LA lSLA DE ENFRENTE
LA lSLA DE ENFRENTE
GRAN CANARlA EN LA OBRA ,
DE LEONClO RODRlGUEZ
MANUEL DE PAZ SÁNCHEZ
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
La isla de enfrente. Gran Canaria en la obra de Leoncio Rodríguez
Manuel de Paz Sánchez
Directora de arte: Rosa Cigala García
Primera edición en Ediciones Idea: 2011
© De la edición:
Ediciones Idea, 2011
© Del texto:
Manuel de Paz Sánchez
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Amor meas, pondus meum:
jj/o feror, quocumque feror
San Agustín
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ÍNDlCE
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lNTRODUCClÓN ..................................................................... 15
l.- TENERlFE, lMPRESlONES Y COMENTARlOS ............... 23
TENERlFE, lMPRESlONES Y COMENTARlOS ................................. 31
VULGARlZAClONES Y LEYENDAS ................................................ 31
11.- LOS ÁRBOLES HlSTÓRlCOS
(PRlMER VOLUMEN) ............................................................ 39
Los TlLOS DE MOYA ................................................................ 51
111.- LOS ÁRBOLES HlSTÓRlCOS
(SEGUNDO VOLUMEN) ........................................................ 59
«LAS TRES PALMAS» DE LUJÁN PÉREZ ....................................... 79
lV.- OBRAS VARlAS .............................................................. 85
ESTAMPAS TlN ERFEÑAS ( 1938) ................................................ 85
LA LUCHA CANARlA ( 1946) ...................................................... 85
LANCES Y AVENTURAS DEL VlZCONDE DE BUEN-PASO ( 1947) ... 85
V.- LEONClO RODRiGUEZ, EDlTOR. .................................. 93
LA GRAN CANARlA ................................................................. 105
UN HOMBRE DEL SlGLO XVlll ................................................. 119
11
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BlBLlOGRAFÍA ...................................................................... 125
ANEXOS ................................................................................ 133
ÍNDlCE DE NOMBRES .......................................................... 187
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Estas Islas pues, que hasta el Siglo 15 solo eran conocidas
con el antiguo epíteto de Afortunadas, le perdieron casi instantáneamente,
cambiándole en el de Canarias. No se puede
dudar, que la fama de la Isla de Canaria, su ruidosa
conquista y la recomendación de sus circunstancias, que le
adquirieron el carácter de Grande, y la dignidad de Capital,
fue también la causa de que su nombre absorbiese el de las
otras, y se difundiese, haciéndose el genérico de todas.
Joseph de Viera y Clavijo, Noticias de la Historia General
de las Islas de Canaria, Madrid, MDCCLXXII, t. I, p. 44, §.
XVII. De la Gran Canaria toman el nombre genérico de
Canarias.
i Cuántas energías hemos agotado en el torneo estéril, a
veces innoble, de nuestra diaria bullanguería política! El
panorama grotesco de un verbalismo inagotable subraya la
existencia isleña.
Guillón Barrús (Luis Rodríguez Figueroa), Prólogo a
Tenerife de Leoncio Rodríguez, 1916.
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lNTRODUCClÓN
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Resulta un tanto absurdo que tengamos que escribir a estas
alturas sobre un tema que parecía saldado por el peso de la
historia, pero esta es la cuestión. No voy a entrar en el debate,
si es que tal debate existe. Ya Gran Canaria figuraba
como Gran Canaria y como Canaria en Le Canarien, y más
atrás no resulta demasiado convincente aventurarnos como
decía Viera y Clavijo, aunque así se pretendiera, al menos
no es conveniente en un contexto mínimamente contrastado
y riguroso desde el punto de vista científico y académico.
Pero, en fin, Leoncio Rodríguez, que lo sabía y que tenía
una inteligencia sobria y un amor fuera de lo común por
Tenerife y por el resto del Archipiélago, lo escribió (el nombre
de Gran Canaria), no una sino mil veces. Así lo vamos a
comprobar en las páginas que siguen.
Conviene destacar, sin embargo, unos pocos ejemplos, ya
que para muestra bien vale un botón, sobre todo si la muestra
es muy representativa. Así, pues, en la edición de Le
Canarien que publicaron, en 1959 y 1960, Elías Serra y
Alejandro Cioranescu, puede comprobarse la denominación
de Gran Canaria desde el propio título de algunos epígrafes,
como por ejemplo el capítulo XL, que reza «Cómo Gadifer
pasó a Gran Canaria y habló a la gente del país», y que
comienza así: «Entonces salieron de Erbania y llegaron a
Gran Canaria a hora de prima». Los editores anotan la
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indiscutible denominación de la isla redonda como Gran
Canaria del siguiente modo:
Gran CanarÍa: no es esta isla la mayor del grupo, pues la
exceden Tenerife y Fuerteventura [ ... ],pero aún con una superficie
real de sólo 1532 km2 era a simple vista la más poblada y
atractiva y seguramente fue estimada como mayor. Como su
nombre particular de Canaria - único conservado de la nomenclatura
antigua - fue aprovechado para designar a todo el grupo
-caso análogo al de Mallorca, que en la Edad Media designó a
todas las Islas de Mallorca, les Mallorques- aquí Islas de Canaria,
Islas Canarias, y fue preciso un calificativo para distinguirla,
como Gran Canaria[ ... ]. La cultura indígena, aunque con rasgos
fundamentales análogos a los de las demás islas, presentaba
un grado de desarrollo material y moral que la distingue entre
ellas notablemente por su mayor riqueza y fortaleza1
.
El nombre de Gran Canaria figura, asimismo, en numerosos
protocolos del Cabildo de Tenerife. Así, por ejemplo,
las actas del Concejo tinerfeño correspondientes a la etapa
1514-1518, nos arrojan sabrosas muestras, como la correspondiente
a la sesión del 19 de marzo de 1515, en la que
compareció don Alonso Vivas, provisor de la catedral de
Canaria, y mostró una carta del obispo de Canarias don
Fernando de Arze, en la que solicitaba trigo para abastecer
1 SERRA, Elías y CIORANESCU, Alejandro (ed.): Le Cananen.
Cr6mcas francesas de la conqwsta de Cananl19, IEC, La Laguna de
Tenerife, 1959 y 1960, t. 11, p. 148. Otras varias referencias en las
páginas 149, 152, 153, etcétera de este mismo tomo 11, así como también
en las páginas 450-451 del tomo 1, en el que se transcriben valiosos
documentos de la época, y en otras varias. Hay edición reciente de
AZNAR, Eduardo; CORBEUA, Dolores; PICO, Berta y TEJERA,
Antonio (ed.): Le Canarien. Retrato de dos mundos, IEC, La Laguna de
Tenerife, 2006.
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a la isla hermana, ya que no había llegado ningún barco
que permitiera la adquisición de este producto esencial para
la existencia:
El concejo, governador e regimiento de la isla de la Grand
Canaria. Nos encomendamos en vuestra merced e hazemos saber
que esta isla al presente tiene necesidad de pan ... 2
La misiva terminaba con la datación en «Gran Canaria a
xxvj de enero de Mdxv».
Son multitud los documentos transcritos por Elías Serra
y por Leopoldo de la Rosa, en relación con los citados
acuerdos del Cabildo de Tenerife, en los que figura el nom -
bre de Gran Canaria. Así puede observarse, por ejemplo, en
un poder fiscal de 1512:
Sepan quantos esta carta vieren como yo don Alonso Bivas,
prior e canónigo de la Santa Iglesia de Canarias, por quanto por
una cédula del rey, nuestro señor, firmada de su nonbre e refrendada
de Lope Cuchillos, secretario de su Alteza, me fue dado poder
conplido para recibir aver e cobrar en esta isla de la Grand
Canaria e en la isla de Tenerife e la Pahua e en las otras islas de
Canaria, todos e cualesquier mrs. e bienes e otras cosas cualesquier
que fueren e se ayan aplicado e se apliquen de aquí adelante
a la Cámara e Fisco de Su Alteza en qualquier manera ... 3
2 SERRA RÁFOLS, Elías y ROSA, Leopoldo de la (ed.): Acuerdos
del Cahildo de Tener1fe, ffl 1514-1518, IEC, La Laguna de Tenerife,
1965, p. 73.
3 SERRA RÁFOLS, Elías y ROSA, Leopoldo de la (ed.): Acuerdos
del Cabildo de Tenenfe, IV 1518-1525, IEC, La Laguna de Tenerife,
1970, pp. 249-250. Ver, también, p. 253.
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Es harto frecuente encontrar, asmnsmo, el nombre de
Gran Canaria en otros documentos de la época, así por
ejemplo en la colectánea de reales cédulas, provisiones y
privilegios de la isla de Tenerife (1496-1531), editada recientemente,
pueden leerse múltiples referencias, como por
ejemplo esta del 8 de octubre de 1508:
Yo, Antón de Vallejo, escrivano público e del con;;ejo de esta
ysla de Thenerife, doy fe a los señores que la presente vieren,
que Dios honrre e guarde de mal, en como ocho días del mes de
otubre, año del Nasc;imiento de Nuestro Salvador Jhesuchristo
de mil e quinientos e ocho años, ante el noble e muy generoso
cavallero el señor Lope de Sosa, govemador e justic;ia maior de
la ysla de la Gran Canaria e juez de resydenc;ia de las yslas de
Tenerife e La Palma por la reyna nuestra señora, ... 4
O, también, en un acuerdo realizado por Francisco de
Lugo, en nombre de la isla de Tenerife, sobre temas monetarios,
de septiembre de 1528, en cuyo concierto actúan
como testigos «Periañez, contador de rentas, e Juan de Escobedo,
regidor de la ysla de Gran Canaria, e Femando de
Cuellar» 5
, por mencionar solamente un par de ejemplos
tomados al azar.
Aventurémonos, pues, sin más preámbulos en la arboleda
intelectual del maestro de periodistas tinerfeño que, como
vamos a comprobar, se referirá a Gran Canaria de manera
directa y sin matices en sus obras principales, en otras
de menor categoría y, por supuesto, también se ocupará de
4 VIÑA. BRI1D, Ana; GAMBÍN GARCÍA, Mariano; RAMOS RODRÍGUEZ,
Mª. Amada y PÉREZ GONZÁLEZ, Leocadia (eds.): Reales
Cédulas, Provisiones y PáVJlegios de la. isla. de Tenenfe (1496-1531),
Santa Cruz de Tenerife, 2006, p. 74.
5 VIÑA BR11D, Ana et al: Reales Cédulas, Pro VJS1(mes. . , cit., p. 403.
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la Isla redonda en su dimensión de editor y patrocinador de
ediciones, gozando del reconocimiento de la comunidad
cultural de todo el Archipiélago, tal como destacamos en un
estudio anterior6
.
6 PAZ SÁNCHEZ, Manuel de: Leoncio Rodríguez y Las Palmas de
Gran Canana. El legado regional de un tinerfeño, Ediciones Idea, Santa
Cruz de Tenerife, 2010.
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l.- TENERlFE, lMPRESlONES Y COMENTARlOS
Aparte de su breve colección de cuentos de sabor isleño 7
, el
libro del que nos estamos ocupando puede ser considerado la
opera prima de Leoncio Rodriguez González8
. Lo escribe
cuando ya tiene, sobre sus jóvenes espaldas, una larga experiencia
cultural y periodística, como bien destacará su prologuista
Gmllón Ba.JTús, es decir, el escritor, poeta, político y
abogado Luis Rodriguez Figueroa, en el hermoso prólogo que
sirve de presentación a la obra de su amigo y correligionario,
y que nosotros reproducimos al final del presente capítulo,
porque es como una historia breve, aunque enjundiosa; tierna,
aunque rotunda; bella, pero no panegirista, y, por todo
7 Que merecieron una crítica muy favorable de su amigo grancanario
Francisco González Díaz (GONZÁLEZ DÍAZ, Francisco: «Cuentos
canarios (Luis Roger)», en Diario de Las Palmas, 1-07-1905, p. 1).
8 RODRÍGUEZ, Leoncio: Tenenfe. Impresiones y comenta.nos. Vulga.
rizac1ones y leyendas, prólogo de Guillón Barrús, Imprenta de La
Prensa, Santa Cruz de Tenerife, 1916, 444 páginas.
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ello, una excelente presentación no ya de la vida y de la obra
de Leoncio Rodríguez, sino del primero de sus grandes libros.
Se trata de libros que Leoncio Rodríguez fue construyendo
hoja a hoja, igual que las ramas de los árboles isleños a los
que tanto amó, integrando con esa fronda vivaz y poética la
copa robusta de un libro que, como los de su querido amigo
grancanario Francisco González Díaz, nacían de la actividad
diaria, de los brotes de acebuche, de las pencas de las palmeras
airosas y de las finas espadas, cuando la ocasión lo exigía,
del árbol canario por antonomasia, el drago.
Aquí, en este libro tan tinerfeño, tan de la isla capitalina
Oo será, como sabemos, de toda la provincia de Canarias
hasta 1927), figurarán también los nombres de las restantes
islas del Archipiélago y, por supuesto, como corresponde, el
de la Gran Canaria, como le gustaba decir a Leoncio Rodríguez,
introduciendo el artículo femenino, la sílaba matriz,
como de tierra fundadora, pues Canaria había sido la única
isla definida desde lo antiguo como tal, a partir de referen -
cias legendarias y perdidas en la noche de los tiempos como
la que debemos a Plinio9
, cuando las Afortunadas apenas
habían empezado a concebirse en la cultura geográfica del
mundo clásico como algo real y tangible, pero que comen -
zaban a emerger en la lejanía de los sueños, en el Mare Tenebrarum,
más allá de las Columnas de Hércules.
9 En el tomo 1 de las Noticias de Viera y Clavija, páginas 69-70 (§.
XXV. De los nombres especiales que les dio Plinio), dice el historiador
canario: «Plinio, que había tomado del Rey de Mauritania los seis nombres
de las Afortunadas, y de quien los tomaron los otros Escritores
antiguos, las llama en su relación ya citada: Ombrios, Junonia mayor ,
Junonia menor, Capraria, Nivaria, Canaria» (VIERA Y ClAWO, J.:
Noticias ... , cit.).
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Leoncio Rodríguez se refirió, en fin, a Gran Canaria en
varias ocasiones, justamente en su libro TenerÍfe, y lo hará,
como llevamos dicho y como veremos a lo largo de estas
páginas, en otras muchas obras suyas y en diversos trabajos
menores.
Así, pues, en el epígrafe que tituló «Blasones históricos»,
escribe Leoncio Rodríguez:
Desde los comienzos de la dominación española, la historia
de Tenerife engalanóse con páginas gloriosas. El sacrificio y el
heroísmo dejaron en sus anales huellas imborrables, y unas generaciones
tras otras reverdecieron los laureles épicos.
Seis años hacía que había sentado sus reales en esta Isla el
ejército conquistador, y ya nuestro pueblo comenzaba a pagar
su tributo de sangre a la patria. La primera aventura costóle
bien cara a las beneméritas armas españolas. El conquistador,
en sus correrías por tierras africanas, vio desaparecer la flor y
nata de sus soldados. Tenerife perdió a su regidor Pedro Benítez,
combatiente famoso; y el Adelantado a su hijo don Femando,
joven intrépido y arrojado, que sucumbió como los demás bajo
las gumías de los moros ..
Más tarde, Tenerife dio sus soldados para defender las islas
hermanas: primero auxilió a Lanzarote, cuando la irrupción del
corsario Kalafath; luego a Gran Canaria, cuando el gobernador
Alonso de Alvarado pidió la ayuda de Tenerife para combatir la
armada de Drake, que acababa de asolar la isla de la Madera.
Entonces Tenerife envió 400 hombres, con pólvoras y pertrechos,
a las órdenes del coronel Cabrera Rojas, y aquellos bravos
insulares, puestos en los sitios de más peligro, supieron repeler el
ataque de los corsarios ingleses10
.
10 RODRÍGUEZ, Leoncio: Tenenfe .. ., 1916, cit., pp. 43-44.
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Aparte de mencionar los «avisos y mensajeros» que se
enviaban, desde Tenerife, a las flotas y galeones que retornaban
de América con los «codiciados tesoros de Indias, y
les preverúan contra los riesgos que corrían en el camino,
lleno de piratas», actuación que mereció una real cédula de
gratitud y alabanza a la Isla por parte de Felipe II, Leoncio
Rodríguez alude, en este mismo capítulo, a las grandes
hazañas y a los sacrificios de los tinerfeños en el proceso de
conquista y colonización del Nuevo Mundo:
Para nuestro pueblo, América fue su tierra de promisión, y
para los conquistadores, Tenerife su sitio de refugio y descanso.
Nuestras playas ofrecieron albergue y hospitalidad a Juan Díaz
de Solís, cuando marchó a descubrir la Tierra Firme, y más tarde
a Magallanes, cuando fue a buscar la isla de la Especería y a
cruzar el estrecho de su nombre.
Hernán Cortés aquí aprovisionó también sus naves, y aquí
encomendó su suerte a nuestra Virgen de Candelaria, cuya medalla
llevó sobre su pecho hasta la hora de la muerte.
Después no fue ya el albergue de los descubridores; fue la
propia sangre de nuestro pueblo la que abrió brechas y senderos
a la civilización en las vírgenes selvas americanas.
Con los hijos del Adelantado por caudillos fueron los tinerfeños
a América, y allí hicieron prodigios de valor, luchando con los indios,
y de laboriosidad, roturando tierras y edificando ciudades.
En la primera expedición sufrieron penalidades mil: llegaron, dice
la historia, a comerse los caballos, y por último los indios se los
comieron a ellos. En la segunda, bajo el mando del segundo Adelantando,
también lucharon con grandes infortunios. Muchos murieron
de calenturas, otros quedaron sepultados en los terrenos
pantanosos que bordeaban el río de la Magdalena.
Menos mal que, según cuentan las crónicas de Indias, llegaron
a la capital del rey Quimuinchateca, y quedáronse deslumbrados
por los reflaj os que producían las láminas de oro bruñido
26
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
que tenían las paredes del palacio. Juntaron tanto oro y esmeralda,
e hicieron de ello tal montón, que los infantes no se veían
de un lado a otro y los de a cahaUo apenas se descubrían del pecho
para aniha. Después, en la batalla que riñeron con Tundana,
también quedáronse deslumbrados del lujo de los indios, que
lucían petos y brazaletes de oro ..
Más afortunados fueron los de la tercera expedición, mandada
por D. Alonso Femández, de quien dicen los historiadores
que conquistó tantas tierras como Hemán Cortés, fundando los
pueblos de Nueva Tenenfe, Ocaña, Trimdad, Ménda, etc.
Tinerfeños fueron también los fundadores de Montevideo, a
las órdenes de Zabala; los que contribuyeron a colonizar el Panamá,
a pacificar el Perú, a defender Puerto Rico con Vahamonde
de Lugo, y a auxiliar a Hernán Cortés en Méjico11
.
Hay un matiz de orgullo insularista, digámoslo así, en
otros epígrafes, como el que Leoncio Rodríguez dedicó al
«progreso de la Isla» de Tenerife, con especial referencia al
florecimiento de la riqueza, al incremento de población, a la
emigración, al desarrollo comercial y a los impuestos recaudados
en el territorio insular. En tal sentido apunta que, en
1851, los derechos pagados a la Aduana de Tenerife, «por
importación y exportación, ascendían a millón y medio de
reales», y añade que «ya en aquella época decían nuestros
abuelos que recaudaban un millón más que la isla de Gran
Canaria» 12
.
En este contexto, además, conviene referirnos breve mente
a las páginas que Leoncio Rodríguez dedicó a la polí-
11 RODRÍGUEZ, Leoncio: Ten enfe .. . , 1916, cit., pp. 44-45. Las
cursivas, salvo que se indique lo contrario, son siempre del original.
12 RODRÍGUEZ, Leoncio: Ten enfe .. . , 1916, cit., p. 155. Vuelve a
repetir esta aseveración en la página 213, en el capítulo dedicado a la
capital tinerfeña.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
tica local y, más en concreto, a «La Unión Patriótica». El
capítulo es cablegráfico, como si quisiera resumir en rmas
pocas líneas, todo un intenso período de la historia política
canaria. Una historia precozmente envejecida, que se le
hacía oneroso describir con demasiados detalles o, al menos,
esa es la impresión que causa su lectura, que ocupa las páginas
183 a 193. Existe, en efecto, rma referencia a Gran
Canaria 13
, pero, tal vez, lo más interesante por ahora, ya
que nuestra intención es tratar este tema en rm futuro estu -
dio, son las reflexiones que cierran el epígrafe, en las que
Leoncio Rodríguez zahiere las disputas, ataca a los malos
políticos y a los egoísmos partidarios y dibuja, como rm
sueño en lontananza, el panorama de rma Canarias unida,
autónoma y respetuosa con su propia realidad geográfica:
Para hacer en Canarias una política fecunda habría que
atemperarla al sentimiento H'{;ional y a la propia constitución
geográfica de la región; es decir, habría que crear una política
insular, autónoma, emancipada de los partidos nacionales; una
política que afirmase la personalidad de la región, y fuese carne
y espíritu de los ideales autonomistas del mañana, apenas chbujados
hoy en la mente de unos cuantos ilusos soñadores ... 14
Al hablar de Santa Cruz de Tenerife, aparte de elogiar
sus episodios históricos más conocidos como el trirmfo contra
Nelson, no olvida referirse a la mentalidad chicharrera
y, en este ámbito, a su hospitalidad y a su sentido de la
solidaridad:
13 En la página 188, que dice así: «Galdós visita a los diputados de
la Conjunción para recomendarles las aspiraciones de Gran Canaria».
14 RODRÍGUEZ, Leoncio: Ten en fe . . ., 1916, cit., p. 193.
28
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Otras cualidades de este pueblo han sido también su hospitalidad,
su galantería, su natural dadivoso. En 1851, cuando el
cólera azotaba la isla de Gran Canaria, dio Santa Cruz pruebas
irrefragables de aquellos nobilísimos sentimientos, auxiliando
con toda prodigalidad a sus vecinos y hermanos rivales ...
Antes habíales favorecido con las armas, enviándoles hombres,
mantenimientos y pertrechos para contribuir a su defensa
contra los ataques de Drake y Van der Does ... 15
Al escribir, por otra parte, sobre los «próceres ilustres» de
Tenerife, Leoncio Rodríguez menciona, entre otros muchos
claro está, al doctor Santiago Bencomo, racionero de Toledo,
«deán de Gran Canaria» y obispo preconizado de Astorga.
Y, en el ámbito militar, al lagunero Lope de Mesa, «que
socorrió a Gran Canaria cuando fue invadida por los holan -
deses» 16
. Finalmente, alude también al «Real Tribunal de
apelación de Gran Canaria» 17
, en relación con un incidente
datado en 1528 y promovido por el despótico segundo Adelantado
de Tenerife, Pedro de Lugo, contra el capitán Pedro
de Alfaro y su esposa doña Leonor Pereyra, ambos residentes
en La Orotava.
15 RODRÍGUEZ, Leoncio: Tenenfe . ., 1916, cit ., p. 21 5.
16 RODRÍGUEZ, Leoncio: Tenenfe . ., 1916, cit ., p. 307.
17 RODRÍGUEZ, Leoncio: Tenenfe . ., 1916, cit., p. 327.
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Tenerife, impresiones y comentarios
Vulgarizaciones y leyendas1ª
PRÓLOGO DE GUlLLÓN BARRÚS
Comienzo este prólogo desconfiadamente, poniendo en tela
de juicio la eficacia de mi propósito y sólo por no desdeñar
(ioh, «vanitas») el honor de complacer a quien, hermano en
letras, me señala para que haga su presentación literaria al
público isleño y rompa con algunos comentarios el silencio
en la vanguardia de este libro.
Debo anticipar al que leyere la causa de mi titubeo.
Túrbame la idea de mi inhabilidad para menester de tanto
comprometimiento. Este desbarajuste nervioso y esta atrabiliaria
afección de mi organismo, que hace algunos meses
estuvo a punto de liquidarme de un soplo, me han dejado
un profundo desgaste vital, y, como consecuencia, la fun -
ción del pensamiento no sabe todavía responder a la de la
voluntad con diáfana y precisa trayectoria, sino de un modo
fatigoso y deshilvanado.
18 RODRÍGUEZ, Leoncio: Tenenfe . . , 1916, cit., pp. V-XN.
31
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Y como un prólogo obliga a diversas y complejas disquisiciones,
para las que es indispensable, sobre todo en libros tan
poliformes como el presente, una labor de estudio y documentación
previos que no me permiten con toda amplitud mis
achaques, de alú el recelo que mi propia decisión me inspira.
***
No necesita Leoncio Rodríguez que nadie sea su presentero
ante el público insular. El diario La Prensa, que en la
vida intelectual de Canarias representa el exponente más
alto y mesurado, constituye para él una ejecutoria de distin -
ción cultural, a cuyo elogio podrían concurrir, sin resabios
de humillación alguna, todos los adjetivos que más elevan el
decoro y la nobleza de nuestra lengua.
Ni antes ni ahora, por otro que el autor de este libro, ha
sido cultivado el periodismo local con éxito más halagüeño
ni con más palingenésica eficacia.
Este publicista del momento, tan reposado y de tan
atrayente compostura, es aquel mismo «Luis Roger» con
quien hace doce o quince años contendiera en algunas oca -
siones, poniendo de parte y parte moceril arrebato y punzante
retórica. Escritor de sana cepa ayer como hoy, su
estilo sin embargo ha ganado con el tiempo en claridad y
asentamiento, al par que el concepto se ha hecho jugoso y la
frase ha tomado ese aspecto sereno de la belleza dórica, sin
impertinencias llamativas ni rebuscamientos trabajosos.
Poco más o menos creo que sea esta la misión del prologuista
: relatar sus impresiones en orden a la obra y a su
autor como hombre de letras, o, en otros términos, quizá
más propios y más de acuerdo con la definición del Diccio nario
de la Academia Española : «dar noticia al lector del fin
de aquella o para hacerle alguna otra advertencia».
32
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Cierro este paréntesis y sigo, procurando ajustarme al
precepto académico, si bien me complace declarar que no
soy de temperamento adecuado para soportar, con todo
rigor, las reglas de nuestros clásicos cancerberos del idioma.
***
Nació Leoncio Rodríguez a la vida del periodismo, y por
ende del cultivo de las letras, en un momento de preparación
modificadora. Fue en aquel periodo de incubación y de parto
en que algunos adolescentes hoy tal vez más allá de la juven -
tud y por aquel tiempo poco orgullosos del destino que nos
estaba confiado -nos lanzamos a decir en prosas breves y
labradas con anhelo estético cosas que en Canarias no habían
dicho ni cultivado jamás nuestros predecesores-. Hablose en
aquel tiempo, con asombro de los apegados a la rutina y a los
patrones del viejo régimen, de que era preciso imponer un
cambio radical de vida a nuestro país, y que urgía, para el
porvenir del Archipiélago, acabar con las rastrerías de la política
al uso, haciendo ascender el espíritu colectivo a una esfera
de amplitud y de sosiego más edificante y benefactor. Y
esta buena nueva -lo era entre nosotros- fue predicada sin
fórmulas ni latiguillos desacreditados, sino con primaveral
briosidad, insinuando en la desamparada psicología de las
masas el movimiento reivindicatorio de sí mismas, y sugiriéndolas,
por el prestigio y cordialidad de nuestros propósitos,
el espectáculo de una futura reconstrucción insular y el
desdoblamiento de la personalidad cívica por la consciente y
metódica dirección de los intereses comunales.
En aquella atmósfera de renovación, de concordia bulliciosa
y de desinteresada confraternidad mental, fueron porta-
voces de exaltación periódicos y revistas como Las EfemérÍdes,
Gente Nueva, La Palestra (fundada por el que
escribe estas líneas), España, La Adántida, La Luz, El Mu-
33
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seo CanarÍo y no sé si algún otro. Al calor de aquellos entusiasmos
moldeó y templó Leoncio Rodríguez su temperamento,
y de aquel ciclo de transición, como periodistas netos,
sólo se destacarán afirmando la característica de esta
idiosincrasia literaria dos figuras altamente estimables: la de
aquél y la del andariego y batallador Cabrera Díaz.
Representa hoy el joven director de La Prensa toda la con -
centración ecuánime de nuestra actuación de aquella época. Él
recogió y encarnó en sí, descartadas las peculiaridades de cada
uno, el espíritu eclécticamente progresivo e innovador de las
primeras voces de propaganda lanzadas por Pérez Armas,
Franchy y Roca, Angel Guerra, Suárez y González-Corvo,
González Díaz, Delgado Barreto, Cabrera y Calero y un servidor
de ustedes. La actuación de este grupo fue rápida, transitoria,
impulsiva y hasta incoherente, si se quiere; pero produjo
evidentemente la sacudida de muchas voluntades y despertó la
ambición directriz de las inteligencias más adiestradas, preparando
de soslayo la opinión pública para la comprensión de
destinos y horizontes aún no revelados, y encauzando por con -
duetos adecuados los valores integrantes de la ciudadanía insu -
lar. En una palabra, el sentimiento de la región quiso revivir y
revivió en una síntesis consistente el ideal de su situación geográfica,
de su origen étnico, de su representación histórica, de
su fuerza social y de su capacidad política.
Y tras un largo interregno de estancamiento, casi marchitos
los laureles de algunas jornadas fecundas, pero insuficientes
para consolidar las posiciones fundamentales, aparece este
libro que es como una trasudación de aquel sentimiento, palpitante
aún, del alma de la región tinerfeña. El patriotismo insular
de Leoncio Rodríguez despierta con sus páginas un noble y
hondo sentimiento de autoctonía. Su labor , en cierto modo
análoga a la del erudito periodista Ricardo Fuente en su interesante
libro VulgarizacÍones Jllstóncas, ha recogido la dispersa
ideología regional y ha impreso un movimiento de ascensión al
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
espíritu colectivo. A pesar de la aparente disociación de sus
elementos, palpita y se desprende de él una esencia única: el
de la vitalidad de la región tinerfeña, ponderada y exaltada
con acendrado sentimiento de devoción. El esfuerzo reconstructivo
de todas las formas insulares revive y perpetúa toda
nuestra sensibilidad, moldeando en una obra de múltiples
facetas y tonalidades la vida representativa de un pueblo aisla -
do en las soledades del Atlántico por largo tiempo, pero incorporado
desde hace algunas centurias a las corrientes generatrices
y renovadoras en que se entrecruzan todos los grandes
destinos de las razas que hemos convenido llamar civilizadas.
***
Es admirable el fenómeno prismático de nuestra insignificancia
territorial por un lado, y por otro el de nuestro relieve
étnico, histórico, moral, político y artístico. Lo que fuimos, lo
que somos y lo que queremos ser está latente en las páginas
para que escribo estos mal urdidos comentarios. Desde el
choque de las dos razas, la conquistadora y la sometida al
dominio del conquistador, hasta el deslinde reciente de las
dos fuerzas políticas que se verúan disputando la dirección de
los intereses insulares, se reasume en este libro toda la psicología
del país y todo el conjunto de sus excelencias plásticas.
El pasado, el presente y lo que puede y debe ser el porvenir
de Tenerife: he aquí los puntos céntricos en tomo de los cuales
ha ido tejiendo Leoncio Rodríguez una urdimbre cromática
y transparente. Los caracteres distintivos de la región, sus
paisajes, sus bellezas, su abolengo intelectual, su vida literaria,
sus intereses, sus problemas locales, su actuación ciudadana,
sus empresas económicas, sus pequeñas y típicas industrias,
sus elementos docentes, sus tradiciones, sus
instituciones históricas, su movimiento estadístico, su agricultura,
sus fiestas características, sus pasiones, sus luchas ... Lo
35
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que es sangre, nervios y espíritu de un pueblo se hace presen -
te y comprensible a todo el sistema de nuestra curiosidad
receptiva, delineándose Tenerife a nuestros ojos en una visión
renovada y sorprendente.
La pluma del periodista y la del literato son aquí como
dos hermanas gemelas que no es posible distinguir. Ambas
han puesto en la miscelánea interesante del texto nerviosas
vibraciones del momento e imágenes retrospectivas de
tiempos pretéritos. En el desfile kaleidoscópico del contenido
de este libro, por encima de cualquiera otras síntesis más
o menos incidentales, una voz de estímulo, de resurgimiento
y de afirmación de personalidad habla por toda el área de
nuestro Archipiélago, para el que puede y merece ser como
el vértice luminoso de un reflector espiritual.
No será en balde para nuestra nativa contextura la aparición
de esta nueva obra. Nos pone de relieve la entidad
propia sugiriéndonos el prurito de una autocontemplación,
no por involuntaria menos provechosa. Desenvuelve todas
las energías conscientes y nos obliga a afirmar y robustecer
de un modo inequívoco el sentido de todos los valores peculiares.
Por fenómeno de introspección convertiremos la lectura
de sus páginas en dinámica motriz de nuestra voluntad
para el presente y para el futuro.
La actualidad del país, si no de un revulsivo, necesita por
lo menos de que se modifiquen ciertos estados viciosos de su
constitución que todavía entorpecen su actividad libérrima y
que impiden el desenvolvimiento integral de sus aspiraciones.
Y esto ha de ser obra de nuestras costumbres políticas.
No sería justo desconocer que éstas tuvieron un periodo de
renovación loable y provechoso, pero estamos todavía a mitad
del camino. Parecen dest errados aquellos espectáculos del viejo
caciquismo, en que algunos de nuestros políticos, despojados
de todo recat o, sugerían el cuadro repugnante de aquellas
prostitutas que salían a pasearse en camisa por algunas calles
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de La Habana dmante el período de nuestra dominación colonial.
Subsiste la convicción de cierto agrio malestar. El contenido
de nuestra vida parece haber petrificado con todas las
fatales consecuencias de un dogma indestructible. «Hoy como
ayer, mañana como hoy, y siempre igual». Sustancialmente no
cabe decir otra cosa, aunque quede reconocido lo de la renova -
ción loable que sólo afecta a la forma, pero no al contenido de
la vida pública. Esta sigue siendo un mito. La atmósfera moral
del país es un compuesto de artificios líricos. Al escribir: «palabras.
. . palabras ... palabras ... » ignoraba Shakespeare que su
clarividencia de genio nos anticipaba todo el resultado de un
análisis en la despectiva ironía dramática de Hamlet.
i Cuántas energías hemos agotado en el torneo estéril, a
veces innoble, de nuestra diaria bullanguería política! El
panorama grotesco de un verbalismo inagotable subraya la
existencia isleña. Nos domina el hábito de la greguería, y
parodiando a los grandes parlanchines del parlamentarismo
nacional, no hemos hecho más que aburrir a la mitad del
país y ensordecer o aturdir a la otra media, que más o menos
es lo mismo que ocurre por la Metrópoli. Las palabras,
como las máscaras en el torbellino de una fiesta, engañan al
más pintado, y los hechos, cuando llegan, es ya demasiado
tarde o llegan sin toda la eficacia apetecible, viciados en sus
mismas raíces por un determinismo odioso y ancestral.
Será preciso decir con el escritor italiano Juan Bovio 19
,
que «no es tiempo de gritar, sino de ver y de escuchar:
19 P ensador italiano (1841-1910), profesor de Filosofía del Derecho
en la Universidad de Nápoles, partidario de la teoría del «republicanismo
social» y anarquizante. Declaró que «el Dios de la masonería es una
reliquia arqueológica, una engañosa pantalla y un expediente político»
(N. del E.). Se indica Nota del Editor, como en este caso, cuando se
reproducen textos completos de los autores. El resto de las notas deben
ser entendidas como del autor, salvo que se indique lo contrario.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
cuando el genio de una nación está enervado, o extraviado o
amodorrado, los efectos, tanto en el pensamiento como en la
acción, no pueden llevar señales de grandeza». Y aplicando
la sequedad clínica de estas palabras al territorio isleño,
habrá que convenir que viene como a pedir de boca, porque
es indudable que nuestro enervamiento y nuestro extravío
persisten con menos gravedad que antes, pero con la virtualidad
indispensable para romper la solidaridad de la acción
popular y del esfuerzo cívico.
Y lo que el país necesita es eso: hacer solidarias todas sus
energías, descoagular la savia de su espíritu para imprimir a
todas las cosas el sello de grandeza de las personalidades
inconfundibles.
Un libro que con elementos heterogéneos como el de
Leoncio Rodríguez estimula el sentimiento regional con un
cierto aspecto de amplitud panorámica, viene a solicitar
muy a punto la curiosidad y la atención de nuestra gente.
Su lectura repartirá una y múltiple el alma de Tenerife, y
servirá para que todos meditemos con reposada e inquebrantable
firmeza en no obscurecer ni retrasar el engrandecimiento
del solar propio con disputas estériles, ni con las
ridículas bambollerías del personalismo que hincha nuestro
ambiente político.
Guillón Barrús
Febrero 10 -1916.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
11.- LOS ÁRBOLES HlSTÓRlCOS
(PRlMER VOLUMEN)
Los tilos de Moya., en Gran Canaria.
39
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Como lo definió uno de sus mejores críticos, precisamente
de Gran Canaria, Leoncio Rodríguez fue un biógrafo de
árboles. La expresión es exacta, pues, lo mismo que su gran
amigo Francisco González Díaz, el tinerfeño fue un decidido
defensor y un poeta de la madre naturaleza.
Dos libros destacan en este sentido y, en mi opinión,
también en el conjunto de su obra: Los árholes históricos y
tradicionales de Canarias, primera y segunda parte. Y digo
dos libros, aunque en realidad se trata de un mismo estudio
en dos volúmenes, que fueron publicados en diferentes momentos.
El tomo primero, que aparece sin fecha de edición,
lleva el subtítulo de CrónÍcas de divulgación, figura en la
ficha catalográfica de la Biblioteca de la Universidad de La
Laguna como editado por La Prensa20 en la colección «Biblioteca
Canaria». Debió ver la luz hacia finales de 1937 o
principios de 1938, ya que, en el n.0 41 de Revista de Historia,
correspondiente a enero-marzo de 1938 (pp. 28-29), se
publicó una reseña de la obra en cuestión.
Bajo el rótulo de «Don Leoncio Rodríguez sigue traba -
jando por Canarias y sobre Canarias», se indica que «recientemente
» había visto la luz pública en la capital tinerfeña
el tomo referido, con ilustraciones de Diego Crosa, y en el
que su autor recogía «las crónicas que sobre tal tema había
ya publicado en su diario La Prensa», una práctica habitual
como bien sabemos . Y añadían los redactores de Revista de
Historia:
Esta obr a, aparte de su valor literario, que a juzgar por los
elogios que ha merecido a la crít ica, es mucho, lo tiene también
en el terreno estrictamente histórico, pues contiene una muy es-
20 Efectivamente consta en la portada y en la cubierta posterior
«Publicaciones de La Prens3».
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
timable labor de investigación propia, basada en el documento
inédito, y sobre todo unas seleccionadas e interesantes citas bibliográficas.
Danle también consistencia las transcripciones que
hace de la vida anecdótica del ayer isleño, escuchando la conseja
y el decir popular, evocador y poético, que sazona con su espíritu
selecto y devoto de la tierra y de la raza. Tradiciones que hay
que fijar y conservar, pues no debe escribirse sólo para el presente,
sino con la mirada puesta en el porvenir, como en todas
las grandes causas.
Naturalmente, también se destacan otros aspectos como
la dimensión educativa del texto, su preocupación por los
«intereses forestales del país» y, finalmente, se subraya la
extraordinaria labor periodística e historiográfica de Leoncio
Rodríguez al frente de su periódico21
, con especial mención al
número extraordinario que La Prensa había dedicado, el 28
de junio de 1936, a «Canarias y sus hombres en América».
21 También salió un largo comentario, muy favorable, en La Provincia,
Las Palmas de Gran Canaria, 13-03-1938, p. 5, bajo el título de
«Hojeando un nuevo libro. Los árboles históricos de Canarias», en el
que se apunta por el autor de la reseña, que firma con la inicial P., que
«hemos hojeado y leído» el libro «con verdadero deleite, apreciando
ante todo que él constituye un nuevo homenaje del cariño acendrado
que por nuestra tierra siente el autor, incansable siempre para enaltecer
y ponderar estas queridas islas». Concluye, además, el articulista que
«este libro de Leoncio Rodríguez de que nos ocupamos, es una enseñanza
y un ejemplo. También constituye un deleite grato, muy grato. Y nos
tememos que las gentes disfruten los últimos y no se cuiden de aprender
nada en él», con lo que, añade, «entonces quedaría desairado el propósito
del autor que, por que le conocemos bien, pensamos fue el de ejemplarizar
a los lectores en beneficio de nuestro país. lAlta, noble y patriótica
empresa, muy acorde con la recia contextura moral de Leoncio
Rodríguez!».
41
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
No pocos de los epígrafes de este primer volwnen aluden,
en efecto, a Gran Canaria. Sucede así, en concreto, con
los capítulos relativos a «Las palmas de Santa María de
Betancuria», «La palma de la Torre del Conde», «Los tilos
de Moya», «Otros pinos históricos», «Palmeras canarias» y
«Los antiguos cedros».
El capítulo dedicado a «Los tilos de Moya» (pp. 36-42,
incluyendo la bella ilustración de Crosita, que recogemos
con su correspondiente pie), lo reproducimos íntegramente
al final de este epígrafe, aunque sabemos que ha sido objeto
de edición reciente, con prólogo del profesor Wildpret, en
una colección que tuvimos el honor de coordinar. Pero, sin
duda, bien merece que nos detengamos en el resto de las
alusiones de Leoncio Rodríguez a la historia y a las bellezas
paisajísticas de la isla redonda.
Así, pues, en el epígrafe relativo a «Las palmas de Santa
María de Betancuria» que el autor adorna hábilmente, con
su característica fluidez, mediante el recurso a anécdotas y
episodios históricos más o menos relevantes y legendarios, se
dice en el penúltimo párrafo que cierra el capítulo:
He ahí, en síntesis, los comienzos históricos de Santa Maria
de Betancuria, capital de la Isla durante tres siglos, y una de las
villas de más tradicional relieve en todo el Archipiélago. Pueblo
que ha conservado hasta nuestros días el carácter gótico de su
fundación, y que se ufana de guardar entre sus reliquias el arca
con los restos y los libros de San Torcaz, y en su vieja iglesia el
sepulcro de aquel ilustre Señor y Dueño de la Isla, don Diego de
Herrera, del que dice el epitafio grabado en tosca lápida:
«Aquí reposa el que fue noveno rey de Tenerife y décimo de
la Gran Canaria, que pasó a Berbería con sus flot as, redujo un
gran número de moros a la esclavitud, hizo la guerra a tres naciones,
los gentiles, los moros y los portugueses, y obtuvo la victoria
sin la ayuda de ningún rey».
42
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Todavía, en el fondo del barranco, y entre las basálticas paredes,
pulidas por las aguas, donde se hallaba la gruta de la Vir gen
de la Peña, la pequeña imagen de piedra blanca, con los
ojos cerrados, quedan algunos vestigios del espeso palmar en
que hicieron alto los conquistadores normandos. Arboleda famosa,
en la que se podían contar más de 800 palmas en grupos de
a cien, todas cargadas de grandes racimos, y tan altas como
mástiles de navíos .. 22
Viera y Clavijo, cuyas Noticias fueron sin duda el libro de
cabecera de Leoncio Rodríguez y la base esencial de todos
sus ensayos históricos, había exaltado ya la proverbial sencillez
del convento franciscano de Fuerteventura, cuyos virtuosos
frailes se habían aplicado a la construcción del cenobio
«conforme al espíritu de su primitivo instituto: es decir,
pobre y pequeño». Había influido en ello, continúa Viera y
Clavijo, la circunstancia de que en Fuerteventura no se encontraban
«otras maderas que las de Palma y Tarajal», y,
por si fuera poco, los majos veían con simpatía «la humildad
con que las conducían sobre sus propios hombros, a
cuya virtud quizá debieron desde luego la gloria de tener
por prelado a un Santo, que hoy veneran sobre sus Altares,
y que reconocen por Patrono general de la Provincia» 23
, es
decir, San Diego de Alcalá.
También se refiere Leoncio Rodríguez a Gran Canaria
en el capítulo que dedicó a «La palma de la Torre del Conde
» Hernán Peraza, en San Sebastián de La Gomera. «No
todos fueron timbres gloriosos en los anales de la célebre
22 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradicionales de
Canaáas, La Pr ensa, Santa Cruz de Tenerife, c. 1938, t. 1, pp. 23-24.
23 VIERA Y CLAVU O, José: NotJáas de la Historia General de las Islas
de Canan'a., Madrid, MDCCLXXII [1772), t. 1, pp. 430-431.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
fortaleza gomera», en alusión a las algaradas de los isleños
contra el despotismo de sus señores. En tal sentido escribe:
Las antiguas contiendas, lejos de encalmarse, cobraban nuevos
impulsos y mayor virulencia. Enardecida y envalentonada la
plebe, con más ahínco que nunca, volvió a intentar el asalto a la
fortaleza, y otra vez tuvo que desistir del empeño, perdiendo en
la refriega a su caudillo, un bravo montañés, asaeteado desde las
almenas de la torre. Y como epílogo de este nuevo episodio, la
intervención brutal de aquel funesto gobernador de Gran Canaria,
Pedro de Vera, que había acudido en auxilio de los sitiados
de la torre, y que, después de viles engaños y falsas promesas de
perdón, dio rienda suelta a sus feroces instintos, «llenando las
horcas y empalizadas de cuerpos de hombres, echando a muchos
a la mar con pesas al cuello; repartiendo los niños, como
esclavos, a quien los quería, o mandándolos a vender para gastos
de guerra>>24
.
Se sirvió ampliamente Leoncio Rodríguez para su relato
de la recién impresa 1-Iistoria de la conquista de la Gran
Canaria de Pedro Gómez Escudero, y en concreto del capítulo
XVII, que se intitula «De la muerte que dieron los Gomeros
a su Señor Hernán Peraza», esposo de la célebre
Beatriz de Bobadilla, amiga de Colón y con fama de depravada,
no menos que el conquistador Pedro de Vera y algunos
de sus descendientes, implicados en diversos crímenes y
abusos. Dice el cronista:
Traídos los rebeldes gomeros y confesada la muerte, aunque
fueron pocos los matadores, los condenados a muerte fueron
24 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árholes hist6ncos y tradicionale9 de
Canaáas, c. 1938, cit., pp. 30-31.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
muchos, y a todos los de 15 años arriba que no se perdonó a nadie.
Fueron diversos los géneros de muerte, porque ahorcó, empaló,
arrastró, mandó echar a la mar vivos con pesas a los pescuezos,
a otros cortó pies y manos vivos, y era gran compasión
ver tal género de crueldad en Pedro de Vera. A los niños y niñas
repartió el Gobernador a su voluntad, dándolos de regalo por
esclavos a quien él quería, también llenó un navío de estos muchachos
y envió a vender para gastos de la gente de guerra25
.
Al margen del capítulo dedicado a «Los tilos de Moya»
que, tal como dijimos, se reproduce críticamente a continuación,
también podemos rastrear el interés del biografiado
por subrayar las peculiaridades de nuestra vegetación
vernácula en el conjunto del Archipiélago, sin omitir en
momento alguno su preocupación por Gran Canaria. Sucede
así, pues, en el caso de nuestros pinos, auténticos vigías
de nuestros montes, bellos, orgullosos y heroicos frente a los
fuegos que, de cuando en cuando, asolan sin piedad bosques
y medianías.
Leoncio Rodríguez escribe, en este caso, sobre el vínculo
ancestral entre las tradiciones religiosas y algunos de nuestros
pinos más señeros y, como es natural, no puede olvidarse
del histórico pino de Teror, sede de la patrona de
Gran Canaria, y lugar que eligió como retiro su entrañable
amigo Francisco González Díaz:
Otro pino histórico, el de la Villa de Teror, de tradición tan
conocida, ha dejado recuerdo imperecedero por su legendaria
fama, avivada por la fe religiosa y el culto de que fue objet o durante
varias centurias en la isla de Gran Canaria.
25 GÓMEZ ESCUDERO, Pedro: H stona de la. Conqw8ta. de la.
Gra.n Ca.na.na, 1484, Tip. «El Norte», Gáldar [1 936), pp. 68-71.
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La vieja y donosa leyenda corre todavía de boca en boca en
el pueblo de Teror. Una luz en lo alto de un pino que infunde
temor a los gentiles. Un prelado animoso, don Juan de Frías,
que sube a la copa del árbol y encuentra una hermosa estatua
de Nuestra Señora, de unos cinco palmos de alto, sobre una
peana de piedra blanca, y a su alrededor dos pequeños dragos,
entre verdes festones de culantrillo, «tan fresco y tan lozano como
si estuviese en un peñasco, regado de algún manantial».
Al pie del pino, que era muy frondoso y de ancho tronco, corría
una fuente, «hasta que habiéndola cercado de piedras un
cura ávido, y puestole llave para que contribuyesen con limosnas
los que acudían a sus necesidades a buscar el remedio, no tardó
la codicia en secar aquella piscina saludable».
Del descubrimiento famoso, hecho por don Juan de Frías en
la copa del centenario árbol, surgió la fervorosa devoción que el
pueblo canario viene profesando desde entonces a la Virgen del
Pino, Patrona de la Gran Canaria, tan loada en romances y en
viejas coplas populares.
La Virgen del Pino es mía,
Que en el pinar me la hallé,
Cogiendo ramos de pinos
Para su hijo Manuel ..
Cantan aún las romerías en recuerdo del memor able suceso,
y la antigua copla pone temblores de emoción en los labios de
los isleños ausentes, que llevan siempre sobre sus pechos una
medalla o un recuerdo de la Virgen del Pino . .. , la de la lucecita
encendida en medio del solitario pinar.
Una mañana del mes de abril de 1684, el vecindario de la
Villa de Teror se despertó con la sorpresa de ver que el viejo pino
inclinaba su tronco sobre las paredes del santuario de la Virgen,
que se había edificado junto a él; sacóse precipitadamente la
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imagen de la Iglesia, y a los pocos momentos el árbol se derrumbaba
con estrépito.
Los historiadores, al narrar el suceso, atribuyen la ruina del
pino a habérsele convertido en campanario y no poder resistir
los gajos la pesada carga26
.
Fíjase este memorable hallazgo, había señalado Viera y
Clavijo al escribir sobre el milagroso hallazgo de la imagen
de la Virgen, al final de la conquista de Gran Canaria y en
tiempo de su obispo y conquistador don Juan de Frías,
quien, habiendo subido a un pino del que emanaba cierta
luz prodigiosa, «encontró una hermosa y devota estatua de
Nuestra Señora, de cinco palmos de alto, con su santísimo
hijo sobre el brazo izquierdo». Viera y Clavijo, racionalista
como buen ilustrado y enemigo declarado de la milagrería y
las tradiciones populares, destacó sobre todo la magnificen -
cia del desaparecido ejemplar de Pinas canariensis:
El pino sí que era un prodigio. Sobre ser eminente, de ramos
muy frondosos, y su tronco de una circunferencia de cinco brazas
y media, tenía en la primera distribución de sus gajos un círculo
de culantrillo de pozos tan fresco y tan lozano como si estuviese
en un peñasco regado de algún manantial. De este
frondoso círculo nacían dos árboles dragos, cada uno de tres var
as desde la raíz a la copa, y en medio de ellos, se dice, estaba la
santa imagen sobre la peana de una piedra, cuya calidad no pudo
averiguarse nunca27
.
26 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6n cos y tradicionales de
Canaáas, c. 1938, cit., pp. 93-95.
27 VIERA Y Cl..AVUO, José: Noticias de la Historia General de las Islas
Cananas, introducción y notas de A Cioranescu, Goya Ediciones,
Santa Cruz de Tenerife, 1982, t. 11, pp. 108-109.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
«No se concibe rm paisaje canario -aprmtaba más tarde
Leoncio Rodríguez-, donde no luzca la silueta grácil, ondu -
lante y bella de la pahnera». Resultaba difícil no escribir con
entusiasmo y como arrobado sobre la dama gentil de nuestros
valles y costas, y, naturalmente, también le resultaba
imposible no referirse a Gran Canaria como la isla en la que
habían señoreado el paisaje las frondosas y valientes pahneras
isleñas:
La historia de nuestras palmeras arranca de los tiempos más
remotos. Desde las expediciones del siglo catorce, ya hacen mención
los cronistas de los grandes bosques que existían en Gran
Canaria. Posteriormente, a la llegada de los conquistadores a
aquella Isla, decidieron dar el nombre de Las Palmas a la incipiente
ciudad, antes llamada del Guiniguada, en atención, según
el P. Sosa, a haberse hallado tal número de palmeras, «muchas
tan desmedidas en lo alto, que parecían se avecinaban con las
estrellas; algunas de las cuales, añade, conservan hoy sus ciudadanos,
lo uno por ser de quienes tomó la ciudad tan remontado
nombre, y lo otro porque sirve su altura en muchas ocasiones de
fijo norte para que los mareantes vengan por ellas en conocimiento
del paraje en que se hallan» zs.
El testimonio del padre Sosa que, con habilidad y buen
gusto, eligió Leoncio Rodríguez para documentar su aserto
es emocionante. La ciudad de Las Palmas podía ser reconocida,
desde la mar abierta, por sus copudos y elegantes
palmerales, pero, además, el padre Sosa, como hijo de la
ciudad, había hablado con pasión de la frmdación del enclave
por rm puñado de hombres acaudillados por Juan
28 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árholes hist6ncos y tradicionale9 de
Canaáas, c. 1938, cit., pp. 114-115.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Rejón y el deán Juan Bermúdez, tras un desembarco que
recuerda más a una empresa de colonización, pionera y
pacífica, que a una conquista feroz y, en ocasiones, inhumana,
como en efecto sucedió en otros momentos y luga -
res de estos primeros tiempos de la historia insular.
Así, pues, tras celebrar el santo sacrificio de la misa en los
arenales de las Isletas, la comitiva decidió buscar un lugar
más adecuado para establecerse, ya que, continúa fray José
de Sosa:
No les pareció aquel sitio a propósito a los españoles por la
falta de agua, y ser todas sus campiñas un arenal blanco para
sentar su real, y caminaron de allí una pequeña legua por la orilla
del mar: y hallaron un arroyo caudaloso, en donde es hoy la
ciudad Real de Las Palmas, que llamaban G(u)iniguada: noticia
que les dio un anciano canario que hallaron las espías que enviaron
para explorar la tierra mariscando en la ribera del mar. A
este sitio [ ... ] , le pusieron este nombre los conquistadores, porque
(además de ser ella la que lleva la palma entre las otras ciu -
dades de las siete afortunadas islas, y su cabeza) se hallaron en
su asiento muchas hermosas palmas, tan desmedidas en lo alto,
que parecía se avecindaban con las estrellas; algunas de las cuales
conservan hasta hoy sus ciudadanos; lo uno por ser de quienes
tomó su ciudad tan remontado nombre, y lo otro por que
sirve su altura en muchas ocasiones de fijo norte, para que los
mareantes, por ellas vengan en conocimiento del paraje en que
se hallan29
.
29 SOSA, fray José de: Topograffa de/ la Isla Afortunada Gran Canana
/ Caheza. del Pamdo / de toda Ja Provincia / comprensiva/ de las
siete islas / Hamadas vulgannente / Afortunadas. / Su antigüedad, con quista
e invasiones; sus / puertos, playas, muraHas y / castillos; con
cierta relao6n de sus defensas, / escáta en la M N y / muy leal Ciudad
Real de las Palmas, por un / illjo suyo este año de 1678, Imprenta lsle-
49
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Leoncio Rodríguez, finalmente, al referirse con nostalgia a
los antiguos cedros canarios que poblaban nuestras crnnbres,
nos habla con tristeza de su desaparición en algunas islas,
especialmente por una explotación «continua y despiadada»:
Altos, vigorosos, de follaje siempre verde y lozano, competían
en antigüedad y reciedumbre con los árboles más seculares de
nuestros bosques. Extintos completamente en las islas de Gran
Canaria y La Gomera, donde habían sido objeto de una explotación
continua y despiadada, con egoístas fines comerciales, quedaron
únicamente como vestigios de la especie los pocos ejemplares
que hasta el pasado siglo se conservaban en las zonas más
altas de Tenerife3°.
ña, Santa Cruz de Tenerife, 1849, p. 72. Esta obra se reeditó, como
veremos, en la «Biblioteca Canaria» de Leoncio Rodríguez.
30 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árholes hist6ncos y tradicionale9 de
Canaáas, c. 1938, cit., pp. 149-150.
50
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Los tilos de Moya31
LEONClO RODRÍGUEZ
Tierra fértil, de suaves temperies y copiosos manantiales, la
isla de Gran Canaria tuvo fama en el Archipiélago por la
frondosidad y exuberancia de sus selvas. Extensos bosques
de pinos, abetos, dragos y palmeras cubrían sus montañas,
y un gran acopio de árboles frutales proporcionaba bienestar
y riqueza a sus habitantes. Una feliz coincidencia contribuyó
a aumentar estos bienes, prodigando aun más el árbol
en el suelo canario, ya bien colmado de dones por la Naturaleza:
el casual arribo a la Isla, allá por la mitad del siglo
catorce, de unos expedicionarios mallorquines, que traían
consigo una gran variedad de simientes. Al poco tiempo los
campos se enriquecían con numerosas especies, particularmente
de fecundas higueras, y los naturales del país, acle-
31 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradicionales de
Cananas, c. 1938, cit., pp. 38-41.
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más de un nuevo sustento, se encontraron con una industria
floreciente, la de los higos, que conservaban des¡ ués de
curados al sol, prensándolos en espuertas de palma3
.
Entre todos los bosques de la Isla, ninguno tan nombra -
do como el de la Montaña de Doramas33
, del que sólo quedan
como vestigios los tilos de Moya. Bosque de secular
arboleda, caudalosos arroyos y floridos senderos, tapizados
de hierbas aromáticas, del que decía el Padre de la Cámara34
el año 1634, «que era una de las más grandiosas cosas
32 La existencia de higueras y del aprovechamiento de los higos por la
población indígena de Gran Canaria y Tenerife ha sido constatada. Sin
embargo, la traída del biotipo por los mallorquines es anecdótica (Cf. el
ensayo de GIL, Jaime et al: «las higueras canarias y su diversidad: bases
orales y documentales para su estudio», en Rincones del Atlántico, número
3, hay versión digital en Internet, http://www.rinconesdelatlantico.
com/num3/ Ver, también, LEAL CRUZ, Pedro N.: «ffue la higuera
introducida en Canarias en el siglo XIV por los mallorquines?», en El
Baleo, núm. 41, La Laguna, noviembre/diciembre 2006, pp. 10-11) [N.
del E.]
33 En el mismo número de Rincones del Atlántico se publica un trabajo
sobre la selva de Doramas (N. del E.).
34 Se refiere Leoncio Rodríguez a la obra intitulada CONST/7VCIONES
SYNODALES DEL OBISPADO DE 1A GRAN G4NARM, Y SU
Sil\TA IGLES14, CON SU PRIMERA FVNDACIÓN, Y TRANSLACIÓN
/ vidas sumarias de sus Obispos, y breve, relac16n de todas siete Islas/
COMPVESTAS Y ORDENADAS por el Doctor don Chnst6val de la
Cfimara y Murga, Magistral de tres Iglesias, Badajoz, Murcia, y la Santa
de Toledo, Primada de las Españas, y Obispo del dicho Obispado /
DIRIGIDAS A 1A CATÓLJCA Magestad del Rey don Felipe fil!, nuestro
Señor, Monarca y Emperador de las Españas, / en Madrid, / Por lvan
Gorn~alez. / Año de MDCXXXI [1631]. Se trata, empero, de una cita
indirecta, que tomó de Viera y Clavijo, quien da la fecha errónea de
1634 para la edición de las Constituciones Sinodales del obispo Cristóbal
de la Cámara y Murga (VIERA Y CLAVUO, José: Hi"storia de Cana-
52
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de España por su variedad de árboles, que mirados a lo alto
casi se perdían de vista, y en cuyo recinto, lleno de nacimientos
de frescas aguas, estaban los árboles tan acopados,
que el mayor sol no bajaba a la tierra» 35
.
Por su parte, el historiador Viera y Clavijo, que en 1780
visitó el bosque36
, decía: «El canto de los pájaros y el conti-rias,
ed. de Elfas Serra Ráfols et al, Goya, Santa Cruz de Tenerife,
1950-1952) [N. del E.].
35 La cita textual de las Constituciones Synodales (1631, p. 344 0,
es como sigue: «Es pues aquella montaña de las grandiosas cosas de
España: muy cerrada de variedad de árboles, que mirarlos a lo alto,
casi se pierde la vista, y puestos a trechos en unas profundidades, y unas
peñas, que fue singular obra de Dios, criándolos allí: ay muchos
arroyos, y nacimiento de frescas aguas, y están los árboles tan acopados,
que el mayor Sol no baxa a la tierra. A mí me espantava lo que me
dezían, y visto della lo que pude, dixe me avían dicho poco» (N. del E.).
36 Se trata de un error. En ese año Viera y Clavija estaba residiendo
en Madrid y viajando por Italia y Austria. Él mismo lo dice en el «Prólogo
» al tomo N de sus Noticias de la Histona General de las Islas de
Canan"a, en la Imprenta de Blas Román, Madrid, MDCCLXXXIII
[1783), que los historiadores descriptivistas de mediados del novecientos
(Elías Serra, Alejandro Cioranescu, etc.) re-titularon como les vino en
gana, lo mismo que hicieron con otras obras clásicas del patrimonio
histórico insular. Dice, en concreto, Viera en el proemio del citado tomo
N de sus Notici'as: «Pero en est e empeño me he visto detenido largo
tiempo por dos obstáculos. El primero ha sido la dificultad que he encontrado
para recoger el vasto cúmulo de memorias, [ ... ) ; y el segundo,
los prolijos y dilatados viages que emprendí, ya en los años de 1777 y
78, recorriendo la mayor parte del Reyno de Fr ancia y Estados de los
Países baxos, y residiendo once meses en París; ya por los años de 1780
y 81, haciendo todo el giro de Italia, pasando a Viena de Austria, donde
permanecí cinco meses, viajando después por la Baviera, la Suavia y
Ciudades del Bajo Rin, y dando en fin la vuelta por Bruselas y París a
nuestra Corte» (cito por la edición facsímil de Ediciones Idea, Santa
Cruz de Tenerife, 2004). El profesor Rafael Padrón Femández ha publicado
primorosamente, en sendos volúmenes, el Diano de viaje desde
Madnd a Itah"a, Instituto de Estudios Canarios, Tenerife, 2006 y el
53
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nuado vuelo de las aves, que allí habitan en infinitas tropas,
dan un aspecto delicioso a toda la selva. Los paseos dilatados
y planos, parecen un esmero de arte, y agradan más
porque no lo son. Hay un sitio, que los paisanos llaman 'La
Catedral', que a la verdad representa una gran pieza de
arquitectura, decorada de columnas, arcos y bóvedas. Si los
bosques afortunados de los Campos Elíseos no tuvieran en
nuestras islas su asiento, esta montaña es una buena prueba
de que le debieron tener» 37
.
Tal era el bosque de Doramas, el de los altos tilos y las
poéticas umbrías, donde, según el autor del Templo MilÍtante38,
<<Apolo sustentaba sus laureles», «Mercurio las antiguas
hierbas» y
Diario de viaje a Francia y Flandes, IEC, Tenerife, 2008, quedando
pendiente la edición del tomo III sobre el viaje que el sabio isleño realizó
a Centroeuropa, y que seguramente irá acompañado, como en los casos
anteriores, de una sesuda reflexión introductoria, múltiples y eruditas
notas aclaratorias y un exquisito gusto editorial que han hecho de estos
tomos, aparte de su gran valor científico, unos libros extraordinariamente
bellos y decorativos (N. del E.).
37 La cita de Viera (Noticias de la Historia General de las Islas de
Canana, cit ., Madrid, MDCCLXXIl (1772], tomo 1, p. 208), que fue
adaptada por Leoncio Rodríguez, es la siguiente: «El canto de los páxaros,
y el continuado vuelo de las aves que allí habitan en infinitas tropas,
dan un aspecto delicioso a toda la selva. Entre en ella una imaginación
poética, y se verán por todas partes Náyades, Dryades, etc. Los paseos,
dilatados y planos, parecen un esmero del Arte, y agradan más porque
no lo son. Hay un sitio, que los Paysanos llaman la Catedral, que a la
verdad representa una gran pieza de Arquitectura, decorada de columnas,
arcos, y bóvedas. Finalmente, toda esta Montaña tiene bellos lejos y
puntos de perspectiva; y si los Bosques afortunados de los Campos
Elyseos no tuvieron en nuestras Islas su asiento, esta Montaña es una
buena prueba de que le debieron tener» (N. del E.).
38 Bartolomé Cairasco de Figueroa (N. del E.).
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Los altos tilos, verdes capiteles,
Con mil diversos árboles, Diana.
En la bella selva, que tenía unas seis millas de extensión,
estableció su morada el joven guanarteme que dio nombre y
fama a la histórica montaña. Su recuerdo va unido a una de
las gestas más heroicas de los defensores de la Gran Canaria,
que acaudillaba el valeroso Doramas.
iEl trágico fin del «último canario»39
, como se le llamaba,
recuerda el de aquel otro guerrero indígena de Tenerife,
caído en la ladera de San Roque40
. Testigo de sus proezas, el
capellán y cronista Gómez Escudero, legó a la posteridad,
para gloria del héroe, un interesante relato del dramático
final de Doramas. «Subíamos -dice- por las lomas que van
hacia Arucas, cuando nos vinieron al encuentro las huestes
del guanarteme. Al frente de ellas aparecía Doramas, con su
espada de palo tan fuerte como una partesana, tan grande
que un español después no podía jugarla con dos brazos,
39 Alusión a la novela de MILLARES 1DRRES: El último de los canarios,
hnp. de Francisco Martín, Las Pahnas, 1875, obra que inspiró
también algunos párrafos del ensayo de Leoncio Rodríguez. Así, en la
página IX escribe el historiador grancanario: «En medio de esos frondosos
pinares, de esas selvas vírgenes, donde crecían confundidos el lentisco
y el nogal, el drago y el olivo, el álamo y la pahna, distinguíase, como
una maravilla de la naturaleza, la selva de Doramas, recuerdo admirable
de aquellos mágicos jardines, que el Taso soñó para su Armida». Y
señala también Millares, «en un radio de más de cuatro leguas, que
abarcaba los feraces distritos de Moya y Arucas, de Firgas y Teror, se
extendía ese bosque espléndido, donde el sol. .. » (N. del E.).
40 Se refiere a Tinguaro. El propio Leoncio Rodríguez participó, en
noviembre de 1907, en el homenaje que se rindió al mítico héroe guanche
en La Laguna [«Letras Canarias. El defensor de la Patria (De Acentejo
a La Laguna)», en El Progreso, Santa Cruz de Tenerife, 18-11 -
1907, p. 1, y dedicó su trabajo <<A mi pueblo natal, con motivo de su
homenaje al príncipe Tinguaro»] (N. del E.).
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mientras él la volvía y revolvía en forma de rueda que nadie
le podía entrar ni aun con lanza, porque desharretaba los
caballos y así se guardaban de él. Fue Dios servido de que
no perecieran aquí los cristianos, porque realmente hubiéramos
perecido si Vera y todos los suyos no arremetieran a
una contra Doramas, enristrándole las lanzas y cercándole
hasta darle muerte. El gobernador hizo entonces que se le
cortara la cabeza y traerla puesta en una lanza para ponerla
en la plaza del Real, que era la de San Antón» 41
.
Otra versión histórica, que difiere bastante de la de Gómez
Escudero, dice que el Conquistador quiso llevar consigo
a Doramas para que adornase su entrada en el Real de
Las Palmas, pero que al llegar a la cuesta de Arucas se halló
41 Leoncio Rodríguez tomó su descripción del texto ya mencionado
de GÓMEZ ESCUDERO, Pedro: Historia de la Conquista de la Gran
Canana, 1484, cit., Gáldar [1936], prologado por Dacio V. Darias y
Padrón. La cita que extracta Leoncio Rodríguez figura en las páginas 42-
43, y dice así: «subíamos las lomas altas que van hacia Arucas: onde se
vinieron a el encuentro y con coraje se venían a meter por las armas, el
Doramas se señaló con su espada de palo tan fuerte como una partesana
tan grande que un español después no podía jugarla con dos brazos,
aunque era bien fuerte y alentado; y él la volvía y revolvía con una forma
de rueda que nadie le podía entrar ni aun con lanza, porque desharretaba
los caballos y así se guardaban de él: Tiraban lanzas de tea todo a puño,
que pasaban el escudo y un hombre parte a parte, y lo peor, fuertes pedradas
a brazos, muy grandes y ciertas, como tiradas con ballesta. / Fue
Dios servido, que no perecieran aquí los cristianos porque realmente
hubiéramos todos de perecer si no fuera V era y otros Caballeros que como
desesperados y hombres sin remedio, todos a una arremetieron con Doramas
solo y enristrándole las lanzas lo mataron dándole la primer lanzada
por el costado, que si fuera uno el que a él acometiera no le matan,
porque dando un salto se escapa luego, cercáronle y así le dieron fin, y con
la batalla, porque viéndole muerto huyeron los Canarios, deshizo el fuerte
que tenían allí en Arucas o cerca; el Gobernador hizo cortar la cabeza a
Doramas y traerla puesta en una lanza, y hizo ponerla en la Plaza de el
Real, que era la de San Antón» (N. del E.).
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el prisionero tan débil y extenuado por la falta de sangre,
que comenzó a denotar señales de agorúa.
Dispuso entonces Vera que se le diese el bautismo; se
trajo el agua dentro de un casco de acero, y el mismo general
se brindó para servir de padrino.
A los pocos momentos dejaba de existir el desventurado
guanarteme, y su cadáver, acompañado de gran pompa
guerrera y de muchos isleños que prefirieron el cautiverio a
tener que separarse para siempre de su caudillo, fue conducido
a la montaña que llevaba su nombre y sepultado en
una cueva del barranco de la Virgen. Un cerco de piedra,
con una cruz al centro, recordaba a las futuras generaciones
que allí estaba sepultado el indómito defensor de la montaña,
el bravo Doramas42
.
Del primitivo bosque, que sirvió de morada al «guaire»
célebre, sólo quedan en pie los tilos de las «Madres de Moya
», «verdes capiteles» del que fue palacio umbroso, de tan
altas y tupidas bóvedas, que jamás el sol pudo penetrar en
sus senderos. iTilos centenarios, que velan el sueño del rey
Doramas! Tilos consagrados por la Historia y loados por la
Poesía en las viejas estrofas de Cairasco de Figueroa:
Y aquestos son los árboles
Que frisan ya con los del Monte Ltbano 43
42 Esta versión está tomada de las Noticias de VIERA Y CLAVUO,
José: op. cit., tomo 11, Madrid, MDCCLXXIII [1 773], p. 72 (N. del E.).
43 En la edición de la citada obra de Viera y Clavijo (Histona de Cananas,
1, 185), realizada bajo la dirección de Elías Serra, pueden leerse
estos versos de Cairasco, en relación con la comedia sobre la venida del
obispo Fernando Rueda (1581): «Éste es el bosque umbrífero / que de
Doramas tiene el nombre célebre, / y aquestos son los árboles / que
frisan ya con los del monte Líbano / y las palmas altísimas / mucho más
que de Egipto las pirámides, / que los sabrosos dátiles / producen a su
tiempo y dulces támaras» (N. del E.).
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' ' 111.- LOS ARBOLES HlSTORlCOS
(SEGUNDO VOLUMEN)
Gran C~aria figura una y otra vez en la segunda entrega
de los Arholes históricos y tradicionales de Canarias, tomo
que apareció en 1946, y que es la lógica continuación del
anterior, ya que, como diría el propio Leoncio Rodríguez en
el prólogo, cuando publicó las primeras crónicas sobre el
tema creyó que sería suficiente, «según el plan que nos
habíamos trazado», pero habían sido, precisamente, las
palabras de un escritor grancanario, Domingo Doreste Rodríguez
(Las Palmas de Gran Canaria, 1868-1940), conocido
por su famoso seudónimo Fray Lesco, las que le habían
animado a proseguir con su singular historia, sencilla, divulgativa,
pero rotunda; aparte, claro está, del hallazgo de
nuevos datos dignos de ser tenidos en cuenta:
Nos estimuló a proseguir estos trabajos, que un ilustre escritor
de la tierra, Domingo Doreste, Fray Lesco, en un comentario
periodístico que tuvo la bondad de dedicamos, calificó de «silue-
59
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
tas biográficas». «No es una monografía botánica -decía el ilustre
cronista-; es una galería biográfica escrita sobre un pentagrama.
Cada ejemplar de árbol acusa una significación que suele
ser doble: histórica y poética>>.
Realmente, tal fue el pensamiento que nos guió, y si algún
acierto hubo en la modesta empresa atribúyase más al tema que
al autor, que en esta ocasión desearía impersonalizarse por completo.
No se vea, pues, en esta nueva serie de crónicas ningún
afán de notoriedad literaria, ni tampoco de intromisión en materias
reservadas a los profesionales, a los botánicos y a los investigadores
de historia. Ni siquiera aspiramos a ganar adeptos, a estas
alturas, para la causa del árbol, que en Canarias cuenta con
tantos y tan entusiastas valedores. Queremos, sí, evocar, exaltar
todo lo que la tierra isleña tuvo de sorprendente fecundidad y
suprema belleza, como fueron sus bosques, sus árboles seculares,
sus plantas maravillosas. De ahí que estas páginas acaso reflejen
una impresión desalentadora si se compara lo que fue nuestro
suelo cuando las alegres frondas embellecian sus montañas, y lo
que es hoy en su triste y lamentable desnudez. Confiamos, sin
embargo, en el mágico poder de la Naturaleza canaria, que en
su doble esfuerzo creador y reparador habrá de borrar, al fin, las
huellas de tantas profanaciones 44
.
Poco antes de su fallecimiento, Domingo Doreste había
tenido tiempo de expresarse en términos tan bellos como los
que inspiraron la segunda parte de esta obra central de su
colega y amigo tinerfeño. iQué ejemplo de fraternidad personal
y cultural, de respeto y de reconocimiento al trabajo
bien hecho, así como de amor a la tierra! iQué hermoso
epitafio para despedirse, con ternura y humildad, de la na-
44 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árholes hist6ncos y tradicionales de
Cananas (segunda parte), Tipografía Nivaria, Santa Cruz de Tenerife,
1946, pp. 6-8.
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turaleza y de la tierra madre! iQué extraordinario ejemplo
de hermandad entre las islas de Gran Canaria y Tenerife!
i Qué grandeza de espíritu frente a la mezquindad de otros
tiempos y de otros mal llamados periodistas, pero que no
han sido otra cosa que mediocres gacetilleros mercenarios e
infames en todos los actos de su execrable vida, aderezada
en ocasiones por la adulación y el mezquino interés pero
nunca por el mérito franco, noble y realmente merecido!
Leoncio Rodríguez seleccionó, al final de la segunda parte
de su historia de los árboles isleños, algunos «comentarios» a
sus crónicas. Entre ellos destaca, precisamente, el de Domingo
Doreste, Fray Lesco, en las páginas 237-238. Merece que
lo conozcamos en su totalidad, ya que, como hemos señala -
do, resume el fondo y la forma, el espíritu y la materia del
libro del maestro de periodistas tinerfeño y canario:
Árboles históricos de Canarias, por supuesto. Hace mucho
tiempo que andan estos personajes en busca de autor. Ahora lo
han encontrado. Se trata de un libro, poco monumental, de
simpática edición; de un librito entrañable, en una palabra. La
mitad de la fortuna que pueda correr, nace de haberlo intentado:
de la elección de asuntos, que recomendaban los antiguos
retóricos. Es una serie de siluetas «biográficas» de los árboles célebres
de Canarias.
Biografía, desde luego, porque cada árbol de los tratados
tiene una personalidad. La mera materia de la obrita la encarece.
Pero no basta, sin la forma, que es su alma. Y el libro la tiene
muy vibrante, con grata r esonancia en todo corazón canario. La
flora arbórea de nuestro archipiélago siempre fue una maravilla
para el botánico. Tal es el postulado que podemos llamar científico
de la obra. Pero ésta no es una monografía botánica; es, repitárnoslo,
una galería biográfica escrita sobre un pentagrama.
Cada ejemplar acusa una significación que suele ser doble: histórica
y poética.
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© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
Difícil improvisar una clasificación según los puntos de vista,
esencialmente líricos, del autor. En un grupo se puede considerar
los ejemplares que enaltecen su estirpe, por su prestancia y
longevidad; y en él pueden figurar el Drago (con mayúscula)
desaparecido de La Orotava, el superviviente (de milagro) de
Icod, el Pino del Buen Paso, cerca de la misma Villa, el del Paso
de La Palma, los Pinos gordos de Vilaflor (uno de ellos consagrado
campeón en un concurso nacional), el Castaño de las siete
pernadas de Aguamansa, los antiguos cedros de nuestras alturas,
casi extinguidos, y el Mocán de Tegueste.
Como asistidos de una tradición religiosa se citan el Pino
Santo de Teror, y la Palma de San Diego de Alcalá en Santa
María de Betancuria. Como testigos de hazañas, conjuras y episodios
de historia, la Palma de la Torre del Conde (Hemán Pera.
za) en La Gomera, el Pino de la Victoria de Acentejo, los Tilos
de Moya, pobres restos del bosque de Doramas, el Laurel del
jardín de Nava, de La Laguna. Como legendario, el Garoé, maravilloso
filtro de la humedad atmosférica, que aplacaba la sed
de los habitantes del Hierro.
Dragos, mocanes, pinos, barbusanos, viñáticos, cedros, aceviños,
tilos, laureles, almácigos, hayas, brezos, orijamas, sabinas, palo
santo, leña buena ... todas estas especies y algunas más, aun las de
nombre corriente, llevan un apellido: canariensis -icanariensis!-.
Sin embargo, nos parecen exóticas, y lo son para el resto del
mundo, no para nosotros, toda vez que son floración de nuestro
suelo y de nuestro clima, parte conspicua de las cuatrocien -
tas y pico de especies del reino vegetal catalogadas por los botánicos
bajo aquel apellido. Si no las conocemos es porque son
raras, gracias a las incansables talas de que han sido víctimas,
pues es de saber que el mítico dragón de las Hespérides no ha
muerto: sobrevive disfrazado de leñador.
De ello se queja dolorosamente el autor del libro meritísimo,
el infatigable periodista Leoncio Rodríguez, que ha cumplido
con esta obra una labor altamente educadora, que hemos de re-
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coger devotamente. En Tenerife, sin duda, se ha prestado mayor
interés que entre nosotros al prestigio del árbol indígena. No
hemos tenido aquí una dinastía como la magnífica de los Nava,
generosos custodios de la heráldica arbórea del país. Pero nunca
es tarde. Gracias precisamente a su celo y al de otros próceres,
las especies perdidas en Gran Canaria, pueden reproducirse.
Brindo la iniciativa a la Junta de Turismo, a quien le será fácil
despertar entre los propietarios este interés, digno de las perspectivas
de la España Nueva.
Ilustrado con sobrias estampas del pintor tinerfeño Martín
González y alguna que otra de Diego Crosa, que iluminó
el primer tomo como hemos dicho, este segundo volumen
contiene, igualmente, numerosas referencias amorosas a la
vegetación de Gran Canaria y, obviamente, a la del conjunto
del Archipiélago. Destaca, en relación con la isla redonda,
el epígrafe «Las tres palmas de Luján Pérez» (pp. 87-91),
que reproducimos a continuación en versión crítica, pero,
además, tenemos referencias a Gran Canaria en los capítu -
los titulados «Las primitivas selvas», «El árbol canario en la
poesía hispana», «Aspectos forestales», «Plátanos o plántanos
», «Sabinas», «La retama del Teide», «Los cipreses de
La Paz», «El tamarindo del convento de Candelaria» y «El
drago de Geneto>>.
En el primero de los epígrafes mencionados, Leoncio
Rodríguez hace un rápido recorrido por la historia del Archipiélago
desde los tiempos más remotos, y para ello utiliza
las fuentes de las que dispone en su tiempo, si bien, en algún
que otro caso, se hace eco de aspectos e hipótesis de
dudosa fiabilidad como, por ejemplo, la famosa llegada de
los árabes a Canarias, tema polémico que se cimentó sobre
una invención de Ossuna. Pero, en cualquier caso, lo importante
son los árboles y, en este ámbito, Leoncio Rodríguez, a
caballo entre la poesía y el rigor divulgativo, es un maestro
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indiscutible. Demuestra, además, sus lecturas profundas de
las obras de Sabin Berthelot e, igualmente, de los cronistas e
historiadores clásicos del Archipiélago, particularmente de
Viera y Clavijo, su autor de cabecera tal como hemos señalado,
al menos en lo tocante a la historia de las Islas.
En el contexto antecedente destacan dos referencias concretas
a Gran Canaria, la primera de ellas es del siguiente
tenor, que reitera lo dicho en otros momentos (por ejemplo
al hablar de la selva de Doramas o de los propios palmerales
de Las Palmas de Gran Canaria) por el autor:
Cinco años más tarde llegaba también a Gran Canaria el
conquistador Juan Rejón, y, según refiere el cronista Gómez Escudero,
a una legua de distancia del sitio en que celebraron la
primera misa hallaron un hermoso valle con gran cantidad de
palmas y dragos, higueras y sauces, y agua que corría siempre a
la mar, de un arroyo próximo.
Al internarse después en la isla vieron muchas montañas cubiertas
de pinares, y al norte una llamada de Doramas, «que de
árboles y agua era una de las buenas de la isla>>. Y había en esta
montaña un extremo de notar, que entre los árboles de diferentes
clases [ ... ]veíanse muchas palmas de gran altor, que salían sobre
los demás árboles otro tanto y más que ellos tenían de alto. En
otros sitios hallaron también palmas de tan extraordinaria altura,
que servían de guía a los surgideros y a los p escadores 45
.
Más adelante, en alusión a diversos episodios narrados
en Le CanarÍen, escribe Leoncio Rodríguez:
45 RODRÍGUEZ, Leon cio: Los árholes hist6ncos y tradicionales de
Canaáas (segunda parte), cit., 1946, pp. 21-22.
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En Gran Canaria saliéronles al encuentro quinientos indígenas,
cambiando con ellos anzuelos y otros objetos por productos
del país, higos y sangre de drago. La isla estaba cubierta de es pesos
bosques de pinos, abetos, dragos, acebuches y otros muchos
árboles de diversas especies y frutos. Sus terrenos daban
dos cosechas de trigo al año sin abono alguno46
.
Poco después, al tratar del árbol canario en la poesía
hispana, Leoncio Rodríguez realiza varias referencias a
Gran Canaria. En primer lugar se refiere al poeta extremeño
Vasco Díaz Tanco, quien, «a principios del siglo XVI»,
había visitado las Islas:
El trashumante poeta, que hizo un recorrido por las siete islas
del Archipiélago, dice de la Gran Canaria:
De cañas de azúcar estaba poblada
De cedros, limones y mil azahares,
Y en sí demostraba diversos lugares
De mil arboledas muy rarnificadas47
.
Nuestros árboles, añade el periodista tinerfeño, habían
servido también para impartir justicia y, por supuesto, como
arma defensiva contra los conquistadores y, más tarde, frente
a corsarios y piratas. En tal sentido, Leoncio Rodríguez nos
obsequia con un fragmento de la Dragontea de Lope y, acto
seguido, con unos versos de Cairasco de Figueroa:
46 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradicionales de
Ganan&, (segundll. parte), cit., 1946, p. 23.
47 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6n cos y tradicionales de
Ganan&, (segundll. parte), cit., 1946, p. 27.
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Igualmente sirvió de anna de defensa contra las invasiones ex -
tranjeras que asolaban las islas. lnpe de Vega, en su Dragontea,
describe así la épica lucha de los isleños al rechazar las huestes de
Drake, en las playas de Melenara, de la Gran Canaria:
Ya con tejidas ondas, ya con leños
Como troncos de pinos y cipreses,
Prueban los brazos rústicos isleños
En los soldados míseros ingleses.
Memorables son también las estrofas que Cayrasco de Figueroa,
el autor del Templo Militante, dedicó a la selva de Doramas,
en Gran Canaria:
Aquí florece la admirable selva
Que el nombre ha de heredar del gran Doramas,
Do no entrara discreto, que no vuelva
Con rico asombro, de su sombra y ramas.
Si como aquesta selva deliciosa
Junto a Hierusalen, otra estuviera,
Por celestial virtud maravillosa,
Ninguno la encantara y defendiera48
.
En el epígrafe que dedicó a los «Aspectos forestales» de
las Islas, Leoncio Rodríguez indica, en primer término, que
carecía de datos en relación con «Gran Canaria, Lanzarote
y Fuerteventura», aunque, añadía, «la escasa riqueza fores tal
en ellas -nula casi totalmente en las dos últimas- acusa
48 RODRÍGUEZ, Leon cio: Los árholes hist6ncos y tradicionales de
Canaáas (segunda parte), cit., 1946, pp. 29-30.
66
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cifras muy exiguas»49
. La explicación de la tala y destrucción
de buena parte de los montes de Gran Canaria la obtiene
el autor a partir de la propia historia económica de la
Isla, basándose en este caso, como en ocasión anterior, en
una referencia de fray José de Sosa:
Los antiguos cronistas hablan también de la importancia que
tenía la riqueza maderera en las Islas. El P. Sosa, refiriéndose a la
de Gran Canaria, dice: «tiene divididas muchas montañas de pinares,
lentiscales, acebuchales, palmares y otros diversos árboles.
De ellos se sacaban grandísimos maderos, que eran necesarios para
los ingenios y artificios con que se molían las cañas de los azúcares
cuando se labraban en dicha isla, y para otras fábricas de
navíos y edificios de casas, y aun hasta España embarcan sus maderas,
mayormente el barbusano y palo-blanco, por ser de las
más fuertes que ha topado la experiencia>>5º.
Una memoria elaborada hacía varios años por el inspector
de montes Díez del Corral, establecía serias pérdidas entre los
bosques de pinos, que afectaban a las islas occidentales de
manera significativa, pero, añadía Leoncio Rodríguez:
Y, por último, Gran Canaria, que es donde más mermada se
halla la riqueza arbórea -sus montes han desaparecido casi por
completo-, cuenta aún con importantes pinares, restos de las
primitivas selvas, en Tamadaba, Pajonales, Mogán, Tejeda,
Gáldar, Tirajana y otros51
.
49 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradicionales de
Ca.na.nas (segundE. parte}, cit., 1946, p. 36.
50 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradicionales de
Ca.na.nas (segundE. parte), cit., 1946, pp. 38-3 9.
51 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradicionales de
Ca.na.nas (segundE. parte), cit., 1946, p. 39.
67
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Al escribir sobre los «plátanos o plántanos», tal como inicialmente
les denominaban las gentes del campo, diferen -
ciando así el plátano de sombra de la «Musa paradisíaca»
de Linneo, recuerda nuestro autor que, según el cronista y
capitán Gonzalo Femández de Oviedo, fueron llevados desde
Las Palmas, donde se cultivaban frondosos en la huerta
del convento franciscano, hasta el Nuevo Mundo. Sobre su
llegada al Archipiélago afirma Leoncio Rodríguez:
Parece fuera de toda duda que el plátano fue importado en
nuestro Archipiélago de la Guinea del Norte, poco después de
terminada la conquista de la Gran Canaria (año 1483); mas no
ha podido precisarse quién o quiénes fueron los afortunados introductores
de la citada planta, que andando el tiempo había de
ser factor primordial de la riqueza isleña52
.
Poco después, tras referirse a las cabalgadas del Adelan -
tado Alonso Femández de Lugo y otros personajes de la
época en tierras africanas, tras la búsqueda de esclavos y
por otras razones comerciales, añade el escritor tinerfeño en
referencia al plátano:
Su arribada a las Islas coincidió con la de otras plantas y
otros árboles también forasteros, exóticos hasta entonces en el
país, como las parras, naranjos y cañas de azúcar, que por provisión
real fueron mandados a traer de la vecina isla de la Madera
al hacerse el primer repartimiento de tierras en Gran Canaria,
en los tiempos del gobernador Pedro de Vera.
El testimonio del cronista Femández de Oviedo no deja lugar
a dudas de que el plátano se hallaba ya afincado en Cana-
52 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árholes hist6ncos y tradicionale9 de
Canaáas (segunda parte), cit., 1946, p. 59.
68
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rias al comenzar el siglo X\11, según al principio decíamos, y
buena prueba de ello es que pudo llevarse unos millares de plantas
a su paso para Santo Domingo.
El P. José de Sosa, en su Topografía. de Gran Ca.na.ria., nos
habla también de los «plantanales» que dice había en las huertas
del convento de San Francisco: «La una - dice- regalada de
agrios, 'plantanales' y otras frutas; y la otra de hortalizas, en
donde asiste de ordinario un hortelano secular, que para el regalo
y recreación de la Comunidad y religiosos tiene comúnmente
poblados sus surcos de bastantes y riquísimas yerbas» 5~.
Convendría marizar levemente, sin restarle sus muchos
méritos, el ensayo de Leoncio Rodríguez sobre la variedad
de plátanos que, andando el tiempo, cambió radicalmente
el paisaje agrario insular. El vegetal, es decir, el género Musa
de Lineo no era desconocido, ni mucho menos, en las
Islas, tal como asegura el periodista tinerfeño. El mismo
Viera se refirió a él, en su Diccionario de Jñstoria Natural de
las Islas Canarias, con tintes de entusiasmo. Afirma, por
ejemplo,
Esta planta, pues, que tiene el medio entre las yerbas y los
árboles, es uno de los más bellos presentes con que la naturaleza
ha favorecido nuestras islas, donde debe tener igual aprecio al
que se merece en los países, entre los trópicos y sus inmediaciones,
que solamente los producen. Nada es más delicioso que el
aspecto de aquellos platanares, o plataneras, cuya amenidad de
hojas incomparables, singulares troncos, y grandes racimos de la
53 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6n cos y tradicionales de
Ca.na.nas (segunda. parte), cit ., 1946, pp. 61-62.
69
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fruta más sabrosa del mundo, dan no sé qué aire indiano a
nuestra tierra54
.
En Canarias, subraya también el clásico,
Es preferida con razón aquella especie que da los plátanos
más pequeños, llamados dominicos, por lo delicado, suave y
mantecoso de toda su pulpa, y que Lineo distingue con el nombre
de Musa sapientum, en consideración, sin duda, de que son
el alimento cotidiano de los filósofos de la lndia55
.
Existen, asimismo, testimonios anteriores que prueban,
incluso, la incipiente explotación de la fruta en Tenerife.
Nicolás Ignacio Mustelier, presbítero y vecino de La Laguna,
otorgó el 16 de agosto de 1726 escritura de arrendamiento
a Luis Melián, del lugar de Tejina, sobre una huerta
situada en aquel distrito, por espacio de siete años, a contar
54 VIERA Y ClAVUO, J: Diccionario de Historia Natural de las Islas
Canan"as, Ed. de Manuel Alvar, Mancomunidad de Cabildos de Las
Pahnas, 1982, p. 363. Añade Viera: «El fruto, que igualmente se llama
plátano, nos es en Canarias bien familiar, su figura como de un pepino
casi de tres lados; su cáscara tersa, blanda, fibrosa, fragante, amarilla
por fuera; su pulpa pálida, pastosa, suave, agridulce, llamada por algunos
conserva del cielo; todo contribuye a su estimación». Además, recoge
la nota de Gonzalo F emández de Oviedo, en su Histona natural y
general de las Incb"as, mencionada a su vez por Leoncio Rodríguez, en la
que el cronista afirmaba que dos plátanos, árboles preciosísimos y de
increíble utilidad, habían sido llevados por primera vez a la isla española
de Santo Domingo desde Gran Canaria, año de 1516, de cuya isla se
extendieron a todas las otras de América y tierra firme; y añade ... el
mismo Oviedo había visto los primeros plátanos en el convento de San
Francisco de la ciudad de Las Pahnas en Gran Canaria, año de 1520»,
como también apunta el autor tinerfeño.
s.s VIERA Y ClAVUO, J: Diccionario de Histona Natural, cit., pp.
364-365.
70
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desde el mes de enero del propio año 1726. El arrendatario
había de pagar «cada rmo de los siete años ocho rasimos de
plantanos», y todo el arrendamiento importó 2600 reales56
.
El cultivo también se realizaba en el Valle de La Orota -
va. En concreto consta la escritura de venta, datada en
1735, de «Wl platanal» con rma extensión de «quatro almudes
y medio de medida de cordel», al precio de mil trescientos
y setenta reales57
•
Se atribuye, no obstante, al pintor y responsable del Jardín
Botánico tinerfeño, el británico Alfred Diston la introducción
en Tenerife y, consecuentemente, su extensión por
todo el Archipiélago, de la variedad que, como subraya Lecuona
Fernández, puede definirse con propiedad como
«platanera canaria», es decir, el Musa Cavendish o Cavendishi
(Lamb .) , variedad enana58
. El testimonio fue recogido
56 Archivo Histórico Provincial de Santa Cruz de Tenerife, La Laguna.
Escribanía de Salvador Bello Palenzuela, Legajo 859, cuad. 6, fol.
181 v. (Transcripción de Manuel A. Fariña González).
57 TRUJILLO RODRÍGUEZ, Alfonso: «Algunos aspectos económicos
del Valle de La Orotava en el siglo XVIII» en Homenaje a Elías Serra
Ráfols, Universidad de La Laguna, Tenerife, 1970, t. III, p. 403.
58 LECUONA FERNÁNDEZ, María del Carmen: Contrihuo6n al
estudio estructural de la platanera canana, Caja de Ahorros, Santa Cruz
de Tenerife, 1975, pp. 12 y 23. La «platanera cultivada en las Islas
Canarias, ... , es la Musa cavendish var. enana (Musa 'nana' o 'nain'). Esta
variedad de frutos comestibles presenta una serie de ventajas con respecto
a otras variedades cultivadas, especialmente frente a la Cross Afiche!,
profusamente cultivada en las regiones tropicales americanas ... » Cf.
también,ÁLVAREZ DE 1A PEÑA, Francisco J.: Cultivo de Ja platanera,
Madrid, 1981, p. 21. Capote Jiménez, por su parte, señala: «De los
plátanos comestibles el que mayor aceptación ha obtenido en Europa es
el Musa chinensis cultivado en Canarias» (CAPOTE PÉREZ, J.: Cultivo
intensivo del plátano en las Islas Cananas, La Laguna, 1932, p. 8).
71
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por el Eco del ComercÍo, de Santa Cruz de Tenerife, en su
edición del 12 de noviembre de 185359
:
PlÁTANOS
No queremos concluir este artículo sin manifestar algunas
recientes observaciones sobre una especie de plátanos enanos
oriundos de Cochinchina, y que el Sr. D. Alfredo Diston introdujo
en estas Islas habrá cosa de siete años. Esta excelente fruta de
rico y esquisito sabor, ha cundido estraordinariamente en la
Orotava, y aun en esta Capital; ya por ser preferible a los de las
clases ordinarias, por carecer de sámago; ya por su rendimiento;
pues se han cogido racimos que pesaban 73 libras y tenían 255
plátanos. Esta especie se conoce en la ciencia por el nombre de
Musa Cavendishia; pero lo más particular es que dicha planta
natural de clima cálido o por lo menos muy templado, fue traída
a estas Islas desde Escocia, habiendo conseguido el Sr. Diston de
los invernáculos de Sir Thomas Hepburer los tres plantones originales
que tan bien se han multiplicado en nuestro país.
Álvarez Rixo ratificó este extremo, en referencia contenida
en sus Anales correspondiente al mismo año 1853:
Por este tiempo - afinna- empezó el empeño de cultivar el
plátano enano en todas las huertas de nuestro Puerto, donde
fueron robados varios plantones para llevarlos para Santa Cruz.
Pocos años hace de su introducción desde Escocia por don Alfredo
Diston, obtenido de un invernáculo del jardín de sir Thomas
Hempburer [sic]. Llámase dicha planta Musa Cavendish. El
59 Año m, n.0 167, <<Agricultura>>, p. 2.
72
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Eco del Comercio, n.0 167, comunicó esta curiosa noticia que
para nosotros era cosa bien vista y sabida60
.
Cuando murió Alfredo Diston, en 1861, aún sus plátanos
canarios no ocupaban la mayor parte de la superficie agraria
del Valle de La Orotava, tal vez, si hubiese vivido para
verlo, sus claros ojos de artista y su corazón emprendedor se
hubiesen alegrado ante la nueva belleza de un paisaje geográfico
que, desde mucho antes, había subyugado a isleños
y foráneos, como Leoncio Rodríguez destacó en numerosas
ocasiones.
En el epígrafe que dedicó a las sabinas, Leoncio Rodríguez
destaca, en primer lugar, los topónimos que aluden a
este bello árbol, mencionando, entre otros, «El Sabina!» de
Gran Canaria. En segundo término apunta que los guanches,
en Tenerife, se defendían con dardos y montantes de
sabina «que partían a un hombre y un caballo», y, añade:
En Gran Canaria, Maninidra, temible guerrero, hacia maravillas
con una espada larga de sabina, con la que, al decir de los
60 ÁLVAREZ RIXO, J. A: Anales del Puerto de la Cruz de La Orotava
(1701-1872), introd. de Mª. Teresa Noreña Salto, Cabildo Insular de
Tenerife-Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, Tenerife, 1994, p. 406.
Otros autores atribuyen la introducción de la variedad que triunfó en
Canarias a Sabin Berthelot, pero no parecen existir fuentes irrefutables
al respecto. Sobre este tema puede consultarse, asimismo, nuestro ensayo
«l-Iistoria de un hombre atrapado en un jardín», en W. AA: Alfred
Diston y su entomo. Una vis16n de Canan"as en el siglo XIX, Caja Canarias
y Cabildo Insular de Tenerife, Santa Cruz de Tenerife, 2002, pp.
41-66, trabajo del que se publicó una versión actualizada en esta misma
editorial DE PAZ SÁNCHEZ, Manuel: AJ/red Diston, Ediciones Idea,
Santa Cruz de Tenerife, 2008.
73
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
cronistas, «derribaba hombres, quebraba piernas y desjarretaba
caballos, mejor que con espada de bien templado acero»61
.
La durabilidad de la madera de sabina la explicita el autor
tinerfeño cuando se refiere a la expedición realizada a
Güímar en 1764, en la que figuraba «el gran botanista
francés, M. Gros». Allí fue encontrada, subraya, al fondo de
una profunda caverna una «necrópolis indígena con numerosos
andamios, construidos con palos y tablas de sabina».
Madera, pues, incorruptible, destacaba asimismo por la
singularidad de sus vetas de color marfil que recordaban
diversas partes del cuerpo humano, así como adornos y
detalles del reino vegetal, tales como corolas, pistilos, capu -
llos y flores de vivos matices.
Con especial ternura se refirió también Leoncio Rodríguez
a la retama del Teide, cuyo capítulo, lo mismo que el
de las sabinas, aparecen adornados con hermosos dibujos de
Martín González, que ilustró con acierto buena parte del
libro, tal como hemos dicho. Aquí destaca Leoncio Rodríguez
la calidad de la miel que desde tiempo inmemorial se
obtenía de las abejas que libaban el néctar de las retamas en
flor. Ningún otro tipo de miel podía compararse al de los
retamares de la «Estancia de la Cera», bajo la sombra del
gigantesco Pico. Centenares de colmenas se reunían en
aquel lugar, de las que se obtenía el delicioso producto,
comparable únicamente, según se había dicho, «a la famosa
miel de Himeto», en Grecia. A continuación añade respecto
a la producción melíf era:
61 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árholes hist6ncos y tradicionale9 de
Canaáas (segunda parte), cit., 1946, pp. 69-70.
74
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Esta industria fue una de las más antiguas de las Islas, hasta
el punto de que los colmenares salvajes figuraban entre las mejores
rentas de los Concejos. En Gran Canaria -escribe el P. José
de Sosa- los primitivos habitantes tenían abundancia de miel de
abejas silvestres, que en los riscos más eminentes y peligrosos
melificaban, y en los árboles más antiguos se criaban. Competía
con esta miel la que los indígenas extraían de la parte más tierna
de las palmas, que se calculaba en más de dos azumbres por cada
árbol. De manera que los antiguos habitantes no sólo la tenían
en abundancia para su propio uso, sino que la negociaban
con los extranjeros que aquí llegaban62
.
Aparte del epígrafe que dedicó a «Las tres palmas» de
Luján Pérez que, como ya dije, será objeto de estudio crítico
a continuación, Leoncio Rodríguez vuelve a referirse a Gran
Canaria al comentar la singularidad y belleza de los cipreses
de «La Paz», en el Puerto de la Cruz, «llave de la Isla» como
define nuestro autor al famoso enclave norteño, y, aparte
de citar a numerosos viajeros que, durante algún tiempo,
se habían hospedado en el ameno Valle de Taoro, realizó
una detenida descripción de la quinta de «La Paz» que
adornaban los «viejos cipreses», y que, además, había sido
albergue de importantes expediciones científicas, acogidas
por la «noble hospitalidad» del prócer tinerfeño don Bernardo
Cólogan Fallón, en quien se «hermanaba la afición a
las ciencias y a las letras con las más altas virtudes cívicas» .
Sobre el árbol espiritual por antonomasia, «melancólico y
sombrío», repetirá nuestro autor - que no olvida mencionar
tampoco al famosísimo ciprés de Santo Domingo de Silos- ,
lo que ya había señalado, en el capítulo relativo a los árboles
62 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6n cos y tradicionales de
Cananas (segunda parte), cit., 1946, pp. 74-75.
75
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
isleños en la poesía, los famosos versos de Lope en la defen -
sa del puerto de Melenara frente a los ingleses:
Todos los testimonios históricos acusan la existencia de este
árbol en Canarias desde los tiempos más remotos.
Lope de Vega los menciona también en estos versos de La.
Dragontea, alusivos a la derrota de Drake en Gran Canaria:
Ya con tejidas hondas, ya con leños
Como troncos de pino o de cipreses6~.
Cuando escribe sobre otro hermoso árbol, aclimatado en
nuestro suelo, el tamarindo del convento de Candelaria,
Leoncio Rodríguez trata de indagar sobre la época en que la
planta había sido introducida en Canarias:
En la época en que Viera y Clavija escribió su Diccionario de
Historia Natural de las Islas, este árbol era todavía escaso en
nuestro país, pues sólo hizo mención de él por uno u otro individuo
que existía en las Islas, como en el antiguo claustro del Convento
de Candelaria, en Tenerife; en el traspatio de la casa de
don Agustín Falcón, en Las Pahnas, y en la hacienda del Conde
de la Vega Grande de Guadalupe, en Gran Canaria.
La cita de Viera nos sugiere esta pregunta: ¿Qué fue del tamarindo
del Convento de Candelaria? ¿cuándo desapareció? A
juzgar por la fecha del Diccionario, año de 1799, el árbol en
cuestión había sobrevivido al voraz incendio de la noche del 15
de febrero de 1789, que destruyó el histórico santuario, reduciéndolo
a pavesas64
.
6.3 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradic.ionale9 de
Cananas (segunda parte), cit., 1946, p. 93.
64 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradiaonale9 de
Cananas (segunda parte), cit., 1946, pp. 120-121.
76
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por la ULPGC. Biblioteca Universitaria 2020
La última mención a Gran Canaria en este interesante
libro de Leoncio Rodríguez, es particularmente alentadora,
ya que compara el desinterés que sentían sus paisanos tinerfeños
por el drago del lagunero barrio de Geneto, con el
amor que le profesaba un sacerdote de la isla vecina. Leoncio
Rodríguez afirmaba que el ejemplar de Geneto era similar,
en proporciones y belleza, a otros de Tenerife como el
de Icod o el del convento de Santo Domingo en la propia
ciudad de La Laguna, y que esta «trilogía de los dragos
centenarios y monumentales de Tenerife» debería figurar en
las guías de turismo, que habían hecho caso omiso del
ejemplar de Geneto. Por ello describe el interés que suscitaba
en el mencionado presbítero:
En cambio, sabemos de un sacerdote de Gran Canaria, D.
Pedro Marcehno Quintana, que, desde hace años, invariablemente,
coincidiendo con las fiestas de Septiembre, se traslada a
Tenerife para hacer dos visitas: una, la primera, al Cristo de La
Laguna; la otra, al drago de Geneto.
El año último le hemos visto llegar a la puerta de la finca, y
batir palmas llamando a sus dueñas.
-Isabelita -oímos que decia-, vengo a visitar a Don Drago ..
Y cruzando el sombrío patio, se ha internado en la huerta en
busca del árbol amigo. Le ha contemplado detenidamente, y,
después de medir su tronco con una cinta métrica, ha hecho
unas anotaciones en su cartera, y se ha despedido hasta el año
que vien e.
iAdmirable ejemplo de afición y amor a la flora canaria, que
contrasta con la indiferencia de los propios tinerfeños!65
65 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los á.rholes hist6n cos y tradicionales de
Cananas (segunda parte), cit ., 1946, pp. 167-168.
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«Las tres palmas» de Luján Pérez66
LEONClO RODRÍGUEZ
«Las tres palmas» llamábase, y sigue llamándose aún, el
lugar donde nació, en Guía de Gran Canaria, el gran escultor
José Luján Pérez, gloria del Archipiélago67
•
66 RODRÍGUEZ, Leoncio: Los árboles hist6ncos y tradicionales de
Cananas (segunda parte}, cit., 1946, pp. 87-91.
67 La figura, sin duda relevante, del escultor José Luján Pérez ha sido
objeto de varias monografías, entre las que destacan las de O\LERO
RUIZ, Clementina: Ligan, Gobierno de Canarias, Biblioteca de Artistas
Canarios, Canarias, 1991; ALZOLA, José Miguel: El imaginero José
Luján Pérez (1756-1815), Mancomunidad de Cabildos, Las Palmas de
Gran Canaria, 1981; GONZÁLEZ SOSA, Pedro: El imaginero José
Lu1an Pérez: noticias para una hiograña del hombre, Caja de Canarias,
Las Palmas de Gran Canaria, 1990, y, en fecha más temprana, el trabajo
de TEJERA Y DE QUESADA, Santiago: Ligan Pérez, prólogo de
TORMO, Elías, Librería Hesp érides, Santa Cruz de Tenerife, c. 1950,
publicado precisamente bajo la égida de Leoncio Rodríguez, según la
edición que se editó en Madrid, en 1914 (N. del E.).
79
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A poco más de una legua de la villa, «el pueblo mejor y
de más lustre después de la capital» 68
, tres esbeltas palmeras
alineadas al pie de una pequeña colina, dieron nombre
al pago donde vivían los padres de Luján, acomodados labradores,
de limpia y honrada ejecutoria. Su patrimonio
consistía en una hacienda o cortijo con casa para los amos,
pajar, gañanía, caballería y agua propia, más la de una
mareta que el artista había fabricado con su propio dinero,
ganado en su trabajo personal.
En este cortijo transcurrieron los primeros años de la infancia
de Luján. Su biógrafo, el profesor Santiago Tejera69
,
refiere que desde niño ya se reveló en él un artista de voca -
ción y aptitudes excepcionales. Aún no había cumplido diez
años, y ya modelaba juguetes en barro y figuras en madera
con un cuchillo del país. A esta edad había tallado una imagen
de San Bartolomé en un tronco de escobón. En estas
aficiones artísticas competía con su hermano Carlos, que a la
vez se dedicaba a esculpir dibujos en los aperos de labranza,
y con su hermana María José, habilísima bordadora.
De aquel ambiente rústico y de aquella familia de aficionados
al arte, surgió esta gran figura de Luján Pérez, nues-
68 La cita es de Viera y Clavijo (Noticias de la Historia General de
las islas de Canan'a., cit., Madrid, MDCCLXXVI [1776), tomo III, p.
489): «Está como a media legua de Gáldar, en sitio alegre, sano, llano y
de buenas aguas. Intitulase Villa, y sin duda es el pueblo mejor y de más
lustre después de la Capital» (N. del E.) .
69 TEJERA Y DE QUESADA, Santiago: Lqján Pérez, cit., Madrid,
en 1914. Existió, empero, una breve biografía del artista, que es muy
anterior en el tiempo, se trata de la contenida en MlllARES TORRES,
Agustín: Biograñas de cananos célebres, Imp. de Víctor Doreste, Gran
Canaria, 1872, t. 1, pp. 154-162, obra que fue reeditada en Las Palmas
de Gran Canaria, en 1978, incluyendo también las biografías de Andamana
y del padre Luis de Anchieta (N. del E.).
80
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tro Salcillo 70 canario, que, sin ser rm profesional, fue «Wl
artista de corazón, de geniales adivinaciones, rm castizo, rm
gran imaginero a la española», según la autorizada opinión
del señor Tormo. Qué hubiera hecho Luján -pregrmta el
ilustre académico- educado en el siglo XVII en Valladolid o
en Sevilla, tras de Gregorio Femández71 o Martínez Montañés
72
, o en Granada, tras de Alonso Cano 73
, no se puede
imaginar hoy.
Era el primer canario, ya en los finales del siglo XVIII,
que cultivaba el arte de la escultura en las Islas. Hasta entonces
sólo había habido rm modesto «estatuario», Lorenzo
de Campos, en Santa Cruz de La Palma, y rm hábil aficionado,
Rodríguez de la Oliva, «El Moño», en La Lagrma74
. Y
70 Se refiere, sin duda, al escultor murciano Francisco Salzillo y Alcaraz
(1707-1783), al que se considera como el máximo representante
de la imaginería religiosa del siglo XVIII español, tarea a la que se dedicó
en exclusiva. Su obra presenta una clara evolución desde el Barroco al
Rococó y el Neoclasicismo (N. del E.).
71 El escultor Gregorio Femández (1576-1636), fue el máximo exponente
de la «Escuela de Valladolid», tuvo destacados seguidores y se
le considera el heredero de la expresividad de Alonso de Berruguete (N.
del E.).
72 El escultor andaluz Juan Martínez Montañés (1568-1649) se
formó en Granada, con Pablo de Rojas, y completó sus estudios en
Sevilla, donde se estableció definitivamente y se convirtió en el máximo
representante de la escuela sevillana de imaginería (N. del E.).
73 Se refiere al pintor, arquitecto y escultor granadino Alonso Cano
de Almansa (1601-1661), creador de gran talento, hijo del artista Miguel
Cano Pacheco (N. del E.).
74 Leoncio Rodríguez debió tomar estos datos, así como otros relacionados
con la historia del Arte en Canarias, del estudio de PADRÓN
AGOSTA, Sebastián: «La personalidad artística de D. José Rodríguez de
la Oliva (1695-1777)», en Revista de Historia, n.0 61, Universidad de
La Laguna, Tenerife, enero-marzo de 1943, pp. 14-29 (N. del E.).
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de obras escultóricas, antes y después de la Conquista, diríase
que sólo existía un precedente: aquella tosca imagen
de palo de que habla «El Cura de los Palacios», P. Andrés
Bemáldez 75
, encontrada en una casa de oración en Gran
Canaria76
, que representaba una figura de mujer enteramente
desnuda, «e delante de ella una cabra de madera
entallada con su figura de hembra, que quería concebir, y
tras de ella un cabrón entallado de otra madera y puesto
como queriendo subir a engendrar sobre la cabra»77
.
75 El eclesiástico e historiador Andrés Bernáldez (Fuentes de León,
Badajoz, c. 1450 - Los Palacios y Villa.franca, 1513) fue conocido, en
efecto, como «el cura de los Palacios». Ocupó el cargo de capellán del
prelado Diego de Deza. Amigo personal de Cristóbal Colón, destaca su
Histona de los Reyes Cat6licos don Femando y doña Isabel, que permaneció
inédita hasta el siglo XIX (N. del E.).
76 MIU.ARES TORRES, Agustín: Histona de la Gran-Canana.,
Imp. de M. Collina, Las Palmas, 1860, t. 1, p. 107, escribe basándose en
el manuscrito de Bemáldez y en otros textos: «Según la relación de
Angiolino del Teggia que ya hemos extractado, los navegantes enviados
por Alfonso N de Portugal, encontraron en la Gran-Canaria y llevaron a
Lisboa una estatua que se veneraba en un oratorio, y que representaba
un hombre desnudo con un globo en la mano. El cura de los Palacios en
su crónica inédita de los Reyes Católicos, nos habla también de varios
ídolos que recibían los homenajes de estos isleños, y de las ofrendas y
libaciones que se les presentaban en sus altares» (N. del E.).
77 La descripción de Bemáldez es como sigue: «En la Gran Canaria,
tenían una casa de oración [que] llamaban allí Toriña, e tenían allí una
imájen de palo tan luenga como media lanza, entallada, con todos sus
niervos, de mujer desnuda, con sus miembros de fuera, y delante de ella
una cabra de un madero entallada, con sus figuras de hembra que
quería concebir, y tras de ella un cabrón entallado de otro madero,
puesto como que quería sobir a enjendrar sobre la cabra. Allí derramaban
leche y manteca, parece que en ofrenda, o diezmo o primicia,
e olía aquello allí mal a la leche o manteca>> (BERNÁLDEZ, Andrés,
Histona de los Reyes Cat6licos D. Femando y Doña Isabel, Sevilla,
MDCCCLXX, t.I, pp. 179-180) [N. del E.].
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Había de venir al mundo el labriego-artista, de Guía de
Gran Canaria, aquel aplicado mozalbete que en el cortijo de
«Las tres palmas» se entretenía en modelar figuras en madera
con un cuchillo del país, para que las Islas se ennoblecieran
con el nuevo arte de Luján y sus principales templos
y hasta sus más humildes santuarios con esas bellas tallas
que la devoción ha convertido en imágenes tradicionales,
veneradas de todos.
En maderas canarias fueron esculpidas muchas de ellas,
y para que todo tuviese un sello de la tierra en las creaciones
del gran escultor, sus modelos eran generalmente mozas
campesmas.
Y se dice que el artista, cuando esculpía sus imágenes, les
contaba cosas tristes, para dar expresión dolorida a sus
semblantes. De ahí ese sello sentimental, inconfundible, de
las imágenes de Luján, que tienen toda el alma y emotividad
de la mujer canaria, su inspiradora.
En las postrimerías de su vida, consagrada por entero al
arte, Luján seguía frecuentando «Las tres palmas» en sus
temporadas de descanso. Le flaqueaban ya las fuerzas, pero
su entusiasmo y su fervor artísticos eran los mismos de sus
años mozos, cuando se dedicaba a hacer juguetes de barro y
tallas en madera de escobón a la sombra de las palmeras
del cortijo. Ya no le acompañaban en sus aficiones artísticas
sus hermanos Carlos y María Josefa. Ahora era su pequeña
hija, Francisca María del Rosario, su aprendiza de dibujo,
continuadora de la tradición artística de la familia.
Presintiendo su próximo fin, el artista dispuso lo siguien -
te en una cláusula testamentaria: «Que a impulsos del amor
y afecto que profesaba a su pueblo, era su voluntad que se
colocara un reloj en una de las torres de la iglesia, a fin de
que sus vecinos disfrutaran ese beneficio y pudiesen arreglar
la distribución de sus aguas, de tanto interés para la agricultura>>.
Y con este fin hacía un donativo de mil pesos.
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Antes, con su peculio también, había costeado las obras
del cementerio, donde, al poco tiempo, reposaban sus restos.
Tres recuerdos, pues, quedaron en su pueblo natal del
más famoso de los escultores isleños, el gran imaginero Lu -
ján Pérez.
El reloj de la torre, la pequeña necrópolis y, arriba, en el
cortijo, aquellas tres palmas que fueron testigos de los afanes
y ensueños del niño artista, creador de las admirables
«Dolorosas» canarias.
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lV.- OBRAS VARlAS
Estampas tinerfeñas (1938)
La lucha canaria ( 1946)
Lances y aventuras del Vizconde de Buen-Paso (1947)
En rma obra tan representativa de Tenerife como Estampas
tÍnerfeñas78
, Leoncio Rodríguez vislwnbra, camino de La
Esperanza, la silueta de Gran Canaria:
78 RODRÍGUEZ, Leoncio: Estampas tinerfeñas, prólogo de José
Manuel Guimerá, Santa Cruz de Tenerife [1938]. Se ha indicado por
aproximación la fecha de 1910 para este libro, pero nos hemos basado
para datarlo en una nota de Revista de f listoria, julio-septiembre y
octubre-diciembre 1938, núms. 43-44, La Laguna, pp. 124-125, en la
que se indica que «L. R (D. Leoncio Rodríguez) ha publicado en La
Prensa una serie de artículos con el título de Estampas tinerfeñas. Los
publicados en los días 1, 8, 15 y 22 de mayo refiérense a 'La viña de
Alzola' y el del 29 del mismo mes a 'Punta del Hidalgo'. La serie se
inició con una 'Estampa' publicada el 24 de abril sobre el tema 'Viejos
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Bordeando los pinares, proseguimos nuestra marcha hacia la
cumbre. En El Roquillo, a unos novecientos metros de altura,
divisamos el puerto de Santa Cruz, los vapores anclados en la
bahía, y la cordillera de Anaga sirviendo de marco al paisaje. A lo
lejos, la silueta de Gran Canaria, y, entre una y otra isla, las velas
de los pailebots que se balancean sobre el mar, bruñido y
luminoso como un esptjo79
.
Escribe también, como no podía ser menos, de los poetas
del mar, de nuestro «sonoroso Atlántico» y, en tal sentido,
no puede faltar la eximia figura de Tomás Morales:
iTradición marinera que un canario también -nuestro gran
poeta Tomás Morales- había de perpetuar en inolvidables poemas,
porque nadie, como este cantor del Atlántico, llevó tan dentro
del espíritu ese sentimiento del mar de nuestro pueblo, ni
nadie enalteció como él, con tan inspirado acento, las gestas de
nuestros marinos80
.
Y, desde el luminoso amanecer de la poesía atlántica,
Leoncio Rodríguez nos habla también del «arte isleño»,
enriquecido por una naturaleza ebúrnea y por las feraces
influencias del exterior, a pesar de la escasez de recursos
para la formación de los artífices locales, tal como se observa
en el t exto que reproduce dirigido al Cabildo de Gran
Canaria, en pleno Siglo de las Luces:
lagares', también de carácter histórico». María Rosa Alonso sitúa la
edición de las crónicas, bajo la forma de libro, en 1940 (N. del E.).
79 op . ci.t ., p. 18 .
80 Op. cit., pp. 200-201.
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Una luz nueva, a mediados del siglo XVIII, comienza a alborear
en los horizontes canarios. Se perfeccionan los talleres, se
crean Escuelas de Dibujo y de Música, se extienden y fomentan
las artes manuales con recompensas para los mejores alumnos,
pero los medios educativos continuaban siendo escasos o muy
limitados, y de ello se resentían los artistas de la época en estas
frases de un memorial dirigido al Cabildo de Gran Canaria:
«que ya que hacía venir de Génova, a elevado costo, tanta cantidad
de mármoles, teniendo las islas preciadas piedras en las
canteras de Fuerteventura, sería más provechoso traer artífices
que labraran las del país, enseñando a los naturales» 81
.
***
En otra de sus obras emblemáticas, La lucha canarÍa82
,
en la que colaboran, además, sus amigos el grancanario
Francisco González Díaz y el tinerfeño Diego Crosa, Leoncio
Rodríguez escribe a propósito de un determinado tipo de
luchada:
La lucha «a mano metida» solo se estila en Gran Canaria y
no en toda la isla, pues exceptuando Telde, donde únicamente
se lucha mano arriba, en los otros pueblos suele lucharse tam -
bién mano abajo, aunque no es lo frecuente.
El tener más adeptos la lucha «mano abajo», debe obedecer
sin duda, a que predominando en estos ejercicios la habilidad
sobre la fuerza, no se use por regla general la cogida a la pretina
del pantalón o «mano arriba», porque de esta suerte el luchador
de complexión más robusta ciñe con el brazo izquierdo a su ad-
81 Op. cit., p. 276.
82 Santa Cruz de Tenerife, c. 1946. Hay edición reciente, 2001, en
la reeclición conmemorativa de la «Bibliot eca Canaria» que tuve el
honor de dirigir (N. del E.).
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versario, impidiéndole en gran parte la libertad de movimientos
y, sobre todo, el juego de cintura.
Además, la circunstancia de que no sea fácil soltar la mano
izquierda en el momento decisivo de las luchas, hace frecuente
que sean dudosas, por caer revueltos los contrincantes, careciendo
por lo tanto del lucimiento propio de estos ejercicios83
.
***
En otro de sus folletos que lleva el titulo de Lances y
aventuras del Vizconde de Buen-Paso, y el largo subtítulo de
Novela escénica, adaptada de las cartas y memorias de D.
Cristóba