, al par que un marino, con todo el cuerpo fuera del bote y sujeto por los pies por otro marino, se preparaba para recoger á la niña primero y al joven después. De este modo pasó el bote á bastante velocidad jun-to al ~ ven, que en un esfuerzo inaudito de del marino, pudo coger el que iba en el bo~~~~[ He i J I j ~ o 9 por un brazo, que no había sufrido más que el remojón consiguiente, acompañado de un usto mayúsculo. El marino cogió á la n na en brazos y ya podía decir e que todo estaba hecho, pues luego no hicieron más que coger una cuerda y lanzársela al joven, que la primera vez no lo rró alcanzarla pero á la egunda la cogió. Tiraron de ella los del bote y luego no hicieron má que extender los brazos é izarle á bordo del mis1110, tomando rumbo enseguida á la e calerilla del buque, que ya la habían bajado. Pt'rmítame que le felicite, joven, fueron las primeras palabra del que mandaba el bote. Gracias, muchas gracias conte tó éste amabl mente, estrechando la lIIano que se le tendía. Ya estaban cerca del buque. Los viaj · ro , durante los momentos que precedieron á la alv< ción del joven, no habian hecho ni un peque110 movimiento, ni el más leve rumor se oía; reinaba en el corazón de todos un silencio de muerte. hora, al verlos á él Y á la nena salvados, fuera de todo pclibro, prorrumpieron en un aplauso cerrado y unánime; por todas parte e ob ervaban pañuelos agitado, bien por manos aristócrata, bien por manos plebeyCls. Los vivas y bravo sonaban en todo el buque. De pronto alguien pronunció u nombre, alguien dijo que se llamaba Fernando Jov llano y en un in tante su nombre era conocido por todo el pa aje Niva Jov llanos! ¡ Bravo por el v Iiente ] ovelIanos! se oía por doqUIer u nombre lo pronunciaban todos con admiración cariño. Ape ar de lo revuelto que e. faha el mar ( ya mi parece qu lo he repetido seis ó siete veces), el capitán fumaba tranquilamente un cigarrillo ( no siempre han de .. - 99- fumar los marinos en pipa), impasible en el puesto de mando. En estos momentos el bote llegaba á la escalerilla y al poner el joven el pie en ella, el capitán hizo una señal y al momento comenzó á sonar la irena del buque, saludándole con su voz atronadora, á la que se unían los aplausos de los pac; ajeros. El homenaje fué completo y el joven lo agradeció en todo su valor, emocionado. Apenas había terminado de subir la escalerilla, centenares de mano se le tendían por todas partes solicitando las. uyas. El joven estaba abrumado por tantas demo traciones de afecto; él no le reconocía tanto mérito á lo que había hecho. No es para talllo, señore , no es para fal to- repetia ] ovellanos. A todo esto, el buque habia seguido su interrumpida marcha. La pequeña Lille había caído en brazos de su madre, que sin el mcnor reparo lloraba y reíd al mismo tiempo, besando frenétiC< llllente á su hija Otro tanto hacía su esposo, desmintiendo de e te modo la frialdad de caracteres que le hemos adjudicado á nuestro;) vecinos. A duras penas había podido jovellanos eparar ' e, despué de mucho rato, de su admiradores, é ir á mudar e de ropa, pues llevaba dos traje en la maleta. Al cabo de uno instante volvió jovellano. á ' ubir sobre cubierta, pero ense/:> uida le llamaron los pasajeros de primera cla e y todo eran felicitaciones é invitaciones á las que el joven, abrumado, procuraba corresponder del mejor modo posible. Terminado de tomar una copitas de whisky con uno señore, oyó que le llamaban de una mesa inmediata, ocupada por señoritas y j6venes caballeros. Fernando se veía en un continuo apuro para atender á todos, sin tener que sentar plaza de mal educado. - 100- . - Si los señores me permiten....- dijo tímidamente el joven. - Sí, si, vaya, que á las mujeres hay que atenaerias siempre bien- le contestó uno de los indivíduos que tenía cara de tenorio hastiado- si necesita algo de nosotros, puede usted ocuparnos, en la completa seguridad de que le serviremos con mucho gusto y, además, reciba de nuevo nuestra felicitación más sincera con motivo de su heróico acto. - Muchas gracias por todo, señores- contestó jovelIanos-; créanme que no merezco la mitad de las atenciones con que ustedes me abruman. El joven se dirigió á la mesa antes citada, de donde le llamaban. - Se vé que es un chico educado- decían entretanto los señores con quienes había estado antes-; parece mentira que viaje en tercera clase, con esos trajes y ese porte. Algo raro debe ocurrirle al joven éste- alguna bancarrota en su casa ó algún revés de la fortuna-, pues á la vista salta que no es lo que quiere parecer. Entretanto, una de las jóvenes que ocupaban la mesa á que se dirigió jovellanos, le decia: - Usted perdon que hayamos tenido el atrevimiento de molestarle sin tener el honor de conocerle, pero hemos presenciado el acto que usted ha llevado á cabo esta tarde y no hemos podido resistir la tentación de felicitarle por ello y al mismo tiempo de que nos acompañe á merendar esta tarde. - Señorita- contestó jovellanos- el único inconveniente que existe es que yo no soy merecedor de ningún modo á las atenciones de que ustedes me hacen objeto, pero puesto que ustedes han tenido la molestia de invitarme y por más que considero demasiado honor para f :: l j ~ :: l 1 J - 101- mí, acepto reconocidísimo y dispuesto á ser el más humilde de sus servidores. - Gracias; el honor es para nosotros - contestó la joven que ya habia hablado antes-, pero oiga, tenga la bondad de tomar asiento. Uno de los jóvenes hizo una señal á un camarero y le ordenó que sirviese el té, iendo obedecido á los pocos momentos. iI El I ! I ! t ~ una - t.- eunÚ/ n de ~ e-- t.- d() nad oada6. ¿ () a! o: J de- u~ n a! e/ ffZ- a: J t't? ntQ. g;:, una U. ~ íi~ II! ! l XIV - Bueno- prosiguió la señora que antes había hablado- ahora, antes que nada, voy á tener el honor de presentarle á los presentes á mi esposo José Luis de Bracmonde, conde de ídem; Lorenzo Rambal, rico minero; mi hermana Magnolia Terr, vizcondesa de Monte- alto - y prometida mía- interrumpió en este momento Lorenzo Rambal-; todos rieron la salida del jóven, y una servidora, Luisa Terc. Todos estrecharon la mano del jóven, satisfechos. - Yo, señores, no tendré más remedio que presentarme á mi mismo. Fernando Jovellanos García, natural de Santa Cruz de Tenerife y dispuesto á cumplir sus deseos en lo que pueda series útil. De pronto, la condesa que era muy curiosa, le preguntó: - Perdone, amigo Jovellanos, mi curiosidad, pero á usted debe sucederle alguna cosa extraña; usted no es lo que parece ó quiere parecer. - Desgraciadamente, señora condesa, rezco, un pobre infeliz. No quiero parecer pesada ó - 106- Condesa- pero dudo de que sea así, pues usted ante todo parece una persona rica y educada. acostumbrada á la vida de..... lujo, pudiéramo decirlo así. En e a parte lleva u ted muchísima razón, pues yo hasta hace muy poco tiempo he llevado la vida esa que usted indica; mi padre era rico, yo no me ocupaba de otra cosa que de estudiar, pues me gusta el estudio; he aprobado el bachillerato y ya no me faltaba má que un año para terminar la carrera de ingeniero qUí'o dicho sea sinceramente, yo no pensaba ejercer. De pronto, de la noche á la mañana, el « Banco lbérico. le coge á mi padre cinco millones de pesetas, pues ya sabrán ustedes que fué una quiebra de ciento cuarenta millones de pesetas, más bien dicho una estafa, pues los Consejeros y apoderados del Banco han desaparecido sin dejar rastro de eltos y además no hacía un año que en diÍ\.: rentes especulaciones monetarias había perdido mi padre dos millones y pico de pesetas, casi sin darse cuenta de lo que había hecho; a í es que de pronto y sin pensarlo me encontré con que yo me consideraba uno de los ricos de la ciudad, me encuentro hoy pobre y teniendo que trabajar decidí embarcar para América, donde espero poder rehacer la fortuna de mi casa. Por e o dije ante á la señora Condesa que soy lo que parezco ósea un infeliz emigrante. - Ya, ya, contestó Lui a; ahora veo que usted tiene razón y yo también- pues de de luego comprendí que usted era una persona educada y e. to no crean que e debe á mi penetración- prosiguió la condesa-; nada de eso, me lo demuestra la finura de su cutis, la delicadeza de sus manos y otros mil detalles que distinguen á las personas de rica cuna; permítaseme esta expresión de las demás. En el curso de esta conversación, ] ovcllanos sorpren- 1 J - 107- dió dos ó tres veces la mirada de Magnolia, ó sea la prometida de Rambal, fija en su rostro. Magnolia fijaba sus ojos contínuamente en ] ovellano., pero apenas adivinaba que el joven iba á mirar para ella, Jos retiraba enseguida. Rambal también, con su perspicacia de enamorado, sorprendió e tas miradas, pero las atribuyó á la admiración que habia producido en su ánimo la hazaña de } ovellanos. En este momento servian la merienda, que por cierto no dejaba nada que desear al gastrónomo más exigente. La mesa que ocupaban estaba materialmente cubierta por objetos, por un lado una tetera exhalaba el olor de aromático contenido; por otro un recipiente en el que aún hervía, humeante, la blanca leche; tampoco faltaba la cafetera que sin temor á errar, podia asegurarse por el olor que su contenido era el riquisimo Mokka, aparte de esto y en platos que brillaban como si fuesen de oro, reexpidiendo los destellos que producían las lámparas que adornaban aquel magnífico comedor, se veían ricos emparedados, mantequilla, dulces de todas clases, á todo lo cual acompañaba una botella de legítimo Martel, acompañada asimismo de otras os ó tres de Jerez y Burdeos. Pues bien; á toda esta extensa amalgama alimenticia, la denominamos, sencillamente, ctomar el té:>, que por regla general, es lo menos que se toma. Están servidos los señores- dijo en este momento con su voz afectada el mozo. - Bien, está muy bien, contestó Rambal poniendo en la mano dd camarero una propina de cinco pesetas. El mozo se inclinó sonriendo, con una sonrisa de un duro. ¿ Cómo te lIamas?- preguntole Rambal al mozo. o - J08- - Fermín, contestó cachazudamente éste. - Pue bien, señor Fermín~ dijo humorísticamente Rambal: En tan buena compañía el mundo recorrería del uno al otro confín. - Que se calle el poeta- grit6 Bracmonde-- que está para ahorcarlo. - Bueno- exclamó á esta sazón la Vizcondesitamenos palabras y más obras. A todo esto el mozo había servido en las tazas lo que los comensales le pedían; á mí leche con un poco de café; á mí, té S%; á mí, leche sola con cognac. A todos servía y á todos dejaba satisfechos. Varias veces, durante la merienda, volvió JoveIlanos á sorprender la mirada de Magnolia fija en su rostro y apesar de su modestia, como no era tonto, supuso, muy lógicamente, que la Vizcondesita se habia enamorado de él ó estaba en vías de enamorarse, por lo que á su vez puso más atención en ella. En aquello momentos, valgan verdades, Jovellanos no se acordaba lo má mínimo de Dolores; con lo enamorado que e taba de ella no la tenía presente nunca, y cuando alguna vez / a recordaba, era como un sueño, como una co a lejana que a ha pasado. 10 hay que dudar que el carácter de Fernando era algo raro; estando cerca de Dolores no hubiera podido dejar de verla ni un solo día; estando cerca de ella hubiera despreciado á todas la mujeres del mundo por ella, y, sin embargo, en estos momentos le hubiesen preguntado: ¿ á quien quieres más, á Dolores ó á la Vizcondesita? y seguramente hubiese contestado que <. Í la " Iizcondesita. ¿ Pero estaré yo tonto?- decíase éste por otro lado-; siendo novia de este joven, ¿ como se va á ena- IIJi ! - 109- morar de mí por mi figura? Lo que fuere sonará, dijo al fin, no queriendo pensar más en aquello. Pero ahora sin querer, tenía siempre delante la carita arrebolada de , 1agnolia, sus grandes ojazos expresivos no se apartaban de su imaginación un momento, sus gestos todos, hasta los más pequeños, habianse quedado presentes en él; y luego la presencia del novio de ella, era como un acicate que le excitaba cada vez más á poner expresión en sus ojos y dirigirlos, cuando los demás no los viesen, á la Vizcondesita, que perdiendo la cortedad de los primeros momentos, no se quedaba atrás en sus miradas. Jovellanos reflexionaba ahora para sí; dedididamente la Vizcondesita le gustaba más que Dolores; el modo de ser de ésta le parecía ya falto de sal, demasiado inocente, sí; palabras de amor, promesas de cariños y otras cosas más, pero la distinción de Magnolia, su inocencia tambíén- pues veía que cuando la miraba mucho se ruborizaba-; su rostro y su cuerpo mórbido y esbelto, le satisfacía más que Dolores. Como yo consiga que ésta le dé caiabazas á este tonto, te veo en Flandes querida Dolores-- seguía reflexionando. En este momento penetraron en el comedor M. Chandren y su esposa, dirigiéndo e á la mesa ocupada por el joven y sus amigos (?) apenas le descubrieron. iiIJ I~ o nna nena ~ De le te e IItbo úsu Da~ á -= QC Todo tu cuerpo elegante predice amor y ventura; ¡ oh, cuanta dicha futura! ¡ cuanto misterio insinuante! iCuanta mirada de amor tu sola presencia provoca! ¡ Cuanta ilusión tri te y loca! - Cuanto loco admirador! III ! i~ .. xv jovellanos no se acordaba ya del acto que había realizado aquella tarde, lo cual no es de extrañar, pues con tanto pensar en la Vizcondesita, se le había llenado el cerebro y los demás pensamíentos no cabían en él. Al ver que se dirigían á él los padres de Lille, creyó que serían algunos otros curiosos que vendrían á felicitarle y estropearle aquella tarde, como él se decía. - ¿ Coal de ostedes es iI sinor jovellanos?- preguntó con emoción en la voz el señor Chandren y con los ojos humedecídos por la pasada emoción. - Servidor de ustedes, contestó levantándose el joven. Ambos padres se quedaron mirándole fíjamente; las lágrimas de alegría brillaban aún en los párpados de Mlle. Romain. - jCanastosl- dijo para sí jovellanos-; ¿ qu · e se-rán estos cipreses? - Ustedes dirán en que puedo~~~(:)' ifll( jij · mente jovellanos al ver qu¡ Y · ~~~¡( I) lfl'pl5~ li;( sos. - En permitirnos bes contestó emocionada de la pequeña que u ed/ con ri go oe su vida, ha salvado de una muerte cierta; así es que usted puede suponer lo agradecidos que nosotros le estaremos. Puede ~ fJ ~ II! I j ! Q - 114- usted pedirnos lo que sea, que nuestro mayor placer será sacrificarnos por usted. - Muchas gracias; tranquilícese usted, señora. Lo que yo he hecho no tiene importancia, pues soy un buen nadador. Además, fuí el primero que ví caer á la nena y á eso nada más se debe que haya sido yo el que la ha salvado, pues otro cualquiera en mi puesto hubiera hecho lo mismo. - No sinior- decía M. Chandres destrozando despiadadamente nuestro idioma-; lo que asted hacer no hacer nadie; asted ha salvado á mi hija y asted poede mandarme lo que asted quiera que yo hacerlo todo lo que asted me diga. Sí, señor- dijo á esta sazón MUe. Clarence, que hablaba perfectamente nuestra lengua- usted puede disponer de nosotros en lo poco que somos y lo poco que valemos, como guste, pues nuestro mayor placer estribaría en servirle á usted, en obedecer sus órdenes siempre. - M. Chandren- dijo entonces Bracmonee, que ya le conocía por viajar ambos en la misma clase y por haberlos presentado un amigo de los dos-, espero de su amabilidad que acepten un puesto en nuestra mesa. - Gracias, muchas gracias; contestó MUe. Clarence. Nosotros no queríamos molestar, pero lo pide usted de un modo que no es posible decir que nó. Aceptamos recono ' dos y complacidos en extremo de poder ocupar la misma mesa que el salvador de nuestra hija. M. Chandren ha laba poc la mayoría de las pala-bras que habla a eran en francés; su esposa le servía de interpreta, o él decia. Bien; tengan la amabilidad de sentarse- dijo entonces Rambal-. Mozo, tenga la bondad de traer dos servicios más. I 1i ! lI! - 115- - Al momento - contestó éste. - Jovellanos, con el revuelo que se formó para dejaJ sitio á M. Chandren y su esposa, quedó sentado junto á Magnolia, cosa que, como supondrán nuestros lectore , no le disgustaba lo más mínimo, pues Jovellanos viendo unos ojos bonitos junto á sí y una mujer que sonreia, se olvidaba hasta del siglo doce. - ¿ Y ustedes, señorita Magnolia, hasta donde piensan lIegar?-- preguntó ] ovellanos á la Vizcondesita mientras los demás tomaban parte en la conversación general-; antes que nada perdone la indiscreción y el atrevimiento, pero ustedes tienen en parte la culpa por su amabilidad para conmigo. - No, señor, por Oios; indiscreción ninguna; nosotros pensamos ir por ahora á Cuba, después, de allí, aunque no lo tenemos bien decidido, iremos á Buenos Aires, y luego veremos, pues no llevamos itinerario fijo. - Caramba; y ahora que me acuerdo aún no me ha dicho usted qué población puede enorgullecerse de tenerla entre sus habitantes? - A usted por lo visto le gustan los piropos andaluces- le contestó la Vizcondesitcr con un ligero mohín de disgusto que la hacía más encantadora. - No son piropos, créalo usted, son sinceridades que brotan de mi alma por sí solas. - Vamos,- contestó Magnolia,- por lo que puedo apreciar usted tiene un alma demasiado fogosa. - Usted lo ha dicho; demasiado fogosa. Tengo demasiada alma. Quien sabe si esto será causa de mi infelicidad en este mundo. - No lo crea usted; á veces el tener mucha alma trae consigo la felicidad de los seres. Se abstraen, se concentran en si mismos, se engrandecen por decirlo así y - 116- las miserias y mezquindades pasan junto á ellos, sin tocarles, y son felices. Voy á hablarle á usted con sinceridad, Magnolia. Había formado un concepto erróneo de usted; creí que sería una de tantas jóvenes, como usted sabe que son la mayoría, digo la mayoría, casi toda, sin corazón, sin ideas, no pensando más que en el sueldo que tendrá su futuro, en lucir trajes, en divertirse de la manera más vulgar y más estúpida que existe; pero veo que me he equivocado y lo celebro. Encontrar hoy una joven de sus condiciones es una rara excepción. ( rea usted que comienzo á envidiar al señor Rambal. - Bueno- dijo Magnolia variando de conversaciónme preguntaba usted de que parte era yo? Pues de Madrid. En el paseo de la Castellana número.... tiene usted una amiga verdadera á quien mandar. - Muchas gracias; madrileña había usted de ser. De aquí en adelante, cuando me separe de ustedes, mi pensamiento no se apartará del Paseo de la Castellana número ....; no crea usted, yo conozco varios paisanos suyos, sobre todo á los hijos de los Marqueses de..... á..... - Ah, sí- le interrumpió ,\ 1agnolia- u ted se refíere á Paco y Rogelio ¿ nó? - Los mi mos. Conozco también á los señores de Bertrando. - También los conozco. - y á varios más que no me acuerdo ahora, sobre to-do jóvenes con quienes yo me reunía en mis cortos viajes á la Corte. Jovellanos no se daba cuenta de que Rambal le miraba con muy malos ojos ni de lo que sucedía á su alrededor, ni de la discusión que sostenían M. Chandren y Bracmonde, referente á la fabricación de automóviles. Bracmonde decía que los coches de fabrícación ameri- !• - 117- cana daban mejores resultados prácticos que los de manufactura europea y ,\\. Chandres le discutía que el coche europeo era más poderoso, duraba más tiempo y que al fin y al cabo venía á ser má económico y duradero que el americano. - Vamos á ver- decía el ingeniero- un coche americano de X pesetas, le gasta menos ga oJina, menos aceite y si osted quiere ha ta menos goma, pero al cabo de pocos anios está qui no sirve; an cambio el coche europeo le gasta á asted más di todo, is verdad, pero por contra le dura á asted mocho más tiempo lluevo; ahora haciendo ona regla de proporción le resaltará qui sale ganando mochas pesetas con la duración dil europeo. M. Chandren hablaba despacio, como si quisiera estudiar las palabras antes de pronunciarlas. - Pero aún dando por sentado lo que usted dicele respondía f3racmonde- viaja usted en un coche europeo 150 ó 200 kilómetros y termina hecho un guiñapo, con el cuerpo molido, la cabeza dándole vueltas por el ruido del motor y otras varias incomodidades; en cambio viaja V. en un coche americano y es más rápido, más silencioso, más cómodo y va usted más tranquilo que si estuviese tomándose un aperitivo en SebastopoL A esta tesis oponia M. Chandren otra, en su problemático idioma; y digo problemático, porque no podía llamarse español, ni francés, ni... chino, y de este modo se enfrascaban en discusiones intcrm' les. Jovellanos y MaanoJia no po . n n' aeta de esto y no se aco'rdaban de natia s s' decir, Jovellanos se acordó un~ res, pero la vista de la Vizcond i r har-la tan amena é inte te, to se esfumó de su mente la imagen de u ado e ya solo cons-tituía un recuerdo lejano para él. IIJi~ o ha modestia de nuestros tiempos eá la hipocresía disfrazada de virtud. XVI Tan enfrascados estaban en sus conversaciones, de sobremesa del té, que se acercaba la hora de cenar sin que nadie se diese por enterado. joveIfanos y Magnolia seguían su conversación aparte, hablaban como si fuesen más amigos que los demás. Yo,- murmuró tristemente el jóven- quien sabe donde iré, donde me lleve el destino, á restaurar mi casa y mi fortuna con mi trabajo, lo que, siéndole sincero, creo conseguir pronto, por que verá usted: Yo no sé lo que pasa por mí pero voy teniendo cada día más optimismo, más confianza en mi destino. Salí de casa desalentado y ahora, cada minuto que pasa, me dá más ánimos, parece que me grita: no te acobardes, sigue adelante que triunfarás antes de lo que tu crees; y yo lo creo asi, es una intuición, una lógica que entra en los campos psico- análisis y de la subconciencia, que yo no p - do definir, pero que no cabe duda í. sta is-ma amistad, el conocerla á ust movi-mientos que me empujan. Ih~~~~! I~'~~ - Por lo que á mí resp~ nolia- tenga usted muct1U~ 99fs~ iJltJ futuro y hasta creo que un oco enfa . ¡ Já, já, já! joveJlanos, tomando primero en serio lo que le decía R1 :: l j - 122- la Vizcondesita, había puesto la cara un poco seria, pero la risa de Magnolia era tan clara, tan diáfana y tan intencionada, que hasta jovellanos acabó por reir. - Por Dios, Magnolia,- replicó- ¿ cómo cree usted que un infeliz como yo, sin una peseta y sin nada más que mi humilde persona, voy á..... - Es que á veces- le interrumpió Magnolia bajando la voz- el víl metal, como le llaman los que no le tienen, no influye para nada en los sentimientos de las personas. jovel/ anos, inconsciente, fijó sus ojos casi sin querer en los de la Vizcondesita, que sin querer también fijó los suyos en los de él. Fué un instante nada más, pero en ese instante bril/ ó en ambos ojos ulla llama, una llama que abraza y que ciega; fué un instante nada más, pero en ese instante la percibieron los dos en toda su intensidad. jovellanos, pasada la primera emoción de aque'la mirada, vió que ya era hOra de marcharse y con profundo pesar se despidió de la Vizcondesita. Hasta mañanamurmuraron ambos- y comenzó á despedirse de los demás amigos, haciendo presente agradecimiento repetidas veces, por las atenciones que todos habían tenido para con él. - ¿ Paro donde si va osted?- preguntó M. Chandren. - A mi sitio, querido amigo; yo viajo en tercera. - Pero ¿ adonde va osted? ¿ cómo viaja en tercera? - Yo, por lo pronto, á trabajar; si encuentro algún sitio relacionado con la carrera de ingeniero, mejor; si nó, pienso dedicaQ11e al comercio, principalmen..... - Ah, carrambá- Ie interrumpió sin dejarle terminar M. Chandren, le antándose- io tengo que hablar con osted; vamos, vamos á mi camarote. - Hasta mañana, señores. Se despidió por fin jove- IIJ - 123- llanos, dirigiendo una mirada con cierto disimulo á la Vizcondesita. - Hasta mañana, querido amigo, contestaron todos á excepción de Rambal. El ingeniero, su esposa yel jóven salieron del comedor dirigiéndose al camarote de M. Chandren, donde encontraron á la pequeña Lille jugando alegremente con el sirviente de los señores Chandren. - Hola- exclamó jovellanos- esta es la señorita náufraga, ¿ Conque es usted la nadadora?- preguntó dirigiéndose á Lille. Caramba, creí que era más pequeña, pero isi es una señorita/- dijo jovellanos dirigiéndose dirigiéndose á los padres de la misma. - Catorce años tiene- contestó Mlle. CIarence. - Bueno, contéstame- dijo jovellanos á la nena- ¿ tú eres la nadadora? - Je suis, monsieur,- contestó adivinando, más que entendiendo lo que la decía el joven. - ¿ Pero tú no hablas español como tus papás?- interrogó éste. - Qu'est- ce?- preguntó Lille dirigiéndose á sus padres. - VI désirait, que tu parlasses espagnol. - C'est demmage- contestó la nena poniendo la ca-rita triste. - Boeno- dijo M. Chandren,- dejemos ahora á la enfant y parlemos nosotros. jovellanos y MIre. Clarence reían oyendo hablar á M. Chandren. - Osted decir saber ingeniero y osted dice quiere un empleo; io voy te tirector di onas minas di oro á los Estados Unidos; io necesito un hombr qui se ponga al frente di los trabagadores, si osted quiere ser, me parece qui pronto hará fortuna, ganará 00 boen soeldo. J ! o - 124- -¡ Demoniol- exclamó el joven- mejor que con usted, con nadie; es decir, siempre que se trate de trabajar, pue yo, si bien quiero ganar dinero, quiero ganarlo trabajando, con mi sudor. - Soeno. ¿ Entonces coento con osted?- preguntó el ingeniero. - Puede usted contar conmigo desde este momento, - contestó el jóven. Moy bien; ahora vamos á cenar- dijo M. Chandren. - Bueno, hasta mañana cOlltestó Jovel/ anos disponiéndose á marchar. - Pero ¿ donde va osted?- preguntolc M. Chandren. - A la tercera. ¿ No sabe usted que yo viajo en ter-cera? - Ah, no; io no puedo consentirlo esto; osted irá en primera como io. - Pero si ya llevo cinco dias en tercera y además llevo billete de esta clase, ¿ cómo voy á quedarme en primera? - Osted no sabe nada di esto contestó M. Chandren oprimiendo un botón eléctrico y haciendo sonar un timbre. A los poco momentos se presentó un camarero. - Diga osted al maiordomo qui venga. Bonna nuit- dijo éste apareciendo á los pocos instantes con magnífico buen humor. ¿ Qué desea usted, querido amigo? • - lo quiero saber si hay un camarote di primera vacío. - ¿ Si hay un camarote de primera vacío?- interrogó éste, que como asi todos los españoles pregunta lo que oye, pues si que lo hay, mo parece que hay dos. - Bien; io quiero uno para mi amigo aquí presente; - 125- il tiene pasaje de tercera, osted cobra la diferencia y le da un camarote de primera. - Oh, mio querido amigo, eso no poede ser- contestó el mayordomo remedando á M. Chandren. - Pues entonces cobre lo que sea,- dijo MUe. Clarence. - Esto como se arregla es así. Como el camarote está vacío, el señor se pasa á él Yyo no les cobro á ustedes nada más que la comida. - Eso no podemos permitirlo de ningún modo,- dijo MUe. Romain. - Pero señora ¡ por Dios! si eso no me perjudica en lo más mínimo. ;:, í el camarote es it'> ual que vaya ocupado ó nó; yo le cobro la comida al señor y salgo ganando. ¿ Usted no lo comprende? jovellanos intentó hablar dos ó tres veces para protestar de las molestias que por él se causaban, pero no le dejaron. - Bien,- dijo MUe. Romain. Aceptamos reconocidos y deseamos serIe útiles en alguna ocasión. - Muchas gracias- contestó galante el Mayordomo, retirándose. Así jovellanos quedó instalado en primera, quieras que nó. IIJ j ~.. UN NAUFR GIO Trepida el vapor, dejando una blanca estela; del pasaje, unos ríen / lenos de ilusiones; otros lloran y sus sangrantes corazones lanzan un gemido, que en el espacio vuela. El buque corta las olas, cubiertas de espuma que ahora parecen frágiles é inocentes; . y luego azotan el barco, furibundas y rugientes, levantándose en montañas, semiocultas por la bruma. Después de doce horas, de huracán violento, parecen asociarse la mar y el viento para en un esfuerzo, tenaz é inaudito sepultar en el abismo, líquido y profundo, toda aquella vida, que en el ultimo grito se despide con pesar, de este misero mundo. I J I .1 f , iIIJi ;! l o XVII Esa misma noche cenó jovellanos en el comedor de primera. Bracmonde y sus amigos quedaron en una mesa que estaba dos más allá de la del ingeniero y nues- . tro amigo. Desde el sitio que ocupaba jovellanos distinguía perfectamente á la Vizcondesita, Magnolia Terr, cruzando continuamente sus miradas sin que nadie se apercibiese de ello. Si hubiesen podido materializarse las líneas que describían contínuamente los ojos del uno al buscar los del otro, se hubiera visto en un apuro para distinguirlas hasta el mismo Euclides; pues serían tan compactas que estarían fundidas en un solo haz. A ' ovellanos le había gustado enormemente la Vizcondesita; cuando pensaba que dentro de dos ó tres días había de separarse, elJa sentía un malestar inexplicable, parecido al que sintió cuando se despidió de su familia. La Vizcondesita se habia enamorado de una manera más profunda de jovellanos; la admiració e le ha-bía producido el acto heróico del a-ción tan interesante, su modo de de su alma; todo eso habíase a n de la joven de tal modo, que ~~~ rIfij~~~ darlo. i J I . B I ! - 130- Tan pronto terminaron de cenar, dirigiéronse todos nuestros personajes al fumador; primero Bracmonde y sus amigos y después M. Chandren, su esposa y Jovellanos. El sirviente de los ~ eñores Chandren se llevó á Ulle á dar una vuelta por el buque. - Ya lo sabes- díjole al sirviente Mlle. Clarence-; no la sueltes de la mano ni un momento. - No tenga usted cuidado- contestó éste. En este modo de ser, hay una gran diferencia de la mujer española á la mujer francec:: a. i una española estuviese á punto de perder su hija, ese mismo día y en las mismas condiciones de Mlle. CIa- . rence no la hubiera soltado de la mano, no ese día, ni una semana;' pero las francesas son más razonables, pues no eS lógico suponer que si esa tarde estuvo á punto de perd r á su hija por un descuido, tendrían mucho más cuidado que si no hubiera sucedido nada. Así es que mientras Lille y el criado se dirigian á la lujosa escalera para subir á cubierta, nuestros amigos se dirigían al fumador á instancias de M. Chandren, pues valgan verdades JO\ ellanos no hizo la menor indicación, ni mostró el menor deseo de ir á hacer compañía á sus amigos de por la tarde, aunque lo deseaba bastante. Penetraron los tres en el fumador que solo estaba ocupado por nuestros amigos, saludándose y tomando asiento juntos. Solo } ovellanos quedaba en pi~ y buscando asiento dirigió una mirada á su alrededor. Ya se dirigía á una butaca que estaba en la parte opuesta á Magnolia, cuando ésta le dijo: - Oiga us d, Jovellanos, no se moleste buscando asiento que aquí en el sofá cabemos los tres. Al mismo tIempo dejaba sitio á jovellanos, quedando 1 f ~ o - 131 - ella en el centro, jovellanos por un lado y Rambal por el otro. El joven sentose después de dar las gracias á sus ocupantes. En las actitudes de Rambal, un buen observador hubiera notado la desilución que le producía el manifiesto desamor de su novia, después que había conocido á jovellanos; en las de éste se percibía claramente la alegria de que estaba poseido. La Vizcondesita atendía á los dos en su conversación pero ponía más atención cuando conversaba con jovellanos que cuando lo hacía con Rambal. ¡ Ahl- ¿ pero no saben ustedes como me he instalado en primera y he conseguido empleo también?- interrogó jovellanos á sus amigos. Me había olvidado decírselo á ustedes, los únicos amigos que tengo aquí; pero después de todo- prosiguió éste sonriendo- soy algo tonto, pues ¿ qué les puede importar á ustedes lo que me sucede á mí? - Por Dios, jovelJanos- contestó la Vizcondesita ¿ tan mal nos juzga usted que cree no nos interesa lo que le suceda á usted? Por mi parte, se lo digo francamente: más que como á un simple conocido, le míro á usted como á un amigo de siempre, casi como á una familia. Agradecido, Magnolia. Yo solo deseo que sienta usted por mí la cuarta parte de la amistad que yo siento por usted. A todo esto, Rambal no había hablado ni una sola palabra y demostraba tan mal humor, que jovellanos no tardó en advertirlo. , - Por Dios, Sr. Ramba'l, ¿ qué le sucede á usted? Parece que está de mal humor, ó ocaso ¿ es que se siente usted algo mareado?- terminó jovelJanos envolviendo su pregunta en cierta dosis de ironía. i 1 IJI ! o - 132- Rambal, que estaba abstraído en sus pensamientos, pareció despertar de pronto y contestó: - No, mareado nó; pero no se que me sucede esta noche, pues me duele la cabeza horriblemente. - Vaya, hombre- repuso Magnolia- eso se te pasa acostándote un rato. - Pues con el permiso de todo ustedes, voy á cumplir tu indicación. Conque, hasta mañana- terminó despidiéndose de todos. - Hasta mañana. Que eso no sea nada- le contestaron. Rambal se retiró y la conversación volvió á generalizarse, formando grupo aparte, por la situación en que estaban, Magnolia y] ovellanos. - Vaya, ahora que podemos hablar con más libertad, ¿ quiere usted contarme lo que le ha sucedido, para que vea que yo me i~ tereso por usted?- dijo la Vizcondesita recalcando estas últimas palabras. Jovel/ anos la miraba fijamente á los ojos y después de un suspiro que tenía algo de sollozo, la refirió su conversación con M. Chandren y que según le había dicho el ingeniero, le parecía que pronto haría fortuna allí, trabajando desde luego. - Digame, Magnolia,- Ia interrumpió ¡ ovellanos en voz baja yapa ionada-; ¿ usted no se enfadará si la hago una pregunta? - Puede usted hacerme las preguntas que gustecontestó la Vizcondesita ruborizada. - ¿ Es cierto que es usted prometida de Rambal? - Cierto- contestó Magnq/ ia vacilante,- pero ¿ por qué me pregunta usted estas cosas? Jovellanos, después de un momento de silencio, murmuró tristemente: I • - Es verdad. ¿ Por qué le pregunto yo ésto, pobre de - 133- í? Perdone usted, Magnolia, mis estupideces y cambiemos de conversación. - ó, si no es e o - contestó '\' la nolia vivamente' Usted no me ha comprendido, pero... pero digame: ¿ por qué me hacía u ted esa preguntas? - Se lo voy á decir sinceramente, pero lo único que e ruego e que no se ría de mí; le hacía esas preguntas porque perdí Uf momento la noción de las cosas, y olvidándome de lo que omo, creí poder aspirar á usted. Perdóneme' la ilusión del ambiente en que estamos me habia trastornado. - No tiene usted nada de que arrepentirse. Además < le su modestia le hace ver la cosas de distinto modo que á los demás; porque tenga usted en cuenta que es un ingeniero, un hombre de carrera, de porvenir. - Eso y nada es lo mismo; voy á probárselo á usted. Si yo fuese hoy un hombre poderoso, un millonario inmenso, que dejase el resplandor del oro y del poder á mi paso, yo le haría á usted el amor; procuraría por to< los los medios lícitos que usted me correspondiese, haría todo lo posible por que su pensamiento y su corazón fuesen míos, ó de otro modo, si usted en vez de er rica y Vizcondesa, con un brillante porvenir, fuese usted la más infeliz de las mujeres, también procuraría hacer lo ntismo y..... sin embargo, ¿ valdria más de lo que valgo hoy? ó, valdría lo mismo, pero ya usted ve; hoy no me atrevo á decirle á usted una pequeña galantería, ni permito á mi alma la más pequeña expansión; la vida es una especie de paradoja, Magnolia; no hay quien la comprenda ó al menos, si la comprenden, pro-curan dejarla como está- terminó Jov no La Vizcondesita le escuchaba ~ · IWl! lli~~~~ miración por su conformidad)' ~ r~~ además le admiraba porqutfe am~~ if' 0 !.. - J34- de el momento en que le vió lanzarse al mar sin medir el peligro y sin otro pensamiento que salvar á la pequeña; le adoraba cuando oyó su voz, cuando empezó á medir la intensidad de sus pensamientos, la nobleza de su carácter; todo hizo que la amase con un amor profundo y verdadero; Rambal, ¡ bahl, Rambal, la vulgari-dad, la monotonía, lo de siempre; como Rambal abundan los hombres, como joveJlanos, de cien, uno. Además á Rambal eJla no le amaba, lo que hacía era no odiarle; había pensado casarse con él y quizás sería feliz, pero todo eso era antes de conocer á joveJlanos; su cariño á Rambal era, c ¿ ¡ lculo, un chico educado, rico, sin vicios, guapo, y dcmá , en cambio, su cariño á I jovellanos era romántico, con ese romanticismo que so- ~ bre todo las mujeres procuran ocultar y que escapa de ~ su alma á torrentes, con ese romanticismo tan combati-do y ridiculizado y que sin embargo es lo que las hace ser sublimes, lo que las hace ser ~ mujeres » . Una mu-jer sin romanticismos sería un absurdo, una cosa incon-cebible; no podría llamarse mujer. I Todas ellas, unas más y otras menos, son románticas aún sin querer. En cada revolución ó movimiento instintivo de los pueblos hacia la libertad, hay un ente grotesco que se aprovecha de ella par |
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