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LAS ISLAS CANARIAS LAS ISLAS CANARIAS POR FLORENCE DU CANE CON 20 PAGWAS ILUSTR* DAS A CDWR mn ELLA DU CANE Traducción y Prólogo ANGEL HERNANDEZ Título original: TkE CANARY ISI. ANDS EdiU6n inglesa: LONDON, 1911 adición ai d a d o de C~~ IOGnJs iíio de PmchI e Vimnscjuia de Col- y Deportes. Gobierno de Canarias ISBN: 84- 7947- 040- 2 - Págs. PRÓLOGO 1 . TENERIFE ............................. 11 11 . TENERIFE ( Continuación) .......... 31 111 . TENERIFE ( Continuación) .......... 43 IV. TENERIFE ( Continuación) .......... 61 V . TENERIFE ( Continuación) .......... 79 VI . TENERIFE ( Continuación) .......... 95 VIL TENERIFE ( Continuación) .......... 103 VI11 . GRAN CANARIA .................... 115 IX . GRAN CANARIA ( Continuación) . 125 X . GRAN CANARIA ( Continuación) . 137 XI . LA PALMA ............................ 147 XII . LA GOMERA ......................... 157 XIII . FUERTEVENTURA. LANZAROTE Y EL HIERRO ........................ 163 XIV . BOSQUEJO HIST~ RICO. .......... 171 ILUSTRACIONES Un patio ................... . .......... Almendros en flor ........................... Una calle del Puerto de La Orotava ..... El Pico, desde La Orotava ................ Santo Domingo. La Orotava .............. Reaiejo Alto .................... ........... Entrada a una villa espafiola .............. Puerto de La Orotava ...................... Statices y orgullo de Tenerife ............. La Paz ......................................... Jardín Botánico. La Orotava .............. El Sitio del Pardo ........................... Convento de San Agustín. Icod de los Vinos ............................... .. ...... pags. 111 v VI1 IX XI XIII xv XVII XVIX XXI XXIII xxv XXVII Las Paimas ........................ ... ..... XXIX 10 LAS ISLAS CANAüiAS PAgs. Un balcón antiguo .......................... XXXI . Carro cargado de plátanos ................ XXXIII Una vieja cancela ......................... ... XXXV Pino canario .................................. XXXVII San Sebastián ................................ XXXIX Un jardín espaiiol ..................... ..... XLI LA literatura de viajes, singularmente la de tiem-pos pasados, goza hoy de un creciente interés por parte de los lectores. Por ello, cabe preguntarnos sobre el origen de este interés - y, paralelamente, sobre lo que pretendieron los autores- para averi-guar si, a pesar del tiempo que separa aquéllos de & tos, hay algún punto de coiocidenci? en& la exps tativa que a& el interés de los primeros y la inten-ción que motivó la inspiración de los segundos. De exirtir tal coincidencia, resulta vital para la supe^: ven& de la obra, porque el sostemcfo m t h del lec tor, y no otra cosa, es lo que confiere permanente vitalidad al impuLro creador de1 que escribe. Por encima del tiempo, se mantiene una especie de ten-sión entre lo que espera el lector y lo que ha ofre-cido el autor. Posiblemente, en n~ ngún otro género literanio se produce, de manera tan clara, esta rela-ción que nace, fundamentalmente, de actitudm pro-funda e ineludiblemente humanas, definidas, qniXrase o no, por ideas preconcebidas de una y otra parte, 11 LAS ISLAS CANARIAS ya que la plena y pura objetividad es casi inalcanza-ble virtud sobrebumana. Hay, claro está, viajeros y viajeros; pcm, casi sin excepción, todo el que viaja siente en su interior el recóndito afáo de contar, más tarde, lo que ha virto. La mayoná no pasa de ahí; pero una minoná, selecta minoná, plasma por escrifo sus obsuyanons y, aún mejor, sus descubrimientos. El viajero escritor - y, mucho más, el escritor viajero- sale de su casa predispuesto a descubrir algo nuevo en su punto de deshiro, pero sólo los verdaderos y raros descubrido-res, movidos de positivo interés, de penetraore m'o-sidad, de aguda visión y de libérrimo espúitu cntico y analítico, logran genuinos descubrimientos. Los más, Uevan, a priori y denim de si sus futuros " des-cubrimientos': ven lo que otros han visto y descu-bren lo que otros ban descubierto. Estos últimos son los que defraudan las expecta-tivas del consciente lector de datos de vinjes que, en el mejor de los caws, desea apagar su sincera sed de objetin'dad, esp'ahente cuando se trata de dscrip-ciom pnténtas de su pmpia t i a Busca & e lector la desapasionada visi6n ajena, la cntim ponderada, el análisis justo, el cómo y el por qué de cada hecho, en un intento de precaverse contra sus pro- pios deseos e ideas preconcebidas, y de conocer su pasado a atravc5 de lo que han didio los que de ver-dad lo han visto y vivido. De esta forma, la limpia curiosidad del buen viajero sirve a la interesada del buen lector, proporciouáudole un instrumento de valoración del presente por mmparación con el pasado. Aquí reside el vital punto de coincidencia, aquí radica la viva y fructlfea relación autor- lector. Posiblemente, aquí está, también, la razón de la cre-ciente cmosidad por los testhomos de los viajeos que antaño vi'sitaron nuestras idas, & ora que esta-mos sintiendo a flor de piei el siempre renovado inte rés por conocer nuestros oxígenes; ahora que muchos, en ejerubio de pleno amor, libres de vanos cbovinismos, vamos sintiéndonos cada vez más abier-tos a la compremión de nuestras pasadas & dades, luminosas unas, sombrías otras, pero todas asumi-ble. Esta actitud, germen de progreso, aventaja a la del que sólo quiere ver perfeccione en el objeto amado y rehuye el reconocimiento de sus defectos, porque el amor parcial no pasa de ser un menguado amor. Son numerosísimos los viajeros que, desde la wn-quista de Canarias, visitaron nuestras islas, dejando escn? os sus observac? ones y recuerdos. Pero, de IV LAS ISLAS CANARIAS manera a. gen eral, nueshos vihntes de anlado fue ron fmdamentahente cientlficos atraidos ex pmfeo por las sin@ uialids de nuesha naNraleia y, en par-ticular, atendiendo al reto de la subida al Teide, siendo escasos los que alargaron sus itinerarios a las otras islas. Por oira parte, el interés de la mayoria & estos visitantes los ddhgue de los que, con o n e ~ m'& más bien literaria, comentaban, en obas regio-nes espadolas, aspectos sociales que, en Canan'as, salvo excqcioooer, no pareciemn memm su atención. Hay, si0 embargo, htere~~~ tetsetism onios que ahora nos sirven para valorar el alcance de la positiva evo-lución experimentada por la sociedad canaria a lo lsrgo de s u & emtes ciclos i u i t ó h . No ea posible decir lo mimo cuando se valora la progresiva y, al parecer, inexorable devastación de muchos de nues-tros m& beiios parajes; la defomtaa' 6n, sólo patr& mente compensada par mientes repoblacioones; la km patable reiiucn'ón de nue9traF memas de agua, y tan-tas otras pérdidas quizá justiiicadas, tal vez inevita-bles, pero, en todo caso, merecedoras de meditación y de análiis que ahora estari? o fuera de lugar, pro que ea preciro hacer. Mca aquí d valor tstimonid de los libm de vijes, reflejos de luces y sombras de otros tiempos. Luces y sombras encontrará el lector en LAS ISLAS CANARIAS de Ella y Horence Du Cane. Ambas " ladies" británjm, después de visitar Japón, Madeira e Italii, que les iaspiramn se& h2> m des-mptivos de su vegetación y de sus paiqjes, vivieron una larga temporada de vanos meses en nuestras islas, , reconiéndolas, al parecer, todas. En esta obra, que satisface pleoamente la relación autor- lmtor antes descrita, miss Horence, testigo valioso de principios de nuesim siglo, pone a wnhi5uciOn, sobre todo, su casi obsesivo entusiasmo de experta botanista, dando cuenta, con minucioso empeño, de la más humilde flomi'ua haliada en los más amscados pmipicios, y extasiándose ante la grandiosidad de nuestros paisa-jes. Pero este exhaustivo interés por la vegetación canaria no le impide observar y reflejar, aunque sii intención analltica, determinados aspectos peculinres de la situación económica y social, contribuyendo a completar la descripción panorámica de aquella época canana, cuando estaba en sus inicios Ia nueva etapa de nuestros cidos económicas caracterizada por el cultivo del plátano. Las ocho o nueve décadas transcurridas desde entonces - poco más de la vida media de una gene-ración- no nos parece mucho tiempo si, a la l a de VI LAS ISLAS CANARIAS la descripción de Horence Du Cane, consideramos cómo se ha ido poniendo remedio a aquella casi totai indencia de vías de wmunim'dn, a los m& mentantanmoesd ios de transporte, al bochornoso ahaw cultural y a la más que deplorable situación social. En estos aspecto, el balance actual es alentador auu-que, sin duda, insuficiente. Nada de cuanto se describe en esta obra resulta dudoso m' dircutible, S& en 10 relativo a km-siones de la autora por los campos de la H% toria. Al conocer, no sin asombro, muchas de sur sorprendo tes afmaciones, queremos imaginar que, con la mejor voluotad, pretendió informarse cmci'enmda-mente pero que, a la hora de redactar, wnñó dema-siado a la propia memoria que, como es sabido, suele jugar muy malas pasadas. En todo caso, diga-mos que asi se escn'be la Historia ... cuando se escribe así. EFto que, sólo en escasa medida, empaña el inte rés y los méritos de la obra, queda confiado a la benévola wmprensiOn del lectm. Por mi parte, a fuer de fiel traductor, aunque quuá pecando de exmva-mente fíe, no he querido quitar, cambiar, mowi men-tar en el texto nada de cuanto la autora ha escrito, porque me ha parecido que, de baberlo M o wn la acaso wnveniente inktencl?, habría restado no poco de su grata espontaneidad. Párrafo aparie, y especialmente elogioso, merece la excelente obra ilustradora de miss EIL? Du Cane. Sus exquisjtas acuarelas - e n las que me parece enwntmr * oel de la inspiración y hasta de la manera y del estilo de muy ilustres maestros de la espléndida escuela acuarelística tiuerfeiia de la pn-mera mitad de nuestro sigo y sus epkonos- wns-tituyen una extraordinaria y belfisima aportaacín documental que, por sí sola, avalora esta obra. TENERIFE Muchas personas compartllian, probablemente, mi desilusión al recalar en Santa Cruz. Desde hacía mucho tiempo, yo había observado que pocos luga-res coinciden con las ideas preconcebidas. En este caso, la que me habia forjado yo no era muy bella; pero, aun así, me sorprendió la absoluta fealdad de la capital de Tenerse. Un cielo anormalmente despejado en el mar nos habia ofrecido nuestra primera vista del Piw, alzán-dose como una montaña fantástica entre las nubes, a cien millas de distancia, pero, cuando nos acerca-mos a tierra, se habían concentrado aquellas nubes y el cono estaba envuelto en un velo de niebla. Vi, desde el mar, no decepciona la primera impresión de la isla. La cadena de montaíias, en dientes de sierra, parecía despeñarse sobre la costa, desgarrada por 12 LAS ELAS CANARIAS algún cataclismo natural, los profundos barrancos mostraban misteriosas sombras anil oscuro; un litoral profundamente dentado se extendía a lo lejos, y yo pensaba que aquella tierra tenia bien merecido el ser llamada una de las islas Afortunadas. Cuando nuestro barco entraba en el puerto, Santa C m o, para consignar su nombre completo, Santa Cruz de Santiago parecía haber sido edificado la víspera, e, incluso, estar aun en construcción a pesar de ser una de las ciudades más antiguas de Canarias. Las casas bajas, de desteñido color ama-dio y tejados rojos, desmmm junto a la orilla, es& chamente apiñadas; la extrema fealdad de la pobla-ción se alivia con las torres de un par de viejas igb sias que miran con disgusto a las casas modernas que las rodean. Unas áridas laderas descienden, gra-dualmente, detrás de la ciudad, totalmente exentas de vegetación. Suspendido en una escarpada montaña, está el Hotel Quisisana, del que no puede decirse que añada belleza alguna al panorama, y yo s e d vol-carse toda mi compasión por los que, en busca de la salud, se hayan visto condenados a pasar todo un invierno en tan desolado paraje. No hay, probablemente, ciudad extranjera alguna tan totalmente desinteresada de la atención a los via- jeros. A la llegada, los objetos pintorescos que cap-tan la atención hacen sentir que, cuando se ha dado el último paso por la pasarela del barco, Inglaterra y todo lo inglés han quedado atrás. La multitud de tostados holgauuies que haraganean por el muelle, con ligeras ropas blancas o amarillas, son dignos hijos de una raza meridional que ríen y charlan mi-madamente wn Lindas muchachas de ojos negros. Fuertes campesinas cargan pesados bultos sobre sus asnos, y se disponen a treparse a lo alto y empren-der su viaje hacia las montañas. Su tipica vestimenta se caracteriza por un diminuto sombrero de paja, no mayor que un plato de postre, que sirve de apoyo para la carga que Uevan en la cabeza, de la que cuelga un amplio pañuelo negro que flota al viento o se cine alrededor de los hombros, wmo un chal. Por todas partes, quedan casas antiguas, de cuando el comercio de los vinos estaba en su pleni-tud y, aunque muchas de ellas se han convertido ahora en sedes de consulados y oficinas de consig-natario~ de buques, no están a tono con los edificios más baratos y más recientes que las rodean. En muchas de aquellas frescas y espaciosas viviendas, la abierta entida permite ver las amplias waiem y las profundas gaierías que encuadran unos patios umbrc- 14 LAS ISLAS CANARIAS sos. Al fondo de estos, se almacenaban los vinos, y las habitaciones se abrían a los amplios pasillos, en el primer piso. En vanos lugares, hay plazuelas abiertas, donde pimenteros de colgantes ramas dan sombra a unos bancos de piedra, lugares de reposo, pero todos y cada uno de ellos cubiertos de una espesa capa de tierra gris, que daba a la ciudad un triste aspecto. Calles angostas y mal pavimentadas, que obligan a trepar, unas mulas exhaustas arrastran pesados y ruidosos carros, y yo sacudo el polvo san-tacrucero de mis pies; pero no s61o éste, porque, a menos que haya llovido muy recientemente, el polvo se encuentra por todas partes. Un tranvía eléctrico se abre camino con lento andar, subiendo la pendiente que respalda a la ciudad, lo que da tiempo para con-templar el panorama. Las únicas plantas que parecen ambientadas en el seco y polvoriento suelo son las chumberas o nopa-les, recuerdos del cultivo de la wchiniila. En aquellos dichosos tiempos, los terrenos áridos fueron dedica-dos a aquel cultivo, y se plantaron cactus por todos lados. En el siglo dieciocho, los isleños consideraban a la cochinilla, simplemente, como una repugnante especie de plaga, y se prohibió recolectarla, porque se temía pe judicar a las cbumberas; pero se olvidó aquel prejuicio y, cuando se no que se había dado con una posible fuente de riqueza dtivando la Opuntia coccioeiüfera, que es el cactus idóneo para el insecto, comenzó la explotación. Como apenas había terreno disponible, se trabajó duramente para romper capas de lava, con el fin de sacar a la luz las tierras subyacentes; se terraplenaron colinas donde quiera que fue posible; se hipotecaron las tierras para adquirir nuevas propiedades. En realidad, los islefios creyeron que su suelo valía tanto como una mina de oro. Mr. Sander Brown ha dado las siguientes cifras, para mostrar la extraordinaria rapidez del desarrollo de este comercio. " En 1831, el primer embarque fue de 8 libras, siendo su primer precio de unas diez pesetas por libra; diez años más tarde, la exporración había aumentado a 100.566 übras; y, en 1869, había alcanzado un total de 6.076.869 libras, con un valor total de 789.993 libras esterlinas". La noticia del des-cubrimiento de los colorantes derivados de la anilina alarmó a los canarios; pero, durante algún tiempo, su producción, insuficiente, no afectó seriamente al comercio de la cochinilla, aunque la caída de Iós pre-cios hizo que los traficantes empezaran a temer la posibilidad de la sobreproducción. La crisis surgió en 1874, cuando el precio en Londres cayó a 1 chelín 16 LAS ISLAS CANARIAS y 6 peniques, o 2 chelines, y la nina de la industria de la cochinilla fue algo inevitable. El gusto del público habíí aceptado Iw colorantes de la anilina y, aunque se ha demostrado que la cochinilla es el tinte rojo más resistente a la lluvia y a unas condi-ciones de uso más duras, la demanda es ahora pequeña, y los comerciantes que habían comprado y almacenado el insecto seco se quedaron con sus invendibles existencias en las manos. El hundimienw, como hemos dicho, fue inmediato, repentino y total, y el productor, que había gastado tanto en adaptar, palmo a palmo, su tierra a aquel cultivo, vio que tenía que arrancar las chumberas, o hacer frente al hambre. Probablemente, hay otras muchas personas tan ignorantes sobre el tema de la cochiniüa como yo lo era al llegar a Canarias. Aparte del hecho de que la mchinüia es un tinte rojo utilizado, de vez en cuando, como colorante en la preparación de alimen-tos, yo no habría podido contestar, con seguridad, pregunta alguna sobre este tema. Me desagradó mucho saber que se isata de La sangre de un insecto parecido al resultado de un cmce entre la cochinilla de la humedad y la chinche, abultando como una pasa de Corinto. Creo que el procedimiento más TENERIFE 17 corriente de cultivo consiste en dejar que el insecto se adhiera en primavera a un trozo de tela que se conserva en una caja de madera llena de " madres", dentro de una habitación a temperatura muy alta. La tela se sujeta luego a una pala de chumbera, mediante m espinas Una vez adhezida a la hoja del cactus, la madre permanece inmóvil. Hahíí dos dife-rentes maneras de matar los insectos para exportar-los: uno, consistía en ahumarlos con azufre y, el ouo, en sacudirlos dentro de un saco. Una colonia de estos insectos sobre una pala de nopal recuerda a una mancha de pulgones agrupados, lo bastante desagradable como para que cualquiera decida no tomar jamhs nada teñido con cochinilla. El terreno, escalooado en terrazas, se dedica ahora a la producción de patatas y tomates para el mercado inglés, al haber cesado la lluvia de oro de los días de la cochinilla, aunque el cultivo del plá-tano parece hacer revivir aquella época dorada en otras partes de la isla. La Laguna, a unos diez kilómetros de Santa Cruz, es una de las ciudades m& antiguas de Ten* rife; fue la plaza fuerte de los guanches y el escena-no de la lucha más desesperada contra los invasores. Hoy parece, meramente, una pequeiía ciudad dor- 18 LAS ISLAS CANARIAS mida, pero puede jactarse de poseer algunas bonitas iglesias antiguas, además del viejo convento de San Agustin, ahora conveaido en un centro ofieial de enseñanza - que contiene una amplísima biblioteca pítblica- y el Palacio Episcopal, con una bella fachada de piedra. La catedral pare= estar en per-peiuo estado & reparación o de reconstrucción pues, aunque empezaron a levantarla en 1513, aun no la han concluido. Una & las cosas más d ide veme en La Laguna es el maravilloso drago, viejo árbol cuya edad se ignora, existente en el jardín del Semi-nario, anejo a la Iglesia de Santo Domingo. La pre-tina que cifie su tronco habla, por sí sola, de su inmensa edad. A mi no me sorprendió oír que, ya en el siglo XV, era nn ejemplar tan singuiar que el terreno donde se halla tomó el nombre de " huerta del Drago". Los viajeros consideran esta ciudad como un buen punto de partida para sus excursiones que, a juzgar por la lista de nuestra guía, son casi innume-rables. Se podría hacer fAcilmente'una gira hasta el bello pinar de La Mina, siempre que la vereda de suve lodo no esté resWadiza por la Uuvia Despua de una larga permanencia en Santa C m , e incluso en La Orotava, donde son escasos los grandes árbo- les, se siente uno a gusto en un monte arbolado por estos espléndidos pinos, Pious c~ tlai- iensisy, en estos húmedos lugares, y se deleita con los helechos y los musgos, tan diferentes de la vegetación a la que está habituado. A Alexander von Humboldt, que pasó unos días en Tenerife de paso hacia Sudamérica, llegando a Santa Cruz el 19 de junio de 1799, le sorprendió mucho el contraste entre los climas de La Laguna y de Santa CNZ. Lo que sigue son unos párrafos de su relato del viaje que hizo, a través de la isla, para subir al Pico: " A medida que nos aproximábamos a La Laguna, íbamos notando el gradual descenso de la temperatura. Esta sensa$ ón nos resultaba muy agradable, porque habíamos encontrado muy age biante el aire de Santa Cruz. Como nuestros orga-nismos se sienten m& afectados por las impresiones desagadables que por las gratas, el cambio de tem-peraturas se hizo más sensible a nuestro regreso de La Laguna al puerto; entonces nos parecía que iba-mos asomándonos a la boca de un horno. Sentimos la misma impresión cuando, en la cosia de Caracas, bajamos del monte Ánla al puerto de La Guayra ...- Su permanente aire fresco hace que La Laguna sea considerada un delicioso lugar de residencia." 20 LAS ISLAS CANARIAS " Situada en un pequeña üaunra rodeada de jardi-nes, protegida por una colina coronada por un bos-que de laureles, arrayanes y madroños, la antigua capital de Tenerife está hermosamente situada. Nos engabbmos si, por la lectura de relatos de algunos viajeros, la creyéramos a la orilla de un lago. A w, la lluvia fana una balsa de wnsiáerable exten-sión, y los geólogos, que en todo wntemplan más el pasado que el estado actual de la naturaleza, pueden creer que toda la llanura es una gnin cnenca dese cada." " La Laguna ha decaído de su anterior opulencia desde que unas erupciones laterales destruyeron el puerto de Garachico, convirtiéndose Santa C m en el punto principal del comercio insular. Ahora 610 tiene 9.000 habitantes, 400 de los cuales son religio-sas distribuidos en seis conventos. La ciudad está rodeada de gran número de molinos de viento, setial del cultivo del trigo en estas zonas altas." " La Laguna está rodeada por un graq número de capülas, que los españoles Uaman ermitas. Sombrea-das por árboles de perpetuo verdor, y levantadas en pequeñas eminencias del terreno, estas capüias con-tribuyen al pintoresco efecto del paisaje. El interior de la población no es tan pintoresm. Las casas, di- damente constmidas, son viejas, y las d e s pareccn desiertas. Un botánico no prcPtaria atención a la anti-güedad de los edificios, distraídos porque los muros y los tejados están cubiertos de plantas como los el* gantes tkhomanes, mencionados por todos los via-jeros. Estas plantas viven gracias a la abundante humedad ..." " El clima & vernal de La Laguna es extremada-mente uebhoso, y sus habitantes suelen quejarse de frío. Pero jamás se ha visto una nevada, lo que parea indicar que la temperanira de esta ciudad debe exceder de los 19 C, es decir, que es más alta que la de Nápoles ..." " Me sorprendió saber que M. Broussonet plantá un árbol del pan ( Artompus iocipe) y unos cinamo-mos ( L a m cinnamomum) en el húmedo jardín del marque% de Nava. Estas valiosas especies de los Mares del Sur y de las Indias orientales se han acli-matado allí, así como en La Orotava." Lo acostumbrado para ir a Tawronte en mute hacia La Orotan, destino más frecuente de la mayor parte de los viajeros, es seguir la carretera que con-duce al punto más alto poco más allá de La Laguna, a una altitud de unos 630 metros. Lo más atractivo de la carretera, por otra parte carente de 22 LAS ISLAS CANARIAS interés, es la larga doble fila de eucaliptos, que dan una agradecida sombra en verano. Si no se tiene en cuenta el tiempo y la distancia, y se hace el viaje en automóvil, es preferible la carretera mis baja, que pasa por Tejina. Los altos bordes de los caminos están orillados por viejos cedros. En primavera, las hermosas pendientes se alegran con flores silvestres y, por todas partes, la amarüia retama ( spartium jui-ceum) llena el aire con su delicioso aroma. Las m-vas & la carretera descubren inesperadas vistas del Pico en la larga bajada al pueblecito de Tegueste y, aüá abajo, se tiende Tejiia, a escasa altura sobre el nivel del mar. Aquí gira la carretera, vuelve a subir hacia Tacoronte, y se nos aparece de nuevo el Piw, sobre un borde de nubes que cubre su base. En Tacoronte termina el tranvía, y el viajero tiene que tomar un m& de caballos o un auto para rmnw los veintiocho Irilómetros que lo separan del fértil valle de La Orotava. Este valle es justamente célebre por su belleza y, en un claro día de invierno, cuando el Pico está plenamente cubierto & nieve, no es posible contener una exclamación ante la belleza del paisaje cuando, en u% a revuelta del camino, se muestra toda la hondonada tendida a sus pies, bañada por la luz solar y encerrada en un ddrcu- TENERIFE 23 lo de montañas nevadas. Las nubes expanden som-bras aznlea sobre las laderas, y vellones de blanca nie-bla cruzan el vaüe; el oscuro pinar se extiende en fuerte contraste con el brillante colorido de los cas-taños de las zonas más altas, cuyas hojas se han vuelto de color de oro rojizw por efecto de las hela-das. En el fondo del valle, anchas fajas de platanares se intercalan con temnos sin dtivar don& aún que-dan almendros, higueras y chumberas, y grupos de palmeras canarias ondean al viento sus emplumadas copas. Apenas sorprende que, incluso un viajero tan avezado como Humboldt, se impresionara hasta tal punto con la belleza del paisaje que, según se dice, se arrodilló para saludarlo como lo más hermosa del mundo. Sin caer en un gesto tan extravagante como el del gran viajero, vale la pena parar y contemplar esta vista aunque, por precaución, los vehículos cir-d a n en Tenerife a tan baja velocidad que uno dis-pone del tiempo suficiente para contemplar el pano-rama. El ángel guardián del vaiie - 1 Pico-domina, en tiempos de paz, la amplia extensión de tierra y mar como una plácida y comprensiva pub mide blanca. Pero, en ocasiones, la montaña se ha enfurecido y ha esgrimido una espada llameante sobre la tierra, por lo que los guanches lo llamaron 24 LAS ISLAS CANARIAS Piw de Teide o Infierno aunque, al parecer, también lo consideraron como el Trono de la Divinidad. El mismo Humboldt describe el panorama con las siguientes palabras: " El valle de Tacoronte ( sic) es la entrada a este paraje encantador del que han hablado wn extátiw entusiasmo los viajeros de todas las procedencias. En la zona tómda, yo he enwn-trado lugares en los que la Naturaleza es más majes-tuosa y más rica en la ostentación de formas orgá-nicas; pero, después de haber cnizado las orillas del Orinoco, las cordilleras del Peni, y los hermosos valles de MKco, w& o que nunca he wntemplado una perspectiva más variada, mis atractiva, más armoniosa en la distribución de las masas de verdor y de rocas que en la costa occidental de Tenerife." " El litoral se destaca con Imeas de paimeras dati-leras y cocoteros; más arriba, agrupamientos de musa fonnan un agradable wntraste con los dragos, cuyos troncos han sido acertadamente comparados con las tortuosas formas de las serpientes. Las laderas están cubiertas de vides que extienden sus ramas sobre armazones de palos. Naranjos cargados de flores, arrayanes y cipreses rodean las capiiias alzadas por los devotos sobre aisladas colinas. Las lindes entre las propiedades se señalan con hileras de agaves y TENERIFE 25 cactus. Los muros están cubiertos por cantidades incaiculables de plantas aipt6gamas entre las que prs dominan los helechos regados por pequeñas corrien-tes de agua cristalina." " En invierno, cuando el volcán queda oculto bajo la nieve y el hielo, este paraje disfmta de perpetua primavera. En verano, al atardecer, las brisas mari-nas difunden un delicioso frescor. .." " Desde Tegueste y Tacoronte hasta San Juan de la Rambla ( célebre por su exquisito vino de malva-sfa) las mlinas están dtivadas wmo jardines. Pcdría-mos compararlas con las inmediaciones de Capua y Valenda, si esta parte occidental de Tenerife no fuera idmitamente más bella debido a la proximidad del Pico que muestra, por cada lado, un aspecto dife-rente." " El de esta montaña es interesante. No s610 por su gigantesca masa, sino porque estimula la imagi-nación, haciéndola retroceder hasta el origen de la misteriosa fuente de su actividad volcánica. Durante miles de años, no han sido vistas luces ni llamas en la chspide del Pico, pero enormes empciones latera-les, la última de las niales tuvo lugar en 1798, pme ban que aquella actividad dista mucho de haberse extinguido. Hay algo que produce tambiin una 26 LAS ISLAS CANARIAS melancólica impresión al contemplar un criiter en el mismo centro de una campiña tan f6rtil y tan bien cultivada. La historia del globo nos dice que los volcanes destruyen lo que ha sido creado a lo largo de las edades. Las islas, alzadas sobre el agua por la fuerza de los fuegos submarinos, se han ido vistiendo gradualmente wn rico y riente verdor, pero estas nu* vas tierras son frecuentemente asoladas por la reno-vada acción de la misma fuerza que las hizo surgir del fondo del océano. Los islotes, que ahora no son más que montañas de escoria y de cenizas volcani-cas, fueron, quizá, un día tan fértiles como las coli-nas de Tacoronte y El Sauzal. jDichoso el país donde el hombre no tiene nada que temer del suelo que pisa!" AUá abajo, en la costa, reposa el pequeño puerto de La Orotava, wnocido como El Puerto para dis-tinguirlo de la villa, más antigua y más importante, de La Orotava que se extiende a unos cinco küóm* tros tierra adentro. Más allá, siguiendo la costa, está San Juan de la Rambla y, en las laderas más bajas de la vertiente opuesta al &, se encuentian los pue-blos de Realejo Alto y Realejo Bajo, mientras que Iwd el Alto está encaramado en el mismo borde del precipicio de Tigaiga, a unos 500 metros de altitud. Una garganta en la montaña siguiente es conocida como el Portillo. La Fortaleza se alza sobre esta " entrada", y en este punto comienza la larga pen-diente del Tigaiga que impide la vista de todo el cono del Pico desde el valle. Sobre la Villa de La Orotava, se encumbran Pedro Gil y la Montaüa Blanca, con el sol brillando sobre la nieve recién caída y, muy cerca, como al alcance de la mano, están El S a d , Santa Úmuia, La Matanza y La Vi* toria. Aunque Humboldt los describe como " sonrientes caseríos", comenta los nombres de estos úitimos diciendo que " aparecen en todai las colonias españo-las, y forman un desagradable conhaste con los apa-cibles y sosegados sentimientos que estos campos k piran". Matanza signfica carnicería o exterminio; y la palabra, por si sola, recuerda el precio que hubo que pagar por la victoria. En el Nuevo Mundo, señala la derrota de los nativos; en Tenerife, la villa de La Matanza fue funda& en el lugar donde los españoles fueron dominados por los mismos guan-ches que, pow después, se vieron vendidos, como esclavos, en los mercados europeos. Al comienzo del invierno, las escalonadas mon-tañas, plantadas de trigo y patatas, desnudas y de 28 LAS ISLAS CANARIAS wlor pardo, son una mancha del paisaje; pero, al surgir la primavera, después de las lluvias invernales, estas laderas se transformaran en extensiones verde esmeralda; entonces es cuando el valie alcanza su máximo esplendor. Durante unos días, demasiado pocos, los almendros se engalanan con sus delicadas flores rosa pálido, pero la lluvia de una noche, o unas horas de viento fuerte, esparcirán todas las flc-res, y de aquel sonrosado encanto sólo quedar& una alfombra de caídos y maltrechos p6talos. El valle presenta claras muestras del despertar de la Naturaleza en un remoto pasado: son las anchas comentes de lava, que en un tiempo se vertieron sobre el valle, resto gris y desolado, casi exento de vegetación. Aunque totalmente est6riles. no podemos dejar de admirar los dos montones de cenizas, seme-jantes a enormes y ennegrecidos tumores. Nadie parece wnocer su historia ni su exacta edad, pero es muy posible que hayan aparecido con independencia de cualquier empción del propio Teide aunque, quizá, no " brotando en una sola noche", como me lo han asegurado seriamente. Una teoría, que no parece improbable, es que los terrenos volcánicos sobre los que han sido edificados vanos chal& ingle ses, la iglesia y el Grand Hotel, proceden de una de TENERIFE 29 estas montañas, y que la colina donde se alza este hotel era el borde del acantilado. Se supone que la lava cayó sobre este borde, Yolcándose en el mar hasta formar el relleno sobre el que ahora está el Puerto. El pueblecito no deja de tener su atractivo, aun-que las calles son polvorientas y sin barrer, ya que sólo se limpian una vez al año, con ocasión de la f i t a del Corpus Chnsti, día en el que los lugares por donde ha de pasar la procesión se cubren con pétalos de flores formando alfombras de wmplicados dibujos. En una primera impresión, el pueblo me pareció un lugar desierto. Apenas encontré algún transeúnte, y mi propio bomco era el único animal de carga en la calle principal. Espléndidas masas de buganvillas asomaban por encima de las tapias de los jardines v% ndose, a través de las puertas abiertas, los patios cubiertos de enredaderas. Los tallados bal-wnes con sus tejados son inseparables de las casas antiguas. Especialmente, las contraventanas o posti-gos tras los que los moradorea parecen pasar muchas horas atisbando las calles, fueron siempre para mi un motivo de extrañeza. La calle principal t& en el muelle y, frente al mar, las olas parecen saltar basta la calle misma. El pueblo se despierta a , la vida wn M LAS ISLAS CANARIAS la llegada de algún vapor carguero y, entonces, una larga cola de carros, tirados por los más hermosos bueyes que jamás he visto, se abre camino hacia el muelle para descargar las jaulas de pl4tanos que, muchas veces, son vendidas aüf mismo a los conua-tistas. TENERIFE ( Continuación) A unos trescientos metros sobre el Puerto de La Orotava, en el largo y gradual dedive que desciende desde Pedro Gil formando el valle de La Orotava, se encuentra la viiia o ciudad del mismo nombre. Esta es la más pintoresca de las viejas poblaciones cana-rias, y mucho más interesante que su pobre puerto, siendo la residencia de muchas antiguas familias espatiolas, cuyas hermosas viviendas son los mejores ejemplos de arquitectura hispánica en Canarias. Junto a sus tranquilos patios, sombrios y frescos incluso en los más cálidos dias estivales, las fachadas de muchas de estas casas son de extraordiiaria belleza. La admirable labor de talla en piedras, bal-cones y contraventanas, y los hierros forjados, no pueden dejar indiferente a quien contemple estos edi- 32 LAS ISLAS CANARIAS ficios que van convirtiéndose, rápidamente, en ejem-plares únicos, pues los españoles como, desdichada-mente, otros muchos pueblos, han perdido el gusto por la arquitectura y las casas modernas, que están snrgienda wn demasiada celeridad, estremecen al wn-templarlas. Unas, han sido edif~ cadas para reemplazar a las desapcidas en incendios y, otras, fueron, sim-plemente, wnstruidas por negociantes enriquecidos con el negocio bananero. No wntentos wn sus viejas y sólidas moradas, con sus bellas portadas de piedra y wn sus volados balcones de madera, están destru-yéndolos despiadadamente para levantar una men-guada monstruosidad moderna, más cómoda, posi-blemente, para habitarla, pero más desagradable a la vista. Parece que también está decayendo su amor a los jardines y, como oí exclamar en cierta ocasión, " sólo les interesan los plátanos", porque es cierto que el cultivo de las banana está viviendo un momento de atractivo interés. Aunque los patios de las casas pueden estar ani-mados wn plantas, al ser fresw y húmedo el ambiente debido al rocío y al agua salpicada por una fuente, muchos jardines de estas viejas mansiones señoriales se hallan en un triste estado de desorden y abandono. Se han marchitado los arrayanes y los setos de boj, antes orgullo de sus dueños, y ya no hay flores en los macizos. Queda un jardin que mues-tra cómo, aunque no muy cuidadas, las plantas crecen y florecen al aire fresco de la Villa. En tiem-pos pasados, tuvo este jardín un árbol gigantesw que era su orgullo; ahora, d o existe su venerable tronco para hablamos de pasadas glorias. Pero los poyos están llenos de flores durante todo el año, y los autóctonos picos de paloma, ( Lotus Bertheloti), flo-recen mejor aquí que en ningún otro jardín. Cubren los muros, y medio invada los & os y los banws de piedra con sus guirnaldas de suave gris verdoso, cubrihdose, en primavera, con sus " piws", de color rojo oscuro. Las paredes se alegran wn alhelíes, cla-veles, verbena, geranios, azucenas, y multitud de otras plantas. Bordean la entrada largos setos de Libonia i. loribun< ia, que los canarios llaman bandera de España, porque sus flores rojas y amarillas les representan los colores de la bandera nacional y, en apartados y húmedos rincones, viven blancas calas, injuriadas orejas de burm, así llamadas por los cam-pesinos, que motejan certeramente no sólo a las flo-res sino, también, a las personas. Aunque los españoles distinguidos constituyen una clase social muy exclusiva, sólo he recibido aten- 34 LAS ISLAS CANARIAS ciones por su parte, cuando les he pedido permiso para ver sus patios o jardines, pero no puedo decir lo mismo de las clases baja y media de hoy, que son claramente xenófobas. Las clases bajas parecen con-siderar un derecho el recibir un incesante río de dinero, e insultan y apedrean, cuando se ignoran sus peticiones de limosnas e, incluso, los comerciantes son descorteses wn los extranjeros. Se nota una act-tud de independencia y repubLicauismo. Es natural que un patrono no pueda controlar a sus obreros, que trabajan cuando quieren o, con más frecuencia, no trabajan cuando no quieren, y el padre o la madre de familia tampow controla a sus hijos. Un día, pregunt6 a mi jardinero por qué no enviaba a sus hijos a la escuela para aprender a leer y escribir, aprovechando que se lamentaba por no ser capaz de leer los nombres de las semillas que estaba sem-brando. Pensé que era una ocasión oportuna para dar un buen consejo, pero 61 se enwgó de hombros, y me dijo que ellos no se molestarían en ir, que no tenían zapatos y que no iban a acudir descalzos a la escuela. Este hombre vivía sin pagar impuestos, ganaba un salario semejante al de un obrero inglés de nivel medio, tenía dos hijos trabajando que con-tribuían a los gastos de la casa, y percibía la renta TENERIFE 35 de una pequeña parcela de terreno que cuitivaba la famüia los domingos; pues aun asi, no podía adquirir unos zapatos para que sus hijos pudieran aprender a leer y escribi~. Otro hombre me dijo, con orgullo, que uno de sus hijos iba a la esmela. Como tenia dos, le pregunté: " ¿ Por qué sólo uno?". Me contestó que el otro, una nuui, solla ir pero que, ahora, se negaba y ni él ni su mujer podían obligarla. ¡ Aquel independiente personaje tenía nueve años! Una de las mayores curiosidades de la Villa fue el Drago Grande y, aunque ya no existe, aún se señala a los visitantes el lugar en el que estuvo, y se les habla de su inmensa edad. Cuando lo visitó Humboldt, le estimó un minimo de 6.000 años y, aunque esto pueda haber sido exagerado, no cabe duda de que era extremadamente viejo. Fue parcialmente dem-bado por un vendaval, y los mtos quedaron destnii-dos, en 1867, por un incendio accidental, por lo que sólo viendo antiguos grabados podemos tena idea de su asombroso tamaño. Su tronw huew era tan amplio wmo una habitación mediana y, en tiempos de los guancbw, cuando se wnvocaba una asamblea para nombrar un nuevo jefe, la reunión tenía lugar en el Drago Grande. La finca en la que estuvo fue 36 LAS ISLAS CANARIAS vallada más tarde, convirtiéndose en el jardín del marqués del Sauzal. Era curiosa la ceremonia de designación de un jefe. El más importante de ellos era el mencey o rey de Taoro ( antiguo nombre de Orotava), que tenía 6.000 guerreros bajo su mando. Si bien esta dignKIad era hereditaria, no pasaba necesariamente de padre a hijo y, más frecuentemente, se transmitía mire ha-manos. " Para esta ceremonia de designación de un mencey, cada señorío conservaba, envuelto en pieles, un hueso de uno de Iw más remotos antepasados de su linaje, y se convocaba a los más antiguos conse-jeros reuniéndolos en el " Tagoror", lugar donde se celebraba la asamblea. Despues de su elección, el nuevo rey besaba aquellas reliquias y las ponía sobre su cabeza. Luego, los demás notables tocaban wn ellas los hombros del elegido, mientras él de& Agoñe yawron ydatzahada Chcodamet [ J o por el hueso el día en que me habéis enaltecido). Así con-cluía la ceremonia de la coronación y, el mismo día, se llamaba al pueblo para que supiera quien era su nuevo rey, que era homenajeado, y había un festín general a expensas del nuevo mencey y sus familia-res. Parece que estos dignatarios estaban rodeados de gran pompa, nadie se les acercaba por el camino, cuando se trasladaban desde sus residencias veranie-gas de las montaias a las de invierno en la msta. Entonces, se aguardaba a que pasara para postrarse ante 61, y levantarse limpiando los pies del rey wn el borde de sn vestidwa de piel" ( Ver " The Guan-ches of Teneriffe", por Sir Clement Markham). DW pués de la conquista, los españoles convirtieron en capilla el templo de los guanches, celebrando una misa bajo el árbol. En la Villa hay bonitas iglesias antiguas, cuyas torres y tejados constituyen su mejor adorno. La prin-cipal es la de la Concepción, con una cúpula que domina toda la población. Es muy bello su aspecto exterior, pero el interior no es tan interesante. Es curioso imaginar cómo puede haber llegado a perte-necer a esta iglesia la custodia de plata que, según se dice, fue de la catedral londinense de San Pablo. Generalmente, se acepta la teoría de que, tanto esta custodia como otra semejante que existe en la cate dral de Las Palmas, son restos dispersos de los mag-nüiws objetos de culto vendidos y desperdigados por orden de Oliver Cromwell. La bella portada y la torre del convento y de la iglesia de Santo Domingo datan del tiempo en que 38 LAS ISLAS CANARIAS los españoles eran más sensibles a la belleza que ahora. Las empedradas y empinadas calles de La Oro-tava no carecni de interés, y los viejos balcones, las talladas celosias y los mgumes que se abren a los flo-ridos patios, con espléndidos macims de enredaderas desbordándose por la tapia de un jardín, o enroscán-dose en un viejo portalón, se combinan para lograr un pueblo de lo más pintoresco. Un detalle caract* rístico de casi todas las uisas españolas es una espe-cie de pequeño armario enrejado que contiene un fü-tro de piedra En muchas osas antiguas, estos arma-rios están cubiertos de enredaderas y helechos, a p vechando la continua bumedad procedente del fdt~ o, e incluso crecen culantrillos, lo que no se considera contrario a la acción purif~ cadorad e la piedra, en la que coniian plenamente los naturales. A mi me parece increíble que el agua limpia pueda mejorarse pasando a travCs del polvo acumulado en estos fü-tms durante muchos años, ya que sólo es posible üm-piarlos superficialmente. Los rojos recipientes de barro, de fomias rotundamente clásicas, son de todas lm capacidades, por lo que es posible ver a una niüa pequeñita aprendiendo a llevar a la cabeza uno pro-porcionado a su tamaño; pronto afumará su paso, ahora inseguro, y, en uno o dos años, marchará con fime andar, Uevando un gran cántaro casi sin sen-tirlo, y dejando libres sus manos para cualquier otra cosa. Un agradable paseo, a pie o en burro, lleva desde la Villa al Realejo Alto, a través de una hermosa campiña, pasando por los caseríos de La Perdoma y La Cruz Santa. Al corniem de la primavera, la flor de los almendros tiñe de rosa muchas zonas baldías y, en los pueblos, el aire vuelca, desde las tapias de los huertos, el aroma del azahar. A esta altura, los árboles parecen menos afectados por el mortifero pul-gón negro que ha exterminado todos los naranjales de las tierras bajas, y toda la vegetación impresiona por ser más lozana y más pujante. Las tapias de los huertos estaban jubilosamente florecidas; durante nuestro paseo, vimos albelíes de colores malva y blanco, favoritos de los naturales; largas hileras de geranios, guirnaldas de picos de paloma, claveles dobles y sencillos, y multitud de otras flores. El Realejo Alto es, sin duda, el pueblo más ph-toresco que he visto en Canarias. Su situación, en una pendiente ladera, con las casas aparentemente apiladas unas sobre otras, parece un pueblo de mon-taña italiano. Se supone que una parte de la iglesia 40 LAS ISLAS CANARIAS de Santiago, la que está unida a la torre, corres-ponde al templo más antiguo de la isla, y el remate de aquélla, que es el punto más destacada del pueblo y de sus alrededores, puede haber pertenecido al viejo edificio. El interior de éste no deja de ser inte-resante niando está bien iluminado, y se dice que su bella portada es obra de canteros españoles activos muy poco después de la Conquista. La obra de pie-dra laboda que enmarca esta puerta, y la muy seme-jante que hay en el pueblo de abajo, son ejemplos únicos de este estilo en las islas. En el barranco que separa los dos Realejos, tuvo lugar, en 1820, una gran tiada que m16 ambos pue-blos. El Realejo Bajo, aunque no tan pintoresco como el Alto, vale bien una visita, pues sus habitan-tes están justamente ufanos porque tienen un drago, rival de uno de Iwd que algún día puede llegar a ser tan célebre wmo el de La Orotava. Estos dos pueblos son grandes ccntros de produo-ción de bordados o calados. A través de las puertas de entrada a las casas, se ven mujeres y muchachas jóvenes inclinadas sobre unos bastidores en los que se tensan sus labores. Estas son, en su mayor parte, de baja calidad, muy toscamente trabajadas con pobres materiales, y da lástima el que, por lo visto, no haya mejores y más delicados trabajos. Los visi-tantes se cansan de ver enormes cantidades de col-chas y manteles que se les ofrecen, cuando, en realidad, no es posible compararlos, ventajosamente, ni en calidad ni en precio, con los que vienen de Oriente. TENERIFE ( Continuación) Unos días claros, a fmales de febrero, nos deci-dimos a hacer una excursión a las Cañadas que atraen al viajero corriente más que la ascensión al propio Piw, excepto a los habituados q escalar mon-taiias que siempre desean Llegar a la máxima altura y a la más alta cumbre que ven. A pesar de las p pectivas de buen tiempo de la víspera, la mañana se presentó nubosa y húmeda, de modo que, a las seis, salimos llenas de dudas y reservas sobre lo que ocu-rriría a la salida del sol. Habíamos decidido ir en auto hasta donde nos lo permitiera la carretera, por-que nos dijeron que, yendo en mula, se tardaría nueve o diez horas. Nuestros info~ madores eran más bien exagerados. Unos, nos dijeron que la expedición era tan extenuante que sabían de quienes seguían 44 LAS ISLAS CANARIAS enfermos después de una semana de haberla reali-zado. Otros, de& que el cielo nunca estaba despe-jado en lo más alto, que debíamos preparamos para estar permanentemente empapados por la humedad, para los tropezones de las mulas cayendo, probable mente, en un salto mortal y, en fm, que, con segu-ridad, debíamos esperar toda una serie de desastres. Nuestras mulas se nos reunieron en el Realejo Alto, después de una hora de auto desde el Puerto, y alli discutimos sobre si decidíamos wntinw o nos con-formábama wn una excursión más breve y a menos altitud. La salida del sol no mejoró las perspectivas, ya que unos espesos nubarrones cubrían Pedro Gil, mientras que Ligeras nubes blancas iban acumulán-dose bajo el Tigaiga, y el aspecto del mar no era más espemmdor. Las mulas Negaron wn retraso, a la buena manera española, y consultamos a unos cuantos vecinos, conocedores de los cambios del tiempo, que se fueron reuniendo en la plaza, alrede dor de nuestro coche, protegiéndose con sus mantas del frío mañanero. Miraron wmpasivamente a aque-llas chifladas extranjeras que habían abandonado sus camas a semejantes horas, sin tener necesidad de hacerlo - porque el español no madruga- y se pro- ponían najar hasta las nubes. Los miembros o* tas del grupo decían: " No es más que una neblina maííanera", mientras que los pesimistas advertían: " Mi experiencia me dice que las neblii mañaneras producen las nubes del mediodía." La llegada de las mulas dio fui a la discusión. Los arrieros esperaban y confiaban en que se dispcr-saran las nubes o, al menos, que, al llegar a remon-tar la zona de éstas, hallaríamos el cielo despejado; de manera que, aunque nuestro encapotado amigo murmuró, para sus adentros, " jpobrecitas!", empren-dimos la marcha provistas de abrigos para proteger-nos de la humedad y del frío que íbamos a encon-trar. El rumor de las pisadas de las mulas, cuando subíamos la pendiente calle del pueblo, asomó muchas cabezas a las ventanas; los verdes postiguitos se abrían apresuradamente para que la multitud que parecía habitar cada casa pudiese echar una mirada a las idesas. Al decir a donde íbamos, se nos repe-tía el mismo comentario. (" Tiempo muy malo"), con gran indignación de nuestros hombres que gruiüan: "~ NOdi gan eso!" El pedregoso camino lleva, siempre cuesta arriba, a Palo Blanco, un disperso merío formado por cho-zas & carboneros, a una altitud de 700 metros. Espi- 46 LAS ISLAS CANARIAS rales de humo azulado surgían de sus fogatas mez-clándose con la niebla, pero ya había señales de mejoría del tiempo, porque iba saliendo el sol y las nubes eran menos densas. Las voces de los carbone-ros son algo habitual en estas regiones, pero yo nunca averigüé si se trata de una cantinela que les hace más llevadera su caminata cuesta abajo, o de una señal de su proximidad para que se aparten los. posibles caminantes, porque el tamaño de la carga que lievan sobre sus espaldas les dificulta, wn fre-cuencia, el pasar por determinados lugares. De pronto, aparecieron dos muchachas, andando con ondulante y fume paso; sus desnudos pies parecían pisar el áspero suelo con mayor soltura que los mal herrados cascos de nuestras monturas, porque no se cuidaban de pisar con tiento, atentas s610 a Uegar cuanto antes a su destino y soltar las cargas de sus cabezas. Con ansioso interés, les preguntamos cómo estaba el tiempo por arriba; sin la menor duda, nos contestaron: " Muy claro", y, en pocos minutos, una racha de aire barrió las nubes wmo por arte de magia, y oímos una tiunial exclamación de los hom-bres. Abajo, se extendía todo el valle de La Orotava. La pintoresca villa quedaba a lo lejos, a la izquierda h pueblecitos de La Perdoma, La Cruz Santa y los dos Realejos, Alto y Bajo, estaban más caca de n w tros pies y, distantes, al otro lado del Puerto, se veían Santa úrsula, El Sauzal, y el disperso poblado de Tawronte. Pedro Gil y toda la larga cadena de montañas de la izquierda lucían amplias manchas de nieve, brillando al sol con deslumbrante blancor. e b í a habido un invierno de mucha nieve, lo que, como nos dedan, explicaba que aún se conservase a fuiaes de febrero, con ale* por nuestra parte por-que aquella nieve añadía una gran belleza, al paisaje. En el Monte Verde, hicimos un alto por considera-ción a los hombres y a las bestias y, mientras los muleros recobraban f u m wn sustanciosas rebana-das de pan integral y tajadas de queso de cabra del país, blanco como la nieve, y nuestras mulas disfm-taban de unos cinco minutos para recuperar el aliento libres de sus cinchas, dimos un paseo para contemplar el bello barranco de La Laura. Alli, los árboles aún han escapado de la destmcción a ma-nos de los carboneros, y las empinadas lomas se cubren con variedades autóctonas de laureles, mez-clados con amplias matas de Eriza arbom, brezo que cubre toda la zona del Monte Verde. Es muy lamentable la casi total deforestación causada por los 48 LAS ISLAS CANARIAS carboneros, y multa triste imaginar hasta qu6 punto debe haber sido más hermosa esta región antes de haberla despojado de sus grandes pinos y laureles. Las autoridades no tomaron medidas para poner coto a esta total destrucción de los bosques hasta que fue demasiado tarde e, incluso ahora, aunque se han arbitrado disposiciones en este sentido, no se toman la molestia de ver lo que tienen la obligación de ver. Ahora, la ley no sólo permite la explotación de los bosques, sino que es bastante fácil hacer le& uno va al monte, rompe ramas de arboles o de retama y, unas semanas más tarde, se da una vuelta y las recoge como leña, con lo que la ley queda bur-lada. Como hay una interminable demanda de car-bón, único combustible consumido por los españoles, las cosas seguirán así hasta que no quede nada que cortar. Estábamos, sin duda, en el mismo camino seguido por Humboldt, en 1799, cuando visitó Tene-rife y subió al Teide. Su descripción de la vegetación muestra cómo la despiadada hacha de los leñadores ha destruido algunos de los más bellos bosques del mundo. Humboldt se había visto obligado a aban-donar sus viajes a Italia, en 1795, sin visitar los para-jes volcánicos de Nápoles y Sicilia, cuyo conoci- miento era indispensable para sus estudios geol6gim. Cuatro años más tarde, el Gobierno español le había dispensado una espléndida acogida, y había puesto a su disposici6n la fragata i'hrro para su viaje a las regiones equinocciales de Nueva España. Despuk de haberse librado, apuradamente, de caer en manos de unos corsarios ingleses, los alisios lo impulsaron hasta Canarias. El 21 de junio de 1799, se encon-traba camino de la cumbre del Pico, acompañado por su amigo Bonpland, M. le Gros, secretario del wnsulado francés en Santa Cruz, y el jardinero de Durazno ( los jardines botánicos de La Orotava). No parece que el día fuera bien elegido. La cumbre del Pico estuvo cubierta por espesas nubes, desde la salida del sol hasta las diez de la mañana. No hay mis que un camino que lleve desde La Orotava a través de campos de retama y de malpaís. " Este es el camino que han de seguir los viajeros que dispo-nen de poco tiempo en Tenerife. Cuando la gente sube al Pico ( son palabras de Humboldt) es como cuando visitan Chamonk o el Etna: hay que seguir a los guías, y s61o se logra ver lo que han visto y descrito otros viajeros". Como a ellos, le impresion6, al desembarcar, el wntraste de la vegetaci6n en estas zonas de Tenerife y los alrededores de Santa CNZ. 50 LAS ISLAS CANARiAS " Un estrecho sendero pedregoso conduce, a uavés de unos castañares, a regiones llenas de brezos y la& y, más adelante, a la cascada de Dornajito, único manantial que se encuentra camino del Pico. Para-mos bajo un solitario abeto para proveernos de agua. Este lugar es conocido como Pino del Doma-jito. Sobre esta región de brezos arborescentes, lla-mada Monte Verde, está la de los helechos. En nin-guna parte de la zona templada he visto tal abunda cia de Pteris, Blecchium y Asplenium; sin embargo, ninguna de estas plantas ofrece el aspecto imponente de los helechos arborescentes que, alcanzando el porte de las palmeras, wnstituyen el principal orna-mento de la Am6nca equinoccial. La iaú de la Pteris aquilina sirve de alimento a los habitantes de La Palma y La Gomera. La trituran hasta convertirla en polvo, y la mezclan con harina de cebada. Cuando se cuecc esta mezcla, se llama gofio; el consumo de tan grosero alimento prueba la extrema pobreza de las clases bajas en Canarias. ( El gofio se consume mucho todavía.) " A la región de los helechos sigue un bosque de enebros y abetos, que ha sufrido muchos daños por la de violentos hwacanes ( ahm no queda nin-guno). Mr. Ekien afima que, en este lugar, nom- brado por algunos viajeros como Caraveles, vio, en 1705, unas Uamitas que, de acuerdo con las ideas de los naturalistas de aquellos tiempos, atribuyó a la combustión espontánea de emanaciones sulfurosas. Continuamos subiendo hasta Uegar a la roca de La Gaita y al Portillo. Atravesando este angosto paso entre dos montañas basálticas, accedimos a la gran llanura de S@ rüum ... Tardamos dos horas en c m el Llano de la Retama, que semeja un inmenso mar de arena blanca. En medio de este llano, hay maci-zos de retamas, que es la Spartium nubigeoum de Aiton. M. de Martiniere ha querido introducir este beUo arbusto en el Languedoc, donde es muy escasa la lefla. Crece esta planta hasta casi tres metros de alto, y se cubre de flores aromáticas con las que engaianaban sus sombreros los cazadores que enwn-tramos por el camino. Las cabras del Pico, que son de wlor pardo oscuro, las comen con gusto, devoran spartum, y wmetean libremente por estos desiertos desde tiempo inmemorial". Al pasar la noche en estas montaíias, los viajeros se quejaron del frío, aun-que era verano, porque no disponían de tiendas ni de mantas. A las tres de la madrugada, encendieron antorchas para emprender la etapa final de la ascen-sión al Pico. " Un fuerte viento del Norte impulsaba 52 LAS ISLAS CANARIAS las nubes. La luz de la luna, atravesando, de vez en cuando, los vapores que la ocultaban, asomaba su disco sobre un fumamento de oscurisimo azul, y la visión del volcán daba al paisaje nocturno un majw tuoso aspecto." " A veces, la niebla ocultaba totalmente el Pico a nuestra vista y, en otras ocasiones, aparecía sobre nosotros con abmumiora proximidad. Como una enorme pirámide, proyectaba su sombra sobre las nubes, que se despeñaban a nuestros pies." Al escalar el Pico por el Nordeste, Llegó la par-tida, en dos horas, a Alta Vista. Habían seguido el mismo camino que los viajeros de ahora, pasando por el malpais ( región de restos vegetales, y cubierta de lava) y visitando las cuevas de hielo. A la zona de los laureles siguió la de los helechos gigantes, los enebms y los pinos ( ahora no queda ninguno de ellos), a lo largo del camino que lleva al Portillo. Este quedaba ahu lejos, por encima de nosotros. Teníamos que atravesarlo para llegar a las Cañadas, y el camino de piedras, aunque bien señalado, ser-pentea por una cuesta uo muy pendiente, pasadas unas asperas lomas donde, por todas partes, apare-cen wnas de piedra pómez. Los brews, que estaban empezando a florecer, se cubrirían, en pocas sema- nas, de unas más bien insignif~ cantesfl orecillas blan-cas o rosadas, y se entremezclaban con los codesos ( Adenocarpus vi'scosus), de diminutas hojitas de pálido gris azuiado. D w t e toda la larga subida, no hay señales del Piw. El camino está tan adaptado a la vertiente inferior de la ladera que sólo cuando se Uega al propio Portillo aparece el Teide, súbitamente, ante nuestros ojos. Es grandioso el panorama que se nos presenta. El espacio rocoso del fondo se mezcla con grandes macizos de retamas del Teide ( Spartc-cytkus nubigens), planta que se considera caracteris-tica de esta tierra. Al desarrollarse, se parece algo a S m ' m jmceum, más wnocido en Inglaterra wmo " escoba española", pero que es más gnieso y, quizá, menos elegante. En mayo, cuando florece, da un aroma suave y tan intenso que no 610 invade el aire de esta montaña sino que, según los marinos, se per-cibe a muchas millas mar adentro. Nuestros guías nos dijeron que algunas matas tienen flores blancas y, otras, blancas tenidas de rosa. En esta estación, grandes manchas de nieve desplazan a las flores, pero también es posible ver macizos de retama aso-mando a través de la densa capa helada que mbre el Piw hasta una altifud de 3.000 metros. 54 LAS ISLAS CANARIAS Me habían dicho que toda la belleza del Pico se pierde cuando se está cerca de él, que la imponente pirámide de roca y nieve, que se eleva hasta unos 3.700 metros y domina el vaUe de La Orotava, me parecería una simple colina cuando la viera alzarse de la fosa de arena fma, que es a lo que más se parecen Las Cañadas; que, en fin, se perdería todo el encanto. Incluso, un escritor ha llegado a llamarlo " feo montón de cenizas" al verlo, des& las Cañadas, por el otro lado, y a decir que se encontraba " en un mundo sin vida, silencioso, abrasado, muerto, la abo minación de la desolación, donde alguna vez se inflamó un ardiente infierno sobre un lago de hir-viente lava". Estoy segura de que el autor de este párrafo llegó alií de mala gana, porque es curioso observar que, niando se está muy fatigado, el frío y la humedad impiden a uno reconocer la belleza de un paisaje mientras que, otros, que, como nosotras, lo hayan visto bajo un sol ma~~ villmlo, describirán como una de las más bellas visiones del mundo. El camino se bifurca justamente en el Portillo ( 2.200 metros), y los que se proponen subir al Teide siguen el sendero del lado de ia Montaña Blanca, un promontorio cubierto de nieve en la base oriental del Pico. El propio cono recibe el nombre de Lomo TENERIFE 55 Tieso, incünándose wn una pendiente de 2%. En una choza de piedra que hay en Alta Vista ( 3.300 metros) es donde pasa la noche al& fatigado excursionista antes de cubrir la etapa ñnal: un tramo de 430 metros a pie, porque las mulas se dejan en la choza. Con el cielo despejado, el excursionista se wn-sidera, sin duda, bien satisfecho al contemplar el panorama que Mr. Sander Brown describe a9i: " Los que no puedan subir podrían probablemente, imagi-narlo al contemplar un cráter lunar con un telesco-pio. Los alrededores son el súmmum de la desola-ción y de la &. Por un lado, la redondeada cima de la Montaña Blanca; por el otro, los amenavlntes cráteres del Pico Viejo y de Chahorra. Éste de 1.400 metros de diámetro y a 3.230 metros de altitud, fue una hirviente caldera y, aún hoy, puede reventar wn furia en cualquier momento. Abajo, el cuenw cirni-lar de las Cariadas, surcado por comentes de lava, y rodeado de aserradas murallas multicolores. En torno, numerosos volcanes, empinados, según Piaq Smyth, wmo peces sobre sus wlas, wn las bocas pls namente abiertaa en un iwstem. Coronando las lade ras, bosques de pinos y, alli abajo, distante, el mar con los Seis Satélites ( las islas de La Paima, Gomera, Hierro, Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote) 56 LAS ISLAS CANARIAS flotando en la lejanía, con el enorme horizonte dando la impresión de que el espectador está en una suerte de pozo más que en una gran altura que, considerada en relación con lo que la circunda, no tiene otra comparable en el mundo." Desde el pequeflo refugio de la Fortaleza, donde hubo que hacer una breve parada, el camino baja hasta las Cañadas. Un espacio de amarilla y fma arena, como las del Sahara, plenamente tostado por el sol, tentó sin remedio a una de las mulas y, sin hacer caso de su amero, ni tener en cuenta la cesta de las provisiones, se dio un buen revolcón en el suave y tibio lecho, afortunadamente sin más conse-cuencias. Después de un bien acogido descanso, a la sombra de unas retamas, volvimos las espaldas al Pico y abandonamos este bello y solitario paraje. La isla de La Palma estaba como flotando ni las nubes; la Enea del horizonte, dividiendo mar y cielo, pa~ ecía inünitameute alejada; realmente, estos lugares semejan un mundo misterioso y espectral y, aunque hoy el Pico puede estar sereno y en calma, bafíado por la luz del sol y abierto de nieve, sigue recordándonos la muerte y destrucción causados wn sus tormentas de fuego, y quien sabe si algún día puede despertar de su largo sueño, y sacudir toda la isla desde sus cimientos. Se ha aceptado la teoría de que las propias Caña-das fueron un tiempo un inmenso cráter, el segundo mayor del mundo, y que, dumte un ~ o ddoe a cti-vidad, surgió de ellas el Pico, que se convirtió en un nuevo aater. Probablemente, durante este proceso se hundieron las Cañadas, quedando la muralla de rocas que parece formar una perfecta protección del valle de La Orotava, para el caso de que el volcán vuelva a vomitar, algún día, su ardiente lava. A principios de 1909, los habitantes de Tenerife supieron que su volcán no estaba muerto. Desde casi un año antes, pequeños movimientos sismicos habían advertido a los expertos geólogos que algo era de temer. En noviembre, se produjeron fuertes detona-ciones que sacudieron las casas de La Orotava. Uno de los habitantes describió como de extraña inesta-bilidad la sensación que le produjeron, como si las casas estuvieran edif~ cadass obre bases de gelatina. A. 37 kilómetros del Piw, se abrió un nuevo crhter y, aunque estaba muy alejado de La Orotava, sus lla-mas eran claramente visibles desde alll, apareciendo sobre las montañas más bajas del Sur. Parece que hizo pow da50 porque, afortunadamente, no había 58 LAS ISLAS CANARIAS poblados ' lo bastante próximos como para resultar afectad- por las comentes de lava, pero por Europa circularon las más exageradas noticias sobre la e~ pcióne, incluso, se dijo que el Gobierno español había lanzado un mensaje solicitando el envío de & o-pas para evacuar a los habitantes { porque la isla estaba hundiéndose en el mar! Muchos geólogos han expresado su opinión de que es improbable otra empción antes de un centc-nar de años, lo que resulta wnsolador y tranquili-zante. Como los caminos estaban secos, pudimos regre-sar por otro diferente,. más largo pero más bonito, y mucho más recomendable para los que prefieran andar en lugar de cabalgar. Las mulas caminan wn mayor fumeza por los caminos pedregosos, y, cuando se vuelve a entrar en la parte del Monte Verde y el terreno es blando, los mal herrados cascos no se' adhieren pues, con el tiempo liuvioso, el camino se wnvierte en un mero deslizadero de lodo que es preferible no utilizar. Fue wi hermoso paseo por el borde de la cordillera; perdimos de vista el Pico, pero el valle reposaba abajo, cubierto por ras nubes que, movidas por la b k , pnmitlan wn-templar la Villa bañada por la luz del atardecer. Pedro Gil y, más allá, la Montaña Blanca resplan-decían bajo una luz roja y, al fondo, a lo lejos, se veían las montafías que dominan La Laguna. La mejor vista se disfmta, quizá, desde La Corona. A la izquierda, los pinares de los altos de Iwd de los Vinos se extienden, lejanos, hasta el extremo occidental de la isla y, a la derecha, el valle de La Orotava se muestra tendido wmo en un mapa. Recisamente debajo de La Corona, se divisan los campos cultivados, y el encuentro de una cam-pesina, con su acostumbrada carga a la cabeza, nos muerda la cantidad de horas transcurridas sin haber visto una señal de vida, no contando, por supuesto, a los dos carboneros que, al amanecer, nos habían dado buenas impresiones sobre el estado del tiempo. Iwd el Alto, wn la calle más rústica que jamás he visto, quedó pronto atrás, y las mulas bajaron, wn tedioso paso, por un camino tan pendiente como los demás para llegar al Realejo Bajo, a la civüización y a la vida pmsaica. Una destartalada y & ida vic-toria, wn tres flaws pero valientes caballitos, nos devolvió a casa doce horas después de haber iniciado la excnrsión. No habíamos pretendido superar nin-guna marca y, durante el regreso, tomamos las a> sas con tranquilidad. El rewmdo, montadas, desde el M) LAS ISLAS CANARIAS Realejo Alto hasta las Cañadas, duró exactamente cuatro horas; luego, tuvimos una hora de descanso, otras cinco de bajada en mulas, una pequeña caminata, y otras dos horas montadas. Y ni nos hahííos mojado, ni est4bamos enfemias como para hacer cama durante una semana. Yo oí una buena descripción de este recorrido en mula hecha por alguien a quien se preguntó si era muy fatigoso, con-testando: ''¡ No, porque no tiene que guiar a la mula. Usted móntese, y deje lo demás a la mula y a la Pro videncia!" TENERIFE ( Continuación) No sé de nada tan agradable wmo un paseo a la orilla del mar o por uno de los barrancos próximos a la vüia de La Orotava. Siempre había oído que las klas Canarias son ricas en plantas autóctonas, pero comprob6 plenamente que casi cada barranco ( tér-mino que literalmente significa lecho de un torrente pero que, ahora, se aplica a cualquier hondonada o profunda depresión) tendríí sus propias y especiales maravillas, y que los acantilados sobre el mar son tan rim en vegetación que, en muchos lugares, pare-cen los ejemplos más perfectos de rocallas. Uno de los mejores paseos desde el Puerto con-siste en recorrer la pendiente veredita, casi una tro-cha de cabras, que va desde el barranco Martiánez a los acantilados al pie de la terraza de La Paz. Es 62 LAS ISLAS CANARIAS posible recorrer kilómetros siguiendo aquella dircc-ción, aunque, de vez en cuando, la encantadora m-pación de coleccionar plantas se ve repentinamente interrumpida, porque el camino está wrtado por vas-tos platanares. Pero, por suerte, aún quedan partes sin roturar, y la vereda sigue, llegando hasta el pie del acantilado y a sitios inaccesibles. Hay allí tantas plantas desconocidas para el excursionista extraño, que le resultará. dificil saber cuáles prefiere tener en cuenta y cuáles desechar, pero nada más lejos de mi intención que dar una relación completa de las plan-tas canarias. Durante mi estancia en las islas, com-prendí lo que me contaron de un sabio botánico que había estado acopiando materiales durante cuatro años para hacer un catálogo completo de la flora de las Canarias, y que aún no había concluido su tra-bajo. Creo que, para empezar, la Euphorbin < luuui< luUuim sh, una de las plantas más típicas y ornamentales del acantilado, merece ser la primera en captar nuestro interés. Los grandes grupos de esta " planta candela-bro", como la han bautizado los ingleses ( o wd611, wmo se conoce en Canarias) son tan caracteristicos, que siempre estarán asociados en mi mente a los pre-cipicios de Tenerife. Sus grandes columnas acanala-das pueden alcanzar alturas de hasta 3 y 4 metros, TENERIFE 63 sin contar las hojas, luciendo en lo alto una flor rojiza o un fmto, y teniendo espinas de aspecto ame-nazante en las aristas de sus robustas ramas. Al hacer una incisión en una de estas con un cuchillo, brota una savia pegajosa y de aspecto lechoso que si bien, en realidad, no es venenosa, sí es irritante. Dice una tradición que los guanches la utilizaban para atontar a los peces, pero no pude averiguar cómo lo hacían. La vegetación del acantilado presenta, como caracten'stica que no puede dejar de llamar la aten-ción, el tenue color gris azulado de casi todas sus plantas. Las chumberas, nombre común aplicado tanto a la Opuntia diUemii como a la Opuntia coc-cinelliera - que parece haber sido introducida espe-cialmente para el cultivo de la cochinilla, y que ha quedado sin otra aplicación- las cerrajas ( Sonchus), las yerbas punteras ( K[ eim'as), las manzanillas ( Artemisias), y casi todas las plantas suculentas tie nen color gris verdoso, que contrasta bellamente con el fondo oscuro de las rocas. Estas, cortadas a pico bajo La Paz, son bellisimas, tanto por su formación como por su colorido; por unas partes, son de oscuro color rojo ladrillo, debido a una acumulación de ocre amarillo, y, por otras, de ion0 amadlo leo-nado. Las cuevas originadas en las rocas volcánicas 64 LAS ISLAS CANARIAS por los embates del mar son tan profundas que se han convertido en viviendas. Se ve más de una fami-lia que, con todos sus bienes y enseres, se han acomodado en aquellos huecos, y allí viven al a u t h tico aire libre, sin impuestos sobre las viviendas ni gastos de mantenimiento. A mano, tienen el mejor suministro de agua potable, tomada del manantial que brota de la propia roca y que surte a todo el pueblo. Cuando me dijeron que uno de los habitan-tes & estas cuevas era un loco inofensivo, pensé que no debla ser tan loco como podía parecer, al rewr-dar las mal ventiladas y malolientes chozas habitadas por la mayoría de los pobres. La yerba puntera, Seoecio Kieinia, o Kieinia neri-folia, arbusto de un metro y medio de alto, tiene el aspecto de un pequeño drago, con sus ramas coro-nadas de ramilletes de hojas verdeandadas. El balo, Píocama pendul?, con su forma ligeramente colgante y de bonito color verde, wnuasta, de manera encan-tadora, con los macizos de Euphorbias y Kleinias; éstas ires, tan típicas de la vegetación del acantilado, son, probablemente, las primeras en captar la aten-ción de los excursionistas. La Artemisia cananemis ( la manzanilla canaria), es fácilmente reconocible por sus hojas blanquecinas y su fortísimo aroma, poco TENERIFE 65 agradable cuando se estruja. El espliego autóctono y algunas variedades de crisantemos, probables as-cendientes de la llamada " margarita de París", arti-ficialmente obtenida, son especies comunes; pero, en marzo y abril, es posible enconira otros muchos e interesantes tesoros cuando florecen entre las rom, al alcance de la mano, y coger puñados de flores y ramas de arbustos probablemente desconocidos para un viajero de climas nórdicos. A su lado, en una húmeda y umbrosa grieta del terreno, anidando a la sombra de las rocas que los protegen de las salpica-duras del agua salada, pueden verse unos hermosos ejemplares de uña de caballo, Cineraria tussiIa& is, con todos los matices del color lila, mucho más bellos que los híbridos cultivados. En un hueco inac-cesible, se entremezclaban wn unos ranúndos ama-rillos y, muy cerca, había muchas cerrajas con sus vistosas flores del mismo color. En algunas de las inclinadas peñas - demasiado inclinadas, por suerte, como para permitir la incesante invasión de las pla-taneras- los esbeltos vástagos de las flores de las pitas, Agave & ida, elevan al aire, hasta seis metros de altura, sus orgullosas cabezas. Son los restos de una plantación con la que se pretehdía poner en explotación la fibra de las hojas. Esta variedad es la 66 LAS ISLAS CANARIAS . verdadera Sisal de las Bahamas, botánicamente cono-cida como variedad sisalana. Se puede comprender la rapidez de su desarrollo y de su proliferación si se sabe que crece mis rápidamente cuando alcanza su madurez para florecer, y que pueden nacer dos mil nuevas plantas de un solo ejemplar. La explotación de la fibra quedó abandonada, como otros muchos experimentos agrícolas en Teuerife; pero me han dicho que están haciendo algunos intentos de Uevarla a cabo en la Anda isla de Lanzarote. Enae las peñas, junto a las euforbias y las chum-beras, se encuentran, despeidigados, muchos ejempla-res de suculentas, tales como la banilla, salsola oppo-sitae folia, el azaigo, Ruba fruticosa, una pequeña Mimomería de flores blancas, Spergulana hbnata, cuyas vistosas flores malva podrían ser consideradas una valiosísima novedad en cualquier rocalla inglesa, y el taginaste, Echium violaceum, de color violeta d o , pl anta que se considera hierba mala en Aus-tralia, donde la semilla se introdujo, quid, por azar. Muchas veces he pensado, al errar por esta rocalla natural, en las enseñanzas que podrían obtenerse en Inglaterra estudiando las formaciones rocosas antes de confeccionar esas tristes imitaciones de la Natu-raleza que conducen a lamentables adefesios, no sólo TENERIFE 67 por lo que desagradan al contemplarlos sino, tam-bién, porque no se proporciona a las plantas el ambiente adecuado al intentar cultivarlas. Las personas de cabeza firme, a las que no importe exponerse por las esbrechas y pendientes vers das, pueden deslizarse bajando hasta los arrecifes y, cuando la pleamar salpique hasta el acantilado, se encontrarán sumergidas en una niebla de blanca Ilo-vizna, sorprendiéndose de que las plantas puedan vivir bajo esta lluvia saiina. La pequeíia Statice pec-tinata crece y florece en semejante ambiente y nos renierda que, en Ingiatemi, se llaman " lavandas mari-nas" porque la variedad inglesa, S. Limonium, vive en las marismas. Fninkenia encifolia, de minúsculas florecitas, parecida al brezo, vive también bajo este rocío. Como, con frecuencia, en nuesiro deambular sin rumbo fijo, pasamos por grandes fincas totalmente dedicadas al cuitivo del plátano, puede ser interesante decir algo sobre esta muy lucrativa actividad. Yo solía salir a mi antojo para contemplar los desmontes de terrenos que estaban siendo cruelmente desposei-dos de su natural vegetacih sc talaban higueras vi* jas, nudosas y retorcidas, y cuadrilha de obreros se dedicaban a roturar el suelo para cultivarlo. Muy a 68 LAS ISLAS CANARIAS menudo, se retiraba la tierra que cubria La superticie, sustituyéndola por la de abajo; pero, al parecer, el sis-tema variaba según la naturaleza del suelo. Se construían muros para proteger las plantas o hacer terrazas, y para dar al terreno la pendiente precisa con el fin de que llegara el agua de riego por atar-jeas de hormigón. Es, pues, muy fuerte la inversión necesk para hacer la tierra cultivable; pero, enton-ces, el resultado obtenido compensaba de sobra los sueños más ambiciosos. Ahora, un buen terreno de regadío produce unas 100 libras esterlinas por hec-tárea y año - por supuesto, me han hablado de ren-dimientos de basta 150 libras que, aunque pueden ser ciertos, son excepcionales. Pero, posiblemente, no hay otrb lugar en el mundo donde la tierra de labor M& tanto. El terreno de secano, aun siendo bueno, sólo produce de 10 a 12 libras por hectárea y año; y, aunque nunca pude averiguar el coste exacto del agua de riego, éste es, sin duda, muy alto, de modo que no toda la ganancia es para el propietario de la tierra. La vida productiva de un platanar varía entre los doce y los catorce años, pero no se obtiene beneficio alguno durante los primeros dieciocho meses, si no es sembrando patatas entre las nuevas plataneras o, TENERIFE 69 más bien, manteniendo el cultivo de viejos plantones que retoñarin dando su fruto. Estas plantas se cor-tan dejando, por regla general, sólo tres vástagos de cada una, que darán nuevos frutos al cabo de nueve o diez meses. Una hectárea de terreno, en plena pro ducción, viene a dar unos 10.000 racimos que, ya empaquetados para la exportación, se cotizan a unos 4 chelines cada uno. Una buena parte del trabajo en las plataneras es realizado por mujeres que forman largas fdas hasta los salones de empaquetado, Uevando sobre sus cabe-zas inmensos racimos de los verdes fmtos. Descalzas, vigorosas, muchachas bonitas muchas de ellas, cantan una melopea, con voces curiosamente graves, mien-tras recorren, espléndidamente erectas, su camino. Por desgracia, su canto se interrumpe bruscamente en cuanto ven a un extranjero. Entonces, se cambia por un coro de peni, peni, peni, a voces cada vez más altas si no se les hace oso, que se convierten en un. Uoriqueo pidiendo una pem'ta, y acompaiiándolo, a veces, de una Uuvia de piedras. Los extranjeros se quejan, amargamente, de este pordioseo, pero ellos mismos lo han estimulado tirando dinero a los chi-quillos que encuentran por las carreteras, o cuando lanzan una lluvia de monedas a una muchedumbre 70 LAS ISLAS CANARIAS de goüiflos, en gracia a sus ojos negros y a las lindas caritas que muchos de ellos tienen, por lo que no sor-prende que estd creandose una casta cuyo primario instinto les lleva a mendii. Estoy segura de que, a menudo, peni es la primera palabra que se enseña a algunos niños. Los salones de empaquetado de los fmtos cons-tituyen, tambien, una mancha en el paisaje; a veces, son grandes y disformes cobertizos unidos a las que, en otros tiempos, fueron residencias veraniegas de algunas antiguas familias españolas, donde multitud de hombres, mujeres y muchachas jóvenes empaque-tan los racimos de plátanos que se embarcan a milla-res o decenas e, incluso, centenares de millares, en guacales de. madera. Viendo la intnminable caravana de carros que, tirados por bueyes enormes, se diri-gían al muelle, yo imaginaba la llegada de un barco, con todo su cargamento, a Inglaterra. Con frecuen-cia, me preguntaba cómo sería posible hallar un tan ilimitado mercado consumidor de platanos, teniendo en menta que Gran Canana exporta tanto como Tenerife y que, además, tienen con Jamaica un for-midable competidor. Hay que esperar que no se sature el mercado, y no caigan los precios; que no ataque una plaga a las plantas, y que las islas no vuelvan a sufrir una mina como la que siguió al auge de la cochinilla. Se dice que los plátanos h n introducidos en Canarias desde el Golfo de Guinea pero & e no es su verdadero origen, y nadie sabe cómo llegaron desde el Lejano Oriente. Desde Cana-rias, pasaron a las Indias Occidentales y, desde allí, a la Amética Central. Femández de Oviedo, autor de la " Historia Natural de las Indias Occidentales", dice haber visto pliitanos en 1520, en el huerto de un monasterio de Las Palmas. El nombre botánico del banano, Musa sapientwn, le fue aplicado por la crecncia de que era el fmto del Árbol del Bien y del Mal. La variedad que ahora se cultiva es la Musa Cavendishü, la menos tropical y la más adaptada a los climas templados. Localmente se llama plátano por cormpción del nombre original inglés, plantaio, con el que es conocido en Oriente. Aunque esta planta se menciona en las islas desde hace casi cna-tro siglos, no se cultivó mientras no se comenzó a alumbrar en las montañas suficiente agua, tan nece-saria para esta explotación. Algunos residentes - según pude observar, los que no tienen platana-res- lamentan que el exceso de riegos haya hecho más húmedo el clima de La Orotava; pero, si este cnltivo ha motivado un cambio de clima, también ha 72 LAS ISLAS CANARIAS dado lugar a una evolución en las propiedades de agridtores y terratenientes, y muchos hombres emprendedores que, hace unos años, trabajaban wmo medianero6 y se wnfonnaban wn sus cosechas de patatas o tomates, han amasado, poco a poco, considerables fortunas. Un medkero es una especie de s e ~ d oqru e 4- tiva la tierra a cambio de una parte de las ganancias. El contrato entre el propietario y el medianero es muy diferente según se acuerde, y el sistema es m8s bien complicado; pero, por regla general, aquél pro-porciona a este vivienda gratuita, paga la mitad de las semilias de cereales, patatas o verduras, pero no el coste de la labranza, y los resultados de la c d a se reparten por igual. A veces, especialmente en el caso del cultivo del plitano, el propietario paga la mitad de los gastos de la plantación, de la recolei-ción y del envío al mercado, pero no los intermedios del cultivo. El terrateniente aporta el importantísimo suministro de agua, pero el trabajo del riego corres-ponde al medianero, que también paga una parte de los impuestos. Asimismo, se comparte la pdrdida de la cosecha por plaga o por mal tiempo. b parte complicada del sistema, que en ciertos aspectos parece bueno, se refiere al reparto de las ganancias porque, o bien se da como cierta la honradez del medianero, o hay que apelar a un mediador a la hora de recoger la cosecha, para procurar que el propietario reciba su verdadera media. A una mayor altitud, de 250 a 300 metros por debajo de Santa Úrsula, pueblo justamente célebre por sus gmpos de palmeras canarias, hay una extensa propiedad, basta ahora baldía por falta de agua bastante para su cultivo. Junto a la vegetación natural que resiste la sequía veraniega, el propietario ha reunido toda una colección de plantas de secano, entre las que hay algunas autóctonas de Australia. El zarzo dorado parecía hallarse en su ambiente, aun-que los árboles aiin no habían alcanzado la altura que tendrían en su país de origen. Unos bosquecillos de Eucalptus Lechmami, con sus cnnosos botones velludos, daban una agradable sombra y se ensayaba el cultivo de hierbas nativas de Austnilia, con la intención de aclimatarlas como plantas fomjeras. El pedregoso terreno estaba cubierto de Qstus mons-polieasir, muy semejante a la variedad florentina, tan apreciada en Inglaterra. Sus blancos capullos cnbrian los arbustos. Muchas de las plantas eran las mismas del acantilado de abajo, pero a mí me interesó mucho el hallazgo de la correhuela, Convolvulus s o 74 LAS ISLAS CANARIAS parius, desarrollándose en su medio natural. Se parece tanto a la retama, que podría ser fácilmente confundida con ella; los naturales la llaman le& noel o palo de rosa, pero la flor es wmo una wnvolwlus en miniatura creciendo a lo largo de los tallos. Tanto ésta como Convolvulus flonárus se conocen en las islas como " palo de rosa canario" e iscopdus va escaseando debido a la búsqueda de sus raíces que producen un aceite por destilaci6n. El Dr. MOII¡ S, de Kew, sentía una gran admiración por C. floridus y describe el guadin, que es su nombre local, como " una planta de lo más atractivo. Al florecer, parece cubrirse de nieve reén caída. Se trata de una de las plantas nativas que más despiertan la admiración de los naturales de las islas". Se podía ver muchas siem-previvas, S e m p e ~ . y~, e, nt re ellas, la ninosísima S. Lindleyi Sus hojas carnosas y transparentes se pre-sentan en gmpos, y reciben el nombre local, y muy oportuno, de uvas de guanc6e. La pequeña Sqüa m-difoiium crece por todas partes. Uno podría pasarse días enteros acopiando maravillas. Yo me vi ante la disyuntiva de admirar las esplhdidas vistas que se disfmtan desde aquella altura, o intentar ampliar algo mi más que insuficiente conocimiento de las plantas autóctonas. Junto a la casa, había un cantero TENERIFE 75 donde se cultivaban las dos más ornamentales varie-dades nativas de retama, la Genista rhodonhizoides y la Cytisus fitipes, que deberían ser mis cultivadas, con flores blancas muy olorosas. La primera, se parece mucho a la variedad monqama, muy exten-dida por la costa mediterránea. También se veían espléndidos ejemplares de la realmente autóctona Statice arborea que, durante muchos años, dio lugar a diferencias de opiniones entre los botánicos. Esta variedad se perdió por largo tiempo; se confundió un híbrido de arborea y de macrophyUa wn la auténtica variedad, que se creyó extinguida. Parece que el primero que encontró esta planta en Tenerife fue Francis Messon, cuando, en 1778, estuvo de paso hacia El Cabo, describiendo el lugar del hallazgo wmo " una roca en el mar, frente a la fuente que surte de agua al Puerto de La Oro-tava". Estas row eran las que forman la Cueva del Burgado, al Este de la Rambla de Castro, y alií fue donde Berthelot y Webb encontraron, nuevamente, esta variedad, en 1829, describiéndola, en su admi-rable " Histoire Natnrelle des Isles Canaries". Antes de esta fecha, Broussonet, otro botánico francés, había " descubierto" la planta a poca distancia de allí, en Daute, cerca de Garachico. Mas tarde, des- 76 LAS ISLAS CANARIAS apareció totalmente de las rocas del Burgado debido, probablemente, a la acción destructiva de las cabras, siendo redescubierta en Daute, hace unos aiios, gracias al esfuerzo y la tenacidad del Dr. Jorge Pérez. Como había oído hablar de las plantas que viven en rocas inaccesibles, contrató a un pastor para que le proporcionase muestras. Éste tiraba de las plantas mediante cuerdas provistas de ganchos, logrando ejemplares que se habían conservado gra-cias a que, por su situación, no estaban al alcance de las cabras. Así fue rescatada la Statice arborea, que ha vuelto a ser cultivada y es una de las plantas más ornamentales que se pueda ver en los jardines. Sus flores, de oscuro color rojo púrpura, se mantienen lozanas durante semanas, y lucen tanto que incluso una sola planta parece dar colorido a todo un jardín. Las statices endémicas en las distintas islas forman una larguisima lista; son todas ellas ornamentales, y pmehan el hecho, que ya he mencionado, de las áreas, extremadamente reducidas, en las que se encuentran muchas plantas nativas. La auténtica Sta-tice macrophylla, es otra vistosa especie, que sólo eqcuentra su ambiente adecuado en un pequeña zona de la costa nordeste de Tenerife. Statice htescens es muy semejante a Statice arborea, pero de estatura TENERIFE 77 mucho menor; su ambiente propio parece hallarse - o haberse hallado- en el promontorio rocoso de El Fraile, en el extremo occidental de la misma irla. En 1907, y en una solitaria y alta roca, conocida como Tabucho, cerca de Masca, también en la costa occidental, apareció una nueva variedad que, al prin-cipio, pareció tratarse de Preauxii pero que, luego, resultó ser totalmente nwa, rwibieudo el nombre de Statice Pena?, por el Dr. Pérez que la descubrió y envió la muestra a Kew. La isla de La Gomera contribuye a esta relación con la S. bm. wiwToiia, de abundantes flores azules, con sus elevados tallos que facilitan su identificación, y de Lamote procede la S. puberula, una variedad más pequeña y de diferentes colores. Estas son las statices en cultivo más conocidas, aunque hay otras muchas variedades menos interesantes. En Santa firsula, también se interesaban mucho por los Echiums, otras plantas canarias. El primer puesto corresponde al taginaste, Echium simplex, generalmente conocido como '' orgullo de Tenenfe", que da una inmensa espiga de flores blancas y, des-pués de este supremo esfuerzo, muere, como el áloe. Por suerte, la semilla germina libremente. De la isla de La Palma, hahíí Uevado semillas de Ec6ium phi- 78 LAS ISLAS CANARIAS nana de las que según se dice, brotaron tallos de hasta 3 ó 4 metros de alto y, aunque las plantas s610 duraron un año, parece que estuvieron a punto de florecer. E. auben'anum, de flores azules, ha encon-trado su ambiente, wmo muchos statices, en lugares casi inaccesibles, entre las rocas de la Fortaleza, a unos 2.000 metros de altitud, cerca de Las Caüadas. De las paredes colgaban macizos de Lotus Ber-thelotii, una de las plantas nativas que más admiro. Sus largas ramas, con hojas de color gris claro, cnel-gan en guirnaldas y, en primavera, dan flores rojo oscuro. La planta es conocida como " pico de paloma"; a mi me pareció que el nombre botánico le ha sido dado al azar, porque no lo encuentro ade mado. Se trata de otra planta de origen deswnocido. Parece que procedía de una reducida zona wmpren-dida entre La Orotava y La Florida pero, durante años, los botáuiws la han buscado por alií infnictuc-samente. Una variedad ligeramente diferente se enwn-tró en El Pinar, por encima de Arico, pero tambih ha desaparecido. TENERIFE ( Continuación) Al este de La Orotava, hay una zona donde, en tiempos pasados, los antiguos españoles edificaron sus residencias veraniegas para huir del calor y de la tierra del pueblo. Entonces, los viñedos y los maiza-les ocupaban los terrenos de los actuales platanares y huertas de patatas, y ahora es posible ver, en las cercanias, los antiguos lagares, con sus añosas vigas de madera de pinos nativos. Estas prensas llevan largo tiempo ociosas y calladas, porque una plaga asolb los wiedos hace unos cincuenta años, y ya no se almacena el " CaBiuy sack" en las amplias bodegas de aquellas casonas. Uno de estos antiguos edificios fue nuestra vivienda provisional, por lo que se me ha de perdc-nar que lo mencione en primer lugar. A él se llega, 80 LAS ISLAS CANAIUAS desde el Puerto, por un pedregoso y pendiente camino, bordeado de plátanos de sombra y grupos de adelfas, terminando en el llano donde se alza la casona de La Paz. Guarda la entrada la capiilita de San Amaro desde donde, una vez al año, el fuerte tintineo de la campana convoca a los trabajadores para asistir a la misa y para acompañar al santo en la procesión, entre incienso y cohetes, siguiendo la larga avenida de cipreses, y asomándose a la orilla de la terraza, sobre el mar. Dos gigantescos cipreses guardan el paso, como centinelas, a cada lado de una desteñida verja de madera. A través de ésta, puede verse, a un lado, una fh de vistosas flores de pascua, destacando su llamativo color rojo sobre un bajo seto de arrayanes y, al otro lado, el alto muro del jardín cubierto de enredaderas color naranja. Transversalmente, y con-duciendo a la entrada de la casa, se abre una larga avenida bordeada de cipreses, afiados como lanzas, que se a h n sobre otro seto de anayanes, cuyos tron-cos dan fe de su enorme vejez. Un tramo de bajos peldaiios lleva al patio exterior al que sigue otro, tarnbih guardado por una despintada puerta verde. En éste, las flores se prodigan en brillante desorden, destacándose los setos de boj que bordean los pavi- TENERIFE 81 mentados paseos. Al fondo de una terraza enlosada está la " Casa de La Paz", asomada sobre el Atlán-tico. Desde la sólida puerta de niarterones se disfmta de una despejada vista a lo largo de la recta avenida y, abajo, se divisa el undoso y deslumbrante océano. Sobre la puerta hay un escudo de armas patinado por el tiempo y encimado por una pieza verde claro de madera tallada, en la que campea una divisa en latúi: HIC EST REQUIES MEA, porque a esta casa de reposo venía su primer propietario para descansar de su trabajo en la villa. Parece saberse muy poco de la historia de La Paz, pero se considera bastante probable que haya sido construida por una familia irlandesa, de nombre Walsh, que emigró a las Canarias, con muchos de sus compatriotas, después del asedio de Limerick, y, en el Puerto, en la iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, se conserva la tumba de Bernard Walsh, fallecido en 1721, en la que puede vene un escudo idéntico al de la puerta de La Paz. La familia que, sin duda, emprendió negocios en el pueblo, debe haber considerado inconveniente su apellido extranjero, cambiándolo por Valois, porque Bernard Walsh aparece mencionado en viejos documentos con 82 LAS ISLAS CANARIAS su nuevo apellido wmo alias. Las dos familias irlan-desas de Walsh y Cologan se enlazaron, reiterada-mente, por matrimonios, y la propiedad pasó a perte necer a los Cologan, que recibieron el título espaiiol de marqueses de la Candia. La Paz pertenece aun a esta familia, aunque hace muchos anos que se han ausentado de allí, hasta el punto de que el actual propietario, que vive en la Península, nunca ha sido visto en esta propiedad. Se dice que Humboldt pasó unos días, como hdsped, en La Paz, lo que ha dado lugar a que muchos alemanes la Uamen " la quinta de Humboldt" e, incluso, Ueguen a decir que fue wnstruida por él, aunque el célebre viajero sólo hizo una ripida visita de cuatro días a La Orotava; en 1799. Del relato de su visita, que figura en sus memorias, resulta dudoso si residió en La Paz o en la casa & la familia Colo-gan, en La Orotava. Aludiendo a su corta estancia, observa: " Es imposible hablar de La Orotava sin mencionar, recordando a los amigos de las Canarias, a don Bemardo Cologan, cuyo hogar ha estado siem-pre abierto a los viajeros de cualquier nación. Nos habría gustado residir durante más tiempo en la casa de don Bernardo, y haber visitado con 61 el encan-tador paraje de San Juan de la Rambla; pero, en un viaje como el nuestro, se dispone de poco tiempo para el ocio. Continuamente apremiados por el temor de no alcanzar los objetivos de cada día, vivimos en perpetua dificultad...". Más adelante, dice: " La familia de don Cologan ( sk) tiene una osa de campo, que ya he mencionado, cerca de la costa. Esta casa, llamada La Paz, está relacionada con una circunstancia que la ha hecho especialmente intere-sante para nosotros: M. le Borde, cuya muerte lamento, residió allí durante su última visita a las islas Canarias para determinar la altura del Teide". La casa no tiene pretensiones de belleza arquitectó-nica, pero si disfmta de ese aire de paz y dignidad que el paso del tiempo otorga a muchos edificios de dimensiones mucho menos imponentes que las de otros próximos. Por una corta escalinata, a un lado de la casa, se baja al jardín vallado, una plazoleta rodeada y atra-vesada por emparrados que forman otras cuatro pla-zoletas. Un inmenso pino acoge, en el centro de una de ellas, a una fuente redonda donde papiros y aros de Etiopía brindan un buen refugio a unas diminutas ranas verdes. En estos viejos jardines españoles, hay algo que debería ser copiado en otros lugares; se trata de unas pocetas hechas de dobles paredes de 84 LAS ISLAS CANARIAS cemento, de poca altura y de unos seis o siete cen-trmetros de espesor, a las que llaman " poyos", y que contienen bonitos arriates de plantas tales como geranios, verbenas, albeiíes, claveles, amapolas, y los colgantes " picos de paloma". Todas ellas lucen extraordinariamente de esta forma y, en un nivel más bajo, se extiende un banw a todo lo largo del poyo. Los sembrados están rodeados de olorosos geranios, salvia de hojas blanquecinas, junto a tomillo y boj, en setos cuidadosamente recortados. Es lamentable ver que algunas partes del jardín han sido dedicadas a cultivos más provechosos que el de las flores: una plantación de patatas se alterna, en el verano, con otra de maíz pero aun queda una buena cantidad de árboles, arbustos, enredaderas y plantas ornamenta-les. La vistosa Bignonia vetusta, de color naranja, cubre una buena parte de la pérgola, cuelga por los muros, y trepa hasta el tejado de una de las alas de la casa. En verano, una stephanotis blanca le disputa su dominio e invade lo alto de un cobertizo, perfu-mando el aire con su delicioso aroma. Entre otras plantas aromáticas, estaban los estramonios cuyas grandes trompetas exhalan su períiume singularmente de noche, y, al comienzo de la primavera, las exce-lentes florecitas blancas de la esailace trepadora, de olor tan parecido al del azahar que puede ser fácil-mente confundido con él. Los geranios olorosos cre-cen por todas partes, y los beliotropos, los guisantes de olor y los alhelíes contribuyen a la fragancia del jardín. La finca tiene muchos ejemplares de palmeras, demasiados, quizá, en perjuicio de las flores, porque, al parecer, sus raíces envenenan el terreno; los hibis-cos, los pinospom y una larga lista de los árboles más comunes en los jardines subtropicales están bien ambientados, pero el árbol más admirado era un venerable ejemplar de olivo, que vi&? junto a un bos quecillo $ e plumosos bambúes gigantes. El paseo de los cipreses lleva a una amplia terraza que se asoma sobre el mar a tanta altuni que da vértigo; abajo, las olas baten wnha el acantilado, pero el agua salada parece no afectar a la bella vege-tación, pues allí se desarrollan macizos de euforbias y kieiuias que se han mantenido a lo largo de los años, haciendo frente a las temperaturas de los invier-nos, cuando olas enormes se estrellan contra las rocas. A la izquierda, se extiende el Puerto y, enfrente, es posible divisar, en los dias claros, la isla de La Palma, emergiendo de su manto de nubes; durante muchas puestas de sol, el pueblo se bafía en 86 LAS ISLAS CANARIAS una niebla rosa páiido, reviviendo la v$ a leyenda de que, en tiempos remotos, los navegantes Uamaban Puerto de Oro o Casa de Oro al portemelo pes-quero, nombre éste último que antes aplicaban al Pico porque, en cada atardecer, el sol poniente tiñe de oro pálido su nevada cumbre. A la derecha, la quebrada costa se alarga en la lejanía, y las montañas se elevan sobre los caseríos que, iluminados, a su vez, por el sol poniente y besa-dos por sus Últimos rayos, se visten de wlor rosa; pero, cuando la bola de fuego se sume en el mar, surgen las sombras, desaparece, en un Uistante, la luz de esta tierra que no conoce los crepúsculos, y se apodera de ella el frío gris de la noche. Justamente detrás de La Paz, está el Jardín BotB-nico, que debe su existencia al marqu6s de Nava quien, en 1795 y a sus expensas, emprendió la expla-nación de la wlina de Durazno, preparandola para recibir los tesoros botánicos de otros climas. Aunque, con frecuencia, hay quien se queja por su lejania de la Uamada " colonia inglesa", el lugar fue bien esco-gido, porque la tierra de esta parte del barraofio, que lo separa de la lava volcánica, es, sin duda, más f6r-ti1 y, siendo más wmpacta y más profunda, resulta menos propicia a plagas y enfermedades, calamidades que amenazan a los jardines creados sobre suelos más ligeros y más secos, por no disponer de riego suficiente. En este jardín se coleccionan plantas de todos los lugares del mundo, pero se necesitan nue-vos terrenos porque, lamentablemente, los inmensos árboles y los arbustos hacen muy dificil el cultivo de flores. Humboldt estimulaba la creaci6n de estos jar-dines para introducir plantas procedentes de Asia, Kfnca y Sudaménca, señalando que: " En tiempos más dichosos, cuando las guerras navales no inte-rnunpían, por tan largo tiempo, las comunicaciones, el Jardín de Tenerse resultaba extraordinariamente útil en relación con la enorme cantidad de plantas enviadas desde las Indias a Europa; con frecuencia, muchas morían antes de llegar a nuestras costas, debido a la duración de la travesía durante la mal respiraban un aire saturado de agua salada. Estas plantas podían hallar en La Orotava el clima y los cuidados necesarios para su consemción; en Durazno, crecen, al aire libre, los Protea, los F'ri-dium, los Jambos, la chirimoya del Perú, la sensitiva y la Heliconia." Sería imposible dar una lista de todos los Brboles y plantas, pero quien tenga curiosidad puede dispo-ner del excelente catálogo redactado por el Dr. 88 LAS ISLAS CANARIAS Monis, de Kew, que se interesó mucho por este Jar-dín durante su visita a las islas, en 1895. El Jardín cayó, durante años, en un penoso estado de aban-dono pero se ha recuperado, con una nueva direc-ción, hasta volver a alcanzar su antiguo esplendor. Entre las principales galas del Jardín figuran los beiü-simos ejemplares de pinos nativos, Pynus canarimsis, un inmenso Fims nitida, que es uno de los mejores árboles de sombra, y los viajeros de los trópicos encontrarán allí un viejo amigo en el Ravenala mada-gasm'ensti, el " árbol del viajero", que siempre tiene agua en el hueco de sus hojas. Carretera arriba, se encuentra la finca de San Bar-tolom&. Ahora, su terreno está totalmente dedicado al cultivo del plátano; la casa está dejada en manos de un medianero, y el jardín no es más que un recuerdo de pasadas glorias. En el patio de la casa habíí un burro atado bajo una buganvilla púrpura, y unos altos cipreses parecían lamentar la decadencia de las cosas. En la capilla, todavía se celebra una misa cada díí, pero me dijeron que la casa no se abre desde hace siete años. En el jardín, han crecido sin cuidados los setos de arrayanes, los jazmines se han convertido en una inmensa maraña, y los poyos, TENERIFE 89 que en otros tiempos estuvieron llenos de plantas, están desmoronándose hasta casi desaparecer. Cerca de allí está El Ciprés, antigua casa de campo famosa por sus espléndidos cipreses, que nunca faltaban en los viejos jardines españoles y que, ahora, por desgracia, parece que ya no se plantan. Esta casa ha sido transformada en pensión y, así, también se ha esfumado su gloria. La fmca El Drago ha tenido más suerte, porque ha sido rescatada de manos extrañas, y la abundancia de enredaderas, especialmente el jaztnln azul, Plumbago capemis, que, en otoño, luce un completo dosel de pálidas flores, se extiende sobre las pérgolas que, junto con los espléndidos árboles, sirven de puntos de referencia en el paisaje. Una tarde, me aventuré unos kilómetros más allá, por otro desierto jardín no del todo descuidado por-que, según me dijeron, el dueño de la casa pasa allí unas semanas cada verano. Se veía que había sido trazado inicialmente con mucho esmero y no al azar, wmo sucede en otros muchos jardines; además, supe que había sido planif~ cado por un jardinero portu-gués, y reconocí que los pequeños canteros, con sus bien cortados setos de boj, y los macizos de romero y brezo, aunque algo descuidados, permitían ve^ que, 90 LAS ISLAS CANARIAS en tiempos pasados, habían sido rewrtados al estilo de los buenos jardines lusos. Los muros del jardín y los bancos de cemento, con encantadores dibujos, conservaban huellas de pinturas al fresco de delicio-sos colores, y unos azulejos de color verde pálido cubrían las paredes de la fuente en la que crecían papiros, aros y ñames. La casa, cuyo tejado estaba materialmente cubierto de vistaria, estaba rodeada por una balwnada cuyas paredes estuvieron pintadas pero que, ahora, desdichadamente, han quedado des-truidas por los bultos de plátanos empaquetados. Los únicos habitantes del jardín parecían ser una pareja de pavos reales; a la vista de una intrusa, el macho abrió su cola y dio unos pasos por la terraza, como para hacer los honores de la mansión. Los lugares que antes estuvieron llenos de begonias, azucenas, geranios y toda clase de bellas plantas, están ahora excesivamente sombreados por grandes árboles. Me gustaría que este jardín recuperase su antiguo esplen-dor. Al om lado del ancho barranw, están San Anto-nio y el Sitio del Pardo, antiguas casas construidas antes de que comemara a desarrollarse la villa y apa-recieran nuevos edificios en la parte occidental. Hace unos años, se inició la conbtmcción de una nueva TENERIFE 91 carretera a través del barranco para enlazar con la del Puerto; pero se dejó sin acabar incluso después de haber construido un puente, porque el dueño de una pequeña parcela de terreno se negó a vender o a permitir el paso por su propiedad. Así, sigue la " carretera cortada" porque, al buen estilo español, nadie se había tomado la molestja de averiguar si se disponía del terreno antes de wmenzar la obra; y el tráfico para el Puerto sigue teniendo que hacer, len-tamente, un supetiiuo rodeo de varios kilómetros. El Sitio es otra de las antiguas casas visitadas por Humboldt, cuando asistió a una fiesta campestre, la víspera de San Juan, en el jardín cuyo primer pro-pietaio parece haber sido Mr. Little. Humboldt dice: " Aquel caballero, que prestó un gran servicio a las Canarias durante la última hambmna, ha cultivado una colina cubierta de materias volcánicas. En aquel delicioso lugar, creó un jardín inglés desde el que se disfmta de una magdúca vista del Piw, de los pue-blos diseminados a lo largo de la costa y de la isla de La Palma, rodeada de una vasta extensión del Atlántico. Yo soy incapaz de comparar este pano-rama wn ningún otro, si no es con los de las babías de GCnova y de Nápoles; pero La Orotava es muy superior, por la magnitud de las masas y por la 92 LAS ISLAS CANARIAS riqueza de la vegetación. Al comienzo de la tarde, la falda del volcan mostró el más repentino y extraor-dinario de los espectáculos: los pastores, siguiendo una antigua costumbre, sin duda española y de la más remota antigüedad, habían encendido las hogue-ras de San Juan. Las esparcidas lumbres y las wlum-nas de humo, llevadas por el viento, formaban un bello contraste con el oscuro verdor del bosque que cubría las laderas del Pico. Voces de júbilo, que v e ~ a nde lejos, eran los únicos sonidos que rompían el silencio de la naturaleza en aquellos solitaios para-jes..' El Sitio es también muy conocido por la casa en la que estableció su cuartel general Miss North, cuando visitó Tenerife e hizo su colección de dibujos de plantas de los jardines canarios, que ahora está en el museo de Kew. Miss Nortb parece haberlo pasado muy bien aüí y, en su libro " Recollections", describe este jardín de la manera siguiente: " AlU hay arrayanes de hasta tres, y tres y medio metros de alto, y buganvillas que trepan por los cipreses ( MIS. Smith, entonces dueña del jardín, se quejaba por lo que aquéllas ensuciaban), y unas m-cenas de largas flores eran tan altas como yo. El suelo estaba blanco, cubierto de pétalos de azahar de naranjos y limoneros; los enormes Cherokee rosados ( Rosa laevigata), cubrían una gran barraca con sus hermosas flores. Jamás aspiré aroma más dulce que el de las rosas de aquel jardín. Sobre todo, la vista de la nevada cumbre del Pico, a la salida y a la puesta del sol, es del máximo esplendor, p m aun es más deslumbrante a la luz de la luna. Desde el jar-dín, podía dar algunos paseos basta las colinas de lava sobre las que Mr. Smith había logrado reimplan-m la vegetación natural de la isla. Magnííicos aloes, cactus, euforbias, cinerarias, vanos brezos y otras plantas típicas alcanzaron su máximo desarrollo. Los eucaliptos se plantaron en la parte alta y se dieron bien, con sus desgarradas cortezas colgando, y rodea-dos de trozos de ellas. Yo apenas hacía una salida sin encontrar algo que pintar, y gozaba de la vida, en la paz más perfecta, y de una completa felicidad, confortada, cada día, por el afecto de mis buenos amigos." Esta propiedad ha tenido la suerte de pasar a otras manos que aun la aprecian, y los pBrrafos ante-riores, aunque escritos hace muchos años, siguen siendo una excelente descripción del jardín. San Antonio no ha sido tan afortunado. Su jar-din fue, durante muchos años, el orgullo de La Or* 94 LAS ISLAS CANARIAS tava. En la parte explanada frente a la casa, había plantas y árboles originarios de todas las partes del mundo; pero, cuando lo abandonó su creador, el propiemi0 arrancó despiadadamente las plantas para cultivar plátanos. Aun es posible ver algunas bugan-villas entre las plataneras, trepando por unas empa-lizadas, pero quedan pocas, excepto en una terraza que hay debajo de la casa, como para dar testimonio de que el jardím estuvo, en otro tiempo, bien cui-dado. Aun quedan, también, algunos restos de bue-nos arriates. El estilo de las paredes, arcos y cena-dores es claramente Chippendale, por su carácter y por su dibujo, y están pintados de un apagado color verde claro. En otros varios lugares, he visto admi-rables detalles en las maderas de los tabiques, al fondo de las gaierias, y en los remates de las puertas. El Chippendale debe haber sido muy admirado y copiado en las Canarias, porque aun hay, en las más humildes casitas de campo, sillas de auténtico diseño de aquel estilo, aunque toscamente realizadas. TENERIFE ( Continuación) Icod de los Vinos, una pequeüa viiia situada sobre la wsta, a unos treinta !& metros de La Oro-tava, fue, en sus buenos tiempos, un gran centro vi-nícola y productor de wchinilla. Sus días de prospe-ridad son ya wsa del pasado, aparentando ser hoy un pueblo dormido; pero, quizá por esta razón, es más pintoresm que algunos de sus más riws vecinos, cuyos habitantes tienen medios para construir casas más modernas y menos agradables. El paseo en automóvil desde La Orotava hasta Icod es, wn mucho, el más bonito de la isla. En cuanto se deja atrás el polvorimto tramo de la carretera que va desde Tacoronte al Puerto, la emr-sión resulta muy amena. La carretera pasa por el pie del pintoresco pueblo del Realejo Bajo, bordea un pre- % iAS ISLAS CANARiAS cipicio del que cuelga el caserío de Icod el Alto, unos 500 metros más arriba, y sigue la wsta. Cada curva del camino ofrece una nueva vista de la proiunda-mente dentada orilla del mar, entre los viejos tarajales, curvados por el viento, que bordean la carretera. Las largas filas de eucaliptos, con sus raspias witezas wl-gando a tiras, estarán para siempre asociadas en mi memoria a las carreteras de Tenerife. A primeros de marzo, la vegetación nos recuerda que ha llegado la prima= Los geranios, por fuera de las casitas, anm-cian su esplendor veraniego, orlando los muros O m1- gando de los tejados. Las lluvias del invierno han eli-minado el polvo de los cercados y de las márgenes de la carretera; los puntos donde el agua gotea de las rocas se han cubierto wn un espeso manto de hele-chos de cabello de Venus, y las flores de color lila de uña de caballo ( Cineraria tussi/ agnir), tachonan los campos. Me agradaiia saber si de esta planta procede la variedad mnocida por Cüieraria M a t a que se cul-tiva, desde hacc unos afios, en invernaderos ingleses. Las mismas rocas se adornaban con la curiosa siem-previva plana, Sempcrv. wm tabulaeformae, que recuerda unas verdes cabezas de clavos de gran tamGo, y de la S. cumnkwi surglan flores mmo espi-gas, que brotan de unas roseta semejantes a las mles. Pequeñas cascadas ppo" onan el grado de humedad, se extienden las zarzas comunes colgando en enorme profusión, retorciéndose consigo mismas hasta dar la impresión de ser Lianas de una selva tropical: En las oquedades, y debajo de los puentes de piedra, las fron-das de helechos, las hojas nirvadas de algún vástago depiatanm, ylasanchasdeunñamecomún~ un jardín subtropical. Entre la carreiera y el mar, hay amplias zonas de plataneras, fuentes de riqueza para sus propietarios que ya no frecuentan las residencias veraniegas que poseen en estas fmcas. Los abandonados jardines hablan de pasados deleites, y muchas de estas casas se han dejado caer en la destrucción y la ruina, o están simplemente habitadas por el medianero de la finca. A las afueras de San Juan de la Radia. la cme tera b a sobre un puente de piedra y, justamente al otro lado, el barranco de Ruiz corta la montaña Es un gran cauce rocoso por el que, siguiendo un es* cho y pendiente camino, se puede llegar a Icod el Alto, en la parte más elevada del barranco. El pueblo de San Juan de la Rambla está pinto-rescamente situado. A todos los viajeros, a su paso frente a una vieja casa, en una angosta dejuela, se les muestra un balcón de madera bellamente tallada. 98 LAS ISLAS CANARIAS Nos dijeron que, afortunadamente, este balcón esta hecho de la durísima y muy durable madera de los hermosos pinos nativos, Pious cananensis, que cada vez escasea más en las zonas bajas de la isla. A esta madera la llaman tea, y los campesinos no dan a sus árboles otro nombre que el de teasoIes. Pasado San Juan, el Piw wncentra todo el inte-rés de la excursión. Atrás queda la lujuriante vege-tación, se olvida la belleza de la costa, y el aspecto completamente diferente que presenta el Teide absorbe toda nuestra atención. Al fondo, no hay más que un terreno romso, pero la abundancia de & tus berthelonianus alegra el árido paisaje wn sus maci-zos de vistosas flores rosadas. En algunas lugam, se entremezclaban con asfodelos que, wn sus espigas de ~ tilanteb lancura y sus parduzcas flores, no parecen merecer su romantiw nombre. La verdad es que siempre han salido perjudicados por mi idea precon-cebida del asfodelo - la flor favorita de los antiguos, la flor del feliz olvido- que, en mi UnagUiación, era mmo un soberbio le, de puro blanwr, y los " cam-pos de asfodelos" de nuestras lecturas eran verdes y húmedos prados donde crecían los lirios hasta las rodillas, y no áridas pendientes de piedra pómez donde se elevan las erectas varas de estas extrañas flores, desde gnipos de hojas estrechas y medio f d licas. Su nombre vulgar es gamona, y una de las zonas más extensas de Gran Canaria donde abundan se llama el Llano de las Gamonas. A mayor altitud, comienza el pinar, bosque poblado por el más hermoso de todos los pinos, el nativo & m ~ i91> 8nksk. En la wna baja del terreno cultivado, quedan algunos ejemplares que se han librado de una completa desiniccióu, pero están muti-lados en su mayor parte, por habérseles cortado las ramas más bajas para leña o, quizá, por creerse que sus sombras perjudican a las patatas y a las cebollas. Los ejemplares más jóvenes parecen plumeros, por haberles dejado sólo un copete en lo alto. La pequeña ciudad de Icod de los Vinos está situada en una gran ladera, entre muchas comentes de lava. Tiene una plaza muy pintoresca, con un jar-dincito y una fuente frontera a la iglesia de San Agustin, cuya fachada luce varios balcones , de madera tallada, como los que embellecen todas las casas antiguas de Tenerife. Todos los visitantes van a contemplar su famoso drago, Draow> a dram, orgullo muy justif~ cado de los iwdenses, porque ahora, desde la desaparición de su rival de La Omtay es el mayor y el más antiguo de 100 LAS ISLAS CANARlAS la isla. Nos aseguraron que su edad excede de los 3.000 años, afimiación que yo no estaba en wndicio-nes de rebatir, por otra parte, me habría guardado muy bien de aparentar incredulidad que podría ser interpretada wmo menosprecio de su casi sagrado drago. Sin duda, d desanollo de stos árbolea es inaa-blemente lento; crecen en altura wmo una palmera, echando nuevas hojas en el centro de la wpa, y per-diendo la misma cantidad de las viejas por abajo, pre ceso del que van quedando señales en la corteza. Al parecer, nadie sabe con que frecuencia florecen; pero, wn toda seguridad, es sólo una vez cada muchos años, brotando nuevas ramas s610 después de la flo-ración; en ejemplares centenarios, la copa se convierte en una masa de pequetias ramas de extremos wmo ramilletes que, a su vez, se subdividen, y asi sucesiva-mente, hasta el punto de que uno empieza a pregun-tarse si no habrá algo de verdad en lo de la enorme edad que se le atribuye. ias curiosas raíces aéreas des-cienden gradualmente y refuerzan el tronw original, permitiéndole soportar el peso enorme de la frondosa copa, porque, al parecer, el ironw está siempre inte-nomente podrido, de modo que, con el tiempo, el interior de estos venerables ejemplares se ha quedado hueco. Un documento que describe este árbol, dice: " Dentro, no tiene corazón. Su madera es muy espon-josa y ligas, por lo que sirve para cubrir las coimenas y para escudos. La savia que exuda se llama sangre dedrago., ylamejor, lasangredegoteo, eslaque~ prende sin bacerle cortaduras. Es muy buena como medicamento, para sellar osas, y para teñir los dien-tes de rojo." Icod es un buen punto de partida para excursio-nes, y los que se sientan con valor bastante como para enfrentarse a una sucia e incómoda fon& española, pueden pasar allí, agradablemente, una semana más o menos. Es una verdadera lástima que no haya mejores alojamientos disponibles en muchos de los pueblecitos, porque yo me siento incapaz de hospedarme enunade sus posadas. No hay - peor que la incomodidad de unas casas sucias, una comida intrugable, y el ruido del patio de una fonda donde, con toda frecuencia, las cabras, las gallinas, las palo-mas y los rebuznos de los burros se añaden al con-cierto de los estridentes chillidos de las criadas. Ahora que hay automóvk dis~~ mbleesn La OIW tava, se faalitan mucho las cxnirsiones de un solo día. Antes, la mayor parte del tiempo se iba entre la ida a Iwd y el regreso; pero, si se sale temprano, queda un buen rato para estar en Icod hasta la una, 102 LAS ISLAS CANARIAS pudiendo visitar la cueva de enterrados guanches, o para seguir por la carretera hasta Gmcbiw. Este pueblo, ahora sin importanoia, fue antaño el puerto principai de la isla, de lo qne nos dan buena idea igle sias y convenios aun existentes, que hablan por si solos de la antigua importancia del lugar. Entonces, cuando Icod de los Vinos, como indica su nombre, era célebre por sus caldos, los que aüí se pmiuch se embarcaban por el puerto de Garachiw. La antigua fábrica de azúcar, que aun existe, fue propiedad de una fuma inglesa, pero las distintas épocas de auge del vino, de la cochinilla y del azúcar son algo del pasado, y La Orotava es ahora el centro, mn su p& pera producción platanera. Las excursiones más agradables a realizar desde Icod son, seguramente, las del pinar que hay detras de la mita de Santa Bá~ bmL. os buenos andarines encontrarán magnüicos lugares para pasear por terreno üano despu6s de haber realizado la primera subida, de unos 900 metros, llegando hasta la Corona y bajando, por un camino en dg- zag, hasta Icod el Alto, o siguiendo por otro más bajo, en una buena mula, hasta La Orotava. TENERIFE ( Continuación) Para u de La Orotava a Guímar, muchos viale-ros nu~ ulais montañas entre el mnemo y la pmnr-v a , que es la época mejor para esta excu~ slh Aun-que el tiempo que realmente se tarda para recorrer la distancia entre ambos puntos es de unas siete horas, dependiendo del estado del camino, lo acon-sejable es MLV temprano, y aprovechar el tiempo antes de la una para tener ocasión de descansar en algún punto y ddmtar de las vistas Dejadas atrás las Últimas y empinadas dies de la ViUa, el campo cambia de aspecto Han desapa-recido las plataneras - que ya resultan algo monó-tonas después de una larga temporada en aquellos contornos- el aire es más fresco y, al amanecer, el suelo esta unpregnado de humedad. En la pnmavaa, 1M LAS ISLAS CANARiAS los tiernos maizales colorean el campo de un verde intenso, y los perales y otros árboles fmtales aclaran el paisaje, mientras, al borde de los caminos, se agrupan las pequeñas Fuchsia coccinea, de flores rojas, y los grandes pies de retama común, florecidos de amado. Por todas partes, se prodigan las mal-juradas o hierbas & San Juan, Hypcricum c~ nanen-s.&, y la H. floribuodum, cargadas de bayas, porque sus pétalos sc han caído unos meses antes. Los hele-chos y las violetas de olor crecen en los lugares hiimedos y sombrios y, de vez en mando, aparecen los preciosos maciws de escobones, Cytkus prolSm, como espolvoreados por una capa de flores blancas, suaves y sedosas. Poco a pow, se llega a la región de los castatios; pero éstos, que han perdido sus hojas con los fríos de primeros de enero, aún están desnudos, y resulta triste ver cómo han sido terrible-mente mutilados por los campesinos. Aunque no se permite talar los árboles, parece que las leyes no pro-tegen sus ramas y, con frecuencia, apenas quedan más que los troncos y unas cuantas ramas dispersas, porque lo demás ha sido cortado a hachazos, para baca leña. Pronto aparecen los brezos, E& arbo-m, de flores blancas, y de las vistosas Cistus vagi- natus, con pétalos de color rosa, que yo no cono-cía. A unos 1.200 metros de altitud, se llega al cau-daloso manantial de Aguamansa. Aunque, no está, realmente, en el camino que Uwa a Güimar, muchos excursionistas se desvían ligeramente para ir a visi-tarlo y contemplar el paisaje hermosamente poblado de árboles. La ausencia de bosques en la parte baja de esta región hace doblemente apreciada la vegeta-ción de esta garganta, entre pendientes laderas. Muchos angostos senderos pasan entre brezos y lau-reles y, en la vertiente umbría del vaile, la extrema humedad del ambiente ha vestido los troncos de los árboles wn el vetusto gris de los iíquenes. El lujo del rumor de una corriente de agua es raro en Teuerife, por lo que una siente la tentación de demorar su marcha, y gozar de él un instante, a la sombra de un gigantesco castaño que ha acogido a muchos excursionistas del Puerto. Repasando un corto sendero, se vuelve al camino; enfrente, a lo lejos, se vislumbra Pedro Gil, y comienza la subida de una larga pendiente, un estre-cho camino de herradura que se abre paso entre espe-sas ramas de brezos. Aquí, los brezos son simples arbustos, y no como los espléndidos ejemplares de 1% LAS ISLAS CANARIAS Agua G'arcía, que están protegidos de la saña de los carboneros, pero son preciosas las amplias extensio-nes cubiertas de blancas flores que surgen, de manera encantadora, de entre la niebla que atraviesa el monte de vez en cuando, incluso en los días claros. En estas cumbres, la vegetación es la misma que encontramos camino de Las Canadas y, en prima-vera, las menudas flores amarillas de los codesos, Adenowpus vkcosus, o del anagnus, asomando entre las hojitas que pueblan sus ramas, son casi el úitimo signo de vida vegetal. En esta región, sólo hay algunas manchas de musgos que viven gracias a la humedad de las nubes y que, con la mayor fre cuencia, ennielven estas alturas. Al llegar a éstas, y cuando el cielo está despejado, se olvida la larga y más bien tediosa escalada de la úitima parte del camino, disfmtando del maguifco panorama que, entonces, se divisa. La parte más elevada, a 2.000 metros de altitud, está en el borde de lo que se puede considerar la espina dorsal de la isla, en una de cuyas vertientes se despliega el valle de La Oro-tava, con el Pico alzándose a la izquierda, grande y majestuoso, y, en la otra, la pendiente que llega hasta el pinar que domina Arafo. No es posible win-cidir con un autor que describe este paisaje como " de inmensa desolación y fealdad, cuyo silencio sólo se rompe por los graznidos de las cornejas que dan vueltas planeando". Este silencio, esta tranquilidad, es, precisamente, lo que atrae a tantos en estas regb nes montañosas; en la completa paz que reina en estas alturas, hay algo intensamente reparador, que incluso inspira un cierto temor reverencial. Fue preciso hacer nna larga parada para que des-cansaran los muleros y sus bestias, no sólo porque el camino es largo y fatigoso sino, también, porque el sol es tan extraordinariamente fuerte que, a pesar de la altura, parece abrasar las inclinadas y ándas pendientes de lava y arenas volcánicas, así como las sueltas cenizas que, al final del descenso, entorpecen el paso de las mulas. El llamado camino d t a casi invisible excepto para los avezados ojos de las caba-llerías que lo buscan entre las sueltas escorias. Cuando uno pregunta dónde está el camino?" encuentra la invariable respuesta del arriero, " El mulo sabe", en lugar de decir " A la derecha" o " A la izqu'enia''. Comprobé que el hombre tenia razón: el mulo sabia. Muchas personas prefieren la subida a la bajada. Por mi parte, aunque tengo que elogiar a las mulas como medio de locomoción para las subidas, hubo 108 LAS ISLAS CANAHAS momentos en que opté por
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Título y subtítulo | Las Islas Canarias |
Autor principal | Du Cane, Florence |
Autores secundarios | Du Cane, Ella ; Hernández, Angel |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Santa Cruz de Tenerife |
Editorial | Viceconsejería de Cultura y Deportes |
Fecha | 1993 |
Páginas | 240 p. |
Materias |
Canarias Descripciones y viajes |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 2473424 Bytes |
Texto | LAS ISLAS CANARIAS LAS ISLAS CANARIAS POR FLORENCE DU CANE CON 20 PAGWAS ILUSTR* DAS A CDWR mn ELLA DU CANE Traducción y Prólogo ANGEL HERNANDEZ Título original: TkE CANARY ISI. ANDS EdiU6n inglesa: LONDON, 1911 adición ai d a d o de C~~ IOGnJs iíio de PmchI e Vimnscjuia de Col- y Deportes. Gobierno de Canarias ISBN: 84- 7947- 040- 2 - Págs. PRÓLOGO 1 . TENERIFE ............................. 11 11 . TENERIFE ( Continuación) .......... 31 111 . TENERIFE ( Continuación) .......... 43 IV. TENERIFE ( Continuación) .......... 61 V . TENERIFE ( Continuación) .......... 79 VI . TENERIFE ( Continuación) .......... 95 VIL TENERIFE ( Continuación) .......... 103 VI11 . GRAN CANARIA .................... 115 IX . GRAN CANARIA ( Continuación) . 125 X . GRAN CANARIA ( Continuación) . 137 XI . LA PALMA ............................ 147 XII . LA GOMERA ......................... 157 XIII . FUERTEVENTURA. LANZAROTE Y EL HIERRO ........................ 163 XIV . BOSQUEJO HIST~ RICO. .......... 171 ILUSTRACIONES Un patio ................... . .......... Almendros en flor ........................... Una calle del Puerto de La Orotava ..... El Pico, desde La Orotava ................ Santo Domingo. La Orotava .............. Reaiejo Alto .................... ........... Entrada a una villa espafiola .............. Puerto de La Orotava ...................... Statices y orgullo de Tenerife ............. La Paz ......................................... Jardín Botánico. La Orotava .............. El Sitio del Pardo ........................... Convento de San Agustín. Icod de los Vinos ............................... .. ...... pags. 111 v VI1 IX XI XIII xv XVII XVIX XXI XXIII xxv XXVII Las Paimas ........................ ... ..... XXIX 10 LAS ISLAS CANAüiAS PAgs. Un balcón antiguo .......................... XXXI . Carro cargado de plátanos ................ XXXIII Una vieja cancela ......................... ... XXXV Pino canario .................................. XXXVII San Sebastián ................................ XXXIX Un jardín espaiiol ..................... ..... XLI LA literatura de viajes, singularmente la de tiem-pos pasados, goza hoy de un creciente interés por parte de los lectores. Por ello, cabe preguntarnos sobre el origen de este interés - y, paralelamente, sobre lo que pretendieron los autores- para averi-guar si, a pesar del tiempo que separa aquéllos de & tos, hay algún punto de coiocidenci? en& la exps tativa que a& el interés de los primeros y la inten-ción que motivó la inspiración de los segundos. De exirtir tal coincidencia, resulta vital para la supe^: ven& de la obra, porque el sostemcfo m t h del lec tor, y no otra cosa, es lo que confiere permanente vitalidad al impuLro creador de1 que escribe. Por encima del tiempo, se mantiene una especie de ten-sión entre lo que espera el lector y lo que ha ofre-cido el autor. Posiblemente, en n~ ngún otro género literanio se produce, de manera tan clara, esta rela-ción que nace, fundamentalmente, de actitudm pro-funda e ineludiblemente humanas, definidas, qniXrase o no, por ideas preconcebidas de una y otra parte, 11 LAS ISLAS CANARIAS ya que la plena y pura objetividad es casi inalcanza-ble virtud sobrebumana. Hay, claro está, viajeros y viajeros; pcm, casi sin excepción, todo el que viaja siente en su interior el recóndito afáo de contar, más tarde, lo que ha virto. La mayoná no pasa de ahí; pero una minoná, selecta minoná, plasma por escrifo sus obsuyanons y, aún mejor, sus descubrimientos. El viajero escritor - y, mucho más, el escritor viajero- sale de su casa predispuesto a descubrir algo nuevo en su punto de deshiro, pero sólo los verdaderos y raros descubrido-res, movidos de positivo interés, de penetraore m'o-sidad, de aguda visión y de libérrimo espúitu cntico y analítico, logran genuinos descubrimientos. Los más, Uevan, a priori y denim de si sus futuros " des-cubrimientos': ven lo que otros han visto y descu-bren lo que otros ban descubierto. Estos últimos son los que defraudan las expecta-tivas del consciente lector de datos de vinjes que, en el mejor de los caws, desea apagar su sincera sed de objetin'dad, esp'ahente cuando se trata de dscrip-ciom pnténtas de su pmpia t i a Busca & e lector la desapasionada visi6n ajena, la cntim ponderada, el análisis justo, el cómo y el por qué de cada hecho, en un intento de precaverse contra sus pro- pios deseos e ideas preconcebidas, y de conocer su pasado a atravc5 de lo que han didio los que de ver-dad lo han visto y vivido. De esta forma, la limpia curiosidad del buen viajero sirve a la interesada del buen lector, proporciouáudole un instrumento de valoración del presente por mmparación con el pasado. Aquí reside el vital punto de coincidencia, aquí radica la viva y fructlfea relación autor- lector. Posiblemente, aquí está, también, la razón de la cre-ciente cmosidad por los testhomos de los viajeos que antaño vi'sitaron nuestras idas, & ora que esta-mos sintiendo a flor de piei el siempre renovado inte rés por conocer nuestros oxígenes; ahora que muchos, en ejerubio de pleno amor, libres de vanos cbovinismos, vamos sintiéndonos cada vez más abier-tos a la compremión de nuestras pasadas & dades, luminosas unas, sombrías otras, pero todas asumi-ble. Esta actitud, germen de progreso, aventaja a la del que sólo quiere ver perfeccione en el objeto amado y rehuye el reconocimiento de sus defectos, porque el amor parcial no pasa de ser un menguado amor. Son numerosísimos los viajeros que, desde la wn-quista de Canarias, visitaron nuestras islas, dejando escn? os sus observac? ones y recuerdos. Pero, de IV LAS ISLAS CANARIAS manera a. gen eral, nueshos vihntes de anlado fue ron fmdamentahente cientlficos atraidos ex pmfeo por las sin@ uialids de nuesha naNraleia y, en par-ticular, atendiendo al reto de la subida al Teide, siendo escasos los que alargaron sus itinerarios a las otras islas. Por oira parte, el interés de la mayoria & estos visitantes los ddhgue de los que, con o n e ~ m'& más bien literaria, comentaban, en obas regio-nes espadolas, aspectos sociales que, en Canan'as, salvo excqcioooer, no pareciemn memm su atención. Hay, si0 embargo, htere~~~ tetsetism onios que ahora nos sirven para valorar el alcance de la positiva evo-lución experimentada por la sociedad canaria a lo lsrgo de s u & emtes ciclos i u i t ó h . No ea posible decir lo mimo cuando se valora la progresiva y, al parecer, inexorable devastación de muchos de nues-tros m& beiios parajes; la defomtaa' 6n, sólo patr& mente compensada par mientes repoblacioones; la km patable reiiucn'ón de nue9traF memas de agua, y tan-tas otras pérdidas quizá justiiicadas, tal vez inevita-bles, pero, en todo caso, merecedoras de meditación y de análiis que ahora estari? o fuera de lugar, pro que ea preciro hacer. Mca aquí d valor tstimonid de los libm de vijes, reflejos de luces y sombras de otros tiempos. Luces y sombras encontrará el lector en LAS ISLAS CANARIAS de Ella y Horence Du Cane. Ambas " ladies" británjm, después de visitar Japón, Madeira e Italii, que les iaspiramn se& h2> m des-mptivos de su vegetación y de sus paiqjes, vivieron una larga temporada de vanos meses en nuestras islas, , reconiéndolas, al parecer, todas. En esta obra, que satisface pleoamente la relación autor- lmtor antes descrita, miss Horence, testigo valioso de principios de nuesim siglo, pone a wnhi5uciOn, sobre todo, su casi obsesivo entusiasmo de experta botanista, dando cuenta, con minucioso empeño, de la más humilde flomi'ua haliada en los más amscados pmipicios, y extasiándose ante la grandiosidad de nuestros paisa-jes. Pero este exhaustivo interés por la vegetación canaria no le impide observar y reflejar, aunque sii intención analltica, determinados aspectos peculinres de la situación económica y social, contribuyendo a completar la descripción panorámica de aquella época canana, cuando estaba en sus inicios Ia nueva etapa de nuestros cidos económicas caracterizada por el cultivo del plátano. Las ocho o nueve décadas transcurridas desde entonces - poco más de la vida media de una gene-ración- no nos parece mucho tiempo si, a la l a de VI LAS ISLAS CANARIAS la descripción de Horence Du Cane, consideramos cómo se ha ido poniendo remedio a aquella casi totai indencia de vías de wmunim'dn, a los m& mentantanmoesd ios de transporte, al bochornoso ahaw cultural y a la más que deplorable situación social. En estos aspecto, el balance actual es alentador auu-que, sin duda, insuficiente. Nada de cuanto se describe en esta obra resulta dudoso m' dircutible, S& en 10 relativo a km-siones de la autora por los campos de la H% toria. Al conocer, no sin asombro, muchas de sur sorprendo tes afmaciones, queremos imaginar que, con la mejor voluotad, pretendió informarse cmci'enmda-mente pero que, a la hora de redactar, wnñó dema-siado a la propia memoria que, como es sabido, suele jugar muy malas pasadas. En todo caso, diga-mos que asi se escn'be la Historia ... cuando se escribe así. EFto que, sólo en escasa medida, empaña el inte rés y los méritos de la obra, queda confiado a la benévola wmprensiOn del lectm. Por mi parte, a fuer de fiel traductor, aunque quuá pecando de exmva-mente fíe, no he querido quitar, cambiar, mowi men-tar en el texto nada de cuanto la autora ha escrito, porque me ha parecido que, de baberlo M o wn la acaso wnveniente inktencl?, habría restado no poco de su grata espontaneidad. Párrafo aparie, y especialmente elogioso, merece la excelente obra ilustradora de miss EIL? Du Cane. Sus exquisjtas acuarelas - e n las que me parece enwntmr * oel de la inspiración y hasta de la manera y del estilo de muy ilustres maestros de la espléndida escuela acuarelística tiuerfeiia de la pn-mera mitad de nuestro sigo y sus epkonos- wns-tituyen una extraordinaria y belfisima aportaacín documental que, por sí sola, avalora esta obra. TENERIFE Muchas personas compartllian, probablemente, mi desilusión al recalar en Santa Cruz. Desde hacía mucho tiempo, yo había observado que pocos luga-res coinciden con las ideas preconcebidas. En este caso, la que me habia forjado yo no era muy bella; pero, aun así, me sorprendió la absoluta fealdad de la capital de Tenerse. Un cielo anormalmente despejado en el mar nos habia ofrecido nuestra primera vista del Piw, alzán-dose como una montaña fantástica entre las nubes, a cien millas de distancia, pero, cuando nos acerca-mos a tierra, se habían concentrado aquellas nubes y el cono estaba envuelto en un velo de niebla. Vi, desde el mar, no decepciona la primera impresión de la isla. La cadena de montaíias, en dientes de sierra, parecía despeñarse sobre la costa, desgarrada por 12 LAS ELAS CANARIAS algún cataclismo natural, los profundos barrancos mostraban misteriosas sombras anil oscuro; un litoral profundamente dentado se extendía a lo lejos, y yo pensaba que aquella tierra tenia bien merecido el ser llamada una de las islas Afortunadas. Cuando nuestro barco entraba en el puerto, Santa C m o, para consignar su nombre completo, Santa Cruz de Santiago parecía haber sido edificado la víspera, e, incluso, estar aun en construcción a pesar de ser una de las ciudades más antiguas de Canarias. Las casas bajas, de desteñido color ama-dio y tejados rojos, desmmm junto a la orilla, es& chamente apiñadas; la extrema fealdad de la pobla-ción se alivia con las torres de un par de viejas igb sias que miran con disgusto a las casas modernas que las rodean. Unas áridas laderas descienden, gra-dualmente, detrás de la ciudad, totalmente exentas de vegetación. Suspendido en una escarpada montaña, está el Hotel Quisisana, del que no puede decirse que añada belleza alguna al panorama, y yo s e d vol-carse toda mi compasión por los que, en busca de la salud, se hayan visto condenados a pasar todo un invierno en tan desolado paraje. No hay, probablemente, ciudad extranjera alguna tan totalmente desinteresada de la atención a los via- jeros. A la llegada, los objetos pintorescos que cap-tan la atención hacen sentir que, cuando se ha dado el último paso por la pasarela del barco, Inglaterra y todo lo inglés han quedado atrás. La multitud de tostados holgauuies que haraganean por el muelle, con ligeras ropas blancas o amarillas, son dignos hijos de una raza meridional que ríen y charlan mi-madamente wn Lindas muchachas de ojos negros. Fuertes campesinas cargan pesados bultos sobre sus asnos, y se disponen a treparse a lo alto y empren-der su viaje hacia las montañas. Su tipica vestimenta se caracteriza por un diminuto sombrero de paja, no mayor que un plato de postre, que sirve de apoyo para la carga que Uevan en la cabeza, de la que cuelga un amplio pañuelo negro que flota al viento o se cine alrededor de los hombros, wmo un chal. Por todas partes, quedan casas antiguas, de cuando el comercio de los vinos estaba en su pleni-tud y, aunque muchas de ellas se han convertido ahora en sedes de consulados y oficinas de consig-natario~ de buques, no están a tono con los edificios más baratos y más recientes que las rodean. En muchas de aquellas frescas y espaciosas viviendas, la abierta entida permite ver las amplias waiem y las profundas gaierías que encuadran unos patios umbrc- 14 LAS ISLAS CANARIAS sos. Al fondo de estos, se almacenaban los vinos, y las habitaciones se abrían a los amplios pasillos, en el primer piso. En vanos lugares, hay plazuelas abiertas, donde pimenteros de colgantes ramas dan sombra a unos bancos de piedra, lugares de reposo, pero todos y cada uno de ellos cubiertos de una espesa capa de tierra gris, que daba a la ciudad un triste aspecto. Calles angostas y mal pavimentadas, que obligan a trepar, unas mulas exhaustas arrastran pesados y ruidosos carros, y yo sacudo el polvo san-tacrucero de mis pies; pero no s61o éste, porque, a menos que haya llovido muy recientemente, el polvo se encuentra por todas partes. Un tranvía eléctrico se abre camino con lento andar, subiendo la pendiente que respalda a la ciudad, lo que da tiempo para con-templar el panorama. Las únicas plantas que parecen ambientadas en el seco y polvoriento suelo son las chumberas o nopa-les, recuerdos del cultivo de la wchiniila. En aquellos dichosos tiempos, los terrenos áridos fueron dedica-dos a aquel cultivo, y se plantaron cactus por todos lados. En el siglo dieciocho, los isleños consideraban a la cochinilla, simplemente, como una repugnante especie de plaga, y se prohibió recolectarla, porque se temía pe judicar a las cbumberas; pero se olvidó aquel prejuicio y, cuando se no que se había dado con una posible fuente de riqueza dtivando la Opuntia coccioeiüfera, que es el cactus idóneo para el insecto, comenzó la explotación. Como apenas había terreno disponible, se trabajó duramente para romper capas de lava, con el fin de sacar a la luz las tierras subyacentes; se terraplenaron colinas donde quiera que fue posible; se hipotecaron las tierras para adquirir nuevas propiedades. En realidad, los islefios creyeron que su suelo valía tanto como una mina de oro. Mr. Sander Brown ha dado las siguientes cifras, para mostrar la extraordinaria rapidez del desarrollo de este comercio. " En 1831, el primer embarque fue de 8 libras, siendo su primer precio de unas diez pesetas por libra; diez años más tarde, la exporración había aumentado a 100.566 übras; y, en 1869, había alcanzado un total de 6.076.869 libras, con un valor total de 789.993 libras esterlinas". La noticia del des-cubrimiento de los colorantes derivados de la anilina alarmó a los canarios; pero, durante algún tiempo, su producción, insuficiente, no afectó seriamente al comercio de la cochinilla, aunque la caída de Iós pre-cios hizo que los traficantes empezaran a temer la posibilidad de la sobreproducción. La crisis surgió en 1874, cuando el precio en Londres cayó a 1 chelín 16 LAS ISLAS CANARIAS y 6 peniques, o 2 chelines, y la nina de la industria de la cochinilla fue algo inevitable. El gusto del público habíí aceptado Iw colorantes de la anilina y, aunque se ha demostrado que la cochinilla es el tinte rojo más resistente a la lluvia y a unas condi-ciones de uso más duras, la demanda es ahora pequeña, y los comerciantes que habían comprado y almacenado el insecto seco se quedaron con sus invendibles existencias en las manos. El hundimienw, como hemos dicho, fue inmediato, repentino y total, y el productor, que había gastado tanto en adaptar, palmo a palmo, su tierra a aquel cultivo, vio que tenía que arrancar las chumberas, o hacer frente al hambre. Probablemente, hay otras muchas personas tan ignorantes sobre el tema de la cochiniüa como yo lo era al llegar a Canarias. Aparte del hecho de que la mchinüia es un tinte rojo utilizado, de vez en cuando, como colorante en la preparación de alimen-tos, yo no habría podido contestar, con seguridad, pregunta alguna sobre este tema. Me desagradó mucho saber que se isata de La sangre de un insecto parecido al resultado de un cmce entre la cochinilla de la humedad y la chinche, abultando como una pasa de Corinto. Creo que el procedimiento más TENERIFE 17 corriente de cultivo consiste en dejar que el insecto se adhiera en primavera a un trozo de tela que se conserva en una caja de madera llena de " madres", dentro de una habitación a temperatura muy alta. La tela se sujeta luego a una pala de chumbera, mediante m espinas Una vez adhezida a la hoja del cactus, la madre permanece inmóvil. Hahíí dos dife-rentes maneras de matar los insectos para exportar-los: uno, consistía en ahumarlos con azufre y, el ouo, en sacudirlos dentro de un saco. Una colonia de estos insectos sobre una pala de nopal recuerda a una mancha de pulgones agrupados, lo bastante desagradable como para que cualquiera decida no tomar jamhs nada teñido con cochinilla. El terreno, escalooado en terrazas, se dedica ahora a la producción de patatas y tomates para el mercado inglés, al haber cesado la lluvia de oro de los días de la cochinilla, aunque el cultivo del plá-tano parece hacer revivir aquella época dorada en otras partes de la isla. La Laguna, a unos diez kilómetros de Santa Cruz, es una de las ciudades m& antiguas de Ten* rife; fue la plaza fuerte de los guanches y el escena-no de la lucha más desesperada contra los invasores. Hoy parece, meramente, una pequeiía ciudad dor- 18 LAS ISLAS CANARIAS mida, pero puede jactarse de poseer algunas bonitas iglesias antiguas, además del viejo convento de San Agustin, ahora conveaido en un centro ofieial de enseñanza - que contiene una amplísima biblioteca pítblica- y el Palacio Episcopal, con una bella fachada de piedra. La catedral pare= estar en per-peiuo estado & reparación o de reconstrucción pues, aunque empezaron a levantarla en 1513, aun no la han concluido. Una & las cosas más d ide veme en La Laguna es el maravilloso drago, viejo árbol cuya edad se ignora, existente en el jardín del Semi-nario, anejo a la Iglesia de Santo Domingo. La pre-tina que cifie su tronco habla, por sí sola, de su inmensa edad. A mi no me sorprendió oír que, ya en el siglo XV, era nn ejemplar tan singuiar que el terreno donde se halla tomó el nombre de " huerta del Drago". Los viajeros consideran esta ciudad como un buen punto de partida para sus excursiones que, a juzgar por la lista de nuestra guía, son casi innume-rables. Se podría hacer fAcilmente'una gira hasta el bello pinar de La Mina, siempre que la vereda de suve lodo no esté resWadiza por la Uuvia Despua de una larga permanencia en Santa C m , e incluso en La Orotava, donde son escasos los grandes árbo- les, se siente uno a gusto en un monte arbolado por estos espléndidos pinos, Pious c~ tlai- iensisy, en estos húmedos lugares, y se deleita con los helechos y los musgos, tan diferentes de la vegetación a la que está habituado. A Alexander von Humboldt, que pasó unos días en Tenerife de paso hacia Sudamérica, llegando a Santa Cruz el 19 de junio de 1799, le sorprendió mucho el contraste entre los climas de La Laguna y de Santa CNZ. Lo que sigue son unos párrafos de su relato del viaje que hizo, a través de la isla, para subir al Pico: " A medida que nos aproximábamos a La Laguna, íbamos notando el gradual descenso de la temperatura. Esta sensa$ ón nos resultaba muy agradable, porque habíamos encontrado muy age biante el aire de Santa Cruz. Como nuestros orga-nismos se sienten m& afectados por las impresiones desagadables que por las gratas, el cambio de tem-peraturas se hizo más sensible a nuestro regreso de La Laguna al puerto; entonces nos parecía que iba-mos asomándonos a la boca de un horno. Sentimos la misma impresión cuando, en la cosia de Caracas, bajamos del monte Ánla al puerto de La Guayra ...- Su permanente aire fresco hace que La Laguna sea considerada un delicioso lugar de residencia." 20 LAS ISLAS CANARIAS " Situada en un pequeña üaunra rodeada de jardi-nes, protegida por una colina coronada por un bos-que de laureles, arrayanes y madroños, la antigua capital de Tenerife está hermosamente situada. Nos engabbmos si, por la lectura de relatos de algunos viajeros, la creyéramos a la orilla de un lago. A w, la lluvia fana una balsa de wnsiáerable exten-sión, y los geólogos, que en todo wntemplan más el pasado que el estado actual de la naturaleza, pueden creer que toda la llanura es una gnin cnenca dese cada." " La Laguna ha decaído de su anterior opulencia desde que unas erupciones laterales destruyeron el puerto de Garachico, convirtiéndose Santa C m en el punto principal del comercio insular. Ahora 610 tiene 9.000 habitantes, 400 de los cuales son religio-sas distribuidos en seis conventos. La ciudad está rodeada de gran número de molinos de viento, setial del cultivo del trigo en estas zonas altas." " La Laguna está rodeada por un graq número de capülas, que los españoles Uaman ermitas. Sombrea-das por árboles de perpetuo verdor, y levantadas en pequeñas eminencias del terreno, estas capüias con-tribuyen al pintoresco efecto del paisaje. El interior de la población no es tan pintoresm. Las casas, di- damente constmidas, son viejas, y las d e s pareccn desiertas. Un botánico no prcPtaria atención a la anti-güedad de los edificios, distraídos porque los muros y los tejados están cubiertos de plantas como los el* gantes tkhomanes, mencionados por todos los via-jeros. Estas plantas viven gracias a la abundante humedad ..." " El clima & vernal de La Laguna es extremada-mente uebhoso, y sus habitantes suelen quejarse de frío. Pero jamás se ha visto una nevada, lo que parea indicar que la temperanira de esta ciudad debe exceder de los 19 C, es decir, que es más alta que la de Nápoles ..." " Me sorprendió saber que M. Broussonet plantá un árbol del pan ( Artompus iocipe) y unos cinamo-mos ( L a m cinnamomum) en el húmedo jardín del marque% de Nava. Estas valiosas especies de los Mares del Sur y de las Indias orientales se han acli-matado allí, así como en La Orotava." Lo acostumbrado para ir a Tawronte en mute hacia La Orotan, destino más frecuente de la mayor parte de los viajeros, es seguir la carretera que con-duce al punto más alto poco más allá de La Laguna, a una altitud de unos 630 metros. Lo más atractivo de la carretera, por otra parte carente de 22 LAS ISLAS CANARIAS interés, es la larga doble fila de eucaliptos, que dan una agradecida sombra en verano. Si no se tiene en cuenta el tiempo y la distancia, y se hace el viaje en automóvil, es preferible la carretera mis baja, que pasa por Tejina. Los altos bordes de los caminos están orillados por viejos cedros. En primavera, las hermosas pendientes se alegran con flores silvestres y, por todas partes, la amarüia retama ( spartium jui-ceum) llena el aire con su delicioso aroma. Las m-vas & la carretera descubren inesperadas vistas del Pico en la larga bajada al pueblecito de Tegueste y, aüá abajo, se tiende Tejiia, a escasa altura sobre el nivel del mar. Aquí gira la carretera, vuelve a subir hacia Tacoronte, y se nos aparece de nuevo el Piw, sobre un borde de nubes que cubre su base. En Tacoronte termina el tranvía, y el viajero tiene que tomar un m& de caballos o un auto para rmnw los veintiocho Irilómetros que lo separan del fértil valle de La Orotava. Este valle es justamente célebre por su belleza y, en un claro día de invierno, cuando el Pico está plenamente cubierto & nieve, no es posible contener una exclamación ante la belleza del paisaje cuando, en u% a revuelta del camino, se muestra toda la hondonada tendida a sus pies, bañada por la luz solar y encerrada en un ddrcu- TENERIFE 23 lo de montañas nevadas. Las nubes expanden som-bras aznlea sobre las laderas, y vellones de blanca nie-bla cruzan el vaüe; el oscuro pinar se extiende en fuerte contraste con el brillante colorido de los cas-taños de las zonas más altas, cuyas hojas se han vuelto de color de oro rojizw por efecto de las hela-das. En el fondo del valle, anchas fajas de platanares se intercalan con temnos sin dtivar don& aún que-dan almendros, higueras y chumberas, y grupos de palmeras canarias ondean al viento sus emplumadas copas. Apenas sorprende que, incluso un viajero tan avezado como Humboldt, se impresionara hasta tal punto con la belleza del paisaje que, según se dice, se arrodilló para saludarlo como lo más hermosa del mundo. Sin caer en un gesto tan extravagante como el del gran viajero, vale la pena parar y contemplar esta vista aunque, por precaución, los vehículos cir-d a n en Tenerife a tan baja velocidad que uno dis-pone del tiempo suficiente para contemplar el pano-rama. El ángel guardián del vaiie - 1 Pico-domina, en tiempos de paz, la amplia extensión de tierra y mar como una plácida y comprensiva pub mide blanca. Pero, en ocasiones, la montaña se ha enfurecido y ha esgrimido una espada llameante sobre la tierra, por lo que los guanches lo llamaron 24 LAS ISLAS CANARIAS Piw de Teide o Infierno aunque, al parecer, también lo consideraron como el Trono de la Divinidad. El mismo Humboldt describe el panorama con las siguientes palabras: " El valle de Tacoronte ( sic) es la entrada a este paraje encantador del que han hablado wn extátiw entusiasmo los viajeros de todas las procedencias. En la zona tómda, yo he enwn-trado lugares en los que la Naturaleza es más majes-tuosa y más rica en la ostentación de formas orgá-nicas; pero, después de haber cnizado las orillas del Orinoco, las cordilleras del Peni, y los hermosos valles de MKco, w& o que nunca he wntemplado una perspectiva más variada, mis atractiva, más armoniosa en la distribución de las masas de verdor y de rocas que en la costa occidental de Tenerife." " El litoral se destaca con Imeas de paimeras dati-leras y cocoteros; más arriba, agrupamientos de musa fonnan un agradable wntraste con los dragos, cuyos troncos han sido acertadamente comparados con las tortuosas formas de las serpientes. Las laderas están cubiertas de vides que extienden sus ramas sobre armazones de palos. Naranjos cargados de flores, arrayanes y cipreses rodean las capiiias alzadas por los devotos sobre aisladas colinas. Las lindes entre las propiedades se señalan con hileras de agaves y TENERIFE 25 cactus. Los muros están cubiertos por cantidades incaiculables de plantas aipt6gamas entre las que prs dominan los helechos regados por pequeñas corrien-tes de agua cristalina." " En invierno, cuando el volcán queda oculto bajo la nieve y el hielo, este paraje disfmta de perpetua primavera. En verano, al atardecer, las brisas mari-nas difunden un delicioso frescor. .." " Desde Tegueste y Tacoronte hasta San Juan de la Rambla ( célebre por su exquisito vino de malva-sfa) las mlinas están dtivadas wmo jardines. Pcdría-mos compararlas con las inmediaciones de Capua y Valenda, si esta parte occidental de Tenerife no fuera idmitamente más bella debido a la proximidad del Pico que muestra, por cada lado, un aspecto dife-rente." " El de esta montaña es interesante. No s610 por su gigantesca masa, sino porque estimula la imagi-nación, haciéndola retroceder hasta el origen de la misteriosa fuente de su actividad volcánica. Durante miles de años, no han sido vistas luces ni llamas en la chspide del Pico, pero enormes empciones latera-les, la última de las niales tuvo lugar en 1798, pme ban que aquella actividad dista mucho de haberse extinguido. Hay algo que produce tambiin una 26 LAS ISLAS CANARIAS melancólica impresión al contemplar un criiter en el mismo centro de una campiña tan f6rtil y tan bien cultivada. La historia del globo nos dice que los volcanes destruyen lo que ha sido creado a lo largo de las edades. Las islas, alzadas sobre el agua por la fuerza de los fuegos submarinos, se han ido vistiendo gradualmente wn rico y riente verdor, pero estas nu* vas tierras son frecuentemente asoladas por la reno-vada acción de la misma fuerza que las hizo surgir del fondo del océano. Los islotes, que ahora no son más que montañas de escoria y de cenizas volcani-cas, fueron, quizá, un día tan fértiles como las coli-nas de Tacoronte y El Sauzal. jDichoso el país donde el hombre no tiene nada que temer del suelo que pisa!" AUá abajo, en la costa, reposa el pequeño puerto de La Orotava, wnocido como El Puerto para dis-tinguirlo de la villa, más antigua y más importante, de La Orotava que se extiende a unos cinco küóm* tros tierra adentro. Más allá, siguiendo la costa, está San Juan de la Rambla y, en las laderas más bajas de la vertiente opuesta al &, se encuentian los pue-blos de Realejo Alto y Realejo Bajo, mientras que Iwd el Alto está encaramado en el mismo borde del precipicio de Tigaiga, a unos 500 metros de altitud. Una garganta en la montaña siguiente es conocida como el Portillo. La Fortaleza se alza sobre esta " entrada", y en este punto comienza la larga pen-diente del Tigaiga que impide la vista de todo el cono del Pico desde el valle. Sobre la Villa de La Orotava, se encumbran Pedro Gil y la Montaüa Blanca, con el sol brillando sobre la nieve recién caída y, muy cerca, como al alcance de la mano, están El S a d , Santa Úmuia, La Matanza y La Vi* toria. Aunque Humboldt los describe como " sonrientes caseríos", comenta los nombres de estos úitimos diciendo que " aparecen en todai las colonias españo-las, y forman un desagradable conhaste con los apa-cibles y sosegados sentimientos que estos campos k piran". Matanza signfica carnicería o exterminio; y la palabra, por si sola, recuerda el precio que hubo que pagar por la victoria. En el Nuevo Mundo, señala la derrota de los nativos; en Tenerife, la villa de La Matanza fue funda& en el lugar donde los españoles fueron dominados por los mismos guan-ches que, pow después, se vieron vendidos, como esclavos, en los mercados europeos. Al comienzo del invierno, las escalonadas mon-tañas, plantadas de trigo y patatas, desnudas y de 28 LAS ISLAS CANARIAS wlor pardo, son una mancha del paisaje; pero, al surgir la primavera, después de las lluvias invernales, estas laderas se transformaran en extensiones verde esmeralda; entonces es cuando el valie alcanza su máximo esplendor. Durante unos días, demasiado pocos, los almendros se engalanan con sus delicadas flores rosa pálido, pero la lluvia de una noche, o unas horas de viento fuerte, esparcirán todas las flc-res, y de aquel sonrosado encanto sólo quedar& una alfombra de caídos y maltrechos p6talos. El valle presenta claras muestras del despertar de la Naturaleza en un remoto pasado: son las anchas comentes de lava, que en un tiempo se vertieron sobre el valle, resto gris y desolado, casi exento de vegetación. Aunque totalmente est6riles. no podemos dejar de admirar los dos montones de cenizas, seme-jantes a enormes y ennegrecidos tumores. Nadie parece wnocer su historia ni su exacta edad, pero es muy posible que hayan aparecido con independencia de cualquier empción del propio Teide aunque, quizá, no " brotando en una sola noche", como me lo han asegurado seriamente. Una teoría, que no parece improbable, es que los terrenos volcánicos sobre los que han sido edificados vanos chal& ingle ses, la iglesia y el Grand Hotel, proceden de una de TENERIFE 29 estas montañas, y que la colina donde se alza este hotel era el borde del acantilado. Se supone que la lava cayó sobre este borde, Yolcándose en el mar hasta formar el relleno sobre el que ahora está el Puerto. El pueblecito no deja de tener su atractivo, aun-que las calles son polvorientas y sin barrer, ya que sólo se limpian una vez al año, con ocasión de la f i t a del Corpus Chnsti, día en el que los lugares por donde ha de pasar la procesión se cubren con pétalos de flores formando alfombras de wmplicados dibujos. En una primera impresión, el pueblo me pareció un lugar desierto. Apenas encontré algún transeúnte, y mi propio bomco era el único animal de carga en la calle principal. Espléndidas masas de buganvillas asomaban por encima de las tapias de los jardines v% ndose, a través de las puertas abiertas, los patios cubiertos de enredaderas. Los tallados bal-wnes con sus tejados son inseparables de las casas antiguas. Especialmente, las contraventanas o posti-gos tras los que los moradorea parecen pasar muchas horas atisbando las calles, fueron siempre para mi un motivo de extrañeza. La calle principal t& en el muelle y, frente al mar, las olas parecen saltar basta la calle misma. El pueblo se despierta a , la vida wn M LAS ISLAS CANARIAS la llegada de algún vapor carguero y, entonces, una larga cola de carros, tirados por los más hermosos bueyes que jamás he visto, se abre camino hacia el muelle para descargar las jaulas de pl4tanos que, muchas veces, son vendidas aüf mismo a los conua-tistas. TENERIFE ( Continuación) A unos trescientos metros sobre el Puerto de La Orotava, en el largo y gradual dedive que desciende desde Pedro Gil formando el valle de La Orotava, se encuentra la viiia o ciudad del mismo nombre. Esta es la más pintoresca de las viejas poblaciones cana-rias, y mucho más interesante que su pobre puerto, siendo la residencia de muchas antiguas familias espatiolas, cuyas hermosas viviendas son los mejores ejemplos de arquitectura hispánica en Canarias. Junto a sus tranquilos patios, sombrios y frescos incluso en los más cálidos dias estivales, las fachadas de muchas de estas casas son de extraordiiaria belleza. La admirable labor de talla en piedras, bal-cones y contraventanas, y los hierros forjados, no pueden dejar indiferente a quien contemple estos edi- 32 LAS ISLAS CANARIAS ficios que van convirtiéndose, rápidamente, en ejem-plares únicos, pues los españoles como, desdichada-mente, otros muchos pueblos, han perdido el gusto por la arquitectura y las casas modernas, que están snrgienda wn demasiada celeridad, estremecen al wn-templarlas. Unas, han sido edif~ cadas para reemplazar a las desapcidas en incendios y, otras, fueron, sim-plemente, wnstruidas por negociantes enriquecidos con el negocio bananero. No wntentos wn sus viejas y sólidas moradas, con sus bellas portadas de piedra y wn sus volados balcones de madera, están destru-yéndolos despiadadamente para levantar una men-guada monstruosidad moderna, más cómoda, posi-blemente, para habitarla, pero más desagradable a la vista. Parece que también está decayendo su amor a los jardines y, como oí exclamar en cierta ocasión, " sólo les interesan los plátanos", porque es cierto que el cultivo de las banana está viviendo un momento de atractivo interés. Aunque los patios de las casas pueden estar ani-mados wn plantas, al ser fresw y húmedo el ambiente debido al rocío y al agua salpicada por una fuente, muchos jardines de estas viejas mansiones señoriales se hallan en un triste estado de desorden y abandono. Se han marchitado los arrayanes y los setos de boj, antes orgullo de sus dueños, y ya no hay flores en los macizos. Queda un jardin que mues-tra cómo, aunque no muy cuidadas, las plantas crecen y florecen al aire fresco de la Villa. En tiem-pos pasados, tuvo este jardín un árbol gigantesw que era su orgullo; ahora, d o existe su venerable tronco para hablamos de pasadas glorias. Pero los poyos están llenos de flores durante todo el año, y los autóctonos picos de paloma, ( Lotus Bertheloti), flo-recen mejor aquí que en ningún otro jardín. Cubren los muros, y medio invada los & os y los banws de piedra con sus guirnaldas de suave gris verdoso, cubrihdose, en primavera, con sus " piws", de color rojo oscuro. Las paredes se alegran wn alhelíes, cla-veles, verbena, geranios, azucenas, y multitud de otras plantas. Bordean la entrada largos setos de Libonia i. loribun< ia, que los canarios llaman bandera de España, porque sus flores rojas y amarillas les representan los colores de la bandera nacional y, en apartados y húmedos rincones, viven blancas calas, injuriadas orejas de burm, así llamadas por los cam-pesinos, que motejan certeramente no sólo a las flo-res sino, también, a las personas. Aunque los españoles distinguidos constituyen una clase social muy exclusiva, sólo he recibido aten- 34 LAS ISLAS CANARIAS ciones por su parte, cuando les he pedido permiso para ver sus patios o jardines, pero no puedo decir lo mismo de las clases baja y media de hoy, que son claramente xenófobas. Las clases bajas parecen con-siderar un derecho el recibir un incesante río de dinero, e insultan y apedrean, cuando se ignoran sus peticiones de limosnas e, incluso, los comerciantes son descorteses wn los extranjeros. Se nota una act-tud de independencia y repubLicauismo. Es natural que un patrono no pueda controlar a sus obreros, que trabajan cuando quieren o, con más frecuencia, no trabajan cuando no quieren, y el padre o la madre de familia tampow controla a sus hijos. Un día, pregunt6 a mi jardinero por qué no enviaba a sus hijos a la escuela para aprender a leer y escribir, aprovechando que se lamentaba por no ser capaz de leer los nombres de las semillas que estaba sem-brando. Pensé que era una ocasión oportuna para dar un buen consejo, pero 61 se enwgó de hombros, y me dijo que ellos no se molestarían en ir, que no tenían zapatos y que no iban a acudir descalzos a la escuela. Este hombre vivía sin pagar impuestos, ganaba un salario semejante al de un obrero inglés de nivel medio, tenía dos hijos trabajando que con-tribuían a los gastos de la casa, y percibía la renta TENERIFE 35 de una pequeña parcela de terreno que cuitivaba la famüia los domingos; pues aun asi, no podía adquirir unos zapatos para que sus hijos pudieran aprender a leer y escribi~. Otro hombre me dijo, con orgullo, que uno de sus hijos iba a la esmela. Como tenia dos, le pregunté: " ¿ Por qué sólo uno?". Me contestó que el otro, una nuui, solla ir pero que, ahora, se negaba y ni él ni su mujer podían obligarla. ¡ Aquel independiente personaje tenía nueve años! Una de las mayores curiosidades de la Villa fue el Drago Grande y, aunque ya no existe, aún se señala a los visitantes el lugar en el que estuvo, y se les habla de su inmensa edad. Cuando lo visitó Humboldt, le estimó un minimo de 6.000 años y, aunque esto pueda haber sido exagerado, no cabe duda de que era extremadamente viejo. Fue parcialmente dem-bado por un vendaval, y los mtos quedaron destnii-dos, en 1867, por un incendio accidental, por lo que sólo viendo antiguos grabados podemos tena idea de su asombroso tamaño. Su tronw huew era tan amplio wmo una habitación mediana y, en tiempos de los guancbw, cuando se wnvocaba una asamblea para nombrar un nuevo jefe, la reunión tenía lugar en el Drago Grande. La finca en la que estuvo fue 36 LAS ISLAS CANARIAS vallada más tarde, convirtiéndose en el jardín del marqués del Sauzal. Era curiosa la ceremonia de designación de un jefe. El más importante de ellos era el mencey o rey de Taoro ( antiguo nombre de Orotava), que tenía 6.000 guerreros bajo su mando. Si bien esta dignKIad era hereditaria, no pasaba necesariamente de padre a hijo y, más frecuentemente, se transmitía mire ha-manos. " Para esta ceremonia de designación de un mencey, cada señorío conservaba, envuelto en pieles, un hueso de uno de Iw más remotos antepasados de su linaje, y se convocaba a los más antiguos conse-jeros reuniéndolos en el " Tagoror", lugar donde se celebraba la asamblea. Despues de su elección, el nuevo rey besaba aquellas reliquias y las ponía sobre su cabeza. Luego, los demás notables tocaban wn ellas los hombros del elegido, mientras él de& Agoñe yawron ydatzahada Chcodamet [ J o por el hueso el día en que me habéis enaltecido). Así con-cluía la ceremonia de la coronación y, el mismo día, se llamaba al pueblo para que supiera quien era su nuevo rey, que era homenajeado, y había un festín general a expensas del nuevo mencey y sus familia-res. Parece que estos dignatarios estaban rodeados de gran pompa, nadie se les acercaba por el camino, cuando se trasladaban desde sus residencias veranie-gas de las montaias a las de invierno en la msta. Entonces, se aguardaba a que pasara para postrarse ante 61, y levantarse limpiando los pies del rey wn el borde de sn vestidwa de piel" ( Ver " The Guan-ches of Teneriffe", por Sir Clement Markham). DW pués de la conquista, los españoles convirtieron en capilla el templo de los guanches, celebrando una misa bajo el árbol. En la Villa hay bonitas iglesias antiguas, cuyas torres y tejados constituyen su mejor adorno. La prin-cipal es la de la Concepción, con una cúpula que domina toda la población. Es muy bello su aspecto exterior, pero el interior no es tan interesante. Es curioso imaginar cómo puede haber llegado a perte-necer a esta iglesia la custodia de plata que, según se dice, fue de la catedral londinense de San Pablo. Generalmente, se acepta la teoría de que, tanto esta custodia como otra semejante que existe en la cate dral de Las Palmas, son restos dispersos de los mag-nüiws objetos de culto vendidos y desperdigados por orden de Oliver Cromwell. La bella portada y la torre del convento y de la iglesia de Santo Domingo datan del tiempo en que 38 LAS ISLAS CANARIAS los españoles eran más sensibles a la belleza que ahora. Las empedradas y empinadas calles de La Oro-tava no carecni de interés, y los viejos balcones, las talladas celosias y los mgumes que se abren a los flo-ridos patios, con espléndidos macims de enredaderas desbordándose por la tapia de un jardín, o enroscán-dose en un viejo portalón, se combinan para lograr un pueblo de lo más pintoresco. Un detalle caract* rístico de casi todas las uisas españolas es una espe-cie de pequeño armario enrejado que contiene un fü-tro de piedra En muchas osas antiguas, estos arma-rios están cubiertos de enredaderas y helechos, a p vechando la continua bumedad procedente del fdt~ o, e incluso crecen culantrillos, lo que no se considera contrario a la acción purif~ cadorad e la piedra, en la que coniian plenamente los naturales. A mi me parece increíble que el agua limpia pueda mejorarse pasando a travCs del polvo acumulado en estos fü-tms durante muchos años, ya que sólo es posible üm-piarlos superficialmente. Los rojos recipientes de barro, de fomias rotundamente clásicas, son de todas lm capacidades, por lo que es posible ver a una niüa pequeñita aprendiendo a llevar a la cabeza uno pro-porcionado a su tamaño; pronto afumará su paso, ahora inseguro, y, en uno o dos años, marchará con fime andar, Uevando un gran cántaro casi sin sen-tirlo, y dejando libres sus manos para cualquier otra cosa. Un agradable paseo, a pie o en burro, lleva desde la Villa al Realejo Alto, a través de una hermosa campiña, pasando por los caseríos de La Perdoma y La Cruz Santa. Al corniem de la primavera, la flor de los almendros tiñe de rosa muchas zonas baldías y, en los pueblos, el aire vuelca, desde las tapias de los huertos, el aroma del azahar. A esta altura, los árboles parecen menos afectados por el mortifero pul-gón negro que ha exterminado todos los naranjales de las tierras bajas, y toda la vegetación impresiona por ser más lozana y más pujante. Las tapias de los huertos estaban jubilosamente florecidas; durante nuestro paseo, vimos albelíes de colores malva y blanco, favoritos de los naturales; largas hileras de geranios, guirnaldas de picos de paloma, claveles dobles y sencillos, y multitud de otras flores. El Realejo Alto es, sin duda, el pueblo más ph-toresco que he visto en Canarias. Su situación, en una pendiente ladera, con las casas aparentemente apiladas unas sobre otras, parece un pueblo de mon-taña italiano. Se supone que una parte de la iglesia 40 LAS ISLAS CANARIAS de Santiago, la que está unida a la torre, corres-ponde al templo más antiguo de la isla, y el remate de aquélla, que es el punto más destacada del pueblo y de sus alrededores, puede haber pertenecido al viejo edificio. El interior de éste no deja de ser inte-resante niando está bien iluminado, y se dice que su bella portada es obra de canteros españoles activos muy poco después de la Conquista. La obra de pie-dra laboda que enmarca esta puerta, y la muy seme-jante que hay en el pueblo de abajo, son ejemplos únicos de este estilo en las islas. En el barranco que separa los dos Realejos, tuvo lugar, en 1820, una gran tiada que m16 ambos pue-blos. El Realejo Bajo, aunque no tan pintoresco como el Alto, vale bien una visita, pues sus habitan-tes están justamente ufanos porque tienen un drago, rival de uno de Iwd que algún día puede llegar a ser tan célebre wmo el de La Orotava. Estos dos pueblos son grandes ccntros de produo-ción de bordados o calados. A través de las puertas de entrada a las casas, se ven mujeres y muchachas jóvenes inclinadas sobre unos bastidores en los que se tensan sus labores. Estas son, en su mayor parte, de baja calidad, muy toscamente trabajadas con pobres materiales, y da lástima el que, por lo visto, no haya mejores y más delicados trabajos. Los visi-tantes se cansan de ver enormes cantidades de col-chas y manteles que se les ofrecen, cuando, en realidad, no es posible compararlos, ventajosamente, ni en calidad ni en precio, con los que vienen de Oriente. TENERIFE ( Continuación) Unos días claros, a fmales de febrero, nos deci-dimos a hacer una excursión a las Cañadas que atraen al viajero corriente más que la ascensión al propio Piw, excepto a los habituados q escalar mon-taiias que siempre desean Llegar a la máxima altura y a la más alta cumbre que ven. A pesar de las p pectivas de buen tiempo de la víspera, la mañana se presentó nubosa y húmeda, de modo que, a las seis, salimos llenas de dudas y reservas sobre lo que ocu-rriría a la salida del sol. Habíamos decidido ir en auto hasta donde nos lo permitiera la carretera, por-que nos dijeron que, yendo en mula, se tardaría nueve o diez horas. Nuestros info~ madores eran más bien exagerados. Unos, nos dijeron que la expedición era tan extenuante que sabían de quienes seguían 44 LAS ISLAS CANARIAS enfermos después de una semana de haberla reali-zado. Otros, de& que el cielo nunca estaba despe-jado en lo más alto, que debíamos preparamos para estar permanentemente empapados por la humedad, para los tropezones de las mulas cayendo, probable mente, en un salto mortal y, en fm, que, con segu-ridad, debíamos esperar toda una serie de desastres. Nuestras mulas se nos reunieron en el Realejo Alto, después de una hora de auto desde el Puerto, y alli discutimos sobre si decidíamos wntinw o nos con-formábama wn una excursión más breve y a menos altitud. La salida del sol no mejoró las perspectivas, ya que unos espesos nubarrones cubrían Pedro Gil, mientras que Ligeras nubes blancas iban acumulán-dose bajo el Tigaiga, y el aspecto del mar no era más espemmdor. Las mulas Negaron wn retraso, a la buena manera española, y consultamos a unos cuantos vecinos, conocedores de los cambios del tiempo, que se fueron reuniendo en la plaza, alrede dor de nuestro coche, protegiéndose con sus mantas del frío mañanero. Miraron wmpasivamente a aque-llas chifladas extranjeras que habían abandonado sus camas a semejantes horas, sin tener necesidad de hacerlo - porque el español no madruga- y se pro- ponían najar hasta las nubes. Los miembros o* tas del grupo decían: " No es más que una neblina maííanera", mientras que los pesimistas advertían: " Mi experiencia me dice que las neblii mañaneras producen las nubes del mediodía." La llegada de las mulas dio fui a la discusión. Los arrieros esperaban y confiaban en que se dispcr-saran las nubes o, al menos, que, al llegar a remon-tar la zona de éstas, hallaríamos el cielo despejado; de manera que, aunque nuestro encapotado amigo murmuró, para sus adentros, " jpobrecitas!", empren-dimos la marcha provistas de abrigos para proteger-nos de la humedad y del frío que íbamos a encon-trar. El rumor de las pisadas de las mulas, cuando subíamos la pendiente calle del pueblo, asomó muchas cabezas a las ventanas; los verdes postiguitos se abrían apresuradamente para que la multitud que parecía habitar cada casa pudiese echar una mirada a las idesas. Al decir a donde íbamos, se nos repe-tía el mismo comentario. (" Tiempo muy malo"), con gran indignación de nuestros hombres que gruiüan: "~ NOdi gan eso!" El pedregoso camino lleva, siempre cuesta arriba, a Palo Blanco, un disperso merío formado por cho-zas & carboneros, a una altitud de 700 metros. Espi- 46 LAS ISLAS CANARIAS rales de humo azulado surgían de sus fogatas mez-clándose con la niebla, pero ya había señales de mejoría del tiempo, porque iba saliendo el sol y las nubes eran menos densas. Las voces de los carbone-ros son algo habitual en estas regiones, pero yo nunca averigüé si se trata de una cantinela que les hace más llevadera su caminata cuesta abajo, o de una señal de su proximidad para que se aparten los. posibles caminantes, porque el tamaño de la carga que lievan sobre sus espaldas les dificulta, wn fre-cuencia, el pasar por determinados lugares. De pronto, aparecieron dos muchachas, andando con ondulante y fume paso; sus desnudos pies parecían pisar el áspero suelo con mayor soltura que los mal herrados cascos de nuestras monturas, porque no se cuidaban de pisar con tiento, atentas s610 a Uegar cuanto antes a su destino y soltar las cargas de sus cabezas. Con ansioso interés, les preguntamos cómo estaba el tiempo por arriba; sin la menor duda, nos contestaron: " Muy claro", y, en pocos minutos, una racha de aire barrió las nubes wmo por arte de magia, y oímos una tiunial exclamación de los hom-bres. Abajo, se extendía todo el valle de La Orotava. La pintoresca villa quedaba a lo lejos, a la izquierda h pueblecitos de La Perdoma, La Cruz Santa y los dos Realejos, Alto y Bajo, estaban más caca de n w tros pies y, distantes, al otro lado del Puerto, se veían Santa úrsula, El Sauzal, y el disperso poblado de Tawronte. Pedro Gil y toda la larga cadena de montañas de la izquierda lucían amplias manchas de nieve, brillando al sol con deslumbrante blancor. e b í a habido un invierno de mucha nieve, lo que, como nos dedan, explicaba que aún se conservase a fuiaes de febrero, con ale* por nuestra parte por-que aquella nieve añadía una gran belleza, al paisaje. En el Monte Verde, hicimos un alto por considera-ción a los hombres y a las bestias y, mientras los muleros recobraban f u m wn sustanciosas rebana-das de pan integral y tajadas de queso de cabra del país, blanco como la nieve, y nuestras mulas disfm-taban de unos cinco minutos para recuperar el aliento libres de sus cinchas, dimos un paseo para contemplar el bello barranco de La Laura. Alli, los árboles aún han escapado de la destmcción a ma-nos de los carboneros, y las empinadas lomas se cubren con variedades autóctonas de laureles, mez-clados con amplias matas de Eriza arbom, brezo que cubre toda la zona del Monte Verde. Es muy lamentable la casi total deforestación causada por los 48 LAS ISLAS CANARIAS carboneros, y multa triste imaginar hasta qu6 punto debe haber sido más hermosa esta región antes de haberla despojado de sus grandes pinos y laureles. Las autoridades no tomaron medidas para poner coto a esta total destrucción de los bosques hasta que fue demasiado tarde e, incluso ahora, aunque se han arbitrado disposiciones en este sentido, no se toman la molestia de ver lo que tienen la obligación de ver. Ahora, la ley no sólo permite la explotación de los bosques, sino que es bastante fácil hacer le& uno va al monte, rompe ramas de arboles o de retama y, unas semanas más tarde, se da una vuelta y las recoge como leña, con lo que la ley queda bur-lada. Como hay una interminable demanda de car-bón, único combustible consumido por los españoles, las cosas seguirán así hasta que no quede nada que cortar. Estábamos, sin duda, en el mismo camino seguido por Humboldt, en 1799, cuando visitó Tene-rife y subió al Teide. Su descripción de la vegetación muestra cómo la despiadada hacha de los leñadores ha destruido algunos de los más bellos bosques del mundo. Humboldt se había visto obligado a aban-donar sus viajes a Italia, en 1795, sin visitar los para-jes volcánicos de Nápoles y Sicilia, cuyo conoci- miento era indispensable para sus estudios geol6gim. Cuatro años más tarde, el Gobierno español le había dispensado una espléndida acogida, y había puesto a su disposici6n la fragata i'hrro para su viaje a las regiones equinocciales de Nueva España. Despuk de haberse librado, apuradamente, de caer en manos de unos corsarios ingleses, los alisios lo impulsaron hasta Canarias. El 21 de junio de 1799, se encon-traba camino de la cumbre del Pico, acompañado por su amigo Bonpland, M. le Gros, secretario del wnsulado francés en Santa Cruz, y el jardinero de Durazno ( los jardines botánicos de La Orotava). No parece que el día fuera bien elegido. La cumbre del Pico estuvo cubierta por espesas nubes, desde la salida del sol hasta las diez de la mañana. No hay mis que un camino que lleve desde La Orotava a través de campos de retama y de malpaís. " Este es el camino que han de seguir los viajeros que dispo-nen de poco tiempo en Tenerife. Cuando la gente sube al Pico ( son palabras de Humboldt) es como cuando visitan Chamonk o el Etna: hay que seguir a los guías, y s61o se logra ver lo que han visto y descrito otros viajeros". Como a ellos, le impresion6, al desembarcar, el wntraste de la vegetaci6n en estas zonas de Tenerife y los alrededores de Santa CNZ. 50 LAS ISLAS CANARiAS " Un estrecho sendero pedregoso conduce, a uavés de unos castañares, a regiones llenas de brezos y la& y, más adelante, a la cascada de Dornajito, único manantial que se encuentra camino del Pico. Para-mos bajo un solitario abeto para proveernos de agua. Este lugar es conocido como Pino del Doma-jito. Sobre esta región de brezos arborescentes, lla-mada Monte Verde, está la de los helechos. En nin-guna parte de la zona templada he visto tal abunda cia de Pteris, Blecchium y Asplenium; sin embargo, ninguna de estas plantas ofrece el aspecto imponente de los helechos arborescentes que, alcanzando el porte de las palmeras, wnstituyen el principal orna-mento de la Am6nca equinoccial. La iaú de la Pteris aquilina sirve de alimento a los habitantes de La Palma y La Gomera. La trituran hasta convertirla en polvo, y la mezclan con harina de cebada. Cuando se cuecc esta mezcla, se llama gofio; el consumo de tan grosero alimento prueba la extrema pobreza de las clases bajas en Canarias. ( El gofio se consume mucho todavía.) " A la región de los helechos sigue un bosque de enebros y abetos, que ha sufrido muchos daños por la de violentos hwacanes ( ahm no queda nin-guno). Mr. Ekien afima que, en este lugar, nom- brado por algunos viajeros como Caraveles, vio, en 1705, unas Uamitas que, de acuerdo con las ideas de los naturalistas de aquellos tiempos, atribuyó a la combustión espontánea de emanaciones sulfurosas. Continuamos subiendo hasta Uegar a la roca de La Gaita y al Portillo. Atravesando este angosto paso entre dos montañas basálticas, accedimos a la gran llanura de S@ rüum ... Tardamos dos horas en c m el Llano de la Retama, que semeja un inmenso mar de arena blanca. En medio de este llano, hay maci-zos de retamas, que es la Spartium nubigeoum de Aiton. M. de Martiniere ha querido introducir este beUo arbusto en el Languedoc, donde es muy escasa la lefla. Crece esta planta hasta casi tres metros de alto, y se cubre de flores aromáticas con las que engaianaban sus sombreros los cazadores que enwn-tramos por el camino. Las cabras del Pico, que son de wlor pardo oscuro, las comen con gusto, devoran spartum, y wmetean libremente por estos desiertos desde tiempo inmemorial". Al pasar la noche en estas montaíias, los viajeros se quejaron del frío, aun-que era verano, porque no disponían de tiendas ni de mantas. A las tres de la madrugada, encendieron antorchas para emprender la etapa final de la ascen-sión al Pico. " Un fuerte viento del Norte impulsaba 52 LAS ISLAS CANARIAS las nubes. La luz de la luna, atravesando, de vez en cuando, los vapores que la ocultaban, asomaba su disco sobre un fumamento de oscurisimo azul, y la visión del volcán daba al paisaje nocturno un majw tuoso aspecto." " A veces, la niebla ocultaba totalmente el Pico a nuestra vista y, en otras ocasiones, aparecía sobre nosotros con abmumiora proximidad. Como una enorme pirámide, proyectaba su sombra sobre las nubes, que se despeñaban a nuestros pies." Al escalar el Pico por el Nordeste, Llegó la par-tida, en dos horas, a Alta Vista. Habían seguido el mismo camino que los viajeros de ahora, pasando por el malpais ( región de restos vegetales, y cubierta de lava) y visitando las cuevas de hielo. A la zona de los laureles siguió la de los helechos gigantes, los enebms y los pinos ( ahora no queda ninguno de ellos), a lo largo del camino que lleva al Portillo. Este quedaba ahu lejos, por encima de nosotros. Teníamos que atravesarlo para llegar a las Cañadas, y el camino de piedras, aunque bien señalado, ser-pentea por una cuesta uo muy pendiente, pasadas unas asperas lomas donde, por todas partes, apare-cen wnas de piedra pómez. Los brews, que estaban empezando a florecer, se cubrirían, en pocas sema- nas, de unas más bien insignif~ cantesfl orecillas blan-cas o rosadas, y se entremezclaban con los codesos ( Adenocarpus vi'scosus), de diminutas hojitas de pálido gris azuiado. D w t e toda la larga subida, no hay señales del Piw. El camino está tan adaptado a la vertiente inferior de la ladera que sólo cuando se Uega al propio Portillo aparece el Teide, súbitamente, ante nuestros ojos. Es grandioso el panorama que se nos presenta. El espacio rocoso del fondo se mezcla con grandes macizos de retamas del Teide ( Spartc-cytkus nubigens), planta que se considera caracteris-tica de esta tierra. Al desarrollarse, se parece algo a S m ' m jmceum, más wnocido en Inglaterra wmo " escoba española", pero que es más gnieso y, quizá, menos elegante. En mayo, cuando florece, da un aroma suave y tan intenso que no 610 invade el aire de esta montaña sino que, según los marinos, se per-cibe a muchas millas mar adentro. Nuestros guías nos dijeron que algunas matas tienen flores blancas y, otras, blancas tenidas de rosa. En esta estación, grandes manchas de nieve desplazan a las flores, pero también es posible ver macizos de retama aso-mando a través de la densa capa helada que mbre el Piw hasta una altifud de 3.000 metros. 54 LAS ISLAS CANARIAS Me habían dicho que toda la belleza del Pico se pierde cuando se está cerca de él, que la imponente pirámide de roca y nieve, que se eleva hasta unos 3.700 metros y domina el vaUe de La Orotava, me parecería una simple colina cuando la viera alzarse de la fosa de arena fma, que es a lo que más se parecen Las Cañadas; que, en fin, se perdería todo el encanto. Incluso, un escritor ha llegado a llamarlo " feo montón de cenizas" al verlo, des& las Cañadas, por el otro lado, y a decir que se encontraba " en un mundo sin vida, silencioso, abrasado, muerto, la abo minación de la desolación, donde alguna vez se inflamó un ardiente infierno sobre un lago de hir-viente lava". Estoy segura de que el autor de este párrafo llegó alií de mala gana, porque es curioso observar que, niando se está muy fatigado, el frío y la humedad impiden a uno reconocer la belleza de un paisaje mientras que, otros, que, como nosotras, lo hayan visto bajo un sol ma~~ villmlo, describirán como una de las más bellas visiones del mundo. El camino se bifurca justamente en el Portillo ( 2.200 metros), y los que se proponen subir al Teide siguen el sendero del lado de ia Montaña Blanca, un promontorio cubierto de nieve en la base oriental del Pico. El propio cono recibe el nombre de Lomo TENERIFE 55 Tieso, incünándose wn una pendiente de 2%. En una choza de piedra que hay en Alta Vista ( 3.300 metros) es donde pasa la noche al& fatigado excursionista antes de cubrir la etapa ñnal: un tramo de 430 metros a pie, porque las mulas se dejan en la choza. Con el cielo despejado, el excursionista se wn-sidera, sin duda, bien satisfecho al contemplar el panorama que Mr. Sander Brown describe a9i: " Los que no puedan subir podrían probablemente, imagi-narlo al contemplar un cráter lunar con un telesco-pio. Los alrededores son el súmmum de la desola-ción y de la &. Por un lado, la redondeada cima de la Montaña Blanca; por el otro, los amenavlntes cráteres del Pico Viejo y de Chahorra. Éste de 1.400 metros de diámetro y a 3.230 metros de altitud, fue una hirviente caldera y, aún hoy, puede reventar wn furia en cualquier momento. Abajo, el cuenw cirni-lar de las Cariadas, surcado por comentes de lava, y rodeado de aserradas murallas multicolores. En torno, numerosos volcanes, empinados, según Piaq Smyth, wmo peces sobre sus wlas, wn las bocas pls namente abiertaa en un iwstem. Coronando las lade ras, bosques de pinos y, alli abajo, distante, el mar con los Seis Satélites ( las islas de La Paima, Gomera, Hierro, Gran Canaria, Fuerteventura y Lanzarote) 56 LAS ISLAS CANARIAS flotando en la lejanía, con el enorme horizonte dando la impresión de que el espectador está en una suerte de pozo más que en una gran altura que, considerada en relación con lo que la circunda, no tiene otra comparable en el mundo." Desde el pequeflo refugio de la Fortaleza, donde hubo que hacer una breve parada, el camino baja hasta las Cañadas. Un espacio de amarilla y fma arena, como las del Sahara, plenamente tostado por el sol, tentó sin remedio a una de las mulas y, sin hacer caso de su amero, ni tener en cuenta la cesta de las provisiones, se dio un buen revolcón en el suave y tibio lecho, afortunadamente sin más conse-cuencias. Después de un bien acogido descanso, a la sombra de unas retamas, volvimos las espaldas al Pico y abandonamos este bello y solitario paraje. La isla de La Palma estaba como flotando ni las nubes; la Enea del horizonte, dividiendo mar y cielo, pa~ ecía inünitameute alejada; realmente, estos lugares semejan un mundo misterioso y espectral y, aunque hoy el Pico puede estar sereno y en calma, bafíado por la luz del sol y abierto de nieve, sigue recordándonos la muerte y destrucción causados wn sus tormentas de fuego, y quien sabe si algún día puede despertar de su largo sueño, y sacudir toda la isla desde sus cimientos. Se ha aceptado la teoría de que las propias Caña-das fueron un tiempo un inmenso cráter, el segundo mayor del mundo, y que, dumte un ~ o ddoe a cti-vidad, surgió de ellas el Pico, que se convirtió en un nuevo aater. Probablemente, durante este proceso se hundieron las Cañadas, quedando la muralla de rocas que parece formar una perfecta protección del valle de La Orotava, para el caso de que el volcán vuelva a vomitar, algún día, su ardiente lava. A principios de 1909, los habitantes de Tenerife supieron que su volcán no estaba muerto. Desde casi un año antes, pequeños movimientos sismicos habían advertido a los expertos geólogos que algo era de temer. En noviembre, se produjeron fuertes detona-ciones que sacudieron las casas de La Orotava. Uno de los habitantes describió como de extraña inesta-bilidad la sensación que le produjeron, como si las casas estuvieran edif~ cadass obre bases de gelatina. A. 37 kilómetros del Piw, se abrió un nuevo crhter y, aunque estaba muy alejado de La Orotava, sus lla-mas eran claramente visibles desde alll, apareciendo sobre las montañas más bajas del Sur. Parece que hizo pow da50 porque, afortunadamente, no había 58 LAS ISLAS CANARIAS poblados ' lo bastante próximos como para resultar afectad- por las comentes de lava, pero por Europa circularon las más exageradas noticias sobre la e~ pcióne, incluso, se dijo que el Gobierno español había lanzado un mensaje solicitando el envío de & o-pas para evacuar a los habitantes { porque la isla estaba hundiéndose en el mar! Muchos geólogos han expresado su opinión de que es improbable otra empción antes de un centc-nar de años, lo que resulta wnsolador y tranquili-zante. Como los caminos estaban secos, pudimos regre-sar por otro diferente,. más largo pero más bonito, y mucho más recomendable para los que prefieran andar en lugar de cabalgar. Las mulas caminan wn mayor fumeza por los caminos pedregosos, y, cuando se vuelve a entrar en la parte del Monte Verde y el terreno es blando, los mal herrados cascos no se' adhieren pues, con el tiempo liuvioso, el camino se wnvierte en un mero deslizadero de lodo que es preferible no utilizar. Fue wi hermoso paseo por el borde de la cordillera; perdimos de vista el Pico, pero el valle reposaba abajo, cubierto por ras nubes que, movidas por la b k , pnmitlan wn-templar la Villa bañada por la luz del atardecer. Pedro Gil y, más allá, la Montaña Blanca resplan-decían bajo una luz roja y, al fondo, a lo lejos, se veían las montafías que dominan La Laguna. La mejor vista se disfmta, quizá, desde La Corona. A la izquierda, los pinares de los altos de Iwd de los Vinos se extienden, lejanos, hasta el extremo occidental de la isla y, a la derecha, el valle de La Orotava se muestra tendido wmo en un mapa. Recisamente debajo de La Corona, se divisan los campos cultivados, y el encuentro de una cam-pesina, con su acostumbrada carga a la cabeza, nos muerda la cantidad de horas transcurridas sin haber visto una señal de vida, no contando, por supuesto, a los dos carboneros que, al amanecer, nos habían dado buenas impresiones sobre el estado del tiempo. Iwd el Alto, wn la calle más rústica que jamás he visto, quedó pronto atrás, y las mulas bajaron, wn tedioso paso, por un camino tan pendiente como los demás para llegar al Realejo Bajo, a la civüización y a la vida pmsaica. Una destartalada y & ida vic-toria, wn tres flaws pero valientes caballitos, nos devolvió a casa doce horas después de haber iniciado la excnrsión. No habíamos pretendido superar nin-guna marca y, durante el regreso, tomamos las a> sas con tranquilidad. El rewmdo, montadas, desde el M) LAS ISLAS CANARIAS Realejo Alto hasta las Cañadas, duró exactamente cuatro horas; luego, tuvimos una hora de descanso, otras cinco de bajada en mulas, una pequeña caminata, y otras dos horas montadas. Y ni nos hahííos mojado, ni est4bamos enfemias como para hacer cama durante una semana. Yo oí una buena descripción de este recorrido en mula hecha por alguien a quien se preguntó si era muy fatigoso, con-testando: ''¡ No, porque no tiene que guiar a la mula. Usted móntese, y deje lo demás a la mula y a la Pro videncia!" TENERIFE ( Continuación) No sé de nada tan agradable wmo un paseo a la orilla del mar o por uno de los barrancos próximos a la vüia de La Orotava. Siempre había oído que las klas Canarias son ricas en plantas autóctonas, pero comprob6 plenamente que casi cada barranco ( tér-mino que literalmente significa lecho de un torrente pero que, ahora, se aplica a cualquier hondonada o profunda depresión) tendríí sus propias y especiales maravillas, y que los acantilados sobre el mar son tan rim en vegetación que, en muchos lugares, pare-cen los ejemplos más perfectos de rocallas. Uno de los mejores paseos desde el Puerto con-siste en recorrer la pendiente veredita, casi una tro-cha de cabras, que va desde el barranco Martiánez a los acantilados al pie de la terraza de La Paz. Es 62 LAS ISLAS CANARIAS posible recorrer kilómetros siguiendo aquella dircc-ción, aunque, de vez en cuando, la encantadora m-pación de coleccionar plantas se ve repentinamente interrumpida, porque el camino está wrtado por vas-tos platanares. Pero, por suerte, aún quedan partes sin roturar, y la vereda sigue, llegando hasta el pie del acantilado y a sitios inaccesibles. Hay allí tantas plantas desconocidas para el excursionista extraño, que le resultará. dificil saber cuáles prefiere tener en cuenta y cuáles desechar, pero nada más lejos de mi intención que dar una relación completa de las plan-tas canarias. Durante mi estancia en las islas, com-prendí lo que me contaron de un sabio botánico que había estado acopiando materiales durante cuatro años para hacer un catálogo completo de la flora de las Canarias, y que aún no había concluido su tra-bajo. Creo que, para empezar, la Euphorbin < luuui< luUuim sh, una de las plantas más típicas y ornamentales del acantilado, merece ser la primera en captar nuestro interés. Los grandes grupos de esta " planta candela-bro", como la han bautizado los ingleses ( o wd611, wmo se conoce en Canarias) son tan caracteristicos, que siempre estarán asociados en mi mente a los pre-cipicios de Tenerife. Sus grandes columnas acanala-das pueden alcanzar alturas de hasta 3 y 4 metros, TENERIFE 63 sin contar las hojas, luciendo en lo alto una flor rojiza o un fmto, y teniendo espinas de aspecto ame-nazante en las aristas de sus robustas ramas. Al hacer una incisión en una de estas con un cuchillo, brota una savia pegajosa y de aspecto lechoso que si bien, en realidad, no es venenosa, sí es irritante. Dice una tradición que los guanches la utilizaban para atontar a los peces, pero no pude averiguar cómo lo hacían. La vegetación del acantilado presenta, como caracten'stica que no puede dejar de llamar la aten-ción, el tenue color gris azulado de casi todas sus plantas. Las chumberas, nombre común aplicado tanto a la Opuntia diUemii como a la Opuntia coc-cinelliera - que parece haber sido introducida espe-cialmente para el cultivo de la cochinilla, y que ha quedado sin otra aplicación- las cerrajas ( Sonchus), las yerbas punteras ( K[ eim'as), las manzanillas ( Artemisias), y casi todas las plantas suculentas tie nen color gris verdoso, que contrasta bellamente con el fondo oscuro de las rocas. Estas, cortadas a pico bajo La Paz, son bellisimas, tanto por su formación como por su colorido; por unas partes, son de oscuro color rojo ladrillo, debido a una acumulación de ocre amarillo, y, por otras, de ion0 amadlo leo-nado. Las cuevas originadas en las rocas volcánicas 64 LAS ISLAS CANARIAS por los embates del mar son tan profundas que se han convertido en viviendas. Se ve más de una fami-lia que, con todos sus bienes y enseres, se han acomodado en aquellos huecos, y allí viven al a u t h tico aire libre, sin impuestos sobre las viviendas ni gastos de mantenimiento. A mano, tienen el mejor suministro de agua potable, tomada del manantial que brota de la propia roca y que surte a todo el pueblo. Cuando me dijeron que uno de los habitan-tes & estas cuevas era un loco inofensivo, pensé que no debla ser tan loco como podía parecer, al rewr-dar las mal ventiladas y malolientes chozas habitadas por la mayoría de los pobres. La yerba puntera, Seoecio Kieinia, o Kieinia neri-folia, arbusto de un metro y medio de alto, tiene el aspecto de un pequeño drago, con sus ramas coro-nadas de ramilletes de hojas verdeandadas. El balo, Píocama pendul?, con su forma ligeramente colgante y de bonito color verde, wnuasta, de manera encan-tadora, con los macizos de Euphorbias y Kleinias; éstas ires, tan típicas de la vegetación del acantilado, son, probablemente, las primeras en captar la aten-ción de los excursionistas. La Artemisia cananemis ( la manzanilla canaria), es fácilmente reconocible por sus hojas blanquecinas y su fortísimo aroma, poco TENERIFE 65 agradable cuando se estruja. El espliego autóctono y algunas variedades de crisantemos, probables as-cendientes de la llamada " margarita de París", arti-ficialmente obtenida, son especies comunes; pero, en marzo y abril, es posible enconira otros muchos e interesantes tesoros cuando florecen entre las rom, al alcance de la mano, y coger puñados de flores y ramas de arbustos probablemente desconocidos para un viajero de climas nórdicos. A su lado, en una húmeda y umbrosa grieta del terreno, anidando a la sombra de las rocas que los protegen de las salpica-duras del agua salada, pueden verse unos hermosos ejemplares de uña de caballo, Cineraria tussiIa& is, con todos los matices del color lila, mucho más bellos que los híbridos cultivados. En un hueco inac-cesible, se entremezclaban wn unos ranúndos ama-rillos y, muy cerca, había muchas cerrajas con sus vistosas flores del mismo color. En algunas de las inclinadas peñas - demasiado inclinadas, por suerte, como para permitir la incesante invasión de las pla-taneras- los esbeltos vástagos de las flores de las pitas, Agave & ida, elevan al aire, hasta seis metros de altura, sus orgullosas cabezas. Son los restos de una plantación con la que se pretehdía poner en explotación la fibra de las hojas. Esta variedad es la 66 LAS ISLAS CANARIAS . verdadera Sisal de las Bahamas, botánicamente cono-cida como variedad sisalana. Se puede comprender la rapidez de su desarrollo y de su proliferación si se sabe que crece mis rápidamente cuando alcanza su madurez para florecer, y que pueden nacer dos mil nuevas plantas de un solo ejemplar. La explotación de la fibra quedó abandonada, como otros muchos experimentos agrícolas en Teuerife; pero me han dicho que están haciendo algunos intentos de Uevarla a cabo en la Anda isla de Lanzarote. Enae las peñas, junto a las euforbias y las chum-beras, se encuentran, despeidigados, muchos ejempla-res de suculentas, tales como la banilla, salsola oppo-sitae folia, el azaigo, Ruba fruticosa, una pequeña Mimomería de flores blancas, Spergulana hbnata, cuyas vistosas flores malva podrían ser consideradas una valiosísima novedad en cualquier rocalla inglesa, y el taginaste, Echium violaceum, de color violeta d o , pl anta que se considera hierba mala en Aus-tralia, donde la semilla se introdujo, quid, por azar. Muchas veces he pensado, al errar por esta rocalla natural, en las enseñanzas que podrían obtenerse en Inglaterra estudiando las formaciones rocosas antes de confeccionar esas tristes imitaciones de la Natu-raleza que conducen a lamentables adefesios, no sólo TENERIFE 67 por lo que desagradan al contemplarlos sino, tam-bién, porque no se proporciona a las plantas el ambiente adecuado al intentar cultivarlas. Las personas de cabeza firme, a las que no importe exponerse por las esbrechas y pendientes vers das, pueden deslizarse bajando hasta los arrecifes y, cuando la pleamar salpique hasta el acantilado, se encontrarán sumergidas en una niebla de blanca Ilo-vizna, sorprendiéndose de que las plantas puedan vivir bajo esta lluvia saiina. La pequeíia Statice pec-tinata crece y florece en semejante ambiente y nos renierda que, en Ingiatemi, se llaman " lavandas mari-nas" porque la variedad inglesa, S. Limonium, vive en las marismas. Fninkenia encifolia, de minúsculas florecitas, parecida al brezo, vive también bajo este rocío. Como, con frecuencia, en nuesiro deambular sin rumbo fijo, pasamos por grandes fincas totalmente dedicadas al cuitivo del plátano, puede ser interesante decir algo sobre esta muy lucrativa actividad. Yo solía salir a mi antojo para contemplar los desmontes de terrenos que estaban siendo cruelmente desposei-dos de su natural vegetacih sc talaban higueras vi* jas, nudosas y retorcidas, y cuadrilha de obreros se dedicaban a roturar el suelo para cultivarlo. Muy a 68 LAS ISLAS CANARIAS menudo, se retiraba la tierra que cubria La superticie, sustituyéndola por la de abajo; pero, al parecer, el sis-tema variaba según la naturaleza del suelo. Se construían muros para proteger las plantas o hacer terrazas, y para dar al terreno la pendiente precisa con el fin de que llegara el agua de riego por atar-jeas de hormigón. Es, pues, muy fuerte la inversión necesk para hacer la tierra cultivable; pero, enton-ces, el resultado obtenido compensaba de sobra los sueños más ambiciosos. Ahora, un buen terreno de regadío produce unas 100 libras esterlinas por hec-tárea y año - por supuesto, me han hablado de ren-dimientos de basta 150 libras que, aunque pueden ser ciertos, son excepcionales. Pero, posiblemente, no hay otrb lugar en el mundo donde la tierra de labor M& tanto. El terreno de secano, aun siendo bueno, sólo produce de 10 a 12 libras por hectárea y año; y, aunque nunca pude averiguar el coste exacto del agua de riego, éste es, sin duda, muy alto, de modo que no toda la ganancia es para el propietario de la tierra. La vida productiva de un platanar varía entre los doce y los catorce años, pero no se obtiene beneficio alguno durante los primeros dieciocho meses, si no es sembrando patatas entre las nuevas plataneras o, TENERIFE 69 más bien, manteniendo el cultivo de viejos plantones que retoñarin dando su fruto. Estas plantas se cor-tan dejando, por regla general, sólo tres vástagos de cada una, que darán nuevos frutos al cabo de nueve o diez meses. Una hectárea de terreno, en plena pro ducción, viene a dar unos 10.000 racimos que, ya empaquetados para la exportación, se cotizan a unos 4 chelines cada uno. Una buena parte del trabajo en las plataneras es realizado por mujeres que forman largas fdas hasta los salones de empaquetado, Uevando sobre sus cabe-zas inmensos racimos de los verdes fmtos. Descalzas, vigorosas, muchachas bonitas muchas de ellas, cantan una melopea, con voces curiosamente graves, mien-tras recorren, espléndidamente erectas, su camino. Por desgracia, su canto se interrumpe bruscamente en cuanto ven a un extranjero. Entonces, se cambia por un coro de peni, peni, peni, a voces cada vez más altas si no se les hace oso, que se convierten en un. Uoriqueo pidiendo una pem'ta, y acompaiiándolo, a veces, de una Uuvia de piedras. Los extranjeros se quejan, amargamente, de este pordioseo, pero ellos mismos lo han estimulado tirando dinero a los chi-quillos que encuentran por las carreteras, o cuando lanzan una lluvia de monedas a una muchedumbre 70 LAS ISLAS CANARIAS de goüiflos, en gracia a sus ojos negros y a las lindas caritas que muchos de ellos tienen, por lo que no sor-prende que estd creandose una casta cuyo primario instinto les lleva a mendii. Estoy segura de que, a menudo, peni es la primera palabra que se enseña a algunos niños. Los salones de empaquetado de los fmtos cons-tituyen, tambien, una mancha en el paisaje; a veces, son grandes y disformes cobertizos unidos a las que, en otros tiempos, fueron residencias veraniegas de algunas antiguas familias españolas, donde multitud de hombres, mujeres y muchachas jóvenes empaque-tan los racimos de plátanos que se embarcan a milla-res o decenas e, incluso, centenares de millares, en guacales de. madera. Viendo la intnminable caravana de carros que, tirados por bueyes enormes, se diri-gían al muelle, yo imaginaba la llegada de un barco, con todo su cargamento, a Inglaterra. Con frecuen-cia, me preguntaba cómo sería posible hallar un tan ilimitado mercado consumidor de platanos, teniendo en menta que Gran Canana exporta tanto como Tenerife y que, además, tienen con Jamaica un for-midable competidor. Hay que esperar que no se sature el mercado, y no caigan los precios; que no ataque una plaga a las plantas, y que las islas no vuelvan a sufrir una mina como la que siguió al auge de la cochinilla. Se dice que los plátanos h n introducidos en Canarias desde el Golfo de Guinea pero & e no es su verdadero origen, y nadie sabe cómo llegaron desde el Lejano Oriente. Desde Cana-rias, pasaron a las Indias Occidentales y, desde allí, a la Amética Central. Femández de Oviedo, autor de la " Historia Natural de las Indias Occidentales", dice haber visto pliitanos en 1520, en el huerto de un monasterio de Las Palmas. El nombre botánico del banano, Musa sapientwn, le fue aplicado por la crecncia de que era el fmto del Árbol del Bien y del Mal. La variedad que ahora se cultiva es la Musa Cavendishü, la menos tropical y la más adaptada a los climas templados. Localmente se llama plátano por cormpción del nombre original inglés, plantaio, con el que es conocido en Oriente. Aunque esta planta se menciona en las islas desde hace casi cna-tro siglos, no se cultivó mientras no se comenzó a alumbrar en las montañas suficiente agua, tan nece-saria para esta explotación. Algunos residentes - según pude observar, los que no tienen platana-res- lamentan que el exceso de riegos haya hecho más húmedo el clima de La Orotava; pero, si este cnltivo ha motivado un cambio de clima, también ha 72 LAS ISLAS CANARIAS dado lugar a una evolución en las propiedades de agridtores y terratenientes, y muchos hombres emprendedores que, hace unos años, trabajaban wmo medianero6 y se wnfonnaban wn sus cosechas de patatas o tomates, han amasado, poco a poco, considerables fortunas. Un medkero es una especie de s e ~ d oqru e 4- tiva la tierra a cambio de una parte de las ganancias. El contrato entre el propietario y el medianero es muy diferente según se acuerde, y el sistema es m8s bien complicado; pero, por regla general, aquél pro-porciona a este vivienda gratuita, paga la mitad de las semilias de cereales, patatas o verduras, pero no el coste de la labranza, y los resultados de la c d a se reparten por igual. A veces, especialmente en el caso del cultivo del plitano, el propietario paga la mitad de los gastos de la plantación, de la recolei-ción y del envío al mercado, pero no los intermedios del cultivo. El terrateniente aporta el importantísimo suministro de agua, pero el trabajo del riego corres-ponde al medianero, que también paga una parte de los impuestos. Asimismo, se comparte la pdrdida de la cosecha por plaga o por mal tiempo. b parte complicada del sistema, que en ciertos aspectos parece bueno, se refiere al reparto de las ganancias porque, o bien se da como cierta la honradez del medianero, o hay que apelar a un mediador a la hora de recoger la cosecha, para procurar que el propietario reciba su verdadera media. A una mayor altitud, de 250 a 300 metros por debajo de Santa Úrsula, pueblo justamente célebre por sus gmpos de palmeras canarias, hay una extensa propiedad, basta ahora baldía por falta de agua bastante para su cultivo. Junto a la vegetación natural que resiste la sequía veraniega, el propietario ha reunido toda una colección de plantas de secano, entre las que hay algunas autóctonas de Australia. El zarzo dorado parecía hallarse en su ambiente, aun-que los árboles aiin no habían alcanzado la altura que tendrían en su país de origen. Unos bosquecillos de Eucalptus Lechmami, con sus cnnosos botones velludos, daban una agradable sombra y se ensayaba el cultivo de hierbas nativas de Austnilia, con la intención de aclimatarlas como plantas fomjeras. El pedregoso terreno estaba cubierto de Qstus mons-polieasir, muy semejante a la variedad florentina, tan apreciada en Inglaterra. Sus blancos capullos cnbrian los arbustos. Muchas de las plantas eran las mismas del acantilado de abajo, pero a mí me interesó mucho el hallazgo de la correhuela, Convolvulus s o 74 LAS ISLAS CANARIAS parius, desarrollándose en su medio natural. Se parece tanto a la retama, que podría ser fácilmente confundida con ella; los naturales la llaman le& noel o palo de rosa, pero la flor es wmo una wnvolwlus en miniatura creciendo a lo largo de los tallos. Tanto ésta como Convolvulus flonárus se conocen en las islas como " palo de rosa canario" e iscopdus va escaseando debido a la búsqueda de sus raíces que producen un aceite por destilaci6n. El Dr. MOII¡ S, de Kew, sentía una gran admiración por C. floridus y describe el guadin, que es su nombre local, como " una planta de lo más atractivo. Al florecer, parece cubrirse de nieve reén caída. Se trata de una de las plantas nativas que más despiertan la admiración de los naturales de las islas". Se podía ver muchas siem-previvas, S e m p e ~ . y~, e, nt re ellas, la ninosísima S. Lindleyi Sus hojas carnosas y transparentes se pre-sentan en gmpos, y reciben el nombre local, y muy oportuno, de uvas de guanc6e. La pequeña Sqüa m-difoiium crece por todas partes. Uno podría pasarse días enteros acopiando maravillas. Yo me vi ante la disyuntiva de admirar las esplhdidas vistas que se disfmtan desde aquella altura, o intentar ampliar algo mi más que insuficiente conocimiento de las plantas autóctonas. Junto a la casa, había un cantero TENERIFE 75 donde se cultivaban las dos más ornamentales varie-dades nativas de retama, la Genista rhodonhizoides y la Cytisus fitipes, que deberían ser mis cultivadas, con flores blancas muy olorosas. La primera, se parece mucho a la variedad monqama, muy exten-dida por la costa mediterránea. También se veían espléndidos ejemplares de la realmente autóctona Statice arborea que, durante muchos años, dio lugar a diferencias de opiniones entre los botánicos. Esta variedad se perdió por largo tiempo; se confundió un híbrido de arborea y de macrophyUa wn la auténtica variedad, que se creyó extinguida. Parece que el primero que encontró esta planta en Tenerife fue Francis Messon, cuando, en 1778, estuvo de paso hacia El Cabo, describiendo el lugar del hallazgo wmo " una roca en el mar, frente a la fuente que surte de agua al Puerto de La Oro-tava". Estas row eran las que forman la Cueva del Burgado, al Este de la Rambla de Castro, y alií fue donde Berthelot y Webb encontraron, nuevamente, esta variedad, en 1829, describiéndola, en su admi-rable " Histoire Natnrelle des Isles Canaries". Antes de esta fecha, Broussonet, otro botánico francés, había " descubierto" la planta a poca distancia de allí, en Daute, cerca de Garachico. Mas tarde, des- 76 LAS ISLAS CANARIAS apareció totalmente de las rocas del Burgado debido, probablemente, a la acción destructiva de las cabras, siendo redescubierta en Daute, hace unos aiios, gracias al esfuerzo y la tenacidad del Dr. Jorge Pérez. Como había oído hablar de las plantas que viven en rocas inaccesibles, contrató a un pastor para que le proporcionase muestras. Éste tiraba de las plantas mediante cuerdas provistas de ganchos, logrando ejemplares que se habían conservado gra-cias a que, por su situación, no estaban al alcance de las cabras. Así fue rescatada la Statice arborea, que ha vuelto a ser cultivada y es una de las plantas más ornamentales que se pueda ver en los jardines. Sus flores, de oscuro color rojo púrpura, se mantienen lozanas durante semanas, y lucen tanto que incluso una sola planta parece dar colorido a todo un jardín. Las statices endémicas en las distintas islas forman una larguisima lista; son todas ellas ornamentales, y pmehan el hecho, que ya he mencionado, de las áreas, extremadamente reducidas, en las que se encuentran muchas plantas nativas. La auténtica Sta-tice macrophylla, es otra vistosa especie, que sólo eqcuentra su ambiente adecuado en un pequeña zona de la costa nordeste de Tenerife. Statice htescens es muy semejante a Statice arborea, pero de estatura TENERIFE 77 mucho menor; su ambiente propio parece hallarse - o haberse hallado- en el promontorio rocoso de El Fraile, en el extremo occidental de la misma irla. En 1907, y en una solitaria y alta roca, conocida como Tabucho, cerca de Masca, también en la costa occidental, apareció una nueva variedad que, al prin-cipio, pareció tratarse de Preauxii pero que, luego, resultó ser totalmente nwa, rwibieudo el nombre de Statice Pena?, por el Dr. Pérez que la descubrió y envió la muestra a Kew. La isla de La Gomera contribuye a esta relación con la S. bm. wiwToiia, de abundantes flores azules, con sus elevados tallos que facilitan su identificación, y de Lamote procede la S. puberula, una variedad más pequeña y de diferentes colores. Estas son las statices en cultivo más conocidas, aunque hay otras muchas variedades menos interesantes. En Santa firsula, también se interesaban mucho por los Echiums, otras plantas canarias. El primer puesto corresponde al taginaste, Echium simplex, generalmente conocido como '' orgullo de Tenenfe", que da una inmensa espiga de flores blancas y, des-pués de este supremo esfuerzo, muere, como el áloe. Por suerte, la semilla germina libremente. De la isla de La Palma, hahíí Uevado semillas de Ec6ium phi- 78 LAS ISLAS CANARIAS nana de las que según se dice, brotaron tallos de hasta 3 ó 4 metros de alto y, aunque las plantas s610 duraron un año, parece que estuvieron a punto de florecer. E. auben'anum, de flores azules, ha encon-trado su ambiente, wmo muchos statices, en lugares casi inaccesibles, entre las rocas de la Fortaleza, a unos 2.000 metros de altitud, cerca de Las Caüadas. De las paredes colgaban macizos de Lotus Ber-thelotii, una de las plantas nativas que más admiro. Sus largas ramas, con hojas de color gris claro, cnel-gan en guirnaldas y, en primavera, dan flores rojo oscuro. La planta es conocida como " pico de paloma"; a mi me pareció que el nombre botánico le ha sido dado al azar, porque no lo encuentro ade mado. Se trata de otra planta de origen deswnocido. Parece que procedía de una reducida zona wmpren-dida entre La Orotava y La Florida pero, durante años, los botáuiws la han buscado por alií infnictuc-samente. Una variedad ligeramente diferente se enwn-tró en El Pinar, por encima de Arico, pero tambih ha desaparecido. TENERIFE ( Continuación) Al este de La Orotava, hay una zona donde, en tiempos pasados, los antiguos españoles edificaron sus residencias veraniegas para huir del calor y de la tierra del pueblo. Entonces, los viñedos y los maiza-les ocupaban los terrenos de los actuales platanares y huertas de patatas, y ahora es posible ver, en las cercanias, los antiguos lagares, con sus añosas vigas de madera de pinos nativos. Estas prensas llevan largo tiempo ociosas y calladas, porque una plaga asolb los wiedos hace unos cincuenta años, y ya no se almacena el " CaBiuy sack" en las amplias bodegas de aquellas casonas. Uno de estos antiguos edificios fue nuestra vivienda provisional, por lo que se me ha de perdc-nar que lo mencione en primer lugar. A él se llega, 80 LAS ISLAS CANAIUAS desde el Puerto, por un pedregoso y pendiente camino, bordeado de plátanos de sombra y grupos de adelfas, terminando en el llano donde se alza la casona de La Paz. Guarda la entrada la capiilita de San Amaro desde donde, una vez al año, el fuerte tintineo de la campana convoca a los trabajadores para asistir a la misa y para acompañar al santo en la procesión, entre incienso y cohetes, siguiendo la larga avenida de cipreses, y asomándose a la orilla de la terraza, sobre el mar. Dos gigantescos cipreses guardan el paso, como centinelas, a cada lado de una desteñida verja de madera. A través de ésta, puede verse, a un lado, una fh de vistosas flores de pascua, destacando su llamativo color rojo sobre un bajo seto de arrayanes y, al otro lado, el alto muro del jardín cubierto de enredaderas color naranja. Transversalmente, y con-duciendo a la entrada de la casa, se abre una larga avenida bordeada de cipreses, afiados como lanzas, que se a h n sobre otro seto de anayanes, cuyos tron-cos dan fe de su enorme vejez. Un tramo de bajos peldaiios lleva al patio exterior al que sigue otro, tarnbih guardado por una despintada puerta verde. En éste, las flores se prodigan en brillante desorden, destacándose los setos de boj que bordean los pavi- TENERIFE 81 mentados paseos. Al fondo de una terraza enlosada está la " Casa de La Paz", asomada sobre el Atlán-tico. Desde la sólida puerta de niarterones se disfmta de una despejada vista a lo largo de la recta avenida y, abajo, se divisa el undoso y deslumbrante océano. Sobre la puerta hay un escudo de armas patinado por el tiempo y encimado por una pieza verde claro de madera tallada, en la que campea una divisa en latúi: HIC EST REQUIES MEA, porque a esta casa de reposo venía su primer propietario para descansar de su trabajo en la villa. Parece saberse muy poco de la historia de La Paz, pero se considera bastante probable que haya sido construida por una familia irlandesa, de nombre Walsh, que emigró a las Canarias, con muchos de sus compatriotas, después del asedio de Limerick, y, en el Puerto, en la iglesia de Nuestra Señora de la Peña de Francia, se conserva la tumba de Bernard Walsh, fallecido en 1721, en la que puede vene un escudo idéntico al de la puerta de La Paz. La familia que, sin duda, emprendió negocios en el pueblo, debe haber considerado inconveniente su apellido extranjero, cambiándolo por Valois, porque Bernard Walsh aparece mencionado en viejos documentos con 82 LAS ISLAS CANARIAS su nuevo apellido wmo alias. Las dos familias irlan-desas de Walsh y Cologan se enlazaron, reiterada-mente, por matrimonios, y la propiedad pasó a perte necer a los Cologan, que recibieron el título espaiiol de marqueses de la Candia. La Paz pertenece aun a esta familia, aunque hace muchos anos que se han ausentado de allí, hasta el punto de que el actual propietario, que vive en la Península, nunca ha sido visto en esta propiedad. Se dice que Humboldt pasó unos días, como hdsped, en La Paz, lo que ha dado lugar a que muchos alemanes la Uamen " la quinta de Humboldt" e, incluso, Ueguen a decir que fue wnstruida por él, aunque el célebre viajero sólo hizo una ripida visita de cuatro días a La Orotava; en 1799. Del relato de su visita, que figura en sus memorias, resulta dudoso si residió en La Paz o en la casa & la familia Colo-gan, en La Orotava. Aludiendo a su corta estancia, observa: " Es imposible hablar de La Orotava sin mencionar, recordando a los amigos de las Canarias, a don Bemardo Cologan, cuyo hogar ha estado siem-pre abierto a los viajeros de cualquier nación. Nos habría gustado residir durante más tiempo en la casa de don Bernardo, y haber visitado con 61 el encan-tador paraje de San Juan de la Rambla; pero, en un viaje como el nuestro, se dispone de poco tiempo para el ocio. Continuamente apremiados por el temor de no alcanzar los objetivos de cada día, vivimos en perpetua dificultad...". Más adelante, dice: " La familia de don Cologan ( sk) tiene una osa de campo, que ya he mencionado, cerca de la costa. Esta casa, llamada La Paz, está relacionada con una circunstancia que la ha hecho especialmente intere-sante para nosotros: M. le Borde, cuya muerte lamento, residió allí durante su última visita a las islas Canarias para determinar la altura del Teide". La casa no tiene pretensiones de belleza arquitectó-nica, pero si disfmta de ese aire de paz y dignidad que el paso del tiempo otorga a muchos edificios de dimensiones mucho menos imponentes que las de otros próximos. Por una corta escalinata, a un lado de la casa, se baja al jardín vallado, una plazoleta rodeada y atra-vesada por emparrados que forman otras cuatro pla-zoletas. Un inmenso pino acoge, en el centro de una de ellas, a una fuente redonda donde papiros y aros de Etiopía brindan un buen refugio a unas diminutas ranas verdes. En estos viejos jardines españoles, hay algo que debería ser copiado en otros lugares; se trata de unas pocetas hechas de dobles paredes de 84 LAS ISLAS CANARIAS cemento, de poca altura y de unos seis o siete cen-trmetros de espesor, a las que llaman " poyos", y que contienen bonitos arriates de plantas tales como geranios, verbenas, albeiíes, claveles, amapolas, y los colgantes " picos de paloma". Todas ellas lucen extraordinariamente de esta forma y, en un nivel más bajo, se extiende un banw a todo lo largo del poyo. Los sembrados están rodeados de olorosos geranios, salvia de hojas blanquecinas, junto a tomillo y boj, en setos cuidadosamente recortados. Es lamentable ver que algunas partes del jardín han sido dedicadas a cultivos más provechosos que el de las flores: una plantación de patatas se alterna, en el verano, con otra de maíz pero aun queda una buena cantidad de árboles, arbustos, enredaderas y plantas ornamenta-les. La vistosa Bignonia vetusta, de color naranja, cubre una buena parte de la pérgola, cuelga por los muros, y trepa hasta el tejado de una de las alas de la casa. En verano, una stephanotis blanca le disputa su dominio e invade lo alto de un cobertizo, perfu-mando el aire con su delicioso aroma. Entre otras plantas aromáticas, estaban los estramonios cuyas grandes trompetas exhalan su períiume singularmente de noche, y, al comienzo de la primavera, las exce-lentes florecitas blancas de la esailace trepadora, de olor tan parecido al del azahar que puede ser fácil-mente confundido con él. Los geranios olorosos cre-cen por todas partes, y los beliotropos, los guisantes de olor y los alhelíes contribuyen a la fragancia del jardín. La finca tiene muchos ejemplares de palmeras, demasiados, quizá, en perjuicio de las flores, porque, al parecer, sus raíces envenenan el terreno; los hibis-cos, los pinospom y una larga lista de los árboles más comunes en los jardines subtropicales están bien ambientados, pero el árbol más admirado era un venerable ejemplar de olivo, que vi&? junto a un bos quecillo $ e plumosos bambúes gigantes. El paseo de los cipreses lleva a una amplia terraza que se asoma sobre el mar a tanta altuni que da vértigo; abajo, las olas baten wnha el acantilado, pero el agua salada parece no afectar a la bella vege-tación, pues allí se desarrollan macizos de euforbias y kieiuias que se han mantenido a lo largo de los años, haciendo frente a las temperaturas de los invier-nos, cuando olas enormes se estrellan contra las rocas. A la izquierda, se extiende el Puerto y, enfrente, es posible divisar, en los dias claros, la isla de La Palma, emergiendo de su manto de nubes; durante muchas puestas de sol, el pueblo se bafía en 86 LAS ISLAS CANARIAS una niebla rosa páiido, reviviendo la v$ a leyenda de que, en tiempos remotos, los navegantes Uamaban Puerto de Oro o Casa de Oro al portemelo pes-quero, nombre éste último que antes aplicaban al Pico porque, en cada atardecer, el sol poniente tiñe de oro pálido su nevada cumbre. A la derecha, la quebrada costa se alarga en la lejanía, y las montañas se elevan sobre los caseríos que, iluminados, a su vez, por el sol poniente y besa-dos por sus Últimos rayos, se visten de wlor rosa; pero, cuando la bola de fuego se sume en el mar, surgen las sombras, desaparece, en un Uistante, la luz de esta tierra que no conoce los crepúsculos, y se apodera de ella el frío gris de la noche. Justamente detrás de La Paz, está el Jardín BotB-nico, que debe su existencia al marqu6s de Nava quien, en 1795 y a sus expensas, emprendió la expla-nación de la wlina de Durazno, preparandola para recibir los tesoros botánicos de otros climas. Aunque, con frecuencia, hay quien se queja por su lejania de la Uamada " colonia inglesa", el lugar fue bien esco-gido, porque la tierra de esta parte del barraofio, que lo separa de la lava volcánica, es, sin duda, más f6r-ti1 y, siendo más wmpacta y más profunda, resulta menos propicia a plagas y enfermedades, calamidades que amenazan a los jardines creados sobre suelos más ligeros y más secos, por no disponer de riego suficiente. En este jardín se coleccionan plantas de todos los lugares del mundo, pero se necesitan nue-vos terrenos porque, lamentablemente, los inmensos árboles y los arbustos hacen muy dificil el cultivo de flores. Humboldt estimulaba la creaci6n de estos jar-dines para introducir plantas procedentes de Asia, Kfnca y Sudaménca, señalando que: " En tiempos más dichosos, cuando las guerras navales no inte-rnunpían, por tan largo tiempo, las comunicaciones, el Jardín de Tenerse resultaba extraordinariamente útil en relación con la enorme cantidad de plantas enviadas desde las Indias a Europa; con frecuencia, muchas morían antes de llegar a nuestras costas, debido a la duración de la travesía durante la mal respiraban un aire saturado de agua salada. Estas plantas podían hallar en La Orotava el clima y los cuidados necesarios para su consemción; en Durazno, crecen, al aire libre, los Protea, los F'ri-dium, los Jambos, la chirimoya del Perú, la sensitiva y la Heliconia." Sería imposible dar una lista de todos los Brboles y plantas, pero quien tenga curiosidad puede dispo-ner del excelente catálogo redactado por el Dr. 88 LAS ISLAS CANARIAS Monis, de Kew, que se interesó mucho por este Jar-dín durante su visita a las islas, en 1895. El Jardín cayó, durante años, en un penoso estado de aban-dono pero se ha recuperado, con una nueva direc-ción, hasta volver a alcanzar su antiguo esplendor. Entre las principales galas del Jardín figuran los beiü-simos ejemplares de pinos nativos, Pynus canarimsis, un inmenso Fims nitida, que es uno de los mejores árboles de sombra, y los viajeros de los trópicos encontrarán allí un viejo amigo en el Ravenala mada-gasm'ensti, el " árbol del viajero", que siempre tiene agua en el hueco de sus hojas. Carretera arriba, se encuentra la finca de San Bar-tolom&. Ahora, su terreno está totalmente dedicado al cultivo del plátano; la casa está dejada en manos de un medianero, y el jardín no es más que un recuerdo de pasadas glorias. En el patio de la casa habíí un burro atado bajo una buganvilla púrpura, y unos altos cipreses parecían lamentar la decadencia de las cosas. En la capilla, todavía se celebra una misa cada díí, pero me dijeron que la casa no se abre desde hace siete años. En el jardín, han crecido sin cuidados los setos de arrayanes, los jazmines se han convertido en una inmensa maraña, y los poyos, TENERIFE 89 que en otros tiempos estuvieron llenos de plantas, están desmoronándose hasta casi desaparecer. Cerca de allí está El Ciprés, antigua casa de campo famosa por sus espléndidos cipreses, que nunca faltaban en los viejos jardines españoles y que, ahora, por desgracia, parece que ya no se plantan. Esta casa ha sido transformada en pensión y, así, también se ha esfumado su gloria. La fmca El Drago ha tenido más suerte, porque ha sido rescatada de manos extrañas, y la abundancia de enredaderas, especialmente el jaztnln azul, Plumbago capemis, que, en otoño, luce un completo dosel de pálidas flores, se extiende sobre las pérgolas que, junto con los espléndidos árboles, sirven de puntos de referencia en el paisaje. Una tarde, me aventuré unos kilómetros más allá, por otro desierto jardín no del todo descuidado por-que, según me dijeron, el dueño de la casa pasa allí unas semanas cada verano. Se veía que había sido trazado inicialmente con mucho esmero y no al azar, wmo sucede en otros muchos jardines; además, supe que había sido planif~ cado por un jardinero portu-gués, y reconocí que los pequeños canteros, con sus bien cortados setos de boj, y los macizos de romero y brezo, aunque algo descuidados, permitían ve^ que, 90 LAS ISLAS CANARIAS en tiempos pasados, habían sido rewrtados al estilo de los buenos jardines lusos. Los muros del jardín y los bancos de cemento, con encantadores dibujos, conservaban huellas de pinturas al fresco de delicio-sos colores, y unos azulejos de color verde pálido cubrían las paredes de la fuente en la que crecían papiros, aros y ñames. La casa, cuyo tejado estaba materialmente cubierto de vistaria, estaba rodeada por una balwnada cuyas paredes estuvieron pintadas pero que, ahora, desdichadamente, han quedado des-truidas por los bultos de plátanos empaquetados. Los únicos habitantes del jardín parecían ser una pareja de pavos reales; a la vista de una intrusa, el macho abrió su cola y dio unos pasos por la terraza, como para hacer los honores de la mansión. Los lugares que antes estuvieron llenos de begonias, azucenas, geranios y toda clase de bellas plantas, están ahora excesivamente sombreados por grandes árboles. Me gustaría que este jardín recuperase su antiguo esplen-dor. Al om lado del ancho barranw, están San Anto-nio y el Sitio del Pardo, antiguas casas construidas antes de que comemara a desarrollarse la villa y apa-recieran nuevos edificios en la parte occidental. Hace unos años, se inició la conbtmcción de una nueva TENERIFE 91 carretera a través del barranco para enlazar con la del Puerto; pero se dejó sin acabar incluso después de haber construido un puente, porque el dueño de una pequeña parcela de terreno se negó a vender o a permitir el paso por su propiedad. Así, sigue la " carretera cortada" porque, al buen estilo español, nadie se había tomado la molestja de averiguar si se disponía del terreno antes de wmenzar la obra; y el tráfico para el Puerto sigue teniendo que hacer, len-tamente, un supetiiuo rodeo de varios kilómetros. El Sitio es otra de las antiguas casas visitadas por Humboldt, cuando asistió a una fiesta campestre, la víspera de San Juan, en el jardín cuyo primer pro-pietaio parece haber sido Mr. Little. Humboldt dice: " Aquel caballero, que prestó un gran servicio a las Canarias durante la última hambmna, ha cultivado una colina cubierta de materias volcánicas. En aquel delicioso lugar, creó un jardín inglés desde el que se disfmta de una magdúca vista del Piw, de los pue-blos diseminados a lo largo de la costa y de la isla de La Palma, rodeada de una vasta extensión del Atlántico. Yo soy incapaz de comparar este pano-rama wn ningún otro, si no es con los de las babías de GCnova y de Nápoles; pero La Orotava es muy superior, por la magnitud de las masas y por la 92 LAS ISLAS CANARIAS riqueza de la vegetación. Al comienzo de la tarde, la falda del volcan mostró el más repentino y extraor-dinario de los espectáculos: los pastores, siguiendo una antigua costumbre, sin duda española y de la más remota antigüedad, habían encendido las hogue-ras de San Juan. Las esparcidas lumbres y las wlum-nas de humo, llevadas por el viento, formaban un bello contraste con el oscuro verdor del bosque que cubría las laderas del Pico. Voces de júbilo, que v e ~ a nde lejos, eran los únicos sonidos que rompían el silencio de la naturaleza en aquellos solitaios para-jes..' El Sitio es también muy conocido por la casa en la que estableció su cuartel general Miss North, cuando visitó Tenerife e hizo su colección de dibujos de plantas de los jardines canarios, que ahora está en el museo de Kew. Miss Nortb parece haberlo pasado muy bien aüí y, en su libro " Recollections", describe este jardín de la manera siguiente: " AlU hay arrayanes de hasta tres, y tres y medio metros de alto, y buganvillas que trepan por los cipreses ( MIS. Smith, entonces dueña del jardín, se quejaba por lo que aquéllas ensuciaban), y unas m-cenas de largas flores eran tan altas como yo. El suelo estaba blanco, cubierto de pétalos de azahar de naranjos y limoneros; los enormes Cherokee rosados ( Rosa laevigata), cubrían una gran barraca con sus hermosas flores. Jamás aspiré aroma más dulce que el de las rosas de aquel jardín. Sobre todo, la vista de la nevada cumbre del Pico, a la salida y a la puesta del sol, es del máximo esplendor, p m aun es más deslumbrante a la luz de la luna. Desde el jar-dín, podía dar algunos paseos basta las colinas de lava sobre las que Mr. Smith había logrado reimplan-m la vegetación natural de la isla. Magnííicos aloes, cactus, euforbias, cinerarias, vanos brezos y otras plantas típicas alcanzaron su máximo desarrollo. Los eucaliptos se plantaron en la parte alta y se dieron bien, con sus desgarradas cortezas colgando, y rodea-dos de trozos de ellas. Yo apenas hacía una salida sin encontrar algo que pintar, y gozaba de la vida, en la paz más perfecta, y de una completa felicidad, confortada, cada día, por el afecto de mis buenos amigos." Esta propiedad ha tenido la suerte de pasar a otras manos que aun la aprecian, y los pBrrafos ante-riores, aunque escritos hace muchos años, siguen siendo una excelente descripción del jardín. San Antonio no ha sido tan afortunado. Su jar-din fue, durante muchos años, el orgullo de La Or* 94 LAS ISLAS CANARIAS tava. En la parte explanada frente a la casa, había plantas y árboles originarios de todas las partes del mundo; pero, cuando lo abandonó su creador, el propiemi0 arrancó despiadadamente las plantas para cultivar plátanos. Aun es posible ver algunas bugan-villas entre las plataneras, trepando por unas empa-lizadas, pero quedan pocas, excepto en una terraza que hay debajo de la casa, como para dar testimonio de que el jardím estuvo, en otro tiempo, bien cui-dado. Aun quedan, también, algunos restos de bue-nos arriates. El estilo de las paredes, arcos y cena-dores es claramente Chippendale, por su carácter y por su dibujo, y están pintados de un apagado color verde claro. En otros varios lugares, he visto admi-rables detalles en las maderas de los tabiques, al fondo de las gaierias, y en los remates de las puertas. El Chippendale debe haber sido muy admirado y copiado en las Canarias, porque aun hay, en las más humildes casitas de campo, sillas de auténtico diseño de aquel estilo, aunque toscamente realizadas. TENERIFE ( Continuación) Icod de los Vinos, una pequeüa viiia situada sobre la wsta, a unos treinta !& metros de La Oro-tava, fue, en sus buenos tiempos, un gran centro vi-nícola y productor de wchinilla. Sus días de prospe-ridad son ya wsa del pasado, aparentando ser hoy un pueblo dormido; pero, quizá por esta razón, es más pintoresm que algunos de sus más riws vecinos, cuyos habitantes tienen medios para construir casas más modernas y menos agradables. El paseo en automóvil desde La Orotava hasta Icod es, wn mucho, el más bonito de la isla. En cuanto se deja atrás el polvorimto tramo de la carretera que va desde Tacoronte al Puerto, la emr-sión resulta muy amena. La carretera pasa por el pie del pintoresco pueblo del Realejo Bajo, bordea un pre- % iAS ISLAS CANARiAS cipicio del que cuelga el caserío de Icod el Alto, unos 500 metros más arriba, y sigue la wsta. Cada curva del camino ofrece una nueva vista de la proiunda-mente dentada orilla del mar, entre los viejos tarajales, curvados por el viento, que bordean la carretera. Las largas filas de eucaliptos, con sus raspias witezas wl-gando a tiras, estarán para siempre asociadas en mi memoria a las carreteras de Tenerife. A primeros de marzo, la vegetación nos recuerda que ha llegado la prima= Los geranios, por fuera de las casitas, anm-cian su esplendor veraniego, orlando los muros O m1- gando de los tejados. Las lluvias del invierno han eli-minado el polvo de los cercados y de las márgenes de la carretera; los puntos donde el agua gotea de las rocas se han cubierto wn un espeso manto de hele-chos de cabello de Venus, y las flores de color lila de uña de caballo ( Cineraria tussi/ agnir), tachonan los campos. Me agradaiia saber si de esta planta procede la variedad mnocida por Cüieraria M a t a que se cul-tiva, desde hacc unos afios, en invernaderos ingleses. Las mismas rocas se adornaban con la curiosa siem-previva plana, Sempcrv. wm tabulaeformae, que recuerda unas verdes cabezas de clavos de gran tamGo, y de la S. cumnkwi surglan flores mmo espi-gas, que brotan de unas roseta semejantes a las mles. Pequeñas cascadas ppo" onan el grado de humedad, se extienden las zarzas comunes colgando en enorme profusión, retorciéndose consigo mismas hasta dar la impresión de ser Lianas de una selva tropical: En las oquedades, y debajo de los puentes de piedra, las fron-das de helechos, las hojas nirvadas de algún vástago depiatanm, ylasanchasdeunñamecomún~ un jardín subtropical. Entre la carreiera y el mar, hay amplias zonas de plataneras, fuentes de riqueza para sus propietarios que ya no frecuentan las residencias veraniegas que poseen en estas fmcas. Los abandonados jardines hablan de pasados deleites, y muchas de estas casas se han dejado caer en la destrucción y la ruina, o están simplemente habitadas por el medianero de la finca. A las afueras de San Juan de la Radia. la cme tera b a sobre un puente de piedra y, justamente al otro lado, el barranco de Ruiz corta la montaña Es un gran cauce rocoso por el que, siguiendo un es* cho y pendiente camino, se puede llegar a Icod el Alto, en la parte más elevada del barranco. El pueblo de San Juan de la Rambla está pinto-rescamente situado. A todos los viajeros, a su paso frente a una vieja casa, en una angosta dejuela, se les muestra un balcón de madera bellamente tallada. 98 LAS ISLAS CANARIAS Nos dijeron que, afortunadamente, este balcón esta hecho de la durísima y muy durable madera de los hermosos pinos nativos, Pious cananensis, que cada vez escasea más en las zonas bajas de la isla. A esta madera la llaman tea, y los campesinos no dan a sus árboles otro nombre que el de teasoIes. Pasado San Juan, el Piw wncentra todo el inte-rés de la excursión. Atrás queda la lujuriante vege-tación, se olvida la belleza de la costa, y el aspecto completamente diferente que presenta el Teide absorbe toda nuestra atención. Al fondo, no hay más que un terreno romso, pero la abundancia de & tus berthelonianus alegra el árido paisaje wn sus maci-zos de vistosas flores rosadas. En algunas lugam, se entremezclaban con asfodelos que, wn sus espigas de ~ tilanteb lancura y sus parduzcas flores, no parecen merecer su romantiw nombre. La verdad es que siempre han salido perjudicados por mi idea precon-cebida del asfodelo - la flor favorita de los antiguos, la flor del feliz olvido- que, en mi UnagUiación, era mmo un soberbio le, de puro blanwr, y los " cam-pos de asfodelos" de nuestras lecturas eran verdes y húmedos prados donde crecían los lirios hasta las rodillas, y no áridas pendientes de piedra pómez donde se elevan las erectas varas de estas extrañas flores, desde gnipos de hojas estrechas y medio f d licas. Su nombre vulgar es gamona, y una de las zonas más extensas de Gran Canaria donde abundan se llama el Llano de las Gamonas. A mayor altitud, comienza el pinar, bosque poblado por el más hermoso de todos los pinos, el nativo & m ~ i91> 8nksk. En la wna baja del terreno cultivado, quedan algunos ejemplares que se han librado de una completa desiniccióu, pero están muti-lados en su mayor parte, por habérseles cortado las ramas más bajas para leña o, quizá, por creerse que sus sombras perjudican a las patatas y a las cebollas. Los ejemplares más jóvenes parecen plumeros, por haberles dejado sólo un copete en lo alto. La pequeña ciudad de Icod de los Vinos está situada en una gran ladera, entre muchas comentes de lava. Tiene una plaza muy pintoresca, con un jar-dincito y una fuente frontera a la iglesia de San Agustin, cuya fachada luce varios balcones , de madera tallada, como los que embellecen todas las casas antiguas de Tenerife. Todos los visitantes van a contemplar su famoso drago, Draow> a dram, orgullo muy justif~ cado de los iwdenses, porque ahora, desde la desaparición de su rival de La Omtay es el mayor y el más antiguo de 100 LAS ISLAS CANARlAS la isla. Nos aseguraron que su edad excede de los 3.000 años, afimiación que yo no estaba en wndicio-nes de rebatir, por otra parte, me habría guardado muy bien de aparentar incredulidad que podría ser interpretada wmo menosprecio de su casi sagrado drago. Sin duda, d desanollo de stos árbolea es inaa-blemente lento; crecen en altura wmo una palmera, echando nuevas hojas en el centro de la wpa, y per-diendo la misma cantidad de las viejas por abajo, pre ceso del que van quedando señales en la corteza. Al parecer, nadie sabe con que frecuencia florecen; pero, wn toda seguridad, es sólo una vez cada muchos años, brotando nuevas ramas s610 después de la flo-ración; en ejemplares centenarios, la copa se convierte en una masa de pequetias ramas de extremos wmo ramilletes que, a su vez, se subdividen, y asi sucesiva-mente, hasta el punto de que uno empieza a pregun-tarse si no habrá algo de verdad en lo de la enorme edad que se le atribuye. ias curiosas raíces aéreas des-cienden gradualmente y refuerzan el tronw original, permitiéndole soportar el peso enorme de la frondosa copa, porque, al parecer, el ironw está siempre inte-nomente podrido, de modo que, con el tiempo, el interior de estos venerables ejemplares se ha quedado hueco. Un documento que describe este árbol, dice: " Dentro, no tiene corazón. Su madera es muy espon-josa y ligas, por lo que sirve para cubrir las coimenas y para escudos. La savia que exuda se llama sangre dedrago., ylamejor, lasangredegoteo, eslaque~ prende sin bacerle cortaduras. Es muy buena como medicamento, para sellar osas, y para teñir los dien-tes de rojo." Icod es un buen punto de partida para excursio-nes, y los que se sientan con valor bastante como para enfrentarse a una sucia e incómoda fon& española, pueden pasar allí, agradablemente, una semana más o menos. Es una verdadera lástima que no haya mejores alojamientos disponibles en muchos de los pueblecitos, porque yo me siento incapaz de hospedarme enunade sus posadas. No hay - peor que la incomodidad de unas casas sucias, una comida intrugable, y el ruido del patio de una fonda donde, con toda frecuencia, las cabras, las gallinas, las palo-mas y los rebuznos de los burros se añaden al con-cierto de los estridentes chillidos de las criadas. Ahora que hay automóvk dis~~ mbleesn La OIW tava, se faalitan mucho las cxnirsiones de un solo día. Antes, la mayor parte del tiempo se iba entre la ida a Iwd y el regreso; pero, si se sale temprano, queda un buen rato para estar en Icod hasta la una, 102 LAS ISLAS CANARIAS pudiendo visitar la cueva de enterrados guanches, o para seguir por la carretera hasta Gmcbiw. Este pueblo, ahora sin importanoia, fue antaño el puerto principai de la isla, de lo qne nos dan buena idea igle sias y convenios aun existentes, que hablan por si solos de la antigua importancia del lugar. Entonces, cuando Icod de los Vinos, como indica su nombre, era célebre por sus caldos, los que aüí se pmiuch se embarcaban por el puerto de Garachiw. La antigua fábrica de azúcar, que aun existe, fue propiedad de una fuma inglesa, pero las distintas épocas de auge del vino, de la cochinilla y del azúcar son algo del pasado, y La Orotava es ahora el centro, mn su p& pera producción platanera. Las excursiones más agradables a realizar desde Icod son, seguramente, las del pinar que hay detras de la mita de Santa Bá~ bmL. os buenos andarines encontrarán magnüicos lugares para pasear por terreno üano despu6s de haber realizado la primera subida, de unos 900 metros, llegando hasta la Corona y bajando, por un camino en dg- zag, hasta Icod el Alto, o siguiendo por otro más bajo, en una buena mula, hasta La Orotava. TENERIFE ( Continuación) Para u de La Orotava a Guímar, muchos viale-ros nu~ ulais montañas entre el mnemo y la pmnr-v a , que es la época mejor para esta excu~ slh Aun-que el tiempo que realmente se tarda para recorrer la distancia entre ambos puntos es de unas siete horas, dependiendo del estado del camino, lo acon-sejable es MLV temprano, y aprovechar el tiempo antes de la una para tener ocasión de descansar en algún punto y ddmtar de las vistas Dejadas atrás las Últimas y empinadas dies de la ViUa, el campo cambia de aspecto Han desapa-recido las plataneras - que ya resultan algo monó-tonas después de una larga temporada en aquellos contornos- el aire es más fresco y, al amanecer, el suelo esta unpregnado de humedad. En la pnmavaa, 1M LAS ISLAS CANARiAS los tiernos maizales colorean el campo de un verde intenso, y los perales y otros árboles fmtales aclaran el paisaje, mientras, al borde de los caminos, se agrupan las pequeñas Fuchsia coccinea, de flores rojas, y los grandes pies de retama común, florecidos de amado. Por todas partes, se prodigan las mal-juradas o hierbas & San Juan, Hypcricum c~ nanen-s.&, y la H. floribuodum, cargadas de bayas, porque sus pétalos sc han caído unos meses antes. Los hele-chos y las violetas de olor crecen en los lugares hiimedos y sombrios y, de vez en mando, aparecen los preciosos maciws de escobones, Cytkus prolSm, como espolvoreados por una capa de flores blancas, suaves y sedosas. Poco a pow, se llega a la región de los castatios; pero éstos, que han perdido sus hojas con los fríos de primeros de enero, aún están desnudos, y resulta triste ver cómo han sido terrible-mente mutilados por los campesinos. Aunque no se permite talar los árboles, parece que las leyes no pro-tegen sus ramas y, con frecuencia, apenas quedan más que los troncos y unas cuantas ramas dispersas, porque lo demás ha sido cortado a hachazos, para baca leña. Pronto aparecen los brezos, E& arbo-m, de flores blancas, y de las vistosas Cistus vagi- natus, con pétalos de color rosa, que yo no cono-cía. A unos 1.200 metros de altitud, se llega al cau-daloso manantial de Aguamansa. Aunque, no está, realmente, en el camino que Uwa a Güimar, muchos excursionistas se desvían ligeramente para ir a visi-tarlo y contemplar el paisaje hermosamente poblado de árboles. La ausencia de bosques en la parte baja de esta región hace doblemente apreciada la vegeta-ción de esta garganta, entre pendientes laderas. Muchos angostos senderos pasan entre brezos y lau-reles y, en la vertiente umbría del vaile, la extrema humedad del ambiente ha vestido los troncos de los árboles wn el vetusto gris de los iíquenes. El lujo del rumor de una corriente de agua es raro en Teuerife, por lo que una siente la tentación de demorar su marcha, y gozar de él un instante, a la sombra de un gigantesco castaño que ha acogido a muchos excursionistas del Puerto. Repasando un corto sendero, se vuelve al camino; enfrente, a lo lejos, se vislumbra Pedro Gil, y comienza la subida de una larga pendiente, un estre-cho camino de herradura que se abre paso entre espe-sas ramas de brezos. Aquí, los brezos son simples arbustos, y no como los espléndidos ejemplares de 1% LAS ISLAS CANARIAS Agua G'arcía, que están protegidos de la saña de los carboneros, pero son preciosas las amplias extensio-nes cubiertas de blancas flores que surgen, de manera encantadora, de entre la niebla que atraviesa el monte de vez en cuando, incluso en los días claros. En estas cumbres, la vegetación es la misma que encontramos camino de Las Canadas y, en prima-vera, las menudas flores amarillas de los codesos, Adenowpus vkcosus, o del anagnus, asomando entre las hojitas que pueblan sus ramas, son casi el úitimo signo de vida vegetal. En esta región, sólo hay algunas manchas de musgos que viven gracias a la humedad de las nubes y que, con la mayor fre cuencia, ennielven estas alturas. Al llegar a éstas, y cuando el cielo está despejado, se olvida la larga y más bien tediosa escalada de la úitima parte del camino, disfmtando del maguifco panorama que, entonces, se divisa. La parte más elevada, a 2.000 metros de altitud, está en el borde de lo que se puede considerar la espina dorsal de la isla, en una de cuyas vertientes se despliega el valle de La Oro-tava, con el Pico alzándose a la izquierda, grande y majestuoso, y, en la otra, la pendiente que llega hasta el pinar que domina Arafo. No es posible win-cidir con un autor que describe este paisaje como " de inmensa desolación y fealdad, cuyo silencio sólo se rompe por los graznidos de las cornejas que dan vueltas planeando". Este silencio, esta tranquilidad, es, precisamente, lo que atrae a tantos en estas regb nes montañosas; en la completa paz que reina en estas alturas, hay algo intensamente reparador, que incluso inspira un cierto temor reverencial. Fue preciso hacer nna larga parada para que des-cansaran los muleros y sus bestias, no sólo porque el camino es largo y fatigoso sino, también, porque el sol es tan extraordinariamente fuerte que, a pesar de la altura, parece abrasar las inclinadas y ándas pendientes de lava y arenas volcánicas, así como las sueltas cenizas que, al final del descenso, entorpecen el paso de las mulas. El llamado camino d t a casi invisible excepto para los avezados ojos de las caba-llerías que lo buscan entre las sueltas escorias. Cuando uno pregunta dónde está el camino?" encuentra la invariable respuesta del arriero, " El mulo sabe", en lugar de decir " A la derecha" o " A la izqu'enia''. Comprobé que el hombre tenia razón: el mulo sabia. Muchas personas prefieren la subida a la bajada. Por mi parte, aunque tengo que elogiar a las mulas como medio de locomoción para las subidas, hubo 108 LAS ISLAS CANAHAS momentos en que opté por |
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