JUAN BOSCH MILLARES
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PALEOPATOLOGIA OSEA
DE LOS
PRIMITIVOS POBLADORES
DE CANARIAS
EDICIONES DEL EXCMO.
CABILDO INSULAR DE
GRAN CANARIA
Entre los primordiales propósitos
del Excmo. Cabildo Insular de Gran
Canaria se ha contado siempre el estímulo
y exaltación de todas las actividades
del espíritu en la Isla. Para
hacer más eficiente ese propósito, el
Excmo. Cabildo, a través de su Comisión
de Educación y Cultura, ha emprendido
unas cuidadas ediciones que
abarcan diversas ramas del saber y de
la creación literaria.
Entre otros textos, se publicarán
antologías, monograñas y manuales
en que se presenten y estudien aspectos
relativos a nuestras Islas; y se
reeditarán, además, obras que por su
rareza, por su importancia o por su
antigüedad, merezcan ser divulgadas.
A competentes especialistas se encomendarán
los prólogos y notas, así
como cada una de las ediciones.
Esta empresa· editorial constará de
las secciones siguientes:
!.-Lengua y literatura.
II.-Bellas Artes.
III.-Geografía e historia.
IV .-Ciencias.
V.-Libros de antaño.
VI.-Varia.
EDICIONES DEL EXCMO. CABILDO
INSULAR DE GRAN CANARIA
Casa-Museo de Colón
Colón, 1 - Las Palmas
!.-LENGUA Y LITERATURA.
l. Ignacio Quintana, Lázaro Santana
y Domingo Velázquez: Poemas.
2. Luis Benítez: Poemas del mundo
interior.
3. Fernando González: Poesías elegidas.
4. Sebastián Sosa Barroso: Calas en el
Romancero de Lanzarote.
5. Juan Marrero Bosch: Germán o sábado
de fiesta.
6. Agustin Espinosa: D. José Claviio
'11 Fajard-0. (En prensa).
7. José Pérez Vidal: Poesía Tradicional
Canaria.
8. Manuel Alvar: Estudios Canarios.
9. José Batlló: Una Historia. de .Amor.
10. Rafael Guillén: .Amor, acaso nada.
11. Ruth Schmidt: Cartas entre dos amiuos
del Teatro: Manuel Tolosa Latour
11 Benito Pérez Galdós.
12. Saulo Torón: Poesías.
13. Pedro Perdomo Acedo: Elegía del
Capitán Mercante.
U. Jesús Maria Godoy: Sobre el Cami-no.
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
PALEOPATOLOGIA OSEA
DE LOS PRIMITIVOS POBLADORES
DE CANARIAS
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
JUAN BOSCH MILLARES
Doctor en Medicina y Cirugía y Licenciado en Ciencias Naturales
Académico numerario de la Real Academia de Medicina"! Cirugía de Distrito de Santa Cruz de Tenerife (Canarias).
Miembro Correspondiente de las Reales Academias Nacionales de Medicina y de la Historia.
Fundador de la Sociedad Española de Historia de Ja Medicina y Miembro Correspondiente E..ctranjero
de Ja Sociedad V enczolana de Historia de Ja Medicina.
Gran Cruz de la Orden Civil de Sanidad y Encomienda de la de Alfonso X El Sabio.
PALEOPATOLOGIA OSEA
DE LOS
PRIMITIVOS POBLADORES
DE CANARIAS
LAS PALMAS DE GRAN CANARIA
1975
EDITORIAL ELÉXPURU HERMANOS, s. A.
ZAMUDIO-BILBAO
I. S. B. N. 84--400-8346-7
Depósito Legal: BI - 459 - 1975
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
<Jl la Sociedad «0[ Dnuseo Canario-.
de La que {ui (j)irector durante cuarenta anos. ©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
PROLOGO
El hombre tiene una inclinación irresistible a preguntarse por sus orígenes.
Todas las culturas han elaborado explicaciones, de carácter mítico, filosófico, religioso
o científico, acerca del origen de la especie humana. Igualmente, todos los
grupos nacionales, profesionales, ideológicos, etc., sienten la necesidad de explicar
el origen de su país, de su profesión o de su secta. Una de estas preguntas-cuyo
interés desborda los límites de la profesión médica-es la relativa al origen de la
enfermedad.
A esta pregunta puede contestarse de tres modos fundamentales: en forma de
mitos, recurriendo a la especulación y sobre la base de la ciencia. La respuesta
científica sólo ha sido posible en fechas relativamente recientes, gracias a la constitución
de la paleopatología.
La investigación de las huellas objetivas que la enfermedad ha dejado en los seres
vivos en general y en concreto en el hombre comenzó ya a finales del siglo XVIII.
En la centuria siguiente fue madurando por obra de diferentes paleontólogos, antropólogos
y médicos, entre los que se encuentran figuras como Virchow en lo que
respecta a la especie humana. No obstante, no llegó a cristalizar hasta los primeros
años del siglo actual cuando, además de intensificarse las líneas de trabajo anteriores,
basadas casi exclusivamente en el examen de los restos óseos, se realizó un detenido
estudio de miles de momias egipcias. Marc Armand Ruffer, uno de los autores
más destacados de dicho estudio, fue el que acuñó el término paleopatología. La
mayoría de edad de la nueva disciplina corresponde ya al período de entreguerras,
pudiendo simbolizarse en la aparición de los dos primeros tratados sistemáticos:
los del norteamericano Roy Lee Moodie (1923) y el francés Léon Pales (1930).
M oodie fue asimismo el primer paleopatólogo profesional, trabajando como tal a
partir de 1929 en el Welcome Historical Medical Museum de Londres. Para dar
una idea del desarrollo entonces alcanzado, bastará dec,:r que el tratado de Pales
incluía una bibliografía con 660 títulos sobre la materia.
Originalmente la paleopatología consistía en investigar, con los métodos objetivos
propios de la patología, las enfermedades en restos humanos o de otras especies
procedentes de épocas muy remojas. Se han efectuado importantes contribuciones
en torno a las afecciones padecidas por los seres vivos en las eras geológicas anteriores
a la actual, desde las primeras formas del Paleozoico hasta los grandes reptiles
del Mesozoico y los mamíferos del Cenozoico. Los volúmenes publicados del
gran tratado que dirigió hasta su muerte el profesor húngaro Akos Palla son buen
testimonio de ello. Por otra parte, la paleopatología humana parecía reducida, en
la práctica, al estudio de materiales prehistóricos, protohistóricos o arcaicos (principalmente
egipcios y precolombinos).
Durante la última década, sin embargo, la paleopatología humana ha experimentado
una profunda transformación. Ha enriquecido, en primer término, sus
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©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
técnicas. A las posibilidades del examen macroscópico, del microscopio óptico y
de la radiografía simple ha sumado los recursos del microscopio electrónico, la
microrradiografía y una serie de complejas técnicas inmunológicas, electroforéticas,
genéticas, químicas y microbiológicas. Por otra parte, ha ampliado su campo de
estudio a restos procedentes de la Antigüedad clásica, de diferentes épocas de las
culturas asiáticas, de comunidades primitivas actuales, de la Edad Media y, por
último, de los siglos modernos. Moller Christensen, director del Instituto de Historia
de la Medicina de Copenhague, ha basado, por ejemplo, sus estudios sobre paleopatología
de la lepra en casi veinte mil cráneos y esqueletos cuya antigüedad oscila
entre el sexto milenio antes de J. C. y el siglo XIX de nuestra era, con abundantes
materiales representativos de todos los períodos intermedios. En tercer lugar, la
investigación paleopatológica se ha desplazado desde la descripción de hallazgos
individuales a la consideración de poblaciones enteras en un determinado contexto
geográfico y social. Con ello ha conectado ampliamente con la demografía histórica
y con la epidemiología, sin perder su carácter fundamental de disciplina biológica.
Por el contrario, también han pasado a primer plano problemas como el de la microevolución
del ser humano y de los microorganismos. Hablando de esta última, Brothwell
ha afirmado: «Realmente es bastante absurdo continuar escribiendo sobre la
historia y las etapas epidemiológicas de la «sífilis», la «lepra» o la «tuberculosis»,
como si los correspondientes microorganismos no hubieran sufrido cambio alguno».
Entre 1965 y 1967 se publicaron el libro del soviético Rekhlin y los volúmenes
colectivos dirigidos por el norteamericano J archo y los británicos Brothwell y Sandison.
Su contenido refleja muy expresivamente el sentido de la nueva invistigación
paleopatológica, que está construyendo una ambiciosa patología histórica
con auténtica rigurosidad científica. No resulta posible desconocer que se ha convertido
en uno de los mas firmes fundamentos de la historia de la enfermedad y
de la medicina en general, al mismo tiempo que en un puente de unión con la antropología
física, la patología actual y toda la biología humana.
¿Cuál ha sido la participación española en todo este panorama? Hay que reconocer
que hasta fechas muy recientes punto menos que nula. Ello no quiere decir
que no se hayan efectuado investigaciones aisladas, algunas de ellas valiosas, por
parte de antropólogos, médicos y paleontólogos. Pero en nuestro horizonte científico
todavía continúa sin figurar debidamente esta disciplina cristalizada en el
resto del mundo hace ya medio siglo. En los ambientes médicos en particular sigue
siendo habitual confiar a la más autística de las especulaciones problemas sobre
los que tiene mucho que decir la investigación paleopatológica.
La única f arma de superar tan notorio desfase es que una serie de hombres y
de grupos acometa seriamente en nuestro país el cultivo de este tipo de estudios.
En los últimos años han iniciado este camino autores como Domingo Campillo,
V alero en Barcelona, Emiliano Aguirre Enríquez en Madrid y el autor del presente
volumen en Las Palmas de Gran Canaria.
La personalidad del Dr. Bosch Millares es sobradamente conocida y estimada,
por lo que no voy a cometer la impertinencia de intentar caracterizarla. Solamente
quisiera destacar un aspecto de su labor: su importante contribución al estudio
histórico de la medicina canaria sobre fuentes escritas. Me refi"ero, por supuesto,
a la línea que culminó en su gran obra Historia de la Medicina en Gran Canaria
(1968). El mismo autor que había demostrado la competencia y la dedicación con
las que sabía aprovechar las fuentes impresas, manuscritas y documentales de la
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©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
historia médica de su amada tierra natal, nos ofrece ocho años más tarde un nuevo
libro que es asimismo la culminación de otra vertiente de su actividad científica.
Esta vez las fuentes estudiadas han sido los restos óseos y los materiales arqueológicos
y etnográficos. Con ello el Dr. Bosch Millares se inscribe entre los cultivadores
de la paleopatología cuya intención es primariamente histrjricomédica. Se trata
de la tendencia que podíamos personificar en figuras como M oller-Christensen,
estrechamente asociada a la historia de la enfermedad y de la medicina, sin descuidar
por ello la necesaria conexión con la antropología y otras disciplinas.
Como historiador profesional de la medicina tengo que celebrar que así suceda,
ya que este volumen es, sin discusión, el primer título de auténtica importancia
que aporta nuestro país a la disciplina que bautizó Marc Armand Ruffer. Es el
primer trabajo original que no se reduce a un aspecto particular, sino que aborda
sistemáticamente todos los problemas que los materiales analizados plantean. El
peculiar interés que tienen los primitivos pobladores de e anar,ias en el contexto
de la ampliación antes mencionada del campo de estudio de la paleopatología humana,
hace que su aparición en estos momentos sea muy oportuna. El nuevo libro del doctor
Bosch Millares abre, en suma, una bien fundada esperanza de que nuestro país
supere en un próximo futuro el lamentable retraso hasta ahora existente en esta
apasionante parcela de la investigación biomédica.
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JOSÉ M.• LÓPEZ Pii'l'ERO
Catedrático de Historia de la Medicina
en la Universidad de Valencia
©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
INTRODUCCION
A partir de las fechas en que fueron conquistadas las Islas Canarias por los
Reyes Católicos, no han dejado de publicarse trabajos sobre los distintos aspectos
en que ellas merecen ser estudiadas. Individuos de ambos sexos versados en las
diferentes ramas del saber humano, han contribuido con sus hallazgos y conocimientos
a descifrar los innumerables puntos oscuros que estas tierras emergidas
del Atlántico han planteado desde su origen, y aun cuando no han sido muchos
los investigadores que han tratado de aclararlos, sí, puedC1 afirmar que todos ellos,
españoles y extranjeros, no han cesado de darnos a conocer, •cada uno en el terreno
de sus averiguaciones, los numerosos problemas científicos e históricos que han
presentado en el transcurso de los siglos, algunos definitivamente resueltos y otros
en vías de solución.
Situadas las islas en el Océano Atlántico han despertado siempre a los que las
conocen o han oído hablar de sus características geológicas, climatológicas, antropológicas
y demás facetas que las personalizan y distinguen de las restantes tierras
del mundo una viva curiosidad, una serena atracción hacia su historia, por estar
enclavadas en pleno mar y servir de estación intermedia a los viajes que se suceden
de continuo entre los dos mundos.
De ahí que hayan surgido como consecuencia de estas relaciones internacionales,
personas que han puesto en provecho de su total conocimiento, sus inteligencias
y actividades. No de otra manera se explica la frecuente aparición de publicaciones
y la celebración de congresos, simposios nacionales y extranjeros que avalan con
su seriedad y erudición los numerosos investigadores que ejercitan su entendimiento
en busca de conclusiones. Y por no hacer muy extensa su relación citaremos entre
los españoles a los profesores, doctores y titulados, Chil y Naranjo, Ripoche Torrens,
Millares Cubas, Bello Rodríguez, Benítez Padilla, ]iménez Sánchez, Río Ayala,
Doreste García, Rodríguez Doreste, Bonnet Reveron, Bonnet Suárez, Rosa Olivera,
Serra Rafols, Alvarez Delgado, Régulo Pérez, Diego Cuscoy, Teles/oro Bravo,
Barras de Aragón, Aranzadi, Fusté Ara, Pericot García, Almagro Basch, Alcina
Franch, Beltrán Martínez, Tarradell, Hoyos Sáinz, Oloriz, Vara López, Pons
Pérez de Barradas y entre los extranjeros a los profesores Verneau, Lehman Nitsche,
vonLuschan, Vallois, Falkemburger, Broca, Quatrefages, Hamy, Hooton, Tamagnini,
Kalkhof, Fischer, Wolfel, Berthelot, Graña, Rocca, Weiss, Wells, Tello, Südhof,
Gaudio, Méndez Correa, Guiffaidas, Ruggiere, Weisgerber, Mayer, Schwiedenzki,
von Loher, Leonel Balout y Maunys, para darnos cuenta de que en ningún momento
ha sido descuidado el descubrimiento de la verdad acerca de las manifestaciones
vitales y culturales de estas islas.
Gracias a ellos se puede decir que sus enseñanzas han despertado la inquietud
de los llamados a continuar la obra emprendida y que pronto, muy pronto, se tendrá
acabado un definitivo estudio sobre lo que son y significan las tierras canarias m
el orbe científico e histórico.
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©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
Desde hace más de medio siglo, al visitar con toda la frecuencia posible en las
tardes de sus días, las salas del Museo Canario, sentía invadir mi alma por una
admiración y veneración profundas hacia aquellos hombres ejemplares que en amor
incontenible hacia la isla que les vio nacer se vieron impulsados por la inspiración
y el entusiasmo para construir y dar a su tierra lentamente y paso a paso, los cimientos
de una obra que más tarde habría de servir de orgullo a la patria y ejemplo de
magistral lección a los que quisieron conocer cuanto de misterio y maravilla encierran
nuestras islas.
Desde entonces y con el alma llena de gozo he continuado experimentando las
mismas sensaciones, al contemplar extasiado las ricas colecciones de objetos pertenecientes
a nuestros aborígenes recogidos en las búsquedas y exploraciones llevadas
a cabo, y guardadas en las vitrinas por et cariño que pusieron nuestros ascendientes,
sin otro objetivo que el de donarnos el más rico tesoro que muestra entre
sus paredes para ejemplo constante de los que viven.
Todos estos hallazgos, huellas palpitantes de la marcha progresiva de la cultura,
no fueron otra cosa que el fiel reflejo del propósito decidido de aquellos beneméritos
ilustres, de dejarnos ·un camino abierto hacia el completo conocimiento de nuestra
prehistoria. De ahí que haya de confesar con todo convencimiento, que durante
esas horas de la tarde, en las que las luces del día van apagándose para dar emoción
al silencio sepulcral que se percibía en las salas, solo, alterado por el trepidar del
movimiento mecanizado en las calles y el canto acompasado, monótono y lento de
las campanas de la Catedral, me hicieron concebir la idea de contribuir con mi
aportación entusiasta a la resolución de cuestiones aún ignoradas. Idea que fue
haciéndose realidad cuando al examinar los cráneos expuestos en ellas, llamaron
mi atención las pérdidas de sustancia ósea observadas en sus bóvedas, que si en
algunas tenían explicación por haber sido producidas por fracturas, en otras la
existencia de zonas de osteolisis y de piezas de difícil interpretación ponían un interrogante
a su verdadera significación. Es más, sobre ellas se destacaban un número
abundante de lesiones excavadas frecuentemente regulares, más o menos redondeadas,
con sus bordes cicatrizados y algunas veces tendiendo a la hiperóstosis, que eran
diferentes de las anteriores.
De ahí el interés que despertó su estudio y los motivos que me obligaron e impulsaron
a dar cuenta en las páginas que siguen, de cuanto se refiere a la Paleopatología
Osea Canaria, con el único fin y deseo de contribuir al conocimiento de la misma.
Este propósito no tiene en conclusión otro objetivo que el de dar a conocer, como
acabo de decir, las lesiones encontradas en los huesos de los primitivos pobladores
de Canarias, reveladoras unas veces de haber sufrido cierto número de enfermedades
y otras de haberse llevado a cabo remedios para aliviarlas y curarlas. Asimismo
el de poner en evidencia la existencia de relaciones de convivencia y de lucha entre
sus habitantes, la presencia de huellas manifiestas de predilección por unos o falta
de ciertos alimentos en su dietética, las señales evidentes de ejercicios musculares
puestos en acción para luchar contra sus enemigos, o el desempeño de cierta clase
de trabajo y en último término las deformaciones explicativas de hábitos seguidos
por tradición o imitación. Es decir, datos y observaciones de suma importancia
que hacen ver las relaciones de esta rama de la ciencia con las demás, hasta el punto
de que si la Cerámica constituye el objetivo principal de la Arqueología, la Paleopatología
es la hija de la Medicina que más aportes ha proporcionado al estudio
de la cultura de los países primitivos.
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Para terminar deseo hacer constar mi agradecimiento a los miembros del Excelentísimo
Cabildo Insular y de su Comisión de Educación y Cultura, presididos respectivamente
por el Excmo. Sr. D. Juan Pulido Castro y el Ilmo. Sr. D. José
Rodríguez de la Rosa, gracias a los cuales ve la luz pública esta obra que fue galardonada
con el premio de erudición «Viera y Clavija» correspondiente al año 1973.
De igual manera lo hago a D. José Naranjo Suárez, por su colaboración fotográfica
y ayuda entusiasta para la publicación de la misma; y a los médicos radiólogos
D. Francisco Pérez Marrero, D. Francisco Rodríguez Navarro y D. Francisco
Ponce Caballero por la aportación científica que me prestaron en todo momento'.
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CAPITULO PRIMERO
Etnografía canaria
No escapará a las personas que me lean y tengan interés por estos estudios.
que la Paleopatología Osea Canaria en su acepción más amplia, ha carecido
de elementos de juicio necesarios para llegar a su total conocimiento. Es cierto
que durante estos últimos años, investigadores nacionales y extranjeros han
ido descubriendo la naturaleza, cualidades y relaciones de algunos de sus aspectos,
a tal extremo que muchos puntos oscuros en los que ella estaba sumida han
ido aclaráudose con el transcurso de los años. Bastó la celebración en las islas
del V Congreso Panafricano de Prehistoria y estudio del Cuaternario, del Simposio
Internacional Conmemorativo del Centenario del descubrimiento del
primer hombre de Cro-Magnon y del Simposio sobre relaciones trasatlánticas
precolombinas en estos últimos tiempos, para que se despertaran y avivaran
el interés y curiosidad por estas cuestiones y para que aumentara la contribución
de muchos hombres de letras y ciencias en torno a este tema tan interesante.
Desde entonces han surgido brotes de inquietud y deseos manifiestos de
poner sus inteligencias al servicio de la mejor comprensión y legitimación de
su contenido, pues el panorama que se divisaba a este propósito no podía ser
más desalentador, ya que carentes de conocimientos relacionados con esta rama
de la Historia, los primeros narradores de estas islas no pudieron ni supieron
hacer consideraciones de este tipo, dado que sus actuaciones se reducían a estampar
en el papel cuantos datos obtenían en la transmisión de noticias, observaciones,
narraciones y costumbres hechas de unas generaciones a otras. Fue
necesario, pues, el transcurso del último tercio del siglo pasado y los que van
sucedidos de éste, para que fueran apareciendo y tomándose en estima trabajos,
artículos, monografías y obras que han ido dándose a conocer paulatinamente
hasta lograr hacer un estudio, lo más completo posible, de nuestros antecesores
en las distintas facetas de su existencia.
A este efecto basta sólo repasar en la bibliografía que sigue, la aportación
de cada uno de sus componentes para darnos cuenta del adelanto obtenido y
de los numerosos problemas que aún quedan por dilucidar. En prueba de lo
antes dicho, manifestaré que a partir de la publicación de las obras de Weeb
y Berthelot tituladas «Histoire naturelle des Iles Canaries» y «Antiquité Canarien»,
impresas en París en los años 1862 y 1879 hasta las últimamente conocidas,
se han sucedido gran número de ellas referidas a distintas materias que trato
sólo de mencionar para no hacer prolija la relación. A este efecto citaré en primer
lugar las que fueron y son hijas de autores españoles, continuaré con las
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de los extranjeros y finalizaré con las que mayor conexión tienen con los estudios
llevados a cabo por mí en esta parte de la Prehistoria.
Entre los primeros son dignos de mención Chil y Naranjo por sus «Estudios
históricos, climatológicos y patológicos de las islas Canarias», «Estudios antropológicos
de Tenerife» y «Memoire sur !'origine des guanches ou habitants primitifs
des Iles Canaries», Barras de Aragón por sus varios trabajos recogidos
en las «Actas y Memorias de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía
y Prehistoria», Millares Cubas por sus «Estigmas de la raza semítica en los cráneos
guanches» y «Estigmas cromañones en los cráneos guanches», Bello Rodríguez
por su «Le fémur et le tibia chez l'homme et les anthropoides. Variations
suivant le sexe, l'age et la race», Pérez de Barradas por su «Estudio actual de
las investigaciones prehistóricas de Canarias», Diego Cuscoy por sus «Paletnología
de las islas Canarias» y «Los guanches», Jiménez Sánchez por sus varios
estudios arqueológicos y prehistóricos de estas islas, Serra. Rafols por «Las relaciones
posibles de las culturas canarias con las del Oeste de Africa», Pericot
García por su «Algunos nuevos aspectos de los problemas de la Prehistoria Canaria
» y Beltrán Martínez por su reciente obra «Los grabados del Barranco de
Balos».
Entre los extranjeros citaré a Quatrefages et Hamy por sus monografías
«La race de Cro-Magnon dans l'espace et dans le temps» y «Crania éthnica», Von
Luschen por sus ensayos publicados en «Zeishrift für Etnologie», Hooton por
su <ffhe ancien inhabitant of the Canary Islands», Tamagnini por sus comunicaciones
sobre «Etat actuel de nos connaissances sur les anciens habitant des
Iles Canaries» y «Os antiguos habitantes das Canarias», Falkemburger por su
«Ensayo de una clasificación craneológica de los antiguos habitantes de Canarias
», Wolfel por su «Sind die Ureinwohner der Kanarien ausgestorben», Ilsa
Schwidenzky por sus «Observaciones antropológicas en Tenerife» y «La poblacióq
prehispánica de las islas Canarias», Gaudio por su artículo «Sur l'origine
des Canariens prehispaniques», Billy por el suyo titulado «Sur la validité des
critieres cromagniens», Camps por «L'homme de Mechta El Arbi et sa civilization.
Contribution a letude des origines guanches», Balout por su estudio sobre «Reflexions
sur le probleme du peuplement prehistorique de l'archipel canarien» y
Vallois por sus trabajos acerca de «Les hommes des Cromagnon et les guanches»
y «Les faits acquis et les hypotheses».
He dejado para el final, por constituir el fundamento básico de los conocimientos
que se tienen recogidos sobre los primitivos habitantes de las islas bajo
el punto de vista antropológico, los llevados a cabo y dados a conocer por René
Verneau y Miguel Fusté, después de haber permanecido en estas tierras durante
los años 1877, 1878, 1884, 1887 y 1935 el primero y en los veranos de 1957 y 1958
el segundo.
Como resultado de estos estudios e investigaciones, el profesor Verneau
publicó las obras que llevan por título «Rapport sur une mission scientifique
dans l'archipel canarien», <<Cinq années de séjour aux iles canaries», «De la
pluralité des races des anciennes de l'archipel canarien», «Sur les semites aux
iles canaries» y «La race de Cromagnon, ses migrations, ses descendents» y el
profesor Fusté las denominadas «Algunas observaciones acerca de la antropología
de las poblaciones prehistórica y actual de Gran Canaria», «Estudio antropológico
de los esqueletos inhumados en túmulos de la región de Gáldar. Gran
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Canaria» y «Survivance du type de Cro-Magnon parmi les populations prehistorique
et actuelles de l'archipel canariem.
Pues bien de todas estas aportaciones consagradas al conocimiento de la
Prehistoria, hay unas dedicadas a las artes y monumentos de los aborígenes,
otras a las vasijas y demás objetos de barro, algunas a los grabados en piedra,
túmulos, cuevas, sepulcros y yacimientos, varias a los ídolos de maderas, piedras
y barro cocido y unas últimas a las cuentas, pintaderas y armas de las
mismas materias que ponían en acción para sus instrumentos y defensa. Es
decir, en todas ellas se da cuenta de las diversas manifestaciones vitales físicas
e intelectuales de que fueron capaces los canarios prehispánicos, relacionados
con aquella rama del saber humano, pero como aún faltan por averiguar otros
aspectos de ella, van las páginas que siguen a poner de manifiesto la labor llevada
a cabo por mí durante varios años ejercitando los entusiasmos en el conocimiento
de la paleopatología y anomalías congénitas y adquiridas de los huesos
de los aborígenes existentes en «El Museo Canario» y en otros particulares de
estas islas. Con estos trabajos trato de poner en claro lo que permanecía oculto
y desconocido en este terreno, toda vez que la Osteología cultural puede proporcionamos
datos de suma utilidad e importancia, dadas las caracerísticas corporales
y morales y el papel que desempeña en la evolución de otras culturas;
en otras palabras dicho, cuanto pueda deducirse y referirse a período anterior
a la existencia de documentos históricos.
Pero antes de entrar de lleno en el desarrollo del fin y objeto de esta obra,
interesa recordar de una manera concreta cuales fueron las razas que habitaron
las islas antes de su incorporación a la Corona de Castilla, no sólo por la influencia
que ejercieron bajo el punto de vista prehistórico en las culturas que se sucedieron,
sino por las relaciones intercontinentales sostenidas antes de finalizar
el siglo xv.
De la lectura de las obras y trabajos especificados más arriba y en especial
de los dos antropólogos antes citados, se obtiene la conclusión de que casi todos,
con raras excepciones están contestes en que fueron varias las razas que las
habitaron, pero si ahondamos en las analogías y diferencias existentes entre
ellas, se llega a la decisión de que fue Vemeau el primero que describió las de
Cromagnon, semítica y negroide como sus primeras pobladoras. Aceptada y
admitida esta clasificación por los antropológos de Europa durante bastantes
años, fue modificada por Fusté en el sentido de que fueron seis en lugar de las
tres referidas, la cromañoide, eurafricánida, orientálida, mediterránea grácil,
armenoide y nórdica, las razas que en la actualidad persisten dentro de las gentes
que viven en las dos provincias.
Refiriéndome y esquematizando las peculiaridades de las descritas por Vemeau
diré que el tipo 1.0 o tipo de Cro-Magnon, la más antigua de todas, está caracterizada
(véase fotografía número 1) por tener cabeza ancha y corta, arcos superciliares
desarrollados en su parte interna, órbitas bajas, anchas y rectangulares,
nariz mediana y saliente, maxilar superior relativamente estrecho y algo prognato
y la mandíbula inferior con mentón ancho y saliente. Mirado el cráneo
de perfil presenta la frente bien desarrollada, bóveda aplastada con otra depresión
en la parte inferior de los parietales y superior del occipital y la protuberancia
externa bien pronunciada; observado por encima se aprecia la forma pentagonal
de la base como resultado del desarrollo de las eminencias parietales
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©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
y si lo miramos por detrás se confirman los datos acabados de exponer. Evalu::
i.da la altura del esqueleto en 1,80 m., sus huesos largos acu:;an una confornnción
atlética con las impresiones musculares muy vigorosas, pues el fémur
presenta una línea áspera muy desarrollada y la tibia un aplanamiento en lámina
de sable (tibia platicnémica).
N.0 1
2.0 Tipo semita (véase fila !>egunda en la foto núm. 1). Caracterizada por
tener el cráneo francamente dolicocéfalo y bien desarrollado en sentido vertical,
frente derecha y poco elevada, cara alta y en forma de óvalo regular, ojos en
forma sobremontada, cejas espesas bien dibujadas con párpados bien marcados,
nariz fuertemente deprimida y estrecha en su nacimiento, un poco grande
en su raíz y aquilina, labios carnosos y mentón redondeado y ligeramente prominente.
Bajo el punto de vista antropológico posee en la cara estrecha y alargada,
arcos superciliares poco salientes, órbitas más altas que en el tipo anterior
y mandíbula inferior con mentón triangular estrecho y saliente. Mirada su frente
de perfil es un poco menos abultada que en el tipo de Cromagnon, sin aplanamiento
en su bóveda y base. Observada por encima de la cabeza, la forma de
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su cráneo es elíptica y aumentada en su longitud guardando armonía con la
de la cara. Vista por detrás, el desarrollo vertical del cráneo conserva su paralelismo
con el de sus paredes. Evaluada su estatura entre 1,65 y 1,67, sus cabellos
son negros, los ojos pardos y la piel un poco oscura aun cuando existen algunos
ejemplares con piel blanca. Las gentes de este segundo tipo no eran tan
fuertes y vigorosas como los del tipo anterior, pero en cambio tenían un grado
de civilización más avanzada demostrada por la construcción de verdaderas
habitaciones de piedra seca y la existencia de fabricantes de tejidos y pinturas
corporales hechas valiéndose de las llamadas pintaderas. Asimismo lo revelaba
su cerámica, las instituciones religiosas e inscripciones que poseían las revelaciones
culturales y los rasgos lingüísticos que unían a los habitantes con el mundo
neolítico africano. Este tipo fue el que trajo agricultores y ganaderos al archipiélago
base del pastoreo que ejercieron los aborígenes.
3.0 Tipo negroide (véase fila tercera de la foto núm. 1). Caracterizado
antropológicamente por tener la cara, vista de frente, alargada, con maxilar superior
ancho, órbitas muy altas, nariz mediana, mentón estrecho y saliente, prognatismo
subnasal frecuentemente muy acentuado. De perfil la frente es abultada
y vertical, la bóveda craneana apenas aplastada corta y sin prominencia
del occipital. Por detrás se nota el desarrollo vertical del cráneo con cierta sobreelevación
de la región mediana antera-posterior, pero su carácter antropológico
más importante es la braquicefalia, y como ésta no se formó en el paleolítico
superior en el que dominaba la dolicocefalia, hay que pensar que la formación
del bloque braquicefálico tuvo lugar después de aquel, bien por inmigración
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de razas braquicefálicas desde Asia, o por un proceso endocrino de adaptación
al medio montañoso a expensas de los pueblos mediterráneos cuyo avance hacia
el norte fue comprobado en épocas prehistóricas.
Aceptadas, como dije antes, estos tres tipos dentro de la Etnografía canaria,
arribó a esta isla Miguel Fusté Ara, profesor agregado de la Facultad de Ciencias
de la Universidad de Barcelona con el encargo especial de Mr. Vallois, Director
del Museo del Hombre de París de poner al día los trabajos que dejó sin
terminar a su fallecimiento el Dr. Verneau. De su estancia en estas tierras durante
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los veranos de 1957 y 1958, de sus observaciones efectuadas en los numerosos
cráneos y esqueletos existentes en «El Museo Canario» y de las exploraciones
llevadas a cabo en Guayadeque y Gáldar, surgieron los trabajos que sobre Antropología,
Etnografía y Paleopatología se publicaron en Pevistas nacionales y
extranjeras y en las actas de los Congresos celebrados en Hamburgo, París y
Canarias y que compendiados expongo a continuación.
1.0 Tipo Cromañoide. Caracterizado por su elevada estatura, constitución
atlética, cara ancha, baja y de contorno cuadrangular debida a la gran distancia
que separa entre sí los áng\llos maxilares a consecuencia de la gran extroversión
de la región goniaca. Completan sus caracteres al poseer región glabelar y arcos
superciliares prominentes, ojos con la abertura palpebral horizontal, hundida
y poco abierta a consecuencia de la escasa altura de la concavidad orbitaria
que en el cráneo aparece baja, ancha y de contorno rectangular. Apófisis mastoides
de gran tamaño y con mucha frecuencia el contorno del cráneo, por arriba
es pentagonal (foto núm. 2).
2.0 Tipo Eurafricánido. Este tipo encontrado por Fusté en los túmulos
de Gáldar, por Verneau en los de la Isleta y por Fischer en Tenerife es semejante
al anterior por su elevada estatura, pero se diferencia por la considerabie longitud
de la cabeza y tener la cara larga y estrecha hasta adquirir frecuentemente
contorno pentagonal. Fue denominado impropiamente bereber, ya que este
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pueblo está constituido por diferentes elementos raciales. De ahí que es mejor
calificarlo de Protomediterráneo fuerte o de eurafricánido y atlantormediterráneo,
por tratarse de una variedad robusta de la raza mediterránea (foto núm. 3).
3.º Tipo Orientálido. Distinto de los anteriores por su menor corpulencia
y robustez, se caracteriza por su estatura mediana, dólico-mesocéfalos, cara
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aplanada, nariz con convexidad en el dorso, ojos de contorno almendrado, piel
oscura, tez morena y con frecuencia un acusado prognatismo alveolar (foto
número 4).
Además de estos tres tipos, considerados como los más importantes, existen:
4.0 Ti'po mediterráneo grácil. Parecido al orientálido con ojos y cabellos
oscuros, tez morena y cráneo y cara moderadamente alargados. Se llama también
del litoral por no encontrarse a más de 250 kilómetros de la costa.
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5.0 Tipo armenoide. Caracterizado por tener talla un poco por encima de
lo normal, cabello y ojos negros, nariz fuertemente curvada en forma de seis,
con la punta muy carnosa dirigida hacia abajo, boca un poco larga, labios finos
y bien dibujados y cráneo braquicéfalo (foto núm. 5).
6.0 Tipo nórdico. Constituido por individuos despigmentados, con cabellos
de color oscilante entre el castaño claro y un rubio más o menos oscuro, con
cierto tono rojizo y ojos claros de tonalidad entre el azul verdoso y el gris.
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Expuestos los caracteres que personalizan las distintas razas que poblaron
las islas Canarias antes de ser incorporadas a la Corona de Castilla, surgió al
instante la pregunta de cómo llegaron a ellas y cuál fue su procedencia, pues
no hay duda de que al estudiarlas bajo el punto de vista prehistórico interesa
conocer las relaciones que tuvieron con los demás habitantes del mundo para
deducir conclusiones y enseñanzas.
De todos es sabido que los tipos cromañon y cromañoide de Verneau y Fusté
tomaron sus nombres por los caracteres antropológicos que presentan parecidos
en un todo a la raza conocida por este nombre desde la Era Cuaternaria.
Asentada en el Perigord (Francia) durante esta era y en su época paleolítica,
fue descubierta en el fondo de una pequeña gruta ocupada casi en su totalidad
por tierra, restos de rocas y de cinco esqueletos humanos con huesos de
animales y una industria lítica igualmente desgastada. Bastó que se sucediera
el período glaciar para que a su terminación emigraran muchas especies zoológicas
y hombres del paleolítico superior con direcciones distintas hacia sitios
diferentes. Y mientras los primeros lo hicieron rumbo a Africa, los segundos
marcharon a Bélgica y Holanda por el norte, al Meuse por el este y a las tierras
de Labour en Italia por el sur. En esta situación no bien hubo terminado la
Era Cuartenaria, nuevos individuos vinieron a disputar el suelo de los viejos
trogloditas y es en esta fecha cuando tienen lugar en mayor número las emigraciones
de esta raza de Cro-Magnon. Dejando a un lado las verificadas al
norte por no interesarnos, puede decirse que las del sur siguieron dos caminos
distintos; uno que los llevó al este y a las tierras de Labour en Italia por el sur,
y otra al oeste con dirección a Portugal después de haber atravesado España,
como lo demostraron los hallazgos encontrados por los antropólogos españoles
Antón, Hoyos, Oloriz, Aranzadi, Fusté y otros, en las varias provincias comprendidas
entre Oviedo y Andalucía, incluyendo las de Segovia y Alicante.
Por otra parte los hallados por investigadores franceses entre el norte y sur
del Sahara y los descubrimientos del General Faidherbe en las sepulturas y
monumentos megalíticos de Roknia, Túnez, Argelia y Marruecos, demostraron
la existencia de estos individuos de Cro-Magnon en el norte y oeste de Africa
procedentes de los que siguieron las dos direcciones antes especificadas. Pero
pronto se vio que esta tesis aceptada por todos, adolecía de ciertas lagunas
entre las cuales ocupaba lugar de importancia el enorme lapso de tiempo transcurrido
entre la salida de los cromañones de Francia y su llegada a las islas
Canarias, dado que el paleolítico de la Dordoña existió entre los 20 y 21.000 años
antes de nuestra Era en tanto que la ocupación de estas tierras isleñas remonta
a un máximo de 3 a 2.000 años antes de ella; es decir, que mientras los primeros
existieron en piena época paleolítica, estos segundos lo hicieron en la neolítica.
De ahí que al no encontrarse en este gran espacio de tiempo intermediarios
que pudieran explicar el paso de unos a los otros, los antropólogos y demás
investigadores se propusieron con sus trabajos e investigaciones dejar esclarecida
y resuelta esta falta de continuidad.
En efecto no transcurrió mucho tiempo sin que esta laguna no fuera rellena
en parte, pues los hallazgos obtenidos por los prehistoriadores en el departamento
de Constantina, los logrados por Arambourg y otros procedentes de los
restos de cincuenta esqueletos con su correspondiente industria en la gruta de
Afalou-bou Rhummel situada en el territorio de Bei-Segonal sobre el litoral
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de la pequeña Kabilia cerc~ de Argel, y los registrados más adelante, durante
el mesolítico nordafricano, en la importante necrópolis de Columnata (Argelia)
en el lugar conocido por el nombre de Dar es Soltan sobre el litoral atlántico,
hasta el sur de Rabat en el Marruecos Oriental y en las numerosas sepulturas
de Taforalt, demostraron la existencia de un grupo de esqueletos caracterizados
antropológicamente por poseer cráneo espeso, muy capaz, alargado con índice
dólico-mesocefálico y contorno pentagonal visto por detrás. La bóveda era más
bien elevada, pero la frente poco convexa y ensanchada hacia atrás. Arcos superciliares
prominentes unidos al entrecejo que igualmente está desarrollado. Apófisis
mastoi~s grandes, crestas musculares siempre fuertes sobre todo en el
occipital. Cara muy ancha sin prognatismo, sobre todo en la mejilla y por consiguiente
sin armonía con el .cráneo. Orbitas bajas y anchamente separadas.
Huesos nasales sobrepujados por una profunda depresión subnasal, mandíbula
robusta, sinfisis alta, mentón acusado, dentadura caracterizada por la ablación
de un número variable de incisivos superiores generalmente los dos medianos.
Muela del juicio casi siempre presente, pero con un volumen reducido y existencia
frecuente de caries dental.
Hombre de talla alta, anchas espaldas, caderas estrechas con pierna y antebrazo
más largos en relación que los del muslo y brazo, tenían el fémur con pilastra
muy desarrollada y débil su aplanamiento diafisario antero-posterior (platimeria).
En cambio la tibia es poco platicnémica, el peroné moderadamente
acanalado o estrellado y las inscripciones musculares fuertes.
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Este tipo llamado Mechta-El-Arbi en el que el estudio del carbono 14 demostró
pertenecer a los años 10.500 a 8.500 antes de nuestra Era vino a llenar parte
de esa laguna a que antes me referí y tiene, como se ve, caracteres muy parecidos
a los hombres de Cro-Magnon con la excepción de su menor descenso de
la bóveda craneana y de ser su nariz platirrina. De industria capsiense fue disminuyendo
su pureza con el suceder de los siglos, dado el cruzamiento habido
con los protomediterráneos o eurafricánidos, otra raza que como acabo de decir
pobló también las islas. A pesar de ello, en algunos sitios del Djebel Fartas al
norte del Aurés y en algunas de los trogloditas del Polígono y las Hienas en
Argelia Occidental se han encontrado algunos casos libres de mezcla (foto núm. 6).
Establecida, pues, esta etapa llamada ibero-mauritánica según se ha expuesto,
y constituida por los hombres de Mechta El Arbi, quedaba por aclarar la procedencia
y origen de los mismos y por tanto su paso a las Canarias vista la poca
distancia que los separaba de estas islas.
Tres son las teorías que se han debatidQ y se debaten en el campo de la Prehistoria
para explicarlo. La primera, la más generalizada, dice que los cromañones
de la Europa Occidental saltaron al Africa, hipótesis que ha quedado
invalidada por ser sus . características antropológicas menos acusadas que las
de Mechta El Arbi; la segunda que defiende su procedencia de los hombres
de Palestina, al principio del Wurmiano, portando al mismo tiempo elementos
neandertaloides y cromañones. Estos hombres constituyentes del tipo llamado
Precromañoide tomaron a partir del mismo tronco dos caminos distintos uno
en dirección a la Europa Occidental hasta llegar al S. O. del Mediterráneo y
H. de Cromaftón
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©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
otro con rumbo al Africa, de tal manera que los cromañones de Europa serian
los descendientes de los neandertaloides de Palestina y los hombres de Mechta
El Arbi de los neandertaloides marroquíes, y la tercera se basa en que una vez
separadas ambas ramas pasaron por estados paralelos originando estos últimos
en cada sitio que asentaron, grupos diferentes como fueron los · Atlanthropus
de Ternifini, los preneandertalensis de Rabat, los neandertaloides de Djebel
Irhoud y finalmente los hombres de Mechta El Arbi.
Pues bien, aunque ninguna de las tres teorías ha sido admitida por los antropólogos,
es lo cierto que los guanches son los descendientes del tipo Mechta
El Arbi o Mechta Afalou, aunque sigamos ignorando la naturaleza exacta de
las relaciones entre estos hombres y los cromañones propiamente dichos. Se puede
afirmar, por lo tanto, que el hombre de este tipo es el representante más antiguo
del Horno sapiens en el Magreb y que los guanches procedieron de él aunque no
se haya encontrado en estos la avulsión de los incisivos, característica primordial
de los Mechta, lo cual hace pensar que abandonaron esta operación en los finales
del neolítico, época en que pasaron a Canarias. Asimismo es necesario decir, que
estos hombres de Mechta asentados en el litoral atlántico presentaban caracteres
mechtoides acentuados, con cara más baja, glabela e inserciones musculares
más marcadas y estatura elevada. De esta manera se explica que conservando
durante varios milenios estas peculiaridades con todo vigor hayan podido dar
en las postrimerías del neolítico nacimiento al pueblo cromañoide de Canarias.
De todos modos es lógico pensar que este largo viaje fue hecho por mar y
que lo franquearon en embarcaciones pequeñas, dada la corta distancia que separa
Marruecos del archipiélago canario. De ahí que estos primeros pobladores llegaran
a estas islas en épocas relativamente recientes y no en la que los individuos
de Cromagnon cazaban los grandes animales cuaternarios del Valle de la Vezere.
Lo demuestra el encuentro de bastantes seres humanos portando los caracteres
físicos y morales de esta raza puros o apenas alterados cuando fueron conquistadas
las islas por los españoles, la costumbre de enterrar a los muertos en sepulturas
iguales a las usadas por los trogloditas de aquel lugar, y el hecho de que
en las islas no se encontraban terrenos antiguos ni seres vegetales y animales
anteriores a la época actual y sí, en cambio, conchas fosilíferas pertenecientes
a restos de animales depositados en el fondo del Océano y elevadas a alturas
a veces notables juntamente con dichas capas terrestres cuando emergieron a
consecuencia de los fenómenos volcánicos.
Estas fueron, pues, las rutas seguidas por la raza de Cromagnon y la de
Mechta El Arbi hasta su llegada a Canarias, pero como interesa saber si al llegar
este tipo estaba el Norte de Africa despoblado o habitado por otros pueblos,
he de decir que remontándonos al pasado la historia enseña que la región situada
entre el Sabara y el Mediterráneo estaba ocupada al N. E. por el pueblo egipcio
haciendo sentir su influencia por el estado de civilización en que se encontraba
a lo largo del mar Rojo, por el bereber, aunque no puro, en las riberas del Nilo,
por los etiópicos hacia el sur de color más oscuro y por los negríticos en el oeste.
Se comprenderá, por lo tanto, que estas relaciones de proximidad fueran
las principales causas de sus cruzamientos y por consiguiente la falta de pureza
de sus caracteres típicos diseminados en la actualidad desde Egipto a Marruecos
y desde el Mediterráneo al Senegal.
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©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
Pues bien, cuando estas islas fueron conquistadas en los finales del siglo xv
por los Reyes Católicos, la mayoría de los habitantes de algunas poseían los
rasgos que personalizaban a la raza de Cro-Magnon. De ahí que se llegue a la
conclusión final de que los descendientes del tipo de Mechta El Arbi procedieran
de esta raza prehistórica, de que desconocieran como ellos los metales y de que
se valieran para fabricar sus armas de rocas volcánicas. Sabían, sin embargo,
hacer objetos de alfarería y cestería y con sus malas herramientas adornaban
algunos recipientes de madera y construían mazas, jabalinas y lanzas. Salvo
en Gran Canaria donde sus fabricantes confeccionaban con juncos especies de
cortes, zagalejos y manteles, los guanches, tomando esta designación en sentido
general si bien su significado es la de los hab!tantes de la isla de Tenerife,
empleaban para vestirse pieles de cabra o de carnero. Asimismo hacían collares
con las conchas, fragmentos de roca o granos de tierra arcillosa secados al sol
y grababan dibujos en la isla de Gran Canaria con portasellos labrados en tierra
cocida conocidos con el nombre de pintaderas.
Los guanches vivían en grutas donde depositaban sus muertos algunas veces
después de haberlos momificado y envueltos en pieles cuidadosamente cosidas
y superpuestas en número de cuatro, cinco, seis y más capas. Cultivaban los
cereales y torrefactaban los granos antes de reducirlos a harina por medio de
pequeños molinos de piedra parecidos a los que utilizaban los romanos. A esta
harina llamada gofio le añadían leche y carne de sus rebaños formados por
cabras y ovejas. Cuidaban igualmente puercos y se dedicaban a la pesca.
Este individuo guanche fue el más abundante en las islas, pero no el único;
de aquí el error en que muchos caen cuando hablan de que todos los pobladores
canarios se llamaban guanches y de que fueron los solos encontrados cuando
tuvo lugar la conquista. Por el contrario, ya he dicho en páginas anteriores que
existieron otras razas con su civilización, industria y lenguaje propios, pues
no hay que olvidar que cuando Juan de Bethencourt arribó a las islas ya habían
sido visitadas por poblaciones salidas del continente africano y costas mediterráneas
y atlánticas que se mezclaron con sus habitantes primitivos.
Existió, como ya se ha dicho, un segundo tipo resultado del cruzamiento
habido en el norte de Africa entre los árabes que llegaron en el siglo VII después
de Cristo, los bereberes que lo hicieron en el xr, los negros llegados en las caravanas
en calidad de esclavos, judíos, turcos, griegos y sirios. De estos cruces
nacio el tipo sirio-árabe llamado semita por Verneau y protomediterráneo por
Fusté, eurafricánido y atlantomediterráneo por ofros, debido a la complejidad
de sus elementos componentes. Muy difundido entre las poblaciones mesolíticas
del Levante español aún persiste en algunos lugares como en la provincia de
Alicante y algunas de Portugal. Acusada pues su presencia en el norte de Africa
en época relativamente reciente gracias al hallazgo de un esqueleto encontrado
en un conchero de Túnez junto a los hombres de Mechta Afalou, bastó para
deducir que si estuvo asociado a la industria ibero-mauritánica fue el único
portador de la industria capsiense.
Los orientálidos y mediterráneo grácil, integrantes de las poblaciones neolíticas
de la Península y norte de Africa conservaron en parte los rasgos de la
raza de Mechta El Arbi, la que en un neolítico más avanzado quedó dueña del
Africa del Norte pasando probablemente a las islas en el tercer milenio antes
de Cristo. Llamada también del litoral por no encontrársela a más de 250 kiló-
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metros del mar se extiende en la Península desde Gibraltar hasta la embocadura
del Tíber por el Mediterráneo, y desde el mismo estrecho hasta la embocadura
del Guadalquivir por el Atlántico.
El tipo armenoide es el que menos abunda en la época prehistórica y el nórdico
llegó a la isla cuando se introdujo en ella el cultivo de la vid, como lo confirman
las relaciones comerciales existentes con los Países Bajos en el siglo XVI
y las visitas de los francos a Canarias a mediados del XIV.
En resumen, los hombres pertenecientes al cromañoide, eurafricánido y
orientálido son los principales tipos raciales que integraron la población aborígen
canaria y los que dominan la actual con diferencias en cuanto a su participación
en las diferentes islas y pueblos de cada una, constituyendo en conjunto
un cuadro muy semejante al de las poblaciones norteafricanas con las
que sin ningún género de dudas estuvo en relación la primitiva del archipiélago.
De cuanto llevo expuesto cabe deducir, que los primitivos pobladores de
Canarias no llegaron a ella al mismo tiempo, sino en forma de varias oleadas
que procedieron del norte y oeste de Africa y con ellas, en primer lugar, un elemento
antiguo portador de los valores culturales arcaicos representado por las
gentes de Cro-Magnon y eurafricánidos constitutivos de la raza Mechta El Arbi
corrientemente llamados guanches, en una época del neolítico en que tanto el
clima como el estado del mar pudieron ser favorables. Más tarde lo hicieron
los elementos representativos de las razas mediterránea y orientálida avanzado
el neolítico, hasta una época en que la intensidad de las relaciones mediterráneas
y atlánticas alcanzaron gran valor. Esta intensidad y frecuencia dio origen
a la existencia de otros elementos que también la poblaron y fue la causa de
la multiplicidad de razas que describen los antropólogos como consecuencia
de la desertización del Sabara y de las vicisitudes históricas y geopolíticas de
algunos pueblos en el norte de Africa.
Ahora bien, ¿cómo arribaron los primitivos pobladores a estas islas?
Admitidas desde el punto de vista geológico el origen volcánico de estas
tierras surgidas del fondo del océano Atlántico a la terminación del terciario
y que el hombre apareció sobre ella en el período cuaternario, hay que deducir
que los aborígenes saltaron desde el continente africano haciendo uso de la
vía marítima. Parece a primera vista extraño que ésta pudiera realizarse sin
tener conocimiento de la brújula y otros medios de navegación, pero el hecho
de haberse efectuado viajes a través de los mares por seres solitarios hace pensar
primero que las inmigraciones no fueron realizadas en grandes oleadas y segundo,
que teniendo lugar las corrientes y vientes marinos de este a oeste, nada de
particular tuvo que estas gentes conducidas por grupos de navegantes superiores
(fenicios, cartagineses, mauritánicos y árabes) hubieran arribado primeramente
a las islas del grupo oriental. Ello no invalida el hecho de que una población
aborigen canaria establecida en una isla apartada de todo tráfico por mar, pudiera
haberse trasladado a las restantes en circunstancias favorables desde el momento
en que los mediterráneos y africanos hábiles en el mar pudieron usar las Canarias
como etapa en la travesía del Atlántico. Ello dio lugar a que las islas fueran
conocidas de los pueblos navegantes y colonizadores mediterráneos, los cuales
trajeron elementos culturales nuevos, mencionados por los historiadores, hasta
que fueron conquistadas por los Reyes Católicos.
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CAPITULO SEGUNDO
Material de estudio
El material de que he hecho uso para la preparación de este libro en su mayor
parte procede del que se guarda en El Museo Canario, centro científico de los
más importantes de la nación concebido y formado por el entusiasmo y patriotismo
de unos beneméritos hijos de la isla.
Con tal motivo han pasado por mis manos y sido estudiados 1.278 cráneos
de los primitivos pobladores de Canarias y numerosos huesos largos, cortos y
anchos correspondientes a sus esqueletos. De ellos he separado 350 cabezas
por presentar lesiones íntimamente relacionadas con la paleopatología, dejando
para el final de estas páginas las correspondientes a los demás huesos del cuerpo
humano, dada la aportación que hacen al conocimiento de esta parte de la Medicina.
De igual manera serán objeto de estudio las anomalías que presentan unas
y otras y las armas de que se valían para defenderse entre ellos mismos y contra
los invasores, así corno los instrumentos de que hicieron uso para sus intervenciones
médico-quirúrgicas.
A tal propósito y a fin de facilitar la exposición ordenada de los objetivos
de este libro, doy comienzo a la misma diciendo que los cráneos guardados en
el citado centro, fueron recogidos en diferentes sitios de la isla, en su mayor
número, y pocos, en las restantes del archipiélago.
Estos cráneos procedían de los siguientes lugares:
Gran Canaria
Guayadeque
1 Tirajana
Fataga
Las Palmas
Guía
Agüimes
Gáldar
Tejeda
Mogán
Acusa
Aldea de San Nicolás
Angostura
Artenara
Teror
Agaete
Sin procedencia
33
890
50
2
48
3
25
25
55
28
46
25
19
2
1
10
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Vilaflor 6
Adeje 2
Tenerife Orotava 7
Granadilla 4
Santa Cruz 7
Fuerteventura 12
La Palma 2
Hierro 5
Gomera 3
Guayadeque 83
Gran Canaria Angostura 1
Arguineguín 2
Momias Tejeda 2
Tenerife 1
Hierro 1
l Masculinos 637
Con relación al sexo Femeninos 410
Indeterminados 231
1
Dolicocéfalos 663
Perimetría Mesocéfalos 457
Braquicéfalos 60
Indeterminados 98
De la distribución que antecede échase de ver que la mayoría de los esqueletos
de los primitivos pobladores recogidos y guardados en El Museo Canario
proceden del barranco de Guayadeque. Este bello rincón, situado en el centro
de nuestra geografía insular, comienza en Los Pechos, entre las Calderas de
los Marteles y de Tirajana, sigue su curso hacia la zona costera del _-;riroeste
y desemboca a unos cientos de metros de la playa del Basurero, del pago del
Carrizal, ubicado entre los municipios de Agüimes e Ingenio.
Este barranco, uno de los más altos, anchos y largos de la isla, con sus laderas
cubiertas por tabaibas, tuneras y cardones que llegan a tapar con su abundancia
algunas de sus cuevas dotadas de gran riqueza arqueológica, es uno
de los sitios que por su abrupta superficie y por su difícil acceso está lleno de
atracciones. A medida que se avanza en su trayectoria esta vegetación va alternando
con almendros, eucaliptus, cañaverales, flores llamadas carrizos a las
que se debió el nombre con que se conoce el pago antes mencionado y gran número
de remanentes de agua que discurrían a todo su largo, constituyendo su principal
riqueza antes de la conquista. No está de más el señalar que a lo largo
de una pista muy mala de transitar se encuentran gigantescos roques de piedra
que surgen de las laderas para servir de poblados como son los llamados de
Cueva Bermeja y Montaña La Tierra.
Su origen puede considerársele como mitológico y su nombre se debe a un
personaje aborigen llamado Guayadeque que vivía en la indicada hendedura,
lugar preferido durante muchos milenios para sus enterramientos. De ahí el
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que abundaran tantos esqueletos pertenecientes a seres fallecidos de muerte
natural o violenta a causa de las luchas sostenidas entre ellos y las tropas castellanas
durante los fines del siglo xv, batallas sangrientas que dieron por resultado
la derrota a pesar de los refuerzos procedentes de un poblado situado en
las riberas que más tarde se llamó Agüimes. En las Canarias prehispánicas fue
una de las zonas más habitadas de la isla y en la actualidad constituye uno de
los yacimientos arqueológicos más importantes de la provincia. Antiguo centro
de civilizaciones guanches es hoy uno de los parajes más escondidos de Gran
Canaria y uno de los más bellos e interesantes.
MEDIOS DE EXAMEN
Los medios de examen de que me he valido han sido los usados corrientemente
en el reconocimiento de los huesos; esto es, la inspección, palpación, percusión,
transiluminación y estudio radiográfico.
Por la primera he podido obtener datos de importancia, como son la forma,
color, aspecto, estado de sus superficies, sexo a que pertenece, edad aproximada,
deformaciones que presentan, enfermedades sufridas, hábitos y costuml:>
res que tenían, lesiones originadas en sus luchas o accidentes como fracturas,
operaciones llevadas a cabo, procesos de reparación ósea o su falta, para deducir
si sobrevivió al trauma o falleció como consecuencia del mismo. Asimismo si
las intervenciones fueron realizadas en vivo o después de muerto, número de
ellas efectuadas e instrumentos de que se valieron.
Por la palpación he logrado darme cuenta del grosor de las paredes de cráneo
y restantes huesos, de los entrantes y saliimtes, excrecencias, lisuras o asperezas
que presentan en sus caras, tamaño de las lesiones y porosidad de su cubierta
externa. Por percusión las diferencias de sonoridad y tono en relación con el
espesor y dimensiones de las cavidades del cráneo y cara en constante cooperación
con la palpación. De igual manera la transiluminación me ha permitido
conseguir detalles de la lámina interna de los huesos de la cabeza, bien introduciendo
el foco luminoso por el agujero occipital o por los de la trepanación
realizada, así como el grado de grosor o delgadez de la bóveda o base, la existencia
de procesos destructivos, fracturas de aquella, desigualdades de la misma y
huellas e impresiones que sobre ella dejaron en su trayectoria los vasos sanguíneos
que regaban la superficie de los órganos o vísceras contenidas en él.
Ultimamente la radiografía practicada de frente y perfil puede darnos cuenta
de la estructura ósea normal o patológica de los mismos, del estado de los contornos
de los orificios de la trepanación, de su mayor o menor densidad en relación
con el proceso de la reparación, la hiperóstosis, pérdida de sustancia ósea,
defectos de las suturas craneanas, fisuras y fracturas, lesiones de enfermedades
infecciosas o destructivas de los huesos largos y cortos, forma y variaciones
de la silla turca y sus apófisis clinoides, el adelgazamiento de las paredes craneales
a expensas de la lámina interna, el abombamiento de la fosa posterior
y cuantas lesiones son producidas por el desarrollo de los tumores o procesos
degenerativos.
En estos cráneos he encontrado 137 con escarificaciones, 90 con cauterización
sincipital, 23 con cauterización suprainiana, 31 con trepanaciones, 3 con
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trepanaciones póstumas, 34 con fracturas, 92 con exóstosis, 8 con reumatismo
de la articulación témporo-maxilar, 3 con reumatismo de la columna vertebral,
3 con tumores óseos, 10 con deformaciones craneales producidas por la mano
del hombre, 5 por cierre de una sutura, dos y más, o por cierre asimétrico de
una de ellas. De igual manera he registrado 5 fracturas del fémur, una de tibia
y peroné, 3 del húmero, una de clavícula y otra de radio. Asimismo varias anomalías
de ellos y del esternón que serán descritas en su sitio correspondiente.
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CAPITULO TERCERO
Armas de que se valían los canarios prehispánicos
para defenderse entre sí y contra los invasores e
instrumentos que usaron para llevar a cabo sus
intervenciones de tipo médico-quirúrgico
Los primitivos pobladores tuvieron siempre como norma de su vida guerrera
la de ser hombres valerosos y decididos ante el peligro. De aquí nació en
ellos la preocupación de adquirir y conservar su destreza para una vez lanzado
el grito de guerra dar muestras de su valentía reflejada en numerosos actos de
lucha descritos por los cronistas e historiadores de Canarias.
Para llevar a cabo sus combates y para defenderse de sus enemigos hicieron
uso de dos clases de armas según la materia de que estaban compuestas, una
constituida por instrumentos de madera y otra por los de piedra.
Partidarios de desarrollar en los niños sobre todo en las islas menores la
agilidad y la fuerza, se valieron de procedimientos encauzados al desarrollo
del cuerpo por medio de pruebas estudjadas de antemario y en efecto colocados
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a cierta distancia, sin separar los pies del espacio que tenían señalado, se arrojaban
una bolita de arcilla que esquivaban recibir moviendo el cuerpo en todas
direcciones. Familiarizados con estos juegos los sustituían más tarde por piedras
y últimamente por venablos desprovistos de puntas en sus primeros ensayos
y reemplazados después por otros endurecidos en sus extremos.
2 3
7
6
Figura 8
Con estas pruebas adquirían la ligereza, la intrepidez y la prontitud en su
ejecución, a tal punto que caminaban por las piedras mejor que lo hacía las
cabras y saltaban de un risco a otro situado a distancia con una agilidad sorprendente.
Al convertirse en hombres y desafiarse marchaban al lugar elegido, casi
siempre una explanada situada en lugar alto donde colocaban a uno y otro extre-
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mo de la misma una piedra plana lo suficientemente grande para sostenerse en
ella de pie. Dispuestos a la lucha cogían tres guijarros tornados del suelo y otros
tres de bordes afilados con la mano izquierda y el palo llamado rnagado, arnodegue
o arnodagac, de dos a dos y medio metros de largo con la derecha. Comenzada
la pugna se tiraban las piedras que esquivaban con destreza girando el
cuerpo sin mover los pies y descendían sobre la tierra para continuar atacándose
con los referidos rnagados. Llegados a las manos con gran ferocidad se
herían con las tahonas hasta que uno de ellos, vencido, daba la lucha por terminada,
o lo ordenaba el jefe llamado Sambor que asistía de espectador, después
de haber sido ratificada la suspensión por el Faycan.
Entre las armas de madera hicieron uso de la lanza o magado, del bano de
la añepa, del cayado y del garrote. Estas armas servíanles para los combates,
el pastoreo y de insignias de mando.
La primera llamada también en Gran Canaria amodagac y amodegue, en
la Gomera y Hierro tamasaques y verdones, en Fuerteventura y Lanzarote,
tezeres y en La Palma moca, estaba formada por una vara de madera de pino,
de tea, barbuzano, sabina, leña santa y acebuche, de dos a dos y medio metros
de largo, endurecidas al fuego para darles mayor consistencia y terminadas en
puntas afiladas. Aun cuando en las distintas islas se la conocía con nombres
distintos, existían entre ellas relaciones afines toda vez que eran varas o palos
largos.
Figura 9
Otras veces tenían en uno de los extremos una punta de piedra de forma
triangular para hacer más temibles sus efectos, a manera de tahona, con uno
de sus ángulos más agudos que los otros dos. De esta manera en el ataque cuerpo
a cuerpo sucedía algunas veces que se rompía dentro de la carne humana con
la que el efecto era de mayores consecuencias (números 3 y 4 de la figura 9 ).
La segunda, llamada banot en Tenerife, se caracterizaba por tener en su
tercio superior una o dos bolas o agarraderas a manera de abultamientos que
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servían para ser cogidas firmemente por la mano del combatiente y ser lanzadas
a grandes distancias. El banot era la más peculiar de las armas primitivas canarias
y se empleaba como asta de lanza y como arma arrojadiza en los combates
cuerpo a cuerpo (números 1, 2 y 6 de las figuras 8-9).
La tercera o añepa, fina y larga lanza, sin bola, agarradera ni abultamiento,
pero dotada de un rodete o volutas labrados en el extremo superior de forma
esférica, piramidal o triangular estaba también hecha de tea o sabina (números
4 ,5 y 5 de las fig. & 9).
El garrote, más pequeño de tamaño que los anteriores, era un simple bastón
terminado unas veces por un ensanchamiento en forma de porra en uno
o en dos de los extremos y construido con la misma madera que los precedentes.
Este palo llevaba en algunos casos incrustaciones de esta misma sustancia,
pedernal, basalto y en menos veces de obsidiana. Los jefes se servían de los
mejores construidos y esmerados para llevarlos como insignias de mando (número 7
de la fig. 8 ).
El cayado de pastor era un bastón más o menos incurvado, labrado en madera
de leña santa o de pino que tenía como características especiales la de terminar
en uno de sus extremos en horquilla de ramas no aguzadas y en el otro,
en un robusto regatón de asta probablemente de carnero o cabra (número 6
de la fig. 9 ).
También hicieron uso de la espada hecha con madera de pino de bordes
y puntas afiladas como el acero, con las que combatían con ardor y de otras
armas de menor importancia, empleadas más bien como defensas, entre las
cuales citaré las tarjas o broqueles constituidas por rodelas de madera blanda ,
generalmente de drago a las cuales pintaban con colores blanco, rojo y negro
según cual fuera el del guerrero, que ponían a modo de escudo sobre el brazo
izquierdo a fin de tener protegido el pecho.
Entre las armas de piedra hicieron uso de los guijarros o cantos rodados,
hachas, puntas de flecha y cuchillos. Todos estaban fabricados de basalto, traquita
y pedernal por ser rocas muy duras. Algunas lo era de obsidiana, especie
de vidrio natural de color negro procedente de los volcanes, sustancia que estimaban
en mucho porque con excepción de algunas localidades de las islas de
Tenerife y Gran Canaria no se encontraban en las restantes. Así es que la mayoría
de las construidas con basalto y en menor número las hechas de obsidiana
y pedernal, conocidas con el nombre de tahonas, eran las armas de que hacían
uso para sus luchas, intervenciones de tipo quirúrgico y embalsamamientos.
Los guijarros o cantos rodados eran proyectiles peligrosos que originaban,
en algunos de los casos, fractura de la bóveda craneana. De igual manera los
empleaban como percutor o martillo para fabricar herramientas útiles como
los molinos y si alguno de ellos tenía una cara plana con ella trituraban el ocre
para destinarlo después a distintos fines. Estos cantos rodados, de pequeño
tamaño y forma esferoidal, eran lanzados con gran fuerza, desnudos o forrados
en piel de animales atados a una correa o cuerda de diferentes dimensiones.
Las hachas, instrumentos de mayor tamaño y formas variadas, aunque en
todas ellas tenían tendencia a ser afiladas en uno de sus extremos, eran talladas
o modeladas a golpes sin pulimento de sus superficies. Unas terminaban en punta
corta, otras presentaban sus bordes cortantes y las menos con estos en forma de
sierra.
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Los cuchillos, llamados tahonas, estaban formados en esencia por lascas
de piedra casi siempre basaltos y obsidianas y menos veces de sílex o pedernal,
de sección triangular y bordes aguzados, obtenidas por percusión sobre ellas,
ya que por sus estructuras y ligereza se obtenían en cada golpe varios trozos
de astillas. Ello daba lugar a que sus formas fueran poliédricas o en planos múl-tiples,
teniendo sus lados caras cóncavas o convexas, aunque la mayor parte
se desprendían con aspecto de láminas, de doble borde, de los cuales uno afilado
terminaba en punta.
Por regla general las tahonas de obsidiana no respondían a una tipología
y técnica uniforme, dado que si bien la mayoría de las veces las empleaban
para hacer incisiones en las distintas partes del cuerpo humano, otras lo hacían
para cortar pieles y objetos de que tenían necesidad. Sus dimensiones, por consiguiente
variaban hasta hacer con ellas tres grupos; uno, el más corriente,
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constituido por ejemplares que tenían de 3 a 8 centímetros de longitud por
2 a 4 de ancho; otro formado por pequeñas piezas de 2 y 3 centímetros de largo
por 1,50 de ancho y un último por tahonas de gran tamaño casi parecido a las
hachas, muy raras y encontradas en habitaciones rupestres.
Eran muy abundantes en las islas sobre todo como queda dicho en Tenerife
y Gran Canaria, por lo que no llamaba la atención encontrarlas en los concheros
y necrópolis donde eran enterrados junto a los cuerpos, afirmando Viera y Clavijo,
en defensa de este dato, que los habitantes llevaban en el estuche de cuero
que portaban sobre ellos numerosas tahonas para unas veces practicar incisiones
en el brazo y en la cabeza cuando sufrían dolores a fin de chuparse la sangre
1
y otras para cortar la madera o cepillar los objetos fabricados con ella. Y si
es cierto que las puntas de flechas encontradas en los instrumentos de madera
antes descritos, de forma triangular con una de sus caras planas y las dos restantes
talladas mediante golpes secos y pequeños llevados a cabo con el per-
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cutor no eran más que lascas de basalto u obsidiana obtenidas por los procedimientos
corrientes, también lo es que se las ha encontrado de sílex o
pedernal.
Todos estos instrumentos de piedra, de forma y tamaños distintos (ovales,
esféricos y de aristas afiladas) tenían, sin embargo, preferencia, como tengo dicho,
por la triangular. Sueltas la mayoría de las veces con sus bordes más o menos
convexos y cortantes, tenían en otras su base apoyada sobre un vástago de
madera y su vértice muy agudo y eran movidas a modo de sierra, dado que el
movimiento circular o de rotación las desmoronaba por destrucción de sus partículas.
Además de estos instrumentos de madera y piedra hicieron uso de punzones
fabricados con los metatarsianos y metacarpianos de las extremidades de las
cabras y ovejas y menos veces de las de cerdo. las afilaban por uno de sus extremos
para convertirlos en puntas aguzadas, sirviendo el resto del hueso de mango
para manejarlos con comodidad. También los construían de madera, dándoles
tamaño y espesor variables. Con ellos pinchaban y cosían la piel de los operados.
Hicieron también uso de las espinas de pescado para emplearlas como agujas
perforando los tejidos blandos a fin de pasar los hilos que sacaban de los
nervios de las cabras o de sus tripas, dentro del reino animal o de las fibras de
junco o de palma dentro del reino vegetal. Igualmente se valieron de la espátula
obtenida de un hueso ancho, probablemente de la pata de cerdo escindida
en sentido longitudinal, con el extremo inferior romo y pulido y el superior
romo y perforado en su centro para hacer el dobladillo.
Todo cuanto antecede parece indicar que la industria lítica de los primeros
pobladores tenía relación con la cultura oraniense o íbero-mauritánica que se
desarrollaba en la costa de Africa, al tiempo que florecía el capsiense superior.
Es decir, hicieron su aparición lentamente en el norte de aquella parte del mundo
los elementos característicos del neolítico, que originaron una profunda transformación
en el cultivo de los conocimientos humanos desde Libia hasta el
Atlántico.
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Los hombres de estas islas en posesión de una cultura formada de agricultores
y ganaderos habitaron en covachas y abrigos rupestres organizando poblados
unas veces en cuevas naturales y otras artificiales. En Gran Canaria, por
el contrario, construyeron casas de plantas cuadrangulares, oblongas y cruciformes
en las que se encontraron ídolos, cerámica, molinos de mano, pinta~eras,
tejidos vegetales y una industria lítica de lascas talladas, algunas pulimentadas
y trozos de huesos con fines utilitarios, aunque todos ellos fabricados de una
manera tosca. En cambio en los yacimientos costeros aparecieron picos de piedra
bastos y mi utillaje de hueso y lascas de basalto y obsidiana.
Todos estos elementos procedentes del Neo1ítico I Norteafricano unos y
otros de orígenes inciertos hablan en favor de que el hombre apareció en Canarias
en este período, aunque después recibió a lo largo de su desarrollo elementos
culturales del mediterráneo. De ahí que el análisis de los restos óseos encontrados
en las necrópolis que voy a emprender tenga suma importancia para
aclarar el oscuro pasado de las Canarias prehispánicas, máxime sabiendo que
el guanche procedió de la base étnica que creó la cultura oraniense y fue el continuador
de la raza de Mechta El Arbi durante la etapa neolítica evidentemente
posterior al Neolítico I de tradición capsiense.
A este propósito conviene recordar que desde Túnez hasta el Atlántico la
presencia del neolítico se manifestó originando dos provincias: una de tradición
capsiense llamada por Balout Neolítico I, caracterizada por tener sus campamentos
al aire libre o en simples y abiertos abrigos rocosos, una variada
cerámica, huevos de avestruz, huesos, punzones, agujas, perforadores alisadores,
piedras perforadas para plantar y hachas pulimentadas, cuentas de collar de
huevos de avestruz y otros elementos. Tal vez lo más típico y perfecto de esta
provincia sea el conjunto de puntas de flecha de talla bifacial que llegan a alcanzar
una gran perfección.
Por otra parte la segunda provincia o Neolítico II de tradición oraniense
se caracteriza por no hallarse en ella las ricas variedades de industrias del sílex,
pudiendo faltar incluso las puntas de flecha de aquella talla. Sólo ofrece de común
con el Neolítico I la presencia de microlitos, trapecios, medias lunas y las aportaciones
saharienses como las hachas pulimentadas y los pondus discoidales de
cerámica.
Se puede decir, pues, que los instrumentos y armas pertenecientes a los
canarios prehispánicos corresponden al Neolítico I, sin que ello quiera decir
que se dejaran influir por la cultura mediterránea.
Para completar este capítulo réstame hablar de los procedimientos que llevaron
a cabo para hacer más tolerable el dolor, combatir la hemorragia y aplicar
la antisepsia, pero antes he de poner de manifiesto las ideas que tenían los
primitivos sobre la enfermedad.
En Canarias el aborigen creyó siempre que la enfermedad no provenía de
cosas naturales, sino sobrenaturales y por lo tanto eran obra de espíritus enemigos,
demonios y brujerías. Pensó además que para prevenirlas o curarlas
tenía que ponerse en condiciones de igualdad con el contrario contra esas fuerzas
naturales por medio de encantamientos o brujerías.
Hay que establecer una marcada diferencia entre los esfuerzos inútiles del
hechicero de Cro-Magnon y los éxitos que obtiene el médico moderno para cor-
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tar y sanarlas, pues si por un lado el primero intentó tratarlas, valiéndose de
espíritus y esfuerzos, el segundo se ocupó y ocupa de desentrañar los fenómenos
de la naturaleza haciendo uso de los descubrimientos científicos que su inteli·
gencia le ha proporcionado; es decir, que si uno peleó en una batalla ilusoria,
el otro ataca al enemigo en su propio campo. Por estas razones el hechicero
de Cro-Magnon como el de todos los pueblos primitivos, tuvo los mismos conocimientos
acerca de las enfermedades y se procuró los mismos medios para
combatirlas. Investido de autoridad dentro de los suyos y cubierto con su atavío
de ceremonia fue el primero que nos legó el más importante principio de la medicina;
esto es el de que tiene que haber en todas las partes del mundo hombres
cuyo deber consiste en dedicarse al cuidado del enfermo y del inválido haciendo
todos los esfuerzos posibles para salvar a sus semejantes de los males corporales.
Este hombre de Cro-Magnon, a diferencia de los salvajes que le precedieron,
no abandonó jamás a sus muertos ni dejó de enterrarlos con ornamentos y armas.
No extraña, pues, que cuando estas islas fueron invadidas por los hombres de
los tipos cromañoide y eurafricánido se encontraran hechiceros que al igual
que los del continente africano, separado como se sabe por miles de kilómetros
y por lenguas y razas diferentes, creyesen que los males físicos y morales del
hombre eran obra de los espíritus, duendes y espectros y que sólo podían curarse
por medio de la magia o de la brujería.
Hay que pensar, en conclusión, que el origen de las enfermedades tuvo lugar
en un centro común que fue llevado a lugares tan remotos por inmigraciones
prehistóricas o propagadas por viajeros, en aquellos tiempos en los que los continentes
y las tribus estaban perfectamente unidos. De ahí que cuando el hombre
de Cro-Magnon llegó a Africa del Norte trajo consigo sus creencias al igual que
hicieron los indios americanos, los esquimales y los africanos al arribar a las
tierras donde vivieron hace cientos de años después de haber sido separados
por grandes extensiones de mar.
De ahí también que nuestros primeros pobladores no dudaran en convencerse
de que las condiciones en que se desenvolvía la vida humana iban unidas a un
ser que en unos pueblos se llamaba Dios y en otros héroe, hechicero, sacerdote
o profeta, dotados a su vez de poderes mágicos con los que castigaba a los malos
y premiaba a los buenos. De ellos destacaba como el más tangible el que originaba
enfermedades y dolencias, ya que tenían los antiguos canarios la creencia
de que éstas estaban asentadas en alguna parte del organismo. En consecuencia,
la enfermedad era considerada por nuestros ascendientes como un espíritu
maligno y como su obra, por cuya razón se elegía para tratarlo a la persona
que gozaba del mayor influjo y autoridad capaz de atormentarlo o atemorizarlo.
Pero ello no bastó para lograr la curación de sus males, por lo que surgieron
las aplicaciones de los productos procedentes de los tres reinos de la naturaleza
y los procedimientos empleados en las intervenciones médico-quirúrgicas (trepanaciones,
amputaciones, correcciones de defectos orgánicos) como métodos
para lograr su curación. De ahí que la magia o la mística como concepto etiológico
no pueda oponerse a la realización de estos actos cruentos llevados a cabo
con técnica e instrumental adecuado cuyas huellas materiales han quedado
grabadas en los diferentes huesos del cuerpo humano.
Magia, taumaturgia ideas místicas como significación de lo sobrenatural
persisten hoy en las oraciones, reliquias, medallás e imágenes que se ponen a
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los pacientes antes y durante el acto operatorio. Ello no es óbice ni se opone
a las prácticas médicas y quirúrgicas puestas en uso bajo un punto de vista
científico a través de los siglos, ya que desde los primitivos tiempos se viene
haciendo a su manera uso de la anestesia, hemostasia y antisepsia como actos
necesarios para el mejor éxito de la intervención.
Anestesia.-Siendo lógico pensar que se realizaran en los pueblos primitivos
operaciones sencillas como abertura de abscesos, extracciones dentarias y de cuerpos
extraños situados superficialmente, lo es asimismo el que se hicieran intervenciones
de mayor envergadura, dado que todas ellas iban acompañadas de
dolor, síntoma para el que no se contaba con un remedio concreto. Y sin embargo
es evidente que en varios cráneos de los primitivos habitantes se han encontrado
lesiones y huellas de intervenciones que llegaron al tejido óseo, lo cual hace
medir o pensar que para soportar el sufrimiento que trae consigo la incisión
de partes blandas y el periostio, tuvieron que valerse de algún remedio rudimentario
para conseguir atenuarlo, ya que no suprimirlo. Bien es verdad que
los aborígenes fueron hombres fuertes y valerosos ante el sufrimiento, bien es
verdad que en continuo trato con la naturaleza, dado su modo de vivir fueron
perdiendo la sensibilidad exquisita de que eran dueños desde su nacimiento
y por lo tanto se adaptaron a resistir las dolorosas intervenciones cuando les
llegaba el momento de ser tratados.
Hay que deducir de lo expuesto que hicieron uso de los anestésicos para
mitigar el dolor, valiéndose de los remedios que les brindaba la naturaleza especialmente
cierta clase de plantas, bien en forma de infusiones de sus hojas aplicadas
directamente sobre el sitio elegido por el dolor o fijado para la intervención
a temperaturas elevadas en el primer caso, y en frío en el segundo, o bien
ingeridas en forma de bebida como el jugo extraído de las cabezas de las amapolas
lhmadas en Canarias majapola, del beleño (hyosciamus niger) y del estramonio
(datura stramonium) conocida con el nombre de «buenas noches» para
producir sueño. Otras veces las aplicaban en forma de emplasto constituido
por adormidera y beleño, sobre el sitio de la intervención durante cierto tiempo
y otras recurrían a la intervención con presión con la mano o con algún objeto
adecuado, ya que la sección del nervio no ha podido ser demostrada.
Hemostasia.-Esta fue otro de los problemas con que tuvieron que enfrentarse
los aborígenes, pues la serie de traumatismos a que estaban sometidos,
las luchas cuerpo a cuerpo, las caídas desde grandes alturas, las heridas producidas
por objetos contundentes, tenían que producir pérdidas de sangre que
obligaban a los que tenían que asistirlos a buscar medios para cohibirlas. Y
si bien es lógico pensar que recurrieran de primera intención a la compresión
del vaso o vasos cortados por los dedos de las manos del cirujano o de sus
ayudantes o con algún apósito de calabaza, hicieron uso de líquidos coagulantes
o de sustancias hemostáticas. Entre éstas se encontraban el polvo de
jugo del cardón obtenido por desecación y aplicado en las heridas producidas
por los malos sangradores cuando efectuaban la sangría, el jugo de la resina
del drago obtenido por sudoración del tronco herido en los días caniculares
mezclados con polvos inertes, y el zumo del ortigón bebido estíptico en las hemorragias
internas.
Antisepsia.-Sabiendo que los habitantes de un lugar adquieren especial
inmunidad contra los agentes morbígenos y de otra naturaleza, no hay duda
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de que los primitivos pobladores poseían la suya como consecuencia del contacto
con los demás elementos de la naturaleza. Ello explica la escasa mortalidad
obtenida en las intervenciones quirúrgicas efectuadas antes de la incorporación
de las islas a la Corona de Castilla.
En nuestros casos esta cifra alcanzó escasa proporción, lo cual habla en favor
de que además de la resistencia natural por sus medios defensivos contra la
infección hicieron uso de otros agent es. Citaré entre estos la leñabuena (ileoangustifolia
canariensis), cuyas hojas en infusión fueron usadas para el lavado de las
heridas y ulceraciones y la maljurada (mypericum canariensis) en la misma forma.
Si las heridas estaban supuradas, las cauterizaban con tahonas calientes o
con el polvo del jugo extraído de los t allos del cardón que colocaban fuera de
las mismas o de los huesos afectos de caries. Igual uso hacían del jugo o resina
que exudaba el tallo y las hojas del drago obtenido de la misma manera. Si
por el contrario las heridas estaban asépticas las trataban con musgo, hojas
secas, cenizas o bálsamos naturales, pues tenían la creencia de que la sequedad
les daba la salud y la humedad contribuía a sostener y prolongar la enfermedad.
A pesar de ello, las heridas producidas por lanzas o flechas daban una mortalidad
elevada.
Usaron también para lavarlas agua y sal y otras veces las untaban con una
pasta hecha a base de manteca de cabras, hierbas aromáticas, corcho de pino,
resina de tea, polvo de brezo, de piedra pómez y otros absorbentes y secantes.
No faltaron también los cocimientos de hojas de granado mezclado con otras
hierbas y flores, cocimientos de corteza de pino o una mezcla de grasa, salvia
(salvia canariensis) y lavanda.
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Entre los apósitos hicieron uso de vendas hechas con trozos de junco con
las que vendaban las heridas, hacían compresión en el cráneo a manera de torniquete
para evitar la hemorragia, deformar la cabeza de algunos niños o cuando
trataban de reducir las fracturas de las extremidades. Trenzaban con él cuerdas
de dos o tres centímetros de grueso que empleaban algunas veces para sujetar
el cadáver a la parihuela que lo conducía a la cueva sepulcral.
Con estos distintos medios procedieron a practicar las diferentes operaciones
que detallo a continuación, referidas todas al estudio de la paleopatología ósea,
en cuanto tiene relación con la prehistoria de la medicina canaria. Advierto
que no he de referirme, por consiguiente, a las enfermedades que evolucionaron
sin dejar huellas en el esqueleto, ni a la terapéutica usada para curarlas. De
tod~s ellas hay constancia en mi obra «Historia de la Medicina en Gran Canana
».
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CAPITULO CUARTO
Escarificaciones
Es sin duda la intervención manual que con más frecuencia realizaron los
canarios prehispánicos, toda vez que llegó a alcanzar el 11 % en los cráneos
que se guardan en El Museo Canario. Puede considerarse como la más leve y
exenta de complicaciones dada la sencillez de la misma y la facilidad con que
la efectuaban, pues ella se reducía a practicar incisiones en las partes blandas
y superficie de los huesos para facilitar la salida de ciertos líquidos o humores
o para aliviar cierta clase de dolencias.
La intervención consistía, pues, como acabo de decir, en incindir o cortar
con los instrumentos afilados que ellos poseían, la piel y tejidos subcutáneos
hasta llegar al periostio del hueso donde trazaban una línea de longitud variable
que oscilaba entre uno y siete centímetros, aunque con formas muy parecidas.
Esta línea trazada sobre dicha membrana y lámina externa no llegaba nunca
a lesionar el diploe, el que sólo en algunos casos lo fue superficialmente por
desconocimiento del que lo ejecutaba o por la distinta fuerza con que ella era
llevada a cabo.
Los huesos sobre los que actuaban fueron en orden de frecuencia el frontal,
los parietales y el occipital. Elegido preferentemente el primero trazaban con
las piedras afiladas, trozos de pedernal de bordes afilados y en menos veces
con pedazos de huesos, conchas de crustáceos y dientes de animales acuáticos,
una o varias líneas dirigidas de arriba abajo y de atrás adelante con distintos
grados de inclinación y tamaño. Es curioso observar que muchas de ellas lo
hacían en parejas casi paralelas y en otras con bifurcaciones a partir de la línea
principal en número de tres, cuatro, cinco y seis formando ángulos casi siempre
con uno de sus lados, siendo de anotarse el hecho de que en muchos de ellos
se aprecian los dos agujeros que limitan la línea de acuerdo con el tamaño que
se proponían darle. También hay que anotar que si bien la mayoría de los cráneos
las presentaban en los dos lados del frontal, también los hay en que sólo
los tienen en uno o en el otro. Por el contrario, las practicadas en los parietales
son de menor tamaño, ya que alcanzan dos o tres centímetros de largo y son
trazadas en sentido transversal al igual que las verificadas en el occipital. También
interesa decir que en un cierto número de casos las escarificaciones de un
hueso van acompañadas de las hechas en otros, que algunas veces parten del
agujero supraorbitario derecho en mayor número que del izquierdo y que si
bien las dimensiones, como acabo de decir, son diferentes, igual condición se
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Cráneo 663 (20 altos, niños). Guayadeque J
tipo 2,75. Wormianos del temporal. Escarificaciones
en ambos lados del frontal; las
de la derecha en forma de líneas paralelas
en número de tres que salen de la vertical
trazada partiendo del agujero supraorbita-
Cráneo 494 (17 altos) . Guayadeque J tipo
2,80. Depresión del maxilar superior derecho
y caries de los superiores; asperezas y
porosidades. Escarificaciones frontales, dos
en cada lado; las de la derecha presentan
como características ser la más externa de
cuatro centímetros de largo y más pronunciada
y visible. En cambio las de la izquierda
parecen salir de un agujero situado
por encima del supraorbitario.
50
rio. Incindido el periostio y la lámina externa
de siete centímetros de longitud y las de
la izquierda en número de dos verticales
y paralelas de las cuales nacen dos en dirección
vertical hacia arriba y del mismo
tamaño.
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sostiene con la profundidad con que fueron hechas. Todas ellas cicatrizaron y
muest ran la consiguiente reacción de los bordes limitantes.
Cráneo 290 (17 altos) . Guayadeque J. tipo 2.
Depresión de los maxilares superiores. Cauterización
en el frontal izquierdo con asperezas
y porosidades; exóstosis en el occipital
y prognático. Escarificaciones en el
frontal. En lado izquierdo del mismo, presenta
cauterización de tres por tres centímetros
con una exóstosis pequeña del
t amaño de un grano de mijo, sin bordes
limitados, otra mayor fuera de ella en su
parte superior y otra en lado derecho del
occipit al. Cauterización suprainiana con ru-gosidad
encima del inión.
Cráneo 380 (12 bajos). Guayadeque <¡>,
tipo 2,81. Marcado prognatismo. Escarificaciones
en ambos lados del frontal y
paralelas, de las cuales cuatro están situadas
en el lado derecho y tres en el izquierdo
pero de distintos tamaños, pues la mayor
del lado derecho alcanza cinco centímetros
y tres las del izquierdo. De las primeras
la externa es más profunda que las restantes
y su comienzo parte de un agujero
hecho con el instrumento sobre la región
superciliar derecha hasta llegar al diploe.
La variedad de líneas de escarificación por lo que se refiere a su número,
tamaño, dirección, profundidad y forma es tal que sólo apreciándola en conjunto
puede darse cuenta de que ellas obedecían a un plan terapéutico sin sujeción
a una técnica determinada. Y así deducimos que fueron llevadas a cabo para
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©Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca Universitaria, 2021
aliviar o curar los dolores de cabeza, o convulsiones debidas a los humores o
al exceso de humedad del encéfalo y a las congestiones de los obsesionados;
es decir, en todos aquellos males en que era necesario dar salida a los espíritus
malignos causantes de las mismas. No fueron usadas como prácticas religiosas,
ya que se las ha encontrado asociadas a trepanaciones y cauterizaciones, lo que
hace pensar que en los casos en que esta pequeña intervención no dio resultado,
recurrieron a operaciones de mayor envergadura.
Cráneo 283 (19 altos). Guayadeque ¿, sin
tipo, 77. Depresión de los maxilares superiores;
porosidades. Trepanación en parietal
derecho de dos milímetros de espesor, alargada
y poco profunda una extensión de dos
y medio centímetros de largo por medio de
ancho, rugosa, con perforación de un centímetro
siendo incompleta. Escarificaciones
en los dos lados del frontal de dos centí-metros
de largo.
En confirmación de lo dicho hay que añadir que Abreu Galindo en su «Historia
de las siete islas de Canarias» escribe que las usaban para aliviar estos
males. Sudhoff de Leipzig refiere un pasaje de Celso en el que se habla de una
operación compuesta de incisiones practicadas en la sutura sagital y región
frontal con las cuales cortaban la piel de la cabeza hasta llegar a la superficie
ósea para tratar el catarro crónico de los ojos. De igual manera se expresan
Lehman Nitsche al referirse al testimonio de Fray Juan Abreu Galindo, y Chil
y Naranjo en su obra «Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las
islas Canarias».
Ahora bien, es muy posible que ante la presencia de estas escarificaciones
se piense que ellas hayan sido debidas a la acción de los agentes químicos y
cósmicos, a la de las raíces de los vegetales, a la de las bacterias y a la de los
animales carniceros (hienas, perros) roedores e insectos. De todas ellas he de
referirme especialmente a la que ejercen las raíces vegetales toda vez que las
huellas que dejan sobre la superficie del hueso son lineales, contorneadas y
entrecruzadas, largas y profundas debidas a la propiedad que tienen de disol-
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ver y absorber el carbonato de calcio que entra en su composición. De igual
manera las que dejan con sus dientes los animales carniceros y roedores al tratar
de lamerlos y destrozarlos, las que producen las bacterias y microbios con
sus fermentos y las que originan los insectos coleópteros o trabajadores de la
muerte con su aparato bucal.
Cráneo 36 (38 altos). Guayadeque e!. 76.
Caries en el maxilar superior derecho. Escarificaciones
en ambos lados del frontal de
dos centímetros de longitud cubiertas por
la piel que aparece rota en el sitio de la
incisión, lo que permite apreciar su espesor.
Este hecho basta para afirmar que fueron
hechas en vivo como lo prueba además el
haber encontrado un pequeño coágulo de
sangre en el sitio de la escarificación.
Cráneo 609 (18 altos). Guayadeque e!. tipo
2, 70. Depresión del maxilar superior derecho.
Pequeñas depresiones, asperezas y porosidades.
Escarificaciones en ambos lados
del frontal de uno y medio centímetro de
largo, exóstosis en occipital. Cauterización
sincipital con lineas de sutura alargadas.
Múltiples rayas, de diferentes dimensiones
en parietales y occipital, pequeñas y superficiales
resultantes del rozamiento de las
partículas de la tierra al ser movidos o
arrastrados de un sitio a otro. No se observa
en ellas las lineas de reacción periférica
que se manifiestan cuando fueron realizadas
en vida.
Con respecto a estas objeciones hay que tener en cuenta el hecho de que
las escarificaciones están localizadas en los mismos sitios del frontal, donde
suele producirse con más frecuencia el dolor de cabeza, que el lugar donde ente-
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rraban a sus muertos estaba constituido por lava porosa (malpais) o por bóvedas
de piedras volcánicas donde permanecían mezclados con arenas y tobas,
que las momias estaban colocadas de pie a expensas de palos ahorquillados o
tendidas sobre tablones de tea; es decir, en sitios donde no podían vivir plantas
como ha sido confirmado por los distintos exploradores y que en los distintos
cráneos estudiados en El Museo Canario he observado dos cubiertos por piel
donde se ven debajo de ellas las escarificaciones, lo cual prueba que fueron
practicadas en vivo como lo demuestra además el hecho de haber encontrado,
según acabo de decir, un pequeño coágulo de sangre en el mismo sitio donde
aquella fue llevada a cabo. De la misma manera no deben de ser confundidas
ellas con las erosiones producidas sobre los cráneos por el roce de la tierra donde
estaban enterrados.
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CAPITULO QUINTO
Cauterizaciones
Cauterizar, según el diccionario de la lengua española, es curar con el cauterio
y con este nombre se conoce todo objeto que sirve para atajar o corregir algún
mal, valiéndose de medios que son útiles para convertir los tejidos en una escara,
bien sea heGha con una fuerza metálica o de piedra aplicadas candentemente o
mediante algún cuerpo que actúa en virtud o efecto de sus propiedades químicas.
En bastantes cráneos de la colección de El Museo he encontrado lesiones
de límites precisos y formas ovaladas, losángicas, redondas o circulares y en
menos veces, irregulares. Sus diámetros varían en cada una de ellas, alcanzando
tres o cuatro centímetros en sentido antera-posterior y medio a dos y medio
en el transversal. El grado de profundidad también oscila pudiendo decir que
en las más sencillas la lesión queda reducida a una erosión de la lámina externa
y en las restantes al diploe y lámina interna que quedan al descubierto sin llegar
a perforarse, casos en los cuales queda convertida la cauterización en trepanación.
De suceder este accidente hay que achacarlo a falta de previsión del
ejecutante o al mismo proceso que aconsejó la cauterización.
Otro carácter que distingue a esta pequeña intervención es la de presentar,
una vez cicatrizada, la superficie rugosa con relieves y surcos más o menos salientes
rodeada lo más frecuentemente de un reborde óseo en forma de rodete también
irregular que circunscribe parte o toda la lesión. Este aspecto ondulado
de la superficie ha sido descrita como específica de esta clase de lesiones.
Respecto al hueso de la bóveda donde fueron practicadas, hay que señalar
en orden de frecuencia, el frontal, parietales, occipital y las suturas coronal,
sagital y lambdoidea. Así lo demuestra el hecho de que en los 96 casos de
cauterizaciones 48 las tenían situadas en el frontal cerca del bregma o en sitios
parabregm áticos, de los cuales 12 presentaban dos en la línea media, tres con
éstos en el lado izquierdo, tres con uno en cada lado y tres con otro situado en
la sutura coronal derecha. Los restantes, hasta treinta y seis, poseían veintiuno
con uno en el frontal, doce en el parietal derecho, seis en el izquierdo y tres en
el occipital. Con excepción de doce ejemplares que pertenecen al sexo femenino,
los restantes lo son al masculino.
Para efectuar la cauterización se valían de instrumentos de piedra (basalto,
sílex o pedernal y obsidiana) calentados al fuego. Con ellos incindían las partes
blandas y el periostio, raspaban las láminas externa y el diploe de fuera adentro
y con pequeños cortes oblicuos en el mismo sentido llegaban a darle la forma y
profundidad convenientes. Una vez terminada la intervención quedaba el fondo
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rugoso como consecuencia de aquéllos o de la aplicación de raíces de junco empapadas
en manteca de cerdo caliente para hacer más señalado su efecto.
Cráneo 78 (17 altos). Guayadeque J . sin
tipo, 79. Depresión en el maxilar superior
izquierdo; porosidades y asperezas en los
parietales, doble escama del temporal. Cavidad
glenoidea del temporal dividida en dos
mitades. En occipital presenta cauteriza-ción
rugosa de uno por uno centímetros de
forma circular, con diploe al descubierto y
puntiforme. A su derecha y arriba, cerca del
lambda, se aprecia otra más pequeña de
igual forma.
Cráneo 582 (37 altos). Guayadeque J, tipo
guanche, 72. Caries del maxilar superior
derecho, porosidades. En la parte izquierda
del frontal cauterización de forma oval de
dos por uno y medio centímetros de tamaño,
con rugosidades, poco profunda y de bordes
prominentes sobre la superficie del hueso.
Corrientemente practicaban una cauterización en uno de los huesos del
cráneo ya nombrado como hemos visto, pero otras veces lo hacían en dos sitios
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distintos del mismo, en diferentes huesos del cráneo o en algunas de las suturas
antes mencionadas. Tengo que añadir además que en algunos cráneos estaban
asociadas con escarificaciones, cauterizaciones sincipital y suprainiana y con
trepanaciones de tipo circular u oval.
Cráneo 415 (21 altos) . Gran Canaria (sin
localización). Atrofia de los alveolares superiores.
Doble escama del temporal derecho.
Mestizo con caracteres predominantes guanches
en él. Cauterización sincipital de ocho
centímetros de largo por dos de ancho, con
suturas casi desaparecidas y con agujero
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parietal derecho visible. En región supraorbitaria
izquierda cauterización de tres
cuartos de centímetro de tamaño, con el
diploe al descubierto. En la fotografía del
mismo cráneo situada encima presenta en el
parietal derecho cerca de la coronal del mismo
lado otra cauterización del mismo tamaño.
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Las cauterizaciones han sido confundidas bajo el punto de vista diagnóstico
con las osteítis, osteomielitis, sífilis, tuberculosis y reacciones por abrasión
del periostio.
Cráneo 751. Guayadeque (17 altos), ($, sin
tipo, 79. Depresiones en los maxilares superiores,
muy prognato. Sutura metópica.
Cauterización en porción posterior del parietal
derecho cerca del lambda; porosa,
con aparición del diploe, de forma oval y
de uno y medio por uno de tamaño.
En las osteomielitis, comprendidas las osteítis y periostitis, puede existir
una necrosis extensa con supuración continua que acompaña al lento proceso
Cráneo 272 (36 altos). Guayadeque <¡?, variedad
tipo guanche. Caries en los maxilares
superiores. Cauterización de forma oval, de
uno y medio por uno en parietal derecho,
áspera y poco hundida. Cauterización sincipital.
destructivo del hueso y la pesada reparación de estas heridas. En esta reparación
hay poca tendencia a la inclusión de la lámina del hueso necrosado a causa del
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escaso poder osteogénico del periostio y de la supuración procedente del tejido
de granulación que puede prolongarse durante muchos años, antes de que se
Cráneo 297 (17 altos). Guayadeque J, sin
tipo, 68. Caries con hundimiento en maxilares
superiores; asperezas y porosidades en
parietales y occipital. Presenta en parte
izquierda del frontal, cerca de la coronal
izquierda cauterización de tres y medio centímetros
por tres de forma oval, con bordes
irregulares y fondo constituido por diploe,
rugoso y desigual que le dan aspecto es-trellado.
acabe de desprender el secuestro. Consecutivas a una herida infectada del cuero
cabelludo, habitualmente sin fractura, pero acompañada de lesiones ºperiósticas,
es muy grave en casos agudos y puede revestir formas crónicas de evolución
Cráneo 250 (17 altos). Tirajana J. sin tipo,
79. Asperezas y porosidades en la bóveda.
Cauterización circular del tamaño de un
centímetro, rugosa en el fondo con aparición
del diploe.
lenta, en cuyos casos existen remanentes importantes, después de la eliminación
de un secuestro, que dan lugar a la perforación. Esta evolución explica la irre-
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Cráneo 287 (17 bajos). Temisa. Agüimes e!.
sin tipo, 73. Hundimiento del maxilar
superior derecho. Asperezas en pómulos,
frontal y parietales ¿Plagiocéfalo? En lado
izquierdo del frontal cerca de la linea media
y del bregma, cauterización de dos y medio
centímetros de largo por uno y medio de
ancho, irregular de forma y con aparición
del diploe en su fondo que es rugoso.
Cráneo 506 (17 bajos). Guayadeque f!, sin
tipo, 72. Asperezas y porosidades en los
parietales y occipital, prognato. Cauterización
en Ja parte izquierda del frontal de
forma circular y tamaño de uno y medio
por uno y medio; rugoso en el fondo con
aparición del diploe.
gularidad de algunas de éstas, la existencia de zonas anormales en su vecindad,
y la anormalidad en los límites de las suturas craneanas que hicieron cambiar
su topografía a los hipotéticos cirujanos prehistóricos.
La frecuencia de estas heridas contusas aumentó mucho con el uso de armas
contundentes, como fueron las conocidas en las estaciones neolíticas, con el
nombre de hachas de piedra.
La tuberculosis se presenta, casi sin excepción, en los niños, generalmente
en forma de lesión circunscrita de la bóveda, mas rara vez en focos múltiples.
La enfermedad suele tener su origen en el diploe y desde allí el de supuración
se extiende muy deprisa por las paredes del cráneo, tanto por la superficie externa
como por la interna, conduciendo fácilmente al absceso perforante descrito por
Virchow. El hueso temporal es el asiento más frecuente de la osteítis tuberculosa.
En la abrasión del periostio su raspado origina una reacción vascular del
hueso que puede confundirse con la cauterización, pero en la abrasión se observa
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Cráneo 281 (17 bajos}. Guayadeque e!. sin
tipo, 73. Cauterización en sutura coronal
derecha, de forma oval, de dos centímetros
Cráneo 911 (17 bajos). Guayadeque ¿, sin
tipo, 72. Depresión del maxilar superior
izquierdo; asperezas en parietales. Dos cauterizaciones
en el frontal, una en su lado
izquierdo cerca de la línea media y otra
del mismo tamaño en el derecho cerca de
la coronal del mismo lado, rugosa y con
bordes marcados.
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de largo por uno de ancho. Profunda y con
lesión del diploe. Asperezas y porosidades
en frontal, parietales y occipital. Prognato.
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una estructura diferente y dos zonas concéntricas bien distintas; una periférica
de hipervascularización, en la que se ven los orificios vasculares del hueso,
dilatados y aumentados, y otra exterior en la que se ve el secuestro con el hueso
marfilínico.
Respecto a la sífilis, en el capítulo a ella consagrado, quedará establecido
el diagnóstico diferencial. ·
Por lo expuesto puede deducirse que, con la excepción de las cauterizaciones
en T sincipital y suprainiana de las que hablaré a continuación, las restantes
no pueden confundirse con otros procesos patológicos y paleopatológicos que
presentan lesiones óseas peculiares caracterizadas por sus contornos circulares,
ovalados o irregulares de diferentes dimensiones y profundidades, como sucede
con las trepanaciones infectadas o en vías de cicatrización.
Cráneo 370 (18 bajos) . Guayadeque ~. sin
tipo, 78. Presenta en mitad izquierda del
cráneo proceso osteomielitico que abarca la
región parietal de dicho lado hasta el lambda
comprendiendo la porción escamosa del
temporal y la del conducto auditivo externo.
Existen dos porciones perforadas de dos
centímetros de largo por uno de ancho, una
en la porción escamosa y otra en el occipital,
por detrás de la mastoides, ambas de
forma oval y circular. Este proceso ha destruido
el arco zigomático del mismo lado.
Las cauterizaciones fueron hechas en la infancia y juventud porque los adultos
muestran las lesiones cicatrizadas, y porque acaba de verse, fueron acompañadas
de otras intervenciones como escarificaciones y trepanaciones lo que
hace suponer que algunos necesitaron estas operaciones o que fueron ellas practicadas
cuando aquéllos no obtuvieron éxito. De ahí que la cauterización fuera aconsejada
para curar algunas enfermedades del cerebro, melancolía, dolores de cabeza
producidos por la humedad y el frío, neurastenia debida a la creencia de tener
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piedras dentro de ella, sinusitis, epilepsia y otras clases de convulsiones. Y como
causa de su frecuencia en el frontal cerca de la fontanela, la existencia en esta
de la molleja como sitio donde radica la inteligencia. Fue pues considerada como
intervención más benigna que la trepanación y traída con los elementos culturales
de las civilizaciones europea y africana. Es intervención de carácter
claramente neolítico y tuvo su origen en la época en que tal fenómeno se perfila
en el Viejo Mundo. Y a he dicho que los estudios hechos por varios investigadores
(Cioranescu, Torriani, Schwidenzky, Serra, Pericot, Alvarez Delgado y otros)
hacen suponer que los canarios prehispánicos debieron conocer un tipo de navegación
suficiente para haber permitido el paso de la población de estas islas
desde el Africa próxima y sus comunicaciones entre sí. De ahí que tenga que
añadir que en época prehistórica al menos en el segundo milenio antes de Cristo,
tanto la navegación como la pesca fueron practicadas en aguas de Canarias
v en la costa del inmediato continente africano. Cabe suponer, por lo tanto,
que si los habitantes de Canarias y Occidente de Africa no eran navegantes de
altura, si lo eran con fines pesqueros entre las islas y el continente, siendo precisamente
estos pescadores los que pudieron ser empujados por vientos y corrientes
marítimas que en esa región conducen al continente americano.
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CAPITULO SEXTO
Cauterizaciones en T sincipital
y supra1• n1• ana
Acabo de decir que las cauterizaciones pueden efectuarse en cualquiera de
los huesos del cráneo menos en el temporal, con formas y tamaños distintos.
En relación con ellas y entre sus variantes hay que señalar la existencia de otras
dos que tienen como características su localización sui generis y una forma también
peculiar; es decir, las llamadas cauterización sincipital y suprainiana.
En efecto si trepanar es según el diccionario de la lengua española horadar
el cráneo con el trépano y horadar es a su vez atravesarle de parte a parte, no
hay duda de que al darle por algunos el nombre de trepanación a esta intervención,
no se le hace en sus justos términos, pues en ella el cráneo no llega a ser
perforado salvo en los casos en que se haga intencionadamente. De ahí que la
denominación de cauterización es la justa, ya que al llevarla a cabo nos valemos
de un cauterio cualquiera sea su clase, con el que tratamos de destruir los tejidos
blandos y el óseo, a fin de poner éste al descubierto y darle un aspecto liso
o rugoso como resultado de la acción del cáustico. De esta manera la reacción
inflamatoria que acusa el hueso varía en cada caso según la intensidad de su
acción, por lo que hay que deducir en conclusión, que se trata de cauterización
más bien que de trepanación.
De todos es sabido que fue Manouvrier, en el año 1895, el primer investigador
que estudió seis cráneos femeninos recogidos en un pasillo del dolmen
«La Justicia», perteneciente al Neolítico y situado en el departamento francés
del Seine et Oise, en las pro.A.imidades de Nantes, al oeste de París, y el que
descubrió en ellos este procedimiento de cauterización.
Por lo que se refiere a nuestras islas, el primer antropólogo que encontró
esta lesión en los cráneos de Tenerife fue Von Luschan, dando a conocer la existencia
de 25 cráneos en un total de 210 estudiados en «Zeitschrift für Etnologie,.
del año 1896 resumido en la revista «L'Anthropologie». En él hace referencia a
le~iones caracterizadas por su localización repetida, por los cambios de las suturas
que no desaparecen y se hacen lineales y por desviarse la coronal hacia adelante.
En dichos cráneos el sitio más frecuente del hallazgo fue la gran fontanela
y sus proximidades bregmáticas y parabregmáticas, mayor cantidad en
los adultos y por igual en ambos sexos, formas ovales con excepción de una
circular y dimensiones que llegaron hasta nueve centímetros de largo. Más tarde
Lehman Nitsch en su «Rapport entre la T sincipital de Manouvrier et les lesions
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des cranes des iles Canaries», comenta dichos hallazgos y refiere el testimonio
de Fray Juan Abren Galindo, cronista del Archipiélago, cuando dice, según
he manifestado en páginas anteriores, que los guanches se hacían escarificaciones
so~re la piel de la parte enferma con un cuchillo de sílex o tabona, untando
seguidamente la parte al descubierto con grasa de cabra hirviendo hasta
producir en el cráneo lesiones semejantes a las ol-Jservadas y descritas por Manouvrier.
En 1908 Karl Sudhoff, publicó en el «Bulletin de la Societé frarn;aise d'histoire
de la Medecine», un trabajo sobre «Le T sincipital neolithique». En él, el
historiador de la Medicina de Leipzig hace referencia a los cráneos canarios
tratados con este procedimiento curativo o paliativo. Años después Dominick
J. Wolfel de Viena publicó en el número 5 del año 1937 de «Actas Ciba» un trabajo
titulado «El significado de la trepanación», en el que hace unos comentarios
sobre la presencia de ella en dos cráneos de estas islas. Por su parte el profesor
Vara López, en su discurso de apertura del año académico 1949-1950,
celebrado en la Universidad de Valladolid, hace referencia a ella en el archipiélago
canario y el profesor Pedro Weis H. del Perú hace un estudio en su obra
«Casos peruanos de cauterizaciones craneales», editada en el año 1958, en la
que también se refiere a las de los nuestros.
Recientemente Pérez de Barradas la cita en su Manual de Antropología;
el malogrado profesor Fusté durante su estancia en estas islas confirmó su existencia;
Cavin Well en su obra inglesa traducida al portugués con el título de
«Üssos, corpos e doencas» habla de que los guanches de Canarias presentaban
en algunos de sus cráneos esta forma de cauterización, y el que esto escribe hace
lo mismo en sus libros «La Medicina canaria en la época prehispánica», e «Historia
de la Medicina de Gran Canaria».
Nada nos han aportado, con respecto a ella, las crónicas de nuestros antiguos
historiadores. Con excepción de la cita de Abren Galindo antes expuesta, Chil
y Naranjo en su obra también mencionada, dice que cauterizaban la herida
hecha con cañas empapadas en grasa hirviendo sobre todo de cabra conservada
bajo tierra en grandes recipientes para darles mayor grado de causticidad
y otras veces con raíces de junco (Scirpus globigerus), cuyas cañas están
llenas de una médula blanca fungosa muy verde, menos en la cercanía de la
raíz donde tiene una membrana pálida en forma de vaina. Esta médula, extraída
con maña, servía para unirlas a las raíces, las que majadas como una estopa,
eran introducidas por la herida después de estar empapadas en manteca del
ganado todo lo caliente que podían resistir.
Fue Manouvrier quien dio a esta forma de cauterización el nombre de T
sincipital, atendiendo a su forma y localización. Sus lesiones estaban caracterizadas
por presentar dos surcos que se cruzan en T invertida, de los cuales uno,
el más largo, se extiende desde el bregma hasta el lambda, siguiendo la sutura
sagital y el otro, el más corto, en sentido perpendicular a ésta sobre los parietales,
unas veces paralelamente a las suturas lambdoideas derecha e izquierda
y otras sobre ellas. De estos dos surcos el longitudinal jamás falta y puede estar
separado de la sagital muy pocas veces e interrumpida en algunos sitios por pequeñas
zonas de tejido normal.
El tamaño de este surco oscila entre los tres y doce centímetros de largo,
aunque por término medio alcanza los de seis y siete y los de uno y cuatro de
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ancho. Su superficie aparece en unos casos lisa y en otros rugosa según sea el
objeto cauterizante y el fin propuesto. De la misma manera en pocos casos se
presenta constituido por pequeñas zonas de tejido óseo normal, alternando con
otros donde se presentan excrecencias. Los surcos son producidos por la desaparición
de la lámina externa cuando no ha habido más que erosión o cuando
se llega al diploe. No así a la lámina interna que permanece intacta, salvo en
aquellos en que ha sido perforada intencionadamente o por descuido del ejecutante.
En este caso queda convertida la cauterización en trepanación.
A los lados del surco, sus bordes, presentan un engrosamiento del exocráneo
que da lugar a la formación de un rodete de dos y tres milímetros
de espesor y de uno o dos centímetros de ancho constituido por dichas dos capas
de hueso; se comprenderá, por lo tanto, que si el corte se redujo a la simple
incisión de la piel y ambas capas óseas, el surco obtenido tiene que ser estrecho.
Acabo de decir que el surco longitudinal, es decir, el que va desde el bregma
al lambda nunca falta, pues aún en aquellos en que su t amaño no pasa de tres
centímetros, es fácil darse cuenta de su existencia por el aspecto de la superficie,
coincidiendo casi siempre su localización con la de los agujeros parietales,
los cuales pueden estar desaparecidos en unos cráneos, en otros con uno de ellos
y en los menos con los dos. Asimismo en su trayecto se aprecia la línea de sutura
de ambos parietales marcada en unos, desaparecida en otros y haciéndose lineales
y con la coronal desviada hacia adelante en otros. En cambio el surco transverso
falta con bastante frecuencia, adquiere en algunos ejemplares forma de
cruz latina, de arco más o menos curvo y de media luna de concavidad post
erior. De igual modo puede darse el caso de que en una de sus terminaciones
presente una ancha fosita que puede perforarse, a veces en forma de agujero
irregular según la intensidad y clase del agente cauterizante al igual que sucede
con los casos de trepanación incompleta.
Cráneo 869 (33 a ltos). Guayadeque ¿, mestizo
con predominio de los caracteres guanches
en la cara, 78. Caries en los maxilares.
Cuero cabelludo y piel de mortaja adheridos
a l cráneo. Pelo de color castaño, pequeños
wormianos, asperezas y porosidades en piel,
parietales y occipital. Prognatismo. Cauterización
sincipital completa que comienza
en el bregma y sigue hasta los lambdas,
rugosa al tacto, con rebordes pronunciados
y suturas marcadas. En los lambdas a lgunos
wormianos. Su tamaño es de doce
centímetros de largo por tres de ancho,
menos en las lambdas que es de uno.
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En nuestras investigaciones he encontrado 90 casos, de los cuales 45 pertenecen
al sexo masculino, 25 al femenino y 20 sin determinación de sexo. De
ellos a su vez son dolicocéfalos 50, mesocéfalos 30 y braquicéfalos 10. Pocos murieron
después de ser intervenidos por procesos añadidos como supuraciones y
los restantes llegaron a su completa curación, habiendo algunos en que hubo
de levantarse extensos colgajos del cuero cabelludo y del periostio para poder
aplicar el instrumento de piedra puesto al rojo. Asimismo hay que añadir que
en los cráneos de los niños guardados en El Museo Canario no he podido encon-
Cráneo 649 (9 altos). Guayadeque ~' mestizo
de caracteres predominantemente en el
cráneo, 71. Cauterización sincipital completa
que se extiende desde el bregma y sigue por
las suturas sagital y lambdoideas de dos
centímetros de largo por tres de ancho, lisa,
con bordes poco pronunciados y desapare-cida
la sutura sagital.
trar huellas de haber sufrido la cauterización sincipital por lo que me resisto
a creer que fueran hechas por sus propias madres valiéndose de una concha afilada
para cortar la piel, en tanto otra mujer separaba la herida por sus bordes
para que la primera raspara el hueso hasta llegar a poner al descubierto la lámina
interna.
Para llevar a cabo esta intervención se valían de instru~entos de piedra
o sílex perfectamente afilados, que cogían entre sus dedos para incindir el cuero
cabelludo, siguiendo la