mdC
|
pequeño (250x250 max)
mediano (500x500 max)
grande
Extra Large
grande ( > 500x500)
Alta resolución
|
|
mwy' ^/^ X / - ? ^ < ; •' yf ¿ ¿ ^^ - tUy /<'^-'^^' t^^^ ¿ ':> y^ ¿ ^ í-' íi'i^^- t^ ^ ' , 2 ! < Í Í : ¿ : , . < -^ V SS! SS « « SSS$ 5Si?& « SS8 « ^^ I OBRA5 DEL MISMO AUTOR i I LAS DOS MARTAS. Noi> da ( Agotada). I ^ I I TEATRO, Tomo I: Idoloá.— La dicha que de | I ('( 7. — Co lo lubina, Arlequin }/ C."— La ley de loó | I hombrea. | I ISLA DE LOBOS. Noi> ela corta ( Núm. 53 de I I « Nuestra Novela » ). I I I I « MALOFICIO » . Novelad canariaá. § I EN PREPARACIÓN CRIMEN INÚTIL. Novela. i TEATRO: Tomo II. I ENTRE EL ODIO Y EL DESPRECIO, i i Noi'ela. I ^ " MALOFICIO" NOVELAS CANARIAS POR J O S É R I AL I BIBLIOTECA HESPÉRIDES Don Ramón de la Cruz, SI Calle de Colón, núm. 5 MADRID LAS PALMAS -^ • la RetervBÍás para íjíos los palies las rfereeioj de reprodacdóB, íradacaáa y aiaptaUia. Copyüjht by ¡ osé RUI, 1923. :-'^^ • • « fe " MALOFICIO" Al Excmo. Sr. D. Alfredo Saralegui que ha dado categoría humana a la mísera existencia de los pescadores españoles, con la obra magníl'ica de los Pósitos Marítimos. •;>! » í LA CUNA Aquello que bogaba sobre el camino del Faro como una galera azul, era una cuna, mejor dkho, quería serlo. Don Ramón había puesto en que lo fuera la mejor voluntad; la misma con que se la regaló a Teodora, para lo que viniese, y ella, agradecida al buen propósito, se la había cargado sobre el rodete puesto en lo alto de la copa de su sombrero Tiuevo, y allá iba hacia el Puertito con la dulce carga, en la que saboreaba la emoción anticipada de la otra que le redondeaba el vientre. Hacía un día fuerte de sol. Por entre los valles no corría un soplo de aire, y ia atmósfera, cargada, densa, anunciaba el Sur. Allá enfrente debía el simún levantar la arena entre sus remolinos; el crepúsculo del día anterior había sido rojo como el fuego... Teodora jadeaba y sufría de rato en rato el zurriagazo de la ráfaga del aire seco, que le cruzaba el rostro. La cuna maciza, con sus balancines de un solo trozo, sus barrotes y el colchón de lana, era demasiada carga para ella, en'estado; de soltera i^! J! gWl^ p^; i^ g.|^^^ JW'!*.'^•!.' y' 8 JOSÉ RUt habria recorrido alegremente los cuatro kilómetros, pero el vientre tiraba, tiraba, y la hacía encorvarse, quitando al cuello y a la espina dorsal la verticalidad que necesitaban para mantener el peso. En su afán maternal, no se preocupó del largo camino, del calor asfixiante, ni de la excesiva carga. Todo le pareció liviano ante la alegria que habría de darle a Manuel aquel regalo, que los aliviaba de una preocupación. Manuel no tenía barco aún y andaba a la parte con su padre en el suyo, o con los otros. Nunca embarcó, y por ayudar a su gente no pudo arre juntar para la boda; si se va a ver, cuando se casaron, más llevó ella que él. La cuna se balanceaba suavemente al brioso compás de las caderas, y avanzaba cortando la distancia, como si la empujaran unas alas invisibles. A Teodora el ensueño maternal la sostenía, y, en una vaga semiinconsciencia, andaba, andaba, marcando sobre la tierra del camino la honda huella del pie descalzo, que el sudor, al caer, moteaba de anchas gotas rojas, mezclándose con el polvo. Sobre la cabeza gravitaba el pesado armatoste, cada instante más recio, y el pecho era el que sentía la pesadez; y las piernas ágiles, todas nervios, que no parecían ser la prolongación de las caderas pomposas, aligeraban las largas zancadas, para ganar tiempo y espacio. Pensó esperar a que volviese Manuel, que había ido a pidpear... Comprendía que si soltaba la car- « MAXC^ ICIO » • ga no podría volver a subirla, y al cogote, como un hombre, menos. Estaba cerca de Vista Grande, e hizo un esfuerzo: ya quedaba poco... y en el sonoro cristal de la tarde oyó prolongarse las notas vibrantes de las risas de su hermana Cruz. ¡ Si viniera!... Y Cruz llegó, saltando con sus largas piernas de corza joven. — ¿ Qué traes vos?... ¿ Sos dio la cuna Dueña Maria ? — Sí. ¡ Dios la bendiga! La ayudó a colocarla sobre el rodete, y caminó a 6U paso, siguiéndola con trabajo. Tenían las dos la misma marcha cadenciosa de las cargadoras: el paso firme que alarga la zanca, afirmándola sobre el suelo con el vaivén de las caderas poderosas como ancas de yegua; los pechos desafiadores por el arqueo de la espalda; la cabeza tiesa sobre el cuello erguido, y las manos moviéndose a compás, cuando no equilibraban la carga en un gracioso gesto dé canéforas. AI doblar la última curva del camino, ya a la vista del Puertito, la cuna vogó en el cielo azul, destacándose nítidamente, más galera que nunca, con su ancha popa, toda esculpida de labores pacientes y primitivas, su rabioso añil provocativo, y las perinolas labradas como las linternas de una nao almirante; y Teodora, que la observaba, vio a Rosario enverdecer, que es la palidez de las more-ais,'^ lO JOSfi RlAt ñas, de envidia ante el rico presente de ía torrera de Martiño. Rosario le había pedido más de una vez la cuna a Dueña María, desde que mercó la nueva en Las Palmas, y se la habia negado, lo que aumentaba el valor del obsequio con la mortificación de su comadre. Prudente, como mujer casada, a pesar de sus veinte años, trató de pasar disimulando el gozo; pero madre Matilde, refinada, no la dejó. — ¿ Te la vendió por cuánto? — No me la vendió, que me la regaló. —¡ Y bien cumplida que es! — Sí— y por variar de conversación—: ¿ Sabe si vino Manuel, madre? Y pronta, como la avispa clava el aguijón, fué Rosario la que contestó la pregunta : -— En la cueva de las Palomas lo vi hay ya rato — y gozándose en el daño—: La Basilisa andaba por allí mariscando... Sintió Teodora la puñalada en el corazón, pero no la dejó ver. Y en silencio siguió a Cruz, para ayudarla a pasar la ouna bajo el dintel de la choza, donde se hundió la galera azul, en la obscuridad. II LAS CARNES BLANCAS En el agua clara, revolviendo las piedras pulidas del fondo oelesite, una ma^ ra'busca almejas. Lleva el sombrero que la dibra del sol, el saco de mil colores en remiendos, y el zagalejo rojo recogido sobre las caderas. Es ya casi vieja, cercana a los cincuenta; tiene hijas mozas y casadas, que la hicieron abuela. El sol y d aire del mar le curtieron la cara y le quemaron los brazos; y el pelo, que fué negro, muestra largos mechones grises en las sienes. Pero aun brillan ai el agua clara y se destacan en las piedras del fondo sus piernas, blancas como el mármol. Y estas piernas blancas son la tentación, lo desconocido... Estos mozos cerriles que vuelven la cabeza púdicamente cuando cruzan las mozas por las peñas de la playa con las bronceadas formas al descubierto, sienten el zarpazo del deseo ante esas piernas blancas, que, por una incomprensible piedad del tiempo, mienten sus lozanías entre los temblores de las aguas, en los charcos bañados. de sol; - 15 josfi s ú t Y la vieja pecadora goza provocando a los mozos castos, en su rusticidad, como en los tiempos en que fué mujer de mundo en Lanzarote, y rodó por las viñas en los diminutos cráteres de arena negra donde se abrigan las cepas, como en una fiesta pagana, ebria de vino y de amor. Esta vieja pecadora conserva el cinismo de sus días pasados, los recuerda, y sólo presenta como atenuante de su vivir algo que haría perdonarla si ella suplicara perdones: el amor a sus hombres y el amor a sus hijos. De estos dos amores fué generosa, y aún sigue manteniendo esta condición en la vejez, y con la misma mano con que acaricia a la nieta preferida, y con el mismo brazo con que la lleva a horcajadas sobre la escurrida cadera, se enlaza a los mozos; y se pierde con ellos por entre los arenales, en las noches sin luna, y les hace el regalo de lo único que le resta de sus marchitas bellezas: el regalo maravilloso de sus carnes blancas. Carnes blancas que han sido fruto de pecado en la existencia austera de estos pescadores, que merced a sus caridades han conocido las emociones de una cita y los placeres de una noche de amor. Por los brazos de esta vieja pecadora ha desfilado esta juventud. En la albura de su carne han calmado sus hambres, y su alma generosa ha sido para ellos fuente en el camino, cisterna en el desierto, donde apagaron su sed. « MAXOFICIO » 19 , Comunión carnal fué esta donde todos tomaron su porción, como hermanos: que para todos hubo, sin distinción. Comunión carnal, dulce y sabrosa, hecha con pan de fiesta, del que no se come todo el año. Pero esta comunión ha refinado, estragándolo, el gusto de estos pescadores. No es bueno arregostarse al pan candeal cuando las trojes no guardan sino trigo de la tierra, que da un pan negro y pesado, y hay ya mozo que lo encuentra indigesto, y habla de las mujeres blancas, como los hombres del norte de las tierras de sol. Entre las mozas se va formando una sorda hostilidad contra la iniciadora, que se manifiesta en burlas, frases despectivas y miradas sombrías, que surgen, como relámpagos de una lejaaia tempestad, en el fondo de las negras pupilas. Todas las estrellas que presenciaron los amorosos transportes de los mozos en las noches sin luna, han cristalizado en ellas las luces frías de sus odios y sus envidias. III NOCHE DE SAN JUAN La memoria de las ancianas del lugar, que es archivo ele historias tan apergaminadas como sus rostros, lleva la estadística de las bodas del año. — Por Carnaval casaron Juan y Vicenta; por San José hubo tres bodas; por san Antonio, cinco... Para ellas, ilos meses no tienen otros nombres que los de las liestas más sonadas. Los enlaces abundan; la familia viene al poco tiempo, y otra casa aumenta d pueblecillo. Teodora y Manuel casaron por San Juan, y, siguiendo el costumbre, después de la boda quedaron cada uno en casa. de sus pajdres hasta la semana siguiente. ... . . . •. . Cuando, la gente & e fué, Teod'oia, desvelada en su cama de soltera, se echó el saco y. la. falda y se asomó a la - ventana . ,.. . . La Juna sanjuanera recortaba limpiamente las sombras y bruñía la arena fina del jable, haciéndola de plata. Lejos sonaban las notas del tim-ple de una parranda de magos, que se alejaba, camino del Cotillo, por las veredas de Los Lajares. 16 JOSÉ RIAt Ladró un perro, y un gallo madrugón lanzó su clarín al viento. Sintió frió y fué a acostarse, pero algo la retenía allí, oculta por el sombrío de la ventana, para ver ' lo que tenía que ver: que en noche de San Juan todo son agorerías y se descorren los velos del misterio una vez al año, para las pobres almas que penan en el Purgatorio de la duda y prefieren el Infierno de la verdad. ¿ Por qué no se durmió. Dios mío?... ¿ Por qué, precisamente, aquella noche?... Con el alma en vilo, los vio pasar; tan juntos, que parecían una sola ánima bajo la manta en que se agasajaban. Pero la luna sanjuanera les bañó la cara de luz y los sacó a la vergüenza para que ellas los viera. ¿ A la vergüenza?... Juraría que Ña Basilia lo hizo al drede... Y aunque ella ocultó su dolor, porque a los hombres no se les debe dar celos, para que no se engrían, comprendió que la otra seguía entre los dos y cerca de él, como aquella noche, y le traía a sus v ^ t a s cuando quería, como si Manuel siguiera tal c ^ o cuando ella, la vieja bruja, se lo consiguió, • 6in conocer mujer, teniéndola ya propia y por la Iglesia. IV LA SENTENCIA Consultó a la madre, y Ña Matiide, sibilina, movió la cabeza en un gesto misterioso y comprensivo, que no auguraba nada bueno. Y grave, con absoluto convencimiento, sentenció: — Yo, mi jija, mi alma la quiero pa Dios; y pa mi pensar, maloficio es... Sentencia que confirmó Ña Rosalía, la del Puer-tito, al echarle las cartas; y señora Trinidá, la de La Oliva, después de hacer sus composiciones, ratificó los sabios dictámenes de sus colegas en la maga ciencia. —¡ Maloficio es!... Manuel no castigaba a su mujer ni la ofendía: la compadecía. Cuando ella, en sus raras cóleras, le echaba en cara su conducta, el hombre la contemplaba con una i, ndiferencia más dolorosa que el desdén. Y si la escena se prolongaba, acudía al 8 18 JOSÉ RIAI, remedio supremo: encendía la luz... y ella se refugiaba entre las sábanas para ocultar su vergüenza. Manuel sabía lo que le pasaba, y se reía del mal de ojo; pero ha}^ cosas que un hombre de mar de Corralejos no puede decirle a su mujer. V LA RASQUERA La rasquera de Ña Basilia contra Teodora es antigua y tiene raíces más profundas que un amor. Cuando Dueña María, la Torrera de Martiño, corrió a Ña Basilia porque la cogió robándole \ i\ harina, Ja maldición de la bruja apartó a las pescadoras del servicio del Faro, y en torno a él se formó un halo de terrores, un círculo sombrío más amplio que el que la luz trazaba en derredor para advertencia de los navegantes. Sólo Teodora . se atrevió a romperlo. Teodora, que reunía para formar la dote, que su padre, cargado de familia y de obligaciones, no habría podido comprar nunca. Cho Gaspar, ya viejo, y con el hijo jíiido del servicio en Baña, harto hacia con llevar adelante la carga del familión— nueve hijas— ayudado por las mozas y por la industria de Ña Matilde, qu'era muy amañada pa ayudar a las mujeres a salir de su ocasión. so JOSÉ RTAI, Teodora traía de La Oliva el correo del Torrero todas las semanas, por un duro al mfs, recorriendo los dieciocho kilómetros de malos caminos, de mañanita, lo que le permitía vender el pescado cogido en la Lsleta la noche anterior. Se iba con la fresca, de madrugada, y volvía ya casi anochecido, huyendo del oscuro. Y ya puesta s su servicio con tan buena voluntad, Dueña María le concedió todos los demás, y era Teodora la que le llevaba el pescado, que la Torrera, orgullosa, no quería que le regalaran, y que al cabo del mes la valía su puñado de reales; fué ella también la que le cargaba la leña, que a fisca la carga importaba alguna cosa; la que le lavaba la ropa y la que le preparaba las botellas de marisco, que Dueña María enviaba a Las Palmas, donde se pagaba bien, en beneficio de Teodora. Todo ello, aparte los regalos de latas vacías, cosas buenas de comer y algún traje o pañuelo... J Hasta unos zapatones de tacón que le venían estrechos y un sombrero con su plumacho, le regaló Dueña María para los Carnavales, en que todas las mozas estrenan las galas del año! Manuel, para Ña Basilia, había sido el instrumento de su venganza. Manuel, tímido, rudo, tor- « MAI, OFICIO » 21 pe y sensual, no se habria atrevido jamás a hacer aquello si la vieja pecadora no lo hubiese provocado. Teodora lo sabía muy bien. El, el pobre, era como un burro amarrado..., y si ella no lo saca en la fiesta de San Pascual, no se arranca nunca. VI EL BAILE DE SAN PASCUAL' San Pascual Bailón debe de ser un santo original, uno de esos santos cuya historia invita a leer el santoral. Un santo que incita al baile, que lo impone como un rito, es muy simpático, y debe tener una ascendencia en el paganismo: tal vez en el rojo Dionysis, alegre bailarín. Es curiosa esta perduración en la religión cristiana, tan severa en sus ceremonias litúrgicas que hasta el canto lo ha acordado a las naves sombrías donde los cirios encendidos, símbolos de su fe, elevan , sus llamas a lo alto, donde todo está entre sombras. He oído contar en mi niñez, en Filipinas, que en el día que le está consagrado desfilan ante el Santo procesiones fantásticas de danzarines, que giran y giran sin descanso, con ese entusiasmo que los pueblos primitivos ponen en cumplir los ritos en que el cerebro no interviene. Esos ritos mecánicos que fatigan el cuerpo, mientras el alma permanece en absoluto reposo, sin darse cuenta de que existe. La Iglesia recogió en sus orígenes estas raras 24 JOSÉ RIAI, devociones y las reglamentó, poniéndolas bajo la advocación de un santo, y la costumbre las hizo perdurar... O puede que no fuera así: que el Santo mismo sea el que, en determinadas circunstancias de su vida, diera fuerza de rito a la danza. El hecho es que la ceremonia del baile existe, y que, sea por tradición o por creencia, se conserva en Co-rralejos. En Corralejos, esta danza tiene verdadero carácter litúrgico: es grave, solemne, ceremoniosa y con curiosos detalles que le dan sabor. En el gran salón de recibo que tiene toda casa que se respete, arde una vela única ante la imagen de San Pascual, colocada sobre la consola, entre floreros de cristal, candeleros de estaño, tal cual perro o gato de yeso, juguetes, conchas... La luz es pequeña y el salón es muy grande; de ahí que la claridad se debilite y se pierda antes de llegar a las paredes y al techo, dejando en sombras la cama monumental, con las cortinas adornadas de flores de papel, los grandes cofres- cómodas y las sillas arrimadas a la pared, donde están las mozas. En los rincones arden los braseros de las cachimbas de los viejos, junto a las madres y las casadas. Y en la puerta del salón, que da a la calle, los mozos cruzan, se paran, esperan y vuelven a cruzar en la noche, con sus cachimbas encendidas como gusanos de luz. « MAiOFICIO » 26 En el círculo de la vela que brilla ante la imagen, una moza baila con pausados movimientos la danza ritual de las folias. Un timple, cuyos sones se pierden antes de llegar a la calle, asorrlinados por la densa nube de humo, la acompaña. De rato en rato, la moza avanza hacia la puerta, vuelve, y al fin, se pone a bailar ante uno de los mozos: el elegido. El mozo suelta la cachimba, y, siguiendo el ritmo, baila frente a la moza hasta que ambos se cansan, y surge otra moza sola bailando, que invita a otro muchacho... El timple suena incesante con el mismo tono lento, que llega a hacerse cansado. Los viejos fuman. Las viejas rezan o murmuran, con un runrún de abejorros, en la sombra... VII LA EMIGRACIÓN ANUAL Los tiempos estaban malos. El Sur había destruido la cosecha del año anterior, y para el nuevo había pasado abril y mediado mayo, sin que el Señor mandara agua. Como en todos los años de sequía, el gofio encareció, y el pescado seco bajó de precio para los pescadores de Corralejos, balanza comercial de los dueños de lajas, que altera sus pesadas según el lugar y la ocasión: en La Oliva, y para los magos, era el pescado el caro, y el gofio, si había que pagar en grano, el que había abaratado, a pesar de la escasez. Y, como todos los años, los campos majoreros se despoblaron de hombres y de bestias, embarcados para las islas dichosas donde el agua cae a su tiempo y se guarda para su ocasión en los estanques. Manuel decidió emigrar. Sin barco, con el pes cado a bajo precio y el gofio caro, no era posible mantener la vida. La parte que cobraba en el 28 JOSÉ RIAi barco de su padre hacía falta a sus hermanos. El era un hombre casado y debía ganarse lo suyo, y en Gran Canaria el jornal era bueno. — Si lo jallas...— le replicó su mujer. Pero no se atrevió a hacer frente abiertamente al hombre. Manuel tenía razón. Los hombres se marchaban, y el que llegara tarde no encontraría puesto. El hombre que tiene familia necesita un barco para ganarlo, si no quiere ser un desgra-ciao. La casa en que vivían era de su padre, y aún debían de la cama a señor Domingo un resto. La mujer, enamorada, se resistía a la separación; pero la futura madre hacía cuentas y hallaba difícil el que el marido pudiera, con las ganancias de la pesca sólo, cubrir los gastos de lo que venía. En unos meses podría Manuel reunir unos pesos. Y después, si se iba para ella, también se iría para ! a otra... Y Manuel se fué, con su hato, en el barco de los faros, a buscar en el Puerto de la Luz las refinadas caricias de las mujeres de carne blanca. I VIII CONSEJOS El Faro ha sido el refugio de Teodora en esta temprana tormenta de su vivir. Dueña Maria la ha seguido fa\- oreciendo con sus encargos de leña y de marisco, que ella, agradece como caridades; el correo lo trajo mientras pudo, arrastrando el pesado vientre por los caminos, y cuando no pudo, la sustituyó Cruz, y el lavado se lo reservó también. Como Dueña Maria espera lo que ha de venir, las ropitas se cortan dobles a un tiempo, creando una hermandad espiritual entre las dos esperanzas de las recién casadas; le ha ofrecido prestarle su naguado para el bautizo, y le regala todos los adornos que le sobran del suntuoso pedido que hizo a Las Palmas. Y a más de estos presentes materiales. Dueña Maria, cuando las dos futuras madres cosen juntas, con esas menudas puntadas que hacen que las telas vayan prendidas de ilusiones y de ensueños, le hace el inestimable don de sus consejos de mujer de ciudad; de la experiencia de la mujer andaluza heredada del harén remoto, para tener presos a los hombres en el encanto sutil que emana de su áO JOSÉ RIAL carne, y que si en Dueña María es blanca y rosa, en otras andaluzas tiene ese mismo tono caliente del buen trigo de la tierra de las de Teodora, y no son las menos amadas. Los ojos verdes de la torrera y su pelo ondulado color nogal, salpicado de chispas de oro, son raros en su tierra de ojos ne-- gros y pasiones ardientes. — A los hombres, Teodora, que son como niños, hay que gobernarlos y dirigirlos, como hacéis vosotras, pero sin que ellos lo noten. Vuestro dominio es demasiado absoluto. Y ese desdén, esa especie de sacrificio con que parece que os rendís a sus deseos, les quita dulzura y encanito; bueno es un poco de resistencia, que lo que se consigue sin afán, pierde su valor; pero ese despego, esa casi repugnancia, sólo pueden aceptarla los que no hayan conocido otras mujeres más propicias. Y tu Manuel las conocerá, porque aunque él no vaya de por sí, no faltará quien le lleve, y los hombres son muy llevadizos y hacen por los amigos lo que no harían por su mujer ni por sus hijos... Y Teodora va grabando estos consejos en su alma, porque son gratos a su sentir y a su pensar. Los ojos verdes de Dueña María tienen hechizado a don Ramón, que sólo por ellos mira, y está muy conforme con su embrujamienito. Y todo el encanto a que está sometido lo puede sorprender Teodora, y lo ha sorprendido muchas veces, en el dulce acogimiento de los brazos de Dueña María. IX NOTICIAS DEL AUSENTE Hace tiempo que Manuel marchó a Canaria, y no se han recibido de él palabras ni papeles. El patrón del pailebot de los faros dice que no lo ha visto, pero con un aire tan misterioso, que sus gestos desmienten sus palabras. Y los marinos le imitan el acento y la actitud reservada y ceremoniosa. Así pasan varios meses, hasta que llega a Corra-lejos una carta, que es como todas las cartas de los expatriados : un resumen de noticias, una especie de Diario de Avisos donde se exlíractan las más variadas y extrañas peripecias. Y es en esta carta donde Teodora recibe las tremendas nuevas, trazadas con esa crueldad inconsciente de los ingenuos, que no saben encubrir la verdad con las fórmulas de las conveniencias sociales. "... Y sabrás— dice la carta, que Teodora lee y relee sin querer admitir la terrible exposición de hechos—^ conio Manuel Marrero se echó a la bebida y a todo lo demás, y está que no es conocido el hombre; y hasta de los paisanos se juye..." X LA PROMESA En las rocas, bruñidas por la marea, se prenden los burgados, solazándose a la luz. Las rocas reflejan sus formas redondeadas en e! espejo patinoso del charco profundo; abismo de aguas densas, con las lisas paredes tapizadas de las guirnaldas espinosas de los erizos y de pústulas viscosas color de sangre cuajada. Ña Basilia se desliza sobi- e los lomos pulidos de los basaltos, recogiendo con su mano presurosa la cosecha del mar. La superficie jabonosa la obliga a mantener el equilibrio, para no dejarse ir por el resbalaje; pero, aunque maga y vieja, es ágil como una pescadora. El burgado es marisco caro; abunda, pero cuesta trabajo conseguirlo, y Teodora tiene el bajo de Martiño expurgado. Todo lo bueno es así en este mundo para alcanzarlo, más por los muchos que lo codician que por lo que escasea. En el cielo azul de añil se recorta la figura de Ña Basilia, cenceña y mimbreanle, y sobre el tono gris de las piedras se destaca la escultura de su 3 84 JOSÉ RUL cuerpo, ceñido por las finas telas húmedas, que transparentan el prodigio de sus piernas blancas. En la llanada esquilmada por el diario rozar, Teodora forma su hato, penosamente, con su vientre de ocho meses, entre las mozas hábiles y sueltas. Tempranamente viuda por la ida de Manuel, ha de ganar pal gofio y pa'l conduto, rozando la leña del Faro. Afortunadamente para ella, el mal año ha secado hasta las raíces, y los troncos del torsal se arrancan con la mano, y las aulagas se quiebran entre los dedos como alambres roñosos. Las otras muchachas se alejan portando sus cargas al garboso compás de las caderas, y Teodora se ha quedado con su hermana Cruz, que le sirve de compaña, descansando a la sombra de los anchos sombreros soleados y quemados por los vientos y el salitre, sentadas en los haces bien compuestos, donde no resaltan ni los recios troncos de las tabaibas secas. El día es sofocante, y en el aire, tenso como el cordaje de un arpa, vibran las palabras... Sofoco del día que condensan los rojos zagalejos de franela acartonada por el agua salada, los gruesos mitones que cubren los brazos y las manos, y los pañuelos pa '• blanqniar, que se cruzan sobre los rostros sudorosos. Teodora ha hecho una promesa, una dura pro-. « MAIiOÍICIO » 36 mesa, a los Reyes Magos de La Oliva, hasta donde irá a pie y descalza, o arrastrándose, si no puede d- e otro modo. De la mísera ganancia va apartando cada semana una fisca, y ya tiene cerca de dos pesos juntos para el haz de cirios que se consumirá lentamente ante el altar, mientras ella avanzará de rodillas, dejando en las ásperas losas rastros sangrientos, y los cohetes de su promesa estallarán en el aire: gritos para ser oidos y súplicas al creerse escuchados. ¿ Irá su mercé caminando ?— la pregunta Cruz, que por el compadrazgo ha de hablarla con ese respdto. — ¿ No sabes qu'ese es el costumbre? — ¿ Y ensera pa que Manuel venga ? — Pa eso y pa otras cosas; que yo no lo quiero sólo aquí, sino mío tamién sólo. Comadre Cruz se asombra de este desahogo con que la hermana confiesa sus sentimientos, y añade, sentenciosa: — Cuando los hombres s arregostan al pan, no* apetecen el gofio, y él, asegún dicen, está muy arrequintao. — Too lo puen hacer los Magos, si quieren. — ¿ Contra el maloficio son poderosos ? — Pa too. ¿ No ves que son magos y reyes?... ¡ Der yantar me lo quito! ¡ Y pa bien que es, que a ningún cristiano le viene perjuicio!... 56 JOSÉ RIAt En el aire en calma la voz se eleva en un trémolo sonoro, como el remolino de una piedra en el agua, y el alma se ofrece enfervorecida en esa copa de cristal alzada hacia lo alto. Y la quiebra un grito agudo, con una nota estridente de dolor y de espanto: "¡ Auxilio! ¡ Auxilio!" Las hermanas corren a la vista del mar. Para las pescadoras, únicamente del mar pueden venir el espanto y el riesgo. ¡ Virgen de la Peña, ciuién será el desgraciao!... La costa corta la llanada con un brusco desnivel, en un derrumbadero, y de esa catástrofe geológica son restos las rocas que las mareas pulimentan con su roce incesante. En el charco profundo se agita una forma confusa con movimientos desordenados y epilépticos, como un agua viva en la penumbra verde. Las finas telas se extienden fingiendo las masas gelatinosas, y de rato en rato asoman las piernas blancas, cris- . pandóse estremecidas, como los rejos lívidos de un pulpo. Las manos arañan convulsas, en las lisas paredes, las guirnaldas de erizos, buscando un asidero, y el agua se va coloreando suavemente. Hay un caminillo que lleva a la costa, y Cruz va a lanzarse por él con sus flacas piernas de baifa; pero la hermana mayor la sujeta fuertemente, con « MAI, OPICIO » 37 los labios crispados y un pliegue duro entre las espesas cejas. — ¿ Que vas vos a hacer? — Alcanzarle una mano... — ¿ Y no vos podrá arrastrar? ¿ Sos vos bruja como ella? ¡ Dejar que haga por sí con sus malo-f icios! El terror milenario paraliza a la moza, aun más que las manos de la casada, engarliadas al rojo zagalejo. Y el charco se estremece palpitante unos largos minutos. La luz se descompone, rota sobre el basalto reluciente, trazando en el aire diminullos arcos iris. Y las aguas quedan otra vez dormidas bajo la lumbrarada del sol. XI NOCHE DE REYES.- EN EL RIO La puerta de la choza, al abrirse, traza un rectángulo de luz que encuadra los guijos pulidos por la marea y esculpe en el suelo la ilusión de una de las arcas de la cueva de Alí Baba o del cofre blasonado de los Spada, y sobre las paredes, blanqueadas a trechos, que dejan ver e! barro, se recortan las pintorescas siluetas de las mujeres con las greñas desordenadas y las faldas mal puestas, como vestidas a oscuras en la promiscuidad a que fuerza la pobreza. Las voces suenan agrias sobre el tono bajo y reposado del mar. La marea sube, y es como el deglutir de las fauces de un gigante la filtración d^ las dimimutas corrientes que van llenando el istmo, prolongándose en largas venas de agua que enlazan las dos bocas, con un glu~ glu continuo. La Noche los recibe al salir con la fría caricia de sus dedos mojados en agua salitrosa, ([ ue los hace ásperos, y las carnes se estremecen al contacto, con un agudo escalofrío. Compadre Gaspar aspira el viento con fuerza, 40 JOSÉ RIAI, pero es difícil percibir en esta playa, donde se repudren al sol los restos de la pesca, el husmo sutil de la tempestad— esa fiera al acecho— que sólo perciben los olfatos marineros. Compadre Alclchor se ha humedecido el índice y lo tiende hacia el mar. Norte. Tiempo variable en enero... Unos pesados gargoncs, preñados de lluvia, avanzan lentamente, barriendo las estrellas, desde la Bocaina... En los vientres roltundos, en las largas ubres negruzcas y pendientes de estos nubarrones, patalea y se nutre, como im infante, el Buen Año Nuevo de Fuerteventura. La lancha se mece suavanente al compás de las olas. Las mujeres embarcan con discordes chillidos, que corean las gaviotas a lo lejos, y comentan, entre risas, las pardelas. La llama del hachón tiñe de rojo rocas y chozas, y el agua, encajonada en el istmo, parece más negra. Arrancan. La maniobra requiere algún cuidado: hay que pasar a remo hasta salir del estrecho canal, y en la boca sortear dos peligros: la costa •— Caribdis—, y el calafate— un Escila enano—. Compadre Baltasar empuña el timón con mano firme ; los remos golpean sordamente en los toletes a cada empujón. Ya está. La negra cabeza del calafate aparece un momepto entre las aguas lívidas y relucientes como un ahogado, y las olas la abofetean con sus manos enormes y tumefactas, castigando « MAXOFICIO » 4l SU torpeza. De la cachimba encendida del patrón arranca la brisa una bandada de doradas mariposas, y la vela se iza entre el chirriar de las poleas, después de las palabras de ritual: — i Vaya por Dios ! — i Vaya por la Virgen!... Ña Matilde tieiu' siempre historias que contar. Bajo la larga nariz, atiborrada de tabaco en polvo, florecen las leyendas, como las hierbas bajo la arena que conserva humedad. La travesía es corta: estas muchachas intrépidas la hacen casi todos los días sin tenior, y estos pescadores se ríen del mal tiempo y conocen el río palmo a palmo, como los cangrejos, y aun mejor. Pero las le3' en: das, contadas en voz baja y misteriosa, tienen un tremendo poder de evocación. Las tinieblas se haceii fecundas y parideras y se pueblan de una muchedumbre de espectros. El viento trae ráfagas traidoras, y la risa de las ¡¡ árdelas, dejos lamentosos. Y en este mismo río, que conocen palmo a palmo, se deslizan los monstruos fantásticos de las tradiciones marineras: la serpiente de mar avanza su cabeza triangular, aguda como una punta; el pulpo gigantesco crispa sus grandes rejos nerviosos y vibrátiles sobre la borda; las sirenas juegan en la espinna, y el gran peje malo roza las tablas de la lancha con la lija de su piel... 4S JOSÉ RIAI, El río es corto; pero cuando encallan en la arena suave de la playa, compadre Baltasar, aflojando las válvulas de la emoción, hace humear su pipa como la chimenea de un vapor. —¡ Vaya con Dios, comadre Matirdel í'A XII NOCHE DE REYES— EN LA OLIVA Los camellos de la caravana, echados en la arena y meciéndose a intervalos, son una flotilla de góndolas que montan las muchachas, entre un revuelo de faldas que esparce en torno un fuerte perfume sensual. Un camello se ha comido su ración de cebada, abundante porque el amo es rico, y lanza una nota aguda. Los mozos azuzan a las bestias, que echan a uno y otro lado las patas, a guisa de remos; los cuellos serpentinos se tienden, y las cabezas avanzan como proas, dividiendo las tinieblas. El camino sube en ligera pendiente, hace una curva que deja ver los picos de la isla de Loljos, más oscuros que la noche, y entra en la tierra majorera. Ahora es ancho y sin límiites como una llanura yerma que cubre el malpais, donde los cardones muestran sus dedos mutilados, y las tabaibas hinchan sus faldas verdes y pomposas. La caravana, bulliciosa, emboca el camino, cercado por los altos tapiales de piedra seca, donde las tinieblas se espesan como una bruma rastrera en U 44 JOSÉ RIAI, que se hunden las patas de los camellos, que flotan en ellas con sus cargas. Teodora, a pie descalzo, confundida en las sombras y con su niño en brazos, va a cumplir su promesa. Ña Matilde ha empezado otra de sus historias. Ahora son las brujas, las aves de la superstición; las almas volanderas de la leyenda esmeraldina, que es universal, como la tradición del Diluvio y de Jos primeros padres. Las brujas de largos velo? viscosos y alas de murciélago, que tienen tan gran poder; las hechiceras vengativas y malignas que hacen secar los pechos de las mujeres impidiéndolas criar, y las vuelven frías como el mármol, para que sus maridos las aborrezcan, y ponai fuego en las gargantas de los hombres, haciéndoles beber y emborracharse, o en sus centros, haciéndolos seguirlas como machos en celo... Los nubarrones plomizos han hurtado todas las estrellas. El \' iento se ha hecho aún más frío,' como de madrugada. Un leve rumor lejano azota los caminos. A uno y otro lado . se alzan las casas, tan dormidas que parecen abandonadas. Y a Teodora le arranca un grito agudo un ave nocturna que pasa rozándole el cabello. Ahora todo el ancho del camino esitá Heno de gentes y de risas. Han desembocado en el cauce de la multitud grupos de diversos pagos; entre la muchedumbre se alzan aquí y allá las jorobas de « MAXOFICIO » 48 los Camellos, y las brasas de las pipas hacen destacar el rojo vivo de un zagalejo, los destellos de las piedras falsas de un alfiler, los tonos fuertes de sacos y pañuelos o algún detalle picaresco. Han quedado atrás las sombras y los terrores de las levcndas demoníacas. Un gozo increnuo al-boroza a la multitud, como si hubjese vuelto de súbito a la infancia, Y en un trozo de cielo azul, la luna muestra sus cuernos de plata y recorta en él la silueta esbelta de una palmera. La iglesia de La Oliva es grande, muy grande, y pobre, muy pobre. Hecha para el pueblo, que la llena de fervores y de ofrendas, aunque la devoción es mucha, el valor de ella es escaso. Un armazón dé vigas desnudas soporta el techo,, a través del que se filtra la claridad lunar. El portal es viejo y mal pintado, con ese candor que no" repara, y el buen pueblo, que invade todos los años la gran nave, tiene para el ' ingenuo retablo tiernas y exaltadas'alabanzas... Ha entrado en el templo la muchedumbre que henchía los caminos, y . se ha sumido en él. Fuera estallan los cohetes, que tocan llamada con sus aldabones de oro en las puertas del cielo. Las velas del altar no pueden disipar la oscuridad; pero a medida que los devotos entran, nuevas estrellas se prenden en el toldo azul celeste que cubre el portal, como luminarias por el advenimiento del Re- 46 JOSÉ KIAI, dentor de los hombres de corazón sano y buena voluntad. Compadre Gaspar, que es viejo, y al que el hijo se le ha marchado a América, prorrumpe en bendiciones y alabanzas; no ¡ tiene otra riqueza que este incienso de la oración. Compadre Melchor ha puesto al pie del altar una gran banasta colmada de viejas secas, de fuerte olor salino. Y compadre Baltasar deja caer sonoramente en la bandeja un puñado de monedas de cobre, resobadas y relucientes como oro... Teodora ha entregado el haz de sus cirios blancos, comprados a costa de tantos esfuerzos, que arden lentamente, elevando sus llamas a lo alto, y en sus brazos acansinados ofrece su hijo a la misericordia de los Santos Reyes Magos, que han de ser poderosos contra todas las malas hechicerías, exprimiendo el corazón henchido de fervor. Un rumor grave, que llena todos los espacios y todos los silencios, se oye fuera. ¡ Llueve!... Llueve con esa lluvia lenta, constante e igual que no engaña: ¡ Nuestro Sdior el Buen Año ha nacido!... ^** XIII L L U E V E . . . Llueve. Hace una media hora que empezó a llover, y ya caen de las cañerías sobre el enlosado del patio gruesos chorros de agua. Llueve a cántaros, a torrentes. La lluvia se desploma en haces apretados, tan unidos, que el viento se deshace contra ella y le arranca ráfagas de vapor, sin poder torcer la madeja del agua, cuyos hilos no se pueden cortar. No son gotas, son venas líquidas; son sutiles varillas de cristal que se quiebran en los resaltos de la torre, en la cornisa y en la azotea, vibran en la cúpulade cobre que corona el torreón y teclean alegremente en los cristales de la linterna. Por la esplanada corre el agua rápidamente, deslizándose sobre el cemento; en la tapa del aljibe la vena se rompe en pequeñas venillas, como en el tazón de una fuente; en toda la isla, en el mar, en Lanzarote, y allá lejos, en las montañas de Fuer-teventura, que cubre un amplio velo de nubes grises, cae la lluvia que refresca, la lluvia que devuelve a la tierra su fecundidad, la lluvia que es, según la 48 JOSÉ RIAI, frase gráfica del labriego, " plata acuñada por Dios". Teodora contempla extática las gotas, cuenta los chorros, cuenta los minutos, y calcula, sopesando las nubes con los ojos, cuánto podrá durar este para ella encantador milagro de la lluvia, que no duda en atribuir a sus patronos. ¡ No podía dejar de llover este año! ¿ Iba el Señor a abandonar a los pobres? Su fe es tan grande, que infunde respeto. Y cuando, días atrás, la escasez de agua hacía presag^^ r otro año malo, sólo ella se agarraba tenazmente a la esperanza. ¡ Ha llovido el día de la adoración de los Reyes, y tiene que llover!... En la isla de Lobos, al menos, el conjuro ha hecho su efecto. Ha llovido cuatro largas horas, durante las cuales la charla inagotable de Teodora señala el diapasón de su alegría. Calmada ya la lluvia un tanto, marchó por la monslaña abajo, y al rato volvió presurosa, sonrientes tos labios y húmedos los ojos: —¡ Don Ramón, don Ramón! Los aljibes de abajo están llenos!...— Y volvió a bajar la cuesta, alegre y saltarina, como una chiquilla. Para don Ramón, criado en las ciudades, lejos de los campos, esta preocupación del agua era algo de que apenas tenían vagas e inciertas noticias. El llover o el no llover le dejaba sin cuidado, y en « MALOPICIO » 49 ello veía a veces una cosa importuna, un molesto contratiempo para el paseo. Pero ahora, en contacto con las inquietudes que despierta y las alegrías que causa, el hombre de ciudad ha sorprendido el misiterio de la lluvia bienhechora; ha aprendido por qué las miradas inquietas de estos hombres se dirigen a lo alto; ha comprendido la fe ingenua de los campesinos en la bendita agua que lo cura todo. Ha compartido su pena al contemplar el descenso del nivel de los aljibes, dándose exacta cuenta de lo que representa esa riqueza, y ha aceptado el prodigio de la lluvia, animando su espíritu para, al oírla, soñar en las tradiciones y leyendas que hacen sus gotas lágrimas de la Virgen, cuentas de cristal del Rosario, diamantes de la corona de la Reina de los Cielos. Todo lo que quisieran estas gentes si tuvieran entre sus consejas esas poéticas comparaciones de los cuentos andaluces. Para ellas son solamente monedas de plata las que caen; pero esa plata es santa, porque representa el pan de todo el año. XIV EFECTOS DE LA LLUVIA Teodora habría protestado de esta exclusiva evaluación. — Y algo rnás que el pan... Algo más. Las lluvias que han fecundado las tierras, preparándolas para las futuras cosechas, han refrescado en las almas de los hombres ausentes los recuerdos del terruño, renovando con una pujante lozanía la añoranza de la tierra natal. Las cartas de Fuerteventura se extienden por las otras islas como bandadas de palomas mensajeras, llevando la buena nueva a los desterrados. Y Teodora ha enviado una de estas palomas, que aparece bien visible en un ángulo de la carta, con un ramo de flores en el pico y un niño en relieve, sobre una cesta llena de flores. No la había más adornada en la loja. La envía Teodora, pero la ha escrito Dueña María, porque aunque aquélla ha aprendido a hacer letras con ésta, no quiere que epístola de tanto respeto vaya de su pulso tembloroso. La diplomacia es una cieaicia fría y severa. 52 JOSé RIAL A estas cartas los hombres no saben resistirse. Los llaman las familias, pero es la tierra, con su oscuro dominio, la que los atrae; la tierra austera, que se visite de galas para recibirlos. En la isla de Lobos, a todo lo largo del camino hasta el Puertito, no se ven sino baifos, cabras y machos castrados y sin castrar. Han llegado dos o tres barcos de Lanzarote, y en ellos una muchedumbre de reses de todas clases, grandes y chicas. La presencia de estos animalitos anima singularmente el paisaje austero. Por entre las rocas, en lo alto de las montañas, en el filo agudo de un be-ril, saltan y corren a su antojo, se saludan dándose cariñosas topadas, . trepan, desaparecen, vuelven a aparecer... Celebran a su modo la vuelta a la vida. Otro elemento decorativo es la hierba, que bordea los caminos y pone sobre el suelo su alfombra verde; que transforma la llanada de las Lagunitas en un jardín encantado, en el que, al retirarse las aguas, dejan ver los parterres de esas raras plantas de anchas hojas que trazan entre las otras complicados laberintos, y las tabaibas, que escalan los flancos de las montañas y se ycrguen en las cumbres con sus copas cerradas, como enormes claveles reventones de un verde vivo, que destacan de las rocas su exuberante viitalidad. « MAI, OFICIO » 63 Esto es lo que da a la isla esta alegría desacostumbrada : la vida; la vida, que se muestra en estas hierbas que crecen día a día; en esas tabaibas que envían a través de las entrañas de la piedra sus raíces y elevan al sol sus copas; la vida, que se ofrece alegre y juguetona en estos animalitos saltarines que trepan a los cantiles y los coronan con sus actitudes estatuarias; la vida, que la lluvia ha hecho resurgir pujante de las enitrañas de la tierra. i XV LA CANCIÓN DEL AGUA En los puertos la hilera de inmigrantes forma cola en los despachos de los correíllos o se amontona en las cubiertas de los pailebotes. Todos llevan la cara alegre, el hato henchido de encargos y regalos y el pecho de esperanza. Por los grupos que se forman en los muelles corren las noticias llegadas en el último correo: los aljibes llenos; las gubias como lagos; la tierra cuarteada de! agua, como un vientre rotundo de mujer en estado; las montañas vestidas del terciopelo verde de las hierbas vivaces; las maretas desbordando; los barrancos corriendo, con su dulce melodía que convida al sueño... Fuerteventura tiende a sus hijos los brazos amorosos de madre fecunda. — i Venid! Estoy tan plena de semillas y de gérmenes, que necesito todos vuestros esfuerzos para desgarrar mis flancos. ¡ Venid!... Mis campos esperan ansiosos las heridas del surco. Y sus hijos se precipitan a esta llamada. En todos resuena, en lo hondo del alma, el rumor de la 66 JOSÉ RIAI, corriente subterránea que va despertando las simientes dormidas. El silencioso trabajo de la germinación, que es para ellos claro y perceptible como una canción de cuna. Y se sienten arrullar por ese canto, como el marino por el batir de las mareas. Manuel es de los últimos en embarcar... Ha conocido, en los cafetines del muelle grande del Puerto de la Luz, el sabor de todos los licores, y en otros rincones más recónditos el color de la carne de las mujeres de todos los climas. Su alma primitiva ha satisfecho todas sus ansias y su cuerpo todas sus hambres, y ha devorado en esos meses con tal prisa y tan descomedido afán de goces, que cree el ingenuo que no le queda nada que gustar. Va en curioso, porque no se ha atrevido a decir que en indiferente; quiere volver allá también porque no digan, y este temor al qué dirán es ya una concesión al costumbre: la ley tradicional, que vuelve a atraparlo suavemenite entre sus preceptos. Y como un pretexto para calmar sus íntimas vanidades, añade para si: —¡ Me gozaré los Carnavales! XVI DE VUELTA DE LA PESCA Son Jas cuatro, Ja marea crece, y el pequeño canal lo invaden las aguas, transformando en isla la península del Puertito. Este puertito así dispuesto es un providencial refugio para los pescadores. En un croquis, el agua con los tres canales formaría una Y mayúscula cursiva, con un gran rabo grueso que sería la parte más resguardada: el seno con su playa de arena; el pequeño canal formaría el punto de unión de los dos grandes, y la separación entre ellos, esta mon-tañeta trapezoidal, que es península o isla, al compás de las mareas. De los dos canales grandes, el de la derecha es el más largo y como en todos los caminos de la vida el más seguro. Las barcas no se ven venir desde el Puertito sino hasta el momento en que una guiñada rápida hace lucir las puntas de las velas a lo lejos; pero, por regla general, un chico, encaramado en la Atalaya, que es un cono que domina la isla hasta Corrale- 58 JOSÉ RIAI, jos, anuncia la llegada de los que vuelven de la pesca: —¡ Chu León!... —¡ Cho José!... —¡ Cho Marcial!... Y tras cada grito las mujeres entran en las chozas y van poniendo en orden los cestos del pescado, pelando las papas tejereleadas y prendiendo fuego a la leña, sobre la cual el caldero, lleno de agua, espera su ración de pesca, como una boca abierta entre las llamas rojas. La entrada de la barca es siempre calmosa. Las voces, los esfuerzos, el coger rizos y el crispar de las manos robustas sobre los remos, es a la entrada, ante las rompientes amenazadoras que guardan los canales. Pasada la enjrada, el mar se desliza manso, tal que un rio, entre las paredes acantiladas, y hace más ruido el glu- glu del agua que las proas al cortarla. Sólo algún remo o tal cual vara chapotean de rato en rato, acelerando la perezosa marcha de las lanchas, que tienen una apariencia de pesadez: ¡ ellas, tan veloces! Imposible averiguar cuál viene más cargada. El lento arribar las iguala, y la pesca, aunque abundante, apenas si hace hundirse las bordas unos centímetros. De ahí las impaciencias de las mujeres y los chicos, que contienen sus preguntas por respeto al « MAi, oricio » 6d padre, al que las alternativas de la pesca no deben hacer perder la ecuanimidad. Estos pescadores creerían rebajarse ante sus propios ojos si un dia de mala suerte les agriara el humor. Manuel ha desemb^. rcado del barco de los Faros por el bajo del Martillo, después de ayudar a la gente a echar la carga, para pagar su flete. No ha avisado su llegada, y cuando Dueña María le ha echado en cara esta falta de delicadeza, se ha sonreído torciendo la boca, con la sonrisa mala del hombre que sabe lo que es la vida y cómo debe tratarse a las mujeres. Pero hay un aviso misterioso que llega al corazón que quiere bien y allí golpea suavemente, anunciando las grandes alegrías; y Teodora, aunque no ha ido al Faro, tiene el presentimiento de que algo muy grande y muy dulce ha de venir para ella en este día. Y como solamente puede venir en las lanchas, a la vuelta de la pesca, allá está aguardando la llegada con las demás mujeres, como si tuviera también alguien a quien esperar. Y cuando divisa la lancha en que llega, y antes que el chico puesto en la atalaya lo cante, ya sus ojos le han adivinado, y, poniéndose en la orilla, sin notar la caricia del agua cjue le baña los pies, grita: —¡ Manuel, Manuel!... XVII . JAREANDO..— CHARLAS Y PLÁTICAS El jareado de un pescado regular, una sama, un bocinegro, se hace en cinco cortes: uno, que divide el pez por el lomo, y otros cuatro a lo largo de la espina central, dos a cada lado. Después, las mujeres se encargan de sacarles las tripas, salarlos y ponerlos a secar. Mientras se jarea hay en el Puertito un tumulto, un alboroto desacostumbrados. Las mujeres preguntan, los maridos contestan; los chicos mayores, que van a la pesca con los padres, cuentan los incidentes de los lances; las gallinas picotean por todas partes, y los gatos y los perros aprovechan los descuidos. Esta es la hora alegre, la hora democrática, la hora de las expansiones. El borbollar de los calderos donde se cuece e! pescado es una harmonía tan dulce, después del día entero pasado en el mar sin otro reparo que el puñado de gofio de cebada, que desfrunce los entrecejos de estos padres severos en la apariencia, enérgicos y recios en el reñir, y que son como niños grandes en las manos de las hábiles esposas, que 62 JOSÉ RIAL los dirigen a su antojo. Esta hora es, pues, la del hogar, la de las confidencias, la de la charla. Pero terminado el jarear, calmada el hambre con el gofio escaldado y el condiito de mojo picante, porque el año viene bueno, los hombres graves se reúnen en la playa, se encienden las cachimbas, y en la calma de la noche plácida en que brillan los luceros, o al soco de las chozas, cuando amenaza lluvia, en torno a las calientes cenizas I de las hogueras, que ahorran la yesca, echados so- | bre los guijos en diversas posturas, los casados j platican. | No hablan : platican. Hablar lo hace cualquiera: '° las mujeres, los familias, los magos... Y lo que ha- ^ cen estos sesudos pescadores, con la cachimba en- ^ cendida entre los dientes, es infinitamente más se- | rio y trascendental, porque platicar es un cambio | mutuo de sentencias, reflexiones juiciosas y anéc- | dotas, que son como parábolas para enseñanza de | los mozos, cjue se acercan al grupo callados y res- ^. petuosos. 1 Cada palabra que surge de entre el humear de g la pipa, cae en el silencio pesadamente, como las ® sonoras y pausadas campanadas de un reloj: — ¿ Recuerda a Chu Tomás? — Hombre tremendo aquél. — De sangre murió. — Tal día como es hoy. — Tomaba mucho. « MAI, OFICIOl> 63 —¡ Fuerte hcnibrc ! Tras cada una de estas frases las cachimbas humean un momento, como si fuesen las chimeneas de las forjas donde se purifican osas palabras antes de someterse a la admiracicjn de los mozos y a la aprobación de los viejos. Fuera de los halos luminosos que forman las niortecinas hogueras, suenan de rato en rato trozos de conversación, replicas,' frases sueltas, risas... Son las mozas y los mozos, que charlan, vigilados por las madres, mientras desmenuzan las vidas de las ausentes. Ni una moza se acerca al corro de los viejos, cuyos enérgicos perfiles se acusan a los rojos reflejos de las hogueras; pero un trozo del vivo zagalejo, una pierna bronceada, una falda clara o uno^> cabellos qus azulean, bañados rápidamente en luz. dan un atraclivo misterioso a lo que permanece en sombras. En la oscuridad, los relieves, - en retazos, se completan con la imaginación, dándoles un misterioso atractivo; y atraído por estas vagas apariciones, un mozo se levanta del grupo de los viejos, se aprieta la faja disimulando el embarazo y se acerca al de las mozas, haciendo brillar las brasas de la pipa. Poco a poco, mientras la noche avanza, las voces se van haciendo tardas y perezosas, y en las sombras las risas aumentan. Unos sonoros ronquidos las acrecientan, y con los últimos chispazo* 64 JOSÉ RIAL de las hogueras, los viejos, las mujeres y la muchachería se retiran. Y ya en sombras el Puertitu. mientras las gaviotas riñen una descommial batalla por los restos del pescado, que la marea va arastrando por los canales hacia el mar, Teodora y Manuel, uno al lado del otro, sin hablar, se encaminan a su choza. XVIII EL MAL MISTERIOSO El Carnaval se ha suspendido este año en Corra-lejos. Los barquitos han recorrido en balde la Bocaina para traer los comestibles y bebestibles necesarios, atravesanido a toda vela ese brazo de mar entre las islas, que es a veces muy peligroso. Han quedado guardadas en los grandes arcones las caretas compradas en la Arre cija. Bl pan, que es el lujo extraordinario del Carnaval, que se per-mii:. en hasta los más pobres, se consume famüiar-rnente. El señor Patricio está desesperado, porque su cargamento de mallorca y ron no tendrá salida. Y las rondas de mozos se han alejado en silencio hasta el Cotillo, por el camino de Lo- s Lajares, para gozarse el Carnaval en Tostón, ya que en Corrale jos este año no se celebra. . El Carnaval ha sido este año muy tarde, casi al terminar marzo; la sementera se presenta como nunca, y los magos, cuando los campos verdean prometiendo una buena cosecha, no regatean el pescado. 66 JOSÉ RIAX En todas las casas se preparaban unos Carnavales rumbosos, y ya estaban dispuestas hasta las largas mesas que se colocan ante las puertas para convidar a las rondas, cuando todos los preparativos han quedado interrumpidos por la imprevista gravedad de Teodora, que, aunque estaba arruinada hacía algún tiempo, no hacía prever un fin tan rápido. Y Teodora de ésta no escapa. Lo ha dicho el Médico de los corderos moviendo gravemente la cabeza, y lo han confirmado con sus filtros Ña Ma-tirde, Ña Rosalía, la del Puertito, y Ña Trinidá, la de la Oliva: Minos, Eaco y Radamanto... Por eso Dueña María, que nunca abandona el Faro, ha venido a verla estos Carnavales, en que el pueblecillo, vacio de gente moza, que se ha dispersado por los inmediatos, ávida de gozar las fiestas, parece más triste y más pobre que nunca. Teodora espera la visita en la gran cama reservada para los huéspedes, en la casa de su madre, con las cortinas blancas adornadas con flores de papel, el arcón- cómoda, las sillas talladas y las estampas de las paredes, donde las imágenes de santos alternan con los cromos descocados, que mezcla una sencillez tan ingenua, que no escandaliza. Dueña María se acerca a la enferma, y Teodora, animada con su presencia, cuenta en voz baja y extremadamente ronca sus penas a la Torrera de Martiño, que sabe comprender los padecimientos « MALoncio » 67 de una mujer casada que quiere a su marido; confidencias que en Corralejos son casi indecentes. Manuel se ha vuelto a embarcar, y ahora para La Baña, en un balandro que hace la travesía del Atlántico llevando cebollas de la Tinosa y trayendo ron de Cuba. Y esta vez tiene el presentimiento de que no ha de volverlo a ver. Dueña María, comprensiva, la consuela con esas palabras alentadoras y esperanzadas que sólo tienen para las penas de amor las que aman bien: — Aunque el viaje sea tan largo, él volverá. Ya Verás como vuelve... Tiene aquí todo lo que quiere. Su madre, su hijo, tú... Y en voz baja: — Ya viste cómo te quería... Y piensa para sí: —¡ Ojalá no te hubiese querido, el infame!... Teodora escucha estas palabras consoladoras y sonríe, más que con los labios, con los ojos. Sólo ellos tienen vida y luz en la cara pálida. Tan pálida la ha puesto el mal, que la carne color de buen trigo tostado parece blanca como la cal; blanca con una blancura artificiosa, como si la Muerte, por ser Carnaval, se hubiese disfrazado con la careta de Pierrot. S E D . . . NOVELA MAJORERA A Rodolfo Viñas, en tributo de fervorosa admiración. EL P O ZO Al asomar la cara al brocal del pozo, el hálito del agua soterrada le alivió la piel de la abrasada caricia del aire que venía de allá enfrente, de las anchas planicies de arena caldeadas por el sol, como de un horno, envuelto en llamas y cenizas de polvo impalpable. En torno al pozo, a distancias regulares, se jalonaban las tabaibas, que aun en la secura del verano conservan la embustera lozanía de sus menudas hojas verdes sobre los troncos plateados. Y a todo lo largo, leguas y leguas por la costa, hasta Puerto- Cabras, se extendía el jable amarillento de arena, de un tono pálido oro mate. El balde, al caer, quebró el haz del agua en anchas ondas, que se deshacían en las paredes del pozo, tapizadas de verdin, y salió rebosante de esa fría delicia de los manantiales profundos: engañosa apariencia del agua salobre y áspera. Cho Tomás bebió en el balde, que con su sabor a cinc hacía el agua más pasable, y vertió el sobrante en el barril por el ancho embudo de madera ; Cipriano esperó vez, y después de beber siguió llenando los vasijas. 72 JOSÉ RIAI, I Cuando estuvieron llenos, los rodaron hasta la playa y trajeron otros dos... y así continuaron cargando el barquito, que se balanceaba suavemente al compás de las olas del río. La marea subia con su andar cauteloso, cubriendo las huellas de los pies descalzos sobre la arena húmeda y llenan, lola,.-;, de a, a; ua; a\ anzando en silencio y liendiendo sobre la lisa playa el festón de sus encajes de plata, que una nueva ondulación del agua desgarraba y harria. Hacia un día azul de invierno deslumbrante de luz. El sol era un dios sañudo y terrible que anunciaban Jas brasas de la aurora precediéndolo como un rojo escuadrón de baíidores; y su majestad palpitaba en el espacio asaeteado por sus flechas, en la tierra, donde sus rayos se hundían pesadamente como lanzas de bronce, y en el mar, en que se clavaban las moharras de plata, desgarrando la túnica azul del padre Océano... Y del domo de cristai del aire, que chirriaba al choque de esas anna » , caía un polvo diamantino de finas limaduras de luz... La lancha, hundida en el agua hasta la borda, desatracó de la playa con un lento cabeceo de la proa, que se hundió bufando en una ola... La madera ardia, y ! a pintura, grieteada, se erizaba como una piel chamuscada; la vela pendía flá: ida, y al compás de los remos la lancha se abría paso trabajosamente entre las aguas dormidas, abandonada a S E D . . . 73 la corriente, que obligaba a forzar las paladas para no perder el rumbo : — ijaaaaí!... Los hombres jadealjan, apalancando el remo para aprovecliar el má. ximo esfuerzo. l', l golpe del tolete— itoc, toe— cantaba el empuje. Y la laucha hocicaba, acariciando con d tajamar las pesadas olas, que se deslizaban bajo la (| uilla con una suavidad untuosa. Ya cerca del Puertito, espaciaron los golpes de remo. Aun en este dia de calma cliica, la isla de Lobos se cenia su cinturóii de espumas. La corriente del río los empujaba hacia ia desembocadura del pec] ueno canal, donde d calafate asomaba de rato en rato su cala\ era negra y monda, alisada por la resaca. El glu- glu de la marca llenaba el hondo si-leiici'O... En las aguas serenas la lancha se balanceó pesadamente, como una joven casada orgullosa de su vientre, que exagera ila torpeza de su estado... La vela se hinchó un instante al abrigo de la montañeta que s^ cpara los dos senos del Puertito y es isla en la alta niareíi y península en la baja... Nada: un soplo de aire enfriado ¡) or el liatir del mar en las rompientes; > una travesura de las olas al padre Sol... Y la - piedra del anda cayó en el fondo con brusco chapoteo. II LA CARTA Marcos el Loco había llegado aquella mañana de Corralejos. Lo llamaban así por su vida de errante peregrino del mar. Con su lancha, que contenía el ajuar de la familia— la mujer y dos chicos morenos y ágiles que le ayudaban en la pesca—, rodaba de playa en playa, siguiendo las estaciones, de Jandia a Papagayo; de la isla de Lobos a la Graciosa y Alegranza... Y aseguraban que en sus tiempos de recién casado cruzó en su barquiíio las cincuenta millas de mar libre hasta Gran Canaria, en un fantástico viaje de novios, para mercarle a su mujer unas galas en las lajas del Puerto de la Luz. Marcos el Loco echó mano a la cachorra de fieltro acartonado por el salitre, y de la badana sacó una carta, se la tendió a Clio Tomás, con aquel gesto suyo de infinito desdén para las cosas de la tierra y de sus gentes, y, al entregarla, se dignó aclarar: — La mandó Don Mantielito, de La Oliva. Cho Tomás se ladeó la cachorra y encomensó 76 JOSÉ RIAI, a rascarse las greñas canosas, sigrio en él de gran preocupación. Se acercaban las elecciones, y aquel papel, viniendo de donde venía, no podía traer nada bueno para él, alcalde de mar de Corra-lejos. —¡ Por fía del partió majorero!... La gente joven, ya se sabe... Se toman unas calenturas... — ¿ No estaban toos en conforinidá con el partía viejo?... — A bien qii'a c ninguna mercé l'habian Jecho. Ni mal tampoco. Pero en esto de la política, el no hacer ningún estropicio ya es bondá... Bueno; pos iría a! Faro, pa que le leyeran aquello Don Fernando o Don Ramón. Ña Matilde se le acercó : — ¿ Va al Faro, compadre Tomás? — Voy. — ¿ Quedrla llevarles a los torreros un caldo?... Pensó Cho Tomás un momento si convendría a su dignidad este transporte del pescado ajeno, y resolvió que no. Pero, ¿ cómo negarse a la petición de Ña Matilde, que le sonreía con toda su dentadura ennegrecida por el tabaco? Reflexionó un momento, y : — Mi nieto llevará la cesta. Alónguesela, comadre MatiMe... Se confortó con un trago de caña, escondió el tarro en la faja por mor del calor, porque la caña refresca, en opinión de sus devotos, y emprendió el S E D . . . 77 camino ágilmente, como si la pesadumbre de sus sesenta años & e aliviara con la compañía del licor amable de la lejana isla donde pasó su juventud navegando pnr la Marina del Rey, entre sus puer tos: La Baña, Matanzas, Trinidad... III LA SED DEL ISLOTE Cho Tomás ha enviado a su nieto por delante como heraldo de su persona y por si logra alcanzar alguna cosa con que los torreros lo consuelen. Ante su abuelo no la tomaría. Y también por gozar de esta bendición de caña, que conforta el ánimo y lo predispone a la bondad y a la esperanza. Tal vez el papel traiga alguna cosa buena... ¡ Lo que está de Dios!... Y Chu Tomás aspira a lo alto devotamente empinando el tarro y sintiendo esta conformidá de su propio optimismo. Que ha de ser muy fuerte cuando se mantiene ante la tremenda desolación de la isla en este invierno sin lluvias. Todos los años, el islote de Lobos sirve de tierra de pasto a unos cientos de reses, cuyos amos pagan al arrendatario una fisca ( i) por cabeza. Esit'e año la emigración ha sido mayor. Los ( 1) Moneda imaginaria que equivale a treinta cénti-oíos. 80 • JOSÉ RIAX campesinos, viendo sus tierras mondas por la sequía, han transportado sus animales al islote, por centenares, con la esperanza de que escaparán con las hierbas marinas y la caridad de los torreros. Pero la caridad de los torreros no puede dar para todos, y las hierbas marinas son un engaño de lozanía que produce una sed rabiosa que ningún agua puede calmar. Y por todo el islote, las reses, inclinadas humildemente hacia la tierra, ramonean tristemente o escarban buscando un poco de humedad; flacas hasta mostrar - las costillas bajo la piel descolorida, con los róeles que dejan las iabaibas, como lacras de miseria, las ubres secas y esa mirada angustiosa de las bestias que presienten su fin. Aquí y allá blanquean las osamentas de los hai-fos ( I ) que sucumbieron a la sequía, desplomándose como heridos de muerte por las saetas de luz que caen implacables de lo alto. Y a la orilla del mar se oye helar a los cabritillos, que, enloquecidos por la sed, se lanzan a los charcos de agua salada en un afán suicida de beber y morir. Las plantas han perdido la tonalidad verde de sus hojas, quese ha transformado en un tono ceniciento. Sólo muestran colores de vida los granos jugosos de las hierbas marinas y las tabaibas que veril) Baifos: Cabritillos. S E D . . . 81 deán aún sobre los troncos secos y carcomidos. Las aulagas aguzan sus espinas, apelotonándose como zarzales de alambre, y el torsal es todo leña. Todas las mañanas las reses se arrastran penosamente hasta la puerta del Faro. Su instinto las agrupa en torno a los aljibes, que conservan la única agua del islote. Y llenan los ecos con el clamor de sus balidos. No es posible calmar la sed de las pobres bestias, que más que sed de agua es sed de vida. Cho Tomás ha oído las críticas de esta falta de caridad de los torreros, y al llegar a los aljibes del Faro, situados al pie de la cuesta del cerro de Martiño, sintió la atracción de la frescura del agua a través de los grandes arcenes de piedra, aguzada por el afán de comprobar por sus ojos esta penuria que se tacha de avaricia. Levantó la tapa, y le sorprendió lo bajo del nivel: — i Dios! i Si llegara a faltar el agua del Faro! , Falta de caridad, no. Allí están las mujeres esperando vez para lavar la ropa, después del lavado de los torreros. ¿ No podrían aprovechar el agua para las bestias, que los amos les venderían gustosamente por nada? Falta de caridad, no; falta de agua. Ellos no la han regateado nunca... Los torreros reciben a Chu Tomás con simpa- 82 José RIAI, tía. En su vida solitaria, una visita es siempre un acontecimiento; pero el viejo pescador goza además en el Faro de una elevada estimación por su buen humor, sus cuentos y leyendas y su afición a la caña. IV TODA UNA CARTA La carta es toda una carta, con su nombre arriba y su firma abajo, que el alcalde de mar de Co-rralejos considera atentamente, como queriendo desenredar la complicada madeja de esa rúbrica, en la que se siente envuelto y agarrotado como una mosca en la tela de una araña. —¡ Vaya con Don Manuelito, el muy... caballero!... — ¿ Y cómo va él a obligar a los hombres, vamos a ver? El no es naide. Eso de alcalde de mar, como si es nada... Y hace un gesto despectivo al hablar de este cargo, del que está tan orgulloso. La gente hará lo que le convenga; y él, eti cuanto a él... Señor, si la tierra es de los amos, ¿ qué va a hacer?... — Claro que el pozo es de Don Manuelito, que manda en su agua y puede prohibir que los hombres la cojan y matarlos de sed. Pero la tierra es la tierra, y sin ella los probos no pncn viví. CIio Tomás, en esta peroración emocionada, enumera los datos del complicadísimo problema: 84 JOSÉ RIAI, — El amo del agua es del partió nuevo; los dueños de la tierra, del partió viejo: la tierra y el agua jasen farta pa mantené la vía. ¡ A vé qué hace el alcalde de mar de Corralejos en esa tremenda alternativa! » Todas las casas del pueblo están en la tierra de los amos del viejo partido, que ha dirigido siempre los destinos de Fuerteventura, y el único pozo que surte de agua a Corralejos, en este invierno en que Dios no manda lluvias— como en tantos otros—, es de Don Manuelito, que representa al partido nuevo... ¡ Si cayera un chubasco!... Sí, sí... Los que caen son chorros de fuego en este mediodía de febrei'o, que parece agosto. CORRALEJOS Es sábado, y al volver de la pesca los viejos jarean el pescado y se llevan un caldo del frescal para Corralejos. Los mozos acucian a las madres con el afán de llegar temprano al pueblo. Hay velorio en casa de Cha José, como todos los años, y no quieren llegar tarde. Y aún es día claro cuando toda la flotilla encalla en la costa majorera. A la vista del Faro, emtre el jable amarillento de la playa y las montañas grises que cierran el horizonte, extiende Corralejos sus casitas de nacimiento. Desde el mar, la aldehuela de pescadores parece un juguete. Se la ve tan linda, tan alegre, qua se desea vivir en ella y retirarse a descansar de la vida inquieta tras los muros de una de esas casitas tan risueñas. Pero a medida que la lancha , va aproximándose a la playa, las casitas, que a lo lejos parecían enlazadas en el conjunto abigarrado de sus colorí- • 6 JOSÉ RIAL nes, se alejan unas de otras, dejando anchos vacíos, y apenas forman en un punto un principio de calle, cuando se apartan aquí y allá, huyendo el contacto. La vida de ese pueblo, la psicología de sus habitantes, sus costumbres, su alma entera, están en ese cambio del paisaje. En apariencia, estas familias hacen una vida común, sin antagonismos; pero ahondando... Cuando la lancha encalla en la arena notáis más claramente todo esto; las casas, tan risueñas a lo lejos, ofrecen de cerca una apariencia hostil; estas fachadas sin huecos son hurañas, herméticas. Todas carecen de vidrieras, y una casa sin vidrieras parece ciega. Los vidrios, en que la luz cabrillea, dan luminosidad a las paredes con la poli cromía de los destellos que les arranca el sol. Y aquí los cristales no se usan; las ventanas se cierran con postigos de madera, y sólo un par de casas ostentan pretenciosos balcones, que son, más que comodidad, adornos de las fachadas, pintadas con orlas ajedrezadas de un gusto primitivo. Hay cierta casa almenada, con un grueso cubo empotrado en la muralla, estrechas saeteras y una cruz de hierro coronando la rampa; unas se aislan con sus extensas corraladas, y otras se hunden en la arena, y para entrar en sus viviendas hay que descender varios escalones. Estas son las más antiguas del lugar, y sus tcrra^ S E D . . . 87 dos se elevan apenas sobre la arena un par de metros, lo que indica cuál fué la idea que llevó a esta playa a sus primeros pobladores. Pero por si ellas no lo explicaran con su apartamiento, sus habitantes lo aclaran con sus quejas: — Antes— es la diaria cantilena de Cho León, el patriarca de Corrale jos— éramos pocos y había pescado para todos; pero ahora... Y hace unos puntos suspensivos, que son una protesta muda contra el incesante acrecentamiento del lugar. VI . P L Á T I C A . Sentados o tendidos en la playa, al arrimo de las lanchas varadas, que hacen soco, los viejos forman rueda. Han deletreado la carta los más sabidores, y las brasas de las cachimbas humeantes destacan de las sombras los perfiles enérgicos de estos lobos marinos. En la noche en calma, el rumor del mar llena los hondos silencios. La brisa orea los rostros culotados por el viento y el sol... Estos hombres hablan poco y reposado, después de meditarlo mucho. La palabra de un hombre es un compromiso, y antes de tender la mano y estrecharla, que es la firma usual de los contratos, conviene pensarlo y madurarlo. Por de pronto, todos están de acuerdo en un punto: reñir con los del partido viejo no es posible. Son los amos—¡ lo han sido toda la vida!—, y esta continuidad del dominio les parece inmutable. Las tierras están aquí, firmes, desde que el 90 JOSÉ EIAI, mundo es mundo, con sus escrituras de propiedad en poder de los señores. Fué ayer apenas cuando soliciíaron humildemente la merced de su protección feudal. Esto es lo fijo, lo que ha sido siempre... Y una casa no se muda de lugar. El agua es la necesidad del momento; la angustia de este invierno, que pasará, y detrás vendrán otros tiempos— una angustia pasajera—. Además, el pozo es de Don Manuelito y nadie le discute su derecho; pero está ahí, en el jable, como quien dice, abandonado... Y Cho Pedro hace esta insinuación con un tono ligeramente irónico. — Sí— replica Andrés—, pero puede ponerlo en guardería. Esto es grave. Se hace un largo silencio y las pipas humean un rato... — El pozo tiene mucha agua— dice uno. — Nunca lo vi seco— añade el más viejo. — Y aljibes no faltan— apunta tímidamente el primero. Esto es grave, muy grave... A la luz de las pipas, que humean furiosamente ahora, se acusan los rostros: las rojas narices, las marañas de lo3 bigotes y las patillas aborrascadas. Una voz prudente: — El verano es mu largo. Y otra, resuelta: S[ E D . . . 01 — Pero pa'l verano las elesiones ya han pasao. Y el más viejo: — Lo mejor es dir a dar con Don Manuelito; no se diga... Más grave aún: — ¿ Qué se diría?... Los viejos repasan en la memoria los preceptos del costumbre, el código tradicional. ¿ Se ha dado este caso?... No se ha dado. Ningún amo ha negado el agua a los pohres... Verdad es que los amos siempre han estado de acuerdo y los pobres no se han visto nunca en esta confusión. Otros han pensado por ellos, y ahora, que han de pensar por si mismos, no saben hacerlo, naturalmente. — Don Manuelito tic un genial mu raro— apunta Chu Tomás, que ve venir el chubasco. — No sos va a comer— dice el señor Pedro, eludiendo hábilmente la designación, que su puesto de alcalde de barrio hace comprometedora—. La carta vino pa ^ isté. — Y pa toos. — Pa usté. — Y toos no vamos a dir a La Oliva. — Lo primero es el agua; llenar los aljibes por un si es caso. — Eso; y endispucs, la visita. — No pué sé. La visita es mañana. En la carta dice el domingo. 93 JOSÉ RIAl. — Pero no dice cuál. Y domingos son toos los del año. — Los hombres que son hombres— sentencia gravemente el más viejo—, cumplen como los hombres. Y ya está dicho todo. ¿ A qué hablar más? Los viejos han alegado en su plálica cuanto tenían que alegar. El silencio es la aprobación tácita. El que no está conforme, habla. e ¿ VII EL . VELORIO » El pueblecillo está envuelto en sombras. Sóln en la playa la débil luz de las estrellas, que hace cabrillear las aguas, recorta los elegantes perfiles de las barcas. Lo demás es una masa oscura. En la casa de Cho José se celebra el • velorio. Como en Tostón y en los otros pueblecillos de la costa de Fuerteventura, en Corralejos cada casa tiene una habitación reservada para el huésped. Esta habitación es el sancta sanctorum. Ellos podrán dormir todo el año sobre colchones de paja en los mismos aposentos donde se come y se vive: pero el cuarto del huésped se respetará, salvo caso de enfermedad, o cuando nace algún chico y tiene lugar el velorio. El velorio es una fiesta. A ella acuden las mozas , con los trapitos de cristianar, las casadas, los mozos y los chiquillos. Las noches de velorio, las amplias alcobas son insuficientes. Las mujeres se sientan en las sillas, los hombres se apretujan en el suelo, y los chiquillos corren culebreando y arrastrándose de grupo en grupo. 94 JOSÉ RIAI, Se juega a los naipes con almendras, al envite o a la banca; la familia se solaza con el anillilo o las prendas, y los hombres graves discuten los incidentes de la pesca o hacen augurios sobre el tiempo. El humo se corta. Son veinte o treinta cachimbas las que, a porfía con los quinqués de petróleo, enrarecen la atmósfera, cargada por la respiración de tantas gentes reunidas en un espacio reducido y sin otro hueco al exterior que la puerta. La velada recibe en su cama monumental, con el chiquillo al lado, a toda esta gente. Inmediatamente después del parto empieza el velorio, que no cesa hasta que se bautiza la criatura. Es el costumbre, el rito sagrado. Se ha hecho y se seguirá haciendo; porque si se duerme la madre sin luz y sin compañía, no estando el niño bautizado, vienen las brujas y se lo llevan para sus maleficios. Como en todos los velorios, esta noche, que es la última, se ha improvisado un baile, y se ven recostarse en el cuadrado dorado de la puerta las parejas enlazadas, al compás del limpie y del acordeón, o sueltas, en la danza ritual de las folias. Los mozos forasteros, que han acudido desde tres o cuatro leguas, esperan paseando ante la puerta, desgarbados y tímidos, a que se les dé el terrero : el permiso para bailar. S E D . . . 95 Son altos, fuertes, y en las fajas les abultan los culatines de los revólveres y los mangos de los cuchillos, como atributos de majeza; pero estos magos de tierras adentro tienen un gran respeio a los pescadores, provocativos y burlones, cuyas pesadas chanzas han sufrido muchas veces. Menos mal que los viejos no han acudido al velorio... Ellos son los que preparan esas bromas feroces, que mantienen encendido el sagrado fuego tradicional del odio entre las gentes de tierra y las gentes de mar. VIII UNA MISIÓN DIPLOMÁTICA Cho Tomás ha hecho alto en varias lojas para fortalecer el ánimo, y lleva terciado en la cintura, como una pistola, el tarro chato de caña, junto al cuchillo, que ningún pescador deja olvidado en casa. Por ser visita de cumplido, el cuchillo es de lujo, con un mango primoroso de Guía, embutido en pla! a, de labores ñnas. Un cuchillo canario, que Cho Tomás mercó en los años lejanos de su mocedad. Don Manuelito vive en una gran casa que ocupa un ancho espacio, con su patio soleado ceñido ele arriates floridos, que son encanto de los ojos en esta austera tierra ás. Masorata ( i); corral con cuadra para las bestias y aljibe cubierto, con agua para dos o tres años: toda una riqueza... Está sola, aislada, en su empaque señorial, del centro ciudadano que se va formando cerca de la iglesia, y del que parecen escapar y huir las vie- ( 1) Mazorata, ( Maxorata) nombre del antiguo reino que ocupfibá el N. de Puerteventiura. 7 08 JOS;'; RUt jas viviendas infanzonas, con un afán de montaraz independencia. Don Manuelito es un hombre joven, como todos los del partido nuevo; menudo y nervioso y muy amante de su tierra. El partido majorero, que así llaman al nuevo los suyos para monopolizar ese marchamo patriótico, trata de renovar la política de la isla, lo que significa, en llano lenguaje, cambiar los hombres. Don Manuelito, que ha tomado en serio esto de la regeneración de Fuerteventura, pone todo sa entusiasmo al servicio de la causa, y, en consecuencia, exige que los votos de Corralejos se distribuyan entre los dos partidos. Su tesis es sencilla. ¿ Qué necesitan los pueblos para vivir?... Tierra y agua. Pues si los otros son los señores de la tierra, él es el amo del agua. ¡ A parlir! Pero Cho Tomás sabe que los otros no querrán partir. El censo ha sido siempre suyo. Sí les conviene, dejarán unos votos por el buen parecer; pero partir, lo que se dice partir... — Ya sabe su mercé que ellos son los que reparten. Y el que parte y reparte... — Pues, lo que es esta vez— afirma solemnemente el adalid de la causa majorera—, no será. Yo no cobro ningún censo por mi pozo. Libremente 1: a-béis hecho uso de él, con mi autorización y sin limitaciones. Está en mis terrenos— porque d jablc, S E D . . . 99 amarillento y estéril, es lüerreno— y ha sido abierto por mis antepasados... Mucho sentiré tener que hacer respetar mis derechos, pero lo haré. Es llegada la hora de libertar a mi país, y no debo ni puedo vacilar. — Es que ellos son los amos de la tierra... — i Como yo del agua!... Y si llego a estos extremos, es por vosotros mismos, por vuestra dignificación y vuestra independencia. Y Cho Tomás, en su respuesta, formula todo un tratado de filosofía práctica: — Su incrcé sabe todo eso mucho mejón que yo; pero, como de toas maneras no vamos a salí de probes... IX EL POZO, EN GUARDERÍA Don Manuelito ha puesto al pozo un guarda, cuya autoridad robustecen una escopeta y dos feroces bordillos, majoreros de pura raza. No ha sido demasiado severo: da el agua para la casa, pero medida, contada... Son los animales los amenazados. Y los que quieren más agua, han de ir a La Oliva, a comprometerse solemnemente a votar con el partido nuevo. Señor Pedro, que tiene muchos animales, ha ido, después de avistarse secretamente con los amos de la tierra, que le han concedido su placet; sus hijos también y su^ parientes... y como les sobra el agua, van tratando y comprando, como desperdicios, las teses que forman la riqueza de los pobres en Fuer-teventura: la cabra que da el queso del año, y los machos castrados, y el camello, el animal de labor y de carga que soporta las interminables jornadas por los largos caminos. El resto, la mayoría del pueblo, que son únicamente pescadores, se han trasladado al Islote de Lobos, al amparo de los aljibes del Faro, que amenguan rápidamente. LA SED DE FUERTEVENTURA NO ES SÓLO DE AGUA Este año no ha apuntado la hierba, y la simiente, socarrada en el suelo abrasado, se reseca y pudre. Los camellos machos no han sentido despertarse sus instintos en este invierno seco y duro: esos afanes de lucha que otros años hacen resonar los ecos de campos y playas con sus bramidos... Efecto del pasto jugoso y tierno en los animales, que los pone furiosos, perdida la doma y el respeto al hombre, con una frenética embriaguez de amor y de muerte. Algunas mañanas, unos grandes nubarrones sombríos corren, empujados por el viento, desde la Bocaina; se extienden por Lanzarote y avanzan por el cielo, cubriéndolo con un cortinón gris. Sopla el noroeste... El aspecto del tiempo, las nubes, todos los síntomas son favorables. Los hombres esperan la lluvia; y como los hombres, las tierras, abiertas en grietas de fiebre; las plantas, atormentadas por las abrasadoras caricias del sol, y los 104 JOSÉ RIAI, animales, que alzan la cabeza, melancólicamente humillada, aspirando ansiosos la humedad de la atmósfera. Toda la esperanza de Fuerteventura en € Ste año de sequía está pendiente de ese cielo, cubierto de nubes sombrías, henchidas como ubres fecundas... Pero no llueve'. Las nubes se adelgazan, laminadas por el so!, que las va absorbiendo y deshaciendo, y el viento las hace huir hacia el mar, dispersas... Y vuelven los días de cielo azul, en los que el sol, implacable, calcina la tierra, y las hierbas cubren el suelo de una pelusa gris y los animales se alinean en largas filas tras los hombres, buscando su amparo. La colonia de pescadores hace su vida habitual en el Puertito. Pesca, jarea el pescado al atardecer, y vive dejando deslizarse las horas con su fatalismo meridional. . Este día, comadre Cecilia rememora ante un grupo de mozos los años felices en que Dios mandaba agua a Fuerteventura. Los años de copiosas cosechas, que llenaban las arcas de cebada prieta y granada como trigo, que los molinos no daban abas!- o para moler, y largas hileras de camellos conducían por las carreteras polvorientas a Puerto de Cabras, a Tostón, a Gran Tarajal... S E D . . . 106 Para comprar el tabaco y el ron del mes se llevaba una saca de cebada; para mercar un traje, las mozas conducían un burro cargado; regalaban los señores fanegas y fanegas, y las lojas eran como un barranco, los días de pago; que así caía de los sacos el grano y formaba en el suelo montones qué tocaban al techo. — ¡ Buenos años! — murmuran los mozos, estremecidos por la sensualidad de estas riquezas—, ¡ buenos años!... Y la charla de la vieja sigue explicando cómo el grano que donó la tierra generosa y fingía colinas en las eras y mares de suaves olas doradas en los campos, lo absorbió la logrería, lo perdió la imprevisión, y el agio lo acumuló en sus arcas sin fondo, como si un abismo se hubiese tragado todo esc pan que amasaron los rayos del sol y el agua de Dios en las tierras majoreras... Todos los días, en las barcas, salen de Corrale-jos reses amontonadas. Van a Puerto de Cabras y de allí a las otras Islas Afortunadas a labrar los campos, por donde corren, cantando y jugando con las piedrecillas de sus lechos, los limpios regatos... Se dice que Señor Pedro ha ganado más de ochocientos pesos... XI EL CARNAVAL DE LA DEMOCRACIA Las elecciones de este año caen, simbólicamente, en Carnaval. Los siervos se disfrazan de hombres libres para otorgar un voto que les impone el estigma de su servidumbre. La grotesca parodia electoral de ciertos pueblos debía coincidir siempre con este alegre Domingo de Antruejo.' ¡ Saturnalia!... Los, esclavos se visten de señores... Funciona el colegio electoral de Villaverde en la capi'h de la sacristía Je San \' iceníe Fcirer. No sé por qué motivos ha florecido en tas yermas tierras de Maxorata esta devoción a! ^ anto ^ alen-ciano; al patrón de las otra « tierra'; dichosas donde el agua ríe y canta en las acequias su canción de vida. Misteriosos afanes revela este trasplante devoto. La política, que no respeta nada, ha instalado los ' trucos de sus prestidigitaciones sobre los grandes arcones de esta sacristía; la mesa, la documentación y el cubilete: la urna, representada por un 108 , JOSÉ RIAI, frasco vacío de pastillas inglesas de limón, que tiene grabado en el vidrio el nombre del fabricante. La elección se hace muy democráticamente. I, os hombres entran, votan, salen... Los de la mesa echan cigarro tras cigarro... El partido majorero tiene sus interventores—^ ¿ cómo no?—, que velan por la pureza del sufragio... XII CAMINO DE LA OLIVA Por la mañanita sale de Corralejos una pintoresca caravana camino de La Oliva. Son el señor Pedro y sus gentes: más de la mitad del censo de la aldehuela, que van a votar por la causa de la independencia majorera. Triunfar,' no esperan triunfar los del partido nuevo; pero tendrán una votación nutrida, " que expondrá con la más- elocuente y rotunda de las exposiciones— la que representan esos votos—, el noble afán á& liberación de la isla de Fuertévcn-tura". Este párrafo es de Don Manuelito, que ha llegado a Corralejos con el alba, encaramado en su camello macho, con silla a la inglesa, para despedir a Señor Pedro y a sus hombres. El queda en Corralejos, procurando catequizar a los reacios: cazurros que esperan el último instante para cotizar sus votos, o pobres diablos a los que una docena de pesos puede deslumhrar. l i o JOSÉ RIAI, Va, viene, bebe, se exalta... Y en la arena de la playa las huellas de sus botas se multiplican prodigiosamente... Entretanto, la caravana sigue el camino de La Oliva... El camino de La Oliva, como todos los caminos, es en los comienzos delicioso y fácil. Corralejos esiá hundido en una hondonada, y la vereda, porque vereda es en sus principios el camino, serpentea entre una serie de lomas, que van ascendiendo suavemente. En la mañana de febrero, luminosa y fresca, cl paisaje tiene esas tonalidades de las marinas que fingen nácares en las nubes y claros celestes que transparentan los fondos de las aguas. Mañana de acuarela, sin bruscos contrastes de luz, saturada de dulzura y de calma. Pedazos de jablg, erizados de hierbas marinas, dan falsas promesas de fecundidad, como el estrecho de agua'salada que se desliza, aún dormido,, entre la Isla de Lobos y la costa, ofrece una engañosa apariencia de río. Calma, quietud, canciones... Los camellos vagan, cachazudamente por los arenales, sin dueños ni atalajes ; alguna andoriña pía y salía de acá para allá... Todo el paisaje embustero ríe en la mañana clara... Hay primero una vuelta y después otra. El rio desaparece tras un cerrillo de negras escorias, y en- S E D . . . 111 tre el cerrillo y la Isla de Lobos queda un abismo de distancia colmado de aire azul. El paisaje se transforma, y el camino sube y baja por unos cerros de lavas negras y atormentadas, que ponen sus vendas de piedra ante los ojos: el malpaís. El cielo toma un tinte de añil. Aún vagan nubes de amanecer, rosad^ is y color de oro; pero muy lejos...; la tierra, seca y dura, refleja su ocres, sus^ negros y sus rojos encandecidos: colores sombríos que fatigan... El sol empieza a hundir sus rayos en estos valles agrestes. Cabalgan en asnos, y las duras pezuñas hacen rodar las piedras. La arena quedó atrás, y en ! a unión de los caminos se les agrupan nuevos caminantes que vienen de Las Rosas, un nombre de flor que parece una ironia. Aquí, en esta bifurcación del camino que se divide— uno hacia Tostón y otro hacia La Oliva—, dos largas murallas de piedra seca cortan el paso, separadas a distancias variables. Instintivamente, el caminante trata de sorprender por encima de los cercados qué guardan asías murallas de piedras secas, más altas que un hombre, unidas sin mezcla, con la labor paciente de los pueblos primitivos, y prolongadas asi frente a frente, ceñudas y herméticas, sin puertas ni brecha.-;, tres o cuatro leguas. No guardan nada, nada. Piedras sueltas, una 112 JOSÉ RIAI, cabra que roe no se sabe qué; soledad y silencio... Aquí quiebra el tópico que hace polvorientas todas las carreteras. ¡ Polvo! El polvo lo produce la tierra molida por los ferrados cascos de las bestias y las llantas de los carros. ¡ Tierra! Para ellos la quisieran esos bobos que crecen pegados a las cer- CcLS; esos espinos de color de herrumbre; esas plantas nacidas en la oquedad de las rocas que fingen llamas de hojas en lámparas de piedra; esos cai-- dones, flacos como el brazo de un mendigo que mostrara los dedos amputados y íumefactos. ¡ Tierra! Fiesta de gala seria... Es tremenda esta esterilidad, este abandono, est;". desolación. El río azul del cielo brilla con un brillo cegador; sobVe el suelo, las chispas rebotan; la boca arde; el sudor brota a chorros, y los animales andan pausadamente, con enorme esfuerzo. Ni un soplo de viento llega a esta angostura de! camino, donde todo lo ha socarrado y consumido fl sol; hasta las montañas son rojizas, como tomadas de orín, y otras enverdecidas, con unos raros ver* des y rojos me'álicos. como si hubiesen sido vaciadas al fuego en una de esas calderas que fueron cráteres. Y así sigue el camino, hasta que a lo lejos empiezan a multiplicarse las cercas en torno a las casas, siempre en el mismo tono de lava uniforme. Es Villaverde, el pueblecillo que es como un barrio de La Oliva. Villaverde, con sus casas en mi- S E D . . . 113 ñas, sin techo, abandonadas a medio construir, qiu^ rememoran otros tiempos felices en que la emigración no despoblaba a Fuertcventnra, y parece un pueblo encaniado condenado al silencio, como una viuda que guardara eterno luto por el amado que partió. A. la entrada de Villaverde viven tres doncellas, muy bellas las tres, y las tres son mudas. xni MANIOBRA ELECTORAL Señor Pedro y sus gentes han llegado por la mañana y se han maíchado después de votar, para atender al negocio. La toja en este día no puede encomendarse a las mujeres. Y se ha marchado saludado, atendido y mimado por los jefes del partido nuevo, que se huelgan de esta puntualidad. Al anochecer vuelven de Villaverde Cho Tomás y los suyos: la colonia recalcitrante de la Isla de Lobos; diez y siete votos que llegan a pie, despeados por las siete leguas de marcha, pero cantando y lanzando cohetes y vivas atronadores. Ha triunfado el partido viejo, como se esperaba; pero lo que no podía esperar Don Manuelito, en su hidalga confianza, es la perfidia con que ha sido burlado y escarnecido. El partido majorero no ha logrado en Corrale-jos ¡ ni un voto!... Los aljibes del señor Pedro, esas 118 JOSÉ RIAL arcas donde se concentran las riquezas de Fuerte-ventura, rezuman el agua de que están repletos, y a sus animales no los matará la sed. Y el señor Pedro ve segura en su mano la Alcaldía del barrio, sostenido en ella por el partido viejo, que sabe recompensar los servicios. XIV S U R . . . Tiempo del Sur que arrastra sobre el mar la arena colorada del desierto y la deja en suspensión en el espacio de esta noche bochornosa. El filo de la hoz de la luna se embota en la niebla, y su luz adquiere el tono púrpura de un extra- i ño paisaje estelar. \ Arden aquí y allá las hogueras y los hachones | de petróleo, y el humo se eleva en el aire inmóvil I con una apariencia ritual. Las casas arrojan a la | playa, por las anchas ventanas, raudales de luz, y I las rondas de mozos, que pasan alternativamente de | las sombras a la claridad, recortan siluetas mons- | truosas. | La fiesta ha llegado a ese período de la embria- | guez en que los hombres beben en silencio, y el al- ® cohol cae en los esiómagos acumulando estratos de barbarie. Han pasado todas las faces preliminares, y sólo queda el ansia de apagar el fuego que les socarra las entrañas. Entre los viejos se suceden raras ocurrencias de una bestial ingeniosidad. Y las rondas de mozos 118 JOSÉ^ RIAI, inician sus asaltos a los hornos, burlando la vigilancia de las amas de casa, que preparan las viandas de estos días de hartura : los pollos de paréelas fritos en su propia grasa, los machos asados con mojo picón, algún lechoncillo cebado con los restos del pescado, y el pan de trigo de la tierra, que es un lujo extraordinario. Pálido, nervioso, violento, Don Manuelito perora en las lajas, desahogando la cólera y el ron, en una oratoria en que se mezclan ¡ os párrafos de un exaltado lirismo patriótico con las imprecaciones y las amenazas. i Se acordarán de él en Corralejos! Esto no puede quedar así. Los hombres que hacen traición a los sagrados ideales de la patria, son peores que los perros, y como perros hidrófobos deben morir de sed... De sed de idealidad y de justicia, y de sed de agua... El es un amo, y puesto que quieren amos que los gobiernen a latigazos, amo ha de ser él, y de los duros. — Sur, buen viento... Sur, que seca los campos y agrieta la tierra... Ahora van a ver lo que vale el agua... El agua que yo os hubiera dado generosamente. El agua lustral de vuestra servidumbre... Los varones prudentes se han apartado de este S E D . . . 119 hombre comprometedor; pero los mozos y los parásitos que beben a su costa escuchan estas inflamadas prédicas del ron, que exalta hasta el delirio al paladín del partido nuevo. En el grupo de mozos han formulado protestas varias voces sordas, y alguna mano se ha dirigido maquinalmente al mango del cuchillo. —¡ Sed, sed !—- grita Don Manuelito exasperado y casi epiléptico—. Sed de independencia y de libertad...; sed sagrada que despierte en vosotros el dolor de vuestro envilecimiento... Y deposita solemnemente la copa en el mostrador de estaño, como urna crátera votiva en el ara de la patria. Los parásitos aprueban socarronamente y apuran las suyas, procurando apagar la otra sed que es en ellos eterna. El lajero multiplica las cruces, las rayas y los ceros de la cuenta. Y en torno se arremolinan en espesas nubes ' las moscas piconas que sobreviven en este invierno sin lluvias y se agarran a la piel hasta sacar sangre. Sur... Por el pueblecillo rondan los animales en la noche y merodean, buscando ansiosamente las mondaduras de las frutas traídas de l'Arrccifa, para aliviar la sed... Los cuellos serpentinos de los camellos padres, que en esta época de la brama se elevaban otros años clementes con un gesto fan- 120 JOSÉ RIAL farrón de desafío, persiguiendo al hombre por ! os arenales, se inclinan humildemente bajo la pesadumbre de ! a calina cargada de polvo, que se va espesando y pone en torno a las luces halos rojizos. XV LA BRAMA Sólo un camello siente el furor de la brama: Lucero, el macho de viaje de Don Manueüto, alimentado con los pastos frescos de sus tierras de Jan-dia: con la alfalfa de esos campos donde los molinos de hierro multiplican las cruces de sus aspas, colmando los sembrados de bendiciones. La guata de la bruma polvorienta asordina el poderoso grito. Han encerrado a la bestia en un corral, y sobre los bardales, su cabeza, erguida y desafiante, aspira fuertemente las emanaciones de sus rivales; en el hocico se le hincha, pomposa, la lívida vejiga, como un ópalo a la luz de la lunn; la recoge gorgoteando y la vuelve a inflar... Está furioso, con esa cólera terrible de los animales mansos cuando pierden la doma, y recorre el corral a grandes zancadas, aspira el aire y hace re-, sonar su clarin de desafio una y otra vez. De pronto, se para y escucha; en sus ojos se enciende, como una llama fugitiva, un destello de astuía inteligencia. Alguien ha abierto la puerta del corral. XVI DON MANUELITO Los parásitos y las rondas de mozos se han reunido en la loja de señor Pedro, que ha organizado un baile, atraídos por el concertado tañir del timple y la guitarra. Las otras lojas se han cerrado, y Don Manuelito prefiere pasear solo por la ancha playa a pedir hospitalidad al hombre que ha traicionado la sagrada causa de la independencia majorera. El mar lanza sobre la tierra su vaho inmensf) saturado de perfumes marinos: su hálito cargado de yodo, con un ligero sabor a ovas y a fango, que saborean los labios como un grueso marisco; y el hombre de tierra adentro siente hinchársele el pecho de este aliento de! mar, como si una gran onda rumorosa lo invadiera. Las olas son negras y pesadas en esta noche de calma y de Sur; pero la luna da suficiente claridad para adivinar las aplicaciones de la espuma sobre las arenas de la playa. Rl mar, ese Hércules, teje 124 JOSÉ RIAL SUS encajes como en la leyenda de Onfalia. Y en esta noche de las Hespérides, el bachiller le halla a esta cita un exquisito regostillo clásico. Don Manuelito se siente infinitamente solo e infinitamente triste, con el desconsuelo de un niño abandonado en la oscuridad de esta noche tormentosa y de este pueblo hostil, y esta soledad la hacen más desamparada los retozones motivos de la mu-siquilla lejana, que pone a sus desdichas un comentario burlesco. No arde ya en él esa tremenda ira que ha mantenido sus nervios en tensión toda la noche... Quisiera huir, ocultarse, desaparecer... volver a La Oliva, a esconder su vergüenza en la gran casa solariega, que mantendrá cerrada e inaccesible, como una fortaleza, a toda piedad y a todo llamamiento : sorda y ciega. O irse lejos : a sus gabias de Jandia... En la Isla de Lobos, que esculpe en la oscuridad sus densas masas, recortando en las aguas las costas dentelladas, la linterna roja del Faro arroja su haz sobre la espuma, que se tiñe de sangre... Unas gruesas nubes se amontonan en la Bocaina... Don Manuelito otea afanosamente el horizonte, y su cólera se enciende otra vez, impetuosa y terrible. — ¿ Son gargones de lluvia?... ¿ Agua para estas gentes secas de alma?... ¿ Será posible?... S E D . . . 126 Siente algo denso y pesado que se hunde en la arena... — ¿ Gotea?... No.. Se vuelve, y enire la niebla se dibuja enorme, abultada y deformada por los juegos de sombras y de luz, la gigantesca figura de Lucero. XVII LA PERSICCUCIÓN Don Manuelito huye. El camello, con su astucia salvaje, le ha cortado el camino hacia el pueblo, y ante él se abre el jablc, (| ue se prolonga leguas y leguas por la costa: la fuga imposible en que el hombre ha de sostener la carrera con la bestia. Podría íjrrojarse al mar, pero es hombre de tierra y no sabe nadar; aunque corre por la arena blanda, que entorpece los pasos de la bestia, no podrá sostenerse mucho íiempo; presiente el tremendo fin que le aguarda: el brutal estrujón que aplasta un hombre contra el suelo como un escarabajo; pero lo prefiere al letal abrazo de las olas viscosas. Todo esto es instintivo: el hombre de razón no ha influido en estas resoluciones; hombre y animal se dejan guiar por sus instintos... Lucero es un animal de la casa, que se ha criado en ella y ha recibido de su mano piensos y caricias. Ha sido siempre suyo, y puede volver a recobrarlo cuando se calme su furor, con una llamada, con una- voz. El mar es inmenso, indomable y frío: sin piedad... 128 JOSÉ RIAI, Don Manuelito huye hacia el pozo, donde están el guarda y los dos bravos perros majoreros: los hardinos, que detendrán al camello con sus presas poderosas. Huye con sus piernas ágiles, sin volver la cabeza atrás. Y sobre sus huellas van los fofos pasos del animal hundiéndose como ventosas en la arena húmeda : ¡ Chop, chop, chop! La luna recorta limpiamente la silueta del hombre inclinado, con los brazos pegados en ángulo a los costados y las delgadas piernas veloces; y la otra, enorme, cargada de atalajes y de cuerdas, con la corcoba estremecida como un equipaje bamboleante; las largas patas, lanzadas a uno y otro lado, y el cuello rigido, tendido como un ariete, para descargar la hocicada que aturdirá al hombre y lo pondrá a su merced. xvín LA ÓRBITA DEL POZO El pozo destaca su negro brocal entre la arena clara, y el hombre grita, llamando al guarda y a los perros, una y otra vez: —¡ Juan!... ¡ Fiel!... ¡ Leal!... ¡ Nadie! La fiesta ha hecho desertar al guarda, y a los perros con él. Señor Pedro tiene un ron irresistible. Y aun llegan hasta aquí los andrajo.^ de las notas agudas del timple, que lleva la voz cantante en el melodioso acorde. ia El hombre lanza el grito angustioso: —¡ Socorro!... Y el supremo: —¡ Dios mío!... El pueblecillo parece dormir al compás de la música alegre, que borda en aljófares sus notas sal-tari ñas en el aire. Los gargoncs van ocultando la faz de la luna. Es el Sur impetuoso el que llega, rugiendo como un dragón y arrastrando sus alas de polvo rojizo, que todo lo arrasan y queman... El huracán de fuego del Sahara que abrasa los plantíos' y abre en la 9 130 JOSÉ BIAJ. tierra anchas grietas de fiebre, como bocas sedientas... Don Manuelito da vueltas y vueltas en un vértigo frenético, arrastrado por sus ansias de vivir... La tierra gira en torno a la sombría boca de ese pozo, en cuyas pandas aguas, como en un curvo lente ahumado, se refleja la bóveda del cielo. El Universo se ha concentrado para el en el abismo de ese pozo, cuyo brocal es la órbita que recorre sin cesar. Todo está en él: el caos y la nada, de donde surgieron los mundos; los cielos y los mares. Es el eje de todo lo creado. Los ideales más puros se condensan en ese brocal de piedra carcomido por « I tiempo: la independencia de los'pueblos y la libertad de los hombres... ¡ La vida'... ¡ Toda la vida, tan hermosa para los \' eintitrés años de Don ManuelitoL. ^':^: m XIX LA TIERRA BEBE Casi no ha sentido ei golpe a! caer. Y ahora contempla encima de él la bestia poderosa y el duro callo que le oprime el pecho. Va a hablarle en su tono de amo: —¡ Lucero!... ¡ Tuche... tuche!... Pero la voz se le ahoga en la garganta al recio apretón, que hace crujir y saltar los huesos del hombre, como un pisotón aplasta el caparazón de im insecto... Y la tierra, ávida, bebe... ISLA DE LOBOS ( DEL LIBKO DE MEMORIAS DE UN AISLADO) A Agustín Aguilar, gran amigo, dedico este libro que ve la luz gracias a él LA LLEGADA AL ISLOTE Después de treS' días de navegación llegamos n, una tierra fantástica: la playa de la arena. A mí, que venía con el alma preparada a recibir penosas impresiones, no me causó demasiada sensación. Ciertas almas caritativas nos habían compadecido tanto, que estaba dispuesto a no espantarme por nada; pero hay que convenir en que el paisaje era como para volverse al barco otra vez. La playa de arena no tiene de arena más que la ligera faja que bañan las olas. Y bajo las olas las rompientes muestran sus agudas puntas entre una especie de limo verde sucio, moteado por los erizos, que parecen, entre el temblor inquieto de las aguas, prendidos de dalias en los huecos sombríos en que viven. La continuación de la playa entre las rocas es un pasadizo estrecho entre dos abismos. Por él trepé con María del brazo, y llegamos a lo alto no sé ^ cómo, subiendo por el áspero sendero. Una especie de valle encerrado entre montañas 136 JOSÉ RIAL y todo él verde, nos causó gran alegría. Por entonces no sabíamos lo que era una iahaiba, y se nos figuraba aquella fecundidad maravillosa. Era seguro cjue podríamos tener nuestra huerta... tal vez un jardín... Y ante unos baifos que retozaban con sus madres, hicimos un poema pastoril de. esta libertad y llaneza con cjue los cabritillos saltaban y corrían a su antojo, sin perros ni pastores. ¡ Ah, sí! Nos hacía falta un poco de alegría. Algo que nos animara en este arribo al destierro, al terrible aislamiento del que todos nos hablaban con horror, y que era para nosotros el pan nuestro de cada día. Traíamos tantas esperanzas, que a pesar del tremendo cuadro de la playa, y de lo agreste del terreno, nos persuadimos de que aquello no era tan malo como nos lo habían pintado, y que allí, como en todas partes donde pudiéramos estar juntos, bastaría muy poco para sentirnos dichosos. Y en esta creencia, y componiendo nuestra égloga, continuamos tan embebecidos nuestra charla, que no nos dimos cuenta del profundo cambio del paisaje hasta que uno de los marineros, extendiendo el brazo, nos dijo: — Allí está el Faro. Y en un cerrillo de escorias que se alzaba solí- ISLA DE;. r, 0B03 137 tario a la orilla del mar, negro como el lomo de un cachalote, sin un árl^ ol ni una mata de verdura en torno, poco airoso, con su torre oscura que apenas sobresalía de la azotea, los bardales dentellados, y la lacra del horno a un lado del muro de la esplanada, se nos mostró el faro del Islote de Lobos. II INICIACIONES Don Fernando, mi compañero, es viejo y bueno. Fuerte de naturaleza, pobre de espíritu y habilidoso como un salvaje. Tiene la manía de aconsejar, y lo hace con un gran afán evangelizador para convertirme en el hombre que debo ser aquí, sometiendo mis impulsos a la necesidad. Yo no he podido hacerlo nunca; pero su intención es tan noble, que finjo convencerme y plegarme a sus consejos. El me ha iniciado en las enseñanzas del aislamiento, aplicando a cada instante de la vida el ejemplo, viviendo la parábola. Ya sé andar al fallo por las playas, mariscar en el bajo, pescar cangrejos y fulas en los char-quillos, escoger la leña para el horno y hacer pan. El pan logrado así con el sudor de mi frente y los esfuerzos de mis brazos, es el más sabroso que he comido nunca. Don Fernando, que podría ser mi padre, me 1 X40 JOSÉ^ RIAI, habla siempre anteponiendo el don a mi nombre: — Mire usted, Don Ramón, para pescar con gucldcra... Molesto por la cacofonía de esa repetición— don, don—, resonante como una campana, le pido que me apee el tratamiento. — Llámeme usted por mi apellido... A mis veintitrés años les asusta ese " don" tan pesado y tan respetable. Y él, sin sonreírse— cosa rara—, me ha advertido la necesidad de conservar el prestigio He este don, para que los pescadores nos respeten. — Aquí estamos lejos de toda autoridad y entre gente ignorante... Y si nosotros no nos hacemos respetar... Esto me dice en tono grave, y creo que tiene razón. in EL PUERTITO. — LOS PESCADORES Siguiendo el curso de mi aislamiento fui de pasco al Puertito, recorriendo el largo camino entre barrancos, para ofrecerme a los pescadores en visita de ceremoniosa- cortesía. El paisaje, monótono y triste, se desarrolla en ondulaciones de conos de escorias' y piedras enverdecidas por unas raras plantas de donde se extrae la barrilla, c[\ xt parecen recortadas en piel. El Puertito es nn pequeño seno abrigado, con una playa de juguete y unas islas de nacimiento. Todo el sur del Islote de Lobos es así, accidentado y pintoresco, mientras que al norte se agrupan los peñascos y se amontonan los arrecifes y los escollos, formando una barrera hostil. La Montañeta, el volcán de donde ha salido esta isla, que no es más que una acumulación de lavas y cenizas, está allí, enhiesto, frente al Faro. Los pescadores nos reciben cortésmente. Ellos, con un aire grave y digno; ellas, abrumándonos de atenciones, sonrisas y ofrecimientos. El Puertito es un apeadero en la temporada 142 JOSÉ RIAI, de pesca, que se ha hecho estable gracias a los aljibes del Faro. El agüita de liivia mantiene la permanencia de esta colonia, que sin el tesoro de nuestros arcones de piedra tendría que atravesar todas las tardes el río para volver a Corralejos, lo que no siempre es posible. Las chozas son miseras, aun más por abandono que por verdadera miseria. Los pescadores comen g en el suelo el pescado seco al sol y las papas tejeré- S teadas, guisadas con agua y sal, con el gofio ( i) | por pan y un mojo picante que les ayuda a pasar g el conduto. Y duermen desnudos, entre los apare- I jos de pesca, el engodo, y las ropas empapadas de S. agua del mar. | Son pobres, muy pobres. Demasiado pobres | para que sean buenos. | ( 1) Grano de cebada tostado y molido. ÑA BASILl/\ Me molestan los misterios, y en estos pescadores todo es misterioso. Acabo de tomar una mujer para que nos lave ! a ropa. Es una vieja alta, seca, greñuda, y toda tapada para librar del sol las asperezas de la carne... El sombrero de paja en la cabeza; un pañuelo negro sobre el rostro, que le da un lejano parentesco con los tuaregs que recorren el desierto allá enfrente; en las manos gruesos initones de trapo, y las piernas y los pies descalzos saliendo de un recio refajo de bayeta, acartonado por e: salitre. Asi, sin los mitones, todo eso lava como puede en e.' vta agüita de luvia de los aljibes del Faro, que es una golosina para la miseria de estos pescadores. A los que no acabo de entender... Me han preguntado— siempre con su aire misterioso— si tomo a Ña Basilia p'al lavado... He dicho que sí... Y han movido la cabeza gravemente, y se han fumado dos, tres cuatro cachimbas de! Virginio, sin decir una palabra. 144 JOSÉ RIAT, Ellas han sido más explícitas. Ña Basilia es bruja. Hace maloficio y las que la d,; ñan tienen que sentir. A comadre Juana se le murió la cabra buena. A compadre Tomás le enfermó el ca'. nello y la majaliila y se los curó después con una ioma por la que le llevó dos pesos. Y a su comadre Ramona se le secaron los pechos y no pudo criar... Bueno... Tendremos una bruja en casa. Si con todas sus hechicerías nos llegara a dejar la ropa blanca... V EL COMPAÑERO SE VA Don Fernando, que ha vivido conmigo trece meses, ha sido trasladado. Es un hombre de bien, de carácter dulce y tímido. Trece meses pasados en este aislam. iento tienden de corazón a corazón muchos hilos, que cuando un violento tirón trata de romperlos hacen sufrir un gran dolor. Días de charlas, consejos, ensefumzas... Lo abracé al marchar como a un padre... Y ahora nos c[ ueda una inquietud: ¿ Quién vendrá?... He aquí la pregunta c^ ue nos hacem:: s a todas horas. Están aquí las vidas tan enlazabas... Lo que en la ciudad es falta, aquí es ofensa. Es necesario que las familias se entiendan y que si socorran en caso de apuro; que se soporten las alternativas del humor, que se estimen y se quieran... ¿ Quién vendrá? 10 VI EL NUEVO COMPAÑERO Mi nuevo compañero es un tipo de gran ciudad. Madrileño, con el madrileñismo convencional de los autores de saínetes, tiene esa gracia y esa manera socarrona de dejarse caer, q ie envuelve en guata la punta del chiste, para que no lastime. Su mujer es insignificante y buena, con una bondad compuesta de dejadez e inocencia. Tienen cuatro niños, y el más pequeñín, de dos año;, en-fermito de una enfermedad que no t'cne cura. Me lo ha dicho el padre. ¿ Cómo se puede admitir así, con esta pasividad, una desgracia tan grande?... El niño tiene un vago color de tierra, pero juega con los otros y no parece triste. Lo que más pena causa es su sonrisa, que le ha: e mostrar los dientes. Esta sonrisa me produce verdadero malestar. vil LA MUERTE DE UN NIÑO Anteayer, en el Faro, ha muerto el niño. Fué una cosa inesperada y treniemla, en su sencillez. Estábamos su padre y yo arreglando ti horno para evitar que se le escapase e) calor, y mientras colocábamos gruesas lechadas de cal sobre las grietas, charlábamos acerca de los múltiples oficios que el torrero tiene que desemi^ eñar. — Esta mañana— decía él— fuimos vidriercs. Ahora panaderos y albañiles. Mañana, tal vez dentro de un rato, tendremos que desen. penar algún nuevo oficio... En este momento oímos gritos y su mujer n ) s llamó desde la puerta del Faro: —¡ Juanito!... ¡ Juanito!... No la entendimos bien; ya cerca comprendimos : ¡ Juanito ha muerto! Me sentí trastornado y quise serenarme a fuerza de actividad. Me vestí; aseguré al padre que yo me encargaba de todo... En realidad no sabía qué hacer, y me habría visto muy apurado si me hubiesen preguntado lo que pensaba en aquel momento. 160 JOSÉ RIAL Transcurrió una hora y tuve que er; cender el horno y cocer el pan. Luego vinieron los pescadores y surgió una dificultad enorme: la caja. A Corralejos no se podía ir por el nr'. al tiempo, duro para remontar el río; yo no sé nada de carpintería, ni los. pescadores tampoco: había que hacerla aquí a la fuerza. Eran las cinco cuando el padre, el mismo padre del niño, y yo, desarmamos unos cajones y empezamos la tarea... A las siete se encendió el Faro y seguimos trabajando. Ni él ni yo teníamos los más elementales conocimientos del oficio. Trabajábamos como podíamos, y la c-. ja se iba formando poco a poco. Nos equivocábamos, volvíamos a empezar, enmendábamos... Así pasaron las ocho, las nueve, las diez... De vez en cuando mirábamos el Faro o subíamos a la torre si advertíamos alguna novedad, y volvíamos a la faena. Los pescadores nos acompañaban fumando en sus pipas o cabeceando suavemente adormecidos. A la una la caja estaba casi terminada. Entonces mi compañero levantó la cabeza, me niiró fijamente con sus ojos hinchados por Jas lágrimas vertidas silenciosamente en esta larga noche, y dijo: — Don Ramón, cuando hablábamos esta mañana de los oficios de la vida aislada, no pensábamos en éste... IShé. DB WBOSJ 151 En la madrugada la cajita de madera descendía por el camino del Faro a hombros de los pescadores. Los despedí abajo: el deber me obligaba a quedarme, y ya desde arriba vi la blanca cajita subir por el camino, perderse en un recodo, volver, y desaparecer definitivamente en la oscuridad. En el mar, hacia Levante, empezó a extenderse una débil claridad. Dentro, en el Faro, se oían llantos, gritos, exclamaciones, ayes... Sentí frío y me crucé el abrigo sobre el pecho y seguí contemplando la lejanía. Después subí a la tcrre ) esperé el amanecer. Cuando pude ver las costas claramente, apagué y empecé la limpieza. De vez en cuando miraba hacia Corralejos... Por fin, ya de día, un bote a toda vela dobló La Montañcta, enfiló hacia el pequeño pueblecillo, y encalló en la playa. Entonces bajé la lámpara, la llené y seguí mis habituales tareas. Un nuevo día empezaba, y había que tenerlo todo dispuesto para el alumbrado de la noche. El Faro había señalado, como siempre, el bajo, y no había ningún incidente en el servicio. Abrí, pues, el libro y escribí: " Sin novedad." Y el padre del niño muerto lo escribió también. m-. VIII EL COSTUMBRE Hay muchas maneras de pobreza, y la de estos pescadores es más moral ( iuc niiitcnal. Un Código inflexible de leyes primitivas— la costumbre, que ellos llaman el costumbre— rige sus vidas, y se someten sin protesta a ellas con una mansedumbre de bestias domadas. La tierra de Corralcjos, el pueblecillo en que viven, es de un amo; el agua del único pozo salobre, de otro. Y se suceden terribles conflictos por estas servidumbres, cuando los amos se enfrentan en épocas de elecciones. El ancho mar, libre e indómito, no ha entrado en ellos. Este islote se alquila en quince duros, ¡ al año!, para aprovechar los pastos, la leña y la cosecha de pardelas. Podrían ser libres en esta tierra y prefieren ser vasallos en la otra. IX LAS BRUJERÍAS DE ÑA BASILIA Como toda magia, la de Ña Basilla tenía su truco, que yo he descubierto esta mañana. Y en el momento de marchar le he abierto el corpino de un tirón y he expuesto a la luz la harina de flor que me había robado. Y la he puesto en la calle sin querer oír sus insultos ni sus amenazas. Que deben ser cosa terrible, según estas gentes. No hacen largos discursos, pero dejan entrever en sus palabras, mezcladas con las espesas bocanadas de las pipas, que el caso es grave y merece pensarse. Por de pronto, la venganza de la bruja toma un prosaico carácter campesino: un pleito. Me reclama unos honorarios que no le debo. Y he de ir a La Oliva a presentar mis descargos al juez. Todos saben que le he pagado a la Basilia antes de despedirla; pero ninguno se atreve a servirme de testigo. El Juez me ha aconsejado que pague, para li- 156 JOSÉ RUI, brarme de una serie de nuevas demandas. Creo que procede con la mejor buena fe. Es un hombre franco y poco ceremonioso, y su nombre lo pronuncian los pescadores con un gran respeto. Culto y bien educado, se siente desterrado en este pueblo grande, que es el suyo, y añora sus años de estudiante en Madrid, con una melancolía contagiosa. Oyéndole me he sentido más aislado. El juicio me ha costado unas pesetas, pero lo que me irrita es que esta gente no cree que la cosa quede así. Que debo prevenirme y hacerme santiguar, por un si es caso, como ellos dicen. Me he dejado saquear, ¡ y aún!... Aún... queda el maleficio. X AÑO NUEVO. VIDA VIEJA Para felicitarme en el comienzo del nuevo año, se han presentado en el Faro los tres hijos de Ño Matías, el arrendatario del islote. Saludaron y se sentaron. Se habló de la pesca; tomaron— casi a viva fuerza— unas copas de caña, y terminado el tema ordinario nos quedamos un ratito callados, mirándonos todoo. muy serios. La cosa amenazaba prolongarse largo rato, e inicié un nuevo tema de conversación: las cabras. Y en el curso de la charla dejé escapar, lo que me sucede a menudo, una gravísima herejía: — Oiga, Rufino, ¿ querrá usted creer que me ha dicho Martina que si se derrama la leche de una cabra en el suelo, se le cubre de granos toda la ubre? RUFINO ( Muy serio).— Y asín es, Don Ramón. Yo.— ¿ Cómo? RUFINO ( Más serio avm).— Sí, señor; haga usted la prueba y verá. Si por cualquiera motivo cae la leche al suelo, la cabra cría granos. Eso se ha visto siempre. 158 JOSÉ RIAL Yo.—¡ Pero, Rufino!, ¿ qué tiene que ver una cosa con la otra ? ¡ Cuántas veces se cae la leche al hervirla, y no le ha pasado nada a la cabra! RUFINO.— Seria por eso, Don Ramón. Sería porque no era cruda. Y no hay manera de convencerlo. Con la caña la conversación se reanima, y de unas cosas en otras se habla de las brujas: otro tema eterno. Y nuevas herejías mías provocan nuevas afirmaciones, más secas y rotundas, de Rufino. — Usté no lo creerá, Don Ramón; pero lo que le digo es como la misa. A mi madre se le arretiró la leche, porque bebieron en el vaso endis-pués de ella, con maldá, y no le volvió hasta que una bruja le preparó ciertas cosas y le dijo ciertas oraciones a su manera; y si usté quiere saber si una mujer sos bruja, eche dos pesetas en la pila de la iglesia cuando ella esté, y no saldrá hasta que no quite Ip. moneda. — Lo creo— dice mi compañero atrapando el chiste—; esperará a que salga todo el mundo para coger las dos pesetas. Y Rufino rectifica gravemente: — No, señor; ella no sabe que están allí. Se echan sin que las vea. — ¿ Y no se va hasta que las quitan? — No, señor, no sale. Inútil querer convencerlo. Todas mis objecio-ÉfB' ÍSUí DK tOBOS 159 nes se estrellan ante esas creencias, incrustadas en sus cerebros como un banco de ostras en las rocas de una costa. En estos mismos momentos admiro como nunca a esos misioneros que convierten a los salvajes con su divina palabra. ¡ Aquí habría yo querido verlos! Tarea digna de ellos la de arrancar de la imaginación de estos hombres todos esos aguafuertes en que se confunden brujas, fantasmas, trasgos, espíritus, supersticiones y leyendas. Monstruosas historias y curiosas creencias transmitidas de generación en generación, en sentencias, breves como el articulado de una ley: " El congrio maloficia al pescador en las noches de luna". " Pescar en noche de San Juan trae desgracia". " El quincho ( i) tiene señalado por Dios tm peje daño y el mar un hombre, aparte lo que él se pueda buscar". Rufino me ofrece a cada observación nuevos milagros inexplicables, cuya autenticidad certifica. El hecho está ahí; tratad ahora de removerlo con otras palancas que no sean sobrenaturales y maravillosas... La charla se ha convertido en controversia. Ellos se obstinan, encerrándose en la concha de sus preocupaciones, y yo procuro convencerlos a fuerza de lógica. ( 1) Ave marina: 160 JOSÉ RIAL Trabajo perdido. El horizonte de estas vidas es tan estrecho, que el más allá lo han formado como otro círculo un poco más ancho y más sombrío. Lo que no es sencillo y natural, creen que ha de ser forzo. samente monstruoso. No comprenden las grandes fuerzas y los grandes misterios sino en el Mal y para el Mal. Y hacer daño debe de ser para ellos el supremo poder y la suprema grandeza. Yo trato de exponerles, en sencillas parábolas, cómo preside una Potencia inteligente todos los fenómenos; y el viento, el sol, las nubes y la lluvia, se acordan harmoniosamente en el concierto universal. He dado a mis palabras toda la unc'ón religiosa que he podido poner en ellas, para exponer con la idea de Dios, que es la más simple y pura, la mecánica del Universo. Y he perdido el tiempo lastimosamente. Ellos tienen de Dios un concepto análogo al del Gobierno, o el Rey, más concretamente, j Entre ellos y El hay tantas ¡ cguas de mar, de tierra y de cielo!... Un espacio sin límites que llenan las infinitas teorías de caciques, caciquillos, alcaldes, jueces, diputados... o, en el caso de Dios, duendes, brujas, estantiguas, almas en pena, diablos y ángeles, en un caos confuso de alas de pluma y alas membranosas; de brazcs que protegen'y brazos que amenazan. Y en el ardor de esta controversia se desliza, BS" ISLA DE IvOBOS 161 como un ra}' © de luz que se escapa por la rendija de una puerta, la certidumbre del daño que me espera: la venganza de Ña Basilia, el moloficio. Alaría está próxima a librar. Es mi primer hijo; y nacido en el destierro, tan lejos del ambiente en que he vivido, lo presiento infinitamente más delicado y frágil que otro niño cualquiera. María, siempre débil, está como espiritualizada por la maternidad, con esa belleza suya de figura yacente, que parece labrada en alabastro. El verla tan deformada y torpe, ¡ ella tan exquisitamente eslielta y ágil!, me la hace más querida. En las ojeras de color violeta, los ojos verdes parecen dos lagunas muertas; la nariz se le ha depurado al afilarse; los labios han empalidecido, y las manos se le han ^ largado como si quisieran abarcar mayor espacio entre sus brazos. No hay duda: las madres son infinitamente más dichosas que los padres. Eso, que es sólo una sospecha para nosotros, tiene para ellas una vida desde mucho tiempo antes de que llegue a ser. ¡ Y es en eso tan puro, que aún no lo ha manchado la luz, donde la bruja pretende ejercer sus artes! XI EL BARCO DE SERVICIO Hoy nos hemos pasado el día siguiendo con los gemelos las velas blancas que cruzan la Bocaina. Falta el pan y el aceite, y el verano está dejando en seco los aljibes. En el Faro se suceden las cabalas y las suposiciones, tratando de adivinar la dirección de cada buque, que una guiñada borra perdiéndose el barco tras de la punta del Faro de Pechiguera, o siguiendo al largo la costa de Lanzarote. Y así una vez y otra vez, y así día tras día... Pocas veces llega el barco de servicio sin que lo precedan tres o cuatro buques fantasmas. Y es que con él navega nuestra inquietud, y da bordadas, y languidece en las calmas. Pero cuando vemos ciertamente que es él, todas las inquietudes se olvidan, y hay en el Faro una ingenua alegría infantil. ¡ Es tan bello y viene tan cargado de promesas!... ¿ Qué importa que después resulten fallidas? el barco está ahí, y en el llegan qué sé yo cuantas noticias y novedades: las cartas de las 164 JOSÉ RIAt familias y de los ami
Click tabs to swap between content that is broken into logical sections.
Calificación | |
Título y subtítulo | Maloficio : novelas canarias |
Autor principal | Rial, José |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Madrid |
Editorial | Biblioteca Hespérides |
Fecha | 1928 |
Páginas | 166 p. |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 3430511 Bytes |
Notas | Dedicatoria autografiada del autor |
Texto | mwy' ^/^ X / - ? ^ < ; •' yf ¿ ¿ ^^ - tUy /<'^-'^^' t^^^ ¿ ':> y^ ¿ ^ í-' íi'i^^- t^ ^ ' , 2 ! < Í Í : ¿ : , . < -^ V SS! SS « « SSS$ 5Si?& « SS8 « ^^ I OBRA5 DEL MISMO AUTOR i I LAS DOS MARTAS. Noi> da ( Agotada). I ^ I I TEATRO, Tomo I: Idoloá.— La dicha que de | I ('( 7. — Co lo lubina, Arlequin }/ C."— La ley de loó | I hombrea. | I ISLA DE LOBOS. Noi> ela corta ( Núm. 53 de I I « Nuestra Novela » ). I I I I « MALOFICIO » . Novelad canariaá. § I EN PREPARACIÓN CRIMEN INÚTIL. Novela. i TEATRO: Tomo II. I ENTRE EL ODIO Y EL DESPRECIO, i i Noi'ela. I ^ " MALOFICIO" NOVELAS CANARIAS POR J O S É R I AL I BIBLIOTECA HESPÉRIDES Don Ramón de la Cruz, SI Calle de Colón, núm. 5 MADRID LAS PALMAS -^ • la RetervBÍás para íjíos los palies las rfereeioj de reprodacdóB, íradacaáa y aiaptaUia. Copyüjht by ¡ osé RUI, 1923. :-'^^ • • « fe " MALOFICIO" Al Excmo. Sr. D. Alfredo Saralegui que ha dado categoría humana a la mísera existencia de los pescadores españoles, con la obra magníl'ica de los Pósitos Marítimos. •;>! » í LA CUNA Aquello que bogaba sobre el camino del Faro como una galera azul, era una cuna, mejor dkho, quería serlo. Don Ramón había puesto en que lo fuera la mejor voluntad; la misma con que se la regaló a Teodora, para lo que viniese, y ella, agradecida al buen propósito, se la había cargado sobre el rodete puesto en lo alto de la copa de su sombrero Tiuevo, y allá iba hacia el Puertito con la dulce carga, en la que saboreaba la emoción anticipada de la otra que le redondeaba el vientre. Hacía un día fuerte de sol. Por entre los valles no corría un soplo de aire, y ia atmósfera, cargada, densa, anunciaba el Sur. Allá enfrente debía el simún levantar la arena entre sus remolinos; el crepúsculo del día anterior había sido rojo como el fuego... Teodora jadeaba y sufría de rato en rato el zurriagazo de la ráfaga del aire seco, que le cruzaba el rostro. La cuna maciza, con sus balancines de un solo trozo, sus barrotes y el colchón de lana, era demasiada carga para ella, en'estado; de soltera i^! J! gWl^ p^; i^ g.|^^^ JW'!*.'^•!.' y' 8 JOSÉ RUt habria recorrido alegremente los cuatro kilómetros, pero el vientre tiraba, tiraba, y la hacía encorvarse, quitando al cuello y a la espina dorsal la verticalidad que necesitaban para mantener el peso. En su afán maternal, no se preocupó del largo camino, del calor asfixiante, ni de la excesiva carga. Todo le pareció liviano ante la alegria que habría de darle a Manuel aquel regalo, que los aliviaba de una preocupación. Manuel no tenía barco aún y andaba a la parte con su padre en el suyo, o con los otros. Nunca embarcó, y por ayudar a su gente no pudo arre juntar para la boda; si se va a ver, cuando se casaron, más llevó ella que él. La cuna se balanceaba suavemente al brioso compás de las caderas, y avanzaba cortando la distancia, como si la empujaran unas alas invisibles. A Teodora el ensueño maternal la sostenía, y, en una vaga semiinconsciencia, andaba, andaba, marcando sobre la tierra del camino la honda huella del pie descalzo, que el sudor, al caer, moteaba de anchas gotas rojas, mezclándose con el polvo. Sobre la cabeza gravitaba el pesado armatoste, cada instante más recio, y el pecho era el que sentía la pesadez; y las piernas ágiles, todas nervios, que no parecían ser la prolongación de las caderas pomposas, aligeraban las largas zancadas, para ganar tiempo y espacio. Pensó esperar a que volviese Manuel, que había ido a pidpear... Comprendía que si soltaba la car- « MAXC^ ICIO » • ga no podría volver a subirla, y al cogote, como un hombre, menos. Estaba cerca de Vista Grande, e hizo un esfuerzo: ya quedaba poco... y en el sonoro cristal de la tarde oyó prolongarse las notas vibrantes de las risas de su hermana Cruz. ¡ Si viniera!... Y Cruz llegó, saltando con sus largas piernas de corza joven. — ¿ Qué traes vos?... ¿ Sos dio la cuna Dueña Maria ? — Sí. ¡ Dios la bendiga! La ayudó a colocarla sobre el rodete, y caminó a 6U paso, siguiéndola con trabajo. Tenían las dos la misma marcha cadenciosa de las cargadoras: el paso firme que alarga la zanca, afirmándola sobre el suelo con el vaivén de las caderas poderosas como ancas de yegua; los pechos desafiadores por el arqueo de la espalda; la cabeza tiesa sobre el cuello erguido, y las manos moviéndose a compás, cuando no equilibraban la carga en un gracioso gesto dé canéforas. AI doblar la última curva del camino, ya a la vista del Puertito, la cuna vogó en el cielo azul, destacándose nítidamente, más galera que nunca, con su ancha popa, toda esculpida de labores pacientes y primitivas, su rabioso añil provocativo, y las perinolas labradas como las linternas de una nao almirante; y Teodora, que la observaba, vio a Rosario enverdecer, que es la palidez de las more-ais,'^ lO JOSfi RlAt ñas, de envidia ante el rico presente de ía torrera de Martiño. Rosario le había pedido más de una vez la cuna a Dueña María, desde que mercó la nueva en Las Palmas, y se la habia negado, lo que aumentaba el valor del obsequio con la mortificación de su comadre. Prudente, como mujer casada, a pesar de sus veinte años, trató de pasar disimulando el gozo; pero madre Matilde, refinada, no la dejó. — ¿ Te la vendió por cuánto? — No me la vendió, que me la regaló. —¡ Y bien cumplida que es! — Sí— y por variar de conversación—: ¿ Sabe si vino Manuel, madre? Y pronta, como la avispa clava el aguijón, fué Rosario la que contestó la pregunta : -— En la cueva de las Palomas lo vi hay ya rato — y gozándose en el daño—: La Basilisa andaba por allí mariscando... Sintió Teodora la puñalada en el corazón, pero no la dejó ver. Y en silencio siguió a Cruz, para ayudarla a pasar la ouna bajo el dintel de la choza, donde se hundió la galera azul, en la obscuridad. II LAS CARNES BLANCAS En el agua clara, revolviendo las piedras pulidas del fondo oelesite, una ma^ ra'busca almejas. Lleva el sombrero que la dibra del sol, el saco de mil colores en remiendos, y el zagalejo rojo recogido sobre las caderas. Es ya casi vieja, cercana a los cincuenta; tiene hijas mozas y casadas, que la hicieron abuela. El sol y d aire del mar le curtieron la cara y le quemaron los brazos; y el pelo, que fué negro, muestra largos mechones grises en las sienes. Pero aun brillan ai el agua clara y se destacan en las piedras del fondo sus piernas, blancas como el mármol. Y estas piernas blancas son la tentación, lo desconocido... Estos mozos cerriles que vuelven la cabeza púdicamente cuando cruzan las mozas por las peñas de la playa con las bronceadas formas al descubierto, sienten el zarpazo del deseo ante esas piernas blancas, que, por una incomprensible piedad del tiempo, mienten sus lozanías entre los temblores de las aguas, en los charcos bañados. de sol; - 15 josfi s ú t Y la vieja pecadora goza provocando a los mozos castos, en su rusticidad, como en los tiempos en que fué mujer de mundo en Lanzarote, y rodó por las viñas en los diminutos cráteres de arena negra donde se abrigan las cepas, como en una fiesta pagana, ebria de vino y de amor. Esta vieja pecadora conserva el cinismo de sus días pasados, los recuerda, y sólo presenta como atenuante de su vivir algo que haría perdonarla si ella suplicara perdones: el amor a sus hombres y el amor a sus hijos. De estos dos amores fué generosa, y aún sigue manteniendo esta condición en la vejez, y con la misma mano con que acaricia a la nieta preferida, y con el mismo brazo con que la lleva a horcajadas sobre la escurrida cadera, se enlaza a los mozos; y se pierde con ellos por entre los arenales, en las noches sin luna, y les hace el regalo de lo único que le resta de sus marchitas bellezas: el regalo maravilloso de sus carnes blancas. Carnes blancas que han sido fruto de pecado en la existencia austera de estos pescadores, que merced a sus caridades han conocido las emociones de una cita y los placeres de una noche de amor. Por los brazos de esta vieja pecadora ha desfilado esta juventud. En la albura de su carne han calmado sus hambres, y su alma generosa ha sido para ellos fuente en el camino, cisterna en el desierto, donde apagaron su sed. « MAXOFICIO » 19 , Comunión carnal fué esta donde todos tomaron su porción, como hermanos: que para todos hubo, sin distinción. Comunión carnal, dulce y sabrosa, hecha con pan de fiesta, del que no se come todo el año. Pero esta comunión ha refinado, estragándolo, el gusto de estos pescadores. No es bueno arregostarse al pan candeal cuando las trojes no guardan sino trigo de la tierra, que da un pan negro y pesado, y hay ya mozo que lo encuentra indigesto, y habla de las mujeres blancas, como los hombres del norte de las tierras de sol. Entre las mozas se va formando una sorda hostilidad contra la iniciadora, que se manifiesta en burlas, frases despectivas y miradas sombrías, que surgen, como relámpagos de una lejaaia tempestad, en el fondo de las negras pupilas. Todas las estrellas que presenciaron los amorosos transportes de los mozos en las noches sin luna, han cristalizado en ellas las luces frías de sus odios y sus envidias. III NOCHE DE SAN JUAN La memoria de las ancianas del lugar, que es archivo ele historias tan apergaminadas como sus rostros, lleva la estadística de las bodas del año. — Por Carnaval casaron Juan y Vicenta; por San José hubo tres bodas; por san Antonio, cinco... Para ellas, ilos meses no tienen otros nombres que los de las liestas más sonadas. Los enlaces abundan; la familia viene al poco tiempo, y otra casa aumenta d pueblecillo. Teodora y Manuel casaron por San Juan, y, siguiendo el costumbre, después de la boda quedaron cada uno en casa. de sus pajdres hasta la semana siguiente. ... . . . •. . Cuando, la gente & e fué, Teod'oia, desvelada en su cama de soltera, se echó el saco y. la. falda y se asomó a la - ventana . ,.. . . La Juna sanjuanera recortaba limpiamente las sombras y bruñía la arena fina del jable, haciéndola de plata. Lejos sonaban las notas del tim-ple de una parranda de magos, que se alejaba, camino del Cotillo, por las veredas de Los Lajares. 16 JOSÉ RIAt Ladró un perro, y un gallo madrugón lanzó su clarín al viento. Sintió frió y fué a acostarse, pero algo la retenía allí, oculta por el sombrío de la ventana, para ver ' lo que tenía que ver: que en noche de San Juan todo son agorerías y se descorren los velos del misterio una vez al año, para las pobres almas que penan en el Purgatorio de la duda y prefieren el Infierno de la verdad. ¿ Por qué no se durmió. Dios mío?... ¿ Por qué, precisamente, aquella noche?... Con el alma en vilo, los vio pasar; tan juntos, que parecían una sola ánima bajo la manta en que se agasajaban. Pero la luna sanjuanera les bañó la cara de luz y los sacó a la vergüenza para que ellas los viera. ¿ A la vergüenza?... Juraría que Ña Basilia lo hizo al drede... Y aunque ella ocultó su dolor, porque a los hombres no se les debe dar celos, para que no se engrían, comprendió que la otra seguía entre los dos y cerca de él, como aquella noche, y le traía a sus v ^ t a s cuando quería, como si Manuel siguiera tal c ^ o cuando ella, la vieja bruja, se lo consiguió, • 6in conocer mujer, teniéndola ya propia y por la Iglesia. IV LA SENTENCIA Consultó a la madre, y Ña Matiide, sibilina, movió la cabeza en un gesto misterioso y comprensivo, que no auguraba nada bueno. Y grave, con absoluto convencimiento, sentenció: — Yo, mi jija, mi alma la quiero pa Dios; y pa mi pensar, maloficio es... Sentencia que confirmó Ña Rosalía, la del Puer-tito, al echarle las cartas; y señora Trinidá, la de La Oliva, después de hacer sus composiciones, ratificó los sabios dictámenes de sus colegas en la maga ciencia. —¡ Maloficio es!... Manuel no castigaba a su mujer ni la ofendía: la compadecía. Cuando ella, en sus raras cóleras, le echaba en cara su conducta, el hombre la contemplaba con una i, ndiferencia más dolorosa que el desdén. Y si la escena se prolongaba, acudía al 8 18 JOSÉ RIAI, remedio supremo: encendía la luz... y ella se refugiaba entre las sábanas para ocultar su vergüenza. Manuel sabía lo que le pasaba, y se reía del mal de ojo; pero ha}^ cosas que un hombre de mar de Corralejos no puede decirle a su mujer. V LA RASQUERA La rasquera de Ña Basilia contra Teodora es antigua y tiene raíces más profundas que un amor. Cuando Dueña María, la Torrera de Martiño, corrió a Ña Basilia porque la cogió robándole \ i\ harina, Ja maldición de la bruja apartó a las pescadoras del servicio del Faro, y en torno a él se formó un halo de terrores, un círculo sombrío más amplio que el que la luz trazaba en derredor para advertencia de los navegantes. Sólo Teodora . se atrevió a romperlo. Teodora, que reunía para formar la dote, que su padre, cargado de familia y de obligaciones, no habría podido comprar nunca. Cho Gaspar, ya viejo, y con el hijo jíiido del servicio en Baña, harto hacia con llevar adelante la carga del familión— nueve hijas— ayudado por las mozas y por la industria de Ña Matilde, qu'era muy amañada pa ayudar a las mujeres a salir de su ocasión. so JOSÉ RTAI, Teodora traía de La Oliva el correo del Torrero todas las semanas, por un duro al mfs, recorriendo los dieciocho kilómetros de malos caminos, de mañanita, lo que le permitía vender el pescado cogido en la Lsleta la noche anterior. Se iba con la fresca, de madrugada, y volvía ya casi anochecido, huyendo del oscuro. Y ya puesta s su servicio con tan buena voluntad, Dueña María le concedió todos los demás, y era Teodora la que le llevaba el pescado, que la Torrera, orgullosa, no quería que le regalaran, y que al cabo del mes la valía su puñado de reales; fué ella también la que le cargaba la leña, que a fisca la carga importaba alguna cosa; la que le lavaba la ropa y la que le preparaba las botellas de marisco, que Dueña María enviaba a Las Palmas, donde se pagaba bien, en beneficio de Teodora. Todo ello, aparte los regalos de latas vacías, cosas buenas de comer y algún traje o pañuelo... J Hasta unos zapatones de tacón que le venían estrechos y un sombrero con su plumacho, le regaló Dueña María para los Carnavales, en que todas las mozas estrenan las galas del año! Manuel, para Ña Basilia, había sido el instrumento de su venganza. Manuel, tímido, rudo, tor- « MAI, OFICIO » 21 pe y sensual, no se habria atrevido jamás a hacer aquello si la vieja pecadora no lo hubiese provocado. Teodora lo sabía muy bien. El, el pobre, era como un burro amarrado..., y si ella no lo saca en la fiesta de San Pascual, no se arranca nunca. VI EL BAILE DE SAN PASCUAL' San Pascual Bailón debe de ser un santo original, uno de esos santos cuya historia invita a leer el santoral. Un santo que incita al baile, que lo impone como un rito, es muy simpático, y debe tener una ascendencia en el paganismo: tal vez en el rojo Dionysis, alegre bailarín. Es curiosa esta perduración en la religión cristiana, tan severa en sus ceremonias litúrgicas que hasta el canto lo ha acordado a las naves sombrías donde los cirios encendidos, símbolos de su fe, elevan , sus llamas a lo alto, donde todo está entre sombras. He oído contar en mi niñez, en Filipinas, que en el día que le está consagrado desfilan ante el Santo procesiones fantásticas de danzarines, que giran y giran sin descanso, con ese entusiasmo que los pueblos primitivos ponen en cumplir los ritos en que el cerebro no interviene. Esos ritos mecánicos que fatigan el cuerpo, mientras el alma permanece en absoluto reposo, sin darse cuenta de que existe. La Iglesia recogió en sus orígenes estas raras 24 JOSÉ RIAI, devociones y las reglamentó, poniéndolas bajo la advocación de un santo, y la costumbre las hizo perdurar... O puede que no fuera así: que el Santo mismo sea el que, en determinadas circunstancias de su vida, diera fuerza de rito a la danza. El hecho es que la ceremonia del baile existe, y que, sea por tradición o por creencia, se conserva en Co-rralejos. En Corralejos, esta danza tiene verdadero carácter litúrgico: es grave, solemne, ceremoniosa y con curiosos detalles que le dan sabor. En el gran salón de recibo que tiene toda casa que se respete, arde una vela única ante la imagen de San Pascual, colocada sobre la consola, entre floreros de cristal, candeleros de estaño, tal cual perro o gato de yeso, juguetes, conchas... La luz es pequeña y el salón es muy grande; de ahí que la claridad se debilite y se pierda antes de llegar a las paredes y al techo, dejando en sombras la cama monumental, con las cortinas adornadas de flores de papel, los grandes cofres- cómodas y las sillas arrimadas a la pared, donde están las mozas. En los rincones arden los braseros de las cachimbas de los viejos, junto a las madres y las casadas. Y en la puerta del salón, que da a la calle, los mozos cruzan, se paran, esperan y vuelven a cruzar en la noche, con sus cachimbas encendidas como gusanos de luz. « MAiOFICIO » 26 En el círculo de la vela que brilla ante la imagen, una moza baila con pausados movimientos la danza ritual de las folias. Un timple, cuyos sones se pierden antes de llegar a la calle, asorrlinados por la densa nube de humo, la acompaña. De rato en rato, la moza avanza hacia la puerta, vuelve, y al fin, se pone a bailar ante uno de los mozos: el elegido. El mozo suelta la cachimba, y, siguiendo el ritmo, baila frente a la moza hasta que ambos se cansan, y surge otra moza sola bailando, que invita a otro muchacho... El timple suena incesante con el mismo tono lento, que llega a hacerse cansado. Los viejos fuman. Las viejas rezan o murmuran, con un runrún de abejorros, en la sombra... VII LA EMIGRACIÓN ANUAL Los tiempos estaban malos. El Sur había destruido la cosecha del año anterior, y para el nuevo había pasado abril y mediado mayo, sin que el Señor mandara agua. Como en todos los años de sequía, el gofio encareció, y el pescado seco bajó de precio para los pescadores de Corralejos, balanza comercial de los dueños de lajas, que altera sus pesadas según el lugar y la ocasión: en La Oliva, y para los magos, era el pescado el caro, y el gofio, si había que pagar en grano, el que había abaratado, a pesar de la escasez. Y, como todos los años, los campos majoreros se despoblaron de hombres y de bestias, embarcados para las islas dichosas donde el agua cae a su tiempo y se guarda para su ocasión en los estanques. Manuel decidió emigrar. Sin barco, con el pes cado a bajo precio y el gofio caro, no era posible mantener la vida. La parte que cobraba en el 28 JOSÉ RIAi barco de su padre hacía falta a sus hermanos. El era un hombre casado y debía ganarse lo suyo, y en Gran Canaria el jornal era bueno. — Si lo jallas...— le replicó su mujer. Pero no se atrevió a hacer frente abiertamente al hombre. Manuel tenía razón. Los hombres se marchaban, y el que llegara tarde no encontraría puesto. El hombre que tiene familia necesita un barco para ganarlo, si no quiere ser un desgra-ciao. La casa en que vivían era de su padre, y aún debían de la cama a señor Domingo un resto. La mujer, enamorada, se resistía a la separación; pero la futura madre hacía cuentas y hallaba difícil el que el marido pudiera, con las ganancias de la pesca sólo, cubrir los gastos de lo que venía. En unos meses podría Manuel reunir unos pesos. Y después, si se iba para ella, también se iría para ! a otra... Y Manuel se fué, con su hato, en el barco de los faros, a buscar en el Puerto de la Luz las refinadas caricias de las mujeres de carne blanca. I VIII CONSEJOS El Faro ha sido el refugio de Teodora en esta temprana tormenta de su vivir. Dueña Maria la ha seguido fa\- oreciendo con sus encargos de leña y de marisco, que ella, agradece como caridades; el correo lo trajo mientras pudo, arrastrando el pesado vientre por los caminos, y cuando no pudo, la sustituyó Cruz, y el lavado se lo reservó también. Como Dueña Maria espera lo que ha de venir, las ropitas se cortan dobles a un tiempo, creando una hermandad espiritual entre las dos esperanzas de las recién casadas; le ha ofrecido prestarle su naguado para el bautizo, y le regala todos los adornos que le sobran del suntuoso pedido que hizo a Las Palmas. Y a más de estos presentes materiales. Dueña Maria, cuando las dos futuras madres cosen juntas, con esas menudas puntadas que hacen que las telas vayan prendidas de ilusiones y de ensueños, le hace el inestimable don de sus consejos de mujer de ciudad; de la experiencia de la mujer andaluza heredada del harén remoto, para tener presos a los hombres en el encanto sutil que emana de su áO JOSÉ RIAL carne, y que si en Dueña María es blanca y rosa, en otras andaluzas tiene ese mismo tono caliente del buen trigo de la tierra de las de Teodora, y no son las menos amadas. Los ojos verdes de la torrera y su pelo ondulado color nogal, salpicado de chispas de oro, son raros en su tierra de ojos ne-- gros y pasiones ardientes. — A los hombres, Teodora, que son como niños, hay que gobernarlos y dirigirlos, como hacéis vosotras, pero sin que ellos lo noten. Vuestro dominio es demasiado absoluto. Y ese desdén, esa especie de sacrificio con que parece que os rendís a sus deseos, les quita dulzura y encanito; bueno es un poco de resistencia, que lo que se consigue sin afán, pierde su valor; pero ese despego, esa casi repugnancia, sólo pueden aceptarla los que no hayan conocido otras mujeres más propicias. Y tu Manuel las conocerá, porque aunque él no vaya de por sí, no faltará quien le lleve, y los hombres son muy llevadizos y hacen por los amigos lo que no harían por su mujer ni por sus hijos... Y Teodora va grabando estos consejos en su alma, porque son gratos a su sentir y a su pensar. Los ojos verdes de Dueña María tienen hechizado a don Ramón, que sólo por ellos mira, y está muy conforme con su embrujamienito. Y todo el encanto a que está sometido lo puede sorprender Teodora, y lo ha sorprendido muchas veces, en el dulce acogimiento de los brazos de Dueña María. IX NOTICIAS DEL AUSENTE Hace tiempo que Manuel marchó a Canaria, y no se han recibido de él palabras ni papeles. El patrón del pailebot de los faros dice que no lo ha visto, pero con un aire tan misterioso, que sus gestos desmienten sus palabras. Y los marinos le imitan el acento y la actitud reservada y ceremoniosa. Así pasan varios meses, hasta que llega a Corra-lejos una carta, que es como todas las cartas de los expatriados : un resumen de noticias, una especie de Diario de Avisos donde se exlíractan las más variadas y extrañas peripecias. Y es en esta carta donde Teodora recibe las tremendas nuevas, trazadas con esa crueldad inconsciente de los ingenuos, que no saben encubrir la verdad con las fórmulas de las conveniencias sociales. "... Y sabrás— dice la carta, que Teodora lee y relee sin querer admitir la terrible exposición de hechos—^ conio Manuel Marrero se echó a la bebida y a todo lo demás, y está que no es conocido el hombre; y hasta de los paisanos se juye..." X LA PROMESA En las rocas, bruñidas por la marea, se prenden los burgados, solazándose a la luz. Las rocas reflejan sus formas redondeadas en e! espejo patinoso del charco profundo; abismo de aguas densas, con las lisas paredes tapizadas de las guirnaldas espinosas de los erizos y de pústulas viscosas color de sangre cuajada. Ña Basilia se desliza sobi- e los lomos pulidos de los basaltos, recogiendo con su mano presurosa la cosecha del mar. La superficie jabonosa la obliga a mantener el equilibrio, para no dejarse ir por el resbalaje; pero, aunque maga y vieja, es ágil como una pescadora. El burgado es marisco caro; abunda, pero cuesta trabajo conseguirlo, y Teodora tiene el bajo de Martiño expurgado. Todo lo bueno es así en este mundo para alcanzarlo, más por los muchos que lo codician que por lo que escasea. En el cielo azul de añil se recorta la figura de Ña Basilia, cenceña y mimbreanle, y sobre el tono gris de las piedras se destaca la escultura de su 3 84 JOSÉ RUL cuerpo, ceñido por las finas telas húmedas, que transparentan el prodigio de sus piernas blancas. En la llanada esquilmada por el diario rozar, Teodora forma su hato, penosamente, con su vientre de ocho meses, entre las mozas hábiles y sueltas. Tempranamente viuda por la ida de Manuel, ha de ganar pal gofio y pa'l conduto, rozando la leña del Faro. Afortunadamente para ella, el mal año ha secado hasta las raíces, y los troncos del torsal se arrancan con la mano, y las aulagas se quiebran entre los dedos como alambres roñosos. Las otras muchachas se alejan portando sus cargas al garboso compás de las caderas, y Teodora se ha quedado con su hermana Cruz, que le sirve de compaña, descansando a la sombra de los anchos sombreros soleados y quemados por los vientos y el salitre, sentadas en los haces bien compuestos, donde no resaltan ni los recios troncos de las tabaibas secas. El día es sofocante, y en el aire, tenso como el cordaje de un arpa, vibran las palabras... Sofoco del día que condensan los rojos zagalejos de franela acartonada por el agua salada, los gruesos mitones que cubren los brazos y las manos, y los pañuelos pa '• blanqniar, que se cruzan sobre los rostros sudorosos. Teodora ha hecho una promesa, una dura pro-. « MAIiOÍICIO » 36 mesa, a los Reyes Magos de La Oliva, hasta donde irá a pie y descalza, o arrastrándose, si no puede d- e otro modo. De la mísera ganancia va apartando cada semana una fisca, y ya tiene cerca de dos pesos juntos para el haz de cirios que se consumirá lentamente ante el altar, mientras ella avanzará de rodillas, dejando en las ásperas losas rastros sangrientos, y los cohetes de su promesa estallarán en el aire: gritos para ser oidos y súplicas al creerse escuchados. ¿ Irá su mercé caminando ?— la pregunta Cruz, que por el compadrazgo ha de hablarla con ese respdto. — ¿ No sabes qu'ese es el costumbre? — ¿ Y ensera pa que Manuel venga ? — Pa eso y pa otras cosas; que yo no lo quiero sólo aquí, sino mío tamién sólo. Comadre Cruz se asombra de este desahogo con que la hermana confiesa sus sentimientos, y añade, sentenciosa: — Cuando los hombres s arregostan al pan, no* apetecen el gofio, y él, asegún dicen, está muy arrequintao. — Too lo puen hacer los Magos, si quieren. — ¿ Contra el maloficio son poderosos ? — Pa too. ¿ No ves que son magos y reyes?... ¡ Der yantar me lo quito! ¡ Y pa bien que es, que a ningún cristiano le viene perjuicio!... 56 JOSÉ RIAt En el aire en calma la voz se eleva en un trémolo sonoro, como el remolino de una piedra en el agua, y el alma se ofrece enfervorecida en esa copa de cristal alzada hacia lo alto. Y la quiebra un grito agudo, con una nota estridente de dolor y de espanto: "¡ Auxilio! ¡ Auxilio!" Las hermanas corren a la vista del mar. Para las pescadoras, únicamente del mar pueden venir el espanto y el riesgo. ¡ Virgen de la Peña, ciuién será el desgraciao!... La costa corta la llanada con un brusco desnivel, en un derrumbadero, y de esa catástrofe geológica son restos las rocas que las mareas pulimentan con su roce incesante. En el charco profundo se agita una forma confusa con movimientos desordenados y epilépticos, como un agua viva en la penumbra verde. Las finas telas se extienden fingiendo las masas gelatinosas, y de rato en rato asoman las piernas blancas, cris- . pandóse estremecidas, como los rejos lívidos de un pulpo. Las manos arañan convulsas, en las lisas paredes, las guirnaldas de erizos, buscando un asidero, y el agua se va coloreando suavemente. Hay un caminillo que lleva a la costa, y Cruz va a lanzarse por él con sus flacas piernas de baifa; pero la hermana mayor la sujeta fuertemente, con « MAI, OPICIO » 37 los labios crispados y un pliegue duro entre las espesas cejas. — ¿ Que vas vos a hacer? — Alcanzarle una mano... — ¿ Y no vos podrá arrastrar? ¿ Sos vos bruja como ella? ¡ Dejar que haga por sí con sus malo-f icios! El terror milenario paraliza a la moza, aun más que las manos de la casada, engarliadas al rojo zagalejo. Y el charco se estremece palpitante unos largos minutos. La luz se descompone, rota sobre el basalto reluciente, trazando en el aire diminullos arcos iris. Y las aguas quedan otra vez dormidas bajo la lumbrarada del sol. XI NOCHE DE REYES.- EN EL RIO La puerta de la choza, al abrirse, traza un rectángulo de luz que encuadra los guijos pulidos por la marea y esculpe en el suelo la ilusión de una de las arcas de la cueva de Alí Baba o del cofre blasonado de los Spada, y sobre las paredes, blanqueadas a trechos, que dejan ver e! barro, se recortan las pintorescas siluetas de las mujeres con las greñas desordenadas y las faldas mal puestas, como vestidas a oscuras en la promiscuidad a que fuerza la pobreza. Las voces suenan agrias sobre el tono bajo y reposado del mar. La marea sube, y es como el deglutir de las fauces de un gigante la filtración d^ las dimimutas corrientes que van llenando el istmo, prolongándose en largas venas de agua que enlazan las dos bocas, con un glu~ glu continuo. La Noche los recibe al salir con la fría caricia de sus dedos mojados en agua salitrosa, ([ ue los hace ásperos, y las carnes se estremecen al contacto, con un agudo escalofrío. Compadre Gaspar aspira el viento con fuerza, 40 JOSÉ RIAI, pero es difícil percibir en esta playa, donde se repudren al sol los restos de la pesca, el husmo sutil de la tempestad— esa fiera al acecho— que sólo perciben los olfatos marineros. Compadre Alclchor se ha humedecido el índice y lo tiende hacia el mar. Norte. Tiempo variable en enero... Unos pesados gargoncs, preñados de lluvia, avanzan lentamente, barriendo las estrellas, desde la Bocaina... En los vientres roltundos, en las largas ubres negruzcas y pendientes de estos nubarrones, patalea y se nutre, como im infante, el Buen Año Nuevo de Fuerteventura. La lancha se mece suavanente al compás de las olas. Las mujeres embarcan con discordes chillidos, que corean las gaviotas a lo lejos, y comentan, entre risas, las pardelas. La llama del hachón tiñe de rojo rocas y chozas, y el agua, encajonada en el istmo, parece más negra. Arrancan. La maniobra requiere algún cuidado: hay que pasar a remo hasta salir del estrecho canal, y en la boca sortear dos peligros: la costa •— Caribdis—, y el calafate— un Escila enano—. Compadre Baltasar empuña el timón con mano firme ; los remos golpean sordamente en los toletes a cada empujón. Ya está. La negra cabeza del calafate aparece un momepto entre las aguas lívidas y relucientes como un ahogado, y las olas la abofetean con sus manos enormes y tumefactas, castigando « MAXOFICIO » 4l SU torpeza. De la cachimba encendida del patrón arranca la brisa una bandada de doradas mariposas, y la vela se iza entre el chirriar de las poleas, después de las palabras de ritual: — i Vaya por Dios ! — i Vaya por la Virgen!... Ña Matilde tieiu' siempre historias que contar. Bajo la larga nariz, atiborrada de tabaco en polvo, florecen las leyendas, como las hierbas bajo la arena que conserva humedad. La travesía es corta: estas muchachas intrépidas la hacen casi todos los días sin tenior, y estos pescadores se ríen del mal tiempo y conocen el río palmo a palmo, como los cangrejos, y aun mejor. Pero las le3' en: das, contadas en voz baja y misteriosa, tienen un tremendo poder de evocación. Las tinieblas se haceii fecundas y parideras y se pueblan de una muchedumbre de espectros. El viento trae ráfagas traidoras, y la risa de las ¡¡ árdelas, dejos lamentosos. Y en este mismo río, que conocen palmo a palmo, se deslizan los monstruos fantásticos de las tradiciones marineras: la serpiente de mar avanza su cabeza triangular, aguda como una punta; el pulpo gigantesco crispa sus grandes rejos nerviosos y vibrátiles sobre la borda; las sirenas juegan en la espinna, y el gran peje malo roza las tablas de la lancha con la lija de su piel... 4S JOSÉ RIAI, El río es corto; pero cuando encallan en la arena suave de la playa, compadre Baltasar, aflojando las válvulas de la emoción, hace humear su pipa como la chimenea de un vapor. —¡ Vaya con Dios, comadre Matirdel í'A XII NOCHE DE REYES— EN LA OLIVA Los camellos de la caravana, echados en la arena y meciéndose a intervalos, son una flotilla de góndolas que montan las muchachas, entre un revuelo de faldas que esparce en torno un fuerte perfume sensual. Un camello se ha comido su ración de cebada, abundante porque el amo es rico, y lanza una nota aguda. Los mozos azuzan a las bestias, que echan a uno y otro lado las patas, a guisa de remos; los cuellos serpentinos se tienden, y las cabezas avanzan como proas, dividiendo las tinieblas. El camino sube en ligera pendiente, hace una curva que deja ver los picos de la isla de Loljos, más oscuros que la noche, y entra en la tierra majorera. Ahora es ancho y sin límiites como una llanura yerma que cubre el malpais, donde los cardones muestran sus dedos mutilados, y las tabaibas hinchan sus faldas verdes y pomposas. La caravana, bulliciosa, emboca el camino, cercado por los altos tapiales de piedra seca, donde las tinieblas se espesan como una bruma rastrera en U 44 JOSÉ RIAI, que se hunden las patas de los camellos, que flotan en ellas con sus cargas. Teodora, a pie descalzo, confundida en las sombras y con su niño en brazos, va a cumplir su promesa. Ña Matilde ha empezado otra de sus historias. Ahora son las brujas, las aves de la superstición; las almas volanderas de la leyenda esmeraldina, que es universal, como la tradición del Diluvio y de Jos primeros padres. Las brujas de largos velo? viscosos y alas de murciélago, que tienen tan gran poder; las hechiceras vengativas y malignas que hacen secar los pechos de las mujeres impidiéndolas criar, y las vuelven frías como el mármol, para que sus maridos las aborrezcan, y ponai fuego en las gargantas de los hombres, haciéndoles beber y emborracharse, o en sus centros, haciéndolos seguirlas como machos en celo... Los nubarrones plomizos han hurtado todas las estrellas. El \' iento se ha hecho aún más frío,' como de madrugada. Un leve rumor lejano azota los caminos. A uno y otro lado . se alzan las casas, tan dormidas que parecen abandonadas. Y a Teodora le arranca un grito agudo un ave nocturna que pasa rozándole el cabello. Ahora todo el ancho del camino esitá Heno de gentes y de risas. Han desembocado en el cauce de la multitud grupos de diversos pagos; entre la muchedumbre se alzan aquí y allá las jorobas de « MAXOFICIO » 48 los Camellos, y las brasas de las pipas hacen destacar el rojo vivo de un zagalejo, los destellos de las piedras falsas de un alfiler, los tonos fuertes de sacos y pañuelos o algún detalle picaresco. Han quedado atrás las sombras y los terrores de las levcndas demoníacas. Un gozo increnuo al-boroza a la multitud, como si hubjese vuelto de súbito a la infancia, Y en un trozo de cielo azul, la luna muestra sus cuernos de plata y recorta en él la silueta esbelta de una palmera. La iglesia de La Oliva es grande, muy grande, y pobre, muy pobre. Hecha para el pueblo, que la llena de fervores y de ofrendas, aunque la devoción es mucha, el valor de ella es escaso. Un armazón dé vigas desnudas soporta el techo,, a través del que se filtra la claridad lunar. El portal es viejo y mal pintado, con ese candor que no" repara, y el buen pueblo, que invade todos los años la gran nave, tiene para el ' ingenuo retablo tiernas y exaltadas'alabanzas... Ha entrado en el templo la muchedumbre que henchía los caminos, y . se ha sumido en él. Fuera estallan los cohetes, que tocan llamada con sus aldabones de oro en las puertas del cielo. Las velas del altar no pueden disipar la oscuridad; pero a medida que los devotos entran, nuevas estrellas se prenden en el toldo azul celeste que cubre el portal, como luminarias por el advenimiento del Re- 46 JOSÉ KIAI, dentor de los hombres de corazón sano y buena voluntad. Compadre Gaspar, que es viejo, y al que el hijo se le ha marchado a América, prorrumpe en bendiciones y alabanzas; no ¡ tiene otra riqueza que este incienso de la oración. Compadre Melchor ha puesto al pie del altar una gran banasta colmada de viejas secas, de fuerte olor salino. Y compadre Baltasar deja caer sonoramente en la bandeja un puñado de monedas de cobre, resobadas y relucientes como oro... Teodora ha entregado el haz de sus cirios blancos, comprados a costa de tantos esfuerzos, que arden lentamente, elevando sus llamas a lo alto, y en sus brazos acansinados ofrece su hijo a la misericordia de los Santos Reyes Magos, que han de ser poderosos contra todas las malas hechicerías, exprimiendo el corazón henchido de fervor. Un rumor grave, que llena todos los espacios y todos los silencios, se oye fuera. ¡ Llueve!... Llueve con esa lluvia lenta, constante e igual que no engaña: ¡ Nuestro Sdior el Buen Año ha nacido!... ^** XIII L L U E V E . . . Llueve. Hace una media hora que empezó a llover, y ya caen de las cañerías sobre el enlosado del patio gruesos chorros de agua. Llueve a cántaros, a torrentes. La lluvia se desploma en haces apretados, tan unidos, que el viento se deshace contra ella y le arranca ráfagas de vapor, sin poder torcer la madeja del agua, cuyos hilos no se pueden cortar. No son gotas, son venas líquidas; son sutiles varillas de cristal que se quiebran en los resaltos de la torre, en la cornisa y en la azotea, vibran en la cúpulade cobre que corona el torreón y teclean alegremente en los cristales de la linterna. Por la esplanada corre el agua rápidamente, deslizándose sobre el cemento; en la tapa del aljibe la vena se rompe en pequeñas venillas, como en el tazón de una fuente; en toda la isla, en el mar, en Lanzarote, y allá lejos, en las montañas de Fuer-teventura, que cubre un amplio velo de nubes grises, cae la lluvia que refresca, la lluvia que devuelve a la tierra su fecundidad, la lluvia que es, según la 48 JOSÉ RIAI, frase gráfica del labriego, " plata acuñada por Dios". Teodora contempla extática las gotas, cuenta los chorros, cuenta los minutos, y calcula, sopesando las nubes con los ojos, cuánto podrá durar este para ella encantador milagro de la lluvia, que no duda en atribuir a sus patronos. ¡ No podía dejar de llover este año! ¿ Iba el Señor a abandonar a los pobres? Su fe es tan grande, que infunde respeto. Y cuando, días atrás, la escasez de agua hacía presag^^ r otro año malo, sólo ella se agarraba tenazmente a la esperanza. ¡ Ha llovido el día de la adoración de los Reyes, y tiene que llover!... En la isla de Lobos, al menos, el conjuro ha hecho su efecto. Ha llovido cuatro largas horas, durante las cuales la charla inagotable de Teodora señala el diapasón de su alegría. Calmada ya la lluvia un tanto, marchó por la monslaña abajo, y al rato volvió presurosa, sonrientes tos labios y húmedos los ojos: —¡ Don Ramón, don Ramón! Los aljibes de abajo están llenos!...— Y volvió a bajar la cuesta, alegre y saltarina, como una chiquilla. Para don Ramón, criado en las ciudades, lejos de los campos, esta preocupación del agua era algo de que apenas tenían vagas e inciertas noticias. El llover o el no llover le dejaba sin cuidado, y en « MALOPICIO » 49 ello veía a veces una cosa importuna, un molesto contratiempo para el paseo. Pero ahora, en contacto con las inquietudes que despierta y las alegrías que causa, el hombre de ciudad ha sorprendido el misiterio de la lluvia bienhechora; ha aprendido por qué las miradas inquietas de estos hombres se dirigen a lo alto; ha comprendido la fe ingenua de los campesinos en la bendita agua que lo cura todo. Ha compartido su pena al contemplar el descenso del nivel de los aljibes, dándose exacta cuenta de lo que representa esa riqueza, y ha aceptado el prodigio de la lluvia, animando su espíritu para, al oírla, soñar en las tradiciones y leyendas que hacen sus gotas lágrimas de la Virgen, cuentas de cristal del Rosario, diamantes de la corona de la Reina de los Cielos. Todo lo que quisieran estas gentes si tuvieran entre sus consejas esas poéticas comparaciones de los cuentos andaluces. Para ellas son solamente monedas de plata las que caen; pero esa plata es santa, porque representa el pan de todo el año. XIV EFECTOS DE LA LLUVIA Teodora habría protestado de esta exclusiva evaluación. — Y algo rnás que el pan... Algo más. Las lluvias que han fecundado las tierras, preparándolas para las futuras cosechas, han refrescado en las almas de los hombres ausentes los recuerdos del terruño, renovando con una pujante lozanía la añoranza de la tierra natal. Las cartas de Fuerteventura se extienden por las otras islas como bandadas de palomas mensajeras, llevando la buena nueva a los desterrados. Y Teodora ha enviado una de estas palomas, que aparece bien visible en un ángulo de la carta, con un ramo de flores en el pico y un niño en relieve, sobre una cesta llena de flores. No la había más adornada en la loja. La envía Teodora, pero la ha escrito Dueña María, porque aunque aquélla ha aprendido a hacer letras con ésta, no quiere que epístola de tanto respeto vaya de su pulso tembloroso. La diplomacia es una cieaicia fría y severa. 52 JOSé RIAL A estas cartas los hombres no saben resistirse. Los llaman las familias, pero es la tierra, con su oscuro dominio, la que los atrae; la tierra austera, que se visite de galas para recibirlos. En la isla de Lobos, a todo lo largo del camino hasta el Puertito, no se ven sino baifos, cabras y machos castrados y sin castrar. Han llegado dos o tres barcos de Lanzarote, y en ellos una muchedumbre de reses de todas clases, grandes y chicas. La presencia de estos animalitos anima singularmente el paisaje austero. Por entre las rocas, en lo alto de las montañas, en el filo agudo de un be-ril, saltan y corren a su antojo, se saludan dándose cariñosas topadas, . trepan, desaparecen, vuelven a aparecer... Celebran a su modo la vuelta a la vida. Otro elemento decorativo es la hierba, que bordea los caminos y pone sobre el suelo su alfombra verde; que transforma la llanada de las Lagunitas en un jardín encantado, en el que, al retirarse las aguas, dejan ver los parterres de esas raras plantas de anchas hojas que trazan entre las otras complicados laberintos, y las tabaibas, que escalan los flancos de las montañas y se ycrguen en las cumbres con sus copas cerradas, como enormes claveles reventones de un verde vivo, que destacan de las rocas su exuberante viitalidad. « MAI, OFICIO » 63 Esto es lo que da a la isla esta alegría desacostumbrada : la vida; la vida, que se muestra en estas hierbas que crecen día a día; en esas tabaibas que envían a través de las entrañas de la piedra sus raíces y elevan al sol sus copas; la vida, que se ofrece alegre y juguetona en estos animalitos saltarines que trepan a los cantiles y los coronan con sus actitudes estatuarias; la vida, que la lluvia ha hecho resurgir pujante de las enitrañas de la tierra. i XV LA CANCIÓN DEL AGUA En los puertos la hilera de inmigrantes forma cola en los despachos de los correíllos o se amontona en las cubiertas de los pailebotes. Todos llevan la cara alegre, el hato henchido de encargos y regalos y el pecho de esperanza. Por los grupos que se forman en los muelles corren las noticias llegadas en el último correo: los aljibes llenos; las gubias como lagos; la tierra cuarteada de! agua, como un vientre rotundo de mujer en estado; las montañas vestidas del terciopelo verde de las hierbas vivaces; las maretas desbordando; los barrancos corriendo, con su dulce melodía que convida al sueño... Fuerteventura tiende a sus hijos los brazos amorosos de madre fecunda. — i Venid! Estoy tan plena de semillas y de gérmenes, que necesito todos vuestros esfuerzos para desgarrar mis flancos. ¡ Venid!... Mis campos esperan ansiosos las heridas del surco. Y sus hijos se precipitan a esta llamada. En todos resuena, en lo hondo del alma, el rumor de la 66 JOSÉ RIAI, corriente subterránea que va despertando las simientes dormidas. El silencioso trabajo de la germinación, que es para ellos claro y perceptible como una canción de cuna. Y se sienten arrullar por ese canto, como el marino por el batir de las mareas. Manuel es de los últimos en embarcar... Ha conocido, en los cafetines del muelle grande del Puerto de la Luz, el sabor de todos los licores, y en otros rincones más recónditos el color de la carne de las mujeres de todos los climas. Su alma primitiva ha satisfecho todas sus ansias y su cuerpo todas sus hambres, y ha devorado en esos meses con tal prisa y tan descomedido afán de goces, que cree el ingenuo que no le queda nada que gustar. Va en curioso, porque no se ha atrevido a decir que en indiferente; quiere volver allá también porque no digan, y este temor al qué dirán es ya una concesión al costumbre: la ley tradicional, que vuelve a atraparlo suavemenite entre sus preceptos. Y como un pretexto para calmar sus íntimas vanidades, añade para si: —¡ Me gozaré los Carnavales! XVI DE VUELTA DE LA PESCA Son Jas cuatro, Ja marea crece, y el pequeño canal lo invaden las aguas, transformando en isla la península del Puertito. Este puertito así dispuesto es un providencial refugio para los pescadores. En un croquis, el agua con los tres canales formaría una Y mayúscula cursiva, con un gran rabo grueso que sería la parte más resguardada: el seno con su playa de arena; el pequeño canal formaría el punto de unión de los dos grandes, y la separación entre ellos, esta mon-tañeta trapezoidal, que es península o isla, al compás de las mareas. De los dos canales grandes, el de la derecha es el más largo y como en todos los caminos de la vida el más seguro. Las barcas no se ven venir desde el Puertito sino hasta el momento en que una guiñada rápida hace lucir las puntas de las velas a lo lejos; pero, por regla general, un chico, encaramado en la Atalaya, que es un cono que domina la isla hasta Corrale- 58 JOSÉ RIAI, jos, anuncia la llegada de los que vuelven de la pesca: —¡ Chu León!... —¡ Cho José!... —¡ Cho Marcial!... Y tras cada grito las mujeres entran en las chozas y van poniendo en orden los cestos del pescado, pelando las papas tejereleadas y prendiendo fuego a la leña, sobre la cual el caldero, lleno de agua, espera su ración de pesca, como una boca abierta entre las llamas rojas. La entrada de la barca es siempre calmosa. Las voces, los esfuerzos, el coger rizos y el crispar de las manos robustas sobre los remos, es a la entrada, ante las rompientes amenazadoras que guardan los canales. Pasada la enjrada, el mar se desliza manso, tal que un rio, entre las paredes acantiladas, y hace más ruido el glu- glu del agua que las proas al cortarla. Sólo algún remo o tal cual vara chapotean de rato en rato, acelerando la perezosa marcha de las lanchas, que tienen una apariencia de pesadez: ¡ ellas, tan veloces! Imposible averiguar cuál viene más cargada. El lento arribar las iguala, y la pesca, aunque abundante, apenas si hace hundirse las bordas unos centímetros. De ahí las impaciencias de las mujeres y los chicos, que contienen sus preguntas por respeto al « MAi, oricio » 6d padre, al que las alternativas de la pesca no deben hacer perder la ecuanimidad. Estos pescadores creerían rebajarse ante sus propios ojos si un dia de mala suerte les agriara el humor. Manuel ha desemb^. rcado del barco de los Faros por el bajo del Martillo, después de ayudar a la gente a echar la carga, para pagar su flete. No ha avisado su llegada, y cuando Dueña María le ha echado en cara esta falta de delicadeza, se ha sonreído torciendo la boca, con la sonrisa mala del hombre que sabe lo que es la vida y cómo debe tratarse a las mujeres. Pero hay un aviso misterioso que llega al corazón que quiere bien y allí golpea suavemente, anunciando las grandes alegrías; y Teodora, aunque no ha ido al Faro, tiene el presentimiento de que algo muy grande y muy dulce ha de venir para ella en este día. Y como solamente puede venir en las lanchas, a la vuelta de la pesca, allá está aguardando la llegada con las demás mujeres, como si tuviera también alguien a quien esperar. Y cuando divisa la lancha en que llega, y antes que el chico puesto en la atalaya lo cante, ya sus ojos le han adivinado, y, poniéndose en la orilla, sin notar la caricia del agua cjue le baña los pies, grita: —¡ Manuel, Manuel!... XVII . JAREANDO..— CHARLAS Y PLÁTICAS El jareado de un pescado regular, una sama, un bocinegro, se hace en cinco cortes: uno, que divide el pez por el lomo, y otros cuatro a lo largo de la espina central, dos a cada lado. Después, las mujeres se encargan de sacarles las tripas, salarlos y ponerlos a secar. Mientras se jarea hay en el Puertito un tumulto, un alboroto desacostumbrados. Las mujeres preguntan, los maridos contestan; los chicos mayores, que van a la pesca con los padres, cuentan los incidentes de los lances; las gallinas picotean por todas partes, y los gatos y los perros aprovechan los descuidos. Esta es la hora alegre, la hora democrática, la hora de las expansiones. El borbollar de los calderos donde se cuece e! pescado es una harmonía tan dulce, después del día entero pasado en el mar sin otro reparo que el puñado de gofio de cebada, que desfrunce los entrecejos de estos padres severos en la apariencia, enérgicos y recios en el reñir, y que son como niños grandes en las manos de las hábiles esposas, que 62 JOSÉ RIAL los dirigen a su antojo. Esta hora es, pues, la del hogar, la de las confidencias, la de la charla. Pero terminado el jarear, calmada el hambre con el gofio escaldado y el condiito de mojo picante, porque el año viene bueno, los hombres graves se reúnen en la playa, se encienden las cachimbas, y en la calma de la noche plácida en que brillan los luceros, o al soco de las chozas, cuando amenaza lluvia, en torno a las calientes cenizas I de las hogueras, que ahorran la yesca, echados so- | bre los guijos en diversas posturas, los casados j platican. | No hablan : platican. Hablar lo hace cualquiera: '° las mujeres, los familias, los magos... Y lo que ha- ^ cen estos sesudos pescadores, con la cachimba en- ^ cendida entre los dientes, es infinitamente más se- | rio y trascendental, porque platicar es un cambio | mutuo de sentencias, reflexiones juiciosas y anéc- | dotas, que son como parábolas para enseñanza de | los mozos, cjue se acercan al grupo callados y res- ^. petuosos. 1 Cada palabra que surge de entre el humear de g la pipa, cae en el silencio pesadamente, como las ® sonoras y pausadas campanadas de un reloj: — ¿ Recuerda a Chu Tomás? — Hombre tremendo aquél. — De sangre murió. — Tal día como es hoy. — Tomaba mucho. « MAI, OFICIOl> 63 —¡ Fuerte hcnibrc ! Tras cada una de estas frases las cachimbas humean un momento, como si fuesen las chimeneas de las forjas donde se purifican osas palabras antes de someterse a la admiracicjn de los mozos y a la aprobación de los viejos. Fuera de los halos luminosos que forman las niortecinas hogueras, suenan de rato en rato trozos de conversación, replicas,' frases sueltas, risas... Son las mozas y los mozos, que charlan, vigilados por las madres, mientras desmenuzan las vidas de las ausentes. Ni una moza se acerca al corro de los viejos, cuyos enérgicos perfiles se acusan a los rojos reflejos de las hogueras; pero un trozo del vivo zagalejo, una pierna bronceada, una falda clara o uno^> cabellos qus azulean, bañados rápidamente en luz. dan un atraclivo misterioso a lo que permanece en sombras. En la oscuridad, los relieves, - en retazos, se completan con la imaginación, dándoles un misterioso atractivo; y atraído por estas vagas apariciones, un mozo se levanta del grupo de los viejos, se aprieta la faja disimulando el embarazo y se acerca al de las mozas, haciendo brillar las brasas de la pipa. Poco a poco, mientras la noche avanza, las voces se van haciendo tardas y perezosas, y en las sombras las risas aumentan. Unos sonoros ronquidos las acrecientan, y con los últimos chispazo* 64 JOSÉ RIAL de las hogueras, los viejos, las mujeres y la muchachería se retiran. Y ya en sombras el Puertitu. mientras las gaviotas riñen una descommial batalla por los restos del pescado, que la marea va arastrando por los canales hacia el mar, Teodora y Manuel, uno al lado del otro, sin hablar, se encaminan a su choza. XVIII EL MAL MISTERIOSO El Carnaval se ha suspendido este año en Corra-lejos. Los barquitos han recorrido en balde la Bocaina para traer los comestibles y bebestibles necesarios, atravesanido a toda vela ese brazo de mar entre las islas, que es a veces muy peligroso. Han quedado guardadas en los grandes arcones las caretas compradas en la Arre cija. Bl pan, que es el lujo extraordinario del Carnaval, que se per-mii:. en hasta los más pobres, se consume famüiar-rnente. El señor Patricio está desesperado, porque su cargamento de mallorca y ron no tendrá salida. Y las rondas de mozos se han alejado en silencio hasta el Cotillo, por el camino de Lo- s Lajares, para gozarse el Carnaval en Tostón, ya que en Corrale jos este año no se celebra. . El Carnaval ha sido este año muy tarde, casi al terminar marzo; la sementera se presenta como nunca, y los magos, cuando los campos verdean prometiendo una buena cosecha, no regatean el pescado. 66 JOSÉ RIAX En todas las casas se preparaban unos Carnavales rumbosos, y ya estaban dispuestas hasta las largas mesas que se colocan ante las puertas para convidar a las rondas, cuando todos los preparativos han quedado interrumpidos por la imprevista gravedad de Teodora, que, aunque estaba arruinada hacía algún tiempo, no hacía prever un fin tan rápido. Y Teodora de ésta no escapa. Lo ha dicho el Médico de los corderos moviendo gravemente la cabeza, y lo han confirmado con sus filtros Ña Ma-tirde, Ña Rosalía, la del Puertito, y Ña Trinidá, la de la Oliva: Minos, Eaco y Radamanto... Por eso Dueña María, que nunca abandona el Faro, ha venido a verla estos Carnavales, en que el pueblecillo, vacio de gente moza, que se ha dispersado por los inmediatos, ávida de gozar las fiestas, parece más triste y más pobre que nunca. Teodora espera la visita en la gran cama reservada para los huéspedes, en la casa de su madre, con las cortinas blancas adornadas con flores de papel, el arcón- cómoda, las sillas talladas y las estampas de las paredes, donde las imágenes de santos alternan con los cromos descocados, que mezcla una sencillez tan ingenua, que no escandaliza. Dueña María se acerca a la enferma, y Teodora, animada con su presencia, cuenta en voz baja y extremadamente ronca sus penas a la Torrera de Martiño, que sabe comprender los padecimientos « MALoncio » 67 de una mujer casada que quiere a su marido; confidencias que en Corralejos son casi indecentes. Manuel se ha vuelto a embarcar, y ahora para La Baña, en un balandro que hace la travesía del Atlántico llevando cebollas de la Tinosa y trayendo ron de Cuba. Y esta vez tiene el presentimiento de que no ha de volverlo a ver. Dueña María, comprensiva, la consuela con esas palabras alentadoras y esperanzadas que sólo tienen para las penas de amor las que aman bien: — Aunque el viaje sea tan largo, él volverá. Ya Verás como vuelve... Tiene aquí todo lo que quiere. Su madre, su hijo, tú... Y en voz baja: — Ya viste cómo te quería... Y piensa para sí: —¡ Ojalá no te hubiese querido, el infame!... Teodora escucha estas palabras consoladoras y sonríe, más que con los labios, con los ojos. Sólo ellos tienen vida y luz en la cara pálida. Tan pálida la ha puesto el mal, que la carne color de buen trigo tostado parece blanca como la cal; blanca con una blancura artificiosa, como si la Muerte, por ser Carnaval, se hubiese disfrazado con la careta de Pierrot. S E D . . . NOVELA MAJORERA A Rodolfo Viñas, en tributo de fervorosa admiración. EL P O ZO Al asomar la cara al brocal del pozo, el hálito del agua soterrada le alivió la piel de la abrasada caricia del aire que venía de allá enfrente, de las anchas planicies de arena caldeadas por el sol, como de un horno, envuelto en llamas y cenizas de polvo impalpable. En torno al pozo, a distancias regulares, se jalonaban las tabaibas, que aun en la secura del verano conservan la embustera lozanía de sus menudas hojas verdes sobre los troncos plateados. Y a todo lo largo, leguas y leguas por la costa, hasta Puerto- Cabras, se extendía el jable amarillento de arena, de un tono pálido oro mate. El balde, al caer, quebró el haz del agua en anchas ondas, que se deshacían en las paredes del pozo, tapizadas de verdin, y salió rebosante de esa fría delicia de los manantiales profundos: engañosa apariencia del agua salobre y áspera. Cho Tomás bebió en el balde, que con su sabor a cinc hacía el agua más pasable, y vertió el sobrante en el barril por el ancho embudo de madera ; Cipriano esperó vez, y después de beber siguió llenando los vasijas. 72 JOSÉ RIAI, I Cuando estuvieron llenos, los rodaron hasta la playa y trajeron otros dos... y así continuaron cargando el barquito, que se balanceaba suavemente al compás de las olas del río. La marea subia con su andar cauteloso, cubriendo las huellas de los pies descalzos sobre la arena húmeda y llenan, lola,.-;, de a, a; ua; a\ anzando en silencio y liendiendo sobre la lisa playa el festón de sus encajes de plata, que una nueva ondulación del agua desgarraba y harria. Hacia un día azul de invierno deslumbrante de luz. El sol era un dios sañudo y terrible que anunciaban Jas brasas de la aurora precediéndolo como un rojo escuadrón de baíidores; y su majestad palpitaba en el espacio asaeteado por sus flechas, en la tierra, donde sus rayos se hundían pesadamente como lanzas de bronce, y en el mar, en que se clavaban las moharras de plata, desgarrando la túnica azul del padre Océano... Y del domo de cristai del aire, que chirriaba al choque de esas anna » , caía un polvo diamantino de finas limaduras de luz... La lancha, hundida en el agua hasta la borda, desatracó de la playa con un lento cabeceo de la proa, que se hundió bufando en una ola... La madera ardia, y ! a pintura, grieteada, se erizaba como una piel chamuscada; la vela pendía flá: ida, y al compás de los remos la lancha se abría paso trabajosamente entre las aguas dormidas, abandonada a S E D . . . 73 la corriente, que obligaba a forzar las paladas para no perder el rumbo : — ijaaaaí!... Los hombres jadealjan, apalancando el remo para aprovecliar el má. ximo esfuerzo. l', l golpe del tolete— itoc, toe— cantaba el empuje. Y la laucha hocicaba, acariciando con d tajamar las pesadas olas, que se deslizaban bajo la (| uilla con una suavidad untuosa. Ya cerca del Puertito, espaciaron los golpes de remo. Aun en este dia de calma cliica, la isla de Lobos se cenia su cinturóii de espumas. La corriente del río los empujaba hacia ia desembocadura del pec] ueno canal, donde d calafate asomaba de rato en rato su cala\ era negra y monda, alisada por la resaca. El glu- glu de la marca llenaba el hondo si-leiici'O... En las aguas serenas la lancha se balanceó pesadamente, como una joven casada orgullosa de su vientre, que exagera ila torpeza de su estado... La vela se hinchó un instante al abrigo de la montañeta que s^ cpara los dos senos del Puertito y es isla en la alta niareíi y península en la baja... Nada: un soplo de aire enfriado ¡) or el liatir del mar en las rompientes; > una travesura de las olas al padre Sol... Y la - piedra del anda cayó en el fondo con brusco chapoteo. II LA CARTA Marcos el Loco había llegado aquella mañana de Corralejos. Lo llamaban así por su vida de errante peregrino del mar. Con su lancha, que contenía el ajuar de la familia— la mujer y dos chicos morenos y ágiles que le ayudaban en la pesca—, rodaba de playa en playa, siguiendo las estaciones, de Jandia a Papagayo; de la isla de Lobos a la Graciosa y Alegranza... Y aseguraban que en sus tiempos de recién casado cruzó en su barquiíio las cincuenta millas de mar libre hasta Gran Canaria, en un fantástico viaje de novios, para mercarle a su mujer unas galas en las lajas del Puerto de la Luz. Marcos el Loco echó mano a la cachorra de fieltro acartonado por el salitre, y de la badana sacó una carta, se la tendió a Clio Tomás, con aquel gesto suyo de infinito desdén para las cosas de la tierra y de sus gentes, y, al entregarla, se dignó aclarar: — La mandó Don Mantielito, de La Oliva. Cho Tomás se ladeó la cachorra y encomensó 76 JOSÉ RIAI, a rascarse las greñas canosas, sigrio en él de gran preocupación. Se acercaban las elecciones, y aquel papel, viniendo de donde venía, no podía traer nada bueno para él, alcalde de mar de Corra-lejos. —¡ Por fía del partió majorero!... La gente joven, ya se sabe... Se toman unas calenturas... — ¿ No estaban toos en conforinidá con el partía viejo?... — A bien qii'a c ninguna mercé l'habian Jecho. Ni mal tampoco. Pero en esto de la política, el no hacer ningún estropicio ya es bondá... Bueno; pos iría a! Faro, pa que le leyeran aquello Don Fernando o Don Ramón. Ña Matilde se le acercó : — ¿ Va al Faro, compadre Tomás? — Voy. — ¿ Quedrla llevarles a los torreros un caldo?... Pensó Cho Tomás un momento si convendría a su dignidad este transporte del pescado ajeno, y resolvió que no. Pero, ¿ cómo negarse a la petición de Ña Matilde, que le sonreía con toda su dentadura ennegrecida por el tabaco? Reflexionó un momento, y : — Mi nieto llevará la cesta. Alónguesela, comadre MatiMe... Se confortó con un trago de caña, escondió el tarro en la faja por mor del calor, porque la caña refresca, en opinión de sus devotos, y emprendió el S E D . . . 77 camino ágilmente, como si la pesadumbre de sus sesenta años & e aliviara con la compañía del licor amable de la lejana isla donde pasó su juventud navegando pnr la Marina del Rey, entre sus puer tos: La Baña, Matanzas, Trinidad... III LA SED DEL ISLOTE Cho Tomás ha enviado a su nieto por delante como heraldo de su persona y por si logra alcanzar alguna cosa con que los torreros lo consuelen. Ante su abuelo no la tomaría. Y también por gozar de esta bendición de caña, que conforta el ánimo y lo predispone a la bondad y a la esperanza. Tal vez el papel traiga alguna cosa buena... ¡ Lo que está de Dios!... Y Chu Tomás aspira a lo alto devotamente empinando el tarro y sintiendo esta conformidá de su propio optimismo. Que ha de ser muy fuerte cuando se mantiene ante la tremenda desolación de la isla en este invierno sin lluvias. Todos los años, el islote de Lobos sirve de tierra de pasto a unos cientos de reses, cuyos amos pagan al arrendatario una fisca ( i) por cabeza. Esit'e año la emigración ha sido mayor. Los ( 1) Moneda imaginaria que equivale a treinta cénti-oíos. 80 • JOSÉ RIAX campesinos, viendo sus tierras mondas por la sequía, han transportado sus animales al islote, por centenares, con la esperanza de que escaparán con las hierbas marinas y la caridad de los torreros. Pero la caridad de los torreros no puede dar para todos, y las hierbas marinas son un engaño de lozanía que produce una sed rabiosa que ningún agua puede calmar. Y por todo el islote, las reses, inclinadas humildemente hacia la tierra, ramonean tristemente o escarban buscando un poco de humedad; flacas hasta mostrar - las costillas bajo la piel descolorida, con los róeles que dejan las iabaibas, como lacras de miseria, las ubres secas y esa mirada angustiosa de las bestias que presienten su fin. Aquí y allá blanquean las osamentas de los hai-fos ( I ) que sucumbieron a la sequía, desplomándose como heridos de muerte por las saetas de luz que caen implacables de lo alto. Y a la orilla del mar se oye helar a los cabritillos, que, enloquecidos por la sed, se lanzan a los charcos de agua salada en un afán suicida de beber y morir. Las plantas han perdido la tonalidad verde de sus hojas, quese ha transformado en un tono ceniciento. Sólo muestran colores de vida los granos jugosos de las hierbas marinas y las tabaibas que veril) Baifos: Cabritillos. S E D . . . 81 deán aún sobre los troncos secos y carcomidos. Las aulagas aguzan sus espinas, apelotonándose como zarzales de alambre, y el torsal es todo leña. Todas las mañanas las reses se arrastran penosamente hasta la puerta del Faro. Su instinto las agrupa en torno a los aljibes, que conservan la única agua del islote. Y llenan los ecos con el clamor de sus balidos. No es posible calmar la sed de las pobres bestias, que más que sed de agua es sed de vida. Cho Tomás ha oído las críticas de esta falta de caridad de los torreros, y al llegar a los aljibes del Faro, situados al pie de la cuesta del cerro de Martiño, sintió la atracción de la frescura del agua a través de los grandes arcenes de piedra, aguzada por el afán de comprobar por sus ojos esta penuria que se tacha de avaricia. Levantó la tapa, y le sorprendió lo bajo del nivel: — i Dios! i Si llegara a faltar el agua del Faro! , Falta de caridad, no. Allí están las mujeres esperando vez para lavar la ropa, después del lavado de los torreros. ¿ No podrían aprovechar el agua para las bestias, que los amos les venderían gustosamente por nada? Falta de caridad, no; falta de agua. Ellos no la han regateado nunca... Los torreros reciben a Chu Tomás con simpa- 82 José RIAI, tía. En su vida solitaria, una visita es siempre un acontecimiento; pero el viejo pescador goza además en el Faro de una elevada estimación por su buen humor, sus cuentos y leyendas y su afición a la caña. IV TODA UNA CARTA La carta es toda una carta, con su nombre arriba y su firma abajo, que el alcalde de mar de Co-rralejos considera atentamente, como queriendo desenredar la complicada madeja de esa rúbrica, en la que se siente envuelto y agarrotado como una mosca en la tela de una araña. —¡ Vaya con Don Manuelito, el muy... caballero!... — ¿ Y cómo va él a obligar a los hombres, vamos a ver? El no es naide. Eso de alcalde de mar, como si es nada... Y hace un gesto despectivo al hablar de este cargo, del que está tan orgulloso. La gente hará lo que le convenga; y él, eti cuanto a él... Señor, si la tierra es de los amos, ¿ qué va a hacer?... — Claro que el pozo es de Don Manuelito, que manda en su agua y puede prohibir que los hombres la cojan y matarlos de sed. Pero la tierra es la tierra, y sin ella los probos no pncn viví. CIio Tomás, en esta peroración emocionada, enumera los datos del complicadísimo problema: 84 JOSÉ RIAI, — El amo del agua es del partió nuevo; los dueños de la tierra, del partió viejo: la tierra y el agua jasen farta pa mantené la vía. ¡ A vé qué hace el alcalde de mar de Corralejos en esa tremenda alternativa! » Todas las casas del pueblo están en la tierra de los amos del viejo partido, que ha dirigido siempre los destinos de Fuerteventura, y el único pozo que surte de agua a Corralejos, en este invierno en que Dios no manda lluvias— como en tantos otros—, es de Don Manuelito, que representa al partido nuevo... ¡ Si cayera un chubasco!... Sí, sí... Los que caen son chorros de fuego en este mediodía de febrei'o, que parece agosto. CORRALEJOS Es sábado, y al volver de la pesca los viejos jarean el pescado y se llevan un caldo del frescal para Corralejos. Los mozos acucian a las madres con el afán de llegar temprano al pueblo. Hay velorio en casa de Cha José, como todos los años, y no quieren llegar tarde. Y aún es día claro cuando toda la flotilla encalla en la costa majorera. A la vista del Faro, emtre el jable amarillento de la playa y las montañas grises que cierran el horizonte, extiende Corralejos sus casitas de nacimiento. Desde el mar, la aldehuela de pescadores parece un juguete. Se la ve tan linda, tan alegre, qua se desea vivir en ella y retirarse a descansar de la vida inquieta tras los muros de una de esas casitas tan risueñas. Pero a medida que la lancha , va aproximándose a la playa, las casitas, que a lo lejos parecían enlazadas en el conjunto abigarrado de sus colorí- • 6 JOSÉ RIAL nes, se alejan unas de otras, dejando anchos vacíos, y apenas forman en un punto un principio de calle, cuando se apartan aquí y allá, huyendo el contacto. La vida de ese pueblo, la psicología de sus habitantes, sus costumbres, su alma entera, están en ese cambio del paisaje. En apariencia, estas familias hacen una vida común, sin antagonismos; pero ahondando... Cuando la lancha encalla en la arena notáis más claramente todo esto; las casas, tan risueñas a lo lejos, ofrecen de cerca una apariencia hostil; estas fachadas sin huecos son hurañas, herméticas. Todas carecen de vidrieras, y una casa sin vidrieras parece ciega. Los vidrios, en que la luz cabrillea, dan luminosidad a las paredes con la poli cromía de los destellos que les arranca el sol. Y aquí los cristales no se usan; las ventanas se cierran con postigos de madera, y sólo un par de casas ostentan pretenciosos balcones, que son, más que comodidad, adornos de las fachadas, pintadas con orlas ajedrezadas de un gusto primitivo. Hay cierta casa almenada, con un grueso cubo empotrado en la muralla, estrechas saeteras y una cruz de hierro coronando la rampa; unas se aislan con sus extensas corraladas, y otras se hunden en la arena, y para entrar en sus viviendas hay que descender varios escalones. Estas son las más antiguas del lugar, y sus tcrra^ S E D . . . 87 dos se elevan apenas sobre la arena un par de metros, lo que indica cuál fué la idea que llevó a esta playa a sus primeros pobladores. Pero por si ellas no lo explicaran con su apartamiento, sus habitantes lo aclaran con sus quejas: — Antes— es la diaria cantilena de Cho León, el patriarca de Corrale jos— éramos pocos y había pescado para todos; pero ahora... Y hace unos puntos suspensivos, que son una protesta muda contra el incesante acrecentamiento del lugar. VI . P L Á T I C A . Sentados o tendidos en la playa, al arrimo de las lanchas varadas, que hacen soco, los viejos forman rueda. Han deletreado la carta los más sabidores, y las brasas de las cachimbas humeantes destacan de las sombras los perfiles enérgicos de estos lobos marinos. En la noche en calma, el rumor del mar llena los hondos silencios. La brisa orea los rostros culotados por el viento y el sol... Estos hombres hablan poco y reposado, después de meditarlo mucho. La palabra de un hombre es un compromiso, y antes de tender la mano y estrecharla, que es la firma usual de los contratos, conviene pensarlo y madurarlo. Por de pronto, todos están de acuerdo en un punto: reñir con los del partido viejo no es posible. Son los amos—¡ lo han sido toda la vida!—, y esta continuidad del dominio les parece inmutable. Las tierras están aquí, firmes, desde que el 90 JOSÉ EIAI, mundo es mundo, con sus escrituras de propiedad en poder de los señores. Fué ayer apenas cuando soliciíaron humildemente la merced de su protección feudal. Esto es lo fijo, lo que ha sido siempre... Y una casa no se muda de lugar. El agua es la necesidad del momento; la angustia de este invierno, que pasará, y detrás vendrán otros tiempos— una angustia pasajera—. Además, el pozo es de Don Manuelito y nadie le discute su derecho; pero está ahí, en el jable, como quien dice, abandonado... Y Cho Pedro hace esta insinuación con un tono ligeramente irónico. — Sí— replica Andrés—, pero puede ponerlo en guardería. Esto es grave. Se hace un largo silencio y las pipas humean un rato... — El pozo tiene mucha agua— dice uno. — Nunca lo vi seco— añade el más viejo. — Y aljibes no faltan— apunta tímidamente el primero. Esto es grave, muy grave... A la luz de las pipas, que humean furiosamente ahora, se acusan los rostros: las rojas narices, las marañas de lo3 bigotes y las patillas aborrascadas. Una voz prudente: — El verano es mu largo. Y otra, resuelta: S[ E D . . . 01 — Pero pa'l verano las elesiones ya han pasao. Y el más viejo: — Lo mejor es dir a dar con Don Manuelito; no se diga... Más grave aún: — ¿ Qué se diría?... Los viejos repasan en la memoria los preceptos del costumbre, el código tradicional. ¿ Se ha dado este caso?... No se ha dado. Ningún amo ha negado el agua a los pohres... Verdad es que los amos siempre han estado de acuerdo y los pobres no se han visto nunca en esta confusión. Otros han pensado por ellos, y ahora, que han de pensar por si mismos, no saben hacerlo, naturalmente. — Don Manuelito tic un genial mu raro— apunta Chu Tomás, que ve venir el chubasco. — No sos va a comer— dice el señor Pedro, eludiendo hábilmente la designación, que su puesto de alcalde de barrio hace comprometedora—. La carta vino pa ^ isté. — Y pa toos. — Pa usté. — Y toos no vamos a dir a La Oliva. — Lo primero es el agua; llenar los aljibes por un si es caso. — Eso; y endispucs, la visita. — No pué sé. La visita es mañana. En la carta dice el domingo. 93 JOSÉ RIAl. — Pero no dice cuál. Y domingos son toos los del año. — Los hombres que son hombres— sentencia gravemente el más viejo—, cumplen como los hombres. Y ya está dicho todo. ¿ A qué hablar más? Los viejos han alegado en su plálica cuanto tenían que alegar. El silencio es la aprobación tácita. El que no está conforme, habla. e ¿ VII EL . VELORIO » El pueblecillo está envuelto en sombras. Sóln en la playa la débil luz de las estrellas, que hace cabrillear las aguas, recorta los elegantes perfiles de las barcas. Lo demás es una masa oscura. En la casa de Cho José se celebra el • velorio. Como en Tostón y en los otros pueblecillos de la costa de Fuerteventura, en Corralejos cada casa tiene una habitación reservada para el huésped. Esta habitación es el sancta sanctorum. Ellos podrán dormir todo el año sobre colchones de paja en los mismos aposentos donde se come y se vive: pero el cuarto del huésped se respetará, salvo caso de enfermedad, o cuando nace algún chico y tiene lugar el velorio. El velorio es una fiesta. A ella acuden las mozas , con los trapitos de cristianar, las casadas, los mozos y los chiquillos. Las noches de velorio, las amplias alcobas son insuficientes. Las mujeres se sientan en las sillas, los hombres se apretujan en el suelo, y los chiquillos corren culebreando y arrastrándose de grupo en grupo. 94 JOSÉ RIAI, Se juega a los naipes con almendras, al envite o a la banca; la familia se solaza con el anillilo o las prendas, y los hombres graves discuten los incidentes de la pesca o hacen augurios sobre el tiempo. El humo se corta. Son veinte o treinta cachimbas las que, a porfía con los quinqués de petróleo, enrarecen la atmósfera, cargada por la respiración de tantas gentes reunidas en un espacio reducido y sin otro hueco al exterior que la puerta. La velada recibe en su cama monumental, con el chiquillo al lado, a toda esta gente. Inmediatamente después del parto empieza el velorio, que no cesa hasta que se bautiza la criatura. Es el costumbre, el rito sagrado. Se ha hecho y se seguirá haciendo; porque si se duerme la madre sin luz y sin compañía, no estando el niño bautizado, vienen las brujas y se lo llevan para sus maleficios. Como en todos los velorios, esta noche, que es la última, se ha improvisado un baile, y se ven recostarse en el cuadrado dorado de la puerta las parejas enlazadas, al compás del limpie y del acordeón, o sueltas, en la danza ritual de las folias. Los mozos forasteros, que han acudido desde tres o cuatro leguas, esperan paseando ante la puerta, desgarbados y tímidos, a que se les dé el terrero : el permiso para bailar. S E D . . . 95 Son altos, fuertes, y en las fajas les abultan los culatines de los revólveres y los mangos de los cuchillos, como atributos de majeza; pero estos magos de tierras adentro tienen un gran respeio a los pescadores, provocativos y burlones, cuyas pesadas chanzas han sufrido muchas veces. Menos mal que los viejos no han acudido al velorio... Ellos son los que preparan esas bromas feroces, que mantienen encendido el sagrado fuego tradicional del odio entre las gentes de tierra y las gentes de mar. VIII UNA MISIÓN DIPLOMÁTICA Cho Tomás ha hecho alto en varias lojas para fortalecer el ánimo, y lleva terciado en la cintura, como una pistola, el tarro chato de caña, junto al cuchillo, que ningún pescador deja olvidado en casa. Por ser visita de cumplido, el cuchillo es de lujo, con un mango primoroso de Guía, embutido en pla! a, de labores ñnas. Un cuchillo canario, que Cho Tomás mercó en los años lejanos de su mocedad. Don Manuelito vive en una gran casa que ocupa un ancho espacio, con su patio soleado ceñido ele arriates floridos, que son encanto de los ojos en esta austera tierra ás. Masorata ( i); corral con cuadra para las bestias y aljibe cubierto, con agua para dos o tres años: toda una riqueza... Está sola, aislada, en su empaque señorial, del centro ciudadano que se va formando cerca de la iglesia, y del que parecen escapar y huir las vie- ( 1) Mazorata, ( Maxorata) nombre del antiguo reino que ocupfibá el N. de Puerteventiura. 7 08 JOS;'; RUt jas viviendas infanzonas, con un afán de montaraz independencia. Don Manuelito es un hombre joven, como todos los del partido nuevo; menudo y nervioso y muy amante de su tierra. El partido majorero, que así llaman al nuevo los suyos para monopolizar ese marchamo patriótico, trata de renovar la política de la isla, lo que significa, en llano lenguaje, cambiar los hombres. Don Manuelito, que ha tomado en serio esto de la regeneración de Fuerteventura, pone todo sa entusiasmo al servicio de la causa, y, en consecuencia, exige que los votos de Corralejos se distribuyan entre los dos partidos. Su tesis es sencilla. ¿ Qué necesitan los pueblos para vivir?... Tierra y agua. Pues si los otros son los señores de la tierra, él es el amo del agua. ¡ A parlir! Pero Cho Tomás sabe que los otros no querrán partir. El censo ha sido siempre suyo. Sí les conviene, dejarán unos votos por el buen parecer; pero partir, lo que se dice partir... — Ya sabe su mercé que ellos son los que reparten. Y el que parte y reparte... — Pues, lo que es esta vez— afirma solemnemente el adalid de la causa majorera—, no será. Yo no cobro ningún censo por mi pozo. Libremente 1: a-béis hecho uso de él, con mi autorización y sin limitaciones. Está en mis terrenos— porque d jablc, S E D . . . 99 amarillento y estéril, es lüerreno— y ha sido abierto por mis antepasados... Mucho sentiré tener que hacer respetar mis derechos, pero lo haré. Es llegada la hora de libertar a mi país, y no debo ni puedo vacilar. — Es que ellos son los amos de la tierra... — i Como yo del agua!... Y si llego a estos extremos, es por vosotros mismos, por vuestra dignificación y vuestra independencia. Y Cho Tomás, en su respuesta, formula todo un tratado de filosofía práctica: — Su incrcé sabe todo eso mucho mejón que yo; pero, como de toas maneras no vamos a salí de probes... IX EL POZO, EN GUARDERÍA Don Manuelito ha puesto al pozo un guarda, cuya autoridad robustecen una escopeta y dos feroces bordillos, majoreros de pura raza. No ha sido demasiado severo: da el agua para la casa, pero medida, contada... Son los animales los amenazados. Y los que quieren más agua, han de ir a La Oliva, a comprometerse solemnemente a votar con el partido nuevo. Señor Pedro, que tiene muchos animales, ha ido, después de avistarse secretamente con los amos de la tierra, que le han concedido su placet; sus hijos también y su^ parientes... y como les sobra el agua, van tratando y comprando, como desperdicios, las teses que forman la riqueza de los pobres en Fuer-teventura: la cabra que da el queso del año, y los machos castrados, y el camello, el animal de labor y de carga que soporta las interminables jornadas por los largos caminos. El resto, la mayoría del pueblo, que son únicamente pescadores, se han trasladado al Islote de Lobos, al amparo de los aljibes del Faro, que amenguan rápidamente. LA SED DE FUERTEVENTURA NO ES SÓLO DE AGUA Este año no ha apuntado la hierba, y la simiente, socarrada en el suelo abrasado, se reseca y pudre. Los camellos machos no han sentido despertarse sus instintos en este invierno seco y duro: esos afanes de lucha que otros años hacen resonar los ecos de campos y playas con sus bramidos... Efecto del pasto jugoso y tierno en los animales, que los pone furiosos, perdida la doma y el respeto al hombre, con una frenética embriaguez de amor y de muerte. Algunas mañanas, unos grandes nubarrones sombríos corren, empujados por el viento, desde la Bocaina; se extienden por Lanzarote y avanzan por el cielo, cubriéndolo con un cortinón gris. Sopla el noroeste... El aspecto del tiempo, las nubes, todos los síntomas son favorables. Los hombres esperan la lluvia; y como los hombres, las tierras, abiertas en grietas de fiebre; las plantas, atormentadas por las abrasadoras caricias del sol, y los 104 JOSÉ RIAI, animales, que alzan la cabeza, melancólicamente humillada, aspirando ansiosos la humedad de la atmósfera. Toda la esperanza de Fuerteventura en € Ste año de sequía está pendiente de ese cielo, cubierto de nubes sombrías, henchidas como ubres fecundas... Pero no llueve'. Las nubes se adelgazan, laminadas por el so!, que las va absorbiendo y deshaciendo, y el viento las hace huir hacia el mar, dispersas... Y vuelven los días de cielo azul, en los que el sol, implacable, calcina la tierra, y las hierbas cubren el suelo de una pelusa gris y los animales se alinean en largas filas tras los hombres, buscando su amparo. La colonia de pescadores hace su vida habitual en el Puertito. Pesca, jarea el pescado al atardecer, y vive dejando deslizarse las horas con su fatalismo meridional. . Este día, comadre Cecilia rememora ante un grupo de mozos los años felices en que Dios mandaba agua a Fuerteventura. Los años de copiosas cosechas, que llenaban las arcas de cebada prieta y granada como trigo, que los molinos no daban abas!- o para moler, y largas hileras de camellos conducían por las carreteras polvorientas a Puerto de Cabras, a Tostón, a Gran Tarajal... S E D . . . 106 Para comprar el tabaco y el ron del mes se llevaba una saca de cebada; para mercar un traje, las mozas conducían un burro cargado; regalaban los señores fanegas y fanegas, y las lojas eran como un barranco, los días de pago; que así caía de los sacos el grano y formaba en el suelo montones qué tocaban al techo. — ¡ Buenos años! — murmuran los mozos, estremecidos por la sensualidad de estas riquezas—, ¡ buenos años!... Y la charla de la vieja sigue explicando cómo el grano que donó la tierra generosa y fingía colinas en las eras y mares de suaves olas doradas en los campos, lo absorbió la logrería, lo perdió la imprevisión, y el agio lo acumuló en sus arcas sin fondo, como si un abismo se hubiese tragado todo esc pan que amasaron los rayos del sol y el agua de Dios en las tierras majoreras... Todos los días, en las barcas, salen de Corrale-jos reses amontonadas. Van a Puerto de Cabras y de allí a las otras Islas Afortunadas a labrar los campos, por donde corren, cantando y jugando con las piedrecillas de sus lechos, los limpios regatos... Se dice que Señor Pedro ha ganado más de ochocientos pesos... XI EL CARNAVAL DE LA DEMOCRACIA Las elecciones de este año caen, simbólicamente, en Carnaval. Los siervos se disfrazan de hombres libres para otorgar un voto que les impone el estigma de su servidumbre. La grotesca parodia electoral de ciertos pueblos debía coincidir siempre con este alegre Domingo de Antruejo.' ¡ Saturnalia!... Los, esclavos se visten de señores... Funciona el colegio electoral de Villaverde en la capi'h de la sacristía Je San \' iceníe Fcirer. No sé por qué motivos ha florecido en tas yermas tierras de Maxorata esta devoción a! ^ anto ^ alen-ciano; al patrón de las otra « tierra'; dichosas donde el agua ríe y canta en las acequias su canción de vida. Misteriosos afanes revela este trasplante devoto. La política, que no respeta nada, ha instalado los ' trucos de sus prestidigitaciones sobre los grandes arcones de esta sacristía; la mesa, la documentación y el cubilete: la urna, representada por un 108 , JOSÉ RIAI, frasco vacío de pastillas inglesas de limón, que tiene grabado en el vidrio el nombre del fabricante. La elección se hace muy democráticamente. I, os hombres entran, votan, salen... Los de la mesa echan cigarro tras cigarro... El partido majorero tiene sus interventores—^ ¿ cómo no?—, que velan por la pureza del sufragio... XII CAMINO DE LA OLIVA Por la mañanita sale de Corralejos una pintoresca caravana camino de La Oliva. Son el señor Pedro y sus gentes: más de la mitad del censo de la aldehuela, que van a votar por la causa de la independencia majorera. Triunfar,' no esperan triunfar los del partido nuevo; pero tendrán una votación nutrida, " que expondrá con la más- elocuente y rotunda de las exposiciones— la que representan esos votos—, el noble afán á& liberación de la isla de Fuertévcn-tura". Este párrafo es de Don Manuelito, que ha llegado a Corralejos con el alba, encaramado en su camello macho, con silla a la inglesa, para despedir a Señor Pedro y a sus hombres. El queda en Corralejos, procurando catequizar a los reacios: cazurros que esperan el último instante para cotizar sus votos, o pobres diablos a los que una docena de pesos puede deslumhrar. l i o JOSÉ RIAI, Va, viene, bebe, se exalta... Y en la arena de la playa las huellas de sus botas se multiplican prodigiosamente... Entretanto, la caravana sigue el camino de La Oliva... El camino de La Oliva, como todos los caminos, es en los comienzos delicioso y fácil. Corralejos esiá hundido en una hondonada, y la vereda, porque vereda es en sus principios el camino, serpentea entre una serie de lomas, que van ascendiendo suavemente. En la mañana de febrero, luminosa y fresca, cl paisaje tiene esas tonalidades de las marinas que fingen nácares en las nubes y claros celestes que transparentan los fondos de las aguas. Mañana de acuarela, sin bruscos contrastes de luz, saturada de dulzura y de calma. Pedazos de jablg, erizados de hierbas marinas, dan falsas promesas de fecundidad, como el estrecho de agua'salada que se desliza, aún dormido,, entre la Isla de Lobos y la costa, ofrece una engañosa apariencia de río. Calma, quietud, canciones... Los camellos vagan, cachazudamente por los arenales, sin dueños ni atalajes ; alguna andoriña pía y salía de acá para allá... Todo el paisaje embustero ríe en la mañana clara... Hay primero una vuelta y después otra. El rio desaparece tras un cerrillo de negras escorias, y en- S E D . . . 111 tre el cerrillo y la Isla de Lobos queda un abismo de distancia colmado de aire azul. El paisaje se transforma, y el camino sube y baja por unos cerros de lavas negras y atormentadas, que ponen sus vendas de piedra ante los ojos: el malpaís. El cielo toma un tinte de añil. Aún vagan nubes de amanecer, rosad^ is y color de oro; pero muy lejos...; la tierra, seca y dura, refleja su ocres, sus^ negros y sus rojos encandecidos: colores sombríos que fatigan... El sol empieza a hundir sus rayos en estos valles agrestes. Cabalgan en asnos, y las duras pezuñas hacen rodar las piedras. La arena quedó atrás, y en ! a unión de los caminos se les agrupan nuevos caminantes que vienen de Las Rosas, un nombre de flor que parece una ironia. Aquí, en esta bifurcación del camino que se divide— uno hacia Tostón y otro hacia La Oliva—, dos largas murallas de piedra seca cortan el paso, separadas a distancias variables. Instintivamente, el caminante trata de sorprender por encima de los cercados qué guardan asías murallas de piedras secas, más altas que un hombre, unidas sin mezcla, con la labor paciente de los pueblos primitivos, y prolongadas asi frente a frente, ceñudas y herméticas, sin puertas ni brecha.-;, tres o cuatro leguas. No guardan nada, nada. Piedras sueltas, una 112 JOSÉ RIAI, cabra que roe no se sabe qué; soledad y silencio... Aquí quiebra el tópico que hace polvorientas todas las carreteras. ¡ Polvo! El polvo lo produce la tierra molida por los ferrados cascos de las bestias y las llantas de los carros. ¡ Tierra! Para ellos la quisieran esos bobos que crecen pegados a las cer- CcLS; esos espinos de color de herrumbre; esas plantas nacidas en la oquedad de las rocas que fingen llamas de hojas en lámparas de piedra; esos cai-- dones, flacos como el brazo de un mendigo que mostrara los dedos amputados y íumefactos. ¡ Tierra! Fiesta de gala seria... Es tremenda esta esterilidad, este abandono, est;". desolación. El río azul del cielo brilla con un brillo cegador; sobVe el suelo, las chispas rebotan; la boca arde; el sudor brota a chorros, y los animales andan pausadamente, con enorme esfuerzo. Ni un soplo de viento llega a esta angostura de! camino, donde todo lo ha socarrado y consumido fl sol; hasta las montañas son rojizas, como tomadas de orín, y otras enverdecidas, con unos raros ver* des y rojos me'álicos. como si hubiesen sido vaciadas al fuego en una de esas calderas que fueron cráteres. Y así sigue el camino, hasta que a lo lejos empiezan a multiplicarse las cercas en torno a las casas, siempre en el mismo tono de lava uniforme. Es Villaverde, el pueblecillo que es como un barrio de La Oliva. Villaverde, con sus casas en mi- S E D . . . 113 ñas, sin techo, abandonadas a medio construir, qiu^ rememoran otros tiempos felices en que la emigración no despoblaba a Fuertcventnra, y parece un pueblo encaniado condenado al silencio, como una viuda que guardara eterno luto por el amado que partió. A. la entrada de Villaverde viven tres doncellas, muy bellas las tres, y las tres son mudas. xni MANIOBRA ELECTORAL Señor Pedro y sus gentes han llegado por la mañana y se han maíchado después de votar, para atender al negocio. La toja en este día no puede encomendarse a las mujeres. Y se ha marchado saludado, atendido y mimado por los jefes del partido nuevo, que se huelgan de esta puntualidad. Al anochecer vuelven de Villaverde Cho Tomás y los suyos: la colonia recalcitrante de la Isla de Lobos; diez y siete votos que llegan a pie, despeados por las siete leguas de marcha, pero cantando y lanzando cohetes y vivas atronadores. Ha triunfado el partido viejo, como se esperaba; pero lo que no podía esperar Don Manuelito, en su hidalga confianza, es la perfidia con que ha sido burlado y escarnecido. El partido majorero no ha logrado en Corrale-jos ¡ ni un voto!... Los aljibes del señor Pedro, esas 118 JOSÉ RIAL arcas donde se concentran las riquezas de Fuerte-ventura, rezuman el agua de que están repletos, y a sus animales no los matará la sed. Y el señor Pedro ve segura en su mano la Alcaldía del barrio, sostenido en ella por el partido viejo, que sabe recompensar los servicios. XIV S U R . . . Tiempo del Sur que arrastra sobre el mar la arena colorada del desierto y la deja en suspensión en el espacio de esta noche bochornosa. El filo de la hoz de la luna se embota en la niebla, y su luz adquiere el tono púrpura de un extra- i ño paisaje estelar. \ Arden aquí y allá las hogueras y los hachones | de petróleo, y el humo se eleva en el aire inmóvil I con una apariencia ritual. Las casas arrojan a la | playa, por las anchas ventanas, raudales de luz, y I las rondas de mozos, que pasan alternativamente de | las sombras a la claridad, recortan siluetas mons- | truosas. | La fiesta ha llegado a ese período de la embria- | guez en que los hombres beben en silencio, y el al- ® cohol cae en los esiómagos acumulando estratos de barbarie. Han pasado todas las faces preliminares, y sólo queda el ansia de apagar el fuego que les socarra las entrañas. Entre los viejos se suceden raras ocurrencias de una bestial ingeniosidad. Y las rondas de mozos 118 JOSÉ^ RIAI, inician sus asaltos a los hornos, burlando la vigilancia de las amas de casa, que preparan las viandas de estos días de hartura : los pollos de paréelas fritos en su propia grasa, los machos asados con mojo picón, algún lechoncillo cebado con los restos del pescado, y el pan de trigo de la tierra, que es un lujo extraordinario. Pálido, nervioso, violento, Don Manuelito perora en las lajas, desahogando la cólera y el ron, en una oratoria en que se mezclan ¡ os párrafos de un exaltado lirismo patriótico con las imprecaciones y las amenazas. i Se acordarán de él en Corralejos! Esto no puede quedar así. Los hombres que hacen traición a los sagrados ideales de la patria, son peores que los perros, y como perros hidrófobos deben morir de sed... De sed de idealidad y de justicia, y de sed de agua... El es un amo, y puesto que quieren amos que los gobiernen a latigazos, amo ha de ser él, y de los duros. — Sur, buen viento... Sur, que seca los campos y agrieta la tierra... Ahora van a ver lo que vale el agua... El agua que yo os hubiera dado generosamente. El agua lustral de vuestra servidumbre... Los varones prudentes se han apartado de este S E D . . . 119 hombre comprometedor; pero los mozos y los parásitos que beben a su costa escuchan estas inflamadas prédicas del ron, que exalta hasta el delirio al paladín del partido nuevo. En el grupo de mozos han formulado protestas varias voces sordas, y alguna mano se ha dirigido maquinalmente al mango del cuchillo. —¡ Sed, sed !—- grita Don Manuelito exasperado y casi epiléptico—. Sed de independencia y de libertad...; sed sagrada que despierte en vosotros el dolor de vuestro envilecimiento... Y deposita solemnemente la copa en el mostrador de estaño, como urna crátera votiva en el ara de la patria. Los parásitos aprueban socarronamente y apuran las suyas, procurando apagar la otra sed que es en ellos eterna. El lajero multiplica las cruces, las rayas y los ceros de la cuenta. Y en torno se arremolinan en espesas nubes ' las moscas piconas que sobreviven en este invierno sin lluvias y se agarran a la piel hasta sacar sangre. Sur... Por el pueblecillo rondan los animales en la noche y merodean, buscando ansiosamente las mondaduras de las frutas traídas de l'Arrccifa, para aliviar la sed... Los cuellos serpentinos de los camellos padres, que en esta época de la brama se elevaban otros años clementes con un gesto fan- 120 JOSÉ RIAL farrón de desafío, persiguiendo al hombre por ! os arenales, se inclinan humildemente bajo la pesadumbre de ! a calina cargada de polvo, que se va espesando y pone en torno a las luces halos rojizos. XV LA BRAMA Sólo un camello siente el furor de la brama: Lucero, el macho de viaje de Don Manueüto, alimentado con los pastos frescos de sus tierras de Jan-dia: con la alfalfa de esos campos donde los molinos de hierro multiplican las cruces de sus aspas, colmando los sembrados de bendiciones. La guata de la bruma polvorienta asordina el poderoso grito. Han encerrado a la bestia en un corral, y sobre los bardales, su cabeza, erguida y desafiante, aspira fuertemente las emanaciones de sus rivales; en el hocico se le hincha, pomposa, la lívida vejiga, como un ópalo a la luz de la lunn; la recoge gorgoteando y la vuelve a inflar... Está furioso, con esa cólera terrible de los animales mansos cuando pierden la doma, y recorre el corral a grandes zancadas, aspira el aire y hace re-, sonar su clarin de desafio una y otra vez. De pronto, se para y escucha; en sus ojos se enciende, como una llama fugitiva, un destello de astuía inteligencia. Alguien ha abierto la puerta del corral. XVI DON MANUELITO Los parásitos y las rondas de mozos se han reunido en la loja de señor Pedro, que ha organizado un baile, atraídos por el concertado tañir del timple y la guitarra. Las otras lojas se han cerrado, y Don Manuelito prefiere pasear solo por la ancha playa a pedir hospitalidad al hombre que ha traicionado la sagrada causa de la independencia majorera. El mar lanza sobre la tierra su vaho inmensf) saturado de perfumes marinos: su hálito cargado de yodo, con un ligero sabor a ovas y a fango, que saborean los labios como un grueso marisco; y el hombre de tierra adentro siente hinchársele el pecho de este aliento de! mar, como si una gran onda rumorosa lo invadiera. Las olas son negras y pesadas en esta noche de calma y de Sur; pero la luna da suficiente claridad para adivinar las aplicaciones de la espuma sobre las arenas de la playa. Rl mar, ese Hércules, teje 124 JOSÉ RIAL SUS encajes como en la leyenda de Onfalia. Y en esta noche de las Hespérides, el bachiller le halla a esta cita un exquisito regostillo clásico. Don Manuelito se siente infinitamente solo e infinitamente triste, con el desconsuelo de un niño abandonado en la oscuridad de esta noche tormentosa y de este pueblo hostil, y esta soledad la hacen más desamparada los retozones motivos de la mu-siquilla lejana, que pone a sus desdichas un comentario burlesco. No arde ya en él esa tremenda ira que ha mantenido sus nervios en tensión toda la noche... Quisiera huir, ocultarse, desaparecer... volver a La Oliva, a esconder su vergüenza en la gran casa solariega, que mantendrá cerrada e inaccesible, como una fortaleza, a toda piedad y a todo llamamiento : sorda y ciega. O irse lejos : a sus gabias de Jandia... En la Isla de Lobos, que esculpe en la oscuridad sus densas masas, recortando en las aguas las costas dentelladas, la linterna roja del Faro arroja su haz sobre la espuma, que se tiñe de sangre... Unas gruesas nubes se amontonan en la Bocaina... Don Manuelito otea afanosamente el horizonte, y su cólera se enciende otra vez, impetuosa y terrible. — ¿ Son gargones de lluvia?... ¿ Agua para estas gentes secas de alma?... ¿ Será posible?... S E D . . . 126 Siente algo denso y pesado que se hunde en la arena... — ¿ Gotea?... No.. Se vuelve, y enire la niebla se dibuja enorme, abultada y deformada por los juegos de sombras y de luz, la gigantesca figura de Lucero. XVII LA PERSICCUCIÓN Don Manuelito huye. El camello, con su astucia salvaje, le ha cortado el camino hacia el pueblo, y ante él se abre el jablc, (| ue se prolonga leguas y leguas por la costa: la fuga imposible en que el hombre ha de sostener la carrera con la bestia. Podría íjrrojarse al mar, pero es hombre de tierra y no sabe nadar; aunque corre por la arena blanda, que entorpece los pasos de la bestia, no podrá sostenerse mucho íiempo; presiente el tremendo fin que le aguarda: el brutal estrujón que aplasta un hombre contra el suelo como un escarabajo; pero lo prefiere al letal abrazo de las olas viscosas. Todo esto es instintivo: el hombre de razón no ha influido en estas resoluciones; hombre y animal se dejan guiar por sus instintos... Lucero es un animal de la casa, que se ha criado en ella y ha recibido de su mano piensos y caricias. Ha sido siempre suyo, y puede volver a recobrarlo cuando se calme su furor, con una llamada, con una- voz. El mar es inmenso, indomable y frío: sin piedad... 128 JOSÉ RIAI, Don Manuelito huye hacia el pozo, donde están el guarda y los dos bravos perros majoreros: los hardinos, que detendrán al camello con sus presas poderosas. Huye con sus piernas ágiles, sin volver la cabeza atrás. Y sobre sus huellas van los fofos pasos del animal hundiéndose como ventosas en la arena húmeda : ¡ Chop, chop, chop! La luna recorta limpiamente la silueta del hombre inclinado, con los brazos pegados en ángulo a los costados y las delgadas piernas veloces; y la otra, enorme, cargada de atalajes y de cuerdas, con la corcoba estremecida como un equipaje bamboleante; las largas patas, lanzadas a uno y otro lado, y el cuello rigido, tendido como un ariete, para descargar la hocicada que aturdirá al hombre y lo pondrá a su merced. xvín LA ÓRBITA DEL POZO El pozo destaca su negro brocal entre la arena clara, y el hombre grita, llamando al guarda y a los perros, una y otra vez: —¡ Juan!... ¡ Fiel!... ¡ Leal!... ¡ Nadie! La fiesta ha hecho desertar al guarda, y a los perros con él. Señor Pedro tiene un ron irresistible. Y aun llegan hasta aquí los andrajo.^ de las notas agudas del timple, que lleva la voz cantante en el melodioso acorde. ia El hombre lanza el grito angustioso: —¡ Socorro!... Y el supremo: —¡ Dios mío!... El pueblecillo parece dormir al compás de la música alegre, que borda en aljófares sus notas sal-tari ñas en el aire. Los gargoncs van ocultando la faz de la luna. Es el Sur impetuoso el que llega, rugiendo como un dragón y arrastrando sus alas de polvo rojizo, que todo lo arrasan y queman... El huracán de fuego del Sahara que abrasa los plantíos' y abre en la 9 130 JOSÉ BIAJ. tierra anchas grietas de fiebre, como bocas sedientas... Don Manuelito da vueltas y vueltas en un vértigo frenético, arrastrado por sus ansias de vivir... La tierra gira en torno a la sombría boca de ese pozo, en cuyas pandas aguas, como en un curvo lente ahumado, se refleja la bóveda del cielo. El Universo se ha concentrado para el en el abismo de ese pozo, cuyo brocal es la órbita que recorre sin cesar. Todo está en él: el caos y la nada, de donde surgieron los mundos; los cielos y los mares. Es el eje de todo lo creado. Los ideales más puros se condensan en ese brocal de piedra carcomido por « I tiempo: la independencia de los'pueblos y la libertad de los hombres... ¡ La vida'... ¡ Toda la vida, tan hermosa para los \' eintitrés años de Don ManuelitoL. ^':^: m XIX LA TIERRA BEBE Casi no ha sentido ei golpe a! caer. Y ahora contempla encima de él la bestia poderosa y el duro callo que le oprime el pecho. Va a hablarle en su tono de amo: —¡ Lucero!... ¡ Tuche... tuche!... Pero la voz se le ahoga en la garganta al recio apretón, que hace crujir y saltar los huesos del hombre, como un pisotón aplasta el caparazón de im insecto... Y la tierra, ávida, bebe... ISLA DE LOBOS ( DEL LIBKO DE MEMORIAS DE UN AISLADO) A Agustín Aguilar, gran amigo, dedico este libro que ve la luz gracias a él LA LLEGADA AL ISLOTE Después de treS' días de navegación llegamos n, una tierra fantástica: la playa de la arena. A mí, que venía con el alma preparada a recibir penosas impresiones, no me causó demasiada sensación. Ciertas almas caritativas nos habían compadecido tanto, que estaba dispuesto a no espantarme por nada; pero hay que convenir en que el paisaje era como para volverse al barco otra vez. La playa de arena no tiene de arena más que la ligera faja que bañan las olas. Y bajo las olas las rompientes muestran sus agudas puntas entre una especie de limo verde sucio, moteado por los erizos, que parecen, entre el temblor inquieto de las aguas, prendidos de dalias en los huecos sombríos en que viven. La continuación de la playa entre las rocas es un pasadizo estrecho entre dos abismos. Por él trepé con María del brazo, y llegamos a lo alto no sé ^ cómo, subiendo por el áspero sendero. Una especie de valle encerrado entre montañas 136 JOSÉ RIAL y todo él verde, nos causó gran alegría. Por entonces no sabíamos lo que era una iahaiba, y se nos figuraba aquella fecundidad maravillosa. Era seguro cjue podríamos tener nuestra huerta... tal vez un jardín... Y ante unos baifos que retozaban con sus madres, hicimos un poema pastoril de. esta libertad y llaneza con cjue los cabritillos saltaban y corrían a su antojo, sin perros ni pastores. ¡ Ah, sí! Nos hacía falta un poco de alegría. Algo que nos animara en este arribo al destierro, al terrible aislamiento del que todos nos hablaban con horror, y que era para nosotros el pan nuestro de cada día. Traíamos tantas esperanzas, que a pesar del tremendo cuadro de la playa, y de lo agreste del terreno, nos persuadimos de que aquello no era tan malo como nos lo habían pintado, y que allí, como en todas partes donde pudiéramos estar juntos, bastaría muy poco para sentirnos dichosos. Y en esta creencia, y componiendo nuestra égloga, continuamos tan embebecidos nuestra charla, que no nos dimos cuenta del profundo cambio del paisaje hasta que uno de los marineros, extendiendo el brazo, nos dijo: — Allí está el Faro. Y en un cerrillo de escorias que se alzaba solí- ISLA DE;. r, 0B03 137 tario a la orilla del mar, negro como el lomo de un cachalote, sin un árl^ ol ni una mata de verdura en torno, poco airoso, con su torre oscura que apenas sobresalía de la azotea, los bardales dentellados, y la lacra del horno a un lado del muro de la esplanada, se nos mostró el faro del Islote de Lobos. II INICIACIONES Don Fernando, mi compañero, es viejo y bueno. Fuerte de naturaleza, pobre de espíritu y habilidoso como un salvaje. Tiene la manía de aconsejar, y lo hace con un gran afán evangelizador para convertirme en el hombre que debo ser aquí, sometiendo mis impulsos a la necesidad. Yo no he podido hacerlo nunca; pero su intención es tan noble, que finjo convencerme y plegarme a sus consejos. El me ha iniciado en las enseñanzas del aislamiento, aplicando a cada instante de la vida el ejemplo, viviendo la parábola. Ya sé andar al fallo por las playas, mariscar en el bajo, pescar cangrejos y fulas en los char-quillos, escoger la leña para el horno y hacer pan. El pan logrado así con el sudor de mi frente y los esfuerzos de mis brazos, es el más sabroso que he comido nunca. Don Fernando, que podría ser mi padre, me 1 X40 JOSÉ^ RIAI, habla siempre anteponiendo el don a mi nombre: — Mire usted, Don Ramón, para pescar con gucldcra... Molesto por la cacofonía de esa repetición— don, don—, resonante como una campana, le pido que me apee el tratamiento. — Llámeme usted por mi apellido... A mis veintitrés años les asusta ese " don" tan pesado y tan respetable. Y él, sin sonreírse— cosa rara—, me ha advertido la necesidad de conservar el prestigio He este don, para que los pescadores nos respeten. — Aquí estamos lejos de toda autoridad y entre gente ignorante... Y si nosotros no nos hacemos respetar... Esto me dice en tono grave, y creo que tiene razón. in EL PUERTITO. — LOS PESCADORES Siguiendo el curso de mi aislamiento fui de pasco al Puertito, recorriendo el largo camino entre barrancos, para ofrecerme a los pescadores en visita de ceremoniosa- cortesía. El paisaje, monótono y triste, se desarrolla en ondulaciones de conos de escorias' y piedras enverdecidas por unas raras plantas de donde se extrae la barrilla, c[\ xt parecen recortadas en piel. El Puertito es nn pequeño seno abrigado, con una playa de juguete y unas islas de nacimiento. Todo el sur del Islote de Lobos es así, accidentado y pintoresco, mientras que al norte se agrupan los peñascos y se amontonan los arrecifes y los escollos, formando una barrera hostil. La Montañeta, el volcán de donde ha salido esta isla, que no es más que una acumulación de lavas y cenizas, está allí, enhiesto, frente al Faro. Los pescadores nos reciben cortésmente. Ellos, con un aire grave y digno; ellas, abrumándonos de atenciones, sonrisas y ofrecimientos. El Puertito es un apeadero en la temporada 142 JOSÉ RIAI, de pesca, que se ha hecho estable gracias a los aljibes del Faro. El agüita de liivia mantiene la permanencia de esta colonia, que sin el tesoro de nuestros arcones de piedra tendría que atravesar todas las tardes el río para volver a Corralejos, lo que no siempre es posible. Las chozas son miseras, aun más por abandono que por verdadera miseria. Los pescadores comen g en el suelo el pescado seco al sol y las papas tejeré- S teadas, guisadas con agua y sal, con el gofio ( i) | por pan y un mojo picante que les ayuda a pasar g el conduto. Y duermen desnudos, entre los apare- I jos de pesca, el engodo, y las ropas empapadas de S. agua del mar. | Son pobres, muy pobres. Demasiado pobres | para que sean buenos. | ( 1) Grano de cebada tostado y molido. ÑA BASILl/\ Me molestan los misterios, y en estos pescadores todo es misterioso. Acabo de tomar una mujer para que nos lave ! a ropa. Es una vieja alta, seca, greñuda, y toda tapada para librar del sol las asperezas de la carne... El sombrero de paja en la cabeza; un pañuelo negro sobre el rostro, que le da un lejano parentesco con los tuaregs que recorren el desierto allá enfrente; en las manos gruesos initones de trapo, y las piernas y los pies descalzos saliendo de un recio refajo de bayeta, acartonado por e: salitre. Asi, sin los mitones, todo eso lava como puede en e.' vta agüita de luvia de los aljibes del Faro, que es una golosina para la miseria de estos pescadores. A los que no acabo de entender... Me han preguntado— siempre con su aire misterioso— si tomo a Ña Basilia p'al lavado... He dicho que sí... Y han movido la cabeza gravemente, y se han fumado dos, tres cuatro cachimbas de! Virginio, sin decir una palabra. 144 JOSÉ RIAT, Ellas han sido más explícitas. Ña Basilia es bruja. Hace maloficio y las que la d,; ñan tienen que sentir. A comadre Juana se le murió la cabra buena. A compadre Tomás le enfermó el ca'. nello y la majaliila y se los curó después con una ioma por la que le llevó dos pesos. Y a su comadre Ramona se le secaron los pechos y no pudo criar... Bueno... Tendremos una bruja en casa. Si con todas sus hechicerías nos llegara a dejar la ropa blanca... V EL COMPAÑERO SE VA Don Fernando, que ha vivido conmigo trece meses, ha sido trasladado. Es un hombre de bien, de carácter dulce y tímido. Trece meses pasados en este aislam. iento tienden de corazón a corazón muchos hilos, que cuando un violento tirón trata de romperlos hacen sufrir un gran dolor. Días de charlas, consejos, ensefumzas... Lo abracé al marchar como a un padre... Y ahora nos c[ ueda una inquietud: ¿ Quién vendrá?... He aquí la pregunta c^ ue nos hacem:: s a todas horas. Están aquí las vidas tan enlazabas... Lo que en la ciudad es falta, aquí es ofensa. Es necesario que las familias se entiendan y que si socorran en caso de apuro; que se soporten las alternativas del humor, que se estimen y se quieran... ¿ Quién vendrá? 10 VI EL NUEVO COMPAÑERO Mi nuevo compañero es un tipo de gran ciudad. Madrileño, con el madrileñismo convencional de los autores de saínetes, tiene esa gracia y esa manera socarrona de dejarse caer, q ie envuelve en guata la punta del chiste, para que no lastime. Su mujer es insignificante y buena, con una bondad compuesta de dejadez e inocencia. Tienen cuatro niños, y el más pequeñín, de dos año;, en-fermito de una enfermedad que no t'cne cura. Me lo ha dicho el padre. ¿ Cómo se puede admitir así, con esta pasividad, una desgracia tan grande?... El niño tiene un vago color de tierra, pero juega con los otros y no parece triste. Lo que más pena causa es su sonrisa, que le ha: e mostrar los dientes. Esta sonrisa me produce verdadero malestar. vil LA MUERTE DE UN NIÑO Anteayer, en el Faro, ha muerto el niño. Fué una cosa inesperada y treniemla, en su sencillez. Estábamos su padre y yo arreglando ti horno para evitar que se le escapase e) calor, y mientras colocábamos gruesas lechadas de cal sobre las grietas, charlábamos acerca de los múltiples oficios que el torrero tiene que desemi^ eñar. — Esta mañana— decía él— fuimos vidriercs. Ahora panaderos y albañiles. Mañana, tal vez dentro de un rato, tendremos que desen. penar algún nuevo oficio... En este momento oímos gritos y su mujer n ) s llamó desde la puerta del Faro: —¡ Juanito!... ¡ Juanito!... No la entendimos bien; ya cerca comprendimos : ¡ Juanito ha muerto! Me sentí trastornado y quise serenarme a fuerza de actividad. Me vestí; aseguré al padre que yo me encargaba de todo... En realidad no sabía qué hacer, y me habría visto muy apurado si me hubiesen preguntado lo que pensaba en aquel momento. 160 JOSÉ RIAL Transcurrió una hora y tuve que er; cender el horno y cocer el pan. Luego vinieron los pescadores y surgió una dificultad enorme: la caja. A Corralejos no se podía ir por el nr'. al tiempo, duro para remontar el río; yo no sé nada de carpintería, ni los. pescadores tampoco: había que hacerla aquí a la fuerza. Eran las cinco cuando el padre, el mismo padre del niño, y yo, desarmamos unos cajones y empezamos la tarea... A las siete se encendió el Faro y seguimos trabajando. Ni él ni yo teníamos los más elementales conocimientos del oficio. Trabajábamos como podíamos, y la c-. ja se iba formando poco a poco. Nos equivocábamos, volvíamos a empezar, enmendábamos... Así pasaron las ocho, las nueve, las diez... De vez en cuando mirábamos el Faro o subíamos a la torre si advertíamos alguna novedad, y volvíamos a la faena. Los pescadores nos acompañaban fumando en sus pipas o cabeceando suavemente adormecidos. A la una la caja estaba casi terminada. Entonces mi compañero levantó la cabeza, me niiró fijamente con sus ojos hinchados por Jas lágrimas vertidas silenciosamente en esta larga noche, y dijo: — Don Ramón, cuando hablábamos esta mañana de los oficios de la vida aislada, no pensábamos en éste... IShé. DB WBOSJ 151 En la madrugada la cajita de madera descendía por el camino del Faro a hombros de los pescadores. Los despedí abajo: el deber me obligaba a quedarme, y ya desde arriba vi la blanca cajita subir por el camino, perderse en un recodo, volver, y desaparecer definitivamente en la oscuridad. En el mar, hacia Levante, empezó a extenderse una débil claridad. Dentro, en el Faro, se oían llantos, gritos, exclamaciones, ayes... Sentí frío y me crucé el abrigo sobre el pecho y seguí contemplando la lejanía. Después subí a la tcrre ) esperé el amanecer. Cuando pude ver las costas claramente, apagué y empecé la limpieza. De vez en cuando miraba hacia Corralejos... Por fin, ya de día, un bote a toda vela dobló La Montañcta, enfiló hacia el pequeño pueblecillo, y encalló en la playa. Entonces bajé la lámpara, la llené y seguí mis habituales tareas. Un nuevo día empezaba, y había que tenerlo todo dispuesto para el alumbrado de la noche. El Faro había señalado, como siempre, el bajo, y no había ningún incidente en el servicio. Abrí, pues, el libro y escribí: " Sin novedad." Y el padre del niño muerto lo escribió también. m-. VIII EL COSTUMBRE Hay muchas maneras de pobreza, y la de estos pescadores es más moral ( iuc niiitcnal. Un Código inflexible de leyes primitivas— la costumbre, que ellos llaman el costumbre— rige sus vidas, y se someten sin protesta a ellas con una mansedumbre de bestias domadas. La tierra de Corralcjos, el pueblecillo en que viven, es de un amo; el agua del único pozo salobre, de otro. Y se suceden terribles conflictos por estas servidumbres, cuando los amos se enfrentan en épocas de elecciones. El ancho mar, libre e indómito, no ha entrado en ellos. Este islote se alquila en quince duros, ¡ al año!, para aprovechar los pastos, la leña y la cosecha de pardelas. Podrían ser libres en esta tierra y prefieren ser vasallos en la otra. IX LAS BRUJERÍAS DE ÑA BASILIA Como toda magia, la de Ña Basilla tenía su truco, que yo he descubierto esta mañana. Y en el momento de marchar le he abierto el corpino de un tirón y he expuesto a la luz la harina de flor que me había robado. Y la he puesto en la calle sin querer oír sus insultos ni sus amenazas. Que deben ser cosa terrible, según estas gentes. No hacen largos discursos, pero dejan entrever en sus palabras, mezcladas con las espesas bocanadas de las pipas, que el caso es grave y merece pensarse. Por de pronto, la venganza de la bruja toma un prosaico carácter campesino: un pleito. Me reclama unos honorarios que no le debo. Y he de ir a La Oliva a presentar mis descargos al juez. Todos saben que le he pagado a la Basilia antes de despedirla; pero ninguno se atreve a servirme de testigo. El Juez me ha aconsejado que pague, para li- 156 JOSÉ RUI, brarme de una serie de nuevas demandas. Creo que procede con la mejor buena fe. Es un hombre franco y poco ceremonioso, y su nombre lo pronuncian los pescadores con un gran respeto. Culto y bien educado, se siente desterrado en este pueblo grande, que es el suyo, y añora sus años de estudiante en Madrid, con una melancolía contagiosa. Oyéndole me he sentido más aislado. El juicio me ha costado unas pesetas, pero lo que me irrita es que esta gente no cree que la cosa quede así. Que debo prevenirme y hacerme santiguar, por un si es caso, como ellos dicen. Me he dejado saquear, ¡ y aún!... Aún... queda el maleficio. X AÑO NUEVO. VIDA VIEJA Para felicitarme en el comienzo del nuevo año, se han presentado en el Faro los tres hijos de Ño Matías, el arrendatario del islote. Saludaron y se sentaron. Se habló de la pesca; tomaron— casi a viva fuerza— unas copas de caña, y terminado el tema ordinario nos quedamos un ratito callados, mirándonos todoo. muy serios. La cosa amenazaba prolongarse largo rato, e inicié un nuevo tema de conversación: las cabras. Y en el curso de la charla dejé escapar, lo que me sucede a menudo, una gravísima herejía: — Oiga, Rufino, ¿ querrá usted creer que me ha dicho Martina que si se derrama la leche de una cabra en el suelo, se le cubre de granos toda la ubre? RUFINO ( Muy serio).— Y asín es, Don Ramón. Yo.— ¿ Cómo? RUFINO ( Más serio avm).— Sí, señor; haga usted la prueba y verá. Si por cualquiera motivo cae la leche al suelo, la cabra cría granos. Eso se ha visto siempre. 158 JOSÉ RIAL Yo.—¡ Pero, Rufino!, ¿ qué tiene que ver una cosa con la otra ? ¡ Cuántas veces se cae la leche al hervirla, y no le ha pasado nada a la cabra! RUFINO.— Seria por eso, Don Ramón. Sería porque no era cruda. Y no hay manera de convencerlo. Con la caña la conversación se reanima, y de unas cosas en otras se habla de las brujas: otro tema eterno. Y nuevas herejías mías provocan nuevas afirmaciones, más secas y rotundas, de Rufino. — Usté no lo creerá, Don Ramón; pero lo que le digo es como la misa. A mi madre se le arretiró la leche, porque bebieron en el vaso endis-pués de ella, con maldá, y no le volvió hasta que una bruja le preparó ciertas cosas y le dijo ciertas oraciones a su manera; y si usté quiere saber si una mujer sos bruja, eche dos pesetas en la pila de la iglesia cuando ella esté, y no saldrá hasta que no quite Ip. moneda. — Lo creo— dice mi compañero atrapando el chiste—; esperará a que salga todo el mundo para coger las dos pesetas. Y Rufino rectifica gravemente: — No, señor; ella no sabe que están allí. Se echan sin que las vea. — ¿ Y no se va hasta que las quitan? — No, señor, no sale. Inútil querer convencerlo. Todas mis objecio-ÉfB' ÍSUí DK tOBOS 159 nes se estrellan ante esas creencias, incrustadas en sus cerebros como un banco de ostras en las rocas de una costa. En estos mismos momentos admiro como nunca a esos misioneros que convierten a los salvajes con su divina palabra. ¡ Aquí habría yo querido verlos! Tarea digna de ellos la de arrancar de la imaginación de estos hombres todos esos aguafuertes en que se confunden brujas, fantasmas, trasgos, espíritus, supersticiones y leyendas. Monstruosas historias y curiosas creencias transmitidas de generación en generación, en sentencias, breves como el articulado de una ley: " El congrio maloficia al pescador en las noches de luna". " Pescar en noche de San Juan trae desgracia". " El quincho ( i) tiene señalado por Dios tm peje daño y el mar un hombre, aparte lo que él se pueda buscar". Rufino me ofrece a cada observación nuevos milagros inexplicables, cuya autenticidad certifica. El hecho está ahí; tratad ahora de removerlo con otras palancas que no sean sobrenaturales y maravillosas... La charla se ha convertido en controversia. Ellos se obstinan, encerrándose en la concha de sus preocupaciones, y yo procuro convencerlos a fuerza de lógica. ( 1) Ave marina: 160 JOSÉ RIAL Trabajo perdido. El horizonte de estas vidas es tan estrecho, que el más allá lo han formado como otro círculo un poco más ancho y más sombrío. Lo que no es sencillo y natural, creen que ha de ser forzo. samente monstruoso. No comprenden las grandes fuerzas y los grandes misterios sino en el Mal y para el Mal. Y hacer daño debe de ser para ellos el supremo poder y la suprema grandeza. Yo trato de exponerles, en sencillas parábolas, cómo preside una Potencia inteligente todos los fenómenos; y el viento, el sol, las nubes y la lluvia, se acordan harmoniosamente en el concierto universal. He dado a mis palabras toda la unc'ón religiosa que he podido poner en ellas, para exponer con la idea de Dios, que es la más simple y pura, la mecánica del Universo. Y he perdido el tiempo lastimosamente. Ellos tienen de Dios un concepto análogo al del Gobierno, o el Rey, más concretamente, j Entre ellos y El hay tantas ¡ cguas de mar, de tierra y de cielo!... Un espacio sin límites que llenan las infinitas teorías de caciques, caciquillos, alcaldes, jueces, diputados... o, en el caso de Dios, duendes, brujas, estantiguas, almas en pena, diablos y ángeles, en un caos confuso de alas de pluma y alas membranosas; de brazcs que protegen'y brazos que amenazan. Y en el ardor de esta controversia se desliza, BS" ISLA DE IvOBOS 161 como un ra}' © de luz que se escapa por la rendija de una puerta, la certidumbre del daño que me espera: la venganza de Ña Basilia, el moloficio. Alaría está próxima a librar. Es mi primer hijo; y nacido en el destierro, tan lejos del ambiente en que he vivido, lo presiento infinitamente más delicado y frágil que otro niño cualquiera. María, siempre débil, está como espiritualizada por la maternidad, con esa belleza suya de figura yacente, que parece labrada en alabastro. El verla tan deformada y torpe, ¡ ella tan exquisitamente eslielta y ágil!, me la hace más querida. En las ojeras de color violeta, los ojos verdes parecen dos lagunas muertas; la nariz se le ha depurado al afilarse; los labios han empalidecido, y las manos se le han ^ largado como si quisieran abarcar mayor espacio entre sus brazos. No hay duda: las madres son infinitamente más dichosas que los padres. Eso, que es sólo una sospecha para nosotros, tiene para ellas una vida desde mucho tiempo antes de que llegue a ser. ¡ Y es en eso tan puro, que aún no lo ha manchado la luz, donde la bruja pretende ejercer sus artes! XI EL BARCO DE SERVICIO Hoy nos hemos pasado el día siguiendo con los gemelos las velas blancas que cruzan la Bocaina. Falta el pan y el aceite, y el verano está dejando en seco los aljibes. En el Faro se suceden las cabalas y las suposiciones, tratando de adivinar la dirección de cada buque, que una guiñada borra perdiéndose el barco tras de la punta del Faro de Pechiguera, o siguiendo al largo la costa de Lanzarote. Y así una vez y otra vez, y así día tras día... Pocas veces llega el barco de servicio sin que lo precedan tres o cuatro buques fantasmas. Y es que con él navega nuestra inquietud, y da bordadas, y languidece en las calmas. Pero cuando vemos ciertamente que es él, todas las inquietudes se olvidan, y hay en el Faro una ingenua alegría infantil. ¡ Es tan bello y viene tan cargado de promesas!... ¿ Qué importa que después resulten fallidas? el barco está ahí, y en el llegan qué sé yo cuantas noticias y novedades: las cartas de las 164 JOSÉ RIAt familias y de los ami |
|
|
|
1 |
|
A |
|
B |
|
C |
|
E |
|
F |
|
M |
|
N |
|
P |
|
R |
|
T |
|
V |
|
X |
|
|
|