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FONDO José Migue; A/ zola V L A T A N íi R A S f7- r2Z- PLATANERAS COMEDIA EN TRES ACTOS ORIGINAL DE LEONCIO RODRÍGUEZ Estrenada en el Teatro Quimera de Santa Cruz de Tenerife, el 11 de febrero de 1933 * P « r « frÍM, IS SANTA CRUZ DE TENERIFE ( Islas Canarias) R E P A R T O PERSONAJES ACTORES Elena Irene López Heredia. Doña Luz Lis Abrines. Emilia ... ,., Carola Fernangómez. lío''* Adela Carbone. Micaela Consuelo Pallares. Águeda. Isabel Ortega. Engracia Avelina Yegros. Remedios María Isabel Pallares. Güáa, Ana María Noé. Don Eligió Ignacio Evans. Ernesto Mariano Asquerino. Don Abel ,. Octavio Castellanos. Encargado Ricardo Vargas. Julián José Baviera. Alejo Víctor Miguel Meras. Venancio Fernando Fresno. Juez Octavio Castellanos. Secretario Alfonso Albalat. Eermann Groth Fernando F. de Andrade Alguacil Ignacio Ortega. La acción en Tenerife, en una finca de plátanos. ^ ACTO PRIMERO Departamento de entrada a un taller de empaquetado de plátanos., En primer término, a la derecha, dos bancos paralelos, y a los lados, peque- ' ños montones de maderas para huacales. A la derecha, una mesa con dos o tres sillas. Puerta lateral a la izquierda, que comunica con la casa deR dueño de la finca, y otra, a la derecha, que da acceso all taller. Portada muy ancha al fondo, quef deja ver una gran extensión de plataneras. Las plantas, mostrando sus racimos, llegan hasta cerca de la puerta. En la lejanía, la sUueta de unaf montaña con casitas desperdigadas en su falda. Vénse pasar, de cuando en cuando, por fuera de la portada, trabajadoras con cacharras de agua a la cabeza. A la caída de la tarde. ESCENA I ÁGUEDA, ENGRACIA, REMEDIOS Y GILDA, EL ENCARGADO T ALEJO ( Al levantarse el telón, las cuatro mozas, sentadas dos a cada lado de los bancos que aparecen a la derecha, en primer término de la escena, se dedican a clavar cabeceros para el empaque de plátanos. Frente a ellas, a la izquierda, el Encargado del almacén, sentado en una pequeña mesa, toma notas que le va dictando Alejo ( de pie) con una pequeña libreta en la mano. Al fondo, en un ángulo del salón, una báscula, y Junto a ella una muchacha que va pesando los racimos que le traen los obreros de la huerta y que luego entran para el salón.) REMEDIOS.— Claven, muchachas, claven... GILDA.— Que quedan pocos. ÁGUEDA.—^ Despacio, que es mejor. ENGRACIA.— Sí, que no somos máquinas. GILDA.—¡ Fuerza, fuerza en los brazos! REMEDIOS.—¡ Arriba, muchachas! ÁGUEDA.—^ Pues yo no corro. ENGRACIA.— Ni yo tampoco. ENCARGADO.—( Mandándolas a parar.) A esperar un momento. GUiDA.—( Que aguo clavando.) Andarse, que es tarde. ENCARGADO.— Que se paren les digo. ¿ Están sordas? ALEJO.—.( Gritánd « ri « s.) Que les dicen que paren. REMEDIOS.— Hablar más alto. 6 ENCARGADO.— Ni que tuvieran tapones en los oídos. GILDA.—^ Pues, alto el fuego. REMEDIOS.— Alto. ÁGUEDA.—^ A callar todas. ENGRACIA.— Silencio. ENCARGADO.—( A Alejo.) Pues vete diciendo. ALEJO.—( Con la libreta en la mano.) ¿ Entradas o salidas? ENCARGADO.— Salidas. ALEJO.—( Dictando.) Dos camiones. ENCARGADO. — ( Apuntando.) Dos camiones. ¿ Guacales?... ALEJO.— Cien guacales. ENCARGADO.—( Escribiendo.) Cien guacales. ALEJO.— Clasiflcación. ENCARGADO.— Venga la clasificación. ALEJO.— Dobles. Veinte gigantes; diez extras-extras; diez extras; diez extras medios. ENCARGADO,— ¿ Triples? ALEJO.— Diez gigantes; diez triples gigantes; diez gigantes- gigantes. ENCARGADO.— ¿ Chiádruples? ALEJO.— Diez gigantes; diez triples gigantes. ENCARGADO.— ¿ Múltiples? ALEJO.—^ Ningimo. ENCARGADO.—^ Pues vengan las entradas. ¿ Madera? ALEJO.— 300 guacales. ENCARGADO.—^ Detalla. ALEJO.— Largueros, 84; cabeceros, 48. Crucetas, 18. ¿ 150 atados? ENCARGADO.— Sí; 150. ALEJO.—^ Total: 300 guacales. ENCARGADO.— 300 guacales. ALEJO.— Nada más. ENCARGADO.—^ Pues, listos. ALEJO.— ¿ Me llevo la libreta? ENCARGADO.— Guárdala por si la pide don Eligió. ALEJO.— ¿ y Sigo clasificando? ENCARGADO.— Si, tú a la clasificación. ALEJO.— ¿ y Julián? ENCARGADO.— Julián a las pesas. ALEJO.—^ Pues a la orden. ( Vá& e encargado por derecha.) REMEDIOS.—( A Alejo.) ¡ Adula, adula!... ALEJO.—¡ Trabajen hay! GILDA.—¡ Gandul! ALEJO.—¡ Cotorra!... ( Mutis también Alejo por derecha.) ESCENA U LAS MISMAS, MENOS EL ENCARGADO Y ALEJO REMEDIOS.—( Cantando.) Y al tanganillo, madre, y al tanganillo... GILDA.—( Continuando el canto.) que una pulga saltando rompió un lebrillo... REMEDIOS.—^ Rompió un lebrillo... 8 GILDA.— Que son mentiras, aue una pulga saltando no lo rompía. REMEDIOS.— No lo rompía... ÁGUEDA.—^ Dale con el guineo. GILDA.— y al tanganillo... REMEDIOS.— Rompió im lebrillo... ENGRACIA.—¡ Por Dios! AGXJíEDA.— Que me tienen loca. REMEDIOS.— Pensamiento que vuelas más que las aves... GILDA.—^ Llévale este suspiro a quién tú sabes... REMEDIOS.— A quién tú sabes... ENGRACIA.—( Alzando el martillo.) Que te calles te digo. ÁGUEDA.— Atízale... GILDA.— Que llamo a Julián. REMEDIOS.—( Llamando.) ¡ Julián!... ENGRACIA.—¡ Eh!, dejarse de confianzas. GILDA.—¡ Miá no te lo roben! ÁGUEDA.— Vaya, a tener fundamento. REMEDIOS.—¡ Puntas pa mí! GILDA.— Y pa mí también. ÁGUEDA.— ( Dándoles un puñado.) Puntas pa las dos. REIiíEDIOS.— Claven, muchachas, claven... GILDA.—¡ Contra! Que me he trillao. ENGRACIA.— Sopla, que es bueno. REMEDIOS.—( Volviendo a cantar): Un fraile confesando siete doncellas... en la capilla pilla la mejor de ellas... GILDA— La mejor de ellas... ENGRACIA.— ¿ A empezar otra vez? REÍ^ DIOS.— El perro de San Roque no tiene rabo, que tió Ramón Rodrigo se lo ha robao. GILDA.— Se lo ha robao... ÁGUEDA.— Cuatro nos quedan. ENGRACIA.— ¿ Cuatro na más? GILDA.— Cuatro, muchachas. REMEDIOS.—( Cantando.) Arriba, arriba, que arriba está el que premia y el que castiga... iGILDA.— Y el que castiga... ESCENA in LAS MISMAS Y JULIÁN JULIÁN.—( Por el fondo.) ¡ Ole por las cantadoras! ÁGUEDA.—¡ Buena, buena vida! ENGRACIA.— Triunfe quien pueda. JULIÁN.— Pues aquí me tienen. GILDA.— A quitarse el saco. REMEDIOS.— Que se constipa. JULIÁN.— Calla, que te hago un cuento... REMEDIOS.— Cuéntaselo a San Juan, que es máis viejo que yo. GILDA.—¡ Ayuda, gandul! 10 JXJLIAN.—^ Pues venga esa mano. ( Cogiéndole la muñeca.) ¡ Manda con fuerza! GILDA.—¡ Eh, que me duele! REaUEDICS.—¡ A palpear a otras! JULIÁN.— ¿ Qué dices? ( Queriendo pellizcarla.) REMEDIOS.— Quieto, que te llevas im martillazo. ÁGUEDA.—¡ Descuídate, Engracia!... ENGRACIA.— Me tiene sin culdao. JITLIAN.— ¿ En serio? ENiGRACIA.—^ En serio. OILDA.—¡ Ja, ja! ¡ Que se pelean... que se pelean!... REMEDIOS.—^ Arriba, arriba, que arriba está el que premia... GILDA.— Y el que castiga. JULIÁN.—¡ Cié, muchachas! ESCENA IV LOS MISMOS Y EL ENCARGADO. POR ULTIMO, VENANCIO ENCARGADO.—( Por derecha.) Vaya, se acabó la música. ¡ Al salón todas! GILDA.—¡ Listas, muchachas! REMEDIOS.—( Levantándose.) ¡ Arriba esos cuerpos! ENCARGADO.—( Dándoles prisa.) Vamos, vamos. ( A JuUán.) Avisar a Venancio, que ya es la hora. ( Sale Julián por el fondo.) ÁGUEDA.— ¿ Entramos cabeceros? ENCARGADO.—^ Después se entrarán. Ahora, todas al salón. Ustedes ( a Engracia y Águeda), a en- 11 guatar; Remedios a recalzar, y tú ( a Gilda) a las pesas con Julián. REMEDIOS.—¡ Te salvaste! GrLX> A.—¡ Rabeen! REMEDIOS.—^ Andarse, que van a tocar la corneta. ( Entra Julián por el fondo. Detrás Venancio, con un cuerno en la numo.) VENANCIO.— A la orden. ENCARGADO.—^ Despedir los peones, que es la hora. VENANCIO.— ¿ Toco entonces? ENCARGADO.— Sí, toca ya. ( Mutis por derecha.) REMEDIOS.—( Sin que la oiga Venancio.) ¡ Cuer-nito!... JULIÁN.—( A las mozas.) ¡ Pa dentro, que va a sonar el despertaor! GILDA.—¡ Ja, ja! ÁGUEDA.— Ni que estuviéramos en el cuartel. ( Oyese al fondo el sonido del cuerno, que retumba en toda la finca.) ENGRACIA.—¡ La cometa, muchachas! GILDA.—¡ Sopla, Venancio! REMEDIOS.—¡ Cuemito!... ( Mutis todas, por derecha, con grandes risas.) ESCENA V DOÑA LUZ, EMILIA, DON ABEL Y ELENA, TODOS POR IZQUIERDA DOÑA LUZ.—^ Pues te felicito, Elena. ¡ Hermosa casa! 12 EMILXA.—^ Un verdadero palacio... ELENA.— No tanto, no tanto... Un modesto albergue campesino. DON ABEL.—^( Que es bastante entretenido de los oídos.) ¡ Muy bien, Elena; muy bien!... Enhorabuena por todo. La casa, la finca, el clima... todo magnifico. EMILIA.—¡ Y decían que estabas en un destierro!... DOÑA LUZ.—^ La gente, que en todo se ha de meter. ELENA.— Sí, se habla mucho. DOÑA LUZ.—¡ Envidias! DON ABEL.—( A doña Luz.) ¿ Qué dices?... DOÑA LUZ.— Que estamos felicitando a Elena por la suerte que ha hecho. DON ABEL.—¡ Ah, sí! Una gran suerte... Se te felicita, Elena. ELENA.— Gracias, don Abel. EMILIA.—^ Pues, sí; no podrás quejarte dte tu cárcel. ¿ Encantada de la vida, verdad? ELENA.—( Aparte a Emilia, con tristeza.) ¡ Ay, Emilia! DOÑA LUZ.— ¿ y qué te voy a decir de la merienda?... Que te has excedido en atenciones. EMILIA.— Sí, un espléndido " lunch". DOÑA LUZ.— Ni en el " Quisisana", hija. ELENA.— Son ustedes demasiado amables. Un modesto obsequio de una humilde aldeana... EMILIA.—^ Pues quisiera ser aldeana como tú. ELENA.—¡ Ay, Emilia! 13 DON ABEL.—( Contemplando desde el fondo la platanera.) Acércate, Luz. DOÑA LUZ.— Sí, la platanera; ya la veo. DON ABEL.—¡ Soberbia! ¡ Soberbia! DOÑA LUZ.— Sí, hermosísima finca... ¡ La fruta que cogerán al año! DON ABEL.—^ Una verdadera suerte. DOÑA LUZ.— Fíjate, EmlUa. ELENA.—^ Asómate para que veas las huertas. EMILIA.—^ Ya estoy viendo. ¡ Una tontería, Elena! DOÑA LUZ.— Lo contento que estará Eligió con su finca. EMUJA.—^ Y Elena, mamá. DOÑA LUZ.—^ y Elena sobre todo. EMILIA.—^ Nada, humilde aldeana, que te compadezco por tu indigencia. EUaíA.—¡ Sí, sil DOÑA LUZ.—( A dom Abel). Pero, ¿ qué estás mirando tan atento? DON ABEL.—^ Fijándome en aquel plantón, que parece tiene algo de cochinilla. Te prevengo, Elena, que hay mucha " fórmica omnívora" en la platanera. Diceselo a Eligió. ELENA.—^ Pues él está siempre observando las plantas. No creo que vaya a descuidarse. DON ABEL.— Sí, vigilar mucho la platanera; estar siempre al acecho, que pueden tener un disgusto cualquier día. EMILIA.—¡ Por Dios, papá; que se van a llenar de miedo! DOÑA LUZ.— Una manía, hija. Tú no sabes el 14 dinero que se lleva gastado en libres y menj urges para combatir las plagas. DON ABEL.—( Llevándose la mano a un oído.) ¿ Qué dices?... DOÑA LUZ.— Que no nos hables de las hormigas. DON ABEL.— ¿ Por qué?... DOÑA LUZ.— Porque te vas a chiflar. DON ABEL.—^ Ya, ya. DOÑA LUZ.—( Al ver que don Abel sale para ainen,} Pero, ¿ adonde vas? DON ABEL.—^ Deja, que quiero observar de cerca aquel tronco. DOÑA LUZ.— Vete a enfangarte los zapatos. EMILIA.— No puede con su genio. ELENA.— Déjenlo, si es su gusto. DOÑA LUZ.— Sí, pero ya es demasiada preocupación. Yo creo que sueña con las hormigas. Y no es lo peor eso, sino que, como está un poco entretenido de los oídos, tiene la costumbre de leer en alto, y ya me sé de memoria hasta el número de reinas, obreras, centinelas y nodrizas que tiene cada hormiguero... Yo creo que terminará por chiflarnos a todos. ¡ COTÍ decirte que cuando siento una picazón en las piernas creo que son las hormigas que se me están subiendo por las medias!... ELENA.—¡ Pues no es chica preocupación! EMILIA.—^ Y total, para nada; para perder el tiempo tontamente. DOÑA LUZ.— No; no crean que todo son tonterías. Se pasa a veces un rato muy distraído leyendo los libros de Abel. Figúrate, que hay especies que se saludan y se hacen señas con sus antenas 15 como si fuesen telegrafistas... ¡ Un asombro, hija! ¡ Que tienen hasta telegrafía sin hilos!... EMILIA.—¡ Por Dios, mamá! ELENA.—¡ Quién sabe! Se ven hoy tantas cosas... DOÑA LUZ.—^ En fin; que no me cansaría de contarte detalles de las hormigas. Te confieso que les tenía bastante ojeriza, pero me son simpáticas desde que supe que huyen de los malos olores y que ellas mismas entierran a sus muertos. Lo único que no les perdono es que sean tan golosas. Porque, hija, con la abundancia de ellas que tengo en la finca no sé ya ni dónde esconder los azucareros... ELENA.—¡ Alguna falta habían de tener! ( Entra don Abel de la huerta.) DON ABEL.—^ Pues, no: me parece que no es la " fórmica omnívora". DOÑA LUZ.— ¿ Qué dices, hombre? ( Mirándole a los pies.) ¿ No te decía que ibas a ensuciarte los zapatos? ¡ Mira cómo los traes! ELENA.—^ Entre, para que se limpie. EMILIA.—¡ Las cosas de papá! DON ABEL.— No; no se preocupen. Ya nos limpiaremos en casa. ¡ Percances del oficio! ( Oyese el trajín del empaquetado.) REMEDIOS.—( Dentro, cantando): Un fraile confesando siete doncellas, en la capilla pilla la mejor de ellas... DOÑA LUZ.—( Con grrandes remilgos.) ¡ Hija, qué cantares! 16 EMILIA.— Sí, bastante subiditos de tono. ELENA.—^ Pues eso son flores. DOÑA LUZ.—¡ Hasta las trabajadoras!... ¡ El mundo, que está perdido!... ESCENA VI LOS MISMOS Y ERNESTO ERNESTO.— ( Por izquierda, con un pequeño libro en la mano.) ¿ Todavía por aquí? Ya veo que no tienen ustedes miedo a la noche. DOÑA LUZ.— Dijimos al chófer que a las siete. ERNESTO. ( Sacando un reloj.) Pues todavía os queda algún tiempo. EMILIA.— Y, además, se está muy bien aquí. ERNESTO.— De fresco, por lo menos. DOÑA LUZ.— De fresco y de todo. ERNESTO. ( A don Abel.) ¿ Aburrido, amigo don Abel? DON ABEL.— Contemplando la platanera de tu cuñado. ¡ Magnífica, magnífica!... ERNESTO.— Sí, mucho plátano. ¿ Y qué hay? ¿ Cómo van esos estudios insecticidas? ¿ Ha averiguado usted ya si se trata del " lasius fuUginoso"?... DON ABEL.— Hablaremos... hablaremos de eso, amigo Ernesto. ERNESTO.—¡ Nada, don Abel; guerra a los insectos! DOÑA LUZ.—¡ Calla; que vienes hecho un bolchevique! EMILIA.—¡ La moda, mamá! ELENA.—¡ Horror! 17 EMILIA.—^ Deja, que ya se le aplacará el fuego... revolucionario. Por de pronto, observo un buen síntoma: que se trae una novela para distraer sus ocios. ERNESTO.— No es novela, pero es igual. DOÑA LUZ.—^ A lo mejor un libro anarquista. ERNESTO.— Un libro de poesías... DOÑA LUZ.—( Asombrada.) ¡ Poesías, tú! ERNESTO.— Sí, poesías... Vea usted por dónde me ha dado ahora el furor bolchevique. ELENA.— Pues menos mal. EMILIA.—¡ Chifladuras que tienen a veces los médicos! ELENA.— Pintoresco... ERNESTO.— Pues, sí, un libro de versos. Admirable tónico para el espíritu en estas soledades campesinas. DOÑA LUZ.— Te desconozco. ¡ Romántico perdido! DON ABEL.—( A doña Luz.) ¿ Qué lee? DOÑA LUZ.— Versos... DON ABEL.—¡ Muy bien... muy bien! EMILIA.— Estamos admirados. ELENA.— y con lo mal que hablaba siempre de los poetas. ERNESTO.—^ Pero me he reconciliado al fin. Ahora, después de conocerlos un poco, les he devuelto mi estimación. Por de pronto, son completamente Inofensivos. Si acaso nos apedrean a veces con sus ripios; pero nada más. DON ABEL.—( Desde el fondo.) ¡ Don Eligió!... ¡ Aquí está el hombre de la suerte! 18 DOÑA LUZ.—¡ Oh, nuestro gran don Eligió! ( Siffiíe oyéndose el trajín de las empaquetadoras.) GILDA.—( Dentro, cantando): Arriba, arriba, que arriba está el que premia y el que castiga... ESCENA VU LOS MISMOS Y DON EUGIO DON ELIGID.—( Por el fondo, en traje de caza y con una escopeta al hombro.) ¡ Santas y buenas, señores! Perdonarán la facha. DON ABEL.— ( Dándole palmaditas.) ¿ Cazando, eh?... DON ELIGIÓ.—^ Matando el tiempo, don Abel. ERNESTO.— El tiempo... y las liebres. DON ELIGIÓ.— Si se ponen a tiro no va uno a dejarlas escapar... ( Saludando.) ¿ Y qué tal... qué tal van ustedes? DOÑA LUZ.— Muy bien; un dia admirable que hemos pasado. EMUJA.— Entusiasmadas con la finca. DON ELIGIÓ.— ¿ Gusta, eh? DOÑA LUZ.— Sobre todo la casa. Estoy enamorada de la casa. EMILIA.— Y la campiña, que no puede ser más bonita. ERNESTO.- Ni más distraída... DON ELIGIÓ.— Pues ya saben ustedes lo que tienen que hacer. 19 ELENA.— Ya se los he dicho, que vengan otro día con más calma. DON ELIGIÓ.— Sí, dejarse ver. Sobre todo usted, amigo don Abel, tan aficionado al campo. ( Volviendo a darle palmaditas en el hombro.) ¿ Muchos... muchos embarques este año? DON ABEL.— No tantos como usted, amigo, que está hecho un coloso de la platanera. DON ELIGIÓ.— ¿ Pero se vive, eh? ¿ Se vive? DOÑA LUZ.—^ Regularmente, don Eligió. No se pueden hacer hoy muchos milagros. ERNESTO.—^ Pero se vive... DOÑA LUZ.— Bueno fuera que no. DON ABEL.— Los ingredientes muy caros. DON ELIGIÓ.—^ Y lo que no son ingredientes. ¿ Qué me dice usted de la peonada? DOÑA LUZ.—¡ Oh, no me hable usted de los peones! Están imposibles. DON ABEL.—¡ Todo muy caro, amigo don Eligió! ERNESTO.— Desastroso. Están ustedes con el agua al cuello... DON ELIGIÓ.—^ Al doctor lo quisiera ver los sábados en el escritorio, con la lista de jornales sobre la mesa. ERNESTO.— Me dejará usted también su libro de cheques... DON ELIGIÓ.— Si usted los firma... ERNESTO.— Un pobre insolvente no puede permitirse esos lujos. DON ELIGIÓ.— Aguzar el ingenio, amigo. 20 DOÑA LUZ.— Si, estos señores lo quieren resolver todo con pólvora ajena. ERNESTO.— iLa antorcha, doña Luz! DOÑA LUZ.—¡ CaUa, revolucionario! ELENA.— Vamos, hablad de otros asuntos. DON ABEL.—^ Una pregunta, amigo don Eligió. DON ELIGIÓ.— Usted dirá, amigo don Abel. DON ABEL.— ¿ A cuánto viene promediando ahora? DON ELIGIÓ.— A veinticinco, un corte por otro. DON ABEL.—( Llevándose la mano al oído.) ¿ A cómo? DON ELIGIÓ.—¡ A veinticinco! DON ABEL.— Escucha, Luz. ¡ Que está promediando a veinticinco! DOÑA LUZ.—¡ Y nosotros, sin poder pasar de dieciocho! ERNESTO.—( Leyendo): La patria es una peña, la patria es una roca... EMILIA.—¡ Oh, muy bonito! ERNESTO.—( Bostezando.) ¡ Me duermo, Emilia! ELENA.—^ La costumbre que tiene de dormir la siesta... EMILIA.—^ Distráete, hombre. ERNESTO.— ¿ No ves? Distraidísimo que estoy. DON ABEL.— ¿ Y qué tal de aguas, amigo don Eligió? 21 DON EUGIO.—^ No tanta como se quiere; pero alguna... alguna hay. DOÑA LUZ.— ¿ Y la tendrá usted bien legalizada? Porque eso es lo primero. DON ELIGIÓ.— Siempre hay quien quiera pleitear. ¡ Y en eso estamos! DOÑA LUZ.— ¿ En pleitos? DON ELIGIÓ.— En pleitos, doña Luz. Esos del Molino que piden una parte. DOÑA LUZ.— ¿ Y usted defendiendo sus derechos? DON ELIGIÓ.— Natural: hay que defenderse, cueste lo que cueste. ¡ Pa guerrear nacimos! DOÑA LUZ.— Sí, lo comprendo; cuestión de carácter. Yo prefiero siempre la paz. ELENA.—^ Eso mismo le he aconsejado yo; no nos vayan a hacer algún daño en la finca. DON ELIGIÓ.— Ya sabré yo defenderme. EMILIA.— Y tú ¿ qué opinas, Ernesto? ERNESTO.— ¿ Yo?... Que soy enemigo de toda intransigencia. Respetar los derechos del prójimo y vivir en paz con la vecindad. ¡ Que corra, que corra el agua para todos!... DON ELIGIÓ.— Y afánese usted en buscarla para que otros se la lleven... ERNESTO.— Se la llevará, al fin y al cabo, la tierra que la alumbró. DON ELIGIÓ.—¡ Siempre desvariando! ERNESTO.— Razonando, amigo don Eligió. ELENA.—( Cortando la discasión.) ¿ Otra vez a discutir? 22 DOÑA LUZ.— lEste Ernesto!... ¡ Travieso nos ha salido, el pollo! EMILIA.— Antes no era así. ELENA.— La Universidad, que lo ha cambiado. ERNESTO.— La injusticia que me subleva. ELENA.— Cordura, Ernesto. DOÑA LUZ.— Bien; a despedirnos, que se nos hace de noche. EMILIA.—¡ Agradecidísima, Elena! DOÑA LUZ.— Esperamos que nos devuelvas la visita. EMILIA.— Alguna vez te has de dar una escapada. ¿ Palabra que si? ELENA.— Ya, ya veremos. EIvIILIA.— No, compromiso formal. ELENA.^— Pues compromiso formal. EMILIA.— Y que cuides bien a Ernesto. DOÑA LUZ.— Por lo menos dos semanas más de penitencia. , i ERNESTO.— No, por Dios: ¡ Quién resiste tanto! EMILIA.— Te enviaremos otro tomo de poesías para que te distraigas. ERNESTO.— Prefiero, querida Emilia, que me mandes lo más pronto posible el automóvU. ( Vuelve a oírse dentro del salón la voz de Remedies, cantando): Señores bailadores, alcen las patas, que parecen ratones dentro de zarzas... DOÑA LUZ.— Vamos, vamos. 23 DON EILIGIO.— Ya saben el camino para otro día. A ver si echamos una cana al aire. ¿ Verdad, amigo don Abel? DON ABEL.— Sí, volveremos, volveremos. DON ELIGIÓ.—¡ Pero avisen, eh! Avisen con tiempo. Por lo menos, para recibirlos en otra forma, que parece uno un méndigo con esta facha. ERNESTO.—( Aparte.) Un méndigo. ¡ Qué horror! DOÑA LUZ.—^ Tranquilícese usted. En el campo no se puede pedir mucha etiqueta. ERNESTO.—( También aparte.) Sí, pero por lo menos un poco dé gramática. DON ABEL.—( Despitliéndose también de Ernesto.) A ti ¿ qué te digo? Que te veamos pronto por casa. Tú sabes que se t3 aprecia de verdad. ERNESTO.—( Dándole palmaditas en el hombro.) Y se le corresponde, don Abel; se le corresponde con la misma moneda. Vaya usted tranquilo, que yo me encargaré de espantar las hormigas... DON ELIGIÓ.— Nicotina, amigo don Abel. Llévese usted por mis consejos. DON ABEL.— Sí, pero con prudencia, que se puede emborrachar la planta. Yo prefiero los procedimientos biológicos. Me han dicho que hay un arácnido que da los más excelentes resultados... DOÑA LUZ.— Vamos, que se van a reir de ti. ( A Emilia.) Al auto, niña, al auto. DOÑA LUZ.— ( A don Eligió.) Supongo que este año nos veremos con más frecuencia; que no se nos escapará usted al Extranjero, como otras veces. DON ELIGIÓ.— Ya sabe usted mi chifladura, do- 24 ña Luz: C! oven Garden... Pero este año me parece que voy a suprimir los viajes. Está ya uno cansado de corretear mundos. DOÑA LUZ.—^ Hace usted muy bien. No hay nada como el campo. ERNESTO.— Sí, el campo. ¡ Divertidísimo, Emilia! EMILIA.—¡ Este Ernesto... este Ernesto!... ELENA.—( En la puerta, mientras se oye la bocina del auto.) ¡ Adiós... adiós a todos! DON ELIGIÓ.—¡ Buen viaje! ERNESTO.—¡ Adiós!... ¡ Adiós!... ESCENA v ni ELENA, ERNESTO Y DON EUGIO DON ELIGIÓ.—^ Le cogen a uno siempre desprevenido. ERNESTO.— Está usted muy bien, y sobre todo, muy natural. No los iba usted a recibir de " smoking". DON ELIGIÓ.— No sería la primera vez que me lo pusiera. ERl^ STO.— Sí, pero el " smoking" para Londres. Aquí está muy bien con esa indumentaria de cazador. La llevan hasta las personas más aristocráticas. DON ELIGIÓ.—^ Y al que no le guste... ERNESTO.— Natural. Cada uno hace de su capa un sayo. ELENA.— Supongo que cenarás esta noche con nosotros. DON E1J3GIO.— Allá veremos. El empaquetado 25 dirá. Pero, por mí, no esperen. Voyme a dejar estos arreos en el escritorio. ELENA.—^ Avisarás entonces si te mando la cena. DON ELIGIÓ.— Que la preparen por si acaso. ( Mutis por el fondo.) ELENA.— Pues vamos, Ernesto. ERNESTO.— Sí, vamos. ¡ Qué hombre! ELENA.—^ Te encuentro triste. ERNESTO.— ¿ Triste por qué? ELENA.—¡ Ay, Ernesto! ERNESTO.— Vamos, vamos de una vez. ( Matis los dos por izquierda.) ESCENA IX ALEJO Y REMEDIOS. DESPUÉS DORA. POR ULTIMO, EL ENCARGADO ALEJO.—( A Remedios, que viene detrás.) ¡ Anda, a entrar cabeceros! REMEDIOS.— Los podías haber entrado tú solo. ALEJO.—^ Así me das compaña. REMEDIOS.— Tú tienes quien te la dé. ALEJO.— Si no me la das tú. ( Insinuándosele.) ¿ Quién mejor? REMEDIOS.— Anda; déjate dé bromas. ALEJO.— Aquí no nos mira nadie. ( Volviendo a insinuarse.) ¿ Verdá que no te pesa? REMEDIOS.— Que no seas majadero. Alcanza de una vez. ALEJO.—^ Pues vete cogiendo. REMEDIOS.— Más despacio, que eres un rehilete pa to. 26 ALEJO.— Cuanto más deprisa, mejor: ( Cmitaii-do.) Uno... dos... tres... cuatro. REMEDIOS.— i( P( miéndolos en un montón.) Sigue con los tuyos. ALEJO.— De poco te cansas. ( Con otro cabecero en la mano.) Coge por hay. REMEDIOS.—( Cogiéndolo por un extremo.) Pos suelta... ALEUO.— Suelta tú. REMEDIOS.— ¿ Estás de broma? ALEJO.—¡ Fuerzas tienes!... ( Tirando uno de cada lado.) ¡ A ver quién puede más! REMEDIOS.— Que lo vas a romper. ALEJO.—^ Pues suelta... REMEDIOS.— Suelta tú... DORA.—( Por el fondo, muy encorvada y apoyándose en un bastón.) ¡ Je, je!... Que no se vaya a quebrar el madero... ALEJO.— Bromeando... REMEDIOS.—^ Este, que le gustan los juegos. DORA.— Sigan, sigan que yo no estorbo. ALEJO.—^ Pues véngase pa acá. DORA.— Venía a guarecerme del relente. ¡ Qué noche, hijitos! Ya empiezan a guiñar los ojos las estrellas que vienen a llorar sobre los muertos!... REMEDIOS.—¡ Qué miedo! DORA.— No teman ustedes a las estrellas; teman a los duendes que en estas horas empiezan a hacer de las suyas. ALEJO.—¡ Cuentos de brujas! DORA.—^ Reios, reíos de los duendes. 27 ALEJO.—^ Pues, ande; écheme un rezao pa pasar el miedo. DORA.— Si das pa las Animas... REMEDIOS.—^ Dale algo, hombre. ALEJO.—( Sacando una moneda.) ¡ Vaya, un rial pa las Animas! DORA.— Que ellas te lo paguen y el Señor te lo acreciente. ¡ Daca esa mano! ALEJO.—^ Hay la tiene. DORA.— Abre un poco los dedos, y calla. REMEDIOS.—¡ Formalidá, hombre! ALEJO.—^ Pues vaya diciendo. DORA.—( Cogiéndole la mano): Una manzana me dieron bonita, pero emprestada; cinco me dieron por ella y diez para que guardara... Estos diez ( contándole los dedos) son los diez mandamientos de la Ley del Señor. Estos cinco, las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo. En esta mano ( cogiéndole la izquierda) estampó Dios el signo de que hemos de morir... En esta otra ( cogiéndole la derecha), ¡ la mano del hombre!, puso Dios el mundo para que lo sustentara. Pues tenia con brío, que llevas en ella tu mejor tesoro... REMEDIOS.—¡ A olvidarte ahora! ALEJO.— No hay cuidao. REMEDIOS.— ¿ y a mí...? DORA.— Otro día... otro día, mocita. Ahora, a frezar a las Animas, que me esperan. Sigan, sigan los dos con su coloquio... 28 ALEJO.— Bromas nada más. DORA.—¡ Je, je!... Por bromas se empieza y por veras se acaba. Que tengan buena noche. ( Mientras camina hacia izquierda.) Del cielo viene bajando San Pedro y también San Juan... REMEDIOS.—^ Escucha, Alejo. ALEJO.— Las oraciones, Remedios. DORA.—^ El cáliz trae en su mano la hostia pa consagrar... ( Mutis Dará por izquierda.) ENCARGADO.—( Por derecha.) ¿ Y esos cabeceros?... Que están esperando por ustedes. ALEJO.— Allá vamos. ( A Remedios.) Anda; llévate esos. REMEDIOS.— Echa más. ALEJO.— ¿ Más todavía? Se te pueden caer. REMEDIOS.—^ Echa, hombre. ENCARGADO.— A no discutir, que ya se han estado bastante. Haciendo argollas a lo mejor. REMEDIOS.—( Disponiéndose a salir con los cabeceros.) No se enfade... ALEJO. ( Detrás de ella, con cabeceros también.) ¡ Carga, Remedios! ESCENA X EL ENCARGADO ¥ DON ELIGIÓ DON ELIGIÓ.—( Por el fondo.) ¿ Qué? ¿ Mucha faena todavía? ENCARGADO.— Muy poca, terminando de estiba*:. 29 DON ELIGIÓ.— ¿ Despacharon ya los gigantes? ENCARGADO.— Estamos ahora con los triples. DON ELIGIÓ.— ¿ Y qué más novedades? ENCARGADO.— Que vino ya la madera que faltaba. DON ELIGIÓ.— ¿ Confrontaron los atados? ENCARGADO.— En eso están. DON ELIGIÓ.— ¿ y la demás gente? ENCARGADO.— Terminando de empaquetar como le dije. DON ELIGIÓ.— ¿ Distribuyó bien las mujeres? ENCARGADO.— Lo mismo que otras veces. Engracia y Águeda, enguatando; Remedios, recalzando, y Gilda en las pesas con Julián. DON ELIGIÓ.— Que no vayan a dejar la tarea a medias como otras veces. ENCARGADO.— Engracia dice que se quiere ir a las ocho; pero las otras se quedarán hasta las nueve. DON ELIGIÓ.— ¿ Y nada más? ENCARGADO.— Que volvió la comisión del Molino a hablar de las aguas. Les dije que usté estaba de cacería, y que volvieran por la tarde. DON ELIGIÓ.— ¿ Y qué contestaron? ENCARGADO.— Que ellos no volverían más. Que si esta noche no les dejaban regar romperían las llaves del tomadero. DON ELIGIÓ.— ¿ y usté oyéndoles, tan tranquilo? ENCARGADO.— Venían tan exaltados... DON ELIGIÓ.— ¿ Y la escopeta pa qué le sirve? ENCARGADO.— Eran muchos, y dispuestos a todo. DON ELIGIÓ.—¡ Fanfarronadas! ¡ Ya, ya se les bajarán los humos! 30 ENCARGADO.— ¿ Manda algo más? DON ELIGIO.- Que se le quite el miedo pa otra vez. Bien; a Micaela que me prepare la cena para las nueve. Y que le arregle a usted la suya. ENCARGADO.— ¿ Le dejo la libreta? DON ELIGIÓ.— Sí, a ver la libreta. ( Mutis el Encargado por la izquierda.) ESCENA XI DON ELIGIÓ Y ENGRACIA DON ELIGIÓ.—( Sacando un reloj del bolsillo.) ¡ Las ocho!...( Se sienta y comienza a repasar la libreta.) ENGRACIA.—( Por la derecha, poniéndose un sobretodo.) ¡ A buenas noches! DON ELIGIÓ.— ¿ Te marchas? ENGRACIA.—¡ Si usted no me necesita! DON ELIGIÓ.— Aguarda un momento. ¿ Vas sola? ENGRACIA.— Sola... DON ELIGIÓ.— ¿ Y no tienes miedo? ENGRACIA.— ¿ Miedo de qué? DON ELIGIÓ.— De que te pueda salir alguien por el camino. ENGRACIA.— ¿ Bah! No hay cuidado. DON ELIGIÓ.— Pues así me gustan a mi las mujeres, sin miedo a nada. ¡ Anda, ven conmigo! ENGRACIA.— ¿ Pa qué? DON ELIGIO.- Que te tengo que decir una cosa en el escritorio. ENGRACIA.— ¿ A mí? 31 DON ELIGIÓ.— Sí, a tí. Anda de una vez. ENGRACIA.— Pero ¿ adonde? DON ELIGIÓ.— Al escritorio, que está cerca. ENGRACIA.—( Queriendo marcharse.) ¡ A buenas noches! DON ELIGIÓ.—( Detrás de ella.) Espera, mujer. ENGRACIA.—( Muy sobresaltada.) ¡ Guah! DON ELIGIÓ.— Que esperes te digo. ENGRACIA.—( Muy nerviosa, desapareciendo por el foro.) ¡ A buenas noches! DON ELIGIÓ.—( Detrás de ella.) Aguarda un poco. ( Mutis rápido Don Eligió por el foro.) ESCENA XII DORA, JULIÁN, LAS TRABAJADORAS, ALEJO, EL ENCARGADO, ÁGUEDA, ELENA Y ERNESTO DORA.—( Asomando la cabeza por una de las puertas de la izquierda.) ¡ Je, je!... ( Vese salir a Julián por la derecha; y después de aguardar un instante detrás de la portada, desaparecer súbitamente por el fondo.) DORA.—( Volviendo a asomar la cabeza por izquierda.) ¡ Je, je!... ( Transcurren unos segundos de espéctante suénelo, y, de pronto, óyese una fuerte detonación en la huerta.) DORA.—( Santiguándose) ¡ El diablo. Cristo bendito! ¡ El diablo! UN GRUPO DE TRABAJADORAS.—( Por derecha.) ¡ Un tiro... un tiro en la huerta!!... ALEJO.—( Abriéndose paso.) ¡ Corran!... 32 ÁGUEDA.—¡ Aguarda, por Dios! ALEJO.—¡ El Encargado!... ¡ Llamar al Encargado!! EL ENCARGADO.—( Por izquierda.) ¿ Un tiro?... ALEJO.—¡ Si, en la huerta!... Y aquí cerca... ENCARGADO.—( A las trabajadoras.) ¡ Venga una lámpara! ÁGUEDA.—¡ Una luz... que traigan una luz!... ELENA.—( Por izquierda, consternada.) ¡ Eligió!. . ¿ Dónde está Eligió? DORA.—¡ Pa la huerta, mi ama!... ELENA.—¡ Eligió!... ERNESTO.—( Por izquierda.) Pero, ¿ qué pasa? ENCARGADO.—( Desde el fondo.) ¡ Venga don Ernesto ! ELENA.— i Dios mío! ERNESTO—( A Jas mujeres.) ¡ Quietas, quietas todas! ALEJO..—( Desde fuera) ¡ El amo... que le han ti-rao al amo!... ELENA.—¡ Corran!... DORA.—¡ El diablo. Cristo bendito! ( Agólpanse las mujeres en la puert » y vese, al fondo, el respíendor de una lámpara de carburo.) UNA VOZ.—¡ Alumbren... alumbren pa acá!... OTRA.—¡ Don Eligió!... ¡ Don Eligió!... TELÓN 33 34 VENANCIO.— Como uno durmiendo no sabe lo que duerme... ACTO SEGUNDO La misma decoración del acto anterior, ESCENA I GILDA Y REMEDIOS, DESPUÉS DORA ( Al levantarse el telón, GUda y Remedios se ha:- Ülan merendando en uno de los bancos de la derecha.) GILDA.— Come, mujer. REMEDIOS.— No tengo ganas. GILDA.— Pues yo si como... Anda, cógete un plátano. REMEDIOS.— No; no quiero. GILDA.— ¿ Y dátiles tampoco? REMEDIOS.— Tampoco. 35 QILDA.—( Comiéndose un plátano.) Pues yo si como... REMEDIOS.—¡ Dichosa tú! GILDA.— No; me voy a poner a llorar... ¡ Come, muchacha! REMEDIOS.— Dale con la majadería. Que no tengo ganas, mujer. GILDA.— Pues no te enfades. REMEDIOS.— El enfado que tengo es que no he podido dormir en toda la noche. GILDA.—^ Pues yo, como si tal cosa. REMEDIOS.—^ Porque tú no vistes nada. GILDA.— No haber sido curiosa. REMEDIOS.— Nos íbamos a estar quietas y el amo herido en la huerta. GILDA.— Que no hubiera salido. REMEDIOS.— Saldría porque tendría que hacer. GILDA.— O no tendría. Vete tú a saber. REMEDIOS.- Lo que sé es que me llevé un buen susto. GILDA.— Pues traga pa que se te quite. A buen seguro que nadie se disguste por nosotras. REMEDIOS.— Come tú y déjame a mí. GILDA.—( Comiéndose otro plátano.) Pues yo si como... ( Entra Dora por el fondo, apoyándose, como siempre, en su bastón.) DORA.—^ Hablen, hablen más bajo, que está el amo enfermo. GILDA.— Ya viene a meter miedo con las brujas... DORA.— Ríanse ustedes... REMEDIOS.— Yo no me río. 36 GILDA.— Pues eche por la boca. Usté que es una zahori pa todo. DORA.— ¿ Yo, hijita? Ojos que no ven, ojos que se callan. REMEDIOS.—¡ Y usté pa no saben DORA.— Lo que saben todos. GILDA.— Que dicen que fueron los del Molino. DORA.— Pos ahora lo oigo. REMEDIOS.— Hágase la nueva. DORA.—¡ Mi alma pa Dios! Que ahora lo oigo. GILDA.— Ande, échese un cálculo. DORA.—¡ Je, je! ¡ A tirarme de la lengua!... ¡ Y yo qué sé, hijita, yo qué sé! REMEDIOS.—¡ Pues si usted no lo sabe!... GILDA.— Pero puede que adivine. DORA.— i Je, je! ¡ Cualquiera lo adivina! ¡ Duendes a lo mejor! ESCENA II LAS MISMAS Y EL ENCARGADO ENCARGADO.—( Por izquierda.) ¿ Pero hoy no se trabaja aquí? REMEDIOS.— Esperábamos por las demás. ENCARGADO.— ¿ Y no ha venido Águeda? GILDA.— Estará mala, como Engracia. ENCARGADO.— ¿ Y Julián tampoco? REMEDIOS.— Julián andaba antes hay fuera. ENCARGADO.— Pues, pa dentro ustedes. Y no hacer bulla. GILDA.— Entonces, ¿ no se clava? 37 ENCARGADO.— Hoy no se clava. Los martillos quietos y nada de cantos. BEMKDIOS.—¡ Pa cantos estamos!... ENCARGADO.— Y ya lo sabéis; que no se oiga hoy una voz más alta que otra, que hay enfermos arriba. GILDjA.—¡ Silencio, muchacha! ENGARGADO.—( Saliendo por el fondo.) ¿ Pero dónde anda esa gente? ( Llamando.) ¡ Alejo! GILDA.— Pues vamonos nosotras. REMEDIOS.— Con las ganas que tengo de trabajar... DORA.— Vayan, vayan a su obligación. Ya saben lo que les han dicho; no hacer bulla... no hacer bulla... que está el amo enfermo. REMEDIOS.— ¿ Se cree usté que somos unas locas? GILDA.—( A Remedios.) ¡ Hija, aqui hay que andar hoy a puntas de pie! REMEDIOS.— Si yo sé esto me quedo en mi casa. ¡ Pa estar en duelo!... GILDA.— Canta, boba. ¡ Échate un responso! DORA.—¡ Vayan, vayan a sus quehaceres! GILDA.—( Volviendo la cabeza.) Sí, rece... pero no cante... REMEDIOS.—^ Ya cantará algún día... GILDA.— Lo dudo. Ni aunque le tiren de la lengua. ( Mutis GUda y Remedios por derecha.) ESCENA xa DORA T ERNESTO ERNESTO.—( Por izquierda.) ¡ Querida vlejecita!.,. ¿ Usted por aquí? 38 DORA.— Aquí, descansando los huesos. ERNESTO.—( Dándole palmaditas en el hombro.) ¿ Qué tal, ilustre amiga, qué tal? ¡ Solitaria y callada está hoy! ¿ En qué piensa la viejecita? DORA.—^ En las cosas del mundo, don Ernesto. ERNESTO.— Sí, ¡ qué mundo éste! DORA.—¡ Cuánta ruindá! ERNESTO.—¡ Miserias humanas! DORA.— ¿ y el amo mejorando?... ¡ Buen chasco, don Ernesto! ERNESTO.— Sí, buen chasco... ¡ Un susto tremendo! DORA.— Para él más que nada. ERNESTO.— Para él y para todos. Nos han hecho pasar una noche terrible. DORA.— Yo no he podido plegar los ojos todavía... ¡ Buen susto! ¡ Si nos llegan a matar al amo! ERNESTO.— Pues no hay cuidado. Una pequeñ;\ herida nada más. DORA.—¡ Y no saberse quién fué la mano que ha hecho la maldá! ERNESTO.— De averiguarlo se trata. ¿ Qué cree usted, amiga Dora? DORA.—¡ Je, je!... jSi uno supiera! ERNESTO.—¡ Algún alma, tal vez, del otro mundo!... DORA. ¡ Je, je!... ¡ Las cosas de don Ernesto! ¡ Echarle la culpa a las pobres ánimas! ERNESTO.— Pues alguien tendría que ser. ¿ Cree usted que podrían haber sido los del Molino?... 39 DORA.— Yo qué sé, don Ernesto; yo qué sé... iFiguraciones a lo mejor! ERNESTO.— Eso digo yo; que las gentes fantasean mucho. DORA.— Lo cierto es que otra como ésta no llevo yo vista en mis años. ERNESTO.—¡ Y con lo que usted sabrá de cosas de la vida! DORA.— Pues si fuera a contar historias... ERNESTO.—¡ Ande, querida viejecita; cuénteme alguna! DORA.—¡ Si me quita usté estos dolores que me tienen baldadas las piernas!... ERNESTO.— Los dolores se los voy a suprimir radicalmente. DORA.— No es capaz usté de hacer ese milagro, por mucha ciencia que tenga. ERNESTO.— ¿ Que no? Pues ya lo verá. Le prometo que andará muy pronto sin bastones... DORA.—¡ Ilusiones, don Ernesto! ¡ Vaya usté a quitarle los puntales al árbol que se cae, que se lo llevará el viento cualquier día!... ERNESTO.— No; no hay que temer nada de eso. A la encina no la derriba tan fácilmente el huracán. Vamos, amiga Dora, ¡ cuénteme alguna de esas historias que usted sabe! DORA.— Una sabía, pero es muy larga de contar: i la historia de Guanina!... ERNESTO.— ¿ Historia de amores?... DORA.— De la codicia de los hombres. De aquellos que cayeron en boca de sus siervos. ERNESTO.—¡ Cuente, cuente, querida viejecita! 40 DORA.—¡ Bah! ¿ Y quién no ha oido hablar de lo desgraciada que fué Guanina y del fin que tuvo Tl-tañé, el Mencey?... ERNESTO.— Yo, por primera vez. DORA.—^ Pues cuentan, si no mienten las fábulas, que era el Señor más poderoso de nuestra tierra: Diez doncellas cuidaban su lecho, mil guerreros oían su voz... En Adeje su cueva era la cueva real... Hasta que un dia quebrósele a Titañé el hilo de la suerte, y viéndole los vasallos sin trono ni corona, decíanle al oído: "¡ Guay, guay, mencey, infiel; la codicia te cegó!" ¡ Y todo por el daño que había hecho a la pobre Guanina! ERNESTO.— i Interesantísimo! DORA.— Pues ya sabe, don Ernesto, la historia de Titañé. ERNESTO.— i Admirable! Sobre todo el comentario de los vasallos. DORA.— Titañé se lo merecía. ERNESTO.—¡ Oh, ya lo creo! ¡ El que a hierro mata!... DORA.— Eso digo yo: la codicia nunca puede tener buen fin. ERNESTO.— Y, si no, que se lo pregunten a Titañé. ¡ Guay, guay, mencey infiel! DORA.—¡ Je, je! ¡ Pues no se lo sabe ya de memoria! ERNESTO.—¡ Oh, he tenido siempre una memoria feliz! 41 DORA.—¡ Que Dios se la conserve por muchos años! ERNESTO.— Gracias, querida viejeclta. Y ahora, a cumplir lo prometido. A curarle enseguida esos dolores. Desde mañana mismo vamos a comenzar el tratamiento. DORA.—¡ Je, je! Tarde va a ser ese milagro. ¡ Pa lo que me queda de andar por el mundo! ERNESTO.— Ya, ya verá. Hasta luego, mi Ilustre amiga. Necesito airearme un poco la cabeza. DORA.— Distráigase, distráigase su mercé, que habrá pasao muy mala noche. ERNESTO.— ¿ Buen chasco, eh? DORA.— Sí, buen chasco. ERNESTO.—( Desde el foro, al salir.) ¡ Guanina y el Mencey..., la codicia y los siervos!... ¡ Nada, que este cuento ha sido un hallazgo admirable!... ESCENA IV REMEDIOS Y DORA.— DESPUÉS ÁGUEDA.— POR ULTIMO, EL ENCARGADO Y ALEJO REMEDIOS.—( Por izquierda. A Dora.) ¿ Ha visto por hay el betún? DORA.— ¿ Qué betún? REMEDIOS.—^ El betún, que voy a poner las marcas. DORA.— Haberte explicao. REMEDIOS.— i Sí, me iba a betunar los zapatos! .. DORA.—¡ Yo qué sabia! 42 REMEDIOS.—( Buscando por todas partes.) Pues no lo encuentro. Ni el estampen tampoco. DORA.—^ Busca, mujer. REMEDIOS.— Que lo busquen ellos, que yo no lo hallo. DORA.— No te desesperes, que es peor. REMEDIOS.— Usté porque no tiene prisa. DORA.— Calma, hija... REMEDIOS.— Pues yo no encuentro el betún. DORA.—^ Busca, mujer. REMEDIOS.— No me apure, señora. DORA.— Sosiégate, Remedios. ( Entra Águeda por el fondo.) ÁGUEDA.— Buenos días... DORA.— Buenos dias. REMEDIOS.— No dirás que no has descansao. ¡ Las doce de la mañana! ÁGUEDA— Creí que no trabajaban hoy. REMEDIOS.- SÍ, íbamos a estar de parranda. AGUEDA.-( A Dora.) ¿ Y el amo? DORA.- Mejorando, a Dios las gracias. ÁGUEDA.— Buen susto. DORA.— Sí, bueno. ÁGUEDA.— Yo no he dormido en toda la noche. REMEDIOS.- Ni yo tampoco. Cayéndome estoy da sueño. DORA.— Y de Engracia, ¿ qué sabes? ÁGUEDA.— Enferma del disgustó. REMEDIOS.— ¿ Estuvistes en la casa? ÁGUEDA.— Sí, y me dio pena de verla. ¡ Lo desco- 43 lorida que se ha quedado la muchacha!... ¡ A cualquiera se la doy!... REMEDIOS.— A mí me hubieran levantao muerta. DORA.—¡ Pobre Engracia! ¿ Qué poco no contará? ÁGUEDA.— Sí, cuenta y no acaba del susto que pasó. De lo demás, ni una palabra. ¡ Un misterio que no hay quién lo entienda! REMEDIOS.—¡ Y ella qué puede contar! ¿ Echaría a correr al oír el tiro? ÁGUEDA.— No; se iba a quedar aguardando. ¡ Las preguntas que tiene esta! DORA.— También escapó de buenas Julián. ÁGUEDA.— Pero Julián tuvo más suerte que Engracia. REMEDIOS.— No estaría tan cerca. ÁGUEDA.— Como vive pa abajo... Pues eso le salvó. Que si llega a pasar por el tomadero también se lleva un buen susto. DORA.—¡ Dichoso tomadero! ÁGUEDA.—^ Eso dicen todos; que el gato está en-cerrao en el tomadero... ( Bajando la voz.) Aquí pa nosotros; que el que más y el que menos sabe ya por dónde le vienen las aguas al Molino. REMEDIOS.— Pues no digas más. ÁGUEDA.— Culdao si lo repiten. Que a mí no me invoquen. DORA.— Hacen bien; que a lo mejor salta la liebre por otro lao... REMEDIOS.— Hable, señora. DORA.—¡ Je, je!... jCualquiera adivina! ( Entra por el fondo el Encargado con Alejo.) 44 ENCARGADO.—( Muy apurado.) ¡ Pa lentro todos!... REMEDIOS.— Sí, ya nos íbamos. ENCARGADO.— Pronto, que está hay el señor Juez!... ALEJO.—^ Andarse de prisa. DORA.—¡ Animas benditas! REMEDIOS.—¡ El juez, Águeda! ÁGUEDA.— Vamonos, vamonos nosotras DORA.—¡ Que Dios nos asista! REMEDIOS.—¡ El señor juez! DORA.—¡ La Justicia!... Entren, entren de una vez. ( Mutis por derecha, incluso Dora.) ENCARGADO.—( A Alejo.) ¡ La mesa, hombre!... Limpiarla enseguida. Poner bien esas sillas. ALEJO.— Y tinta que no habrá... ENCARGADO.— Abre esa gaveta. ¡ El tintero!... ALEJO.— Aquí está. Y plumas también. ENCARGADO.— Sacude bien ese polvo. ALEJO.— Ya está. . ENCARGADO.— Pues, fuera. ( Mutis Alejo por el fondo.) ESCENA V EL JUEZ, EL SECRETARIO, EL ALGUACIL Y EL ENCARGADO ENCARGADO—( En la puerta del fondo, haciendo una gran reverencia.) ¡ Par. e el señor juez!... JUEZ.— ¿ Es este el empaquetado de don Eligió?... ENCARGADO.— Sí, señor. Este es. 45 JUEZ.— ¿ Y su domicilio particular? ENCARGADO.—( Señalando a izquierda.) Por esta puerta, señor. En el piso de arriba. JUEZ.—( Al secretorio, que hojea las diligencias.) Bien; termine usté la diligencia de inspección ocular. SECRETARIO.— Ya está, señor juez. JXJEZ.- ¿ Se midió la distancia que existe entre el empaquetado y el sitio donde apareció el herido? SECRETARIO.— Sí, señor. JUEZ.— ¿ Y de este último al tomadero de la finca? SECRETARIO.— También. JUEZ.— Pues a la prueba testifical. SECRETARIO.— ¿ Se amplía la declaración del herido ante el juez municipal? JUEZ.— Se ampliará después. Que comparezcan los otros testigos. ( Al Encargado.) Puede usted retirarse. ENCARGADO.—( Marchándose por derecha.) A la orden, señor juez... SECRETARIO.—( En alto.) Julián Hernández. ALGUACIL.—( Desde el fondo, tombién en alto.) Julián Hernández. ( Entra éste por el fondo.) 4 . ESCENA VI JULIÁN, EL JUEZ Y EL SECRETARIO JUEZ.— ¿ Es usted Julián Hernández? JULIÁN.— Servidor, señor juez. JUEZ.— ¿ Casado o soltero? JULIÁN.— Soltero. 46 JUEZ.— ¿ Cuántos años? JULIÁN.— Veintidós años. JUEZ.— ¿ Trabajador de la finca? JULIÁN.— Encargado de las pesas. JUEZ.— ¿ Natural de este pueblo? JULIÁN.— Si, señor; del Valle. JUEZ.— ¿ Promete usted decir verdad? JULIÁN.— Sí, señor. JUEZ.— ¿ Recuerda a qué horas salió usted anoche del trabajo? JULIÁN.— A eso de las ocho. JUEZ.— ¿ Vio usted salir a Engracia González? JULIÁN.— La vi coger el sobretodo pa marcharse. Después no supe más de ella. JUEZ.— ¿ Acostumbran ustedes salir juntos? JULIÁN.— Hasta la puerta algunas veces; pero después cada uno sigue su camino. Ella pa la carretera y yo pa abajo. JUEZ.— ¿ Vio usted a don Eligió hay fuera? JULIÁN.— No, señor. JUEZ.— ¿ Sabe usted si tiene costumbre de estar a esas horas en la huerta? JULIÁN.—^ A esas horas acostumbra estar en el escritorio repasando las cuentas. JUEZ.— ¿ Y al salir vio usted luz en el escritorio? JULIÁN.— Señor; no recuerdo. JUEZ.— ¿ Sintió usted el tiro antes o después de salir del salón? JULIÁN.— Lo sentí yendo pa mi casa. JUEZ.— ¿ Y no volvió usted para atrás? JULIÁN.— No, señor. Creí que sería don Eligió tirando con la escopeta. 47 JUEZ.— ¿ Sabe usted si tiene enemigos don Eligió? JULIÁN.— Si no es por las aguas... JUEZ.— ¿ Pero usted no lo sabe? JULIÁN.— Yo, lo que he oido decir. JUEZ.— ¿ Y qué ha oido usted decir? JULIÁN.— Que lo tenían amenazao. JUEZ.— ¿ Quiénes? JULIÁN.— Las del Mojino, según dicen. JUEZ.— ¿ Y cuándo supo usted que habían herida a don Eligió? JULIÁN.— Esta mañana al venir al trabajo. JUEZ.— ¿ Tiene usted alguna sospecha respecto a quién haya podido ser el autor del disparo? JULIÁN.— Ninguna. JUEZ.— ¿ Sabe usted firmar? JULIÁN.— No, señor. JUEZ.—^ Pues retírese usted. JULIÁN.— A la orden, señor juez. SECRETARIO.—( Llamando.) Engracia González. ALGUACIL.— Engracia González... ( Pasados algunos instantes.) No está. Dicen que se encuentra enferma. JUEZ.—( Al secretario.) Que se le cite para el Juzgado. SECRETARIO.— Venancio González. ALGUACIL.— Venancio González. ( Entra Venancio.) ESCENA Vn VENANCIO Y EL JUZGADO. POE ULTIMO EL ENCARGADO VENANCIO.— Servidor, señor juez. 48 JUEZ.— ¿ Es usted Venancio González? VENANCIO.— SI, señor; Venancio. JUEZ.- ¿ Su oficio? VENANCIO.— Cuidar las vacas. JUEZ.— ¿ Nada más? VENANCIO.— Y tocar el cuerno. JUEZ.— ¿ Músico? VENANCIO.— No, señor; enca, rgao de dar la hora a los peones. JUEZ.— ¿ La entrada? VENANCIO.— Si, señor; la entrada. JUEZ.— ¿ Y la salida? VENANCIO.—^ Pa la salida no hay más que tocarles un pito. JUEZ.— ¿ Su estado? VENANCIO.—^ Expliqúese su señoría. JUEZ.— ¿ Que si es usted casado o soltero? VENANCIO.— Viudo y casao ahora con Segunda. JUEZ.— ¿ Segunda mujer? VENANCIO.— Segunda Expósito. JUEZ.— ¿ Con hijos? VENANCIO.— Sí, señor. Dos de la primera y dos que tengo de la segunda. JUEZ.— ¿ Hembras o varones? VENANCIO.— Hembras toas. JUEZ.— ¿ Solteras? VENANCIO.— Dos solteras y dos casadas. JUEZ.— ¿ Con hijos también? VENANCIO.— Con hijos las solteras. JUEZ.— Querrá usted decir las casadas. 49 VENANCIO.— No, señor; las solteras. De risa, como suele decirse. JUEZ.— Sí, naturales, VENANCIO.— Eso es, señor juez. Golpes de la vida. JUEZ.— Bien; a los hechos, que es lo Importante. Cuando hicieron el disparo en la huerta, ¿ estaba usted dentro o fuera de la gañanía? VENANCIO.— Dentro, con las vacas, descabezando un sueño. JUEZ.— ¿ Dormido del todo? VENANCIO.— Estaría, señor juez. Como uno durmiendo no sabe lo que duerme .. JUEZ.— ¿ Y usted qué hizo al oír el tiro? VENANCIO.— ¿ Yo?... ¡ Presinarme, señor juez! JUEZ.— ¿ Tuvo usted miedo? VENANCIO.— Miedo a que siguieran tirando y me pudiera llegar un rebote. Pero, pasao el susto, cavilé enseguida: " Cata; éste debe ser don Eligió tirándola a las lechuzas". JUEZ.— ¿ Acostumbra don Eligió cazar de noche? VENANCIO.— Habiendo lima y blcharraco a quien tirar, pa él es lo mismo el día que la noche. JUEZ.— ¿ Y es buen tirador el amo? VENANCIO.— Pama tiene. JUEZ.— ¿ Pero usted no lo sabe? VENANCIO.— Yo, lo que oigo decir a to el mundo: que donde pone el ojo pone la bala. Y pa mí que es verdá, porque una vez le vi tirar a un cernícalo que volaba detrás de una torcaz; matar al cernícalo, y no tocarle una uña a la torcaz. Asi es que no me pon- 90 dría yo delante de su escopeta. ¡ La guiñaba, señor Juez! JUEZ.— ¿ Oyó usted correr a alguien después del tiro? VENANCIO.— Los gatos...; persona no oí nlngima. JUEZ.— ¿ Y cómo supo usted que habían atentado contra den Eligió? VENANCIO.— Por una peona que Iba pa arriba, y que, al preguntarle yo, " ¿ qué pasa, cristiana?", me contestó: " A don Eligió que le han tirao". JUEZ.— ¿ Conoció usted a la peona? VENANCIO.— Iba tan forrada con el sobretodo, que más bien parecía una fantasma. JUEZ.— ¿ Pero observó usted bien que era mujer? VENANCIO.— Si no disimuló la voz, pa mi que tenía que ser hembra. JUEZ.— ¿ Ha oido usted alguna versión respecto al suceso? VENANCIO.— Yo oigo muy poco. JXJEZ.— ¿ Algún defecto físico que padece? VENANCIO.— Que yo no me trato mucho con los peones, y con las peonas menos. Son muy bulleras y amigas de poner motes a las personas. JUEZ.— ¿ Motes? VENANCIO. ^ Usté verá. Primero me llamaban " Corneta"; luego " Despertaor", y ahora " Cuemlto". JUEZ.— Entonces, ¿ está usted peleado con todos en la finca? VENANCIO.— Yo con naidie. Ellos conmigo porque dicen que les toco el cuerno antes de la hora. ¡ Quieren que sea uno siempre un reló! JUEZ.— ¿ Sabe usted firmar? 51 VENANCIO.— Antes sabía poner una cruz. Si quiere el señor juez... JUEZ.—^ No; retírese usted. VENANCIO.— ¿ Na más? JUEZ.— Nada más. VENANCIO.— Pos poco le he dicho. JUEZ.—^ Es bastante. VENANCIO.— A la orden, señor Juez, y que no seaná. JUEZ.—^ Vaya, vaya con Dios. ( Mutis Venancio por el foro.) SECRETARIO.— ¿ Ampliamos la declaración del herido? JUEZ.— Si, a eso vamos. ( Al alguacIL) Que entre el Encargado. ALGUACIL.-( Llamando.) i El Encargado! ENCARGADO.—( Por el fondo.) A la orden. JUEZ.— Pregunte usted si está visible don Eligió. ( Sale el Encargado por izquierda.) SECRETARIO.— Faltan, señor Juez, algunas declaraciones más. JUEZ.— Lea usted la relación. SEC3RETARIO.—( Leyendo.) Fidel López, encargado del almacén; Dora de los Ríos, anciana de 84 años: Águeda y Remedios, obreras del taller... JUEZ.— Que se les cite para el Juzgado. SECRETARIO.— ¿ A Dora también? JUEZ.— ¿ Qué edad dice usted que tiene? SECRETARIO.— Ochenta y cuatro años. JUEZ.— Prescinda usted de ella. SECRETARIO.— ¿ Nada más? JUEZ.— Sí, tome usted nota. Orden a la Guar- 52 día civU para que proceda a la detención del presidente y secretarlo de la Comunidad de Regantes de £ 1 Molino. ENCARGADO.—( Por izquierda.) Don Eligió que no se moleste en subir el señor juez, que ahora viene. JUEZ.— ¿ Le diría usted que no era necesario que bajase? ENCARGADO.— Sí, señor. JUEZ.— Pues retírese usted. ( Mutis Encargado por el fondo.) SECRETARIO.— ¿ El folio quinto? JUEZ.— Sí. el folio quinto. ( Repasa un momento el tóüa.) SECRETARIO.—( Al juez, enfrascado en la lectura del folio.) Don Eligió... ESCENA Vin EL JUZGADO Y DON EUGIO DON ELIGIÓ.—( Por izquierda, con una venda en la cabeza.) ¡ Salú, señor juez! JUEZ.— Pase, pase usted. DON ELIGIÓ.—( Saludando también al secretario.) Muy buenas, señor escribano. SECRETARIO.— Muy buenas, señor don Eligió. JUEZ.— Le felicito por su rápida mejoría. No esperaba encontrarle tan fuerte. DON ELIGIÓ.— Le habrían dicho al señor juez que estaba poco menos que difunto. Pues aquí me tiene Su Señoría. 53 JUEZ.~ Ya, ya veo. Que es usted de una naturaleza envidiable. DON ELIGIÓ.— Se aguanta lo que se puede. Ahora que no dejan a uno tranquilo ni en su casa. JUEZ.—^ Es verdad; enemigos que tienen siempre las personas importantes como usted. DON ELIGIÓ.— y sin haber hecho más que favores en esta vida. JUEZ.— Si, me imagino; pero tiene usted al mismo tiempo que dar gracias a Dios de que el accidente no haya revestido caracteres más graves. DON ELIGIÓ.— A mi fortaleza se lo debo, señor juez. JUEZ.— A su fortaleza y al auxilio de los médicos. DON ELIGIÓ.— También es verdad. No puede uno quejarse de los médicos. De quien me quejo es de mi, por dejar tomar tantos vuelos a ciertas gentes... JUEZ.—^ Despacio, señor don Eligió. Ya iremos a esos extremos. Antes habrá que cumplir con las formalidades de rúbrica. Perdone usted un momento. ( AI secretario.) ¿ Ya está? SECRETARIO.— Sí, señor. JUEZ.—( A don Eligió.) ¿ Se ratifica usted en su primera declaración ante el juez municipal? DON ELIGIÓ.— Me ratifico. JUEZ.— ¿ Insiste usted entonces en la sospecha de que la agresión ha podido partir de la Comunidad de Regantes del Molino?... DON ELIGIÓ.— Insisto. JUEZ.— ¿ Motivos en qué fundamenta su sospecha? DON ELIGIÓ.— La demanda que me han entablado por las aguas. JUEZ.— ¿ Fundados en qué? 54 DON ELIGIÓ.— En que quieren que les entregue la mita del agua. ¡ Una friolera, señor juez! JUEZ.— ¿ Ha sido usted objeto de amenazas? DON ELIGIÓ.— Sí, señor; ayer mismo vinieron a decirme que me cerrarían por la noche el tomadero si no les dejaba regar. JUEZ.— ¿ Y usted qué hizo? DON ELIGIÓ.— Mantenerme en mis trece porque defendía mi derecho. JXra; z.— ¿ Ha tenido usted alguna vez discusión, disgusto, etcétera, con trabajadores de la finca? DON ELIGIÓ.— No recuerdo ninguno. JUEZ.— ¿ Y con trabajadoras tampoco? DON ELIGIÓ.— Con trabajadoras menos. Casi todas me están reconocidas. Jirez.— Otra pregunta, y vamos a terminar. ¿ Motivo de hallarse usted anoche en la huerta?... DON ELIGIÓ.— Ver si estaba corriendo el agua por la arquilla. Como decían que iban a cerrar el tomadero. JUEZ.— ¿ Y corría? DON ELIGIÓ.— Corría. JUEZ.— ¿ Y no oyó usted ninguna voz ni vio bulto sospechoso de persona en la platanera? DON ELIGIÓ.— De noche, señor juez, los que tienen miedo creen que cada tronco de platanera es un enemigo que acecha. Yo, como nunca lo he tenido, jamás me ha asustado ningún tronco... ni ningún valiente. JUEZ.— Pues nada más. DON ELIGIÓ.— La Ley sabrá ahora lo que tendrá que hacer. JUEZ.— Eso, ni qué decirlo. Se trata de una acusa- 55 ción que se hace, y habrá que proceder en forma. Después, los Tribunales dirán. SECRETARIO.—( A don EUfio.) ¿ Tiene usted la bondad de firmar la declaración? DON EUGIO.— ¿ Dónde, señor escribano? SECRETARIO.— Aquí, a este lado. JUEZ.—^ Pues, terminadas las diligencias. DON EUGIO.— ¿ Se va ya el señor juez? JUEZ.— Si, nos vamos, que nos esperan otros asuntos. DON ELIGIÓ.— ¿ Y no descansan ustedes unos momentos? JUEZ.— No; no, que es muy tarde. Celebro mucho haberle encontrado a usted tan animoso y tan fuerte. DON ELIGIÓ.— Si, señor Juez; todavía ha de dar uno mucha guerra en este mundo. JUEZ.— Mejor será que haya paz. DON ELIGIÓ.— Pero lo buscan a uno. JUEZ.— Si, hay momentos en que nos ronda la desgracia. Pero, repito, hay que tener tranquilidad. ( Despidiéndose de don Eligió.) Ya sabe usted: a sus órdenes, don Eligió, y mi enhorabuena por su curación. DON EUGIO.— Agradecido, señor juez. SECRETARIO.—( Despidiéndose también de don Eligió.) Celebro mucho su mejoría. DON EUGIO.— Ya saben ustedes donde tienen su casa. Eligió Pérez... JUEZ.—^ Agradecido. SECRETARIO.—( Al algnacfl.) ¿ El auto? ALGUACIL.— Esperando. JUEZ.— Pues, en viaje. ( Mutis todos, menos don Eligió.) 56 ESCKNA IX DON EUGIO Y EL ENCARGADO ENCARGADO.—( Por el fondo.) ¿ Se llama a la gente? DON EUGIO.— Sí, que bastante han descansado hoy. ENCARGADO.—( Desde la portada.) ¡ A Venancio que toque! DON EUGIO.— ¿ Y qué hay de novedades? ENCARGADO.— Preparando ya el envío dfe mañana. DON EUGIO.— ¿ Oyó usted el escándalo que tenían esta mañana en la huerta? ENCARGADO.— Sí, una peona que las tiene alborotadas a todas. Una que llaman " La Comunista", que se peleó con otra que le dicen " La Esquí-rola". DON EUGIO.—^ Pues el sábado despide i} sted a " La comunista" y a " La Esquirola". No quiero más nombrachos en la finca. ( Oyese, afuera, el sonido del cuerno.) ENCARGADO.— ¿ Desea usted algo más? DON EUGIO.— No; vaya usted a lo suyo. Y tenga cuidado con la gente. ENCARGADO.— Descuide usted. ( Mutis Encargado por derecha.) ESCEaíA X ELENA Y DON EUGIO. DESPUÉS ERNESTO ELENA.—( Por izquierda.) ¿ Se fué el Juzgado? 57 DON KLIGIO.— Sí, acaba de marcharse. ¡ Ganas de perder el tiempo! ELENA.— ¿ Por qué? DON ELIGIÓ.— Porque escriben mucho y hacen poco. ELENA.— Tendrán que informarse, recibir declaraciones... DON ELIGIÓ.— ¿ Más declaraciones? CJon la mía bastaba. ELENA.— Necesitarán más pruebas. No lo verán tan claro como tú. DON ELIGIÓ.— No ven ellos lo que no les conviene. ELENA.—( Pensativa.) Pues yo no sé... DON ELIGIÓ.— ¿ Qué?... ¿ También tú dudas? ELENA.— Se me hacia difícil suponer que llegaran a esos extremos. DON ELIGIÓ.— A tí se te hace difícil todo. ELENA.— No; no te contraríes. Respeto tu opinión y me callo. ( Entra Ernesto por el fondo.) ERNESTO.'—^ Me he enterado de que acaba de salir el Juez. Lo siento porque hubiese querido saludarle. Se trata de un antiguo compañero de colegio. DON ELIGIÓ.—^ Pues tiene usted unos amigos que me parece que no han inventado la pólvora. ERNESTO.— ¿ En qué lo conoció? DON ELIGIÓ.—^ En que se va por los cerros. Un juez debe ir siempre al grano. ERNESTO.— Pues vamos al grano. 58 DON ELIGIÓ.— ¿ También va a actuar usted de juez? ERNESTO.—¡ Oh, pues si yo íuera juez! DON ELIGIÓ.— lEstaría lucida la justicia! ERNESTO.— ¿ Tan pobre concepto tiene de mi? DON ELIGIÓ.— Que no me quisiera ver yo en sus garras. ERNESTO.— Pues si yo fuera juez le prometo que mi primera determinación en este caso sería dictar una sentencia que dijera: " Aquí no ha pasado nada"... DON ELIGIÓ.— Sí, una tontería. ¡ Bien se conoce que no oyó usted zumbar la bala! ERNESTO.—^ Las personas insignificantes como yo no merecen que nadie se gaste el dinero en plomo para darse el gusto de zumbarle los oídos... DON ELIGIÓ.—^ Déjese de frases, que no estamos hoy para bromas. ELENA.— No te alteres, hombre. Toma las cosas con tranquilidad. ERNESTO.—¡ Calma, amigo don Eligió, que cualquiera excitación en estos momentos le pudiera ser perjudicial! ELENA.— Sí, hombre, distráete un rato. Asómate a la huerta. Un poco de sol que te conviene. DON ELIGIÓ.— Vaya, a hacerte el gusto. ERNESTO. Muy bien. Aspire usted ese aire fresco de la huerta, que le tonificará bastante los nervios. ( Acompañándole hasta el fondo.) Vea usted esa platanera, deslumbrante y magnífica; esa cinta de plata que serpentea entre los surcos... Escuche el rumor alegre que traen las aguas que ba- 59 jan por las acequias... Extienda usted ahora la mirada hacia allá: vea ese mar, tan Inmenso, tan quieto; aquel barco que se dibuja en el horizonte, portador quizá del oro de vuestros frutos... ¡ Deleítese, deleítese usted ante ese cuadro de luz! ¡ Sonría ante ese desbordamiento de vida!... ELENA.—¡ Inspiradísimo, Ernesto! DON ELIGIÓ.— Sí; pero le faltó a usted decir: ¡ vea, vea también el esfuerzo de un hombre y lo mal que se lo pagan! ERNESTO.—¡ Oh, por Dios! No confimda usted la obra de la Naturaleza con el esfuerzo de un individuo. ¡ Admire usted la mano que ha dibujado ese cuadro! ELENA.—( Al ver que don Eligrio se adtíanta hacia la huerta.) ¿ Adonde vas? DON ELIGIÓ.— Que me está quemando la sangre la calma de esa gente. ( Dando voces a las peonas.) ¿ Qué hacen empantanadas?... ¡ Esos racimos que se los lleven!... ¡ Que los está quemando el sol!... ¡ Llevarse también las cacharras! ERNESTO.—¡ Poesía, Elena! ELENA.—( A don Eligió.) Vamos, que no te conviene más aire. DON RUGIÓ.— Sí, vamos; que no quiero coger rabietas. ERNESTO.— Reposo es lo mejor. ELENA.— Sí, a descansar ahora. DON ELIGIÓ.—( A Ernesto.) ¿ Y usted se queda? ERNESTO.—^ Unos momentos. Voy a utilizarle el escritorio, si usted me lo permite, para terminar una carta. 60 DON ELIGIÓ.—^ Usted es muy dueño. ERNESTO.— Gracias. EUaíA.—^ Pues te esperamos. ERNESTO.—^ Iré enseguida. ( Mutis Elena y don Eligió por izquierda.) ESCENA XI JULIÁN Y ERNESTO ERNESTO.—( Dirigiéndose al fondo en el mismo momento que aparece Julián.) ¿ Qué traes por aquí? JULIÁN.—( Muy nervioso.) ¿ Don Ernesto?... ¿ Está solo? ERNESTO.—( Con extrañeza.) Solo... ¿ No me ves? JULIÁN. Le quiero decir dos palabras, don Ernesto... ¡ A usted solo! ERNESTO.—^ Dí, hombre... JULIÁN.—¡ No puedo!... ¡ Me da vergüenza! ERNESTO.—( Cada vez más extrañado.) ¿ Vergüenza de qué? JULIÁN.— Sí, mucha vergüenza... ERNESTO.— Parece que tiemblas. ¿ Qué te pasa? JULLAN.— ¿ Me perdona, don Ernesto? ERNESTO.— Habla de una vez. JULIÁN.— iPa usted solo... que no lo sepa nadie!... ERNESTO.—¡ Nadie absolutamente! JULIÁN.—¡ Que esos hombres que van presos son inocentes!... ERNESTO.— ¿ Que van presos?... 61 JULIÁN.—¡ Sí, don Ernesto, los del Molino, que llevan los civiles pa la cárcel!... ¡ Por la carretera van en este momento! ¡ Presos, don Ernesto! ERNESTO.— ¿ Los del Molino? JULIÁN.— Si, los del MoUno... ¡ Y son Inocentes! ERNESTO.— ¿ Estás seguro? JULIÁN.—¡ Por mi madte, don Ernesto! ERNESTO.—¡ Habla! ¿ Qué quieres decir? JULIÁN.—¡ Que no fueron ellos... que fué otro!... ERNESTO.— ¿ Quién? JULIÁN.—( Arrodillándosele.) ¡ Don Ernesto, perdóneme!... ERNESTO.— ¿ Tú? JULIÁN.— Sí, yo. ERNESTO.—¡ Levanta!... ¡ Dímelo todo! JULIÁN.—¡ No puedo... vei^ enza me da decirlo! i A usted solo! ERNESTO.—¡ Sí, habla sin miedo! JtTLIAN.—¡ Por Engracia, don Ernesto!... ¡ Por salvar a Engracia! ¡ El amo que la seguía y yo que me cegué... que no pude contener la sangre de rabia que me dló! ¡ Y me perdí; no sui) e lo que hice!... ERNESTO.—¡ Calla! ¡ Ya lo sé todo! JULIÁN.—¡ Por su madre bendita! ¡ Salve a esos inocentes! ¡ Primero yo!... ERNESTO.—¡ No; espera!... JULIÁN.—¡ El barco, don Ernesto! ¡ Ayúdeme! I Que no soy un asesino! ERNESTO.— Silencio... ¡ Vete, vete ahora! ( Mutis rápido Julián.) ESCENA Xn ERNESTO Y ELENA ELENA.—( Por izquierda.) Esperando por ti ERNESTO.— Tenía que decirte una cosa a s ¿ las. ELENA.— ¿ Tan grave es? ERNESTO.— No; no es grave. Una determinación que acabo de adoptar eri este momento. ELENA.— ¿ En este momento? Pero, ¿ qué ha pasado? Estás intranquilo. Te encuentro nervioso. ¿ Qué tienes, Ernesto? ERNESTO.—^ Perdtina; no te puedo ser explícito en estos instantes. Algún día tal vez. ELENA.— ¿ Algún día?... Pero, habla, Ernesto... dime la verdad. ¿ Qué ha pasado? ¿ Por qué ese cambio tan repentino? ERNESTO.— No, no puedo hablar. Necesito marcharme hoy mismo. ELENA.—( Cada ve* más extrañada.) ¿ Hoy mismo? ERNESTO.— SI, me voy de esta casa. No puedo permanecer un momento más en ella. Me obliga un deber de justicia. Y tu tranquilidad también. ELENA.— Ernesto... ¡ Habíame, dime la verdad!... ERNESTO.— Te la diré algún día. Acaso muy pronto. ELENA.— No, ahora. ¡ Por Dios! No me dejes en una incertidumbre tan terrible. ERNESTO.—¡ Por tu bien, Elena! Te pido, te suplico que calmes tu impaciencia. ELENA.—^ Ernesto... ¡ no me abandones!... ERNESTO.—( Abrazándola. ) ¡ Elena... hermana 63 mía, no te abandono. Te defiendo. ¡ Ahora, aunque parezca que me alejo, es cuando estoy más cerca de ti!... ¡ Sí, Elena, más junto que nunca a tu corazón!... ELENA.—¡ Júramelo, Ernesto! ERNESTO.— Sí, te lo juro. Confía en mí. ELENA.—¡ Por Dios! ¡ Por el recuerdo de nuestra madre!... ¡ No me dejes sola! ERNESTO.—^ No; necesito luchar. ¡ Por tu suerte! ¡ Por tu libertad, Elena!... ( Oyese rumor de gentes y algpanos mueras.) ELENA.—( Consternada,) ¿ Qué es, Ernesto? ERNESTO.—¡ Déjame ahora! Necesito saUr. ELENA.—( Queriendo sujetarle.) ¡ No! ¡ No sales! ERNESTO.—¡ Un momento nada más! ELENA.—¡ No, Ernesto! ¡ No! ERNESTO.—¡ Volveré Elena! ( Mutis rápido por el foro.) ELENA.—¡ Dios mío! DON ELIGIÓ.—( Por izquierda.) ¿ Qué pasa? ¿ Gritos en la huerta? ELENA.— Sí, gritos. ¿ Adonde vas? DON ELIGIÓ.—¡ Déjame! ENCARGADO.—( Por el foro.) ¿ No oye? Que llevan presos a los del Molino. DON ELIGIÓ.—¡ Sí, justicia!... ¡ Que la paguen, que la paguen... criminales! ELENA.—¡ Por Dios! DON ELIGIÓ.—¡ A la cárcel! ¡ Que se acuerden de mí! ELENA.—( En la puerta del foro.) ¡ Ernesto,... ¡ Ernesto!... TELÓN 64 ELENA.— Ernesto... ¡ no me abandones!... ERNESTO.—¡ Elena... hermana mía, no te abandono! Te defiendo. DON ELIGIÓ.— Todavía ha de dar uno mucha guerra en este mundo... ACTO TERCERO Sala de la casa- halíitación de don Eligió, Amueblada sin grandes lujos. Pufertas laterales a izquierda y derecha, y una al fondo, que comunica con un pequeño pasillo. ESCENA I HERMANN Y MICAELA ( Al levantarse el telón, Hermann Groíh se pasea por la sala, deteniéndose a veces para observar los cuadros. SUba a ratos para disipar su aburrimiento y saca dos o tres veces el reloj. Esta situación se prolonga algún tiempo, hasta que aparece por el fondo Micaela, con una escoba en la mano.) 67 MICAELA.— Usté perdone, que estaba en la cocina. HERMANN.—( Inclinándose.) ¡ Señora!... MICAELA.—( También con cmnpUdos.) iCaba- Uero!... HERMANN.— ¿ Don Eligió Pérez? MICAELA.— No ha venido, señor. HERMANN.— Pues yo esperar a don Eligió. MICAELA.— Siéntese su mercé. HERMANN.—¡ Oh, yo no estar cansado! Tener mucho gusto en ver cuadros. Alemanes sentir mucha afición a la pintura. MICAELA.— Ya, ya se ve. HERMANN.— ¿ Don Eligió estar muy lejos? MICAELA.— Cazando, señor. HERMANN.—¡ Ah! ¿ Don Eligió ser cazador? MICAELA.— Si, le gusta la escopeta. HERMANN.— ¿ Mucha liebre en la finca? MICAELA.— Mucha, caballero. ¡ Hay cada lebran-chol... HERMANN.— ¿ Aquí llamarse asi liebre? ( Sacando una carterita del b< dsUlo para apuntar el nombre.) Yo aprender mucha palabra nueva. ( Anotando.) Le-brancho... liebre muy grande. MICAELA.— Conejo, que decimos aquí. HERMANN.— Sí, sí, conejo... yo comprender. ¿ Y conejo gustar también plátanos? MICAELA.— De todo, señor. Comen como demonios. HERMANN.—¡ Ah, ya entender! Conejos tener mucho apetito. MICAELA.— ¿ Manda algo más el señor? 68 HERMANN.— ¿ Don Eligió venir a almorzar muy tarde? MICAELA.— Yo Creo que estará al caer. HERMANN.— ¿ No desayunarse muy fuerte don EU-glo? MICAELA.— SI no llevó algo en el morral... HERMANN.— ¿ No saber qué quiere decir morral? MICAELA.—¡ Mochila, señor! HERMANN.— iAh, sí, mochila! Alemanes usar también mochila. Todos llevar mochila al campo. MICAELA.— Pues veo que tienen ustedes de todo. ( Queriendo marcharse.) Con permiso del cabaUero, que voy a barrer el cuarto. HERMANN.— Poder barrer. A mi no molestarme nada. MICAELA.— Le puedo hacer polvo. HERMANN— No hacerme daño ninguno. Yo estar muy acostumbrado a la tierra. Ser perito agrícola. MICAELA.— Pero siéntese, señor, que me da pena de verlo de pie. HERMANN.— Gracias. Yo irme abajo, esperar doa Eligió. MICAELA.— Sí, más distraído estará. HERMANN.- Abajo muchas campesinas guapas, muy robustas... MICAELA.— De todo hay, gordas y flacas. HERMANN.- Yo haber visto todas muy gordas... mucho pecho... MICAELA.— Pues veo que se fija su mercé en todj. HERMANN.— Usted tener también mucho salero, mucha gracia. MICAELA.— El caballero ser muy fino... HERMANN.—( Marchándose por el foro.) Todas gentes aqui muy amables. MICAELA.—¡ Gracias, señor! ( Cuando se ha ido Hcrmann.) ¡ Pues no me echó un piropo el alemán! ¡ Hijo una muerte! ¡ Y que le gustan las delanteras! ( Mutis por derecha.) ESCENA n ELENA Y EMILIA. POR ULTIMO DORA EMILIA.—( Por izquierda con Elena.) ¿ Habrá llegado el auto? ELENA.— Hubiera avisado ya el chófer. ¿ A qué hora le dijiste? EMILIA.— A las doce y media. ELENA.—( Mirando el reloj.) Pues todavía son las doce. Tienes tiempo. Termina de contarme tus impresiones. Siéntate un momento. EMILIA.— Unos minutos nada más. ELENA.— Sigue contándome de Ernesto. EMILIA.— Que puedes estar contenta. Una verdadera eminencia. Una futura gloria de la tierra. Sólo le encuentro un defecto: su excesiva modestia. A todo le quita importancia. Rehuye la exhibición y es enemigo irreconciliable del reclamo. La ciencia, dice, no debe exhibirse en público, como si fuera una cupletista buscando aplausos de la galería. ELENA.— Y hace bien. EMILIA.— Sí, pero no tanto. Se indigna hasta ia exageración cuando los periódicos le dedican algún adjetivo encomiástico. Una vez que le llamaron " joven y ya eminente doctor", por poco se pelea con 70 un periodista. Le sublevan los elogios. No le preocupa más que el estudio. Asi es que puedes estar orgu-llosa de tu hermano. ¡ Una honra para ustedes! ELENA.— Sí, ¿ por qué negártelo? Me alegran mucho sus triunfos. EMILIA.- Además. el puesto que le está reservado ahora en la política. ELENA.— ¿ En la poUtica? EMILIA.—¡ Como que llegara a ser ministro de la República! ELENA.-¡ Qué exagerada! ¡ Si Ernesto te oyese! EMILIA.- Y 10 que más te asombrará: que no era broma su afición a la poesía. ELENA.—¡ Bah! ¡ Cosas tuyas! EMILIA.- N0; no te rías. Hace ^'^'^^''• Jl^^^: ferencla que dló en la Academia de Medicina sobre lerencia que « lo « ^^ recitando versos. El los rayos ultravioleta, termmo ico '• Himno al Volcán", de Tomás Morales. . Oh. si hu-bieses oído con qué énfasis decía: "¡ Pico de Tenerife, de continente sereno y frío! ¡ la Victoria más alta, la gran victoria del hombre. ELENA._ Pues no salgo de ^.^'°"'^^^,^^''^' recitando versos en una Academia de Medicinal . Es para reírse! EMILIA.- SÍ, muy cómico Bien. y^^ t « ^^;/ ¿ "*^^° bastante de tu hermano. Cuéntame ahora de ^ t" yo- ELENA.- TÚ verás. Cada día ^^ ^^^ Z^'°^;^.- un nuevo disgusto. Y, lo que es más tri^^ f f " f ° f blanco constante de la murmuración y el comenta-rio de las gentes. 71 EXOLIA.— Pero a tí, ¿ qué te vati a decir? ELENA.— Si, nada íne dicen; pero me compadecen, que es peor. ¡ Me espanta, Emilia, el porvenir! EMILIA.— Confiésalo de una vez, que tu matrimonio fué una equivocación... ELENA.— Equivocación, debilidad..., no sé. ¡ Dios, únicamente Dios, sabe el motivo que tuve para Imponerme este sacrificio y esta esclavitud en que vivo I ¡ Por los mios, por mis pobres padres, Emilia! EMILIA.— Lo sabemos todo. Que tenías la esperanza de que ese sacrificio fuese una redención, y ha sido un martirio. Percances frecuentes entre nosotras. ¿ A qué lo ocultas? Creíste que podías acercarte impunemente a la maleza, y te pincliaste los dedos, te hiciste sangre... ¡ Inconvenientes de querer cultivar plantas silvestres!... Declara que no fué más que eso. ELENA.— Sí, reconozco mi error y mi torpeza. La fatalidad que puso una venda en mis ojos para lanzarme a ciegas por un camino desconocido. Y tienes razón: me hice sangre; pero ya era tarde para rectificar mis pasos, para volverme atrás... ¡ Si, Emilia; confieso mi error! EMILIA.—¡ Y lo bien que estabas dedicada a lo tuyo, con tus plantas, tus pájaros y tu canastilla de labores! ¿ Te acuerdas, Elena? ¿ No echas de menos aquellos claveles rosados de tu huerta, de aromas tan finos?... ELENA.— ¿ Para qué desenterrar mis ilusiones? ¡ Muertas y bien muertas están, y no quisiera profanarlas con mis recuerdos! Pero, por mucho que me esfuerzo en alejar mi imaginación del pasado, me siento cada vez más ligada a él. Y pienso en los míos, 72 en mis muertos, que tantas veces me decían: " Medítalo: medítalo bien"... EMILIA.— ai, me hago cargo. ¡ Un verdadero su-pUcio! ELENA.—¡ Esclavitud, EmUia! Y el dolor, el oprobio de verme rodeada de infelices criaturas que si hoy me sonríen como ama, mañana quizás me repudien como madrastra... Y, lo que es más terrible todavía. Este tormento de no sentir ni un eco, ni un latido de cariño en mi pecho. ¡ Todo muerto, insensible y frío como un sepulcrol... EMILIA.— Pues tienes razón; te compadezco de verdad. ¿ Y Ernesto lo sabe? ELENA.— Sí, lo sabe; y ese es mi temor, porque conozco su carácter. EMILIA.— Me explico ahora el cambio que observo en él- antes tan cordial, tan alegre; ahora tan hermético, tan reconcentrado. Sobre todo, después del desagradable incidente de la huerta. ¡ Oh, no sabes lo preocupado que está! ELENA.— Si, lo sé. Y ese es otro motivo de intranquilidad para mí: que después del escándalo resulte que los culpables son otros. Que el pueblo tiene razón. EMILIA.— ¿ Y tú qué crees? ELENA.— No sé; estoy desorientada. Hasta ahora todo son rumores, versiones de las gentes, un peón que dicen ha desaparecido de la finca...; todo misterio, oscuridad, enredo...; algo tenebroso que se agita en el fondo de este asunto. Nada; que pensé vivir en un hogar tranquilo y me encuentro prisionera en 73 un serrallo. Ya ves si tengo razón para llorarme de mi suerte. EMILIA.—¡ Y todos creyéndote tan feliz, viviendo en la opulencia, oronda como una reina entre las doradas pirámides de tus plátanos! ELENA.— ¿ Una reina?... ¡ Una esclava más en la finca! EMILIA.—( Levantándose.) ¡ A ver si para otra vez te encuentro más animosa, más fuerte! ELENA.— iAy, Emilia! EMILIA.—¡ Resignación, Elena! ELENA.— ¿ Más resignada todavía? EMILIA.— Pues así, a tener te... ( Marchando las dos hacia el foro.) Confía en Ernesto, en su audacia, en su juventud. ¡ Esperanza, Elena! DORA.—( Por el foro, al mismo tiempo que van a salir Elena y Emilia.) ¡ Pasen, pasen sus mercedes! EMILIA.—¡ Oh! Nuestra gran amiga. ¿ Qué tal? ¿ Cómo va la abuelita? DORA.—¡ Pasando la vida! EMILIA.—¡ Siempre tan fuerte! ELENA.—¡ Y con tantos años! DORA.—¡ Je, je!... ¡ Por dentro anda la procesión, doña Elena! ¡ Vayan, vayan con Dios las señoras! ELENA.—( A Dora.) Aguarde un momento. EMILIA.—¡ Hasta luego, querida viejecita! DORA.—¡ Vayan, vayan a sus cosas! ¡ Que Dios las guarde a las dos! ( Mutis Elena y Emilia por el foro.) 74 ESCENA ni DORA Y MICAELA. DESPUÉS ELENA MICAELA.—( Entrando por derecha.) ¿ Usté por aquí? ¡ Pues que la vea don Eligió! DORA.- N0 haciendo daño... No creo que estorbe. I^ nCAELA.— Usté se entenderá. DORA.— iMicaela... Micaela!... MICAELA.- Pues allá usté con el amo^ DORA.-¡ Micaela... Micaela... no mientes al amo!... MICAELA.-¡ Ni que estuviera escomulgao! DORA.— ¿ Tú qué sabes? misa la mita! MICAELA.- Usté es la que sabe. ¡ Como se trata con las brujas!... . , - i ¡ y sin meterse en DORA.—¡ Je, je! ¡ Las brujas.... i* » " S c ' l ^ S ' - N f s e meterán, pero lo enredan todo qu^ e^ Te^'¡ Menuda trapisonda la que han armao! DORA- iMicaela... tú qué entiendes! m J ^ L l ! Í Í S á s que usté, que está siempre con re- ' 1 S l - ¡ J e . je! ¡ Retintines!... ¡ Que se lo pregun- ^' mcíS'S.- iEmbustes de las gentes! ¡ Lo mismo aue coger en boca a la pobre Engracia! DORA._ 15e. je! ¡ Engracia!... Buena está Engra-ola! 75 MICAKLA.— ¿ También quiere echarle el sambenito a la muchacha? DORA.—¡ Micaela... no me tientes la lengua! MICAELA.—¡ Hable en cristiano, señora! DORA.—¡ Je, je! ¡ Habla tú! MICAELA.— ¿ Yo? ¡ MI alma pa Dios! DORA.—¡ Je, je! ¿ Y Dios qué sabe? MICAELA.—^ No; quién sabe es usté... DORA.—¡ Micaela!... ¡ Micaela!... MICAELA.—¡ Calle, que viene la señora! ( Entra Elena, por el foro.) ELENA.—( A Dora.) Bien; a hacerle el regalo que le prometí el otro día. DORA.—^ Molestándose siempre su mercé. ELENA.—( Sacando un rosario de una gaveta.) Vaya, tenga este rosarlo; por el otro que se le perdió. De cuentas grandes como a usted le gusta DORA.—¡ Déme... déme esas manos. ( Besándoselas.) ¡ Manos blancas... manos de virgen! ¡ Que Dios las bendiga! ELENA.— No se le vaya a perder ahora como el otro. DORA.— Descuide, doña Elena. ¡ Con este rosario tengo que pedirle a Dios muchas cosas! ELENA.—¡ Suerte para todos! DORA.— Para usté la primera; para que le quite esa pesadumbre que lleva encima; para que la haga más feliz en esta vida. ( Volviendo a besarle las m » ^ nos.) ( Déme, déme esas manos! ¡ Manos frías... manos de sufrimiento!... ELENA.—( Medio llorosa.) ¡ Gracias, Dora!... Hasta luego... ( Váse por Izquierda.) 76 DORA.—¡ Ay, doña Elena! ¡ Qué ganas tengo de desahogar mi pecho! ¡ Pobre... pobre amal MICAELA.—¡ A qué le viene con esas l& stlmas a la señora? ¿ A hacerla llorar? ¡ Vaya el recao que le trae! DORA.—¡ Micaela... tú qué sabes! MICAELA.— ¿ No ha visto cómo se ha ido? ¡ El empeño que tiene en hacer llorar a la señora! DORA.— Quien llora, por algo será. ( Oyense voces por el foro.) MICAELA.—¡ El amo!... ¿ No se lo decía? DORA.— ¿ El amo?... MICAELA.—¡ Sí, el amo! Venga pa acá. DORA.— i Je, le! ¡ Pues buena la hicimos! MICAELA.—¡ Ande que viene! DORA.—¡ Diablo! ¡ Si me llega a ver! ( Matis las dos por derecha.) ESCENA IV PON ELIGID Y EL ENCARGADO, POR EL FORO DON EIJGIO.— Vaya diciendo. ¿ Qué ha habido de novedades? ENCARGADO.—^ ue trajeron unas muestras de guano pa ver si le gustan. DON EUGIO.— ¿ Las dejó usted abajo? ENCARGADO.— Las traigo aquí. ( Sacando un pequeño paquete del bolsillo.) DON ELIGIÓ. A ver ese guano. ( Llevándose un puñado a los labios.) No sirve. Le falta amoniaco. ENCARGADO.— ¿ Devuelvo entonces las muestras? 77 • s; DON ELIGIÓ.— Sí, devuélvalas usted. ¿ Y qué más? ENCARGADO.— Una mala noticia. DON ELIGIÓ.— ¿ Mala? ENCARGADO.— Que llamaron por teléfono para decir que la Audiencia ha fallado en contra el pleito del agua. DON ELIGIÓ.— ¿ En contra? ENCARGADO.— Sí, señor, en contra. DON ELIGIÓ.— Pero, ¿ está usted seguro? ENCARGADO.—^ No creo que me engañaran. DON ELIGIÓ.—^ Pues le han engañado a usted. ENCARGADO.- ¡ Ojalá!... DON ELIGIÓ.—^ Pues llame usted enseguida al despacho de don Andrés. ¡ Pronto! ENCARGADO.—( Haciendo sonar el timbre del teléfono, que se supone situado en la habitación inine « díata, primer lugar de la escena, a la derecha.) ¡ Señorita!... La urbana... ¿ me hace favor?... Sí, espero... ¡ Central: el 262!... DON ELIGIÓ.—( Al Encargado.) ¡ Con el despacho, eh! ENCARGADO.— Sí, señor, con el despacho... ¿ Quién es?... Aquí, de la casa de don Eligió... ¿ Está don Andrés?... Diga... No se oye... Sí, don Eligió Pérez... DON ELIGIÓ.—( Al Encargado.) ¿ Quién está en el aparato? ENCARGADO.— La mecanógrafa de don Andrés. DON ELIGIÓ.— No; llámelo usted a él. Que venga enseguida al aparato. ENCARGADO.— Señorita: que haga el favor de avi- 78 sar a don Andrés... ¿ No está?... Sí... ¿ Cuándo?... cDespués? DON ELIGIÓ.— ¿ Cómo que después? ENCARGADO.— Que tiene visita, dice la mecanógrafa. DON ELIGIÓ.— Contéstele usted que se trata de un caso urgente: que Eligió Pérez desea hablar con él. ENCARGADO.-^ eñorita: usté perdone; haga el favor de decir a don Andrés que si puede venir al aparato... ¡ Si; don Eligió Pérez!... ¿ Cómo? .. Sí, aqui espera. DON ELIGIÓ.—¡ Estos abogados!... ¡ La calma que tienen! ENCARGADO.-( Que no se ha separado del teléfo-no.) ¿ Quién es?... Diga... No se oye. ¿ Don Andrés?... Perdone un momento. ( A don Eügio.) ¡ Don Andrés en el aparato! DON ELIGIO.- jVaya; hombre! ( En el teléfono.) ¿ Don Andrés?... Eligió Pérez... Bien, don Andrés. : de salud bien... Diga, estoy oyendo. ¿ Cómo? Sí, la sala... ¿ Fallado? ¿ Cómo? ¿ Qué tienen derecho?... ¿ La mitad?... ¿ Fundándose en qué? ¿ Las escrituras?... No; son falsas... Sí, falsas... ¡ Un atropello!... ¡ una Ilegalidad!... Diga... No; adelante No importa... Apele usted... Sí, al Supremo ¿ Cómo?... No; hoy mismo... ¿ A las cuatro?... Si, buena hora... Diga... Bien... bien, don Andrés. Hasta luego. ¡ Pues buena la ha hechg! ENCARGADO.-( Al entrar don EUgio.) ¿ En contra, verdá? „ ^ DON ELIGIÓ.— Sí, en contra. ¡ Valientes magistra- 79 dos! Avise usted que preparen el automóvil para las tres, y vaya usted al escritorio y tráigame las escrituras de las aguas. ENCARGADO.— ¿ Nada más? DON ELIGIÓ.— Nada más. ( Mutis Encargado por el foro.) ESCENA V MICAELA Y DON ELIGID MICAELA.—( Por derecha.) Le preparo el almuerzo? DON ELIGIÓ.— Sí, vaya preparándolo. ( Qoltándoso la americana y dándosela a Micaela.) Llévese eso y tráigame la pijama. MICAELA.— ¿ Está en su cuarto? DON ELIGIÓ.—^ Pues, ¿ dónde va a estar? En mi percha, mujer. ( Sale Micaela por izquierda en busca del pijama y vqelve a los pocos instantes.) MICAELA.— ¿ Será esto? DON ELIGIÓ.— ¿ Todavía no sabe la que es una pijama? MICAELA.— Se me olvida, señor. DON EUGIO.—¡ Pijama, mujer! ¡ Pijama! ¡ Falta de civilización que tienen ustedes! MICAELA.— ¿ Se le ofrece algo ip^? DON ELIGIÓ.— ¿ La señora dónde está? MICAELA.— Me parece que en su cuarto DON ELIGIÓ.— ¿ No ha saUdo? MICAELA.— Antes, cuando vino la señorita Emilia. 80 DON ELIGIÓ.—¡ Ah!, ¿ estuvo la señorita Emilia?... ¿ Mucho tiempo? MICAELA.— Bastante. Se íué hace poco. DON EUGIO.— ¿ Sola?... MICAELA.— Si, señor; sola... DON ELIGIÓ.— ¿ y ha venido alguien más? MICAELA.— Un caballero que estuvo bastante tiempo esperando. DON ELIGIÓ.— ¿ Inglés? MICAELA.— Alemán dice que es. DON ELIGIÓ.— ¿ Traía alguna varita? MICAELA.— Yo no le vi varita. DON ELIGIÓ.— Pues si vuelve, que estoy cazando. MICAELA.— Se lo dije y no hizo caso. DON ELIGIÓ.— Pues lo manda usted con Dios. Que no quiero visitas de nadie. ¿ Entiende usted? MICAELA.— Si, señor; ya lo entiendo. Que está cazando... DON ELIGIÓ.— Bien; a dejarme en paz. ( Mutis Micaela por izquierda.) ESCENA VI HERMANN GBOTH Y DON EUGIO HERMANN.— ¿ Don EUgio Pérez? DON ELIGIÓ.—(¡ El alemán!) Pa servir a usté. HERMANN.—¡ Mucho honor en saludar a don Eligió Pérez! DON ELIGIÓ.— El honor es mío. Usté dirá qué desea. HERMANN.— Don EUglo estará muy cansado. Poder almorzar primero. Cazadores tener siempre mu- 81 cha hambre. Yo haber sido también muy cazador; matar mucha liebre... DON ELIOIO.— Pues lo celebro, amigo. ¿ Y su gracia? HERMANN.— No comprender. DON ELIGIÓ.— Su nombre. HERMANN.—¡ Hermann Groth! ¡ Perito agrícola! DON ELIGIÓ.— Mucho gusto. HERMANN.— Pues yo venir a proponer a don Eligió negocio muy importante. Don Eligió faltarle seguramente mucha agua. DON ELIGIÓ.—^ Porque me la roban, amigo. | La justicia que anda por esos suelos! HERMANN.—^ Pues yo ofrecer mis servicios a don Eligió. Haber estudiado muchos años en Copenhague. DON ELIGIÓ.— ¿ Trae usted alguna varita? HERMAlíN.—^ No necesitar varita; emplear arena solamente. ¡ Tender arena sobre tierra ruda, hacer brotar mucho trigo! DON EUGIO.— Pues lo siento, amigo. Yo creía que venía usted a hablar de plátanos. HERMANN.—^ No saber explicarme bien. Don Eligió poder tener mucho plátano y mucho trigo. DON ELIGIÓ.—¡ Plátanos, amigo, plátanosl Y déjese usté de arena... HERMANN.— Don Eligió no comprender bien, tener mucha prisa. Yo tratar de convencer a don Eligió en otra ocasión. Don Eligió tener mucha hambre. DON ELIGIÓ.— SI, alguna. Véngase otro día. Y perdone que no le pueda atender mejor. 82 HERMANN.— Yo irme muy alegre de conocer a don Eligió. Alemanes hablar muy bien de don Eligió. DON ELIGIÓ.— Dígales usté que se les agradece. HERMANN.—( Despidiéndose con una gran reverencia.) ¡ Hermann Oroth! DON ELIGIÓ.— Eligió Pérez... HERMANN.— Muclio honor en conocer a don Eligió Pérez. DON ELIGIÓ.— El honor es mío. ( Cuando se ha ido el alemán.) ¡ Para cumplidos estamos! ¡ Buen día, sí; buen día!... ( Paseándose muy nervioso.) ¡ Y fíese uno de abogados! ¡ Y gástese uno el dinero en pleitos! ¡ Buena, buena jomada! ESCENA VII EL ENCARGADO Y DON EUGIO ENCARGADO.—( Por el foro, con un roUo de papeles.) Las escrituras... ¿ No ha oído la bulla? DON ELIGIÓ.— ¿ Qué bulla? ENCARGADO.— Asómese para que oiga. DON ELIGIÓ.— Pero, ¿ qué pasa? ENCARGADO.— Que han libertado a los del Molino y han salido a recibirlos a la carretera. ( Oyese, en efecto, rumor lejano de gentes alboro-sadas.) DON ELIGIÓ.— Sí, que griten, que ya los caUa-ré yo. ENCARGADO.— Lo malo es que puedan hacer algún daño en la finca. DON ELIGIÓ.— ¿ Cerró usted el tomadero? 83 ENCARGADO.— Sí, cerrado está. DON ELIGIÓ.— Pues, a estar alerta; prevenga usted a la gente por lo que pueda ocurrir. ( Entregándole una pistola.) Y llévese usted esto... ENCARGADO.— Tengo la mía. DON ELIGIÓ.—^ Pues otra por si acaso. ¡ Y mucho ojo! ( Mutis rápido el Encargado por el toro.) ESCENA Vni DON ELIGID ¥ ELENA ELENA.—( Por izquierda.) ¿ Gritos otra vez? DON ELIGIÓ.— Si, gritos. Ya estará contento tu hermano. ELENA.— ¿ Mi hermano? DON ELIGIÓ.— ¿ No defendía a los del Molino? Pues ya están libres. ¿ No quería que se arreglara el pleito del agua? Pues ya está arreglado. ¡ Que cante, que cante victoria! ELENA.— ¿ Victoria? ¿ Por qué? DON ELIGIÓ.—¡ Por su triunfo, por el triunfo d3 todos ustedes! ELENA.— ¿ De todos nosotros? Explícate. ¿ Qué quieres decir con eso? DON ELIGIÓ.— Que estoy harto ya de hipocresías. ELENA.— ¿ Y te atreves a difamarme? ¿ Y no te avergüenzas de ese escándalo? DON ELIGIÓ.— Nada me importa. ELENA.—^ Pero me importa a mí, que tengo derecho a Juzgar tu conducta. 84 DON ELIGIÓ.— Derecho ninguno. ¡ Tú menos que nadie!... ELENA.— ¿ Lo dices porque has hecho de mí una esclava? DON ELIGIÓ.— Porque no puedes hablar. ELENA.— Si, dílo también; porque te debo todo lo que soy, porque no era nada. ¡ Y quieres envanecerte de la protección que me has prestado! ¡ Sí, me has protegido, pero ¡ cuánto me has humillado! ¡ Y pretendes ahora levantar tu cabeza ante mí! ¡ No; no puedes!... DON ELIGIÓ.—¡ Ante tí y ante todos los tuyos! ¡ Aquí y en todas partes! ELENA.— Sí, ante esas pobres gentes que te temen o se entregan a tu codicia, porque los dominas con tu oro. ¡ Ante los demás, no; no puedes, porque estás desautorizado, porque no tienes fuerza moral! DON ELIGIÓ.—¡ Ya, ya se ve el juego! ¡ Me atacan ahora porque me creen vencido, porque me ven derrotado! ELENA.—¡ Te atacan por tu egoísmo, por tu falta de sentimiento! Por eso te atacan. ¡ Y quieres de* fenderte, lanzando tus ofensas sobre los míos! DON ELIGIÓ.— No hablabas así cuando te abrí las puertas de esta casa, ofreciéndote el refugio que no encontrabas en otra parte. Entonces era una persona decente; entonces era una persona honrada... ELENA.— Porque no te conocía, porque fingías lo que no eras para engañarme, para saciar tus codicias... Ahora es distinto. Ahora es " el otro"; tú, con tu doblez, con tus brusquedades, con tus malas pasiones... 85 DON ELIOIO.— Dilo claramente: que te llaman los tuyos; la sangre que tira por tí... Pues ya sabes: el camino está abierto. ¿ Qué más quieres? ELENA.— ¿ Y así me pagas? ¿ Así me quieres pagar toda una vida de sacrificios? ¡ Echándome, despidiéndome!... DON ELIGIÓ.— fli te debiera algo... ELENA.— Sí, ya lo sé; nada me debes. Me has pagado todo, hasta el último céntimo, como pagas los sábados a tus peonas... lY ahora me echas, me despides, porque has terminado tu zafra, porque ya lo has vendido todo!... Confiésalo: que me quieres pagar así... DON ELIGIÓ.— Te pago con la misma moneda. ¿ Quieres guerra?... ¡ Pues, guerra!... ¿ Escándalo?... I Pues, escándalo!... ¡ Todo me da lo mismo! ELENA.— Tú lo dices: ¡ todo te da lo mismo! ¡ Mal corazón!... DON ELIGIÓ.—¡ Ofende, ofende! ELENA.— ¿ Y en qué te puedo ofender si has hecho de tu honor y el mío, una piltrafa? DON ELIGIÓ.—¡ Tu honor... el honor de ustedes!... ¡ Palabras pa llenarse la boca! ¡ Humo nada más! ELENA.—¡ Si, lánzame a la cara todo el orgullo de tu dinero!... Tú dinero, ¿ de qué te ha servido? ¿ Para qué lo quieres? DON ELIGIÓ.— Pa tender la mano a mucha gente. Y reírme de todos los marquesados. ¿ Entiendes bien? ELENA.— Si, te entiendo. ¡ Quieres manchar con tus palabras una memoria santa para mi! ¡ Ese lodo no lo puede arrojar otro que tú, con tu bajeza, con tus malos instintos! 80 DON ELIGIÓ.—( Abalanzándose sobre Elena y asiéndola por una mano.) ¡ Eh. que no te consiento! ¡ Que me estás quemando la sangre! ELENA.—¡ Pégame, pégame! DON ELIGIÓ.-( Brutalmente.) ¡ Que se me van las manos! ELENA.—¡ Sí, maltrátame! ESCENA IX LOS MISMOS Y ERNESTO ERNESTO.—( Por el foro, con gran serenidad.) ¿ Interrumpo? ELENA—( Llorosa.) ¡ Ernesto!... ¡ Ernesto!... ERNESTO.— Pero, ¿ qué tienes?... ¡ Estás pálidal... ¿ Tiemblas?... ELENA.—¡ Ernesto!... ERNESTO.-¡ Vaya, a calmar esos nervios! ¡ Tranquilidad, Elena! DON ELIGIÓ.—¡ Pues no faltaba mas! ERNESTO—( Tendiéndole la mano a don EUgio.) ¿ Qué tal? ¿ Cómo va usted?... ¡ Oh! ¿ También esos nervios alterados?... Pero, ¿ qué pasa, qué pasa aquí?... ¿ Desavenencias conyugales?... ¡ Vamos, que haya paa en el matrimonlol ELENA.— Si. paz... ^„ , DON ELIGIÓ.—¡ Ganas de buscar cuestión! ERNESTO— Pues, nada, señores, nada; cada mochuelo a su olivo. Tú, Elena, a serenar ese espíritu. Te encuentro excitada... muy nerviosa, con los ojos empañados en lágrimas... Pero, ¿ qué pasa, señores; qué pasa? 87 ELENA.—¡ Ernesto! i Que no puedo más!... DON ELIGIÓ.— Ni yo tampoco. ERNESTO.— Pues a ver si se arregla esto. No está bien que haya disgustos entre ustedes. Además, que tenéis que recibir al huésped con semblante más alegre, más risueño. DON ELIGIÓ.— Si, pa risas estamos. ERNESTO.— Sería entonces cosa de marcharse. Que no se diga que yo, después de tan larga ausencia, he traído la perturbación o el escándalo a vuestro hogar. ¡ Paz, hermanos míos, mucha paz!... DON ELIGIÓ.—^ Desconocido viene usté hoy. No parece usté el dé antes. ERNESTO.—¡ Oh, sí, completamente desconocido! Los años que le van suavizando a uno el carácter, haciéndole más comprensivo, más humano... Sí, amigo don Eligió, soy otro; completamente otro... Sin las irreflexiones ni los bríos de antes, pero con más conocimiento de la vida y de los hombres que antes. DON ELIGIÓ.— Viene usté discurseador. ERNESTO.— Pues, a discursear vamos. ( A Elena.) ¡ Perdón, Elena! Un momento. Necesitaría hablar con tu esposo de importantes negocios. Ve a tus quehaceres. A serenar ese espíritu; que estás muy excitada... muy pálida. ELENA.—¡ Dios mioJ ERNESTO.—¡ Vamos, vamos!... Tranquilidad, ( Mutis Elena pw i » iiiierda.) ESCENA X DON EUGIO ¥ ERNESTO DON ELIGIÓ.— Usted dirá qué negocios son esos. 88 ERNESTO.— Hablaremos. ( Sacando una pitillera.) Antes, permítame usted que le ofrezca un cigarrillo. tLe gusta a usted Bock o Inglés? DON EUGIO.— No fumo. Gracias, ERNESTO.— Es lástima. DON ELIGIÓ.— ¿ Lástima? ¿ Por qué? ERNESTO.— Porque un cigarrillo hubiese sido ahora un buen sedante para sus nervios. ( VolTíendo a ofrecerle la pitiUera.) ¡ Fume, fume usted! DON ELIGIÓ.— No fumo... ERNESTO. Pues tiene usted una fuerza de voluntad envidiable. DON ELIGIÓ.— Sí, señor; cuando no me conviene una cosa, me mantengo en las mías. ERNESTO.— Que no se apea usted nunca. DON ELIGIÓ.— No, señor; no me apeo. ERNESTO. ^ Después de todo, una virtud como otra cualquiera. DON ELIGIÓ.— No todo han de ser faltas. ERNESTO. Claro; se ven las faltas muchas veces, pero no se admiran los méritos, i Incomprensión humana! DON ELIGIÓ.— Bien; ¿ y los negocios que a usted le traen por aquí? A mi me gusta siempre ir al grano. ERNESTO.— Pues, a eso vamos. Por de pronto, a saldar definitivamente nuestras cuentas. Usted dirá que soy muy mal pagador, que tengo una memoria fatal. DON ELIGIÓ.— Nada he dicho. ERNESTO.— Pero lo digo yo, que estoy en descubierto con su caja. No quiero que pueda suponer usted que soy un tramposo vulgar. 89 PON ELIGIÓ.— Expliqúese, que no lo entiendo. ERNESTO.— Pues vamos al asunto. ¡ Al grano, como usted dice! DON ELIGIÓ.— Sí, al grano que es mejor. ERNESTO.— ¿ Recordará usted el préstamo de cinco mil pesetas que me hizo para terminar mis estudios de Medicina? DON ELIGIÓ.— Nada le he reclamado. ERNESTO.— Si, nada me ha reclamado, pero el caso es que le soy deudor de cinco mil pesetas... ( Sacando un sobre del bolsillo y poniéndolo sobre la mesa.) i Cinco mil pesetas!... Ahí están. Supongo que no me cargará usted intereses de demora. ¡ Entre familia!... DON ELIGIÓ.— Serían muchos los intereses que tendrían ustedes que pagarme... ERNESTO.—^ Pues, por eso precisamente, he venido a saldarlo todo de una vez. Ni que yo le deba ni que usted nos deba a nosotros. A cada cual lo suyo. ( Adoptando un gesto de resuelta actitud.) ¡ Elena!.. ( Llamando.) ¡ Elena!... DON ELIGIÓ.—( Poniéndose en pie, en actitud retadora.) ¿ A quién llama usted? ERNESTO.- A mi hermana. DON ELIGIÓ.— No puede salir. ERNESTO.— ¿ Cómo que no? DON ELIGIÓ.— Como usted lo oye. ERNESTO.—( Llamando.) ¡ Elena!... DON ELIGIÓ.— Le prohibo a usted que la llame. En mi casa mando yo. ERNESTO.— Sí, en su casa. Pero no manda usted en el corazón de ella. Ese, es más mió que de usted. Y 90 para que no haya dudas... ( Volviendo a llamar.), ¡ Elena!... ELENA.—( Por izquierda, precipitándose sobre su hermano.) ¡ Ernesto!... | Ernesto!... ERNESTO.— ¿ Lo ve usted? ¿ Duda usted todavía? DON ELIGIÓ.— ¿ Pero qué va usted a hacer? ERNESTO.—¡ Llevármela! ¡ Cobrarme lo mió! DON ELIGIÓ.— ¿ Lo suyo? ERNESTO.—¡ Lo mío, lo que usted no es digno de tener! ¿ Verdad, Elena? DON ELIGIÓ.—¡ Pues no se la llevará! ERNESTO.—¡ Sí me la llevaré! ¡ Quiera usted o no quiera usted! DON ELIGIÓ.— Eso, lo veremos... ELENA.—¡ Por Dios, Ernesto! ERNESTO.— Ya es tarde. ( A D. Eligió.) Le he ganado a usted la partida. ( Estrechando a Elena entre sus brazos.) ¡ Mía!... ¿ lo ve usted? ¡ Mía!... DON ELIGIÓ.— ¿ Suya? Habrá que verlo. ELENA.—¡ Ernesto! ¡ Dios mío! ERNESTO.—¡ Calla! ¡ Sal conmigo!... DON ELIGIÓ.—¡ Un robo!... ¡ Y en mi casa! ERNESTO.—¡ Pues, sí, un robo... y a mano armada,.. ( Esgrimiendo una pistola.) DON EUGIO.—¡ La ley... atrepella usted la ley!... ERNESTO.—¡ Pues, contra la ley, y por encima de la ley!... ¡ Paso, paso!... ( Mutis rápido Ernesto y Elena por el fondo.) 01 ESCENA XI DON EUGIO. DESPUÉS MICAELA, Y POB ULTIMO, DORA DON ELIGIÓ.—( Cayendo, medio desmadejado, e » un sillón.) ¡ Pues no me la ha Jugado el mediquito. . ( Llamando.) ¡ Micaela!... ¡ Micaelal... MICAELA.—( Por izquierda.) Mande el señor... DON ELIGIÓ.— El almuerzo enseguida. ¡ Pronto! MICAELA.— ¿ Para usté sólo? DON ELIGIÓ.— Si, sólo... ( Se levanta, da un palmetazo sobre la mesa y sale por izquierda, tambaleándose.) DORA.—( Con gran cautela, por derecha.) ¡ Je, je!... ¡ Guanina no pudo más! ¡ El mencey se queda sólo! ¡ Quiso atrapar la paloma y un duende se la llevó!... ¡ Je, Je!... ( Oyese, a lo lejos, la algazara de los del Molino, celebrando el triunfo.) TELÓN 92 5V \ DORA— Del cielo viene bajando San Pedro y también San Juan. • m ULPGC. Biblioteca Universitaria * 778722* BIG 860- 2 ROD pía *^ Íi^ jj / M*
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Calificación | |
Título y subtítulo | Plataneras : comedia en tres actos |
Autor principal | Rodríguez, Leoncio |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Santa Cruz de Tenerife |
Fecha | [1933?] |
Páginas | 95 p. |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 9920826 Bytes |
Notas | Estrenada en el Teatro Guimerá de Santa Cruz de Tenerife, el 11 de febrero de 1933 |
Texto | FONDO José Migue; A/ zola V L A T A N íi R A S f7- r2Z- PLATANERAS COMEDIA EN TRES ACTOS ORIGINAL DE LEONCIO RODRÍGUEZ Estrenada en el Teatro Quimera de Santa Cruz de Tenerife, el 11 de febrero de 1933 * P « r « frÍM, IS SANTA CRUZ DE TENERIFE ( Islas Canarias) R E P A R T O PERSONAJES ACTORES Elena Irene López Heredia. Doña Luz Lis Abrines. Emilia ... ,., Carola Fernangómez. lío''* Adela Carbone. Micaela Consuelo Pallares. Águeda. Isabel Ortega. Engracia Avelina Yegros. Remedios María Isabel Pallares. Güáa, Ana María Noé. Don Eligió Ignacio Evans. Ernesto Mariano Asquerino. Don Abel ,. Octavio Castellanos. Encargado Ricardo Vargas. Julián José Baviera. Alejo Víctor Miguel Meras. Venancio Fernando Fresno. Juez Octavio Castellanos. Secretario Alfonso Albalat. Eermann Groth Fernando F. de Andrade Alguacil Ignacio Ortega. La acción en Tenerife, en una finca de plátanos. ^ ACTO PRIMERO Departamento de entrada a un taller de empaquetado de plátanos., En primer término, a la derecha, dos bancos paralelos, y a los lados, peque- ' ños montones de maderas para huacales. A la derecha, una mesa con dos o tres sillas. Puerta lateral a la izquierda, que comunica con la casa deR dueño de la finca, y otra, a la derecha, que da acceso all taller. Portada muy ancha al fondo, quef deja ver una gran extensión de plataneras. Las plantas, mostrando sus racimos, llegan hasta cerca de la puerta. En la lejanía, la sUueta de unaf montaña con casitas desperdigadas en su falda. Vénse pasar, de cuando en cuando, por fuera de la portada, trabajadoras con cacharras de agua a la cabeza. A la caída de la tarde. ESCENA I ÁGUEDA, ENGRACIA, REMEDIOS Y GILDA, EL ENCARGADO T ALEJO ( Al levantarse el telón, las cuatro mozas, sentadas dos a cada lado de los bancos que aparecen a la derecha, en primer término de la escena, se dedican a clavar cabeceros para el empaque de plátanos. Frente a ellas, a la izquierda, el Encargado del almacén, sentado en una pequeña mesa, toma notas que le va dictando Alejo ( de pie) con una pequeña libreta en la mano. Al fondo, en un ángulo del salón, una báscula, y Junto a ella una muchacha que va pesando los racimos que le traen los obreros de la huerta y que luego entran para el salón.) REMEDIOS.— Claven, muchachas, claven... GILDA.— Que quedan pocos. ÁGUEDA.—^ Despacio, que es mejor. ENGRACIA.— Sí, que no somos máquinas. GILDA.—¡ Fuerza, fuerza en los brazos! REMEDIOS.—¡ Arriba, muchachas! ÁGUEDA.—^ Pues yo no corro. ENGRACIA.— Ni yo tampoco. ENCARGADO.—( Mandándolas a parar.) A esperar un momento. GUiDA.—( Que aguo clavando.) Andarse, que es tarde. ENCARGADO.— Que se paren les digo. ¿ Están sordas? ALEJO.—.( Gritánd « ri « s.) Que les dicen que paren. REMEDIOS.— Hablar más alto. 6 ENCARGADO.— Ni que tuvieran tapones en los oídos. GILDA.—^ Pues, alto el fuego. REMEDIOS.— Alto. ÁGUEDA.—^ A callar todas. ENGRACIA.— Silencio. ENCARGADO.—( A Alejo.) Pues vete diciendo. ALEJO.—( Con la libreta en la mano.) ¿ Entradas o salidas? ENCARGADO.— Salidas. ALEJO.—( Dictando.) Dos camiones. ENCARGADO. — ( Apuntando.) Dos camiones. ¿ Guacales?... ALEJO.— Cien guacales. ENCARGADO.—( Escribiendo.) Cien guacales. ALEJO.— Clasiflcación. ENCARGADO.— Venga la clasificación. ALEJO.— Dobles. Veinte gigantes; diez extras-extras; diez extras; diez extras medios. ENCARGADO,— ¿ Triples? ALEJO.— Diez gigantes; diez triples gigantes; diez gigantes- gigantes. ENCARGADO.— ¿ Chiádruples? ALEJO.— Diez gigantes; diez triples gigantes. ENCARGADO.— ¿ Múltiples? ALEJO.—^ Ningimo. ENCARGADO.—^ Pues vengan las entradas. ¿ Madera? ALEJO.— 300 guacales. ENCARGADO.—^ Detalla. ALEJO.— Largueros, 84; cabeceros, 48. Crucetas, 18. ¿ 150 atados? ENCARGADO.— Sí; 150. ALEJO.—^ Total: 300 guacales. ENCARGADO.— 300 guacales. ALEJO.— Nada más. ENCARGADO.—^ Pues, listos. ALEJO.— ¿ Me llevo la libreta? ENCARGADO.— Guárdala por si la pide don Eligió. ALEJO.— ¿ y Sigo clasificando? ENCARGADO.— Si, tú a la clasificación. ALEJO.— ¿ y Julián? ENCARGADO.— Julián a las pesas. ALEJO.—^ Pues a la orden. ( Vá& e encargado por derecha.) REMEDIOS.—( A Alejo.) ¡ Adula, adula!... ALEJO.—¡ Trabajen hay! GILDA.—¡ Gandul! ALEJO.—¡ Cotorra!... ( Mutis también Alejo por derecha.) ESCENA U LAS MISMAS, MENOS EL ENCARGADO Y ALEJO REMEDIOS.—( Cantando.) Y al tanganillo, madre, y al tanganillo... GILDA.—( Continuando el canto.) que una pulga saltando rompió un lebrillo... REMEDIOS.—^ Rompió un lebrillo... 8 GILDA.— Que son mentiras, aue una pulga saltando no lo rompía. REMEDIOS.— No lo rompía... ÁGUEDA.—^ Dale con el guineo. GILDA.— y al tanganillo... REMEDIOS.— Rompió im lebrillo... ENGRACIA.—¡ Por Dios! AGXJíEDA.— Que me tienen loca. REMEDIOS.— Pensamiento que vuelas más que las aves... GILDA.—^ Llévale este suspiro a quién tú sabes... REMEDIOS.— A quién tú sabes... ENGRACIA.—( Alzando el martillo.) Que te calles te digo. ÁGUEDA.— Atízale... GILDA.— Que llamo a Julián. REMEDIOS.—( Llamando.) ¡ Julián!... ENGRACIA.—¡ Eh!, dejarse de confianzas. GILDA.—¡ Miá no te lo roben! ÁGUEDA.— Vaya, a tener fundamento. REMEDIOS.—¡ Puntas pa mí! GILDA.— Y pa mí también. ÁGUEDA.— ( Dándoles un puñado.) Puntas pa las dos. REIiíEDIOS.— Claven, muchachas, claven... GILDA.—¡ Contra! Que me he trillao. ENGRACIA.— Sopla, que es bueno. REMEDIOS.—( Volviendo a cantar): Un fraile confesando siete doncellas... en la capilla pilla la mejor de ellas... GILDA— La mejor de ellas... ENGRACIA.— ¿ A empezar otra vez? REÍ^ DIOS.— El perro de San Roque no tiene rabo, que tió Ramón Rodrigo se lo ha robao. GILDA.— Se lo ha robao... ÁGUEDA.— Cuatro nos quedan. ENGRACIA.— ¿ Cuatro na más? GILDA.— Cuatro, muchachas. REMEDIOS.—( Cantando.) Arriba, arriba, que arriba está el que premia y el que castiga... iGILDA.— Y el que castiga... ESCENA in LAS MISMAS Y JULIÁN JULIÁN.—( Por el fondo.) ¡ Ole por las cantadoras! ÁGUEDA.—¡ Buena, buena vida! ENGRACIA.— Triunfe quien pueda. JULIÁN.— Pues aquí me tienen. GILDA.— A quitarse el saco. REMEDIOS.— Que se constipa. JULIÁN.— Calla, que te hago un cuento... REMEDIOS.— Cuéntaselo a San Juan, que es máis viejo que yo. GILDA.—¡ Ayuda, gandul! 10 JXJLIAN.—^ Pues venga esa mano. ( Cogiéndole la muñeca.) ¡ Manda con fuerza! GILDA.—¡ Eh, que me duele! REaUEDICS.—¡ A palpear a otras! JULIÁN.— ¿ Qué dices? ( Queriendo pellizcarla.) REMEDIOS.— Quieto, que te llevas im martillazo. ÁGUEDA.—¡ Descuídate, Engracia!... ENGRACIA.— Me tiene sin culdao. JITLIAN.— ¿ En serio? ENiGRACIA.—^ En serio. OILDA.—¡ Ja, ja! ¡ Que se pelean... que se pelean!... REMEDIOS.—^ Arriba, arriba, que arriba está el que premia... GILDA.— Y el que castiga. JULIÁN.—¡ Cié, muchachas! ESCENA IV LOS MISMOS Y EL ENCARGADO. POR ULTIMO, VENANCIO ENCARGADO.—( Por derecha.) Vaya, se acabó la música. ¡ Al salón todas! GILDA.—¡ Listas, muchachas! REMEDIOS.—( Levantándose.) ¡ Arriba esos cuerpos! ENCARGADO.—( Dándoles prisa.) Vamos, vamos. ( A JuUán.) Avisar a Venancio, que ya es la hora. ( Sale Julián por el fondo.) ÁGUEDA.— ¿ Entramos cabeceros? ENCARGADO.—^ Después se entrarán. Ahora, todas al salón. Ustedes ( a Engracia y Águeda), a en- 11 guatar; Remedios a recalzar, y tú ( a Gilda) a las pesas con Julián. REMEDIOS.—¡ Te salvaste! GrLX> A.—¡ Rabeen! REMEDIOS.—^ Andarse, que van a tocar la corneta. ( Entra Julián por el fondo. Detrás Venancio, con un cuerno en la numo.) VENANCIO.— A la orden. ENCARGADO.—^ Despedir los peones, que es la hora. VENANCIO.— ¿ Toco entonces? ENCARGADO.— Sí, toca ya. ( Mutis por derecha.) REMEDIOS.—( Sin que la oiga Venancio.) ¡ Cuer-nito!... JULIÁN.—( A las mozas.) ¡ Pa dentro, que va a sonar el despertaor! GILDA.—¡ Ja, ja! ÁGUEDA.— Ni que estuviéramos en el cuartel. ( Oyese al fondo el sonido del cuerno, que retumba en toda la finca.) ENGRACIA.—¡ La cometa, muchachas! GILDA.—¡ Sopla, Venancio! REMEDIOS.—¡ Cuemito!... ( Mutis todas, por derecha, con grandes risas.) ESCENA V DOÑA LUZ, EMILIA, DON ABEL Y ELENA, TODOS POR IZQUIERDA DOÑA LUZ.—^ Pues te felicito, Elena. ¡ Hermosa casa! 12 EMILXA.—^ Un verdadero palacio... ELENA.— No tanto, no tanto... Un modesto albergue campesino. DON ABEL.—^( Que es bastante entretenido de los oídos.) ¡ Muy bien, Elena; muy bien!... Enhorabuena por todo. La casa, la finca, el clima... todo magnifico. EMILIA.—¡ Y decían que estabas en un destierro!... DOÑA LUZ.—^ La gente, que en todo se ha de meter. ELENA.— Sí, se habla mucho. DOÑA LUZ.—¡ Envidias! DON ABEL.—( A doña Luz.) ¿ Qué dices?... DOÑA LUZ.— Que estamos felicitando a Elena por la suerte que ha hecho. DON ABEL.—¡ Ah, sí! Una gran suerte... Se te felicita, Elena. ELENA.— Gracias, don Abel. EMILIA.—^ Pues, sí; no podrás quejarte dte tu cárcel. ¿ Encantada de la vida, verdad? ELENA.—( Aparte a Emilia, con tristeza.) ¡ Ay, Emilia! DOÑA LUZ.— ¿ y qué te voy a decir de la merienda?... Que te has excedido en atenciones. EMILIA.— Sí, un espléndido " lunch". DOÑA LUZ.— Ni en el " Quisisana", hija. ELENA.— Son ustedes demasiado amables. Un modesto obsequio de una humilde aldeana... EMILIA.—^ Pues quisiera ser aldeana como tú. ELENA.—¡ Ay, Emilia! 13 DON ABEL.—( Contemplando desde el fondo la platanera.) Acércate, Luz. DOÑA LUZ.— Sí, la platanera; ya la veo. DON ABEL.—¡ Soberbia! ¡ Soberbia! DOÑA LUZ.— Sí, hermosísima finca... ¡ La fruta que cogerán al año! DON ABEL.—^ Una verdadera suerte. DOÑA LUZ.— Fíjate, EmlUa. ELENA.—^ Asómate para que veas las huertas. EMILIA.—^ Ya estoy viendo. ¡ Una tontería, Elena! DOÑA LUZ.— Lo contento que estará Eligió con su finca. EMUJA.—^ Y Elena, mamá. DOÑA LUZ.—^ y Elena sobre todo. EMILIA.—^ Nada, humilde aldeana, que te compadezco por tu indigencia. EUaíA.—¡ Sí, sil DOÑA LUZ.—( A dom Abel). Pero, ¿ qué estás mirando tan atento? DON ABEL.—^ Fijándome en aquel plantón, que parece tiene algo de cochinilla. Te prevengo, Elena, que hay mucha " fórmica omnívora" en la platanera. Diceselo a Eligió. ELENA.—^ Pues él está siempre observando las plantas. No creo que vaya a descuidarse. DON ABEL.— Sí, vigilar mucho la platanera; estar siempre al acecho, que pueden tener un disgusto cualquier día. EMILIA.—¡ Por Dios, papá; que se van a llenar de miedo! DOÑA LUZ.— Una manía, hija. Tú no sabes el 14 dinero que se lleva gastado en libres y menj urges para combatir las plagas. DON ABEL.—( Llevándose la mano a un oído.) ¿ Qué dices?... DOÑA LUZ.— Que no nos hables de las hormigas. DON ABEL.— ¿ Por qué?... DOÑA LUZ.— Porque te vas a chiflar. DON ABEL.—^ Ya, ya. DOÑA LUZ.—( Al ver que don Abel sale para ainen,} Pero, ¿ adonde vas? DON ABEL.—^ Deja, que quiero observar de cerca aquel tronco. DOÑA LUZ.— Vete a enfangarte los zapatos. EMILIA.— No puede con su genio. ELENA.— Déjenlo, si es su gusto. DOÑA LUZ.— Sí, pero ya es demasiada preocupación. Yo creo que sueña con las hormigas. Y no es lo peor eso, sino que, como está un poco entretenido de los oídos, tiene la costumbre de leer en alto, y ya me sé de memoria hasta el número de reinas, obreras, centinelas y nodrizas que tiene cada hormiguero... Yo creo que terminará por chiflarnos a todos. ¡ COTÍ decirte que cuando siento una picazón en las piernas creo que son las hormigas que se me están subiendo por las medias!... ELENA.—¡ Pues no es chica preocupación! EMILIA.—^ Y total, para nada; para perder el tiempo tontamente. DOÑA LUZ.— No; no crean que todo son tonterías. Se pasa a veces un rato muy distraído leyendo los libros de Abel. Figúrate, que hay especies que se saludan y se hacen señas con sus antenas 15 como si fuesen telegrafistas... ¡ Un asombro, hija! ¡ Que tienen hasta telegrafía sin hilos!... EMILIA.—¡ Por Dios, mamá! ELENA.—¡ Quién sabe! Se ven hoy tantas cosas... DOÑA LUZ.—^ En fin; que no me cansaría de contarte detalles de las hormigas. Te confieso que les tenía bastante ojeriza, pero me son simpáticas desde que supe que huyen de los malos olores y que ellas mismas entierran a sus muertos. Lo único que no les perdono es que sean tan golosas. Porque, hija, con la abundancia de ellas que tengo en la finca no sé ya ni dónde esconder los azucareros... ELENA.—¡ Alguna falta habían de tener! ( Entra don Abel de la huerta.) DON ABEL.—^ Pues, no: me parece que no es la " fórmica omnívora". DOÑA LUZ.— ¿ Qué dices, hombre? ( Mirándole a los pies.) ¿ No te decía que ibas a ensuciarte los zapatos? ¡ Mira cómo los traes! ELENA.—^ Entre, para que se limpie. EMILIA.—¡ Las cosas de papá! DON ABEL.— No; no se preocupen. Ya nos limpiaremos en casa. ¡ Percances del oficio! ( Oyese el trajín del empaquetado.) REMEDIOS.—( Dentro, cantando): Un fraile confesando siete doncellas, en la capilla pilla la mejor de ellas... DOÑA LUZ.—( Con grrandes remilgos.) ¡ Hija, qué cantares! 16 EMILIA.— Sí, bastante subiditos de tono. ELENA.—^ Pues eso son flores. DOÑA LUZ.—¡ Hasta las trabajadoras!... ¡ El mundo, que está perdido!... ESCENA VI LOS MISMOS Y ERNESTO ERNESTO.— ( Por izquierda, con un pequeño libro en la mano.) ¿ Todavía por aquí? Ya veo que no tienen ustedes miedo a la noche. DOÑA LUZ.— Dijimos al chófer que a las siete. ERNESTO. ( Sacando un reloj.) Pues todavía os queda algún tiempo. EMILIA.— Y, además, se está muy bien aquí. ERNESTO.— De fresco, por lo menos. DOÑA LUZ.— De fresco y de todo. ERNESTO. ( A don Abel.) ¿ Aburrido, amigo don Abel? DON ABEL.— Contemplando la platanera de tu cuñado. ¡ Magnífica, magnífica!... ERNESTO.— Sí, mucho plátano. ¿ Y qué hay? ¿ Cómo van esos estudios insecticidas? ¿ Ha averiguado usted ya si se trata del " lasius fuUginoso"?... DON ABEL.— Hablaremos... hablaremos de eso, amigo Ernesto. ERNESTO.—¡ Nada, don Abel; guerra a los insectos! DOÑA LUZ.—¡ Calla; que vienes hecho un bolchevique! EMILIA.—¡ La moda, mamá! ELENA.—¡ Horror! 17 EMILIA.—^ Deja, que ya se le aplacará el fuego... revolucionario. Por de pronto, observo un buen síntoma: que se trae una novela para distraer sus ocios. ERNESTO.— No es novela, pero es igual. DOÑA LUZ.—^ A lo mejor un libro anarquista. ERNESTO.— Un libro de poesías... DOÑA LUZ.—( Asombrada.) ¡ Poesías, tú! ERNESTO.— Sí, poesías... Vea usted por dónde me ha dado ahora el furor bolchevique. ELENA.— Pues menos mal. EMILIA.—¡ Chifladuras que tienen a veces los médicos! ELENA.— Pintoresco... ERNESTO.— Pues, sí, un libro de versos. Admirable tónico para el espíritu en estas soledades campesinas. DOÑA LUZ.— Te desconozco. ¡ Romántico perdido! DON ABEL.—( A doña Luz.) ¿ Qué lee? DOÑA LUZ.— Versos... DON ABEL.—¡ Muy bien... muy bien! EMILIA.— Estamos admirados. ELENA.— y con lo mal que hablaba siempre de los poetas. ERNESTO.—^ Pero me he reconciliado al fin. Ahora, después de conocerlos un poco, les he devuelto mi estimación. Por de pronto, son completamente Inofensivos. Si acaso nos apedrean a veces con sus ripios; pero nada más. DON ABEL.—( Desde el fondo.) ¡ Don Eligió!... ¡ Aquí está el hombre de la suerte! 18 DOÑA LUZ.—¡ Oh, nuestro gran don Eligió! ( Siffiíe oyéndose el trajín de las empaquetadoras.) GILDA.—( Dentro, cantando): Arriba, arriba, que arriba está el que premia y el que castiga... ESCENA VU LOS MISMOS Y DON EUGIO DON ELIGID.—( Por el fondo, en traje de caza y con una escopeta al hombro.) ¡ Santas y buenas, señores! Perdonarán la facha. DON ABEL.— ( Dándole palmaditas.) ¿ Cazando, eh?... DON ELIGIÓ.—^ Matando el tiempo, don Abel. ERNESTO.— El tiempo... y las liebres. DON ELIGIÓ.— Si se ponen a tiro no va uno a dejarlas escapar... ( Saludando.) ¿ Y qué tal... qué tal van ustedes? DOÑA LUZ.— Muy bien; un dia admirable que hemos pasado. EMUJA.— Entusiasmadas con la finca. DON ELIGIÓ.— ¿ Gusta, eh? DOÑA LUZ.— Sobre todo la casa. Estoy enamorada de la casa. EMILIA.— Y la campiña, que no puede ser más bonita. ERNESTO.- Ni más distraída... DON ELIGIÓ.— Pues ya saben ustedes lo que tienen que hacer. 19 ELENA.— Ya se los he dicho, que vengan otro día con más calma. DON ELIGIÓ.— Sí, dejarse ver. Sobre todo usted, amigo don Abel, tan aficionado al campo. ( Volviendo a darle palmaditas en el hombro.) ¿ Muchos... muchos embarques este año? DON ABEL.— No tantos como usted, amigo, que está hecho un coloso de la platanera. DON ELIGIÓ.— ¿ Pero se vive, eh? ¿ Se vive? DOÑA LUZ.—^ Regularmente, don Eligió. No se pueden hacer hoy muchos milagros. ERNESTO.—^ Pero se vive... DOÑA LUZ.— Bueno fuera que no. DON ABEL.— Los ingredientes muy caros. DON ELIGIÓ.—^ Y lo que no son ingredientes. ¿ Qué me dice usted de la peonada? DOÑA LUZ.—¡ Oh, no me hable usted de los peones! Están imposibles. DON ABEL.—¡ Todo muy caro, amigo don Eligió! ERNESTO.— Desastroso. Están ustedes con el agua al cuello... DON ELIGIÓ.—^ Al doctor lo quisiera ver los sábados en el escritorio, con la lista de jornales sobre la mesa. ERNESTO.— Me dejará usted también su libro de cheques... DON ELIGIÓ.— Si usted los firma... ERNESTO.— Un pobre insolvente no puede permitirse esos lujos. DON ELIGIÓ.— Aguzar el ingenio, amigo. 20 DOÑA LUZ.— Si, estos señores lo quieren resolver todo con pólvora ajena. ERNESTO.— iLa antorcha, doña Luz! DOÑA LUZ.—¡ CaUa, revolucionario! ELENA.— Vamos, hablad de otros asuntos. DON ABEL.—^ Una pregunta, amigo don Eligió. DON ELIGIÓ.— Usted dirá, amigo don Abel. DON ABEL.— ¿ A cuánto viene promediando ahora? DON ELIGIÓ.— A veinticinco, un corte por otro. DON ABEL.—( Llevándose la mano al oído.) ¿ A cómo? DON ELIGIÓ.—¡ A veinticinco! DON ABEL.— Escucha, Luz. ¡ Que está promediando a veinticinco! DOÑA LUZ.—¡ Y nosotros, sin poder pasar de dieciocho! ERNESTO.—( Leyendo): La patria es una peña, la patria es una roca... EMILIA.—¡ Oh, muy bonito! ERNESTO.—( Bostezando.) ¡ Me duermo, Emilia! ELENA.—^ La costumbre que tiene de dormir la siesta... EMILIA.—^ Distráete, hombre. ERNESTO.— ¿ No ves? Distraidísimo que estoy. DON ABEL.— ¿ Y qué tal de aguas, amigo don Eligió? 21 DON EUGIO.—^ No tanta como se quiere; pero alguna... alguna hay. DOÑA LUZ.— ¿ Y la tendrá usted bien legalizada? Porque eso es lo primero. DON ELIGIÓ.— Siempre hay quien quiera pleitear. ¡ Y en eso estamos! DOÑA LUZ.— ¿ En pleitos? DON ELIGIÓ.— En pleitos, doña Luz. Esos del Molino que piden una parte. DOÑA LUZ.— ¿ Y usted defendiendo sus derechos? DON ELIGIÓ.— Natural: hay que defenderse, cueste lo que cueste. ¡ Pa guerrear nacimos! DOÑA LUZ.— Sí, lo comprendo; cuestión de carácter. Yo prefiero siempre la paz. ELENA.—^ Eso mismo le he aconsejado yo; no nos vayan a hacer algún daño en la finca. DON ELIGIÓ.— Ya sabré yo defenderme. EMILIA.— Y tú ¿ qué opinas, Ernesto? ERNESTO.— ¿ Yo?... Que soy enemigo de toda intransigencia. Respetar los derechos del prójimo y vivir en paz con la vecindad. ¡ Que corra, que corra el agua para todos!... DON ELIGIÓ.— Y afánese usted en buscarla para que otros se la lleven... ERNESTO.— Se la llevará, al fin y al cabo, la tierra que la alumbró. DON ELIGIÓ.—¡ Siempre desvariando! ERNESTO.— Razonando, amigo don Eligió. ELENA.—( Cortando la discasión.) ¿ Otra vez a discutir? 22 DOÑA LUZ.— lEste Ernesto!... ¡ Travieso nos ha salido, el pollo! EMILIA.— Antes no era así. ELENA.— La Universidad, que lo ha cambiado. ERNESTO.— La injusticia que me subleva. ELENA.— Cordura, Ernesto. DOÑA LUZ.— Bien; a despedirnos, que se nos hace de noche. EMILIA.—¡ Agradecidísima, Elena! DOÑA LUZ.— Esperamos que nos devuelvas la visita. EMILIA.— Alguna vez te has de dar una escapada. ¿ Palabra que si? ELENA.— Ya, ya veremos. EIvIILIA.— No, compromiso formal. ELENA.^— Pues compromiso formal. EMILIA.— Y que cuides bien a Ernesto. DOÑA LUZ.— Por lo menos dos semanas más de penitencia. , i ERNESTO.— No, por Dios: ¡ Quién resiste tanto! EMILIA.— Te enviaremos otro tomo de poesías para que te distraigas. ERNESTO.— Prefiero, querida Emilia, que me mandes lo más pronto posible el automóvU. ( Vuelve a oírse dentro del salón la voz de Remedies, cantando): Señores bailadores, alcen las patas, que parecen ratones dentro de zarzas... DOÑA LUZ.— Vamos, vamos. 23 DON EILIGIO.— Ya saben el camino para otro día. A ver si echamos una cana al aire. ¿ Verdad, amigo don Abel? DON ABEL.— Sí, volveremos, volveremos. DON ELIGIÓ.—¡ Pero avisen, eh! Avisen con tiempo. Por lo menos, para recibirlos en otra forma, que parece uno un méndigo con esta facha. ERNESTO.—( Aparte.) Un méndigo. ¡ Qué horror! DOÑA LUZ.—^ Tranquilícese usted. En el campo no se puede pedir mucha etiqueta. ERNESTO.—( También aparte.) Sí, pero por lo menos un poco dé gramática. DON ABEL.—( Despitliéndose también de Ernesto.) A ti ¿ qué te digo? Que te veamos pronto por casa. Tú sabes que se t3 aprecia de verdad. ERNESTO.—( Dándole palmaditas en el hombro.) Y se le corresponde, don Abel; se le corresponde con la misma moneda. Vaya usted tranquilo, que yo me encargaré de espantar las hormigas... DON ELIGIÓ.— Nicotina, amigo don Abel. Llévese usted por mis consejos. DON ABEL.— Sí, pero con prudencia, que se puede emborrachar la planta. Yo prefiero los procedimientos biológicos. Me han dicho que hay un arácnido que da los más excelentes resultados... DOÑA LUZ.— Vamos, que se van a reir de ti. ( A Emilia.) Al auto, niña, al auto. DOÑA LUZ.— ( A don Eligió.) Supongo que este año nos veremos con más frecuencia; que no se nos escapará usted al Extranjero, como otras veces. DON ELIGIÓ.— Ya sabe usted mi chifladura, do- 24 ña Luz: C! oven Garden... Pero este año me parece que voy a suprimir los viajes. Está ya uno cansado de corretear mundos. DOÑA LUZ.—^ Hace usted muy bien. No hay nada como el campo. ERNESTO.— Sí, el campo. ¡ Divertidísimo, Emilia! EMILIA.—¡ Este Ernesto... este Ernesto!... ELENA.—( En la puerta, mientras se oye la bocina del auto.) ¡ Adiós... adiós a todos! DON ELIGIÓ.—¡ Buen viaje! ERNESTO.—¡ Adiós!... ¡ Adiós!... ESCENA v ni ELENA, ERNESTO Y DON EUGIO DON ELIGIÓ.—^ Le cogen a uno siempre desprevenido. ERNESTO.— Está usted muy bien, y sobre todo, muy natural. No los iba usted a recibir de " smoking". DON ELIGIÓ.— No sería la primera vez que me lo pusiera. ERl^ STO.— Sí, pero el " smoking" para Londres. Aquí está muy bien con esa indumentaria de cazador. La llevan hasta las personas más aristocráticas. DON ELIGIÓ.—^ Y al que no le guste... ERNESTO.— Natural. Cada uno hace de su capa un sayo. ELENA.— Supongo que cenarás esta noche con nosotros. DON E1J3GIO.— Allá veremos. El empaquetado 25 dirá. Pero, por mí, no esperen. Voyme a dejar estos arreos en el escritorio. ELENA.—^ Avisarás entonces si te mando la cena. DON ELIGIÓ.— Que la preparen por si acaso. ( Mutis por el fondo.) ELENA.— Pues vamos, Ernesto. ERNESTO.— Sí, vamos. ¡ Qué hombre! ELENA.—^ Te encuentro triste. ERNESTO.— ¿ Triste por qué? ELENA.—¡ Ay, Ernesto! ERNESTO.— Vamos, vamos de una vez. ( Matis los dos por izquierda.) ESCENA IX ALEJO Y REMEDIOS. DESPUÉS DORA. POR ULTIMO, EL ENCARGADO ALEJO.—( A Remedios, que viene detrás.) ¡ Anda, a entrar cabeceros! REMEDIOS.— Los podías haber entrado tú solo. ALEJO.—^ Así me das compaña. REMEDIOS.— Tú tienes quien te la dé. ALEJO.— Si no me la das tú. ( Insinuándosele.) ¿ Quién mejor? REMEDIOS.— Anda; déjate dé bromas. ALEJO.— Aquí no nos mira nadie. ( Volviendo a insinuarse.) ¿ Verdá que no te pesa? REMEDIOS.— Que no seas majadero. Alcanza de una vez. ALEJO.—^ Pues vete cogiendo. REMEDIOS.— Más despacio, que eres un rehilete pa to. 26 ALEJO.— Cuanto más deprisa, mejor: ( Cmitaii-do.) Uno... dos... tres... cuatro. REMEDIOS.— i( P( miéndolos en un montón.) Sigue con los tuyos. ALEJO.— De poco te cansas. ( Con otro cabecero en la mano.) Coge por hay. REMEDIOS.—( Cogiéndolo por un extremo.) Pos suelta... ALEUO.— Suelta tú. REMEDIOS.— ¿ Estás de broma? ALEJO.—¡ Fuerzas tienes!... ( Tirando uno de cada lado.) ¡ A ver quién puede más! REMEDIOS.— Que lo vas a romper. ALEJO.—^ Pues suelta... REMEDIOS.— Suelta tú... DORA.—( Por el fondo, muy encorvada y apoyándose en un bastón.) ¡ Je, je!... Que no se vaya a quebrar el madero... ALEJO.— Bromeando... REMEDIOS.—^ Este, que le gustan los juegos. DORA.— Sigan, sigan que yo no estorbo. ALEJO.—^ Pues véngase pa acá. DORA.— Venía a guarecerme del relente. ¡ Qué noche, hijitos! Ya empiezan a guiñar los ojos las estrellas que vienen a llorar sobre los muertos!... REMEDIOS.—¡ Qué miedo! DORA.— No teman ustedes a las estrellas; teman a los duendes que en estas horas empiezan a hacer de las suyas. ALEJO.—¡ Cuentos de brujas! DORA.—^ Reios, reíos de los duendes. 27 ALEJO.—^ Pues, ande; écheme un rezao pa pasar el miedo. DORA.— Si das pa las Animas... REMEDIOS.—^ Dale algo, hombre. ALEJO.—( Sacando una moneda.) ¡ Vaya, un rial pa las Animas! DORA.— Que ellas te lo paguen y el Señor te lo acreciente. ¡ Daca esa mano! ALEJO.—^ Hay la tiene. DORA.— Abre un poco los dedos, y calla. REMEDIOS.—¡ Formalidá, hombre! ALEJO.—^ Pues vaya diciendo. DORA.—( Cogiéndole la mano): Una manzana me dieron bonita, pero emprestada; cinco me dieron por ella y diez para que guardara... Estos diez ( contándole los dedos) son los diez mandamientos de la Ley del Señor. Estos cinco, las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo. En esta mano ( cogiéndole la izquierda) estampó Dios el signo de que hemos de morir... En esta otra ( cogiéndole la derecha), ¡ la mano del hombre!, puso Dios el mundo para que lo sustentara. Pues tenia con brío, que llevas en ella tu mejor tesoro... REMEDIOS.—¡ A olvidarte ahora! ALEJO.— No hay cuidao. REMEDIOS.— ¿ y a mí...? DORA.— Otro día... otro día, mocita. Ahora, a frezar a las Animas, que me esperan. Sigan, sigan los dos con su coloquio... 28 ALEJO.— Bromas nada más. DORA.—¡ Je, je!... Por bromas se empieza y por veras se acaba. Que tengan buena noche. ( Mientras camina hacia izquierda.) Del cielo viene bajando San Pedro y también San Juan... REMEDIOS.—^ Escucha, Alejo. ALEJO.— Las oraciones, Remedios. DORA.—^ El cáliz trae en su mano la hostia pa consagrar... ( Mutis Dará por izquierda.) ENCARGADO.—( Por derecha.) ¿ Y esos cabeceros?... Que están esperando por ustedes. ALEJO.— Allá vamos. ( A Remedios.) Anda; llévate esos. REMEDIOS.— Echa más. ALEJO.— ¿ Más todavía? Se te pueden caer. REMEDIOS.—^ Echa, hombre. ENCARGADO.— A no discutir, que ya se han estado bastante. Haciendo argollas a lo mejor. REMEDIOS.—( Disponiéndose a salir con los cabeceros.) No se enfade... ALEJO. ( Detrás de ella, con cabeceros también.) ¡ Carga, Remedios! ESCENA X EL ENCARGADO ¥ DON ELIGIÓ DON ELIGIÓ.—( Por el fondo.) ¿ Qué? ¿ Mucha faena todavía? ENCARGADO.— Muy poca, terminando de estiba*:. 29 DON ELIGIÓ.— ¿ Despacharon ya los gigantes? ENCARGADO.— Estamos ahora con los triples. DON ELIGIÓ.— ¿ Y qué más novedades? ENCARGADO.— Que vino ya la madera que faltaba. DON ELIGIÓ.— ¿ Confrontaron los atados? ENCARGADO.— En eso están. DON ELIGIÓ.— ¿ y la demás gente? ENCARGADO.— Terminando de empaquetar como le dije. DON ELIGIÓ.— ¿ Distribuyó bien las mujeres? ENCARGADO.— Lo mismo que otras veces. Engracia y Águeda, enguatando; Remedios, recalzando, y Gilda en las pesas con Julián. DON ELIGIÓ.— Que no vayan a dejar la tarea a medias como otras veces. ENCARGADO.— Engracia dice que se quiere ir a las ocho; pero las otras se quedarán hasta las nueve. DON ELIGIÓ.— ¿ Y nada más? ENCARGADO.— Que volvió la comisión del Molino a hablar de las aguas. Les dije que usté estaba de cacería, y que volvieran por la tarde. DON ELIGIÓ.— ¿ Y qué contestaron? ENCARGADO.— Que ellos no volverían más. Que si esta noche no les dejaban regar romperían las llaves del tomadero. DON ELIGIÓ.— ¿ y usté oyéndoles, tan tranquilo? ENCARGADO.— Venían tan exaltados... DON ELIGIÓ.— ¿ Y la escopeta pa qué le sirve? ENCARGADO.— Eran muchos, y dispuestos a todo. DON ELIGIÓ.—¡ Fanfarronadas! ¡ Ya, ya se les bajarán los humos! 30 ENCARGADO.— ¿ Manda algo más? DON ELIGIO.- Que se le quite el miedo pa otra vez. Bien; a Micaela que me prepare la cena para las nueve. Y que le arregle a usted la suya. ENCARGADO.— ¿ Le dejo la libreta? DON ELIGIÓ.— Sí, a ver la libreta. ( Mutis el Encargado por la izquierda.) ESCENA XI DON ELIGIÓ Y ENGRACIA DON ELIGIÓ.—( Sacando un reloj del bolsillo.) ¡ Las ocho!...( Se sienta y comienza a repasar la libreta.) ENGRACIA.—( Por la derecha, poniéndose un sobretodo.) ¡ A buenas noches! DON ELIGIÓ.— ¿ Te marchas? ENGRACIA.—¡ Si usted no me necesita! DON ELIGIÓ.— Aguarda un momento. ¿ Vas sola? ENGRACIA.— Sola... DON ELIGIÓ.— ¿ Y no tienes miedo? ENGRACIA.— ¿ Miedo de qué? DON ELIGIÓ.— De que te pueda salir alguien por el camino. ENGRACIA.— ¿ Bah! No hay cuidado. DON ELIGIÓ.— Pues así me gustan a mi las mujeres, sin miedo a nada. ¡ Anda, ven conmigo! ENGRACIA.— ¿ Pa qué? DON ELIGIO.- Que te tengo que decir una cosa en el escritorio. ENGRACIA.— ¿ A mí? 31 DON ELIGIÓ.— Sí, a tí. Anda de una vez. ENGRACIA.— Pero ¿ adonde? DON ELIGIÓ.— Al escritorio, que está cerca. ENGRACIA.—( Queriendo marcharse.) ¡ A buenas noches! DON ELIGIÓ.—( Detrás de ella.) Espera, mujer. ENGRACIA.—( Muy sobresaltada.) ¡ Guah! DON ELIGIÓ.— Que esperes te digo. ENGRACIA.—( Muy nerviosa, desapareciendo por el foro.) ¡ A buenas noches! DON ELIGIÓ.—( Detrás de ella.) Aguarda un poco. ( Mutis rápido Don Eligió por el foro.) ESCENA XII DORA, JULIÁN, LAS TRABAJADORAS, ALEJO, EL ENCARGADO, ÁGUEDA, ELENA Y ERNESTO DORA.—( Asomando la cabeza por una de las puertas de la izquierda.) ¡ Je, je!... ( Vese salir a Julián por la derecha; y después de aguardar un instante detrás de la portada, desaparecer súbitamente por el fondo.) DORA.—( Volviendo a asomar la cabeza por izquierda.) ¡ Je, je!... ( Transcurren unos segundos de espéctante suénelo, y, de pronto, óyese una fuerte detonación en la huerta.) DORA.—( Santiguándose) ¡ El diablo. Cristo bendito! ¡ El diablo! UN GRUPO DE TRABAJADORAS.—( Por derecha.) ¡ Un tiro... un tiro en la huerta!!... ALEJO.—( Abriéndose paso.) ¡ Corran!... 32 ÁGUEDA.—¡ Aguarda, por Dios! ALEJO.—¡ El Encargado!... ¡ Llamar al Encargado!! EL ENCARGADO.—( Por izquierda.) ¿ Un tiro?... ALEJO.—¡ Si, en la huerta!... Y aquí cerca... ENCARGADO.—( A las trabajadoras.) ¡ Venga una lámpara! ÁGUEDA.—¡ Una luz... que traigan una luz!... ELENA.—( Por izquierda, consternada.) ¡ Eligió!. . ¿ Dónde está Eligió? DORA.—¡ Pa la huerta, mi ama!... ELENA.—¡ Eligió!... ERNESTO.—( Por izquierda.) Pero, ¿ qué pasa? ENCARGADO.—( Desde el fondo.) ¡ Venga don Ernesto ! ELENA.— i Dios mío! ERNESTO—( A Jas mujeres.) ¡ Quietas, quietas todas! ALEJO..—( Desde fuera) ¡ El amo... que le han ti-rao al amo!... ELENA.—¡ Corran!... DORA.—¡ El diablo. Cristo bendito! ( Agólpanse las mujeres en la puert » y vese, al fondo, el respíendor de una lámpara de carburo.) UNA VOZ.—¡ Alumbren... alumbren pa acá!... OTRA.—¡ Don Eligió!... ¡ Don Eligió!... TELÓN 33 34 VENANCIO.— Como uno durmiendo no sabe lo que duerme... ACTO SEGUNDO La misma decoración del acto anterior, ESCENA I GILDA Y REMEDIOS, DESPUÉS DORA ( Al levantarse el telón, GUda y Remedios se ha:- Ülan merendando en uno de los bancos de la derecha.) GILDA.— Come, mujer. REMEDIOS.— No tengo ganas. GILDA.— Pues yo si como... Anda, cógete un plátano. REMEDIOS.— No; no quiero. GILDA.— ¿ Y dátiles tampoco? REMEDIOS.— Tampoco. 35 QILDA.—( Comiéndose un plátano.) Pues yo si como... REMEDIOS.—¡ Dichosa tú! GILDA.— No; me voy a poner a llorar... ¡ Come, muchacha! REMEDIOS.— Dale con la majadería. Que no tengo ganas, mujer. GILDA.— Pues no te enfades. REMEDIOS.— El enfado que tengo es que no he podido dormir en toda la noche. GILDA.—^ Pues yo, como si tal cosa. REMEDIOS.—^ Porque tú no vistes nada. GILDA.— No haber sido curiosa. REMEDIOS.— Nos íbamos a estar quietas y el amo herido en la huerta. GILDA.— Que no hubiera salido. REMEDIOS.— Saldría porque tendría que hacer. GILDA.— O no tendría. Vete tú a saber. REMEDIOS.- Lo que sé es que me llevé un buen susto. GILDA.— Pues traga pa que se te quite. A buen seguro que nadie se disguste por nosotras. REMEDIOS.— Come tú y déjame a mí. GILDA.—( Comiéndose otro plátano.) Pues yo si como... ( Entra Dora por el fondo, apoyándose, como siempre, en su bastón.) DORA.—^ Hablen, hablen más bajo, que está el amo enfermo. GILDA.— Ya viene a meter miedo con las brujas... DORA.— Ríanse ustedes... REMEDIOS.— Yo no me río. 36 GILDA.— Pues eche por la boca. Usté que es una zahori pa todo. DORA.— ¿ Yo, hijita? Ojos que no ven, ojos que se callan. REMEDIOS.—¡ Y usté pa no saben DORA.— Lo que saben todos. GILDA.— Que dicen que fueron los del Molino. DORA.— Pos ahora lo oigo. REMEDIOS.— Hágase la nueva. DORA.—¡ Mi alma pa Dios! Que ahora lo oigo. GILDA.— Ande, échese un cálculo. DORA.—¡ Je, je! ¡ A tirarme de la lengua!... ¡ Y yo qué sé, hijita, yo qué sé! REMEDIOS.—¡ Pues si usted no lo sabe!... GILDA.— Pero puede que adivine. DORA.— i Je, je! ¡ Cualquiera lo adivina! ¡ Duendes a lo mejor! ESCENA II LAS MISMAS Y EL ENCARGADO ENCARGADO.—( Por izquierda.) ¿ Pero hoy no se trabaja aquí? REMEDIOS.— Esperábamos por las demás. ENCARGADO.— ¿ Y no ha venido Águeda? GILDA.— Estará mala, como Engracia. ENCARGADO.— ¿ Y Julián tampoco? REMEDIOS.— Julián andaba antes hay fuera. ENCARGADO.— Pues, pa dentro ustedes. Y no hacer bulla. GILDA.— Entonces, ¿ no se clava? 37 ENCARGADO.— Hoy no se clava. Los martillos quietos y nada de cantos. BEMKDIOS.—¡ Pa cantos estamos!... ENCARGADO.— Y ya lo sabéis; que no se oiga hoy una voz más alta que otra, que hay enfermos arriba. GILDjA.—¡ Silencio, muchacha! ENGARGADO.—( Saliendo por el fondo.) ¿ Pero dónde anda esa gente? ( Llamando.) ¡ Alejo! GILDA.— Pues vamonos nosotras. REMEDIOS.— Con las ganas que tengo de trabajar... DORA.— Vayan, vayan a su obligación. Ya saben lo que les han dicho; no hacer bulla... no hacer bulla... que está el amo enfermo. REMEDIOS.— ¿ Se cree usté que somos unas locas? GILDA.—( A Remedios.) ¡ Hija, aqui hay que andar hoy a puntas de pie! REMEDIOS.— Si yo sé esto me quedo en mi casa. ¡ Pa estar en duelo!... GILDA.— Canta, boba. ¡ Échate un responso! DORA.—¡ Vayan, vayan a sus quehaceres! GILDA.—( Volviendo la cabeza.) Sí, rece... pero no cante... REMEDIOS.—^ Ya cantará algún día... GILDA.— Lo dudo. Ni aunque le tiren de la lengua. ( Mutis GUda y Remedios por derecha.) ESCENA xa DORA T ERNESTO ERNESTO.—( Por izquierda.) ¡ Querida vlejecita!.,. ¿ Usted por aquí? 38 DORA.— Aquí, descansando los huesos. ERNESTO.—( Dándole palmaditas en el hombro.) ¿ Qué tal, ilustre amiga, qué tal? ¡ Solitaria y callada está hoy! ¿ En qué piensa la viejecita? DORA.—^ En las cosas del mundo, don Ernesto. ERNESTO.— Sí, ¡ qué mundo éste! DORA.—¡ Cuánta ruindá! ERNESTO.—¡ Miserias humanas! DORA.— ¿ y el amo mejorando?... ¡ Buen chasco, don Ernesto! ERNESTO.— Sí, buen chasco... ¡ Un susto tremendo! DORA.— Para él más que nada. ERNESTO.— Para él y para todos. Nos han hecho pasar una noche terrible. DORA.— Yo no he podido plegar los ojos todavía... ¡ Buen susto! ¡ Si nos llegan a matar al amo! ERNESTO.— Pues no hay cuidado. Una pequeñ;\ herida nada más. DORA.—¡ Y no saberse quién fué la mano que ha hecho la maldá! ERNESTO.— De averiguarlo se trata. ¿ Qué cree usted, amiga Dora? DORA.—¡ Je, je!... jSi uno supiera! ERNESTO.—¡ Algún alma, tal vez, del otro mundo!... DORA. ¡ Je, je!... ¡ Las cosas de don Ernesto! ¡ Echarle la culpa a las pobres ánimas! ERNESTO.— Pues alguien tendría que ser. ¿ Cree usted que podrían haber sido los del Molino?... 39 DORA.— Yo qué sé, don Ernesto; yo qué sé... iFiguraciones a lo mejor! ERNESTO.— Eso digo yo; que las gentes fantasean mucho. DORA.— Lo cierto es que otra como ésta no llevo yo vista en mis años. ERNESTO.—¡ Y con lo que usted sabrá de cosas de la vida! DORA.— Pues si fuera a contar historias... ERNESTO.—¡ Ande, querida viejecita; cuénteme alguna! DORA.—¡ Si me quita usté estos dolores que me tienen baldadas las piernas!... ERNESTO.— Los dolores se los voy a suprimir radicalmente. DORA.— No es capaz usté de hacer ese milagro, por mucha ciencia que tenga. ERNESTO.— ¿ Que no? Pues ya lo verá. Le prometo que andará muy pronto sin bastones... DORA.—¡ Ilusiones, don Ernesto! ¡ Vaya usté a quitarle los puntales al árbol que se cae, que se lo llevará el viento cualquier día!... ERNESTO.— No; no hay que temer nada de eso. A la encina no la derriba tan fácilmente el huracán. Vamos, amiga Dora, ¡ cuénteme alguna de esas historias que usted sabe! DORA.— Una sabía, pero es muy larga de contar: i la historia de Guanina!... ERNESTO.— ¿ Historia de amores?... DORA.— De la codicia de los hombres. De aquellos que cayeron en boca de sus siervos. ERNESTO.—¡ Cuente, cuente, querida viejecita! 40 DORA.—¡ Bah! ¿ Y quién no ha oido hablar de lo desgraciada que fué Guanina y del fin que tuvo Tl-tañé, el Mencey?... ERNESTO.— Yo, por primera vez. DORA.—^ Pues cuentan, si no mienten las fábulas, que era el Señor más poderoso de nuestra tierra: Diez doncellas cuidaban su lecho, mil guerreros oían su voz... En Adeje su cueva era la cueva real... Hasta que un dia quebrósele a Titañé el hilo de la suerte, y viéndole los vasallos sin trono ni corona, decíanle al oído: "¡ Guay, guay, mencey, infiel; la codicia te cegó!" ¡ Y todo por el daño que había hecho a la pobre Guanina! ERNESTO.— i Interesantísimo! DORA.— Pues ya sabe, don Ernesto, la historia de Titañé. ERNESTO.— i Admirable! Sobre todo el comentario de los vasallos. DORA.— Titañé se lo merecía. ERNESTO.—¡ Oh, ya lo creo! ¡ El que a hierro mata!... DORA.— Eso digo yo: la codicia nunca puede tener buen fin. ERNESTO.— Y, si no, que se lo pregunten a Titañé. ¡ Guay, guay, mencey infiel! DORA.—¡ Je, je! ¡ Pues no se lo sabe ya de memoria! ERNESTO.—¡ Oh, he tenido siempre una memoria feliz! 41 DORA.—¡ Que Dios se la conserve por muchos años! ERNESTO.— Gracias, querida viejeclta. Y ahora, a cumplir lo prometido. A curarle enseguida esos dolores. Desde mañana mismo vamos a comenzar el tratamiento. DORA.—¡ Je, je! Tarde va a ser ese milagro. ¡ Pa lo que me queda de andar por el mundo! ERNESTO.— Ya, ya verá. Hasta luego, mi Ilustre amiga. Necesito airearme un poco la cabeza. DORA.— Distráigase, distráigase su mercé, que habrá pasao muy mala noche. ERNESTO.— ¿ Buen chasco, eh? DORA.— Sí, buen chasco. ERNESTO.—( Desde el foro, al salir.) ¡ Guanina y el Mencey..., la codicia y los siervos!... ¡ Nada, que este cuento ha sido un hallazgo admirable!... ESCENA IV REMEDIOS Y DORA.— DESPUÉS ÁGUEDA.— POR ULTIMO, EL ENCARGADO Y ALEJO REMEDIOS.—( Por izquierda. A Dora.) ¿ Ha visto por hay el betún? DORA.— ¿ Qué betún? REMEDIOS.—^ El betún, que voy a poner las marcas. DORA.— Haberte explicao. REMEDIOS.— i Sí, me iba a betunar los zapatos! .. DORA.—¡ Yo qué sabia! 42 REMEDIOS.—( Buscando por todas partes.) Pues no lo encuentro. Ni el estampen tampoco. DORA.—^ Busca, mujer. REMEDIOS.— Que lo busquen ellos, que yo no lo hallo. DORA.— No te desesperes, que es peor. REMEDIOS.— Usté porque no tiene prisa. DORA.— Calma, hija... REMEDIOS.— Pues yo no encuentro el betún. DORA.—^ Busca, mujer. REMEDIOS.— No me apure, señora. DORA.— Sosiégate, Remedios. ( Entra Águeda por el fondo.) ÁGUEDA.— Buenos días... DORA.— Buenos dias. REMEDIOS.— No dirás que no has descansao. ¡ Las doce de la mañana! ÁGUEDA— Creí que no trabajaban hoy. REMEDIOS.- SÍ, íbamos a estar de parranda. AGUEDA.-( A Dora.) ¿ Y el amo? DORA.- Mejorando, a Dios las gracias. ÁGUEDA.— Buen susto. DORA.— Sí, bueno. ÁGUEDA.— Yo no he dormido en toda la noche. REMEDIOS.- Ni yo tampoco. Cayéndome estoy da sueño. DORA.— Y de Engracia, ¿ qué sabes? ÁGUEDA.— Enferma del disgustó. REMEDIOS.— ¿ Estuvistes en la casa? ÁGUEDA.— Sí, y me dio pena de verla. ¡ Lo desco- 43 lorida que se ha quedado la muchacha!... ¡ A cualquiera se la doy!... REMEDIOS.— A mí me hubieran levantao muerta. DORA.—¡ Pobre Engracia! ¿ Qué poco no contará? ÁGUEDA.— Sí, cuenta y no acaba del susto que pasó. De lo demás, ni una palabra. ¡ Un misterio que no hay quién lo entienda! REMEDIOS.—¡ Y ella qué puede contar! ¿ Echaría a correr al oír el tiro? ÁGUEDA.— No; se iba a quedar aguardando. ¡ Las preguntas que tiene esta! DORA.— También escapó de buenas Julián. ÁGUEDA.— Pero Julián tuvo más suerte que Engracia. REMEDIOS.— No estaría tan cerca. ÁGUEDA.— Como vive pa abajo... Pues eso le salvó. Que si llega a pasar por el tomadero también se lleva un buen susto. DORA.—¡ Dichoso tomadero! ÁGUEDA.—^ Eso dicen todos; que el gato está en-cerrao en el tomadero... ( Bajando la voz.) Aquí pa nosotros; que el que más y el que menos sabe ya por dónde le vienen las aguas al Molino. REMEDIOS.— Pues no digas más. ÁGUEDA.— Culdao si lo repiten. Que a mí no me invoquen. DORA.— Hacen bien; que a lo mejor salta la liebre por otro lao... REMEDIOS.— Hable, señora. DORA.—¡ Je, je!... jCualquiera adivina! ( Entra por el fondo el Encargado con Alejo.) 44 ENCARGADO.—( Muy apurado.) ¡ Pa lentro todos!... REMEDIOS.— Sí, ya nos íbamos. ENCARGADO.— Pronto, que está hay el señor Juez!... ALEJO.—^ Andarse de prisa. DORA.—¡ Animas benditas! REMEDIOS.—¡ El juez, Águeda! ÁGUEDA.— Vamonos, vamonos nosotras DORA.—¡ Que Dios nos asista! REMEDIOS.—¡ El señor juez! DORA.—¡ La Justicia!... Entren, entren de una vez. ( Mutis por derecha, incluso Dora.) ENCARGADO.—( A Alejo.) ¡ La mesa, hombre!... Limpiarla enseguida. Poner bien esas sillas. ALEJO.— Y tinta que no habrá... ENCARGADO.— Abre esa gaveta. ¡ El tintero!... ALEJO.— Aquí está. Y plumas también. ENCARGADO.— Sacude bien ese polvo. ALEJO.— Ya está. . ENCARGADO.— Pues, fuera. ( Mutis Alejo por el fondo.) ESCENA V EL JUEZ, EL SECRETARIO, EL ALGUACIL Y EL ENCARGADO ENCARGADO—( En la puerta del fondo, haciendo una gran reverencia.) ¡ Par. e el señor juez!... JUEZ.— ¿ Es este el empaquetado de don Eligió?... ENCARGADO.— Sí, señor. Este es. 45 JUEZ.— ¿ Y su domicilio particular? ENCARGADO.—( Señalando a izquierda.) Por esta puerta, señor. En el piso de arriba. JUEZ.—( Al secretorio, que hojea las diligencias.) Bien; termine usté la diligencia de inspección ocular. SECRETARIO.— Ya está, señor juez. JXJEZ.- ¿ Se midió la distancia que existe entre el empaquetado y el sitio donde apareció el herido? SECRETARIO.— Sí, señor. JUEZ.— ¿ Y de este último al tomadero de la finca? SECRETARIO.— También. JUEZ.— Pues a la prueba testifical. SECRETARIO.— ¿ Se amplía la declaración del herido ante el juez municipal? JUEZ.— Se ampliará después. Que comparezcan los otros testigos. ( Al Encargado.) Puede usted retirarse. ENCARGADO.—( Marchándose por derecha.) A la orden, señor juez... SECRETARIO.—( En alto.) Julián Hernández. ALGUACIL.—( Desde el fondo, tombién en alto.) Julián Hernández. ( Entra éste por el fondo.) 4 . ESCENA VI JULIÁN, EL JUEZ Y EL SECRETARIO JUEZ.— ¿ Es usted Julián Hernández? JULIÁN.— Servidor, señor juez. JUEZ.— ¿ Casado o soltero? JULIÁN.— Soltero. 46 JUEZ.— ¿ Cuántos años? JULIÁN.— Veintidós años. JUEZ.— ¿ Trabajador de la finca? JULIÁN.— Encargado de las pesas. JUEZ.— ¿ Natural de este pueblo? JULIÁN.— Si, señor; del Valle. JUEZ.— ¿ Promete usted decir verdad? JULIÁN.— Sí, señor. JUEZ.— ¿ Recuerda a qué horas salió usted anoche del trabajo? JULIÁN.— A eso de las ocho. JUEZ.— ¿ Vio usted salir a Engracia González? JULIÁN.— La vi coger el sobretodo pa marcharse. Después no supe más de ella. JUEZ.— ¿ Acostumbran ustedes salir juntos? JULIÁN.— Hasta la puerta algunas veces; pero después cada uno sigue su camino. Ella pa la carretera y yo pa abajo. JUEZ.— ¿ Vio usted a don Eligió hay fuera? JULIÁN.— No, señor. JUEZ.— ¿ Sabe usted si tiene costumbre de estar a esas horas en la huerta? JULIÁN.—^ A esas horas acostumbra estar en el escritorio repasando las cuentas. JUEZ.— ¿ Y al salir vio usted luz en el escritorio? JULIÁN.— Señor; no recuerdo. JUEZ.— ¿ Sintió usted el tiro antes o después de salir del salón? JULIÁN.— Lo sentí yendo pa mi casa. JUEZ.— ¿ Y no volvió usted para atrás? JULIÁN.— No, señor. Creí que sería don Eligió tirando con la escopeta. 47 JUEZ.— ¿ Sabe usted si tiene enemigos don Eligió? JULIÁN.— Si no es por las aguas... JUEZ.— ¿ Pero usted no lo sabe? JULIÁN.— Yo, lo que he oido decir. JUEZ.— ¿ Y qué ha oido usted decir? JULIÁN.— Que lo tenían amenazao. JUEZ.— ¿ Quiénes? JULIÁN.— Las del Mojino, según dicen. JUEZ.— ¿ Y cuándo supo usted que habían herida a don Eligió? JULIÁN.— Esta mañana al venir al trabajo. JUEZ.— ¿ Tiene usted alguna sospecha respecto a quién haya podido ser el autor del disparo? JULIÁN.— Ninguna. JUEZ.— ¿ Sabe usted firmar? JULIÁN.— No, señor. JUEZ.—^ Pues retírese usted. JULIÁN.— A la orden, señor juez. SECRETARIO.—( Llamando.) Engracia González. ALGUACIL.— Engracia González... ( Pasados algunos instantes.) No está. Dicen que se encuentra enferma. JUEZ.—( Al secretario.) Que se le cite para el Juzgado. SECRETARIO.— Venancio González. ALGUACIL.— Venancio González. ( Entra Venancio.) ESCENA Vn VENANCIO Y EL JUZGADO. POE ULTIMO EL ENCARGADO VENANCIO.— Servidor, señor juez. 48 JUEZ.— ¿ Es usted Venancio González? VENANCIO.— SI, señor; Venancio. JUEZ.- ¿ Su oficio? VENANCIO.— Cuidar las vacas. JUEZ.— ¿ Nada más? VENANCIO.— Y tocar el cuerno. JUEZ.— ¿ Músico? VENANCIO.— No, señor; enca, rgao de dar la hora a los peones. JUEZ.— ¿ La entrada? VENANCIO.— Si, señor; la entrada. JUEZ.— ¿ Y la salida? VENANCIO.—^ Pa la salida no hay más que tocarles un pito. JUEZ.— ¿ Su estado? VENANCIO.—^ Expliqúese su señoría. JUEZ.— ¿ Que si es usted casado o soltero? VENANCIO.— Viudo y casao ahora con Segunda. JUEZ.— ¿ Segunda mujer? VENANCIO.— Segunda Expósito. JUEZ.— ¿ Con hijos? VENANCIO.— Sí, señor. Dos de la primera y dos que tengo de la segunda. JUEZ.— ¿ Hembras o varones? VENANCIO.— Hembras toas. JUEZ.— ¿ Solteras? VENANCIO.— Dos solteras y dos casadas. JUEZ.— ¿ Con hijos también? VENANCIO.— Con hijos las solteras. JUEZ.— Querrá usted decir las casadas. 49 VENANCIO.— No, señor; las solteras. De risa, como suele decirse. JUEZ.— Sí, naturales, VENANCIO.— Eso es, señor juez. Golpes de la vida. JUEZ.— Bien; a los hechos, que es lo Importante. Cuando hicieron el disparo en la huerta, ¿ estaba usted dentro o fuera de la gañanía? VENANCIO.— Dentro, con las vacas, descabezando un sueño. JUEZ.— ¿ Dormido del todo? VENANCIO.— Estaría, señor juez. Como uno durmiendo no sabe lo que duerme .. JUEZ.— ¿ Y usted qué hizo al oír el tiro? VENANCIO.— ¿ Yo?... ¡ Presinarme, señor juez! JUEZ.— ¿ Tuvo usted miedo? VENANCIO.— Miedo a que siguieran tirando y me pudiera llegar un rebote. Pero, pasao el susto, cavilé enseguida: " Cata; éste debe ser don Eligió tirándola a las lechuzas". JUEZ.— ¿ Acostumbra don Eligió cazar de noche? VENANCIO.— Habiendo lima y blcharraco a quien tirar, pa él es lo mismo el día que la noche. JUEZ.— ¿ Y es buen tirador el amo? VENANCIO.— Pama tiene. JUEZ.— ¿ Pero usted no lo sabe? VENANCIO.— Yo, lo que oigo decir a to el mundo: que donde pone el ojo pone la bala. Y pa mí que es verdá, porque una vez le vi tirar a un cernícalo que volaba detrás de una torcaz; matar al cernícalo, y no tocarle una uña a la torcaz. Asi es que no me pon- 90 dría yo delante de su escopeta. ¡ La guiñaba, señor Juez! JUEZ.— ¿ Oyó usted correr a alguien después del tiro? VENANCIO.— Los gatos...; persona no oí nlngima. JUEZ.— ¿ Y cómo supo usted que habían atentado contra den Eligió? VENANCIO.— Por una peona que Iba pa arriba, y que, al preguntarle yo, " ¿ qué pasa, cristiana?", me contestó: " A don Eligió que le han tirao". JUEZ.— ¿ Conoció usted a la peona? VENANCIO.— Iba tan forrada con el sobretodo, que más bien parecía una fantasma. JUEZ.— ¿ Pero observó usted bien que era mujer? VENANCIO.— Si no disimuló la voz, pa mi que tenía que ser hembra. JUEZ.— ¿ Ha oido usted alguna versión respecto al suceso? VENANCIO.— Yo oigo muy poco. JXJEZ.— ¿ Algún defecto físico que padece? VENANCIO.— Que yo no me trato mucho con los peones, y con las peonas menos. Son muy bulleras y amigas de poner motes a las personas. JUEZ.— ¿ Motes? VENANCIO. ^ Usté verá. Primero me llamaban " Corneta"; luego " Despertaor", y ahora " Cuemlto". JUEZ.— Entonces, ¿ está usted peleado con todos en la finca? VENANCIO.— Yo con naidie. Ellos conmigo porque dicen que les toco el cuerno antes de la hora. ¡ Quieren que sea uno siempre un reló! JUEZ.— ¿ Sabe usted firmar? 51 VENANCIO.— Antes sabía poner una cruz. Si quiere el señor juez... JUEZ.—^ No; retírese usted. VENANCIO.— ¿ Na más? JUEZ.— Nada más. VENANCIO.— Pos poco le he dicho. JUEZ.—^ Es bastante. VENANCIO.— A la orden, señor Juez, y que no seaná. JUEZ.—^ Vaya, vaya con Dios. ( Mutis Venancio por el foro.) SECRETARIO.— ¿ Ampliamos la declaración del herido? JUEZ.— Si, a eso vamos. ( Al alguacIL) Que entre el Encargado. ALGUACIL.-( Llamando.) i El Encargado! ENCARGADO.—( Por el fondo.) A la orden. JUEZ.— Pregunte usted si está visible don Eligió. ( Sale el Encargado por izquierda.) SECRETARIO.— Faltan, señor Juez, algunas declaraciones más. JUEZ.— Lea usted la relación. SEC3RETARIO.—( Leyendo.) Fidel López, encargado del almacén; Dora de los Ríos, anciana de 84 años: Águeda y Remedios, obreras del taller... JUEZ.— Que se les cite para el Juzgado. SECRETARIO.— ¿ A Dora también? JUEZ.— ¿ Qué edad dice usted que tiene? SECRETARIO.— Ochenta y cuatro años. JUEZ.— Prescinda usted de ella. SECRETARIO.— ¿ Nada más? JUEZ.— Sí, tome usted nota. Orden a la Guar- 52 día civU para que proceda a la detención del presidente y secretarlo de la Comunidad de Regantes de £ 1 Molino. ENCARGADO.—( Por izquierda.) Don Eligió que no se moleste en subir el señor juez, que ahora viene. JUEZ.— ¿ Le diría usted que no era necesario que bajase? ENCARGADO.— Sí, señor. JUEZ.— Pues retírese usted. ( Mutis Encargado por el fondo.) SECRETARIO.— ¿ El folio quinto? JUEZ.— Sí. el folio quinto. ( Repasa un momento el tóüa.) SECRETARIO.—( Al juez, enfrascado en la lectura del folio.) Don Eligió... ESCENA Vin EL JUZGADO Y DON EUGIO DON ELIGIÓ.—( Por izquierda, con una venda en la cabeza.) ¡ Salú, señor juez! JUEZ.— Pase, pase usted. DON ELIGIÓ.—( Saludando también al secretario.) Muy buenas, señor escribano. SECRETARIO.— Muy buenas, señor don Eligió. JUEZ.— Le felicito por su rápida mejoría. No esperaba encontrarle tan fuerte. DON ELIGIÓ.— Le habrían dicho al señor juez que estaba poco menos que difunto. Pues aquí me tiene Su Señoría. 53 JUEZ.~ Ya, ya veo. Que es usted de una naturaleza envidiable. DON ELIGIÓ.— Se aguanta lo que se puede. Ahora que no dejan a uno tranquilo ni en su casa. JUEZ.—^ Es verdad; enemigos que tienen siempre las personas importantes como usted. DON ELIGIÓ.— y sin haber hecho más que favores en esta vida. JUEZ.— Si, me imagino; pero tiene usted al mismo tiempo que dar gracias a Dios de que el accidente no haya revestido caracteres más graves. DON ELIGIÓ.— A mi fortaleza se lo debo, señor juez. JUEZ.— A su fortaleza y al auxilio de los médicos. DON ELIGIÓ.— También es verdad. No puede uno quejarse de los médicos. De quien me quejo es de mi, por dejar tomar tantos vuelos a ciertas gentes... JUEZ.—^ Despacio, señor don Eligió. Ya iremos a esos extremos. Antes habrá que cumplir con las formalidades de rúbrica. Perdone usted un momento. ( AI secretario.) ¿ Ya está? SECRETARIO.— Sí, señor. JUEZ.—( A don Eligió.) ¿ Se ratifica usted en su primera declaración ante el juez municipal? DON ELIGIÓ.— Me ratifico. JUEZ.— ¿ Insiste usted entonces en la sospecha de que la agresión ha podido partir de la Comunidad de Regantes del Molino?... DON ELIGIÓ.— Insisto. JUEZ.— ¿ Motivos en qué fundamenta su sospecha? DON ELIGIÓ.— La demanda que me han entablado por las aguas. JUEZ.— ¿ Fundados en qué? 54 DON ELIGIÓ.— En que quieren que les entregue la mita del agua. ¡ Una friolera, señor juez! JUEZ.— ¿ Ha sido usted objeto de amenazas? DON ELIGIÓ.— Sí, señor; ayer mismo vinieron a decirme que me cerrarían por la noche el tomadero si no les dejaba regar. JUEZ.— ¿ Y usted qué hizo? DON ELIGIÓ.— Mantenerme en mis trece porque defendía mi derecho. JXra; z.— ¿ Ha tenido usted alguna vez discusión, disgusto, etcétera, con trabajadores de la finca? DON ELIGIÓ.— No recuerdo ninguno. JUEZ.— ¿ Y con trabajadoras tampoco? DON ELIGIÓ.— Con trabajadoras menos. Casi todas me están reconocidas. Jirez.— Otra pregunta, y vamos a terminar. ¿ Motivo de hallarse usted anoche en la huerta?... DON ELIGIÓ.— Ver si estaba corriendo el agua por la arquilla. Como decían que iban a cerrar el tomadero. JUEZ.— ¿ Y corría? DON ELIGIÓ.— Corría. JUEZ.— ¿ Y no oyó usted ninguna voz ni vio bulto sospechoso de persona en la platanera? DON ELIGIÓ.— De noche, señor juez, los que tienen miedo creen que cada tronco de platanera es un enemigo que acecha. Yo, como nunca lo he tenido, jamás me ha asustado ningún tronco... ni ningún valiente. JUEZ.— Pues nada más. DON ELIGIÓ.— La Ley sabrá ahora lo que tendrá que hacer. JUEZ.— Eso, ni qué decirlo. Se trata de una acusa- 55 ción que se hace, y habrá que proceder en forma. Después, los Tribunales dirán. SECRETARIO.—( A don EUfio.) ¿ Tiene usted la bondad de firmar la declaración? DON EUGIO.— ¿ Dónde, señor escribano? SECRETARIO.— Aquí, a este lado. JUEZ.—^ Pues, terminadas las diligencias. DON EUGIO.— ¿ Se va ya el señor juez? JUEZ.— Si, nos vamos, que nos esperan otros asuntos. DON ELIGIÓ.— ¿ Y no descansan ustedes unos momentos? JUEZ.— No; no, que es muy tarde. Celebro mucho haberle encontrado a usted tan animoso y tan fuerte. DON ELIGIÓ.— Si, señor Juez; todavía ha de dar uno mucha guerra en este mundo. JUEZ.— Mejor será que haya paz. DON ELIGIÓ.— Pero lo buscan a uno. JUEZ.— Si, hay momentos en que nos ronda la desgracia. Pero, repito, hay que tener tranquilidad. ( Despidiéndose de don Eligió.) Ya sabe usted: a sus órdenes, don Eligió, y mi enhorabuena por su curación. DON EUGIO.— Agradecido, señor juez. SECRETARIO.—( Despidiéndose también de don Eligió.) Celebro mucho su mejoría. DON EUGIO.— Ya saben ustedes donde tienen su casa. Eligió Pérez... JUEZ.—^ Agradecido. SECRETARIO.—( Al algnacfl.) ¿ El auto? ALGUACIL.— Esperando. JUEZ.— Pues, en viaje. ( Mutis todos, menos don Eligió.) 56 ESCKNA IX DON EUGIO Y EL ENCARGADO ENCARGADO.—( Por el fondo.) ¿ Se llama a la gente? DON EUGIO.— Sí, que bastante han descansado hoy. ENCARGADO.—( Desde la portada.) ¡ A Venancio que toque! DON EUGIO.— ¿ Y qué hay de novedades? ENCARGADO.— Preparando ya el envío dfe mañana. DON EUGIO.— ¿ Oyó usted el escándalo que tenían esta mañana en la huerta? ENCARGADO.— Sí, una peona que las tiene alborotadas a todas. Una que llaman " La Comunista", que se peleó con otra que le dicen " La Esquí-rola". DON EUGIO.—^ Pues el sábado despide i} sted a " La comunista" y a " La Esquirola". No quiero más nombrachos en la finca. ( Oyese, afuera, el sonido del cuerno.) ENCARGADO.— ¿ Desea usted algo más? DON EUGIO.— No; vaya usted a lo suyo. Y tenga cuidado con la gente. ENCARGADO.— Descuide usted. ( Mutis Encargado por derecha.) ESCEaíA X ELENA Y DON EUGIO. DESPUÉS ERNESTO ELENA.—( Por izquierda.) ¿ Se fué el Juzgado? 57 DON KLIGIO.— Sí, acaba de marcharse. ¡ Ganas de perder el tiempo! ELENA.— ¿ Por qué? DON ELIGIÓ.— Porque escriben mucho y hacen poco. ELENA.— Tendrán que informarse, recibir declaraciones... DON ELIGIÓ.— ¿ Más declaraciones? CJon la mía bastaba. ELENA.— Necesitarán más pruebas. No lo verán tan claro como tú. DON ELIGIÓ.— No ven ellos lo que no les conviene. ELENA.—( Pensativa.) Pues yo no sé... DON ELIGIÓ.— ¿ Qué?... ¿ También tú dudas? ELENA.— Se me hacia difícil suponer que llegaran a esos extremos. DON ELIGIÓ.— A tí se te hace difícil todo. ELENA.— No; no te contraríes. Respeto tu opinión y me callo. ( Entra Ernesto por el fondo.) ERNESTO.'—^ Me he enterado de que acaba de salir el Juez. Lo siento porque hubiese querido saludarle. Se trata de un antiguo compañero de colegio. DON ELIGIÓ.—^ Pues tiene usted unos amigos que me parece que no han inventado la pólvora. ERNESTO.— ¿ En qué lo conoció? DON ELIGIÓ.—^ En que se va por los cerros. Un juez debe ir siempre al grano. ERNESTO.— Pues vamos al grano. 58 DON ELIGIÓ.— ¿ También va a actuar usted de juez? ERNESTO.—¡ Oh, pues si yo íuera juez! DON ELIGIÓ.— lEstaría lucida la justicia! ERNESTO.— ¿ Tan pobre concepto tiene de mi? DON ELIGIÓ.— Que no me quisiera ver yo en sus garras. ERNESTO.— Pues si yo fuera juez le prometo que mi primera determinación en este caso sería dictar una sentencia que dijera: " Aquí no ha pasado nada"... DON ELIGIÓ.— Sí, una tontería. ¡ Bien se conoce que no oyó usted zumbar la bala! ERNESTO.—^ Las personas insignificantes como yo no merecen que nadie se gaste el dinero en plomo para darse el gusto de zumbarle los oídos... DON ELIGIÓ.—^ Déjese de frases, que no estamos hoy para bromas. ELENA.— No te alteres, hombre. Toma las cosas con tranquilidad. ERNESTO.—¡ Calma, amigo don Eligió, que cualquiera excitación en estos momentos le pudiera ser perjudicial! ELENA.— Sí, hombre, distráete un rato. Asómate a la huerta. Un poco de sol que te conviene. DON ELIGIÓ.— Vaya, a hacerte el gusto. ERNESTO. Muy bien. Aspire usted ese aire fresco de la huerta, que le tonificará bastante los nervios. ( Acompañándole hasta el fondo.) Vea usted esa platanera, deslumbrante y magnífica; esa cinta de plata que serpentea entre los surcos... Escuche el rumor alegre que traen las aguas que ba- 59 jan por las acequias... Extienda usted ahora la mirada hacia allá: vea ese mar, tan Inmenso, tan quieto; aquel barco que se dibuja en el horizonte, portador quizá del oro de vuestros frutos... ¡ Deleítese, deleítese usted ante ese cuadro de luz! ¡ Sonría ante ese desbordamiento de vida!... ELENA.—¡ Inspiradísimo, Ernesto! DON ELIGIÓ.— Sí; pero le faltó a usted decir: ¡ vea, vea también el esfuerzo de un hombre y lo mal que se lo pagan! ERNESTO.—¡ Oh, por Dios! No confimda usted la obra de la Naturaleza con el esfuerzo de un individuo. ¡ Admire usted la mano que ha dibujado ese cuadro! ELENA.—( Al ver que don Eligrio se adtíanta hacia la huerta.) ¿ Adonde vas? DON ELIGIÓ.— Que me está quemando la sangre la calma de esa gente. ( Dando voces a las peonas.) ¿ Qué hacen empantanadas?... ¡ Esos racimos que se los lleven!... ¡ Que los está quemando el sol!... ¡ Llevarse también las cacharras! ERNESTO.—¡ Poesía, Elena! ELENA.—( A don Eligió.) Vamos, que no te conviene más aire. DON RUGIÓ.— Sí, vamos; que no quiero coger rabietas. ERNESTO.— Reposo es lo mejor. ELENA.— Sí, a descansar ahora. DON ELIGIÓ.—( A Ernesto.) ¿ Y usted se queda? ERNESTO.—^ Unos momentos. Voy a utilizarle el escritorio, si usted me lo permite, para terminar una carta. 60 DON ELIGIÓ.—^ Usted es muy dueño. ERNESTO.— Gracias. EUaíA.—^ Pues te esperamos. ERNESTO.—^ Iré enseguida. ( Mutis Elena y don Eligió por izquierda.) ESCENA XI JULIÁN Y ERNESTO ERNESTO.—( Dirigiéndose al fondo en el mismo momento que aparece Julián.) ¿ Qué traes por aquí? JULIÁN.—( Muy nervioso.) ¿ Don Ernesto?... ¿ Está solo? ERNESTO.—( Con extrañeza.) Solo... ¿ No me ves? JULIÁN. Le quiero decir dos palabras, don Ernesto... ¡ A usted solo! ERNESTO.—^ Dí, hombre... JULIÁN.—¡ No puedo!... ¡ Me da vergüenza! ERNESTO.—( Cada vez más extrañado.) ¿ Vergüenza de qué? JULIÁN.— Sí, mucha vergüenza... ERNESTO.— Parece que tiemblas. ¿ Qué te pasa? JULLAN.— ¿ Me perdona, don Ernesto? ERNESTO.— Habla de una vez. JULIÁN.— iPa usted solo... que no lo sepa nadie!... ERNESTO.—¡ Nadie absolutamente! JULIÁN.—¡ Que esos hombres que van presos son inocentes!... ERNESTO.— ¿ Que van presos?... 61 JULIÁN.—¡ Sí, don Ernesto, los del Molino, que llevan los civiles pa la cárcel!... ¡ Por la carretera van en este momento! ¡ Presos, don Ernesto! ERNESTO.— ¿ Los del Molino? JULIÁN.— Si, los del MoUno... ¡ Y son Inocentes! ERNESTO.— ¿ Estás seguro? JULIÁN.—¡ Por mi madte, don Ernesto! ERNESTO.—¡ Habla! ¿ Qué quieres decir? JULIÁN.—¡ Que no fueron ellos... que fué otro!... ERNESTO.— ¿ Quién? JULIÁN.—( Arrodillándosele.) ¡ Don Ernesto, perdóneme!... ERNESTO.— ¿ Tú? JULIÁN.— Sí, yo. ERNESTO.—¡ Levanta!... ¡ Dímelo todo! JULIÁN.—¡ No puedo... vei^ enza me da decirlo! i A usted solo! ERNESTO.—¡ Sí, habla sin miedo! JtTLIAN.—¡ Por Engracia, don Ernesto!... ¡ Por salvar a Engracia! ¡ El amo que la seguía y yo que me cegué... que no pude contener la sangre de rabia que me dló! ¡ Y me perdí; no sui) e lo que hice!... ERNESTO.—¡ Calla! ¡ Ya lo sé todo! JULIÁN.—¡ Por su madre bendita! ¡ Salve a esos inocentes! ¡ Primero yo!... ERNESTO.—¡ No; espera!... JULIÁN.—¡ El barco, don Ernesto! ¡ Ayúdeme! I Que no soy un asesino! ERNESTO.— Silencio... ¡ Vete, vete ahora! ( Mutis rápido Julián.) ESCENA Xn ERNESTO Y ELENA ELENA.—( Por izquierda.) Esperando por ti ERNESTO.— Tenía que decirte una cosa a s ¿ las. ELENA.— ¿ Tan grave es? ERNESTO.— No; no es grave. Una determinación que acabo de adoptar eri este momento. ELENA.— ¿ En este momento? Pero, ¿ qué ha pasado? Estás intranquilo. Te encuentro nervioso. ¿ Qué tienes, Ernesto? ERNESTO.—^ Perdtina; no te puedo ser explícito en estos instantes. Algún día tal vez. ELENA.— ¿ Algún día?... Pero, habla, Ernesto... dime la verdad. ¿ Qué ha pasado? ¿ Por qué ese cambio tan repentino? ERNESTO.— No, no puedo hablar. Necesito marcharme hoy mismo. ELENA.—( Cada ve* más extrañada.) ¿ Hoy mismo? ERNESTO.— SI, me voy de esta casa. No puedo permanecer un momento más en ella. Me obliga un deber de justicia. Y tu tranquilidad también. ELENA.— Ernesto... ¡ Habíame, dime la verdad!... ERNESTO.— Te la diré algún día. Acaso muy pronto. ELENA.— No, ahora. ¡ Por Dios! No me dejes en una incertidumbre tan terrible. ERNESTO.—¡ Por tu bien, Elena! Te pido, te suplico que calmes tu impaciencia. ELENA.—^ Ernesto... ¡ no me abandones!... ERNESTO.—( Abrazándola. ) ¡ Elena... hermana 63 mía, no te abandono. Te defiendo. ¡ Ahora, aunque parezca que me alejo, es cuando estoy más cerca de ti!... ¡ Sí, Elena, más junto que nunca a tu corazón!... ELENA.—¡ Júramelo, Ernesto! ERNESTO.— Sí, te lo juro. Confía en mí. ELENA.—¡ Por Dios! ¡ Por el recuerdo de nuestra madre!... ¡ No me dejes sola! ERNESTO.—^ No; necesito luchar. ¡ Por tu suerte! ¡ Por tu libertad, Elena!... ( Oyese rumor de gentes y algpanos mueras.) ELENA.—( Consternada,) ¿ Qué es, Ernesto? ERNESTO.—¡ Déjame ahora! Necesito saUr. ELENA.—( Queriendo sujetarle.) ¡ No! ¡ No sales! ERNESTO.—¡ Un momento nada más! ELENA.—¡ No, Ernesto! ¡ No! ERNESTO.—¡ Volveré Elena! ( Mutis rápido por el foro.) ELENA.—¡ Dios mío! DON ELIGIÓ.—( Por izquierda.) ¿ Qué pasa? ¿ Gritos en la huerta? ELENA.— Sí, gritos. ¿ Adonde vas? DON ELIGIÓ.—¡ Déjame! ENCARGADO.—( Por el foro.) ¿ No oye? Que llevan presos a los del Molino. DON ELIGIÓ.—¡ Sí, justicia!... ¡ Que la paguen, que la paguen... criminales! ELENA.—¡ Por Dios! DON ELIGIÓ.—¡ A la cárcel! ¡ Que se acuerden de mí! ELENA.—( En la puerta del foro.) ¡ Ernesto,... ¡ Ernesto!... TELÓN 64 ELENA.— Ernesto... ¡ no me abandones!... ERNESTO.—¡ Elena... hermana mía, no te abandono! Te defiendo. DON ELIGIÓ.— Todavía ha de dar uno mucha guerra en este mundo... ACTO TERCERO Sala de la casa- halíitación de don Eligió, Amueblada sin grandes lujos. Pufertas laterales a izquierda y derecha, y una al fondo, que comunica con un pequeño pasillo. ESCENA I HERMANN Y MICAELA ( Al levantarse el telón, Hermann Groíh se pasea por la sala, deteniéndose a veces para observar los cuadros. SUba a ratos para disipar su aburrimiento y saca dos o tres veces el reloj. Esta situación se prolonga algún tiempo, hasta que aparece por el fondo Micaela, con una escoba en la mano.) 67 MICAELA.— Usté perdone, que estaba en la cocina. HERMANN.—( Inclinándose.) ¡ Señora!... MICAELA.—( También con cmnpUdos.) iCaba- Uero!... HERMANN.— ¿ Don Eligió Pérez? MICAELA.— No ha venido, señor. HERMANN.— Pues yo esperar a don Eligió. MICAELA.— Siéntese su mercé. HERMANN.—¡ Oh, yo no estar cansado! Tener mucho gusto en ver cuadros. Alemanes sentir mucha afición a la pintura. MICAELA.— Ya, ya se ve. HERMANN.— ¿ Don Eligió estar muy lejos? MICAELA.— Cazando, señor. HERMANN.—¡ Ah! ¿ Don Eligió ser cazador? MICAELA.— Si, le gusta la escopeta. HERMANN.— ¿ Mucha liebre en la finca? MICAELA.— Mucha, caballero. ¡ Hay cada lebran-chol... HERMANN.— ¿ Aquí llamarse asi liebre? ( Sacando una carterita del b< dsUlo para apuntar el nombre.) Yo aprender mucha palabra nueva. ( Anotando.) Le-brancho... liebre muy grande. MICAELA.— Conejo, que decimos aquí. HERMANN.— Sí, sí, conejo... yo comprender. ¿ Y conejo gustar también plátanos? MICAELA.— De todo, señor. Comen como demonios. HERMANN.—¡ Ah, ya entender! Conejos tener mucho apetito. MICAELA.— ¿ Manda algo más el señor? 68 HERMANN.— ¿ Don Eligió venir a almorzar muy tarde? MICAELA.— Yo Creo que estará al caer. HERMANN.— ¿ No desayunarse muy fuerte don EU-glo? MICAELA.— SI no llevó algo en el morral... HERMANN.— ¿ No saber qué quiere decir morral? MICAELA.—¡ Mochila, señor! HERMANN.— iAh, sí, mochila! Alemanes usar también mochila. Todos llevar mochila al campo. MICAELA.— Pues veo que tienen ustedes de todo. ( Queriendo marcharse.) Con permiso del cabaUero, que voy a barrer el cuarto. HERMANN.— Poder barrer. A mi no molestarme nada. MICAELA.— Le puedo hacer polvo. HERMANN— No hacerme daño ninguno. Yo estar muy acostumbrado a la tierra. Ser perito agrícola. MICAELA.— Pero siéntese, señor, que me da pena de verlo de pie. HERMANN.— Gracias. Yo irme abajo, esperar doa Eligió. MICAELA.— Sí, más distraído estará. HERMANN.- Abajo muchas campesinas guapas, muy robustas... MICAELA.— De todo hay, gordas y flacas. HERMANN.- Yo haber visto todas muy gordas... mucho pecho... MICAELA.— Pues veo que se fija su mercé en todj. HERMANN.— Usted tener también mucho salero, mucha gracia. MICAELA.— El caballero ser muy fino... HERMANN.—( Marchándose por el foro.) Todas gentes aqui muy amables. MICAELA.—¡ Gracias, señor! ( Cuando se ha ido Hcrmann.) ¡ Pues no me echó un piropo el alemán! ¡ Hijo una muerte! ¡ Y que le gustan las delanteras! ( Mutis por derecha.) ESCENA n ELENA Y EMILIA. POR ULTIMO DORA EMILIA.—( Por izquierda con Elena.) ¿ Habrá llegado el auto? ELENA.— Hubiera avisado ya el chófer. ¿ A qué hora le dijiste? EMILIA.— A las doce y media. ELENA.—( Mirando el reloj.) Pues todavía son las doce. Tienes tiempo. Termina de contarme tus impresiones. Siéntate un momento. EMILIA.— Unos minutos nada más. ELENA.— Sigue contándome de Ernesto. EMILIA.— Que puedes estar contenta. Una verdadera eminencia. Una futura gloria de la tierra. Sólo le encuentro un defecto: su excesiva modestia. A todo le quita importancia. Rehuye la exhibición y es enemigo irreconciliable del reclamo. La ciencia, dice, no debe exhibirse en público, como si fuera una cupletista buscando aplausos de la galería. ELENA.— Y hace bien. EMILIA.— Sí, pero no tanto. Se indigna hasta ia exageración cuando los periódicos le dedican algún adjetivo encomiástico. Una vez que le llamaron " joven y ya eminente doctor", por poco se pelea con 70 un periodista. Le sublevan los elogios. No le preocupa más que el estudio. Asi es que puedes estar orgu-llosa de tu hermano. ¡ Una honra para ustedes! ELENA.— Sí, ¿ por qué negártelo? Me alegran mucho sus triunfos. EMILIA.- Además. el puesto que le está reservado ahora en la política. ELENA.— ¿ En la poUtica? EMILIA.—¡ Como que llegara a ser ministro de la República! ELENA.-¡ Qué exagerada! ¡ Si Ernesto te oyese! EMILIA.- Y 10 que más te asombrará: que no era broma su afición a la poesía. ELENA.—¡ Bah! ¡ Cosas tuyas! EMILIA.- N0; no te rías. Hace ^'^'^^''• Jl^^^: ferencla que dló en la Academia de Medicina sobre lerencia que « lo « ^^ recitando versos. El los rayos ultravioleta, termmo ico '• Himno al Volcán", de Tomás Morales. . Oh. si hu-bieses oído con qué énfasis decía: "¡ Pico de Tenerife, de continente sereno y frío! ¡ la Victoria más alta, la gran victoria del hombre. ELENA._ Pues no salgo de ^.^'°"'^^^,^^''^' recitando versos en una Academia de Medicinal . Es para reírse! EMILIA.- SÍ, muy cómico Bien. y^^ t « ^^;/ ¿ "*^^° bastante de tu hermano. Cuéntame ahora de ^ t" yo- ELENA.- TÚ verás. Cada día ^^ ^^^ Z^'°^;^.- un nuevo disgusto. Y, lo que es más tri^^ f f " f ° f blanco constante de la murmuración y el comenta-rio de las gentes. 71 EXOLIA.— Pero a tí, ¿ qué te vati a decir? ELENA.— Si, nada íne dicen; pero me compadecen, que es peor. ¡ Me espanta, Emilia, el porvenir! EMILIA.— Confiésalo de una vez, que tu matrimonio fué una equivocación... ELENA.— Equivocación, debilidad..., no sé. ¡ Dios, únicamente Dios, sabe el motivo que tuve para Imponerme este sacrificio y esta esclavitud en que vivo I ¡ Por los mios, por mis pobres padres, Emilia! EMILIA.— Lo sabemos todo. Que tenías la esperanza de que ese sacrificio fuese una redención, y ha sido un martirio. Percances frecuentes entre nosotras. ¿ A qué lo ocultas? Creíste que podías acercarte impunemente a la maleza, y te pincliaste los dedos, te hiciste sangre... ¡ Inconvenientes de querer cultivar plantas silvestres!... Declara que no fué más que eso. ELENA.— Sí, reconozco mi error y mi torpeza. La fatalidad que puso una venda en mis ojos para lanzarme a ciegas por un camino desconocido. Y tienes razón: me hice sangre; pero ya era tarde para rectificar mis pasos, para volverme atrás... ¡ Si, Emilia; confieso mi error! EMILIA.—¡ Y lo bien que estabas dedicada a lo tuyo, con tus plantas, tus pájaros y tu canastilla de labores! ¿ Te acuerdas, Elena? ¿ No echas de menos aquellos claveles rosados de tu huerta, de aromas tan finos?... ELENA.— ¿ Para qué desenterrar mis ilusiones? ¡ Muertas y bien muertas están, y no quisiera profanarlas con mis recuerdos! Pero, por mucho que me esfuerzo en alejar mi imaginación del pasado, me siento cada vez más ligada a él. Y pienso en los míos, 72 en mis muertos, que tantas veces me decían: " Medítalo: medítalo bien"... EMILIA.— ai, me hago cargo. ¡ Un verdadero su-pUcio! ELENA.—¡ Esclavitud, EmUia! Y el dolor, el oprobio de verme rodeada de infelices criaturas que si hoy me sonríen como ama, mañana quizás me repudien como madrastra... Y, lo que es más terrible todavía. Este tormento de no sentir ni un eco, ni un latido de cariño en mi pecho. ¡ Todo muerto, insensible y frío como un sepulcrol... EMILIA.— Pues tienes razón; te compadezco de verdad. ¿ Y Ernesto lo sabe? ELENA.— Sí, lo sabe; y ese es mi temor, porque conozco su carácter. EMILIA.— Me explico ahora el cambio que observo en él- antes tan cordial, tan alegre; ahora tan hermético, tan reconcentrado. Sobre todo, después del desagradable incidente de la huerta. ¡ Oh, no sabes lo preocupado que está! ELENA.— Si, lo sé. Y ese es otro motivo de intranquilidad para mí: que después del escándalo resulte que los culpables son otros. Que el pueblo tiene razón. EMILIA.— ¿ Y tú qué crees? ELENA.— No sé; estoy desorientada. Hasta ahora todo son rumores, versiones de las gentes, un peón que dicen ha desaparecido de la finca...; todo misterio, oscuridad, enredo...; algo tenebroso que se agita en el fondo de este asunto. Nada; que pensé vivir en un hogar tranquilo y me encuentro prisionera en 73 un serrallo. Ya ves si tengo razón para llorarme de mi suerte. EMILIA.—¡ Y todos creyéndote tan feliz, viviendo en la opulencia, oronda como una reina entre las doradas pirámides de tus plátanos! ELENA.— ¿ Una reina?... ¡ Una esclava más en la finca! EMILIA.—( Levantándose.) ¡ A ver si para otra vez te encuentro más animosa, más fuerte! ELENA.— iAy, Emilia! EMILIA.—¡ Resignación, Elena! ELENA.— ¿ Más resignada todavía? EMILIA.— Pues así, a tener te... ( Marchando las dos hacia el foro.) Confía en Ernesto, en su audacia, en su juventud. ¡ Esperanza, Elena! DORA.—( Por el foro, al mismo tiempo que van a salir Elena y Emilia.) ¡ Pasen, pasen sus mercedes! EMILIA.—¡ Oh! Nuestra gran amiga. ¿ Qué tal? ¿ Cómo va la abuelita? DORA.—¡ Pasando la vida! EMILIA.—¡ Siempre tan fuerte! ELENA.—¡ Y con tantos años! DORA.—¡ Je, je!... ¡ Por dentro anda la procesión, doña Elena! ¡ Vayan, vayan con Dios las señoras! ELENA.—( A Dora.) Aguarde un momento. EMILIA.—¡ Hasta luego, querida viejecita! DORA.—¡ Vayan, vayan a sus cosas! ¡ Que Dios las guarde a las dos! ( Mutis Elena y Emilia por el foro.) 74 ESCENA ni DORA Y MICAELA. DESPUÉS ELENA MICAELA.—( Entrando por derecha.) ¿ Usté por aquí? ¡ Pues que la vea don Eligió! DORA.- N0 haciendo daño... No creo que estorbe. I^ nCAELA.— Usté se entenderá. DORA.— iMicaela... Micaela!... MICAELA.- Pues allá usté con el amo^ DORA.-¡ Micaela... Micaela... no mientes al amo!... MICAELA.-¡ Ni que estuviera escomulgao! DORA.— ¿ Tú qué sabes? misa la mita! MICAELA.- Usté es la que sabe. ¡ Como se trata con las brujas!... . , - i ¡ y sin meterse en DORA.—¡ Je, je! ¡ Las brujas.... i* » " S c ' l ^ S ' - N f s e meterán, pero lo enredan todo qu^ e^ Te^'¡ Menuda trapisonda la que han armao! DORA- iMicaela... tú qué entiendes! m J ^ L l ! Í Í S á s que usté, que está siempre con re- ' 1 S l - ¡ J e . je! ¡ Retintines!... ¡ Que se lo pregun- ^' mcíS'S.- iEmbustes de las gentes! ¡ Lo mismo aue coger en boca a la pobre Engracia! DORA._ 15e. je! ¡ Engracia!... Buena está Engra-ola! 75 MICAKLA.— ¿ También quiere echarle el sambenito a la muchacha? DORA.—¡ Micaela... no me tientes la lengua! MICAELA.—¡ Hable en cristiano, señora! DORA.—¡ Je, je! ¡ Habla tú! MICAELA.— ¿ Yo? ¡ MI alma pa Dios! DORA.—¡ Je, je! ¿ Y Dios qué sabe? MICAELA.—^ No; quién sabe es usté... DORA.—¡ Micaela!... ¡ Micaela!... MICAELA.—¡ Calle, que viene la señora! ( Entra Elena, por el foro.) ELENA.—( A Dora.) Bien; a hacerle el regalo que le prometí el otro día. DORA.—^ Molestándose siempre su mercé. ELENA.—( Sacando un rosario de una gaveta.) Vaya, tenga este rosarlo; por el otro que se le perdió. De cuentas grandes como a usted le gusta DORA.—¡ Déme... déme esas manos. ( Besándoselas.) ¡ Manos blancas... manos de virgen! ¡ Que Dios las bendiga! ELENA.— No se le vaya a perder ahora como el otro. DORA.— Descuide, doña Elena. ¡ Con este rosario tengo que pedirle a Dios muchas cosas! ELENA.—¡ Suerte para todos! DORA.— Para usté la primera; para que le quite esa pesadumbre que lleva encima; para que la haga más feliz en esta vida. ( Volviendo a besarle las m » ^ nos.) ( Déme, déme esas manos! ¡ Manos frías... manos de sufrimiento!... ELENA.—( Medio llorosa.) ¡ Gracias, Dora!... Hasta luego... ( Váse por Izquierda.) 76 DORA.—¡ Ay, doña Elena! ¡ Qué ganas tengo de desahogar mi pecho! ¡ Pobre... pobre amal MICAELA.—¡ A qué le viene con esas l& stlmas a la señora? ¿ A hacerla llorar? ¡ Vaya el recao que le trae! DORA.—¡ Micaela... tú qué sabes! MICAELA.— ¿ No ha visto cómo se ha ido? ¡ El empeño que tiene en hacer llorar a la señora! DORA.— Quien llora, por algo será. ( Oyense voces por el foro.) MICAELA.—¡ El amo!... ¿ No se lo decía? DORA.— ¿ El amo?... MICAELA.—¡ Sí, el amo! Venga pa acá. DORA.— i Je, le! ¡ Pues buena la hicimos! MICAELA.—¡ Ande que viene! DORA.—¡ Diablo! ¡ Si me llega a ver! ( Matis las dos por derecha.) ESCENA IV PON ELIGID Y EL ENCARGADO, POR EL FORO DON EIJGIO.— Vaya diciendo. ¿ Qué ha habido de novedades? ENCARGADO.—^ ue trajeron unas muestras de guano pa ver si le gustan. DON EUGIO.— ¿ Las dejó usted abajo? ENCARGADO.— Las traigo aquí. ( Sacando un pequeño paquete del bolsillo.) DON ELIGIÓ. A ver ese guano. ( Llevándose un puñado a los labios.) No sirve. Le falta amoniaco. ENCARGADO.— ¿ Devuelvo entonces las muestras? 77 • s; DON ELIGIÓ.— Sí, devuélvalas usted. ¿ Y qué más? ENCARGADO.— Una mala noticia. DON ELIGIÓ.— ¿ Mala? ENCARGADO.— Que llamaron por teléfono para decir que la Audiencia ha fallado en contra el pleito del agua. DON ELIGIÓ.— ¿ En contra? ENCARGADO.— Sí, señor, en contra. DON ELIGIÓ.— Pero, ¿ está usted seguro? ENCARGADO.—^ No creo que me engañaran. DON ELIGIÓ.—^ Pues le han engañado a usted. ENCARGADO.- ¡ Ojalá!... DON ELIGIÓ.—^ Pues llame usted enseguida al despacho de don Andrés. ¡ Pronto! ENCARGADO.—( Haciendo sonar el timbre del teléfono, que se supone situado en la habitación inine « díata, primer lugar de la escena, a la derecha.) ¡ Señorita!... La urbana... ¿ me hace favor?... Sí, espero... ¡ Central: el 262!... DON ELIGIÓ.—( Al Encargado.) ¡ Con el despacho, eh! ENCARGADO.— Sí, señor, con el despacho... ¿ Quién es?... Aquí, de la casa de don Eligió... ¿ Está don Andrés?... Diga... No se oye... Sí, don Eligió Pérez... DON ELIGIÓ.—( Al Encargado.) ¿ Quién está en el aparato? ENCARGADO.— La mecanógrafa de don Andrés. DON ELIGIÓ.— No; llámelo usted a él. Que venga enseguida al aparato. ENCARGADO.— Señorita: que haga el favor de avi- 78 sar a don Andrés... ¿ No está?... Sí... ¿ Cuándo?... cDespués? DON ELIGIÓ.— ¿ Cómo que después? ENCARGADO.— Que tiene visita, dice la mecanógrafa. DON ELIGIÓ.— Contéstele usted que se trata de un caso urgente: que Eligió Pérez desea hablar con él. ENCARGADO.-^ eñorita: usté perdone; haga el favor de decir a don Andrés que si puede venir al aparato... ¡ Si; don Eligió Pérez!... ¿ Cómo? .. Sí, aqui espera. DON ELIGIÓ.—¡ Estos abogados!... ¡ La calma que tienen! ENCARGADO.-( Que no se ha separado del teléfo-no.) ¿ Quién es?... Diga... No se oye. ¿ Don Andrés?... Perdone un momento. ( A don Eügio.) ¡ Don Andrés en el aparato! DON ELIGIO.- jVaya; hombre! ( En el teléfono.) ¿ Don Andrés?... Eligió Pérez... Bien, don Andrés. : de salud bien... Diga, estoy oyendo. ¿ Cómo? Sí, la sala... ¿ Fallado? ¿ Cómo? ¿ Qué tienen derecho?... ¿ La mitad?... ¿ Fundándose en qué? ¿ Las escrituras?... No; son falsas... Sí, falsas... ¡ Un atropello!... ¡ una Ilegalidad!... Diga... No; adelante No importa... Apele usted... Sí, al Supremo ¿ Cómo?... No; hoy mismo... ¿ A las cuatro?... Si, buena hora... Diga... Bien... bien, don Andrés. Hasta luego. ¡ Pues buena la ha hechg! ENCARGADO.-( Al entrar don EUgio.) ¿ En contra, verdá? „ ^ DON ELIGIÓ.— Sí, en contra. ¡ Valientes magistra- 79 dos! Avise usted que preparen el automóvil para las tres, y vaya usted al escritorio y tráigame las escrituras de las aguas. ENCARGADO.— ¿ Nada más? DON ELIGIÓ.— Nada más. ( Mutis Encargado por el foro.) ESCENA V MICAELA Y DON ELIGID MICAELA.—( Por derecha.) Le preparo el almuerzo? DON ELIGIÓ.— Sí, vaya preparándolo. ( Qoltándoso la americana y dándosela a Micaela.) Llévese eso y tráigame la pijama. MICAELA.— ¿ Está en su cuarto? DON ELIGIÓ.—^ Pues, ¿ dónde va a estar? En mi percha, mujer. ( Sale Micaela por izquierda en busca del pijama y vqelve a los pocos instantes.) MICAELA.— ¿ Será esto? DON ELIGIÓ.— ¿ Todavía no sabe la que es una pijama? MICAELA.— Se me olvida, señor. DON EUGIO.—¡ Pijama, mujer! ¡ Pijama! ¡ Falta de civilización que tienen ustedes! MICAELA.— ¿ Se le ofrece algo ip^? DON ELIGIÓ.— ¿ La señora dónde está? MICAELA.— Me parece que en su cuarto DON ELIGIÓ.— ¿ No ha saUdo? MICAELA.— Antes, cuando vino la señorita Emilia. 80 DON ELIGIÓ.—¡ Ah!, ¿ estuvo la señorita Emilia?... ¿ Mucho tiempo? MICAELA.— Bastante. Se íué hace poco. DON EUGIO.— ¿ Sola?... MICAELA.— Si, señor; sola... DON ELIGIÓ.— ¿ y ha venido alguien más? MICAELA.— Un caballero que estuvo bastante tiempo esperando. DON ELIGIÓ.— ¿ Inglés? MICAELA.— Alemán dice que es. DON ELIGIÓ.— ¿ Traía alguna varita? MICAELA.— Yo no le vi varita. DON ELIGIÓ.— Pues si vuelve, que estoy cazando. MICAELA.— Se lo dije y no hizo caso. DON ELIGIÓ.— Pues lo manda usted con Dios. Que no quiero visitas de nadie. ¿ Entiende usted? MICAELA.— Si, señor; ya lo entiendo. Que está cazando... DON ELIGIÓ.— Bien; a dejarme en paz. ( Mutis Micaela por izquierda.) ESCENA VI HERMANN GBOTH Y DON EUGIO HERMANN.— ¿ Don EUgio Pérez? DON ELIGIÓ.—(¡ El alemán!) Pa servir a usté. HERMANN.—¡ Mucho honor en saludar a don Eligió Pérez! DON ELIGIÓ.— El honor es mío. Usté dirá qué desea. HERMANN.— Don EUglo estará muy cansado. Poder almorzar primero. Cazadores tener siempre mu- 81 cha hambre. Yo haber sido también muy cazador; matar mucha liebre... DON ELIOIO.— Pues lo celebro, amigo. ¿ Y su gracia? HERMANN.— No comprender. DON ELIGIÓ.— Su nombre. HERMANN.—¡ Hermann Groth! ¡ Perito agrícola! DON ELIGIÓ.— Mucho gusto. HERMANN.— Pues yo venir a proponer a don Eligió negocio muy importante. Don Eligió faltarle seguramente mucha agua. DON ELIGIÓ.—^ Porque me la roban, amigo. | La justicia que anda por esos suelos! HERMANN.—^ Pues yo ofrecer mis servicios a don Eligió. Haber estudiado muchos años en Copenhague. DON ELIGIÓ.— ¿ Trae usted alguna varita? HERMAlíN.—^ No necesitar varita; emplear arena solamente. ¡ Tender arena sobre tierra ruda, hacer brotar mucho trigo! DON EUGIO.— Pues lo siento, amigo. Yo creía que venía usted a hablar de plátanos. HERMANN.—^ No saber explicarme bien. Don Eligió poder tener mucho plátano y mucho trigo. DON ELIGIÓ.—¡ Plátanos, amigo, plátanosl Y déjese usté de arena... HERMANN.— Don Eligió no comprender bien, tener mucha prisa. Yo tratar de convencer a don Eligió en otra ocasión. Don Eligió tener mucha hambre. DON ELIGIÓ.— SI, alguna. Véngase otro día. Y perdone que no le pueda atender mejor. 82 HERMANN.— Yo irme muy alegre de conocer a don Eligió. Alemanes hablar muy bien de don Eligió. DON ELIGIÓ.— Dígales usté que se les agradece. HERMANN.—( Despidiéndose con una gran reverencia.) ¡ Hermann Oroth! DON ELIGIÓ.— Eligió Pérez... HERMANN.— Muclio honor en conocer a don Eligió Pérez. DON ELIGIÓ.— El honor es mío. ( Cuando se ha ido el alemán.) ¡ Para cumplidos estamos! ¡ Buen día, sí; buen día!... ( Paseándose muy nervioso.) ¡ Y fíese uno de abogados! ¡ Y gástese uno el dinero en pleitos! ¡ Buena, buena jomada! ESCENA VII EL ENCARGADO Y DON EUGIO ENCARGADO.—( Por el foro, con un roUo de papeles.) Las escrituras... ¿ No ha oído la bulla? DON ELIGIÓ.— ¿ Qué bulla? ENCARGADO.— Asómese para que oiga. DON ELIGIÓ.— Pero, ¿ qué pasa? ENCARGADO.— Que han libertado a los del Molino y han salido a recibirlos a la carretera. ( Oyese, en efecto, rumor lejano de gentes alboro-sadas.) DON ELIGIÓ.— Sí, que griten, que ya los caUa-ré yo. ENCARGADO.— Lo malo es que puedan hacer algún daño en la finca. DON ELIGIÓ.— ¿ Cerró usted el tomadero? 83 ENCARGADO.— Sí, cerrado está. DON ELIGIÓ.— Pues, a estar alerta; prevenga usted a la gente por lo que pueda ocurrir. ( Entregándole una pistola.) Y llévese usted esto... ENCARGADO.— Tengo la mía. DON ELIGIÓ.—^ Pues otra por si acaso. ¡ Y mucho ojo! ( Mutis rápido el Encargado por el toro.) ESCENA Vni DON ELIGID ¥ ELENA ELENA.—( Por izquierda.) ¿ Gritos otra vez? DON ELIGIÓ.— Si, gritos. Ya estará contento tu hermano. ELENA.— ¿ Mi hermano? DON ELIGIÓ.— ¿ No defendía a los del Molino? Pues ya están libres. ¿ No quería que se arreglara el pleito del agua? Pues ya está arreglado. ¡ Que cante, que cante victoria! ELENA.— ¿ Victoria? ¿ Por qué? DON ELIGIÓ.—¡ Por su triunfo, por el triunfo d3 todos ustedes! ELENA.— ¿ De todos nosotros? Explícate. ¿ Qué quieres decir con eso? DON ELIGIÓ.— Que estoy harto ya de hipocresías. ELENA.— ¿ Y te atreves a difamarme? ¿ Y no te avergüenzas de ese escándalo? DON ELIGIÓ.— Nada me importa. ELENA.—^ Pero me importa a mí, que tengo derecho a Juzgar tu conducta. 84 DON ELIGIÓ.— Derecho ninguno. ¡ Tú menos que nadie!... ELENA.— ¿ Lo dices porque has hecho de mí una esclava? DON ELIGIÓ.— Porque no puedes hablar. ELENA.— Si, dílo también; porque te debo todo lo que soy, porque no era nada. ¡ Y quieres envanecerte de la protección que me has prestado! ¡ Sí, me has protegido, pero ¡ cuánto me has humillado! ¡ Y pretendes ahora levantar tu cabeza ante mí! ¡ No; no puedes!... DON ELIGIÓ.—¡ Ante tí y ante todos los tuyos! ¡ Aquí y en todas partes! ELENA.— Sí, ante esas pobres gentes que te temen o se entregan a tu codicia, porque los dominas con tu oro. ¡ Ante los demás, no; no puedes, porque estás desautorizado, porque no tienes fuerza moral! DON ELIGIÓ.—¡ Ya, ya se ve el juego! ¡ Me atacan ahora porque me creen vencido, porque me ven derrotado! ELENA.—¡ Te atacan por tu egoísmo, por tu falta de sentimiento! Por eso te atacan. ¡ Y quieres de* fenderte, lanzando tus ofensas sobre los míos! DON ELIGIÓ.— No hablabas así cuando te abrí las puertas de esta casa, ofreciéndote el refugio que no encontrabas en otra parte. Entonces era una persona decente; entonces era una persona honrada... ELENA.— Porque no te conocía, porque fingías lo que no eras para engañarme, para saciar tus codicias... Ahora es distinto. Ahora es " el otro"; tú, con tu doblez, con tus brusquedades, con tus malas pasiones... 85 DON ELIOIO.— Dilo claramente: que te llaman los tuyos; la sangre que tira por tí... Pues ya sabes: el camino está abierto. ¿ Qué más quieres? ELENA.— ¿ Y así me pagas? ¿ Así me quieres pagar toda una vida de sacrificios? ¡ Echándome, despidiéndome!... DON ELIGIÓ.— fli te debiera algo... ELENA.— Sí, ya lo sé; nada me debes. Me has pagado todo, hasta el último céntimo, como pagas los sábados a tus peonas... lY ahora me echas, me despides, porque has terminado tu zafra, porque ya lo has vendido todo!... Confiésalo: que me quieres pagar así... DON ELIGIÓ.— Te pago con la misma moneda. ¿ Quieres guerra?... ¡ Pues, guerra!... ¿ Escándalo?... I Pues, escándalo!... ¡ Todo me da lo mismo! ELENA.— Tú lo dices: ¡ todo te da lo mismo! ¡ Mal corazón!... DON ELIGIÓ.—¡ Ofende, ofende! ELENA.— ¿ Y en qué te puedo ofender si has hecho de tu honor y el mío, una piltrafa? DON ELIGIÓ.—¡ Tu honor... el honor de ustedes!... ¡ Palabras pa llenarse la boca! ¡ Humo nada más! ELENA.—¡ Si, lánzame a la cara todo el orgullo de tu dinero!... Tú dinero, ¿ de qué te ha servido? ¿ Para qué lo quieres? DON ELIGIÓ.— Pa tender la mano a mucha gente. Y reírme de todos los marquesados. ¿ Entiendes bien? ELENA.— Si, te entiendo. ¡ Quieres manchar con tus palabras una memoria santa para mi! ¡ Ese lodo no lo puede arrojar otro que tú, con tu bajeza, con tus malos instintos! 80 DON ELIGIÓ.—( Abalanzándose sobre Elena y asiéndola por una mano.) ¡ Eh. que no te consiento! ¡ Que me estás quemando la sangre! ELENA.—¡ Pégame, pégame! DON ELIGIÓ.-( Brutalmente.) ¡ Que se me van las manos! ELENA.—¡ Sí, maltrátame! ESCENA IX LOS MISMOS Y ERNESTO ERNESTO.—( Por el foro, con gran serenidad.) ¿ Interrumpo? ELENA—( Llorosa.) ¡ Ernesto!... ¡ Ernesto!... ERNESTO.— Pero, ¿ qué tienes?... ¡ Estás pálidal... ¿ Tiemblas?... ELENA.—¡ Ernesto!... ERNESTO.-¡ Vaya, a calmar esos nervios! ¡ Tranquilidad, Elena! DON ELIGIÓ.—¡ Pues no faltaba mas! ERNESTO—( Tendiéndole la mano a don EUgio.) ¿ Qué tal? ¿ Cómo va usted?... ¡ Oh! ¿ También esos nervios alterados?... Pero, ¿ qué pasa, qué pasa aquí?... ¿ Desavenencias conyugales?... ¡ Vamos, que haya paa en el matrimonlol ELENA.— Si. paz... ^„ , DON ELIGIÓ.—¡ Ganas de buscar cuestión! ERNESTO— Pues, nada, señores, nada; cada mochuelo a su olivo. Tú, Elena, a serenar ese espíritu. Te encuentro excitada... muy nerviosa, con los ojos empañados en lágrimas... Pero, ¿ qué pasa, señores; qué pasa? 87 ELENA.—¡ Ernesto! i Que no puedo más!... DON ELIGIÓ.— Ni yo tampoco. ERNESTO.— Pues a ver si se arregla esto. No está bien que haya disgustos entre ustedes. Además, que tenéis que recibir al huésped con semblante más alegre, más risueño. DON ELIGIÓ.— Si, pa risas estamos. ERNESTO.— Sería entonces cosa de marcharse. Que no se diga que yo, después de tan larga ausencia, he traído la perturbación o el escándalo a vuestro hogar. ¡ Paz, hermanos míos, mucha paz!... DON ELIGIÓ.—^ Desconocido viene usté hoy. No parece usté el dé antes. ERNESTO.—¡ Oh, sí, completamente desconocido! Los años que le van suavizando a uno el carácter, haciéndole más comprensivo, más humano... Sí, amigo don Eligió, soy otro; completamente otro... Sin las irreflexiones ni los bríos de antes, pero con más conocimiento de la vida y de los hombres que antes. DON ELIGIÓ.— Viene usté discurseador. ERNESTO.— Pues, a discursear vamos. ( A Elena.) ¡ Perdón, Elena! Un momento. Necesitaría hablar con tu esposo de importantes negocios. Ve a tus quehaceres. A serenar ese espíritu; que estás muy excitada... muy pálida. ELENA.—¡ Dios mioJ ERNESTO.—¡ Vamos, vamos!... Tranquilidad, ( Mutis Elena pw i » iiiierda.) ESCENA X DON EUGIO ¥ ERNESTO DON ELIGIÓ.— Usted dirá qué negocios son esos. 88 ERNESTO.— Hablaremos. ( Sacando una pitillera.) Antes, permítame usted que le ofrezca un cigarrillo. tLe gusta a usted Bock o Inglés? DON EUGIO.— No fumo. Gracias, ERNESTO.— Es lástima. DON ELIGIÓ.— ¿ Lástima? ¿ Por qué? ERNESTO.— Porque un cigarrillo hubiese sido ahora un buen sedante para sus nervios. ( VolTíendo a ofrecerle la pitiUera.) ¡ Fume, fume usted! DON ELIGIÓ.— No fumo... ERNESTO. Pues tiene usted una fuerza de voluntad envidiable. DON ELIGIÓ.— Sí, señor; cuando no me conviene una cosa, me mantengo en las mías. ERNESTO.— Que no se apea usted nunca. DON ELIGIÓ.— No, señor; no me apeo. ERNESTO. ^ Después de todo, una virtud como otra cualquiera. DON ELIGIÓ.— No todo han de ser faltas. ERNESTO. Claro; se ven las faltas muchas veces, pero no se admiran los méritos, i Incomprensión humana! DON ELIGIÓ.— Bien; ¿ y los negocios que a usted le traen por aquí? A mi me gusta siempre ir al grano. ERNESTO.— Pues, a eso vamos. Por de pronto, a saldar definitivamente nuestras cuentas. Usted dirá que soy muy mal pagador, que tengo una memoria fatal. DON ELIGIÓ.— Nada he dicho. ERNESTO.— Pero lo digo yo, que estoy en descubierto con su caja. No quiero que pueda suponer usted que soy un tramposo vulgar. 89 PON ELIGIÓ.— Expliqúese, que no lo entiendo. ERNESTO.— Pues vamos al asunto. ¡ Al grano, como usted dice! DON ELIGIÓ.— Sí, al grano que es mejor. ERNESTO.— ¿ Recordará usted el préstamo de cinco mil pesetas que me hizo para terminar mis estudios de Medicina? DON ELIGIÓ.— Nada le he reclamado. ERNESTO.— Si, nada me ha reclamado, pero el caso es que le soy deudor de cinco mil pesetas... ( Sacando un sobre del bolsillo y poniéndolo sobre la mesa.) i Cinco mil pesetas!... Ahí están. Supongo que no me cargará usted intereses de demora. ¡ Entre familia!... DON ELIGIÓ.— Serían muchos los intereses que tendrían ustedes que pagarme... ERNESTO.—^ Pues, por eso precisamente, he venido a saldarlo todo de una vez. Ni que yo le deba ni que usted nos deba a nosotros. A cada cual lo suyo. ( Adoptando un gesto de resuelta actitud.) ¡ Elena!.. ( Llamando.) ¡ Elena!... DON ELIGIÓ.—( Poniéndose en pie, en actitud retadora.) ¿ A quién llama usted? ERNESTO.- A mi hermana. DON ELIGIÓ.— No puede salir. ERNESTO.— ¿ Cómo que no? DON ELIGIÓ.— Como usted lo oye. ERNESTO.—( Llamando.) ¡ Elena!... DON ELIGIÓ.— Le prohibo a usted que la llame. En mi casa mando yo. ERNESTO.— Sí, en su casa. Pero no manda usted en el corazón de ella. Ese, es más mió que de usted. Y 90 para que no haya dudas... ( Volviendo a llamar.), ¡ Elena!... ELENA.—( Por izquierda, precipitándose sobre su hermano.) ¡ Ernesto!... | Ernesto!... ERNESTO.— ¿ Lo ve usted? ¿ Duda usted todavía? DON ELIGIÓ.— ¿ Pero qué va usted a hacer? ERNESTO.—¡ Llevármela! ¡ Cobrarme lo mió! DON ELIGIÓ.— ¿ Lo suyo? ERNESTO.—¡ Lo mío, lo que usted no es digno de tener! ¿ Verdad, Elena? DON ELIGIÓ.—¡ Pues no se la llevará! ERNESTO.—¡ Sí me la llevaré! ¡ Quiera usted o no quiera usted! DON ELIGIÓ.— Eso, lo veremos... ELENA.—¡ Por Dios, Ernesto! ERNESTO.— Ya es tarde. ( A D. Eligió.) Le he ganado a usted la partida. ( Estrechando a Elena entre sus brazos.) ¡ Mía!... ¿ lo ve usted? ¡ Mía!... DON ELIGIÓ.— ¿ Suya? Habrá que verlo. ELENA.—¡ Ernesto! ¡ Dios mío! ERNESTO.—¡ Calla! ¡ Sal conmigo!... DON ELIGIÓ.—¡ Un robo!... ¡ Y en mi casa! ERNESTO.—¡ Pues, sí, un robo... y a mano armada,.. ( Esgrimiendo una pistola.) DON EUGIO.—¡ La ley... atrepella usted la ley!... ERNESTO.—¡ Pues, contra la ley, y por encima de la ley!... ¡ Paso, paso!... ( Mutis rápido Ernesto y Elena por el fondo.) 01 ESCENA XI DON EUGIO. DESPUÉS MICAELA, Y POB ULTIMO, DORA DON ELIGIÓ.—( Cayendo, medio desmadejado, e » un sillón.) ¡ Pues no me la ha Jugado el mediquito. . ( Llamando.) ¡ Micaela!... ¡ Micaelal... MICAELA.—( Por izquierda.) Mande el señor... DON ELIGIÓ.— El almuerzo enseguida. ¡ Pronto! MICAELA.— ¿ Para usté sólo? DON ELIGIÓ.— Si, sólo... ( Se levanta, da un palmetazo sobre la mesa y sale por izquierda, tambaleándose.) DORA.—( Con gran cautela, por derecha.) ¡ Je, je!... ¡ Guanina no pudo más! ¡ El mencey se queda sólo! ¡ Quiso atrapar la paloma y un duende se la llevó!... ¡ Je, Je!... ( Oyese, a lo lejos, la algazara de los del Molino, celebrando el triunfo.) TELÓN 92 5V \ DORA— Del cielo viene bajando San Pedro y también San Juan. • m ULPGC. Biblioteca Universitaria * 778722* BIG 860- 2 ROD pía *^ Íi^ jj / M* |
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