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FRANCISCO PÉREZ CAAMAÑO JAVIER SOLER SEGURA CARLOS J. PERDOMO PÉREZ TOMÁS RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ Tegueste en tiempos de guanches La dimensión territorial de sus prácticas sociales Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste FOTOGRAFÍA DE LA PORTADA Imagen desde el interior de Cuevas de la Mesa Tejina 43 (TG-25) © Guillermo Pozuelo Gil Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste. EDITA Gobierno de Canarias Cabildo de Tenerife Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste DISEÑO Y MAQUETACIÓN José M. Padrino Barrera FOTOMECÁNICA E IMPRESIÓN Litografía Trujillo, S. L. © DEL TEXTO Los Autores © DE LAS FOTOGRAFÍAS Los Autores ISBN 978-84-938791-7-4 DEPÓSITO LEGAL Nº TF 259-2014 3 ÍNDICE Presentación Introducción I. Territorio y Arqueología en Tegueste 1. Modelos interpretativos, prospecciones y excavaciones 1.1.Las prospecciones arqueológicas del municipio. Análisis y ordenación de resultados 1.2. Excavaciones arqueológicas en Tegueste. Datos y secuencias estratigráfi cas 2. Condiciones teóricas y metodológicas del análisis. La prospección arqueológica superfi cial como método de investigación 2.1. El registro material de superfi cie 2.2. Prospección superfi cial y cronología 3. La prospección arqueológica superfi cial de 2011. Descripción y ordenación de resultados 3.1. Barranco de Agua de Dios 3.2. Barranco de La Goleta – Mesa de Vargas 3.3. Mesa de Tejina – La Orilla 5 13 19 19 35 46 52 58 66 70 80 84 27 4 3.4. Llanos de Tegueste – Los Lázaros 3.5. Las Canteras – Mesa Mota – Montaña El Español III. La dimensión territorial guanche en Tegueste 1. Categorías de análisis: Unidades Domésticas, Grupos Locales y Entidad Tribal 2. La ocupación del territorio 2.1. Las unidades domésticas básicas: cuevas de habitación, asentamientos al aire libre y lugares de frecuentación esporádica 2.2. Cuevas sepulcrales y ritual funerario 2.3. Las manifestaciones rupestres y la apropiación ritual del territorio III. Conclusiones IV. Bibliografía Anexo Ilustraciones 90 95 99 99 108 108 134 161 185 193 207 213 5 PRESENTACIÓN 6 7 Con la publicación de la presente monografía se culmina la terce-ra fase del proyecto «Revalorización Patrimonial del Municipio de Tegueste. Investigación arqueológica del Barranco del Agua de Dios y su Comarca», que el Ayuntamiento de la Villa viene ejecutando desde hace más de cinco años. Junto al anterior libro, Excavaciones en la memoria, contamos ahora no solo con una recopilación exhaustiva de la información arqueológica que se ha generando en los últimos siglos, sino que, por primera vez, tenemos una explicación histórica de la manera en que los guanches ocuparon las distintas zonas del actual municipio de Tegueste. De esta forma se alcanza uno de los objetivos que habíamos considerado como fundamentales cuando nos embarcamos en este proyecto patrimonial: ofrecer a quienes se acercaran al Barranco del Agua de Dios una información veraz, ri-gurosa y documentada sobre el pasado aborigen de la zona. Así, y de la misma manera que se ejemplifi ca con la portada de este libro, los estudios que se han desarrollado en los últimos años permiten arrojar luz sobre ese «desconocimiento del patrimonio arqueológi-co » en el que esta Villa había estado inmersa. Ahora, lo que queda por emprender es igual de apasionante. Aunque con anterioridad se invirtieron algunas partidas económi-cas en su reforma, iniciamos una nueva etapa en la puesta en mar-cha del futuro Centro de Interpretación sobre el pasado guanche de Tegueste, con la realización de las correspondientes obras. 8 Paralelamente, estamos poniendo las bases del futuro Parque Ar-queológico del Barranco del Agua de Dios. A pesar de que los pasos necesarios para su creación desbordan las capacidades municipales, pues sus competencias directas están en manos del Cabildo de Tene-rife y el Gobierno de Canarias, existen argumentos sufi cientes para establecer en Tegueste el primer parque arqueológico de nuestra isla. Las facilidades de acceso, su pertenencia al área metropolita-na, la belleza natural de la zona, la existencia de infraestructuras de ocio necesarias para sostener a un gran número de turistas locales y foráneos y el contenido científi co que aporta este Proyecto patrimo-nial permiten contemplar con optimismo este nuevo objetivo. No es necesario señalar la importancia que tendrá la colaboración de las mencionadas administraciones como parte fundamental para lograr que este proyecto sea pronto una realidad. José Manuel Molina Hernández Alcalde de la Villa de Tegueste 9 LA ARQUEOLOGÍA DE TEGUESTE Desde que el mundo es mundo y desde los más remotos confi nes de la existencia el ser humano siempre se ha interesado por conocer los origenes y circunstancias de su presencia sobre la Tierra. Su ob-sesión no sólo ha sido de naturaleza religiosa y fi losófi ca en torno a la pregunta de qué somos, de dónde veninos y hacia dónde vamos. También se ha interesado por estudiar y conocer los vestigios de los modos de vida de sus antepasados más remotos. Casi podríamos atrevernos a decir que el interés de los humanos por conocer las huellas de su vida prehistórica se remonta a los mis-mos orígenes de su existencia. Si la Arqueología es la ciencia que se ocupa de estudiar lo que se refi ere a las artes, a los monumentos y a los objetos de la antigüedad, especialmente a través de sus restos, entonces el hombre es, por su propia naturaleza y condición racio-nal, un ser íntimamente vinculado a esta disciplina científi ca. El presente volumen, que con el texto hoy contribuimos a pre-sentar o prologar, es un riguroso y respetable ejemplo de esta voca-ción arqueológica del ser humano. Saber de nuestra forma de vida en el pasado más lejano, conocer dónde y cómo vivieron nuestros antepasados, en este caso los guanches de la comarca de Tegueste, es una manera noble y loable de alimentar la conciencia y el orgullo de ser como somos para afrontar con convicción, gallardía y éxito el futuro que nos espera. 10 Ese y no otro es el fi rme e irrenunciable propósito de estos traba-jos de investigación y recopilación arqueológica que, con el título de «Tegueste en tiempos de guanches», son fruto del trabajo apasionado de sus cuatro autores y de la iniciativa y coordinación del Ayunta-miento de Tegueste con la colaboración de diversas instituciones pú-blicas, entre ellas el Gobierno de Canarias a quien en este momento me honro en representar. Aurelio González González Director General de Coordinación y Patrimonio Cultural Gobierno de Canarias 11 La identidad de un pueblo, independientemente de su dimen-sión, toma como base no sólo su propio acontecer histórico, sino sobre todo su cultura, esto es, los valores que determinan su proce-der y que conforman su personalidad. Un patrimonio que debemos reconocer y que nos permite mirar al futuro desde la fi rmeza que otorga el conocimiento de nuestras raíces. «Tegueste en tiempos de guanches. La dimensión territorial de sus prácticas sociales» constituye una valiosa aportación a esa misión pues ahonda en el conocimiento de la población aborigen de Teneri-fe por la interpretación que ofrece sobre el uso y ocupación del terri-torio por parte de nuestros antepasados, en este caso circunscrita a los actuales límites municipales de esta localidad del nordeste. No cabe duda de que el estudio del patrimonio arqueológico, fuente de investigación de esta publicación, constituye para los his-toriadores un libro abierto para descubrir el comportamiento de la sociedad guanche y, tras su conocimiento, comprender nuestra identidad, los lazos comunes de esta tierra, su historia y su cultura, a fi n de dirigir los pasos a un devenir que revalorice aún más nues-tro pasado. Con este objetivo, como consejero de Cultura y Patrimonio His-tórico del Cabildo de Tenerife no sólo apoyo sino que felicito la apa- 12 rición de este tipo de publicaciones que contribuyen a la divulgación y difusión del conocimiento de nuestra historia, cuya protección nos incumbe a todos. Esta monografía, basada en el conocimiento e investigación del patrimonio arqueológico local, supone además una muestra de la continua evolución en el análisis de la historia de la Isla por parte nuestros investigadores. Una contribución valiosa, pero sabiamente humilde al reconocer la riqueza de otras posturas y metodologías que también buscan profundizar en nuestro pasado aborigen. Es justo reconocer y agradecer el esfuerzo y la seriedad demos-trada por los cuatro investigadores autores de esta nueva aportación a la historia insular. La misma conforma un eslabón que nos une aún más con nuestros antepasados guanches construyendo una cadena invisible, la de la cultura, que avanza hacia las futuras generaciones de tinerfeños, de canarios, que se sienten orgullosos de su historia. Cristóbal de la Rosa Consejero de Cultura y Patrimonio Histórico Cabildo de Tenerife 13 INTRODUCCIÓN Los yacimientos arqueológicos del municipio, especialmente los ubicados en el interior del Barranco de Agua de Dios, han sido conocidos, visitados y expoliados durante los últimos siglos por intelectuales, eruditos y curiosos del pasado aborigen de las Islas. Como consecuencia de las diferentes maneras de entender y valo-rar el patrimonio arqueológico presentes a lo largo de ese dilatado periodo de tiempo, la alteración de las cuevas y la sustracción de objetos y restos humanos ha sido una constante. En la actualidad, resulta sumamente complicado extraer información histórica de la mayoría de enclaves de la zona, lo que repercute en el grado de co-nocimiento que se posee sobre los guanches en esta parte de la Isla. Sin embargo, pese al expolio sistemático sufrido durante décadas, a los descontrolados procesos de urbanización de la segunda mitad del siglo pasado y a las constantes (aunque lógicas) reutilizaciones de enclaves por los vecinos, el Barranco continúa albergando gran cantidad de datos históricos que, en la mayoría de ocasiones, siguen sin ser comprendidos o explicados. Cierto que la entidad y, sobre todo, la cantidad de restos materia-les ocultos en sus cuevas han despertado el interés de los arqueólo-gos canarios desde el inicio de la disciplina en las Islas, en la década de los años 40 del siglo XX. Su atención por el tema ha llevado a la realización de intervenciones arqueológicas por un numeroso gru-po de investigadores que han ido aportando datos empíricos cada vez más signifi cativos. Pero frente a esta acumulación de evidencias arqueológicas, la manera en que se ha explicado el uso y ocupa- 14 ción de la Comarca por los guanches no ha variado excesivamente desde mediados del siglo pasado. Así, la visión que se posee sobre la distribución de los yacimientos dentro del territorio municipal sigue anclada en modelos teóricos sustentados en principios ecoló-gicos y economicistas que reducen la complejidad humana a meras respuestas e impulsos adaptativos. Desde fi nales del siglo XX, sin embargo, esta visión general ha empezado a ser reformulada por algunos investigadores que, desde posturas teóricas dispares y me-todologías de trabajo diferentes, buscan trascender los tradicionales marcos explicativos del pasado aborigen de las Islas. Este cambio de perspectiva ha sido espoleado en las últimas dé-cadas por la aparición de nuevas evidencias empíricas que han aca-bado refutando la vieja tesis que atribuían a la presencia de pastos, recursos hídricos, cuevas naturales, etc., los motivos por los que, en el pasado, los aborígenes habitaron determinadas zonas de la Isla, o concentraron en un enclave específi co un número elevado de yacimientos arqueológicos como, por ejemplo, las manifestaciones rupestres. Este libro intenta aproximarse a la manera en que los guanches ocuparon, organizaron, explotaron y concibieron el territorio que comprende el actual municipio de Tegueste. Formula una interpre-tación sobre los mecanismos empleados por dicho grupo social en su estrategia por apropiarse social, económica y simbólicamente del espacio circundante. Para ello propone, a partir de las evidencias materiales que ofrece el registro arqueológico de la zona, un mo-delo de distribución poblacional a través de todos los yacimientos arqueológicos inventariados. El objetivo es conocer la lógica interna que articula los distintos enclaves que organizan el territorio distin-guiendo entre cuevas de habitación, abrigos, cavidades sepulcrales, manifestaciones rupestres, asentamientos en superfi cie o pequeñas concentraciones de material al aire libre. En este sentido, este libro no es un estudio sobre el Menceyato de Tegueste. Aunque es cierto que se abordan las zonas centrales de dicha organización política, al menos las conocidas durante la última etapa aborigen de la Isla, sus límites desbordaron el actual 15 Tegueste. La prospección arqueológica realizada entre los meses de julio y septiembre de 2011 se centró, exclusivamente, en la búsqueda y localización de enclaves dentro del municipio, por lo que no se recopiló la información necesaria para afrontar el análisis de lugares como Tejina, Valle de Guerra, Bajamar, Anaga o los distintos valles del interior de La Laguna. Pese a este marco espacial, el estudio de los resultados obtenidos durante el trabajo de campo permite plan-tear una primera aproximación al fenómeno histórico de ocupación del actual territorio teguestero por parte de los aborígenes. «Tegueste en tiempos de guanches» sintetiza una propuesta terri-torial alternativa que pretende explicar de forma diferente la mane-ra en que fue ocupado el territorio por los aborígenes de Tenerife. Fruto del intenso trabajo de campo llevado a cabo, se presenta una serie de nuevos yacimientos que contribuyen a organizar y enten-der el hábitat de los guanches en los límites del actual municipio de Tegueste. Estructurado a partir de dos grandes capítulos, en el primero se ofrece un recorrido por el conjunto de evidencias materiales y yaci-mientos arqueológicos que se han ido recopilando desde mediados del siglo pasado hasta la prospección de 2011. Se sintetiza y analiza el tipo de conocimiento histórico que se desprende de dicha infor-mación que, en líneas generales, es desigual y muy fragmentada. A continuación se refl exiona críticamente sobre la prospección como modelo metodológico idóneo que permite afrontar el estudio de grandes extensiones de terreno. Finalmente, se presenta una síntesis de los resultados obtenidos en el trabajo de campo a partir de su dis-tribución en cinco grandes espacios geográfi cos (Barranco de Agua de Dios; Barranco de La Goleta–Mesa de Vargas; Mesa de Tejina–La Orilla; Llanos de Tegueste–Los Lázaros; y Las Canteras–Mesa Mo-ta– Montaña El Español). El segundo capítulo da sentido a esa distribución de enclaves planteando un marco general de relaciones sociales en el que se in-sertan los yacimientos arqueológicos de Tegueste. Para ello se sinteti-zan, en primer lugar, las categorías de análisis empleadas (Unidades Domésticas, Grupos Locales y Entidad Tribal) para después abordar, 16 de forma singularizada, la manera en que se distribuyen en el terri-torio cada una de las tipologías arqueológicas constatadas. Así, cue-vas de habitación, abrigos, asentamientos al aire libre y lugares de frecuentación esporádica (LFE) plasman el ámbito doméstico de las distintas unidades en el espacio. Junto a ellas, las cuevas sepulcrales y las manifestaciones rupestres contribuyen a garantizar la cohesión social de la comunidad y a articular los mecanismos de apropiación simbólica que dan sentido a todo el territorio analizado. El objetivo fundamental de esta monografía es contribuir al conocimiento y difusión de la riqueza patrimonial de la Comarca ofreciendo una propuesta, sustentada arqueológicamente, sobre la lógica interna del poblamiento aborigen del actual municipio de Te-gueste. * * * Un estudio de estas características, que implica el reconocimien-to de todo el territorio municipal durante varios meses, exige una fi nanciación, un equipamiento y un apoyo institucional difícil de obtener en estos momentos de crisis. La apuesta decidida del Ilus-tre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste por ampliar y profundi-zar en el conocimiento histórico del municipio resulta excepcional. Más aún cuando este trabajo es uno más del conjunto de iniciativas que viene desarrollando en los últimos años. Tanto la prospección que da sentido a esta monografía, como el resto de publicaciones y actividades arqueológicas que se realizan desde 2010, se enmarcan dentro del Proyecto de Revalorización Patrimonial del Barranco de Agua de Dios y su Comarca, que fi nancia íntegramente la Corporación Mu-nicipal. En este sentido, sin el respaldo y soporte constante del Ilus-tre Ayuntamiento, especialmente de su Alcalde, José Manuel Molina Hernández, la Concejala de Bienestar Social, Mª de los Remedios de León Santana, la Concejala de Desarrollo Local Marcela del Castillo Fernández, la archivera municipal Mª Jesús Luis Yanes y el técnico Juan Elesmí de León Santana, no habría sido posible alcanzar los objetivos del proyecto. 17 Indudablemente, quienes de forma más directa han contribuido con su esfuerzo en el éxito de este trabajo son quienes integraron el equipo humano que participó en las labores de campo. Alexis Clemente Navarro, Blanca Divassón Mendívil, Zebenzuí López Trujillo, Agnes Louart, Sergio Pou Hernández y Josué Ramos Mar-tín recorrieron, junto a los fi rmantes de esta monografía, todos los rincones del territorio municipal soportando uno de los veranos más lluviosos y húmedos que se recuerdan. Sin ellos, no habría sido posible incrementar en más del doble el número de yacimientos arqueológicos conocidos en Tegueste. Por ello, y por su constante apoyo, nuestro más sincero reconocimiento. Igualmente debemos agradecer la ayuda desinteresada de los bomberos que colaboraron en la prospección aportando su tiempo, su propio equipo de escalada y su amplia experiencia: Joaquín Es-catllar Fernández de Misa, Andrés Alejandro López Martin y David Ponte-Lira Pestana. Asimismo, es necesario reconocer la predispo-sición y apoyo que mostraron numerosas personas durante el tra-bajo de campo y, también, a lo largo de las labores de redacción de esta monografía. Finalmente, los autores deseamos agradecer espe-cialmente a Blanca Divassón Mendívil la inestimable ayuda que ha prestado durante las agotadoras sesiones de revisión y corrección de los textos. Gracias a todos. 18 19 I TERRITORIO Y ARQUEOLOGÍA EN TEGUESTE 1. MODELOS INTERPRETATIVOS, PROSPECCIONES Y EXCAVACIONES Transcurridos casi cincuenta años desde que Luis Diego Cus-coy publicase por primera vez Los Guanches, seguimos sin contar con una alternativa interpretativa de carácter global que aborde la manera en que los aborígenes ocuparon, organizaron, explotaron y concibieron el conjunto de la Isla. Pese a los avances de la disciplina y la elaboración de modelos parciales por parte de algunos inves-tigadores1 , la obra de Diego Cuscoy sigue siendo, a día de hoy, el referente de partida de la mayoría de estudios arqueológicos que se realizan en Tenerife. Aunque es cierto que el volumen de informa-ción arqueológica del que se dispone en la actualidad difi culta una posible propuesta global como la ofrecida en su momento en Los Guanches, el verdadero motivo de que no se haya superado esta pri-mera aproximación general al periodo aborigen no depende tanto de la documentación manejada (que en algunos aspectos ha queda-do superada), como de la aparente coherencia general de su modelo 1. Por ejemplo González Antón et al., 1995; Hernández Marrero y Navarro Mede-ros, 1998; Galván Santos et al., 1999; Navarro Mederos et al., 2002; Pérez Caamaño et al., 2005; Chávez Álvarez et al., 2007. 20 explicativo cuyo éxito ha sido tan rotundo que ya forma parte del sentido común. Como se ha afi rmado con anterioridad (Chávez Álvarez et al., 2007: 19-22; Soler Segura et al., 2011: 77-82), el modelo de distribu-ción del hábitat aborigen propuesto por Luis Diego Cuscoy basculó entre el determinismo económico y la ecología cultural. Por un lado, la distribución de asentamientos aborígenes evidenciaba una res-puesta adaptativa a las limitaciones impuestas por el medio natural. Por otro, el autor concebía que la presencia o ausencia de ciertos recursos naturales, de elementos físicos como la cubierta vegetal, la distribución de las aguas y la naturaleza del suelo eran factores que explicaban la presencia de población aborigen en uno u otro lugar de la Isla. La distribución de estas variables, o «elementos de fi jación», establecería una correspondencia lógica entre comarcas naturales y menceyatos aborígenes: solo aquellas zonas capaces de concentrar todos los elementos necesarios para la vida humana (agua, tierras fértiles, clima favorable, pastos, cuevas de habitación), podían ser las utilizadas por los guanches para su establecimiento de forma permanente. Por ello, el poblamiento sedentario de la Isla se circunscribiría casi exclusivamente a la zona norte y noreste de Te-nerife, quedando el sur y oeste de la Isla como zonas de ocupación en régimen de trashumancia casi permanente (Diego Cuscoy, 1968: 126). Como resultado, en Los Guanches, el autor dividió la Isla por zo-nas de poblamiento partiendo de la suposición de la clase de uso que los aborígenes harían de su hábitat, teniendo en cuenta estos dos aspectos: los recursos naturales y las supuestas posibilidades económicas que ofrecía el mismo. Siguiendo este esquema de aná-lisis, por ejemplo, concibió Anaga y Teno-Daute como zonas de ais-lamiento, Tegueste y Tacoronte como lugares de sedentarismo tem-poral con trashumancia estacional, Güímar, Abona y Adeje como áreas de trashumancia permanente y la Alta Montaña (Las Cañadas) como lugar de ocupación comunal. En este marco explicativo, la Comarca de Tegueste quedó defi - nida a través de sus características y peculiaridades naturales como 21 un hábitat estacional. Diego Cuscoy fi jó los límites del menceyato a partir de los diferentes accidentes geográfi cos que rodeaban la zona. De los ricos recursos de que disponía la Comarca: fundamentalmen-te pastos, nacientes, fuentes y cuevas naturales, el autor infi rió el aglutinamiento poblacional del entorno del Barranco de Agua de Dios2. Es por ello que Diego Cuscoy consideraba el Barranco no so-lamente como articulador del hábitat aborigen sino, también, como confi gurador de posteriores pueblos y caseríos asentados en la zona, como Tejina o Tegueste. Así, la suavidad geológica del entorno, mar-cada por escarpes poco pronunciados y suaves planicies, facilitaría a sus habitantes, dentro de este esquema de organización del territo-rio, una mayor movilidad. La Comarca sería fi nalmente designada como «zona de aislamiento atenuado» (Diego Cuscoy, 1968: 136), en la medida en que la facilidad de acceso a los pastos de la vega de La Laguna y de parte de la planicie de Los Rodeos (defi nidos ambos como «zonas de reserva»), permitiría la práctica del pasto-reo durante la primavera y gran parte del verano, complementando dichas actividades con la explotación invernal de la costa del Valle de Guerra. Este esquema general de ocupación se concreta en el entorno del Barranco de Agua de Dios, donde la existencia de cavidades a distintos niveles agruparía al conjunto de la población: «el poblado aparece denso y variado; es decir, [las cuevas] son numerosas y se alinean en toda la longitud de los andenes, que a su vez ocupan ni-veles distintos: paralelos al borde alto y cerca de él, en lugares inter-medios y en las proximidades del lecho […] El poblado, pues, estaba constituido por todo el sistema de cavernas existentes en la margen» (Álvarez Delgado y Diego Cuscoy, 1947: 144). Las cuevas de habita- 2. «Los elementos constitutivos de la agrupación aborigen están perfectamente claros. Zona fértil, rica en pastos, abundante en agua. Barranco fácilmente acce-sible por diversos puntos; cuevas numerosas, amplias, bien protegidas, y francos los pasos para llegar a ellas: proximidad al mar, que tan importante papel juega en la alimentación del guanche. Finalmente la utilización de las cuevas más ale-jadas del núcleo del poblado como necrópolis colectivas» (Álvarez Delgado y Diego Cuscoy, 1947: 144-145). 22 ción seleccionadas por los aborígenes serían «amplias y fáciles de alcanzar. Muchas de ellas, protegidas por un pronunciado saliente del risco superior, permitían la vida a plena luz, a que tan afi ciona-dos eran los aborígenes. [El interior] amplio, con resaltes basálticos a modo de poyetes o cornisas, elementos complementarios para la más cómoda habitabilidad de la cueva» (ibídem, pp.: 145 y 146). Las cavidades sepulcrales se relacionarían estrechamente con aquellas, ubicándose «si se trata de un poblado de acantilado, bien en la parte más alta o en la más baja del mismo, pero siempre emplazadas en lugar lo sufi cientemente alejado del núcleo de cuevas para que las prácticas sepulcrales pudieran llevarse a efecto sin alejarse demasia-do de los límites del poblado, pero nunca dentro de él. Tratándose de poblados de barranco, las cuevas sepulcrales se encuentran, ya en el principio del grupo de cuevas de habitación, es decir, en la zona más alta del curso del barranco o en la desembocadura del mismo. En ambos casos, alejados dichos yacimientos sepulcrales de las cuevas habitadas, nunca entre ellas» (Diego Cuscoy, 2011a: 204)3. Este modelo de distribución del hábitat se complementaba con la presencia de diversas cavidades, ubicadas en distintos puntos del municipio y en parajes relativamente aislados, que sin relación apa-rente con otras cuevas se vinculaban a la práctica del pastoreo y a las vías de comunicación estacional4. Las conclusiones alcanzadas por Diego Cuscoy, planteadas hace más de cuarenta años, deben ser hoy matizadas, o al menos rede-fi nidas a la luz de las nuevas evidencias empíricas descubiertas y 3. Pautas de distribución que, en la práctica, no reproducían realmente la locali-zación de las cuevas funerarias ya que dependía de la microtopografía del sector del Barranco analizado. 4. Referencia recurrente que utilizará en aquellas ocasiones en las que no se loca-licen en las inmediaciones otros enclaves trogloditas. Será el caso, por ejemplo, de La Enladrillada, que pese a la cercanía evidente «no parece haber sido utili-zada por los habitantes de las cuevas del Barranco del Agua de Dios, sino por grupos estacionados en la parte alta del valle durante la época estival, ya que desde la Mesa de Tejina a El Caidero hay numerosas cuevas que sirvieron de habitación» (Diego Cuscoy, 1972: 278). 23 de los avances teóricos y metodológicos de las últimas décadas. La razón para ello es que existe una clara inconsistencia entre el registro arqueológico manejado por Diego Cuscoy y el que actualmente se posee, evidente en aspectos como, por ejemplo, la presencia de esta-ciones de manifestaciones rupestres o de asentamientos en superfi cie distribuidos por toda la Isla. Además, en el estado actual de la dis-ciplina, las razones por las que los guanches ocuparon determinadas zonas de la Isla, los motivos que eligieron para asentarse en uno u otro lugar, o el sentido otorgado a espacios en el que concentraron un tipo de evidencias muy específi cas, no pueden ser explicadas ex-clusivamente a partir de criterios que tienen que ver con la presencia de pastos, recursos hídricos, cuevas naturales, etc. Es la inserción de esos yacimientos en un esquema territorial, articulado a través de mecanismos de interacción y apropiación social, lo que permite en-tender la manera en que los aborígenes ocuparon, organizaron, ex-plotaron y simbolizaron el espacio insular. Pese a los años transcurridos desde los trabajos de Diego Cus-coy, han sido muy escasas las propuestas que han intentado apor-tar explicaciones alternativas a la adaptación ecológica en Tegues-te. Los numerosos arqueólogos y equipos de investigación que han trabajado en el municipio, o en sus inmediaciones, se han movido siempre en similares marcos teóricos. En las pocas ocasiones que han intentado superar la mera enumeración y descripción de yaci-mientos arqueológicos, la mayoría de estos trabajos se han limitado a enfatizar la asociación entre cuevas naturales y Barranco de Agua de Dios que ya constatara el autor5. Aunque alguno de estos nue- 5. «Con la ocupación del territorio hay un proceso simultáneo de selección de los emplazamientos que mejores condiciones naturales ofrecen para el desarrollo social y de reproducción del grupo […] El hábitat prehispánico más estable fue el enclavado en el Barranco del Agua de Dios. Las características medioambien-tales de este espacio natural eran las óptimas para el desarrollo económico y social de la comunidad aborigen. La cercanía al mar, los arroyos y afl uentes que hay en su entorno, las formaciones de cuevas naturales con buenas condiciones para la habitabilidad y para las prácticas funerarias, las zonas de pastos en sus cercanías, las tierras aptas para el cultivo, etc., propiciaron el desarrollo social, económico y religioso del grupo» (Rosario Adrián et al., 2010: 125 y 126). 24 vos estudios llevó aparejada la elaboración de trabajos de campo sistemático, con la consiguiente identifi caron de nuevas eviden-cias, como cuevas de habitación, cuevas sepulcrales, talleres líticos, restos de cabañas o estaciones de cazoletas y canales (evidencias signifi cativamente diferentes a las constatadas por Diego Cuscoy), ninguna de estas investigaciones llegó a abordar la tarea de rein-terpretar la vida aborigen en la comarca a partir de estos nuevos datos. Los esfuerzos de los arqueólogos se centraron en establecer la ubicación de forma precisa de los enclaves y en detallar los agen-tes antrópicos y naturales que afectaban a la conservación de los yacimientos. Esta estrategia investigativa fue en gran parte debida a necesidades patrimoniales de urgencia, pero a la larga supuso un abandono de las labores de interpretación y explicación de los res-tos sistematizados. Así, las publicaciones derivadas de dichos trabajos de campo se han centrado en la exposición de los resultados de las prospecciones que, en muchas ocasiones, se presentaban con gran aporte estadísti-co. En dichas obras se atiende, por ejemplo, a la diversidad de tipos de yacimientos inventariados, a su localización en función de uni-dades geológicas (ladera de barranco, acantilado, cauce, etc.), a las afecciones y factores que los amenazan o a su tratamiento porcen-tual en función de sus variables patrimoniales (monumentalidad, singularidad, complejidad, etc.). Es decir, la mayoría de las conclu-siones de estos trabajos se limitan a atestiguar dónde se concentra la mayor cantidad de enclaves arqueológicos, el porcentaje existente para cada una de las tipologías identifi cadas o la situación patri-monial que muestran, sin aportar mucho más que descripciones de yacimientos que reiteran dichas conclusiones. Son, por tanto, muy limitadas o nulas las propuestas explicativas ofrecidas sobre la ar-ticulación o funcionamiento de la dinámica territorial de las zonas prospectadas6. Esta tendencia, que no solo afecta a la isla de Tenerife, 6. Ejemplos recientes en Tenerife de este tipo de grandes proyectos de prospec-ción en los que no se llega a ofrecer ninguna interpretación de los datos recopila-dos serían: Escribano Cobo et al., 2009; Valencia Afonso, 2010; Berànger Mateos et al., 2011; Valencia Afonso et al., 2011. 25 se ha ido generalizando en las últimas décadas como consecuencia de la progresiva asimilación de la disciplina con la gestión del patri-monio y la consideración de los historiadores como meros técnicos que elaboran inventarios patrimoniales. Se confunde, de esta ma-nera, la imprescindible labor técnica de localización e identifi cación de los yacimientos que todo trabajo de prospección implica con el incremento del conocimiento histórico de una zona. Un ejemplo que sintetiza esta forma de abordar la arqueología de Tenerife en las últimas décadas y que resulta pertinente por los correlatos que presenta con Tegueste, es el estudio realizado para la Comarca de Acentejo (municipios de Tacoronte, El Sauzal, La Ma-tanza, La Victoria y Santa Úrsula) que, entre 2002 y 2003, fue reali-zado por el Centro Internacional para la Conservación del Patrimo-nio (CICOP). Las conclusiones de dicho estudio (Mederos Martín y Escribano Cobo, 2007), que por su cercanía geográfi ca al municipio de Tegueste tendrían que ofrecer datos comparativos, resultan esca-samente esclarecedoras. Más allá de incrementar el número de yaci-mientos y de reafi rmar el modelo de hábitat troglodita planteado por Diego Cuscoy como única forma de ocupación de la zona, poco más puede inferirse de los resultados publicados. Incluso el breve capí-tulo dedicado al «Hábitat», donde se esperaría un análisis general de cómo, dónde y porqué se ubican los enclaves aborígenes en esas zonas, se limita a presentar citas textuales de fuentes etnohistóricas y a centrarse en discutir la viabilidad del poblamiento en superfi cie para el sur de la Isla (ibídem, pp.: 151-161). La inserción de diversos mapas de distribución de yacimientos de la Comarca de Acentejo, fruto del intenso trabajo de prospección que implicó el proyecto, se ofrece como mero complemento ilustrativo (al mismo nivel que la imagen de una cabaña del municipio sureño de Arona), sin ser ci-tados o explicados en ningún pasaje de la monografía. Es sólo en el apartado de conclusiones donde puede encontrarse alguna referen-cia a la distribución de yacimientos en el territorio. Por desgracia, ese texto, que ya había sido publicado varios años antes como una valoración patrimonial de la Comarca (Valencia Afonso et al., 2004), se limita a citar los enclaves de mayor concentración de yacimien- 26 tos y a ofrecer variables estadísticas relacionadas con su tipología y estado de conservación. No se ofrece, por tanto, ninguna propuesta o hipótesis interpretativa sobre las razones de esa importante dis-tribución arqueológica atestiguada en los trabajos de campo. Más aún, llega a afi rmarse la inutilidad de la prospección como método de análisis histórico capaz de ofrecer explicaciones del pasado sin un referente diacrónico7. Esta afi rmación, que tiene más que ver con la concepción particular de la disciplina de esos autores que con las limitaciones y potencialidades que posee la prospección como meto-dología de trabajo, reduce la labor realizada a un mero instrumento de la gestión patrimonial8. La aportación más relevante de esta pros-pección la ofrecen varios integrantes del equipo de campo cuando presentan algunas de las características generales de los grabados rupestres de la Comarca (Chinea Díaz et al., 2005; Acosta Navarro, 2005). Como se detallará más adelante, dichos autores llegan a esta-blecer, a partir del análisis de los resultados de la prospección, una diferencia interna dentro de las manifestaciones rupestres según su ubicación, motivos representados y relaciones visuales. Valorados globalmente, los trabajos patrimoniales realizados en el municipio de Tegueste y sus alrededores, pese a no apuntar si-quiera una propuesta interpretativa que explique las causas de esa dispersión de yacimientos por el territorio, son enormemente va-liosos para avanzar en el conocimiento del pasado aborigen de las zonas estudiadas (ver Tabla 1). Sin la identifi cación y descripción 7. «Una vez conseguido este inventario completo de yacimientos en la Comarca de Acentejo, se aprecian aún mejor las limitaciones que supone una prospección, porque no es posible ofrecer lecturas diacrónicas o cronológicas de la ocupación aborigen de la comarca, para valorar si esta ocupación general fue permanente, si presentó oscilaciones, si fue resultado de una demografía creciente, etc.» (Valen-cia Afonso et al., 2004: 239; Mederos Martín y Escribano Cobo, 2007: 284). 8. Algo que, por otra parte, permite entender el objetivo de los grandes proyectos de prospección en los que han colaborado los autores, ya que se limitan a publi-car meros datos estadísticos de carácter patrimonial. La ausencia generalizada de representaciones cartográfi cas en dichos estudios evidencia su escaso interés por conocer la articulación territorial de los enclaves, la cual queda reducida a la descripción de la unidad geológica de acogida y a la presentación de sus coor-denadas UTM. 27 de los enclaves a través del trabajo de campo resultaría imposible aproximarse a la manera en que los guanches organizaron y estruc-turaron su territorio. Otra cosa muy diferente es que esta forma de aproximarse al registro material, ampliamente extendida entre los actuales arqueólogos canarios, pueda ofrecer información sufi ciente para trascender la mera recopilación de enclaves patrimoniales y contribuir al incremento del conocimiento histórico de las Islas. Un conocimiento, recordemos, que poco tiene que ver con la identifi ca-ción de un mayor número de puntos en un mapa. La localización de yacimientos arqueológicos en un determinado territorio no implica automáticamente un aumento del conocimiento de esa zona, sino una ampliación de registros que, sin su inserción dentro en un es-quema explicativo general, poco aportan a nuestra comprensión del pasado aborigen del Archipiélago. 1.1. Las prospecciones arqueológicas del municipio. Análisis y ordenación de resultados La dinámica analizada anteriormente puede constatarse en el propio proceso de localización de yacimientos arqueológicos que ha afectado al municipio de Tegueste. Pese a carecer de marcos expli-cativos, en los últimos cuarenta años se ha asistido a un incremento relevante en el número de enclaves conocidos. Gracias al trabajo de numerosos investigadores, ha sido posible ampliar la docena de ya-cimientos conocidos a mediados del siglo pasado a casi el centenar que, según la última prospección de 2011, se tienen inventariados. Igualmente, la diversidad tipológica ha aumentado, pues a las cue-vas sepulcrales y de hábitat ya atestiguadas con anterioridad se les han añadido dispersiones de material y asentamientos en superfi cie, fondos de cabaña y manifestaciones rupestres, tanto grabados como estaciones de cazoletas y canales. Este incremento de evidencias también se ha visto refl ejado en la proliferación de nuevos lugares de ubicación de esos yacimientos, pues de circunscribirse exclusiva-mente al Barranco de Agua de Dios, ahora es posible localizarlos a lo largo de todo el término municipal. 28 Tras las investigaciones realizadas en Tegueste por Diego Cus-coy, que supuso la localización de enclaves como la Cueva Sepulcral nº 4, La Enladrillada, Los Cabezazos, Cueva del Guanche y otras cavida-des repartidas por el Barranco de Agua de Dios (por ejemplo Cueva Caída y Cueva del Cuchillo), en la década de los años 70 del siglo XX miembros de la Universidad de La Laguna emprendieron diversas prospecciones en la Comarca. Sin embargo, ninguna de ellas fue sis-temática ni sus resultados fueron recogidos siguiendo criterio nor-mativo alguno, por cuanto la metodología de campo, que comenza-ba a formularse por esos años en España, carecía aún de la necesaria sistematización. El primer trabajo de prospección relativamente intensivo que afectó al territorio teguestero se enmarcó en la realización de la Carta Arqueológica de Tenerife (Jiménez Gómez et al., 1980). Para la Comar-ca se mencionaron diversos yacimientos, algunos de los cuales ya habían sido recogidos en sistematizaciones previas (Arco Aguilar, 1976): Cueva de la Gotera, de carácter sepulcral y ubicada entre Baja-mar y La Caleta de Milán; cuevas sepulcrales de ubicación imprecisa; Cueva Sepulcral nº 4, excavada por Diego Cuscoy en el Barranco de Agua de Dios y formando conjunto con otras dos cuevas más; y un yacimiento sin descripción, también de ubicación imprecisa y consti-tuido por poblados y cuevas de habitación con necrópolis (Jiménez Gómez et al., 1980: 40-41). Las limitaciones técnicas de la época im-pidieron que dicha información resultara útil para posteriores tra-bajos, ya que los datos de localización fueron, en muchas ocasiones, demasiado imprecisos al no traducir sus ubicaciones a coordenadas geográfi cas. La siguiente prospección que atendió a todo el ámbito territo-rial del municipio fue llevada a cabo en el marco del Inventario del Patrimonio Arqueológico de las Canarias Occidentales (IPACO). El proyecto estuvo dirigido por Juan Francisco Navarro Mederos y coordinado por Vicente Valencia Afonso para el sector de Tegues-te (Navarro Mederos et al., 1989-1990). Fue sin duda la prospección de mayor envergadura realizada hasta la intervención de 2011. Si bien su cobertura afectó a todo el término municipal, el grueso de 29 ACTUACIÓN ARQUEOLÓGICA Poblado del Barranco Milán Cueva sepulcral de La Palmita Cueva sepulcral nº 4 Necrópolis de La Enladrillada Cueva de Los Cabezazos Cueva sepulcral de El Guanche REALIZACIÓN 1943 1958 ±1970 ±1975 1989-90 1994 PUBLICACIÓN 1947 1964 1975 1980 1992 Inédito TIPOLOGÍA Excavación Excavación Excavación Prospección Prospección Excavación CARACTERÍSTICAS Ámbito sepulcral Ámbito sepulcral Ámbito habitacional ±7 yacimientos 51 yacimientos Ámbito habitacional ÁMBITO Tejina Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios Comarca Bco. de Agua de Dios Carta Arqueológica de Tenerife Inventario del Patrimonio Arqueológico de las Canarias Occidentales (IPACO) Excavación arqueológica de urgencia en la Cueva de Los Cabezazos Excavación arqueológica de urgencia en la Cueva de La Higuera Cota Proyecto de Propuesta de puesta en valor del Barranco de Agua de Dios Informe Nueva carretera - Variante de Tejina - TF. 121 Inventario arqueológico de la margen izquierda del Barranco del Agua de Dios Diagnosis del patrimonio arqueológico y etnográfi co del Plan Especial Barranco del Agua de Dios Proyecto Diagnóstico y Limpieza del Patrimonio Cultural de la Isla de Tenerife Prospección arqueológica del municipio de Tegueste Tabla 1. Relación de intervenciones arqueológicas realizadas en el municipio de Tegueste 1997 1998 2000 2003 2004 2008 Inédito Inédito Inédito Inédito 2011 2013 Excavación Prospección Prospección Prospección Prospección Prospección Ámbito habitacional 21 yacimientos 2 yacimientos 4 yacimientos 39 yacimientos Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios ±1952 2011 Excavación Ámbito sepulcral Tejina ±1969 1972 Excavación Ámbito sepulcral Tegueste ±1972 2011 Excavación Ámbito sepulcral Bco. de Agua de Dios 41 yacimientos Bco. de Agua de Dios 2011 Inédito Prospección 96 yacimientos Comarca Comarca Bco. de Agua de Dios 30 sus identifi caciones se centró en el Barranco de Agua de Dios. Del total de cuarenta y ocho yacimientos registrados, treinta y nueve se enclavaban en dicha zona. Este conjunto puede subdividirse en 36 yacimientos defi nidos como cueva de habitación (33 en el barranco, uno compuesto por dos cuevas, otro de tres y un enclave integrado por varias cavidades de las que no se precisa el número) y tres cue-vas sepulcrales. Como resultado de estas labores de prospección en el Barranco, se identifi caron, por primera vez, los yacimientos que debían ser incluidos en la propuesta como BIC del Conjunto Arqueo-lógico de Los Cabezazos, comprendidos entre las Cueva nº 11 (43011) y nº 29 (43029)9, ambas inclusive. El resto de yacimientos localizados en el Municipio se encontraban distribuidos en tres zonas distintas. La primera contenía tres enclaves situados en La Orilla-El Caidero: una cueva sepulcral (La Enladrillada, ya excavada por Diego Cus-coy), un yacimiento de superfi cie y una estación de grabados con ca-zoletas y canales. La segunda zona, en La Mesa de Tejina, tenía cuatro yacimientos: dos fueron defi nidos como cueva de habitación (uno con dos y el otro con una cavidad) y los otros dos yacimientos eran 9. Aparentemente son 19 yacimientos, pero en realidad son más entidades. Los prospectores del IPACO defi nieron tres yacimientos diferentes con una denomi-nación similar: Cueva nº 17A (Conjunto Arqueológico de los Cabezazos), Cueva nº 17B (Conjunto Arqueológico de los Cabezazos) y Cueva nº 17C (Conjunto Arqueológico de los Cabezazos), adjudicándoseles un código diferente (43017A, 43017B y 43017C respectivamente). Podría sobreentenderse que se trata de un único yacimiento subdividido en tres, pero de la lectura de las fi chas de campo se desprende que hace referencia a yacimientos distintos, con coordenadas diferentes aunque con localizaciones próximas, por lo que se individualizaron en fi chas diferenciadas. De igual forma ocurre con la Cueva nº 19A (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos) y Cueva nº 19B (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos). Deducimos esto porque en otras ocasiones los prospectores precisaron de forma clara en la fi cha de cam-po cuándo un yacimiento estaba compuesto por dos o más cuevas, por lo que en los casos mencionados hay que considerar que se trata de cinco yacimientos y no de dos formados por subconjuntos. Por otra parte, la Cueva nº 23 del Barranco de Agua de Dios no fue adjudicada al Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos, pues a pesar de encontrarse próxima a otras cuevas del Conjunto, la imposibilidad de acceder y valorarla convenientemente hizo que (deducimos) no se incluyera en la relación. Así, el número de yacimientos seleccionados para formar parte del Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos ascendería a 21: 18 cuevas de habitación y 3 cuevas sepulcrales. 31 de superfi cie (uno un taller lítico y el otro cabañas). Finalmente, la tercera zona, situada en el Barranco de la Goleta, contaba con dos ya-cimientos: una cueva sepulcral y un conjunto de cinco cuevas de ha-bitación. Lamentablemente, los resultados que se dieron a conocer con posterioridad (Valencia Afonso, 1992) presentaban tan solo una parte de las conclusiones alcanzadas en el trabajo de prospección. En suma, la publicación reorganizaba los yacimientos, sin excesivo detalle, en cinco grandes conjuntos arqueológicos: zona del casco histórico, zona de Los Cabezazos, Mesa Tejina, Barranco de La Go-leta y Llano de Las Cruces-Nieto-La Enladrillada. Tras el trabajo del IPACO, la mayoría de intervenciones realiza-das en Tegueste se han centrado exclusivamente en el Barranco de Agua de Dios, analizando esta zona de forma sectorial: ya sea en amplias secciones o por tramos muy concretos. Estos estudios com-prenden naturalezas y objetivos diferentes y no todos supusieron la localización de nuevas entidades arqueológicas. Así, por ejemplo, en 1998, un estudio dirigido por Dimas Martín Socas en el marco del Plan de Desarrollo de la Comarca Metropolitana, tuvo como fi nali-dad argumentar la creación de un Parque Arqueológico en el tramo del Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos, que por aquel entonces estaba aún incoándose (Lugo Rodríguez y González Pérez, 1998). El estudio se basó en los yacimientos recogidos en la Carta Arqueológica de Tegueste, la cual incluía básicamente el inventario realizado por el IPACO en 1989. Hubo aquí una lectura errónea del número de yaci-mientos seleccionados para formar parte del Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos, pues como se indicó anteriormente, el IPACO había localizado 21 y no 26 como se ha referido (ibídem, p.: 28). En cual-quier caso, en este estudio se seleccionaron y valoraron once cuevas de habitación como las mejores exponentes para ser incluidas en un hipotético proyecto de Parque Arqueológico. Algunos años después, con ocasión de la construcción del via-ducto de la variante a Tejina, se realizó un estudio arqueológico de un tramo muy específi co del barranco afectado por las obras, que no supuso la localización de nuevos yacimientos arqueológicos (Ba-rroso Cruz y Marrero Quevedo, 2000). En 2003 se llevó a cabo un In- 32 ventario arqueológico de la margen izquierda del Barranco de Agua de Dios (Chávez Álvarez et al., 2003), centrado principalmente en el tramo del barranco correspondiente al Término Municipal de San Cristóbal de La Laguna. De los nueve yacimientos localizados en la prospección cuatro correspondieron a Tegueste, siendo todos ellos inéditos (Ba-rranco del Aguas de Dios Tejina nº 5, 7, 8 y 9): tres se defi nieron cuevas de habitación y el nº 8 como material en superfi cie. La prospección parcial más importante se desarrolló en 2007 y afec-tó a todo el tramo teguestero del Barranco de Agua de Dios. El estudio, encargado por la empresa pública Gesplan, fue dirigido por Candela-ria Rosario Adrián y Vicente Valencia Afonso. El trabajo, publicado re-cientemente (Rosario Adrián et al., 2010), se elaboró con la intención de desarrollar el Plan Especial de Protección para el Bien de Interés Cultural de la Zona Arqueológica de Los Cabezazos10, que aún seguía incoándose en esos momentos. A pesar de que, en principio, el sector que debía prospectarse debía limitarse a la zona del futuro BIC, el estudio con-templó todo el tramo situado entre la zona de La Arañita (en el entorno del casco antiguo de Tegueste) y el límite municipal con La Laguna. Ampliada el área de acción, la prospección constató 39 yacimientos arqueológicos, de los cuales 32 correspondían a cuevas de habitación y 7 a sepulcrales, contabilizándose 12 yacimientos como inéditos (ibí-dem, pp.: 152-153)11. Los autores diferenciaron dos zonas dentro de su Plan Especial: el límite del BIC, con 27 yacimientos inventariados, y el tramo superior del barranco, donde se ubican 12 enclaves. En la publicación no se especifi ca cuáles de esos yacimientos son inéditos (sólo en algunos casos concretos se menciona si eran conocidos con 10. La denominación ofi cial del BIC, según el Decreto 166/2006, de 14 de noviem-bre y publicado en el BOC nº 228, de fecha 23 de noviembre de 2006, es Barranco de Agua de Dios. 11. En cuanto a la zona estrictamente considerada como BIC, puede deducirse que los autores consideraron que los yacimientos defi nidos por el IPACO como Cueva nº 17 A, B y C (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos) !43017A, B y C respectivamente!, debían entenderse como una única entidad arqueológica. De igual forma ocurre con la Cueva nº 19 A y B (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos) !43019A y B!, por lo que el cómputo global sería, efectivamente, de 27 yacimientos. 33 anterioridad), por lo que, para averiguarlo, es necesario acudir a la memoria técnica de prospección (Rosario Adrián y Valencia Afonso, 2007). En ella aparecen once yacimientos con la casilla de descubri-miento en blanco (y no doce, lo cual sea probablemente una errata). De dichos enclaves, diez pueden considerarse, efectivamente, inédi-tos12, pero uno de ellos no: Barranco de Agua de Dios XXXVIII (nº 38), también conocido como La Higuera Cota, pues corresponde a un ya-cimiento excavado por el Museo Arqueológico de Tenerife en 1997. Del conjunto de yacimientos inéditos, la mitad se encuentra dentro del BIC, quedando el resto distribuido en el tramo que discurre en-tre El Murgaño y el Casco Histórico de Tegueste. Pocos años después se realizó otro trabajo de prospección que teóricamente afectó a todo el término municipal. Desarrollado a lo largo de 2008, formó parte de un proyecto más amplio, coordina-do por la Unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de Tenerife, denominado Diagnóstico y Limpieza del Patrimonio Cultural de la Isla Tenerife (Cabrera Pérez, 2008). El trabajo de prospección, que atendía tanto a conjuntos arqueológicos como etnográfi cos, registró 41 yaci-mientos, de los que solo dos eran inéditos: la estación de cazoletas y canales de Los Lázaros y la de Lomo de los Rivero13. El resto corres-pondía al inventario realizado el año anterior para el Plan Especial de Protección del Barranco de Agua de Dios. Los resultados obtenidos a lo largo de las décadas en las distintas prospecciones realizadas en Tegueste evidencian la difi cultad que presenta el Barranco para localizar con precisión los yacimientos que contiene. No tanto por ser un espacio excesivamente abrupto, 12. Serían los siguientes: Barranco de Agua de Dios VI, VII, IX, XI, XXI, XXIV, XXX, XXXI, XXXIII y XXXIV. Los cuatro primeros y el nº XXIV se encuentran fuera del límite del BIC. 13. En la prospección de 2011 no se inventarió Lomo de Los Rivero. Se trata de una estación compuesta por una única cazoleta de morfología rectangular con unas dimensiones de 28x26 cm y 18 de profundidad que ofrece importantes dudas de adscripción. Este enclave se valoró con cautela a partir de sus características: tipo de ejecución, posición a ras de suelo, ausencia de otras cazoletas o canales así como inexistencia de material arqueológico en sus inmediaciones. El entor-no, con un denso manto de vegetación, cuenta con otros elementos etnográfi cos 34 sino por la vegetación tan densa que presenta, que suele ocultar cue-vas con contenido arqueológico. Esto ha hecho que todos los equi-pos de prospección que han trabajado en la zona (incluidos nosotros mismos) hayan tenido problemas para registrar correctamente los yacimientos, bien porque las coordenadas UTM no siempre son pre-cisas en un espacio tan encajonado, o bien por el propio ocultamien-to referido. En cualquier caso resulta fundamental, a la hora de abor-dar una prospección del barranco, conocer con precisión los trabajos previos, la cantidad de yacimientos inventariados o sus denomina-ciones, con el fi n de controlar adecuadamente las correspondencias, especialmente cuando a un mismo yacimiento se le han otorgado denominaciones distintas en cada inventario. Aunque parezca ba-ladí, la asignación correcta del topónimo a los yacimientos en los inventarios resulta esencial para una correcta evaluación patrimo-nial. Debido a que las afecciones naturales y antrópicas actúan de forma diferente en cada enclave arqueológico, una valoración ade-cuada debe registrar siempre los cambios acontecidos a lo largo de un período de tiempo prolongado. Gracias a la relevancia histórica del Barranco de Agua de Dios se cuenta con numerosos inventarios que evalúan dicha situación patrimonial. Sin embargo, la utilización de topónimos diferentes en cada trabajo ha generado una importan-te confusión, amplifi cada por las difi cultades de geolocalización y densa vegetación que impone el encajonamiento del barranco. De tal manera es así que, incluso, algunos de los investigadores que participaron en diferentes inventarios asignaron denominaciones distintas a un mismo yacimiento. Para evitar futuras confusiones, en la prospección de 2011 se han empleado siempre las primeras de-nominaciones que fueron otorgadas (normalmente las del IPACO), pero dejando constancia de los cambios posteriores. La información histórica que se desprende del conjunto de tra-bajos realizados es por desgracia, escasa. Debido a que la mayoría labrados en la tosca, y se han extraído bloques del mismo material en las inme-diaciones. Aunque como se verá más adelante, la estación podría encajar en el análisis que se propone en esta obra, una necesaria prudencia obliga a dejar en suspenso su identifi cación como elemento arqueológico. 35 de ellos tienen un origen patrimonial, se ha enfatizado la localiza-ción, descripción y conservación de los yacimientos dejando para un estudio posterior que nunca se aborda la comprensión históri-ca de esa distribución espacial. Pese a la intensidad del trabajo de campo acometido en el municipio de Tegueste, que ha permitido un conocimiento más preciso y ampliado de la zona, la producción científi ca en los últimos treinta años sobre el pasado aborigen puede equiparse al que Diego Cuscoy reunió en la década de los años 70 del siglo pasado. Más aún, los diversos inventarios realizados en la zona y los incontables expedientes administrativos abiertos, que pretendían impedir o limitar la destrucción del patrimonio arqueo-lógico del Barranco, tampoco han tenido mucho éxito. El expolio y la degradación de las cuevas han continuado hasta la actualidad, solo limitados por la densa y tupida vegetación que, en ocasiones, ha impedido durante mucho tiempo el acceso a partes importantes del Barranco. En esencia, estos trabajos de campo han atestiguado la estrecha relación espacial que existe entre cuevas de hábitat y cue-vas sepulcrales, permitiendo constatar la intensa reutilización que, incluso en época aborigen, sufrió el Barranco de Agua de Dios. Se han destacado las excelentes condiciones de habitabilidad de las ca-vidades de la zona, las peculiares características físicas de aquellas destinadas a contener restos humanos y la intensidad y densidad del material arqueológico que aparece por todo el Barranco. Pero poco más se ha avanzado en la comprensión de ese espacio para quienes ocuparon durante más de veinte siglos el territorio teguestero. 1.2. Excavaciones arqueológicas en Tegueste. Datos y secuencias estratigráfi cas Aunque el número de excavaciones arqueológicas realizadas en Tegueste y sus inmediaciones pueda considerarse elevado si se compara con otros enclaves de la Isla, lo cierto es que la informa-ción histórica que se desprende de ellas, tal y como ocurre con las prospecciones, es relativamente escasa. En primer lugar, porque la mayoría de las excavaciones fueron realizadas bajo criterios analíti- 36 cos y metodologías de campo marcadamente arqueográfi cos, donde lo esencial era la recogida del mayor número de objetos y huesos posible. Durante las primeras décadas de estudio, donde la azada (manejada con energía por algún campesino local) era el instrumen-to más común, los datos obtenidos se caracterizaron por su pobreza y escasa fi abilidad (Navarro Mederos y Clavijo Redondo, 2006: 188). Cierto que a lo largo del tiempo se fue atendiendo a aspectos cada vez más contextuales, como el espesor de los paquetes estratigráfi - cos, la composición de los sedimentos, su coloración, textura, etc., ampliando considerablemente la información que se infería de cada yacimiento, pero la mayoría de esas excavaciones se limitaron a reti-rar, con más o menos orden, los restos que se encontraban dispues-tos en superfi cie. De ahí que gran parte de la información recopilada hasta las últimas décadas del siglo XX se orientara a registrar, en la mayoría de ocasiones, comportamientos sepulcrales ya constados con anterioridad. En segundo lugar, porque muchas de las intervenciones más re-cientes no han llegado a ser publicadas y siguen siendo meros in-formes técnicos que detallan el procedimiento empleado sin infe-rir conclusiones explicativas de los resultados obtenidos. En cierto modo, puede decirse que el problema está en que, ateniéndonos a lo estrictamente publicado, se ha pasado de una arqueología tradicio-nal enfocada en el objeto a una arqueología de gestión preocupada fundamentalmente en proteger el patrimonio arqueológico. Por una u otra razón el Barranco y la comarca continúan sin estudiarse. Obviamente, la metodología empleada en las campañas arqueo-lógicas de las últimas décadas del siglo XX y principios del siglo XXI presenta una elevada sofi sticación que poco tiene que ver con las primeras excavaciones. Pero la ausencia de una difusión adecuada merma considerablemente su relevancia y, por tanto, difi culta la po-sibilidad de avanzar en el conocimiento de la zona. Entre las razo-nes que explican la defi ciente divulgación de los resultados es nece-sario resaltar, como se ha indicado en otro lugar (Soler Segura et al., 2011: 127-129), el cambio de perspectiva que se ha ido produciendo en la disciplina arqueológica en las últimas décadas: la progresi- 37 va traslación de actuaciones encaminadas a generar conocimiento histórico hacia proyectos e iniciativas interesadas por inventariar y gestionar el patrimonio arqueológico. En este sentido, debe re-cordarse que, desde hace ya más de una década, no se emprende ninguna excavación arqueológica en Tenerife bajo el marco de un proyecto de investigación. Salvo casos excepcionales vinculados a iniciativas con trayectorias muy dilatadas14, actualmente los encla-ves arqueológicos excavados en la Isla se asocian exclusivamente a la gestión patrimonial. Ya sea como consecuencia de hallazgos for-tuitos o derivado del acondiciona-miento previo de futuras cons-trucciones o infraestructuras, estas intervenciones tienen por objeto documentar los enclaves con el fi n de cumplimentar las exigencias legales impuestas por las administraciones con competencias en el Patrimonio Cultural. La supresión de anteriores programas de fi nanciación ha lastrado la dinámica que, durante las últimas déca-das del siglo pasado, había permitido incrementar el conocimiento de muchos aspectos de la sociedad aborigen. El papel cada vez más restringido de la investigación dentro de la arqueología de Tenerife y la pérdida, por tanto, de apoyo institucional de esos proyectos ha motivado el estancamiento de prometedoras perspectivas de trabajo que se han relegado a iniciativas personales por parte de doctorandos. Así, y como consecuencia de la conversión de la disci-plina cada vez más en mera registradora de enclaves patrimoniales, muchas de las intervenciones de las últimas décadas en Tenerife no han sido publicadas, pasando los resultados obtenidos práctica-mente desapercibidos para el resto de investigadores. Aun así, y pese a las defi ciencias y limitaciones indicadas, las excavaciones realizadas en Tegueste y sus inmediaciones acumulan nuevos datos que, de forma directa o indirecta, han aumentado el co- 14. Como por ejemplo los trabajos de prospección y excavación que viene rea-lizando el equipo dirigido por Matilde Arnay de la Rosa, en los límites del Par-que Nacional del Teide, desde principios de los años 80 del siglo pasado, y que se encauzan bajo una dinámica temporal muy específi ca vinculada a los Planes Rectores de Uso y Gestión del Parque (Arnay de la Rosa y González Reimers, 2007-2008). 38 nocimiento material y empírico de ámbitos concretos de la sociedad guanche, como son: las características de los entornos domésticos, la organización interna de los contextos sepulcrales, los distintos as-pectos del ritual funerario, las enfermedades y hábitos alimenticios o el avance en la reconstrucción del paleoambiente de la zona. La información que sobre los entornos domésticos se ha recopila-do en el Municipio procede de las excavaciones de las cuevas de Los Cabezazos (TG-47) y La Higuera Cota (TG-75). Sin embargo, como se indica más adelante, las circunstancias en las que han estado inmer-sos dichos trabajos han condicionado la relevancia de sus resultados para el conocimiento histórico de la zona, al carecerse de una lectura arqueológica que relacione dicha información con el resto de aspec-tos de la sociedad guanche. Los Cabezazos es un enclave emblemático de la arqueología de Tenerife. Constituye, junto a la Cueva de la Arena de Barranco Hondo, la primera excavación de un ámbito doméstico de la Isla abordada bajo criterios estratigráfi cos. Además, como consecuencia del mo-mento sociopolítico en que fue dada a conocer, su topónimo ocupa un lugar muy destacado en la memoria colectiva de investigadores y afi cionados a la arqueología canaria. Fue excavada por primera vez por Diego Cuscoy a principios de la década de los 70 del siglo pasado, quien planifi có sus dos campañas aplicando una metodo-logía que pretendía defi nir la diacronía del yacimiento (Diego Cus-coy, 1975). Se identifi có la presencia de dos hogares, un pozo central colmatado de sedimentos y dos niveles de tierra y cenizas que, al revestir completamente el suelo, buscaba la impermeabilidad de la superfi cie. La excavación aportó un alto número de fragmentos cerámicos (cerca de 7.000 entre lisos, decorados, bordes, mangos y amorfos), así como una importante presencia de la industria lítica (con esferoides, machacadores, fragmentos de molino, alisadores y lascas de basalto y obsidiana), industria ósea (10 punzones), cuen-tas de adorno, material malacológico e ictiológico y, fi nalmente, la localización de restos de perro, cerdo y cabra. Sin embargo, como ya analizamos en otro lugar (Soler Segura et al., 2011: 106-113), la escasa experiencia en la aplicación de esta metodología limitó considera- 39 blemente los resultados, en la medida en que Diego Cuscoy no fue capaz de elaborar una explicación de las conexiones que se estable-cían entre los distintos paquetes estratigráfi cos identifi cados. En 1994, el equipo dirigido por Rafael González Antón, por en-tonces director del Museo Arqueológico de Tenerife, emprendió una nueva excavación de Los Cabezazos con la intención de revisar la secuencia planteada por Diego Cuscoy, obtener nuevas muestras datables y confi rmar los resultados de algunos estudios bioantro-pológicos sobre población aborigen de la Comarca que indicaban un aporte fundamental de alimentos vegetales en la dieta (Gonzá-lez Antón et al., 2002a). Sin embargo, transcurridos 20 años desde aquella excavación, la memoria de esta intervención sigue siendo inédita, habiéndose publicado tan solo algunos datos aislados o una escueta descripción de la cueva en la Gran Enciclopedia Canaria (Ro-sario Adrián et al., 1995). Pese a la escasa información aportada en la memoria, es posible mencionar la identifi cación de nuevas estruc-turas de combustión con importantes paquetes de ceniza en los que aparecieron punzones, fragmentos cerámicos, cuentas de adorno, detritus alimenticios y gran cantidad de restos de industria lítica en basalto con señales de uso. Además, la presencia de carbones de helechos en dichas cenizas ha sido interpretada como evidencia del acondicionamiento de la cueva que, al mezclarse con otras cenizas vegetales, tierra o estiércol de ganado, crearían un pavimento que nivelaría el interior (Arco Aguilar et al., 2001: 173). Similares problemas presenta la excavación de La Higuera Cota realizada pocos años después por el mismo equipo (González Antón et al., 2002b). Más allá de la memoria que describe el proceso técnico de retirada de sedimentos a partir de niveles artifi ciales y cuadrícu-las de un metro, se carece de una mínima interpretación que aporte signifi cación a las distintas estructuras de combustión identifi cadas, a las relaciones estratigráfi cas que se establecen en el interior de la cueva o a la posible correspondencia, si la hubiera, con la secuencia de Los Cabezazos. Simplemente se constata la presencia de cerámica a mano y a torno, de adornos, industria lítica y ósea, fauna terrestre y marina (malacofauna e ictiofauna), telas, piezas metálicas, cenizas 40 y restos vegetales (antracológicos y carpológicos). Esta excavación, de la que ni siquiera se conocen los resultados de las dataciones realizadas, quedó aparentemente inconclusa, en la medida en que durante la campaña no llegó a excavarse en su totalidad todas las cuadrículas planifi cadas. Con respecto a la organización interna del espacio sepulcral de las cavidades de Tegueste, los datos aportados por las distintas ex-cavaciones tienden a confi rmar las regularidades atestiguadas en otros enclaves de la Isla. Así, se evidencia el mal estado de conser-vación de los restos humanos debido al expolio y a las alteraciones naturales, que provocaron la pérdida o deterioro de gran parte del ajuar y registro óseo allí conservado. Igualmente, se constata un rei-terado uso de las cavidades mediante la incorporación de nuevas inhumaciones a lo largo del tiempo, lo que supondría la necesaria recolocación de los restos anteriores. Este hecho explicaría, tal y como apuntara ya Diego Cuscoy en los años 40 del siglo pasado, el aparente desorden interno de la mayoría de las cavidades sepulcra-les, en la medida en que los osarios tendrían un carácter intencional (Diego Cuscoy, 1972: 278). Dicha distribución respondería, por tan-to, a una clara organización del espacio funerario por parte de los aborígenes que implicaría otras labores de acondicionamiento como la regularización del suelo (Diego Cuscoy, 1964: 8), la colocación de lajas a manera de cabezales (Diego Cuscoy, 2011a: 210), o la utiliza-ción de repisas naturales. En cuanto al análisis de los restos óseos procedente de estas ex-cavaciones, han sido varios los investigadores que han utilizado muestras del Barranco de Agua de Dios, aunque en líneas generales su procedencia y estado de conservación han limitado la informa-ción inferida de ellos. El saqueo indiscriminado y sistemático del patrimonio arqueológico de la Comarca condiciona irremediable-mente el tipo de analíticas que pueden aplicarse sobre estos restos, en la medida en que la ausencia de datos fi ables de localización discrimina su empleo en procedimientos que, como los genéticos, requieren de un tratamiento especial. Solo en aquellos casos en los que existen referencias directas, el estudio de los restos ha permiti- 41 do aportar datos relevantes que informan sobre las enfermedades, la dieta alimenticia o la esperanza de vida de quienes ocuparon Te-gueste en el pasado. Además, a esta ausencia de contexto arqueo-lógico de la mayoría de las piezas bioantropológicas se añade la circunstancia de estar mejor representadas determinadas partes de la anatomía humana (normalmente cráneos, mandíbulas o huesos grandes y largos de adultos), en comparación con los huesos más pequeños del cuerpo (como manos y pies) y restos de esqueleto frágiles por su menor grosor cortical (infantes o ancianos); ya que debido a su poca densidad ósea y/o a su reducido tamaño se des-componen más rápidamente15. Esta diferencia en el muestreo con-diciona el alcance de los resultados obtenidos, pues al tratarse de datos fragmentarios e incompletos no pueden ser generalizados al conjunto de la población. Tras el cambio de orientación experimentado a partir de los años 90 del siglo XX, que motivó un distanciamiento del énfasis raciológi-co y descriptivo que había dominado la disciplina, el enfoque actual aplicado a los estudios bioantropológicos permite ofrecer, como se indicó anteriormente, información sufi ciente como para comenzar a producir explicaciones más generales que aborden el estudio de la sociedad aborigen. Los datos obtenidos evidencian una población con marcadas patologías relacionadas con esfuerzos físicos de ca-rácter cotidiano. A los primeros casos de dolencia reumática atesti-guados en Barranco Milán (Álvarez Delgado y Diego Cuscoy, 1947: 156), se suman algunos ejemplos de traumatismos en el hueso sacro y fracturas en vértebras torácicas de la muestra de Cueva del Guanche (Estévez González, 2002: 260-261), o dolencias producidas por trans-portar peso, como la alteración patológica de uno de los esqueletos adultos de Barranco del Agua de Dios IX (TG-84). La causa de esta úl-tima lesión es una compresión intensa y repetida en la columna, en 15. Además de pasar desapercibidos para la mayoría de expoliadores, quienes históricamente se han centrado en los cráneos o en piezas óseas más volumino-sas. Los depósitos del Museo Arqueológico de Tenerife, como también los de El Museo Canario, se encuentran repletos de donaciones descontextualizadas de estas tipologías esqueléticas. 42 este caso a nivel lumbar, producida por lo general por cargar peso, cuya consecuencia es la herniación del disco intervertebral hacia el interior del cuerpo vertebral adyacente (Rosario Adrián et al., 2007: 102). A través de la identifi cación de marcadores dentales como las caries, el sarro u otras alteraciones y desgaste en dientes proceden-tes del municipio, se ha destacado una elevada frecuencia de caries por pieza dental, un nivel alto en el desgaste, un menor grado de sarro y un porcentaje mayor de pérdidas y abscesos dentales que otras poblaciones histórica de similares características, lo que esta-ría indicando un modelo alimenticio basado, fundamentalmente, en productos de texturas blandas, es decir, un mayor componente ve-getal en la dieta (Chinea Díaz et al., 1998: 357). El análisis de micro-fósiles vegetales (partículas microscópicas procedentes de antiguos organismos vivos) indica el consumo de cereales del grupo Triticeae, al que pertenecerían, entre otros, el trigo y la cebada, así como la presencia de otras especies vegetales como leguminosas o helechos (Arnay de la Rosa et al., 2011: 189). Estas conclusiones sobre la dieta la confi rman, además, la presencia de elevados niveles de bario y estroncio en los huesos analizados, que se relacionan con una ali-mentación rica en elementos vegetales (ibídem, p.: 180). La relevan-cia de estos estudios permite matizar, incluso, aspectos relacionados directamente con los patrones alimenticios entre hombres y muje-res, por cuanto se constata entre la población femenina de Tenerife un mayor aporte de productos vegetales (ibídem, pp.: 181-182). Estas diferencias tan signifi cativas entre sexos se correlacionan también con los resultados obtenidos en el análisis de los marcadores nutricio-nales, señales óseas consecuencia de episodios en los que se detiene el crecimiento del hueso por malnutrición. Tanto en hombres como en mujeres se observa un patrón que acusa un pico hacia el primer año de vida y otro en la adolescencia o pre-adolescencia. Si bien en el varón, hacia los 3-4 años de vida, se observa un descenso de la frecuencia, no ocurre lo mismo en la mujer, lo que puede indicar que los niños pudieron recibir más atención que las niñas en esa etapa de su vida (ibídem, p.: 191). Sin embargo, los datos relacionados con 43 la esperanza de vida de la población aborigen de Tegueste constatan la media más alta de la Isla, 35’03 años, cuya distribución sexual es de 34’67 para los hombres y 35’32 para mujeres (Rodríguez Martín y Martín Oval, 2009: 112). Finalmente, otro aspecto documentado por la excavación arqueo-lógica es el conocimiento sobre el paleoambiente presente en época aborigen. Aunque la atención a este tipo de registro es relativamen-te reciente en la arqueología canaria, independientemente de que Diego Cuscoy ya avanzara algunos datos sobre especies vegetales en sus intervenciones16, el empleo del utillaje microscópico se rela-ciona con la renovación disciplinar de los años 90 del siglo XX. Los resultados obtenidos en el estudio antracológico de Los Cabezazos (TG-47) y La Higuera Cota (TG-75) han permitido concretar algunas de las características de la vegetación existente en Tegueste entre los siglo IX y XVI. Aunque en la memoria técnica de 2002 se mencionen 409 fragmentos de carbón, el cómputo total de restos analizados fue de 6.025, en su mayoría pertenecientes a especies vegetales propias del bosque termófi lo o el límite inferior del espacio ocupado por la Laurisilva, aunque también procedentes de otras especies introduci-das17. A la espera de su publicación por parte de sus investigadores, es necesario destacar, desde el punto de vista cuantitativo, la presen-cia del brezo, y desde el punto de vista cualitativo, la constatación de la palmera. En cuanto a la abundante presencia del primero (68% en Los Cabezazos y 56% en La Higuera Cota), la autora expuso la posi-bilidad de deberse a dos factores: a la gran cantidad de brezo en el entorno de los yacimientos y a que esta planta leñosa debió supo-ner una importante fuente calorífi ca para la combustión (Machado Yanes, 2002: 4). De la presencia de palmera, identifi cada a partir de un único fragmento de dátil de palmera canaria (Phoenix canariensis) 16. Por ejemplo los ocho hachones de tea pertenecientes a Pinus canariensis de La Palmita (Diego Cuscoy, 2011a: 212), o las maderas (indeterminadas) de La Enladri-llada (Diego Cuscoy, 1972: 289). 17. Desde aquí agradecemos las puntualizaciones que la Dra. Carmen Machado nos ofreció tan amablemente con respecto a la información que publicamos de su informe antracológico en Soler Segura et al., 2011: 143-144. 44 procedente de La Higuera Cota (Rodríguez Martín y Martín Oval, 2009: 168), se dedujo el uso alimenticio de dicho fruto, infi riéndose de él una serie de usos a partir de materias primas obtenidas de su hoja (cestos, esteras, etc.). En cuanto a la identifi cación de helechos, cuyos carbones aparecieron formando parte de las cenizas de las estructuras de combustión de Los Cabezazos, se interpretó su uso con el objeto de confeccionar camas vegetales, pavimentos o techumbres destinados fundamentalmente a espacios domésticos y cuyo proce-so de elaboración debió realizarse en el interior de la cueva. No se trataría, pues, de rizomas de helechos para elaborar algún tipo de alimento, sino de hojas de helecho que fueron quemadas verdes. Posiblemente, al mezclarlas con otra serie de cenizas vegetales, tie-rra o estiércol de ganado, fueron utilizados para crear el pavimento de las cuevas o para calafatear rendijas de paredes (Arco Aguilar et al., 2001: 173). En relación a la recolección de maderas destinadas a la combustión, especialmente brezo, la abundancia en la zona y la proximidad del Monteverde, hacían de esa actividad algo frecuente para los habitantes de estos dos asentamientos, especialmente en la cueva de La Higuera Cota. Aunque sin datos sufi cientes que apunten a un uso aborigen o posterior, se ha indicado también la presencia de una muestra de carbón de higuera (Ficus carica) en Los Cabezazos (Rodríguez Martín y Martín Oval, 2009: 167). Similares conclusiones se alcanzaron en el estudio microscópico realizado a un fragmento de molino circular hallado, en 1988, en el exterior de Los Cabezazos (TG-47). Pudieron identifi carse algunos ti-pos de fi tolitos y otros microfósiles vegetales, como abundantes mi-crofragmentos de carbón, que podrían estar relacionados con prác-ticas de molturación de granos tostadoso, también, con el hecho de que la pieza hubiera sido contaminada por partículas provenientes de una estructura de combustión existente en la citada cueva. Se identifi caron fi tolitos de palmeras, de varias partes de gramíneas, tanto de la epidermis de hojas y tallos como de las infl orescencias, y de otras plantas con mayor difi cultad para su identifi cación, pero que posiblemente pertenecieran al grupo de las compuestas (Aste-raceae), al que corresponden plantas como las cerrajas o cerrajones 45 (Sonchus sp.), o incluso de helechos como la helechera o helecho co-mún (Pteridium aquilinum) (Arnay de la Rosa et al., 2011: 190). Las dataciones obtenidas en distintos enclaves de la zona ofre-cen fechas relativamente homogéneas que oscilan entre los siglos VII y XIII después de la Era (Arco Aguilar et al., 1997: 73-74). Sin em-bargo, hemos procedido a la calibración de las fechas disponibles18 (ver Tabla 2). El hecho de calibrar fechas radiocarbónicas responde a la necesidad de que la ciencia ha observado que la concentración del isótopo de Carbono en la atmósfera no es constante como en un principio se había considerado. Esta concentración varía en función de los cambios producidos en la intensidad de la radiación cósmica y se ve afectada por variaciones en el magnetismo de la Tierra y en la actividad solar. Los cambios en el clima terrestre afectan a los fl u-jos de carbono entre reservas de C14 de los océanos y la atmósfera, alterando su concentración. Además de estos procesos naturales, la actividad humana también es responsable de parte de estos cam-bios. Entre el siglo XVIII y los años 50 del siglo XX, la concentración de C14 disminuyó por la mayor emisión de CO2; entre los años 50 y 60 la concentración de C14 se duplicó, y en los años 90 ya era un 20% superior al de 1950. Esto tiene importantes repercusiones en las dataciones radiocarbónicas en Arqueología, por cuanto va-rían sustancialmente los datos obtenidos, de ahí que sea necesario realizar calibraciones introduciendo las varianzas correspondien-tes en relación a las concentraciones o disminuciones de C14 en la atmósfera. A esto habría que añadir la contaminación de muchas muestras objeto de datación por diversas causas, como una recogida defi ciente o por aportaciones de nuevas cantidades de C14 sobre los materiales debido a fi ltraciones en los sedimentos. En este sentido, consideramos necesario proceder a realizar calibraciones sobre las fechas existentes, lo que permite observar las modifi caciones en las dataciones y comprobar que, una vez calibradas, algunas de ellas no parecen válidas (como dos de las tomadas por Diego Cuscoy en la 18. La calibración se ha realizado por medio del Calib Rev 5.1 beta (Calib Radiocar-bon Calibration Program), aplicación informática desarrollada por la Universidad de Arizona (Reimer et al., 2004). 46 Cueva de Los Cabezazos), mientras que el resto elevan sensiblemente su intervalo cronológico, debiendo establecerse un intervalo de la presencia humana en el Barranco de Agua de Dios entre los siglos VIII y XIII, llegando una de las muestras de la necrópolis de La Enladri-llada (TG-13), hasta la segunda mitad del siglo XIV. Como puede observarse, pese a las limitaciones metodológicas de algunas de las excavaciones realizadas o los problemas de con-textualización que presentan la mayoría de restos óseos, la informa-ción proporcionada por los trabajos de excavación llevados a cabo en yacimientos habitacionales o sepulcrales de Tegueste es funda-mental en el esclarecimiento de los modos de vida de la sociedad aborigen asentada en la zona, porque permite conocer más aspectos sobre este período, lo que sin duda hace posible una comprensión más completa y compleja del guanche. Es por ello necesario acome-ter nuevas excavaciones y ampliar los estudios y analíticas, a la vista del potencial que tiene el Barranco de Agua de Dios y de su entor-no inmediato para elaborar explicaciones históricas sobre el pasado aborigen de Tenerife. 2. CONDICIONES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS DEL ANÁLISIS. LA PROSPECCIÓN ARQUEOLÓGICA SUPERFICIAL COMO MÉTODO DE INVESTIGACIÓN Los primeros ensayos teóricos y metodológicos realizados en la arqueología española se producen en la década de los años ochenta del siglo XX. No se va a entrar aquí a explicar los intensos debates producidos a lo largo de esa década en relación a la combinación del análisis del territorio con una u otra teoría explicativa de la socie-dad. Lo que sí es necesario indicar es que fueron aquellos arqueó-logos infl uidos por planteamientos funcionalistas los que más es-fuerzos dedicaron a defi nir metodologías de estudio territorial. Así, diversos autores de esta orientación impulsaron la idea de que la arqueología debía superar el marco histórico-cultural para asumir una visión ecológica y espacial, a través de la cual la variabilidad cultural de las sociedades prehistóricas fuese explicada en función 47 YACIMIENTO Los Cabezazos (TG-45) Los Cabezazos (TG-45) Los Cabezazos (TG-45) La Enladrillada (TG-13) TIPO DE MUESTRA Carbón vegetal Carbón vegetal Restos humanos Restos humanos Madera de Pinus canarienses RESULTADO Niv. II/ KN-601: 1450 ±45 d.C. CALIBRACIÓN (RANGO 1 S) 1634-1746 d.C. 1152-1155 B.P. / 795-798 d.C. 566-586 B.P. / 1384-1364 d.C. 1182-1207 B.P. / 768-743 d.C. La Palmita (Tejina) 796-874 B.P. / 1154-1076 d.C. Carbón vegetal 1625-1751 d.C. Restos humanos 754-759 B.P. / 1196-1191 d.C. Restos humanos 1144-1159 B.P. / 806-791 d.C. La Enladrillada (TG-13) Cueva del Guanche (TG-65) Cueva del Guanche (TG-65) Niv. III/ KN-602: 1450 ±50 d.C. Niv. Inf./ CSIC-147: 1280 ±60 B.P. = 670 d.C. 800 ±50 B.P.= 1150 d.C. 735 ±75 B.P.= 1215 d.C. GX-18746: 1311 ±81 B.P. = 639 d.C. GX-19702: 1341 ±59 B.P. = 609 d.C. M-1057: 1040 ±110 B.P. = 910 d.C. Tabla 2. Dataciones de C14 realizadas en la Comarca de Tegueste (elaboración propia a partir de Arco Aguilar et al., 1997) 48 de los condicionamientos y determinaciones que el medioambiente imprimió a las mismas. Así, el análisis espacial fue el eje de todas sus investigaciones, pues su estudio exhaustivo permitía conocer el medioambiente prehistórico, y por tanto reconstruir los comporta-mientos, especialmente económicos, que desarrollaron las poblacio-nes del pasado (Orejas, 1995; García Sanjuan, 2005). Se modifi có así el objeto de estudio, que pasó del yacimiento y la cultura material, al espacio y al conjunto de asentamientos; se abandonó la tendencia centrada en el objeto para potenciar el conocimiento global de una colectividad humana en su territorio. Cambió la trascendencia que el yacimiento arqueológico había tenido hasta ese momento, especialmente en relación a su utilidad para la obtención de cronologías, ya fuera relativas o absolutas, y pasó a formar parte de estudios en los que era relevante analizar el comportamiento de conjuntos de asentamientos diferentes, consi-derados como los centros de la acción, sobre todo económica, y su territorio más inmediato como el espacio del que se obtenía todo lo necesario para la subsistencia de sus habitantes. De este modo se in-corporaron modelos, técnicas y análisis específi cos (palinología, an-tracología, carpología, sedimentología, etc.), que fueron utilizados desde todos los ámbitos teóricos para incrementar los niveles de in-formación en los trabajos de campo. En el caso concreto de los análi-sis del territorio fue especialmente signifi cativa la generalización de prospecciones arqueológicas superfi ciales, cuyos resultados variaron de forma sustancial las explicaciones sobre el poblamiento prehistóri-co, pues el registro de yacimientos, y por tanto de asentamientos, aumentó de forma considerable (Burillo Mozota, 1996, 1997; Ruiz Zapatero, 1988, 1997). La prospección arqueológica superfi cial forma parte de una nue-va forma de hacer arqueología iniciada en España en los años 80 del siglo pasado que se generalizó rápidamente a toda la disciplina. Como herramienta metodológica es utilizada desde diversos po-sicionamientos teóricos cuya diferencia esencial se sustenta en un mayor o menor énfasis sobre aspectos de carácter ecológico, eco-nómico, social o simbólico. Todas ellas, e independientemente de 49 su denominación como Arqueología Espacial, del Territorio o del Paisaje, plantean una aproximación al pasado a partir de la manera en que las sociedades humanas ocuparon, explotaron o conceptuali-zaron el entorno en el que se asentaron. Esta metodología de campo superfi cial implica recorrer un de-terminado territorio con la intención de localizar sobre el terreno restos materiales que son el producto de diversas actividades desa-rrolladas por grupos humanos en el pasado. Adquieren la categoría de restos arqueológicos porque se trata de materiales cuyo origen está en sociedades humanas ya extinguidas, y por tanto deben ser es-tudiados con metodología arqueológica. De manera específi ca, existen diferentes tipos de prospección arqueológica superfi cial y sus dife-rencias estriban en la cobertura y la intensidad de tales recorridos, eligiéndose uno u otro tipo según las necesidades de la investiga-ción (García Sanjuan, 2005: 70-76). Los tipos de prospección más comunes son la prospección arqueo-lógica superfi cial intensiva con y sin recogida de material y la prospección arqueológica superfi cial extensiva. La primera de ellas se utiliza pre-ferentemente para reconocer espacios pequeños y donde el interés estriba en determinar si la zona contiene yacimientos arqueológicos ante una inminente remoción del terreno. Suele emplearse habitual-mente cuando se solicitan informes de impacto arqueológico antes de la construcción de fi ncas, edifi cios, infraestructuras viarias, etc., y en estos casos suele llevar aparejada la recogida de materiales ar-queológicos para posteriormente ser estudiados en el laboratorio, ser clasifi cados, inventariados y entregados a las autoridades com-petentes (generalmente museos). La segunda implica el reconoci-miento de territorios amplios, como puede ser el caso de un término municipal, y tiene como fi nalidad localizar enclaves arqueológicos y clasifi carlos en categorías y tipologías. El hecho de que sea extensiva no implica que no sea igual de intensiva que la anterior. Sin embar-go, los márgenes de error (la posibilidad de no localizar yacimien-tos) aumentan debido a la mayor cobertura de la prospección. El desarrollo de categorías y tipologías que se derivan del trabajo de campo pueden ser arqueológicas e interpretativas. En cuanto a 50 las primeras, su fi nalidad es la de registrar y describir las caracterís-ticas físicas de los yacimientos y sus componentes materiales: uni-dades espaciales de acogida (aire libre, cueva o abrigo), ubicación, condiciones de visibilidad y accesibilidad, dimensiones de los ya-cimientos, tipos de materiales arqueológicos presentes o predomi-nantes (objetos cerámicos, líticos, óseos, etc.), forma y dimensiones de estructuras artifi ciales de piedra, tipologías de manifestaciones rupestres, etc. Por lo general se reconoce todo el territorio, pero se atiende con preferencia a aquellos espacios, zonas o lugares menos transformados por las actividades y el urbanismo modernos, pues son los espacios en los que mayores probabilidades existen de loca-lizar yacimientos debido a que la transformación de los terrenos se presupone menor. En cuanto a las categorías y tipologías interpretativas, su con-fi guración tiene el objetivo de dotar de contenido histórico a las diferentes entidades arqueológicas. Los yacimientos arqueológicos son el resultado del desarrollo de múltiples y diferentes actividades humanas en contextos sociales, políticos, económicos o rituales, pro-ducto de la existencia de un grupo humano que se extendió sobre un territorio determinado pero que ha dejado de existir hace ya mucho tiempo. Uno de los objetivos de los arqueólogos, como historiado-res, es explicar los procesos históricos que han tenido lugar en estos espacios. Para ello hay que dotar de contenido histórico a los restos materiales que han sobrevivido en el presente y relacionarlos con las actividades que les dieron origen. El objetivo es conocer y compren-der el modo y las razones por las cuales los diferentes individuos y grupos de una colectividad concreta, en este caso los guanches de Tegueste, se relacionaron entre sí, con su medioambiente, con sus divinidades o con otros grupos sociales vecinos. En este sentido, las categorías y tipologías arqueológicas deben ser interpretadas para que podamos discernir la clase de utilidad y sentido que los aborígenes dieron a los lugares en los que se asen-taron, desechando o excluyendo a su vez otros para realizar sus ac-tividades. Esta transición es compleja, tanto desde una perspectiva teórica como metodológica, pues en ocasiones se tiende a utilizar en 51 exceso el sentido común del presente, sin tener en cuenta que el sen-tido común guanche, por ejemplo, pudo haber seguido otros criterios diferentes a los nuestros. Así, por ejemplo, desde ese presentismo es habitual entender que una cavidad con restos arqueológicos fue una cueva de habitación, descartándose así la posibilidad de que en ella se realizasen otras actividades diferentes a las de su uso como hábitat. De esta manera es necesario, para generar categorías y tipo-logías interpretativas, defi nir con precisión el registro material de superfi cie, aunque hay que partir de la base de que ni siquiera esto es una garantía para interpretar bien un yacimiento y sus funciones en el pasado, pues no sabemos con detalle qué esconde bajo tierra. He aquí la limitación de la prospección arqueológica superfi cial: se puede tener una idea general de cómo se ocupó un territorio, en un plano horizontal, localizando más yacimientos, pero presenta difi - cultades para acceder a su evolución concreta y a si todos fueron o no contemporáneos entre sí, en un plano vertical, pues esto solo lo permite una excavación arqueológica. En principio, la combinación de los resultados entre ambos métodos, prospección y excavación, permite entender mejor y de forma global cómo fue y se desenvolvió un grupo humano en el pasado, pero no siempre es posible, básica-mente porque las excavaciones arqueológicas son menos frecuentes y más costosas. Algunas de las tipologías interpretativas pueden establecerse sin excesivas complicaciones siempre y cuando las categorías y tipo-logías arqueológicas estén defi nidas con precisión; por ejemplo, de una cavidad natural con restos humanos puede deducirse de mane-ra lógica que constituyó en el pasado, entre otras posibles funciones, una cueva sepulcral, y por tanto interpretarla como un lugar en el que un segmento de la sociedad depositó a sus muertos y realizó rituales funerarios. El problema se plantea en el momento de inter-pretar tipos de yacimientos de superfi cie o cuevas con materiales arqueológicos sin restos humanos, pues las alteraciones producidas por el paso del tiempo, los efectos medioambientales o las activida-des humanas de sociedades posteriores suelen determinar, cuando no impedir, su interpretación y explicación. 52 19. Aunque avanzadas anteriormente en un estudio realizado para el territorio arqueológico del Lomo de Arico (Pérez Caamaño et al., 2005). 2.1. El registro material de superfi cie En otro lugar hemos defi nido para el contexto de la sociedad guanche que ocupó el territorio isorano (suroeste de Tenerife), una serie de categorías y tipologías interpretativas, muchas de las cua-les tienen, también, representación en Tegueste y en otras parte de la Isla, esencialmente porque se parte de la base de que fueron seg-mentos de una misma formación social que ocuparon territorios sustancialmente diferentes (Chávez Álvarez et al., 2007: 40-74). Allí constatamos las difi cultades existentes para interpretar muchos de los yacimientos de superfi cie, aunque se realizó un esfuerzo teórico y metodológico por fundamentar la validez de dichas categorías y tipologías arqueológicas como base para la confi guración posterior de entidades interpretativas y explicativas. En este sentido, un problema metodológico consiste en defi nir con claridad qué argumentos arqueológicos permiten interpretar yacimientos de superfi cie que se encuentran desligados de una se-cuencia estratigráfi ca que permita su interpretación cronológica y su análisis en contextos domésticos o de otro tipo, debido a que, en muchas ocasiones, los forman dispersiones de materiales que han sufrido numerosas afecciones a lo largo del tiempo e integrados fre-cuentemente por materiales descontextualizados. Esta limitación, sin embargo, no debe ser impedimento para proceder a su estudio, pues de lo contrario la disciplina arqueológica estaría avocada úni-camente a investigar yacimientos excavados y a registrar entida-des en superfi cie sin posibilidad de otorgarles contenido histórico, repitiendo indefi nidamente esquemas y explicaciones procedentes de otras fuentes, como las etnohistóricas (crónicas e historias de la conquista), producidas hace más de cinco siglos. Para establecer una fórmula metodológica que contribuya a re-solver esta problemática, en las investigaciones derivadas del traba-jo realizado para Guía de Isora19, consideramos oportuno elaborar 53 un sistema específi co de análisis de los yacimientos de superfi cie, pues para los de cueva la problemática era diferente. Existen algunos intentos de sistematizar yacimientos de super-fi cie en la arqueología de Tenerife. Uno de ellos es el que se llevó a cabo en relación a un tipo de yacimiento conocido tradicionalmente como paradero pastoril, cuya validez se cuestiona (Alberto Barroso et al., 2006); o el que realizan García Ávila y Arnay de la Rosa en relación a yacimientos de la alta montaña de Tenerife (2008: 13-18). En los trabajos que realizamos para explicar el territorio arqueoló-gico de Guía de Isora, consideramos oportuno elaborar un sistema específi co de análisis de los yacimientos de superfi cie y expusimos algunas variables que debían ser consideradas para organizar los yacimientos de superfi cie mediante categorías arqueológicas de análisis (Chávez Álvarez et al., 2007: 42-43). Estas variables son la amplitud, la densidad y la diversidad de los materiales de superfi cie, así como la presencia, o no, de estructuras de piedra o evidencias de ello. Se parte de la base de que los yaci-mientos de superfi cie han sido alterados por afecciones medioam-bientales y antrópicas desde que se abandonaron y que establecer relaciones de contemporaneidad entre ellos resulta muy complejo solo a partir de estudios superfi ciales. Sin embargo, en un análisis territorial existen otros elementos que permiten observar tenden-cias, concurrencias y divergencias que permiten distinguir lógicas de ocupación, explotación o ritualización del territorio, que si bien no siempre defi nen claramente unas épocas de otras, sí ayudan a comprenderlas. Así, por ejemplo, la ubicación de los yacimientos, su asociación o no a estaciones rupestres, las posibles relaciones de visibilidad, la presencia de restos orgánicos que indiquen consu-mo de determinados alimentos, o la misma frecuencia de aparición de fragmentos cerámicos de diversa tipología, ofrecen información necesaria para poder precisar las características de un yacimiento y su posible funcionalidad, y también entender la racionalidad de un territorio arqueológico y su signifi cación histórica. En principio, la amplitud de un yacimiento de superfi cie no tie-ne por qué coincidir con el lugar de actividad que le dio origen, 54 básicamente porque a lo largo del tiempo, desde que se abandonó, ha sufrido múltiples afecciones que han dispersado, alterado, re-ducido y/o eliminado el material arqueológico que podemos re-gistrar en el presente. No obstante, la delimitación de la dispersión de materiales en superfi cie permite obtener una idea aproximada de la entidad del ámbito espacial en el que desarrollaron las activi-dades que le dieron origen. Se trata de un parámetro mensurable a diferentes escalas, es decir, no solo posibilita defi nir el área de extensión de un yacimiento, sino también diferentes sub-áreas, o sectores, que pueden estar caracterizados por una concentración específi ca de materiales, por una dispersión relativa o por una au-sencia de registros. La defi nición de la amplitud de un yacimiento, así como la existencia de áreas específi cas, no solo sugiere la enti-dad del mismo, sino que, además, indica pautas para su posterior excavación. Sin embargo, la amplitud por sí sola es insufi ciente para deter-minar cómo puede interpretarse un yacimiento y debe combinarse con otros parámetros. Uno de ellos es la variabilidad del registro material. Este indicador se refi ere a la diversidad de restos arqueo-lógicos que pueden identifi carse a partir de la prospección visual del espacio defi nido como yacimiento. Resulta evidente que solo a partir de un reconocimiento superfi cial resulta complejo determi-nar la totalidad y diversidad de los componentes materiales de un yacimiento, por lo que su contrastación debe verifi carse a través de una excavación. No obstante, la identifi cación de la variabilidad del registro superfi cial indica la potencialidad de un yacimiento tanto para su excavación como para aproximarnos, en el caso de que no se excave, al tipo de actividades que en él se realizaron cuando fue un lugar activo. Concretar esta variabilidad consiste en reconocer y describir el tipo de objetos que se identifi can en la superfi cie del yacimiento, atendiendo a su origen (orgánico o inorgánico) y su soporte ma-terial (lítico, óseo, vegetal, arcilla, concha, etc.). El reconocimien-to visual también permite profundizar a partir de estos aspectos e incidir sobre el tipo de productos o sub-productos de los que for- 55 maron parte y las actividades que les dieron origen. Así, es posi-ble determinar el tipo de materiales dispersos sobre la superfi cie: fragmentos de recipientes cerámicos, útiles líticos u óseos, adornos, etc.; si se trata de evidencias de procesos de trabajo, como la talla de la piedra; o si son los desechos de actividades relacionadas con el procesado y/o consumo de alimentos, como los restos faunísticos y malacológicos. A los parámetros de amplitud y variabilidad cabe añadir el de densidad. Este parámetro está intrínsecamente relacionado con los dos anteriores y hace referencia a la mayor o menor concentración de material en superfi cie, tanto en función del área total determina-da para un yacimiento, como en relación a áreas o sectores específi - cos dentro del mismo. Sabemos que las afecciones, tanto antrópicas como naturales, confi guran la forma en la que se presenta un yaci-miento en el presente y que, en ocasiones, resulta complejo ajustar un orden determinado a un complejo amorfo de materiales dispersos en un espacio. No obstante, por determinadas circunstancias (como pueden ser las roturaciones), las propias afecciones dejan al descu-bierto áreas de mayor o menor concentración de materiales que pu-dieran estar señalando lugares concretos dentro del yacimiento. En otras ocasiones estas concentraciones tienen una forma más o me-nos defi nida que puede ser interpretada (por ejemplo, como fondo de cabaña o lugar de desechos), o presentan abundancia de restos, pre-dominio de unos materiales sobre otros, exclusividad de un tipo de registro, etc., que permiten, en superfi cie, señalar la complejidad de un yacimiento, y en el caso de existir un historial de prospecciones, su evolución y transformación. De este modo, la densidad es una variable que facilita la comprensión e interpretación de una entidad arqueológica y su combinación con las restantes variables permite la concreción aproximada de un yacimiento de superfi cie dentro de una tipología (asentamiento, cueva sepulcral, cueva de habitación, etc.), lo cual facilita, consecuentemente, su inserción en explicacio-nes socioeconómicas o de cualquier otra naturaleza. Un último parámetro utilizado en la defi nición de yacimientos de superfi cie y que se relaciona también con su interpretación es 56 el de la presencia o no de estructuras artifi ciales, habitualmente de piedra. En numerosos yacimientos de superfi cie es posible recono-cer estructuras construidas en piedra a las que se asocian materiales arqueológicos más o menos dispersos. En la mayoría de los casos se trata de evidencias de estructuras que, en origen, fueron de mayor envergadura, pero que las afecciones naturales y/o antrópicas han ido desmontando a lo largo del tiempo (incluso han sido sometidas a reconstrucciones destinadas a su reutilización en tiempos histó-ricos) y que, generalmente, se encuentran deterioradas, cuando no arrasadas por completo. Frecuentemente resulta complejo explicar su naturaleza, su entidad original y sus funciones, pero algunas de ellas han podido ser interpretadas gracias en muchos casos a su asociación a materiales en superfi cie. Uno de los tipos de estructu-ras más habituales es la de zócalos de piedra de planta aproxima-damente circular u oval, de dimensiones y alturas variables, inter-pretadas como los basamentos de viviendas tipo cabañas. Pueden aparecer aisladas o formando grupos, dependiendo del nivel de afección del yacimiento, o de su propia entidad. En algunos casos estos zócalos están tan afectados que resulta difícil reconocerlos y solo es posible intuirlos a partir, precisamente, de una concentra-ción de materiales que adopta una forma aproximadamente similar a la planta del zócalo de piedras que la delimitó y que suele ser denominada como fondo de cabaña. Existen en la arqueología de Tenerife otras estructuras de pie-dra cuya interpretación también se ha aventurado. Entre las más destacas, por su recurrencia, están unos amplios recintos de pie-dra, de mayores dimensiones que las cabañas (generalmente por encima de 6 m2), interpretados comúnmente como rediles, aunque esta funcionalidad se suele hacer más por analogía con construc-ciones históricas similares que por certeza arqueológica. Suelen aparecer en superfi cie como zócalos construidos con grandes pie-dras y en aquellos mejor conservados también con piedras peque-ñas a modo de relleno entre las de mayor tamaño; tienen plantas y alturas variables y en algunos casos disponen de una abertura que se interpreta como la zona de acceso al interior. Otro tipo de 57 estructuras aparecen como zócalos de planta circular, poligonal o rectangular, pero de reducidas dimensiones. Cuando se asocian a materiales arqueológicos es frecuente que lo hagan junto a peque-ñas concentraciones ergológicas que poseen una alta variabilidad (fragmentos cerámicos, líticos, malacológicos y faunísticos) y con signos de haber sido sometidos al fuego. Estas características han permitido considerarlas como estructuras de combustión u hogares, habitualmente asociados a otras de mayores dimensiones, incluso ubicadas en su interior. También es común identifi car otras estruc-turas que, por falta de excavaciones, resulta complicado, cuando no imposible, interpretarlas a partir únicamente de análisis de super-fi cie, aunque algunas de ellas se vinculan con la presencia de mani-festaciones rupestres, lo que abre vías para poder relacionarlas con el desarrollo de prácticas rituales y/o simbólicas cuya defi nición es compleja. Más allá de la identifi cación de los tipos de estructuras más ha-bituales, su presencia en yacimientos de superfi cie permite el ejer-cicio de análisis relacionados con su entidad y su relevancia dentro de la estructura socioeconómica guanche. Uno de los aspectos que puede ponerse en liza para interpretar cómo pudo haber sido el funcionamiento de un yacimiento cuando se constituyó como lugar de actividad en el pasado es la relación que se establece entre la inversión de fuerza de trabajo aplicada para construir estructuras, los modos en que debió producirse la reposición de esta fuerza y la amplitud, variabilidad y densidad del registro material defi nidos en superfi cie. La interrelación de estos elementos se convierte para nosotros en un argumento analítico relevante para poder interpre-tar un yacimiento de superfi cie cuando en su análisis no media una excavación arqueológica. Así, dependiendo de los resultados de este análisis, un yacimiento puede considerarse un asentamiento más o menos permanente, un asentamiento temporal o lo que he-mos defi nido en otro sitio como Lugar de Frecuentación Esporádica (LFE) (Chávez Álvarez et al., 2007: 49-54). En todos ellos el tiempo, o más concretamente, el tiempo invertido en el desarrollo de las activi-dades que les dieron origen, forma parte esencial de su defi nición. 58 2.2. Prospección superfi cial y cronología En la arqueología de Tenerife la cultura material brinda pocas oportunidades para establecer cronologías relativas a partir de di-ferencias morfotécnicas o estilísticas de los artefactos, a diferencia, por ejemplo, de la arqueología de La Palma, donde la decoración de la cerámica sí permite concretar una mayor o menor antigüedad relativa en las estratigrafías de los yacimientos. Los estudios de la cerámica aborigen de Tenerife (Arnay de la Rosa y González Re-imers, 1984a, 1984b, 1985-87, o 1987), en principio, ofrecían pocas conclusiones sobre cronología relativa, aunque los autores, a medida que avanzaron en sus estudios, observaron algunos indicios en este sentido. Con el transcurso de las investigaciones estas evidencias han ido ampliándose, aunque sin permitir establecer conclusiones claras. En este sentido, ya desde el inicio, los autores de la sistema-tización de la cerámica guanche observaron que en la excavación de Cueva de la Arena (Barranco Hondo) dirigida por Acosta Martínez y Pellicer Catalán (1976) solo aparecía, en los niveles III (20 a.C.) y I (150 d.C.), piezas del denominado Grupo Cerámico II: apéndices tipo mamelón, vertederos B y un asa de cinta (Arnay de la Rosa y González Reimers, 1984b: 100). Estos elementos, característicos de dicho grupo, se localizaban en ausencia de materiales representati-vos del Grupo Cerámico I. Esto no llamó la atención de los excava-dores porque, entre otras cuestiones, aún no estaban sistematizadas las características de la cerámica. Pero es llamativo el hecho de que en la cueva se constatara una ocupación que no supera el siglo II de nuestra era y cuyo registro cerámico pertenece al Grupo II. En estudios posteriores (Galván Santos et al., 1999, 2004; Chávez Álvarez et al., 2006; García Ávila y Arnay de la Rosa, 2008), se ob-serva una tendencia similar. El primero de los casos se trata de la excavación de tres cuevas de habitación con contextos funerarios en la zona costera de Buenavista del Norte (Las Arenas, La Fuente y Las Estacas), en el noroeste de la Isla (Galván Santos et al., 1999: 140). En las dos primeras solo se documentaron restos cerámicos del Grupo II y III en todos los estratos, por lo que es imposible reali- 59 zar una comparación de cronología relativa, pues no aparecen frag-mentos cerámicos del Grupo I. Sin embargo, en la tercera cueva, en los estratos más profundos, predomina la presencia de fragmentos cerámicos del Grupo II y III, pero en los superiores aparecen, junto a estos, restos representativos del Grupo I, que se van haciendo pro-gresivamente más abundantes en relación a los primeros. Es decir, la cerámica del Grupo II y III se puede documentar en todas las secuencias de ocupación de una cueva, como muestran las estrati-grafías de Buenavista del Norte y como sucede también en la Cueva de la Arena de Barranco Hondo, pero existe una ligera tendencia a que la cerámica del Grupo I, cuando se determina su convivencia con la de los Grupos II y III, suele hacerlo en los estratos similares o superiores. Resulta complejo comparar otras secuencias estratigráfi cas en cueva, porque no siempre sus excavadores han utilizado la siste-matización cerámica de Arnay de la Rosa y González Reimers en el momento de describir los registros cerámicos20. Sin embargo, sería interesante observar si esta tendencia puede comprobarse en futu-ras excavaciones de cuevas en la Isla. En cuanto a los yacimientos de superfi cie excavados, esta ten-dencia se observa en la excavación de un abrigo al aire libre en el Barranco de San Blas (San Miguel de Abona) (Chávez Álvarez et al., 2006: 271). En el Yacimiento nº 3 se documentó una única y pequeña secuencia estratigráfi ca de 50 cm de profundidad que no permite interpretaciones relevantes. Sin embargo, es interesante el hecho de que en los niveles superiores de la secuencia se documentara un abundante registro faunístico, malacológico y cerámico y que, den-tro de este último, predominasen fragmentos cerámicos del Grupo I (bordes planos o biselados con profusa decoración lineal en el labio, mangos cilíndricos con orifi cio ciego, asas vertedero tipo A, ausencia de decoraciones en las paredes de los vasos, etc.). Sin embargo, en la 20. Por ejemplo, Arco Aguilar y Atiénzar Armas (1988), en relación a la Cueva de las Palomas (Icod de los Vinos); o González Antón (2002a y 2002b) en relación a la excavación de la Cueva de Los Cabezazos e Higuera Cota (Tegueste). 60 base de la secuencia, junto a fragmentos representativos del Grupo I, se documentaron restos de cerámicas del Grupo II, pudiéndose reconstruir medio cuenco que poseía un pequeño mamelón, carecía de decoración y estaba elaborado con una pasta de calidad regular y mal espatulado. Así, este yacimiento representa un ejemplo en don-de el Grupo I no se registra estratigráfi camente bajo el Grupo II, sino junto a él o por encima. De la excavación del Conchero de El Tinajero (Buenavista del Nor-te) (Galván Santos et al., 2004), se pueden obtener algunos datos interesantes. Se determinó una potencia estratigráfi ca en torno a los 25 cm organizada a partir de 6 capas o niveles de sucesión directa. Fue posible concretar para cada nivel la existencia de dos subnive-les: subnivel A o superior y subnivel B o inferior. Los excavadores consideraron que la formación del conchero tuvo dos momentos diferentes en su confi guración a partir de la detección de reacon-dicionamientos en sus elementos estructurales, correspondiendo los niveles VI, V y IV al primer momento y los niveles III, II y I al segundo (ibídem, pp.: 107-109). El estudio cerámico revela algunos datos que es necesario tener en cuenta. Se recuperaron 76 fragmen-tos cerámicos, cuyas características morfotécnicas y estilísticas per-miten afi rmar que existe representación tanto del Grupo Cerámico I como del II/III (ibídem, pp.: 130-132). No se precisa si la distribu-ción del registro cerámico se produce indistintamente en toda la secuencia estratigráfi ca, es decir, si existen registros de los grupos cerámicos en todos los niveles, por lo que es complejo observar en este yacimiento la tendencia que venimos describiendo. Sin embar-go, se delimitó la presencia de un número mínimo de 4 vasos cerá-micos a partir de la identifi cación de fragmentos pertenecientes al mismo vaso, tres del Grupo Cerámico I y uno del Grupo Cerámico II/III. Resulta llamativo el hecho de que el vaso del Grupo II/III se encuentre en el nivel IVb, es decir, en el primer momento de confi - guración del conchero, mientras que los vasos del Grupo I lo hagan en los niveles superiores (III y II). Estos dos casos (Yacimiento nº 3 de Barranco de San Blas y el Con-chero del Tinajero), no confi rman de forma contundente que las cerá- 61 micas del Grupo I tengan una cronología relativa más moderna que las del Grupo II y III, porque, como está demostrado, conviven con las del Grupo I, pero sí son ejemplos de la tendencia referida: las cerámicas del Grupo I pueden aparecer con las de los Grupos II y III, pero allí donde conviven nunca se ubican en estratos inferiores, siempre en estratos similares o superiores. En otros yacimientos de superfi cie excavados no se han detecta-do indicios de esta tendencia, pues en todos ellos el único Grupo Ce-rámico que aparece es el I, y ninguno tiene más de 30 cm de potencia estratigráfi ca. Así sucede en el yacimiento de Montaña de Bilma en Santiago del Teide (Arnay de la Rosa, 1988); Barranco de la Arena o Tinguafaya en Arona (Álamo Torres, 1998: 29); o Abama en Guía de Isora (Barro Rois et al., 2002: 26, 84 y 89; Alberto Barroso et al., 2007: 97-104). Por desgracia, para otras excavaciones no se indican las ca-racterísticas de los registros cerámicos en función de la sistematiza-ción de Arnay de la Rosa y González Reimers (1984b), ni tampoco disponen de un estudio analítico, como por ejemplo en Chafarí en Las Cañadas (Galván Santos, 1988) o Los Morritos en Arona) (Álamo Torres, 1997), por lo que actualmente no se puede incidir en esta idea y solo cuando se hagan los estudios analíticos de los registros cerámicos podremos ampliar o descartar esta idea. La propuesta más sugerente, por ser la única disponible hasta el momento, es la realizada por García Ávila y Arnay de la Rosa (2008), a propósito de un estudio sobre el territorio de los guanches presen-tado en las VI Jornadas de Prehistoria y Arqueología de Lanzarote. Los autores establecen una propuesta de modelo territorial dinámico a partir de información proporcionada por los registros cerámicos, contrastando algunas secuencias estratigráfi cas con datos obtenidos de prospecciones superfi ciales y que recoge la tendencia que viene siendo analizada. Así, observan con claridad que los Grupos Cerá-micos I y II/III no suelen compartir contextos estratigráfi cos, pero cuando lo hacen guardan una lógica estratigráfi ca (ibídem, p.: 6). En referencia a las investigaciones llevadas a cabo en los conjuntos ar-queológicos de Buenavista del Norte, señalan que el Grupo II/III aparece siempre en contextos domésticos y en un marco temporal 62 que abarca toda la prehistoria de Tenerife, mientras que el Grupo I lo hace en contextos no domésticos, en yacimientos constituidos como áreas especializadas como los concheros, como es el caso de El Tinajero antes analizada21, o en niveles estratigráfi cos compartidos o superiores, donde el Grupo I va sustituyendo progresivamente al Grupo II/III hasta hacerse exclusivo en los niveles superiores, como sucede en Las Estacas (ibídem)22. A estos argumentos añaden otro: la composición de los registros cerámicos aparecidos en los escondrijos de Las Cañadas, en la que observa que en ninguno de los casos estudiados los vasos cerámi-cos del mismo grupo comparten escondrijo. La explicación que dan García Ávila y Arnay de la Rosa a este fenómeno parte de una hi-pótesis previa según la cual, en primer lugar, los vasos cerámicos presentes en la alta montaña de Tenerife fueron producidos en los contextos domésticos de los grupos locales ubicados en la costa y medianías de la Isla, allí donde están los depósitos edáfi cos argílicos y fueron transportados hasta la alta montaña; y en segundo lugar, el Grupo Cerámico II/III fue el predominante en las primeras eta-pas de ocupación de la Isla, producido en los contextos domésticos y distribuido por todo el territorio, como resultado de un proceso de incremento de actividades productivas cuyos productos no eran consumidos por sus productores o que se desarrollaban por el terri-torio en estrategias productivas no domésticas. El Grupo I sustitu-ye al Grupo II/III en aquellos contextos que no están relacionados con actividades llevadas a cabo en los lugares de elaboración de la cerámica (ibídem, pp.: 6-7). En este sentido, según la tendencia es-tratigráfi ca analizada más arriba, esta hipótesis de trabajo resulta, en nuestra opinión, uno de los mejores argumentos arqueológicos existentes en la arqueología tinerfeña para comenzar a comprender 21. Cabe señalar que en el conchero de El Tinajero sí aparece cerámica del Gru-po II/III, precisamente en el nivel IVb correspondiente al primer momento del conchero. 22. En el texto se refi ere que esto sucede en Las Palomas, pero creemos que es una errata y quiso decirse Las Estacas, que es donde sucede lo que se está refi riendo 63 y estudiar la diacronía en la ocupación y explotación del territorio a partir de una combinación analítica entre las secuencias estratigráfi - cas disponibles y el análisis de yacimientos de superfi cie23 . El estudio del registro material de superfi cie, por sí solo, no permite profundizar en la diacronía de la ocupación y explotación del territorio, pues se trata de materiales descontextualizados y al-terados por el paso del tiempo y las transformaciones naturales y antrópicas. Sin embargo, es posible establecer un sistema de iden-tifi cación y defi nición de yacimientos superfi ciales que permita su sistematización e interpretación, pues de lo contrario solo podrían ser considerados desde una perspectiva estadística y patrimonial, con los únicos objetivos, muy importantes sin duda, de registrar y proteger para conservar, pero con escasas posibilidades de aportar signifi cación histórica. Este sistema de análisis consiste en defi nir las características de una serie de variables en relación a cómo se pre-sentan los materiales arqueológicos en superfi cie y cómo se asocian entre ellas, con el fi n de diferenciar la entidad y relevancia de los yacimientos para, posteriormente, formular argumentos razonables que faciliten su interpretación, apoyados de manera indiscutible en argumentaciones obtenidas a partir de yacimientos excavados. Por tanto, cabe afi rmar lo siguiente: la mejor forma de interpretar un yacimiento es excavándolo. Como es lógico, la disponibilidad de una secuencia estratigráfi ca 23. A pesar de ello surgen dos objeciones. Una de ellas tiene que ver con la ex-plicación que proporcionan los autores en relación con el proceso que conduce hacia la desigualdad social y la fragmentación de la Isla en nueve menceyatos, que no compartimos en algunos de sus componentes. En esencia, si bien consi-deramos válida la idea de que la segmentación social fue una de las causas de la fragmentación territorial de la Isla en menceyatos, no parece que el control de la población productiva lo haya sido, pues ese control se habría producido como consecuencia de un proceso de jerarquización y desigualdad social, no como causa de todo lo contrario, ya que el objetivo de la segmentación es mantener, como los mismos autores afi rman, la organización social, no transformarla. La otra se refi ere a la existencia de registros cerámicos únicamente del Grupo I en contextos domésticos de yacimientos excavados en el sur de la Isla, como por ejemplo en Abama (Guía de Isora), lo cual no permitiría afi rmar tajantemente que el Grupo I no aparece en contextos domésticos. 64 permite obtener una lectura vertical y cronológica precisa y contex-tualizada de todos estos aspectos, pudiéndose diferenciar áreas y procesos de trabajo y/o funcionales, espacios domésticos, etc., así como los procesos de actividad, abandono o restructuración del ya-cimiento en cada momento. Sin embargo, como se ha referido an-teriormente en relación a las secuencias estratigráfi cas de algunas cuevas y yacimientos de superfi cie, ninguna de ellas ofrece impor-tantes conclusiones que constaten diferentes épocas medibles en función de cronología relativa ni absoluta. Es decir, ninguna de las estratigrafías existentes en la arqueología de Tenerife puede apor-tar argumentos que permitan entender qué cambios históricos se produjeron en la Isla durante los más de veinte siglos de presencia guanche en Tenerife24 y, por supuesto, tampoco puede abordarse ex-clusivamente a partir de análisis territoriales ni del estudio de ma-teriales de superfi cie. Las secuencias estratigráfi cas disponibles ofrecen pautas para entender las variaciones en el tiempo de la ocupación de un yaci-miento, conocer el tipo de actividades desarrolladas, la manera en que se reorganiza el espacio, los procesos y las cadenas de trabajo para la producción de objetos, la simultaneidad o sucesión de activi-dades domésticas y funerarias, etc., pero hasta el momento no existe ni un solo estudio de análisis comparativo de secuencias estratigrá-fi cas en Tenerife que pueda contrastar, rechazar o ampliar las pro-puestas sugeridas por los análisis territoriales llevados a cabo en la Isla desde fi nales de los años ochenta hasta la actualidad. Más aún, son los análisis territoriales los que suelen tener en cuenta secuen- 24. A partir de los datos obtenidos en las excavaciones en el conjunto de Las Arenas y Las Estacas, Cristo Hernández Gómez (2005: 770-771) plantea como hi-pótesis una fecha en torno al siglo V de n. e. para reconocer los indicadores ar-queológicos que manifi estan una organización de la producción especializada en el aprovisionamiento y distribución de la obsidiana a escala insular. Sin embar-go, los aspectos macroscópicos de los restos de industria lítica sobre obsidiana localizados mediante una prospección superfi cial suelen ser insufi cientes para determinar el origen de esta materia prima, que debe caracterizarse mediante análisis geoquímicos en laboratorios especializados. 65 cias estratigráfi cas para apoyar sus conclusiones y no a la inversa25. Existe además una cuestión que aumenta la difi cultad de compre-sión de los cambios históricos a partir de las excavaciones y es que son muy pocos los yacimientos que poseen, no solo dataciones ra-diocarbónicas disponibles26, sino secuencias de dataciones absolutas organizadas por estratos27. Esto supone un inconveniente cuando se pretende analizar cambios diacrónicos a nivel comarcal o insu-lar y no digamos ya acercarnos a un estudio global de ocupación y explotación del territorio. Así pues, la capacidad actual del análisis de las secuencias estratigráfi cas disponibles no permite defi nir un patrón de ocupación que explique cómo se explotó un determina-do espacio. Solo algunas investigaciones, aquellas que abordan la ocupación de la costa de Buenavista del Norte y el Menceyato de Icod lo han hecho a partir de los resultados de las excavaciones rea-lizadas. Los primeros en las cuevas de Las Arenas, La Fuente y Las Estacas y los segundos en las cuevas de Don Gaspar, Las Palomas y Los Guanches (Galván Santos et al., 1999; Arco Aguilar et al., 2000). Por tanto, salvo los casos expuestos, los únicos estudios que, actual-mente, pueden plantear nuevas hipótesis explicativas en la Isla son los que parten de la prospección como metodología de trabajo. Son estos trabajos los que ofrecen nuevos datos para intentar
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Calificación | |
Título y subtítulo | Tegueste en tiempos de guanches : la dimensión territorial de sus prácticas sociales |
Autores secundarios | Pérez Caamaño, Francisco ; Soler Segura, Javier ; Perdomo Pérez, Carlos Javier ; Rodríguez Rodríguez, Tomás |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Tegueste |
Editorial | Ayuntamiento de Tegueste |
Fecha | 2014 |
Páginas | 250 p. |
Materias |
Guanches Patrimonio arqueológico Historia |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 2597133 Bytes |
Texto | FRANCISCO PÉREZ CAAMAÑO JAVIER SOLER SEGURA CARLOS J. PERDOMO PÉREZ TOMÁS RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ Tegueste en tiempos de guanches La dimensión territorial de sus prácticas sociales Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste FOTOGRAFÍA DE LA PORTADA Imagen desde el interior de Cuevas de la Mesa Tejina 43 (TG-25) © Guillermo Pozuelo Gil Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste. EDITA Gobierno de Canarias Cabildo de Tenerife Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste DISEÑO Y MAQUETACIÓN José M. Padrino Barrera FOTOMECÁNICA E IMPRESIÓN Litografía Trujillo, S. L. © DEL TEXTO Los Autores © DE LAS FOTOGRAFÍAS Los Autores ISBN 978-84-938791-7-4 DEPÓSITO LEGAL Nº TF 259-2014 3 ÍNDICE Presentación Introducción I. Territorio y Arqueología en Tegueste 1. Modelos interpretativos, prospecciones y excavaciones 1.1.Las prospecciones arqueológicas del municipio. Análisis y ordenación de resultados 1.2. Excavaciones arqueológicas en Tegueste. Datos y secuencias estratigráfi cas 2. Condiciones teóricas y metodológicas del análisis. La prospección arqueológica superfi cial como método de investigación 2.1. El registro material de superfi cie 2.2. Prospección superfi cial y cronología 3. La prospección arqueológica superfi cial de 2011. Descripción y ordenación de resultados 3.1. Barranco de Agua de Dios 3.2. Barranco de La Goleta – Mesa de Vargas 3.3. Mesa de Tejina – La Orilla 5 13 19 19 35 46 52 58 66 70 80 84 27 4 3.4. Llanos de Tegueste – Los Lázaros 3.5. Las Canteras – Mesa Mota – Montaña El Español III. La dimensión territorial guanche en Tegueste 1. Categorías de análisis: Unidades Domésticas, Grupos Locales y Entidad Tribal 2. La ocupación del territorio 2.1. Las unidades domésticas básicas: cuevas de habitación, asentamientos al aire libre y lugares de frecuentación esporádica 2.2. Cuevas sepulcrales y ritual funerario 2.3. Las manifestaciones rupestres y la apropiación ritual del territorio III. Conclusiones IV. Bibliografía Anexo Ilustraciones 90 95 99 99 108 108 134 161 185 193 207 213 5 PRESENTACIÓN 6 7 Con la publicación de la presente monografía se culmina la terce-ra fase del proyecto «Revalorización Patrimonial del Municipio de Tegueste. Investigación arqueológica del Barranco del Agua de Dios y su Comarca», que el Ayuntamiento de la Villa viene ejecutando desde hace más de cinco años. Junto al anterior libro, Excavaciones en la memoria, contamos ahora no solo con una recopilación exhaustiva de la información arqueológica que se ha generando en los últimos siglos, sino que, por primera vez, tenemos una explicación histórica de la manera en que los guanches ocuparon las distintas zonas del actual municipio de Tegueste. De esta forma se alcanza uno de los objetivos que habíamos considerado como fundamentales cuando nos embarcamos en este proyecto patrimonial: ofrecer a quienes se acercaran al Barranco del Agua de Dios una información veraz, ri-gurosa y documentada sobre el pasado aborigen de la zona. Así, y de la misma manera que se ejemplifi ca con la portada de este libro, los estudios que se han desarrollado en los últimos años permiten arrojar luz sobre ese «desconocimiento del patrimonio arqueológi-co » en el que esta Villa había estado inmersa. Ahora, lo que queda por emprender es igual de apasionante. Aunque con anterioridad se invirtieron algunas partidas económi-cas en su reforma, iniciamos una nueva etapa en la puesta en mar-cha del futuro Centro de Interpretación sobre el pasado guanche de Tegueste, con la realización de las correspondientes obras. 8 Paralelamente, estamos poniendo las bases del futuro Parque Ar-queológico del Barranco del Agua de Dios. A pesar de que los pasos necesarios para su creación desbordan las capacidades municipales, pues sus competencias directas están en manos del Cabildo de Tene-rife y el Gobierno de Canarias, existen argumentos sufi cientes para establecer en Tegueste el primer parque arqueológico de nuestra isla. Las facilidades de acceso, su pertenencia al área metropolita-na, la belleza natural de la zona, la existencia de infraestructuras de ocio necesarias para sostener a un gran número de turistas locales y foráneos y el contenido científi co que aporta este Proyecto patrimo-nial permiten contemplar con optimismo este nuevo objetivo. No es necesario señalar la importancia que tendrá la colaboración de las mencionadas administraciones como parte fundamental para lograr que este proyecto sea pronto una realidad. José Manuel Molina Hernández Alcalde de la Villa de Tegueste 9 LA ARQUEOLOGÍA DE TEGUESTE Desde que el mundo es mundo y desde los más remotos confi nes de la existencia el ser humano siempre se ha interesado por conocer los origenes y circunstancias de su presencia sobre la Tierra. Su ob-sesión no sólo ha sido de naturaleza religiosa y fi losófi ca en torno a la pregunta de qué somos, de dónde veninos y hacia dónde vamos. También se ha interesado por estudiar y conocer los vestigios de los modos de vida de sus antepasados más remotos. Casi podríamos atrevernos a decir que el interés de los humanos por conocer las huellas de su vida prehistórica se remonta a los mis-mos orígenes de su existencia. Si la Arqueología es la ciencia que se ocupa de estudiar lo que se refi ere a las artes, a los monumentos y a los objetos de la antigüedad, especialmente a través de sus restos, entonces el hombre es, por su propia naturaleza y condición racio-nal, un ser íntimamente vinculado a esta disciplina científi ca. El presente volumen, que con el texto hoy contribuimos a pre-sentar o prologar, es un riguroso y respetable ejemplo de esta voca-ción arqueológica del ser humano. Saber de nuestra forma de vida en el pasado más lejano, conocer dónde y cómo vivieron nuestros antepasados, en este caso los guanches de la comarca de Tegueste, es una manera noble y loable de alimentar la conciencia y el orgullo de ser como somos para afrontar con convicción, gallardía y éxito el futuro que nos espera. 10 Ese y no otro es el fi rme e irrenunciable propósito de estos traba-jos de investigación y recopilación arqueológica que, con el título de «Tegueste en tiempos de guanches», son fruto del trabajo apasionado de sus cuatro autores y de la iniciativa y coordinación del Ayunta-miento de Tegueste con la colaboración de diversas instituciones pú-blicas, entre ellas el Gobierno de Canarias a quien en este momento me honro en representar. Aurelio González González Director General de Coordinación y Patrimonio Cultural Gobierno de Canarias 11 La identidad de un pueblo, independientemente de su dimen-sión, toma como base no sólo su propio acontecer histórico, sino sobre todo su cultura, esto es, los valores que determinan su proce-der y que conforman su personalidad. Un patrimonio que debemos reconocer y que nos permite mirar al futuro desde la fi rmeza que otorga el conocimiento de nuestras raíces. «Tegueste en tiempos de guanches. La dimensión territorial de sus prácticas sociales» constituye una valiosa aportación a esa misión pues ahonda en el conocimiento de la población aborigen de Teneri-fe por la interpretación que ofrece sobre el uso y ocupación del terri-torio por parte de nuestros antepasados, en este caso circunscrita a los actuales límites municipales de esta localidad del nordeste. No cabe duda de que el estudio del patrimonio arqueológico, fuente de investigación de esta publicación, constituye para los his-toriadores un libro abierto para descubrir el comportamiento de la sociedad guanche y, tras su conocimiento, comprender nuestra identidad, los lazos comunes de esta tierra, su historia y su cultura, a fi n de dirigir los pasos a un devenir que revalorice aún más nues-tro pasado. Con este objetivo, como consejero de Cultura y Patrimonio His-tórico del Cabildo de Tenerife no sólo apoyo sino que felicito la apa- 12 rición de este tipo de publicaciones que contribuyen a la divulgación y difusión del conocimiento de nuestra historia, cuya protección nos incumbe a todos. Esta monografía, basada en el conocimiento e investigación del patrimonio arqueológico local, supone además una muestra de la continua evolución en el análisis de la historia de la Isla por parte nuestros investigadores. Una contribución valiosa, pero sabiamente humilde al reconocer la riqueza de otras posturas y metodologías que también buscan profundizar en nuestro pasado aborigen. Es justo reconocer y agradecer el esfuerzo y la seriedad demos-trada por los cuatro investigadores autores de esta nueva aportación a la historia insular. La misma conforma un eslabón que nos une aún más con nuestros antepasados guanches construyendo una cadena invisible, la de la cultura, que avanza hacia las futuras generaciones de tinerfeños, de canarios, que se sienten orgullosos de su historia. Cristóbal de la Rosa Consejero de Cultura y Patrimonio Histórico Cabildo de Tenerife 13 INTRODUCCIÓN Los yacimientos arqueológicos del municipio, especialmente los ubicados en el interior del Barranco de Agua de Dios, han sido conocidos, visitados y expoliados durante los últimos siglos por intelectuales, eruditos y curiosos del pasado aborigen de las Islas. Como consecuencia de las diferentes maneras de entender y valo-rar el patrimonio arqueológico presentes a lo largo de ese dilatado periodo de tiempo, la alteración de las cuevas y la sustracción de objetos y restos humanos ha sido una constante. En la actualidad, resulta sumamente complicado extraer información histórica de la mayoría de enclaves de la zona, lo que repercute en el grado de co-nocimiento que se posee sobre los guanches en esta parte de la Isla. Sin embargo, pese al expolio sistemático sufrido durante décadas, a los descontrolados procesos de urbanización de la segunda mitad del siglo pasado y a las constantes (aunque lógicas) reutilizaciones de enclaves por los vecinos, el Barranco continúa albergando gran cantidad de datos históricos que, en la mayoría de ocasiones, siguen sin ser comprendidos o explicados. Cierto que la entidad y, sobre todo, la cantidad de restos materia-les ocultos en sus cuevas han despertado el interés de los arqueólo-gos canarios desde el inicio de la disciplina en las Islas, en la década de los años 40 del siglo XX. Su atención por el tema ha llevado a la realización de intervenciones arqueológicas por un numeroso gru-po de investigadores que han ido aportando datos empíricos cada vez más signifi cativos. Pero frente a esta acumulación de evidencias arqueológicas, la manera en que se ha explicado el uso y ocupa- 14 ción de la Comarca por los guanches no ha variado excesivamente desde mediados del siglo pasado. Así, la visión que se posee sobre la distribución de los yacimientos dentro del territorio municipal sigue anclada en modelos teóricos sustentados en principios ecoló-gicos y economicistas que reducen la complejidad humana a meras respuestas e impulsos adaptativos. Desde fi nales del siglo XX, sin embargo, esta visión general ha empezado a ser reformulada por algunos investigadores que, desde posturas teóricas dispares y me-todologías de trabajo diferentes, buscan trascender los tradicionales marcos explicativos del pasado aborigen de las Islas. Este cambio de perspectiva ha sido espoleado en las últimas dé-cadas por la aparición de nuevas evidencias empíricas que han aca-bado refutando la vieja tesis que atribuían a la presencia de pastos, recursos hídricos, cuevas naturales, etc., los motivos por los que, en el pasado, los aborígenes habitaron determinadas zonas de la Isla, o concentraron en un enclave específi co un número elevado de yacimientos arqueológicos como, por ejemplo, las manifestaciones rupestres. Este libro intenta aproximarse a la manera en que los guanches ocuparon, organizaron, explotaron y concibieron el territorio que comprende el actual municipio de Tegueste. Formula una interpre-tación sobre los mecanismos empleados por dicho grupo social en su estrategia por apropiarse social, económica y simbólicamente del espacio circundante. Para ello propone, a partir de las evidencias materiales que ofrece el registro arqueológico de la zona, un mo-delo de distribución poblacional a través de todos los yacimientos arqueológicos inventariados. El objetivo es conocer la lógica interna que articula los distintos enclaves que organizan el territorio distin-guiendo entre cuevas de habitación, abrigos, cavidades sepulcrales, manifestaciones rupestres, asentamientos en superfi cie o pequeñas concentraciones de material al aire libre. En este sentido, este libro no es un estudio sobre el Menceyato de Tegueste. Aunque es cierto que se abordan las zonas centrales de dicha organización política, al menos las conocidas durante la última etapa aborigen de la Isla, sus límites desbordaron el actual 15 Tegueste. La prospección arqueológica realizada entre los meses de julio y septiembre de 2011 se centró, exclusivamente, en la búsqueda y localización de enclaves dentro del municipio, por lo que no se recopiló la información necesaria para afrontar el análisis de lugares como Tejina, Valle de Guerra, Bajamar, Anaga o los distintos valles del interior de La Laguna. Pese a este marco espacial, el estudio de los resultados obtenidos durante el trabajo de campo permite plan-tear una primera aproximación al fenómeno histórico de ocupación del actual territorio teguestero por parte de los aborígenes. «Tegueste en tiempos de guanches» sintetiza una propuesta terri-torial alternativa que pretende explicar de forma diferente la mane-ra en que fue ocupado el territorio por los aborígenes de Tenerife. Fruto del intenso trabajo de campo llevado a cabo, se presenta una serie de nuevos yacimientos que contribuyen a organizar y enten-der el hábitat de los guanches en los límites del actual municipio de Tegueste. Estructurado a partir de dos grandes capítulos, en el primero se ofrece un recorrido por el conjunto de evidencias materiales y yaci-mientos arqueológicos que se han ido recopilando desde mediados del siglo pasado hasta la prospección de 2011. Se sintetiza y analiza el tipo de conocimiento histórico que se desprende de dicha infor-mación que, en líneas generales, es desigual y muy fragmentada. A continuación se refl exiona críticamente sobre la prospección como modelo metodológico idóneo que permite afrontar el estudio de grandes extensiones de terreno. Finalmente, se presenta una síntesis de los resultados obtenidos en el trabajo de campo a partir de su dis-tribución en cinco grandes espacios geográfi cos (Barranco de Agua de Dios; Barranco de La Goleta–Mesa de Vargas; Mesa de Tejina–La Orilla; Llanos de Tegueste–Los Lázaros; y Las Canteras–Mesa Mo-ta– Montaña El Español). El segundo capítulo da sentido a esa distribución de enclaves planteando un marco general de relaciones sociales en el que se in-sertan los yacimientos arqueológicos de Tegueste. Para ello se sinteti-zan, en primer lugar, las categorías de análisis empleadas (Unidades Domésticas, Grupos Locales y Entidad Tribal) para después abordar, 16 de forma singularizada, la manera en que se distribuyen en el terri-torio cada una de las tipologías arqueológicas constatadas. Así, cue-vas de habitación, abrigos, asentamientos al aire libre y lugares de frecuentación esporádica (LFE) plasman el ámbito doméstico de las distintas unidades en el espacio. Junto a ellas, las cuevas sepulcrales y las manifestaciones rupestres contribuyen a garantizar la cohesión social de la comunidad y a articular los mecanismos de apropiación simbólica que dan sentido a todo el territorio analizado. El objetivo fundamental de esta monografía es contribuir al conocimiento y difusión de la riqueza patrimonial de la Comarca ofreciendo una propuesta, sustentada arqueológicamente, sobre la lógica interna del poblamiento aborigen del actual municipio de Te-gueste. * * * Un estudio de estas características, que implica el reconocimien-to de todo el territorio municipal durante varios meses, exige una fi nanciación, un equipamiento y un apoyo institucional difícil de obtener en estos momentos de crisis. La apuesta decidida del Ilus-tre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste por ampliar y profundi-zar en el conocimiento histórico del municipio resulta excepcional. Más aún cuando este trabajo es uno más del conjunto de iniciativas que viene desarrollando en los últimos años. Tanto la prospección que da sentido a esta monografía, como el resto de publicaciones y actividades arqueológicas que se realizan desde 2010, se enmarcan dentro del Proyecto de Revalorización Patrimonial del Barranco de Agua de Dios y su Comarca, que fi nancia íntegramente la Corporación Mu-nicipal. En este sentido, sin el respaldo y soporte constante del Ilus-tre Ayuntamiento, especialmente de su Alcalde, José Manuel Molina Hernández, la Concejala de Bienestar Social, Mª de los Remedios de León Santana, la Concejala de Desarrollo Local Marcela del Castillo Fernández, la archivera municipal Mª Jesús Luis Yanes y el técnico Juan Elesmí de León Santana, no habría sido posible alcanzar los objetivos del proyecto. 17 Indudablemente, quienes de forma más directa han contribuido con su esfuerzo en el éxito de este trabajo son quienes integraron el equipo humano que participó en las labores de campo. Alexis Clemente Navarro, Blanca Divassón Mendívil, Zebenzuí López Trujillo, Agnes Louart, Sergio Pou Hernández y Josué Ramos Mar-tín recorrieron, junto a los fi rmantes de esta monografía, todos los rincones del territorio municipal soportando uno de los veranos más lluviosos y húmedos que se recuerdan. Sin ellos, no habría sido posible incrementar en más del doble el número de yacimientos arqueológicos conocidos en Tegueste. Por ello, y por su constante apoyo, nuestro más sincero reconocimiento. Igualmente debemos agradecer la ayuda desinteresada de los bomberos que colaboraron en la prospección aportando su tiempo, su propio equipo de escalada y su amplia experiencia: Joaquín Es-catllar Fernández de Misa, Andrés Alejandro López Martin y David Ponte-Lira Pestana. Asimismo, es necesario reconocer la predispo-sición y apoyo que mostraron numerosas personas durante el tra-bajo de campo y, también, a lo largo de las labores de redacción de esta monografía. Finalmente, los autores deseamos agradecer espe-cialmente a Blanca Divassón Mendívil la inestimable ayuda que ha prestado durante las agotadoras sesiones de revisión y corrección de los textos. Gracias a todos. 18 19 I TERRITORIO Y ARQUEOLOGÍA EN TEGUESTE 1. MODELOS INTERPRETATIVOS, PROSPECCIONES Y EXCAVACIONES Transcurridos casi cincuenta años desde que Luis Diego Cus-coy publicase por primera vez Los Guanches, seguimos sin contar con una alternativa interpretativa de carácter global que aborde la manera en que los aborígenes ocuparon, organizaron, explotaron y concibieron el conjunto de la Isla. Pese a los avances de la disciplina y la elaboración de modelos parciales por parte de algunos inves-tigadores1 , la obra de Diego Cuscoy sigue siendo, a día de hoy, el referente de partida de la mayoría de estudios arqueológicos que se realizan en Tenerife. Aunque es cierto que el volumen de informa-ción arqueológica del que se dispone en la actualidad difi culta una posible propuesta global como la ofrecida en su momento en Los Guanches, el verdadero motivo de que no se haya superado esta pri-mera aproximación general al periodo aborigen no depende tanto de la documentación manejada (que en algunos aspectos ha queda-do superada), como de la aparente coherencia general de su modelo 1. Por ejemplo González Antón et al., 1995; Hernández Marrero y Navarro Mede-ros, 1998; Galván Santos et al., 1999; Navarro Mederos et al., 2002; Pérez Caamaño et al., 2005; Chávez Álvarez et al., 2007. 20 explicativo cuyo éxito ha sido tan rotundo que ya forma parte del sentido común. Como se ha afi rmado con anterioridad (Chávez Álvarez et al., 2007: 19-22; Soler Segura et al., 2011: 77-82), el modelo de distribu-ción del hábitat aborigen propuesto por Luis Diego Cuscoy basculó entre el determinismo económico y la ecología cultural. Por un lado, la distribución de asentamientos aborígenes evidenciaba una res-puesta adaptativa a las limitaciones impuestas por el medio natural. Por otro, el autor concebía que la presencia o ausencia de ciertos recursos naturales, de elementos físicos como la cubierta vegetal, la distribución de las aguas y la naturaleza del suelo eran factores que explicaban la presencia de población aborigen en uno u otro lugar de la Isla. La distribución de estas variables, o «elementos de fi jación», establecería una correspondencia lógica entre comarcas naturales y menceyatos aborígenes: solo aquellas zonas capaces de concentrar todos los elementos necesarios para la vida humana (agua, tierras fértiles, clima favorable, pastos, cuevas de habitación), podían ser las utilizadas por los guanches para su establecimiento de forma permanente. Por ello, el poblamiento sedentario de la Isla se circunscribiría casi exclusivamente a la zona norte y noreste de Te-nerife, quedando el sur y oeste de la Isla como zonas de ocupación en régimen de trashumancia casi permanente (Diego Cuscoy, 1968: 126). Como resultado, en Los Guanches, el autor dividió la Isla por zo-nas de poblamiento partiendo de la suposición de la clase de uso que los aborígenes harían de su hábitat, teniendo en cuenta estos dos aspectos: los recursos naturales y las supuestas posibilidades económicas que ofrecía el mismo. Siguiendo este esquema de aná-lisis, por ejemplo, concibió Anaga y Teno-Daute como zonas de ais-lamiento, Tegueste y Tacoronte como lugares de sedentarismo tem-poral con trashumancia estacional, Güímar, Abona y Adeje como áreas de trashumancia permanente y la Alta Montaña (Las Cañadas) como lugar de ocupación comunal. En este marco explicativo, la Comarca de Tegueste quedó defi - nida a través de sus características y peculiaridades naturales como 21 un hábitat estacional. Diego Cuscoy fi jó los límites del menceyato a partir de los diferentes accidentes geográfi cos que rodeaban la zona. De los ricos recursos de que disponía la Comarca: fundamentalmen-te pastos, nacientes, fuentes y cuevas naturales, el autor infi rió el aglutinamiento poblacional del entorno del Barranco de Agua de Dios2. Es por ello que Diego Cuscoy consideraba el Barranco no so-lamente como articulador del hábitat aborigen sino, también, como confi gurador de posteriores pueblos y caseríos asentados en la zona, como Tejina o Tegueste. Así, la suavidad geológica del entorno, mar-cada por escarpes poco pronunciados y suaves planicies, facilitaría a sus habitantes, dentro de este esquema de organización del territo-rio, una mayor movilidad. La Comarca sería fi nalmente designada como «zona de aislamiento atenuado» (Diego Cuscoy, 1968: 136), en la medida en que la facilidad de acceso a los pastos de la vega de La Laguna y de parte de la planicie de Los Rodeos (defi nidos ambos como «zonas de reserva»), permitiría la práctica del pasto-reo durante la primavera y gran parte del verano, complementando dichas actividades con la explotación invernal de la costa del Valle de Guerra. Este esquema general de ocupación se concreta en el entorno del Barranco de Agua de Dios, donde la existencia de cavidades a distintos niveles agruparía al conjunto de la población: «el poblado aparece denso y variado; es decir, [las cuevas] son numerosas y se alinean en toda la longitud de los andenes, que a su vez ocupan ni-veles distintos: paralelos al borde alto y cerca de él, en lugares inter-medios y en las proximidades del lecho […] El poblado, pues, estaba constituido por todo el sistema de cavernas existentes en la margen» (Álvarez Delgado y Diego Cuscoy, 1947: 144). Las cuevas de habita- 2. «Los elementos constitutivos de la agrupación aborigen están perfectamente claros. Zona fértil, rica en pastos, abundante en agua. Barranco fácilmente acce-sible por diversos puntos; cuevas numerosas, amplias, bien protegidas, y francos los pasos para llegar a ellas: proximidad al mar, que tan importante papel juega en la alimentación del guanche. Finalmente la utilización de las cuevas más ale-jadas del núcleo del poblado como necrópolis colectivas» (Álvarez Delgado y Diego Cuscoy, 1947: 144-145). 22 ción seleccionadas por los aborígenes serían «amplias y fáciles de alcanzar. Muchas de ellas, protegidas por un pronunciado saliente del risco superior, permitían la vida a plena luz, a que tan afi ciona-dos eran los aborígenes. [El interior] amplio, con resaltes basálticos a modo de poyetes o cornisas, elementos complementarios para la más cómoda habitabilidad de la cueva» (ibídem, pp.: 145 y 146). Las cavidades sepulcrales se relacionarían estrechamente con aquellas, ubicándose «si se trata de un poblado de acantilado, bien en la parte más alta o en la más baja del mismo, pero siempre emplazadas en lugar lo sufi cientemente alejado del núcleo de cuevas para que las prácticas sepulcrales pudieran llevarse a efecto sin alejarse demasia-do de los límites del poblado, pero nunca dentro de él. Tratándose de poblados de barranco, las cuevas sepulcrales se encuentran, ya en el principio del grupo de cuevas de habitación, es decir, en la zona más alta del curso del barranco o en la desembocadura del mismo. En ambos casos, alejados dichos yacimientos sepulcrales de las cuevas habitadas, nunca entre ellas» (Diego Cuscoy, 2011a: 204)3. Este modelo de distribución del hábitat se complementaba con la presencia de diversas cavidades, ubicadas en distintos puntos del municipio y en parajes relativamente aislados, que sin relación apa-rente con otras cuevas se vinculaban a la práctica del pastoreo y a las vías de comunicación estacional4. Las conclusiones alcanzadas por Diego Cuscoy, planteadas hace más de cuarenta años, deben ser hoy matizadas, o al menos rede-fi nidas a la luz de las nuevas evidencias empíricas descubiertas y 3. Pautas de distribución que, en la práctica, no reproducían realmente la locali-zación de las cuevas funerarias ya que dependía de la microtopografía del sector del Barranco analizado. 4. Referencia recurrente que utilizará en aquellas ocasiones en las que no se loca-licen en las inmediaciones otros enclaves trogloditas. Será el caso, por ejemplo, de La Enladrillada, que pese a la cercanía evidente «no parece haber sido utili-zada por los habitantes de las cuevas del Barranco del Agua de Dios, sino por grupos estacionados en la parte alta del valle durante la época estival, ya que desde la Mesa de Tejina a El Caidero hay numerosas cuevas que sirvieron de habitación» (Diego Cuscoy, 1972: 278). 23 de los avances teóricos y metodológicos de las últimas décadas. La razón para ello es que existe una clara inconsistencia entre el registro arqueológico manejado por Diego Cuscoy y el que actualmente se posee, evidente en aspectos como, por ejemplo, la presencia de esta-ciones de manifestaciones rupestres o de asentamientos en superfi cie distribuidos por toda la Isla. Además, en el estado actual de la dis-ciplina, las razones por las que los guanches ocuparon determinadas zonas de la Isla, los motivos que eligieron para asentarse en uno u otro lugar, o el sentido otorgado a espacios en el que concentraron un tipo de evidencias muy específi cas, no pueden ser explicadas ex-clusivamente a partir de criterios que tienen que ver con la presencia de pastos, recursos hídricos, cuevas naturales, etc. Es la inserción de esos yacimientos en un esquema territorial, articulado a través de mecanismos de interacción y apropiación social, lo que permite en-tender la manera en que los aborígenes ocuparon, organizaron, ex-plotaron y simbolizaron el espacio insular. Pese a los años transcurridos desde los trabajos de Diego Cus-coy, han sido muy escasas las propuestas que han intentado apor-tar explicaciones alternativas a la adaptación ecológica en Tegues-te. Los numerosos arqueólogos y equipos de investigación que han trabajado en el municipio, o en sus inmediaciones, se han movido siempre en similares marcos teóricos. En las pocas ocasiones que han intentado superar la mera enumeración y descripción de yaci-mientos arqueológicos, la mayoría de estos trabajos se han limitado a enfatizar la asociación entre cuevas naturales y Barranco de Agua de Dios que ya constatara el autor5. Aunque alguno de estos nue- 5. «Con la ocupación del territorio hay un proceso simultáneo de selección de los emplazamientos que mejores condiciones naturales ofrecen para el desarrollo social y de reproducción del grupo […] El hábitat prehispánico más estable fue el enclavado en el Barranco del Agua de Dios. Las características medioambien-tales de este espacio natural eran las óptimas para el desarrollo económico y social de la comunidad aborigen. La cercanía al mar, los arroyos y afl uentes que hay en su entorno, las formaciones de cuevas naturales con buenas condiciones para la habitabilidad y para las prácticas funerarias, las zonas de pastos en sus cercanías, las tierras aptas para el cultivo, etc., propiciaron el desarrollo social, económico y religioso del grupo» (Rosario Adrián et al., 2010: 125 y 126). 24 vos estudios llevó aparejada la elaboración de trabajos de campo sistemático, con la consiguiente identifi caron de nuevas eviden-cias, como cuevas de habitación, cuevas sepulcrales, talleres líticos, restos de cabañas o estaciones de cazoletas y canales (evidencias signifi cativamente diferentes a las constatadas por Diego Cuscoy), ninguna de estas investigaciones llegó a abordar la tarea de rein-terpretar la vida aborigen en la comarca a partir de estos nuevos datos. Los esfuerzos de los arqueólogos se centraron en establecer la ubicación de forma precisa de los enclaves y en detallar los agen-tes antrópicos y naturales que afectaban a la conservación de los yacimientos. Esta estrategia investigativa fue en gran parte debida a necesidades patrimoniales de urgencia, pero a la larga supuso un abandono de las labores de interpretación y explicación de los res-tos sistematizados. Así, las publicaciones derivadas de dichos trabajos de campo se han centrado en la exposición de los resultados de las prospecciones que, en muchas ocasiones, se presentaban con gran aporte estadísti-co. En dichas obras se atiende, por ejemplo, a la diversidad de tipos de yacimientos inventariados, a su localización en función de uni-dades geológicas (ladera de barranco, acantilado, cauce, etc.), a las afecciones y factores que los amenazan o a su tratamiento porcen-tual en función de sus variables patrimoniales (monumentalidad, singularidad, complejidad, etc.). Es decir, la mayoría de las conclu-siones de estos trabajos se limitan a atestiguar dónde se concentra la mayor cantidad de enclaves arqueológicos, el porcentaje existente para cada una de las tipologías identifi cadas o la situación patri-monial que muestran, sin aportar mucho más que descripciones de yacimientos que reiteran dichas conclusiones. Son, por tanto, muy limitadas o nulas las propuestas explicativas ofrecidas sobre la ar-ticulación o funcionamiento de la dinámica territorial de las zonas prospectadas6. Esta tendencia, que no solo afecta a la isla de Tenerife, 6. Ejemplos recientes en Tenerife de este tipo de grandes proyectos de prospec-ción en los que no se llega a ofrecer ninguna interpretación de los datos recopila-dos serían: Escribano Cobo et al., 2009; Valencia Afonso, 2010; Berànger Mateos et al., 2011; Valencia Afonso et al., 2011. 25 se ha ido generalizando en las últimas décadas como consecuencia de la progresiva asimilación de la disciplina con la gestión del patri-monio y la consideración de los historiadores como meros técnicos que elaboran inventarios patrimoniales. Se confunde, de esta ma-nera, la imprescindible labor técnica de localización e identifi cación de los yacimientos que todo trabajo de prospección implica con el incremento del conocimiento histórico de una zona. Un ejemplo que sintetiza esta forma de abordar la arqueología de Tenerife en las últimas décadas y que resulta pertinente por los correlatos que presenta con Tegueste, es el estudio realizado para la Comarca de Acentejo (municipios de Tacoronte, El Sauzal, La Ma-tanza, La Victoria y Santa Úrsula) que, entre 2002 y 2003, fue reali-zado por el Centro Internacional para la Conservación del Patrimo-nio (CICOP). Las conclusiones de dicho estudio (Mederos Martín y Escribano Cobo, 2007), que por su cercanía geográfi ca al municipio de Tegueste tendrían que ofrecer datos comparativos, resultan esca-samente esclarecedoras. Más allá de incrementar el número de yaci-mientos y de reafi rmar el modelo de hábitat troglodita planteado por Diego Cuscoy como única forma de ocupación de la zona, poco más puede inferirse de los resultados publicados. Incluso el breve capí-tulo dedicado al «Hábitat», donde se esperaría un análisis general de cómo, dónde y porqué se ubican los enclaves aborígenes en esas zonas, se limita a presentar citas textuales de fuentes etnohistóricas y a centrarse en discutir la viabilidad del poblamiento en superfi cie para el sur de la Isla (ibídem, pp.: 151-161). La inserción de diversos mapas de distribución de yacimientos de la Comarca de Acentejo, fruto del intenso trabajo de prospección que implicó el proyecto, se ofrece como mero complemento ilustrativo (al mismo nivel que la imagen de una cabaña del municipio sureño de Arona), sin ser ci-tados o explicados en ningún pasaje de la monografía. Es sólo en el apartado de conclusiones donde puede encontrarse alguna referen-cia a la distribución de yacimientos en el territorio. Por desgracia, ese texto, que ya había sido publicado varios años antes como una valoración patrimonial de la Comarca (Valencia Afonso et al., 2004), se limita a citar los enclaves de mayor concentración de yacimien- 26 tos y a ofrecer variables estadísticas relacionadas con su tipología y estado de conservación. No se ofrece, por tanto, ninguna propuesta o hipótesis interpretativa sobre las razones de esa importante dis-tribución arqueológica atestiguada en los trabajos de campo. Más aún, llega a afi rmarse la inutilidad de la prospección como método de análisis histórico capaz de ofrecer explicaciones del pasado sin un referente diacrónico7. Esta afi rmación, que tiene más que ver con la concepción particular de la disciplina de esos autores que con las limitaciones y potencialidades que posee la prospección como meto-dología de trabajo, reduce la labor realizada a un mero instrumento de la gestión patrimonial8. La aportación más relevante de esta pros-pección la ofrecen varios integrantes del equipo de campo cuando presentan algunas de las características generales de los grabados rupestres de la Comarca (Chinea Díaz et al., 2005; Acosta Navarro, 2005). Como se detallará más adelante, dichos autores llegan a esta-blecer, a partir del análisis de los resultados de la prospección, una diferencia interna dentro de las manifestaciones rupestres según su ubicación, motivos representados y relaciones visuales. Valorados globalmente, los trabajos patrimoniales realizados en el municipio de Tegueste y sus alrededores, pese a no apuntar si-quiera una propuesta interpretativa que explique las causas de esa dispersión de yacimientos por el territorio, son enormemente va-liosos para avanzar en el conocimiento del pasado aborigen de las zonas estudiadas (ver Tabla 1). Sin la identifi cación y descripción 7. «Una vez conseguido este inventario completo de yacimientos en la Comarca de Acentejo, se aprecian aún mejor las limitaciones que supone una prospección, porque no es posible ofrecer lecturas diacrónicas o cronológicas de la ocupación aborigen de la comarca, para valorar si esta ocupación general fue permanente, si presentó oscilaciones, si fue resultado de una demografía creciente, etc.» (Valen-cia Afonso et al., 2004: 239; Mederos Martín y Escribano Cobo, 2007: 284). 8. Algo que, por otra parte, permite entender el objetivo de los grandes proyectos de prospección en los que han colaborado los autores, ya que se limitan a publi-car meros datos estadísticos de carácter patrimonial. La ausencia generalizada de representaciones cartográfi cas en dichos estudios evidencia su escaso interés por conocer la articulación territorial de los enclaves, la cual queda reducida a la descripción de la unidad geológica de acogida y a la presentación de sus coor-denadas UTM. 27 de los enclaves a través del trabajo de campo resultaría imposible aproximarse a la manera en que los guanches organizaron y estruc-turaron su territorio. Otra cosa muy diferente es que esta forma de aproximarse al registro material, ampliamente extendida entre los actuales arqueólogos canarios, pueda ofrecer información sufi ciente para trascender la mera recopilación de enclaves patrimoniales y contribuir al incremento del conocimiento histórico de las Islas. Un conocimiento, recordemos, que poco tiene que ver con la identifi ca-ción de un mayor número de puntos en un mapa. La localización de yacimientos arqueológicos en un determinado territorio no implica automáticamente un aumento del conocimiento de esa zona, sino una ampliación de registros que, sin su inserción dentro en un es-quema explicativo general, poco aportan a nuestra comprensión del pasado aborigen del Archipiélago. 1.1. Las prospecciones arqueológicas del municipio. Análisis y ordenación de resultados La dinámica analizada anteriormente puede constatarse en el propio proceso de localización de yacimientos arqueológicos que ha afectado al municipio de Tegueste. Pese a carecer de marcos expli-cativos, en los últimos cuarenta años se ha asistido a un incremento relevante en el número de enclaves conocidos. Gracias al trabajo de numerosos investigadores, ha sido posible ampliar la docena de ya-cimientos conocidos a mediados del siglo pasado a casi el centenar que, según la última prospección de 2011, se tienen inventariados. Igualmente, la diversidad tipológica ha aumentado, pues a las cue-vas sepulcrales y de hábitat ya atestiguadas con anterioridad se les han añadido dispersiones de material y asentamientos en superfi cie, fondos de cabaña y manifestaciones rupestres, tanto grabados como estaciones de cazoletas y canales. Este incremento de evidencias también se ha visto refl ejado en la proliferación de nuevos lugares de ubicación de esos yacimientos, pues de circunscribirse exclusiva-mente al Barranco de Agua de Dios, ahora es posible localizarlos a lo largo de todo el término municipal. 28 Tras las investigaciones realizadas en Tegueste por Diego Cus-coy, que supuso la localización de enclaves como la Cueva Sepulcral nº 4, La Enladrillada, Los Cabezazos, Cueva del Guanche y otras cavida-des repartidas por el Barranco de Agua de Dios (por ejemplo Cueva Caída y Cueva del Cuchillo), en la década de los años 70 del siglo XX miembros de la Universidad de La Laguna emprendieron diversas prospecciones en la Comarca. Sin embargo, ninguna de ellas fue sis-temática ni sus resultados fueron recogidos siguiendo criterio nor-mativo alguno, por cuanto la metodología de campo, que comenza-ba a formularse por esos años en España, carecía aún de la necesaria sistematización. El primer trabajo de prospección relativamente intensivo que afectó al territorio teguestero se enmarcó en la realización de la Carta Arqueológica de Tenerife (Jiménez Gómez et al., 1980). Para la Comar-ca se mencionaron diversos yacimientos, algunos de los cuales ya habían sido recogidos en sistematizaciones previas (Arco Aguilar, 1976): Cueva de la Gotera, de carácter sepulcral y ubicada entre Baja-mar y La Caleta de Milán; cuevas sepulcrales de ubicación imprecisa; Cueva Sepulcral nº 4, excavada por Diego Cuscoy en el Barranco de Agua de Dios y formando conjunto con otras dos cuevas más; y un yacimiento sin descripción, también de ubicación imprecisa y consti-tuido por poblados y cuevas de habitación con necrópolis (Jiménez Gómez et al., 1980: 40-41). Las limitaciones técnicas de la época im-pidieron que dicha información resultara útil para posteriores tra-bajos, ya que los datos de localización fueron, en muchas ocasiones, demasiado imprecisos al no traducir sus ubicaciones a coordenadas geográfi cas. La siguiente prospección que atendió a todo el ámbito territo-rial del municipio fue llevada a cabo en el marco del Inventario del Patrimonio Arqueológico de las Canarias Occidentales (IPACO). El proyecto estuvo dirigido por Juan Francisco Navarro Mederos y coordinado por Vicente Valencia Afonso para el sector de Tegues-te (Navarro Mederos et al., 1989-1990). Fue sin duda la prospección de mayor envergadura realizada hasta la intervención de 2011. Si bien su cobertura afectó a todo el término municipal, el grueso de 29 ACTUACIÓN ARQUEOLÓGICA Poblado del Barranco Milán Cueva sepulcral de La Palmita Cueva sepulcral nº 4 Necrópolis de La Enladrillada Cueva de Los Cabezazos Cueva sepulcral de El Guanche REALIZACIÓN 1943 1958 ±1970 ±1975 1989-90 1994 PUBLICACIÓN 1947 1964 1975 1980 1992 Inédito TIPOLOGÍA Excavación Excavación Excavación Prospección Prospección Excavación CARACTERÍSTICAS Ámbito sepulcral Ámbito sepulcral Ámbito habitacional ±7 yacimientos 51 yacimientos Ámbito habitacional ÁMBITO Tejina Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios Comarca Bco. de Agua de Dios Carta Arqueológica de Tenerife Inventario del Patrimonio Arqueológico de las Canarias Occidentales (IPACO) Excavación arqueológica de urgencia en la Cueva de Los Cabezazos Excavación arqueológica de urgencia en la Cueva de La Higuera Cota Proyecto de Propuesta de puesta en valor del Barranco de Agua de Dios Informe Nueva carretera - Variante de Tejina - TF. 121 Inventario arqueológico de la margen izquierda del Barranco del Agua de Dios Diagnosis del patrimonio arqueológico y etnográfi co del Plan Especial Barranco del Agua de Dios Proyecto Diagnóstico y Limpieza del Patrimonio Cultural de la Isla de Tenerife Prospección arqueológica del municipio de Tegueste Tabla 1. Relación de intervenciones arqueológicas realizadas en el municipio de Tegueste 1997 1998 2000 2003 2004 2008 Inédito Inédito Inédito Inédito 2011 2013 Excavación Prospección Prospección Prospección Prospección Prospección Ámbito habitacional 21 yacimientos 2 yacimientos 4 yacimientos 39 yacimientos Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios Bco. de Agua de Dios ±1952 2011 Excavación Ámbito sepulcral Tejina ±1969 1972 Excavación Ámbito sepulcral Tegueste ±1972 2011 Excavación Ámbito sepulcral Bco. de Agua de Dios 41 yacimientos Bco. de Agua de Dios 2011 Inédito Prospección 96 yacimientos Comarca Comarca Bco. de Agua de Dios 30 sus identifi caciones se centró en el Barranco de Agua de Dios. Del total de cuarenta y ocho yacimientos registrados, treinta y nueve se enclavaban en dicha zona. Este conjunto puede subdividirse en 36 yacimientos defi nidos como cueva de habitación (33 en el barranco, uno compuesto por dos cuevas, otro de tres y un enclave integrado por varias cavidades de las que no se precisa el número) y tres cue-vas sepulcrales. Como resultado de estas labores de prospección en el Barranco, se identifi caron, por primera vez, los yacimientos que debían ser incluidos en la propuesta como BIC del Conjunto Arqueo-lógico de Los Cabezazos, comprendidos entre las Cueva nº 11 (43011) y nº 29 (43029)9, ambas inclusive. El resto de yacimientos localizados en el Municipio se encontraban distribuidos en tres zonas distintas. La primera contenía tres enclaves situados en La Orilla-El Caidero: una cueva sepulcral (La Enladrillada, ya excavada por Diego Cus-coy), un yacimiento de superfi cie y una estación de grabados con ca-zoletas y canales. La segunda zona, en La Mesa de Tejina, tenía cuatro yacimientos: dos fueron defi nidos como cueva de habitación (uno con dos y el otro con una cavidad) y los otros dos yacimientos eran 9. Aparentemente son 19 yacimientos, pero en realidad son más entidades. Los prospectores del IPACO defi nieron tres yacimientos diferentes con una denomi-nación similar: Cueva nº 17A (Conjunto Arqueológico de los Cabezazos), Cueva nº 17B (Conjunto Arqueológico de los Cabezazos) y Cueva nº 17C (Conjunto Arqueológico de los Cabezazos), adjudicándoseles un código diferente (43017A, 43017B y 43017C respectivamente). Podría sobreentenderse que se trata de un único yacimiento subdividido en tres, pero de la lectura de las fi chas de campo se desprende que hace referencia a yacimientos distintos, con coordenadas diferentes aunque con localizaciones próximas, por lo que se individualizaron en fi chas diferenciadas. De igual forma ocurre con la Cueva nº 19A (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos) y Cueva nº 19B (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos). Deducimos esto porque en otras ocasiones los prospectores precisaron de forma clara en la fi cha de cam-po cuándo un yacimiento estaba compuesto por dos o más cuevas, por lo que en los casos mencionados hay que considerar que se trata de cinco yacimientos y no de dos formados por subconjuntos. Por otra parte, la Cueva nº 23 del Barranco de Agua de Dios no fue adjudicada al Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos, pues a pesar de encontrarse próxima a otras cuevas del Conjunto, la imposibilidad de acceder y valorarla convenientemente hizo que (deducimos) no se incluyera en la relación. Así, el número de yacimientos seleccionados para formar parte del Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos ascendería a 21: 18 cuevas de habitación y 3 cuevas sepulcrales. 31 de superfi cie (uno un taller lítico y el otro cabañas). Finalmente, la tercera zona, situada en el Barranco de la Goleta, contaba con dos ya-cimientos: una cueva sepulcral y un conjunto de cinco cuevas de ha-bitación. Lamentablemente, los resultados que se dieron a conocer con posterioridad (Valencia Afonso, 1992) presentaban tan solo una parte de las conclusiones alcanzadas en el trabajo de prospección. En suma, la publicación reorganizaba los yacimientos, sin excesivo detalle, en cinco grandes conjuntos arqueológicos: zona del casco histórico, zona de Los Cabezazos, Mesa Tejina, Barranco de La Go-leta y Llano de Las Cruces-Nieto-La Enladrillada. Tras el trabajo del IPACO, la mayoría de intervenciones realiza-das en Tegueste se han centrado exclusivamente en el Barranco de Agua de Dios, analizando esta zona de forma sectorial: ya sea en amplias secciones o por tramos muy concretos. Estos estudios com-prenden naturalezas y objetivos diferentes y no todos supusieron la localización de nuevas entidades arqueológicas. Así, por ejemplo, en 1998, un estudio dirigido por Dimas Martín Socas en el marco del Plan de Desarrollo de la Comarca Metropolitana, tuvo como fi nali-dad argumentar la creación de un Parque Arqueológico en el tramo del Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos, que por aquel entonces estaba aún incoándose (Lugo Rodríguez y González Pérez, 1998). El estudio se basó en los yacimientos recogidos en la Carta Arqueológica de Tegueste, la cual incluía básicamente el inventario realizado por el IPACO en 1989. Hubo aquí una lectura errónea del número de yaci-mientos seleccionados para formar parte del Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos, pues como se indicó anteriormente, el IPACO había localizado 21 y no 26 como se ha referido (ibídem, p.: 28). En cual-quier caso, en este estudio se seleccionaron y valoraron once cuevas de habitación como las mejores exponentes para ser incluidas en un hipotético proyecto de Parque Arqueológico. Algunos años después, con ocasión de la construcción del via-ducto de la variante a Tejina, se realizó un estudio arqueológico de un tramo muy específi co del barranco afectado por las obras, que no supuso la localización de nuevos yacimientos arqueológicos (Ba-rroso Cruz y Marrero Quevedo, 2000). En 2003 se llevó a cabo un In- 32 ventario arqueológico de la margen izquierda del Barranco de Agua de Dios (Chávez Álvarez et al., 2003), centrado principalmente en el tramo del barranco correspondiente al Término Municipal de San Cristóbal de La Laguna. De los nueve yacimientos localizados en la prospección cuatro correspondieron a Tegueste, siendo todos ellos inéditos (Ba-rranco del Aguas de Dios Tejina nº 5, 7, 8 y 9): tres se defi nieron cuevas de habitación y el nº 8 como material en superfi cie. La prospección parcial más importante se desarrolló en 2007 y afec-tó a todo el tramo teguestero del Barranco de Agua de Dios. El estudio, encargado por la empresa pública Gesplan, fue dirigido por Candela-ria Rosario Adrián y Vicente Valencia Afonso. El trabajo, publicado re-cientemente (Rosario Adrián et al., 2010), se elaboró con la intención de desarrollar el Plan Especial de Protección para el Bien de Interés Cultural de la Zona Arqueológica de Los Cabezazos10, que aún seguía incoándose en esos momentos. A pesar de que, en principio, el sector que debía prospectarse debía limitarse a la zona del futuro BIC, el estudio con-templó todo el tramo situado entre la zona de La Arañita (en el entorno del casco antiguo de Tegueste) y el límite municipal con La Laguna. Ampliada el área de acción, la prospección constató 39 yacimientos arqueológicos, de los cuales 32 correspondían a cuevas de habitación y 7 a sepulcrales, contabilizándose 12 yacimientos como inéditos (ibí-dem, pp.: 152-153)11. Los autores diferenciaron dos zonas dentro de su Plan Especial: el límite del BIC, con 27 yacimientos inventariados, y el tramo superior del barranco, donde se ubican 12 enclaves. En la publicación no se especifi ca cuáles de esos yacimientos son inéditos (sólo en algunos casos concretos se menciona si eran conocidos con 10. La denominación ofi cial del BIC, según el Decreto 166/2006, de 14 de noviem-bre y publicado en el BOC nº 228, de fecha 23 de noviembre de 2006, es Barranco de Agua de Dios. 11. En cuanto a la zona estrictamente considerada como BIC, puede deducirse que los autores consideraron que los yacimientos defi nidos por el IPACO como Cueva nº 17 A, B y C (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos) !43017A, B y C respectivamente!, debían entenderse como una única entidad arqueológica. De igual forma ocurre con la Cueva nº 19 A y B (Conjunto Arqueológico de Los Cabezazos) !43019A y B!, por lo que el cómputo global sería, efectivamente, de 27 yacimientos. 33 anterioridad), por lo que, para averiguarlo, es necesario acudir a la memoria técnica de prospección (Rosario Adrián y Valencia Afonso, 2007). En ella aparecen once yacimientos con la casilla de descubri-miento en blanco (y no doce, lo cual sea probablemente una errata). De dichos enclaves, diez pueden considerarse, efectivamente, inédi-tos12, pero uno de ellos no: Barranco de Agua de Dios XXXVIII (nº 38), también conocido como La Higuera Cota, pues corresponde a un ya-cimiento excavado por el Museo Arqueológico de Tenerife en 1997. Del conjunto de yacimientos inéditos, la mitad se encuentra dentro del BIC, quedando el resto distribuido en el tramo que discurre en-tre El Murgaño y el Casco Histórico de Tegueste. Pocos años después se realizó otro trabajo de prospección que teóricamente afectó a todo el término municipal. Desarrollado a lo largo de 2008, formó parte de un proyecto más amplio, coordina-do por la Unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de Tenerife, denominado Diagnóstico y Limpieza del Patrimonio Cultural de la Isla Tenerife (Cabrera Pérez, 2008). El trabajo de prospección, que atendía tanto a conjuntos arqueológicos como etnográfi cos, registró 41 yaci-mientos, de los que solo dos eran inéditos: la estación de cazoletas y canales de Los Lázaros y la de Lomo de los Rivero13. El resto corres-pondía al inventario realizado el año anterior para el Plan Especial de Protección del Barranco de Agua de Dios. Los resultados obtenidos a lo largo de las décadas en las distintas prospecciones realizadas en Tegueste evidencian la difi cultad que presenta el Barranco para localizar con precisión los yacimientos que contiene. No tanto por ser un espacio excesivamente abrupto, 12. Serían los siguientes: Barranco de Agua de Dios VI, VII, IX, XI, XXI, XXIV, XXX, XXXI, XXXIII y XXXIV. Los cuatro primeros y el nº XXIV se encuentran fuera del límite del BIC. 13. En la prospección de 2011 no se inventarió Lomo de Los Rivero. Se trata de una estación compuesta por una única cazoleta de morfología rectangular con unas dimensiones de 28x26 cm y 18 de profundidad que ofrece importantes dudas de adscripción. Este enclave se valoró con cautela a partir de sus características: tipo de ejecución, posición a ras de suelo, ausencia de otras cazoletas o canales así como inexistencia de material arqueológico en sus inmediaciones. El entor-no, con un denso manto de vegetación, cuenta con otros elementos etnográfi cos 34 sino por la vegetación tan densa que presenta, que suele ocultar cue-vas con contenido arqueológico. Esto ha hecho que todos los equi-pos de prospección que han trabajado en la zona (incluidos nosotros mismos) hayan tenido problemas para registrar correctamente los yacimientos, bien porque las coordenadas UTM no siempre son pre-cisas en un espacio tan encajonado, o bien por el propio ocultamien-to referido. En cualquier caso resulta fundamental, a la hora de abor-dar una prospección del barranco, conocer con precisión los trabajos previos, la cantidad de yacimientos inventariados o sus denomina-ciones, con el fi n de controlar adecuadamente las correspondencias, especialmente cuando a un mismo yacimiento se le han otorgado denominaciones distintas en cada inventario. Aunque parezca ba-ladí, la asignación correcta del topónimo a los yacimientos en los inventarios resulta esencial para una correcta evaluación patrimo-nial. Debido a que las afecciones naturales y antrópicas actúan de forma diferente en cada enclave arqueológico, una valoración ade-cuada debe registrar siempre los cambios acontecidos a lo largo de un período de tiempo prolongado. Gracias a la relevancia histórica del Barranco de Agua de Dios se cuenta con numerosos inventarios que evalúan dicha situación patrimonial. Sin embargo, la utilización de topónimos diferentes en cada trabajo ha generado una importan-te confusión, amplifi cada por las difi cultades de geolocalización y densa vegetación que impone el encajonamiento del barranco. De tal manera es así que, incluso, algunos de los investigadores que participaron en diferentes inventarios asignaron denominaciones distintas a un mismo yacimiento. Para evitar futuras confusiones, en la prospección de 2011 se han empleado siempre las primeras de-nominaciones que fueron otorgadas (normalmente las del IPACO), pero dejando constancia de los cambios posteriores. La información histórica que se desprende del conjunto de tra-bajos realizados es por desgracia, escasa. Debido a que la mayoría labrados en la tosca, y se han extraído bloques del mismo material en las inme-diaciones. Aunque como se verá más adelante, la estación podría encajar en el análisis que se propone en esta obra, una necesaria prudencia obliga a dejar en suspenso su identifi cación como elemento arqueológico. 35 de ellos tienen un origen patrimonial, se ha enfatizado la localiza-ción, descripción y conservación de los yacimientos dejando para un estudio posterior que nunca se aborda la comprensión históri-ca de esa distribución espacial. Pese a la intensidad del trabajo de campo acometido en el municipio de Tegueste, que ha permitido un conocimiento más preciso y ampliado de la zona, la producción científi ca en los últimos treinta años sobre el pasado aborigen puede equiparse al que Diego Cuscoy reunió en la década de los años 70 del siglo pasado. Más aún, los diversos inventarios realizados en la zona y los incontables expedientes administrativos abiertos, que pretendían impedir o limitar la destrucción del patrimonio arqueo-lógico del Barranco, tampoco han tenido mucho éxito. El expolio y la degradación de las cuevas han continuado hasta la actualidad, solo limitados por la densa y tupida vegetación que, en ocasiones, ha impedido durante mucho tiempo el acceso a partes importantes del Barranco. En esencia, estos trabajos de campo han atestiguado la estrecha relación espacial que existe entre cuevas de hábitat y cue-vas sepulcrales, permitiendo constatar la intensa reutilización que, incluso en época aborigen, sufrió el Barranco de Agua de Dios. Se han destacado las excelentes condiciones de habitabilidad de las ca-vidades de la zona, las peculiares características físicas de aquellas destinadas a contener restos humanos y la intensidad y densidad del material arqueológico que aparece por todo el Barranco. Pero poco más se ha avanzado en la comprensión de ese espacio para quienes ocuparon durante más de veinte siglos el territorio teguestero. 1.2. Excavaciones arqueológicas en Tegueste. Datos y secuencias estratigráfi cas Aunque el número de excavaciones arqueológicas realizadas en Tegueste y sus inmediaciones pueda considerarse elevado si se compara con otros enclaves de la Isla, lo cierto es que la informa-ción histórica que se desprende de ellas, tal y como ocurre con las prospecciones, es relativamente escasa. En primer lugar, porque la mayoría de las excavaciones fueron realizadas bajo criterios analíti- 36 cos y metodologías de campo marcadamente arqueográfi cos, donde lo esencial era la recogida del mayor número de objetos y huesos posible. Durante las primeras décadas de estudio, donde la azada (manejada con energía por algún campesino local) era el instrumen-to más común, los datos obtenidos se caracterizaron por su pobreza y escasa fi abilidad (Navarro Mederos y Clavijo Redondo, 2006: 188). Cierto que a lo largo del tiempo se fue atendiendo a aspectos cada vez más contextuales, como el espesor de los paquetes estratigráfi - cos, la composición de los sedimentos, su coloración, textura, etc., ampliando considerablemente la información que se infería de cada yacimiento, pero la mayoría de esas excavaciones se limitaron a reti-rar, con más o menos orden, los restos que se encontraban dispues-tos en superfi cie. De ahí que gran parte de la información recopilada hasta las últimas décadas del siglo XX se orientara a registrar, en la mayoría de ocasiones, comportamientos sepulcrales ya constados con anterioridad. En segundo lugar, porque muchas de las intervenciones más re-cientes no han llegado a ser publicadas y siguen siendo meros in-formes técnicos que detallan el procedimiento empleado sin infe-rir conclusiones explicativas de los resultados obtenidos. En cierto modo, puede decirse que el problema está en que, ateniéndonos a lo estrictamente publicado, se ha pasado de una arqueología tradicio-nal enfocada en el objeto a una arqueología de gestión preocupada fundamentalmente en proteger el patrimonio arqueológico. Por una u otra razón el Barranco y la comarca continúan sin estudiarse. Obviamente, la metodología empleada en las campañas arqueo-lógicas de las últimas décadas del siglo XX y principios del siglo XXI presenta una elevada sofi sticación que poco tiene que ver con las primeras excavaciones. Pero la ausencia de una difusión adecuada merma considerablemente su relevancia y, por tanto, difi culta la po-sibilidad de avanzar en el conocimiento de la zona. Entre las razo-nes que explican la defi ciente divulgación de los resultados es nece-sario resaltar, como se ha indicado en otro lugar (Soler Segura et al., 2011: 127-129), el cambio de perspectiva que se ha ido produciendo en la disciplina arqueológica en las últimas décadas: la progresi- 37 va traslación de actuaciones encaminadas a generar conocimiento histórico hacia proyectos e iniciativas interesadas por inventariar y gestionar el patrimonio arqueológico. En este sentido, debe re-cordarse que, desde hace ya más de una década, no se emprende ninguna excavación arqueológica en Tenerife bajo el marco de un proyecto de investigación. Salvo casos excepcionales vinculados a iniciativas con trayectorias muy dilatadas14, actualmente los encla-ves arqueológicos excavados en la Isla se asocian exclusivamente a la gestión patrimonial. Ya sea como consecuencia de hallazgos for-tuitos o derivado del acondiciona-miento previo de futuras cons-trucciones o infraestructuras, estas intervenciones tienen por objeto documentar los enclaves con el fi n de cumplimentar las exigencias legales impuestas por las administraciones con competencias en el Patrimonio Cultural. La supresión de anteriores programas de fi nanciación ha lastrado la dinámica que, durante las últimas déca-das del siglo pasado, había permitido incrementar el conocimiento de muchos aspectos de la sociedad aborigen. El papel cada vez más restringido de la investigación dentro de la arqueología de Tenerife y la pérdida, por tanto, de apoyo institucional de esos proyectos ha motivado el estancamiento de prometedoras perspectivas de trabajo que se han relegado a iniciativas personales por parte de doctorandos. Así, y como consecuencia de la conversión de la disci-plina cada vez más en mera registradora de enclaves patrimoniales, muchas de las intervenciones de las últimas décadas en Tenerife no han sido publicadas, pasando los resultados obtenidos práctica-mente desapercibidos para el resto de investigadores. Aun así, y pese a las defi ciencias y limitaciones indicadas, las excavaciones realizadas en Tegueste y sus inmediaciones acumulan nuevos datos que, de forma directa o indirecta, han aumentado el co- 14. Como por ejemplo los trabajos de prospección y excavación que viene rea-lizando el equipo dirigido por Matilde Arnay de la Rosa, en los límites del Par-que Nacional del Teide, desde principios de los años 80 del siglo pasado, y que se encauzan bajo una dinámica temporal muy específi ca vinculada a los Planes Rectores de Uso y Gestión del Parque (Arnay de la Rosa y González Reimers, 2007-2008). 38 nocimiento material y empírico de ámbitos concretos de la sociedad guanche, como son: las características de los entornos domésticos, la organización interna de los contextos sepulcrales, los distintos as-pectos del ritual funerario, las enfermedades y hábitos alimenticios o el avance en la reconstrucción del paleoambiente de la zona. La información que sobre los entornos domésticos se ha recopila-do en el Municipio procede de las excavaciones de las cuevas de Los Cabezazos (TG-47) y La Higuera Cota (TG-75). Sin embargo, como se indica más adelante, las circunstancias en las que han estado inmer-sos dichos trabajos han condicionado la relevancia de sus resultados para el conocimiento histórico de la zona, al carecerse de una lectura arqueológica que relacione dicha información con el resto de aspec-tos de la sociedad guanche. Los Cabezazos es un enclave emblemático de la arqueología de Tenerife. Constituye, junto a la Cueva de la Arena de Barranco Hondo, la primera excavación de un ámbito doméstico de la Isla abordada bajo criterios estratigráfi cos. Además, como consecuencia del mo-mento sociopolítico en que fue dada a conocer, su topónimo ocupa un lugar muy destacado en la memoria colectiva de investigadores y afi cionados a la arqueología canaria. Fue excavada por primera vez por Diego Cuscoy a principios de la década de los 70 del siglo pasado, quien planifi có sus dos campañas aplicando una metodo-logía que pretendía defi nir la diacronía del yacimiento (Diego Cus-coy, 1975). Se identifi có la presencia de dos hogares, un pozo central colmatado de sedimentos y dos niveles de tierra y cenizas que, al revestir completamente el suelo, buscaba la impermeabilidad de la superfi cie. La excavación aportó un alto número de fragmentos cerámicos (cerca de 7.000 entre lisos, decorados, bordes, mangos y amorfos), así como una importante presencia de la industria lítica (con esferoides, machacadores, fragmentos de molino, alisadores y lascas de basalto y obsidiana), industria ósea (10 punzones), cuen-tas de adorno, material malacológico e ictiológico y, fi nalmente, la localización de restos de perro, cerdo y cabra. Sin embargo, como ya analizamos en otro lugar (Soler Segura et al., 2011: 106-113), la escasa experiencia en la aplicación de esta metodología limitó considera- 39 blemente los resultados, en la medida en que Diego Cuscoy no fue capaz de elaborar una explicación de las conexiones que se estable-cían entre los distintos paquetes estratigráfi cos identifi cados. En 1994, el equipo dirigido por Rafael González Antón, por en-tonces director del Museo Arqueológico de Tenerife, emprendió una nueva excavación de Los Cabezazos con la intención de revisar la secuencia planteada por Diego Cuscoy, obtener nuevas muestras datables y confi rmar los resultados de algunos estudios bioantro-pológicos sobre población aborigen de la Comarca que indicaban un aporte fundamental de alimentos vegetales en la dieta (Gonzá-lez Antón et al., 2002a). Sin embargo, transcurridos 20 años desde aquella excavación, la memoria de esta intervención sigue siendo inédita, habiéndose publicado tan solo algunos datos aislados o una escueta descripción de la cueva en la Gran Enciclopedia Canaria (Ro-sario Adrián et al., 1995). Pese a la escasa información aportada en la memoria, es posible mencionar la identifi cación de nuevas estruc-turas de combustión con importantes paquetes de ceniza en los que aparecieron punzones, fragmentos cerámicos, cuentas de adorno, detritus alimenticios y gran cantidad de restos de industria lítica en basalto con señales de uso. Además, la presencia de carbones de helechos en dichas cenizas ha sido interpretada como evidencia del acondicionamiento de la cueva que, al mezclarse con otras cenizas vegetales, tierra o estiércol de ganado, crearían un pavimento que nivelaría el interior (Arco Aguilar et al., 2001: 173). Similares problemas presenta la excavación de La Higuera Cota realizada pocos años después por el mismo equipo (González Antón et al., 2002b). Más allá de la memoria que describe el proceso técnico de retirada de sedimentos a partir de niveles artifi ciales y cuadrícu-las de un metro, se carece de una mínima interpretación que aporte signifi cación a las distintas estructuras de combustión identifi cadas, a las relaciones estratigráfi cas que se establecen en el interior de la cueva o a la posible correspondencia, si la hubiera, con la secuencia de Los Cabezazos. Simplemente se constata la presencia de cerámica a mano y a torno, de adornos, industria lítica y ósea, fauna terrestre y marina (malacofauna e ictiofauna), telas, piezas metálicas, cenizas 40 y restos vegetales (antracológicos y carpológicos). Esta excavación, de la que ni siquiera se conocen los resultados de las dataciones realizadas, quedó aparentemente inconclusa, en la medida en que durante la campaña no llegó a excavarse en su totalidad todas las cuadrículas planifi cadas. Con respecto a la organización interna del espacio sepulcral de las cavidades de Tegueste, los datos aportados por las distintas ex-cavaciones tienden a confi rmar las regularidades atestiguadas en otros enclaves de la Isla. Así, se evidencia el mal estado de conser-vación de los restos humanos debido al expolio y a las alteraciones naturales, que provocaron la pérdida o deterioro de gran parte del ajuar y registro óseo allí conservado. Igualmente, se constata un rei-terado uso de las cavidades mediante la incorporación de nuevas inhumaciones a lo largo del tiempo, lo que supondría la necesaria recolocación de los restos anteriores. Este hecho explicaría, tal y como apuntara ya Diego Cuscoy en los años 40 del siglo pasado, el aparente desorden interno de la mayoría de las cavidades sepulcra-les, en la medida en que los osarios tendrían un carácter intencional (Diego Cuscoy, 1972: 278). Dicha distribución respondería, por tan-to, a una clara organización del espacio funerario por parte de los aborígenes que implicaría otras labores de acondicionamiento como la regularización del suelo (Diego Cuscoy, 1964: 8), la colocación de lajas a manera de cabezales (Diego Cuscoy, 2011a: 210), o la utiliza-ción de repisas naturales. En cuanto al análisis de los restos óseos procedente de estas ex-cavaciones, han sido varios los investigadores que han utilizado muestras del Barranco de Agua de Dios, aunque en líneas generales su procedencia y estado de conservación han limitado la informa-ción inferida de ellos. El saqueo indiscriminado y sistemático del patrimonio arqueológico de la Comarca condiciona irremediable-mente el tipo de analíticas que pueden aplicarse sobre estos restos, en la medida en que la ausencia de datos fi ables de localización discrimina su empleo en procedimientos que, como los genéticos, requieren de un tratamiento especial. Solo en aquellos casos en los que existen referencias directas, el estudio de los restos ha permiti- 41 do aportar datos relevantes que informan sobre las enfermedades, la dieta alimenticia o la esperanza de vida de quienes ocuparon Te-gueste en el pasado. Además, a esta ausencia de contexto arqueo-lógico de la mayoría de las piezas bioantropológicas se añade la circunstancia de estar mejor representadas determinadas partes de la anatomía humana (normalmente cráneos, mandíbulas o huesos grandes y largos de adultos), en comparación con los huesos más pequeños del cuerpo (como manos y pies) y restos de esqueleto frágiles por su menor grosor cortical (infantes o ancianos); ya que debido a su poca densidad ósea y/o a su reducido tamaño se des-componen más rápidamente15. Esta diferencia en el muestreo con-diciona el alcance de los resultados obtenidos, pues al tratarse de datos fragmentarios e incompletos no pueden ser generalizados al conjunto de la población. Tras el cambio de orientación experimentado a partir de los años 90 del siglo XX, que motivó un distanciamiento del énfasis raciológi-co y descriptivo que había dominado la disciplina, el enfoque actual aplicado a los estudios bioantropológicos permite ofrecer, como se indicó anteriormente, información sufi ciente como para comenzar a producir explicaciones más generales que aborden el estudio de la sociedad aborigen. Los datos obtenidos evidencian una población con marcadas patologías relacionadas con esfuerzos físicos de ca-rácter cotidiano. A los primeros casos de dolencia reumática atesti-guados en Barranco Milán (Álvarez Delgado y Diego Cuscoy, 1947: 156), se suman algunos ejemplos de traumatismos en el hueso sacro y fracturas en vértebras torácicas de la muestra de Cueva del Guanche (Estévez González, 2002: 260-261), o dolencias producidas por trans-portar peso, como la alteración patológica de uno de los esqueletos adultos de Barranco del Agua de Dios IX (TG-84). La causa de esta úl-tima lesión es una compresión intensa y repetida en la columna, en 15. Además de pasar desapercibidos para la mayoría de expoliadores, quienes históricamente se han centrado en los cráneos o en piezas óseas más volumino-sas. Los depósitos del Museo Arqueológico de Tenerife, como también los de El Museo Canario, se encuentran repletos de donaciones descontextualizadas de estas tipologías esqueléticas. 42 este caso a nivel lumbar, producida por lo general por cargar peso, cuya consecuencia es la herniación del disco intervertebral hacia el interior del cuerpo vertebral adyacente (Rosario Adrián et al., 2007: 102). A través de la identifi cación de marcadores dentales como las caries, el sarro u otras alteraciones y desgaste en dientes proceden-tes del municipio, se ha destacado una elevada frecuencia de caries por pieza dental, un nivel alto en el desgaste, un menor grado de sarro y un porcentaje mayor de pérdidas y abscesos dentales que otras poblaciones histórica de similares características, lo que esta-ría indicando un modelo alimenticio basado, fundamentalmente, en productos de texturas blandas, es decir, un mayor componente ve-getal en la dieta (Chinea Díaz et al., 1998: 357). El análisis de micro-fósiles vegetales (partículas microscópicas procedentes de antiguos organismos vivos) indica el consumo de cereales del grupo Triticeae, al que pertenecerían, entre otros, el trigo y la cebada, así como la presencia de otras especies vegetales como leguminosas o helechos (Arnay de la Rosa et al., 2011: 189). Estas conclusiones sobre la dieta la confi rman, además, la presencia de elevados niveles de bario y estroncio en los huesos analizados, que se relacionan con una ali-mentación rica en elementos vegetales (ibídem, p.: 180). La relevan-cia de estos estudios permite matizar, incluso, aspectos relacionados directamente con los patrones alimenticios entre hombres y muje-res, por cuanto se constata entre la población femenina de Tenerife un mayor aporte de productos vegetales (ibídem, pp.: 181-182). Estas diferencias tan signifi cativas entre sexos se correlacionan también con los resultados obtenidos en el análisis de los marcadores nutricio-nales, señales óseas consecuencia de episodios en los que se detiene el crecimiento del hueso por malnutrición. Tanto en hombres como en mujeres se observa un patrón que acusa un pico hacia el primer año de vida y otro en la adolescencia o pre-adolescencia. Si bien en el varón, hacia los 3-4 años de vida, se observa un descenso de la frecuencia, no ocurre lo mismo en la mujer, lo que puede indicar que los niños pudieron recibir más atención que las niñas en esa etapa de su vida (ibídem, p.: 191). Sin embargo, los datos relacionados con 43 la esperanza de vida de la población aborigen de Tegueste constatan la media más alta de la Isla, 35’03 años, cuya distribución sexual es de 34’67 para los hombres y 35’32 para mujeres (Rodríguez Martín y Martín Oval, 2009: 112). Finalmente, otro aspecto documentado por la excavación arqueo-lógica es el conocimiento sobre el paleoambiente presente en época aborigen. Aunque la atención a este tipo de registro es relativamen-te reciente en la arqueología canaria, independientemente de que Diego Cuscoy ya avanzara algunos datos sobre especies vegetales en sus intervenciones16, el empleo del utillaje microscópico se rela-ciona con la renovación disciplinar de los años 90 del siglo XX. Los resultados obtenidos en el estudio antracológico de Los Cabezazos (TG-47) y La Higuera Cota (TG-75) han permitido concretar algunas de las características de la vegetación existente en Tegueste entre los siglo IX y XVI. Aunque en la memoria técnica de 2002 se mencionen 409 fragmentos de carbón, el cómputo total de restos analizados fue de 6.025, en su mayoría pertenecientes a especies vegetales propias del bosque termófi lo o el límite inferior del espacio ocupado por la Laurisilva, aunque también procedentes de otras especies introduci-das17. A la espera de su publicación por parte de sus investigadores, es necesario destacar, desde el punto de vista cuantitativo, la presen-cia del brezo, y desde el punto de vista cualitativo, la constatación de la palmera. En cuanto a la abundante presencia del primero (68% en Los Cabezazos y 56% en La Higuera Cota), la autora expuso la posi-bilidad de deberse a dos factores: a la gran cantidad de brezo en el entorno de los yacimientos y a que esta planta leñosa debió supo-ner una importante fuente calorífi ca para la combustión (Machado Yanes, 2002: 4). De la presencia de palmera, identifi cada a partir de un único fragmento de dátil de palmera canaria (Phoenix canariensis) 16. Por ejemplo los ocho hachones de tea pertenecientes a Pinus canariensis de La Palmita (Diego Cuscoy, 2011a: 212), o las maderas (indeterminadas) de La Enladri-llada (Diego Cuscoy, 1972: 289). 17. Desde aquí agradecemos las puntualizaciones que la Dra. Carmen Machado nos ofreció tan amablemente con respecto a la información que publicamos de su informe antracológico en Soler Segura et al., 2011: 143-144. 44 procedente de La Higuera Cota (Rodríguez Martín y Martín Oval, 2009: 168), se dedujo el uso alimenticio de dicho fruto, infi riéndose de él una serie de usos a partir de materias primas obtenidas de su hoja (cestos, esteras, etc.). En cuanto a la identifi cación de helechos, cuyos carbones aparecieron formando parte de las cenizas de las estructuras de combustión de Los Cabezazos, se interpretó su uso con el objeto de confeccionar camas vegetales, pavimentos o techumbres destinados fundamentalmente a espacios domésticos y cuyo proce-so de elaboración debió realizarse en el interior de la cueva. No se trataría, pues, de rizomas de helechos para elaborar algún tipo de alimento, sino de hojas de helecho que fueron quemadas verdes. Posiblemente, al mezclarlas con otra serie de cenizas vegetales, tie-rra o estiércol de ganado, fueron utilizados para crear el pavimento de las cuevas o para calafatear rendijas de paredes (Arco Aguilar et al., 2001: 173). En relación a la recolección de maderas destinadas a la combustión, especialmente brezo, la abundancia en la zona y la proximidad del Monteverde, hacían de esa actividad algo frecuente para los habitantes de estos dos asentamientos, especialmente en la cueva de La Higuera Cota. Aunque sin datos sufi cientes que apunten a un uso aborigen o posterior, se ha indicado también la presencia de una muestra de carbón de higuera (Ficus carica) en Los Cabezazos (Rodríguez Martín y Martín Oval, 2009: 167). Similares conclusiones se alcanzaron en el estudio microscópico realizado a un fragmento de molino circular hallado, en 1988, en el exterior de Los Cabezazos (TG-47). Pudieron identifi carse algunos ti-pos de fi tolitos y otros microfósiles vegetales, como abundantes mi-crofragmentos de carbón, que podrían estar relacionados con prác-ticas de molturación de granos tostadoso, también, con el hecho de que la pieza hubiera sido contaminada por partículas provenientes de una estructura de combustión existente en la citada cueva. Se identifi caron fi tolitos de palmeras, de varias partes de gramíneas, tanto de la epidermis de hojas y tallos como de las infl orescencias, y de otras plantas con mayor difi cultad para su identifi cación, pero que posiblemente pertenecieran al grupo de las compuestas (Aste-raceae), al que corresponden plantas como las cerrajas o cerrajones 45 (Sonchus sp.), o incluso de helechos como la helechera o helecho co-mún (Pteridium aquilinum) (Arnay de la Rosa et al., 2011: 190). Las dataciones obtenidas en distintos enclaves de la zona ofre-cen fechas relativamente homogéneas que oscilan entre los siglos VII y XIII después de la Era (Arco Aguilar et al., 1997: 73-74). Sin em-bargo, hemos procedido a la calibración de las fechas disponibles18 (ver Tabla 2). El hecho de calibrar fechas radiocarbónicas responde a la necesidad de que la ciencia ha observado que la concentración del isótopo de Carbono en la atmósfera no es constante como en un principio se había considerado. Esta concentración varía en función de los cambios producidos en la intensidad de la radiación cósmica y se ve afectada por variaciones en el magnetismo de la Tierra y en la actividad solar. Los cambios en el clima terrestre afectan a los fl u-jos de carbono entre reservas de C14 de los océanos y la atmósfera, alterando su concentración. Además de estos procesos naturales, la actividad humana también es responsable de parte de estos cam-bios. Entre el siglo XVIII y los años 50 del siglo XX, la concentración de C14 disminuyó por la mayor emisión de CO2; entre los años 50 y 60 la concentración de C14 se duplicó, y en los años 90 ya era un 20% superior al de 1950. Esto tiene importantes repercusiones en las dataciones radiocarbónicas en Arqueología, por cuanto va-rían sustancialmente los datos obtenidos, de ahí que sea necesario realizar calibraciones introduciendo las varianzas correspondien-tes en relación a las concentraciones o disminuciones de C14 en la atmósfera. A esto habría que añadir la contaminación de muchas muestras objeto de datación por diversas causas, como una recogida defi ciente o por aportaciones de nuevas cantidades de C14 sobre los materiales debido a fi ltraciones en los sedimentos. En este sentido, consideramos necesario proceder a realizar calibraciones sobre las fechas existentes, lo que permite observar las modifi caciones en las dataciones y comprobar que, una vez calibradas, algunas de ellas no parecen válidas (como dos de las tomadas por Diego Cuscoy en la 18. La calibración se ha realizado por medio del Calib Rev 5.1 beta (Calib Radiocar-bon Calibration Program), aplicación informática desarrollada por la Universidad de Arizona (Reimer et al., 2004). 46 Cueva de Los Cabezazos), mientras que el resto elevan sensiblemente su intervalo cronológico, debiendo establecerse un intervalo de la presencia humana en el Barranco de Agua de Dios entre los siglos VIII y XIII, llegando una de las muestras de la necrópolis de La Enladri-llada (TG-13), hasta la segunda mitad del siglo XIV. Como puede observarse, pese a las limitaciones metodológicas de algunas de las excavaciones realizadas o los problemas de con-textualización que presentan la mayoría de restos óseos, la informa-ción proporcionada por los trabajos de excavación llevados a cabo en yacimientos habitacionales o sepulcrales de Tegueste es funda-mental en el esclarecimiento de los modos de vida de la sociedad aborigen asentada en la zona, porque permite conocer más aspectos sobre este período, lo que sin duda hace posible una comprensión más completa y compleja del guanche. Es por ello necesario acome-ter nuevas excavaciones y ampliar los estudios y analíticas, a la vista del potencial que tiene el Barranco de Agua de Dios y de su entor-no inmediato para elaborar explicaciones históricas sobre el pasado aborigen de Tenerife. 2. CONDICIONES TEÓRICAS Y METODOLÓGICAS DEL ANÁLISIS. LA PROSPECCIÓN ARQUEOLÓGICA SUPERFICIAL COMO MÉTODO DE INVESTIGACIÓN Los primeros ensayos teóricos y metodológicos realizados en la arqueología española se producen en la década de los años ochenta del siglo XX. No se va a entrar aquí a explicar los intensos debates producidos a lo largo de esa década en relación a la combinación del análisis del territorio con una u otra teoría explicativa de la socie-dad. Lo que sí es necesario indicar es que fueron aquellos arqueó-logos infl uidos por planteamientos funcionalistas los que más es-fuerzos dedicaron a defi nir metodologías de estudio territorial. Así, diversos autores de esta orientación impulsaron la idea de que la arqueología debía superar el marco histórico-cultural para asumir una visión ecológica y espacial, a través de la cual la variabilidad cultural de las sociedades prehistóricas fuese explicada en función 47 YACIMIENTO Los Cabezazos (TG-45) Los Cabezazos (TG-45) Los Cabezazos (TG-45) La Enladrillada (TG-13) TIPO DE MUESTRA Carbón vegetal Carbón vegetal Restos humanos Restos humanos Madera de Pinus canarienses RESULTADO Niv. II/ KN-601: 1450 ±45 d.C. CALIBRACIÓN (RANGO 1 S) 1634-1746 d.C. 1152-1155 B.P. / 795-798 d.C. 566-586 B.P. / 1384-1364 d.C. 1182-1207 B.P. / 768-743 d.C. La Palmita (Tejina) 796-874 B.P. / 1154-1076 d.C. Carbón vegetal 1625-1751 d.C. Restos humanos 754-759 B.P. / 1196-1191 d.C. Restos humanos 1144-1159 B.P. / 806-791 d.C. La Enladrillada (TG-13) Cueva del Guanche (TG-65) Cueva del Guanche (TG-65) Niv. III/ KN-602: 1450 ±50 d.C. Niv. Inf./ CSIC-147: 1280 ±60 B.P. = 670 d.C. 800 ±50 B.P.= 1150 d.C. 735 ±75 B.P.= 1215 d.C. GX-18746: 1311 ±81 B.P. = 639 d.C. GX-19702: 1341 ±59 B.P. = 609 d.C. M-1057: 1040 ±110 B.P. = 910 d.C. Tabla 2. Dataciones de C14 realizadas en la Comarca de Tegueste (elaboración propia a partir de Arco Aguilar et al., 1997) 48 de los condicionamientos y determinaciones que el medioambiente imprimió a las mismas. Así, el análisis espacial fue el eje de todas sus investigaciones, pues su estudio exhaustivo permitía conocer el medioambiente prehistórico, y por tanto reconstruir los comporta-mientos, especialmente económicos, que desarrollaron las poblacio-nes del pasado (Orejas, 1995; García Sanjuan, 2005). Se modifi có así el objeto de estudio, que pasó del yacimiento y la cultura material, al espacio y al conjunto de asentamientos; se abandonó la tendencia centrada en el objeto para potenciar el conocimiento global de una colectividad humana en su territorio. Cambió la trascendencia que el yacimiento arqueológico había tenido hasta ese momento, especialmente en relación a su utilidad para la obtención de cronologías, ya fuera relativas o absolutas, y pasó a formar parte de estudios en los que era relevante analizar el comportamiento de conjuntos de asentamientos diferentes, consi-derados como los centros de la acción, sobre todo económica, y su territorio más inmediato como el espacio del que se obtenía todo lo necesario para la subsistencia de sus habitantes. De este modo se in-corporaron modelos, técnicas y análisis específi cos (palinología, an-tracología, carpología, sedimentología, etc.), que fueron utilizados desde todos los ámbitos teóricos para incrementar los niveles de in-formación en los trabajos de campo. En el caso concreto de los análi-sis del territorio fue especialmente signifi cativa la generalización de prospecciones arqueológicas superfi ciales, cuyos resultados variaron de forma sustancial las explicaciones sobre el poblamiento prehistóri-co, pues el registro de yacimientos, y por tanto de asentamientos, aumentó de forma considerable (Burillo Mozota, 1996, 1997; Ruiz Zapatero, 1988, 1997). La prospección arqueológica superfi cial forma parte de una nue-va forma de hacer arqueología iniciada en España en los años 80 del siglo pasado que se generalizó rápidamente a toda la disciplina. Como herramienta metodológica es utilizada desde diversos po-sicionamientos teóricos cuya diferencia esencial se sustenta en un mayor o menor énfasis sobre aspectos de carácter ecológico, eco-nómico, social o simbólico. Todas ellas, e independientemente de 49 su denominación como Arqueología Espacial, del Territorio o del Paisaje, plantean una aproximación al pasado a partir de la manera en que las sociedades humanas ocuparon, explotaron o conceptuali-zaron el entorno en el que se asentaron. Esta metodología de campo superfi cial implica recorrer un de-terminado territorio con la intención de localizar sobre el terreno restos materiales que son el producto de diversas actividades desa-rrolladas por grupos humanos en el pasado. Adquieren la categoría de restos arqueológicos porque se trata de materiales cuyo origen está en sociedades humanas ya extinguidas, y por tanto deben ser es-tudiados con metodología arqueológica. De manera específi ca, existen diferentes tipos de prospección arqueológica superfi cial y sus dife-rencias estriban en la cobertura y la intensidad de tales recorridos, eligiéndose uno u otro tipo según las necesidades de la investiga-ción (García Sanjuan, 2005: 70-76). Los tipos de prospección más comunes son la prospección arqueo-lógica superfi cial intensiva con y sin recogida de material y la prospección arqueológica superfi cial extensiva. La primera de ellas se utiliza pre-ferentemente para reconocer espacios pequeños y donde el interés estriba en determinar si la zona contiene yacimientos arqueológicos ante una inminente remoción del terreno. Suele emplearse habitual-mente cuando se solicitan informes de impacto arqueológico antes de la construcción de fi ncas, edifi cios, infraestructuras viarias, etc., y en estos casos suele llevar aparejada la recogida de materiales ar-queológicos para posteriormente ser estudiados en el laboratorio, ser clasifi cados, inventariados y entregados a las autoridades com-petentes (generalmente museos). La segunda implica el reconoci-miento de territorios amplios, como puede ser el caso de un término municipal, y tiene como fi nalidad localizar enclaves arqueológicos y clasifi carlos en categorías y tipologías. El hecho de que sea extensiva no implica que no sea igual de intensiva que la anterior. Sin embar-go, los márgenes de error (la posibilidad de no localizar yacimien-tos) aumentan debido a la mayor cobertura de la prospección. El desarrollo de categorías y tipologías que se derivan del trabajo de campo pueden ser arqueológicas e interpretativas. En cuanto a 50 las primeras, su fi nalidad es la de registrar y describir las caracterís-ticas físicas de los yacimientos y sus componentes materiales: uni-dades espaciales de acogida (aire libre, cueva o abrigo), ubicación, condiciones de visibilidad y accesibilidad, dimensiones de los ya-cimientos, tipos de materiales arqueológicos presentes o predomi-nantes (objetos cerámicos, líticos, óseos, etc.), forma y dimensiones de estructuras artifi ciales de piedra, tipologías de manifestaciones rupestres, etc. Por lo general se reconoce todo el territorio, pero se atiende con preferencia a aquellos espacios, zonas o lugares menos transformados por las actividades y el urbanismo modernos, pues son los espacios en los que mayores probabilidades existen de loca-lizar yacimientos debido a que la transformación de los terrenos se presupone menor. En cuanto a las categorías y tipologías interpretativas, su con-fi guración tiene el objetivo de dotar de contenido histórico a las diferentes entidades arqueológicas. Los yacimientos arqueológicos son el resultado del desarrollo de múltiples y diferentes actividades humanas en contextos sociales, políticos, económicos o rituales, pro-ducto de la existencia de un grupo humano que se extendió sobre un territorio determinado pero que ha dejado de existir hace ya mucho tiempo. Uno de los objetivos de los arqueólogos, como historiado-res, es explicar los procesos históricos que han tenido lugar en estos espacios. Para ello hay que dotar de contenido histórico a los restos materiales que han sobrevivido en el presente y relacionarlos con las actividades que les dieron origen. El objetivo es conocer y compren-der el modo y las razones por las cuales los diferentes individuos y grupos de una colectividad concreta, en este caso los guanches de Tegueste, se relacionaron entre sí, con su medioambiente, con sus divinidades o con otros grupos sociales vecinos. En este sentido, las categorías y tipologías arqueológicas deben ser interpretadas para que podamos discernir la clase de utilidad y sentido que los aborígenes dieron a los lugares en los que se asen-taron, desechando o excluyendo a su vez otros para realizar sus ac-tividades. Esta transición es compleja, tanto desde una perspectiva teórica como metodológica, pues en ocasiones se tiende a utilizar en 51 exceso el sentido común del presente, sin tener en cuenta que el sen-tido común guanche, por ejemplo, pudo haber seguido otros criterios diferentes a los nuestros. Así, por ejemplo, desde ese presentismo es habitual entender que una cavidad con restos arqueológicos fue una cueva de habitación, descartándose así la posibilidad de que en ella se realizasen otras actividades diferentes a las de su uso como hábitat. De esta manera es necesario, para generar categorías y tipo-logías interpretativas, defi nir con precisión el registro material de superfi cie, aunque hay que partir de la base de que ni siquiera esto es una garantía para interpretar bien un yacimiento y sus funciones en el pasado, pues no sabemos con detalle qué esconde bajo tierra. He aquí la limitación de la prospección arqueológica superfi cial: se puede tener una idea general de cómo se ocupó un territorio, en un plano horizontal, localizando más yacimientos, pero presenta difi - cultades para acceder a su evolución concreta y a si todos fueron o no contemporáneos entre sí, en un plano vertical, pues esto solo lo permite una excavación arqueológica. En principio, la combinación de los resultados entre ambos métodos, prospección y excavación, permite entender mejor y de forma global cómo fue y se desenvolvió un grupo humano en el pasado, pero no siempre es posible, básica-mente porque las excavaciones arqueológicas son menos frecuentes y más costosas. Algunas de las tipologías interpretativas pueden establecerse sin excesivas complicaciones siempre y cuando las categorías y tipo-logías arqueológicas estén defi nidas con precisión; por ejemplo, de una cavidad natural con restos humanos puede deducirse de mane-ra lógica que constituyó en el pasado, entre otras posibles funciones, una cueva sepulcral, y por tanto interpretarla como un lugar en el que un segmento de la sociedad depositó a sus muertos y realizó rituales funerarios. El problema se plantea en el momento de inter-pretar tipos de yacimientos de superfi cie o cuevas con materiales arqueológicos sin restos humanos, pues las alteraciones producidas por el paso del tiempo, los efectos medioambientales o las activida-des humanas de sociedades posteriores suelen determinar, cuando no impedir, su interpretación y explicación. 52 19. Aunque avanzadas anteriormente en un estudio realizado para el territorio arqueológico del Lomo de Arico (Pérez Caamaño et al., 2005). 2.1. El registro material de superfi cie En otro lugar hemos defi nido para el contexto de la sociedad guanche que ocupó el territorio isorano (suroeste de Tenerife), una serie de categorías y tipologías interpretativas, muchas de las cua-les tienen, también, representación en Tegueste y en otras parte de la Isla, esencialmente porque se parte de la base de que fueron seg-mentos de una misma formación social que ocuparon territorios sustancialmente diferentes (Chávez Álvarez et al., 2007: 40-74). Allí constatamos las difi cultades existentes para interpretar muchos de los yacimientos de superfi cie, aunque se realizó un esfuerzo teórico y metodológico por fundamentar la validez de dichas categorías y tipologías arqueológicas como base para la confi guración posterior de entidades interpretativas y explicativas. En este sentido, un problema metodológico consiste en defi nir con claridad qué argumentos arqueológicos permiten interpretar yacimientos de superfi cie que se encuentran desligados de una se-cuencia estratigráfi ca que permita su interpretación cronológica y su análisis en contextos domésticos o de otro tipo, debido a que, en muchas ocasiones, los forman dispersiones de materiales que han sufrido numerosas afecciones a lo largo del tiempo e integrados fre-cuentemente por materiales descontextualizados. Esta limitación, sin embargo, no debe ser impedimento para proceder a su estudio, pues de lo contrario la disciplina arqueológica estaría avocada úni-camente a investigar yacimientos excavados y a registrar entida-des en superfi cie sin posibilidad de otorgarles contenido histórico, repitiendo indefi nidamente esquemas y explicaciones procedentes de otras fuentes, como las etnohistóricas (crónicas e historias de la conquista), producidas hace más de cinco siglos. Para establecer una fórmula metodológica que contribuya a re-solver esta problemática, en las investigaciones derivadas del traba-jo realizado para Guía de Isora19, consideramos oportuno elaborar 53 un sistema específi co de análisis de los yacimientos de superfi cie, pues para los de cueva la problemática era diferente. Existen algunos intentos de sistematizar yacimientos de super-fi cie en la arqueología de Tenerife. Uno de ellos es el que se llevó a cabo en relación a un tipo de yacimiento conocido tradicionalmente como paradero pastoril, cuya validez se cuestiona (Alberto Barroso et al., 2006); o el que realizan García Ávila y Arnay de la Rosa en relación a yacimientos de la alta montaña de Tenerife (2008: 13-18). En los trabajos que realizamos para explicar el territorio arqueoló-gico de Guía de Isora, consideramos oportuno elaborar un sistema específi co de análisis de los yacimientos de superfi cie y expusimos algunas variables que debían ser consideradas para organizar los yacimientos de superfi cie mediante categorías arqueológicas de análisis (Chávez Álvarez et al., 2007: 42-43). Estas variables son la amplitud, la densidad y la diversidad de los materiales de superfi cie, así como la presencia, o no, de estructuras de piedra o evidencias de ello. Se parte de la base de que los yaci-mientos de superfi cie han sido alterados por afecciones medioam-bientales y antrópicas desde que se abandonaron y que establecer relaciones de contemporaneidad entre ellos resulta muy complejo solo a partir de estudios superfi ciales. Sin embargo, en un análisis territorial existen otros elementos que permiten observar tenden-cias, concurrencias y divergencias que permiten distinguir lógicas de ocupación, explotación o ritualización del territorio, que si bien no siempre defi nen claramente unas épocas de otras, sí ayudan a comprenderlas. Así, por ejemplo, la ubicación de los yacimientos, su asociación o no a estaciones rupestres, las posibles relaciones de visibilidad, la presencia de restos orgánicos que indiquen consu-mo de determinados alimentos, o la misma frecuencia de aparición de fragmentos cerámicos de diversa tipología, ofrecen información necesaria para poder precisar las características de un yacimiento y su posible funcionalidad, y también entender la racionalidad de un territorio arqueológico y su signifi cación histórica. En principio, la amplitud de un yacimiento de superfi cie no tie-ne por qué coincidir con el lugar de actividad que le dio origen, 54 básicamente porque a lo largo del tiempo, desde que se abandonó, ha sufrido múltiples afecciones que han dispersado, alterado, re-ducido y/o eliminado el material arqueológico que podemos re-gistrar en el presente. No obstante, la delimitación de la dispersión de materiales en superfi cie permite obtener una idea aproximada de la entidad del ámbito espacial en el que desarrollaron las activi-dades que le dieron origen. Se trata de un parámetro mensurable a diferentes escalas, es decir, no solo posibilita defi nir el área de extensión de un yacimiento, sino también diferentes sub-áreas, o sectores, que pueden estar caracterizados por una concentración específi ca de materiales, por una dispersión relativa o por una au-sencia de registros. La defi nición de la amplitud de un yacimiento, así como la existencia de áreas específi cas, no solo sugiere la enti-dad del mismo, sino que, además, indica pautas para su posterior excavación. Sin embargo, la amplitud por sí sola es insufi ciente para deter-minar cómo puede interpretarse un yacimiento y debe combinarse con otros parámetros. Uno de ellos es la variabilidad del registro material. Este indicador se refi ere a la diversidad de restos arqueo-lógicos que pueden identifi carse a partir de la prospección visual del espacio defi nido como yacimiento. Resulta evidente que solo a partir de un reconocimiento superfi cial resulta complejo determi-nar la totalidad y diversidad de los componentes materiales de un yacimiento, por lo que su contrastación debe verifi carse a través de una excavación. No obstante, la identifi cación de la variabilidad del registro superfi cial indica la potencialidad de un yacimiento tanto para su excavación como para aproximarnos, en el caso de que no se excave, al tipo de actividades que en él se realizaron cuando fue un lugar activo. Concretar esta variabilidad consiste en reconocer y describir el tipo de objetos que se identifi can en la superfi cie del yacimiento, atendiendo a su origen (orgánico o inorgánico) y su soporte ma-terial (lítico, óseo, vegetal, arcilla, concha, etc.). El reconocimien-to visual también permite profundizar a partir de estos aspectos e incidir sobre el tipo de productos o sub-productos de los que for- 55 maron parte y las actividades que les dieron origen. Así, es posi-ble determinar el tipo de materiales dispersos sobre la superfi cie: fragmentos de recipientes cerámicos, útiles líticos u óseos, adornos, etc.; si se trata de evidencias de procesos de trabajo, como la talla de la piedra; o si son los desechos de actividades relacionadas con el procesado y/o consumo de alimentos, como los restos faunísticos y malacológicos. A los parámetros de amplitud y variabilidad cabe añadir el de densidad. Este parámetro está intrínsecamente relacionado con los dos anteriores y hace referencia a la mayor o menor concentración de material en superfi cie, tanto en función del área total determina-da para un yacimiento, como en relación a áreas o sectores específi - cos dentro del mismo. Sabemos que las afecciones, tanto antrópicas como naturales, confi guran la forma en la que se presenta un yaci-miento en el presente y que, en ocasiones, resulta complejo ajustar un orden determinado a un complejo amorfo de materiales dispersos en un espacio. No obstante, por determinadas circunstancias (como pueden ser las roturaciones), las propias afecciones dejan al descu-bierto áreas de mayor o menor concentración de materiales que pu-dieran estar señalando lugares concretos dentro del yacimiento. En otras ocasiones estas concentraciones tienen una forma más o me-nos defi nida que puede ser interpretada (por ejemplo, como fondo de cabaña o lugar de desechos), o presentan abundancia de restos, pre-dominio de unos materiales sobre otros, exclusividad de un tipo de registro, etc., que permiten, en superfi cie, señalar la complejidad de un yacimiento, y en el caso de existir un historial de prospecciones, su evolución y transformación. De este modo, la densidad es una variable que facilita la comprensión e interpretación de una entidad arqueológica y su combinación con las restantes variables permite la concreción aproximada de un yacimiento de superfi cie dentro de una tipología (asentamiento, cueva sepulcral, cueva de habitación, etc.), lo cual facilita, consecuentemente, su inserción en explicacio-nes socioeconómicas o de cualquier otra naturaleza. Un último parámetro utilizado en la defi nición de yacimientos de superfi cie y que se relaciona también con su interpretación es 56 el de la presencia o no de estructuras artifi ciales, habitualmente de piedra. En numerosos yacimientos de superfi cie es posible recono-cer estructuras construidas en piedra a las que se asocian materiales arqueológicos más o menos dispersos. En la mayoría de los casos se trata de evidencias de estructuras que, en origen, fueron de mayor envergadura, pero que las afecciones naturales y/o antrópicas han ido desmontando a lo largo del tiempo (incluso han sido sometidas a reconstrucciones destinadas a su reutilización en tiempos histó-ricos) y que, generalmente, se encuentran deterioradas, cuando no arrasadas por completo. Frecuentemente resulta complejo explicar su naturaleza, su entidad original y sus funciones, pero algunas de ellas han podido ser interpretadas gracias en muchos casos a su asociación a materiales en superfi cie. Uno de los tipos de estructu-ras más habituales es la de zócalos de piedra de planta aproxima-damente circular u oval, de dimensiones y alturas variables, inter-pretadas como los basamentos de viviendas tipo cabañas. Pueden aparecer aisladas o formando grupos, dependiendo del nivel de afección del yacimiento, o de su propia entidad. En algunos casos estos zócalos están tan afectados que resulta difícil reconocerlos y solo es posible intuirlos a partir, precisamente, de una concentra-ción de materiales que adopta una forma aproximadamente similar a la planta del zócalo de piedras que la delimitó y que suele ser denominada como fondo de cabaña. Existen en la arqueología de Tenerife otras estructuras de pie-dra cuya interpretación también se ha aventurado. Entre las más destacas, por su recurrencia, están unos amplios recintos de pie-dra, de mayores dimensiones que las cabañas (generalmente por encima de 6 m2), interpretados comúnmente como rediles, aunque esta funcionalidad se suele hacer más por analogía con construc-ciones históricas similares que por certeza arqueológica. Suelen aparecer en superfi cie como zócalos construidos con grandes pie-dras y en aquellos mejor conservados también con piedras peque-ñas a modo de relleno entre las de mayor tamaño; tienen plantas y alturas variables y en algunos casos disponen de una abertura que se interpreta como la zona de acceso al interior. Otro tipo de 57 estructuras aparecen como zócalos de planta circular, poligonal o rectangular, pero de reducidas dimensiones. Cuando se asocian a materiales arqueológicos es frecuente que lo hagan junto a peque-ñas concentraciones ergológicas que poseen una alta variabilidad (fragmentos cerámicos, líticos, malacológicos y faunísticos) y con signos de haber sido sometidos al fuego. Estas características han permitido considerarlas como estructuras de combustión u hogares, habitualmente asociados a otras de mayores dimensiones, incluso ubicadas en su interior. También es común identifi car otras estruc-turas que, por falta de excavaciones, resulta complicado, cuando no imposible, interpretarlas a partir únicamente de análisis de super-fi cie, aunque algunas de ellas se vinculan con la presencia de mani-festaciones rupestres, lo que abre vías para poder relacionarlas con el desarrollo de prácticas rituales y/o simbólicas cuya defi nición es compleja. Más allá de la identifi cación de los tipos de estructuras más ha-bituales, su presencia en yacimientos de superfi cie permite el ejer-cicio de análisis relacionados con su entidad y su relevancia dentro de la estructura socioeconómica guanche. Uno de los aspectos que puede ponerse en liza para interpretar cómo pudo haber sido el funcionamiento de un yacimiento cuando se constituyó como lugar de actividad en el pasado es la relación que se establece entre la inversión de fuerza de trabajo aplicada para construir estructuras, los modos en que debió producirse la reposición de esta fuerza y la amplitud, variabilidad y densidad del registro material defi nidos en superfi cie. La interrelación de estos elementos se convierte para nosotros en un argumento analítico relevante para poder interpre-tar un yacimiento de superfi cie cuando en su análisis no media una excavación arqueológica. Así, dependiendo de los resultados de este análisis, un yacimiento puede considerarse un asentamiento más o menos permanente, un asentamiento temporal o lo que he-mos defi nido en otro sitio como Lugar de Frecuentación Esporádica (LFE) (Chávez Álvarez et al., 2007: 49-54). En todos ellos el tiempo, o más concretamente, el tiempo invertido en el desarrollo de las activi-dades que les dieron origen, forma parte esencial de su defi nición. 58 2.2. Prospección superfi cial y cronología En la arqueología de Tenerife la cultura material brinda pocas oportunidades para establecer cronologías relativas a partir de di-ferencias morfotécnicas o estilísticas de los artefactos, a diferencia, por ejemplo, de la arqueología de La Palma, donde la decoración de la cerámica sí permite concretar una mayor o menor antigüedad relativa en las estratigrafías de los yacimientos. Los estudios de la cerámica aborigen de Tenerife (Arnay de la Rosa y González Re-imers, 1984a, 1984b, 1985-87, o 1987), en principio, ofrecían pocas conclusiones sobre cronología relativa, aunque los autores, a medida que avanzaron en sus estudios, observaron algunos indicios en este sentido. Con el transcurso de las investigaciones estas evidencias han ido ampliándose, aunque sin permitir establecer conclusiones claras. En este sentido, ya desde el inicio, los autores de la sistema-tización de la cerámica guanche observaron que en la excavación de Cueva de la Arena (Barranco Hondo) dirigida por Acosta Martínez y Pellicer Catalán (1976) solo aparecía, en los niveles III (20 a.C.) y I (150 d.C.), piezas del denominado Grupo Cerámico II: apéndices tipo mamelón, vertederos B y un asa de cinta (Arnay de la Rosa y González Reimers, 1984b: 100). Estos elementos, característicos de dicho grupo, se localizaban en ausencia de materiales representati-vos del Grupo Cerámico I. Esto no llamó la atención de los excava-dores porque, entre otras cuestiones, aún no estaban sistematizadas las características de la cerámica. Pero es llamativo el hecho de que en la cueva se constatara una ocupación que no supera el siglo II de nuestra era y cuyo registro cerámico pertenece al Grupo II. En estudios posteriores (Galván Santos et al., 1999, 2004; Chávez Álvarez et al., 2006; García Ávila y Arnay de la Rosa, 2008), se ob-serva una tendencia similar. El primero de los casos se trata de la excavación de tres cuevas de habitación con contextos funerarios en la zona costera de Buenavista del Norte (Las Arenas, La Fuente y Las Estacas), en el noroeste de la Isla (Galván Santos et al., 1999: 140). En las dos primeras solo se documentaron restos cerámicos del Grupo II y III en todos los estratos, por lo que es imposible reali- 59 zar una comparación de cronología relativa, pues no aparecen frag-mentos cerámicos del Grupo I. Sin embargo, en la tercera cueva, en los estratos más profundos, predomina la presencia de fragmentos cerámicos del Grupo II y III, pero en los superiores aparecen, junto a estos, restos representativos del Grupo I, que se van haciendo pro-gresivamente más abundantes en relación a los primeros. Es decir, la cerámica del Grupo II y III se puede documentar en todas las secuencias de ocupación de una cueva, como muestran las estrati-grafías de Buenavista del Norte y como sucede también en la Cueva de la Arena de Barranco Hondo, pero existe una ligera tendencia a que la cerámica del Grupo I, cuando se determina su convivencia con la de los Grupos II y III, suele hacerlo en los estratos similares o superiores. Resulta complejo comparar otras secuencias estratigráfi cas en cueva, porque no siempre sus excavadores han utilizado la siste-matización cerámica de Arnay de la Rosa y González Reimers en el momento de describir los registros cerámicos20. Sin embargo, sería interesante observar si esta tendencia puede comprobarse en futu-ras excavaciones de cuevas en la Isla. En cuanto a los yacimientos de superfi cie excavados, esta ten-dencia se observa en la excavación de un abrigo al aire libre en el Barranco de San Blas (San Miguel de Abona) (Chávez Álvarez et al., 2006: 271). En el Yacimiento nº 3 se documentó una única y pequeña secuencia estratigráfi ca de 50 cm de profundidad que no permite interpretaciones relevantes. Sin embargo, es interesante el hecho de que en los niveles superiores de la secuencia se documentara un abundante registro faunístico, malacológico y cerámico y que, den-tro de este último, predominasen fragmentos cerámicos del Grupo I (bordes planos o biselados con profusa decoración lineal en el labio, mangos cilíndricos con orifi cio ciego, asas vertedero tipo A, ausencia de decoraciones en las paredes de los vasos, etc.). Sin embargo, en la 20. Por ejemplo, Arco Aguilar y Atiénzar Armas (1988), en relación a la Cueva de las Palomas (Icod de los Vinos); o González Antón (2002a y 2002b) en relación a la excavación de la Cueva de Los Cabezazos e Higuera Cota (Tegueste). 60 base de la secuencia, junto a fragmentos representativos del Grupo I, se documentaron restos de cerámicas del Grupo II, pudiéndose reconstruir medio cuenco que poseía un pequeño mamelón, carecía de decoración y estaba elaborado con una pasta de calidad regular y mal espatulado. Así, este yacimiento representa un ejemplo en don-de el Grupo I no se registra estratigráfi camente bajo el Grupo II, sino junto a él o por encima. De la excavación del Conchero de El Tinajero (Buenavista del Nor-te) (Galván Santos et al., 2004), se pueden obtener algunos datos interesantes. Se determinó una potencia estratigráfi ca en torno a los 25 cm organizada a partir de 6 capas o niveles de sucesión directa. Fue posible concretar para cada nivel la existencia de dos subnive-les: subnivel A o superior y subnivel B o inferior. Los excavadores consideraron que la formación del conchero tuvo dos momentos diferentes en su confi guración a partir de la detección de reacon-dicionamientos en sus elementos estructurales, correspondiendo los niveles VI, V y IV al primer momento y los niveles III, II y I al segundo (ibídem, pp.: 107-109). El estudio cerámico revela algunos datos que es necesario tener en cuenta. Se recuperaron 76 fragmen-tos cerámicos, cuyas características morfotécnicas y estilísticas per-miten afi rmar que existe representación tanto del Grupo Cerámico I como del II/III (ibídem, pp.: 130-132). No se precisa si la distribu-ción del registro cerámico se produce indistintamente en toda la secuencia estratigráfi ca, es decir, si existen registros de los grupos cerámicos en todos los niveles, por lo que es complejo observar en este yacimiento la tendencia que venimos describiendo. Sin embar-go, se delimitó la presencia de un número mínimo de 4 vasos cerá-micos a partir de la identifi cación de fragmentos pertenecientes al mismo vaso, tres del Grupo Cerámico I y uno del Grupo Cerámico II/III. Resulta llamativo el hecho de que el vaso del Grupo II/III se encuentre en el nivel IVb, es decir, en el primer momento de confi - guración del conchero, mientras que los vasos del Grupo I lo hagan en los niveles superiores (III y II). Estos dos casos (Yacimiento nº 3 de Barranco de San Blas y el Con-chero del Tinajero), no confi rman de forma contundente que las cerá- 61 micas del Grupo I tengan una cronología relativa más moderna que las del Grupo II y III, porque, como está demostrado, conviven con las del Grupo I, pero sí son ejemplos de la tendencia referida: las cerámicas del Grupo I pueden aparecer con las de los Grupos II y III, pero allí donde conviven nunca se ubican en estratos inferiores, siempre en estratos similares o superiores. En otros yacimientos de superfi cie excavados no se han detecta-do indicios de esta tendencia, pues en todos ellos el único Grupo Ce-rámico que aparece es el I, y ninguno tiene más de 30 cm de potencia estratigráfi ca. Así sucede en el yacimiento de Montaña de Bilma en Santiago del Teide (Arnay de la Rosa, 1988); Barranco de la Arena o Tinguafaya en Arona (Álamo Torres, 1998: 29); o Abama en Guía de Isora (Barro Rois et al., 2002: 26, 84 y 89; Alberto Barroso et al., 2007: 97-104). Por desgracia, para otras excavaciones no se indican las ca-racterísticas de los registros cerámicos en función de la sistematiza-ción de Arnay de la Rosa y González Reimers (1984b), ni tampoco disponen de un estudio analítico, como por ejemplo en Chafarí en Las Cañadas (Galván Santos, 1988) o Los Morritos en Arona) (Álamo Torres, 1997), por lo que actualmente no se puede incidir en esta idea y solo cuando se hagan los estudios analíticos de los registros cerámicos podremos ampliar o descartar esta idea. La propuesta más sugerente, por ser la única disponible hasta el momento, es la realizada por García Ávila y Arnay de la Rosa (2008), a propósito de un estudio sobre el territorio de los guanches presen-tado en las VI Jornadas de Prehistoria y Arqueología de Lanzarote. Los autores establecen una propuesta de modelo territorial dinámico a partir de información proporcionada por los registros cerámicos, contrastando algunas secuencias estratigráfi cas con datos obtenidos de prospecciones superfi ciales y que recoge la tendencia que viene siendo analizada. Así, observan con claridad que los Grupos Cerá-micos I y II/III no suelen compartir contextos estratigráfi cos, pero cuando lo hacen guardan una lógica estratigráfi ca (ibídem, p.: 6). En referencia a las investigaciones llevadas a cabo en los conjuntos ar-queológicos de Buenavista del Norte, señalan que el Grupo II/III aparece siempre en contextos domésticos y en un marco temporal 62 que abarca toda la prehistoria de Tenerife, mientras que el Grupo I lo hace en contextos no domésticos, en yacimientos constituidos como áreas especializadas como los concheros, como es el caso de El Tinajero antes analizada21, o en niveles estratigráfi cos compartidos o superiores, donde el Grupo I va sustituyendo progresivamente al Grupo II/III hasta hacerse exclusivo en los niveles superiores, como sucede en Las Estacas (ibídem)22. A estos argumentos añaden otro: la composición de los registros cerámicos aparecidos en los escondrijos de Las Cañadas, en la que observa que en ninguno de los casos estudiados los vasos cerámi-cos del mismo grupo comparten escondrijo. La explicación que dan García Ávila y Arnay de la Rosa a este fenómeno parte de una hi-pótesis previa según la cual, en primer lugar, los vasos cerámicos presentes en la alta montaña de Tenerife fueron producidos en los contextos domésticos de los grupos locales ubicados en la costa y medianías de la Isla, allí donde están los depósitos edáfi cos argílicos y fueron transportados hasta la alta montaña; y en segundo lugar, el Grupo Cerámico II/III fue el predominante en las primeras eta-pas de ocupación de la Isla, producido en los contextos domésticos y distribuido por todo el territorio, como resultado de un proceso de incremento de actividades productivas cuyos productos no eran consumidos por sus productores o que se desarrollaban por el terri-torio en estrategias productivas no domésticas. El Grupo I sustitu-ye al Grupo II/III en aquellos contextos que no están relacionados con actividades llevadas a cabo en los lugares de elaboración de la cerámica (ibídem, pp.: 6-7). En este sentido, según la tendencia es-tratigráfi ca analizada más arriba, esta hipótesis de trabajo resulta, en nuestra opinión, uno de los mejores argumentos arqueológicos existentes en la arqueología tinerfeña para comenzar a comprender 21. Cabe señalar que en el conchero de El Tinajero sí aparece cerámica del Gru-po II/III, precisamente en el nivel IVb correspondiente al primer momento del conchero. 22. En el texto se refi ere que esto sucede en Las Palomas, pero creemos que es una errata y quiso decirse Las Estacas, que es donde sucede lo que se está refi riendo 63 y estudiar la diacronía en la ocupación y explotación del territorio a partir de una combinación analítica entre las secuencias estratigráfi - cas disponibles y el análisis de yacimientos de superfi cie23 . El estudio del registro material de superfi cie, por sí solo, no permite profundizar en la diacronía de la ocupación y explotación del territorio, pues se trata de materiales descontextualizados y al-terados por el paso del tiempo y las transformaciones naturales y antrópicas. Sin embargo, es posible establecer un sistema de iden-tifi cación y defi nición de yacimientos superfi ciales que permita su sistematización e interpretación, pues de lo contrario solo podrían ser considerados desde una perspectiva estadística y patrimonial, con los únicos objetivos, muy importantes sin duda, de registrar y proteger para conservar, pero con escasas posibilidades de aportar signifi cación histórica. Este sistema de análisis consiste en defi nir las características de una serie de variables en relación a cómo se pre-sentan los materiales arqueológicos en superfi cie y cómo se asocian entre ellas, con el fi n de diferenciar la entidad y relevancia de los yacimientos para, posteriormente, formular argumentos razonables que faciliten su interpretación, apoyados de manera indiscutible en argumentaciones obtenidas a partir de yacimientos excavados. Por tanto, cabe afi rmar lo siguiente: la mejor forma de interpretar un yacimiento es excavándolo. Como es lógico, la disponibilidad de una secuencia estratigráfi ca 23. A pesar de ello surgen dos objeciones. Una de ellas tiene que ver con la ex-plicación que proporcionan los autores en relación con el proceso que conduce hacia la desigualdad social y la fragmentación de la Isla en nueve menceyatos, que no compartimos en algunos de sus componentes. En esencia, si bien consi-deramos válida la idea de que la segmentación social fue una de las causas de la fragmentación territorial de la Isla en menceyatos, no parece que el control de la población productiva lo haya sido, pues ese control se habría producido como consecuencia de un proceso de jerarquización y desigualdad social, no como causa de todo lo contrario, ya que el objetivo de la segmentación es mantener, como los mismos autores afi rman, la organización social, no transformarla. La otra se refi ere a la existencia de registros cerámicos únicamente del Grupo I en contextos domésticos de yacimientos excavados en el sur de la Isla, como por ejemplo en Abama (Guía de Isora), lo cual no permitiría afi rmar tajantemente que el Grupo I no aparece en contextos domésticos. 64 permite obtener una lectura vertical y cronológica precisa y contex-tualizada de todos estos aspectos, pudiéndose diferenciar áreas y procesos de trabajo y/o funcionales, espacios domésticos, etc., así como los procesos de actividad, abandono o restructuración del ya-cimiento en cada momento. Sin embargo, como se ha referido an-teriormente en relación a las secuencias estratigráfi cas de algunas cuevas y yacimientos de superfi cie, ninguna de ellas ofrece impor-tantes conclusiones que constaten diferentes épocas medibles en función de cronología relativa ni absoluta. Es decir, ninguna de las estratigrafías existentes en la arqueología de Tenerife puede apor-tar argumentos que permitan entender qué cambios históricos se produjeron en la Isla durante los más de veinte siglos de presencia guanche en Tenerife24 y, por supuesto, tampoco puede abordarse ex-clusivamente a partir de análisis territoriales ni del estudio de ma-teriales de superfi cie. Las secuencias estratigráfi cas disponibles ofrecen pautas para entender las variaciones en el tiempo de la ocupación de un yaci-miento, conocer el tipo de actividades desarrolladas, la manera en que se reorganiza el espacio, los procesos y las cadenas de trabajo para la producción de objetos, la simultaneidad o sucesión de activi-dades domésticas y funerarias, etc., pero hasta el momento no existe ni un solo estudio de análisis comparativo de secuencias estratigrá-fi cas en Tenerife que pueda contrastar, rechazar o ampliar las pro-puestas sugeridas por los análisis territoriales llevados a cabo en la Isla desde fi nales de los años ochenta hasta la actualidad. Más aún, son los análisis territoriales los que suelen tener en cuenta secuen- 24. A partir de los datos obtenidos en las excavaciones en el conjunto de Las Arenas y Las Estacas, Cristo Hernández Gómez (2005: 770-771) plantea como hi-pótesis una fecha en torno al siglo V de n. e. para reconocer los indicadores ar-queológicos que manifi estan una organización de la producción especializada en el aprovisionamiento y distribución de la obsidiana a escala insular. Sin embar-go, los aspectos macroscópicos de los restos de industria lítica sobre obsidiana localizados mediante una prospección superfi cial suelen ser insufi cientes para determinar el origen de esta materia prima, que debe caracterizarse mediante análisis geoquímicos en laboratorios especializados. 65 cias estratigráfi cas para apoyar sus conclusiones y no a la inversa25. Existe además una cuestión que aumenta la difi cultad de compre-sión de los cambios históricos a partir de las excavaciones y es que son muy pocos los yacimientos que poseen, no solo dataciones ra-diocarbónicas disponibles26, sino secuencias de dataciones absolutas organizadas por estratos27. Esto supone un inconveniente cuando se pretende analizar cambios diacrónicos a nivel comarcal o insu-lar y no digamos ya acercarnos a un estudio global de ocupación y explotación del territorio. Así pues, la capacidad actual del análisis de las secuencias estratigráfi cas disponibles no permite defi nir un patrón de ocupación que explique cómo se explotó un determina-do espacio. Solo algunas investigaciones, aquellas que abordan la ocupación de la costa de Buenavista del Norte y el Menceyato de Icod lo han hecho a partir de los resultados de las excavaciones rea-lizadas. Los primeros en las cuevas de Las Arenas, La Fuente y Las Estacas y los segundos en las cuevas de Don Gaspar, Las Palomas y Los Guanches (Galván Santos et al., 1999; Arco Aguilar et al., 2000). Por tanto, salvo los casos expuestos, los únicos estudios que, actual-mente, pueden plantear nuevas hipótesis explicativas en la Isla son los que parten de la prospección como metodología de trabajo. Son estos trabajos los que ofrecen nuevos datos para intentar |
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