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© Francisco Cárdenes Acosta, 2014 Fotografías: FEDAC Depósito Legal: GC-72-14 Imprime: Copimaycor S.L. Mesa y López,67 35010 – Las Palmas de Gran Canaria FRANCISCO CÁRDENES ACOSTA (Diplomado en Estudios Canarios por la Universidad de Las Palmas) HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO LAS PALMAS DE GRAN CANARIA AÑO 2012 FRANCISCO CÁRDENES ACOSTA (Diplomado en Estudios Canarios por la Universidad de Las Palmas) HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO LAS PALMAS DE GRAN CANARIA AÑO 2012 Trabajo dedicado con todo cariño a mi esposa, hijos y nietos, y en especial a Fifi, nuestra “hermana”, con el deseo de recordarle sus viejos rincones de juventud. HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO Índice Capítulo I Antigüedad de la Ermita página 7 “ II El porqué del nombre de San Telmo “ 13 “ III Los inicios de San Bernardo como parroquia “ 17 “ IV La ermita de San Telmo “ 19 “ V El arte en la ermita “ 23 “ VI Los Párrocos “ 53 “ VII El “Gremio de Mareantes” su potencialidad económica y trascendencia social “ 56 Capítulo VIII El Muelle de San Telmo página 66 “ IX Los Astilleros de San Telmo “ 73 “ X La Fiesta de “La Catumba” “ 82 “ XI El Final del Gremio “ 86 “ XII El Parque de San Telmo “ 89 “ XIII El entorno a San Telmo Triana una calle, un Barrio “ 102 “ XIV Los Conventos del barrio “ 120 “ XV De la cafetera de los Antúnez a la “pepa”, pasando por el tranvía eléctrico. “ 161 “ XVI Consideraciones finales “ 179 INTRODUCCIÓN Los años corren, y el tiempo pasa cada vez más rápido, veo, que sin darnos cuenta, nos llega la vejez y la lucha por la vida nos condiciona a pesar del esfuerzo por retrasar sus efectos. Veo cómo van desapareciendo las personas queridas, cómo se van alejando los amigos y se va limitando nuestra vida a un radio de acción cada vez más reducido. Sólo distrae nuestro ánimo, la familia, en especial los nietos, la playa, los libros y los recuerdos del pasado y si algo nos anima es la esperanza de un nuevo avance en la ciencia que nos alargue la vida. Por eso, desde este nuevo rincón de mi hogar, junto a la playa de Las Canteras, con mis frecuentes y largos paseos por el mar, trato de oxigenar mi sangre y alegran mi debilitado corazón, esto, más la familia, los libros y la universidad son los que me ayudan a recordar y aglutinar aquellos rincones olvidados de mi ciudad, rincones, sobre todo, de mi querida Gran Canaria en los que en muchos momentos de mi vida tuve una intervención directa y que hoy quiero dejar reflejados en estas modestas páginas dedicadas a recordar “Historias de San Telmo y su Entorno”. Sin dudarlo, el presente está formado del pasado y con el progreso y el desarrollo tendremos un futuro mucho mejor. Francisco Cárdenes Acosta Diplomado en Estudios Canarios Universidad de Las Palmas de G.C. 7 HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO EL MUELLE Y LA ERMITA DE SAN TELMO 1890 -1895 I ANTIGÜEDAD DE LA ERMITA Con el devenir de los años la ciudad del Real de Las Palmas, en un principio comprendida entre dos grandes murallas fortificadas que la cerraban por el Norte y Sur, se fue transformando por exigencias urbanas, de una manera muy considerable. Ello aparece confirmado desde tiempo atrás, en viejos planos y crónicas de la capital que así 8 lo atestiguan. Esta transformación incluye algunas ermitas, como las de San Pedro González Telmo, San Sebastián y Nuestra Señora de las Angustias, templos emplazados a pocos metros de la antigua y desaparecida muralla de Triana, fortificación que bordeaba la margen derecha del cauce del barranquillo de Mata y terminaba en el castillo de Santa Ana, que así le llamaban, aunque era una torre-fortaleza que se adentraba en las Caletas de San Telmo, también conocidas como el Charco de los Abades, este fortín se le debe al gobernador Martín de Benavides, y se terminó de construir en el año 1581. El castillo fue defendido frente al pirata holandés Pieter Van-der-Does, en 1599, por el alcaide y capitán don Alonso de Venegas y Calderón con tal ardor que, antes de morir, agotadas las municiones, no dudó en hacer su último disparo con las llaves del fortín. La torre se ubicaba muy cerca de la antigua heladería “La Canaria” (recordada por los cuasi setentones), junto al viejo muelle de Las Palmas, y fue demolida hacia 1880. Hoy, sus cimientos permanecen ocultos en el espacio ganado al mar y forman parte del propio Parque de San Telmo y la Avenida Marítima. Al heroico defensor del castillo lo recordamos con una céntrica calle muy cercana al lugar que protegió con su vida, como es la conocida “Calle Venegas”, aunque desdichadamente casi nadie sepa a quien está dedicada esta importante arteria de la ciudad. En el siglo XVI, en el sector norte de Las Palmas, solo se encontraban fuera de la muralla de Triana, en la zona de “Los Arenales”, las pequeñas ermitas del Espíritu Santo, San Sebastián, Santa Catalina, (fundada por los mallorquines antes de la 9 conquista), Nuestra Señora de La Luz y la Capilla del primitivo Hospital de San Lázaro. “Intra-muros”, muy cerca de la mentada muralla, estaba la ermita de San Pedro González Telmo, cuyos orígenes se remontan al año 1520. Todas ellas fueron atacadas, incendiadas y destruidas en la invasión pirática del holandés Van-der- Does del año 1599. Planos levantados por los ingenieros militares italianos, al servicio de Felipe II, Leonardo Torriani y Próspero Casola, correspondientes a esta época, consignan en “extra-muros” a los ya mentados oratorios e “intra-muros” al de San Telmo, si bien Torriani señala a este último solo con una cruz. En el siglo XVII ya aparecen reedificadas las Ermitas de San Sebastián y San Telmo, consignándolas en 1686 don Pedro Agustín del Castillo en el plano que levanta de la ciudad de Las Palmas. Ambos templos fueron construidos inmediatos, separados el uno del otro por muy pocos metros, si bien la ermita de San Sebastián se erigió al norte. En 1694 la “Confraternidad de Mareantes de San Pedro González Telmo” que ya poseía en sus arcas una importante suma de dinero, 80.000 pesos, fruto de las aportaciones de sus hermanos, decide edificar un nuevo templo al Santo. Para su decoración manda traer de la Península personal competente. Como curiosidad, en el despacho parroquial de la ermita se conserva actualmente un cuadro en el que se lee: “Esta iglesia se hizo con caudal del Santo y su Hermandad, y la solicitud de su Mayordomo, Valentín de la Concepción, natural de la isla de La Palma; se dio principio a abrir 10 los cimientos el día 9 de mayo de 1745 y se acabó a 20 de dicho mes del año 1747”. Estos datos indican que entre la fecha del acuerdo tomado para hacer la obra, 1694, y el comienzo de la misma, 1745, medió el largo espacio de cincuenta y un años. En las “Constituciones Sinodales” del obispo don Pedro Manuel Dávila y Cárdenas, año 1735, se citan a las ermitas de San Sebastián y San Telmo, ya dentro de las murallas. Poco después, en el propio siglo XVIII, se edifica una nueva ermita entre la de San Sebastián y San Telmo, dedicada a Nuestra Señora de las Angustias. En 1773, el ingeniero militar don José Ruiz Cermeño oriundo de Calahorra y llegado a Las Palmas en 1771, al frente de una expedición militar, señala estas tres ermitas en el plano que levantó de la ciudad de Las Palmas, donde también fijó la de San Nicolás de Bari y la del Santo Cristo, esta última, del siglo XVII, pertenecía a la Venerable Orden Tercera Franciscana, oratorio que se alzaba en la hoy calle Dr. Déniz, junto al campanario de la iglesia de San Francisco y que a partir de la desamortización de Mendizábal se utilizó como escuela pública, y, años más tarde, como Academia de Dibujo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, pero a la que el tiempo y el abandono, de una parte, y el obligado ensanche de la ciudad, de otra, la hicieron desaparecer a mediados del pasado siglo XX -octubre de 1953-, el solar dio paso a la actual calle “San Francisco” que nos lleva desde la mentada iglesia a la “Avenida Primero de Mayo”, avenida que hoy ocupa las excelentes huertas del histórico monasterio franciscano. 11 En 1833, en planos levantado por el ingeniero sevillano don Antonio Pereira Pacheco, solo aparece la ermita de San Telmo situada en el lugar que actualmente ocupa. El erigir ermita a San Sebastián a la entrada de las poblaciones fue una costumbre cristiana muy antigua y arraigada en Gran Canaria, todo, para honrar al insigne santo romano, venerable protector de epidemias, como las conocidas de fiebre amarilla y cólera que castigaron nuestra ciudad durante el s. XIX, plagas de amargos recuerdos para los grancanarios. Al igual que la ciudad de Las Palmas tuvo su modesto templo dedicado a San Sebastián, también lo tuvieron las localidades de Telde, San Lorenzo, Guía, Gáldar, Agaete, Aguimes, etc. Fue mucha la devoción que tenía el pueblo canario al santo mártir, de ahí las numerosas ermitas dedicadas al mismo. El oratorio de la ciudad, que se encontraba al norte de la ermita de San Telmo, fue arrasado, a finales del XVIII, por el enorme caudal de agua que llevó aquel año el cercano barranquillo de Mata. En San Sebastián recibía culto una pequeña imagen del santo asaetado, talla de unos 70 cm. de alto, que se pasó a la ermita de San Telmo, de donde fue sustraída hace más de treinta años –mayo de 1981-. Según don Ricardo, párroco actual del templo, se sabe quien la tiene, y espera que un día le sea devuelta a la ermita. El también modesto templo de Nuestra Señora de las Angustias, que hemos señalado más arriba, entró en ruinas muy pronto, pues, en las postrimerías del siglo XVIII el culto a su titular ya se llevaba a cabo en la ermita de San Telmo. 12 La ermita de Nuestra Señora de las Angustias está estrechamente unida a la azarosa vida marinera, como lo está la de San Pedro González Telmo, todo debido al abundante tráfico de veleros canarios a la llamada “Costa del Moro” o de Berbería, y a los largos periplos hacia las Indias de Su Majestad. En los sinsabores, la dura lucha contra el mar, en las angustias, soledades y tragedias de los tripulantes de bergantines y goletas y de otras embarcaciones menores, padecidas en rutas hacia tierras lejanas, hemos de encontrar el origen de la devoción en Gran Canaria a Nuestra Señora de las Angustias. Por eso, su advocación la hallamos prendida muy dentro del alma de la gente que vive del mar y en la mar. Su nombre, expresivo y doloroso, rotula más de una embarcación. Esa devoción, al igual que la de San Pedro González Telmo, aparece muy dentro del corazón isleño, y todo relacionado con las arriesgadas faenas marineras de las numerosas familias asentadas en los barrios y riscos de la ciudad. Muchos de los antiguos moradores de estas barriadas conociendo los duros y amargos momentos vividos en la mar, ya como simples marineros, “roncotes”, o en calidad de capitanes, patrones o contramaestres, se afiliaban, como a una tabla salvadora, en la histórica “Confraternidad de Mareantes de San Pedro González Telmo”. Uno de los tantos ejemplos de ayuda económica y moral por parte de la “Confraternidad” la tenemos con el rescate de los veintisiete tripulación del pailebot “Las Angustias” con matricula de Las Palmas, en octubre del año 1784, cuando la nave embarrancó en el banco pesquero sahariano, frente a la costas de “Cabo Bojador”, a consecuencia de un violento temporal, tragedia de amargos recuerdos para los canarios de la mar. 13 II EL PORQUÉ DEL NOMBRE DE SAN TELMO Uno de los primeros templos transformados en su emplazamiento y alterado en su arquitectura y decoración interior fue el de San Pedro González Telmo, popularmente conocida con el nombre simplificado de San Telmo. Lo más probable es que la primera ermita dedicada al Santo en nuestra tierra fuese debida a algún rico y fervoroso navegante portugués, gallego o andaluz que habiendo llegado a Gran Canaria en los albores de la conquista, como tantos otros, se asentara en la entonces ciudad de Canarias o del Real de Las Palmas. Esos esforzados navegantes lusitanos que a nuestras costas arribaron a principios del siglo XVI y siguientes, fueron los que dejaron en ella su alma y su espíritu aventurero, sus costumbres y profundas huellas de su lenguaje; otro tanto nos dejaron los españoles peninsulares a través de la presencia de andaluces, gallegos, mallorquines, vascos, extremeños, castellanos, etc. Como así consta en los Archivos del Tribunal de la Santa Inquisición de Canarias, en el Archivo Histórico Provincial y en documentos sacramentales de las más antiguas parroquias isleñas. En todos esos documentos se pone de manifiesto el crecido porcentaje de familias portuguesas residentes en Canarias, tantas, que se llegó a citar a una importante vía del viejo barrio de Vegueta, con el nombre de “Los Portugueses”, calle que hoy conocemos 14 como de “Colón”, y que la localizamos junto al Museo que lleva su nombre. De nuestra influencia portuguesa se derivan apellidos tan comunes como los Suárez (Soares), Silva, Matos, Sosa (Sousa), Viera (Vieira), etc. Pero el nombre que nos ocupa es el de Pedro González Telmo, nombre dado a una pequeña ermita levantada en el siglo XVI en las afueras de la ciudad de Las Palmas pero dentro de la muralla norte y junto a las playas y caletas de San Telmo, por donde se hacían embarques y desembarques de personas y mercancías, ya que el de refugio en las Isletas estaba a algo más de tres millas (unos, cinco kilómetros) de distancia en dirección norte y después de pasar un campo arenoso, tétrico y desolador, como nos dice el ingeniero cremonés Leonardo Torriani en su “Descripción de las Islas Canarias” escrita hacia el año 1590. Los estudiosos del pasado nos recuerdan que, desde muy antiguo, el mar ha estado ligado íntimamente con la vida del isleño, no solo en las comunicaciones marítimas, sino en el fervor de las costumbres religiosas relacionadas con la mar. Por esta razón fundamental es por la que los canarios recogen en su historia la del Santo que a través de muchos años fue patrono de la gente de la mar. El origen de la devoción marinera a San Pedro González Telmo, el pío fraile dominico confesor del rey San Fernando, se remonta a los 15 primeros años del XVI, por existir en esa época la creencia de que este Santo se aparecía a los navegantes sobre las arboladuras de sus navíos en forma de fuego durante las noches de tormenta, fuego popularmente conocido como de “San Telmo”. Esta creencia favoreció enormemente su devoción por los hombres de la mar y llegó a divulgarse por toda la geografía de nuestras costas atlánticas, alcanzando singular particularidad en las Islas Canarias, donde tuvo espléndida muestra de fervor entre los navegantes de las islas. Esta fue la principal razón por la que se constituyó en nuestra ciudad la Confraternidad de Mareantes de San Telmo, cuya principal labor, como explicaremos más adelante, fue de carácter benéfico y religioso. En ella estaban inscritos, los propios armadores, capitanes y todos los marineros canarios, como aquellos otros que frecuentaban el fondeadero del refugio de las Isletas San Pedro González Telmo, más conocido por San Telmo, nace en la castellana villa de Frómista en 1180, cerca de Palencia, fue bautizado en su iglesia de San Martín, joya de la arquitectura románico de finales del siglo XI, era sobrino del obispo don Tello Téllez de Meneses y de otro obispo llamado Arderico, como vemos era de familia muy distinguida, de adolescente sus padres lo trasladan a Palencia y su tío, el obispo, lo matricula en la Escuela Catedralicia para cursar estudios de humanidades, lengua castellana, física y teología, de donde el joven Pedro sale convertido en un eminente científico. En 1204 es ordenado sacerdote y posteriormente ingresa en la orden de los Dominicos de Palencia. Fue confesor del rey Fernando III el Santo. Falleció en la 16 ciudad de Tuy (Pontevedra) en 1240, después de evangelizar toda la costa de Galicia y Portugal y de realizar un sinfín de milagros ante la gente de la mar. Su vida piadosa y santa le convierte en un nuevo venerable de la Iglesia Católica, su actuación apostólica por Castilla, Galicia y el litoral lusitano siempre en contacto con pescadores y marineros españoles y portugueses llevó a éstos a tomarlo como Patrón de la gente del mar. Sus restos descansan en la Catedral de Tuy, ciudad donde falleció, siendo en la actualidad el patrono de la diócesis de Tuy-Vigo. En 1741, su Santidad el Papa Benedicto XIV, comprobada su santidad y abundancia de milagros, lo canoniza y confirmó su culto como santo, señalando su fiesta el 15 de abril, pero, es el tercer domingo del mes de mayo la fecha en que la Cofradía de Mareantes honraba a su santo patrono con una ceremonia religiosa en la ermita, seguida de procesión solemne. 17 III LOS INICIOS DE SAN BERNARDO COMO PARROQUIA Iglesia de las monjas Bernardas, donde fue erigida la Parroquia de San Bernardo el 20-08-1849 (Planos de Maffiotte presentados al señor Obispo Lluch, el 22 de marzo de 1864) Al crecer la ciudad y aumentar su población “el santo obispo del cólera”, don Buenaventura Codina y Augerolas (1847–1857), estimó conveniente crear nuevas parroquias, así es como surge, un 20 de agosto de 1849, la Parroquia de San Bernardo, cuya jurisdicción alcanzaba inicialmente hasta el Puerto de La Luz. Tuvo su primera cede, con carácter provisional, en la iglesia del demolido 18 convento de monjas bernardas, de ahí el porqué de ponerla bajo el patrocinio de San Bernardo. El desaparecido Monasterio de la Concepción, fue fundado, según don José de Viera y Clavijo, el 14 de junio de 1592, incendiado y reducido a cenizas en la invasión holandesa de 1599, una vez reedificado, las religiosas volvieron al convento en 1609, monasterio que abandonan definitivamente en 1836, a causa de la ley desamortizadora dictada por don Juan Álvarez de Mendizábal, ministro de Hacienda en la regencia de la reina María Cristina de Borbón, años más tarde, en 1843, es derribado el convento, por decisión de don Luis Navarro, que lo había adquirido en subasta pública, quedando en pie solamente la iglesia, donde se instaló la parroquia de San Bernardo en 1849, el descuido y abandono de la misma fue el pretexto para su demolición definitivamente en 1868, ya en 1861 la parroquia de San Bernardo se había trasladado, de forma provisional, a la iglesia de San Francisco de Asís, al declararse el templo en ruinas. 19 IV LA ERMITA DE SAN TELMO Como ya señalábamos, los orígenes históricos de la actual iglesia de San Telmo se remontan al año 1520, así pues, la primera ermita dedicada al santo Pedro González Telmo en la isla, data del siglo XVI, y estaba ubicada junto a la antigua muralla que por el norte cerraba la ciudad, el santuario fue incendiado y destruido por las huestes del pirata holandés Pieter Van-der-Does en el año 1599, cuando desembarcó en la isla con más de 8.000 hombres de a pie y una flota de 74 barcos. A principios del XVII, hacia 1602, se reconstruye el santuario incendiado en el mismo lugar, con materiales de muy baja calidad, que la llevan a un deterioro que con el paso de los años se va haciendo notar. Por ello, a finales del siglo XVII, el Gremio de Mareantes, que tenía una buena situación económica, adquiere un solar cercano para la construcción de la actual ermita (hoy parroquia de San Bernardo). El historiador grancanario don Agustín Millares Torres, señala que en 1694 estaban abiertos los cimientos, pero su construcción se inició el 9 de mayo de 1745, y se concluyó un bienio después. A don Agustín Millares lo contradice la nota enmarcada que se conserva en la sacristía, que indica: …/…. “se dio principio a abrir los 20 cimientos el día 9 de mayo de 1745”…/… Las dudas son muchas, pero así se escribe la historia. La iglesia actual, la tercera dedicada al Santo, es de planta rectangular y pequeñas dimensiones, de una sola nave (26,81 de largo por 7,65 de ancho). Tiene un rico artesonado estilo mudéjar, posiblemente de carpintería portuguesa, sobresaliendo el presbiterio, adornado con grandes penachos y finas piñas, rosetas y perillones bellamente tallados y policromados. El frontis, orientado al poniente, es de líneas sencillas. Su pórtico plateresco luce un resaltado marco de cantería canaria, con hueco de puerta y arco, llamando la atención los almohadillados cuadrados y ovaloides, conchas y rosetas, todo rematado por un frontón cerrado. Sobre el mismo se abre un ventanal cuadrado con cristalera giratoria sobre el que se alza una graciosa espadaña. La puerta es de tea con herrajes. Pilares de sillería limitan las cuatro esquinas, con la particularidad que las dos del frontis principal aparecen decoradas en su parte superior por sencillos pináculos. El frontis sur es muy sencillo. Tiene un contrafuerte, un hueco de ancha puerta cuadrado con herrajes y dos ventanales, uno de ellos gótico, da luz al presbiterio. Adosado al costado norte está la sacristía y la antigua casita del santero o mayordomo de la ermita, parte de la misma está actualmente dedicada a archivo de la parroquia de San Bernardo. En tanto el frontis de la casita, que da al poniente, es de una sola planta con ventana y puerta, el que mira al Parque de San Telmo, antes llamado de “Cervantes”, es de dos plantas, con un típico balcón canario y una batería de ocho gárgolas de cañón a diferentes alturas para el desagüe del agua de lluvia. 21 La ermita de San Telmo como residencia de la “Confraternidad de Mareantes de San Pedro González Telmo” mereció en todo momento especial atención por parte de sus mayordomos, capellanes y hermanos. Buena prueba de ello es la bella y original ornamentación que posee, imágenes, retablos, vasos sagrados, lienzos y objetos para el culto, son la admiración de cuantos lo visitan. No toda la obra artística que en ella se exhibe ha sido siempre patrimonio de este templo, pues buena parte de la misma procede de la derruida iglesia del convento de monjas bernardas de la Concepción y de las desaparecidas ermitas de San Sebastián y Nuestra Señora de las Angustias. LAS ÚLTIMAS RESTAURACIONES La ermita de San Telmo, después de muchos años de abandono y dejadez, es sometida, durante los años 1997/98, a un exhaustivo y profundo proceso de restauración en su interior. Los trabajos de reparación afectaron a los retablos barrocos, y se realizaron gracias a la colaboración económica del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, a través de su departamento de Patrimonio, las labores de recuperación las llevó a cabo un equipo dirigido por la mano experta de la joven restauradora grancanaria Teresa Manrique de Lara y los elementos artísticos sobre los que se trabajó fueron: el retablo del altar mayor, los dos retablos laterales y los paneles policromados que forman el presbiterio, todas ellas obras de mediados del siglo XVIII. El presupuesto de la obra alcanzó los 7,5 millones de pesetas. 22 Con anterioridad, en los años 1988/89, el templo había sufrido una importante restauración de su exterior, ya que las lluvias y el paso del tiempo habían deteriorado la construcción, de forma tal, que las humedades estaban haciendo verdaderos estragos en el conjunto del santuario. Las obras de rehabilitación corrieron a cargo del Gobierno Autónomo de Canarias, bajo la dirección del arquitecto don Rafael Miranda Flores, con un costo inicial de algo más de ocho millones de pesetas. La restauración arquitectónica consistió, principalmente, en desaparecer los focos de humedad de la cubierta, quitando las tejas que estaban dañadas, aprovechando algunas de ellas, así como la tierra y escombros que deterioraba la estructura, hasta dejar un techo nuevo e impermeable. También se reparó la piedra del arco principal, afectado igualmente por las humedades. Para cambiar la vieja piedra, bajo la dirección de un especialista, venido de la península, se desmontó, piedra por piedra el arco, enumerándolas, para llevarlas hasta Arucas, donde hicieron otras nuevas. Los trabajos de subida de niveles del Parque dejaron a la ermita enterrada, por lo que al estar por debajo del nivel de la calle y para evitar inundaciones, sobre todo en días de fuertes lluvias, se hizo un nuevo zócalo de cantería, acorde con el entorno, para desviar riadas que pongan en peligro de inundación a la ermita. Terminada la restauración, una vez pintado y barnizado el exterior, las obras se dieron por terminadas a finales de 1989. 23 V EL ARTE EN LA ERMITA RETABLO DEL ALTAR MAYOR Altar Mayor y arco toral A la “Confraternidad de Mareantes” pertenecen las siguientes obras de arte que se custodian en el templo: retablo del altar mayor, del más puro estilo barroco, construido en 1766. En el mismo podemos leer los textos siguientes, lado del Evangelio: “Se hizo y doró este 24 Retablo siendo Mayordomo del Sr. Sn. Telmo”, y en el de la Epístola, este otro: “Dn. Luis Nabarro (sic). Año de 1766”. El retablo, de tres cuerpos, tiene una sola hornacina donde, en su día, estuvo colocada la imagen del Santo titular y patrono, y tres pequeñas pinturas religiosas: Crucificado, San Miguel y San Rafael. El penacho o coronación lleva en el centro la imagen del Padre Eterno, con los brazos abiertos. El frontal del altar está policromado. Según exponen los historiadores María de los Reyes Hernández Socorro y José Rodríguez Concepción en su libro “Patrimonio Histórico de la Basílica de Teror” editado por el Cabildo Insular de Gran Canaria en 2005. El altar mayor de la ermita de San Telmo se le atribuye al maestro carpintero y retablista grancanario Nicolás Jacinto Viera. Sabemos, nos dicen, que el maestro recibió las aguas bautismales el primer día de enero de 1715, y que, según consta, es hijo de Juan Jacinto, mareante, y de Marcela Estévez, llegando a la pila bautismal de ocho días. En 1737, el maestro contrae matrimonio con María del Carmen Betancurt y Zambrano. El retablista, según partida de defunción, vivió 81 años, hasta mayo de 1796. Según estudios del investigador grancanario don Julio Sánchez Rodríguez, se sabe que, de los cinco retablos de notable interés realizados entre 1777 y 1783, quizás los más representativos del rococó en Gran canaria, para la Basílica de Nuestra Señora del Pino de Teror, los tres centrales los realizó el tallista grancanario Nicolás Jacinto Viera, mientras que los otros dos laterales 25 responden a la mano de José de San Guillermo, también conocido en aquellos entonces como José de Quesada. Entre los trabajos más importantes del maestro Nicolás Jacinto tenemos: el retablo mayor de la Iglesia de San Juan Bautista de Telde, llevado a cabo entre 1750 y 1766. Ese mismo año de 1766 realiza el del altar mayor de la ermita de San Telmo. Para tal edificio, y tres años más tarde, se efectuaban los que hoy presiden las imágenes de Nuestra Señora de las Angustias y San Pedro González Telmo, piezas quizás salidas de la propia mano de maestro Nicolás Jacinto, aunque se le atribuyan a José de San Guillermo, pues responden al mismo esquema que los colaterales terorenses, si bien ofrecen un mayor repertorio decorativo. En igual fecha, 1766, fueron forradas con madera las paredes del presbiterio haciéndolas policromar la “Confraternidad” a base de un damasquinado al más puro estilo cordobés. En el año 1767 se doró el techo mudéjar del presbiterio. En 1781 se hacen los nuevos retablos barrocos de los laterales, para Nuestra Señora de las Angustias y la Concepción. En 1774 se hicieron las andas de plata de San Telmo por el platero canario, natural de Las Palmas, Agustín Padilla. En 1776 fue pintado y decorado el arco toral por el maestro Agustín Rodríguez, trabajo que hizo por 90 pesos, abonándole la “Confraternidad” 10 más por el excelente trabajo realizado, según consta en los libros de actas del “Gremio de Mareantes”. En este mismo año de 1776 el Gremio invierte 3.000 pesos en adquirir el órgano, campana de tres quintales y varios ornamentos. En 1784 fue colocado el púlpito tallado y dorado; éste exhibe en uno de los 26 tableros la tiara y las llaves de San Pedro. En 1786 la Junta de Mareantes encargó al orfebre canario, Antonio Padilla, hijo de Agustín Padilla, el marco de plata de la Virgen de las Angustias, para lucirlo el día de su fiesta, cuyo molde tallado se debe a José de San Guillermo, del que hoy conocemos que se llamaba realmente José de Quesada, maestro que fue del insigne escultor canario José Luján Pérez. En el año 1794 el mismo platero Antonio Padilla hizo el trono de plata de la Virgen de las Angustias, teniendo como molde de madera el confeccionado por el mentado maestro José de San Guillermo. En 1797, la Confraternidad llevada del mismo celo encargó al referido platero la hermosa lámpara de plata que cuelga en el lateral derecho del presbiterio, sustituyendo a la que robaron en 1788 de la que solo apareció la basa enterrada en las dunas de “Los Arenales”. Desde el año 2009, cuelgan en el Altar Mayor, escoltado la pintura del crucificado, dos lamparitas regalo de las Siervas de María a la parroquia antes de abandonar su convento de la calle Canalejas. 27 ALTAR DE SAN TELMO Altar de San Telmo La imagen del santo dominico palentino, San Pedro González Telmo, es muy antigua, y se cree que fue traída a finales del siglo XVII por un galeón español en ruta para Las Antillas. Es de autor desconocido, pero, al parecer, según rasgos, es de la escuela sevillana. Es una imagen de vestir y de expresivas facciones. En la mano izquierda lleva un bergantín de plata sobredorada, obra del orfebre canario Antonio Padilla, y en la derecha una candela también de plata, su cabeza la adorna una diadema del mismo metal sobredorado. El altar, en las grandes solemnidades de 28 antaño, se veía enriquecido con un juego de doce candelabros de plata, del orfebre Antonio Padilla, que por 167 pesos, adquirió el Gremio en el año 1781. En la actualidad esa gran solemnidad se ha perdido. El santo viste túnica con escapulario de tela blanca adornada de un galón dorado y manto y capucha de terciopelo, igualmente guarnecido con franja de oro. Del cuello pendía, en los años 60 del pasado siglo, según don Sebastián Jiménez, un rosario de oro con medallas, rosario que hoy no luce la imagen, pero que se guarda en una cajita, según inventario del 2004, en un armario en la sacristía. Hace años que la talla fue trasladada desde la hornacina del Altar Mayor al altar barroco situado en el lateral derecho del templo, obra extraordinaria realizada en 1781 en Las Palmas por el maestro carpintero José de San Guillermo, la obra fue dorada por el pintor y dorador Agustín Rodríguez, trabajo por el que recibió 70 pesos. Las paredes de la hornacina están policromadas. Al Santo de los marineros y de la gente de la mar se le honraba antiguamente, en su día grande, con solemne función religiosa a cargo del capellán de la ermita, a la que asistía la “Confraternidad” en pleno. En los últimos tiempos también acudía a la función la Corporación de Prácticos del Puerto y la Autoridad de Marina. Procesionalmente se le paseaba por el viejo Barrio de Triana (sede de las antiguas casas consignatarias) en magnifico trono de plata cincelada, con baldaquino, obra primorosa de la orfebrería canaria debida, al viejo Agustín de Padilla (padre de Antonio), trono que se conserva, en una vitrina, en el salón alto de la sacristía y en el que era colocado el santo el día de su fiesta. En la procesión, el trono 29 iba escoltado por marineros y pescadores que durante el recorrido ejecutaban un baile con panderetas, buches y espadas de madera hasta llegar al embarcadero en el Muelle de Las Palmas; donde era embarcado el Santo en una nave de madera movida a remo, que era patroneada por el capitán más antiguo del Gremio. El recorrido marítimo, si el tiempo lo permitía, se limitaba a la ribera del Muelle de Las Palmas y regreso nuevamente al mismo. Mientras que en tierra se oía el sonido bronco del “bucio” (sonido de la caracola de mar) que entonaban fervorosamente los marineros desde tierra. Finalizada la procesión marítima, el trono retornaba nuevamente a la ermita, realizado su tradicional recorrido por las calles adyacentes a la misma. Una gran traca de voladores y el repique de las campanas de la iglesia ponían punto final a la función religiosa. Luego había paseo y música por la calle de Triana y la gente se acercaba a la fonda de “Ma-Tula” -nombre que dio origen a la calle Matula, vía trasversal de Triana, muy cerca de la ermita-, a saborear un buen pescado frito acompañado por un cuartillo de ron de Cuba. Del lugar salían los “roncotes” enjaranados, camino al angosto y torcido “Callejón de la Vica”, o Bica, con b, para ir al popular barrio del Risco de San Nicolás a gozar de un buen “baile de taifas”, si el cuerpo y su contenido etílico lo permitían. Por la noche, fuegos artificiales junto al mar y fin de la fiesta. ¡Una tradición que ya no volveremos a ver! Al igual que lo fue el trono de Nuestra Señora de las Angustias, el de San Telmo fue encargado por el Gremio de Mareantes en el año 1773 y estrenado al año siguiente en el día de su fiesta. 30 Curiosamente el trono de la Virgen de Pino se hizo inspirado en éste de San Telmo. Por tradición, cuando los hombres de la mar escapaban de un naufragio o de un gran temporal, dejaban en agradecimiento al Santo, una copia en miniatura de su barco. Precisamente, según señala el “Diario Las Palmas”, de 21 de mayo de 1904, de los tirantes de tea del techo mudéjar del templo marinero colgaban, en los años que aún existía el convento de San Bernardo fundado en 1592 por Fray Pedro Basilio de Peñasola para la reclusión de jóvenes religiosas de Las Palmas (el monasterio fue abandonado por las monjas en 1836), innúmeros exvotos prometidos al Santo en horas angustiosas en lucha horrible con el mar, lejos de la tierra canaria. La mayoría eran maquetas en madera o plata, fieles reproducciones de bergantines, fragatas, goletas, galeones y pequeños barquillos de vela. Estos exvotos nos hablaban de favores, de tragedias y accidentes marineros, de suplicas y protecciones concedidos por intercesión de San Telmo. Hoy, si miramos al artesonado mudéjar de la ermita, solo vemos seis pequeñas ofrendas colgando de sus tirantes, presentes, que según investigaciones, no son de épocas pasadas y se debieron colgar en alguna restauración de la ermita, para recordar aquellos viejos tiempos. La mayoría de las ofrendas marineras, lamentablemente hoy desaparecidas, se perdieron destruidas por el paso de los años y, sobre todo, por la falta de celo de quienes estaban obligados a velar por ellas, así como por el capricho de algunos que, sin más, las cedían a amigos o miembros del Gremio. Uno de estos beneficiados fue don Domingo Galdós, armador de navíos 31 dedicados a la pesca en el cercano banco pesquero sahariano, natural de Vizcaya y abuelo de nuestro gran novelista don Benito Pérez Galdós, hermano que fue de la Cofradía, como dueño que era de los veleros “Santísima Trinidad” y “Jesús y María”. De estos caprichos también se benefició su nieto, el universal don Benito, que desde su niñez mostró un ferviente interés por poseer alguno de aquellos barquitos que colgaban del techo de la ermita. Su sueño se convirtió en realidad, cuando ya consagrado por la fama, vino en una rápida visita a su ciudad natal en 1894, al ofrecerle el Gremio de Mareantes, el 4 de noviembre, cuando recorría sus calles curioseándolo todo, un exvoto que se conservaba en el templo. Este fue su último viaje a la isla. El porqué pienso que los exvotos que hoy cuelgan del techo no son de la época, lo confirma un articulo del desaparecido “Diario Las Palmas” del viernes 5 de noviembre de 1993, que, recordando historias de hace 100 años nos dice: tal día como hoy, 5 de noviembre de 1894, don Benito Pérez Galdós continuaba visitando varios edificios públicos de Las Palmas de Gran Canaria. El día anterior permaneció cerca de dos horas en la ermita de San Telmo. “(……) lugar de gratísimos recuerdos para el gran novelista, según ha significado, y como mostrara interés en examinar de cerca el “único” de los pequeños barcos que allí se conservan, el presidente de la Confraternidad de San Telmo ordenó que se descolgara, entregándoselo como presente a don Benito Pérez Galdós. El escritor agradeció muchísimo el regalo, y conserva por tanto los dos únicos barquichuelos de los muchos que poseía la ermita hace años, barcos que tanto llamaban la atención de Galdós cuando era niño”. El segundo barco del que habla el “Diario Las Palmas” debe ser, sin 32 duda, el que un día heredó de su abuelo, a este segundo no le he podido seguir la pista. El que don Benito lució con mucho orgullo en su residencia marinera de “San Quintín”, junto al Sardinero, en la bahía de Santander, es el que le regalaron en su último viaje a Canarias, obsequios que hoy podemos ver en una de las vitrinas de su Casa Museo, en la calle Cano número 6 de Las Palmas de Gran Canaria, casa en la que un 10 de mayo del año 1843, vino al mundo el más universal de nuestros escritores y donde vivió hasta los 19 años. Esta vieja casona es, desde 1964, por iniciativa del Cabildo Insular de Gran Canaria, con el acuerdo de la familia, su Casa Museo. Como el galeón ofrecido al escritor presentaba algún deterioro, producido por el tiempo y el abandono, la Confraternidad de San Telmo encargó para su reparación al magnifico carpintero de ribera don Manuel Miranda, fue tan excelente su trabajo, que don Benito envió una carta de gratitud al maestro carpintero, alabando la pericia y el arte con que había llevado a cabo la restauración. Otro escrito que corrobora mi razonamiento lo vemos en el diario “La Provincia” del 12 de noviembre de 1975, donde el Cronista Oficial de la ciudad, don Luis García de Vegueta nos dice, refiriéndose a la ermita de San Telmo: “(.../…) aunque hayan desaparecido los veleros que pendían de las vigas en tiempos de don Benito Pérez Galdós (…/…)”. Una prueba elocuente de la devoción al Santo en nuestra ciudad la encontró don Sebastián Jiménez Sánchez, según consta en su libro 33 “Temas Histórico-Artísticos, Religioso y Arqueológico-Folklórico de Canarias Oriental”, en un documento algo deteriorado que se conserva dentro de un marco en la sacristía alta de la ermita. Este escrito hace referencia a una certificación extendida por el Escribano Público de la Isla, en el que se hace constar que en el Registro corriente de Instrumentos públicos se hallaba protocolado de mandato oficial un Breve Apostólico concedido en 10 de mayo del año 1782 por el Emmo. Y Rvdmo. Sr. Cardenal Arguino, Prefecto de la Congregación de Sagrados Ritos, según especiales facultades concedidas por N.S. Pío Sexto , al presente ausente de Roma – así se consigna-autorizado por el Emmo. Cardenal Allai. Secretario de la Congregación de Roma, concediendo facultad a la Confraternidad del Beato Pedro González Telmo para que en su fiesta, en la Dominica segunda o tercera de mayo tuviese lugar en honor de dicho Beato con las preces una Misa solemne a manera de una misa votiva, cuyo Breve se presentó al Señor Previsor y Vicario General de este Obispado, Sede vacante, quien a su vez la autorizará por medio de su Notario don Antonio Felipe de la Sierra, Presbítero. En otro medallón orlado que cuelga en la citada sacristía, se hace constar: “El Ilustrísimo Señor don Bernardo Martínez, Dgn. Obispo de estas Islas, concede cuarenta días de Indulgencias a los fieles que oigan cada vez una misa ante la imagen del Sr. Sn. Telmo. Asimismo otros cuarenta días al que rezare el Rosario ante Nuestra Señora de las Angustias, por cada vez que lo haga. En 15 de sepbre de 1828, siendo su Mayordomo Leonardo Sánchez”. 34 A los extremos del citado retablo, hace años, recibía culto una antigua y valiosa talla de San Juan Nepomuceno, que vino de la capilla del desaparecido convento de las monjas bernardas de la Concepción y una más moderna de Santa Teresa del Niño Jesús, ésta última fue retiradas del culto y la de San Juan Nepomuceno, para evitar el robo, la podemos ver en una pequeña hornacina en la parte alta del retablo. En los bajos del mismo se encuentra un sencillo marco con una talla de la Virgen del Perpetuo Socorro, de devoción moderna en Las Palmas, con cofradía fundada en 1918. Con el tiempo, se ha ido perdiendo, poco a poco, la rancia devoción al pío fraile dominico por la gente de la mar. Hoy, el patronazgo, está vinculado fervorosamente a Nuestra Señora la Virgen del Carmen. Madre y protectora de los hombres, que día tras día se ganan el pan en los confines del mar. 35 ALTAR DE NTRA. SRA. DE LAS ANGUSTIAS Frente al descrito retablo de San Telmo, en el costado norte de la ermita, hay otro altar rococó, gemelo al anteriormente citado, tallado en Las Palmas en 1781, por expreso encargo de la Confraternidad. Éste nuevo retablo vino a sustituir al antiguo altar que tenía esta advocación mariana, que juntamente con el primitivo retablo de San Telmo fueron cedidos por la entidad marinera a la Capilla del Santo Cristo de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. Altar de Nuestra Señora de las Angustias 36 En lugar preferente del mismo se encuentra al culto una copia de la tabla flamenca de la devotísima imagen de Nuestra Señora de las Angustias, representada en una pintura sobre tabla de 70 centímetros de alto por 60 de ancho. La pintura original, muy valiosa, se guarda en la sacristía alta en una vitrina con el magnífico marco de plata repujada que un día le regalara el Gremio de Mareantes. La Virgen se nos muestra con rostrillo y toca blanca; tiene una cara muy expresiva, doliente por el sufrimiento y pena que la embarga al tener a su Hijo muerto entre sus brazos, poco después del Descendimiento histórico del Monte Calvario. Ella es presentada por el pintor anónimo como una auténtica “Mater Dolorosa”. Su cabeza aparece ligeramente reclinada sobre la de Jesucristo, en tanto que sus brazos y manos sostienen al Hijo muerto, ayudándole a mantener en alto el cuerpo inerte del Redentor. Es, sin duda, la más fiel representación de la Piedad. Parece ser una buena pintura de la escuela italiana, aunque hay quien se la atribuye al pintor flamenco del Renacimiento español, Peter Kempeneer, castellanizado, Pedro de Campaña (Bruselas 1503 – 1580). La cabeza de la Virgen presenta una aureola formada por doce estrellas de plata. Ésta tabla seguramente es la que en su día estuvo al culto en la desaparecida ermita de las Angustias, de la que ya hablamos al principio. La tabla de la Virgen de las Angustias se enriquecía en los días de solemnidad con un valioso marco de plata repujada, con penacho, del más puro estilo barroco, confeccionado en 1787 por encargo expreso del Gremio de Mareantes y realizado por el orfebre canario Antonio Padilla, sobre molde tallado por el maestro carpintero José 37 de San Guillermo, maestro de Luján Pérez. En el centro del penacho hay una corona de espinas en relieve y en el centro de ésta los tres clavos de la Pasión. La Junta de la Confraternidad al hacer el encargo al platero Padilla en el año 1786 puso como condición que debía entregar el marco, como mínimo, la antevíspera del comienzo de la novena a la Virgen, en el mes de mayo. El maestro San Guillermo percibió por el trabajo de la maqueta o molde la cantidad de 50 pesos. La plata empleada por el orfebre Antonio Padilla en el trono de la Virgen ascendió a casi 14 libras, pagándole 125 pesos por su trabajo. El trono fue estrenado en la fiesta de 1794, según se hace constar en los libros de actas del “Gremio de Mareantes”. El trono y el marco, se guardan hoy en una hermosa vitrina en el salón alto de la sacristía y no se muestra públicamente, verdaderamente, es una pena no poder disfrutar de estas maravillas. A los laterales del altar de Nuestra Señora de las Angustias se veneraban, años atrás, las extraordinarias tallas de San Rafael y la asaetada escultura de San Sebastián, esta última, procedente de la desaparecida ermita del santo mártir. Desgraciadamente, como ya hemos indicado, la pequeña talla de San Sebastián fue robada de la ermita, en mayo de 1981, y aunque la escultura está localizada, no se ha conseguido su devolución a la parroquia. La obra de San Rafael se conserva en la parte alta del retablo para evitar su robo. La procesión de la Virgen de la Angustias no pasó desapercibida al famoso tendero del siglo XVIII don Antonio Betancourt, cuyo comercio estaba en la calle La Peregrina. Él consigna en su peculiar 38 “Diario” lo siguiente: “En este día, Domingo 11 de mayo de 1800 fue la procesión de Nuestra Señora de las Angustias, y fue Manuela Higuera que estaba en casa y Gabriela y María Mercedes en casa de la madre de Manuela a ver la procesión, y les mandó de merienda “dos libras de pan, un frasco de vino, dos rrapaduras, dos güebos y una caja de tabaco”. Este es uno de los tantos asientos curiosísimos que don Antonio Betancourt consignaba en su “Diario” y que confirman la categoría de la procesión de las Angustias. 39 LA INMACULADA CONCEPCIÓN Inmaculada Concepción En la hornacina central y única del retablo del Altar Mayor de la ermita de San Telmo, extraordinaria joya del arte barroco canario, que fue construido en 1766, se encuentra hoy la preciosa imagen de la Inmaculada Concepción; que sustituyó en su momento a la del titular y patrono del templo, San Pedro González Telmo. Es una bella obra de importación, de las muchas que llegaron a Canarias 40 en el siglo XVIII. Tanta belleza encierra la imagen que, en sepbre de 1943 con motivo de una visita a Las Palmas de Gran Canaria del catedrático y crítico de arte, don Juan de Contreras y López de Ayala, Marqués de Lozoya, entonces Director General de Bellas Artes, quedó tan extasiado ante la talla que dijo de ella, “desde que la vi me pareció obra de un gran escultor de la escuela granadina, probablemente del mismo Alonso Cano. Es, desde luego, una figura de extraordinaria y espiritual belleza, obra que solo podían cincelarla un Alonso Cano o un Pedro de Mena. La cabeza exquisitamente modelada, con los mechones que cubren las orejas y se derraman por el pecho; las manos que apenas se tocan por las puntas, en un ademán de extrema delicadeza; el ropaje barroco magníficamente tratado que se pliega ampulosamente sobre el cuerpo y se ciñe luego dando a la figura el aspecto de un cono invertido; las mismas cabezas de angelillos de la peana me llevaron a pensar, más en el mismo Alonso Cano que en ninguno de sus seguidores”. Continúa el Marqués de Lozoya contemplando la imagen y dice “hay en ella un soplo más barroco que en las de Alonso Cano, cosa que me hace pensar en Pedro de Mena; pero las de éste escultor son de un carácter diferente, quizás más doloroso. El cuello exageradísimo de la Inmaculada de San Telmo, es característico de Cano y no se encuentra en Mena. Típico de Cano es la disposición del cabello y la de los angelillos de la peana. Mena prefiere ángeles de cuerpo entero”. Termina el Marqués de Lozoya asegurando que se trata de una obra muy tardía de Alonso Cano. Sin embargo toda esta problemática de las atribuciones de esta obra no termina ahí. 41 Hay quien asegura, como el Catedrático de Historia del Arte de Universidad de Sevilla don José Hernández Díaz, que la referida obra pertenece a Duque Cornejo, y que fue hecha hacía 1740/1750. Esta obra procedente del convento de monjas bernardas de la Concepción que antaño estaba en la hoy Plaza de San Bernardo, es, sin lugar a dudas, la obra más hermosa que tiene la ermita, sea de Alonso Cano, Pedro de Mena o Duque Cornejo. 42 SAN BERNARDO Y SAN BENITO En el lado de la Epístola, entre el retablo de San Telmo y el maravilloso arco toral, sobre una sencilla peana de cantería, está la antigua y hermosa estatua San Bernardo de Claraval, monje benedictino que reformó la orden de los cistercienses, de ahí que esté presente en muchos templos de esta regla. La talla es de autor desconocido, y procede de las tantas veces mencionada iglesia del extinguido monasterio de monjas bernardas de La Concepción. Es el titular de la Parroquia de San Bernardo, creada por el Obispo don Buenaventura Codina el 20 de agosto de 1849, precisamente el día en que la Iglesia conmemora su festividad. San Bernardo de Claraval (1090–1153), es Doctor de la Iglesia, abad y fundador del Monasterio Cisterciense de Claraval y de muchos otros. Es el patrono de Borgoña. Frente, en el lado del Evangelio, entre el retablo de la Virgen de las Angustias y el púlpito, también sobre sencilla peana de cantería, tenemos a San Benito Abad con el cuervo a sus pies llevando un mendrugo de pan envenenado en el pico que le había enviado al Santo un envidioso compañero. La talla es anónima, igualmente procedente del desaparecido convento de la Concepción. San Benito de Nursia (480–547) es el Fundador de la Orden de los Benedictinos y está considerado como el “Patrón de Europa”. Las dos imágenes, que antiguamente estaban flanqueando el altar mayor de la ermita, fueron traídas, al parecer, de Sevilla. Sin ser piezas de gran calidad, las tallas tienen un notable valor histórico y religioso. 43 NIÑO JESÚS DEL CORO, O DEL REMEDIO El Niño Jesús del Remedio Conserva la ermita de San Telmo una suntuosa y muy artística urna-facistol, de estilo rococó, con cristaleras, con la devotísima efigie del Niño Jesús del Coro, o de la Madre Petronila de San Esteban, monja cisterciense del siglo XVIII, llamado también por dicha religiosa “Niño Jesús del Remedio”. El Niño Jesús del Coro, procedente del extinguido convento de la Concepción de monjas bernardas de Las Palmas que se encuentra en este templo, fue el que en pasados tiempos, y más concretamente en pleno siglo XVIII, atrajo en gran manera la 44 devoción de los fieles. Artífice de esta especial devoción fue la mencionada Madre Petronila de San Esteban. El Niño Jesús del Remedio, es una obra barroca de muy bella factura, con rostro alegre y vivaz que realza mucho la talla. La figura portaba en la mano izquierda, un estandarte con varal rematado por una cruz, al parecer del mismo metal, pendón que en la actualidad no lleva, y lo malo es, que nadie sabe nada sobre él. Tiene corona de plata y calza zapatitos de plata repujada, descansando sobre una artística peana del mismo metal y estilo. La devota imagen del Niño, que tuvo un piadoso culto en la ermita, tenía para los días de su mayor solemnidad ricos vestidos. El 19 de enero fue el marcado para honrar con solemnes cultos al Niño Jesús de la Madre Petronila de San Esteban, muy significativos a finales del siglo XVIII, en todo el XIX y aún en los comienzos del XX. Actualmente su culto está olvidado y sus ricos vestidos –tres, según el último inventario de año 2004- se guardan en un armario de la sacristía. El autor posible de esta urna y de la propia imagen del Divino Niño quizás sea el célebre tallista palmero Lorenzo de Campos. 45 EL SEÑOR DE LA BURRITA A la derecha, frente al Niño Jesús del Remedio, junto al cancel, existía antaño un devoto Crucificado que hoy podemos contemplar en el altar mayor sobre una elegante peana de madera y plata repujada. Domingo de Ramos, procesión de la Burrita ,1905-1910 Junta al Cristo, estaba el popular trono de Semana Santa, representando el simbólico misterio de la “Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén”, misterio de masiva influencia popular, conocido por los canarios como, el “Señor en la Burrita”, y cuya tradición se remonta a los principios del siglo XX. Es la procesión con la que se inicia actualmente la Semana Santa de Las Palmas de Gran Canaria. La parroquia de San Bernardo no tomó parte durante muchos años en las procesiones de la Semana Mayor. Esta 46 actividad quedaba reservada a las otras tres parroquias de la ciudad, San Francisco, Santo Domingo y San Agustín. Tal circunstancia producía cierta desazón a su párroco y feligreses, quienes, a toda costa, deseaban superar esta especie de marginación litúrgica, contando para ello con las sustanciosas limosnas del comercio de Triana. A don Miguel Domínguez Suárez, que rigió los destinos de esta iglesia durante cuarenta y cinco años (1877 – 1922), se debe el encargo del grupo escultórico del “Señor de la Burrita”. La imagen de vestir fue traída de Valencia y es de autor desconocido, empezó a salir a la calle, en 1905, así consta en la prensa de la época, siempre en la mañana del “Domingo de Ramos” entre palmas y ramos de olivos, de ahí, que también sea conocida como la “Procesión de los Palmitos”, es una manifestación muy popular que recorre las calles de la ciudad, especialmente acompañado por la grey infantil, para disfrute y gozo de todo el pueblo canario, años atrás, la imagen estaba a la entrada del templo, junto al Cristo y la pila bautismal, hoy, “El Señor de la Burrita” está en un rincón de la sacristía, debidamente protegido, y dentro de un mueble acristalado. 47 LOS LIENZO La ermita, según don Ricardo (su actual párroco), tenía en la década de los noventa, trece lienzos, de estos, hoy podemos ver cuatro en el templo: en el lateral izquierdo, “visión de Santa Teresa de Jesús” y “la Virgen y el Niño”, ambas pinturas anónimas y proceden del extinguido Convento de Monjas Bernardas, las dos de la derecha, son exvotos, también anónimos, que recogen aspectos varios de la vida de San Telmo, el que está a la entrada, junto al confesionario, representa a San Telmo, con hábito dominico, oyendo en confesión al Rey de Castilla, Fernando III el Santo. Debemos tener en cuenta que San Telmo fue el capellán de las tropas cristianas del rey Castellano durante la Reconquista. El otro que está sobre la puerta, es muy antiguo y de grandes proporciones, nos presenta a la Virgen de Candelaria y al Santo Cristo de la Vera Cruz, ambos en alto, sobre el mar, por el que navegan tres bergantines. Todo un simbolismo de protección espiritual marinera. En la sacristía se conservan otras cuatro pinturas, dos proceden del mentado convento de religiosas bernardas que representan al Señor Prendido y otro a Santa Rosa de Lima, los otros dos son temas votivos, regalos de devotos de Nuestra Señora de las Angustias y San Pedro González Telmo, uno nos presenta a la Virgen de La Misericordia protegiendo un bergantín que navega sobre un mar gris y el otro nos muestra las tentaciones de San Telmo. En la pared de la escalera que sube a la sacristía alta cuelga el lienzo “caballero a caballo”, recientemente restaurado por 48 Patrimonio del Cabildo, con un presupuesto inicial de 12.000 Euros. Como hemos indicado, todas las obras son de autor desconocido. La mayoría de estos lienzos, como ya hemos dicho, estaban muy deteriorados y gracias al taller de restauración de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo Insular de Gran Canaria se han podido salvar. Quedan aún varias obras en restauración, una de ellas, antiquísima, de 2,30 de ancho por 3,00 de alto, nos presenta a San Francisco de Paula pasando el mar desde Calabria a Sicilia en unión de su compañero, sobre su hábito tendido sobre las ondas del mar con gran seguridad y el asombro de los marineros que los habían dejado en la orilla por no tener con que pagar el viaje. En el lienzo se ven dos grandes galeras totalmente engalanadas. La obra, desgraciadamente sufre tal deterioro que, según Patrimonio, resulta casi imposible su salvación, el resto de los lienzos sigue su proceso de recuperación. EL PÚLPITO En el lado del Evangelio, junto al retablo de la Virgen de las Angustias, fue colocado en 1784 un grácil púlpito barroco tallado y dorado que adorna la ermita; éste estrado parece más bien un pequeño balconcillo, pues no se acceder al mismo desde el interior de la ermita sino que hay que hacerlo por una escalera que hay en la sacristía. Este exhibe, como ya hemos indicado al hablar del templo, en uno de los tableros la tiara y las llaves de San Pedro. 49 LA VIRGEN DE LOS DOLORES DE TRIANA En el 2012, la Parroquia de San Bernardo (San Telmo) celebró los veinticinco años en que la bella y delicada imagen de la Virgen de los Dolores de Triana fue adquirida, en 1987, en Madrid por la Cofradía. Ese año, la Virgen realiza su primera Estación de Penitencia en la tarde-noche de Miércoles Santo, saliendo desde la Parroquia, donde tiene su sede canóniga, a la iglesia franciscana de San Antonio de Padua de la calle Perdomo. Al cumplirse los veinticinco años de tan importante acto, la Cofradía lo celebró con un Triduo Extraordinario seguido de Función Religiosa en honor a la Virgen, terminada la misa, la imagen fue trasladada en procesión solemne por las principales calles del histórico barrio de Triana, haciendo noche penitencial en la vieja Ermita de San Nicolás de Bari, lugar donde se fundó la Cofradía. Al regresar al templo, la “Dolorosa de Triana”, que antes se veneraba en la sacristía de la ermita, pasó a la iglesia, lado de la epístola, ocupando el pedestal que antes tenía San Pancracio, imagen muy reciente, que ha pasado a ocupar una nueva peana junto a la puerta sur del templo. 50 LA CUSTODIA Formando parte del tesoro parroquial de San Bernardo, la ermita de San Telmo guarda en su magnífico joyero una esbeltísima custodia, de plata sobredorada, con pedrería, obra atribuida, a pesar de no aparecer firmada, al platero canario Ildefonso de Sosa –Alonso Agustín de Sosa y Salazar (1693-1766), según el profesor Hernández Perera-, artista lagunero de la primera mitad del siglo 51 XVIII, contemporáneo del escultor tinerfeño José Rodríguez de la Oliva “El Moño” (1695–1777), quien en varios momentos le dibujó modelos de custodias y otros objetos del culto, afirmación deducida por el crítico de arte y catedrático don Jesús Hernández Perera en su extraordinario libro “Orfebrería de Canarias”, al comprobar en varias de esas obras las inscripciones “Ildephonsus de Sosa me fecit. Ann. 1734” y “Joseph Rodríguez, invor – inventor-”. La custodia u ostensorio, en el culto católico, es la pieza de oro o de otro metal precioso, donde se coloca la hostia, después de consagrada, para adoración de los fieles. Tiene su origen en la institución de la fiesta del Corpus a mediados del siglo XIII. Pero es desde mediados del XV cuando se adoptó la forma de torrecilla o templete, casi siempre de plata, sostenida por una base artística, quedando en medio un viril de oro o plata para colocar en él visiblemente la hostia consagrada. El gran ostensorio de la iglesia de san Bernardo y san Telmo tiene una base muy artística, la obra descansa sobre un carro con tres ruedas y tres santos animales: el buey de san Lucas, el ángel de san Mateo y el león de san Marcos. El conjunto simboliza al carro del profeta Ezequiel que, como vemos, se identifica con los cuatro evangelistas, en la custodia hace de mástil un águila, el ave que más se acerca al cielo en su vuelo y que representa a san Juan, cuya visión de Dios era la más próxima y le distinguía de los otros. Por esta razón, se le ha reservado el lugar más destacado como soporte del cuerpo radiante de Cristo y de la Santísima Trinidad. 52 El viril está rodeado por ochenta piedras preciosas, de estas setenta y una finas y nueve falsas (49 esmeraldas, 45 finas y 4 falsas; 10 amatistas, 6 finas y 4 falsas; 9 topacios finos; 10 granates; un rubí fino y otro falso); mientras que el águila tiene por ojos un rubí fino y otro falso y en el pecho un topacio muy grande, aparte de las seis que lucen las tembladeras –cinco topacios fino y una amatista falsa- Esta pedrería aparece rematado por haces de rayos solares. La custodia, joya de la orfebrería canaria, solo se luce en días especiales, este año 2012, la hemos podido ver en un triduo en honor al Corazón de Jesús y al Corpus Christi celebrado a mediados de junio. Esta espléndida y magnifica alhaja procede del antiguo convento de las monjas Bernardas. En la sacristía alta de la ermita se conserva un extraordinario tesoro, el ella podemos ver la pintura original de la ya mentada Virgen de Las Angustias con su rico marco de plata repujada con trono del mismo metal, también se guarda el magnífico trono de plata cincelada con baldaquino de San Telmo, las andas son obras del isleño Agustín de Padilla, también se exhibe un juego de doce candelabros, debidos a su hijo Antonio, igualmente autor del marco de plata de la Virgen, también se guarda una Cruz procesional con sus ciriales, una custodia, vasos, vinajeras incensarios candelabros y otros ornamentos sagrados, la mayoría regalos del Gremio de Mareantes. La orfebrería, muy bien cuidado, se muestra en hermosas vitrinas acristaladas y muy bien iluminadas. Las vitrinas son de 1941 y costaron, la friolera, de 1.883,00 pesetas –según inventario del 2004-. Es una lástima no poder mostrar estas maravillas a los grandes amigos del arte que tiene Canarias. 53 VI LOS PÁRROCOS Su primer párroco fue don Cristóbal Caballero González, nombrado el mismo día en que se crea la parroquia y fallecido el 11 de febrero de 1862. En febrero de 1861, dado el estado ruinoso de la iglesia monacal, ésta fue abandonada, y al carecer la Diócesis de recursos económicos, la nueva parroquia con imágenes y demás objetos del culto fue trasladada, de forma provisional, a la Parroquia de San Francisco de Asís, por decreto del Obispo Fray Joaquín Lluch y Garriga (1858-1878), de fecha 12 de febrero de 1861, pero con la obligación expresa de celebrar misa los domingos y días de guardar en la ermita de San Telmo. Hasta el mes de marzo de 1868 la nueva parroquia de San Bernardo residió en la de San Francisco, regida, hasta el 30 de enero de dicho año, por don Felipe de Armas Hernández, en marzo, la parroquia quedó instalada definitivamente en la mentada ermita de San Telmo, siendo su primer cura párroco don Juan Inza y Morales, que llegó hasta el año 1875, año en que pasa a la Catedral de Canarias como canónigo Penitenciario. A éste le sucede, don Jerónimo Martín Fernández, que solo está dos años 1875 a 1877. A don Jerónimo lo sustituye un grande, don Miguel Domínguez Suárez, un hombre especial que rige los destinos de la parroquia durante 45 años, desde septiembre de 1877 hasta mayo de 1922 en que fallece. El último ecónomo de prolongada y apostólica actuación fue el teldense don José Mejias Peña, nacido 54 el 12 de sepbre de 1881, su ordenación sacerdotal le llega el 18 de mayo de 1905. Estando en Lanzarote, en 1917, es llamado para regir los destinos de la parroquia de San Bernardo, primero como coadjutor, después como regente, por imposibilidad física de don Miguel Domínguez, desde el 27 de agosto de 1917, y finalmente como cura ecónomo, a partir del 26 de mayo de 1922 y hasta el año 1955, en el que acaba su mandato. Con el Lcdo. Mejías, el número 6 desde 1849, la parroquia de San Bernardo cumplió un siglo de vida. Estos seis sacerdotes fueron, durante cien años (1849-1949), los padres en la fe y se desvivieron por el bien espiritual de la Parroquia de San Bernardo. Al inicio del segundo centenario, el 20 de agosto de 1949, continuaba rigiendo los destinos del templo el presbítero don José Mejias Peña, iglesia que deja, con 38 años de servicio, el 26 de diciembre de 1955. Este ilustre teldense falleció en Las Palmas de Gran Canaria, con 91 años, el 18 de agosto de 1972. A partir de su marcha en 1955 llegan a la parroquia varios jóvenes sacerdote, al citado don José Mejias lo sustituye, don José Déniz Montesdeoca, que está solamente dos años, enero de 1956 a octubre de 1957. Luego llega el hijo de Juncalillo de Gáldar, don José Castor Quintana Sánchez, que rige los destinos de la parroquia desde el 14 de octubre de 1957 hasta julio de 1962, año en el que se va destinado a la parroquia de Artenara. Éste gran sacerdote falleció en Madrid el 25 de abril de 1975, a los 48 años de edad, en plena juventud y tras una larga y cruel enfermedad. Fue profesor de religión en la vieja Escuela de Comercio, y de él recibí sus amplios conocimientos, cuando cursaba primero de Profesor Mercantil, en la 55 popular Escuela. A éste excelente párroco le sucede en el cargo, el hijo de Tenteniguada (Valsequillo), don Olegario Peña Vega, que llega procedente de la parroquia de Ntra. Sra. De La Luz, en San Telmo pasó 22 años de su vida sacerdotal, octubre de 1962 a septiembre de 1984. El 29 de septiembre del mencionado año, entra a regir los destinos de la feligresía, el lanzaroteño, nacido en Haría, don Enrique Dorta Alfonso, gran orador, canónigo, desde 1977, de la Catedral de Las Palmas y Arcediano de Lanzarote, administró la parroquia hasta octubre de 1992. Éste gran catequista falleció en Las Palmas de Gran Canaria el 13 de sept de 1994, a los 69 años de edad. La gran labor del lanzaroteño don Enrique Dorta la continuó don Ricardo González Rodríguez, el párroco número 11 desde 1849, sacerdote que maneja los destinos de la ermita desde el 15 de octubre de 1992, y que hoy, diciembre del 2012, con más de veinte años de servicio, sigue gestionando los destinos del templo marinero. Don Ricardo es el cuarto párroco más antiguo, aunque, si contabilizamos los años que pasó de coadjutor con don Olegario atendiendo la zona del Polvorín, 1962/1969, es el tercero con 27 años de servicio en la parroquia, tras, don Miguel Domínguez, con 45 y don José Mejías, con 39 años. 56 VII EL “GREMIO DE MAREANTES” SU PONTENCIALIDAD ECONÓMICA Y TRASCENDENCIA SOCIAL Playa, ermita y astilleros de San Telmo, 1890 - 1900 La Cofradía de Mareantes de San Telmo, fue una entidad de robusta e inconfundible personalidad, poseedora de considerables recursos económicos que se emplearon con fines de naturaleza social y religiosa. Como tal funcionó en Las Palmas de Gran 57 Canaria desde el siglo XVI hasta finales del XIX, con especial vinculación a la ermita de San Pedro González Telmo, fundada hacia 1520 (siglo XVI), e integrada por armadores y marineros gallegos, portugueses, andaluces y canarios. Sus fines principales fueron religiosos, benéficos, sociales y económicos. La sede social de este importante gremio estaba situada en la fachada norte de la ermita, junto al balcón y los bancos corridos que existen en la actualidad. Debajo del balcón hay una puerta por donde se entraba al salón donde se reunían los cofrades, en él se juntaban cada tercer día, presididos por el Comandante de Marina, con el objeto de tratar y aprobar cualquier solicitud de ayuda y certificar acuerdos mercantiles. En ella estaban inscritos los propios armadores, capitanes de mar, capitanes de barcos y todo el personal marinero de estos, de matrícula canaria, y aquellos otros que frecuentaban el Puerto de Las Isletas o hacían recaladas con operaciones por las caletas y playas de San Telmo. Todos los elementos que formaban la “Confraternidad” se llamaban “hermanos” o “confrates”. La “Confraternidad o Gremio de Mareantes de San Pedro González Telmo” fue una entidad poseedora de grandes recursos económicos debido al canon especial con el que contribuían cada uno de sus componentes. Cada “confrate” o “hermano” colaboraban con el 1,5 por cien de sus ingresos para la “Luz del Santo” y en un porcentaje mayor para el “arca del común” o fondos de los hermanos. La Confraternidad fue modelo de institución gremial de su época. Este Gremio concedía préstamos a sus “hermanos”, viudas e hijos de éstos y a todos los que con las debidas garantías se dirigieran a ella. La caridad cristiana fue su lema principal. 58 Una junta compuesta de mayordomo, capellán, tesorero o llavero, secretario, sacristán, capitán de mar, maestro y médico, regía los destinos de la corporación. Los religiosos franciscanos del Convento de San Francisco de Las Palmas tuvieron a su cargo, en virtud de un especial acuerdo, la asistencia religiosa de los componentes de la Confraternidad. A través de los viejos libros de actas, cuadernillos y papeles sueltos de esta institución se ha podido apreciar su organización y desenvolvimiento, especialmente en los siglos XVII, XVIII y XIX. Su caja fuerte llegó a custodiar hasta 80.000 pesos, una verdadera fortuna en su época. Para la Confraternidad, el siglo XVIII fue el más floreciente. Era tal su potencial económico y el fervor de sus componentes que un día tomaron el especial acuerdo de reedificar su propia ermita de San Telmo, hoy parroquia de San Bernardo, con sus altares, sus imágenes, sus tronos de plata, su grandioso techo mudéjar, el damasquinado y policromado de las paredes de su capilla mayor, lámparas y candelabros de plata, etc. Y si esto es en el aspecto religioso no menos importante es el aspecto benéfico y patriótico. El Gremio llegó a facilitar al Comandante General de las Islas Canarias, que entonces era el Marqués de la Cañada, una aportación de 500 pesos para la construcción de un pequeño “guarda-costas” que patrullará entre las islas para defensa de su comercio que estaba muy amenazado por la abundancia en nuestras aguas de corsarios ingleses. Otro préstamo de igual cuantía se le hizo al Hospital de San Martín, para atender el coste de doce camas con destino a marineros pobre, al Ayuntamiento de la ciudad, para reedificar el Mesón de La Virgen de La Luz. El 59 Gremio atendió también, a petición del Alcalde de la capital, que no disponía de fondos en esos momentos, al arreglo del Callejón del Pambaso y remedió muchas veces los apuros económicos de viudas y marineros con problemas. La Corporación hizo construir en San Telmo un pilar al final de la calle que hoy denominamos “Pilarillo Seco” para suministro de agua a los barcos y a los vecinos del barrio, el crecimiento de la ciudad hacia el nuevo Barrio de Los Arenales y la decadencia de los astilleros de San Telmo en favor de La Isleta, hizo que en 1871 se trasladara el pilar a una nueva ubicación en el sector de Los Arenales para atender las necesidades del nuevo barrio, dejando al viejo pilar de San Telmo seco –de ahí el nombre de la calle- pilar que desapareció, por demolición, hacía 1882. También la Cofradía hizo un préstamo de dos mil pesos a la ciudad para traer de Lanzarote y Fuerteventura, el llamado granero de las islas, millo y trigo para abastecer a la población hambrienta, participó en rescates de tripulantes de embarcaciones, como el ya mencionado del pailebot “Las Angustias” cuando encalló en las costas africanas. Y consta también que era pagada por la muy honorable Confraternidad la soldada del vigía marítimo, que tenía su sede en lo alto del castillo de Mata, y que año tras año estaba al tanto de las velas que, a vista cruzaban la isla, como vemos, el Gremio atendió tantos casos que sería imposible enumerarlas una a una. Hacía el año 1789 pertenecía al Gremio de Mareantes casi una veintena de barcos. Barcos que llevaban a cabo diferentes rutas, unos hacía las Indias de Su Majestad, otros a “tierras del moro”, a Cádiz y Sevilla, a Coruña y puertos del cantábrico, etc., estas naves 60 podían ser bergantines, goletas, fragatas, costeros y veleros de otras clases, que traían a las islas las mercancías más variadas que luego vendían o bien intercambiaban por los excelentes y afamados productos isleños. Muchas veces fueron objeto estos barcos de ataques feroces, incluso incendiados, por parte de buques piratas ingleses, franceses y holandeses, y de algún que otro moro, con pérdidas sensibles de vidas, de navíos o cayendo sus tripulantes en el destierro; ataques hechos a veces, a la vista de la capital, dentro del propio Puerto de Las Isletas, en las radas de Gando, Maspalomas y Arguineguin, algunos de ellos fueron registrados en sus respectivos “Diarios” por el comerciante de la calle de La Peregrina don Antonio Betancourt, o por el Ldo. Don Antonio Romero Ceballos. Esos barcos traían aguardientes y tabaco de Las Indias; granos y frutas pasas de Mogador, en la costa atlántica de Marruecos; maderas, aceites, arenques, telas, loza, objetos de arte religioso y profano, etc., de la Península; y a su vez llevaban azúcar, miel y vino para Europa, especialmente para los Países Bajos, de donde traían sedas, brocados, pinturas artísticas, esculturas y herramientas. El azúcar y los vinos canarios de esta época eran muy apreciados en toda Europa. Armadores y dueños de barcos de esos siglos fueron: Juan Oreste, D’Oreste o Doreste (tronco de la conocida familia Doreste, dueño que fue del barco “Loreto”); Antonio Betancourt (el del célebre “Diario”, comerciante de la calle La Peregrina), don Luis Vernetta (los farmacéuticos), don Domingo Galdós (abuelo de don Benito Pérez Galdós), etc. 61 Como ejemplo de lo que contribuían los “confrates” al Gremio consignemos que el abuelo de don Benito Pérez Galdós, por sus barcos “Santísima Trinidad” y “Jesús y María” contribuyó en 1796, según consta en los libros de tesorería, con 140 pesos. Toda embarcación estaba obligada a pagar a la “Confraternidad” un canon, que al no pagarlo el armador quedaba privado de préstamos y de toda clase de ayudas y beneficios. La mayoría de los datos relacionados con la “Confraternidad de Mareantes” fueron elaborados por don Sebastián Jiménez Sánchez, Académico correspondiente de la Real de la Historia, y padre de mi íntimo y querido amigo, Chano Jiménez, datos que rescató del archivo parroquial de San Bernardo, y algunos otros del extracto de actas de dicha corporación, arduo trabajo llevado a cabo por el Cronista Oficial de Gran Canaria, don Néstor Álamo, en los años cuarenta del pasado siglo XX para el Cabildo Insular de Gran Canaria, así consta en su libro “Temas histórico-artísticos, religiosos, y arqueológicos-folklóricos de Canarias Orientales”. Parte de este libro, bajo el título “Tres antiguas ermitas de Las Palmas: San Pedro González Telmo, San Sebastián y Nuestra Señora de las Angustias” fue publicado por capítulos en el diario “La Falange” de fechas 8, 13, 21, 25 y 27 de febrero, 12 de marzo, 4 y 24 de abril y 24 de mayo del año 1959. Estos interesantes capítulos han sido básicos para el desarrollo de esta breve historia de la ermita marinera. En la sacristía estuvieron las cajas de caudales del Santo y del “Gremio de Mareantes” arcas que subsisten en la parte alta pero, sin el tesoro de pasados tiempos. 62 La “Confraternidad de Mareantes” fue tan importante que, como tal, vestida de gala y con espadas, hacían acto de presencia en la solemnidad del Santísimo Corpus Christi para formar parte de su cortejo. Así nos lo refiere don Domingo J. Navarro en su libro, “Recuerdo de un noventón”. En esta época esplendorosa de la “Confraternidad de Mareantes”, dada su personalidad y servicios a las Islas, este Gremio llegó a interesar del Cabildo Catedral de Canarias asistiera corporativamente a la función solemne de San Telmo, al igual que lo hacían a la de San Sebastián, San Juan, Nuestra Señora de los Reyes (en el día de San Marcos), Los Remedios, etc. Las caletas de San Telmo, no habiendo “mar de leva”, fue durante todo el siglo XVIII y comienzos de XIX, testigos de múltiples escenas marineras, sobre todo de las desgarradoras despedidas de familiares que partían para las Américas, en busca de oro y de mejor posición social. Antes de partir para hacer el largo y aventurero viaje en aquellos frágiles veleros, viajes que duraban de uno a dos meses, fue costumbre de los emigrantes confesar, comulgar y testar. La Habana, Caracas, La Guayra, Santo Domingo, Montevideo, San Antonio de Texas, Veracruz, etc. fueron los puntos geográficos de destino de estas familias de emigrantes canarias, familias de las que descienden destacadas personalidades de la independencia hispanoamericana. Por la tan nombrada “Caleta de San Telmo” se embarcó el 11 de mayo de 1802, en el barco “Las flores”, el Iltmo. Sr. Obispo de la 63 Diócesis para hacer visita oficial a la isla de La Palma; por la misma Caleta se embarcaron Regentes y Oidores de la Real Audiencia, Capitanes Generales y otras dignidades, prestando para ello su total colaboración el Gremio de Mareantes. La playa de San Telmo, que se encontraba al pie de la ermita, donde los barqueros remendaban sus redes, fue siempre un lugar muy visitado, no solo por los marineros interesados en la carga y descarga de mercancías y en los preparativos de los barcos pesqueros en ruta a las cercanas costas de África, sino por estar en ella los afamados “carpinteros de ribera”, donde se varaban y calafateaban los barcos. En la calle de “La Marina”, donde entonces el mar batía con furia, existieron varias tertulias en las dependencias de toneleros, zapateros, talabarderos y barberos, donde convergían “viejos lobos de mar” y gente artesana y acomodada, en la que no faltaban algunos escritores. Desde esas animadas tertulias se oteaba el horizonte, ayudados por catalejos, tratando de avistar y “cantar” la llegada del correo que venía de la Península, o de algunos veleros de familiares o amigos que eran conocidos por sus líneas, aparejos, palos o velámenes. En el propio Parque de San Telmo, junto a la muralla de contención, tomaron asiento “roncotes” para distraerse y solear sus piernas entumecidas por el reuma, contertulios que recordaban con gracia sin igual sus vicisitudes en tierras de “moros”, mentadas por los hermanos don Luis y don Agustín Millares Cubas, en su obrita “Canariadas de Antaño”. Hasta las primeras décadas del siglo XX los nietos, biznietos y tataranietos de esos marineros de ayer, frecuentaban para charlar, en la hora del mediodía, los alrededores de la ermita 64 de San Telmo, pero sin encontrar ya, la agradable estampa de aquellos viejos tiempos. Tertulias, peñas, corrillos, locales y plazas que han protagonizado durante varias décadas de finales del siglo XIX y buena parte del pasado s. XX hechos, circunstancias y aconteceres de la vida socio-política de la ciudad de Las Palmas. En las agonías del “Gremio de Mareantes” sus bienes fueron malvendidos o cedidos caprichosamente. El último inventario del Gremio data de 1819. En 1844 renace la corporación marinera pero su vida es intermitente, así continua hasta los comienzos del siglo XX en que sucumbe. Los comienzos del XIX nos llevan a una nueva etapa de la humanitaria Cofradía de Mareantes. En 1811, el Gremio colabora en la construcción del viejo y desaparecido muelle de Las Palmas, iniciativa debida al entonces comandante general de las Islas, don Vicente Cañas y Portocarrero, VI Duque del Parque. También intervino el Gremio en la construcción, entre 1791 y 1792, finales del XVIII, de un pilar detrás de la ermita para la aguada de la población y de los buques que recalasen por la zona, construcción que salió por unos 600 pesos, que costearon de su caja los siempre rumbosos Mareantes de Triana. La Cofradía de San Telmo, igualmente sostuvo durante años al primer astillero que tuvo la isla de Gran Canaria, astillero de ribera 65 muy acreditados que se encontraban junto a la ermita de San Telmo y donde se trabajó hasta bien entrado el pasado siglo XX, aprovechando las ricas y nobles maderas de los pinares isleños para construir esos desaparecidos bergantines, goletas, pailebots y veleros que antaño surcaron las aguas del Atlántico para comunicarnos con las islas del archipiélago, las costas africanas y sus zonas de pesca, así como con las lejanas Indias de su Majestad. Con la decadencia de la “Confraternidad de San Telmo” en gran parte debida al nacimiento y auge del Puerto de La Luz, hacía el último tercio del pasado siglo XIX, decaen los cultos a San Telmo y a Nuestra Señora de las Angustias, y con ellos las tradicionales y muy populares “Fiestas de la Catumba”, con la típica procesión del Santo. De ese pasado esplendoroso y evocador, jamás superado por ninguna otra institución, solo quedaron los cultos que a San Telmo y la Virgen de las Angustias dedicaba anualmente, en el mes de mayo. En la Parroquia de San Bernardo, hoy, nada de eso se mantiene. El paso del tiempo lo ha borrado todo, y solo nos queda, como testimonio perenne a la extraordinaria devoción a San Pedro González Telmo por los marineros canarios, la hermosa ermita enclavada en el Parque que lleva su nombre, esperemos saber cuidarla para disfrutar de ella durante muchos años. 66 VIII EL MUELLE DE SAN TELMO Muelle de Las Palmas en San Telmo - año 1900-1905 El primer muelle que tuvo nuestra ciudad fue el de la Caleta de San Telmo (Muelle de Las Palmas), cuya construcción se inició el 30 de mayo de 1811 (hay confusión acerca de la exactitud de la fecha, ya que para otros fue el 20 del mismo mes y año), bajo los auspicios del entonces Comandante General de las Islas don Vicente Cañas y Portocarrero (1810-1811), VI Duque del Parque, puesto que la 67 mayoría de los veleros que recalaban en nuestra isla fondeaban en cualquier rada de nuestro litoral y a duras penas podían efectuar sus operaciones, por lo que el Duque del Parque propuso a las Cortes el proyecto de construir un muelle en la Caleta de San Telmo, en el lugar también conocido como el Charco de los Abades. Don Vicente Cañas y Portocarrero que había llegado al Puerto de Las Isletas -forzosamente, por padecer Tenerife una terrible epidemia de fiebre amarilla- el 19 de diciembre de 1810, tras conocer las aspiraciones de la ciudad a través de los patricios más influyentes determinó en los primeros meses de 1811 encargar al entonces ingeniero naval, Jefe de Escuadra de la Real Armada, el tinerfeño don Rafael Clavijo y Socas, autor en 1789 de los primeros sondeos junto al castillo de Santa Ana así como de un estudio detallado de la bahía de Las Palmas, para que pusiera a punto sus trabajos con vistas a la construcción en la caleta de San Telmo del citado muelle, en el límite norte del barrio de Triana. Como vemos se volvió a tomar opción por este emplazamiento en vez de por el Puerto de La Luz, al que no se le veía un futuro desarrollo portuario, quizás por su lejanía (seis kilómetros de la ciudad), y a la carencia total de comunicaciones. El proyecto que el Duque del Parque patrocinó con más fervor fue el de la construcción de un muelle por la caleta de San Telmo, proyecto que daba tumbos desde los tiempos del Comandante General, Marqués de Branciforte. Lo adelantó tanto, que aquel mismo año de 1811 puso la primera piedra de las obras. 68 El 5 de enero de 1811 llega a nuestra isla, a bordo de la fragata “Concepción” de la Real Marina de Guerra Española, el ingeniero naval de la Armada don Rafael Clavijo y Socas, que había sido designado para estudiar las obras del futuro Muelle de Las Palmas, obras de cuya dirección se hace cargo meses después. En mayo de 1811 ya estaba actualizado el nuevo proyecto y se comenzaron los trabajos. De esta manera la ciudad vio cómo se emprendía una obra pública que 26 años antes ya había sido aprobada por el Consejo y que en su día el Rey había autorizado. Se inauguraron los trabajos con la colocación de la primera piedra el 30 de mayo de 1811, ante la presencia del comandante general de Canarias don Vicente Cañas y Portocarrero, del jefe de escuadra de la Armada don Rafael Clavijo Socas autor del proyecto y planos del muelle citado y del obispo de la diócesis de Canarias don Manuel Verdugo y Albiturría, quien colaboró para su ejecución con 150.000 reales de vellón y 90.000 de su Cabildo Catedral. Los trabajos se iniciaron bajo la dirección del ingeniero don Rafael Clavijo hasta 1815 en que fallece en Cartagena. El Duque del Parque se propuso dar un fuerte impulso a la obra por lo que dicta una orden para que fuesen gratis y por turno las yuntas de la isla a arrastrar las grandes piedras que habían de formar el muelle, cada labrador tenía la obligación de trabajar gratis un día al año con su yunta para el acarreó de piedras y materiales que se empleaban en la escollera del muelle, trasladados desde la cantera en la ladera del castillo de Mata hasta el inicio de la obra. Con gran satisfacción 69 se inauguró el primer arrastre de los enormes cantos que se entraron en la playa por un boquete que se abrió en la muralla. Curiosamente, se cuenta que en la obra intervinieron prisioneros militares franceses, que habían sido detenidos durante la batalla de Bailén y que fueron desterrados a Gran Canaria. Como ya hemos indicado, los materiales empleados en la construcción del muelle procedían del derribo de la ladera de Mata, cuyas peñas mayores eran transportadas por yuntas de bueyes hasta dejarlas en el mar, labor que requería grandes esfuerzos, ya que la introducción de las citadas peñas en el mar se realizaba a lazo. El 3 de agosto de 1811 la epidemia de fiebre amarilla y el miedo hizo huir a don Vicente Cañas y Portocarrero, VI Duque del Parque, de la ciudad de Las Palmas. Esa mañana una elegante goleta lo alejaba rumbo a Tenerife y aquí dejaba una isla envuelta en una grave epidemia –que así estaba declarada desde junio-- de fiebre amarilla. Tenerife lo recibe con una sorda antipatía, basada en suponerle influenciado por el sentir grancanario, temerosos de que, así como un capricho les dio un día la sede de los Capitanes Generales, otro capricho, no tan conveniente, se la volviera a quitar. Dos meses largos llevaba el Duque en Tenerife cuando cansado del trato solicitó su relevo. La Regencia lo sustituyo por don Pedro Rodríguez de Laburia. Pero, eh aquí que, un repentino cambio de ideas del duque, le hace rehuir la entrega de poderes y cierra el Puerto de la Orotava –Puerto de la Cruz- declarándolo infestado por 70 fiebre amarilla. El General Laburia traspasó el cordón sanitario y ambos generales se persiguieron, hasta que no le quedó al Duque otro remedio que embarcar secretamente por un oculto fondeadero y desaparecer de la isla. En 1820 se interrumpen las obras del muelle por falta de recursos económicos. Hasta 1849 no se reanudan de nuevo, ahora bajo la dirección del ayudante de Obras Públicas don Pedro Maffiotte, oriundo de Santa Cruz de Tenerife. En este mismo año se colocan los primeros bloques artificiales, dichos bloques servían de protección a los continuos embates de mar, pero así y todo no dieron resultado, pues los vientos del sudeste embravecían las tranquilas aguas del litoral isleño, ocasionando verdaderos estragos a los navíos que por las costas fondeaban. Se puede afirmar que todos los esfuerzos logrados para construir el viejo Muelle de Las Palmas fueron inútiles, pues el lugar no reunía condiciones para tales obras ante los vientos del sur que enfurecían las aguas y todo el material que se empleaba era desecho por la violencia del mar y el tremendo oleaje. Para evitar que los navíos se acercaran al Muelle de Las Palmas en días de tormenta, la Comandancia de Marina estableció un código de señales por medio de banderas que se enarbolaban en lo alto del castillo de Santa Ana (hoy desaparecido), con el fin de prevenir a los navegantes que no conocían la Caleta de San Telmo de no acercarse al fondeadero sin previa autorización. A pesar de todo hubo que lamentar muchas pérdidas humanas al despreciar el aviso de “Bandera Negra” y tratar de desembarcar por las 71 escalinatas del muelle. El castillo de Santa Ana era una fortaleza del siglo XVI, en él se defendió bravamente el capitán Alonso Venegas hasta llegar a la muerte. En el siglo XX fue remozado y sirvió como batería de costa durante las guerras mundiales y posteriormente como almacén del ejército que es como lo conocí en mis años de juventud. En 1864 se intenta con un nuevo proyecto mejorar las obras del muelle mediante la construcción de un pequeño espigón en forma de “martillo”, pero tampoco dio resultado. Once años más tarde, en 1875, una Real Orden del Ministerio de Fomento prohibía todo tipo de operaciones en el Muelle de Las Palmas por el peligro que suponía el desembarcar pasajeros, así como el fondeo de las embarcaciones, dados los continuos embates del mar y las corrientes marinas existentes en la zona. Así fue como quedó truncado un proyecto que costó mucho esfuerzo y dinero para construir un muelle en el corazón de la ciudad. El Muelle de Las Palmas que conocí en mi juventud, tenía forma de martillo y permaneció en pie hasta 1954, al quedar enterrado por la construcción de la Ciudad del Mar y la actual Avenida Marítima. Sobre su paramento se hallaba la estatua del ilustre novelista y escritor grancanario, don Benito Pérez Galdós, obra del escultor palentino Victorio Macho y, a varios metros del mismo, en dirección sur, un monolito, hoy desaparecido, recordaba el lugar desde donde, en 1936, el General Franco embarcó en el remolcador que le trasladó al aeropuerto de Gando para iniciar el Movimiento Nacional. 72 Le damos el adiós al Muelle de Las Palma y la bienvenida al Puerto de La Luz, puerto que nace con la prohibición hecha por don Pedro del Castillo Westerling, entonces Comandante de Marina, de no fondear buques en el viejo Muelle de Las Palmas, desde ese momento los navíos se ven obligados a recalar por el refugio de la Isleta, donde desembarcaban los pasajeros y mercancías que nos llegaban de la perla del Caribe y de las islas restantes de nuestro Archipiélago a bordo de aquellos legendarios veleros. Debemos tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo XIX ya no existían las murallas que cerraban la ciudad y se había construido una pista de tierra y arena para llegar a la Isleta. Pero la clara visión de un ilustre grancanario, don Fernando de León y Castillo - Ministro de Ultramar- eleva a las Cortes un proyecto denominado “Obras del Puerto del Refugio de la Isleta”, proyecto que fue aprobado años más tarde. El 27 de noviembre de 1881 se presentó a las Cortes el proyecto de Ley para que fuera Refugio el de La Luz de Gran Canaria. El 28 de septiembre de 1882 se llevó a cabo la subasta de las obras del Puerto de La Luz y el 26 de febrero de 1883 comenzaron los trabajos del dique de abrigo, siendo bendecida por el obispo de la diócesis don Jesús Pozuelo Herrero. El 11 de agosto de 1902 se hace la entrega oficial de las obras del Puerto de La Luz, que habían comenzado en 1883, concluyendo a los 19 años y cinco meses. 73 IX LOS ASTILLEROS DE SAN TELMO Botadura del famoso pailebot “La Flor de Mayo” en los astilleros de San Telmo, finales s. XIX Resulta prácticamente imposible fijar a ciencia cierta la época de las primeras construcciones navales realizadas en la isla de Gran Canaria. Solo se sabe que, el 6 de agosto de 1492, el insigne navegante Cristóbal Colón en su arribo a la bahía de La Isleta, indica que el timón de “La Pinta” había sufrido una avería durante la travesía de Palos a Gran Canaria, y necesita una reparación urgente antes de continuar viaje. 74 Varada “La Pinta” en la playa de las arenas del istmo de Guanarteme (así se conocía la actual playa de las Canteras), fue convenientemente reparada la nao, bajo la dirección del piloto Martín Alonso Pinzón. Estos son los primeros datos que se conocen de una reparación naval realizada en nuestra isla, siguiendo el Diario de Navegación del ilustre almirante antes de su partida para la conquista del nuevo mundo. De las construcciones navales no hay información fehaciente en Canarias hasta bien entrado el siglo XIX. Época en que se establece en las dos islas mayores, las primeras imprentas y periódicos que dan noticias de esta importante labor. De ello da fe el periódico “El Telégrafo”, que daba puntual información de las botaduras llevadas a cabo en nuestro litoral, así como de las salidas de los veleros que hacían la ruta de las Antillas. El notario e ilustre historiador grancanario don Agustín Millares Torres (1826-1896) recoge en su diario la urgente necesidad de contar con un muelle comercial, así como de unos astilleros en donde poder construir y reparar los veleros de la flota canaria. Un día, con la inestimable ayuda del Gremio de Mareantes, nace el Gran Canaria el primer astillero que tuvo la isla, el de San Telmo, cuyas obras se iniciaron bajo los auspicios del comandante general de las Islas, don Vicente María de Cañas y Portocarrero, VI duque del Parque (1749/1824), llegado, como ya hemos indicado, a finales de 1810 con el objeto de gobernar y construir nuevas fortificaciones, entre las que se cuenta con el frente del castillo del risco de San 75 Francisco, también llamado castillo del Rey, fortaleza que ya existía en el siglo XVI. Para llevar a cabo tan importante tarea, contó con la extraordinaria colaboración del ingeniero naval y jefe de Escuadra de la Real Armada, el tinerfeño don Rafael Clavijo y Socas, que llega a la isla el 5 de enero de 1811, a bordo de la fragata de guerra “Concepción” procedente del puerto de Cádiz para llevar adelante el pretendido proyecto. Con el beneplácito de las Cortes, las obras del mencionado astillero dieron comienzo el 30 de mayo de 1811 bajo la dirección del mencionado marino de guerra, autor también de la dirección de las obras del viejo muelle de Las Palmas, del que solo queda como recuerdo la calle que lleva su nombre. El coste total del astillero fue pagado por el Gremio de Mareantes de San Telmo. Finalizadas las obras del mencionado astillero, en noviembre de 1812, comienza un periodo de máximo esplendor para la construcción naval en la isla. Prueba de ello la tenemos en las noticias de las que se hace eco el periódico “El Telégrafo” y el diario del historiador don Agustín Millares Torres, los únicos que se ocupan de esta importante labor. Sin dudarlo, el astillero de San Telmo fue el pulmón industrial de nuestra isla en muchos años. La primera goleta que se construyó en el mencionado astillero fue la “Africana”, botada en octubre de 1813 para el armador grancanario Cipriano Avilés, con un registro bruto de 44 toneladas. 76 En el año 1840, se botaron al agua los bergantines Nuestra Señora de los Remedios, La Estrella, San Rafael, Joven Antonia y San Telmo. De este último velero existía, según nos dice Francisco Ubeda Kamphoff en el periódico Canarias7 del domingo 12 de julio de 1987, una maqueta en el altar del Santo patrono de los navegantes en la ermita, maqueta de la que hoy nada se sabe. Seis años más tarde, concretamente en 1846, se bota el mayor navío construido, hasta la fecha, en los astilleros. Se trata de la fragata “Bella Unión” de 300 toneladas, construida para el tráfico marítimo entre nuestra isla y el puerto de Cádiz. Así llegamos a la mitad del siglo XIX, concretamente el año 1850, fecha en que se botan dos hermosos bergantines de más de 200 toneladas, el San José y el Buen Mozo. En 1860, los astilleros construyen el barco más grande de los hechos en San Telmo, fue una fragata de 523 toneladas de registro que bautizaron con el nombre de “Gran Canaria”, nombre que lució con orgullo en sus largos periplos por el Océano Atlántico. En San Telmo, las construcciones navales tenían en aquellos años, a partir de 1857, un ritmo muy acelerado. En el periodo entre 1820 y 1882 se habían construido en los astilleros de Las Palmas (léase rada de San Telmo) 297 barcos que arrojaban un total de 8.401 toneladas. Aquellos navíos quedaban clasificados de la siguiente forma: 4 fragatas, 10 bergantines, 38 goletas, 56 pailebotes y 189 balandras y embarcaciones menores. 77 Teníamos, como indica la lista precedente, una industria de cierta importancia en materia naval. Aunque por aquellos años de 1860, solo había dos caminos que pudieran transitar los carruajes: el del sur, que llegaba hasta Telde, y el del centro, con terminación en Santa Brígida. Al norte había que trasladarse a mula o a pie, aunque algunos más osados llagaban a trancas y barrancas con sus carretas hasta Arucas. La cochinilla se embarcaba por Bañaderos, si el estado del mar permitía la operación. El isleño, en Las Palmas, se sentía feliz si tenía algunos ratos libres para sentarse frente al mar a ver los barcos con sus velas desplegadas en el horizonte. Los astilleros continúan demostrando su fama, año tras año, y en la última década del siglo XIX se botan numerosos navíos, entre ellos, el famoso “Telémaco”, barco de dos palos, con 27 metros de eslora que fue construido para don Cirilo García. Muchos de los veleros construidos en San Telmo estuvieron en activo hasta bien entrada la mitad del siglo XX, cuando algunos de ellos, como fue el caso del “Telémaco” dieron con su quilla en las costas venezolanas, en una de las odiseas más emblemática de la emigración en la historia de las Islas Canarias. En éste popular velero partieron desde San Sebastián de la Gomera, el 5 de agosto de 1950, rumbo a Venezuela, 171 canarios ilegales, apretujados, incómodos, entre bidones oxidados de papas, agua y combustible, todos con la esperanza de mejorar su futuro. Van con ropas humildes, sin papeles, sin el menor permiso, a la desesperada, consientes que se estaban jugando la vida. No les quedaba otro 78 remedio si querían zafarse de la miseria, el abandono y la falta de libertad. O se iban, o se morían. A éste numeroso grupo, la mayoría gomeros republicanos que huían del franquismo, les pasó de todo en el viaje, el velero estuvo a punto de hundirse, debido a la sobrecarga, en las costas de Taganana, en Tenerife y un gran temporal, días más tarde, cuando iban camino de las Américas, barrió de la cubierta buena parte de las provisiones, por lo que hubo que restringir el agua y los alimentos. En su ayuda apareció un petrolero español, el “Campante”, la tripulación del petrolero les lanzó unos bidones de agua y algo de arroz, aún a sabiendas de que había tiburones en la zona. Pero era tal la desesperación que sin pensárselo se lanzaron al rescate de la ayuda. El capitán del petrolero dejó, a sabiendas, una falsa constancia del hecho, diciendo que: se encontraron con un barco lleno de emigrantes, que les atendieron muy bien y que incluso lo subieron a bordo. El Telémaco continuó la ruta indicada por el petrolero y así pudo llegar a la isla de Martinica, donde según las crónicas del lugar, había arribado a sus costas un barco repleto de seres moribundos que habían superado graves tempestades. Como ellos recordaban, los primeros días del mes de agosto del año 1950 fueron de fiestas camino de las Américas. Por fin, 171 personas veían un horizonte de libertad. Pero los sucesivos temporales, en los que perdieron gran parte de la comida y el agua, hicieron que la fiesta se convirtiera en tragedia. Lo que vino después no fue un camino de rosas. Un grupo reducido acabó en las cárceles venezolanas y fue repatriado, algunos se tiraron al mar y lograron huir, otros no, unos 130 fueron llevados a la pequeña isla 79 de Orchila (donde se guardaba el ganado en cuarentena) y ahí se encontraron con más ilegales canarios de otros barcos fantasmas. Debemos tener en cuenta que entre 1948 y 1950 fueron más de 4.000 los canarios que salieron de forma clandestina de las Islas en aquellos barcos desvencijados y andrajosos que un día se botaron con todo lujo en los astilleros de San Telmo. Muchos de aquellos pailebotes y goletas construidos en San Telmo para surcar el turbulento Atlántico, rumbo a las costas de Berbería, donde la abundante pesca les aguardaba para “colmar sus bodegas” de riquísima salazón y de jareas, un día, huyendo del hambre, recalaron en el continente americano y allí quedaron para siempre. Las contiendas bélicas que azotaron a España y a Europa en la primera mitad del siglo XX, afectaron económicamente a las Islas Canarias, favoreciendo la emigración clandestina, que, “despachando” engañosamente las tales embarcaciones, éstas tomaban el rumbo hacia el continente americano, alejándose cada vez más de la observación de los vigías de nuestras costas, buscando, a pesar del riesgo, una mejora que no a todos le llegó. Con la desaparición de la humanitaria Confraternidad de Mareantes de San Telmo, a finales del siglo XIX, el astillero fue vendido a la firma de viuda de José Márquez, entidad que lo mantiene en activo hasta mediados del año 1910, en que definitivamente desaparece por imperativos del futuro. La nueva empresa, construye bajo las órdenes del popular carpintero de ribera José González, más conocido por El Calafate, 80 el famoso balandro “Tirma”, de histórica trascendencia en el legendario deporte de la vela canaria, su bautizo tuvo lugar el día 23 de junio de 1910, de mano del sacerdote don Alejandro Ponce, actuando como madrina doña Luisa del Castillo. Su estampa marinera la podemos contemplar desde el mes de noviembre del año 2000, tras ser restaurado, varada en tierra firme, a la entrada del Real Club Náutico de Gran Canaria, con una placa que dice: “Al glorioso Tirma construido en 1910 en el varadero de San Telmo”. El Gobierno de Canarias lo declaraba Bien de Interés Cultural (BIC) en el año 2005. Todo esto es testimonio perenne de un capitulo que tuvo sus raíces a comienzos del siglo XIX, allá por el año de 1810, con la llegada del Duque del Parque a Gran Canaria. Los isleños de principios del siglo XX se encontraron con la espléndida realidad del Puerto de La Luz, realidad soñada por los marineros canarios y los alcaldes que desde don Antonio López Botas a don Felipe Massieu anhelaban estos adelantos, mejoras convertidas en muelles, almacenes y varaderos gracias a la varita mágica de nuestro prócer don Fernando de León y Castillo, el político teldense que además de ministro y tertuliano en la corte de Isabel II llegó a ser embajador de España en París. Estos avances mandaron al olvido al viejo muelle de Las Palmas y con él a los astilleros de San Telmo, junto al llamado Charco de los Abades. El traslado del puerto a La Isleta fue una especie de despojo a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Digo despojo porque con ellos se fueron muchas de las características marineras de nuestra ciudad, así como algunos acontecimientos señalados. Por ejemplo, la botadura de los barcos, que siempre fue tema muy digno de 81 mención. La familia Sintes, que traía caoba y cedro de La Habana y llevaba vino y cebollas para la isla caribeña, fue de las últimas en botar un pailebot en San Telmo, ocurrió en 1905 ó 1906 cuando lanzaron al mar al “San Antonio”, fue un espectáculo grandioso ver, como bajo la dantesca iluminación de unos hachones encendidos, unos hombres descalzos, con los calzones remangados, chapoteando en el agua, iban empujando lentamente el nuevo barco por los raíles, abundantemente untados de sebo, para que se deslizara con facilidad al mar. Todo ha desaparecido de San Telmo, hasta el mar, hoy, lejos de la ermita y todo lo que le rodea. Con la construcción del parque de Cervantes (hoy llamado de San Telmo) desaparece definitivamente el astillero, que a lo largo de un siglo fue la arteria vital de la economía isleña. Su nombre evoca al santo patrono de los navegantes. ¡Ayer, un hecho, hoy, una historia! A finales del siglo XIX, la nueva construcción de barcos con casco metálico y motor de vapor, lleva al abandono de la carpintería de ribera, sobre todo en la construcción de grandes barcos, concentrado sus esfuerzos en hacer pequeños veleros, muy propios para navegar en aguas próximas a la costa, pues el poco calado de estas embarcaciones les permitía varar en la playa. Con las nuevas técnicas vemos como se pierde el arte de los carpinteros de ribera, al suprimirse la madera en las construcciones navales modernas. 82 X LAS “FIESTAS DE LA CATUMBA” La “catumba”, según los hermanos Agustín y Luis Millares Cubas definen en su libro titulado “Léxico de Gran Canaria” es: “La fiesta que el gremio de mareantes celebra todos los años, desde tiempo inmemorial el día de su patrono, San Pedro González Telmo, con una función religiosa en la que fue ermita de aquel santo y hoy es parroquia de San Bernardo”. Siguiendo la línea de los canarios Millares Cubas, esta cadena de actos religiosos y populares, en íntima unión, constituyeron la llamada “Fiesta de la Catumba”, que no fue otra sino la organizada desde muy antiguo por la “Confraternidad de Mareantes” para honrar, el tercer domingo de mayo, a su titular y patrono San Pedro González Telmo y a Nuestra Señora de las Angustias. Su curiosa y extraña denominación puede que date de mediados del pasado siglo XIX. Su fiesta, fue esencialmente religiosa y popular, y, por lo tanto, rebosante de tipismo y colorido. La organizaba el gremio de marineros, gremio integrado por armadores de buques, prácticos, patrones, contramaestres, timoneles, grumetes y marineros o “roncotes”. En su programa oficial figuraban los cultos a San Telmo, como titular del gremio, y a la Virgen de las Angustias; la tradicional procesión, paseo con música, quema de fuegos en el que no faltaba el consabido simulacro de combate entre castillos y barcos piratas, 83 feria, ventorrillos, turrones, juegos de azar, parrandas y cantos y bailes canarios. A la solemnidad acudían siempre las autoridades de marina. Las fiestas respondían a una época ya muy lejana en la que la capital se dormía pronto. La palabra “catumba” surge, según nos dicen los hermanos Millares en el ya citado libro, porque al reunirse en cierta ocasión el Gremio de Mareantes para acordar los preparativos de la fiesta, uno de los marineros tomó la palabra y preguntó: Señores, ¿qué vamos a hacer este año? ¿Este año?...… Pues, este año…. dijo otro……lo de costumbre, o “la costumbre”. Y así, todos los años se votaba, “lo de costumbre”. Rutina que por deformación fonética en boca de los “roncotes” derivó, según el Cronista Oficial don Carlos Navarro Ruiz, en “catumbre”, y más tarde en “catumba”, contracción de costumbre pronunciada por los viejos “roncotes” de aquellos tiempos, calificativo popular que pronto arraigó en la masa, perpetuándose en el tiempo. Aunque, según el Carrizalero don Luis Rivero Luzardo, hombre muy amante de nuestras tradiciones, se inclina más porque el origen posible fue la de “carrumba”, modismo ya en desuso que se oía hasta los inicios del pasado siglo. Hemos de advertir que dicha palabra no figura en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, ni en ninguno de los libros conocidos del léxico canario. Carrumba, que solo difiere de catumba en una silaba, quiere decir, según Rivero Luzardo, muchas cosas, gran cantidad de estas, etc. Ejemplo: Vaya carrumba de naranjas y caña dulce había en la fiesta 84 de Jinámar este año; qué carrumba de gente había en la fiesta de San Pedro Mártir; llevaba en el carro tal carrumba de tomates que éstos se iban cayendo por el camino. Parece pues, más acertado suponer que esta palabra, por su gran similitud fonética y paralelismo acepcional, está más acorde con esta última hipótesis que con la anterior de los hermanos Millares Cubas. Otro de los modismos de nuestro léxico sinónimo de carrumba es “purriada” a la que Pancho Guerra define como gran cantidad, “a montones”, es decir repartir, como si dijéramos, a “embosadas”. Pero volviendo a la fiesta, recordamos que los marineros grancanarios tradicionalmente las celebraban el tercer domingo del mes de mayo, en honor a su patrono. La popular “Fiesta de la Catumba”, tuvo su mayor esplendor durante los siglos XVIII y XIX, la época grande del “Gremio de Mareantes”. Al decaer primero y extinguirse poco tiempo después la “Confraternidad de Mareantes de San Telmo”, a principios del siglo XX, desapareció igualmente la simpatiquísima “Fiesta de la Catumba”. Los motivos fueron principalmente la perdida de categoría corporativa, económica y social de la “Confraternidad” a finales del siglo XIX, posiblemente por el incremento que iba alcanzando el Puerto de La Luz, todo ello llevó a la mentada fiesta a su final. Años más tarde, en 1997, la Concejalía del Distrito II (Triana) del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria recuperó para nuestra ciudad la tradicional fiesta marinera de La Catumba en 85 el capitalino Parque de San Telmo, la celebración combinaba aspectos religiosos y lúdicos y se celebraba, como siempre fue costumbre, el tercer fin de semana del mes de mayo en honor de San Pedro González Telmo y Nuestra Señora de Las Angustias. Las populares fiestas de antaño se recuperaron gracias a la colaboración de la Parroquia de San Bernardo y en especial de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores de Triana, cuyos miembros fueron los verdaderos impulsores y organizadores de la misma. Las típicas fiestas se mantuvieron hasta el año 2002, seis años más tarde, por la falta de interés y sobre todo de ayudas económicas las populares fiestas volvió de nuevo al olvido. 86 XI EL FINAL DEL GREMIO Como ya hemos manifestado, en los comienzo del siglo XIX, se inicia una nueva etapa para el Gremio de Mareantes, fase que le lleva, en 1811, a colaborar en la construcción del viejo y desaparecido Muelle de Las Palmas, cuya iniciativa se debe al entonces Gobernador de las islas, don Vicente María de Cañas y Portocarrero, VI Duque del Parque-Castrillo, con la colaboración técnica del ingeniero de la Armada, el tinerfeño don Rafael Clavijo y Socas. Las obras se vieron interrumpidas, por falta de recursos económicos, en el año 1849, en la reanudación de las obras, el Gremio defendió la tesis de construir el puerto en el Refugio de las Isletas, en contra de los partidarios de seguir la construcción del viejo Muelle de Las Palmas, entre los que se encontraba el ingeniero don Juan de León y Castillo. El proyecto que defendió el marino grancanario don Pedro del Castillo Westerling, primer Comandante Militar de Marina de Gran Canaria, es obra del insigne patricio teldense don Fernando de León y Castillo, que convencido de la locura de seguir con la construcción del Muelle de Las Palmas, luchó con denuedo en Madrid para que este proyecto se hiciera realidad. Su hermano Juan se unió convencido, y fue, tras rechazarse la idea de Clavijo y Pló, al quedar desierta la subasta, el autor del proyecto inicial del Puerto de La luz, en el refugio las Isletas. ¡Paradojas del destino! 87 Como hemos indicado, con el correr de los años, y debido a un cúmulo de dificultades se va abandonando la idea de construir el muelle en San Telmo. A partir de mediados de siglo todo los esfuerzos se centrar en el gran puerto refugio de las Isletas, idea que fue tomando incremento y más concretamente a raíz de la redacción del primer proyecto de muelle en la rada de La Luz, idea llevado a cabo en 1858 por el ingeniero naval don Francisco Clavijo y Pló, que a su vez redactó un plano de la ciudad de Las Palmas. El movimiento marítimo por la Caleta y Playa de San Telmo cada vez disminuía más. El proyecto, por supuesto, abría nuevos y grandes horizontes para Gran Canaria. El mismo ingeniero Clavijo y Pló al hacer el trazado de la nueva vía hacía el Puerto de Las Isletas delimitó los primeros solares a vender a uno y otro lado de ella, junto a la muralla de Triana y “Fuera de la Portada”. Esto daba ocasión al ensanche de la población que hasta entonces sus últimas casas y huertas lindaban por el norte con el monasterio de monjas bernardas, emplazado en lo que hoy es, en parte, la Plaza de San Bernardo, y por la marina, con la típica calle de este nombre, en la actualidad “Francisco Gourie”, asiento entonces de varios talleres artesanos; toneleros, carpinteros de ribera, hojalateros, lañadores, calafateadores, talabarderos, plateros, zapateros, afiladores, etc. El hecho de encontrarse todas estas actividades artesanas en la mentada calle de “La Marina”, en las inmediaciones de la ermita de San Telmo, prestigiada por su “Confraternidad de Mareantes”, fue la causa de que en el ámbito de la ermita se congregaran antiguos “lobos de mar”, en amigables tertulias, en las que se recordaban y comentaban las incidencias de la azarosa y dura vida marinera, la misma que de manera 88 chispeante, dan a conocer los hermanos Luis y Agustín Millares Cubas en su obra “Canariadas de antaño”, a través de sus estampas populares que recoge la fraseología de los “roncotes” feligreses de la recién creada Parroquia de San Bernardo, frases que puestas en boca del yerno del agarrotado y popular patrón del pesquero “La Tiririna”, Señor “Pancho el tollo”; que con un expresivo realismo hablaba de “tía María Marmolla”, vecina de las cercanas “Cuevas del Provecho” o del ingenuo “roncote” del “Barrio del Risco”, cuentos y hazañas que animaban y entretenían a los parroquianos. Hoy resultaría insólito ver en el litoral (San Cristóbal, Alcaravaneras, el Confital o Guanarteme) a los pescadores sacando el chinchorro o tejiendo sus redes sobre la arena de las playas. La gente de mar muy laboriosa y paciente, fabricaban también sus aparejos, enormes guelderas de alambre, con diámetro de tres y cuatro metros, que llevaban en los barquillos para la pesca en superficie. Recuerdo en la playa de Las Canteras por la zona que linda con la Isleta, y por la Peña la Vieja, cerca de la casa, hoy destruida, donde se amarraban los cables submarinos (Italcable), se asentaban otras pequeñas industrias íntimamente ligadas con el mar. Unas burras de madera muy espaciadas entre sí, con un artefacto a modo de torniquete, servían para hacer cuerdas, cabos y calabrotes, con un chirrido continuo que duraba de sol a sol. No faltaban tampoco los artesanos de las nasas, cuyos descomunales tambores de alambre permanecían apilados en la playa a la espera de compradores. La mayoría de los útiles relacionado con la pesca era obra de ellos. 89 XII EL PARQUE DE SAN TELMO Kiosco de la Música en el Parque San Telmo, obra de Rafael Massanet y Faus - año 1927 Sabemos que la ciudad de Las Palmas se fundó el 24 de junio de 1478 cuando Juan Rejón, enviado por los Reyes Católicos a la conquista de la Isla de Gran Canaria, situó su campamento en un montículo rodeado de un inmenso palmeral cercano al mar. Es a orillas del barranco Guiniguada donde funda, en nombre de los Reyes Católicos, la primera ciudad que los castellanos crearon en el 90 Atlántico antes de comenzar a expandir su poderío por todo el mundo. La zona y su entorno hicieron que le llamara al lugar “El Real de Las Palmas”. A partir de ese momento, el Real de Las Palmas comenzó a evolucionar iniciándose así las edificaciones de forma anárquica con estrechas calles y pequeñas plazas que compusieron Vegueta, barrio al que en el siglo XV se le unieron importantes construcciones como el viejo Hospital de San Martín y la primera Catedral de Santa Ana. Al otro lado del Guiniguada creció Triana, más ordenadamente, en los terrenos que cedía el Cabildo (Ayuntamiento) para que se construyera respetando las ordenanzas establecidas. Para preservar la Isla de los ataques piráticos se construyó en la Isleta la fortaleza de La Luz, separada de la ciudad por un inmenso campo de dunas donde más tarde surgirían los barrios de Arenales y Santa Catalina. Vegueta y Triana estaban protegidos por una muralla que cerraba la ciudad por el norte y el sur para salvaguardar a la población de los invasores. El cambio en la capital grancanaria a partir del año 1852 es muy importante, mucho le debemos al Presidente del Gobierno don Juan Bravo Murillo, pues bajo su mandato, viendo el lamentable estado de la economía canaria, se firmó la primera división provincial y el Real Decreto de los Puertos Francos, que trajo notables riquezas para el Archipiélago. Así fue como crecieron los riscos de la capital, y la Isleta progresó con familias procedentes de Fuerteventura y 91 Lanzarote que llegaron al amparo del muelle refugio del Puerto de La Luz y de Las Palmas que iniciaba sus obras. Vegueta fue, desde la fundación de la ciudad, el lugar donde se fraguaba la vida social, política y económica de Las Palmas. Aquí estaban las viviendas señoriales, los centros de interés como la Casa Regental, la Catedral, el Palacio Episcopal, las Casas Consistoriales (antiguo Cabildo), la Real Audiencia, la Iglesia matriz de San Agustín, el Colegio. En Vegueta estaba también el Hospital de San Martín, la Delegación del Gobierno en la calle Obispo Codina, el Seminario, el Museo Canario, como vemos, en Vegueta estaba todo. El progreso del Real de Las Palmas quedó también plasmado en la otra orilla del Guiniguada. Si en Vegueta estaba el gobierno, la iglesia y las familias poderosas, Triana era la zona comercial por excelencia. Triana surge con sus barrios, huertas, conventos, con las grandes casas consignatarias y mercantiles británicas, los comercios de todo tipo de géneros, etc. Ellos dieron vida a la calle Mayor de Triana. Las Palmas, como vemos, extendió sus lindes hasta el Parque de San Telmo donde estaba la ermita del Santo con su Gremio de Mareantes, los carpinteros de ribera, los astilleros, el muelle de Las Palmas, en construcción, etc. Por razones obvias, en Triana vive la mayor parte de la gente de la mar y del comercio. Aunque los 92 edificios sean inferiores a los de Vegueta, no lo es en cuanto a sus calles, que son mucho mejores, al ser más llanas y anchas. Hoy Triana ha dejado de tener la importancia comercial de antaño, desplazados los pequeños comercios por los grandes almacenes y centros comerciales aunque en estos momentos la peatonalización de la vía, las franquicias comerciales y las cafeterías le han vuelto a dar la vida que estaba perdiendo. Conociendo algo de la historia comercial del barrio trianero llegamos a lo que nos ocupa, el “Parque de San Telmo”. En 1793, al desaparecer, a causa de una fuerte riada del cercano barranquillo de Mata, la ermita de San Sebastián y el camposanto contiguo que estaba al norte de la iglesia de San Telmo se plantó en su lugar un jardín con tarahales. La portada de Triana fue derribada a finales de 1858, al igual que la muralla que cerraba la ciudad por el lado norte, quedando una explanada como escaparate de entrada a la ciudad. En el lugar existió una fuente construida por el Gremio de Mareantes de San Telmo. Al derribarse las murallas quedaba libre el camino hacia Las Isletas y el Ayuntamiento decidió regalar solares para los que quisieran construir por fuera de la portada, en el insipiente barrio de Arenales. La explanada de San Telmo había empezado desde el último cuarto del ochocientos a ser considerada como el espacio público anexo a la arteria comercial de Triana. El muelle que de allí partía le obligaba a mantener un ornato apropiado a las circunstancias. A ello se debe que ya en el año 1897 la explanada quedase definida 93 como plaza, y se permitiera en ella la construcción de Kioscos de cierta envergadura. Es en este momento cuando aparece el Parque de Cervantes, más tarde, San Telmo. La astucia comercial de algunos vendedores, que ya poseían desde hacía tiempo un puesto de venta de similares características en el cercano barranquillo, les animó a mejorar el negocio e instalarse en un lugar más céntrico y sin duda más lucrativo. Como son muchos los interesados por los referidos kioscos, en 1898, el Ayuntamiento pide al arquitecto municipal don Laureano Arroyo ponga a disposición de los ciudadanos los planos y memoria para la construcción del kiosco de madera de riga y hojas de cristal en sus seis caras. Como los resultados obtenidos con estos puestos de venta habían sido excelentes, muchos vieron en el kiosco un modo fácil de ganarse la vida. Siguiendo esta motivación, en 1900, se autorizan dos kioscos para San Telmo. Los técnicos municipales, Laureano Arroyo y Fernando Navarro, coincidieron en dar cinco rincones como los idóneos para instalar los kioscos por ellos diseñados, a saber: parque de San Telmo, plaza de San Bernardo, alameda de Colón, plaza de la Democracia y plaza de Santa Ana. La clave del asunto estaba en el hecho, destacado, de que el Ayuntamiento había tomado para sí el kiosco, como una explotación más de su patrimonio. Desde estos momentos el kiosco, cualquiera que fuese su situación, era propiedad municipal y los ciudadanos solo podían acceder a él en subasta pública y en calidad de 94 concesionario. La gama de productos que se expedían en los kioscos era muy variada, se vendían golosinas, refrescos, prensa, tabaco, flores, etc. En San Telmo teníamos desde 1906, en el rincón norte, un kiosco en forma de “castillete” dedicado a la venta de confitería primero y de billetes de lotería después. Su solar serviría, años más tarde, para levantar el kiosco modernista que hoy tenemos. Al entrar en la década de los 20 decae el interés por las instalaciones en cuestión, pero los pocos que desde ahora en adelante se van a levantar escogen el parque de Santa Catalina o el de San Telmo. Kiosco modernista, parte norte del Parque de Cervantes, obra de Rafael Massanet - 1925 95 En San Telmo se va a construir uno de los ejemplos más dignos de cuantos existen en España. Nos referimos al kiosco de estilo modernista que desde Manises se importa para ser levantado en el rincón norte del parque a mediado de la década de los 20. Como ya indicamos, con anterioridad a dicha fábrica, existió en el solar otro más viejo levantado en 1906, tipo castillete en madera, con un trazado más modesto, que fue explotado hasta el año 1924. El interés por mejorar el ornato público llevó al Ayuntamiento de Las Palmas a autorizar la construcción del magnífico kiosco que aún pervive entre nosotros. Un kiosco del año 1925, salido del ingenio del arquitecto alicantino don Rafael Massanet y Faus (Alcoy 1890- Las Palmas de G. C. 1966), casado con una hija del arquitecto grancanario don Fernando Navarro y Navarro, quien lo proyecto, amparándose en la estética del modernismo. Tiene cuatro fachadas de similar factura. Buena parte de la esencia modernista ha quedado impresa tanto en los mosaicos levantinos como en las vidrieras vascas que cumplimentan el conjunto. La buena acogida que tuvo esta obra le trajo a Rafael Massanet un nuevo contrato en 1927, ahora para que proyectase el hoy desaparecido “kiosco de la Música”, un mueble urbano que inicialmente tuvo la obligación de combinar las veladas musicales con el despacho de bebidas y refrescos. Antes de la llegada de la década de los 30 el parque de San Telmo se había convertido en el emporio de la venta ambulante, y por tanto en un hito urbano, que en 1927 completaba el conjunto con 96 un kiosco neomodernista levantado según un proyecto del arquitecto Eduardo Laforet Altolaguirre. Este kiosco inicialmente se dedicó a la venta de flores y luego a la presa, aunque por uno de sus laterales, recuerdo que en mis tiempos mozos, se vendían boletos de apuestas (tripletas y/o cuadrupletas) para las carreras de galgos en el viejo y desaparecido Campo España y para el frontón, también desaparecido. En 1929 se culminaron las obras de remodelación, ampliación y ajardinamiento del parque dirigidas por el pintor y concejal Eladio Moreno Durán. Kiosco neomodernista, Parque San Telmo, obra de Eduardo Laforet Año 1927 97 Han pasado más de ochenta años y el cambio sufrido por el Parque San Telmo es abismal, su entorno ha sobrellevado una fuerte reestructuración y no para mejorar, pues, poco a poco el lugar ha ido perdiendo el encanto de antaño. Un día del año 1950, desapareció la fuente que estaba justo en el centro del parque, a la que nunca vi llegar el agua, fue desmontada y trasladada, nos suponemos, que al entonces “potrero” que estaba junto a mi casa, en el solar que hoy ocupan las Academias Municipales, al final de la calle Mendizábal –antes General Mola-. Aquella vieja fuente del Parque San Telmo, en lugar de arreglarla, fue suprimida como solución más fácil para hacer más diáfano aquel lugar de esparcimiento. Lo bonita que resultaba en aquellos años cincuenta y lo hermosa que sería hoy, si como los demás pilares que tiene la ciudad, restos de un pasado del que no todo debe desaparecer, tuviera agua que nos alegrara con su relajante música al caer. También fue en los años cincuenta cuando desapareció de su lugar de origen el monumento dedicado al poeta Tomás Morales, busto que desde 1925 habitaba en un parterre central del parque San Telmo, frente al kiosco de la música. La obra es de su gran amigo el escultor palentino Victorio Macho. El óbito de nuestro poeta causó al artista tan fuerte impresión que, en recuerdo de su querido amigo regaló al Ayuntamiento de la ciudad el busto del poeta y en su memoria realizó también la escultura femenina que, en forma de musa implorante, preside su sepulcro en el Cementerio de Vegueta. 98 El 18 de julio del año 1957 el monumento se reinauguró en su nuevo y actual emplazamiento de la Plaza del Obelisco en el Paseo que lleva su nombre. Con brevedad, recordaremos al gran poeta Tomás Morales Castellano. Vate nacido en la Villa de Moya el 10 de octubre de 1885, y fallecido en Las Palmas de Gran Canaria el 15 de agosto de 1921. Su efímera vida, 36 años, pone de relieve su genio al adquirir en tan corto espacio de tiempo la aureola de la que se vio rodeado en vida y que aún perdura 91 años después de su muerte. Médico de profesión, estudió en Cádiz y Madrid donde se licenció en 1911. Al terminar la carrera regresó a la isla, estableciéndose durante unos años como médico en Agaete, hasta que en 1918 trasladó, después de contraer matrimonio, su residencia a Las Palmas. La política lo llevó a ser vicepresidente del Cabildo Insular de la isla, poco tiempo antes de morir. Su privilegiada inteligencia supo hermanar la ciencia y el arte de sanar el cuerpo con la inspiración emotiva del espíritu a través de su ingente obra poética. Tras una dolorosa enfermedad, el gran poeta de los cantos al mar, nos dejó en plena juventud, cargado de gloria, y consagrado con su obra cumbre “Las Rosas de Hércules”, la más famosa, la dedicada al mar y al “Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico” con el que un día soñó, al que le regaló sus mejores versos y en el que forjó nuestro porvenir, porvenir que hoy es una realidad de la que puede gozar su espíritu sereno y tranquilo. 99 En 1956, el Parque de San Telmo fue testigo un jueves 10 de mayo, festividad de la Ascensión, (curiosamente, la mayoría de los relato sobre el entorno Triana/San Telmo ocurren en jueves), de mi jura de bandera como recluta voluntario, un chiquillo de 15 años que formaba parte del reemplazo de 1955 del Regimiento de Infantería Canarias número 50, con base en La Isleta y de la que mi padre constituía parte de la oficialidad del mismo. El acto, trasladado a este día, conmemoraba el XVII aniversario de la Victoria, para la gente joven, diecisiete años de la finalización de la Guerra Civil Española (1936-1939). En la ceremonia prestaban juramento a la bandera los reclutas del reemplazo de 1955 de los Ejércitos de tierra (Infantería y Artillería) y Mar, acompañados por unidades de la Zona Aérea de Canarias, así como de varias secciones de la Comandancia de la Guardia Civil y Policía Armada. Todos bajo el mando del Coronel Martín Díaz- Llanos, Jefe del Regimiento de Artillería de Costa de Gran Canaria, quié
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Título y subtítulo | Historias de San Telmo y su entorno |
Publicación fuente | Cárdenes Acosta, Francisco |
Entidad | Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria |
Tipo de documento |
Recurso electrónico en línea |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Fecha | 2012 |
Páginas | 203 p. |
Materias |
Triana Las Palmas de Gran Canaria Historia Urbanismo Parroquias |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 5605515 Bytes |
Notas | En portada: Diplomado en Estudios Canarios por la Universidad de Las Palmas) |
Texto | © Francisco Cárdenes Acosta, 2014 Fotografías: FEDAC Depósito Legal: GC-72-14 Imprime: Copimaycor S.L. Mesa y López,67 35010 – Las Palmas de Gran Canaria FRANCISCO CÁRDENES ACOSTA (Diplomado en Estudios Canarios por la Universidad de Las Palmas) HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO LAS PALMAS DE GRAN CANARIA AÑO 2012 FRANCISCO CÁRDENES ACOSTA (Diplomado en Estudios Canarios por la Universidad de Las Palmas) HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO LAS PALMAS DE GRAN CANARIA AÑO 2012 Trabajo dedicado con todo cariño a mi esposa, hijos y nietos, y en especial a Fifi, nuestra “hermana”, con el deseo de recordarle sus viejos rincones de juventud. HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO Índice Capítulo I Antigüedad de la Ermita página 7 “ II El porqué del nombre de San Telmo “ 13 “ III Los inicios de San Bernardo como parroquia “ 17 “ IV La ermita de San Telmo “ 19 “ V El arte en la ermita “ 23 “ VI Los Párrocos “ 53 “ VII El “Gremio de Mareantes” su potencialidad económica y trascendencia social “ 56 Capítulo VIII El Muelle de San Telmo página 66 “ IX Los Astilleros de San Telmo “ 73 “ X La Fiesta de “La Catumba” “ 82 “ XI El Final del Gremio “ 86 “ XII El Parque de San Telmo “ 89 “ XIII El entorno a San Telmo Triana una calle, un Barrio “ 102 “ XIV Los Conventos del barrio “ 120 “ XV De la cafetera de los Antúnez a la “pepa”, pasando por el tranvía eléctrico. “ 161 “ XVI Consideraciones finales “ 179 INTRODUCCIÓN Los años corren, y el tiempo pasa cada vez más rápido, veo, que sin darnos cuenta, nos llega la vejez y la lucha por la vida nos condiciona a pesar del esfuerzo por retrasar sus efectos. Veo cómo van desapareciendo las personas queridas, cómo se van alejando los amigos y se va limitando nuestra vida a un radio de acción cada vez más reducido. Sólo distrae nuestro ánimo, la familia, en especial los nietos, la playa, los libros y los recuerdos del pasado y si algo nos anima es la esperanza de un nuevo avance en la ciencia que nos alargue la vida. Por eso, desde este nuevo rincón de mi hogar, junto a la playa de Las Canteras, con mis frecuentes y largos paseos por el mar, trato de oxigenar mi sangre y alegran mi debilitado corazón, esto, más la familia, los libros y la universidad son los que me ayudan a recordar y aglutinar aquellos rincones olvidados de mi ciudad, rincones, sobre todo, de mi querida Gran Canaria en los que en muchos momentos de mi vida tuve una intervención directa y que hoy quiero dejar reflejados en estas modestas páginas dedicadas a recordar “Historias de San Telmo y su Entorno”. Sin dudarlo, el presente está formado del pasado y con el progreso y el desarrollo tendremos un futuro mucho mejor. Francisco Cárdenes Acosta Diplomado en Estudios Canarios Universidad de Las Palmas de G.C. 7 HISTORIAS DE SAN TELMO Y SU ENTORNO EL MUELLE Y LA ERMITA DE SAN TELMO 1890 -1895 I ANTIGÜEDAD DE LA ERMITA Con el devenir de los años la ciudad del Real de Las Palmas, en un principio comprendida entre dos grandes murallas fortificadas que la cerraban por el Norte y Sur, se fue transformando por exigencias urbanas, de una manera muy considerable. Ello aparece confirmado desde tiempo atrás, en viejos planos y crónicas de la capital que así 8 lo atestiguan. Esta transformación incluye algunas ermitas, como las de San Pedro González Telmo, San Sebastián y Nuestra Señora de las Angustias, templos emplazados a pocos metros de la antigua y desaparecida muralla de Triana, fortificación que bordeaba la margen derecha del cauce del barranquillo de Mata y terminaba en el castillo de Santa Ana, que así le llamaban, aunque era una torre-fortaleza que se adentraba en las Caletas de San Telmo, también conocidas como el Charco de los Abades, este fortín se le debe al gobernador Martín de Benavides, y se terminó de construir en el año 1581. El castillo fue defendido frente al pirata holandés Pieter Van-der-Does, en 1599, por el alcaide y capitán don Alonso de Venegas y Calderón con tal ardor que, antes de morir, agotadas las municiones, no dudó en hacer su último disparo con las llaves del fortín. La torre se ubicaba muy cerca de la antigua heladería “La Canaria” (recordada por los cuasi setentones), junto al viejo muelle de Las Palmas, y fue demolida hacia 1880. Hoy, sus cimientos permanecen ocultos en el espacio ganado al mar y forman parte del propio Parque de San Telmo y la Avenida Marítima. Al heroico defensor del castillo lo recordamos con una céntrica calle muy cercana al lugar que protegió con su vida, como es la conocida “Calle Venegas”, aunque desdichadamente casi nadie sepa a quien está dedicada esta importante arteria de la ciudad. En el siglo XVI, en el sector norte de Las Palmas, solo se encontraban fuera de la muralla de Triana, en la zona de “Los Arenales”, las pequeñas ermitas del Espíritu Santo, San Sebastián, Santa Catalina, (fundada por los mallorquines antes de la 9 conquista), Nuestra Señora de La Luz y la Capilla del primitivo Hospital de San Lázaro. “Intra-muros”, muy cerca de la mentada muralla, estaba la ermita de San Pedro González Telmo, cuyos orígenes se remontan al año 1520. Todas ellas fueron atacadas, incendiadas y destruidas en la invasión pirática del holandés Van-der- Does del año 1599. Planos levantados por los ingenieros militares italianos, al servicio de Felipe II, Leonardo Torriani y Próspero Casola, correspondientes a esta época, consignan en “extra-muros” a los ya mentados oratorios e “intra-muros” al de San Telmo, si bien Torriani señala a este último solo con una cruz. En el siglo XVII ya aparecen reedificadas las Ermitas de San Sebastián y San Telmo, consignándolas en 1686 don Pedro Agustín del Castillo en el plano que levanta de la ciudad de Las Palmas. Ambos templos fueron construidos inmediatos, separados el uno del otro por muy pocos metros, si bien la ermita de San Sebastián se erigió al norte. En 1694 la “Confraternidad de Mareantes de San Pedro González Telmo” que ya poseía en sus arcas una importante suma de dinero, 80.000 pesos, fruto de las aportaciones de sus hermanos, decide edificar un nuevo templo al Santo. Para su decoración manda traer de la Península personal competente. Como curiosidad, en el despacho parroquial de la ermita se conserva actualmente un cuadro en el que se lee: “Esta iglesia se hizo con caudal del Santo y su Hermandad, y la solicitud de su Mayordomo, Valentín de la Concepción, natural de la isla de La Palma; se dio principio a abrir 10 los cimientos el día 9 de mayo de 1745 y se acabó a 20 de dicho mes del año 1747”. Estos datos indican que entre la fecha del acuerdo tomado para hacer la obra, 1694, y el comienzo de la misma, 1745, medió el largo espacio de cincuenta y un años. En las “Constituciones Sinodales” del obispo don Pedro Manuel Dávila y Cárdenas, año 1735, se citan a las ermitas de San Sebastián y San Telmo, ya dentro de las murallas. Poco después, en el propio siglo XVIII, se edifica una nueva ermita entre la de San Sebastián y San Telmo, dedicada a Nuestra Señora de las Angustias. En 1773, el ingeniero militar don José Ruiz Cermeño oriundo de Calahorra y llegado a Las Palmas en 1771, al frente de una expedición militar, señala estas tres ermitas en el plano que levantó de la ciudad de Las Palmas, donde también fijó la de San Nicolás de Bari y la del Santo Cristo, esta última, del siglo XVII, pertenecía a la Venerable Orden Tercera Franciscana, oratorio que se alzaba en la hoy calle Dr. Déniz, junto al campanario de la iglesia de San Francisco y que a partir de la desamortización de Mendizábal se utilizó como escuela pública, y, años más tarde, como Academia de Dibujo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, pero a la que el tiempo y el abandono, de una parte, y el obligado ensanche de la ciudad, de otra, la hicieron desaparecer a mediados del pasado siglo XX -octubre de 1953-, el solar dio paso a la actual calle “San Francisco” que nos lleva desde la mentada iglesia a la “Avenida Primero de Mayo”, avenida que hoy ocupa las excelentes huertas del histórico monasterio franciscano. 11 En 1833, en planos levantado por el ingeniero sevillano don Antonio Pereira Pacheco, solo aparece la ermita de San Telmo situada en el lugar que actualmente ocupa. El erigir ermita a San Sebastián a la entrada de las poblaciones fue una costumbre cristiana muy antigua y arraigada en Gran Canaria, todo, para honrar al insigne santo romano, venerable protector de epidemias, como las conocidas de fiebre amarilla y cólera que castigaron nuestra ciudad durante el s. XIX, plagas de amargos recuerdos para los grancanarios. Al igual que la ciudad de Las Palmas tuvo su modesto templo dedicado a San Sebastián, también lo tuvieron las localidades de Telde, San Lorenzo, Guía, Gáldar, Agaete, Aguimes, etc. Fue mucha la devoción que tenía el pueblo canario al santo mártir, de ahí las numerosas ermitas dedicadas al mismo. El oratorio de la ciudad, que se encontraba al norte de la ermita de San Telmo, fue arrasado, a finales del XVIII, por el enorme caudal de agua que llevó aquel año el cercano barranquillo de Mata. En San Sebastián recibía culto una pequeña imagen del santo asaetado, talla de unos 70 cm. de alto, que se pasó a la ermita de San Telmo, de donde fue sustraída hace más de treinta años –mayo de 1981-. Según don Ricardo, párroco actual del templo, se sabe quien la tiene, y espera que un día le sea devuelta a la ermita. El también modesto templo de Nuestra Señora de las Angustias, que hemos señalado más arriba, entró en ruinas muy pronto, pues, en las postrimerías del siglo XVIII el culto a su titular ya se llevaba a cabo en la ermita de San Telmo. 12 La ermita de Nuestra Señora de las Angustias está estrechamente unida a la azarosa vida marinera, como lo está la de San Pedro González Telmo, todo debido al abundante tráfico de veleros canarios a la llamada “Costa del Moro” o de Berbería, y a los largos periplos hacia las Indias de Su Majestad. En los sinsabores, la dura lucha contra el mar, en las angustias, soledades y tragedias de los tripulantes de bergantines y goletas y de otras embarcaciones menores, padecidas en rutas hacia tierras lejanas, hemos de encontrar el origen de la devoción en Gran Canaria a Nuestra Señora de las Angustias. Por eso, su advocación la hallamos prendida muy dentro del alma de la gente que vive del mar y en la mar. Su nombre, expresivo y doloroso, rotula más de una embarcación. Esa devoción, al igual que la de San Pedro González Telmo, aparece muy dentro del corazón isleño, y todo relacionado con las arriesgadas faenas marineras de las numerosas familias asentadas en los barrios y riscos de la ciudad. Muchos de los antiguos moradores de estas barriadas conociendo los duros y amargos momentos vividos en la mar, ya como simples marineros, “roncotes”, o en calidad de capitanes, patrones o contramaestres, se afiliaban, como a una tabla salvadora, en la histórica “Confraternidad de Mareantes de San Pedro González Telmo”. Uno de los tantos ejemplos de ayuda económica y moral por parte de la “Confraternidad” la tenemos con el rescate de los veintisiete tripulación del pailebot “Las Angustias” con matricula de Las Palmas, en octubre del año 1784, cuando la nave embarrancó en el banco pesquero sahariano, frente a la costas de “Cabo Bojador”, a consecuencia de un violento temporal, tragedia de amargos recuerdos para los canarios de la mar. 13 II EL PORQUÉ DEL NOMBRE DE SAN TELMO Uno de los primeros templos transformados en su emplazamiento y alterado en su arquitectura y decoración interior fue el de San Pedro González Telmo, popularmente conocida con el nombre simplificado de San Telmo. Lo más probable es que la primera ermita dedicada al Santo en nuestra tierra fuese debida a algún rico y fervoroso navegante portugués, gallego o andaluz que habiendo llegado a Gran Canaria en los albores de la conquista, como tantos otros, se asentara en la entonces ciudad de Canarias o del Real de Las Palmas. Esos esforzados navegantes lusitanos que a nuestras costas arribaron a principios del siglo XVI y siguientes, fueron los que dejaron en ella su alma y su espíritu aventurero, sus costumbres y profundas huellas de su lenguaje; otro tanto nos dejaron los españoles peninsulares a través de la presencia de andaluces, gallegos, mallorquines, vascos, extremeños, castellanos, etc. Como así consta en los Archivos del Tribunal de la Santa Inquisición de Canarias, en el Archivo Histórico Provincial y en documentos sacramentales de las más antiguas parroquias isleñas. En todos esos documentos se pone de manifiesto el crecido porcentaje de familias portuguesas residentes en Canarias, tantas, que se llegó a citar a una importante vía del viejo barrio de Vegueta, con el nombre de “Los Portugueses”, calle que hoy conocemos 14 como de “Colón”, y que la localizamos junto al Museo que lleva su nombre. De nuestra influencia portuguesa se derivan apellidos tan comunes como los Suárez (Soares), Silva, Matos, Sosa (Sousa), Viera (Vieira), etc. Pero el nombre que nos ocupa es el de Pedro González Telmo, nombre dado a una pequeña ermita levantada en el siglo XVI en las afueras de la ciudad de Las Palmas pero dentro de la muralla norte y junto a las playas y caletas de San Telmo, por donde se hacían embarques y desembarques de personas y mercancías, ya que el de refugio en las Isletas estaba a algo más de tres millas (unos, cinco kilómetros) de distancia en dirección norte y después de pasar un campo arenoso, tétrico y desolador, como nos dice el ingeniero cremonés Leonardo Torriani en su “Descripción de las Islas Canarias” escrita hacia el año 1590. Los estudiosos del pasado nos recuerdan que, desde muy antiguo, el mar ha estado ligado íntimamente con la vida del isleño, no solo en las comunicaciones marítimas, sino en el fervor de las costumbres religiosas relacionadas con la mar. Por esta razón fundamental es por la que los canarios recogen en su historia la del Santo que a través de muchos años fue patrono de la gente de la mar. El origen de la devoción marinera a San Pedro González Telmo, el pío fraile dominico confesor del rey San Fernando, se remonta a los 15 primeros años del XVI, por existir en esa época la creencia de que este Santo se aparecía a los navegantes sobre las arboladuras de sus navíos en forma de fuego durante las noches de tormenta, fuego popularmente conocido como de “San Telmo”. Esta creencia favoreció enormemente su devoción por los hombres de la mar y llegó a divulgarse por toda la geografía de nuestras costas atlánticas, alcanzando singular particularidad en las Islas Canarias, donde tuvo espléndida muestra de fervor entre los navegantes de las islas. Esta fue la principal razón por la que se constituyó en nuestra ciudad la Confraternidad de Mareantes de San Telmo, cuya principal labor, como explicaremos más adelante, fue de carácter benéfico y religioso. En ella estaban inscritos, los propios armadores, capitanes y todos los marineros canarios, como aquellos otros que frecuentaban el fondeadero del refugio de las Isletas San Pedro González Telmo, más conocido por San Telmo, nace en la castellana villa de Frómista en 1180, cerca de Palencia, fue bautizado en su iglesia de San Martín, joya de la arquitectura románico de finales del siglo XI, era sobrino del obispo don Tello Téllez de Meneses y de otro obispo llamado Arderico, como vemos era de familia muy distinguida, de adolescente sus padres lo trasladan a Palencia y su tío, el obispo, lo matricula en la Escuela Catedralicia para cursar estudios de humanidades, lengua castellana, física y teología, de donde el joven Pedro sale convertido en un eminente científico. En 1204 es ordenado sacerdote y posteriormente ingresa en la orden de los Dominicos de Palencia. Fue confesor del rey Fernando III el Santo. Falleció en la 16 ciudad de Tuy (Pontevedra) en 1240, después de evangelizar toda la costa de Galicia y Portugal y de realizar un sinfín de milagros ante la gente de la mar. Su vida piadosa y santa le convierte en un nuevo venerable de la Iglesia Católica, su actuación apostólica por Castilla, Galicia y el litoral lusitano siempre en contacto con pescadores y marineros españoles y portugueses llevó a éstos a tomarlo como Patrón de la gente del mar. Sus restos descansan en la Catedral de Tuy, ciudad donde falleció, siendo en la actualidad el patrono de la diócesis de Tuy-Vigo. En 1741, su Santidad el Papa Benedicto XIV, comprobada su santidad y abundancia de milagros, lo canoniza y confirmó su culto como santo, señalando su fiesta el 15 de abril, pero, es el tercer domingo del mes de mayo la fecha en que la Cofradía de Mareantes honraba a su santo patrono con una ceremonia religiosa en la ermita, seguida de procesión solemne. 17 III LOS INICIOS DE SAN BERNARDO COMO PARROQUIA Iglesia de las monjas Bernardas, donde fue erigida la Parroquia de San Bernardo el 20-08-1849 (Planos de Maffiotte presentados al señor Obispo Lluch, el 22 de marzo de 1864) Al crecer la ciudad y aumentar su población “el santo obispo del cólera”, don Buenaventura Codina y Augerolas (1847–1857), estimó conveniente crear nuevas parroquias, así es como surge, un 20 de agosto de 1849, la Parroquia de San Bernardo, cuya jurisdicción alcanzaba inicialmente hasta el Puerto de La Luz. Tuvo su primera cede, con carácter provisional, en la iglesia del demolido 18 convento de monjas bernardas, de ahí el porqué de ponerla bajo el patrocinio de San Bernardo. El desaparecido Monasterio de la Concepción, fue fundado, según don José de Viera y Clavijo, el 14 de junio de 1592, incendiado y reducido a cenizas en la invasión holandesa de 1599, una vez reedificado, las religiosas volvieron al convento en 1609, monasterio que abandonan definitivamente en 1836, a causa de la ley desamortizadora dictada por don Juan Álvarez de Mendizábal, ministro de Hacienda en la regencia de la reina María Cristina de Borbón, años más tarde, en 1843, es derribado el convento, por decisión de don Luis Navarro, que lo había adquirido en subasta pública, quedando en pie solamente la iglesia, donde se instaló la parroquia de San Bernardo en 1849, el descuido y abandono de la misma fue el pretexto para su demolición definitivamente en 1868, ya en 1861 la parroquia de San Bernardo se había trasladado, de forma provisional, a la iglesia de San Francisco de Asís, al declararse el templo en ruinas. 19 IV LA ERMITA DE SAN TELMO Como ya señalábamos, los orígenes históricos de la actual iglesia de San Telmo se remontan al año 1520, así pues, la primera ermita dedicada al santo Pedro González Telmo en la isla, data del siglo XVI, y estaba ubicada junto a la antigua muralla que por el norte cerraba la ciudad, el santuario fue incendiado y destruido por las huestes del pirata holandés Pieter Van-der-Does en el año 1599, cuando desembarcó en la isla con más de 8.000 hombres de a pie y una flota de 74 barcos. A principios del XVII, hacia 1602, se reconstruye el santuario incendiado en el mismo lugar, con materiales de muy baja calidad, que la llevan a un deterioro que con el paso de los años se va haciendo notar. Por ello, a finales del siglo XVII, el Gremio de Mareantes, que tenía una buena situación económica, adquiere un solar cercano para la construcción de la actual ermita (hoy parroquia de San Bernardo). El historiador grancanario don Agustín Millares Torres, señala que en 1694 estaban abiertos los cimientos, pero su construcción se inició el 9 de mayo de 1745, y se concluyó un bienio después. A don Agustín Millares lo contradice la nota enmarcada que se conserva en la sacristía, que indica: …/…. “se dio principio a abrir los 20 cimientos el día 9 de mayo de 1745”…/… Las dudas son muchas, pero así se escribe la historia. La iglesia actual, la tercera dedicada al Santo, es de planta rectangular y pequeñas dimensiones, de una sola nave (26,81 de largo por 7,65 de ancho). Tiene un rico artesonado estilo mudéjar, posiblemente de carpintería portuguesa, sobresaliendo el presbiterio, adornado con grandes penachos y finas piñas, rosetas y perillones bellamente tallados y policromados. El frontis, orientado al poniente, es de líneas sencillas. Su pórtico plateresco luce un resaltado marco de cantería canaria, con hueco de puerta y arco, llamando la atención los almohadillados cuadrados y ovaloides, conchas y rosetas, todo rematado por un frontón cerrado. Sobre el mismo se abre un ventanal cuadrado con cristalera giratoria sobre el que se alza una graciosa espadaña. La puerta es de tea con herrajes. Pilares de sillería limitan las cuatro esquinas, con la particularidad que las dos del frontis principal aparecen decoradas en su parte superior por sencillos pináculos. El frontis sur es muy sencillo. Tiene un contrafuerte, un hueco de ancha puerta cuadrado con herrajes y dos ventanales, uno de ellos gótico, da luz al presbiterio. Adosado al costado norte está la sacristía y la antigua casita del santero o mayordomo de la ermita, parte de la misma está actualmente dedicada a archivo de la parroquia de San Bernardo. En tanto el frontis de la casita, que da al poniente, es de una sola planta con ventana y puerta, el que mira al Parque de San Telmo, antes llamado de “Cervantes”, es de dos plantas, con un típico balcón canario y una batería de ocho gárgolas de cañón a diferentes alturas para el desagüe del agua de lluvia. 21 La ermita de San Telmo como residencia de la “Confraternidad de Mareantes de San Pedro González Telmo” mereció en todo momento especial atención por parte de sus mayordomos, capellanes y hermanos. Buena prueba de ello es la bella y original ornamentación que posee, imágenes, retablos, vasos sagrados, lienzos y objetos para el culto, son la admiración de cuantos lo visitan. No toda la obra artística que en ella se exhibe ha sido siempre patrimonio de este templo, pues buena parte de la misma procede de la derruida iglesia del convento de monjas bernardas de la Concepción y de las desaparecidas ermitas de San Sebastián y Nuestra Señora de las Angustias. LAS ÚLTIMAS RESTAURACIONES La ermita de San Telmo, después de muchos años de abandono y dejadez, es sometida, durante los años 1997/98, a un exhaustivo y profundo proceso de restauración en su interior. Los trabajos de reparación afectaron a los retablos barrocos, y se realizaron gracias a la colaboración económica del Excmo. Cabildo Insular de Gran Canaria, a través de su departamento de Patrimonio, las labores de recuperación las llevó a cabo un equipo dirigido por la mano experta de la joven restauradora grancanaria Teresa Manrique de Lara y los elementos artísticos sobre los que se trabajó fueron: el retablo del altar mayor, los dos retablos laterales y los paneles policromados que forman el presbiterio, todas ellas obras de mediados del siglo XVIII. El presupuesto de la obra alcanzó los 7,5 millones de pesetas. 22 Con anterioridad, en los años 1988/89, el templo había sufrido una importante restauración de su exterior, ya que las lluvias y el paso del tiempo habían deteriorado la construcción, de forma tal, que las humedades estaban haciendo verdaderos estragos en el conjunto del santuario. Las obras de rehabilitación corrieron a cargo del Gobierno Autónomo de Canarias, bajo la dirección del arquitecto don Rafael Miranda Flores, con un costo inicial de algo más de ocho millones de pesetas. La restauración arquitectónica consistió, principalmente, en desaparecer los focos de humedad de la cubierta, quitando las tejas que estaban dañadas, aprovechando algunas de ellas, así como la tierra y escombros que deterioraba la estructura, hasta dejar un techo nuevo e impermeable. También se reparó la piedra del arco principal, afectado igualmente por las humedades. Para cambiar la vieja piedra, bajo la dirección de un especialista, venido de la península, se desmontó, piedra por piedra el arco, enumerándolas, para llevarlas hasta Arucas, donde hicieron otras nuevas. Los trabajos de subida de niveles del Parque dejaron a la ermita enterrada, por lo que al estar por debajo del nivel de la calle y para evitar inundaciones, sobre todo en días de fuertes lluvias, se hizo un nuevo zócalo de cantería, acorde con el entorno, para desviar riadas que pongan en peligro de inundación a la ermita. Terminada la restauración, una vez pintado y barnizado el exterior, las obras se dieron por terminadas a finales de 1989. 23 V EL ARTE EN LA ERMITA RETABLO DEL ALTAR MAYOR Altar Mayor y arco toral A la “Confraternidad de Mareantes” pertenecen las siguientes obras de arte que se custodian en el templo: retablo del altar mayor, del más puro estilo barroco, construido en 1766. En el mismo podemos leer los textos siguientes, lado del Evangelio: “Se hizo y doró este 24 Retablo siendo Mayordomo del Sr. Sn. Telmo”, y en el de la Epístola, este otro: “Dn. Luis Nabarro (sic). Año de 1766”. El retablo, de tres cuerpos, tiene una sola hornacina donde, en su día, estuvo colocada la imagen del Santo titular y patrono, y tres pequeñas pinturas religiosas: Crucificado, San Miguel y San Rafael. El penacho o coronación lleva en el centro la imagen del Padre Eterno, con los brazos abiertos. El frontal del altar está policromado. Según exponen los historiadores María de los Reyes Hernández Socorro y José Rodríguez Concepción en su libro “Patrimonio Histórico de la Basílica de Teror” editado por el Cabildo Insular de Gran Canaria en 2005. El altar mayor de la ermita de San Telmo se le atribuye al maestro carpintero y retablista grancanario Nicolás Jacinto Viera. Sabemos, nos dicen, que el maestro recibió las aguas bautismales el primer día de enero de 1715, y que, según consta, es hijo de Juan Jacinto, mareante, y de Marcela Estévez, llegando a la pila bautismal de ocho días. En 1737, el maestro contrae matrimonio con María del Carmen Betancurt y Zambrano. El retablista, según partida de defunción, vivió 81 años, hasta mayo de 1796. Según estudios del investigador grancanario don Julio Sánchez Rodríguez, se sabe que, de los cinco retablos de notable interés realizados entre 1777 y 1783, quizás los más representativos del rococó en Gran canaria, para la Basílica de Nuestra Señora del Pino de Teror, los tres centrales los realizó el tallista grancanario Nicolás Jacinto Viera, mientras que los otros dos laterales 25 responden a la mano de José de San Guillermo, también conocido en aquellos entonces como José de Quesada. Entre los trabajos más importantes del maestro Nicolás Jacinto tenemos: el retablo mayor de la Iglesia de San Juan Bautista de Telde, llevado a cabo entre 1750 y 1766. Ese mismo año de 1766 realiza el del altar mayor de la ermita de San Telmo. Para tal edificio, y tres años más tarde, se efectuaban los que hoy presiden las imágenes de Nuestra Señora de las Angustias y San Pedro González Telmo, piezas quizás salidas de la propia mano de maestro Nicolás Jacinto, aunque se le atribuyan a José de San Guillermo, pues responden al mismo esquema que los colaterales terorenses, si bien ofrecen un mayor repertorio decorativo. En igual fecha, 1766, fueron forradas con madera las paredes del presbiterio haciéndolas policromar la “Confraternidad” a base de un damasquinado al más puro estilo cordobés. En el año 1767 se doró el techo mudéjar del presbiterio. En 1781 se hacen los nuevos retablos barrocos de los laterales, para Nuestra Señora de las Angustias y la Concepción. En 1774 se hicieron las andas de plata de San Telmo por el platero canario, natural de Las Palmas, Agustín Padilla. En 1776 fue pintado y decorado el arco toral por el maestro Agustín Rodríguez, trabajo que hizo por 90 pesos, abonándole la “Confraternidad” 10 más por el excelente trabajo realizado, según consta en los libros de actas del “Gremio de Mareantes”. En este mismo año de 1776 el Gremio invierte 3.000 pesos en adquirir el órgano, campana de tres quintales y varios ornamentos. En 1784 fue colocado el púlpito tallado y dorado; éste exhibe en uno de los 26 tableros la tiara y las llaves de San Pedro. En 1786 la Junta de Mareantes encargó al orfebre canario, Antonio Padilla, hijo de Agustín Padilla, el marco de plata de la Virgen de las Angustias, para lucirlo el día de su fiesta, cuyo molde tallado se debe a José de San Guillermo, del que hoy conocemos que se llamaba realmente José de Quesada, maestro que fue del insigne escultor canario José Luján Pérez. En el año 1794 el mismo platero Antonio Padilla hizo el trono de plata de la Virgen de las Angustias, teniendo como molde de madera el confeccionado por el mentado maestro José de San Guillermo. En 1797, la Confraternidad llevada del mismo celo encargó al referido platero la hermosa lámpara de plata que cuelga en el lateral derecho del presbiterio, sustituyendo a la que robaron en 1788 de la que solo apareció la basa enterrada en las dunas de “Los Arenales”. Desde el año 2009, cuelgan en el Altar Mayor, escoltado la pintura del crucificado, dos lamparitas regalo de las Siervas de María a la parroquia antes de abandonar su convento de la calle Canalejas. 27 ALTAR DE SAN TELMO Altar de San Telmo La imagen del santo dominico palentino, San Pedro González Telmo, es muy antigua, y se cree que fue traída a finales del siglo XVII por un galeón español en ruta para Las Antillas. Es de autor desconocido, pero, al parecer, según rasgos, es de la escuela sevillana. Es una imagen de vestir y de expresivas facciones. En la mano izquierda lleva un bergantín de plata sobredorada, obra del orfebre canario Antonio Padilla, y en la derecha una candela también de plata, su cabeza la adorna una diadema del mismo metal sobredorado. El altar, en las grandes solemnidades de 28 antaño, se veía enriquecido con un juego de doce candelabros de plata, del orfebre Antonio Padilla, que por 167 pesos, adquirió el Gremio en el año 1781. En la actualidad esa gran solemnidad se ha perdido. El santo viste túnica con escapulario de tela blanca adornada de un galón dorado y manto y capucha de terciopelo, igualmente guarnecido con franja de oro. Del cuello pendía, en los años 60 del pasado siglo, según don Sebastián Jiménez, un rosario de oro con medallas, rosario que hoy no luce la imagen, pero que se guarda en una cajita, según inventario del 2004, en un armario en la sacristía. Hace años que la talla fue trasladada desde la hornacina del Altar Mayor al altar barroco situado en el lateral derecho del templo, obra extraordinaria realizada en 1781 en Las Palmas por el maestro carpintero José de San Guillermo, la obra fue dorada por el pintor y dorador Agustín Rodríguez, trabajo por el que recibió 70 pesos. Las paredes de la hornacina están policromadas. Al Santo de los marineros y de la gente de la mar se le honraba antiguamente, en su día grande, con solemne función religiosa a cargo del capellán de la ermita, a la que asistía la “Confraternidad” en pleno. En los últimos tiempos también acudía a la función la Corporación de Prácticos del Puerto y la Autoridad de Marina. Procesionalmente se le paseaba por el viejo Barrio de Triana (sede de las antiguas casas consignatarias) en magnifico trono de plata cincelada, con baldaquino, obra primorosa de la orfebrería canaria debida, al viejo Agustín de Padilla (padre de Antonio), trono que se conserva, en una vitrina, en el salón alto de la sacristía y en el que era colocado el santo el día de su fiesta. En la procesión, el trono 29 iba escoltado por marineros y pescadores que durante el recorrido ejecutaban un baile con panderetas, buches y espadas de madera hasta llegar al embarcadero en el Muelle de Las Palmas; donde era embarcado el Santo en una nave de madera movida a remo, que era patroneada por el capitán más antiguo del Gremio. El recorrido marítimo, si el tiempo lo permitía, se limitaba a la ribera del Muelle de Las Palmas y regreso nuevamente al mismo. Mientras que en tierra se oía el sonido bronco del “bucio” (sonido de la caracola de mar) que entonaban fervorosamente los marineros desde tierra. Finalizada la procesión marítima, el trono retornaba nuevamente a la ermita, realizado su tradicional recorrido por las calles adyacentes a la misma. Una gran traca de voladores y el repique de las campanas de la iglesia ponían punto final a la función religiosa. Luego había paseo y música por la calle de Triana y la gente se acercaba a la fonda de “Ma-Tula” -nombre que dio origen a la calle Matula, vía trasversal de Triana, muy cerca de la ermita-, a saborear un buen pescado frito acompañado por un cuartillo de ron de Cuba. Del lugar salían los “roncotes” enjaranados, camino al angosto y torcido “Callejón de la Vica”, o Bica, con b, para ir al popular barrio del Risco de San Nicolás a gozar de un buen “baile de taifas”, si el cuerpo y su contenido etílico lo permitían. Por la noche, fuegos artificiales junto al mar y fin de la fiesta. ¡Una tradición que ya no volveremos a ver! Al igual que lo fue el trono de Nuestra Señora de las Angustias, el de San Telmo fue encargado por el Gremio de Mareantes en el año 1773 y estrenado al año siguiente en el día de su fiesta. 30 Curiosamente el trono de la Virgen de Pino se hizo inspirado en éste de San Telmo. Por tradición, cuando los hombres de la mar escapaban de un naufragio o de un gran temporal, dejaban en agradecimiento al Santo, una copia en miniatura de su barco. Precisamente, según señala el “Diario Las Palmas”, de 21 de mayo de 1904, de los tirantes de tea del techo mudéjar del templo marinero colgaban, en los años que aún existía el convento de San Bernardo fundado en 1592 por Fray Pedro Basilio de Peñasola para la reclusión de jóvenes religiosas de Las Palmas (el monasterio fue abandonado por las monjas en 1836), innúmeros exvotos prometidos al Santo en horas angustiosas en lucha horrible con el mar, lejos de la tierra canaria. La mayoría eran maquetas en madera o plata, fieles reproducciones de bergantines, fragatas, goletas, galeones y pequeños barquillos de vela. Estos exvotos nos hablaban de favores, de tragedias y accidentes marineros, de suplicas y protecciones concedidos por intercesión de San Telmo. Hoy, si miramos al artesonado mudéjar de la ermita, solo vemos seis pequeñas ofrendas colgando de sus tirantes, presentes, que según investigaciones, no son de épocas pasadas y se debieron colgar en alguna restauración de la ermita, para recordar aquellos viejos tiempos. La mayoría de las ofrendas marineras, lamentablemente hoy desaparecidas, se perdieron destruidas por el paso de los años y, sobre todo, por la falta de celo de quienes estaban obligados a velar por ellas, así como por el capricho de algunos que, sin más, las cedían a amigos o miembros del Gremio. Uno de estos beneficiados fue don Domingo Galdós, armador de navíos 31 dedicados a la pesca en el cercano banco pesquero sahariano, natural de Vizcaya y abuelo de nuestro gran novelista don Benito Pérez Galdós, hermano que fue de la Cofradía, como dueño que era de los veleros “Santísima Trinidad” y “Jesús y María”. De estos caprichos también se benefició su nieto, el universal don Benito, que desde su niñez mostró un ferviente interés por poseer alguno de aquellos barquitos que colgaban del techo de la ermita. Su sueño se convirtió en realidad, cuando ya consagrado por la fama, vino en una rápida visita a su ciudad natal en 1894, al ofrecerle el Gremio de Mareantes, el 4 de noviembre, cuando recorría sus calles curioseándolo todo, un exvoto que se conservaba en el templo. Este fue su último viaje a la isla. El porqué pienso que los exvotos que hoy cuelgan del techo no son de la época, lo confirma un articulo del desaparecido “Diario Las Palmas” del viernes 5 de noviembre de 1993, que, recordando historias de hace 100 años nos dice: tal día como hoy, 5 de noviembre de 1894, don Benito Pérez Galdós continuaba visitando varios edificios públicos de Las Palmas de Gran Canaria. El día anterior permaneció cerca de dos horas en la ermita de San Telmo. “(……) lugar de gratísimos recuerdos para el gran novelista, según ha significado, y como mostrara interés en examinar de cerca el “único” de los pequeños barcos que allí se conservan, el presidente de la Confraternidad de San Telmo ordenó que se descolgara, entregándoselo como presente a don Benito Pérez Galdós. El escritor agradeció muchísimo el regalo, y conserva por tanto los dos únicos barquichuelos de los muchos que poseía la ermita hace años, barcos que tanto llamaban la atención de Galdós cuando era niño”. El segundo barco del que habla el “Diario Las Palmas” debe ser, sin 32 duda, el que un día heredó de su abuelo, a este segundo no le he podido seguir la pista. El que don Benito lució con mucho orgullo en su residencia marinera de “San Quintín”, junto al Sardinero, en la bahía de Santander, es el que le regalaron en su último viaje a Canarias, obsequios que hoy podemos ver en una de las vitrinas de su Casa Museo, en la calle Cano número 6 de Las Palmas de Gran Canaria, casa en la que un 10 de mayo del año 1843, vino al mundo el más universal de nuestros escritores y donde vivió hasta los 19 años. Esta vieja casona es, desde 1964, por iniciativa del Cabildo Insular de Gran Canaria, con el acuerdo de la familia, su Casa Museo. Como el galeón ofrecido al escritor presentaba algún deterioro, producido por el tiempo y el abandono, la Confraternidad de San Telmo encargó para su reparación al magnifico carpintero de ribera don Manuel Miranda, fue tan excelente su trabajo, que don Benito envió una carta de gratitud al maestro carpintero, alabando la pericia y el arte con que había llevado a cabo la restauración. Otro escrito que corrobora mi razonamiento lo vemos en el diario “La Provincia” del 12 de noviembre de 1975, donde el Cronista Oficial de la ciudad, don Luis García de Vegueta nos dice, refiriéndose a la ermita de San Telmo: “(.../…) aunque hayan desaparecido los veleros que pendían de las vigas en tiempos de don Benito Pérez Galdós (…/…)”. Una prueba elocuente de la devoción al Santo en nuestra ciudad la encontró don Sebastián Jiménez Sánchez, según consta en su libro 33 “Temas Histórico-Artísticos, Religioso y Arqueológico-Folklórico de Canarias Oriental”, en un documento algo deteriorado que se conserva dentro de un marco en la sacristía alta de la ermita. Este escrito hace referencia a una certificación extendida por el Escribano Público de la Isla, en el que se hace constar que en el Registro corriente de Instrumentos públicos se hallaba protocolado de mandato oficial un Breve Apostólico concedido en 10 de mayo del año 1782 por el Emmo. Y Rvdmo. Sr. Cardenal Arguino, Prefecto de la Congregación de Sagrados Ritos, según especiales facultades concedidas por N.S. Pío Sexto , al presente ausente de Roma – así se consigna-autorizado por el Emmo. Cardenal Allai. Secretario de la Congregación de Roma, concediendo facultad a la Confraternidad del Beato Pedro González Telmo para que en su fiesta, en la Dominica segunda o tercera de mayo tuviese lugar en honor de dicho Beato con las preces una Misa solemne a manera de una misa votiva, cuyo Breve se presentó al Señor Previsor y Vicario General de este Obispado, Sede vacante, quien a su vez la autorizará por medio de su Notario don Antonio Felipe de la Sierra, Presbítero. En otro medallón orlado que cuelga en la citada sacristía, se hace constar: “El Ilustrísimo Señor don Bernardo Martínez, Dgn. Obispo de estas Islas, concede cuarenta días de Indulgencias a los fieles que oigan cada vez una misa ante la imagen del Sr. Sn. Telmo. Asimismo otros cuarenta días al que rezare el Rosario ante Nuestra Señora de las Angustias, por cada vez que lo haga. En 15 de sepbre de 1828, siendo su Mayordomo Leonardo Sánchez”. 34 A los extremos del citado retablo, hace años, recibía culto una antigua y valiosa talla de San Juan Nepomuceno, que vino de la capilla del desaparecido convento de las monjas bernardas de la Concepción y una más moderna de Santa Teresa del Niño Jesús, ésta última fue retiradas del culto y la de San Juan Nepomuceno, para evitar el robo, la podemos ver en una pequeña hornacina en la parte alta del retablo. En los bajos del mismo se encuentra un sencillo marco con una talla de la Virgen del Perpetuo Socorro, de devoción moderna en Las Palmas, con cofradía fundada en 1918. Con el tiempo, se ha ido perdiendo, poco a poco, la rancia devoción al pío fraile dominico por la gente de la mar. Hoy, el patronazgo, está vinculado fervorosamente a Nuestra Señora la Virgen del Carmen. Madre y protectora de los hombres, que día tras día se ganan el pan en los confines del mar. 35 ALTAR DE NTRA. SRA. DE LAS ANGUSTIAS Frente al descrito retablo de San Telmo, en el costado norte de la ermita, hay otro altar rococó, gemelo al anteriormente citado, tallado en Las Palmas en 1781, por expreso encargo de la Confraternidad. Éste nuevo retablo vino a sustituir al antiguo altar que tenía esta advocación mariana, que juntamente con el primitivo retablo de San Telmo fueron cedidos por la entidad marinera a la Capilla del Santo Cristo de la Venerable Orden Tercera de San Francisco. Altar de Nuestra Señora de las Angustias 36 En lugar preferente del mismo se encuentra al culto una copia de la tabla flamenca de la devotísima imagen de Nuestra Señora de las Angustias, representada en una pintura sobre tabla de 70 centímetros de alto por 60 de ancho. La pintura original, muy valiosa, se guarda en la sacristía alta en una vitrina con el magnífico marco de plata repujada que un día le regalara el Gremio de Mareantes. La Virgen se nos muestra con rostrillo y toca blanca; tiene una cara muy expresiva, doliente por el sufrimiento y pena que la embarga al tener a su Hijo muerto entre sus brazos, poco después del Descendimiento histórico del Monte Calvario. Ella es presentada por el pintor anónimo como una auténtica “Mater Dolorosa”. Su cabeza aparece ligeramente reclinada sobre la de Jesucristo, en tanto que sus brazos y manos sostienen al Hijo muerto, ayudándole a mantener en alto el cuerpo inerte del Redentor. Es, sin duda, la más fiel representación de la Piedad. Parece ser una buena pintura de la escuela italiana, aunque hay quien se la atribuye al pintor flamenco del Renacimiento español, Peter Kempeneer, castellanizado, Pedro de Campaña (Bruselas 1503 – 1580). La cabeza de la Virgen presenta una aureola formada por doce estrellas de plata. Ésta tabla seguramente es la que en su día estuvo al culto en la desaparecida ermita de las Angustias, de la que ya hablamos al principio. La tabla de la Virgen de las Angustias se enriquecía en los días de solemnidad con un valioso marco de plata repujada, con penacho, del más puro estilo barroco, confeccionado en 1787 por encargo expreso del Gremio de Mareantes y realizado por el orfebre canario Antonio Padilla, sobre molde tallado por el maestro carpintero José 37 de San Guillermo, maestro de Luján Pérez. En el centro del penacho hay una corona de espinas en relieve y en el centro de ésta los tres clavos de la Pasión. La Junta de la Confraternidad al hacer el encargo al platero Padilla en el año 1786 puso como condición que debía entregar el marco, como mínimo, la antevíspera del comienzo de la novena a la Virgen, en el mes de mayo. El maestro San Guillermo percibió por el trabajo de la maqueta o molde la cantidad de 50 pesos. La plata empleada por el orfebre Antonio Padilla en el trono de la Virgen ascendió a casi 14 libras, pagándole 125 pesos por su trabajo. El trono fue estrenado en la fiesta de 1794, según se hace constar en los libros de actas del “Gremio de Mareantes”. El trono y el marco, se guardan hoy en una hermosa vitrina en el salón alto de la sacristía y no se muestra públicamente, verdaderamente, es una pena no poder disfrutar de estas maravillas. A los laterales del altar de Nuestra Señora de las Angustias se veneraban, años atrás, las extraordinarias tallas de San Rafael y la asaetada escultura de San Sebastián, esta última, procedente de la desaparecida ermita del santo mártir. Desgraciadamente, como ya hemos indicado, la pequeña talla de San Sebastián fue robada de la ermita, en mayo de 1981, y aunque la escultura está localizada, no se ha conseguido su devolución a la parroquia. La obra de San Rafael se conserva en la parte alta del retablo para evitar su robo. La procesión de la Virgen de la Angustias no pasó desapercibida al famoso tendero del siglo XVIII don Antonio Betancourt, cuyo comercio estaba en la calle La Peregrina. Él consigna en su peculiar 38 “Diario” lo siguiente: “En este día, Domingo 11 de mayo de 1800 fue la procesión de Nuestra Señora de las Angustias, y fue Manuela Higuera que estaba en casa y Gabriela y María Mercedes en casa de la madre de Manuela a ver la procesión, y les mandó de merienda “dos libras de pan, un frasco de vino, dos rrapaduras, dos güebos y una caja de tabaco”. Este es uno de los tantos asientos curiosísimos que don Antonio Betancourt consignaba en su “Diario” y que confirman la categoría de la procesión de las Angustias. 39 LA INMACULADA CONCEPCIÓN Inmaculada Concepción En la hornacina central y única del retablo del Altar Mayor de la ermita de San Telmo, extraordinaria joya del arte barroco canario, que fue construido en 1766, se encuentra hoy la preciosa imagen de la Inmaculada Concepción; que sustituyó en su momento a la del titular y patrono del templo, San Pedro González Telmo. Es una bella obra de importación, de las muchas que llegaron a Canarias 40 en el siglo XVIII. Tanta belleza encierra la imagen que, en sepbre de 1943 con motivo de una visita a Las Palmas de Gran Canaria del catedrático y crítico de arte, don Juan de Contreras y López de Ayala, Marqués de Lozoya, entonces Director General de Bellas Artes, quedó tan extasiado ante la talla que dijo de ella, “desde que la vi me pareció obra de un gran escultor de la escuela granadina, probablemente del mismo Alonso Cano. Es, desde luego, una figura de extraordinaria y espiritual belleza, obra que solo podían cincelarla un Alonso Cano o un Pedro de Mena. La cabeza exquisitamente modelada, con los mechones que cubren las orejas y se derraman por el pecho; las manos que apenas se tocan por las puntas, en un ademán de extrema delicadeza; el ropaje barroco magníficamente tratado que se pliega ampulosamente sobre el cuerpo y se ciñe luego dando a la figura el aspecto de un cono invertido; las mismas cabezas de angelillos de la peana me llevaron a pensar, más en el mismo Alonso Cano que en ninguno de sus seguidores”. Continúa el Marqués de Lozoya contemplando la imagen y dice “hay en ella un soplo más barroco que en las de Alonso Cano, cosa que me hace pensar en Pedro de Mena; pero las de éste escultor son de un carácter diferente, quizás más doloroso. El cuello exageradísimo de la Inmaculada de San Telmo, es característico de Cano y no se encuentra en Mena. Típico de Cano es la disposición del cabello y la de los angelillos de la peana. Mena prefiere ángeles de cuerpo entero”. Termina el Marqués de Lozoya asegurando que se trata de una obra muy tardía de Alonso Cano. Sin embargo toda esta problemática de las atribuciones de esta obra no termina ahí. 41 Hay quien asegura, como el Catedrático de Historia del Arte de Universidad de Sevilla don José Hernández Díaz, que la referida obra pertenece a Duque Cornejo, y que fue hecha hacía 1740/1750. Esta obra procedente del convento de monjas bernardas de la Concepción que antaño estaba en la hoy Plaza de San Bernardo, es, sin lugar a dudas, la obra más hermosa que tiene la ermita, sea de Alonso Cano, Pedro de Mena o Duque Cornejo. 42 SAN BERNARDO Y SAN BENITO En el lado de la Epístola, entre el retablo de San Telmo y el maravilloso arco toral, sobre una sencilla peana de cantería, está la antigua y hermosa estatua San Bernardo de Claraval, monje benedictino que reformó la orden de los cistercienses, de ahí que esté presente en muchos templos de esta regla. La talla es de autor desconocido, y procede de las tantas veces mencionada iglesia del extinguido monasterio de monjas bernardas de La Concepción. Es el titular de la Parroquia de San Bernardo, creada por el Obispo don Buenaventura Codina el 20 de agosto de 1849, precisamente el día en que la Iglesia conmemora su festividad. San Bernardo de Claraval (1090–1153), es Doctor de la Iglesia, abad y fundador del Monasterio Cisterciense de Claraval y de muchos otros. Es el patrono de Borgoña. Frente, en el lado del Evangelio, entre el retablo de la Virgen de las Angustias y el púlpito, también sobre sencilla peana de cantería, tenemos a San Benito Abad con el cuervo a sus pies llevando un mendrugo de pan envenenado en el pico que le había enviado al Santo un envidioso compañero. La talla es anónima, igualmente procedente del desaparecido convento de la Concepción. San Benito de Nursia (480–547) es el Fundador de la Orden de los Benedictinos y está considerado como el “Patrón de Europa”. Las dos imágenes, que antiguamente estaban flanqueando el altar mayor de la ermita, fueron traídas, al parecer, de Sevilla. Sin ser piezas de gran calidad, las tallas tienen un notable valor histórico y religioso. 43 NIÑO JESÚS DEL CORO, O DEL REMEDIO El Niño Jesús del Remedio Conserva la ermita de San Telmo una suntuosa y muy artística urna-facistol, de estilo rococó, con cristaleras, con la devotísima efigie del Niño Jesús del Coro, o de la Madre Petronila de San Esteban, monja cisterciense del siglo XVIII, llamado también por dicha religiosa “Niño Jesús del Remedio”. El Niño Jesús del Coro, procedente del extinguido convento de la Concepción de monjas bernardas de Las Palmas que se encuentra en este templo, fue el que en pasados tiempos, y más concretamente en pleno siglo XVIII, atrajo en gran manera la 44 devoción de los fieles. Artífice de esta especial devoción fue la mencionada Madre Petronila de San Esteban. El Niño Jesús del Remedio, es una obra barroca de muy bella factura, con rostro alegre y vivaz que realza mucho la talla. La figura portaba en la mano izquierda, un estandarte con varal rematado por una cruz, al parecer del mismo metal, pendón que en la actualidad no lleva, y lo malo es, que nadie sabe nada sobre él. Tiene corona de plata y calza zapatitos de plata repujada, descansando sobre una artística peana del mismo metal y estilo. La devota imagen del Niño, que tuvo un piadoso culto en la ermita, tenía para los días de su mayor solemnidad ricos vestidos. El 19 de enero fue el marcado para honrar con solemnes cultos al Niño Jesús de la Madre Petronila de San Esteban, muy significativos a finales del siglo XVIII, en todo el XIX y aún en los comienzos del XX. Actualmente su culto está olvidado y sus ricos vestidos –tres, según el último inventario de año 2004- se guardan en un armario de la sacristía. El autor posible de esta urna y de la propia imagen del Divino Niño quizás sea el célebre tallista palmero Lorenzo de Campos. 45 EL SEÑOR DE LA BURRITA A la derecha, frente al Niño Jesús del Remedio, junto al cancel, existía antaño un devoto Crucificado que hoy podemos contemplar en el altar mayor sobre una elegante peana de madera y plata repujada. Domingo de Ramos, procesión de la Burrita ,1905-1910 Junta al Cristo, estaba el popular trono de Semana Santa, representando el simbólico misterio de la “Entrada Triunfal de Jesús en Jerusalén”, misterio de masiva influencia popular, conocido por los canarios como, el “Señor en la Burrita”, y cuya tradición se remonta a los principios del siglo XX. Es la procesión con la que se inicia actualmente la Semana Santa de Las Palmas de Gran Canaria. La parroquia de San Bernardo no tomó parte durante muchos años en las procesiones de la Semana Mayor. Esta 46 actividad quedaba reservada a las otras tres parroquias de la ciudad, San Francisco, Santo Domingo y San Agustín. Tal circunstancia producía cierta desazón a su párroco y feligreses, quienes, a toda costa, deseaban superar esta especie de marginación litúrgica, contando para ello con las sustanciosas limosnas del comercio de Triana. A don Miguel Domínguez Suárez, que rigió los destinos de esta iglesia durante cuarenta y cinco años (1877 – 1922), se debe el encargo del grupo escultórico del “Señor de la Burrita”. La imagen de vestir fue traída de Valencia y es de autor desconocido, empezó a salir a la calle, en 1905, así consta en la prensa de la época, siempre en la mañana del “Domingo de Ramos” entre palmas y ramos de olivos, de ahí, que también sea conocida como la “Procesión de los Palmitos”, es una manifestación muy popular que recorre las calles de la ciudad, especialmente acompañado por la grey infantil, para disfrute y gozo de todo el pueblo canario, años atrás, la imagen estaba a la entrada del templo, junto al Cristo y la pila bautismal, hoy, “El Señor de la Burrita” está en un rincón de la sacristía, debidamente protegido, y dentro de un mueble acristalado. 47 LOS LIENZO La ermita, según don Ricardo (su actual párroco), tenía en la década de los noventa, trece lienzos, de estos, hoy podemos ver cuatro en el templo: en el lateral izquierdo, “visión de Santa Teresa de Jesús” y “la Virgen y el Niño”, ambas pinturas anónimas y proceden del extinguido Convento de Monjas Bernardas, las dos de la derecha, son exvotos, también anónimos, que recogen aspectos varios de la vida de San Telmo, el que está a la entrada, junto al confesionario, representa a San Telmo, con hábito dominico, oyendo en confesión al Rey de Castilla, Fernando III el Santo. Debemos tener en cuenta que San Telmo fue el capellán de las tropas cristianas del rey Castellano durante la Reconquista. El otro que está sobre la puerta, es muy antiguo y de grandes proporciones, nos presenta a la Virgen de Candelaria y al Santo Cristo de la Vera Cruz, ambos en alto, sobre el mar, por el que navegan tres bergantines. Todo un simbolismo de protección espiritual marinera. En la sacristía se conservan otras cuatro pinturas, dos proceden del mentado convento de religiosas bernardas que representan al Señor Prendido y otro a Santa Rosa de Lima, los otros dos son temas votivos, regalos de devotos de Nuestra Señora de las Angustias y San Pedro González Telmo, uno nos presenta a la Virgen de La Misericordia protegiendo un bergantín que navega sobre un mar gris y el otro nos muestra las tentaciones de San Telmo. En la pared de la escalera que sube a la sacristía alta cuelga el lienzo “caballero a caballo”, recientemente restaurado por 48 Patrimonio del Cabildo, con un presupuesto inicial de 12.000 Euros. Como hemos indicado, todas las obras son de autor desconocido. La mayoría de estos lienzos, como ya hemos dicho, estaban muy deteriorados y gracias al taller de restauración de la Consejería de Cultura y Patrimonio Histórico del Cabildo Insular de Gran Canaria se han podido salvar. Quedan aún varias obras en restauración, una de ellas, antiquísima, de 2,30 de ancho por 3,00 de alto, nos presenta a San Francisco de Paula pasando el mar desde Calabria a Sicilia en unión de su compañero, sobre su hábito tendido sobre las ondas del mar con gran seguridad y el asombro de los marineros que los habían dejado en la orilla por no tener con que pagar el viaje. En el lienzo se ven dos grandes galeras totalmente engalanadas. La obra, desgraciadamente sufre tal deterioro que, según Patrimonio, resulta casi imposible su salvación, el resto de los lienzos sigue su proceso de recuperación. EL PÚLPITO En el lado del Evangelio, junto al retablo de la Virgen de las Angustias, fue colocado en 1784 un grácil púlpito barroco tallado y dorado que adorna la ermita; éste estrado parece más bien un pequeño balconcillo, pues no se acceder al mismo desde el interior de la ermita sino que hay que hacerlo por una escalera que hay en la sacristía. Este exhibe, como ya hemos indicado al hablar del templo, en uno de los tableros la tiara y las llaves de San Pedro. 49 LA VIRGEN DE LOS DOLORES DE TRIANA En el 2012, la Parroquia de San Bernardo (San Telmo) celebró los veinticinco años en que la bella y delicada imagen de la Virgen de los Dolores de Triana fue adquirida, en 1987, en Madrid por la Cofradía. Ese año, la Virgen realiza su primera Estación de Penitencia en la tarde-noche de Miércoles Santo, saliendo desde la Parroquia, donde tiene su sede canóniga, a la iglesia franciscana de San Antonio de Padua de la calle Perdomo. Al cumplirse los veinticinco años de tan importante acto, la Cofradía lo celebró con un Triduo Extraordinario seguido de Función Religiosa en honor a la Virgen, terminada la misa, la imagen fue trasladada en procesión solemne por las principales calles del histórico barrio de Triana, haciendo noche penitencial en la vieja Ermita de San Nicolás de Bari, lugar donde se fundó la Cofradía. Al regresar al templo, la “Dolorosa de Triana”, que antes se veneraba en la sacristía de la ermita, pasó a la iglesia, lado de la epístola, ocupando el pedestal que antes tenía San Pancracio, imagen muy reciente, que ha pasado a ocupar una nueva peana junto a la puerta sur del templo. 50 LA CUSTODIA Formando parte del tesoro parroquial de San Bernardo, la ermita de San Telmo guarda en su magnífico joyero una esbeltísima custodia, de plata sobredorada, con pedrería, obra atribuida, a pesar de no aparecer firmada, al platero canario Ildefonso de Sosa –Alonso Agustín de Sosa y Salazar (1693-1766), según el profesor Hernández Perera-, artista lagunero de la primera mitad del siglo 51 XVIII, contemporáneo del escultor tinerfeño José Rodríguez de la Oliva “El Moño” (1695–1777), quien en varios momentos le dibujó modelos de custodias y otros objetos del culto, afirmación deducida por el crítico de arte y catedrático don Jesús Hernández Perera en su extraordinario libro “Orfebrería de Canarias”, al comprobar en varias de esas obras las inscripciones “Ildephonsus de Sosa me fecit. Ann. 1734” y “Joseph Rodríguez, invor – inventor-”. La custodia u ostensorio, en el culto católico, es la pieza de oro o de otro metal precioso, donde se coloca la hostia, después de consagrada, para adoración de los fieles. Tiene su origen en la institución de la fiesta del Corpus a mediados del siglo XIII. Pero es desde mediados del XV cuando se adoptó la forma de torrecilla o templete, casi siempre de plata, sostenida por una base artística, quedando en medio un viril de oro o plata para colocar en él visiblemente la hostia consagrada. El gran ostensorio de la iglesia de san Bernardo y san Telmo tiene una base muy artística, la obra descansa sobre un carro con tres ruedas y tres santos animales: el buey de san Lucas, el ángel de san Mateo y el león de san Marcos. El conjunto simboliza al carro del profeta Ezequiel que, como vemos, se identifica con los cuatro evangelistas, en la custodia hace de mástil un águila, el ave que más se acerca al cielo en su vuelo y que representa a san Juan, cuya visión de Dios era la más próxima y le distinguía de los otros. Por esta razón, se le ha reservado el lugar más destacado como soporte del cuerpo radiante de Cristo y de la Santísima Trinidad. 52 El viril está rodeado por ochenta piedras preciosas, de estas setenta y una finas y nueve falsas (49 esmeraldas, 45 finas y 4 falsas; 10 amatistas, 6 finas y 4 falsas; 9 topacios finos; 10 granates; un rubí fino y otro falso); mientras que el águila tiene por ojos un rubí fino y otro falso y en el pecho un topacio muy grande, aparte de las seis que lucen las tembladeras –cinco topacios fino y una amatista falsa- Esta pedrería aparece rematado por haces de rayos solares. La custodia, joya de la orfebrería canaria, solo se luce en días especiales, este año 2012, la hemos podido ver en un triduo en honor al Corazón de Jesús y al Corpus Christi celebrado a mediados de junio. Esta espléndida y magnifica alhaja procede del antiguo convento de las monjas Bernardas. En la sacristía alta de la ermita se conserva un extraordinario tesoro, el ella podemos ver la pintura original de la ya mentada Virgen de Las Angustias con su rico marco de plata repujada con trono del mismo metal, también se guarda el magnífico trono de plata cincelada con baldaquino de San Telmo, las andas son obras del isleño Agustín de Padilla, también se exhibe un juego de doce candelabros, debidos a su hijo Antonio, igualmente autor del marco de plata de la Virgen, también se guarda una Cruz procesional con sus ciriales, una custodia, vasos, vinajeras incensarios candelabros y otros ornamentos sagrados, la mayoría regalos del Gremio de Mareantes. La orfebrería, muy bien cuidado, se muestra en hermosas vitrinas acristaladas y muy bien iluminadas. Las vitrinas son de 1941 y costaron, la friolera, de 1.883,00 pesetas –según inventario del 2004-. Es una lástima no poder mostrar estas maravillas a los grandes amigos del arte que tiene Canarias. 53 VI LOS PÁRROCOS Su primer párroco fue don Cristóbal Caballero González, nombrado el mismo día en que se crea la parroquia y fallecido el 11 de febrero de 1862. En febrero de 1861, dado el estado ruinoso de la iglesia monacal, ésta fue abandonada, y al carecer la Diócesis de recursos económicos, la nueva parroquia con imágenes y demás objetos del culto fue trasladada, de forma provisional, a la Parroquia de San Francisco de Asís, por decreto del Obispo Fray Joaquín Lluch y Garriga (1858-1878), de fecha 12 de febrero de 1861, pero con la obligación expresa de celebrar misa los domingos y días de guardar en la ermita de San Telmo. Hasta el mes de marzo de 1868 la nueva parroquia de San Bernardo residió en la de San Francisco, regida, hasta el 30 de enero de dicho año, por don Felipe de Armas Hernández, en marzo, la parroquia quedó instalada definitivamente en la mentada ermita de San Telmo, siendo su primer cura párroco don Juan Inza y Morales, que llegó hasta el año 1875, año en que pasa a la Catedral de Canarias como canónigo Penitenciario. A éste le sucede, don Jerónimo Martín Fernández, que solo está dos años 1875 a 1877. A don Jerónimo lo sustituye un grande, don Miguel Domínguez Suárez, un hombre especial que rige los destinos de la parroquia durante 45 años, desde septiembre de 1877 hasta mayo de 1922 en que fallece. El último ecónomo de prolongada y apostólica actuación fue el teldense don José Mejias Peña, nacido 54 el 12 de sepbre de 1881, su ordenación sacerdotal le llega el 18 de mayo de 1905. Estando en Lanzarote, en 1917, es llamado para regir los destinos de la parroquia de San Bernardo, primero como coadjutor, después como regente, por imposibilidad física de don Miguel Domínguez, desde el 27 de agosto de 1917, y finalmente como cura ecónomo, a partir del 26 de mayo de 1922 y hasta el año 1955, en el que acaba su mandato. Con el Lcdo. Mejías, el número 6 desde 1849, la parroquia de San Bernardo cumplió un siglo de vida. Estos seis sacerdotes fueron, durante cien años (1849-1949), los padres en la fe y se desvivieron por el bien espiritual de la Parroquia de San Bernardo. Al inicio del segundo centenario, el 20 de agosto de 1949, continuaba rigiendo los destinos del templo el presbítero don José Mejias Peña, iglesia que deja, con 38 años de servicio, el 26 de diciembre de 1955. Este ilustre teldense falleció en Las Palmas de Gran Canaria, con 91 años, el 18 de agosto de 1972. A partir de su marcha en 1955 llegan a la parroquia varios jóvenes sacerdote, al citado don José Mejias lo sustituye, don José Déniz Montesdeoca, que está solamente dos años, enero de 1956 a octubre de 1957. Luego llega el hijo de Juncalillo de Gáldar, don José Castor Quintana Sánchez, que rige los destinos de la parroquia desde el 14 de octubre de 1957 hasta julio de 1962, año en el que se va destinado a la parroquia de Artenara. Éste gran sacerdote falleció en Madrid el 25 de abril de 1975, a los 48 años de edad, en plena juventud y tras una larga y cruel enfermedad. Fue profesor de religión en la vieja Escuela de Comercio, y de él recibí sus amplios conocimientos, cuando cursaba primero de Profesor Mercantil, en la 55 popular Escuela. A éste excelente párroco le sucede en el cargo, el hijo de Tenteniguada (Valsequillo), don Olegario Peña Vega, que llega procedente de la parroquia de Ntra. Sra. De La Luz, en San Telmo pasó 22 años de su vida sacerdotal, octubre de 1962 a septiembre de 1984. El 29 de septiembre del mencionado año, entra a regir los destinos de la feligresía, el lanzaroteño, nacido en Haría, don Enrique Dorta Alfonso, gran orador, canónigo, desde 1977, de la Catedral de Las Palmas y Arcediano de Lanzarote, administró la parroquia hasta octubre de 1992. Éste gran catequista falleció en Las Palmas de Gran Canaria el 13 de sept de 1994, a los 69 años de edad. La gran labor del lanzaroteño don Enrique Dorta la continuó don Ricardo González Rodríguez, el párroco número 11 desde 1849, sacerdote que maneja los destinos de la ermita desde el 15 de octubre de 1992, y que hoy, diciembre del 2012, con más de veinte años de servicio, sigue gestionando los destinos del templo marinero. Don Ricardo es el cuarto párroco más antiguo, aunque, si contabilizamos los años que pasó de coadjutor con don Olegario atendiendo la zona del Polvorín, 1962/1969, es el tercero con 27 años de servicio en la parroquia, tras, don Miguel Domínguez, con 45 y don José Mejías, con 39 años. 56 VII EL “GREMIO DE MAREANTES” SU PONTENCIALIDAD ECONÓMICA Y TRASCENDENCIA SOCIAL Playa, ermita y astilleros de San Telmo, 1890 - 1900 La Cofradía de Mareantes de San Telmo, fue una entidad de robusta e inconfundible personalidad, poseedora de considerables recursos económicos que se emplearon con fines de naturaleza social y religiosa. Como tal funcionó en Las Palmas de Gran 57 Canaria desde el siglo XVI hasta finales del XIX, con especial vinculación a la ermita de San Pedro González Telmo, fundada hacia 1520 (siglo XVI), e integrada por armadores y marineros gallegos, portugueses, andaluces y canarios. Sus fines principales fueron religiosos, benéficos, sociales y económicos. La sede social de este importante gremio estaba situada en la fachada norte de la ermita, junto al balcón y los bancos corridos que existen en la actualidad. Debajo del balcón hay una puerta por donde se entraba al salón donde se reunían los cofrades, en él se juntaban cada tercer día, presididos por el Comandante de Marina, con el objeto de tratar y aprobar cualquier solicitud de ayuda y certificar acuerdos mercantiles. En ella estaban inscritos los propios armadores, capitanes de mar, capitanes de barcos y todo el personal marinero de estos, de matrícula canaria, y aquellos otros que frecuentaban el Puerto de Las Isletas o hacían recaladas con operaciones por las caletas y playas de San Telmo. Todos los elementos que formaban la “Confraternidad” se llamaban “hermanos” o “confrates”. La “Confraternidad o Gremio de Mareantes de San Pedro González Telmo” fue una entidad poseedora de grandes recursos económicos debido al canon especial con el que contribuían cada uno de sus componentes. Cada “confrate” o “hermano” colaboraban con el 1,5 por cien de sus ingresos para la “Luz del Santo” y en un porcentaje mayor para el “arca del común” o fondos de los hermanos. La Confraternidad fue modelo de institución gremial de su época. Este Gremio concedía préstamos a sus “hermanos”, viudas e hijos de éstos y a todos los que con las debidas garantías se dirigieran a ella. La caridad cristiana fue su lema principal. 58 Una junta compuesta de mayordomo, capellán, tesorero o llavero, secretario, sacristán, capitán de mar, maestro y médico, regía los destinos de la corporación. Los religiosos franciscanos del Convento de San Francisco de Las Palmas tuvieron a su cargo, en virtud de un especial acuerdo, la asistencia religiosa de los componentes de la Confraternidad. A través de los viejos libros de actas, cuadernillos y papeles sueltos de esta institución se ha podido apreciar su organización y desenvolvimiento, especialmente en los siglos XVII, XVIII y XIX. Su caja fuerte llegó a custodiar hasta 80.000 pesos, una verdadera fortuna en su época. Para la Confraternidad, el siglo XVIII fue el más floreciente. Era tal su potencial económico y el fervor de sus componentes que un día tomaron el especial acuerdo de reedificar su propia ermita de San Telmo, hoy parroquia de San Bernardo, con sus altares, sus imágenes, sus tronos de plata, su grandioso techo mudéjar, el damasquinado y policromado de las paredes de su capilla mayor, lámparas y candelabros de plata, etc. Y si esto es en el aspecto religioso no menos importante es el aspecto benéfico y patriótico. El Gremio llegó a facilitar al Comandante General de las Islas Canarias, que entonces era el Marqués de la Cañada, una aportación de 500 pesos para la construcción de un pequeño “guarda-costas” que patrullará entre las islas para defensa de su comercio que estaba muy amenazado por la abundancia en nuestras aguas de corsarios ingleses. Otro préstamo de igual cuantía se le hizo al Hospital de San Martín, para atender el coste de doce camas con destino a marineros pobre, al Ayuntamiento de la ciudad, para reedificar el Mesón de La Virgen de La Luz. El 59 Gremio atendió también, a petición del Alcalde de la capital, que no disponía de fondos en esos momentos, al arreglo del Callejón del Pambaso y remedió muchas veces los apuros económicos de viudas y marineros con problemas. La Corporación hizo construir en San Telmo un pilar al final de la calle que hoy denominamos “Pilarillo Seco” para suministro de agua a los barcos y a los vecinos del barrio, el crecimiento de la ciudad hacia el nuevo Barrio de Los Arenales y la decadencia de los astilleros de San Telmo en favor de La Isleta, hizo que en 1871 se trasladara el pilar a una nueva ubicación en el sector de Los Arenales para atender las necesidades del nuevo barrio, dejando al viejo pilar de San Telmo seco –de ahí el nombre de la calle- pilar que desapareció, por demolición, hacía 1882. También la Cofradía hizo un préstamo de dos mil pesos a la ciudad para traer de Lanzarote y Fuerteventura, el llamado granero de las islas, millo y trigo para abastecer a la población hambrienta, participó en rescates de tripulantes de embarcaciones, como el ya mencionado del pailebot “Las Angustias” cuando encalló en las costas africanas. Y consta también que era pagada por la muy honorable Confraternidad la soldada del vigía marítimo, que tenía su sede en lo alto del castillo de Mata, y que año tras año estaba al tanto de las velas que, a vista cruzaban la isla, como vemos, el Gremio atendió tantos casos que sería imposible enumerarlas una a una. Hacía el año 1789 pertenecía al Gremio de Mareantes casi una veintena de barcos. Barcos que llevaban a cabo diferentes rutas, unos hacía las Indias de Su Majestad, otros a “tierras del moro”, a Cádiz y Sevilla, a Coruña y puertos del cantábrico, etc., estas naves 60 podían ser bergantines, goletas, fragatas, costeros y veleros de otras clases, que traían a las islas las mercancías más variadas que luego vendían o bien intercambiaban por los excelentes y afamados productos isleños. Muchas veces fueron objeto estos barcos de ataques feroces, incluso incendiados, por parte de buques piratas ingleses, franceses y holandeses, y de algún que otro moro, con pérdidas sensibles de vidas, de navíos o cayendo sus tripulantes en el destierro; ataques hechos a veces, a la vista de la capital, dentro del propio Puerto de Las Isletas, en las radas de Gando, Maspalomas y Arguineguin, algunos de ellos fueron registrados en sus respectivos “Diarios” por el comerciante de la calle de La Peregrina don Antonio Betancourt, o por el Ldo. Don Antonio Romero Ceballos. Esos barcos traían aguardientes y tabaco de Las Indias; granos y frutas pasas de Mogador, en la costa atlántica de Marruecos; maderas, aceites, arenques, telas, loza, objetos de arte religioso y profano, etc., de la Península; y a su vez llevaban azúcar, miel y vino para Europa, especialmente para los Países Bajos, de donde traían sedas, brocados, pinturas artísticas, esculturas y herramientas. El azúcar y los vinos canarios de esta época eran muy apreciados en toda Europa. Armadores y dueños de barcos de esos siglos fueron: Juan Oreste, D’Oreste o Doreste (tronco de la conocida familia Doreste, dueño que fue del barco “Loreto”); Antonio Betancourt (el del célebre “Diario”, comerciante de la calle La Peregrina), don Luis Vernetta (los farmacéuticos), don Domingo Galdós (abuelo de don Benito Pérez Galdós), etc. 61 Como ejemplo de lo que contribuían los “confrates” al Gremio consignemos que el abuelo de don Benito Pérez Galdós, por sus barcos “Santísima Trinidad” y “Jesús y María” contribuyó en 1796, según consta en los libros de tesorería, con 140 pesos. Toda embarcación estaba obligada a pagar a la “Confraternidad” un canon, que al no pagarlo el armador quedaba privado de préstamos y de toda clase de ayudas y beneficios. La mayoría de los datos relacionados con la “Confraternidad de Mareantes” fueron elaborados por don Sebastián Jiménez Sánchez, Académico correspondiente de la Real de la Historia, y padre de mi íntimo y querido amigo, Chano Jiménez, datos que rescató del archivo parroquial de San Bernardo, y algunos otros del extracto de actas de dicha corporación, arduo trabajo llevado a cabo por el Cronista Oficial de Gran Canaria, don Néstor Álamo, en los años cuarenta del pasado siglo XX para el Cabildo Insular de Gran Canaria, así consta en su libro “Temas histórico-artísticos, religiosos, y arqueológicos-folklóricos de Canarias Orientales”. Parte de este libro, bajo el título “Tres antiguas ermitas de Las Palmas: San Pedro González Telmo, San Sebastián y Nuestra Señora de las Angustias” fue publicado por capítulos en el diario “La Falange” de fechas 8, 13, 21, 25 y 27 de febrero, 12 de marzo, 4 y 24 de abril y 24 de mayo del año 1959. Estos interesantes capítulos han sido básicos para el desarrollo de esta breve historia de la ermita marinera. En la sacristía estuvieron las cajas de caudales del Santo y del “Gremio de Mareantes” arcas que subsisten en la parte alta pero, sin el tesoro de pasados tiempos. 62 La “Confraternidad de Mareantes” fue tan importante que, como tal, vestida de gala y con espadas, hacían acto de presencia en la solemnidad del Santísimo Corpus Christi para formar parte de su cortejo. Así nos lo refiere don Domingo J. Navarro en su libro, “Recuerdo de un noventón”. En esta época esplendorosa de la “Confraternidad de Mareantes”, dada su personalidad y servicios a las Islas, este Gremio llegó a interesar del Cabildo Catedral de Canarias asistiera corporativamente a la función solemne de San Telmo, al igual que lo hacían a la de San Sebastián, San Juan, Nuestra Señora de los Reyes (en el día de San Marcos), Los Remedios, etc. Las caletas de San Telmo, no habiendo “mar de leva”, fue durante todo el siglo XVIII y comienzos de XIX, testigos de múltiples escenas marineras, sobre todo de las desgarradoras despedidas de familiares que partían para las Américas, en busca de oro y de mejor posición social. Antes de partir para hacer el largo y aventurero viaje en aquellos frágiles veleros, viajes que duraban de uno a dos meses, fue costumbre de los emigrantes confesar, comulgar y testar. La Habana, Caracas, La Guayra, Santo Domingo, Montevideo, San Antonio de Texas, Veracruz, etc. fueron los puntos geográficos de destino de estas familias de emigrantes canarias, familias de las que descienden destacadas personalidades de la independencia hispanoamericana. Por la tan nombrada “Caleta de San Telmo” se embarcó el 11 de mayo de 1802, en el barco “Las flores”, el Iltmo. Sr. Obispo de la 63 Diócesis para hacer visita oficial a la isla de La Palma; por la misma Caleta se embarcaron Regentes y Oidores de la Real Audiencia, Capitanes Generales y otras dignidades, prestando para ello su total colaboración el Gremio de Mareantes. La playa de San Telmo, que se encontraba al pie de la ermita, donde los barqueros remendaban sus redes, fue siempre un lugar muy visitado, no solo por los marineros interesados en la carga y descarga de mercancías y en los preparativos de los barcos pesqueros en ruta a las cercanas costas de África, sino por estar en ella los afamados “carpinteros de ribera”, donde se varaban y calafateaban los barcos. En la calle de “La Marina”, donde entonces el mar batía con furia, existieron varias tertulias en las dependencias de toneleros, zapateros, talabarderos y barberos, donde convergían “viejos lobos de mar” y gente artesana y acomodada, en la que no faltaban algunos escritores. Desde esas animadas tertulias se oteaba el horizonte, ayudados por catalejos, tratando de avistar y “cantar” la llegada del correo que venía de la Península, o de algunos veleros de familiares o amigos que eran conocidos por sus líneas, aparejos, palos o velámenes. En el propio Parque de San Telmo, junto a la muralla de contención, tomaron asiento “roncotes” para distraerse y solear sus piernas entumecidas por el reuma, contertulios que recordaban con gracia sin igual sus vicisitudes en tierras de “moros”, mentadas por los hermanos don Luis y don Agustín Millares Cubas, en su obrita “Canariadas de Antaño”. Hasta las primeras décadas del siglo XX los nietos, biznietos y tataranietos de esos marineros de ayer, frecuentaban para charlar, en la hora del mediodía, los alrededores de la ermita 64 de San Telmo, pero sin encontrar ya, la agradable estampa de aquellos viejos tiempos. Tertulias, peñas, corrillos, locales y plazas que han protagonizado durante varias décadas de finales del siglo XIX y buena parte del pasado s. XX hechos, circunstancias y aconteceres de la vida socio-política de la ciudad de Las Palmas. En las agonías del “Gremio de Mareantes” sus bienes fueron malvendidos o cedidos caprichosamente. El último inventario del Gremio data de 1819. En 1844 renace la corporación marinera pero su vida es intermitente, así continua hasta los comienzos del siglo XX en que sucumbe. Los comienzos del XIX nos llevan a una nueva etapa de la humanitaria Cofradía de Mareantes. En 1811, el Gremio colabora en la construcción del viejo y desaparecido muelle de Las Palmas, iniciativa debida al entonces comandante general de las Islas, don Vicente Cañas y Portocarrero, VI Duque del Parque. También intervino el Gremio en la construcción, entre 1791 y 1792, finales del XVIII, de un pilar detrás de la ermita para la aguada de la población y de los buques que recalasen por la zona, construcción que salió por unos 600 pesos, que costearon de su caja los siempre rumbosos Mareantes de Triana. La Cofradía de San Telmo, igualmente sostuvo durante años al primer astillero que tuvo la isla de Gran Canaria, astillero de ribera 65 muy acreditados que se encontraban junto a la ermita de San Telmo y donde se trabajó hasta bien entrado el pasado siglo XX, aprovechando las ricas y nobles maderas de los pinares isleños para construir esos desaparecidos bergantines, goletas, pailebots y veleros que antaño surcaron las aguas del Atlántico para comunicarnos con las islas del archipiélago, las costas africanas y sus zonas de pesca, así como con las lejanas Indias de su Majestad. Con la decadencia de la “Confraternidad de San Telmo” en gran parte debida al nacimiento y auge del Puerto de La Luz, hacía el último tercio del pasado siglo XIX, decaen los cultos a San Telmo y a Nuestra Señora de las Angustias, y con ellos las tradicionales y muy populares “Fiestas de la Catumba”, con la típica procesión del Santo. De ese pasado esplendoroso y evocador, jamás superado por ninguna otra institución, solo quedaron los cultos que a San Telmo y la Virgen de las Angustias dedicaba anualmente, en el mes de mayo. En la Parroquia de San Bernardo, hoy, nada de eso se mantiene. El paso del tiempo lo ha borrado todo, y solo nos queda, como testimonio perenne a la extraordinaria devoción a San Pedro González Telmo por los marineros canarios, la hermosa ermita enclavada en el Parque que lleva su nombre, esperemos saber cuidarla para disfrutar de ella durante muchos años. 66 VIII EL MUELLE DE SAN TELMO Muelle de Las Palmas en San Telmo - año 1900-1905 El primer muelle que tuvo nuestra ciudad fue el de la Caleta de San Telmo (Muelle de Las Palmas), cuya construcción se inició el 30 de mayo de 1811 (hay confusión acerca de la exactitud de la fecha, ya que para otros fue el 20 del mismo mes y año), bajo los auspicios del entonces Comandante General de las Islas don Vicente Cañas y Portocarrero (1810-1811), VI Duque del Parque, puesto que la 67 mayoría de los veleros que recalaban en nuestra isla fondeaban en cualquier rada de nuestro litoral y a duras penas podían efectuar sus operaciones, por lo que el Duque del Parque propuso a las Cortes el proyecto de construir un muelle en la Caleta de San Telmo, en el lugar también conocido como el Charco de los Abades. Don Vicente Cañas y Portocarrero que había llegado al Puerto de Las Isletas -forzosamente, por padecer Tenerife una terrible epidemia de fiebre amarilla- el 19 de diciembre de 1810, tras conocer las aspiraciones de la ciudad a través de los patricios más influyentes determinó en los primeros meses de 1811 encargar al entonces ingeniero naval, Jefe de Escuadra de la Real Armada, el tinerfeño don Rafael Clavijo y Socas, autor en 1789 de los primeros sondeos junto al castillo de Santa Ana así como de un estudio detallado de la bahía de Las Palmas, para que pusiera a punto sus trabajos con vistas a la construcción en la caleta de San Telmo del citado muelle, en el límite norte del barrio de Triana. Como vemos se volvió a tomar opción por este emplazamiento en vez de por el Puerto de La Luz, al que no se le veía un futuro desarrollo portuario, quizás por su lejanía (seis kilómetros de la ciudad), y a la carencia total de comunicaciones. El proyecto que el Duque del Parque patrocinó con más fervor fue el de la construcción de un muelle por la caleta de San Telmo, proyecto que daba tumbos desde los tiempos del Comandante General, Marqués de Branciforte. Lo adelantó tanto, que aquel mismo año de 1811 puso la primera piedra de las obras. 68 El 5 de enero de 1811 llega a nuestra isla, a bordo de la fragata “Concepción” de la Real Marina de Guerra Española, el ingeniero naval de la Armada don Rafael Clavijo y Socas, que había sido designado para estudiar las obras del futuro Muelle de Las Palmas, obras de cuya dirección se hace cargo meses después. En mayo de 1811 ya estaba actualizado el nuevo proyecto y se comenzaron los trabajos. De esta manera la ciudad vio cómo se emprendía una obra pública que 26 años antes ya había sido aprobada por el Consejo y que en su día el Rey había autorizado. Se inauguraron los trabajos con la colocación de la primera piedra el 30 de mayo de 1811, ante la presencia del comandante general de Canarias don Vicente Cañas y Portocarrero, del jefe de escuadra de la Armada don Rafael Clavijo Socas autor del proyecto y planos del muelle citado y del obispo de la diócesis de Canarias don Manuel Verdugo y Albiturría, quien colaboró para su ejecución con 150.000 reales de vellón y 90.000 de su Cabildo Catedral. Los trabajos se iniciaron bajo la dirección del ingeniero don Rafael Clavijo hasta 1815 en que fallece en Cartagena. El Duque del Parque se propuso dar un fuerte impulso a la obra por lo que dicta una orden para que fuesen gratis y por turno las yuntas de la isla a arrastrar las grandes piedras que habían de formar el muelle, cada labrador tenía la obligación de trabajar gratis un día al año con su yunta para el acarreó de piedras y materiales que se empleaban en la escollera del muelle, trasladados desde la cantera en la ladera del castillo de Mata hasta el inicio de la obra. Con gran satisfacción 69 se inauguró el primer arrastre de los enormes cantos que se entraron en la playa por un boquete que se abrió en la muralla. Curiosamente, se cuenta que en la obra intervinieron prisioneros militares franceses, que habían sido detenidos durante la batalla de Bailén y que fueron desterrados a Gran Canaria. Como ya hemos indicado, los materiales empleados en la construcción del muelle procedían del derribo de la ladera de Mata, cuyas peñas mayores eran transportadas por yuntas de bueyes hasta dejarlas en el mar, labor que requería grandes esfuerzos, ya que la introducción de las citadas peñas en el mar se realizaba a lazo. El 3 de agosto de 1811 la epidemia de fiebre amarilla y el miedo hizo huir a don Vicente Cañas y Portocarrero, VI Duque del Parque, de la ciudad de Las Palmas. Esa mañana una elegante goleta lo alejaba rumbo a Tenerife y aquí dejaba una isla envuelta en una grave epidemia –que así estaba declarada desde junio-- de fiebre amarilla. Tenerife lo recibe con una sorda antipatía, basada en suponerle influenciado por el sentir grancanario, temerosos de que, así como un capricho les dio un día la sede de los Capitanes Generales, otro capricho, no tan conveniente, se la volviera a quitar. Dos meses largos llevaba el Duque en Tenerife cuando cansado del trato solicitó su relevo. La Regencia lo sustituyo por don Pedro Rodríguez de Laburia. Pero, eh aquí que, un repentino cambio de ideas del duque, le hace rehuir la entrega de poderes y cierra el Puerto de la Orotava –Puerto de la Cruz- declarándolo infestado por 70 fiebre amarilla. El General Laburia traspasó el cordón sanitario y ambos generales se persiguieron, hasta que no le quedó al Duque otro remedio que embarcar secretamente por un oculto fondeadero y desaparecer de la isla. En 1820 se interrumpen las obras del muelle por falta de recursos económicos. Hasta 1849 no se reanudan de nuevo, ahora bajo la dirección del ayudante de Obras Públicas don Pedro Maffiotte, oriundo de Santa Cruz de Tenerife. En este mismo año se colocan los primeros bloques artificiales, dichos bloques servían de protección a los continuos embates de mar, pero así y todo no dieron resultado, pues los vientos del sudeste embravecían las tranquilas aguas del litoral isleño, ocasionando verdaderos estragos a los navíos que por las costas fondeaban. Se puede afirmar que todos los esfuerzos logrados para construir el viejo Muelle de Las Palmas fueron inútiles, pues el lugar no reunía condiciones para tales obras ante los vientos del sur que enfurecían las aguas y todo el material que se empleaba era desecho por la violencia del mar y el tremendo oleaje. Para evitar que los navíos se acercaran al Muelle de Las Palmas en días de tormenta, la Comandancia de Marina estableció un código de señales por medio de banderas que se enarbolaban en lo alto del castillo de Santa Ana (hoy desaparecido), con el fin de prevenir a los navegantes que no conocían la Caleta de San Telmo de no acercarse al fondeadero sin previa autorización. A pesar de todo hubo que lamentar muchas pérdidas humanas al despreciar el aviso de “Bandera Negra” y tratar de desembarcar por las 71 escalinatas del muelle. El castillo de Santa Ana era una fortaleza del siglo XVI, en él se defendió bravamente el capitán Alonso Venegas hasta llegar a la muerte. En el siglo XX fue remozado y sirvió como batería de costa durante las guerras mundiales y posteriormente como almacén del ejército que es como lo conocí en mis años de juventud. En 1864 se intenta con un nuevo proyecto mejorar las obras del muelle mediante la construcción de un pequeño espigón en forma de “martillo”, pero tampoco dio resultado. Once años más tarde, en 1875, una Real Orden del Ministerio de Fomento prohibía todo tipo de operaciones en el Muelle de Las Palmas por el peligro que suponía el desembarcar pasajeros, así como el fondeo de las embarcaciones, dados los continuos embates del mar y las corrientes marinas existentes en la zona. Así fue como quedó truncado un proyecto que costó mucho esfuerzo y dinero para construir un muelle en el corazón de la ciudad. El Muelle de Las Palmas que conocí en mi juventud, tenía forma de martillo y permaneció en pie hasta 1954, al quedar enterrado por la construcción de la Ciudad del Mar y la actual Avenida Marítima. Sobre su paramento se hallaba la estatua del ilustre novelista y escritor grancanario, don Benito Pérez Galdós, obra del escultor palentino Victorio Macho y, a varios metros del mismo, en dirección sur, un monolito, hoy desaparecido, recordaba el lugar desde donde, en 1936, el General Franco embarcó en el remolcador que le trasladó al aeropuerto de Gando para iniciar el Movimiento Nacional. 72 Le damos el adiós al Muelle de Las Palma y la bienvenida al Puerto de La Luz, puerto que nace con la prohibición hecha por don Pedro del Castillo Westerling, entonces Comandante de Marina, de no fondear buques en el viejo Muelle de Las Palmas, desde ese momento los navíos se ven obligados a recalar por el refugio de la Isleta, donde desembarcaban los pasajeros y mercancías que nos llegaban de la perla del Caribe y de las islas restantes de nuestro Archipiélago a bordo de aquellos legendarios veleros. Debemos tener en cuenta que en la segunda mitad del siglo XIX ya no existían las murallas que cerraban la ciudad y se había construido una pista de tierra y arena para llegar a la Isleta. Pero la clara visión de un ilustre grancanario, don Fernando de León y Castillo - Ministro de Ultramar- eleva a las Cortes un proyecto denominado “Obras del Puerto del Refugio de la Isleta”, proyecto que fue aprobado años más tarde. El 27 de noviembre de 1881 se presentó a las Cortes el proyecto de Ley para que fuera Refugio el de La Luz de Gran Canaria. El 28 de septiembre de 1882 se llevó a cabo la subasta de las obras del Puerto de La Luz y el 26 de febrero de 1883 comenzaron los trabajos del dique de abrigo, siendo bendecida por el obispo de la diócesis don Jesús Pozuelo Herrero. El 11 de agosto de 1902 se hace la entrega oficial de las obras del Puerto de La Luz, que habían comenzado en 1883, concluyendo a los 19 años y cinco meses. 73 IX LOS ASTILLEROS DE SAN TELMO Botadura del famoso pailebot “La Flor de Mayo” en los astilleros de San Telmo, finales s. XIX Resulta prácticamente imposible fijar a ciencia cierta la época de las primeras construcciones navales realizadas en la isla de Gran Canaria. Solo se sabe que, el 6 de agosto de 1492, el insigne navegante Cristóbal Colón en su arribo a la bahía de La Isleta, indica que el timón de “La Pinta” había sufrido una avería durante la travesía de Palos a Gran Canaria, y necesita una reparación urgente antes de continuar viaje. 74 Varada “La Pinta” en la playa de las arenas del istmo de Guanarteme (así se conocía la actual playa de las Canteras), fue convenientemente reparada la nao, bajo la dirección del piloto Martín Alonso Pinzón. Estos son los primeros datos que se conocen de una reparación naval realizada en nuestra isla, siguiendo el Diario de Navegación del ilustre almirante antes de su partida para la conquista del nuevo mundo. De las construcciones navales no hay información fehaciente en Canarias hasta bien entrado el siglo XIX. Época en que se establece en las dos islas mayores, las primeras imprentas y periódicos que dan noticias de esta importante labor. De ello da fe el periódico “El Telégrafo”, que daba puntual información de las botaduras llevadas a cabo en nuestro litoral, así como de las salidas de los veleros que hacían la ruta de las Antillas. El notario e ilustre historiador grancanario don Agustín Millares Torres (1826-1896) recoge en su diario la urgente necesidad de contar con un muelle comercial, así como de unos astilleros en donde poder construir y reparar los veleros de la flota canaria. Un día, con la inestimable ayuda del Gremio de Mareantes, nace el Gran Canaria el primer astillero que tuvo la isla, el de San Telmo, cuyas obras se iniciaron bajo los auspicios del comandante general de las Islas, don Vicente María de Cañas y Portocarrero, VI duque del Parque (1749/1824), llegado, como ya hemos indicado, a finales de 1810 con el objeto de gobernar y construir nuevas fortificaciones, entre las que se cuenta con el frente del castillo del risco de San 75 Francisco, también llamado castillo del Rey, fortaleza que ya existía en el siglo XVI. Para llevar a cabo tan importante tarea, contó con la extraordinaria colaboración del ingeniero naval y jefe de Escuadra de la Real Armada, el tinerfeño don Rafael Clavijo y Socas, que llega a la isla el 5 de enero de 1811, a bordo de la fragata de guerra “Concepción” procedente del puerto de Cádiz para llevar adelante el pretendido proyecto. Con el beneplácito de las Cortes, las obras del mencionado astillero dieron comienzo el 30 de mayo de 1811 bajo la dirección del mencionado marino de guerra, autor también de la dirección de las obras del viejo muelle de Las Palmas, del que solo queda como recuerdo la calle que lleva su nombre. El coste total del astillero fue pagado por el Gremio de Mareantes de San Telmo. Finalizadas las obras del mencionado astillero, en noviembre de 1812, comienza un periodo de máximo esplendor para la construcción naval en la isla. Prueba de ello la tenemos en las noticias de las que se hace eco el periódico “El Telégrafo” y el diario del historiador don Agustín Millares Torres, los únicos que se ocupan de esta importante labor. Sin dudarlo, el astillero de San Telmo fue el pulmón industrial de nuestra isla en muchos años. La primera goleta que se construyó en el mencionado astillero fue la “Africana”, botada en octubre de 1813 para el armador grancanario Cipriano Avilés, con un registro bruto de 44 toneladas. 76 En el año 1840, se botaron al agua los bergantines Nuestra Señora de los Remedios, La Estrella, San Rafael, Joven Antonia y San Telmo. De este último velero existía, según nos dice Francisco Ubeda Kamphoff en el periódico Canarias7 del domingo 12 de julio de 1987, una maqueta en el altar del Santo patrono de los navegantes en la ermita, maqueta de la que hoy nada se sabe. Seis años más tarde, concretamente en 1846, se bota el mayor navío construido, hasta la fecha, en los astilleros. Se trata de la fragata “Bella Unión” de 300 toneladas, construida para el tráfico marítimo entre nuestra isla y el puerto de Cádiz. Así llegamos a la mitad del siglo XIX, concretamente el año 1850, fecha en que se botan dos hermosos bergantines de más de 200 toneladas, el San José y el Buen Mozo. En 1860, los astilleros construyen el barco más grande de los hechos en San Telmo, fue una fragata de 523 toneladas de registro que bautizaron con el nombre de “Gran Canaria”, nombre que lució con orgullo en sus largos periplos por el Océano Atlántico. En San Telmo, las construcciones navales tenían en aquellos años, a partir de 1857, un ritmo muy acelerado. En el periodo entre 1820 y 1882 se habían construido en los astilleros de Las Palmas (léase rada de San Telmo) 297 barcos que arrojaban un total de 8.401 toneladas. Aquellos navíos quedaban clasificados de la siguiente forma: 4 fragatas, 10 bergantines, 38 goletas, 56 pailebotes y 189 balandras y embarcaciones menores. 77 Teníamos, como indica la lista precedente, una industria de cierta importancia en materia naval. Aunque por aquellos años de 1860, solo había dos caminos que pudieran transitar los carruajes: el del sur, que llegaba hasta Telde, y el del centro, con terminación en Santa Brígida. Al norte había que trasladarse a mula o a pie, aunque algunos más osados llagaban a trancas y barrancas con sus carretas hasta Arucas. La cochinilla se embarcaba por Bañaderos, si el estado del mar permitía la operación. El isleño, en Las Palmas, se sentía feliz si tenía algunos ratos libres para sentarse frente al mar a ver los barcos con sus velas desplegadas en el horizonte. Los astilleros continúan demostrando su fama, año tras año, y en la última década del siglo XIX se botan numerosos navíos, entre ellos, el famoso “Telémaco”, barco de dos palos, con 27 metros de eslora que fue construido para don Cirilo García. Muchos de los veleros construidos en San Telmo estuvieron en activo hasta bien entrada la mitad del siglo XX, cuando algunos de ellos, como fue el caso del “Telémaco” dieron con su quilla en las costas venezolanas, en una de las odiseas más emblemática de la emigración en la historia de las Islas Canarias. En éste popular velero partieron desde San Sebastián de la Gomera, el 5 de agosto de 1950, rumbo a Venezuela, 171 canarios ilegales, apretujados, incómodos, entre bidones oxidados de papas, agua y combustible, todos con la esperanza de mejorar su futuro. Van con ropas humildes, sin papeles, sin el menor permiso, a la desesperada, consientes que se estaban jugando la vida. No les quedaba otro 78 remedio si querían zafarse de la miseria, el abandono y la falta de libertad. O se iban, o se morían. A éste numeroso grupo, la mayoría gomeros republicanos que huían del franquismo, les pasó de todo en el viaje, el velero estuvo a punto de hundirse, debido a la sobrecarga, en las costas de Taganana, en Tenerife y un gran temporal, días más tarde, cuando iban camino de las Américas, barrió de la cubierta buena parte de las provisiones, por lo que hubo que restringir el agua y los alimentos. En su ayuda apareció un petrolero español, el “Campante”, la tripulación del petrolero les lanzó unos bidones de agua y algo de arroz, aún a sabiendas de que había tiburones en la zona. Pero era tal la desesperación que sin pensárselo se lanzaron al rescate de la ayuda. El capitán del petrolero dejó, a sabiendas, una falsa constancia del hecho, diciendo que: se encontraron con un barco lleno de emigrantes, que les atendieron muy bien y que incluso lo subieron a bordo. El Telémaco continuó la ruta indicada por el petrolero y así pudo llegar a la isla de Martinica, donde según las crónicas del lugar, había arribado a sus costas un barco repleto de seres moribundos que habían superado graves tempestades. Como ellos recordaban, los primeros días del mes de agosto del año 1950 fueron de fiestas camino de las Américas. Por fin, 171 personas veían un horizonte de libertad. Pero los sucesivos temporales, en los que perdieron gran parte de la comida y el agua, hicieron que la fiesta se convirtiera en tragedia. Lo que vino después no fue un camino de rosas. Un grupo reducido acabó en las cárceles venezolanas y fue repatriado, algunos se tiraron al mar y lograron huir, otros no, unos 130 fueron llevados a la pequeña isla 79 de Orchila (donde se guardaba el ganado en cuarentena) y ahí se encontraron con más ilegales canarios de otros barcos fantasmas. Debemos tener en cuenta que entre 1948 y 1950 fueron más de 4.000 los canarios que salieron de forma clandestina de las Islas en aquellos barcos desvencijados y andrajosos que un día se botaron con todo lujo en los astilleros de San Telmo. Muchos de aquellos pailebotes y goletas construidos en San Telmo para surcar el turbulento Atlántico, rumbo a las costas de Berbería, donde la abundante pesca les aguardaba para “colmar sus bodegas” de riquísima salazón y de jareas, un día, huyendo del hambre, recalaron en el continente americano y allí quedaron para siempre. Las contiendas bélicas que azotaron a España y a Europa en la primera mitad del siglo XX, afectaron económicamente a las Islas Canarias, favoreciendo la emigración clandestina, que, “despachando” engañosamente las tales embarcaciones, éstas tomaban el rumbo hacia el continente americano, alejándose cada vez más de la observación de los vigías de nuestras costas, buscando, a pesar del riesgo, una mejora que no a todos le llegó. Con la desaparición de la humanitaria Confraternidad de Mareantes de San Telmo, a finales del siglo XIX, el astillero fue vendido a la firma de viuda de José Márquez, entidad que lo mantiene en activo hasta mediados del año 1910, en que definitivamente desaparece por imperativos del futuro. La nueva empresa, construye bajo las órdenes del popular carpintero de ribera José González, más conocido por El Calafate, 80 el famoso balandro “Tirma”, de histórica trascendencia en el legendario deporte de la vela canaria, su bautizo tuvo lugar el día 23 de junio de 1910, de mano del sacerdote don Alejandro Ponce, actuando como madrina doña Luisa del Castillo. Su estampa marinera la podemos contemplar desde el mes de noviembre del año 2000, tras ser restaurado, varada en tierra firme, a la entrada del Real Club Náutico de Gran Canaria, con una placa que dice: “Al glorioso Tirma construido en 1910 en el varadero de San Telmo”. El Gobierno de Canarias lo declaraba Bien de Interés Cultural (BIC) en el año 2005. Todo esto es testimonio perenne de un capitulo que tuvo sus raíces a comienzos del siglo XIX, allá por el año de 1810, con la llegada del Duque del Parque a Gran Canaria. Los isleños de principios del siglo XX se encontraron con la espléndida realidad del Puerto de La Luz, realidad soñada por los marineros canarios y los alcaldes que desde don Antonio López Botas a don Felipe Massieu anhelaban estos adelantos, mejoras convertidas en muelles, almacenes y varaderos gracias a la varita mágica de nuestro prócer don Fernando de León y Castillo, el político teldense que además de ministro y tertuliano en la corte de Isabel II llegó a ser embajador de España en París. Estos avances mandaron al olvido al viejo muelle de Las Palmas y con él a los astilleros de San Telmo, junto al llamado Charco de los Abades. El traslado del puerto a La Isleta fue una especie de despojo a la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Digo despojo porque con ellos se fueron muchas de las características marineras de nuestra ciudad, así como algunos acontecimientos señalados. Por ejemplo, la botadura de los barcos, que siempre fue tema muy digno de 81 mención. La familia Sintes, que traía caoba y cedro de La Habana y llevaba vino y cebollas para la isla caribeña, fue de las últimas en botar un pailebot en San Telmo, ocurrió en 1905 ó 1906 cuando lanzaron al mar al “San Antonio”, fue un espectáculo grandioso ver, como bajo la dantesca iluminación de unos hachones encendidos, unos hombres descalzos, con los calzones remangados, chapoteando en el agua, iban empujando lentamente el nuevo barco por los raíles, abundantemente untados de sebo, para que se deslizara con facilidad al mar. Todo ha desaparecido de San Telmo, hasta el mar, hoy, lejos de la ermita y todo lo que le rodea. Con la construcción del parque de Cervantes (hoy llamado de San Telmo) desaparece definitivamente el astillero, que a lo largo de un siglo fue la arteria vital de la economía isleña. Su nombre evoca al santo patrono de los navegantes. ¡Ayer, un hecho, hoy, una historia! A finales del siglo XIX, la nueva construcción de barcos con casco metálico y motor de vapor, lleva al abandono de la carpintería de ribera, sobre todo en la construcción de grandes barcos, concentrado sus esfuerzos en hacer pequeños veleros, muy propios para navegar en aguas próximas a la costa, pues el poco calado de estas embarcaciones les permitía varar en la playa. Con las nuevas técnicas vemos como se pierde el arte de los carpinteros de ribera, al suprimirse la madera en las construcciones navales modernas. 82 X LAS “FIESTAS DE LA CATUMBA” La “catumba”, según los hermanos Agustín y Luis Millares Cubas definen en su libro titulado “Léxico de Gran Canaria” es: “La fiesta que el gremio de mareantes celebra todos los años, desde tiempo inmemorial el día de su patrono, San Pedro González Telmo, con una función religiosa en la que fue ermita de aquel santo y hoy es parroquia de San Bernardo”. Siguiendo la línea de los canarios Millares Cubas, esta cadena de actos religiosos y populares, en íntima unión, constituyeron la llamada “Fiesta de la Catumba”, que no fue otra sino la organizada desde muy antiguo por la “Confraternidad de Mareantes” para honrar, el tercer domingo de mayo, a su titular y patrono San Pedro González Telmo y a Nuestra Señora de las Angustias. Su curiosa y extraña denominación puede que date de mediados del pasado siglo XIX. Su fiesta, fue esencialmente religiosa y popular, y, por lo tanto, rebosante de tipismo y colorido. La organizaba el gremio de marineros, gremio integrado por armadores de buques, prácticos, patrones, contramaestres, timoneles, grumetes y marineros o “roncotes”. En su programa oficial figuraban los cultos a San Telmo, como titular del gremio, y a la Virgen de las Angustias; la tradicional procesión, paseo con música, quema de fuegos en el que no faltaba el consabido simulacro de combate entre castillos y barcos piratas, 83 feria, ventorrillos, turrones, juegos de azar, parrandas y cantos y bailes canarios. A la solemnidad acudían siempre las autoridades de marina. Las fiestas respondían a una época ya muy lejana en la que la capital se dormía pronto. La palabra “catumba” surge, según nos dicen los hermanos Millares en el ya citado libro, porque al reunirse en cierta ocasión el Gremio de Mareantes para acordar los preparativos de la fiesta, uno de los marineros tomó la palabra y preguntó: Señores, ¿qué vamos a hacer este año? ¿Este año?...… Pues, este año…. dijo otro……lo de costumbre, o “la costumbre”. Y así, todos los años se votaba, “lo de costumbre”. Rutina que por deformación fonética en boca de los “roncotes” derivó, según el Cronista Oficial don Carlos Navarro Ruiz, en “catumbre”, y más tarde en “catumba”, contracción de costumbre pronunciada por los viejos “roncotes” de aquellos tiempos, calificativo popular que pronto arraigó en la masa, perpetuándose en el tiempo. Aunque, según el Carrizalero don Luis Rivero Luzardo, hombre muy amante de nuestras tradiciones, se inclina más porque el origen posible fue la de “carrumba”, modismo ya en desuso que se oía hasta los inicios del pasado siglo. Hemos de advertir que dicha palabra no figura en el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, ni en ninguno de los libros conocidos del léxico canario. Carrumba, que solo difiere de catumba en una silaba, quiere decir, según Rivero Luzardo, muchas cosas, gran cantidad de estas, etc. Ejemplo: Vaya carrumba de naranjas y caña dulce había en la fiesta 84 de Jinámar este año; qué carrumba de gente había en la fiesta de San Pedro Mártir; llevaba en el carro tal carrumba de tomates que éstos se iban cayendo por el camino. Parece pues, más acertado suponer que esta palabra, por su gran similitud fonética y paralelismo acepcional, está más acorde con esta última hipótesis que con la anterior de los hermanos Millares Cubas. Otro de los modismos de nuestro léxico sinónimo de carrumba es “purriada” a la que Pancho Guerra define como gran cantidad, “a montones”, es decir repartir, como si dijéramos, a “embosadas”. Pero volviendo a la fiesta, recordamos que los marineros grancanarios tradicionalmente las celebraban el tercer domingo del mes de mayo, en honor a su patrono. La popular “Fiesta de la Catumba”, tuvo su mayor esplendor durante los siglos XVIII y XIX, la época grande del “Gremio de Mareantes”. Al decaer primero y extinguirse poco tiempo después la “Confraternidad de Mareantes de San Telmo”, a principios del siglo XX, desapareció igualmente la simpatiquísima “Fiesta de la Catumba”. Los motivos fueron principalmente la perdida de categoría corporativa, económica y social de la “Confraternidad” a finales del siglo XIX, posiblemente por el incremento que iba alcanzando el Puerto de La Luz, todo ello llevó a la mentada fiesta a su final. Años más tarde, en 1997, la Concejalía del Distrito II (Triana) del Excmo. Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria recuperó para nuestra ciudad la tradicional fiesta marinera de La Catumba en 85 el capitalino Parque de San Telmo, la celebración combinaba aspectos religiosos y lúdicos y se celebraba, como siempre fue costumbre, el tercer fin de semana del mes de mayo en honor de San Pedro González Telmo y Nuestra Señora de Las Angustias. Las populares fiestas de antaño se recuperaron gracias a la colaboración de la Parroquia de San Bernardo y en especial de la Cofradía de Nuestra Señora de los Dolores de Triana, cuyos miembros fueron los verdaderos impulsores y organizadores de la misma. Las típicas fiestas se mantuvieron hasta el año 2002, seis años más tarde, por la falta de interés y sobre todo de ayudas económicas las populares fiestas volvió de nuevo al olvido. 86 XI EL FINAL DEL GREMIO Como ya hemos manifestado, en los comienzo del siglo XIX, se inicia una nueva etapa para el Gremio de Mareantes, fase que le lleva, en 1811, a colaborar en la construcción del viejo y desaparecido Muelle de Las Palmas, cuya iniciativa se debe al entonces Gobernador de las islas, don Vicente María de Cañas y Portocarrero, VI Duque del Parque-Castrillo, con la colaboración técnica del ingeniero de la Armada, el tinerfeño don Rafael Clavijo y Socas. Las obras se vieron interrumpidas, por falta de recursos económicos, en el año 1849, en la reanudación de las obras, el Gremio defendió la tesis de construir el puerto en el Refugio de las Isletas, en contra de los partidarios de seguir la construcción del viejo Muelle de Las Palmas, entre los que se encontraba el ingeniero don Juan de León y Castillo. El proyecto que defendió el marino grancanario don Pedro del Castillo Westerling, primer Comandante Militar de Marina de Gran Canaria, es obra del insigne patricio teldense don Fernando de León y Castillo, que convencido de la locura de seguir con la construcción del Muelle de Las Palmas, luchó con denuedo en Madrid para que este proyecto se hiciera realidad. Su hermano Juan se unió convencido, y fue, tras rechazarse la idea de Clavijo y Pló, al quedar desierta la subasta, el autor del proyecto inicial del Puerto de La luz, en el refugio las Isletas. ¡Paradojas del destino! 87 Como hemos indicado, con el correr de los años, y debido a un cúmulo de dificultades se va abandonando la idea de construir el muelle en San Telmo. A partir de mediados de siglo todo los esfuerzos se centrar en el gran puerto refugio de las Isletas, idea que fue tomando incremento y más concretamente a raíz de la redacción del primer proyecto de muelle en la rada de La Luz, idea llevado a cabo en 1858 por el ingeniero naval don Francisco Clavijo y Pló, que a su vez redactó un plano de la ciudad de Las Palmas. El movimiento marítimo por la Caleta y Playa de San Telmo cada vez disminuía más. El proyecto, por supuesto, abría nuevos y grandes horizontes para Gran Canaria. El mismo ingeniero Clavijo y Pló al hacer el trazado de la nueva vía hacía el Puerto de Las Isletas delimitó los primeros solares a vender a uno y otro lado de ella, junto a la muralla de Triana y “Fuera de la Portada”. Esto daba ocasión al ensanche de la población que hasta entonces sus últimas casas y huertas lindaban por el norte con el monasterio de monjas bernardas, emplazado en lo que hoy es, en parte, la Plaza de San Bernardo, y por la marina, con la típica calle de este nombre, en la actualidad “Francisco Gourie”, asiento entonces de varios talleres artesanos; toneleros, carpinteros de ribera, hojalateros, lañadores, calafateadores, talabarderos, plateros, zapateros, afiladores, etc. El hecho de encontrarse todas estas actividades artesanas en la mentada calle de “La Marina”, en las inmediaciones de la ermita de San Telmo, prestigiada por su “Confraternidad de Mareantes”, fue la causa de que en el ámbito de la ermita se congregaran antiguos “lobos de mar”, en amigables tertulias, en las que se recordaban y comentaban las incidencias de la azarosa y dura vida marinera, la misma que de manera 88 chispeante, dan a conocer los hermanos Luis y Agustín Millares Cubas en su obra “Canariadas de antaño”, a través de sus estampas populares que recoge la fraseología de los “roncotes” feligreses de la recién creada Parroquia de San Bernardo, frases que puestas en boca del yerno del agarrotado y popular patrón del pesquero “La Tiririna”, Señor “Pancho el tollo”; que con un expresivo realismo hablaba de “tía María Marmolla”, vecina de las cercanas “Cuevas del Provecho” o del ingenuo “roncote” del “Barrio del Risco”, cuentos y hazañas que animaban y entretenían a los parroquianos. Hoy resultaría insólito ver en el litoral (San Cristóbal, Alcaravaneras, el Confital o Guanarteme) a los pescadores sacando el chinchorro o tejiendo sus redes sobre la arena de las playas. La gente de mar muy laboriosa y paciente, fabricaban también sus aparejos, enormes guelderas de alambre, con diámetro de tres y cuatro metros, que llevaban en los barquillos para la pesca en superficie. Recuerdo en la playa de Las Canteras por la zona que linda con la Isleta, y por la Peña la Vieja, cerca de la casa, hoy destruida, donde se amarraban los cables submarinos (Italcable), se asentaban otras pequeñas industrias íntimamente ligadas con el mar. Unas burras de madera muy espaciadas entre sí, con un artefacto a modo de torniquete, servían para hacer cuerdas, cabos y calabrotes, con un chirrido continuo que duraba de sol a sol. No faltaban tampoco los artesanos de las nasas, cuyos descomunales tambores de alambre permanecían apilados en la playa a la espera de compradores. La mayoría de los útiles relacionado con la pesca era obra de ellos. 89 XII EL PARQUE DE SAN TELMO Kiosco de la Música en el Parque San Telmo, obra de Rafael Massanet y Faus - año 1927 Sabemos que la ciudad de Las Palmas se fundó el 24 de junio de 1478 cuando Juan Rejón, enviado por los Reyes Católicos a la conquista de la Isla de Gran Canaria, situó su campamento en un montículo rodeado de un inmenso palmeral cercano al mar. Es a orillas del barranco Guiniguada donde funda, en nombre de los Reyes Católicos, la primera ciudad que los castellanos crearon en el 90 Atlántico antes de comenzar a expandir su poderío por todo el mundo. La zona y su entorno hicieron que le llamara al lugar “El Real de Las Palmas”. A partir de ese momento, el Real de Las Palmas comenzó a evolucionar iniciándose así las edificaciones de forma anárquica con estrechas calles y pequeñas plazas que compusieron Vegueta, barrio al que en el siglo XV se le unieron importantes construcciones como el viejo Hospital de San Martín y la primera Catedral de Santa Ana. Al otro lado del Guiniguada creció Triana, más ordenadamente, en los terrenos que cedía el Cabildo (Ayuntamiento) para que se construyera respetando las ordenanzas establecidas. Para preservar la Isla de los ataques piráticos se construyó en la Isleta la fortaleza de La Luz, separada de la ciudad por un inmenso campo de dunas donde más tarde surgirían los barrios de Arenales y Santa Catalina. Vegueta y Triana estaban protegidos por una muralla que cerraba la ciudad por el norte y el sur para salvaguardar a la población de los invasores. El cambio en la capital grancanaria a partir del año 1852 es muy importante, mucho le debemos al Presidente del Gobierno don Juan Bravo Murillo, pues bajo su mandato, viendo el lamentable estado de la economía canaria, se firmó la primera división provincial y el Real Decreto de los Puertos Francos, que trajo notables riquezas para el Archipiélago. Así fue como crecieron los riscos de la capital, y la Isleta progresó con familias procedentes de Fuerteventura y 91 Lanzarote que llegaron al amparo del muelle refugio del Puerto de La Luz y de Las Palmas que iniciaba sus obras. Vegueta fue, desde la fundación de la ciudad, el lugar donde se fraguaba la vida social, política y económica de Las Palmas. Aquí estaban las viviendas señoriales, los centros de interés como la Casa Regental, la Catedral, el Palacio Episcopal, las Casas Consistoriales (antiguo Cabildo), la Real Audiencia, la Iglesia matriz de San Agustín, el Colegio. En Vegueta estaba también el Hospital de San Martín, la Delegación del Gobierno en la calle Obispo Codina, el Seminario, el Museo Canario, como vemos, en Vegueta estaba todo. El progreso del Real de Las Palmas quedó también plasmado en la otra orilla del Guiniguada. Si en Vegueta estaba el gobierno, la iglesia y las familias poderosas, Triana era la zona comercial por excelencia. Triana surge con sus barrios, huertas, conventos, con las grandes casas consignatarias y mercantiles británicas, los comercios de todo tipo de géneros, etc. Ellos dieron vida a la calle Mayor de Triana. Las Palmas, como vemos, extendió sus lindes hasta el Parque de San Telmo donde estaba la ermita del Santo con su Gremio de Mareantes, los carpinteros de ribera, los astilleros, el muelle de Las Palmas, en construcción, etc. Por razones obvias, en Triana vive la mayor parte de la gente de la mar y del comercio. Aunque los 92 edificios sean inferiores a los de Vegueta, no lo es en cuanto a sus calles, que son mucho mejores, al ser más llanas y anchas. Hoy Triana ha dejado de tener la importancia comercial de antaño, desplazados los pequeños comercios por los grandes almacenes y centros comerciales aunque en estos momentos la peatonalización de la vía, las franquicias comerciales y las cafeterías le han vuelto a dar la vida que estaba perdiendo. Conociendo algo de la historia comercial del barrio trianero llegamos a lo que nos ocupa, el “Parque de San Telmo”. En 1793, al desaparecer, a causa de una fuerte riada del cercano barranquillo de Mata, la ermita de San Sebastián y el camposanto contiguo que estaba al norte de la iglesia de San Telmo se plantó en su lugar un jardín con tarahales. La portada de Triana fue derribada a finales de 1858, al igual que la muralla que cerraba la ciudad por el lado norte, quedando una explanada como escaparate de entrada a la ciudad. En el lugar existió una fuente construida por el Gremio de Mareantes de San Telmo. Al derribarse las murallas quedaba libre el camino hacia Las Isletas y el Ayuntamiento decidió regalar solares para los que quisieran construir por fuera de la portada, en el insipiente barrio de Arenales. La explanada de San Telmo había empezado desde el último cuarto del ochocientos a ser considerada como el espacio público anexo a la arteria comercial de Triana. El muelle que de allí partía le obligaba a mantener un ornato apropiado a las circunstancias. A ello se debe que ya en el año 1897 la explanada quedase definida 93 como plaza, y se permitiera en ella la construcción de Kioscos de cierta envergadura. Es en este momento cuando aparece el Parque de Cervantes, más tarde, San Telmo. La astucia comercial de algunos vendedores, que ya poseían desde hacía tiempo un puesto de venta de similares características en el cercano barranquillo, les animó a mejorar el negocio e instalarse en un lugar más céntrico y sin duda más lucrativo. Como son muchos los interesados por los referidos kioscos, en 1898, el Ayuntamiento pide al arquitecto municipal don Laureano Arroyo ponga a disposición de los ciudadanos los planos y memoria para la construcción del kiosco de madera de riga y hojas de cristal en sus seis caras. Como los resultados obtenidos con estos puestos de venta habían sido excelentes, muchos vieron en el kiosco un modo fácil de ganarse la vida. Siguiendo esta motivación, en 1900, se autorizan dos kioscos para San Telmo. Los técnicos municipales, Laureano Arroyo y Fernando Navarro, coincidieron en dar cinco rincones como los idóneos para instalar los kioscos por ellos diseñados, a saber: parque de San Telmo, plaza de San Bernardo, alameda de Colón, plaza de la Democracia y plaza de Santa Ana. La clave del asunto estaba en el hecho, destacado, de que el Ayuntamiento había tomado para sí el kiosco, como una explotación más de su patrimonio. Desde estos momentos el kiosco, cualquiera que fuese su situación, era propiedad municipal y los ciudadanos solo podían acceder a él en subasta pública y en calidad de 94 concesionario. La gama de productos que se expedían en los kioscos era muy variada, se vendían golosinas, refrescos, prensa, tabaco, flores, etc. En San Telmo teníamos desde 1906, en el rincón norte, un kiosco en forma de “castillete” dedicado a la venta de confitería primero y de billetes de lotería después. Su solar serviría, años más tarde, para levantar el kiosco modernista que hoy tenemos. Al entrar en la década de los 20 decae el interés por las instalaciones en cuestión, pero los pocos que desde ahora en adelante se van a levantar escogen el parque de Santa Catalina o el de San Telmo. Kiosco modernista, parte norte del Parque de Cervantes, obra de Rafael Massanet - 1925 95 En San Telmo se va a construir uno de los ejemplos más dignos de cuantos existen en España. Nos referimos al kiosco de estilo modernista que desde Manises se importa para ser levantado en el rincón norte del parque a mediado de la década de los 20. Como ya indicamos, con anterioridad a dicha fábrica, existió en el solar otro más viejo levantado en 1906, tipo castillete en madera, con un trazado más modesto, que fue explotado hasta el año 1924. El interés por mejorar el ornato público llevó al Ayuntamiento de Las Palmas a autorizar la construcción del magnífico kiosco que aún pervive entre nosotros. Un kiosco del año 1925, salido del ingenio del arquitecto alicantino don Rafael Massanet y Faus (Alcoy 1890- Las Palmas de G. C. 1966), casado con una hija del arquitecto grancanario don Fernando Navarro y Navarro, quien lo proyecto, amparándose en la estética del modernismo. Tiene cuatro fachadas de similar factura. Buena parte de la esencia modernista ha quedado impresa tanto en los mosaicos levantinos como en las vidrieras vascas que cumplimentan el conjunto. La buena acogida que tuvo esta obra le trajo a Rafael Massanet un nuevo contrato en 1927, ahora para que proyectase el hoy desaparecido “kiosco de la Música”, un mueble urbano que inicialmente tuvo la obligación de combinar las veladas musicales con el despacho de bebidas y refrescos. Antes de la llegada de la década de los 30 el parque de San Telmo se había convertido en el emporio de la venta ambulante, y por tanto en un hito urbano, que en 1927 completaba el conjunto con 96 un kiosco neomodernista levantado según un proyecto del arquitecto Eduardo Laforet Altolaguirre. Este kiosco inicialmente se dedicó a la venta de flores y luego a la presa, aunque por uno de sus laterales, recuerdo que en mis tiempos mozos, se vendían boletos de apuestas (tripletas y/o cuadrupletas) para las carreras de galgos en el viejo y desaparecido Campo España y para el frontón, también desaparecido. En 1929 se culminaron las obras de remodelación, ampliación y ajardinamiento del parque dirigidas por el pintor y concejal Eladio Moreno Durán. Kiosco neomodernista, Parque San Telmo, obra de Eduardo Laforet Año 1927 97 Han pasado más de ochenta años y el cambio sufrido por el Parque San Telmo es abismal, su entorno ha sobrellevado una fuerte reestructuración y no para mejorar, pues, poco a poco el lugar ha ido perdiendo el encanto de antaño. Un día del año 1950, desapareció la fuente que estaba justo en el centro del parque, a la que nunca vi llegar el agua, fue desmontada y trasladada, nos suponemos, que al entonces “potrero” que estaba junto a mi casa, en el solar que hoy ocupan las Academias Municipales, al final de la calle Mendizábal –antes General Mola-. Aquella vieja fuente del Parque San Telmo, en lugar de arreglarla, fue suprimida como solución más fácil para hacer más diáfano aquel lugar de esparcimiento. Lo bonita que resultaba en aquellos años cincuenta y lo hermosa que sería hoy, si como los demás pilares que tiene la ciudad, restos de un pasado del que no todo debe desaparecer, tuviera agua que nos alegrara con su relajante música al caer. También fue en los años cincuenta cuando desapareció de su lugar de origen el monumento dedicado al poeta Tomás Morales, busto que desde 1925 habitaba en un parterre central del parque San Telmo, frente al kiosco de la música. La obra es de su gran amigo el escultor palentino Victorio Macho. El óbito de nuestro poeta causó al artista tan fuerte impresión que, en recuerdo de su querido amigo regaló al Ayuntamiento de la ciudad el busto del poeta y en su memoria realizó también la escultura femenina que, en forma de musa implorante, preside su sepulcro en el Cementerio de Vegueta. 98 El 18 de julio del año 1957 el monumento se reinauguró en su nuevo y actual emplazamiento de la Plaza del Obelisco en el Paseo que lleva su nombre. Con brevedad, recordaremos al gran poeta Tomás Morales Castellano. Vate nacido en la Villa de Moya el 10 de octubre de 1885, y fallecido en Las Palmas de Gran Canaria el 15 de agosto de 1921. Su efímera vida, 36 años, pone de relieve su genio al adquirir en tan corto espacio de tiempo la aureola de la que se vio rodeado en vida y que aún perdura 91 años después de su muerte. Médico de profesión, estudió en Cádiz y Madrid donde se licenció en 1911. Al terminar la carrera regresó a la isla, estableciéndose durante unos años como médico en Agaete, hasta que en 1918 trasladó, después de contraer matrimonio, su residencia a Las Palmas. La política lo llevó a ser vicepresidente del Cabildo Insular de la isla, poco tiempo antes de morir. Su privilegiada inteligencia supo hermanar la ciencia y el arte de sanar el cuerpo con la inspiración emotiva del espíritu a través de su ingente obra poética. Tras una dolorosa enfermedad, el gran poeta de los cantos al mar, nos dejó en plena juventud, cargado de gloria, y consagrado con su obra cumbre “Las Rosas de Hércules”, la más famosa, la dedicada al mar y al “Puerto de Gran Canaria sobre el sonoro Atlántico” con el que un día soñó, al que le regaló sus mejores versos y en el que forjó nuestro porvenir, porvenir que hoy es una realidad de la que puede gozar su espíritu sereno y tranquilo. 99 En 1956, el Parque de San Telmo fue testigo un jueves 10 de mayo, festividad de la Ascensión, (curiosamente, la mayoría de los relato sobre el entorno Triana/San Telmo ocurren en jueves), de mi jura de bandera como recluta voluntario, un chiquillo de 15 años que formaba parte del reemplazo de 1955 del Regimiento de Infantería Canarias número 50, con base en La Isleta y de la que mi padre constituía parte de la oficialidad del mismo. El acto, trasladado a este día, conmemoraba el XVII aniversario de la Victoria, para la gente joven, diecisiete años de la finalización de la Guerra Civil Española (1936-1939). En la ceremonia prestaban juramento a la bandera los reclutas del reemplazo de 1955 de los Ejércitos de tierra (Infantería y Artillería) y Mar, acompañados por unidades de la Zona Aérea de Canarias, así como de varias secciones de la Comandancia de la Guardia Civil y Policía Armada. Todos bajo el mando del Coronel Martín Díaz- Llanos, Jefe del Regimiento de Artillería de Costa de Gran Canaria, quié |
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