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DISCURSOS LEÍDO ,' TE LA QEDL BCRDEmID DE LB BIST08IR EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA D. CAftlIltO G. DE POItAVIEJA Y OEIt CASTlItItO MARQUÉS DE POLAVIEJA EL 28 DE ENERO DE 1912 . L\ DRID f. STAOLECDIIF.. OTO lTI'OGR ~ FICO DE JAr. lE RATÉS (\ lní. ° Plaza de San Ja i~ r, Dlirnero o. [ 9[ 2 DISCURSOS DEL E. · CblO. SE'- · OR D. CAMILO G. DE POLAVIEJA y DEL CASTILLO, MARQUÉS DE POLAVIEJA, ' l" DEL & XCM . SX. XOR D. FRAKCI CO FER ' A DEZ DE BÉTHEl COURT, Lerdos en la recepción pfiblica de 28 de Enero de 1912 DISCURSOS LFfDO 1 F LA QEDl BCDDEffllD DE LB BI8TDBID EN LA REOEPOIÓ PÚBLIOA ) Y. F. X) lO ..-: 01': D. GAfd1I10 G. DE POI. tAVIEJII Y DEll GASTlllI10 MARQUÉS DE POLAVIEJA El 28 DE ENERO DE 1912 MADRID !. STADLECUIE." TO TIPOGRÁFICO DE JAI~ E RATÉS MAR!!. 1' lua de 3n Jauer. número 6. DISCURSO DEL EXCMO. SR. 1ARQUÉS DE POLA\ TIE] A SEÑORES ACADÉMICOS: Quiere la ley de las compensaciones, piadosamente consoladora en unas circunstancias y cruel en otras, que acompafie al natural regocijo de estos actos el recuerdo torcedor del compafiero que para siempre se perdió, y sólo atenúa la pena que su memoria produce el que sirve de ocasión para proclamar nuevamente sus méritos y virtudes y para ofrecerle como ejemplo y estímulo á quien acepta el delicado empeilo de continuar su labor en la Academia. Tócame suceder, sin méritos para ello y sólo debido á vuestra benevolencia, á distinguidísimo hombre de letras muy conocido y estimado dentro y fuera de nuestra Patria y que por su infatigable laboriosidad, su mucho saber y grandes méritos, ocupó cargos que fueron para él campo adecuado al desarrollo utilísimo de su vocación nativa para los estudios históricos y bibliográficos, que siempre encaminó al aumento y progreso de l~ cultura nacional. 2 - 10- aci6 en nlmer6n provincia de Guadalajara, al alborear el 2.> de Toviembre de 1 45, Y en humilde cuna, de 10 que mucho se gloriaba mi ilustre antecesor D. Juan Catalina Garda y L6pez; hered6 de su padre el amor al trabajo y á la tierra en que vi6 la luz primera, en la que se forj6 el temple fortí ¡ mo de u alma, propio para el rudo batallar y para el definitivo vencer. . Con enaltccedoras pri vaciones, crisol que depura toda flaqueza, siO" lli6 Catalina sus estudio, yen carrera sin bastarda intrigas, de modesto empIcado de la Sociedad Econ6mica Matritense de Amigos del País, lleg- 6 á representarla como Senador del Reino, en la Alta Oámara, ejerciendo ya el cargo de Secretario general de la Oorporaci6n benemérita. fotivo hubo para ello, por el arreglo de u copio a y variada biblioteca, por la a iduidad ejemplarí ima en el cumplimiento de su debere y por Sll precioso opü culo Datos biblio{] ráficos de dicha ociedad, publicado con oca i6n de u primer centenario. Periodista eXImIO, extraüo por completo á la luchas menuda y personales de la política al u o, u concienzudos é intere ante artículos en El Pensamiento Espajiol, El Fénix, La E pafía Católica y La Unión, dilucidando con suprema autoridad y envidiable maestría complicadas cue tiones arqueo16gicas, llamaron la atenci6n de 10 doctos y le procuraron un selecto público de admiradores, ávidos de su rara noticias y de us depura- - 11- das enseñanzas. Pero donde su erudici6n se desborda en sana crítica y sabro a lectura fué en las obra que llevan por título La Edad de piedra, El hom. bre terciario, El libro de la pl'Oúncia de Guadalaja l'a , El diado de un patdota complutense, por él prologado y anotado con derroche de aber de muy subido quilate' La historia de Castilla y de León durante los reinados de Pedro 1, Enrique 11 y Enrique 111, libro de provechosa é indispen able con uIta; El Madl'oJ1al de AUl ¿ ón, El fue7' 0 de Bl'ihuega, La historia de las Bellas ATtes en Salamanca, El ~ Mu? 1icipio dU7' ante la Monarquía visigoda, y tantas y tantas otras que constituyen s6lido pede tal de su gloria. u maravillosa labor qued6 perpetuamente contrastada en el Bosquejo de una bibliografia cervdntico- alcalatna, en el soberbio Ensayo de una topografía complutense y en la completí ima Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara y bibliografia de la misma hasta el siglo XIX, en que Catalina García hizo alarde cic16peo de su resistencia para el trabajo erudito de primera mano, enalteciendo la patria chica, de la que era entusiasta, in pequefios ni grandes ego! mas que entibiaran su amor á la patria grande. Plumas tan autorizadas como las de Pérez Villamil y el Oonde de Doña Marina han hecho cumplidamente el elogio del llorado amigo; yo, que no tu ve el honor de tratarle ni el gu to de conocerle, evoco su nombre, que en muchas ocasiones admiré, para ofrecerle en e tos momentos el tributo que, - 12- aun sin imponerlo la costumbre, le hubiera rendido de todos modos mi afecto desinteresado. * ** Cumplido tan grato deber á la memoria de mi antecesor, voy, sefiores, á dar lectura á mi discurso de entrada en esta docta Corporación, que se referirá á nuestra labor en América, por exigírmelo así, y con gran fuerza, deberes de sangre, por haber nacido mi madre en tan hermosa tierra; deudas de cariilo y de gratitud, porque en ella he pasado los mejores días de mi vida, sirviendo á mi patria, y patrióticos sentimientos de justicia, porque el conocimiento de su historia, que es la nuestra durante tres siglos, adquirido en gran parte sobre los lugares mismos de los hechos que la forman, mehizo conocer muy pronto la injusticia con que nos han tratado la mayoría de los historiadores extranjeros, no sólo con relación á nuestra acción en Europa, sino más principalmente en todo cuanto se refiere al descubrimiento, exploración, conquista y colonización de las Indias occidentales y orientales. y explicase que así lo hicieran los pueblos que nos combatían; querían acabar á toda costa con nuestro grande y glorioso imperio y, faltos de todo escrúpulo, á la acción de las armas y de la diplomacia unieron la de la calumnia en sus variadas manifestaciones, haciendo lo que hoy llamamos una campaila de opinión contra Espafta. - 13 - Pero lo que no puede comprenderse ni explicarse es el que ella haya tenido eco entre escritores nuestros, que contra sus sentimientos y deseos han viciado el criterio nacional y apocado su espíritu. ¿ Quién no ha oído decir millares de veces á la mayor parte de nuestros conciudadanos que fuimos ignoran tes y crueles en América y que los espafioles no supimos ni sabemos colonizar? ¿ Quién no oye hoy á todas horas, cuando los pueblos más cultos y adelantados son los que más aman á su patria y la sirven con más abnegaci6n por haberse educado y formado en los grandes y gloriosos hechos de sus respectivas historias, que nosotros los espafioles debemos cerrar con triple llave la tumba del Cid y volver la espalda á nuestra épica y hermosa historia, matando la vida del sentimiento, para fiar tan s610 nuestra reconstituci6n y nuestro porvenir á la cruel y despiadada de la materia? Ahora se pretende olvidemos que todo lo bueno y grande que hemos hecho fué debido muy principalmente al incontrastable vigor de nuestras fuerzas morales. Idealistas y caballeros, Quijotes, como hoy se dice, fuimos fuertes y poderosos y al pequefio mundo antiguo supimos dar otro grande y rico, y poner además, con . Magallanes y Elcano, en comunicaci6n á todos los continentes, formando el moderno, después de recorrer los primeros su redondez. Sanchos hoy, ¿ qué somos? ¿ Qué podemos darle? - 14- Acostumbrado á servir leal y honradamente á mi patria" permitidme, seftores, que, como acabo de manifestarles, rompa una lanza por ella y por los fueros de la razón y de la justicia, demostrando, aunque muy sobriamente para no fatigar vuestra atención, qne el pueblo espafiol es uno de los que más grandes y útiles servicios han prestado al progreso humano. Luchador enérgico é infatigable, terminada la reconquista de sn suelo y después de siete siglos de continuo batallar, sin sentir cansancios y lleno de soberanos alientos, con las capitulaciones de Santa Fe, abre para él nueva era de continuados trabajos, de grandes sacrificios y de colosales esfuerzos. Pueblo pequefio y pobre, pero dotado de grandes fuerzas morales, intelectuales y fí icas, no teme lanzarse á inmensos y desconocidos mares, y descubriendo un nuevo continente, motiva la revolución más grande, más transcendental y más fecunda en bienes que registra la historia de todos los tiempos y de todos los países. De ella fueron dignos directores D. a Isabel I de Oastilla y D. Fernando V de Aragón, auxiliados por el genio de Oristóbal Oolón, el más ilustre, con Magallanes, de todos los marinos conocidos. En principios científicos fundamentó siempre el Gran Al'Jlúl> anle su proyecto de ir á las Indias orientales navegando por los mares de Occidente' mas puede considerarse como verdaderamente providencial la ruta que se trazó y siguió en su pri- - 15- mer viaje, porque ella le llevó, dada nuestra ituación geográfica, la de América y su forma, á ocu- . par desde el primer momento la situación más ventajosa que se pudiera imaginar, para con menos pérdida de tiempo explorarla y conocerla en toda su exten ión. Colocadas la i la de anto DominO" o y de Cuba al ur del continente americano del ~ y orte, y al orte de el del ur, y frente y cerca del i tmo que lo une, al ser de cubiertas por Colón en su primer viaje, su posición avanzada y central nos llevó, como por la mano, á conocer pronto y fácilmente, en toda su extensión, las costas del Golfo de México y del Mar Caribe, y, por la ocupaci6n de éstas, á descubrir el má extenso de los mares, que entregamos al progre o humano, y á explorar y dominar, con grandes territorio, las co tas occidentale del mundo americano del uro También el conocimiento de la. primera no dió eguidamente el eiiorío de la llamada hoy América central, de Ié - ico, de la Baja California, de Texa y de la Florida. Ademá de ser tan privilegiada base de operaciones, la i las de Cuba y anto Domingo fueron eficaz punto de apoyo, de protección y de recuros á las e cuadra que saliendo de E pafia se dirigían á la América central, para desde los puntos ya conocidos hacer largas exploraciones hacia el ur y hacia el Norte. Gratitud inmensa debemos todos los e paiioles al Gran Almirante y á lo hermanos Iartín Alonso - 16 - y Vicente Yáflez Pinz6n, alma y vida que fueron en Palos de la organizaci6n de la escuadrilla compuesta por la Santa Maria, la Pinta y la NÍJla, y con cuyas nave, ayudado por tan experimentados marinos, en las aguas orientales del Océano Atlántico, cruz6 sus'inmensas y desconocidas soledades y arrib6 á. sus límites más occidentale , descubriendo la isla de Guanahaní y parte de las costas de Cuba y Santo Domingo. Á tan maravilloso resultado sigui6, en el segundo viaje de Co16n y después de reconocer la isla de Puerto Rico, el ocupar la de Santo Domingo y establecer en ella el centro de nuestro gobierno en aquellas lejanas tierras, y en el tercero descubrir el gran continente americano por las vecindades de la desembocadura del Orinoco. Desde tan gran y tran cendental momento ya no cesa la exploraei6n de su dilatadas eo tu orientales. En Mayo de 1499, Alon o de Ojeda ale de Cádiz, toca en Paramaribo, en u inam, y recorre las co ta de la hoy Guayana inglesa y república de Venezuela; poco de pués, partiendo de Palo Alon · so Niflo de Moguer, da con la costa de las Perlas; á fines del mismo afio Vicente Yáfiez Pinzón, compafiero de Co16n en su primer viaje, descubre la costa más oriental del Brasil y la desembocadura del Amazonas; en 1500 Rodrigo de Ba tidas explora la costa desde el cabo de la Vela al de ombre de Dios; Co16n, en sn cuarto y último viaje, conociendo todas estas expediciones, sale en busca de - 17- un paso al Océano Índico, que no encuentra pero de cubre la tierra que llam6 de Gracias á Dios por lo grandes temporales que ufri6 sobre ella, las ca tas de Honduras y de 00 ta- Rica; en 1500 Diego de Lepe reconoce el declive occidental de e ta ca ta americana bajo los grados de latitud ur; en 150 Vicente Yáfiez Pinz6n, partiendo de Ouba, recorre la costa de Honduras, y siguiendo su viaje, el más largo ha ta entonces en aguas americanas, baja hasta el cuadragésimo grado de latitud ur, y, por último, después del desastroso fin de la última expedici6n del infatigable y audaz Ojeda, los restos de ella fundan la colonia del Darien, que había de ser punto de partida de grandes hazafias. Fué la primera la de Vasco Núfiez de Balboa. abiendo por los naturales del paí que había un gran mar al otro lado de la cordillera que corría alOe te de la colonia, el día 1.0 de eptiembre de 1513 empez6 u difícil acceso con 190 e pafiole y varios centenares de indios cargadore . De pué de muchos sufrimiento y continuados trabajos el día 25 lle0' 6 á la cumbre de las montanas, presentándo e ante sus de lumbradas ojos, con toda u hermosa magnificencia, la inmensidad del Océano Pacífico. En tan dramático momento y dominado por la grandeza del hecho realizado, cay6 de rodillas dando gracias á Dios por haber concedido tan se · flalada merced cá hombre de pequefio ingenio y escasos conocimientos, de poca experiencia y de baja estirpe-. 3 - 18- Cuatro días después estaba en sus orillas y en la ubida de la marea, al avanzar las olas, con la espada desenvainada entr6 en ellas hasta la cintura, tomando posesi6n del mayor de los Océanos en nombre del Rey de E pafia. Gn año ante, el 2 de Abril de 1512, Juan Ponce de Le6n, gobernador que había sido de la isla de Puerto- Rico, deRcubri6 la península de la Florida, reconoci6 sus costas orientales y occidentaJes y en sus exploraciones lleg6 hasta la bahía de Apalache. Al conocer el Rey D. Fernando el Cat6lico el gran descubrimiento de Balboa, orden6, el 12 de Noviembre de 1514, se alistara una escuadra de tres naves á las 6rdenes de Solís, el más ilustre de nuestros navegantes después de Pinz6n, y que lleo- ada al istmo rumbara al ur, debiendo recorrer 1.700 leguas 6 más á ser posible; con este itinerario se confiaba hallara la comunicaci6n, si es que la había, entre los dos mares. Cumpli6 Solís las instrucciones recibidas sin ha11tH' el paso, que ya persigui6 Co16n en su cuarto viaje, mas en cambio descubri6 el g- ran estuario del río de la Plata, al que di6 el nombre de . Mar Dulce; en sus orillas encontr6 la muerte á manos de los naturales del país, y la escuadrilla volvi6 á Espafia. Así como la ocupaci6n del Darien por las gentes de Ojeda motiv6 el pronto descubrimiento del Pacífico, la conqui ta y colonizaci6n de Cuba por Diego Velázquez origin6 la del extenso y guerrero - 19 - imperio de Moctezuma, teatro luego de maravillosas hazañas. De aguas de Cuba, en Febrero de 1517, sali6 una expedici6n á las 6rdenes de Francisco Hernández de C6rdova, que descubri6 la isla de las Mujeres y la península del Yucatán, que coste6. Toc6 en cabo Catoche, en Oampeche y en Potochán, siendo hostilizada en todos estos lugares. Perdida la mitad de la gente y herido gravemente su jefe, regres6 á Cuba, donde falleci6 á los pocos días. El 23 de Abril de 1518 sigui6 á esta expedición, y con bastantes más elementos, la de Juan de Grijal1:> a. Ésta descubri6 la isla de Cozumel, el gran río que lleva su nombre, la isla de Sacrificios, remontando basta el lugar en que luego fund6 Hernán Cortés la Villa- Rica de la Veracruz. De sus playas regres6 á Ouba después de haber comerciado con los naturales del país, de babel' vencido en los lugares en que ball6 resistencia y con abundantes noticias de la gran confederaci6n azteca. Los importantes descllbrimientos hechos por C6rdova y Grijalba, y los entusiasmos que despertaron en el espíritu aventurero de los nuestros en la isla de Cuba, dieron lugar á una tercera expedici6n, que al mando de Hernán Cortés y compuesta de 17 naves con GG3 hombres entre marineros y soldados, el 18 de Febrero de 15íl) salió de cabo an Antonio y después de vencer en Yucatán) que con la isla de Cozumel incorpor6 á la Corona de España, fonde6 en las costas de México, al Norte de la isla de Sacrificios. - 20- Nuestro caudillo desembarcó su ejército, que hoy sólo podría constituir una escolta de honor de la bandera de la Patria, y puesto en comunicación con los habitantes de aquellos lugarcs, y teniendo mayores y más positivas noticias del gran poder de Moctezuma, lleno de confianza en sí mismo, resuelve la conquista del imperio azteca, sin tener para nada en cuenta la escasez de sus fuerzas y el que éstas no podían ser reforzadas ni socorridas por la situación especial en que se hallaba. Para base de sus futuras operaciones funda sobre la costa la Villa- Rica de la Veracruz, y para que sus soldados no retrocedieran ante la, por lo demás, temeraria grandeza de su empresa, destruye su escuadra y queda con un pufiado de hombres, de los cuales ya algunos habían dado muestras de flaqueza, y con las soledades del ancho mar á sus espaldas, frente á los ricos dominios de Moctezuma, habitados por un pueblo guerrero y valeroso y relativamente adelantado, y cuya única entrada por aquellos lugares la constituían gigantescas y extensas cordilleras, cubiertas de exuberante vege · tación y llenas de formidables obstáculos. Tres afios empleó en su conquista y en ella desplegó excepcionales aptitudes: el valor ardiente del soldado y el sereno y tranquilo que pide el mando supremo; grandes talentos políticos para el manejo de los negocios, y militares para imaginar grandiosos planes estratégicos y para su más acertada ejecución; perseverancias superiores á las mayores contrariedades de la fortuna, siempre unidas á una - 21- voluntad tenaz é inflexible ante los mayores obstáculos, y concepci6n clara y pronta de las cosas con resoluciones rápidas 6 pacientes, según le imponían las ci: r: cunstancias. También debi6 sus éxitos á sus notables dotes de estadista y al saber apoderarse del espíritu de los hombres tan por completo, que de sus heterogéneos compañero de expedici6n hizo el instrumento apropiado y digno de su inverosímil é inmortal empresa, á la que no quita importancia el pequeño ejército con que le di6 cima, pues no es el número de combatientes, segtín nos demuestra la historia, el que da importancia á la acci6n, sino las consecuencias que ésta trae consigo, la magnitud de la escena y la entereza y valor de los actores. Después de la conquista fué un colonizador inte · ligente y práctico, con sentido moral muy superior á su época, y consagrado al servicio de las ciencias y de su patria, un explorador infatigable por mar y tierra. En expediciones por el Pacífico y en busca de un estrecho entre éste yel Océano Atlántico gast6 gran parte de su fortuna personal, caso nuevo y único en la historia de los grandes conquistadores. Hombre nacido para la acci6n que crea y engrandece, ganada la ciudad de México, consagra Cortés todas sus actividades á la extensi6n y consolidaci6n de su conquista, combinando las expediciones marítimas con las terrestres. Personalmente acudi6 á la conquista del Pánuco, mandando á Olid con expedici6n marítima á las - 22- Ribueras, donde se presentará más tarde extendiendo la dominaci6n de España hasta las vecindades del lago de icaragua, y á Pedro de Alvarado orden6 la sumisi6n de Guatemala. Estas expediciones sobre las costas del Atlántico y del Pacífico fueron precedidas por la exploraci6n y toma de posesi6n de estas últimas por unos enviados suyos, por cuyos informes fund6 primero en Zacatnla y Tehuantepec, y luego en Acapulco y Manzanillo, las bases marítimas de donde habían de partir sus largas expediciones á través del Pacífico y al Norte y Sur de sus costas ameri. canas en demanda del ansiado paso al Atlántico. En ellas coloc6 carpinteros de ribera y maestros herreros y á ella se llevaban desde Veracruz, á hombros de indios, el velamen, las jarcias y la clavaz6n. Grandes cosas hicieron los espailoles de aquellos tiempos porque fueron superiores á los obstáculos más invencibles. El dominio y organizaci6n de la costa mexicana del Pacífico dieron, i cabe, mayores vuelos á las patri6ticas ambiciones de Cortés, qne se ofreci6 á su Rey para la conqui ta de las islas de la Especería y para clavar la bandera de España en el imperio chino, diciéndole en una carta: « Tengo en tanto estos navíos ( alude á los que estaba construyendo en las citadas bases) que no lo podría significar; porque tengo por muy cierto que con ellos, siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo de ser causa que Vuestra Cesárea l\ fajestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que hasta hoy en nuestra tierra se tiene noticia.... , pues creo que - 23- con hacer yo esto no le quedará á Vuestra Excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo~. En estos párrafos está toda el alma del que fué gran conquistador de México con un puñado de hombres. La previsi6n de Cortés le permiti6 en Noviembre de 1527, cumpliendo 6rdenes del Emperador, mandar al través del Pacífico una expedici6n con el capitán Álvaro Saavedra Zer6n, que después de descubrir varias islas, arrib6 á las Molucas y Mindanao en busca de uno de los buques de Magallanes. Aesta. expedici6n siguieron lasque sucesivamente fué prepa. rando Cortés, acudiendo, sin darse punto de reposo, de puerto en puerto á su organizaci6n, y gastando entre todas ellas trescientos mil castellanos de oro sin reintegro por él Estado. El 30 de Junio de 1532 hizo salir de Acapulco una expedici6n á las órdenes de Hurtado de l\- fendoza, que deseu bri6 las islas Marias y explor6 las costas de los hoy estados de Guerrero, l\ Jichoacán, Xalisco y parte del de Sinaloa, llegando hasta el grado 27 de latitud Nurte; el 30 de Octubre de 1533 otra segunda, también suya, se hizo á la mar en el puerto de Santiago, hoy Manzanillo, y después de muchos y graves accidentes, descubri6 en direcci6n Norte las islas de San Benito y del Socorro; en direcci6n Sur, y siempre costeando en busca de la comunicaci6n entre los dos mares, llegó hasta el centro del golfo de Panamá; la tercera, mandada por Cortés en persona, fué á la península de Cali- - 24- fornia, regresando á Acapulco después de grandes sufrimientos y peligros, y por último, la cuarta, compuesta de tres naves al mando de UUoa, la di · rigi6 hacia cl Norte en busca del tan buscado paso. Una de las naves fué víctima de los malos tiempos; otra, por su mal estado, tuvo que regresar desde la isla de los Cedros; de Ulloa, que sigui6 con la tercera, no se volvi6 á tener la menor noticia. Entre su tercera y cuarta expedici6n exploradora, y á solicitud de Pizarro que le pidi6 refuerzos, mand6 nuestro gran caudillo al Perú dos naves á las 6rdenes de Hernando de Grijalba con buen nú' mero de hombres, bastimentos y pertrechos de guerra. Fué Hernán Cortés el más grande y genial de los conquistadores de la América central y del Norte, y puede afirmarse, haciéndole la debida justicia, que Francisco Pizarro lo fué en la del Sur. Sin tener los acabados talelltos militares y políticos del que fué su modelo en la conquista del Perú, ni el gran sentido espiritualista que hizo de tan ilustre capitán un verdadero cruzado en su inmortal empresa de México, estuvo dotado Pizarro de un entendimiento muy claro, muy sagaz y muy positivo, de un coraz6n valerosísimo y de una poderosa y enérgica voluntad, unida á la más tenaz é invencible firmeza de prop6sito, nunca arredrada ni contenida por los obstáculos más fuertes y poderosos. Estas grandes cualidades estaban acompailadas por una gran carencia de escrúpulos en sus procedimientos, defecto muy atenuado en su trato - 25- con las gentes por sus maneras francas, agradables é insinuantes. Soldado . pobre, inculto y sin influencias ni apoyos, cuando se le quiere detener en sus ambiciones de exploración y conquista de las ricas tierras del Sur, por considerarlas poco menos que irrealizables, cruza el primero con doce de sus compafieros la raya que traza con su espada en las arenas de la desde entonces famosa isla del Gallo, separando los corazones débiles de los fuertes y llenos de esperanzas; y fiel á un hecho tan memorable por l~ s circunstancias en que se realizó, perseverante y hábil explorador, descubre el poderoso y rico imperio de los Incas, arrostrando grandes peligros y sufrimientos, y audaz é inteligente capitán, comienza su conquista saliendo de su recién fundada colonia de San Miguel el 24 de Septiembre de 1532, para luego subir la formidable barrera de los Andes con 177 hombres, de los cuales 77 eran de caballería y 20 entre arcabuceros y ballesteros. Vencida la cordillera después de fatigosa y difícil marcha, el 15 de Noviembre de 1532, y al pie de su falda oriental, ocupó Pizarro la abandonada ciudad de Oaxamalco, la Cajamasco de hoy; á una legua de distancia veíanse las tiendas del numeroso ejército peruano y de su real caudillo. Colocado Pizarro y su pequefia hueste entre el fuerte poder militar del Inca y las grandes montanas que acababa de dejar á sus espaldas, de hecho, por su temeridad puede afirmarse eran aquél y ésta prisioneros del valiente y poderoso caudillo del - :? G - Perú, que además, por no haber opuesto la menor resistencia á la marcha de los nuestros en 10 terrible y continuados de filaderos de los Andes, daba lugar á la so pecha de haberlos dejado llegar hasta alli para, después de satisfacer su curio idad tener la gloria de acabar personalmente con tan terribles y misteriosos huéspedes. Situaci6n tan llena de peligros, que por sus desmesuradas proporciones no ofrecían medio de hallar la forma de poderlos vencer, 6 por lo menos esquivarlos sin oprobios y muerte, llen6 de temor todos los corazones menos el de Pizarro, que la había provocado obedeciendo á las exigencias temerarias de su inconcebible empresa. Digno de ella, supo vencerlas resuelta y prontamente. Oon su ardorosa palabra levant6 el ánimo de los suyos, y de un bote de su lanza derrib6, según dice Pre cott, el encanto sobre que se basaba desde hacía siglos el poder de los Incas en aquellas extensas y hermo as tierras, cayendo hecho polvo á sus pies para dar paso á una civilizaci6n mucho más adelantada. Hazaña audaz, que hubiera alcanzado el aplauso de todos, á no ir acompañada de muertes injustificadas y de vergonzosas codicias. Muerto el Inca Atahualpa, y antes por sus 6rdenes, su hermano Huascar que le disputaba la corona, y reforzada la hueste espafiola con la llegada de Almagro y sus soldados, march6 Pizarro sobre el Ouzco, la muy poblada, hermosa y rica capital de los Incas, y después de ligeras escaramuzas, en- - ' Ji - tró en ella pacíficamente con banderas desplegadas y la ocupó por su Rey. A la caída del reino del Perú siguió, con algunos combates, la del de Quito por Benalcázar; á ésta, la exploración de Pedro de Alvarado desde la bahía de Caracas á los llanos de Quito, á través de los puertos nevados de los Andes, y luego el descubrimiento de Chile hasta las fronteras de Arauco por Almagro y que más tarde conquistó el valeroso, inteligente y audaz Maestre de Campo Pedro de Valdivia. Se vieron coronadas tan grandes y temerarias empresas, que sólo pudo realizar una raza como la espaflola del siglo XVI, que á una inconcebible resistencia física unía un gran vigor de alma, superior á los mayores y más temerosos peligros, con la asombrosa de dos afios y medio de duración, y llena de sufrimientos indecibles, de Gonzalo Pizarro al Amazonas, que descubrió en su curso superior, así como el río Napo, uno de sus principales afluentes. En los primeros días del mes de Enero de 1540 sale de Quito con 350 infantes y 4.000 indios con abundantes recursos, entra en los Andes, sube á sus nevadas cumbres cubiertas de volcanes en erupción que hacen temblar la tierra bajo sus pies, desciende por sus abruptas faldas orientales, cruza extensas llanuras cubiertas por sombrios y grandes bosques, en los que es hostilizado por los in · dios salvajes, y después de largas y penosas marchas alcanza las aguas del Napo. En sus orillas, para que sea su explorador por el río y el asilo - 2. - de sus soldados débiles y enfermos, que eran muchos, manda con truir un bergantín, cuya clavazón saca de las herraduras de los caballos muertos é inservibles, en el que hace el oficio de brea la goma que destilan aquellos árboles y de estopa lo andrajosos vestidos de los expedicionario . Dió su mando á Francisco de Orellana. Tan atrevido capitán, por orden de su jefe, bajó por el Napo, alcanzó el Amazonas, y no pudiendo remontar éste ni aquél por el curso rápido de su aguas, sin esperar á Pizarro, se entrcga á las del Amazonas, y luchando contra los indios y furiosas corrientcs, dc pué de siete meses de recorrer centenares de le< rnas, entra con su barco maje tuo a y milagro amente cn el Atlántico y arriba á la i la de Cubagua, de dondc pa ó á E pafia. Can ado dc e peral' semana tra semana Pizarro á Orellana, baja en su bu ca al Amazona yen u orillas encuentra un hidalo- o abandonado por aquél por haber combatido u resolución. o pudiendo scO'uir avanzando por el mal e tada de sus soldados, Gonzalo Pizarro, para alir de la de esperada situación en q ne le había dejado su teniente, con energías sobrehumanas que comunica á los suyos, emprende la vuelta á Quito, que estaba á más de cuatrocientas leguas de distancia. Esta marcha retrógrada duró afio y medio y se hizo por todos con ánimo entero y firme, pero con horribles sufrimientos fí ico . A fines de Junio dc 1[> 42 e presentó Gonzalo Pizarro á las puertas de la capital de su gobierno, con - 2! l - menos de 2.000 indios y con 80 espafioles, cubiertas las caras por sus largos cabellos y barbas, enfermos, muchos con achaques incurables, sin galas ni armaduras, vestidos de pieles y apoyados en palos, arrastrando penosamente sus cuerpos débiles y enflaquecidos, que encerraban almas fuertes y heroicas. Antes de comenzar Pizarro la conquista del Perú, en 1526 Sebastián Gaboto y Juan Alvarez reconocieron minuciosamente el río de la Plata y el curso superior del Uruguay y del Paraná, y durante ella fundó Mendoza en 1536 la ciudad de BuenosAires, continuando Juan de Ayolas su labor exploradora por e te último río y por el Paraguay hasta llegar á los llanos del Perú, después de poner los cimientos á la ciudad de la Asunción. Uás tarde Iartínez de lrala remonta el Paraguay hasta el grado 17 y abre la línea de comunicación permanente entre el río de la Plata y el Perú. En 1527 Juan de Ampues .. se establece en Venezuela, que explora y conquista; siguieron su labor con extensos reconocimientos hacia el Sur Ambrosio Al. finger y Jorge Spira. En 1537 Gonzalo Ximénez de Quesada entra en el río : Magdalena, que explora y llega á los territorios que hoy ocupa Bogotá. Después que él y en el mismo afto el licenciado Vadillo sale de Cartagena y con grandes trabajos avanza hacia el Sur, sin llegar al Perú como pretendía, por haber en · contrado en Cale exploradores nuestros procedentes de dicho virreinato. - 30- Nuestra obra en la América del Sur la completaron los portugueses explorando y conquistando el Brasil. *** Antes de terminar esta especie de memorial de desagravios con la exposición de los principales descubrimientos y exploraciones espafiolas por la América Oentral y del Norte, es deber mío ocuparme de la de Magallanes, porque por ella se extendió nuestra acción á otro lejano y también nuevo continente, y porque de ella salió la pequefia nave que con Sebastián Elcano hizo, sufriendo grandes trabajos, el primer viaje de circunnavegación, paseando por la redondez de la tierra la gloriosa bandera de Espafia, vencedora en aquellos momentos en todo el continente americano, en Europa y en Asia. El 20 de Septiembre de 1519 salió de Sanlúcar de Barrameda la escuadrilla que el Emperador había puesto á las órdenes de Fernando de l\ fagallanes, compuesta del San Antonio, de 150 toneladas, el Trinidad, de 110, la Concepción, de 90, la Victoria, de 85, y el Santiago, de 75. Por los deseos de tan gran navegante, se le había impuesto la comisión de ir á las Molucas por Occidente, pasando por el estrecho que, después de las expediciones realizadas en su busca al Norte del Plata, suponía hallarse al Sur de este río. Llegado Magallanes á su desembocadura el 21 de Enero de 1520, reconoce minuciosamente sus ori- -: 31 - llas y sigue luego costeando lentamente hacia el Sur, hasta el 31 de Marzo que, en el puerto de San Julián, alcanz6 los 49 grados de latitud Sur. Obligado á invernar por los excesivos fríos, se le sublev6 parte de su gente, extrafia á tan gran novedad, pidiendo la vuelta á Espafia. Oon las energías é inq uebrantable firmeza de prop6sito de un Oortés 6 un Pizarro, se neg6 á ello Magallanes, y, con los dos buques fieles que le quedaban, vence á los tres sublevados, castiga con la pena de muerte á los jefes del motín, perdona á los demás culpables, y después de acabar el invierno entre dicho puerto y el de Santa Oruz, se hace á la mar y e121 de Octubre de 1520 descubre la entrada del tan buscado. estrecho que desde entonces lleva su inmortal y glorioso nombre. Por él entr6 reconociendo sus diversos brazos y navegando por sus revueltas orillas, dominadas por altas montafias cubiertas de nieve que le enviaban terribles avalanchas y fuertes vientos; á los treinta días desemboc6 en el Pacífico, al que dió este nombre por lo tranquilas que encontr6 sus aguas. Lágrimas de gozo vertieron sus ojos ante la trágica grandeza de tan extenso é inexplorado mar, lleno de pelig- ros, de trabajos y de gloria para él y los suyos; y con el coraz6n de triple bronce, como dice uno de sus historiadores, entr6 en el Pacífico con sus pequefios barcos, faltándole el San Antonio que se le había separado en el estrecho. Semana tras semana, con aumento constante de sufrimientos por la natural disminuci6n de los víve- - 32- res y del agua, que se llegó á corromper. navegó . Magallanes por las entonces inmensas soledades del mayor de los océanos, hasta el 6 de . Marzo de 1522 que descubrió las islas que llamó Ladronas, por las costumbres de sus habitantes. A este descubrimiento siguió el 16 de dicho mes el del archipiélago filipino, en el que treinta días después halló gloriosa muerte en un combate con los naturales del país. No tuvo la fortuna, como Col6n, de ver terminada su empresa, que puede considerarse, según historiador americano, « la mayor hazaña realizada en el mar » , y que ocuparía el primero y más glorioso lugar entre todas las antiguas y modernas, si i\ 1agallanes, como el Gran Almirante, hubiera hallado á su paso un continente tan grande y rico como el americano. Había la Australia, muchomenosimportante, que pasados algunos años descubri6 Quir6s, llevando también en su barco la bandera de España. El viaje de Col6n dur6 treinta y cinco días; el de Magallanes, desde que descubri6 el estrecho que lleva su nombre, seis meses; esto después de un año de navegaci6n por el Atlántico, con una invernada en los mares del polo Sur, la primera conocida en la historia de los descubrimientos. A la muerte de l\ Iagallanes sigui6 pocos días después, y de igual manera, la de sus tenientes Barbosa y Serrao. Abandonada la Concepción por inútil, la Trinidad y la Victoria, tocando en Borneo, retrocedieron á las Molucas, y después de hecho rico carga- - 3: 3- mento de especias, emprendieron su viaje de regre · so, la primera á Panamá, donde no pudo llegar y de la que sólo se salvaron cuatro de sns tripulantes después de largo cautiverio, y la segunda, mandada por Sebastián Elcano, á España por el mar de la India, el cabo de Buena Esperanza y el Océano Atlántico. Mucho sufrieron por el frío y el hambre en su larga y penosa navegación los tripulantes de la Victoria; mas al fin ésta, digna de su nombre y después de una ausencia de tres años menos trece días, entró vencedora en Sanlúcar de Barrameda el 7 de Septiembre de 1522; teniendo España la indisputable y pura gloria de que en tiempos en que la navegación estaba tan atrasada por todos conceptos, fuera, por el esforzado corazón de sus hijos, nave suya la primera que dióla vuelta al mundo. Llamados por el Emperador los treinta tripulantes de la Victoria con su jefe, cuyo nombre cubrió de gloria é inmortalizó su heroica hazaña, á los pocos días salieron para Sevilla, donde los recibió con toda su corte J recompensando sus servicios. Dió á Sebastián Elcano 500 ducados y por escudo de armas el globo terráqueo con la hermosa y sublime leyenda: Primus circundedisti me. *** Mientras que Cortés, Magallanes, Elcano y Pizarro realizaban las grandes hazañas que acabo de apuntar ligeramente, continuaron los descubri- 5 - 34- mientos y exploraciones por la América central y del Norte. En 1519 Alonso de Pineda, por orden de Garay, gobernador de Jamaica, recorri61as costas de México por su parte Norte, descubriendo la bahía de Mobila; á la exploraci6n del golfo de México sigui6 la de la costa oriental de la América del Norte. En 1521 Gordillo y Matienzo, costeándola con dos carabelas, llegaron á los 33° ,30 de latitud, á la entrada de la bahía de Georgetown en la Oarolina del Sur. Ouatro afios después el Licenciado Lucas Vázquez Ay1l6n envi6 una expedici6n, que recorri6 250 leguas de costa de la hoy gran república de los E tados Unidos. Los resultados de esta exploraci6n motivaron que en 1526 armara una escuadrilla, compuesta de tres naves con 600 hombres y 80 caballos, y fundara una colonia, que llam6 de San Miguel de Guadalupe, situada. según Barrine, entre los puertos actuales Wilmengton y Semitleville. En ella muri6 Ay1l6n, y por malsana hubo que abandonarla, salvándose tan s610 150 hombres, que volvieron á Santo Domingo. Esteban G6mez, el capitán del Ajan Antonio, de la expedici6n de Magallanes, que había estado preso hasta la vuelta de la VictoTia, por orden del Emperador zarp6 de La Oorufia á principios de 1525, con rumbo al Noroeste, con una nave de 50 toneladas. Descubri6 la península que llam6 Labrador, y - 35 - convencido, por la crudeza del invierno boreal, que si en aqnellas latitudes existía un paso al Pacífico sería de poca utilidad, modificó su rumbo, y tocando en tierra, entre el hoy estado de Main y Terranova, siguió cuidadosamente la costa hasta el 40 paralelo. En el mapa de Ribero, publicado en 1525, toda la parte de la América del Norte, correspondiente á los estados hoy de Nueva- Inglaterra y NuevaYork, aparece suscrita « Tierra de Esteban Gómez, quien la descubrió por orden de S. M. en 1525 » . A la constante y fructífera labor de nuestros audaces y duros navegantes, en toda la costa, desde Veracruz á los mares polares, supo responder, digna y cumplidamente, la de nuestros exploradores terrestres. Obtenida del Emperador la concesión de toda la costa, desde los límites del virreinato de México á la costa oriental de la Florida, Pánfilo de Narváez, afios después de su desastre de Zempoalla, mandando una fuerte expedición, compuesta de cinco naves y 600 hombres, desembarcó al Oeste de la bahía de Tampa, y mandando á su escuadrilla que le espere en un puerto de la isla de Pánuco, que sus pilotos decían conocer, avanza hacia el Oeste con 300 hombres, y después de una marcha penosa de dos meses entre bosques y pantanos, llegó á la aldea india de Apalachc, no lejos de la Tallahree de hoy. Desde ella, después de descansar y ser hostilizado, bajó á la costa, y cerca de San Marcos mandó construir cinco grandes botes, operación que realizó - 36- con grandes trabajos por falta de herramientas. En ello se embarc6 con sn D'ente, y navegando entre i las y marchando por éstas y la costa, con constante pérdida de botes y gente, lleg6 al cabo de dos meses de sufrimientos á la isla de Matagorda con s610 Ohombre . En ella muere con la mayor parte de sus soldados, salvándose tan s6lo 15 con Oabeza de Vaca. Puestos en cautiverio por los indios, pudieron durante cinco afios salvar sus vidas ejerciendo la medicina. En 1534 Oabeza de Vaca, Dorante, Oastell6 y el negro Estebanico, únicos supervivientes que quedaban de la columna de arváez: pudieron huir, y después de pasar ocho meses con otra tribu, siguieron avanzando hacia el Oeste, amparados cada día más por su reputaci6n de médicos y seguidos de multitud de indios que vivían del saqueo de las aldeas poi' donde pa aban. cOon frecuencia, dice Cabeza de Vaca en la narraci6n de su viaje, nos acompanaban de tre á cuatro mil per onas, y como teníamos que oplar obre ellas y que santificar la comidas y bebidas para cada cual y darle permiso para hacer multitud de co as, según venían á solicitarlo, fácil es comprender cuán grandes eran nuestras fatigas. ~ Desde Texas á la co ta del Pacífico tardaron diez meses, y se cree que su ruta al Oeste fué al través de dicho estado y el río Grande hasta la desembocadura del Oonchas. Desde é ta continuaron al udeste y entraron en la ciudad de ~ léxico en Julio de 1536, á los ocho afios de haber de embarcado en la Florida.. - 37- A esta expedición siguió la de Hernando de oto, el inteligente, bizarro y noble teniente de Pizarro en la conqui ta del Perú. Jombrado por el Emperador en recompensa de sus servicios Gobernador de Ouba y Adelantado de la Florida, con la misión de explorar y conqui tal' por su cuenta toda la región que forma hoy la parte ur de los Estados Unidos, salió de La Habana con nueve buques, 620 hombres y 223 caballos, y desembarcó en la bahía de Tampa el 20 de Mayo de 1539. Después de varios reconocimientos marchó Soto para Apalache, donde invernó. En la primavera, en vez de bajar al ur como Narváez, tomó al Nordeste, y haciendo los nece ario descansos, cruzó el actual estado de Georgia, el río avannah, las montafias azules por cerca de la fronteras del de Tennes ee, y bajando luego al udeste por el de Georgia y el de Alabama, llegó á mediados de Octubre de 1540 á la gran aldea india de fauville, situada algo más arriba del fondo de la bahía de Mobila. En dicho lugar sostuvo un re · ftido combate con los indios, en el que perecieron muchos de ésto; él tuvo 1 muertos y 150 heridos. Otro caudillo menos audaz y resuelto que oto hubiera dado por terminada su empresa después de las bajas sufridas en tan extensas exploraciones y penosas marchas durante afio y medio; mas él, con alientos que aumentaban las dificultades que diariamente le salían al paso, siguió valerosamente hacia el oroeste por espacio de un mes hasta lle- - 3 - gar á la aldea de Ohica a, situada al Torte del Miisipí yen la que invernó, perdiendo en un ataque nocturno de los indios 11 e pafiole y 50 caballos con casi todas us provi iones. Al comenzar la primavera siguió marchando por el mismo rumbo, y el de layo de 1541 de cubrió el Alisi ipi, el OTan rfo como entonces le llamaron. El 8 de Junio, en balsas que mandó construir, lo pasó algo al Sur dellug- ar que hoy ocupa la ciudad de Menfis; exploró el actual estado de Arkansas, avanzando á las grandes llanuras del Oeste en busca de pieles de búfalo para vestir sus o- entes y de guías indios que le condujeran á la costa del Pacífico. Recogidas aquéllas y no encontrando á éstos, torció al Sudoeste y e tableció sus cuarteles de invierno, pidiendo á la J.: Tueva- Espafia y á Cuba recursos para continuar sus descubrimientos y conqui ta . Cercados por las nieves, los expedicionarios experimentaron grandes sufrimientos durante varios meses. En la primavera emprendió oto la marcha hacia el golfo de México, á : fin de recoger los refuerzos y provisione que había pedido, descontento de no haber avanzado hacia el Oeste tanto como Oabeza de Vaca. Mucho sufrió su gran espíritu en esta marcha, viendo disminuir á diario sus ya mermadas fuerzas. Enfermó al fin, y, sintiéndose morir, se despidió de los suyos, y de pués de nombrar por su sucesor á Luis 10sco o, entregó su alma á Dio el 21 de layo de 1542. Llevado su cadáver en una canoa - 39- al centro del río, el Misisipí recibió en sus profundas aguas los gloriosos restos de su noble y heroico descubridor, sirviéndole de digna y grandiosa sepultura. Dando por terminada la expedición, Moscoso y los suyos resolvieron regresar por tierra á México. Por Texas llegaron al río de la Trinidad; la falta de subsistencias y las hostilidades de los indios les obligaron á regresar al Misjsipí. En sus orillas construyeron siete bergantines, y el 2 de Julio de 1543 descendieron por el río, corriendo muchos pelig- ros á causa de las corrientes y de los indios, pues no tenían ya armas de fuego. Diez y seis días tardaron en llegar al mar y cincuenta y dos siguiendo la costa del golfo al río de Pánuco, en cuya desembocadura fondearon ella de Septiembre de 154: 3, á los cuatro afios, tres meses y once días de su desembarque en la bahía de Tampa. Hace el elogio de las grandes aptitudes de Hernando de Soto para el mando el que, después de tan larga y trabajosa campafia, de los 620 expedicionarios volvieron 331. Así concluyó la exploración más notable del 01' te de América, que sólo puede compararse con la acometida por Coronado en aquellos tiempos, quien fué para la región del Sudoeste lo que Soto para la Oriental y Central. Resuelto el Virrey Mendoza á explorar y conquistar los inmensos territorios situados al Norte del impedo debido al genio de Hernán Cortés, 01'- - 40- ganiz6 para ello una expedici6n con 300 espa: lloles, 800 indios, gran número de caballos de repuesto y abundantes manadas de cerdos y carneros, dando su mando á Francisco Coronado, Gobernador de la Nueva- Galicia. Completaba la expedici6n una escuadrilla á las 6rdenes de Hernando de Alarc6n, que debía seguir á Coronado por la costa del mar de Cortés, conservando l! lo comunicaci6n con el ejército y llevando parte del bagaje. Llegado á la desembocadura del Colorado, Alarc6n subi6 por él en botes unas 200 millas, hasta cerca del extremo inferior del cañ6n, regresando á sus barcos. Coronado se puso en movimiento en Febrero de 1540, siguiendo la costa occidental de México. En Culiacá dejó el grueso de sus fuerzas, y continuó su marcha con 50 jinetes, algunos infantes y la mayor parte de los indios. Cruzó el Sudoeste del hoy estado de Arizona, y luego, dirigiéndose al Este, llegó á Cíbola, que ocupó dando la orden de que se le incorporara el resto del ejército. En el ínterin llegaba éste, Coronado cruzó el Colorado penetrando en el país hacia el Oeste, mientras Pedro de Tovar por el Nordeste se dirigía á la provincia de Tusayán. A esta expedici6B se debió el descubrimiento del gran cañ6n del Colorado por Cárdenas. Llegado el grueso del ejército á CLbola, avanz6 Coronado hasta el centro del que luego se llam6 Nuevo- México, y sobre el Río Grande, en Tiguex, estableció sus cuarteles de invierno; los indios le atacaron y fueron rechazados. I ~ @ - 41- En la primavera de 1548 salió para Quivira, ciudad de la que le había hecho deslumbradoras descripciones un indio prisionero. Después de una marcha de treinta y siete días llegó á las fronteras del actual estado de Oklahoma y seis semanas después entró en Quivira, que resultó ser una aldea de indios en el centro del estado de Kansas. Por este mismo tiempo se encontraba Hernando de Soto á unos cuantos cientos de millas hacia el Sudeste explorando Arkansas. Una india que se fugó de la columna Ooronado llegó á la de Soto nueve días después. No pudiéndose aún colonizar tan distantes y vastas regiones, Coronado emprendió su regreso á la neva- España; su audaz y bien dirigida exploración había dado á conocer gran parte del Sudoeste y de la derecha del Misisipí, territorios que en 1598 fueron ocupados por D. Juan de O: llate. En el verano de 154: 2 fué reconocida por Oabrillo la costa occidental de Oalifornia hasta el cabo Mendocino, al que dió este nombre en honor del Virrey. Dice un moderno é ilustre historiador americano: « Las grandes expediciones de Soto y de Coronado, para explorar los Estados- Unidos, emprendidas un sig- lo y medio de anterioridad á la de La Salle, y dos y medio siglos antes de las de Lewis y Clark, fueron el natural desbordamiento de los maravillosos actos de Cortés en México y de Piza1' 1' 0 en el Perú, y marcan el punto más alto de la energía española en nuestro propio país; nunca han sido sobrepasadas como demostración de hábil 8 - 42- dirección y de trabajo tenaz por ninguna empresa similar de franceses ni de ingleses en el Norte de América. Los resultados fueron entonces contraproducentes, pero en los registros de las exploraciones del globo ocupan alto y honroso lugar entre las grandes empresas de la Historia » . *** Por este siglo, y parte del siguiente, continuaron nuestras exploraciones por la Oceanía y por la costa occidental de la América del Norte hasta el si · glo ~ · VIII. En 1542 Ruy L6pez de Villalobos, saliendo de Ciguatlán ( i\, féxico), descubre la isla de Santo Tomás y la Nublada, el archipiélago del Coral, el grupo de los Jardines y la isla Matalata. El capitán Vizcaíno en 1602 fué mandado á California con una fuerte expedición, para explorarla detenidamente y proceder á su colonización. Después de remontar el cabo Mendocino y descubrir el que llam6 de San Sebastián, horriblemente castigado por el escorbuto, tuvo que regresar á su punto de partida sin haber podido llenar la misión que se le había confiado. Este mismo capitán, mandado por el Virrey de México el 22 de Mayo de 1611 desde el puerto de Acapulco, se dirigió al Jap6n como embajador del Rey de Espafia; era su principal misión reconocer sus costas y la llenó cumplidamente. - 43- Desde la fracasada expedición de Vizcaíno puede decirse que la principal atención de los virreyes de ~ léxico se consaO'ró á las Oalifornias. Los padres jesuita raria alvatierra y Eu ebio Francisco Kino, con cinco soldado y tres indios, fueron los primeros en reconocer minuciosamente toda la Baja California y empezar en O'rande su colonización, que motivó afios después nuestra expansión por la que se llamó Tueva Ó Alta California. Comenzó ésta la perseverante voluntad y celo inteligente del visitador Gálvez. De acuerdo con los misioneros, y autorizado por el Virrey, organizó una expedición que á las órdenes del piloto D. Vicente Vila, acompañado del cosmógrafo D. Hguel Costanzó y llevando fuero. zas de desembarco y abundantes vívere , llegó al puerto de '"' an Diego el 11 de Abril de 1769. ~ fandó una segnnda expedición por tierra, compuesta de unos pocos soldados y algnnos indios á la órdenes de Fernando Rivera con D. José Cafiizares para las observaciones científicas, y una tercera más importante, al mando del gobernador de Oalifornia D. Gaspar Portela, que partió de Loreto llevando á Fray Junípero erra, considerado luego como el conquistador de la Alta California, así como el Padre alvatierra lo había sido de la Baja. ElLo de Julio de l7Gn reuniéronse todas la expediciones en el puerto de San Diego, no sin sensibles pérdidas en la travesía de tierra y de mar; de 10 barcos se perdió uno, ignorándose su paradero. Portela, al frente de todas las fuerzas, salió de - 44- an Diego el 14 de Julio de 1769 y de pués de cruzar la sierra de anta Lucía, elLO de Octubre dió vi ta á la Punta lo Pino y á la en enada de su parte Torte y ur, y el 30 de dicho me á la de los Reyes y altura del que luego había de ser puerto de an Francisco y capital de tan rica y va ta región. 1: o pudiendo llegar á este ültimo punto, por impedirlo grandes esteros, contramarchó á an Diego, donde llegó el 24 de Enero de 1770. Repuestas sus fuerzas de las fatigas sufridas y habiendo llegado un barco con víveres, el infatigable gobernador de la Baja Oalifornia preparó una nueva columna para explorar la costa hacia el arte, debiéndole seguir por mar el capitán Juan Pérez con el ,'( an 1ntonio. E te se hizo á la vela el 1Gde Abril de 1770 Y Portela salió por tierra al día siguiente, llegando, de. pué de trabajo as marcha , el 24 de ~ Iayo al hoy pnerto de " Monterrey, al que arribó el ' an Antonio el 31. Reunidas la fuerza de mar y tierra, tomaron po esión de toda aquella gran región en nombre del Rey de E paña, fundando el segundo establecimiento espafiol en la Alta California. E la ültima de nuestras exploraciones en América la realizada en 1792 por orden de Carlos IV y siendo Virrey de México el conde de Revillagjgedo. El 9 de Marzo de 1792 salieron de Acapulco las goletas util y . i. lfexicana, mandadas por los capitanes de fragata D. Dionisio Galiana y D. Cayetano Valdés, con la mi. ión de bu cal' un e trecho que comunicase las bahías de Ballin y Rudson. - 45 - Llegaron á Noutka, reconocieron aquellas lejanas tierras en compaiiia de los buques ingleses de la expedición de Vancouver, levantaron algunos planos y á su regreso fondearon en San BIas el 23 de Noviembre. Disputada Noutka por Espaiia á Inglaterra, despues de algunas expediciones, se convino en que las dos la abandonaran, como así se hizo en 1794. *** De cuanto acabo de exponer resulta confirmado, seiiores, según dejo dicho al comienzo de este discurso, que Espaiia hizo tanto ó más que ningún otro pueblo por la causa del progreso y la civilización, porque á ella se debe no s610 el descubrimiento del Océano Pacífico, el de su verdadera ruta navegando hacia el Oeste, de la mayor parte de sus archipiélagos, de la Australia y del gran continente americano, sino también la exploraci6n minuciosa de la costa de éste en el Atlántico, desde la península del Labrador al cabo de Hornos, dejando á Portug- al su gloria del Brasil, y el Pacífico desde dicho cabo al límite Norte del actual estado de Qregón, en la gran república americana; sumando á tan descomunal labor, llena de temerosos peligros y de inauditos trabajos y sufrimientos, la no menos abundante en todos éstos, del descubrimien · to y exploración de sus grandes ríos desde el Mi · sisipí al Plata, recorriendo en toda su extensión el - 46- Magdalena, el Orinoco, el Amazonas, el Uruguay, el Paraná y el Paraguay; la conquista de valerosos, ricos y dilatados imperios, con civilización propia aunque muy inferior á la nuestra; la exploración, en lucha contra la naturaleza y contra los indios salvajes, de muchas y grandes regiones cubiertas de espesos y altos bosques y de terrenos pantanosos; el reconocimiento de sus grandes cordilleras, estableciendo comunicaciones permanentes al través de ellas, y por último la colonización desde los límites Sur de Arauco y el Plata á los límites Norte de la Alta California, del Nuevo Méxi · co y de la Florida; fundando entre aquéllos y éstos, sin el vapor ni la electricidad y con escasos recursos, grandes y hermosas poblaciones con amplias plazas y calles rectas y espaciosas, dotándolas con todos los elementos necesarios á su vida y á su desenvolvimiento y progreso; creando en sus costas puertos y astilleros para la construcción y organización de las naves dedicadas á la exploración y al comercio; abriendo comunicaciones para la nueva vida llevada por nosotros á aquellas tierras; aumentando la natural riqueza de éstas con los cereales, hortalizas. frutas y el ganado europeo de lana y cerda, allí desconocidos, y estableciendo pequeños y grandes centros de enseflanza y pe instrucción, que acabaran hasta con las raíces de los cultos de sangre allí usados y prohibidos por nosotros, dando á conocer y propagando la religión cristiana y todo el saber acumulado por los siglos y grandes civilizaciones del viejo mundo. - 47- La colonización espafiola fué siempre humana y generosa, porque se esforzó en dar á los vencidos todos los bienes de que gozaba el vencedor. Debido á esto y á sus procedimientos templados de gobierno, nuestro imperio en América fué de tan larga duración como el fundado por Augusto en Roma, á pesar de estar sus partes tan distantes entre sí, de haber perdido el dominio de los mares con el desastre de la Invencible, de nuestras desgraciadas aunque gloriosas guerras de Flandes, de la ruinosa de Sucesión y de la innecesaria de Italia en el siglo XVIII. Se necesitó para que se alzaran los americanos en armas contra la metrópoli la independencia de las colonias inglesas, tan ayudada por nosotros, las ideas vertidas por la Revolución francesa, que se extendieron con gran rapidez por estar ya preparado el terreno por los enciclopedistas, y nuestra larga guerra de la Independencia. Hoy se nos puede y se nos debe hacer justicia: ya están muy lejos los tiempos en que se nos temía; los tiempos de Felipe n, los de mayor grandeza del imperio espafiol, cuando unida la Península ibérica bajo un solo cetro dominaba en Europa el Rosellón y el Franco- Condado, los Países Bajos, el ducado de Luxemburgo, la Cerdefia, el Milanesado y los reinos de Nápoles y de Sicilia, teniendo bajo su dependencia Toscana, Parma y otros pequefios estados de Italia; en Africa la Goleta, casi todos los puertos de Marruecos en el Mediterráneo y en el Atlántico, las Canarias y todas las posesiones portuguesas; en Asia los ricos esta- - 4 - blecimientos fundados por éstos en la costas de Coromandcl y .. Jalabar, en la isla de Ceylán y en la península de Aalaca; en la Oceanía las i las Filipinas y las Maluca, y, por último, en América todo u continente ur y el del 1: arte de de el i tmo de Panamá, con las Antillas grande y chicas, á los límites extremos de la Baja California, del uevo México y de las dos Floridas. Tan grande y desparramado imperio estaba guardado por un fuerte poder naval, que en aquellos tiempos nos daba el dominio del mar, con aptitudes para vencer á los franceses en las Terceras, al turco en Lepanto, para bloquear toda la costa nI' de Inglaterra, casi impidiendo su comercio con las de Francia desde la desembocadura del Sena á la del Bida oa, y para amparar el nue tro, entonces floreciente, entre tan lejanas colonias y la metrópoli. También e taba defendido por un valero o ejército, más temido por su calidad que por u número, y que sabía vencer y vencía en Europa ha · ciendo la guerra regular, en el orte de Africa la suya e pecialísima, y en América la irregular en todas sus infinitas formas, y siempre regidos por grandes capitanes que á sus talentos militares unían los políticos y los administrativos. ¿ Por qué tratar nuestros errores económicos y políticos en América con el criterio de hoy y no con el de los tiempo y circunstancias en que se produjeron? ¿ Por qué no estudiar con e píritu imparcial y con sereno juicio los que pudo imponer- - 49- nos, y aun exigirnos, la defensa de nuestro imperio colonial en tiempos de decadencia y cuando nos combatían con toda clase de armas pueblos cuya vida estaba en nuestra muerte? No nos hemos quejado ni nos quejaremos jamás de que se traten con la severidad debida los verdaderos actos de crueldad cometidos por algunos de nuestros conquistadores en las Indias Occidentales yen las Orientales; mas debe hacerse sin caer en las exageraciones del Padre Las Casas, prelado lleno de virtudes y de nobles sentimientos, que en varias ocasiones, llevados á la exageración, no le permitieron apreciar las cosas tal como en sí eran, en sus exactas proporciones y dentro de las realidades de la vida. Cierto, ciertísimo, que el amor al oro hizo se cometieran crueldades que como hombre soy el primero en condenar y sentir como espafiol, por 10 que deslucen algunas, aunque no muchas, las glorias de nuestra patria; pero no debe olvidarse en ningún momento que dicha pasión, con todas sus reprobadas consecuencias, no es un privilegio casi exclusivo del pueblo espafiol, como por algunos se ha pretendido y pretende, sino que desgraciadamente lo han sentido y sienten con demasiada viveza la mayoría de los hombres de todos los paí-es, desde los tiempos más lejanos, y con mucha más intensidad los que alardean de más civilizados, porque su mismo adelanto les impone satisfacer las grandes y múltiples necesidades materiales que el refinamiento de costumbres trae consigo en 7 - 60- todas las civilizaciones, y que van en aumento'según ellas se van perfeccionando, dando lugar, como ya lo han dado hoy, á que las luchas entre los pueblos sean esencialmente econ6micas y, por lo tanto, despiadadas y crueles, por los grandes daüos que ocasionan, en atención á que los muchos y transcendentales intereses que en ellas se ventilan y que afectan muy hondamente á la vida de las naciones, obligan á llevar las guerras con gran rigor y resueltamente á fondo, sin respetos ni consideraciones de ninguna especie, para que sea verdaderamente provechoso el fruto de la victoria, salvando la propia riqueza y aumentándola con la ajena. Ya en los tiempos antiguos, y sin ir más allá de las guerras púnicas para no fatigar vuestra atenci6n, Roma combati6 y destruy6 á Cartago porque necesitaba que fuera snyo el comercio del Mediterráneo, y más tarde con Lúculo, Sila y Pompeyo conquist6 los reinos del Asia Menor para apoderarse de sus riquezas y consolidar su imperio, que andando los tiempos y con el vigor perdido por exceso de bienestar, fué destruido fácilmente por la codicia de los bárbaros. De ella no estuvieron exentas las luchas de la Edad : Media. y si en nosotros no alcanzaron tal carácter, fué porque durante siete siglos estuvimos consagrados á la reconquista de nuestra suelo y á la defensa de nuestras creencias, lo que motiv6 fuéramos en aquellos tiempos el pueblo de fe más robusta, más espiritualista y más romálltico y caballeresco del viejo mundo. - 51- Dotados de tan altas cualidades y de un temperamento esencialmente aventurero, ¿ es de extraflar, rendida Granada y dado lo que es el coraz6n humano, según demuestra la historia y confirma la propia experiencia, que los espafloles, pobres, después de tanto batallar, se lanzaran temerariamente á lo desconocido con el deseo de mejorar de fortuna? Hay que hacernos la justicia de creer que s6lo una pequeña parte de ellos llev61a sed de riquezas como única y dominadora pasi6n, y ella fué la que dail6 nuestro buen nombre; en cambio, otra más numerosa, la de los misioneres, lo honr6 por su fe, por su saber y por su gran espíritu de sacrificio, así como también la que s610 se movi6 por el sentimiento de la proeza, la busca de temerarias empresas y la sed de gloria. La gran mayoría llev6, ciertamente, el deseo de mejorar de posici6n, pero llena de sentimientos honrados, por ir acompailado dicho deseo de bien arraigadas creencias religiosas y de un gran espíritu caballeresco, pues aún no se había escrito el Quijote. Recordemos lo ocurrido en pleno siglo XIX, con su civilizaci6n y sus progresos, en los placeres auríferos de California yen otros lugares, yen el presente lo que está ocurriendo en el Norte de América, en el helado Klondike. Como dejo ya apuntado, no hemos tratado ni trataremos nunca los espailoles de ocultar, ni aun dis. culpar, las verdaderas crueldades que hayamos podido cometer, y que somos los primeros en conde- I ~" - 52- nar everamcnte: pero los cen ores e - trailos, que con tanta dureza nos tratan, debieran también, respetando los fuero de la ju ticia, reconocer y confe al' los de us propios paí es, que no on pocos ni de escasa monta. TO es frase espailola la de que « el mejor indio e' el indio muerto » ; á ella podemos oponer todas nuestras leyes de Indias. Espaiia conquist6 las Indias Occidentales y las Orientales amparando y conservando á los vencidos; otros pueblos, no bárbaros ciertamente, por convenir á sus intereses, han hecho desaparecer fría y met6dicamente razas enteras, prete ' tandu eran rcfl'actarias á la civilizaci6n y al progreso. ¿ Ouál es más e timable y simpático. el hombre imaginaci6n, todo sentimiento, 6 el hombre negocio, frío, calculador y egoí ta, por lo tanto? El primero, á pe al' de los vicios inherente á la naturaleza humana, e tá capacitado para el bien y lo realiza de verdad con sus semejantes' el egundo, también con ello, cuando hace alguna obra buena, suele provocar el recuerdo de los conocidos versos: El smior don Juan de Robres, con caridad sin igual, hizo este santo hospitaL.. y también hizo los pobres. ¿ Vale más este hombre que el e pafiol del iglo _' YI, que á su imaginaci6n, á la grandeza de sentimientos y al viCTor y osadía de su alma uni6 una I j I 11 I ! .. - 53- invencible resistencia física, nunca igualada por los otros pueblos, y que hizo decir á nuestro historiador Herrera que los espafioles peleaban á un tiempo en América con los enemigos, con el clima y con el hambre? Para demostrar, con las mayores garantías de imparcialidad, que éstos valían mucho más que aquél, voy á recurrir á autoridad extrafia á nosotros nada sospechosa por la rectitud y solidez de sus juicios, á la de . MI'. Edward Gailord Bourne, profesor de Historia en la Universidad de Yale, en los E tados Unidos. Dice en obra que no ha mucho ha publicado sobre nuestra colonizaci6n en América: , Si comparamos ahora lo que hicieron los españoles en el siglo XVI con la obra de los ingleses en el XVII, debemos fallar que, aunque difiere en su carácter y está menos de acuerdo con nuestras predilecciones y prejuicios, constituye una de las mayores proezas de la historia humana. Los espafioles emprendieron la tarea magnífica, aunque imposible, de exaltar á una raza entera, compuesta de millones de individuos, hasta la esfera del pensamiento, de la vida y de la religi6n de Europa » . y dice en otro párrafo de la citada obra: « Si ahora revisamos los mismos acontecimientos con los ojos del vetera: no de la conquista, Bernal Díaz del Oastillo, como veía él cuarenta y siete afios después, notamos que lo primero que vino á su espíritu fué el maravilloso cambio en la vida y en las condiciones, cambio en rango y en carácter, quizá no igualado nunca en la historia de una raza en tan corto - 54- tiempo. En vez del horroroso templo de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, humeantes con los sacrificios humanos y chorreando sangre de las víctimas, se ven las iglesias cristianas y se derraman entre los mismos indígenas los beneficios adquiridos á tan duras costas en las edades de lentos progresos, las artes desarrolladas, los varios animales domésticos, los granos, las legumbres y las frutas, el uso de las cartas, la imprenta y las formas de gobier o. Así como pasa el nino, física y mentalmente y de un modo rápido, por el primer estado del desarrollo de la raza, así los naturales de Nueva Espaila, en una y media generación, pasaron por todos los estados de la evolución humana. Si tales dones fueron traídos por la gnerra y la conquista, así también fueron llevados por Roma á las Galias y á la Gran Bretafia>. Por si no bastara con lo expnesto á la preg'unta que antes he formulado, ruego se me permita citar, y por iguales causas, algunos párrafos del sabio é ilustre Sir W'illiam R. Prescott en su Historia de la conquista de }.[ éxico: « No se puede concebir en este sig- lo razonador el carácter del caballero castellano del siglo XVI y hubiera sido aún imposible hallarle en ningún otro pueblo. Hay que buscarle en los libros de Oaballería que, á pesar de todas sus extravagancias, son menos fabulosos por los caracteres que por las situaciones. El entusiasmo producido por el espectáculo que le ofrecían los países de cubiertos, compensaba ampliamente en el aventllfcro espafiol todas las fatigas y todos los peligros. Pa · - 55- rece que la Providencia quiso que tan gran raza coincidiera con el descubrimiento del Nuevo Mundo á fin de revelar prontamente al resto del mundo inmensas regiones llenas de peligros y de formidables obstáculos » . Creo baste con estos juicios, hechos por autoridades de tan grande como bien merecida reputación, para que mi pregunta quede amplia y satisfactoriamente contestada y bien demostrado que por valer mucho por todos conceptos los espafioles de aquellos tiempos pudieron emprender y dar gloriosa cima á empresas nunca igualadas por ningún otro pueblo. Cierto, certísimo que nuestras hazafl. as tuvier" on sus sombras, pero también lo es que sin ellas hubieran dejado de ser obra del hombre. Además, ¿ qué suponen algunas manchas en la desmesurada grandeza de empresas realizadas en breve espacio de tiempo, venciendo los obstáculos más insuperables, cuando á ellas tanto debe el progreso de las ciencias y el bienestar moral y material del hombre, es decir, la civilización en su más amplio y verdadero concepto? Podemos hoy con justicia los espafl. oles enorgullecernos de que en el continente americano deban su vida á la fecunda ll/ adre Espa11a diez y siete nacionalidades con su independencia reconocida por todos los pueblos y bien asentada por las energías de su voluntad y por sus incesantes progresos. Éstos, en una de las más importantes, he tenido la dicha de poderlos estudiar personalmente. Honrado el afio pasado por S. M. el Rey con el J ; 3 " - 56- cargo de Embajador extraordinario suyo cerca de la República Mexicana, con motivo del Oentenario de su independencia, pude darme bien cuenta} á pesar de tantas y tan brillantes fiestas y por la cultura desplegada en ellas, de los grandes y maravillosos progresos realizados en tan hermosa tierra por su ilustre caudillo el General D. Porfirio Díaz, desde que le dió la paz interior, acabando con las turbulencias de todo género que le habían sido tan dafiosas y costado la mitad más grande de su territorio, como, ejerciendo yo el cargo de Gobernador g- eneral de la isla de Ouba, me dijo un mexicano de gran significación en su país, porque era la mitad más rica. Al ocupar el General Díaz en 1896 por primera vez la Presidencia de la República, no había en ella más línea férrea que la de México á Veracruz, con una extensión de 450 kilómetros, ni otra línea teleO'ráfica que la correspondiente á dicha vía férrea; la seguridad dejaba mucho que desear en pueblos y ciudades y en absoluto no existía en sus vastos campos, impidiendo el desarrollo de su riqueza agrícola y minera y el de su comercio; de tal estado de cosas se resentía la cultura del país y también todos los ramos de su administración. El Tesoro estaba exhausto y el crédito había llegado á un nivel tan bajo que el General DIaz, en sus primeros tiempos de gobierno, para hacer frente á las necesidades más urgentes, como el pago de la tropa y del personal civil, tuvo que acudir á operaciones de crédito á plazos de dos y cuatro meses, - 57- con garantía de los derechos de Aduanas y con intereses que se elevaban al 15 y 20 por 100 anual. A mi llegada á México, hace algo más de un afto, la red ferrocarrilera en explotación se aproximaba á 24.000 kilómetros: las líneas telegráficas se extendían por todo el país, sin que hubiera parte de él aislada; en el Tesoro ptí. blico había cerca de 70 millones de pesos procedentes de los superavits de los presupuestos, después de haber invertido fuertes sumas en subvenciones para la construcción de los ferrocarriles y obras públicas; el crédito del país era tan sólido, que en los últimos afios el papel del Estado se había cotizado en Europa capitalizándolo al 4 y al 4 1/ 2 por 100; la riqueza pública había aumentado tan considerablemente que la propiedad urbana y rústica, sin contar la capital, donde el aumento era asombroso, había triplicado su valor en gran parte del país, y, por último, el comercio, la agricultura y la industria estaban en gran florecimiento por el esfuerzo de los residentes en el país, y en gran parte por los capitales extranjeros que allí habían ido en busca de inversión lucrativa, confiados en la estabilidad de la paz pública y en la seriedad y moralidad de la administración. Como dato que da á conocer la importancia de los capitales empleados desde los tiempos indicados en la industria, debo citar el de alguna Sociedad qne ha invertido más de 60 millones de pesos en instalaciones de fuerza hidro- eléctrica é irrigación, y muchísimas dedicadas á diversas industrias J 8 " - 5<..- con capitales propios de 8 á 15 millones, sin incluir en éstas á las Empresas ferrocarrileras ni á los Bancos de descuento, que representan muchos cientos de millones de pesos. Los ingresos anuales del Gobierno federal en 1876 apenas ascendían á 31 millones de pesos, y ahora ascienden á más de 100 millones. Jo son menos importantes lo, s progresos hechos en México en la multiplicación y organización de sus centros de ensenanza, desde la escuela de primeras letras á sus Universidades y otros centros científicos, de los que sale una juventud de gran valer, sólidamente instruida y que honra á su patria. Parte de dicha juventud va á sus escuelas militares, que tuve la honra de visitar y que encontré á la altura de las europeaq • Ellas dan al ejército mexicano cuadros de oficiales distinguidísimos por su instrucción militar, aparte de la general, por sus bien arraigados sentimientos de honor, por su bravura y por su disciplina. Es de deplorar que oficialidad tan brillante, base de jefes y generales de bueno y merecido gran concepto y que son orgullo de su patria, no encaje en un ejército que tenga mejor ley de reclutamiento y sea en su cantidad lo suficientemente numeroso para la paz y defensa de tan hermosa tierra, que estimamos con sincero afecto todos los espafioles. Este afecto y esta estimación se extiende á toda la mal llamada por muchos América latina, cuando sólo es por su origen América espailola. · - 59- Ella y nosotros, aunque no se quiera, estamos unidos por fuertes lazos, comunidad de historia desde las capitulaciones de Santa Fe á la terminaci6n de sus guerras de independencia; comunidad de intereses econ6micos debida á las relaciones comerciales establecidas desde el descubrimiento y por la constante emigraci6n espafiola; y, por último, por la comunidad de raza, que á mucho nos obliga si queremos no sea vencida y cumpla los gloriosos destinos pacíficos á que está llamada por sus aptitudes, su fuerza numérica y por su extensi6n en el mundo. Es auxiliar de tan grande y hermosa obra el que entre las naciones hispano- americanas y su antigua metr6poli no hayal presente agravios que vengar y que satisfacer, ni los hubo en el pasado de s6lidos y verdaderos fundamentos que hoy puedan justificar odios 6 por lo menos desvíos. ~ ¿ erá un suefio irrealizable tan hermosa uni6n espirituar entre pueblos hermanos, pues como tales nos consideramos hoy de los de nuestra raza en América? i así fuera, creo que por lo menos nuestra gran labor en América por la causa de la civilizaci6n y el progreso humano debe merecer alguna gratitud á todos sus hijos, incluso á los que no pertenecen á nuestra raza, á los ciudadanos de la república de los Estados Unidos, que, además del descubrimiento del continente americano, nos deben el reconocimiento y colonizaci6n de su territorio Sur y del Oeste, la exploraci6n minuciosa de sus costas del Atlántico y del Pacífico y la ayuda - 60- que les prestamo en us guerra de independencia. lucho agradecemos la ju ticia que nos han hecho y hacen sus má ílu tres y concienzudo hitoriadores, así como también á los de la América e pañola, que han procedido y proceden con no otros por igual modo. El conocer mucho y de antiguo á nue tros hermanos de América me permite hoy creer que no ha motivado ni motivará en ellos el menor alejamiento de esta su antigua madre la pérdida de su pasada grandeza, ni los males sin cuento que ha sufrido como con ecuencia natural y 16gica de su maravillosa expansi6n en el siglo XYI, al icrual que los sufrieron, por la misma causa, Roma y Grecia en los tiempo de la antigüedad. Ademá , al presente, todo los espa: flole nos ocupamos, con verdadero é infatigable ardor, de nue tra recon tituci6n, y á ella llecraremo ciertamente en el reinado de D. Alfonso ¿ ~ III, que, como u augu to padre, con acrra su afane u clara inteligencia y u valeroso espíritu al biene tar, á la prosperidad y á la grandeza de la patria espa: flola. HE DICHO. La ...~ ECHOLOGfA de mi ilustre antecesor, D. Juan Catalina García y López, que debiera aparecer aquí, no va en este lugar, porque ya se publicó, obra del Académico de número Sr. D. Manuel Pérez Villamil, en el BOLETÍ. · de la Academia del mes de Febrero de 1911, páginas 150- 154. CONTESTACIÓN D. FRA el ' CO FgR Ái DEZ DE BÉTHE COURT As. M. EL REY Cuando supe que V. M. pensaba honrar con su asistencia nuestra solemnidad académica, ya el discurso que voy á leer estaba escrito é impreso, bien ajeno su autor de que había de figurar el Monarca entre los que lo oyeran. Debí desde luego suponer- confieso mi inconcebible torpeza - que estando nuestra J nnta de hoy tan especialmente consagrada á la glorificaci6n de la Patria y del Ejército, habríais de querer realzarla con vuestra soberana presencia. Escrito con toda la libertad é independencia de criterio que este sitio autoriza y hasta imponf', tal vez haya en mi discurso algo que debiera ser omitido, tal vez omito algo que debiera ser expresado. Inspirado está en anhelos del porvenir, que en V. M. se encarna principalmente; puesto el pensamiento en las j6venes generaciones, á cuya cabeza, y por tantos motivos, marcha el primero V. M. Contando, Sefior, con vuestra augusta benevolencia para este modesto trabajo, solicito respetuosamente vuestra venia, y con ella paso á leer- tal como 10 escribí - mi discurso de contestaci6n al del Sr. General Polavieja. ~ :! ~•.~ ::> j • ~ ::> j~ ji · 0 .! I I!~ a ii E ~ !.. SE~ ORES: Convendréis todos de seguro conmigo en que nuestro nuevo colega penetra en este recinto en buena compatUa. Tráelo como de la mano una de las mayores glorias de la Historia espallola, aquel hombre asombroso, de los más extraordinarios de una época, extraordinaria toda ella, más parecido á creación de la leyenda que á personaje de la realidad, revestido de todas las grandezas, fantasías é inverosimilitudes mitológicas, que el tiempo, la distancia y la crítica han aumeptado todavía, y presentan verdaderamente giga. ntescas ante nuestros ojos maravillados: viene como de la mano con Hernán Cortés nada menos. Tuvo siempre el héroe de la incomparable epopeya mexicana muchos apasionados, y los tiene hoy mismo, como es justo, y hasta verdaderas enamoradas dentro y fuera de Espalla, alguna esclarecida, que lo son al presente, en el sentido literario, de la superioridad y alteza de su genio y del interés dramático de su existencia romancesca, como tantas lo fueron en su tiempo de 11 - 66- la gallardía y gentileza de su persona, de la afabilidad y viveza de su trato, de sus facilidades españolas para la galantería y el amor. Entre cuantos, antes y ahora, han ofrecido su valioso tributo al insigne dominador de los Aztecas, toca de justicia lugar muy preferente al Académico que recibimos hoy, autor del Estudio de un caTdcteT, como llamó al que consagrara á Hernán Cortés, y en el que, cuantos lo habéis leIdo, recordaréis que lucen y compiten, con el claro y limpio estilo, el criterio recto, la noble imparcialidad, el pensar elevado y la erudición discreta y de buena ley, qne en cuanto á lo militar atañe llega á ser vasta. El culto suyo por esta singular memoria, sus concienzudos juicios de tan altos y raros hechos, sus trabajos acerca de esa figura épica de nuestro gran siglo, son en verdad los que traen hoy al Sr. General Polavieja á nuestra compafiía y á nuestro lado. Ha querido la Academia, siempre y por todo extremo deferente para conmigo, que fuera yo quien le diese en su nombre la acostumbrada cordialísima bienvenida, atribuyéndome la misión fácil de hacer conocer á cuantos me escuchan los títulos en que nos fundamos, para hacerle de una vez, en este gran Senado de la Historia patria, el puesto de honor que el Marqués de Po1avieja tenía de atrás tan bien ganado. No pudo este docto Cuerpo conferirme una más grata ni más simpática tarea, que de todo corazón le agradezco, pues siempre consideraré como una de las honras mayores de mi vida académica el poder tomar en estos momentos vuestro - 61- nombre para recibir aquí al General historiador, siquiera sea con el temor natural de no lograr hacerlo como vosotro' y él mismo merecieran. Pero nunca me ha faltado vuestra amable condescendencia, y estoy seguro de que no ha de faltarme hoy, pues el tiempo que pasa va e trechando má fuertes entre no otros los lazos del cariiio y la fraternidad, y haciendo, por con iguiente, cada día mayor la indulgencia, inseparable de nue tra mutua consideraci6n y vivo afecto. * * * eiiore Académicos: Quiere frecuentemente el vulgo entrometido dirigir á su gusto y antojo la formaci6n de e ta Oorporaciones, a pirando á reclutar su per onal por el sufragio callejero de la pedantería andante, con notorio é inadmisible menoscabo de nuestro absoluto derecho á su designaci6n libérrima' y a í, cuando le place, le parece corta nue tra Academia entera para premio exclu · ivo de la erudici6n profe ional, como si, más que cademia, fuera el alto In tituto que formamos secuela e trecha de cualquiera otro centro literario, 6 uburbio reducido de otra cualquiera cOl'poraci6n, y no estuviera, desde su fundaci6n dos siglos ha, abierto de par en par á todos cuantos- como ordenan sus E tatutos- se han consagrado 6 se con ag- ran d ilustrar la Historia de Espaiía. Ignoran muchos, por lo vi to, de qué manera, desde el día mi mo de su creaci6n, se con tituyeron nue - - 6 - tras Academias, y c6mo en ellas, entre los más sabios maestros, tuvieron sitio constantemente Prelados y Generales, políticos y diplomáticos, gobernantes y magistrados, magnates y caballeros, cuantos, en mayor 6 menor grado, cultivaron en Espafia las letras y la Historia, antes que por obligaci6n por amor. Interpretan esto, por lo visto, á la manera de Voltaire, más cuidadoso siempre del donaire que de la verdad, cuando decía de la Academia Francesa, de que él mismo formaba parte, que cera un Cuerpo donde se recibía á personas tituladas y hombres á la moda, á Obispos, togados, médicos, ge6metras, y alguna vez hasta á gentes de letras]>; pero estos discípulos más 6 menos aprovechados del gran satírico desconocen del todo las honrosas tradiciones de allá y de acá, que son lo principal de nuestra vida en todas partes. Ahora mismo, cuando nosotros nos honrábamos trayendo á nuestra casa al Sr. General Polavieja, esa Academia Francesa, por su mayor antigüedad modelo y patr6n de las demás, como que en ella se inspir6 el Nieto de Luis XIV y Rey de Espafia para la creaci6n de las nuestras, sin que en la confesi6n de esta verdad cronol6gica tenga por qué padecer nuestro patriotismo; la Academia Francesa, digo, desafiando valerosamente las críticas de fuera, las imposiciones de una parte de la prensa 6 las opiniones de la calle, prescindía, entre otros muchos bien conocidos y afamados, de un gran escritor político, de un autorizado maestro de las ciencias sociales, de poetas inspirados y populares, - 69- de novelistas y dramaturgos, y hasta del brillante historiador de Versalles y de sus grandezas, para elegir al viejo General Langlois, tan sobrado de ciencia militar como escaso de producci6n literaria, sentándolo, antes que á todos aquellos, bajo la cúpula famosa, entre los que Francia llama, con orgullo justificado, los CuaTenta. Eso mismo es lo que hicimos con tanta complacencia nosotros, que veíamos con pena en el abandono y en el olvido más sensibles una de nuestras más firmes, gloriosas y constantes tradiciones, y ausente de esta Casa la representaci6n de las altas jerarquías del Ejército- antes llevada en ella, con la distinci6n que es notorio, por el Conde de 010nard, el Príncipe de Anglona y Don Antonio Rem6nZarco del Valle-, desde que perdimos en mal hora, primero á nuestro gran Arteche, y no mucho después al inolvidable y malogrado Suárez- Inclán. Para llenar ese injustificable vacío, elegimos nosotros al Sr. General Polavieja, á quien varios conocíais y estimábais de tiempo atrás, como militar estudioso y culto, asistente á la tertulia de nuestro Don Aureliano Fernández- Guerra, de gratísima memoria, y que hoy viene por Bn á recibir de las manos venerables del ilustre Director de esta Academia la insig- nia codiciada, proporcionándonos á todos emoci6n in vencible- muy seco ha de tener el corazón quien no se sienta invadido por ella-, viendo c6mo se acerca á nosotros este Príncipe de la filicia, ávido de confundir sobre su pecho de glorioso soldado la medalla académica con - 7C-la banda de la Cruz laureada; cómo estos cincuenta y tres anos de la existencia militar que os he de recordar brevemente, comienzan en su vigorosa ancianidad esta vida nuestra tan diversa; cómo este insigne veterano de todas nuestras guerras contemporáneas llega á ocupar un sitio merecido en esta nuestra casa del trabajo sereno y reposado, de la ciencia y de la paz. Yo de mi sé deciros que este espectáculo hermoso y no común de piel' ta en el fondo de mi alma los más dulces y gratos sentimientos, y que me encuentro enternecido y orgulloso de a ociar en algún modo mi persona y mi nombre á la solemnidad de este dia, por otra alguna superada entre nosotros. ingún reparo se me ofrece para confesaros que yo siento por estas nobles figuras de soldado una especial predilección, mezclada de cariño y de respeto: el soldado, como el sacerdote, en todos los peldaño de la e cala, en los altos como en los bajos, es para mi - os lo declaro sin rubor- un ser aparte. El nimbo del sacrificio que cerca su frente me infunde estos sentimientos, que no creo reñidos con la dignidad académica más refinada; pues al cabo y al fin, nosotros consagramos á la Patria nuestro tiempo} nuestra inteligencia, nuestra palabra ó nuestra pluma, cuanto sabemos y valemos; pero la ofrenda snprema, la ofrenda de las ofrendas, que es la de la propia vida, del soldado la recibe: cuando se trata de morir por ella, es el soldado el que muere. Por eso os decía que de todas las que me habéis otorgado- y no son pocas-, esta merced de hoy, que me confiere - 71- el elogio de un soldado español, y de un soldado como el General Polavieja, es la que más me satisface y más me obliga. * * '* En efecto, señores, pasa ya de cincuenta y tres aftos que el 20 de Agosto de 1 f) sentaba plaza como soldado distinguido, en el Regimiento de Infantería de l: Tavarra, número 25, Don Camilo García de Polavieja y del Castillo, en cuyos juveniles oídos no parece sino que el genio de las armas había deslizado tentador la frase famosa de 1 T apo_ le6n 1 á us soldados: Llevdís en la mochila el bastón de Ma'riscal. Pue á partir de aquella fecha, allí donde hubo nece idad de ofrecer la sangre genero a por la madre E paña, allí e tuvo Polavieja, en África, en anto Domingo, en la 1 la de Cuba, en el ~ Torte, en Catalufla, en Filipina , y, para no can aro con relaciones prolijas, q ne pudieran parecel'o inoportuna, o reproduciré el extracto de u hoja de servicios, formada con la admirable conci i6n de e te género de documento , q uc semejan en u austera sencillez una página de Tácito; de la que se ve que él gan6 el grado de argento primero por mérito de guerra, iendo después nombrado tal sobre el campo de batalla; graduado de Teniente por mérito de guerra, nombrado Capitán por mérito de guerra, graduado de Comandante por mérito de guerra, Comandante por mérito de - 72 - guerra, graduado de Teniente Coronel por mérito de guerra, Teniente Coronel por mérito de guerra, Coronel por mérito de guerra, Brigadier por mérito de guerra, fariscal de Campo por mérito de guerra, Teniente General por mérito de guerra, por fin Ministro de la Guerra en 1899) Y Capitán General de los Reales Ejércitos desde el 23 de Enero de 1910, con más de medio siglo de los acrisolados servicios que esta brevísima enumeración revela. Pues toda esa vida tan noblemente ocupada, toda esa existencia de lucha y de combate, todos los afanes y trabajos de la guerra, todas las preocupaciones del gobierno, todas las dificultades de la ausencia, todos los quehaceres y fatigas de los más altos mandos, nunca fueron bastante para quitar al General Polavieja tiempo que dedicar al estudio y á la Historia, con una aplicación y una asiduidad, no menos meritorias ciertamente, pero sí menos fáciles, que las del que tiene por honro a profesión el estudio tranquilo y acompasado, en la plácida serenidad del hogar, con ninguna otra labor ni cuidado afortunadamente compartido. Y de este grande y nunca entibiado amor del Marqués de Polavieja por el mejor conocimiento de las glorias de su Patria y de su pasmoso pasado, surgieron como pudieron, en el tráfago de su vivir, lús frutos de su pluma que hemos galardonado con tanta razón, dándole entre nosotros el puesto que antes tuvieron otros Capitanes Generales de nuestro Ejército, como el primer Duque de la Roca y el único Duque de an Miguel, no solamente digní- - 7:)- simas Académicos, sino beneméritos y respetados Directores de nuestra ilustre Corporación. '" '" '" Ya Jerónimo de Zurita, nunca bastante alabado, en las palabras con que encabe. t: ó la impresión de la Crónica del Chanciller Don Pedro López de Ayala, enaltece debidamente esta honrosa afición de los próceres y magnates al estudio nobilísimo de la Historia, que no es sólo, según hace creer la moda ahora. la historia literaria, por muy interesante que ella sea, sino que es también la historia militar y la civil, como la eclesiástica, la social, la diplomática, la genealógica, el absoluto conjunto de cuantas cosas diferentes constituyen hoy y constituyeron antes la vida entera de los pueblos seculare8, digna de remembranza y de imitación; todo lo que forma la va ta herencia y rico patrimonio que hemos recibido de los siglos que fueron, y tenemos la obligación de conservar, y aun de acrecer para los que serán; que al fin y al cabo, si por nuestros grandes literatos y poetas representamos lucidísímo papel en el magno cuadro de la civilización universal, no son tampoco para desdeilados neciamente los nombres de Gonzalo de Córdova, de Antonio de Leiva, de Hernán Oortés y del gran Duque de Alba, de los insignes Reyes y celebrados capitanes, que escribieron con sus espadas en Jos anales del orbe el poema de la Reconquista no 10 -- 74 - igualado, 6 las páginas singulares de las guerras de Italia, 6 la misma epopeya de la expedición de Mé~? ico, 6 las que parecen novelas maravillosas del descuurimiento y conquista del resto de América, que tan discretamente ha evocado el discurso que acabamos de oir. y si es cierto que el General Polavieja no ha escrito hasta hoy voluminosos infolios, como su noble modestia ba confesado sin afectación y aho · ra mismo ante vosotros, reconozcamos con espíritu levantado, aparte de lo acertado de su trabajo, que también puede á veces sustituirse la Historia escrita por la Historia hecha, y que él ha llenado de la nuestra largos é interesantes capítulos, sin duda en estos tiempos decadentes y desdichados de los más afortunados y brillantes. Recordad su mando en euba, y leed la relación documentada de Lo que vió, lo que hizo y lo que anunció, toda ella página elocuente de nuestra Historia contemporánea, que el mismo General publicara en 1 93, en un libro del interés más palpitante, titulado por él AJi polít'ica en Cuba. Recordad su gobierno de después en Filipinas, su campaña en aquel remoto Archipiélago, su reconquista de la Provincia de eavite y de la parte Oeste de la de Batangas, sus . luchas en todas partes contra los enemigos de España. Recordad su último viaje á tierra americana, e a vez como Embajador extraordinario de u lajest,\ d á la República de 1\ 1 éxico, con ocasión reciente, en que, si se acreditó bien 10 generoso del espíritu de quien 10 enviaba, el temple supe- - 75- rior del alma nacional, lo levantado del coraz6n del Rey y de la Patria, latiendo como ' iempre al uní ano no meno re plandeci6 la exqui ita prudencia del que allí o tentaba tal 1epre ent; 1ci6n en momento tan delicados y difícile . Considerad cuánto tuvo que hacer e te ardiente enamorado de la figura excepcional de nue tro Hernán Corté, en un paí donde no son pocos los que lo desconocen y lo repudian, que e como desconocer y repudiar á u propio padre, hasta el punto de existir quien e opusiera á la busca de sus sagrado restos, por el voto e~? tranjero noblemente solicitadrt; cuánto él hubo de hacer y de sufrir para mantener á todas hora la seyera dio'nidad de sn alta repre entaci6n diplomática.... TO e é te ciertamente el menor de lo acrificio~ que tiene que agradecerle su pnís; y yo no he querido ahondar en e ta materia delicudí ima, preguntándole hn ta qué punto pudo sentir e ati fecho, cuando alguien que también no. toca muy de cerca 1 que e TIue tro mucho afto hace y ocupa en uue tm fila preferente lllg'ar 1, con ideráudo e con razón, por la índole diferente de u mi ión mncho más libre, ante el Concrre o Americani ta. allí reunido, hubo de diricrir á aquello hi pano- americano, mal avenido con la primera. parte de u nombre, estas palabras vengadora : Ó vosotros sois un antemuml frente d todo lo que no es espaJ1ol, Ó no sois nada. De e e viaje de I El Académico y Catedrático Sr. D. Antonio Sánchc7. ~ foO'uel, repl'e~ entante del ~ lilli terio do In lrucción Pública de E paiia en el Congre o AmericanL; ta Intem8cional. - j'G-nuestro nuevo compafiero cn semejantes circunstancias, en medio de festejos y regocijos, que, dígase lo que se diga, eran, á un tiempo tácito y ruidoso, amargo reproche contra Espafia y los espa: fioles, y donde el General Polavieja supo ganar sobre su propio inmenso espa: fiolismo, á llombre de su Rey lejano, verdaderas batallas, cuanto menos bulliciosas más meritorias, él os ha dado alguna cuenta- la cuenta que su extremada delicadeza puede daren su aplaudido di curso de hoy; en el cual, por fin, el que tantas lanzas ha roto materialmente por su Patria, sin tregua ni descanso, contra ingratos, rebeldes y traidores de toda laya, viene á romper otra ahora, con las arma tranquilas de la palabra y de la pluma, de la raz6n y de la verdad, enfrente de los follones y malandrines que de cerca 6 de lejos la calumnian y la denigran, sintetizando con magistral brevedad el recuerdo grandioso de la obra incomparable de los espa: fioles en América, como una de las mayores, si no es la mayor, que en todos los tiempos ha podido hacer la Humanidad, y ha hecho efectivamente, en aras de la civilizaci6n y del progreso. Así con esta patri6tica aureola, que muy ciego ha de ser quien no la vea, hoy se presenta aquí este Príncipe ilustre de nuestra Milicia, llamado por vuestro votos á ocupar un lugar entre vosotros, res. Académicos, que sois también Príncipes de la Ciencia, Capitanes Generales del saber y de las letras espa: fiolas. o ha heredado él tam · poco su Principado, como vosotros no heredásteis - 7i-los vuestros, sino que lo ha ido formando lenta y trabajosamente, como los vuestros vosotros, en medio siglo de incesante batallar, con la punta de su espada y con el sacrificio de su sangre, donde quiera que había que pelear por la gloriosa madre Espaiia, que defender su bandera ó que volver por su soberanía y por sus derechos. * * * Tiempo es ya de que cumpla con lo que me habéis encargado, formulando de una vez la bienvenida más afectuosa, con que la Academia se complace en recibir al Capitán General, cuya modestia he puesto con exceso á prueba, sólo con evocar sobriamente los hechos principales de su vida provechosa de gran soldado y de gran espafiol y patriota. Bien venido sea á nuestro lado el entusiasta admirador de Hernán Cortés, acertado comentarista de su epopeya portentosa. Bien venido sea el que tuvo alguna vez la seiialada honra de ser uugido por la voz popular con el hermoso dictado de el General cristiano. La Academia satisfecha lo recibe con todos los honores que se deben á su persona, y como á autorizado representante de la Hi toria militar espafiola le da asiento con la más viva como placencia entre los doctísimos maestros, los historiadores insignes, los arqueólogos, los epigrafistas, los arabistas, los profesores, los numismáticos, los geógrafos, los americanistas, los investigadores afortunados y los eruditos de todo linaje que la constituyen, y que son todo, sin más e. cepción que la del que o habla, gloria y prez de la Patria en nuestros días. Ella le ha conferido ] a medalla que llevara hasta hace poco nue tro llorado Oatalina García, y antes que él un Conde de Quinto y un Don Vicente de La Fuente, muy segura de que nuestra insignia venerada estará bien puesta en su pecho de soldado, confundiéndose en él con la roja banda de la Orden de San Fernando, recuerdo indiscuti · ble de sus actos de heroísmo y de bravura. Bien venido sea, y Dios le conceda el que pueda ostentarla largos aftos, como la Patria y la Academia, estrechamente confundidas siempre, han de querer y celebrar. y permitidme antes de concluir, y pcrdonadme si os canso en demasía, permitidme que recabe, i al( Tuien creyera que e ta comisión, con tanta ati . facción de mi parte cumplida, no era en realidad para mí, mis únicos dere~ hos á su de empefio, ya que la exagerada mode tia de cuantos vi ten aquí el traje militar se ha resistido tenazmente á ello. Hay un lazo fuerte que e trechamente no" une al Sr. General Polavieja y á mí, y que todo lo explica: el amor profundo de nuestras g- lorias pasada, y el hondo convencimiento de la necesidad absolu · ta de su discreta evocación y recuerdo, para llegar con paso más rápido y seguro al ansiado remedio de las desdichas presentes. Porque ¿ cómo, siendo espafiol á la manera que lo soy yo, no pensar en un todo como el que ha escrito estas palabras: ~ Tengo - 7!)- fe en nuestros destinos, y quisiera ser un escritor brillante para contribuir con eficacia á la campafia emprendida por algunos de los que vestimos uniforme, y á la que todo buen espafiol debe ayudar: la regeneración de la Patria por su reconstitución mi · litar? » ¿ Cómo no sentirse, pensando como yo pienso, en perfecta comunión de ideas con el que termina su trabajo sobre Cortés lamentando que la Espafia de hoy tenga apenas . un recuerdo para este coloso de su Historia, mientras que no se cansa de hacer sacrificios en los altares de la discordia alzando estatuas y erigiendo mon umentos á sus presentes y poco afortunados cainpeone::'? ¿ Cómo no creer con él, entendiendo la Patria á la manera que yo la entiendo, que las naciones sólo se forman vigorosas en el estudio de su historia, y que es crimen horrible, y hasta sacrilegio nefando, indigno de un pueblo honrado y viril, hablar siquiera de ce · rrar con triple llave el sepulcro del Cid? ¿ Cómo no comulgar en sus ideales, y no hacerle coro en sus anatemas, cuando los fulmina indignado contra los viles y blasfemos que predican el olvido de lo pasado, equivalente á deshacer en un instante, con la locura del suicida, las grandes fuerzas morales, por nada reemplazables, amontonadas por los titánicos esfuerzos, por los trabajos verdaderamente ciclópeos de tantos siglos y de tantas generacio. nes? ¿ Cómo no participar de sus honradas convicciones, una y otra vez en sus varios trabajos expresadas, de que aquel pueblo que mejor conoce su propio pasado y más lo admira, y conserva mejor - 80- su memoria, tiene más pronta la abnegación y más vi vos y despiertos los amores para consagrarse como es debido á su servicio y á su culto? En este alto sentido de la evocación de 10 que fué, á qtle yo he consag- rado mi vida, estamos perfectamente acordes el General Polavieja y el que os habla, que también está poseído de una fe ciega en los destinos de España, ahora que son moda ridícula é incom~ prensible el pesimismo y el descorazonamiento y la cobardía, y son más los que lloran y gimen, y al igual de los moros granadinos, se mesan los cabellos desesperados, vergonzosa negación de su propia raza, que los que, con varonil fortaleza, esperan, confían y trabajan. Al lado de los últimos, que son los qne piensan y sienten como el General Polavieja, están con sus dictados incontestables la razón y con sus severas ensefianzas la Historia. La triste Oastilla del Rey Don Enrique IV, devorada por las facciones turbulentas, por el desgobierno empobrecida, achicada por las regias debilidades, desamparada de la ley y enemistada con la justicia, amenazada de morir, y de morir sin gloria, fué pocos años después la grande España fuerte, la España honrada y justa, respetada y poderosa de los Reyes Católicos, la que realizaba el suefio, secular tantas veces, de la unidad nacional, la ganadora de Granada, la descnbridora de América, la cabeza y casi dneña y señora de Europa con Oarlos V y con Felipe JI. ¿ Es que todo esto no parece un suefio? Sueño debió de ser de Doña Isabel y Don . F er- - 81- nando, de sus consejeros y ministros, del Padre Talavera, del gran Cardenal Mendoza, de Cisneros y de Colón, grandes soiladores aquellos Reyes, aquellos clérigos y frailes, que prepararon soilando la Espaila grande del siglo XVI. Y si alguna vez fué lícito que hasta el buen Homero se durmiera, sea permitido á un Académico, por esta condición grave y por el tiempo encanecido, con el libro misterioso de la Historia en las manos, soñar aquí en alta voz y delante de vosotros, que pensáis todos como buenos, repitiendo las palal> ras inmortales que nuestro Calderón pusiera en los labios de Segismundo: ¡ Soñemos, alma, soñemos! Aquí y en el día de hoy, en presencia de este Capitán General, que era hace cincuenta y cuatro afios soldado voluntario, y hubo de sofiar alguna vez con el tercer entorchado que hoy ostenta; evocando los recuerdos todos que él nos ha hecho revivir en su discurso, y que parecen más fruto de la imaginación que producto de la realidad; trayendo á la memoria la dolorosa conclnsión del siglo xv y las no superadas grandezas del XVI, ¿ no es lícito soñar? Soñó de fijo Don Fernando, cuando era sólo Infante de Aragón, hermano menor del heredero de la Corona, y la vida y la juventud del Príncipe de Viana lo mantenían alejado del Trono y en su con. dición de segundo. Soñó la Infanta Doña Isabel, vivos sus dos hermanos varones, alIado de una 11 - 82- madre viuda y demente, en las tristes escaseces y abandonos de Arévalo; sofi6 en su palacio sefiorial de la vieja Sigüenza Don Pedro González de ~ Iendoza, y en sus claustros y bajo sus cogullas soñaron Fray Hernando y Fray Francisco; soñ6 el gran g- enovés durante sus largas y poco felices peregrinaciones, cuando iba ofreciando un mundo nuevo á los que, porque no sofiaban, no quisieron recibirlo de él; y estaba toda aquella generaci6n, nacida en medio del duelo y del quebranto, ávida de soñar. Sofi6 . después toda la heroica falange de gloriosos incomparables aventureros, que ha hecho desfilar ante vosotros el discurso del nuevo Académico; so1l6 Vasco Núfiez, cuando era paje del ilustre Portocarrero en el Alcázar de Moguer, que algún día, ante la inmensidad del . Mar Pacífico recién descubierto, al subir la marea, entraría á través de las olas hasta la cintura, y blandiendo la espada, tomaría posesi6n del mayor de los mares á nombre de su Rey ausente; soñ6 Oortés allá en la mocedad, cuando estudiaba joven el derecho en las aulas famosas salmantinail, 6 cuando prosaicamente se consagraba en Ouba á la cría de ganados, y hasta en los momentos verdaderamente sublimes de la noche triste, que parece un sueilo toda ella, en que había de echar por tierra el trono de oro de Moctezuma, dando al otro Emperador, que era el suyo, más tierras y más pueblos que los muchos que le dejaron sus abuelos; y soñ6 que algún día habría de venir de las Indias con tanto acompaijamiento y majestad, que mds parecia de Principe 6 - 83- seño'/' poderosísimo, que de capitán y vasallo de ningún ReYj soll6 Francisco Pizarro, cuando era un pobre soldado, in fortuna, sin cultura, in protecci6n, y ca i sin padres, en que habría de lleO'ar para él, digno de la tragedia antigua, el momento gran · dioso de la 1 la del Gallo, que había de parar en la conquista maravillosa de un tan vasto y famosísimo imperio; soilaron en su casa de Palos los Pinzones; soliaron Alvarado y Valdivia, Ponce de Le6n y Soto, Magallanes y Elcano; soliaron todos, y obra casi milagrosa de esos visionarios y sonadores fué toda la que os acaba de relatar, como surgida de sus suelios, el discurso del General Polavieja: las exploraciones, los descubrimientos, las conquistas, las fundaciones, las ciudades, los puertos, las universidades, los templos, los monasterios, las fortalezas: los hospitale , los palacios, las diez y siete nacionalidades presentes, toda la gran civilizaci6n americana que e , pese á quien pe e, nuestra obra, la obra gigante de nuestra raza y de nuestro genio. Pues sofiemos ahora con algo parecido, y, si nosotros no lo vié emos, los que hemos recorridú ya la mayor parte de nuestro camino, á través de tristezas y desventuras inmerecidas, que las nuevas generaciones más felices puedan verlo, alcanzando en lo posible la repetici6n de aqueUos días gloriosos, á que la musa clásica de un insigne Académico, nuestro antecesor, el célebre Duque de Frías- enalteciendo al primero de nuestros Reyes, por el odio extranjero maltratado y por la propia imperdona- - 4- ble ignorancia mal defendido -, aplicó con tanta razón los inmortales verso J forjados á cincel, con cuyo recuerdo voy á concluir, bien seguro de que ellos sonarán en vuestros oídos como clarín de guerra, y llegarán como inspirada profecía, como voz de resurrección y cántico de gloria y de esperanzas al fondo de vuestros corazones: Fuá del prudente Rey el poderío de moros y de herejes escarmiento, firme rival del Támesis umbrío, duro azote del Sena turbulento, gloria del Trono, de la Iglesia brío, temido en Flandes, respetado en Trento; y desde el mar de Luso á la Junquera hubo un cetro, un altar y una bandera. HE DICHO.
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Calificación | |
Título y subtítulo | Discursos leídos ante la Real Academia de la Historia en la recepción pública del Excmo. Señor Don Francisco Fernández de Béthencourt el da 29 de junio de 1900 |
Autor principal | Fernández de Béthencourt, Francisco |
Tipo de documento | Congreso |
Lugar de publicación | Madrid |
Editorial | Establecimiento Tipográfico de Enrique Teodoro |
Fecha | 1900 |
Páginas | 86 p. |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 4740910 Bytes |
Notas |
Incluye: Apuntes necrológicos del Sr. Don Celestino Pujol y Camps / Marqués de Hoyos. Contestación del Excmo. Sr. D. Francisco R. de Uhagón Precede al título: La genealogía y la heráldica en la historia |
Procedencia | Universidad de La Laguna. Biblioteca |
Texto | DISCURSOS LEÍDO ,' TE LA QEDL BCRDEmID DE LB BIST08IR EN LA RECEPCIÓN PÚBLICA D. CAftlIltO G. DE POItAVIEJA Y OEIt CASTlItItO MARQUÉS DE POLAVIEJA EL 28 DE ENERO DE 1912 . L\ DRID f. STAOLECDIIF.. OTO lTI'OGR ~ FICO DE JAr. lE RATÉS (\ lní. ° Plaza de San Ja i~ r, Dlirnero o. [ 9[ 2 DISCURSOS DEL E. · CblO. SE'- · OR D. CAMILO G. DE POLAVIEJA y DEL CASTILLO, MARQUÉS DE POLAVIEJA, ' l" DEL & XCM . SX. XOR D. FRAKCI CO FER ' A DEZ DE BÉTHEl COURT, Lerdos en la recepción pfiblica de 28 de Enero de 1912 DISCURSOS LFfDO 1 F LA QEDl BCDDEffllD DE LB BI8TDBID EN LA REOEPOIÓ PÚBLIOA ) Y. F. X) lO ..-: 01': D. GAfd1I10 G. DE POI. tAVIEJII Y DEll GASTlllI10 MARQUÉS DE POLAVIEJA El 28 DE ENERO DE 1912 MADRID !. STADLECUIE." TO TIPOGRÁFICO DE JAI~ E RATÉS MAR!!. 1' lua de 3n Jauer. número 6. DISCURSO DEL EXCMO. SR. 1ARQUÉS DE POLA\ TIE] A SEÑORES ACADÉMICOS: Quiere la ley de las compensaciones, piadosamente consoladora en unas circunstancias y cruel en otras, que acompafie al natural regocijo de estos actos el recuerdo torcedor del compafiero que para siempre se perdió, y sólo atenúa la pena que su memoria produce el que sirve de ocasión para proclamar nuevamente sus méritos y virtudes y para ofrecerle como ejemplo y estímulo á quien acepta el delicado empeilo de continuar su labor en la Academia. Tócame suceder, sin méritos para ello y sólo debido á vuestra benevolencia, á distinguidísimo hombre de letras muy conocido y estimado dentro y fuera de nuestra Patria y que por su infatigable laboriosidad, su mucho saber y grandes méritos, ocupó cargos que fueron para él campo adecuado al desarrollo utilísimo de su vocación nativa para los estudios históricos y bibliográficos, que siempre encaminó al aumento y progreso de l~ cultura nacional. 2 - 10- aci6 en nlmer6n provincia de Guadalajara, al alborear el 2.> de Toviembre de 1 45, Y en humilde cuna, de 10 que mucho se gloriaba mi ilustre antecesor D. Juan Catalina Garda y L6pez; hered6 de su padre el amor al trabajo y á la tierra en que vi6 la luz primera, en la que se forj6 el temple fortí ¡ mo de u alma, propio para el rudo batallar y para el definitivo vencer. . Con enaltccedoras pri vaciones, crisol que depura toda flaqueza, siO" lli6 Catalina sus estudio, yen carrera sin bastarda intrigas, de modesto empIcado de la Sociedad Econ6mica Matritense de Amigos del País, lleg- 6 á representarla como Senador del Reino, en la Alta Oámara, ejerciendo ya el cargo de Secretario general de la Oorporaci6n benemérita. fotivo hubo para ello, por el arreglo de u copio a y variada biblioteca, por la a iduidad ejemplarí ima en el cumplimiento de su debere y por Sll precioso opü culo Datos biblio{] ráficos de dicha ociedad, publicado con oca i6n de u primer centenario. Periodista eXImIO, extraüo por completo á la luchas menuda y personales de la política al u o, u concienzudos é intere ante artículos en El Pensamiento Espajiol, El Fénix, La E pafía Católica y La Unión, dilucidando con suprema autoridad y envidiable maestría complicadas cue tiones arqueo16gicas, llamaron la atenci6n de 10 doctos y le procuraron un selecto público de admiradores, ávidos de su rara noticias y de us depura- - 11- das enseñanzas. Pero donde su erudici6n se desborda en sana crítica y sabro a lectura fué en las obra que llevan por título La Edad de piedra, El hom. bre terciario, El libro de la pl'Oúncia de Guadalaja l'a , El diado de un patdota complutense, por él prologado y anotado con derroche de aber de muy subido quilate' La historia de Castilla y de León durante los reinados de Pedro 1, Enrique 11 y Enrique 111, libro de provechosa é indispen able con uIta; El Madl'oJ1al de AUl ¿ ón, El fue7' 0 de Bl'ihuega, La historia de las Bellas ATtes en Salamanca, El ~ Mu? 1icipio dU7' ante la Monarquía visigoda, y tantas y tantas otras que constituyen s6lido pede tal de su gloria. u maravillosa labor qued6 perpetuamente contrastada en el Bosquejo de una bibliografia cervdntico- alcalatna, en el soberbio Ensayo de una topografía complutense y en la completí ima Biblioteca de escritores de la provincia de Guadalajara y bibliografia de la misma hasta el siglo XIX, en que Catalina García hizo alarde cic16peo de su resistencia para el trabajo erudito de primera mano, enalteciendo la patria chica, de la que era entusiasta, in pequefios ni grandes ego! mas que entibiaran su amor á la patria grande. Plumas tan autorizadas como las de Pérez Villamil y el Oonde de Doña Marina han hecho cumplidamente el elogio del llorado amigo; yo, que no tu ve el honor de tratarle ni el gu to de conocerle, evoco su nombre, que en muchas ocasiones admiré, para ofrecerle en e tos momentos el tributo que, - 12- aun sin imponerlo la costumbre, le hubiera rendido de todos modos mi afecto desinteresado. * ** Cumplido tan grato deber á la memoria de mi antecesor, voy, sefiores, á dar lectura á mi discurso de entrada en esta docta Corporación, que se referirá á nuestra labor en América, por exigírmelo así, y con gran fuerza, deberes de sangre, por haber nacido mi madre en tan hermosa tierra; deudas de cariilo y de gratitud, porque en ella he pasado los mejores días de mi vida, sirviendo á mi patria, y patrióticos sentimientos de justicia, porque el conocimiento de su historia, que es la nuestra durante tres siglos, adquirido en gran parte sobre los lugares mismos de los hechos que la forman, mehizo conocer muy pronto la injusticia con que nos han tratado la mayoría de los historiadores extranjeros, no sólo con relación á nuestra acción en Europa, sino más principalmente en todo cuanto se refiere al descubrimiento, exploración, conquista y colonización de las Indias occidentales y orientales. y explicase que así lo hicieran los pueblos que nos combatían; querían acabar á toda costa con nuestro grande y glorioso imperio y, faltos de todo escrúpulo, á la acción de las armas y de la diplomacia unieron la de la calumnia en sus variadas manifestaciones, haciendo lo que hoy llamamos una campaila de opinión contra Espafta. - 13 - Pero lo que no puede comprenderse ni explicarse es el que ella haya tenido eco entre escritores nuestros, que contra sus sentimientos y deseos han viciado el criterio nacional y apocado su espíritu. ¿ Quién no ha oído decir millares de veces á la mayor parte de nuestros conciudadanos que fuimos ignoran tes y crueles en América y que los espafioles no supimos ni sabemos colonizar? ¿ Quién no oye hoy á todas horas, cuando los pueblos más cultos y adelantados son los que más aman á su patria y la sirven con más abnegaci6n por haberse educado y formado en los grandes y gloriosos hechos de sus respectivas historias, que nosotros los espafioles debemos cerrar con triple llave la tumba del Cid y volver la espalda á nuestra épica y hermosa historia, matando la vida del sentimiento, para fiar tan s610 nuestra reconstituci6n y nuestro porvenir á la cruel y despiadada de la materia? Ahora se pretende olvidemos que todo lo bueno y grande que hemos hecho fué debido muy principalmente al incontrastable vigor de nuestras fuerzas morales. Idealistas y caballeros, Quijotes, como hoy se dice, fuimos fuertes y poderosos y al pequefio mundo antiguo supimos dar otro grande y rico, y poner además, con . Magallanes y Elcano, en comunicaci6n á todos los continentes, formando el moderno, después de recorrer los primeros su redondez. Sanchos hoy, ¿ qué somos? ¿ Qué podemos darle? - 14- Acostumbrado á servir leal y honradamente á mi patria" permitidme, seftores, que, como acabo de manifestarles, rompa una lanza por ella y por los fueros de la razón y de la justicia, demostrando, aunque muy sobriamente para no fatigar vuestra atención, qne el pueblo espafiol es uno de los que más grandes y útiles servicios han prestado al progreso humano. Luchador enérgico é infatigable, terminada la reconquista de sn suelo y después de siete siglos de continuo batallar, sin sentir cansancios y lleno de soberanos alientos, con las capitulaciones de Santa Fe, abre para él nueva era de continuados trabajos, de grandes sacrificios y de colosales esfuerzos. Pueblo pequefio y pobre, pero dotado de grandes fuerzas morales, intelectuales y fí icas, no teme lanzarse á inmensos y desconocidos mares, y descubriendo un nuevo continente, motiva la revolución más grande, más transcendental y más fecunda en bienes que registra la historia de todos los tiempos y de todos los países. De ella fueron dignos directores D. a Isabel I de Oastilla y D. Fernando V de Aragón, auxiliados por el genio de Oristóbal Oolón, el más ilustre, con Magallanes, de todos los marinos conocidos. En principios científicos fundamentó siempre el Gran Al'Jlúl> anle su proyecto de ir á las Indias orientales navegando por los mares de Occidente' mas puede considerarse como verdaderamente providencial la ruta que se trazó y siguió en su pri- - 15- mer viaje, porque ella le llevó, dada nuestra ituación geográfica, la de América y su forma, á ocu- . par desde el primer momento la situación más ventajosa que se pudiera imaginar, para con menos pérdida de tiempo explorarla y conocerla en toda su exten ión. Colocadas la i la de anto DominO" o y de Cuba al ur del continente americano del ~ y orte, y al orte de el del ur, y frente y cerca del i tmo que lo une, al ser de cubiertas por Colón en su primer viaje, su posición avanzada y central nos llevó, como por la mano, á conocer pronto y fácilmente, en toda su extensión, las costas del Golfo de México y del Mar Caribe, y, por la ocupaci6n de éstas, á descubrir el má extenso de los mares, que entregamos al progre o humano, y á explorar y dominar, con grandes territorio, las co tas occidentale del mundo americano del uro También el conocimiento de la. primera no dió eguidamente el eiiorío de la llamada hoy América central, de Ié - ico, de la Baja California, de Texa y de la Florida. Ademá de ser tan privilegiada base de operaciones, la i las de Cuba y anto Domingo fueron eficaz punto de apoyo, de protección y de recuros á las e cuadra que saliendo de E pafia se dirigían á la América central, para desde los puntos ya conocidos hacer largas exploraciones hacia el ur y hacia el Norte. Gratitud inmensa debemos todos los e paiioles al Gran Almirante y á lo hermanos Iartín Alonso - 16 - y Vicente Yáflez Pinz6n, alma y vida que fueron en Palos de la organizaci6n de la escuadrilla compuesta por la Santa Maria, la Pinta y la NÍJla, y con cuyas nave, ayudado por tan experimentados marinos, en las aguas orientales del Océano Atlántico, cruz6 sus'inmensas y desconocidas soledades y arrib6 á. sus límites más occidentale , descubriendo la isla de Guanahaní y parte de las costas de Cuba y Santo Domingo. Á tan maravilloso resultado sigui6, en el segundo viaje de Co16n y después de reconocer la isla de Puerto Rico, el ocupar la de Santo Domingo y establecer en ella el centro de nuestro gobierno en aquellas lejanas tierras, y en el tercero descubrir el gran continente americano por las vecindades de la desembocadura del Orinoco. Desde tan gran y tran cendental momento ya no cesa la exploraei6n de su dilatadas eo tu orientales. En Mayo de 1499, Alon o de Ojeda ale de Cádiz, toca en Paramaribo, en u inam, y recorre las co ta de la hoy Guayana inglesa y república de Venezuela; poco de pués, partiendo de Palo Alon · so Niflo de Moguer, da con la costa de las Perlas; á fines del mismo afio Vicente Yáfiez Pinzón, compafiero de Co16n en su primer viaje, descubre la costa más oriental del Brasil y la desembocadura del Amazonas; en 1500 Rodrigo de Ba tidas explora la costa desde el cabo de la Vela al de ombre de Dios; Co16n, en sn cuarto y último viaje, conociendo todas estas expediciones, sale en busca de - 17- un paso al Océano Índico, que no encuentra pero de cubre la tierra que llam6 de Gracias á Dios por lo grandes temporales que ufri6 sobre ella, las ca tas de Honduras y de 00 ta- Rica; en 1500 Diego de Lepe reconoce el declive occidental de e ta ca ta americana bajo los grados de latitud ur; en 150 Vicente Yáfiez Pinz6n, partiendo de Ouba, recorre la costa de Honduras, y siguiendo su viaje, el más largo ha ta entonces en aguas americanas, baja hasta el cuadragésimo grado de latitud ur, y, por último, después del desastroso fin de la última expedici6n del infatigable y audaz Ojeda, los restos de ella fundan la colonia del Darien, que había de ser punto de partida de grandes hazafias. Fué la primera la de Vasco Núfiez de Balboa. abiendo por los naturales del paí que había un gran mar al otro lado de la cordillera que corría alOe te de la colonia, el día 1.0 de eptiembre de 1513 empez6 u difícil acceso con 190 e pafiole y varios centenares de indios cargadore . De pué de muchos sufrimiento y continuados trabajos el día 25 lle0' 6 á la cumbre de las montanas, presentándo e ante sus de lumbradas ojos, con toda u hermosa magnificencia, la inmensidad del Océano Pacífico. En tan dramático momento y dominado por la grandeza del hecho realizado, cay6 de rodillas dando gracias á Dios por haber concedido tan se · flalada merced cá hombre de pequefio ingenio y escasos conocimientos, de poca experiencia y de baja estirpe-. 3 - 18- Cuatro días después estaba en sus orillas y en la ubida de la marea, al avanzar las olas, con la espada desenvainada entr6 en ellas hasta la cintura, tomando posesi6n del mayor de los Océanos en nombre del Rey de E pafia. Gn año ante, el 2 de Abril de 1512, Juan Ponce de Le6n, gobernador que había sido de la isla de Puerto- Rico, deRcubri6 la península de la Florida, reconoci6 sus costas orientales y occidentaJes y en sus exploraciones lleg6 hasta la bahía de Apalache. Al conocer el Rey D. Fernando el Cat6lico el gran descubrimiento de Balboa, orden6, el 12 de Noviembre de 1514, se alistara una escuadra de tres naves á las 6rdenes de Solís, el más ilustre de nuestros navegantes después de Pinz6n, y que lleo- ada al istmo rumbara al ur, debiendo recorrer 1.700 leguas 6 más á ser posible; con este itinerario se confiaba hallara la comunicaci6n, si es que la había, entre los dos mares. Cumpli6 Solís las instrucciones recibidas sin ha11tH' el paso, que ya persigui6 Co16n en su cuarto viaje, mas en cambio descubri6 el g- ran estuario del río de la Plata, al que di6 el nombre de . Mar Dulce; en sus orillas encontr6 la muerte á manos de los naturales del país, y la escuadrilla volvi6 á Espafia. Así como la ocupaci6n del Darien por las gentes de Ojeda motiv6 el pronto descubrimiento del Pacífico, la conqui ta y colonizaci6n de Cuba por Diego Velázquez origin6 la del extenso y guerrero - 19 - imperio de Moctezuma, teatro luego de maravillosas hazañas. De aguas de Cuba, en Febrero de 1517, sali6 una expedici6n á las 6rdenes de Francisco Hernández de C6rdova, que descubri6 la isla de las Mujeres y la península del Yucatán, que coste6. Toc6 en cabo Catoche, en Oampeche y en Potochán, siendo hostilizada en todos estos lugares. Perdida la mitad de la gente y herido gravemente su jefe, regres6 á Cuba, donde falleci6 á los pocos días. El 23 de Abril de 1518 sigui6 á esta expedición, y con bastantes más elementos, la de Juan de Grijal1:> a. Ésta descubri6 la isla de Cozumel, el gran río que lleva su nombre, la isla de Sacrificios, remontando basta el lugar en que luego fund6 Hernán Cortés la Villa- Rica de la Veracruz. De sus playas regres6 á Ouba después de haber comerciado con los naturales del país, de babel' vencido en los lugares en que ball6 resistencia y con abundantes noticias de la gran confederaci6n azteca. Los importantes descllbrimientos hechos por C6rdova y Grijalba, y los entusiasmos que despertaron en el espíritu aventurero de los nuestros en la isla de Cuba, dieron lugar á una tercera expedici6n, que al mando de Hernán Cortés y compuesta de 17 naves con GG3 hombres entre marineros y soldados, el 18 de Febrero de 15íl) salió de cabo an Antonio y después de vencer en Yucatán) que con la isla de Cozumel incorpor6 á la Corona de España, fonde6 en las costas de México, al Norte de la isla de Sacrificios. - 20- Nuestro caudillo desembarcó su ejército, que hoy sólo podría constituir una escolta de honor de la bandera de la Patria, y puesto en comunicación con los habitantes de aquellos lugarcs, y teniendo mayores y más positivas noticias del gran poder de Moctezuma, lleno de confianza en sí mismo, resuelve la conquista del imperio azteca, sin tener para nada en cuenta la escasez de sus fuerzas y el que éstas no podían ser reforzadas ni socorridas por la situación especial en que se hallaba. Para base de sus futuras operaciones funda sobre la costa la Villa- Rica de la Veracruz, y para que sus soldados no retrocedieran ante la, por lo demás, temeraria grandeza de su empresa, destruye su escuadra y queda con un pufiado de hombres, de los cuales ya algunos habían dado muestras de flaqueza, y con las soledades del ancho mar á sus espaldas, frente á los ricos dominios de Moctezuma, habitados por un pueblo guerrero y valeroso y relativamente adelantado, y cuya única entrada por aquellos lugares la constituían gigantescas y extensas cordilleras, cubiertas de exuberante vege · tación y llenas de formidables obstáculos. Tres afios empleó en su conquista y en ella desplegó excepcionales aptitudes: el valor ardiente del soldado y el sereno y tranquilo que pide el mando supremo; grandes talentos políticos para el manejo de los negocios, y militares para imaginar grandiosos planes estratégicos y para su más acertada ejecución; perseverancias superiores á las mayores contrariedades de la fortuna, siempre unidas á una - 21- voluntad tenaz é inflexible ante los mayores obstáculos, y concepci6n clara y pronta de las cosas con resoluciones rápidas 6 pacientes, según le imponían las ci: r: cunstancias. También debi6 sus éxitos á sus notables dotes de estadista y al saber apoderarse del espíritu de los hombres tan por completo, que de sus heterogéneos compañero de expedici6n hizo el instrumento apropiado y digno de su inverosímil é inmortal empresa, á la que no quita importancia el pequeño ejército con que le di6 cima, pues no es el número de combatientes, segtín nos demuestra la historia, el que da importancia á la acci6n, sino las consecuencias que ésta trae consigo, la magnitud de la escena y la entereza y valor de los actores. Después de la conquista fué un colonizador inte · ligente y práctico, con sentido moral muy superior á su época, y consagrado al servicio de las ciencias y de su patria, un explorador infatigable por mar y tierra. En expediciones por el Pacífico y en busca de un estrecho entre éste yel Océano Atlántico gast6 gran parte de su fortuna personal, caso nuevo y único en la historia de los grandes conquistadores. Hombre nacido para la acci6n que crea y engrandece, ganada la ciudad de México, consagra Cortés todas sus actividades á la extensi6n y consolidaci6n de su conquista, combinando las expediciones marítimas con las terrestres. Personalmente acudi6 á la conquista del Pánuco, mandando á Olid con expedici6n marítima á las - 22- Ribueras, donde se presentará más tarde extendiendo la dominaci6n de España hasta las vecindades del lago de icaragua, y á Pedro de Alvarado orden6 la sumisi6n de Guatemala. Estas expediciones sobre las costas del Atlántico y del Pacífico fueron precedidas por la exploraci6n y toma de posesi6n de estas últimas por unos enviados suyos, por cuyos informes fund6 primero en Zacatnla y Tehuantepec, y luego en Acapulco y Manzanillo, las bases marítimas de donde habían de partir sus largas expediciones á través del Pacífico y al Norte y Sur de sus costas ameri. canas en demanda del ansiado paso al Atlántico. En ellas coloc6 carpinteros de ribera y maestros herreros y á ella se llevaban desde Veracruz, á hombros de indios, el velamen, las jarcias y la clavaz6n. Grandes cosas hicieron los espailoles de aquellos tiempos porque fueron superiores á los obstáculos más invencibles. El dominio y organizaci6n de la costa mexicana del Pacífico dieron, i cabe, mayores vuelos á las patri6ticas ambiciones de Cortés, qne se ofreci6 á su Rey para la conqui ta de las islas de la Especería y para clavar la bandera de España en el imperio chino, diciéndole en una carta: « Tengo en tanto estos navíos ( alude á los que estaba construyendo en las citadas bases) que no lo podría significar; porque tengo por muy cierto que con ellos, siendo Dios Nuestro Señor servido, tengo de ser causa que Vuestra Cesárea l\ fajestad sea en estas partes señor de más reinos y señoríos que hasta hoy en nuestra tierra se tiene noticia.... , pues creo que - 23- con hacer yo esto no le quedará á Vuestra Excelsitud más que hacer para ser monarca del mundo~. En estos párrafos está toda el alma del que fué gran conquistador de México con un puñado de hombres. La previsi6n de Cortés le permiti6 en Noviembre de 1527, cumpliendo 6rdenes del Emperador, mandar al través del Pacífico una expedici6n con el capitán Álvaro Saavedra Zer6n, que después de descubrir varias islas, arrib6 á las Molucas y Mindanao en busca de uno de los buques de Magallanes. Aesta. expedici6n siguieron lasque sucesivamente fué prepa. rando Cortés, acudiendo, sin darse punto de reposo, de puerto en puerto á su organizaci6n, y gastando entre todas ellas trescientos mil castellanos de oro sin reintegro por él Estado. El 30 de Junio de 1532 hizo salir de Acapulco una expedici6n á las órdenes de Hurtado de l\- fendoza, que deseu bri6 las islas Marias y explor6 las costas de los hoy estados de Guerrero, l\ Jichoacán, Xalisco y parte del de Sinaloa, llegando hasta el grado 27 de latitud Nurte; el 30 de Octubre de 1533 otra segunda, también suya, se hizo á la mar en el puerto de Santiago, hoy Manzanillo, y después de muchos y graves accidentes, descubri6 en direcci6n Norte las islas de San Benito y del Socorro; en direcci6n Sur, y siempre costeando en busca de la comunicaci6n entre los dos mares, llegó hasta el centro del golfo de Panamá; la tercera, mandada por Cortés en persona, fué á la península de Cali- - 24- fornia, regresando á Acapulco después de grandes sufrimientos y peligros, y por último, la cuarta, compuesta de tres naves al mando de UUoa, la di · rigi6 hacia cl Norte en busca del tan buscado paso. Una de las naves fué víctima de los malos tiempos; otra, por su mal estado, tuvo que regresar desde la isla de los Cedros; de Ulloa, que sigui6 con la tercera, no se volvi6 á tener la menor noticia. Entre su tercera y cuarta expedici6n exploradora, y á solicitud de Pizarro que le pidi6 refuerzos, mand6 nuestro gran caudillo al Perú dos naves á las 6rdenes de Hernando de Grijalba con buen nú' mero de hombres, bastimentos y pertrechos de guerra. Fué Hernán Cortés el más grande y genial de los conquistadores de la América central y del Norte, y puede afirmarse, haciéndole la debida justicia, que Francisco Pizarro lo fué en la del Sur. Sin tener los acabados talelltos militares y políticos del que fué su modelo en la conquista del Perú, ni el gran sentido espiritualista que hizo de tan ilustre capitán un verdadero cruzado en su inmortal empresa de México, estuvo dotado Pizarro de un entendimiento muy claro, muy sagaz y muy positivo, de un coraz6n valerosísimo y de una poderosa y enérgica voluntad, unida á la más tenaz é invencible firmeza de prop6sito, nunca arredrada ni contenida por los obstáculos más fuertes y poderosos. Estas grandes cualidades estaban acompailadas por una gran carencia de escrúpulos en sus procedimientos, defecto muy atenuado en su trato - 25- con las gentes por sus maneras francas, agradables é insinuantes. Soldado . pobre, inculto y sin influencias ni apoyos, cuando se le quiere detener en sus ambiciones de exploración y conquista de las ricas tierras del Sur, por considerarlas poco menos que irrealizables, cruza el primero con doce de sus compafieros la raya que traza con su espada en las arenas de la desde entonces famosa isla del Gallo, separando los corazones débiles de los fuertes y llenos de esperanzas; y fiel á un hecho tan memorable por l~ s circunstancias en que se realizó, perseverante y hábil explorador, descubre el poderoso y rico imperio de los Incas, arrostrando grandes peligros y sufrimientos, y audaz é inteligente capitán, comienza su conquista saliendo de su recién fundada colonia de San Miguel el 24 de Septiembre de 1532, para luego subir la formidable barrera de los Andes con 177 hombres, de los cuales 77 eran de caballería y 20 entre arcabuceros y ballesteros. Vencida la cordillera después de fatigosa y difícil marcha, el 15 de Noviembre de 1532, y al pie de su falda oriental, ocupó Pizarro la abandonada ciudad de Oaxamalco, la Cajamasco de hoy; á una legua de distancia veíanse las tiendas del numeroso ejército peruano y de su real caudillo. Colocado Pizarro y su pequefia hueste entre el fuerte poder militar del Inca y las grandes montanas que acababa de dejar á sus espaldas, de hecho, por su temeridad puede afirmarse eran aquél y ésta prisioneros del valiente y poderoso caudillo del - :? G - Perú, que además, por no haber opuesto la menor resistencia á la marcha de los nuestros en 10 terrible y continuados de filaderos de los Andes, daba lugar á la so pecha de haberlos dejado llegar hasta alli para, después de satisfacer su curio idad tener la gloria de acabar personalmente con tan terribles y misteriosos huéspedes. Situaci6n tan llena de peligros, que por sus desmesuradas proporciones no ofrecían medio de hallar la forma de poderlos vencer, 6 por lo menos esquivarlos sin oprobios y muerte, llen6 de temor todos los corazones menos el de Pizarro, que la había provocado obedeciendo á las exigencias temerarias de su inconcebible empresa. Digno de ella, supo vencerlas resuelta y prontamente. Oon su ardorosa palabra levant6 el ánimo de los suyos, y de un bote de su lanza derrib6, según dice Pre cott, el encanto sobre que se basaba desde hacía siglos el poder de los Incas en aquellas extensas y hermo as tierras, cayendo hecho polvo á sus pies para dar paso á una civilizaci6n mucho más adelantada. Hazaña audaz, que hubiera alcanzado el aplauso de todos, á no ir acompañada de muertes injustificadas y de vergonzosas codicias. Muerto el Inca Atahualpa, y antes por sus 6rdenes, su hermano Huascar que le disputaba la corona, y reforzada la hueste espafiola con la llegada de Almagro y sus soldados, march6 Pizarro sobre el Ouzco, la muy poblada, hermosa y rica capital de los Incas, y después de ligeras escaramuzas, en- - ' Ji - tró en ella pacíficamente con banderas desplegadas y la ocupó por su Rey. A la caída del reino del Perú siguió, con algunos combates, la del de Quito por Benalcázar; á ésta, la exploración de Pedro de Alvarado desde la bahía de Caracas á los llanos de Quito, á través de los puertos nevados de los Andes, y luego el descubrimiento de Chile hasta las fronteras de Arauco por Almagro y que más tarde conquistó el valeroso, inteligente y audaz Maestre de Campo Pedro de Valdivia. Se vieron coronadas tan grandes y temerarias empresas, que sólo pudo realizar una raza como la espaflola del siglo XVI, que á una inconcebible resistencia física unía un gran vigor de alma, superior á los mayores y más temerosos peligros, con la asombrosa de dos afios y medio de duración, y llena de sufrimientos indecibles, de Gonzalo Pizarro al Amazonas, que descubrió en su curso superior, así como el río Napo, uno de sus principales afluentes. En los primeros días del mes de Enero de 1540 sale de Quito con 350 infantes y 4.000 indios con abundantes recursos, entra en los Andes, sube á sus nevadas cumbres cubiertas de volcanes en erupción que hacen temblar la tierra bajo sus pies, desciende por sus abruptas faldas orientales, cruza extensas llanuras cubiertas por sombrios y grandes bosques, en los que es hostilizado por los in · dios salvajes, y después de largas y penosas marchas alcanza las aguas del Napo. En sus orillas, para que sea su explorador por el río y el asilo - 2. - de sus soldados débiles y enfermos, que eran muchos, manda con truir un bergantín, cuya clavazón saca de las herraduras de los caballos muertos é inservibles, en el que hace el oficio de brea la goma que destilan aquellos árboles y de estopa lo andrajosos vestidos de los expedicionario . Dió su mando á Francisco de Orellana. Tan atrevido capitán, por orden de su jefe, bajó por el Napo, alcanzó el Amazonas, y no pudiendo remontar éste ni aquél por el curso rápido de su aguas, sin esperar á Pizarro, se entrcga á las del Amazonas, y luchando contra los indios y furiosas corrientcs, dc pué de siete meses de recorrer centenares de le< rnas, entra con su barco maje tuo a y milagro amente cn el Atlántico y arriba á la i la de Cubagua, de dondc pa ó á E pafia. Can ado dc e peral' semana tra semana Pizarro á Orellana, baja en su bu ca al Amazona yen u orillas encuentra un hidalo- o abandonado por aquél por haber combatido u resolución. o pudiendo scO'uir avanzando por el mal e tada de sus soldados, Gonzalo Pizarro, para alir de la de esperada situación en q ne le había dejado su teniente, con energías sobrehumanas que comunica á los suyos, emprende la vuelta á Quito, que estaba á más de cuatrocientas leguas de distancia. Esta marcha retrógrada duró afio y medio y se hizo por todos con ánimo entero y firme, pero con horribles sufrimientos fí ico . A fines de Junio dc 1[> 42 e presentó Gonzalo Pizarro á las puertas de la capital de su gobierno, con - 2! l - menos de 2.000 indios y con 80 espafioles, cubiertas las caras por sus largos cabellos y barbas, enfermos, muchos con achaques incurables, sin galas ni armaduras, vestidos de pieles y apoyados en palos, arrastrando penosamente sus cuerpos débiles y enflaquecidos, que encerraban almas fuertes y heroicas. Antes de comenzar Pizarro la conquista del Perú, en 1526 Sebastián Gaboto y Juan Alvarez reconocieron minuciosamente el río de la Plata y el curso superior del Uruguay y del Paraná, y durante ella fundó Mendoza en 1536 la ciudad de BuenosAires, continuando Juan de Ayolas su labor exploradora por e te último río y por el Paraguay hasta llegar á los llanos del Perú, después de poner los cimientos á la ciudad de la Asunción. Uás tarde Iartínez de lrala remonta el Paraguay hasta el grado 17 y abre la línea de comunicación permanente entre el río de la Plata y el Perú. En 1527 Juan de Ampues .. se establece en Venezuela, que explora y conquista; siguieron su labor con extensos reconocimientos hacia el Sur Ambrosio Al. finger y Jorge Spira. En 1537 Gonzalo Ximénez de Quesada entra en el río : Magdalena, que explora y llega á los territorios que hoy ocupa Bogotá. Después que él y en el mismo afto el licenciado Vadillo sale de Cartagena y con grandes trabajos avanza hacia el Sur, sin llegar al Perú como pretendía, por haber en · contrado en Cale exploradores nuestros procedentes de dicho virreinato. - 30- Nuestra obra en la América del Sur la completaron los portugueses explorando y conquistando el Brasil. *** Antes de terminar esta especie de memorial de desagravios con la exposición de los principales descubrimientos y exploraciones espafiolas por la América Oentral y del Norte, es deber mío ocuparme de la de Magallanes, porque por ella se extendió nuestra acción á otro lejano y también nuevo continente, y porque de ella salió la pequefia nave que con Sebastián Elcano hizo, sufriendo grandes trabajos, el primer viaje de circunnavegación, paseando por la redondez de la tierra la gloriosa bandera de Espafia, vencedora en aquellos momentos en todo el continente americano, en Europa y en Asia. El 20 de Septiembre de 1519 salió de Sanlúcar de Barrameda la escuadrilla que el Emperador había puesto á las órdenes de Fernando de l\ fagallanes, compuesta del San Antonio, de 150 toneladas, el Trinidad, de 110, la Concepción, de 90, la Victoria, de 85, y el Santiago, de 75. Por los deseos de tan gran navegante, se le había impuesto la comisión de ir á las Molucas por Occidente, pasando por el estrecho que, después de las expediciones realizadas en su busca al Norte del Plata, suponía hallarse al Sur de este río. Llegado Magallanes á su desembocadura el 21 de Enero de 1520, reconoce minuciosamente sus ori- -: 31 - llas y sigue luego costeando lentamente hacia el Sur, hasta el 31 de Marzo que, en el puerto de San Julián, alcanz6 los 49 grados de latitud Sur. Obligado á invernar por los excesivos fríos, se le sublev6 parte de su gente, extrafia á tan gran novedad, pidiendo la vuelta á Espafia. Oon las energías é inq uebrantable firmeza de prop6sito de un Oortés 6 un Pizarro, se neg6 á ello Magallanes, y, con los dos buques fieles que le quedaban, vence á los tres sublevados, castiga con la pena de muerte á los jefes del motín, perdona á los demás culpables, y después de acabar el invierno entre dicho puerto y el de Santa Oruz, se hace á la mar y e121 de Octubre de 1520 descubre la entrada del tan buscado. estrecho que desde entonces lleva su inmortal y glorioso nombre. Por él entr6 reconociendo sus diversos brazos y navegando por sus revueltas orillas, dominadas por altas montafias cubiertas de nieve que le enviaban terribles avalanchas y fuertes vientos; á los treinta días desemboc6 en el Pacífico, al que dió este nombre por lo tranquilas que encontr6 sus aguas. Lágrimas de gozo vertieron sus ojos ante la trágica grandeza de tan extenso é inexplorado mar, lleno de pelig- ros, de trabajos y de gloria para él y los suyos; y con el coraz6n de triple bronce, como dice uno de sus historiadores, entr6 en el Pacífico con sus pequefios barcos, faltándole el San Antonio que se le había separado en el estrecho. Semana tras semana, con aumento constante de sufrimientos por la natural disminuci6n de los víve- - 32- res y del agua, que se llegó á corromper. navegó . Magallanes por las entonces inmensas soledades del mayor de los océanos, hasta el 6 de . Marzo de 1522 que descubrió las islas que llamó Ladronas, por las costumbres de sus habitantes. A este descubrimiento siguió el 16 de dicho mes el del archipiélago filipino, en el que treinta días después halló gloriosa muerte en un combate con los naturales del país. No tuvo la fortuna, como Col6n, de ver terminada su empresa, que puede considerarse, según historiador americano, « la mayor hazaña realizada en el mar » , y que ocuparía el primero y más glorioso lugar entre todas las antiguas y modernas, si i\ 1agallanes, como el Gran Almirante, hubiera hallado á su paso un continente tan grande y rico como el americano. Había la Australia, muchomenosimportante, que pasados algunos años descubri6 Quir6s, llevando también en su barco la bandera de España. El viaje de Col6n dur6 treinta y cinco días; el de Magallanes, desde que descubri6 el estrecho que lleva su nombre, seis meses; esto después de un año de navegaci6n por el Atlántico, con una invernada en los mares del polo Sur, la primera conocida en la historia de los descubrimientos. A la muerte de l\ Iagallanes sigui6 pocos días después, y de igual manera, la de sus tenientes Barbosa y Serrao. Abandonada la Concepción por inútil, la Trinidad y la Victoria, tocando en Borneo, retrocedieron á las Molucas, y después de hecho rico carga- - 3: 3- mento de especias, emprendieron su viaje de regre · so, la primera á Panamá, donde no pudo llegar y de la que sólo se salvaron cuatro de sns tripulantes después de largo cautiverio, y la segunda, mandada por Sebastián Elcano, á España por el mar de la India, el cabo de Buena Esperanza y el Océano Atlántico. Mucho sufrieron por el frío y el hambre en su larga y penosa navegación los tripulantes de la Victoria; mas al fin ésta, digna de su nombre y después de una ausencia de tres años menos trece días, entró vencedora en Sanlúcar de Barrameda el 7 de Septiembre de 1522; teniendo España la indisputable y pura gloria de que en tiempos en que la navegación estaba tan atrasada por todos conceptos, fuera, por el esforzado corazón de sus hijos, nave suya la primera que dióla vuelta al mundo. Llamados por el Emperador los treinta tripulantes de la Victoria con su jefe, cuyo nombre cubrió de gloria é inmortalizó su heroica hazaña, á los pocos días salieron para Sevilla, donde los recibió con toda su corte J recompensando sus servicios. Dió á Sebastián Elcano 500 ducados y por escudo de armas el globo terráqueo con la hermosa y sublime leyenda: Primus circundedisti me. *** Mientras que Cortés, Magallanes, Elcano y Pizarro realizaban las grandes hazañas que acabo de apuntar ligeramente, continuaron los descubri- 5 - 34- mientos y exploraciones por la América central y del Norte. En 1519 Alonso de Pineda, por orden de Garay, gobernador de Jamaica, recorri61as costas de México por su parte Norte, descubriendo la bahía de Mobila; á la exploraci6n del golfo de México sigui6 la de la costa oriental de la América del Norte. En 1521 Gordillo y Matienzo, costeándola con dos carabelas, llegaron á los 33° ,30 de latitud, á la entrada de la bahía de Georgetown en la Oarolina del Sur. Ouatro afios después el Licenciado Lucas Vázquez Ay1l6n envi6 una expedici6n, que recorri6 250 leguas de costa de la hoy gran república de los E tados Unidos. Los resultados de esta exploraci6n motivaron que en 1526 armara una escuadrilla, compuesta de tres naves con 600 hombres y 80 caballos, y fundara una colonia, que llam6 de San Miguel de Guadalupe, situada. según Barrine, entre los puertos actuales Wilmengton y Semitleville. En ella muri6 Ay1l6n, y por malsana hubo que abandonarla, salvándose tan s610 150 hombres, que volvieron á Santo Domingo. Esteban G6mez, el capitán del Ajan Antonio, de la expedici6n de Magallanes, que había estado preso hasta la vuelta de la VictoTia, por orden del Emperador zarp6 de La Oorufia á principios de 1525, con rumbo al Noroeste, con una nave de 50 toneladas. Descubri6 la península que llam6 Labrador, y - 35 - convencido, por la crudeza del invierno boreal, que si en aqnellas latitudes existía un paso al Pacífico sería de poca utilidad, modificó su rumbo, y tocando en tierra, entre el hoy estado de Main y Terranova, siguió cuidadosamente la costa hasta el 40 paralelo. En el mapa de Ribero, publicado en 1525, toda la parte de la América del Norte, correspondiente á los estados hoy de Nueva- Inglaterra y NuevaYork, aparece suscrita « Tierra de Esteban Gómez, quien la descubrió por orden de S. M. en 1525 » . A la constante y fructífera labor de nuestros audaces y duros navegantes, en toda la costa, desde Veracruz á los mares polares, supo responder, digna y cumplidamente, la de nuestros exploradores terrestres. Obtenida del Emperador la concesión de toda la costa, desde los límites del virreinato de México á la costa oriental de la Florida, Pánfilo de Narváez, afios después de su desastre de Zempoalla, mandando una fuerte expedición, compuesta de cinco naves y 600 hombres, desembarcó al Oeste de la bahía de Tampa, y mandando á su escuadrilla que le espere en un puerto de la isla de Pánuco, que sus pilotos decían conocer, avanza hacia el Oeste con 300 hombres, y después de una marcha penosa de dos meses entre bosques y pantanos, llegó á la aldea india de Apalachc, no lejos de la Tallahree de hoy. Desde ella, después de descansar y ser hostilizado, bajó á la costa, y cerca de San Marcos mandó construir cinco grandes botes, operación que realizó - 36- con grandes trabajos por falta de herramientas. En ello se embarc6 con sn D'ente, y navegando entre i las y marchando por éstas y la costa, con constante pérdida de botes y gente, lleg6 al cabo de dos meses de sufrimientos á la isla de Matagorda con s610 Ohombre . En ella muere con la mayor parte de sus soldados, salvándose tan s6lo 15 con Oabeza de Vaca. Puestos en cautiverio por los indios, pudieron durante cinco afios salvar sus vidas ejerciendo la medicina. En 1534 Oabeza de Vaca, Dorante, Oastell6 y el negro Estebanico, únicos supervivientes que quedaban de la columna de arváez: pudieron huir, y después de pasar ocho meses con otra tribu, siguieron avanzando hacia el Oeste, amparados cada día más por su reputaci6n de médicos y seguidos de multitud de indios que vivían del saqueo de las aldeas poi' donde pa aban. cOon frecuencia, dice Cabeza de Vaca en la narraci6n de su viaje, nos acompanaban de tre á cuatro mil per onas, y como teníamos que oplar obre ellas y que santificar la comidas y bebidas para cada cual y darle permiso para hacer multitud de co as, según venían á solicitarlo, fácil es comprender cuán grandes eran nuestras fatigas. ~ Desde Texas á la co ta del Pacífico tardaron diez meses, y se cree que su ruta al Oeste fué al través de dicho estado y el río Grande hasta la desembocadura del Oonchas. Desde é ta continuaron al udeste y entraron en la ciudad de ~ léxico en Julio de 1536, á los ocho afios de haber de embarcado en la Florida.. - 37- A esta expedición siguió la de Hernando de oto, el inteligente, bizarro y noble teniente de Pizarro en la conqui ta del Perú. Jombrado por el Emperador en recompensa de sus servicios Gobernador de Ouba y Adelantado de la Florida, con la misión de explorar y conqui tal' por su cuenta toda la región que forma hoy la parte ur de los Estados Unidos, salió de La Habana con nueve buques, 620 hombres y 223 caballos, y desembarcó en la bahía de Tampa el 20 de Mayo de 1539. Después de varios reconocimientos marchó Soto para Apalache, donde invernó. En la primavera, en vez de bajar al ur como Narváez, tomó al Nordeste, y haciendo los nece ario descansos, cruzó el actual estado de Georgia, el río avannah, las montafias azules por cerca de la fronteras del de Tennes ee, y bajando luego al udeste por el de Georgia y el de Alabama, llegó á mediados de Octubre de 1540 á la gran aldea india de fauville, situada algo más arriba del fondo de la bahía de Mobila. En dicho lugar sostuvo un re · ftido combate con los indios, en el que perecieron muchos de ésto; él tuvo 1 muertos y 150 heridos. Otro caudillo menos audaz y resuelto que oto hubiera dado por terminada su empresa después de las bajas sufridas en tan extensas exploraciones y penosas marchas durante afio y medio; mas él, con alientos que aumentaban las dificultades que diariamente le salían al paso, siguió valerosamente hacia el oroeste por espacio de un mes hasta lle- - 3 - gar á la aldea de Ohica a, situada al Torte del Miisipí yen la que invernó, perdiendo en un ataque nocturno de los indios 11 e pafiole y 50 caballos con casi todas us provi iones. Al comenzar la primavera siguió marchando por el mismo rumbo, y el de layo de 1541 de cubrió el Alisi ipi, el OTan rfo como entonces le llamaron. El 8 de Junio, en balsas que mandó construir, lo pasó algo al Sur dellug- ar que hoy ocupa la ciudad de Menfis; exploró el actual estado de Arkansas, avanzando á las grandes llanuras del Oeste en busca de pieles de búfalo para vestir sus o- entes y de guías indios que le condujeran á la costa del Pacífico. Recogidas aquéllas y no encontrando á éstos, torció al Sudoeste y e tableció sus cuarteles de invierno, pidiendo á la J.: Tueva- Espafia y á Cuba recursos para continuar sus descubrimientos y conqui ta . Cercados por las nieves, los expedicionarios experimentaron grandes sufrimientos durante varios meses. En la primavera emprendió oto la marcha hacia el golfo de México, á : fin de recoger los refuerzos y provisione que había pedido, descontento de no haber avanzado hacia el Oeste tanto como Oabeza de Vaca. Mucho sufrió su gran espíritu en esta marcha, viendo disminuir á diario sus ya mermadas fuerzas. Enfermó al fin, y, sintiéndose morir, se despidió de los suyos, y de pués de nombrar por su sucesor á Luis 10sco o, entregó su alma á Dio el 21 de layo de 1542. Llevado su cadáver en una canoa - 39- al centro del río, el Misisipí recibió en sus profundas aguas los gloriosos restos de su noble y heroico descubridor, sirviéndole de digna y grandiosa sepultura. Dando por terminada la expedición, Moscoso y los suyos resolvieron regresar por tierra á México. Por Texas llegaron al río de la Trinidad; la falta de subsistencias y las hostilidades de los indios les obligaron á regresar al Misjsipí. En sus orillas construyeron siete bergantines, y el 2 de Julio de 1543 descendieron por el río, corriendo muchos pelig- ros á causa de las corrientes y de los indios, pues no tenían ya armas de fuego. Diez y seis días tardaron en llegar al mar y cincuenta y dos siguiendo la costa del golfo al río de Pánuco, en cuya desembocadura fondearon ella de Septiembre de 154: 3, á los cuatro afios, tres meses y once días de su desembarque en la bahía de Tampa. Hace el elogio de las grandes aptitudes de Hernando de Soto para el mando el que, después de tan larga y trabajosa campafia, de los 620 expedicionarios volvieron 331. Así concluyó la exploración más notable del 01' te de América, que sólo puede compararse con la acometida por Coronado en aquellos tiempos, quien fué para la región del Sudoeste lo que Soto para la Oriental y Central. Resuelto el Virrey Mendoza á explorar y conquistar los inmensos territorios situados al Norte del impedo debido al genio de Hernán Cortés, 01'- - 40- ganiz6 para ello una expedici6n con 300 espa: lloles, 800 indios, gran número de caballos de repuesto y abundantes manadas de cerdos y carneros, dando su mando á Francisco Coronado, Gobernador de la Nueva- Galicia. Completaba la expedici6n una escuadrilla á las 6rdenes de Hernando de Alarc6n, que debía seguir á Coronado por la costa del mar de Cortés, conservando l! lo comunicaci6n con el ejército y llevando parte del bagaje. Llegado á la desembocadura del Colorado, Alarc6n subi6 por él en botes unas 200 millas, hasta cerca del extremo inferior del cañ6n, regresando á sus barcos. Coronado se puso en movimiento en Febrero de 1540, siguiendo la costa occidental de México. En Culiacá dejó el grueso de sus fuerzas, y continuó su marcha con 50 jinetes, algunos infantes y la mayor parte de los indios. Cruzó el Sudoeste del hoy estado de Arizona, y luego, dirigiéndose al Este, llegó á Cíbola, que ocupó dando la orden de que se le incorporara el resto del ejército. En el ínterin llegaba éste, Coronado cruzó el Colorado penetrando en el país hacia el Oeste, mientras Pedro de Tovar por el Nordeste se dirigía á la provincia de Tusayán. A esta expedici6B se debió el descubrimiento del gran cañ6n del Colorado por Cárdenas. Llegado el grueso del ejército á CLbola, avanz6 Coronado hasta el centro del que luego se llam6 Nuevo- México, y sobre el Río Grande, en Tiguex, estableció sus cuarteles de invierno; los indios le atacaron y fueron rechazados. I ~ @ - 41- En la primavera de 1548 salió para Quivira, ciudad de la que le había hecho deslumbradoras descripciones un indio prisionero. Después de una marcha de treinta y siete días llegó á las fronteras del actual estado de Oklahoma y seis semanas después entró en Quivira, que resultó ser una aldea de indios en el centro del estado de Kansas. Por este mismo tiempo se encontraba Hernando de Soto á unos cuantos cientos de millas hacia el Sudeste explorando Arkansas. Una india que se fugó de la columna Ooronado llegó á la de Soto nueve días después. No pudiéndose aún colonizar tan distantes y vastas regiones, Coronado emprendió su regreso á la neva- España; su audaz y bien dirigida exploración había dado á conocer gran parte del Sudoeste y de la derecha del Misisipí, territorios que en 1598 fueron ocupados por D. Juan de O: llate. En el verano de 154: 2 fué reconocida por Oabrillo la costa occidental de Oalifornia hasta el cabo Mendocino, al que dió este nombre en honor del Virrey. Dice un moderno é ilustre historiador americano: « Las grandes expediciones de Soto y de Coronado, para explorar los Estados- Unidos, emprendidas un sig- lo y medio de anterioridad á la de La Salle, y dos y medio siglos antes de las de Lewis y Clark, fueron el natural desbordamiento de los maravillosos actos de Cortés en México y de Piza1' 1' 0 en el Perú, y marcan el punto más alto de la energía española en nuestro propio país; nunca han sido sobrepasadas como demostración de hábil 8 - 42- dirección y de trabajo tenaz por ninguna empresa similar de franceses ni de ingleses en el Norte de América. Los resultados fueron entonces contraproducentes, pero en los registros de las exploraciones del globo ocupan alto y honroso lugar entre las grandes empresas de la Historia » . *** Por este siglo, y parte del siguiente, continuaron nuestras exploraciones por la Oceanía y por la costa occidental de la América del Norte hasta el si · glo ~ · VIII. En 1542 Ruy L6pez de Villalobos, saliendo de Ciguatlán ( i\, féxico), descubre la isla de Santo Tomás y la Nublada, el archipiélago del Coral, el grupo de los Jardines y la isla Matalata. El capitán Vizcaíno en 1602 fué mandado á California con una fuerte expedición, para explorarla detenidamente y proceder á su colonización. Después de remontar el cabo Mendocino y descubrir el que llam6 de San Sebastián, horriblemente castigado por el escorbuto, tuvo que regresar á su punto de partida sin haber podido llenar la misión que se le había confiado. Este mismo capitán, mandado por el Virrey de México el 22 de Mayo de 1611 desde el puerto de Acapulco, se dirigió al Jap6n como embajador del Rey de Espafia; era su principal misión reconocer sus costas y la llenó cumplidamente. - 43- Desde la fracasada expedición de Vizcaíno puede decirse que la principal atención de los virreyes de ~ léxico se consaO'ró á las Oalifornias. Los padres jesuita raria alvatierra y Eu ebio Francisco Kino, con cinco soldado y tres indios, fueron los primeros en reconocer minuciosamente toda la Baja California y empezar en O'rande su colonización, que motivó afios después nuestra expansión por la que se llamó Tueva Ó Alta California. Comenzó ésta la perseverante voluntad y celo inteligente del visitador Gálvez. De acuerdo con los misioneros, y autorizado por el Virrey, organizó una expedición que á las órdenes del piloto D. Vicente Vila, acompañado del cosmógrafo D. Hguel Costanzó y llevando fuero. zas de desembarco y abundantes vívere , llegó al puerto de '"' an Diego el 11 de Abril de 1769. ~ fandó una segnnda expedición por tierra, compuesta de unos pocos soldados y algnnos indios á la órdenes de Fernando Rivera con D. José Cafiizares para las observaciones científicas, y una tercera más importante, al mando del gobernador de Oalifornia D. Gaspar Portela, que partió de Loreto llevando á Fray Junípero erra, considerado luego como el conquistador de la Alta California, así como el Padre alvatierra lo había sido de la Baja. ElLo de Julio de l7Gn reuniéronse todas la expediciones en el puerto de San Diego, no sin sensibles pérdidas en la travesía de tierra y de mar; de 10 barcos se perdió uno, ignorándose su paradero. Portela, al frente de todas las fuerzas, salió de - 44- an Diego el 14 de Julio de 1769 y de pués de cruzar la sierra de anta Lucía, elLO de Octubre dió vi ta á la Punta lo Pino y á la en enada de su parte Torte y ur, y el 30 de dicho me á la de los Reyes y altura del que luego había de ser puerto de an Francisco y capital de tan rica y va ta región. 1: o pudiendo llegar á este ültimo punto, por impedirlo grandes esteros, contramarchó á an Diego, donde llegó el 24 de Enero de 1770. Repuestas sus fuerzas de las fatigas sufridas y habiendo llegado un barco con víveres, el infatigable gobernador de la Baja Oalifornia preparó una nueva columna para explorar la costa hacia el arte, debiéndole seguir por mar el capitán Juan Pérez con el ,'( an 1ntonio. E te se hizo á la vela el 1Gde Abril de 1770 Y Portela salió por tierra al día siguiente, llegando, de. pué de trabajo as marcha , el 24 de ~ Iayo al hoy pnerto de " Monterrey, al que arribó el ' an Antonio el 31. Reunidas la fuerza de mar y tierra, tomaron po esión de toda aquella gran región en nombre del Rey de E paña, fundando el segundo establecimiento espafiol en la Alta California. E la ültima de nuestras exploraciones en América la realizada en 1792 por orden de Carlos IV y siendo Virrey de México el conde de Revillagjgedo. El 9 de Marzo de 1792 salieron de Acapulco las goletas util y . i. lfexicana, mandadas por los capitanes de fragata D. Dionisio Galiana y D. Cayetano Valdés, con la mi. ión de bu cal' un e trecho que comunicase las bahías de Ballin y Rudson. - 45 - Llegaron á Noutka, reconocieron aquellas lejanas tierras en compaiiia de los buques ingleses de la expedición de Vancouver, levantaron algunos planos y á su regreso fondearon en San BIas el 23 de Noviembre. Disputada Noutka por Espaiia á Inglaterra, despues de algunas expediciones, se convino en que las dos la abandonaran, como así se hizo en 1794. *** De cuanto acabo de exponer resulta confirmado, seiiores, según dejo dicho al comienzo de este discurso, que Espaiia hizo tanto ó más que ningún otro pueblo por la causa del progreso y la civilización, porque á ella se debe no s610 el descubrimiento del Océano Pacífico, el de su verdadera ruta navegando hacia el Oeste, de la mayor parte de sus archipiélagos, de la Australia y del gran continente americano, sino también la exploraci6n minuciosa de la costa de éste en el Atlántico, desde la península del Labrador al cabo de Hornos, dejando á Portug- al su gloria del Brasil, y el Pacífico desde dicho cabo al límite Norte del actual estado de Qregón, en la gran república americana; sumando á tan descomunal labor, llena de temerosos peligros y de inauditos trabajos y sufrimientos, la no menos abundante en todos éstos, del descubrimien · to y exploración de sus grandes ríos desde el Mi · sisipí al Plata, recorriendo en toda su extensión el - 46- Magdalena, el Orinoco, el Amazonas, el Uruguay, el Paraná y el Paraguay; la conquista de valerosos, ricos y dilatados imperios, con civilización propia aunque muy inferior á la nuestra; la exploración, en lucha contra la naturaleza y contra los indios salvajes, de muchas y grandes regiones cubiertas de espesos y altos bosques y de terrenos pantanosos; el reconocimiento de sus grandes cordilleras, estableciendo comunicaciones permanentes al través de ellas, y por último la colonización desde los límites Sur de Arauco y el Plata á los límites Norte de la Alta California, del Nuevo Méxi · co y de la Florida; fundando entre aquéllos y éstos, sin el vapor ni la electricidad y con escasos recursos, grandes y hermosas poblaciones con amplias plazas y calles rectas y espaciosas, dotándolas con todos los elementos necesarios á su vida y á su desenvolvimiento y progreso; creando en sus costas puertos y astilleros para la construcción y organización de las naves dedicadas á la exploración y al comercio; abriendo comunicaciones para la nueva vida llevada por nosotros á aquellas tierras; aumentando la natural riqueza de éstas con los cereales, hortalizas. frutas y el ganado europeo de lana y cerda, allí desconocidos, y estableciendo pequeños y grandes centros de enseflanza y pe instrucción, que acabaran hasta con las raíces de los cultos de sangre allí usados y prohibidos por nosotros, dando á conocer y propagando la religión cristiana y todo el saber acumulado por los siglos y grandes civilizaciones del viejo mundo. - 47- La colonización espafiola fué siempre humana y generosa, porque se esforzó en dar á los vencidos todos los bienes de que gozaba el vencedor. Debido á esto y á sus procedimientos templados de gobierno, nuestro imperio en América fué de tan larga duración como el fundado por Augusto en Roma, á pesar de estar sus partes tan distantes entre sí, de haber perdido el dominio de los mares con el desastre de la Invencible, de nuestras desgraciadas aunque gloriosas guerras de Flandes, de la ruinosa de Sucesión y de la innecesaria de Italia en el siglo XVIII. Se necesitó para que se alzaran los americanos en armas contra la metrópoli la independencia de las colonias inglesas, tan ayudada por nosotros, las ideas vertidas por la Revolución francesa, que se extendieron con gran rapidez por estar ya preparado el terreno por los enciclopedistas, y nuestra larga guerra de la Independencia. Hoy se nos puede y se nos debe hacer justicia: ya están muy lejos los tiempos en que se nos temía; los tiempos de Felipe n, los de mayor grandeza del imperio espafiol, cuando unida la Península ibérica bajo un solo cetro dominaba en Europa el Rosellón y el Franco- Condado, los Países Bajos, el ducado de Luxemburgo, la Cerdefia, el Milanesado y los reinos de Nápoles y de Sicilia, teniendo bajo su dependencia Toscana, Parma y otros pequefios estados de Italia; en Africa la Goleta, casi todos los puertos de Marruecos en el Mediterráneo y en el Atlántico, las Canarias y todas las posesiones portuguesas; en Asia los ricos esta- - 4 - blecimientos fundados por éstos en la costas de Coromandcl y .. Jalabar, en la isla de Ceylán y en la península de Aalaca; en la Oceanía las i las Filipinas y las Maluca, y, por último, en América todo u continente ur y el del 1: arte de de el i tmo de Panamá, con las Antillas grande y chicas, á los límites extremos de la Baja California, del uevo México y de las dos Floridas. Tan grande y desparramado imperio estaba guardado por un fuerte poder naval, que en aquellos tiempos nos daba el dominio del mar, con aptitudes para vencer á los franceses en las Terceras, al turco en Lepanto, para bloquear toda la costa nI' de Inglaterra, casi impidiendo su comercio con las de Francia desde la desembocadura del Sena á la del Bida oa, y para amparar el nue tro, entonces floreciente, entre tan lejanas colonias y la metrópoli. También e taba defendido por un valero o ejército, más temido por su calidad que por u número, y que sabía vencer y vencía en Europa ha · ciendo la guerra regular, en el orte de Africa la suya e pecialísima, y en América la irregular en todas sus infinitas formas, y siempre regidos por grandes capitanes que á sus talentos militares unían los políticos y los administrativos. ¿ Por qué tratar nuestros errores económicos y políticos en América con el criterio de hoy y no con el de los tiempo y circunstancias en que se produjeron? ¿ Por qué no estudiar con e píritu imparcial y con sereno juicio los que pudo imponer- - 49- nos, y aun exigirnos, la defensa de nuestro imperio colonial en tiempos de decadencia y cuando nos combatían con toda clase de armas pueblos cuya vida estaba en nuestra muerte? No nos hemos quejado ni nos quejaremos jamás de que se traten con la severidad debida los verdaderos actos de crueldad cometidos por algunos de nuestros conquistadores en las Indias Occidentales yen las Orientales; mas debe hacerse sin caer en las exageraciones del Padre Las Casas, prelado lleno de virtudes y de nobles sentimientos, que en varias ocasiones, llevados á la exageración, no le permitieron apreciar las cosas tal como en sí eran, en sus exactas proporciones y dentro de las realidades de la vida. Cierto, ciertísimo, que el amor al oro hizo se cometieran crueldades que como hombre soy el primero en condenar y sentir como espafiol, por 10 que deslucen algunas, aunque no muchas, las glorias de nuestra patria; pero no debe olvidarse en ningún momento que dicha pasión, con todas sus reprobadas consecuencias, no es un privilegio casi exclusivo del pueblo espafiol, como por algunos se ha pretendido y pretende, sino que desgraciadamente lo han sentido y sienten con demasiada viveza la mayoría de los hombres de todos los paí-es, desde los tiempos más lejanos, y con mucha más intensidad los que alardean de más civilizados, porque su mismo adelanto les impone satisfacer las grandes y múltiples necesidades materiales que el refinamiento de costumbres trae consigo en 7 - 60- todas las civilizaciones, y que van en aumento'según ellas se van perfeccionando, dando lugar, como ya lo han dado hoy, á que las luchas entre los pueblos sean esencialmente econ6micas y, por lo tanto, despiadadas y crueles, por los grandes daüos que ocasionan, en atención á que los muchos y transcendentales intereses que en ellas se ventilan y que afectan muy hondamente á la vida de las naciones, obligan á llevar las guerras con gran rigor y resueltamente á fondo, sin respetos ni consideraciones de ninguna especie, para que sea verdaderamente provechoso el fruto de la victoria, salvando la propia riqueza y aumentándola con la ajena. Ya en los tiempos antiguos, y sin ir más allá de las guerras púnicas para no fatigar vuestra atenci6n, Roma combati6 y destruy6 á Cartago porque necesitaba que fuera snyo el comercio del Mediterráneo, y más tarde con Lúculo, Sila y Pompeyo conquist6 los reinos del Asia Menor para apoderarse de sus riquezas y consolidar su imperio, que andando los tiempos y con el vigor perdido por exceso de bienestar, fué destruido fácilmente por la codicia de los bárbaros. De ella no estuvieron exentas las luchas de la Edad : Media. y si en nosotros no alcanzaron tal carácter, fué porque durante siete siglos estuvimos consagrados á la reconquista de nuestra suelo y á la defensa de nuestras creencias, lo que motiv6 fuéramos en aquellos tiempos el pueblo de fe más robusta, más espiritualista y más romálltico y caballeresco del viejo mundo. - 51- Dotados de tan altas cualidades y de un temperamento esencialmente aventurero, ¿ es de extraflar, rendida Granada y dado lo que es el coraz6n humano, según demuestra la historia y confirma la propia experiencia, que los espafloles, pobres, después de tanto batallar, se lanzaran temerariamente á lo desconocido con el deseo de mejorar de fortuna? Hay que hacernos la justicia de creer que s6lo una pequeña parte de ellos llev61a sed de riquezas como única y dominadora pasi6n, y ella fué la que dail6 nuestro buen nombre; en cambio, otra más numerosa, la de los misioneres, lo honr6 por su fe, por su saber y por su gran espíritu de sacrificio, así como también la que s610 se movi6 por el sentimiento de la proeza, la busca de temerarias empresas y la sed de gloria. La gran mayoría llev6, ciertamente, el deseo de mejorar de posici6n, pero llena de sentimientos honrados, por ir acompailado dicho deseo de bien arraigadas creencias religiosas y de un gran espíritu caballeresco, pues aún no se había escrito el Quijote. Recordemos lo ocurrido en pleno siglo XIX, con su civilizaci6n y sus progresos, en los placeres auríferos de California yen otros lugares, yen el presente lo que está ocurriendo en el Norte de América, en el helado Klondike. Como dejo ya apuntado, no hemos tratado ni trataremos nunca los espailoles de ocultar, ni aun dis. culpar, las verdaderas crueldades que hayamos podido cometer, y que somos los primeros en conde- I ~" - 52- nar everamcnte: pero los cen ores e - trailos, que con tanta dureza nos tratan, debieran también, respetando los fuero de la ju ticia, reconocer y confe al' los de us propios paí es, que no on pocos ni de escasa monta. TO es frase espailola la de que « el mejor indio e' el indio muerto » ; á ella podemos oponer todas nuestras leyes de Indias. Espaiia conquist6 las Indias Occidentales y las Orientales amparando y conservando á los vencidos; otros pueblos, no bárbaros ciertamente, por convenir á sus intereses, han hecho desaparecer fría y met6dicamente razas enteras, prete ' tandu eran rcfl'actarias á la civilizaci6n y al progreso. ¿ Ouál es más e timable y simpático. el hombre imaginaci6n, todo sentimiento, 6 el hombre negocio, frío, calculador y egoí ta, por lo tanto? El primero, á pe al' de los vicios inherente á la naturaleza humana, e tá capacitado para el bien y lo realiza de verdad con sus semejantes' el egundo, también con ello, cuando hace alguna obra buena, suele provocar el recuerdo de los conocidos versos: El smior don Juan de Robres, con caridad sin igual, hizo este santo hospitaL.. y también hizo los pobres. ¿ Vale más este hombre que el e pafiol del iglo _' YI, que á su imaginaci6n, á la grandeza de sentimientos y al viCTor y osadía de su alma uni6 una I j I 11 I ! .. - 53- invencible resistencia física, nunca igualada por los otros pueblos, y que hizo decir á nuestro historiador Herrera que los espafioles peleaban á un tiempo en América con los enemigos, con el clima y con el hambre? Para demostrar, con las mayores garantías de imparcialidad, que éstos valían mucho más que aquél, voy á recurrir á autoridad extrafia á nosotros nada sospechosa por la rectitud y solidez de sus juicios, á la de . MI'. Edward Gailord Bourne, profesor de Historia en la Universidad de Yale, en los E tados Unidos. Dice en obra que no ha mucho ha publicado sobre nuestra colonizaci6n en América: , Si comparamos ahora lo que hicieron los españoles en el siglo XVI con la obra de los ingleses en el XVII, debemos fallar que, aunque difiere en su carácter y está menos de acuerdo con nuestras predilecciones y prejuicios, constituye una de las mayores proezas de la historia humana. Los espafioles emprendieron la tarea magnífica, aunque imposible, de exaltar á una raza entera, compuesta de millones de individuos, hasta la esfera del pensamiento, de la vida y de la religi6n de Europa » . y dice en otro párrafo de la citada obra: « Si ahora revisamos los mismos acontecimientos con los ojos del vetera: no de la conquista, Bernal Díaz del Oastillo, como veía él cuarenta y siete afios después, notamos que lo primero que vino á su espíritu fué el maravilloso cambio en la vida y en las condiciones, cambio en rango y en carácter, quizá no igualado nunca en la historia de una raza en tan corto - 54- tiempo. En vez del horroroso templo de Huitzilopochtli y Tezcatlipoca, humeantes con los sacrificios humanos y chorreando sangre de las víctimas, se ven las iglesias cristianas y se derraman entre los mismos indígenas los beneficios adquiridos á tan duras costas en las edades de lentos progresos, las artes desarrolladas, los varios animales domésticos, los granos, las legumbres y las frutas, el uso de las cartas, la imprenta y las formas de gobier o. Así como pasa el nino, física y mentalmente y de un modo rápido, por el primer estado del desarrollo de la raza, así los naturales de Nueva Espaila, en una y media generación, pasaron por todos los estados de la evolución humana. Si tales dones fueron traídos por la gnerra y la conquista, así también fueron llevados por Roma á las Galias y á la Gran Bretafia>. Por si no bastara con lo expnesto á la preg'unta que antes he formulado, ruego se me permita citar, y por iguales causas, algunos párrafos del sabio é ilustre Sir W'illiam R. Prescott en su Historia de la conquista de }.[ éxico: « No se puede concebir en este sig- lo razonador el carácter del caballero castellano del siglo XVI y hubiera sido aún imposible hallarle en ningún otro pueblo. Hay que buscarle en los libros de Oaballería que, á pesar de todas sus extravagancias, son menos fabulosos por los caracteres que por las situaciones. El entusiasmo producido por el espectáculo que le ofrecían los países de cubiertos, compensaba ampliamente en el aventllfcro espafiol todas las fatigas y todos los peligros. Pa · - 55- rece que la Providencia quiso que tan gran raza coincidiera con el descubrimiento del Nuevo Mundo á fin de revelar prontamente al resto del mundo inmensas regiones llenas de peligros y de formidables obstáculos » . Creo baste con estos juicios, hechos por autoridades de tan grande como bien merecida reputación, para que mi pregunta quede amplia y satisfactoriamente contestada y bien demostrado que por valer mucho por todos conceptos los espafioles de aquellos tiempos pudieron emprender y dar gloriosa cima á empresas nunca igualadas por ningún otro pueblo. Cierto, certísimo que nuestras hazafl. as tuvier" on sus sombras, pero también lo es que sin ellas hubieran dejado de ser obra del hombre. Además, ¿ qué suponen algunas manchas en la desmesurada grandeza de empresas realizadas en breve espacio de tiempo, venciendo los obstáculos más insuperables, cuando á ellas tanto debe el progreso de las ciencias y el bienestar moral y material del hombre, es decir, la civilización en su más amplio y verdadero concepto? Podemos hoy con justicia los espafl. oles enorgullecernos de que en el continente americano deban su vida á la fecunda ll/ adre Espa11a diez y siete nacionalidades con su independencia reconocida por todos los pueblos y bien asentada por las energías de su voluntad y por sus incesantes progresos. Éstos, en una de las más importantes, he tenido la dicha de poderlos estudiar personalmente. Honrado el afio pasado por S. M. el Rey con el J ; 3 " - 56- cargo de Embajador extraordinario suyo cerca de la República Mexicana, con motivo del Oentenario de su independencia, pude darme bien cuenta} á pesar de tantas y tan brillantes fiestas y por la cultura desplegada en ellas, de los grandes y maravillosos progresos realizados en tan hermosa tierra por su ilustre caudillo el General D. Porfirio Díaz, desde que le dió la paz interior, acabando con las turbulencias de todo género que le habían sido tan dafiosas y costado la mitad más grande de su territorio, como, ejerciendo yo el cargo de Gobernador g- eneral de la isla de Ouba, me dijo un mexicano de gran significación en su país, porque era la mitad más rica. Al ocupar el General Díaz en 1896 por primera vez la Presidencia de la República, no había en ella más línea férrea que la de México á Veracruz, con una extensión de 450 kilómetros, ni otra línea teleO'ráfica que la correspondiente á dicha vía férrea; la seguridad dejaba mucho que desear en pueblos y ciudades y en absoluto no existía en sus vastos campos, impidiendo el desarrollo de su riqueza agrícola y minera y el de su comercio; de tal estado de cosas se resentía la cultura del país y también todos los ramos de su administración. El Tesoro estaba exhausto y el crédito había llegado á un nivel tan bajo que el General DIaz, en sus primeros tiempos de gobierno, para hacer frente á las necesidades más urgentes, como el pago de la tropa y del personal civil, tuvo que acudir á operaciones de crédito á plazos de dos y cuatro meses, - 57- con garantía de los derechos de Aduanas y con intereses que se elevaban al 15 y 20 por 100 anual. A mi llegada á México, hace algo más de un afto, la red ferrocarrilera en explotación se aproximaba á 24.000 kilómetros: las líneas telegráficas se extendían por todo el país, sin que hubiera parte de él aislada; en el Tesoro ptí. blico había cerca de 70 millones de pesos procedentes de los superavits de los presupuestos, después de haber invertido fuertes sumas en subvenciones para la construcción de los ferrocarriles y obras públicas; el crédito del país era tan sólido, que en los últimos afios el papel del Estado se había cotizado en Europa capitalizándolo al 4 y al 4 1/ 2 por 100; la riqueza pública había aumentado tan considerablemente que la propiedad urbana y rústica, sin contar la capital, donde el aumento era asombroso, había triplicado su valor en gran parte del país, y, por último, el comercio, la agricultura y la industria estaban en gran florecimiento por el esfuerzo de los residentes en el país, y en gran parte por los capitales extranjeros que allí habían ido en busca de inversión lucrativa, confiados en la estabilidad de la paz pública y en la seriedad y moralidad de la administración. Como dato que da á conocer la importancia de los capitales empleados desde los tiempos indicados en la industria, debo citar el de alguna Sociedad qne ha invertido más de 60 millones de pesos en instalaciones de fuerza hidro- eléctrica é irrigación, y muchísimas dedicadas á diversas industrias J 8 " - 5<..- con capitales propios de 8 á 15 millones, sin incluir en éstas á las Empresas ferrocarrileras ni á los Bancos de descuento, que representan muchos cientos de millones de pesos. Los ingresos anuales del Gobierno federal en 1876 apenas ascendían á 31 millones de pesos, y ahora ascienden á más de 100 millones. Jo son menos importantes lo, s progresos hechos en México en la multiplicación y organización de sus centros de ensenanza, desde la escuela de primeras letras á sus Universidades y otros centros científicos, de los que sale una juventud de gran valer, sólidamente instruida y que honra á su patria. Parte de dicha juventud va á sus escuelas militares, que tuve la honra de visitar y que encontré á la altura de las europeaq • Ellas dan al ejército mexicano cuadros de oficiales distinguidísimos por su instrucción militar, aparte de la general, por sus bien arraigados sentimientos de honor, por su bravura y por su disciplina. Es de deplorar que oficialidad tan brillante, base de jefes y generales de bueno y merecido gran concepto y que son orgullo de su patria, no encaje en un ejército que tenga mejor ley de reclutamiento y sea en su cantidad lo suficientemente numeroso para la paz y defensa de tan hermosa tierra, que estimamos con sincero afecto todos los espafioles. Este afecto y esta estimación se extiende á toda la mal llamada por muchos América latina, cuando sólo es por su origen América espailola. · - 59- Ella y nosotros, aunque no se quiera, estamos unidos por fuertes lazos, comunidad de historia desde las capitulaciones de Santa Fe á la terminaci6n de sus guerras de independencia; comunidad de intereses econ6micos debida á las relaciones comerciales establecidas desde el descubrimiento y por la constante emigraci6n espafiola; y, por último, por la comunidad de raza, que á mucho nos obliga si queremos no sea vencida y cumpla los gloriosos destinos pacíficos á que está llamada por sus aptitudes, su fuerza numérica y por su extensi6n en el mundo. Es auxiliar de tan grande y hermosa obra el que entre las naciones hispano- americanas y su antigua metr6poli no hayal presente agravios que vengar y que satisfacer, ni los hubo en el pasado de s6lidos y verdaderos fundamentos que hoy puedan justificar odios 6 por lo menos desvíos. ~ ¿ erá un suefio irrealizable tan hermosa uni6n espirituar entre pueblos hermanos, pues como tales nos consideramos hoy de los de nuestra raza en América? i así fuera, creo que por lo menos nuestra gran labor en América por la causa de la civilizaci6n y el progreso humano debe merecer alguna gratitud á todos sus hijos, incluso á los que no pertenecen á nuestra raza, á los ciudadanos de la república de los Estados Unidos, que, además del descubrimiento del continente americano, nos deben el reconocimiento y colonizaci6n de su territorio Sur y del Oeste, la exploraci6n minuciosa de sus costas del Atlántico y del Pacífico y la ayuda - 60- que les prestamo en us guerra de independencia. lucho agradecemos la ju ticia que nos han hecho y hacen sus má ílu tres y concienzudo hitoriadores, así como también á los de la América e pañola, que han procedido y proceden con no otros por igual modo. El conocer mucho y de antiguo á nue tros hermanos de América me permite hoy creer que no ha motivado ni motivará en ellos el menor alejamiento de esta su antigua madre la pérdida de su pasada grandeza, ni los males sin cuento que ha sufrido como con ecuencia natural y 16gica de su maravillosa expansi6n en el siglo XYI, al icrual que los sufrieron, por la misma causa, Roma y Grecia en los tiempo de la antigüedad. Ademá , al presente, todo los espa: flole nos ocupamos, con verdadero é infatigable ardor, de nue tra recon tituci6n, y á ella llecraremo ciertamente en el reinado de D. Alfonso ¿ ~ III, que, como u augu to padre, con acrra su afane u clara inteligencia y u valeroso espíritu al biene tar, á la prosperidad y á la grandeza de la patria espa: flola. HE DICHO. La ...~ ECHOLOGfA de mi ilustre antecesor, D. Juan Catalina García y López, que debiera aparecer aquí, no va en este lugar, porque ya se publicó, obra del Académico de número Sr. D. Manuel Pérez Villamil, en el BOLETÍ. · de la Academia del mes de Febrero de 1911, páginas 150- 154. CONTESTACIÓN D. FRA el ' CO FgR Ái DEZ DE BÉTHE COURT As. M. EL REY Cuando supe que V. M. pensaba honrar con su asistencia nuestra solemnidad académica, ya el discurso que voy á leer estaba escrito é impreso, bien ajeno su autor de que había de figurar el Monarca entre los que lo oyeran. Debí desde luego suponer- confieso mi inconcebible torpeza - que estando nuestra J nnta de hoy tan especialmente consagrada á la glorificaci6n de la Patria y del Ejército, habríais de querer realzarla con vuestra soberana presencia. Escrito con toda la libertad é independencia de criterio que este sitio autoriza y hasta imponf', tal vez haya en mi discurso algo que debiera ser omitido, tal vez omito algo que debiera ser expresado. Inspirado está en anhelos del porvenir, que en V. M. se encarna principalmente; puesto el pensamiento en las j6venes generaciones, á cuya cabeza, y por tantos motivos, marcha el primero V. M. Contando, Sefior, con vuestra augusta benevolencia para este modesto trabajo, solicito respetuosamente vuestra venia, y con ella paso á leer- tal como 10 escribí - mi discurso de contestaci6n al del Sr. General Polavieja. ~ :! ~•.~ ::> j • ~ ::> j~ ji · 0 .! I I!~ a ii E ~ !.. SE~ ORES: Convendréis todos de seguro conmigo en que nuestro nuevo colega penetra en este recinto en buena compatUa. Tráelo como de la mano una de las mayores glorias de la Historia espallola, aquel hombre asombroso, de los más extraordinarios de una época, extraordinaria toda ella, más parecido á creación de la leyenda que á personaje de la realidad, revestido de todas las grandezas, fantasías é inverosimilitudes mitológicas, que el tiempo, la distancia y la crítica han aumeptado todavía, y presentan verdaderamente giga. ntescas ante nuestros ojos maravillados: viene como de la mano con Hernán Cortés nada menos. Tuvo siempre el héroe de la incomparable epopeya mexicana muchos apasionados, y los tiene hoy mismo, como es justo, y hasta verdaderas enamoradas dentro y fuera de Espalla, alguna esclarecida, que lo son al presente, en el sentido literario, de la superioridad y alteza de su genio y del interés dramático de su existencia romancesca, como tantas lo fueron en su tiempo de 11 - 66- la gallardía y gentileza de su persona, de la afabilidad y viveza de su trato, de sus facilidades españolas para la galantería y el amor. Entre cuantos, antes y ahora, han ofrecido su valioso tributo al insigne dominador de los Aztecas, toca de justicia lugar muy preferente al Académico que recibimos hoy, autor del Estudio de un caTdcteT, como llamó al que consagrara á Hernán Cortés, y en el que, cuantos lo habéis leIdo, recordaréis que lucen y compiten, con el claro y limpio estilo, el criterio recto, la noble imparcialidad, el pensar elevado y la erudición discreta y de buena ley, qne en cuanto á lo militar atañe llega á ser vasta. El culto suyo por esta singular memoria, sus concienzudos juicios de tan altos y raros hechos, sus trabajos acerca de esa figura épica de nuestro gran siglo, son en verdad los que traen hoy al Sr. General Polavieja á nuestra compafiía y á nuestro lado. Ha querido la Academia, siempre y por todo extremo deferente para conmigo, que fuera yo quien le diese en su nombre la acostumbrada cordialísima bienvenida, atribuyéndome la misión fácil de hacer conocer á cuantos me escuchan los títulos en que nos fundamos, para hacerle de una vez, en este gran Senado de la Historia patria, el puesto de honor que el Marqués de Po1avieja tenía de atrás tan bien ganado. No pudo este docto Cuerpo conferirme una más grata ni más simpática tarea, que de todo corazón le agradezco, pues siempre consideraré como una de las honras mayores de mi vida académica el poder tomar en estos momentos vuestro - 61- nombre para recibir aquí al General historiador, siquiera sea con el temor natural de no lograr hacerlo como vosotro' y él mismo merecieran. Pero nunca me ha faltado vuestra amable condescendencia, y estoy seguro de que no ha de faltarme hoy, pues el tiempo que pasa va e trechando má fuertes entre no otros los lazos del cariiio y la fraternidad, y haciendo, por con iguiente, cada día mayor la indulgencia, inseparable de nue tra mutua consideraci6n y vivo afecto. * * * eiiore Académicos: Quiere frecuentemente el vulgo entrometido dirigir á su gusto y antojo la formaci6n de e ta Oorporaciones, a pirando á reclutar su per onal por el sufragio callejero de la pedantería andante, con notorio é inadmisible menoscabo de nuestro absoluto derecho á su designaci6n libérrima' y a í, cuando le place, le parece corta nue tra Academia entera para premio exclu · ivo de la erudici6n profe ional, como si, más que cademia, fuera el alto In tituto que formamos secuela e trecha de cualquiera otro centro literario, 6 uburbio reducido de otra cualquiera cOl'poraci6n, y no estuviera, desde su fundaci6n dos siglos ha, abierto de par en par á todos cuantos- como ordenan sus E tatutos- se han consagrado 6 se con ag- ran d ilustrar la Historia de Espaiía. Ignoran muchos, por lo vi to, de qué manera, desde el día mi mo de su creaci6n, se con tituyeron nue - - 6 - tras Academias, y c6mo en ellas, entre los más sabios maestros, tuvieron sitio constantemente Prelados y Generales, políticos y diplomáticos, gobernantes y magistrados, magnates y caballeros, cuantos, en mayor 6 menor grado, cultivaron en Espafia las letras y la Historia, antes que por obligaci6n por amor. Interpretan esto, por lo visto, á la manera de Voltaire, más cuidadoso siempre del donaire que de la verdad, cuando decía de la Academia Francesa, de que él mismo formaba parte, que cera un Cuerpo donde se recibía á personas tituladas y hombres á la moda, á Obispos, togados, médicos, ge6metras, y alguna vez hasta á gentes de letras]>; pero estos discípulos más 6 menos aprovechados del gran satírico desconocen del todo las honrosas tradiciones de allá y de acá, que son lo principal de nuestra vida en todas partes. Ahora mismo, cuando nosotros nos honrábamos trayendo á nuestra casa al Sr. General Polavieja, esa Academia Francesa, por su mayor antigüedad modelo y patr6n de las demás, como que en ella se inspir6 el Nieto de Luis XIV y Rey de Espafia para la creaci6n de las nuestras, sin que en la confesi6n de esta verdad cronol6gica tenga por qué padecer nuestro patriotismo; la Academia Francesa, digo, desafiando valerosamente las críticas de fuera, las imposiciones de una parte de la prensa 6 las opiniones de la calle, prescindía, entre otros muchos bien conocidos y afamados, de un gran escritor político, de un autorizado maestro de las ciencias sociales, de poetas inspirados y populares, - 69- de novelistas y dramaturgos, y hasta del brillante historiador de Versalles y de sus grandezas, para elegir al viejo General Langlois, tan sobrado de ciencia militar como escaso de producci6n literaria, sentándolo, antes que á todos aquellos, bajo la cúpula famosa, entre los que Francia llama, con orgullo justificado, los CuaTenta. Eso mismo es lo que hicimos con tanta complacencia nosotros, que veíamos con pena en el abandono y en el olvido más sensibles una de nuestras más firmes, gloriosas y constantes tradiciones, y ausente de esta Casa la representaci6n de las altas jerarquías del Ejército- antes llevada en ella, con la distinci6n que es notorio, por el Conde de 010nard, el Príncipe de Anglona y Don Antonio Rem6nZarco del Valle-, desde que perdimos en mal hora, primero á nuestro gran Arteche, y no mucho después al inolvidable y malogrado Suárez- Inclán. Para llenar ese injustificable vacío, elegimos nosotros al Sr. General Polavieja, á quien varios conocíais y estimábais de tiempo atrás, como militar estudioso y culto, asistente á la tertulia de nuestro Don Aureliano Fernández- Guerra, de gratísima memoria, y que hoy viene por Bn á recibir de las manos venerables del ilustre Director de esta Academia la insig- nia codiciada, proporcionándonos á todos emoci6n in vencible- muy seco ha de tener el corazón quien no se sienta invadido por ella-, viendo c6mo se acerca á nosotros este Príncipe de la filicia, ávido de confundir sobre su pecho de glorioso soldado la medalla académica con - 7C-la banda de la Cruz laureada; cómo estos cincuenta y tres anos de la existencia militar que os he de recordar brevemente, comienzan en su vigorosa ancianidad esta vida nuestra tan diversa; cómo este insigne veterano de todas nuestras guerras contemporáneas llega á ocupar un sitio merecido en esta nuestra casa del trabajo sereno y reposado, de la ciencia y de la paz. Yo de mi sé deciros que este espectáculo hermoso y no común de piel' ta en el fondo de mi alma los más dulces y gratos sentimientos, y que me encuentro enternecido y orgulloso de a ociar en algún modo mi persona y mi nombre á la solemnidad de este dia, por otra alguna superada entre nosotros. ingún reparo se me ofrece para confesaros que yo siento por estas nobles figuras de soldado una especial predilección, mezclada de cariño y de respeto: el soldado, como el sacerdote, en todos los peldaño de la e cala, en los altos como en los bajos, es para mi - os lo declaro sin rubor- un ser aparte. El nimbo del sacrificio que cerca su frente me infunde estos sentimientos, que no creo reñidos con la dignidad académica más refinada; pues al cabo y al fin, nosotros consagramos á la Patria nuestro tiempo} nuestra inteligencia, nuestra palabra ó nuestra pluma, cuanto sabemos y valemos; pero la ofrenda snprema, la ofrenda de las ofrendas, que es la de la propia vida, del soldado la recibe: cuando se trata de morir por ella, es el soldado el que muere. Por eso os decía que de todas las que me habéis otorgado- y no son pocas-, esta merced de hoy, que me confiere - 71- el elogio de un soldado español, y de un soldado como el General Polavieja, es la que más me satisface y más me obliga. * * '* En efecto, señores, pasa ya de cincuenta y tres aftos que el 20 de Agosto de 1 f) sentaba plaza como soldado distinguido, en el Regimiento de Infantería de l: Tavarra, número 25, Don Camilo García de Polavieja y del Castillo, en cuyos juveniles oídos no parece sino que el genio de las armas había deslizado tentador la frase famosa de 1 T apo_ le6n 1 á us soldados: Llevdís en la mochila el bastón de Ma'riscal. Pue á partir de aquella fecha, allí donde hubo nece idad de ofrecer la sangre genero a por la madre E paña, allí e tuvo Polavieja, en África, en anto Domingo, en la 1 la de Cuba, en el ~ Torte, en Catalufla, en Filipina , y, para no can aro con relaciones prolijas, q ne pudieran parecel'o inoportuna, o reproduciré el extracto de u hoja de servicios, formada con la admirable conci i6n de e te género de documento , q uc semejan en u austera sencillez una página de Tácito; de la que se ve que él gan6 el grado de argento primero por mérito de guerra, iendo después nombrado tal sobre el campo de batalla; graduado de Teniente por mérito de guerra, nombrado Capitán por mérito de guerra, graduado de Comandante por mérito de guerra, Comandante por mérito de - 72 - guerra, graduado de Teniente Coronel por mérito de guerra, Teniente Coronel por mérito de guerra, Coronel por mérito de guerra, Brigadier por mérito de guerra, fariscal de Campo por mérito de guerra, Teniente General por mérito de guerra, por fin Ministro de la Guerra en 1899) Y Capitán General de los Reales Ejércitos desde el 23 de Enero de 1910, con más de medio siglo de los acrisolados servicios que esta brevísima enumeración revela. Pues toda esa vida tan noblemente ocupada, toda esa existencia de lucha y de combate, todos los afanes y trabajos de la guerra, todas las preocupaciones del gobierno, todas las dificultades de la ausencia, todos los quehaceres y fatigas de los más altos mandos, nunca fueron bastante para quitar al General Polavieja tiempo que dedicar al estudio y á la Historia, con una aplicación y una asiduidad, no menos meritorias ciertamente, pero sí menos fáciles, que las del que tiene por honro a profesión el estudio tranquilo y acompasado, en la plácida serenidad del hogar, con ninguna otra labor ni cuidado afortunadamente compartido. Y de este grande y nunca entibiado amor del Marqués de Polavieja por el mejor conocimiento de las glorias de su Patria y de su pasmoso pasado, surgieron como pudieron, en el tráfago de su vivir, lús frutos de su pluma que hemos galardonado con tanta razón, dándole entre nosotros el puesto que antes tuvieron otros Capitanes Generales de nuestro Ejército, como el primer Duque de la Roca y el único Duque de an Miguel, no solamente digní- - 7:)- simas Académicos, sino beneméritos y respetados Directores de nuestra ilustre Corporación. '" '" '" Ya Jerónimo de Zurita, nunca bastante alabado, en las palabras con que encabe. t: ó la impresión de la Crónica del Chanciller Don Pedro López de Ayala, enaltece debidamente esta honrosa afición de los próceres y magnates al estudio nobilísimo de la Historia, que no es sólo, según hace creer la moda ahora. la historia literaria, por muy interesante que ella sea, sino que es también la historia militar y la civil, como la eclesiástica, la social, la diplomática, la genealógica, el absoluto conjunto de cuantas cosas diferentes constituyen hoy y constituyeron antes la vida entera de los pueblos seculare8, digna de remembranza y de imitación; todo lo que forma la va ta herencia y rico patrimonio que hemos recibido de los siglos que fueron, y tenemos la obligación de conservar, y aun de acrecer para los que serán; que al fin y al cabo, si por nuestros grandes literatos y poetas representamos lucidísímo papel en el magno cuadro de la civilización universal, no son tampoco para desdeilados neciamente los nombres de Gonzalo de Córdova, de Antonio de Leiva, de Hernán Oortés y del gran Duque de Alba, de los insignes Reyes y celebrados capitanes, que escribieron con sus espadas en Jos anales del orbe el poema de la Reconquista no 10 -- 74 - igualado, 6 las páginas singulares de las guerras de Italia, 6 la misma epopeya de la expedición de Mé~? ico, 6 las que parecen novelas maravillosas del descuurimiento y conquista del resto de América, que tan discretamente ha evocado el discurso que acabamos de oir. y si es cierto que el General Polavieja no ha escrito hasta hoy voluminosos infolios, como su noble modestia ba confesado sin afectación y aho · ra mismo ante vosotros, reconozcamos con espíritu levantado, aparte de lo acertado de su trabajo, que también puede á veces sustituirse la Historia escrita por la Historia hecha, y que él ha llenado de la nuestra largos é interesantes capítulos, sin duda en estos tiempos decadentes y desdichados de los más afortunados y brillantes. Recordad su mando en euba, y leed la relación documentada de Lo que vió, lo que hizo y lo que anunció, toda ella página elocuente de nuestra Historia contemporánea, que el mismo General publicara en 1 93, en un libro del interés más palpitante, titulado por él AJi polít'ica en Cuba. Recordad su gobierno de después en Filipinas, su campaña en aquel remoto Archipiélago, su reconquista de la Provincia de eavite y de la parte Oeste de la de Batangas, sus . luchas en todas partes contra los enemigos de España. Recordad su último viaje á tierra americana, e a vez como Embajador extraordinario de u lajest,\ d á la República de 1\ 1 éxico, con ocasión reciente, en que, si se acreditó bien 10 generoso del espíritu de quien 10 enviaba, el temple supe- - 75- rior del alma nacional, lo levantado del coraz6n del Rey y de la Patria, latiendo como ' iempre al uní ano no meno re plandeci6 la exqui ita prudencia del que allí o tentaba tal 1epre ent; 1ci6n en momento tan delicados y difícile . Considerad cuánto tuvo que hacer e te ardiente enamorado de la figura excepcional de nue tro Hernán Corté, en un paí donde no son pocos los que lo desconocen y lo repudian, que e como desconocer y repudiar á u propio padre, hasta el punto de existir quien e opusiera á la busca de sus sagrado restos, por el voto e~? tranjero noblemente solicitadrt; cuánto él hubo de hacer y de sufrir para mantener á todas hora la seyera dio'nidad de sn alta repre entaci6n diplomática.... TO e é te ciertamente el menor de lo acrificio~ que tiene que agradecerle su pnís; y yo no he querido ahondar en e ta materia delicudí ima, preguntándole hn ta qué punto pudo sentir e ati fecho, cuando alguien que también no. toca muy de cerca 1 que e TIue tro mucho afto hace y ocupa en uue tm fila preferente lllg'ar 1, con ideráudo e con razón, por la índole diferente de u mi ión mncho más libre, ante el Concrre o Americani ta. allí reunido, hubo de diricrir á aquello hi pano- americano, mal avenido con la primera. parte de u nombre, estas palabras vengadora : Ó vosotros sois un antemuml frente d todo lo que no es espaJ1ol, Ó no sois nada. De e e viaje de I El Académico y Catedrático Sr. D. Antonio Sánchc7. ~ foO'uel, repl'e~ entante del ~ lilli terio do In lrucción Pública de E paiia en el Congre o AmericanL; ta Intem8cional. - j'G-nuestro nuevo compafiero cn semejantes circunstancias, en medio de festejos y regocijos, que, dígase lo que se diga, eran, á un tiempo tácito y ruidoso, amargo reproche contra Espafia y los espa: fioles, y donde el General Polavieja supo ganar sobre su propio inmenso espa: fiolismo, á llombre de su Rey lejano, verdaderas batallas, cuanto menos bulliciosas más meritorias, él os ha dado alguna cuenta- la cuenta que su extremada delicadeza puede daren su aplaudido di curso de hoy; en el cual, por fin, el que tantas lanzas ha roto materialmente por su Patria, sin tregua ni descanso, contra ingratos, rebeldes y traidores de toda laya, viene á romper otra ahora, con las arma tranquilas de la palabra y de la pluma, de la raz6n y de la verdad, enfrente de los follones y malandrines que de cerca 6 de lejos la calumnian y la denigran, sintetizando con magistral brevedad el recuerdo grandioso de la obra incomparable de los espa: fioles en América, como una de las mayores, si no es la mayor, que en todos los tiempos ha podido hacer la Humanidad, y ha hecho efectivamente, en aras de la civilizaci6n y del progreso. Así con esta patri6tica aureola, que muy ciego ha de ser quien no la vea, hoy se presenta aquí este Príncipe ilustre de nuestra Milicia, llamado por vuestro votos á ocupar un lugar entre vosotros, res. Académicos, que sois también Príncipes de la Ciencia, Capitanes Generales del saber y de las letras espa: fiolas. o ha heredado él tam · poco su Principado, como vosotros no heredásteis - 7i-los vuestros, sino que lo ha ido formando lenta y trabajosamente, como los vuestros vosotros, en medio siglo de incesante batallar, con la punta de su espada y con el sacrificio de su sangre, donde quiera que había que pelear por la gloriosa madre Espaiia, que defender su bandera ó que volver por su soberanía y por sus derechos. * * * Tiempo es ya de que cumpla con lo que me habéis encargado, formulando de una vez la bienvenida más afectuosa, con que la Academia se complace en recibir al Capitán General, cuya modestia he puesto con exceso á prueba, sólo con evocar sobriamente los hechos principales de su vida provechosa de gran soldado y de gran espafiol y patriota. Bien venido sea á nuestro lado el entusiasta admirador de Hernán Cortés, acertado comentarista de su epopeya portentosa. Bien venido sea el que tuvo alguna vez la seiialada honra de ser uugido por la voz popular con el hermoso dictado de el General cristiano. La Academia satisfecha lo recibe con todos los honores que se deben á su persona, y como á autorizado representante de la Hi toria militar espafiola le da asiento con la más viva como placencia entre los doctísimos maestros, los historiadores insignes, los arqueólogos, los epigrafistas, los arabistas, los profesores, los numismáticos, los geógrafos, los americanistas, los investigadores afortunados y los eruditos de todo linaje que la constituyen, y que son todo, sin más e. cepción que la del que o habla, gloria y prez de la Patria en nuestros días. Ella le ha conferido ] a medalla que llevara hasta hace poco nue tro llorado Oatalina García, y antes que él un Conde de Quinto y un Don Vicente de La Fuente, muy segura de que nuestra insignia venerada estará bien puesta en su pecho de soldado, confundiéndose en él con la roja banda de la Orden de San Fernando, recuerdo indiscuti · ble de sus actos de heroísmo y de bravura. Bien venido sea, y Dios le conceda el que pueda ostentarla largos aftos, como la Patria y la Academia, estrechamente confundidas siempre, han de querer y celebrar. y permitidme antes de concluir, y pcrdonadme si os canso en demasía, permitidme que recabe, i al( Tuien creyera que e ta comisión, con tanta ati . facción de mi parte cumplida, no era en realidad para mí, mis únicos dere~ hos á su de empefio, ya que la exagerada mode tia de cuantos vi ten aquí el traje militar se ha resistido tenazmente á ello. Hay un lazo fuerte que e trechamente no" une al Sr. General Polavieja y á mí, y que todo lo explica: el amor profundo de nuestras g- lorias pasada, y el hondo convencimiento de la necesidad absolu · ta de su discreta evocación y recuerdo, para llegar con paso más rápido y seguro al ansiado remedio de las desdichas presentes. Porque ¿ cómo, siendo espafiol á la manera que lo soy yo, no pensar en un todo como el que ha escrito estas palabras: ~ Tengo - 7!)- fe en nuestros destinos, y quisiera ser un escritor brillante para contribuir con eficacia á la campafia emprendida por algunos de los que vestimos uniforme, y á la que todo buen espafiol debe ayudar: la regeneración de la Patria por su reconstitución mi · litar? » ¿ Cómo no sentirse, pensando como yo pienso, en perfecta comunión de ideas con el que termina su trabajo sobre Cortés lamentando que la Espafia de hoy tenga apenas . un recuerdo para este coloso de su Historia, mientras que no se cansa de hacer sacrificios en los altares de la discordia alzando estatuas y erigiendo mon umentos á sus presentes y poco afortunados cainpeone::'? ¿ Cómo no creer con él, entendiendo la Patria á la manera que yo la entiendo, que las naciones sólo se forman vigorosas en el estudio de su historia, y que es crimen horrible, y hasta sacrilegio nefando, indigno de un pueblo honrado y viril, hablar siquiera de ce · rrar con triple llave el sepulcro del Cid? ¿ Cómo no comulgar en sus ideales, y no hacerle coro en sus anatemas, cuando los fulmina indignado contra los viles y blasfemos que predican el olvido de lo pasado, equivalente á deshacer en un instante, con la locura del suicida, las grandes fuerzas morales, por nada reemplazables, amontonadas por los titánicos esfuerzos, por los trabajos verdaderamente ciclópeos de tantos siglos y de tantas generacio. nes? ¿ Cómo no participar de sus honradas convicciones, una y otra vez en sus varios trabajos expresadas, de que aquel pueblo que mejor conoce su propio pasado y más lo admira, y conserva mejor - 80- su memoria, tiene más pronta la abnegación y más vi vos y despiertos los amores para consagrarse como es debido á su servicio y á su culto? En este alto sentido de la evocación de 10 que fué, á qtle yo he consag- rado mi vida, estamos perfectamente acordes el General Polavieja y el que os habla, que también está poseído de una fe ciega en los destinos de España, ahora que son moda ridícula é incom~ prensible el pesimismo y el descorazonamiento y la cobardía, y son más los que lloran y gimen, y al igual de los moros granadinos, se mesan los cabellos desesperados, vergonzosa negación de su propia raza, que los que, con varonil fortaleza, esperan, confían y trabajan. Al lado de los últimos, que son los qne piensan y sienten como el General Polavieja, están con sus dictados incontestables la razón y con sus severas ensefianzas la Historia. La triste Oastilla del Rey Don Enrique IV, devorada por las facciones turbulentas, por el desgobierno empobrecida, achicada por las regias debilidades, desamparada de la ley y enemistada con la justicia, amenazada de morir, y de morir sin gloria, fué pocos años después la grande España fuerte, la España honrada y justa, respetada y poderosa de los Reyes Católicos, la que realizaba el suefio, secular tantas veces, de la unidad nacional, la ganadora de Granada, la descnbridora de América, la cabeza y casi dneña y señora de Europa con Oarlos V y con Felipe JI. ¿ Es que todo esto no parece un suefio? Sueño debió de ser de Doña Isabel y Don . F er- - 81- nando, de sus consejeros y ministros, del Padre Talavera, del gran Cardenal Mendoza, de Cisneros y de Colón, grandes soiladores aquellos Reyes, aquellos clérigos y frailes, que prepararon soilando la Espaila grande del siglo XVI. Y si alguna vez fué lícito que hasta el buen Homero se durmiera, sea permitido á un Académico, por esta condición grave y por el tiempo encanecido, con el libro misterioso de la Historia en las manos, soñar aquí en alta voz y delante de vosotros, que pensáis todos como buenos, repitiendo las palal> ras inmortales que nuestro Calderón pusiera en los labios de Segismundo: ¡ Soñemos, alma, soñemos! Aquí y en el día de hoy, en presencia de este Capitán General, que era hace cincuenta y cuatro afios soldado voluntario, y hubo de sofiar alguna vez con el tercer entorchado que hoy ostenta; evocando los recuerdos todos que él nos ha hecho revivir en su discurso, y que parecen más fruto de la imaginación que producto de la realidad; trayendo á la memoria la dolorosa conclnsión del siglo xv y las no superadas grandezas del XVI, ¿ no es lícito soñar? Soñó de fijo Don Fernando, cuando era sólo Infante de Aragón, hermano menor del heredero de la Corona, y la vida y la juventud del Príncipe de Viana lo mantenían alejado del Trono y en su con. dición de segundo. Soñó la Infanta Doña Isabel, vivos sus dos hermanos varones, alIado de una 11 - 82- madre viuda y demente, en las tristes escaseces y abandonos de Arévalo; sofi6 en su palacio sefiorial de la vieja Sigüenza Don Pedro González de ~ Iendoza, y en sus claustros y bajo sus cogullas soñaron Fray Hernando y Fray Francisco; soñ6 el gran g- enovés durante sus largas y poco felices peregrinaciones, cuando iba ofreciando un mundo nuevo á los que, porque no sofiaban, no quisieron recibirlo de él; y estaba toda aquella generaci6n, nacida en medio del duelo y del quebranto, ávida de soñar. Sofi6 . después toda la heroica falange de gloriosos incomparables aventureros, que ha hecho desfilar ante vosotros el discurso del nuevo Académico; so1l6 Vasco Núfiez, cuando era paje del ilustre Portocarrero en el Alcázar de Moguer, que algún día, ante la inmensidad del . Mar Pacífico recién descubierto, al subir la marea, entraría á través de las olas hasta la cintura, y blandiendo la espada, tomaría posesi6n del mayor de los mares á nombre de su Rey ausente; soñ6 Oortés allá en la mocedad, cuando estudiaba joven el derecho en las aulas famosas salmantinail, 6 cuando prosaicamente se consagraba en Ouba á la cría de ganados, y hasta en los momentos verdaderamente sublimes de la noche triste, que parece un sueilo toda ella, en que había de echar por tierra el trono de oro de Moctezuma, dando al otro Emperador, que era el suyo, más tierras y más pueblos que los muchos que le dejaron sus abuelos; y soñ6 que algún día habría de venir de las Indias con tanto acompaijamiento y majestad, que mds parecia de Principe 6 - 83- seño'/' poderosísimo, que de capitán y vasallo de ningún ReYj soll6 Francisco Pizarro, cuando era un pobre soldado, in fortuna, sin cultura, in protecci6n, y ca i sin padres, en que habría de lleO'ar para él, digno de la tragedia antigua, el momento gran · dioso de la 1 la del Gallo, que había de parar en la conquista maravillosa de un tan vasto y famosísimo imperio; soilaron en su casa de Palos los Pinzones; soliaron Alvarado y Valdivia, Ponce de Le6n y Soto, Magallanes y Elcano; soliaron todos, y obra casi milagrosa de esos visionarios y sonadores fué toda la que os acaba de relatar, como surgida de sus suelios, el discurso del General Polavieja: las exploraciones, los descubrimientos, las conquistas, las fundaciones, las ciudades, los puertos, las universidades, los templos, los monasterios, las fortalezas: los hospitale , los palacios, las diez y siete nacionalidades presentes, toda la gran civilizaci6n americana que e , pese á quien pe e, nuestra obra, la obra gigante de nuestra raza y de nuestro genio. Pues sofiemos ahora con algo parecido, y, si nosotros no lo vié emos, los que hemos recorridú ya la mayor parte de nuestro camino, á través de tristezas y desventuras inmerecidas, que las nuevas generaciones más felices puedan verlo, alcanzando en lo posible la repetici6n de aqueUos días gloriosos, á que la musa clásica de un insigne Académico, nuestro antecesor, el célebre Duque de Frías- enalteciendo al primero de nuestros Reyes, por el odio extranjero maltratado y por la propia imperdona- - 4- ble ignorancia mal defendido -, aplicó con tanta razón los inmortales verso J forjados á cincel, con cuyo recuerdo voy á concluir, bien seguro de que ellos sonarán en vuestros oídos como clarín de guerra, y llegarán como inspirada profecía, como voz de resurrección y cántico de gloria y de esperanzas al fondo de vuestros corazones: Fuá del prudente Rey el poderío de moros y de herejes escarmiento, firme rival del Támesis umbrío, duro azote del Sena turbulento, gloria del Trono, de la Iglesia brío, temido en Flandes, respetado en Trento; y desde el mar de Luso á la Junquera hubo un cetro, un altar y una bandera. HE DICHO. |
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