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Notas de una vida Esta edición ha sido patrocinada por: Diputado del Común de Canarias David Sanz Delgado Manuel Poggio Capote Cartas Diferentes Ediciones Isla de La Palma 2014 Notas de una vida Estampas y recuerdos de Luis Cobiella CARTAS DIFERENTES EDICIONES Colección: Cuadernos insulanos, n. 1 Dirección: Manuel Poggio Capote y Luis Regueira Benítez. Consejo de administración: Pilar Cabrera Pombrol, Carmen L. Ferris Ochoa, Víctor J. Hernández Correa, Antonio Lorenzo Tena, Marta Lozano Martín, Ernesto Méndez Bravo, Manuel Poggio Capote, Luis Regueira Benítez, Marcelo Rodríguez Fuertes y José Pablo Vergara Sánchez. ©De los textos, los autores ©De la edición: Cartas Diferentes Ediciones Carretera de Las Nieves, 8 38710 Breña Alta – La Palma (Islas Canarias) http://www.cartasdiferentes.com ©Fotografías: Archivo Familia Cobiella Capote (Santa Cruz de La Palma); Archivo General de La Palma (Santa Cruz de La Palma) ©Diseño de la cubierta: Juan Alberto Fernández, Cobiella (2014) ©Ilustración de la anteportada: Tomás Machado, Retratos de Luis Cobiella (s. d.) ©Ilustración del colofón: Luis Sánchez Brito, Caricatura de Luis Cobiella (1990) Esta edición ha sido patrocinada por: Diputado del Común de Canarias Maquetación e impresión: Taravilla Artes Gráficas Depósito legal: TF-985-2014 ISBN 978-84-943572-1-3 SANZ DELGADO, David Notas de una vida: estampas y recuerdos de Luis Cobiella / David Sanz Delgado, Manuel Poggio Capote; [prólogo, Jerónimo Saavedra Acevedo]. – Breña Alta (La Palma): Cartas Diferentes, 2014. 312 p. : il.; 24 cm. – (Cuadernos insulanos; 1) ISBN 978-84-94352-1-3 1. Cobiella Cuevas, Luis (1925-2013)-Entrevistas. I. Poggio Capote, Manuel. II. Título. III. Serie. Sumario Prólogo, por Jerónimo Saavedra Acevedo ............................. 9 Conversaciones (2010) ............................................................ 15 Apéndice (I) Álbum de imágenes, por Manuel Cobiella Hernández ........ 115 Bibliografía de Luis Cobiella Cuevas, por María Remedios González Brito y Manuel Poggio Capote .............................. 155 Apéndice (I I) El Diputado en la Cámara. Discursos como Diputado del Común en el Parlamento de Canarias .............................. 263 PRÓLOGO En memoria. A pesar de que son muchas las cosas que me unen a Luis Cobiella, desde la pasión por la música hasta una manera de entender la sociedad, acercarme a una figura tan rica, plural y com-pleja, que configura una de las personalidades más sobresalientes del siglo XX en Canarias, no es una tarea fácil, al contrario de lo que su-ponía el encuentro personal, cargado de afabilidad y humildad, en medio del abrumador poder intelectual que destilaban sus palabras. Luis Cobiella abordó, con talento y profundidad, distintos ámbitos de la cultura, hasta el punto de que se le ha considerado un hombre tras-plantado del Renacimiento, además de desplegar a lo largo de su vida una marcada sensibilidad social, que puso de manifiesto de forma pública como Diputado del Común, institución que gestó de la nada y cargó de sentido en la joven democracia que nacía en España. Éti-ca y estética, la bondad y la belleza, coexistían sin contradicciones en su vida. Como Diputado del Común en la actualidad, no puedo dejar de valorar el esfuerzo que supuso para Luis Cobiella la tarea titánica de poner en marcha una institución que partía ex nihilo y casi sin recur-sos. Creo que estaremos de acuerdo si afirmo que nadie como él para poner a caminar este organismo que tenía que llegar a los ciudadanos, cooperar en reforzar la sociedad civil emergente y estar cerca de aquellos que peor lo estaban pasando. No lo digo porque tuviera el honor de ser presidente del Gobierno de Canarias, en 1986, cuando fue nom-brado el primer Diputado del Común, sino porque Luis Cobiella re-unía la imaginación, la inteligencia y, sobre todo, la humanidad para dotar de sentido a esta responsabilidad de velar por la defensa de los derechos de los ciudadanos frente a las instituciones públicas. 12 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Tal y como se recoge en la entrevista que centra la obra que el lector tiene ahora entre sus manos, Luis Cobiella pivotó su labor como Di-putado del Común en profundizar en dos aspectos que consideraba fundamentales para la ciudadanía democrática: la conciencia de dere-cho y la libertad de actuación. Pese a que España llevaba por enton-ces un cierto recorrido viviendo en democracia, una vez consolidado el proceso de la transición, todavía existía en la sociedad española un cierto encorsetamiento entre distintas esferas de la población y ramalazos de desconfianza hacia las instituciones democráticas, fruto todo ello de los cuarenta años de política autoritaria que nos habían precedido. Romper con esos reflejos y prejuicios sociales era una de las exi-gencias de las instituciones que nacieron al calor de la democracia para construir una sociedad civil robusta, que permitiera garantizar y con-solidar el nuevo orden político con garantías de futuro. En ese senti-do, Luis Cobiella trataba de acercar a las personas que acudían a la ins-titución, dos principios claros: la conciencia de que somos ciudadanos con derechos y, por tanto, no dependemos de la arbitrariedad de un gobernante, sino que estamos protegidos por un sistema legal que ampara el cumplimiento de los mismos, independientemente de cual-quier forma de tutelaje. Además estaba la idea de libertad de acción, donde el sujeto es dueño de su vida y pueda ejercer el derecho a rea-lizarse con los únicos límites de no dañar a los otros y respetar el modelo de convivencia que nos habíamos dado entre todos. Para crecer en estos valores, La Palma y Canarias, contó con un hombre sabio que, como Diputado del Común, ejerció un método que, a mi juicio, se acercaba a la mayéutica socrática, de manera que la per-sona que se acercaba hasta la institución para denunciar cualquier situa-ción injusta y plantear una queja, en lugar de ofrecerle una respuesta pre-fijada, se le invitaba a caminar y descubrir por sí mismo los derechos que le amparaban y los métodos que tenía para valerse de los mismos. No había que imponer ni recetar una solución al paciente, sino acompañarlo para que por sí solo descubriera que contaba con los elementos legales para hacerse valer ante cualquier trato que considerara injusto por parte de la Administración. Se trataba, en cierta forma, de un proceso peda-gógico que llevaba al individuo a descubrir por sí mismo que era un NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 13 sujeto autónomo y dotado de derechos. Luis Cobiella conseguía así que la ciudadanía madurara en los valores democráticos, tal y como queda reflejado en su obra Juan Canario y, ahora, en esta nueva publicación, en la que se dedica un epígrafe a su labor como Diputado del Común. El hombre libre, plenamente consciente de sus derechos y debe-res, es el conocimiento que quería Luis Cobiella que alumbrara en una sociedad canaria que despertaba a la democracia. El hombre plenamente libre, en una sociedad madura, al margen de cualquier tutela y servi-lismo, significaba el horizonte y el proyecto de labor que puso en marcha como Diputado del Común y que intentó materializar entre los años 1986 y 1991, cuando voluntariamente decidió no continuar como comisionado del Parlamento. Pero poco se puede enseñar, transmitir y, sobre todo, comunicar si uno no vive esa misma realidad. Ejercer el cargo de Diputado del Común contrae una serie de formalismos que garantizan la independencia de quien desempeña esta función en la sociedad. Estoy convencido que para Luis Cobiella no hubiera sido necesario ni siquiera este blindaje ante presiones políticas, institucionales o de cualquier otra naturaleza porque era un espíritu libre que no se dejaba domesticar por ninguna ideología, creencia o prejuicio que tratara de desviarlo de sus convicciones. En el terreno más puramente material, hay que reconocer también el esfuerzo de Luis Cobiella en la creación y organización de la insti-tución, que vivió sus primeros años en el domicilio particular del Diputado del Común, para luego pasar a las dependencias del Cabil-do, hasta que finalmente logró que contara con una sede propia en la céntrica calle O’Daly de Santa Cruz de La Palma. Una ciudad que no es casualidad que albergue la sede principal de esta institución tan vital para el correcto funcionamiento de nuestra democracia, porque, como todos sabemos, tuvo el primer ayuntamiento democrático de la histo-ria de España, fruto del conocido como «Pleito de los regidores per-petuos », que promovieron el comerciante irlandés Dionisio O´Daly y el abogado palmero Anselmo Pérez de Brito. Como heredero de esa tradición liberal e ilustrada palmera hay que situar por méritos propios a Luis Cobiella Cuevas, que jugó un papel fundamental en una Canarias que empezaba a profundizar en el 14 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE autogobierno, como siglos atrás lo desempeñaron los procuradores del común como representantes de los vecinos en los órganos de gobier-no que eran los cabildos. Comprenderán que en la presentación de esta obra haya querido centrarme en su papel como Diputado del Común, función que ahora trato de desempeñar mirándome en su espejo, consciente también de que Luis Cobiella es y será irrepetible. Ahora, como la etapa que le tocó vi-vir a quien a través de esta obra queremos hacer un humilde pero sen-tido homenaje, estamos atravesando por una situación muy compleja, donde la crisis económica ha puesto también de relieve una crisis igual de profunda sobre la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas. Por ello se hace más urgente si cabe rememorar su figura y reivindicar los valores que cultivó a lo largo de su vida. Luis Cobiella nos ha dejado un legado musical, literario e intelec-tual espléndido, que está abierto al análisis e investigación de los es-tudiosos de la cultura, al que esta obra puede contribuir de acicate, gracias a sus recuerdos personales y la exhaustiva bibliografía que con-tiene. Legado con el que además seguirán disfrutando las generacio-nes venideras, especialmente durante la celebración de la Bajada de la Virgen de las Nieves, fiestas lustrales en las que ha dejado una huella imborrable. Pero, sobre todo, nos ha dejado como herencia su inmensa humanidad. Su forma de acercarse al mundo, de mirar al otro con ojos de compasión y comprensión, impresos también en sus textos y com-posiciones musicales, son su testimonio más valioso. Creo no equivo-carme si afirmo que para Luis Cobiella todo era comunicación: la música, la política, la poesía. Y el grado máximo de comunicación, donde lle-ga al límite ese darse al otro que es comunicar, es en el amor. Una experiencia que vivió y que estoy convencido de que sigue viviendo en su inseparable Concha Capote, hasta el punto de que, como reco-noce en estas páginas, se llegó a producir una simbiosis entre ambos que ha unido para siempre a dos seres extraordinarios: Luis y Concha, Concha y Luis, una comunión de amor. JERÓNIMO SAAVEDRA ACEVEDO Santa Cruz de La Palma CONVERSACIONES (2010) OBERTURA Tejí la oscura guirnalda de las letras: hice una puerta: para poder cerrar y abrir; como pupila o párpado, los mundos José Ángel Valente Luis Cobiella Cuevas (Santa Cruz de La Palma 1925-2013) forma parte para siempre del paisaje humano de la capital palmera. Una ciudad, tan abierta al océano Atlántico como ensimismada en sus pequeños placeres, que parecía hecha a la medida de un hombre que ha sido un hito para su época y su tierra. Nuestro genial compositor asistió a la marejada que representó el siglo XX no como un mero espectador, atónito ante los continuos cambios y revoluciones que se fueron ex-perimentando, sino como un actor que supo encontrar en la cultura y también en la política un ámbito en el que expresar su enorme hu-manidad. Muchos han sido los que han considerado a Luis Cobiella como un hombre del Renacimiento, un humanista donde la curiosi-dad aristotélica no se detenía en los límites de la especialización que trajo el desarrollo de la técnica, sino que entraba críticamente en to-dos los aspectos que afectaban al ser humano, siempre con el noble objetivo de conseguir un mundo más bello y más humano. Una vida así merece ser contada, recordada, narrada. No podía caer en el olvido o quedar al albur de la fugaz y débil memoria de quie-nes tuvimos la suerte de compartir, mucho o poco, un trocito de su existencia. Esta obra no pretende ser una biografía, ni mucho menos. 18 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE De hecho, está estructurada de una forma sistemática y no cronológica, poniendo más el acento en el pensamiento del protagonista que en la historia del mismo. Por eso hemos decidido usar el término de «no-tas », que recoge el carácter incompleto de nuestra propuesta, a la vez que supone un guiño a la música, su gran pasión. El género emplea-do, el de la entrevista, tiene la frescura de la conversación directa y espontánea, pero también el carácter coyuntural de la narración. Así las cosas, el lector tiene entre sus manos un relato abierto y el inves-tigador un camino por el que poder seguir avanzando. Todo el rigor histórico que podría echarse en falta en la entrevis-ta, por la propia naturaleza del género que hemos empleado, está con-trarrestado por el minucioso trabajo de recopilación de la obra de Luis Cobiella realizado por María Remedios González Brito y uno de los que suscribimos estas líneas, donde queda recogida su abundante la-bor musical y literaria. Una tarea que sienta un sillar para quienes deseen conocer más en profundidad su obra y que pone de manifiesto su prolija y trascendente creación. Para Luis Cobiella la familia tenía un valor superlativo. Por ello, en esta obra, que es sobre todo un ejercicio de cariño y gratitud, no hemos querido dejar de lado su presencia, y de la mano de uno de sus nietos, Manuel Cobiella Hernández, incluimos un entrañable collage de imágenes de la vida de su abuelo, que permite al lector hacer un re-corrido gráfico por su vida. En este intento por reflejar las distintas aristas de su personalidad, quisimos también incluir el ámbito más público e institucional que tuvo a lo largo de su vida, que fue la etapa en la que ejerció como Diputa-do del Común. El primer Defensor del Pueblo con el que contaron los canarios durante la presente etapa democrática. Luis Cobiella dejó una enorme huella imborrable en una institución que forjó de la nada y dotó de su impronta y sensibilidad. De ahí que hayamos reproduci-do el conjunto de discursos que realizaba en el Parlamento de Cana-rias en sus comparecencias anuales como balance de cada ejercicio y que representan una radiografía de la sociedad del momento. En este proceso debemos agradecer la colaboración prestada por la propia familia, en especial Jesús Hernández Bienes. De igual modo NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 19 quede nuestro agradecimiento a Carmen L. Ferris Ochoa, Pilar Álvarez Espejo y Ernesto Méndez Bravo en la revisión y lectura de los textos. Por último, al artista Juan Alberto Fernández le debemos el diseño de esta monografía. Al calor de una familia en la que la música era algo tan cotidiano como el comer, su madre era profesora de piano y su padre, nos atre-veríamos a decir que una de las figuras más influyentes en la perso-nalidad de Luis Cobiella, que sin ser un melómano era un gran afi-cionado a este arte, se fue forjando el músico desde una edad muy temprana. Cuenta Luis en esta obra cómo hubo un momento fundacional en su infancia en la que su vocación musical quedó gra-bada a fuego. Luego llegaría la etapa formativa convencional, donde desplegaría con diversas composiciones su pasión por la música, de-jando ya en la sociedad local una marcada huella de su interés y ta-lento por este terreno, que no dejará de abonar durante el resto de su vida. En un marco social donde la Iglesia tenía un peso considerable, para Luis Cobiella fue una oportunidad estética poder participar de los actos de la liturgia, de la que confesaba que era un enamorado. Allí pudo también desplegar buena parte de su genio musical, hasta que sus convicciones éticas y religiosas chocaron de frente con una iglesia que no había comprendido el mensaje de renovación del Concilio Vaticano II. El contenido teológico de sus carros supuso un giro copernicano difícilmente comprensible para una jerarquía que seguía encorsetada en el nacionalcatolicismo. La divinidad dejaba de ser un ser trascendente para ser inmanente, el Cristo de la fe por el Jesús histórico, el que se hizo hombre y optó preferentemente por los más necesitados. Ahí estaba la inspiración de Luis Cobiella en su forma de entender la religión, la política y, en definitiva, la vida. Pero volvamos atrás en el tiempo y sigamos a un joven Luis Cobiella que deja la isla de La Palma para dirigirse a Madrid a realizar estu-dios de Ingeniería. Allí permanece unos años, que con el tiempo, lo único que le inspiran es pesar. No es muy explícito a la hora de na-rrar lo sucedido, pero por encima del fracaso en los estudios, lo más 20 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE que siente de esa época es haber mentido a su padre. No necesita decir nada más para explicar este espacio de tiempo en que residió en la capital de España, en el que, entre otras cosas, compuso el primer Minué que se interpretará en la historia de las fiestas lustrales de la Bajada de la Virgen, que entró como una novedad en la década de los cuarenta del siglo XX para quedarse como uno de los números principales de la Semana Grande. Regresa a Canarias y marcha a la Universidad de La Laguna para realizar la licenciatura de Química, después de haber desechado la idea de estudiar Música. En la antigua Aguere, además de terminar con éxito su formación académica, despliega una intensa vida social, con perso-najes tan significados del momento como Juan Régulo Pérez, con quien participaba en animadas tertulias a la hora del café, junto con otro grupo de palmeros que también estaban estudiando por entonces en La La-guna. Allí continuará viva su pasión por la música, siendo crítico de conciertos en algún periódico local. En la Facultad conoce a una de las grandes personalidades de la historia de la ciencia que ha dado el Archipiélago, Antonio González, con quien inicia los trabajos de doctorado y a quien le unirá una gran amistad en adelante. Pero su carrera académica se ve truncada por el fallecimiento de su padre, que le obliga a regresar a La Palma para hacerse cargo del sostenimiento de su familia, que no pasaba por buenos momentos económicos. En La Palma vuelve a coincidir con los «ami-gos- hermanos», Manuel Henríquez Pérez y Elías Santos Pinto Con el título de químico bajo el brazo tantea algunos trabajos en el ámbito agrario, hasta que lo llaman para impartir clases en el Insti-tuto de Educación Secundaria de distintas asignaturas. Como recuer-do de su paso por el mundo de la enseñanza, el antiguo instituto fe-menino lleva hoy su nombre. Esta labor docente le da la estabilidad económica que necesitaba y que termina por consolidarse cuando entra en la compañía eléctrica de Riegos y Fuerzas de La Palma, absorbida luego por Unelco, a la que perteneció hasta su jubilación. En esta empresa planificó la electrificación de las zonas de La Palma que con-tinuaban a oscuras, cerrando el anillo insular. También se encargó de la planificación eléctrica de El Hierro. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 21 A Riegos y Fuerzas de La Palma llegó de la mano de uno de sus grandes amigos y por quien profesaba una admiración profunda: An-tonio Carrillo Kábana. Luis Cobiella sentía, en cierta medida, la ne-cesidad de rehabilitar su memoria que, a su juicio, estaba injustamen-te valorada por cuestiones políticas. Tanta era la confianza que Anto-nio Carrillo tenía en Luis Cobiella, que lo puso al frente del periódi-co Diario de Avisos, una vez adquirió el rotativo palmero. No lo llegó a dirigir de forma oficial porque carecía del carné de prensa, pero de facto sí llevaba la dirección del mismo. Jamás, reconoce Luis Cobiella, recibió ninguna presión del propietario del periódico. Y eso que Luis Cobiella, es fácil comprobar en los periódicos que se editaban en su época, ponía el acento en cuestiones que estaban sucediendo en la época y que suponían una gran contradicción con el régimen de Franco. Como la importancia que daba a las intervenciones papales y conciliares del momento, que ponían en tela de juicio la estrecha relación entre Igle-sia y Estado que se había fraguado en la configuración del régimen dictatorial. Esta no fue su única incursión en los medios de comunicación. Luis Cobiella fue cofundador de la primera emisora de radio de carácter insular: La Voz de la Isla de la Palma, que con el paso del tiempo pasaría a convertirse en la delegación de Radio Cadena Española y, finalmente, Radio Nacional de España en La Palma. Desde sus instalaciones en el Teatro Chico de Santa Cruz de La Palma dirigió la programación de una emisora que nacía con toda la ilusión de la juventud, el em-puje y la novedad de quienes poblaban de contenido local por primera vez las ondas. Su compromiso político y social estuvo presente a lo largo de su vida y se intensificó en los últimos años de la dictadura. En ese mo-mento, Luis Cobiella participa en tertulias donde abordaban la nece-sidad de un cambio de gobierno y la llegada de la democracia al país. Encuentros, por lo demás, a los que resta trascendencia a posteriori, pese a la intensidad con la que se debía vivir en aquellos momentos de incertidumbre sobre el futuro que le esperaba al país tras cerca de cuarenta años de dictadura. Y desde unas coordenadas ideológicas progresistas celebra la llegada de la democracia a España con el pro- 22 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE ceso de transición y, tras la victoria del Partido Socialista (PSOE) en 1982 se afiliará a esta formación. Como dejábamos caer anteriormente, Luis Cobiella no entiende su compromiso político al margen de la figura de Jesús de Nazaret, de quien oyó hablar por primera vez a su padre. Es el Cristo de la histo-ria el que le lleva al socialismo, el Evangelio es la guía que le orienta en su opción sociopolítica. De alguna manera, Cobiella fue un ade-lantado de la Teología de la Liberación, corriente que seguía en algu-nas de sus lecturas, con autores como el teólogo José María Castillo entre las obras que tenía entre manos cuando hicimos la entrevista que recoge este libro. Pero Luis Cobiella era, ante todo, un ser libre. Su militancia era sui generis. No era alguien a quien se le podía catalogar como «un hombre de partido», entre otras cosas, porque una personalidad como la suya es inclasificable e indomesticable. Huía de los dogmatismos y de la dis-ciplina irracional que, en tantos casos, dominan a estas organizacio-nes. Tenía sus convicciones que encajaban más en este espacio políti-co, pero era irreductible para cualquier tipo de interés, y mucho me-nos para los partidistas. Quizás también responda a ello su fobia ontológica, al verbo ser, a encasillar las cosas y transformarlas en entes previsibles y abarcables. La realidad «acontece» no «es», decía Luis Cobiella. Ese giro conceptual, que pone en tela de juicio el verbo ser que ha do-minado la historia de la metafísica, no es un mero capricho semántico, ni una mera postura intelectual, sino que estamos ante una auténtica opción existencial, una forma de entender el mundo y la relación con el otro. Desconocemos si Luis Cobiella conoció la obras de la filósofa alemana Hannah Arendt, pero encontramos en su forma de entender la realidad concomitancias con la pensadora judía, quien introduce el concepto de «natalidad» para mostrar la continua capacidad del ser humano de comenzar algo nuevo, distin-to, diferente, frente al trágico «ser para la muerte» de Heidegger. El nacimiento, es el gran acontecer, en términos de Cobiella. Para Arendt, hay que destacar que la irrupción de la natalidad era un concepto central de su idea de política. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 23 Ese compromiso político le llevó a asumir el reto de poner en marcha el Diputado del Común. Institución con la que convivió en su propio domicilio, carente de medios y recursos materiales, durante los primeros años, hasta que le buscaron una ubicación temporal en el Cabildo de La Palma y, finalmente, consiguió la sede oficial en la calle O’Daly. Todavía nos encontrábamos en una democracia muy joven, donde este organismo debía profundizar en lo que Luis Cobiella concebía como «conciencia de derechos» de los ciudadanos. En ese sentido, el Diputado del Común ejerció una labor pedagó-gica en la sociedad canaria, tratando de sacudir de encima todos los tics que arrastraba de un sistema autoritario, en el que la adminis-tración pública ejercía un enorme poder sobre la población. La ex-periencia al frente de esta institución la recogió en la obra Juan Canario, los Derechos Humanos y el Diputado del Común. Una etapa, la de Diputado del Común, que pasó como un hito en la configura-ción de nuestra Comunidad Autónoma. Pero de donde nunca se movió Luis Cobiella, de la tierra en la que se sentía en su propio hogar, enraizado y no trasplantado, fue de la música. Podrían localizarse en su biografía tres momentos fundamen-tales en su trayectoria musical. La primera de ellas, de la que ya apun-tábamos algo al comienzo de esta introducción, fue siendo niño, cuando se decantó por una pieza musical para interpretarla en una fiesta fa-miliar con un gesto casi religioso. El segundo momento clave fue su encuentro con Wagner, a cuya música dedicó un trabajo titánico que le ha valido el reconocimiento como una autoridad en el compositor alemán, pese a que no se encuentra todavía publicada esta obra en la que aborda la comunicación o la semanticidad en la obra de Wagner. Y la tercera, la composición Sanborondón: poema sinfónico desde una isa, cuya interpretación reabrió sus puertas el Teatro Circo de Marte, una jornada histórica para Santa Cruz de La Palma. No cabe duda de que es arriesgado hacer esta distinción ante una producción musical tan numerosa como la de Luis Cobiella, que dejó una huella imborrable en el acontecimiento cultural más relevante de la isla de La Palma, como es la Bajada de la Virgen, pero no podemos olvidar el «gozo» que experimentaba al hablar de cada uno de estos 24 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE momentos el autor, lo que nos hace deducir que en su biografía mar-caron un antes y un después. Hablar de Luis Cobiella es también hacerlo de la Bajada de la Virgen, donde ha dejado para siempre su mayor legado, incrementando nota-blemente el acervo cultural que ha generado a lo largo de su fértil historia las fiestas lustrales de Santa Cruz de La Palma. La Bajada no sería hoy lo mismo sin su aportación original. Desde mediados del siglo XX, han sido capitales sus intervenciones, como las composiciones que hizo para el Festival del Siglo XVIII (Minué, Romanza y Coro; Festival del siglo XVIII; Minué de los Aires en Re y Minué del Santo Domingo). Además se encuen-tran los autos marianos María en las orillas, La otra virgen y Cubierta con su sombra. Estas pinceladas que hemos dado sobre la personalidad de Luis Cobiella son insuficientes para retratar a nuestro personaje, cuyo de-seo de conocerlo, está en el origen de este libro. Hubo que marcar una agenda de trabajo que permitiera articular nuestra jornada laboral y las preferencias de Cobiella, que aseguraba sentirse «más despejado» por la mañana que por la tarde para bucear en su memoria y reflexionar sobre las cuestiones que teníamos que abordar. Entonces fijamos to-dos los viernes, de ocho a nueve de la mañana, nuestra cita. Era el año 2010, tiempo de Bajada. Semana tras semana, fuimos abordando to-dos y cada uno de los asuntos que le proponíamos y que aparecen ahora en la entrevista transcrita en esta obra. Se ha de decir que Luis Cobiella no puso jamás ninguna cortapisa a los interrogantes que le planteába-mos ni eludió ningún asunto. Sobra decir que la prudencia es también una virtud de los hombres sabios, como ante el que nos encontramos. Lo que sí podemos asegurar es que pronto pudimos sentir la cercanía y el cariño de Luis Cobiella, que sabía cómo hacer sentir cómodo al extraño y romper el hielo con el fino sentido del humor que también le caracterizaba. Y así, esa terna de cada viernes, se fue convirtiendo en una deli-ciosa rutina que nos acompañó a lo largo de un semestre. Su magní-fica oratoria invitaba a dejarse ir con su voz, mientras hilvanaba un discurso en el que la palabra cobraba una potencia semántica que tras-cendía el lenguaje cotidiano. Interrumpirlo para que matizara o acla- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 25 rara cualquier detalle parecía casi un sacrilegio. Sin duda, Luis Cobiella era un maestro de la comunicación, un tema que tanto le preocupó en sus indagaciones sobre la música, o, precisamente, porque la músi-ca es en sí misma un ejercicio de comunicación. Antes de empezar, Luis siempre nos preguntaba para qué hacía-mos aquellas entrevistas. Nunca le dijimos el fin de ellas, tampoco nosotros lo teníamos muy claro. Y así, semana tras semana, mes tras mes, fuimos desgranando su vida, pensamiento y obra. Hablamos de Dios, la música, la política, la amistad, el amor. Hablamos de la vida y de su vida. Su capacidad de reflexión era sobrecogedora y solo la interrumpía Concha, cuando nos traía el café con leche y las galletas para desayunar. Concha ha sido una parte esencial de su vida, la más importante, hasta el punto de que eran prácticamente indistinguible a pesar de sus diferencias. Cuatro años más tarde (y uno tras su muerte) este libro ve la luz. Pues aquí está, querido Luis, después de unos cuantos años, el resultado de las mañanas que compartimos aquella terna al calor de la amistad. I. INFANCIA Y JUVENTUD EN SANTA CRUZ DE LA PALMA —¿Cuáles son tus primeros recuerdos de la niñez? Mis primeros recuerdos de Santa Cruz de La Palma están asocia-dos al colegio de las madres dominicas de La Palmita. La Palma era un sitio pequeño y ahora, desde mis 84 años, lo evoco con descon-suelo. Porque no había acumulación de coches, ni de nada y nos co-nocíamos todos. Todos teníamos un mote, que no era ofensivo sino diferencial. Estudié en La Palmita porque nosotros éramos una familia de dere-chas. Mi madre, por familia, y mi padre, por compromiso del suyo, que vino a trabajar a La Palma para carreteras, un puesto que le consiguió en Madrid alguien de Sotomayor. Para los varones, La Palmita era ex-clusivamente de párvulos. Nos hacían poner un balandrán y nos dirigía una monja a la que teníamos cariño, cogido a base de una cosa que se 26 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE llamaba la chasca, una especie de tablillas. Allí hacíamos todo: el tiempo de rezo, de estudio o de juego. Era una educación muy normal. Se apren-día a leer, escribir y algún número. Estuve lo que la edad permitía. Sin embargo, yo empecé a estar ligeramente desfasado por influjo de mi padre, que no era muy partidario de hacerme justamente el uniforme de La Palmita o de tomar la primera comunión justo a los siete años, o cuando fuera, sino que dejara pasar un poco de tiempo. Desde entonces empezó a darme chance, porque a esa edad aparte de ser mi padre empezó a ser mi amigo. Por eso siempre habrá una dife-renciación entre la orientación que tuve en la infancia en lo que se refiere a los estudios, sobre todo, en la que mandaba mi madre, mientras que mi padre disfrutaba de unos pensamientos más abiertos. Sin embar-go, no hubo pleito nunca entre mi padre y mi madre. La oposición de matices comenzó cuando acabé La Palmita. En aquel entonces se decía que en la Parroquia de El Salvador estaba la congregación de Los Tarcisios para los niños. Mi padre me decía: «Espera a que crezcas». Y no me hice Tarcisio. Cuando el movimien-to, también recuerdo que comenzaron a llegar por primera vez los falangistas niños, que por entonces se llamaban balillas, por influjo de Italia. Yo quería ser un balilla y tocar el tambor, pero mi padre siem-pre fue un poco reacio a aquello. Mi madre me orientaba hacia una escuela abiertamente cristiana, que se llamaba Juventud Católica y estaba en la subida de Santo Do-mingo. El maestro se llamaba don Miguel. Por aquel entonces mi padre tenía una amistad personal con don Régulo Arozena, que vivía en la calle Trasera, donde tenía una escuela. Él quería que fuera a la escue-la de don Régulo. Y aquella fue la primera, no discusión, pero sí di-ferencia de mi padre y mi madre. Mi padre quería que fuera con don Régulo Arozena y mi madre con la Juventud Católica. Don Régulo Arozena era tenido entonces por no afecto, pero tampoco contrario; un hombre independiente. Tenía sus pasadas, algunos decían que es-taba medio trastornado. Al final ganó mi padre. Don Régulo vivía en una casa de la calle Trasera y para llegar a la escuela había que atravesar su domicilio y subir a la azotea; allí esta-ba la escuela. En la terraza tenía un enorme telescopio, de donde NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 27 Plaza de España de Santa Cruz de La Palma. 28 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE mirábamos cuando pasaba un barco o un velero. Es explicable lo de mi padre porque, por un lado, no simpatizaba demasiado con una orientación fuertemente derechosa o católica y, además, dispensaba un afecto a los Arozenas, dado que cuando mi abuelo y su familia llega-ron aquí, estaba el tema de los forasteros o peninsulares. Entonces, el padre de don Régulo llamó a sus hijos y dijo que había que defender y proteger a estos Cobiellas recién llegados. Esto hizo mella en mi padre y en mí también. Después de la salida de la escuela de don Régulo tenía nueve años y estaba propicio para ingresar en el Bachillerato, pero no se podía hasta los diez años. Mi padre, que era profesor del Instituto o Colegio de Segunda Enseñanza Santa Catalina, no recuerdo bien su categoría, consiguió en 1934 que yo asistiera de oyente a las clases del primer curso porque no me podía examinar del ingreso. Tuve de manera es-pecial dos profesores que vinieron de la Península. Uno se llamaba Antonio Gómez Pascual, petudito él, profesor de Dibujo, que tenía una gran habilidad para dibujar; y el otro era Constantino Aznar Acevedo, gran amigo nuestro. Uno de los primeros retratos que tengo me lo hizo él. En la imagen se ve mi cara de niño pequeño y una momia persi-guiéndome. Y es que de joven compuse para piano una cosa que se llamaba El descubrimiento de la momia. Con ellos dos di clase de Dibu-jo y de Francés. Dibujo no aprendí porque soy un absoluto negado. De francés sí porque tenía cierta facilidad. Al año siguiente ingresé oficialmente en Bachillerato. O sea que yo fui compañero de curso de la generación anterior a la mía. —¿En estos primeros años del colegio tenías alguna orientación por algu-na rama del saber o eran tus padres quienes te orientaron? No, ninguna. Hay que tener en cuenta que mi padre y yo éramos esencialmente amigos. A los nueve años no me explicaba cómo se recurría una sentencia, pero hablábamos de problemas políticos, reli-giosos o culturales. Mi padre tenía una especial admiración por Jesús de Nazaret y Francisco de Asís. Lo que sí decía, sin violentarme nun-ca, que a lo que me llamaba en su día era a una carrera de ciencias. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 29 Por entonces yo ya había compuesto mis primeros versos como todos los chicos. Mi abuelo era abogado, mi padre lo era. Sin embargo, él tenía una admiración, no predilección, por la ciencia. No me inducía a que yo estudiara ciencia, sino que influía para que no me dejara embaucar por la simple tradición familiar. Me explicaba la libertad que daba la ciencia. La palabra libertad existía mucho entre nosotros. Empecé a sentir atractivo por la ciencia en cuarto curso de bachi-llerato, que fue cuando comencé a comprender las matemáticas. En ese curso tuve un profesor particular que estaba casado con una tía mía, Áureo Cutillas Bravo, que era ingeniero técnico de Obras Públicas. Tenía envidia de los compañeros míos que poseían lo que se llama en ma-temáticas la «idea feliz» para resolver los problemas, algo que yo no tenía. Lo cierto es que yo he desconfiado de las ideas felices en todos los géneros de la vida y más bien he sido partidario de lo normal y del trabajo. Después me fui orientando por la ciencia, no tanto por el amor de una ciencia en concreto, sino como un desapego a las letras. La carrera de letras me obligaba a estudiar un tipo de historia, literatura, filoso-fía que me imponían. Si yo quería leer un libro o un poema, lo leía, no me lo tenían que imponer. Me daba libertad no ser de letras y me daba libertad ser de ciencia, porque estaba abierto a todas las pregun-tas, pero no de una manera espectacular, sino lenta, muy lentamente. Hoy reconozco que mi formación científica me ha ayudado mucho a pasar buenos ratos, a tener reflexiones que de otro modo no tendría, pero, sobre todo, a traducir latín. Una mentalidad científica defiende mejor una traducción en latín. En la música, la formación científica me ha dado además mucha amplitud. —¿Cómo comenzaste en la música? Desde que nací oía la música en casa, porque mi madre, como no estábamos bien de dinero, daba clases particulares de piano. A mi padre le gustaba más la música que a mi madre, pero no poseía los conoci-mientos técnicos ni teóricos. Él siempre procuraba comprarse algún reproductor de música y tenerlo en casa. Los primeros fueron unos 30 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE gramófonos de maleta que había para discos de 78 rpm. Mi padre tenía amigos a quienes le gustaba la música, que después fueron míos tam-bién. Mario Baudet, el dueño del Circo de Marte, tenía una voz pre-ciosa como yo no he visto en mi vida. Se dedicaba mucho a la músi-ca clásica. Él le regaló los primeros discos a mi padre y así yo fui oyendo música más diversa. Debí tener, por lo que sea, una especial disposi-ción para, y ahora voy a dudar un poco entre dos palabras, atender y entender la música. Digo especial porque no la tenía la mayoría de lo amigos, y que, después, fue creciendo con el trabajo. ¿Cuándo fue? Puede ser algo puntual. Cuando cumplí seis años, mi madre me ofreció pre-parar una cosita de piano para el santo de mi padre (san Luis Gonzaga) y tocarle una pieza musical. Entonces compró unas partituras que se llamaban Clásicos para la infancia, arregladas a manos pequeñas. Me tocó las tres para que eligiera la que yo quisiera. Con una me puse de ro-dilla, junté mis manitas y aquella fue la elegida, era el allegreto de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Éste, si se busca algo puntual, fue el comienzo musical. Pero no creo en ello, es algo que solo lo contamos en la intimidad familiar. —Y del ambiente social que existía en ese momento, ¿había conciertos, espectáculos, en tu infancia? Además del Circo de Marte, las sociedades como el Nuevo Club o familias como la de Elías Santos Rodríguez, en la calle Trasera, en un precioso salón, celebraban veladas musicales. Ahí se hacían audi-ciones particulares para personas que les gustaban la música. Eso pa-saba mucho en La Palma. En mi casa también, pronto fuimos a vivir a la calle San José 7, que llamábamos callejón de Reyes. Conservo todavía los programas de San José 7. Porque hacíamos conciertos con progra-mas para distintos amigos de mi padre y míos, que eran los mismos. En los últimos años de su vida, mi padre fue exclusivamente amigo de mis amigos, de la gente de mi edad. Elías Santos Pinto, Antonio Carrillo Kábana o José Díaz Duque. Nos reuníamos diariamente en casa, después de comer, a tomar café y fumarnos un puro y, de vez en cuando, hacíamos conciertos. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 31 En el Circo de Marte recuerdo mucho a las compañías de Zarzuela que iban rumbo a América y al hacer escala en La Palma daban con-ciertos en la Isla. Hubo mucho desarrollo de la música aquí gracias a esta circunstancia. Era más frecuente de lo que parece ahora. A veces venían músicos o un concertista, como un violonchelista que se llamaba Cicora, que dio un concierto en el Circo. De él recuerdo una anécdota de un señor que estaba en la incómoda zona del gallinero de entonces y debía andar aburrido con un concierto clásico y dijo «¡ya está bien!» y le salió otro que le dijo, «¡cállate, coño, que es Cicora!, y replicó el primero, «ah, si es Cicora, entonces sí». Estas cosas palmeras. Y más que la música, las compañías de teatro. Sobre todo en el Real Nuevo Club, se hacían representaciones y eso hizo que se formaran aquí buenas compañía dramáticas que dirigía un hombre que fue pa-drino mío y que era registrador de la propiedad, Francisco García Mamely. Había parejas principales, un galán como Antonio Carrillo Carballo; Pepita Hernández y más gente. Y se representaban obras de importancia. Eso influyó en que La Palma, no quisiera ser demasiado chovinista, pero inevitablemente los muchos años te hacen caer en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pese a que no es cierto, pero sí había una cosa entonces podemos llamar cultura más desarrollada y más general que ahora. Bien es verdad que la gente pobre de solemnidad no gozaba de esto, pero la clase media sí. —¿Cómo era la vida social de entonces? Estaba aparentemente más dividida entonces que ahora. Lo que era claro es que la diferencia entre pobres y ricos, entonces, se acentuaba más. No es que fuera mayor, pero sí sobresalía más. Los pobres tenían pies de casa de pobres, alpargatas de pobres, pantalones roídos de pobre o comida de pobres. Había menos porque éramos menos habitantes. Era más simplista, si quieres. Cuando una persona iba a pedir limos-na a una casa, que eran muchos, le decían que no lo emplease en beber. Había un sometimiento de la clase menos pudiente a la otra tremen-da. Por ello digo que destacaba más. Pero que hubiera más diferencia entre pobres y ricos, lo dudo. Hoy no destaca tanto porque en cual- 32 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE quier sitio, aunque se viva en un cuchitril, en una habitación para siete personas donde no hay nada excepto un televisor. Una gente que tie-ne televisor, va los domingos a la playa. Pero la diferencia ahora es tanta o más cruel que entonces. —¿Cómo participabas en aquella sociedad? La infancia y parte del bachillerato fueron más bien familiares. Yo no fui socio del Club hasta que lo necesité siendo muy mayor. Creo que para que mis hijas fueran al servicio náutico en la década de 1960. Eso fue oficialmente, pero tenía que serlo, porque toda mi familia lo era. En el Salón Rojo estaba gente de derecha, como los Carrillos, Fernando del Castillo, y gente de izquierda, republicana, como don Eduardo Lugo, don Frasco Lugo, pero todos eran de la clase alta. En el Salón Rojo había tertulia diaria con todos sus ritos. Me acuerdo que el conserje del Club, Domingo García o Domingo el del Club, llevaba los cafés en las cafeteras que se ponían sobre un vaso e iban destilan-do el café. Mi hermano Pedro se casó con una nieta de él. Pero yo no fui muy asiduo a estas cosas. Sí era de la iglesia, pero tampoco dema-siado. Iba por la costumbre de la familia a misa y porque si no ibas a misa había pleito. No estaba con los comunistas, que ya entonces empezaban a destacarse y que empezaban a llamarse republicanos. No era republicano de pequeño. Éramos de derechas y republicanos, ahí empezaba don Alonso Pérez Díaz. Mis tres primeros cursos en el bachillerato fueron gozosos: tuve el gozo de componer coros, que se estrenaban en el teatro el día de Santo Tomás de Aquino; la satisfacción de componer, no sé si en cuarto curso, el himno del instituto, que hasta hace poco sonaba por ahí con letra de Rubén Henríquez. Éramos buenos estudiantes los dos. Él política-mente después no avanzó tanto a la izquierda como yo. En los últimos años sí me inicié en la política. En el año 38, cuando ya se destacaban los alemanes e italianos, antes de la guerra europea y durante la guerra nuestra, fui favorable a esta última, en el sentido de que iba a las manifestaciones cuando los nacionales tomaban una plaza que concluían en La Alameda con un discurso. Esto se trataba NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 33 Las Nieves (Santa Cruz de La Palma). 34 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE de una cosa festiva más bien. Iba además a una relojería alemana, que después resultó ser un nazi, que repartía propaganda germana, tam-bién italiana, pero sobre todo alemana. Y yo iba a buscar propaganda alemana. Entonces estalla la II Guerra Mundial y hay un vuelco en mi vida grande: antigermanófilo y aliadófilo; y de ahí empezó mi itine-rario izquierdizante. Mi primera participación en eso fue hacer algo prohibido, que era escuchar Radio Londres y Radio París. En casa, con el despacho de mi padre cerrado con cortinas y mantas, con la com-pañía de una serie de amigos de él como Raimundo Díaz y Constantino Aznar, iba a escucharla. Con algún compañero, ya de izquierda, cogía esas noticias de Radio Londres, durante la noche, y fraguamos un periódico al que titulamos El aliado. Pedíamos papel de envolver en los comercios y poníamos todos los calcos con estas noticias a máqui-na. Un compañero mío me denunció al director del instituto. El di-rector me llamó, fui temblando a su despacho porque ya sabía de qué se trataba, cerró la puerta y me dijo «Luisito, ten cuidado». El direc-tor era Emilio Español Acirón, estupendo catedrático que estaba aquí castigado por sus ideas políticas. Comencé, entonces, a tener una especia de esquizofrenia, porque seguí siendo creyente, a mi manera, con un itinerario que se orienta-ba a Jesús de Nazaret, y mis amigos de política no eran creyentes. Yo tenía esa especie de esquizofrenia, que la he llevado siempre, hasta hace relativamente poco. —¿Y la familia? Éramos cuatro hermanos. Tres varones, Javier y Pedro, y la que me seguía a mí, Pepita Nieves, que murió a los doce años. Falleció un año antes de que descubrieran la penicilina, que la hubiera salvado. Su cara no me falta nunca. Era una santa, y lo digo de verdad y sin ser chovinista familiar. Era muy buena. Cuando murió venían a casa mujeres de condición muy humilde a contarle a mi madre que la merienda que llevaba ella la dejaba, no un día sino todos, en una de esas casas. Era una verdadera santa. Tocaba el violín. Después de su muerte, durante algunos años, mis padres lo pasaron muy mal. Un día mi padre habló NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 35 con don Álvaro Fernández, marido de Carmencita Hernández Álvarez, que tenía un piano muy bueno pero que no lo tocaba nadie, en una sala. Íbamos a esa sala mi padre y yo a interpretar música que tocába-mos con ella, y mi padre lloraba. Mi hermano Javier ha sido siempre un teórico y Pedro hubiera sido un gran relaciones públicas, se despachaba discursos sin pensarlos, de oído y le salían bien. Yo para preparar discursos, además de escribir-los con todo cuidado, me los aprendía de memoria. Todavía casado recuerdo dando vueltas y Concha mirando el original para saber si nos faltaba alguna palabra. Siempre nos llevamos muy bien todos los her-manos, nos queremos mucho. Todos estábamos unidos en el amor de la familia que mi padre procuró extender. Pedro es del Partido Popular, Javier del Partido Socialista y Con-cha y yo, al principio, anarquistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). De hecho, todavía tengo por ahí propaganda de la CNT. En este terreno me ha influido la religión, que es la que me ha lleva-do a la política. La religión me ha hecho tener un determinado itine-rario político. Toda la construcción de la Cristología, lo que la iglesia ha enseñado como dogma a la largo de la historia y que todavía se da en las catequesis, se forjó en una cultura judío-helenista del ser, que te permite decir Dios es así. Se elaboró en un siglo, entre los cuatro primeros concilios donde se forjó la base de la iglesia y convocados por emperadores romanos. El dogma de la iglesia está creado, inspi-rado por políticos al servicio del poder y eso es lo que se ha estado enseñando a lo largo de casi veinte siglos. Hasta que llegó el momen-to en que unos pocos fueron los suficientes para procurar que hubie-ra un concilio para tratar de remediar esto, que fue el Vaticano II, pero todavía la iglesia en el poder era la de los emperadores romanos. —Volviendo a esa etapa de tu infancia en Santa Cruz de La Palma, una ciudad que disponía de esta rutina, pero que cuando concluían las clases lle-gaba el veraneo. ¿Había mucha diferencia entre el campo y la ciudad? Nosotros fuimos a veranear en lugares distintos. En Las Nieves, junto con la casa que mis queridos abuelos tenían al lado de la plaza, 36 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE que después fue de unos herederos del practicante Eusebio García Cejas. Y, sobre todo, viviendo ellos allí, tenían una especie de gran veraneo en una finca situada un poco más arriba, en una zona que se llamaba La Hoya de las Nieves, con cafetales y pinos, que siempre me ha impresionado. No obstante, siempre nos quedábamos a dormir abajo, en casa de los abuelos. Guardo el recuerdo de la subida a Las Nieves: se hacía en un trineo tirado por bueyes, en una corza. Unos palos que tenían un puntal para que rodara bien; sobre estos palos el trineo con su techo de tela, sus cortinas para que el sol no molestara. Y allí iban mis abuelos. Mi abuelo, Pedro Cuevas Pinto, lo recuerdo obeso. El único camino para subir era la cuesta del Frontón (El Planto), en el camino de Las Nieves. En algún momento, donde estaba muy empinado, mi abuelo se tenía que bajar. Me dolía mucho cuando el que llevaba el trineo pinchaba en las piernas a los bueyes para que caminaran. A veces, por llano, nos dejaban subir al trineo. Después, por una enfermedad de mi hermano Pedro, que le recomendaron leche de burra, veranea-mos en las fincas que tenían mis tías Cabrera Martín, las hermanas de mi abuela, en La Dehesa, al lado de mi casa, ahí nos prestaron la vi-vienda que después fue nuestra, para tener en la parte de abajo una burra. Desde entonces veraneábamos siempre allí, en La Dehesa. No bajábamos a la ciudad sino para pelarnos al rape una vez en el verano. Entre el campo y la ciudad había diferencias. Mi sensación de es-tar arriba no era la misma que abajo. Algunos hábitos de abajo como leer, acostarme tarde, no podía hacerlos arriba dado que no teníamos luz eléctrica. Más adelante se descubrieron los petromax, pero solo para comer. Tenía que ocuparme más de mí mismo y del exterior, que no de la lectura o juegos. Los amigos con los que estaba aquí debajo, en la ciudad, desaparecían y los sustituía con los únicos amigos de arri-ba. Enfrente de casa, en La Dehesa, estaba Antonio Carrillo Carballo, padre de Antonio y Piedad. Esos fueron mis amigos. Después de co-mer iba con ellos a jugar a los indios, a los tesoros, hacíamos flechas, figuras, y otras cosas que no hacía en Santa Cruz de La Palma. Anto-nio Carrillo se quedó tuerto de un navajazo que se dio en el ojo. Era completamente distinto a lo que jugaba debajo. Después se volvían a recobrar las respectivas costumbres. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 37 Primer número de El Aliado. 38 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Con Antonio Carrillo mantengo la amistad. Es de las personas más extraordinarias, inteligentes, capaces, tolerantes que he conocido. Es-tuvo tenido por un exagerado derechismo, pero lo exageraba cuando él creía que debía exagerarlo. Él me hizo cargo de la dirección de Diario de Avisos sabiendo cómo funcionaba yo y nunca me llamó la atención. Más aun, cuando nos hicimos de la CNT, cerca de la muerte de Fran-co, fui a verlo para contárselo. Me acuerdo que estaba fumando una pipa y me dijo: «Luis, tú sabes que lo que tú hagas siempre está bien hecho». Cada vez que lo nombro siento la necesidad de ponderar su nombre. II. ESTUDIOS UNIVERSITARIOS EN MADRID Y LA LAGUNA —Luego marchaste a estudiar a Madrid, a la Universidad Central. ¿Qué recuerdos guardas de aquella etapa? Fui creciendo hasta llegar a la época en que me marché a estudiar Ingeniería a Madrid. En Madrid me ocurrió algo, y es que no fui buena persona. Simplemente por lo que hace buena o mala a las personas, que es la mentira. Decir mentiras es lo malo, decir la verdad es lo bueno. Entonces yo mentí a mi padre, diciéndole que iba bien, que estudia-ba, cuando no era verdad. En el momento en que quise salir de aquel atolladero, le escribí una carta terrible, diciendo que dejaba la carrera cuando no había hecho nada, y que me dedicaba a la música, que era para lo que yo había nacido. El disgusto de mi padre fue entonces horroroso, y aún lo paso mal cuando evoco aquel momento. Por su-puesto que no se disgustó porque yo me dedicara a la música; él que-ría que fuera feliz, pero veía que no era un hombre con la capacidad de sacrificio y trabajo que implica una carrera musical, que es mucho más que abogado o ingeniero. Catorce años de estudios para el pia-no. Una polonesa de Chopin se preparaba empezando a las nueve de la mañana hasta la una, levantarse para comer y seguir así por la tar-de. A cualquier persona que le obliguen a eso durante días y semanas le coge tirria a cualquier cosa que tenga que tocar. Lo mío era una salida NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 39 para aquel lío en que me encontraba. Un amigo íntimo al que le es-cribió mi padre, que estaba en Barcelona, me fue a ver a Madrid y terminó de convencerlo de lo que ya estaba convencido, que la músi-ca era una carrera demasiado exigente para mí en aquel momento. Ese fue el último intento por mi parte de oficializar la música. —¿Y la etapa en La Laguna? De entonces guardo muchos recuerdos. Como el de aquel señor, José Ribero, que vivía muy cerca de la calle La Carrera, al que le ha-bían prescrito reposo y estaba toda la tarde acostado, quizá por una leve enfermedad de pulmón. Le gustaba la música, compraba discos y dada la afición del grupo de amigos lo acompañamos muchas ve-ces. Oíamos y hablábamos de música clásica. De inmediato se fue convirtiendo en un hábito y llegó a transformarse en una reunión de palmeros que, cada vez, duraban más. Para él era un gran consuelo. Los que siempre íbamos éramos los más aficionados a la música: Elías Santos Pinto, Manuel Henríquez Pérez y yo; pero siempre había al-gún otro palmero que de vez en cuando nos acompañaba. Al poco de empezar, Manolo Henríquez, que era el que más conocía el mercado, se ocupaba de comprar algún disco y así pudimos tener un lugar para comentar y oír música. Estábamos, además, al tanto de lo que salía. A veces hacíamos alguna broma. Había dos tipos de broma: una de ellas era, por ejemplo, gritarle a un jorobado que pasaba a tu lado cualquier barbaridad; otra era, como hacíamos entre nosotros, decir que este señor que pasó por aquí se hizo el egipcio, porque iba mirando para otro lado. De este segundo tipo de bromas no se enteraba, no sufría el afectado y nosotros nos divertíamos. En la «cosa palmera» que yo viví se hacían bastantes bromas en las que la imaginación y el interiorismo tomaban el protagonismo. Hacíamos bastantes bromas palmeras; inventábamos a un personaje que estaba oyendo música en una esquina, que era Pepito Marrón. A partir de entonces lo saludába-mos al entrar y salir. En la Universidad de La Laguna me distinguió —en el sentido de diferenciar— del resto de mis compañero, la edad. Habían transcurrido 40 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE cinco años en Madrid y esa era la diferencia con mis compañeros de curso. Eso me dio cierta experiencia y madurez; me sirvió no tanto con los compañeros, que fueron muy buenos, he tenido célebres como el pintor Pedro González, pero, sobre todo, con los profesores, tal vez por mi manera de hablar o de ser; sobre todo a partir de cuarto curso en el que había prácticas. Se fue formando una especie de discreta amis-tad con los profesores; discreción que terminó en mucho casos en ver-dadero afecto. No influía esto para el trato grosero de beneficiarme pero sí para lo demás. Por ejemplo, había un gran físico del Puerto de la Cruz que se llamaba Benito Rodríguez, que sabía muchísimo pero era muy tímido, tan tímido que parecía salido de una caricatura. Ese se-ñor del que yo aprendí mucha Física, me agradeció esa madurez con la que yo trataba de acercarme a él. Otro profesor del que terminé siendo amigo personal era un docente al que muchos de mis compañeros tenían por loco, se llamaba Jesús Mainar e impartía Biología. Era un profe-sor muy humano y no tenía empacho en agitar su ateísmo. En oca-siones contaba que el obispo había escrito contra Darwin. Estudiaba esperanto, cuando esta lengua estaba poco menos que proscrita. Allí, el esperanto eran Juan Régulo, Díaz Duque de La Palma, este hom-bre y yo. Era una cosa rara. Cuando hubo una crisis de Gobierno Civil, en tiempos de Franco, era rector provisional o algo de eso y representó a la autoridad para que lo nombraran delegado del Gobierno. Era un hombre bueno y terminamos siendo amigos. Yo iba a verlo a su casa para acompañarlo en su soledad y para escucharlo hablar. Dejo para el final, la creciente amistad con Antonio González, primero decano de la Facultad de Ciencias y después rector, me pare-ce. En el laboratorio de Química fue cobrando muy levemente la amistad dado que don Antonio era un hombre más bien serio, no tímido, pero lindando. Sobre todo serio. Infundía respeto y se le respetaba. Trata-ba al alumno de usted. Después la tarea común en la época final cuando yo empecé a preparar la tesina con un trabajo que me impuso él, que era analizar glucósidos radioactivos, de donde se pudiera extraer algo como dioxina de plantas canarias. Entonces comenzó a salir de vez en cuando al campo y el proceso de investigación, que para mí fue enor-me, porque yo no era un investigador en busca de un glucósido sino NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 41 que pretendía más el saber en general. Y esa forma de saber desde los residuos de una planta era completamente diferente a lo que yo buscaba. Partíamos de una planta para, luego, encontrar algo que mereciera la pena. Esta búsqueda consistía en desechar muchas cosas: la madera, las ramas verdes, que se ponían a hervir para aislar la clorofila. Todo lo que sobraba se tiraba y cada vez se separaba más, y así sucesivamente hasta una cosa pequeña donde estaba eso. Se alcanzaba eso mediante alambiques. Llegabas entonces a un líquido transparente, incoloro, que tenía aguas, sales y eso. Lo bonito era saber cómo puedes tú separar eso. Ese proceso lo siguió él conmigo y en vez de decirme, mira si se trata esto con ácido nítrico todo se cristaliza, me daba la opción de buscar qué ácido convendría. Después de separar todo lo que tú pen-sabas, llegaba un momento que aquello era agua con eso dentro, lue-go había que esperar que se fuera el agua y esa espera es preciosa porque todas las mañanas me sorprendía viendo si el agua se había ido del todo y quedaban cristales. La realidad es que nos hicimos amigos, tan amigos que nos acom-pañó, con compañeros míos, a una casa que tenía en Bajamar. Yo lle-vaba el acordeón, cantábamos isas y bebíamos un vaso de vino. Así terminó la relación con Antonio González, en la que perduró siem-pre el respeto, al que faltó cuando enterado él que se barajaba mi nombre para proponerme Premio Canarias, escribió una carta hablando de mí, que después perdí, para que se me concediera ese premio y ahí me perdió el respeto. Una carta preciosa que recuerdo y me emociona. Esa es la universidad mía. Por lo demás, tuve novias y amigos, siempre. Cuando se ponían a insultar a La Palma, de broma, delante de mí y decían cosas como que «La Palma es una porquería», yo apostillaba «es verdad, no vayas nunca». —¿Dónde viviste en La Laguna? Me quedé primero en una pensión con dos palmeros, Miguel Jaubert y Antonio Gómez. Y luego con Pedro Gómez de Los Llanos. Pero la mayor parte del tiempo en el Colegio Mayor Universitario de San Agustín. Últimamente, cuando me encontraba haciendo la tesina, en 42 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE el Hotel Aguere. Yo he sido siempre comelón y allí se comía muy bien. De los nombres que no he olvidado, Luis era el señor del Aguere que organizaba las comidas. En el Aguere también había un piano. Allí conocí a un canónico de La Laguna, profesor de la universidad, que se llamaba Heraclio Sánchez, un gran orador. Recuerdo que en un acto público habló, en un mano a mano, sobre la Bajada de la Virgen con mi padre y un comentarista dijo que hemos escuchado hablar «al ca-marada Heraclio y al padre Luis». Después descubrí en su habitación que tocaba muy bien la guitarra, no solamente malagueñas. Hicimos la amistad que él permitió. Él me decía: «Pero usted se cree que sabe tocar el piano, ¿por qué toca todos los días?». Yo me costeaba la es-tancia dando clases, tenía pocos alumnos. Después se acabó La Laguna. —Aparte de esa reunión en una casa particular para escuchar música, ¿No había otras tertulias de palmeros? En un tiempo hubo una peña diaria de palmeros para tomar café en un bar que hacía esquina en la calle de La Carrera que se llamaba El Refugio. Presidía la tertulia Juan Régulo Pérez. Aparecía todas las tardes después de almuerzo, con una cartera, que nosotros llamábamos la caja de pandora, porque no sabíamos qué vendaval iba a salir de ahí cuando la abría. Siempre contaba alguna historia del cura que se exclaustró. A él le gustaba ser ante nosotros, que éramos prudentes, anticlerical. Era izquierdoso, pero no profundo. No podía, porque el miedo era muy grande. A él lo salvó y lo hizo auxiliar, catedrático y que tuviera un nom-bre en La Laguna el decano de la Facultad de Letras, don Elías Serra Rafols, que era muy amigo suyo y lo protegió. Don Elías era muy clerical, muy ortodoxo, religioso. Régulo no se escondía de que no era creyente. Lo ayudó mucho. Visité la casa de don Elías porque Juan me llevaba. Era tan digno de conocer como difícil de comprender, y es que no había perdido el acento catalán. Juan Régulo conmigo tuvo aventuras dignas de mención. Estando yo en el Colegio Mayor San Agustín, donde la mayoría de los estudiantes eran falangistas dado que era del Sindicato Español Univesitario (SEU), había un chico, buena NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 43 gente pero regular, alumno de Juan Régulo que hablaba mal de él porque lo cateaba. No sé por qué, sospeché que este hombre le estaba ten-diendo una mala pasada e hice algo que estaba mal hecho: registré su armario y efectivamente le vi un escrito en el que denunciaba a Juan Régulo por rojo. Entonces se lo dije a Régulo para que tomara medi-das y las tomó. No me acuerdo cuáles fueron. Sí me acuerdo las me-didas que tomó conmigo la dirección del colegio mayor, porque este compañero se dio cuenta, me preguntó si había mirado en su arma-rio, le dije que sí, que era una cabronada lo que le estaba haciendo a Juan Régulo y me denunció al colegio. Me hicieron un juicio de ho-nor o algo de eso, con testigos, comparecencias, velas. El director del colegio era amigo mío, Juan de Lorenzo Cáceres, de la familia de Lorenzo-Cáceres, y el que le seguía era Jorge Fuentes Duchemín, que era encargado de laboratorios de la universidad. De resto, partidas de dominó después de comer o bajadas a los conciertos por la tarde en la guagua al Teatro Guimerá. —¿El primer auto mariano o carro alegórico y triunfal para la Bajada de la Virgen lo escribiste en La Laguna? En los dos primeros carros, no compuse la música, sino sólo la parte literaria. Dudaba que se aceptara el texto y no quería trabajar en bal-de con la música; además yo con la música soy más rápido, por lo menos durante el período de creación. Eran carros plúmbeos. Recuerdo que uno fue un carro que sonaba a nombre de iglesia, lo que se decía en los sermones, con algo más de categoría, pero un carro del que no me acuerdo el título. Ese fue el primero, la música era de don Elías San-tos Rodríguez. Después hubo un segundo carro, que lo hice bajo la impresión de un libro de poemas que iban a editarme. Fue un carro premiado pero lo censuraron. Me llegó el papel de la censura, dicien-do todo lo que había que eliminar. Verdaderas coñadas. El empezar, la dedicatoria a mi padre, a quien le he tenido mucha devoción, que decía si «no sé si era Dios o Luis Cobiella», y eso fue lo primero en tachar-me. Por ejemplo, «una acotación, al principio, un leve toque de tim-bales, pero muy lejanos, que apenas se distinguiera para figurar que 44 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE todo parte de un silencio, que es el silencio de Dios», raya roja, Dios no está en silencio, dijeron en la oficina de censura. El espíritu de la censura era eclesiástico, pero no vino del Obispado sino de la oficina de la civil. Después representaron uno de Félix Duarte en mi lugar. Elías Santos Pinto, Manolo Henríquez y yo nos metimos en los ensa-yos y ayudamos a don Félix. —También aprovechaste los años en Tenerife para componer, sobre todo en los campamentos de las milicias universitarias ¿Cómo fueron aquellos años? Compuse poco en La Laguna. En los períodos veraniegos de las milicias, más que una necesidad estética, fue una necesidad de la ba-rriga. Como a cualquier persona te fastidia hacer el servicio militar. Pero, sobre todo, que te obliguen a cantar canciones patrioteras. Las canciones patrioteras han tenido una fuerza tremenda, generalmente a ritmo de pasodobles. La práctica totalidad de los himnos de las repúblicas sud-americanas que nacieron de las guerras de independencia contra la monarquía española son marchas militares patrioteras de las que era imposible prescindir. Para hacer un himno había que hacer un himno patriótico que era lo que cantaban en lo campamentos. Así, cuando hice el himno de las milicias de artillería le puse la estructura del himno de la Internacional Socialista un poco por rebeldía. Más tarde, el himno de artillería se convirtió en el de la Sociedad Deportiva Tenisca. Únicamente en música componía cosas muy concretas y muy par-ticulares. Por ejemplo, en fiestas de santo Tomás de Aquino y en la de los estudiantes. Eran fiestas en la universidad y, en alguna de ellas, intervenía con música, no como la entendemos ahora, sino aprovechando la música que estaba. En La Laguna había buena afición a la música, yo era amigo de unos hermanos que procedían de La Palma, los her-manos Felipe, algunos de ellos trabajaban en Telégrafos, pero eran músicos. Tenían una rondalla y salían por la noche. Yo alguna vez salía con ellos pero muy poco porque era bastante gandul. Únicamente creaba aprovechándome de esa base. Por aquel entonces daba clase de música en la universidad don Manuel Morgullo, que tenía sus coros, muy limitados a un tipo de NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 45 música que no me gustaba. Entonces uno de esos años preparamos a base de esa música en el Teatro Leal toda una función que duraba media hora o tres cuartos, imitando lo que hacía don Manuel Morgullo, ha-ciendo coros. Pero en vez de los coros que hablaban de la primavera o la Santísima Trinidad, los que compuse seguían la misma melodía pero la letra eran lecciones de Química. Eso tenía aceptación y era una guasa palmera. Otra que hice en el Teatro Leal por una festividad de santo To-más fue una parodia de un orador clásico Yo estaba en el palco por-que era delegado de curso donde estaban el rector, Antonio González, y otras autoridades universitarias. Aparecía, en ese momento, mi com-pañero de curso Luis Callar, que era oriundo de Oriente Medio y ca-racterizado de una manera feísima, para presentar la obra; incluso, antes de abrir el telón, exclamaba: «Corría el siglo décimo tercio cuando era persona, única en el mundo, tan sabio como los sabios... ¿sabéis a quién me refiero?». Y saltaba yo desde el palco: «Sí, ¿a quién?». «A un hom-bre que corriendo el siglo décimo tercio...», respondía Callar. Y así un rato largo. Esas eran la coñas. Otra coña en la que intervine fue en una exposición organizada por la universidad sobre temas ecuestres en la que yo, como mantenedor, ofrecí una conferencia titulada Lo caballo. Vino mi familia del Puerto de la Cruz, el rector y el público. Y apa-rezco tirando un enorme caballo de madera a dar una conferencia sobre la existencia de lo caballo, que era un poco una clase de religión. Mi tío bajaba la cabeza por la vergüenza. Eran bromas, que ahí casi lle-gaban a faltar el respeto, pero como eran bromas no pasaba nada. III. LA PALMA DE NUEVO: PROFESOR DE ENSEÑANZA MEDIA, TRABAJO EN UNELCO Y FAMILIA —Una vez que regresaste de La Laguna, ¿cómo fue el reencuentro con La Palma? Volví a La Palma, no porque hubiera terminado los estudios. Es-taba haciendo en ese momento la tesina sobre glucósidos carioactivos. 46 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Para ello íbamos a buscar material al Teide, que después se machaca-ba en los laboratorios de la universidad. La facultad era entonces como mi casa; pertenecía al grupo de Química Orgánica que lideraba An-tonio González. Pero antes de terminar la tesina, mi padre murió y mis dos hermanos quedaron a cargo de mi madre; tuvieron dificultades económicas y tuve que venir para hacerme cargo de la familia Dudé un poco entre seguir trabajando en algo de la carrera o buscar un empleo donde fuera; según fuese muy urgente o no la necesidad económica de aquel momento, podía hacer algo relacionado con la carrera. Y me orienté por esto último, por no abandonar la aplicación de los estudios. Con la ayuda de mi amigo Antonio Carrillo, inicié un trabajo, primero teórico, de documentación, para unos cultivos que había en Fuencaliente con el fin de averiguar si se podían extraer unos prin-cipios no tanto farmacéuticos como industriales de ellos. No sé por qué, si por mi manera de ser o porque tuve dificultades, tiré la toalla y busqué otro empleo. Entonces recibí el aviso de una persona que por entonces desco-nocía, Juan B. Fierro Pérez y empecé a trabajar en la Academia Pérez Galdós, que estaba en la calle Pedro Poggio. Lo cierto es que hay una constante a lo largo de mi vida y es que he sido yo buscado, no obli-gado, pero sí reclamado para un minué, un carro o para dar clases. Me mandó recado el profesor Fierro porque se había enterado de que lo estábamos pasando mal y me ofreció un puesto de profesor en la Pérez Galdós. Esta academia era dirigida por Andrés de las Casas, que era el profesor principal; daban clases también Denis Sanjuán y Ramón Ramos. Allí estuve muy bien, haciendo siempre las cosas a mi modo, enseñando como me salía a mí, con la consideración de mis compa-ñeros, sobre todo de Juan Fierro, que siempre me respetó —no para las salidas de tono—, sino en las normas que tenía en hacer exáme-nes o en explicar. Lo pasamos muy bien y me entró dinero suficiente para atender a la familia. Poco después, estaría dos o tres años en la Academia, siendo di-rector del instituto Manuel Martín Cigala, me avisó por si quería dar alguna clase allí. Por supuesto que le dije que sí. Era compatible con lo de la Academia. En el instituto también estaban Denis Sanjuán y NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 47 Ramón Ramos, personas que me aceptaron muy bien, como un cura catalán que daba francés que se llamaba Castañer. Di clases allí de una manera interrumpida, era un poco una chacha para todo y, cada vez que faltaba algún compañero, me mandaban a mí, porque me creían capaz de resolver un problema ya fuera de ciencias o de letras. Me-nos las cosas verdaderas, como Francés o Inglés, que es saber o no saber, fui profesor de Ciencias Naturales, Gramática, Matemáticas, y todo lo que surgiera. Culminé en un curso que se me encargó a mí y me agradó mucho porque era de lo más cercano a lo que yo podía explicar con autenticidad. Era para alumnos de reválida: clases para hacer el ejer-cicio escrito, de redacción, en el que suspendían a la mayor parte de los alumnos. Se estimó por ello que se debía hacer un curso para ha-cer redacciones. Hice un curso de un semestre, donde se plasmaron mis originalidades, manías y, también, otros valores objetivos. Hasta que vino —siempre por gente de fuera, por Antonio Carri-llo, que era vicepresidente o consejero del Cabildo y estaba estudiándo-se el aprovechamiento del Salto del Mulato, en San Andrés y Sauces— la posibilidad de trabajar en la instalación de una turbina para aprove-char la fuerza del agua. Aquí había una compañía encargada de la elec-tricidad que se llamaba Riegos y Fuerzas de La Palma, al frente de la cual estaba un ingeniero de Valencia o de Alicante, no recuerdo con exactitud, que lo trajo el Cabildo, de una empresa similar. Esta persona, que era ingeniero industrial, un hombre sui generis también, se llamaba Antonio Corró Muntaner. Entonces estaba vacante el puesto inmedia-tamente inferior, el de ayudante de ingeniero. Antonio me habló si que-ría hacerme cargo del mismo y entré en Riegos y Fuerzas de La Palma. Ahí entró la tranquilidad económica y de todo orden en mi vida porque en esta empresa estuve hasta que cambió el nombre por Unelco, y hasta que me jubilé y de ahí estoy cobrando parte de la jubilación. En Riegos y Fuerzas tuve suerte, como tengo siempre suerte —de vez en cuando me sorprendo mirando no sé hacia dónde y diciendo gra-cias, porque me vienen a buscar, porque los jefes acaban siendo ami-gos— e inicié la nueva etapa laboral. Don Antonio Corró era un hombre que se sabía lo suyo pero además tenía unas ilusiones un tanto estrambóticas, como tratar de explicar los 48 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE grandes misterios científicos. Y hablando conmigo, refiriéndonos un día a la gran obra de ingeniería de la torre Eiffel, me decía: «si usted viera con qué sencillez técnica y matemática se hizo la torre, se sor-prendería ». Entonces, se me quedó mirando y me dijo, qué le parece si nosotros hacemos un proyecto de torre Eiffel. Cuando se fue don Antonio, porque estimó el Cabildo que ya no era necesario, la empresa se quedó con dos directores, un director administrativo, Arístides Martínez, y otro yo, que era director técnico de Riegos y Fuerzas. De esta etapa me interesa señalar dos facetas porque en ambas tuve ayuda exterior. Yo sabía Física, Física teórica, pero no tenía ni idea de cómo funciona un contador. Es decir, tenía conocimiento suficiente para ser un director técnico a nivel general, pero no tenía el conoci-miento suficiente para resolver todos los temas pequeños. Eso lo so-lucioné, por un lado teniendo la ayuda siempre del capataz y de to-dos los obreros de Riegos y Fuerzas y, después, teniendo la amistad y el servicio de una persona que unía un poco del teórico, pero también tenía el conocimiento de los obreros. Esta persona es Mauro Fernández Felipe, que me sirvió de unión en todo esto. Mauro empezó siendo obrero de Riegos y Fuerzas, subiéndose a un poste, pero con una in-teligencia especial. En Riegos y Fuerzas hice todos los proyectos de electrificación; era un trabajo teórico y me gustaba hacerlo. Hasta en-tonces, la luz eléctrica llegaba hasta Las Breñas y un poco más, y por el norte hasta Mirca y Puntallana. A lo largo de las décadas siguien-tes, se dio servicio al resto de la isla, hasta Garafía. Fue una cosa muy grata y cada vez que paso por donde hay transformadores o torres de alta tensión, o todavía en algún sitio postes puestos al principio de mi época, me emociono. Se electrificaba, sobre todo, en la baja tensión, y allí, donde los vecinos solicitaban que pusieran postes; ellos nos buscaban, nosotros pedíamos castañeros más que pino, porque se de-terioraba menos, pero el pino era más derecho y permitía alinear más los conductores, en fin. Estas son las cosas en que me ocupaba cuando vine de allá. No tuve problema, me salió todo bien y lo de Riegos y Fuerzas culminó encargando el Estado a la empresa la electrificación de La Gomera y El Hierro. Entonces todavía eso lo hice yo. Se hizo bajo mi estadía allí. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 49 Recuerdo con gran cariño mis viajes frecuentes a esas islas, sobre todo para planificar lo primero que se debía hacer que era la construcción de las centrales. Todo eso es precioso: la elección del lugar donde debía ir y todo lo demás. Luego iba todos los meses para su construcción. Allí, Riegos y Fuerzas contrató representantes, que, más tarde, pasa-ron a Unelco comos delegados. Uno de ellos ya murió, era diputado por el Partido Socialista y se llamaba Erasmo Armas; el otro era To-más Padrón, casi eterno presidente del Cabildo de El Hierro. Y de ahí hicimos amistad familiar, porque cuando iba mensualmente cargaba con Concha o con María chiquita. Hicimos amistad y todo fue muy gra-to, hasta que en el año 1986 me nombraron Diputado del Común. Cuando entró Unelco quedé como técnico superior. Ya entonces pasó a manos de ingenieros como debía ser. Las instalaciones de La Palma se estaban quedando obsoletas. Los motores que estaban frente a la glorieta, a la salida de la avenida de Bajamar, cada vez eran más vie-jos. Entonces se pidió auxilio urgente al Instituto Nacional de Indus-tria (INI) y allí determinamos el posible estacionamiento de la central de Los Guinchos. —Cuando vuelves a La Palma te centras también en Diario de Avisos. ¿En que sentido se plasmaron esas colaboraciones? Cuando vine escribí mucho, pero escribí para Diario de Avisos. Nunca recuerdo que fuera yo al director de un periódico a pedir que me publicara algo. Entonces había una entidad, un grupo de personas que le interesaba que publicara lo que yo había escrito y esta gente hacía ese otro trabajo por mí. Siempre ha sucedido así. Un libro para edi-tar, una música para grabar. Nunca he ido a un ayuntamiento para que me eligieran para prologar o presentar no sé qué. Salvo una insinua-ción que hice hace unos dos años sobre mi última composición mu-sical que se titula Samborondón, mi última y con gran diferencia mi gran composición musical. Últimamente he largado la vergüenza, si es que la había, algo de verdad había también, y pienso que hay cosas bue-nas mías como en literatura y en música, y en el Samborondón, todo es bueno. 50 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE En aquellas fechas de finales de los cincuenta, coincidió también con que Antonio Carrillo se hizo cargo del periódico, y yo entré a dirigir un poco aquello, sin ser director. Iba porque me gustaba y porque era una de las miles aventuras que he tenido en mi vida y que agradezco. El olor a plomo, acudir de madrugada, estar al pie del aparato y es-cribía mucho, generalmente anónimo, por ser editorial o por no fir-mar. Y, sobre todo escribía. Entonces me empecé a diferenciar de la cosa religiosa. Fue cuando el tiempo del Concilio Vaticano. Yo selec-cionaba cuando las cosas que venían a favor de una izquierda conci-liar y, cuando era necesario, al menos caía una vez a la semana, un editorial a favor de la nueva iglesia. Antonio Carrillo, que era de de-rechas y, como corresponde, del nacional catolicismo, jamás me llamó la atención, y sabía que le molestaban esas orientaciones que yo les daba. «Las horas llenas» era una sección, que tenía algo de política. Ahí sí que escribí bastante. —¿Cuándo te casaste? Yo me casé el primero de enero de 1960. Conocía a mi mujer de vista porque entonces se usaban los paseos en la calle Real de chicas, unas de brazo de otras, las que estaban en los extremos eran más sus-ceptibles de que se acercasen a los chicos. Yo no me acerqué nunca. Me gustaban los ojos de mi mujer. Había tenido novias en la penín-sula. Una novia de Andújar me escribió que había estado visitando tiendas de muebles para el ajuar de la boda y me entró un gran temblejeque. En una tertulia diaria que tenían por la noche en casa de Antonio Carrillo, decidí que me iba a echar de novia a la hija de Juan Capote. Eso fue en agosto de 1959 y en septiembre organicé un cur-sillo de Acción Católica para señoritas, al que asistió Concha. Enton-ces yo no di el cursillo de señoritas sino que desplegué todas mis ar-tes para conquistarla, no para convertirla. Porque ella era de familia ca-tólica, y tenía necesidad de que yo la desconvirtiera. Mis artes eran las orales; era un hombre bastante calvo, con una barriga y unos mofle-tes feísimos. Pero me ayudó mucho la oratoria. O bien orando ante el Santísimo o dando una clase se quedó enganchada. En noviembre NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 51 le dije a Juan Capote —que era amigo mío—- que quería casarme con Concha, y me dijo que no llevábamos sino un mes. En primero de año tenemos que estar casados, le dije en tono de broma pero real, y así fue. Concha es la persona más santa, más buena, lista y generosa que me he echado en cara, y me había echado unas cuantas. No sé si era santa por inteligente. Cuando me dijo que me quería y que quería casarse conmigo, le pregunté si era de verdad eso de que tú me quieres. Yo la quería, pero la quería de otra forma. Entonces nos casamos, ella se luisficó inmediatamente, pero hete aquí que un gran amigo, Felipe Concepción, que es profesor de instituto, ahora está en Tenerife, nos visitaba desde entonces, Concha iba a nuestras reuniones. Y un día me advirtió, cuidado que te estás conchificando, y cada vez más, cuidado. Hasta un día, hace relativamente poco, Felipe me confesó que él también se había conchificado. Concha es Luis Cobiella y Luis Cobiella es Con-cha Capote. Llegó un momento en una época de mi vida en que me entró una terrible congoja de que la iba a dejar sola porque yo soy 16 años mayor que Concha. En ese momento hice las mejores composi-ciones poéticas para ella, para procurar remediar esa enorme congoja. Y seguimos conchaluisificándonos los dos. Lo superamos, pero ya no tenemos ese problema. El día que yo me muera Concha lo pasará mal, pero no hay problema. IV. LA MÚSICA —Háblanos de tus principios y conceptos musicales. Hay una dificultad en cuanto a cómo debo orientar mis reflexio-nes sobre música. Y esa dificultad parte de una manera creciente de que lo que yo entiendo como música es algo cada vez más diferente a lo que se entiende comúnmente como música. Comprendo que eso es una dificultad. Si hablo de los Beatles, que hablaré porque son res-petables, eso es periodismo o literatura. Pero si hablo de lo que para mí es música, que es el entramado de los pentagramas y los instru- 52 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE mentos, no la biografía de los autores, hablaría de cómo el composi-tor se las arregló para escribir tal nota u otra. Pero la parte más segura, la más cómoda, es la histórica. En mi familia había un clima musical porque mi madre daba clases de sol-feo y mi padre, aunque no tenía idea de música, de las notas o pentagrama, le gustaba más que a mi madre, y compraba aparatos reproductores y discos. Recuerdo cuando vinieron las primeras male-tas para reproducir discos y cómo las ponía en casa. Nací en un am-biente musical, con una señora que era una eficiente profesora de piano, al menos en el sentido de la repetición. La repetición en música es un tema para una conferencia. Pero la repetición de motivos, de fragmentos, es esencial para la aceptación de la música, el gusto de la música. En mi casa se repetía do-re-mi-fa-sol-la, do-re-mi-fa-sol-la. En casa se oía este motivo y eso ayudaba también. Aprendí los nombres de las notas antes que las letras, eso no sig-nifica nada sino que estaba más a mano hacerlo así. Muchas veces, cuando mi madre daba clase, me recostaba debajo del taburete alto donde ella se sentaba al piano. Mi primer hecho musical fue que en las vísperas del santo de mi padre y el mío, un 21 de junio (san Luis Gonzaga), mi madre encargó unas partituras de piano para niños y me tocó tres que había comprado para que eligiera y estudiara y el día de mi padre la tocara delante de él. Había algo de Mendelson, no recuerdo la otra y el alegreto de la Séptima sinfonía para piano de Beethoven. Me cuentan que cuando escuché esta última, me arrodillé en el suelo con las manos juntas y no cabía duda de que esta era mi elección. Llegó el día de san Luis, la toqué y entonces ingresé, un poco, en la ocupa-ción musical. Con mucho cuidado tengo que indicar otra cosa, algo de lo que no sé mucho pero siempre sale cuando se habla de formación musi-cal. Se trata de lo que porta el hombre en su cerebro, en sus células de favorabilidad a la audición musical. En mí era grande, como en otra mucha gente. Tengo un sentido muy desarrollado de la recepción musical. Eso también contribuyó a que la música fuese para mí algo principal. Desde entonces hasta hoy, quiero subrayar que la música nunca fue para mí una presunción para la que estaba especialmente dotado NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 53 de virtudes para esto o para lo otro. Para mí la música fue algo que me producía placer, pero del que no estaba especialmente separado, ni menos orgulloso con los demás. Tengo una admiración sincera hacia los músicos, a veces ciega. A los célebres de la música, a los Beethoven y tantos otros, a los grandes directores; no tanto a los de la ópera porque es la parte que menos me entra. Yo no me considero músico. Esto me coloca siempre en un lugar de aficionado, pero una afición muy fuer-te y profunda. Como prototipo general de mi comienzo musical pienso que es básico. Aficionado no quiere decir que le quite valor a la pro-fesión. Aficionado viene de afición, afición, de afecto, y afecto es amor a algo. Yo le tengo afecto a la música y por eso soy aficionado; así aficionado pierde el matiz depresivo que pueda tener. Éste fue el comienzo. Más tarde el desarrollo. Debido a mi mala memoria, lo más práctico es enumerar algunos hitos en los que yo intervenga musicalmente. Uno está en el instituto, donde se me en-cargó la composición del himno. Mis composiciones tienen normal-mente música y letra, dado que también tenía cierta facilidad por la escritura. Compuse el himno del instituto, siempre con predisposición de músico, que no era tenido entre los destacados, sino un músico que echa una mano y, sobre todo, que gozaba cuando le encargaban un trabajo de estos. Un detalle de entonces que ahora se puede revelar, es que me parecía demasiado poner letra y música de Luis Cobiella. Entonces, a un gran amigo y compañero con quien estudiaba en el instituto, Rubén Henríquez, ahora Rubens, el arquitecto, estuve apunto de decirle si me autorizaba a decir que él fue el autor de la letra, por-que me daba vergüenza hacer las dos cosas. También participé en la fiesta que daban los estudiantes de santo Tomás y otra que no recuerdo a lo largo del año. Para aquella cele-bración compuse una pieza para coral, con letra y música, para voces solas, que se estrenó en el instituto. Después mis composiciones han sido motivadas por razones personales a lo largo de bastante tiempo. Bien porque iba a la iglesia, donde había ocasión de hacer música (no con guitarra que tardó mucho tiempo en llegar, y costó), sino de ar-monio u órgano. Entonces hice muchas obras para algo que tenía a mano que eran los coros que interpretaban misas, canciones para la 54 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE comunión, etcétera. Muchas, quizá hasta dieciséis obras a lo largo del desarrollo de bachillerato. No tenía otra manera de expresar mi mú-sica salvo el piano. A lo largo del bachillerato, también preparé conciertos con un gran compañero, amigo y músico, que ya está fallecido, Antonio Herrera Pestana, conocido por Maño. En festivales dábamos conciertos, por llamarlos de alguna manera, de violín y piano. En esos conciertos al-ternábamos música conocida, fácil para mis manos y la muñeca de Antonio, con alguna música mía que yo le hacía estudiar a Maño. Recuerdo que una de esas primeras músicas mías que se estrenaron era El descubrimiento de la momia. Se trataba de describir una aventura de alguien en los pasadizos de una pirámide, que se encuentra con una momia. La música tuvo un momento de realismo porque tanto Maño como yo pegábamos un grito, que era cuando encontrábamos la mo-mia. Esto tenía algunos valores como la ironía, y le causó impresión a un profesor que estaba aquí de francés y dibujante aficionado, llama-do Tino Aznar. Era muy amigo de mi padre y mío e hizo un cuadro que se llama El descubrimiento de la momia, en el que aparece mi cara de niño mezclado con la momia. Fui a Madrid en 1942 y en 1945, un grupo de amigos de aquí, entre los que se encontraban Argelio Pérez Algarrada, Álvaro Fernández y Celestino Cabrera, que tenían ideas, me hicieron un encargo de un minué, en cierto modo para sustituir la danza infantil coreada de la Bajada de la Virgen, un número que entonces se consideró pobre pero que tenía canciones muy pegadizas. Entonces, en la pensión en la que estaba, no tenía medios para componer y fui a casa de un amigo de mi padre y mío, don Francisco Aciego de Mendoza, odontólogo en la calle General Mola de Madrid, que tenía un piano en su domicilio. Ellos eran muy aficionados a la música, nos veíamos en los concier-tos dominicales de la sinfónica y filarmónica de Madrid. Allí compu-se el primer minué. Como siempre, con letra y música, porque van muy unidas. Lo mandé, eso creo, a principios de 1945, muy precipitado, como en marzo. Pero no se los envié instrumentado, de eso creo que se ocupó Felipe López, que lo adaptó para que pudiera ser interpre-tado con músicos locales. Creo que guardo con mucho cuidado y sim- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 55 patía, el original que hizo Felipe, adaptado a las personas que tocaban con él en una orquestina. Y así fue el primer minué titulado: Minué, romanza y coro. La siguiente reposición de este minué la instrumenté yo para una orquesta más amplia. Después vino el segundo minué, que puedo decir lo mismo, pero lo instrumenté también directamente. Después pasó tiempo y aconteció un fenómeno sobre el que me gustaría hablar. A la hora de componer el minué número tres, que es el de los aires de lima, antes de empezar a componerlo, con más de 50 años, tenía mis adhesiones y mis rechazos a determinadas músicas con una fuerza capaz de hacerme actuar personalmente. Por un lado, descubrí a Mozart, que sigue siendo hoy un ídolo, aunque hay quien lo rechaza por motivos estrictamente musicales, retardó el romanticismo e hizo que Beethoven fuera difícil de oír y ya no digamos Brahms. Yo tuve una revolución de cómo se hacía la música, en qué consistiría, qué le gustará, y cuá-les eran sus secretos. En todo ello, me valió mi formación científica, una actitud de preguntar, de ver. ¿Por qué Mozart o Beethoven escri-bió un do y no un si? Me hizo reflexionar y variar y me dio un pe-ríodo de conversión musical. Una de las conversiones era de lo que yo creía dogmáticamente inamovible que era que nuestra música, la folía, la isa, la malagueña, la música canaria, lo canario, en definitiva, era reciente e impostado. Una vez hablando con Juan José Santos, a raíz de una guía turística de La Palma que le prologué y que se tradujo al inglés y al alemán, en un momento de sinceridad este hombre me confesó que los trajes de mago son de poco tiempo atrás. Antes un mago era un señor que para ir a trabajar se ponía la ropa más usada, que menos le fastidiara estropear, el sombrero más a mano. Claro aquello me inundó de rea-lismo. Al principio piensas que los trajes tradicionales son mentira; pero también son una dedicación estética, que enriquece. En mi época de estudiante en La Laguna, durante la década de los cincuenta me dio por preguntar lo que para mí era un dogma, la isa, la malagueña. Me fui con un pentagrama, papel, lápiz y goma al campo, donde no había llegado la radio. Uno o dos años estuve tratando de oír lo que me cantaban las personas de Tijarafe, Puntagorda y Garafía. 56 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Los hombres, más vergonzosos, se resistían, las mujeres y los mayores menos, y los jóvenes más. Lo primero que hacía era preguntarle si podían cantar. Le preguntaba por folías, malagueñas y no tenían ni idea de su existencia. Y la segunda pregunta era si cantaban, y en qué ocasio-nes. Las respuestas surgieron en la siembra, la recolección, en las bo-das, en los bautizos no tanto, en algunas celebraciones de patronos y entonces me cantaban en audiencias personales o en grupos. Lo que me cantaban era algo que no tenía que ver con malagueñas. Pero puestos a buscar una tonada común, sonaba más a América, que a lo que no sonaba. Pero sonaba de una manera muy elemental y muy general, y en pocos detalles, pero lo suficiente para que en todos los casos tu-viera un eco. Normalmente personas solas no cantaban, en alguna ocasión, sino más bien juntas. Cuando eran solas se trataba de los verseadores, que canta primero uno y luego otro. Qué es lo que te sonaba y te permitía decir, «¡coño, América!». Es lo siguiente, al cantar eran libres y siempre bajo la obediencia de la letra. Ellos, más que cantar una canción, lo que querían era decir algo con respecto a lo que esta-ba sucediendo. Lo principal era la palabra, lo secundario lo que can-taban. El resultado era el siguiente (recita): «Tu madre me encargó a mí una cesta volandera, por eso me gustas más que mimbres en la mimbrera». Tenían que tener una referencia tonal, musical para que las personas que continuaran cantando empataran tonalmente con la que había terminado. Eso había sucedido con los esclavos negros de América, de Cuba y eso los que venían de Cuba lo trajeron acá. Qué es lo que queda, la letra, que es lo principal, que es lo que la viejita había aprendido de su abuela o lo que se le ocurría decir, sin preocu-pación melódica alguna. Cuando nacía un niño, la viejita decía: «Mi niño que nació ay que bonito que está»; cuando van de fiesta qué canta: «Que contenta, tenta estoy, porque voy así a bailar». Todos me decían lo mismo, la misma melodía en la fiesta del baile y el nacimiento. Cuando se casa, lo mismo. Es decir, lo que hoy nos empeñamos en titular y adscribir invariablemente a una melodía como es el arrorró, malagueña, aquello no tenía sentido. El arrorró de seña Juana era la misma tonada que cuando se casó, en la fiesta. ¿Por qué era la mis- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 57 Portada de La música popular en la isla de La Palma. 58 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE ma?, porque era la misma seña Juana la que cantaba. Seña Juana lo que hacía era expresar a seña Juana, primero con la letra y después con lo que le salía. Esa era la gran diferencia que descubrí en cuanto a esa especie de beatería, de adscripción de un título a una cosa. El dogmatismo que desde la política, la religión y la estética nos han invadido. En ese sentido de fijar cosas, dominarlas, dogmatizar. Ahí empezó primero mi revuelta contra lo canario. Es mentira, los trajes, la música; después la descripción de los arrorró, las malagueñas, las isas eran una importación bendita, que hoy nos representa porque se han hecho canarias, pero reciente; de Castilla, de Aragón, de Andalucía, sobre todo. Entonces vino mi rechazo de lo oficial en la música popular, que después afortunadamente cambió, porque rechazo no cabe en música y empecé a descubrir otras virtudes de las folías, las malagueñas, en ese momento, el de componer el tercer minué, que podría ser el año 1980, que era cuando estaba yo en esta postura anímica con respecto a la música, que era devolver interiormente la categoría, la estética de unos cantos tenidos por populares, que había negado que existieran. Pero ya no los negaba sino que los estimaba en su verdadera función estética y quería restituir la nobleza de estas cosas que no se apren-dieron en Cuba y que no conocía la gente antigua. De ahí nacieron el Minué de los aires en re, destinado a los aires de lima, y el Minué de Santo Domingo, que tiene como subtítulo elogio del yambo. El SanBorondón es otra adhesión a los cantos populares. Lo que pasa es que a lo largo de estos minués hay un solo canto popular, la isa Palmero sube a La Palma. En SanBorondón hay varios. En los minués se repiten constantemente los temas, bien de los aires de lima o de santo Domingo, en ningún momento dejan de sonar. Y ahí está mi habilidad para no hacerlo monótono. Hay dos maneras de cantar el Santo Domingo ahora, en las dos está presente el yambo, un ritmo ternario. El yambo consiste en prolongar el segundo tiempo y apenas dejar una milésima de segundo para el último tiempo. Si fue-ran todos iguales llevarían a la monotonía. Mientras que si haces esta diablura, no. Eso aparte de quitar monotonía e imprimir una nove-dad estética, imbuía una cosa muy importante en el mundo, que son las tendencias interiores, el desasosiego. Esto lo logra el yambo. El yambo NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 59 es una cosa de nuestra historia cultural. Las letras de todos los minués son también mías. —De dónde nace tu vinculación con Wagner, el estudio de su música y cómo lo has aplicado a tu obra. ¿Es tu autor favorito? No es mi autor preferido. Lo estimaba y consideraba como cual-quier ciudadano, que tenía ciertas genialidades en la música. Pero hay una cosa en Richard Wagner que me cautivó y me sigue cautivando. De mis ensayos y disertaciones, el único que merece la pena de lla-marse investigación, en el que estuve, no sin interrupción, mucho tiem-po, casi cincuenta años, fue uno acerca de Wagner. El trabajo serio no es tanto por la música del compositor alemán pero sí por otro aspec-to más fundamental en mí y que es la afición por la comunicación. Hay dos motivaciones iniciales por las que entré en la comunicación en Wagner. El título es significativo, La comunicación en Wagner; la otra mostraba el aparato estrictamente musical. Trabajando en Diario de Avisos, en los primeros momentos que estaba allí, cuando se ubicaba en la calle Méndez Cabezola, enfrente, algu-nas veces sonaba música. Un día empieza a sonar Parsiphal y me inte-resó mucho. No entro, porque sería muy largo, en el matiz de intere-sar o gustar. El concepto interesar es seguir una pauta, ver cómo sigue esto o analizar; gustar, por el contrario, es ser inactivo, espectador de lo que algo te produce dentro de ti. La música, desde hace mucho tiem-po, me interesa. Me atreví a subir a la casa de enfrente a preguntarle y, así, me puse en contacto con la música de Wagner. Mucho antes, como detalle, había tenido otro contacto. Estando en Madrid, visita-ba las deliciosas librerías de viejo, donde encontré una edición para piano y voces de Parsiphal y la compré. No estaba imbuido en Wagner, pero quizás fue una premonición. Esto son los orígenes externos de lo mío con Wagner y que ha sido fundamental en mi vida. Desde aquellas fechas del Diario de Avisos, empecé a oír a Wagner y comencé a interesarme por una cosa. Tanto en sus textos como en su música, Wagner argumentaba, contaba un cuento, que en su últi-ma etapa se redujo a cuentos folclóricos de las sagas celtas y, sobre todo, 60 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE las nórdicas y sus dioses. Contaba una cosa en un cuento, con sus nombres, sus aventuras, sus muertes, su bajada al infierno. Y al pare-cer también lo trataba de contar con el sonido. Entonces me hice la pregunta, que casi tengo contestada tras cincuenta años: ¿Es posible entender un cuento que cuente la música?; ¿existe en la música algu-na posibilidad de semanticidad? Entonces me imaginé a un señor que no haya leído nada literario sobre Wagner y sus textos, sino que de repente lo metieran en la ópera Sigfrido, ¿es capaz de enterarse? Yo creía que no, y sigo creyendo casi que no. Esa fue y es la cuestión, ¿existe la semanticidad en la música? Entonces empecé a investigar, bueno investigar no, porque nunca he sido investigador, sino a tratar de entender, que puede ser una acep-ción modesta de investigar. Tratar de entender algo que me contesta-ra a la pregunta: ¿Es posible cierta semanticidad en la música? Entonces empecé a leer a Wagner. Hay mucha bibliografía en alemán y espa-ñol pero casi toda esta bibliografía es literaria, que exagera, y que in-cluso caricaturiza: con quién se casó, si le puso los cuernos o los ar-tistas que contrató y despidió. Casi todo lo que se escribe sobre Wagner es literario. Eso me interesaba, pero lo musical más. Descubrí también que había musicólogos que se ocupaban de responder esa misma pre-gunta. Eso me dio confianza, tenía en común con una serie de perso-nas importantes la misma inquietud. En general, las respuestas eran negativas. Y había otras respuestas que un poco, literariamente, con-sideraban la semanticidad de esto o lo otro. Entonces me dio por con-testarme yo; para ello debía entrar a fondo. Lo que tenía que hacer era estudiar las partituras de la segunda época de Wagner. En la pri-mera escribía ópera, mientras que en la segunda, de repente, atacó, insultó y ridiculizó las óperas. Ello, después de escribir unas cuantas óperas. Wagner empieza por no repetir ninguna melodía y eso lo lla-man los literatos melodía infinita. Entonces al haber una melodía infi-nita ya piensas que eso significa algo en cuanto a un cierto relato. De las «óperas» que ya no son óperas sino que rebautizó como dramas musicales, escribió cuatro nada más, y de otra manera distinta. Yo cogí uno de esos dramas, el mayor, que a su vez es un tetragrama, El ani-llo del Nibelungo, y empecé a estudiarla a fondo con mucho interés. Ponía NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 61 las partituras sobre la mesa de noche para leerlo. Esta circunstancia personal me ha favorecido mucho. No todo el mundo puede tener en su mesa de noche una partitura. A partir de aquel momento, me de-diqué a estudiar las partituras y a estudiar el siguiente planteamiento: Wagner tiene personajes a los que literariamente le sucede una cosa, y él escribe primero los textos. Pero Wagner creó un sonido muy bre-ve musical que representaba a Sigfrid en la música y a otros persona-jes; no a personajes, sino a situaciones, a panoramas, a cuestiones éti-cas (venganza, amor, etc). Él hizo una música con esto, uniendo esos pequeños motivos, leiv motiv, de manera que pudiera seguirse una su-puesta semanticidad oyendo la música. Lo que yo hice, entonces, que es mi gran labor a lo largo de cin-cuenta años, fue coger unos ciento cincuenta motivos de Wagner y hacer un fichero por cada uno de ellos, y en ese fichero figuraba el lugar donde sonaba el motivo; el motivo antecedente y subsiguiente, para ver si había una relación de relato a ese motivo; y la instrumentación de ese mo-tivo, si se localizaba a un clarinte, una tromba o un violín. Una serie de características del motivo, en fichas de cartulina. Y lo hice leyen-do, hoja por hoja. Así le fui siguiendo la pista a todos los motivos, hasta que después vino el bendito ordenador, en el que cada una de estas características las puse en columnas diferentes. Y así me pude contes-tar en qué drama pone más alusiones al anillo. El ordenador me ha servido para muchísimo, para escribir esos cuatro tomazos. Desde 2007 tengo el trabajo concluido. Entonces, ¿de ahí qué salió? Que con un previo conocimiento de la historia literaria, del drama, y un previo conocimiento y hábito de oír música, una persona podía seguir paralelamente lo que él recordaba de la historia literaria mediante la sucesión de motivos. Y eso fue una apor-tación tremenda para la gente. Porque todas las personas que escuchan a Wagner, se saben casi de memoria la historia, la música. Cada vez que Sigfrid se cabrea y coge la espada y va a matar el gigante, la gente oye el leiv motiv cabreo, el de la espada, entonces Wagner hace —muy aus-tero, porque es muy austero— que suene el leiv motiv apropiado. Es decir, el que oye la música tiene unas sensaciones nuevas, enormes, de revivir mediante su conocimiento literario y musical; una forma de entender 62 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE que es distinta y superior al simple conocimiento literario o musical. Esta unión produce una forma de comunicación diferente, mucho más in-tensa. Esto es un resumen de cincuenta años. Todo esto que les digo puedo justificarlo hablando tres meses seguidos. —¿Has aplicado alguna vez este sistema de composición en tu obra? Sí, he aplicado este sistema de composición. Mis carros alegóricos de la Bajada de la Virgen tienen una idea común, los tres. Hay un leiv motive escrito de María, de la verdad y de otros motivos. Lo he apli-cado a rajatabla, no con tanta suerte ni con tanto saber como Wagner porque en eso era un verdadero genio. Mas aún, Wagner haciendo esto que hacía, estoy seguro —podría demostrarlo— que en algunos mo-mentos era inconsciente de lo que hacía. Esto se traduce en que cuando escucho algo de Wagner creo que lo he oído con plenitud. Pero si pasa un mes y la vuelvo a oír encuentro muchas más reacciones que no me daba cuenta antes. En algunas cosas hacía unas maravillas de hilazón que eran inconscientes. Como decía, lo he hecho sobre todo en los tres carros, y también en SanBorondón con un único leit motiv, Palmero sube a La Palma, que está adaptada a la letra de Luis Ortega. Pero donde está clavado, con varios leit motiv, que los tengo perfectamente delimi-tados, es en los carros de la Bajada de la Virgen. —Perteneces a alguna sociedad wagneriana. Por gandulería, por falta de idiomas, un par de veces me han in-vitado de la mano de Jerónimo Saavedra. Únicamente me llamaron de Las Palmas, que hay una sociedad wagenriana, de la que me han he-cho socio de honor, a dar una conferencia sobre Wagner. Fue una cosa muy grata, amable. Y también pertenezco a una cosa de televisión que se llama wagnerada, catalana. Los catalanes fueron los primeros que se ocuparon de Wagner en España. Hasta hace poco convocaba, cada dos meses, una charla a un selecto público que se reúne aquí, mi cu-ñado, Juan Capote, y unos amigos más. El tema de Wagner ha sido uno de los más apasionantes en estos encuentros. En todo caso, esa NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 63 Cubierta de La comunicación en Wagner. 64 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE sería la única sociedad wagneriana a la que pertenezco, la de casa de Luis Cobiella. Hace mucho tiempo que no oigo Wagner. Y no lo oigo, entre otras cosas, por auto defensa, porque en la época que lo oía mucho estaba como tenso, adicto y eso se me fue. Es difícil que yo pertenezca a una asociación de esas porque requiere que seas un erudito literario de Wagner. En el fondo, no soy erudito por gandul, mejor, por perezo-so. Por pereza no he estudiado la asignatura histórica de Wagner. Solo sé hablar de semicorcheas, clarinete, la música y no lo otro. En este mundo no hay muchos que hagan lo que yo. No es una valoración, ni positiva ni negativa. Esas asociaciones disponen como condición principal que se sepan cosas de Wagner. —¿Ese proceso de comunicación lo experimenta con otros autores? En los autores llamados no roqueros, que tienen un leiv motiv. En la música que antes teníamos por clásica me es muy fácil detectarlo, pero hasta ahora no he tropezado con nada que sea lo de Wagner. Por ejemplo, un autor que tiene esto y muy desarrollado es Beethoven en la Sexta sinfonía, en la Pastoral. Incluso él al principio de uno de los momentos del compás, al principio de cada movimiento pone una indicación («se acerca la lluvia», «viene la tormenta») y para cada uno de estos momentos tiene, no un leiv motiv, sino una manera de desa-rrollar la música muy parecido a lo que sugiere una tarde en el cam-po. En algún momento llega hasta casi la onomatopeya. Por ejemplo, en la tempestad, además de recrear una lluvia con los violines, tam-bién pone un timbal como el trueno. Son cosas que nada tienen que ver con la música. Pero no relata nada y es que lo que Wagner inten-tó era contar sus cuentos con la música. Los músicos no lo intentan si es que tienen cuentos. Supongo que Chopin o Chaicoskiv no tie-nen un cuento que contar. —Wagner no pega con tu personalidad. Ni a mí. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 65 —¿Hay una contradicción? En la música, nosotros oímos, conocemos de Wagner, normalmente, las cosas más características y aparatosas, como la marcha fúnebre de Siegfried o la cabalgata de Las valquirias. Con la estridencia no tengo mucho que ver. Pero Wagner en su relación de música es un hombre exquisito y tiene muchísimos más trozos de suavidad y de ternura que los de otro tipo. Hay un momento muy largo que prolonga, una valquiria lo desobedece y no permite que maten a Siegfried y él condena a la valquiria por desobediencia. Él quiere a ésta como a ninguna de sus hijas, no la mata, sino que la condena a un sueño eterno. Entonces la lleva a lo alto de un monte con un gesto de ternura inigualable. La deposita en una roca con una gran delicadeza. Llama al fuego, la ro-dea, para que nadie ose despertarla sino un caballero. En esa escena larguísima, cada palabra, cada sonido es una caricia. De estos sonidos hay una clarísima predominancia sobre los otros. No en la primera parte de sus óperas sino en los dramas musicales. Era un mago de las or-questas y él inventó e hizo crear instrumentos. Era un genio. La mú-sica de Wagner no me hace tilín, pero la gentileza, la suavidad y la emotivación de Wagner, me ganan, me pueden. V. LA LITERATURA —Las letras ha sido otra de tus pasiones. En el principio de todo esto está la educación de mi padre, que me enseñó a escribir, en el buen sentido de la palabra. Escribir es lo que se tiene que decir y nada más. Mi padre tenía un bufete, al que iba gente que sabía que era abogado y acudían para que le echara una mano, eran cosas de consulta para hacer, por ejemplo, una instancia para un ayuntamiento. Entonces me llamaba a mí con nueve, diez, doce años, para que hiciera dicho documento. Hacía repetir a la señora el problema, yo la oía, y le decía venga usted esta tarde. Hacía la instan-cia, era buen mecanógrafo, y luego se la enseñaba a mi padre, que me 66 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE decía, hazla de nuevo porque hay que decir una cosa que entienda el alcalde de ese ayuntamiento y nada más. Y a la cuarta vez lo conse-guía. La forma era lo fundamental, pero influía el estilo también: «fulano de tal y cual tiene el honor, y después pasaba a primera persona». Eso lo conservé cuando entré en el Diputado del Común. La pri-mera corrección que hice de los saludas que antes era besa la mano (BLM), «Luis Cobiella Cuevas debe contar con la consideración más distinguida y no sé qué» y taché eso. Pero, entonces, las personas que estaban conmigo y eran más avezadas en los temas de protocolo de la Administración me decían que había que ponerlo porque toda la vida se había hecho así. No, no «Luis Cobiella agradece su atención» o lo que quieran, pero no la consideración más distinguida, porque así me educó en las formas y en el fondo de decir las cosas; decir lo que se tiene que decir. Eran coñadas de esas pero que, en cierto modo, eran grandes revoluciones en el mundo. Mi padre me enseñó también a no gozarme de ser revolucionario, sino de ser revolucionario para comu-nicar mejor, que es una cosa muy importante. Así las cosas, empecé a escribir. Y las primeras cosas que escribí eran poesía, que es lo más fácil. Versos muchos, algunos de los cuales todavía conservo, y todo ellos destinados a mi padre, mi abuelo, mis hermanos. Y decían, mira lo que hizo el niño. Eso con diez años, más o menos. Recuerdo de la época, cuando empecé el instituto, en una oficina de recaudación que tenía mi padre, un empleado que era há-bil con las manos, me forró los libros. Le escribí: «En un libro bien forrado pongo mi agradecimiento, / que de uno solo entre cientos lo hace con tanto cuidado, / bien Brito, bien trabajado, yo le doy la enhora-buena.... / y me quedo con la pena». Una décima que escribía para Pancho Brito y para mi padre que se la enseñaba a mi madre. Esos eran mis lectores. Cuando amplié la audiencia algunos de esos versos fueron mis primeras publicaciones. En cuarto o quinto de Bachillerato, ya me estaba acercando a Elías Santos Pinto, todavía no a Manuel Henríquez, que no era de mi curso, pero formábamos un clan de bromistas y, en eso, sí fuimos revolucionarios. Inventábamos que unos señores que se re- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 67 unían debajo del ayuntamiento todos los días a descansar. Era el sin-dicato NQT (No Queremos Trabajar), y entonces, al mando de esta corporación, pusimos a un señor que se llamaba Pancho. Mientras que en la placeta de Borrero había una librería republicanoide, en donde parten las dos calles, al mando de un familiar de Andrés el Ciego, que se llamaba Juan Martín, bajito, menudito, entonces inventamos que contra ese sindicato NQT estaban unos esforzados dirigidos por Juanito el de la librería. Entonces compuse unas narraciones poéticas, pero dramáticas, comedias de las aventuras de Juanito de la librería contra Pancho el del sindicato. De esas se hicieron muchas. ¿Dónde iba esto? A los diez o doce compañeros que nos reuníamos a veces para hacer música, y otras para leer. Eran los espectadores. Todavía, Nica Loren-zo Salazar, la viuda de Manuel Henríquez, me devuelve alguna que encuentra por su casa. De esta época recuerdo alguna intervención en las clásicas fiestas de los estudiantes. Letras de himno, cronista deportivo en la prensa, con el seudónimo Palote, en Diario de Avisos. Eran crónicas muy espe-ciales porque no sabía mucho de deporte y le ponía mucha literatura, de fútbol apenas hablaba, sobre todo de basketball. Entre los estudian-tes tomó auge en aquella época el baloncesto. Tuvimos una época dorada cuando estábamos en cuarto curso. Los campeones eran sexto y sép-timo curso, donde jugaban grandes consagrados como Heriberto Galván y en cuarto curso jugaban menos consagrados. Uno que armaba mu-cho jaleo era Ezequiel Perdigón y una vez me protestaron ante el di-rector del instituto porque yo, en un derbi entre cuarto y sexto curso, descaradamente, omití todas las virtudes de los rivales. El director me llamó y tuvimos una pequeña discusión. En Tenerife, lo primero que escribí fueron colaboraciones para periódicos de cosas que me interesaban, como críticas de música. En un periódico que se llamaba Arriba España, en la universidad. Tam-bién había algún otro periódico donde se publican cuestiones de música. Lo que no recuerdo es dónde empecé a escribir alguna crítica de con-ciertos de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, dirigida por Santiago Sabina. En el periódico publiqué mucho sobre poesía, arte (por ejemplo, una compañía que venía al Teatro Guimerá), todo eso con centro en San- 68 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE ta Cruz de Tenerife. Como todo crítico que quiere ascender en el es-calafón de la crítica hablaba mal, pero justificándolo. Hacía crítica de poesía, musical y cosas del estudiante, de la universidad. Antes, en Madrid, no hubo nada. Ni siquiera Luis Cobiella. Hay un soneto que no recuerdo de quién que dice «paró el chapeo, y no hubo nada». Decentemente, mi primer escrito es «La música popular en la isla de La Palma», publicado por Revista de historia. Los patrocinadores de acercarme a la imprenta fueron Juan Régulo Pérez y la persona con la que él trabajaba muy unida y que lo protegió mucho en tiempos de persecución, Elías Serra Ràfols, que era el decano de la Facultad de Filosofía y Letras. La de la música popular fue una publicación casi honesta porque decía de verdad, y los ejemplos que cogía de niños eran auténticos, que me llegaban a través de compañeros de Fuerteventura. En una composición musical que tengo y que se ha tocado en varios sitios, en Madrid o en La Laguna, que son cinco nanas, ahí incluyo un arrorró, una canción de una señora de Fuerteventura, que me la traspasó un compañero de curso de aquella época. El artículo estaba hecho con bastante honestidad, pero también con un sentimiento de reacción. Era reacción contra el canarismo faciloide. Allí estaba la Sección Femenina, las folías, las tales y las cuales. Yo intuía, más que nada, que sí puede haber canarismos, pero que es verdad que hay un grado de cultura de un pueblo semejante al de una sociedad de otro lugar. Echaba puntas contra las folías y las cosas establecidas, y recuerdo que don Elías las tachó y corrigió con cabreo mío. Ese fue mi primer escrito serio y que tiene su valor. Estaba en la universidad, no recuerdo si en el últi-mo curso o en la tesina. Y después de esta publicación vinieron los libros. Un primer libro es Versos sin paisaje, editado por Juan Régulo. Era una poesía de mu-cho tiempo, una mala, otra menos mala, fue hecho con mucho cariño por diez o doce amigos. Ahí hay alguna cosa que ya tenía una nota universal, de las que a mí me gusta siempre poner, sin presumir ni nada, pero universal. Y después, ya no me acuerdo el orden. En revistas li-terarias he publicado muy poco. Porque no me salía. Yo siempre he tenido una opinión que a mis últimos años, hace dos o tres, la estoy reformando sobre le valor de mis creaciones, tanto literarias como NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 69 Cubierta de Versos sin paisaje. 70 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE musicales, de que tenían un valor relativo. Y dudaba de si ese valor podía ser objetivo. —Parece que la creación literaria te suponía más esfuerzo que la compo-sición musical. Sí es una acertada intuición, la creación literaria me cuesta más esfuerzo. Un poquito de más esfuerzo. Pero la creación literaria en mí —hablo en mí porque en otros no suele ser así— únicamente tiene en común el primer término: la creación. En mí, lo literario y lo mu-sical, eran cosas completamente distintas que no admitían coyundas o alusiones. Lo veía así, sobre todo, porque estaba harto de que desde el mundo de lo literario se abordara la cultura musical. Se presumía de conocer las circunstancias humanas, sociológicas de las músicas, orquestas, compositores, pero, sin embargo, nunca se referían a una estructura musical hecha de pentagrama, de bombardinos, de bandas de música. Eso me cabreaba un poco. No tiene sentido decir que una sinfonía era como una lluvia bajada del cielo, no tiene sentido, es ab-surdo decir eso. En todas las descripciones literarias de la música ado-lecen de esta cosa un poco romántica. Lo que no quiere decir que haya personas que escriban sobre música en serio con gran categoría litera-ria, pero son una minoría. En cuanto a lo literario, escribí siempre pensando que era algo de andar por casa. En la música escribí de otra manera, pensando que no era suficientemente conocido ni enseñado en qué consiste el ser de la música. El músico graduado adolecía entonces, ahora no, de cultura. Los músicos eran incultos, de los años cuarenta en adelante no. Des-pués me di cuenta de que había un craso error de la enseñanza de la música, la oficial, reducida a la enseñanza de los modos para hacer música. Se enseñaba cómo se tocaba un piano, un violín, cómo se cantaba una partitura, pero era una enseñanza de los cómos, de la téc-nica. Esa enseñanza causó dos grandes dificultades: una que para en-señar a una persona cómo se toca un piano o un violín, con los mé-todos existentes, no se hace en uno, dos, tres, cuatro, cinco o seis años, sino en más; dos, que asumiendo la llamada creación musical, la ar- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 71 monía, composición, la historia de la música, jamás se enseñó cómo Bach sintió una inquietud musical a los siete años, sino que se hacía una mera biografía de los autores en la historia de la música. Enton-ces había y todavía hay en el mundo de la música un gran despiste o equivocación porque se enseña la técnica y no la música. ¿En qué consiste la música? Había una asignatura que se da en los últimos años de los conservatorios, Armonía, y consiste en decir cuando tú vayas a componer y pongas en un pentagrama esta nota y esta otra, está pro-hibido poner una nota que tenga una diferencia con otra, sino una se-mejanza. Es decir, había una técnica para producir lo que era agrada-ble. Y esa técnica era al revés, estaba en el fondo determinada por lo que era agradable que se tradujo en una técnica. Un sonido agradable lo acierta cualquiera tanteando en un piano, la armonía se deduce al revés, poniendo do-mi-sol. Pero la pregunta es al revés: ¿por qué agrada do-mi-sol? Esa es la música, lo otro es la técnica. Para mí es funda-mental: por eso nunca acabo de llegar a fondo en mis charlas musica-les, en las que tengo cierta prevalencia por mis composiciones, no por mis opiniones. VI. EL OFICIO DE LA COMUNICACIÓN —Una de tus grandes actividades ha sido los medios de comunicación social. ¿Cómo comenzaste? Mi relación con la prensa se inició con las crónicas deportivas. Con el pseudónimo de Palote me estrené, constreñido al baloncesto, pero siempre sin mucha ciencia sobre lo que escribía. Es decir, sabía cuan-do describía un partido lo que era falta o no, pero discutir si un árbi-tro se equivocaba o no, no era capaz de hacerlo. Nunca he sido muy erudito en las cosas que escribo. Tenía mis cordiales encuentros con personas que le disgustaban, porque eran cosas más bien de tipo aní-mico y temperamental: «entonces, Perdigón, con la fiereza de un león». Lo que no sabía era si debía correr a la derecha o a la izquierda. Des-pués, como todos los palmeros somos tendentes a dejar pasar las co- 72 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE sas —al palmero no le tienes que estar rogándole algo, mándaselo— pasé a otros asuntos. En La Laguna estaba marcado por los periódicos El Día y La Tar-de. Se tenía que ser periodista o próximo a periodista para publicar en ellos. Había un periódico del SEU llamado Arriba España, está clara su tendencia, ¿no?, donde me dejaban poner lo que me daba la gana. Yo en ese entonces era del régimen, vamos no era antirrégimen y escri-bía lo que me daba la gana. Si oía un disco de Schuman y Chopin, las diferencias entre uno y otro, lo ponía; sobre la enseñanza, lo mis-mo. Pero siempre sobre lo genérico que es fácil. Estando en Tenerife contribuí con varias aportaciones en Revista de Historia Canaria. Fue, a través de Juan Régulo y don Elías Serra, entonces decano de la Facultad de Filosofía. Juan Régulo me hizo el favor de aceptar mi primer trabajo serio sobre música popular. De eso da la casualidad que sí sabía entonces. Y escribí un artículo grande sobre la música popular en Canarias que, recuerdo, don Elías Serra me co-rrigió algunas exageraciones mías que iban contra la creencia general sobre la música popular en Canarias. Porque sin querer, se podría co-legir de mis afirmaciones puramente técnicas y especializadas sobre la música, inconveniencias de tipo político. Por ejemplo, en la música popular no había nada más que una autoridad que no residía en los conservatorios, sino en la Sección Femenina de la Falange, en toda España, y su digno trabajo sobre la música tradicional eran las que se decían en este foro. Después estaba el pensar fácil de la gente sobre la opinión de la música popular. La música popular era
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Calificación | |
Título y subtítulo | Notas de una vida : estampas y recuerdos de Luis Cobiella |
Autor principal | Sanz Delgado, David |
Autores secundarios | Poggio Capote, Manuel |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Breña Alta (La Palma) |
Editorial | Cartas Diferentes |
Fecha | 2014 |
Páginas | 307 p. |
Datos serie | Cuadernos insulanos ; 1 |
Materias |
Cobiella Cuevas, Luis (1925-2013) Biografía Entrevistas |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 8.38 MB |
Notas | Prólogo, Jerónimo Saavedra Acevedo |
Texto | Notas de una vida Esta edición ha sido patrocinada por: Diputado del Común de Canarias David Sanz Delgado Manuel Poggio Capote Cartas Diferentes Ediciones Isla de La Palma 2014 Notas de una vida Estampas y recuerdos de Luis Cobiella CARTAS DIFERENTES EDICIONES Colección: Cuadernos insulanos, n. 1 Dirección: Manuel Poggio Capote y Luis Regueira Benítez. Consejo de administración: Pilar Cabrera Pombrol, Carmen L. Ferris Ochoa, Víctor J. Hernández Correa, Antonio Lorenzo Tena, Marta Lozano Martín, Ernesto Méndez Bravo, Manuel Poggio Capote, Luis Regueira Benítez, Marcelo Rodríguez Fuertes y José Pablo Vergara Sánchez. ©De los textos, los autores ©De la edición: Cartas Diferentes Ediciones Carretera de Las Nieves, 8 38710 Breña Alta – La Palma (Islas Canarias) http://www.cartasdiferentes.com ©Fotografías: Archivo Familia Cobiella Capote (Santa Cruz de La Palma); Archivo General de La Palma (Santa Cruz de La Palma) ©Diseño de la cubierta: Juan Alberto Fernández, Cobiella (2014) ©Ilustración de la anteportada: Tomás Machado, Retratos de Luis Cobiella (s. d.) ©Ilustración del colofón: Luis Sánchez Brito, Caricatura de Luis Cobiella (1990) Esta edición ha sido patrocinada por: Diputado del Común de Canarias Maquetación e impresión: Taravilla Artes Gráficas Depósito legal: TF-985-2014 ISBN 978-84-943572-1-3 SANZ DELGADO, David Notas de una vida: estampas y recuerdos de Luis Cobiella / David Sanz Delgado, Manuel Poggio Capote; [prólogo, Jerónimo Saavedra Acevedo]. – Breña Alta (La Palma): Cartas Diferentes, 2014. 312 p. : il.; 24 cm. – (Cuadernos insulanos; 1) ISBN 978-84-94352-1-3 1. Cobiella Cuevas, Luis (1925-2013)-Entrevistas. I. Poggio Capote, Manuel. II. Título. III. Serie. Sumario Prólogo, por Jerónimo Saavedra Acevedo ............................. 9 Conversaciones (2010) ............................................................ 15 Apéndice (I) Álbum de imágenes, por Manuel Cobiella Hernández ........ 115 Bibliografía de Luis Cobiella Cuevas, por María Remedios González Brito y Manuel Poggio Capote .............................. 155 Apéndice (I I) El Diputado en la Cámara. Discursos como Diputado del Común en el Parlamento de Canarias .............................. 263 PRÓLOGO En memoria. A pesar de que son muchas las cosas que me unen a Luis Cobiella, desde la pasión por la música hasta una manera de entender la sociedad, acercarme a una figura tan rica, plural y com-pleja, que configura una de las personalidades más sobresalientes del siglo XX en Canarias, no es una tarea fácil, al contrario de lo que su-ponía el encuentro personal, cargado de afabilidad y humildad, en medio del abrumador poder intelectual que destilaban sus palabras. Luis Cobiella abordó, con talento y profundidad, distintos ámbitos de la cultura, hasta el punto de que se le ha considerado un hombre tras-plantado del Renacimiento, además de desplegar a lo largo de su vida una marcada sensibilidad social, que puso de manifiesto de forma pública como Diputado del Común, institución que gestó de la nada y cargó de sentido en la joven democracia que nacía en España. Éti-ca y estética, la bondad y la belleza, coexistían sin contradicciones en su vida. Como Diputado del Común en la actualidad, no puedo dejar de valorar el esfuerzo que supuso para Luis Cobiella la tarea titánica de poner en marcha una institución que partía ex nihilo y casi sin recur-sos. Creo que estaremos de acuerdo si afirmo que nadie como él para poner a caminar este organismo que tenía que llegar a los ciudadanos, cooperar en reforzar la sociedad civil emergente y estar cerca de aquellos que peor lo estaban pasando. No lo digo porque tuviera el honor de ser presidente del Gobierno de Canarias, en 1986, cuando fue nom-brado el primer Diputado del Común, sino porque Luis Cobiella re-unía la imaginación, la inteligencia y, sobre todo, la humanidad para dotar de sentido a esta responsabilidad de velar por la defensa de los derechos de los ciudadanos frente a las instituciones públicas. 12 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Tal y como se recoge en la entrevista que centra la obra que el lector tiene ahora entre sus manos, Luis Cobiella pivotó su labor como Di-putado del Común en profundizar en dos aspectos que consideraba fundamentales para la ciudadanía democrática: la conciencia de dere-cho y la libertad de actuación. Pese a que España llevaba por enton-ces un cierto recorrido viviendo en democracia, una vez consolidado el proceso de la transición, todavía existía en la sociedad española un cierto encorsetamiento entre distintas esferas de la población y ramalazos de desconfianza hacia las instituciones democráticas, fruto todo ello de los cuarenta años de política autoritaria que nos habían precedido. Romper con esos reflejos y prejuicios sociales era una de las exi-gencias de las instituciones que nacieron al calor de la democracia para construir una sociedad civil robusta, que permitiera garantizar y con-solidar el nuevo orden político con garantías de futuro. En ese senti-do, Luis Cobiella trataba de acercar a las personas que acudían a la ins-titución, dos principios claros: la conciencia de que somos ciudadanos con derechos y, por tanto, no dependemos de la arbitrariedad de un gobernante, sino que estamos protegidos por un sistema legal que ampara el cumplimiento de los mismos, independientemente de cual-quier forma de tutelaje. Además estaba la idea de libertad de acción, donde el sujeto es dueño de su vida y pueda ejercer el derecho a rea-lizarse con los únicos límites de no dañar a los otros y respetar el modelo de convivencia que nos habíamos dado entre todos. Para crecer en estos valores, La Palma y Canarias, contó con un hombre sabio que, como Diputado del Común, ejerció un método que, a mi juicio, se acercaba a la mayéutica socrática, de manera que la per-sona que se acercaba hasta la institución para denunciar cualquier situa-ción injusta y plantear una queja, en lugar de ofrecerle una respuesta pre-fijada, se le invitaba a caminar y descubrir por sí mismo los derechos que le amparaban y los métodos que tenía para valerse de los mismos. No había que imponer ni recetar una solución al paciente, sino acompañarlo para que por sí solo descubriera que contaba con los elementos legales para hacerse valer ante cualquier trato que considerara injusto por parte de la Administración. Se trataba, en cierta forma, de un proceso peda-gógico que llevaba al individuo a descubrir por sí mismo que era un NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 13 sujeto autónomo y dotado de derechos. Luis Cobiella conseguía así que la ciudadanía madurara en los valores democráticos, tal y como queda reflejado en su obra Juan Canario y, ahora, en esta nueva publicación, en la que se dedica un epígrafe a su labor como Diputado del Común. El hombre libre, plenamente consciente de sus derechos y debe-res, es el conocimiento que quería Luis Cobiella que alumbrara en una sociedad canaria que despertaba a la democracia. El hombre plenamente libre, en una sociedad madura, al margen de cualquier tutela y servi-lismo, significaba el horizonte y el proyecto de labor que puso en marcha como Diputado del Común y que intentó materializar entre los años 1986 y 1991, cuando voluntariamente decidió no continuar como comisionado del Parlamento. Pero poco se puede enseñar, transmitir y, sobre todo, comunicar si uno no vive esa misma realidad. Ejercer el cargo de Diputado del Común contrae una serie de formalismos que garantizan la independencia de quien desempeña esta función en la sociedad. Estoy convencido que para Luis Cobiella no hubiera sido necesario ni siquiera este blindaje ante presiones políticas, institucionales o de cualquier otra naturaleza porque era un espíritu libre que no se dejaba domesticar por ninguna ideología, creencia o prejuicio que tratara de desviarlo de sus convicciones. En el terreno más puramente material, hay que reconocer también el esfuerzo de Luis Cobiella en la creación y organización de la insti-tución, que vivió sus primeros años en el domicilio particular del Diputado del Común, para luego pasar a las dependencias del Cabil-do, hasta que finalmente logró que contara con una sede propia en la céntrica calle O’Daly de Santa Cruz de La Palma. Una ciudad que no es casualidad que albergue la sede principal de esta institución tan vital para el correcto funcionamiento de nuestra democracia, porque, como todos sabemos, tuvo el primer ayuntamiento democrático de la histo-ria de España, fruto del conocido como «Pleito de los regidores per-petuos », que promovieron el comerciante irlandés Dionisio O´Daly y el abogado palmero Anselmo Pérez de Brito. Como heredero de esa tradición liberal e ilustrada palmera hay que situar por méritos propios a Luis Cobiella Cuevas, que jugó un papel fundamental en una Canarias que empezaba a profundizar en el 14 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE autogobierno, como siglos atrás lo desempeñaron los procuradores del común como representantes de los vecinos en los órganos de gobier-no que eran los cabildos. Comprenderán que en la presentación de esta obra haya querido centrarme en su papel como Diputado del Común, función que ahora trato de desempeñar mirándome en su espejo, consciente también de que Luis Cobiella es y será irrepetible. Ahora, como la etapa que le tocó vi-vir a quien a través de esta obra queremos hacer un humilde pero sen-tido homenaje, estamos atravesando por una situación muy compleja, donde la crisis económica ha puesto también de relieve una crisis igual de profunda sobre la confianza de los ciudadanos en las instituciones democráticas. Por ello se hace más urgente si cabe rememorar su figura y reivindicar los valores que cultivó a lo largo de su vida. Luis Cobiella nos ha dejado un legado musical, literario e intelec-tual espléndido, que está abierto al análisis e investigación de los es-tudiosos de la cultura, al que esta obra puede contribuir de acicate, gracias a sus recuerdos personales y la exhaustiva bibliografía que con-tiene. Legado con el que además seguirán disfrutando las generacio-nes venideras, especialmente durante la celebración de la Bajada de la Virgen de las Nieves, fiestas lustrales en las que ha dejado una huella imborrable. Pero, sobre todo, nos ha dejado como herencia su inmensa humanidad. Su forma de acercarse al mundo, de mirar al otro con ojos de compasión y comprensión, impresos también en sus textos y com-posiciones musicales, son su testimonio más valioso. Creo no equivo-carme si afirmo que para Luis Cobiella todo era comunicación: la música, la política, la poesía. Y el grado máximo de comunicación, donde lle-ga al límite ese darse al otro que es comunicar, es en el amor. Una experiencia que vivió y que estoy convencido de que sigue viviendo en su inseparable Concha Capote, hasta el punto de que, como reco-noce en estas páginas, se llegó a producir una simbiosis entre ambos que ha unido para siempre a dos seres extraordinarios: Luis y Concha, Concha y Luis, una comunión de amor. JERÓNIMO SAAVEDRA ACEVEDO Santa Cruz de La Palma CONVERSACIONES (2010) OBERTURA Tejí la oscura guirnalda de las letras: hice una puerta: para poder cerrar y abrir; como pupila o párpado, los mundos José Ángel Valente Luis Cobiella Cuevas (Santa Cruz de La Palma 1925-2013) forma parte para siempre del paisaje humano de la capital palmera. Una ciudad, tan abierta al océano Atlántico como ensimismada en sus pequeños placeres, que parecía hecha a la medida de un hombre que ha sido un hito para su época y su tierra. Nuestro genial compositor asistió a la marejada que representó el siglo XX no como un mero espectador, atónito ante los continuos cambios y revoluciones que se fueron ex-perimentando, sino como un actor que supo encontrar en la cultura y también en la política un ámbito en el que expresar su enorme hu-manidad. Muchos han sido los que han considerado a Luis Cobiella como un hombre del Renacimiento, un humanista donde la curiosi-dad aristotélica no se detenía en los límites de la especialización que trajo el desarrollo de la técnica, sino que entraba críticamente en to-dos los aspectos que afectaban al ser humano, siempre con el noble objetivo de conseguir un mundo más bello y más humano. Una vida así merece ser contada, recordada, narrada. No podía caer en el olvido o quedar al albur de la fugaz y débil memoria de quie-nes tuvimos la suerte de compartir, mucho o poco, un trocito de su existencia. Esta obra no pretende ser una biografía, ni mucho menos. 18 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE De hecho, está estructurada de una forma sistemática y no cronológica, poniendo más el acento en el pensamiento del protagonista que en la historia del mismo. Por eso hemos decidido usar el término de «no-tas », que recoge el carácter incompleto de nuestra propuesta, a la vez que supone un guiño a la música, su gran pasión. El género emplea-do, el de la entrevista, tiene la frescura de la conversación directa y espontánea, pero también el carácter coyuntural de la narración. Así las cosas, el lector tiene entre sus manos un relato abierto y el inves-tigador un camino por el que poder seguir avanzando. Todo el rigor histórico que podría echarse en falta en la entrevis-ta, por la propia naturaleza del género que hemos empleado, está con-trarrestado por el minucioso trabajo de recopilación de la obra de Luis Cobiella realizado por María Remedios González Brito y uno de los que suscribimos estas líneas, donde queda recogida su abundante la-bor musical y literaria. Una tarea que sienta un sillar para quienes deseen conocer más en profundidad su obra y que pone de manifiesto su prolija y trascendente creación. Para Luis Cobiella la familia tenía un valor superlativo. Por ello, en esta obra, que es sobre todo un ejercicio de cariño y gratitud, no hemos querido dejar de lado su presencia, y de la mano de uno de sus nietos, Manuel Cobiella Hernández, incluimos un entrañable collage de imágenes de la vida de su abuelo, que permite al lector hacer un re-corrido gráfico por su vida. En este intento por reflejar las distintas aristas de su personalidad, quisimos también incluir el ámbito más público e institucional que tuvo a lo largo de su vida, que fue la etapa en la que ejerció como Diputa-do del Común. El primer Defensor del Pueblo con el que contaron los canarios durante la presente etapa democrática. Luis Cobiella dejó una enorme huella imborrable en una institución que forjó de la nada y dotó de su impronta y sensibilidad. De ahí que hayamos reproduci-do el conjunto de discursos que realizaba en el Parlamento de Cana-rias en sus comparecencias anuales como balance de cada ejercicio y que representan una radiografía de la sociedad del momento. En este proceso debemos agradecer la colaboración prestada por la propia familia, en especial Jesús Hernández Bienes. De igual modo NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 19 quede nuestro agradecimiento a Carmen L. Ferris Ochoa, Pilar Álvarez Espejo y Ernesto Méndez Bravo en la revisión y lectura de los textos. Por último, al artista Juan Alberto Fernández le debemos el diseño de esta monografía. Al calor de una familia en la que la música era algo tan cotidiano como el comer, su madre era profesora de piano y su padre, nos atre-veríamos a decir que una de las figuras más influyentes en la perso-nalidad de Luis Cobiella, que sin ser un melómano era un gran afi-cionado a este arte, se fue forjando el músico desde una edad muy temprana. Cuenta Luis en esta obra cómo hubo un momento fundacional en su infancia en la que su vocación musical quedó gra-bada a fuego. Luego llegaría la etapa formativa convencional, donde desplegaría con diversas composiciones su pasión por la música, de-jando ya en la sociedad local una marcada huella de su interés y ta-lento por este terreno, que no dejará de abonar durante el resto de su vida. En un marco social donde la Iglesia tenía un peso considerable, para Luis Cobiella fue una oportunidad estética poder participar de los actos de la liturgia, de la que confesaba que era un enamorado. Allí pudo también desplegar buena parte de su genio musical, hasta que sus convicciones éticas y religiosas chocaron de frente con una iglesia que no había comprendido el mensaje de renovación del Concilio Vaticano II. El contenido teológico de sus carros supuso un giro copernicano difícilmente comprensible para una jerarquía que seguía encorsetada en el nacionalcatolicismo. La divinidad dejaba de ser un ser trascendente para ser inmanente, el Cristo de la fe por el Jesús histórico, el que se hizo hombre y optó preferentemente por los más necesitados. Ahí estaba la inspiración de Luis Cobiella en su forma de entender la religión, la política y, en definitiva, la vida. Pero volvamos atrás en el tiempo y sigamos a un joven Luis Cobiella que deja la isla de La Palma para dirigirse a Madrid a realizar estu-dios de Ingeniería. Allí permanece unos años, que con el tiempo, lo único que le inspiran es pesar. No es muy explícito a la hora de na-rrar lo sucedido, pero por encima del fracaso en los estudios, lo más 20 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE que siente de esa época es haber mentido a su padre. No necesita decir nada más para explicar este espacio de tiempo en que residió en la capital de España, en el que, entre otras cosas, compuso el primer Minué que se interpretará en la historia de las fiestas lustrales de la Bajada de la Virgen, que entró como una novedad en la década de los cuarenta del siglo XX para quedarse como uno de los números principales de la Semana Grande. Regresa a Canarias y marcha a la Universidad de La Laguna para realizar la licenciatura de Química, después de haber desechado la idea de estudiar Música. En la antigua Aguere, además de terminar con éxito su formación académica, despliega una intensa vida social, con perso-najes tan significados del momento como Juan Régulo Pérez, con quien participaba en animadas tertulias a la hora del café, junto con otro grupo de palmeros que también estaban estudiando por entonces en La La-guna. Allí continuará viva su pasión por la música, siendo crítico de conciertos en algún periódico local. En la Facultad conoce a una de las grandes personalidades de la historia de la ciencia que ha dado el Archipiélago, Antonio González, con quien inicia los trabajos de doctorado y a quien le unirá una gran amistad en adelante. Pero su carrera académica se ve truncada por el fallecimiento de su padre, que le obliga a regresar a La Palma para hacerse cargo del sostenimiento de su familia, que no pasaba por buenos momentos económicos. En La Palma vuelve a coincidir con los «ami-gos- hermanos», Manuel Henríquez Pérez y Elías Santos Pinto Con el título de químico bajo el brazo tantea algunos trabajos en el ámbito agrario, hasta que lo llaman para impartir clases en el Insti-tuto de Educación Secundaria de distintas asignaturas. Como recuer-do de su paso por el mundo de la enseñanza, el antiguo instituto fe-menino lleva hoy su nombre. Esta labor docente le da la estabilidad económica que necesitaba y que termina por consolidarse cuando entra en la compañía eléctrica de Riegos y Fuerzas de La Palma, absorbida luego por Unelco, a la que perteneció hasta su jubilación. En esta empresa planificó la electrificación de las zonas de La Palma que con-tinuaban a oscuras, cerrando el anillo insular. También se encargó de la planificación eléctrica de El Hierro. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 21 A Riegos y Fuerzas de La Palma llegó de la mano de uno de sus grandes amigos y por quien profesaba una admiración profunda: An-tonio Carrillo Kábana. Luis Cobiella sentía, en cierta medida, la ne-cesidad de rehabilitar su memoria que, a su juicio, estaba injustamen-te valorada por cuestiones políticas. Tanta era la confianza que Anto-nio Carrillo tenía en Luis Cobiella, que lo puso al frente del periódi-co Diario de Avisos, una vez adquirió el rotativo palmero. No lo llegó a dirigir de forma oficial porque carecía del carné de prensa, pero de facto sí llevaba la dirección del mismo. Jamás, reconoce Luis Cobiella, recibió ninguna presión del propietario del periódico. Y eso que Luis Cobiella, es fácil comprobar en los periódicos que se editaban en su época, ponía el acento en cuestiones que estaban sucediendo en la época y que suponían una gran contradicción con el régimen de Franco. Como la importancia que daba a las intervenciones papales y conciliares del momento, que ponían en tela de juicio la estrecha relación entre Igle-sia y Estado que se había fraguado en la configuración del régimen dictatorial. Esta no fue su única incursión en los medios de comunicación. Luis Cobiella fue cofundador de la primera emisora de radio de carácter insular: La Voz de la Isla de la Palma, que con el paso del tiempo pasaría a convertirse en la delegación de Radio Cadena Española y, finalmente, Radio Nacional de España en La Palma. Desde sus instalaciones en el Teatro Chico de Santa Cruz de La Palma dirigió la programación de una emisora que nacía con toda la ilusión de la juventud, el em-puje y la novedad de quienes poblaban de contenido local por primera vez las ondas. Su compromiso político y social estuvo presente a lo largo de su vida y se intensificó en los últimos años de la dictadura. En ese mo-mento, Luis Cobiella participa en tertulias donde abordaban la nece-sidad de un cambio de gobierno y la llegada de la democracia al país. Encuentros, por lo demás, a los que resta trascendencia a posteriori, pese a la intensidad con la que se debía vivir en aquellos momentos de incertidumbre sobre el futuro que le esperaba al país tras cerca de cuarenta años de dictadura. Y desde unas coordenadas ideológicas progresistas celebra la llegada de la democracia a España con el pro- 22 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE ceso de transición y, tras la victoria del Partido Socialista (PSOE) en 1982 se afiliará a esta formación. Como dejábamos caer anteriormente, Luis Cobiella no entiende su compromiso político al margen de la figura de Jesús de Nazaret, de quien oyó hablar por primera vez a su padre. Es el Cristo de la histo-ria el que le lleva al socialismo, el Evangelio es la guía que le orienta en su opción sociopolítica. De alguna manera, Cobiella fue un ade-lantado de la Teología de la Liberación, corriente que seguía en algu-nas de sus lecturas, con autores como el teólogo José María Castillo entre las obras que tenía entre manos cuando hicimos la entrevista que recoge este libro. Pero Luis Cobiella era, ante todo, un ser libre. Su militancia era sui generis. No era alguien a quien se le podía catalogar como «un hombre de partido», entre otras cosas, porque una personalidad como la suya es inclasificable e indomesticable. Huía de los dogmatismos y de la dis-ciplina irracional que, en tantos casos, dominan a estas organizacio-nes. Tenía sus convicciones que encajaban más en este espacio políti-co, pero era irreductible para cualquier tipo de interés, y mucho me-nos para los partidistas. Quizás también responda a ello su fobia ontológica, al verbo ser, a encasillar las cosas y transformarlas en entes previsibles y abarcables. La realidad «acontece» no «es», decía Luis Cobiella. Ese giro conceptual, que pone en tela de juicio el verbo ser que ha do-minado la historia de la metafísica, no es un mero capricho semántico, ni una mera postura intelectual, sino que estamos ante una auténtica opción existencial, una forma de entender el mundo y la relación con el otro. Desconocemos si Luis Cobiella conoció la obras de la filósofa alemana Hannah Arendt, pero encontramos en su forma de entender la realidad concomitancias con la pensadora judía, quien introduce el concepto de «natalidad» para mostrar la continua capacidad del ser humano de comenzar algo nuevo, distin-to, diferente, frente al trágico «ser para la muerte» de Heidegger. El nacimiento, es el gran acontecer, en términos de Cobiella. Para Arendt, hay que destacar que la irrupción de la natalidad era un concepto central de su idea de política. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 23 Ese compromiso político le llevó a asumir el reto de poner en marcha el Diputado del Común. Institución con la que convivió en su propio domicilio, carente de medios y recursos materiales, durante los primeros años, hasta que le buscaron una ubicación temporal en el Cabildo de La Palma y, finalmente, consiguió la sede oficial en la calle O’Daly. Todavía nos encontrábamos en una democracia muy joven, donde este organismo debía profundizar en lo que Luis Cobiella concebía como «conciencia de derechos» de los ciudadanos. En ese sentido, el Diputado del Común ejerció una labor pedagó-gica en la sociedad canaria, tratando de sacudir de encima todos los tics que arrastraba de un sistema autoritario, en el que la adminis-tración pública ejercía un enorme poder sobre la población. La ex-periencia al frente de esta institución la recogió en la obra Juan Canario, los Derechos Humanos y el Diputado del Común. Una etapa, la de Diputado del Común, que pasó como un hito en la configura-ción de nuestra Comunidad Autónoma. Pero de donde nunca se movió Luis Cobiella, de la tierra en la que se sentía en su propio hogar, enraizado y no trasplantado, fue de la música. Podrían localizarse en su biografía tres momentos fundamen-tales en su trayectoria musical. La primera de ellas, de la que ya apun-tábamos algo al comienzo de esta introducción, fue siendo niño, cuando se decantó por una pieza musical para interpretarla en una fiesta fa-miliar con un gesto casi religioso. El segundo momento clave fue su encuentro con Wagner, a cuya música dedicó un trabajo titánico que le ha valido el reconocimiento como una autoridad en el compositor alemán, pese a que no se encuentra todavía publicada esta obra en la que aborda la comunicación o la semanticidad en la obra de Wagner. Y la tercera, la composición Sanborondón: poema sinfónico desde una isa, cuya interpretación reabrió sus puertas el Teatro Circo de Marte, una jornada histórica para Santa Cruz de La Palma. No cabe duda de que es arriesgado hacer esta distinción ante una producción musical tan numerosa como la de Luis Cobiella, que dejó una huella imborrable en el acontecimiento cultural más relevante de la isla de La Palma, como es la Bajada de la Virgen, pero no podemos olvidar el «gozo» que experimentaba al hablar de cada uno de estos 24 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE momentos el autor, lo que nos hace deducir que en su biografía mar-caron un antes y un después. Hablar de Luis Cobiella es también hacerlo de la Bajada de la Virgen, donde ha dejado para siempre su mayor legado, incrementando nota-blemente el acervo cultural que ha generado a lo largo de su fértil historia las fiestas lustrales de Santa Cruz de La Palma. La Bajada no sería hoy lo mismo sin su aportación original. Desde mediados del siglo XX, han sido capitales sus intervenciones, como las composiciones que hizo para el Festival del Siglo XVIII (Minué, Romanza y Coro; Festival del siglo XVIII; Minué de los Aires en Re y Minué del Santo Domingo). Además se encuen-tran los autos marianos María en las orillas, La otra virgen y Cubierta con su sombra. Estas pinceladas que hemos dado sobre la personalidad de Luis Cobiella son insuficientes para retratar a nuestro personaje, cuyo de-seo de conocerlo, está en el origen de este libro. Hubo que marcar una agenda de trabajo que permitiera articular nuestra jornada laboral y las preferencias de Cobiella, que aseguraba sentirse «más despejado» por la mañana que por la tarde para bucear en su memoria y reflexionar sobre las cuestiones que teníamos que abordar. Entonces fijamos to-dos los viernes, de ocho a nueve de la mañana, nuestra cita. Era el año 2010, tiempo de Bajada. Semana tras semana, fuimos abordando to-dos y cada uno de los asuntos que le proponíamos y que aparecen ahora en la entrevista transcrita en esta obra. Se ha de decir que Luis Cobiella no puso jamás ninguna cortapisa a los interrogantes que le planteába-mos ni eludió ningún asunto. Sobra decir que la prudencia es también una virtud de los hombres sabios, como ante el que nos encontramos. Lo que sí podemos asegurar es que pronto pudimos sentir la cercanía y el cariño de Luis Cobiella, que sabía cómo hacer sentir cómodo al extraño y romper el hielo con el fino sentido del humor que también le caracterizaba. Y así, esa terna de cada viernes, se fue convirtiendo en una deli-ciosa rutina que nos acompañó a lo largo de un semestre. Su magní-fica oratoria invitaba a dejarse ir con su voz, mientras hilvanaba un discurso en el que la palabra cobraba una potencia semántica que tras-cendía el lenguaje cotidiano. Interrumpirlo para que matizara o acla- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 25 rara cualquier detalle parecía casi un sacrilegio. Sin duda, Luis Cobiella era un maestro de la comunicación, un tema que tanto le preocupó en sus indagaciones sobre la música, o, precisamente, porque la músi-ca es en sí misma un ejercicio de comunicación. Antes de empezar, Luis siempre nos preguntaba para qué hacía-mos aquellas entrevistas. Nunca le dijimos el fin de ellas, tampoco nosotros lo teníamos muy claro. Y así, semana tras semana, mes tras mes, fuimos desgranando su vida, pensamiento y obra. Hablamos de Dios, la música, la política, la amistad, el amor. Hablamos de la vida y de su vida. Su capacidad de reflexión era sobrecogedora y solo la interrumpía Concha, cuando nos traía el café con leche y las galletas para desayunar. Concha ha sido una parte esencial de su vida, la más importante, hasta el punto de que eran prácticamente indistinguible a pesar de sus diferencias. Cuatro años más tarde (y uno tras su muerte) este libro ve la luz. Pues aquí está, querido Luis, después de unos cuantos años, el resultado de las mañanas que compartimos aquella terna al calor de la amistad. I. INFANCIA Y JUVENTUD EN SANTA CRUZ DE LA PALMA —¿Cuáles son tus primeros recuerdos de la niñez? Mis primeros recuerdos de Santa Cruz de La Palma están asocia-dos al colegio de las madres dominicas de La Palmita. La Palma era un sitio pequeño y ahora, desde mis 84 años, lo evoco con descon-suelo. Porque no había acumulación de coches, ni de nada y nos co-nocíamos todos. Todos teníamos un mote, que no era ofensivo sino diferencial. Estudié en La Palmita porque nosotros éramos una familia de dere-chas. Mi madre, por familia, y mi padre, por compromiso del suyo, que vino a trabajar a La Palma para carreteras, un puesto que le consiguió en Madrid alguien de Sotomayor. Para los varones, La Palmita era ex-clusivamente de párvulos. Nos hacían poner un balandrán y nos dirigía una monja a la que teníamos cariño, cogido a base de una cosa que se 26 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE llamaba la chasca, una especie de tablillas. Allí hacíamos todo: el tiempo de rezo, de estudio o de juego. Era una educación muy normal. Se apren-día a leer, escribir y algún número. Estuve lo que la edad permitía. Sin embargo, yo empecé a estar ligeramente desfasado por influjo de mi padre, que no era muy partidario de hacerme justamente el uniforme de La Palmita o de tomar la primera comunión justo a los siete años, o cuando fuera, sino que dejara pasar un poco de tiempo. Desde entonces empezó a darme chance, porque a esa edad aparte de ser mi padre empezó a ser mi amigo. Por eso siempre habrá una dife-renciación entre la orientación que tuve en la infancia en lo que se refiere a los estudios, sobre todo, en la que mandaba mi madre, mientras que mi padre disfrutaba de unos pensamientos más abiertos. Sin embar-go, no hubo pleito nunca entre mi padre y mi madre. La oposición de matices comenzó cuando acabé La Palmita. En aquel entonces se decía que en la Parroquia de El Salvador estaba la congregación de Los Tarcisios para los niños. Mi padre me decía: «Espera a que crezcas». Y no me hice Tarcisio. Cuando el movimien-to, también recuerdo que comenzaron a llegar por primera vez los falangistas niños, que por entonces se llamaban balillas, por influjo de Italia. Yo quería ser un balilla y tocar el tambor, pero mi padre siem-pre fue un poco reacio a aquello. Mi madre me orientaba hacia una escuela abiertamente cristiana, que se llamaba Juventud Católica y estaba en la subida de Santo Do-mingo. El maestro se llamaba don Miguel. Por aquel entonces mi padre tenía una amistad personal con don Régulo Arozena, que vivía en la calle Trasera, donde tenía una escuela. Él quería que fuera a la escue-la de don Régulo. Y aquella fue la primera, no discusión, pero sí di-ferencia de mi padre y mi madre. Mi padre quería que fuera con don Régulo Arozena y mi madre con la Juventud Católica. Don Régulo Arozena era tenido entonces por no afecto, pero tampoco contrario; un hombre independiente. Tenía sus pasadas, algunos decían que es-taba medio trastornado. Al final ganó mi padre. Don Régulo vivía en una casa de la calle Trasera y para llegar a la escuela había que atravesar su domicilio y subir a la azotea; allí esta-ba la escuela. En la terraza tenía un enorme telescopio, de donde NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 27 Plaza de España de Santa Cruz de La Palma. 28 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE mirábamos cuando pasaba un barco o un velero. Es explicable lo de mi padre porque, por un lado, no simpatizaba demasiado con una orientación fuertemente derechosa o católica y, además, dispensaba un afecto a los Arozenas, dado que cuando mi abuelo y su familia llega-ron aquí, estaba el tema de los forasteros o peninsulares. Entonces, el padre de don Régulo llamó a sus hijos y dijo que había que defender y proteger a estos Cobiellas recién llegados. Esto hizo mella en mi padre y en mí también. Después de la salida de la escuela de don Régulo tenía nueve años y estaba propicio para ingresar en el Bachillerato, pero no se podía hasta los diez años. Mi padre, que era profesor del Instituto o Colegio de Segunda Enseñanza Santa Catalina, no recuerdo bien su categoría, consiguió en 1934 que yo asistiera de oyente a las clases del primer curso porque no me podía examinar del ingreso. Tuve de manera es-pecial dos profesores que vinieron de la Península. Uno se llamaba Antonio Gómez Pascual, petudito él, profesor de Dibujo, que tenía una gran habilidad para dibujar; y el otro era Constantino Aznar Acevedo, gran amigo nuestro. Uno de los primeros retratos que tengo me lo hizo él. En la imagen se ve mi cara de niño pequeño y una momia persi-guiéndome. Y es que de joven compuse para piano una cosa que se llamaba El descubrimiento de la momia. Con ellos dos di clase de Dibu-jo y de Francés. Dibujo no aprendí porque soy un absoluto negado. De francés sí porque tenía cierta facilidad. Al año siguiente ingresé oficialmente en Bachillerato. O sea que yo fui compañero de curso de la generación anterior a la mía. —¿En estos primeros años del colegio tenías alguna orientación por algu-na rama del saber o eran tus padres quienes te orientaron? No, ninguna. Hay que tener en cuenta que mi padre y yo éramos esencialmente amigos. A los nueve años no me explicaba cómo se recurría una sentencia, pero hablábamos de problemas políticos, reli-giosos o culturales. Mi padre tenía una especial admiración por Jesús de Nazaret y Francisco de Asís. Lo que sí decía, sin violentarme nun-ca, que a lo que me llamaba en su día era a una carrera de ciencias. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 29 Por entonces yo ya había compuesto mis primeros versos como todos los chicos. Mi abuelo era abogado, mi padre lo era. Sin embargo, él tenía una admiración, no predilección, por la ciencia. No me inducía a que yo estudiara ciencia, sino que influía para que no me dejara embaucar por la simple tradición familiar. Me explicaba la libertad que daba la ciencia. La palabra libertad existía mucho entre nosotros. Empecé a sentir atractivo por la ciencia en cuarto curso de bachi-llerato, que fue cuando comencé a comprender las matemáticas. En ese curso tuve un profesor particular que estaba casado con una tía mía, Áureo Cutillas Bravo, que era ingeniero técnico de Obras Públicas. Tenía envidia de los compañeros míos que poseían lo que se llama en ma-temáticas la «idea feliz» para resolver los problemas, algo que yo no tenía. Lo cierto es que yo he desconfiado de las ideas felices en todos los géneros de la vida y más bien he sido partidario de lo normal y del trabajo. Después me fui orientando por la ciencia, no tanto por el amor de una ciencia en concreto, sino como un desapego a las letras. La carrera de letras me obligaba a estudiar un tipo de historia, literatura, filoso-fía que me imponían. Si yo quería leer un libro o un poema, lo leía, no me lo tenían que imponer. Me daba libertad no ser de letras y me daba libertad ser de ciencia, porque estaba abierto a todas las pregun-tas, pero no de una manera espectacular, sino lenta, muy lentamente. Hoy reconozco que mi formación científica me ha ayudado mucho a pasar buenos ratos, a tener reflexiones que de otro modo no tendría, pero, sobre todo, a traducir latín. Una mentalidad científica defiende mejor una traducción en latín. En la música, la formación científica me ha dado además mucha amplitud. —¿Cómo comenzaste en la música? Desde que nací oía la música en casa, porque mi madre, como no estábamos bien de dinero, daba clases particulares de piano. A mi padre le gustaba más la música que a mi madre, pero no poseía los conoci-mientos técnicos ni teóricos. Él siempre procuraba comprarse algún reproductor de música y tenerlo en casa. Los primeros fueron unos 30 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE gramófonos de maleta que había para discos de 78 rpm. Mi padre tenía amigos a quienes le gustaba la música, que después fueron míos tam-bién. Mario Baudet, el dueño del Circo de Marte, tenía una voz pre-ciosa como yo no he visto en mi vida. Se dedicaba mucho a la músi-ca clásica. Él le regaló los primeros discos a mi padre y así yo fui oyendo música más diversa. Debí tener, por lo que sea, una especial disposi-ción para, y ahora voy a dudar un poco entre dos palabras, atender y entender la música. Digo especial porque no la tenía la mayoría de lo amigos, y que, después, fue creciendo con el trabajo. ¿Cuándo fue? Puede ser algo puntual. Cuando cumplí seis años, mi madre me ofreció pre-parar una cosita de piano para el santo de mi padre (san Luis Gonzaga) y tocarle una pieza musical. Entonces compró unas partituras que se llamaban Clásicos para la infancia, arregladas a manos pequeñas. Me tocó las tres para que eligiera la que yo quisiera. Con una me puse de ro-dilla, junté mis manitas y aquella fue la elegida, era el allegreto de la Séptima Sinfonía de Beethoven. Éste, si se busca algo puntual, fue el comienzo musical. Pero no creo en ello, es algo que solo lo contamos en la intimidad familiar. —Y del ambiente social que existía en ese momento, ¿había conciertos, espectáculos, en tu infancia? Además del Circo de Marte, las sociedades como el Nuevo Club o familias como la de Elías Santos Rodríguez, en la calle Trasera, en un precioso salón, celebraban veladas musicales. Ahí se hacían audi-ciones particulares para personas que les gustaban la música. Eso pa-saba mucho en La Palma. En mi casa también, pronto fuimos a vivir a la calle San José 7, que llamábamos callejón de Reyes. Conservo todavía los programas de San José 7. Porque hacíamos conciertos con progra-mas para distintos amigos de mi padre y míos, que eran los mismos. En los últimos años de su vida, mi padre fue exclusivamente amigo de mis amigos, de la gente de mi edad. Elías Santos Pinto, Antonio Carrillo Kábana o José Díaz Duque. Nos reuníamos diariamente en casa, después de comer, a tomar café y fumarnos un puro y, de vez en cuando, hacíamos conciertos. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 31 En el Circo de Marte recuerdo mucho a las compañías de Zarzuela que iban rumbo a América y al hacer escala en La Palma daban con-ciertos en la Isla. Hubo mucho desarrollo de la música aquí gracias a esta circunstancia. Era más frecuente de lo que parece ahora. A veces venían músicos o un concertista, como un violonchelista que se llamaba Cicora, que dio un concierto en el Circo. De él recuerdo una anécdota de un señor que estaba en la incómoda zona del gallinero de entonces y debía andar aburrido con un concierto clásico y dijo «¡ya está bien!» y le salió otro que le dijo, «¡cállate, coño, que es Cicora!, y replicó el primero, «ah, si es Cicora, entonces sí». Estas cosas palmeras. Y más que la música, las compañías de teatro. Sobre todo en el Real Nuevo Club, se hacían representaciones y eso hizo que se formaran aquí buenas compañía dramáticas que dirigía un hombre que fue pa-drino mío y que era registrador de la propiedad, Francisco García Mamely. Había parejas principales, un galán como Antonio Carrillo Carballo; Pepita Hernández y más gente. Y se representaban obras de importancia. Eso influyó en que La Palma, no quisiera ser demasiado chovinista, pero inevitablemente los muchos años te hacen caer en aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor, pese a que no es cierto, pero sí había una cosa entonces podemos llamar cultura más desarrollada y más general que ahora. Bien es verdad que la gente pobre de solemnidad no gozaba de esto, pero la clase media sí. —¿Cómo era la vida social de entonces? Estaba aparentemente más dividida entonces que ahora. Lo que era claro es que la diferencia entre pobres y ricos, entonces, se acentuaba más. No es que fuera mayor, pero sí sobresalía más. Los pobres tenían pies de casa de pobres, alpargatas de pobres, pantalones roídos de pobre o comida de pobres. Había menos porque éramos menos habitantes. Era más simplista, si quieres. Cuando una persona iba a pedir limos-na a una casa, que eran muchos, le decían que no lo emplease en beber. Había un sometimiento de la clase menos pudiente a la otra tremen-da. Por ello digo que destacaba más. Pero que hubiera más diferencia entre pobres y ricos, lo dudo. Hoy no destaca tanto porque en cual- 32 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE quier sitio, aunque se viva en un cuchitril, en una habitación para siete personas donde no hay nada excepto un televisor. Una gente que tie-ne televisor, va los domingos a la playa. Pero la diferencia ahora es tanta o más cruel que entonces. —¿Cómo participabas en aquella sociedad? La infancia y parte del bachillerato fueron más bien familiares. Yo no fui socio del Club hasta que lo necesité siendo muy mayor. Creo que para que mis hijas fueran al servicio náutico en la década de 1960. Eso fue oficialmente, pero tenía que serlo, porque toda mi familia lo era. En el Salón Rojo estaba gente de derecha, como los Carrillos, Fernando del Castillo, y gente de izquierda, republicana, como don Eduardo Lugo, don Frasco Lugo, pero todos eran de la clase alta. En el Salón Rojo había tertulia diaria con todos sus ritos. Me acuerdo que el conserje del Club, Domingo García o Domingo el del Club, llevaba los cafés en las cafeteras que se ponían sobre un vaso e iban destilan-do el café. Mi hermano Pedro se casó con una nieta de él. Pero yo no fui muy asiduo a estas cosas. Sí era de la iglesia, pero tampoco dema-siado. Iba por la costumbre de la familia a misa y porque si no ibas a misa había pleito. No estaba con los comunistas, que ya entonces empezaban a destacarse y que empezaban a llamarse republicanos. No era republicano de pequeño. Éramos de derechas y republicanos, ahí empezaba don Alonso Pérez Díaz. Mis tres primeros cursos en el bachillerato fueron gozosos: tuve el gozo de componer coros, que se estrenaban en el teatro el día de Santo Tomás de Aquino; la satisfacción de componer, no sé si en cuarto curso, el himno del instituto, que hasta hace poco sonaba por ahí con letra de Rubén Henríquez. Éramos buenos estudiantes los dos. Él política-mente después no avanzó tanto a la izquierda como yo. En los últimos años sí me inicié en la política. En el año 38, cuando ya se destacaban los alemanes e italianos, antes de la guerra europea y durante la guerra nuestra, fui favorable a esta última, en el sentido de que iba a las manifestaciones cuando los nacionales tomaban una plaza que concluían en La Alameda con un discurso. Esto se trataba NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 33 Las Nieves (Santa Cruz de La Palma). 34 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE de una cosa festiva más bien. Iba además a una relojería alemana, que después resultó ser un nazi, que repartía propaganda germana, tam-bién italiana, pero sobre todo alemana. Y yo iba a buscar propaganda alemana. Entonces estalla la II Guerra Mundial y hay un vuelco en mi vida grande: antigermanófilo y aliadófilo; y de ahí empezó mi itine-rario izquierdizante. Mi primera participación en eso fue hacer algo prohibido, que era escuchar Radio Londres y Radio París. En casa, con el despacho de mi padre cerrado con cortinas y mantas, con la com-pañía de una serie de amigos de él como Raimundo Díaz y Constantino Aznar, iba a escucharla. Con algún compañero, ya de izquierda, cogía esas noticias de Radio Londres, durante la noche, y fraguamos un periódico al que titulamos El aliado. Pedíamos papel de envolver en los comercios y poníamos todos los calcos con estas noticias a máqui-na. Un compañero mío me denunció al director del instituto. El di-rector me llamó, fui temblando a su despacho porque ya sabía de qué se trataba, cerró la puerta y me dijo «Luisito, ten cuidado». El direc-tor era Emilio Español Acirón, estupendo catedrático que estaba aquí castigado por sus ideas políticas. Comencé, entonces, a tener una especia de esquizofrenia, porque seguí siendo creyente, a mi manera, con un itinerario que se orienta-ba a Jesús de Nazaret, y mis amigos de política no eran creyentes. Yo tenía esa especie de esquizofrenia, que la he llevado siempre, hasta hace relativamente poco. —¿Y la familia? Éramos cuatro hermanos. Tres varones, Javier y Pedro, y la que me seguía a mí, Pepita Nieves, que murió a los doce años. Falleció un año antes de que descubrieran la penicilina, que la hubiera salvado. Su cara no me falta nunca. Era una santa, y lo digo de verdad y sin ser chovinista familiar. Era muy buena. Cuando murió venían a casa mujeres de condición muy humilde a contarle a mi madre que la merienda que llevaba ella la dejaba, no un día sino todos, en una de esas casas. Era una verdadera santa. Tocaba el violín. Después de su muerte, durante algunos años, mis padres lo pasaron muy mal. Un día mi padre habló NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 35 con don Álvaro Fernández, marido de Carmencita Hernández Álvarez, que tenía un piano muy bueno pero que no lo tocaba nadie, en una sala. Íbamos a esa sala mi padre y yo a interpretar música que tocába-mos con ella, y mi padre lloraba. Mi hermano Javier ha sido siempre un teórico y Pedro hubiera sido un gran relaciones públicas, se despachaba discursos sin pensarlos, de oído y le salían bien. Yo para preparar discursos, además de escribir-los con todo cuidado, me los aprendía de memoria. Todavía casado recuerdo dando vueltas y Concha mirando el original para saber si nos faltaba alguna palabra. Siempre nos llevamos muy bien todos los her-manos, nos queremos mucho. Todos estábamos unidos en el amor de la familia que mi padre procuró extender. Pedro es del Partido Popular, Javier del Partido Socialista y Con-cha y yo, al principio, anarquistas de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT). De hecho, todavía tengo por ahí propaganda de la CNT. En este terreno me ha influido la religión, que es la que me ha lleva-do a la política. La religión me ha hecho tener un determinado itine-rario político. Toda la construcción de la Cristología, lo que la iglesia ha enseñado como dogma a la largo de la historia y que todavía se da en las catequesis, se forjó en una cultura judío-helenista del ser, que te permite decir Dios es así. Se elaboró en un siglo, entre los cuatro primeros concilios donde se forjó la base de la iglesia y convocados por emperadores romanos. El dogma de la iglesia está creado, inspi-rado por políticos al servicio del poder y eso es lo que se ha estado enseñando a lo largo de casi veinte siglos. Hasta que llegó el momen-to en que unos pocos fueron los suficientes para procurar que hubie-ra un concilio para tratar de remediar esto, que fue el Vaticano II, pero todavía la iglesia en el poder era la de los emperadores romanos. —Volviendo a esa etapa de tu infancia en Santa Cruz de La Palma, una ciudad que disponía de esta rutina, pero que cuando concluían las clases lle-gaba el veraneo. ¿Había mucha diferencia entre el campo y la ciudad? Nosotros fuimos a veranear en lugares distintos. En Las Nieves, junto con la casa que mis queridos abuelos tenían al lado de la plaza, 36 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE que después fue de unos herederos del practicante Eusebio García Cejas. Y, sobre todo, viviendo ellos allí, tenían una especie de gran veraneo en una finca situada un poco más arriba, en una zona que se llamaba La Hoya de las Nieves, con cafetales y pinos, que siempre me ha impresionado. No obstante, siempre nos quedábamos a dormir abajo, en casa de los abuelos. Guardo el recuerdo de la subida a Las Nieves: se hacía en un trineo tirado por bueyes, en una corza. Unos palos que tenían un puntal para que rodara bien; sobre estos palos el trineo con su techo de tela, sus cortinas para que el sol no molestara. Y allí iban mis abuelos. Mi abuelo, Pedro Cuevas Pinto, lo recuerdo obeso. El único camino para subir era la cuesta del Frontón (El Planto), en el camino de Las Nieves. En algún momento, donde estaba muy empinado, mi abuelo se tenía que bajar. Me dolía mucho cuando el que llevaba el trineo pinchaba en las piernas a los bueyes para que caminaran. A veces, por llano, nos dejaban subir al trineo. Después, por una enfermedad de mi hermano Pedro, que le recomendaron leche de burra, veranea-mos en las fincas que tenían mis tías Cabrera Martín, las hermanas de mi abuela, en La Dehesa, al lado de mi casa, ahí nos prestaron la vi-vienda que después fue nuestra, para tener en la parte de abajo una burra. Desde entonces veraneábamos siempre allí, en La Dehesa. No bajábamos a la ciudad sino para pelarnos al rape una vez en el verano. Entre el campo y la ciudad había diferencias. Mi sensación de es-tar arriba no era la misma que abajo. Algunos hábitos de abajo como leer, acostarme tarde, no podía hacerlos arriba dado que no teníamos luz eléctrica. Más adelante se descubrieron los petromax, pero solo para comer. Tenía que ocuparme más de mí mismo y del exterior, que no de la lectura o juegos. Los amigos con los que estaba aquí debajo, en la ciudad, desaparecían y los sustituía con los únicos amigos de arri-ba. Enfrente de casa, en La Dehesa, estaba Antonio Carrillo Carballo, padre de Antonio y Piedad. Esos fueron mis amigos. Después de co-mer iba con ellos a jugar a los indios, a los tesoros, hacíamos flechas, figuras, y otras cosas que no hacía en Santa Cruz de La Palma. Anto-nio Carrillo se quedó tuerto de un navajazo que se dio en el ojo. Era completamente distinto a lo que jugaba debajo. Después se volvían a recobrar las respectivas costumbres. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 37 Primer número de El Aliado. 38 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Con Antonio Carrillo mantengo la amistad. Es de las personas más extraordinarias, inteligentes, capaces, tolerantes que he conocido. Es-tuvo tenido por un exagerado derechismo, pero lo exageraba cuando él creía que debía exagerarlo. Él me hizo cargo de la dirección de Diario de Avisos sabiendo cómo funcionaba yo y nunca me llamó la atención. Más aun, cuando nos hicimos de la CNT, cerca de la muerte de Fran-co, fui a verlo para contárselo. Me acuerdo que estaba fumando una pipa y me dijo: «Luis, tú sabes que lo que tú hagas siempre está bien hecho». Cada vez que lo nombro siento la necesidad de ponderar su nombre. II. ESTUDIOS UNIVERSITARIOS EN MADRID Y LA LAGUNA —Luego marchaste a estudiar a Madrid, a la Universidad Central. ¿Qué recuerdos guardas de aquella etapa? Fui creciendo hasta llegar a la época en que me marché a estudiar Ingeniería a Madrid. En Madrid me ocurrió algo, y es que no fui buena persona. Simplemente por lo que hace buena o mala a las personas, que es la mentira. Decir mentiras es lo malo, decir la verdad es lo bueno. Entonces yo mentí a mi padre, diciéndole que iba bien, que estudia-ba, cuando no era verdad. En el momento en que quise salir de aquel atolladero, le escribí una carta terrible, diciendo que dejaba la carrera cuando no había hecho nada, y que me dedicaba a la música, que era para lo que yo había nacido. El disgusto de mi padre fue entonces horroroso, y aún lo paso mal cuando evoco aquel momento. Por su-puesto que no se disgustó porque yo me dedicara a la música; él que-ría que fuera feliz, pero veía que no era un hombre con la capacidad de sacrificio y trabajo que implica una carrera musical, que es mucho más que abogado o ingeniero. Catorce años de estudios para el pia-no. Una polonesa de Chopin se preparaba empezando a las nueve de la mañana hasta la una, levantarse para comer y seguir así por la tar-de. A cualquier persona que le obliguen a eso durante días y semanas le coge tirria a cualquier cosa que tenga que tocar. Lo mío era una salida NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 39 para aquel lío en que me encontraba. Un amigo íntimo al que le es-cribió mi padre, que estaba en Barcelona, me fue a ver a Madrid y terminó de convencerlo de lo que ya estaba convencido, que la músi-ca era una carrera demasiado exigente para mí en aquel momento. Ese fue el último intento por mi parte de oficializar la música. —¿Y la etapa en La Laguna? De entonces guardo muchos recuerdos. Como el de aquel señor, José Ribero, que vivía muy cerca de la calle La Carrera, al que le ha-bían prescrito reposo y estaba toda la tarde acostado, quizá por una leve enfermedad de pulmón. Le gustaba la música, compraba discos y dada la afición del grupo de amigos lo acompañamos muchas ve-ces. Oíamos y hablábamos de música clásica. De inmediato se fue convirtiendo en un hábito y llegó a transformarse en una reunión de palmeros que, cada vez, duraban más. Para él era un gran consuelo. Los que siempre íbamos éramos los más aficionados a la música: Elías Santos Pinto, Manuel Henríquez Pérez y yo; pero siempre había al-gún otro palmero que de vez en cuando nos acompañaba. Al poco de empezar, Manolo Henríquez, que era el que más conocía el mercado, se ocupaba de comprar algún disco y así pudimos tener un lugar para comentar y oír música. Estábamos, además, al tanto de lo que salía. A veces hacíamos alguna broma. Había dos tipos de broma: una de ellas era, por ejemplo, gritarle a un jorobado que pasaba a tu lado cualquier barbaridad; otra era, como hacíamos entre nosotros, decir que este señor que pasó por aquí se hizo el egipcio, porque iba mirando para otro lado. De este segundo tipo de bromas no se enteraba, no sufría el afectado y nosotros nos divertíamos. En la «cosa palmera» que yo viví se hacían bastantes bromas en las que la imaginación y el interiorismo tomaban el protagonismo. Hacíamos bastantes bromas palmeras; inventábamos a un personaje que estaba oyendo música en una esquina, que era Pepito Marrón. A partir de entonces lo saludába-mos al entrar y salir. En la Universidad de La Laguna me distinguió —en el sentido de diferenciar— del resto de mis compañero, la edad. Habían transcurrido 40 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE cinco años en Madrid y esa era la diferencia con mis compañeros de curso. Eso me dio cierta experiencia y madurez; me sirvió no tanto con los compañeros, que fueron muy buenos, he tenido célebres como el pintor Pedro González, pero, sobre todo, con los profesores, tal vez por mi manera de hablar o de ser; sobre todo a partir de cuarto curso en el que había prácticas. Se fue formando una especie de discreta amis-tad con los profesores; discreción que terminó en mucho casos en ver-dadero afecto. No influía esto para el trato grosero de beneficiarme pero sí para lo demás. Por ejemplo, había un gran físico del Puerto de la Cruz que se llamaba Benito Rodríguez, que sabía muchísimo pero era muy tímido, tan tímido que parecía salido de una caricatura. Ese se-ñor del que yo aprendí mucha Física, me agradeció esa madurez con la que yo trataba de acercarme a él. Otro profesor del que terminé siendo amigo personal era un docente al que muchos de mis compañeros tenían por loco, se llamaba Jesús Mainar e impartía Biología. Era un profe-sor muy humano y no tenía empacho en agitar su ateísmo. En oca-siones contaba que el obispo había escrito contra Darwin. Estudiaba esperanto, cuando esta lengua estaba poco menos que proscrita. Allí, el esperanto eran Juan Régulo, Díaz Duque de La Palma, este hom-bre y yo. Era una cosa rara. Cuando hubo una crisis de Gobierno Civil, en tiempos de Franco, era rector provisional o algo de eso y representó a la autoridad para que lo nombraran delegado del Gobierno. Era un hombre bueno y terminamos siendo amigos. Yo iba a verlo a su casa para acompañarlo en su soledad y para escucharlo hablar. Dejo para el final, la creciente amistad con Antonio González, primero decano de la Facultad de Ciencias y después rector, me pare-ce. En el laboratorio de Química fue cobrando muy levemente la amistad dado que don Antonio era un hombre más bien serio, no tímido, pero lindando. Sobre todo serio. Infundía respeto y se le respetaba. Trata-ba al alumno de usted. Después la tarea común en la época final cuando yo empecé a preparar la tesina con un trabajo que me impuso él, que era analizar glucósidos radioactivos, de donde se pudiera extraer algo como dioxina de plantas canarias. Entonces comenzó a salir de vez en cuando al campo y el proceso de investigación, que para mí fue enor-me, porque yo no era un investigador en busca de un glucósido sino NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 41 que pretendía más el saber en general. Y esa forma de saber desde los residuos de una planta era completamente diferente a lo que yo buscaba. Partíamos de una planta para, luego, encontrar algo que mereciera la pena. Esta búsqueda consistía en desechar muchas cosas: la madera, las ramas verdes, que se ponían a hervir para aislar la clorofila. Todo lo que sobraba se tiraba y cada vez se separaba más, y así sucesivamente hasta una cosa pequeña donde estaba eso. Se alcanzaba eso mediante alambiques. Llegabas entonces a un líquido transparente, incoloro, que tenía aguas, sales y eso. Lo bonito era saber cómo puedes tú separar eso. Ese proceso lo siguió él conmigo y en vez de decirme, mira si se trata esto con ácido nítrico todo se cristaliza, me daba la opción de buscar qué ácido convendría. Después de separar todo lo que tú pen-sabas, llegaba un momento que aquello era agua con eso dentro, lue-go había que esperar que se fuera el agua y esa espera es preciosa porque todas las mañanas me sorprendía viendo si el agua se había ido del todo y quedaban cristales. La realidad es que nos hicimos amigos, tan amigos que nos acom-pañó, con compañeros míos, a una casa que tenía en Bajamar. Yo lle-vaba el acordeón, cantábamos isas y bebíamos un vaso de vino. Así terminó la relación con Antonio González, en la que perduró siem-pre el respeto, al que faltó cuando enterado él que se barajaba mi nombre para proponerme Premio Canarias, escribió una carta hablando de mí, que después perdí, para que se me concediera ese premio y ahí me perdió el respeto. Una carta preciosa que recuerdo y me emociona. Esa es la universidad mía. Por lo demás, tuve novias y amigos, siempre. Cuando se ponían a insultar a La Palma, de broma, delante de mí y decían cosas como que «La Palma es una porquería», yo apostillaba «es verdad, no vayas nunca». —¿Dónde viviste en La Laguna? Me quedé primero en una pensión con dos palmeros, Miguel Jaubert y Antonio Gómez. Y luego con Pedro Gómez de Los Llanos. Pero la mayor parte del tiempo en el Colegio Mayor Universitario de San Agustín. Últimamente, cuando me encontraba haciendo la tesina, en 42 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE el Hotel Aguere. Yo he sido siempre comelón y allí se comía muy bien. De los nombres que no he olvidado, Luis era el señor del Aguere que organizaba las comidas. En el Aguere también había un piano. Allí conocí a un canónico de La Laguna, profesor de la universidad, que se llamaba Heraclio Sánchez, un gran orador. Recuerdo que en un acto público habló, en un mano a mano, sobre la Bajada de la Virgen con mi padre y un comentarista dijo que hemos escuchado hablar «al ca-marada Heraclio y al padre Luis». Después descubrí en su habitación que tocaba muy bien la guitarra, no solamente malagueñas. Hicimos la amistad que él permitió. Él me decía: «Pero usted se cree que sabe tocar el piano, ¿por qué toca todos los días?». Yo me costeaba la es-tancia dando clases, tenía pocos alumnos. Después se acabó La Laguna. —Aparte de esa reunión en una casa particular para escuchar música, ¿No había otras tertulias de palmeros? En un tiempo hubo una peña diaria de palmeros para tomar café en un bar que hacía esquina en la calle de La Carrera que se llamaba El Refugio. Presidía la tertulia Juan Régulo Pérez. Aparecía todas las tardes después de almuerzo, con una cartera, que nosotros llamábamos la caja de pandora, porque no sabíamos qué vendaval iba a salir de ahí cuando la abría. Siempre contaba alguna historia del cura que se exclaustró. A él le gustaba ser ante nosotros, que éramos prudentes, anticlerical. Era izquierdoso, pero no profundo. No podía, porque el miedo era muy grande. A él lo salvó y lo hizo auxiliar, catedrático y que tuviera un nom-bre en La Laguna el decano de la Facultad de Letras, don Elías Serra Rafols, que era muy amigo suyo y lo protegió. Don Elías era muy clerical, muy ortodoxo, religioso. Régulo no se escondía de que no era creyente. Lo ayudó mucho. Visité la casa de don Elías porque Juan me llevaba. Era tan digno de conocer como difícil de comprender, y es que no había perdido el acento catalán. Juan Régulo conmigo tuvo aventuras dignas de mención. Estando yo en el Colegio Mayor San Agustín, donde la mayoría de los estudiantes eran falangistas dado que era del Sindicato Español Univesitario (SEU), había un chico, buena NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 43 gente pero regular, alumno de Juan Régulo que hablaba mal de él porque lo cateaba. No sé por qué, sospeché que este hombre le estaba ten-diendo una mala pasada e hice algo que estaba mal hecho: registré su armario y efectivamente le vi un escrito en el que denunciaba a Juan Régulo por rojo. Entonces se lo dije a Régulo para que tomara medi-das y las tomó. No me acuerdo cuáles fueron. Sí me acuerdo las me-didas que tomó conmigo la dirección del colegio mayor, porque este compañero se dio cuenta, me preguntó si había mirado en su arma-rio, le dije que sí, que era una cabronada lo que le estaba haciendo a Juan Régulo y me denunció al colegio. Me hicieron un juicio de ho-nor o algo de eso, con testigos, comparecencias, velas. El director del colegio era amigo mío, Juan de Lorenzo Cáceres, de la familia de Lorenzo-Cáceres, y el que le seguía era Jorge Fuentes Duchemín, que era encargado de laboratorios de la universidad. De resto, partidas de dominó después de comer o bajadas a los conciertos por la tarde en la guagua al Teatro Guimerá. —¿El primer auto mariano o carro alegórico y triunfal para la Bajada de la Virgen lo escribiste en La Laguna? En los dos primeros carros, no compuse la música, sino sólo la parte literaria. Dudaba que se aceptara el texto y no quería trabajar en bal-de con la música; además yo con la música soy más rápido, por lo menos durante el período de creación. Eran carros plúmbeos. Recuerdo que uno fue un carro que sonaba a nombre de iglesia, lo que se decía en los sermones, con algo más de categoría, pero un carro del que no me acuerdo el título. Ese fue el primero, la música era de don Elías San-tos Rodríguez. Después hubo un segundo carro, que lo hice bajo la impresión de un libro de poemas que iban a editarme. Fue un carro premiado pero lo censuraron. Me llegó el papel de la censura, dicien-do todo lo que había que eliminar. Verdaderas coñadas. El empezar, la dedicatoria a mi padre, a quien le he tenido mucha devoción, que decía si «no sé si era Dios o Luis Cobiella», y eso fue lo primero en tachar-me. Por ejemplo, «una acotación, al principio, un leve toque de tim-bales, pero muy lejanos, que apenas se distinguiera para figurar que 44 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE todo parte de un silencio, que es el silencio de Dios», raya roja, Dios no está en silencio, dijeron en la oficina de censura. El espíritu de la censura era eclesiástico, pero no vino del Obispado sino de la oficina de la civil. Después representaron uno de Félix Duarte en mi lugar. Elías Santos Pinto, Manolo Henríquez y yo nos metimos en los ensa-yos y ayudamos a don Félix. —También aprovechaste los años en Tenerife para componer, sobre todo en los campamentos de las milicias universitarias ¿Cómo fueron aquellos años? Compuse poco en La Laguna. En los períodos veraniegos de las milicias, más que una necesidad estética, fue una necesidad de la ba-rriga. Como a cualquier persona te fastidia hacer el servicio militar. Pero, sobre todo, que te obliguen a cantar canciones patrioteras. Las canciones patrioteras han tenido una fuerza tremenda, generalmente a ritmo de pasodobles. La práctica totalidad de los himnos de las repúblicas sud-americanas que nacieron de las guerras de independencia contra la monarquía española son marchas militares patrioteras de las que era imposible prescindir. Para hacer un himno había que hacer un himno patriótico que era lo que cantaban en lo campamentos. Así, cuando hice el himno de las milicias de artillería le puse la estructura del himno de la Internacional Socialista un poco por rebeldía. Más tarde, el himno de artillería se convirtió en el de la Sociedad Deportiva Tenisca. Únicamente en música componía cosas muy concretas y muy par-ticulares. Por ejemplo, en fiestas de santo Tomás de Aquino y en la de los estudiantes. Eran fiestas en la universidad y, en alguna de ellas, intervenía con música, no como la entendemos ahora, sino aprovechando la música que estaba. En La Laguna había buena afición a la música, yo era amigo de unos hermanos que procedían de La Palma, los her-manos Felipe, algunos de ellos trabajaban en Telégrafos, pero eran músicos. Tenían una rondalla y salían por la noche. Yo alguna vez salía con ellos pero muy poco porque era bastante gandul. Únicamente creaba aprovechándome de esa base. Por aquel entonces daba clase de música en la universidad don Manuel Morgullo, que tenía sus coros, muy limitados a un tipo de NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 45 música que no me gustaba. Entonces uno de esos años preparamos a base de esa música en el Teatro Leal toda una función que duraba media hora o tres cuartos, imitando lo que hacía don Manuel Morgullo, ha-ciendo coros. Pero en vez de los coros que hablaban de la primavera o la Santísima Trinidad, los que compuse seguían la misma melodía pero la letra eran lecciones de Química. Eso tenía aceptación y era una guasa palmera. Otra que hice en el Teatro Leal por una festividad de santo To-más fue una parodia de un orador clásico Yo estaba en el palco por-que era delegado de curso donde estaban el rector, Antonio González, y otras autoridades universitarias. Aparecía, en ese momento, mi com-pañero de curso Luis Callar, que era oriundo de Oriente Medio y ca-racterizado de una manera feísima, para presentar la obra; incluso, antes de abrir el telón, exclamaba: «Corría el siglo décimo tercio cuando era persona, única en el mundo, tan sabio como los sabios... ¿sabéis a quién me refiero?». Y saltaba yo desde el palco: «Sí, ¿a quién?». «A un hom-bre que corriendo el siglo décimo tercio...», respondía Callar. Y así un rato largo. Esas eran la coñas. Otra coña en la que intervine fue en una exposición organizada por la universidad sobre temas ecuestres en la que yo, como mantenedor, ofrecí una conferencia titulada Lo caballo. Vino mi familia del Puerto de la Cruz, el rector y el público. Y apa-rezco tirando un enorme caballo de madera a dar una conferencia sobre la existencia de lo caballo, que era un poco una clase de religión. Mi tío bajaba la cabeza por la vergüenza. Eran bromas, que ahí casi lle-gaban a faltar el respeto, pero como eran bromas no pasaba nada. III. LA PALMA DE NUEVO: PROFESOR DE ENSEÑANZA MEDIA, TRABAJO EN UNELCO Y FAMILIA —Una vez que regresaste de La Laguna, ¿cómo fue el reencuentro con La Palma? Volví a La Palma, no porque hubiera terminado los estudios. Es-taba haciendo en ese momento la tesina sobre glucósidos carioactivos. 46 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Para ello íbamos a buscar material al Teide, que después se machaca-ba en los laboratorios de la universidad. La facultad era entonces como mi casa; pertenecía al grupo de Química Orgánica que lideraba An-tonio González. Pero antes de terminar la tesina, mi padre murió y mis dos hermanos quedaron a cargo de mi madre; tuvieron dificultades económicas y tuve que venir para hacerme cargo de la familia Dudé un poco entre seguir trabajando en algo de la carrera o buscar un empleo donde fuera; según fuese muy urgente o no la necesidad económica de aquel momento, podía hacer algo relacionado con la carrera. Y me orienté por esto último, por no abandonar la aplicación de los estudios. Con la ayuda de mi amigo Antonio Carrillo, inicié un trabajo, primero teórico, de documentación, para unos cultivos que había en Fuencaliente con el fin de averiguar si se podían extraer unos prin-cipios no tanto farmacéuticos como industriales de ellos. No sé por qué, si por mi manera de ser o porque tuve dificultades, tiré la toalla y busqué otro empleo. Entonces recibí el aviso de una persona que por entonces desco-nocía, Juan B. Fierro Pérez y empecé a trabajar en la Academia Pérez Galdós, que estaba en la calle Pedro Poggio. Lo cierto es que hay una constante a lo largo de mi vida y es que he sido yo buscado, no obli-gado, pero sí reclamado para un minué, un carro o para dar clases. Me mandó recado el profesor Fierro porque se había enterado de que lo estábamos pasando mal y me ofreció un puesto de profesor en la Pérez Galdós. Esta academia era dirigida por Andrés de las Casas, que era el profesor principal; daban clases también Denis Sanjuán y Ramón Ramos. Allí estuve muy bien, haciendo siempre las cosas a mi modo, enseñando como me salía a mí, con la consideración de mis compa-ñeros, sobre todo de Juan Fierro, que siempre me respetó —no para las salidas de tono—, sino en las normas que tenía en hacer exáme-nes o en explicar. Lo pasamos muy bien y me entró dinero suficiente para atender a la familia. Poco después, estaría dos o tres años en la Academia, siendo di-rector del instituto Manuel Martín Cigala, me avisó por si quería dar alguna clase allí. Por supuesto que le dije que sí. Era compatible con lo de la Academia. En el instituto también estaban Denis Sanjuán y NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 47 Ramón Ramos, personas que me aceptaron muy bien, como un cura catalán que daba francés que se llamaba Castañer. Di clases allí de una manera interrumpida, era un poco una chacha para todo y, cada vez que faltaba algún compañero, me mandaban a mí, porque me creían capaz de resolver un problema ya fuera de ciencias o de letras. Me-nos las cosas verdaderas, como Francés o Inglés, que es saber o no saber, fui profesor de Ciencias Naturales, Gramática, Matemáticas, y todo lo que surgiera. Culminé en un curso que se me encargó a mí y me agradó mucho porque era de lo más cercano a lo que yo podía explicar con autenticidad. Era para alumnos de reválida: clases para hacer el ejer-cicio escrito, de redacción, en el que suspendían a la mayor parte de los alumnos. Se estimó por ello que se debía hacer un curso para ha-cer redacciones. Hice un curso de un semestre, donde se plasmaron mis originalidades, manías y, también, otros valores objetivos. Hasta que vino —siempre por gente de fuera, por Antonio Carri-llo, que era vicepresidente o consejero del Cabildo y estaba estudiándo-se el aprovechamiento del Salto del Mulato, en San Andrés y Sauces— la posibilidad de trabajar en la instalación de una turbina para aprove-char la fuerza del agua. Aquí había una compañía encargada de la elec-tricidad que se llamaba Riegos y Fuerzas de La Palma, al frente de la cual estaba un ingeniero de Valencia o de Alicante, no recuerdo con exactitud, que lo trajo el Cabildo, de una empresa similar. Esta persona, que era ingeniero industrial, un hombre sui generis también, se llamaba Antonio Corró Muntaner. Entonces estaba vacante el puesto inmedia-tamente inferior, el de ayudante de ingeniero. Antonio me habló si que-ría hacerme cargo del mismo y entré en Riegos y Fuerzas de La Palma. Ahí entró la tranquilidad económica y de todo orden en mi vida porque en esta empresa estuve hasta que cambió el nombre por Unelco, y hasta que me jubilé y de ahí estoy cobrando parte de la jubilación. En Riegos y Fuerzas tuve suerte, como tengo siempre suerte —de vez en cuando me sorprendo mirando no sé hacia dónde y diciendo gra-cias, porque me vienen a buscar, porque los jefes acaban siendo ami-gos— e inicié la nueva etapa laboral. Don Antonio Corró era un hombre que se sabía lo suyo pero además tenía unas ilusiones un tanto estrambóticas, como tratar de explicar los 48 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE grandes misterios científicos. Y hablando conmigo, refiriéndonos un día a la gran obra de ingeniería de la torre Eiffel, me decía: «si usted viera con qué sencillez técnica y matemática se hizo la torre, se sor-prendería ». Entonces, se me quedó mirando y me dijo, qué le parece si nosotros hacemos un proyecto de torre Eiffel. Cuando se fue don Antonio, porque estimó el Cabildo que ya no era necesario, la empresa se quedó con dos directores, un director administrativo, Arístides Martínez, y otro yo, que era director técnico de Riegos y Fuerzas. De esta etapa me interesa señalar dos facetas porque en ambas tuve ayuda exterior. Yo sabía Física, Física teórica, pero no tenía ni idea de cómo funciona un contador. Es decir, tenía conocimiento suficiente para ser un director técnico a nivel general, pero no tenía el conoci-miento suficiente para resolver todos los temas pequeños. Eso lo so-lucioné, por un lado teniendo la ayuda siempre del capataz y de to-dos los obreros de Riegos y Fuerzas y, después, teniendo la amistad y el servicio de una persona que unía un poco del teórico, pero también tenía el conocimiento de los obreros. Esta persona es Mauro Fernández Felipe, que me sirvió de unión en todo esto. Mauro empezó siendo obrero de Riegos y Fuerzas, subiéndose a un poste, pero con una in-teligencia especial. En Riegos y Fuerzas hice todos los proyectos de electrificación; era un trabajo teórico y me gustaba hacerlo. Hasta en-tonces, la luz eléctrica llegaba hasta Las Breñas y un poco más, y por el norte hasta Mirca y Puntallana. A lo largo de las décadas siguien-tes, se dio servicio al resto de la isla, hasta Garafía. Fue una cosa muy grata y cada vez que paso por donde hay transformadores o torres de alta tensión, o todavía en algún sitio postes puestos al principio de mi época, me emociono. Se electrificaba, sobre todo, en la baja tensión, y allí, donde los vecinos solicitaban que pusieran postes; ellos nos buscaban, nosotros pedíamos castañeros más que pino, porque se de-terioraba menos, pero el pino era más derecho y permitía alinear más los conductores, en fin. Estas son las cosas en que me ocupaba cuando vine de allá. No tuve problema, me salió todo bien y lo de Riegos y Fuerzas culminó encargando el Estado a la empresa la electrificación de La Gomera y El Hierro. Entonces todavía eso lo hice yo. Se hizo bajo mi estadía allí. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 49 Recuerdo con gran cariño mis viajes frecuentes a esas islas, sobre todo para planificar lo primero que se debía hacer que era la construcción de las centrales. Todo eso es precioso: la elección del lugar donde debía ir y todo lo demás. Luego iba todos los meses para su construcción. Allí, Riegos y Fuerzas contrató representantes, que, más tarde, pasa-ron a Unelco comos delegados. Uno de ellos ya murió, era diputado por el Partido Socialista y se llamaba Erasmo Armas; el otro era To-más Padrón, casi eterno presidente del Cabildo de El Hierro. Y de ahí hicimos amistad familiar, porque cuando iba mensualmente cargaba con Concha o con María chiquita. Hicimos amistad y todo fue muy gra-to, hasta que en el año 1986 me nombraron Diputado del Común. Cuando entró Unelco quedé como técnico superior. Ya entonces pasó a manos de ingenieros como debía ser. Las instalaciones de La Palma se estaban quedando obsoletas. Los motores que estaban frente a la glorieta, a la salida de la avenida de Bajamar, cada vez eran más vie-jos. Entonces se pidió auxilio urgente al Instituto Nacional de Indus-tria (INI) y allí determinamos el posible estacionamiento de la central de Los Guinchos. —Cuando vuelves a La Palma te centras también en Diario de Avisos. ¿En que sentido se plasmaron esas colaboraciones? Cuando vine escribí mucho, pero escribí para Diario de Avisos. Nunca recuerdo que fuera yo al director de un periódico a pedir que me publicara algo. Entonces había una entidad, un grupo de personas que le interesaba que publicara lo que yo había escrito y esta gente hacía ese otro trabajo por mí. Siempre ha sucedido así. Un libro para edi-tar, una música para grabar. Nunca he ido a un ayuntamiento para que me eligieran para prologar o presentar no sé qué. Salvo una insinua-ción que hice hace unos dos años sobre mi última composición mu-sical que se titula Samborondón, mi última y con gran diferencia mi gran composición musical. Últimamente he largado la vergüenza, si es que la había, algo de verdad había también, y pienso que hay cosas bue-nas mías como en literatura y en música, y en el Samborondón, todo es bueno. 50 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE En aquellas fechas de finales de los cincuenta, coincidió también con que Antonio Carrillo se hizo cargo del periódico, y yo entré a dirigir un poco aquello, sin ser director. Iba porque me gustaba y porque era una de las miles aventuras que he tenido en mi vida y que agradezco. El olor a plomo, acudir de madrugada, estar al pie del aparato y es-cribía mucho, generalmente anónimo, por ser editorial o por no fir-mar. Y, sobre todo escribía. Entonces me empecé a diferenciar de la cosa religiosa. Fue cuando el tiempo del Concilio Vaticano. Yo selec-cionaba cuando las cosas que venían a favor de una izquierda conci-liar y, cuando era necesario, al menos caía una vez a la semana, un editorial a favor de la nueva iglesia. Antonio Carrillo, que era de de-rechas y, como corresponde, del nacional catolicismo, jamás me llamó la atención, y sabía que le molestaban esas orientaciones que yo les daba. «Las horas llenas» era una sección, que tenía algo de política. Ahí sí que escribí bastante. —¿Cuándo te casaste? Yo me casé el primero de enero de 1960. Conocía a mi mujer de vista porque entonces se usaban los paseos en la calle Real de chicas, unas de brazo de otras, las que estaban en los extremos eran más sus-ceptibles de que se acercasen a los chicos. Yo no me acerqué nunca. Me gustaban los ojos de mi mujer. Había tenido novias en la penín-sula. Una novia de Andújar me escribió que había estado visitando tiendas de muebles para el ajuar de la boda y me entró un gran temblejeque. En una tertulia diaria que tenían por la noche en casa de Antonio Carrillo, decidí que me iba a echar de novia a la hija de Juan Capote. Eso fue en agosto de 1959 y en septiembre organicé un cur-sillo de Acción Católica para señoritas, al que asistió Concha. Enton-ces yo no di el cursillo de señoritas sino que desplegué todas mis ar-tes para conquistarla, no para convertirla. Porque ella era de familia ca-tólica, y tenía necesidad de que yo la desconvirtiera. Mis artes eran las orales; era un hombre bastante calvo, con una barriga y unos mofle-tes feísimos. Pero me ayudó mucho la oratoria. O bien orando ante el Santísimo o dando una clase se quedó enganchada. En noviembre NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 51 le dije a Juan Capote —que era amigo mío—- que quería casarme con Concha, y me dijo que no llevábamos sino un mes. En primero de año tenemos que estar casados, le dije en tono de broma pero real, y así fue. Concha es la persona más santa, más buena, lista y generosa que me he echado en cara, y me había echado unas cuantas. No sé si era santa por inteligente. Cuando me dijo que me quería y que quería casarse conmigo, le pregunté si era de verdad eso de que tú me quieres. Yo la quería, pero la quería de otra forma. Entonces nos casamos, ella se luisficó inmediatamente, pero hete aquí que un gran amigo, Felipe Concepción, que es profesor de instituto, ahora está en Tenerife, nos visitaba desde entonces, Concha iba a nuestras reuniones. Y un día me advirtió, cuidado que te estás conchificando, y cada vez más, cuidado. Hasta un día, hace relativamente poco, Felipe me confesó que él también se había conchificado. Concha es Luis Cobiella y Luis Cobiella es Con-cha Capote. Llegó un momento en una época de mi vida en que me entró una terrible congoja de que la iba a dejar sola porque yo soy 16 años mayor que Concha. En ese momento hice las mejores composi-ciones poéticas para ella, para procurar remediar esa enorme congoja. Y seguimos conchaluisificándonos los dos. Lo superamos, pero ya no tenemos ese problema. El día que yo me muera Concha lo pasará mal, pero no hay problema. IV. LA MÚSICA —Háblanos de tus principios y conceptos musicales. Hay una dificultad en cuanto a cómo debo orientar mis reflexio-nes sobre música. Y esa dificultad parte de una manera creciente de que lo que yo entiendo como música es algo cada vez más diferente a lo que se entiende comúnmente como música. Comprendo que eso es una dificultad. Si hablo de los Beatles, que hablaré porque son res-petables, eso es periodismo o literatura. Pero si hablo de lo que para mí es música, que es el entramado de los pentagramas y los instru- 52 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE mentos, no la biografía de los autores, hablaría de cómo el composi-tor se las arregló para escribir tal nota u otra. Pero la parte más segura, la más cómoda, es la histórica. En mi familia había un clima musical porque mi madre daba clases de sol-feo y mi padre, aunque no tenía idea de música, de las notas o pentagrama, le gustaba más que a mi madre, y compraba aparatos reproductores y discos. Recuerdo cuando vinieron las primeras male-tas para reproducir discos y cómo las ponía en casa. Nací en un am-biente musical, con una señora que era una eficiente profesora de piano, al menos en el sentido de la repetición. La repetición en música es un tema para una conferencia. Pero la repetición de motivos, de fragmentos, es esencial para la aceptación de la música, el gusto de la música. En mi casa se repetía do-re-mi-fa-sol-la, do-re-mi-fa-sol-la. En casa se oía este motivo y eso ayudaba también. Aprendí los nombres de las notas antes que las letras, eso no sig-nifica nada sino que estaba más a mano hacerlo así. Muchas veces, cuando mi madre daba clase, me recostaba debajo del taburete alto donde ella se sentaba al piano. Mi primer hecho musical fue que en las vísperas del santo de mi padre y el mío, un 21 de junio (san Luis Gonzaga), mi madre encargó unas partituras de piano para niños y me tocó tres que había comprado para que eligiera y estudiara y el día de mi padre la tocara delante de él. Había algo de Mendelson, no recuerdo la otra y el alegreto de la Séptima sinfonía para piano de Beethoven. Me cuentan que cuando escuché esta última, me arrodillé en el suelo con las manos juntas y no cabía duda de que esta era mi elección. Llegó el día de san Luis, la toqué y entonces ingresé, un poco, en la ocupa-ción musical. Con mucho cuidado tengo que indicar otra cosa, algo de lo que no sé mucho pero siempre sale cuando se habla de formación musi-cal. Se trata de lo que porta el hombre en su cerebro, en sus células de favorabilidad a la audición musical. En mí era grande, como en otra mucha gente. Tengo un sentido muy desarrollado de la recepción musical. Eso también contribuyó a que la música fuese para mí algo principal. Desde entonces hasta hoy, quiero subrayar que la música nunca fue para mí una presunción para la que estaba especialmente dotado NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 53 de virtudes para esto o para lo otro. Para mí la música fue algo que me producía placer, pero del que no estaba especialmente separado, ni menos orgulloso con los demás. Tengo una admiración sincera hacia los músicos, a veces ciega. A los célebres de la música, a los Beethoven y tantos otros, a los grandes directores; no tanto a los de la ópera porque es la parte que menos me entra. Yo no me considero músico. Esto me coloca siempre en un lugar de aficionado, pero una afición muy fuer-te y profunda. Como prototipo general de mi comienzo musical pienso que es básico. Aficionado no quiere decir que le quite valor a la pro-fesión. Aficionado viene de afición, afición, de afecto, y afecto es amor a algo. Yo le tengo afecto a la música y por eso soy aficionado; así aficionado pierde el matiz depresivo que pueda tener. Éste fue el comienzo. Más tarde el desarrollo. Debido a mi mala memoria, lo más práctico es enumerar algunos hitos en los que yo intervenga musicalmente. Uno está en el instituto, donde se me en-cargó la composición del himno. Mis composiciones tienen normal-mente música y letra, dado que también tenía cierta facilidad por la escritura. Compuse el himno del instituto, siempre con predisposición de músico, que no era tenido entre los destacados, sino un músico que echa una mano y, sobre todo, que gozaba cuando le encargaban un trabajo de estos. Un detalle de entonces que ahora se puede revelar, es que me parecía demasiado poner letra y música de Luis Cobiella. Entonces, a un gran amigo y compañero con quien estudiaba en el instituto, Rubén Henríquez, ahora Rubens, el arquitecto, estuve apunto de decirle si me autorizaba a decir que él fue el autor de la letra, por-que me daba vergüenza hacer las dos cosas. También participé en la fiesta que daban los estudiantes de santo Tomás y otra que no recuerdo a lo largo del año. Para aquella cele-bración compuse una pieza para coral, con letra y música, para voces solas, que se estrenó en el instituto. Después mis composiciones han sido motivadas por razones personales a lo largo de bastante tiempo. Bien porque iba a la iglesia, donde había ocasión de hacer música (no con guitarra que tardó mucho tiempo en llegar, y costó), sino de ar-monio u órgano. Entonces hice muchas obras para algo que tenía a mano que eran los coros que interpretaban misas, canciones para la 54 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE comunión, etcétera. Muchas, quizá hasta dieciséis obras a lo largo del desarrollo de bachillerato. No tenía otra manera de expresar mi mú-sica salvo el piano. A lo largo del bachillerato, también preparé conciertos con un gran compañero, amigo y músico, que ya está fallecido, Antonio Herrera Pestana, conocido por Maño. En festivales dábamos conciertos, por llamarlos de alguna manera, de violín y piano. En esos conciertos al-ternábamos música conocida, fácil para mis manos y la muñeca de Antonio, con alguna música mía que yo le hacía estudiar a Maño. Recuerdo que una de esas primeras músicas mías que se estrenaron era El descubrimiento de la momia. Se trataba de describir una aventura de alguien en los pasadizos de una pirámide, que se encuentra con una momia. La música tuvo un momento de realismo porque tanto Maño como yo pegábamos un grito, que era cuando encontrábamos la mo-mia. Esto tenía algunos valores como la ironía, y le causó impresión a un profesor que estaba aquí de francés y dibujante aficionado, llama-do Tino Aznar. Era muy amigo de mi padre y mío e hizo un cuadro que se llama El descubrimiento de la momia, en el que aparece mi cara de niño mezclado con la momia. Fui a Madrid en 1942 y en 1945, un grupo de amigos de aquí, entre los que se encontraban Argelio Pérez Algarrada, Álvaro Fernández y Celestino Cabrera, que tenían ideas, me hicieron un encargo de un minué, en cierto modo para sustituir la danza infantil coreada de la Bajada de la Virgen, un número que entonces se consideró pobre pero que tenía canciones muy pegadizas. Entonces, en la pensión en la que estaba, no tenía medios para componer y fui a casa de un amigo de mi padre y mío, don Francisco Aciego de Mendoza, odontólogo en la calle General Mola de Madrid, que tenía un piano en su domicilio. Ellos eran muy aficionados a la música, nos veíamos en los concier-tos dominicales de la sinfónica y filarmónica de Madrid. Allí compu-se el primer minué. Como siempre, con letra y música, porque van muy unidas. Lo mandé, eso creo, a principios de 1945, muy precipitado, como en marzo. Pero no se los envié instrumentado, de eso creo que se ocupó Felipe López, que lo adaptó para que pudiera ser interpre-tado con músicos locales. Creo que guardo con mucho cuidado y sim- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 55 patía, el original que hizo Felipe, adaptado a las personas que tocaban con él en una orquestina. Y así fue el primer minué titulado: Minué, romanza y coro. La siguiente reposición de este minué la instrumenté yo para una orquesta más amplia. Después vino el segundo minué, que puedo decir lo mismo, pero lo instrumenté también directamente. Después pasó tiempo y aconteció un fenómeno sobre el que me gustaría hablar. A la hora de componer el minué número tres, que es el de los aires de lima, antes de empezar a componerlo, con más de 50 años, tenía mis adhesiones y mis rechazos a determinadas músicas con una fuerza capaz de hacerme actuar personalmente. Por un lado, descubrí a Mozart, que sigue siendo hoy un ídolo, aunque hay quien lo rechaza por motivos estrictamente musicales, retardó el romanticismo e hizo que Beethoven fuera difícil de oír y ya no digamos Brahms. Yo tuve una revolución de cómo se hacía la música, en qué consistiría, qué le gustará, y cuá-les eran sus secretos. En todo ello, me valió mi formación científica, una actitud de preguntar, de ver. ¿Por qué Mozart o Beethoven escri-bió un do y no un si? Me hizo reflexionar y variar y me dio un pe-ríodo de conversión musical. Una de las conversiones era de lo que yo creía dogmáticamente inamovible que era que nuestra música, la folía, la isa, la malagueña, la música canaria, lo canario, en definitiva, era reciente e impostado. Una vez hablando con Juan José Santos, a raíz de una guía turística de La Palma que le prologué y que se tradujo al inglés y al alemán, en un momento de sinceridad este hombre me confesó que los trajes de mago son de poco tiempo atrás. Antes un mago era un señor que para ir a trabajar se ponía la ropa más usada, que menos le fastidiara estropear, el sombrero más a mano. Claro aquello me inundó de rea-lismo. Al principio piensas que los trajes tradicionales son mentira; pero también son una dedicación estética, que enriquece. En mi época de estudiante en La Laguna, durante la década de los cincuenta me dio por preguntar lo que para mí era un dogma, la isa, la malagueña. Me fui con un pentagrama, papel, lápiz y goma al campo, donde no había llegado la radio. Uno o dos años estuve tratando de oír lo que me cantaban las personas de Tijarafe, Puntagorda y Garafía. 56 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE Los hombres, más vergonzosos, se resistían, las mujeres y los mayores menos, y los jóvenes más. Lo primero que hacía era preguntarle si podían cantar. Le preguntaba por folías, malagueñas y no tenían ni idea de su existencia. Y la segunda pregunta era si cantaban, y en qué ocasio-nes. Las respuestas surgieron en la siembra, la recolección, en las bo-das, en los bautizos no tanto, en algunas celebraciones de patronos y entonces me cantaban en audiencias personales o en grupos. Lo que me cantaban era algo que no tenía que ver con malagueñas. Pero puestos a buscar una tonada común, sonaba más a América, que a lo que no sonaba. Pero sonaba de una manera muy elemental y muy general, y en pocos detalles, pero lo suficiente para que en todos los casos tu-viera un eco. Normalmente personas solas no cantaban, en alguna ocasión, sino más bien juntas. Cuando eran solas se trataba de los verseadores, que canta primero uno y luego otro. Qué es lo que te sonaba y te permitía decir, «¡coño, América!». Es lo siguiente, al cantar eran libres y siempre bajo la obediencia de la letra. Ellos, más que cantar una canción, lo que querían era decir algo con respecto a lo que esta-ba sucediendo. Lo principal era la palabra, lo secundario lo que can-taban. El resultado era el siguiente (recita): «Tu madre me encargó a mí una cesta volandera, por eso me gustas más que mimbres en la mimbrera». Tenían que tener una referencia tonal, musical para que las personas que continuaran cantando empataran tonalmente con la que había terminado. Eso había sucedido con los esclavos negros de América, de Cuba y eso los que venían de Cuba lo trajeron acá. Qué es lo que queda, la letra, que es lo principal, que es lo que la viejita había aprendido de su abuela o lo que se le ocurría decir, sin preocu-pación melódica alguna. Cuando nacía un niño, la viejita decía: «Mi niño que nació ay que bonito que está»; cuando van de fiesta qué canta: «Que contenta, tenta estoy, porque voy así a bailar». Todos me decían lo mismo, la misma melodía en la fiesta del baile y el nacimiento. Cuando se casa, lo mismo. Es decir, lo que hoy nos empeñamos en titular y adscribir invariablemente a una melodía como es el arrorró, malagueña, aquello no tenía sentido. El arrorró de seña Juana era la misma tonada que cuando se casó, en la fiesta. ¿Por qué era la mis- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 57 Portada de La música popular en la isla de La Palma. 58 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE ma?, porque era la misma seña Juana la que cantaba. Seña Juana lo que hacía era expresar a seña Juana, primero con la letra y después con lo que le salía. Esa era la gran diferencia que descubrí en cuanto a esa especie de beatería, de adscripción de un título a una cosa. El dogmatismo que desde la política, la religión y la estética nos han invadido. En ese sentido de fijar cosas, dominarlas, dogmatizar. Ahí empezó primero mi revuelta contra lo canario. Es mentira, los trajes, la música; después la descripción de los arrorró, las malagueñas, las isas eran una importación bendita, que hoy nos representa porque se han hecho canarias, pero reciente; de Castilla, de Aragón, de Andalucía, sobre todo. Entonces vino mi rechazo de lo oficial en la música popular, que después afortunadamente cambió, porque rechazo no cabe en música y empecé a descubrir otras virtudes de las folías, las malagueñas, en ese momento, el de componer el tercer minué, que podría ser el año 1980, que era cuando estaba yo en esta postura anímica con respecto a la música, que era devolver interiormente la categoría, la estética de unos cantos tenidos por populares, que había negado que existieran. Pero ya no los negaba sino que los estimaba en su verdadera función estética y quería restituir la nobleza de estas cosas que no se apren-dieron en Cuba y que no conocía la gente antigua. De ahí nacieron el Minué de los aires en re, destinado a los aires de lima, y el Minué de Santo Domingo, que tiene como subtítulo elogio del yambo. El SanBorondón es otra adhesión a los cantos populares. Lo que pasa es que a lo largo de estos minués hay un solo canto popular, la isa Palmero sube a La Palma. En SanBorondón hay varios. En los minués se repiten constantemente los temas, bien de los aires de lima o de santo Domingo, en ningún momento dejan de sonar. Y ahí está mi habilidad para no hacerlo monótono. Hay dos maneras de cantar el Santo Domingo ahora, en las dos está presente el yambo, un ritmo ternario. El yambo consiste en prolongar el segundo tiempo y apenas dejar una milésima de segundo para el último tiempo. Si fue-ran todos iguales llevarían a la monotonía. Mientras que si haces esta diablura, no. Eso aparte de quitar monotonía e imprimir una nove-dad estética, imbuía una cosa muy importante en el mundo, que son las tendencias interiores, el desasosiego. Esto lo logra el yambo. El yambo NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 59 es una cosa de nuestra historia cultural. Las letras de todos los minués son también mías. —De dónde nace tu vinculación con Wagner, el estudio de su música y cómo lo has aplicado a tu obra. ¿Es tu autor favorito? No es mi autor preferido. Lo estimaba y consideraba como cual-quier ciudadano, que tenía ciertas genialidades en la música. Pero hay una cosa en Richard Wagner que me cautivó y me sigue cautivando. De mis ensayos y disertaciones, el único que merece la pena de lla-marse investigación, en el que estuve, no sin interrupción, mucho tiem-po, casi cincuenta años, fue uno acerca de Wagner. El trabajo serio no es tanto por la música del compositor alemán pero sí por otro aspec-to más fundamental en mí y que es la afición por la comunicación. Hay dos motivaciones iniciales por las que entré en la comunicación en Wagner. El título es significativo, La comunicación en Wagner; la otra mostraba el aparato estrictamente musical. Trabajando en Diario de Avisos, en los primeros momentos que estaba allí, cuando se ubicaba en la calle Méndez Cabezola, enfrente, algu-nas veces sonaba música. Un día empieza a sonar Parsiphal y me inte-resó mucho. No entro, porque sería muy largo, en el matiz de intere-sar o gustar. El concepto interesar es seguir una pauta, ver cómo sigue esto o analizar; gustar, por el contrario, es ser inactivo, espectador de lo que algo te produce dentro de ti. La música, desde hace mucho tiem-po, me interesa. Me atreví a subir a la casa de enfrente a preguntarle y, así, me puse en contacto con la música de Wagner. Mucho antes, como detalle, había tenido otro contacto. Estando en Madrid, visita-ba las deliciosas librerías de viejo, donde encontré una edición para piano y voces de Parsiphal y la compré. No estaba imbuido en Wagner, pero quizás fue una premonición. Esto son los orígenes externos de lo mío con Wagner y que ha sido fundamental en mi vida. Desde aquellas fechas del Diario de Avisos, empecé a oír a Wagner y comencé a interesarme por una cosa. Tanto en sus textos como en su música, Wagner argumentaba, contaba un cuento, que en su últi-ma etapa se redujo a cuentos folclóricos de las sagas celtas y, sobre todo, 60 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE las nórdicas y sus dioses. Contaba una cosa en un cuento, con sus nombres, sus aventuras, sus muertes, su bajada al infierno. Y al pare-cer también lo trataba de contar con el sonido. Entonces me hice la pregunta, que casi tengo contestada tras cincuenta años: ¿Es posible entender un cuento que cuente la música?; ¿existe en la música algu-na posibilidad de semanticidad? Entonces me imaginé a un señor que no haya leído nada literario sobre Wagner y sus textos, sino que de repente lo metieran en la ópera Sigfrido, ¿es capaz de enterarse? Yo creía que no, y sigo creyendo casi que no. Esa fue y es la cuestión, ¿existe la semanticidad en la música? Entonces empecé a investigar, bueno investigar no, porque nunca he sido investigador, sino a tratar de entender, que puede ser una acep-ción modesta de investigar. Tratar de entender algo que me contesta-ra a la pregunta: ¿Es posible cierta semanticidad en la música? Entonces empecé a leer a Wagner. Hay mucha bibliografía en alemán y espa-ñol pero casi toda esta bibliografía es literaria, que exagera, y que in-cluso caricaturiza: con quién se casó, si le puso los cuernos o los ar-tistas que contrató y despidió. Casi todo lo que se escribe sobre Wagner es literario. Eso me interesaba, pero lo musical más. Descubrí también que había musicólogos que se ocupaban de responder esa misma pre-gunta. Eso me dio confianza, tenía en común con una serie de perso-nas importantes la misma inquietud. En general, las respuestas eran negativas. Y había otras respuestas que un poco, literariamente, con-sideraban la semanticidad de esto o lo otro. Entonces me dio por con-testarme yo; para ello debía entrar a fondo. Lo que tenía que hacer era estudiar las partituras de la segunda época de Wagner. En la pri-mera escribía ópera, mientras que en la segunda, de repente, atacó, insultó y ridiculizó las óperas. Ello, después de escribir unas cuantas óperas. Wagner empieza por no repetir ninguna melodía y eso lo lla-man los literatos melodía infinita. Entonces al haber una melodía infi-nita ya piensas que eso significa algo en cuanto a un cierto relato. De las «óperas» que ya no son óperas sino que rebautizó como dramas musicales, escribió cuatro nada más, y de otra manera distinta. Yo cogí uno de esos dramas, el mayor, que a su vez es un tetragrama, El ani-llo del Nibelungo, y empecé a estudiarla a fondo con mucho interés. Ponía NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 61 las partituras sobre la mesa de noche para leerlo. Esta circunstancia personal me ha favorecido mucho. No todo el mundo puede tener en su mesa de noche una partitura. A partir de aquel momento, me de-diqué a estudiar las partituras y a estudiar el siguiente planteamiento: Wagner tiene personajes a los que literariamente le sucede una cosa, y él escribe primero los textos. Pero Wagner creó un sonido muy bre-ve musical que representaba a Sigfrid en la música y a otros persona-jes; no a personajes, sino a situaciones, a panoramas, a cuestiones éti-cas (venganza, amor, etc). Él hizo una música con esto, uniendo esos pequeños motivos, leiv motiv, de manera que pudiera seguirse una su-puesta semanticidad oyendo la música. Lo que yo hice, entonces, que es mi gran labor a lo largo de cin-cuenta años, fue coger unos ciento cincuenta motivos de Wagner y hacer un fichero por cada uno de ellos, y en ese fichero figuraba el lugar donde sonaba el motivo; el motivo antecedente y subsiguiente, para ver si había una relación de relato a ese motivo; y la instrumentación de ese mo-tivo, si se localizaba a un clarinte, una tromba o un violín. Una serie de características del motivo, en fichas de cartulina. Y lo hice leyen-do, hoja por hoja. Así le fui siguiendo la pista a todos los motivos, hasta que después vino el bendito ordenador, en el que cada una de estas características las puse en columnas diferentes. Y así me pude contes-tar en qué drama pone más alusiones al anillo. El ordenador me ha servido para muchísimo, para escribir esos cuatro tomazos. Desde 2007 tengo el trabajo concluido. Entonces, ¿de ahí qué salió? Que con un previo conocimiento de la historia literaria, del drama, y un previo conocimiento y hábito de oír música, una persona podía seguir paralelamente lo que él recordaba de la historia literaria mediante la sucesión de motivos. Y eso fue una apor-tación tremenda para la gente. Porque todas las personas que escuchan a Wagner, se saben casi de memoria la historia, la música. Cada vez que Sigfrid se cabrea y coge la espada y va a matar el gigante, la gente oye el leiv motiv cabreo, el de la espada, entonces Wagner hace —muy aus-tero, porque es muy austero— que suene el leiv motiv apropiado. Es decir, el que oye la música tiene unas sensaciones nuevas, enormes, de revivir mediante su conocimiento literario y musical; una forma de entender 62 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE que es distinta y superior al simple conocimiento literario o musical. Esta unión produce una forma de comunicación diferente, mucho más in-tensa. Esto es un resumen de cincuenta años. Todo esto que les digo puedo justificarlo hablando tres meses seguidos. —¿Has aplicado alguna vez este sistema de composición en tu obra? Sí, he aplicado este sistema de composición. Mis carros alegóricos de la Bajada de la Virgen tienen una idea común, los tres. Hay un leiv motive escrito de María, de la verdad y de otros motivos. Lo he apli-cado a rajatabla, no con tanta suerte ni con tanto saber como Wagner porque en eso era un verdadero genio. Mas aún, Wagner haciendo esto que hacía, estoy seguro —podría demostrarlo— que en algunos mo-mentos era inconsciente de lo que hacía. Esto se traduce en que cuando escucho algo de Wagner creo que lo he oído con plenitud. Pero si pasa un mes y la vuelvo a oír encuentro muchas más reacciones que no me daba cuenta antes. En algunas cosas hacía unas maravillas de hilazón que eran inconscientes. Como decía, lo he hecho sobre todo en los tres carros, y también en SanBorondón con un único leit motiv, Palmero sube a La Palma, que está adaptada a la letra de Luis Ortega. Pero donde está clavado, con varios leit motiv, que los tengo perfectamente delimi-tados, es en los carros de la Bajada de la Virgen. —Perteneces a alguna sociedad wagneriana. Por gandulería, por falta de idiomas, un par de veces me han in-vitado de la mano de Jerónimo Saavedra. Únicamente me llamaron de Las Palmas, que hay una sociedad wagenriana, de la que me han he-cho socio de honor, a dar una conferencia sobre Wagner. Fue una cosa muy grata, amable. Y también pertenezco a una cosa de televisión que se llama wagnerada, catalana. Los catalanes fueron los primeros que se ocuparon de Wagner en España. Hasta hace poco convocaba, cada dos meses, una charla a un selecto público que se reúne aquí, mi cu-ñado, Juan Capote, y unos amigos más. El tema de Wagner ha sido uno de los más apasionantes en estos encuentros. En todo caso, esa NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 63 Cubierta de La comunicación en Wagner. 64 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE sería la única sociedad wagneriana a la que pertenezco, la de casa de Luis Cobiella. Hace mucho tiempo que no oigo Wagner. Y no lo oigo, entre otras cosas, por auto defensa, porque en la época que lo oía mucho estaba como tenso, adicto y eso se me fue. Es difícil que yo pertenezca a una asociación de esas porque requiere que seas un erudito literario de Wagner. En el fondo, no soy erudito por gandul, mejor, por perezo-so. Por pereza no he estudiado la asignatura histórica de Wagner. Solo sé hablar de semicorcheas, clarinete, la música y no lo otro. En este mundo no hay muchos que hagan lo que yo. No es una valoración, ni positiva ni negativa. Esas asociaciones disponen como condición principal que se sepan cosas de Wagner. —¿Ese proceso de comunicación lo experimenta con otros autores? En los autores llamados no roqueros, que tienen un leiv motiv. En la música que antes teníamos por clásica me es muy fácil detectarlo, pero hasta ahora no he tropezado con nada que sea lo de Wagner. Por ejemplo, un autor que tiene esto y muy desarrollado es Beethoven en la Sexta sinfonía, en la Pastoral. Incluso él al principio de uno de los momentos del compás, al principio de cada movimiento pone una indicación («se acerca la lluvia», «viene la tormenta») y para cada uno de estos momentos tiene, no un leiv motiv, sino una manera de desa-rrollar la música muy parecido a lo que sugiere una tarde en el cam-po. En algún momento llega hasta casi la onomatopeya. Por ejemplo, en la tempestad, además de recrear una lluvia con los violines, tam-bién pone un timbal como el trueno. Son cosas que nada tienen que ver con la música. Pero no relata nada y es que lo que Wagner inten-tó era contar sus cuentos con la música. Los músicos no lo intentan si es que tienen cuentos. Supongo que Chopin o Chaicoskiv no tie-nen un cuento que contar. —Wagner no pega con tu personalidad. Ni a mí. NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 65 —¿Hay una contradicción? En la música, nosotros oímos, conocemos de Wagner, normalmente, las cosas más características y aparatosas, como la marcha fúnebre de Siegfried o la cabalgata de Las valquirias. Con la estridencia no tengo mucho que ver. Pero Wagner en su relación de música es un hombre exquisito y tiene muchísimos más trozos de suavidad y de ternura que los de otro tipo. Hay un momento muy largo que prolonga, una valquiria lo desobedece y no permite que maten a Siegfried y él condena a la valquiria por desobediencia. Él quiere a ésta como a ninguna de sus hijas, no la mata, sino que la condena a un sueño eterno. Entonces la lleva a lo alto de un monte con un gesto de ternura inigualable. La deposita en una roca con una gran delicadeza. Llama al fuego, la ro-dea, para que nadie ose despertarla sino un caballero. En esa escena larguísima, cada palabra, cada sonido es una caricia. De estos sonidos hay una clarísima predominancia sobre los otros. No en la primera parte de sus óperas sino en los dramas musicales. Era un mago de las or-questas y él inventó e hizo crear instrumentos. Era un genio. La mú-sica de Wagner no me hace tilín, pero la gentileza, la suavidad y la emotivación de Wagner, me ganan, me pueden. V. LA LITERATURA —Las letras ha sido otra de tus pasiones. En el principio de todo esto está la educación de mi padre, que me enseñó a escribir, en el buen sentido de la palabra. Escribir es lo que se tiene que decir y nada más. Mi padre tenía un bufete, al que iba gente que sabía que era abogado y acudían para que le echara una mano, eran cosas de consulta para hacer, por ejemplo, una instancia para un ayuntamiento. Entonces me llamaba a mí con nueve, diez, doce años, para que hiciera dicho documento. Hacía repetir a la señora el problema, yo la oía, y le decía venga usted esta tarde. Hacía la instan-cia, era buen mecanógrafo, y luego se la enseñaba a mi padre, que me 66 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE decía, hazla de nuevo porque hay que decir una cosa que entienda el alcalde de ese ayuntamiento y nada más. Y a la cuarta vez lo conse-guía. La forma era lo fundamental, pero influía el estilo también: «fulano de tal y cual tiene el honor, y después pasaba a primera persona». Eso lo conservé cuando entré en el Diputado del Común. La pri-mera corrección que hice de los saludas que antes era besa la mano (BLM), «Luis Cobiella Cuevas debe contar con la consideración más distinguida y no sé qué» y taché eso. Pero, entonces, las personas que estaban conmigo y eran más avezadas en los temas de protocolo de la Administración me decían que había que ponerlo porque toda la vida se había hecho así. No, no «Luis Cobiella agradece su atención» o lo que quieran, pero no la consideración más distinguida, porque así me educó en las formas y en el fondo de decir las cosas; decir lo que se tiene que decir. Eran coñadas de esas pero que, en cierto modo, eran grandes revoluciones en el mundo. Mi padre me enseñó también a no gozarme de ser revolucionario, sino de ser revolucionario para comu-nicar mejor, que es una cosa muy importante. Así las cosas, empecé a escribir. Y las primeras cosas que escribí eran poesía, que es lo más fácil. Versos muchos, algunos de los cuales todavía conservo, y todo ellos destinados a mi padre, mi abuelo, mis hermanos. Y decían, mira lo que hizo el niño. Eso con diez años, más o menos. Recuerdo de la época, cuando empecé el instituto, en una oficina de recaudación que tenía mi padre, un empleado que era há-bil con las manos, me forró los libros. Le escribí: «En un libro bien forrado pongo mi agradecimiento, / que de uno solo entre cientos lo hace con tanto cuidado, / bien Brito, bien trabajado, yo le doy la enhora-buena.... / y me quedo con la pena». Una décima que escribía para Pancho Brito y para mi padre que se la enseñaba a mi madre. Esos eran mis lectores. Cuando amplié la audiencia algunos de esos versos fueron mis primeras publicaciones. En cuarto o quinto de Bachillerato, ya me estaba acercando a Elías Santos Pinto, todavía no a Manuel Henríquez, que no era de mi curso, pero formábamos un clan de bromistas y, en eso, sí fuimos revolucionarios. Inventábamos que unos señores que se re- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 67 unían debajo del ayuntamiento todos los días a descansar. Era el sin-dicato NQT (No Queremos Trabajar), y entonces, al mando de esta corporación, pusimos a un señor que se llamaba Pancho. Mientras que en la placeta de Borrero había una librería republicanoide, en donde parten las dos calles, al mando de un familiar de Andrés el Ciego, que se llamaba Juan Martín, bajito, menudito, entonces inventamos que contra ese sindicato NQT estaban unos esforzados dirigidos por Juanito el de la librería. Entonces compuse unas narraciones poéticas, pero dramáticas, comedias de las aventuras de Juanito de la librería contra Pancho el del sindicato. De esas se hicieron muchas. ¿Dónde iba esto? A los diez o doce compañeros que nos reuníamos a veces para hacer música, y otras para leer. Eran los espectadores. Todavía, Nica Loren-zo Salazar, la viuda de Manuel Henríquez, me devuelve alguna que encuentra por su casa. De esta época recuerdo alguna intervención en las clásicas fiestas de los estudiantes. Letras de himno, cronista deportivo en la prensa, con el seudónimo Palote, en Diario de Avisos. Eran crónicas muy espe-ciales porque no sabía mucho de deporte y le ponía mucha literatura, de fútbol apenas hablaba, sobre todo de basketball. Entre los estudian-tes tomó auge en aquella época el baloncesto. Tuvimos una época dorada cuando estábamos en cuarto curso. Los campeones eran sexto y sép-timo curso, donde jugaban grandes consagrados como Heriberto Galván y en cuarto curso jugaban menos consagrados. Uno que armaba mu-cho jaleo era Ezequiel Perdigón y una vez me protestaron ante el di-rector del instituto porque yo, en un derbi entre cuarto y sexto curso, descaradamente, omití todas las virtudes de los rivales. El director me llamó y tuvimos una pequeña discusión. En Tenerife, lo primero que escribí fueron colaboraciones para periódicos de cosas que me interesaban, como críticas de música. En un periódico que se llamaba Arriba España, en la universidad. Tam-bién había algún otro periódico donde se publican cuestiones de música. Lo que no recuerdo es dónde empecé a escribir alguna crítica de con-ciertos de la Orquesta Sinfónica de Tenerife, dirigida por Santiago Sabina. En el periódico publiqué mucho sobre poesía, arte (por ejemplo, una compañía que venía al Teatro Guimerá), todo eso con centro en San- 68 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE ta Cruz de Tenerife. Como todo crítico que quiere ascender en el es-calafón de la crítica hablaba mal, pero justificándolo. Hacía crítica de poesía, musical y cosas del estudiante, de la universidad. Antes, en Madrid, no hubo nada. Ni siquiera Luis Cobiella. Hay un soneto que no recuerdo de quién que dice «paró el chapeo, y no hubo nada». Decentemente, mi primer escrito es «La música popular en la isla de La Palma», publicado por Revista de historia. Los patrocinadores de acercarme a la imprenta fueron Juan Régulo Pérez y la persona con la que él trabajaba muy unida y que lo protegió mucho en tiempos de persecución, Elías Serra Ràfols, que era el decano de la Facultad de Filosofía y Letras. La de la música popular fue una publicación casi honesta porque decía de verdad, y los ejemplos que cogía de niños eran auténticos, que me llegaban a través de compañeros de Fuerteventura. En una composición musical que tengo y que se ha tocado en varios sitios, en Madrid o en La Laguna, que son cinco nanas, ahí incluyo un arrorró, una canción de una señora de Fuerteventura, que me la traspasó un compañero de curso de aquella época. El artículo estaba hecho con bastante honestidad, pero también con un sentimiento de reacción. Era reacción contra el canarismo faciloide. Allí estaba la Sección Femenina, las folías, las tales y las cuales. Yo intuía, más que nada, que sí puede haber canarismos, pero que es verdad que hay un grado de cultura de un pueblo semejante al de una sociedad de otro lugar. Echaba puntas contra las folías y las cosas establecidas, y recuerdo que don Elías las tachó y corrigió con cabreo mío. Ese fue mi primer escrito serio y que tiene su valor. Estaba en la universidad, no recuerdo si en el últi-mo curso o en la tesina. Y después de esta publicación vinieron los libros. Un primer libro es Versos sin paisaje, editado por Juan Régulo. Era una poesía de mu-cho tiempo, una mala, otra menos mala, fue hecho con mucho cariño por diez o doce amigos. Ahí hay alguna cosa que ya tenía una nota universal, de las que a mí me gusta siempre poner, sin presumir ni nada, pero universal. Y después, ya no me acuerdo el orden. En revistas li-terarias he publicado muy poco. Porque no me salía. Yo siempre he tenido una opinión que a mis últimos años, hace dos o tres, la estoy reformando sobre le valor de mis creaciones, tanto literarias como NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 69 Cubierta de Versos sin paisaje. 70 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE musicales, de que tenían un valor relativo. Y dudaba de si ese valor podía ser objetivo. —Parece que la creación literaria te suponía más esfuerzo que la compo-sición musical. Sí es una acertada intuición, la creación literaria me cuesta más esfuerzo. Un poquito de más esfuerzo. Pero la creación literaria en mí —hablo en mí porque en otros no suele ser así— únicamente tiene en común el primer término: la creación. En mí, lo literario y lo mu-sical, eran cosas completamente distintas que no admitían coyundas o alusiones. Lo veía así, sobre todo, porque estaba harto de que desde el mundo de lo literario se abordara la cultura musical. Se presumía de conocer las circunstancias humanas, sociológicas de las músicas, orquestas, compositores, pero, sin embargo, nunca se referían a una estructura musical hecha de pentagrama, de bombardinos, de bandas de música. Eso me cabreaba un poco. No tiene sentido decir que una sinfonía era como una lluvia bajada del cielo, no tiene sentido, es ab-surdo decir eso. En todas las descripciones literarias de la música ado-lecen de esta cosa un poco romántica. Lo que no quiere decir que haya personas que escriban sobre música en serio con gran categoría litera-ria, pero son una minoría. En cuanto a lo literario, escribí siempre pensando que era algo de andar por casa. En la música escribí de otra manera, pensando que no era suficientemente conocido ni enseñado en qué consiste el ser de la música. El músico graduado adolecía entonces, ahora no, de cultura. Los músicos eran incultos, de los años cuarenta en adelante no. Des-pués me di cuenta de que había un craso error de la enseñanza de la música, la oficial, reducida a la enseñanza de los modos para hacer música. Se enseñaba cómo se tocaba un piano, un violín, cómo se cantaba una partitura, pero era una enseñanza de los cómos, de la téc-nica. Esa enseñanza causó dos grandes dificultades: una que para en-señar a una persona cómo se toca un piano o un violín, con los mé-todos existentes, no se hace en uno, dos, tres, cuatro, cinco o seis años, sino en más; dos, que asumiendo la llamada creación musical, la ar- NOTAS DE UNA VIDA. ESTAMPAS Y RECUERDOS DE LUIS COBIELLA 71 monía, composición, la historia de la música, jamás se enseñó cómo Bach sintió una inquietud musical a los siete años, sino que se hacía una mera biografía de los autores en la historia de la música. Enton-ces había y todavía hay en el mundo de la música un gran despiste o equivocación porque se enseña la técnica y no la música. ¿En qué consiste la música? Había una asignatura que se da en los últimos años de los conservatorios, Armonía, y consiste en decir cuando tú vayas a componer y pongas en un pentagrama esta nota y esta otra, está pro-hibido poner una nota que tenga una diferencia con otra, sino una se-mejanza. Es decir, había una técnica para producir lo que era agrada-ble. Y esa técnica era al revés, estaba en el fondo determinada por lo que era agradable que se tradujo en una técnica. Un sonido agradable lo acierta cualquiera tanteando en un piano, la armonía se deduce al revés, poniendo do-mi-sol. Pero la pregunta es al revés: ¿por qué agrada do-mi-sol? Esa es la música, lo otro es la técnica. Para mí es funda-mental: por eso nunca acabo de llegar a fondo en mis charlas musica-les, en las que tengo cierta prevalencia por mis composiciones, no por mis opiniones. VI. EL OFICIO DE LA COMUNICACIÓN —Una de tus grandes actividades ha sido los medios de comunicación social. ¿Cómo comenzaste? Mi relación con la prensa se inició con las crónicas deportivas. Con el pseudónimo de Palote me estrené, constreñido al baloncesto, pero siempre sin mucha ciencia sobre lo que escribía. Es decir, sabía cuan-do describía un partido lo que era falta o no, pero discutir si un árbi-tro se equivocaba o no, no era capaz de hacerlo. Nunca he sido muy erudito en las cosas que escribo. Tenía mis cordiales encuentros con personas que le disgustaban, porque eran cosas más bien de tipo aní-mico y temperamental: «entonces, Perdigón, con la fiereza de un león». Lo que no sabía era si debía correr a la derecha o a la izquierda. Des-pués, como todos los palmeros somos tendentes a dejar pasar las co- 72 DAVID SANZ DELGADO, MANUEL POGGIO CAPOTE sas —al palmero no le tienes que estar rogándole algo, mándaselo— pasé a otros asuntos. En La Laguna estaba marcado por los periódicos El Día y La Tar-de. Se tenía que ser periodista o próximo a periodista para publicar en ellos. Había un periódico del SEU llamado Arriba España, está clara su tendencia, ¿no?, donde me dejaban poner lo que me daba la gana. Yo en ese entonces era del régimen, vamos no era antirrégimen y escri-bía lo que me daba la gana. Si oía un disco de Schuman y Chopin, las diferencias entre uno y otro, lo ponía; sobre la enseñanza, lo mis-mo. Pero siempre sobre lo genérico que es fácil. Estando en Tenerife contribuí con varias aportaciones en Revista de Historia Canaria. Fue, a través de Juan Régulo y don Elías Serra, entonces decano de la Facultad de Filosofía. Juan Régulo me hizo el favor de aceptar mi primer trabajo serio sobre música popular. De eso da la casualidad que sí sabía entonces. Y escribí un artículo grande sobre la música popular en Canarias que, recuerdo, don Elías Serra me co-rrigió algunas exageraciones mías que iban contra la creencia general sobre la música popular en Canarias. Porque sin querer, se podría co-legir de mis afirmaciones puramente técnicas y especializadas sobre la música, inconveniencias de tipo político. Por ejemplo, en la música popular no había nada más que una autoridad que no residía en los conservatorios, sino en la Sección Femenina de la Falange, en toda España, y su digno trabajo sobre la música tradicional eran las que se decían en este foro. Después estaba el pensar fácil de la gente sobre la opinión de la música popular. La música popular era |
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