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TERNU Aureliano Montero © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 © de la edición, Cabildo de LanzalOte, 1998. © del texto, Aureliano Montero. Portada: Santiago Alemán. Coordinación: Servicio de Publicaciones Impresión: Estudios Gráficos ZURE, S.A. Erandio Goikm (Bizkaia) ISBN: 84 - 87021 - 43 - 3 Depósito legal: BI-1890-98 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 A mi abuelo, Antonio "El Canario", por ser el Viejo Guerrero; a mi mujer, Sila, por obligarme a acabar este libro; ya mi hijo Bencomo, por ser el protagonista principal. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 TERNU (Victoria) Antes de empezar a contar ésta, mi desgraciada historia, permitidme presentarme. Mi nombre es Pedro. Mis apellidos, Escobar y Parrilla. Mi profesión la de aventurero. Y mi ventura, la de estar vivo para contarlo. Soy nacido de Sevilla, del pueblo de Morón de la FlOntera. Mi familia provenía del norte, de las lejanas tierras gallegas. Fue mi abuelo, don Luis Escobar, un caballero cristiano, quien oyendo que Enrique IV, Rey de Castilla, se disponía a atacar el Reino Nazarí, se dirigió a aquellas tierras con todos sus fieles. Cuando lrdS algunas escaramuzas se detuvo el ataque, mi abuelo decidió establecerse en Sevilla, a la espera de un nuevo intento que no llegó a ve1: Con sus ahorros compró una pequeña hacienda en Morón, y mandó llamar a su mujer y a sus tres hijos. y allí envejeció, esperando el ataque definitivo contra los últimos infieles que pohlaban la península. Poco más sé del pasaao de mi familia ... Mi tío Luis murió durante una escaramuza en la frontera granadina. Mi tía Isabel casó con un rico hacendado, y marchó a vivir a Salamanca. Mi padre, donjuan Escobar, hijo menor de aquel viejo caballelO, quedó 7 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 al cuidado de la hacienda, yen ella se dedicó al cultivo de la vid y el olivo. Fue en una de tantas ocasiones en que mi padre se desplazó a Sevilla, para realizar las necesarias compras que ayudasen a la buena marcha de la hacienda, cuando conoció a la que sería mi madre, doña Elvira Parrilla, la hermosa hija de un humilde escribano, cuya mayor pasión era la de leer libros, y cuya mayor frustración era no ser Licenciado en materia alguna. Fruto de esa unión nací yo, en el año del Señor de 1470, cuatro antes de la muerte de Enrique N y de la subida al trono de su hermana Isabel, hoy la Católica. 8 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO PRIMERO «EL VIEJO GUERRERO» Poco recuerdo de mi infancia. Fue mi madre, quien como buena hija de su padre, se encatgó de mi educación. Ella dedicó muchas tardes, hasta bien entrada la noche, a inculcar en mi dura cabeza el «arte» del estudio. Matemáticas, poesía, latín, cosas que abonecía y que a mi padre le plUvocaban la risa. PelU mi madre soñaba (y todav1a sueña) con verme estudiar en la Universidad. A ella le debo, sobre todo a sus horas de sacrificio, el saber todo lo que sé. Pero fue mi abuelo quien más influyó en mi carácter. Con él soñé en miles de aventuras. Me hablaba de tierras desconocidas, de combates con infieles, e incluso de la existencia de terribles monstruos, allende los mares. Daba gusto orrle sobre tantas cosas a la vez. Su viejo lUstro, cubierto por una poblada barba blanca, se contraía como si estuviera viviendo cada una de las historias que relataba. Al mismo tiempo, mi imaginación me trasladaba a los remotos lugares de que me hablaba ... Era muy anciano ya y desvariaba. Pero todavía tenía la energía suficiente para imponer su criterio en situaciones 9 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 comprometidas. Aún recuerdo las discusiones que sostenía con mi madre, pues los dos se echaban en cara la forma de educarme. -Usted, con sus historias de tierras desconocidas y fábulas guerreras, está llenando de pajaritos la cabeza de mi hijo. -No, señora. Es usted con su latín, su poesía y sus costumbres reHnadas, quien lo va a convertir en una señorita. Una tarde en la que mis padres haDlan salido, mi abuelo, asiéndome de la mano, me subió al viejo desván. Era el único lugar de la casa al que nunca había entrado. Y abriendo la catComida puerta, me dijo: -Pedrito, te vaya enseñar una cosa que jamás has visto. Y que puede que alguna vez llegues a utilizar -¿Qué cosa es, abuelo? -pregunté con la lógica inconsciencia infantil. -¿Recuerdas los muchos combates que he sostenido con los infleles? -¡Oh, abuelo! Me lo has contado miles de veces ... En medio de esta conversación, caminando entre telarañas y trastos viejos, me llevó hasta un rincón, en el cual destacaba un enorme bulto entre las sombras. Y tras señalármelo con sus huesudos dedos, me dijo: -Mira Pedrito, esta es mi armadura. Y esta de aquí, mi espada. Con ella descabecé a muchos infleles. Me acerqué un poco más, y pude contemplar fijamente aquella gigantesca armazón (yo tenía diez años). Otro tanto hice con la espada. Polvorientas pero imponentes. La verdad, es que 10 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 nunca en mi vida había visto una armadura, y creo que la miré boquiabierto y atolondrado para goce de mi abuelo ... Espadas sí había visto, como la de Juan Díaz, el gomo tabernero de Sevilla, o la de Ramón Aguirre, amigo de mi padre. Pero la visión de la annadura me cautivó, y un hormigueo intenso recorrió mi cuetpO. Hoy pienso que mi sangre infantil hirvió por primera vez, algo parecido a 10 que me ocurriría años después, cuando me embmqué en la nefasta aventura de Canarias. -y éste -prosiguió mi abuelo-, es el Escudo de Guerra de los Escobar. Con esto y la ayuda de Dios, pensaba expulsar a los infieles de su último reducto peninsular. -y 10 harás abuelo --le repliqué ingenuamente--. Pronto montarás de nuevo, y los echarás tú sólo. Fue entonces cuando agachándose, mi abuelo me agarró por los brazos, y me miró muy fijamente. De sus ojos negtoS brotó una lágrima y, con voz inusualmente lastimera, me dijo: -No, Pedrito ... Ya soy muy viejo, y moriré pronto. Mucho antes de que venga otra guerra. Pero confío en que tú, con mis armas, cumplirás la promesa que me hice cuando salí de Galicia: la de reducir a los infieles y devolverlos al Infierno de donde han venido. Una fria mañana, mi abuelo no acudió como solía haceI; a mi cuarto a despertarme. De repente, tuve como un plesentimiento, y saltando de la cama corrí hacia su aposento. Mi madre se encontraba a la entrada. Sus preciosos ojos verdes me miraron fijamente, y con voz medio afligida me preguntó: 1 1 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿Adónde vas, Pedrito? -Quiero ver al abuelo -respondí yo. -No puedes verlo, está descansando -me dijo con una sonrisa forzada. -¡Es mentira! Quiero verlo -comencé a gritar desesperadamente, mientras intentaba salvar el obstáculo que representaba mi madre. A los gritos acudió mi padre, que se encontraba dentro de la estancia. Con él estaba el doctor Yáñez. Ambos tenían el semblante muy serio. Mi padre miró a mi madre y le dijo: Tiene derecho. Era su abuelo. Fue entonces cuando, temiendo lo peor, COITí hacia el interior de la habitación, y lo vi tumbado en la cama. Inerte. Sin vida. Su tez, blanca como la nieve. Me acetqué a él y toqué sus manos. las encontré frías como el agua del pozo. No sentí nada. Ni siquiera lloré. Me aparté un poco y recorrí con la mirada, las paredes de la habitación. Vi las banderas y lanzas, trofeos de guerra que él conselVaba. Y con ellos se fue mi imaginación: combates, monstruos, tierras desconocidas. Fue mi padre quien me sacó de mis ensoñaciones. Casi estaba leyéndome el pensamiento, cuando exclamó: ¡El viejo guerrero ha muerto! Días después conocí a mi tía Isabel. Había venido de Salamanca para asistir al funeral por la cristiana alma de mi abuelo. y he de reconocer que cuando la vi por vez primera, quedé maravillado. Era muy hermosa. Su piel blanca como la leche, y por contraste, sus ojos negros como azabaches. Tenía ademanes de 12 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 gran señora, y hablaba muy conectamente. Sus años de matrimonio con don Felipe de Braganza, la habían favorecido en ese aspecto. Sin embalgo, jamás podria compararse a mi madre, morena por el sol de Al Andalus, y mañosa en todo cuanto emprendía. la prefería más pese a su genio brioso, que hacía enmudecer hasta a mi pache. Mi tía Isabel era atenta y cariñosa conmigo, y ciertamente me cáta muy bien. Ella me hablaba de lo bonita que era Salamanca: sus puentes, sus plazas, su río Tonnes, la Universidad ... lo diferente que era de la cálida aunque rica Sevilla. Pero la voz de alarma sonó cuando le dijo a mi padre, que como no haD'ta tenido descendencia, y era probable que nunca la tuviese, le gustaría llevarme con ella una temporada. Conocería otro ambiente. Y aSÍ, algún día podía ingresar en la Universidad. Mi padre dudó un poco, pero mi madre, cuyo mayor anhelo era que hiciera la carrera de Leyes, aceptó rápidamente. En esos momentos, parecía que el mundo se me venía encima. ¡Yo! que sólo quería luchar contra los infieles y conquistar tierras desconocidas, debía estar encerrado en un claustro aprendiendo las malditas leyes. Por suerte para mí, pospusieron el compromiso para cuando cumpliera los doce años. En el año del Señor de 1481, teniendo yo cumplidos los once años, comenzó el tan esperado ataque contra el último reducto musulmán en territorio peninsular: el matqués de Cádiz invadió en el mes de octubre las tierras de los infieles. Me entristeció mucho el pensar lo contento que se hubiera puesto el abuelo, si aún se encontrase con vida. Habría puesto la casa patas arriba, y malchado 13 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 raudo al encuentro con los moros. Recuerdo que la guerra transcurrió en los primeros años, sin decantarse favorablemente para ninguno de los dos bandos. En diciembre de 1481, los infieles, al mando de Muley Hacen, tomaron la villa de Zahara, en Cádiz. Pero los llamados Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Femando de Aragón, que habían movilizado a los nobles con sus meznadas, contraatacaron y tomaron Alhama en 1482. Mientras tanto, la vida transcurría de founa apacible para nosotros. Mi padre me llevaba como siempre a Sevilla, para realizar las pertinentes compras. Y tenía como lugar predilecto la taberna de Juan Díaz, personaje el cual ya he citado en un momento de este relato. Este orondo tabernero, era quien nos informaba puntualmente de los combates habidos, aunque de founa exagerada. Por lo demás, nos dedicábamos la mayor parte del día a las labores del campo. y, por la noche, me tenia que enfrentar a los estudios bajo la atenta mirada de mi madre. El único acontecimiento familiar importante fue que mi padre pospuso la marcha a Salamanca hasta que la guerra tomara un cariz favorable. En mi interior se lo agradecí enormemente. Mi madre, por su parte, se resignó: -¡Dios lo quiere así! Por el simpático y orondo tabernero, supimos de la de11üta de las fuerzas nobiliarias en La Ajarquía en 1481, Y más tarde, del tropiezo de los infieles en Lucena, donde cayó prisionero Boabdil, hijo de Muley Hacen. Pese a ello, la guerra era algo lejano para 14 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 nosotros. Nadie la sentía como suya. A nosotros no nos afectaba en nada. Quizá, si hubiera estado el Viejo Guerrero, las cosas habrían sido diferentes. En diciembre de 1484, mi madre dio a luz una preciosa niña a la que puso el nombre de Elvira María de las Mercedes Escobar y Parrilla. La fiesta que dio mi padre en su honor fue espléndida. Los hacendados de los alrededores acudieron a ella, y el vino corrió a raudales. Recuerdo que aquella fue la primera vez en que bebí más de la cuenta del rojo elemento. Hubo bailes y música, pero apenas me enteré ya que la cabeza me daba vueltas, y un fuerte zumbido atravesaba mis oídos. Medio atontado, y ajeno a lo que ocurría a mi alrededor, perdí la noción del tiempo. A la mañana siguiente desperté en el granero, con un fuerte dolor de cabeza. Tenía la boca muy seca y un ardor intenso en el estómago. Fui al campo como solía hacer cada aJa, para ayudar a mi padre en sus labores. y no sé si fue por el asfixiante calor, extraño en diciembre, o por el fuego intenso que tenía en el vientre, pero sentí un fuerte mareo y comencé a vomitar Entonces mi padre, comprendiendo mi estado, lanzó una sonora can::ajada: -Te queda mucho que aprendel~ Pedrito. Tras el nacimiento de mi hermana, la vida transcurrió igual que siempre en la hacienda, viéndose sólo alterada por los chismes bélicos que contaba el goroo tabernero de Sevilla. Sin embatgo, el destino, esa ave solitaria que de vez en vez cambia nuestras vidas, volvió a tocar en nuestra puerta. En la puerta de nuestro mundo familiar, en la puerta de mi corazón. 15 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Una mañana a mediados del mes de enero de 1487, mi padre marchó a Sevilla. Era usual en él ir a la ciudad, para hacer las compras necesarias en la buena malCha de la hacienda. Algunas veces solía acompañarle yo, pero en esta ocasión decidió que me quedara en el campo, mientras él cumplía sus cometidos. Aquel día llegó muy tarde, ya entrada la noche. Se notaba que había bebido más de la cuenta. Recuedo que noté en sus ojos una lucecita extraña, familiar, pero entonces no pude adivinar su significado. Entró con unos envoltorios, y lo primero que hizo fue dirigirse a mi hermanita y besarla. Acto seguido, fue hacia mi madre y le dio uno de los paquetes. Sorprendida, lo abrió y su rostro tomó en alegria. El paquete contenía un precioso vestido. Luego, nos sentamos en tomo a la mesa, y tras apurar una jarra de vino, mi padre comenzó a hablar: -Hoy me he entretenido un poco en la ciudad. Por todas partes hay un pregón de los Reyes Católicos. -¿Y qué dice? -preguntó mi madre algo extrañada. -Más o menos que Isabel y Fernando están haciendo una leva de peones en toda Castilla. Se les promete una buena paga. Mi madre, temiendo lo peor, exclamó sobresaltada: -¿Y qué tiene eso que ver con nosotros? Mi padre continuó sonriente, como si no hubiera oído la pregunta: -También se conmina a todos los caballeros que deseen participar en la cruzada contra el invasor infiel, a que se presenten en Córdoba antes del 25 de marZo. Asimismo, se dará Carta de 16 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Seguro a todos los criminales. -Pero, ¿qué es 10 que quieres decimos? --gritó mi madre de forma desesperada. Mi padre la miró fijamente, y con aquel brillo en la mirada con el que 10 vi entrar en la casa, exclamó: -Es una oportunidad única. ¿Sabes cuál es la paga que dan a los caballeros? Y además, grandes concesiones de tierra. Mi padre era un caballero, y por tanto yo 10 soy. Podríamos ganar mucho en esta empresa. -¿También 10 ganó tu hermano Luis? Tanto influyó en él tu padre, que acabó con una lanzada en el corazón. -Mi hermano era un valiente -dijo mi padre con orgullo-o Pero ahora, la situación es diferente. El ejército mlliuhnán está acabado. Muerto Muley Hacen, y estando en disputa Boabdil con su tío El Zagal, la conquista de Granada es un hecho. -Pero tú no eres un caballero ... Tu padre malgastó sus rentas en sueños, y hasta la tierra que poseemos la tenemos que trabajar nosotros. No destruyas 10 poco que nos queda. -Sé que nuestra situación ha sido muy difícil hasta ahora, pero la suerte puede cambiar. Tan sólo unos combates y caerán los infieles, y de esa forma conseguiremos el reconocimiento de la Corte -intentó excusarse mi padre. Mi madre 10 miró con ojos tristes: Cuando me casé contigo, creí que eras inmune a la influencia de tu padre. Pero veo que todos 10 lleváis en la sangre. -Padre, si queréis puedo ir con vos -propuse 1 7 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 ingenuamente. -Cállate -gritó mi madre de forma histérica-o Sólo me faltaba eso. En ese instante, mi padre posó su fuerte manaza sobre mi hombro, y me dijo: -pedrito, tú ahora haces falta en esta casa. Dedica tus energías al estudio, y sé un hombre de provecho. Algún día serdS dueño de esto y podrás levantarlo. Déjame a rrú el privilegio de continuar las hazañas del abuelo. Una mañana de marzo, mi padre salió de casa ¡YJra no volver jamás. Las últimas palabras que me dirigió fueron estas: -Nunca te comprometas en una empresa, en la que no veas un horizonte despejado. Entonces no comprendí sus palabras. El tiempo me haría recordarlas. Teniendo cumplidos los diecisiete años, mi madre me tenía impuesta su férrea autoridad, obligándome a trabajar en el campo, a la vez que a estudiar. Todo ello fruto de la precaria situación económica, que nos impedía tener mano de obra que trabajase las tierras. De esa forma, sólo podía salir de la hacienda en época de compras. Ello era fruto de la obsesión de mi progenitora, por verme estudiando leyes en la Universidad de Salamanca. Aún así, esta confusa mente mía recuerda cómo aprendí el «vicio» de beber oculto en el granero. Y también cómo mi madre se sorprendía de lo fácil que se evaporaban las barricas de vino. Cuando iba de compras a Sevilla, no dejaba de visitar la 18 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 taberna de Juan Díaz más por degustar el rojo elemento que por oír noticias de la guerra. Ya casi me había concienciado de que, cuando mi padre volviera victorioso y con nuevas tierras, yo marcharía a Salamanca para estudiar las malditas leyes. Pero una veZ más, el destino intervino, no sé si en mi favor o en mi desgracia. Allá por el mes de agosto, me encontraba apurando una jarra de vino en Sevilla, y escuché una gran algarabía por las calles de la ciudad. Por ello, me dirigí al goruo tabernero, conociendo su fama de sabedor de todo, y le pregunté la causa de tanto revuelo. Y esbozando una pícara sonrisa, aquél me respondió; -Mozalbete, la gente está muy alegre ya que nuestras fuerzas han conseguido una gran victoria ... Málaga ha sido tomada. -¿Es cierto eso? -pregunté contagiado de alegría. -Sí. Y la victoria ha producido considerables beneficios. Se dice que los cautivos han sido vendidos como esclavos. -¿Y por qué esta medida? -Se ve que a los Reyes de Castilla y Aragón les hacen falta muchos dineros para proseguir la auzada. Son bastantes los peones a los que tienen que pagar. He oído que 192 infieles han sido vendidos por cerca de dos millones de maravedises. Y otros cien han sido enviados al Papa como regalo. -¿Y qué beneficio han obtenido los caballeros? -pregunté, pensando en mi padre. -También se han llevado una buena parte. 683 esclavos han sido repartidos entre prelados y caballeros. Después de algunas jarras más, tomé la caneta y emprendí 19 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 la marcha hacia la hacienda. No sé si era el influjo del vino o mi propia imaginación, pero ya soñaba con ver llegar a mi padre con un centenar de esclavos, que nos ayudarían a trabajar la tierra. Y en mi madre haciendo lo imposible por enseñarles la vetdadera fe. Pero sólo eran eso, ilusiones. llegué muy entrada la noche, y todavJa había luces encendidas en la casa. Afuera estaba el cano de Juan Morla, el viejo amigo de mi padre. ¿Qué diablos haría en la casa a esa hora? Indeciso y renqueando por el alcohol consumido, entré en la casa. Y al llegar al corredor, vi a mi madre con su cabeza apoyada sobre la mesa, llorando. -¿Qué ocurre? -le pregunté a Juan Morla. Extendiéndome su brazo vendado, el buen hombre intentó responderme, con voz grave: Lo siento, Pedrito. -¿Qué es lo que ocurre? -grité yo. Mi madre sollozó amargamente. -Tu padre ha muerto --continuó Juan Morla-. Fue en los últimos combates. La gangrena se lo comió, no se pudo hacer nada. Tras digerir la noticia, estuve largo rato inmóvil. Conteniendo las lágrimas. Luego, salí al campo y me senté junto a un olivo. Allí lloré arnatgamente toda la noche. Recordé la lucecita que brillaba en los ojos de mi padre, cuando me dijo que iba a participar en la cruzada. Y también recordé que era el mismo brillo que había obsetvado en mi abuelo a través de su mirada, cuando me contaba sus aventuras. Y entre tantos amargos recuerdos, una frase se repetía constantemente en mi cerebro. La misma frase 20 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 que mi madre le dijo a mi pache: antes de partir hacia la muerte: Lo lleváis todos en la sangre. ¿Sería yo inmune a esa influencia? Entre tanto dolor y meditación, me quedé dormido. Bien entrado el día, regresé a la casa, y lo primero que hice fue subir al desván. Allí desempolvé la vieja armadura del abuelo. ¡Algún día me tocaría a mí! 21 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO SEGUNDO "CRUCE DE DESTINOS" Habían transcuniclo cinco años cIescIe la muerte de mi pache. y durante ese tiempo me habia dedicado a seguir con los cultivos de la hacienda. La vid daba muchos beneficiQ5, y con ella" pudimos amortizar algunas deudas de antaño. Asi, pudimos mantener la vida plácida, aunque a veces aburrida, del campo. Mi hermanita, con siete años, era ya una guapa señorita. Tampoco ella escapaba a la mania de mi mache. La misma con que nos habia machacado a mi padre y a mi: los estudios. Y la pobre Mariquita, como la llamábamos, esta1.:Ya todo el santo dia haciendo cuentas y aprendiendo ortografta. Es justo reconocer que este don de mi madre provenia de mi abuelo materno, un humilde escribano que, al no tener descendencia masculina, le inculcó todo su saber y ella a su vez, continuó esta especie de tradición en nosotros. Aunque era consciente de que su hija jamás podria ingtesar en una Universidad, ni tener otro oficio que el de sumisa esposa de un hidalgo. Pero se senria orgullosa de tener una hija sabia. Por mi parte, al sentir en menor medida la catga de los estudios, me acercaba muchas tardes a la taberna de Juan Diaz, en 22 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Sevilla. Pues con veintiún años ya me consideraba tcx:lo un hombre (incluso me afeitaba), y por tal motivo, lejos de los prejuicios maternales, me dediqué más a fondo al .. arte de beber», como en una ocasión lo llamara mi padre. y la verdad, todavia no comprendo porque bebía tanto vino en aquel entonces. Quizá para ahogar tanto sentimiento escondido. La guerra había acabado en el mes de enero, con la toma de Granada por los Reyes Católicos, lo que provocó que la ciudad de Sevilla se llenase de una grdll masa de desocupados, que buscaban un oficio en el que ejercer. Y entre ellos como es de lógica, se encontraba un nutrido grupo de aventureros, en busca de una ocasión en la que hacer valer una vez más sus armas. Fue precisamente en la taberna de Juan Díaz, entre semejante muchedumbre, donde conocí al que luego fue mi mejor compañero durante la aventura de (,,anarias. Era alto y muy delgado, con el pelo latgo, y se encontraba sentado a una mesa, trasegando vino y contando sus .. hazañas» a tres boquiabiertos campesinos. Lo cielto es que, su apasionada manera de hablar, ya la vez sus gestos caballerescos, extraños en un simple peón de infantería, atrajeron mi atención. Tanto, que el forastero reparó en mi presencia a su espalda, y me preguntó: -¿Qué ocurre, mozalbete? ¿También quieres que te cuente cosas de la guerra? Tales palabras me sonaron como una afrenta, por lo que sin pensarlo le respondí despectivamente: -En primer lugar, no soy ningún mozalbete. y luego, no 23 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 hace falta que ningún bufón me cuente historias de guerras. Lejos de ofenderse, el forastero esbozó una sonrisa a la vez que se ponía en pie. De esa forma pude contemplarlo de arriba a abajo. Su mejilla izquierda tenía una gran cicatriz, ya través de su abierto jubón pude atisbar varios cortes en el pecho. Su aspecto era impresionante, pero la sonrisa burlona de que hacía gala le quitaba dureza al físico. -Perdóname muchacho -me dijo en tono suave-, quizá he ofendido tu orgullo. PernÍlteme que te invite a una jarra de buen vino jerezano. y apartándose de sus ocasionales oyentes, me llevó hasta otra mesa a la cual nos sentamos. ¿Qué puedo decir? Sus ademanes y buenas formas me cautivaron, haciendo desaparecer mi mal humor inicial. Tras pedir dos jarras de vino, comenzó a hablar: Mi nombre es José Gallardo, y soy un leal soldado al servicio de su Majestad la Reina Isabel. Y ahora que esta Cruzada ha terminado, busco otra ocasión en la que hacer notar mi valor. -¿Habéis luchado en muchas ocasiones? -pregunté yo, inmerso en mi eterna curiosidad infantil. --Sí, en bastantes, aunque donde peor 10 pasé fue en Baza. Casi un año de asaltos ininterrumpidos, donde perdí a muchos compañeros. Casi dejo la piel allí. y así transcurrió la noche. El forastelD no dejó de relatarme todas sus hazañas, embriagándome con ellas, como supongo que habria hecho con sus anteriores acompañantes. De esa forma, pude 24 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 saber de sus labios que desde muy joven se había alistado en la Cruzada contra los infieles, siendo un devoto seguidor de la Reina Isabel de Castilla. En su relato afirmó haber participado en las victorias de llora y Moclín. Sin embargo, donde más se extendió fue en su descripción del asalto a Baza, en 1489. Un asedio, según sus palabras, muy duro, espantoso, con escenas aberrantes, dolorosas, horribles. Seis largos meses costó expugnar la fortaleza, y allí recibió las heridas que lo dejaron marcado para siempre. Y mientras hablaba, yo trasegaba vino, boquiabierto, sin mediar palabra alguna. Mi imaginación me trasladaba a cada uno de los lugares que el tal Gallardo describía. En mi interior, tuve la misma sensación que cuando mi abuelo me enseñó la vieja armadura del desván. La sangre de los Escobar volvía a arder. -Ahora que la guerra ha terminado, podrás establecerte en esta zona. Incluso en terreno reconquistado. Como has participado en la Cruzada, te llevarás un buen lote -le insinué en una de sus breves pausas. -No, muchacho. Yo no he luchado por tierras ni por dinero. Mis motivos son bien diferentes -me respondió visiblemente apenado y agachando la cabeza. Intuyendo que no quería hablar del tema, desvié la conversación a otros derroteros, no sin antes advertirle medio en serio medio en broma, que si encontraba aventura en la cual embarcarse, no dejara de avisarme. Esta petición pareció animarlo un poco, despidiéndose de mí tras pagar el convite. Pasados algunos meses desde aquel encuentro, y ya casi 25 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 olvidado del tal Gallardo, vino a suceder un hecho que significó el definitivo giro en la historia que estoy contando en estas mis memorias. Tras la toma de Granada y estando finalizada la Reconquista, la mayor parte de los peones movilizados comenzaIOn a trabajar las tierras ocupadas, olvidando la plDfesión de las armas y comenzando una época de paz. Por ~u parte, muchos caballelOs con sus mesnadas, no soportando la tranquilidad y con el beneplácito de los Reyes de Castilla y Aragón, comenzaIOn a realizar incursiones sobre las costas de Berbería, consiguiendo grandes botines en oro y esdavos, y llevando la verdadera fe a los habitantes de aquellos lugares. De todo ello me daba buena fe el gordo tabernero de Sevilla, reviviendo con estas historias los alegatos del abuelo. Y así sucedió que un día en que yo volvia de realizar mis tareas en el campo, mi madre me recibió con una sonrisa tan extraña, que en un principio me hizo temblar. Con una amabilidad inusual en un carácter tan brusco como el de ella, me sirvió la comida y se sentó a la mesa conmigo. -Pedrito, tengo que darte buenas noticias -me dijo con voz excitada y semblante radiante de felicidad. -¿Qué cosa es, madre? -pregunté con curiosidad nada fmgida. -He recibido una carta de tu tía Isabel, en la que avisa que vendrá muy pronto a Sevilla con su marido. -¿Y cuál es el motivo de tal visita? -Pregunté temiendo lo peor. 26 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Pues que vendrán a buscamos para ir a Salamanca a vivir con ellos. Y así, tú podrás ir a la Universidad -me respondió con una inmensa felicidad reflejada en su rostro. -Pero ... ¿Y la hacienda? ¿Qué será de ella? -Pregunté envuelto en la desesperación. -No te preocupes. Ya he iniciado los trámites para su venta. Lo importante es que podrás estudiar en la Universidad, abandonando para siempre este desierto. -Pero ... Yo no quiero ir a la Universidad. Yo me encuenttu bien en la hacienda. Además, yo quiero luchar contra los infieles que pueblan Berbería. Fue entonces cuando el rostro de mi madre se tornó colérico, y comenzó a gritanne como nunca: ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué te maten como a tu padre? Quieres seguir los consejos disparatados de aquel viejo chiflado, pero tú eres mi hijo y estudiarás en la Universidad. -Mi abuelo no era ningún viejo chiflado -le grité ofendido. La reacción de mi madre fue golpearme con fuerza en la cara, a la vez que me advertía en tono severo: Tu tío vendrá en unos días, y quieras o no, tú irás con tu hermana y conmigo a Salamanca. Allí se te quitarán esas fantasías. Aquella noche marché muy dolido a Sevilla, para tratar de desahogarme con el vino de Juan Díaz. Allí me senté a una mesa, donde bebí sin tregua del líquido rojo. Y posiblemente habría transcurrido toda la noche hundido en mis pesares, si una pesada 27 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 mano apoyada sobre mi hombro no me hubiera sacado de mi sopor: -¿Qué te pasa, muchacho? -Sonó la suave voz del forastero veterano de la Cruzada. -Problemas familiares -respondí apesadumbrado y sin apenas mirarle-o Parece que tengo todo en mi contra, incluso la familia. -¡Pardiez! Y yo que te buscaba para darte una buena noticia, te veo envuelto en estos pesares. Hay que ver cómo es el mundo -replicó con una amplia sonrisa el tal Gallaroo. -¿Y qué nueva es esa? -pregunté con evidente curiosidad. -Recuerda que la última vez que nos vimos, me pediste que te avisara si encontraba aventura en la que embarr:amos. Pues la hay jovenzuelo, y llena de pelig¡os en tierras remotas y misteriQ'iaS -me explicó. En ese instante, mi pesadumbre se relajó, centrándose mi atención en lo que fuese a decir mi nuevo compañero. Así que lo invité a la mesa, tal y como él hiciera en la anterior ocasión, y le pregunté con ansiedad: ¿Adónde hay que ir? -Tranquilo, muchacho. Tómatelo con calma -respondió Gallardo a la vez que pedía una jarra de vino-. El lugar es un archipiélago existente mucho más allá del Gran Océano, aunque cercano al continente africano. Dichas islas están habitadas por tribus salvajes que blasfeman el nombre de Dios, y que pese a estar desnudos y sin armas, son unos formidables guerreros. Esa tierra a la que vamos a ir, se la conoce como Islas de Canaria. 28 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿Y qué debemos hacer para marchar a ese lugar? -pregunté totalmente decidido. -Te vaya hablar claro, muchacho. Un capitán llamado Alonso Fernández de Lugo, ha venido de eSJe'i tierras, y ha plantado cuatro banderas de enganche en esta ciudad para intentar reclutar el mayor número posible de voluntarios. El objetivo es conquistar una de las islas de ese archipiélago salvaje. Y José Gallamo, este veterano lleno de cicatrices, se enganchará con ese capitán --gritó lleno de satisfacción, mi desde entonces inseparable compañelD. -Entonces, contad conmigo -alegué yo con pleno convencimiento, a la vez que levantaba mi jarra en señal de asentimiento a su proposición. Esa noche llegué muy tame a la hacienda, y le escribí una carta a mi madre, pidiéndole que comprendiera mi postura, y esperando que mi decisión no enturbiara las relaciones familiares. También le expliqué que no podía dejar de hacer lo que mi abuelo me había enseñado, y que si la suerte estaba conmigo, volverla con riquezas y esclavos, con los cuales engrandecería la hacienda. Y que, una vez hubiera combatido por la vemadera Religión, ingresaría por fin en la Universidad. Una vez cumplido este requisito, subí al viejo desván y contemplé durante latgo rato la armadura del abuelo. Luego cogí su espada y su escudo, ahora mios por derecho, y munnuré: Ahora me toca a mi. Tras engancharnos en uno de los banderines, fuimos transportados en cartetas a Cádiz, donde se encontraban atracados dos navíos que nos llevarían a nuestro destino. Y en dicha ciudad, 29 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Gallardo y yo compramos dos barricas de vino jerezano, con las que pensábamos disfrutar durante la travesta. Entre las gentes que la fortuna reunió en aquella bahía, se encontraban veteranos de la Cruzada, como José Gallardo, en busca de nuevas aventuras y riquezas; campesinos deseosos de nuevas tierras que cultiva¡; sin depender de ningún señor feudal; criminales necesitados del pernn de los Reyes de Castilla y Aragón; clérigos destinados a enseñar la Verdadera Fe a los paganos, que decían, habitaban aquellas islas; y muchos más, con la esperanza de encontrar la fortuna tanto tiempo deseada, y lugar donde poder asentarse. Tal mescolanza de gentes era la que aquella mañana del verano de 1492, se disponía a embarcar rumbo a lo de"iConocido. Los primeros días de travesía fueron muy duros para un alITl.a terrestre como la mía. El constante meneo de la nave y la mar picada, me provocaban unos ITl.areos ITl.ayores que los que sufrí años atrás, con el nacimiento de mi hermanita. Por ello pasaba la ITl.ayor parte del día en la cubierta, vomitando lo que podia tragar Una noche, mi compañero Gallardo decidió abrir una de las barricas de vino jerezano adquiridas tras nuestro enganche, y después de apurar un par de jarras, comenzamos a hablar sobre nuestras vidas. Aunque, de hecho, sólo hablé yo. El trabajo en la hacienda, las historias del abuelo, las esperanzas de mi mache de que ingresara en la Universidad, todo ello escuchó con atención mi compañero Gallardo. Y cuando acabé de explicarle los motivos por los que Creta que deota participar en la expedición, él me dijo con semblante muy serio: 30 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Comprendo que haces lo que crees que te dictan tus sentimientos, pero no olvides que también hay un mañana. Al obselvar por mi expresión que no le entendía, quiso explicarse mejor: Tú, hoy, haces lo que crees que está bien. Sigues lo que supones una tradición, pero no te has parado a pensar lo que esa cosa te aportará mañana, ni si te llegará a aportar algo. Ni siquiera has pensado si es esto lo que tu abuelo quería. Creo que tú no tienes nada que ver con los que estamos aquí. -¿y tú por qué estás aquí? -le pregunté algo confuso. Me miró fijamente un buen rato, como meditando la respuesta, y cuando parecía que iba a decir algo, fuimos intenumpidos por dos de los oficiales que habían colaborado en nuestro transporte desde Sevilla a Cádiz. -¿Nos invitáis a un trago? -preguntó el de aspecto más fornido. -Sí, ¿por qué no? Entonces se sentaron a nuestro lado, señalando el segundo personaje que poseía unos dados, con los cuales nos invitaba a jugar. Nosotros aceptamos. De esa forma, estuvimos bastante tiempo jugando y bebiendo, petdiendo yo casi todo el dinero que llevaba encima. Mi compañero Gallardo tuvo más suerte, y duplicó su parte. Y aprovechando la ocasión, me dirigí al que pareáa llevar la voz cantante de los dos recién llegados, pues durante la partida no había parado de lanzar maldiciones y eructos, mientras que el otro todavía no había abierto la boca. -¿Lleváis mucho tiempo en esto? 3 1 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿En qué? -me preguntó tras un sonoro eructo. --Quiero decir... supongo que eres un veterano. ¿Cómo son esas islas a las que vamos? -¡Ah! ¡Demonios! Habla más claro pichón -balbuceó mientras apuraba su jarra de vincr--. Sí, soy un «veterano>, ja ... Yo estuve cinco años luchando para poder tomar la Gran Canaria. Tengo el orgullo de ser de los que llegaron con donjuan Rejón. -¿Gran Canaria? -pregunté con evidente curiosidad. -Sí, la isla mayor de ese archipiélago pagano. La más dura de conquistar. Nos costó cinco largos años de lucha y centenares de vidas cristianas, el apoderamos de ella. ¡De verdad que sí! -¿Tan fuertes eran sus habitantes? -preguntó José Gallardo, mientras llenaba su jarra. -No sólo fuertes, sino que conoáan todos los roques, las montañas, las cuevas, los barrancos -respondió el otro, que hasta entonces no había habladcr--. No sabéis bien de lo que es capaz un salvaje de esos. Daba espanto verlos sobre aquellas alturas, desnudos, silbando y tirándote piedras. -¿Y por qué volvéis otra vez? -Les pregunté. -Mira pichón ~ontestó el más fornido, que además era muy alto y con su rostro cubierto por una larga y espesa barbahace muchos años, cuando yo era casi tan joven como tú, ya e.iaba en esas Islas al servicio de don Diego de Herrera. Y partiendo de la isla de Lanzarote, he participado en todas las incursiones contra las costas de Berberia, y hemos venido cargados con rico botín de granos, alhajas de oro y plata ... Y también rebaños de ovejas, 32 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 caballos y camellos. También he tenido el honor de estar bajo el mando de donjuan Rejón, cuando comenzamos la conquista de la Gran Canaria. Tras unos momentos de reflexión, prosiguió: ¡Maldita sea! soy portugués de nacimiento, pero me he pasado toda la vida en esas islas. Y ten por seguro que moriré en ellas. Pasados unos minutos de silencio, Gallardo, que volvió a llenar las jarras, preguntó: ¿Cómo es el General? -Eso te lo puede decir el Gallego -sugirió el Portugués dirigiéndose a su compañercr-. Ha estado con él desde que llegó a Canaria. El Gallego, mientras bebía de su jarra, nos miró con sus ojos saltones. Su demacrado rostro mostraba una vida de penalidades y fatigas. Pero sus gestos y reverencias daban muestras de un pasado noble. -Al General lo conozco desde que era capitán, allá en Agaete. Es más, mis antepasados y los suyos estaban en tratos. -¿Es gallego? -pregunté yo. -No. Es de Sanlúcar de Barrameda. Su bisabuelo era gallego. Y su familia y la mía se conocían muy bien. Yo estuve con don Alonso dos años en Agaete. En el infierno. Yo hubiera querido seguir tan interesante conversación, pero mi amigo J osé Gallardo decidió pQper fin a la misma: ¡Bueno, señores! el vino se ha acabado y creo que es hora de dormir un poco. No sé el tiempo que transcurrió de travesía hasta que se 33 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 avistó tierra. Recuerdo que una mañana muy temprano, nos asomamos todos a la cubierta para contemplar la maravilla: una hermosa y redondeada isla, de forma piramidal, cuyos cimientos parecían partir del fondo del mar, para ir ascendiendo de monte en monte hasta un punto central. y todos aquellos impresionantes cerros se encontraban cubiertos de espesas arboledas, pinos en su mayoría. También había abundantes palmas, y numerosa vegetación, 10 que daba a aquel pedazo de tierra un vetdor sin igual. Mientras, aquellas imponentes cumbres se hallaban coronadas por espesos nubarrones Gugados de agua. Ya medida que la nave se acercaba a la orilla, más observaba el cautivador panorama: una rada tranquila, playas de amarillenta arena y montañas cubiertas de espesos matorrales. Más a la izquierda, se vislumbraba una pequeña villa. -las Palmas --dijo una voz seca a mi espalda, que adiviné pertenecJa a Mario, el Portugués alto y fornido. -¿Cómo? -pregunté yo sin comprender. -Aquella es la villa de Las Palmas. Allí fue donde construimos el primer campamento a las órdenes de Juan Rejón. -¿Y por qué ese lugar? -Porque por allí corre un barranco llamado Guiniguada por los isleños, abundante en buenas aguas, fresco y saludable. -¿Estuviste allí cuando se construyó el Campamento? -pregunté estúpidamente. -Lo recuerdo como si fuera ayer, pichón. La misma madrugada de San Juan Bautista de 1487 desembateamos en esa 34 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 playa de alú enfrente. Había una herrnosa luna que iluminaba la rada. Y aprovechando el silencio y la claridad, persuadido nuestro General de que los canarios no se habían dado cuenta de nuestra presencia, ordenó lanzar las lanchas al agua y desembau::ar por el sitio más cercano a Las Isletas. Tomamos tierra en aquel extenso arenal-dijo señalando ellugar-, al cual los rayos iluminaban con reflejo metálico. Y las olas rompían sobre aquella superficie con rítmica candencia y plañidero rumor. Observé la playa detenidamente, intentando reconstruir con mi imaginación el desembarco. A la derecha se descubrían grandes corrientes de lava, levantándose a mayor distancia algunas montañas, producto de movimientos volcánicos anteriores a todo recuerdo histórico. A la izquierda, la costa estaba envuelta en suaves ondulaciones (1). El Portugués continuó con su relato, como si lo estuviera viviendo: Desembarcamos sin oposición alguna, pues no apareció ningún isleño. Éramos 600 hombres de a pie y 30 de a caballo, y teníamos víveres para una corta jornada. El Deán Bermúdez levantó un altar en la playa y celebró una misa de campaña, tras la cual pronunció una breve y enérgica exhortación para recordamos el cumplimiento de nuestras obligaciones (2). Su relato fue interrumpido por la voz del capitán del navío, quien nos avisó que el General se aproximaba a la embarcación en una lancha. En efecto, don Alonso Femández de Lugo, que había realizado la travesía en el otro navío, ahora se acercaba en una chalupa al nuestro, acompañado por varios oficiales. Por ello, para 35 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 los que todavía no lo conocíamos, el rostro de la persona que nos iba a guiar en la «feroz empresa que nos aguardaba", era algo enigmático, y esperábamos su presencia con curiosidad. Curiosidad que al ser satisfecha, se tomó en decepción. No era muy alto, más bien de estatura media. Ancho y con un vientre incipiente. El pelo muy largo por detrás y recortado a la altura de las cejas. Ojos saltones y expresión autoritaria. Muy autoritaria a mi parecer. Tras reunirnos a todos los expedicionarios en la cubierta, el General subió al castillo de popa y comenzó a hablar: Soldados y oficiales que habéis tomado la santa resolución de venir a estas fértiles y hermosas islas para llevar la Verdadera Religión a sus paganos habitantes. Antes que nada, debo pediros paciencia, pues estaremos anclados unas semanas en este puerto de Las Isletas, hasta poder completar nuestros efectivos de choque, para después partir hacia una isla llamada de La Palma. Sus habitantes, hotdas salvajes, no creen en nuestro Señor Jesucristo, sino que idolatran elementos naturales como el fuego. Signo inequívoco de su adoración al Infierno. Seguramente habrá duros combates antes de convencerlos de cuál es la vercladera fe. Pero nuestro superior armamento y el saber que «Dios lo quiere" y aprueba nuestra Cruzada, nos ayudará en esta penosa catga. Por supuesto que habrá un reparto equitativo de las fértiles tierras con agua de La Palma. Estas últimas palabras parecieron tranquilizar a la mayoría de los presentes, a quienes poco les importaba lo que Dios «quisiera" en la campaña, ni cuál debía ser la fe de los futuros conquistados. En esos instantes, el General fue inteffilmpido por 36 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 uno de sus oficiales, en el cual destacaba una profunda cicatriz bajo la ceja izquierda que casi cruzaba el ojo. Este le dio un recado en baja voz, aunque no lo suficiente como para que dejáramos de escucharlo los que nos encontrábamos ceK:a del castillo de popa: Alonso ... Maldonado está en la playa. El rostro del General, que hasta entonces se había mantenido risueño, y con un aire entre fanático y triunfalista, se tomó oscuro. Su semblante mostraba ahora preocupación. Y tras volver a pedirnos 'paciencia» a todos, subió a bomo de la lancha que lo llevaría a tierra. José Gallardo, que se encontraba a mi lado, comentó con evidente malestar: -Me parece que no nos van a dejar bajar a tierra. Con las ganas que tengo de pisar algo que no se mueva tanto --se expresó refiriéndose a los continuos bamboleos de la nave, que seguían provocando en almas terrestres como la mía los consiguientes mareos y vómitos. -y lo más irónico es que nos piden paciencia -repliqué yo, también molesto por la medida. En ese instante se acercó a nosotros un oficial, al cual recordé como la persona que nos había enganchado en Sevilla. Y mientras se acariciaba su espesa perilla, el capitán Diego Núñez, pues así se llamaba, nos preguntó: ¿Qué os pasa muchachos? ¿Hay morriña? -No, mi capitán, sino que tenemos ganas de desembaK:af -respondió Gallardo. 37 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Todos tenemos ganas de bajar, pero el General cree conveniente no permitirlo todavía. Teme que se produzcan deserciones, y no seria la primera vez -explicó don Diego Núñez. -¿Y cuánto tiempo habremos de permanecer aquí? -preguntéyo. -Tranquilo mozalbete. Primero tendremos que esperar hasta que se completen los efectivos, como dijo don Alonso. Y luego se fletará otro navío para transportar al resto del ejército. A lo sumo, un par de semanas ¡Ah! debéis saber que estáis destinados en mi compañía. Lo que nos dijera nuestro capitán era cierto, pues una fragata que se encontraba fondeada en Las Isletas fue fletada por don Alonso para ser ocupada por más soldados, que al parecer pensaba reclutar en la isla. Yes que, por los infonnes que daban aquellos que sí podían bajar a tierra, todos los hidalgos de la Gran Canaria e,1aban muy alborotados con la noticia de la expedición a La Palma. También llegó a nuestros oídos que un cuerpo de isleños iba a partir con nosotros. Desde mi inactividad en el navío, poco más pude saber. Pasados los días, una mañana muy temprano nos despertamos con una sorpresa. En la rada de Las Isletas se hallaban fondeadas tres carabelas, y en un principio llegué a pensar que habían sido fletadas por el General para transportar al cuerpo expedicionario. -Una de ella.·, tiene el timón fuera de su sitio --comentó a mi lado Lope Femández de la Guerra, uno de los oficiales de 38 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 mayor prestigio- querrán repararlo. -¿Y quiénes pueden ser? -preguntó otro capitán que respondía al nombre de Andrés Suárez Gallinato. -No lo sé, pero vive Dios que pronto lo averiguaremos. Por lo pronto, bajemos a tierra e infotmemos a don Alonso. Poco más reparé en los tres navíos. El aburrimiento, la inactividad y la lentitud del tiempo, acabatOn por caldear mi ánimo. El vino jerezano hacía tiempo que se había tetminado, y José Gallardo pasaba las horas dunniendo. Después de haber reconido la nave hasta su último rincón, y de tratar de escribirle una carta a mi madre, me eché en el rincón habilitado como lecho y comencé a donnitar: «En mi confusa y maltrecha mente apareció la imagen del abuelo, con su vieja annadura, blandiendo su gran espada y descabezando infieles. Vi cientos de infieles muertos y una gran Cruz en medio. Luego, cambió el escenario y aparecieron muchos salvajes en lo alto de unas rocas, desnudos, tirándome piedras. Uno de ellos tenía algo en sus manos. Movido por la curiosidad me acerqué a él, y vi que era la cabeza de mi padre. Yel salvaje, mitad monstruo y mitad humano, me gritaba: ¡Ahora te toca a ti!». Desperté empapado en sudor. El mareo era indescriptible. Rápidamente vomité lo poco que había podido trasegar durante el día, ante las quejas de algunos compañeros de armas. Casi renqueando logré asirme del borde de la cubierta, y recibí de lleno el soplo de aire fresco de la brisa nocturna. Era noche cerrada y el frio alivió un poco la fiebre. Al otro lado del navío escuché risas y gritos. Daba la impresión de que alguien se estaba divirtiendo en 39 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 demasía. Un poco despejado, me acerqué y escuché la voz atronadora de Lope Femández de la Guerra: No comprendo como la Reina Isabel se ha decidido a apoyar a semejante lunático. -Tampoco yo, pero se cuenta que ese marino tiene grandes influencias en la Corte -habló Pedro Benítez de Lugo, el oficial de la cicatriz sobre el ojo izquierdo, y familiar del Genera1-. Y 10 más gracioso es que preconiza por ahí que la Tierra es redonda ... Ja, ja, ja. -Desde luego el tal Cristóbal Colón debe estar chiflado. Si la tierra fuera redonda, caeriamos al vacío -ten:ió Pedro Vergara, otro de los oficiales--. Pero, ¿a qué se debe su visita a esta isla? -Parece ser que Colón, tras zarpar de Palos, ha sufrido una avería en el timón de una de sus carabelas, "La Pinta», y ahora ha querido fletar una de las nuestras -respondió Lope Femández de la Guerra-. Pero don Alonso le ha dicho que no, que sus tres naves son imprescindibles para tomar La Palma. -¿Y qué hará ahora ese maniático? -preguntó una voz que no pude identificar. -Pues ha dejado a su segundo, un tal Pinzón, que le labre un timón nuevo, y que le cambie el aparejo latino por otro redondo. En cuanto a Colón, marchará con sus otros navíos hacia La Gomera -respondió Lope Femández (3). Al parecer, los oficiales estaban brindando con algún buen vino, pues más de uno comenzó a canturrear. Y también sonó algún que otro eructo intencionado. Fue en ese momento, cuando me disponía a volver al improvisado lecho, que el principio de 40 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 otra conversación me detuvo. -Señores, tenemos exactamente diez meses para conquistar La Palma. Y luego, sobre Tenerife --comentó en tono triunfal Pedro Benítez. -Ya era hora, siempre ha sido un gran desafio esa isla. Ni siquiera el mismo Maldonado pudo tomarla -replicó Lope Fernández-. Lo que no comprendo es como don Alonso va a soportar tanto gasto. Máxime cuando ni los Reyes Católicos saben que tiene como objetivo la isla de Tenerife. Ni siquiera lo saben los banqueros ... Los socios del General. Entonces fue cuando sentí la émica sonrisa de Pedro Benitez de Lugo: No te preocupes por eso, Lope. Los socios de mi sobrino se van a llevar una desagradable sorpresa. Te lo a':ieguro. Una pesada mano sobre mi hombro izquierdo, ca'ii me sacó del mundo de los vivos. La sangre corrió como el rayo por mis venas. El corazón luchó por salir de la carne. Imaginé que era el General, que llegando en una lancha, me había sorprendido escuchando la animada conversación de los oficiales. ¡Dios mío! ¿Cuál seria el castigo por espiar? Pues supongo que eso pensaría que estaba haciendo. Lentamente giré la cabeza, y ¡no! No era el rostro autoritario de don Alonso, sino la cara demacrada y melancólica del Gallego. -¿Qué haces, pichón? ¿Escuchando conversaciones ajena':i? -Me preguntó. -No, no ... Estoy algo mareado. Escuché voces y me ac'e1t}Ué -respondí sin habenne repuesto de la impresión. 41 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Pichón, será mejor que vayas a dormir, antes de que alguien con más malos adentros que los míos, se preocupe seriamente por tus actos. No lo pensé dos veces. Corrí rápidamente hasta llegar al lugar donde dormitaban mis compañeros. Una vez allí, me tumbé e intenté recuperar el sueño tan bruscamente perdido. Sin emba1g0, una frase martilleaba mi cerebro. Las palabras de Pedro Benítez: «Los socios de mi sobrino se van a llevar una desagradable sorpresa». Tras dos semanas de inactividad, una mañana el General dio permiso para que parte del Ejército bajara a tierra. En ese sentido, tenían preferencia los veteranos y los reclutas considerados como «menos quisquillosos». Entre estos últimos nos encontrábamos mi compañero Gallardo y yo, quienes abandonamos el navío en compañía de Mario el Portugués. Y una vez en la llamada Playa de las Isletas, emprendimos el camino a pie hacia la Real Villa de Las Palmas, a corta distancia del lugar. Durante el trayecto, el viejo Portugués comenzó a relatamos nuevamente, como años atrás había desembarcado en la isla con la disposición de conquistarla: -Por esta zona de la playa que estamos pisando, encontramos a un viejo recogiendo mariscos, y tras amenazarlo Rejón, nos confirmó que para llegar a Gando, teníamos que atravesar muchos desfiladeros y malos pasos, guardados por numerosos y valientes guerreros. Que no haOla mejor sitio que el barranco del Guiniguada. Entonces, Rejón se adelantó, examinó 42 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 este camino con escrupulosa atención, y trepó a una pequeña meseta cubierta de elevadas y esbeltas palmeras que se extendian en grupos por la llanura inmediata. Agradole el sitio a este General, y llevándonos hasta la margen izquierda del riachuelo, cuyo cauce estaba sembrado de sauces, juncos y dragos, señaló el sitio dónde debía levantarse el campamento. Allí nació la Villa de Las Palmas (4). En esos instantes entrábamos en la citada Villa. Pequeña pero bonita. Según la recomamos, el Portugués nos señalaba los lugares de su relato. Así, se detuvo ante el lugar donde había estado emplazado el Real, el primitivo campamento de Rejón. Hoyes la Ermita de San Antonio Abad. También nos mostró la casa del antiguo Gobernador Pedro de Vera, y la Ermita de San Pedro Mártir, levantada por dicha autoridad en recuerdo del 29 de abril de 1483, dia de la rendición de la Gran Canaria. Por cierto, que en la Villa pareóa dársele mucha atención al cultivo de la caña, pues en el mismo valle, a orillas del riachuelo, se levantaron toscos ingenios, al igual que en las faldas de la montaña opuesta. Tras recorrer el pequeño caserío de Las Palmas, nos acercamos a las escasas cantinas existentes. Allí apuré vino canario. -jBuen vino! -Exclamé tras el primer trago. -Sí. Las vides han sido traídas de Andaluóa, junto con las cañas de azúcar y los árboles frutales, que provienen de la isla de Madera --explicó Mario el Portugués--. Esto no existía antes de la conquista de la isla. -y entonces, ¿de qué se alimentaban los canarios? -Preguntó mi compañero Gallardo. 43 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -De gofio -respondió el Portugués con una pícara sonrisa. -¿Gofio? -Pregunté yo. -Sí. Es una especie de harina de cebada. Tuestan la cebada y luego la muelen. Si tú ~l.lpieras lo que se hincha la panza, pichón -manifestó haciendo gestos con sus manos alrededor de su abultado vientre. En esos instantes apareció el Gallego, junto a un recluta vizcaíno, de nombre José Albizuri. Era de mi misma edad. y según supe después, sus motivos eran diferentes a los míos. Eran puramente económicos. Quería conseguir en estas is1ac<; 10 que tantos y tantos buscaban: una tierra donde poder asentarse, y traer a su familia lejos de señores feudales, que explotaban a uno hasta en la misma entrada de la muerte. Albizuri y el Gallego se sentaron a nuestra mesa, deleitando también el vino canario. -Les estaba explicando a los reclutas, que los canarios comen gofio -habló irónicamente el Portugués. El Gallego, sin perder nunca su semblante serio, sombra de mil penalidades pasadas, nos dijo: No sólo gofio, sino también leche de cabra, pues 1ao.; haya millares en estas islas. Y también gran cantidad de frutos silvestres. -La pesca también debe ser abundante-intervino el joven vizcaíno. -Sí, jovenzuelo -terció el Portugués--. Aunque nunca se les ha visto embarcación alguna ... Ellos pescan de una forma 44 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 curiosa. Se fmIDan grupos de hasta diez nativos, rodeando una porción de agua, y se lían a palos con los peces. Y aunque no lo creáis, ohtienen sustanciosas capturas. -¿A palos? -preguntó incrédulo, Gallardo. -Sí, a palos, aunque a veces tamhién hacen anzuelos de cuerno de cahra. En cuanto a los metales, jamás se les ha visto alguno. Yes que son unos vetdaderos salvajes. Aunque ahora, con la labor evangelizadora de los deanes y derruís chusma religiosa, se han civilizado un poco. De hecho, tenemos muchos canarios como aliados para la empresa de La Palma --comentó risueño el Portugués. -¿Y cómo es que tardásteis cinco años en poder dominar a los canarios? -Intervino el vizcaíno Alhizuri. -Son los más aguerridos luchadores entre riscos y harrancos, y los más diestros en ardides de guerra -respondió con una cierta admiración el Gallego--. Sólo tenéis que pensar que estas playas han sido escenario de derrotas de normandos y portugueses. Tamhién de los nuestros. Os voy a contar un hecho que ocurrió antes de la Conquista: .. Los canarios tOmaJDn una vez 5 ó 6 gaviotas muy pequeñas, y las criaron. Les dahan de comer atadas, y así las acostumhrahan a estar posadas, sin miedo al homhre. Luego, las soltaron poco a poco en el pohlado de La Y raga, un lugar que siempre fue ohjetivo de portugueses y de los nuestros. Y así, un día en que los canarios vieron venir los navíos, pusieron las gaviotas en los techos de sus casas. Por supuesto, los soldados, al ver las gaviotas quietas, pemaron que no hahía nadie 45 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 en el fXJblado. Entonces, entraron desordenadamente y confiados, tomando 10 que hallaban dentro de las casas. Fue el instante en que los canarios, que estaban al acecho, se lanzaron sobre ellos con grandes alaridos y silbos, y mataron a algunos, cogiendo prisioneros a otros. Muy pocos pudieron escapar» (5). Acabada la narración, el Gallego apuró su jarra de vino y procedió a llenarla nuevamente. Por mi parte, quedé boquiabierto fXJr el relato. Otro tanto les ocurría a mis compañeros de mesa. Fue entonces cuando, aprovechando nuestro desconcierto, Mario el Portugués nos contó otra historia: -Ya os hablé cuando veníamos por el camino, de las circunstancias que rodearon la fundación de esta villa. Vosotros visteis el inmenso barranco en que se encuentra. Pues en ese barranco del Guiniguada, que es como se llama, tuvo lugar el primer encuentro con los isleños. Yo estuve con el valiente Rejón, y sofXJrtamos las tres horas de combate. Eran unos dos mil canarios. Pero no voy a cansaros contando batallas, sino explicaros un hecho que ocurrió mucho después. El ejército isleño era mandado por tres célebres caudillos. Adargoma, Doramas y Maninidra. Y nosotros, "porque Dios estaba de nuestro lado», vencimos ... El caso es que cogimos prisionero a Adatgoma, herido en un muslo. Y Rejón, ordenó que lo curasen con todo tipo de agasajos y diligencias. Pues bien, Adugoma, después de cicatrizar su herida, fue bautizado y conducido a España. Y un día, hallándose en el Palacio del Arzobispo de Sevilla, vino un robusto de La Mancha, con el deseo de luchar con el canario. Entonces, Adatgoma le dijo: 46 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 ,Hermano, si hemos de luchar, razón será que brindemos primelO». y llenando un vaso de vino, dijo al manchego: ,Sujétame el brazo con los dos tuyos, y si consigues impedirme que lleve el vaso a mi boca Y beba el vino, me declaro vencido ... -¿Y qué ocurrió? -Preguntó Albizuri. -Pues que Adalgoma se bebió el vino sin que ~u contrario pudiera detenerle el brazo, a pesar de todos sus esfuerzos -temató el Portugués (6). Tras unos instantes de silencio, fue José Gallatdo quien abrió el fuego: -Impresionante. ¿Son los palmenses tan bravos como los canarios? -Ten por seguro que sí, muchacho. En aquella isla han pagado muchos su imprudencia. -Perdonad que os intenumpa -intetVine yo-, pelO hay una cosa que me intriga. Vosotros lleváis años en esto, ¿Os han dado tierras o alguna recompensa por vuestros servicios? -Yo, concretamente tengo unos terrenos y un pequeño barranco con árboles frutales en Lanzarote, en un lugar llamado el Mojón. Todo por los seIVicios prestados a la Casa de los Herrera. Y aquí tengo una pequeña suerte de riego constante en Arucas -respondió Mario el Portugués-o Pero, ¿a qué viene esa pregunta? -Si tenéis tierras para poder vivir dignamente, ¿por qué volvéis otra vez al combate? Y no me digáis amigo Mario que, porque "Dios lo quiere .. , pues he notado en alguna ocasión a lo 47 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 largo de la traveSJa, que no creéis que esto sea una Cruzada o algo por el estilo ... ¿Por qué entonces? -Mi respuesta es la misma que te di en una ocasión. Puedo decir que me cTié en estas islas, yen ellas moriré. Yo no sirvo para estar atado a un terreno, y ver si este año la cosecha va a ser mejor que el anterior. Para eso están los sieNas. TodavJa hierve mi sangre, y vive Dios que aún no he dado de mí todo lo que puedo y, aunque don Alonso no sea santo de mi devoción, lo seguiré a La Palma porque la sangre me lo pide -respondió un poco serio. Entonces desvié mi atención hacia el Gallego: Y vos, ¿por qué lo hacéis? -Yo ... Se lo debo a don Alonso-Tras unos instantes de duda, apuró su copa, se levantó y abandonó la taberna. Desde luego que la reacción del veterano soldado fue muy confusa, y en ese estado quedamos después de su inesperada marcha. Pero ninguno de los presentes pronunció comentario alguno al respecto, ni siquiera el Portugués, que con su cabeza gacha daba a entender que conocía los motivos del desplante del Gallego. Sencillamente, desviamos la conversación hacia otros temas más alegres, como la disponibilidad de algunas mozas canarias. Todav"la estuvimos algún tiempo fondeados en la rada de Las Isletas, mientras el General acababa de concentrar sus efectivos. y así fue que a su llamada, se presentaron veteranos de las islas conquistadas de Lanzarote y Fuerteventura. En ese lapso de tien1po, le escribí dos cartas a mi madre. En la primera le pedí que © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 comprendiera mi actitud, que era la sangre de los Escobar la que me había impulsado. Pero que de todas formas, esta era una Campaña religiosa, una Cruzada contra unos infieles salvajes y sanguinarios que blasfemaban el nombre de Dios. Y que cuando tomáramos La Palma, nombre de nuestro objetivo, nos darían terrenos y esclavos para cultivarlos. Y que entonces la llamaría a ella y a mi hermana, para disfrutar de los beneficios. Mi corazón no pudo más, y rompí semejante sarta de mentiras. Con ello no podría acallar mi conciencia. La segunda carta fue más breve: en ella le pedí perdón a mi madre por haber seguido "la influencia» del abuelo, y le prometí revisar cada uno de mis actos con el corazón, sin desviarme un ápice de las enseñanzas inculcadas por ella. En el compás de espera, la carabela del tal Cristóbal Colón ya había sido reparada, partiendo con sus dos hermanas para buscar una nueva ruta hacia Las Indias por el Oeste, en un océano que hasta entonces nadie había explorado. Fue en la mañana del 26 de septiembre de 1492, cuando el Cuerpo Expedicionario al completo se concentró en la playa de Las Isletas. Éramos, a lo sumo, más de 800 hombres bien pertrechados. Don Alonso en persona nos pasó revista. Yo llevaba con orgullo el Escudo de Guerra de mi abuelo, detalle que el General no pasó por alto. Tras obsetvarlo atentamente, se dirigió a mí con voz suave a la vez que impaciente: ¿Eres gallego quizás? -No, señor. Mi padre y mi abuelo eran gallegos. Yo nací en Sevilla -respondí con voz temblorosa. 49 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿Y cómo se llamaba tu abuelo? -Don Luis Escobar. Me miró fijamente a la vez que sus dedos recorrían los gastados dibujos del Escudo familiar: -¡Vaya, los Escobar! Espero que tengas la misma sangre que tu familia. Acto seguido, don Alonso continuó la revista, aumentando más su impaciencia. Pareéla que esperaba a alguien que no acababa de llegar; motivo por el cual y con evidente nelViosismo, no dejaba de mirar a cada instante, los accesos al puerto. Fue así que, en un arranque de cólera (que se haría familiar) le gritó en alta voz a Lope Femández de la Guerra: Pero, ¿qué se creen éstos? ¿Qué todavía son los amos? Mientras tanto, el Canónigo de Canarias don Alonso de Samarinas, terminaba de cargar los fardos eclesiásticos a bordo de una de las lanchas, auxiliado por varios monjes y frailes. Por su parte, el General estuvo departiendo largo rato con un personaje, que más tarde supe que era don Francisco Maldonado, el Gobernador de la Gran Canaria ... Maldonado, el nombre que hizo que don Alonso interrumpiera su discurso a nuestra llegada a esta isla. Así fue como supe, a través de los veteranos, que Maldonado le inspiraba grandes celos al General. Aunque tal vez los celos fuesen mutuos. Lo cierto es que aquella mañana vi en el semblante del Gobernador, una expresión de alegría sincera. Más bien de alivio. Quizá lo fuera por perder a tan incómodos huéspedes. Fue poco después de fmalizada la revista, cuando hicieron 50 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 acto de presencia los «esperados». Eran unos cincuenta, altos y robustos, con el pelo muy latgo, obsetvándose por su aspecto que no eran castellanos. De la misma fonna, sus atuendos y annamento eran diferentes a los nuestros, destacando unas poderosas mazas de maclerd muy pesadas, que portaban en una sola mano. Del grupo de los recién llegados, se adelantaron dos personajes. El primero, que parecía ser el jefe de la partida, era increíblemente alto y musculoso, con el pelo largo y moreno. Su tez era muy oscura, y su escasa barba terminaba en punta. A él se dirigió el General cuando exclamó con voz muy ~l.1ave pero contenida: Esperábamos por vos, don Fernando. Éste se limitó a sonreír, y tras mirar brevemente a su segundo, de aspecto serio y cruel, señaló a su aguerrida tropa respondiendo: Aquí nos tienes. A bordo ya de la lancha que me conduciría a mi navío, lancé una última mirada a la orilla. Allí se había concentrado una multitud para despedirse de sus familiares, amigos, y, en general de todos aquéllos que partíamos rumbo a lo desconocido. Y entre tanta gente, pude obsetvar que don Alonso saludaba de fonna efusiva a dos personajes ricamente ataviados, y con semblante altamente risueño. Casi por instinto los señalé a mi compañero Gallardo. Pero fue el capitán Diego Núñez, quien pett:atándose de mi curiosidad, dijo: -Son dos banqueros muy conocidos. El uno es ]uanotto Berardi, de Florencia. Yel otro Francisco Riverol, de Génova. Aunque ambos son vecinos de Sevilla ... 51 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Parece ser que son muy amigos del General---comenté yo ingenuamente. -Desde luego que sí. Son sus socios en esta empresa -alegó con voz distraída. 52 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO TERCERO LA PALMA "PEDAZO DE CIELO .. Tras doblar la llamada Punta de la Isleta, nuestra pequeña escuadra comenzó a bordear la costa de una inmensa isla, a la que más tarde supe que llamaban Tenerife. Y aún hoy, años después de tan magno acontecimiento, recuerdo que, mientras los tres barcos surcaban el mar, junto a aquel pedazo de tierra, ocurrió un hecho que me dejó petplejo y confuso. Yes que, tanto la oficialidad como los veteranos que se encontraban a bordo del navío, abandonaron sus quehaceres para asomarse a la cubierta, y contemplar con ojos ávidos, el a la vez maravilloso e infemal paisaje. Supongo que otro tanto ocurriría en el resto de la flotilla. Tenerife daba la impresión de ser una isla maldita, no sólo por sus inaccesibles costas, sino por la gigantesca montaña que partía de su centro, y cuya nevada cumbre casi cubierta de negros nubarrones, parecía llegar hasta el mismísimo Cielo. Pero no debía ser ese el motivo de los numerosos munnullos y suspiros que brotaron de las bocas de los veteranos, más con odio y deseo que 53 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 con admiración. Fue precisamente uno de los oficiales que había participado en la conquista de la Gran Canaria, quien suspiró en alta voz: La isla de los guanches. La isla de los guanches. ¿Quién iba a decirme en aquellos instantes, cuánto me iba a marcar esa isla para el resto de mi vida? Fue en la mañana del 29 de septiembre de 1492, cuando los vigías descubrieron en el horizonte una elevada planicie, que identificaron como nuestro objetivo: La isla de La Palma. Por ello, nuestros oficiales nos dieron la orden de formar en la cubierta, hasta que pudiéramos tomar tierra. Tomar tierra. La verdad es que a simple vista, no parecía haber lugar alguno en el que nuestra flotilla pudiera fondear. Los vientos favorables nos habían acercado con rapidez a la isla de La Palma, y lo que en un principio parecía una elevada planicie, se había convertido en una serie de precipicios que subían de forma vertical, y que acababan cortados a pico. Algunos de ellos presentaban alturas de hasta mil pies, llevando este panorama el desánimo a mi corazón. Por si fuera poco, en dicha costa acantilada el mar rompía con fiero empuje, no acertándose a ver ninguna cala en la que pudiéramos fondear. Y en aquellas gigantescas alturas se podían contemplar con claridad, espesos nubarrones que presagiaban la inminente descarga del líquido elemento. Todo aquel sobrecogedor panorama era compensado por la extensa vegetación que cubría la isla, lo cual le daba un aspecto paradiSiaCO. Estaba tan absorto contemplando la maravilla, que no sentí 54 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 la presencia del Portugués a mi espalda, habta que comenzó a :recitar: Uorad las damas si Dios os vala, Guillén Peraza quedó en La Palma, la flor marchita de la su cara ... -¿Qué decís? -le pregunté al instante. -Son endechas, pichón. Fueron escritas por un poeta hace muchos años -me respondió y continuó recitando. ¡Ah! No eres palma, no eres retama, eres ciprés de triste rama. -¿Y qué significan? ¿Quién era el tal Peraza? -volví a interrumpir al Portugués. -Pues bien, pichón --comenzó Mario como si esperara ansiosamente mi pregunta-o Hace unos cuarenta años, Hemán Peraza era el dueño y señor absoluto de las islas de Fuerteventura y El Hierro, y quiso comenzar la conquista de esta isla que tienes frente a tus ojos. Para ello, reunió unos doscientos ballesteros y trescientos insulares, a los cuales emban::ó en dos naos. Yen dicha aventura, Peraza trajo a ~u hijo Guillén, un galán que hacía suspirar a su paso a todas las damas. Pero bueno, ciñéndonos al tema, todo este ejército desembarcó más al sur de donde nos encontramos, en un lugar llamado Tihuya. Allí, Hemán Peraza, con sus dos compañías, sus isleños y algunos caballeros, poniendo al frente de su escasa caballería a su hijo Guillén, avanzó hacia el interior Sin 55 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 embargo, los palmenses reunidos en gran número, y acaudillados por el reyezuelo del distrito, comenzaron a ocupar las alturas y desfiladeros, y empezaron a lanzar certeras pedradas que rompían rodelas y cascos, y atravesaban las más fuertes corazas ... Fue en medio de la tempestad, cuando una piedra lanzada con fiero empuje vino a herir en la cabeza al joven Guillén, con tan mala suerte que lo derribó muerto del caballo. Esa fue la señal de la desbandada, quedando en el campo de batalla numelOSOs muertos y heridos. Y de ahí este poema, que es una maldición a esta isla y sus habitantes, por haber matado a Guillén Peraza (7). Tenninaba el Portugués su macabro relato, cuando la flotilla penetraba en una zona de la costa, sembrada de roques y peligrosas bajas. Y aunque en un principio pensé que el piloto se haDla vuelto loco, luego tuve oportunidad de variar mi opinión, pues entre tanto obstáculo se hallaba una rada natural, donde nuestros barcos pudieron fondear con total tranquilidad. Dicha rada, según supe más tarde, era llamada Tazacorte por los nativos de la isla. Teniendo todavía en mis oídos la narración del Portugués, le pregunté a éste si los indígenas que poblaban La Palma, tenían todaVla tan buena punteria. A lo que me respondió con una amplia sonrisa: Sí, rara vez fallan. Los minutos que tardaron las chalupas en transportamos desde los navíos hasta tierra firme, fueron los más horribles que jamás había vivido en mi corta existencia. La narración del Portugués había hecho su efecto, y esperaba ser «recibido> de un momento a otro por una mortal lluvia de pedruscos, lanzados por 56 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 los pahnenses, que seguramente estañan ocultos tras la exuberante vegetación que rodeaba a la playa. No fue así. El grueso del Cuerpo Expedicionario desembarcó con una total tranquilidad. Ningún alma, pagana o cristiana, se dejaba ver en tierra fmue. Pero no por ello dejaba de agarrar con fuerza el escudo de mi abuelo. Recuerdo que entre las primeras lanchas que tomaron tierra, se encontraba la del General, quien iba acompañado de su pariente Pedro Benítez, el capitán Lope Femández de la Guerra, y una joven de tez muy morena, la cual a pesar de sus vestimentas no tenía apariencia europea. Lo más curioso fue que, tras desembarcar, esta joven penetró en la espesa maleza, desapareciendo de nuestra vista y sin que nadie hiciera nada por impedirlo. Sin embatgo, este hecho pasó casi inadvertido en un principio, ante la total confianza con que se comportaba don Alonso, quien no mostraba temor alguno a hipotéticos ataques de las hordas salvajes que presumiblemente habitaban en la isla. De hecho, tras elegir junto a sus oficiales el lugar donde se debía asentar el futuro Real, antes de comenzar las obras del mismo y con el beneplácito del Canónigo de Canarias Alonso de Samarinas, decidió la celebración de una misa de Campaña. Durante la Santa Misa, a la que incluso asistieron los cincuenta canarios, observé una serie de hechos que hicieron sublevar mi entonces pura alma cristiana. Hechos que pensados hoy en día, me hacen comprender lo estúpido que era, y lo bien que se habían servido de la Religión, el General y los frailes, para sus propios intereses. Pero será mejor que relate esta historia 57 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 cronológicamente, para su mejor comprensión. La Misa de Campaña fue ofrendada a San Miguel, por ser ése su dia, señalando el Canónigo de Canarias que la conquista de la isla era «una gran Cruzada» que nada tenía que envidiar a la realizada en Granada, y que nuestra verdadera misión era la de enseñar a los salvajes paganos que habitaban la isla, la \érdadera Fe. Luego, don Alonso de Samarinas nos pidió que nos arrodilláramos, pronunciando estas palabras: --Orad todos a Dios y a la VIrgen María, para que nos den la fuerza con la que vencer a estas hordas salvajes. Pensad que hacemos esto porque Dios lo quiere. Fue en ese instante, cuando el capitán Diego Núñez alegó en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que lo oyéramos los que estábamos a su alrededor: -Semejante sarta de mentiras no la cree ni el Obispo. Dichas palabras me ofendieron enormemente, y desde ese instante, a pesar de que quien las pronunció era mi capitán, le cogí un odio profundo. ¿Cómo iba a suponer lo equivocado que yo estaba? Una vez desembarcados los fardos con el armamento, municiones y víveres, todo ello con una tranquilidad pasmosa, el General nos distribuyó en grupos para proceder, por fin, a la construcción de sólidas trincheras con que proteger nuestro campamento de posibles ataques isleños. Dicha medida, aunque tardía, fue rápidamente cumplida, con amplia satisfacción por todos nosotros, que no solíamos disimular nuestro miedo. Mientras, otro 58 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 grupo de peones recibió la orden de levantar una Ermita en honor de San Miguel, bajo cuya advocación se puso la isla. Ya anocheciendo y avanzadas las obras del Real, el General, satisfecho, nos concedió un merecido descanso, dejando de guardia a una partida de guerreros de la isla de La Gomera que también formaban parte del Cuerpo Expedicionario, yen los cuales tenía mucha conftanza. Nosotros por nuestra parte, tras digerir el escaso rancho nos desperdigamos en grupos alrededor de varias hogueras, donde calentamos del frío palmense. Y fue precisamente al calor del fuego, cuando los reunidos comenzamos a dar rienda suelta a nuestras incertidumbres. A mi lado se encontraban mi compañero Gallardo, el viejo y fornido Portugués, el Gallego, el vizcaíno Albizuri, un aragonés llamado Juan Pestana, perteneciente a mi compañía, Y otros con los que había intimado durante las dos travesías. Por su parte, los oftciales se hallaban reunidos en sus tiendas, apurando buen vino y hablando en alta voz de mil y una obscenidades. Mientras, el Canónigo y sus frailes se habían retirado al recién formado recinto de lo que sería la futura Ermita. En cuanto al General, estaba en su propia tienda con el que parecía ser el jefe de la partida de cincuenta canarios, el mismo al que don Alonso había llamado .. Don Fernando», en Las Isletas. Aproveché dicha circunstancia para preguntarle al siempre melancólico Gallego, quién era el personaje que se encontraba en la tienda del General. Y mi compañero de armas, sin inmutarse lo más mínimo, me respondió: 59 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Es el Rey de la isla de la Gran Canaria, Thenesor Semidán, conocido ahora como don Fernando Guanarteme. Dicha respuesta me hizo suponer que el pensativo veterano se estaba burlando de mí, por lo que esbocé una estúpida sonrisa, a la vez que miraba a su cara esperando una confinnación a mi sospecha. Pero no fue así. El Gallego continuó tan serio como siempre, dando a entender que había dicho la verdad. Esto aumentó mi sorpresa, y creo recorclar que estuve ridículamente boquiabierto durante largo rato, sin poder reaccionar. Fue mi compañero Gallardo quien continuó: -¿Y qué hace tan alto personaje con nosotros? A ello respondió, como ya era habitual, Mario el Portugués: -Efectivamente, como ha dicho el Gallego, el indígena que acaudilla la partida de canarios es, o mejor dicho era, el reyezuelo de la Gran Canaria. Aunque más que rey, se le puede considerar como un traidor, y así es considerado por los suyos. Y es que fue el responsable de la sumisión de la isla tras cinco años de lucha. -¿Y cómo fue posible tal traición? -preguntó el aragonés Pestana-, y ¿por qué lo siguen estos gueneros? -En cuanto a lo segundo -respondió el Portugué&-, te puedo decir que los nativos de estas islas, con pocas excepciones, son leales a sus reyezuelos, aunque éstos sean unos viles traidores. De hecho, en esa partida de fieles a nuestra causa se encuentra el hermano del Guanarteme traidor, el cual es llamado Maninidra. Y aunque éste fue un gran guenero que nos infligió varias denutas, 60 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 la lealtad a su hennano el «Rey' 10 decantó de nuestro lado. Pero en 10 referente a la traición del Guanarteme, quien mejor os puede informar es el Gallego, que estuvo cerca de los que lograron capturarlo. Casi al instante, los ojos de los presentes se posaron en el demacrado rostro del Gallego, quien, posiblemente por el vino ingerido en el rancho, o por la expectación que había levantado el Portugués, salió por vez primera de su habitual reserva: -Ciertamente, la historia de la captura del Guanarteme Thenesor Serniclán, hoy don Fernando Guanarteme, es de 10 menos importante de la conquista de la Gran Canaria. El llamado Guanarteme jamás libró un combate con nuestras fuerzas, y era considerado como un verdadero cobarde entre los suyos, 10 cual demostró cuando 10 encontramos. Esto sucedió en enelO de 1482, cuando don Alonso era el capitán de la fortaleza de Agaete. Nos enteramos por medio de espías de que una partida de quince indígenas, con algunas mujeres y niños, se habían detenido en el abandonado pueblo de Gáldar. Por ello nos dirigimos al lugar con tres destacamentos, y descubrimos al Guanarteme y cuatlO de sus Guayres (como designaban a sus capitanes), en compañía de sus mujeres. Ninguno ofreció la más mínima resistencia. Ya partir de ese instante, el Guanarteme se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a los nuestros, a destruir y esclavizar a su pueblo (H). -Habláis como si protegierais a los indígenas -interrumpió Gallardo. -No es eso -respondió rápidamente el Galleg~. Lo 61 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 que ocurre es que en todo lugar siempre dan asco los traidores. A pesar de lo interesante de la conversación, la fatiga del día acabó por nublamos los ojos, y la mayoría tomamos a dormir en nuestros lechos de tierra, esperando la dura jornada que previsiblemente nos esperaba. Desperté empapado en sudot; y todavla no había amanecido. Las pesadillas habían invadido mis escasas horas de sueño, provocándome dar vueltas y vueltas en el lecho arenoso. Las figuras decapitadas de mi abuelo y de mi pache, aparecían constantemente en mis sueños, y la frase «ahora te toca a ti" martilleaba incesantemente mi cerebro ... Tenía la boca muy seca y me encontraba mareado, como con fiebre. Esto lo atribuí al estado de excitación del primer día de campaña. Por ello me levanté y eché a andar por el Real. Todavla era de noche, yel delo palmense estaba cubierto de millares de estrellas, a cual más brillante. Tierra adentro, observé las negras siluetas de los inmensos picos que sobtesalían del centro de la isla, como si de un gigantesco circo se tratara. A la vez, millares de insectos dejaban oír su canto nocturno, sobrecogiendo aún más la noche isleña. El espectáculo era impresionante para un alma profana, como la mía, en este tipo de aventuras. Fueron los gritos de uno de los centinelas gomelDs, los que me libraron de mi abstracción. Al parecer, el indígena de guardia había descubierto a un extraño que se acercaba al campamento. Por ello, más movido por la curiosidad que por valentía, me acetqué al lugar de donde partía el albolDtO. Y observé al gOmetD apuntando 62 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 con su ballesta, a una sombra con voz de mujer, que empleando un castellano forzado imploraba poder hablar con don Alonso. Inmediatamente, el centinela dio el pertinente aviso al oficial de guardia, quien dando muestras de conocer a la «intrusa», la condujo hacia la tienda del General. Fue en esos instantes, cuando aprovechando la luz que desprendía la hoguera practicada a la entrada de la improvisada estancia de don Alonso, pude ver el rostro de la recién llegada. Era la misma joven de tez muy morena que había desembarcado con el General, y se había internado en la espesura que rodeaba la playa de Tazacorte. Pero si grande fue mi sorpresa, mayor fue cuando el propio don Alonso recibió a la recién llegada con una amplia sonrisa, acompañada de una graciosa reverencia: -Bienvenida, doña Francisca. Apenas amaneció, cuando todos los expedicionarios fuimos puestos en pie de guerra, ya excepción de cincuenta peones, el resto nos preparamos para marchar hacia el interior de la isla. Mientras, el General estuvo reunido cerca de una hora con los capitanes de su tienda, posiblemente para dar las últimas instrucciones antes de iniciar la exploración. Poco después, el propio don Alonso nos explicó que la isla estaba dividida en doce reinos, y que nos encontrábamos en el territorio de Aridane, al encuentro de cuyos guerreros nos dirigíamos. Finalizó sus palabras el General, con una sonrisa de satisfacción: -Estoy seguro de que con la fuerza de nuestra fe no hará falta que combatamos con los paganos. Sino que ellos 63 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 comprenderán la vetclad de nuestra causa. Semejantes palabras calaron hondo en mi ánimo, e inmediatamente me santigüé, teniendo por seguro que nos disponíamos a iniciar una Cruzada, en la que Dios estaría de nue,tlO lado. ¡Cuán equivocado estaba! Inmediatamente iniciamos la lllalCha, la cual fue abierta entre la espesa vegetación de matorrales por los cincuenta guerreros canarios, que trotaban sobre el escabroso terreno, sorteando todo tipo de obstáculos naturales. Estos indígenas, como ya apunté en alguna ocasión, eran corpulentos y con el pelo muy lalgo, y llevaban sus cuerrx:>s cubiertos de pieles, portando como armas una especie de bastones de madera. Detrás, seguía nuestro General montado a caballo y sin ningún tipo de cuidado, como si no temiera pelig¡o alguno. Junto a él, y también a caballo, iban el Guanarteme traidor como ya nos haOtamOS acostumbrado a llamarlo, y la joven indígena que había penetrado en el campamento la pasada madrugada. Luego, siguieron los capitanes a caballo, y nosotros los peones en número de 700, armados con nuestras espadas, picas, ballestas, y llevando algunas culebrinas como única artilleria, innecesaria entre aquellos riscos. A nosotros, los soldados de a pie, no nos contagió el optimismo del General, por lo que estábamos ojo avizor Yo mismo, no paraba de mirar a ambos lados del itinerario de marcha, esperando el mortal ataque de los fieros palmenses, con piedras y troncos. Otro tanto le ocurrió a mi compañero Gallardo, que no perdía de vista las alturas que teníamos que bOldear, según me 64 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 contó más tarde. Sin embargo, nada sucedió. Pues al poco de iniciar la marcha, nos topamos con las primeras partidas de guerreros palmenses. Todos eran muy altos y robustos, yen contra de lo que esperábamos, se mostraron sonrientes, prodigándonos gestos de amistad. Los nativos iban cubiertos con pieles adobadas, y calzados con lo que parecían cueros de cerdo. Y acercándose a nosotros, comenzaron a tocar de forma cariñosa nuestras rodelas y corazas, con una espontaneidad sorprendente. Nosotros correspondimos a sus atenciones, pese a que nuestros oficiales nos ordenaban que no detuviéramos la marcha. Fue al mediod1a cuando llegamos al poblado del distrito, en un lugar que los nativos conocían como Amartihuya. Allí se encontraba un centenar de isleños entre hombres, mujeres y niños, todos ellos armados con unas lanzas o astas largas, que finalizaban en las puntas con unos cuernos agudos. Sin embargo, su semblante risueño no presagiaba enfrentamiento alguno con nuestras armas. Todo lo contrario, daba la impresión de querer recibimos como a salvadores ... Salvadores de la Fe», pensé en aquel instante. Una vez concentrado el Cuerpo Expedicionario, el General bajó de ~u caballo, y guiado por la indígena llamada doña Francisca, se acercó a un isleño alto y fuerte, de lDstrO noble, al cual le faltaba el brazo izquierdo desde el codo. Esta acción, unida a la mirada de sumisión que le mostraban los demás nativos, me hizo comprender que nos hallábamos ante el reyezuelo de Aridane. Casi inmediatamente, don Alonso Femández de Lugo ordenó a nuestro 65 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 intérprete que leyera en alta voz el ,tratado de amistad. que ofrecían los monarcas de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando. El primer punto leído a Mayantigo, pues así se llamaha el rey de Aridane, solicitaba la "paz, unión, trato y amistad entre castellanos y palmenses». Este punto fue aceptado sin condiciones por el reyezuelo. El segundo punto del tratado pedía que "Mayantigo reconociera la grandeza de los Reyes Católicos, y que les obedeciera en todo como inferior; pero que conservaría la dignidad como príncipe y el gobierno del territorio de Aridane». Por último, el tercer y cuarto apartados exigían que ,Mayantigo y sus vasallos abrazasen la religión cristiana; añadiendo que se les guardarían a los palmenses las mismas lihertades y franquicias que a nosotros». Aunque en un principio el rostro del rey de Aridane se haOla tornado sombrío y dubitativo, lo cual nos hizo temer lo peor, inmediatamente accedió a las propuestas de nuestro General. Y éste le correspondió con un fuerte ahrazo, que arrancó vítores de nuestrdS ftlas, y gritos incomprensihles pero lógicamente de alegria, de los palmenses. A todo esto se añadió el cántico del Canónigo de Canarias, que no cesaba de repetir: -Dios ha bendecido nuestra Cruzada. Aprovechando la situación favorable, los sacerdotes seculares y los religiosos de la Orden de San Francisco, que acompañahan en la expedición a don Alonso de Samarinas, procedieron al bautizo de todos los aridanenses, que alegremente 66 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 recibieron el Agua Bendita que les abriría las puertas del cielo. A su vez, el propio rey Mayantigo se arrodilló en la homilía junto a nuestro General, signo inequívoco de que se sometía a la verdadera religión. No sé cuántos días estuvimos acampados en Amartihuya, pero fueron los suficientes como para empezar a conocer las costumbres de los palmenses. Así fue como averigüé que los aridanenses habitaban en cuevas nacidas por la acción de la naturaleza, la mayoría de las cuales se encontraban situadas en los alveolos de los barrancos y en los acantilados costelDS. Su hábitat se concentraba fundamentalmente en la zona próxima a la entrada, donde podían valerse de la luz del sol. Asimismo complDbé que los isleños no realizaban obras de acondicionamiento alguno en sus cuevas, exceptuando un pequeño amurallamiento de piedras. Fue durante uno de mis paseos por el distrito de Aridane, cuando trabé amistad por vez primera con un indígena. Habíamos salido mis compañeros Gallardo, el Portugués y yo, para contemplar la zona costera de la tierra ganada a nuestras armas de forma tan pacífica, cuando hallamos a varias mujeres palmenses bañándose en el mar. Eran muy hennosas, pero su mirada mostraba una salvaje fiereza, lo cual hizo que nuestros naturales instintos varoniles se tornasen en prudencia, y más tarde en temor. Las aridanenses iban adornadas con collares, brazaletes y tobilleras, todas ellas confeccionadas con cuentas de arr:illa y hueso. Y según supimos, realizaban trabajos de gran dureza como cualquier hombre. Como pudimos comprobar en nuestras carnes, a la hora del combate, la 67 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 mujer palmense era igual o superior al hombre. Fue obsetvando la belleza de las isleñas, cuando se nos acercó el que iba a ser nuestro compañero inseparable durante la conquista de La Palma. Era bajo, muy moreno y con el vientre abultado. Se plantó delante de nosotros, y mientras se golpeaba el pecho, repetía incesantemente: -Butinmara, Butinmara ... De esa forma, comprendimos que el isleño nos estaba diciendo cuál era su nombre, a lo cual mis compañeros y yo repetimos la operación, pronunciando los nuestros. Animado tras nuestra respuesta, el isleño Butinmara comenzó a hablar en su idioma, de forma que pronunciaba sus palabras hiriendo la lengua al paladar, a modo de tartajos o impedidos de lengua. Y es que la mayoría de las veces, comenzaba con la letra t, pronunciada en su acento sin finalizar. Por ello nos vimos obligados a solicitar la ayuda del intérprete del Ejército, Guillén Castellano, para intentar mantener una conversación con el nuevo compañero. De esa forma, comencé a aprender el dialecto palmense, algo que me ayudaría a desenvolverme en posteriores aventuras. A su vez, el propio Butinmara se esforzaba al máximo en conocer nuestra lengua, lo cual interpreté como un gran paso en la evangelización de su pobre alma pagana. Butinmara intimó rápidamente con nosotros, tanto que nos invitó a la cueva en que habitaba, la cual era muy limpia y otdenada, recibiendo plenamente la luz del sol. Allí observé varias vestimentas hechas de piel de cabra, que unidas a los calzados de cuero de 68 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 cerdo, como ya había dicho, confonnaban el vestuario de los nativos. Y estando en el interior de dicha morada indígena, recordé que los veteranos habían hablado de las delcias del alimento llamado gofio por los canarios. En la esperanza de que el nuevo compañelO también lo poseyera, repetí varias veces esa palabra. E inmediatamente, Butinmara pareció entender mi exigencia, pues al instante nos obsequió con unos cuencos de arcilla, llenos de una especie de harina oscura, a la que añadió leche de cabra. He de reconocer que la primera vez que probé el gofio, noté un sabor insípido y seco, aunque no repulsivo. Pero al ver que el Portugués y el nativo lo consumían golosamente y sin ascos, yo hice lo propio, acabando por repetir. De esa fauna, y repitiendo las palabras del Portugués, quedé con el vientte hinchado. Tras el inesperado banquete, el Portugués, un poco extrañado, me dijo que ésta era la primera vez que probaba un gofio de este tipo, ya que no sabía igual que la habitual harina de cebada, trigo o centeno, que hacian los canarios. Y empleando las pocas palabras conocidas del dialecto palmense, valiéndose más de gestos que de la lengua, interrogó a Butinmara sobre la forma de elaborar el gofio. Y la respuesta me la tradujo mi compañero: -Al parecer, los palmenses hacen el gofio con raíces de helecho, trituradas en molinillos de piedra. Esta respuesta me hizo caer en la cuenta de que en nuestra corta estancia en la isla, no había visto ningún cultivo. Yes que los palmenses no conocían la agricultura. Una fiia mañana de principios del mes de octubre, el Cue1}X) 69 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Expedicionario se puso nuevamente en marcha en dirección a nuevas conquistas. Yen esta ocasión contábamos con una partida de guerreros aridanenses, entre los que se encontraba el desde entonces inseparable Butinmara, como apoyo a la campaña que se preveía en el interior de la isla. De hecho, aunque los oficiales no nos habían dicho nada, corrió de boca en boca el rumor de que nos dirigíamos al fiero distrito de Tihuya ... ¡Tihuya! Junto a una especie de obelisco o pirámide de piedra suelta que se encontraba en Amartihuya, y cuyo significado desconocíamos, recordé las endechas del Portugués, y ~upe que nos dirigíamos al lugar en que murió Guillén Peraza. Fue entonces cuando una terrible desazón invadió mi cuerpo. Apenas cruzada la frontera entre los dos estados palmenses, recibimos la primera sorpresa: la indígena doña Francisca apareció entre la maleza, acompañada de otro nativo, pidiendo a voz en grito a los canarios de la vanguan:lia, el poder hablar con el General. Dicha petición fue escuchada por el propio don Alonso, quien a lomos de su caballo se dirigió a los recién llegados. Y tras desmontar, se trasladó en compañía de su pariente Pedro Benítez hacia un lugar apartado, donde escuchó con semblante distraído las palabras de los palmenses. Realmente, no comprendía el motivo por el que el General le daba tanta importancia a la indígena llamada doña Francisca, y menos aún que ordenase detener el Ejército cuando íbamos a combatir con los tihuyanos. En ese momento tan crucial le comenté mis dudas al compañero Gallardo, quien confesó que las compartía. 70 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Tras conferenciar con los palmenses, don Alonso se dirigió hacia el lugar en que se encontraban los eclesiásticos, y estuvo largo rato reunido con el Canónigo de Canarias y algunos miembros de la Orden de San Francisco. Mientras, nosotros los humildes peones, aprovechando que nuestros capitanes se unían al General, nos entregamos a la charla. En ella expresamos nuestros temores por el posible combate que debíamos afrontar, surgiendo los más disparatados rumores por el motivo de la detención. Entre estos últimos cogió más fuerza, el que todos los guerreros palmenses se habían unido para aniquilamos, y que la nativa doña Francisca había llegado para damos un ultimátum. Pero no fue así, porque inmediatamente don Alonso otdenó al Cuerpo Expedicionario que reanudara la marcha, aunque sin solicitar alguna medida de precaución especial. Fueron los auxiliares aridanenses en unión de una partida de guerreros de La Gomera, los encargados de proteger los flancos del Ejército, sin estar bajo la autoridad de un oficial. Mientras, el General se había colocado a la vanguardia con sus principales capitanes mostrando un rostro igual de sonriente que cuando se dirigía al encuentro del rey de Aridane. E igual semblante mostraba la isleña doña Francisca, que iba a caballo entre don Alonso y el Guanarteme traidor. Apenas había transcurrido una hora desde nuestrd última detención, cuando nos topamos de frente con los temidos tihuyanos, que nos esperaban con las mismas lanzas de cuemos en punta que utilizaban los aridanenses, y que supe que denominaban mocas. Sin embargo, los "fieros» nativos nos 71 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 recibieron con la misma alegria de sus hermanos de raza. Pese a su fisonomía corpulenta y salvaje, distaban mucho de querer enfrentarse a nosotros en ningún tipo de combate sangriento. Así fue que, tras la primera impresión en la que mis piernas flaquearon y mi estómago se descompuso, el comprobar las amistosas intenciones de los palmenses me relajó de tal manera que parecía un borracho. En ello, apareció entre los habitantes del poblado un sujeto muy alto y musculoso, cuyo cuetpO aparecía cubierto de cicatrices, alguna de ellas muy profunda. Casi inmediatamente, la isleña doña Francisca dijo en voz alta a nuestro General: -Don Alonso, os presento a Echedey, rey supremo del estado de Tihuya. A su vez, la nativa presentó a nuestro jefe al reyezuelo del lugar, en su común idioma, fundiéndose ambos en un efusivo abrazo. Fue en el momento en que nuestro intérprete daba a conocer las condiciones de paz al monan::a tihuyano, cuando se produjo la segunda sorpresa de la jornada. Contrariamente a como había ocurrido en Aridane, en esta ocasión sólo se dio lectura a tres puntos, siendo suprimido el artículo en el que se señalaba que los indígenas tendrían que abrazar la religión cristiana. Por contra, el General ordenó al intérprete que indicara a los tihuyanos que podían conservar sus creencias. Este hecho, según observé, provocó W1 mwmullo de desaprobación por parte de los religiosos, aW1que ningW10 de ellos se atrevió a protestar en aquellos instantes. 72 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Tras montar las tiendas y devorar nuestra ración de bizcocho y garbanzos, obtuvimos permiso para recorrer la zona, ocasión que aproveché con el nuevo compañero Butinmara. De esa forma, a la veZ que contemplaba la forma de vida de los tihuyanos, aprendía cada vez más el idioma palmense. Otro tanto ocurria con el nativo, que hacía grandes progresos en su pronunciación del castellano. Así fue que Butinmara me llevó a una cueva, en la que al parecer habitaba un pariente suyo. Y tras las correspondientes y simpáticas presentaciones, me acomodé en el interior de la vivienda isleña, siempre junto a la entrada, mientras mi nuevo compañelD charlaba animadamente con su familiar. Éste era alto y musculoso, como casi todos los indígenas, y vivía con su mujer y dos hijos. Estos últimos se ejercitaban en una especie de lucha ritual, en la que utilizaban las manos y los pies sin violencia, como medio de derribar al contrario, pero sin llegar a golpearse. Mientras trataba de practicar lo poco aprendido del idioma isleño, la mujer palmense, a la que el vestido de piel adobada y el collar de cuentas de hueso daban una extraña belleza, nos sirvió una vasija con gofio. y, mientras lo hacía, no paraba de repetir la palabra Adago, en tono que parecía de interrogación. Por ello pregunté a Butinmara el significado de aquella palabra. -Adago es lo que ustedes conocen como leche de cabra -respondió a duras penas mi compañelD indígena. Aunque lo más curioso era que, para tomar la leche, tuve que emplear una cuchara de raíces de malvas, al igual que mis anfitriones, lo cual me maravilló aún más. 73 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Tras digerir el exquisito manjar, el pariente de Butirunara, de nombre Atabama, me dio a entender que para esa noche e~tal:Ya prevista la celebración de una fiesta. Y ante mi curiosidad me explicó, o al menos yo entendí, que en cada uno de los reinos en que se divide la isla, existía una especie de piedra sagrada que es objeto de una veneración especial, alrededor de la cual se reúnen los palmenses en ciertos días del mes, para implorar la clemencia divina. Y casualmente, esa noche se celebraba semejante rito. ¡Una fiesta pagana! pensé. Y me alegré de tener la oportunidad de presenciar un espectáculo de ese tipo, antes de que los isleños conocieran la verdadera fe ... Fue entrada la noche cuando tuvo lugar la celebración, y descubrí que la llamada "piedra sagrada" era una especie de obelisco o pirámide de piedra suelta, idéntica a la que haOla visto enAridane y cuyo significado desconocía en aquel entonces. Alrededor de la misma, los hombres y mujeres tihuyanos danzaban con palos en sus manos, los cuales manipulaban diestramente como muestra de sus habilidades. Asimismo, sus graciosos saltitos hacia adelante y hacia atrás, le dal:Yan una especial simpatía a su fauna de bailar. Mientras, nosotros nos habíamos sentado en el suelo, alrededor de la fiesta, alumbrándonos por múltiples hogueras y calentándonos con el vino traído de la Gran Canaria. Por su parte, But.inmar'a no dejaba de señalamos las actuaciones de sus hermanos de raza, profIriendo vocablos ininteligibles para nosotros. En eso, un grupo de mujeres tihuyanas se acercó a nuestro corro y nos ofreció unos buenos trozos de carne asada, a la cual llamaban 74 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Teguevite. Desde luego que no rechacé la invitación, y tras probar el Teguevite comprobé que se trataba de carne de cabra, algo cruda pero exquisita. Tras los bailes, varias jóvenes palmenses comenzaron a cantar con una gracia y un donaire excepcionales. De hecho, he de reconocer que sus cánticos me embriagaron, y un hormigueo de admiración recorrió mi cuerpo. Pero no sólo me atrajo su arte para cantar, sino la gran belleza de las isleñas, que iban adornadas con unos colgantes triangulares, ovalados y esféricos, con conchas de moluscos, piedras o maderas de acebiño, según cada cual. Todo ello contribuyó a despertar mis instintos sexuales, dormidos hasta entonces por la Cruzada de Fe con que realizábamos la campaña. Más tarde, los palmenses nos deleitaron con una especie de lucha, idéntica a las que había visto realizar a los hijos de Atabarna, el pariente de Butinrnara. Estas pruebas, como ya relaté, consistían en el enfrentamiento entre dos contrincantes, uno de los cuales debía derribar al otro, bien con juegos de pies bien con las manos, pero sin ejercer ningún tipo de violencia. Lo más fantástico era su nobleza, pues el vencedor ayudaba con su mano a levantarse al caído, como gesto de amistad. Estábamos tan abstraídos con el espectáculo, que apenas nos dimos cuenta de la vuelta de las mujeres tihuyanas, con más trozos de carne. Mi amigo Mario el Portugués, exclamó burlonamente: -Vaya ... Más Teguevite. -Asinarina, asinarina ... -respondieron las nativas, 75 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 meneando la cabeza con un gesto de negación. Efectivamente, en esta ocasión no se trataba de Teguevite, sino de carne de puerco, a la que los indígenas denominaban asinarina. Y tras degustarla, el Portugués abrió otra de las barricas del vino adquirido en la Gran Canaria, lo que contribuyó a caldear un poco más la atmósfera. En eso, observé como los capitanes Femando del Hoyo, Pedro de Vergara, Gerónimo Valdés y Andrés Suárez Gallinato, contemplaban la fiesta con semblante risueño y apurando un buen vino. En otro de los corros que se habían formado, se encontraba Lope Fernández de la Guerra, amigo íntimo del General y magnífico oficial, junto con Gabriel Socarras Centellas. Todos ellos miraban con ojos ávidos el movimiento de las mujeres palmenses danzando alrededor de la pirámide. Pero fue junto a mi grupo, Y en medio del bullicio, donde escuché los comentarios de desaprobación de otros espectadores. -¡Qué espectáculo más horrible! Tener que soportar otgías paganas de unos salvajes que no han querido reconocer el buen nombre de nuestro Señor Jesucristo -Reconocí la voz del Canónigo de Canarias. -y lo peor es que no podemos hacer nada para impedirlo -señaló uno de los sacerdotes seculares que le acompañaba-o Y es que no hay duda que son prácticas de invocación al Demonio. -No os preocupéis, que mi sobrino sabe perrectamente lo que tiene que hacer con estos salvajes -intervino pecho Benítez de Lugo, quien por el tono de voz daba la impresión de encontrarse 76 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 embriagado-. Muy pronto, cuando consigamos nuestros objetivos, los pondremos en su sitio. Sólo hay que tener paciencia. -¡Paciencia! -repitió con voz muy dura don Alonso de Samarinas--. Pero confio en que no tengamos que esperar mucho tiempo para acabar con estos actos pecaminosos, que en nada ayudan a los fines de esta cristiana Cruzada. Es necesario poner cuanto antes las cosas en su sitio. En ese momento, algunos isleños comenzaron a recitar en ~u lengua una serie de romances o endechas, que según me explicó Butinmara, eran conmemoraciones de las hazañas y virtudes de sus antepasados. Y he aquí que, comenzando tales pruebas de la inteligencia de los nativos, nuestros religiosos se retiraron a sus tiendas, no haciendo lo propio Pedro Benítez que continuó apurando vino sin peruer de vista a las jóvenes palmenses. Apenas reemprendimos la marcha, comenzaron a caer del cielo palmense las primerds gotas de lluvia, que convirtieron los ya impracticables senderos isleños en barrizales que obstaculizaban la expedición. De hecho, ya desde la partida había observado los numerosos y negros nubarrones, que trepahan como absorhidos por la grdll muralla de altas montañas que cett:aha el centro de la isla, presagiando el inminente aguacero. He aquí que el cambio de situación, me obligó a sufrir mi inexperiencia en las mamas por terrenos vtrgenes e inexplorados. En más de una ocasión reshalé por entre aquellos barrancos y depresiones, llegando a lesionarrne seriamente. Incluso llegó un momento en el que me tragué el bano del camino, con la consiguiente hilaridad de los veteranos, más 77 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 duchos en este tipo de aventuras. Para mi consuelo, no fui el único peón que soportó semejantes humillaciones. A medida que atravesábamos los interminables bosques de pinos, que tanto retrasalYan nuestra marcha, nos encontrábamos con profundas charcas de agua, las cuales debíamos vadear para poder continuar. El agua no representaba ningún problema para los palmenses. Pero lo que nunca me dejó de impresionar durante los primeros días de la campaña, fue aquel inmenso circo de montañas cortadas a pico, tierra adentlD, que parecía querer desafIar la buena marcha de la expedición. Pero eso era imposible, pensaba yo, pues la campaña acabarla pronto y sin derramamiento de sangre, gracias a la nobleza con que la emprendíamos y al apoyo indiscutible de nuestro Señor Jesucristo. Tras varias horas de marcha e infInitas penalidades, bajo la lluvia que no parecía arreciar nunca, nos encontramos con los habitantes del reino de Guehevey, los cuales nos dieron la impresión de llevar esperándonos mucho tiempo. Todos ellos ilYan cubiertos de escasas pieles a pesar del brusco cambio del tiempo, y su vista pareció congelar aún más mi cuerpo. Fue el reyezuelo del distrito, un indígena alto y de rostro noble, quien rodeado de sus guerreros, siempre armados de las imponentes mocas, acudió presuroso a recibirnos. Correspondiendo al gesto, nuestro General desmontó de su caballo y se acen::ó al isleño, ofreciéndole con gesto humilde una espada, y una de las capas que habitualmente utilizaban nuestros oficiales. Estos obsequios parecieron llenar de alegría al monarca nativo, quien 78 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 rápidamente cubrió de abrazos a don Alonso. Simultáneamente, nuestros capitanes repartieron una serie de regalos como cuentas de cristal o telas de Castillo, entre los palmenses, los cuales intercambiaron por gofio y colgantes de conchas de un caracol que no acertaba a conocer. En medio de tanta alegría, el General ordenó romper el orden de marcha, sin llevar a cabo el ya habitual ceremonial de sometimiento de los nativos a las Leyes de Castilla y Aragón, y mucho menos la aceptación de la \érdadera Religión. Sin emlxugo, apenas reparamos en esos instantes a tales requisitos, debido a la alegría que suponía el haber conseguido una nueva victoria sin derramamiento de sangre. Estuvimos acampados en Guehevey mientras duraron las primeras lluvias, refugiándonos en las numerosas cuevas naturales del lugar, o en una serie de abrigos construidos a mano con la ayuda de los palmenses. Entre tanto, nos alimentábamos con gofio y leche de cabra, de los cuales nos proveían los isleños. Por su parte, el reyezuelo del lugar, de nombre Tamanca, acogió a nuestro General en su propia cueva, que tenía fama de ser la más confortable del reino. A todo ello observé que estas grutas, al ser naturales, solían estar muy separadas entre sí, no llegando a fonnar nunca caseríos ni agrupaciones como cualquier poblado nonnal. Por ~;uerte para el buen re~ultado de la expedición, las lluvias cesaron muy pronto, y poco antes de reiniciar la marcha salimos de nuestros refugios para reconocer la nueva tierra sometida a nuestros reyes. Así fue que el inseparable Butinmara nos convenció 79 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 a mi compañero Gallardo y a mi, para que lo acompañáramos a la zona litoral y viéramos a sus hermanos de raza, empeñados en las tareas de captura del pescado. Ciertamente, tal y como hubiera relatado el Portugués en la Gran Canaria, la forma de pescar empleada por los nativos de La Palma era muy curiosa. Los isleños se colocaban en c11CUlo con el agua a la cintura, aporreando con grandes garrotes al abundante pescado que se acercaba a la orilla. y aunque parezca insólito, conseguían abundantes capturas. De hecho, en el corto periodo que estuvimos en aquella pequeña playa, recuerdo que los nativos consiguieron llevar a tierra decenas de peces de forma alargada y con sus costados blanquecinos, especie que parecía ser habitual en las costas isleñas. También era común un pescado muy plano con el cuerpo cubierto de lmeas oscuras. He de reconocer que esta forma de pescar me maravilló sobremanera, máxime cuando en un escaso margen de tiempo, los palmenses lograron un número de presas tal, que poclrian haber alimentado a todo el Cuerpo Expedicionario. Su sola vista despertó a mi aletargado estómago, cansado ya de las habituales raciones de garbanzos, nabos y bizcochos. Por ello le pregunté a Butinmara si podría coger alguno de los pescados que todavía coleaban en la orilla arenosa. Pero la respuesta del indígena fue negativa, ya que según me explicó, todas las capturas debían ser llevadas al poblado y repartidas entre los súbditos. El resto podría ser entregado al Cuerpo Expedicionario como gentileza del reyezuelo Tamanca. Pero como Butinmara se percatase de las ansias que 80 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 teníamos Gallardo y yo de masticar algo, rápidamente nos llevó a la zona rocosa del litoral, producto de erupciones volcánicas antiquísimas. Yes que, en el interior de todas esas fonnas de lava petrificada, se haotan creado una especie de chatcos de agua salada, que una vez bajada la marea se encontraban llenos de peces de pequeño tamaño. Pero no era esa la sotpresa que nos reservaba Butinmara. A lo largo de todo el litoral volcánico se encontraban centenares de caracolitos, que se hallaban fuertemente adosados a la roca dura. Y nuestro compañero indígena cogió varios de ellos, hurgando en su interior con una pequeña y aftlada astilla, y sacando una masa alargada y carnosa, la cual devoró con avidez. Luego, nos hizo señas para que lo probásemos, lo que hicimos no sin ascos. Lo cielto es que eran exquisitos. Tanto que mi compañero de fatigas y yo estuvimos largo rato arrancándolos de las piedras y masticándolos. Lo mismo hicimos con otra especie, de caparazón muy plano, a la cual tuvimos que despegar de las lOcaS con nuestros cuchillos. Recuerdo que aquel día comimos demasiado del inesperado alimento. Una vez de vuelta en nuestro improvisado campamento, me percaté de la presencia del manco rey de Aridane, el hermoso Mayantigo, a cuyo alrededor se agolpaban decenas de guerreros isleños. Éstos, mostraban hacia su persona un denoche de cariño y simpatía sotprendente. Estas pruebas de lealtad y respeto, me intrigaron sobremanera, y así se lo hice entender a Butinmara. -Mi señor Mayantigo, que en vuestra lengua significa 81 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 "Pedazo de Cielo», es una persona sagrada para todos nosotlOS. Siempre ha sido un rey bueno y justo. -¿Y qué le pasó en el brazo? ¿Sufrió un accidente?preguntó mi compañero Gallardo. Fue entonces cuando Butinmara se sentó en el suelo, invitándonos a hacer lo mismo. Y una vez en esa posidón, comenzó a hablamos empleando vocablos tanto palmenses como castellanos, en un intento desesperado para que lo entendiéramos: Hace varios años, se produjo una reñida contienda entre nuestro reino y el de Ahenguareme, el cual está regido por los hermanos Echentire y Azuquahe, y todos nosotros estuvimos empeñados en el combate. Fue una larga guerra, y se perdieron muchas vidas valiosas--en ese momento, Butinmara hizo una breve pausa, como recreándose en el pasado, y continuó- Yo intervine en muchos de aquellos combates al lado de mi rey, y todos luchamos valientemente. PelO fue en una de esas batalla" cuando nuestro señor Mayantigo resultó malherido en el brazo izquierdo. Sin embargo, no mostró temor alguno, pues cogió su propio brazo, lo torció por el codo y se lo amputó. Desde entonces le llamamos Mayantigo Aganeye, significando esta última palabra "brazo cortado» (9). Tras su relato, Butinrnara tenía el cuerpo muy tenso, como si estuviera viviendo cada uno de los momentos que acababa de narrar. Y en sus ojos pude observar un destello como de admiración, que supuse era hacia su rey, a quien no hanta dejado de observar mientras hablaba. PelO he aquí que habíamos tocado una parte sensible de su persona, pues volvió a la caIga para 82 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 contamos otro de los hechos históricos que le tocó vivir: -Hace unos pocos años, en nuestra tierra de Benahoare comenzó una Gran Guerra en la que se vieron implicados todos los reinos de la isla. La lucha comenzó al principio entre el rey de Tedote, Atogmatoma, yel Gran Señor de Aceró, Tanausú. Y como ambos son los reinos más fuertes, todos los demás se fueron aliando con uno u otro bando. Yo también luché en esa contienda, y al igual que obtuvimos muchas victorias, sufrimos algunas derrotas. Se tuvo que derramar mucha sangre hasta que se logró la paz. y ésta llegó cuando nuestro rey Mayantigo se casó con la bella Tinalama, hija de Atogmatoma (lO). A la mañana siguiente y muy temprano, bajo un cielo cubierto de negros y gruesos nubarrones, el Cuerpo Expedicionario se volvió a poner en rnaK:ha, en dirección al reino de Ahenguareme. Yen esta ocasión, de forma más exagerada que las anteriores, el orden de marcha del ejército era nulo, sin apenas protección en los flancos. A excepción de las envidiadas partidas canarias, el.testo del ejército marchábamos de forma descuidada, como si los oficiales despreciaran cualquier intento ofensivo del enemigo. Pero, ¿realmente existía enemigo? Una vez más volví a pagar mi inexperiencia en la man::ha por los abruptos y pedregosos senderos isleños, cubiertos de barro por las recientes lluvias. Fue entrado el día cuando llegamos a lo que parecía la cabecera del distrito de Ahenguareme, el cual me maravilló por la gran cantidad de cabras y ovejas que pastaban en él. También observé varias piaras de cemos, que emitían sus gruñidos como 83 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 alertados por nuestra presencia. Ciertamente, el número de animales era más que suficiente para alimentar a tres ejércitos como el nuestro durante mucho tiempo. Al igual que en las anteriores ocasiones, los habitantes del reino isleño nos recibieron con semblantes risueños, como dando la impresión de que nuestra llegada era una salvación para ellos. ¡Para sus almas!, pensé para mis adentros. A la cabeza de los súbditos estaban sus reyezuelos, los hermanos Echentire y Azuquahe, los mismos que fueron responsables de que el rey de Aridane quedara manco de por vida, según el relato de Butinmara. En esta ocasión no se mostraron tan fieros, pues nos ofrecieron el ya tradicional gofio, como pre~umible gesto de buena voluntad. Por su parte, nuestros oficiales, en lo que parecía una norma establecida, obsequiaron con regalos a los dos dirigentes del reino que se entregaban sin lucha. 84 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO CUARTO "EN LAS MONTAÑAS DEL TINIBÚCAR" Poco tiempo estuvimos en Ahenguareme, ya que nuestro General no dejaba de mostrar una enorme impaciencia en reemprender la marcha hacia el resto de los reinos isleños. Por ello, apenas tuvimos el tiempo suficiente para montar las tiendas en previsión de fuertes precipitaciones de lluvia, y recoger abundantes provisiones, de las que nos proveían los nativos. La última noche en aquel cantón, la temperatura bajó considerablemente, por lo que todos nosotros para evitar morir congelados, nos colocamos alrededor de varias hogueras, cuyo confortable calor no logró liberamos de las garras del húmedo frío palmense. Por ello, nuestros capitanes consintieron en repartir una generosa ración de aguardiente entre los ateridos componentes del Cuerpo Expedicionario. De esa forma y como único modo de disimular los fuertes temblores que sacudían nuestros cuerpos, bebimos y charlamos latgamente, recordando todos y cada uno de los episodios vividos desde que habíamos puesto el pie en Tazacorte. Más de uno confesó los temores sufridos al entrar en cada 85 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 nuevo reino isleño sometido, y la satisfacción de ver que sus habitantes aceptaban nuestras condiciones sin luchax Por ello, fue opinión de muchos, entre los que yo me contaba, que nuestro Ejército se encontraba protegido "por nuestro Señor Jesucristo", ya que estábamos emprendiendo una Cruzada. Y es que el sometimiento voluntario de los isleños, daba a entender que "Dios aprobaba nuestras acciones", motivo por el cual las bendecía sin derramamientos de sangre. En esa conversación estábamos, cuando sonaron las atronadoras carcajadas de nuestro capitán Diego Núñez: -Pero, ¿de qué nido han caído ustedes, pichoncitos? No sé si fue el alcohol ingerido o la rabia que me había provocado semejante pregunta. Lo cierto es que me puse en pie y me enfrenté al cmico oficial: -¿A qué os referís don Diego? Acaso vos no creéis en la Iglesia. ¿Es que sois hereje? Mis palabras debieron sentarle mal al grueso capitán, pues rápidamente echó mano a su espada, como queriendo enfundarla contra mí. Pero fue una ira momentánea, puesto que por suerte para mí, su mano se quedó sólo en el intento. Sin emba¡go, su rostro seguía crispado cuando me respondió: -Frena tu lengua, pichón, porque eres una simple inmundicia alIado mío. Tienes suerte de que et>temos en campaña, porque si no ya estarías muerto. Semejante reacción me hizo tragar saliva, y al temblor provocado por el frío, se unió el del miedo. Fue el Portugués quien 86 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 agarrándome por un brazo, me sentó en el suelo. Mientras, el aragonés Pestana desvió la atención del embriagado oficial, hablándole: -Mi capitán, no podéis negar que nuestra expedición se está realizando bajo la protección divina ... Hemos sometido cuatro reinos isleños sin ningún combate. En ese instante, los ojos de don Diego Núñez brillaron como los del Demonio, debido al reflejo de la hoguera, y nos dijo: -Parecéis estúpidos. Aquí no hay lugar para historias de Cruzadas, protecciones divinas y otras sandeces. Todo lo que está ocuniendo, ya estaha previsto de antemano. -Pero el Canónigo y los frailes -quiso replicar otro recluta. -A la mierda el Canónigo y los frailes. Todos ellos os están engañando con historias sobre la fe y demás monset
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Calificación | |
Título y subtítulo | Ternu |
Autor principal | Montero, Aureliano |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Arrecife |
Editorial | Cabildo Insular de Lanzarote |
Fecha | 1998 |
Páginas | 240 p. |
Materias |
Literatura Historia Mitos y leyendas Canarias |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 7372121 Bytes |
Texto | TERNU Aureliano Montero © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 © de la edición, Cabildo de LanzalOte, 1998. © del texto, Aureliano Montero. Portada: Santiago Alemán. Coordinación: Servicio de Publicaciones Impresión: Estudios Gráficos ZURE, S.A. Erandio Goikm (Bizkaia) ISBN: 84 - 87021 - 43 - 3 Depósito legal: BI-1890-98 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 A mi abuelo, Antonio "El Canario", por ser el Viejo Guerrero; a mi mujer, Sila, por obligarme a acabar este libro; ya mi hijo Bencomo, por ser el protagonista principal. © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 TERNU (Victoria) Antes de empezar a contar ésta, mi desgraciada historia, permitidme presentarme. Mi nombre es Pedro. Mis apellidos, Escobar y Parrilla. Mi profesión la de aventurero. Y mi ventura, la de estar vivo para contarlo. Soy nacido de Sevilla, del pueblo de Morón de la FlOntera. Mi familia provenía del norte, de las lejanas tierras gallegas. Fue mi abuelo, don Luis Escobar, un caballero cristiano, quien oyendo que Enrique IV, Rey de Castilla, se disponía a atacar el Reino Nazarí, se dirigió a aquellas tierras con todos sus fieles. Cuando lrdS algunas escaramuzas se detuvo el ataque, mi abuelo decidió establecerse en Sevilla, a la espera de un nuevo intento que no llegó a ve1: Con sus ahorros compró una pequeña hacienda en Morón, y mandó llamar a su mujer y a sus tres hijos. y allí envejeció, esperando el ataque definitivo contra los últimos infieles que pohlaban la península. Poco más sé del pasaao de mi familia ... Mi tío Luis murió durante una escaramuza en la frontera granadina. Mi tía Isabel casó con un rico hacendado, y marchó a vivir a Salamanca. Mi padre, donjuan Escobar, hijo menor de aquel viejo caballelO, quedó 7 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 al cuidado de la hacienda, yen ella se dedicó al cultivo de la vid y el olivo. Fue en una de tantas ocasiones en que mi padre se desplazó a Sevilla, para realizar las necesarias compras que ayudasen a la buena marcha de la hacienda, cuando conoció a la que sería mi madre, doña Elvira Parrilla, la hermosa hija de un humilde escribano, cuya mayor pasión era la de leer libros, y cuya mayor frustración era no ser Licenciado en materia alguna. Fruto de esa unión nací yo, en el año del Señor de 1470, cuatro antes de la muerte de Enrique N y de la subida al trono de su hermana Isabel, hoy la Católica. 8 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO PRIMERO «EL VIEJO GUERRERO» Poco recuerdo de mi infancia. Fue mi madre, quien como buena hija de su padre, se encatgó de mi educación. Ella dedicó muchas tardes, hasta bien entrada la noche, a inculcar en mi dura cabeza el «arte» del estudio. Matemáticas, poesía, latín, cosas que abonecía y que a mi padre le plUvocaban la risa. PelU mi madre soñaba (y todav1a sueña) con verme estudiar en la Universidad. A ella le debo, sobre todo a sus horas de sacrificio, el saber todo lo que sé. Pero fue mi abuelo quien más influyó en mi carácter. Con él soñé en miles de aventuras. Me hablaba de tierras desconocidas, de combates con infieles, e incluso de la existencia de terribles monstruos, allende los mares. Daba gusto orrle sobre tantas cosas a la vez. Su viejo lUstro, cubierto por una poblada barba blanca, se contraía como si estuviera viviendo cada una de las historias que relataba. Al mismo tiempo, mi imaginación me trasladaba a los remotos lugares de que me hablaba ... Era muy anciano ya y desvariaba. Pero todavía tenía la energía suficiente para imponer su criterio en situaciones 9 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 comprometidas. Aún recuerdo las discusiones que sostenía con mi madre, pues los dos se echaban en cara la forma de educarme. -Usted, con sus historias de tierras desconocidas y fábulas guerreras, está llenando de pajaritos la cabeza de mi hijo. -No, señora. Es usted con su latín, su poesía y sus costumbres reHnadas, quien lo va a convertir en una señorita. Una tarde en la que mis padres haDlan salido, mi abuelo, asiéndome de la mano, me subió al viejo desván. Era el único lugar de la casa al que nunca había entrado. Y abriendo la catComida puerta, me dijo: -Pedrito, te vaya enseñar una cosa que jamás has visto. Y que puede que alguna vez llegues a utilizar -¿Qué cosa es, abuelo? -pregunté con la lógica inconsciencia infantil. -¿Recuerdas los muchos combates que he sostenido con los infleles? -¡Oh, abuelo! Me lo has contado miles de veces ... En medio de esta conversación, caminando entre telarañas y trastos viejos, me llevó hasta un rincón, en el cual destacaba un enorme bulto entre las sombras. Y tras señalármelo con sus huesudos dedos, me dijo: -Mira Pedrito, esta es mi armadura. Y esta de aquí, mi espada. Con ella descabecé a muchos infleles. Me acerqué un poco más, y pude contemplar fijamente aquella gigantesca armazón (yo tenía diez años). Otro tanto hice con la espada. Polvorientas pero imponentes. La verdad, es que 10 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 nunca en mi vida había visto una armadura, y creo que la miré boquiabierto y atolondrado para goce de mi abuelo ... Espadas sí había visto, como la de Juan Díaz, el gomo tabernero de Sevilla, o la de Ramón Aguirre, amigo de mi padre. Pero la visión de la annadura me cautivó, y un hormigueo intenso recorrió mi cuetpO. Hoy pienso que mi sangre infantil hirvió por primera vez, algo parecido a 10 que me ocurriría años después, cuando me embmqué en la nefasta aventura de Canarias. -y éste -prosiguió mi abuelo-, es el Escudo de Guerra de los Escobar. Con esto y la ayuda de Dios, pensaba expulsar a los infieles de su último reducto peninsular. -y 10 harás abuelo --le repliqué ingenuamente--. Pronto montarás de nuevo, y los echarás tú sólo. Fue entonces cuando agachándose, mi abuelo me agarró por los brazos, y me miró muy fijamente. De sus ojos negtoS brotó una lágrima y, con voz inusualmente lastimera, me dijo: -No, Pedrito ... Ya soy muy viejo, y moriré pronto. Mucho antes de que venga otra guerra. Pero confío en que tú, con mis armas, cumplirás la promesa que me hice cuando salí de Galicia: la de reducir a los infieles y devolverlos al Infierno de donde han venido. Una fria mañana, mi abuelo no acudió como solía haceI; a mi cuarto a despertarme. De repente, tuve como un plesentimiento, y saltando de la cama corrí hacia su aposento. Mi madre se encontraba a la entrada. Sus preciosos ojos verdes me miraron fijamente, y con voz medio afligida me preguntó: 1 1 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿Adónde vas, Pedrito? -Quiero ver al abuelo -respondí yo. -No puedes verlo, está descansando -me dijo con una sonrisa forzada. -¡Es mentira! Quiero verlo -comencé a gritar desesperadamente, mientras intentaba salvar el obstáculo que representaba mi madre. A los gritos acudió mi padre, que se encontraba dentro de la estancia. Con él estaba el doctor Yáñez. Ambos tenían el semblante muy serio. Mi padre miró a mi madre y le dijo: Tiene derecho. Era su abuelo. Fue entonces cuando, temiendo lo peor, COITí hacia el interior de la habitación, y lo vi tumbado en la cama. Inerte. Sin vida. Su tez, blanca como la nieve. Me acetqué a él y toqué sus manos. las encontré frías como el agua del pozo. No sentí nada. Ni siquiera lloré. Me aparté un poco y recorrí con la mirada, las paredes de la habitación. Vi las banderas y lanzas, trofeos de guerra que él conselVaba. Y con ellos se fue mi imaginación: combates, monstruos, tierras desconocidas. Fue mi padre quien me sacó de mis ensoñaciones. Casi estaba leyéndome el pensamiento, cuando exclamó: ¡El viejo guerrero ha muerto! Días después conocí a mi tía Isabel. Había venido de Salamanca para asistir al funeral por la cristiana alma de mi abuelo. y he de reconocer que cuando la vi por vez primera, quedé maravillado. Era muy hermosa. Su piel blanca como la leche, y por contraste, sus ojos negros como azabaches. Tenía ademanes de 12 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 gran señora, y hablaba muy conectamente. Sus años de matrimonio con don Felipe de Braganza, la habían favorecido en ese aspecto. Sin embalgo, jamás podria compararse a mi madre, morena por el sol de Al Andalus, y mañosa en todo cuanto emprendía. la prefería más pese a su genio brioso, que hacía enmudecer hasta a mi pache. Mi tía Isabel era atenta y cariñosa conmigo, y ciertamente me cáta muy bien. Ella me hablaba de lo bonita que era Salamanca: sus puentes, sus plazas, su río Tonnes, la Universidad ... lo diferente que era de la cálida aunque rica Sevilla. Pero la voz de alarma sonó cuando le dijo a mi padre, que como no haD'ta tenido descendencia, y era probable que nunca la tuviese, le gustaría llevarme con ella una temporada. Conocería otro ambiente. Y aSÍ, algún día podía ingresar en la Universidad. Mi padre dudó un poco, pero mi madre, cuyo mayor anhelo era que hiciera la carrera de Leyes, aceptó rápidamente. En esos momentos, parecía que el mundo se me venía encima. ¡Yo! que sólo quería luchar contra los infieles y conquistar tierras desconocidas, debía estar encerrado en un claustro aprendiendo las malditas leyes. Por suerte para mí, pospusieron el compromiso para cuando cumpliera los doce años. En el año del Señor de 1481, teniendo yo cumplidos los once años, comenzó el tan esperado ataque contra el último reducto musulmán en territorio peninsular: el matqués de Cádiz invadió en el mes de octubre las tierras de los infieles. Me entristeció mucho el pensar lo contento que se hubiera puesto el abuelo, si aún se encontrase con vida. Habría puesto la casa patas arriba, y malchado 13 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 raudo al encuentro con los moros. Recuerdo que la guerra transcurrió en los primeros años, sin decantarse favorablemente para ninguno de los dos bandos. En diciembre de 1481, los infieles, al mando de Muley Hacen, tomaron la villa de Zahara, en Cádiz. Pero los llamados Reyes Católicos, Isabel de Castilla y Femando de Aragón, que habían movilizado a los nobles con sus meznadas, contraatacaron y tomaron Alhama en 1482. Mientras tanto, la vida transcurría de founa apacible para nosotros. Mi padre me llevaba como siempre a Sevilla, para realizar las pertinentes compras. Y tenía como lugar predilecto la taberna de Juan Díaz, personaje el cual ya he citado en un momento de este relato. Este orondo tabernero, era quien nos informaba puntualmente de los combates habidos, aunque de founa exagerada. Por lo demás, nos dedicábamos la mayor parte del día a las labores del campo. y, por la noche, me tenia que enfrentar a los estudios bajo la atenta mirada de mi madre. El único acontecimiento familiar importante fue que mi padre pospuso la marcha a Salamanca hasta que la guerra tomara un cariz favorable. En mi interior se lo agradecí enormemente. Mi madre, por su parte, se resignó: -¡Dios lo quiere así! Por el simpático y orondo tabernero, supimos de la de11üta de las fuerzas nobiliarias en La Ajarquía en 1481, Y más tarde, del tropiezo de los infieles en Lucena, donde cayó prisionero Boabdil, hijo de Muley Hacen. Pese a ello, la guerra era algo lejano para 14 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 nosotros. Nadie la sentía como suya. A nosotros no nos afectaba en nada. Quizá, si hubiera estado el Viejo Guerrero, las cosas habrían sido diferentes. En diciembre de 1484, mi madre dio a luz una preciosa niña a la que puso el nombre de Elvira María de las Mercedes Escobar y Parrilla. La fiesta que dio mi padre en su honor fue espléndida. Los hacendados de los alrededores acudieron a ella, y el vino corrió a raudales. Recuerdo que aquella fue la primera vez en que bebí más de la cuenta del rojo elemento. Hubo bailes y música, pero apenas me enteré ya que la cabeza me daba vueltas, y un fuerte zumbido atravesaba mis oídos. Medio atontado, y ajeno a lo que ocurría a mi alrededor, perdí la noción del tiempo. A la mañana siguiente desperté en el granero, con un fuerte dolor de cabeza. Tenía la boca muy seca y un ardor intenso en el estómago. Fui al campo como solía hacer cada aJa, para ayudar a mi padre en sus labores. y no sé si fue por el asfixiante calor, extraño en diciembre, o por el fuego intenso que tenía en el vientre, pero sentí un fuerte mareo y comencé a vomitar Entonces mi padre, comprendiendo mi estado, lanzó una sonora can::ajada: -Te queda mucho que aprendel~ Pedrito. Tras el nacimiento de mi hermana, la vida transcurrió igual que siempre en la hacienda, viéndose sólo alterada por los chismes bélicos que contaba el goroo tabernero de Sevilla. Sin embatgo, el destino, esa ave solitaria que de vez en vez cambia nuestras vidas, volvió a tocar en nuestra puerta. En la puerta de nuestro mundo familiar, en la puerta de mi corazón. 15 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Una mañana a mediados del mes de enero de 1487, mi padre marchó a Sevilla. Era usual en él ir a la ciudad, para hacer las compras necesarias en la buena malCha de la hacienda. Algunas veces solía acompañarle yo, pero en esta ocasión decidió que me quedara en el campo, mientras él cumplía sus cometidos. Aquel día llegó muy tarde, ya entrada la noche. Se notaba que había bebido más de la cuenta. Recuedo que noté en sus ojos una lucecita extraña, familiar, pero entonces no pude adivinar su significado. Entró con unos envoltorios, y lo primero que hizo fue dirigirse a mi hermanita y besarla. Acto seguido, fue hacia mi madre y le dio uno de los paquetes. Sorprendida, lo abrió y su rostro tomó en alegria. El paquete contenía un precioso vestido. Luego, nos sentamos en tomo a la mesa, y tras apurar una jarra de vino, mi padre comenzó a hablar: -Hoy me he entretenido un poco en la ciudad. Por todas partes hay un pregón de los Reyes Católicos. -¿Y qué dice? -preguntó mi madre algo extrañada. -Más o menos que Isabel y Fernando están haciendo una leva de peones en toda Castilla. Se les promete una buena paga. Mi madre, temiendo lo peor, exclamó sobresaltada: -¿Y qué tiene eso que ver con nosotros? Mi padre continuó sonriente, como si no hubiera oído la pregunta: -También se conmina a todos los caballeros que deseen participar en la cruzada contra el invasor infiel, a que se presenten en Córdoba antes del 25 de marZo. Asimismo, se dará Carta de 16 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Seguro a todos los criminales. -Pero, ¿qué es 10 que quieres decimos? --gritó mi madre de forma desesperada. Mi padre la miró fijamente, y con aquel brillo en la mirada con el que 10 vi entrar en la casa, exclamó: -Es una oportunidad única. ¿Sabes cuál es la paga que dan a los caballeros? Y además, grandes concesiones de tierra. Mi padre era un caballero, y por tanto yo 10 soy. Podríamos ganar mucho en esta empresa. -¿También 10 ganó tu hermano Luis? Tanto influyó en él tu padre, que acabó con una lanzada en el corazón. -Mi hermano era un valiente -dijo mi padre con orgullo-o Pero ahora, la situación es diferente. El ejército mlliuhnán está acabado. Muerto Muley Hacen, y estando en disputa Boabdil con su tío El Zagal, la conquista de Granada es un hecho. -Pero tú no eres un caballero ... Tu padre malgastó sus rentas en sueños, y hasta la tierra que poseemos la tenemos que trabajar nosotros. No destruyas 10 poco que nos queda. -Sé que nuestra situación ha sido muy difícil hasta ahora, pero la suerte puede cambiar. Tan sólo unos combates y caerán los infieles, y de esa forma conseguiremos el reconocimiento de la Corte -intentó excusarse mi padre. Mi madre 10 miró con ojos tristes: Cuando me casé contigo, creí que eras inmune a la influencia de tu padre. Pero veo que todos 10 lleváis en la sangre. -Padre, si queréis puedo ir con vos -propuse 1 7 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 ingenuamente. -Cállate -gritó mi madre de forma histérica-o Sólo me faltaba eso. En ese instante, mi padre posó su fuerte manaza sobre mi hombro, y me dijo: -pedrito, tú ahora haces falta en esta casa. Dedica tus energías al estudio, y sé un hombre de provecho. Algún día serdS dueño de esto y podrás levantarlo. Déjame a rrú el privilegio de continuar las hazañas del abuelo. Una mañana de marzo, mi padre salió de casa ¡YJra no volver jamás. Las últimas palabras que me dirigió fueron estas: -Nunca te comprometas en una empresa, en la que no veas un horizonte despejado. Entonces no comprendí sus palabras. El tiempo me haría recordarlas. Teniendo cumplidos los diecisiete años, mi madre me tenía impuesta su férrea autoridad, obligándome a trabajar en el campo, a la vez que a estudiar. Todo ello fruto de la precaria situación económica, que nos impedía tener mano de obra que trabajase las tierras. De esa forma, sólo podía salir de la hacienda en época de compras. Ello era fruto de la obsesión de mi progenitora, por verme estudiando leyes en la Universidad de Salamanca. Aún así, esta confusa mente mía recuerda cómo aprendí el «vicio» de beber oculto en el granero. Y también cómo mi madre se sorprendía de lo fácil que se evaporaban las barricas de vino. Cuando iba de compras a Sevilla, no dejaba de visitar la 18 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 taberna de Juan Díaz más por degustar el rojo elemento que por oír noticias de la guerra. Ya casi me había concienciado de que, cuando mi padre volviera victorioso y con nuevas tierras, yo marcharía a Salamanca para estudiar las malditas leyes. Pero una veZ más, el destino intervino, no sé si en mi favor o en mi desgracia. Allá por el mes de agosto, me encontraba apurando una jarra de vino en Sevilla, y escuché una gran algarabía por las calles de la ciudad. Por ello, me dirigí al goruo tabernero, conociendo su fama de sabedor de todo, y le pregunté la causa de tanto revuelo. Y esbozando una pícara sonrisa, aquél me respondió; -Mozalbete, la gente está muy alegre ya que nuestras fuerzas han conseguido una gran victoria ... Málaga ha sido tomada. -¿Es cierto eso? -pregunté contagiado de alegría. -Sí. Y la victoria ha producido considerables beneficios. Se dice que los cautivos han sido vendidos como esclavos. -¿Y por qué esta medida? -Se ve que a los Reyes de Castilla y Aragón les hacen falta muchos dineros para proseguir la auzada. Son bastantes los peones a los que tienen que pagar. He oído que 192 infieles han sido vendidos por cerca de dos millones de maravedises. Y otros cien han sido enviados al Papa como regalo. -¿Y qué beneficio han obtenido los caballeros? -pregunté, pensando en mi padre. -También se han llevado una buena parte. 683 esclavos han sido repartidos entre prelados y caballeros. Después de algunas jarras más, tomé la caneta y emprendí 19 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 la marcha hacia la hacienda. No sé si era el influjo del vino o mi propia imaginación, pero ya soñaba con ver llegar a mi padre con un centenar de esclavos, que nos ayudarían a trabajar la tierra. Y en mi madre haciendo lo imposible por enseñarles la vetdadera fe. Pero sólo eran eso, ilusiones. llegué muy entrada la noche, y todavJa había luces encendidas en la casa. Afuera estaba el cano de Juan Morla, el viejo amigo de mi padre. ¿Qué diablos haría en la casa a esa hora? Indeciso y renqueando por el alcohol consumido, entré en la casa. Y al llegar al corredor, vi a mi madre con su cabeza apoyada sobre la mesa, llorando. -¿Qué ocurre? -le pregunté a Juan Morla. Extendiéndome su brazo vendado, el buen hombre intentó responderme, con voz grave: Lo siento, Pedrito. -¿Qué es lo que ocurre? -grité yo. Mi madre sollozó amargamente. -Tu padre ha muerto --continuó Juan Morla-. Fue en los últimos combates. La gangrena se lo comió, no se pudo hacer nada. Tras digerir la noticia, estuve largo rato inmóvil. Conteniendo las lágrimas. Luego, salí al campo y me senté junto a un olivo. Allí lloré arnatgamente toda la noche. Recordé la lucecita que brillaba en los ojos de mi padre, cuando me dijo que iba a participar en la cruzada. Y también recordé que era el mismo brillo que había obsetvado en mi abuelo a través de su mirada, cuando me contaba sus aventuras. Y entre tantos amargos recuerdos, una frase se repetía constantemente en mi cerebro. La misma frase 20 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 que mi madre le dijo a mi pache: antes de partir hacia la muerte: Lo lleváis todos en la sangre. ¿Sería yo inmune a esa influencia? Entre tanto dolor y meditación, me quedé dormido. Bien entrado el día, regresé a la casa, y lo primero que hice fue subir al desván. Allí desempolvé la vieja armadura del abuelo. ¡Algún día me tocaría a mí! 21 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO SEGUNDO "CRUCE DE DESTINOS" Habían transcuniclo cinco años cIescIe la muerte de mi pache. y durante ese tiempo me habia dedicado a seguir con los cultivos de la hacienda. La vid daba muchos beneficiQ5, y con ella" pudimos amortizar algunas deudas de antaño. Asi, pudimos mantener la vida plácida, aunque a veces aburrida, del campo. Mi hermanita, con siete años, era ya una guapa señorita. Tampoco ella escapaba a la mania de mi mache. La misma con que nos habia machacado a mi padre y a mi: los estudios. Y la pobre Mariquita, como la llamábamos, esta1.:Ya todo el santo dia haciendo cuentas y aprendiendo ortografta. Es justo reconocer que este don de mi madre provenia de mi abuelo materno, un humilde escribano que, al no tener descendencia masculina, le inculcó todo su saber y ella a su vez, continuó esta especie de tradición en nosotros. Aunque era consciente de que su hija jamás podria ingtesar en una Universidad, ni tener otro oficio que el de sumisa esposa de un hidalgo. Pero se senria orgullosa de tener una hija sabia. Por mi parte, al sentir en menor medida la catga de los estudios, me acercaba muchas tardes a la taberna de Juan Diaz, en 22 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Sevilla. Pues con veintiún años ya me consideraba tcx:lo un hombre (incluso me afeitaba), y por tal motivo, lejos de los prejuicios maternales, me dediqué más a fondo al .. arte de beber», como en una ocasión lo llamara mi padre. y la verdad, todavia no comprendo porque bebía tanto vino en aquel entonces. Quizá para ahogar tanto sentimiento escondido. La guerra había acabado en el mes de enero, con la toma de Granada por los Reyes Católicos, lo que provocó que la ciudad de Sevilla se llenase de una grdll masa de desocupados, que buscaban un oficio en el que ejercer. Y entre ellos como es de lógica, se encontraba un nutrido grupo de aventureros, en busca de una ocasión en la que hacer valer una vez más sus armas. Fue precisamente en la taberna de Juan Díaz, entre semejante muchedumbre, donde conocí al que luego fue mi mejor compañero durante la aventura de (,,anarias. Era alto y muy delgado, con el pelo latgo, y se encontraba sentado a una mesa, trasegando vino y contando sus .. hazañas» a tres boquiabiertos campesinos. Lo cielto es que, su apasionada manera de hablar, ya la vez sus gestos caballerescos, extraños en un simple peón de infantería, atrajeron mi atención. Tanto, que el forastero reparó en mi presencia a su espalda, y me preguntó: -¿Qué ocurre, mozalbete? ¿También quieres que te cuente cosas de la guerra? Tales palabras me sonaron como una afrenta, por lo que sin pensarlo le respondí despectivamente: -En primer lugar, no soy ningún mozalbete. y luego, no 23 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 hace falta que ningún bufón me cuente historias de guerras. Lejos de ofenderse, el forastero esbozó una sonrisa a la vez que se ponía en pie. De esa forma pude contemplarlo de arriba a abajo. Su mejilla izquierda tenía una gran cicatriz, ya través de su abierto jubón pude atisbar varios cortes en el pecho. Su aspecto era impresionante, pero la sonrisa burlona de que hacía gala le quitaba dureza al físico. -Perdóname muchacho -me dijo en tono suave-, quizá he ofendido tu orgullo. PernÍlteme que te invite a una jarra de buen vino jerezano. y apartándose de sus ocasionales oyentes, me llevó hasta otra mesa a la cual nos sentamos. ¿Qué puedo decir? Sus ademanes y buenas formas me cautivaron, haciendo desaparecer mi mal humor inicial. Tras pedir dos jarras de vino, comenzó a hablar: Mi nombre es José Gallardo, y soy un leal soldado al servicio de su Majestad la Reina Isabel. Y ahora que esta Cruzada ha terminado, busco otra ocasión en la que hacer notar mi valor. -¿Habéis luchado en muchas ocasiones? -pregunté yo, inmerso en mi eterna curiosidad infantil. --Sí, en bastantes, aunque donde peor 10 pasé fue en Baza. Casi un año de asaltos ininterrumpidos, donde perdí a muchos compañeros. Casi dejo la piel allí. y así transcurrió la noche. El forastelD no dejó de relatarme todas sus hazañas, embriagándome con ellas, como supongo que habria hecho con sus anteriores acompañantes. De esa forma, pude 24 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 saber de sus labios que desde muy joven se había alistado en la Cruzada contra los infieles, siendo un devoto seguidor de la Reina Isabel de Castilla. En su relato afirmó haber participado en las victorias de llora y Moclín. Sin embargo, donde más se extendió fue en su descripción del asalto a Baza, en 1489. Un asedio, según sus palabras, muy duro, espantoso, con escenas aberrantes, dolorosas, horribles. Seis largos meses costó expugnar la fortaleza, y allí recibió las heridas que lo dejaron marcado para siempre. Y mientras hablaba, yo trasegaba vino, boquiabierto, sin mediar palabra alguna. Mi imaginación me trasladaba a cada uno de los lugares que el tal Gallardo describía. En mi interior, tuve la misma sensación que cuando mi abuelo me enseñó la vieja armadura del desván. La sangre de los Escobar volvía a arder. -Ahora que la guerra ha terminado, podrás establecerte en esta zona. Incluso en terreno reconquistado. Como has participado en la Cruzada, te llevarás un buen lote -le insinué en una de sus breves pausas. -No, muchacho. Yo no he luchado por tierras ni por dinero. Mis motivos son bien diferentes -me respondió visiblemente apenado y agachando la cabeza. Intuyendo que no quería hablar del tema, desvié la conversación a otros derroteros, no sin antes advertirle medio en serio medio en broma, que si encontraba aventura en la cual embarcarse, no dejara de avisarme. Esta petición pareció animarlo un poco, despidiéndose de mí tras pagar el convite. Pasados algunos meses desde aquel encuentro, y ya casi 25 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 olvidado del tal Gallardo, vino a suceder un hecho que significó el definitivo giro en la historia que estoy contando en estas mis memorias. Tras la toma de Granada y estando finalizada la Reconquista, la mayor parte de los peones movilizados comenzaIOn a trabajar las tierras ocupadas, olvidando la plDfesión de las armas y comenzando una época de paz. Por ~u parte, muchos caballelOs con sus mesnadas, no soportando la tranquilidad y con el beneplácito de los Reyes de Castilla y Aragón, comenzaIOn a realizar incursiones sobre las costas de Berbería, consiguiendo grandes botines en oro y esdavos, y llevando la verdadera fe a los habitantes de aquellos lugares. De todo ello me daba buena fe el gordo tabernero de Sevilla, reviviendo con estas historias los alegatos del abuelo. Y así sucedió que un día en que yo volvia de realizar mis tareas en el campo, mi madre me recibió con una sonrisa tan extraña, que en un principio me hizo temblar. Con una amabilidad inusual en un carácter tan brusco como el de ella, me sirvió la comida y se sentó a la mesa conmigo. -Pedrito, tengo que darte buenas noticias -me dijo con voz excitada y semblante radiante de felicidad. -¿Qué cosa es, madre? -pregunté con curiosidad nada fmgida. -He recibido una carta de tu tía Isabel, en la que avisa que vendrá muy pronto a Sevilla con su marido. -¿Y cuál es el motivo de tal visita? -Pregunté temiendo lo peor. 26 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Pues que vendrán a buscamos para ir a Salamanca a vivir con ellos. Y así, tú podrás ir a la Universidad -me respondió con una inmensa felicidad reflejada en su rostro. -Pero ... ¿Y la hacienda? ¿Qué será de ella? -Pregunté envuelto en la desesperación. -No te preocupes. Ya he iniciado los trámites para su venta. Lo importante es que podrás estudiar en la Universidad, abandonando para siempre este desierto. -Pero ... Yo no quiero ir a la Universidad. Yo me encuenttu bien en la hacienda. Además, yo quiero luchar contra los infieles que pueblan Berbería. Fue entonces cuando el rostro de mi madre se tornó colérico, y comenzó a gritanne como nunca: ¿Qué es lo que quieres? ¿Qué te maten como a tu padre? Quieres seguir los consejos disparatados de aquel viejo chiflado, pero tú eres mi hijo y estudiarás en la Universidad. -Mi abuelo no era ningún viejo chiflado -le grité ofendido. La reacción de mi madre fue golpearme con fuerza en la cara, a la vez que me advertía en tono severo: Tu tío vendrá en unos días, y quieras o no, tú irás con tu hermana y conmigo a Salamanca. Allí se te quitarán esas fantasías. Aquella noche marché muy dolido a Sevilla, para tratar de desahogarme con el vino de Juan Díaz. Allí me senté a una mesa, donde bebí sin tregua del líquido rojo. Y posiblemente habría transcurrido toda la noche hundido en mis pesares, si una pesada 27 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 mano apoyada sobre mi hombro no me hubiera sacado de mi sopor: -¿Qué te pasa, muchacho? -Sonó la suave voz del forastero veterano de la Cruzada. -Problemas familiares -respondí apesadumbrado y sin apenas mirarle-o Parece que tengo todo en mi contra, incluso la familia. -¡Pardiez! Y yo que te buscaba para darte una buena noticia, te veo envuelto en estos pesares. Hay que ver cómo es el mundo -replicó con una amplia sonrisa el tal Gallaroo. -¿Y qué nueva es esa? -pregunté con evidente curiosidad. -Recuerda que la última vez que nos vimos, me pediste que te avisara si encontraba aventura en la que embarr:amos. Pues la hay jovenzuelo, y llena de pelig¡os en tierras remotas y misteriQ'iaS -me explicó. En ese instante, mi pesadumbre se relajó, centrándose mi atención en lo que fuese a decir mi nuevo compañero. Así que lo invité a la mesa, tal y como él hiciera en la anterior ocasión, y le pregunté con ansiedad: ¿Adónde hay que ir? -Tranquilo, muchacho. Tómatelo con calma -respondió Gallardo a la vez que pedía una jarra de vino-. El lugar es un archipiélago existente mucho más allá del Gran Océano, aunque cercano al continente africano. Dichas islas están habitadas por tribus salvajes que blasfeman el nombre de Dios, y que pese a estar desnudos y sin armas, son unos formidables guerreros. Esa tierra a la que vamos a ir, se la conoce como Islas de Canaria. 28 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿Y qué debemos hacer para marchar a ese lugar? -pregunté totalmente decidido. -Te vaya hablar claro, muchacho. Un capitán llamado Alonso Fernández de Lugo, ha venido de eSJe'i tierras, y ha plantado cuatro banderas de enganche en esta ciudad para intentar reclutar el mayor número posible de voluntarios. El objetivo es conquistar una de las islas de ese archipiélago salvaje. Y José Gallamo, este veterano lleno de cicatrices, se enganchará con ese capitán --gritó lleno de satisfacción, mi desde entonces inseparable compañelD. -Entonces, contad conmigo -alegué yo con pleno convencimiento, a la vez que levantaba mi jarra en señal de asentimiento a su proposición. Esa noche llegué muy tame a la hacienda, y le escribí una carta a mi madre, pidiéndole que comprendiera mi postura, y esperando que mi decisión no enturbiara las relaciones familiares. También le expliqué que no podía dejar de hacer lo que mi abuelo me había enseñado, y que si la suerte estaba conmigo, volverla con riquezas y esclavos, con los cuales engrandecería la hacienda. Y que, una vez hubiera combatido por la vemadera Religión, ingresaría por fin en la Universidad. Una vez cumplido este requisito, subí al viejo desván y contemplé durante latgo rato la armadura del abuelo. Luego cogí su espada y su escudo, ahora mios por derecho, y munnuré: Ahora me toca a mi. Tras engancharnos en uno de los banderines, fuimos transportados en cartetas a Cádiz, donde se encontraban atracados dos navíos que nos llevarían a nuestro destino. Y en dicha ciudad, 29 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Gallardo y yo compramos dos barricas de vino jerezano, con las que pensábamos disfrutar durante la travesta. Entre las gentes que la fortuna reunió en aquella bahía, se encontraban veteranos de la Cruzada, como José Gallardo, en busca de nuevas aventuras y riquezas; campesinos deseosos de nuevas tierras que cultiva¡; sin depender de ningún señor feudal; criminales necesitados del pernn de los Reyes de Castilla y Aragón; clérigos destinados a enseñar la Verdadera Fe a los paganos, que decían, habitaban aquellas islas; y muchos más, con la esperanza de encontrar la fortuna tanto tiempo deseada, y lugar donde poder asentarse. Tal mescolanza de gentes era la que aquella mañana del verano de 1492, se disponía a embarcar rumbo a lo de"iConocido. Los primeros días de travesía fueron muy duros para un alITl.a terrestre como la mía. El constante meneo de la nave y la mar picada, me provocaban unos ITl.areos ITl.ayores que los que sufrí años atrás, con el nacimiento de mi hermanita. Por ello pasaba la ITl.ayor parte del día en la cubierta, vomitando lo que podia tragar Una noche, mi compañero Gallardo decidió abrir una de las barricas de vino jerezano adquiridas tras nuestro enganche, y después de apurar un par de jarras, comenzamos a hablar sobre nuestras vidas. Aunque, de hecho, sólo hablé yo. El trabajo en la hacienda, las historias del abuelo, las esperanzas de mi mache de que ingresara en la Universidad, todo ello escuchó con atención mi compañero Gallardo. Y cuando acabé de explicarle los motivos por los que Creta que deota participar en la expedición, él me dijo con semblante muy serio: 30 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Comprendo que haces lo que crees que te dictan tus sentimientos, pero no olvides que también hay un mañana. Al obselvar por mi expresión que no le entendía, quiso explicarse mejor: Tú, hoy, haces lo que crees que está bien. Sigues lo que supones una tradición, pero no te has parado a pensar lo que esa cosa te aportará mañana, ni si te llegará a aportar algo. Ni siquiera has pensado si es esto lo que tu abuelo quería. Creo que tú no tienes nada que ver con los que estamos aquí. -¿y tú por qué estás aquí? -le pregunté algo confuso. Me miró fijamente un buen rato, como meditando la respuesta, y cuando parecía que iba a decir algo, fuimos intenumpidos por dos de los oficiales que habían colaborado en nuestro transporte desde Sevilla a Cádiz. -¿Nos invitáis a un trago? -preguntó el de aspecto más fornido. -Sí, ¿por qué no? Entonces se sentaron a nuestro lado, señalando el segundo personaje que poseía unos dados, con los cuales nos invitaba a jugar. Nosotros aceptamos. De esa forma, estuvimos bastante tiempo jugando y bebiendo, petdiendo yo casi todo el dinero que llevaba encima. Mi compañero Gallardo tuvo más suerte, y duplicó su parte. Y aprovechando la ocasión, me dirigí al que pareáa llevar la voz cantante de los dos recién llegados, pues durante la partida no había parado de lanzar maldiciones y eructos, mientras que el otro todavía no había abierto la boca. -¿Lleváis mucho tiempo en esto? 3 1 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿En qué? -me preguntó tras un sonoro eructo. --Quiero decir... supongo que eres un veterano. ¿Cómo son esas islas a las que vamos? -¡Ah! ¡Demonios! Habla más claro pichón -balbuceó mientras apuraba su jarra de vincr--. Sí, soy un «veterano>, ja ... Yo estuve cinco años luchando para poder tomar la Gran Canaria. Tengo el orgullo de ser de los que llegaron con donjuan Rejón. -¿Gran Canaria? -pregunté con evidente curiosidad. -Sí, la isla mayor de ese archipiélago pagano. La más dura de conquistar. Nos costó cinco largos años de lucha y centenares de vidas cristianas, el apoderamos de ella. ¡De verdad que sí! -¿Tan fuertes eran sus habitantes? -preguntó José Gallardo, mientras llenaba su jarra. -No sólo fuertes, sino que conoáan todos los roques, las montañas, las cuevas, los barrancos -respondió el otro, que hasta entonces no había habladcr--. No sabéis bien de lo que es capaz un salvaje de esos. Daba espanto verlos sobre aquellas alturas, desnudos, silbando y tirándote piedras. -¿Y por qué volvéis otra vez? -Les pregunté. -Mira pichón ~ontestó el más fornido, que además era muy alto y con su rostro cubierto por una larga y espesa barbahace muchos años, cuando yo era casi tan joven como tú, ya e.iaba en esas Islas al servicio de don Diego de Herrera. Y partiendo de la isla de Lanzarote, he participado en todas las incursiones contra las costas de Berberia, y hemos venido cargados con rico botín de granos, alhajas de oro y plata ... Y también rebaños de ovejas, 32 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 caballos y camellos. También he tenido el honor de estar bajo el mando de donjuan Rejón, cuando comenzamos la conquista de la Gran Canaria. Tras unos momentos de reflexión, prosiguió: ¡Maldita sea! soy portugués de nacimiento, pero me he pasado toda la vida en esas islas. Y ten por seguro que moriré en ellas. Pasados unos minutos de silencio, Gallardo, que volvió a llenar las jarras, preguntó: ¿Cómo es el General? -Eso te lo puede decir el Gallego -sugirió el Portugués dirigiéndose a su compañercr-. Ha estado con él desde que llegó a Canaria. El Gallego, mientras bebía de su jarra, nos miró con sus ojos saltones. Su demacrado rostro mostraba una vida de penalidades y fatigas. Pero sus gestos y reverencias daban muestras de un pasado noble. -Al General lo conozco desde que era capitán, allá en Agaete. Es más, mis antepasados y los suyos estaban en tratos. -¿Es gallego? -pregunté yo. -No. Es de Sanlúcar de Barrameda. Su bisabuelo era gallego. Y su familia y la mía se conocían muy bien. Yo estuve con don Alonso dos años en Agaete. En el infierno. Yo hubiera querido seguir tan interesante conversación, pero mi amigo J osé Gallardo decidió pQper fin a la misma: ¡Bueno, señores! el vino se ha acabado y creo que es hora de dormir un poco. No sé el tiempo que transcurrió de travesía hasta que se 33 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 avistó tierra. Recuerdo que una mañana muy temprano, nos asomamos todos a la cubierta para contemplar la maravilla: una hermosa y redondeada isla, de forma piramidal, cuyos cimientos parecían partir del fondo del mar, para ir ascendiendo de monte en monte hasta un punto central. y todos aquellos impresionantes cerros se encontraban cubiertos de espesas arboledas, pinos en su mayoría. También había abundantes palmas, y numerosa vegetación, 10 que daba a aquel pedazo de tierra un vetdor sin igual. Mientras, aquellas imponentes cumbres se hallaban coronadas por espesos nubarrones Gugados de agua. Ya medida que la nave se acercaba a la orilla, más observaba el cautivador panorama: una rada tranquila, playas de amarillenta arena y montañas cubiertas de espesos matorrales. Más a la izquierda, se vislumbraba una pequeña villa. -las Palmas --dijo una voz seca a mi espalda, que adiviné pertenecJa a Mario, el Portugués alto y fornido. -¿Cómo? -pregunté yo sin comprender. -Aquella es la villa de Las Palmas. Allí fue donde construimos el primer campamento a las órdenes de Juan Rejón. -¿Y por qué ese lugar? -Porque por allí corre un barranco llamado Guiniguada por los isleños, abundante en buenas aguas, fresco y saludable. -¿Estuviste allí cuando se construyó el Campamento? -pregunté estúpidamente. -Lo recuerdo como si fuera ayer, pichón. La misma madrugada de San Juan Bautista de 1487 desembateamos en esa 34 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 playa de alú enfrente. Había una herrnosa luna que iluminaba la rada. Y aprovechando el silencio y la claridad, persuadido nuestro General de que los canarios no se habían dado cuenta de nuestra presencia, ordenó lanzar las lanchas al agua y desembau::ar por el sitio más cercano a Las Isletas. Tomamos tierra en aquel extenso arenal-dijo señalando ellugar-, al cual los rayos iluminaban con reflejo metálico. Y las olas rompían sobre aquella superficie con rítmica candencia y plañidero rumor. Observé la playa detenidamente, intentando reconstruir con mi imaginación el desembarco. A la derecha se descubrían grandes corrientes de lava, levantándose a mayor distancia algunas montañas, producto de movimientos volcánicos anteriores a todo recuerdo histórico. A la izquierda, la costa estaba envuelta en suaves ondulaciones (1). El Portugués continuó con su relato, como si lo estuviera viviendo: Desembarcamos sin oposición alguna, pues no apareció ningún isleño. Éramos 600 hombres de a pie y 30 de a caballo, y teníamos víveres para una corta jornada. El Deán Bermúdez levantó un altar en la playa y celebró una misa de campaña, tras la cual pronunció una breve y enérgica exhortación para recordamos el cumplimiento de nuestras obligaciones (2). Su relato fue interrumpido por la voz del capitán del navío, quien nos avisó que el General se aproximaba a la embarcación en una lancha. En efecto, don Alonso Femández de Lugo, que había realizado la travesía en el otro navío, ahora se acercaba en una chalupa al nuestro, acompañado por varios oficiales. Por ello, para 35 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 los que todavía no lo conocíamos, el rostro de la persona que nos iba a guiar en la «feroz empresa que nos aguardaba", era algo enigmático, y esperábamos su presencia con curiosidad. Curiosidad que al ser satisfecha, se tomó en decepción. No era muy alto, más bien de estatura media. Ancho y con un vientre incipiente. El pelo muy largo por detrás y recortado a la altura de las cejas. Ojos saltones y expresión autoritaria. Muy autoritaria a mi parecer. Tras reunirnos a todos los expedicionarios en la cubierta, el General subió al castillo de popa y comenzó a hablar: Soldados y oficiales que habéis tomado la santa resolución de venir a estas fértiles y hermosas islas para llevar la Verdadera Religión a sus paganos habitantes. Antes que nada, debo pediros paciencia, pues estaremos anclados unas semanas en este puerto de Las Isletas, hasta poder completar nuestros efectivos de choque, para después partir hacia una isla llamada de La Palma. Sus habitantes, hotdas salvajes, no creen en nuestro Señor Jesucristo, sino que idolatran elementos naturales como el fuego. Signo inequívoco de su adoración al Infierno. Seguramente habrá duros combates antes de convencerlos de cuál es la vercladera fe. Pero nuestro superior armamento y el saber que «Dios lo quiere" y aprueba nuestra Cruzada, nos ayudará en esta penosa catga. Por supuesto que habrá un reparto equitativo de las fértiles tierras con agua de La Palma. Estas últimas palabras parecieron tranquilizar a la mayoría de los presentes, a quienes poco les importaba lo que Dios «quisiera" en la campaña, ni cuál debía ser la fe de los futuros conquistados. En esos instantes, el General fue inteffilmpido por 36 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 uno de sus oficiales, en el cual destacaba una profunda cicatriz bajo la ceja izquierda que casi cruzaba el ojo. Este le dio un recado en baja voz, aunque no lo suficiente como para que dejáramos de escucharlo los que nos encontrábamos ceK:a del castillo de popa: Alonso ... Maldonado está en la playa. El rostro del General, que hasta entonces se había mantenido risueño, y con un aire entre fanático y triunfalista, se tomó oscuro. Su semblante mostraba ahora preocupación. Y tras volver a pedirnos 'paciencia» a todos, subió a bomo de la lancha que lo llevaría a tierra. José Gallardo, que se encontraba a mi lado, comentó con evidente malestar: -Me parece que no nos van a dejar bajar a tierra. Con las ganas que tengo de pisar algo que no se mueva tanto --se expresó refiriéndose a los continuos bamboleos de la nave, que seguían provocando en almas terrestres como la mía los consiguientes mareos y vómitos. -y lo más irónico es que nos piden paciencia -repliqué yo, también molesto por la medida. En ese instante se acercó a nosotros un oficial, al cual recordé como la persona que nos había enganchado en Sevilla. Y mientras se acariciaba su espesa perilla, el capitán Diego Núñez, pues así se llamaba, nos preguntó: ¿Qué os pasa muchachos? ¿Hay morriña? -No, mi capitán, sino que tenemos ganas de desembaK:af -respondió Gallardo. 37 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Todos tenemos ganas de bajar, pero el General cree conveniente no permitirlo todavía. Teme que se produzcan deserciones, y no seria la primera vez -explicó don Diego Núñez. -¿Y cuánto tiempo habremos de permanecer aquí? -preguntéyo. -Tranquilo mozalbete. Primero tendremos que esperar hasta que se completen los efectivos, como dijo don Alonso. Y luego se fletará otro navío para transportar al resto del ejército. A lo sumo, un par de semanas ¡Ah! debéis saber que estáis destinados en mi compañía. Lo que nos dijera nuestro capitán era cierto, pues una fragata que se encontraba fondeada en Las Isletas fue fletada por don Alonso para ser ocupada por más soldados, que al parecer pensaba reclutar en la isla. Yes que, por los infonnes que daban aquellos que sí podían bajar a tierra, todos los hidalgos de la Gran Canaria e,1aban muy alborotados con la noticia de la expedición a La Palma. También llegó a nuestros oídos que un cuerpo de isleños iba a partir con nosotros. Desde mi inactividad en el navío, poco más pude saber. Pasados los días, una mañana muy temprano nos despertamos con una sorpresa. En la rada de Las Isletas se hallaban fondeadas tres carabelas, y en un principio llegué a pensar que habían sido fletadas por el General para transportar al cuerpo expedicionario. -Una de ella.·, tiene el timón fuera de su sitio --comentó a mi lado Lope Femández de la Guerra, uno de los oficiales de 38 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 mayor prestigio- querrán repararlo. -¿Y quiénes pueden ser? -preguntó otro capitán que respondía al nombre de Andrés Suárez Gallinato. -No lo sé, pero vive Dios que pronto lo averiguaremos. Por lo pronto, bajemos a tierra e infotmemos a don Alonso. Poco más reparé en los tres navíos. El aburrimiento, la inactividad y la lentitud del tiempo, acabatOn por caldear mi ánimo. El vino jerezano hacía tiempo que se había tetminado, y José Gallardo pasaba las horas dunniendo. Después de haber reconido la nave hasta su último rincón, y de tratar de escribirle una carta a mi madre, me eché en el rincón habilitado como lecho y comencé a donnitar: «En mi confusa y maltrecha mente apareció la imagen del abuelo, con su vieja annadura, blandiendo su gran espada y descabezando infieles. Vi cientos de infieles muertos y una gran Cruz en medio. Luego, cambió el escenario y aparecieron muchos salvajes en lo alto de unas rocas, desnudos, tirándome piedras. Uno de ellos tenía algo en sus manos. Movido por la curiosidad me acerqué a él, y vi que era la cabeza de mi padre. Yel salvaje, mitad monstruo y mitad humano, me gritaba: ¡Ahora te toca a ti!». Desperté empapado en sudor. El mareo era indescriptible. Rápidamente vomité lo poco que había podido trasegar durante el día, ante las quejas de algunos compañeros de armas. Casi renqueando logré asirme del borde de la cubierta, y recibí de lleno el soplo de aire fresco de la brisa nocturna. Era noche cerrada y el frio alivió un poco la fiebre. Al otro lado del navío escuché risas y gritos. Daba la impresión de que alguien se estaba divirtiendo en 39 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 demasía. Un poco despejado, me acerqué y escuché la voz atronadora de Lope Femández de la Guerra: No comprendo como la Reina Isabel se ha decidido a apoyar a semejante lunático. -Tampoco yo, pero se cuenta que ese marino tiene grandes influencias en la Corte -habló Pedro Benítez de Lugo, el oficial de la cicatriz sobre el ojo izquierdo, y familiar del Genera1-. Y 10 más gracioso es que preconiza por ahí que la Tierra es redonda ... Ja, ja, ja. -Desde luego el tal Cristóbal Colón debe estar chiflado. Si la tierra fuera redonda, caeriamos al vacío -ten:ió Pedro Vergara, otro de los oficiales--. Pero, ¿a qué se debe su visita a esta isla? -Parece ser que Colón, tras zarpar de Palos, ha sufrido una avería en el timón de una de sus carabelas, "La Pinta», y ahora ha querido fletar una de las nuestras -respondió Lope Femández de la Guerra-. Pero don Alonso le ha dicho que no, que sus tres naves son imprescindibles para tomar La Palma. -¿Y qué hará ahora ese maniático? -preguntó una voz que no pude identificar. -Pues ha dejado a su segundo, un tal Pinzón, que le labre un timón nuevo, y que le cambie el aparejo latino por otro redondo. En cuanto a Colón, marchará con sus otros navíos hacia La Gomera -respondió Lope Femández (3). Al parecer, los oficiales estaban brindando con algún buen vino, pues más de uno comenzó a canturrear. Y también sonó algún que otro eructo intencionado. Fue en ese momento, cuando me disponía a volver al improvisado lecho, que el principio de 40 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 otra conversación me detuvo. -Señores, tenemos exactamente diez meses para conquistar La Palma. Y luego, sobre Tenerife --comentó en tono triunfal Pedro Benítez. -Ya era hora, siempre ha sido un gran desafio esa isla. Ni siquiera el mismo Maldonado pudo tomarla -replicó Lope Fernández-. Lo que no comprendo es como don Alonso va a soportar tanto gasto. Máxime cuando ni los Reyes Católicos saben que tiene como objetivo la isla de Tenerife. Ni siquiera lo saben los banqueros ... Los socios del General. Entonces fue cuando sentí la émica sonrisa de Pedro Benitez de Lugo: No te preocupes por eso, Lope. Los socios de mi sobrino se van a llevar una desagradable sorpresa. Te lo a':ieguro. Una pesada mano sobre mi hombro izquierdo, ca'ii me sacó del mundo de los vivos. La sangre corrió como el rayo por mis venas. El corazón luchó por salir de la carne. Imaginé que era el General, que llegando en una lancha, me había sorprendido escuchando la animada conversación de los oficiales. ¡Dios mío! ¿Cuál seria el castigo por espiar? Pues supongo que eso pensaría que estaba haciendo. Lentamente giré la cabeza, y ¡no! No era el rostro autoritario de don Alonso, sino la cara demacrada y melancólica del Gallego. -¿Qué haces, pichón? ¿Escuchando conversaciones ajena':i? -Me preguntó. -No, no ... Estoy algo mareado. Escuché voces y me ac'e1t}Ué -respondí sin habenne repuesto de la impresión. 41 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Pichón, será mejor que vayas a dormir, antes de que alguien con más malos adentros que los míos, se preocupe seriamente por tus actos. No lo pensé dos veces. Corrí rápidamente hasta llegar al lugar donde dormitaban mis compañeros. Una vez allí, me tumbé e intenté recuperar el sueño tan bruscamente perdido. Sin emba1g0, una frase martilleaba mi cerebro. Las palabras de Pedro Benítez: «Los socios de mi sobrino se van a llevar una desagradable sorpresa». Tras dos semanas de inactividad, una mañana el General dio permiso para que parte del Ejército bajara a tierra. En ese sentido, tenían preferencia los veteranos y los reclutas considerados como «menos quisquillosos». Entre estos últimos nos encontrábamos mi compañero Gallardo y yo, quienes abandonamos el navío en compañía de Mario el Portugués. Y una vez en la llamada Playa de las Isletas, emprendimos el camino a pie hacia la Real Villa de Las Palmas, a corta distancia del lugar. Durante el trayecto, el viejo Portugués comenzó a relatamos nuevamente, como años atrás había desembarcado en la isla con la disposición de conquistarla: -Por esta zona de la playa que estamos pisando, encontramos a un viejo recogiendo mariscos, y tras amenazarlo Rejón, nos confirmó que para llegar a Gando, teníamos que atravesar muchos desfiladeros y malos pasos, guardados por numerosos y valientes guerreros. Que no haOla mejor sitio que el barranco del Guiniguada. Entonces, Rejón se adelantó, examinó 42 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 este camino con escrupulosa atención, y trepó a una pequeña meseta cubierta de elevadas y esbeltas palmeras que se extendian en grupos por la llanura inmediata. Agradole el sitio a este General, y llevándonos hasta la margen izquierda del riachuelo, cuyo cauce estaba sembrado de sauces, juncos y dragos, señaló el sitio dónde debía levantarse el campamento. Allí nació la Villa de Las Palmas (4). En esos instantes entrábamos en la citada Villa. Pequeña pero bonita. Según la recomamos, el Portugués nos señalaba los lugares de su relato. Así, se detuvo ante el lugar donde había estado emplazado el Real, el primitivo campamento de Rejón. Hoyes la Ermita de San Antonio Abad. También nos mostró la casa del antiguo Gobernador Pedro de Vera, y la Ermita de San Pedro Mártir, levantada por dicha autoridad en recuerdo del 29 de abril de 1483, dia de la rendición de la Gran Canaria. Por cierto, que en la Villa pareóa dársele mucha atención al cultivo de la caña, pues en el mismo valle, a orillas del riachuelo, se levantaron toscos ingenios, al igual que en las faldas de la montaña opuesta. Tras recorrer el pequeño caserío de Las Palmas, nos acercamos a las escasas cantinas existentes. Allí apuré vino canario. -jBuen vino! -Exclamé tras el primer trago. -Sí. Las vides han sido traídas de Andaluóa, junto con las cañas de azúcar y los árboles frutales, que provienen de la isla de Madera --explicó Mario el Portugués--. Esto no existía antes de la conquista de la isla. -y entonces, ¿de qué se alimentaban los canarios? -Preguntó mi compañero Gallardo. 43 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -De gofio -respondió el Portugués con una pícara sonrisa. -¿Gofio? -Pregunté yo. -Sí. Es una especie de harina de cebada. Tuestan la cebada y luego la muelen. Si tú ~l.lpieras lo que se hincha la panza, pichón -manifestó haciendo gestos con sus manos alrededor de su abultado vientre. En esos instantes apareció el Gallego, junto a un recluta vizcaíno, de nombre José Albizuri. Era de mi misma edad. y según supe después, sus motivos eran diferentes a los míos. Eran puramente económicos. Quería conseguir en estas is1ac<; 10 que tantos y tantos buscaban: una tierra donde poder asentarse, y traer a su familia lejos de señores feudales, que explotaban a uno hasta en la misma entrada de la muerte. Albizuri y el Gallego se sentaron a nuestra mesa, deleitando también el vino canario. -Les estaba explicando a los reclutas, que los canarios comen gofio -habló irónicamente el Portugués. El Gallego, sin perder nunca su semblante serio, sombra de mil penalidades pasadas, nos dijo: No sólo gofio, sino también leche de cabra, pues 1ao.; haya millares en estas islas. Y también gran cantidad de frutos silvestres. -La pesca también debe ser abundante-intervino el joven vizcaíno. -Sí, jovenzuelo -terció el Portugués--. Aunque nunca se les ha visto embarcación alguna ... Ellos pescan de una forma 44 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 curiosa. Se fmIDan grupos de hasta diez nativos, rodeando una porción de agua, y se lían a palos con los peces. Y aunque no lo creáis, ohtienen sustanciosas capturas. -¿A palos? -preguntó incrédulo, Gallardo. -Sí, a palos, aunque a veces tamhién hacen anzuelos de cuerno de cahra. En cuanto a los metales, jamás se les ha visto alguno. Yes que son unos vetdaderos salvajes. Aunque ahora, con la labor evangelizadora de los deanes y derruís chusma religiosa, se han civilizado un poco. De hecho, tenemos muchos canarios como aliados para la empresa de La Palma --comentó risueño el Portugués. -¿Y cómo es que tardásteis cinco años en poder dominar a los canarios? -Intervino el vizcaíno Alhizuri. -Son los más aguerridos luchadores entre riscos y harrancos, y los más diestros en ardides de guerra -respondió con una cierta admiración el Gallego--. Sólo tenéis que pensar que estas playas han sido escenario de derrotas de normandos y portugueses. Tamhién de los nuestros. Os voy a contar un hecho que ocurrió antes de la Conquista: .. Los canarios tOmaJDn una vez 5 ó 6 gaviotas muy pequeñas, y las criaron. Les dahan de comer atadas, y así las acostumhrahan a estar posadas, sin miedo al homhre. Luego, las soltaron poco a poco en el pohlado de La Y raga, un lugar que siempre fue ohjetivo de portugueses y de los nuestros. Y así, un día en que los canarios vieron venir los navíos, pusieron las gaviotas en los techos de sus casas. Por supuesto, los soldados, al ver las gaviotas quietas, pemaron que no hahía nadie 45 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 en el fXJblado. Entonces, entraron desordenadamente y confiados, tomando 10 que hallaban dentro de las casas. Fue el instante en que los canarios, que estaban al acecho, se lanzaron sobre ellos con grandes alaridos y silbos, y mataron a algunos, cogiendo prisioneros a otros. Muy pocos pudieron escapar» (5). Acabada la narración, el Gallego apuró su jarra de vino y procedió a llenarla nuevamente. Por mi parte, quedé boquiabierto fXJr el relato. Otro tanto les ocurría a mis compañeros de mesa. Fue entonces cuando, aprovechando nuestro desconcierto, Mario el Portugués nos contó otra historia: -Ya os hablé cuando veníamos por el camino, de las circunstancias que rodearon la fundación de esta villa. Vosotros visteis el inmenso barranco en que se encuentra. Pues en ese barranco del Guiniguada, que es como se llama, tuvo lugar el primer encuentro con los isleños. Yo estuve con el valiente Rejón, y sofXJrtamos las tres horas de combate. Eran unos dos mil canarios. Pero no voy a cansaros contando batallas, sino explicaros un hecho que ocurrió mucho después. El ejército isleño era mandado por tres célebres caudillos. Adargoma, Doramas y Maninidra. Y nosotros, "porque Dios estaba de nuestro lado», vencimos ... El caso es que cogimos prisionero a Adatgoma, herido en un muslo. Y Rejón, ordenó que lo curasen con todo tipo de agasajos y diligencias. Pues bien, Adugoma, después de cicatrizar su herida, fue bautizado y conducido a España. Y un día, hallándose en el Palacio del Arzobispo de Sevilla, vino un robusto de La Mancha, con el deseo de luchar con el canario. Entonces, Adatgoma le dijo: 46 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 ,Hermano, si hemos de luchar, razón será que brindemos primelO». y llenando un vaso de vino, dijo al manchego: ,Sujétame el brazo con los dos tuyos, y si consigues impedirme que lleve el vaso a mi boca Y beba el vino, me declaro vencido ... -¿Y qué ocurrió? -Preguntó Albizuri. -Pues que Adalgoma se bebió el vino sin que ~u contrario pudiera detenerle el brazo, a pesar de todos sus esfuerzos -temató el Portugués (6). Tras unos instantes de silencio, fue José Gallatdo quien abrió el fuego: -Impresionante. ¿Son los palmenses tan bravos como los canarios? -Ten por seguro que sí, muchacho. En aquella isla han pagado muchos su imprudencia. -Perdonad que os intenumpa -intetVine yo-, pelO hay una cosa que me intriga. Vosotros lleváis años en esto, ¿Os han dado tierras o alguna recompensa por vuestros servicios? -Yo, concretamente tengo unos terrenos y un pequeño barranco con árboles frutales en Lanzarote, en un lugar llamado el Mojón. Todo por los seIVicios prestados a la Casa de los Herrera. Y aquí tengo una pequeña suerte de riego constante en Arucas -respondió Mario el Portugués-o Pero, ¿a qué viene esa pregunta? -Si tenéis tierras para poder vivir dignamente, ¿por qué volvéis otra vez al combate? Y no me digáis amigo Mario que, porque "Dios lo quiere .. , pues he notado en alguna ocasión a lo 47 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 largo de la traveSJa, que no creéis que esto sea una Cruzada o algo por el estilo ... ¿Por qué entonces? -Mi respuesta es la misma que te di en una ocasión. Puedo decir que me cTié en estas islas, yen ellas moriré. Yo no sirvo para estar atado a un terreno, y ver si este año la cosecha va a ser mejor que el anterior. Para eso están los sieNas. TodavJa hierve mi sangre, y vive Dios que aún no he dado de mí todo lo que puedo y, aunque don Alonso no sea santo de mi devoción, lo seguiré a La Palma porque la sangre me lo pide -respondió un poco serio. Entonces desvié mi atención hacia el Gallego: Y vos, ¿por qué lo hacéis? -Yo ... Se lo debo a don Alonso-Tras unos instantes de duda, apuró su copa, se levantó y abandonó la taberna. Desde luego que la reacción del veterano soldado fue muy confusa, y en ese estado quedamos después de su inesperada marcha. Pero ninguno de los presentes pronunció comentario alguno al respecto, ni siquiera el Portugués, que con su cabeza gacha daba a entender que conocía los motivos del desplante del Gallego. Sencillamente, desviamos la conversación hacia otros temas más alegres, como la disponibilidad de algunas mozas canarias. Todav"la estuvimos algún tiempo fondeados en la rada de Las Isletas, mientras el General acababa de concentrar sus efectivos. y así fue que a su llamada, se presentaron veteranos de las islas conquistadas de Lanzarote y Fuerteventura. En ese lapso de tien1po, le escribí dos cartas a mi madre. En la primera le pedí que © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 comprendiera mi actitud, que era la sangre de los Escobar la que me había impulsado. Pero que de todas formas, esta era una Campaña religiosa, una Cruzada contra unos infieles salvajes y sanguinarios que blasfemaban el nombre de Dios. Y que cuando tomáramos La Palma, nombre de nuestro objetivo, nos darían terrenos y esclavos para cultivarlos. Y que entonces la llamaría a ella y a mi hermana, para disfrutar de los beneficios. Mi corazón no pudo más, y rompí semejante sarta de mentiras. Con ello no podría acallar mi conciencia. La segunda carta fue más breve: en ella le pedí perdón a mi madre por haber seguido "la influencia» del abuelo, y le prometí revisar cada uno de mis actos con el corazón, sin desviarme un ápice de las enseñanzas inculcadas por ella. En el compás de espera, la carabela del tal Cristóbal Colón ya había sido reparada, partiendo con sus dos hermanas para buscar una nueva ruta hacia Las Indias por el Oeste, en un océano que hasta entonces nadie había explorado. Fue en la mañana del 26 de septiembre de 1492, cuando el Cuerpo Expedicionario al completo se concentró en la playa de Las Isletas. Éramos, a lo sumo, más de 800 hombres bien pertrechados. Don Alonso en persona nos pasó revista. Yo llevaba con orgullo el Escudo de Guerra de mi abuelo, detalle que el General no pasó por alto. Tras obsetvarlo atentamente, se dirigió a mí con voz suave a la vez que impaciente: ¿Eres gallego quizás? -No, señor. Mi padre y mi abuelo eran gallegos. Yo nací en Sevilla -respondí con voz temblorosa. 49 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -¿Y cómo se llamaba tu abuelo? -Don Luis Escobar. Me miró fijamente a la vez que sus dedos recorrían los gastados dibujos del Escudo familiar: -¡Vaya, los Escobar! Espero que tengas la misma sangre que tu familia. Acto seguido, don Alonso continuó la revista, aumentando más su impaciencia. Pareéla que esperaba a alguien que no acababa de llegar; motivo por el cual y con evidente nelViosismo, no dejaba de mirar a cada instante, los accesos al puerto. Fue así que, en un arranque de cólera (que se haría familiar) le gritó en alta voz a Lope Femández de la Guerra: Pero, ¿qué se creen éstos? ¿Qué todavía son los amos? Mientras tanto, el Canónigo de Canarias don Alonso de Samarinas, terminaba de cargar los fardos eclesiásticos a bordo de una de las lanchas, auxiliado por varios monjes y frailes. Por su parte, el General estuvo departiendo largo rato con un personaje, que más tarde supe que era don Francisco Maldonado, el Gobernador de la Gran Canaria ... Maldonado, el nombre que hizo que don Alonso interrumpiera su discurso a nuestra llegada a esta isla. Así fue como supe, a través de los veteranos, que Maldonado le inspiraba grandes celos al General. Aunque tal vez los celos fuesen mutuos. Lo cierto es que aquella mañana vi en el semblante del Gobernador, una expresión de alegría sincera. Más bien de alivio. Quizá lo fuera por perder a tan incómodos huéspedes. Fue poco después de fmalizada la revista, cuando hicieron 50 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 acto de presencia los «esperados». Eran unos cincuenta, altos y robustos, con el pelo muy latgo, obsetvándose por su aspecto que no eran castellanos. De la misma fonna, sus atuendos y annamento eran diferentes a los nuestros, destacando unas poderosas mazas de maclerd muy pesadas, que portaban en una sola mano. Del grupo de los recién llegados, se adelantaron dos personajes. El primero, que parecía ser el jefe de la partida, era increíblemente alto y musculoso, con el pelo largo y moreno. Su tez era muy oscura, y su escasa barba terminaba en punta. A él se dirigió el General cuando exclamó con voz muy ~l.1ave pero contenida: Esperábamos por vos, don Fernando. Éste se limitó a sonreír, y tras mirar brevemente a su segundo, de aspecto serio y cruel, señaló a su aguerrida tropa respondiendo: Aquí nos tienes. A bordo ya de la lancha que me conduciría a mi navío, lancé una última mirada a la orilla. Allí se había concentrado una multitud para despedirse de sus familiares, amigos, y, en general de todos aquéllos que partíamos rumbo a lo desconocido. Y entre tanta gente, pude obsetvar que don Alonso saludaba de fonna efusiva a dos personajes ricamente ataviados, y con semblante altamente risueño. Casi por instinto los señalé a mi compañero Gallardo. Pero fue el capitán Diego Núñez, quien pett:atándose de mi curiosidad, dijo: -Son dos banqueros muy conocidos. El uno es ]uanotto Berardi, de Florencia. Yel otro Francisco Riverol, de Génova. Aunque ambos son vecinos de Sevilla ... 51 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Parece ser que son muy amigos del General---comenté yo ingenuamente. -Desde luego que sí. Son sus socios en esta empresa -alegó con voz distraída. 52 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO TERCERO LA PALMA "PEDAZO DE CIELO .. Tras doblar la llamada Punta de la Isleta, nuestra pequeña escuadra comenzó a bordear la costa de una inmensa isla, a la que más tarde supe que llamaban Tenerife. Y aún hoy, años después de tan magno acontecimiento, recuerdo que, mientras los tres barcos surcaban el mar, junto a aquel pedazo de tierra, ocurrió un hecho que me dejó petplejo y confuso. Yes que, tanto la oficialidad como los veteranos que se encontraban a bordo del navío, abandonaron sus quehaceres para asomarse a la cubierta, y contemplar con ojos ávidos, el a la vez maravilloso e infemal paisaje. Supongo que otro tanto ocurriría en el resto de la flotilla. Tenerife daba la impresión de ser una isla maldita, no sólo por sus inaccesibles costas, sino por la gigantesca montaña que partía de su centro, y cuya nevada cumbre casi cubierta de negros nubarrones, parecía llegar hasta el mismísimo Cielo. Pero no debía ser ese el motivo de los numerosos munnullos y suspiros que brotaron de las bocas de los veteranos, más con odio y deseo que 53 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 con admiración. Fue precisamente uno de los oficiales que había participado en la conquista de la Gran Canaria, quien suspiró en alta voz: La isla de los guanches. La isla de los guanches. ¿Quién iba a decirme en aquellos instantes, cuánto me iba a marcar esa isla para el resto de mi vida? Fue en la mañana del 29 de septiembre de 1492, cuando los vigías descubrieron en el horizonte una elevada planicie, que identificaron como nuestro objetivo: La isla de La Palma. Por ello, nuestros oficiales nos dieron la orden de formar en la cubierta, hasta que pudiéramos tomar tierra. Tomar tierra. La verdad es que a simple vista, no parecía haber lugar alguno en el que nuestra flotilla pudiera fondear. Los vientos favorables nos habían acercado con rapidez a la isla de La Palma, y lo que en un principio parecía una elevada planicie, se había convertido en una serie de precipicios que subían de forma vertical, y que acababan cortados a pico. Algunos de ellos presentaban alturas de hasta mil pies, llevando este panorama el desánimo a mi corazón. Por si fuera poco, en dicha costa acantilada el mar rompía con fiero empuje, no acertándose a ver ninguna cala en la que pudiéramos fondear. Y en aquellas gigantescas alturas se podían contemplar con claridad, espesos nubarrones que presagiaban la inminente descarga del líquido elemento. Todo aquel sobrecogedor panorama era compensado por la extensa vegetación que cubría la isla, lo cual le daba un aspecto paradiSiaCO. Estaba tan absorto contemplando la maravilla, que no sentí 54 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 la presencia del Portugués a mi espalda, habta que comenzó a :recitar: Uorad las damas si Dios os vala, Guillén Peraza quedó en La Palma, la flor marchita de la su cara ... -¿Qué decís? -le pregunté al instante. -Son endechas, pichón. Fueron escritas por un poeta hace muchos años -me respondió y continuó recitando. ¡Ah! No eres palma, no eres retama, eres ciprés de triste rama. -¿Y qué significan? ¿Quién era el tal Peraza? -volví a interrumpir al Portugués. -Pues bien, pichón --comenzó Mario como si esperara ansiosamente mi pregunta-o Hace unos cuarenta años, Hemán Peraza era el dueño y señor absoluto de las islas de Fuerteventura y El Hierro, y quiso comenzar la conquista de esta isla que tienes frente a tus ojos. Para ello, reunió unos doscientos ballesteros y trescientos insulares, a los cuales emban::ó en dos naos. Yen dicha aventura, Peraza trajo a ~u hijo Guillén, un galán que hacía suspirar a su paso a todas las damas. Pero bueno, ciñéndonos al tema, todo este ejército desembarcó más al sur de donde nos encontramos, en un lugar llamado Tihuya. Allí, Hemán Peraza, con sus dos compañías, sus isleños y algunos caballeros, poniendo al frente de su escasa caballería a su hijo Guillén, avanzó hacia el interior Sin 55 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 embargo, los palmenses reunidos en gran número, y acaudillados por el reyezuelo del distrito, comenzaron a ocupar las alturas y desfiladeros, y empezaron a lanzar certeras pedradas que rompían rodelas y cascos, y atravesaban las más fuertes corazas ... Fue en medio de la tempestad, cuando una piedra lanzada con fiero empuje vino a herir en la cabeza al joven Guillén, con tan mala suerte que lo derribó muerto del caballo. Esa fue la señal de la desbandada, quedando en el campo de batalla numelOSOs muertos y heridos. Y de ahí este poema, que es una maldición a esta isla y sus habitantes, por haber matado a Guillén Peraza (7). Tenninaba el Portugués su macabro relato, cuando la flotilla penetraba en una zona de la costa, sembrada de roques y peligrosas bajas. Y aunque en un principio pensé que el piloto se haDla vuelto loco, luego tuve oportunidad de variar mi opinión, pues entre tanto obstáculo se hallaba una rada natural, donde nuestros barcos pudieron fondear con total tranquilidad. Dicha rada, según supe más tarde, era llamada Tazacorte por los nativos de la isla. Teniendo todavía en mis oídos la narración del Portugués, le pregunté a éste si los indígenas que poblaban La Palma, tenían todaVla tan buena punteria. A lo que me respondió con una amplia sonrisa: Sí, rara vez fallan. Los minutos que tardaron las chalupas en transportamos desde los navíos hasta tierra firme, fueron los más horribles que jamás había vivido en mi corta existencia. La narración del Portugués había hecho su efecto, y esperaba ser «recibido> de un momento a otro por una mortal lluvia de pedruscos, lanzados por 56 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 los pahnenses, que seguramente estañan ocultos tras la exuberante vegetación que rodeaba a la playa. No fue así. El grueso del Cuerpo Expedicionario desembarcó con una total tranquilidad. Ningún alma, pagana o cristiana, se dejaba ver en tierra fmue. Pero no por ello dejaba de agarrar con fuerza el escudo de mi abuelo. Recuerdo que entre las primeras lanchas que tomaron tierra, se encontraba la del General, quien iba acompañado de su pariente Pedro Benítez, el capitán Lope Femández de la Guerra, y una joven de tez muy morena, la cual a pesar de sus vestimentas no tenía apariencia europea. Lo más curioso fue que, tras desembarcar, esta joven penetró en la espesa maleza, desapareciendo de nuestra vista y sin que nadie hiciera nada por impedirlo. Sin embatgo, este hecho pasó casi inadvertido en un principio, ante la total confianza con que se comportaba don Alonso, quien no mostraba temor alguno a hipotéticos ataques de las hordas salvajes que presumiblemente habitaban en la isla. De hecho, tras elegir junto a sus oficiales el lugar donde se debía asentar el futuro Real, antes de comenzar las obras del mismo y con el beneplácito del Canónigo de Canarias Alonso de Samarinas, decidió la celebración de una misa de Campaña. Durante la Santa Misa, a la que incluso asistieron los cincuenta canarios, observé una serie de hechos que hicieron sublevar mi entonces pura alma cristiana. Hechos que pensados hoy en día, me hacen comprender lo estúpido que era, y lo bien que se habían servido de la Religión, el General y los frailes, para sus propios intereses. Pero será mejor que relate esta historia 57 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 cronológicamente, para su mejor comprensión. La Misa de Campaña fue ofrendada a San Miguel, por ser ése su dia, señalando el Canónigo de Canarias que la conquista de la isla era «una gran Cruzada» que nada tenía que envidiar a la realizada en Granada, y que nuestra verdadera misión era la de enseñar a los salvajes paganos que habitaban la isla, la \érdadera Fe. Luego, don Alonso de Samarinas nos pidió que nos arrodilláramos, pronunciando estas palabras: --Orad todos a Dios y a la VIrgen María, para que nos den la fuerza con la que vencer a estas hordas salvajes. Pensad que hacemos esto porque Dios lo quiere. Fue en ese instante, cuando el capitán Diego Núñez alegó en voz baja, pero lo suficientemente fuerte como para que lo oyéramos los que estábamos a su alrededor: -Semejante sarta de mentiras no la cree ni el Obispo. Dichas palabras me ofendieron enormemente, y desde ese instante, a pesar de que quien las pronunció era mi capitán, le cogí un odio profundo. ¿Cómo iba a suponer lo equivocado que yo estaba? Una vez desembarcados los fardos con el armamento, municiones y víveres, todo ello con una tranquilidad pasmosa, el General nos distribuyó en grupos para proceder, por fin, a la construcción de sólidas trincheras con que proteger nuestro campamento de posibles ataques isleños. Dicha medida, aunque tardía, fue rápidamente cumplida, con amplia satisfacción por todos nosotros, que no solíamos disimular nuestro miedo. Mientras, otro 58 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 grupo de peones recibió la orden de levantar una Ermita en honor de San Miguel, bajo cuya advocación se puso la isla. Ya anocheciendo y avanzadas las obras del Real, el General, satisfecho, nos concedió un merecido descanso, dejando de guardia a una partida de guerreros de la isla de La Gomera que también formaban parte del Cuerpo Expedicionario, yen los cuales tenía mucha conftanza. Nosotros por nuestra parte, tras digerir el escaso rancho nos desperdigamos en grupos alrededor de varias hogueras, donde calentamos del frío palmense. Y fue precisamente al calor del fuego, cuando los reunidos comenzamos a dar rienda suelta a nuestras incertidumbres. A mi lado se encontraban mi compañero Gallardo, el viejo y fornido Portugués, el Gallego, el vizcaíno Albizuri, un aragonés llamado Juan Pestana, perteneciente a mi compañía, Y otros con los que había intimado durante las dos travesías. Por su parte, los oftciales se hallaban reunidos en sus tiendas, apurando buen vino y hablando en alta voz de mil y una obscenidades. Mientras, el Canónigo y sus frailes se habían retirado al recién formado recinto de lo que sería la futura Ermita. En cuanto al General, estaba en su propia tienda con el que parecía ser el jefe de la partida de cincuenta canarios, el mismo al que don Alonso había llamado .. Don Fernando», en Las Isletas. Aproveché dicha circunstancia para preguntarle al siempre melancólico Gallego, quién era el personaje que se encontraba en la tienda del General. Y mi compañero de armas, sin inmutarse lo más mínimo, me respondió: 59 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 -Es el Rey de la isla de la Gran Canaria, Thenesor Semidán, conocido ahora como don Fernando Guanarteme. Dicha respuesta me hizo suponer que el pensativo veterano se estaba burlando de mí, por lo que esbocé una estúpida sonrisa, a la vez que miraba a su cara esperando una confinnación a mi sospecha. Pero no fue así. El Gallego continuó tan serio como siempre, dando a entender que había dicho la verdad. Esto aumentó mi sorpresa, y creo recorclar que estuve ridículamente boquiabierto durante largo rato, sin poder reaccionar. Fue mi compañero Gallardo quien continuó: -¿Y qué hace tan alto personaje con nosotros? A ello respondió, como ya era habitual, Mario el Portugués: -Efectivamente, como ha dicho el Gallego, el indígena que acaudilla la partida de canarios es, o mejor dicho era, el reyezuelo de la Gran Canaria. Aunque más que rey, se le puede considerar como un traidor, y así es considerado por los suyos. Y es que fue el responsable de la sumisión de la isla tras cinco años de lucha. -¿Y cómo fue posible tal traición? -preguntó el aragonés Pestana-, y ¿por qué lo siguen estos gueneros? -En cuanto a lo segundo -respondió el Portugué&-, te puedo decir que los nativos de estas islas, con pocas excepciones, son leales a sus reyezuelos, aunque éstos sean unos viles traidores. De hecho, en esa partida de fieles a nuestra causa se encuentra el hermano del Guanarteme traidor, el cual es llamado Maninidra. Y aunque éste fue un gran guenero que nos infligió varias denutas, 60 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 la lealtad a su hennano el «Rey' 10 decantó de nuestro lado. Pero en 10 referente a la traición del Guanarteme, quien mejor os puede informar es el Gallego, que estuvo cerca de los que lograron capturarlo. Casi al instante, los ojos de los presentes se posaron en el demacrado rostro del Gallego, quien, posiblemente por el vino ingerido en el rancho, o por la expectación que había levantado el Portugués, salió por vez primera de su habitual reserva: -Ciertamente, la historia de la captura del Guanarteme Thenesor Serniclán, hoy don Fernando Guanarteme, es de 10 menos importante de la conquista de la Gran Canaria. El llamado Guanarteme jamás libró un combate con nuestras fuerzas, y era considerado como un verdadero cobarde entre los suyos, 10 cual demostró cuando 10 encontramos. Esto sucedió en enelO de 1482, cuando don Alonso era el capitán de la fortaleza de Agaete. Nos enteramos por medio de espías de que una partida de quince indígenas, con algunas mujeres y niños, se habían detenido en el abandonado pueblo de Gáldar. Por ello nos dirigimos al lugar con tres destacamentos, y descubrimos al Guanarteme y cuatlO de sus Guayres (como designaban a sus capitanes), en compañía de sus mujeres. Ninguno ofreció la más mínima resistencia. Ya partir de ese instante, el Guanarteme se dedicó en cuerpo y alma a ayudar a los nuestros, a destruir y esclavizar a su pueblo (H). -Habláis como si protegierais a los indígenas -interrumpió Gallardo. -No es eso -respondió rápidamente el Galleg~. Lo 61 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 que ocurre es que en todo lugar siempre dan asco los traidores. A pesar de lo interesante de la conversación, la fatiga del día acabó por nublamos los ojos, y la mayoría tomamos a dormir en nuestros lechos de tierra, esperando la dura jornada que previsiblemente nos esperaba. Desperté empapado en sudot; y todavla no había amanecido. Las pesadillas habían invadido mis escasas horas de sueño, provocándome dar vueltas y vueltas en el lecho arenoso. Las figuras decapitadas de mi abuelo y de mi pache, aparecían constantemente en mis sueños, y la frase «ahora te toca a ti" martilleaba incesantemente mi cerebro ... Tenía la boca muy seca y me encontraba mareado, como con fiebre. Esto lo atribuí al estado de excitación del primer día de campaña. Por ello me levanté y eché a andar por el Real. Todavla era de noche, yel delo palmense estaba cubierto de millares de estrellas, a cual más brillante. Tierra adentro, observé las negras siluetas de los inmensos picos que sobtesalían del centro de la isla, como si de un gigantesco circo se tratara. A la vez, millares de insectos dejaban oír su canto nocturno, sobrecogiendo aún más la noche isleña. El espectáculo era impresionante para un alma profana, como la mía, en este tipo de aventuras. Fueron los gritos de uno de los centinelas gomelDs, los que me libraron de mi abstracción. Al parecer, el indígena de guardia había descubierto a un extraño que se acercaba al campamento. Por ello, más movido por la curiosidad que por valentía, me acetqué al lugar de donde partía el albolDtO. Y observé al gOmetD apuntando 62 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 con su ballesta, a una sombra con voz de mujer, que empleando un castellano forzado imploraba poder hablar con don Alonso. Inmediatamente, el centinela dio el pertinente aviso al oficial de guardia, quien dando muestras de conocer a la «intrusa», la condujo hacia la tienda del General. Fue en esos instantes, cuando aprovechando la luz que desprendía la hoguera practicada a la entrada de la improvisada estancia de don Alonso, pude ver el rostro de la recién llegada. Era la misma joven de tez muy morena que había desembarcado con el General, y se había internado en la espesura que rodeaba la playa de Tazacorte. Pero si grande fue mi sorpresa, mayor fue cuando el propio don Alonso recibió a la recién llegada con una amplia sonrisa, acompañada de una graciosa reverencia: -Bienvenida, doña Francisca. Apenas amaneció, cuando todos los expedicionarios fuimos puestos en pie de guerra, ya excepción de cincuenta peones, el resto nos preparamos para marchar hacia el interior de la isla. Mientras, el General estuvo reunido cerca de una hora con los capitanes de su tienda, posiblemente para dar las últimas instrucciones antes de iniciar la exploración. Poco después, el propio don Alonso nos explicó que la isla estaba dividida en doce reinos, y que nos encontrábamos en el territorio de Aridane, al encuentro de cuyos guerreros nos dirigíamos. Finalizó sus palabras el General, con una sonrisa de satisfacción: -Estoy seguro de que con la fuerza de nuestra fe no hará falta que combatamos con los paganos. Sino que ellos 63 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 comprenderán la vetclad de nuestra causa. Semejantes palabras calaron hondo en mi ánimo, e inmediatamente me santigüé, teniendo por seguro que nos disponíamos a iniciar una Cruzada, en la que Dios estaría de nue,tlO lado. ¡Cuán equivocado estaba! Inmediatamente iniciamos la lllalCha, la cual fue abierta entre la espesa vegetación de matorrales por los cincuenta guerreros canarios, que trotaban sobre el escabroso terreno, sorteando todo tipo de obstáculos naturales. Estos indígenas, como ya apunté en alguna ocasión, eran corpulentos y con el pelo muy lalgo, y llevaban sus cuerrx:>s cubiertos de pieles, portando como armas una especie de bastones de madera. Detrás, seguía nuestro General montado a caballo y sin ningún tipo de cuidado, como si no temiera pelig¡o alguno. Junto a él, y también a caballo, iban el Guanarteme traidor como ya nos haOtamOS acostumbrado a llamarlo, y la joven indígena que había penetrado en el campamento la pasada madrugada. Luego, siguieron los capitanes a caballo, y nosotros los peones en número de 700, armados con nuestras espadas, picas, ballestas, y llevando algunas culebrinas como única artilleria, innecesaria entre aquellos riscos. A nosotros, los soldados de a pie, no nos contagió el optimismo del General, por lo que estábamos ojo avizor Yo mismo, no paraba de mirar a ambos lados del itinerario de marcha, esperando el mortal ataque de los fieros palmenses, con piedras y troncos. Otro tanto le ocurrió a mi compañero Gallardo, que no perdía de vista las alturas que teníamos que bOldear, según me 64 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 contó más tarde. Sin embargo, nada sucedió. Pues al poco de iniciar la marcha, nos topamos con las primeras partidas de guerreros palmenses. Todos eran muy altos y robustos, yen contra de lo que esperábamos, se mostraron sonrientes, prodigándonos gestos de amistad. Los nativos iban cubiertos con pieles adobadas, y calzados con lo que parecían cueros de cerdo. Y acercándose a nosotros, comenzaron a tocar de forma cariñosa nuestras rodelas y corazas, con una espontaneidad sorprendente. Nosotros correspondimos a sus atenciones, pese a que nuestros oficiales nos ordenaban que no detuviéramos la marcha. Fue al mediod1a cuando llegamos al poblado del distrito, en un lugar que los nativos conocían como Amartihuya. Allí se encontraba un centenar de isleños entre hombres, mujeres y niños, todos ellos armados con unas lanzas o astas largas, que finalizaban en las puntas con unos cuernos agudos. Sin embargo, su semblante risueño no presagiaba enfrentamiento alguno con nuestras armas. Todo lo contrario, daba la impresión de querer recibimos como a salvadores ... Salvadores de la Fe», pensé en aquel instante. Una vez concentrado el Cuerpo Expedicionario, el General bajó de ~u caballo, y guiado por la indígena llamada doña Francisca, se acercó a un isleño alto y fuerte, de lDstrO noble, al cual le faltaba el brazo izquierdo desde el codo. Esta acción, unida a la mirada de sumisión que le mostraban los demás nativos, me hizo comprender que nos hallábamos ante el reyezuelo de Aridane. Casi inmediatamente, don Alonso Femández de Lugo ordenó a nuestro 65 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 intérprete que leyera en alta voz el ,tratado de amistad. que ofrecían los monarcas de Castilla y Aragón, Isabel y Fernando. El primer punto leído a Mayantigo, pues así se llamaha el rey de Aridane, solicitaba la "paz, unión, trato y amistad entre castellanos y palmenses». Este punto fue aceptado sin condiciones por el reyezuelo. El segundo punto del tratado pedía que "Mayantigo reconociera la grandeza de los Reyes Católicos, y que les obedeciera en todo como inferior; pero que conservaría la dignidad como príncipe y el gobierno del territorio de Aridane». Por último, el tercer y cuarto apartados exigían que ,Mayantigo y sus vasallos abrazasen la religión cristiana; añadiendo que se les guardarían a los palmenses las mismas lihertades y franquicias que a nosotros». Aunque en un principio el rostro del rey de Aridane se haOla tornado sombrío y dubitativo, lo cual nos hizo temer lo peor, inmediatamente accedió a las propuestas de nuestro General. Y éste le correspondió con un fuerte ahrazo, que arrancó vítores de nuestrdS ftlas, y gritos incomprensihles pero lógicamente de alegria, de los palmenses. A todo esto se añadió el cántico del Canónigo de Canarias, que no cesaba de repetir: -Dios ha bendecido nuestra Cruzada. Aprovechando la situación favorable, los sacerdotes seculares y los religiosos de la Orden de San Francisco, que acompañahan en la expedición a don Alonso de Samarinas, procedieron al bautizo de todos los aridanenses, que alegremente 66 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 recibieron el Agua Bendita que les abriría las puertas del cielo. A su vez, el propio rey Mayantigo se arrodilló en la homilía junto a nuestro General, signo inequívoco de que se sometía a la verdadera religión. No sé cuántos días estuvimos acampados en Amartihuya, pero fueron los suficientes como para empezar a conocer las costumbres de los palmenses. Así fue como averigüé que los aridanenses habitaban en cuevas nacidas por la acción de la naturaleza, la mayoría de las cuales se encontraban situadas en los alveolos de los barrancos y en los acantilados costelDS. Su hábitat se concentraba fundamentalmente en la zona próxima a la entrada, donde podían valerse de la luz del sol. Asimismo complDbé que los isleños no realizaban obras de acondicionamiento alguno en sus cuevas, exceptuando un pequeño amurallamiento de piedras. Fue durante uno de mis paseos por el distrito de Aridane, cuando trabé amistad por vez primera con un indígena. Habíamos salido mis compañeros Gallardo, el Portugués y yo, para contemplar la zona costera de la tierra ganada a nuestras armas de forma tan pacífica, cuando hallamos a varias mujeres palmenses bañándose en el mar. Eran muy hennosas, pero su mirada mostraba una salvaje fiereza, lo cual hizo que nuestros naturales instintos varoniles se tornasen en prudencia, y más tarde en temor. Las aridanenses iban adornadas con collares, brazaletes y tobilleras, todas ellas confeccionadas con cuentas de arr:illa y hueso. Y según supimos, realizaban trabajos de gran dureza como cualquier hombre. Como pudimos comprobar en nuestras carnes, a la hora del combate, la 67 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 mujer palmense era igual o superior al hombre. Fue obsetvando la belleza de las isleñas, cuando se nos acercó el que iba a ser nuestro compañero inseparable durante la conquista de La Palma. Era bajo, muy moreno y con el vientre abultado. Se plantó delante de nosotros, y mientras se golpeaba el pecho, repetía incesantemente: -Butinmara, Butinmara ... De esa forma, comprendimos que el isleño nos estaba diciendo cuál era su nombre, a lo cual mis compañeros y yo repetimos la operación, pronunciando los nuestros. Animado tras nuestra respuesta, el isleño Butinmara comenzó a hablar en su idioma, de forma que pronunciaba sus palabras hiriendo la lengua al paladar, a modo de tartajos o impedidos de lengua. Y es que la mayoría de las veces, comenzaba con la letra t, pronunciada en su acento sin finalizar. Por ello nos vimos obligados a solicitar la ayuda del intérprete del Ejército, Guillén Castellano, para intentar mantener una conversación con el nuevo compañero. De esa forma, comencé a aprender el dialecto palmense, algo que me ayudaría a desenvolverme en posteriores aventuras. A su vez, el propio Butinmara se esforzaba al máximo en conocer nuestra lengua, lo cual interpreté como un gran paso en la evangelización de su pobre alma pagana. Butinmara intimó rápidamente con nosotros, tanto que nos invitó a la cueva en que habitaba, la cual era muy limpia y otdenada, recibiendo plenamente la luz del sol. Allí observé varias vestimentas hechas de piel de cabra, que unidas a los calzados de cuero de 68 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 cerdo, como ya había dicho, confonnaban el vestuario de los nativos. Y estando en el interior de dicha morada indígena, recordé que los veteranos habían hablado de las delcias del alimento llamado gofio por los canarios. En la esperanza de que el nuevo compañelO también lo poseyera, repetí varias veces esa palabra. E inmediatamente, Butinmara pareció entender mi exigencia, pues al instante nos obsequió con unos cuencos de arcilla, llenos de una especie de harina oscura, a la que añadió leche de cabra. He de reconocer que la primera vez que probé el gofio, noté un sabor insípido y seco, aunque no repulsivo. Pero al ver que el Portugués y el nativo lo consumían golosamente y sin ascos, yo hice lo propio, acabando por repetir. De esa fauna, y repitiendo las palabras del Portugués, quedé con el vientte hinchado. Tras el inesperado banquete, el Portugués, un poco extrañado, me dijo que ésta era la primera vez que probaba un gofio de este tipo, ya que no sabía igual que la habitual harina de cebada, trigo o centeno, que hacian los canarios. Y empleando las pocas palabras conocidas del dialecto palmense, valiéndose más de gestos que de la lengua, interrogó a Butinmara sobre la forma de elaborar el gofio. Y la respuesta me la tradujo mi compañero: -Al parecer, los palmenses hacen el gofio con raíces de helecho, trituradas en molinillos de piedra. Esta respuesta me hizo caer en la cuenta de que en nuestra corta estancia en la isla, no había visto ningún cultivo. Yes que los palmenses no conocían la agricultura. Una fiia mañana de principios del mes de octubre, el Cue1}X) 69 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Expedicionario se puso nuevamente en marcha en dirección a nuevas conquistas. Yen esta ocasión contábamos con una partida de guerreros aridanenses, entre los que se encontraba el desde entonces inseparable Butinmara, como apoyo a la campaña que se preveía en el interior de la isla. De hecho, aunque los oficiales no nos habían dicho nada, corrió de boca en boca el rumor de que nos dirigíamos al fiero distrito de Tihuya ... ¡Tihuya! Junto a una especie de obelisco o pirámide de piedra suelta que se encontraba en Amartihuya, y cuyo significado desconocíamos, recordé las endechas del Portugués, y ~upe que nos dirigíamos al lugar en que murió Guillén Peraza. Fue entonces cuando una terrible desazón invadió mi cuerpo. Apenas cruzada la frontera entre los dos estados palmenses, recibimos la primera sorpresa: la indígena doña Francisca apareció entre la maleza, acompañada de otro nativo, pidiendo a voz en grito a los canarios de la vanguan:lia, el poder hablar con el General. Dicha petición fue escuchada por el propio don Alonso, quien a lomos de su caballo se dirigió a los recién llegados. Y tras desmontar, se trasladó en compañía de su pariente Pedro Benítez hacia un lugar apartado, donde escuchó con semblante distraído las palabras de los palmenses. Realmente, no comprendía el motivo por el que el General le daba tanta importancia a la indígena llamada doña Francisca, y menos aún que ordenase detener el Ejército cuando íbamos a combatir con los tihuyanos. En ese momento tan crucial le comenté mis dudas al compañero Gallardo, quien confesó que las compartía. 70 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Tras conferenciar con los palmenses, don Alonso se dirigió hacia el lugar en que se encontraban los eclesiásticos, y estuvo largo rato reunido con el Canónigo de Canarias y algunos miembros de la Orden de San Francisco. Mientras, nosotros los humildes peones, aprovechando que nuestros capitanes se unían al General, nos entregamos a la charla. En ella expresamos nuestros temores por el posible combate que debíamos afrontar, surgiendo los más disparatados rumores por el motivo de la detención. Entre estos últimos cogió más fuerza, el que todos los guerreros palmenses se habían unido para aniquilamos, y que la nativa doña Francisca había llegado para damos un ultimátum. Pero no fue así, porque inmediatamente don Alonso otdenó al Cuerpo Expedicionario que reanudara la marcha, aunque sin solicitar alguna medida de precaución especial. Fueron los auxiliares aridanenses en unión de una partida de guerreros de La Gomera, los encargados de proteger los flancos del Ejército, sin estar bajo la autoridad de un oficial. Mientras, el General se había colocado a la vanguardia con sus principales capitanes mostrando un rostro igual de sonriente que cuando se dirigía al encuentro del rey de Aridane. E igual semblante mostraba la isleña doña Francisca, que iba a caballo entre don Alonso y el Guanarteme traidor. Apenas había transcurrido una hora desde nuestrd última detención, cuando nos topamos de frente con los temidos tihuyanos, que nos esperaban con las mismas lanzas de cuemos en punta que utilizaban los aridanenses, y que supe que denominaban mocas. Sin embargo, los "fieros» nativos nos 71 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 recibieron con la misma alegria de sus hermanos de raza. Pese a su fisonomía corpulenta y salvaje, distaban mucho de querer enfrentarse a nosotros en ningún tipo de combate sangriento. Así fue que, tras la primera impresión en la que mis piernas flaquearon y mi estómago se descompuso, el comprobar las amistosas intenciones de los palmenses me relajó de tal manera que parecía un borracho. En ello, apareció entre los habitantes del poblado un sujeto muy alto y musculoso, cuyo cuetpO aparecía cubierto de cicatrices, alguna de ellas muy profunda. Casi inmediatamente, la isleña doña Francisca dijo en voz alta a nuestro General: -Don Alonso, os presento a Echedey, rey supremo del estado de Tihuya. A su vez, la nativa presentó a nuestro jefe al reyezuelo del lugar, en su común idioma, fundiéndose ambos en un efusivo abrazo. Fue en el momento en que nuestro intérprete daba a conocer las condiciones de paz al monan::a tihuyano, cuando se produjo la segunda sorpresa de la jornada. Contrariamente a como había ocurrido en Aridane, en esta ocasión sólo se dio lectura a tres puntos, siendo suprimido el artículo en el que se señalaba que los indígenas tendrían que abrazar la religión cristiana. Por contra, el General ordenó al intérprete que indicara a los tihuyanos que podían conservar sus creencias. Este hecho, según observé, provocó W1 mwmullo de desaprobación por parte de los religiosos, aW1que ningW10 de ellos se atrevió a protestar en aquellos instantes. 72 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Tras montar las tiendas y devorar nuestra ración de bizcocho y garbanzos, obtuvimos permiso para recorrer la zona, ocasión que aproveché con el nuevo compañero Butinmara. De esa forma, a la veZ que contemplaba la forma de vida de los tihuyanos, aprendía cada vez más el idioma palmense. Otro tanto ocurria con el nativo, que hacía grandes progresos en su pronunciación del castellano. Así fue que Butinmara me llevó a una cueva, en la que al parecer habitaba un pariente suyo. Y tras las correspondientes y simpáticas presentaciones, me acomodé en el interior de la vivienda isleña, siempre junto a la entrada, mientras mi nuevo compañelD charlaba animadamente con su familiar. Éste era alto y musculoso, como casi todos los indígenas, y vivía con su mujer y dos hijos. Estos últimos se ejercitaban en una especie de lucha ritual, en la que utilizaban las manos y los pies sin violencia, como medio de derribar al contrario, pero sin llegar a golpearse. Mientras trataba de practicar lo poco aprendido del idioma isleño, la mujer palmense, a la que el vestido de piel adobada y el collar de cuentas de hueso daban una extraña belleza, nos sirvió una vasija con gofio. y, mientras lo hacía, no paraba de repetir la palabra Adago, en tono que parecía de interrogación. Por ello pregunté a Butinmara el significado de aquella palabra. -Adago es lo que ustedes conocen como leche de cabra -respondió a duras penas mi compañelD indígena. Aunque lo más curioso era que, para tomar la leche, tuve que emplear una cuchara de raíces de malvas, al igual que mis anfitriones, lo cual me maravilló aún más. 73 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Tras digerir el exquisito manjar, el pariente de Butirunara, de nombre Atabama, me dio a entender que para esa noche e~tal:Ya prevista la celebración de una fiesta. Y ante mi curiosidad me explicó, o al menos yo entendí, que en cada uno de los reinos en que se divide la isla, existía una especie de piedra sagrada que es objeto de una veneración especial, alrededor de la cual se reúnen los palmenses en ciertos días del mes, para implorar la clemencia divina. Y casualmente, esa noche se celebraba semejante rito. ¡Una fiesta pagana! pensé. Y me alegré de tener la oportunidad de presenciar un espectáculo de ese tipo, antes de que los isleños conocieran la verdadera fe ... Fue entrada la noche cuando tuvo lugar la celebración, y descubrí que la llamada "piedra sagrada" era una especie de obelisco o pirámide de piedra suelta, idéntica a la que haOla visto enAridane y cuyo significado desconocía en aquel entonces. Alrededor de la misma, los hombres y mujeres tihuyanos danzaban con palos en sus manos, los cuales manipulaban diestramente como muestra de sus habilidades. Asimismo, sus graciosos saltitos hacia adelante y hacia atrás, le dal:Yan una especial simpatía a su fauna de bailar. Mientras, nosotros nos habíamos sentado en el suelo, alrededor de la fiesta, alumbrándonos por múltiples hogueras y calentándonos con el vino traído de la Gran Canaria. Por su parte, But.inmar'a no dejaba de señalamos las actuaciones de sus hermanos de raza, profIriendo vocablos ininteligibles para nosotros. En eso, un grupo de mujeres tihuyanas se acercó a nuestro corro y nos ofreció unos buenos trozos de carne asada, a la cual llamaban 74 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 Teguevite. Desde luego que no rechacé la invitación, y tras probar el Teguevite comprobé que se trataba de carne de cabra, algo cruda pero exquisita. Tras los bailes, varias jóvenes palmenses comenzaron a cantar con una gracia y un donaire excepcionales. De hecho, he de reconocer que sus cánticos me embriagaron, y un hormigueo de admiración recorrió mi cuerpo. Pero no sólo me atrajo su arte para cantar, sino la gran belleza de las isleñas, que iban adornadas con unos colgantes triangulares, ovalados y esféricos, con conchas de moluscos, piedras o maderas de acebiño, según cada cual. Todo ello contribuyó a despertar mis instintos sexuales, dormidos hasta entonces por la Cruzada de Fe con que realizábamos la campaña. Más tarde, los palmenses nos deleitaron con una especie de lucha, idéntica a las que había visto realizar a los hijos de Atabarna, el pariente de Butinrnara. Estas pruebas, como ya relaté, consistían en el enfrentamiento entre dos contrincantes, uno de los cuales debía derribar al otro, bien con juegos de pies bien con las manos, pero sin ejercer ningún tipo de violencia. Lo más fantástico era su nobleza, pues el vencedor ayudaba con su mano a levantarse al caído, como gesto de amistad. Estábamos tan abstraídos con el espectáculo, que apenas nos dimos cuenta de la vuelta de las mujeres tihuyanas, con más trozos de carne. Mi amigo Mario el Portugués, exclamó burlonamente: -Vaya ... Más Teguevite. -Asinarina, asinarina ... -respondieron las nativas, 75 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 meneando la cabeza con un gesto de negación. Efectivamente, en esta ocasión no se trataba de Teguevite, sino de carne de puerco, a la que los indígenas denominaban asinarina. Y tras degustarla, el Portugués abrió otra de las barricas del vino adquirido en la Gran Canaria, lo que contribuyó a caldear un poco más la atmósfera. En eso, observé como los capitanes Femando del Hoyo, Pedro de Vergara, Gerónimo Valdés y Andrés Suárez Gallinato, contemplaban la fiesta con semblante risueño y apurando un buen vino. En otro de los corros que se habían formado, se encontraba Lope Fernández de la Guerra, amigo íntimo del General y magnífico oficial, junto con Gabriel Socarras Centellas. Todos ellos miraban con ojos ávidos el movimiento de las mujeres palmenses danzando alrededor de la pirámide. Pero fue junto a mi grupo, Y en medio del bullicio, donde escuché los comentarios de desaprobación de otros espectadores. -¡Qué espectáculo más horrible! Tener que soportar otgías paganas de unos salvajes que no han querido reconocer el buen nombre de nuestro Señor Jesucristo -Reconocí la voz del Canónigo de Canarias. -y lo peor es que no podemos hacer nada para impedirlo -señaló uno de los sacerdotes seculares que le acompañaba-o Y es que no hay duda que son prácticas de invocación al Demonio. -No os preocupéis, que mi sobrino sabe perrectamente lo que tiene que hacer con estos salvajes -intervino pecho Benítez de Lugo, quien por el tono de voz daba la impresión de encontrarse 76 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 embriagado-. Muy pronto, cuando consigamos nuestros objetivos, los pondremos en su sitio. Sólo hay que tener paciencia. -¡Paciencia! -repitió con voz muy dura don Alonso de Samarinas--. Pero confio en que no tengamos que esperar mucho tiempo para acabar con estos actos pecaminosos, que en nada ayudan a los fines de esta cristiana Cruzada. Es necesario poner cuanto antes las cosas en su sitio. En ese momento, algunos isleños comenzaron a recitar en ~u lengua una serie de romances o endechas, que según me explicó Butinmara, eran conmemoraciones de las hazañas y virtudes de sus antepasados. Y he aquí que, comenzando tales pruebas de la inteligencia de los nativos, nuestros religiosos se retiraron a sus tiendas, no haciendo lo propio Pedro Benítez que continuó apurando vino sin peruer de vista a las jóvenes palmenses. Apenas reemprendimos la marcha, comenzaron a caer del cielo palmense las primerds gotas de lluvia, que convirtieron los ya impracticables senderos isleños en barrizales que obstaculizaban la expedición. De hecho, ya desde la partida había observado los numerosos y negros nubarrones, que trepahan como absorhidos por la grdll muralla de altas montañas que cett:aha el centro de la isla, presagiando el inminente aguacero. He aquí que el cambio de situación, me obligó a sufrir mi inexperiencia en las mamas por terrenos vtrgenes e inexplorados. En más de una ocasión reshalé por entre aquellos barrancos y depresiones, llegando a lesionarrne seriamente. Incluso llegó un momento en el que me tragué el bano del camino, con la consiguiente hilaridad de los veteranos, más 77 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 duchos en este tipo de aventuras. Para mi consuelo, no fui el único peón que soportó semejantes humillaciones. A medida que atravesábamos los interminables bosques de pinos, que tanto retrasalYan nuestra marcha, nos encontrábamos con profundas charcas de agua, las cuales debíamos vadear para poder continuar. El agua no representaba ningún problema para los palmenses. Pero lo que nunca me dejó de impresionar durante los primeros días de la campaña, fue aquel inmenso circo de montañas cortadas a pico, tierra adentlD, que parecía querer desafIar la buena marcha de la expedición. Pero eso era imposible, pensaba yo, pues la campaña acabarla pronto y sin derramamiento de sangre, gracias a la nobleza con que la emprendíamos y al apoyo indiscutible de nuestro Señor Jesucristo. Tras varias horas de marcha e infInitas penalidades, bajo la lluvia que no parecía arreciar nunca, nos encontramos con los habitantes del reino de Guehevey, los cuales nos dieron la impresión de llevar esperándonos mucho tiempo. Todos ellos ilYan cubiertos de escasas pieles a pesar del brusco cambio del tiempo, y su vista pareció congelar aún más mi cuerpo. Fue el reyezuelo del distrito, un indígena alto y de rostro noble, quien rodeado de sus guerreros, siempre armados de las imponentes mocas, acudió presuroso a recibirnos. Correspondiendo al gesto, nuestro General desmontó de su caballo y se acen::ó al isleño, ofreciéndole con gesto humilde una espada, y una de las capas que habitualmente utilizaban nuestros oficiales. Estos obsequios parecieron llenar de alegría al monarca nativo, quien 78 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 rápidamente cubrió de abrazos a don Alonso. Simultáneamente, nuestros capitanes repartieron una serie de regalos como cuentas de cristal o telas de Castillo, entre los palmenses, los cuales intercambiaron por gofio y colgantes de conchas de un caracol que no acertaba a conocer. En medio de tanta alegría, el General ordenó romper el orden de marcha, sin llevar a cabo el ya habitual ceremonial de sometimiento de los nativos a las Leyes de Castilla y Aragón, y mucho menos la aceptación de la \érdadera Religión. Sin emlxugo, apenas reparamos en esos instantes a tales requisitos, debido a la alegría que suponía el haber conseguido una nueva victoria sin derramamiento de sangre. Estuvimos acampados en Guehevey mientras duraron las primeras lluvias, refugiándonos en las numerosas cuevas naturales del lugar, o en una serie de abrigos construidos a mano con la ayuda de los palmenses. Entre tanto, nos alimentábamos con gofio y leche de cabra, de los cuales nos proveían los isleños. Por su parte, el reyezuelo del lugar, de nombre Tamanca, acogió a nuestro General en su propia cueva, que tenía fama de ser la más confortable del reino. A todo ello observé que estas grutas, al ser naturales, solían estar muy separadas entre sí, no llegando a fonnar nunca caseríos ni agrupaciones como cualquier poblado nonnal. Por ~;uerte para el buen re~ultado de la expedición, las lluvias cesaron muy pronto, y poco antes de reiniciar la marcha salimos de nuestros refugios para reconocer la nueva tierra sometida a nuestros reyes. Así fue que el inseparable Butinmara nos convenció 79 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 a mi compañero Gallardo y a mi, para que lo acompañáramos a la zona litoral y viéramos a sus hermanos de raza, empeñados en las tareas de captura del pescado. Ciertamente, tal y como hubiera relatado el Portugués en la Gran Canaria, la forma de pescar empleada por los nativos de La Palma era muy curiosa. Los isleños se colocaban en c11CUlo con el agua a la cintura, aporreando con grandes garrotes al abundante pescado que se acercaba a la orilla. y aunque parezca insólito, conseguían abundantes capturas. De hecho, en el corto periodo que estuvimos en aquella pequeña playa, recuerdo que los nativos consiguieron llevar a tierra decenas de peces de forma alargada y con sus costados blanquecinos, especie que parecía ser habitual en las costas isleñas. También era común un pescado muy plano con el cuerpo cubierto de lmeas oscuras. He de reconocer que esta forma de pescar me maravilló sobremanera, máxime cuando en un escaso margen de tiempo, los palmenses lograron un número de presas tal, que poclrian haber alimentado a todo el Cuerpo Expedicionario. Su sola vista despertó a mi aletargado estómago, cansado ya de las habituales raciones de garbanzos, nabos y bizcochos. Por ello le pregunté a Butinmara si podría coger alguno de los pescados que todavía coleaban en la orilla arenosa. Pero la respuesta del indígena fue negativa, ya que según me explicó, todas las capturas debían ser llevadas al poblado y repartidas entre los súbditos. El resto podría ser entregado al Cuerpo Expedicionario como gentileza del reyezuelo Tamanca. Pero como Butinmara se percatase de las ansias que 80 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 teníamos Gallardo y yo de masticar algo, rápidamente nos llevó a la zona rocosa del litoral, producto de erupciones volcánicas antiquísimas. Yes que, en el interior de todas esas fonnas de lava petrificada, se haotan creado una especie de chatcos de agua salada, que una vez bajada la marea se encontraban llenos de peces de pequeño tamaño. Pero no era esa la sotpresa que nos reservaba Butinmara. A lo largo de todo el litoral volcánico se encontraban centenares de caracolitos, que se hallaban fuertemente adosados a la roca dura. Y nuestro compañero indígena cogió varios de ellos, hurgando en su interior con una pequeña y aftlada astilla, y sacando una masa alargada y carnosa, la cual devoró con avidez. Luego, nos hizo señas para que lo probásemos, lo que hicimos no sin ascos. Lo cielto es que eran exquisitos. Tanto que mi compañero de fatigas y yo estuvimos largo rato arrancándolos de las piedras y masticándolos. Lo mismo hicimos con otra especie, de caparazón muy plano, a la cual tuvimos que despegar de las lOcaS con nuestros cuchillos. Recuerdo que aquel día comimos demasiado del inesperado alimento. Una vez de vuelta en nuestro improvisado campamento, me percaté de la presencia del manco rey de Aridane, el hermoso Mayantigo, a cuyo alrededor se agolpaban decenas de guerreros isleños. Éstos, mostraban hacia su persona un denoche de cariño y simpatía sotprendente. Estas pruebas de lealtad y respeto, me intrigaron sobremanera, y así se lo hice entender a Butinmara. -Mi señor Mayantigo, que en vuestra lengua significa 81 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 "Pedazo de Cielo», es una persona sagrada para todos nosotlOS. Siempre ha sido un rey bueno y justo. -¿Y qué le pasó en el brazo? ¿Sufrió un accidente?preguntó mi compañero Gallardo. Fue entonces cuando Butinmara se sentó en el suelo, invitándonos a hacer lo mismo. Y una vez en esa posidón, comenzó a hablamos empleando vocablos tanto palmenses como castellanos, en un intento desesperado para que lo entendiéramos: Hace varios años, se produjo una reñida contienda entre nuestro reino y el de Ahenguareme, el cual está regido por los hermanos Echentire y Azuquahe, y todos nosotros estuvimos empeñados en el combate. Fue una larga guerra, y se perdieron muchas vidas valiosas--en ese momento, Butinmara hizo una breve pausa, como recreándose en el pasado, y continuó- Yo intervine en muchos de aquellos combates al lado de mi rey, y todos luchamos valientemente. PelO fue en una de esas batalla" cuando nuestro señor Mayantigo resultó malherido en el brazo izquierdo. Sin embargo, no mostró temor alguno, pues cogió su propio brazo, lo torció por el codo y se lo amputó. Desde entonces le llamamos Mayantigo Aganeye, significando esta última palabra "brazo cortado» (9). Tras su relato, Butinrnara tenía el cuerpo muy tenso, como si estuviera viviendo cada uno de los momentos que acababa de narrar. Y en sus ojos pude observar un destello como de admiración, que supuse era hacia su rey, a quien no hanta dejado de observar mientras hablaba. PelO he aquí que habíamos tocado una parte sensible de su persona, pues volvió a la caIga para 82 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 contamos otro de los hechos históricos que le tocó vivir: -Hace unos pocos años, en nuestra tierra de Benahoare comenzó una Gran Guerra en la que se vieron implicados todos los reinos de la isla. La lucha comenzó al principio entre el rey de Tedote, Atogmatoma, yel Gran Señor de Aceró, Tanausú. Y como ambos son los reinos más fuertes, todos los demás se fueron aliando con uno u otro bando. Yo también luché en esa contienda, y al igual que obtuvimos muchas victorias, sufrimos algunas derrotas. Se tuvo que derramar mucha sangre hasta que se logró la paz. y ésta llegó cuando nuestro rey Mayantigo se casó con la bella Tinalama, hija de Atogmatoma (lO). A la mañana siguiente y muy temprano, bajo un cielo cubierto de negros y gruesos nubarrones, el Cuerpo Expedicionario se volvió a poner en rnaK:ha, en dirección al reino de Ahenguareme. Yen esta ocasión, de forma más exagerada que las anteriores, el orden de marcha del ejército era nulo, sin apenas protección en los flancos. A excepción de las envidiadas partidas canarias, el.testo del ejército marchábamos de forma descuidada, como si los oficiales despreciaran cualquier intento ofensivo del enemigo. Pero, ¿realmente existía enemigo? Una vez más volví a pagar mi inexperiencia en la man::ha por los abruptos y pedregosos senderos isleños, cubiertos de barro por las recientes lluvias. Fue entrado el día cuando llegamos a lo que parecía la cabecera del distrito de Ahenguareme, el cual me maravilló por la gran cantidad de cabras y ovejas que pastaban en él. También observé varias piaras de cemos, que emitían sus gruñidos como 83 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 alertados por nuestra presencia. Ciertamente, el número de animales era más que suficiente para alimentar a tres ejércitos como el nuestro durante mucho tiempo. Al igual que en las anteriores ocasiones, los habitantes del reino isleño nos recibieron con semblantes risueños, como dando la impresión de que nuestra llegada era una salvación para ellos. ¡Para sus almas!, pensé para mis adentros. A la cabeza de los súbditos estaban sus reyezuelos, los hermanos Echentire y Azuquahe, los mismos que fueron responsables de que el rey de Aridane quedara manco de por vida, según el relato de Butinmara. En esta ocasión no se mostraron tan fieros, pues nos ofrecieron el ya tradicional gofio, como pre~umible gesto de buena voluntad. Por su parte, nuestros oficiales, en lo que parecía una norma establecida, obsequiaron con regalos a los dos dirigentes del reino que se entregaban sin lucha. 84 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 CAPÍTULO CUARTO "EN LAS MONTAÑAS DEL TINIBÚCAR" Poco tiempo estuvimos en Ahenguareme, ya que nuestro General no dejaba de mostrar una enorme impaciencia en reemprender la marcha hacia el resto de los reinos isleños. Por ello, apenas tuvimos el tiempo suficiente para montar las tiendas en previsión de fuertes precipitaciones de lluvia, y recoger abundantes provisiones, de las que nos proveían los nativos. La última noche en aquel cantón, la temperatura bajó considerablemente, por lo que todos nosotros para evitar morir congelados, nos colocamos alrededor de varias hogueras, cuyo confortable calor no logró liberamos de las garras del húmedo frío palmense. Por ello, nuestros capitanes consintieron en repartir una generosa ración de aguardiente entre los ateridos componentes del Cuerpo Expedicionario. De esa forma y como único modo de disimular los fuertes temblores que sacudían nuestros cuerpos, bebimos y charlamos latgamente, recordando todos y cada uno de los episodios vividos desde que habíamos puesto el pie en Tazacorte. Más de uno confesó los temores sufridos al entrar en cada 85 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 nuevo reino isleño sometido, y la satisfacción de ver que sus habitantes aceptaban nuestras condiciones sin luchax Por ello, fue opinión de muchos, entre los que yo me contaba, que nuestro Ejército se encontraba protegido "por nuestro Señor Jesucristo", ya que estábamos emprendiendo una Cruzada. Y es que el sometimiento voluntario de los isleños, daba a entender que "Dios aprobaba nuestras acciones", motivo por el cual las bendecía sin derramamientos de sangre. En esa conversación estábamos, cuando sonaron las atronadoras carcajadas de nuestro capitán Diego Núñez: -Pero, ¿de qué nido han caído ustedes, pichoncitos? No sé si fue el alcohol ingerido o la rabia que me había provocado semejante pregunta. Lo cierto es que me puse en pie y me enfrenté al cmico oficial: -¿A qué os referís don Diego? Acaso vos no creéis en la Iglesia. ¿Es que sois hereje? Mis palabras debieron sentarle mal al grueso capitán, pues rápidamente echó mano a su espada, como queriendo enfundarla contra mí. Pero fue una ira momentánea, puesto que por suerte para mí, su mano se quedó sólo en el intento. Sin emba¡go, su rostro seguía crispado cuando me respondió: -Frena tu lengua, pichón, porque eres una simple inmundicia alIado mío. Tienes suerte de que et>temos en campaña, porque si no ya estarías muerto. Semejante reacción me hizo tragar saliva, y al temblor provocado por el frío, se unió el del miedo. Fue el Portugués quien 86 © Del documento, los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2014 agarrándome por un brazo, me sentó en el suelo. Mientras, el aragonés Pestana desvió la atención del embriagado oficial, hablándole: -Mi capitán, no podéis negar que nuestra expedición se está realizando bajo la protección divina ... Hemos sometido cuatro reinos isleños sin ningún combate. En ese instante, los ojos de don Diego Núñez brillaron como los del Demonio, debido al reflejo de la hoguera, y nos dijo: -Parecéis estúpidos. Aquí no hay lugar para historias de Cruzadas, protecciones divinas y otras sandeces. Todo lo que está ocuniendo, ya estaha previsto de antemano. -Pero el Canónigo y los frailes -quiso replicar otro recluta. -A la mierda el Canónigo y los frailes. Todos ellos os están engañando con historias sobre la fe y demás monset |
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