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1 ' ^ ^ ^ ^ ^ # \ . H . ^ BIBLIOTECA UNIVERSITARIA LAS PALMAS DE G.- CANARIA N• Documerto Z$ 8( S'<' EXCMO. SR. D. FERNANDO DE LEÓN Y CASTILLO MARQUÉS DEL MÜNI EXCELEhTlSIMO 5R. D. FtRNftNDO DE LEÓN Y CASTILLO MftRQUÉS DEL MUNI. DISCURSOS FftRLftñENTARI05 y ACADÉñlCOS. ¡ HBUOTECA UKIVER LASPALfv N." Documei N* Copia " HOMENAJE DEL EXCWO. CABILDO INSULAR DE GRAN CANARIA . .. ''^' P- " DUflc", Buenos nirt » , 36.- Las palma*. E, U. DE MA313TERI0 LAS PALMAS R. 6 / mj R. p a J^ nírc fo5 íionienci( C5 cccotdccúos por el ^. xcmo. ^ nsLifar cíe djcan Canaria en konoc y memoria deí - inmortal patricio Tfxcmo. < 5pr. í ) . Terreando de geón y CastitCo ( q. ^ . L\ figura [ a presente edición de sus discursos acadé-micos y parfamentarios, según así se fee en eí actcf de aqae-lía (¡ Corporación de 2 0 de " lanero de Í920. > PRENDA y no Prefacio, son estas líneas que me creo obligado a comenzar, pidiendo- por más que ello sepa a rutina de mal disertador— la merced de la benevolencia, a gracia del perdón, a los lectores de este noble volumen, donde se han reunido los , discursos del Excmo. Sr. D. Fernando de León y Castillo, ' primer Marqués del Muni. Debo anticiparme con una pequeña explicación, y no vacilo en decirlo, • casi un desagravio al expectador no advertido, quejustamente encontrará mi firma desprovista de personalidad política y probablemente literaria, para el ^ Ito honor de poner una introducción a un libro de tanto mérito. El Cabildo insular de Gran Canaria ha querido asi enaltecerme, conflaudóme una superior tarea, que abre mi alma a la gratitud pues^ me enorgullece y presta ocasión, una vez más, a mi espíritu para rendir tributo al gran Patriarca de la Patria Canaria, al ilustre español con quien me unieron vínculos ^ e amistad y de subordinación tan hondos. . , , • ^ j - Arrepentido de haber aceptado un tal compromiso de honor, . casi aturdí- < io de mi atrevimiento, no seguiría adelante en la audacia de poner unas palabras preliminares a esta nueva edición completa de los discursos del insigne patricio D Fernando de León y Castillo, si en mi confusión no me quedase un resto de serenidad para sentir el ritmo verdadero de mi corazón y oír como el eco lejano, familiar, afectuoso é imperativo a un tiempo, de una voz paternal, de aquel mismo inolvidable acento que también alentó mi voluntad ua día para la empresa de recopilar estas viejas y magníficas oraciones parlamentarias, de esa misma voz que vais a oir vibrar enseguida con grandilocuencia seductora, y que en este instante parece como descender hasta mí, dando grato calor de aprobación a mi perdonable osadía. Porque mis manos pecadoras dieron forma, con humildad y fervor, a este volumen, después de una paciente rebusca en los archivos del Parlamento, captando con serias dificultades las páginas de los viejos diarios de sesiones ya agotados; porque realicé esta obra de amor y de entusiasmo en los días imperecederos a mi recuerdo, en que comenzaba a apagarse la vida magnánima y fecunda de León y Castillo; porque puse a su servicio años de mi leal juventud y tuve en recompensa el tesoro de su confianza y de su afecto; porque recogí con el último suspiro del Patriarca, el mensaje de eterna idolatría que enviaba a la Patria canaria... Por todo ello, el Cabildo Insular de Gran Canaria se acordó del modesto nombre mío al consagrar un homenaje postumo al Marqués del Muni, cumpliendo el acuerdo de editar este libro, donde figuran los más famosos discursos del que fué gloria del Parlamento español en los días de esplendor para la Oratoria. Ofrenda ardiente y respetuosa, y no Prefacio, pues, serán estas palabras mías. Pienso que con decir la verdad estará hecho el elogio; y esta verdad en el Homenaje, mi alma como ninguna otra sabrá expresarla. En realidad, nada podría trazar mi pluma de más noble y espontánea emoción, que aquellas intimidades que en los días de la muerte del Marqués del Muni escribiera, y que por bondad de los editores figuran, con otros trabajos de ilustres personalidades, en el Apéndice de este volumen. Mi tributo de admiración se podrá ensanchar hoy como las aguas de un río sereno que ofrece amplio cauce, donde bogue el solo esquife de mi corazón para cantar a la excelsitud de la Elocuencia. Afirmaban los autores latinos, que de todas las Artes, el Arte de la palabra era el más difícil, porque exigía a la vez cualidades naturales del cuerpo y del espíritu, una larga práctica, y una sólida educación literaria, filosófica y jurídica. Grecia, cuna de la Elocuencia, creó mucho antes todas las demás artes; la Oratoria fué la última forma culminante de su espíritu artístico, y una de las expresiones más sublimes, según aquel pueblo. Decía Cicerón en su Elogio de la Elocuencia, que nada existía de más bello que el poder por medio de la palabra, cautivar la atención de los hombres congregados, seducir los espíritus, aunar y dirigir al arbitrio las voluntades. Y añadía: en todos los pueblos libres, en todos los Estados vigorosos y serenos, los hombres elocuentes siempre han sido poderosos y largamente honrados. ¿ Puede darse un espectáculo más grandioso y admirable que aquel que ofrece una asamblea, cuando de entre la multitud se alza un hombre, que debido a un magnífico privilegio, solo por él poseído ó que comparte con un reducido número, logra con la palabra, con una facultad que es natural a todos, crearse una esplendorosa fuerza que domina, arrastra y subyuga.-* La palabra, atributo de todos los hombres, es el más alto de los dones divinos. La palabra, es fuego que ilumina las almas, luz que hace fulgurar todo lo creado. . . , - ir . i t ' Verdadero Elegido es aquel a quien la celeste gracia del Verbo le fue otorgada. . ^ , i La Oratoria tuvo siempre el cetro del Arte y del Poder en los momentos de la evolución de los pueblos. Maestros, Profetas, Caudillos de la Humanidad fueron aquellos de las gloriosas edades que con la palabra conquistaron popularidad universal indestructible, perduración infinita... Los hombres alzaban sobre sus hombros hacia la inmortalidad a los que sabían elevar su voz para interpretar los anhelos humanos y patrióticos, los extremecimientos del alma. ' , , . ^^^„ Sería vano alarde de pueril erudición citar ahora los nombres famosos de los que culminaron por el prestigio y privilegio del Verbo, ^ e aquellos cjue libertaron con la fuerza irresistible de la palabra a los hombres y a las patrias. Poder soberbio é incomparable aquél que asume la voz de un solo hombre, vibrando con la emoción y la pasión, con los idea es de todo un pueblo exaltando la religión de las conciencias, la equidad de los jueces, la majestad y la serenidad de un Senado. , , ^ , Nada más alto y generoso que el acento sublime de una garganta que varonilmente vibra contraía injusticia, logra levantar al caído, arranca al ciudadano al peligro ó á la muerte, muestra imperativa el camino a los hombres, y defiende la salud de la Patria. , . . U^^ A^ ^ t ^•.^^ r. r. „ La obra de los excelsos maestros de la elocuencia desborda el t empo y el espacio, subsiste eternamente, porque lleva en sí una fuerza espiritual que no DUGfip Hi^ orpOfirsp Sustandación de ideas, ejemplaridad de la forma artística, modalidad psicológica e histórica, por lo menos, encontramos como enseñanza en la lectura de los grandes oradores. , ^ . . , ^. . .. Aunque solo ofreciese el estudio de un carácter, ya sena bastante justificado el interés que debe despertar la labor que lega un elocuente Decía Taine, que el verdadero fin de la obra de Arte era el de rendir dominador un carácter notable. Cuanto más hubiera de aproximarse a este fin más perfecta de belleza sería la obra artística. • ^•^ Cuando nos encontramos en presencia de las grandes creaciones literarias, observamos que se manifiestan principalmente por el carácter profundo y durable inherente a ellas. El espíritu humano presentándose ba) 0 una forma sensible, tan pronto dándonos los rasgos principales de un periodo histórico, o bien las facultades primordiales de una raza, ya fragmentos del hombre universal, y sus fuerzas psicológicas elementales, que son como las ultimas razones de los acontecimientos humanos, ya reflejando las exaltaciones mo- mentáneas de las colectividades, los ciclos de lucha y evolución, crea la obra más útil y más bella. El orador ha de ser ante todo un carácter, y por serlo un artista; y siéndolo, quizá el más grande y sincero de los artistas, porque no puede ocultar su verdadera personalidad. León y Castillo, fué uno de los oradores de mayor personalidad de su tiempo. Era la época de los grandes tribunos y logró destacar su carácter con fulgurante luz propia, llegando a arrancar un día a una de las más altas cumbres parlamentarias, el más grande elogio que se le podía tributar al pregonar su elocuencia como la encarnación de los más diversos genios oratorios de España. Forma y fondo en las oraciones parlamentarias de León y Castillo, conservan un equilibrio y una harmonía seductoras. Fué el más clásico, el más latino de los oradores de aquel momento culminante del parlamento español. El fuego, la vehemencia de sus grandes ímpetus tribunicios, no quebranta un solo instante el ritmo impecable de la forma y el recuerdo de las catilinarias nos roza frecuentemente. Sobrias y acertadas evocaciones históricas de severa belleza, sustancia densa, agilidad y fuerza, encontramos en casi todos los discursos parlamentarios de León y Castillo. El fragor del combate no le hace perder nunca la serenidad del gesto y de la línea; su firme dialéctica no se enturbia jamás. La elocuencia, que prorrumpe a veces en apostrofes atrevidos, no pierde su tono procer, augusto. Nunca habló por hablar, desmintiendo con ello uno de los funestos hábitos de nuestro parlamento. Sus discursos revelan estudio y método artístico. No amaba la improvisación. Era su voz una de las más extraordinarias que se escucharon en Cámara alguna, temible por sus vibraciones de trueno en los grandes días de interpelación y de lucha; de timbre agradable y harmonioso siempre. La figura varonil, señorial, de ademanes y gestos patricios, despertaba simpatía y ha dejado un perdurable recuerdo en los que le conocieron. ( Llegó aquella forma física aún mucho más bella a la vejez; tenía el empaque de un gran patricio romano; era la augusta cabeza de un Príncipe, o de un Emperador...) El gran maestro de la elocuencia latina, decía en los célebres diálogos de Brutas, que, las dos principales cualidades del orador deben ser: la una, presentar los asuntos con hondura, precisión y claridad que instruyan al auditor TÍO; la otra, tener una acción oratoria vigorosa para impresionar y remover profundamente las almas. Y a continuación afirmaba Cicerón, haciendo consideraciones sobre el expectador: mejor efecto produce el orador que inflama, que aquel que instruye. León y Castillo, reunía en supremo maridaje las dos cualidades. Pose- yó una acción oratoria potente como pocas, y al mismo tiempo un gusto didáctico perfecto. Más que a la pedrería, que amaron mucho los retóricos griegos, tendió a construir en roca fuerte y austera sus oraciones. Poseía una inteligencia viva, un calor de alma, una suerte de sensibilidad natural, robusta, virgen, que ponía en verdadero fuego cuando hablaba, haciendo que sus discursos tuvieran fuerza patética, gravedad soberana y persuación que arrastraba. Si puede decirse, era un verdadero atleta de la palabra, discutiendo, sin perder la finura de un ateniense; noble y agudo en la réplica, dominando con autoridad las materias que trataba. Los exordios de sus discursos se ven trazados con gran esmero literario e intención oratoria. Leyendo, parécenos oir cómo la magnífica Voz se extiende en amplias gamas sonoras, y el timbre no se empaña un instante. Vehemencia, cólera a ratos; pero la forma es siempre irreprochable. Son piezas oratorias las de León y Castillo, macizas y estudiadas. Por la concepción, por la disposición, la luminosidad y harmonía, se aprecia enseguida su cultura latina y griega. Tenía el aire, la bella prestancia de la gran raza. En nuestro Parlamento español se ha hablado fácilmente y demasiado. Pero en realidad, los grandes oradores fueron aquellos que sabían que la elocuencia no era el Arte de hablar solamente, sino el Arte de pensar. Se cree, generalmente que hoy no despertarían el entusiasmo de antaño oradores de la cuerda de Castelar y León y Castillo. Me atrevería a afirmar lo contrario, en primer término, porque Castelar, como León y Castillo, y éste, es claro, en menor grado, pues su oratoria es más parca en imágenes poéticas, no fué meramente un retórico, sino también un espíritu de filósofo, profundamente educador. Los retóricos puros en ningún tiempo tuvieron aceptación como oradores. Grecia y Roma en sus Escuelas de Elocuencia, huían de formar retóricos. Los griegos, sin embargo, se salvaron menos de este defecto que los latinos. Las cumbres de nuestra oratoria tuvieron su gloria bien ganada. Olóza-ga, Castelar, Ríos Rosas, Salmerón, Martos, Moret, Pí y Margall, Cánovas, Canalejas, León y Castillo, fueron grandes y completos oradores de todos los tiempos. Hoy alcanzarían, como ayer, el óleo de la admiración. Escuchando los oradores actualmente famosos del Parlamento francés, lo he pensado muchas Veces. En España podría decirse, mirando al pasado, que hoy está huérfana nuestra oratoria, más que nada, por lo Vacía de contenido. Quedan tres o cuatro oradores indiscutiblemente grandes, cuyos nombres de todos son conocidos. El orador ha ido perdiendo en nuestro país sus títulos de nobleza, tal ^^ z por habernos apartado insensiblemente de la cultura clásica. León y Castillo se educó en el inolvidable colegio de San Agustín de Las Palmas, bajo la tradición severamente mantenida de la educación filosófica, y en los tiempos en que se estudiaban Humanidades. A los que no conozcan los discursos de León y Castillo, ha de sorprenderles la modernidad de los temas y cómo están tratados; la actualidad que conservan todavía algunos, y la orientación social y política que los informa. Espíritu sinceramente liberal, con videncias extraordinarias demostradas repetidamente a lo largo de su vida, y en la obra fecunda realizada, desde su regencia en el primer Ministerio, se vio el temple altamente humano de su alma, la generosidad altísima de su espíritu. Abolió una odiosa esclavitud. Apenas comenzaba su vida pública, Castelar proclamaba a León y Castillo en el rango de los grandes emancipadores. Martos repetía que había hecho su nombre imperecedero. En los problemas coloniales, desde el primer momento tuvo León y Castillo una visión clara y perfecta. Fué de los contados políticos de entonces, que se opusieron con energía a aquella trágica frase, « del último hombre y la última peseta. » Pero abandonemos los rumbos de una biografía, que no pretendemos hacer aquí, y que ha de encontrar más adelante el lector, para seguir discurriendo sobre León y Castillo orador, y pasar, aunque sea rápidamente, sobre los grandes momentos de sus discursos. Basta para dar idea de las excepcionales dotes de orador que poseía León y Castillo, el hecho de que en su primer combate parlamentario pudo medir sus armas con el más inmenso orador de la Cámara, con Castelar, y lograr obtener uno de los triunfos más resonantes que en los anales de las Cortes se recuerdan, quedando consagrado desde aquel día. Su discurso memorable combatiendo el proyecto de Constitución Federal. Vemos a León y Castillo en la florida juventud— cuantas veces su compañero y colaborador inseparable, el bueno, el sabio, el inolvidable Tomás Do-reste, íntimamente nos evocaba aquellas horas, cuando los dos amigos discutían en la alta noche con el « PrincipioFederativo » de Proudhon en las manos— alzarse en la Cámara de los más solemnes días. A su lado, en el escaño habitual, bajo el reloj, Rios Rosas le alentaba, « como un padre a quien intranquiliza la probabilidad de un próximo peligro para el hijo por un mandato suyo a él llevado con irreparable temeridad » , como dice el mismo Marqués del Muni en sus Memorias... Formidable discurso y triunfo formidable aquel, que sepultó de un golpe el proyecto de Castelar. A partir de ese momento, el nombre de León y Castillo se unió al de las más renombradas elocuencias de la época. Otra de las magníficas oraciones parlamentarias del Marqués del Muni, fué el discurso pronunciado en nombre de la minoría monárquica de la Cámara el día 2 de Enero, donde, con los mismos acentos de sinceridad conque había combatido una demagogia que consideraba funesta para la Patria, defendía entonces el principio de autoridad y la disciplina, apoyando al Gobierna ' de Castelar. Con sobriedad vigorosa, y acierto extraordinario, hace León y Castillo en aquel discurso, el elogio de Rios Rosas, cuyo escaño lucía crespones, elogio emocionante y lapidario, que se amplia también en capítulo de las Memorias del Marqués, recientemente publicadas. Páginas oratorias irreprochables, son aquellas que nos lega León y Castillo en su discurso contra el Proyecto de Constitución de Cánovas del Castillo, donde en periodos esculturales, inflamados de fuego liberal y patriótico, canta las glorias de la Revolución, párrafos grandilocuentes, que sentimos la tentación de reproducir enseguida, absteniéndonos de ello para cumplir el deliberado propósito que hemos formado de remitir al lector a las páginas correspondientes a los textos, sin anticipar ninguna reproducción fragmentaria. Combate más tarde León y Castillo, en nuevo discurso, la política autoritaria de Cánovas, las violaciones constitucionales del Gobierno conservador, elevando la discusión a cimas de elocuencia memorable en nuestro Parlamento, Consagró Martos el triunfo conquistado por León y Castillo en ese día, con una carta entusiasta que tuvo celebridad. Los varios discursos de ese periodo, combatiendo la política que Cánovas del Castillo venía desarrollando, tienen un espléndido valor histórico, y un gran valor político y literario. Derribó León y Castillo el Gobierno de Cánovas con una de sus formidables filípicas, y vino la regencia liberal de Sagasta con León y Castillo en Ultramar. . , . . . ,. Los discursos de León y Castillo durante el desempeño de su Ministerio, están a tono con la obra sin precedentes que realizó, obra egregia de emancipador y reformador, de hombre de Estado a la moderna. Su voz se alzó más tarde nuevamente en la oposición, encarnando el sentir popular con motivo de los sucesos universitarios, de triste recordación, provocados por la torpeza de Villa verde. Una Cámara apasionada tuvo por protagonista a León y Castillo en la discusión, saliendo maltrecho aquel Gobierno. Marca un punto culminante para el renombre de León y Castillo como orador, el discurso que como Presidente de la Comisión del Proyecto fijando la Lista Civil, pronunció contestando a Pi y Margall, quien después de muchos años de retraimiento, había vuelto a la Cámara y pronunciado en aquella ocasión un discurso que había causado sensación. El exordio de aquella oración, impetuoso, soberano de fuerza emotiva, verdaderamente arrollador, bastó al orador para anonadar al temible adversario y levantar de un golpe el entusiasmo de la Cámara. Con ser tan grande la autoridad del Maestro Pi y Margall, no hubo quien resistiese ala elocuencia < le su adversario. . ^ , Fué un discurso de esos que no han podido borrarse jamás del espíritu íle los que tuvieron la suerte de oirlo. ¡ Cuántas veces hemos visto recordarle a hombres políticos de aquellos tiempos! El Conde de Romanones en el notable Prólogo, puesto a la edición de las Memorias de D. Fernando de León y Castillo, dá testimonio de ello. Los discursos sobre Ley de Asociaciones, Libertad de imprenta y de- Prensa, sus aportaciones a los problemas coloniales, tienen todavía hoy un verdadero y perfecto interés. Entre los rasgos más gallardos que tuvo León y Castillo, como carácter y como orador, merece especial mención aquél de su viaje a Madrid, siendo Embajador en París, para pronunciar un discurso en el Senado con motivo del « Modus vivendi » de 1894, que regulaba las relaciones comerciales entre España y Francia. Contra la voluntad de Moret, Ministro de Estado, terció en el debate León y Castillo; defendió su actuación como negociador, y encarándose con quien era su Jefe, terminó en aquel discurso, después de haber expresado cuanto era su propósito, con las atrevidas palabras: « y lo dicho dicho está, y a la Embajada me Vuelvo » . Figura en el presente volumen el notable discurso que León y Castillo leyó con motivo de su ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Faltan en esta edición algunos discursos de orden diplomático, y que como Decano de los Embajadores en París, pronunciara León y Castillo; discursos breves, prestigiosos de forma, y notables por su sagacidad, que fueron siempre muy celebrados. Modelo en su género fué el último discurso diplomático presentando sus Cartas Credenciales en el momento de la Guerra. Faltan. también sus discursos de juventud en el Ateneo de Madrid. En plena gloria de orador parlamentario, abandonó León y Castillo España para servirla y honrarla en el Extranjero. Treinta años de alejamiento hicieron que su fama de Príncipe de la Elocuencia, se fuese desvaneciendo en las generaciones nuevas. Podrá decirse con razón, que fué uno de los muchos títulos y posesiones legítimas que en su vida sacrificó León y Castillo ( rehusó el más alto puesto de Gobierno), por realizar la magna obra diplomática que había soñado, que tanta gloria ha dado también a su nombre, tanto honor y provecho a España. Sin embargo, nada enorgullecía a aquel hombre sencillo, como el recuerdo de sus triunfos parlamentarios. Permítaseme rememorar aquí laS jornadas inolvidables que pasé a su lado revisando y confeccionando este volumen. ¡ Cómo no ha de venir a mi espíritu la recordación de aquellas horas en que, leyendo junto a León y Castillo sus discursos, en los tristes días de la decadencia física, vi su alma rejuvenecerse con una emoción única, y oí su voz todavía espléndida, que me corregía, recitando los párrafos grandilocuentes para mostrarme el acento de otros días que yo no conocí! Tenía León y Castillo conciencia de su obra literaria antigua, y la estimaba sin jactancia ni inmodestia, por más que creía había ya pasado el tiempo sobre ella. Yo le decía, que como las mujeres bellas trasmiten su belleza y la conservan perennemente a los ojos del hombre, los discursos hermosos eran de todos los tiempos porque estos resbalaban sobre los accidentes, para mostrar la grandeza de lo que por ser bello es eterno. Por ello, por conocer la predilección en que tenía sus discursos León y Castillo, me es particularmente grato este homenaje postumo del Cabildo m-sular de Gran Canaria al ilustre patricio, a quien España aún no hizo entera justicia. , , ,, Tienen derecho a la inmortalidad los que, elevándose sobre un pueblo, han hecho el Bien, con el amplio vuelo que abarca esta gran palabra. De los hombres funestos a la Patria, de los malos políticos, se guarda eternamente un recuerdo parecido al que dejan las grandes catástrofes, como las pestes, las inundaciones, los terremotos, los incendios... , . . , De la memoria de hombres como el Marqués del Muní ¿ que deben ha- • cer los pueblos? , ..^ ^ ^ u León y Castillo, varón preclaro entre los preclaros, dió a tspaña honor y riqueza. . ^ . - . La pequeña Patria, tan amada, Gran Canaria— a quien también honor y riqueza dió— es hoy la vestal que aviva la llama sagrada, iluminando las perspectivas dilatadas de la obra del ilustre isleño. Y como una de las más altas culminaciones del espíritu procer de don Fernando de León y Castillo, primer Marqués del Muni, muestra hoy con orgullo a la admiración, las páginas de este libro, donde el vie) 0 sublime Arte < le la elocuencia, alcanza expresión digna de inmortalidad. pis p ORESTE París, Agosto de 1923. -^• « ^ oiS- í: k.„> ie ^•<^ isME<.,> N_( i D. Fernando de León y Castillo < » ) ¡ os recuerdos del pasado, las realidades del presente y las esperanzas del ' porvenir son factores cuya trascendencia es imposible desconocer en la marcha incontrastable del progreso humano. A semejanza de las leyes que rigen el universo, produciendo inacaba- \ bles transformaciones y eternas armonías en los ingentes espacios, hállase ' incesantemente la sociedad bajo la influencia de encontradas fuerzas y estímulos opuestos que, a virtud de ineludible resultante, determinan un movimiento de adelanto en la indefinida escala de la civilización del mundo. Distintos elementos, pugnando entre sí en perpetua lucha, elaboran gradualmente los ideales de la humanidad, encaminándola por los amplios senderos que han de conducirla a la realización de sus elevados destinos. De una parte el influjo de las instituciones que én el curso de los tiempos realizaron su misión progresiva, y de otra el anhelo que persigue el constante evolucionar de los sistemas y el planteamiento de ideas más expansivas y fórmulas de ancha base que abran nuevos horizontes en la vida de los pueblos. El culto a la tradición, atento a los recuerdos, estacionario, inmóvil, petrificado, mirando constantemente hacia atrás, y el afán de la reforma, henchido de esperanzas, evolucionista, innovador, ideológico, dirigiendo la vista siempre adelante. En medio del fragoroso combate entre los partidarios del pasado y los que, impacientes, se agitan por anticipar el porvenir, existen robustas fuerzas sociales que, teniendo el sentido de la realidad para comprender las necesidades del presente, forman la ponderación ge-i^ eradora del equilibrio, del concierto, de la armonía, enlazando en lo posible la tradición con las modernas nociones del derecho, las costumbres con los nuevos ideales, por medio de instituciones y leyes que las informan principios en consonancia con el espíritu y las exigencias de la época. j , ( 1) Este interesante trabajo figuraba como prólogo en e! tomo qae, conteniendo algunos discursos del señor i^ eon y Castillo, fué editado en la ciúdadde Las Palmas hace muchos años. En prueba de respeto, y como recuerdo carnoso a la memoria del autor, que fué un buen patriota y un inteligente escritor, trasladamos a esta nueva y más am-í " a edición de los discursos del ilustre canario, las entusiastas páginas del señor Morales y Aguilar. II En ese núcleo de elementos que, sin romper bruscamente con la historia, abre paso ordenado y gradual a la tendencia reformista, radica el centro de gravedad de las fuerzas políticas. Por eso, cuando en la incesante lucha predominan la tenaz resistencia tradicionalista ó el violento impulso innovador, su triunfo es efímero y surgen con rapidez inevitables sacudimientos convulsivos, de revolución o reacción, encaminados a restablecer el interrumpido equilibrio y concertar la perturbada armonía. Múltiples irrefragables sucesos que plenamente comprueban esta verdad, encuéntrense grabados con buril indeleble en los anales del mundo social y político. 7 a fe que no son necesarias largas disquisiciones, ni preciso acudir a la historia de otros países, ni investigar siquiera lejanas edades de la nuestra, para persuadirnos de los fundamentos contenidos en el enunciado teorema. Basta elegir como punto de partida las páginas que arrancan de la fecha, eternamente memorable, de nuestro renacimiento a la vida de la libertad, cuyos albores brillaron al través de las densas nubes levantadas por los aleves cañones del gran Bonaparte. La historia patria contemporánea nos demuestra, con saludables enseñanzas, que no basta teorizar sabiamente para extinguir antiguos hábitos y obtener en un día ía transformación de los pueblos. Importa por esencial extremo que los principios, mediante su eficaz propaganda, arraiguen en la conciencia pública y, a virtud de metódicos y ordenados desarrollos gubernamentales, realicen la ineludiblemente necesaria modificación de las costumbres. Que así como el tránsito brusco de opuestas temperaturas produce en la economía del hombre accidentes funestos, así también el súbito cambio de instituciones y organismos, es causa para la sociedad de inmensas perturbaciones y trastornos profundos. El desenvolvimiento práctico de las nuevas doctrinas no ha de ser, pues, presuroso, agitado, vehemente, debiendo, por la inversa, operarse con parsimonia y cordura, para que las leyes adquieran estabilidad, encarnen en las costumbres y sean en resultados fecundas. Desde remotos tiempos lo dijo el poeta: Quid leges sirte mor ibas? Vanee profíciant. y he aquí, a no dudarlo, cómo se explican las febriles mudanzas y las sangrientas convulsiones de la España de este siglo. Aleccionados por experiencias tristísimas los insignes repúblicos que rigen los destinos de este conturbado país; persuadidos de que sus instituciones deben guardar relación con el estado de su cultura y con los elementos de su historia, y con firmeza penetrados de que las soluciones liberales son las únicas que pueden hoy llenar las necesidades públicas y ofrecer a la patria lisonjera perspectiva de bienandanza, asegurándole venturoso porvenir de ordenado progreso, dirigen su alta misión, hasta el presente con los mejores auspicios intentada, a cerrar de una vez para siempre la era de las violentas conmociones, afirmando sobre bases inquebrantables la consagración del derecho, el imperio de la ley y las prácticas de la libertad. En esa brillante falange milita en primera fila, el ilustre hijo de Gran- Canaria, objeto de esta noticia biográfica. l l { Fon Fernar. do de León y Castillo nació el 30 de Noviembre de 1842^ en Telde, en la ciudad de los magníficos campos, de las feracísimas vegas y los fragantes vergeles de naranjos, en que se aspira ambiente de rosas y azahar, con espléndida vejetación y suelo siempre florido, donde se disfrutan las delicias de incomparable clima, regalado de eternas auras primaverales. Solícita atendió a su educación su distinguida familia, con especialidad su ejemplar y virtuosísima madre, y, en acreditado centro de segunda enseñanza de Las Palmas, adquirió con lucidez los primeros rudimentos literarios, cursando luego ventajosamente la facultad de Derecho en la Universidad central. Las aficiones que en él se revelaron, apenas iniciada su adolescencia, hiciéronle eludir las contiendas del foro y le impulsaron a penetrar en las más grandes y agitadas de la candente arena política. Muy joven aun, tomó parte en la redacción de algunos importantes diarios de la Corte, entre los cuales recordamos El Imparcial. Ya desde entonces, manifestándose públicamente sus nada comunes aptitudes, comenzó a ser conocido en los círculos políticos el nombre de León y Castillo. Mas, cuando se concibieron esperanzas de que por sus especiales dotes estaba llamado a brillar en la tribuna, fué con ocasión de su discurso pronunciado en el Ateneo en pro de la abolición de la esclavitud que, con mengua del derecho y para escarnio de la civilización española, existía en nuestras colonias ultramarinas. Al sobrevenir el gran acontecimiento revolucionario de 1868, que fundió los estrechos moldes del antiguo régimen, para establecer un orden legal compatible con el grado de progreso de las ciencias políticas y con el espíritu liberal de la época, surgió entre algunos compatriotas nuestros, conocedores de las relevantes condiciones del joven canario, el per. sa-mientode conferirle, por la entonces circunscripción de esta Isla, la investidura de Diputado de la Asamblea constituyente. Pero compromisos anteriormente adquiridos y otras causas que r> o son de este momento consignar, impidieron desgraciadamente llevar a vías de hecho aquel patriótico deseo. Cumplida realización logró después en las elecciones para las primeras Cortes ordina-nas del breve reinado del caballeroso príncipe de la casa de Saboya. En esas Cortes sólo tuvo ocasión el diputado canario de dar a conocer en breves, pero elocuentes frases, con diversos motivos pronunciadas, que no en vano se le juzgaba como una esperanza del parlamento i^ acional. I ] La inesperada renuncia del Rey Amadeo dio lugar a que el Congreso y el Senado de la monarquía democrática, reunidos en Asamblea nacional, acordaran la proclamación de la República. Corría el año 1873. La agitación revolucionaria, cada vez más creciente e invasora por inevitable consecuencia de aquel súbito cambio, causó general estupor en los elementos de orden y hondísima perturbación en el país entero. Sucedíanse con la rapidez del vértigo los cambios ministeriales; como vanas sombras de linterna mágica presentábanse y desaparecían los Jefes del Estado; llegaba al delirio la exageración de las ideas y el desenfreno de las masas anónimas al crimen; la indisciplina cundía como funesto contagio en las filas del ejército, convirtiéndose las fuerzas de mar y tierra en instrumentos de rebelión contra el poder constituido; la anarquía, con apocalípticos horrores, reflejándose en la aterrada faz de aquellos gobiernos, que lo eran sólo en el nombre, cernía sus tétricas alas sobre la nación desventurada, sembrando el espanto en todos los corazones y profundísima zozobra en los ánimos más viriles. La subversión de los fundamentos en que descansa el orden social dio margen a que, en sori de protesta, tomara increíbles proporciones y jamás soñados incrementos, el odioso fantasma del absolutismo, el espectro de la teocracia, que, abandonando la huesa en que le había soterrado el empuje incontrastable del progreso, invadió las montañas y los valles, las aldeas y las ciudades, amenazando de continuo y poniendo en inminente peligro el sagrado lábaro de la libertad, cuya victoria habíase adquirido a precio de tantos esfuerzos, de tantas y tan cruentas luchas, y de la sangre de innumerables mártires, tan generosamente y a raudales derramada. Imposible que en las Cortes constituyentes de la República dejaran de predominar, en inmensa mayoría, perniciosos elementos de disolución, elegidas como fueron en medio del retraimiento cuasi absoluto de las clases conservadores y aun de la mayor parte de las vigorosas fuerzas liberales que habían llevado a cabo la gran revolución de Septiembre. En el número, por extremo exiguo, de los diputados de esta procedencia que tomaron asiento en aquella Cámara de triste recordación, reverso de la inmortal constituyente del 6Q, figuró el Sr. León y Castillo, elegido por el distrito de Guía, en Gran- Canaria. Desde entonces conquistóse envidiable puesto entre los más elocuentes oradores de nuestra renombrada tribuna parlamentaria. El brillantísimo triunfo que obtuvo combatiendo el proyecto de constitución federal, entra por cierto en el número de los que bastan para hacer la reputación de un orador. En presencia de aquélla Cámara, influida y subyugada por las violentas pasiones de una demagogia delirante, levantóse el joven diputado canario con ánimo viril y bizarro esfuerzo para triturar con el peso abrumador de su tonante elocuencia tribunicia, aquel engendro utópico y disolvente, que había de poner en riesgo de muerte la gigantesca obra, por tantas generaciones realizada en larga serie de siglos, después de épicos combates e inmensos sacrificios, consumados con ejemplar constancia y sin igual heroísmo. Ante el inminente peligro que corría la unidad de la patria, el señor León y Castillo pronunció magnífica oración, verdaderamente demosteniana, en que resaltan por igual la elegante corrección de la forma, la belleza escultural de la frase y el nervio de su estilo, con la profundidad en el concepto, el vigor y la solidez de la argumentación y la dialéctica acerada que informa todos sus juicios. El ya ilustre tribuno demostró plenamente con argumentos filosóficos e históricos incontrovertibles que el federalismo sólo era un progreso en el período anterior a la formación de las nacionalidades; pero que ir de la unidad a la federación, es, no ya solamente un retroceso, sino un anacronismo, un absurdo. Las dimensiones en que debo encerrar estos desaliñados apuntes, no me permiten exponer, ni aun rápidamente, las luminosas consideraciones que contiene tan excelente discurso; pero sí ha de serme lícito reproducir algunos párrafos que dan idea de sus valientes formas y armoniosos periodos. Dirigiéndose al príncipe de los oradores que, con su maravillosa palabra, propagaba en aquella época el sistema federalista, presentándolo como panacea que había de curar los males de la patria, decía el señor León y Castillo: « lAh, señor Castelarl No hay que hablar de federación en este país, porque es un gran- •^ e, un inmenso peligro. Si S. S. quiere conservar la unidad de la patria española; si quiere decir en el extranjero soy español con el mismo orgullo con que un romano decía: Cívis romanas sum; si quiere que sus huesos descansen en esta tierra, que ha mecido su cuna; si no quiere llorar a la margen de extranjero río las desgracias de la patria dividida, de la patria deshonrada, de la patria perdida; si no quiere condenar a toda una generación a la desdichada suerte de los desdichados hijos de Polonia, que van por Europa mendigando simpatías, y sólo han conseguido de la hospitalidad de la Francia un templo para rezar por sus mártires y por sus héroes; si quiere que su nombre, ese nombre respetado en Europa, querido en América, célebre en todas partes, si quiere que su nombre, orgullo de la patria y gloria de la tribuna española, no sea un nombre funesto y quizá maldecido en este país, es necesario que renuncie a la forma federal, es necesario que renuncie a la vanidad pueril de una obstinación académica; es necesario que renuncie a esa Constitución malhadada, sobre la cual, como sobre el sepulcro de nuestra nacionalidad, podría escribirse recordando a Koskiusko: Finís Hispanice.* Brillante apostrofe, que los hechos demostraron luego fué hermoso arranque emanado de las inspiraciones de la verdad. Dedujo argumentos históricos para demostrar la tesis de que la federación jamás ha sido ideal de gobierno, sino un medio para llegar a la unidad, constituyendo al estacionarse un estado de cosas en que es imposible la vida hasta que desaparece; y, con inspirados acentos, • exclamaba: • Ved a Grecia, grande, opulenta, victoriosa, en toda la plenitud de su genio y de su gloria, cuando las hegemonías de Macedonia y de Atenas realizaban la unidad, en los siglos de Feríeles y de Alejandro; vedla en cambio, cuando las hegemonías concluyeron y recobraron las ciudades su autonomía, arrastrarse impotente para ir a morir esclava en la absorbente unidad de Roma. Pues esa hubiera sido nuestra suerte, si a los antagonismos locales, si a los odios locales que bullen en el fondo de todas las federaciones, no se hubiera opuesto en nuestro país el creciente influjo de la unidad monárquica. ¡ Cuántas veces esos odios y esos antagonismos que bullen constantemente, vuelvo a repetir, en el fondo de las federaciones, - detuvieron los progresos de la reconquista! Notadlo bien; por primera vez en la historia, por la primera vez en nuestra larga historía, fuimos independientes, dejamos de gemir bajo el yugo extranjero, cuando se realizó la unidad nacional; hoy que estamos amenazados de perdería, ¿ qué nueva servidumbre nos aguarda? Yo no lo sé; pero veo algo, siento algo que lleva « 1 espanto a mi corazón, la vergüenza a mi cara. Las naves gloriosas, las gloriosas naves españolas, las naves de don Juan de Austria y del Marqués de Santa Cruz, las naves de Gravi-i^ a, de Churruca y Méndez Núñez; las naves de Lepanto, Trafalgar y el Callao son apresadas por buques extranjeros. ¿ Habéis medido con el pensamiento todo el alcance de estos hechos? ¿ Habéis pensado que este puede ser el primer paso para una intervención? Las impaciencias federales han empezado por deshonrarnos, ¿ acabarán por vendernos? » El sentimiento nacional se había encarnado en el señor León y Castillo y, en toda su intensidad, manifestábase por medio del esclarecido tribuno. Su voz, en aquellos días de conturbación pública, era la voz de la patria. La resonancia de su magnífico discurso extendióse por todos los confines de la nación. Un atleta de la palabra, eminente orador de esplendorosa virilidad, el inolvidable Ríos Rosas, dijo al terminar el señor León y Castillo: « La Constitución federal está muerta. » 7 breves instantes después de la contestación del señor Martín Olías, a quien absolutamente fué imposible atenuar siquiera el grande efecto producido por - aquella excelente oración, el mismo Ríos Rosas ratificó su juicio en gráficas y compendiosas VI frases, diciendo en los pasillos del Congreso: « El discurso de León y Castillo ha sido la tumba de la federal; el de Martín Olías, los funerales. » Ello es lo cierto que tan magnífico y contundente discurso en mucho contribuyó a la> suspensión de los debates del proyecto de constitución federal. « Es indudable,— dice un distinguido repúblico (*),— que otras causas contribuyeron al" mismo resultado; pero ante la demostración grandilocuente y magnífica, expuesta solemnemente a la faz del mundo, de que la República federal era un absurdo político en España, una aberración social y sólo significaba el desquiciamiento de la patria, retrocediendo más de tres siglos, en vez de consumar un progreso, no hubo valor para continuar aquella obra, objeto de-reprobación unánime para todos los hombres sensatos y de sana intención.> En nuestro concepto, evidente es el fundamento de la juiciosa consideración que contienen las palabras anteriormente trasuntadas. Valera, el insigne Valera, el eximio literato de fama universal, autor de la continuacióa de la Historia de España, de Lafuente, al ocuparse en aquel suceso, escribe: « Cartagena era la única esperanza de los cantonales, porque, puesto a discusión en las Cortes el proyecto de constitución federal, combatido elocuentemente por el señor León y Castillo, fué relegado al olvido. » Triunfo parlamentario culminante, señaladísimo, inmarcesible, fué ciertamente el conquistado por nuestro ilustre compatriota en las supremas circunstancias de aquel momento-histórico. Pocos meses más tarde, aprovechando la enseñanza de los sucesos realizados con asombrosa rapidez, e inspirándose en altos designios de verdadero patriotismo, el señor Cas-telar rectificó sus ideas, renunciando con gran cordura y abnegación loable, a las utópicas y anárquicas teorías de que había sido verbo principalísimo, el más ardiente apóstol en todo el: periodo revolucionario. Las apremiantes necesidades de orden y de paz, el supremo instinto de conservación de la sociedad, que veía aterrada cómo, rodando por el plano inclinado de las turbulentas oclocracias, iban a hundirse en los abismos las bases más esenciales de la vida nacional, causa eficiente fueron del saludable movimiento de reacción realizado al despuntar la mañana del 3 de Enero 1874. Habían reanudado el día anterior sus interrumpidas tareas las Cortes Constituyentes.. En la larga sesión que precedió a la disolución violenta de la Asamblea, el señor León y Castillo^ llevando la voz de la minoría liberal monárquica, explicó en elocuente discurso el apoyo por ella prestado al Gobierno del señor Castelar, como única solución posible de orden, en aquellas angustiosas circunstancias. No podemos resistir al deseo de insertar aquí las siguientes frases del orador canario, quien, después de demostrar con atinadísimas consideraciones que el verdadero peligro de la. república estaba en los socialistas y los intransigentes, que han justificado todas las reacciones, decía: « Los niveladores justificaron a Cromwell; los iguales justificaron a Napoleón I y justificaron también el 18 Brumario; los discípulos de Proudhon, de Luis Blanc y de Fierre Lerroux,. esos no solamente justificaron, sino que prepararon el golpe de Estado de 2 de Diciembre votando para la presidencia de la República al que luego fué Napoleón III, en odio a Cavaig-mara (•) El señor LiDares Bivas en la semblaza intitulada « León y Castillo » , página 113 de sn obra a « primera Cá-- a déla restanración » , editada en Madrid en 1878. .- . r e r VII " « ac, republicano de toda su vida, republicano por carácter, republicano por convicción, republicano hasta por familia. 7 es, señores, que las plebes, que pocas veces llegan a ser pueblo, buscan mártires en la desgracia, héroes para la lucha, pero encuentran siempre un amo el día de la victoria. » Mas, aquella Cámara, intransigente hasta la temeridad, exagerada hasta el delirio, derrotó al Gobierno del señor Castelar que tan meritorios esfuerzos venía haciendo para restablecer el orden y reconstituir el desgarrado seno de la patria. Esto dio ocasión al acto realizado por el general Pavía. Los excesos del cantonalismo justificaron aquel movimiento militar « n nombre de la salud de la patria para dejar a salvo los grandes intereses sociales e incólume la unidad nacional. I ] I Iniciada la reacción y ávido el país de paz y reposo que le permitieran restañar las heridas tan hondamente abiertas en la última etapa del período revolucionario, juzgó escasa garantía y débil valladar contra las invasiones demagógicas al Gobierno constituido bajo la presidencia del Duque de la Torre, que, careciendo de bandera definitiva, presentaba como solución otra interinidad y nuevo período constituyente. En la obra de ineludible retroceso realizada el año 1874, escribióse la primera página • « 1 3 de Enero y púsose el sello a la última el 30 de Diciembre. La muerte violenta de las Cortes Constituyentes de la República, proemio fué de la Restauración al grito de ¡ viva Alfonso XIII en los campos de Sagunto. Que así como, al operarse por sediciosos medios los movimientos revolucionarios, es imposible contener el ímpetu de las pasiones desbordadas, resulta por la inversa, en armónico equilibrio, vano también el empeño de atajar en su raiz el curso de los movimientos de reac- • ción. El periodo revolucionario, recorriendo todas sus fases, había terminado al espirar el ^ fto 1874. La libertad, comprometida entonces por los embates demagógicos, corría ahora peligro por las demasías de la reacción. Indispensable era que los hombres de principios liberales, que todas las fuerzas céntricas de la sociedad, que habían luchado con vigor por la suprema necesidad del orden mientras rugieron los desencadenados vientos de la tempestad Revolucionaria, combatieran ahora, con no menor denuedo, para salvar de opuesta catástrofe los sagrados fueros del derecho, las fecundas conquistas de la libertad y los grandes principios de la civilización moderna. Convócense las primeras Cortes de la Restauración. El vigoroso núcleo de políticos que « nte al suceso de Sagunto continuó tremolando enhiesta la bandera simbólica de la Constituyente de 1869, llevó a aquéllas Cámaras respetabilísima minoría, y a cuyos levantados esfuerzos débese en gran parte que la restauración, a diferencia de lo ocurrido en otros países, ^ o se despeñara por los horrorosos precipicios de una reacción desenfrenada. No escasa fortuna fué, en verdad, que la obra restauradora, divorciándose de las anacrónicas tendencias del moderantismo histórico, hubiese sido encomendada a la vastísima " ustración del señor Cánovas del Castillo que, adoptando desde los primeros instantes, temperamentos de transacción y concordia con las ideas y los hombres de la revolución de Sep- •• mbre, supo poner desde luego a raya los menguados propósitos de letal intransigencia que abrigaban los antiguos moderados. La historia, con su veredicto severo e imparcial, exenta de V I I I as pasiones que nublan los entendimientos más claros, hará cumplida justicia a aquel eminente hombre de Estado. Pero también esculpirá en caracteres de oro la patriótica conducta de los jefes del partido liberal que, merced a su tacto, a su discreción, a su cordura, a sus dotes de gobierno y a su acendrado amor al país, obtuvieron el trascendentalísimo triunfo de que la restauración transigiera en parte esencial con los grandes principios por la nación proclamados en el alzamiento de 1868. ínclito adalid de aquella gloriosa minoría fué don Fernando de León y Castillo, autor de la fórmula que suscribió en unión de los señores Núñez de Arce y Peñuelas y que, aceptada por el partido liberal, fijó su actitud en el orden de cosas creado por la restauración. Su gran discurso en los solemnes debates del proyecto de Constitución de 1876, es luminosa expresión de los principios fundamentales de la escuela liberal moderna. Encuéntrase en él magistralmente desarrollada la teoría de los derechos naturales del individuo, cimiento firmísimo en que descansa el gigantesco alcázar de la libertad de nuestros tiempos. « Desde el bilí de derechos de 1869— decía nuestro ilustre compatriota— desde los artículos adicionales de la Constitución de los Estados- Unidos, y, sobre todo, desde la declara-- ción de los derechos del hombre, en Francia, se consideran los derechos individuales como la esencia y la médula de la libertad moderna, que no consiste exclusivamente en el ejercicio de la soberanía, como creyeron los griegos, como creyeron los romanos, a pesar de sus leyes Valerias tan ponderadas por Montesquieu, de la custodia libera y del poder de los tribunos; instituciones todas, que aparecen como garantías individuales; pero que aun eran en el fondo privilegios de la soberanía; como ha creído la revolución francesa, que ha perdido la libertad, aquella revolución irancesa inspirada por Rousseau y por Mably en el socialismo despótico de la antigüedad clásica, falsa noción de la libertad, que produjo los errores y los crímenes de la revolución francesa perpetrados en nombre de la Convención, esto es, en nombre de la soberanía y en virtud de aquella fórmula del salanpópuli, que fué entonces, como había sido antes y ha sido luego, la ejecutoria de muchas tiranías. > No; nosotros no aceptamos esa libertad; nosotros rechazamos esa libertad, como la más inicua, como la más indigna y como la más miserable de todas las tiranías. Nosotros tenemos otra noción de la libeitad; para nosotros la libertad se funda principalmente en el derecho que tiene todo hombre a desenvolver dentro del medio en que vive, esto es, la sociedad, todas y cada una de sus facultades. Por eso yo, individualista, yo liberal, en una palabra, no creo que el individuo haya sido hecho para el Estado, falsa noción, error socialista que en todo o en parte han aceptado muchos hombres, que se llaman conservadores, sino que creo, más bien, que el Estado ha sido hecho para el individuo, como complemento del individuo, como prolongación del individuo, como salvaguardia de los derechos del individuo. » yo he vacilado en mis opiniones sobre este punto, cuando he oído a hombres de inmensa autoridad afirmar que los derechos individuales están limitados siempre por los derechos sociales, cuando hay contradicción entre los unos y los otros: no concibo esa contradicción. Yo creo que en una sociedad organizada con arreglo a los eternos principios de la libertad, no puede haber nunca esa contradicción; entre estos dos términos, sociedad e individuos, hay, o debe haber, una completa, perfecta y total armonía. » No se concibe la existencia de los derechos sociales sino partiendo de los derechos individuales, como no se comprende la existencia de la circunferencia sin el punto céntrico. Sólo en el hombre, individualmente considerado, reside el derecho; porque sólo el hombre> individualmente considerado, tiene la conciencia de su misión, circunstancia sin la que no se concibe el derecho. Por eso, señores, cuando yo oigo hablar de derechos sociales, pienso que I X se dice algo que no es exacto, algo que no tiene verdadero sentido, como cuando se habla de la religión del Estado, como si el Estado tuviera otra vida, como si para el Estado hubiera algo del lado allá del sepulcro, como si para el Estado hubiera gloria e infierno. El objeto fundamental de la sociedad política es hacer una masa común de medios y fuerzas para garantizarse les miembros de ella, es decir, los individuos, por medio de leyes aceptadas por todos y sostenidas por el poder público, la completa y pacífica posesión de los derechos naturales del hombre. . , > u • j - . El derecho, pues, de la sociedad es, o debe ser, el de la defensa de los derechos individuales. ¿ Cómo puede haber contradicción entre aquél y éstos en una sociedad organizada con arreglo a los principios de la libertad, cuando después de todo, los derechos sociales vienen a ser la garantía, el complemento de los derechos individuales? Lo que parece limitación no es tal limitación; es complemento, por que es garantía. » ,. , , j En estas breves, pero elocuentes frases, hállase admirablemente compendiada la verdadera, la sólida, la fundamental, la sanísima doctrina de los derechos individuales. Convencido el señor León y Castillo de la firmeza y lógico encadenamiento de las bases y principios de la escuela liberal moderna, apártase por completo de los perniciosos sofismas de los antiguos revolucionarios, que desgraciadamente tanto se extendieron bajo el influjo de las espléndidas formas del autor del Contrato social, cuya eterna metafísica, como dice Benjamín Constant, consagró los errores más funestos. En el profundo y elocuente discurso a que venimos refiriéndonos, el ilustre orador expuso también atinadísimas consideraciones acerca del principio de la soberanía nacional. « Importa consignar- dijo- que nosotros, al proclamar el principio de la soberanía nacional para derivar de él el Poder público, no incurrimos en el error frecuente de los viejos partidos liberales, de creer que la libertad consiste exclusivamente en el ejercicio de la soberanía, ni mucho menos de proclamar el principio de la soberanía nacional como absoluto, para derivar de él, no sólo el derecho, sino el Poder. No, nosotros proclamamos el principio de la soberanía nacional como principio esencialmente político y nada más que político: la soberanía nacional es el fundamento de las sociedades políticas, pero no es la omnipotencia, porque está limitada por su propia naturaleza; no es la omnipotencia, que si lo fuera, sena la mas miserable, la más indigna y la más insoportable de las tiranías. » , , . Extendióse luego en erudita disquisición sobre el origen histórico de la soberanía, y terminó el examen de punto tan esencial de los organismos políticos modernos, con estas brillantes frases: j- u . . « Los monarcas de los siglos XVI y XVII tuvieron fuerza, tuvieron medios bastantes para reducir este principio a la condición de principio abstracto en que lo acepta el señor Presidente del Consejo de Ministros. Pero hoy, después que la revolución ha venido a remte-grar a los pueblos en el más grande, en el más santo de sus derechos políticos ¿ quien tiene " tedios, quién tiene fuerza o demencia bastante para intentar lo que realizaron los monarcas de los siglos XVI y XVII? ¿ Por qué, pues, no habéis aceptado el principio de la soberama nacional? Por qué no lo habéis consignado en el proyecto constitucional? ¿ Amenguabais por eso otros Poderes? No; los fortalecíais, que no hay mengua para ningún poder en colocarse al am- Paro de la voluntad del país. ¿ O es que creéis que el principio de la soberanía nacional no está de hecho y de derecho por encima de todos los poderes? ¡ Ahí con los que esto crean en el último tercio del siglo XIX; con los que cierran los ojos ante la realidad, para confundir la ceguedad con la consecuencia; con los que no han aprendido nada en medio de las catástrofes que han presenciado; con los que niegan la existencia y eficacia de este principio que se perpetúa a través de la historia; con los que lo desconocen y lo anulan, y por desconocerio y anularlo dan lugar a que se presente, como la muerte, de improviso, llamando a las pueitas de un país con la voz de las revoluciones, no es posible discutir; hay que decirles, recordando a Napoleón en Campo Formio: « la soberanía del pueblo es como el sol; está ciego el que no le vé.> No debe extrañarse que nos detengamos con el intento de dar algo aproximada, aunque deficiente idea, de este magnífico discurso, porque no sólo se descubre en él al elocuente tribuno, sino también los principios, las tendencias y aspiraciones ampliamente liberales del ilustrado político. Ocupándose luego en los artículos de la Constitución relativos al principio electoral, a que consagró casi toda la segunda parte de su extenso discurso, decía: « yo no sostengo que el derecho al sufragio sea un derecho natural^ propiamente dicho, y en este sentido pienso que ha hecho bien la comisión eliminándolo del título primero de la Constitución, si es que en el título primero sólo se consignan los derechos naturales del hombre; pero creo que es algo más que una función, como ha dicho Mr. Mili. Yo creo que es un derecho político, el más grande, el más importante de los derechos constitutivos de la libertad política; es el derecho cue tienen todos los ciudadanos a intervenir en el gobierno de su país, a gobernarse a sí mismos, por sí mismos y para sí mismos, el self governcment, en una palabra; y por eso creo que es un derecho harto importante para dejar de consignarlo en una Constitución, y entregarlo, como todo en ese proyecto, a merced de las leyes orgánicas y de las necesidades momentáneas de la política. » Hízose luego cargo del erróneo concepto sustentado por algunos políticos de gran autoridad en la escuela conservadora, para quienes el sufragio universa! contribuye a fomentar el socialismo, y los combatió con vigorosa impugnación, demostrando que las tendencias socialistas, cuyo origen se remonta a las más antiguas edades, no cambian ni se modifican por el alejamiento y la proscripción, sino que teniendo derecho a ser oídas, hay que combatirlas con la palabra y vencerlas en la tribuna. En suma, el señor León y Castillo examinó con verdadera grandilocuencia todos los principios y fundamentos capitales de la libertad política, y terminó su brillantísimo discurso con estas significativas palabras: « Hay que decidirse; al vado o a la puente; a la reacción o a la libertad; a la libertad, que fuera de la libertad no hay salvación ni vida para ningún poder de la tierra. Unid con indisoluble vínculo la Monarquía con la libertad; convertid la Monarquía en símbolo de la libertad, de modo que no se conciba la existencia de la una sin la otra, en interés de ambas, sobre todo de la primera; porque hemos llegado, señores, a unos tiempos en que, por firmes que estén las Coronas sobre las frentes de los Reyes, cuando los Reyes son dignos de ceñirlas, están aún más firmes las ideas y las aspiraciones generosas de la libertad en la conciencia y en el corazón de los pueblos. » Grande fué el éxito obtenido por esta magnífica oración parlamentaria que profusamente circuló por todas partes. Ella afirmó la elevada reputación de orador por el señor León y Castillo adquirida al combatir el proyecto de constitución federal de 1873. De los numerosos lauros con que supo engalanarse después en las Cortes sucesivas de la restauración, nos es imposible dar ni remota idea en el rápido curso de estos desaliñados apuntes. Baste consignar que desde entonces acá, ha intervenido siempre, por designación del partido liberal, en todos los debates políticos de mayor importancia y trascendencia, en todas las grandes solemnidades del Parlamento. Cada discurso pronunciado era para el eminente orador un nuevo triunfo. Ora combatiendo la suspensión de garantías constitucionales en los primeros años del Ministerio conservador; ora interpelando en distintas veces a aquel Gobierno por su falta de sinceridad y su obstinada resistencia al movimiento de las ideas libe- rales; ora atacando con los acentos más viriles y en las formas más esplendorosas de la elocuencia tribunicia, la dictadura ejercida por la absorbente personalidad del señor Cánovas del Castillo; ya interviniendo en palpitantes discusiones a que daban motivo y ocasión los mensajes de la Corona; ya tomando parte en interesantísimos debates sobre la situación de la grande Antilla, manifestóse siempre con todas las rarísimas propiedades y los accidentes deslumbradores de un gran tribuno, siempre elocuente, correctísimo en la dicción, inspirado en la frase, profundo en el concepto, discretamente erudito, hábil en la exposición y vigorosa-nente dialéctico en sus raciocinios, dando realce a este rico conjunto de extraordinarios mé ritos las singularísimas dotes externas del orador Pero no nos perdonaríamos tan censurable omisión si dejásemos de insertar aquí la expresiva carta que el señor Martos, gloria de la tribuna española, dirigió a nuestro distinguido compatriota con motivo de su brillante discurso, antes indicado, combatiendo la dictadura del señor Cánovas del Castillo. Dice así: « « « *<^ ^ ^ . , ^ . , . ^ / ^ ^ ^ éZí^^ y^ y ^ . W ^•^^, y^ ¿ <^^/^<^'^ ^/..^^^./ c.^. e. t^ « ^ ^ « C ^^^^^/^ ,,^^ / á* Jo^ o. t^.^/^^ eO. ¿ e^ n, y^,^. c/ eJ. P ^^-^ ' ^ ^ ^ /^^^ é:^^ ^^ Jc. de e^ El brillante concepto galanamente expuesto en la precedente carta por un orador tan conspicuo como el señor Martos, es honrosísimo galardón para nuestro distmguido compatriota. Sentimos, en verdad, que los límites de esta mal perjeñada noticia nos impidan deleitarlos en el examen de sus discursos, verdaderos tesoros de elocuencia de la preemmente tribuna patria. Pero no nos dispensaremos de insertar siquiera uno de los párrafos de aquella niagnífica catilinaria enderezada contra la política del señor Cánovas del Castillo un mes antes de que por el impulso acertado de la regia prerrogativa, cayera con aplauso general, después de seis años de haber constantemente ocupado las alturas del poder. Puso de relieve el señor León y Castillo, los gravísimos peligros que rodeaban las instituciones por la obstinada obcecación de una política personal, estrecha y arbitraria, y añadía: * íQvé importa que las costumbres públicas se degraden, y que a los impulsos generosos de la opinión popular haya sustituido el interés grosero y el ansia vil del negocio? ¿ Qué importa que el país se sienta corroído por la indiferencia que le habéis inoculado? ¿ Qué importa que los comicios estén desiertos y las plazas de toros llenas? ¿ Qué importa que la juventud en masa, simbolizando la fé, el entusiasmo, las nobles aspiraciones del porvenir, desfile por delante de la restauración como un ejército en marcha que busca para acampar tierra " » 6s hospitalaria, con horizontes más amplios? ¿ Qué importa que el espíritu público desapa- rezca de la superficie y se condense y empiece a hervir en el fondo? ¿ Qué importa que la in-certidumbre del porvenir y el sentimiento de la instabilidad agobien los espíritus y que entretanto el partido carlista, vencido en los campos de batalla, con vuestra ayuda se organice, crezca y aceche, y que el partido republicano, disuelto por sus propios errores, con los vuestros se organice, se multiplique y confiadamente espere, y que sólo mengüen los partidos monárquicos liberales, diezmados por el desencanto que cunde como un contagio entre sus filas? ¿ Qué importa la inmensa soledad que a todos los monárquicos liberales nos está rodeando en el país? ¿ Qué importa todo eso? ¿ Qué importa nada mientras esté ahí el señor Cánovas del Castillo, con la mano puesta en el timón y pueda deciros como César durante la tempestad: Níhil ti meas Coesarem veñt'sP* Este vigorosísimo arranque, lleno de viveza y colorido, revela de modo patente las grandes energías y la poderosa elocuencia que caracterizan la brillante oratoria de nuestro eminente compatriota. « El señor León y Castillo — dice el distinguido político y orador don Aureliano Linares „ Rivas (*)— el señor León y Castillo, como Ríos Rosas, tiene el genio de las tempestades, y es | como él, Dios de los truenos y de los rayos. Su elocuencia empujada por aquella voz prepo-| tente que conmueve el espacio y hace retemblar las paredes, no es sosegada, tranquila y aca-| démica, sino vehemente, ardorosa, fogosísima y predispuesta siempre a los grandes apóstro- j tes, a la invectiva, a las exclamaciones y a las frases de efecto, que condensan breve y enér- g gicamente todo un mundo de alabanzas o de reprobaciones. El tono épico es tan indispensa- ^ ble al señor León y Castillo, como el oxígeno para la vida, y por eso quien le quiera mal de- 1 be lanzarle en pequeñas contiendas donde no pueda emprender el raudo vuelo de las águilas. | « Naturalmente fogoso e impresionable, lleno su cerebro de ideas y su corazón de no- 1 bles aspiraciones, desbórdase cuando habla como un río al salirse de madre. No ve, no oye, | no alienta ni palpita durante sus discursos más que para dar salida al torbellino de pensa- | mientos que agitan su mente y al raudal de frases magníficas que acuden en tropel a sus la- | bíos. Entonces parece abstraído del mundo, y salen redondas, limpias, magníficas, sus oracio- | nes, que bien merecen calificarse, sin exceptuar una sola, de filípicas o catilinarias » f En este acertadísimo juicio del señor Linares Rivas, ha coincidido sustancialmente la 2 prensa política de la corte, sin excepción de matices. ] V Los culminantes méritos del señor León y Castillo y sus grandes servicios al partido liberal, lleváronle a formar parte del notable Ministerio constituido el II de Febrero de 1881. Había brillado en la tribuna con fúlgidos esplendores. ¿ Se eclipsará la estrella de su fama y prestigio, cual ha sucedido a muchos oradores eminentes, al echar sobre sí la grave responsabilidad del poder? ¿ Perderá el estadista en la estimación pública los victoriosos laureles con tanta gallardía conquistados por el tribuno? ¿ Podrá aplicársele aquellas frases que un ilustrado publicista dedicó a López, el gran orador: « La tribuna es su vida y su gloria; el Gobierno su descrédito y su muerte? » ¡ Ahí. En modo alguno. Muy por la inversa, en mucho aumentó su gloria y consolidó su prestigio durante el bienio en que estuvo a su cargo la cartera de Ultramar. En los Gobiernos civiles de Granada y Valencia, que desempeñó con gran acierto en azarosos tiempos de la revolución, y durante dos distintos periodos en la Subsecretaría de (*) En so obra antea citada, La primera Cámara de la Restauración. X I I I Ultramar, habíase acreditado de hombre de gobierno, cuyas especiales dotes tuvieron después ancho campo donde extenderse al regir este importante y difícil Ministerio. Cúpole la esclarecida honra de transformar los antiguos organismos de la gran Anti- « 8) planteando con felices resultados la política de asimilación hoy imperante. El caduco régimen colonial que, constreñido en círculo de hierro, impedía a aquellos insulares compatriotas nuestros vivir la fecunda vida de la libertad, fué trascendentalmente « codificado, merced a las altas miras del insigne estadista objeto de esta noticia biográfica. Promulgada la constitución de la monarquía en Cuba y Puerto- Rico; Ijbre la prensa, antes amordazada con la previa censura; consagrado el derecho de reunión en igual forma que en la Península; reorganizada la Administración por acertadísimos decretos en importantes ncaterias de hacienda y fomento; dictadas eficaces disposiciones para extinguir los abusos cometidos en el ejercicio del derecho de patronato y asegurar, colocándolos bajo el amparo y protección del ministerio público, los derechos de los patrocinados para cumplir religiosamente la ley de la abolición de la esclavitud; y aplicada, con previsoras reformas, la legislación que regula trascendentalísimos actos de la vida, en consonancia con el progreso de las ideas y de las costumbres en aquella preciosa y codiciada parte del territorio español; he ahí, en en breres rasgos indicada, la transformación profunda y fecundísima, la alta empresa por el señor León y Castillo acometida con inmenso prestigio para su nombre en las grandes islas antillanas. Pero no sólo a Cuba y Puerto- Rico llevó el ilustre estadista la poderosa iniciativa de su f enio. Aun más alto renombre y gloria mayor le estaba reservado conquistar en el vasto ar-chjpiélago filipino. El recuerdo de la verdadera obra de redención allí realizada por su nunca bastante encomiado decreto de 25 de Julio de 1881, será trasmitido en el curso de los siglos con eterno loor. Bajo el triple aspecto social, político y económico, esa gran reforma, como ° Uo en el Congreso el eminentísimo orador de la democracia española, hará figurar el nom-re de León y Castillo al lado de los grandes libertadores de la humanidad. Millones de siervos, que por mucho tiempo gemían bajo los tiránicos rigores de una nxmistración usurpadora, quedaron para siempre emancipados. Libres la siembra y el culti-del tabaco y su manufactura y consumo interior, el trabajo, antes esclavizado y sujeto a probiosa tasa, puede hoy desarrollarse ampliamente, sin inicua servidumbre, sin monopolios losos ni sórdidas trabas que le impidan remontar su vuelo. La extensión y fomento del cul-o, a impulsos de la próspera iniciativa del inteiés individual, y la explotación de las indus-s que han de desenvolverse por consecuencia del desestanco, constituyen bases seguras un hsongero porvenir para aquella importantísima región oceánica. 1 A * corrientes colonizadoras— decía el señor León y Castillo en el elegante preámbu-e su decreto inmortal,— el trabajo cosmopolita, la duda y el temor de inertes capitales en inmensos y vírgenes territorios que, situados entre el canal de Suez y el futuro de Pana- ' allanse en el paso inevitable de la circunnavegación del mundo y en donde, cualquiera . ^. f.* porvenir que la historia reserve a nuestra patria, un suelo y una raza descubiertos VI izados por nosotros, proclamarán siempre que, bajo el glorioso reinado de V, M., reci-leron decisivo y espontáneo impulso para su futuro bienestar. » ólo este decreto es bastante para perpetuar la memoria de un hombre de Estado. '- orno orador ministerial acreció los numerosos triunfos conquistados desde los bancos Jad'^ ° Posición. En los vivos debates promovidos por la izquierda dinástica fué denodado pa- • de 1*^ * • • ''°^'*'^* general del Ministerio, demostrando con la mayor elocuencia los peligros * itu* rt^^**^*^" constitucional y, sobre todo, la posibilidad de realizar dentro de la vigente cons-ción, amplia y expansivamente interpretada, todos los principios y desarrollos del sistema X I V liberal. En orden a los negocios adscritos al departamento de su cargo, hizo defensa brillantísima de la política de asimilación planteada en Cuba. Uno de los diarios más importantes y acreditados, el de mayor circulación en España, El Imparcial, juzgando el discurso pronunciado por el Ministro de Ultramar en la discusión iniciada por el señor Portuondo, escribía: « Pocas veces ha salido del banco azul discurso tan completo, tan acabado, en que se compenetren con toda armonía la elocuencia en la forma y el pensamiento trascendental del hombre de gobierno. » En efecto, aquella oración ministerial valió al Sr. León y Castillo uno de los mayores triunfos parlamentarios de que puede envanecerse. En medio de los aplausos generales de la Cámara, causando transportes de entusiasmo a mayoría y oposiciones, el ilustre Ministro condensó el sentido de su discurso en estas patrióticas, enérgicas y bellísimas frases: « Ni autonomistas ni coloniales. España, que arrancó al abismo de los mares el secreto de la existencia de América, tiene derecho indudable, tiene derecho indiscutible a ser potencia americana. Allí están Cuba y Puerto- Rico, que la representan con sus instituciones liberales en presencia de las democracias americanas. La América entera debe conservar la bandera españole donde está, en Cuba y Puerto- Rico, en el Golfo mejicano, a la entrada de América, y conservarla eternamente allí como se conservan los blasones de familia a la entrada de las casas solariegas, por respeto a la memoria de nuestros padres y por propio y legítimo orgullo. > Al dejar el poder el partido liberal con el levantado propósito de proseguir la intentada conciliación con la izquierda dinástica, cuyos hombres de mayor prestigio le sucedieron en el Ministerio presidido por el señor Posada Herrera, fué elevado nuestro distinguido compatriota a la primera vice- presidencia del Congreso de los Diputados, habiéndole cabido el' alto honor de presidir la sesión más importante de cuantas en aquella legislatura celebró la Cámara popular. Caída la situación liberal en Enero de 1883, siguieron los dos últimos años de la política conservadora, coincidiendo sus errores y desaciertos con las desdichas de todo género que en aquel período tristísimo agobiaron la nación. Durante ese desgraciado bienio la elocuente voz del señor León y Castillo, con todos los matices de sus vigorosos acentos y brillantes inspiraciones, resonó distintas veces en la Cámara en defensa de la libertad y del derecho, ya en el debate con motivo de la contestación al discurso de la Corona, ya en la larga y agitada discusión a que dieron lugar los lamentables sucesos universitarios ocurridos en Noviembre de 1884. Bajo la pesadumbre abrumadora de una larga serie de calamitosas contrariedades, desapareció de las regiones del poder el segundo Gobierno del señor Cánovas del Castillo, ante las sombrías criptas del tétrico Escorial, tan prematuramente abiertas para el malogrado Rey Alfonso. En aquellos aciagos días de público duelo, el gran partido liberal, formado bajo-la indiscutible jefatura del señor Sagasta, con el concurso de los elementos más valiosos procedentes de la izquierda dinástica, recogió la triste herencia ministerial de manos de la desolada viuda, de la augusta Reina Regente, de la egregia y virtuosísima dama que, poseyendo las altas dotes e inestimables prendas de un verdadero hombre de Estado, viene, desde el momento mismo en que dejara la vida su inolvidable Alfonso, rigiendo con sabia y previsora solicitud los destinos de la infortunada patria. Reconocidos por el preclaro Jefe del partido liberal los grandes merecimientos del ilus- XV tre compatriota nuestro, que indudablemente le daban derecho a formar parte del Ministerio, • eliminó, no obstante, con la mayor abnegación, su personalidad para dar acceso a los hombres más conspicuos de la democracia monárquica, porque era así por todo extremo conveniente para el afianzamiento de las instituciones en aqueilos instantes de suprema angustia, en que sus adversarios cobraban bríos y veían renacer la esperanza de inmediato triunfo para sus ideales. Aun fuera del ministerio, el Sr León y Castillo ocupa la posición preeminente que, en ' Uerza de sus propios méritos, le corresponde. Recientemente le ofreció el Gobierno, con encarecidos ruegos, la presidencia de la comisión parlamentaria encargada de sostener el deba- ® político en el Congreso, con ocasión del mensaje de la Corona; puesto de grande empeño y alto honor, que el Sr. León y Castillo ha rehusado por atendibles motivos y respetabilísi- ' nas razones que abrillantan su modestia y enaltecen su carácter. Pero como jamás ha eludido su concurso en ninguna ocasión difícil y solemne, acep-ando por el contrario todos los cargos que el partido liberal ha creído conveniente encomendarle, el Ministerio le ha designado para ocupar otro puesto de combate, la presidencia de la importante comisión de lista civil, juzgando con acierto que requiere un hombre de su talla y prestigio y de sus grandes condiciones de tribuno, para resistir con vigor y éxito el empuje de las minorías republicanas que, por medio de sus más elocuentes oradores, han de Combatir rudamente la dotación de la casa real. En reciente fecha ha recibido también la elevada distinción de ser nombrado individuo e la docta academia nacional de Ciencias morales y políticas. Pero es necesario poner ya término a esta noticia biográfica. Hemos dado idea, aunque panda, de las extraordinarias dotes del elocuentísimo orador) del hábil e ilustrado político, del eminente estadista. y aun no debemos hacer caso omiso de sus brillantes aptitudes de escritor, demostrái s an la prensa periódica y especialmente en la Revista de España, notabilísima publicación científica, literaria y política que, por espacio de algunos años, dirigió juntamente con el afa- " » ado repúblico don José Luis Albareda. VI Mas antes de concluir, abandonando ya la vasta escena pública de la madre patria, di-t K°^ rápida ojeada hacia esta roca del proceloso océano, donde hemos nacido y donde len vió el primer rayo de luz el predilecto compatriota nuestro, en cuyo honor nos congregamos aquí en esta velada solemne. (*) irijamos nuestra mirada cariñosa al adorado país de nuestros vivísimos afectos, de ros afanes y desvelos más solícitos. Contemplemos, por breve instante, bajo la égida tie ° ™ . ^" ^'^° esclarecido, a esta perla de las antiguas Afortunadas, a esta queridísima j p ' sonriente oasis rodeado de inmenso mar; regalemos nuestra vista al concentrarla sobre jjg n- i_ anaria, náyade gentil surgiendo erguida del fondo del Atlántico y alzándose hasta r » " bes, que besan su frente en las elevadas cimas del Nublo y el Saucillo. *'' a< Í08 socin. HÍ"* Í*-!'" Í**^* P"' '* sociedad Oabinete Literario, el 26 de Juaio de 18á8, con motivo de haber sido nom- » « U08 de mérito los señores León y Castillo y Pérez Galdós. X V I Abruptas sierras y empinados montes, a impulsos de bienhechora influencia, abren sus* senos para dejar libre paso a las arterias por donde circulan el movimiento y la vida de nuestros pueblos. Extensa red de amplias vías circundan casi la isla entera y la atraviesan hasta sus elevadas cumbres. Gigantesca obra de fecunaísima trascendencia en nuestros futuros destinos, desarróllase con instalaciones soberbias a la vanguardia de Las Palmas, en su puerto de la Luz, llamado a ser el centinela avanzado de nuestro progreso y la base inconmovible de nuestro halagüeño porvenir comercial. Importantes industrias marítimas, antes desconocidas entre nosotros, toman aquí carta' de naturaleza; acrece cada día el movimiento de buques de vapor; instálense sucursales de acaudaladas casas extranjeras, indicando todo que, en un plazo breve, adquirirá esta Ciudad extraordinario vuelo en el orden marítimo mercantil. Veintitrés años hace que un joven canario, anticipándose con la previsión del genio a* ese porvenir, que ya entrevemos cercano, terminaba con estas brillantes frases un articulo intitulado con el nombre de nuestro puerto: « Cuando se terminen— decía— las obras proyectadas, el día en que se vean en aquel dormido mar ondulando al viento cien banderas representando otras tantas naciones, emblemas de vivos colores que enciende con sus rojas tintas el sol ardiente de los trópicos, ese día será día grande, el más grande quizá para la Gran- Canaria; entonces comenzará a aparecer en el risueño horizonte de su porvenir la aurora que alumbra a los pueblos que realizan el ideal del siglo XIX. > Lo que entonces escribió el adolescente estudiante con motivo de un pequeño proyecto de muellei tiempo andando, dióle el ilustre estadista mayores caracteres de verdad, porque amplió aquel proyecto, que yacía abandonado, elevándolo a las grandes proporciones de excelente puerto de refugio. Injustos seríamos si no asociásemos a la realización de empresa tan magnífica el nombre distinguido de don Juan de León y Castillo, ilustrado Ingeniero, que concibió y llevó a cabo el proyecto con tan pasmosa rapidez como singular acierto. Reciba, en este momento solemne, tributo de admiración y homenaje de gratitud. Complemento del puerto será, a no dudarlo, el gran edificio proyectado para lazareto en punta de Gando; concesión asimismo importantísima, cuyas obras preliminares tocan ya a su término, que debemos igualmente al infatigable celo de nuestro preclaro compatriota, con el eficaz auxilio también prestado para esta obra por aquel distinguido Ingeniero, que tantas pruebas relevantes tiene dadas de su verdadero amor al país. Ocioso sería molestar por más tiempo la benévola atención de este escogido auditorio enumerando todos los servicios de gran valía, obtenidos merced a la levantada y fecundísima gestión del gran protector de la patria. No; bajo ningún concepto es esto necesario. Esos inestimables servicios están ante nuestra vista, todos los conocemos, y se hallan indeleblemente esculpidos en los nobles y leales corazones de nuestros compatriotas. Gran- Canaria, estimulada por grandes sentimientos y perpetuamente enardecida con el sagrado fuego de inextinguible patriotismo, oirá siempre con amor aquel esclarecido nombre, y en sus ciudades y en sus aldeas, en sus selvas y en sus valles, en sus montañas y en sus orillas, vibrarán eternamente los ecos de sus alabanzas, repitiendo esta exclamación: jHonor al ilustre tribuno, gloria al insigne estadista, gratitud al eminente patricio; gratitud eterna a León y Castillo, orgullo y prez de la Gran- Canarial Sc/< í^ 5 i^^ on § 5S^ 55; ; , Ji/... ™ V. Ví:: í;:':: ív.".'".' rrr...\ "".••" v" vw" v* i.'" v" v* ií" v" v""> .-• V.* • ^•-* •.•• t r » , » \_*\ « %. « '* « « A A*** DISCURSO PRONUNCIADO EN LA SESIÓN DEL DÍA 9 DE MAYO DE 1871, CONTESTANDO A ALUSIONES DEL SEÑOR SORNÍ. | iENTO en el alma, señores diputados, tener que molestar vuestra aten- Ición, siquiera sea por breves momentos, y lo siento más, cuanto que necesito ocuparme de una cuestión que, si para vosotros es estéril, para ^ mí es sobradamente enojosa. Comprended la dificultad de mi posición, , dominado de una parte por el natural temor que a todos embarga al ha- ) cer uso de la palabra por vez primera en este augusto recinto, y agobiado, por otra, bajo el peso de la elocuente habilidad de mi distinguido amigo el señor Sorní. Esta dificultad de mi posición, unida a lo inesperado de los ataques que, creédmelo, porque lo digo con ingenuidad, me impide coordinar toda idea en este momento, esta dificultad, repito, de mi posición, me hace esperar de vosotros, señores diputados, gran tolerancia, gran benevolencia, gran indulgencia. Confiado en esto, seguro de esto, yo voy, no a discutir el acta de qy I Sueca, no a defender el acta de Sueca, porque ciertamente habrá otros un deb ^^^" mejor que yo pudiera hacerlo. Voy a cumplir con un deber de honor, con ha j - .^ 1^ P^""^ " i> ineludible, contestando a los gravísimos cargos que en el día de ayer me '' a. dirigido el señor Sorní. ocurr" comenzado el señor Sorní haciendo referencia a hechos y a sucesos que no aseJif?" "' ^"^^^'^'' on siendo yo gobernador de Valencia. El señor Sorní hablaba de no era cometidos en Ruzafa el 24 de Junio de 1870. Pues bien, señores diputados, yo ¿ iciemh"*°"^^^ gobernador de Valencia; yo tomé posesión de aquel gobierno el 24 de si fuer ^^ í ® ' mismo año. Ha hablado también el señor Sorní de un hecho escandaloso, pósitoV^-^^' ^^^ '^ ^^ referido un guardia civil, o un oficial de la guardia civil, a pro- Por ést ^^ Vw^ criminal conducido a presencia del gobernador de la provincia, y puesto Yo, señores, no tenía conocimiento de este hecho, del cual el señor Sorní pretende derivar una gravísima responsabilidad para el gobernador de Valencia. Yo no tenía conocimiento de ese hecho, del cual deduce el señor Sorní que por parte de las autoridades hay protección para los criminales en la provincia de Valencia. Llegado a este caso, yo tengo que preguntar al señor Sorní: ¿ se ha referido a mí S. S.? ¿ Soy yo ese gobernador? ¿ Me ha aludido S S? Espero la contestación. El señor PRESIDENTE: El señor León y Castillo tiene la palabra. El señor LEÓN Y CASTILLO: Me doy por satisfecho con la explicación del señor Sorní. S. S. ha denunciado hechos más o menos escandalosos que no se han referido en manera alguna a la época en que fui gobernador de Valencia. Yo no estoy en el caso de defender la conducta de nadie, porque no se me ha autorizado para ello, y ciertamente los gobernadores que me precedieron no necesitarán de mi defensa. Yo me doy por satisfecho de las explicaciones del señor Sorní, y me permito dirigirle un ruego, y es que no haga caso S. S. de cuanto le cuenten de cuestiones electorales en ciertas provincias. Hay, señores diputados, permitidme la expresión, chismes de localidad de tal naturaleza, que un hombre tan serio, tan sensato, tan leal, tan honrado como el señor Sorní, no puede ni debe en manera alguna hacer caso de ellos. En ciertas provincias, señores diputados, se ha llegado a un extremo en que ya no basta arrojar lodo sobre la frente para manchar la honra; es necesario ir más lejos: es necesario empañar la conciencia salpicándola con sangre. Señores diputados, si yo no supiese que en el día de ayer y en el día de hoy el señor Sorní ha cumplido con un penoso deber de hombre de partido, ciertamente que yo me admiraría, que yo me asombraría de los cargos que el señor Sorní ha dirigido al Gobierno y sus delegados por su conducta en Valencia durante el período electoral. El señor Sorní estaba en Valencia cuando tuvieron lugar las elecciones; el señor Sorní era candidato por el distrito de Serranos; el señor Sorní me veía con frecuencia, me honraba al verme; hablábamos como se habla entre un gobernador y un candidato de oposición, de los accidentes, de las peripecias, de los detalles de la contienda electoral. Pues bien, durante aquel período, ni directa, ni indirectamente, ni en ninguna forma, el señor Sorní me denunció ninguno de esos abusos, ninguno de esos atropellos, ninguno de esos escándalos, ninguno de esos crímenes a que se ha referido S. S. en el día de ayer y en el día de hoy. ¿ Por qué tanto callar entonces y tanto hablar ahora? Peto no era sólo el señor Sorní el candidato de oposición que estaba en Valencia durante el período electoral: también estaba allí mi distinguido y respetable amigo el señor Castelar, candidato por el distrito de Mercado. Señores diputados, si vosotros hubierais estado en Valencia durante el periodo electoral, ciertamente que os hubierais admirado, que os hubierais asombrado, que os hubierais indignado, como me asombré, y me admiré y me indigné yo al oir los cargos que el señor Castelar fulminaba aquí contra el Gobierno y contra sus delegados en las provincias por los escándalos, los atropellos, las coacciones y las ilegalidades que S. S. suponía habían cometido. El señor Castelar necesitaba hacer un discurso de tremenda oposición, y lo hizo. El señor Castelar necesitaba inmolar víctimas ante la opinión, y lanzó a la voracidad del publico el prestigio y la reputación de algunos gobernadores. Yo, señores, desde este sitio, oí al señor Castelar y, sin embargo, callaba; pero no creáis que callaba ante sus acusaciones; callaba agobiado bajo el peso de su elocuencia. 3 Habíais de ver, señores diputados, al señor Castelar en Valencia. Seguido de una multitud que a todas partes le acompañaba pendiente de sus labios ansiosa de escucharle como se escucha a un apóstol; el señor Castelar, de día, de noche, al f J^ ' bre. en la plaza pública, a la puerta de los colegios electorales, tuvo siempre completa libertad para hablar, para conmover los ánimos, para llevar a los electores, y esto era lo Practico a ' as Ulnas a que votaran en favor de su candidatura. ¿ Hay alguno que lo niegue? ¿ Hay « Iguno que lo dude siquiera? Apelo al testimonio de Valencia entera que presenciaba con la cordura y la sensatez de un pueblo verdaderamente libre, espectácu o que solo se ofrece allí donde vive y se arraigo la libertad. Yo, señores, satisfecho del resultado de ' as elecciones en la provincia de Valencia, al ver el triunfo de los candidatos del Ciobier- " 0 en 11 distritos de los 15 en que aquella provincia se divide, me felicitaba en ello, pero me felicitaba más de la legalidad y de la libertad con que se llevaban a cabo ' as elecciones; y ante esta consideración, señores, yo lo declaro aquí con completa lealtad y con completa franqueza; ante esta consideración, yo llevé mi tolerancia hasta faltar a mi ae-ber, hasta faltar a la ley. . .^ /^^.^ „„. ¿ Sabéis por qué? El señor Castelar decía: ^ Yo he visto a un gobernador ( este go bernadorera yo. según S. S.), dirigir una orden al alcalde de cierto Pueblo, dicién-dole: * si no han pedido a ustedes permiso, disuelva, aunque sea a bayonetazos la reunión pública. » Esto es inexacto en el fondo y en la forma. El « enor Castelar, sin duda creyó que yo iba a llevar mi tolerancia hasta el último extremo, y S. S. pensó quiza que no se había escrito la ley para S. S. , . x * „ , . ,^ ora PAIP- ^ Hay un artículo en el Código penal, que manda terminan emente Q^^ para cele brarse cualquiera reunión pública es necesario dar cuenta ponerlo e" conoc n^ iento,- no dar aviso, como decía S. S.,- ponerlo en conocimiento de la autoridad ocal con veinticuatro horas de anticipación. ¿ Cumplió alguna vez S. S. con este requisito? ¿ Cumplieron los amigos de S. S. con este requisito? ^ ^ „ tn Mientras el señor Castelar estuvo en Valencia, yo podía ser tolerante, yo era tolerante, yo faltaba a la ley con el señor Castelar, y yo faltaba a la ley, y yo era tolerante con el señor Castelar, porque confiaba en la sensatez, en la cordura, en la discreción ael pueblo valenciano, y, sobre todo, porque sobre el terreno tenía medios bastantes para reprimir cualquiera alteración del orden público. Pero es el caso, señores diputados, que al tercer día de elecciones, el señor Castelar, poco satisfecho sin duda del resultado de éstas, salió a los pueblos inmediatos a predicarles la buena nueva y pedirles sus votos; y yo, señores, que no tenía en los pueblos esas mismas garantías de sensatez y je cordura que debía esperar en Valencia, para no incurrir en grave responsabilidad, me oingí a los alcaldes recordándoles el cumplimiento de su deber, citándoles el articulo de la ley y exigiendo de ellos que en caso necesario lo cumplieran. ¿ Quién ha faltado a la ley? ¿ De parte de " quién está el atentado; del gobernador ae Valencia que se redujo a recordar a los alcaldes que cumplieran con su deber, o del señor Castelar que para nada se cuidaba de la ley? Yo, señores, respeto con escrupulosa exactitud los derechos de los ciudadanos, mientras esos derechos se ejercen sin bollar la • ey; cuando hay invasión, cuando la ley se huella, mi deber, el deber de toda autoridad, es restablecer su imperio, hacer que se obedezca inmediatamente, enérgicamente, inexorablemente, cueste lo que cueste y suceda lo que suceda. Pero ha hablado, además, el señor Sorní, y ahora me concreto al señor Sorní, ae otras cuestiones en las cuales yo no puedo ni debo entrar para no abusar, señores dlpu^ tados, de vuestra tolerancia, de vuestra paciencia y de vuestra benevolencia para conmigo. Sin embargo, el señor Sorní en todo su discurso ha tenido una idea predominante: hay una tendencia que domina en el fondo, en la forma, dentro y fuera y en todas partes, en el discurso del señor Sorní. Me refiero a la cuestión de seguridad individual en la provincia de Valencia. Yo no niego que la provincia de Valencia deja mucho que desear en lo que se refiere a seguridad individual. ¿ Cómo había de negarlo, cuando este ha sido el objeto constante de mis trabajos durante mi permanencia en la provincia de Valencia? ¿ Cómo había de negarlo cuando esta es la cuestión de las cuestiones para los gobernadores de Valencia? La provincia de Valencia deja mucho que desear en lo que se refiere a seguridad individual, es verdad; pero, ¿ puede exigirse a ningún hombre, a ningún partido, la responsabilidad de este estado? Demasiado sabe el señor Sorní que no. El mal no es de ahora, no es de hace poco; no es de después de la revolución; es más antiguo; es crónico en la provincia de Valencia. Busque S. S. el origen del mal en condición de raza y de costumbres que dan cierto tinte de ferocidad salvaje a los instintos de los criminales en Valencia, y no acuse a nadie. Yo debo, sin embargo, hacer constar un hecho. ¿ Sabéis, señores diputados, cuándo el mal ha hecho crisis? Pues ha hecho crisis cuando las autoridades, en virtud de circunstancias políticas, han tenido facultades extraordinarias y discrecionales. ¿ Le parece a S. S. aceptable el remedio? Yo creo que no; yo tampoco le acepto, pero creo que es necesario hacer algo inmediato, enérgico, eficaz, decisivo. En otros países, cuando una comarca está en la situación de la provincia de Valencia, se ha apelado a una ley especial para el restablecimiento de la seguridad individual: ¿ tampoco le parece a S. S. aceptable este remedio? Pues el mal no hará crisis, yo se lo aseguro; S. S. trata de hacer frente a esta enfermedad con remedios homeopáticos, y esto es tiempo perdido: el bandolerismo no se cura con glóbulos, se cura con sangrías. Yo, señores, debo hacer constar otro hecho. Aquí se ha dicho con la sana intención de demostrar coacciones y atropellos criminales en aquella provincia durante el período electoral; aquí se ha dicho que se han cometido crímenes, y con esos crimines se han querido crear coacciones. ¿ Y quién lé ha dicho a S. S. que esos crimines se han cometido por cuestiones electorales? Esos crímenes se han cometido como se cometen siempre. El señor Castelar ha hablado de un asesinato cometido en el Grao de Valencia el tercer día de elecciones. ¿ Sabéis, señores, quién era el muerto? Pues el muerto era un licenciado de presidio, sometido a la vigilancia de la autoridad, ¿ Era éste algún agente electoral del señor Castelar? Yo no lo creo, no puedo creerlo, porque si yo lo creyera, señores, ¡ pobre libertad, pobre sufragio universal, ligados al crimen por los lazos de la pasión política! Y voy a concluir, señores diputados, porque no quiero molestar más vuestra atención, ni quiero abusar más de vuestra paciencia. Aquí ha dicho uno de los oradores a quien yo más respeto en esta Cámara, aquí ha dicho el señor Fígueras que es imposible ejercer grandes coacciones con el sufragio universal; esto es verdad: los que lo desconozcan, los que no lo crean, están en un grave error: no hay en el mundo influencia ni poder bastante qne resista al empuje incontrastable de la opinión pública, ayudada por el sufragio universal. En los países libres, cuando la opinión pública se pronuncia en un sentido y tiene el sufragio universal a su servicio, no hay obstáculo que no venza, espacio '< lueno salve, circunstancia a que no se sobreponga, dificultad que no arrolle. Por otra parte, señores, con la independencia de ios ayuntamientos y de las diputaciones provin- <' ales, con la administración local entregada a los ayuntamientos y a las diputaciones provinciales, y con una ley de sanción penal por delitos electorales, ¿ qué queréis que haga un gobernador? Moverse en el vacío y luchar con la impotencia, si es que pretende lloverse y luchar Sí, ha habido coacciones; ¿ por qué no ha de decirse la verdad, toda la verdad? •^ 1. ha habido coacciones; sí, ha habido atropellos; pero no se han llevado a cabo no se Jan ejercido por los amigos del Gobierno; se han ejercido, en unas partes, por las turbas republicanas; en otras, por las turbas carlistas; en todas, por turbas fanáticas. Don- " Je ha predominado el elemento carlista, como donde ha predominado el elemento republicano, la lucha ha sido imposible, los hombres de orden, bajo el peso de una amenaza terrible, no se han atrevido a ir a los colegios electorales a votar: yo, sin embargo... voy a concluir, señor Presidente. ^ , w , .• » ^ El señor PRESIDENTE: Su señoría ha visto que le he de) ado en completa latitud • cuando se defendía de los cargos que le han hecho; pero cuando S. S. empieza a hacer cargos a otros, no puedo menos de llamarle la atención. . ., . . ,, ^ El señor LEÓn Y CASTILLO: Señor Presidente, yo respeto siempre la autoridad de ;;• S.: pero como V. S. comprenderá, se me han dirigido cargos concretos a proposito de hechos determinados, y se me han dirigido, además, otra clase de cargos más vagos, denunciando coacciones en la provincia de Valencia. Contestando yo a esos cargos menos concretos, más vagos y más generales, estaba diciendo al Congreso lo que tema el gusto de exponerle cuando S. S. me llamó al orden. . . , . , . El señor PRESIDENTE- No le he llamado al orden, le he mirado simplemente con el oPieto de que no abusara de la justa tolerancia de la Mesa: puede S. S. continuar. El señor LEÓN Y CASTILLO- Decía que se habían ejercido coacciones por republi- - canos y carlistas. Yo debo, sin embargo, cumpliendo con un deber de conciencia, establecer una diferencia entre carlistas y republicanos. Los republicanos han luchado como Duenos, con todo ti prestigio de su sinceridad, con toda la convicción de su fe, de esa le que les da valor, en medio de los contratiempos y de las incertidumbres del presente, para albergar dentro del corazón las esperanzas del porvenir. Los carlistas ¡ ah! esos han sol w^° como los héroes de Homero, entre tinieblas, sin la esperanza siquiera de que el - SOI de la victoria brille en su horizonte. Yo, señores, lo declaro aquí: prefiero luchar con cien republicanos a combatir con un carlista, y, sobre todo, con un carlista de sotana. Yo que soy católico, no puedo menos de lamentarme de la actitud de una parte, aaa más que de una parte del clero en las cuestiones electorales; yo no he podido me- " os de lamentarme al ver a una parte del clero sirviendo de instrumento a los intereses, " mezquinos siempre, de partido ¿ Sabéis, señores diputados, las dudas que esto ha engen-rado en las conciencias, las amarguras que ha llevado al seno de las familias? ba ^° "° ^^"^° autoridad ni prestigio, y, sobre todo, no tengo edad ni experiencia - j^ Jtante para dar consejos; pero pensad bien que vais mal, hablo con los señores sacer- DoKH ^"^ ""^ escuchan; pensad bien que vais mal, y cuando se va mucho tiempo mal en poi tica, se llega al abismo. ¿ No estáis contentos con vuestra misión? Ministros de Dios so ri Y"^' recibís con el bautismo a las generaciones que vienen, rezáis por el descan-ae las generaciones que se van. ¿ Qué más queréis, si nada hay en el mundo más gran- ' " 1* 5 santo, más noble y más elevado? El señor LEÓN Y CASTILLO: Respetando la indicación del señor Presidente voy a decir dos palabras, y nada más que dos palabras, que podrán servir como de rectificación; al señor Sorní. Yo no he dirigido a S. S. cargo alguno por las visitas que me hacía siendo yo gobernador de Valencia. He dicho que me honraba con las visitas que S. S. me hacía; pero me lamentaba aquí, pura y exclusivamente, de que el señor Sorní entonces no me hubiera denunciado esos abusos, esos escándalos, esos atropellos, a que S. S. se ha referido en su discurso. A propósito de si cumplí o no cumplí con la ley en lo que hace referencia a los discursos pronunciados por el señor Castelar y a lo sucedido en el pueblo de Benimaclet,. nada tengo que decir a S. S. Asegura el señor Sorní que el señor Castelar puso en conocimiento del alcalde con veinticuatro horas de anticipación, el objeto de la reunión que iba a verificarse; pues entonces, ¿ por qué se disolvió la reunión? ( ElSr. Sorní: Porque concluimos.) Pues entonces, ¿ para qué se me dirigen esos cargos? Si sus señorías celebraron la reunión, y la disolvieron cuando lo tuvieron por conveniente, ¿ en qué se apoyan sus acusaciones? Yo no lo comprendo ni me lo explico. La verdad es que yo me concreté exclusivamente a decir al alcalde de Benimaclet que hay un artículo en el Código penal que manda que para celebrar cualquiera reunión pública se necesita dar cuenta de ella con veinticuatro horas de anticipación a la autoridad local. Me parece que en esto no me extralimité de la ley, y que, al contrario, he cumplido con lo que la ley dispone; podía haber un escándalo, un motín, porque era muy fácil que todo sucediese en un pueblo donde no puede haber grande ilustración ni cordura; y para poner a cubierto la responsabilidad de esos alcaldes, yo me dirigí a ellos diciéndoles: hay un artículo en el Código que dispone esto; cumplan ustedes con lo que el artículo previene. En lo que se refiere a la cuestión del bandolerismo en Valencia, yo nada tengo que decir a S. S. si el bandolerismo de Valencia se parece o no se parece al de otras provincias; la verdad es que a mí no se me ocurre en este momento nada que decir a S. S , porque si hubiéramos de entrar a tratar de esa materia, se daría lugar a una cuestión muy detenida. Sin embargo, yo voy a recordar, respecto al bandolerismo de Valencia, el dicho de un hijo ilustre de aquella provincia y que tiene tanto amor a su país-como el que más: « En otros países, me decía, se piensa matar a alguno, y se le mata; en. Valencia se le mata y luego se piensa. » No tengo más que decir. — . . — j . , p. _! « ^;^ i. j^>_ j ^_!.^^^.<^. !^>_ J ^ iC! » % —:: S ^=^ ^:.=. . .3. ¿ ^ í ^•# v, l^ l'= S1-^' t^- s. rÍV^ H- ^ ¿ - A.- V ••• • r>.! D I S C U R S O PRONUNCIADO EN LA SKSIÓN DEL DÍA 7 DE JUNIO DE 1871. EN DEFENSA DEL PROYECTO DE LEY, FIJANDO LAS FUERZAS DEL EJÉRCITO. IO espero, señores diputados, que me hagáis la justicia de creer que uso de la palabra, no por propia voluntad, sino en cumplimiento de un deber para mí ineludible, como individuo de esta comisión; deber con el cual he tenido que resignarme, por más que contraríe grandemente mi propósito de guardar silencio en medio de los grandes debates de esta Asamblea. Sin esta circunstancia, sin este compromiso, sin este deber, no molestaría dit? t ^ ^ t^ nción, no pondría a prueba vuestra paciencia. Yo me he resignado, señores DO rt °^' ^ ^""^ Pl'"" <^ o" u" deber, y espero que a esta resignación de mi parte, corres-te b •'^ vosotros con la resignación, más grande aún, de oirme benévolamente duran-revísirnos momentos, porque yo os prometo ser muy bi; eve. ^^ Señores diputados, la cuestión que aquí se discute, la cuestión que entraña el vo-conVH "'^"^ ^^' señor Garrido, puede ser estudiada bajo muchos aspectos, puede ser curs^ íf^^ bajo distintas fases. Pero sería larga tarea la de examinarla en un solo dis-com°' + ^^^^ s sus fases y todos sus aspectos. Otros individuos de la comisión, más que '^^ ^"^^^ ^"^ yo 6" toda clase de asuntos, y especialmente en éste, llenarán el vacío ] uicio" h ^"^^*''° á" imo dejarán mis razonamientos. Esperad a oírlos y suspended vuestro nasta que la cuestión haya sido traída aquí en toda su integridad. Pecto "'^''^ t^.'''^ o" i6 a mi punto de vista y examinando la cuestión bajo el único as-ocas' ^^^ ^° pienso considerarla, esta cuestií^ n, de una gran importancia en todas las para'pi" r^' K-^"^ ^" '^ presente un interés grande, vital, inmenso, decisivo para el país, el jj f Gobierno, para los altos intereses que al Gobierno han sido confiados y que tiene iidumh'^ A ^°"°'"' ^^ conciencia, de patriotismo, de sacar ilesos en medio de lasincer- « mores del presente y de las eventualidades del porvenir. •• antías d ^ VK'^^^' ^^^^'"^^ diputados, que hemos pedido y pedimos constantemente, ga-lecesii p '^^^' "° podemos ni debemos negar al gobierno los medios de acción que ía Con % .°^' amamos grandes principios políticos. Decimos con orgullo que tenemos nstitución más liberal de Europa. Esto es verdad; pero también es verdad que aún 8 no hemos recogido todos los frutos, todos los beneficios de este sistema, a cuya sombra » otros pueblos se han hecho grandes, prósperos y felices. ¿ Es que la libertad es incompatible con las costumbres, con las tendencias, coru los hábitos, con la índole del pueblo español? ¿ Es que este pueblo dominado durante siglos por monarcas absolutos; sometido a un despotismo político y a un despotismo religioso; conforme, o resignado al menos, con la tradición y sin aprender nada de los acontecimientos; privado de la facultad de pensar, merced a las hogueras del Santo Oficio; es que este pueblo, educado por frailes y vigilado por inquisidores, no tiene hábitos, no-tiene costumbres, no tiene virtudes para practicar la libertad, para vivir la vida de la libertad? ¿ Es, siguiendo la teoría de Montesquieu, que el árbol de la libertad que se alza magestuoso en medio de los nevados campos septentrionales, no puede aclimatarse aquí, bajo el cielo transparente de la Europa meridional? 1 Hay quien cree esto; hay quien esto dice. Pues los que lo creen y lo dicen respon- \ den, los unos a un error inspirado por el desaliento, los otros a una calumnia inventada-. | por la mala fé. 1 Hay que tener fe en la historia; hay que tener fe en Dios. Me dirijo a los que auns | no son tan desgraciados que conservan en su corazón el culto de un pensamiento y la | esperanza del porvenir. | Pero no quiero seguir por este camino, señores, porque me apartaría de mi obje- | to y, sobre todo, porque no quiero abusar por largo tiempo de vuestra paciencia. Decíai i que aun no hemos recojido todos los frutos, todos los beneficios de la libertad. | ¿ Sabéis por qué? Porque la libertad no puede existir sin tener el orden por inque- | brantable pedestal, y el orden no puede estar definitivamente afianzado allí donde no^ | hay un gobierno que tenga grandes medios de acción para imponerse siempre de un mo- f do decisivo, enérgico, implacable, cuando sea necesario. I Este es el error de todos nuestros partidos liberales, en casi todas las épocas de su I dominación. Perseguidos cuando han estado lejos del poder por la política preventiva de | gobiernos arbitrarios, han llevado luego la abnegación de - su error hasta el punto de que- ?' rer garantir la libertad hasta para sus propios adversarios, debilitando al gobierno, redu- ^< ciéndolo casi a la impotencia. Y es que nuestros partidos liberales, más que la conciencia, más que la inteligencia, han tenido el sentimiento, el entusiasmo, el amor de la libertad. Hemos cambiado de sistema: al sistema preventivo ha sustituido el sistema re- < presivo. Pues bien, señores: un gobierno débil, dentro del sistema represivo. es la mayor de las calamidades, porque es el mayor de los peligros. No puede haber libertad, no la. ha habido nunca, no la habrá en ningún pueblo cuyos destinos estén confiados a un gobierno débil. Los pueblos libres están siempre gobernados por poderes enérgicos, robustos, omnipotentes, por poderes que al reprimir, abruman: esa es la condición, esa es la índole, esa es la eficacia del sistema represivo. Así, y sólo así, pueden los gobiernos hacerse respetar ante el país frente a las exigencias de los partidos y a la ambición de las-facciones. Sólo así puede haber orden en medio de las corrientes eléctricas y de la actitud^ ¡ febril de las sociedades modernas. Sin esto la libertad es la convulsión, es la ¡ ncertidum- \ bre, es la anarquía, es la revolución permanente. Y los pueblos que pasan por todos los- Í delirios de esta fiebre, caen al fin postrados, envilecidos, consuntos, en brazos del pH' | mer tirano que les ofrece orden. Esa vida es la muerte; y cuando los pueblos se encuen* | tran colocados por la fatalidad frente al dilema abrumador de ser o no ser, los pueblos que tienen, ante todo, el instinto de conservación, optan siempre por vivir. Concretándome a mi objeto, ¿ qué tenemos aquí, señores diputados? Aquí hay una revolución que ha cambiado el modo de ser político del país. ¿ Cuál es la ™ sion del Oo^ bíemo actual; cuál es la misión de los partidos que aceptan la legalidad de Septiembre dentro de la situación por que atraviesa el país en este momento histórico? Consolidar, afianzar los principios proclamados en la Constitución; conservar a todo trance lo que con tantos sacrificios hemos conquistado. ... .. ^. „ o,. o Pero para conservar, señores diputados, para consolidar, para afianzar, es necesario que el gobierno esté investido de grandes medios que le coloquen a la altura de su misión y de sus destinos en medio de la dificultad de los tiempos. Queremos, en una pa- ' abra, un gobierno que, por el camino del orden, nos garantice el ejercicio pac fico, ordenado y tranquilo de la libertad. Por eso la comisión, o mejor dicho, la mayoría de la co- " lisión, ha concedido al gobierno los 80.000 hombres que pide, en la espectativa de las a'hcultades y de los conflictos que surjan en el porvenir. ., Pero dice el señor Garrido en su voto particular: « No es POSible apreciar la necesidad que de 80.000 hombres tiene el gobierno, que los pide a las Cortes sin dme"^"" » " i'rada a la política así interior como exterior; y de la « '" Par^' a! apreciación de ambas^ •• esultala condena del gobierno, que necesita, para hacerse obedecer en España, de 80 ""• hombres de línea, además de 27.000 carabineros y guardias civiles. » Yo no contestaré a esta afirmación del señor Garrido. ¿ Sabéis quién contesta? Padece mentira: pues el mismo señor Garrido contesta en el párrafo siguiente de u voto particular: « En esta época de barbarie, en que los reyes V ^ ^ f adores del Norte inau guran un nuevo período de guerras feroces e inhumanas, de bárbaras conquistas y de despojos en gran escala, y en el que, por lo tanto, las naciones secundarias lo msmo que las de primer orden, tienen la imperiosa necesidad de armarse hasta donde sus fuer zas alcancen, el Gobierno, tan imprevisor como débil, conserva la antigua organización, etc. » ¿ Qué he de decir yo respecto de esto? Corroborar la idea, el pensamiento del señor Garrido: evidenciar hasta donde me sea posible la necesidad de que el país esté preparado para lo que venga. ¿ Pero sabéis, señores diputados, cómo pretende el señor Ua- "] do que esté preparado este país? Pues es por medio del armamento nacional. ¿ Y sa- ^ 18, señores, lo que significa el armamento nacional en los labios del señor Garrido." ( icarios señores diputados: Lo sabemos.) Pues si lo sabéis, no necesito decíroslo. Pero es el caso que el señor Garrido, por medio del armamento nacional quiere resistir a los Bárbaros del Norte. ¡ Los bárbaros del Norte! Nosotros, señor Garrido, como un gran poeta, decimos: No es menester que el Septentrión los lance. Los bárbaros están dentro de Roma. Pero aun concretando la cuestión al punto de vista en que el señor Garrido la co- > oca, ¿ cree el señor Garrido que basta el armamento nacional en el caso de una invasión extranjera? Bastó en el año 808. me dirá el señor Garrido. Y es verdad; pero es verdad nasta cierto punto. Es verdad: la España agonizante de Carlos IV se levantó sólo con su neroísmo y rechazó los ejércitos de Napoleón I, precedidos de aquellas águilas que vo- ' aoan victoriosas desde las Pirámides hasta las cúpulas de Berlín; y los venció en Bailen 2 lO y San Marcial, y detenía ante los inmortales muros de Zaragoza y Gerona a aquellos que se creyeron capaces de dominar a España sólo porque habían vencido a Europa. Pero, al poco tiempo, ¿ sabe el señor Garrido lo que sucedió? Pues al poco tiempo, a los pocos meses nos miraban con desdén aquellas cortes que fueron cuarteles del gran conquistador. ¿ Y sabe el señor Garrido por qué era eso? Porque no teníamos ejército ni escuadra, por más que sin ejército ni escuadra habíamos vencido a Napoleón I: y es, señores, que los pueblos son ingratos, y la diplomacia no tiene entrañas. Hizo la España sola desde 1808 a 1815 lo que Europa no tuvo alientos para hacer, y se nos pagó con inmensa ingratitud. Los clarines de Bailen dieron la señal de la libertad a pueblos esclavos, y esos pueblos luego, al tener a Napoleón encadenado como Prometeo, sobre una roca en medio de las soledades del Océano, puesto allí para que el peso de su desgracia contrabalanceara en un hemisferio el recuerdo de su grandeza en el otro; esos pueblos, al tener a Napoleón encadenado, nos pagaron con la ingratitud del congreso de Viena, con la infamia del congreso de Verona. Lord Byron lo dijo: « cuando murió el león, quedaron los lobos » Y yo, señores, que no puedo desear para mi país el papel de don Quijote, no quiero tampoco que ante un nuevo congreso de Viena se resigne a desempeñar el papel de Sancho Panza. Yo conozco, señores, sin embargo, porque es necesario discutir con lealtad.-. ( El Sr. Garrido dice algunas palabras por lo bajo.) ¿ Le llama a S- S. la atención la palabra lealtad? ¿ Es que no se usa aquí eso? ¿ Es que no la usa S. S. nunca? Es necesario discutir con lealtad, y por lo mismo debo reconocer los apuros de nuestra Hacienda; debo reconocer que es necesario hacer grandes economías reduciendo los gastos; pero aun así, señores diputados, yo creo que no hay más remedio que conceder al Gobierno los 80 mil hombres que pide. Aparte de las dificultades que puedan surgir, es necesario garantizar aquí definitivamente el orden público y robustecer el principio de autoridad. ¿ Cómo queréis, por otra parte, que haya Hacienda sin haber orden? No coloquemos, señores, al Gobierno en la necesidad de tener que abdicar ante los acontecimientos. No hay que hacerse ilusiones; la actitud de ciertos partidos, a juzgar por las afirmaciones de ciertos hombres y de ciertos periódicos, es de tal naturaleza, que puede dar lugar a serios conflictos en el porvenir. ¿ Cuál sería nuestra responsabilidad mañana si hoy no previéramos los acontecimientos que puedan surgir? La legalidad de Septiembre, la legalidad creada por la revolución de Septiembre está combatida por enemigos terribles, más que por su número, por su audacia ( Murmullos en algunos bancos); sí, por su audacia, porque no conozco nada tan audaz como la impotencia rencorosa de los que no se resignan. Estos enemigos de la revolución de Septiembre han fundido sus aspiraciones en el crisol de sus odios; se han agrupado alrededor de una negación criminal, y Dios sabe a dónde los podrá llevar el vértigo de ruina que se ha apoderado de sus espíritus. La verdad del caso, tal como se presenta y tal como hemos de apreciarlo, es que tenemos que resistir a pie firme los embates de la coalición más absurda, más monstruosa y más inmoral que registran los anales de nuestras degradaciones polít cas. ¿ Queréis la batalla en otro terreno? ¿ Llevaréis la cuestión fuera de aquí? Yo no lo deseo, porque no deseo para mi país los horrores de una contienda civil; yo no lo deseo, pero lo temo; lo temo porque no he oído salir de esos bancos un grito de reprobación unánime, expontáneo, inmenso, contra los crímenes de la commune. ( Una ooz de la nú' noria republicana: ( ¿ Y ios de Versalles?) No os apuréis por eso, no hablemos más de la 11 commune, la commune, como decía aquel senador veneciano en la muerte de Fóscari, la Digo que yo no lo deseo, pero lo temo; lo temo porque lo he visto anunciado < íesde esa tribuna, en un documento jesuíticamente faccioso y académicamente revolucionario; lo temo, por que sé de lo que son capaces los realistas de 1814, los traiaores ^ e 1823, los que plantearon el problema dinástico en las montañas de Navarra y en las provincias vascas durante siete anos; los que fraguaron y llevaron a cabo la faicion sin ejemplo de San Carlos de la Rápita, cuando la patria, comprometida en una campana gloriosa, luchaba por su honra en África, y conquistaba con la sangre de sus hijos, laure- ' es para sus banderas; lo temo, porque el que fizo aquel venablo si le dejan fará ciento. La cuestión es que los dejemos; por eso es necesario vivir; por eso es necesario ^ « e el Gobierno esté alerta. En el Gobierno, como en el mar, es necesario estar preparados siempre para maniobrar en medio de los huracanes. D I S C U R S O PRONUNCIADO EN LA SESIÓN CELEBRADA POR LAS CORTES CONSTITUYENTES EL DÍA 11 DE AGOSTO DE 1873, EN CONTRA DE LA TOTALIDAD DEL PROYECTO DE CONSTITUCIÓN FEDERAL IEÑORES DIPUTADOS: no temáis que abuse por largo tiempo de vuestra paciencia y de vuestra atención: conozco mi situación; conozco las dificultades que rodean mi posición en estos momentos; reconozco mi falta de autoridad; ¿ quién la tiene en estos perturbados tiempos? Y porque reconozco todo esto, me creo en el deber de ser breve, único medio que tengo, único medio de que dispongo, para corresponder de alguna manera a la benévola atención con que yo espero que habéis de oirme. Señores Diputados, para hacer uso de la palabra en el día de hoy, he tenido que hacerme superior a grandes dudas, a grandes vacilaciones de mi espíritu; vacilaciones y dudas que aun después de vencidas, en este momento mismo, influyen de tal manera en mi ánimo, que me crean una situación difícil y embarazosa; situación cuya dificultad se aumenta con la poca costumbre que tengo de hablar en público, con el poco dominio que ejerzo sobre mi palabra, de suyo rebelde y premiosa, y más que nada, por e! respeto que me inspira la magestad augusta de toda Asamblea deliberante. Antes de continuar, señores Diputados, necesito hacer una declaración; es para mí un deber hacerla, y un deber ineludible. Yo estoy aquí por mi propia cuenta, nada más que por mi propia cuenta, merced al esfuerzo y a la independencia de los elementos conservadores del distrito de Guía, en la isla de Gran- Canaria. Así es, señores, que cuando hoy vosotros y mañana acaso el país, si es que el país se preocupa mucho de estas deliberaciones, preguntéis: ¿ quién es ese diputado? ¿ a nombre de quién habla? ¿ qué intereses representa? ¿ qué importancia o qué trascendencia tienen sus palabras? Yo podré contestar: estoy solo con mi deber y con mis opiniones, y no comparto mi responsabili' dad con nadie: pertenezco a un partido que ha prestado grandes servicios, que ha salvado muchas veces el orden, y muchas también ha conquistado con su esfuerzo y con sU sangre la libertad para este país, Pero no hablo en su nombre, porque ni tengo autoridad ni autorización para ello. i3 Estoy aquí, repito, en nombre de mis electores, por la voluntad de mis electores; y esto me basta, y aun me sobra, para estar dignamente en todas partes. Pertenezco al partido conservador: lo digo muy alto, lo digo con honra, lo digo con ^ fgullo; si otras razones no tuviera, cuanto pasa en este desdichado país, ¿ no lo justifica- '"' 9- La historia dice muy alto, y el país lo sabe, que todos los poderes que se han apartado de las ideas, de las tendencias, de los procedimientos y de los principios conserva- '^ ores, han caído al poco tiempo, hundidos en la ignominia y en el descrédito. Aprovechad la enseñanza. . . _ Entro, señores Diputados, en este debate, ya que he tenido el triste privilegio de iniciarlo, con profundo desaliento; y entro con profundo desaliento, porque lo creo funes- 0. porque lo creo inconveniente, porque lo creo extemporáneo, porque lo creo desastro- ^ o; porque yo creo que este debate es un gran desengaño para el país, que esperaba de Vosotros algo en sentido del orden, que esperaba de este Gobierno y de estas Cortes ga- " f^ ntías contra la invasión de la demagogia. Pero así y todo, y por esto mismo, es mayor mi deber de terciar en este debate; porque yo creo que a los Parlamentos se viene a combatir, se viene a usar de la palabra " contra de lo que se cree malo, y a apoyar y a votar lo que se cree bueno; porque yo yeo que a los Parlamentos no se viene a protestar en el silencio; porque yo creo que os partidos políticos deben luchar siempre mientras haya un rayo de luz; y cuando no lo ^ ya, luchar en la sombra, como aquel héroe de Homero, que ni aun tenía la esperanza ^ que el sol de la victoria brillase en su horizonte. .. Entro en este debate, digo, con profundo desaliento; en primer lugar, porque no ^ ngo la pretensión de convenceros; ¿ cómo había de tenerla? Luego, señores, es cuestión s temperamento, y yo no puedo sustraer el mío a esta atmósfera cargada de electrici-imVí^"^ pesa sobre todas las cabezas y sobre muchas conciencias; yo no puedo mirar ,^ " If ente los males de la patria; yo no puedo mirar impasible los signos apocalípticos "' solución y de muerte que se dibujan en todos los horizontes de la política española. Así es, señores, que al encontrarme casi solo entre vosotros, teniendo que luchar jg " ' vuestra hostilidad, o cuando menos, con vuestra prevención, sin la autoridad que da ^ j^ P'' esentación de un partido, sin el prestigio de los grandes servicios, sin el ascen-sie f ^^ ""^ grande elocuencia, como la de mi ilustre amigo el señor Ríos Rosas, yo teri ^^ '"' ^^ P'"*" desfallece y que flaquean mis fuerzas, más por las dificultades ex- <^ ue° t-^^ Que me rodean, que por la dificultad de la cuestión misma, objeto del debate; ra ^ i^ " lagna, cuestión inmensa, cuestión trascendental, cuestión de vida o muerte pa-tori ^^^^' ?^^^ ^" '^ ''"^' Q^ iÁn de mi parte la tradición y la razón, la filosofía y la his-de T' ^' ^^" timiento público y hasta el sentido común, que viene siendo el menos común infl °^ ^^" tidos en todos los hombres que directa o indire^ ctamente, o de alguna manera "^^^ en los destinos de esta desdichada nación, íprov f '^^^"*° 3 combatir en su faz más culminante, por lo que tiene de federal, ese la " I *^.^ Constitución que se ha presentado, para que por él se rija la nación españo- • bíar ñ '}^*"'*^". ® sp3^ ola'- Si ese proyecto llega a ser ley fundamental, no hay para qué ha- < tesan Pación española; y no hay para que hablar de la nación española, porque habrá cia ( 1 , ^^''^^ j y habrá desaparecido dividida y deshonrada. Hoy mismo, bajo la influen- • ha a^. P^' sbra federación, con los deseos que ha despertado, con las esperanzas que '^ « af°' ^^ ® puede decir que esto sea una nación? añores Diputados, sucede con vosotros, digo mal, no es con vosotros, no es con la generalidad de vosotros, sino con vuestros jefes, con vuestros hombres de primera importancia, con vuestros leaders, una cosa bien extraña. Se les habla de orden, se les habla de gobierno, y de orden y de gobierno hablan como hombres discretos, como hombres sensatos y como hombres prácticos. Y dice uno, allá para sus adentros, y lo dice a sus amigos y lo dice a todo el mundo: « pues si no son; demagogos, si son hombres de gobierno, si son hombres de orden, sí hay que apoyarles de cierta manera para que hagan orden y gobierno. » Y sigue uno en esta creencia, mientras no se habla de la federal; al pronunciarse esta palabra, aquí es ella; aquí empiezan^ a desbarrar, y aquí empieza el desencanto para el país, que esperaba algo de vosotros en sentido de orden y en sentido de gobierno. Voy creyendo, señores, que la federal, más que una obstinación política, es en? vosotros, en muchos de vosotros, un fenómeno patológico; es una verdadera monomanía. Pues esta monomanía, que voy creyendo incurable en vosotros, no están antigua. Hace años que hay en España republicanos, si no en tan gran número como ahora, por lo menos en número bastante para constituir partido. A la sombra de la monarquía, el partido republicano se organizaba, el partido republicano discutía, el partido republicano hacía público su programa, en la prensa por medio de sus escritores, en la tribuna por medio de sus oradores. ¿ Oísteis entonces, en aquel período en que el partido repub'icano se organizaba, oísteis entonces hablar de la forma federal? ( Varias voces: Sí, sí.) ¿ Conocéis ningún partido republicano en ningún país del mundo, que haya llegado a constituir su unidad y que sea federal? ¿ Lo conocéis? ¿ Lo habéis conocido? El señor Castelar, no há mucho, os hablaba de los girondinos. ¡ Los girondinos, grandes por la elocuencia de Vergniaud, por la filosofía de Condorcet, por el carácter de Pethión; grandes por su vida, pero más grande en la memoria de la posteridad por el trágico heroísmo de su muerte! No me habléis de los girondinos como partido político; su generosa sang
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Calificación | |
Título y subtítulo | Discursos parlamentarios y académicos : homenaje de Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria |
Autor principal | León y Castillo, Fernando de |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Tipografía Diario |
Fecha | 1920 |
Páginas | 495 p. |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 13634049 Bytes |
Texto | 1 ' ^ ^ ^ ^ ^ # \ . H . ^ BIBLIOTECA UNIVERSITARIA LAS PALMAS DE G.- CANARIA N• Documerto Z$ 8( S'<' EXCMO. SR. D. FERNANDO DE LEÓN Y CASTILLO MARQUÉS DEL MÜNI EXCELEhTlSIMO 5R. D. FtRNftNDO DE LEÓN Y CASTILLO MftRQUÉS DEL MUNI. DISCURSOS FftRLftñENTARI05 y ACADÉñlCOS. ¡ HBUOTECA UKIVER LASPALfv N." Documei N* Copia " HOMENAJE DEL EXCWO. CABILDO INSULAR DE GRAN CANARIA . .. ''^' P- " DUflc", Buenos nirt » , 36.- Las palma*. E, U. DE MA313TERI0 LAS PALMAS R. 6 / mj R. p a J^ nírc fo5 íionienci( C5 cccotdccúos por el ^. xcmo. ^ nsLifar cíe djcan Canaria en konoc y memoria deí - inmortal patricio Tfxcmo. < 5pr. í ) . Terreando de geón y CastitCo ( q. ^ . L\ figura [ a presente edición de sus discursos acadé-micos y parfamentarios, según así se fee en eí actcf de aqae-lía (¡ Corporación de 2 0 de " lanero de Í920. > PRENDA y no Prefacio, son estas líneas que me creo obligado a comenzar, pidiendo- por más que ello sepa a rutina de mal disertador— la merced de la benevolencia, a gracia del perdón, a los lectores de este noble volumen, donde se han reunido los , discursos del Excmo. Sr. D. Fernando de León y Castillo, ' primer Marqués del Muni. Debo anticiparme con una pequeña explicación, y no vacilo en decirlo, • casi un desagravio al expectador no advertido, quejustamente encontrará mi firma desprovista de personalidad política y probablemente literaria, para el ^ Ito honor de poner una introducción a un libro de tanto mérito. El Cabildo insular de Gran Canaria ha querido asi enaltecerme, conflaudóme una superior tarea, que abre mi alma a la gratitud pues^ me enorgullece y presta ocasión, una vez más, a mi espíritu para rendir tributo al gran Patriarca de la Patria Canaria, al ilustre español con quien me unieron vínculos ^ e amistad y de subordinación tan hondos. . , , • ^ j - Arrepentido de haber aceptado un tal compromiso de honor, . casi aturdí- < io de mi atrevimiento, no seguiría adelante en la audacia de poner unas palabras preliminares a esta nueva edición completa de los discursos del insigne patricio D Fernando de León y Castillo, si en mi confusión no me quedase un resto de serenidad para sentir el ritmo verdadero de mi corazón y oír como el eco lejano, familiar, afectuoso é imperativo a un tiempo, de una voz paternal, de aquel mismo inolvidable acento que también alentó mi voluntad ua día para la empresa de recopilar estas viejas y magníficas oraciones parlamentarias, de esa misma voz que vais a oir vibrar enseguida con grandilocuencia seductora, y que en este instante parece como descender hasta mí, dando grato calor de aprobación a mi perdonable osadía. Porque mis manos pecadoras dieron forma, con humildad y fervor, a este volumen, después de una paciente rebusca en los archivos del Parlamento, captando con serias dificultades las páginas de los viejos diarios de sesiones ya agotados; porque realicé esta obra de amor y de entusiasmo en los días imperecederos a mi recuerdo, en que comenzaba a apagarse la vida magnánima y fecunda de León y Castillo; porque puse a su servicio años de mi leal juventud y tuve en recompensa el tesoro de su confianza y de su afecto; porque recogí con el último suspiro del Patriarca, el mensaje de eterna idolatría que enviaba a la Patria canaria... Por todo ello, el Cabildo Insular de Gran Canaria se acordó del modesto nombre mío al consagrar un homenaje postumo al Marqués del Muni, cumpliendo el acuerdo de editar este libro, donde figuran los más famosos discursos del que fué gloria del Parlamento español en los días de esplendor para la Oratoria. Ofrenda ardiente y respetuosa, y no Prefacio, pues, serán estas palabras mías. Pienso que con decir la verdad estará hecho el elogio; y esta verdad en el Homenaje, mi alma como ninguna otra sabrá expresarla. En realidad, nada podría trazar mi pluma de más noble y espontánea emoción, que aquellas intimidades que en los días de la muerte del Marqués del Muni escribiera, y que por bondad de los editores figuran, con otros trabajos de ilustres personalidades, en el Apéndice de este volumen. Mi tributo de admiración se podrá ensanchar hoy como las aguas de un río sereno que ofrece amplio cauce, donde bogue el solo esquife de mi corazón para cantar a la excelsitud de la Elocuencia. Afirmaban los autores latinos, que de todas las Artes, el Arte de la palabra era el más difícil, porque exigía a la vez cualidades naturales del cuerpo y del espíritu, una larga práctica, y una sólida educación literaria, filosófica y jurídica. Grecia, cuna de la Elocuencia, creó mucho antes todas las demás artes; la Oratoria fué la última forma culminante de su espíritu artístico, y una de las expresiones más sublimes, según aquel pueblo. Decía Cicerón en su Elogio de la Elocuencia, que nada existía de más bello que el poder por medio de la palabra, cautivar la atención de los hombres congregados, seducir los espíritus, aunar y dirigir al arbitrio las voluntades. Y añadía: en todos los pueblos libres, en todos los Estados vigorosos y serenos, los hombres elocuentes siempre han sido poderosos y largamente honrados. ¿ Puede darse un espectáculo más grandioso y admirable que aquel que ofrece una asamblea, cuando de entre la multitud se alza un hombre, que debido a un magnífico privilegio, solo por él poseído ó que comparte con un reducido número, logra con la palabra, con una facultad que es natural a todos, crearse una esplendorosa fuerza que domina, arrastra y subyuga.-* La palabra, atributo de todos los hombres, es el más alto de los dones divinos. La palabra, es fuego que ilumina las almas, luz que hace fulgurar todo lo creado. . . , - ir . i t ' Verdadero Elegido es aquel a quien la celeste gracia del Verbo le fue otorgada. . ^ , i La Oratoria tuvo siempre el cetro del Arte y del Poder en los momentos de la evolución de los pueblos. Maestros, Profetas, Caudillos de la Humanidad fueron aquellos de las gloriosas edades que con la palabra conquistaron popularidad universal indestructible, perduración infinita... Los hombres alzaban sobre sus hombros hacia la inmortalidad a los que sabían elevar su voz para interpretar los anhelos humanos y patrióticos, los extremecimientos del alma. ' , , . ^^^„ Sería vano alarde de pueril erudición citar ahora los nombres famosos de los que culminaron por el prestigio y privilegio del Verbo, ^ e aquellos cjue libertaron con la fuerza irresistible de la palabra a los hombres y a las patrias. Poder soberbio é incomparable aquél que asume la voz de un solo hombre, vibrando con la emoción y la pasión, con los idea es de todo un pueblo exaltando la religión de las conciencias, la equidad de los jueces, la majestad y la serenidad de un Senado. , , ^ , Nada más alto y generoso que el acento sublime de una garganta que varonilmente vibra contraía injusticia, logra levantar al caído, arranca al ciudadano al peligro ó á la muerte, muestra imperativa el camino a los hombres, y defiende la salud de la Patria. , . . U^^ A^ ^ t ^•.^^ r. r. „ La obra de los excelsos maestros de la elocuencia desborda el t empo y el espacio, subsiste eternamente, porque lleva en sí una fuerza espiritual que no DUGfip Hi^ orpOfirsp Sustandación de ideas, ejemplaridad de la forma artística, modalidad psicológica e histórica, por lo menos, encontramos como enseñanza en la lectura de los grandes oradores. , ^ . . , ^. . .. Aunque solo ofreciese el estudio de un carácter, ya sena bastante justificado el interés que debe despertar la labor que lega un elocuente Decía Taine, que el verdadero fin de la obra de Arte era el de rendir dominador un carácter notable. Cuanto más hubiera de aproximarse a este fin más perfecta de belleza sería la obra artística. • ^•^ Cuando nos encontramos en presencia de las grandes creaciones literarias, observamos que se manifiestan principalmente por el carácter profundo y durable inherente a ellas. El espíritu humano presentándose ba) 0 una forma sensible, tan pronto dándonos los rasgos principales de un periodo histórico, o bien las facultades primordiales de una raza, ya fragmentos del hombre universal, y sus fuerzas psicológicas elementales, que son como las ultimas razones de los acontecimientos humanos, ya reflejando las exaltaciones mo- mentáneas de las colectividades, los ciclos de lucha y evolución, crea la obra más útil y más bella. El orador ha de ser ante todo un carácter, y por serlo un artista; y siéndolo, quizá el más grande y sincero de los artistas, porque no puede ocultar su verdadera personalidad. León y Castillo, fué uno de los oradores de mayor personalidad de su tiempo. Era la época de los grandes tribunos y logró destacar su carácter con fulgurante luz propia, llegando a arrancar un día a una de las más altas cumbres parlamentarias, el más grande elogio que se le podía tributar al pregonar su elocuencia como la encarnación de los más diversos genios oratorios de España. Forma y fondo en las oraciones parlamentarias de León y Castillo, conservan un equilibrio y una harmonía seductoras. Fué el más clásico, el más latino de los oradores de aquel momento culminante del parlamento español. El fuego, la vehemencia de sus grandes ímpetus tribunicios, no quebranta un solo instante el ritmo impecable de la forma y el recuerdo de las catilinarias nos roza frecuentemente. Sobrias y acertadas evocaciones históricas de severa belleza, sustancia densa, agilidad y fuerza, encontramos en casi todos los discursos parlamentarios de León y Castillo. El fragor del combate no le hace perder nunca la serenidad del gesto y de la línea; su firme dialéctica no se enturbia jamás. La elocuencia, que prorrumpe a veces en apostrofes atrevidos, no pierde su tono procer, augusto. Nunca habló por hablar, desmintiendo con ello uno de los funestos hábitos de nuestro parlamento. Sus discursos revelan estudio y método artístico. No amaba la improvisación. Era su voz una de las más extraordinarias que se escucharon en Cámara alguna, temible por sus vibraciones de trueno en los grandes días de interpelación y de lucha; de timbre agradable y harmonioso siempre. La figura varonil, señorial, de ademanes y gestos patricios, despertaba simpatía y ha dejado un perdurable recuerdo en los que le conocieron. ( Llegó aquella forma física aún mucho más bella a la vejez; tenía el empaque de un gran patricio romano; era la augusta cabeza de un Príncipe, o de un Emperador...) El gran maestro de la elocuencia latina, decía en los célebres diálogos de Brutas, que, las dos principales cualidades del orador deben ser: la una, presentar los asuntos con hondura, precisión y claridad que instruyan al auditor TÍO; la otra, tener una acción oratoria vigorosa para impresionar y remover profundamente las almas. Y a continuación afirmaba Cicerón, haciendo consideraciones sobre el expectador: mejor efecto produce el orador que inflama, que aquel que instruye. León y Castillo, reunía en supremo maridaje las dos cualidades. Pose- yó una acción oratoria potente como pocas, y al mismo tiempo un gusto didáctico perfecto. Más que a la pedrería, que amaron mucho los retóricos griegos, tendió a construir en roca fuerte y austera sus oraciones. Poseía una inteligencia viva, un calor de alma, una suerte de sensibilidad natural, robusta, virgen, que ponía en verdadero fuego cuando hablaba, haciendo que sus discursos tuvieran fuerza patética, gravedad soberana y persuación que arrastraba. Si puede decirse, era un verdadero atleta de la palabra, discutiendo, sin perder la finura de un ateniense; noble y agudo en la réplica, dominando con autoridad las materias que trataba. Los exordios de sus discursos se ven trazados con gran esmero literario e intención oratoria. Leyendo, parécenos oir cómo la magnífica Voz se extiende en amplias gamas sonoras, y el timbre no se empaña un instante. Vehemencia, cólera a ratos; pero la forma es siempre irreprochable. Son piezas oratorias las de León y Castillo, macizas y estudiadas. Por la concepción, por la disposición, la luminosidad y harmonía, se aprecia enseguida su cultura latina y griega. Tenía el aire, la bella prestancia de la gran raza. En nuestro Parlamento español se ha hablado fácilmente y demasiado. Pero en realidad, los grandes oradores fueron aquellos que sabían que la elocuencia no era el Arte de hablar solamente, sino el Arte de pensar. Se cree, generalmente que hoy no despertarían el entusiasmo de antaño oradores de la cuerda de Castelar y León y Castillo. Me atrevería a afirmar lo contrario, en primer término, porque Castelar, como León y Castillo, y éste, es claro, en menor grado, pues su oratoria es más parca en imágenes poéticas, no fué meramente un retórico, sino también un espíritu de filósofo, profundamente educador. Los retóricos puros en ningún tiempo tuvieron aceptación como oradores. Grecia y Roma en sus Escuelas de Elocuencia, huían de formar retóricos. Los griegos, sin embargo, se salvaron menos de este defecto que los latinos. Las cumbres de nuestra oratoria tuvieron su gloria bien ganada. Olóza-ga, Castelar, Ríos Rosas, Salmerón, Martos, Moret, Pí y Margall, Cánovas, Canalejas, León y Castillo, fueron grandes y completos oradores de todos los tiempos. Hoy alcanzarían, como ayer, el óleo de la admiración. Escuchando los oradores actualmente famosos del Parlamento francés, lo he pensado muchas Veces. En España podría decirse, mirando al pasado, que hoy está huérfana nuestra oratoria, más que nada, por lo Vacía de contenido. Quedan tres o cuatro oradores indiscutiblemente grandes, cuyos nombres de todos son conocidos. El orador ha ido perdiendo en nuestro país sus títulos de nobleza, tal ^^ z por habernos apartado insensiblemente de la cultura clásica. León y Castillo se educó en el inolvidable colegio de San Agustín de Las Palmas, bajo la tradición severamente mantenida de la educación filosófica, y en los tiempos en que se estudiaban Humanidades. A los que no conozcan los discursos de León y Castillo, ha de sorprenderles la modernidad de los temas y cómo están tratados; la actualidad que conservan todavía algunos, y la orientación social y política que los informa. Espíritu sinceramente liberal, con videncias extraordinarias demostradas repetidamente a lo largo de su vida, y en la obra fecunda realizada, desde su regencia en el primer Ministerio, se vio el temple altamente humano de su alma, la generosidad altísima de su espíritu. Abolió una odiosa esclavitud. Apenas comenzaba su vida pública, Castelar proclamaba a León y Castillo en el rango de los grandes emancipadores. Martos repetía que había hecho su nombre imperecedero. En los problemas coloniales, desde el primer momento tuvo León y Castillo una visión clara y perfecta. Fué de los contados políticos de entonces, que se opusieron con energía a aquella trágica frase, « del último hombre y la última peseta. » Pero abandonemos los rumbos de una biografía, que no pretendemos hacer aquí, y que ha de encontrar más adelante el lector, para seguir discurriendo sobre León y Castillo orador, y pasar, aunque sea rápidamente, sobre los grandes momentos de sus discursos. Basta para dar idea de las excepcionales dotes de orador que poseía León y Castillo, el hecho de que en su primer combate parlamentario pudo medir sus armas con el más inmenso orador de la Cámara, con Castelar, y lograr obtener uno de los triunfos más resonantes que en los anales de las Cortes se recuerdan, quedando consagrado desde aquel día. Su discurso memorable combatiendo el proyecto de Constitución Federal. Vemos a León y Castillo en la florida juventud— cuantas veces su compañero y colaborador inseparable, el bueno, el sabio, el inolvidable Tomás Do-reste, íntimamente nos evocaba aquellas horas, cuando los dos amigos discutían en la alta noche con el « PrincipioFederativo » de Proudhon en las manos— alzarse en la Cámara de los más solemnes días. A su lado, en el escaño habitual, bajo el reloj, Rios Rosas le alentaba, « como un padre a quien intranquiliza la probabilidad de un próximo peligro para el hijo por un mandato suyo a él llevado con irreparable temeridad » , como dice el mismo Marqués del Muni en sus Memorias... Formidable discurso y triunfo formidable aquel, que sepultó de un golpe el proyecto de Castelar. A partir de ese momento, el nombre de León y Castillo se unió al de las más renombradas elocuencias de la época. Otra de las magníficas oraciones parlamentarias del Marqués del Muni, fué el discurso pronunciado en nombre de la minoría monárquica de la Cámara el día 2 de Enero, donde, con los mismos acentos de sinceridad conque había combatido una demagogia que consideraba funesta para la Patria, defendía entonces el principio de autoridad y la disciplina, apoyando al Gobierna ' de Castelar. Con sobriedad vigorosa, y acierto extraordinario, hace León y Castillo en aquel discurso, el elogio de Rios Rosas, cuyo escaño lucía crespones, elogio emocionante y lapidario, que se amplia también en capítulo de las Memorias del Marqués, recientemente publicadas. Páginas oratorias irreprochables, son aquellas que nos lega León y Castillo en su discurso contra el Proyecto de Constitución de Cánovas del Castillo, donde en periodos esculturales, inflamados de fuego liberal y patriótico, canta las glorias de la Revolución, párrafos grandilocuentes, que sentimos la tentación de reproducir enseguida, absteniéndonos de ello para cumplir el deliberado propósito que hemos formado de remitir al lector a las páginas correspondientes a los textos, sin anticipar ninguna reproducción fragmentaria. Combate más tarde León y Castillo, en nuevo discurso, la política autoritaria de Cánovas, las violaciones constitucionales del Gobierno conservador, elevando la discusión a cimas de elocuencia memorable en nuestro Parlamento, Consagró Martos el triunfo conquistado por León y Castillo en ese día, con una carta entusiasta que tuvo celebridad. Los varios discursos de ese periodo, combatiendo la política que Cánovas del Castillo venía desarrollando, tienen un espléndido valor histórico, y un gran valor político y literario. Derribó León y Castillo el Gobierno de Cánovas con una de sus formidables filípicas, y vino la regencia liberal de Sagasta con León y Castillo en Ultramar. . , . . . ,. Los discursos de León y Castillo durante el desempeño de su Ministerio, están a tono con la obra sin precedentes que realizó, obra egregia de emancipador y reformador, de hombre de Estado a la moderna. Su voz se alzó más tarde nuevamente en la oposición, encarnando el sentir popular con motivo de los sucesos universitarios, de triste recordación, provocados por la torpeza de Villa verde. Una Cámara apasionada tuvo por protagonista a León y Castillo en la discusión, saliendo maltrecho aquel Gobierno. Marca un punto culminante para el renombre de León y Castillo como orador, el discurso que como Presidente de la Comisión del Proyecto fijando la Lista Civil, pronunció contestando a Pi y Margall, quien después de muchos años de retraimiento, había vuelto a la Cámara y pronunciado en aquella ocasión un discurso que había causado sensación. El exordio de aquella oración, impetuoso, soberano de fuerza emotiva, verdaderamente arrollador, bastó al orador para anonadar al temible adversario y levantar de un golpe el entusiasmo de la Cámara. Con ser tan grande la autoridad del Maestro Pi y Margall, no hubo quien resistiese ala elocuencia < le su adversario. . ^ , Fué un discurso de esos que no han podido borrarse jamás del espíritu íle los que tuvieron la suerte de oirlo. ¡ Cuántas veces hemos visto recordarle a hombres políticos de aquellos tiempos! El Conde de Romanones en el notable Prólogo, puesto a la edición de las Memorias de D. Fernando de León y Castillo, dá testimonio de ello. Los discursos sobre Ley de Asociaciones, Libertad de imprenta y de- Prensa, sus aportaciones a los problemas coloniales, tienen todavía hoy un verdadero y perfecto interés. Entre los rasgos más gallardos que tuvo León y Castillo, como carácter y como orador, merece especial mención aquél de su viaje a Madrid, siendo Embajador en París, para pronunciar un discurso en el Senado con motivo del « Modus vivendi » de 1894, que regulaba las relaciones comerciales entre España y Francia. Contra la voluntad de Moret, Ministro de Estado, terció en el debate León y Castillo; defendió su actuación como negociador, y encarándose con quien era su Jefe, terminó en aquel discurso, después de haber expresado cuanto era su propósito, con las atrevidas palabras: « y lo dicho dicho está, y a la Embajada me Vuelvo » . Figura en el presente volumen el notable discurso que León y Castillo leyó con motivo de su ingreso en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Faltan en esta edición algunos discursos de orden diplomático, y que como Decano de los Embajadores en París, pronunciara León y Castillo; discursos breves, prestigiosos de forma, y notables por su sagacidad, que fueron siempre muy celebrados. Modelo en su género fué el último discurso diplomático presentando sus Cartas Credenciales en el momento de la Guerra. Faltan. también sus discursos de juventud en el Ateneo de Madrid. En plena gloria de orador parlamentario, abandonó León y Castillo España para servirla y honrarla en el Extranjero. Treinta años de alejamiento hicieron que su fama de Príncipe de la Elocuencia, se fuese desvaneciendo en las generaciones nuevas. Podrá decirse con razón, que fué uno de los muchos títulos y posesiones legítimas que en su vida sacrificó León y Castillo ( rehusó el más alto puesto de Gobierno), por realizar la magna obra diplomática que había soñado, que tanta gloria ha dado también a su nombre, tanto honor y provecho a España. Sin embargo, nada enorgullecía a aquel hombre sencillo, como el recuerdo de sus triunfos parlamentarios. Permítaseme rememorar aquí laS jornadas inolvidables que pasé a su lado revisando y confeccionando este volumen. ¡ Cómo no ha de venir a mi espíritu la recordación de aquellas horas en que, leyendo junto a León y Castillo sus discursos, en los tristes días de la decadencia física, vi su alma rejuvenecerse con una emoción única, y oí su voz todavía espléndida, que me corregía, recitando los párrafos grandilocuentes para mostrarme el acento de otros días que yo no conocí! Tenía León y Castillo conciencia de su obra literaria antigua, y la estimaba sin jactancia ni inmodestia, por más que creía había ya pasado el tiempo sobre ella. Yo le decía, que como las mujeres bellas trasmiten su belleza y la conservan perennemente a los ojos del hombre, los discursos hermosos eran de todos los tiempos porque estos resbalaban sobre los accidentes, para mostrar la grandeza de lo que por ser bello es eterno. Por ello, por conocer la predilección en que tenía sus discursos León y Castillo, me es particularmente grato este homenaje postumo del Cabildo m-sular de Gran Canaria al ilustre patricio, a quien España aún no hizo entera justicia. , , ,, Tienen derecho a la inmortalidad los que, elevándose sobre un pueblo, han hecho el Bien, con el amplio vuelo que abarca esta gran palabra. De los hombres funestos a la Patria, de los malos políticos, se guarda eternamente un recuerdo parecido al que dejan las grandes catástrofes, como las pestes, las inundaciones, los terremotos, los incendios... , . . , De la memoria de hombres como el Marqués del Muní ¿ que deben ha- • cer los pueblos? , ..^ ^ ^ u León y Castillo, varón preclaro entre los preclaros, dió a tspaña honor y riqueza. . ^ . - . La pequeña Patria, tan amada, Gran Canaria— a quien también honor y riqueza dió— es hoy la vestal que aviva la llama sagrada, iluminando las perspectivas dilatadas de la obra del ilustre isleño. Y como una de las más altas culminaciones del espíritu procer de don Fernando de León y Castillo, primer Marqués del Muni, muestra hoy con orgullo a la admiración, las páginas de este libro, donde el vie) 0 sublime Arte < le la elocuencia, alcanza expresión digna de inmortalidad. pis p ORESTE París, Agosto de 1923. -^• « ^ oiS- í: k.„> ie ^•<^ isME<.,> N_( i D. Fernando de León y Castillo < » ) ¡ os recuerdos del pasado, las realidades del presente y las esperanzas del ' porvenir son factores cuya trascendencia es imposible desconocer en la marcha incontrastable del progreso humano. A semejanza de las leyes que rigen el universo, produciendo inacaba- \ bles transformaciones y eternas armonías en los ingentes espacios, hállase ' incesantemente la sociedad bajo la influencia de encontradas fuerzas y estímulos opuestos que, a virtud de ineludible resultante, determinan un movimiento de adelanto en la indefinida escala de la civilización del mundo. Distintos elementos, pugnando entre sí en perpetua lucha, elaboran gradualmente los ideales de la humanidad, encaminándola por los amplios senderos que han de conducirla a la realización de sus elevados destinos. De una parte el influjo de las instituciones que én el curso de los tiempos realizaron su misión progresiva, y de otra el anhelo que persigue el constante evolucionar de los sistemas y el planteamiento de ideas más expansivas y fórmulas de ancha base que abran nuevos horizontes en la vida de los pueblos. El culto a la tradición, atento a los recuerdos, estacionario, inmóvil, petrificado, mirando constantemente hacia atrás, y el afán de la reforma, henchido de esperanzas, evolucionista, innovador, ideológico, dirigiendo la vista siempre adelante. En medio del fragoroso combate entre los partidarios del pasado y los que, impacientes, se agitan por anticipar el porvenir, existen robustas fuerzas sociales que, teniendo el sentido de la realidad para comprender las necesidades del presente, forman la ponderación ge-i^ eradora del equilibrio, del concierto, de la armonía, enlazando en lo posible la tradición con las modernas nociones del derecho, las costumbres con los nuevos ideales, por medio de instituciones y leyes que las informan principios en consonancia con el espíritu y las exigencias de la época. j , ( 1) Este interesante trabajo figuraba como prólogo en e! tomo qae, conteniendo algunos discursos del señor i^ eon y Castillo, fué editado en la ciúdadde Las Palmas hace muchos años. En prueba de respeto, y como recuerdo carnoso a la memoria del autor, que fué un buen patriota y un inteligente escritor, trasladamos a esta nueva y más am-í " a edición de los discursos del ilustre canario, las entusiastas páginas del señor Morales y Aguilar. II En ese núcleo de elementos que, sin romper bruscamente con la historia, abre paso ordenado y gradual a la tendencia reformista, radica el centro de gravedad de las fuerzas políticas. Por eso, cuando en la incesante lucha predominan la tenaz resistencia tradicionalista ó el violento impulso innovador, su triunfo es efímero y surgen con rapidez inevitables sacudimientos convulsivos, de revolución o reacción, encaminados a restablecer el interrumpido equilibrio y concertar la perturbada armonía. Múltiples irrefragables sucesos que plenamente comprueban esta verdad, encuéntrense grabados con buril indeleble en los anales del mundo social y político. 7 a fe que no son necesarias largas disquisiciones, ni preciso acudir a la historia de otros países, ni investigar siquiera lejanas edades de la nuestra, para persuadirnos de los fundamentos contenidos en el enunciado teorema. Basta elegir como punto de partida las páginas que arrancan de la fecha, eternamente memorable, de nuestro renacimiento a la vida de la libertad, cuyos albores brillaron al través de las densas nubes levantadas por los aleves cañones del gran Bonaparte. La historia patria contemporánea nos demuestra, con saludables enseñanzas, que no basta teorizar sabiamente para extinguir antiguos hábitos y obtener en un día ía transformación de los pueblos. Importa por esencial extremo que los principios, mediante su eficaz propaganda, arraiguen en la conciencia pública y, a virtud de metódicos y ordenados desarrollos gubernamentales, realicen la ineludiblemente necesaria modificación de las costumbres. Que así como el tránsito brusco de opuestas temperaturas produce en la economía del hombre accidentes funestos, así también el súbito cambio de instituciones y organismos, es causa para la sociedad de inmensas perturbaciones y trastornos profundos. El desenvolvimiento práctico de las nuevas doctrinas no ha de ser, pues, presuroso, agitado, vehemente, debiendo, por la inversa, operarse con parsimonia y cordura, para que las leyes adquieran estabilidad, encarnen en las costumbres y sean en resultados fecundas. Desde remotos tiempos lo dijo el poeta: Quid leges sirte mor ibas? Vanee profíciant. y he aquí, a no dudarlo, cómo se explican las febriles mudanzas y las sangrientas convulsiones de la España de este siglo. Aleccionados por experiencias tristísimas los insignes repúblicos que rigen los destinos de este conturbado país; persuadidos de que sus instituciones deben guardar relación con el estado de su cultura y con los elementos de su historia, y con firmeza penetrados de que las soluciones liberales son las únicas que pueden hoy llenar las necesidades públicas y ofrecer a la patria lisonjera perspectiva de bienandanza, asegurándole venturoso porvenir de ordenado progreso, dirigen su alta misión, hasta el presente con los mejores auspicios intentada, a cerrar de una vez para siempre la era de las violentas conmociones, afirmando sobre bases inquebrantables la consagración del derecho, el imperio de la ley y las prácticas de la libertad. En esa brillante falange milita en primera fila, el ilustre hijo de Gran- Canaria, objeto de esta noticia biográfica. l l { Fon Fernar. do de León y Castillo nació el 30 de Noviembre de 1842^ en Telde, en la ciudad de los magníficos campos, de las feracísimas vegas y los fragantes vergeles de naranjos, en que se aspira ambiente de rosas y azahar, con espléndida vejetación y suelo siempre florido, donde se disfrutan las delicias de incomparable clima, regalado de eternas auras primaverales. Solícita atendió a su educación su distinguida familia, con especialidad su ejemplar y virtuosísima madre, y, en acreditado centro de segunda enseñanza de Las Palmas, adquirió con lucidez los primeros rudimentos literarios, cursando luego ventajosamente la facultad de Derecho en la Universidad central. Las aficiones que en él se revelaron, apenas iniciada su adolescencia, hiciéronle eludir las contiendas del foro y le impulsaron a penetrar en las más grandes y agitadas de la candente arena política. Muy joven aun, tomó parte en la redacción de algunos importantes diarios de la Corte, entre los cuales recordamos El Imparcial. Ya desde entonces, manifestándose públicamente sus nada comunes aptitudes, comenzó a ser conocido en los círculos políticos el nombre de León y Castillo. Mas, cuando se concibieron esperanzas de que por sus especiales dotes estaba llamado a brillar en la tribuna, fué con ocasión de su discurso pronunciado en el Ateneo en pro de la abolición de la esclavitud que, con mengua del derecho y para escarnio de la civilización española, existía en nuestras colonias ultramarinas. Al sobrevenir el gran acontecimiento revolucionario de 1868, que fundió los estrechos moldes del antiguo régimen, para establecer un orden legal compatible con el grado de progreso de las ciencias políticas y con el espíritu liberal de la época, surgió entre algunos compatriotas nuestros, conocedores de las relevantes condiciones del joven canario, el per. sa-mientode conferirle, por la entonces circunscripción de esta Isla, la investidura de Diputado de la Asamblea constituyente. Pero compromisos anteriormente adquiridos y otras causas que r> o son de este momento consignar, impidieron desgraciadamente llevar a vías de hecho aquel patriótico deseo. Cumplida realización logró después en las elecciones para las primeras Cortes ordina-nas del breve reinado del caballeroso príncipe de la casa de Saboya. En esas Cortes sólo tuvo ocasión el diputado canario de dar a conocer en breves, pero elocuentes frases, con diversos motivos pronunciadas, que no en vano se le juzgaba como una esperanza del parlamento i^ acional. I ] La inesperada renuncia del Rey Amadeo dio lugar a que el Congreso y el Senado de la monarquía democrática, reunidos en Asamblea nacional, acordaran la proclamación de la República. Corría el año 1873. La agitación revolucionaria, cada vez más creciente e invasora por inevitable consecuencia de aquel súbito cambio, causó general estupor en los elementos de orden y hondísima perturbación en el país entero. Sucedíanse con la rapidez del vértigo los cambios ministeriales; como vanas sombras de linterna mágica presentábanse y desaparecían los Jefes del Estado; llegaba al delirio la exageración de las ideas y el desenfreno de las masas anónimas al crimen; la indisciplina cundía como funesto contagio en las filas del ejército, convirtiéndose las fuerzas de mar y tierra en instrumentos de rebelión contra el poder constituido; la anarquía, con apocalípticos horrores, reflejándose en la aterrada faz de aquellos gobiernos, que lo eran sólo en el nombre, cernía sus tétricas alas sobre la nación desventurada, sembrando el espanto en todos los corazones y profundísima zozobra en los ánimos más viriles. La subversión de los fundamentos en que descansa el orden social dio margen a que, en sori de protesta, tomara increíbles proporciones y jamás soñados incrementos, el odioso fantasma del absolutismo, el espectro de la teocracia, que, abandonando la huesa en que le había soterrado el empuje incontrastable del progreso, invadió las montañas y los valles, las aldeas y las ciudades, amenazando de continuo y poniendo en inminente peligro el sagrado lábaro de la libertad, cuya victoria habíase adquirido a precio de tantos esfuerzos, de tantas y tan cruentas luchas, y de la sangre de innumerables mártires, tan generosamente y a raudales derramada. Imposible que en las Cortes constituyentes de la República dejaran de predominar, en inmensa mayoría, perniciosos elementos de disolución, elegidas como fueron en medio del retraimiento cuasi absoluto de las clases conservadores y aun de la mayor parte de las vigorosas fuerzas liberales que habían llevado a cabo la gran revolución de Septiembre. En el número, por extremo exiguo, de los diputados de esta procedencia que tomaron asiento en aquella Cámara de triste recordación, reverso de la inmortal constituyente del 6Q, figuró el Sr. León y Castillo, elegido por el distrito de Guía, en Gran- Canaria. Desde entonces conquistóse envidiable puesto entre los más elocuentes oradores de nuestra renombrada tribuna parlamentaria. El brillantísimo triunfo que obtuvo combatiendo el proyecto de constitución federal, entra por cierto en el número de los que bastan para hacer la reputación de un orador. En presencia de aquélla Cámara, influida y subyugada por las violentas pasiones de una demagogia delirante, levantóse el joven diputado canario con ánimo viril y bizarro esfuerzo para triturar con el peso abrumador de su tonante elocuencia tribunicia, aquel engendro utópico y disolvente, que había de poner en riesgo de muerte la gigantesca obra, por tantas generaciones realizada en larga serie de siglos, después de épicos combates e inmensos sacrificios, consumados con ejemplar constancia y sin igual heroísmo. Ante el inminente peligro que corría la unidad de la patria, el señor León y Castillo pronunció magnífica oración, verdaderamente demosteniana, en que resaltan por igual la elegante corrección de la forma, la belleza escultural de la frase y el nervio de su estilo, con la profundidad en el concepto, el vigor y la solidez de la argumentación y la dialéctica acerada que informa todos sus juicios. El ya ilustre tribuno demostró plenamente con argumentos filosóficos e históricos incontrovertibles que el federalismo sólo era un progreso en el período anterior a la formación de las nacionalidades; pero que ir de la unidad a la federación, es, no ya solamente un retroceso, sino un anacronismo, un absurdo. Las dimensiones en que debo encerrar estos desaliñados apuntes, no me permiten exponer, ni aun rápidamente, las luminosas consideraciones que contiene tan excelente discurso; pero sí ha de serme lícito reproducir algunos párrafos que dan idea de sus valientes formas y armoniosos periodos. Dirigiéndose al príncipe de los oradores que, con su maravillosa palabra, propagaba en aquella época el sistema federalista, presentándolo como panacea que había de curar los males de la patria, decía el señor León y Castillo: « lAh, señor Castelarl No hay que hablar de federación en este país, porque es un gran- •^ e, un inmenso peligro. Si S. S. quiere conservar la unidad de la patria española; si quiere decir en el extranjero soy español con el mismo orgullo con que un romano decía: Cívis romanas sum; si quiere que sus huesos descansen en esta tierra, que ha mecido su cuna; si no quiere llorar a la margen de extranjero río las desgracias de la patria dividida, de la patria deshonrada, de la patria perdida; si no quiere condenar a toda una generación a la desdichada suerte de los desdichados hijos de Polonia, que van por Europa mendigando simpatías, y sólo han conseguido de la hospitalidad de la Francia un templo para rezar por sus mártires y por sus héroes; si quiere que su nombre, ese nombre respetado en Europa, querido en América, célebre en todas partes, si quiere que su nombre, orgullo de la patria y gloria de la tribuna española, no sea un nombre funesto y quizá maldecido en este país, es necesario que renuncie a la forma federal, es necesario que renuncie a la vanidad pueril de una obstinación académica; es necesario que renuncie a esa Constitución malhadada, sobre la cual, como sobre el sepulcro de nuestra nacionalidad, podría escribirse recordando a Koskiusko: Finís Hispanice.* Brillante apostrofe, que los hechos demostraron luego fué hermoso arranque emanado de las inspiraciones de la verdad. Dedujo argumentos históricos para demostrar la tesis de que la federación jamás ha sido ideal de gobierno, sino un medio para llegar a la unidad, constituyendo al estacionarse un estado de cosas en que es imposible la vida hasta que desaparece; y, con inspirados acentos, • exclamaba: • Ved a Grecia, grande, opulenta, victoriosa, en toda la plenitud de su genio y de su gloria, cuando las hegemonías de Macedonia y de Atenas realizaban la unidad, en los siglos de Feríeles y de Alejandro; vedla en cambio, cuando las hegemonías concluyeron y recobraron las ciudades su autonomía, arrastrarse impotente para ir a morir esclava en la absorbente unidad de Roma. Pues esa hubiera sido nuestra suerte, si a los antagonismos locales, si a los odios locales que bullen en el fondo de todas las federaciones, no se hubiera opuesto en nuestro país el creciente influjo de la unidad monárquica. ¡ Cuántas veces esos odios y esos antagonismos que bullen constantemente, vuelvo a repetir, en el fondo de las federaciones, - detuvieron los progresos de la reconquista! Notadlo bien; por primera vez en la historia, por la primera vez en nuestra larga historía, fuimos independientes, dejamos de gemir bajo el yugo extranjero, cuando se realizó la unidad nacional; hoy que estamos amenazados de perdería, ¿ qué nueva servidumbre nos aguarda? Yo no lo sé; pero veo algo, siento algo que lleva « 1 espanto a mi corazón, la vergüenza a mi cara. Las naves gloriosas, las gloriosas naves españolas, las naves de don Juan de Austria y del Marqués de Santa Cruz, las naves de Gravi-i^ a, de Churruca y Méndez Núñez; las naves de Lepanto, Trafalgar y el Callao son apresadas por buques extranjeros. ¿ Habéis medido con el pensamiento todo el alcance de estos hechos? ¿ Habéis pensado que este puede ser el primer paso para una intervención? Las impaciencias federales han empezado por deshonrarnos, ¿ acabarán por vendernos? » El sentimiento nacional se había encarnado en el señor León y Castillo y, en toda su intensidad, manifestábase por medio del esclarecido tribuno. Su voz, en aquellos días de conturbación pública, era la voz de la patria. La resonancia de su magnífico discurso extendióse por todos los confines de la nación. Un atleta de la palabra, eminente orador de esplendorosa virilidad, el inolvidable Ríos Rosas, dijo al terminar el señor León y Castillo: « La Constitución federal está muerta. » 7 breves instantes después de la contestación del señor Martín Olías, a quien absolutamente fué imposible atenuar siquiera el grande efecto producido por - aquella excelente oración, el mismo Ríos Rosas ratificó su juicio en gráficas y compendiosas VI frases, diciendo en los pasillos del Congreso: « El discurso de León y Castillo ha sido la tumba de la federal; el de Martín Olías, los funerales. » Ello es lo cierto que tan magnífico y contundente discurso en mucho contribuyó a la> suspensión de los debates del proyecto de constitución federal. « Es indudable,— dice un distinguido repúblico (*),— que otras causas contribuyeron al" mismo resultado; pero ante la demostración grandilocuente y magnífica, expuesta solemnemente a la faz del mundo, de que la República federal era un absurdo político en España, una aberración social y sólo significaba el desquiciamiento de la patria, retrocediendo más de tres siglos, en vez de consumar un progreso, no hubo valor para continuar aquella obra, objeto de-reprobación unánime para todos los hombres sensatos y de sana intención.> En nuestro concepto, evidente es el fundamento de la juiciosa consideración que contienen las palabras anteriormente trasuntadas. Valera, el insigne Valera, el eximio literato de fama universal, autor de la continuacióa de la Historia de España, de Lafuente, al ocuparse en aquel suceso, escribe: « Cartagena era la única esperanza de los cantonales, porque, puesto a discusión en las Cortes el proyecto de constitución federal, combatido elocuentemente por el señor León y Castillo, fué relegado al olvido. » Triunfo parlamentario culminante, señaladísimo, inmarcesible, fué ciertamente el conquistado por nuestro ilustre compatriota en las supremas circunstancias de aquel momento-histórico. Pocos meses más tarde, aprovechando la enseñanza de los sucesos realizados con asombrosa rapidez, e inspirándose en altos designios de verdadero patriotismo, el señor Cas-telar rectificó sus ideas, renunciando con gran cordura y abnegación loable, a las utópicas y anárquicas teorías de que había sido verbo principalísimo, el más ardiente apóstol en todo el: periodo revolucionario. Las apremiantes necesidades de orden y de paz, el supremo instinto de conservación de la sociedad, que veía aterrada cómo, rodando por el plano inclinado de las turbulentas oclocracias, iban a hundirse en los abismos las bases más esenciales de la vida nacional, causa eficiente fueron del saludable movimiento de reacción realizado al despuntar la mañana del 3 de Enero 1874. Habían reanudado el día anterior sus interrumpidas tareas las Cortes Constituyentes.. En la larga sesión que precedió a la disolución violenta de la Asamblea, el señor León y Castillo^ llevando la voz de la minoría liberal monárquica, explicó en elocuente discurso el apoyo por ella prestado al Gobierno del señor Castelar, como única solución posible de orden, en aquellas angustiosas circunstancias. No podemos resistir al deseo de insertar aquí las siguientes frases del orador canario, quien, después de demostrar con atinadísimas consideraciones que el verdadero peligro de la. república estaba en los socialistas y los intransigentes, que han justificado todas las reacciones, decía: « Los niveladores justificaron a Cromwell; los iguales justificaron a Napoleón I y justificaron también el 18 Brumario; los discípulos de Proudhon, de Luis Blanc y de Fierre Lerroux,. esos no solamente justificaron, sino que prepararon el golpe de Estado de 2 de Diciembre votando para la presidencia de la República al que luego fué Napoleón III, en odio a Cavaig-mara (•) El señor LiDares Bivas en la semblaza intitulada « León y Castillo » , página 113 de sn obra a « primera Cá-- a déla restanración » , editada en Madrid en 1878. .- . r e r VII " « ac, republicano de toda su vida, republicano por carácter, republicano por convicción, republicano hasta por familia. 7 es, señores, que las plebes, que pocas veces llegan a ser pueblo, buscan mártires en la desgracia, héroes para la lucha, pero encuentran siempre un amo el día de la victoria. » Mas, aquella Cámara, intransigente hasta la temeridad, exagerada hasta el delirio, derrotó al Gobierno del señor Castelar que tan meritorios esfuerzos venía haciendo para restablecer el orden y reconstituir el desgarrado seno de la patria. Esto dio ocasión al acto realizado por el general Pavía. Los excesos del cantonalismo justificaron aquel movimiento militar « n nombre de la salud de la patria para dejar a salvo los grandes intereses sociales e incólume la unidad nacional. I ] I Iniciada la reacción y ávido el país de paz y reposo que le permitieran restañar las heridas tan hondamente abiertas en la última etapa del período revolucionario, juzgó escasa garantía y débil valladar contra las invasiones demagógicas al Gobierno constituido bajo la presidencia del Duque de la Torre, que, careciendo de bandera definitiva, presentaba como solución otra interinidad y nuevo período constituyente. En la obra de ineludible retroceso realizada el año 1874, escribióse la primera página • « 1 3 de Enero y púsose el sello a la última el 30 de Diciembre. La muerte violenta de las Cortes Constituyentes de la República, proemio fué de la Restauración al grito de ¡ viva Alfonso XIII en los campos de Sagunto. Que así como, al operarse por sediciosos medios los movimientos revolucionarios, es imposible contener el ímpetu de las pasiones desbordadas, resulta por la inversa, en armónico equilibrio, vano también el empeño de atajar en su raiz el curso de los movimientos de reac- • ción. El periodo revolucionario, recorriendo todas sus fases, había terminado al espirar el ^ fto 1874. La libertad, comprometida entonces por los embates demagógicos, corría ahora peligro por las demasías de la reacción. Indispensable era que los hombres de principios liberales, que todas las fuerzas céntricas de la sociedad, que habían luchado con vigor por la suprema necesidad del orden mientras rugieron los desencadenados vientos de la tempestad Revolucionaria, combatieran ahora, con no menor denuedo, para salvar de opuesta catástrofe los sagrados fueros del derecho, las fecundas conquistas de la libertad y los grandes principios de la civilización moderna. Convócense las primeras Cortes de la Restauración. El vigoroso núcleo de políticos que « nte al suceso de Sagunto continuó tremolando enhiesta la bandera simbólica de la Constituyente de 1869, llevó a aquéllas Cámaras respetabilísima minoría, y a cuyos levantados esfuerzos débese en gran parte que la restauración, a diferencia de lo ocurrido en otros países, ^ o se despeñara por los horrorosos precipicios de una reacción desenfrenada. No escasa fortuna fué, en verdad, que la obra restauradora, divorciándose de las anacrónicas tendencias del moderantismo histórico, hubiese sido encomendada a la vastísima " ustración del señor Cánovas del Castillo que, adoptando desde los primeros instantes, temperamentos de transacción y concordia con las ideas y los hombres de la revolución de Sep- •• mbre, supo poner desde luego a raya los menguados propósitos de letal intransigencia que abrigaban los antiguos moderados. La historia, con su veredicto severo e imparcial, exenta de V I I I as pasiones que nublan los entendimientos más claros, hará cumplida justicia a aquel eminente hombre de Estado. Pero también esculpirá en caracteres de oro la patriótica conducta de los jefes del partido liberal que, merced a su tacto, a su discreción, a su cordura, a sus dotes de gobierno y a su acendrado amor al país, obtuvieron el trascendentalísimo triunfo de que la restauración transigiera en parte esencial con los grandes principios por la nación proclamados en el alzamiento de 1868. ínclito adalid de aquella gloriosa minoría fué don Fernando de León y Castillo, autor de la fórmula que suscribió en unión de los señores Núñez de Arce y Peñuelas y que, aceptada por el partido liberal, fijó su actitud en el orden de cosas creado por la restauración. Su gran discurso en los solemnes debates del proyecto de Constitución de 1876, es luminosa expresión de los principios fundamentales de la escuela liberal moderna. Encuéntrase en él magistralmente desarrollada la teoría de los derechos naturales del individuo, cimiento firmísimo en que descansa el gigantesco alcázar de la libertad de nuestros tiempos. « Desde el bilí de derechos de 1869— decía nuestro ilustre compatriota— desde los artículos adicionales de la Constitución de los Estados- Unidos, y, sobre todo, desde la declara-- ción de los derechos del hombre, en Francia, se consideran los derechos individuales como la esencia y la médula de la libertad moderna, que no consiste exclusivamente en el ejercicio de la soberanía, como creyeron los griegos, como creyeron los romanos, a pesar de sus leyes Valerias tan ponderadas por Montesquieu, de la custodia libera y del poder de los tribunos; instituciones todas, que aparecen como garantías individuales; pero que aun eran en el fondo privilegios de la soberanía; como ha creído la revolución francesa, que ha perdido la libertad, aquella revolución irancesa inspirada por Rousseau y por Mably en el socialismo despótico de la antigüedad clásica, falsa noción de la libertad, que produjo los errores y los crímenes de la revolución francesa perpetrados en nombre de la Convención, esto es, en nombre de la soberanía y en virtud de aquella fórmula del salanpópuli, que fué entonces, como había sido antes y ha sido luego, la ejecutoria de muchas tiranías. > No; nosotros no aceptamos esa libertad; nosotros rechazamos esa libertad, como la más inicua, como la más indigna y como la más miserable de todas las tiranías. Nosotros tenemos otra noción de la libeitad; para nosotros la libertad se funda principalmente en el derecho que tiene todo hombre a desenvolver dentro del medio en que vive, esto es, la sociedad, todas y cada una de sus facultades. Por eso yo, individualista, yo liberal, en una palabra, no creo que el individuo haya sido hecho para el Estado, falsa noción, error socialista que en todo o en parte han aceptado muchos hombres, que se llaman conservadores, sino que creo, más bien, que el Estado ha sido hecho para el individuo, como complemento del individuo, como prolongación del individuo, como salvaguardia de los derechos del individuo. » yo he vacilado en mis opiniones sobre este punto, cuando he oído a hombres de inmensa autoridad afirmar que los derechos individuales están limitados siempre por los derechos sociales, cuando hay contradicción entre los unos y los otros: no concibo esa contradicción. Yo creo que en una sociedad organizada con arreglo a los eternos principios de la libertad, no puede haber nunca esa contradicción; entre estos dos términos, sociedad e individuos, hay, o debe haber, una completa, perfecta y total armonía. » No se concibe la existencia de los derechos sociales sino partiendo de los derechos individuales, como no se comprende la existencia de la circunferencia sin el punto céntrico. Sólo en el hombre, individualmente considerado, reside el derecho; porque sólo el hombre> individualmente considerado, tiene la conciencia de su misión, circunstancia sin la que no se concibe el derecho. Por eso, señores, cuando yo oigo hablar de derechos sociales, pienso que I X se dice algo que no es exacto, algo que no tiene verdadero sentido, como cuando se habla de la religión del Estado, como si el Estado tuviera otra vida, como si para el Estado hubiera algo del lado allá del sepulcro, como si para el Estado hubiera gloria e infierno. El objeto fundamental de la sociedad política es hacer una masa común de medios y fuerzas para garantizarse les miembros de ella, es decir, los individuos, por medio de leyes aceptadas por todos y sostenidas por el poder público, la completa y pacífica posesión de los derechos naturales del hombre. . , > u • j - . El derecho, pues, de la sociedad es, o debe ser, el de la defensa de los derechos individuales. ¿ Cómo puede haber contradicción entre aquél y éstos en una sociedad organizada con arreglo a los principios de la libertad, cuando después de todo, los derechos sociales vienen a ser la garantía, el complemento de los derechos individuales? Lo que parece limitación no es tal limitación; es complemento, por que es garantía. » ,. , , j En estas breves, pero elocuentes frases, hállase admirablemente compendiada la verdadera, la sólida, la fundamental, la sanísima doctrina de los derechos individuales. Convencido el señor León y Castillo de la firmeza y lógico encadenamiento de las bases y principios de la escuela liberal moderna, apártase por completo de los perniciosos sofismas de los antiguos revolucionarios, que desgraciadamente tanto se extendieron bajo el influjo de las espléndidas formas del autor del Contrato social, cuya eterna metafísica, como dice Benjamín Constant, consagró los errores más funestos. En el profundo y elocuente discurso a que venimos refiriéndonos, el ilustre orador expuso también atinadísimas consideraciones acerca del principio de la soberanía nacional. « Importa consignar- dijo- que nosotros, al proclamar el principio de la soberanía nacional para derivar de él el Poder público, no incurrimos en el error frecuente de los viejos partidos liberales, de creer que la libertad consiste exclusivamente en el ejercicio de la soberanía, ni mucho menos de proclamar el principio de la soberanía nacional como absoluto, para derivar de él, no sólo el derecho, sino el Poder. No, nosotros proclamamos el principio de la soberanía nacional como principio esencialmente político y nada más que político: la soberanía nacional es el fundamento de las sociedades políticas, pero no es la omnipotencia, porque está limitada por su propia naturaleza; no es la omnipotencia, que si lo fuera, sena la mas miserable, la más indigna y la más insoportable de las tiranías. » , , . Extendióse luego en erudita disquisición sobre el origen histórico de la soberanía, y terminó el examen de punto tan esencial de los organismos políticos modernos, con estas brillantes frases: j- u . . « Los monarcas de los siglos XVI y XVII tuvieron fuerza, tuvieron medios bastantes para reducir este principio a la condición de principio abstracto en que lo acepta el señor Presidente del Consejo de Ministros. Pero hoy, después que la revolución ha venido a remte-grar a los pueblos en el más grande, en el más santo de sus derechos políticos ¿ quien tiene " tedios, quién tiene fuerza o demencia bastante para intentar lo que realizaron los monarcas de los siglos XVI y XVII? ¿ Por qué, pues, no habéis aceptado el principio de la soberama nacional? Por qué no lo habéis consignado en el proyecto constitucional? ¿ Amenguabais por eso otros Poderes? No; los fortalecíais, que no hay mengua para ningún poder en colocarse al am- Paro de la voluntad del país. ¿ O es que creéis que el principio de la soberanía nacional no está de hecho y de derecho por encima de todos los poderes? ¡ Ahí con los que esto crean en el último tercio del siglo XIX; con los que cierran los ojos ante la realidad, para confundir la ceguedad con la consecuencia; con los que no han aprendido nada en medio de las catástrofes que han presenciado; con los que niegan la existencia y eficacia de este principio que se perpetúa a través de la historia; con los que lo desconocen y lo anulan, y por desconocerio y anularlo dan lugar a que se presente, como la muerte, de improviso, llamando a las pueitas de un país con la voz de las revoluciones, no es posible discutir; hay que decirles, recordando a Napoleón en Campo Formio: « la soberanía del pueblo es como el sol; está ciego el que no le vé.> No debe extrañarse que nos detengamos con el intento de dar algo aproximada, aunque deficiente idea, de este magnífico discurso, porque no sólo se descubre en él al elocuente tribuno, sino también los principios, las tendencias y aspiraciones ampliamente liberales del ilustrado político. Ocupándose luego en los artículos de la Constitución relativos al principio electoral, a que consagró casi toda la segunda parte de su extenso discurso, decía: « yo no sostengo que el derecho al sufragio sea un derecho natural^ propiamente dicho, y en este sentido pienso que ha hecho bien la comisión eliminándolo del título primero de la Constitución, si es que en el título primero sólo se consignan los derechos naturales del hombre; pero creo que es algo más que una función, como ha dicho Mr. Mili. Yo creo que es un derecho político, el más grande, el más importante de los derechos constitutivos de la libertad política; es el derecho cue tienen todos los ciudadanos a intervenir en el gobierno de su país, a gobernarse a sí mismos, por sí mismos y para sí mismos, el self governcment, en una palabra; y por eso creo que es un derecho harto importante para dejar de consignarlo en una Constitución, y entregarlo, como todo en ese proyecto, a merced de las leyes orgánicas y de las necesidades momentáneas de la política. » Hízose luego cargo del erróneo concepto sustentado por algunos políticos de gran autoridad en la escuela conservadora, para quienes el sufragio universa! contribuye a fomentar el socialismo, y los combatió con vigorosa impugnación, demostrando que las tendencias socialistas, cuyo origen se remonta a las más antiguas edades, no cambian ni se modifican por el alejamiento y la proscripción, sino que teniendo derecho a ser oídas, hay que combatirlas con la palabra y vencerlas en la tribuna. En suma, el señor León y Castillo examinó con verdadera grandilocuencia todos los principios y fundamentos capitales de la libertad política, y terminó su brillantísimo discurso con estas significativas palabras: « Hay que decidirse; al vado o a la puente; a la reacción o a la libertad; a la libertad, que fuera de la libertad no hay salvación ni vida para ningún poder de la tierra. Unid con indisoluble vínculo la Monarquía con la libertad; convertid la Monarquía en símbolo de la libertad, de modo que no se conciba la existencia de la una sin la otra, en interés de ambas, sobre todo de la primera; porque hemos llegado, señores, a unos tiempos en que, por firmes que estén las Coronas sobre las frentes de los Reyes, cuando los Reyes son dignos de ceñirlas, están aún más firmes las ideas y las aspiraciones generosas de la libertad en la conciencia y en el corazón de los pueblos. » Grande fué el éxito obtenido por esta magnífica oración parlamentaria que profusamente circuló por todas partes. Ella afirmó la elevada reputación de orador por el señor León y Castillo adquirida al combatir el proyecto de constitución federal de 1873. De los numerosos lauros con que supo engalanarse después en las Cortes sucesivas de la restauración, nos es imposible dar ni remota idea en el rápido curso de estos desaliñados apuntes. Baste consignar que desde entonces acá, ha intervenido siempre, por designación del partido liberal, en todos los debates políticos de mayor importancia y trascendencia, en todas las grandes solemnidades del Parlamento. Cada discurso pronunciado era para el eminente orador un nuevo triunfo. Ora combatiendo la suspensión de garantías constitucionales en los primeros años del Ministerio conservador; ora interpelando en distintas veces a aquel Gobierno por su falta de sinceridad y su obstinada resistencia al movimiento de las ideas libe- rales; ora atacando con los acentos más viriles y en las formas más esplendorosas de la elocuencia tribunicia, la dictadura ejercida por la absorbente personalidad del señor Cánovas del Castillo; ya interviniendo en palpitantes discusiones a que daban motivo y ocasión los mensajes de la Corona; ya tomando parte en interesantísimos debates sobre la situación de la grande Antilla, manifestóse siempre con todas las rarísimas propiedades y los accidentes deslumbradores de un gran tribuno, siempre elocuente, correctísimo en la dicción, inspirado en la frase, profundo en el concepto, discretamente erudito, hábil en la exposición y vigorosa-nente dialéctico en sus raciocinios, dando realce a este rico conjunto de extraordinarios mé ritos las singularísimas dotes externas del orador Pero no nos perdonaríamos tan censurable omisión si dejásemos de insertar aquí la expresiva carta que el señor Martos, gloria de la tribuna española, dirigió a nuestro distinguido compatriota con motivo de su brillante discurso, antes indicado, combatiendo la dictadura del señor Cánovas del Castillo. Dice así: « « « *<^ ^ ^ . , ^ . , . ^ / ^ ^ ^ éZí^^ y^ y ^ . W ^•^^, y^ ¿ <^^/^<^'^ ^/..^^^./ c.^. e. t^ « ^ ^ « C ^^^^^/^ ,,^^ / á* Jo^ o. t^.^/^^ eO. ¿ e^ n, y^,^. c/ eJ. P ^^-^ ' ^ ^ ^ /^^^ é:^^ ^^ Jc. de e^ El brillante concepto galanamente expuesto en la precedente carta por un orador tan conspicuo como el señor Martos, es honrosísimo galardón para nuestro distmguido compatriota. Sentimos, en verdad, que los límites de esta mal perjeñada noticia nos impidan deleitarlos en el examen de sus discursos, verdaderos tesoros de elocuencia de la preemmente tribuna patria. Pero no nos dispensaremos de insertar siquiera uno de los párrafos de aquella niagnífica catilinaria enderezada contra la política del señor Cánovas del Castillo un mes antes de que por el impulso acertado de la regia prerrogativa, cayera con aplauso general, después de seis años de haber constantemente ocupado las alturas del poder. Puso de relieve el señor León y Castillo, los gravísimos peligros que rodeaban las instituciones por la obstinada obcecación de una política personal, estrecha y arbitraria, y añadía: * íQvé importa que las costumbres públicas se degraden, y que a los impulsos generosos de la opinión popular haya sustituido el interés grosero y el ansia vil del negocio? ¿ Qué importa que el país se sienta corroído por la indiferencia que le habéis inoculado? ¿ Qué importa que los comicios estén desiertos y las plazas de toros llenas? ¿ Qué importa que la juventud en masa, simbolizando la fé, el entusiasmo, las nobles aspiraciones del porvenir, desfile por delante de la restauración como un ejército en marcha que busca para acampar tierra " » 6s hospitalaria, con horizontes más amplios? ¿ Qué importa que el espíritu público desapa- rezca de la superficie y se condense y empiece a hervir en el fondo? ¿ Qué importa que la in-certidumbre del porvenir y el sentimiento de la instabilidad agobien los espíritus y que entretanto el partido carlista, vencido en los campos de batalla, con vuestra ayuda se organice, crezca y aceche, y que el partido republicano, disuelto por sus propios errores, con los vuestros se organice, se multiplique y confiadamente espere, y que sólo mengüen los partidos monárquicos liberales, diezmados por el desencanto que cunde como un contagio entre sus filas? ¿ Qué importa la inmensa soledad que a todos los monárquicos liberales nos está rodeando en el país? ¿ Qué importa todo eso? ¿ Qué importa nada mientras esté ahí el señor Cánovas del Castillo, con la mano puesta en el timón y pueda deciros como César durante la tempestad: Níhil ti meas Coesarem veñt'sP* Este vigorosísimo arranque, lleno de viveza y colorido, revela de modo patente las grandes energías y la poderosa elocuencia que caracterizan la brillante oratoria de nuestro eminente compatriota. « El señor León y Castillo — dice el distinguido político y orador don Aureliano Linares „ Rivas (*)— el señor León y Castillo, como Ríos Rosas, tiene el genio de las tempestades, y es | como él, Dios de los truenos y de los rayos. Su elocuencia empujada por aquella voz prepo-| tente que conmueve el espacio y hace retemblar las paredes, no es sosegada, tranquila y aca-| démica, sino vehemente, ardorosa, fogosísima y predispuesta siempre a los grandes apóstro- j tes, a la invectiva, a las exclamaciones y a las frases de efecto, que condensan breve y enér- g gicamente todo un mundo de alabanzas o de reprobaciones. El tono épico es tan indispensa- ^ ble al señor León y Castillo, como el oxígeno para la vida, y por eso quien le quiera mal de- 1 be lanzarle en pequeñas contiendas donde no pueda emprender el raudo vuelo de las águilas. | « Naturalmente fogoso e impresionable, lleno su cerebro de ideas y su corazón de no- 1 bles aspiraciones, desbórdase cuando habla como un río al salirse de madre. No ve, no oye, | no alienta ni palpita durante sus discursos más que para dar salida al torbellino de pensa- | mientos que agitan su mente y al raudal de frases magníficas que acuden en tropel a sus la- | bíos. Entonces parece abstraído del mundo, y salen redondas, limpias, magníficas, sus oracio- | nes, que bien merecen calificarse, sin exceptuar una sola, de filípicas o catilinarias » f En este acertadísimo juicio del señor Linares Rivas, ha coincidido sustancialmente la 2 prensa política de la corte, sin excepción de matices. ] V Los culminantes méritos del señor León y Castillo y sus grandes servicios al partido liberal, lleváronle a formar parte del notable Ministerio constituido el II de Febrero de 1881. Había brillado en la tribuna con fúlgidos esplendores. ¿ Se eclipsará la estrella de su fama y prestigio, cual ha sucedido a muchos oradores eminentes, al echar sobre sí la grave responsabilidad del poder? ¿ Perderá el estadista en la estimación pública los victoriosos laureles con tanta gallardía conquistados por el tribuno? ¿ Podrá aplicársele aquellas frases que un ilustrado publicista dedicó a López, el gran orador: « La tribuna es su vida y su gloria; el Gobierno su descrédito y su muerte? » ¡ Ahí. En modo alguno. Muy por la inversa, en mucho aumentó su gloria y consolidó su prestigio durante el bienio en que estuvo a su cargo la cartera de Ultramar. En los Gobiernos civiles de Granada y Valencia, que desempeñó con gran acierto en azarosos tiempos de la revolución, y durante dos distintos periodos en la Subsecretaría de (*) En so obra antea citada, La primera Cámara de la Restauración. X I I I Ultramar, habíase acreditado de hombre de gobierno, cuyas especiales dotes tuvieron después ancho campo donde extenderse al regir este importante y difícil Ministerio. Cúpole la esclarecida honra de transformar los antiguos organismos de la gran Anti- « 8) planteando con felices resultados la política de asimilación hoy imperante. El caduco régimen colonial que, constreñido en círculo de hierro, impedía a aquellos insulares compatriotas nuestros vivir la fecunda vida de la libertad, fué trascendentalmente « codificado, merced a las altas miras del insigne estadista objeto de esta noticia biográfica. Promulgada la constitución de la monarquía en Cuba y Puerto- Rico; Ijbre la prensa, antes amordazada con la previa censura; consagrado el derecho de reunión en igual forma que en la Península; reorganizada la Administración por acertadísimos decretos en importantes ncaterias de hacienda y fomento; dictadas eficaces disposiciones para extinguir los abusos cometidos en el ejercicio del derecho de patronato y asegurar, colocándolos bajo el amparo y protección del ministerio público, los derechos de los patrocinados para cumplir religiosamente la ley de la abolición de la esclavitud; y aplicada, con previsoras reformas, la legislación que regula trascendentalísimos actos de la vida, en consonancia con el progreso de las ideas y de las costumbres en aquella preciosa y codiciada parte del territorio español; he ahí, en en breres rasgos indicada, la transformación profunda y fecundísima, la alta empresa por el señor León y Castillo acometida con inmenso prestigio para su nombre en las grandes islas antillanas. Pero no sólo a Cuba y Puerto- Rico llevó el ilustre estadista la poderosa iniciativa de su f enio. Aun más alto renombre y gloria mayor le estaba reservado conquistar en el vasto ar-chjpiélago filipino. El recuerdo de la verdadera obra de redención allí realizada por su nunca bastante encomiado decreto de 25 de Julio de 1881, será trasmitido en el curso de los siglos con eterno loor. Bajo el triple aspecto social, político y económico, esa gran reforma, como ° Uo en el Congreso el eminentísimo orador de la democracia española, hará figurar el nom-re de León y Castillo al lado de los grandes libertadores de la humanidad. Millones de siervos, que por mucho tiempo gemían bajo los tiránicos rigores de una nxmistración usurpadora, quedaron para siempre emancipados. Libres la siembra y el culti-del tabaco y su manufactura y consumo interior, el trabajo, antes esclavizado y sujeto a probiosa tasa, puede hoy desarrollarse ampliamente, sin inicua servidumbre, sin monopolios losos ni sórdidas trabas que le impidan remontar su vuelo. La extensión y fomento del cul-o, a impulsos de la próspera iniciativa del inteiés individual, y la explotación de las indus-s que han de desenvolverse por consecuencia del desestanco, constituyen bases seguras un hsongero porvenir para aquella importantísima región oceánica. 1 A * corrientes colonizadoras— decía el señor León y Castillo en el elegante preámbu-e su decreto inmortal,— el trabajo cosmopolita, la duda y el temor de inertes capitales en inmensos y vírgenes territorios que, situados entre el canal de Suez y el futuro de Pana- ' allanse en el paso inevitable de la circunnavegación del mundo y en donde, cualquiera . ^. f.* porvenir que la historia reserve a nuestra patria, un suelo y una raza descubiertos VI izados por nosotros, proclamarán siempre que, bajo el glorioso reinado de V, M., reci-leron decisivo y espontáneo impulso para su futuro bienestar. » ólo este decreto es bastante para perpetuar la memoria de un hombre de Estado. '- orno orador ministerial acreció los numerosos triunfos conquistados desde los bancos Jad'^ ° Posición. En los vivos debates promovidos por la izquierda dinástica fué denodado pa- • de 1*^ * • • ''°^'*'^* general del Ministerio, demostrando con la mayor elocuencia los peligros * itu* rt^^**^*^" constitucional y, sobre todo, la posibilidad de realizar dentro de la vigente cons-ción, amplia y expansivamente interpretada, todos los principios y desarrollos del sistema X I V liberal. En orden a los negocios adscritos al departamento de su cargo, hizo defensa brillantísima de la política de asimilación planteada en Cuba. Uno de los diarios más importantes y acreditados, el de mayor circulación en España, El Imparcial, juzgando el discurso pronunciado por el Ministro de Ultramar en la discusión iniciada por el señor Portuondo, escribía: « Pocas veces ha salido del banco azul discurso tan completo, tan acabado, en que se compenetren con toda armonía la elocuencia en la forma y el pensamiento trascendental del hombre de gobierno. » En efecto, aquella oración ministerial valió al Sr. León y Castillo uno de los mayores triunfos parlamentarios de que puede envanecerse. En medio de los aplausos generales de la Cámara, causando transportes de entusiasmo a mayoría y oposiciones, el ilustre Ministro condensó el sentido de su discurso en estas patrióticas, enérgicas y bellísimas frases: « Ni autonomistas ni coloniales. España, que arrancó al abismo de los mares el secreto de la existencia de América, tiene derecho indudable, tiene derecho indiscutible a ser potencia americana. Allí están Cuba y Puerto- Rico, que la representan con sus instituciones liberales en presencia de las democracias americanas. La América entera debe conservar la bandera españole donde está, en Cuba y Puerto- Rico, en el Golfo mejicano, a la entrada de América, y conservarla eternamente allí como se conservan los blasones de familia a la entrada de las casas solariegas, por respeto a la memoria de nuestros padres y por propio y legítimo orgullo. > Al dejar el poder el partido liberal con el levantado propósito de proseguir la intentada conciliación con la izquierda dinástica, cuyos hombres de mayor prestigio le sucedieron en el Ministerio presidido por el señor Posada Herrera, fué elevado nuestro distinguido compatriota a la primera vice- presidencia del Congreso de los Diputados, habiéndole cabido el' alto honor de presidir la sesión más importante de cuantas en aquella legislatura celebró la Cámara popular. Caída la situación liberal en Enero de 1883, siguieron los dos últimos años de la política conservadora, coincidiendo sus errores y desaciertos con las desdichas de todo género que en aquel período tristísimo agobiaron la nación. Durante ese desgraciado bienio la elocuente voz del señor León y Castillo, con todos los matices de sus vigorosos acentos y brillantes inspiraciones, resonó distintas veces en la Cámara en defensa de la libertad y del derecho, ya en el debate con motivo de la contestación al discurso de la Corona, ya en la larga y agitada discusión a que dieron lugar los lamentables sucesos universitarios ocurridos en Noviembre de 1884. Bajo la pesadumbre abrumadora de una larga serie de calamitosas contrariedades, desapareció de las regiones del poder el segundo Gobierno del señor Cánovas del Castillo, ante las sombrías criptas del tétrico Escorial, tan prematuramente abiertas para el malogrado Rey Alfonso. En aquellos aciagos días de público duelo, el gran partido liberal, formado bajo-la indiscutible jefatura del señor Sagasta, con el concurso de los elementos más valiosos procedentes de la izquierda dinástica, recogió la triste herencia ministerial de manos de la desolada viuda, de la augusta Reina Regente, de la egregia y virtuosísima dama que, poseyendo las altas dotes e inestimables prendas de un verdadero hombre de Estado, viene, desde el momento mismo en que dejara la vida su inolvidable Alfonso, rigiendo con sabia y previsora solicitud los destinos de la infortunada patria. Reconocidos por el preclaro Jefe del partido liberal los grandes merecimientos del ilus- XV tre compatriota nuestro, que indudablemente le daban derecho a formar parte del Ministerio, • eliminó, no obstante, con la mayor abnegación, su personalidad para dar acceso a los hombres más conspicuos de la democracia monárquica, porque era así por todo extremo conveniente para el afianzamiento de las instituciones en aqueilos instantes de suprema angustia, en que sus adversarios cobraban bríos y veían renacer la esperanza de inmediato triunfo para sus ideales. Aun fuera del ministerio, el Sr León y Castillo ocupa la posición preeminente que, en ' Uerza de sus propios méritos, le corresponde. Recientemente le ofreció el Gobierno, con encarecidos ruegos, la presidencia de la comisión parlamentaria encargada de sostener el deba- ® político en el Congreso, con ocasión del mensaje de la Corona; puesto de grande empeño y alto honor, que el Sr. León y Castillo ha rehusado por atendibles motivos y respetabilísi- ' nas razones que abrillantan su modestia y enaltecen su carácter. Pero como jamás ha eludido su concurso en ninguna ocasión difícil y solemne, acep-ando por el contrario todos los cargos que el partido liberal ha creído conveniente encomendarle, el Ministerio le ha designado para ocupar otro puesto de combate, la presidencia de la importante comisión de lista civil, juzgando con acierto que requiere un hombre de su talla y prestigio y de sus grandes condiciones de tribuno, para resistir con vigor y éxito el empuje de las minorías republicanas que, por medio de sus más elocuentes oradores, han de Combatir rudamente la dotación de la casa real. En reciente fecha ha recibido también la elevada distinción de ser nombrado individuo e la docta academia nacional de Ciencias morales y políticas. Pero es necesario poner ya término a esta noticia biográfica. Hemos dado idea, aunque panda, de las extraordinarias dotes del elocuentísimo orador) del hábil e ilustrado político, del eminente estadista. y aun no debemos hacer caso omiso de sus brillantes aptitudes de escritor, demostrái s an la prensa periódica y especialmente en la Revista de España, notabilísima publicación científica, literaria y política que, por espacio de algunos años, dirigió juntamente con el afa- " » ado repúblico don José Luis Albareda. VI Mas antes de concluir, abandonando ya la vasta escena pública de la madre patria, di-t K°^ rápida ojeada hacia esta roca del proceloso océano, donde hemos nacido y donde len vió el primer rayo de luz el predilecto compatriota nuestro, en cuyo honor nos congregamos aquí en esta velada solemne. (*) irijamos nuestra mirada cariñosa al adorado país de nuestros vivísimos afectos, de ros afanes y desvelos más solícitos. Contemplemos, por breve instante, bajo la égida tie ° ™ . ^" ^'^° esclarecido, a esta perla de las antiguas Afortunadas, a esta queridísima j p ' sonriente oasis rodeado de inmenso mar; regalemos nuestra vista al concentrarla sobre jjg n- i_ anaria, náyade gentil surgiendo erguida del fondo del Atlántico y alzándose hasta r » " bes, que besan su frente en las elevadas cimas del Nublo y el Saucillo. *'' a< Í08 socin. HÍ"* Í*-!'" Í**^* P"' '* sociedad Oabinete Literario, el 26 de Juaio de 18á8, con motivo de haber sido nom- » « U08 de mérito los señores León y Castillo y Pérez Galdós. X V I Abruptas sierras y empinados montes, a impulsos de bienhechora influencia, abren sus* senos para dejar libre paso a las arterias por donde circulan el movimiento y la vida de nuestros pueblos. Extensa red de amplias vías circundan casi la isla entera y la atraviesan hasta sus elevadas cumbres. Gigantesca obra de fecunaísima trascendencia en nuestros futuros destinos, desarróllase con instalaciones soberbias a la vanguardia de Las Palmas, en su puerto de la Luz, llamado a ser el centinela avanzado de nuestro progreso y la base inconmovible de nuestro halagüeño porvenir comercial. Importantes industrias marítimas, antes desconocidas entre nosotros, toman aquí carta' de naturaleza; acrece cada día el movimiento de buques de vapor; instálense sucursales de acaudaladas casas extranjeras, indicando todo que, en un plazo breve, adquirirá esta Ciudad extraordinario vuelo en el orden marítimo mercantil. Veintitrés años hace que un joven canario, anticipándose con la previsión del genio a* ese porvenir, que ya entrevemos cercano, terminaba con estas brillantes frases un articulo intitulado con el nombre de nuestro puerto: « Cuando se terminen— decía— las obras proyectadas, el día en que se vean en aquel dormido mar ondulando al viento cien banderas representando otras tantas naciones, emblemas de vivos colores que enciende con sus rojas tintas el sol ardiente de los trópicos, ese día será día grande, el más grande quizá para la Gran- Canaria; entonces comenzará a aparecer en el risueño horizonte de su porvenir la aurora que alumbra a los pueblos que realizan el ideal del siglo XIX. > Lo que entonces escribió el adolescente estudiante con motivo de un pequeño proyecto de muellei tiempo andando, dióle el ilustre estadista mayores caracteres de verdad, porque amplió aquel proyecto, que yacía abandonado, elevándolo a las grandes proporciones de excelente puerto de refugio. Injustos seríamos si no asociásemos a la realización de empresa tan magnífica el nombre distinguido de don Juan de León y Castillo, ilustrado Ingeniero, que concibió y llevó a cabo el proyecto con tan pasmosa rapidez como singular acierto. Reciba, en este momento solemne, tributo de admiración y homenaje de gratitud. Complemento del puerto será, a no dudarlo, el gran edificio proyectado para lazareto en punta de Gando; concesión asimismo importantísima, cuyas obras preliminares tocan ya a su término, que debemos igualmente al infatigable celo de nuestro preclaro compatriota, con el eficaz auxilio también prestado para esta obra por aquel distinguido Ingeniero, que tantas pruebas relevantes tiene dadas de su verdadero amor al país. Ocioso sería molestar por más tiempo la benévola atención de este escogido auditorio enumerando todos los servicios de gran valía, obtenidos merced a la levantada y fecundísima gestión del gran protector de la patria. No; bajo ningún concepto es esto necesario. Esos inestimables servicios están ante nuestra vista, todos los conocemos, y se hallan indeleblemente esculpidos en los nobles y leales corazones de nuestros compatriotas. Gran- Canaria, estimulada por grandes sentimientos y perpetuamente enardecida con el sagrado fuego de inextinguible patriotismo, oirá siempre con amor aquel esclarecido nombre, y en sus ciudades y en sus aldeas, en sus selvas y en sus valles, en sus montañas y en sus orillas, vibrarán eternamente los ecos de sus alabanzas, repitiendo esta exclamación: jHonor al ilustre tribuno, gloria al insigne estadista, gratitud al eminente patricio; gratitud eterna a León y Castillo, orgullo y prez de la Gran- Canarial Sc/< í^ 5 i^^ on § 5S^ 55; ; , Ji/... ™ V. Ví:: í;:':: ív.".'".' rrr...\ "".••" v" vw" v* i.'" v" v* ií" v" v""> .-• V.* • ^•-* •.•• t r » , » \_*\ « %. « '* « « A A*** DISCURSO PRONUNCIADO EN LA SESIÓN DEL DÍA 9 DE MAYO DE 1871, CONTESTANDO A ALUSIONES DEL SEÑOR SORNÍ. | iENTO en el alma, señores diputados, tener que molestar vuestra aten- Ición, siquiera sea por breves momentos, y lo siento más, cuanto que necesito ocuparme de una cuestión que, si para vosotros es estéril, para ^ mí es sobradamente enojosa. Comprended la dificultad de mi posición, , dominado de una parte por el natural temor que a todos embarga al ha- ) cer uso de la palabra por vez primera en este augusto recinto, y agobiado, por otra, bajo el peso de la elocuente habilidad de mi distinguido amigo el señor Sorní. Esta dificultad de mi posición, unida a lo inesperado de los ataques que, creédmelo, porque lo digo con ingenuidad, me impide coordinar toda idea en este momento, esta dificultad, repito, de mi posición, me hace esperar de vosotros, señores diputados, gran tolerancia, gran benevolencia, gran indulgencia. Confiado en esto, seguro de esto, yo voy, no a discutir el acta de qy I Sueca, no a defender el acta de Sueca, porque ciertamente habrá otros un deb ^^^" mejor que yo pudiera hacerlo. Voy a cumplir con un deber de honor, con ha j - .^ 1^ P^""^ " i> ineludible, contestando a los gravísimos cargos que en el día de ayer me '' a. dirigido el señor Sorní. ocurr" comenzado el señor Sorní haciendo referencia a hechos y a sucesos que no aseJif?" "' ^"^^^'^'' on siendo yo gobernador de Valencia. El señor Sorní hablaba de no era cometidos en Ruzafa el 24 de Junio de 1870. Pues bien, señores diputados, yo ¿ iciemh"*°"^^^ gobernador de Valencia; yo tomé posesión de aquel gobierno el 24 de si fuer ^^ í ® ' mismo año. Ha hablado también el señor Sorní de un hecho escandaloso, pósitoV^-^^' ^^^ '^ ^^ referido un guardia civil, o un oficial de la guardia civil, a pro- Por ést ^^ Vw^ criminal conducido a presencia del gobernador de la provincia, y puesto Yo, señores, no tenía conocimiento de este hecho, del cual el señor Sorní pretende derivar una gravísima responsabilidad para el gobernador de Valencia. Yo no tenía conocimiento de ese hecho, del cual deduce el señor Sorní que por parte de las autoridades hay protección para los criminales en la provincia de Valencia. Llegado a este caso, yo tengo que preguntar al señor Sorní: ¿ se ha referido a mí S. S.? ¿ Soy yo ese gobernador? ¿ Me ha aludido S S? Espero la contestación. El señor PRESIDENTE: El señor León y Castillo tiene la palabra. El señor LEÓN Y CASTILLO: Me doy por satisfecho con la explicación del señor Sorní. S. S. ha denunciado hechos más o menos escandalosos que no se han referido en manera alguna a la época en que fui gobernador de Valencia. Yo no estoy en el caso de defender la conducta de nadie, porque no se me ha autorizado para ello, y ciertamente los gobernadores que me precedieron no necesitarán de mi defensa. Yo me doy por satisfecho de las explicaciones del señor Sorní, y me permito dirigirle un ruego, y es que no haga caso S. S. de cuanto le cuenten de cuestiones electorales en ciertas provincias. Hay, señores diputados, permitidme la expresión, chismes de localidad de tal naturaleza, que un hombre tan serio, tan sensato, tan leal, tan honrado como el señor Sorní, no puede ni debe en manera alguna hacer caso de ellos. En ciertas provincias, señores diputados, se ha llegado a un extremo en que ya no basta arrojar lodo sobre la frente para manchar la honra; es necesario ir más lejos: es necesario empañar la conciencia salpicándola con sangre. Señores diputados, si yo no supiese que en el día de ayer y en el día de hoy el señor Sorní ha cumplido con un penoso deber de hombre de partido, ciertamente que yo me admiraría, que yo me asombraría de los cargos que el señor Sorní ha dirigido al Gobierno y sus delegados por su conducta en Valencia durante el período electoral. El señor Sorní estaba en Valencia cuando tuvieron lugar las elecciones; el señor Sorní era candidato por el distrito de Serranos; el señor Sorní me veía con frecuencia, me honraba al verme; hablábamos como se habla entre un gobernador y un candidato de oposición, de los accidentes, de las peripecias, de los detalles de la contienda electoral. Pues bien, durante aquel período, ni directa, ni indirectamente, ni en ninguna forma, el señor Sorní me denunció ninguno de esos abusos, ninguno de esos atropellos, ninguno de esos escándalos, ninguno de esos crímenes a que se ha referido S. S. en el día de ayer y en el día de hoy. ¿ Por qué tanto callar entonces y tanto hablar ahora? Peto no era sólo el señor Sorní el candidato de oposición que estaba en Valencia durante el período electoral: también estaba allí mi distinguido y respetable amigo el señor Castelar, candidato por el distrito de Mercado. Señores diputados, si vosotros hubierais estado en Valencia durante el periodo electoral, ciertamente que os hubierais admirado, que os hubierais asombrado, que os hubierais indignado, como me asombré, y me admiré y me indigné yo al oir los cargos que el señor Castelar fulminaba aquí contra el Gobierno y contra sus delegados en las provincias por los escándalos, los atropellos, las coacciones y las ilegalidades que S. S. suponía habían cometido. El señor Castelar necesitaba hacer un discurso de tremenda oposición, y lo hizo. El señor Castelar necesitaba inmolar víctimas ante la opinión, y lanzó a la voracidad del publico el prestigio y la reputación de algunos gobernadores. Yo, señores, desde este sitio, oí al señor Castelar y, sin embargo, callaba; pero no creáis que callaba ante sus acusaciones; callaba agobiado bajo el peso de su elocuencia. 3 Habíais de ver, señores diputados, al señor Castelar en Valencia. Seguido de una multitud que a todas partes le acompañaba pendiente de sus labios ansiosa de escucharle como se escucha a un apóstol; el señor Castelar, de día, de noche, al f J^ ' bre. en la plaza pública, a la puerta de los colegios electorales, tuvo siempre completa libertad para hablar, para conmover los ánimos, para llevar a los electores, y esto era lo Practico a ' as Ulnas a que votaran en favor de su candidatura. ¿ Hay alguno que lo niegue? ¿ Hay « Iguno que lo dude siquiera? Apelo al testimonio de Valencia entera que presenciaba con la cordura y la sensatez de un pueblo verdaderamente libre, espectácu o que solo se ofrece allí donde vive y se arraigo la libertad. Yo, señores, satisfecho del resultado de ' as elecciones en la provincia de Valencia, al ver el triunfo de los candidatos del Ciobier- " 0 en 11 distritos de los 15 en que aquella provincia se divide, me felicitaba en ello, pero me felicitaba más de la legalidad y de la libertad con que se llevaban a cabo ' as elecciones; y ante esta consideración, señores, yo lo declaro aquí con completa lealtad y con completa franqueza; ante esta consideración, yo llevé mi tolerancia hasta faltar a mi ae-ber, hasta faltar a la ley. . .^ /^^.^ „„. ¿ Sabéis por qué? El señor Castelar decía: ^ Yo he visto a un gobernador ( este go bernadorera yo. según S. S.), dirigir una orden al alcalde de cierto Pueblo, dicién-dole: * si no han pedido a ustedes permiso, disuelva, aunque sea a bayonetazos la reunión pública. » Esto es inexacto en el fondo y en la forma. El « enor Castelar, sin duda creyó que yo iba a llevar mi tolerancia hasta el último extremo, y S. S. pensó quiza que no se había escrito la ley para S. S. , . x * „ , . ,^ ora PAIP- ^ Hay un artículo en el Código penal, que manda terminan emente Q^^ para cele brarse cualquiera reunión pública es necesario dar cuenta ponerlo e" conoc n^ iento,- no dar aviso, como decía S. S.,- ponerlo en conocimiento de la autoridad ocal con veinticuatro horas de anticipación. ¿ Cumplió alguna vez S. S. con este requisito? ¿ Cumplieron los amigos de S. S. con este requisito? ^ ^ „ tn Mientras el señor Castelar estuvo en Valencia, yo podía ser tolerante, yo era tolerante, yo faltaba a la ley con el señor Castelar, y yo faltaba a la ley, y yo era tolerante con el señor Castelar, porque confiaba en la sensatez, en la cordura, en la discreción ael pueblo valenciano, y, sobre todo, porque sobre el terreno tenía medios bastantes para reprimir cualquiera alteración del orden público. Pero es el caso, señores diputados, que al tercer día de elecciones, el señor Castelar, poco satisfecho sin duda del resultado de éstas, salió a los pueblos inmediatos a predicarles la buena nueva y pedirles sus votos; y yo, señores, que no tenía en los pueblos esas mismas garantías de sensatez y je cordura que debía esperar en Valencia, para no incurrir en grave responsabilidad, me oingí a los alcaldes recordándoles el cumplimiento de su deber, citándoles el articulo de la ley y exigiendo de ellos que en caso necesario lo cumplieran. ¿ Quién ha faltado a la ley? ¿ De parte de " quién está el atentado; del gobernador ae Valencia que se redujo a recordar a los alcaldes que cumplieran con su deber, o del señor Castelar que para nada se cuidaba de la ley? Yo, señores, respeto con escrupulosa exactitud los derechos de los ciudadanos, mientras esos derechos se ejercen sin bollar la • ey; cuando hay invasión, cuando la ley se huella, mi deber, el deber de toda autoridad, es restablecer su imperio, hacer que se obedezca inmediatamente, enérgicamente, inexorablemente, cueste lo que cueste y suceda lo que suceda. Pero ha hablado, además, el señor Sorní, y ahora me concreto al señor Sorní, ae otras cuestiones en las cuales yo no puedo ni debo entrar para no abusar, señores dlpu^ tados, de vuestra tolerancia, de vuestra paciencia y de vuestra benevolencia para conmigo. Sin embargo, el señor Sorní en todo su discurso ha tenido una idea predominante: hay una tendencia que domina en el fondo, en la forma, dentro y fuera y en todas partes, en el discurso del señor Sorní. Me refiero a la cuestión de seguridad individual en la provincia de Valencia. Yo no niego que la provincia de Valencia deja mucho que desear en lo que se refiere a seguridad individual. ¿ Cómo había de negarlo, cuando este ha sido el objeto constante de mis trabajos durante mi permanencia en la provincia de Valencia? ¿ Cómo había de negarlo cuando esta es la cuestión de las cuestiones para los gobernadores de Valencia? La provincia de Valencia deja mucho que desear en lo que se refiere a seguridad individual, es verdad; pero, ¿ puede exigirse a ningún hombre, a ningún partido, la responsabilidad de este estado? Demasiado sabe el señor Sorní que no. El mal no es de ahora, no es de hace poco; no es de después de la revolución; es más antiguo; es crónico en la provincia de Valencia. Busque S. S. el origen del mal en condición de raza y de costumbres que dan cierto tinte de ferocidad salvaje a los instintos de los criminales en Valencia, y no acuse a nadie. Yo debo, sin embargo, hacer constar un hecho. ¿ Sabéis, señores diputados, cuándo el mal ha hecho crisis? Pues ha hecho crisis cuando las autoridades, en virtud de circunstancias políticas, han tenido facultades extraordinarias y discrecionales. ¿ Le parece a S. S. aceptable el remedio? Yo creo que no; yo tampoco le acepto, pero creo que es necesario hacer algo inmediato, enérgico, eficaz, decisivo. En otros países, cuando una comarca está en la situación de la provincia de Valencia, se ha apelado a una ley especial para el restablecimiento de la seguridad individual: ¿ tampoco le parece a S. S. aceptable este remedio? Pues el mal no hará crisis, yo se lo aseguro; S. S. trata de hacer frente a esta enfermedad con remedios homeopáticos, y esto es tiempo perdido: el bandolerismo no se cura con glóbulos, se cura con sangrías. Yo, señores, debo hacer constar otro hecho. Aquí se ha dicho con la sana intención de demostrar coacciones y atropellos criminales en aquella provincia durante el período electoral; aquí se ha dicho que se han cometido crímenes, y con esos crimines se han querido crear coacciones. ¿ Y quién lé ha dicho a S. S. que esos crimines se han cometido por cuestiones electorales? Esos crímenes se han cometido como se cometen siempre. El señor Castelar ha hablado de un asesinato cometido en el Grao de Valencia el tercer día de elecciones. ¿ Sabéis, señores, quién era el muerto? Pues el muerto era un licenciado de presidio, sometido a la vigilancia de la autoridad, ¿ Era éste algún agente electoral del señor Castelar? Yo no lo creo, no puedo creerlo, porque si yo lo creyera, señores, ¡ pobre libertad, pobre sufragio universal, ligados al crimen por los lazos de la pasión política! Y voy a concluir, señores diputados, porque no quiero molestar más vuestra atención, ni quiero abusar más de vuestra paciencia. Aquí ha dicho uno de los oradores a quien yo más respeto en esta Cámara, aquí ha dicho el señor Fígueras que es imposible ejercer grandes coacciones con el sufragio universal; esto es verdad: los que lo desconozcan, los que no lo crean, están en un grave error: no hay en el mundo influencia ni poder bastante qne resista al empuje incontrastable de la opinión pública, ayudada por el sufragio universal. En los países libres, cuando la opinión pública se pronuncia en un sentido y tiene el sufragio universal a su servicio, no hay obstáculo que no venza, espacio '< lueno salve, circunstancia a que no se sobreponga, dificultad que no arrolle. Por otra parte, señores, con la independencia de ios ayuntamientos y de las diputaciones provin- <' ales, con la administración local entregada a los ayuntamientos y a las diputaciones provinciales, y con una ley de sanción penal por delitos electorales, ¿ qué queréis que haga un gobernador? Moverse en el vacío y luchar con la impotencia, si es que pretende lloverse y luchar Sí, ha habido coacciones; ¿ por qué no ha de decirse la verdad, toda la verdad? •^ 1. ha habido coacciones; sí, ha habido atropellos; pero no se han llevado a cabo no se Jan ejercido por los amigos del Gobierno; se han ejercido, en unas partes, por las turbas republicanas; en otras, por las turbas carlistas; en todas, por turbas fanáticas. Don- " Je ha predominado el elemento carlista, como donde ha predominado el elemento republicano, la lucha ha sido imposible, los hombres de orden, bajo el peso de una amenaza terrible, no se han atrevido a ir a los colegios electorales a votar: yo, sin embargo... voy a concluir, señor Presidente. ^ , w , .• » ^ El señor PRESIDENTE: Su señoría ha visto que le he de) ado en completa latitud • cuando se defendía de los cargos que le han hecho; pero cuando S. S. empieza a hacer cargos a otros, no puedo menos de llamarle la atención. . ., . . ,, ^ El señor LEÓn Y CASTILLO: Señor Presidente, yo respeto siempre la autoridad de ;;• S.: pero como V. S. comprenderá, se me han dirigido cargos concretos a proposito de hechos determinados, y se me han dirigido, además, otra clase de cargos más vagos, denunciando coacciones en la provincia de Valencia. Contestando yo a esos cargos menos concretos, más vagos y más generales, estaba diciendo al Congreso lo que tema el gusto de exponerle cuando S. S. me llamó al orden. . . , . , . El señor PRESIDENTE- No le he llamado al orden, le he mirado simplemente con el oPieto de que no abusara de la justa tolerancia de la Mesa: puede S. S. continuar. El señor LEÓN Y CASTILLO- Decía que se habían ejercido coacciones por republi- - canos y carlistas. Yo debo, sin embargo, cumpliendo con un deber de conciencia, establecer una diferencia entre carlistas y republicanos. Los republicanos han luchado como Duenos, con todo ti prestigio de su sinceridad, con toda la convicción de su fe, de esa le que les da valor, en medio de los contratiempos y de las incertidumbres del presente, para albergar dentro del corazón las esperanzas del porvenir. Los carlistas ¡ ah! esos han sol w^° como los héroes de Homero, entre tinieblas, sin la esperanza siquiera de que el - SOI de la victoria brille en su horizonte. Yo, señores, lo declaro aquí: prefiero luchar con cien republicanos a combatir con un carlista, y, sobre todo, con un carlista de sotana. Yo que soy católico, no puedo menos de lamentarme de la actitud de una parte, aaa más que de una parte del clero en las cuestiones electorales; yo no he podido me- " os de lamentarme al ver a una parte del clero sirviendo de instrumento a los intereses, " mezquinos siempre, de partido ¿ Sabéis, señores diputados, las dudas que esto ha engen-rado en las conciencias, las amarguras que ha llevado al seno de las familias? ba ^° "° ^^"^° autoridad ni prestigio, y, sobre todo, no tengo edad ni experiencia - j^ Jtante para dar consejos; pero pensad bien que vais mal, hablo con los señores sacer- DoKH ^"^ ""^ escuchan; pensad bien que vais mal, y cuando se va mucho tiempo mal en poi tica, se llega al abismo. ¿ No estáis contentos con vuestra misión? Ministros de Dios so ri Y"^' recibís con el bautismo a las generaciones que vienen, rezáis por el descan-ae las generaciones que se van. ¿ Qué más queréis, si nada hay en el mundo más gran- ' " 1* 5 santo, más noble y más elevado? El señor LEÓN Y CASTILLO: Respetando la indicación del señor Presidente voy a decir dos palabras, y nada más que dos palabras, que podrán servir como de rectificación; al señor Sorní. Yo no he dirigido a S. S. cargo alguno por las visitas que me hacía siendo yo gobernador de Valencia. He dicho que me honraba con las visitas que S. S. me hacía; pero me lamentaba aquí, pura y exclusivamente, de que el señor Sorní entonces no me hubiera denunciado esos abusos, esos escándalos, esos atropellos, a que S. S. se ha referido en su discurso. A propósito de si cumplí o no cumplí con la ley en lo que hace referencia a los discursos pronunciados por el señor Castelar y a lo sucedido en el pueblo de Benimaclet,. nada tengo que decir a S. S. Asegura el señor Sorní que el señor Castelar puso en conocimiento del alcalde con veinticuatro horas de anticipación, el objeto de la reunión que iba a verificarse; pues entonces, ¿ por qué se disolvió la reunión? ( ElSr. Sorní: Porque concluimos.) Pues entonces, ¿ para qué se me dirigen esos cargos? Si sus señorías celebraron la reunión, y la disolvieron cuando lo tuvieron por conveniente, ¿ en qué se apoyan sus acusaciones? Yo no lo comprendo ni me lo explico. La verdad es que yo me concreté exclusivamente a decir al alcalde de Benimaclet que hay un artículo en el Código penal que manda que para celebrar cualquiera reunión pública se necesita dar cuenta de ella con veinticuatro horas de anticipación a la autoridad local. Me parece que en esto no me extralimité de la ley, y que, al contrario, he cumplido con lo que la ley dispone; podía haber un escándalo, un motín, porque era muy fácil que todo sucediese en un pueblo donde no puede haber grande ilustración ni cordura; y para poner a cubierto la responsabilidad de esos alcaldes, yo me dirigí a ellos diciéndoles: hay un artículo en el Código que dispone esto; cumplan ustedes con lo que el artículo previene. En lo que se refiere a la cuestión del bandolerismo en Valencia, yo nada tengo que decir a S. S. si el bandolerismo de Valencia se parece o no se parece al de otras provincias; la verdad es que a mí no se me ocurre en este momento nada que decir a S. S , porque si hubiéramos de entrar a tratar de esa materia, se daría lugar a una cuestión muy detenida. Sin embargo, yo voy a recordar, respecto al bandolerismo de Valencia, el dicho de un hijo ilustre de aquella provincia y que tiene tanto amor a su país-como el que más: « En otros países, me decía, se piensa matar a alguno, y se le mata; en. Valencia se le mata y luego se piensa. » No tengo más que decir. — . . — j . , p. _! « ^;^ i. j^>_ j ^_!.^^^.<^. !^>_ J ^ iC! » % —:: S ^=^ ^:.=. . .3. ¿ ^ í ^•# v, l^ l'= S1-^' t^- s. rÍV^ H- ^ ¿ - A.- V ••• • r>.! D I S C U R S O PRONUNCIADO EN LA SKSIÓN DEL DÍA 7 DE JUNIO DE 1871. EN DEFENSA DEL PROYECTO DE LEY, FIJANDO LAS FUERZAS DEL EJÉRCITO. IO espero, señores diputados, que me hagáis la justicia de creer que uso de la palabra, no por propia voluntad, sino en cumplimiento de un deber para mí ineludible, como individuo de esta comisión; deber con el cual he tenido que resignarme, por más que contraríe grandemente mi propósito de guardar silencio en medio de los grandes debates de esta Asamblea. Sin esta circunstancia, sin este compromiso, sin este deber, no molestaría dit? t ^ ^ t^ nción, no pondría a prueba vuestra paciencia. Yo me he resignado, señores DO rt °^' ^ ^""^ Pl'"" <^ o" u" deber, y espero que a esta resignación de mi parte, corres-te b •'^ vosotros con la resignación, más grande aún, de oirme benévolamente duran-revísirnos momentos, porque yo os prometo ser muy bi; eve. ^^ Señores diputados, la cuestión que aquí se discute, la cuestión que entraña el vo-conVH "'^"^ ^^' señor Garrido, puede ser estudiada bajo muchos aspectos, puede ser curs^ íf^^ bajo distintas fases. Pero sería larga tarea la de examinarla en un solo dis-com°' + ^^^^ s sus fases y todos sus aspectos. Otros individuos de la comisión, más que '^^ ^"^^^ ^"^ yo 6" toda clase de asuntos, y especialmente en éste, llenarán el vacío ] uicio" h ^"^^*''° á" imo dejarán mis razonamientos. Esperad a oírlos y suspended vuestro nasta que la cuestión haya sido traída aquí en toda su integridad. Pecto "'^''^ t^.'''^ o" i6 a mi punto de vista y examinando la cuestión bajo el único as-ocas' ^^^ ^° pienso considerarla, esta cuestií^ n, de una gran importancia en todas las para'pi" r^' K-^"^ ^" '^ presente un interés grande, vital, inmenso, decisivo para el país, el jj f Gobierno, para los altos intereses que al Gobierno han sido confiados y que tiene iidumh'^ A ^°"°'"' ^^ conciencia, de patriotismo, de sacar ilesos en medio de lasincer- « mores del presente y de las eventualidades del porvenir. •• antías d ^ VK'^^^' ^^^^'"^^ diputados, que hemos pedido y pedimos constantemente, ga-lecesii p '^^^' "° podemos ni debemos negar al gobierno los medios de acción que ía Con % .°^' amamos grandes principios políticos. Decimos con orgullo que tenemos nstitución más liberal de Europa. Esto es verdad; pero también es verdad que aún 8 no hemos recogido todos los frutos, todos los beneficios de este sistema, a cuya sombra » otros pueblos se han hecho grandes, prósperos y felices. ¿ Es que la libertad es incompatible con las costumbres, con las tendencias, coru los hábitos, con la índole del pueblo español? ¿ Es que este pueblo dominado durante siglos por monarcas absolutos; sometido a un despotismo político y a un despotismo religioso; conforme, o resignado al menos, con la tradición y sin aprender nada de los acontecimientos; privado de la facultad de pensar, merced a las hogueras del Santo Oficio; es que este pueblo, educado por frailes y vigilado por inquisidores, no tiene hábitos, no-tiene costumbres, no tiene virtudes para practicar la libertad, para vivir la vida de la libertad? ¿ Es, siguiendo la teoría de Montesquieu, que el árbol de la libertad que se alza magestuoso en medio de los nevados campos septentrionales, no puede aclimatarse aquí, bajo el cielo transparente de la Europa meridional? 1 Hay quien cree esto; hay quien esto dice. Pues los que lo creen y lo dicen respon- \ den, los unos a un error inspirado por el desaliento, los otros a una calumnia inventada-. | por la mala fé. 1 Hay que tener fe en la historia; hay que tener fe en Dios. Me dirijo a los que auns | no son tan desgraciados que conservan en su corazón el culto de un pensamiento y la | esperanza del porvenir. | Pero no quiero seguir por este camino, señores, porque me apartaría de mi obje- | to y, sobre todo, porque no quiero abusar por largo tiempo de vuestra paciencia. Decíai i que aun no hemos recojido todos los frutos, todos los beneficios de la libertad. | ¿ Sabéis por qué? Porque la libertad no puede existir sin tener el orden por inque- | brantable pedestal, y el orden no puede estar definitivamente afianzado allí donde no^ | hay un gobierno que tenga grandes medios de acción para imponerse siempre de un mo- f do decisivo, enérgico, implacable, cuando sea necesario. I Este es el error de todos nuestros partidos liberales, en casi todas las épocas de su I dominación. Perseguidos cuando han estado lejos del poder por la política preventiva de | gobiernos arbitrarios, han llevado luego la abnegación de - su error hasta el punto de que- ?' rer garantir la libertad hasta para sus propios adversarios, debilitando al gobierno, redu- ^< ciéndolo casi a la impotencia. Y es que nuestros partidos liberales, más que la conciencia, más que la inteligencia, han tenido el sentimiento, el entusiasmo, el amor de la libertad. Hemos cambiado de sistema: al sistema preventivo ha sustituido el sistema re- < presivo. Pues bien, señores: un gobierno débil, dentro del sistema represivo. es la mayor de las calamidades, porque es el mayor de los peligros. No puede haber libertad, no la. ha habido nunca, no la habrá en ningún pueblo cuyos destinos estén confiados a un gobierno débil. Los pueblos libres están siempre gobernados por poderes enérgicos, robustos, omnipotentes, por poderes que al reprimir, abruman: esa es la condición, esa es la índole, esa es la eficacia del sistema represivo. Así, y sólo así, pueden los gobiernos hacerse respetar ante el país frente a las exigencias de los partidos y a la ambición de las-facciones. Sólo así puede haber orden en medio de las corrientes eléctricas y de la actitud^ ¡ febril de las sociedades modernas. Sin esto la libertad es la convulsión, es la ¡ ncertidum- \ bre, es la anarquía, es la revolución permanente. Y los pueblos que pasan por todos los- Í delirios de esta fiebre, caen al fin postrados, envilecidos, consuntos, en brazos del pH' | mer tirano que les ofrece orden. Esa vida es la muerte; y cuando los pueblos se encuen* | tran colocados por la fatalidad frente al dilema abrumador de ser o no ser, los pueblos que tienen, ante todo, el instinto de conservación, optan siempre por vivir. Concretándome a mi objeto, ¿ qué tenemos aquí, señores diputados? Aquí hay una revolución que ha cambiado el modo de ser político del país. ¿ Cuál es la ™ sion del Oo^ bíemo actual; cuál es la misión de los partidos que aceptan la legalidad de Septiembre dentro de la situación por que atraviesa el país en este momento histórico? Consolidar, afianzar los principios proclamados en la Constitución; conservar a todo trance lo que con tantos sacrificios hemos conquistado. ... .. ^. „ o,. o Pero para conservar, señores diputados, para consolidar, para afianzar, es necesario que el gobierno esté investido de grandes medios que le coloquen a la altura de su misión y de sus destinos en medio de la dificultad de los tiempos. Queremos, en una pa- ' abra, un gobierno que, por el camino del orden, nos garantice el ejercicio pac fico, ordenado y tranquilo de la libertad. Por eso la comisión, o mejor dicho, la mayoría de la co- " lisión, ha concedido al gobierno los 80.000 hombres que pide, en la espectativa de las a'hcultades y de los conflictos que surjan en el porvenir. ., Pero dice el señor Garrido en su voto particular: « No es POSible apreciar la necesidad que de 80.000 hombres tiene el gobierno, que los pide a las Cortes sin dme"^"" » " i'rada a la política así interior como exterior; y de la « '" Par^' a! apreciación de ambas^ •• esultala condena del gobierno, que necesita, para hacerse obedecer en España, de 80 ""• hombres de línea, además de 27.000 carabineros y guardias civiles. » Yo no contestaré a esta afirmación del señor Garrido. ¿ Sabéis quién contesta? Padece mentira: pues el mismo señor Garrido contesta en el párrafo siguiente de u voto particular: « En esta época de barbarie, en que los reyes V ^ ^ f adores del Norte inau guran un nuevo período de guerras feroces e inhumanas, de bárbaras conquistas y de despojos en gran escala, y en el que, por lo tanto, las naciones secundarias lo msmo que las de primer orden, tienen la imperiosa necesidad de armarse hasta donde sus fuer zas alcancen, el Gobierno, tan imprevisor como débil, conserva la antigua organización, etc. » ¿ Qué he de decir yo respecto de esto? Corroborar la idea, el pensamiento del señor Garrido: evidenciar hasta donde me sea posible la necesidad de que el país esté preparado para lo que venga. ¿ Pero sabéis, señores diputados, cómo pretende el señor Ua- "] do que esté preparado este país? Pues es por medio del armamento nacional. ¿ Y sa- ^ 18, señores, lo que significa el armamento nacional en los labios del señor Garrido." ( icarios señores diputados: Lo sabemos.) Pues si lo sabéis, no necesito decíroslo. Pero es el caso que el señor Garrido, por medio del armamento nacional quiere resistir a los Bárbaros del Norte. ¡ Los bárbaros del Norte! Nosotros, señor Garrido, como un gran poeta, decimos: No es menester que el Septentrión los lance. Los bárbaros están dentro de Roma. Pero aun concretando la cuestión al punto de vista en que el señor Garrido la co- > oca, ¿ cree el señor Garrido que basta el armamento nacional en el caso de una invasión extranjera? Bastó en el año 808. me dirá el señor Garrido. Y es verdad; pero es verdad nasta cierto punto. Es verdad: la España agonizante de Carlos IV se levantó sólo con su neroísmo y rechazó los ejércitos de Napoleón I, precedidos de aquellas águilas que vo- ' aoan victoriosas desde las Pirámides hasta las cúpulas de Berlín; y los venció en Bailen 2 lO y San Marcial, y detenía ante los inmortales muros de Zaragoza y Gerona a aquellos que se creyeron capaces de dominar a España sólo porque habían vencido a Europa. Pero, al poco tiempo, ¿ sabe el señor Garrido lo que sucedió? Pues al poco tiempo, a los pocos meses nos miraban con desdén aquellas cortes que fueron cuarteles del gran conquistador. ¿ Y sabe el señor Garrido por qué era eso? Porque no teníamos ejército ni escuadra, por más que sin ejército ni escuadra habíamos vencido a Napoleón I: y es, señores, que los pueblos son ingratos, y la diplomacia no tiene entrañas. Hizo la España sola desde 1808 a 1815 lo que Europa no tuvo alientos para hacer, y se nos pagó con inmensa ingratitud. Los clarines de Bailen dieron la señal de la libertad a pueblos esclavos, y esos pueblos luego, al tener a Napoleón encadenado como Prometeo, sobre una roca en medio de las soledades del Océano, puesto allí para que el peso de su desgracia contrabalanceara en un hemisferio el recuerdo de su grandeza en el otro; esos pueblos, al tener a Napoleón encadenado, nos pagaron con la ingratitud del congreso de Viena, con la infamia del congreso de Verona. Lord Byron lo dijo: « cuando murió el león, quedaron los lobos » Y yo, señores, que no puedo desear para mi país el papel de don Quijote, no quiero tampoco que ante un nuevo congreso de Viena se resigne a desempeñar el papel de Sancho Panza. Yo conozco, señores, sin embargo, porque es necesario discutir con lealtad.-. ( El Sr. Garrido dice algunas palabras por lo bajo.) ¿ Le llama a S- S. la atención la palabra lealtad? ¿ Es que no se usa aquí eso? ¿ Es que no la usa S. S. nunca? Es necesario discutir con lealtad, y por lo mismo debo reconocer los apuros de nuestra Hacienda; debo reconocer que es necesario hacer grandes economías reduciendo los gastos; pero aun así, señores diputados, yo creo que no hay más remedio que conceder al Gobierno los 80 mil hombres que pide. Aparte de las dificultades que puedan surgir, es necesario garantizar aquí definitivamente el orden público y robustecer el principio de autoridad. ¿ Cómo queréis, por otra parte, que haya Hacienda sin haber orden? No coloquemos, señores, al Gobierno en la necesidad de tener que abdicar ante los acontecimientos. No hay que hacerse ilusiones; la actitud de ciertos partidos, a juzgar por las afirmaciones de ciertos hombres y de ciertos periódicos, es de tal naturaleza, que puede dar lugar a serios conflictos en el porvenir. ¿ Cuál sería nuestra responsabilidad mañana si hoy no previéramos los acontecimientos que puedan surgir? La legalidad de Septiembre, la legalidad creada por la revolución de Septiembre está combatida por enemigos terribles, más que por su número, por su audacia ( Murmullos en algunos bancos); sí, por su audacia, porque no conozco nada tan audaz como la impotencia rencorosa de los que no se resignan. Estos enemigos de la revolución de Septiembre han fundido sus aspiraciones en el crisol de sus odios; se han agrupado alrededor de una negación criminal, y Dios sabe a dónde los podrá llevar el vértigo de ruina que se ha apoderado de sus espíritus. La verdad del caso, tal como se presenta y tal como hemos de apreciarlo, es que tenemos que resistir a pie firme los embates de la coalición más absurda, más monstruosa y más inmoral que registran los anales de nuestras degradaciones polít cas. ¿ Queréis la batalla en otro terreno? ¿ Llevaréis la cuestión fuera de aquí? Yo no lo deseo, porque no deseo para mi país los horrores de una contienda civil; yo no lo deseo, pero lo temo; lo temo porque no he oído salir de esos bancos un grito de reprobación unánime, expontáneo, inmenso, contra los crímenes de la commune. ( Una ooz de la nú' noria republicana: ( ¿ Y ios de Versalles?) No os apuréis por eso, no hablemos más de la 11 commune, la commune, como decía aquel senador veneciano en la muerte de Fóscari, la Digo que yo no lo deseo, pero lo temo; lo temo porque lo he visto anunciado < íesde esa tribuna, en un documento jesuíticamente faccioso y académicamente revolucionario; lo temo, por que sé de lo que son capaces los realistas de 1814, los traiaores ^ e 1823, los que plantearon el problema dinástico en las montañas de Navarra y en las provincias vascas durante siete anos; los que fraguaron y llevaron a cabo la faicion sin ejemplo de San Carlos de la Rápita, cuando la patria, comprometida en una campana gloriosa, luchaba por su honra en África, y conquistaba con la sangre de sus hijos, laure- ' es para sus banderas; lo temo, porque el que fizo aquel venablo si le dejan fará ciento. La cuestión es que los dejemos; por eso es necesario vivir; por eso es necesario ^ « e el Gobierno esté alerta. En el Gobierno, como en el mar, es necesario estar preparados siempre para maniobrar en medio de los huracanes. D I S C U R S O PRONUNCIADO EN LA SESIÓN CELEBRADA POR LAS CORTES CONSTITUYENTES EL DÍA 11 DE AGOSTO DE 1873, EN CONTRA DE LA TOTALIDAD DEL PROYECTO DE CONSTITUCIÓN FEDERAL IEÑORES DIPUTADOS: no temáis que abuse por largo tiempo de vuestra paciencia y de vuestra atención: conozco mi situación; conozco las dificultades que rodean mi posición en estos momentos; reconozco mi falta de autoridad; ¿ quién la tiene en estos perturbados tiempos? Y porque reconozco todo esto, me creo en el deber de ser breve, único medio que tengo, único medio de que dispongo, para corresponder de alguna manera a la benévola atención con que yo espero que habéis de oirme. Señores Diputados, para hacer uso de la palabra en el día de hoy, he tenido que hacerme superior a grandes dudas, a grandes vacilaciones de mi espíritu; vacilaciones y dudas que aun después de vencidas, en este momento mismo, influyen de tal manera en mi ánimo, que me crean una situación difícil y embarazosa; situación cuya dificultad se aumenta con la poca costumbre que tengo de hablar en público, con el poco dominio que ejerzo sobre mi palabra, de suyo rebelde y premiosa, y más que nada, por e! respeto que me inspira la magestad augusta de toda Asamblea deliberante. Antes de continuar, señores Diputados, necesito hacer una declaración; es para mí un deber hacerla, y un deber ineludible. Yo estoy aquí por mi propia cuenta, nada más que por mi propia cuenta, merced al esfuerzo y a la independencia de los elementos conservadores del distrito de Guía, en la isla de Gran- Canaria. Así es, señores, que cuando hoy vosotros y mañana acaso el país, si es que el país se preocupa mucho de estas deliberaciones, preguntéis: ¿ quién es ese diputado? ¿ a nombre de quién habla? ¿ qué intereses representa? ¿ qué importancia o qué trascendencia tienen sus palabras? Yo podré contestar: estoy solo con mi deber y con mis opiniones, y no comparto mi responsabili' dad con nadie: pertenezco a un partido que ha prestado grandes servicios, que ha salvado muchas veces el orden, y muchas también ha conquistado con su esfuerzo y con sU sangre la libertad para este país, Pero no hablo en su nombre, porque ni tengo autoridad ni autorización para ello. i3 Estoy aquí, repito, en nombre de mis electores, por la voluntad de mis electores; y esto me basta, y aun me sobra, para estar dignamente en todas partes. Pertenezco al partido conservador: lo digo muy alto, lo digo con honra, lo digo con ^ fgullo; si otras razones no tuviera, cuanto pasa en este desdichado país, ¿ no lo justifica- '"' 9- La historia dice muy alto, y el país lo sabe, que todos los poderes que se han apartado de las ideas, de las tendencias, de los procedimientos y de los principios conserva- '^ ores, han caído al poco tiempo, hundidos en la ignominia y en el descrédito. Aprovechad la enseñanza. . . _ Entro, señores Diputados, en este debate, ya que he tenido el triste privilegio de iniciarlo, con profundo desaliento; y entro con profundo desaliento, porque lo creo funes- 0. porque lo creo inconveniente, porque lo creo extemporáneo, porque lo creo desastro- ^ o; porque yo creo que este debate es un gran desengaño para el país, que esperaba de Vosotros algo en sentido del orden, que esperaba de este Gobierno y de estas Cortes ga- " f^ ntías contra la invasión de la demagogia. Pero así y todo, y por esto mismo, es mayor mi deber de terciar en este debate; porque yo creo que a los Parlamentos se viene a combatir, se viene a usar de la palabra " contra de lo que se cree malo, y a apoyar y a votar lo que se cree bueno; porque yo yeo que a los Parlamentos no se viene a protestar en el silencio; porque yo creo que os partidos políticos deben luchar siempre mientras haya un rayo de luz; y cuando no lo ^ ya, luchar en la sombra, como aquel héroe de Homero, que ni aun tenía la esperanza ^ que el sol de la victoria brillase en su horizonte. .. Entro en este debate, digo, con profundo desaliento; en primer lugar, porque no ^ ngo la pretensión de convenceros; ¿ cómo había de tenerla? Luego, señores, es cuestión s temperamento, y yo no puedo sustraer el mío a esta atmósfera cargada de electrici-imVí^"^ pesa sobre todas las cabezas y sobre muchas conciencias; yo no puedo mirar ,^ " If ente los males de la patria; yo no puedo mirar impasible los signos apocalípticos "' solución y de muerte que se dibujan en todos los horizontes de la política española. Así es, señores, que al encontrarme casi solo entre vosotros, teniendo que luchar jg " ' vuestra hostilidad, o cuando menos, con vuestra prevención, sin la autoridad que da ^ j^ P'' esentación de un partido, sin el prestigio de los grandes servicios, sin el ascen-sie f ^^ ""^ grande elocuencia, como la de mi ilustre amigo el señor Ríos Rosas, yo teri ^^ '"' ^^ P'"*" desfallece y que flaquean mis fuerzas, más por las dificultades ex- <^ ue° t-^^ Que me rodean, que por la dificultad de la cuestión misma, objeto del debate; ra ^ i^ " lagna, cuestión inmensa, cuestión trascendental, cuestión de vida o muerte pa-tori ^^^^' ?^^^ ^" '^ ''"^' Q^ iÁn de mi parte la tradición y la razón, la filosofía y la his-de T' ^' ^^" timiento público y hasta el sentido común, que viene siendo el menos común infl °^ ^^" tidos en todos los hombres que directa o indire^ ctamente, o de alguna manera "^^^ en los destinos de esta desdichada nación, íprov f '^^^"*° 3 combatir en su faz más culminante, por lo que tiene de federal, ese la " I *^.^ Constitución que se ha presentado, para que por él se rija la nación españo- • bíar ñ '}^*"'*^". ® sp3^ ola'- Si ese proyecto llega a ser ley fundamental, no hay para qué ha- < tesan Pación española; y no hay para que hablar de la nación española, porque habrá cia ( 1 , ^^''^^ j y habrá desaparecido dividida y deshonrada. Hoy mismo, bajo la influen- • ha a^. P^' sbra federación, con los deseos que ha despertado, con las esperanzas que '^ « af°' ^^ ® puede decir que esto sea una nación? añores Diputados, sucede con vosotros, digo mal, no es con vosotros, no es con la generalidad de vosotros, sino con vuestros jefes, con vuestros hombres de primera importancia, con vuestros leaders, una cosa bien extraña. Se les habla de orden, se les habla de gobierno, y de orden y de gobierno hablan como hombres discretos, como hombres sensatos y como hombres prácticos. Y dice uno, allá para sus adentros, y lo dice a sus amigos y lo dice a todo el mundo: « pues si no son; demagogos, si son hombres de gobierno, si son hombres de orden, sí hay que apoyarles de cierta manera para que hagan orden y gobierno. » Y sigue uno en esta creencia, mientras no se habla de la federal; al pronunciarse esta palabra, aquí es ella; aquí empiezan^ a desbarrar, y aquí empieza el desencanto para el país, que esperaba algo de vosotros en sentido de orden y en sentido de gobierno. Voy creyendo, señores, que la federal, más que una obstinación política, es en? vosotros, en muchos de vosotros, un fenómeno patológico; es una verdadera monomanía. Pues esta monomanía, que voy creyendo incurable en vosotros, no están antigua. Hace años que hay en España republicanos, si no en tan gran número como ahora, por lo menos en número bastante para constituir partido. A la sombra de la monarquía, el partido republicano se organizaba, el partido republicano discutía, el partido republicano hacía público su programa, en la prensa por medio de sus escritores, en la tribuna por medio de sus oradores. ¿ Oísteis entonces, en aquel período en que el partido repub'icano se organizaba, oísteis entonces hablar de la forma federal? ( Varias voces: Sí, sí.) ¿ Conocéis ningún partido republicano en ningún país del mundo, que haya llegado a constituir su unidad y que sea federal? ¿ Lo conocéis? ¿ Lo habéis conocido? El señor Castelar, no há mucho, os hablaba de los girondinos. ¡ Los girondinos, grandes por la elocuencia de Vergniaud, por la filosofía de Condorcet, por el carácter de Pethión; grandes por su vida, pero más grande en la memoria de la posteridad por el trágico heroísmo de su muerte! No me habléis de los girondinos como partido político; su generosa sang |
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