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DISCURSOS DEL EXC),( O. SEÑOR DON FRA CISCO FERl ÁNDEZ DE BÉTIIE COURT y D& L SEÑOR DON EM IL10 COTARELO y MaRI REAL ACADEMIA ESPA ~ OLA LOS LEIHOS yLOS GHO DES DISCURSO LEíDO EN EL ACTO DE SU SQLEMNE RECEPCIÚN EL DIA 10 DE MAYO DE 1914 DO FRANCISCO FEK Á DEZ DE BÉTllE ¡ C- O RT ~' 9'( i\ e DO E~ I: I~~;::~ o~ [ 1)% . IADRtD ESTABLECI. HE. OTO TIPOGR,\ FICO DE JABlE RATÉS MARTL-Plaza de an Javier, número 6. 1914 DISCURSO DEL EXCMO. SE:' OR DON FRANCISCO FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT Sí; lo deseaba con toda mi alma, Seilores Académicos. Era ya mi sola aspiraci6n la que vuestros generosos votos ban colmado, libre enteramente, como Dios y las circunstancias me bicieron, de todo otro linaje de ambiciones. Sin que la menor codicia de los bonores ni de las distinciones me tiente, ajeno á toda sugesti6n de personal encumbramiento, desligado de todo lo que la vida pública confiere, siempre entre libros, pergaminos y pa · peles, s610 soilaba con que me abriérais algún día las puertas de esta casa, dándome la única recompensa que pudiera balagarme y satisfacerme. No es un afectado menosprecio de lo que otorga pr6digamente a los que se le consagran la política, merecedora de mis mayores respetos cuando la ejercen gravemente íntegros- y austeros varones, no más que al servicio del Rey y de la Patria desinteresada y noblemente consagrados; ni es desdén ridículo e injustificado de los mismos honores, recuerdo, cuando se atribuyen en justicia, de grandes sacrificios, de grandes trabajos y de especiales 1 - 2- merecimientos, y que en tama: flo grado enaltecen al que los lleva cuando tiene la conciencia de que los conquistara en buena lid; es, simplemente, que entregado yo toda la vida, ya no corta, al culto apasionado de las Letras, las he puesto sobre todo y antes que todo, consagrándome, va para largos aftos, sola y exclusivamente a su servicio, reconociéndolas y acatándolas como a mis altísimas soberan: ts, únicas de las que con algún derecho podría atreverme a solicitar mercedes y favores. Precoz enamorado de la Historia, a su culto me dediqué, casi desde ni: flo, como mejor pude y supe; pero nunca la quise sino revestida y adornada de todas las galas y de todos los encantos de la forma, sin que jamás imaginala que los claros hechos que la constituyen pudieran referirse sin el auxilio de la elocuencia, que los grandes personajes que la hicieron pudieran retratarse sin los vÍ\- os colores que han de dar de sus se: flaladas figuras fiel reflejo, que las nobles ideas que en el fondo de sus misteriosas combinaciones palpitan pudieran dejar de revestirse de la majestad que les compete, que las sublimes ense: flanzas que ella entra: fla para el pensador y el patriota pudieran aparecer en ningún caso sin toda la grandeza maravillosa de nuestra lengua sin igual. Así, esclavo siempre de la verdad histórica, pero al mismo tiempo gustosamente sometido al culto de la forma literaria, no las vi jamás desunidas ni divorciadlls, marchando cada una por diverso camino, sino que siempre las contemplé enlazadas estrechamente, verdadera- - 3- mente inseparables, y como confundiéndose y como pletándose. Varios libros hice que todos vosotros conocéis, sin otro mérito que el de haberlos enca · minado, con más o menos desacierto en la ejecución, a la gloria de mi Patria y de las instituciones seculares, a cuya sombra protectora, cuando Dios quena, ella fué grande. Con esta ambición única, creyendo que esos libros pudieran darme algún motivo para satisfacerla, me permití llamar a vuestras puertas, va ya para siete afios, impaciente acaso del honor que yo creía que llenaba, aunque en realidad excediera, el1ímite más remoto de mis esperanzas: honor que dos hombres ilustres me disputaron por entonces, proporcionando a mi amor propio la estéril complacencia de una relativa victoria, que no fué bastante a darme, por exigencias de vuestro reglamento, el puesto que pretendía a vuestro lado. No diréis que en todo ese tiempo he vuelto a molestaros mucho ni poco: guardé mi decepción, sin duda justa, dentro de mí: escondí en mi pecho cuanto pudiera recordaros lo pasado: el hombre insigne, que figuraba dignamente a vuestra cabeza, y con cuya amistad me honraba, pasó de entre nosotros, para desdicha de todos, sin que yo hubiera renovado en su presencia la más leve expresión de lo que continuaba siendo mi aspiración más ardiente: si a alguno os habló de ello, fué por espontáneo impulso de tiU voluntad: su grande espíritu más lo adivinó que lo supo. Hoy, después de tan prolongado silencio, ha querido vuestra bondad, no sé si principalmente - 4- en recuerdo suyo, darme el lugar sofiado, que no volví a pediros, entre los celosos guardianes del gran depósito literario, entre los que representáis con tanta gloria el patriarcado de nuestras Letras; y de la vieja casa donde la ... Ristoria se aposenta, del caserón vetusto que sirve de alcázar modesto a sefiora tan principal, me habéis traído a este regio palacio de la patria Literatura, donde estas grandes tradiciones nuestras tienen su nobilísima morada. No extrafiaréis, espero, que os haya abierto tan por completo mi corazón, pues así, sabiendo bien todo lo intenso y viejo de mi deseo, podéis medir mejor lo profundo de mi grn titud. Pero ahora, al verme aquí y entre vosotros todos, los que formáis esta Oorporación gloriosa, oradores elocuentes, críticos autorizados, afamados novelistas, aplaudidos dramaturgos, : filólogos y gramáticos eminentes, prosistas il ustres y geniales poetas, grandes escritores de todo orden, maestros respetados de la pluma y de la palabra, que constituís en este momento la Real Academia Espafiola, es cuando se me presenta de improviso la idea de mi pequefiez, en que antes no pensaba, cuando me encuentro, sin darme cuellta, frente a frente de mi insuficiencia, dada antes al olvido; y ni siquiera alcanzo a comprender de qué manera podré yo, con mis débiles medios, contribuir en algo a vuestras difíciles tareas. - 5- y sube mi confusi6n de punto, cuando veo que me destináis el asiento que ocuparon en el transcurso de dos siglos, en tan larga y brillante serie, tantos hombres esclarecidos, que son vuestro org- u110 y de la Patria toda, y cuyo recuerdo me abruma, como de sobra comprenderéis con s610 traer un instante sus preclaros nombres a vuestra memoria. Porque ésta es la Silla académica en que se sentó el primero, a raíz de vuestra fundaci6n, aquel Don Vincencio Squarzafigo, Se110r de la Torre del Pasaje en Guipúzcoa, de nombre italiano y antes griego, pero de corazón espa11ol, que fué vuestro primer Secretario perpetuo, firmante como tal del acta primera de vuestra Corporaci6n, después vuestro primer Tesorero, el primer historiador de la Academia, cuya selecta Biblioteca fué la base de la que hoy poseéis, célebre entre vosotros por su laboriosidad y su celo, que alguien tuvo por el alma de ella en su primera y más difícil etapa, y él s610 bastante a honrar el sitio que ocupó veinticuatro aftoso Esta es la Silla en que se sent6 luego Don Francisco- Manuel de la Mata- Linares, Se110r de Vallecillo, Regidor perpetuo de esta Villa y Corte y de la Ciudad de Valladolid, sabio e integérrimo Magistrado, que lleg6 a los Consejos Supremos de Castilla y de la Guerra, después de haber sido Colegial y Rector en el Colegio Viejo de San Bartolomé de Salamanca, Oidor de Sevilla y Alcalde de Casa y Corte, sujeto- dice su biógrafo- igualmente instruído en las Letras humanas que en las leyes de quefué lumbrera. La que ocup6 más tarde eIXIDu- - 6- que de Villahermosa Don Juan- Pablo de AragónAzlor- el nieto del famosísimo Maestre, hermano mayor del Rey Cat6lico-, modelo acabado de los grandes Sellores de entonces y de siempre, de cuya vida ejemplar tuve el placer de ser alguna vez historiador, aunque a él ya le hubiera cabido la suerte de encontrar antes mejor panegirista en un g- ran literato, Jesuita por más sefias, que es de los vuestros; y al cual las atenciones de la Oorte, y las de la diplomacia, en que llegó a ser Embajador en Turín y en Versalles, no impidieron que tomase aquí mucha parte en la tercera edición de vuestro Diccionario, y en la del Fuero Juzgo, y en la discusión de la Gramática, dando en todo claras muestras de su rara aplicación y de su agudo entendimiento. La Silla que vino a ser después- dejadme que me detenga algo más y aún con mayor carillo en su recuerdo- de Don Antonio Porlier y Sopranis, el primer Marqués de Bajamar, ca lutrio como yo lo soy, venido como yo del Archipiélago misterioso y distante, que la Musa antigua bautizara, en justo tributo a sus bellezas de todo orden, con el nombre merecido de Afortunado; afecto especialmente como yo a la Isla de Tenerife, la del Pico famoso de Teide, a cuya sombra augusta solló dichosa nuestra j uventud, y, más que nada, a su noble Oiudad de San Oristóbal de La Laguna; paisano como yo del Padre Interián de Ayala y de los dos Iriartes, de tan grata memoria en vuestra Oasa, insigne investigador él de las antigüedades islefias, como yo lo fuí siempre modesto, y él gran Ministro, político yju- - 7- rista de la mayor autoridad en Espafia como en América. La illa que fué después del por tantos títulos célebre Don José de Vargas Ponce, el marino historiador, en una pieza arqueólogo y poetacomo hay ahora mismo entre vosotros alguno - , el Director de la Academia de la Historia en momen · tos perturbados y difíciles, el que premiásteis por su perfecto Elogio d~ l Rey Sabio, el autor renombrado de la Proclama de un solterón, de la Vida de Ercilla y del Elogio histórico de Ambrosio de Morales. La que ocnpó, en sustitución de Vargas Ponce, Don Juan- Bautista Arriaza, marino como aquél, diplomático distinguido, fácil poeta, en su tiempo popularísimo y celebrado, el traductor en versos espaiioles de Boileau, el émulo de Quintnna y de Gallego en sus soberbios cantos a la independencia y la libertad de nuestra Espafla. La que tocó luego a Don Mariano Roca de Togores, el primer Marqués de Molins, vuestro celoso Director, el reorganizador entusiasta y diligente de ésta y de todas las Academias nacionales, Diputado y Senador, Ministro de la Corona una y otra vez, Embajador en Roma y en París, orador parlamentario, político eminente, uno de los que más contribuyeron a la restauración feliz de la Monarqnía, y de sus más grandes servidores después de restaurada; a quien nada de esto quitó el tiempo necesario para escribir La espada de un caballero, y Doña Maria de Molina, y La Manchega, para hacer versos, artículos y discursos académicos elocuentes, discretos y amenos como los que - 8- más. Ésta es la Silla que ocupara ayer Don Francisco Silvela, otro político y gobernante, sobre todo y ante todo hombre de letras y sutil crítico, delicado y exquisito, el agudo comentarista de la Santa Monja de Ágreda, robado a la Academia y a la Patria bien prematuramente, cuando más podían esperar ambas de su experiencia y de sus luces; la que quhdsteis dar después al modesto Sacerdote e investigador infatigable Don Crist6bal Pérez Pastor, a quien tanto debía nuestra historia literaria, sin que os consintiera su muerte verlo en ella, y a la que trajísteis, por fin, al Académico que lloráis aún, a Don Andrés Mellado y Fernández, para cuya sustituci6n me habéis bondadosamente designado. Ya veis que no exageraba cuando os decía que son estos recuerdos solos motivo bastante para producir en mi ánimo los sentimientos que antes os expuse, con la absoluta sinceridad que es propia mía y que vosotros en toda ocasi6n merecéis. De todos esos hombres tan ilustres, y tan diferentes, que la Academia trajo sucesivamente a sn seno, para sentarlos en esta Silla, hablaron como era debido, haciendo de cada uno el elogio que de derecho le correspondía, los que inmediatamente hubieron de sucederles, y a mí s610 me toca recordaros ahora al último que la ocup6, tan poco tiempo por desgracia. Porque hace apenas dos afios que la voz grandilocuente del que era entonces - 9- vnestro Director recibía. aquí mismo al r. Mellado, y lo saludaba en párrafos de calurosa bienvenida, brillantes como suyos, en muy interesante sesión, que de fijo no habéis dado al olvido, porque ella ofreció singularísimo reUeve, por la representación de ambos oradores, por consagrarse especialmente al recuerdo del ilustre académico recientemente desaparecido, de un lado la voz serena y tranquila, los acentos reposados del que lleg- aba, del otro la palabra ardiente, desordenada y avasalladora del gran Pidal, en la Presidencia de este estrado Canalejas, el primer Ministro del Rey, y ya vuestro electo, destinado a ser víctima de la Demagogia insaciable, el Saturno moderno, y sobre todos como flotando, simpática y amable, la sombra de Silvela, en aquellos instantes de solemne fiesta para la gloria del idioma, por Mellado justamente reconocido como « nuestro mayor y más ilustre título de honor y de esperanza>. Penetraba él por esas puertas proclamando satisfecho su abolengo literario: e vengo de la prensa y del periodismo., fueron las primeras palabras que hubo de pronunciar ante vosotros; porque es verdad que este compailero vuestro, sobre Diputa. do a CortE. s y Senador del Reino, sobre Alcalde de la Villa y Corte, sobre Ministro de la Corona, fué siempre periodista, y periodista singular, del que pudo decir con razón la voz autorizada del que lo recibía en vuestro nombre, que jamás escribió cosa que no sintiera, que buscó siempre en sus escritos la verdad, que reflejó siempre en sus artículos, 2 - 10- con lealtad acrisolada, el estado de sn conciencia. No era él entre vosotros el primero a representar el llamado cuarto poder, que ya de tiempo atrás le habíais expedido grandes cartas de ciudadanía en vuestra gloriosa y ordenada República, trayendo a vuestro seno él Don Severo Catalina, a Selgas, a Gabino Tejado, a Fernández Flores, a Valentín Gómez, valientes luchadores en la prensa diaria, a quienes las necesidades modernas del producir a gran velocidad, según la frase francesa, no habían estorbado el constante mantenimiento del pensar maduro, del decir castizo y del escribir correcto. Había yo conocido a Mellado en el Cong- reso de los Diputados y en la Alta Cámara, con ocasión de los que en algún otro sitio he llamado sin rubor, en actos de pública y solemne penitencia, mis devaneos pa1' lamentarz" osj pero, situados él y yo en campos distintos, donde más hube de apreciar su trato cortés y ameno, su conversación aguda y ocurrente, su juicio mesurado y su crítica templada y discreta, fué en un salón de Madrid bien conocido, en el salón de una dama ilustre y popular, entusiasta del ingenio, que los demás admiramos en ella, de una dama de Título extranjero, pero de sangre y de alma muy espallo] as, que ha sabido congregar a su alrededor, eu grandes fiestas memorables y en íntimas pequellas reuniones, con lo mejor de la sociedad, a literatos, políticos y artistas, como quizás nadie más que ella hace al presente entre nosotros. Allí era frecuente nuestro amistoso departir de cosas y personas con la literatura y la - 11- prensa relacionadas, cuyo recuerdo fuera tal vez inoportuno e indiscreto, aunque él pudiera dar materia interesante, si bien resbaladiza, a todo mi discurso; y dig- o que resbaladiza, porque si algo resultase de él que fuera para la prensa de ahora menos grato, parecería que deseo sujetarme a cierta moda actual, que obliga a echar a la prensa la culpa toda de cuantos fieros males, horrores y desolaciones llueven a todo momento sobre la flaca humanidad, aun siendo todos, como todos somos, un poco periodistas, y no siendo en realidad los periódicos inferiores a los que los leen, y los pagan, y en ellos se inspiran, y celebran, cuando no buscan, verse festejados, aplaudidos y encumbrados con mayor o menor justicia por ellos; y si algo saliera de mis labios, que pudiera serles lisonjero, semejaría como adulación a ese terrible cuarto poder, en realidad omnipotente, tan ensalzado y tan combatido como ocurre con todos los poderes, objeto siempre de grandes odios y de grandes amore~, y que hay que considerar nada más que con la filosófica serenidad que él merece, en su papel principalísimo dentro de las sociedades modernas, con todo el respeto que su ruda labor exige, con las excusas que requieren las mil dificultades de su complicada ejecución, pero siempre con la más absoluta independencia, hasta salvaje si se quiere, de sus reproches o de sus halagos. Lo que sí hay qne decir aquí a una gran parte de la prensa diaria, por los qne la queremos, sin acrimonia y carifiosamente, pero con firmeza y claridad absolu · - 12 - tas, es que hay qne dar algo más de lo ql~ e, por regla general, ella da entre nosotros a las Letras: que no sea todo para la política absorbente, y lo poco que la política deje para los toros y los crímenes; que haya algún espacio, por ejemplo, para las grandes fiestas del espíritu, para las grandes solemnidades del entendimiento, como lo tiene siempre la gran prensa francesa, y lo tenía en otros tiempos la espafiola, y no quede apenas para el hombre de pluma y de trabajo, que lucha en cuanto puede por la cultura y el progreso de la común patria, sino el modestísimo rincón y las líneas escasas que quieran dejarle en el periódico de gran circulación el crimen riel día, la bailarina de moda o el torero de tanda. Hay que recordar a nuestra prensa, para su provecho y el de todos, que Mellado filé un gran periodista porque fué nn gran literato, como lo fueron los que antes cité, para hacer memoria sólo de los muertos, según es aquí entre vosotros loable costumbre. La misma pluma q no escribía los artículos excelentes de El Imparcial) pesando de tal manera sobre las inteligencias espafiolas afios y afios, la misma pluma con que aquel periódico interpretaba el dolor público a la muerte prematura de nuestro malogrado Alfonso XII, y despertaba las públicas alegrías y las esperanzas nacionales ante el nacimiento, que pareció providencial, de Alfonso XIII, la misma pluma con que redactaba sus bien pensadas crónicas y revistas en los grandes órganos de la publicidad de Buenos- Aires y - 13 - La Habana, llevando a los pneblos nuevos de origen espafiol el noble espíritu de la Metrópoli lejana, escribía el primoroso libro titulado En Roma, con que todos nos hemos deleitado, y esas Escenas '! J cuadros que materialmente nos trasladan, como por arte mágica, a aquellos días extraordinarios de la Historia, pareciéndonos vivir la misma vida extrafia del pueblo romano decadente, y sentir los horrores de Una tragedia bajo Calígula, y estremecernos espantados ante La demencia de los Césares, como si nosotros mismos hubiéramos gemido bajo el fiero látigo de Domiciano y de Calfgula, y ver asombrados la primera aparición de los cristianos, que un pobre judío de Palestina, apoyado en unos cuantos humildes pescadores, había levantado, sin otra ciencia que la de Dios, sin otras armas que las del propio sacrificio, frente al. poder mayor que conociera jamás el mundo. Y, como gran literato q1le fué, fué Mellado también gran espafiol, que las Letras son como el alma misma de la Patria, y así pudo evocar entusiasta nuestro pasado, ya escribiendo de la Retirada del Duque de Alba, ya cantando El nacimiento de Lope, y decir ante vosotros, cuando celebraba a Silvela, en ese discurso de su recepción, que es de los más bellos que aquí se han pronunciado, él, que se confesaba p: lfte de una generación desgraciada, que lo era en Filosofía todo menos cristiana, todo en política menos gobernante, que os traía « entre las efusiones de la gratitud, amor religioso a nuestras glorias seculares, y fe y esperanzas fervientes en loa - 14- futuros providenciales destinos de la inmortal raza espan. ola » . Y ya que yo no pueda consagrarle mi discurso todo, como él hizo a Silvela, y de modo tan acabado, declaro que me cabe una triste satisfacción en consignar siquiera ahora este corto recuerdo del hombre modesto, discreto y afable, del periodista honrado, del culto y correctísimo escritor, del buen patricio y excelente Académico a quien me toca suceder hoy entre vosotros. Yo desearía, Seilores Académicos, molestaros lo menos posible, y celebraría poder dar, con lo dicho, por totalmente desempefiado mi cometido; pero quieren vuestras actuales leyes, lejanos ya los tiempos de las Oraciones gratulatorias, que esto haya de ser un discurso, y un discurso en que se trate de algún punto con la Literatura relacionado; por lo que, sometiéndome gustoso a sus mandatos, con promesa formal de no ser largo, un discurso será, para cuya materia, buscándola yo que encajara del todo en el círculo de mis predilecciones literarias, y que pudiera ser digna de este lugar y de vosotros, he pensado que podría hablaros algo de las relaciones existentes entre la Real Academia Espafiola y la alta aristocracia de nuestro país, seguro de que estos nobles recuerdos no pueden dejar de seros gratos, y que no disonarán en el seno de la sabia Oorporación que por su parte representa la alta aristocracia de las Letras, y en la casa - 15- que debe su comienzo a tan principal y poderoso Magnate, como fué el Marqués de Villena y Duque de Escalona Don Juan- Manuel B'ernández- Pacheco, vuestro egregio fundador. Si las Letras humanas constituyen sin duda la primera de las aristocracias, puesto que son, según la frase del pensador francés, la nobleza intelectual de las naciones, que es la mayor nobleza, y de ellas pudo decir un gran Prelado, honor de su país y de la Iglesia universal, que no les hay superior nada más que el Evange~ Jio, resumen de las Letras divinas, no ha de parecer mal que en presencia de esta docta OompafHa, encarnaci6n de la aristocracia de la inteligencia, se recuerde a las otras aristocracias sus obligaciones con las Letras, haciendo ver a todos que el declinar de las instituciones nobiliarias coincide fatalmente con su alejamiento de las lides literarias e intelectuales, y que hay que conservar a todo trance el dominio sobre los espíritus, si los otros dominios han de mantenerse, o de recobrarse alguna vez si desgraciadamente se han perdido. El amor que sentí desde luego por mi Patria insigne y por su historia no igualada, llev6me como de la mano al amor de las viejas instituciones, que son en realidad los robustos pilares en que fuertes se cimentaron su vida, su grandeza y su gloria; amé, como espafiol apasionado, la Iglesia, la Monarquía y la Nobleza, la gran trinidad con cuyo esfuerzo de siglos se teji6 principalmente esa tela maravillosa que se llama la historia de Espafia. Esta alta instituci6n de la Nobleza espafiola, naci- - 16- da con la misma Monarquía en las asperezas de Covadonga, formada en ocho centurias de luchar porfiado e incesalJte, amasada con la propia generosa sangre, de que empaparon sus fundadores el suelo que hacían suyo, mereci6 desde luego mi más respetuoso carifio, y yo no creo necesario formular la menor protesta de que s610 me inspira para juzgarla el interés vivísimo que este historiador de su pasado ha de abrigar forzosamellte por su porvenir. Yo he de expresarme aquí con toda aquella delicadeza y con toda aquella cortesía que el lenguaje académico impone, y que a mí me exigiría siempre y en todo caso mi decidida voluntad, pero al mismo tiempo con toda la sinceridad, y toda la claridad, y hasta la rudeza que son del caso, si lo que diga ha de servir para hacer alguna impresi6n en aquellos para quienes hablo, si no con la escasa autoridad mía, con la que puedan prestarme más que nada el sitio, la ocasi6n y la gravedad reconocida del cuerpo literario que me abre en estos momentos sus puertas. Una de las grandes vulgaridades, que como todas la vulgaridades se repite y hasta corre de generaci6n en generaci6n, es esa de que fué la No · bleza de Espafia enemiga del saber y de las Letras, cuando es lo cierto que, en medio de la brega de todos los instantes, en que esa Nobleza nació, y creci6, y se desenvolvió un siglo y otro, dentro de ese rudo vivir de la Edad Media, en el fragor jamás interrumpido de las armas, con que, por su Dios y por su Rey, iba recobrando a palmos la - 17 - tierra de Espaiia, ella se abrió, en sus más altas representaciones, a las delicias supremas de las Letras y del saber, embrionarias como lo era todo en aquellos días remotos. Todavía en pleno siglo XIII, a ejemplo de sus propios Reyes, que ya ganaban el dictado de Sabios, la alta Nobleza aparece manejando la pluma con la misma destreza. que la espada, destacándose entre sus brumas la figura original de Don Juan- Manuel, Príncipe más que Ricohombre, Hijo de Infante y Nieto de Rey, inseparable de los comienzos lejanos de nuestras Letras: llena el siglo XIV el claro nombre del Gran Ohanciller Don Pero López de Ayala, y son del xv Fernán Pérez de Guzmán, el Sefiar célebre de Batres, y el legendario Don Enrique de Villena, nieto del Duque Real, y el Almirante Mayor de la Mar Don Diego Hurtado de Mendoza, y el inquieto Duque de Arjona, y el gran Marqués de Santillana, y Don Jorge Manrique, el hijo del Maestre de Santiago, y el Oondestable Don Alvaro de Luna, precursores del florecer espléndido que había de representar para las Letras el siglo XVI. Así, mientras esa Nobleza, que no sólo sabía leer y escribir, sino que era maestra consumada en canziones y dezires, batallaba sin descansar, y recobraba lentamente el suelo, profanado por la morisma, y lucía en las Navas de Tolosa y en el Salado, como después frente a Granada, y se sacrificaba a cada paso en los altares de la Religión y de la Patria; mientras llenaba de furtalezas y castillos las crestas más empinadas de nuestros montes, y sembraba de ricos a. lcázares y 3 - 18- soberbios palacios el suelo de nnestras viejas ciudades, y la tierra toda que reconquistaba de Iglesias y Monasterios, y los Monasterios y las Iglesias de capillas suntuosas y de magníficos sepulcros, que recogieran sus cuerpos envueltos en hierro para esperar en ellos la eternidad, yponía arrogante sus yelmos y sus blasones, tributo supremo a la raza y al arte, sobre todos los muros y todas las puertas, se entregaba a la tarea que consideraba la más noble, e apuesta, e sabrosa) haciendo el Libro del Conde Lucanor, escribiendo la vida tormentosa del pobre Rey Don Pedro, dando a Castilla las Generaciones y Semblanzas, formando el Libro de las Claras et virtuosas mujeres, dándonos el Arte Cisoria, y el de Trovar) haciendo el Regimiento de Principes, y el Rimado de Palacio, y el Lib7' o de Cetreria, traduciendo la Divina Comedia, y la Eneida J y las Décadas de Tito Livio, componiendo versos inmortales en loor de la Serranilla, Moza tan fermosa non vi en la frontera como una vaquera de la Finojosa; y exhalando sus ayes doloridos, que otra ninguna lira ha aventajado, sobre la tumba recién abierta del insigne Conde primero de Paredes. No es ciertamente vulgaridad menor, ni menos afortunada, eso de que los Reyes Católicos acabaron con la vieja Nobleza, que estamos oyendo y - 19- leyendo a cada paso, cuando la buena crítica y el conocimiento exacto de los hechos nos forzarían a reconocer que fué con los abusos de los Magnates, con sus intrusiones, arrogancias y desacatos, con el hondo espíritu de rebeldía, por la debilidad de los Reyes Trastamaras consentido y fomentado, hasta llegar al escándalo inaudi to del destronamiento de Avila, con lo que aquellos grandes Soberanos tuvieron el valor de concluír. Los Reyes Católicos nominaron enérgicos aquellas ambiciones que ponían en peligro y en desdoro a la misma Realeza: ella, la gran Reina Dofia Isabel, nunca olvidada de la humillación por que pasara su altivez de Princesa Real ante las pretensiones matrimoniales de Don Pedro Girón, cuando el Maestre famoso de Calatrava, tronco de la Casa de Osuna, y el Maestre de Santiago Don Juan Pacheco su hermano, que lo fué de vuestra Casa de Villena, eran, cual el noble poeta los proclamó, Maestres tan prosperados como Reyes. y los convirtieron a todos, de pequefios Soberanos que querían ser, en grandes Sefiores que eran so · lamente, relegándolos a su verdadero papel, de los que fué el Monarca p'J'imus ínter pares) pero por mil razones el primero, la Nobleza por bajo del Trono, no a su nivel ni a veces por encima, nunca privada de su natural poder, ni amenguada en sus legítimos privilegios. Ella, con los Reyes Cat6lí- - 20- COS, con Carlos V y Fclipe n, vivió poderosa, influyente y respetada: el gran Cardl'nal Mendoza, el Almirante Don Fadrique, el buen Conde de Haro, el Duque del Infantado y el Conde de Tendilla, brillan en primer término en el gran reinado que hizo la unidad de Espan. a, que descubrió el Nuevo Mundo, que alzó verdaderamente los sólidos cimientos de la moderna Patria: el Condestable, el Marqués de Astorga, el Duque de Alba, el Conde de Benavente, el Marqués de Cafiete, lucen alrededor del sol esplendoroso que se llamó Carlos V; bajo Felipe II los cinco Duques ¡ y qué Duques!, el de Pastrana, el de Feria, el de Osuna, el de Alcalá, el de Baena; los de Lerma y de Uceda gobiernan con Felipe III; el Conde- Duque y Don Luis de Haro con Felipe IV; Medinaceli y Oropesa con Carlos n. Ellos conservaban y aumentaban bajo los Austrias sus feudos, sus Estados y Selloríos, aconsejaban los primeros a los Reyes, los representaban en todas partes, educaban y formaban a los Príncipes, dirigían los ejércitos de Tierra y Mar, gobernaban en los Países- Bajos, en Italia, en las Indias remotas e inmensas, y, abiertos a todos 10M méritos nnevos, pero grandes, o por mejor decir, extraordinarios, colocaban en las primeras filas de la Rica- Hombría al hijo de Co'ón, y lo casaban con nna Toledo de las de Alba, y enla zaban a Hernán Cortés, el modesto hidalgo extremello, que sus hechos asombrosos convirtieran en Marqués del Valle de Oaxuca, con la hija del poderoso Conde de Aguilar y Seftor de los Cameros, y - 21- a las propias hijas del Conquistador de México con los Enríquez y los Quifiones, y daban por mujer una Girón al nieto de Francisco Pizarra, hecho Marqnés de Las Charcas, aunque varias veces baso tardo. Ella siguió siendo la primera en el servicio de la potente Monarquía, la sefiora de la mitad al menos del territorio nacional, sin que fueran jamás obstáculo aquellas grandes ocupaciones en la gobernación del Estado, cuando mandabl'l en el nomo bre aug- usto de la Ci: l. t6lica Majestad los vastos pedazos del Imperio espafiol diseminados por dos mundos, o representaba a sus Reyes, con fausto, con inteligencia y con gloria, deslumbrando a los Soberanos de Europa en sus célebres Embajadas, para que cantase con Garci Lasso de la Vega, en las riberas misteriosas del Tajo, El dztlce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso; para que escribiese la Historia con las plumas de oro de Don Diego Hurtado y de Don Bernardino de Mendoza, de Don Carlos Coloma y de Don Francisco de Mela; para que llenase la Corte de las punzantes sátiras del Conde de Villamediana Don Juan de Tassis; para que hiciese con el Príncipe de Es · quilache Don Francisco de Borja. el poema heroico Nápoles recuperadaj para que iluminase de singulares resplandores nuestro pasado con el Marqués de Mondéjar Don Gaspar Ibáfiez de Segovia; todos ellos glorias de nuestras Letras, de nombres como - 22- los que más re petados y esclarecidos en nnestros fastos literarios. Y cuando llegó para aquéllas la decadencia, con el declinar también de la Monnrquía, y comenzó el siglo XVIII y un Príncipe francés ocupó el Trono de Espalla, fué a un Grande de la más encumbrada representación y de la estirpe más ilustre, a quien tocó por suerte elevar para su conservación, y para la defensa de la lengua misma, esta fortaleza inconmovible, que forma, va ya para dos siglos, vuestra gloriosa Compallía. No puede seros ingrato que me detenga algnnos instantes, aun abusando un poco de vuestra hidalga condescendencia, en el recuerdo simpático y amable del Marqués de Villena y Duque de Escalona Don Juan- Manuel Fernández- Pacheco, que es vuestro Cardenal de Richelieu, y el que habrá de ofrecerse como modelo a las generaciones actuales, y a las que habrán de sucedernos, si la Nobleza espafiola ha de vivir, y ha de vivir como a tan claras tradiciones ya todos estos antecedentes verdaderamente corresponde, acabando con el sueflo prolongado a que está entregada, con la verdadera catalepsia que presenciamos, tan parecida a la muerte. Yo he tenido el honor de escribir la bio · grafía del Marqués- Duque, hasta ahora quizás más detenidamente que nadie, y os declaro que nada hay más hermoso, ni más consolador, ni que más despierte las esperanzas, que la vida accidentada y provechosa de este Magnate ca tellano que lo fué todo, voluntario contra los turcos, herido en el sitio de Breda, General de la Caballería en - 23- Catalufia, Virrey allí, y en Navarra, y en Aragón, y en el Rosellón y la Cerdafia, y en Sicilia y en Nápoles, Embajador extraordinario al Sumo Pontífice, Mayordomo Mayor de nuestro primer Rey Borbón, Caballero del Toisón de Oro, y, sobre todo y más que todo para su gloria, vuestro fundador y protector, y vuestro primer Académico, y vuestro primer Presidente y Director perpetuo; como que sc había formado en la educación clásica que era estilo de los Sefiores de su tiempo, consumado en el conocimiento de las lenguas latina y griega, italiana y francesa, en las Matemáticas, en la Geografía, en la Historia eclesiástica y profana y en las Sagradas Escrituras, tan versado - dice un autor contemporáneo- en todo género de estudios, ad07' nado de variedad de noticias, y exercitado en la más exquisita erudición. Nada más atractivo que la figura original de este Prócer ilustre, a un tiempo soldado, diplomático, gobernante, académico y cortesano, a mi juicio la más principal y relevante de su época, la más digna de cuidadoso estudio, por nadie hasta ahora hecho, aunque tan celebrado en vuestro seno por los Interián y los Oasani, y fuera de esta Casa y de Espafia por la pluma cáustica, magistral y descontentadiza del propio San Simón, que fué, el Duque francés y libelista sin segundo, siempre ag- rio, displicente y duro, ante q uicn casi nadie encontró g- racia, su decidido y entusiasta panegirista. Y dejadme que os declare, acá para ' inter nos, esperando que no habréis de tomarlo a mal, que el de Vi- - 240- llena me resulta siempre sobre toda ponderación simpático, hasta cuando, en plena alcoba de Felipe V enfermo gravemente, a los ojos atónitos de la Reina Dofia Isabel Farnesio, él mismo viejo y doliente, y sin poder casi tenerse en pie, descargara furioso su bastón de Jefe de Palacio sobre las e~ paldas de Alberoni; bastonazos que, de parte de personaje tan piadoso, y de cristiano tan excelen te, que estuvo a punto de ser él mismo Primado de las Espafias y Arzobispo de Toledo, no se enderezaban, claro está, al castigo del Eminentísimo Cardenal de la Santa Iglesia de Roma, sino del propio primer Ministro del Rey, italiano, extranjero, soberbio, intrigante y enredador. De sobra sabéis que a ejemplo suyo, y a partir del día mismo de vuestra institución, toda la alta aristocracia de Espafla, amante como Don Juan Pacheco de las Letras y de los literatos, llamó constantemente a vuestras puertas, y tuvo a tanta o mayor gala ocupar un sillón entre los vuestros, como ejercer los primeros cargos palatinos, o llevar la representación de la MHjestad Católica a los otros Reyes de Europa, o gobernar el medio mundo que aún nos pertenecía; que en esos tiempos, generalmente con tan poco conocimiento juzgados, era la del espíritu que representáis una nobleza superior y aparte. rrodas las grandes Casas de la Monarquía se apresuraban a inscribirse un día y otro en vuestro libro de oro, buscando esa especial ejecutoria que la Academia Espaflola confería y confiere, y la primera de todas esa misma Oasa de - 25- Villena- Escalona, que os dió tres Académicos y Directores más, en el hijo y los dos nietos del que os fundara, el Marqués- Duque Don Mercurio- Antonio López- Pacheco, Capitán General de los Reales Ejércitos, vencedor en Bl'ihuega y Villaviciosa, también Mayordomo Mayor de Felipe V y su Capitán de Guardias de Corps, egran Sefior, buen soldado, justo gobernante, fino diplomático, y amante y cultivador ele l[ ls Buenas Letras, continuador en todo de las altas virtudes de sn venerado antecesor: l>, en Don Andrés- Luis Fernández- Pacheco, Caballerizo Mayor de la Reina, eheredero de la vasta cultura y del grande entendimiento de su abuelo paterno>, en el Teniente General Don . luan- Pablo López- Pacheco, que fué el cuarto y último de esta verdadera Dinastía de Académicos y Directores, que todos se honraron reuniendo a la Academia naciente en su propio y hace tiempo derruído Palaci(). A imitación de esa grande Casa de Villena, las más altas y calificadas se disputaban el honor de figurar en vuestras listas, no ya entre vuestros Di · rectores, sino entre vuestros Académicos de número. La Casa de Medina- Sidonia, la primera Ducal de los Reinos de Castílla, os dió, cuando eran todavía sus poseedores Pérez de Guzmán el Bueno, en el Duque Don Pedro Alonso, último descendiente directo del héroe legendario de Tarifa, un Académico perfecto, versado en idiomas, en el Derecho y en la Historia, cultivador de las Musas, traductor afortunado de Boíleau, de Pirón y de Racine. La Casa de Osuna, en el apogeo de su for- - 26- tuna y de su grandeza, cuando ncababa de unirse a la de los Condes- Duques de Benavente, os dió, en el Duque Don Pedro Téllez- Girón, al que lo mismo hizo la guerra contra Francia que asistió laborioso y asiduo a vuestras juntas, y así está inmortalizado por el pincel atrevido de Goya que por la respetuosa amistad de Clemencín. La Casa de Alba, en su Duque de Hl\ éscar Don Fernnndo de Silva Alvarez de Toledo, qne la hcrerló luego, os dió a vuestro sexto Director, el que ( lS instaló ya en una habitación del Real Palacio, y sellaló su presidencia con edicioncs del Diccionario y del Quijote, de la Gramática y la 01 tngrafía. La de Abrantes, representación espafioJa de la fidelidad portngnesa, dentro de la misma raza dc sus antiguos Reyes, os dió dos Académicos, en Don José de Carvajal y Lancaster, el gran Ministro de Fernando VI, el digno rival del Marqués de la Ensenada, vnrstro Director igualmente, y en Don Lorenzo de Carvajal y Gonzaga, el SerlOr de Cabrillas y Anaya, cumplido caballero, de cultura extremada, conciliador y amable, amparo de sus compafieros perseguidos por la política, lazo de unión de la Academia toda, que desagravió a Don Ramón Cabrera y vol vió a su Silla a Conde. Los Duques y Señores de Hijar, que cuartelaban en sus armas con las Reales de Aragón la3 Reales de Navarra, como nietos a lIn tiempo de los Jaimes y de los Teobaldos, os dieron a su Duquc Don Agustín Pedro Fernández de Hijar, que fué poeta y escribi6 tragedias, que él mismo reprcscntaba en su Pa- - 27- lacio de la Carrera de San Jer6nirno- sflqueado luego por la barbarie francesa-, bajo la direcci6n de Isidoro Máiquez, con damas y caballeros de la sociedad más encopetada. La ( Jasa de Alontellano, de los Adelnntados de Yucatán, os di6, en su primer Duque y antes Conde, al que inventara para vosotros la empresa famosa del crisol . r la conocida leyenda: Limpia, fija y da esplendor, que hace casi dos siglos constituye como vuestro lema no · biliario. La familia célebre y poderosa del Condestable de Castilla os diera al XIV Duque de Frías, soldado, orador, político y poeta insigne, al que elegísteis- él había de ser luego Marqués de Villena- cuando no tenía más que veinte afias, y ha · bía en lo porvenir de llegar a los Consejos de Ministros y a escribir cien composiciones inspiradas, de las mejores que prodnjo jamás la Musa castellana. La Casa de l\ fontijo, de que en nuestros propios días una gran espafiola realz6 el viejo lustre, compartiendo con un Napole6n el Trono de Francia, os di6 a Don Eugenio- Eulalia Portocarrero, Conde de Toba, como lo fué después la Emperatriz, tan famoso con el nombre del tio Pedro en los revueltos comienzos del siglo anterior. La Casa de Pufionl'ostro, descendiente de Pedrarias Dávila, os di6 al Marqués de Casasola, Conde luego de aquel Título. La de Almod6var, que descendía de Pedro Menéndez de Avilés, el héroe de la Florida, os di6 a su primer Duque y sexto Marqués, que fué Di · rector de la Academia de la Historia, vuestra hermana, rinl1 y vencedor de Oampomanes en ella: - 28- la de la Roca, de los Vera de Arfl g611, a su séptimo Conde y primer Duque, Capitán General de los Reales Ejércitos, Ayo de los Infantes de Espafia, que os pre:; idi6 muchas veces y en momentos difíles y dirigi6 asimismo la de la Historia con acierto: la Casa de Gor, de la Sangre del Rey Don Pedro, os di6 a dos Condes de Torrepalma, igualmente ilustres el padre q~ lC el bija, grandes poetas ambos, celosísimos y laboriosos: los Marqueses de Vallehermoso os dieron a Don José Bucarelli, el brillante Oficial de Guardias, el elegante General, querido de todos, protector carifioso de Don JuanNicasio proscripto. La Casa de Santa Cruz, heredera de Don Alvaro de Bazán, mantenedora de sus glorias, os di6 tres Directores, los tres inolvidables, celosísimos, paternales, en dos de sus Marqueses y en uno de sus segundones, el Don Pedro de Silva celebrado, que fué Sacerdote después de ser General, y a qu ien se ha declarado por algún historiador vuestro el primero de todos los Académicos, de no babel' antes existido mi paisano Don Juan de Iriarte. Los Duqlles de San Oarlos, recién lleg- ados del Perú, los descendientes de Lorenzo Galíndez de Carvajal, otro hombre de letras insigne, os dieron, aunque traílla principalmente por la política, al Duque famoso, el amigo de Fernando VII, su campafiero de Val<" l1yay, después su Embajador y su primer Miuhítro. La Oasa de Ofiate, que había recogido con la herencia y la sangre de VillameLliana su amor a la Literatura, os di6 su mejor prenda en la que fuera luego Marquesa de - 29- Guadalcázar, en la precoz Doctora de la Universidad de Alcalá, Maestra en Artes y Letras, y su Catedrática de Filosofía, a quien hicisteis galantemente, en los tiempos del obscurantismo, vuestra Académica Honoraria. Los Duques de VilIahermosa, de la Sangre Real Aragonesa, que ponían como ahora alderredor de su Corona el Sanguine empta sanguine tuebor, os daban, sin embargo, a su Don Juan- Pablo; los de Rivas, de los Saavedras legendarios de Andalucía, os daban a su Don Angel de Saavedra, conducido hasta vosotros por El Moro Expósito, por los Romances Históricos y por su incomparable Don Alvm'oj los Condes de Guendulain, de la vieja Nobleza navarra, Monteros Mayores de su Reino, os dieron al Barón de Bigüezal, luego Conde de aq uel Título, ya el laureado cantor de El Cerco de Zamora, Ministro de la Reina después. Y, por fin, los Condes de Pinohcrmoso, venidos desde los campos de Ol'ihuela, que sus antepasados ganaron, de la oriolana margen del Segura, os ofrecían en el Roca de Togores, que rué más tarde Marqués de Molíns, a vuestro principal historiador, a uno de vuestros más activos miembros y de vuestros más celosos Directores, con tanta gloria vuestra y suya, a la par que Embajador y Ministro en los grandes reinados q · ue van entrando ya en los dominios de la Historia. Todo esto, que es como la exposición de una gran palte de - 30- la espléndida galería de vuestros retratos de familia, sin invocar el recuerdo de los muchos Académicos Titulados, ni siquiera los de Montebermoso y Castafieda, Regalía y Carpio, y Escalonias, y San Felipe, y Salas, y San Juan de Piedras- Albas, ni el de los mnchos que llevaron al pecho las cruces de las Ordenes Militares, no exclnyendo de mi silencio a Pezuela, ni al mismo Jove- Llanos; todo <' sto es en gran parte vuestra vida, la vida fecunda, secular y gloriosa de la Real Academia Espafiola: tal es la representaci6n que di6 constante a vuestro Instituto la alta Nobleza de Eqpafta, para prez y lustre de ella y de él. Pero habían empezado ya los malos tiempos a que el mismo Don Gaspar- Melchor pusiera airado la marca indeleble de su condenaci6n y su anatema, preguntando en la Epístola a Arnesto, después de formular irritado la~ amargas quejas que todos recordáis y de bacer la tristísima desconsoladora pintura que todos conocéis: ¿ Es ésto la Nobleza de Castilla1 No pudo imaginarse el gran pensador asturiano el espectáculo doloroso que habría de ofrecerse un sig- Io después a cuantos sienten, como sentía él, de tan vieja y pura cepa desprendido, el amor de esa Nubleza castellana, a la que reprochaba entonces - 31 - ya, con más o menos justicia, su conducta, su ceguera, sn frivolidad, su alejamiento y su abandono de los altos deberes que le imponían su nacimicnto y representaci6n. No hay que cerrar los ojos a la luz meridiana qlle nos envuelve con su claridad. Ahora sí que, por desdicha de todos, más que en aquellos días, la Nobleza. espafiola, olvidando en su mayor parte lo q \ 1e hizo y lo que fué, vuelta de espaldas a las Letras, al trabajo y al estudio, marcha con tranquila inconsciencia a consumar su anulaci6n y su snicidio: entregada casi exclusivamente a los deportes, o a los placeres, o a la pereza y la inacci6n, recuerda a la triste Reina de Francia y a las grandes Sefioras de su tiempo, que habían emprendido desde la lechería de Trian6n la senda del patíbulo vestidas de pastoras, entre los rústicos buc6licos placeres a que las brindaban engafiosas las lecturas de Juan- Jacobo. Ahora sí - que no hay el ansia honrosa de adornar y realzar las coronas de los Grandes, enlazando con los florones y las perlas heráldicas las palmas y los laureles de las Letras: ya no hay Academias ni reuniones en las casas de los Magnates, como las que el mismo G'ran Capitán tuviera, escuelas de la cortesania y de la magnificencia, después de haberse paseado triunfador por los campos de Italia, en el filos6fico retiro de su · ~ agujeros de Loja; ya no hay salones literarios, como Madrid los tuvo hasta ayer mismo, a pesar ahora de alguno que otro generoso intento, sofocado por los gUl: ltos modernos frívolos e insustanciales; ni hay el - 32- plnc<.' r sublime de estos torneos del espíritu, a qne la Nobleza espafiola salía con el mismo entusiasmo que flln( t al Paso Honroso de la Puente de Orbigo Don Suero de Quiñones. Ya, cuando desaparece de entre los vivos una gentil y hermosa Sefiora, nacida en las alturas, en las alturas admirada, no se forman COTonas fúnebres, como la ' que tejieron los poetas del siglo anterior, Larra, MartíJ1CZ de la Rosa, Gallego, Tapia, Quintana, Ventura de la Vega, Lista, Donoso Cortés, Rivas, Arri< lza, para aquella malograda Duquesa de Frías, que se había casado en medio de los horrores de la guerra, inspirando el recuerdo de su boda a su propio egregio marido los magní · ficos versos, reflejo fiel del modo de pensar de una generación viril, que compartía sus amores entre las armas y las Letras: No las sacras antorchas reflpjaron mármol bruiíido y rC{ jios artesones, sino el hierro marcial de los pendones que en la patria defensa tremolaron. De un bondadoso agricultor el lecho fué el tálamo nupcial: sirvió mi espada de espejo a la beldad que el alma llora, y en amor y valor mi pecho ardia..... ¡ Campos famosos de la antigua Baza, eternos sois en la memoria mía! Cuando la principal_ Nobleza espafiola separó la vista desdeftosa de las Letras. y del estudio- con las honrosas actuales excepciones que vosotros aquí, - 33- y vuestros compafieros de las otras Academias, os apresuráis siempre a recoger, y para las que todo aplauso resultará siempre poco -, renunció, sin darse cuenta, a la suprema intervención que le tocab~ de derecho en la vida de su país, a la dirección intelectual de la sociedad espafiola que en tan gran parte le correspondía, a la alta política misma que había de dirigir, o de coadyuvar en primer término a su dirección. Todas las cosas tienen en · tre sí una conexión tan honda y tan estrecha, q ne no cabe separarlas a capricho: sean las que fueren las vicisitudes de los tiempos, decía al Patriciado Romano aquel gran Papa y pensador eximio que se llamó Le6n XIII, la aristocracia de la sangre, con la del talento y la fortuna, han de gobernar el mundo, y < un nombre ilnstre jamás dejará de tener grande eficacia para el que sepa dignamente llevarlo » . No basta para esto encerrarse en el estricto cumplimiento de deberes, que podríamos llamar pasivos: gran cosa es mantenerse, por la dignidad de la vida, por el respeto de la Religión, por el ejercicio de la caridad, por el sentimiento de la familia, por el amor del bien y la consideración del propio nombre, g~ an Sefior en medio de la pequefiez imperante; pero nada de ello puede ser bastante en estos momentos de lucha y de combate, en que todo aparece amenazado y puesto en pe · ligro. La alta Nobleza e;¡ pafiola, como ninguna otra de Europa, volvi6 tiempo hace las e3paldas ~. l servicio directo de la Iglesia, olvidando que le había li - 34- dado en el transcurso de los siglos, para g- loria inmarcesible de una y otra, páginas inmortales, donde estaban escritos sus nombres, los de aquella brillantísima cohorte de famosísimos Oardenales, de santos Prelados, de temidos Abades, O'nerreros y escritores al par, de piadosos Oanónigos, de Religiosos esclarecidos, salidos de las primeras Oasas de la Monarquía; olvidando que fué un Guzmán el q ne fundó la Orden de los Padres Predicadores, y un Loyola el creador incomparable de la Oompanía de Jesús, y un Borja y un Xavier las primeras ilustraciones de esta milicia insigne, y antes un Oardenal Mendoza el principal instrumento de la Providencia para hacer a Espana, dejando apenas ahora, desperdigados por acá y por allá, un Benavides, un Cascajares o un Spínola. Ella volvió las espaldas al ejército, que constituía él solo una gran nobleza, la nobleza de los que están a toda hora dispuestos al sacrificio de su sangre, al holocausto de su vida, en los altares de la Patria, de los que nos garantizan a calla momento la seguridad, el honor, la hacienda, la tranquilidad, la libertad y la independencia nacional, sucesores de los que conquistaron el mundo a la sombra de nuestra bandera, y entre los que tuvieron siempre sus abuelos el primer lugar; aunque la justicia nos obligue a reconocer que hoy figura en sus filas la juventud patricia, en una reacción patriótica que nunca se celebrará bastante, en una nueva explosión de los más altos sentimientos que merece todo nuestro aplauso, en un tornar al amor de los - l55- amores que abre nuestros corazones a las más justificadas esperanzas. Ella volvió las espaldas a la política, que yo no he de llamar con este nombre a figurar aislado y mudo en una u otra Oámara, entusiasmándose con la elocllencia ajena, siguiendo taciturnos las ajenas inspiraciones, figurando como simples soldados, en ésta o la otra fracción, a las órdenes de éste o del otro afortunado capitán; que intervenir en la política es penetrar en sus entrafias y subir hasta sus alturas, jugar el gran papel que en sn escena les corresponde, estlldiar detenidamente los grandes pro · blemas que el gobierno de los pueblos ofrece a. la seria meditación de los que aspiran debidamente a ejercerlo, hacer ] 0 que el Oonde de Aranda, más o menos a nuestro gusto, bacía en el siglo XVIII, y en la primera mitad del XIX hacían aún Toreno, Ofalia, Frías, Villlma, Rivas, Miraflores, para llegar a ser grandes Ministros, Presidentes respetados de las Oámaras y hasta autorizadísimos Presidentes del Consejo. Ella no quiere por lo visto hacer honor a la. célebre frase de un gran filósofo y estadista extranjero: No hay gran Rey sin gran lrfinist?' O, que pensaba sin duda en lo que fueron para el propio Luis XIV un Oolbert, un Le Tellíer, un Louvois y un Séguier; y, distraída en atenciones de escasa monta, nada hace por contribuir a la g- randeza de su Soberano, subiendo hasta los Consejos de la Oorona, para ayudarle a ser gran Rey siendo ellos Ministros grandes, como lo fueron sus más próximos abuelos de Oarlos III y de Isabel n. - 36- La alta Nobleza ha vuelto las espaldas a la Toga, de que revestía a sus hijos segundos, después de hacerlos cursar en los célebres Colegios Mayores sólidos y fuertes estudios, para llenar luego el Oonsejo upremo de Oastilla y los otros todos de estos Reinos, y las Ohancillerías y las Audiencias en Espafia y en Ultramar, de todos esos nombres respetables, de que otros nobles juristas y literatos, Ruiz de Vergara y el Marqués de Albentos, nos han dejado por fortuna el más interesante catálogo. Ella volvió las e paldas a las grandes especulaciones mercantiles, aunque siguiendo en esto en realidad las tradiciones de su país, al revés de lo que hicieran los g- randes Patricios O'enoveses y venecianos, que dejaban el alto comercio para ser Duxes y enadores, y ejercer las más altas dignidades de aquellas aristocráticas repúblicas, sacando a lo mejor de la vida de los neO'ocios a un Ambrosio pínola, para que llegara a ser el primer Marqués de los Balbases y el primer General de su tiempo; y, sin quererse enterar de lo que en estos asuntos pasa fuera, se mantiene distanciada de lo que representan en el moderno vivir las agitaciones industriales y bursátiles- con alguna, quizás única, simpática y plausible excepción, más plausible y más simpática cuanto más sola- j ejemplo acabado de que puede ostentarse con absoluta diO'nidad un gran nombre, de los más celebrados de nuestra Historia- que mucho lamento no sea costumbre pronunciar aquí-, consagrado el que lo lleva a - 37- las altas y provechosas iniciativas que todos sabéis y celebráis seguramente. Nuestra alta Nobleza parece, en suma, que se aleja de todas esas grandes manifestaciones del vi vil' patrio, como se aleja sin duda, más o menos conscientemente, en estos nuevos rumbos extrafios de la educación general de las qne fueron clases directoras, de este culto sngrado y tradicional de las Letras, a que todo le brinda, que es además un gran placer, con el que ningún deporte material podrá compararse jamás, dejando que otros más decididos, más audaces, menos indolentes y mejor preparados, preparados en el Foro, en el periodismo, en la Cátedra y en la Literatura, manejen a su antojo el vivir nacional, mientras ella conSllme lentamente, con nobles honrosísimas excepciones, los todavía grandes heredados presti- . gios en una indolencia mortal, de que haya de dar algún día estrecha cuenta ante Dios y la Historia. Todo esto coincide fatalmente con el bajar de la Nobleza en otros órdenes importantes, pues al mismo tiempo que el del espíritu, se le escapa por instantes el dominio de la tierra, que ella había ganado al precio de su sangre, desde Covadonga hasta Granada, y que la ley vinculadora defendía sabiamente de la mala administración, de las locurns, de las prodigalidades, de los despilfarros y de los caprichos de sus propios duefios. El cuadro es triste verdaderamente, y yo creo que se presta un gran servicio a la Patria, a la Monarquía, a la Nobleza misma, presentándolo alguna vez sin velos - 38- ni disculpas ni atenuaciones criminales, engaüándola y engatlándonos. Porque la Nobleza es en realidad una gran institución necesaria, en una Monarquía como la nuestra, en un pueblo viejo y de larga tradición y abolengo como el nuestro, y de todo punto compatible con las más progresivas democracias, que, recelosas y enemigas de todo lo que es hereditario, empiezan ya lentamente, a la vista de todos está, a reconciliarse con ello. Alguien dijo- me figuro que fué Taine- que una nación sin jerarquías es sencillamente una casa sin escaleras; creyendo yo qne es obra meritoria y hasta patriótica el que todos contribuyamos en lo posible a que la noble casa que habitamos, y que todos queremos como se quiere al común solar, mucho más cuanto más viejo, conserve sus escaleras naturales, las que le formaran en su obra constante el tiempo, los servicios, los trabajos y los prestigios de tantos siglos, y no se vengan abajo ruinosas y deshechas por la desidia criminal de sus indiferentes moradores. La alta Nobleza ha perdido sin duda una gran parte de la tierra que le da el nombre: los nidos famosos de las águilas, sin águilas ya que cobijar, se desploman en el olvido: las águilas volaron, y los nidos quedaron como pobres cuerpos sin almas, aban · donados y desiertos, condenados a deshacerse y a morir: apenas, por acá y por allá, una mano piadosa apuntala éste o aquel castillo, restaura ésta o aquella fortaleza, mantiene con filial amor éste o aquel palacio, ésta o aquella vieja casa solarie- - 39- ga, que flleron, en cualquier pefi6n lejano, en cual · ' qniera lug- ar escondido, en cualquiera ciudad de provincia o retirada aldea, la cuna veneranda de la raza. ¿ Qué es lo que queda del Alcázar de Escalona, donde pas6 su seria juventud vuestro fundador y su Duque, el EscolO?' famoso, donde se form6 su gran carácter, de donde sali6 preparado para sus altos mandos, sus grandes cargos, sus variados y difíciles puestos el gran Marqués de Villena? ¿ Qué resta del Palacio de Medina- Sidonia, donde los nietos de Guzmán el Bueno sofiaron en ser Reyes, arrancando las Andalucías al cetro de los Austrias, mientras, más afortunada, una Guzmán les arrancaba para los Braganzas, y para sí propia, como su Duquesa que era, el Reino entero de Portugal? ¿ Qué resta del Alcázar de Oabra, de donde el gran Oonde Don Diego acudi6 a su sobrino, el Alcaide de los Donceles, para la batalla memorable de Lucena, en que el anciano y el adolescente, ambos Fernández de 06rdova, hacían juntos su prisionero a Boabdil, y tomaban a un tiempo para sus armas la figura encadenada del mísero Rey Chico, y para lema. de su blasón, en emulaci6n respetable, los dos versículos del Evangelio de San Juan, el SINE IPSO FACTUM EST NIHIL, el OMNIA PER lPSO FACTA SUNT? ¿ Qué resta del Palacio Sefiorial de Marchena, cuna del Marqués de Oádiz renombrado, residencia de los Duques de Arcos, célebres todos en la vida nacional con el hist6rico nombre de Ponce de Le6n? ¿ Qué resta del CGl. stillo de los To- - 40- ledos en Alba de Tormes, de donde el Duque Don Fernando salió para guerrear y vencer en toda Europa, y que era desde Africa y Flandes, y desde Italia y Portugal, el objeto constante de sus re · cuerdos y cuidados? ¿ Qué resta del Oastillo de Benavente, solar de los afamados Pimenteles, los del Mds vale volando, entre los cuales toca el primer puesto al Castellano leal, aunque hijo de la fantasía i! 1agotable de vuestro Duque de Rivas? ¿ Qué resta del Palacio de Astorga, cuyos Marqueses y Sellores de la Oasa Osorio, Oanónigos de León como sus Reyes, disputaban a los de Villena la primacía de su Dignidad en toda Oastilla? ¿ Qué resta del Palacio de Tendilla, de donde salieron sus Oondes a sus Embajadas memorables cerca de los Pontífices Romanos, a plantar por sus manos vencedoras el pendón de Oastilla en la Torre mora de la Vela, entre el gran Oardenal de Espalla y el Maestre de Santiago, como primeros Alcaides de la Al · hambra recién ganada, a pelear COIJ tra el moro en el Pellón de los Vélez y en los campos de Túnez cún el valor que los hizo especialmente famosos en esa raza de Mendoza en que todos lo eran? ¿ Qué resta del castillo de Monforte, por los Oastros levantado, de donde salieron las dos hermanas, en la hermosura y en los infortunios iguales, Doila Juana para ser Reina de Oastilla sólo un día, Dolla Inés para reinar, después de morir, en Portugal, y luego los Oondes de Lemos, a quienes hicieron solamente Dios y el tiempo, para representar toda la lealtad de España, para brillar como Mecenas esclarecidos, - 41- pasando a la inmortalidad en los escritos de Lope, de G6ngora, de Oervantes, de los Argensolas? ¿ Qllé resta en su Villa de Osuna del Palacio de los soberbios Girolll's? ¿ Qué del de los Zúfiigas, Justicias Mayores de Castilla, en la su}' a de Béjar? ¿ Qué del de los POl'tocarreros en Mognol'? ¿ Qué del de los arrogantes Fnjardos en uno y otro Vélez? ¿ Qué del de los Beaumont, los Bastardos de Navarra poderosos, en . su Villa de Lcrín? El Palacio del Infantado, que asombró al Rey Caballero} no es de sus Duques, y aunque todavía conserve enhiesto sus escaleras, sus nrtewnados, sus fre~ cos, cuanto admiraron con asombro el Rey de Francia vencido en Pavía y sus ilustres campaneros, a raíz de su memorable derrota, no es ya múrada de los [ lltivos l\ fendozas, sino el asilo respetado de la familia nueva que forman allí las huél'f'lnas de la guerra. El Palacio del Santo Duque de Gandía es todavía de la familia de San Francisco, pero no de la familia de la sangre, no de la de los Borjas, elevada a la Silla de San Pedro con Calixto y con Alejandro, sino de la familia mística y religiosa, de la Compa1Ha de Jesús. ¿ A qué seguir esta lúgubre relaci6n? Apenas quedan, de las más de las un tiempo sefioriales moradas, a cuyos recios muros fiaban los formidables antepasados el porvenir y la grandeza de los suyos, apenas quedan míseros torreones, albergue muchos de ellos de gitanos y forajidos: con razón podría decir ahora más que nunca el gran vate andaluz: ¡ De todo apenas quedan las señales! 6 - 42- Vi ve nuestra alta : Kobleza indiferente, como n. su expulsión de la tierra, al movimiento de las ideas que agita y conmueve el mundo; y como ya no rige las conciencias con los Primados de Tole · do, con los Prelados de Sevilla, de Santiago, de Zaragoza, de Tarragona, de Valencia y de Gra nada; como ya no mnnda en jefe los ejércitos, cual primero los Gonzalo de C6rdova y los An tonio de Leiva y los Alba, y luego los Baena, los Leganés y los Balbases, y más tarde los de la Mina y los Montemar, y últimamente los Romana y los Albllrquerq lle; y como ya no lle\' a la dirección suprema de los asuntos públicos, como en el siglo XVIII mismo los Carvéljales y los Arandas, y en el XIX los Torenos, los Frías, los Vilumas, los Rivas y los Mirafiol es; y romo ya no crea, ni preside, lli inspira Inbtitutos literarios de la significación <. le la. Academia Española, desceftida la espada, en pedazos la toga, lejos el báculo y 1:: 1. mitra, ajena al tráfago y a las industrias, rota y en el suelo la pluma y muda la palabra, ausente de todos los lugares que llenó de sus grandes representaciones basta bace poco, semeja como agotada, exánime y sin alientos, como condenada inexorablemente a la disolución, a la desaparición y a la muerte. Yo no soy aficionado a buscar los ejemplos en la Francia moderna: la l!' rancia de antafio, nuestra eterna enemiga, podía sin embargo forzarnos, quisiéramos o no, a la admiración y al respeto, haciéndonos decir algo parecido al verso célebre de nuestro gran poeta: - 43 - Inglés le aborrecí, y hé'roe le admiro. La Francia de hoy despierta muy medianamentc mis simpatías, 0, para ser sincero, en nada las despierta; pero plle~ to que la moda tiránica lo quiere, y es entre las alta clases y entre todas elegante, persuasivo y hasta con vincente cvocar lo que pasa en Francia, sigámosla en buena hora. A través de cuatro rcvolllcioncs. diezmada por la guillotina, arruinada por la cmig- raci6n, despojada por las leyes nuevas, sin cabeza y sin Rey, aún vive mila · grosamente la obleza francesa) sin haber pcrdido jamás cl gil to refinado de lns Letras, y el que lla · man pmüdo de los Duques tiene siempre autorizada representaci6n en el seno de aqIIclla célebre Academia, y bajo la coupole como allí dicen. Ayer mismo, en la situaci6n q lIe sig- ui6 a edan y al derrumbamiento inesperado del Imperio, en la situaci6n quc restañ6 tantas heridaR, que hizo de nuevo a Frélncia, la O'mndeza de la figura de Monsieur Thiers nn ha sido bastante a borrar la de los tres Duqnes a cuyo alrededor gir6 la política toda de aquellos años memorables, el de Broglie a la cabe · za del Consejo de Ministros, el de Audifr~ t- P< 1squier en la Presidencia. de la Asamblea Nacional y del Senado lucgo, Decazes cn el Ministerio de Negocios Extr¡ tnjeros, miembros los dos primeros de la Academia Francesa, el de Broglie gran historiador y literato insigne, Pasquier orador y pensador eminente, Dccazes fino y experto diplomático, los tres - 44 - prueba plena de que aquella grnn Nobleza defiende sus posiciones, y para ello, lJaturalmente, estudia, trabaja, piensa, escribe y habla Pagando ahora el horrendo crimen de su nacimi\: llto, purgando el gran pecado de que corra por sus venas la sangre de los héroes que formaron aquella gran nación, arrojados violentamente a la oposición más extrema, los nobles franceses hacen todavía por las Letras lo que allí no se les consiente que real icen por la política, ni por las armas, y uno de los más gnmdes oráculos del pueblo vL'cino, una de sus voces más escuchadas, UIlO de sus primeros pensadores, UllO de sns oradorl s más elocuentes, uno de sus más altos esp( ritlls, el primero acaso ue los que dirigen y marchan a la cabeza de la Francia antirrevolucionaria y creyente, es el gran patricio, Diputado y Académico, heredero de Chateaubriand y de Montalem bert, q lIe se llama l' 1 Conde de MUll. Yo busco con ansieda( l en las filas presentes de la alta Nobleza española, histórica y secular, que vive felizmente al amparo de la Monarquía, algún Conde de Mun, y, lo digo con pena, no lo encuentro. Pero toda vía queda u a nuestra vieja aristocracia grandes elementos par, t luchar y resistir si ella lo quiere: esos nombres extraordinarios de la historia de Espafia, que sobresalen, como f<. lros luminosos, eu medio del diluvio univ<: rsal de Títulos j' honores producidos por la democracia imperante, que improvisa a cuantGS quieren serlo Duques, Marqueses y Condes, sin tradición, sin significación y sin pasado, tienen eficacia tal, que U: ISt.. t a los que los lIe- - 45- van qnerer salir de sn inexplicable apRtía, penetrar en la palestra con los antiguos heredados bríos, substraerse a la vida fútil y (' stéril en que Re consn · men desgraciadamentc las viejas (\ nergfas, para recabar la parte que se les debe en el puesto de honor que les han marcado los siglos. Todavía queda, a pesar de la desvinculaci6n de todos, del despilfarro de muchos, de la divisi6n constante del vasto patrimonio, todada queda en sus manos gran parte del suelo n~ cional: la riqueza territorial es acaso en la mayor p~ utc suya; no es la antigua Nobleza colosalmente rica, acaso porque se le pueda aplicar aquella frase de Gyp, cuando decía que « nunca se es colosal mente rico cuando no se ha robado nada., pero es rica moderada. y discretamente: todavía gOZ; l, más que ella misma cree, del prestigio acumulado ( 1urante las centurias por unas y otras gencraciones de cspailoles ilustres, que creyeron en HUS del'rchos, prro que creyeron aún más en sus deberes: todada sus nombres sig- nifican muchísimo en la vida española, que lo que aquéllas hicieron en su sal> idl. rÍ; 1 no puede terminar y desaparecer ante la locura de nn rato; la verdadera magia de sus viejos nombres sonoros, repetidos por Jos siglos, se impone todavía al respeto y al carifio de las multitudes desorientadas. Yo quiero creer que no es nuestra Nobleza nn cadáver, a quien s610 Jesucristo pudiera resucitar como a Lázaro, sino simplemente uno que duerme, ya quien el ruido de afuera, que crece cada día, ba de despertar y sacudir en cual · quier momento. - 46- Sí: es menester sacudir enérgicamente ese sopor letal, dar a los placeres y a la frivolidad su parte, y la suya indispensable al trabajo, al estudio y a la lucha, para que cada cual cumpla la misión a que lo destinó en sus designios la Providencia. Los golpes estridentes que la revoluci6n da a todas lns puertas, y que no despertaron antes a los Sefiores volterinnos y enciclopedistas de la Curte U~ Luis XVI, ¿ es de temer que no sacudan tampoco el suefio o la pereza de nuestras aristocracia~ distraídas? No es posible, ni espafiol, ni cristiano siquiera, pasar tranquilamente la vida, generaci6n tras generaci6n, divirtiéndose descansados, holgando y quejándose de 10 que no tiene remedio, sin intentar hallarlo a 10 que puede tenerlo todavía: ni esto conduce a nada útil ni a nada serio, ni es, en resumen, pese a toda vanidad pueril, más que la confesi6n paladina de la impotencia y de la nulidad. Hay que dar a la Nobleza presente un ideal, el ideal necesario, sin cuya luz ha de fa. ltarle más o menos pronto la vida: ¿ qué más ideal que el de mantener las tradiciones que la formaron. que la hicieron lo que todavía es? Es forzoso que ella, como todos, según la frase de Voltaire, cultíve su jardín: que todavía, aunque el rayo haya tronchado en él tantos árboles majestuosos y seculares, y la tormenta hn ya barrido sin piedad y en gran número plantas y flores, le restan dilatados campos fértiles, que pueden llenar de frutos abundantes el suelo de la Patria. Hay que tener fe en sí propia, y moverse a impulsos de esa fe redentora, haciéndose digna de - 47- ocupar en el gran combate que se ~ l\' ecina, y que a ella, como a todo lo tradicional, amenaza feroz, el puesto de honor que la mano de la Historia imperiosamente le seftala, si no quiere desaparecer eualquier día, y morir sin gloria, ella que naci6 de la gloria, y por la gloria fué lo que fué, cuando los grandes antepasados fundaban estas familias célebres, cuyos representantes corren hoy rápidamente, acaso con el brillo de la luz que se extingue, jinetes en jacas de polo, a su lamenta ble anulaci6n. Hay que trabajar sin demora porque esta casa de los espafioles no sea cualquier día la casa sin escaleras del fil6sofo: Ing- laterra y Alemania, los dos pueblos más jerarquizados de la tierra, están ahí para nuestro ejemplo: cansados de la imitaci6n en futesas que a nada conducen, imitemos alguna vez a los extrafios en cosa importante y trascendental. Que no haya ahora ningún Anfriso, melanc6lico y desesperanzado, que pueda con raz6n preguntar a Arnesto: ¿ Es ésto la Nobleza de Oastilla? No quiero cansaros más, Sefiores Académicos, ni que este modesto discurso, hecho para mi presentaci6n ante vosotros, vaya a resultar algo como tema más oportuno de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Sufrid que me haya permitido invocar vuestra autoridad en esta empresa ardua - 4 - en ql1e me han metido mis particulares estudios, en bien de la Nobleza, que es bien de Espafia y de todos; porque la ~ ana y provechosa democracia, vosotros ~ abéis nll'jor que nadie, como sabéis todas las cosas, que no es el barullo, ni el desorden, ni la destrllcci6n, ni la confusi6n, ni el caos, SiDO el atinado concierto y la natural intervenci6n de todos, cada llllO en el lllgnr donde la Providencia Divina, que sabe más que los hombres, sabiamente lo colocara. Estas escaleras de honor a que se refiere la frase de Taino- o, si no es suya, de El" nesto Ronan, o de ellalquiera otro La Cerda o Té · l1ez- Gir6n de la nobleza intelectual del mundo-, han de sal varsa y conservarse a todo trance, para que el magno odilicio do la Patria. espafiola no se venga por su falta abajo), sino que se mantenga hermosísimo, ordenado, duradero y fuerte, como lo han conocido las edades y lo han admirado los útros pueblos, con todo el e~ plendor de sus antiguas y venerandas instituciones, entre las cuales, al par de las más altas, toca sitio tan principal, ahora como en los días de su principio, a la Real Acadomia Espafiola, centro siempro del espíritu nacional, que vosotros mantenéis con el acierto que es notorio. HE DICHO. CONTESTACIÓN DEL SEÑOR DO E 1ILIO COTARELO y MORI SEÑORES ACADÉMICOS: El dulce contentamiento que traen a nuestro ánimo solemnidadcs como la presente, donde el corazón se explaya cn tiernas efusiones de amistad, al acoger un nuevo compallero, llamado a ilustrar con sus luces nuestras comunes tareas, templa y mitiga el duelo causado por la ausencia eterna de aquellos a quienes la muerte inexorable se compIugo en arrebatarnos. Alternativa es constante de las humanas cosas; ley fatal e ineludible que impone la renovación incesante dc la vida. Hoy se vistc de gala esta Acadcmia para rcci · bir en su seno al Excelentísimo 8efior Don Francisco Fvrnández de Béthencollrt. Ilustres Académicos llegan solícitos a darle fratcrnal abrazo. PÚblico selecto h() nra y autoriza este noble acto, y sólo una circunstancia le falta para su cabal perfección y magnificencia. Que no sea el encargado de dar la bienvenida al Académico entrante aq uel varón insigne cuya voz inspirada y elocuentísima habéis oído tantas veces y cuyo eeo parece que vaga y suena aún en este recinto. - 52- Tan familiar y conocida nos era, que casi no se comprende cómo puede haber recepción sin su concurso. Seguramente que al terminar el Senor Béthencourt su lectura os habréis forjado, por un momento, la idea de ver alzarse del sillón presidencial aquella augusta y veneranda figura, tomar el discurso en la mano, y con vigoroso acento pronunciar lentamente su característico c: Sellores Académicos » . Por desdicha ya no le volveremos a oir; y pérdida tan dolorosa para todos lo es, en el caso actual, más sensible para el Senor Béthencourt. Porque, ¿ quién como aquel hombre ilustre pudiera en · salzar dignamente los méritos del campanero que hoy recibimos? ¿ Quién otro que él no fuese apreciaría en justicia y expondría ante vosotros, con su oratoria a la par vehemente y razonadora, el valor de la obra de cultura y patriotismo en que el Senor Béthencourt viene trabajando hace más de treinta afias? Afortunadamente para el Senal' Béthencourt, el fruto de sus loables vigilias es tan notorio y cono · cido que, aun sin la escultural evidencia que le hubiera prestado la voz mágica y fascinadora de aquel gigante de la palabra, el simple recuerdo de sus tareas envolvería la justificación del honroso puesto que venís a conferirle. Bastaría el gallardo e instructivo discurso que acabamos de oir para considerarle digno de honrar esta Casa. Porque el Sefior Fernández de Béthencourt fué desde su primera edad inelinado a las Letras con la vocación irresistible que impulsa al héroe a mo- ~ .~- .~ ~ ~" ~ ( j "~ 8- I~ j .! 1' o j .11 ~ 1 j ~" • - 53- rir por la patria, al santo a sacrificarse en pro de sus semejantes y al mártir a sellar con su noble sangre la fuerza de su creencia. y no es del todo ponderativa o hiperbólica la comparación; porque si bien los devotos de las Le · tras no son casi nunca santos y muy pocas veces llegan a héroes, lo que es mártires lo son todos, en mayor o menor grado. Unos llevan a su tumba la simbólica palma, emblema, no de triunfo, sino de constancia en su eterno vencimiento; otros, en cambio, la ven trocarse en verde y fresco laurel de victoria, que al fin ciile y engalana sus sienes. Yo no sé si el incruento, aunqne siempre doloroso, martirio, en lo que toca al Señor Béthencourt, habrá durado mucho; presnmo que no. Ante nosotros se presenta ya como vencedor, pudiendo ornar su pecho con la medalla de individuo de número de la il ustre Academia de la Historia, en la cual es además Oensor digno y celoso. No me detendré en enumerar los envidiables cargos y honores que ha disfrutado y conserva aún, así españoles como de otras naciones, porque, si bien éste sería lugar adecuado para ello, sé que ofendería su modestia, por cuanto sólo aspira a que se le tenga por literato en su acepción más amplia, esto es, devoto o consagrado a las Letras, condición en que cifra todo su orgullo. Hijo de aquellas islas Afortunadas, tanto o más que por su plácido clima y rientes campiñas, ves · tidas de eterna primavera, por los hijos ilustres que ha producido, vió el Señor Béthencourt correr - 54- allí loa tiernos afios de la infancia y mocedad pri mera. Muestras de su ingenio precoz fueron multitud de artículos y poesías, desparramados en periódicos locale . Algunos de estos esbozos juveniles incluyó en el libro que modestamente intituló Para cuatro amigosj y con verdad pudiera llamarlo no ya Pa'ra algunos, como Matías de los Reyes bautizó el suyo, en el siglo XVII, ni Pa'ra muchos, como hizo otro autor del mismo tiempo, sino Para todos, como el Doctor Juan Pérez de Montalbán quiso designar el suyo, tan curioso y divertido como suelen ser estas obras misceláneas cuando las adereza y sazona el verdadero ingenio. Por cierto que entre los versos del libro, que son para su autor « fuente de recuerdos dulcísimos enlazados con las primeras afecciones de la vida-, hay un romance descriptivo de una piadosa y antiquísima romería a la Virgen de la Candelaria, en la aldea de este nombre, perteneciente a la isla de Tenerife. Ebte lindo romance, compuE'sto por el Sefior Béthencourt cuando no tenía veinte afios cumplidos, está vivo aún eu Canarias y con frecuencia lo recitan los peregrinos anuales al santuario. El Sefior Béthencourt no aspira al lauro de poeta; pero involuntariamente lo fué en este caso; y ¿ quién entre los más encumbrados y descontentadizos hubiera repugnado el verse, no ya leído, sino recitado y aplaudido uno y otro afio por todo un pueblo, en el acto y en el momento en que expresa lo más puro y sublime de su afecto: el sentimiento religioso? - 55- Hay en esta poesía un sabor legendario tan perceptible, una sinceridad en el fondo y una noble y elegante sencillez en la forma, cualidades, como es sabido, las más preciadas en este insigne ramo de la poesía popular, que no parece sino que está uno leyendo versos de igual clase del dulcísimo maestro Valdivielso o del incomparable Lope de Vega: Lejos del confín ibero, cual magnificas sultanas que en dulce letargo viven, indolentes, recostadas sobre di¡: anes azules con mil adornos de plata..... bajo un cielo siempre puro, entre siempre puras auras, están mi,') islas queridas, están las islas Canarias. Siete son, y entre las siete, como reina y sobermw" como orgullosa seliora, Tenerife se destaca, y audaz hasta el oielo mismo la regia frente levanta; la frente de blanca nieve con los cabellos de llamas. Es el famoso y temido Pico del Teide que eter · namente recuerda el origen volcánico de las ricas islas. Antes había el poeta hecho la ferviente invocación a la Divina Sefiora cuya fiesta va a conmemorar, y en pos de ella de cribe la aldea, el santuario - 56- y la aparición milagrosa, origen de la romería, que se congrega el 15 de Agosto de cada un afio. Abandona luego el tono devoto y narrativo para romper, viendo el numeroso concurso, en estas exclamaciones: ¡ AlU va toda la isla, alli va Tinerfe en masa!.... AlU los de Santa Cruz, los de la célibre Aiíaza, los nietos de aquellos bravos campeones de la patria..... Los hijos de las llanuras, los hijos de las monta11as; los que viven en los valles y en las rocas escarpadas desde la pUinta de Teno hasta la punta de Anaga..... ¡ Allí va toda la isla, alU va Tinerfe en masa! Llenos los caminos de romero sin que les arredren ni los rayos de un sol tropical, ni la abrasada arena, acuden montando los unos robustos dromedarios, de lento y firme paso, y los otros corceles de raza que exceden al viento en rapidez, sin que falten muchachas de garzos ojos, que, en más humildes cabalgaduras, traigan a la memoria del poeta la más pura y hermosa de todas las doncellas que en tal guisa hizo otro más santo y más penoso viaje. Llegan al anochecer, cuando ya refulgen las estrellas del cielo y se divisan las luces de los barquitos de la playa, pues a orillas del mar es la - 57- fic tao acan en hombros de los devotos la Virgen de la. ig- lesia y la conducen en procesión a la cueva milagrosa, con música, danzas y estrépito de armas y fuegos de artificio. Velan durante la noche los peregrinos desparramados por la playa, formando alegres corros en improvisadas viviendas; y vuelta la imagen a su altar, comienza el desfile de los devotos, llevando medallas y estampas, ellos en los sombreros y ellas sobre el velado y casto pecho. i Ya se marchan los romet · os, ya los romeros se marchan! i Id en paz! Que Dios os [ juíe, católicas caral: anas, traidas pOto el amor en sus voladoras alas desde el uno y otro extremo de la preciosa Nivaria; ¡ desde la puntc(, de Teno, desde la punta de Anaga! Ouán bien sonarán siempre en los oídos tinerfenos estos castizos acentos, no hay para qué ponderarlo. Si todo el mundo ha sido poeta alguna vez en la vida, el enor Béthencourt lo ha sido en ésta. Pero no fué la poesía ni otras ramas de la amena literatura las que absorbieron la mayor atención del joven escritor. Dedicado al estudio de la Historia, yen ella a la parte o especialidad en que luego había de sobresalir, pudo, al abandonar su tierra nativa, dejar a sus paisanos un excelente y como pleto ~}. robiliario de Canarias que allí es tenido en el mayor aprecio. - 58- Apenas instalado en esta Oorte, comenz6 a dar al público unos Anuarios de la Nobleza de Esparta tan originales, exactos y nutridos de saber hist6rico que, arrebatados primero por los curiosos lectores, son hoy una rareza bibliográfica, porque encierran, en poco volumen, un tesoro de datos pre · cisos y de noticias biográficas y genea16gicas que en vano se buscarán reunidas en otros libros. Atento a los sucesos políticos, en relaci6n con las más altas instituciones, no sólo de España, sino de otros países, fué vertiendo su vasto saber, en lo referente a filiaciones, entronques y alianzas de los Soberanos de Europa, en eruditos artículos que ha empezado a coleccionar con el expresivo título de Príncipes y Caballeros. Fué y es el Señor Béthencourt, en ] a Academia de la Historia, uno de los individuos más solícitos en redactar y leer primorosos discursos en la recepci6n de nuevos comprl ñeros, y doctos elogios de ilustres académicos que dejaron esta vida para franquear las puertas de la inmortalidad. y como todo ello no bastase a entretener su actividad mental incansable, ide6 y puso en ejecuci6n una empresa temeraria y tal vez imposible para otro autor de menos alientos: la gran Historia genealógica de la Mona?' quia españolaj no en la forma adocenada y raquítica en que plumas ven,, 1t.' s hoy la escriben, silla como la entendieron el inexhausto Esteban de Garibay en el siglo XVI, el grave y severo Sala zar de Mendoza en el XVII y el juicioso, exacto y abundante Don Luis de Salazar y Castro en los comienzos del siguiente. - 59- Sabían estos ilustres escritores y sabe el Sefior Béthencourt, que en cada hecho de los más gloriosos de nuestra Historia hay uno o varios apellidos que con frecuencia afortunada se repiten uno y otro siglo. Indl: lgar los orígenes de estas grandes familias, deslindar sus parentescos y filiaciones, restablecer y apurar la exactitud de sus actos es tarea en verdad digna de un amante de su patria. Así concebida la genealogía, mejor que un auxiliar, es la misma Historia en lo que tiene de más íntimo y esencial, pudiendo ser, a la vez, la más entretenida y amena de las narraciones. Diez grandes volúmenes lleva ya publicados de esta obra colosal el Sefior Béthencourt. ¡ Diez volúmenes en gran folio! .... Se nombran muy deprisa, pero no se componen ni aun se escriben en poco tiempo. y ¿ qué familias son las historiadas? Las más ilustres, las que mayor honra dieron a sn patria: casi todas ya desaparecidas o muy transformadas, pues el Sefior Béthencourt no adula a nadie, y esto bien habéis podido observarlo en el discnrso que acabamos de oir. Acunas, Pnchecos, Girones, Borjas, Oastros, Oerdas, Oórdovas y Ouevas. A estos famosos apellictos seguirán los Enríquez, Fajardos, Figueroas, Gncvaras, Guzmancs, Mendozas, Osarios, Pimentelcs, Ponces de León, Quifiones, Sandovales, Silvas, Sarmientos, Toledos, Velascas y Zúfiigas. Por cualquiera parte que se abra el libro de nuestras glorias no dejará de tropezarse con alguno de estos nombre3 o con varios a la vez. - 60- o desconozco cuán decaídos están hoy e tos estudios, ya por haberse aplicado a sujetos no dignos de ello , ya por la ineptitud de sus profesores. y e ta censura, justa en cuanto a lo presente, se hace extensiva, con notoria exageración, a nuestros viejos genealogistas, que sólo pecaron, llevados de su excesiva credulidad, en dar origen demasiado antiguo o falso a las familias cuya historia trazaban. En lo demás suelen ser verídicos, como lo son Tito Livio, a pesar de las fábulas que recoge sobre los orígenes de Roma, y Plutarco cuando remonta la ascendencia de sus personajes a Hércules o Teseo. Era entonces moda el buscar progenitores, no en la raíz misma de la Reconqui ta y en héroes puramente espafiole , sino en príncipes extrafios y remoto y en tipos leO'endarios o míticos, o bien no detenerse hasta ob curo patricio romanos, como los Pimentarios, C07' vinos u otro semejantes. Así placía más a los genealogistas derivar las familias para ellos caras, de aquel vándalo feroz que tenía en su dormitorio las armaduras sangrientas de sus contrarios muertos, sin que su vista repugnase tan horrendo trofeo, o de aquel bárbaro Rey que se embriagaba bebiendo en el luciente cráneo de sn enemigo antes que del noble castellano, mártir de su fe monárquica que en la deshecha de Aljubarrota daba al Rey u caballo para salvarse y protegía la fuga a costa de su vida, o del otro que cercado de enemigos encarnizados y destituído de todo humano auxilio, caía acribillado de heridas be ando la cruz bendita de su espa- - 61- da. El primero, sin embargo, defendía el orden, la paz interior del Estado, y el segundo su hogar, sus hermanos, su religión y su patria. Como estos actos sublimes eran comunes en Es · pafia, y aunque un Toledo, como Don Gonzalo Ruiz, el célebre Conde de Orgaz, valía tanto como un Oomneno de Oriente, y Alvar Pérez de Oastro no era menos que cualquier cruzado francés o belga, preferían nuestros incautos genealogistas adornar los blasones de las antiguas familias con simbólicos atributos de hazafias nunca realizadas. Conceden a uno las veneras cuando no consta haya vestido en ningún tiempo la esclavina del palmero; a otro los roeles sin que haya cambiado jamás las doblas castellanas por los besantes de Palestina; a otros el girón de la sobrevesta ganado en batallas imaginarias, y en muchos escudos vemos sierpes aladas, dragones u otros monstruos vencidos, doncellas libertadas como Andrómeda o Melisendra, reyes orientales cautivados o restituídos en sus tronos: todo el caudal heroico de los libros de caballerías. Pero esto ocurre sólo en los orígenes siempre obscuros aun de las más conspicuas familias. Porque cuando el genealogista trabaja sobre documentos auténticos no piensa ya en leyendas ni tradiciones engallosas. i tiene necesidad de semejante auxilio cuando hechos tan verdaderos como famosos solicitan de continuo la actividad de su pluma, y así y todo corta habrá de quedarse cuando elogie, por ejemplo, a aquella gran familia cuyos cabezas, vencidos y muertos o vencedores, siempre en gra- - 62- do heroico, dan que admirar a todos y hasta despiertan la musa del pueblo, que en melancólicas endechas « por la sonada de los Comendado7' es de C6rdoba~, cantaba la funesta pérdida de un gran caballero, perteneciente a aquella familia: iAy Sierra Bermeja, por mi mal te vi, que el bien que tenía en ti lo perdí! En ti los paganos hallaron ventura; tú de los cristianos eres sepultura. Tinta tu verdura de su sangre vi... Mis ojos cegaron de mucho llorar cu, ando le mataron a aquel de Aguilar. No son de callar los males que d, que el bien que tenía todo lo perdí ( 1). También el abuelo de este Don Alonso de Aguilar había muerto en pugna contra los agarenos; más dichosos sus primos en la batalla de Lucena, cautivaron al Rey Boabdil, y el elogio de su hermano estará hecho con sólo nombrar al Gran Oapitán. ¿ : Merecerá esta familia que se escriba su historia? ( 1) Coplas sobre lo acaescido 6tlla Sierra BeNntja y de los lugarts perdidos. Time la sonada de los Comelldadore.~. Sevilla ( re; mprt i611), 1889, página 7. - 63- Pues no menos difícil sería al cronista ensalzar debidamente a aquella otra Oasa que tiene en Don Rodrigo González Girón, Mayordomo Mayor de San Fernando. uno de sus más excelsos progenito · res, y llegar hasta el esforzado Maestre que delante de Loja perdía la vida, atravesado el pecho por una saeta que le entró por el encaje de la armadura en el costado, yendo con la espada en alto al excitar al combate a sus leales caballeros. También el valiente mancebo fué asunto poético de muchos romances que se recitaban por toda Espaila: ¡ Ay Dios, qué buen caballero el Maestre de Oalatrava! ¡ Oh cuán bien corre los moros por la vega de Granada ,... , Por esa Puel'üJ, de ElvÍ1' a arrojara la su lanza: las puertas el'an de fierro, de banda a banda las pasa ( 1). ¡ Familia generosa que todavía en el siglo XVII daba muestras de su vigor y reciedumbre con el célebre Virrey de Nápoles! y ¿ cómo no recordar, aunque sólo sea de paso, aquella otra, uno de cuyos fundadores dió oríg- en a un tipo moral conservado en rancios proverbios, y en la cual sucesivamente el abuelo conquista al católico Monarca el reino de Navarra, el hijo joven de veintitrés ailos sucumbe valerosamente en los ( 1) Romance anónimo: en Durán ( n, 117). - 64- Gelves y el nieto destroza en M111hberg a los luteranos alemanes, domefia en Jemingnen y Mons a los rebeldes flamencos y en las postrimerías de su vida entrega a su Rey un reino ganado en una campafia de treinta dias? He citado con repetición la poesia popular cantora de las hazafias de nuestra vieja. Nobleza, porque ésta, al revés de lo ocurrido en otros paises, era y fué siempre, en cierto modo, democrática: tan intima era su unión y su fraternidad con el pueblo. Las necesidades de la guerra de reconquista hicieron que los nobles fuesen los más valientes, los más sagaces o los más hábiles en guiar a la victoria. Aquí no había ducados y grandes ducados independientes como en Alemania y Francia, ni marquesados sefioriales como en Italia. Ni el noble se consideraba de raza distinta desde el momento en que veía que el Rey podía hacerlos y deshacerlos. A la más encumbrada nobleza subieron, entre otros, Don Alvaro de Luna, hijo natural de un hidalgo aragonés y una mujer de humilde clase, y Don Beltrán de la Oueva, simple criado del Rey. En bastardos recayeron las dos grandes Oasas de Niebla y de Arcos, sin pérdida de su nobleza, porque, como decía el viejo refrán, « En Oastilla el ca · baIlo lleva la silla » y porque el Rey hubo de legitimarlos por su rescripto. De lo más alto del poder y la fortuna cayó el famoso Oondestable de Oastilla Don Ruy López Dávalos: todos sus bienes fueron confiscados, y sus - 6;:'- hijos y nietos hubieron de buscar en Italia porvenir y fama, y los que en Espafia permanecieron no pasaron de simples y obscuros hidalgos. Más caro aún pag6 Don Alvaro de Luna no su elevaci6n, ni el haber detentado tantos afios la Oorona, sino el haberse cansado el Rey de favorecerle. Y dos siglos antes también Don Lope de Raro, Sefior de Vizcaya, pag6 con la vida un asomo de competencia con el Monarca Don Sancho aún no bien asegura · do en el trono. Con la vida satisficieron, en tiempo de Alfonso el Onceno, sus tentativas de oligarquía feudal Garcilaso de la Vega, Alvar Núfiez Osorio y hasta Don Juan el ' l'uerto, hijo del Infante Don Juan y Sefior de Vizcaya. S610 un momento hubo en nuestra Historia, y corto por fortuna, en que la Nobleza como cuerpo quiso sobreponerse al poder Real y pareci6 haberlo conseguido. Es aquel en que el Rey Don Juan II, débil de condici6n y entregado a sus deportes, apart6 de su lado al único hombre capaz de mantener el cetro en sus flojas manos y la corona vacilante en su cabeza. Ya no tuvo un momento de paz y de gusto hasta el fin de sus contados días. De concesi6n en concesi6n a la revuelta e insaciable aristocracia fueron él y luego su inepto hijo, ro · dando y cayendo hasta la afrentosa deposición de Avila. Bien se lo advirti6 a tiempo el poeta más grande de su corte, pensando en este caso como verdadero vate, y pintando en breves y expresivos rasgos la anarquía reinante en Castilla: 9 - 66- Son [ cierto] a buen tiempo los hechos renidos. Tirancs 1t urpan ciudades y villas, al Rey que le quede sólo Tordesillas, estarán los Reinos muy bien repartidos. Los ( odo leales le son perseguidos; iusticia o razón ninguna se alcanza; hoy todos los hechos están en la lanza y toda la cltlpa sobre los vencidos ( 1). Fuera de este bochornoso período, la Nobleza espafiola cumpli6 siempre sus deberes políticos. Agrup6se lealmente en torno de los felices Reyes Cat6licos para dar fin glorioso a la reconquista. Doce mil vasallos y parientes present6 sola la Casa de Mendoza ante los muros de Granada. En los tiempos de Carlos V y los tres Felipes sirvieron en los ejércitos de mar y tierra, como Generales y como soldados; como Virreyes y Gobernadores en los Estados y provincias lejanos; con extraordinario lucimiento en las Embajadas y plenipotencias, donde imprimieron el sello de los más hábiles, corteses y generosos diplomáticos de Europa. Bastará recordar los nombres de Don Francisco de Rojas, de Don Diego Hurtado de Mendoza, del Conde de Cifuentes, del Duque de Feria, Don Francés de Alava, Don Bernardino de Mendoza, Don Juan de Zúfliga, del Condestable de Castilla Don Juan Fernández de Velasco, del Conde de Gondomar, del Conde de Benavente, del Duque de Alcalá, del Marqués de los Vélez y otros ciento o más que en el espacio de nn siglo ilustraron su nombre y su tierra. ( 1) Juan de Mena: Laberinto, copla 8.& de las afl. adidas. - 67- y en todos estos puestos se conducían no como Grandes ni orgullosos magnates con relación a su Monarca, sino como súbditos humildes y servidores fieles. Así es que no dudaban en solicitar el apoyo de otros hombres más modestos, pero que estaban más cerca de los Reyes, como sus Ministros o Secretarios; tales eran los Oobos, Erasos, Idiáqucz, Arces, Vázquez de Acufia y otros que por este camino llegaron también a la grandeza. y esto nos prueba una vez más qne en Espafia la Nobleza no fué nunca una casta, aunque sí una elevada clase social, a la que podían subir todos los espafioles por diversos medios y especialmente por el favor Real; clase superior que decaía y se apocaba, si el esfuerzo individual no lo impedía viniendo a sostenerla, al fraccionarse los bienes de los segundones, aun de las más principales Casas. Así el nieto de un Duque no era muchas veces más que un pobre hidalgo de gotera, burla y escarnio de los plebeyos enriquecidos. A esto y a la indolencia y flojedad de muchos hidalgos de su tiempo, aludía un alto poeta, ya en el siglo xv, diciendo: De grande tiniebla ofusca las leyes de gentileza quien no hace la nobleza y en sus pasados la busca ( 1). No despreciaba la hidalguía, ciertamente, pero la consideraba letra muerta sin el esplendor que ( 1) Juan de lI1ena: Coplas de los siete pecados, copla 46. - G - puede darle ya la riqueza o ya los hechos famosos, el poeta dramático del siglo XVII, que, por boca de un sesudo personaje, decía a cierto presumido galancete: Aunque vos tengáis valor no penséis que yo no valgo, que si es bueno el hijodalgo el padre de algo es mejor. y ¿ quién no recuerda aquel Pedro Crespo del Alcalde de Zalamea, tan bien a venido con su modesta condición de pechero, aunque el más rico de la comarca? ¿ Quién no le admira cuando, al negarse a comprar una ejecutoria de nobleza que le exima de gravámenes y vejaciones como la que, al fin, le cuesta la honra de su hija, lo hace no por desprecio a la clase, antes por creer que sirve así mejor al Rey y al Estado? Crespo, sin embargo, estima y respeta la hidalguía y espera que su hijo la obtenga; pero no por compra, sino en premio de sus buenos hechos en la guerra. y no sólo en las armas, en los Gobiernos y las Embajadas sobresalían nuestros nobles caballeros en tiempos, bajo muchos aspectos, más felices que los actuales, sino también en el ejercicio y profesión de las buenas letras. Y acerca de esto sí que no habrá necesidad de insistir despuéB del magnífico alarde que el Sefior Fcrnández de Béthencourt acaba de ofrecernos. y ved, Sefiores Académicos, cómo tiene una y y mil veces razón en cultivar la Historia Nacional, mirada a la luz que irradian los hechos mcmora.- - 69- bIes de tantos preclaros cspnlloles, sin adular bajamente a nadie, y sólo con la vista puesta en el mayor lustre y gloria de la Patria. El amor que profesa a la elase a que él mismo pertenece, explica cierta ruda y castellana sinceridad en los consejos que dirige a nuestra actual No · bleza. Muy mermada se halla ( hablo de la antigua) y muy alejada parece del verdadero pueblo que hoy gobierna, o debe gobernar, no por las armas, ni por la riqueza, sino por la inteligencia, que es el más digno y racional imperio; pero es todavía una fuerza social viva y poderosa. Diríase que satisfecha con gozar de las ventajas y comodidades de la civilización moderna, deja a otros el cuidado y la molestia de velar por la bucna dirección y gobierno dcl Estado, sin peusar en los peligros que entraila este retraimiento egoísta y, al cabo, suicida. No se trata, ni cl Sellor Béthencourt aspira, ciertamente, a resucitar antiguos y hoy absurdos pri vilegios, pnes la igualdad antc la leyes quizá la más p: lJ'a y magnífica de las afirmaciones políticas modernas. Pero Bí conviene que esa fuerza, hoy casi perdidn, se una por modo eficaz a todas las otras para cl fin común, que es el engrandecimiento dc Espaila. Entonces quizá vuelvan a florecer entre nosotros un Principe Don Juan Mamlel, el mejor prosista del siglo XIV; un Don Pedro López de Ayula, poeta didáctico y nuestro primer historiador que tal nomure merczca en orden al tiempo; Ull Don Enri- - 70- que de Villcna, humanista insigne, traductor de Virgilio, de Cicerón y de Dante, y propulsor efic: lz del Renacimiento de Castilla; un Fernán Pérez de Guzmán, Sefior de Batres, poeta, historiador, y más célebre aún por sus inimitables biografías de coetáneos que él llamó Generaciones y semblanzasj un Don Alvaro de Luna, nutor de elegantes decires y mnralizador agradable en sus Vir · tuosas y claras rnujeresj un Marqués de Santillana, archivo de toda g- clltileza, ufano con sn reconocida maestría en el arte de trovar, pues, como él decía, « la pluma no embota la lanza ni face floja la espada en manos del caballero:. . Surgirán quizá del seno de nuestra grandeza poetas líricos, como Garcilaso, de dulce y eterlla memoria; el Príncipe de Esquilache, versificador flúido y elegante, o el ingenioso Duque de Francavila; o bien historiadores como Don Bernardino de Mendoza, Don Carlos Coloma, Marqués de Espinar; uno y otro narradores, como César, de los hechos que ellos mismos ejecutaban; el Conde de Osona o el fecundo y erudito Marqués de Mon · déjar. y tal vez, en fin, veamos aparecer un nuevo Don Juan Manuel Fernálldez Pacheco, Duque de Escalona y Marqués de Villena, nombre el más caro a todos vosotros, el cual, después de haber desempefiado cinco Virreinatos, y siendo, Mayordomo Mayor de la Majestad de Felipe V, vino a fundar, ahora hace justamente dos siglos, esta Real Academ ia Espnflola. EII ella filé uno de los - 71- más sabios miembros, de los más a idaos y constantes en el trabajo. Le prestó generoso abrigo en su propia. casa, y a ella. consagró sn influjo y toda la indomable energía de su alma hasta dejarla firmemente establecida. Varón verdaderamente grande, digno de los tiempos heroicos, que le hubieran erigido altares como a semidiós o numen tutelar de las Letras. ¡ Saludemos, Sefiores Académicos, hoy, a. l cabo de doscientos afios, esta augusta memoria!
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Calificación | |
Título y subtítulo | Las letras y los grandes |
Autores secundarios | Fernández de Béthencourt, Francisco ; Cotarelo y Mori, Emilio |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Madrid |
Editorial | Tipografía Jaime Rates Martín |
Fecha | 1914 |
Páginas | 79 p. |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 4749308 Bytes |
Notas | Discurso leído en el acto de su solemne recepción el día 10 de mayo de 1914 |
Procedencia | Universidad de La Laguna. Biblioteca |
Texto | DISCURSOS DEL EXC),( O. SEÑOR DON FRA CISCO FERl ÁNDEZ DE BÉTIIE COURT y D& L SEÑOR DON EM IL10 COTARELO y MaRI REAL ACADEMIA ESPA ~ OLA LOS LEIHOS yLOS GHO DES DISCURSO LEíDO EN EL ACTO DE SU SQLEMNE RECEPCIÚN EL DIA 10 DE MAYO DE 1914 DO FRANCISCO FEK Á DEZ DE BÉTllE ¡ C- O RT ~' 9'( i\ e DO E~ I: I~~;::~ o~ [ 1)% . IADRtD ESTABLECI. HE. OTO TIPOGR,\ FICO DE JABlE RATÉS MARTL-Plaza de an Javier, número 6. 1914 DISCURSO DEL EXCMO. SE:' OR DON FRANCISCO FERNÁNDEZ DE BÉTHENCOURT Sí; lo deseaba con toda mi alma, Seilores Académicos. Era ya mi sola aspiraci6n la que vuestros generosos votos ban colmado, libre enteramente, como Dios y las circunstancias me bicieron, de todo otro linaje de ambiciones. Sin que la menor codicia de los bonores ni de las distinciones me tiente, ajeno á toda sugesti6n de personal encumbramiento, desligado de todo lo que la vida pública confiere, siempre entre libros, pergaminos y pa · peles, s610 soilaba con que me abriérais algún día las puertas de esta casa, dándome la única recompensa que pudiera balagarme y satisfacerme. No es un afectado menosprecio de lo que otorga pr6digamente a los que se le consagran la política, merecedora de mis mayores respetos cuando la ejercen gravemente íntegros- y austeros varones, no más que al servicio del Rey y de la Patria desinteresada y noblemente consagrados; ni es desdén ridículo e injustificado de los mismos honores, recuerdo, cuando se atribuyen en justicia, de grandes sacrificios, de grandes trabajos y de especiales 1 - 2- merecimientos, y que en tama: flo grado enaltecen al que los lleva cuando tiene la conciencia de que los conquistara en buena lid; es, simplemente, que entregado yo toda la vida, ya no corta, al culto apasionado de las Letras, las he puesto sobre todo y antes que todo, consagrándome, va para largos aftos, sola y exclusivamente a su servicio, reconociéndolas y acatándolas como a mis altísimas soberan: ts, únicas de las que con algún derecho podría atreverme a solicitar mercedes y favores. Precoz enamorado de la Historia, a su culto me dediqué, casi desde ni: flo, como mejor pude y supe; pero nunca la quise sino revestida y adornada de todas las galas y de todos los encantos de la forma, sin que jamás imaginala que los claros hechos que la constituyen pudieran referirse sin el auxilio de la elocuencia, que los grandes personajes que la hicieron pudieran retratarse sin los vÍ\- os colores que han de dar de sus se: flaladas figuras fiel reflejo, que las nobles ideas que en el fondo de sus misteriosas combinaciones palpitan pudieran dejar de revestirse de la majestad que les compete, que las sublimes ense: flanzas que ella entra: fla para el pensador y el patriota pudieran aparecer en ningún caso sin toda la grandeza maravillosa de nuestra lengua sin igual. Así, esclavo siempre de la verdad histórica, pero al mismo tiempo gustosamente sometido al culto de la forma literaria, no las vi jamás desunidas ni divorciadlls, marchando cada una por diverso camino, sino que siempre las contemplé enlazadas estrechamente, verdadera- - 3- mente inseparables, y como confundiéndose y como pletándose. Varios libros hice que todos vosotros conocéis, sin otro mérito que el de haberlos enca · minado, con más o menos desacierto en la ejecución, a la gloria de mi Patria y de las instituciones seculares, a cuya sombra protectora, cuando Dios quena, ella fué grande. Con esta ambición única, creyendo que esos libros pudieran darme algún motivo para satisfacerla, me permití llamar a vuestras puertas, va ya para siete afios, impaciente acaso del honor que yo creía que llenaba, aunque en realidad excediera, el1ímite más remoto de mis esperanzas: honor que dos hombres ilustres me disputaron por entonces, proporcionando a mi amor propio la estéril complacencia de una relativa victoria, que no fué bastante a darme, por exigencias de vuestro reglamento, el puesto que pretendía a vuestro lado. No diréis que en todo ese tiempo he vuelto a molestaros mucho ni poco: guardé mi decepción, sin duda justa, dentro de mí: escondí en mi pecho cuanto pudiera recordaros lo pasado: el hombre insigne, que figuraba dignamente a vuestra cabeza, y con cuya amistad me honraba, pasó de entre nosotros, para desdicha de todos, sin que yo hubiera renovado en su presencia la más leve expresión de lo que continuaba siendo mi aspiración más ardiente: si a alguno os habló de ello, fué por espontáneo impulso de tiU voluntad: su grande espíritu más lo adivinó que lo supo. Hoy, después de tan prolongado silencio, ha querido vuestra bondad, no sé si principalmente - 4- en recuerdo suyo, darme el lugar sofiado, que no volví a pediros, entre los celosos guardianes del gran depósito literario, entre los que representáis con tanta gloria el patriarcado de nuestras Letras; y de la vieja casa donde la ... Ristoria se aposenta, del caserón vetusto que sirve de alcázar modesto a sefiora tan principal, me habéis traído a este regio palacio de la patria Literatura, donde estas grandes tradiciones nuestras tienen su nobilísima morada. No extrafiaréis, espero, que os haya abierto tan por completo mi corazón, pues así, sabiendo bien todo lo intenso y viejo de mi deseo, podéis medir mejor lo profundo de mi grn titud. Pero ahora, al verme aquí y entre vosotros todos, los que formáis esta Oorporación gloriosa, oradores elocuentes, críticos autorizados, afamados novelistas, aplaudidos dramaturgos, : filólogos y gramáticos eminentes, prosistas il ustres y geniales poetas, grandes escritores de todo orden, maestros respetados de la pluma y de la palabra, que constituís en este momento la Real Academia Espafiola, es cuando se me presenta de improviso la idea de mi pequefiez, en que antes no pensaba, cuando me encuentro, sin darme cuellta, frente a frente de mi insuficiencia, dada antes al olvido; y ni siquiera alcanzo a comprender de qué manera podré yo, con mis débiles medios, contribuir en algo a vuestras difíciles tareas. - 5- y sube mi confusi6n de punto, cuando veo que me destináis el asiento que ocuparon en el transcurso de dos siglos, en tan larga y brillante serie, tantos hombres esclarecidos, que son vuestro org- u110 y de la Patria toda, y cuyo recuerdo me abruma, como de sobra comprenderéis con s610 traer un instante sus preclaros nombres a vuestra memoria. Porque ésta es la Silla académica en que se sentó el primero, a raíz de vuestra fundaci6n, aquel Don Vincencio Squarzafigo, Se110r de la Torre del Pasaje en Guipúzcoa, de nombre italiano y antes griego, pero de corazón espa11ol, que fué vuestro primer Secretario perpetuo, firmante como tal del acta primera de vuestra Corporaci6n, después vuestro primer Tesorero, el primer historiador de la Academia, cuya selecta Biblioteca fué la base de la que hoy poseéis, célebre entre vosotros por su laboriosidad y su celo, que alguien tuvo por el alma de ella en su primera y más difícil etapa, y él s610 bastante a honrar el sitio que ocupó veinticuatro aftoso Esta es la Silla en que se sent6 luego Don Francisco- Manuel de la Mata- Linares, Se110r de Vallecillo, Regidor perpetuo de esta Villa y Corte y de la Ciudad de Valladolid, sabio e integérrimo Magistrado, que lleg6 a los Consejos Supremos de Castilla y de la Guerra, después de haber sido Colegial y Rector en el Colegio Viejo de San Bartolomé de Salamanca, Oidor de Sevilla y Alcalde de Casa y Corte, sujeto- dice su biógrafo- igualmente instruído en las Letras humanas que en las leyes de quefué lumbrera. La que ocup6 más tarde eIXIDu- - 6- que de Villahermosa Don Juan- Pablo de AragónAzlor- el nieto del famosísimo Maestre, hermano mayor del Rey Cat6lico-, modelo acabado de los grandes Sellores de entonces y de siempre, de cuya vida ejemplar tuve el placer de ser alguna vez historiador, aunque a él ya le hubiera cabido la suerte de encontrar antes mejor panegirista en un g- ran literato, Jesuita por más sefias, que es de los vuestros; y al cual las atenciones de la Oorte, y las de la diplomacia, en que llegó a ser Embajador en Turín y en Versalles, no impidieron que tomase aquí mucha parte en la tercera edición de vuestro Diccionario, y en la del Fuero Juzgo, y en la discusión de la Gramática, dando en todo claras muestras de su rara aplicación y de su agudo entendimiento. La Silla que vino a ser después- dejadme que me detenga algo más y aún con mayor carillo en su recuerdo- de Don Antonio Porlier y Sopranis, el primer Marqués de Bajamar, ca lutrio como yo lo soy, venido como yo del Archipiélago misterioso y distante, que la Musa antigua bautizara, en justo tributo a sus bellezas de todo orden, con el nombre merecido de Afortunado; afecto especialmente como yo a la Isla de Tenerife, la del Pico famoso de Teide, a cuya sombra augusta solló dichosa nuestra j uventud, y, más que nada, a su noble Oiudad de San Oristóbal de La Laguna; paisano como yo del Padre Interián de Ayala y de los dos Iriartes, de tan grata memoria en vuestra Oasa, insigne investigador él de las antigüedades islefias, como yo lo fuí siempre modesto, y él gran Ministro, político yju- - 7- rista de la mayor autoridad en Espafia como en América. La illa que fué después del por tantos títulos célebre Don José de Vargas Ponce, el marino historiador, en una pieza arqueólogo y poetacomo hay ahora mismo entre vosotros alguno - , el Director de la Academia de la Historia en momen · tos perturbados y difíciles, el que premiásteis por su perfecto Elogio d~ l Rey Sabio, el autor renombrado de la Proclama de un solterón, de la Vida de Ercilla y del Elogio histórico de Ambrosio de Morales. La que ocnpó, en sustitución de Vargas Ponce, Don Juan- Bautista Arriaza, marino como aquél, diplomático distinguido, fácil poeta, en su tiempo popularísimo y celebrado, el traductor en versos espaiioles de Boileau, el émulo de Quintnna y de Gallego en sus soberbios cantos a la independencia y la libertad de nuestra Espafla. La que tocó luego a Don Mariano Roca de Togores, el primer Marqués de Molins, vuestro celoso Director, el reorganizador entusiasta y diligente de ésta y de todas las Academias nacionales, Diputado y Senador, Ministro de la Corona una y otra vez, Embajador en Roma y en París, orador parlamentario, político eminente, uno de los que más contribuyeron a la restauración feliz de la Monarqnía, y de sus más grandes servidores después de restaurada; a quien nada de esto quitó el tiempo necesario para escribir La espada de un caballero, y Doña Maria de Molina, y La Manchega, para hacer versos, artículos y discursos académicos elocuentes, discretos y amenos como los que - 8- más. Ésta es la Silla que ocupara ayer Don Francisco Silvela, otro político y gobernante, sobre todo y ante todo hombre de letras y sutil crítico, delicado y exquisito, el agudo comentarista de la Santa Monja de Ágreda, robado a la Academia y a la Patria bien prematuramente, cuando más podían esperar ambas de su experiencia y de sus luces; la que quhdsteis dar después al modesto Sacerdote e investigador infatigable Don Crist6bal Pérez Pastor, a quien tanto debía nuestra historia literaria, sin que os consintiera su muerte verlo en ella, y a la que trajísteis, por fin, al Académico que lloráis aún, a Don Andrés Mellado y Fernández, para cuya sustituci6n me habéis bondadosamente designado. Ya veis que no exageraba cuando os decía que son estos recuerdos solos motivo bastante para producir en mi ánimo los sentimientos que antes os expuse, con la absoluta sinceridad que es propia mía y que vosotros en toda ocasi6n merecéis. De todos esos hombres tan ilustres, y tan diferentes, que la Academia trajo sucesivamente a sn seno, para sentarlos en esta Silla, hablaron como era debido, haciendo de cada uno el elogio que de derecho le correspondía, los que inmediatamente hubieron de sucederles, y a mí s610 me toca recordaros ahora al último que la ocup6, tan poco tiempo por desgracia. Porque hace apenas dos afios que la voz grandilocuente del que era entonces - 9- vnestro Director recibía. aquí mismo al r. Mellado, y lo saludaba en párrafos de calurosa bienvenida, brillantes como suyos, en muy interesante sesión, que de fijo no habéis dado al olvido, porque ella ofreció singularísimo reUeve, por la representación de ambos oradores, por consagrarse especialmente al recuerdo del ilustre académico recientemente desaparecido, de un lado la voz serena y tranquila, los acentos reposados del que lleg- aba, del otro la palabra ardiente, desordenada y avasalladora del gran Pidal, en la Presidencia de este estrado Canalejas, el primer Ministro del Rey, y ya vuestro electo, destinado a ser víctima de la Demagogia insaciable, el Saturno moderno, y sobre todos como flotando, simpática y amable, la sombra de Silvela, en aquellos instantes de solemne fiesta para la gloria del idioma, por Mellado justamente reconocido como « nuestro mayor y más ilustre título de honor y de esperanza>. Penetraba él por esas puertas proclamando satisfecho su abolengo literario: e vengo de la prensa y del periodismo., fueron las primeras palabras que hubo de pronunciar ante vosotros; porque es verdad que este compailero vuestro, sobre Diputa. do a CortE. s y Senador del Reino, sobre Alcalde de la Villa y Corte, sobre Ministro de la Corona, fué siempre periodista, y periodista singular, del que pudo decir con razón la voz autorizada del que lo recibía en vuestro nombre, que jamás escribió cosa que no sintiera, que buscó siempre en sus escritos la verdad, que reflejó siempre en sus artículos, 2 - 10- con lealtad acrisolada, el estado de sn conciencia. No era él entre vosotros el primero a representar el llamado cuarto poder, que ya de tiempo atrás le habíais expedido grandes cartas de ciudadanía en vuestra gloriosa y ordenada República, trayendo a vuestro seno él Don Severo Catalina, a Selgas, a Gabino Tejado, a Fernández Flores, a Valentín Gómez, valientes luchadores en la prensa diaria, a quienes las necesidades modernas del producir a gran velocidad, según la frase francesa, no habían estorbado el constante mantenimiento del pensar maduro, del decir castizo y del escribir correcto. Había yo conocido a Mellado en el Cong- reso de los Diputados y en la Alta Cámara, con ocasión de los que en algún otro sitio he llamado sin rubor, en actos de pública y solemne penitencia, mis devaneos pa1' lamentarz" osj pero, situados él y yo en campos distintos, donde más hube de apreciar su trato cortés y ameno, su conversación aguda y ocurrente, su juicio mesurado y su crítica templada y discreta, fué en un salón de Madrid bien conocido, en el salón de una dama ilustre y popular, entusiasta del ingenio, que los demás admiramos en ella, de una dama de Título extranjero, pero de sangre y de alma muy espallo] as, que ha sabido congregar a su alrededor, eu grandes fiestas memorables y en íntimas pequellas reuniones, con lo mejor de la sociedad, a literatos, políticos y artistas, como quizás nadie más que ella hace al presente entre nosotros. Allí era frecuente nuestro amistoso departir de cosas y personas con la literatura y la - 11- prensa relacionadas, cuyo recuerdo fuera tal vez inoportuno e indiscreto, aunque él pudiera dar materia interesante, si bien resbaladiza, a todo mi discurso; y dig- o que resbaladiza, porque si algo resultase de él que fuera para la prensa de ahora menos grato, parecería que deseo sujetarme a cierta moda actual, que obliga a echar a la prensa la culpa toda de cuantos fieros males, horrores y desolaciones llueven a todo momento sobre la flaca humanidad, aun siendo todos, como todos somos, un poco periodistas, y no siendo en realidad los periódicos inferiores a los que los leen, y los pagan, y en ellos se inspiran, y celebran, cuando no buscan, verse festejados, aplaudidos y encumbrados con mayor o menor justicia por ellos; y si algo saliera de mis labios, que pudiera serles lisonjero, semejaría como adulación a ese terrible cuarto poder, en realidad omnipotente, tan ensalzado y tan combatido como ocurre con todos los poderes, objeto siempre de grandes odios y de grandes amore~, y que hay que considerar nada más que con la filosófica serenidad que él merece, en su papel principalísimo dentro de las sociedades modernas, con todo el respeto que su ruda labor exige, con las excusas que requieren las mil dificultades de su complicada ejecución, pero siempre con la más absoluta independencia, hasta salvaje si se quiere, de sus reproches o de sus halagos. Lo que sí hay qne decir aquí a una gran parte de la prensa diaria, por los qne la queremos, sin acrimonia y carifiosamente, pero con firmeza y claridad absolu · - 12 - tas, es que hay qne dar algo más de lo ql~ e, por regla general, ella da entre nosotros a las Letras: que no sea todo para la política absorbente, y lo poco que la política deje para los toros y los crímenes; que haya algún espacio, por ejemplo, para las grandes fiestas del espíritu, para las grandes solemnidades del entendimiento, como lo tiene siempre la gran prensa francesa, y lo tenía en otros tiempos la espafiola, y no quede apenas para el hombre de pluma y de trabajo, que lucha en cuanto puede por la cultura y el progreso de la común patria, sino el modestísimo rincón y las líneas escasas que quieran dejarle en el periódico de gran circulación el crimen riel día, la bailarina de moda o el torero de tanda. Hay que recordar a nuestra prensa, para su provecho y el de todos, que Mellado filé un gran periodista porque fué nn gran literato, como lo fueron los que antes cité, para hacer memoria sólo de los muertos, según es aquí entre vosotros loable costumbre. La misma pluma q no escribía los artículos excelentes de El Imparcial) pesando de tal manera sobre las inteligencias espafiolas afios y afios, la misma pluma con que aquel periódico interpretaba el dolor público a la muerte prematura de nuestro malogrado Alfonso XII, y despertaba las públicas alegrías y las esperanzas nacionales ante el nacimiento, que pareció providencial, de Alfonso XIII, la misma pluma con que redactaba sus bien pensadas crónicas y revistas en los grandes órganos de la publicidad de Buenos- Aires y - 13 - La Habana, llevando a los pneblos nuevos de origen espafiol el noble espíritu de la Metrópoli lejana, escribía el primoroso libro titulado En Roma, con que todos nos hemos deleitado, y esas Escenas '! J cuadros que materialmente nos trasladan, como por arte mágica, a aquellos días extraordinarios de la Historia, pareciéndonos vivir la misma vida extrafia del pueblo romano decadente, y sentir los horrores de Una tragedia bajo Calígula, y estremecernos espantados ante La demencia de los Césares, como si nosotros mismos hubiéramos gemido bajo el fiero látigo de Domiciano y de Calfgula, y ver asombrados la primera aparición de los cristianos, que un pobre judío de Palestina, apoyado en unos cuantos humildes pescadores, había levantado, sin otra ciencia que la de Dios, sin otras armas que las del propio sacrificio, frente al. poder mayor que conociera jamás el mundo. Y, como gran literato q1le fué, fué Mellado también gran espafiol, que las Letras son como el alma misma de la Patria, y así pudo evocar entusiasta nuestro pasado, ya escribiendo de la Retirada del Duque de Alba, ya cantando El nacimiento de Lope, y decir ante vosotros, cuando celebraba a Silvela, en ese discurso de su recepción, que es de los más bellos que aquí se han pronunciado, él, que se confesaba p: lfte de una generación desgraciada, que lo era en Filosofía todo menos cristiana, todo en política menos gobernante, que os traía « entre las efusiones de la gratitud, amor religioso a nuestras glorias seculares, y fe y esperanzas fervientes en loa - 14- futuros providenciales destinos de la inmortal raza espan. ola » . Y ya que yo no pueda consagrarle mi discurso todo, como él hizo a Silvela, y de modo tan acabado, declaro que me cabe una triste satisfacción en consignar siquiera ahora este corto recuerdo del hombre modesto, discreto y afable, del periodista honrado, del culto y correctísimo escritor, del buen patricio y excelente Académico a quien me toca suceder hoy entre vosotros. Yo desearía, Seilores Académicos, molestaros lo menos posible, y celebraría poder dar, con lo dicho, por totalmente desempefiado mi cometido; pero quieren vuestras actuales leyes, lejanos ya los tiempos de las Oraciones gratulatorias, que esto haya de ser un discurso, y un discurso en que se trate de algún punto con la Literatura relacionado; por lo que, sometiéndome gustoso a sus mandatos, con promesa formal de no ser largo, un discurso será, para cuya materia, buscándola yo que encajara del todo en el círculo de mis predilecciones literarias, y que pudiera ser digna de este lugar y de vosotros, he pensado que podría hablaros algo de las relaciones existentes entre la Real Academia Espafiola y la alta aristocracia de nuestro país, seguro de que estos nobles recuerdos no pueden dejar de seros gratos, y que no disonarán en el seno de la sabia Oorporación que por su parte representa la alta aristocracia de las Letras, y en la casa - 15- que debe su comienzo a tan principal y poderoso Magnate, como fué el Marqués de Villena y Duque de Escalona Don Juan- Manuel B'ernández- Pacheco, vuestro egregio fundador. Si las Letras humanas constituyen sin duda la primera de las aristocracias, puesto que son, según la frase del pensador francés, la nobleza intelectual de las naciones, que es la mayor nobleza, y de ellas pudo decir un gran Prelado, honor de su país y de la Iglesia universal, que no les hay superior nada más que el Evange~ Jio, resumen de las Letras divinas, no ha de parecer mal que en presencia de esta docta OompafHa, encarnaci6n de la aristocracia de la inteligencia, se recuerde a las otras aristocracias sus obligaciones con las Letras, haciendo ver a todos que el declinar de las instituciones nobiliarias coincide fatalmente con su alejamiento de las lides literarias e intelectuales, y que hay que conservar a todo trance el dominio sobre los espíritus, si los otros dominios han de mantenerse, o de recobrarse alguna vez si desgraciadamente se han perdido. El amor que sentí desde luego por mi Patria insigne y por su historia no igualada, llev6me como de la mano al amor de las viejas instituciones, que son en realidad los robustos pilares en que fuertes se cimentaron su vida, su grandeza y su gloria; amé, como espafiol apasionado, la Iglesia, la Monarquía y la Nobleza, la gran trinidad con cuyo esfuerzo de siglos se teji6 principalmente esa tela maravillosa que se llama la historia de Espafia. Esta alta instituci6n de la Nobleza espafiola, naci- - 16- da con la misma Monarquía en las asperezas de Covadonga, formada en ocho centurias de luchar porfiado e incesalJte, amasada con la propia generosa sangre, de que empaparon sus fundadores el suelo que hacían suyo, mereci6 desde luego mi más respetuoso carifio, y yo no creo necesario formular la menor protesta de que s610 me inspira para juzgarla el interés vivísimo que este historiador de su pasado ha de abrigar forzosamellte por su porvenir. Yo he de expresarme aquí con toda aquella delicadeza y con toda aquella cortesía que el lenguaje académico impone, y que a mí me exigiría siempre y en todo caso mi decidida voluntad, pero al mismo tiempo con toda la sinceridad, y toda la claridad, y hasta la rudeza que son del caso, si lo que diga ha de servir para hacer alguna impresi6n en aquellos para quienes hablo, si no con la escasa autoridad mía, con la que puedan prestarme más que nada el sitio, la ocasi6n y la gravedad reconocida del cuerpo literario que me abre en estos momentos sus puertas. Una de las grandes vulgaridades, que como todas la vulgaridades se repite y hasta corre de generaci6n en generaci6n, es esa de que fué la No · bleza de Espafia enemiga del saber y de las Letras, cuando es lo cierto que, en medio de la brega de todos los instantes, en que esa Nobleza nació, y creci6, y se desenvolvió un siglo y otro, dentro de ese rudo vivir de la Edad Media, en el fragor jamás interrumpido de las armas, con que, por su Dios y por su Rey, iba recobrando a palmos la - 17 - tierra de Espaiia, ella se abrió, en sus más altas representaciones, a las delicias supremas de las Letras y del saber, embrionarias como lo era todo en aquellos días remotos. Todavía en pleno siglo XIII, a ejemplo de sus propios Reyes, que ya ganaban el dictado de Sabios, la alta Nobleza aparece manejando la pluma con la misma destreza. que la espada, destacándose entre sus brumas la figura original de Don Juan- Manuel, Príncipe más que Ricohombre, Hijo de Infante y Nieto de Rey, inseparable de los comienzos lejanos de nuestras Letras: llena el siglo XIV el claro nombre del Gran Ohanciller Don Pero López de Ayala, y son del xv Fernán Pérez de Guzmán, el Sefiar célebre de Batres, y el legendario Don Enrique de Villena, nieto del Duque Real, y el Almirante Mayor de la Mar Don Diego Hurtado de Mendoza, y el inquieto Duque de Arjona, y el gran Marqués de Santillana, y Don Jorge Manrique, el hijo del Maestre de Santiago, y el Oondestable Don Alvaro de Luna, precursores del florecer espléndido que había de representar para las Letras el siglo XVI. Así, mientras esa Nobleza, que no sólo sabía leer y escribir, sino que era maestra consumada en canziones y dezires, batallaba sin descansar, y recobraba lentamente el suelo, profanado por la morisma, y lucía en las Navas de Tolosa y en el Salado, como después frente a Granada, y se sacrificaba a cada paso en los altares de la Religión y de la Patria; mientras llenaba de furtalezas y castillos las crestas más empinadas de nuestros montes, y sembraba de ricos a. lcázares y 3 - 18- soberbios palacios el suelo de nnestras viejas ciudades, y la tierra toda que reconquistaba de Iglesias y Monasterios, y los Monasterios y las Iglesias de capillas suntuosas y de magníficos sepulcros, que recogieran sus cuerpos envueltos en hierro para esperar en ellos la eternidad, yponía arrogante sus yelmos y sus blasones, tributo supremo a la raza y al arte, sobre todos los muros y todas las puertas, se entregaba a la tarea que consideraba la más noble, e apuesta, e sabrosa) haciendo el Libro del Conde Lucanor, escribiendo la vida tormentosa del pobre Rey Don Pedro, dando a Castilla las Generaciones y Semblanzas, formando el Libro de las Claras et virtuosas mujeres, dándonos el Arte Cisoria, y el de Trovar) haciendo el Regimiento de Principes, y el Rimado de Palacio, y el Lib7' o de Cetreria, traduciendo la Divina Comedia, y la Eneida J y las Décadas de Tito Livio, componiendo versos inmortales en loor de la Serranilla, Moza tan fermosa non vi en la frontera como una vaquera de la Finojosa; y exhalando sus ayes doloridos, que otra ninguna lira ha aventajado, sobre la tumba recién abierta del insigne Conde primero de Paredes. No es ciertamente vulgaridad menor, ni menos afortunada, eso de que los Reyes Católicos acabaron con la vieja Nobleza, que estamos oyendo y - 19- leyendo a cada paso, cuando la buena crítica y el conocimiento exacto de los hechos nos forzarían a reconocer que fué con los abusos de los Magnates, con sus intrusiones, arrogancias y desacatos, con el hondo espíritu de rebeldía, por la debilidad de los Reyes Trastamaras consentido y fomentado, hasta llegar al escándalo inaudi to del destronamiento de Avila, con lo que aquellos grandes Soberanos tuvieron el valor de concluír. Los Reyes Católicos nominaron enérgicos aquellas ambiciones que ponían en peligro y en desdoro a la misma Realeza: ella, la gran Reina Dofia Isabel, nunca olvidada de la humillación por que pasara su altivez de Princesa Real ante las pretensiones matrimoniales de Don Pedro Girón, cuando el Maestre famoso de Calatrava, tronco de la Casa de Osuna, y el Maestre de Santiago Don Juan Pacheco su hermano, que lo fué de vuestra Casa de Villena, eran, cual el noble poeta los proclamó, Maestres tan prosperados como Reyes. y los convirtieron a todos, de pequefios Soberanos que querían ser, en grandes Sefiores que eran so · lamente, relegándolos a su verdadero papel, de los que fué el Monarca p'J'imus ínter pares) pero por mil razones el primero, la Nobleza por bajo del Trono, no a su nivel ni a veces por encima, nunca privada de su natural poder, ni amenguada en sus legítimos privilegios. Ella, con los Reyes Cat6lí- - 20- COS, con Carlos V y Fclipe n, vivió poderosa, influyente y respetada: el gran Cardl'nal Mendoza, el Almirante Don Fadrique, el buen Conde de Haro, el Duque del Infantado y el Conde de Tendilla, brillan en primer término en el gran reinado que hizo la unidad de Espan. a, que descubrió el Nuevo Mundo, que alzó verdaderamente los sólidos cimientos de la moderna Patria: el Condestable, el Marqués de Astorga, el Duque de Alba, el Conde de Benavente, el Marqués de Cafiete, lucen alrededor del sol esplendoroso que se llamó Carlos V; bajo Felipe II los cinco Duques ¡ y qué Duques!, el de Pastrana, el de Feria, el de Osuna, el de Alcalá, el de Baena; los de Lerma y de Uceda gobiernan con Felipe III; el Conde- Duque y Don Luis de Haro con Felipe IV; Medinaceli y Oropesa con Carlos n. Ellos conservaban y aumentaban bajo los Austrias sus feudos, sus Estados y Selloríos, aconsejaban los primeros a los Reyes, los representaban en todas partes, educaban y formaban a los Príncipes, dirigían los ejércitos de Tierra y Mar, gobernaban en los Países- Bajos, en Italia, en las Indias remotas e inmensas, y, abiertos a todos 10M méritos nnevos, pero grandes, o por mejor decir, extraordinarios, colocaban en las primeras filas de la Rica- Hombría al hijo de Co'ón, y lo casaban con nna Toledo de las de Alba, y enla zaban a Hernán Cortés, el modesto hidalgo extremello, que sus hechos asombrosos convirtieran en Marqués del Valle de Oaxuca, con la hija del poderoso Conde de Aguilar y Seftor de los Cameros, y - 21- a las propias hijas del Conquistador de México con los Enríquez y los Quifiones, y daban por mujer una Girón al nieto de Francisco Pizarra, hecho Marqnés de Las Charcas, aunque varias veces baso tardo. Ella siguió siendo la primera en el servicio de la potente Monarquía, la sefiora de la mitad al menos del territorio nacional, sin que fueran jamás obstáculo aquellas grandes ocupaciones en la gobernación del Estado, cuando mandabl'l en el nomo bre aug- usto de la Ci: l. t6lica Majestad los vastos pedazos del Imperio espafiol diseminados por dos mundos, o representaba a sus Reyes, con fausto, con inteligencia y con gloria, deslumbrando a los Soberanos de Europa en sus célebres Embajadas, para que cantase con Garci Lasso de la Vega, en las riberas misteriosas del Tajo, El dztlce lamentar de dos pastores, Salicio juntamente y Nemoroso; para que escribiese la Historia con las plumas de oro de Don Diego Hurtado y de Don Bernardino de Mendoza, de Don Carlos Coloma y de Don Francisco de Mela; para que llenase la Corte de las punzantes sátiras del Conde de Villamediana Don Juan de Tassis; para que hiciese con el Príncipe de Es · quilache Don Francisco de Borja. el poema heroico Nápoles recuperadaj para que iluminase de singulares resplandores nuestro pasado con el Marqués de Mondéjar Don Gaspar Ibáfiez de Segovia; todos ellos glorias de nuestras Letras, de nombres como - 22- los que más re petados y esclarecidos en nnestros fastos literarios. Y cuando llegó para aquéllas la decadencia, con el declinar también de la Monnrquía, y comenzó el siglo XVIII y un Príncipe francés ocupó el Trono de Espalla, fué a un Grande de la más encumbrada representación y de la estirpe más ilustre, a quien tocó por suerte elevar para su conservación, y para la defensa de la lengua misma, esta fortaleza inconmovible, que forma, va ya para dos siglos, vuestra gloriosa Compallía. No puede seros ingrato que me detenga algnnos instantes, aun abusando un poco de vuestra hidalga condescendencia, en el recuerdo simpático y amable del Marqués de Villena y Duque de Escalona Don Juan- Manuel Fernández- Pacheco, que es vuestro Cardenal de Richelieu, y el que habrá de ofrecerse como modelo a las generaciones actuales, y a las que habrán de sucedernos, si la Nobleza espafiola ha de vivir, y ha de vivir como a tan claras tradiciones ya todos estos antecedentes verdaderamente corresponde, acabando con el sueflo prolongado a que está entregada, con la verdadera catalepsia que presenciamos, tan parecida a la muerte. Yo he tenido el honor de escribir la bio · grafía del Marqués- Duque, hasta ahora quizás más detenidamente que nadie, y os declaro que nada hay más hermoso, ni más consolador, ni que más despierte las esperanzas, que la vida accidentada y provechosa de este Magnate ca tellano que lo fué todo, voluntario contra los turcos, herido en el sitio de Breda, General de la Caballería en - 23- Catalufia, Virrey allí, y en Navarra, y en Aragón, y en el Rosellón y la Cerdafia, y en Sicilia y en Nápoles, Embajador extraordinario al Sumo Pontífice, Mayordomo Mayor de nuestro primer Rey Borbón, Caballero del Toisón de Oro, y, sobre todo y más que todo para su gloria, vuestro fundador y protector, y vuestro primer Académico, y vuestro primer Presidente y Director perpetuo; como que sc había formado en la educación clásica que era estilo de los Sefiores de su tiempo, consumado en el conocimiento de las lenguas latina y griega, italiana y francesa, en las Matemáticas, en la Geografía, en la Historia eclesiástica y profana y en las Sagradas Escrituras, tan versado - dice un autor contemporáneo- en todo género de estudios, ad07' nado de variedad de noticias, y exercitado en la más exquisita erudición. Nada más atractivo que la figura original de este Prócer ilustre, a un tiempo soldado, diplomático, gobernante, académico y cortesano, a mi juicio la más principal y relevante de su época, la más digna de cuidadoso estudio, por nadie hasta ahora hecho, aunque tan celebrado en vuestro seno por los Interián y los Oasani, y fuera de esta Casa y de Espafia por la pluma cáustica, magistral y descontentadiza del propio San Simón, que fué, el Duque francés y libelista sin segundo, siempre ag- rio, displicente y duro, ante q uicn casi nadie encontró g- racia, su decidido y entusiasta panegirista. Y dejadme que os declare, acá para ' inter nos, esperando que no habréis de tomarlo a mal, que el de Vi- - 240- llena me resulta siempre sobre toda ponderación simpático, hasta cuando, en plena alcoba de Felipe V enfermo gravemente, a los ojos atónitos de la Reina Dofia Isabel Farnesio, él mismo viejo y doliente, y sin poder casi tenerse en pie, descargara furioso su bastón de Jefe de Palacio sobre las e~ paldas de Alberoni; bastonazos que, de parte de personaje tan piadoso, y de cristiano tan excelen te, que estuvo a punto de ser él mismo Primado de las Espafias y Arzobispo de Toledo, no se enderezaban, claro está, al castigo del Eminentísimo Cardenal de la Santa Iglesia de Roma, sino del propio primer Ministro del Rey, italiano, extranjero, soberbio, intrigante y enredador. De sobra sabéis que a ejemplo suyo, y a partir del día mismo de vuestra institución, toda la alta aristocracia de Espafla, amante como Don Juan Pacheco de las Letras y de los literatos, llamó constantemente a vuestras puertas, y tuvo a tanta o mayor gala ocupar un sillón entre los vuestros, como ejercer los primeros cargos palatinos, o llevar la representación de la MHjestad Católica a los otros Reyes de Europa, o gobernar el medio mundo que aún nos pertenecía; que en esos tiempos, generalmente con tan poco conocimiento juzgados, era la del espíritu que representáis una nobleza superior y aparte. rrodas las grandes Casas de la Monarquía se apresuraban a inscribirse un día y otro en vuestro libro de oro, buscando esa especial ejecutoria que la Academia Espaflola confería y confiere, y la primera de todas esa misma Oasa de - 25- Villena- Escalona, que os dió tres Académicos y Directores más, en el hijo y los dos nietos del que os fundara, el Marqués- Duque Don Mercurio- Antonio López- Pacheco, Capitán General de los Reales Ejércitos, vencedor en Bl'ihuega y Villaviciosa, también Mayordomo Mayor de Felipe V y su Capitán de Guardias de Corps, egran Sefior, buen soldado, justo gobernante, fino diplomático, y amante y cultivador ele l[ ls Buenas Letras, continuador en todo de las altas virtudes de sn venerado antecesor: l>, en Don Andrés- Luis Fernández- Pacheco, Caballerizo Mayor de la Reina, eheredero de la vasta cultura y del grande entendimiento de su abuelo paterno>, en el Teniente General Don . luan- Pablo López- Pacheco, que fué el cuarto y último de esta verdadera Dinastía de Académicos y Directores, que todos se honraron reuniendo a la Academia naciente en su propio y hace tiempo derruído Palaci(). A imitación de esa grande Casa de Villena, las más altas y calificadas se disputaban el honor de figurar en vuestras listas, no ya entre vuestros Di · rectores, sino entre vuestros Académicos de número. La Casa de Medina- Sidonia, la primera Ducal de los Reinos de Castílla, os dió, cuando eran todavía sus poseedores Pérez de Guzmán el Bueno, en el Duque Don Pedro Alonso, último descendiente directo del héroe legendario de Tarifa, un Académico perfecto, versado en idiomas, en el Derecho y en la Historia, cultivador de las Musas, traductor afortunado de Boíleau, de Pirón y de Racine. La Casa de Osuna, en el apogeo de su for- - 26- tuna y de su grandeza, cuando ncababa de unirse a la de los Condes- Duques de Benavente, os dió, en el Duque Don Pedro Téllez- Girón, al que lo mismo hizo la guerra contra Francia que asistió laborioso y asiduo a vuestras juntas, y así está inmortalizado por el pincel atrevido de Goya que por la respetuosa amistad de Clemencín. La Casa de Alba, en su Duque de Hl\ éscar Don Fernnndo de Silva Alvarez de Toledo, qne la hcrerló luego, os dió a vuestro sexto Director, el que ( lS instaló ya en una habitación del Real Palacio, y sellaló su presidencia con edicioncs del Diccionario y del Quijote, de la Gramática y la 01 tngrafía. La de Abrantes, representación espafioJa de la fidelidad portngnesa, dentro de la misma raza dc sus antiguos Reyes, os dió dos Académicos, en Don José de Carvajal y Lancaster, el gran Ministro de Fernando VI, el digno rival del Marqués de la Ensenada, vnrstro Director igualmente, y en Don Lorenzo de Carvajal y Gonzaga, el SerlOr de Cabrillas y Anaya, cumplido caballero, de cultura extremada, conciliador y amable, amparo de sus compafieros perseguidos por la política, lazo de unión de la Academia toda, que desagravió a Don Ramón Cabrera y vol vió a su Silla a Conde. Los Duques y Señores de Hijar, que cuartelaban en sus armas con las Reales de Aragón la3 Reales de Navarra, como nietos a lIn tiempo de los Jaimes y de los Teobaldos, os dieron a su Duquc Don Agustín Pedro Fernández de Hijar, que fué poeta y escribi6 tragedias, que él mismo reprcscntaba en su Pa- - 27- lacio de la Carrera de San Jer6nirno- sflqueado luego por la barbarie francesa-, bajo la direcci6n de Isidoro Máiquez, con damas y caballeros de la sociedad más encopetada. La ( Jasa de Alontellano, de los Adelnntados de Yucatán, os di6, en su primer Duque y antes Conde, al que inventara para vosotros la empresa famosa del crisol . r la conocida leyenda: Limpia, fija y da esplendor, que hace casi dos siglos constituye como vuestro lema no · biliario. La familia célebre y poderosa del Condestable de Castilla os diera al XIV Duque de Frías, soldado, orador, político y poeta insigne, al que elegísteis- él había de ser luego Marqués de Villena- cuando no tenía más que veinte afias, y ha · bía en lo porvenir de llegar a los Consejos de Ministros y a escribir cien composiciones inspiradas, de las mejores que prodnjo jamás la Musa castellana. La Casa de l\ fontijo, de que en nuestros propios días una gran espafiola realz6 el viejo lustre, compartiendo con un Napole6n el Trono de Francia, os di6 a Don Eugenio- Eulalia Portocarrero, Conde de Toba, como lo fué después la Emperatriz, tan famoso con el nombre del tio Pedro en los revueltos comienzos del siglo anterior. La Casa de Pufionl'ostro, descendiente de Pedrarias Dávila, os di6 al Marqués de Casasola, Conde luego de aquel Título. La de Almod6var, que descendía de Pedro Menéndez de Avilés, el héroe de la Florida, os di6 a su primer Duque y sexto Marqués, que fué Di · rector de la Academia de la Historia, vuestra hermana, rinl1 y vencedor de Oampomanes en ella: - 28- la de la Roca, de los Vera de Arfl g611, a su séptimo Conde y primer Duque, Capitán General de los Reales Ejércitos, Ayo de los Infantes de Espafia, que os pre:; idi6 muchas veces y en momentos difíles y dirigi6 asimismo la de la Historia con acierto: la Casa de Gor, de la Sangre del Rey Don Pedro, os di6 a dos Condes de Torrepalma, igualmente ilustres el padre q~ lC el bija, grandes poetas ambos, celosísimos y laboriosos: los Marqueses de Vallehermoso os dieron a Don José Bucarelli, el brillante Oficial de Guardias, el elegante General, querido de todos, protector carifioso de Don JuanNicasio proscripto. La Casa de Santa Cruz, heredera de Don Alvaro de Bazán, mantenedora de sus glorias, os di6 tres Directores, los tres inolvidables, celosísimos, paternales, en dos de sus Marqueses y en uno de sus segundones, el Don Pedro de Silva celebrado, que fué Sacerdote después de ser General, y a qu ien se ha declarado por algún historiador vuestro el primero de todos los Académicos, de no babel' antes existido mi paisano Don Juan de Iriarte. Los Duqlles de San Oarlos, recién lleg- ados del Perú, los descendientes de Lorenzo Galíndez de Carvajal, otro hombre de letras insigne, os dieron, aunque traílla principalmente por la política, al Duque famoso, el amigo de Fernando VII, su campafiero de Val<" l1yay, después su Embajador y su primer Miuhítro. La Oasa de Ofiate, que había recogido con la herencia y la sangre de VillameLliana su amor a la Literatura, os di6 su mejor prenda en la que fuera luego Marquesa de - 29- Guadalcázar, en la precoz Doctora de la Universidad de Alcalá, Maestra en Artes y Letras, y su Catedrática de Filosofía, a quien hicisteis galantemente, en los tiempos del obscurantismo, vuestra Académica Honoraria. Los Duques de VilIahermosa, de la Sangre Real Aragonesa, que ponían como ahora alderredor de su Corona el Sanguine empta sanguine tuebor, os daban, sin embargo, a su Don Juan- Pablo; los de Rivas, de los Saavedras legendarios de Andalucía, os daban a su Don Angel de Saavedra, conducido hasta vosotros por El Moro Expósito, por los Romances Históricos y por su incomparable Don Alvm'oj los Condes de Guendulain, de la vieja Nobleza navarra, Monteros Mayores de su Reino, os dieron al Barón de Bigüezal, luego Conde de aq uel Título, ya el laureado cantor de El Cerco de Zamora, Ministro de la Reina después. Y, por fin, los Condes de Pinohcrmoso, venidos desde los campos de Ol'ihuela, que sus antepasados ganaron, de la oriolana margen del Segura, os ofrecían en el Roca de Togores, que rué más tarde Marqués de Molíns, a vuestro principal historiador, a uno de vuestros más activos miembros y de vuestros más celosos Directores, con tanta gloria vuestra y suya, a la par que Embajador y Ministro en los grandes reinados q · ue van entrando ya en los dominios de la Historia. Todo esto, que es como la exposición de una gran palte de - 30- la espléndida galería de vuestros retratos de familia, sin invocar el recuerdo de los muchos Académicos Titulados, ni siquiera los de Montebermoso y Castafieda, Regalía y Carpio, y Escalonias, y San Felipe, y Salas, y San Juan de Piedras- Albas, ni el de los mnchos que llevaron al pecho las cruces de las Ordenes Militares, no exclnyendo de mi silencio a Pezuela, ni al mismo Jove- Llanos; todo <' sto es en gran parte vuestra vida, la vida fecunda, secular y gloriosa de la Real Academia Espafiola: tal es la representaci6n que di6 constante a vuestro Instituto la alta Nobleza de Eqpafta, para prez y lustre de ella y de él. Pero habían empezado ya los malos tiempos a que el mismo Don Gaspar- Melchor pusiera airado la marca indeleble de su condenaci6n y su anatema, preguntando en la Epístola a Arnesto, después de formular irritado la~ amargas quejas que todos recordáis y de bacer la tristísima desconsoladora pintura que todos conocéis: ¿ Es ésto la Nobleza de Castilla1 No pudo imaginarse el gran pensador asturiano el espectáculo doloroso que habría de ofrecerse un sig- Io después a cuantos sienten, como sentía él, de tan vieja y pura cepa desprendido, el amor de esa Nubleza castellana, a la que reprochaba entonces - 31 - ya, con más o menos justicia, su conducta, su ceguera, sn frivolidad, su alejamiento y su abandono de los altos deberes que le imponían su nacimicnto y representaci6n. No hay que cerrar los ojos a la luz meridiana qlle nos envuelve con su claridad. Ahora sí que, por desdicha de todos, más que en aquellos días, la Nobleza. espafiola, olvidando en su mayor parte lo q \ 1e hizo y lo que fué, vuelta de espaldas a las Letras, al trabajo y al estudio, marcha con tranquila inconsciencia a consumar su anulaci6n y su snicidio: entregada casi exclusivamente a los deportes, o a los placeres, o a la pereza y la inacci6n, recuerda a la triste Reina de Francia y a las grandes Sefioras de su tiempo, que habían emprendido desde la lechería de Trian6n la senda del patíbulo vestidas de pastoras, entre los rústicos buc6licos placeres a que las brindaban engafiosas las lecturas de Juan- Jacobo. Ahora sí - que no hay el ansia honrosa de adornar y realzar las coronas de los Grandes, enlazando con los florones y las perlas heráldicas las palmas y los laureles de las Letras: ya no hay Academias ni reuniones en las casas de los Magnates, como las que el mismo G'ran Capitán tuviera, escuelas de la cortesania y de la magnificencia, después de haberse paseado triunfador por los campos de Italia, en el filos6fico retiro de su · ~ agujeros de Loja; ya no hay salones literarios, como Madrid los tuvo hasta ayer mismo, a pesar ahora de alguno que otro generoso intento, sofocado por los gUl: ltos modernos frívolos e insustanciales; ni hay el - 32- plnc<.' r sublime de estos torneos del espíritu, a qne la Nobleza espafiola salía con el mismo entusiasmo que flln( t al Paso Honroso de la Puente de Orbigo Don Suero de Quiñones. Ya, cuando desaparece de entre los vivos una gentil y hermosa Sefiora, nacida en las alturas, en las alturas admirada, no se forman COTonas fúnebres, como la ' que tejieron los poetas del siglo anterior, Larra, MartíJ1CZ de la Rosa, Gallego, Tapia, Quintana, Ventura de la Vega, Lista, Donoso Cortés, Rivas, Arri< lza, para aquella malograda Duquesa de Frías, que se había casado en medio de los horrores de la guerra, inspirando el recuerdo de su boda a su propio egregio marido los magní · ficos versos, reflejo fiel del modo de pensar de una generación viril, que compartía sus amores entre las armas y las Letras: No las sacras antorchas reflpjaron mármol bruiíido y rC{ jios artesones, sino el hierro marcial de los pendones que en la patria defensa tremolaron. De un bondadoso agricultor el lecho fué el tálamo nupcial: sirvió mi espada de espejo a la beldad que el alma llora, y en amor y valor mi pecho ardia..... ¡ Campos famosos de la antigua Baza, eternos sois en la memoria mía! Cuando la principal_ Nobleza espafiola separó la vista desdeftosa de las Letras. y del estudio- con las honrosas actuales excepciones que vosotros aquí, - 33- y vuestros compafieros de las otras Academias, os apresuráis siempre a recoger, y para las que todo aplauso resultará siempre poco -, renunció, sin darse cuenta, a la suprema intervención que le tocab~ de derecho en la vida de su país, a la dirección intelectual de la sociedad espafiola que en tan gran parte le correspondía, a la alta política misma que había de dirigir, o de coadyuvar en primer término a su dirección. Todas las cosas tienen en · tre sí una conexión tan honda y tan estrecha, q ne no cabe separarlas a capricho: sean las que fueren las vicisitudes de los tiempos, decía al Patriciado Romano aquel gran Papa y pensador eximio que se llamó Le6n XIII, la aristocracia de la sangre, con la del talento y la fortuna, han de gobernar el mundo, y < un nombre ilnstre jamás dejará de tener grande eficacia para el que sepa dignamente llevarlo » . No basta para esto encerrarse en el estricto cumplimiento de deberes, que podríamos llamar pasivos: gran cosa es mantenerse, por la dignidad de la vida, por el respeto de la Religión, por el ejercicio de la caridad, por el sentimiento de la familia, por el amor del bien y la consideración del propio nombre, g~ an Sefior en medio de la pequefiez imperante; pero nada de ello puede ser bastante en estos momentos de lucha y de combate, en que todo aparece amenazado y puesto en pe · ligro. La alta Nobleza e;¡ pafiola, como ninguna otra de Europa, volvi6 tiempo hace las e3paldas ~. l servicio directo de la Iglesia, olvidando que le había li - 34- dado en el transcurso de los siglos, para g- loria inmarcesible de una y otra, páginas inmortales, donde estaban escritos sus nombres, los de aquella brillantísima cohorte de famosísimos Oardenales, de santos Prelados, de temidos Abades, O'nerreros y escritores al par, de piadosos Oanónigos, de Religiosos esclarecidos, salidos de las primeras Oasas de la Monarquía; olvidando que fué un Guzmán el q ne fundó la Orden de los Padres Predicadores, y un Loyola el creador incomparable de la Oompanía de Jesús, y un Borja y un Xavier las primeras ilustraciones de esta milicia insigne, y antes un Oardenal Mendoza el principal instrumento de la Providencia para hacer a Espana, dejando apenas ahora, desperdigados por acá y por allá, un Benavides, un Cascajares o un Spínola. Ella volvió las espaldas al ejército, que constituía él solo una gran nobleza, la nobleza de los que están a toda hora dispuestos al sacrificio de su sangre, al holocausto de su vida, en los altares de la Patria, de los que nos garantizan a calla momento la seguridad, el honor, la hacienda, la tranquilidad, la libertad y la independencia nacional, sucesores de los que conquistaron el mundo a la sombra de nuestra bandera, y entre los que tuvieron siempre sus abuelos el primer lugar; aunque la justicia nos obligue a reconocer que hoy figura en sus filas la juventud patricia, en una reacción patriótica que nunca se celebrará bastante, en una nueva explosión de los más altos sentimientos que merece todo nuestro aplauso, en un tornar al amor de los - l55- amores que abre nuestros corazones a las más justificadas esperanzas. Ella volvió las espaldas a la política, que yo no he de llamar con este nombre a figurar aislado y mudo en una u otra Oámara, entusiasmándose con la elocllencia ajena, siguiendo taciturnos las ajenas inspiraciones, figurando como simples soldados, en ésta o la otra fracción, a las órdenes de éste o del otro afortunado capitán; que intervenir en la política es penetrar en sus entrafias y subir hasta sus alturas, jugar el gran papel que en sn escena les corresponde, estlldiar detenidamente los grandes pro · blemas que el gobierno de los pueblos ofrece a. la seria meditación de los que aspiran debidamente a ejercerlo, hacer ] 0 que el Oonde de Aranda, más o menos a nuestro gusto, bacía en el siglo XVIII, y en la primera mitad del XIX hacían aún Toreno, Ofalia, Frías, Villlma, Rivas, Miraflores, para llegar a ser grandes Ministros, Presidentes respetados de las Oámaras y hasta autorizadísimos Presidentes del Consejo. Ella no quiere por lo visto hacer honor a la. célebre frase de un gran filósofo y estadista extranjero: No hay gran Rey sin gran lrfinist?' O, que pensaba sin duda en lo que fueron para el propio Luis XIV un Oolbert, un Le Tellíer, un Louvois y un Séguier; y, distraída en atenciones de escasa monta, nada hace por contribuir a la g- randeza de su Soberano, subiendo hasta los Consejos de la Oorona, para ayudarle a ser gran Rey siendo ellos Ministros grandes, como lo fueron sus más próximos abuelos de Oarlos III y de Isabel n. - 36- La alta Nobleza ha vuelto las espaldas a la Toga, de que revestía a sus hijos segundos, después de hacerlos cursar en los célebres Colegios Mayores sólidos y fuertes estudios, para llenar luego el Oonsejo upremo de Oastilla y los otros todos de estos Reinos, y las Ohancillerías y las Audiencias en Espafia y en Ultramar, de todos esos nombres respetables, de que otros nobles juristas y literatos, Ruiz de Vergara y el Marqués de Albentos, nos han dejado por fortuna el más interesante catálogo. Ella volvió las e paldas a las grandes especulaciones mercantiles, aunque siguiendo en esto en realidad las tradiciones de su país, al revés de lo que hicieran los g- randes Patricios O'enoveses y venecianos, que dejaban el alto comercio para ser Duxes y enadores, y ejercer las más altas dignidades de aquellas aristocráticas repúblicas, sacando a lo mejor de la vida de los neO'ocios a un Ambrosio pínola, para que llegara a ser el primer Marqués de los Balbases y el primer General de su tiempo; y, sin quererse enterar de lo que en estos asuntos pasa fuera, se mantiene distanciada de lo que representan en el moderno vivir las agitaciones industriales y bursátiles- con alguna, quizás única, simpática y plausible excepción, más plausible y más simpática cuanto más sola- j ejemplo acabado de que puede ostentarse con absoluta diO'nidad un gran nombre, de los más celebrados de nuestra Historia- que mucho lamento no sea costumbre pronunciar aquí-, consagrado el que lo lleva a - 37- las altas y provechosas iniciativas que todos sabéis y celebráis seguramente. Nuestra alta Nobleza parece, en suma, que se aleja de todas esas grandes manifestaciones del vi vil' patrio, como se aleja sin duda, más o menos conscientemente, en estos nuevos rumbos extrafios de la educación general de las qne fueron clases directoras, de este culto sngrado y tradicional de las Letras, a que todo le brinda, que es además un gran placer, con el que ningún deporte material podrá compararse jamás, dejando que otros más decididos, más audaces, menos indolentes y mejor preparados, preparados en el Foro, en el periodismo, en la Cátedra y en la Literatura, manejen a su antojo el vivir nacional, mientras ella conSllme lentamente, con nobles honrosísimas excepciones, los todavía grandes heredados presti- . gios en una indolencia mortal, de que haya de dar algún día estrecha cuenta ante Dios y la Historia. Todo esto coincide fatalmente con el bajar de la Nobleza en otros órdenes importantes, pues al mismo tiempo que el del espíritu, se le escapa por instantes el dominio de la tierra, que ella había ganado al precio de su sangre, desde Covadonga hasta Granada, y que la ley vinculadora defendía sabiamente de la mala administración, de las locurns, de las prodigalidades, de los despilfarros y de los caprichos de sus propios duefios. El cuadro es triste verdaderamente, y yo creo que se presta un gran servicio a la Patria, a la Monarquía, a la Nobleza misma, presentándolo alguna vez sin velos - 38- ni disculpas ni atenuaciones criminales, engaüándola y engatlándonos. Porque la Nobleza es en realidad una gran institución necesaria, en una Monarquía como la nuestra, en un pueblo viejo y de larga tradición y abolengo como el nuestro, y de todo punto compatible con las más progresivas democracias, que, recelosas y enemigas de todo lo que es hereditario, empiezan ya lentamente, a la vista de todos está, a reconciliarse con ello. Alguien dijo- me figuro que fué Taine- que una nación sin jerarquías es sencillamente una casa sin escaleras; creyendo yo qne es obra meritoria y hasta patriótica el que todos contribuyamos en lo posible a que la noble casa que habitamos, y que todos queremos como se quiere al común solar, mucho más cuanto más viejo, conserve sus escaleras naturales, las que le formaran en su obra constante el tiempo, los servicios, los trabajos y los prestigios de tantos siglos, y no se vengan abajo ruinosas y deshechas por la desidia criminal de sus indiferentes moradores. La alta Nobleza ha perdido sin duda una gran parte de la tierra que le da el nombre: los nidos famosos de las águilas, sin águilas ya que cobijar, se desploman en el olvido: las águilas volaron, y los nidos quedaron como pobres cuerpos sin almas, aban · donados y desiertos, condenados a deshacerse y a morir: apenas, por acá y por allá, una mano piadosa apuntala éste o aquel castillo, restaura ésta o aquella fortaleza, mantiene con filial amor éste o aquel palacio, ésta o aquella vieja casa solarie- - 39- ga, que flleron, en cualquier pefi6n lejano, en cual · ' qniera lug- ar escondido, en cualquiera ciudad de provincia o retirada aldea, la cuna veneranda de la raza. ¿ Qué es lo que queda del Alcázar de Escalona, donde pas6 su seria juventud vuestro fundador y su Duque, el EscolO?' famoso, donde se form6 su gran carácter, de donde sali6 preparado para sus altos mandos, sus grandes cargos, sus variados y difíciles puestos el gran Marqués de Villena? ¿ Qué resta del Palacio de Medina- Sidonia, donde los nietos de Guzmán el Bueno sofiaron en ser Reyes, arrancando las Andalucías al cetro de los Austrias, mientras, más afortunada, una Guzmán les arrancaba para los Braganzas, y para sí propia, como su Duquesa que era, el Reino entero de Portugal? ¿ Qué resta del Alcázar de Oabra, de donde el gran Oonde Don Diego acudi6 a su sobrino, el Alcaide de los Donceles, para la batalla memorable de Lucena, en que el anciano y el adolescente, ambos Fernández de 06rdova, hacían juntos su prisionero a Boabdil, y tomaban a un tiempo para sus armas la figura encadenada del mísero Rey Chico, y para lema. de su blasón, en emulaci6n respetable, los dos versículos del Evangelio de San Juan, el SINE IPSO FACTUM EST NIHIL, el OMNIA PER lPSO FACTA SUNT? ¿ Qué resta del Palacio Sefiorial de Marchena, cuna del Marqués de Oádiz renombrado, residencia de los Duques de Arcos, célebres todos en la vida nacional con el hist6rico nombre de Ponce de Le6n? ¿ Qué resta del CGl. stillo de los To- - 40- ledos en Alba de Tormes, de donde el Duque Don Fernando salió para guerrear y vencer en toda Europa, y que era desde Africa y Flandes, y desde Italia y Portugal, el objeto constante de sus re · cuerdos y cuidados? ¿ Qué resta del Oastillo de Benavente, solar de los afamados Pimenteles, los del Mds vale volando, entre los cuales toca el primer puesto al Castellano leal, aunque hijo de la fantasía i! 1agotable de vuestro Duque de Rivas? ¿ Qué resta del Palacio de Astorga, cuyos Marqueses y Sellores de la Oasa Osorio, Oanónigos de León como sus Reyes, disputaban a los de Villena la primacía de su Dignidad en toda Oastilla? ¿ Qué resta del Palacio de Tendilla, de donde salieron sus Oondes a sus Embajadas memorables cerca de los Pontífices Romanos, a plantar por sus manos vencedoras el pendón de Oastilla en la Torre mora de la Vela, entre el gran Oardenal de Espalla y el Maestre de Santiago, como primeros Alcaides de la Al · hambra recién ganada, a pelear COIJ tra el moro en el Pellón de los Vélez y en los campos de Túnez cún el valor que los hizo especialmente famosos en esa raza de Mendoza en que todos lo eran? ¿ Qué resta del castillo de Monforte, por los Oastros levantado, de donde salieron las dos hermanas, en la hermosura y en los infortunios iguales, Doila Juana para ser Reina de Oastilla sólo un día, Dolla Inés para reinar, después de morir, en Portugal, y luego los Oondes de Lemos, a quienes hicieron solamente Dios y el tiempo, para representar toda la lealtad de España, para brillar como Mecenas esclarecidos, - 41- pasando a la inmortalidad en los escritos de Lope, de G6ngora, de Oervantes, de los Argensolas? ¿ Qllé resta en su Villa de Osuna del Palacio de los soberbios Girolll's? ¿ Qué del de los Zúfiigas, Justicias Mayores de Castilla, en la su}' a de Béjar? ¿ Qué del de los POl'tocarreros en Mognol'? ¿ Qué del de los arrogantes Fnjardos en uno y otro Vélez? ¿ Qué del de los Beaumont, los Bastardos de Navarra poderosos, en . su Villa de Lcrín? El Palacio del Infantado, que asombró al Rey Caballero} no es de sus Duques, y aunque todavía conserve enhiesto sus escaleras, sus nrtewnados, sus fre~ cos, cuanto admiraron con asombro el Rey de Francia vencido en Pavía y sus ilustres campaneros, a raíz de su memorable derrota, no es ya múrada de los [ lltivos l\ fendozas, sino el asilo respetado de la familia nueva que forman allí las huél'f'lnas de la guerra. El Palacio del Santo Duque de Gandía es todavía de la familia de San Francisco, pero no de la familia de la sangre, no de la de los Borjas, elevada a la Silla de San Pedro con Calixto y con Alejandro, sino de la familia mística y religiosa, de la Compa1Ha de Jesús. ¿ A qué seguir esta lúgubre relaci6n? Apenas quedan, de las más de las un tiempo sefioriales moradas, a cuyos recios muros fiaban los formidables antepasados el porvenir y la grandeza de los suyos, apenas quedan míseros torreones, albergue muchos de ellos de gitanos y forajidos: con razón podría decir ahora más que nunca el gran vate andaluz: ¡ De todo apenas quedan las señales! 6 - 42- Vi ve nuestra alta : Kobleza indiferente, como n. su expulsión de la tierra, al movimiento de las ideas que agita y conmueve el mundo; y como ya no rige las conciencias con los Primados de Tole · do, con los Prelados de Sevilla, de Santiago, de Zaragoza, de Tarragona, de Valencia y de Gra nada; como ya no mnnda en jefe los ejércitos, cual primero los Gonzalo de C6rdova y los An tonio de Leiva y los Alba, y luego los Baena, los Leganés y los Balbases, y más tarde los de la Mina y los Montemar, y últimamente los Romana y los Albllrquerq lle; y como ya no lle\' a la dirección suprema de los asuntos públicos, como en el siglo XVIII mismo los Carvéljales y los Arandas, y en el XIX los Torenos, los Frías, los Vilumas, los Rivas y los Mirafiol es; y romo ya no crea, ni preside, lli inspira Inbtitutos literarios de la significación <. le la. Academia Española, desceftida la espada, en pedazos la toga, lejos el báculo y 1:: 1. mitra, ajena al tráfago y a las industrias, rota y en el suelo la pluma y muda la palabra, ausente de todos los lugares que llenó de sus grandes representaciones basta bace poco, semeja como agotada, exánime y sin alientos, como condenada inexorablemente a la disolución, a la desaparición y a la muerte. Yo no soy aficionado a buscar los ejemplos en la Francia moderna: la l!' rancia de antafio, nuestra eterna enemiga, podía sin embargo forzarnos, quisiéramos o no, a la admiración y al respeto, haciéndonos decir algo parecido al verso célebre de nuestro gran poeta: - 43 - Inglés le aborrecí, y hé'roe le admiro. La Francia de hoy despierta muy medianamentc mis simpatías, 0, para ser sincero, en nada las despierta; pero plle~ to que la moda tiránica lo quiere, y es entre las alta clases y entre todas elegante, persuasivo y hasta con vincente cvocar lo que pasa en Francia, sigámosla en buena hora. A través de cuatro rcvolllcioncs. diezmada por la guillotina, arruinada por la cmig- raci6n, despojada por las leyes nuevas, sin cabeza y sin Rey, aún vive mila · grosamente la obleza francesa) sin haber pcrdido jamás cl gil to refinado de lns Letras, y el que lla · man pmüdo de los Duques tiene siempre autorizada representaci6n en el seno de aqIIclla célebre Academia, y bajo la coupole como allí dicen. Ayer mismo, en la situaci6n q lIe sig- ui6 a edan y al derrumbamiento inesperado del Imperio, en la situaci6n quc restañ6 tantas heridaR, que hizo de nuevo a Frélncia, la O'mndeza de la figura de Monsieur Thiers nn ha sido bastante a borrar la de los tres Duqnes a cuyo alrededor gir6 la política toda de aquellos años memorables, el de Broglie a la cabe · za del Consejo de Ministros, el de Audifr~ t- P< 1squier en la Presidencia. de la Asamblea Nacional y del Senado lucgo, Decazes cn el Ministerio de Negocios Extr¡ tnjeros, miembros los dos primeros de la Academia Francesa, el de Broglie gran historiador y literato insigne, Pasquier orador y pensador eminente, Dccazes fino y experto diplomático, los tres - 44 - prueba plena de que aquella grnn Nobleza defiende sus posiciones, y para ello, lJaturalmente, estudia, trabaja, piensa, escribe y habla Pagando ahora el horrendo crimen de su nacimi\: llto, purgando el gran pecado de que corra por sus venas la sangre de los héroes que formaron aquella gran nación, arrojados violentamente a la oposición más extrema, los nobles franceses hacen todavía por las Letras lo que allí no se les consiente que real icen por la política, ni por las armas, y uno de los más gnmdes oráculos del pueblo vL'cino, una de sus voces más escuchadas, UIlO de sus primeros pensadores, UllO de sns oradorl s más elocuentes, uno de sus más altos esp( ritlls, el primero acaso ue los que dirigen y marchan a la cabeza de la Francia antirrevolucionaria y creyente, es el gran patricio, Diputado y Académico, heredero de Chateaubriand y de Montalem bert, q lIe se llama l' 1 Conde de MUll. Yo busco con ansieda( l en las filas presentes de la alta Nobleza española, histórica y secular, que vive felizmente al amparo de la Monarquía, algún Conde de Mun, y, lo digo con pena, no lo encuentro. Pero toda vía queda u a nuestra vieja aristocracia grandes elementos par, t luchar y resistir si ella lo quiere: esos nombres extraordinarios de la historia de Espafia, que sobresalen, como f<. lros luminosos, eu medio del diluvio univ<: rsal de Títulos j' honores producidos por la democracia imperante, que improvisa a cuantGS quieren serlo Duques, Marqueses y Condes, sin tradición, sin significación y sin pasado, tienen eficacia tal, que U: ISt.. t a los que los lIe- - 45- van qnerer salir de sn inexplicable apRtía, penetrar en la palestra con los antiguos heredados bríos, substraerse a la vida fútil y (' stéril en que Re consn · men desgraciadamentc las viejas (\ nergfas, para recabar la parte que se les debe en el puesto de honor que les han marcado los siglos. Todavía queda, a pesar de la desvinculaci6n de todos, del despilfarro de muchos, de la divisi6n constante del vasto patrimonio, todada queda en sus manos gran parte del suelo n~ cional: la riqueza territorial es acaso en la mayor p~ utc suya; no es la antigua Nobleza colosalmente rica, acaso porque se le pueda aplicar aquella frase de Gyp, cuando decía que « nunca se es colosal mente rico cuando no se ha robado nada., pero es rica moderada. y discretamente: todavía gOZ; l, más que ella misma cree, del prestigio acumulado ( 1urante las centurias por unas y otras gencraciones de cspailoles ilustres, que creyeron en HUS del'rchos, prro que creyeron aún más en sus deberes: todada sus nombres sig- nifican muchísimo en la vida española, que lo que aquéllas hicieron en su sal> idl. rÍ; 1 no puede terminar y desaparecer ante la locura de nn rato; la verdadera magia de sus viejos nombres sonoros, repetidos por Jos siglos, se impone todavía al respeto y al carifio de las multitudes desorientadas. Yo quiero creer que no es nuestra Nobleza nn cadáver, a quien s610 Jesucristo pudiera resucitar como a Lázaro, sino simplemente uno que duerme, ya quien el ruido de afuera, que crece cada día, ba de despertar y sacudir en cual · quier momento. - 46- Sí: es menester sacudir enérgicamente ese sopor letal, dar a los placeres y a la frivolidad su parte, y la suya indispensable al trabajo, al estudio y a la lucha, para que cada cual cumpla la misión a que lo destinó en sus designios la Providencia. Los golpes estridentes que la revoluci6n da a todas lns puertas, y que no despertaron antes a los Sefiores volterinnos y enciclopedistas de la Curte U~ Luis XVI, ¿ es de temer que no sacudan tampoco el suefio o la pereza de nuestras aristocracia~ distraídas? No es posible, ni espafiol, ni cristiano siquiera, pasar tranquilamente la vida, generaci6n tras generaci6n, divirtiéndose descansados, holgando y quejándose de 10 que no tiene remedio, sin intentar hallarlo a 10 que puede tenerlo todavía: ni esto conduce a nada útil ni a nada serio, ni es, en resumen, pese a toda vanidad pueril, más que la confesi6n paladina de la impotencia y de la nulidad. Hay que dar a la Nobleza presente un ideal, el ideal necesario, sin cuya luz ha de fa. ltarle más o menos pronto la vida: ¿ qué más ideal que el de mantener las tradiciones que la formaron. que la hicieron lo que todavía es? Es forzoso que ella, como todos, según la frase de Voltaire, cultíve su jardín: que todavía, aunque el rayo haya tronchado en él tantos árboles majestuosos y seculares, y la tormenta hn ya barrido sin piedad y en gran número plantas y flores, le restan dilatados campos fértiles, que pueden llenar de frutos abundantes el suelo de la Patria. Hay que tener fe en sí propia, y moverse a impulsos de esa fe redentora, haciéndose digna de - 47- ocupar en el gran combate que se ~ l\' ecina, y que a ella, como a todo lo tradicional, amenaza feroz, el puesto de honor que la mano de la Historia imperiosamente le seftala, si no quiere desaparecer eualquier día, y morir sin gloria, ella que naci6 de la gloria, y por la gloria fué lo que fué, cuando los grandes antepasados fundaban estas familias célebres, cuyos representantes corren hoy rápidamente, acaso con el brillo de la luz que se extingue, jinetes en jacas de polo, a su lamenta ble anulaci6n. Hay que trabajar sin demora porque esta casa de los espafioles no sea cualquier día la casa sin escaleras del fil6sofo: Ing- laterra y Alemania, los dos pueblos más jerarquizados de la tierra, están ahí para nuestro ejemplo: cansados de la imitaci6n en futesas que a nada conducen, imitemos alguna vez a los extrafios en cosa importante y trascendental. Que no haya ahora ningún Anfriso, melanc6lico y desesperanzado, que pueda con raz6n preguntar a Arnesto: ¿ Es ésto la Nobleza de Oastilla? No quiero cansaros más, Sefiores Académicos, ni que este modesto discurso, hecho para mi presentaci6n ante vosotros, vaya a resultar algo como tema más oportuno de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. Sufrid que me haya permitido invocar vuestra autoridad en esta empresa ardua - 4 - en ql1e me han metido mis particulares estudios, en bien de la Nobleza, que es bien de Espafia y de todos; porque la ~ ana y provechosa democracia, vosotros ~ abéis nll'jor que nadie, como sabéis todas las cosas, que no es el barullo, ni el desorden, ni la destrllcci6n, ni la confusi6n, ni el caos, SiDO el atinado concierto y la natural intervenci6n de todos, cada llllO en el lllgnr donde la Providencia Divina, que sabe más que los hombres, sabiamente lo colocara. Estas escaleras de honor a que se refiere la frase de Taino- o, si no es suya, de El" nesto Ronan, o de ellalquiera otro La Cerda o Té · l1ez- Gir6n de la nobleza intelectual del mundo-, han de sal varsa y conservarse a todo trance, para que el magno odilicio do la Patria. espafiola no se venga por su falta abajo), sino que se mantenga hermosísimo, ordenado, duradero y fuerte, como lo han conocido las edades y lo han admirado los útros pueblos, con todo el e~ plendor de sus antiguas y venerandas instituciones, entre las cuales, al par de las más altas, toca sitio tan principal, ahora como en los días de su principio, a la Real Acadomia Espafiola, centro siempro del espíritu nacional, que vosotros mantenéis con el acierto que es notorio. HE DICHO. CONTESTACIÓN DEL SEÑOR DO E 1ILIO COTARELO y MORI SEÑORES ACADÉMICOS: El dulce contentamiento que traen a nuestro ánimo solemnidadcs como la presente, donde el corazón se explaya cn tiernas efusiones de amistad, al acoger un nuevo compallero, llamado a ilustrar con sus luces nuestras comunes tareas, templa y mitiga el duelo causado por la ausencia eterna de aquellos a quienes la muerte inexorable se compIugo en arrebatarnos. Alternativa es constante de las humanas cosas; ley fatal e ineludible que impone la renovación incesante dc la vida. Hoy se vistc de gala esta Acadcmia para rcci · bir en su seno al Excelentísimo 8efior Don Francisco Fvrnández de Béthencollrt. Ilustres Académicos llegan solícitos a darle fratcrnal abrazo. PÚblico selecto h() nra y autoriza este noble acto, y sólo una circunstancia le falta para su cabal perfección y magnificencia. Que no sea el encargado de dar la bienvenida al Académico entrante aq uel varón insigne cuya voz inspirada y elocuentísima habéis oído tantas veces y cuyo eeo parece que vaga y suena aún en este recinto. - 52- Tan familiar y conocida nos era, que casi no se comprende cómo puede haber recepción sin su concurso. Seguramente que al terminar el Senor Béthencourt su lectura os habréis forjado, por un momento, la idea de ver alzarse del sillón presidencial aquella augusta y veneranda figura, tomar el discurso en la mano, y con vigoroso acento pronunciar lentamente su característico c: Sellores Académicos » . Por desdicha ya no le volveremos a oir; y pérdida tan dolorosa para todos lo es, en el caso actual, más sensible para el Senor Béthencourt. Porque, ¿ quién como aquel hombre ilustre pudiera en · salzar dignamente los méritos del campanero que hoy recibimos? ¿ Quién otro que él no fuese apreciaría en justicia y expondría ante vosotros, con su oratoria a la par vehemente y razonadora, el valor de la obra de cultura y patriotismo en que el Senor Béthencourt viene trabajando hace más de treinta afias? Afortunadamente para el Senal' Béthencourt, el fruto de sus loables vigilias es tan notorio y cono · cido que, aun sin la escultural evidencia que le hubiera prestado la voz mágica y fascinadora de aquel gigante de la palabra, el simple recuerdo de sus tareas envolvería la justificación del honroso puesto que venís a conferirle. Bastaría el gallardo e instructivo discurso que acabamos de oir para considerarle digno de honrar esta Casa. Porque el Sefior Fernández de Béthencourt fué desde su primera edad inelinado a las Letras con la vocación irresistible que impulsa al héroe a mo- ~ .~- .~ ~ ~" ~ ( j "~ 8- I~ j .! 1' o j .11 ~ 1 j ~" • - 53- rir por la patria, al santo a sacrificarse en pro de sus semejantes y al mártir a sellar con su noble sangre la fuerza de su creencia. y no es del todo ponderativa o hiperbólica la comparación; porque si bien los devotos de las Le · tras no son casi nunca santos y muy pocas veces llegan a héroes, lo que es mártires lo son todos, en mayor o menor grado. Unos llevan a su tumba la simbólica palma, emblema, no de triunfo, sino de constancia en su eterno vencimiento; otros, en cambio, la ven trocarse en verde y fresco laurel de victoria, que al fin ciile y engalana sus sienes. Yo no sé si el incruento, aunqne siempre doloroso, martirio, en lo que toca al Señor Béthencourt, habrá durado mucho; presnmo que no. Ante nosotros se presenta ya como vencedor, pudiendo ornar su pecho con la medalla de individuo de número de la il ustre Academia de la Historia, en la cual es además Oensor digno y celoso. No me detendré en enumerar los envidiables cargos y honores que ha disfrutado y conserva aún, así españoles como de otras naciones, porque, si bien éste sería lugar adecuado para ello, sé que ofendería su modestia, por cuanto sólo aspira a que se le tenga por literato en su acepción más amplia, esto es, devoto o consagrado a las Letras, condición en que cifra todo su orgullo. Hijo de aquellas islas Afortunadas, tanto o más que por su plácido clima y rientes campiñas, ves · tidas de eterna primavera, por los hijos ilustres que ha producido, vió el Señor Béthencourt correr - 54- allí loa tiernos afios de la infancia y mocedad pri mera. Muestras de su ingenio precoz fueron multitud de artículos y poesías, desparramados en periódicos locale . Algunos de estos esbozos juveniles incluyó en el libro que modestamente intituló Para cuatro amigosj y con verdad pudiera llamarlo no ya Pa'ra algunos, como Matías de los Reyes bautizó el suyo, en el siglo XVII, ni Pa'ra muchos, como hizo otro autor del mismo tiempo, sino Para todos, como el Doctor Juan Pérez de Montalbán quiso designar el suyo, tan curioso y divertido como suelen ser estas obras misceláneas cuando las adereza y sazona el verdadero ingenio. Por cierto que entre los versos del libro, que son para su autor « fuente de recuerdos dulcísimos enlazados con las primeras afecciones de la vida-, hay un romance descriptivo de una piadosa y antiquísima romería a la Virgen de la Candelaria, en la aldea de este nombre, perteneciente a la isla de Tenerife. Ebte lindo romance, compuE'sto por el Sefior Béthencourt cuando no tenía veinte afios cumplidos, está vivo aún eu Canarias y con frecuencia lo recitan los peregrinos anuales al santuario. El Sefior Béthencourt no aspira al lauro de poeta; pero involuntariamente lo fué en este caso; y ¿ quién entre los más encumbrados y descontentadizos hubiera repugnado el verse, no ya leído, sino recitado y aplaudido uno y otro afio por todo un pueblo, en el acto y en el momento en que expresa lo más puro y sublime de su afecto: el sentimiento religioso? - 55- Hay en esta poesía un sabor legendario tan perceptible, una sinceridad en el fondo y una noble y elegante sencillez en la forma, cualidades, como es sabido, las más preciadas en este insigne ramo de la poesía popular, que no parece sino que está uno leyendo versos de igual clase del dulcísimo maestro Valdivielso o del incomparable Lope de Vega: Lejos del confín ibero, cual magnificas sultanas que en dulce letargo viven, indolentes, recostadas sobre di¡: anes azules con mil adornos de plata..... bajo un cielo siempre puro, entre siempre puras auras, están mi,') islas queridas, están las islas Canarias. Siete son, y entre las siete, como reina y sobermw" como orgullosa seliora, Tenerife se destaca, y audaz hasta el oielo mismo la regia frente levanta; la frente de blanca nieve con los cabellos de llamas. Es el famoso y temido Pico del Teide que eter · namente recuerda el origen volcánico de las ricas islas. Antes había el poeta hecho la ferviente invocación a la Divina Sefiora cuya fiesta va a conmemorar, y en pos de ella de cribe la aldea, el santuario - 56- y la aparición milagrosa, origen de la romería, que se congrega el 15 de Agosto de cada un afio. Abandona luego el tono devoto y narrativo para romper, viendo el numeroso concurso, en estas exclamaciones: ¡ AlU va toda la isla, alli va Tinerfe en masa!.... AlU los de Santa Cruz, los de la célibre Aiíaza, los nietos de aquellos bravos campeones de la patria..... Los hijos de las llanuras, los hijos de las monta11as; los que viven en los valles y en las rocas escarpadas desde la pUinta de Teno hasta la punta de Anaga..... ¡ Allí va toda la isla, alU va Tinerfe en masa! Llenos los caminos de romero sin que les arredren ni los rayos de un sol tropical, ni la abrasada arena, acuden montando los unos robustos dromedarios, de lento y firme paso, y los otros corceles de raza que exceden al viento en rapidez, sin que falten muchachas de garzos ojos, que, en más humildes cabalgaduras, traigan a la memoria del poeta la más pura y hermosa de todas las doncellas que en tal guisa hizo otro más santo y más penoso viaje. Llegan al anochecer, cuando ya refulgen las estrellas del cielo y se divisan las luces de los barquitos de la playa, pues a orillas del mar es la - 57- fic tao acan en hombros de los devotos la Virgen de la. ig- lesia y la conducen en procesión a la cueva milagrosa, con música, danzas y estrépito de armas y fuegos de artificio. Velan durante la noche los peregrinos desparramados por la playa, formando alegres corros en improvisadas viviendas; y vuelta la imagen a su altar, comienza el desfile de los devotos, llevando medallas y estampas, ellos en los sombreros y ellas sobre el velado y casto pecho. i Ya se marchan los romet · os, ya los romeros se marchan! i Id en paz! Que Dios os [ juíe, católicas caral: anas, traidas pOto el amor en sus voladoras alas desde el uno y otro extremo de la preciosa Nivaria; ¡ desde la puntc(, de Teno, desde la punta de Anaga! Ouán bien sonarán siempre en los oídos tinerfenos estos castizos acentos, no hay para qué ponderarlo. Si todo el mundo ha sido poeta alguna vez en la vida, el enor Béthencourt lo ha sido en ésta. Pero no fué la poesía ni otras ramas de la amena literatura las que absorbieron la mayor atención del joven escritor. Dedicado al estudio de la Historia, yen ella a la parte o especialidad en que luego había de sobresalir, pudo, al abandonar su tierra nativa, dejar a sus paisanos un excelente y como pleto ~}. robiliario de Canarias que allí es tenido en el mayor aprecio. - 58- Apenas instalado en esta Oorte, comenz6 a dar al público unos Anuarios de la Nobleza de Esparta tan originales, exactos y nutridos de saber hist6rico que, arrebatados primero por los curiosos lectores, son hoy una rareza bibliográfica, porque encierran, en poco volumen, un tesoro de datos pre · cisos y de noticias biográficas y genea16gicas que en vano se buscarán reunidas en otros libros. Atento a los sucesos políticos, en relaci6n con las más altas instituciones, no sólo de España, sino de otros países, fué vertiendo su vasto saber, en lo referente a filiaciones, entronques y alianzas de los Soberanos de Europa, en eruditos artículos que ha empezado a coleccionar con el expresivo título de Príncipes y Caballeros. Fué y es el Señor Béthencourt, en ] a Academia de la Historia, uno de los individuos más solícitos en redactar y leer primorosos discursos en la recepci6n de nuevos comprl ñeros, y doctos elogios de ilustres académicos que dejaron esta vida para franquear las puertas de la inmortalidad. y como todo ello no bastase a entretener su actividad mental incansable, ide6 y puso en ejecuci6n una empresa temeraria y tal vez imposible para otro autor de menos alientos: la gran Historia genealógica de la Mona?' quia españolaj no en la forma adocenada y raquítica en que plumas ven,, 1t.' s hoy la escriben, silla como la entendieron el inexhausto Esteban de Garibay en el siglo XVI, el grave y severo Sala zar de Mendoza en el XVII y el juicioso, exacto y abundante Don Luis de Salazar y Castro en los comienzos del siguiente. - 59- Sabían estos ilustres escritores y sabe el Sefior Béthencourt, que en cada hecho de los más gloriosos de nuestra Historia hay uno o varios apellidos que con frecuencia afortunada se repiten uno y otro siglo. Indl: lgar los orígenes de estas grandes familias, deslindar sus parentescos y filiaciones, restablecer y apurar la exactitud de sus actos es tarea en verdad digna de un amante de su patria. Así concebida la genealogía, mejor que un auxiliar, es la misma Historia en lo que tiene de más íntimo y esencial, pudiendo ser, a la vez, la más entretenida y amena de las narraciones. Diez grandes volúmenes lleva ya publicados de esta obra colosal el Sefior Béthencourt. ¡ Diez volúmenes en gran folio! .... Se nombran muy deprisa, pero no se componen ni aun se escriben en poco tiempo. y ¿ qué familias son las historiadas? Las más ilustres, las que mayor honra dieron a sn patria: casi todas ya desaparecidas o muy transformadas, pues el Sefior Béthencourt no adula a nadie, y esto bien habéis podido observarlo en el discnrso que acabamos de oir. Acunas, Pnchecos, Girones, Borjas, Oastros, Oerdas, Oórdovas y Ouevas. A estos famosos apellictos seguirán los Enríquez, Fajardos, Figueroas, Gncvaras, Guzmancs, Mendozas, Osarios, Pimentelcs, Ponces de León, Quifiones, Sandovales, Silvas, Sarmientos, Toledos, Velascas y Zúfiigas. Por cualquiera parte que se abra el libro de nuestras glorias no dejará de tropezarse con alguno de estos nombre3 o con varios a la vez. - 60- o desconozco cuán decaídos están hoy e tos estudios, ya por haberse aplicado a sujetos no dignos de ello , ya por la ineptitud de sus profesores. y e ta censura, justa en cuanto a lo presente, se hace extensiva, con notoria exageración, a nuestros viejos genealogistas, que sólo pecaron, llevados de su excesiva credulidad, en dar origen demasiado antiguo o falso a las familias cuya historia trazaban. En lo demás suelen ser verídicos, como lo son Tito Livio, a pesar de las fábulas que recoge sobre los orígenes de Roma, y Plutarco cuando remonta la ascendencia de sus personajes a Hércules o Teseo. Era entonces moda el buscar progenitores, no en la raíz misma de la Reconqui ta y en héroes puramente espafiole , sino en príncipes extrafios y remoto y en tipos leO'endarios o míticos, o bien no detenerse hasta ob curo patricio romanos, como los Pimentarios, C07' vinos u otro semejantes. Así placía más a los genealogistas derivar las familias para ellos caras, de aquel vándalo feroz que tenía en su dormitorio las armaduras sangrientas de sus contrarios muertos, sin que su vista repugnase tan horrendo trofeo, o de aquel bárbaro Rey que se embriagaba bebiendo en el luciente cráneo de sn enemigo antes que del noble castellano, mártir de su fe monárquica que en la deshecha de Aljubarrota daba al Rey u caballo para salvarse y protegía la fuga a costa de su vida, o del otro que cercado de enemigos encarnizados y destituído de todo humano auxilio, caía acribillado de heridas be ando la cruz bendita de su espa- - 61- da. El primero, sin embargo, defendía el orden, la paz interior del Estado, y el segundo su hogar, sus hermanos, su religión y su patria. Como estos actos sublimes eran comunes en Es · pafia, y aunque un Toledo, como Don Gonzalo Ruiz, el célebre Conde de Orgaz, valía tanto como un Oomneno de Oriente, y Alvar Pérez de Oastro no era menos que cualquier cruzado francés o belga, preferían nuestros incautos genealogistas adornar los blasones de las antiguas familias con simbólicos atributos de hazafias nunca realizadas. Conceden a uno las veneras cuando no consta haya vestido en ningún tiempo la esclavina del palmero; a otro los roeles sin que haya cambiado jamás las doblas castellanas por los besantes de Palestina; a otros el girón de la sobrevesta ganado en batallas imaginarias, y en muchos escudos vemos sierpes aladas, dragones u otros monstruos vencidos, doncellas libertadas como Andrómeda o Melisendra, reyes orientales cautivados o restituídos en sus tronos: todo el caudal heroico de los libros de caballerías. Pero esto ocurre sólo en los orígenes siempre obscuros aun de las más conspicuas familias. Porque cuando el genealogista trabaja sobre documentos auténticos no piensa ya en leyendas ni tradiciones engallosas. i tiene necesidad de semejante auxilio cuando hechos tan verdaderos como famosos solicitan de continuo la actividad de su pluma, y así y todo corta habrá de quedarse cuando elogie, por ejemplo, a aquella gran familia cuyos cabezas, vencidos y muertos o vencedores, siempre en gra- - 62- do heroico, dan que admirar a todos y hasta despiertan la musa del pueblo, que en melancólicas endechas « por la sonada de los Comendado7' es de C6rdoba~, cantaba la funesta pérdida de un gran caballero, perteneciente a aquella familia: iAy Sierra Bermeja, por mi mal te vi, que el bien que tenía en ti lo perdí! En ti los paganos hallaron ventura; tú de los cristianos eres sepultura. Tinta tu verdura de su sangre vi... Mis ojos cegaron de mucho llorar cu, ando le mataron a aquel de Aguilar. No son de callar los males que d, que el bien que tenía todo lo perdí ( 1). También el abuelo de este Don Alonso de Aguilar había muerto en pugna contra los agarenos; más dichosos sus primos en la batalla de Lucena, cautivaron al Rey Boabdil, y el elogio de su hermano estará hecho con sólo nombrar al Gran Oapitán. ¿ : Merecerá esta familia que se escriba su historia? ( 1) Coplas sobre lo acaescido 6tlla Sierra BeNntja y de los lugarts perdidos. Time la sonada de los Comelldadore.~. Sevilla ( re; mprt i611), 1889, página 7. - 63- Pues no menos difícil sería al cronista ensalzar debidamente a aquella otra Oasa que tiene en Don Rodrigo González Girón, Mayordomo Mayor de San Fernando. uno de sus más excelsos progenito · res, y llegar hasta el esforzado Maestre que delante de Loja perdía la vida, atravesado el pecho por una saeta que le entró por el encaje de la armadura en el costado, yendo con la espada en alto al excitar al combate a sus leales caballeros. También el valiente mancebo fué asunto poético de muchos romances que se recitaban por toda Espaila: ¡ Ay Dios, qué buen caballero el Maestre de Oalatrava! ¡ Oh cuán bien corre los moros por la vega de Granada ,... , Por esa Puel'üJ, de ElvÍ1' a arrojara la su lanza: las puertas el'an de fierro, de banda a banda las pasa ( 1). ¡ Familia generosa que todavía en el siglo XVII daba muestras de su vigor y reciedumbre con el célebre Virrey de Nápoles! y ¿ cómo no recordar, aunque sólo sea de paso, aquella otra, uno de cuyos fundadores dió oríg- en a un tipo moral conservado en rancios proverbios, y en la cual sucesivamente el abuelo conquista al católico Monarca el reino de Navarra, el hijo joven de veintitrés ailos sucumbe valerosamente en los ( 1) Romance anónimo: en Durán ( n, 117). - 64- Gelves y el nieto destroza en M111hberg a los luteranos alemanes, domefia en Jemingnen y Mons a los rebeldes flamencos y en las postrimerías de su vida entrega a su Rey un reino ganado en una campafia de treinta dias? He citado con repetición la poesia popular cantora de las hazafias de nuestra vieja. Nobleza, porque ésta, al revés de lo ocurrido en otros paises, era y fué siempre, en cierto modo, democrática: tan intima era su unión y su fraternidad con el pueblo. Las necesidades de la guerra de reconquista hicieron que los nobles fuesen los más valientes, los más sagaces o los más hábiles en guiar a la victoria. Aquí no había ducados y grandes ducados independientes como en Alemania y Francia, ni marquesados sefioriales como en Italia. Ni el noble se consideraba de raza distinta desde el momento en que veía que el Rey podía hacerlos y deshacerlos. A la más encumbrada nobleza subieron, entre otros, Don Alvaro de Luna, hijo natural de un hidalgo aragonés y una mujer de humilde clase, y Don Beltrán de la Oueva, simple criado del Rey. En bastardos recayeron las dos grandes Oasas de Niebla y de Arcos, sin pérdida de su nobleza, porque, como decía el viejo refrán, « En Oastilla el ca · baIlo lleva la silla » y porque el Rey hubo de legitimarlos por su rescripto. De lo más alto del poder y la fortuna cayó el famoso Oondestable de Oastilla Don Ruy López Dávalos: todos sus bienes fueron confiscados, y sus - 6;:'- hijos y nietos hubieron de buscar en Italia porvenir y fama, y los que en Espafia permanecieron no pasaron de simples y obscuros hidalgos. Más caro aún pag6 Don Alvaro de Luna no su elevaci6n, ni el haber detentado tantos afios la Oorona, sino el haberse cansado el Rey de favorecerle. Y dos siglos antes también Don Lope de Raro, Sefior de Vizcaya, pag6 con la vida un asomo de competencia con el Monarca Don Sancho aún no bien asegura · do en el trono. Con la vida satisficieron, en tiempo de Alfonso el Onceno, sus tentativas de oligarquía feudal Garcilaso de la Vega, Alvar Núfiez Osorio y hasta Don Juan el ' l'uerto, hijo del Infante Don Juan y Sefior de Vizcaya. S610 un momento hubo en nuestra Historia, y corto por fortuna, en que la Nobleza como cuerpo quiso sobreponerse al poder Real y pareci6 haberlo conseguido. Es aquel en que el Rey Don Juan II, débil de condici6n y entregado a sus deportes, apart6 de su lado al único hombre capaz de mantener el cetro en sus flojas manos y la corona vacilante en su cabeza. Ya no tuvo un momento de paz y de gusto hasta el fin de sus contados días. De concesi6n en concesi6n a la revuelta e insaciable aristocracia fueron él y luego su inepto hijo, ro · dando y cayendo hasta la afrentosa deposición de Avila. Bien se lo advirti6 a tiempo el poeta más grande de su corte, pensando en este caso como verdadero vate, y pintando en breves y expresivos rasgos la anarquía reinante en Castilla: 9 - 66- Son [ cierto] a buen tiempo los hechos renidos. Tirancs 1t urpan ciudades y villas, al Rey que le quede sólo Tordesillas, estarán los Reinos muy bien repartidos. Los ( odo leales le son perseguidos; iusticia o razón ninguna se alcanza; hoy todos los hechos están en la lanza y toda la cltlpa sobre los vencidos ( 1). Fuera de este bochornoso período, la Nobleza espafiola cumpli6 siempre sus deberes políticos. Agrup6se lealmente en torno de los felices Reyes Cat6licos para dar fin glorioso a la reconquista. Doce mil vasallos y parientes present6 sola la Casa de Mendoza ante los muros de Granada. En los tiempos de Carlos V y los tres Felipes sirvieron en los ejércitos de mar y tierra, como Generales y como soldados; como Virreyes y Gobernadores en los Estados y provincias lejanos; con extraordinario lucimiento en las Embajadas y plenipotencias, donde imprimieron el sello de los más hábiles, corteses y generosos diplomáticos de Europa. Bastará recordar los nombres de Don Francisco de Rojas, de Don Diego Hurtado de Mendoza, del Conde de Cifuentes, del Duque de Feria, Don Francés de Alava, Don Bernardino de Mendoza, Don Juan de Zúfliga, del Condestable de Castilla Don Juan Fernández de Velasco, del Conde de Gondomar, del Conde de Benavente, del Duque de Alcalá, del Marqués de los Vélez y otros ciento o más que en el espacio de nn siglo ilustraron su nombre y su tierra. ( 1) Juan de Mena: Laberinto, copla 8.& de las afl. adidas. - 67- y en todos estos puestos se conducían no como Grandes ni orgullosos magnates con relación a su Monarca, sino como súbditos humildes y servidores fieles. Así es que no dudaban en solicitar el apoyo de otros hombres más modestos, pero que estaban más cerca de los Reyes, como sus Ministros o Secretarios; tales eran los Oobos, Erasos, Idiáqucz, Arces, Vázquez de Acufia y otros que por este camino llegaron también a la grandeza. y esto nos prueba una vez más qne en Espafia la Nobleza no fué nunca una casta, aunque sí una elevada clase social, a la que podían subir todos los espafioles por diversos medios y especialmente por el favor Real; clase superior que decaía y se apocaba, si el esfuerzo individual no lo impedía viniendo a sostenerla, al fraccionarse los bienes de los segundones, aun de las más principales Casas. Así el nieto de un Duque no era muchas veces más que un pobre hidalgo de gotera, burla y escarnio de los plebeyos enriquecidos. A esto y a la indolencia y flojedad de muchos hidalgos de su tiempo, aludía un alto poeta, ya en el siglo xv, diciendo: De grande tiniebla ofusca las leyes de gentileza quien no hace la nobleza y en sus pasados la busca ( 1). No despreciaba la hidalguía, ciertamente, pero la consideraba letra muerta sin el esplendor que ( 1) Juan de lI1ena: Coplas de los siete pecados, copla 46. - G - puede darle ya la riqueza o ya los hechos famosos, el poeta dramático del siglo XVII, que, por boca de un sesudo personaje, decía a cierto presumido galancete: Aunque vos tengáis valor no penséis que yo no valgo, que si es bueno el hijodalgo el padre de algo es mejor. y ¿ quién no recuerda aquel Pedro Crespo del Alcalde de Zalamea, tan bien a venido con su modesta condición de pechero, aunque el más rico de la comarca? ¿ Quién no le admira cuando, al negarse a comprar una ejecutoria de nobleza que le exima de gravámenes y vejaciones como la que, al fin, le cuesta la honra de su hija, lo hace no por desprecio a la clase, antes por creer que sirve así mejor al Rey y al Estado? Crespo, sin embargo, estima y respeta la hidalguía y espera que su hijo la obtenga; pero no por compra, sino en premio de sus buenos hechos en la guerra. y no sólo en las armas, en los Gobiernos y las Embajadas sobresalían nuestros nobles caballeros en tiempos, bajo muchos aspectos, más felices que los actuales, sino también en el ejercicio y profesión de las buenas letras. Y acerca de esto sí que no habrá necesidad de insistir despuéB del magnífico alarde que el Sefior Fcrnández de Béthencourt acaba de ofrecernos. y ved, Sefiores Académicos, cómo tiene una y y mil veces razón en cultivar la Historia Nacional, mirada a la luz que irradian los hechos mcmora.- - 69- bIes de tantos preclaros cspnlloles, sin adular bajamente a nadie, y sólo con la vista puesta en el mayor lustre y gloria de la Patria. El amor que profesa a la elase a que él mismo pertenece, explica cierta ruda y castellana sinceridad en los consejos que dirige a nuestra actual No · bleza. Muy mermada se halla ( hablo de la antigua) y muy alejada parece del verdadero pueblo que hoy gobierna, o debe gobernar, no por las armas, ni por la riqueza, sino por la inteligencia, que es el más digno y racional imperio; pero es todavía una fuerza social viva y poderosa. Diríase que satisfecha con gozar de las ventajas y comodidades de la civilización moderna, deja a otros el cuidado y la molestia de velar por la bucna dirección y gobierno dcl Estado, sin peusar en los peligros que entraila este retraimiento egoísta y, al cabo, suicida. No se trata, ni cl Sellor Béthencourt aspira, ciertamente, a resucitar antiguos y hoy absurdos pri vilegios, pnes la igualdad antc la leyes quizá la más p: lJ'a y magnífica de las afirmaciones políticas modernas. Pero Bí conviene que esa fuerza, hoy casi perdidn, se una por modo eficaz a todas las otras para cl fin común, que es el engrandecimiento dc Espaila. Entonces quizá vuelvan a florecer entre nosotros un Principe Don Juan Mamlel, el mejor prosista del siglo XIV; un Don Pedro López de Ayula, poeta didáctico y nuestro primer historiador que tal nomure merczca en orden al tiempo; Ull Don Enri- - 70- que de Villcna, humanista insigne, traductor de Virgilio, de Cicerón y de Dante, y propulsor efic: lz del Renacimiento de Castilla; un Fernán Pérez de Guzmán, Sefior de Batres, poeta, historiador, y más célebre aún por sus inimitables biografías de coetáneos que él llamó Generaciones y semblanzasj un Don Alvaro de Luna, nutor de elegantes decires y mnralizador agradable en sus Vir · tuosas y claras rnujeresj un Marqués de Santillana, archivo de toda g- clltileza, ufano con sn reconocida maestría en el arte de trovar, pues, como él decía, « la pluma no embota la lanza ni face floja la espada en manos del caballero:. . Surgirán quizá del seno de nuestra grandeza poetas líricos, como Garcilaso, de dulce y eterlla memoria; el Príncipe de Esquilache, versificador flúido y elegante, o el ingenioso Duque de Francavila; o bien historiadores como Don Bernardino de Mendoza, Don Carlos Coloma, Marqués de Espinar; uno y otro narradores, como César, de los hechos que ellos mismos ejecutaban; el Conde de Osona o el fecundo y erudito Marqués de Mon · déjar. y tal vez, en fin, veamos aparecer un nuevo Don Juan Manuel Fernálldez Pacheco, Duque de Escalona y Marqués de Villena, nombre el más caro a todos vosotros, el cual, después de haber desempefiado cinco Virreinatos, y siendo, Mayordomo Mayor de la Majestad de Felipe V, vino a fundar, ahora hace justamente dos siglos, esta Real Academ ia Espnflola. EII ella filé uno de los - 71- más sabios miembros, de los más a idaos y constantes en el trabajo. Le prestó generoso abrigo en su propia. casa, y a ella. consagró sn influjo y toda la indomable energía de su alma hasta dejarla firmemente establecida. Varón verdaderamente grande, digno de los tiempos heroicos, que le hubieran erigido altares como a semidiós o numen tutelar de las Letras. ¡ Saludemos, Sefiores Académicos, hoy, a. l cabo de doscientos afios, esta augusta memoria! |
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