BIOGRAFÍAS ISLEÑAS
POWER
El brillante hrstorial artístico del gran
músico tinerfeño
PÜB
PATRICIO ESTEVANEZ
(Juicio crítico por Francisco M.* £into)
LIBRERÍA HESPERI DES.—(CANARIAS)
Santa Cruz da Tentrift
Cantad llorando
vates isleños,
la infausta nueva:
(Teobaldo ha muerto!
Lancen las liras
tristes concentos,
y alzad las frentes
al ígneo cielo^
que en ese espacio
que todos vemos,
vive la musa,
palpita el genio
de la armonía,
del sentimiento;
la mejor gloria
de nuestro suelo.
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El ra fio tiene
notas^'ÍHfcrpegios,
ni melodiosos
suaves remedos
las dulces auras
de nuestros cerros;
que nuestros montes
de voces llenos,
y nuestras playas
enmudecieron.
Si; los sonidos
del ventisquero,
y los rumores —
del ágil cierzo,
y la corriente
¡ael arroyuelo,
y las endechas
Ae\ mar inquieto,;
|y todo cuanto
produce un eco,
todo libraba
bajo sus dedos.
Naturaleza
viste de duelo;
triste murmura:
¡Teobaldo ha muerto 1
¿Ouál fué su vida?,
¿Su derrotero?,
"Vagar errante
de pueblo en pueblo,
recoger lauros
gn el proscenio,
ir tras lo hermoso,
tras de lo bello,
y en una tumba
.descansar luego.
I Esa es la gloria!
jEse es el genio 1
J, TABARES BARLETT
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Ni los vínculos 'de la sangré, ni los 'de la
estrecha y sincera amistad que me unían a
Teobaldo Power, serán motivo bastante para
íque nadie crea apasionadas mis palabras.
Cuanto yo pueda decir, no será más que el
ieco fiel de la opinión unánime de sus paisanos
que admiraban su talento y se enorgu"
llecían con sus triunfos, debidos siempre á
fiu indiscutible mérito personal, al ggnio quei
íeveló desde sus primeros años, y nunca al
favor ni a la casualidad. Tenía, además, para
nosotros una cualidad que le enaltecía: su'
amor entrañable a esta hermosa tierra de Tenerife,
que siempre recordaba con cariño, 35
*euyo cielo encantador, deliciosas praderas',-
aire puro, escarpadas peñas é impenetrable^
bosques^ como él mismo idijera, no Ig hacíaií
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olvidar, ni sus repetidos triunfos, ni los
aplausos con qué el mundo recibía sus pro-íducciones.
»
En los mismos días en que, con asombro
'de los inteligentes, liaeía los ejercicios de
oposición a la plaza de pianista del Conser-
Tatorio de Madrid, al darme cuenta de su
triunfo, me decía: «Pero nada de esto es
bastante a hacerme olvidar esa tierra querida,
ni a esos amibos que tanto me distinguen.
Aún no he perdido la esperanza de pasar
los últimos meses del invierno en Las
Mercedes.» Y razón tenía para no olvidarse
(le la patria ni del poético bosque que lé inspiró
una de sus más acabadas producciones.
X
En el seno de una de las muchas familias
nobles q\ie emig^raron a Canarias cuando en
Irlanda se persij^uió a los católicos en la
'época de María Stuart, nació Teohaldo el
día 6 de Enero de 1848, en Santa Cruz de
Tenerife.
Su padre, inteligente aficionado, le dio
las primeras lecciones d,e solfeo y piano, a
la edad de seis años, y fueron tales su aplicación
y aptitud, que a los nueve años tomó
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parte en un concierto, ejecutando en él, en"-
tre otras piezas de bastante dificultad, una
composición suya. Esto decidió a su familia
a darle más extensa educación musical, y eu
"el invierno de 185S a 1859'le llevó su padre
a Madrid y Barcelona, y tocó con gran éxi-
U) en varios teatros y en presencia de algunas
personas de la familia real.
Empleado su padre por aquel tiempo ea
él gobierno civil de Barcelona, aprovechó es-la
circunstancia paia que el inteligente niüo
estudiase armonía, y a los once años comenzó
estos difíciles estudios bajo la dirección
del maestro Balart, siguiendo luego el curso
ele composición, basta que, en 1882, la Diputación
Provincial acordó pensionarle para
que completase sus estudios en el Conservatorio
de París.
Al año y medio de su ingreso, obtuvo, por
.unanimidad, el primer premio de armonía,
¡en la clase de Elwart, pasando luego a la de
composición, a cargo del oélebre Ambrosio
Thomas, en la que recibió el segundo premio^
Por aquella época, escribió su padre al ía-nioso
maestro pidiéndole su opinión sobre los
adelantos y condiciones del joven artista, y el
3 de Mayo de 1864, le contestó Ambrosio
Thomás;
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«Me pregunta usted cuáKes mi opinión so-t
r e la conducta y los progresos de su hijo.
Grande es mi satisfacción, porque sólo elogios
puedo líacer de él.
«Su conductaí^en mi clase, es inmejorable;
y eu cuanto a sus progresos, son grandes, sobre
todo desde hace un año. Dentro de poco se
presentará al concurso de tuga con muchaa
probabilidades dé buen éxito.
«Me ha enseñado algunas composiciones,
gntre otras algunas sinfonías, en las que ráyela
notabilísimas disposiciones^ que hacen
esperíir, si contmúa sus estudios, que llegará
a ser un compositor distinguido, sobre todo
sn el género instrumental.»
Esto escribía el director del Conservatorio
'de París, y el tiempo demostró después que
no se equivocó.
Stephen, Heller y Eaillot, dieron también
lecciones a Teobaldo, hasta que, en
18G6, terminó sus estudios. Aficionado a la
accidentada vida del estudiante parisiense, no
acertó a fijarse en ningún punto y viajó
errante de población en población dando conciertos
y recibiendo ovaciones; sin dedicarse,
con gran perjuicio suyo, a un estudio serio y^
consecutivo.
En 1866 hizo un viaje a La Habana, y allí,
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por mediación del conde de San Rafael de Lu-yanó,
entabló relaciones con los ilustres
maestros Espadero y Aristi, entusiastas partidarios
de la escuela de piano de Gottschalk',
que infltiyeron, con sus consejos, en el nuevo
estilo que adoptó nuestro artista. Deseoso
siempre de viajar, intranquilo, ávido de emociones,
despreció la fortuna que Cuba lé brindaba
y recorrió varios pafspo «in derrotero fi"
jo.
En 18bU regresó a l'aiis, y allí aceptó la
plaza de director de una compañía de ópera.-
[Desempeñando esta plana se bailaba en Poí-tiers,
cuando los acontecimientos de la guerra
franco-prusiana, y ciertas intrigas de la compañía,
le decidieron a volver a Barcelona y ai
Madrid, donde fijó su residencia. Pero desconocido
y falto de salud y de recursos, se vio
obligado a tocar el piano en un café.
¡ Período cruel de lucha física y moral fué
aquel para Téobaldo I
Pronto, sin embargo, se convirtió el café
del Prado en punto de cita de artistas y afi^
cionados y el nombre de Power comenzó a re-petirse
con elogio.
T)e aquella época (1871 y 1872), data el estudio
serio y profundo que hizo del piano,>
estimulado por otros artistas y por la nece-
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sidaü en que se vio dé abandonar la composición
para dedicarse exclusivamente al piano.
En 1873 dio en Madrid varios conciertos y
entre ellos uno en el salón dpi Conservatorio,-
que fué una ovación no interrumpida y un
verdadero triunfo.
Entonces interpretó, por primera vez en
Madrid, el concierto en «fa menor», de Cho-pín,
con orquesta; él «allegro di concerts», un
rondó en «mi bemol», una polonesa del mismo
autor, y otras obras no menos importan-ites.
Tomó parte en el concierto de inauguración
de la Unión Artística Musical (primavera de
1S78), y también en los sucesivos, tocando
conciertos de Mendelssolin y de Weber.
En la Sociedad de Conciertos, ejecutó aquel
mismo año una polonesa de concierto, y poco
después sé hizo oir con gran éxito en el Conservatorio
de París, en la clase de Marmon-tel,
por indicación de su antiguo maestro.
Una nueva enfermedad interrumpió los
trabajos del artista, obligándole a volver a
iTenerife, por orden de los médicos. Aquí per-
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maneció una temporada, y apenas rfslableci-do
liizo un viaje a la Madera y Lisboa, y tocó
eu el Teatro de San Carlos, con éxito ruidosoj
El rey D. Luis, le llamó a palacio, le recibió
con gran agasajo, ejecutó con él, a cuatro
Ulanos, «La Gallina» de Gottsclialk, y le
agració con el título de pianista de cámara.
De Lisboa pasó a Málaga, en donde tomó
paxte en varios conciertos y fué muy obsequiado
por los artistas.
Pero el delicado estado de su salud le obli^
gó a regresar de nuevo a Cananas, y aquí lo
tuvimos durante tres anos, retirado eu Las
¡Mercedes, por cuyo bosque mostró siempre
gran predilección y en cuyo retiro tuvo ocasión
de meditar seriamente en el mundo, en el
arte y en su porvenir. Rara vez se le veía
cruzar, solo y como preocupado, por las ca^
lies de La Laguna, límite de sus paseos. íáu
permanencia en Tenerife acaso contribuyera
a modificar su carácter impresionable y a
transformar al artista, algo inconstante, en el
maestro que poco después había de obt,e^
ner tan señalados triunfos. En aquella época
compuso sus «Cantos Canarios», obra
que yo no puedo juzgar, pero que, al menos
entre nosotros es la que más popular le ha hecho,
por lo mismo que logró hermanas
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en ella, los cadenciosos aires populares de
nuestras islas con verdaderos prodigios de
composición e instrumentación. El mismo dirigía
la orquesta de la filarmónica «Santa Cecilia
» la noche que por primera vez se ejecutaron
los «Cantos Canarios», recibiendo una
ovación tan entusiasta y unánime que le hizo
derramar lágrimas.
líestablecida por completo su salud y necesitando
campo más ancho y horizontes más
dilatados que los de su patria, volvió a la
Península en abril de 1882. Dio varios conciertos
en Málaga, Granada y Córdoba, y ya
pensaba retirarse de nuevo a Canarias, cuando
leyó la convocatoria a oposición de la cátedra
de piano de la Escuela Nacional de Música,
y se trasladó a Madrid con ánimo de tomar
parte en ella.
Al llegar a Madrid, en octubre del año 1883
se enteró de que también iban a celebrarse
oposiciones a la plaza de segundo organista
de la Capilla Real, y también se presentó a
disputar el triunfo a nueve profesores, aia
más recomendaciones que su nombre y su talento.
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En ambas oposiciones, qné fueron brillantísimas
y en extremo reñidas, obtuvo el
premio a que aspiraba y que seffuramente merecía.
Hasta entonces, Teobaldo era un pianista;
r'epiitado, un compositor aplaudido; luego
profesor de piano en la Escuela Nacional dé.
Música y organista de la Real Capilla. Estos
dos puestos, más codiciados por lo que honraban
que por lo qup producían, ganados en
noble lid, disputados entre artistas que habían
demostrado, en general, cualidades extraordinarias,
fueron para Power yerdadero»
timbres de gloria.
Patricio ESTEVANEZ
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La agitada vida artística
de Power
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Teobaldo Powér, qué sólo contaba 36 añoa
al morir, no era hombre político, no era más
que un hombre 'de corazón, íntegra y constantemente
consagrado al arte. Era una inteligencia
superior, una fantasía excepcional,
en caprichoso consorcio con un espíritu raro,
con un genio excéntrico, con una eterna can-
'didéz de niño, que le hacían tan grande narrando
sus originales aventuras, contando sus
penalidades, o refiriendo sus triunfos, un día
rico y derrochador, otro hambriento y siií
sombrero; unas veces abandonando a mediaa
.un concierto por miedo al desagrado público,
•otras casi dispuesto a'liuir anonadado por el
¡entusiasmo... como era grande y sublime
cuando al influjo mágico de las pulsaciones
:de sus manos, arrancaba del teclado aquellos
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inimitaWes sonidos que hacían qué él alma
se perdiera y extasiase.
«en un éter flotante y sin^riberas...;i
Su historia, su biografía puede condensarse
en una frase: tan pronto estaba encumbrado
como caído, tan pronto caído como
encumbrado. Entra en él Conservatorio de
París, y al año ya obtiene un premio, y otrcf
al siguiente, diciendo de él el célebre Ambrosio
Thómas que llegaría a ser un com*
positor distinguido. Concluye, y lejos dé
aprovechar allí, en el corazón de Europa, el
prestigio que saca de la Escuela, abandona
París, marchándose a la Habana. Intima allá
con Espadero y. Aristi, y la fortuna sonriente
le presenta perspectiva seductora qije aban-i
dt)na, para vagar errante de uno a otro país,;
de uno en otro pueblo, durante algunos años.-
A fines del de 1870 oblígale la necesidad a tocar
para vivir, y loa acordes de su piano,
unidos a los del violín de Fortuny, convierten
el café del «Prado»^-Mlé Madrid, en ceQ'í
tro donde se reúnen todos los amantes del arte
pava aplaudir a aquellos dos jóvenes, casi
tan niños como locos. Las ovaciones del cafa
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tiTviéron pronto eco grandioso en la que Po-yv^
T alcanzó en 1873 en un concierto del Con-eeryatorio;
tocando luego, y siempre con éxito,
en varios otros de aquella y otras poblaciones
españolas y en el Conservatorio de París.
X
'Agitada siempre su vida, trabajaban en él,
como fuerzas encontradas, el genio y la falta
'de salud. Quizás la hora triste de su muerte
lee hubiera adelantado en algiinos años, si otro
canario distinguido—como él apasionado por
el ai-te y grande por lo inquebrantable de su
voluntad y lo no igualado de su constancia,
íl'omás Zerolo,—no Ip hubiese obligado a fines
'de 1878, a venir a reponer sus perdidas fuerzas
físicas en estas queridas playas q\ic le lia-
,bían dado vida.
Nadie podrá olvidar aquella su última escancia
en Tenerife: ligóla a una obra, ya imperecedera,
aquí frenéticamente aplaudida
desde que por primera vez la dio a conocer,
dirigida por él, la orquesta «Santa Cecilia»,
¡y luego también con repetición apiau-
Sida a la orquesta del maestro Bretón, en Mar
-drid: los «Cantos Canarios». Compuso enton-
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ees otras varias obras, y se consagró, en Las
Mercedes, al arreglo de un método de piano.:
«Por entonces—dice uno de sus biógrafos—•
fué el alma de una fiesta musical celebrada
en La Laguna como inauguración del casino
«El Porvenir», en el suntuoso edificio, hoy,
Palacio Episcopal, que pertenecía ea aquella
época a la linajuda familia de los condes
del Valle de Salazar, y que /evivió, hábilmente
decorado, bajo la dirección de otro artista
de altos vuelos, el í-impático y malogrado jo*
ven Marcelino de Oráa.
Con frecuencia iba a hacer estudios en el
piano de dicha sociedad, de seis a ocho de la
' uiauana. Se encerraba sohj en el salón prin-'
ci¡)al, despojándose de la levita y del cba*
leco, y con arduo empeño ensayaba sin interrupción
ejercicios dificilísimos en el tecla'
do que le hacían sudar y trasudar copiosa"
mente. A lo mejor se asomaba a la sala, preguntando
al conserje: ¿Hay ge^ite por ahí?.
—Esto está lleno de personas—le respondía
atiuél. Concurrían muchos para ')ir a hurta"
dilias sus improvisaciones maravillosas. En-'
cuanto tenía noticia de esto, vestíase apresuradamente
y medio encorvado y silbando
regresaba incontinenti a su apartado retiro
del campo.»
ao '
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Power era un gran enamorado de la música
popular. He aquí lo que decía a este rea»-
pecto:
El arte lia tomado del pueblo muchos cantos,
que se bailan y cantan sim\iltáneamentej¡
por regla general. El que haya podido prestar
su atención a la manera como ejecutan loa
aires patrios las gentes de las montañas y s^.•^
deas, habrá observado que mientras cantan,
o lo que es lo mismo, mientras existe la melodía,
sus acompañamientos desaparecen casi,
y sólo siguen a aquella en el movimiento, pe*^^
ro no en el claro-oscuro ni en los matices;
tomando sólo su energía y animación cuan-
¡io la melodía cesa. Tal es la expresión ge-nuina
de estos cantos, cuya principal belleza
proviene siempre de la espontaneidad en
la manera de sentir y en la gracia y originalidad
que reciben de los naturales impulsos
¡del corazón, haciendo acentuar más o menos
tal o cual compás, etc. Y nótese que de quienes
más agrada escuchar estos cantos es de
esa gente que casi nunca ha oído otra clase
.de música, y que no tiene, de consiguiente,;
ningún conocimiento técnico. Una prueba de
ello es que, cada vez que cantan, lo hacen de
diverso modo, pero siempre con el mismo sello
de originalidad. Los artistas en general
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jhacen poco caso 'de iesta clase de música; yi
i8Íia embargo, ¡cuánto no encontrarían de bello
en su naturalidad, y su conocimiento,;
cuan beneficioso no les serial
No reconocer la belleza donde quiera V^^
feé halle, ya esté representada por las grandes
sonoridades de un Rchuraann o por la
fextrema purezji de un Mozart, es un grave
érror^
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Power y los "Cantos
Canarios"
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Teobaldo Power era de los que, al m'orif,
pueden hacer suyas la tiuble protesta y la ingenua
declaración que, llevándose la mano
a la frente, hacía en el cadalso aquel poeta
francés sobre quien descendió la antigua mn-sa
griega con toda su primS.liva frescura y su
pureza clásica. Sí; Power pudo decir con justo
orgullo de sí mismo: ¡Algo había aquí!
No era él una esperanza sólo, como otros,^
sino Un artista completo y notabilísimo. Una
•^ida más larga no hubiera desarrollado eu él
Huevas cualidades, pero le hubiera dado más
gloria, permitiéndole manifestar las que ya^
tenía. Puede decirse de él, que, lo mismo
que ciertos organismos naturales o artifi^
Cíales sólo responden a un fin determinado,
asiendo inútil investigar en ellos funciones
distintas, era una organizüción de músico, ea
^a cual los demás aspectos no tenían particu"!
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lar interés y pasaban inadvertidos. El sentimiento
predominaba en él, aunque esta i^"
fluencia más se adivinaba que se mostraba
claramente, pues en tales caracteres no es
raro, por más que lo parezca, ^hallar cierta
reserva y como desconfianza. Las circunstancias
de su juventud, transcurrida en gran-ídes
centros de población y entregada a sí misma,
no le dieron quizá, porque no la dan
¡siempre, entera experiencia de la vida X
!del mundo, ni despojaron de sencillez su ca-fácter,
algo indeterminable a primera vista.
Admiraba fácilmente los méritos extraños,
tdHo lo qué como bueno o bello o valioso eo
cualquier sentido, se le presentase; bien qué,;
tratándose de su propio arte, como le conocía
mejor, fuese muy escrupuloso en adoptar jui*
cios que otros formaran. Porque, además,,
iTeobaldo Power tenía de ese divino arte s^'
yo la más elevada idea que cabe: idea inpfa'
ble, sentimiento más bien, de cuyas razones
no se daba clara cuenta, por más que animase
todas sus opiniones artísticas. Concebí*
perfectamente la necesidad que el músico tiene
de ciertos estudios a más del contrapunto y,
la armonía; y én él mismo despertábase co»
facilidad siima el afán de aprender desde qu«
[descubría o se imaginaba la conveniencia d^
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feabér una cosa. Cuando escribía su método 'dé
piano se dio a leer obras de estética, buscan-
Ido en ellas los fundamentos de su arte, aunque
la hojarasca metafísica de la mayor parte
3e tales ensayos le hiciera desmayar. Alguna
Vez, él que escribe estas líneas pudo verle
Con la versión francesa de Hegel en la mano,
engolfado Taliéntemente en los párrafos
'ea qiie el mayor genio füosófico de la moderna
edad levanta con el solo poder de la especulación
el edificio de la filosofía del arte.
X
¿Diremos algo de Power como pianista,
como ejecutante? Pero ^quién tiene el re^
mordimiento de no haberlo oído? Y quien
le oyó una vez recordará siempre aquella ejecución
limpísima, admirable, perfecta; aquella
magnífica interpretación que constitxiía
Bu talento artístico. Las creaciones de Cho-pin,
el músico delicado y peregrino, poco
accesible al vulgo de los ejecutantes; las de
Gottschalk, de tan esi)ecial colorido; las dé
liistz, llenas de dificultades de expresión, se
deslizaban bajo sus dedos en fácil curso, co-
^0 raudales sonoros, claros y límpidos. Po-
^er comprendía bien el arte que profesaba y
^^ poseía enteramente. En juicios y aprecia-
27
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cJones artísticas mostraba fina percepción y,
gusto acendradísimo, que sabía distinguir
bien la obra del ííenio de la del talento; que
odiaba la vulgaridad, la afectación, la brillantez
de apariencia, los recursos que impresionan
al vulgo, eso que pudiera llamarse la
charlatanería artística, aquello todo que no
fuera el puro y verdarl^ero arte, el arte de los
grandes maestros, a los que tanto estutliaba
y conocía. Por eso, si hablaba con entiisiasmo
de Eubinstein, por ejemplo, no consideraba
'dentro del gremio del arte a los ejecutantes
«fenómenos», a los prestidigitadores del piano,
a los que hacen gala de luchar con el instrumento
como el domador con la bestia, y ^
luienes el público suele aplaudir rabiosamente,
como aplaude los esfuerzos laríngeos
y julmonares de un tenor que jadea sobre laa
tablas después de una nota inconcebible, o
las lislocaciones y los saltos de un gimnasta.
Por eso, en fin, no miraba con respeto muy,
marcado las «fantasías», las «raveries» y los
demás excesos con* que los músicos de pacotilla
aos obsequian y log aprendices de piano
atormentan las teclas y el buen gusto. Power
no olvidó tratar estos particulares en ciertos
apuntes suyos, aún inéditos, escritos durantei
8u estancia en Canarias, y que formaban par-
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ié 'de Tin método que tituló «El arte del pia-
»o», obra sin duda provechosa, siendo de tan
notable maestro.
X
Power, como no es raro, sino comunísimo
fentre ejecutantes, era autor de arreglos y
Composiciones originales para su propio ins-
Wmento. Estas últimas andan todas imprecas,
si no estamos equivocados, y los arreglos
Son también conocidos, pues, figuraban como
^ales en, los programas de sus conciertos. Sus
'^bras para orquesta lian hecho que sil reputaron
de compositor no haya quedado a más
,oajo nivel que la de pianista. Los periódicos
fle Madrid hablaron con aplauso de una de sus
poras, ejecutada por la orquesta de la Sociedad
de Conciertos. A sus paisanos les basta
-""ecordar los «Cantos Canarios».
Estando Po^er en Tenerife, un amigo suyo
,y nuestro le dio en cierto modo la primera
Idea de «sa composición, que todos hemos
5^cuchado y aplaudido con entusiasmo. No
p Un simple «potpourrí» de aires prdvincia-
:^8, sino una bella pieza sinfónica, concebida
^'on gusto exquisito, instrumentada con deli-
^'^fleza y ciencia extremadas; una obra que
*^a nosotros los canarios es como él reflejo
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ele nuestra tierra, como el resumieii de la*
impresiones más características que de ésta
hemos recibido. Aquellas armonías, don-"
'dequiera que las oigamos, nos traerán la imagen
de la patria y despertarán en nosotroá
los recuerdos. Porque allí oímos desde el grave
canto con que nuestras madres nos mecieron,
melodía a través de cuyas notas lenta^
y menlancólicas se percibe el vaivén de la cuna,
hasta el son vivo y alegre del más rego'
cijado de los bailes insulares; y la imaginación
ve pasar las aldeas y los campos de núes*
tro país, y las desenfadadas alegrías popula*
res, y las callejeras rondas que en las noches
tranquilas hacen llegar tan frecuentemente ai
nosotros el rasgueo de sus guitarras.
Power comenzó a hacer algunas investigaciones
sobre los cantos y bailes provinciales.-
Aunque me parece indudable que el famoso'
«baile canario», tan popular en otro tiempQ
en España y aún fuera de ella, citado poC
nuestros antiguos dramáticos y por Cervantes
en uno de sus entremeses, es eV llamado
en Tenerife «tajaraste» (voz indígena a todas
luces). Power se inclinaba algo a opinar qu«
la brevísima descripcióu de Viera (NoticíaSi
libro 2.°), y de algunos diccionarios («tañido
músico de cuatro compases», etc.) se aco*
3(1
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mbSaban más al «tanganillo», aire de que lii-zo
una de sus compusicioneá para piano, impresa
luego por Zozaya, y que el autor dedicó
al rey de Portugal. De aquí el primitivo
título de «Danza de los Guanches», que era
una explicación y que él dio a su obra en algunos
conciertos de la Península.
Casi todos o todos nuestros restantes cantos
y bailes populares (generalmente a todo
Jbaile corresponde entre el pueblo un cauto),
aun los de origen andaluz, pueden considerarse
como propios de nuestro país. Vengan
de donde Yinieren., han experimentado modificaciones
de adaptación, como las ha padecido
en algún modo la lengua, y ofrecen un
carácter especial que los hace enteramente
nuestros.
Consideremos los «Cantos Canarios» como,
legado y memoria del músico a su tieira.
¡Cuántas más obras, si él hubiera vivido,
tendríamos, seguramente, con el tiempo, ocasión
de admirar! Quizás también le habría
debido algo la música dramática, a la quQ
perteneció el primer en.=ayo de su juventud,
(una zarzuela con letra de don José Plácido
Sansón); cuando su última permanencia aquí
ssomaban en él, en ggte sentido, más o menos
.Vagos propósitos.
31
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Powér estaba ya m situacióu de trabajar
con desahogo y calma. Era organista de 1*
capilla real y profesor del Conservatorio; sU
fama de compositor comenzaba; obtenía cií
Madrid triunfos y recibía homenajes de sus
discípulos. En tales circunstancias sobrevino'
la muerte, el factor imprevisto de nuestros
cálculos, y los amigos y admiradores del au'
tor de los «Cantos Canarios» y del pianista
eminente no pueden ya extenderse con satiS"
facción y orgullo sobre lo que ps, sino recor-!
dar con tristeza lo que era Teobaldo Powér.;
Francisco M. PINTO
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