NOTICIAS GENERALES HISTÓRICAS
S O B R E
LA ISLA DEL HIERRO
UNA DE LAS CANARIAS
POR
DACIO VICTORIANO DARÍAS Y PADRÓN
CRONISTA DE LA VILLA DE SANTA MARÍA DE VALVERDE
Y OFICIAL DE LA EXPRESADA ISLA
IMPRENTA CURBELO
SAN CBISTÓBAL DE LA LAGUNA
AÑO DE 1939
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KS PROPIEDAD DEL AUTOR
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PÁGINA ÍNTIAVA
DEDICATORIA FILIAL
A la memoria de D." Guillermina Padrón de Darías
V YIO se ofenda ¡a respetable memoria de tu esposo y
" - - V J S O padre mío, veterano militar que en Filipinas
supo derramar bizarramente su sangre española, defendiendo
el honor de la Bandera que había jurado, si afirmo
que es de tí, sombra venerable de mi madre, de quien
aprendí principalmente a conocer desde niño, los austeros
principios de la rectitud, de la honradez y de la
hidalguía, propios de una persona bien nacida en el seno
de una familia decente. Es de ti, mujer que fuiste virtuosa
y buena, modelo de esposas fieles y de madres abnegadas,
de quien aprendí a practicar el honrado culto de mis
abuelos; es de tí, de quien heredé como primogénito tuyo,
a falta de caudales materiales, un mayorazgo espiritual,
que culmina en blanca bandera en que están escritos,
bordados por el oro de esenciales virtudes heredadas,
los lemas de amor a la familia y a su decoroso porte, de
patriotismo sin jactancias, de respeto al prójimo, que es
la mejor garantía de que se nos guarde a nosotros mismos.
Enarbolando casi siempre esa bandera, aun en los
trances más difíciles de la vida, he podido acaso vanagloriarme
de intentar acrecer, nunca disminuir, el acervo
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del honrado hogar donde nací, que aunque se carezca
tota/mente de bienes de fortuna, obligados estamos a
vivir con dignidad, nunca con vileza y desdoro de los
apellidos que ostentamos, por modestos que ellos sean.
Esta obrita, madre que me escuchas desde ultratumba,
valdrá poco, sin duda alguna, para los extraños; pero
para mí vale un tesoro, porque se refiere históricamente
a la pobre tierra que hace años me vio nacer; es el
resultado de mis mayores afanes y hasta de sacrificios,
si cabe, en los que he tenido que superar no pequeñas
dificultades; esta obra tiende a examinar, desde un punto
de vista ponderado y ecuánime, el pasado herreño; propende,
madre dilectísima, a enaltecer el terruño, a nuestro
terruño. Sería, pues, de tu agrado si aun vivieras, enor-gulleciéndote
seguramente del tosco esfuerzo por mí
realizado; por eso la ofrenda a tu santa memoria, lleno
de emoción y de respeto filial, tu amante hijo,
La Laguna, 3 de octubre de, 1929.
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PROLOGO
Al escribir estas sumarias noticias sobre la ausente
y querida Isla nativa, llevados, por otra parte, de
nuestras aficiones ordenadas, de ordinario, al conocimiento
de nuestro ayer canario, no hemos pretendido agotar la
materia, pues decimos poco interesante a los familiarizados
con esta clase de estudios, de quienes siempre tendría que
aprender el autor. Únicamente hemos pretendido recoger
en estas modestas páginas, metodizándolos en lo posible,
todos los apuntes que, en una paciente labor de varios
años, hemos recogido rápidamente, de aquí y de allá, en
bibliotecas y archivos, respecto a lo poquísimo que sobre
la Isla del Hierro se ha tratado.
Esa tarea ha sido—no podemos menos de expresarlo—
harto dificultosa, no sólo por la natural carencia de las
dotes que deben adornar al historiador y por la situación
económica bastante modesta del que escribe estas líneas,
sino que sus investigaciones han tenido que tropezar con
la falta de fuentes que para esta pequeña historia serían
tan interesantes, como los libros capitulares del secular
Cabildo herreño y la documentación pública de sus antiguos
escribanos, todos ellos desaparecidos en el reprobable
incendio de que fueron objeto las Casas consistoriales
de Valverde en 1899, consumiendo totalmente uno de los
más antiguos archivos que se conservaban en estas Islas,
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vm
importando muy poco que, a nuestra costa y sin ajenas
ayudas, que hubiera sido completamente inútil solicitar de
Corporaciones llamadas a prestarlas, hubiéramos realizado
rápidas investigaciones en casi todos los archivos de carácter
público y privado en que sospechábamos poder lograr
algún fruto, como el parroquial de Valverde, que también
sufrió un segundo incendio a mediados del siglo XVIU, el
del Obispado de Tenerife, el de la Audiencia de Canaria,
bastante maltrecho, el del Museo Canario, el del Cabildo-catedral
de Las Palmas, el de la Casa condal en Adeje, etcétera
etc., habiendo encontrado en todas partes, especialmente
en los archivos de fuera del Hierro, grandes facilidades
para las búsquedas, por lo que públicamente testimoniamos
a todos sus jefes o encargados, nuestra más
expresiva gratitud.
Si hemos tenido la audacia de lanzar al público esta
obrita, la más importante de las pocas que ya hemos
dado a la estampa, lo hacemos como parece natural,
principalmente con vistas al modestísimo público herreño,
por lo general falto de tiempo y hasta de preparación para
estudios de esta índole, especialmente locales, que puedan
servirle de freno, de guía y de enseñanza, en el ingrato
campo de sus actuales luchas de partidismo y enconadísima
política, que tanto han venido, desde antiguo, perturbando
la amistosa convivencia de aquella reducida zona
sociable. En estas páginas tropezaráse, en más de una
ocasión, pues hemos puesto nuestra pluma al exclusivo
servicio de la verdad, con hechos reprobables, pero tampoco
faltan episodios generales y particulares de una gran
ejemplaridad que poder imitar, siguiendo sus honrosos
pasos y procurando, a la vez, poniendo de nuestra parte
un poco de patriotismo, desterrar de nuestros hábitos y
costumbres, el peso muerto de nuestras heredadas disdiscordias
intestinas.
Casi todas las Islas, además, han tenido sus historiadores
locales, no siendo el Hierro, por fortuna, una excep-
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ce
ciórt en esto, porque la pluma de un hijo notable de
Garachico, avecindado tn la villa de Valverde y de los
más eruditos Escribanos de su Cabildo, Bartolomé García
del Castillo, escribió a principios del siglo antepenúltimo,
como dice Viera y Clavijo, las Aiiíigüedades del Hierro,
que el ilustre Arcediano de Fuerteventura no tuvo inconveniente
en aprovechar casi íntegras al escribir la notable
y elegante Historia de las Canarias. Pero faltaba que uno
que haya mecido su modesta cuna en el reducido solar en
que patriarcalmente imperó el infortunado Armiche, cuyo
eco lastimero todavía repite la tradición que unge con su
elegiaca poesía los ingentes acantilados del solitario puerto
de Naos, mudos y solemnes testigos de la villanía que
empañó para siempre la reputación de Bethencourt; sólo
faltaba- repetimos—que uno que haya alimentado su espíritu
con la influencia de lejanas y asaz olvidadas tradiciones
herreñas, ligado a su pobre suelo por los vínculos del
nacimiento y de la sangre, la misma que circulara en gran
parte por las venas de sus primeros pobladores, escribiera
su historia con el cariño y hasta, si se nos consiente, con
el desapasionamiento que en manera alguna pudo poseer,
en grado parecido. García del Castillo, extraño al Hierro y
protagonista de algunos sucesos, que puso en estado de
crónica. De la primera de aquellas cualidades responde con
su cariñoso aval, no sólo una partida de nacimiento, sino
que una mujer herreña, digna y virtuosa señora, nos llevó
legítimamente en el sagrario de su seno maternal; de la
segunda, una larga ausencia de la Isla nativa, amén de una
escasísima intervención en sus caldeadas contiendas políticas,
para las que nunca hemos escatimado censuras, nos
colocan en condiciones de estudiar serenamente algunos
hechos y cosas pasadas en las que, por fortuna, no hemos
tomado parte.
Desde el altísimo Tabor, pues, del patriotismo nativo,
que para el autor de estas líneas siempre ha constituido
un verdadero y cálido culto, se irán desenvolviendo en las
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páginas de este libro, aunque en forma fragmentaria, diversos
episodios del ayer insular herreño, procuran Ja liacer-nos
eco, quizá trivialmente algunas veces, de toda la
mayor cantidad de manifestaciones internas y externas en
la actividad humana, de los que nos precedieron en el
teatro vivido de otras épocas. Por desgracia, ese conjunto
de parciales monografías, que no a otra cosa viene a
reducirse esta histona, no serán expuestas con la maestría
de un historiador, que estamos muy lejos de aspirar a
ello, pero si animados de un buen deseo, que acaso sea
merecedor de la benevolencia ^ue, rendidos, pedimos a
nuestros lectores, por las muchas deficiencias que en su
contenido se observarán, tanto de forma como de fondo.
Por último, fáltanos sólo, ai intentar este pobre ensayo
histórico, en el que hacemos la protesta de ser meros
continuadores de escritores elogiados por la crítica, mejor,
si acaso, insignificantes obreros que aportan su grano
de arena a la obra de la Historia, aún incompleta, de la
Región, rendimos desde aquí a esos maestros, a quienes
ha dado el espaldarazo la musa Clío, el rendido tributo de
una gratitud sinceramente admirativa.
Cf Jaíor
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LA ISLA DEL HIERRO
(DEL POEMA DE VIANA)
Asimismo confirma esta sentencia
Capraria o Hern, que agora llaman Hierro,
Que el nombre Capraria significa
En su lengua grande/.a, Hero fuente,
De que le dieron titulo a la isla
Por la gran maravilla de aquel árbil,
Que mana el agua, que les da sustento.
Parece más del cielo providencia,
Que efecto de Natura este misterio.
Tendrá la ifla en torno veinte millas
Sin fuente caudalosa, arroyo o ríos,
De que puedan gozar sus naturales;
Mas por remedio de esta grande falta,
Permite el Hacedo' de cielo y tierra,
Que en un inútil cerro, cuyo asiento
Está situado en medio de la Isla,
Haya un árbol tan fértil y vicioso.
Que de las puntas de sus verdes ramas,
Pimpollos, hojas y cogollos tiernos.
Destila siempre líquidos humores,
Y perlas o celeste aljófar
Claros roclos de abundantes aguas
Que por los gajos van incorporándose
Al tronco, llegan en corriente arroyo,
Y transparentes bulliciosas riegan
Todo el contorno de la tierra dura.
No le ofenden del tiempo las ruinas,
Ni se agosta, marchita, ni consume;
No muda hojas, ni renuevos cría.
Que siempre está en un i,er que fuera impropio
A la virtud, que es iiatural mudarse.
Llámase Til el árbol, y otros muchos
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Hay, pero no de tanto bien dotados,
Y aunque todos esotros son estériles,
De pocas ramas cual cipreses altos,
Este, como fructífero, parece
Que por mayor grandeza del misterio
Es más vicioso, féitü y copado.
Decían los antiguos naturales,
Que alguna nube en sus espesas ramas
Destilaba las gotas que resuda,
Mas engañóse la opinión gentílica,
Que en si filosofía ha de fundarse.
Se vé que la virtud que tiene oculta
Atrae por su raíz del centro estilice
Al húmido elemento, como suele
Mover la piedra imin al tosco hierro.
Tan suaves, templadas, transparentes,
Y saludables son aquestas aguas.
Que satisfacen al humano gusto,
La sed mitigan, y el deseo incitan,
Y asi, no solamente suplen faltas,
Sino que son sus obras sobras siempre.
Provéese de allí toda la isla,
Y para asi hacerlo, se recoge
El agua en una alberca al pie del árbol
De donde la reparten con buen orden,
Pero los naturales conociendo
De aqueste buen concierto, con industria
En el lugar do agora está la alberca
La entretenían en un grande médano
De muy menuda, blanca y limpia arena,'
Y para poder dársela al ganado,
O proveerse fácilmente, hacían
Fuente pequeña o grande a su propósito,
abriendo hoyos en la arena móvil.
Usase hasta agora llamar Heres
A semejantes partes, donde el agua
Se suele entretener, y en aquel tiempo
Capraria se llamaba el árbol fértil,
Hera, la arena donde el agua e.staba
Y Hero aquella venturosa isla
A quien dijeron los de España el Hierro^
Siéndolo el corro nper el nombre propio.
(Canto I, Antig. de las islas Afortunadas).
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X I I I
s o NETO
LA ISLA DEL HIERRO
Tú, de las siete Hespérides quizá la más osada,
te adelantaste a todas en el < Mar Tenebroso»
y allá en el horizonte clavaste la mirada
taladrando el enigma del confín pavoroso.
Por tal atrevimiento fuiste asaz castigada;
tu padre el viejo Teide, el vigía-coloso
del misterio oceánico te dejó transformada
en una inmensa roca bajo un cielo ardoroso.
Y el sol lanza sus dardos y tu sed acrecienta,
y los siglos desfilan en su teoría lenta,
sin que nadie destruya tu raro encantamiento.
Eres la esfinge pétrea del desierto marino.
Ya violado el enigma, descifrar es tu sino
el eterno coloquio de las olas y el viento...
Manuel Verdugo
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PERIODO ¡PREHISTÓRICO
I
TIE/AFOS PRIAITIVOS
ANTROPOLOGÍA Y ETNOGRAFÍA EN GENERAL
Algún tanto obscuros resultan los datos que de los
albores de la Prehistoaia, se tienen en el día, acerca
de la procedencia de la raza aborigen canaria, ignorándose
a punto fijo la fecha ni siquiera probable, de su instalación
en este Archipiélago, si bien son, a nuestro indocto juicio,
muy estimables y documentadas, las hipótesis que sobre el
particular ha venido desarrollando en Revista de Historia,
publicación nuestra lagunera, el escritor tinerfeño señor
Bonnet y Reverón. Pero en lo poco que de esto habremos
de decir, recurriremos siempre a la reputada opinión de
autores consagrados al estudio de la Antropología isleña,
cuyo desarrollo adquiere de día en día, más firmeza y
rigorismo científico.
En nuestras Islas, no han faltado determinados y
prolijos estudios hechos en presencia de cráneos y otros
huesos de la extinta raza guanche, comenzando por Sabino
Berthelot y siguiendo por Bethencourt Alfonso, Ripoche y,
sobre todo, por el Dr. Verneau, de nacionalidad francesa,
que pasa por ser el sabio extranjero que, después de
dedicar largo tiempo al estudio particular de las antiguas
razas del Archipiélago, ha llegado a establecer en gran
parte, conclusiones definitivas.
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Admite Verneau tres elementos étnicos en la raza
primitiva, a saber: la guanche, de gran estatura, que pobló
todas las islas; la semita, corriente sobre todo en Gran
Canaria, Palma y Hierro, y otro tercer tipo, no muy bien
estudiado hasta hace poco, muy importante en la Gomera
y acaso en Gran Canaria y Tenerife, el negroide,
El tipo guanche era de piel clara y sonrosada, cabello
rubio y ojos azules; cráneo alargado, dolicocéfalo, y frente
amplia, occipucio saliente y proyectado hacia atrás, ofreciendo
el conjunto del cráneo, forma poligonal. Cara baja,
estrechándose de arriba hacia abajo, órbitas prolongadas
en sentido horizontal y fuertes arcadas superciliares; nariz
mediana, recta, corta y ancha; pómulos salientes con
proyección hacia delante del maxilar superior y muy
tuerte el inferior, dando lugar a una barbilla saliente y
ancha; fémur muy grueso y tibia en forma de hoja de
sable, ofreciendo en general su esqueleto gran espesor,
demostrativo de la fuerza y vigor de esta hermosa raza.
En cuanto al tipo de la población semita, era de estatura
mediana, color moreno, cráneo de óvalo perfecto,
mesaticéfalo o subdolicocéfalo; cara alta y delgada, ojos
altos y bien abiertos con arcadas superciliares poco prominentes;
nariz larga, que continúa la curva frontal; pómulos
deprimidos, maxilares estrechos y la dentadura sin el
gastado oblicuo de los guanches. El conjunto del esqueleto
acusa una finura muy característica, en contraposición de
lo que acabamos de ver respecto a los guanches.
Por lo que se refiere al tercer tipo, cuyos caracteres
al parecer nigroides, han venido a definirse últimamente,
presenta un cráneo corto y narices anchas, habiendo sido
elemento muy numeroso dentro de la primitiva población
gomera, en la que escaseó o no existió, la raza semítica.
Hablando de tal raza, expone Verneau lo que sigue:
«Otro tipo, de cráneo corto y narices anchas, cuya procedencia
se ignora, constituía una pequeña minoría de Canaria
y el Hierro^ y abundaba en la Gomera. Era de pequeña
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estatura, y sepultaba sus cadáveres sin momificar en
cuevas. De donde y cuando vinieron a Canaria, Hierro y
principalmente a la isla de la Gomera, aquellos hombres
de cráneo corto y narices anchas, es un problema que aún
está por resolver.»
Investigaciones recientes de otros antropólogos, como
Meyer, Bertholon, Von Luschan, etc., no han vacilado en
catalogar tal tipo, que es braquicéfalo, con el llamado
armenoide, oriundo del valle del Ural en Asia.
Se cree que los guanches proceden remotamente de la
raza cuaternaria de Cro-Magnon, que establecida en el
suroeste de Francia, emigró hacia el Sur, pasando por la
Península hispana y llegando al Norte de África, desde
donde, se supone, se dirigieron, antes de la época romana,
a Canarias. De la misma manera pudieron pasar, desde la
costa noroeste de África a estas Islas, sig'iiendo su constante
éxodo de oriente a occidente, los semitas, que representaban
una civilización más adelantada que la guanche.
Nada se sabe de la transmigración del tercer elemento;
pero en lo que se conviene en la actualidad, es en que los
tipos antiguos de población, no han podido ser eliminados
de las Islas, a pesar de la conquista. Así los habitantes
actuales de la isla del Hierro, según observó de visu el
mismo Verneau, altos, rubios muchos de ellos, sobre todo
en Azoía, presentan muy bien marcados los caracteres de
la raza guanche, y a tales rasgos, se une la perpetuación
de antiguos usos y costumbres, aunque cada vez máj
desdibujados, de los aborígenes. El gofio, alimento común
a todas las Islas, los majos o abarcas, corrientes hasta
hace pocos años, el tango herreño, reminiscencias de sus
antiguos bailes y cantos, etc. etc., ¿son otra cosa sino fiel
y exacto reflejo del género de vida de la antigua raza
vencida?
Nuestro malogrado y eminente compatriota, Menéndez
y Pelayo, comentando la probable hipótesis del origen
africano de nuestras antiguas razas isleñas, manifiesta que
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aquélla «se presenta desde luego con todos los caracteres
de verosimilitud, puesto que las Canarias, geográficamente
consideradas, son un fiagmento del continente africano,
del cual no están separadas mas que por un pequeño brazo
de mar». Sabios antropólogos, ios señores Calderón y
Antón, entre ellos, sostienen también que las Islas Canarias
fueron pobladas por la raza, correspondiente al periodo
paleolítico, ya expresada de Cromagnon; pero es claro que
los caracteres raciales en cierto modo ideales, tuvieron
luego que ser algo modificados en Islas, por razón del
clima y otras circunstancias, porque el tipo indígena de
que ya hemos expresado se conservan algunos restos en
determinadas localidades rurales, fué como nos lo presenta
en su conocida obra el Sr. Berthelot, de tez tostada, frente
saliente y un poco estrecha, ojos grandes, rasgados y
melancólicos, nariz recta con ventanas dilatadas, cabello
crespo y espeso, cuerpo seco, robusto y musculoso, de
estatura mediana, una veces, y otras, más que mediana.
El Dr. Tamagnini que se ha dedicado a estudiar antropológicamente
la raza aborigen canaria, ha obtenido de la
del Hierro, los siguientes datos: índice cefálico horizontal,
1. 14; vertical, o. 33; alveolar, 2. 83; facial superior, I. 72;
nasal, o. 85; orbitario, 1. 03.
Ciñéndonos a los bimbapes o bimbaches, nombre con
que en su dialecto se designaron a sí propios los primitivos
habitantes del Hierro, se sabe que eran de mediana talla, de
constitución fuerte, movimientos ágiles, carácter animoso
y sostenido; pero como todos sus congéneres isleños,
propensos a una melancolía que culminaba en una «modorra
», propia de los guanches, que tantos estragos causó
en esta extinta raza.
Los bimbaches hablaban un dialecto, aunque diferente
al privativo de cada Isla, afín en cuanto a sus terminaciones
o afijos y en su espíritu o genio. He aquí algunos de
los vocablos catalogados en su Etnografía por Berthelot:
Ahuhero, nombre de persona; Hacomar o Jacomar, ídem;
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Yone, adivino; Guarasoca, nombre de mujer; Ferinto o
FeJinto (no lo trae Berthelot), nombre de guerrero o de
principe; Verdomo, palo o instrumento de guerra; tamarco,
capa o túnica; tasufre, odre; achemén, leche; aculan, manteca
fresca; chivato, cabritiilo; coruja, mociiuelo; guarní,
salvaje o silvestre; guirre, especie de buitre; jubaque,
oveja gorda; car/seo, laurel silvestre; gánigo, vasija de
barro; bubango, calabaza; Armiche, príncipe, etc.
El erudito escritor lanzaroteño don Antonio María
Manrique, que publicó algunos trabajos sobre el lenguaje
de los primitivos canarios, completa la anterior lista con
algunos vocablos herreños, que seguramente pudo recoger
durante su permanencia en el Hierro, donde fué su primer
notario público: auarita, nombre que asegura era designada
la isla, voz que hace derivar del árabe auar, tuertos,
advirtiendo que los bimbaches condenaban a la ceguera a
los reos de hurto o robo, y que los palmeros conocían al
Hierro con el nombre de Benajuate, cuya voz parece tiene
alguna relación con la arábiga guareb, gruta o cueva; Ben-tejuí,
que significa en árabe hijo del vacío, en sentido
festivo o despectivo.
El historiador citado intenta con más o menos fortuna,
buscar el origen etimológico de otros términos antiguos
herreños. Así cree que bimbachos, bimbapes o bimbapos,
proceden del árabe bimbeito, «hijo de su casa»; Garoé,
Garas, Garse, supone puedan venir del árabe gars, plantar
o garcía, árbol que produce un aceite, inclinándose a creer
que los indígenas llamaron al Qaroé, jarao;guan, «hijo de»;
herez, cisterna, dio lugar a hero; íamasaque, tanza, de la
voz árabe tamasaliu, «empuñar fuertemente»; tasufre, odre
grande, de tesufra, zurrón; aranfairo, o aranfaibo, cerdo
sagrado, del árabe tiharan, sagrado; Moreiba, ídolo femenino,
del árabe M'reiba, derribada. (V. Revista de Canarias,
tomo III, año 1881, págs. 305 y siguientes). No damos a
estas observaciones del curioso observador lanzaroteño,
otro valor que el de simples ensayos de un aficionado a
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cuestiones filológicas, hechas con mejor buen deseo que
verdadero fundamento científico, por más que nosotros nos
reconozcamos incompetciiies para ju/.gar la materia, aunque
puede que en algunas apreciaciones haya acertado
nuestro escritor.
Respecto a filología indígena, poco ha adelantado Ja
ciencia hasta ahora, por lo que todos esos catálogos de
palabras que sin maduro examen son recogidos en obras
por algunos escritores, deben ser siempre acogidos con
reserva. Esa observación que hace tiempo hizo D. Marcelino
Menéndez y Pelayo, la condensa en los siguientes párrafos
de su conocida obra sobre los Heterodoxos españoles:
«A los datos de la Antropología—escribe—pueden añadirse,
aunque con mucha cautela, los de la lingüística que según
creemos, no han sido todavía aquilatados por un verdadero
filólogo. La desaparición de las lenguas indígenas debió ser
bastante rápida, pero han dejado muchos rastros en la
toponimia local, en gran número de voces conservadas
por los antiguos cronistas y en otras que se han entrado
como provincialismos en el castellano actual de las Islas.
Eran, por tanto, dialectos de una misma lengua madrt y
las modificaciones que habla experimentado, se debieron
al aislamiento en que vivían unos de otros los antiguos
canarios, guanches, palmeros, etc. Berthelot, que trató
esta materia con el pulso y discreción que acostumbraba,
insiste en la analogía e identidad de algunos de los nombres
canarios con ciertas denominaciones topográficas, nacionales
e individuales, que se encuentran en el África occidental,
y más particularmente en el país ocupado por los
bereberes.» El mismo Menéndez y Pelayo consigna antes
el hecho de que el historiador Marín y Cubas extravió la
investigación filológica con soñadas o fantásticas etimologías
griegas, persas y egipcias, pero que Viera y Clavijo
enfocó mejor el asunto al hacer notar la afinidad de los
dialectos isleños con la lengua que se habla en las montarlas
de ¡barruecos, de Sus y de otras partes de ¡a Berberíd
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meridional. Continuando el autor de que venimos ocupándonos,
sus acertadas observaciones sobre tan intrincado
problema, añade: «Pero habiendo coexistido en Canarias
dos razas principales, la de Cromagnon y la semítica, ¿cuál
de las dos fue la que impuso su lengua, suponiendo, como
generalmente se admite, la identidad radical de los dialectos
isleños? Cuestión es que no he visto tratada en ninguna
parte, y que acaso no lo será nunca, porque los vestigios
lingüísticos no parecen suficiente para resolveilo... no
siempre la lengua es signo de raza. Quizá estos arcanos
lleguen a descifrarse alguna vez con ayuda de las pocas,
pero interesantes inscripciones que van apareciendo en
Canarias. >
COMO VIVÍAN LOS BIMBACHOS: SUS USOS Y COSTUMBRKS:
De nuestros aborígenes, sabemos en general, muy poco en
la actualidad. La isla del Hierro, por otra parte, nunca tuvo
historiadores que hayan recogido de labios de sus propios
naturales o aborígenes, algunos datos sobre usos y costumbres.
Lo poquísimo que Viera, y antes que él otros, nos
dice de la raza o familia bimbache, quizá lo hubiese tomado
en gran parte, del cronista Bartolomé García del Castillo,
que escribió a principios del siglo XVlll, las Antigüedades
de la Isla del Hierro, dedicadas por su autor, al Conde de
la Gomera, su señor.
Las ocupaciones habit"ales de los naturales herreños
eran el pastoreo, cuyos numerosos ganados estaban acostumbrados
a pasarse sin abrevar, o más bien supliéndolo
con la frescura de las raíces de algunas plantas forrajeras
y con el agua semi salobre de algunos pozos, como el hoy
medicinal de Sabinosa. También ejercitaban la pesca, especialmente
la captura de mariscos. Los quehaceres corrientes
de sus mujeres, eran el arreglo de sus comidas, fabricación
de quesos, confección de sus indumentos y otros
propios de la rudeza de una vida enteramente primitiva.
Marín y Cubas asegura que fué una mujer gomera,
arrojada en las playas del Hierro, sirviéndole de salvavidas
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dos odres inflados de aire, quien enseñó al clan herreño
el uso del fuego o manera de obtenerlo.
Consistían sus alimentos favoritos en frutas silvestres,
especialmente las del mocanero y de la haya, fruto este
último que llamaban ornes y hoy es conocido con el de
erases. Parece que nuestros naturales herreños no conocieron
el gofio, pero sabían substituirlo con las semillas de
una planta llamada amagante, mezclados con leche, o las
raíces de heléchos bien cocidas con un caldo. Gustaban
de la carne, pescado y mariscos, especialmente de las
lapas, de cuyo molusco hacían gran consumo. Todavía
existen vestigios en la Isla de los sitios en que se reunían
para comerlas, y el actual caserío de la Frontera, denominado
Las Lapas, debe precisamente su denominación a un
antiguo conchero que allí existía.
Dícese que comían la carne de los abundantes lagartos
que entonces existían en la Isla, al N. O. en la costa de los
Órganos, y en el Norte, por los riscos de Salmor, en cuyos
islotes queda todavía alguno que otro raro ejemplar. Fuera
de la bebida espirituosa que coiígese extraían de ciertas
plantas silvestres, no tenían otra que el agua que recogían
cristalina de su famoso árbol Garoé o Garsé y en varias
charcas de barrancos o en otros que abrían en tierra
impermeable, de que queda elocuente muestra en los actuales
depósitos de Tefirabe. Empleaban en sus enfermedades,
manteca de ganado lanar, tuétano de cabra, sebo y ciertas
hierbas silvestres, dando a todos ellos diversas aplicaciones
terapéuticas.
Los vestidos de los hombres venían a ser unas chupas
o chalecos con faldones, sin mangas, y unos capotillos de
piel de zalea de oveja. En invierno, volvían la lana para
dentro, y en verano, para fuera. Las mujeres usaban una
especie de manteletas también de zalea, cubriendo sus
pies, al igual que los hombres, con una especie de abarcas
o majos de suela cruda, bien de cerdo o de cabra.
Cosían sus trajes con tendones o nervios de animal, utili-
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zando como agujas, huesos afilados o espinas de pescado.
Sus viviendas las construían de piedra seca o sin
argamasa, dándoles forma circular, cubriéndolas con palos
largos y ramaje. Tapizaban el suelo de tales moradas, con
una capa de heléchos secos u hojuelas de gamona, dejándole
una sola entrada y dentro de ellas habitaban hasta
una veintena de personas. Su mísero ajuar casero consistía
en zurrones o tasufres, gán/gos o cazuelas de barro,
navajas de piedra, cucharas formadas de conchas marinas,
leznas, anzuelos de espinas de pescado, madejas de correas
finas y nervios para coser sus vestimentas, camas de
hojuelas de gamona, cubre-camas de pieles de oveja, hachas
de tea para el alumbrado, largos bastones para su personal
defensa y otros útiles de menor importancia.
Los matrimonios los hacían sin ceremonia especial.
Bastaba para llevarlo a efecto, que los contrayentes conviniesen
en ello y que el novio regalase al padre de su
prometida, unas cuantas cabezas de ganado. No se tenía
para nada en cuenta el que en los futuros contrayentes
existiesen grados de parentesco de los llamados hoy
impedientes, como no fuera el de madre y hermanas,
aunque los régulos herreños parece que algunas veces se
dispensaron de él, casando con sus propias hermanas.
Su religión era poco complicada. Creían en una divinidad
para cada sexo, que denominaban Eraoranhan a la
de los hombres, y Moreiba, a la de las mujeres. Les rendían
culto especial en épocas calamitosas, en dos peñascos
eminentes del término de Bentaica, que se supone sea el
moderno Beníegís, en Los Lomos, al oeste de Valverde, y
para encerrar el araufaibo o cerdo sagrado, tenían la cueva
de Asteheita, que tanto puede ser la actual situada en las
inmediaciones de la villa, conocida por Tejeleita, u otra de
la costa del barrio del Mocanal, nombrada Tesene/ía. Aquel
cerdo o mascota, lo sometían al encierro, mientras no
lloviera, en épocas de grandes sequías.
Casi nada se sabe de sus rudimentarios principios o
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usos jurídicos. El hurto lo castigaban severamente, llegando
a imponer la pena de ceguera parcial o total a los delincuentes,
la última en caso de reincidencia. Administraban
justicia en los tagoros, que es sabido adoptaban una forma
circular en su construcción de piedra, tomando en ellos
asiento el reyezuelo, con los ancianos de la tribu, haciéndolo
en sendas lajas o grandes piedras. Todavía quedan
vestigios de estos tribunales indígenas en el Julan, parte
sur de la Isla, hoy completamente desierta. Los escritores
franceses messieurs L. Proust y ). Pithart, en su libro
Les lies Cañar/es, nos describen uno de nuestros tagoros
herreños, en la forma siguiente:
«He aquí un inmenso círculo formado por un muro de
piedra seca, que abarca una extensión superficial de cerca
de cuatro áreas, divididas en compartimientos circulares,
que se comunican entre sí. Es un tagoro, lugar de reunión
de los antiguos guanches. Está situado en la medianía de
la costa a unos 350 metros de altura, sobre una colina,
siendo perfecto el estado de su conservación. No solamente
se puede distinguir el careo o murallón grande, sino aún
las ruinas de los recintos pequeños, trazados en el interior
del grande y destinados (probablemente) al encierro de los
animales sagrados. Unas piedras planas, dispuestas en
círculo sobre la cúspide de la colina, indican los asientos
de los jueces... Como en todos los tagoros, existe en éste
un altar para los sacrificios, una gran piedra plana puesta
sobre un montón de otras más pequeñas. Cerca de este
altar, se conserva un agujero practicado en una roca y
destinado a contener la leche de las víctimas propiciatorias,
cuando éstas no estaban destinadas al degüello, bien la
sangre de las destinadas al sacrificio.»
Prescindiendo, como prescindimos de la parte fantástica
que pueda haber en el anterior relato, aunque
practicaron, parece, ceremonias sacrificantes los herreños,
sería sensible que las autoridades insulares no cuidasen
de la conservación de este y otros monumentos megalí-
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Supuesto retrato del barón Juan de Berhencourt
señor de Canarias.
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ticos, correspondientes a los tiempos de los bimbachos.
En sus apacibles y eglógicas diversiones, bailaban una
especie de contradanza, de la que, probablemente, será
una reminiscencia el actual tango herreño. Acompañaban
este baile con música de tamborües y flautas, cantando a
la par sentimentales endechas en las cuales sacaban a
relucir sus infortunios y amores. También acostumbraban
reunirse para celebrar públicamente sus grandes acontecimientos
en banquetes o guativoas, en los cuales consumían
varias ovejas gordas o jubaques, asadas y sazonadas
con sal. Probablemente, a lo anterior añadirían grandes
porciones de marisco, al cual eran bastante aficionados.
En su Rapport sur une tnission sc/entifique publicado
en 1887 por el Dr. Verneau, presenta una interesante noticia
sobre antiguos cánticos de los indígenas herreños,
aunque refiriéndolo a cierto manuscrito encontrado por
M. León de Cassas en la biblioteca de Lisboa, cuyo libro
inédito contiene curiosos dibujos acerca de los autóctonos
de Canaria y Hierro. He aquí la poesía en lengua bimbache:
Miinerahaná?
Ziná zinuhá?
Ahemen aten, harán, hua
Su Agarfa finere nuzá.
Qué hacéis ahí?
qué llevas acá?
qué importa leche, agua, pan
si no quiere mirarme.
Asegúrase que la traducción libre de la anterior endecha,
es como sigue: ¿Qué traes? ¿Qué conduces ahí? Pero,
¿qué importa la leche, el agua y el pan, si Agarfa no quiere
mirarme?
Dado el pacifismo que parece reinó siempre entre
estos indígenas, no conocieron al parecer otras armas que
unos largos bastones o astas, llamados verdonas, que
barnizaban con médula de cabra.
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Sus cadáveres los inhumaban en espeluncas o cavernas
de difícil acceso. Les colocaban en los pies una tabla
y al costado, el cayado que habían usado en vida, dejándolos
luego emparedados, pues tapiaban la entrada de las
citadas cuevas sepulcrales con piedras, a fin de evitar que
los cuervos los devorasen. Todavía, aunque bastante profanadas,
se conservan muchas de estas necrópolis en el
Julan, Tamaduste y otros puntos.
El gran polígrafo Menéndez y Pelayo, ocupándose de
la cueva del Tablón, descubierta por nuestro paisano don
Aquilino Padrón y Padrón, escribe en su ya citada obra:
«En esta última encontró su descubridor don Aquilino
Padrón una veintena de cadáveres en posición supina,
como las estatuas yacentes de las antiguas abadías, pero
en vez de estar como aquéllas, sobre un basamento de
piedra, tenían unas piedras de bastante longitud, colocadas
encima, a lo largo del cuerpo.* Más adelanie añade:
»Sobre la isla del Hierro, tampoco están conformes los
pocos autores que de ella tratan. El P. Abreu, que por su
relativa antigüedad es el que merece mayor crédito, se
limita a decir: la forma de sus entierros era que si el
difunto tenía mucho ganado, lo metían con sus vestidos
en cuevas y lo arrimaban a los pies un tablón y su bordón
arrimado a un lado, y cerraban la cueva con piedras para
que los cuervos no los comiesen. Por el contrario, Marín
y Cubas supone el embalsamamiento de los cadáveres,
antes de amortajarlos en pieles: a sus difuntos los mirlan,
y si tienen ganados, envuelven el cuerpo en piel&s, pónen-le
la cabeza al Norte y en la mano un palo y a los pies
un tablón de tea y a la puerta de la cueva la tapian de
piedras. El Dr. Chil habla de un fragmento de momia, perfectamente
conservada, análoga a la de Gran Canaria y
Fuerteventura.»
«Es imposible negar, sigue diciéndonos Menéndez y
Pelayo, la profunda semejanza entre el sabio y complicado
procedimiento que se usaba en el valle del Nilo, y lo que
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cuenta Espinosa y Abreu sobre los guanches y sus momias...
»
Se conviene en que nuestros aborígenes, al igual que
los demás, desconocieron el arte escriturario, pero en el
Julan, el barranco de la Candía, costa de la Caleta y otros
puntos de la Isla, se encuentran unos jeroglíficos conocidos
en el país por Letreros, que fueron descubiertos o dados
a la publicidad científica, en 1873, por el presbítero herreño,
D. Aquilino Padrón, ya citado, vaciando el resultado de sus
observaciones directas, en una memoria, que fué transmitida
a Francia por Mr. Berthelot, llamando mucho la atención
tai descubrimiento, entre los paleólogos y epigrafistas
de f?ma mundial más destacada, sobre todo a Mr. de
Quatrefages y al célebre general Mr. Faidherbe, que publicó
una obra científica incluyendo en ella las inscripciones del
Hierro. Mr. Verneau opina que la mayoría de estos signos
son letras de un alfabeto ignorado, de acentuado carácter
numídico.
Los descubrimientos del beneficiado Padrón, merecieron
el honor del comentario a la pluma de Menéndez y
Pelayo, dedicándole los párrafos que siguen: «Por de
pronto, el descubrimiento quedó aislado (se refiere a las
letras de la cueva de Belmaco en la Palma), pero en 1870,
comenzó a hablarse de cierta cueva de los Letreros, existente
en la isla del Hierro, y en 1873 un hijo de aquella
localidad, D. Aquilino Padrón beneficiado de la catedral
de Las Palmas, aprovechó unas vacaciones pasadas en su
isla natal, para explorar la cueva misteriosa y copiar los
caracteres grabados sobre una roca de lava basáltica, que
tiene la longitud de más de cien metros. Y no se limitaron
a esto sus hallazgos prehistóricos, puesto que reconoció en
diversos parajes de la isla paraderos o jequemmodingos;
terrenos blancuzcos designados con el nombre de conche-ros
viejos, montones de conchas comestibles, entre los
cuales dominan las patelas, mezclados con fragmentos de
barro común y huesos de cabras y ovejas. Encontró tam-
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bíén ruinas de antiguas murallas circulares, una gruta
sepulcral con veinte esqueletos, que presentaban un modo
particular de inhumación, entre grandes piadas planas; y
finalmente reconoció en los lugares altos una especie de
altares de piedra toba, en forma de cono truncado, cuya
parte inferior estaba llena de cenizas y de restos calcinados
de huesos de animales. De este modo (dice Berthelot),
restos medio fósiles de una alimentación primitiva, ruinas
que revelan un culto antiguo, y grutas sepulcrales, sirviendo
de catacumbas a una tribu extirpada, pusieron al piadoso
explorador en el camino de su descubrimiento.»
«El erudito y animoso anciano de quien son estas
palabras, no pudo mirar con indiferencia ia curiosa Memoria,
acompañada de dibujos, que presentó Padrón a la
Sociedad de Amigos del País (de Las Palmas) y contribuyó
más que nadie a divulgar su contenido, dando cuenta de
él a la Sociedad Geográfica de Madrid, en 1877. En su
comunicación apunta el verdadero método para llegar a la
solución del enigma; es decir, el estudio comparativo con
las inscripciones lapidarias de África. Se imponía también
la comparación con los caracteres de la cueva de Belmaco,
y en efecto, se reconoció que seis o siete de aquellos signos,
eran enteramente iguales y otros muy semejantes, perteneciendo
todos al mismo género de escritura.»
«En 1876, recibió la Sociedad Geográfica de Madrid
otra comunicación de Berthelot, anunciando un nuevo
descubrimiento de D. Aquilino Padrón, en el barranco de la
Candía, al oriente de Valverde (isla del Hierro). Los caracteres
grabados en las rocas volcánicas, aunque análogos a
muchos de los descubiertos anteriormente, presentaban un
aspecto más alfabetiforme, y aparecían alineados en serie
vertical. La más importante de estas inscripciones, contiene
hasta ochenta signos distribuidos en doce líneas. Estas
memorias se publicaron también en francés, en el Bulletin
de la Société de Géograph/e, de París... 1875 y... 1876.
Otros fragmentos epigráficos se citan en Fuerteventura y
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Gran Canana, pero a juzgar por las noticias que de ellos se
han publicado, ninguno es tan interesante, como las grandes
inscripciones de la Paima y Hierro.»
«Divulgados estos descubrimientos fuera de España,
el general Faidherbe, autoridad competentísima en la
materia como explorador de los dólmenes de África y
colector de las inscripciones numídicas o líbicas... dirigió a
la Sociedad Geográfica de Paris una carta, de la cual
extractaremos las principales conclusiones:»
«Las tres inscripciones halladas en la isla del Hierro
son, sin disputa, inscripciones líbicas. Acabo de leer el
trabajo de Mr. Duveyrier sobre ios dibujos encontrados por
el rabino Mardoqueo en el Sus. Estos dibujos, aparte de
las figuras de animales, tienen completa analogía con los
hallados en la isla del Hierro por el cura Padrón... Es claro
que tales inscripciones son obra del mismo pueblo que
trazó las del Hierro, y deben ponerse en relación con las
inscripciones rupestres traídas del Sahara por Mr. Duveyrier,
con los doscientos o trescientos epitafios de Numidia,
y por último, con la escritura de los Tuaregs.»
«Sabido es que en los epitafios numíuicos sólo leemos
los nombres propios, muchos de ellos históricos, y el signo
que quiere decir «hijo de». Ni aun hemos podido encontrar
todavía la significación de la palabra Bas, que se halla en
más epitafios, compuesto de dicha palabra ligada a un
solo nombre propio.»
«El estudio de los variados dialectos del idioma de los
bereberes, harto descuidado, después de ios trabajos del
general Hanoteau sobre el üe cábilas y Tuaregs, podrá
conducirnos solamente a la interpretación de las inscripciones
líbicas. Pero es punto demostrado que estas inscripciones
son obra de los antiguos libios, mezclados desde
mil quinientos a dos mil años antes de Jesucristo, con gentes
rubias del horte, llegadas por Tánger, donde dejaron dólmenes
como testimonio de su paso.»
El eximio crítico, después de hacer la anterior reca-
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pitulación, hace notar con razón que todavía no se ha
intentado por los sabios especializados en epigrafía, ningún
esfuerzo serio acerca de la interpretación de las inscripciones
canarias en general, tan insondables hasta ahora
como las ibéricas.
El autor de esta obra, en una rápida visita que en !920,
hizo a los parajes de la Candia y la Caleta, pudo comprobar
el mal estado en que ya se hallan los Letreros y lo que
es peor aún, la parcial desaparición de las inscripciones de
la Caleta. Con tal motivo publicó en el Diario de Las
Palmas, un artículo del que entresacamos ahora el siguiente
párrafo: «Las indicadas inscripciones que tienen un tipo
uncial, se observan algunas en la margen izquierda del
barranco de la Candia, ya bastante borrosas por la acción
milenaria de los siglos, y en el mismo centro del cauce, en
una especie de caída o frontón de una grieta, se hallan
otras mucho mejor conservadas, talladas, tanto éstas como
las anteriores, en el basalto, que presenta un aspecto azul
obscuro en unas partes, negruzco en otras. Al contemplarlas
nuestra curiosidad profana, dijérase que todas ellas
invitan a un Delgado o un Hübner, que las interprete,
sacándolas de la densa nebulosidad de lo desconocido. No
por los sabios, que ya la conocen, sino por los simples
aficionados a estos estudios, que no han tenido ocasión de
ver sus reproducciones, hemos de decir que muchos signos
nos recuerdan letras de los alfabetos antiguos, tales como
la c, th, y tz ibéricas, la /?, í y th fenicias, la pií del griego
primitivo, la sch samaritana, la theta griega, la o turde-tana,
etc.»
«No lejos de este barranco, que se halla al E. de esta
Villa, y en el precipicio que bordea por su Poniente la hoya
del Tamaduste, coronado por el cono rojizo que formó el
volcán de la montaña denominada del Tesoro, existe una
gruta sepulcral de los antiguos bimbaches, nuestros predecesores,
cuyas osamentas, blanqueadas al sol de Oriente,
que les da de lleno, se ve hacinadas en macabro montón,
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que el capricho del ignaro pastor, o la curiosidad del naturalista
investigador, habrá formado en la entrada de la
espelunca...»
«Pondremos punto final a estas cuartillas, manifestando
que, de no tomarse medidas preventivas, estos caracteres
escriturarios están llamados a desaparecer totalmente
en plazo breve, como ya les ha ocurrido a los de la Caleta.
Y sería un crimen de lesa ciencia, que se destruyeran estos
signos, tan respetables por su antigüedad, por las ideas
que quizá representen, por lo que han ocupado la atención
de eminentes sabios de fama mundial.»
Un estudio comparativo, según la Sociología histórica,
viene a demostrar que los usos y costumbres del pueblo
guanche, en poco se diferenciaban de otros primitivos cuyo
grado de civilización estaba a parecida altura del primitivo
isleño. Otra observación también podemos hacer y es
que, mientras que los historiadores coetáneos y actores en
la empresa de la conquista, pocas noticias nos dejaron de
los usos y costumbres de los vencidos, a medida que iba
transcurriendo el tiempo y hasta se iba borrando la tradición
oral, aparecen escritores que van reconstituyendo la
vida social autóctona, por lo que presumiblemente su imaginación
tuvo que suplir las grandes lagunas que respecto
de tal asunto, nos dejaron los primitivos cronistas. Hay
algunos que llegan a darnos toda clase de detalles acerca
de los procedimientos que los aborígenes empleaban en el
embalsamamiento de sus cadáveres, noticias que una
crítica severa debe hoy acoger con toda clase de reservas.
© Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2010
PERIODO HISTÓRICO
II
ANTECEDENTES GENERALES
Como la isla del Hierro forma parte integrante del
Archipiélago canario, para que su historia particular
no resulte inconexa y sin relación alguna con la general de
su Región, consignamos aquí en calidad de sumarios antecedentes
generales, algunas noticias históricas relativas a
las Canarias, noticias sobre ias que advirtió el académico
Torres Campos con sobrada razón, que los tiempos anteriores
a la conquista, los correspondientes a ésta y aun los
posteriores a la misma, son bastante obscuros y contradictorios,
sin llegar nunca a una verdadera certeza.
La opinión comunmente admitida por los autores
antiguos, es que el nombre general de estas islas, lo debe al
particular de una de ellas, Gran Canaria, siguiéndose, en
cuanto al origen y etimología del vocablo Canarias, el
parecer de Plinio, que consignó la siguiente frase: multitu-dine
canum ingenti magnitudine, aludiendo a la magnitud
de perros de extraña grandeza que abundaban en la isla
de Canaria. Se puede afirmar que son estos los únicos
datos positivos que de la antigüedad canaria nos quedan,
porque en el fondo de otros relatos geográficos subsiguientes,
muy a menudo se amalgama lo confuso con la fábula.
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Después de Plinio, fueron conocidas nuestras islas
bajo la denominación de Afortunadas (Fortunatae insulae),
acaso, como afirmó Estrabón. por hallarse situadas en
lugares próximos adonde la Mitología y la leyenda poética
colocaron los Campos Elíseos, aunque otros lo atribuyeron
a lo suave y dulce de su clima. Nada añadiremos, por no
extendernos inútilmente acerca del particular, en relación
a otros nombres con que también fueron conocidas nuestras
islas, como el de Hespérides, Górgades, etc. , ni
tampoco queremos engolfarnos en disquisiciones sobre el
origen de su formación geológica en cuanto pudieran haber
sido o nó restos de la continuación del Atlas del vecino
continente o de la famosa Atlántida, teoría ésta última que
parece completamente desechada en la actualidad. Aparte
de que no nos consideramos con la suficiente preparación
para abordar tan hipotético y difícil tema, ello interesa poco
a la historia particular de una isla, aunque tratándose de
la del Hierro parece que las observaciones del sabio español
Fernández Navarro han llevado a éste al convencimiento
de que aquélla fué mayor, sobre todo por la parte sur,
antes de ocurrir en ella un gran cataclismo sísmico.
Créese, aunque no esté suficientemente probado, que
la primera noticia que en el mundo antiguo civilizado, se
tuvo de las Canarias, fué después de la famosa expedición
del cartaginés Hannon, que pudo llegar en su navegación
hasta el actual golfo de Guinea, siendo admitido que, por
entonces, estableció una especie de factoría fenicia en
Lanzarote.
Otros escritores de la antigüedad, además del citado
Plinio, que nombra todas las islas, también hicieron mención
de Canarias, como Philostrato en su Apollonis y
Plutarco en su Sertorio, de quien dice que este célebre
caudillo romano tuvo el propósito de habitar estas islas,
ya conocidas de los romanos; pero el autor Anneo Floro
consigna que el prenombrado Sertorio «llegó hasta las
Islas Afortunadas».
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Juba el Menor, rey de Mauritania, envió en sus bajeles
una expedición a Canarias con el especial encargo de que
fuesen reconocidas todas las islas. Con las noticias que de
ellas le suministraron los expedicionarios, escribió un libro
dedicado a Augusto, si bien de tal obra no se conocen hoy
sino algunos pasajes algo confusos, que incluyó en la suya
el mentado naturalista Plinio.
A principios del siglo XI se pretende, aunque se pone
muy en duda, que los árabes maghurinos, expedición descrita
por Edrisi, aportaron a estas islas. Antes, año de 999,
se dice que estuvo en Canarias otra expedición de esa
nación, la de Ben-Farouh segiJn Ossuna Saviñón, pero
distan ambas versiones de estar depuradas por una sana
crítica, como recientemente ha manifestado el catedrático
de la Universidad lagunera, Serra Ráfols.
En cambio, está hoy averiguado ser cierta la expedición
del genovés Lanzarote Mailosel, a quien reputan
algunos historiadores modernos, como el primer conquistador
que tuvo este Archipiélago en 1312. Mailosel se
estableció en la isla de Lanzarote, a la cual dio su nombre,
construyendo allí un castillo para su refugio; dedicóse al
comercio con los indígenas, hasta que una sublevación de
éstos, lo arrojó de la isla lanzaroteña hacia 1332. Los
descendientes de este aventurero, señores que fueron de
las islas de Maloisel (baja Normandía), conservaban en 1632
los documentos que acreditaban el anterior hecho, y el
nombre de Mailosel tampoco fué desconocido de los capellanes
de Bethencourt, Bontier y Leverrier, ni de alguno de
nuestros historiadores, como Marín y Cubas, que lo cita
expresamente, afirmando que estaba en la isla de Lanzarote
por el año de 1320.
Otra expedición mencionan los historiadores, la verificada
en 1341 por los navios portugueses, equipados por
Alfonso IV de Portugal, al mando de Angliolino del Teggia
de Corbizi, de la que formaron parte castellanos y otros
peninsularts, florentinos y genoveses, haciendo de la
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aventura una relación el famoso Boccaccio, que la tomó
del piloto genovés Nicoloso da Recco; pero cuando el Rey
de Portugal pensaba enviar su escuadra, con tropas de
infantería y caballería para conquistar nuestras islas, tuvo
que abandonar tal proyecto, a consecuencia de complicaciones
exteriores. La curiosa e importante relación de
Boccaccio es considerada como el segundo documento
histórico que trata de las Canarias, después de Plinio.
Existe otra obra, los Prolegómenos, escritos por el sabio
árabe Aben-)aidun en 1377, que habla de las Canarias de
un modo racional y bastante positivo.
Mos cuenta el historiador Zurita, que en 1345 el papa
Clemente VI adjudicó las Canarias con el título de Príncipe
soberano de la Fortuna a D. Luis de la Cerda, conde de
Clermont, regalándole un cetro y una diadema de oro, con
la que le coronó solemnemente en la ciudad de Aviñón.
A tal ceremonia casi se redujo este reinado nominal sobre
las Canarias, de que otros escritores poco escrupulosos
han tomado pie para titular ingenuamente Reyes a los
señores que tuvieron las islas. Si bien el Infante de la
Cerda armó, según Benzoni, con ayuda del Rey de Aragón,
dos carabelas para la conquista de estas islas, las cuales
partieron de Cádiz tocando en la isla de la Gomera, donde
desembarcaron las tropas que venían abordo, éstas fueron
derrotadas por los gomeros, que se opusieron con denuedo
a la invasión de su patria nativa, y los pocos fugitivos que
sobrevivieron a la derrota, regresaron a la Península muy
escarmentados. Las guerras que a la sazón hubo en Francia,
de cuyo Rey era vasallo y cercano deudo el Príncipe de la
Fortuna, obligaron a éste a desistir definitivamente del
proyecto de apoderarse de nuestras islas.
Opina el historiador canario, D. Pedro Agustín del
Castillo, que la resonancia que en la península ibérica tuvo
la anterior fracasada expedición, dio origen a que en 1360
unos mallorquines equiparan dos navios que hicieron rumbo
y llegaron a Gran Canaria, en la que permanecieron algún
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tiempo, llegando a levantar dos pequeños templos, estableciéndose
entre los tales mallorquines y los naturales indígenas,
cordiales relaciones; pero últimamente fueron sacrificados
todos los colonos mallorquines, incluso—se dice—
unos religiosos franciscanos, quienes fueron precipitados
bárbaramente en el profundo abismo de jinamar, en el
camino de Teide.
Asimismo los autores hacen memoria de la llegada a
la isla de la Gomera, de unos gallegos, mandados, según
unos, por D. Fernando de Ormel, conde de Ureña, y según
otros por D. Fernando de Castro, en 1386, si bien en el
fondo, acaso se trate de un solo sujeto, y no de dos. En
la expresada isla, donde fiicieron su único desembarco,
sostuvieron una sangrienta refriega con los indómitos
gomeros, quienes los rechazaron con sensibles pérdidas
por parte de los invasores. Abreu Galindo hace referencia
de unos viajes a la Gomera y otros hablan de invasiones
a la isla del Hierro.
El almirante de Castilla, Martín Ruiz de Avendaño,
vizcaíno, surgió con su nave, a consecuencia de un temporal,
en un puerto de Lanzarote. Asegúrase que durante su
corta permanencia en la isla (1377), tuvo amores ilícitos
con Faina, esposa del reyezuelo Zonzamas. También se
afirma que ei navio de un tal Francisco López naufragó
en 1382 en la boca del barranco de Guiniguada en Canaria,
salvándose López y su pequeña tripulación, aunque algún
tiempo después todos perecieron a manos de los naturales,
quizá por haber aquellos infelices infringido imprudentemente
las leyes de la hospitalidad con que les habían
brindado aquellos indígenas bárbaros.
Fueron famosas, por el triste recuerdo que dejaron en
Islas, las expediciones de Hernán Peraza en 1385, la de los
vizcaínos en 1393 y finalmente la de Gonzalo Peraza
Martel, en 1399, que después de haber recorrido otras islas
del Archipiélago, saqueando y destruyendo todo lo que
pudo, cayó como una tromba sobre Lanzarote, llevándose
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unos doscientos lanzaroteños, incluyendo en ellos al régulo
Tinguafaya y la esposa de éste.
El cronista López de Ayala y nuestro Marín y Cubas
relatan, con poca diferencia la expedición de los vizcaínos,
compuesta de gentes de Sevilla y de las costas de Vizcaya
y Guipúzcoa, embarcados en seis navios. Llegaron a Gran
Canaria por el puerto de Arguiniguín; robaron muchas
mujeres, algunos muchachos y ganados; dirigiéronse a
continuación a la boca del barranco de Telde, subiendo por
él al valle de Jinamar, en el que fueron muchos de los
atrevidos invasores, derrotados y muertos. Los que habían
quedado abordo, tomaron con sus naves el rumbo a Lanza-rote,
en la que hicieron la presa de naturales, con el
reyezuelo más arriba citado y su mujer, así como gran
cantidad de pieles y cera, dando la vuelta con ese botín, a
la Península, donde se dio cuenta al Rey de Castilla del
resultado de la expedición y de la gran utilidad que reportaría
la conquista de las Canarias.
Antes de cerrar nosotros este confuso y atropellado
periodo prebetancuriano de la conquista, recordemos que
respecto a la isla del Hierro, el nombre antiguo de Ombrios,
Junonia menor, etc. que le dieron los clásicos antiguos, no
hay seguridad plena si se refirieron al Hierro o nó, dividiéndose
en esto los pareceres. Supónese que la actual denominación,
quizá provenga del vocablo hero, que significaba
en lengua guanche, fuente, palabra que al adaptarse a la
fonética castellana, pudo haberse convertido en Hierro.
Finalmente y como complemento a este asunto, recordemos
que Núñez de la Peña adjudicó a nuestra isla las
denominaciones de Ombrion o Pluvia/ia, conviniendo en
el primer nombre, el P. Sosa; Abreu Galindo aseguró que
los naturales la conocieron por Eceró, que significa fuente
y la fecunda fantasía de Von Loecher atribuye venir de la
voz goda ei'sarn (hierro); Ossuna Saviñón el de Hero;
Berthelot, el de Capraria y Chil y Naranjo, Junonia minor.
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in
LA CONQUISTA BETANCURIANA
FRinER PERIODO
LOS acontecimientos principales de la conquista de este
Archipiélago, se desenvolvieron en dos grandes periodos.
Comenzó el primero con la expedición de Juan de
Bethencourt y Gadifer de la Salle, cuyas narraciones se
basan en la Crónica de la primera conquista, redactada
por los llamados capellanes de Bethencourt; y se abrió el
segundo desde el momento en que la Corona de Castilla,
revalidando los derechos de los Señores de Lanzarote,
Fuerteventura, Hierro y Gomera, asumió la conquista de
las islas mayores, Gran Canaria, Palma y Tenerife, que
por ese orden fueron sometidas. De este último periodo, no
tenemos porque ocuparnos, pues poco o nada se relaciona
con ¡a historia particular del Hierro, aunque es seguro que
de esta isla salieron algunos para la conquista de las
mayores. Nos ocuparemos a grandes rasgos, del citado
primer periodo, como antecedente obligado de la conquista
herreña.
CRÓNICA APÓCRIFA Y I A. AUTÉNTICA: Modernas investigaciones
históricas, han venido a demostrar que es
apócrifo el manuscrito de los capellanes de Bethencourt,
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tenido hasta hace poco como auténtico. Se sabe que un
sobrino del Conquistador francés, de iguales nombre y
apellido, poseyó el original, el cual pasó después a la
pertenencia de los Bethencourt, de Rouen, quienes lo
facilitaron a Pedro Borgeron, que lo publicó en 1630, aunque
bastante adulterado, en cuanto a la verdad histórica.
Ocultóse ésta a gusto de la vanidad de indicada familia
francesa, pues al par que se ensalza la memoria del Conquistador
normando, se daña la del caballero Gadifer de
la Salle, a quien parece correspondió íntegra la iniciativa
de la conquista de las Canarias y la mayor parte de
los éxitos guerreros indebidamente atribuidos a Juan de
Bethencourt. Está fuera de duda, que el manuscrito auténtico,
procedente de los archivos franceses, pasó a Bélgica y
Alemania, siendo de la pertenencia de la Baronesa de Hens
de Langry. Dado a conocer el citado documento en 1888,
fué adquirido por el Museo británico, donde se conserva
actualmente. Del estudio del precioso manuscrito, resulta
que Pedro Bontier o Boutier, capellán del caballero Gadifer
de la Salle y monje de la célebre abadía francesa de Saint-
|ouin de Marnes, escribió la primera parte de la expresada
crónica, destacándose en su estilo «por un tono de sinceridad
y ruda franqueza respecto a Bethencourt», atribuyendo
la dirección militar de la aventura y, por tanto, el papel
principal en la conquista, a La Salle, que es precisamente
lo contrario de lo consignado en el manuscrito falseado,
continuado o modificado por Juan Le Verrier, el que, si
bien comprende la narración de Fr. Pedro Bontier, introdujo
en ella no pocas modificaciones, todas éstas en desprestigio
de la memoria de Gadifer de la Salle y alabanza del barón
Juan de Bethencourt, elogio que se acentúa por parte de
Le Verrier, sobre todo desde el momento en que ambos
caudillos y rivales, se separaron. Asimismo se ha notado,
que la pluma de una tercera mano, se encargó de arreglar
no muy hábilmente y siempre en loor del Barón normando
y daño de su émulo, los dos textos, el primitivo de Fray
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Pedro Boutier, fraile independiente que parece ejercía en
la conquista una especie de misión evangélica, por singular
encargo de su superior conventual, y la continuación de
Le Verrier.
ANTECEDENTES SOBRE LOS JEFES DK LA PRIMITIVA
CONQUISTA: Demos a conocer los dos principales personajes
de este primer periodo de la conquista. Era )uau IV de
Bethencourt, señor de Grainville y barón de Saint Martin le
Gaillard, hijo de otro )uan de Bethencourt, de iguales títulos,
muerto gloriosamente en la batalla de Cocheral (1364), y
de madama ¡Vlaría de Braquemont.
En 1377 estuvo el Conquistador al servicio del Duque
de Anjou, hermano del rey Carlos V de Francia, siendo
probable que asistiera a la campaña de Ñapóles a las
órdenes de aquel príncipe francés. En 1387 consta que
estuvo sirviendo al anterior Monarca, con residencia en el
palacio real, visitando luego sus tierras señoriales de
Grainville la Teinturiere, cuyo arruinado castillo reconstruyó,
volviendo años más tarde, a la corte francesa, cuyo
nuevo soberano, Carlos VI, le nombió chambelán. Habiendo
pasado en 1390 a las órdenes del Duque de Turena, obtuvo
de este magnate el auxilio de cien francos para que pudiera
realizar una explotación en las costas occidentales de
África, siendo entonces, probablemente, cuando conoció a
su compañero de aventuras, Gadifer de la Salle, que
también se encontraba al servicio del expresado Duque.
Contrajo matrimonio en 1392 con madama juana de
Fayel, hija del caballero La Bégue Fayel, chambelán del
Duque. Por esa época de su matrimonio, hay quien lo supone
viajando, en compañía de su compatriota el capitán
Servant, por las costas africanas, en una escuadra de
cinco buques, armados y equipados por su deudo Robinet
de Braquemont, que estaba al servicio de Castilla; pero al
mismo tiempo se sabe que residía entonces en sus tierras
de Normandía, y aún que prestó homenaje al Rey de
Francia, por su señorío de Grainville la Teinturiere. Acerca
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4!
de estos particulares, las memorias de Fréville sobre el
comercio de Rouen, rezan que la expedición del capitán
Servant, acompañado de Bethencourt, ocurrió por los años
de 1392 a 93, estando fuera de toda incertidumbre, por
el tratado o instrucciones para firmar la paz de Chartres,
julio de 1402, entre Francia e Inglaterra, que el meritado
Bethencourt ejerció la piratería contra Gran Bretaña y aun
viénese a corroborar o confirmar que tanto Bethencourt
como Gadifer de la Salle, «vendieron cuanto tenían en el
reino, diciendo que iban a conquistar las islas de Canaria
y del infierno...»
Sostuvo Fréville y Pedro Margary encuentra puesto en
razón, que si Bethencourt visitó, con motivo de la armada
de Robín de Braquemont, estas islas en los años antes
citados, sería entonces cuando concibió el propósito de
conquistarlas, mediante ciertos arreglos que, al regresar a
su país, haría con Braquemont, que acaso había obtenido
tal derecho de la Corona de Castilla.
De todas maneras, el compañero que Bethencourt
asoció a su empresa, fué Gadifer de la Salle, senescal de
Bigorre, hijo de Ferrand de la Salle, que había servido con
distinción a los reyes Carlos V y VI de Francia, lo mismo
que a Luis de Anjou, rey de Sicilia. Estando Gadifer
dependiendo del Duque de Berry, se destacó por su valeroso
comportamiento en el sitio del castillo de Lusiñán,
entonces en poder de los ingleses. En premio de tal proeza,
obtuvo del Duque, su señor, el cargo de chambelán, recibiendo
de manos del mismo Príncipe francés en 1378,
cien francos de oro para un viaje a Prusia y en 1380 autorización
para fortificar un castillo en Ligrón, territorio de
Touars. Formando parte, después, de la Casa del Duque de
Turena, Gadifer recibió también como Bethencourt, doscientos
francos en 1390, para el proyecto de la exploración de
las costas occidentales del continente africano, que acaso
por falta de mayores medios materiales, no pudieron realizar
ambos, sino bastantes años después.
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Los PREPARATIVOS PARA LA CONQUISTA.—LA ODISF.A
DKL viAjK: Concertados definitivamente el barón |uan de
Bethencourt y el caballero Gadifer de la Salle, armaron los
dos un navio, conduciendo abordo buenos soldados y las
necesarias provisiones de guerra y boca, salieron del puerto
de la Rochella en la memorable fecha de 1.° de mayo
de 1402, llevando consigo a los capellanes Bontier y Le
Verrier y como intérpretes de lengua guanche, a dos naturales
canarios, llam.ados después de haber sido bautizados,
Alfonso e Isabel.
Tras varias peripecias en los distintos puertos castellanos
en que se vieron precisados a arribar, tales como
Vivero, Coruña y Cádiz, en el que fué detenido la Salle y
trasladado a Sevilla, donde habiendo probado su inocencia,
respecto de lo que se le acusó, fué puesto en libertad,
como jefe que era de la expedición, dominando a su regreso
al navio, una sediciosa discordia, que habla estallado
entre la tripulación, y la cual no había logrado sofocar el
mismo Bethencourt, cuya entereza habia decaído, según
Boutier, y perdido «la virtud de algunos de sus miembros»,
a consecuencia de anterior hecho de armas, quedaron
cincuenta y tres hombres disponibles, de los doscientos
cincuenta de que antes se componía la tropa expedicionaria,
por haber desertado o ser despedidos los restantes.
EL ARRIBO A ISLAS. COMIKNZOS UE LA CONQUISTA:
Zarpó el navio de Cádiz y después de cuatro días de calma
y cinco de buen tiempo, se avistó el islote, situado al este
de Lanzarote, que en señal de albricias llamaron los expedicionarios
Joyeuse o Alegranza, pasando luego el buque
cerca de Montaña Clara, deteniéndose a continuación
cinco días en el puerto de la isla Graciosa y, por último, en
el de Rubicón, fecha también memorable para Canarias, a
principios de julio de 1402.
Habiendo desembarcado los nuevos conquistadores en
Lanzarote, tanto Gadifer como Bethencourt, pudieron convencerse
sobre el terreno que no era tan fácil como habían
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presumido, la empresa de dominar la isla que pisaban y
menos la vecina de Fuerteventura, por lo que se convino
en que Bethencourt tomara en seguida el partido de navegar
a la Península, a fin de solicitar algunos socorros de
Castilla, comprometiéndose con Gadifer, «en presencia de
otros muchos, que antes de la próxima Mavidad, le enviaría
gente y víveres>.
Gadifer de la Salle, digno de ser tratado con más
lealtad por parte de su compañero Bethencourt, estuvo
en 1403 por dos veces en la isla del Hierro. La primera
sólo reconoció sus abruptas costas, pasando luego a la
Gomera, y la segunda fué con motivo de haber hecho
rumbo el navio en que navegaba, a la isla de la Palma,
desde la cual un viento contrario, lo obligó de nuevo a
tocar en el Hierro. En éste desembarcó, permaneciendo en
tierra unos veinte y dos días, regalándose él y los suyos
con los puercos, cabras y ovejas que en la isla tanto
abundaban, logrando apoderarse con astucia de cuatro
mujeres y un niño. Del rápido reconocimiento que entonces
pudo hacer de la pequeña isla, aunque suponemos que
no se habrá internado en ella demasiado, dedujo ser tierra
agria y de difícil acceso por la parte costera, «pero frondosa
y bella en el interior, con grandes bosques de pinos
de perenne verdura y con mucha agua de lluvia».
BKTHKNCOUKT SE AHODEKA UE LA ISLA DEL HIERRO.
INDIGNO PROCEDER. Entonces regía pacíficamente la isla,
su reyezuelo o jefe de tribu, Armiche, que si fué afortunado
por la paz interior que parece disfrutó su pequeño reino,
tuvo la desgracia de presenciar, impotente, como sus
subditos iban disminuyendo ante la rapacidad insaciable
de los extranjeros europeos, que por aquellos tiempos
comenzaron a frecuentar los mares canarios, dedicándose
a la captura de los infelices isleños, que la codicia de
aquellos inhumanos esclavistas traducía en pingües negocios,
vendiéndolos como vil mercancía en los puertos del
mediodía de Europa, respondiendo con ello, es verdad, a las
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rudas costumbres de la Edad media, aunque esa lacra
social se prolongó en cuanto a la desventurada raza de
color, hasta mediados del siglo XIX.
Ocurrido que fué el rompimiento entre Gadifer y
Bethencourt, éste se quedó dueño absoluto del campo y
pacífico poseedor de Lanzarote y Fuerteventura, aunque
no de la Gomera como asegura Viana, Abreu Galindo, el
P. Sosa y el mismo Viera, sin que tampoco los capellanes
digan una palabra de la conquista de la Gomera, cuyos
habitantes eran harto bravos e indómitos para que se
avinieran a un simple acomodo de pacífica sumisión; el
expresado Bethencourt se dirigió desde el puerto de Rubi-cón
a Canaria, donde sufrió un completo fracaso, por cuyo
motivo la denominó Grande. Desde esta isla dirige la proa
de sus naves a la Palma en cuyas costas se le unió una
tercera embarcación (octubre de 1405), tocando luego en
la Gomera, donde seguramente haría algunas demostraciones
ofensivas, navegando después hacia la isla del Hierro
surgiendo en el paraje de Tecorone, que se llama de Maos,
cerca de un término llamado Iramuce.
Llevaba consigo el Conquistador a Augerón, hermano
o deudo cercano de Armiche. Aquél bárbaro había sido
hecho prisionero, años hacía, en una batida que andaluces
y aragoneses unidos habían dado a la isla; fué a parar,
después de varias incidencias propias de su desventurada
suerte, a manos del Rey de Castilla, quien lo transfirió a
Bethencourt, cuando éste rindió pleito homenaje por la
conquista de Canarias, al indicado Soberano.
De la simplicidad de tal magnate bimbacho, se valió
sin duda el astuto normando para someter sin efusión de
sangre, que tanto tenía que economizar por parte de los
suyos harto mermados, la pequeña isla. Juan de Bethencourt
puso el pie en tierra con su gente y tomadas las
militares precauciones propias del caso, dispuso, al cabo
de cerca de tres meses—según la crónica de los capellanes—
que fuese Augerón hacia el interior llevando el encar-
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go de que influyera con su hermano, si vivía aún, para que
hiciera firme amistad con los invasores, a cambio de que
el jefe Armiche y todos :.us vasallos fuesen tratados en
plan de aliados. Con lisonjeros colores debió presentar el
candido Augerón a su hermano la hidalguía y brillante
civilización de aquellos extranjeros de que tan imprudentemente
salió fiador, cuando el sin ventura Armiche, que
tenía más de un motivo para desconfiar de aquellos hombres,
se aventuró confiadamente con ciento once de los
suyos, según unos, o ciento veinte, según otros, a presentarse
en el puerto de Naos con decidido ánimo de rendir
pleitesía a Juan de Bethencourt. Este recibió a los naturales
herreños con falaces demostraciones de afabilidad y cortesía,
ofreciendo a todos protección y amparo; pero no tardó
en faltar «a lo cristiano y caballero>, reduciéndolos a la
dura condición del cautiverio, sin respetar la privilegiada y
respetable calidad del propio Armiche, al que retuvo para
sí en unión de treinta isleños, repartiendo los demás entre
su gente, que no tardaría en deshacerse cruelmente de
aquel humano botín, vendiendo tales prisioneros como
esclavos en los mercados continentales.
Ultimo rigor de la guerra, dice el P. Márquez comentando
este inicuo hecho; pero nosotros que, antes que
nada, somos humanitarios y aunque no ignoramos que era
dura ley de aquella época el que los vencidos de procedencia
gentílica, arrastrasen la pesada cadena de la esclavitud,
dadas las circunstancias que concurrieron en la
rendición del régulo herreño, opinamos que Bethencourt
cometió una grave falta de hombría de bien, de la cual
jamás le absolverá la Historia. Un vate herreño, D. Gumersindo
Padrón y Padrón, de rústica pero sentida lira, indignado
ante la felonía del normando, puso en boca del prisionero
Armiche, al que su ficción poética suponía gimiendo
en el fondo de la galera, conductora de la pérfida traición,
el siguiente apostrofe:
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iMatadme, francés infame! Pero no lo hagáis vos mismo.
Porque yo he profanado hoy IMandad un esclavo, por Dios,
mi vista, viniendo a veros, p.ira que tan vil espada,
mi lengua en hablar con vos. no manche mi corazónl (i)
rSo debió quedar despoblada del todo la isla, por los
hechos que porteriormente en ella ocurrieron. El historiador
Arias Marin y Cubas nos dice, en el capítulo XI de su
( I ) El escritor Arias Marin y Cubas (Cap. XI de Historia de las siete
islas de Canaria), expone en la siguiente forma, el suceso de la rendición
de los herrenes: «...vino i_el Rey del Hierro) con 120 naturales y aunque se
entregaron a todo partido de paz, Bethencourt los hizo cautivos, con otros
que pudo hacer, quedándose escondidas algunas mujeres y niños, quedando
despoblada la Isla; u Betlieiiceiurt le cupieron treinta y uno con el Rey, y los
demás a diferentes capitanes, que se vendieron por esclavos. Hizo Bethencourt
venir franceses y flamencos de Tite y Erbania en que repartió tierras en
Hierro, y Gomera en ciento veinte personas, por ser estas mejores tierras».
Este historiador es el que coloca la sublevación de los herreños en tiempos
de Maciot.
Castillo y Ruiz de Vergara (Cap. XV de la Descripción histórica y Geográfica
de las islas Canarias), expresa el anterior hecho asi: «...llevando consigo
un natural de aquella isla, y hermano del Rey, que era de ella a! tiempo
de su prisión, que se le hizo en la invasión de los andaluces y vizcaínos
(aunque ellos referían haberles repetido entradas y que habían despoblado
la isla), alentado por Augerón, que había estado tiempo en Aragón, y le trajo
de España Bethencourt, llegaron a la isla y pasando a tierra con su gente:
envió a Augerón para que trabajase con su hermano si lo hallara vivo, y sus
vasallos el que fuesen a su amistad, que los trataría con toda la que quisieran.
Logrólo Augerón atrayendo sus persuaciones al Rey, su hermano, y ciento
once de los suyos, bajó de seguro a la presencia de Bethencourt, quien faltando
a lo cristiano y caballero, pues retuvo para si por su parte treinta y un
isleños, repartiendo los demás como presa, y vendiendo algunos como esclavos
(asi lo dice su misma historia), último rigor de la guerra, como dice el
P. Mtro. Márquez, queriendo su autor disculpar esta infausta acción, con los
pretextos de apaciguar los soldados, y acomodar ciento veinte familias, que
había traído de Francia, en aquella Isla para la labranza, pues de no poblar
con estas nuevas gentes la isla, dice, quedará yerma». También apunta el mismo
Castillo que algunos aseguraban que Bethencourt no dejó sujetas a su
dominio, sino Lanzarote y Fuertevtntura, pero parece estar fuera de duda, que
no llegó a dominar la Gomera.
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obra, que quedaron escondidos en las fragosidades de la
isla algunas mujeres y niños indígenas, pero lógicamente
pensando, no repugna adn;itir la más que probable hipótesis
de que también quedarían ocultos algunos hombres,
enamorados de su selvática libertad, que no quisieron darse
a partido. Sea una y otra circunstancia, Bethencourt pobló
el Hierro con varias familias castellanas y flamencas,
peritas en cuestiones de labranza, para que la tierra no
quedase yerma, siendo eso el fútil motivo que alegó al
llevarse cautivos a sus indígenas, «como si dejando unos
y otros, exclama Castillo Vergara, no sería mejor acierto».
*Y esto hizo y permitió—dice la consabida crónica—el
señor Bethencourt, por dos causas: por apaciguar las
exigencias de sus compañeros, y para poder colocar algunas
familias de las que había conducido de Normandía, las
cuales no podían establecerse todas en Lanzarote y Fuerte-ventura,
sin gravar estas islas, por lo que dejó ciento
veinte en la del Hierro, escogiéndolas entre las más entendidas
en la labranza, colocando las otras en Fuerteventura
y Lanzarote...» Más adelante escriben los capellanes: «Estableció,
como ya dejamos dicho, ciento veinte familias en la
isla del Hierro, y las restantes en Fuerteventura y Lanza-rote,
asignando y repartiendo a cada una su parte y porción
de tierras, casas, menajes y habitaciones, según lo
consideró justo y cada uno merecía, haciéndolo de tal
suerte que ninguno quedó descontento...» Pero es en vano,
que los capellanes trataran de cohonestar la fea acción de
su jefe, cuyo hecho reflejo de las bárbaras costumbres de
la época, no dejan de retratar el carácter brutal del Conquistador,
que en su mismo país se había significado como
tal, motivando una reclamación del arzobispo de Ruán, por
haber apaleado y expuesto a la vergüenza pública, a dos
sacerdotes, anécdota que ha referido en sus escritos el
ilustrado correspondiente de la Historia, D. Luis Maffiotte y
La Roche, que tanto se ha señalado en ellos por echar
abajo ciertas afirmaciones equivocadas que hasta ahora
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son estimadas por muchos, como valederas. Una de ellas
las de sus supuestos y fantásticos Reyes de las islas Canarias,
refiriéndose al propio Bethtr.ccurt y sus sucesores en
el señorío general de estas islas.
Dícese que la tradición del adivino Yone que se conservaba
en el país, contribuyó en gran parte a que los
antiguos herreños se rindiesen sin combatir, por haber
sido las predicciones de aquel falso zahori favorables a los
conquistadores, que viniesen por el mar en «casas blancas»;
pero Viera y Clavijo no da gran crédito a esta versión de
Abreu Galindo, porque los herreños—escribe—habían tenido
la desgracia de descubrir, repetidas veces, sobre los
mares aquellas prodigiosas «-casas blancas* y no ignoraban
el piadoso designio con que venían los dioses que se
alojaban dentro.
EL CONQUISTADOR I>UKBLA CON LOS SUYOS AI. HIERRO.
REGRESO A EUROPA. Ocurrida la sumisión aparente de la
isla del Hierro, Bethencourt, después haber realizado entre
las familias pobladoras, las tierras y arreglado el gobierno
político-administrativo, regresó a Fuerteventura, donde
acabó de hacer lo propio, determinando que en cada isla
hubiese dos alcaldes mayores o jueces subalternos que
administrasen justicia, acompañados de algunos regidores,
escogidos entre lo principal de los conquistadores. Nombró,
a lo que parece, apoderado o teniente general suyo a su
pariente Manaute o Mateo de Bethencourt, previniendo a
éste que en su ausencia le diese parte semestralmente del
estado y marcha de los negocios en Islas. Partió para
Francia en 15 de diciembre de 1404, el Conquistador, saliendo
en una escuadrilla de dos fragatas desde el puerto de
Rubicón y llegó a los siete días de navegación, a la desembocadura
del Guadalquivir.
Su GESTIÓN FUERA DE ISLAS. Su VERDADERO TÍTULO
FEUDAL EN CANARIAS: Hallábase Enrique 111 en aquella
sazón en Valladolid y para esta ciudad hizo viaje Juan de
Bethencourt, que parece fué recibido con aprecio por parte
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del Soberano castellano. Aquí pone la crónica un supuesto
viaje del normando a Roma, con el fin de impetrar del papa
Inocencio Vil la gracia de un Obispado para Canarias, el
fantástico recibimiento con honores reales que se le hizo
en Florencia y otras exageraciones por el estilo, de que no
habremos de ocuparnos. No se concedía entonces la realeza
a ningún particular, de tan modesta condición como el
barón normando, a quien algunos autores quieren hacer
pasar, como más atrás dijimos, nada menos que por Rey
feudatario de las Canarias. Estado minúsculo sin apenas
subditos, ni menos los reinos de nuevo cuño podían entonces
erigirse dentro de la Cristiandad, sin la solemne confirmación
del Papado.
Sólo tienen fundamento o veracidad dos hechos de
Bethencourt, después de su definitiva partida de estas
Islas. Es el primero el poder otorgado el 17 de octubre
de 1418, ante el notario apostólico e imperial. Monsieur
Dufort, en cuyo documento titulándose Señor de Grainville la
Teinturiere y de las islas de Canaria, declara que a Mosén
Maciot de Bethencourt y Fuslecy de Sandomille «los ordené
y establecí mis procuradores, y que pudiesen las islas de
Canaria o alguna parte de ellas, empeñarlas, venderlas, etc.,
salvo que yo el sobredicho )uan de Bethencourt he retenido
y retengo todo el señorío de las dichas islas de Canaria».
En el expresado poder aparece reservándose para sí la isla
de Fuerteventura «con la obediencia y homenaje al Sr. Rey
de Castilla». (V. certif, de blasones de la familia Fernández
Feo y Uriarte, expedida el 28 marzo de 1758 por el Rey de
armas, D. Julián José Brochero). El segundo hecho cierto
consta en la pesquisa de Cabitos, que el 26 de )unio de 1412
prestó el citado Bethencourt nuevamente vasallaje, por el
señorío de las Canarias, a Juan II de Castilla y a su madre
la reina-gobernadora Doña Catalina, quien en cédula del
mismo día concedió al conquistador licencia para batir
moneda particular en Islas, como no fuera del cuño castellano
y no obstante lo expresamente pactado en el vasalla-
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je, de que en ellas correría !a moneda de los reinos de
Castilla y Aragón.
Modernísimos descubrimientos, hechos por el catedrático
Sr. Serra Ráfols en el archivo de la Corona de
Aragón, vienen a demostrar que Juan de Bethencourt impetró
también los auxilios espirituales del Papado y los
materiales del rey de Aragón Alfonso V. para la conquista
de Canarias. (V. Revista de Historia, n.° 22).
FALLECR BETHKNCOURT EN INÍIKMANDÍA: Juan de Bethencourt
retirado últimamente a sus dominios alodiales en
Francia, se reunió allí con su esposa madama Fayel, recibiendo,
de vez en cuando, algunas noticias ue nuestras
Islas. En los últimos años de su vida, afligiéronle grandes
infortunios: La muerte de su amada esposa, el asesinato
del Duque de Borgoña por el Delfín, el sitio y destrucción
por las tropas de Enrique V de Inglaterra, de su castillo
y casa-fuerte de Saint-Martín-ie-Gaillard, en el condado
de Eu, y la defección de su propio hermano Reinaldos a la
causa de los legítimos derechos del rey Carlos Vil. Esta
serie continuada de disgustos, fueron quebrantando su ya
decaída salud en tales términos, que la muerte le sorprendió,
a los 66 años de edad en 1422 ó 25, porque en esto
difieren las ediciones de Gaiien y Bergeron, en su castillo
de Grainville, siendo sepultado honoríficamente en la capilla
mayor de la iglesia de dicha villa.
JUICIOS ACERCA DEL CONQUISTADOR: Estas islas-consigna
el autor de las «Noticias», hablando de nuestro
Bethencourt—pueden bendecir al que les dio un conquistador,
adornado de tan ilustres cualidades. Su prudencia,
su valor, su afabilidad, su destreza en manejar los espíritus
y ganarse los corazones más salvajes, su ilustre calidad
y aun su misma patria, parece que conspiraron a hacerle
glorioso. Viera y Clavijo no pudo verlo sino a través del
manuscrito adulterado de los capellanes; sentía una viva
simpatía por Francia y escribió sus «Noticias» con un
matiz enteramente clásico, tendiendo a la hipérbole, como
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no fuera en la parte piadosa exagerada por la sencilla
credulidad de nuestros abuelos, que esto último si procuró
contrastarlo bajo una crítica seveía, prescindiendo, dada la
época en que vivió, de su misma condición de sacerdote;
de modo que no nos extraña que con tales elementos de
juicio, así se manifestara tratando del barón Juan de Be-thencourt.
Por nuestro modesto criterio, tampoco negamos
en parte, alguna de esas cualidades, negándole otras que
desde luego sospechamos que son exageradas; pero al
mismo tiempo, creemos que hechos de tan poca lealtad
como los realizados con su compañero y jefe Gadifer de la
Salle, cuya bravura merecía mejor trato y consideración, y
el acto de marcada alevosía ejecutado con el reyezuelo de
la isla del Hierro, obscurecen mucho esas bellas prendas,
verdaderas o supuestas, que Viera con tanto entusiasmo
nos enumera. Por lo demás, no hay inconveniente en reconocer
que la empresa que en gran parte realizó por el
denodado esfuerzo de La Salle, contribuyó, a pesar de
todos los defectos y crueldades de su siglo, a sacar de la
barbarie, cristianizándolas y civilizándolas, estas islas. En
tal sentido, la memoria de Juan de Bethencourt habrá de
ser eterna en el corazón canario, mientras nuestras peñas
existan y no desaparezcan enteramente las páginas de
nuestra Historia.
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IKSBI
IV
GOBIERNO ARBITRARIO
DE /^ACIOT DE BETHENCOURT
fy\ ¡entras tanto, acá en Islas quedó encargado de su
/ \ gobierno general, Maciot o Manaute de Betencourt,
como hemos visto antes, siendo extraño que Viera incida
en lo de llamar enfáticamente, ¿en virtud de qué razones?,
segundo y último rey que dieron la Francia y la Casa de
Bethencourt a las Canarias. Sólo faltó que hiciera un
parangón entre la Casa de Borbón, que también nos dio la
Francia, y la familia de Bethencourt, cuyo representante
Maciot, no fué ni pudo ser otra cosa, que un mero apoderado
del primer Señor de las Canarias, que en cuanto a su
totalidad tuvo bastante de convencional, bajo el dominio
directo de la Cotona de Castilla y uno de sus señoríos más
insignificantes, pues tan poco aprecio se hacía entonces
de nuestro Archipiélago y mucho menos de las tres islas
que con toda certeza estaban ya sometidas, Lanzarote,
Fuerteventura y Hierro. Dice el portugués Gomes Eannes
Azurara, hablando de la Gomera, lo siguiente: «existe otra
isla que se llama la Gomera, la cual quiso conquistar Mice
Maciot con algunos capellanes que llevó en su compañía, y
no pudo terminar la conquista...»
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Los primeros pasos de Maciot en el gobierno de las
Islas sometidas, parece que auguraban mejor final que el
desastrozo que tuvieron. Sus amores ilícitos primero, legalizados
después, con la infanta indígena Teguise, hija de
Luis Guadarfrá, ex-rey de la Isla, parece que algo consolidaron
la obra comenzada por el Barón normando, al
efectuarse así la fusión de la raza vencedora con la vencida;
aunque otros sucesos posteriores vinieron a convertir
en poco estimable la conducta de Maciot, siempre tornadizo
e inconstante.
Cuando comenzó a esparcirse en Islas el rumor de la
muerte en Francia del Conquistador de ellas, y aún sin ocurrir
tal suceso, como sus naturales conocieran por experiencia
propia que el apoderado Maciot no era tan temido como
el otro, cundió la indisciplina en la nueva colonia, y Maciot
no supo buscar otro recurso para contenerla, sino el de refugiarse
en los innobles procedimientos de la tiranía. «El fué—
como expresa el Arcediano de Fuerteventura—el primer
Tiberio de las Canarias», recurriendo al infame arbitrio de
vender en Europa no sólo los naturales de las islas insumisas,
mediante vandálicas excursiones que dirigía a sus costas,
sino que efectuaba lo propio con los de las que tenía bajo
su dominio efectivo. Resistió a tales violentas medidas, lleno
de santo y evangélico celo, ei obispo Fr. Mendo de Viedma,
apenas tomó posesión de su diócesis, pero Maciot como
disponía de la fuerza material, tuvo en poco las admoniciones
episcopales, por lo que el Prelado no tuvo más remedio
que elevar sus quejas a los pies del Trono castellano, donde
no dejaron de ser oídas. Y hasta el mismo Papado en la
persona de su representante, Eugenio IV, expidió una
bula el 29 de septiembre de 1437, años después, condenando
bajo las más graves penas y censuras, el mal
tratamiento y cautiverio de nuestros isleños.
SUBLEVACIÓN DE LOS HERKEÑOS. TRÁGICO FIN DE SU
GoBgRNAUüR: Durante el gobierno de Maciot, es cuando
algunos historiadores colocan la sublevación de los herré-
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ños naturales contra el gobernador puesto por el Conquistador,
capitán Lázaro Vizcaíno. Este debió haber formado
con los suyos una especie de campamento o presidio, a fin
de hacerse respetar de los pocos indígenas independientes
que en la Isla quedaron. Tales naturales, aunque eran de
condición pacífica, tenían en alta estima la honra de sus
mujeres, poco respetada de la insolente procacidad de los
nuevos dominadores. No estando dispuestos a acatar un
dominio tan vejatorio y opuesto a sus morigeradas costumbres,
se alborotaron seriamente, por lo que quizá no
contando el Gobernador con fuerza suficiente para dominar
el tumulto, pronto a convertirse en un alzamiento general,
intentó apaciguar los ánimos sin lograrlo, antes bien, uno
de los más osados herrenes dio de puñaladas al tal Vizcaíno,
dejándole sin vida, en el corral que hoy todavía se
conoce en la Dehesa, con el nombre del propio mísero
Gobernador.
El anterior atentado fué la señal para una general
sublevación de los herreños, que debió poner en grave
aprieto al reducido presidio de los europeos, y Maciot,
cuanto se informó del suceso, para no poner en peligro la
posesión de una isla como la del Hierro, cuya conquista
no había costado derramamiento de sangre, no vio otro
recurso para desarmar a los irritados y vejados herreños,
que enviarles un nuevo gobernador más prudente que el
anterior, comisionándole para que practicase las averiguaciones
del caso. Presúmese los horrores que habrán cometido
con los infelices herreños, cuando de la indagatoria
resultó la entera culpabilidad de los europeos, así como
un completo estado de indisciplina que les llevó a toda
clase de excesos y lascivas brutalidades. Fueron sentenciados
tres soldados a morir en la horca y dos hidalgos
a ser decapitados, ejemplarísimos castigos que desarmaron,
como no podía ser menos, la rebelión de los herreños,
renaciendo al cabo la paz y buena armonía entre unos y
otros. Este hecho viene a desmentir otro respecto a que
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Bethenconrt haya dejado al Hierro completamente limpio
de sus indígenas o bimbaches, a no ser que luego se
reprodujesen por generación espontánea.
Que la raza indígena no desapareció enteramente de la
isla del Hierro, lo viene a demostrar también el viajero
veneciano Aloisio de Camadosto, que de sus viajes a la
costa de África publicó una relación titulada Delle sette
isole delle Canarie e delle loro costumi. Refiere en ella
que desembarcó en las islas de Gomera y Hierro, habiendo
observado que la población de ambas era en su mayor
parte indígena, ocurriendo esto por los años de 1455 al 56.
El historiador portugués Azurara que visitó años antes
las únicas islas que por entonces estaban conquistadas,
Lanzarote, Fuerteventura y Hierro, atribuye a éste una
población de 12 hombres, suponiéndose que estos fueran
únicamente los colonos europeos.
MACIOT REVENUK KL SEÑORÍO DK LAS CANARIAS: Reanudando
la crónica que se refiere al gobierno de Maciot de
üethencourt, hemos de añadir que otras acusaciones acabaron
de perderle ante el concepto de la Reina gobernadora
de Castilla, que ordenó una investigación al conde de
Niebla, D. Enrique de Guzmán. Este procer habilitó en
San Lúcar tres embarcaciones, provistas de las tropas
necesarias, las cuales zarparon con lumbo a estas Islas,
bajo el mando de Pedro Barba de Campos, señor de Cas-trofuerte
y Castrofolle.
Barba de Campos aportó a Lanzarote y después de
varios incidentes con Maciot, éste «sobrecogido, lleno de
codicia, de temor y desesperación, acabó de confirmar su
desafecto a Canarias, poniendo en las manos de su rival la
cesión y traspaso de todas las Islas conquistadas, y el
derecho de las que no lo estaban». Algunos dicen que dicha
renuncia se formalizó en favor de Barba de Campos, lo que
no está probado, pero si lo fué que luego de dar sus descargos
Maciot ante el Conde de Niebla, en San Lúcar,
hízole renuncia o traspaso de las Islas, previa licencia
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real, en escritura de 25 de noviembre de 1418. En virtud
de! poder que Moscn Maciot tenía del Conquistador, cedió,
pues, a D. Enrique de Guzmán las Islas «con mero y mixto
imperio por conquista>, si bien reservándose el vendedor
el derecho de gobernarlas vitaliciamente, en nombre del
nuevo Señor de las Canarias.
Regresó Maciot a Islas con el refuerzo de tropas y
navios que le proporcionó el Conde de Niebla, ejecutando
en las no sometidas algunas entradas poco provechosas
y al cabo de nueve años, fastidiado del ejercicio, para él
tan precario, de una autoridad delegada, aunque vitalicia
fuera, resuelve abandonar las Canarias, trasladándose a la
isla de la Madera, donde habría de dar nuevas pruebas de
su carácter informal, al otorgar en 1428, una ilegal venta
de las Islas en favor del célebre Infante D. Enrique de
Portugal, a cambio de algunos dineros, tributos y heredamientos
en aquella isla portuguesa. Tal pacto habría de
ser motivo de lamentables ocurrencias bélicas entre canarios
y lusitanos, desde el momento en que el Rey de Castilla
se negó a dar la investidura de las Islas al Infante
portugués, surgiendo luego disputas diplomáticas entre
Castilla y Portugal, tanto en Roma como durante la celebración
del concilio de Basilea, reconociéndose, al fin, el
mejor derecho de Castilla a las Canarias, aunque no por
eso dejaron de poseer algún tiempo las tropas del Infante
extranjero, parte de la Gomera; quizá únicamente el estrecho
valle en que hoy se encuentra la capital, San Sebastián.
Los NUEVOS SEÑORES ÜE LAS CANARIAS. LA FAMOSA
PESQUISA DE CABITOS: En seguida aparece una confusión
en la historia de Canarias, sin realmente saber a que
atenernos sobre quien era el legítimo Señor de ellas, si
seguimos a Viera. Del Conde de Niebla, consta positivamente
que en 8 de junio de 1422 concedió ciertos privilegios
en cuanto a los derechos de quintos, a las islas de
Lanzarote y Fuerteventura, a cada una el suyo, y a las
demás, el 18 de marzo de 1426.
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El famoso memorial que en 1647 elevó a la Corona el
señor de Fuerteventura, D. Fernando Arias o Darlas de
Saavedra, documento que se redactó teniendo a la vista
muchas obras españolas y extranjeras que de alguna
manera se referían a la conquista de Canarias, introduce
en nuestro anterior relato algunas modificaciones. En la
necesidad de poder desandar tal laberinto histórico y puestos
en el trance de seguir un camino, el que nos parezca
más acertado, preferimos guiarnos por la declaración que
en la famosa pesquisa de Cabitos, nos ha parecido menos
confusa, que es la de )uan Iñíguez de Atave, escribano de
Cámara.
Parte de la precitada declaración de iñíguez de Atave,
es en síntesis, lo siguiente; Que oyó decir, tanto en Sevilla
como en islas «que el primero hombre que conquistó las
dichas islas fué Alvaro Becerra, vecino de esta cibdad,
que andando de armada con mucha gente, que aportó
a las dichas islas e las recorrió todas, e trajo de ellas
cativos a esta cibdad> y dos franceses pertenecientes al
equipo de Becerra llevaron tal noticia a su nación; súpolo
¡uan de Bethencourt y que con el deseo de convertir a los
naturales canarios al catolicismo, se presentó, «puede
haber ochenta años», en la corte de Enrique Ili de Castilla,
trayendo cartas de recomendación del Rey de Francia,
rogándole permitiera al caballero francés conquistar nuestras
islas para traerlas a la verdadera fe, consistiendo la
conquista de las mismas, «tanto que dellas ficiese guerra
y paz por su mandado, como de tierra suya», mandando
el Rey el 26 de noviembre de 1403 al admirante Diego
Hurtado de Mendoza y a su lugarteniente y demás personal
de la Marina, que permitiesen a Bethencourt, «señor
de dichas islas, su vasallo», «sacar e levar para dicha
conquista cien cahíces de trigo, e ciertas armas y bestias
y caballos, e fierro, e hombres»; que a la muerte de
Enrique III, vino a Castilla el Conquistador y hallándose la
corte en Tudela, se reconoció como vasallo del rey menor
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de edad, Juan II, en presencia de Sancho Romero, escribano
de Cámara, «e le prometió de le ser leal, e verdadero
vasallo, e le besó el pie, e la mano, e le fizo pleito e homenaje
en manos de Gómez Carrillo, alcaide mayor de los
fijos-dalgo: que después de haber conquistado las islas de
Lanzarote y el Hierro, dejando a los suyos sometiendo a la
de Fuerteventura, se marchó para Francia, con motivo
de la guerra de esta nación con Inglaterra, dejando de
gobernador a su sobrino Maciot y que éste, con poder de
su tío, «fizo donación de todas las dichas islas de Canaria,
habitadas e non habitadas, conquistadas, e por conquistar»
al conde de Niebla, D. Enrique de Guzmán y «que lo sabe
porque vido la dicha escriptura original».
TRASPASOS Y PERMUTAS UEL SEÑORÍO UE CANARIAS:
Confírmase en la importante deposición testifical de Atave,
la merced que Juan II de Castilla otorgó en Avila el 29 de
agosto de 1420 a favor de Guillen de las Casas, de las islas
de la Gomera, Palma, Tenerife y Gran Canaria, «que non
eran conquistadas», donación que fué aprobada por bula
del papa Martín V. Por esto sobrevino un litigio entre el
Conde de Niebla y Alonso de las Casas, quien traspasó sus
discutidos derechos a su hijo Guillen, logrando éste último,
con licencia real, tranzar el pleito con el Conde de Niebla,
mediante concierto de 25 de marzo de 1430, en que el
último cedió todos sus derechos a las Islas, a cambio de
una indemnización de cinco mil dobles de oro moriscas,
siendo uno de los testigos el peregrino Maciot, a favor de
quien el comprador convino en cederle la isla de Lanzarote,
bajo ciertas condiciones que en lo sucesivo tampoco habría
de cumplir. Parece que entraron también en la anterior compra,
Fernán Peraza y el suegro de éste, )uan de las Casas.
Asevera la noticia de esta venta, Ortiz de Zúñiga en sus
conocidos Annales Eclesiásticos, de esta manera: «...pero
siéndole muy costosas, con licencia de el Rey D. Juan, que
le concedió en Medina del Campo a 8 de Junio de 1422, las
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vendió en el mesmo.,. a Guillen de las Casas, Alcalde
mayor de Sevilla».
D. Guillen el Viejo falleció hacia 1440, dejando por
herederos a sus dos hijos, varón y mujer.
Bien que Guillen de las Casas, hijo del anterior de su
nombre, poseedor del Hierro y de los quintos de las presas
que se adquiriesen en Gomera y Palma, viese difícil la
conquista de estas últimas, o por otras causas desconocidas,
ello es que permutó lo que en Islas poseía con Fernán
Peraza, su cuñado, esposo de su hermana Doña Inés, (como
él era heredera de su madre Doña Inés de las Casas y su
abuelo |uan), por las propiedades que los nuevos adquiren-tes
poseían en Sevilla y Huevar, lugar del Aljarafe, consistentes
en una casa con bodega, tinajas, un molino de aceite,
un horno de teja y ladrillo, un tributo de gallinas y otras
mezquinas pertenencias, en que consistieron los bienes
parafernales de la mujer de Fernán Peraza. Con sobrada
razón dice Millares que en tan poquísima estima se tenia
entonces a nuestro Archipiélago. La tal permuta fué aprobada
y confirmada por ]uan 11 en real cédula de 20 de julio
de 1447.
Fernán Peraza el Viejo, viéndose único poseedor de las
Islas, a las que vino con su esposa Doña Inés, conquistó la
de la Gomera, aunque quizá no fuera sino en parte, construyendo
en la playa de la rada de San Sebastián, una torre
para su defensa. Al intentar someter también la isla de la
Palma, perdió en ella a su hijo Guillen, con otros capitanes
de su mesnada, tales como Fernando de Cabrera, dedicándose
luego a hacer otras entradas en la misma isla y las
de Canaria y Tenerife, cautivando a muchos de sus naturales,
que luego eran vendidos en los mercados sevillanos.
NUKVA.S INTRIGAS Ü K M A C I O T . S U CONFINAMIENTO EN LA
ISLA UEL HiERko Y SU FUUA: Maciot de Bethencourt, faltando
a lo pactado, realizó en 1448, la venta de Lanzarote al
Infante Don Enrique de Portugal, estando en aquella isla
los caballeros de su séquito, Alvaro Dorveles Antón y
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González, quedándose este último de Gobernador de la
misma, mientras que Maciot y su familia se fueron a vivir a
la Madera; pero los vecinos lanzaroteños no aceptaron el
señorío portugués y apoyándose en una orden que Fernán
Peraza había logrado de Juan II de Castilla, conminaron
al Gobernador intruso para que pusiese las justicias de la
isla en nombre de Castilla y no en el del Infante. Prescindimos
de relatar las incidencias de esta lucha, que expresamente
pertenecen a la historia particular de aquella peña,
así como de las derivaciones de carácter internacional que
tuvo la cuestión, que terminó con el nombramiento de
secuestrario que Juan II hizo en favor del tantas veces
citado Iñíguez de Atave.
Maciot, sin duda para apoyar las pretensiones de los
portugueses, volvió a Islas; pero en esta ocasión logró
Peraza apoderarse del inquieto francés, así como de su
familia y algunos incondicionales parciales, llevándolos
presos a la isla del Hierro, (1446), donde fué ahorcado
|uanín de Bethencourt, aunque otros dicen que el ajusticiado
fué un tal |uan Guerra y aun hubo testigos en la pesquisa
de Cabitos, que tales medidas las atribuyeron a Guillen
de las Casas, anterior señor. Maciot logró evadirse del
Hierro, con su mujer, gracias al auxilio que le proporcionaron
unos navios portugueses, que por aili se presentaron
con tal objeto, llevándose los fugitivos a Portugal, de
donde se pasaron luego a Sevilla.
Los disturbios debieron proseguir, toda vez que Fernán
Peraza el Viejo se vio en la precisión de impetrar el favor
de Juan 11, quien providenció en real cédula de 7 de abril
de 1449 que los vecinos de las islas menores prestasen al
indicado Peraza todo el favor y ayuda que pudieren contra
los perturbadores, mandando, al propio tiempo, que se le
reintegrase en el señorío de la isla de Lanzarote.
¿FKKNÁN PF.KAZA RECONQUISTA LA ISLA DLL HlK.RKO?
¿Qué ocurría entre tanto en la prenombrada isla, que apenas
suena en medio de estos anárquicos trastornos? Es indu-
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6t
dable que las diversas ventas y traspasos del señorío de
las Canarias, debieron haber producido honda perturbación
en d incipiente gobierno de las islas conquistadas. La isla
del Hierro, la más alejada y descentralizada del primitivo
dominio efectivo betancuriano, quizá llegara casi a perderse
o a mermarse bastante su propiedad, dominando en la parte
montaraz la antigua raza que debido a su cualidad prolífica
se propagaría bastante, educándose en principios de tradicional
aversión al extranjero, que no siempre le daba buen
ejemplo con su conducta. Se trata de un periodo nebuloso
en que probablemente la ciencia histórica, jamás nos aclarará
cosa alguna.
Asegura, no obstante, Múñez de la Peña, que Fernán
Peraza el Viejo había reducido en una veintena de días las
islas de Gomera y Hierro, lo que nos parece muy poco
de haber encontrado resistencia. Que en la última isla tuvo
que sostener un combate de cinco horas con los herreños,
cuya refriega mandó suspender el régulo indígena, al ver
que llevaba la peor parte, sometiéndose en seguida al
invasor Peraza, que ofreció concederle la libertad, siempre
que los sometidos se hiciesen cristianos, lo que aceptó sin
inconveniente alguno el citado jefe herreño, en nombre de
los suyos. Créese que Fernán o Hernán Peraza falleció
en 1452, heredándole su hija única, Doña Inés Peraza de
las Casas, que al año siguiente, parece, casó con Diego
García de Herrera.
Los NUEVOS SKÑORES DK LAS CANARIAS, CONSOLIDAN
LA CONQUISTA DEL HiEKRO: Doña Inés Peraza y su esposo
Diego García de Herrera, que se trasladaron a estas Islas
en 1455, saliendo de San Lúcar en tres bajeles, acompañados
de muchas personas distinguidas y de siete religiosos
franciscanos, tuvieron que litigar sus derechos a la Isla de
Lanzarote, por estar sus vecinos bastante reacios en reconocer
d señorío natural de la Doña Inés. Por lo que respecta
a la del Hierro, el historiador D. Pedro A. del Castillo,
bien sea recogiéndolo de antiguas tradiciones o de alguna
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otra fuente histórica hoy enteramente perdida, nos dice en
el capítulo XXIV de «Descripción histórica y geográfica de
!as islas Canarias», que Diego García de Herrera «solicitó
echar partidas de su gente a caza de los naturales, y cogiendo
muchos muchachos y mujeres, les aplicó todos los
agasajos y caricias que juzgó necesarios a quitarles el
temor que habían concebido para, sin sangre, lograr, a fin
de no despoblar los pocos que la habitaban, pues aunque
eran más simples que los de las demás islas, no quería
que faltaran a los trabajos, ni viviendo los que dejaba para
su guarda y gobierno, advertidos y cautelosos con ellos,
por lo que ya se habían manifestado, en su genio disimulado,
vengativos; y trayendo a su presencia Herrera el más
de los que andaban retirados en las montañas y entre ellos
su rey, que conociendo su poca fuerza para resistir la
mucha gente de Herrera, se rindió y los que le acompañaban,
que por haber algunos de los que habían gozado del
cultivo evangélico y con los que los hicieron los operarios
que llevó Herrera, se bautizaron muchos juntos, su rey
Armiche, que se llamó Marcos, apadrinado por Diego
García de Herrera, y dejando en ella dos religiosos, y de
los más prudentes, que la habían asistido, y tenía consigo
para plantificar el mejor trato con gente que quería asegurar,
se despidió para su vuelta a Fuerteventura y Lanzaro-te,
ofreciéndoles que repetiría su vuelta.» El memorial del
Señor de Fuerteventura está de acuerdo con lo esencial
del anterior párrafo que acabamos de copiar, asegurando
que Diego de Herrera ganó las islas de Gomera y Hierro.
Asimismo conviene en lo de la evangelización franciscana
entre los naturales herreños, el P. Quirós, capítulo XI de los
«Milagros del Smo. Cristo de La Laguna», aunque reconoce
en esto la cooperación del clero secular.
LA LEYENDA DEL BIMBACHE FERINTO: Acaso pueda
relacionarse con esta reconquista total o parcial del Hierro,
una antigua tradición que en éste se conserva. Refiere la
misma que cuando el pequeño peñón insular estaba com-
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pletamente sojuzgado, quedaba pendiente de sumisión un
importante bimbache llamado Ferinto, quien andaba fugitivo
de allá para acá, casi siempre internado en lo más fragoso
de sus montafías o en lo más espeso de los bosques vírgenes
que entonces cubrían el suelo herreño, sin que las
tropas volantes exclusivamente dedicadas a su prisión o
captura, lograsen apoderarse del indómito indígena, que
venía burlando cuantas celadas a cual más ingeniosa, se le
tendían. En cierta ocasión, informados sus perseguidores
del sitio preciso en que por entonces se ocultaba, cercano
a la Villa de Valverde, con toda precaución y cautela, le
cercaron por todos lados, ocupándole los senderos por
donde juzgaban pudiera escapar. Viéndose el infortunado
Ferinto perdido en aquel apurado trance, después de
defenderse a la desesperada de sus enemigos, corrió al
borde de un barranco y por el sitio que la misma leyenda
señala hoy con el nombre significativo de Salto del guan-che,
dio un formidable brinco plantificándose en el borde
opuesto, no obstante su anchura. Otros perseguidores que
se hallaban ocultamente apostados en aquella parte, le
hicieron prisionero inmediatamente, sin darle tiempo a
defenderse. Y cuenta la citada tradición, que aunque envuelta
en el ropaje poético y romántico, siempre conservará
un fondo de verdad, que el aprehendido dio tan tremendo
grito en el crítico momento de su prisión, que su anciana
madre, que se encontraba en la Dehesa, comarca que está
a algunas leguas de distancia, oyó aquel angustioso grito
en que se extinguió el último alarido rebelde de una raza
para siempre vencida, diciendo al propio tiempo que derramaba
amargas lágrimas: ¡Ya prendieron a mi hijo! Mucho
dudamos aunque la tradición con su natural exageración
así nos lo afirme, que la angustiosa exclamación de aquel
hombre en quien se condensó a última hora toda la selvática
y bravia libertad de los suyos, haya repetido su eco
en la distante y apartada Dehesa, quizá el último refugio
de los bimbaches, pero ¿quién sabe si el amoroso instinto
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(A
materno o el presentimiento de aquella madre, no habrá
hecho que aquel desesperado y lastimero eco como si
efectivamente hubiera resonado tristemente en sus oídos?
HERRERA UTILIZA COMO AUXILIARES A LOS HEKREÑOS.
TKOPELÍAS DE AQUÉL: Consolidado por García de Herrera
el dominio de ambas islas, especialmente de la del Hierro,
utilizó frecuentemente a los naturales de éste y también a
los gomeros, embarcados o tripulantes de una carabela,
destinada a las excursiones piráticas que periódicamente
caían sobre las costas de Tenerife y Palma, haciendo prisioneros
a cuantos guanches podían atrapar por sorpresa,
no sin ejecutar actos de arrojo y bizarría. Tales infelices
prisioneros eran destinados a la venta como esclavos, en
beneficio de García de Herrera, que por tal inhumano
medio, se procuraba recursos.
Los despotismos que tanto García de Herrera, como
su hijo Hernán, cometían contra sus propios vasallos libres
y más destacados, prohibiéndoles avecindarse en islas
extrañas a su jurisdicción, dio origen a que los Reyes
mandasen a ambos, en R. C. de 27 de septiembre de 1482,
que no impidieren la salida de los agraviados, Pedro de
Aday, Ibone de Armas y otros para que se establecieran en
Canaria, como era su deseo.
DOÑA INÉS Y SU ESPOSO CEDEN A LA CORONA SUS
DERECHOS SOBRE LAS ISLAS MAYORES: Mo fué Herrera tan
afortunado en sus intentos o amagos de conquista respecto
a las islas mayores; fracasos tan frecuentes y repetidos, que
dieron erigen a continuadas quejas de sus vasallos ante el
Poder real, el cual mandó en Real cédula de 16 de noviembre
de 1476, abrir la famosísima y antes citada pesquisa de
Cabitos, cuyo resultado final fué, previa propuesta del
Consejo de Castilla, que la Corona tomase para sí el
empeño de sojuzgar las islas de Tenerife, Gran Canaria
y Palma, compensando a Diego García de Herrera y su
mujer Doña Inés Peraza, con cinco millones de maravedises,
el título de Condes de la Gomera (nunca llegaron a
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usarlo), y el dominio útil de las islas ya conquistadas y sus
islotes, según ajuste solemnizado en Sevilla a 15 de octubre
de 1477.
ÚLTIMOS AÑOS DE GARCÍA DE HERRERA Y DE SU ESPOSA
DOÑA INÉS PERAZA: Diego de Herrera derivó en lo
sucesivo sus aficiones guerreras hacia la cercana costa
africana y también tuvo que vencer algunas otras dificultades
de orden interno, en cuanto a percepción de tributos y
abono de diezmos y primicias, falleciendo en Fuerteventura
el 22 de julio de 1485. Sepultado en el convento franciscano
de la villa de Betancuria, hízole grabar Argote de Molina,
años más tarde, en su sepulcro, hoy desaparecido, un
pomposo epitafio, lauda de la cual dice Viera que «abraza
todo cuanto pudiera decirse con hipérbole». Doña Inés, su
esposa, le sobrevivió algunos años.
En vida de Doña Inés créese que sus hijos se dividieron
en trozos el señorío de las cuatro islas, separándose en
lo sucesivo de la masa hereditaria las islas de Gomera y
Hierro, que casi siempre constituyeron, dentro de su variedad
particular, un todo, unidas por el lazo personal de sus
comunes Señores territoriales.
ASESINAN LOS GOMEROS AL TIRANUELO HERNÁN PERAZA
EL Mozo: Parece que la vida de Doña Inés Peraza,
última señora de las Canarias, se prolongó hasta 1503,
ignorándose totalmente si durante su viudez se reservó el
gobierno de sus estados insulares, o si por lo que se refiere
al Hierro y la Gomera, lo cedió a su hijo predilecto Hernán
Peraza, que fué asesinado por los gomeros el 20 de noviembre
de 1488, cerca de la villa de San Sebastián. Precisamente
en el mismo año, y previa licencia de los Reyes
Católicos, otorgada el 25 de noviembre de 1476, por escritura
pública celebrada el 25 de febrero ante Sánchez de
Porras, había fundado Doña Inés mayorazgo perpetuo de
las islas de su dominio feudal en favor de su expresado
hijo Hernán; pero tal fundación fué revocada en el testamento
que la misma Doña Inés otorgó el 11 de febrero
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de 1503 ante el citado cartulario, aunque sobre la validez
de tal instrumento y de su codicilo hubo pleito en Granada
entre D. Guillen, su nieto, y el cuñado de éste, Adelantado
D. Pedro Fernández de Lugo, pues parece que no fué
estampada la firma de la otorgante en el original.
La verdad es que después de la muerte violenta de
Hernán Peraza el Mozo, su viuda Doña Beatriz de Boba-dilla,
con quien había casado en octubre de 1481, señora
de fiero y sañudo carácter, obtuvo la real cédula de 8 de
mayo de 1492, oxpedida en Santa Fe, en la que fué aprobada
y confirmada como tutora y curadora de su hijo
D. Guillen Peraza, curaduría en que continuó, detentándola
no obstante haber pasado a segundas nupcias en 1499, con
el Adelantado.
Los HERKEÑOS PARTICIPAN HN LA CONQUISTA DE LAS
ISLAS MAYORES: En lo que concierne a la isla del Hierro,
no nos cabe duda alguna que muchos de sus moradores,
coadyuvaron como los demás de las otras menores, a la
conquista de las que emprendió la Corona, como consta en
las Informaciones de la familia de Espinosa y se puede
ver en algunas de las datas del Adelantado, en Tenerife.
COLÓN EN EL HIERRO: Sin embargo, el hecho a nuestro
juicio, más transcendental ocurrido en las postrimerías de
aquel siglo, 1493, fué la breve estancia del inmortal Colón
en el Hierro, con motivo de su segundo viaje al Nuevo
Mundo. El Dr. Chanca nos lo refiere en el siguiente párrafo:
«...después de partidos de la Gomera, que nos fizo calma,
que tardamos en llegar fasta la isla de! Hierro, estovimos
diez y nueve o veinte días: desde aquí por la bondad de
Dios nos tomó buen tiempo, el mejor que nunca flota llevó
tan largo camino, tal que partidos del Fierro a tres de
octubre, dentro de veinte días ovimos vista de tierra».
(Navarrete, tomo 1, pág. 119). La flota colombina se componía
de tres grandes naos y catorce carabelas de menor
porte, yendo abordo de ella el famoso Alonso de Ojeda,
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siendo casi seguro que la escuadra fondearía en la gran
rada del puerto herreño de Naos.
MINORIDAD DH D. GUILLEN PKKAZA: El Adelantado
D. Alonso Fernández de Lugo, había nombrado, atribuyéndose
al fallecimiento de su mujer Doña Beatriz de Bobadilia,
la tutela de sus hijastros D. Guillen y Doña Inés, lugarteniente
en las islas de Gomera y Hierro al Br. Aparicio
Velázquez, año de 1505; pero habiendo cumplido, entre
tanto, los catorce años de su edad, D. Guillen Peraza,
solicitó la entrega de las islas correspondientes al señorío
de su Casa y las cuentas de la administración de la tutela.
Negóse arbitrariamente a ambas peticiones el Adelantado,
so pretexto de que su pupilo no se hallaba aún en edad
suficiente para emanciparse. D. Guillen se querelló ante el
Consejo de Castilla, que mandó en dos provisiones (enero
y junio de 1521) cesar la tutela y bien pronto el Adelantado
tuvo que acceder a todo, por consecuencia inmediata en
parte de la energía que desplegaron los gomeros en favor de
su adolescente señor, quedando al fin D. Guillen en quieta y
pacífica posesión de sus estados territoriales. Su cuñado
D. Pedro de Lugo, casado con su hermana Doña Inés de
Herrera, le movió a poco pleito sobre el señorío en Granada,
por haberse negado el joven D. Guillen a entregar a su
hermana el dote ofrecido, consistente en un tributo de
200.000 maravedís, impuesto sobre sus dominios, alegando
su nulidad, por tratarse de bienes de mayorazgo. La Cnancillería
de Granada sentenció el litigio en favor de Doña Inés.
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EL CONDE DON GUILLEN,
SERORDE LA GO/AERA Y HIERRO.
SUS TENORIADAS
Dotado este procer gomero de un carácter voluble y de
desordenados apetitos, triste herencia inmoral que le
transmitió su padre, prodigó los hijos naturales por todas
partes; en Canaria, adonde había pasado con motivo de
haber sido excomulgado por la curia eclesiástica, a consecuencia
de falta de pago en los diezmos que debían abonar
las islas de Gomera y Hierro, vivió con su lejana pariente,
la hermosa y desventurada Doña Beatriz Fernández de
Saavedra, a quien había dado, parece, palabra formal de
casamiento. Dejando abandonada a su víctima, después de
haberla hecho madre de varios hijos y pretextando el arreglo
de ciertos negocios particulares, pasó a la Península,
no tardando en contraer matrimonio en jerez de la Frontera
con Doña María de Castilla (1517), olvidándose por completo
de la infeliz y atropellada Doña Beatriz, que algunos
autores reputan de esposa clandestina.
Con motivo de sus frecuentes visitas a la isla del
Hierro, tuvo también sus devaneos amorosos con la hermo-
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sa herreña Doña Justa Alonso, hija de un hidalgo castellano,
poblador o conquistador de la isla, Alonso de Magdaleno
y de su esposa Clara Machín de Arteaga. En tal doncella,
fué padre del capitán D. Nicolás Peraza de Ayala; pero el
Alonso de Magdaleno tuvo tan a mal el agravio que a su
honra infirió el Conde, que toda la vida arrastró larga capa
de luto, dejándose crecer la barba, ya que no le fué posible
reparar su honor mancillado. Sus convecinos sólo le vieron
en lo sucesivo, acudir desde su casa, cuyas ruinas señala
la tradición hoy todavía en la loma de «Arema», únicamente
cuando tenía que cumplir sus deberes religiosos en la
parroquia, sita entonces en el solar que ocupa la actual
ermita de Santiago. Digna actitud la de este noble anciano,
que toda la vida lloró la deshonra que a su limpio linaje
y a sus venerables canas, originó la desordenada lascivia
de D. Guillen, que de tal manera pagaba la lealtad de sus
más sobresalientes vasallos.
Su PAPEL EN LA CoRTE: Algo lució D. Guillén en la
Corte del César español, que entonces se encontraba en
Sevilla, a juzgar por los versos de Triunfos nupciales, en
los cuales le menciona su autor Vasco Núñez de Fregenal.
Helos aqui:
EL GOMERO
Su nombre es claro, fulgente,
Guillén Peraza de Ayala,
Discreto, sabio, prudente;
Trata tan bien a su gente
Que es gloria, asi Dios me vala,
Es de Dios tan servidor
Que hablando de verdad,
Es digno y merecedor
De ser rey, emperador
O de otra gran dignidad.
Tiene consejo muy sano
Este Conde esclarecido,
Y aunque no es muy anciano,
Ninguno otro más humano
Jamás he visto ni oído.
En este la discreción
Está tan corroborada,
Vínole por sucesión;
Por tanto en el corazón
La tiene más que sellada.
Varón de gran merecer
Y de aprobado linaje,
Dios que lo quiso hacer,
Le dio prudencia y saber
Con que guarda su homenaje.
Pues la Condesa una estrella
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Es por cierto linda dama;
La cual cuando era doncella,
Por ser tan discreta y bella
Tenía en Castilla fama.
Es la más sabia mujer
Y más discreta señora
Que jamás yo podré ver;
Dios le dé todo el valer
De que es merecedora.
Doña María de Castilla,
En quien gran bondad se encierr»,
Muy prudente a maravilla,
Que creo tiene silla
En el cielo y en la tierra.
Es en extremo virtuosa,
Sabia, docta y elocuente.
Honestísima, hermosa,
Y en sus arengas graciosa,
Humilde, mansa y prudente.
Pues son dos y en carne una,
(Triunfo IV-1526)
Nadie los podrA apartar.
Que de niñicos en cuna,
Menosprecian la fortuna
Jamás tomando pesar.
Por do creo que en el cielo
Tendrán sillas muy lozanas,
Pues acá en aqueste suelo
Jamás cidieron un pelo
Por favor ni pompas vanas.
Dios les permita gozar.
Porque conservan su grey
Y los quiera prosperar.
Porque puedan gobernar
Sus islas en paz y en ley.
Que no serán expelidos.
Del templo por infecundos.
Pues le tienen ofrecidos
Los susecuenttts cumplidos.
Los legales muy yocundos.
Como se vé, Núñez de Fregenal no er?. parco en
elogiar, dejándose llevar del numen de su poesía, y hay
que pensar que clase de alabanzas no dedicaría a ios
grandes de la corte de Carlos V.
DISCORDIAS CON SUS HIJOS: Sea por falta de carácter
o por otras circunstancias, D. Guillen fué poco venturoso
con su esposa Doña María de Castilla y sus hijos legítimos.
Uno de ellos, D. Gaspar, le arrebató el gobierno y jurisdicción
de la Gomera, manifestando en los tribunales, ante
los cuales acudió en defensa de su hollado derecho el
D. Guillen, que éste era loco y sin juicio, «e otras palabras
muy injuriosas y afrentcsas>. La muerte de ese hijo ingrato,
a quien había dejado desheredado en su testamento,
otorgado en La Laguna el 1." de marzo de 1544 ante joven,
le evitó sucesivos y serios disgustos (1571). De ella se
enteró el Conde estando residiendo en Madrid.
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DISPOSICIÓNKS EN RKLACIÓN CON EL HIERRO: Por el
mismo testamento venimos en conocimiento de que tuvo
arrendada la isla del Hierro, que parece siempre le fué fiel,
en Pedro de Aponte, regidor y vecino de Tenerife. Ese
mismo año de 1544, según el anterior instrumento, se
construía en Valverde una iglesia con destino a Parroquia,
«junto a San Sebastián», a la cual hace un legado de
veinte ducados, «para ayuda de su obra», y cinco para
teja a cada una de las ermitas de la indicada isla, además
de una capellanía de cuatro misas semanales en la cit