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EDITA: FUNDACIÓN CANARIA DEL COLEGIO DE MÉDICOS DE LAS PALMAS EJECUCIÓN DE LA OBRA: SALCEDO-CASSAL. COMUNICACIÓN E IMAGEN DIRECCIÓN DE CONTENIDOS, REDACCIÓN y COORDINACIÓN EDITORIAL Ofelia Salcedo Santana INVESTIGACIÓN y REDACCIÓN Idaira Alonso Hernández DISEÑO y MAQUETACIÓN Rafa Salcedo Gonzálvez FOTOGRAFÍA: © SEGÚN ÍNDICE DE ILUSTRACIONES IMPRESO EN ESPAÑA POR GUTEMBERG ISBN: 978-84-615-8011-8 DEPÓSITO LEGAL: GC 115-2012 Las tareas de investigación y redacción de la presente publicación finalizaron en el mes de noviembre de 2010 Este libro no podrá ser reproducido ni total ni parcialmente sin el previo permiso escrito de la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas La presente publicación, editada por la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas, cul-mina el interés de nuestro Colegio por rescatar y dar a conocer la evolución de la Medicina en la isla de Fuerteventura –un territorio largamente castigado por el aislamiento, el olvido y las extremas condiciones de vida padecidas por sus habitantes en el pasado–, cuyo desarrollo experimenta una progresión que bien puede calificarse como de ‘extraordinaria’ en apenas veinticinco años, ya avanzada la segunda mi-tad del siglo XX. Y es que mientras que en el resto de las Islas Canarias la infraestructura sanitaria se va generando de una de manera progresiva, en Fuerteventura, la asistencia médica, afectada por una pro-longada carencia de medios, en un tiempo récord cuenta con casi todos los recursos mínimos necesarios. Entre 1950 y 1980, se produce un salto cuantitativo en relación a la presencia de profesionales, pues de contar con cuatro médicos rurales, la isla pasa a disponer de un pequeño hospital que acoge siete especialidades y donde se realizan las primeras intervenciones programadas. El apreciable desarrollo médico experimentado a partir de entonces permite, en los años 90, ofrecer a la población majorera una cobertura sanitaria similar a la existente en el resto de las islas del Archipiélago; a continuación, los avances médicos no dejan de producirse. Aunque tardío y dificultoso, tal desarrollo sanitario se alcanza, en gran medida, gracias a la heroica labor profesional, la absoluta implicación personal y el meritorio e incansable esfuerzo de los médicos de la isla, protagonistas destacados de este logro, a quienes colegia-dos y ciudadanos en general debemos un justo reconocimiento. Conocer nuestra historia, tener la perspectiva de nuestro pasado, nos ayuda a entender nuestro presente, a reflexionar sobre él y a plantearnos nuevos retos. Sólo así es posible continuar evolucionando como profesionales y como sociedad. De ahí la importancia de este libro, redactado a partir de una exhaustiva y rigurosa labor de investigación y documentación, y concebido como una obra divulgativa de referencia, destinada a contribuir al conocimiento cultural, educativo, docente y científico del colectivo médico y a acercar la apasionante Historia de la Medicina de Fuerteventura a estudiantes, investigadores y ciuda-danía en general. En nombre de la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas, deseo agradecer la generosa e indispensable contribución a esta publicación de una parte importante del personal sanitario de la isla y de otras personas involucradas en el desarrollo de la estructura sanitaria de Fuerteventura, cuyo testi-monio vivo, aquí recogido, afianza el valor documental de este libro; entre ellos, el de D. Carlos González Cuevas, presente en estas páginas: uno de estos médicos protagonistas de la Historia de la Medicina en Fuerteventura, tristemente fallecido en 2011. De modo particular, expreso la más sincera gratitud de la institución hacia el impulsor de este proyecto, D. Juan Letang Benjumeda, vocal del Patronato de la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas, y hacia todos y cada uno de los médicos de Fuerteventura, parte esencial de su progreso, con un especial reconocimiento a sus ‘primeros médicos’, padres de la actual Medicina. Pedro Cabrera Navarro Presidente Mi tierra verde, tu tierra parda mi tierra erguida, tu tierra echada mi tierra grita, tu tierra calla mi tierra vive, la tuya aguarda. Sueño tus llanos, tú mis montañas yo en tu sombrera con anchas alas te quiero hermano, te quiero hermana deja tus suertes, deja tus gavias. Fuerteventura, fuerte desgracia que no vivamos la misma casa, puerta con puerta, cama con cama sueño con sueño, maga con maga. Mi agua es dulce, la tuya amarga mía la rosa, tuya la aulaga yo la fatiga, tú la esperanza. Pedro Lezcano Biografía poética, 1986 PARTE 1. LA MEDICINA EN FUERTEVENTURA DESDE LA PREHISTORIA HASTA EL S. XVIII 1.1. ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 19 1.1.1. MEDIO NATURAL 20 1.1.2. POBLACIÓN 20 1.1.2.1. Asentamientos 21 1.1.2.1.1. Barrancos 21 1.1.2.1.2. Zonas elevadas 22 1.1.2.1.3. Malpaíses 22 1.1.3. ACTIVIDAD ECONÓMICA 23 1.1.3.1. Ganadería 23 1.1.3.2. Agricultura 24 1.1.4. ALIMENTACIÓN 25 1.1.5. APARIENCIA FÍSICA 26 1.1.6. CARACTERÍSTICAS DE LA MEDICINA INDÍGENA CANARIA 27 1.1.7. ENFERMEDADES DE LOS PRIMITIVOS CANARIOS 29 1.1.7.1. Fracturas 29 1.1.7.2. Tuberculosis 30 1.1.7.3. Sífilis 31 1.1.7.4. Reumatismo articular 32 1.1.7.5. Osteomielitis 33 1.1.7.6. Otros procesos infecciosos 33 1.1.7.7. Tumores óseos 33 1.1.8. INTERVENCIONES QUIRÚRGICAS REALIZADAS POR LOS INDÍGENAS CANARIOS 34 1.1.8.1. Sangría 34 1.1.8.2. Escarificación 34 1.1.8.3. Cauterización 35 1.1.8.4. Trepanación 36 1.2. CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES 39 1.2.1. LA NUEVA SOCIEDAD MAJORERA 39 1.2.2. EMIGRACIÓN A LAS ISLAS REALENGAS E INCURSIONES BERBERISCAS 40 1.2.3. ATAQUES PIRATAS 41 1.2.4. NUEVOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN 42 1.2.5. ACTIVIDAD ECONÓMICA 43 1.2.5.1. Agricultura 43 1.2.5.2. Ganadería 45 1.2.6. NUEVAS ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO 46 1.2.6.1. Lepra 46 1.2.6.2. Sífilis 47 1.2.6.3. Peste 48 1.2.7. EPIDEMIAS EN FUERTEVENTURA 49 11 ÍNDICE DE CONTENIDOS 1.3. SIGLO XVII: HAMBRE, EMIGRACIÓN Y ENFERMEDAD 51 1.3.1. ADMINISTRACIÓN POLÍTICA 51 1.3.2. POBLACIÓN 52 1.3.3. ECONOMÍA 52 1.3.3.1. Agricultura 52 1.3.3.2. Ganadería 53 1.3.4. COMERCIO 54 1.3.5. ALIMENTACIÓN 55 1.3.6. HAMBRE 55 1.3.7. ENSEÑANZA 56 1.3.8. TRATAMIENTO Y PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES 56 1.3.8.1. Remedios usados en Canarias 56 1.3.8.2. Prevención de epidemias en Fuerteventura 61 1.3.8.3. Epidemias en la isla 62 1.3.8.4. Asistencia sanitaria en Fuerteventura 64 1.4. SIGLO XVIII: HAMBRUNAS, EMIGRACIONES MASIVAS Y EPIDEMIAS 65 1.4.1. ADMINISTRACIÓN POLÍTICA 65 1.4.2. POBLACIÓN 66 1.4.3. ECONOMÍA 70 1.4.3.1. Agricultura 71 1.4.3.2. Ganadería 71 1.4.3.3. Pesca 72 1.4.4. INDUSTRIA 73 1.4.5. COMERCIO 73 1.4.6. ALIMENTACIÓN 74 1.4.7. HAMBRE 74 1.4.8. ENSEÑANZA 75 1.4.9. SANIDAD INSULAR Y PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES 75 1.4.9.1. Remedios usados en Canarias 76 1.4.9.2. Prevención de epidemias en Fuerteventura 77 1.4.9.3. Epidemias en la isla 78 1.4.9.4. Demanda de médicos titulados en Fuerteventura 80 1.4.9.5. Asistencia sanitaria en Canarias 81 12 PARTE 2. LA MEDICINA EN FUERTEVENTURA DESDE EL SIGLO XIX HASTA LA ACTUALIDAD 2.1. SIGLO XIX: DE LA MEDICINA POPULAR AL PRIMER MÉDICO MAJORERO 87 2.1.1. MÉDICOS Y HOSPITALES EN CANARIAS 87 2.1.2. ENFERMEDADES MÁS COMUNES EN CANARIAS 88 2.1.3. LA LEPRA EN CANARIAS 91 2.1.4. MEDICINA POPULAR EN FUERTEVENTURA 94 2.1.4.1. Embarazo y parto 95 2.1.4.2. Poderes curativos de los santos 95 2.1.4.3. Enfermedades y remedios más usuales 95 2.1.5. TOMÁS MENA Y MESA: EL PRIMER MÉDICO MAJORERO 98 2.1.5.1. Nacimiento y primeros años 98 2.1.5.2. Formación en el Seminario Conciliar de Las Palmas 100 2.1.5.3. Estudios de Medicina en La Habana 101 2.1.5.4. Formación en París 102 2.1.5.5. Regreso a Cuba y desarrollo profesional 102 2.1.5.6. De vuelta a Fuerteventura 103 2.1.5.7. Una fuerte personalidad 106 2.1.5.8. Últimos años de vida 107 2.1.5.9. Creencias religiosas y disposición testamentaria 108 2.1.5.10. El legado del doctor Mena: el Hospital de La Ampuyenta 110 2.1.5.10.1. Situación jurídica 110 2.1.5.10.2. Primeros trámites 111 2.1.5.10.3. Ejecución de la obra 112 2.1.5.10.4. Principales aportaciones arquitectónicas 114 2.1.6. ASISTENCIA SANITARIA EN FUERTEVENTURA A FINALES DEL SIGLO XIX 116 2.2. LA MEDICINA DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX A LOS AÑOS CUARENTA 117 2.2.1. EDIFICIOS SANITARIOS 117 2.2.2. LA BENEFICIENCIA 117 2.2.3. LOS PRIMEROS MÉDICOS DE FUERTEVENTURA EN ESTE SIGLO 119 2.2.3.1. Domingo Hernández González 119 2.2.3.2. Santiago Cullen e Ibáñez 119 2.2.3.3. Gerardo Bustos y Cobos 120 2.2.3.4. José Arias Pierrá 121 2.2.3.5. Gregorio Burgo y Carlos Rodríguez-Lafora 121 2.2.3.6. Otros nombramientos 122 2.2.4. LA MEDICINA POPULAR: EL MÉDICO DE LOS CORDEROS 122 2.2.5. ENFERMOS HOSPITALIZADOS EN CENTROS BENÉFICOS DE OTRAS ISLAS 123 13 ÍNDICE DE CONTENIDOS 2.3. LA MEDICINA DESDE LOS AÑOS CUARENTA HASTA FINALES DE LOS SESENTA 126 2.3.1. TRES MÉDICOS PROTAGONISTAS 127 2.3.1.1. José María Peña Yáñez 127 2.3.1.2. Arístides Hernández Morán 133 2.3.1.3. Guillermo Sánchez Velázquez 139 2.3.2. INFRAESTRUCTURAS SANITARIAS Y MEDIOS MATERIALES 145 2.3.3. MÉDICOS DURANTE LAS VEINTICUATRO HORAS DEL DÍA 147 2.3.4. RECORRIDOS MÉDICOS POR LA ISLA 148 2.3.4.1. La Oliva 148 2.3.4.2. Pájara y Betancuria 149 2.3.4.3. Jandía 150 2.3.5. EVACUACIÓN DE ENFERMOS 152 2.3.6. ENFERMEDADES MÁS COMUNES 155 2.3.7. PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES Y VACUNACIONES 161 2.3.8. MEDICINA POPULAR 163 2.3.9. URGENCIAS 164 2.3.10. PARTOS 165 2.3.11. MEDICINA VOCACIONAL 167 2.4. LA CLÍNICA VIRGEN DE LA PEÑA: EL PRIMER CENTRO MÉDICO-QUIRÚRGICO 168 2.4.1. ADMINISTRACIÓN Y DIRECCIÓN DEL CENTRO 169 2.4.2. PERSONAL SANITARIO 170 2.4.3. DIFICULTADES DE SUMINISTROS DE AGUA Y LUZ 172 2.4.4. LABORATORIO 173 2.4.5. DEMANDA QUIRÚRGICA DE SANGRE 174 2.4.6. NUEVAS ESPECIALIDADES MÉDICAS 174 2.4.7. EVACUACIÓN DE PACIENTES 176 2.4.8. EL ACCIDENTE DE LOS PARACAIDISTAS EN TEFÍA 176 2.4.9. LA CLÍNICA SE QUEDA PEQUEÑA 177 2.4.10. ETAPA FINAL DE LA CLÍNICA (1980-1982): LOS MÉDICOS ADJUNTOS CONTRATADOS 180 2.4.11. CIERRE DE LA CLÍNICA VIRGEN DE LA PEÑA 185 2.5. EL HOSPITAL GENERAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL 187 2.5.1. DIRECCIÓN DEL CENTRO 188 2.5.2. ETAPAS DEL “HOSPITAL NUEVO” 189 2.6. LA MEDICINA RURAL DESDE LOS AÑOS SETENTA HASTA LA ACTUALIDAD 191 2.6.1. NORTE 191 2.6.2. CENTRO 192 2.6.3. SUR 194 14 2.7. PATOLOGÍAS MÁS COMUNES EN FUERTEVENTURA A FINALES DEL SIGLO XX 198 2.8. LA SANIDAD MAJORERA EN LA ACTUALIDAD Y PERSPECTIVAS DE FUTURO 201 BIBLIOGRAFÍA 205 ÍNDICE DE ILUSTRACIONES 217 15 ÍNDICE DE CONTENIDOS LA MEDICINA EN FUERTEVENTURA DESDE LA PREHISTORIA HASTA EL S. XVIII 1.1. ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Muy poco se sabe del modo de vida de los aborígenes de Fuerteventura y del resto de Canarias antes de la con-quista castellana del siglo XV, pues los primeros pobladores del Archipiélago no conocen la escritura y, por lo tanto, no dejan documentos que expliquen sus costumbres o su modo de organización social. El primer texto que describe a los habitantes de las islas y el entorno natural en el que viven lo constituye Le Cana-rien, las crónicas de la conquista del Archipiélago Canario llevada a cabo por los normandos Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle en el siglo XV. Ellos no son, sin embargo, los primeros europeos en llegar a las islas, pues éstas eran conocidas en el mundo grecolatino gracias, principalmente, a Plinio El Viejo, quien se hizo eco en el siglo I de la expedición enviada al Archipiélago por el rey Juba II de Mauritania (25 a.C.-25 d.C.) (Del Arco y Navarro 1987, p. 10), y en la Baja Edad Media, desde finales del siglo XIII y durante todo el siglo XIV, varios navegantes de diversas nacionalidades –castellanos, catalanes, portugueses e italianos, entre otros− realizan incursiones a Canarias con fines comerciales y esclavistas. Tampoco es Le Canarien el primer texto posterior a Plinio que alude a las islas, pues anteriormente, en 1341, tiene lugar una expedición, enviada por Alfonso IV de Portugal −al mando del florentino Angiolino del Tegghia de Corbizzi y del genovés Niccoloso da Recco−, con el objetivo de determinar la localización y características del Archipiélago. Las notas tomadas por ellos sirven para que Giovanni Boccaccio escriba poco después De Canaria y de las Otras Islas Nuevamente Halladas en el Océano Allende España (1341). Sin embargo, el escrito redactado por estos marinos italianos se limitaba a aportar unos pocos datos –algunos bastante difusos−, referentes en su gran mayoría a la isla de Gran Canaria (Tejera 2006, p.145). Por este motivo, Le Canarien, atribuida a Pierre Bontier y Jean Le Verrier, los capellanes de la expedición normanda ya mencionada, es considerada entre “las referencias más antiguas y completas conocidas sobre las poblaciones preeuropeas de las Islas Canarias” (Tejera 2006, p.145), razón por la que constituye en el presente documento la principal fuente de aproximación a la Fuerteventura prehistórica y a sus habitantes. Grabado que reproduce una escena de lucha entre canarios prehispánicos. Fuente: Índice de ilustraciones (4) 19 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.1. MEDIO NATURAL Gadifer de la Salle cuenta en Le Canarien que, si bien en Fuerteventura no existe una vegetación de grandes di-mensiones, como ocurre en las islas occidentales, sí abundan por toda la geografía majorera pequeños árboles que desprenden una resina con propiedades medicinales, además de otras especies “que producen dátiles y aceitunas, almáciga y otras cosas raras”. Asimismo, De la Salle hace referencia a la existencia de fuentes de agua “hermosas, vivas y corrientes; y en 4 ó 5 puntos se podrían hacer molinos de agua para moler” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). Jean de Béthencourt coincide en estos aspectos con la descripción de su compañero de expedición. Así, dice que “se hallan en cuatro o en cinco puntos arroyos de agua dulce corriente, capaces de mover molinos. Y junto a aquellos arroyos se hallan grandes boscages de arbustos que se llaman «tarajales», que producen una goma de sal hermosa y blanca. […] El país está lleno de otros árboles que destilan una leche medicinal, a manera de bálsamo, y otros árboles de maravillosa hermosura, que destilan más leche que cualquier otro árbol […] De otros árboles, como de palmeras que producen dátiles, de olivos y de lentiscos, hay gran número” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). La lectura de estos fragmentos de Le Canarien lleva a la conclusión de que, desgraciadamente, poco tiene que ver el aspecto actual del paisaje majorero, árido y seco, con el del territorio que conocen sus primeros habitantes, puesto que “la vegetación natural de la isla prácticamente ha desaparecido, refugiándose en puntos aislados e inaccesibles de su geografía” (Cabrera 1993, p. 22). Únicamente se conservan vestigios de esa abundancia hídrica en varios hidrónimos de la isla: Río Palmas, Río Cabras, Río de Gran Tarajal, Río de Giniginámar o Río Fayagua (Cabrera 1996, p. 49). 1.1.2. POBLACIÓN Si bien no se conoce el número exacto de habitantes, según Bontier y Le Verrier (1986) la isla no se halla muy po-blada en el momento de la conquista normanda, hecho que atestiguan tanto Gadifer de la Salle: “Los habitantes son en poco número…” (p. 68) como Jean de Béthencourt: “El país no se halla muy poblado” (p. 170). Además de estas fuentes etnohistóricas, las reducidas dimensiones de los asentamientos, incapaces de mantener una población numerosa, demuestran que la escasez demográfica sin duda constituye una de las características más destacables de la Fuerteventura prehistórica (Cabrera 1993, p. 28). Sin embargo, las notas tomadas por Niccoloso da Recco (citado en Boccaccio 1998, p. 34) en la expedición que realiza a Canarias en 1341, aportan una información diferente, pues según él, lo que ve al llegar a la isla fue “una gran multitud de hombres y mujeres desnudos”. Esta contradicción entre el texto de 1402 y el anterior de 1341 se debe, según explica Cabrera Pérez (1996), al siguiente hecho: …el redescubrimiento del Archipiélago canario a principios del siglo XIV por el navegante genovés Lance-lotto Malocello inaugura un período de exploraciones e incursiones depredadoras que se ensañará con las islas más orientales, perjudicadas por su orografía menos abrupta y por un litoral que facilitaba el acceso desde el mar. Las expediciones de genoveses, portugueses, mallorquines, catalanes, vizcaínos y andaluces se dirigen a Canarias en busca de mano de obra esclava con la que abastecer los mercados mediterráneos y sevillano, procediendo a arruinar demográficamente las islas orientales y a desarticular las culturas indígenas establecidas en ellas (p. 100). Tal hecho queda atestiguado en Le Canarien, donde se puede leer con respecto a Lanzarote que “…estaba muy poblada de gentes; pero los españoles y aragoneses y otros corsarios de mar los han cogido varias veces y llevado en cautiverio, hasta que quedaron pocas gentes” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 69). Esta misma situación se expone en el capítulo dedicado a El Hierro. Además, hay constancia de que, en noviembre de 1391, se produce la venta en Barcelona de una mujer de quandam insula vocata Fortsventura, previamente hecha prisionera por una compañía catalano−andaluza que continúa hacia Guinea su negocio de captura de esclavos (Rumeu 1964, pp. 171-172, ci-tado en Cabrera 1996, p. 100). Por todo lo dicho, y “a juzgar por la documentación escrita y por la proximidad a la isla conejera, no dudamos del esquilmo humano que Fuerteventura hubiera sufrido” (Cabrera 1996, pp. 100-101). A esto hay que añadir las consecuencias de la guerra que durante largo tiempo mantienen los reyes de los dos reinos –Maxorata y Jandía− en que la isla está dividida cuando los normandos llegan a ella: “Y lo cierto es que hay en aquella isla de Erbania dos reyes, que pelearon largo tiempo entre ambos, en cuya guerra hubo por varias veces muchos muertos, tanto que están muy debilitados” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 184). 20 Son varios los autores que, a partir de las características ecológicas del medio majorero o mediante la aplicación de coeficientes de densidad de población correspondientes a zonas desérticas o semidesérticas, establecen cifras orientativas del número de habitantes existentes en Fuerteventura durante la época prehistórica. Sin embargo, ante las fluctuaciones que se dan al respecto y con tan pocos datos verificables, Cabrera Pérez (1996) propone que …asumiendo las frecuentes oscilaciones numéricas a que está sometido un grupo humano en un espacio temporal tan dilatado, […] un margen demográfico de 1.000 a 3.000 habitantes en la isla durante la Prehistoria, estimación meramente aproximativa que, como tal, ha de ser entendida (p.102). Asimismo, este investigador considera improbable, debido al escaso número y a la densidad de núcleos de pobla-ción encontrados, además de al propio hecho de que una economía exclusivamente ganadera imposibilitase su mantenimiento, la existencia de una población más numerosa (Cabrera 1993, p. 30). 1.1.2.1. Asentamientos Cuando los conquistadores normandos llegan a Fuerteventura, existen en la isla numerosos núcleos de población que a su vez concentran a una alta proporción de habitantes: “Tienen gran número de aldeas y viven más reunidos que los de la isla de Lanzarote” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). De estas palabras se deduce que la dispersión territorial, tan característica de esta isla, no predomina en la Prehistoria. La ausencia de montañas elevadas en las que acondicionar cuevas para vivir hace que el principal –pero no único− tipo de asentamiento prehistórico de Fuerteventura, al contrario que en el caso de otras islas más montañosas como Gran Canaria o Tenerife, sean las construcciones artificiales creadas por los indígenas, tal y como relata Viera y Clavijo (1982): Los habitantes de Lanzarote y Fuerteventura, que eran los más sociables, fueron los que se aplicaron con más ardor a la arquitectura, construyendo aquellas casas de piedra seca que todavía admiramos por el enlace y perfecta unión de todas su piezas. Se llaman casas hondas, porque en parte eran subterráneas y tenían las puertas tan estrechas y bajas que una persona regular entra ahora dificultosamente por ellas (p. 148). Sin duda, la característica más destacada de esta vivienda es “el rehundimiento del suelo, de manera que desde la entrada parten varios peldaños descendientes hasta alcanzar el piso de la construcción, entre 0,5 y 1 metro por de-bajo del nivel del terreno. Esta técnica constructiva explica la baja altura exterior de las casas” (Cabrera 1993, p. 40). 1.1.2.1.1. Barrancos La población de la Fuerteventura prehispánica se asienta mayoritariamente en los márgenes de los barrancos, especialmente en aquéllos situados en la vertiente oriental de la isla. Esos asentamientos, formados por cons-trucciones realizadas con piedra seca, se establecen próximos a manantiales provenientes de montañas cercanas, pues, tal y como apunta Cabrera Pérez (1993) “el suministro de agua potable para consumo humano representa uno de los factores determinantes en la elección de los asentamientos” (p. 33). Asimismo, éste afirma que el área de asentamiento más importante de la Fuerteventura prehispánica es la cuenca del Barranco de Antigua-La Torre, debido a la abundancia de agua y otros recursos allí existentes, así como a su “facilidad de comunicación con el interior de la isla”. En esta zona se encuentran diversos yacimien-tos arqueológicos esparcidos sobre una gran extensión de terreno, formando una compleja estructura (Cabrera 1993, p. 34). Del resto de asentamientos situados en los diferentes barrancos de la vertiente oriental de la isla, destacan, en la zona norte, los yacimientos hallados en el Barranco de Tinojay, en el Barranco de Guisguey y en el Barranco de La Herradura. En el centro de la isla, alrededor del Valle de Río Cabras, se encuentran núcleos de población, además de en los propios márgenes del barranco, en las localidades de Majamanca, Tesjuate y El Cuchillete. Entre el Barranco de Río Cabras y el Barranco de La Torre se localiza El Manadero, asentamiento situado en el margen izquierdo del Barranco de La Muley y muy cerca de una fuente aún viva. En la planicie meridional de la isla, se ubican el poblado de La Atalayita (Pozo Negro) y el del Barranco del Valle de La Cueva, ambos situados en una zona de malpaís (Cabrera 1993, p. 36). 21 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO En la vertiente occidental de Fuerteventura es menor el número de asentamientos aborígenes. Todos ellos están excavados en el Macizo de Betancuria y localizados en barrancos profundos y de pendientes escarpadas, hecho que proporciona a estos poblamientos más aislamiento que en los casos de la vertiente oriental, si bien cuentan con mayores recursos hídricos. Entre estos núcleos poblacionales destacan los yacimientos de Llano del Sombrero −entre el barranco de Ajui y el Barranco de La Peña, muy próximo al manantial de Madre del Agua− y el yacimiento de Los Corrales de La Hermosa, en la ladera suroeste de Montaña Cardones. En la Península de Jandía se establecen núcleos poblacionales tanto en los tramos medios de los valles y barrancos de Sotavento, como en la otra vertiente de la Península, Barlovento, donde el número de asentamientos es menor. Entre ellos, destaca el conjunto arqueológico de Cofete, que presenta construcciones denominadas «casas de majos» (pp. 37-38). 1.1.2.1.2. Zonas elevadas Otro modelo de asentamiento prehistórico majorero es el que se encuentra en lugares elevados, especialmente en cimas de montañas. Se considera improbable una presencia permanente de población en estas zonas debido a la acción continuada de los fuertes vientos, la escasez de tierras para el cultivo, la dificultad para conducir y controlar los rebaños, y la falta de espacio suficiente para construir corrales y otras estructuras de estabulación. Por tales motivos, la elección de este tipo de enclave obedece únicamente a “factores de vigilancia, dominio visual del territorio, defensa y refugio frente a incursiones enemigas”, además de al carácter sobrenatural que a varias de esas elevaciones montañosas otorgan los majoreros. Entre los yacimientos arqueológicos más importantes encontrados en cimas de montañas y otros lugares elevados destacan: la Montaña de La Muda (La Matilla), el Pico de La Fortaleza, La Atalaya y Montaña Cardones (Cabrera 1996, pp. 137-140). Asentamientos en zonas elevadas. Fuente: Índice de ilustraciones (1) 1.1.2.1.3. Malpaíses También se dan casos de poblamientos aborígenes en campos de lava recientes, más conocidos como malpaíses, si bien éste no es el tipo de asentamiento más frecuente. Cabrera Pérez (1996) considera dudosa una presencia humana permanente en ellos, debido a “su escaso acondicionamiento para la habitabilidad y su ubicación en un terreno agreste e incómodo.” La elección de un tipo de asentamiento tan inhóspito indica, según el mismo autor, “una finalidad defensiva o de refugio bajo situaciones de enfrentamiento bélico o ante las frecuentes incursiones esclavistas realizadas por marinos europeos desde principios del siglo XIV” (p. 127). 22 Principales asentamientos majoreros. Fuente: Índice de ilustraciones (2) 1.1.3. ACTIVIDAD ECONÓMICA “El país está lleno de cabras, tanto domesticadas como salvajes; y cada año se podrán, de hoy en adelante, tomar 30.000 cabras…” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68) 1.1.3.1. Ganadería Tanto a Gadifer de la Salle como a Jean de Béthencourt les sorprende, al llegar a Fuerteventura, el ingente número de cabras esparcidas por todo el territorio insular, muy superior al de cualquier otra isla del Archipiélago Canario. Gadifer de la Salle estima en unos 30.000 el número de estos animales, tanto de cabras domesticadas como salvajes, mientras que Jean de Béthencourt duplica esta cifra, al afirmar la existencia de unos 60.000 ejemplares. Tanto sorprende la enorme cabaña ganadera caprina de la isla a cronistas e historiadores que, a finales del siglo XVI, el italiano Leonardo Torriani considera este hecho el motivo por el que Plinio bautiza a esta isla con el nombre de Capraria (Cabrera 1993, p. 45): “Pero, ¿por cuál razón fue llamada Capraria? Hallamos que la llamaron así por el muy grande número de cabras que en aquellos tiempos debían de hallarse en ella1” (Torriani 1978, pp. 78-79). 1El nombre de Capraria es una transcripción errónea por parte de Plinio, del término griego Sauraria “tierra de lagartos”, debido a que la “s” mayúscula del griego antiguo se escribe del mismo modo que la “c” latina (Torriani 1978, p. 67. Notas de Cioranescu). En unos casos, se trata de pequeños grupos de construcciones circulares u ovoides, de reducido tamaño y reali-zadas en piedra, de las que una parte se destina a vivienda y otra está reservada para el ganado. Se encuentran numerosos restos de esta tipología constructiva en el Malpaís del Bayuyo, en el Malpaís Grande y en el Malpaís Chico. En otros casos, se trata de cuevas naturales –tubos lávicos−, acondicionadas como viviendas y con muros divisorios y de protección construidos por sus habitantes. Entre estos asentamientos o «cuevas de majos», desta-can: en el Malpaís de la Arena, la Cueva de Villaverde, la Cueva de los Pascuales, la Cueva de la Aldeíta y Tisajoyre, y, en el Malpaís Grande, la Cueva de Risco Caído, Las Paredejas y la Cueva del Castillejo (Cabrera 1993, pp. 40-42). 23 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Muchos investigadores, sin embargo, cuestionan estas cifras aportadas por los conquistadores al considerar im-posible el mantenimiento de un número tan elevado de cabras en un medio “reducido y pobre” y, sobre todo, teniendo en cuenta la escasa población existente para gestionar y mantener bajo control tan enorme cantidad de ganado. A pesar de ello, son varios los documentos que manejan datos similares en Fuerteventura tras la conquista –excepto en épocas de sequía−, lo que da una idea de la capacidad del medio majorero para sustentar tal volumen de ganado caprino con unos recursos limitados y recurriendo a “fórmulas de pastoreo tradicionales” (Cabrera 1993, p. 45). La gran importancia del sector ganadero durante la etapa prehistórica de Fuerteventura obedece a dos motivos: el primero de ellos tiene que ver con la continuación del modo de vida dedicado al pastoreo que llevan en el norte de África los primeros pobladores que llegan a la isla; el segundo está relacionado con la adaptación al ecosistema majorero, “de naturaleza esteparia” y caracterizado por una vegetación de tipo herbácea y arbustiva, y unas lluvias escasas e irregulares. Tales circunstancias suponen un obstáculo para la práctica y el desarrollo de la agricultura, así como para la recolección de especies vegetales, por lo que “el aprovechamiento ganadero representaría la fórmula de explotación más eficiente –a corto plazo−…” (Cabrera 1993, p. 46). La existencia de tal volumen de ganado caprino, muy superior a las necesidades básicas de la población, constituye un mecanismo de “reserva de alimentos” ante la amenaza de que los rebaños resulten severamente diezmados a causa de condiciones climáticas adversas como, por ejemplo, una sequía continuada. De esta manera, se garantiza una existencia mínima de ejemplares en épocas de crisis, frecuentes en la isla majorera, debido a la irregularidad y escasez de las precipitaciones. De hecho, su enorme resistencia frente a la sequía, así como su capacidad para el aprovechamiento de pastos de mala calidad o muy deteriorados, constituyen las razones que explican la impor-tancia de la cabra en la cultura y en la economía majoreras (Cabrera 1993, p. 48). Tal acusado contraste entre la escasa población de la isla y el enorme volumen de ganado caprino existente en ella, lleva a muchos estudiosos a dudar de las cifras que presenta Le Canarien, al considerar la imposibilidad de que los habitantes de Fuerteventura puedan manejar semejante número de ejemplares. Sin embargo, Gadifer de la Salle también comenta en el citado texto que una parte del ganado está domesticado y que otra se encuentra en estado salvaje. Tiempo después, Juan de Abreu Galindo relata que “[El ganado] anda suelto por toda la isla; y cuando querían tomar algún ganado, se juntaban y hacían apañadas que llamaban gambuesas” (Abreu 1977, p. 59). Este hecho puede explicar la amplia diferencia numérica existente entre seres humanos y animales. En opinión de Cabrera Pérez (1993), “la explotación de la cabra salvaje se destinaría a servir de reserva alimenticia en épocas de penuria; como base de reposición de las pérdidas en los rebaños domésticos; y para el aprovecha-miento de la carne y las pieles, ya que la ausencia de ordeño convierte a la variedad guanil en mala productora de leche” (p. 51). No consta referencia alguna, por parte de cronistas e historiadores, sobre la existencia de ganado ovino en Fuer-teventura durante su etapa prehistórica. En cambio, se encuentran restos de la especie porcina en la Cueva de Villaverde. El citado hallazgo, así como la existencia de un término aborigen para designar al cerdo –ylfe, según Abreu Galindo confirman la presencia de ganado porcino y su “importancia cualitativa en la economía de la isla” como proveedor de carne para la población, tal y como sucede en la vecina Lanzarote: “…sus ganados que son puercos y cabras que es la carne con que se mantienen…” (Morales 1993, p.110, citado en Cabrera 1996, p. 188). 1.1.3.2. Agricultura Estudios arqueológicos llegan a la conclusión de que los aborígenes de Fuerteventura no se dedican a la agri-cultura, puesto que no se encuentran indicios que evidencien la práctica de esta actividad con anterioridad a la conquista (Cabrera 1993, p. 58). Algunas teorías apuntan a un posible desconocimiento de la agricultura por parte de las tribus norteafricanas que pueblan la isla, pero, dado que sí hay constancia de cultivos “prehistóricos” en el resto de Canarias –excepto en La Palma2− la hipótesis más verosímil que explica su ausencia en Fuerteventura es la de su abandono progresivo en 2…”la gente [de La Palma] es carnívora y no vive más que de carne, lo mismo que los de la isla de Erbania, que dicen Fuerteventura “ (Bontier y Le Verrier 1986, p. 45). 24 favor de la ganadería como principal medio de vida. Las causas de tal reducción y posterior desaparición de los culti-vos en la isla se encuentran en las propias características del ecosistema majorero: las sequías recurrentes, las lluvias irregulares y, finalmente, “los posibles efectos de las plagas de langosta o, incluso, de enfermedades fitopatológicas como la alhorra −endémica de la isla− que dificultaban la obtención de las cosechas” (Cabrera 1993, p. 58). Todos estos factores originan que los costes de la práctica agrícola sean superiores a los beneficios obtenidos, dando como resultado un balance negativo. A lo anterior, debe añadirse el excesivo crecimiento del ganado, gran parte del cual se encuentra en estado salvaje y diseminado por toda la isla, lo que indudablemente dificulta la existencia de cultivos (Cabrera 1993, p. 58). Según Cabrera Pérez (1993) “Tampoco es posible afirmar de forma taxativa una ausencia absoluta del cultivo, pues resulta admisible el mantenimiento de una mínima actividad agrícola con un papel secundario en la econo-mía prehistórica” (p. 58). 1.1.4. ALIMENTACIÓN Ni las crónicas de Le Canarien ni autores posteriores, como Abreu Galindo o Leonardo Torriani, hacen mención al-guna al consumo de alimentos de tipo vegetal –cereales o fruta− por parte de los aborígenes majoreros. Tampoco las excavaciones arqueológicas realizadas hasta la fecha aportan pruebas materiales de actividad agrícola en la isla (Cabrera 1993, p. 57). La información disponible sobre la alimentación de los indígenas en la isla es muy escueta, pero también muy cla-ra: “Los habitantes […] viven de carne y de leche” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). Estos datos son corroborados más tarde por otros autores: “…dicen que su alimento era leche, mantequilla y carne seca, y tostada al sol, la cual hacían ponerse tan tierna como si hubiese sido cocida al fuego” (Torriani 1978, p. 74). Respecto al modo de preparar la carne, cuenta Jean de Béthencourt que “hacen grandes reservas sin salarla, y las suspenden en sus viviendas y la dejan secar hasta que está bien seca y después la comen…” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). Esta técnica, consistente en colgar la carne en el interior de las viviendas y dejarla secar al sol para luego comerla, está documentada en las tribus bereberes del norte de África, si bien en el Continente el producto es previamente salado para evitar su descomposición (Cabrera 1996, p. 213). A los conquistadores normandos no sólo les sorprende el número de cabras presentes en la isla, sino también la calidad de su carne: “…aquella carne es mucho mejor acondicionada que la del país de Francia, sin ninguna com-paración. […] Parece mentira que la carne sea tan buena, mucho mejor que la de Francia…”. Del mismo modo piensan Béthencourt y Gadifer de la Salle en relación a la leche de cabra y sus derivados: “Están bien provistos de quesos, que son sumamente buenos, los mejores que se conocen en estas regiones, y sin embargo están hechos solamente con leche de cabras…” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). Según Cabrera Pérez (1993), la elaboración de quesos es un método de conservación de la leche sobrante durante tiempo (p. 54). Otro producto obtenido a partir de la leche y considerado un alimento básico para los pobladores de Fuerteventura es la grasa: “Tienen abundancia de sebo, y lo comen con tanto gusto como nosotros el pan. […] Cada año se podrían coger 60.000 cabras y aprovechar su cuero y su grasa, de la cual cada animal rinde mucho, por lo menos 30 o 40 libras. Parece mentira la grasa que rinden” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). La grasa es almacenada en vasos de cerámica, donde se conserva en buen estado durante largo tiempo gracias a que previamente es cocinada o hervida (Cabrera 1993, p. 56). En algunos casos, incluso, permanece intacta desde entonces hasta épocas recientes, tal y como corrobora René Verneau, quien viaja a Canarias a finales del siglo XIX para estudiar las culturas aborígenes del Archipiélago. Tras visitar las cuevas sepulcrales de Fuerteventura (Verneau 2005, p. 93), cuenta el antropólogo que “los vasos antiguos que se encuentran en las cuevas de esta isla están con frecuencia llenos de manteca que, gracias a un taponamiento hermético, se ha conservado muy bien hasta nuestros días” (Verneau 1996, p. 48). A este respecto, llama además la atención de Verneau (1996) la importante cantidad de grasa hallada: “Difícil-mente se explicaría que una cantidad tan grande de grasa estuviese destinada exclusivamente a usos culinarios” (p. 48). La explicación que se da a esta gran producción de sebo tiene que ver con su uso como “remedio curativo en personas y animales” (Cabrera 1993, p. 56), aspecto que se desarrolla más profundamente en el siguiente apartado del libro. 25 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 3 Torriani extrae esta información de Abreu Galindo (1977): “Hállase sepultura al pie de una montaña que dicen de cardones, que tiene de largo veinte y dos pies, de once puntos cada pie, que era uno que decían Mahón” (pp. 55-56). Como puede apreciarse, las medidas que aporta Abreu en 1632 se refieren a la sepultura, pero Torriani las aplica al cadáver, probablemente por una interpretación errónea. No es de extrañar la importancia del consumo de grasa para los primitivos majoreros, pues al llevar una dieta exclusivamente proteica, es necesario incluir en ella una fuente de energía. Sin hidratos de carbono que transfor-mar en energía, el organismo utiliza las proteínas para esta función y no para la formación y el desarrollo de los músculos y otras estructuras orgánicas, tal y como corresponde a este tipo de biomoléculas (Cabrera 1996, p. 214). Los datos aportados llevan, pues, a la conclusión de que los aborígenes de Fuerteventura siguen una dieta de tipo exclusivamente animal, con una elevado contenido proteico, lo que sin duda explica el destacado desarrollo corporal de los majoreros que tanto llama la atención a cronistas, historiadores e investigadores (Cabrera 1993, p. 56), y que se comenta más detalladamente en el siguiente y último apartado de este capítulo. 1.1.5. APARIENCIA FÍSICA En relación al aspecto físico de los aborígenes majoreros, Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle únicamente mencionan que “…son de gran talla, hombres y mujeres. […] Y es muy difícil cogerlos vivos” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). Esta información es corroborada por el fraile franciscano del siglo XVI, Juan de Abreu Galindo: “Hoy en todas las islas no hay hombres de mayores estaturas que los de ésta en común” (Abreu 1977, p. 60). Además de lo aportado por las fuentes etnohistóricas, los estudios antropológicos realizados en el Museo Ar-queológico de Tenerife por la doctora Ilse Schwidetzky, profesora de la Universidad de Maguncia en Alemania, cuyos resultados aparecen en su obra de 1963, La Población Prehispánica de las Islas Canarias, incluyen, entre otros aspectos, la determinación de la altura media de los aborígenes canarios mediante el estudio de los huesos largos sueltos (fémur, tibia y húmero) encontrados en los diferentes yacimientos arqueológicos de las islas. Los 76 huesos largos hallados en Fuerteventura y analizados por Schwidetzky, establecen la altura de los primitivos majoreros en 1,59 cm para las mujeres y 1,71 cm para los hombres. Ambas medidas son las mayores del Archipiélago, tal y como se refleja en el cuadro relacionado, y a tenor de las propias palabras de la investigadora: “Fuerteventura […] muestra las medidas más largas; según eso, calculadas tanto para hombres como para mujeres la estatura, ésta sube considerablemente sobre los valores medios de Gran Canaria. La diferencia entre Fuerteventura y Gran Canaria es altamente significativa, como ocurre entre Tenerife y Fuerteventura” (Schwidetzky 1963, p. 121). Si bien los indígenas majoreros se caracterizan por su elevada estatura, ello no significa que sean gigantes, tal y como Leonardo Torriani (1978) expresa en 1590: Estos isleños eran hombres proporcionados; y en años pasados, antes que los cristianos conquistasen la isla, había entre ellos muy grandes gigantes; porque, además de la memoria que de ellos se conservó, se halló en la cueva de una montaña que ellos decían Mahan (que hoy día se llama de Cardones), un cadáver largo de 22 pies3 (pp. 73-74). 26 Respecto al color del cabello, los análisis realizados llevan a Schwidetzky (1963) a la conclusión de que “la distri-bución de los colores del pelo entre los antiguos canarios no difiere de un modo llamativo de la población actual de las Islas Canarias” (p. 123). Finalmente, para conocer el atuendo y la forma de vestir de los majoreros, cabe recurrir a la descripción que el conquistador normando Gadifer de la Salle realiza en Le Canarien: Estaban completamente desnudos, sobre todo los hombres, que sólo llevaban una piel con su pelo, atada sobre la espalda. Las mujeres tenían otra piel igual, atada de la misma manera, y dos pieles más, una delante y otra detrás, ceñidas alrededor de la cintura y que les llegaba hasta las rodillas. Iban calzadas sin empeine y tenían el cabello largo y rizado, el cual cortaban sobre la frente, a la manera en que lo llevaban los hombres (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). 1.1.6. CARACTERÍSTICAS DE LA MEDICINA INDÍGENA CANARIA “Puedo decir, sin temor a equivocarme, que estos hombres primitivos fueron los que después crearon el llamado Doctor en Medicina” Juan Bosch Millares Historia de la Medicina en Gran Canaria, 1967 Para los aborígenes canarios, como para el resto de las sociedades primitivas del planeta, independientemente de las creencias y del modo de vida propios, el concepto de Medicina parte de una misma base: la idea de que la enfermedad y la muerte no se deben a causas naturales y biológicas, sino que son el resultado de la acción de los espíritus y de otros elementos sobrenaturales (Bosch 1967, p. 32). Por tal motivo, la Medicina prehistórica es, según Bosch Millares (1967) “…únicamente una fase de una serie de procesos mágicos o míticos destinados a procurar el bienestar humano, bien alejando la cólera de los dioses irritados o de los espíritus malignos, o bien provocando la lluvia para fertilizar el suelo y evitar las plagas del campo y las enfermedades epidémicas (pp. 32-33). Huesos largos y estaturas. Fuente: Índice de ilustraciones (3) 27 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Estos seres, considerados “demonios, genios o seres sobrenaturales” (Bosch 1967, p. 37) están presentes en cualquier parte de la Naturaleza y son los responsables de fenómenos no deseados que se producen en ella, tales como eclipses de sol, tormentas, tempestades o inundaciones. Cuando fijan su atención en el ser humano, la existencia de este último se ve alterada, unas veces para bien y otras para mal, en función de la voluntad de los espíritus. En el último de los casos, aparecen entonces el dolor y la enfermedad, al haberse introducido los demonios en alguna parte del organismo (Bosch 1967, p. 33). Del mismo modo, la curación de las enfermedades se entiende como el proceso de expulsión de esos seres demo-níacos del cuerpo. Ello se consigue atormentando, torturando o atemorizando a los espíritus para que “se vieran obligados a abandonar, espantados, el cuerpo enfermo. Se suponía que los demonios conocían el dolor y el miedo y que reaccionaban ante éstos de la misma manera que los seres humanos”. La tarea de espantar y ahuyentar a los demonios del cuerpo para sanar a la persona enferma corresponde al sacerdote o hechicero, por ser éste quien más influencia y autoridad ejerce sobre dichos espíritus (Bosch 1967, pp. 33-34). En opinión de Bosch Millares (1967), es precisamente el hechicero de Cro-Magnon quien lega a la Humanidad el principio más importante de la Medicina, que tiene que ver con el necesario cuidado de los enfermos y de los inválidos, mediante el empleo, para ello, de “todos los esfuerzos posibles para salvar a sus semejantes de las enfermedades” (pp. 34-36). Cuando tiene lugar una epidemia, todas las familias del poblado afectado colaboran en la expulsión de los malos espíritus. Para ello, pasan varias noches seguidas corriendo entre las viviendas, enarbolando armas, tales como lanzas o cuchillos de piedra –los indígenas canarios no conocen el metal−, vociferando terroríficos gritos y tocando tambores, gongos y tantanes. Con el fin de facilitar a los demonios su huida, en las casas donde se encuentran las personas enfermas se ata con fuerza una cuerda, confeccionada con hojas de palmera, desde el techo hasta el suelo o hasta el árbol más próximo (Bosch 1967, p. 37). Lógicamente, estos procedimientos no son suficientes para eliminar el dolor y la enfermedad, por lo que los abo-rígenes recurren también a los productos vegetales, animales y minerales que les ofrece la Naturaleza, así como a diversas intervenciones médico−quirúrgicas como, por ejemplo, trepanaciones o amputaciones (Bosch 1975, p. 45), técnicas que se describen en el apartado 1.1.8. de este libro. Asimismo, se toman medidas para evitar que los espíritus regresen en el futuro, consistentes en portar un amuleto o en conservar un talismán. El amuleto generalmente se construye con “trozos de huesos de cráneos, de dientes de la boca de un muerto, anillos y escapularios de huesos y conchas bendecidos por las divinidades […], trozos de carbón, cuernos, cerámica y animales inferiores…”, y se cuelga al cuello de los enfermos o se les aplica en el cuerpo para evitar nuevas enfermedades o desgracias, es decir, para mantener alejados a los malos espíritus. El talismán es un amuleto que se guarda celosamente, incluso si su uso no es necesario (Bosch 1967, pp. 37-38). Los primitivos canarios son, en general, individuos sanos que pocas veces enferman. Su buen estado de salud se debe, en opinión del historiador Viera y Clavijo, “…no sólo al método simple y natural con que vivían, sino también a sus pocos medicamentos”. Cuenta este mismo autor que como purgante utilizan el suero de la leche, y para los dolores pleuríticos y las diarreas recurren a la miel de mocán, (Viera y Clavijo 1982a, p. 177), producto al que añaden jugo de dátiles para evitar su efecto astringente (Verneau 1996, página 50). Sin embargo, el recurso principal del que se valen los indígenas canarios para tratar sus dolencias son la manteca de cabra, a la que Viera y Clavijo denomina “…la base de sus recetas y su panacea universal” (Viera y Clavijo 1982a, p. 177). Esta importancia de la leche y su grasa en la medicina aborigen canaria queda constatada por el testimonio del fraile franciscano Juan de Abreu Galindo, quien está en contacto directo con los indígenas canarios en el siglo XVI, y relata lo siguiente: Adoraban a un Dios, levantando las manos al cielo. Hacíanle sacrificios en las montañas, derramando leche de cabras con vasos que llaman gánigos, hechos de barro. Si acaso enfermaban, que era pocas veces, se curaban con yerbas de la tierra y sajábanse con pedernales muy agudos donde les dolía, y se quemaban con fuego; y allí se untaban con manteca de ganado, la cual hacían las mujeres, que era su mejor mantenimiento, y la enterraban en gánigos; y hoy se hallan algunos llenos de manteca, la cual sirve para medicina (Abreu 1977, p. 57). 28 Cuando está fresca, hierven la manteca e impregnan con ella raíces de junco que aplican sobre las heridas para cauterizarlas (Viera y Clavijo 1982a, p. 177), y una vez rancia la utilizan como instrumento de fricción para aliviar sus dolores. Asimismo, para que las heridas cicatricen lo más rápido posible, recurren a un jugo astringente que obtienen de la fruta del mocán (Verneau 1996, p. 50). 1.1.7. ENFERMEDADES DE LOS PRIMITIVOS CANARIOS Aunque los indígenas canarios no conocen la escritura y, por lo tanto, no dejan documentos que expliquen cómo viven o qué enfermedades sufren, por suerte sí se conservan varios restos óseos que arrojan algunos datos sobre estas cuestiones, gracias al desarrollo de la paleopatología ósea y craneana, rama de la investigación biomédica que trata de identificar las enfermedades y dolencias de las poblaciones prehistóricas −por este motivo también llamada patología prehistórica−, mediante el análisis metódico de las marcas que aquéllas dejan en los huesos y en los cráneos (Pérez 1981, p. 8). Los análisis llevados a cabo en restos aborígenes conservados en algunos museos particulares y, especialmente, en El Museo Canario4, ponen de manifiesto que la población prehistórica canaria padece enfermedades tanto de origen externo o traumático como de origen interno o infeccioso (Bosch 1967, p. 40). Si bien la mayoría de los esqueletos y cráneos encontrados provienen de Gran Canaria y Tenerife, los investigadores de la paleopatología canaria señalan que “…por extensión las enfermedades conocidas en ellas se pueden aplicar a las islas restantes, porque los análisis de los restos óseos y algunas referencias contenidas en las fuentes escritas podrían proporcionar una idea de las afecciones más comunes padecidas por sus habitantes” (Tejera, López y Hernández 2000, pp. 384-385). 1.1.7.1. Fracturas Las lesiones traumáticas, concretamente las fracturas, son el tipo de patología más abundante que se identifica en los restos óseos encontrados (García C. 1993, p. 91). Se producen como consecuencia del uso de las armas em-pleadas para luchar y combatir, ya que, tal y como señalan la mayoría de cronistas e historiadores, los aborígenes canarios, y en concreto los majoreros, son un pueblo valiente que prefiere siempre luchar contra sus enemigos que rendirse ante ellos (Bosch 1975, p. 37). Los citados instrumentos pueden ser de madera –la jabalina, la lanza, la maza o la espada– o de piedra. Con este último material crean artilugios de diferentes formas: redondeadas para cargar sus hondas, de aristas no pulimentadas y de aristas afiladas a la manera de cuchillos. Las fracturas más frecuentes se producen en la cabeza y en las extremidades (Bosch 1967, p. 40); entre las primeras, la mayoría se localizan en la bóveda craneal y afectan al frontal, al parietal y, en menor medida, al temporal. Los estudios realizados demuestran que estas lesiones craneales son “producidas todas ellas por instrumentos cortantes, con-tundentes y punzantes” (Bosch 1967, p. 40). 4Referente museográfico de Canarias donde desarrolla su labor científica el médico grancanario Juan Bosch Millares, uno de los inves-tigadores que más ha contribuido al estudio de las enfermedades de la población indígena canaria, y razón por la cual, la mayor parte de la bibliografía citada en esta parte corresponde a obras suyas. 29 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.7.2. Tuberculosis Se trata de una enfermedad que “con toda probabilidad es tan vieja como la misma raza humana”. Las primeras evidencias de su existencia datan del período Neolítico, alrededor de unos 5.000 años a.C., en una cueva cercana a la localidad alemana de Heidelberg (García C. 1993, pp. 98-99). Sobre la presencia de esta enfermedad en la sociedad aborigen canaria, Bosch Millares señala que no se encuen-tran lesiones tuberculosas en los restos óseos analizados, si bien puntualiza que este hecho no significa que los primitivos canarios no padezcan dicha enfermedad, ya que ésta puede tener otras localizaciones en el cuerpo humano además de en los huesos. Así, el investigador no descarta la presencia de tuberculosis −ni tampoco de raquitismo− en el Archipiélago Canario, “máxime cuando en los tiempos prehistóricos la falta de higiene y las condiciones defectuosas de la alimentación (más señaladas en el período neolítico) contribuyeron a la difusión de esta enfermedad” (Bosch 1967, p. 43). Al igual que Bosch Millares, Pilar Julia Pérez (1981) afirma que los esqueletos de El Museo Canario no muestran signos evidentes de infecciones específicas como la tuberculosis (p. 36). En cambio, Carlos García (1993), en sus investigaciones sobre las patologías de la población aborigen canaria, revela haber encontrado, “tanto en la cabeza femoral como en los cuerpos vertebrales, signos absolutamente compatibles con la tuberculosis”, motivo por el que se atreve a afirmar la existencia de esta enfermedad en el Archipiélago Canario antes de la conquista castellana (p. 100). Asimismo, el anterior autor atribuye la ausencia de descripción de la tuberculosis ósea en otros estudios de paleo-patología canaria a la dificultad de que esta dolencia se manifieste en los huesos largos, a lo que hay que añadir el insuficiente estudio previo de este tipo de huesos (García C. 1993, pp. 99-100). Lanzas. Fuente: Índice de ilustraciones (4) Objetos afilados. Fuente: Índice de ilustraciones (4) 30 1.1.7.3. Sífilis Varias son las teorías que intentan explicar los orígenes y la expansión mundial de la sífilis, lo que genera un intenso debate sobre el tema (Pérez 1981, p. 32). Las dos principales hipótesis, totalmente incompatibles entre ellas, giran en torno al posible origen americano de la enfermedad (Pérez 1981, p. 32). La más aceptada de las dos es la Teoría Colombina, que mantiene que son Cristóbal Colón y sus navegantes quienes en 1493 traen la sífilis a Europa a su regreso del Nuevo Mundo (García C. 1993, p. 97). La segunda teoría, llamada Precolombina, sostiene en cambio que los europeos, antes de que Colón viaje a Amé-rica, padecen la sífilis, pero que ésta no es considerada una enfermedad diferenciada, sino que se engloba, junto con otras enfermedades, dentro del término “lepra”. Así, en los siglos XIII y XIV aparecen varias referencias a la “lepra venérea” y, posteriormente, a la “lepra hereditaria”. Llegados a este punto hay que destacar que la lepra ni se hereda ni se transmite por vía sexual, dos características que, en cambio, sí distinguen a la sífilis. Según Carlos García (1993), los cruzados que en los siglos XII y XIII vuelven a Europa procedentes de Tierra Santa traen consigo el “tratamiento sarraceno” para la lepra, el cual contiene mercurio, y “sabemos que el mercurio es ineficaz en la lepra pero no en la sífilis, hasta el descubrimiento del salvarsan y la penicilina” (p. 97-98). Además de estas hipótesis, existen otras que intentan arrojar luz sobre la cuestión. Palés sostiene en 1930 que, si bien la sífilis ya existe en Europa antes de Colón, es el contacto con el agente americano lo que hace que esta enfermedad empiece a manifestarse de manera virulenta y cause estragos en el continente europeo (citado en Pérez 1981, p. 32). Cierta teoría mantiene, por su parte, que la sífilis nace con el ser humano y que es por tanto congénita en todas las razas, mientras que otra defiende que surge hace más de 2.000 años en Asia, desde donde se propaga por el continente americano a través del Océano Pacífico y se extiende por Europa con la expansión del Imperio Árabe (Bosch 1975, p. 119). Por último, Alcina (1969) cree que, al igual que la cultura indígena americana, la sífilis puede tener un origen transatlántico, es decir, llegar a América en una época prehistórica a través del Mediterráneo y de Canarias, para migrar nuevamente a Europa Occidental después de la llegada de Colón al Nuevo Mundo (citado en Pérez 1981, pp. 32-33). Pero no sólo surgen controversias en torno al origen y expansión de esta enfermedad, sino también con respecto a su presencia o ausencia en el Archipiélago Canario antes de la conquista castellana (García C. 1993, p. 97). Aunque el antropólogo francés René Verneau realiza un diagnóstico de sífilis en más de una veintena de los crá-neos encontrados en las islas, ninguna de las radiografías y demás estudios practicados sobre ellos por Juan Bosch Millares (1967) ponen de manifiesto …la destrucción ósea localizada en el territorio del verdadero goma, ni la intensa osteoesclerosis del tejido conjuntivo osteogeno inflamado que no se necrosa; es decir, no se han hallado las lesiones de la osteítis gomosa que tiene por carácter el ser simultáneamente condensante y rarefaciente (p. 44). Epifisitis tuberculosa. Fuente: Índice de ilustraciones (5) 31 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO La degeneración articular, también conocida como artrosis u osteoartritis, es la lesión más común que afecta a las articulaciones. Además, se trata de una de las patologías más antiguas y extendidas tanto en los animales como en los seres humanos, pues se hallan pruebas de su existencia en esqueletos del hombre de Neanderthal, alrededor de 40.000 años a.C., así como en varias especies animales, entre ellos fósiles de dinosaurios que datan de 200.000 años a.C. (García C. 1993, p. 119). De igual forma, el investigador afirma: “no he encontrado en los demás huesos del esqueleto (antebrazo, tercio interno de las clavículas y sobre todo en las tibias y bóvedas palatinas) lugares de predilección de la sífilis, ninguna lesión que la pusiera de manifiesto” (Bosch 1967, pp. 44-45). Estos datos llevan a la conclusión de que no hay ningún signo evidente que demuestre la presencia de sífilis en Canarias antes de la conquista castellana (Pérez 1981, p. 34), al no haberse hallado “ninguna de las formas pa-tológicas que la enfermedad produce en los huesos” (García C. 1993, p. 98). Por este motivo, Bosch Millares (1962) refiere que los casos de gomas sifilíticos referidos por el doctor Verneau, en realidad obedecen a …graduaciones de un proceso de osteítis desde la corrosión y socavamiento de la lámina externa hasta la destrucción del diploe con formación de secuestros, pero conservando todos ellos la lámina interna: osteítis producidas por los instrumentos de piedra,… (p. 77). Pilar Julia Pérez (1981) atribuye la dificultad para determinar el origen de la sífilis y de otras infecciones entre la población indígena canaria, a la ambigüedad que presentan las fuentes históricas, manuscritas y documentales con respecto a su descripción e identificación, y especialmente a “la inespecificidad de las lesiones óseas que origina, que podrían asimismo atribuirse a otras afecciones, por lo que resulta poco claro su reconocimiento en restos esqueléticos” (pp. 33-34). 1.1.7.4. Reumatismo articular La degeneración o reumatismo articular, que consiste en la “infección de las articulaciones grandes de los miem-bros, de las vértebras y de la articulación témporo-maxilar” (Bosch 1975, p. 109), es otra de las enfermedades cuyos síntomas se reflejan en los restos óseos de los indígenas canarios, puesto que algunos de los cráneos es-tudiados presentan lesiones en la articulación témporo-maxilar, y existen además varios esqueletos con lesiones vertebrales claramente identificables como reumáticas (Bosch 1962, p. 78). Lesión artrósica de cadera. Fuente: Índice de ilustraciones (5) 32 1.1.7.5. Osteomielitis La doctora Pilar Julia Pérez (1981) afirma la existencia de varios casos de osteomielitis −con invasión séptica de la cavidad medular− en los restos analizados (p. 36). Sin embargo, Carlos García (1993) considera que el estudio de los huesos aborígenes no permite asegurar una presencia numerosa de esta enfermedad, consistente en “una invasión destructiva del hueso, periostio y médula, por una bacteria piógena” (p. 96). Si se tiene en cuenta que la principal causa de infecciones directas del hueso es la fractura, resulta extraño el bajo número de casos de osteomielitis registrados, puesto que el principal tipo de patología padecida por los indígenas canarios es la de origen traumático y, “con esto, se dan los factores específicos para la producción de osteomie-litis”. La explicación que da a este hecho el doctor García (1993) es que “se han encontrado entre nuestra flora autóctona, plantas de las que se han aislado antibióticos por lo que nadie puede asegurar que no fueran utilizadas por los primitivos habitantes de estas islas entre su arsenal terapéutico” (p. 97). 1.1.7.6. Otros procesos infecciosos Además de la osteomielitis, en los maxilares de los aborígenes se hallan numerosos casos de enfermedades peria-picales –granuloma, absceso alveolar y quiste radicular− causados por bacterias, infección gingival, traumatismo en los dientes u otros agentes patógenos. Asimismo, la doctora Pérez identifica un caso de sinusitis crónica en un cráneo procedente del Barranco de Guayadeque (Pérez 1981, pp. 36-37). 1.1.7.7. Tumores óseos La paleopatología canaria no puede ofrecer gran información sobre las lesiones tumorales padecidas por los indí-genas canarios, puesto que el 75% de los restos óseos que se conservan corresponden únicamente a cráneos. Ésto es debido a que el interés exclusivo que hay por este elemento osteológico en el siglo XIX hace que se desprecien la conservación y el estudio del resto del esqueleto (García C. 1993, p. 107). Los aborígenes padecen diversos tipos de neoplasias, pues sus huellas son fácilmente reconocibles en algunas alte-raciones esqueléticas de los cráneos y huesos largos que conserva El Museo Canario (Pérez 1981, p. 38). Entre los tumores óseos identificados por Bosch Millares (1975) en los cráneos de El Museo Canario, se identifican casos de osteoma u exóstosis en el cráneo, de osteosarcoma en el maxilar inferior y de quiste óseo esencial en el húmero (pp. 125-126), mientras que Pilar Julia Pérez (1981) refiere dos casos de mieloma múltiple –tumor de médula ósea− en un cráneo de mujer de edad madura, procedente del Barranco de Guayadeque, y en un húmero masculino (p. 38). Carlos García (1993), por su parte, observa en varios fémures una lesión benigna que, por similitud, se puede clasificar como un ganglión intraóseo o un defecto óseo cortical. También halla en varios fémures, tibias y pelvis, el tumor óseo benigno más común: el osteocondroma o exóstosis osteocartilaginosa solitaria. La mayoría de las veces, esta lesión no presenta síntomas, por lo que la frecuencia con la que se manifiesta siempre es superior al número de casos descritos (p.108). Defecto óseo cortical. Tumoración benigna. Fuente: Índice de ilustraciones (5) 33 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.8. INTERVENCIONES QUIRÚRGICAS REALIZADAS POR LOS INDÍGENAS CANARIOS Las técnicas quirúrgicas más importantes empleadas por los primitivos habitantes de Canarias para curar sus dolencias son la sangría, la escarificación, la cauterización y la trepanación (Bosch 1962, p. 34). El principio sobre el que se asientan todas ellas es la idea ya mencionada anteriormente de que el dolor y las enfermedades son el resultado de la acción de espíritus demoníacos que se introducen en el cuerpo humano para causarle algún mal. El objetivo de estos procedimientos, tal y como se ve a continuación, es expulsar a esos demonios del organismo humano y, con ello, lograr la curación del enfermo. 1.1.8.1. Sangría La sangría es el procedimiento terapéutico más importante y más utilizado no sólo durante la Prehistoria sino, tam-bién, durante toda la Historia de la Medicina, pues se considera el más efectivo para curar enfermedades y salvar vidas. Bosch Millares apunta la posibilidad de que los indígenas canarios adopten la práctica de la sangría de los egipcios. Este pueblo, según el historiador griego Herodoto, la aprende a su vez del hipopótamo, animal que, cuando come demasiado, fricciona su gruesa piel contra un objeto punzante hasta que brota la sangre (Bosch 1962, p. 35). Sin embargo, el investigador de El Museo Canario considera más creíble la creencia primitiva de que al extraer la sangre del organismo, se piense que, de este modo, se expulsa al demonio causante de la dolencia. El alivio que experimentan con frecuencia los enfermos, debido a la disminución de tensión en los tejidos, se considera una prueba evidente de que los demonios quedan enterrados bajo tierra junto con la sangre extraída (Bosch 1962, pp. 35-36). El lugar preferido para realizar la flebotomía es la vena del brazo y, en menor medida, la frente. Con respecto al tipo de dolencia que motiva la práctica de la sangría, Bosch Millares (1962) señala que “fue usada en los dolores de costado, disnea o sofocaciones de origen cardíaco o respiratorio, y en general, en las enfermedades de larga duración” (p. 35). Otra técnica de sangrado utilizada por los indígenas canarios es la ventosa escarificada, construida con cuernos de animales y que aplican sobre incisiones practicadas previamente en la piel. Éstas se hacen bien con tabonas, hechas de pedernal u obsidiana pulidos y afilados, o bien con “piedras afiladas, conchas de crustáceos, trozos de huesos, espinas y dientes de animales acuáticos, a veces colocados en fila sobre un mango semejante a un peine para hacer varias escarificaciones a un tiempo”. Si con esta ventosa no logran extraer la cantidad de sangre nece-saria para aliviar los dolores del enfermo, recurren a trozos de plantas, de manera que colocan la parte más ancha de éstas sobre la piel y succionan por el lado más estrecho (Bosch 1962, p. 35). Una tercera forma de extraer sangre de un enfermo, practicada desde la Antigüedad, consiste en el uso de sangui-juelas, si bien no hay constancia de que los aborígenes canarios recurran a ella, a pesar de encontrarse presente este animal en el Archipiélago (Bosch 1962, p. 36). 1.1.8.2. Escarificación La escarificación es la intervención quirúrgica más habitual entre los aborígenes canarios, hasta el punto de que el 11% de los cráneos conservados en El Museo Canario son sometidos a este procedimiento. La alta frecuencia de su empleo se debe a la sencillez de la técnica y a la facilidad para realizarla, lo que disminuye el riesgo de complicaciones en comparación con otras cirugías (Bosch 1967, p. 49). Consiste en “practicar incisiones en las partes blandas y superficie de los huesos para facilitar la salida de ciertos líquidos o humores o para aliviar cierta clase de dolencias” (Bosch 1975, p. 49), como pueden ser dolores de cabe-za, convulsiones causadas por humores, por exceso de humedad del encéfalo o por congestiones, y cualquier otro mal ocasionado por espíritus malignos a los que hay que expulsar del cuerpo (Bosch 1975, p. 53). Bosch Millares (1975) sostiene que los primitivos canarios llevan a cabo la escarificación con los instrumentos afilados que fabrican, como ya se ha indicado, con piedras puntiagudas, trozos de pedernal de bordes recortados y, en menor cantidad, pedazos de huesos, conchas de crustáceos y dientes de animales acuáticos, con los que cortan la piel y los tejidos subcutáneos hasta llegar el periostio del hueso. A esa profundidad, trazan una línea cuya longitud puede variar entre 1 cm y 7 cm, pero sin llegar a lesionar el diploe. Las pocas ocasiones en las que éste aparece dañado, es debido al desconocimiento de la persona que practica la operación o a la aplicación de una fuerza inadecuada sobre el hueso (p. 49). 34 Los huesos en los que se realiza esta intervención son, de mayor a menor frecuencia, el frontal, los parietales y el occipital (Bosch 1975, p. 49). Con frecuencia, el empleo de esta técnica se hace presente en cráneos en los que también se llevan a cabo cauterizaciones y trepanaciones, de lo que se deduce que cuando la escarificación no da el resultado deseado, se recurre a estas últimas operaciones, más complejas, con el fin de garantizar la curación del enfermo (Bosch 1975, p. 53). Los resultados de los estudios osteológicos realizados sobre la práctica de la escarificación entre la población indígena canaria están confirmados, además, por diversos historiadores. Entre ellos cabe citar a Fray Juan de Abreu Galindo, quien en su obra Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria, escribe sobre el empleo de dicha técnica para aliviar estos males. Sudhoff de Leipzig refiere un paisaje de Celso en el que se habla de una operación consistente en la práctica de incisiones en la sutura sagital y región frontal, cortando la piel de la cabeza hasta llegar a la superficie ósea, para tratar el catarro crónico de los ojos. Al mismo hecho se refieren, por una parte, Leh-man Nitsche en relación al testimonio de Fray Juan Abreu Galindo, y, por otra, Chil y Naranjo en su obra “Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las islas Canarias” (Bosch 1975, p. 53). 1.1.8.3. Cauterización La cauterización, más benigna que la trepanación –intervención quirúrgica que se trata en el siguiente apartado−, comienza a practicarse en Europa durante el periodo Neolítico, y hay también constancia de su empleo en África (Bosch 1975, p. 65). Al igual que ocurre en los casos de la sangría y de la escarificación, los indígenas canarios usan esta técnica para expulsar del cuerpo humano a los espíritus demoníacos que se introducen en él, provocan-do enfermedades y dolencias de diversa índole (Bosch 1967, p. 77). A pesar de la dificultad de reconocer las marcas de esta intervención en los restos conservados en El Museo Canario, debido a su similitud con otras lesiones de diferente etiología, existen numerosos cráneos en la citada institución a los que se asocia la práctica de esta técnica quirúrgica (Pérez 1981, p. 45). La cauterización se lleva a cabo “haciendo escarificaciones sobre el cuero cabelludo, después de afeitada la cabeza y los huesos del cráneo en sentido paralelo y muy próximos, o con orificios de trépano. Sobre ella vertían grasa caliente de cabra” (Bosch 1967, p. 77). Más detalladamente, Bosch Millares (1975) cuenta que …para efectuar la cauterización se valían de instrumentos de piedra (basalto, sílex o pedernal y obsidiana) calentados al fuego. Con ellos incidían las partes blandas y el periostio, raspaban las láminas externa y el diploe de fuera adentro y con pequeños cortes oblicuos en el mismo sentido llegaban a darle la forma y profundidad convenientes. Una vez terminada la intervención quedaba el fondo rugoso como consecuen-cia de aquéllos o de la aplicación de raíces de junco empapadas en manteca de cerdo caliente para hacer más señalado su efecto (pp. 57-58). Tal superficie irregular, llena de relieves y surcos destacados, es una de las características que permite identificar la práctica de la cauterización frente a otro tipo de lesiones (Bosch 1975, p. 57). También, es propia de esta inter-vención una cicatrización positiva y sin complicaciones infecciosas (Pérez 1981, p. 45). Según Bosch Millares (1967), Abreu Galindo y otros historiadores citan entre los males para cuya solución los aborígenes emplean esta intervención a los siguientes: congestión, obsesiones, fracturas de cráneo, heridas por hondas (p. 77), dolores de cabeza causados por la humedad y el frío, algunos casos de neurastenia −aquéllas en las que se cree que el enfermo tiene piedras dentro de la cabeza−, melancolía, sinusitis, epilepsia y otros tipos de convulsiones (Bosch 1975, pp. 64-65). Para finalizar, cabe decir que, en la mayoría de los cráneos adultos en los que se detecta la aplicación de esta técnica, las lesiones se observan cicatrizadas, por lo que Bosch Millares (1967) deduce que esta intervención se realiza sobre todo en niños y en jóvenes (p. 81). 35 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.8.4. Trepanación Los antiguos habitantes de Canarias, como tantas otras poblaciones del Neolítico, conocen y practican la trepana-ción, considerada la más antigua de todas las operaciones de cuya existencia se tiene constancia (Bosch 1975, p. 77). En Oceanía se realizan en pacientes vivos para curar heridas, mientras que los habitantes de Chaouia, región bereber del Atlas, y las tribus de Argelia recogen los fragmentos de huesos extraídos del cráneo para fabricar amu-letos. Por su parte, los papúes de algunas regiones de Nueva Guinea y los polinesios de Samoa emplean cuchillos de sílex para, con trozos de coco, cerrar la entrada, mientras que en los países americanos de Perú y Bolivia la abertura se taponaba con pedazos de calabaza (Bosch 1962, p. 37). La trepanación es la operación quirúrgica más delicada de las ejecutadas por los indígenas canarios y, por lo tanto, a la que se acude como última opción cuando la sangría, la escarificación y/o la cauterización no logran la curación del enfermo. No en vano, esta intervención es calificada como la más importante y la más dramática de las realizadas en este periodo de la Prehistoria. Por ello, el sometimiento de un enfermo a este procedimiento implica un gran valor y una gran fortaleza frente el dolor (Bosch 1975, p. 77), cualidades necesarias que, tal y como relatan distintos cronistas e historiadores, sin duda poseen los indígenas del Archipiélago Canario y, en particular, los de Fuerteventura: “Fuertes para los dolores físicos, soportaban los golpes sin quejarse, y en las operaciones que tenían que sufrir, por efecto de las enfermedades, demostraban un valor a toda prueba, despreciando altamente al que se quejaba de los males del cuerpo” (Chil y Naranjo 2006, p. 83). Para llevar a cabo la trepanación, se emplean instrumentos de piedra –basalto, pedernal y obsidiana− en forma de cuchillos de hojas afiladas. Tras marcar una …señal circular en la cara exterior del cráneo, incidían las partes blandas a profundidades distintas y abrían el hueso mediante un movimiento rápido y circular, bien raspándolo o rayándolo con cortes pe-queños y oblicuos hasta darle el tamaño y hondura convenientes. En el primer caso obtenían pequeñas cúpulas que limitaban una o varias porciones semiesféricas de la calota craneana hasta extraerla, si la trepanación era completa, o le daban otras formas, sin arrancarla, si se trataba de las incompletas. Una vez finalizada procedían a regularizarla para dar a los bordes la forma de bisel o de pico anteriormente mencionados (Bosch 1975, pp. 80-81). Así, las trepanaciones practicadas en Canarias se pueden clasificar en dos tipos: completas, cuando la masa ence-fálica permanece comunicada con el exterior, o incompletas, cuando no existe dicha conexión (Bosch 1975, p. 77). Actúan en cualquier espacio de la bóveda craneana, si bien el sitio idóneo y también el más usual son “los parie-tales derecho e izquierdo próximos al frontal, al cual daban forma triangular, oval y redonda”. En general, eligen lugares alejados de venas y en los que la duramadre no está adherida a los huesos de la bóveda, lo que, en opinión Cauterización. Fuente: Índice de ilustraciones (6) 36 de Bosch Millares, demuestra que los «cirujanos» tienen nociones de Anatomía Humana. Sin embargo, también se encuentran cráneos trepanados en las suturas interóseas, con el fin de hacer sangrar lo máximo posible al paciente y, de esta forma, ayudar a la expulsión del espíritu diabólico causante de la enfermedad (Bosch 1975, p. 80). En cuanto al tipo de dolencias ante las que se recurre a esta intervención, Bosch Millares (1975) indica que …en nuestros casos parece haber sido hecha por fracturas, osteítis y traumatismos óseos del cráneo; es decir, en cuantos males se acompañaban de dolores de cabeza, vómitos, vértigos, dificultades en la mar-cha, ceguera, pérdida de la palabra y otros síntomas que hacían pensar en la existencia de algún proceso en evolución dentro de aquella región del esqueleto humano, lo que no es óbice para suponer que dada la escasez de cráneos trepanados, la vida del hombre prehistórico estaba dominada por influencias mágicas atribuidas a un demonio que se posesionaba del enfermo. De esta manera el espíritu maligno quedaba en libertad y el trepanado lograba su curación (p. 89). Los indígenas de Canarias realizan trepanaciones tanto en enfermos como en cráneos de personas ya fallecidas. Ambos tipos se diferencian, entre otras razones, por el aspecto de los bordes (Bosch 1975, p. 86), ya que en el primero de los casos éstos están cicatrizados, mientras que, en el segundo de ellos, los márgenes no presentan cicatrización (Bosch 1962, p. 36). Otra diferencia existente entre estas dos clases de trepanación radica en su tamaño, pues si la intervención se realiza cuando el enfermo está vivo, la lesión oscila entre 1 cm y 5 cm, mientras que si aquél ya había fallecido, ésta mide entre 5 cm y 9 cm (Bosch 1967, p. 80). Trepanación. Fuente: Índice de ilustraciones (6) Con respecto a la posible finalidad de la trepanación post mortem, existen varias hipótesis: una de ellas sostiene que el objetivo de esta práctica es extraer la masa cerebral, bien para convertirla en alimento o bien para poder introducir en el cráneo sustancias resinosas a fin de momificar el cadáver; otra teoría defiende que el hueso tre-panado se corta en rodajas, denominadas “rondelas”, que son convertidas en polvo, destinado a curar la sífilis; finalmente, una tercera teoría afirma que esos trozos de huesos se colocan a modo de trofeo en las entradas de las viviendas para alejar a los demonios (Bosch 1975, p. 89). En cuanto a la primera opción, no existen evidencias que la constaten, pues en las momias de El Museo Canario, ni las fosas nasales –por donde se pueden extraer las vísceras− ni los músculos y ligamentos occipito cervicales son arrancados. Tampoco se encuentran rodajas óseas en los yacimientos aborígenes ni en las excavaciones ar-queológicas, por lo que, en opinión de Bosch Millares, lo más probable es que “los trozos seccionados sirvieran para obtener polvo de hueso destinado al tratamiento de ciertas enfermedades, toda vez que la sífilis no existió en estas islas antes del descubrimiento de América” (Bosch 1975, p. 89). 37 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Para concluir este apartado, cabe señalar que son veintitrés los cráneos trepanados que se encuentran en los enterramientos aborígenes, de los que cuatro corresponden a intervenciones completas y diecinueve a prácticas incompletas. Estas últimas muestran una buena evolución, lo que resulta llamativo si se tiene en cuenta que en esta época no se practica la esterilización necesaria ni se cuenta con los instrumentos apropiados. Es posible que el buen resultado de las operaciones se deba “a los cuidados prolongados y a la resistencia del organismo al trauma operatorio y a la infección, pues si bien en unos pocos se comprueban huellas de supuración como testigos de la reacción de defensa, éstas también se comprueban por la presencia de pequeños osteofitos en el círculo del orificio de la trepanación” (Bosch 1975, p. 90). Rito de inhumación en la Cueva de Villaverde (La Oliva). Fuente: Índice de ilustraciones (22) 38 1.2. CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES A lo largo del siglo XV tiene lugar la conquista y anexión de Canarias al Reino de Castilla. Este proceso, que supone una ruptura total con respecto al modo de vida existente en el Archipiélago hasta ese momento, se lleva a cabo en dos etapas: la fase señorial y la fase realenga (Viña 1991, p.132). La primera, se inicia en 1402 con la llegada de los normados a Lanzarote y finaliza alrededor de 1477 (Palenzuela 1991, p.149). Durante este periodo de tiempo, las milicias normandas, al mando de Jean de Béthencourt y de Gadifer de la Salle, conquistan para la Corona de Castilla las islas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro –poco pobladas y de fácil acceso−, y posteriormente ex-pediciones castellano−andaluzas logran la dominación de La Gomera. Sin embargo, estas últimas fracasan en su intento de sometimiento de las islas restantes, Gran Canaria, La Palma y Tenerife, las más habitadas y accidentadas geográficamente (Viña 1991, p.132). En 1476 los Reyes Católicos acuerdan con el conquistador Diego García de Herrera concederle a éste el gobierno de las islas dominadas hasta ese momento, −Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro−, mientras que la Corona de Castilla asume directamente la conquista de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, islas con más recursos y ante las cuales los medios militares y económicos de Diego García de Herrera resultan insuficientes (Roldán y Delgado 1970, p. 11). Se inicia así la etapa realenga de la conquista, que dura hasta 1496. Estas dos fases en que se lleva a cabo la conquista del Archipiélago Canario determinan, pues, el establecimiento de dos grupos bien diferenciados: las islas de señorío −Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro−, goberna-das por un señor territorial, y las islas de realengo −Gran Canaria, Tenerife y La Palma−, que pasan a estar bajo el mando directo de la Corona. Esta división del Archipiélago será a su vez el origen de grandes diferencias sociales, económicas y políticas entre ambos grupos, que hacen que durante varios siglos las islas realengas experimenten una evolución que contrasta con el atraso que sufren las de señorío (Roldán y Delgado 1970, pp. 11-12). Tales divergencias parten principalmente del modelo económico implantado, pues mientras las islas de señorío basan su economía en la explotación de las tierras propiedad del señor territorial y sus relaciones con el exterior dependen de las islas realengas, en estas últimas se produce un auge financiero gracias al monocultivo de la caña de azúcar, al tiempo que se establece una clase campesina autosuficiente (Tejera y González 1987, p. 170). A pesar de esta distinción, tanto en unas como en otras se crea el mismo modelo municipal, el Cabildo o Concejo, cuyo ámbito de actuación abarca todos los asuntos políticos y económicos de la isla. Este esquema administrativo –salvo en los periodos de 1812-1814 y 1820-1823− se mantiene vigente hasta 1835, fecha en que se instauran en Canarias los ayuntamientos modernos, creados en virtud de la Constitución de 1812 (Suárez 1991, p. 242). 1.2.1. LA NUEVA SOCIEDAD MAJORERA La conquista de Fuerteventura resulta menos dramática que la de otras islas como Gran Canaria o Tenerife, pues la inferioridad numérica de indígenas existentes en su territorio frente al importante número de hombres traídos por los conquistadores Béthencourt y Gadifer de la Salle hace que los dos reyes majoreros, Ayoze y Guize, acuerden una rendición pacífica por el bien de su gente. Con esto logran que sobrevivan la mayoría de los aborígenes (López 1987, p. 370); sin embargo, el escaso número de éstos y la intención de los conquistadores de crear un nuevo sistema social, hacen necesaria la repoblación de Fuerteventura mediante la llegada de colonos procedentes de diversas regiones (Serra Ràfols 1968, p. 409). Comienza así un proceso de adaptación y de integración que da como resultado la formación de una nueva sociedad, descendiente de la unión entre los indígenas y los primeros conquistadores y colonos, tal y como señala en el año 1694 Marín y Cubas (1986) (p. 9). De esta forma, se consi-gue paliar la escasez de habitantes de la mayoría de las islas, al tiempo que se da solución al exceso poblacional de Castilla y de Portugal (Tejera y González 1987, p. 171). Estos nuevos pobladores proceden principalmente de Castilla −territorio que en el siglo XV agrupa a vascos, galle-gos, leoneses y andaluces−; dado que la mayoría de ellos son campesinos, su principal dedicación la constituyen la agricultura y la ganadería. Otro grupo colonizador de gran importancia en Canarias son los portugueses, que se establecen por todo el Archipiélago, provenientes de varias ciudades de la Península, como Lisboa, Oporto, Braga o Coímbra y, sobre todo, desde la isla de Madeira y el Archipiélago de Cabo Verde. Las actividades que realizan abarcan la pesca, la agricultura (Tejera y González 1987, p. 171), la artesanía y el comercio, especialmente de esclavos (Suárez, Rodríguez y Quintero 1988, p. 61). 39 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES Finalmente, como colectivos minoritarios aunque de gran trascendencia social, se encuentran los comerciantes y prestamistas de procedencia fundamentalmente genovesa, florentina y, en menor medida, flamenca, todos ellos poseedores de grandes extensiones de terreno destinados a la agricultura y al cultivo de la caña de azúcar (Tejera y González 1987, pp. 171-172). En Fuerteventura, en Lanzarote y en El Hierro, el principal aporte colonizador lo constituyen, en un primer momen-to, franconormandos5 y, posteriormente, andaluces y moriscos (Suárez et al. 1988, p. 55). 1.2.2. EMIGRACIÓN A LAS ISLAS REALENGAS E INCURSIONES BERBERISCAS A pesar de la llegada de todos estos grupos colonizadores, la escasez de agua y de alimento, y las duras condicio-nes de vida impuestas por el régimen señorial hacen que desde 1402 hasta 1520, y con especial afluencia entre 1484 –año en que Gran Canaria es conquistada− y 1506 (Marín 1986, pp. 8-9), muchos majoreros y lanzaroteños partan de forma masiva con sus posesiones y sus ganados hacia las islas centrales, donde los cultivos de azúcar recientemente instaurados les suponen una actividad más llevadera que la que les ofrecen sus islas de origen (Quintana y Ojeda 2000, p. 25). Tal llega a ser la ingente cantidad de emigrantes majoreros y lanzaroteños, que los señores de las islas orientales adoptan todo tipo de medidas para evitar las oleadas humanas que arriban a las islas centrales. Sin embargo, éstas no tienen éxito, pues las leyes castellanas permiten el movimiento de sus habitantes entre las diversas regiones que conforman el Reino (Marín 1986, pp. 12-13). Ante esta situación, los señores territoriales de Fuerteventura y de Lanzarote recurren a la vecina costa africana para repoblar ambas islas y, desde el siglo XV, comienzan las incursiones a este continente para capturar esclavos (Marín 1986, pp. 8-9), actividad que no cesa hasta principios del siglo XVII, tal y como demuestra “… un auto de prisión decretado por la Audiencia de Canarias en 1611 contra el gobernador de Fuerteventura y otros seis vecinos por haber ido a saltear a Berbería” (Anaya 1990, p. 175, citado en Lobo 1993, p. 18). 5La llegada de este importante contingente a Fuerteventura queda atestiguada por los apellidos de origen francés Perdomo, Umpiérrez, Marichal, Melián, Denís o Betancor, cuya presencia en la isla majorera es mayor que en el resto del Archipiélago (Serra Ràfols, 1968, p. 416). Fuente: Índice de ilustraciones (7) 40 Las medidas establecidas por Isabel la Católica para impedir la esclavización de los indígenas canarios (Rumeu 1947, citado en Lobo 1993, p. 15) llevan a los señores de Fuerteventura y de Lanzarote a hacerse con esclavos mediante incursiones o cabalgadas a la costa africana, a través de la compra de éstos a mercaderes portugueses, o por medio de expediciones a Cabo Verde y a Guinea (Lobo 1982, citado en Lobo 1993, p.15). Tal y como señala Lobo Cabrera (1993), el primer contingente esclavo relevante en Fuerteventura es el bereber, localizado en el norte de África. Su captura comienza muy pronto, desde principios del siglo XV, pero mientras que Abreu Galindo (1997) señala a Jean de Béthencourt como el gobernante que inicia esta práctica en 1405 (citado en Lobo 1993, p.17), Rumeu de Armas (1947), por su parte, sostiene que el primer señor que trae esclavos berbe-riscos a Canarias es Diego García de Herrera (pp. 219 y 347, citado en Lobo 1993, p. 17) al que le siguen en esta práctica sus descendientes (Rumeu 1957, p. 147, citado en Lobo 1993, p.17). Los esclavos berberiscos capturados son empleados como mano de obra para trabajar en el campo, bien plantando y ocupándose de los cultivos, bien cuidando el ganado. También, son utilizados como guías en posteriores incursio-nes a la costa africana para aprovechar sus conocimientos del terreno y así poder localizar con facilidad los núcleos humanos. Algunos presos moriscos, principalmente los poseedores de un mayor estatus social, son canjeados poste-riormente en rescates por esclavos negros en una proporción generalmente de dos a uno, aunque a veces se obtienen más. De esta forma, coexisten en Fuerteventura esclavos berberiscos y negros. Estos últimos se encuentran en la isla desde el siglo XVI, procedentes de rescates o tras haber sido comprados en otras islas del Archipiélago. Sin embargo, es durante el siglo XVII, momento en que se prohíben las cabalgadas a Berbería, cuando su número aumenta consi-derablemente, y se obtienen a través de los comerciantes esclavistas portugueses (Lobo 1993, pp. 18-19). Gracias a la información proporcionada por el vicario y capellán de la isla, Ginés Cabrera de Betancor en 1595, hay constancia de que a finales del siglo XVI los moriscos de Fuerteventura, pese a su elevado número, ya son personas libres como el resto de habitantes. En el preámbulo del padrón de moriscos residentes en la isla, elaborado por orden del Tribunal de la Inquisición, Cabrera de Betancor indica que, durante los sesenta años precedentes, ob-tienen la libertad trescientas casas de moriscos en Fuerteventura y Lanzarote6 (Millares, fs. 38-41, citado en Lobo 1993, p. 18). En cuanto a la cantidad total de moriscos que viven en la isla, dicho padrón revela que este colectivo representa el 15,3% de la población majorera (Lobo 1993, p. 18). 1.2.3. ATAQUES PIRATAS Antes de la conquista, Canarias se convierte en objetivo de numerosos ataques de piratas mallorquines, andaluces y portugueses, entre otros. Tras su anexión a la Corona de Castilla continúan este tipo de invasiones, que no cesan hasta finales del siglo XVIII. En esta época, son llevadas a cabo por piratas y corsarios franceses, ingleses, holan-deses y berberiscos, quienes causan estragos en las islas en multitud de ocasiones (Anaya 1987, p. 123). De todos estos colectivos, Anaya Hernández (1987) considera que …el más peligroso fue sin duda el norteafricano, y esto por dos motivos: primero, porque al contrario que los otros países europeos, no dieron nunca un momento de tregua al imperio español, y en segundo lugar porque los demás enemigos solían buscar sólo el dinero o productos valiosos y en rara ocasión se llevaban barcos o personas. En cambio los norteafricanos, venían expresamente a cautivar cristianos como mani-fiestan en sus declaraciones cuando son hechos prisioneros, y además con frecuencia también se llevaban los barcos para reciclarlos como barcos corsarios o utilizar sus materiales (p.124). Si bien todas las islas son víctimas de los ataques piráticos, las más perjudicas por éstos son Fuerteventura y Lan-zarote, debido a varias razones. Entre ellas se encuentran su mayor proximidad a la costa africana y, especialmente, su larga extensión y múltiples caletas, que dificultan la labor defensiva. A estos factores hay que sumar el carácter de represalia que tienen las primeras expediciones berberiscas a las islas, pues, en sus comienzos, estas invasiones están motivadas, en gran medida, por el deseo de vengar la captura y posterior esclavización de moriscos por parte de los señores de Fuerteventura y Lanzarote mediante las cabalgadas a Berbería (Anaya 1987, pp. 124-125). 6Durante los primeros tiempos, y a pesar de haber sido cristianizada, la población berberisca traída de África vive apartada del resto de la sociedad majorera y lanzaroteña; además, mantiene numerosos elementos de su lengua, de su religión y de sus costumbres (Fajardo 1995, pp. 269-271). 41 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES Las invasiones que sufre Canarias desde el siglo XV y durante las siguientes centurias afectan a numerosos as-pectos de su realidad, entre ellos a su geografía humana. Cuando Jean de Béthencourt establece la capital de Fuerteventura en Betancuria −localidad a la que da su nombre−, entre los motivos de su elección se encuentran, además de su localización en uno de los valles más fértiles de la isla −con abundancia de agua y de vegetación−, su enclave alejado de la costa y rodeado de montañas, que la mantiene resguardada de los ataques piratas tan frecuentes en este siglo y en los siguientes (Roldán 1968, p. 25, citado en López 1987, p. 370). Pero esta situación no sólo afecta a Fuerteventura, sino también a otras islas del Archipiélago, como Lanzarote, Tenerife o El Hierro, cuyas primeras capitales, Teguise, San Cristóbal de La Laguna y Valverde –esta última lo sigue siendo− se hallan en zonas de interior. Hay que esperar hasta el siglo XIX para que la mayoría de las capitales insu-lares se implanten en la costa, como consecuencia de la importancia del comercio en detrimento de la agricultura, y una vez que desaparece el peligro de invasiones extranjeras (López 1987, p. 370). Sin embargo, y a pesar de su enclave aislado y protegido, Betancuria no logra evitar ser víctima de los ataques ber-beriscos. De éstos, el más notable es el protagonizado por el corsario Xabán en 1593, año en el que se adentra en la isla y arrasa la villa destruyendo, entre otros edificios, la iglesia de Santa María de Betancuria y el Convento de San Buenaventura, el primero que se construye en Canarias (Rumeu 1975, p. 338, citado en López 1987, p. 378). El historiador y arcediano de Fuerteventura del siglo XVIII, Joseph de Viera y Clavijo (1982a), narra así este episodio: Corría el año de 1593, cuando se echó sobre Fuerteventura una armadilla de corsarios berberiscos, mandada por el moro Xabán, famoso arráez de aquellos tiempos. Este jefe hizo desembarcar hasta 600 hombres armados que, habiendo marchado a la villa de Betancuria sin encontrar mucha oposición, quemaron los edificios, saquearon el país y redujeron a ceniza los pajeros o graneros de trigo de aquella comarca (p. 817). El asalto a Betancuria tiene efectos desastrosos no sólo para sus habitantes, a quienes el corsario hace prisione-ros, llevándose a sesenta de ellos. Además, el posterior estudio de la historia majorera sufre los efectos de dicha invasión, pues al ser quemada la villa, se pierden para siempre la mayoría de los documentos existentes en ella, como los protocolos notariales, hecho que limita enormemente el conocimiento que se tiene sobre Fuerteventura en el siglo XVI (Lobo, 1993, p. 16). 1.2.4. NUEVOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN Además de Betancuria, la capital de la isla, los primeros y más importantes núcleos de población que se crean en Fuerteventura tras la llegada de los conquistadores normados y castellanos son Vega de Río Palmas, Valle de Santa Inés, Pájara, Antigua, Tuineje, Tetir y La Oliva (Roldán 1968, p. 25). En todos los casos se trata de pueblos de interior, resguardados de posibles ataques piratas, y situados en las tierras más feraces de la isla (Roldán y Delgado 1970, p. 33-34) para poder dedicarse a la agricultura, que es durante varios siglos la actividad económica principal, tal y como se comenta en el siguiente apartado. De las localidades majoreras destaca la ausencia de “vocación urbanita” (López 1987, p. 384), tal y como indica allá por 1590 el ingeniero cremonés Leonardo Torriani (1978) al referirse a Betancuria: “Tiene 150 casas, fabrica-das rústicamente y sin orden” (p. 84). De hecho, en esta época y durante varios siglos, las estructuras poblacionales más comunes en Fuerteventura son los pueblos diseminados y, dentro de ellos, la dispersión de casas alrededor de los cultivos y la alineación de éstas en lugar de calles propiamente diseñadas, tal y como ocurre en Betancuria, Antigua o Pájara (López 1987, p. 384). En cuanto al número de habitantes majoreros en el siglo XVI, como se ha comentado con anterioridad, la cantidad de indígenas en Fuerteventura es muy escasa cuando comienza la conquista castellana. Cuando ésta concluye, la población sigue siendo poco numerosa y apenas aumenta durante los siglos XV y XVI (Quintana y Ojeda 2000, p. 25), debido fundamentalmente a las sequías, malas cosechas, hambrunas, epidemias, ataques piratas y emigracio-nes a las islas centrales (Cabrera 1996, p. 98). Los primeros datos que se tienen sobre la población de Fuerteventura en el siglo XVI los aporta el Tribunal de la Inquisición, cuyo recuento de 1567 arroja una cifra de 280 familias, equivalentes a unos 1.400 habitantes y que se localizan principalmente en la capital, Betancuria (Díaz R. 1991, p. 269). En 1585, la población insular experimenta un retroceso, pues un documento diocesano solicitado por Felipe II en 1577 informa de que la isla cuenta con 219 42 vecinos o familias, de las que 100 residen en la capital (Fernández L. 1975, pp. 114-115, citado en López 1987, p. 379). La conversión de vecinos en habitantes da como resultado una cantidad de 400 a 450 majoreros residentes en Betancuria, y entre 876 y 985 en otros núcleos de la isla (Sánchez, p. 76, citado en López 1987, p. 379). Estas cifras son corroboradas por Leonardo Torriani (1978), quien en su obra escrita alrededor de 1590, Descrip-ción e Historia del Reino de las Islas Canarias, comenta de Fuerteventura que “…en toda esta isla no hay más de dos mil almas, de las cuales solamente trescientas personas pueden pelear;…” (p. 86). 1.2.5. ACTIVIDAD ECONÓMICA “…se confirma la afirmación realizada en el siglo XVI, en donde se señalaba que tanto Lanzarote como Fuerteventura, tenían mucha abundancia de pan y ganados, «y así muchas vezes se lleva a todas las demás islas y a la de la Madera»” Manuel Lobo Cabrera y Germán Santana Pérez El Comercio en Fuerteventura en el Siglo XVII, 1996 1.2.5.1. Agricultura Tras la conquista castellana, la agricultura se erige en la principal actividad económica de la isla, seguida de la gana-dería. Si bien esta última ya es conocida por los indígenas majoreros, la primera llega a la isla a comienzos del siglo XV de la mano de Jean de Béthencourt, quien trae con él campesinos normandos que, una vez instalados, reproducen las técnicas agrícolas utilizadas en su tierra de origen. Posteriormente, la llegada de los señores Diego García de Herrera y Pedro Fernández de Saavedra, acompañados de colonos andaluces de tradición labradora, termina de afianzar el predominio agrícola en la isla. Esto tiene fatales consecuencias para la población majorera en el futuro, pues una eco-nomía basada casi exclusivamente en el cultivo de la tierra, en un ecosistema caracterizado por la aridez del terreno y la escasez pluvial, da lugar a numerosos periodos de sequía, hambre y emigración durante varios siglos. A esto hay que sumar otros factores negativos para el desarrollo de Fuerteventura como su aislamiento, la ausencia de comercio exterior o los impuestos abusivos de los señores de la isla y de la Iglesia (López 1987, pp. 370-371). Todos estos elementos, unidos a las invasiones piráticas, hacen que durante los siglos XVI, XVII y XVIII Fuerteventura apenas evolucione y sufra frecuentes hambrunas que provocan altísimas cifras de mortandad y salidas masivas hacia otras islas, razones por las que el número de habitantes de la isla durante estos siglos está sujeto a constantes varia-ciones y recesiones en función de la situación del momento. Hay que esperar hasta bien entrado el siglo XIX para que estas circunstancias negativas disminuyan y la población majorera se estabilice (Quintana 1995, p. 51). Sobre la agricultura majorera en el siglo XVI, el religioso Abreu Galindo (1977) cuenta lo siguiente a principios del siglo XVII: Cógese en estas dos islas [Fuerteventura y Lanzarote] mucho trigo, algo moreno y menudo, que trajo Diego de Herrera de Berbería, que llaman morisquillo; y de una fanega de sementera se cogen sesenta y setenta fanegas de trigo, y a veces ciento más. Y también se coge mucha cebada, que es su manteni-miento más común (p. 61). Los principales cultivos que se obtienen tanto en Fuerteventura como en Lanzarote durante los siglos XVI al XVIII son, de mayor a menor importancia, el trigo, la cebada y el centeno; su producción en los años de lluvias regulares es tan abundante que parte de ella sirve para proveer a las islas realengas del grano que les falta para poder alimentar a todo el conjunto de su población (Santana 1995, p. 141). Y es que desde el momento mismo en que se concluye su conquista, a principios del siglo XV, Fuerteventura y Lanzarote se convierten en proveedoras de cereal para otras islas, pues, a pesar de que sus condiciones climáticas no son las más adecuadas para esta función, son las primeras en ser reorganizadas económicamente. Además, 43 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES durante la conquista de las islas realengas, a finales de la misma centuria, se hace necesario proveer de alimento al contingente que toma parte en la empresa bélica. De hecho, en el caso de Tenerife, la escasez de comida llega a ser tan preocupante que esta isla “…incluso emprendió expediciones armadas para obtener cereales” (Santana 1995, p. 163). Un siglo después, a finales del XVI, y ya incorporado a España todo el Archipiélago, el envío de grano desde las dos islas orientales a las realengas, especialmente a Tenerife, se intensifica, debido a la pérdida en éstas de suelo dedicado al cultivo de cereales, que implica una menor producción de los mismos (Macías 1978, p. 25, citado en Santana 1995, p. 163). El motivo de tal disminución de las cosechas cerealísticas radica en la importancia que en Gran Canaria, en La Palma y sobre todo en Tenerife adquiere la exportación de vino a Europa. Esta actividad comercial requiere de grandes extensiones de terreno para el cultivo de la vid, que son obtenidas utilizando las tierras hasta ese momen-to dedicadas al cultivo de cereales. Si a esto añadimos que los medios de producción agrícola propios del Antiguo Régimen requieren de una gran cantidad de personas para realizar las tareas del campo (Santana 1995, p. 142), resulta obvio que la cantidad de cereal que se produce en las islas realengas resulta insuficiente para mantener a su población, por lo que se hace necesario recurrir a las dos islas orientales, Fuerteventura y Lanzarote, menos pobladas y con una economía dedicada principalmente a la agricultura cerealística. Las consecuencias de esta articulación económica del Archipiélago son puestas de manifiesto por Juan Manuel Santana Pérez (1995): Al mismo tiempo, para que el cultivo exportador alcance mayor rentabilidad, requiere asegurar el alimento diario de sus empleados a un bajo costo, lo que motivará una política desequilibrada de la Real Audiencia y de la Comandancia General a favor de las islas centrales bajo el discurso de la solidaridad interinsular. Por tanto, se fraguará un intercambio desigual correspondiente a las exportaciones y en torno al cual aparecerá un grupo de intermediarios que sacará suculentas partidas de dinero. Con estos intercambios tendremos que se producirá un desarrollo desigual de las distintas islas canarias que a su vez creará zonas diferenciadas a nivel geográfico y en consecuencia la marginación de unos espacios. Por tanto, creemos que es válido hablar de una división interinsular del trabajo y en torno a este fenómeno existirá una inter-dependencia del conjunto del Archipiélago. Sin duda aquí están las bases de la actual configuración de la realidad canaria, tanto a nivel económico como político y social (p. 142). Como bien indica Santana Pérez, este papel de Fuerteventura como proveedora de alimento de las islas realengas es incentivado por el estamento gobernante de la isla, el cual percibe importantes beneficios económicos y au-menta su poder de influencia a costa del empobrecimiento progresivo de los recursos naturales de la isla. De dicho grupo oligárquico, Quintana Andrés (1995) señala que “Esta élite social acaparaba tanto los cargos públicos de la isla como las rentas generadas en ella, compartiendo parte de estas últimas con los grupos de poder asentados en La Laguna y Las Palmas –caso del diezmo eclesiástico−” (p. 51). Además del cultivo de cereales, en la producción agrícola de Fuerteventura también destaca la recogida y expor-tación de orchilla, actividad que comienza desde la llegada de los nuevos pobladores europeos a la isla. De hecho, algunos historiadores opinan que, entre los motivos por los que Jean de Béthencourt emprende la conquista de Canarias, se encuentra el deseo de comerciar con esta planta, tan apreciada como colorante textil, para enviarla a su localidad natal, Grainville-La-Teinturière. La orchilla puede considerarse el primer producto de la agricultura majorera que se exporta fuera del Archipiélago, y el único, durante más de un siglo (Roldán y Delgado 1970, p. 34), tal y como atestiguan los autores del siglo XVI Juan de Abreu Galindo (1977): “Cógese en esta isla mucha orchilla, más que en todas las demás islas […]…que se navega a muchas partes” (pp. 60-61) y Leonardo Torriani (1978): “También se recogen aquí 8000 pesos de orchilla, que se transporta a España, a Italia y a Francia” (p. 71). 44 1.2.5.2. Ganadería Tras la agricultura, la ganadería constituye la segunda actividad económica más importante de Fuerteventura en el siglo XVI, así como durante todo el Antiguo Régimen. Y al igual que los cereales, el ganado majorero se convierte, junto con el de Lanzarote, en objeto de un comercio regular que tiene como principal destino las islas realengas, pues el progresivo aumento de la población de éstas, unido a la ampliación de terrenos para la viticultura, provoca un incremento de la demanda no sólo de grano, sino también de carne y de productos lácteos, además de medios de transporte. Esta necesidad es satisfecha mediante la importación de reses provenientes de Fuerteventura, nego-cio del que obtiene grandes beneficios la oligarquía majorera, por lo que, desde principios del siglo XVII, la explo-tación de los recursos económicos de esta isla se hace, en palabras de Pedro Quintana (1995), imparable (p. 52). En cuanto a la cantidad y el tipo de ganado existente en Fuerteventura en el siglo XVI, Abreu Galindo (1977) escribe lo siguiente a principios de la centuria: …hay mucho ganado de cabras y ovejas y vacas. […] Hay en ella más de cuatro mil camellos, y grandísi-mo número de asnos salvajes. El año 1591 se mandó hacer una mortería, por el mucho daño que hacían en la tierra, con muchos lebreles, y con mucha gente de a caballo, y la tierra apellidada; y mataron más de mil quinientos asnos, que fueron manjar de cuervos y guirres, de que hay mucha abundancia en estas islas. […] El ganado desta isla de Fuerteventura es el más sabroso de todas las islas; el cual anda suelto por toda la isla;… (pp. 59-60). Otro testimonio sobre el ganado de Fuerteventura en el siglo XVI, en este caso a finales del mismo, es el del ita-liano Leonardo Torriani (1978): Tiene abundancia de cebada y de trigo y de ganados; y de una relación hecha por gente principal de la isla resulta que tiene 60.000 cabras y ovejas juntas, 4.000 camellos, 4.000 burros, 1.500 vacas y 150 caballos de monta, además de otros infinitos caballos que son casi tan buenos como los de Lanzarote; de modo que esta [sic] tiene más de 70.000 cabezas de ganado salvaje. Tiene también verracos con cuatro, y hasta con siete cuernos, como el Lanzarote; y algunos de ellos nacen con cinco patas, de las cuales una sale debajo del vientre (p. 71). Recolección de orchilla. Grabado de Sinforiano Bona, 1866. Fuente: Índice de ilustraciones (8) 45 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES Un número tan ingente de cabezas de ganado, especialmente caprino, y el hecho de que se encuentre diseminado por toda la isla, es una característica de la cultura económica majorera que data de la época prehistórica, tal y como se comenta en el primer capítulo del libro. Este modelo de subsistencia se mantiene e incluso se intensifica tras la llegada de los nuevos pobladores castellanos y europeos, lo que conlleva …a largo plazo, unas consecuencias desastrosas para el entorno, en tanto que el pastoreo intensivo basa-do en la especie caprina supone una estrategia ambientalmente destructiva, debido al sobrepastoreo y al asolamiento de la cubierta vegetal, así como por la superpoblación animal, que acentúa sus efectos nocivos. La capacidad depredadora del ganado caprino en una zona de escasas precipitaciones repercutiría inexo-rablemente en la aridificación del territorio, erigiéndose en principal factor desencadenante de la secular aridez de la isla y del fenómeno de extinción de numerosas especies florísticas (Cabrera 1993, pp. 46-47). Esta progresiva desertización de la isla, si bien no es tan acusada en el siglo XVI como lo es en la actualidad, sí que empieza ya a manifestarse a lo largo de esta centuria, tal y como se puede apreciar al compararla con la vegetación de la isla a principios de siglo: “Esta isla de Fuerteventura es más abundosa de aguas [que Lanzarote], y tiene algunas fuentes, y hay algunos árboles, como son tarajales, acebuches y palmas; y lo que en ella se planta se da muy bien. Son éstas [sic] dos islas abundantísimas de yerbas y muy olorosas flores;…” (Abreu 1977, p. 59) y a finales del mismo: “Tiene pocas aguas y pocos árboles, con excepción de un valle agradabilísimo, lleno con palmas salvajes” (Torriani 1978, p. 70). 1.2.6. NUEVAS ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO “Una circunstancia es común a todas las jurisdicciones de las islas: la pureza de la atmósfera de cada una de ellas es la propia del Atlántico, pues gracias a su movilidad incesante y ventila-ción la materia orgánica es escasísima. Pero en el transcurso de los años el aislamiento de las Canarias ha ido perdiendo mucho de su valor climatológico, ya que, colocadas en el cauce de las corrientes comerciales de Europa con el África y la América del Sur, fueron y son el punto obliga-do de escala para la navegación intercontinental, lo que ha hecho sacrificar al lucro de muchas de sus condiciones higiénicas. De esta manera, los navegantes van dejando algo de lo que traen, malo o bueno, encareciendo y viciando el medio climatológico, tierra, agua y atmósfera, cuya influencia en la historia de la medicina es evidente” Juan Bosch Millares Historia de la Medicina en Gran Canaria, 1967 La conquista castellana y el contacto comercial o de otra naturaleza con otras naciones europeas y con América, no sólo implica la formación de una nueva estructura social y la importación de nuevas costumbres. También supone la llegada a Canarias de enfermedades desconocidas hasta ese momento y que se propagan rápidamente por todo el Archipiélago, como consecuencia del escaso desarrollo de la Medicina y de la higiene en esta época. Estas “nuevas” enfermedades son las de transmisión sexual, especialmente la sífilis, la peste y la lepra (Bosch 1967, p. 130), y sus consecuencias resultan devastadoras para la población indígena, cuya falta de defensas en su sistema inmunitario frente a estos agentes patógenos desconocidos provoca muertes masivas (Tejera y González 1987, pp. 174-175). 1.2.6.1. Lepra Los estudios de paleopatología realizados por el doctor Juan Bosch Millares sobre los restos aborígenes que se conservan en El Museo Canario, concluyen que los indígenas canarios no padecen la lepra, pues no se hallan en los huesos las marcas propias de la osteopatía leprosa, ni en su forma atrófica degenerativa ni en su forma de lesiones por tracción de los ligamentos y los músculos (Bosch 1967, p. 133). Tampoco existe esta enfermedad en América, adonde es llevada desde la Península Ibérica en las numerosas tra-vesías que parten hacia el Nuevo Continente tras los viajes de Cristóbal Colón. Los primeros brotes de lepra que se registran en América aparecen en Colombia en 1543, procedentes de Andalucía; en Cuba, procedentes de Valencia y, en Brasil, procedentes de Portugal. Desde estos tres países la enfermedad se extiende lentamente al resto del continente, debido al mercado de esclavos negros traídos desde África (Bosch 1967, pp. 133-134). 46 En Canarias, la lepra hace su aparición en el siglo XV, junto con los conquistadores y colonizadores procedentes de Castilla y de otras regiones de Europa, donde a finales de la Edad Media esta dolencia se convierte en una terrible epidemia. Tan rápidamente se extiende la lepra por el Archipiélago (Bosch 1967, p. 134), que en muy pocos años el Gobierno castellano indica que esta región es una de las más afectadas de sus territorios (Bosch 1950, p. 62, citado en Santana 2005, p. 71) por lo que se crea en Gran Canaria el Hospital de San Lázaro, centro benéfico destinado a dar asilo a todos los canarios afectados por la enfermedad y a aislarlos del resto de la sociedad para evitar la expansión de este mal (Bosch 1967, p. 134). El citado centro, mandado a edificar por los Reyes Católicos, constituye uno de las primeras instituciones públicas que se crean en el Archipiélago Canario (Bosch 1967, p. 139). La construcción del Hospital de San Lázaro no sólo tiene como objetivo la atención a estos enfermos e impedir el contagio de personas sanas; también persigue acabar con “…el espectáculo de ver a los leprosos errantes por las calles, desterrados de la sociedad humana, condenados a una muerte civil por la inspección médica, viviendo en chozas en despoblado, y dando aviso de su aproximación por el toque del cuerno o de la campanilla”. Su aspecto es el de muertos errantes cubiertos desde la cabeza hasta los pies para ocultar las numerosas llagas del cuerpo, y portan en la mano la conocida como «campanilla de Lázaro», que hacen sonar para que la gente no se acerque a ellos (Bosch 1967, pp. 134-135). La Instrucción de Corregidores establece la prohibición de que los enfermos leprosos transiten por las calles y los obliga a permanecer recluidos en el Hospital de San Lázaro (Bosch 1967, p. 139). Sin embargo, el número de internos de este centro no supera las quince personas, por lo que resulta imposible saber la cantidad de leprosos que fuera del edificio se hallan en contacto con otros habitantes, sin recibir atención ni tratamiento e incumpliendo la normativa existente al respecto (Bosch 1967, pp. 139-140). Los síntomas descritos de esta enfermedad incluyen dolores a los que les sigue la aparición de “berruxas” en el vientre −donde pueden alcanzar un gran tamaño−, en la cara o en las extremidades; en el caso de golpes, heridas o traumatismos, dichas “berruxas” pueden producir llagas. El tratamiento utilizado es muy limitado y consiste en tisanas, cataplasmas y frotamientos con mercurio. Esta última medida sugiere la posibilidad de que la lepra llegue a ser confundida entonces con la sífilis, pues las fricciones mercuriales son el remedio habitual que se emplea en esta época para esta otra dolencia (Bosch 1967, p. 140). 1.2.6.2. Sífilis Respecto a la sífilis y a su presencia en Canarias antes de la conquista castellana, los estudios realizados en los es-queletos y cráneos de El Museo Canario no revelan ningún signo que ponga de manifiesto su existencia entre los in-dígenas canarios ni tampoco tras el proceso colonizador, de lo que se deduce que la aparición de esta enfermedad en el Archipiélago se produce como resultado de los viajes transatlánticos entre Europa y América (Bosch 1967, p. 135). La paleopatología egipcia tampoco encuentra marcas de esta enfermedad entre las diez mil momias que se con-servan en Egipto –nación emparentada con el pueblo aborigen canario−, anteriores a la época bizantina, y de entre los millones de huesos del período Neolítico examinados por el profesor francés Vallois, sólo dos de ellos, encontrados en cuevas de la localidad francesa de Marne están afectados por la sífilis. Estas circunstancias llevan a varios investigadores, entre ellos Juan Bosch Millares, a inclinarse por la teoría de que la sífilis llega a Canarias y a Europa procedente de América, tras los viajes de Colón a este continente (Bosch 1967, pp. 135-136). La sífilis es mencionada por primera vez en los libros de Medicina en la última década del siglo XV, época en que se transmite a gran velocidad por toda Europa, bajo el nombre de Morbus gallicus, que significa “mal francés”. A comienzos del siglo XVI, la sífilis es la enfermedad contagiosa más extendida en Europa, hasta el punto de que llega a constituir una pandemia y provoca auténticos estragos en gran parte del continente, especialmente entre las clases altas. Su alta incidencia queda reflejada en la gran cantidad de denominaciones que recibe: lúes, venéreo, enfermedad de Venus, peste de Venus, mal alemán, mal napolitano, viruela española y morbus gallicus o morbo gálico (Bosch 1967, pp. 135-136). En esta época son varias las causas que se establecen como desencadenantes de la sífilis, entre ellas, las debidas al contacto sexual entre un leproso y una prostituta, al envenenamiento de las fuentes de Nápoles por parte de los virreyes españoles o a la carne humana ingerida en Francia de forma cotidiana. Tras extenderse hasta convertirse en pandemia, el médico y poeta italiano Girolamo Fracastoro es el primero en advertir la naturaleza venérea de la sífilis, enfermedad que describe en su poema de 1530 Syphilis sive Morbus Gallicus, cuya traducción sería “Sífilis o el mal francés” y donde aparece por primera vez su nombre actual (Bosch 1967, p. 140). 47 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES La sífilis se caracteriza por la aparición de múltiples ulceraciones en diferentes zonas del cuerpo. Cuando se extien-de por toda Europa, después de la llegada de Colón a América, los médicos españoles son los primeros en emplear remedios para tratarla, gracias a la influencia árabe. Puesto que en la medicina árabe se utiliza ya el mercurio para eliminar parásitos, los facultativos en España comienzan a emplear el mercurio, tanto en frotamientos como ingerido, hasta provocar que el enfermo babee, se le aflojen los dientes y escupa profusamente. El número de libras de baba que éste expulsa, determina si el paciente está curado (Bosch 1967, pp. 140-141). Avanzado el siglo, la sífilis va perdiendo su carácter de malignidad, no sólo por los efectos del medicamento citado, sino por los conocimientos vegetales que se vienen empleando con anterioridad. Tras le llegada de los españoles a América, se descubren en este nuevo continente el guayaco, la raíz de China o Similax lanceolata, la zarzaparrilla y el sasafrás, todos ellos productos vegetales que se llevan a España para el tratamiento de la enfermedad. El más usado es el guayaco, al que los españoles denominan Palo de las Indias y Palo Santo, y que es transportado a España desde Santo Domingo, isla donde Nicolás Pol, médico del emperador Carlos V, publica en 1517 un tratado sobre el empleo de este “árbol de la maravilla” en el tratamiento de la sífilis. La forma de tomar el guayaco es como infusión caliente, diariamente, durante casi un mes, pues se piensa que el sudor producido al ingerir este bebida es lo que hace que el enfermo sane de esta dolencia (Bosch 1967, p. 141). En los hospitales de Gran Canaria se empieza a utilizar el mercurio a modo de unción para provocar el babeo, pero este método se emplea en pocas ocasiones, debido al escaso número de enfermos sifilíticos. Posteriormente, se acude al uso del guayaco y de la zarzaparrilla, importados de la Península (Bosch 1967, p. 141). 1.2.6.3. Peste En la época antigua se emplea el término “peste” para designar a cualquiera de las grandes enfermedades epi-démicas, y no es hasta la segunda mitad del siglo XIV cuando se identifican los rasgos propios de esta dolencia, llamada «muerte negra» por sus terribles síntomas. Oriunda de Asia, la peste provoca entre 30 y 40 millones de muertos en este continente y en África, y a mitad del siglo XIV llega a Europa, donde perecen a consecuencia de ella unos 25 millones de personas, equivalentes a la tercera parte de la población. Los países europeos más diez-mados por esta enfermedad son Francia, Italia, Inglaterra, Islandia y España, donde la peste aparece en Barcelona en los años 1501, 1506 y 1507 (Bosch 1967, p. 130). Canarias no se libra de esta enfermedad, pues las travesías que se realizan desde la Península, donde se extiende por completo, traen inevitablemente la peste al Archipiélago (Bosch 1967, p. 131). Los escritores Viera y Clavijo, Marín y Cubas, Pierre de Cenival y Fredéric de la Chapelle recogen en sus obras, según escribe Bosch, brotes epidémicos que se producen en las islas a finales del siglo XV y a lo largo del siglo XVI, y que unas veces reciben el nombre de «pestilencia» y otras el de «modorra», por considerar que se trata de dos enfermedades diferentes, aunque más tarde se llega a la conclusión de que todos los casos corresponden a la misma (Bosch 1967, p. 90). La primera referencia del siglo a las características de la modorra, señala como síntomas la fiebre, el letargo y las complicaciones del aparato respiratorio, de las cuales, la más habitual es la pleuresía. Este estado de letargo origi-na que algunos historiadores asocien esta enfermedad al tifus exantemático7 y otros a la encefalitis letárgica. Esta enfermedad pestilencial también deja secuelas posteriores, pues quienes consiguen sobrevivir a ella permanecen sumidos en un decaimiento y una tristeza que los mantiene recluidos (Bosch 1967, p. 137). Todas estas características de la modorra, recogidas por los historiadores anteriormente mencionados, coinciden con la sintomatología registrada en las epidemias de peste que tienen lugar entre 1500 y 1630 en Alemania, Italia, Francia y España, lo que lleva al médico e investigador canario Juan Bosch Millares a afirmar que la modorra es la misma enferme-dad que la peste, que durante varios siglos causa estragos en Canarias y en otras muchas regiones (Bosch 1967, p. 90). Otros autores, en cambio, difieren de la opinión de Bosch Millares y ofrecen otras alternativas a la incógnita de la naturaleza de esta enfermedad. Éste es el caso de Francisco Guerra, quien identifica la modorra con el tifus exan-temático, de Mercer, quien opina que se trata de la rabia, y de Conrado Rodríguez Martín, quien se inclina a pensar que la modorra en realidad se corresponde con la gripe (Tejera, López y Hernández 2000, p. 392). 7El tifus exantemático es conocido popularmente como «tabardillo» o «tabardete» y será frecuente en Fuerteventura en los siglos XVII y XVIII. Durante el siglo XVI, el tabardillo es objeto de numerosos estudios por parte de los facultativos españoles, de entre los que sobresalen los realizados por Francisco Bravo (1530−1595), nacido en Osuna, autor de Opera Medicinalia, de 1570 (Toledo y Hernández de Lorenzo 2001, p. 77). 48 En esta época se piensa que la peste consiste en un efluvio venenoso que emana a través de los poros de la piel hasta llegar al corazón, al hígado y al cerebro. Por este motivo, los consejos que se dan para estos casos es prohibir que los afectados se bañen, por el peligro de que los poros se abran, mantener una dieta ligera e ingerir frutas ácidas, gran cantidad de líquidos y frecuentes tragos de vinagre. Además, se presta atención al aire de las habitaciones, que se limpian quemando ramas de enebro o bien arrojando polvo de carbón para que los pacientes lo aspiren. Otro remedio es el de administrar a los enfermos drogas aromáticas, bien ingiriéndolas o bien mezclán-dolas con resina o ámbar e inhalando el producto resultante. Si ninguna de estas medidas llegaba a surtir efecto, se emplea como último recurso la sangría (Bosch 1967, pp. 137-138). Se identifican dos clases de peste: la forma neumónica, de dos meses de duración y con síntomas de fiebre inter-mitente y esputos de sangre, y la peste bubónica, que presenta fiebre alta e inflamaciones en las ingles y las axilas. La transmisión de la enfermedad se produce sobre todo en los casos de forma neumónica, y para ello no es preciso un contacto regular con el paciente, pues basta con que éste se encuentre presente. Esta elevada capacidad de contagio es la causante de que los enfermos mueran sin ser asistidos y se les entierre sin recibir atención religiosa (Bosch 1967, p. 138). Muy pronto se empiezan a tomar medidas colectivas para evitar la expansión de la peste. Por un lado, se expulsa de los pueblos y de las ciudades a los tullidos, por considerar que son éstos quienes provocan la dolencia y, por otro, se establecen guardias a las afueras de las localidades para evitar que accedan a ellas personas desconoci-das. Además, los viajeros procedentes de lugares afectados por la peste son obligados a alojarse durante un mes en campamentos anexos a las ciudades, y si ese tiempo resulta insuficiente se aumenta su permanencia en el campamento hasta los cuarenta días, costumbre de la que procede el término «cuarentena» (Bosch 1967, p. 138). La prevención también se aplica en los puertos, donde los frecuentes avisos que se reciben en este siglo y en los dos siguientes sobre brotes de peste en otras islas, regiones o países hacen necesaria la presencia de vigilantes que se encarguen de cumplir las continuas prohibiciones de desembarco de navíos desconocidos o procedentes de zonas afectadas. En estos casos, la utilización del término peste no se refiere necesariamente a la enfermedad propiamente dicha, sino que se emplea en general para referirse a cualquier epidemia de causa desconocida (Tejera y González 1987, p.176). En cuanto a la asistencia médica, lo habitual entonces es que el facultativo explore al paciente en la entrada de la casa, y que la orina se analice cubriendo el recipiente unas tres o cuatro veces con una tela para evitar el contagio, debiendo ser los familiares del enfermo los encargados de mantener el vaso entre sus manos. Del mismo modo, para entrar en la casa de la persona afectada debe llevarse una esponja impregnada en vinagre y colocada delante de la nariz, así como piedras preciosas protectoras (Bosch 1967, p. 138). La conclusión sobre lo comentado anteriormente es que la peste o “muerte negra”, “…con sus oscuras manchas sobre la piel, sus hemorragias y destrucción gangrenosa de los pulmones, sus efectos paralizantes sobre la inteli-gencia y el organismo y sus lesiones axilares, inguinales y pulmonares, fue todo un símbolo del reinado del terror” (Bosch 1967, p. 133). 1.2.7. EPIDEMIAS EN FUERTEVENTURA La primera epidemia ocurrida en Fuerteventura de la que se tiene conocimiento se cita en el siglo XVIII, en Noticias de la Historia de Canarias. Su autor, Joseph de Viera y Clavijo (1982), relata cómo en 1464 o 1465 tiene lugar en esta isla “Una enfermedad contagiosa, en que más de doscientas personas perdieron la vida,…”. Dicho suceso es atribuido a la mano de Dios para castigar la acción del señor de Lanzarote, Sancho de Herrera, quien roba en Te-nerife la imagen de la Virgen de Candelaria y la lleva al templo parroquial de Fuerteventura, si bien posteriormente la devuelve a su lugar de origen para evitar que la tragedia sigua diezmando la población majorera (Viera J. 1982, pp. 429-430, citado en Díaz A. 1989, p. 102). Gracias a los Acuerdos del Cabildo de Tenerife (1497-1507) se sabe que en 1506 hay brotes de peste en Gran Canaria, en Fuerteventura y en Lanzarote, pues en la sesión de 30 de octubre de ese año, el gobierno tinerfeño prohíbe la entrada a la isla de cualquier habitante procedente de las mencionadas islas por estar las tres conta-giadas de este mal (Bosch 1967, p. 131). 49 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES E luego el señor teniente platycó con los dichos señores en que dixo que Ya bien saben y es not
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Calificación | |
Título y subtítulo | Historia de la medicina en Fuerteventura |
Autores secundarios | Salcedo Santana, Ofelia ; Alonso Hernández, Idaira ; Salcedo Gonzálvez, Rafa |
Entidad |
Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas Salcedo-Cassal, Comunicación e Imagen (Firma) |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | [Las Palmas de Gran Canaria] |
Editorial | Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas |
Fecha | 2012 |
Páginas | 222 p. |
Materias |
Medicina Canarias Fuerteventura Historia |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 4313373 Bytes |
Texto | EDITA: FUNDACIÓN CANARIA DEL COLEGIO DE MÉDICOS DE LAS PALMAS EJECUCIÓN DE LA OBRA: SALCEDO-CASSAL. COMUNICACIÓN E IMAGEN DIRECCIÓN DE CONTENIDOS, REDACCIÓN y COORDINACIÓN EDITORIAL Ofelia Salcedo Santana INVESTIGACIÓN y REDACCIÓN Idaira Alonso Hernández DISEÑO y MAQUETACIÓN Rafa Salcedo Gonzálvez FOTOGRAFÍA: © SEGÚN ÍNDICE DE ILUSTRACIONES IMPRESO EN ESPAÑA POR GUTEMBERG ISBN: 978-84-615-8011-8 DEPÓSITO LEGAL: GC 115-2012 Las tareas de investigación y redacción de la presente publicación finalizaron en el mes de noviembre de 2010 Este libro no podrá ser reproducido ni total ni parcialmente sin el previo permiso escrito de la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas La presente publicación, editada por la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas, cul-mina el interés de nuestro Colegio por rescatar y dar a conocer la evolución de la Medicina en la isla de Fuerteventura –un territorio largamente castigado por el aislamiento, el olvido y las extremas condiciones de vida padecidas por sus habitantes en el pasado–, cuyo desarrollo experimenta una progresión que bien puede calificarse como de ‘extraordinaria’ en apenas veinticinco años, ya avanzada la segunda mi-tad del siglo XX. Y es que mientras que en el resto de las Islas Canarias la infraestructura sanitaria se va generando de una de manera progresiva, en Fuerteventura, la asistencia médica, afectada por una pro-longada carencia de medios, en un tiempo récord cuenta con casi todos los recursos mínimos necesarios. Entre 1950 y 1980, se produce un salto cuantitativo en relación a la presencia de profesionales, pues de contar con cuatro médicos rurales, la isla pasa a disponer de un pequeño hospital que acoge siete especialidades y donde se realizan las primeras intervenciones programadas. El apreciable desarrollo médico experimentado a partir de entonces permite, en los años 90, ofrecer a la población majorera una cobertura sanitaria similar a la existente en el resto de las islas del Archipiélago; a continuación, los avances médicos no dejan de producirse. Aunque tardío y dificultoso, tal desarrollo sanitario se alcanza, en gran medida, gracias a la heroica labor profesional, la absoluta implicación personal y el meritorio e incansable esfuerzo de los médicos de la isla, protagonistas destacados de este logro, a quienes colegia-dos y ciudadanos en general debemos un justo reconocimiento. Conocer nuestra historia, tener la perspectiva de nuestro pasado, nos ayuda a entender nuestro presente, a reflexionar sobre él y a plantearnos nuevos retos. Sólo así es posible continuar evolucionando como profesionales y como sociedad. De ahí la importancia de este libro, redactado a partir de una exhaustiva y rigurosa labor de investigación y documentación, y concebido como una obra divulgativa de referencia, destinada a contribuir al conocimiento cultural, educativo, docente y científico del colectivo médico y a acercar la apasionante Historia de la Medicina de Fuerteventura a estudiantes, investigadores y ciuda-danía en general. En nombre de la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas, deseo agradecer la generosa e indispensable contribución a esta publicación de una parte importante del personal sanitario de la isla y de otras personas involucradas en el desarrollo de la estructura sanitaria de Fuerteventura, cuyo testi-monio vivo, aquí recogido, afianza el valor documental de este libro; entre ellos, el de D. Carlos González Cuevas, presente en estas páginas: uno de estos médicos protagonistas de la Historia de la Medicina en Fuerteventura, tristemente fallecido en 2011. De modo particular, expreso la más sincera gratitud de la institución hacia el impulsor de este proyecto, D. Juan Letang Benjumeda, vocal del Patronato de la Fundación Canaria del Colegio de Médicos de Las Palmas, y hacia todos y cada uno de los médicos de Fuerteventura, parte esencial de su progreso, con un especial reconocimiento a sus ‘primeros médicos’, padres de la actual Medicina. Pedro Cabrera Navarro Presidente Mi tierra verde, tu tierra parda mi tierra erguida, tu tierra echada mi tierra grita, tu tierra calla mi tierra vive, la tuya aguarda. Sueño tus llanos, tú mis montañas yo en tu sombrera con anchas alas te quiero hermano, te quiero hermana deja tus suertes, deja tus gavias. Fuerteventura, fuerte desgracia que no vivamos la misma casa, puerta con puerta, cama con cama sueño con sueño, maga con maga. Mi agua es dulce, la tuya amarga mía la rosa, tuya la aulaga yo la fatiga, tú la esperanza. Pedro Lezcano Biografía poética, 1986 PARTE 1. LA MEDICINA EN FUERTEVENTURA DESDE LA PREHISTORIA HASTA EL S. XVIII 1.1. ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 19 1.1.1. MEDIO NATURAL 20 1.1.2. POBLACIÓN 20 1.1.2.1. Asentamientos 21 1.1.2.1.1. Barrancos 21 1.1.2.1.2. Zonas elevadas 22 1.1.2.1.3. Malpaíses 22 1.1.3. ACTIVIDAD ECONÓMICA 23 1.1.3.1. Ganadería 23 1.1.3.2. Agricultura 24 1.1.4. ALIMENTACIÓN 25 1.1.5. APARIENCIA FÍSICA 26 1.1.6. CARACTERÍSTICAS DE LA MEDICINA INDÍGENA CANARIA 27 1.1.7. ENFERMEDADES DE LOS PRIMITIVOS CANARIOS 29 1.1.7.1. Fracturas 29 1.1.7.2. Tuberculosis 30 1.1.7.3. Sífilis 31 1.1.7.4. Reumatismo articular 32 1.1.7.5. Osteomielitis 33 1.1.7.6. Otros procesos infecciosos 33 1.1.7.7. Tumores óseos 33 1.1.8. INTERVENCIONES QUIRÚRGICAS REALIZADAS POR LOS INDÍGENAS CANARIOS 34 1.1.8.1. Sangría 34 1.1.8.2. Escarificación 34 1.1.8.3. Cauterización 35 1.1.8.4. Trepanación 36 1.2. CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES 39 1.2.1. LA NUEVA SOCIEDAD MAJORERA 39 1.2.2. EMIGRACIÓN A LAS ISLAS REALENGAS E INCURSIONES BERBERISCAS 40 1.2.3. ATAQUES PIRATAS 41 1.2.4. NUEVOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN 42 1.2.5. ACTIVIDAD ECONÓMICA 43 1.2.5.1. Agricultura 43 1.2.5.2. Ganadería 45 1.2.6. NUEVAS ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO 46 1.2.6.1. Lepra 46 1.2.6.2. Sífilis 47 1.2.6.3. Peste 48 1.2.7. EPIDEMIAS EN FUERTEVENTURA 49 11 ÍNDICE DE CONTENIDOS 1.3. SIGLO XVII: HAMBRE, EMIGRACIÓN Y ENFERMEDAD 51 1.3.1. ADMINISTRACIÓN POLÍTICA 51 1.3.2. POBLACIÓN 52 1.3.3. ECONOMÍA 52 1.3.3.1. Agricultura 52 1.3.3.2. Ganadería 53 1.3.4. COMERCIO 54 1.3.5. ALIMENTACIÓN 55 1.3.6. HAMBRE 55 1.3.7. ENSEÑANZA 56 1.3.8. TRATAMIENTO Y PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES 56 1.3.8.1. Remedios usados en Canarias 56 1.3.8.2. Prevención de epidemias en Fuerteventura 61 1.3.8.3. Epidemias en la isla 62 1.3.8.4. Asistencia sanitaria en Fuerteventura 64 1.4. SIGLO XVIII: HAMBRUNAS, EMIGRACIONES MASIVAS Y EPIDEMIAS 65 1.4.1. ADMINISTRACIÓN POLÍTICA 65 1.4.2. POBLACIÓN 66 1.4.3. ECONOMÍA 70 1.4.3.1. Agricultura 71 1.4.3.2. Ganadería 71 1.4.3.3. Pesca 72 1.4.4. INDUSTRIA 73 1.4.5. COMERCIO 73 1.4.6. ALIMENTACIÓN 74 1.4.7. HAMBRE 74 1.4.8. ENSEÑANZA 75 1.4.9. SANIDAD INSULAR Y PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES 75 1.4.9.1. Remedios usados en Canarias 76 1.4.9.2. Prevención de epidemias en Fuerteventura 77 1.4.9.3. Epidemias en la isla 78 1.4.9.4. Demanda de médicos titulados en Fuerteventura 80 1.4.9.5. Asistencia sanitaria en Canarias 81 12 PARTE 2. LA MEDICINA EN FUERTEVENTURA DESDE EL SIGLO XIX HASTA LA ACTUALIDAD 2.1. SIGLO XIX: DE LA MEDICINA POPULAR AL PRIMER MÉDICO MAJORERO 87 2.1.1. MÉDICOS Y HOSPITALES EN CANARIAS 87 2.1.2. ENFERMEDADES MÁS COMUNES EN CANARIAS 88 2.1.3. LA LEPRA EN CANARIAS 91 2.1.4. MEDICINA POPULAR EN FUERTEVENTURA 94 2.1.4.1. Embarazo y parto 95 2.1.4.2. Poderes curativos de los santos 95 2.1.4.3. Enfermedades y remedios más usuales 95 2.1.5. TOMÁS MENA Y MESA: EL PRIMER MÉDICO MAJORERO 98 2.1.5.1. Nacimiento y primeros años 98 2.1.5.2. Formación en el Seminario Conciliar de Las Palmas 100 2.1.5.3. Estudios de Medicina en La Habana 101 2.1.5.4. Formación en París 102 2.1.5.5. Regreso a Cuba y desarrollo profesional 102 2.1.5.6. De vuelta a Fuerteventura 103 2.1.5.7. Una fuerte personalidad 106 2.1.5.8. Últimos años de vida 107 2.1.5.9. Creencias religiosas y disposición testamentaria 108 2.1.5.10. El legado del doctor Mena: el Hospital de La Ampuyenta 110 2.1.5.10.1. Situación jurídica 110 2.1.5.10.2. Primeros trámites 111 2.1.5.10.3. Ejecución de la obra 112 2.1.5.10.4. Principales aportaciones arquitectónicas 114 2.1.6. ASISTENCIA SANITARIA EN FUERTEVENTURA A FINALES DEL SIGLO XIX 116 2.2. LA MEDICINA DE PRINCIPIOS DEL SIGLO XX A LOS AÑOS CUARENTA 117 2.2.1. EDIFICIOS SANITARIOS 117 2.2.2. LA BENEFICIENCIA 117 2.2.3. LOS PRIMEROS MÉDICOS DE FUERTEVENTURA EN ESTE SIGLO 119 2.2.3.1. Domingo Hernández González 119 2.2.3.2. Santiago Cullen e Ibáñez 119 2.2.3.3. Gerardo Bustos y Cobos 120 2.2.3.4. José Arias Pierrá 121 2.2.3.5. Gregorio Burgo y Carlos Rodríguez-Lafora 121 2.2.3.6. Otros nombramientos 122 2.2.4. LA MEDICINA POPULAR: EL MÉDICO DE LOS CORDEROS 122 2.2.5. ENFERMOS HOSPITALIZADOS EN CENTROS BENÉFICOS DE OTRAS ISLAS 123 13 ÍNDICE DE CONTENIDOS 2.3. LA MEDICINA DESDE LOS AÑOS CUARENTA HASTA FINALES DE LOS SESENTA 126 2.3.1. TRES MÉDICOS PROTAGONISTAS 127 2.3.1.1. José María Peña Yáñez 127 2.3.1.2. Arístides Hernández Morán 133 2.3.1.3. Guillermo Sánchez Velázquez 139 2.3.2. INFRAESTRUCTURAS SANITARIAS Y MEDIOS MATERIALES 145 2.3.3. MÉDICOS DURANTE LAS VEINTICUATRO HORAS DEL DÍA 147 2.3.4. RECORRIDOS MÉDICOS POR LA ISLA 148 2.3.4.1. La Oliva 148 2.3.4.2. Pájara y Betancuria 149 2.3.4.3. Jandía 150 2.3.5. EVACUACIÓN DE ENFERMOS 152 2.3.6. ENFERMEDADES MÁS COMUNES 155 2.3.7. PREVENCIÓN DE ENFERMEDADES Y VACUNACIONES 161 2.3.8. MEDICINA POPULAR 163 2.3.9. URGENCIAS 164 2.3.10. PARTOS 165 2.3.11. MEDICINA VOCACIONAL 167 2.4. LA CLÍNICA VIRGEN DE LA PEÑA: EL PRIMER CENTRO MÉDICO-QUIRÚRGICO 168 2.4.1. ADMINISTRACIÓN Y DIRECCIÓN DEL CENTRO 169 2.4.2. PERSONAL SANITARIO 170 2.4.3. DIFICULTADES DE SUMINISTROS DE AGUA Y LUZ 172 2.4.4. LABORATORIO 173 2.4.5. DEMANDA QUIRÚRGICA DE SANGRE 174 2.4.6. NUEVAS ESPECIALIDADES MÉDICAS 174 2.4.7. EVACUACIÓN DE PACIENTES 176 2.4.8. EL ACCIDENTE DE LOS PARACAIDISTAS EN TEFÍA 176 2.4.9. LA CLÍNICA SE QUEDA PEQUEÑA 177 2.4.10. ETAPA FINAL DE LA CLÍNICA (1980-1982): LOS MÉDICOS ADJUNTOS CONTRATADOS 180 2.4.11. CIERRE DE LA CLÍNICA VIRGEN DE LA PEÑA 185 2.5. EL HOSPITAL GENERAL DE LA SEGURIDAD SOCIAL 187 2.5.1. DIRECCIÓN DEL CENTRO 188 2.5.2. ETAPAS DEL “HOSPITAL NUEVO” 189 2.6. LA MEDICINA RURAL DESDE LOS AÑOS SETENTA HASTA LA ACTUALIDAD 191 2.6.1. NORTE 191 2.6.2. CENTRO 192 2.6.3. SUR 194 14 2.7. PATOLOGÍAS MÁS COMUNES EN FUERTEVENTURA A FINALES DEL SIGLO XX 198 2.8. LA SANIDAD MAJORERA EN LA ACTUALIDAD Y PERSPECTIVAS DE FUTURO 201 BIBLIOGRAFÍA 205 ÍNDICE DE ILUSTRACIONES 217 15 ÍNDICE DE CONTENIDOS LA MEDICINA EN FUERTEVENTURA DESDE LA PREHISTORIA HASTA EL S. XVIII 1.1. ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Muy poco se sabe del modo de vida de los aborígenes de Fuerteventura y del resto de Canarias antes de la con-quista castellana del siglo XV, pues los primeros pobladores del Archipiélago no conocen la escritura y, por lo tanto, no dejan documentos que expliquen sus costumbres o su modo de organización social. El primer texto que describe a los habitantes de las islas y el entorno natural en el que viven lo constituye Le Cana-rien, las crónicas de la conquista del Archipiélago Canario llevada a cabo por los normandos Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle en el siglo XV. Ellos no son, sin embargo, los primeros europeos en llegar a las islas, pues éstas eran conocidas en el mundo grecolatino gracias, principalmente, a Plinio El Viejo, quien se hizo eco en el siglo I de la expedición enviada al Archipiélago por el rey Juba II de Mauritania (25 a.C.-25 d.C.) (Del Arco y Navarro 1987, p. 10), y en la Baja Edad Media, desde finales del siglo XIII y durante todo el siglo XIV, varios navegantes de diversas nacionalidades –castellanos, catalanes, portugueses e italianos, entre otros− realizan incursiones a Canarias con fines comerciales y esclavistas. Tampoco es Le Canarien el primer texto posterior a Plinio que alude a las islas, pues anteriormente, en 1341, tiene lugar una expedición, enviada por Alfonso IV de Portugal −al mando del florentino Angiolino del Tegghia de Corbizzi y del genovés Niccoloso da Recco−, con el objetivo de determinar la localización y características del Archipiélago. Las notas tomadas por ellos sirven para que Giovanni Boccaccio escriba poco después De Canaria y de las Otras Islas Nuevamente Halladas en el Océano Allende España (1341). Sin embargo, el escrito redactado por estos marinos italianos se limitaba a aportar unos pocos datos –algunos bastante difusos−, referentes en su gran mayoría a la isla de Gran Canaria (Tejera 2006, p.145). Por este motivo, Le Canarien, atribuida a Pierre Bontier y Jean Le Verrier, los capellanes de la expedición normanda ya mencionada, es considerada entre “las referencias más antiguas y completas conocidas sobre las poblaciones preeuropeas de las Islas Canarias” (Tejera 2006, p.145), razón por la que constituye en el presente documento la principal fuente de aproximación a la Fuerteventura prehistórica y a sus habitantes. Grabado que reproduce una escena de lucha entre canarios prehispánicos. Fuente: Índice de ilustraciones (4) 19 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.1. MEDIO NATURAL Gadifer de la Salle cuenta en Le Canarien que, si bien en Fuerteventura no existe una vegetación de grandes di-mensiones, como ocurre en las islas occidentales, sí abundan por toda la geografía majorera pequeños árboles que desprenden una resina con propiedades medicinales, además de otras especies “que producen dátiles y aceitunas, almáciga y otras cosas raras”. Asimismo, De la Salle hace referencia a la existencia de fuentes de agua “hermosas, vivas y corrientes; y en 4 ó 5 puntos se podrían hacer molinos de agua para moler” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). Jean de Béthencourt coincide en estos aspectos con la descripción de su compañero de expedición. Así, dice que “se hallan en cuatro o en cinco puntos arroyos de agua dulce corriente, capaces de mover molinos. Y junto a aquellos arroyos se hallan grandes boscages de arbustos que se llaman «tarajales», que producen una goma de sal hermosa y blanca. […] El país está lleno de otros árboles que destilan una leche medicinal, a manera de bálsamo, y otros árboles de maravillosa hermosura, que destilan más leche que cualquier otro árbol […] De otros árboles, como de palmeras que producen dátiles, de olivos y de lentiscos, hay gran número” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). La lectura de estos fragmentos de Le Canarien lleva a la conclusión de que, desgraciadamente, poco tiene que ver el aspecto actual del paisaje majorero, árido y seco, con el del territorio que conocen sus primeros habitantes, puesto que “la vegetación natural de la isla prácticamente ha desaparecido, refugiándose en puntos aislados e inaccesibles de su geografía” (Cabrera 1993, p. 22). Únicamente se conservan vestigios de esa abundancia hídrica en varios hidrónimos de la isla: Río Palmas, Río Cabras, Río de Gran Tarajal, Río de Giniginámar o Río Fayagua (Cabrera 1996, p. 49). 1.1.2. POBLACIÓN Si bien no se conoce el número exacto de habitantes, según Bontier y Le Verrier (1986) la isla no se halla muy po-blada en el momento de la conquista normanda, hecho que atestiguan tanto Gadifer de la Salle: “Los habitantes son en poco número…” (p. 68) como Jean de Béthencourt: “El país no se halla muy poblado” (p. 170). Además de estas fuentes etnohistóricas, las reducidas dimensiones de los asentamientos, incapaces de mantener una población numerosa, demuestran que la escasez demográfica sin duda constituye una de las características más destacables de la Fuerteventura prehistórica (Cabrera 1993, p. 28). Sin embargo, las notas tomadas por Niccoloso da Recco (citado en Boccaccio 1998, p. 34) en la expedición que realiza a Canarias en 1341, aportan una información diferente, pues según él, lo que ve al llegar a la isla fue “una gran multitud de hombres y mujeres desnudos”. Esta contradicción entre el texto de 1402 y el anterior de 1341 se debe, según explica Cabrera Pérez (1996), al siguiente hecho: …el redescubrimiento del Archipiélago canario a principios del siglo XIV por el navegante genovés Lance-lotto Malocello inaugura un período de exploraciones e incursiones depredadoras que se ensañará con las islas más orientales, perjudicadas por su orografía menos abrupta y por un litoral que facilitaba el acceso desde el mar. Las expediciones de genoveses, portugueses, mallorquines, catalanes, vizcaínos y andaluces se dirigen a Canarias en busca de mano de obra esclava con la que abastecer los mercados mediterráneos y sevillano, procediendo a arruinar demográficamente las islas orientales y a desarticular las culturas indígenas establecidas en ellas (p. 100). Tal hecho queda atestiguado en Le Canarien, donde se puede leer con respecto a Lanzarote que “…estaba muy poblada de gentes; pero los españoles y aragoneses y otros corsarios de mar los han cogido varias veces y llevado en cautiverio, hasta que quedaron pocas gentes” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 69). Esta misma situación se expone en el capítulo dedicado a El Hierro. Además, hay constancia de que, en noviembre de 1391, se produce la venta en Barcelona de una mujer de quandam insula vocata Fortsventura, previamente hecha prisionera por una compañía catalano−andaluza que continúa hacia Guinea su negocio de captura de esclavos (Rumeu 1964, pp. 171-172, ci-tado en Cabrera 1996, p. 100). Por todo lo dicho, y “a juzgar por la documentación escrita y por la proximidad a la isla conejera, no dudamos del esquilmo humano que Fuerteventura hubiera sufrido” (Cabrera 1996, pp. 100-101). A esto hay que añadir las consecuencias de la guerra que durante largo tiempo mantienen los reyes de los dos reinos –Maxorata y Jandía− en que la isla está dividida cuando los normandos llegan a ella: “Y lo cierto es que hay en aquella isla de Erbania dos reyes, que pelearon largo tiempo entre ambos, en cuya guerra hubo por varias veces muchos muertos, tanto que están muy debilitados” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 184). 20 Son varios los autores que, a partir de las características ecológicas del medio majorero o mediante la aplicación de coeficientes de densidad de población correspondientes a zonas desérticas o semidesérticas, establecen cifras orientativas del número de habitantes existentes en Fuerteventura durante la época prehistórica. Sin embargo, ante las fluctuaciones que se dan al respecto y con tan pocos datos verificables, Cabrera Pérez (1996) propone que …asumiendo las frecuentes oscilaciones numéricas a que está sometido un grupo humano en un espacio temporal tan dilatado, […] un margen demográfico de 1.000 a 3.000 habitantes en la isla durante la Prehistoria, estimación meramente aproximativa que, como tal, ha de ser entendida (p.102). Asimismo, este investigador considera improbable, debido al escaso número y a la densidad de núcleos de pobla-ción encontrados, además de al propio hecho de que una economía exclusivamente ganadera imposibilitase su mantenimiento, la existencia de una población más numerosa (Cabrera 1993, p. 30). 1.1.2.1. Asentamientos Cuando los conquistadores normandos llegan a Fuerteventura, existen en la isla numerosos núcleos de población que a su vez concentran a una alta proporción de habitantes: “Tienen gran número de aldeas y viven más reunidos que los de la isla de Lanzarote” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). De estas palabras se deduce que la dispersión territorial, tan característica de esta isla, no predomina en la Prehistoria. La ausencia de montañas elevadas en las que acondicionar cuevas para vivir hace que el principal –pero no único− tipo de asentamiento prehistórico de Fuerteventura, al contrario que en el caso de otras islas más montañosas como Gran Canaria o Tenerife, sean las construcciones artificiales creadas por los indígenas, tal y como relata Viera y Clavijo (1982): Los habitantes de Lanzarote y Fuerteventura, que eran los más sociables, fueron los que se aplicaron con más ardor a la arquitectura, construyendo aquellas casas de piedra seca que todavía admiramos por el enlace y perfecta unión de todas su piezas. Se llaman casas hondas, porque en parte eran subterráneas y tenían las puertas tan estrechas y bajas que una persona regular entra ahora dificultosamente por ellas (p. 148). Sin duda, la característica más destacada de esta vivienda es “el rehundimiento del suelo, de manera que desde la entrada parten varios peldaños descendientes hasta alcanzar el piso de la construcción, entre 0,5 y 1 metro por de-bajo del nivel del terreno. Esta técnica constructiva explica la baja altura exterior de las casas” (Cabrera 1993, p. 40). 1.1.2.1.1. Barrancos La población de la Fuerteventura prehispánica se asienta mayoritariamente en los márgenes de los barrancos, especialmente en aquéllos situados en la vertiente oriental de la isla. Esos asentamientos, formados por cons-trucciones realizadas con piedra seca, se establecen próximos a manantiales provenientes de montañas cercanas, pues, tal y como apunta Cabrera Pérez (1993) “el suministro de agua potable para consumo humano representa uno de los factores determinantes en la elección de los asentamientos” (p. 33). Asimismo, éste afirma que el área de asentamiento más importante de la Fuerteventura prehispánica es la cuenca del Barranco de Antigua-La Torre, debido a la abundancia de agua y otros recursos allí existentes, así como a su “facilidad de comunicación con el interior de la isla”. En esta zona se encuentran diversos yacimien-tos arqueológicos esparcidos sobre una gran extensión de terreno, formando una compleja estructura (Cabrera 1993, p. 34). Del resto de asentamientos situados en los diferentes barrancos de la vertiente oriental de la isla, destacan, en la zona norte, los yacimientos hallados en el Barranco de Tinojay, en el Barranco de Guisguey y en el Barranco de La Herradura. En el centro de la isla, alrededor del Valle de Río Cabras, se encuentran núcleos de población, además de en los propios márgenes del barranco, en las localidades de Majamanca, Tesjuate y El Cuchillete. Entre el Barranco de Río Cabras y el Barranco de La Torre se localiza El Manadero, asentamiento situado en el margen izquierdo del Barranco de La Muley y muy cerca de una fuente aún viva. En la planicie meridional de la isla, se ubican el poblado de La Atalayita (Pozo Negro) y el del Barranco del Valle de La Cueva, ambos situados en una zona de malpaís (Cabrera 1993, p. 36). 21 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO En la vertiente occidental de Fuerteventura es menor el número de asentamientos aborígenes. Todos ellos están excavados en el Macizo de Betancuria y localizados en barrancos profundos y de pendientes escarpadas, hecho que proporciona a estos poblamientos más aislamiento que en los casos de la vertiente oriental, si bien cuentan con mayores recursos hídricos. Entre estos núcleos poblacionales destacan los yacimientos de Llano del Sombrero −entre el barranco de Ajui y el Barranco de La Peña, muy próximo al manantial de Madre del Agua− y el yacimiento de Los Corrales de La Hermosa, en la ladera suroeste de Montaña Cardones. En la Península de Jandía se establecen núcleos poblacionales tanto en los tramos medios de los valles y barrancos de Sotavento, como en la otra vertiente de la Península, Barlovento, donde el número de asentamientos es menor. Entre ellos, destaca el conjunto arqueológico de Cofete, que presenta construcciones denominadas «casas de majos» (pp. 37-38). 1.1.2.1.2. Zonas elevadas Otro modelo de asentamiento prehistórico majorero es el que se encuentra en lugares elevados, especialmente en cimas de montañas. Se considera improbable una presencia permanente de población en estas zonas debido a la acción continuada de los fuertes vientos, la escasez de tierras para el cultivo, la dificultad para conducir y controlar los rebaños, y la falta de espacio suficiente para construir corrales y otras estructuras de estabulación. Por tales motivos, la elección de este tipo de enclave obedece únicamente a “factores de vigilancia, dominio visual del territorio, defensa y refugio frente a incursiones enemigas”, además de al carácter sobrenatural que a varias de esas elevaciones montañosas otorgan los majoreros. Entre los yacimientos arqueológicos más importantes encontrados en cimas de montañas y otros lugares elevados destacan: la Montaña de La Muda (La Matilla), el Pico de La Fortaleza, La Atalaya y Montaña Cardones (Cabrera 1996, pp. 137-140). Asentamientos en zonas elevadas. Fuente: Índice de ilustraciones (1) 1.1.2.1.3. Malpaíses También se dan casos de poblamientos aborígenes en campos de lava recientes, más conocidos como malpaíses, si bien éste no es el tipo de asentamiento más frecuente. Cabrera Pérez (1996) considera dudosa una presencia humana permanente en ellos, debido a “su escaso acondicionamiento para la habitabilidad y su ubicación en un terreno agreste e incómodo.” La elección de un tipo de asentamiento tan inhóspito indica, según el mismo autor, “una finalidad defensiva o de refugio bajo situaciones de enfrentamiento bélico o ante las frecuentes incursiones esclavistas realizadas por marinos europeos desde principios del siglo XIV” (p. 127). 22 Principales asentamientos majoreros. Fuente: Índice de ilustraciones (2) 1.1.3. ACTIVIDAD ECONÓMICA “El país está lleno de cabras, tanto domesticadas como salvajes; y cada año se podrán, de hoy en adelante, tomar 30.000 cabras…” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68) 1.1.3.1. Ganadería Tanto a Gadifer de la Salle como a Jean de Béthencourt les sorprende, al llegar a Fuerteventura, el ingente número de cabras esparcidas por todo el territorio insular, muy superior al de cualquier otra isla del Archipiélago Canario. Gadifer de la Salle estima en unos 30.000 el número de estos animales, tanto de cabras domesticadas como salvajes, mientras que Jean de Béthencourt duplica esta cifra, al afirmar la existencia de unos 60.000 ejemplares. Tanto sorprende la enorme cabaña ganadera caprina de la isla a cronistas e historiadores que, a finales del siglo XVI, el italiano Leonardo Torriani considera este hecho el motivo por el que Plinio bautiza a esta isla con el nombre de Capraria (Cabrera 1993, p. 45): “Pero, ¿por cuál razón fue llamada Capraria? Hallamos que la llamaron así por el muy grande número de cabras que en aquellos tiempos debían de hallarse en ella1” (Torriani 1978, pp. 78-79). 1El nombre de Capraria es una transcripción errónea por parte de Plinio, del término griego Sauraria “tierra de lagartos”, debido a que la “s” mayúscula del griego antiguo se escribe del mismo modo que la “c” latina (Torriani 1978, p. 67. Notas de Cioranescu). En unos casos, se trata de pequeños grupos de construcciones circulares u ovoides, de reducido tamaño y reali-zadas en piedra, de las que una parte se destina a vivienda y otra está reservada para el ganado. Se encuentran numerosos restos de esta tipología constructiva en el Malpaís del Bayuyo, en el Malpaís Grande y en el Malpaís Chico. En otros casos, se trata de cuevas naturales –tubos lávicos−, acondicionadas como viviendas y con muros divisorios y de protección construidos por sus habitantes. Entre estos asentamientos o «cuevas de majos», desta-can: en el Malpaís de la Arena, la Cueva de Villaverde, la Cueva de los Pascuales, la Cueva de la Aldeíta y Tisajoyre, y, en el Malpaís Grande, la Cueva de Risco Caído, Las Paredejas y la Cueva del Castillejo (Cabrera 1993, pp. 40-42). 23 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Muchos investigadores, sin embargo, cuestionan estas cifras aportadas por los conquistadores al considerar im-posible el mantenimiento de un número tan elevado de cabras en un medio “reducido y pobre” y, sobre todo, teniendo en cuenta la escasa población existente para gestionar y mantener bajo control tan enorme cantidad de ganado. A pesar de ello, son varios los documentos que manejan datos similares en Fuerteventura tras la conquista –excepto en épocas de sequía−, lo que da una idea de la capacidad del medio majorero para sustentar tal volumen de ganado caprino con unos recursos limitados y recurriendo a “fórmulas de pastoreo tradicionales” (Cabrera 1993, p. 45). La gran importancia del sector ganadero durante la etapa prehistórica de Fuerteventura obedece a dos motivos: el primero de ellos tiene que ver con la continuación del modo de vida dedicado al pastoreo que llevan en el norte de África los primeros pobladores que llegan a la isla; el segundo está relacionado con la adaptación al ecosistema majorero, “de naturaleza esteparia” y caracterizado por una vegetación de tipo herbácea y arbustiva, y unas lluvias escasas e irregulares. Tales circunstancias suponen un obstáculo para la práctica y el desarrollo de la agricultura, así como para la recolección de especies vegetales, por lo que “el aprovechamiento ganadero representaría la fórmula de explotación más eficiente –a corto plazo−…” (Cabrera 1993, p. 46). La existencia de tal volumen de ganado caprino, muy superior a las necesidades básicas de la población, constituye un mecanismo de “reserva de alimentos” ante la amenaza de que los rebaños resulten severamente diezmados a causa de condiciones climáticas adversas como, por ejemplo, una sequía continuada. De esta manera, se garantiza una existencia mínima de ejemplares en épocas de crisis, frecuentes en la isla majorera, debido a la irregularidad y escasez de las precipitaciones. De hecho, su enorme resistencia frente a la sequía, así como su capacidad para el aprovechamiento de pastos de mala calidad o muy deteriorados, constituyen las razones que explican la impor-tancia de la cabra en la cultura y en la economía majoreras (Cabrera 1993, p. 48). Tal acusado contraste entre la escasa población de la isla y el enorme volumen de ganado caprino existente en ella, lleva a muchos estudiosos a dudar de las cifras que presenta Le Canarien, al considerar la imposibilidad de que los habitantes de Fuerteventura puedan manejar semejante número de ejemplares. Sin embargo, Gadifer de la Salle también comenta en el citado texto que una parte del ganado está domesticado y que otra se encuentra en estado salvaje. Tiempo después, Juan de Abreu Galindo relata que “[El ganado] anda suelto por toda la isla; y cuando querían tomar algún ganado, se juntaban y hacían apañadas que llamaban gambuesas” (Abreu 1977, p. 59). Este hecho puede explicar la amplia diferencia numérica existente entre seres humanos y animales. En opinión de Cabrera Pérez (1993), “la explotación de la cabra salvaje se destinaría a servir de reserva alimenticia en épocas de penuria; como base de reposición de las pérdidas en los rebaños domésticos; y para el aprovecha-miento de la carne y las pieles, ya que la ausencia de ordeño convierte a la variedad guanil en mala productora de leche” (p. 51). No consta referencia alguna, por parte de cronistas e historiadores, sobre la existencia de ganado ovino en Fuer-teventura durante su etapa prehistórica. En cambio, se encuentran restos de la especie porcina en la Cueva de Villaverde. El citado hallazgo, así como la existencia de un término aborigen para designar al cerdo –ylfe, según Abreu Galindo confirman la presencia de ganado porcino y su “importancia cualitativa en la economía de la isla” como proveedor de carne para la población, tal y como sucede en la vecina Lanzarote: “…sus ganados que son puercos y cabras que es la carne con que se mantienen…” (Morales 1993, p.110, citado en Cabrera 1996, p. 188). 1.1.3.2. Agricultura Estudios arqueológicos llegan a la conclusión de que los aborígenes de Fuerteventura no se dedican a la agri-cultura, puesto que no se encuentran indicios que evidencien la práctica de esta actividad con anterioridad a la conquista (Cabrera 1993, p. 58). Algunas teorías apuntan a un posible desconocimiento de la agricultura por parte de las tribus norteafricanas que pueblan la isla, pero, dado que sí hay constancia de cultivos “prehistóricos” en el resto de Canarias –excepto en La Palma2− la hipótesis más verosímil que explica su ausencia en Fuerteventura es la de su abandono progresivo en 2…”la gente [de La Palma] es carnívora y no vive más que de carne, lo mismo que los de la isla de Erbania, que dicen Fuerteventura “ (Bontier y Le Verrier 1986, p. 45). 24 favor de la ganadería como principal medio de vida. Las causas de tal reducción y posterior desaparición de los culti-vos en la isla se encuentran en las propias características del ecosistema majorero: las sequías recurrentes, las lluvias irregulares y, finalmente, “los posibles efectos de las plagas de langosta o, incluso, de enfermedades fitopatológicas como la alhorra −endémica de la isla− que dificultaban la obtención de las cosechas” (Cabrera 1993, p. 58). Todos estos factores originan que los costes de la práctica agrícola sean superiores a los beneficios obtenidos, dando como resultado un balance negativo. A lo anterior, debe añadirse el excesivo crecimiento del ganado, gran parte del cual se encuentra en estado salvaje y diseminado por toda la isla, lo que indudablemente dificulta la existencia de cultivos (Cabrera 1993, p. 58). Según Cabrera Pérez (1993) “Tampoco es posible afirmar de forma taxativa una ausencia absoluta del cultivo, pues resulta admisible el mantenimiento de una mínima actividad agrícola con un papel secundario en la econo-mía prehistórica” (p. 58). 1.1.4. ALIMENTACIÓN Ni las crónicas de Le Canarien ni autores posteriores, como Abreu Galindo o Leonardo Torriani, hacen mención al-guna al consumo de alimentos de tipo vegetal –cereales o fruta− por parte de los aborígenes majoreros. Tampoco las excavaciones arqueológicas realizadas hasta la fecha aportan pruebas materiales de actividad agrícola en la isla (Cabrera 1993, p. 57). La información disponible sobre la alimentación de los indígenas en la isla es muy escueta, pero también muy cla-ra: “Los habitantes […] viven de carne y de leche” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). Estos datos son corroborados más tarde por otros autores: “…dicen que su alimento era leche, mantequilla y carne seca, y tostada al sol, la cual hacían ponerse tan tierna como si hubiese sido cocida al fuego” (Torriani 1978, p. 74). Respecto al modo de preparar la carne, cuenta Jean de Béthencourt que “hacen grandes reservas sin salarla, y las suspenden en sus viviendas y la dejan secar hasta que está bien seca y después la comen…” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). Esta técnica, consistente en colgar la carne en el interior de las viviendas y dejarla secar al sol para luego comerla, está documentada en las tribus bereberes del norte de África, si bien en el Continente el producto es previamente salado para evitar su descomposición (Cabrera 1996, p. 213). A los conquistadores normandos no sólo les sorprende el número de cabras presentes en la isla, sino también la calidad de su carne: “…aquella carne es mucho mejor acondicionada que la del país de Francia, sin ninguna com-paración. […] Parece mentira que la carne sea tan buena, mucho mejor que la de Francia…”. Del mismo modo piensan Béthencourt y Gadifer de la Salle en relación a la leche de cabra y sus derivados: “Están bien provistos de quesos, que son sumamente buenos, los mejores que se conocen en estas regiones, y sin embargo están hechos solamente con leche de cabras…” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). Según Cabrera Pérez (1993), la elaboración de quesos es un método de conservación de la leche sobrante durante tiempo (p. 54). Otro producto obtenido a partir de la leche y considerado un alimento básico para los pobladores de Fuerteventura es la grasa: “Tienen abundancia de sebo, y lo comen con tanto gusto como nosotros el pan. […] Cada año se podrían coger 60.000 cabras y aprovechar su cuero y su grasa, de la cual cada animal rinde mucho, por lo menos 30 o 40 libras. Parece mentira la grasa que rinden” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 170). La grasa es almacenada en vasos de cerámica, donde se conserva en buen estado durante largo tiempo gracias a que previamente es cocinada o hervida (Cabrera 1993, p. 56). En algunos casos, incluso, permanece intacta desde entonces hasta épocas recientes, tal y como corrobora René Verneau, quien viaja a Canarias a finales del siglo XIX para estudiar las culturas aborígenes del Archipiélago. Tras visitar las cuevas sepulcrales de Fuerteventura (Verneau 2005, p. 93), cuenta el antropólogo que “los vasos antiguos que se encuentran en las cuevas de esta isla están con frecuencia llenos de manteca que, gracias a un taponamiento hermético, se ha conservado muy bien hasta nuestros días” (Verneau 1996, p. 48). A este respecto, llama además la atención de Verneau (1996) la importante cantidad de grasa hallada: “Difícil-mente se explicaría que una cantidad tan grande de grasa estuviese destinada exclusivamente a usos culinarios” (p. 48). La explicación que se da a esta gran producción de sebo tiene que ver con su uso como “remedio curativo en personas y animales” (Cabrera 1993, p. 56), aspecto que se desarrolla más profundamente en el siguiente apartado del libro. 25 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 3 Torriani extrae esta información de Abreu Galindo (1977): “Hállase sepultura al pie de una montaña que dicen de cardones, que tiene de largo veinte y dos pies, de once puntos cada pie, que era uno que decían Mahón” (pp. 55-56). Como puede apreciarse, las medidas que aporta Abreu en 1632 se refieren a la sepultura, pero Torriani las aplica al cadáver, probablemente por una interpretación errónea. No es de extrañar la importancia del consumo de grasa para los primitivos majoreros, pues al llevar una dieta exclusivamente proteica, es necesario incluir en ella una fuente de energía. Sin hidratos de carbono que transfor-mar en energía, el organismo utiliza las proteínas para esta función y no para la formación y el desarrollo de los músculos y otras estructuras orgánicas, tal y como corresponde a este tipo de biomoléculas (Cabrera 1996, p. 214). Los datos aportados llevan, pues, a la conclusión de que los aborígenes de Fuerteventura siguen una dieta de tipo exclusivamente animal, con una elevado contenido proteico, lo que sin duda explica el destacado desarrollo corporal de los majoreros que tanto llama la atención a cronistas, historiadores e investigadores (Cabrera 1993, p. 56), y que se comenta más detalladamente en el siguiente y último apartado de este capítulo. 1.1.5. APARIENCIA FÍSICA En relación al aspecto físico de los aborígenes majoreros, Jean de Béthencourt y Gadifer de la Salle únicamente mencionan que “…son de gran talla, hombres y mujeres. […] Y es muy difícil cogerlos vivos” (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). Esta información es corroborada por el fraile franciscano del siglo XVI, Juan de Abreu Galindo: “Hoy en todas las islas no hay hombres de mayores estaturas que los de ésta en común” (Abreu 1977, p. 60). Además de lo aportado por las fuentes etnohistóricas, los estudios antropológicos realizados en el Museo Ar-queológico de Tenerife por la doctora Ilse Schwidetzky, profesora de la Universidad de Maguncia en Alemania, cuyos resultados aparecen en su obra de 1963, La Población Prehispánica de las Islas Canarias, incluyen, entre otros aspectos, la determinación de la altura media de los aborígenes canarios mediante el estudio de los huesos largos sueltos (fémur, tibia y húmero) encontrados en los diferentes yacimientos arqueológicos de las islas. Los 76 huesos largos hallados en Fuerteventura y analizados por Schwidetzky, establecen la altura de los primitivos majoreros en 1,59 cm para las mujeres y 1,71 cm para los hombres. Ambas medidas son las mayores del Archipiélago, tal y como se refleja en el cuadro relacionado, y a tenor de las propias palabras de la investigadora: “Fuerteventura […] muestra las medidas más largas; según eso, calculadas tanto para hombres como para mujeres la estatura, ésta sube considerablemente sobre los valores medios de Gran Canaria. La diferencia entre Fuerteventura y Gran Canaria es altamente significativa, como ocurre entre Tenerife y Fuerteventura” (Schwidetzky 1963, p. 121). Si bien los indígenas majoreros se caracterizan por su elevada estatura, ello no significa que sean gigantes, tal y como Leonardo Torriani (1978) expresa en 1590: Estos isleños eran hombres proporcionados; y en años pasados, antes que los cristianos conquistasen la isla, había entre ellos muy grandes gigantes; porque, además de la memoria que de ellos se conservó, se halló en la cueva de una montaña que ellos decían Mahan (que hoy día se llama de Cardones), un cadáver largo de 22 pies3 (pp. 73-74). 26 Respecto al color del cabello, los análisis realizados llevan a Schwidetzky (1963) a la conclusión de que “la distri-bución de los colores del pelo entre los antiguos canarios no difiere de un modo llamativo de la población actual de las Islas Canarias” (p. 123). Finalmente, para conocer el atuendo y la forma de vestir de los majoreros, cabe recurrir a la descripción que el conquistador normando Gadifer de la Salle realiza en Le Canarien: Estaban completamente desnudos, sobre todo los hombres, que sólo llevaban una piel con su pelo, atada sobre la espalda. Las mujeres tenían otra piel igual, atada de la misma manera, y dos pieles más, una delante y otra detrás, ceñidas alrededor de la cintura y que les llegaba hasta las rodillas. Iban calzadas sin empeine y tenían el cabello largo y rizado, el cual cortaban sobre la frente, a la manera en que lo llevaban los hombres (Bontier y Le Verrier 1986, p. 68). 1.1.6. CARACTERÍSTICAS DE LA MEDICINA INDÍGENA CANARIA “Puedo decir, sin temor a equivocarme, que estos hombres primitivos fueron los que después crearon el llamado Doctor en Medicina” Juan Bosch Millares Historia de la Medicina en Gran Canaria, 1967 Para los aborígenes canarios, como para el resto de las sociedades primitivas del planeta, independientemente de las creencias y del modo de vida propios, el concepto de Medicina parte de una misma base: la idea de que la enfermedad y la muerte no se deben a causas naturales y biológicas, sino que son el resultado de la acción de los espíritus y de otros elementos sobrenaturales (Bosch 1967, p. 32). Por tal motivo, la Medicina prehistórica es, según Bosch Millares (1967) “…únicamente una fase de una serie de procesos mágicos o míticos destinados a procurar el bienestar humano, bien alejando la cólera de los dioses irritados o de los espíritus malignos, o bien provocando la lluvia para fertilizar el suelo y evitar las plagas del campo y las enfermedades epidémicas (pp. 32-33). Huesos largos y estaturas. Fuente: Índice de ilustraciones (3) 27 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Estos seres, considerados “demonios, genios o seres sobrenaturales” (Bosch 1967, p. 37) están presentes en cualquier parte de la Naturaleza y son los responsables de fenómenos no deseados que se producen en ella, tales como eclipses de sol, tormentas, tempestades o inundaciones. Cuando fijan su atención en el ser humano, la existencia de este último se ve alterada, unas veces para bien y otras para mal, en función de la voluntad de los espíritus. En el último de los casos, aparecen entonces el dolor y la enfermedad, al haberse introducido los demonios en alguna parte del organismo (Bosch 1967, p. 33). Del mismo modo, la curación de las enfermedades se entiende como el proceso de expulsión de esos seres demo-níacos del cuerpo. Ello se consigue atormentando, torturando o atemorizando a los espíritus para que “se vieran obligados a abandonar, espantados, el cuerpo enfermo. Se suponía que los demonios conocían el dolor y el miedo y que reaccionaban ante éstos de la misma manera que los seres humanos”. La tarea de espantar y ahuyentar a los demonios del cuerpo para sanar a la persona enferma corresponde al sacerdote o hechicero, por ser éste quien más influencia y autoridad ejerce sobre dichos espíritus (Bosch 1967, pp. 33-34). En opinión de Bosch Millares (1967), es precisamente el hechicero de Cro-Magnon quien lega a la Humanidad el principio más importante de la Medicina, que tiene que ver con el necesario cuidado de los enfermos y de los inválidos, mediante el empleo, para ello, de “todos los esfuerzos posibles para salvar a sus semejantes de las enfermedades” (pp. 34-36). Cuando tiene lugar una epidemia, todas las familias del poblado afectado colaboran en la expulsión de los malos espíritus. Para ello, pasan varias noches seguidas corriendo entre las viviendas, enarbolando armas, tales como lanzas o cuchillos de piedra –los indígenas canarios no conocen el metal−, vociferando terroríficos gritos y tocando tambores, gongos y tantanes. Con el fin de facilitar a los demonios su huida, en las casas donde se encuentran las personas enfermas se ata con fuerza una cuerda, confeccionada con hojas de palmera, desde el techo hasta el suelo o hasta el árbol más próximo (Bosch 1967, p. 37). Lógicamente, estos procedimientos no son suficientes para eliminar el dolor y la enfermedad, por lo que los abo-rígenes recurren también a los productos vegetales, animales y minerales que les ofrece la Naturaleza, así como a diversas intervenciones médico−quirúrgicas como, por ejemplo, trepanaciones o amputaciones (Bosch 1975, p. 45), técnicas que se describen en el apartado 1.1.8. de este libro. Asimismo, se toman medidas para evitar que los espíritus regresen en el futuro, consistentes en portar un amuleto o en conservar un talismán. El amuleto generalmente se construye con “trozos de huesos de cráneos, de dientes de la boca de un muerto, anillos y escapularios de huesos y conchas bendecidos por las divinidades […], trozos de carbón, cuernos, cerámica y animales inferiores…”, y se cuelga al cuello de los enfermos o se les aplica en el cuerpo para evitar nuevas enfermedades o desgracias, es decir, para mantener alejados a los malos espíritus. El talismán es un amuleto que se guarda celosamente, incluso si su uso no es necesario (Bosch 1967, pp. 37-38). Los primitivos canarios son, en general, individuos sanos que pocas veces enferman. Su buen estado de salud se debe, en opinión del historiador Viera y Clavijo, “…no sólo al método simple y natural con que vivían, sino también a sus pocos medicamentos”. Cuenta este mismo autor que como purgante utilizan el suero de la leche, y para los dolores pleuríticos y las diarreas recurren a la miel de mocán, (Viera y Clavijo 1982a, p. 177), producto al que añaden jugo de dátiles para evitar su efecto astringente (Verneau 1996, página 50). Sin embargo, el recurso principal del que se valen los indígenas canarios para tratar sus dolencias son la manteca de cabra, a la que Viera y Clavijo denomina “…la base de sus recetas y su panacea universal” (Viera y Clavijo 1982a, p. 177). Esta importancia de la leche y su grasa en la medicina aborigen canaria queda constatada por el testimonio del fraile franciscano Juan de Abreu Galindo, quien está en contacto directo con los indígenas canarios en el siglo XVI, y relata lo siguiente: Adoraban a un Dios, levantando las manos al cielo. Hacíanle sacrificios en las montañas, derramando leche de cabras con vasos que llaman gánigos, hechos de barro. Si acaso enfermaban, que era pocas veces, se curaban con yerbas de la tierra y sajábanse con pedernales muy agudos donde les dolía, y se quemaban con fuego; y allí se untaban con manteca de ganado, la cual hacían las mujeres, que era su mejor mantenimiento, y la enterraban en gánigos; y hoy se hallan algunos llenos de manteca, la cual sirve para medicina (Abreu 1977, p. 57). 28 Cuando está fresca, hierven la manteca e impregnan con ella raíces de junco que aplican sobre las heridas para cauterizarlas (Viera y Clavijo 1982a, p. 177), y una vez rancia la utilizan como instrumento de fricción para aliviar sus dolores. Asimismo, para que las heridas cicatricen lo más rápido posible, recurren a un jugo astringente que obtienen de la fruta del mocán (Verneau 1996, p. 50). 1.1.7. ENFERMEDADES DE LOS PRIMITIVOS CANARIOS Aunque los indígenas canarios no conocen la escritura y, por lo tanto, no dejan documentos que expliquen cómo viven o qué enfermedades sufren, por suerte sí se conservan varios restos óseos que arrojan algunos datos sobre estas cuestiones, gracias al desarrollo de la paleopatología ósea y craneana, rama de la investigación biomédica que trata de identificar las enfermedades y dolencias de las poblaciones prehistóricas −por este motivo también llamada patología prehistórica−, mediante el análisis metódico de las marcas que aquéllas dejan en los huesos y en los cráneos (Pérez 1981, p. 8). Los análisis llevados a cabo en restos aborígenes conservados en algunos museos particulares y, especialmente, en El Museo Canario4, ponen de manifiesto que la población prehistórica canaria padece enfermedades tanto de origen externo o traumático como de origen interno o infeccioso (Bosch 1967, p. 40). Si bien la mayoría de los esqueletos y cráneos encontrados provienen de Gran Canaria y Tenerife, los investigadores de la paleopatología canaria señalan que “…por extensión las enfermedades conocidas en ellas se pueden aplicar a las islas restantes, porque los análisis de los restos óseos y algunas referencias contenidas en las fuentes escritas podrían proporcionar una idea de las afecciones más comunes padecidas por sus habitantes” (Tejera, López y Hernández 2000, pp. 384-385). 1.1.7.1. Fracturas Las lesiones traumáticas, concretamente las fracturas, son el tipo de patología más abundante que se identifica en los restos óseos encontrados (García C. 1993, p. 91). Se producen como consecuencia del uso de las armas em-pleadas para luchar y combatir, ya que, tal y como señalan la mayoría de cronistas e historiadores, los aborígenes canarios, y en concreto los majoreros, son un pueblo valiente que prefiere siempre luchar contra sus enemigos que rendirse ante ellos (Bosch 1975, p. 37). Los citados instrumentos pueden ser de madera –la jabalina, la lanza, la maza o la espada– o de piedra. Con este último material crean artilugios de diferentes formas: redondeadas para cargar sus hondas, de aristas no pulimentadas y de aristas afiladas a la manera de cuchillos. Las fracturas más frecuentes se producen en la cabeza y en las extremidades (Bosch 1967, p. 40); entre las primeras, la mayoría se localizan en la bóveda craneal y afectan al frontal, al parietal y, en menor medida, al temporal. Los estudios realizados demuestran que estas lesiones craneales son “producidas todas ellas por instrumentos cortantes, con-tundentes y punzantes” (Bosch 1967, p. 40). 4Referente museográfico de Canarias donde desarrolla su labor científica el médico grancanario Juan Bosch Millares, uno de los inves-tigadores que más ha contribuido al estudio de las enfermedades de la población indígena canaria, y razón por la cual, la mayor parte de la bibliografía citada en esta parte corresponde a obras suyas. 29 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.7.2. Tuberculosis Se trata de una enfermedad que “con toda probabilidad es tan vieja como la misma raza humana”. Las primeras evidencias de su existencia datan del período Neolítico, alrededor de unos 5.000 años a.C., en una cueva cercana a la localidad alemana de Heidelberg (García C. 1993, pp. 98-99). Sobre la presencia de esta enfermedad en la sociedad aborigen canaria, Bosch Millares señala que no se encuen-tran lesiones tuberculosas en los restos óseos analizados, si bien puntualiza que este hecho no significa que los primitivos canarios no padezcan dicha enfermedad, ya que ésta puede tener otras localizaciones en el cuerpo humano además de en los huesos. Así, el investigador no descarta la presencia de tuberculosis −ni tampoco de raquitismo− en el Archipiélago Canario, “máxime cuando en los tiempos prehistóricos la falta de higiene y las condiciones defectuosas de la alimentación (más señaladas en el período neolítico) contribuyeron a la difusión de esta enfermedad” (Bosch 1967, p. 43). Al igual que Bosch Millares, Pilar Julia Pérez (1981) afirma que los esqueletos de El Museo Canario no muestran signos evidentes de infecciones específicas como la tuberculosis (p. 36). En cambio, Carlos García (1993), en sus investigaciones sobre las patologías de la población aborigen canaria, revela haber encontrado, “tanto en la cabeza femoral como en los cuerpos vertebrales, signos absolutamente compatibles con la tuberculosis”, motivo por el que se atreve a afirmar la existencia de esta enfermedad en el Archipiélago Canario antes de la conquista castellana (p. 100). Asimismo, el anterior autor atribuye la ausencia de descripción de la tuberculosis ósea en otros estudios de paleo-patología canaria a la dificultad de que esta dolencia se manifieste en los huesos largos, a lo que hay que añadir el insuficiente estudio previo de este tipo de huesos (García C. 1993, pp. 99-100). Lanzas. Fuente: Índice de ilustraciones (4) Objetos afilados. Fuente: Índice de ilustraciones (4) 30 1.1.7.3. Sífilis Varias son las teorías que intentan explicar los orígenes y la expansión mundial de la sífilis, lo que genera un intenso debate sobre el tema (Pérez 1981, p. 32). Las dos principales hipótesis, totalmente incompatibles entre ellas, giran en torno al posible origen americano de la enfermedad (Pérez 1981, p. 32). La más aceptada de las dos es la Teoría Colombina, que mantiene que son Cristóbal Colón y sus navegantes quienes en 1493 traen la sífilis a Europa a su regreso del Nuevo Mundo (García C. 1993, p. 97). La segunda teoría, llamada Precolombina, sostiene en cambio que los europeos, antes de que Colón viaje a Amé-rica, padecen la sífilis, pero que ésta no es considerada una enfermedad diferenciada, sino que se engloba, junto con otras enfermedades, dentro del término “lepra”. Así, en los siglos XIII y XIV aparecen varias referencias a la “lepra venérea” y, posteriormente, a la “lepra hereditaria”. Llegados a este punto hay que destacar que la lepra ni se hereda ni se transmite por vía sexual, dos características que, en cambio, sí distinguen a la sífilis. Según Carlos García (1993), los cruzados que en los siglos XII y XIII vuelven a Europa procedentes de Tierra Santa traen consigo el “tratamiento sarraceno” para la lepra, el cual contiene mercurio, y “sabemos que el mercurio es ineficaz en la lepra pero no en la sífilis, hasta el descubrimiento del salvarsan y la penicilina” (p. 97-98). Además de estas hipótesis, existen otras que intentan arrojar luz sobre la cuestión. Palés sostiene en 1930 que, si bien la sífilis ya existe en Europa antes de Colón, es el contacto con el agente americano lo que hace que esta enfermedad empiece a manifestarse de manera virulenta y cause estragos en el continente europeo (citado en Pérez 1981, p. 32). Cierta teoría mantiene, por su parte, que la sífilis nace con el ser humano y que es por tanto congénita en todas las razas, mientras que otra defiende que surge hace más de 2.000 años en Asia, desde donde se propaga por el continente americano a través del Océano Pacífico y se extiende por Europa con la expansión del Imperio Árabe (Bosch 1975, p. 119). Por último, Alcina (1969) cree que, al igual que la cultura indígena americana, la sífilis puede tener un origen transatlántico, es decir, llegar a América en una época prehistórica a través del Mediterráneo y de Canarias, para migrar nuevamente a Europa Occidental después de la llegada de Colón al Nuevo Mundo (citado en Pérez 1981, pp. 32-33). Pero no sólo surgen controversias en torno al origen y expansión de esta enfermedad, sino también con respecto a su presencia o ausencia en el Archipiélago Canario antes de la conquista castellana (García C. 1993, p. 97). Aunque el antropólogo francés René Verneau realiza un diagnóstico de sífilis en más de una veintena de los crá-neos encontrados en las islas, ninguna de las radiografías y demás estudios practicados sobre ellos por Juan Bosch Millares (1967) ponen de manifiesto …la destrucción ósea localizada en el territorio del verdadero goma, ni la intensa osteoesclerosis del tejido conjuntivo osteogeno inflamado que no se necrosa; es decir, no se han hallado las lesiones de la osteítis gomosa que tiene por carácter el ser simultáneamente condensante y rarefaciente (p. 44). Epifisitis tuberculosa. Fuente: Índice de ilustraciones (5) 31 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO La degeneración articular, también conocida como artrosis u osteoartritis, es la lesión más común que afecta a las articulaciones. Además, se trata de una de las patologías más antiguas y extendidas tanto en los animales como en los seres humanos, pues se hallan pruebas de su existencia en esqueletos del hombre de Neanderthal, alrededor de 40.000 años a.C., así como en varias especies animales, entre ellos fósiles de dinosaurios que datan de 200.000 años a.C. (García C. 1993, p. 119). De igual forma, el investigador afirma: “no he encontrado en los demás huesos del esqueleto (antebrazo, tercio interno de las clavículas y sobre todo en las tibias y bóvedas palatinas) lugares de predilección de la sífilis, ninguna lesión que la pusiera de manifiesto” (Bosch 1967, pp. 44-45). Estos datos llevan a la conclusión de que no hay ningún signo evidente que demuestre la presencia de sífilis en Canarias antes de la conquista castellana (Pérez 1981, p. 34), al no haberse hallado “ninguna de las formas pa-tológicas que la enfermedad produce en los huesos” (García C. 1993, p. 98). Por este motivo, Bosch Millares (1962) refiere que los casos de gomas sifilíticos referidos por el doctor Verneau, en realidad obedecen a …graduaciones de un proceso de osteítis desde la corrosión y socavamiento de la lámina externa hasta la destrucción del diploe con formación de secuestros, pero conservando todos ellos la lámina interna: osteítis producidas por los instrumentos de piedra,… (p. 77). Pilar Julia Pérez (1981) atribuye la dificultad para determinar el origen de la sífilis y de otras infecciones entre la población indígena canaria, a la ambigüedad que presentan las fuentes históricas, manuscritas y documentales con respecto a su descripción e identificación, y especialmente a “la inespecificidad de las lesiones óseas que origina, que podrían asimismo atribuirse a otras afecciones, por lo que resulta poco claro su reconocimiento en restos esqueléticos” (pp. 33-34). 1.1.7.4. Reumatismo articular La degeneración o reumatismo articular, que consiste en la “infección de las articulaciones grandes de los miem-bros, de las vértebras y de la articulación témporo-maxilar” (Bosch 1975, p. 109), es otra de las enfermedades cuyos síntomas se reflejan en los restos óseos de los indígenas canarios, puesto que algunos de los cráneos es-tudiados presentan lesiones en la articulación témporo-maxilar, y existen además varios esqueletos con lesiones vertebrales claramente identificables como reumáticas (Bosch 1962, p. 78). Lesión artrósica de cadera. Fuente: Índice de ilustraciones (5) 32 1.1.7.5. Osteomielitis La doctora Pilar Julia Pérez (1981) afirma la existencia de varios casos de osteomielitis −con invasión séptica de la cavidad medular− en los restos analizados (p. 36). Sin embargo, Carlos García (1993) considera que el estudio de los huesos aborígenes no permite asegurar una presencia numerosa de esta enfermedad, consistente en “una invasión destructiva del hueso, periostio y médula, por una bacteria piógena” (p. 96). Si se tiene en cuenta que la principal causa de infecciones directas del hueso es la fractura, resulta extraño el bajo número de casos de osteomielitis registrados, puesto que el principal tipo de patología padecida por los indígenas canarios es la de origen traumático y, “con esto, se dan los factores específicos para la producción de osteomie-litis”. La explicación que da a este hecho el doctor García (1993) es que “se han encontrado entre nuestra flora autóctona, plantas de las que se han aislado antibióticos por lo que nadie puede asegurar que no fueran utilizadas por los primitivos habitantes de estas islas entre su arsenal terapéutico” (p. 97). 1.1.7.6. Otros procesos infecciosos Además de la osteomielitis, en los maxilares de los aborígenes se hallan numerosos casos de enfermedades peria-picales –granuloma, absceso alveolar y quiste radicular− causados por bacterias, infección gingival, traumatismo en los dientes u otros agentes patógenos. Asimismo, la doctora Pérez identifica un caso de sinusitis crónica en un cráneo procedente del Barranco de Guayadeque (Pérez 1981, pp. 36-37). 1.1.7.7. Tumores óseos La paleopatología canaria no puede ofrecer gran información sobre las lesiones tumorales padecidas por los indí-genas canarios, puesto que el 75% de los restos óseos que se conservan corresponden únicamente a cráneos. Ésto es debido a que el interés exclusivo que hay por este elemento osteológico en el siglo XIX hace que se desprecien la conservación y el estudio del resto del esqueleto (García C. 1993, p. 107). Los aborígenes padecen diversos tipos de neoplasias, pues sus huellas son fácilmente reconocibles en algunas alte-raciones esqueléticas de los cráneos y huesos largos que conserva El Museo Canario (Pérez 1981, p. 38). Entre los tumores óseos identificados por Bosch Millares (1975) en los cráneos de El Museo Canario, se identifican casos de osteoma u exóstosis en el cráneo, de osteosarcoma en el maxilar inferior y de quiste óseo esencial en el húmero (pp. 125-126), mientras que Pilar Julia Pérez (1981) refiere dos casos de mieloma múltiple –tumor de médula ósea− en un cráneo de mujer de edad madura, procedente del Barranco de Guayadeque, y en un húmero masculino (p. 38). Carlos García (1993), por su parte, observa en varios fémures una lesión benigna que, por similitud, se puede clasificar como un ganglión intraóseo o un defecto óseo cortical. También halla en varios fémures, tibias y pelvis, el tumor óseo benigno más común: el osteocondroma o exóstosis osteocartilaginosa solitaria. La mayoría de las veces, esta lesión no presenta síntomas, por lo que la frecuencia con la que se manifiesta siempre es superior al número de casos descritos (p.108). Defecto óseo cortical. Tumoración benigna. Fuente: Índice de ilustraciones (5) 33 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.8. INTERVENCIONES QUIRÚRGICAS REALIZADAS POR LOS INDÍGENAS CANARIOS Las técnicas quirúrgicas más importantes empleadas por los primitivos habitantes de Canarias para curar sus dolencias son la sangría, la escarificación, la cauterización y la trepanación (Bosch 1962, p. 34). El principio sobre el que se asientan todas ellas es la idea ya mencionada anteriormente de que el dolor y las enfermedades son el resultado de la acción de espíritus demoníacos que se introducen en el cuerpo humano para causarle algún mal. El objetivo de estos procedimientos, tal y como se ve a continuación, es expulsar a esos demonios del organismo humano y, con ello, lograr la curación del enfermo. 1.1.8.1. Sangría La sangría es el procedimiento terapéutico más importante y más utilizado no sólo durante la Prehistoria sino, tam-bién, durante toda la Historia de la Medicina, pues se considera el más efectivo para curar enfermedades y salvar vidas. Bosch Millares apunta la posibilidad de que los indígenas canarios adopten la práctica de la sangría de los egipcios. Este pueblo, según el historiador griego Herodoto, la aprende a su vez del hipopótamo, animal que, cuando come demasiado, fricciona su gruesa piel contra un objeto punzante hasta que brota la sangre (Bosch 1962, p. 35). Sin embargo, el investigador de El Museo Canario considera más creíble la creencia primitiva de que al extraer la sangre del organismo, se piense que, de este modo, se expulsa al demonio causante de la dolencia. El alivio que experimentan con frecuencia los enfermos, debido a la disminución de tensión en los tejidos, se considera una prueba evidente de que los demonios quedan enterrados bajo tierra junto con la sangre extraída (Bosch 1962, pp. 35-36). El lugar preferido para realizar la flebotomía es la vena del brazo y, en menor medida, la frente. Con respecto al tipo de dolencia que motiva la práctica de la sangría, Bosch Millares (1962) señala que “fue usada en los dolores de costado, disnea o sofocaciones de origen cardíaco o respiratorio, y en general, en las enfermedades de larga duración” (p. 35). Otra técnica de sangrado utilizada por los indígenas canarios es la ventosa escarificada, construida con cuernos de animales y que aplican sobre incisiones practicadas previamente en la piel. Éstas se hacen bien con tabonas, hechas de pedernal u obsidiana pulidos y afilados, o bien con “piedras afiladas, conchas de crustáceos, trozos de huesos, espinas y dientes de animales acuáticos, a veces colocados en fila sobre un mango semejante a un peine para hacer varias escarificaciones a un tiempo”. Si con esta ventosa no logran extraer la cantidad de sangre nece-saria para aliviar los dolores del enfermo, recurren a trozos de plantas, de manera que colocan la parte más ancha de éstas sobre la piel y succionan por el lado más estrecho (Bosch 1962, p. 35). Una tercera forma de extraer sangre de un enfermo, practicada desde la Antigüedad, consiste en el uso de sangui-juelas, si bien no hay constancia de que los aborígenes canarios recurran a ella, a pesar de encontrarse presente este animal en el Archipiélago (Bosch 1962, p. 36). 1.1.8.2. Escarificación La escarificación es la intervención quirúrgica más habitual entre los aborígenes canarios, hasta el punto de que el 11% de los cráneos conservados en El Museo Canario son sometidos a este procedimiento. La alta frecuencia de su empleo se debe a la sencillez de la técnica y a la facilidad para realizarla, lo que disminuye el riesgo de complicaciones en comparación con otras cirugías (Bosch 1967, p. 49). Consiste en “practicar incisiones en las partes blandas y superficie de los huesos para facilitar la salida de ciertos líquidos o humores o para aliviar cierta clase de dolencias” (Bosch 1975, p. 49), como pueden ser dolores de cabe-za, convulsiones causadas por humores, por exceso de humedad del encéfalo o por congestiones, y cualquier otro mal ocasionado por espíritus malignos a los que hay que expulsar del cuerpo (Bosch 1975, p. 53). Bosch Millares (1975) sostiene que los primitivos canarios llevan a cabo la escarificación con los instrumentos afilados que fabrican, como ya se ha indicado, con piedras puntiagudas, trozos de pedernal de bordes recortados y, en menor cantidad, pedazos de huesos, conchas de crustáceos y dientes de animales acuáticos, con los que cortan la piel y los tejidos subcutáneos hasta llegar el periostio del hueso. A esa profundidad, trazan una línea cuya longitud puede variar entre 1 cm y 7 cm, pero sin llegar a lesionar el diploe. Las pocas ocasiones en las que éste aparece dañado, es debido al desconocimiento de la persona que practica la operación o a la aplicación de una fuerza inadecuada sobre el hueso (p. 49). 34 Los huesos en los que se realiza esta intervención son, de mayor a menor frecuencia, el frontal, los parietales y el occipital (Bosch 1975, p. 49). Con frecuencia, el empleo de esta técnica se hace presente en cráneos en los que también se llevan a cabo cauterizaciones y trepanaciones, de lo que se deduce que cuando la escarificación no da el resultado deseado, se recurre a estas últimas operaciones, más complejas, con el fin de garantizar la curación del enfermo (Bosch 1975, p. 53). Los resultados de los estudios osteológicos realizados sobre la práctica de la escarificación entre la población indígena canaria están confirmados, además, por diversos historiadores. Entre ellos cabe citar a Fray Juan de Abreu Galindo, quien en su obra Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria, escribe sobre el empleo de dicha técnica para aliviar estos males. Sudhoff de Leipzig refiere un paisaje de Celso en el que se habla de una operación consistente en la práctica de incisiones en la sutura sagital y región frontal, cortando la piel de la cabeza hasta llegar a la superficie ósea, para tratar el catarro crónico de los ojos. Al mismo hecho se refieren, por una parte, Leh-man Nitsche en relación al testimonio de Fray Juan Abreu Galindo, y, por otra, Chil y Naranjo en su obra “Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las islas Canarias” (Bosch 1975, p. 53). 1.1.8.3. Cauterización La cauterización, más benigna que la trepanación –intervención quirúrgica que se trata en el siguiente apartado−, comienza a practicarse en Europa durante el periodo Neolítico, y hay también constancia de su empleo en África (Bosch 1975, p. 65). Al igual que ocurre en los casos de la sangría y de la escarificación, los indígenas canarios usan esta técnica para expulsar del cuerpo humano a los espíritus demoníacos que se introducen en él, provocan-do enfermedades y dolencias de diversa índole (Bosch 1967, p. 77). A pesar de la dificultad de reconocer las marcas de esta intervención en los restos conservados en El Museo Canario, debido a su similitud con otras lesiones de diferente etiología, existen numerosos cráneos en la citada institución a los que se asocia la práctica de esta técnica quirúrgica (Pérez 1981, p. 45). La cauterización se lleva a cabo “haciendo escarificaciones sobre el cuero cabelludo, después de afeitada la cabeza y los huesos del cráneo en sentido paralelo y muy próximos, o con orificios de trépano. Sobre ella vertían grasa caliente de cabra” (Bosch 1967, p. 77). Más detalladamente, Bosch Millares (1975) cuenta que …para efectuar la cauterización se valían de instrumentos de piedra (basalto, sílex o pedernal y obsidiana) calentados al fuego. Con ellos incidían las partes blandas y el periostio, raspaban las láminas externa y el diploe de fuera adentro y con pequeños cortes oblicuos en el mismo sentido llegaban a darle la forma y profundidad convenientes. Una vez terminada la intervención quedaba el fondo rugoso como consecuen-cia de aquéllos o de la aplicación de raíces de junco empapadas en manteca de cerdo caliente para hacer más señalado su efecto (pp. 57-58). Tal superficie irregular, llena de relieves y surcos destacados, es una de las características que permite identificar la práctica de la cauterización frente a otro tipo de lesiones (Bosch 1975, p. 57). También, es propia de esta inter-vención una cicatrización positiva y sin complicaciones infecciosas (Pérez 1981, p. 45). Según Bosch Millares (1967), Abreu Galindo y otros historiadores citan entre los males para cuya solución los aborígenes emplean esta intervención a los siguientes: congestión, obsesiones, fracturas de cráneo, heridas por hondas (p. 77), dolores de cabeza causados por la humedad y el frío, algunos casos de neurastenia −aquéllas en las que se cree que el enfermo tiene piedras dentro de la cabeza−, melancolía, sinusitis, epilepsia y otros tipos de convulsiones (Bosch 1975, pp. 64-65). Para finalizar, cabe decir que, en la mayoría de los cráneos adultos en los que se detecta la aplicación de esta técnica, las lesiones se observan cicatrizadas, por lo que Bosch Millares (1967) deduce que esta intervención se realiza sobre todo en niños y en jóvenes (p. 81). 35 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO 1.1.8.4. Trepanación Los antiguos habitantes de Canarias, como tantas otras poblaciones del Neolítico, conocen y practican la trepana-ción, considerada la más antigua de todas las operaciones de cuya existencia se tiene constancia (Bosch 1975, p. 77). En Oceanía se realizan en pacientes vivos para curar heridas, mientras que los habitantes de Chaouia, región bereber del Atlas, y las tribus de Argelia recogen los fragmentos de huesos extraídos del cráneo para fabricar amu-letos. Por su parte, los papúes de algunas regiones de Nueva Guinea y los polinesios de Samoa emplean cuchillos de sílex para, con trozos de coco, cerrar la entrada, mientras que en los países americanos de Perú y Bolivia la abertura se taponaba con pedazos de calabaza (Bosch 1962, p. 37). La trepanación es la operación quirúrgica más delicada de las ejecutadas por los indígenas canarios y, por lo tanto, a la que se acude como última opción cuando la sangría, la escarificación y/o la cauterización no logran la curación del enfermo. No en vano, esta intervención es calificada como la más importante y la más dramática de las realizadas en este periodo de la Prehistoria. Por ello, el sometimiento de un enfermo a este procedimiento implica un gran valor y una gran fortaleza frente el dolor (Bosch 1975, p. 77), cualidades necesarias que, tal y como relatan distintos cronistas e historiadores, sin duda poseen los indígenas del Archipiélago Canario y, en particular, los de Fuerteventura: “Fuertes para los dolores físicos, soportaban los golpes sin quejarse, y en las operaciones que tenían que sufrir, por efecto de las enfermedades, demostraban un valor a toda prueba, despreciando altamente al que se quejaba de los males del cuerpo” (Chil y Naranjo 2006, p. 83). Para llevar a cabo la trepanación, se emplean instrumentos de piedra –basalto, pedernal y obsidiana− en forma de cuchillos de hojas afiladas. Tras marcar una …señal circular en la cara exterior del cráneo, incidían las partes blandas a profundidades distintas y abrían el hueso mediante un movimiento rápido y circular, bien raspándolo o rayándolo con cortes pe-queños y oblicuos hasta darle el tamaño y hondura convenientes. En el primer caso obtenían pequeñas cúpulas que limitaban una o varias porciones semiesféricas de la calota craneana hasta extraerla, si la trepanación era completa, o le daban otras formas, sin arrancarla, si se trataba de las incompletas. Una vez finalizada procedían a regularizarla para dar a los bordes la forma de bisel o de pico anteriormente mencionados (Bosch 1975, pp. 80-81). Así, las trepanaciones practicadas en Canarias se pueden clasificar en dos tipos: completas, cuando la masa ence-fálica permanece comunicada con el exterior, o incompletas, cuando no existe dicha conexión (Bosch 1975, p. 77). Actúan en cualquier espacio de la bóveda craneana, si bien el sitio idóneo y también el más usual son “los parie-tales derecho e izquierdo próximos al frontal, al cual daban forma triangular, oval y redonda”. En general, eligen lugares alejados de venas y en los que la duramadre no está adherida a los huesos de la bóveda, lo que, en opinión Cauterización. Fuente: Índice de ilustraciones (6) 36 de Bosch Millares, demuestra que los «cirujanos» tienen nociones de Anatomía Humana. Sin embargo, también se encuentran cráneos trepanados en las suturas interóseas, con el fin de hacer sangrar lo máximo posible al paciente y, de esta forma, ayudar a la expulsión del espíritu diabólico causante de la enfermedad (Bosch 1975, p. 80). En cuanto al tipo de dolencias ante las que se recurre a esta intervención, Bosch Millares (1975) indica que …en nuestros casos parece haber sido hecha por fracturas, osteítis y traumatismos óseos del cráneo; es decir, en cuantos males se acompañaban de dolores de cabeza, vómitos, vértigos, dificultades en la mar-cha, ceguera, pérdida de la palabra y otros síntomas que hacían pensar en la existencia de algún proceso en evolución dentro de aquella región del esqueleto humano, lo que no es óbice para suponer que dada la escasez de cráneos trepanados, la vida del hombre prehistórico estaba dominada por influencias mágicas atribuidas a un demonio que se posesionaba del enfermo. De esta manera el espíritu maligno quedaba en libertad y el trepanado lograba su curación (p. 89). Los indígenas de Canarias realizan trepanaciones tanto en enfermos como en cráneos de personas ya fallecidas. Ambos tipos se diferencian, entre otras razones, por el aspecto de los bordes (Bosch 1975, p. 86), ya que en el primero de los casos éstos están cicatrizados, mientras que, en el segundo de ellos, los márgenes no presentan cicatrización (Bosch 1962, p. 36). Otra diferencia existente entre estas dos clases de trepanación radica en su tamaño, pues si la intervención se realiza cuando el enfermo está vivo, la lesión oscila entre 1 cm y 5 cm, mientras que si aquél ya había fallecido, ésta mide entre 5 cm y 9 cm (Bosch 1967, p. 80). Trepanación. Fuente: Índice de ilustraciones (6) Con respecto a la posible finalidad de la trepanación post mortem, existen varias hipótesis: una de ellas sostiene que el objetivo de esta práctica es extraer la masa cerebral, bien para convertirla en alimento o bien para poder introducir en el cráneo sustancias resinosas a fin de momificar el cadáver; otra teoría defiende que el hueso tre-panado se corta en rodajas, denominadas “rondelas”, que son convertidas en polvo, destinado a curar la sífilis; finalmente, una tercera teoría afirma que esos trozos de huesos se colocan a modo de trofeo en las entradas de las viviendas para alejar a los demonios (Bosch 1975, p. 89). En cuanto a la primera opción, no existen evidencias que la constaten, pues en las momias de El Museo Canario, ni las fosas nasales –por donde se pueden extraer las vísceras− ni los músculos y ligamentos occipito cervicales son arrancados. Tampoco se encuentran rodajas óseas en los yacimientos aborígenes ni en las excavaciones ar-queológicas, por lo que, en opinión de Bosch Millares, lo más probable es que “los trozos seccionados sirvieran para obtener polvo de hueso destinado al tratamiento de ciertas enfermedades, toda vez que la sífilis no existió en estas islas antes del descubrimiento de América” (Bosch 1975, p. 89). 37 ÉPOCA PREHISTÓRICA, ENFERMEDAD Y TRATAMIENTO Para concluir este apartado, cabe señalar que son veintitrés los cráneos trepanados que se encuentran en los enterramientos aborígenes, de los que cuatro corresponden a intervenciones completas y diecinueve a prácticas incompletas. Estas últimas muestran una buena evolución, lo que resulta llamativo si se tiene en cuenta que en esta época no se practica la esterilización necesaria ni se cuenta con los instrumentos apropiados. Es posible que el buen resultado de las operaciones se deba “a los cuidados prolongados y a la resistencia del organismo al trauma operatorio y a la infección, pues si bien en unos pocos se comprueban huellas de supuración como testigos de la reacción de defensa, éstas también se comprueban por la presencia de pequeños osteofitos en el círculo del orificio de la trepanación” (Bosch 1975, p. 90). Rito de inhumación en la Cueva de Villaverde (La Oliva). Fuente: Índice de ilustraciones (22) 38 1.2. CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES A lo largo del siglo XV tiene lugar la conquista y anexión de Canarias al Reino de Castilla. Este proceso, que supone una ruptura total con respecto al modo de vida existente en el Archipiélago hasta ese momento, se lleva a cabo en dos etapas: la fase señorial y la fase realenga (Viña 1991, p.132). La primera, se inicia en 1402 con la llegada de los normados a Lanzarote y finaliza alrededor de 1477 (Palenzuela 1991, p.149). Durante este periodo de tiempo, las milicias normandas, al mando de Jean de Béthencourt y de Gadifer de la Salle, conquistan para la Corona de Castilla las islas de Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro –poco pobladas y de fácil acceso−, y posteriormente ex-pediciones castellano−andaluzas logran la dominación de La Gomera. Sin embargo, estas últimas fracasan en su intento de sometimiento de las islas restantes, Gran Canaria, La Palma y Tenerife, las más habitadas y accidentadas geográficamente (Viña 1991, p.132). En 1476 los Reyes Católicos acuerdan con el conquistador Diego García de Herrera concederle a éste el gobierno de las islas dominadas hasta ese momento, −Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro−, mientras que la Corona de Castilla asume directamente la conquista de Gran Canaria, Tenerife y La Palma, islas con más recursos y ante las cuales los medios militares y económicos de Diego García de Herrera resultan insuficientes (Roldán y Delgado 1970, p. 11). Se inicia así la etapa realenga de la conquista, que dura hasta 1496. Estas dos fases en que se lleva a cabo la conquista del Archipiélago Canario determinan, pues, el establecimiento de dos grupos bien diferenciados: las islas de señorío −Lanzarote, Fuerteventura, La Gomera y El Hierro−, goberna-das por un señor territorial, y las islas de realengo −Gran Canaria, Tenerife y La Palma−, que pasan a estar bajo el mando directo de la Corona. Esta división del Archipiélago será a su vez el origen de grandes diferencias sociales, económicas y políticas entre ambos grupos, que hacen que durante varios siglos las islas realengas experimenten una evolución que contrasta con el atraso que sufren las de señorío (Roldán y Delgado 1970, pp. 11-12). Tales divergencias parten principalmente del modelo económico implantado, pues mientras las islas de señorío basan su economía en la explotación de las tierras propiedad del señor territorial y sus relaciones con el exterior dependen de las islas realengas, en estas últimas se produce un auge financiero gracias al monocultivo de la caña de azúcar, al tiempo que se establece una clase campesina autosuficiente (Tejera y González 1987, p. 170). A pesar de esta distinción, tanto en unas como en otras se crea el mismo modelo municipal, el Cabildo o Concejo, cuyo ámbito de actuación abarca todos los asuntos políticos y económicos de la isla. Este esquema administrativo –salvo en los periodos de 1812-1814 y 1820-1823− se mantiene vigente hasta 1835, fecha en que se instauran en Canarias los ayuntamientos modernos, creados en virtud de la Constitución de 1812 (Suárez 1991, p. 242). 1.2.1. LA NUEVA SOCIEDAD MAJORERA La conquista de Fuerteventura resulta menos dramática que la de otras islas como Gran Canaria o Tenerife, pues la inferioridad numérica de indígenas existentes en su territorio frente al importante número de hombres traídos por los conquistadores Béthencourt y Gadifer de la Salle hace que los dos reyes majoreros, Ayoze y Guize, acuerden una rendición pacífica por el bien de su gente. Con esto logran que sobrevivan la mayoría de los aborígenes (López 1987, p. 370); sin embargo, el escaso número de éstos y la intención de los conquistadores de crear un nuevo sistema social, hacen necesaria la repoblación de Fuerteventura mediante la llegada de colonos procedentes de diversas regiones (Serra Ràfols 1968, p. 409). Comienza así un proceso de adaptación y de integración que da como resultado la formación de una nueva sociedad, descendiente de la unión entre los indígenas y los primeros conquistadores y colonos, tal y como señala en el año 1694 Marín y Cubas (1986) (p. 9). De esta forma, se consi-gue paliar la escasez de habitantes de la mayoría de las islas, al tiempo que se da solución al exceso poblacional de Castilla y de Portugal (Tejera y González 1987, p. 171). Estos nuevos pobladores proceden principalmente de Castilla −territorio que en el siglo XV agrupa a vascos, galle-gos, leoneses y andaluces−; dado que la mayoría de ellos son campesinos, su principal dedicación la constituyen la agricultura y la ganadería. Otro grupo colonizador de gran importancia en Canarias son los portugueses, que se establecen por todo el Archipiélago, provenientes de varias ciudades de la Península, como Lisboa, Oporto, Braga o Coímbra y, sobre todo, desde la isla de Madeira y el Archipiélago de Cabo Verde. Las actividades que realizan abarcan la pesca, la agricultura (Tejera y González 1987, p. 171), la artesanía y el comercio, especialmente de esclavos (Suárez, Rodríguez y Quintero 1988, p. 61). 39 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES Finalmente, como colectivos minoritarios aunque de gran trascendencia social, se encuentran los comerciantes y prestamistas de procedencia fundamentalmente genovesa, florentina y, en menor medida, flamenca, todos ellos poseedores de grandes extensiones de terreno destinados a la agricultura y al cultivo de la caña de azúcar (Tejera y González 1987, pp. 171-172). En Fuerteventura, en Lanzarote y en El Hierro, el principal aporte colonizador lo constituyen, en un primer momen-to, franconormandos5 y, posteriormente, andaluces y moriscos (Suárez et al. 1988, p. 55). 1.2.2. EMIGRACIÓN A LAS ISLAS REALENGAS E INCURSIONES BERBERISCAS A pesar de la llegada de todos estos grupos colonizadores, la escasez de agua y de alimento, y las duras condicio-nes de vida impuestas por el régimen señorial hacen que desde 1402 hasta 1520, y con especial afluencia entre 1484 –año en que Gran Canaria es conquistada− y 1506 (Marín 1986, pp. 8-9), muchos majoreros y lanzaroteños partan de forma masiva con sus posesiones y sus ganados hacia las islas centrales, donde los cultivos de azúcar recientemente instaurados les suponen una actividad más llevadera que la que les ofrecen sus islas de origen (Quintana y Ojeda 2000, p. 25). Tal llega a ser la ingente cantidad de emigrantes majoreros y lanzaroteños, que los señores de las islas orientales adoptan todo tipo de medidas para evitar las oleadas humanas que arriban a las islas centrales. Sin embargo, éstas no tienen éxito, pues las leyes castellanas permiten el movimiento de sus habitantes entre las diversas regiones que conforman el Reino (Marín 1986, pp. 12-13). Ante esta situación, los señores territoriales de Fuerteventura y de Lanzarote recurren a la vecina costa africana para repoblar ambas islas y, desde el siglo XV, comienzan las incursiones a este continente para capturar esclavos (Marín 1986, pp. 8-9), actividad que no cesa hasta principios del siglo XVII, tal y como demuestra “… un auto de prisión decretado por la Audiencia de Canarias en 1611 contra el gobernador de Fuerteventura y otros seis vecinos por haber ido a saltear a Berbería” (Anaya 1990, p. 175, citado en Lobo 1993, p. 18). 5La llegada de este importante contingente a Fuerteventura queda atestiguada por los apellidos de origen francés Perdomo, Umpiérrez, Marichal, Melián, Denís o Betancor, cuya presencia en la isla majorera es mayor que en el resto del Archipiélago (Serra Ràfols, 1968, p. 416). Fuente: Índice de ilustraciones (7) 40 Las medidas establecidas por Isabel la Católica para impedir la esclavización de los indígenas canarios (Rumeu 1947, citado en Lobo 1993, p. 15) llevan a los señores de Fuerteventura y de Lanzarote a hacerse con esclavos mediante incursiones o cabalgadas a la costa africana, a través de la compra de éstos a mercaderes portugueses, o por medio de expediciones a Cabo Verde y a Guinea (Lobo 1982, citado en Lobo 1993, p.15). Tal y como señala Lobo Cabrera (1993), el primer contingente esclavo relevante en Fuerteventura es el bereber, localizado en el norte de África. Su captura comienza muy pronto, desde principios del siglo XV, pero mientras que Abreu Galindo (1997) señala a Jean de Béthencourt como el gobernante que inicia esta práctica en 1405 (citado en Lobo 1993, p.17), Rumeu de Armas (1947), por su parte, sostiene que el primer señor que trae esclavos berbe-riscos a Canarias es Diego García de Herrera (pp. 219 y 347, citado en Lobo 1993, p. 17) al que le siguen en esta práctica sus descendientes (Rumeu 1957, p. 147, citado en Lobo 1993, p.17). Los esclavos berberiscos capturados son empleados como mano de obra para trabajar en el campo, bien plantando y ocupándose de los cultivos, bien cuidando el ganado. También, son utilizados como guías en posteriores incursio-nes a la costa africana para aprovechar sus conocimientos del terreno y así poder localizar con facilidad los núcleos humanos. Algunos presos moriscos, principalmente los poseedores de un mayor estatus social, son canjeados poste-riormente en rescates por esclavos negros en una proporción generalmente de dos a uno, aunque a veces se obtienen más. De esta forma, coexisten en Fuerteventura esclavos berberiscos y negros. Estos últimos se encuentran en la isla desde el siglo XVI, procedentes de rescates o tras haber sido comprados en otras islas del Archipiélago. Sin embargo, es durante el siglo XVII, momento en que se prohíben las cabalgadas a Berbería, cuando su número aumenta consi-derablemente, y se obtienen a través de los comerciantes esclavistas portugueses (Lobo 1993, pp. 18-19). Gracias a la información proporcionada por el vicario y capellán de la isla, Ginés Cabrera de Betancor en 1595, hay constancia de que a finales del siglo XVI los moriscos de Fuerteventura, pese a su elevado número, ya son personas libres como el resto de habitantes. En el preámbulo del padrón de moriscos residentes en la isla, elaborado por orden del Tribunal de la Inquisición, Cabrera de Betancor indica que, durante los sesenta años precedentes, ob-tienen la libertad trescientas casas de moriscos en Fuerteventura y Lanzarote6 (Millares, fs. 38-41, citado en Lobo 1993, p. 18). En cuanto a la cantidad total de moriscos que viven en la isla, dicho padrón revela que este colectivo representa el 15,3% de la población majorera (Lobo 1993, p. 18). 1.2.3. ATAQUES PIRATAS Antes de la conquista, Canarias se convierte en objetivo de numerosos ataques de piratas mallorquines, andaluces y portugueses, entre otros. Tras su anexión a la Corona de Castilla continúan este tipo de invasiones, que no cesan hasta finales del siglo XVIII. En esta época, son llevadas a cabo por piratas y corsarios franceses, ingleses, holan-deses y berberiscos, quienes causan estragos en las islas en multitud de ocasiones (Anaya 1987, p. 123). De todos estos colectivos, Anaya Hernández (1987) considera que …el más peligroso fue sin duda el norteafricano, y esto por dos motivos: primero, porque al contrario que los otros países europeos, no dieron nunca un momento de tregua al imperio español, y en segundo lugar porque los demás enemigos solían buscar sólo el dinero o productos valiosos y en rara ocasión se llevaban barcos o personas. En cambio los norteafricanos, venían expresamente a cautivar cristianos como mani-fiestan en sus declaraciones cuando son hechos prisioneros, y además con frecuencia también se llevaban los barcos para reciclarlos como barcos corsarios o utilizar sus materiales (p.124). Si bien todas las islas son víctimas de los ataques piráticos, las más perjudicas por éstos son Fuerteventura y Lan-zarote, debido a varias razones. Entre ellas se encuentran su mayor proximidad a la costa africana y, especialmente, su larga extensión y múltiples caletas, que dificultan la labor defensiva. A estos factores hay que sumar el carácter de represalia que tienen las primeras expediciones berberiscas a las islas, pues, en sus comienzos, estas invasiones están motivadas, en gran medida, por el deseo de vengar la captura y posterior esclavización de moriscos por parte de los señores de Fuerteventura y Lanzarote mediante las cabalgadas a Berbería (Anaya 1987, pp. 124-125). 6Durante los primeros tiempos, y a pesar de haber sido cristianizada, la población berberisca traída de África vive apartada del resto de la sociedad majorera y lanzaroteña; además, mantiene numerosos elementos de su lengua, de su religión y de sus costumbres (Fajardo 1995, pp. 269-271). 41 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES Las invasiones que sufre Canarias desde el siglo XV y durante las siguientes centurias afectan a numerosos as-pectos de su realidad, entre ellos a su geografía humana. Cuando Jean de Béthencourt establece la capital de Fuerteventura en Betancuria −localidad a la que da su nombre−, entre los motivos de su elección se encuentran, además de su localización en uno de los valles más fértiles de la isla −con abundancia de agua y de vegetación−, su enclave alejado de la costa y rodeado de montañas, que la mantiene resguardada de los ataques piratas tan frecuentes en este siglo y en los siguientes (Roldán 1968, p. 25, citado en López 1987, p. 370). Pero esta situación no sólo afecta a Fuerteventura, sino también a otras islas del Archipiélago, como Lanzarote, Tenerife o El Hierro, cuyas primeras capitales, Teguise, San Cristóbal de La Laguna y Valverde –esta última lo sigue siendo− se hallan en zonas de interior. Hay que esperar hasta el siglo XIX para que la mayoría de las capitales insu-lares se implanten en la costa, como consecuencia de la importancia del comercio en detrimento de la agricultura, y una vez que desaparece el peligro de invasiones extranjeras (López 1987, p. 370). Sin embargo, y a pesar de su enclave aislado y protegido, Betancuria no logra evitar ser víctima de los ataques ber-beriscos. De éstos, el más notable es el protagonizado por el corsario Xabán en 1593, año en el que se adentra en la isla y arrasa la villa destruyendo, entre otros edificios, la iglesia de Santa María de Betancuria y el Convento de San Buenaventura, el primero que se construye en Canarias (Rumeu 1975, p. 338, citado en López 1987, p. 378). El historiador y arcediano de Fuerteventura del siglo XVIII, Joseph de Viera y Clavijo (1982a), narra así este episodio: Corría el año de 1593, cuando se echó sobre Fuerteventura una armadilla de corsarios berberiscos, mandada por el moro Xabán, famoso arráez de aquellos tiempos. Este jefe hizo desembarcar hasta 600 hombres armados que, habiendo marchado a la villa de Betancuria sin encontrar mucha oposición, quemaron los edificios, saquearon el país y redujeron a ceniza los pajeros o graneros de trigo de aquella comarca (p. 817). El asalto a Betancuria tiene efectos desastrosos no sólo para sus habitantes, a quienes el corsario hace prisione-ros, llevándose a sesenta de ellos. Además, el posterior estudio de la historia majorera sufre los efectos de dicha invasión, pues al ser quemada la villa, se pierden para siempre la mayoría de los documentos existentes en ella, como los protocolos notariales, hecho que limita enormemente el conocimiento que se tiene sobre Fuerteventura en el siglo XVI (Lobo, 1993, p. 16). 1.2.4. NUEVOS NÚCLEOS DE POBLACIÓN Además de Betancuria, la capital de la isla, los primeros y más importantes núcleos de población que se crean en Fuerteventura tras la llegada de los conquistadores normados y castellanos son Vega de Río Palmas, Valle de Santa Inés, Pájara, Antigua, Tuineje, Tetir y La Oliva (Roldán 1968, p. 25). En todos los casos se trata de pueblos de interior, resguardados de posibles ataques piratas, y situados en las tierras más feraces de la isla (Roldán y Delgado 1970, p. 33-34) para poder dedicarse a la agricultura, que es durante varios siglos la actividad económica principal, tal y como se comenta en el siguiente apartado. De las localidades majoreras destaca la ausencia de “vocación urbanita” (López 1987, p. 384), tal y como indica allá por 1590 el ingeniero cremonés Leonardo Torriani (1978) al referirse a Betancuria: “Tiene 150 casas, fabrica-das rústicamente y sin orden” (p. 84). De hecho, en esta época y durante varios siglos, las estructuras poblacionales más comunes en Fuerteventura son los pueblos diseminados y, dentro de ellos, la dispersión de casas alrededor de los cultivos y la alineación de éstas en lugar de calles propiamente diseñadas, tal y como ocurre en Betancuria, Antigua o Pájara (López 1987, p. 384). En cuanto al número de habitantes majoreros en el siglo XVI, como se ha comentado con anterioridad, la cantidad de indígenas en Fuerteventura es muy escasa cuando comienza la conquista castellana. Cuando ésta concluye, la población sigue siendo poco numerosa y apenas aumenta durante los siglos XV y XVI (Quintana y Ojeda 2000, p. 25), debido fundamentalmente a las sequías, malas cosechas, hambrunas, epidemias, ataques piratas y emigracio-nes a las islas centrales (Cabrera 1996, p. 98). Los primeros datos que se tienen sobre la población de Fuerteventura en el siglo XVI los aporta el Tribunal de la Inquisición, cuyo recuento de 1567 arroja una cifra de 280 familias, equivalentes a unos 1.400 habitantes y que se localizan principalmente en la capital, Betancuria (Díaz R. 1991, p. 269). En 1585, la población insular experimenta un retroceso, pues un documento diocesano solicitado por Felipe II en 1577 informa de que la isla cuenta con 219 42 vecinos o familias, de las que 100 residen en la capital (Fernández L. 1975, pp. 114-115, citado en López 1987, p. 379). La conversión de vecinos en habitantes da como resultado una cantidad de 400 a 450 majoreros residentes en Betancuria, y entre 876 y 985 en otros núcleos de la isla (Sánchez, p. 76, citado en López 1987, p. 379). Estas cifras son corroboradas por Leonardo Torriani (1978), quien en su obra escrita alrededor de 1590, Descrip-ción e Historia del Reino de las Islas Canarias, comenta de Fuerteventura que “…en toda esta isla no hay más de dos mil almas, de las cuales solamente trescientas personas pueden pelear;…” (p. 86). 1.2.5. ACTIVIDAD ECONÓMICA “…se confirma la afirmación realizada en el siglo XVI, en donde se señalaba que tanto Lanzarote como Fuerteventura, tenían mucha abundancia de pan y ganados, «y así muchas vezes se lleva a todas las demás islas y a la de la Madera»” Manuel Lobo Cabrera y Germán Santana Pérez El Comercio en Fuerteventura en el Siglo XVII, 1996 1.2.5.1. Agricultura Tras la conquista castellana, la agricultura se erige en la principal actividad económica de la isla, seguida de la gana-dería. Si bien esta última ya es conocida por los indígenas majoreros, la primera llega a la isla a comienzos del siglo XV de la mano de Jean de Béthencourt, quien trae con él campesinos normandos que, una vez instalados, reproducen las técnicas agrícolas utilizadas en su tierra de origen. Posteriormente, la llegada de los señores Diego García de Herrera y Pedro Fernández de Saavedra, acompañados de colonos andaluces de tradición labradora, termina de afianzar el predominio agrícola en la isla. Esto tiene fatales consecuencias para la población majorera en el futuro, pues una eco-nomía basada casi exclusivamente en el cultivo de la tierra, en un ecosistema caracterizado por la aridez del terreno y la escasez pluvial, da lugar a numerosos periodos de sequía, hambre y emigración durante varios siglos. A esto hay que sumar otros factores negativos para el desarrollo de Fuerteventura como su aislamiento, la ausencia de comercio exterior o los impuestos abusivos de los señores de la isla y de la Iglesia (López 1987, pp. 370-371). Todos estos elementos, unidos a las invasiones piráticas, hacen que durante los siglos XVI, XVII y XVIII Fuerteventura apenas evolucione y sufra frecuentes hambrunas que provocan altísimas cifras de mortandad y salidas masivas hacia otras islas, razones por las que el número de habitantes de la isla durante estos siglos está sujeto a constantes varia-ciones y recesiones en función de la situación del momento. Hay que esperar hasta bien entrado el siglo XIX para que estas circunstancias negativas disminuyan y la población majorera se estabilice (Quintana 1995, p. 51). Sobre la agricultura majorera en el siglo XVI, el religioso Abreu Galindo (1977) cuenta lo siguiente a principios del siglo XVII: Cógese en estas dos islas [Fuerteventura y Lanzarote] mucho trigo, algo moreno y menudo, que trajo Diego de Herrera de Berbería, que llaman morisquillo; y de una fanega de sementera se cogen sesenta y setenta fanegas de trigo, y a veces ciento más. Y también se coge mucha cebada, que es su manteni-miento más común (p. 61). Los principales cultivos que se obtienen tanto en Fuerteventura como en Lanzarote durante los siglos XVI al XVIII son, de mayor a menor importancia, el trigo, la cebada y el centeno; su producción en los años de lluvias regulares es tan abundante que parte de ella sirve para proveer a las islas realengas del grano que les falta para poder alimentar a todo el conjunto de su población (Santana 1995, p. 141). Y es que desde el momento mismo en que se concluye su conquista, a principios del siglo XV, Fuerteventura y Lanzarote se convierten en proveedoras de cereal para otras islas, pues, a pesar de que sus condiciones climáticas no son las más adecuadas para esta función, son las primeras en ser reorganizadas económicamente. Además, 43 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES durante la conquista de las islas realengas, a finales de la misma centuria, se hace necesario proveer de alimento al contingente que toma parte en la empresa bélica. De hecho, en el caso de Tenerife, la escasez de comida llega a ser tan preocupante que esta isla “…incluso emprendió expediciones armadas para obtener cereales” (Santana 1995, p. 163). Un siglo después, a finales del XVI, y ya incorporado a España todo el Archipiélago, el envío de grano desde las dos islas orientales a las realengas, especialmente a Tenerife, se intensifica, debido a la pérdida en éstas de suelo dedicado al cultivo de cereales, que implica una menor producción de los mismos (Macías 1978, p. 25, citado en Santana 1995, p. 163). El motivo de tal disminución de las cosechas cerealísticas radica en la importancia que en Gran Canaria, en La Palma y sobre todo en Tenerife adquiere la exportación de vino a Europa. Esta actividad comercial requiere de grandes extensiones de terreno para el cultivo de la vid, que son obtenidas utilizando las tierras hasta ese momen-to dedicadas al cultivo de cereales. Si a esto añadimos que los medios de producción agrícola propios del Antiguo Régimen requieren de una gran cantidad de personas para realizar las tareas del campo (Santana 1995, p. 142), resulta obvio que la cantidad de cereal que se produce en las islas realengas resulta insuficiente para mantener a su población, por lo que se hace necesario recurrir a las dos islas orientales, Fuerteventura y Lanzarote, menos pobladas y con una economía dedicada principalmente a la agricultura cerealística. Las consecuencias de esta articulación económica del Archipiélago son puestas de manifiesto por Juan Manuel Santana Pérez (1995): Al mismo tiempo, para que el cultivo exportador alcance mayor rentabilidad, requiere asegurar el alimento diario de sus empleados a un bajo costo, lo que motivará una política desequilibrada de la Real Audiencia y de la Comandancia General a favor de las islas centrales bajo el discurso de la solidaridad interinsular. Por tanto, se fraguará un intercambio desigual correspondiente a las exportaciones y en torno al cual aparecerá un grupo de intermediarios que sacará suculentas partidas de dinero. Con estos intercambios tendremos que se producirá un desarrollo desigual de las distintas islas canarias que a su vez creará zonas diferenciadas a nivel geográfico y en consecuencia la marginación de unos espacios. Por tanto, creemos que es válido hablar de una división interinsular del trabajo y en torno a este fenómeno existirá una inter-dependencia del conjunto del Archipiélago. Sin duda aquí están las bases de la actual configuración de la realidad canaria, tanto a nivel económico como político y social (p. 142). Como bien indica Santana Pérez, este papel de Fuerteventura como proveedora de alimento de las islas realengas es incentivado por el estamento gobernante de la isla, el cual percibe importantes beneficios económicos y au-menta su poder de influencia a costa del empobrecimiento progresivo de los recursos naturales de la isla. De dicho grupo oligárquico, Quintana Andrés (1995) señala que “Esta élite social acaparaba tanto los cargos públicos de la isla como las rentas generadas en ella, compartiendo parte de estas últimas con los grupos de poder asentados en La Laguna y Las Palmas –caso del diezmo eclesiástico−” (p. 51). Además del cultivo de cereales, en la producción agrícola de Fuerteventura también destaca la recogida y expor-tación de orchilla, actividad que comienza desde la llegada de los nuevos pobladores europeos a la isla. De hecho, algunos historiadores opinan que, entre los motivos por los que Jean de Béthencourt emprende la conquista de Canarias, se encuentra el deseo de comerciar con esta planta, tan apreciada como colorante textil, para enviarla a su localidad natal, Grainville-La-Teinturière. La orchilla puede considerarse el primer producto de la agricultura majorera que se exporta fuera del Archipiélago, y el único, durante más de un siglo (Roldán y Delgado 1970, p. 34), tal y como atestiguan los autores del siglo XVI Juan de Abreu Galindo (1977): “Cógese en esta isla mucha orchilla, más que en todas las demás islas […]…que se navega a muchas partes” (pp. 60-61) y Leonardo Torriani (1978): “También se recogen aquí 8000 pesos de orchilla, que se transporta a España, a Italia y a Francia” (p. 71). 44 1.2.5.2. Ganadería Tras la agricultura, la ganadería constituye la segunda actividad económica más importante de Fuerteventura en el siglo XVI, así como durante todo el Antiguo Régimen. Y al igual que los cereales, el ganado majorero se convierte, junto con el de Lanzarote, en objeto de un comercio regular que tiene como principal destino las islas realengas, pues el progresivo aumento de la población de éstas, unido a la ampliación de terrenos para la viticultura, provoca un incremento de la demanda no sólo de grano, sino también de carne y de productos lácteos, además de medios de transporte. Esta necesidad es satisfecha mediante la importación de reses provenientes de Fuerteventura, nego-cio del que obtiene grandes beneficios la oligarquía majorera, por lo que, desde principios del siglo XVII, la explo-tación de los recursos económicos de esta isla se hace, en palabras de Pedro Quintana (1995), imparable (p. 52). En cuanto a la cantidad y el tipo de ganado existente en Fuerteventura en el siglo XVI, Abreu Galindo (1977) escribe lo siguiente a principios de la centuria: …hay mucho ganado de cabras y ovejas y vacas. […] Hay en ella más de cuatro mil camellos, y grandísi-mo número de asnos salvajes. El año 1591 se mandó hacer una mortería, por el mucho daño que hacían en la tierra, con muchos lebreles, y con mucha gente de a caballo, y la tierra apellidada; y mataron más de mil quinientos asnos, que fueron manjar de cuervos y guirres, de que hay mucha abundancia en estas islas. […] El ganado desta isla de Fuerteventura es el más sabroso de todas las islas; el cual anda suelto por toda la isla;… (pp. 59-60). Otro testimonio sobre el ganado de Fuerteventura en el siglo XVI, en este caso a finales del mismo, es el del ita-liano Leonardo Torriani (1978): Tiene abundancia de cebada y de trigo y de ganados; y de una relación hecha por gente principal de la isla resulta que tiene 60.000 cabras y ovejas juntas, 4.000 camellos, 4.000 burros, 1.500 vacas y 150 caballos de monta, además de otros infinitos caballos que son casi tan buenos como los de Lanzarote; de modo que esta [sic] tiene más de 70.000 cabezas de ganado salvaje. Tiene también verracos con cuatro, y hasta con siete cuernos, como el Lanzarote; y algunos de ellos nacen con cinco patas, de las cuales una sale debajo del vientre (p. 71). Recolección de orchilla. Grabado de Sinforiano Bona, 1866. Fuente: Índice de ilustraciones (8) 45 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES Un número tan ingente de cabezas de ganado, especialmente caprino, y el hecho de que se encuentre diseminado por toda la isla, es una característica de la cultura económica majorera que data de la época prehistórica, tal y como se comenta en el primer capítulo del libro. Este modelo de subsistencia se mantiene e incluso se intensifica tras la llegada de los nuevos pobladores castellanos y europeos, lo que conlleva …a largo plazo, unas consecuencias desastrosas para el entorno, en tanto que el pastoreo intensivo basa-do en la especie caprina supone una estrategia ambientalmente destructiva, debido al sobrepastoreo y al asolamiento de la cubierta vegetal, así como por la superpoblación animal, que acentúa sus efectos nocivos. La capacidad depredadora del ganado caprino en una zona de escasas precipitaciones repercutiría inexo-rablemente en la aridificación del territorio, erigiéndose en principal factor desencadenante de la secular aridez de la isla y del fenómeno de extinción de numerosas especies florísticas (Cabrera 1993, pp. 46-47). Esta progresiva desertización de la isla, si bien no es tan acusada en el siglo XVI como lo es en la actualidad, sí que empieza ya a manifestarse a lo largo de esta centuria, tal y como se puede apreciar al compararla con la vegetación de la isla a principios de siglo: “Esta isla de Fuerteventura es más abundosa de aguas [que Lanzarote], y tiene algunas fuentes, y hay algunos árboles, como son tarajales, acebuches y palmas; y lo que en ella se planta se da muy bien. Son éstas [sic] dos islas abundantísimas de yerbas y muy olorosas flores;…” (Abreu 1977, p. 59) y a finales del mismo: “Tiene pocas aguas y pocos árboles, con excepción de un valle agradabilísimo, lleno con palmas salvajes” (Torriani 1978, p. 70). 1.2.6. NUEVAS ENFERMEDADES Y SU TRATAMIENTO “Una circunstancia es común a todas las jurisdicciones de las islas: la pureza de la atmósfera de cada una de ellas es la propia del Atlántico, pues gracias a su movilidad incesante y ventila-ción la materia orgánica es escasísima. Pero en el transcurso de los años el aislamiento de las Canarias ha ido perdiendo mucho de su valor climatológico, ya que, colocadas en el cauce de las corrientes comerciales de Europa con el África y la América del Sur, fueron y son el punto obliga-do de escala para la navegación intercontinental, lo que ha hecho sacrificar al lucro de muchas de sus condiciones higiénicas. De esta manera, los navegantes van dejando algo de lo que traen, malo o bueno, encareciendo y viciando el medio climatológico, tierra, agua y atmósfera, cuya influencia en la historia de la medicina es evidente” Juan Bosch Millares Historia de la Medicina en Gran Canaria, 1967 La conquista castellana y el contacto comercial o de otra naturaleza con otras naciones europeas y con América, no sólo implica la formación de una nueva estructura social y la importación de nuevas costumbres. También supone la llegada a Canarias de enfermedades desconocidas hasta ese momento y que se propagan rápidamente por todo el Archipiélago, como consecuencia del escaso desarrollo de la Medicina y de la higiene en esta época. Estas “nuevas” enfermedades son las de transmisión sexual, especialmente la sífilis, la peste y la lepra (Bosch 1967, p. 130), y sus consecuencias resultan devastadoras para la población indígena, cuya falta de defensas en su sistema inmunitario frente a estos agentes patógenos desconocidos provoca muertes masivas (Tejera y González 1987, pp. 174-175). 1.2.6.1. Lepra Los estudios de paleopatología realizados por el doctor Juan Bosch Millares sobre los restos aborígenes que se conservan en El Museo Canario, concluyen que los indígenas canarios no padecen la lepra, pues no se hallan en los huesos las marcas propias de la osteopatía leprosa, ni en su forma atrófica degenerativa ni en su forma de lesiones por tracción de los ligamentos y los músculos (Bosch 1967, p. 133). Tampoco existe esta enfermedad en América, adonde es llevada desde la Península Ibérica en las numerosas tra-vesías que parten hacia el Nuevo Continente tras los viajes de Cristóbal Colón. Los primeros brotes de lepra que se registran en América aparecen en Colombia en 1543, procedentes de Andalucía; en Cuba, procedentes de Valencia y, en Brasil, procedentes de Portugal. Desde estos tres países la enfermedad se extiende lentamente al resto del continente, debido al mercado de esclavos negros traídos desde África (Bosch 1967, pp. 133-134). 46 En Canarias, la lepra hace su aparición en el siglo XV, junto con los conquistadores y colonizadores procedentes de Castilla y de otras regiones de Europa, donde a finales de la Edad Media esta dolencia se convierte en una terrible epidemia. Tan rápidamente se extiende la lepra por el Archipiélago (Bosch 1967, p. 134), que en muy pocos años el Gobierno castellano indica que esta región es una de las más afectadas de sus territorios (Bosch 1950, p. 62, citado en Santana 2005, p. 71) por lo que se crea en Gran Canaria el Hospital de San Lázaro, centro benéfico destinado a dar asilo a todos los canarios afectados por la enfermedad y a aislarlos del resto de la sociedad para evitar la expansión de este mal (Bosch 1967, p. 134). El citado centro, mandado a edificar por los Reyes Católicos, constituye uno de las primeras instituciones públicas que se crean en el Archipiélago Canario (Bosch 1967, p. 139). La construcción del Hospital de San Lázaro no sólo tiene como objetivo la atención a estos enfermos e impedir el contagio de personas sanas; también persigue acabar con “…el espectáculo de ver a los leprosos errantes por las calles, desterrados de la sociedad humana, condenados a una muerte civil por la inspección médica, viviendo en chozas en despoblado, y dando aviso de su aproximación por el toque del cuerno o de la campanilla”. Su aspecto es el de muertos errantes cubiertos desde la cabeza hasta los pies para ocultar las numerosas llagas del cuerpo, y portan en la mano la conocida como «campanilla de Lázaro», que hacen sonar para que la gente no se acerque a ellos (Bosch 1967, pp. 134-135). La Instrucción de Corregidores establece la prohibición de que los enfermos leprosos transiten por las calles y los obliga a permanecer recluidos en el Hospital de San Lázaro (Bosch 1967, p. 139). Sin embargo, el número de internos de este centro no supera las quince personas, por lo que resulta imposible saber la cantidad de leprosos que fuera del edificio se hallan en contacto con otros habitantes, sin recibir atención ni tratamiento e incumpliendo la normativa existente al respecto (Bosch 1967, pp. 139-140). Los síntomas descritos de esta enfermedad incluyen dolores a los que les sigue la aparición de “berruxas” en el vientre −donde pueden alcanzar un gran tamaño−, en la cara o en las extremidades; en el caso de golpes, heridas o traumatismos, dichas “berruxas” pueden producir llagas. El tratamiento utilizado es muy limitado y consiste en tisanas, cataplasmas y frotamientos con mercurio. Esta última medida sugiere la posibilidad de que la lepra llegue a ser confundida entonces con la sífilis, pues las fricciones mercuriales son el remedio habitual que se emplea en esta época para esta otra dolencia (Bosch 1967, p. 140). 1.2.6.2. Sífilis Respecto a la sífilis y a su presencia en Canarias antes de la conquista castellana, los estudios realizados en los es-queletos y cráneos de El Museo Canario no revelan ningún signo que ponga de manifiesto su existencia entre los in-dígenas canarios ni tampoco tras el proceso colonizador, de lo que se deduce que la aparición de esta enfermedad en el Archipiélago se produce como resultado de los viajes transatlánticos entre Europa y América (Bosch 1967, p. 135). La paleopatología egipcia tampoco encuentra marcas de esta enfermedad entre las diez mil momias que se con-servan en Egipto –nación emparentada con el pueblo aborigen canario−, anteriores a la época bizantina, y de entre los millones de huesos del período Neolítico examinados por el profesor francés Vallois, sólo dos de ellos, encontrados en cuevas de la localidad francesa de Marne están afectados por la sífilis. Estas circunstancias llevan a varios investigadores, entre ellos Juan Bosch Millares, a inclinarse por la teoría de que la sífilis llega a Canarias y a Europa procedente de América, tras los viajes de Colón a este continente (Bosch 1967, pp. 135-136). La sífilis es mencionada por primera vez en los libros de Medicina en la última década del siglo XV, época en que se transmite a gran velocidad por toda Europa, bajo el nombre de Morbus gallicus, que significa “mal francés”. A comienzos del siglo XVI, la sífilis es la enfermedad contagiosa más extendida en Europa, hasta el punto de que llega a constituir una pandemia y provoca auténticos estragos en gran parte del continente, especialmente entre las clases altas. Su alta incidencia queda reflejada en la gran cantidad de denominaciones que recibe: lúes, venéreo, enfermedad de Venus, peste de Venus, mal alemán, mal napolitano, viruela española y morbus gallicus o morbo gálico (Bosch 1967, pp. 135-136). En esta época son varias las causas que se establecen como desencadenantes de la sífilis, entre ellas, las debidas al contacto sexual entre un leproso y una prostituta, al envenenamiento de las fuentes de Nápoles por parte de los virreyes españoles o a la carne humana ingerida en Francia de forma cotidiana. Tras extenderse hasta convertirse en pandemia, el médico y poeta italiano Girolamo Fracastoro es el primero en advertir la naturaleza venérea de la sífilis, enfermedad que describe en su poema de 1530 Syphilis sive Morbus Gallicus, cuya traducción sería “Sífilis o el mal francés” y donde aparece por primera vez su nombre actual (Bosch 1967, p. 140). 47 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES La sífilis se caracteriza por la aparición de múltiples ulceraciones en diferentes zonas del cuerpo. Cuando se extien-de por toda Europa, después de la llegada de Colón a América, los médicos españoles son los primeros en emplear remedios para tratarla, gracias a la influencia árabe. Puesto que en la medicina árabe se utiliza ya el mercurio para eliminar parásitos, los facultativos en España comienzan a emplear el mercurio, tanto en frotamientos como ingerido, hasta provocar que el enfermo babee, se le aflojen los dientes y escupa profusamente. El número de libras de baba que éste expulsa, determina si el paciente está curado (Bosch 1967, pp. 140-141). Avanzado el siglo, la sífilis va perdiendo su carácter de malignidad, no sólo por los efectos del medicamento citado, sino por los conocimientos vegetales que se vienen empleando con anterioridad. Tras le llegada de los españoles a América, se descubren en este nuevo continente el guayaco, la raíz de China o Similax lanceolata, la zarzaparrilla y el sasafrás, todos ellos productos vegetales que se llevan a España para el tratamiento de la enfermedad. El más usado es el guayaco, al que los españoles denominan Palo de las Indias y Palo Santo, y que es transportado a España desde Santo Domingo, isla donde Nicolás Pol, médico del emperador Carlos V, publica en 1517 un tratado sobre el empleo de este “árbol de la maravilla” en el tratamiento de la sífilis. La forma de tomar el guayaco es como infusión caliente, diariamente, durante casi un mes, pues se piensa que el sudor producido al ingerir este bebida es lo que hace que el enfermo sane de esta dolencia (Bosch 1967, p. 141). En los hospitales de Gran Canaria se empieza a utilizar el mercurio a modo de unción para provocar el babeo, pero este método se emplea en pocas ocasiones, debido al escaso número de enfermos sifilíticos. Posteriormente, se acude al uso del guayaco y de la zarzaparrilla, importados de la Península (Bosch 1967, p. 141). 1.2.6.3. Peste En la época antigua se emplea el término “peste” para designar a cualquiera de las grandes enfermedades epi-démicas, y no es hasta la segunda mitad del siglo XIV cuando se identifican los rasgos propios de esta dolencia, llamada «muerte negra» por sus terribles síntomas. Oriunda de Asia, la peste provoca entre 30 y 40 millones de muertos en este continente y en África, y a mitad del siglo XIV llega a Europa, donde perecen a consecuencia de ella unos 25 millones de personas, equivalentes a la tercera parte de la población. Los países europeos más diez-mados por esta enfermedad son Francia, Italia, Inglaterra, Islandia y España, donde la peste aparece en Barcelona en los años 1501, 1506 y 1507 (Bosch 1967, p. 130). Canarias no se libra de esta enfermedad, pues las travesías que se realizan desde la Península, donde se extiende por completo, traen inevitablemente la peste al Archipiélago (Bosch 1967, p. 131). Los escritores Viera y Clavijo, Marín y Cubas, Pierre de Cenival y Fredéric de la Chapelle recogen en sus obras, según escribe Bosch, brotes epidémicos que se producen en las islas a finales del siglo XV y a lo largo del siglo XVI, y que unas veces reciben el nombre de «pestilencia» y otras el de «modorra», por considerar que se trata de dos enfermedades diferentes, aunque más tarde se llega a la conclusión de que todos los casos corresponden a la misma (Bosch 1967, p. 90). La primera referencia del siglo a las características de la modorra, señala como síntomas la fiebre, el letargo y las complicaciones del aparato respiratorio, de las cuales, la más habitual es la pleuresía. Este estado de letargo origi-na que algunos historiadores asocien esta enfermedad al tifus exantemático7 y otros a la encefalitis letárgica. Esta enfermedad pestilencial también deja secuelas posteriores, pues quienes consiguen sobrevivir a ella permanecen sumidos en un decaimiento y una tristeza que los mantiene recluidos (Bosch 1967, p. 137). Todas estas características de la modorra, recogidas por los historiadores anteriormente mencionados, coinciden con la sintomatología registrada en las epidemias de peste que tienen lugar entre 1500 y 1630 en Alemania, Italia, Francia y España, lo que lleva al médico e investigador canario Juan Bosch Millares a afirmar que la modorra es la misma enferme-dad que la peste, que durante varios siglos causa estragos en Canarias y en otras muchas regiones (Bosch 1967, p. 90). Otros autores, en cambio, difieren de la opinión de Bosch Millares y ofrecen otras alternativas a la incógnita de la naturaleza de esta enfermedad. Éste es el caso de Francisco Guerra, quien identifica la modorra con el tifus exan-temático, de Mercer, quien opina que se trata de la rabia, y de Conrado Rodríguez Martín, quien se inclina a pensar que la modorra en realidad se corresponde con la gripe (Tejera, López y Hernández 2000, p. 392). 7El tifus exantemático es conocido popularmente como «tabardillo» o «tabardete» y será frecuente en Fuerteventura en los siglos XVII y XVIII. Durante el siglo XVI, el tabardillo es objeto de numerosos estudios por parte de los facultativos españoles, de entre los que sobresalen los realizados por Francisco Bravo (1530−1595), nacido en Osuna, autor de Opera Medicinalia, de 1570 (Toledo y Hernández de Lorenzo 2001, p. 77). 48 En esta época se piensa que la peste consiste en un efluvio venenoso que emana a través de los poros de la piel hasta llegar al corazón, al hígado y al cerebro. Por este motivo, los consejos que se dan para estos casos es prohibir que los afectados se bañen, por el peligro de que los poros se abran, mantener una dieta ligera e ingerir frutas ácidas, gran cantidad de líquidos y frecuentes tragos de vinagre. Además, se presta atención al aire de las habitaciones, que se limpian quemando ramas de enebro o bien arrojando polvo de carbón para que los pacientes lo aspiren. Otro remedio es el de administrar a los enfermos drogas aromáticas, bien ingiriéndolas o bien mezclán-dolas con resina o ámbar e inhalando el producto resultante. Si ninguna de estas medidas llegaba a surtir efecto, se emplea como último recurso la sangría (Bosch 1967, pp. 137-138). Se identifican dos clases de peste: la forma neumónica, de dos meses de duración y con síntomas de fiebre inter-mitente y esputos de sangre, y la peste bubónica, que presenta fiebre alta e inflamaciones en las ingles y las axilas. La transmisión de la enfermedad se produce sobre todo en los casos de forma neumónica, y para ello no es preciso un contacto regular con el paciente, pues basta con que éste se encuentre presente. Esta elevada capacidad de contagio es la causante de que los enfermos mueran sin ser asistidos y se les entierre sin recibir atención religiosa (Bosch 1967, p. 138). Muy pronto se empiezan a tomar medidas colectivas para evitar la expansión de la peste. Por un lado, se expulsa de los pueblos y de las ciudades a los tullidos, por considerar que son éstos quienes provocan la dolencia y, por otro, se establecen guardias a las afueras de las localidades para evitar que accedan a ellas personas desconoci-das. Además, los viajeros procedentes de lugares afectados por la peste son obligados a alojarse durante un mes en campamentos anexos a las ciudades, y si ese tiempo resulta insuficiente se aumenta su permanencia en el campamento hasta los cuarenta días, costumbre de la que procede el término «cuarentena» (Bosch 1967, p. 138). La prevención también se aplica en los puertos, donde los frecuentes avisos que se reciben en este siglo y en los dos siguientes sobre brotes de peste en otras islas, regiones o países hacen necesaria la presencia de vigilantes que se encarguen de cumplir las continuas prohibiciones de desembarco de navíos desconocidos o procedentes de zonas afectadas. En estos casos, la utilización del término peste no se refiere necesariamente a la enfermedad propiamente dicha, sino que se emplea en general para referirse a cualquier epidemia de causa desconocida (Tejera y González 1987, p.176). En cuanto a la asistencia médica, lo habitual entonces es que el facultativo explore al paciente en la entrada de la casa, y que la orina se analice cubriendo el recipiente unas tres o cuatro veces con una tela para evitar el contagio, debiendo ser los familiares del enfermo los encargados de mantener el vaso entre sus manos. Del mismo modo, para entrar en la casa de la persona afectada debe llevarse una esponja impregnada en vinagre y colocada delante de la nariz, así como piedras preciosas protectoras (Bosch 1967, p. 138). La conclusión sobre lo comentado anteriormente es que la peste o “muerte negra”, “…con sus oscuras manchas sobre la piel, sus hemorragias y destrucción gangrenosa de los pulmones, sus efectos paralizantes sobre la inteli-gencia y el organismo y sus lesiones axilares, inguinales y pulmonares, fue todo un símbolo del reinado del terror” (Bosch 1967, p. 133). 1.2.7. EPIDEMIAS EN FUERTEVENTURA La primera epidemia ocurrida en Fuerteventura de la que se tiene conocimiento se cita en el siglo XVIII, en Noticias de la Historia de Canarias. Su autor, Joseph de Viera y Clavijo (1982), relata cómo en 1464 o 1465 tiene lugar en esta isla “Una enfermedad contagiosa, en que más de doscientas personas perdieron la vida,…”. Dicho suceso es atribuido a la mano de Dios para castigar la acción del señor de Lanzarote, Sancho de Herrera, quien roba en Te-nerife la imagen de la Virgen de Candelaria y la lleva al templo parroquial de Fuerteventura, si bien posteriormente la devuelve a su lugar de origen para evitar que la tragedia sigua diezmando la población majorera (Viera J. 1982, pp. 429-430, citado en Díaz A. 1989, p. 102). Gracias a los Acuerdos del Cabildo de Tenerife (1497-1507) se sabe que en 1506 hay brotes de peste en Gran Canaria, en Fuerteventura y en Lanzarote, pues en la sesión de 30 de octubre de ese año, el gobierno tinerfeño prohíbe la entrada a la isla de cualquier habitante procedente de las mencionadas islas por estar las tres conta-giadas de este mal (Bosch 1967, p. 131). 49 CONQUISTA CASTELLANA Y APARICIÓN DE ENFERMEDADES E luego el señor teniente platycó con los dichos señores en que dixo que Ya bien saben y es not |
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