mdC
|
pequeño (250x250 max)
mediano (500x500 max)
grande
Extra Large
grande ( > 500x500)
Alta resolución
|
|
JAVIER SOLER SEGURA FRANCISCO PÉREZ CAAMAÑO TOMÁS RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ EXCAVACIONES EN LA MEMORIA Estudio historiográfi co del Barranco del Agua de Dios y de la Comarca de Tegueste (Tenerife) (ANEXO I) LOS MATERIALES ANTROPOLÓGICOS PROCE-DENTES DEL BARRANCO DE AGUA DE DIOS (TEGUESTE) DEPOSITADOS EN EL INSTITUTO CABRERA PINTO: UN RECURSO PARA LA INVESTIGACIÓN Y LA ENSEÑANZA Matilde Arnay de la Rosa, Ana María García Pérez, Emilio González Reimers y José Ángel Afonso Vargas AYUNTAMIENTO DE TEGUESTE FOTOGRAFÍA DE LA PORTADA Agustín Darias Alberto y Facundo Hernández Gutiérrez en el interior de la cueva de El Guanche durante su excavación. © Ayuntamiento de la Villa de Tegueste. EDITA Gobierno de Canarias Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste DISEÑO Y MAQUETACIÓN Jose M. Padrino Barrera FOTOMECÁNICA E IMPRESIÓN LITOGRAFÍA A. ROMERO, S. L. © DEL TEXTO Javier Soler Segura Francisco Pérez Caamaño Tomás Rodríguez Rodríguez © DE LAS FOTOGRAFÍAS Ayuntamiento de la Villa de Tegueste Museo Arqueológico de Tenerife (O. A. M. C.) Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz José Afonso Vargas Matilde Arnay de la Rosa Javier Soler Segura ISBN 978-84-930723-9-1 DEPÓSITO LEGAL Nº TF. 367 - 2011 Al pueblo de Tegueste, y a la memoria de Juan Daniel Darias y Luis Diego Cuscoy 5 ÍNDICE Presentación Introducción I. El discurso histórico construido sobre el guanche a partir de las fuentes documentales. El menceyato de Tegueste: desde el siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XX 1. La primera generación del discurso histórico: Fray José de Abreu Galindo, Fray Alonso de Espinosa y Leonardo Torriani 2. La segunda generación del discurso histórico y su incidencia sobre la comarca de Tegueste. Desde Antonio de Viana Tomé hasta José de Viera y Clavijo (siglos XVII y XVIII) 3. José de Viera y Clavijo y la tercera generación de la construcción del discurso histórico 4. El siglo XIX. La transición entre una historia hecha a medida y la aparición de nuevas fuentes de información. Su incidencia en la comarca de Tegueste 5. La primera mitad del siglo XX. El inicio de la crítica al discurso histórico y el cuestionamiento del Menceyato de Tegueste II. Luis Diego Cuscoy y la Comarca de Tegueste. Los inicios de la investigación arqueológica en el Barranco del Agua de Dios 1. La labor arqueológica de Luis Diego Cuscoy 2. Los estudios arqueológicos de Luis Diego Cuscoy en la Comarca de Tegueste 2.1. El poblado del Barranco Milán (Tejina) 9 15 21 26 34 39 42 60 69 71 82 84 6 2.2. La cueva sepulcral de La Palmita (Tejina) 2.3. La excavación de la cueva sepulcral nº 4 (Tegueste) 2.4. La excavación de la necrópolis de La Enladrillada (Tegueste) 2.5. La excavación de la cueva de Los Cabezazos (Tegueste) 2.6. La excavación de la cueva sepulcral de El Guanche (Tegueste) 2.7. Últimas investigaciones en la Comarca III. La comarca de Tegueste en las últimas investigaciones arqueológicas. De la década de los ochenta a la actualidad 1. Las transformaciones de la arqueología canaria 2. Intervenciones arqueológicas en la Comarca de Tegueste 2.1. Prospecciones arqueológicas en la Comarca y el Barranco del Agua de Dios 2.1.1. Carta Arqueológica de Tenerife 2.1.2. Inventario del Patrimonio Arqueológico de las Canarias Occidentales (I.P.A.C.O.) 2.1.3. Informe Nueva carretera - Variante de Tejina - TF. 121 de La Laguna a Punta del Hidalgo. PK 7,500 al 9,000 (La Laguna,Tenerife) 2.1.4. Inventario arqueológico de la margen izquierda del Barranco del Agua de Dios 2.1.5. Diagnóstico y limpieza del Patrimonio Cultural de la Isla de Tenerife 2.2. Excavaciones arqueológicas en el Barranco del Agua de Dios 2.2.1. Excavación arqueológica de urgencia en la Cueva de Los Cabezazos 87 90 95 106 113 116 121 122 127 129 130 132 133 134 135 138 136 7 2.2.2. Excavación arqueológica de urgencia de la cueva de La Higuera Cota 2.3. Propuestas de revalorización patrimonial del Barranco del Agua de Dios 2.3.1. Proyecto Parque y reconstrucción arqueológico-medioambiental P.R.A.M.A. “Vida Guanche” del Barranco Aguas de Dios 2.3.2. Proyecto de propuesta de puesta en valor del Barranco del Agua de Dios 2.3.3. Diagnosis del patrimonio arqueológico y etnográfi co del Plan Especial del Barranco del Agua de Dios IV. Conclusiones V. Bibliografía Anexo I Los materiales antropológicos procedentes del Barranco de Agua de Dios (Tegueste) depositados en el Instituto Cabrera Pinto: un recurso para la investigación y la enseñanza. (Matilde Arnay de la Rosa, Ana María García Pérez, Emilio González Reimers y José Afonso Vargas) Anexo II La cueva sepulcral de “La Palmita” (Tejina). Luis Diego Cuscoy Anexo III Cueva del Guanche (Lagarete). Luis Diego Cuscoy Ilustraciones 141 145 146 148 150 153 157 169 203 219 229 8 9 PRESENTACIÓN 11 BARRANCO AGUA DE DIOS El patrimonio cultural prehispánico que se conserva en Canarias y los yacimientos arqueológicos que lo componen, ha sido objeto de numerosos estudios e investigaciones que nos han acercado a las formas de vida de quienes habitaron las islas, procedentes del norte de África, antes de la conquista normanda y castellana a lo largo del siglo XV. Entre los investigadores aún se debate el cuándo, el cómo y el por qué de la arribada a este archipiélago Atlántico de los diversos pueblos que conformaron unas sociedades singulares; pueblos que tuvieron en cada isla un desarrollo diferenciado en sus modos de vida y en la cultura material que crearon. Para seguir avanzado en un mejor conocimiento de la cultura aborigen canaria, nada mejor que poner a disposición de las ciudadanas y los ciudadanos publicaciones como ésta que ahora se presenta. Páginas que recogen de una manera amena y sin perder la erudición, gran parte de la historia de un enclave de singular importancia para el conocimiento del mundo guanche en la isla de Tenerife. El Barranco del Agua de Dios, ubicado en el municipio de Te-gueste, conserva toda una serie de cuevas de habitación y funera-rias de primer orden, que han sido objeto, a lo largo de muchos años, de continuadas y diversas investigaciones arqueológicas. Este libro 12 trata de ordenar y poner al día tanto esas investigaciones, como las referencias históricas que tenemos de la zona, exponiéndonos así la gran importancia que tiene para la arqueología y el estudio de los antiguos guanches lo que fue el menceyato de Tegueste. A lo largo de sus páginas, se analizan las fuentes documentales y los escritos de quienes, desde la crónicas posteriores a la conquista, pasando por Viera y Clavijo, o las más recientes estudios de Cuscoy, ya vieron en esta comarca unos asentamientos singulares de la cultura guanche. Por último, los arqueólogos Javier Soler, Francisco Pérez y Tomás Rodríguez nos adentran en las investigaciones y prospecciones arqueológicas más recientes (desde los años ochenta del pasado siglo hasta la actualidad), exponiendo también las propuestas de revalorización del Barranco del Agua de Dios con un proyecto de parque y de reconstrucción arqueológica y medioambiental que posibilite, en un futuro próximo, el que todas y todos los canarios puedan conocer de primera mano lo modos de vida y la cultura creada por nuestro antepasados aborígenes. Con esta publicación se da por cumplido uno de los primeros objetivos de este esfuerzo investigador: poner a disposición de los habitantes de Tegueste, de Tenerife y de toda Canarias una nueva referencia de nuestro pasado, para con ello seguir construyendo un futuro que ponga en valor nuestro importante patrimonio cultural. Nuestra más sincera enhorabuena a los autores y al pueblo de Tegueste por conservar con tanta sabiduría los vestigios de nuestros antepasados como pueblo. Milagros Luis Brito Consejera de Educación, Universidades, Cultura y Deportes Gobierno de Canarias 13 Más allá de los aspectos técnicos o científi cos remarcados con su declaración como Bien de Interés Cultural, el Barranco Agua de Dios tiene una importancia arqueológica, etnográfi ca, cultural y ambiental del mayor nivel y así lo entiende, afortunadamente, mucha gente. Este conjunto de cuevas naturales de habitación y de carácter funerario cuenta con numerosos yacimientos arqueológicos, conformando una de las unidades de asentamiento aborigen que mayor volumen de información ha proporcionado para la isla de Tenerife. La sociedad teguestera, conocedora de tal hecho, ha dejado constancia desde hace años de su interés por el desarrollo de un proyecto que apostara por la revalorización arqueológica y patrimonial y que otorgara a esta zona el lugar que se merece en el proceso de conformación identitaria. El Ayuntamiento de Tegueste, comprendiendo ese sentimiento, ha apostado fuertemente para hacerlo realidad, y surgió el “Proyecto de Revalorización Patrimonial del Municipio de Tegueste. Investigación Arqueológica del Barranco Agua de Dios y su Comarca” que se ha estructurado en cuatro fases muy defi nidas. Con el presente libro conocemos la primera de ellas; es la recopilación documental y material con todos los datos, catálogos e 14 inventarios existentes, lo que nos va a permitir disfrutar de un texto que aúna toda la información y ofrece una rigurosa caracterización de la historia de la investigación arqueológica del barranco. Los trabajos que desarrollan los arqueólogos Javier Soler Segura, Francisco Pérez Caamaño y Tomás Rodríguez Rodríguez, excelentes profesionales, nos van a mostrar la relevancia científi ca del Barranco Agua de Dios para aquellos estudiosos que se han interesado por el pasado aborigen de esta parte de la isla de Tenerife. Conocer nuestro pasado ha sido siempre asunto del mayor interés para la sociedad; en Tegueste es, además, una necesidad vital que forma parte de la cultura popular, consustancial con nuestra forma de ser. La 2ª fase de este proyecto se llevará a cabo próximamente y consistirá en el desarrollo de una prospección arqueológica de todo el municipio. Continuará con la futura publicación del estudio de la vida en el Tegueste de la época guanche en la que se ofrecerá una explicación histórica de Tegueste al defi nir el sistema de organización territorial que articuló la Comarca; fi nalmente, vendrá la puesta en funcionamiento del Centro de Interpretación y el uso de las rutas del barranco Agua de Dios. Este es, sin duda alguna, uno de los grandes retos que desde el Ayuntamiento, con la colaboración del Cabildo Insular y el Gobierno de Canarias, nos hemos propuesto, convencidos de que el conocimiento de nuestras raíces más lejanas nos va a enriquecer y llenar de satisfacción. Gracias a todos los que han contribuido para que esta publicación vea la luz y espero el apoyo de cuantos amamos Tegueste y su comarca para que pronto podamos visitar el Centro de Interpretación y pasear por los senderos que en otro tiempo recorrieran nuestros antepasados guanches. José Manuel Molina Hernández, Alcalde de la Villa de Tegueste 10 15 INTRODUCCIÓN Esta monografía ofrece una primera aproximación al importante papel que la Comarca de Tegueste, y más concretamente el Barranco del Agua de Dios, ha tenido en la historia de la investigación arqueológica de Tenerife. Tanto por el número de excavaciones, prospecciones y memorias técnicas realizados en la zona, como por la relevancia de los investigadores que la han estudiado, la Comarca de Tegueste, que incluye los núcleos de Tegueste, Tejina, Bajamar, La Punta y Valle de Guerra, ha aglutinado un porcentaje muy alto de actuaciones arqueológicas y ha aportado valiosas evidencias sobre el pasado aborigen. Desde las recreaciones históricas de los eruditos de los siglos XVII y XVIII hasta los recientes Inventarios patrimoniales emprendidos por el Cabildo de Tenerife, pasando por las excavaciones de Luis Diego Cuscoy a principios de la década de 1940 y las que realizó el Museo Arqueológico de Tenerife a fi nales del siglo XX, el denominado menceyato de Tegueste se ha convertido en uno de los enclaves de la Isla que más interés ha despertado entre los investigadores y estudiosos del periodo aborigen. En ese sentido, este libro pretende dejar constancia escrita de la importante contribución de tantos investigadores, técnicos, académicos, eruditos y afi cionados han realizado, en muchos casos de forma anónima y desinteresada, a la arqueología y al estudio del pasado aborigen de la Comarca de Tegueste. Sin embargo, la gran atención investigadora no se ha plasmado en un incremento del conocimiento histórico de la zona por quienes actualmente habitan la Comarca. Pese al importante volumen de 16 trabajos e investigaciones realizadas, muchas de ellas aún inéditas, no existe una relación clara entre la información arqueológica manejada por los investigadores y los referentes científi cos que del municipio manejan actualmente sus habitantes. Esta monografía busca facilitar esas vías de comunicación entre la ciudadanía y el rico patrimonio arqueológico que atesora este municipio. La génesis de este estudio se vincula directamente con la primera fase del Proyecto de Revalorización Patrimonial del Barranco del Agua de Dios y su Comarca, que fi nancia, desde 2010, el Ilustrísimo Ayuntamiento de la Villa de Tegueste. Dicho proyecto, estructurado a partir de cuatro fases con temporalidad anual, tiene como objetivo a medio plazo la creación de un espacio expositivo que aglutine, con la calidad y contenido científi co que se merece, todas las actividades socioculturales relacionadas con el pasado aborigen de la Comarca y el municipio de Tegueste. A través de este Centro de Interpretación, los visitantes tendrán un acceso adecuado y riguroso al conocimiento de quienes ocuparon antiguamente esta zona. En este sentido, y como paso previo a la futura monografía arqueológica que dote de contenido científi co a dicho centro expositivo, y en la que se expliquen las pautas de distribución y de comportamiento territorial de la sociedad aborigen, Excavaciones en la Memoria. Estudio historiográfi co del Barranco del Agua de Dios y de la Comarca de Tegueste (Tenerife), centra su atención en quién, cuándo y cómo ha estudiado a los primeros habitantes de esta parte de la Isla. Esta obra pretende, en la medida de lo posible, rastrear toda la información arqueológica generada a lo largo de los últimos siglos, con el fi n de reunir, ordenar y sistematizar la documentación necesaria para posteriores fases del trabajo. Busca, en esencia y a través de un texto con alto contenido divulgativo, reducir la distancia que existe actualmente entre el conocimiento científi co gestado por los diversos arqueólogos y la imagen, en ocasiones desvirtuada, que manejan los no especialistas sobre los estudios del periodo aborigen en la Comarca de Tegueste. En las líneas que siguen se plantea, en primer lugar, una síntesis historiográfi ca de aquellos historiadores que ofrecieron explicaciones 17 sobre el periodo aborigen de la Comarca, analizando su calidad como fuentes documentales útiles para el conocimiento del pasado, y contextualizando la fundamentación empírica de sus afi rmaciones. Aborda, además, la importante contribución de quien fuera el Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas y primer director del Museo Arqueológico de Tenerife, Luis Diego Cuscoy, ya que con él se inician los estudios arqueológicos en la Comarca de Tegueste. A través de sus múltiples prospecciones y excavaciones es posible aproximarse al desarrollo teórico y metodológico que experimentó la arqueología canaria en su conformación como disciplina científi ca. Presenta, también, el estudio de los restos bioantropológicos procedentes del Barranco del Agua de Dios depositados en el Instituto Canarias Cabrera Pinto de La Laguna, elaborado por Matilde Arnay de la Rosa, Ana María García Pérez, Emilio González Reimers y José Afonso Vargas. En él se ofrece una aproximación general a los diversos trabajos analíticos que sobre dieta y paleonutrición se han realizado en dicha colección a lo largo de los años. Finalmente, se publican, transcritos, dos manuscritos inéditos de Luis Diego Cuscoy localizados en el Fondo Documental Luis Diego Cuscoy del Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz. En dichos documentos se exponen los resultados de dos excavaciones arqueológicas, desarrolladas en distintos puntos de la Comarca, que nunca llegaron a ser publicados por su autor, y en los que ofrece nuevos datos empíricos sobre la ocupación aborigen del Barranco del Agua de Dios. ’ ’ ’ Este libro ha sido escrito con el apoyo de muchas personas e instituciones que creen en la necesidad de proteger y divulgar el rico patrimonio de la Comarca de Tegueste. En primer lugar, no habría sido posible sin la fi nanciación de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, y de la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, así 18 como del apoyo constante del Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste, especialmente de su Alcalde, José Manuel Molina Hernández, la Concejala de Bienestar Social, Mª de los Remedios de León Santana, la archivera municipal Mª Jesús Luis Yanes y el técnico del Ayuntamiento, Juan Elesmí de León Santana. Igualmente otras instituciones han colaborado activa y desinteresadamente en este proyecto. Tanto el Museo Arqueológico de Tenerife, a través de sus técnicos Mª Candelaria Rosario Adrián, Mercedes Martín Oval y Mercedes del Arco Aguilar, como el Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz, con su directora Juana Hernández Suárez a la cabeza, han prestado sus instalaciones y cedidos sus fondos con gran predisposición. Además, otros organismos e instituciones como la Unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de Tenerife, el Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua de la Universidad de La Laguna y la Asociación de Empresarios de la Villa de Tegueste (ASEVITE) han colaborado en diversas etapas de la investigación. Igualmente debemos agradecer la información que nos han brindado todos las personas del pueblo de Tegueste que hemos podido entrevistar, y cuya aportación ha resultado imprescindible para la elaboración de este trabajo. Es necesario mencionar a Juan Carlos Batista, Sotero Díaz del Castillo, Gelasio Fernández del Castillo, Remigio González López, Miguel López, Eugenio López Santos, Francisco Melián Cedrés, Jacinto Molina Gómez, Antonio Perera de Vera, Gilberto Ramallo Reyes, Fernando Reyes, Vicente Rodríguez González, Juana Rojas, Vidal Suárez Rodríguez. Mención especial merecen Agustín Darias Alberto y Facundo Hernández Gutiérrez, parte importante de la labor analizada en este libro, que rememoraron, muchas veces in situ, las tardes de excavación que pasaron ayudando a Luis Diego Cuscoy. Es importante reconocer, asimismo, la predisposición de muchas otras personas que, por unas u otras razones, no pudieron ser entrevistadas a tiempo para esta fase del Proyecto. Es el caso, por ejemplo, de José Batista, Generoso González López, Eladio Rodríguez Afonso, Juan Suárez o Erasmo Suárez Rodríguez. 19 Por último, queremos agradecer a José Afonso Vargas, a Josué Ramos Martín y, especialmente, a Blanca Divassón Mendívil, por sus valiosas sugerencias y comentarios realizados al borrador fi nal de este libro. A todos ellos, nuestro más sincero agradecimiento. ’ ’ ’ 20 21 I EL DISCURSO HISTÓRICO CONSTRUIDO SOBRE EL GUANCHE A PARTIR DE LAS FUENTES DOCUMENTALES. EL MENCEYATO DE TEGUESTE: DESDE EL SIGLO XVI HASTA LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX Podría afi rmarse que el año 1497 supuso un punto de infl exión en el decurso histórico de la isla de Tenerife, debido a que esta fecha señala el fi nal de la forma de vida aborigen y el comienzo de un nuevo modelo de sociedad, en el que convivirán, no siempre en armonía, los primeros pobladores y los conquistadores castellanos. La conquista y colonización del Archipiélago dio lugar a procesos históricos diversos, de aculturación o exterminio de lo aborigen, que, sin duda, condicionaron, cuando no determinaron, tanto la confi guración de la nueva realidad isleña como la imagen y la comprensión que, en adelante, se tendrá de los antiguos habitantes de Canarias. En este sentido, al fenecimiento del mundo anterior a la conquista sucedió un proceso complejo de reconstrucción, y recreación, de la sociedad que los castellanos acababan de conquistar. Todo lo anterior fue, a partir de entonces, objeto de construcción histórica, con una dinámica y una evolución propias, sujeto a 22 interpretaciones, modifi caciones y reinterpretaciones a lo largo del tiempo. En 1497, con la fundación de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, concluyó para la Isla un proceso histórico cuyos inicios se remontaban a principios del siglo XV, y que tuvo su punto álgido en el último cuarto de la centuria, momento en que se confi guró defi nitivamente el Estado moderno, con la unifi cación de Aragón y Castilla, bajo el reinado de los Reyes Católicos. La determinación de la Corona por concluir la conquista de las Islas Canarias, le llevó a intervenir directamente sobre aquellas islas aún no sometidas, mandando expediciones a La Palma, Gran Canaria y Tenerife, con el objetivo de someter a aquellos aborígenes indómitos. A diferencia, por tanto, de las islas de señorío, que habían sido sometidas mediante políticas de pacto, las islas de realengo, como se denominaron a estas últimas, fueron anexionadas mediante el uso de la fuerza. Para 1497 el problema de las Islas había quedado zanjado, en el sentido de que, a partir de ese momento, los supervivientes al proceso de conquista fueron sometidos por los castellanos a un nuevo orden sociopolítico, económico e ideológico que no tendría vuelta atrás. Este proceso de sustitución de un universo social, el aborigen, con su lógica particular de funcionamiento, por otro universo radicalmente distinto, el europeo, focalizado desde la perspectiva castellana, condujo a la progresiva desnaturalización y degradación de lo aborigen, hasta que quedó fragmentado en diversos contextos (sociales, económicos, políticos, ideológicos, culturales), incorporados de forma precaria a un nuevo ordenamiento de la sociedad isleña. Lo que aquí interesa analizar no son los hechos históricos correspondientes al período de conquista y colonización de Canarias a la Corona española, sino el inicio, desarrollo y transformación de las explicaciones, interpretaciones y recreaciones sobre el mundo aborigen que se acababa de perder, y sobre el proceso de ocupación de Canarias que elaboraron historiadores y literatos a lo largo de los siglos siguientes a la Conquista. Ambos fenómenos quedaron recogidos y documentados en los sucesivos 23 discursos narrativos producidos desde esta nueva perspectiva europea, constituyendo un campo de estudio con entidad propia dentro de la historiografía colonial, y marcando, en la actualidad, un itinerario de investigación dentro de la disciplina de la Historia. Es cierto, en parte, que las historias y relatos que abordaron la forma de vida de los aborígenes tuvieron un fi n propagandístico, de ensalzamiento de una monarquía que ya había visto disputado su poder por parte de los señores feudales. Las historias sirvieron de instrumento para la institucionalización y fortalecimiento del nuevo Estado, personifi cado por el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (Baucells Mesa, 2004: 60). Sin embargo, no se puede reducir este género historiográfi co a una mera expresión de la ideología dominante. Como fuente histórica contiene el valor documental de ser, igualmente, parte integrante de los debates y refl exiones fi losófi cas que en torno al género humano estaban teniendo lugar en toda Europa, debido al impacto que había causado dentro de la comunidad cristiana el descubrimiento de los nuevos mundos, tanto el canario como el americano. El viejo mundo se veía obligado a encajar dentro de su orden general a estos nuevos seres de los que se desconocía si eran o no criaturas humanas, dotadas de alma y por ello, de entendimiento sufi ciente para recibir la fe católica. En este sentido, la presencia europea en las nuevas tierras no fue meramente una empresa imperial. No se trataba sólo de establecerse allí y prolongar hasta esos límites geográfi cos la cotidianidad política, económica y social hispana. Durante el proceso de conquista y colonización de las Islas Canarias los propios castellanos comenzaron a interrogarse acerca de la manera de abordar al aborigen y de integrarlo en sus formas de vida. Esta necesidad de estudiar al guanche, que envolvía el hecho de su sometimiento, obliga al investigador a ir más allá de la particularidad de los intereses creados y a ahondar en las raíces mismas de la conciencia cristiana europea. Esta experiencia analítica, que se debate entre la prehistoria, la historia, la sociología y la antropología, tuvo igualmente como escenario la propia Comarca de Tegueste, en el noreste de la Isla, a 24 pocos kilómetros de distancia de la ciudad matriz de San Cristóbal de La Laguna. Durante un periodo que abarca desde la fi nalización de la conquista castellana de la Isla (1496-1497), hasta fi nales del siglo XVIII, tuvo lugar la producción de escritos de diversa naturaleza (historias narrativas y literarias, descripciones, relatos, etc.), en los cuales quedó, en cierto modo, confi gurada la población aborigen de la zona, dejando también justifi cados los motivos de su conquista y evangelización. Sus aproximaciones dejaron testimonio de aquellos episodios y aspectos de la sociedad aborigen con los que mejor se identifi caban los castellanos, o que menos difi cultades tenían para su comprensión, permitiendo establecer asociaciones entre ambos modos de vida, pero siempre desde las estructuras de pensamiento europeas y bajo un barniz cristiano más o menos intenso. En este sentido, los textos informaron sobre las gestas llevadas a cabo por los grandes hombres de la sociedad guanche, recibiendo el mismo tratamiento que el dado a las historias épicas y las grandes hazañas de los reyes cristianos en otras partes del mundo. Por ello, las diferentes historias trataron de recoger aspectos relacionados con la bravura, el honor y el valor de los guerreros; con las traiciones y las relaciones palaciegas establecidas dentro de la comunidad aborigen y castellana; o con los amoríos entre personajes de ambas facciones. Este ejercicio de comprensión de lo aborigen implicaba extrapolar mecánicamente al mundo aborigen las formas de vida y de pensamiento de los europeos. Pero no había en ello, o no solamente y no en todos los casos, una historia inventada dirigida a complacer a los vencedores o a justifi car su dominación. Cronistas, historiadores y literatos estaban realmente interesados en conocer a su enemigo, y tratar de comprender quiénes eran los que poblaban las islas en el momento de su desembarco, desde una dimensión estrictamente intelectual del conocimiento del no-cristiano, aunque en ocasiones fuese de manera marginal. La creación del discurso histórico tuvo sus fases, pero podría afi rmarse que hasta fi nales del siglo XVIII se asistió a dos generaciones distintas de interpretaciones y reinterpretaciones sobre la naturaleza de la cultura guanche en Tenerife, que culminaron en la obra del 25 historiador José de Viera y Clavijo, titulada Noticias para la historia de Canarias. Antes que él diferentes historiadores y literatos (José de Abreu Galindo, Alonso de Espinosa, Leonardo Torriani, Antonio de Viana, Juan Núñez de la Peña, Tomás Marín de Cubas, etc.), dejaron por escrito informaciones referentes al mundo aborigen que han sido intensamente investigadas por la historiografía reciente, pues, junto con la arqueología, se han convertido en una fuente de información fundamental para el conocimiento sobre este tema. Este capítulo se centrará específi camente en las informaciones referentes a la Comarca de Tegueste, ya sean de carácter espacial, temporal, o relacionadas con personajes vinculados de alguna manera con la zona. La obra de Viera y Clavijo fue referente para cualquier investigador posterior que trató de acercarse a la historia de Canarias tras su muerte, especialmente si el objeto del conocimiento eran los guanches: su cultura, su etnografía y su traumático fi nal tras la conquista castellana formalizada a partir de 1497. Ahora bien, los autores posteriores a Viera y Clavijo que investigaron el mundo aborigen, si bien partieron del conocimiento ofrecido por Viera y Clavijo, lo adaptaron a nuevas corrientes de pensamiento histórico que predominaban en el continente europeo, contribuyendo a formalizar un discurso narrativo, en algunos aspectos, distinto al existente hasta el momento, al tiempo que se dio inicio a un nuevo proceder en la búsqueda de información, más allá de la que estrictamente habían proporcionado las fuentes documentales existentes hasta entonces. En este sentido, el siglo XIX deparará en Canarias la aparición de una serie de reinterpretaciones históricas sobre el pasado aborigen, acorde con las corrientes de pensamiento histórico que se van instalando en las Islas, como el romanticismo y posteriormente el positivismo. Si bien es cierto que la estructura del discurso histórico elaborado desde Espinosa, Abreu Galindo y Torriani hasta Viera y Clavijo no sufrió modifi caciones sustanciales, sí es cierto que se iniciaron las primeras críticas a estos autores, fundamentalmente centradas en pequeñas contradicciones. De forma paralela se comienza a abordar el análisis del pasado aborigen bajo la perspectiva 26 de un distanciamiento progresivo de la información proporcionada por las fuentes documentales, desviándose la atención en consolidar y/o reforzar el discurso existente no sólo a partir de ellas sino de otras fuentes, como los restos materiales, que comienzan a concebirse como restos arqueológicos. Además de esta mirada hacia lo material, se inicia el interés por otros contenidos presentes en las fuentes documentales que hasta el momento, o habían pasado desapercibidos, o habían sido tratados de forma muy superfi cial, como por ejemplo los restos dispersos del lenguaje de los aborígenes, y en especial el ámbito de la toponimia conservada, que comienza a ser un referente de análisis para comprender la ocupación y explotación del territorio por parte de los aborígenes. Y para ello no sólo se van a consultar las fuentes tradicionales, construidas en forma de historias, sino que se ampliará la mirada hacia otros documentos hasta el momento prácticamente invisibles: los de origen administrativo, donde destacó la consulta de las datas de repartimiento tras la conquista. Pero no son sólo estas las novedades que van a comenzar a introducirse en los estudios sobre los aborígenes canarios, sino que la historia hecha a medida comenzará a sufrir reinterpretaciones y recreaciones, en algunos casos bucólicas, llegando al extremo de verdaderas actualizaciones presentistas de la historia de los guanches. Esta deriva confl uirá, ya en la primera mitad del siglo XX, en un cuestionamiento de las fuentes documentales cuando las contradicciones sean cada vez más evidentes y la información se diversifi que, llegándose en algunos casos a negar la validez de las propias fuentes documentales, y a proponerse la elaboración de un nuevo discurso histórico. 1. LA PRIMERA GENERACIÓN DEL DISCURSO HISTÓRICO: FRAY JOSÉ DE ABREU GALINDO, FRAY ALONSO DE ESPINOSA Y LEONARDO TORRIANI Los primeros escritos generados a partir de la dominación castellana de la isla de Tenerife están relacionados con documentos 27 administrativos. Este tipo de documentación posee un alto valor histórico y lingüístico, pues supone un destacado testimonio de los esfuerzos organizativos que llevaron a cabo los hombres y mujeres de fi nales del siglo XV y comienzos del XVI que llegaron a la Isla para poner en funcionamiento una nueva sociedad. Se trata de documentación relacionada, por ejemplo, con asientos de datas, en los que se reparten propiedades bajo la modalidad de repartimientos por repoblación, muy característicos en la baja Andalucía a lo largo de los siglos XIV y XV durante el período de reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes. Esta variada documentación recoge también protocolos notariales, relacionados con la adquisición y traspaso de propiedades, así como testamentos de transmisión de heredades, aunque muchas de ellas no infl uyeron de manera determinante en la confi guración del discurso histórico elaborado en este periodo, por cuanto no se consideraron útiles para la investigación hasta principios del siglo XX. Las obras de Fray José Abreu Galindo, Fray Alonso de Espinosa y Leonardo Torriani, publicadas en torno a 1602 el primero, 1594 el segundo y 1592 el último, poseen un enorme valor historiográfi co, pues son las únicas existentes, de primera generación, que relatan el proceso de conquista de la Isla, además de ofrecer información sobre la cultura, la política, la sociedad y la ideología guanche. Sin embargo, si bien esto es así, resulta necesario tener en cuenta que ninguno de estos autores fue un cronista, es decir, ninguno relató hechos que hubiese vivido en primera persona, sino que los hechos que narraron fueron historias elaboradas un siglo después de que ocurrieran los acontecimientos relatados y, por tanto, la mediación del tiempo obliga a tratar sus contenidos no desde la perspectiva de la veracidad, sino desde la perspectiva de un discurso histórico determinado. Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria, Historia de Nuestra Señora de Candelaria y Descripción de las Islas Canarias son las tres composiciones históricas más aproximadas en el tiempo a lo que pudo haber sucedido antes, durante y después del proceso de conquista de Tenerife. Sin embargo, deben tenerse en cuenta 28 diversas consideraciones. En primer lugar, los datos y hechos presentados por estos historiadores, más allá del discurso histórico en sí, estuvieron mediatizados por casi un siglo de distancia, lo cual imprime, si no una visión distorsionada, sí una versión cuestionable en relación a su veracidad sobre lo relatado. No es posible, por tanto, plantear una lectura literal de estos textos sin tener en cuenta el tamiz ideológico, inevitable por otra parte. En segundo lugar, y como afi rma Cioranescu en el prólogo a la edición de la historia de Abreu Galindo (1977: XIV-xv), éste último tomó, para la construcción de su relato, diversas fuentes, siendo una de ellas, quizás la más importante, la propia historia de Alonso de Espinosa. Las historias coloniales que circulaban sobre Canarias se retroalimentaban unas a otras, construyendo un discurso complejo fundamentado no sólo, o no tanto, en testimonios orales y fuentes históricas de la época de la conquista como en las especulaciones, afi rmaciones y recreaciones de otros autores coetáneos al historiador. En tercer lugar, y como vuelve a exponer el prologuista en la obra de Torriani (Cioranescu, 1978: XXXII-XXXIII), los tres historiadores debieron de haber consultado, entre todas las fuentes, una común, especialmente para el caso de Tenerife. Lamentablemente esta fuente habría desaparecido. Su localización parece un asunto complejo, y como dato más aproximado, su origen debió ser posterior a 1553 (probablemente no más allá de 1560). Asimismo su autoría tampoco parece poder confi rmase con total seguridad, atribuyéndosela al doctor Antonio Troya (Cioranescu, 1978: xxxv)1. A todos estos reparos debemos añadir, siguiendo la afi rmación de Sergio Baucells Mesa (2004: 234-235), que la identidad de Abreu Galindo aún resulta una incógnita y que se desconocen algunas de las fuentes que consultó, siendo, además, él la única fuente para algunos hechos anteriores a la conquista. Como resultado de lo anterior tenemos que estas composiciones históricas de primera generación, elaboradas bastante tiempo después de la conquista 1. Baucells Mesa (2004: 425), sostiene otra posibilidad al respecto que será eva-luada más adelante. 29 de Tenerife, presentan numerosos problemas de veracidad; ello no implica que, por una parte, diversos datos hayan sido, o puedan serlo en el futuro, contrastados y verifi cados; y por otra, que estas historias no sean válidas para abordar los propios temas que tratan, siempre y cuando se entiendan como interpretaciones determinadas y no como hechos constatados. Más allá de estas apreciaciones, ampliamente aceptadas dentro de la historiografía canaria, la cuestión central que aquí se quiere exponer son los datos e informaciones referentes a la Comarca de Tegueste en estas historias de fi nales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, teniendo siempre en cuenta el contexto histórico y narrativo de su aparición. Los datos no son muy abundantes, pero sí son sufi cientes como para generar un discurso histórico que, con posterioridad, fue alimentado con nueva información, escasamente documentada, y, en muchos casos incluso tergiversada. En líneas generales, los tres historiadores coincidieron am-pliamente en la información que proporcionaban sobre los antiguos pobladores de Tenerife, salvando algunos detalles. Los tres hablaban de una Isla dividida en nueve reinos al tiempo de la conquista. Sin embargo, existen algunas imprecisiones en sus datos que llaman la atención. Torriani citaba nueve reinos, pero sólo ofrecía el nombre de los reinos de Taoro, Güímar, Abona y Adexe, de los cuales también aportaba los nombres de sus menceyes, además de mencionar el reino de Naga (Anaga), cuyo mencey no se indica. El resto lo desconocía. Abreu Galindo también contaba nueve reinos; de cuatro expuso los nombres de sus menceyes: Taoro, Aguimar, Abona y Adeje, mientras que del resto (Tegueste, Centejo, Icoden, Daute y Naga), sólo daba sus denominaciones. Alonso de Espinosa también refería nueve reinos. Como los otros dos narradores, mencionaba los nombres de Adeje, Abona, Taoro y Güímar, por una parte y con sus cuatro regentes, y Anaga, Tacoronte, Daute, Icod y Tegueste, sin dignatarios. La historiografía del siglo XX ha confi rmado de forma clara, para el momento epigonal del periodo aborigen, la existencia de estas nueve demarcaciones territoriales, y que comúnmente se ha aceptado 30 en denominar menceyatos. Una de estas demarcaciones fue Tegueste, siendo Leonardo Torriani el único que no la cita. Lo cierto es que da la sensación que, ya desde la fuente común de los tres escritores, permanecía un halo diluido en el recuerdo y la memoria sobre el mundo aborigen, especialmente sobre su organización territorial y política, aunque no así sobre aspectos relacionados con sus costumbres, ritos, tradiciones, etc. Parece claro que el valle de Tegueste componía una de estas demarcaciones, pero pocas son las referencias acerca del territorio que la conformaron, y desde luego que el nombre de su último mencey ya no era recordado ni había sido perpetuado en la tradición popular y escrita de fi nales del siglo XVI. En cuanto al territorio que comprendió el Menceyato de Tegueste, parece evidente que su núcleo central debió ser el actual valle homónimo. En la actualidad, la bibliografía especializada reclama un territorio político más amplio, que comprendería no sólo este valle, sino también el espacio que ocupan los actuales núcleos de Tejina, Bajamar, Punta del Hidalgo, Valle de Guerra y, quizás, La Laguna. La cuestión, en este caso, radica en tratar de demostrar, a partir de las fuentes documentales existentes, si esto fue así o no. En relación a las historias de Torriani, Abreu Galindo y Espinosa, los tres exponen la llegada de Alonso Fernández de Lugo a la Isla y la reunión que estableció con los menceyes sureños (de Adeje, Abona, Güímar y Anaga, según Abreu Galindo; de Abona, Anaga y Adeje según Torriani; de Güímar y otros, según Alonso de Espinosa), formalizando las paces que hacia 1464 habían contraído los menceyes con Diego García de Herrera, Señor de las Islas Canarias y Conde de la Gomera, en el Acta del Bufadero certifi cada por Fernando de Párrega. En estas paces habían participado los nueve menceyatos, pero ya hacia 1470 (Tejera Gaspar y Aznar Vallejo, 1991: 33; Chávez Álvarez et al., 2007: 286), había dejado de tener vigencia, y sólo los menceyatos del sur prosiguieron sus relaciones con los castellanos debido, sin duda, a una mayor frecuencia de entradas de éstos últimos por aquella parte de la Isla. La reunión se formalizó en el lugar que hoy día se conoce como Gracia, cerca de La Laguna, sobre una explanada en la margen derecha del Barranco de Santos, y al 31 fi nal del trayecto natural que siguieron los invasores desde Santa Cruz en dirección a Aguere. Sólo Alonso de Espinosa realizó una precisión sobre este lugar, en el cual los castellanos levantaron una ermita, y era que la zona pertenecía al Menceyato de Tegueste: «De allí subió, marchando con su campo en ordenanza, hacia la Laguna, y lo asentó en un campo, donde después fundaron una ermita que llaman Gracia, que es del reino de Tegueste» (Espinosa, 1980 [1690/1594]: 95). Sobre Tegueste pocas referencias más hay, y las que se pro-porcionan proceden de la historia de Alonso de Espinosa, a la que historiadores posteriores consideran, en relación al criterio de veracidad, el más cercano al mismo (por ejemplo Chil y Naranjo, 1876-80-91; Bonnet Reverón, 1938). En una de las ocasiones, el autor afi rmaba que tras el encuentro sin solución que tuvieron Alonso Fernández de Lugo y el mencey de Taoro, ambos se prepararon para enfrentarse (ibídem, p.: 97). El historiador relató que Lugo despreciaba el poder de los guanches, y que, en su estrategia de conquista, consideró que derrotando a Bencomo, el mencey de Taoro, la invasión de la Isla sería una empresa sencilla. Partió así el conquistador con sus tropas hacia el reino de Taoro, y en el trayecto cruzó por los territorios de otros menceyatos, entre ellos el de Tegueste. En general, parece que no hubo demasiados problemas al internarse en la Isla, pues exceptuando algunos asomos y arremeti-das, los castellanos apenas hallaron resistencia a su incursión. No fue igual en el viaje de vuelta, pues un grupo numeroso de aborí-genes liderados por Bencomo les tenían preparada una emboscada en Acentejo, en la que los guanches hicieron una carnicería con las tropas españolas. En un episodio posterior, en el que Espinosa relataba la batalla de La Laguna (producida tras la victoria de los guanches en la Matanza de Acentejo), el autor exponía que, nuevamente, los aborígenes de los menceyatos de Tegueste, Taoro y Tacoronte se confederaron para hacer frente a los castellanos (ibídem, p.: 109), mientras los de Güímar esperaban a ver cómo discurrirían los acontecimientos para apoyar a unos o a otros, según quién tomase ventaja en la batalla. Es 32 esta ocasión los guanches salieron muy mal parados, muriendo en la batalla el propio mencey de Taoro, si bien también recoge Espinosa una versión distinta, según la cual sobrevivió: «… y le tornaron cristiano, y así murió. Los del reino de Güímar […] viendo que los de Tegueste, Tacoronte y Taoro habían llevado lo peor e iban de huida, se juntaron con los españoles, sirviéndoles con lo que en la tierra había, con mucha voluntad y fi delidad» (ibídem). Hacia diciembre de 1495, los castellanos iniciaron un recorrido similar al realizado en 1494: Santa Cruz – Gracia – La Laguna – Tegueste – Tacoronte – Acentejo y Taoro (Fig. nº 1). Viendo «la poca resistencia que los guanches hacían y que lo más de Tegueste y Tacoronte estaba ya corrido y asolado» (ibídem, p.: 112), iniciaron de nuevo la incursión hacia el Reino de Taoro. Durante el trayecto los conquistadores apenas encontraron resistencia, pues había una epidemia que estaba acabando con un gran número de guanches de los menceyatos de Tegueste, Tacoronte y Taoro, y que, en general, se había ido extendiendo al resto de la Isla. En este sentido, algunas investigaciones recientes (Rodríguez Martín y Hernández González, 2005), han llegado a la conclusión de que la pestilencia de la que habló Espinosa se trató de gripe, que afectó de forma masiva a los guanches y no tanto a los conquistadores, más inmunizados contra este virus. A partir de este momento, los castellanos ralentizaron el proceso de conquista y ocupación de la Isla, y después de un periodo de descanso, avituallamiento y dudas sobre la continuación de la guerra, los conquistadores volvieron a enfrentarse a los guanches en Acentejo, obteniendo en este caso la última victoria. Desde aquí hasta la consecución fi nal de la paz, probablemente a través de un Acta de Rendición de los menceyes (quizás producida en Taoro, renombrado como Los Realejos por los castellanos), se terminó de incorporar ofi cialmente la Isla a la Corona de Castila, convirtiéndose Alonso Fernández de Lugo en el primer gobernador, con el título de Adelantado de Castilla. De esta forma Tejina y los dos Teguestes, nuevo y viejo, quedaron anexionados a la Corona, y fueron repoblados por colonos que se dedicaron a cultivar viñas, de las que, 33 comentaba Espinosa, extraían vinos «suaves», «buenos y muchos» (ibídem, p.: 124). Estas tres historias, en especial la de Alonso de Espinosa, son las fuentes, de primera generación, existentes y disponibles para conocer los sucesos y hechos acaecidos en la Conquista de Tenerife. Pero también nos permiten acercarnos a diversas cuestiones relacionadas con las tradiciones, costumbres, cultura y creencias de los aborígenes. El estudio realizado recientemente por Baucells Mesa (2004), establece con claridad la genealogía de la producción de información relacionada con estos hechos. En el siguiente apartado se aborda a los autores que tomaron como fuentes principales para la elaboración de sus historias, a lo largo del siglo XVII y XVIII, las historias elaboradas por estos tres autores, entre fi nales del siglo XVI y comienzos del XVII. Ahora sólo realizaremos un breve comentario a partir de las conclusiones alcanzadas en el estudio de Baucells Mesa (ibídem, pp.: 415-429). El análisis que realiza este autor establece, como una de las principales conclusiones en relación a la elaboración de las tres historias anteriormente expuestas, que el texto de Alonso de Espinosa mantiene una prioridad con respecto a las otras dos; esto es, que gran parte de la información que ofrecen Abreu Galindo y Torriani para la conquista de Tenerife y la etnografía guanche, procede de la historia de Alonso de Espinosa. Aunque es cierto que tanto Abreu Galindo como Leonardo Torriani realizaron algunas aportaciones personales y consultaron otras fuentes, así como la tradición oral, resulta interesante este hecho, no sólo porque a lo largo de los siglos XVII y XVIII otros historiadores tomarán principalmente la información producida por Espinosa para la composición de sus obras, sino porque Alonso de Espinosa se convirtió en una fuente clave para determinar, a partir de este momento, qué informaciones estaban fundamentadas, por lo menos desde el punto de vista histórico e historiográfi co, y cuáles poseían una naturaleza incierta, cuando no eran puras invenciones o recreaciones de los autores posteriores. A todo esto cabe añadir otra perspectiva que aporta Baucells Mesa (ibídem, p.: 425), cuando apunta que quizás Alonso de Espinosa, 34 Abreu Galindo y Torriani no bebieron de una fuente común como afi rma Cioranescu (1978: xxxv), sino que, al ser contemporáneos y conocerse con seguridad, pudieron intercambiarse borradores de sus manuscritos, de forma que sus textos defi nitivos tuvieron vinculaciones entre sí, constituyendo sus diferencias el resultado de sus aportaciones personales y la consulta de otras fuentes, como las orales. 2. LA SEGUNDA GENERACIÓN DEL DISCURSO HISTÓRICO Y SU INCIDENCIA SOBRE LA COMARCA DE TEGUESTE. DESDE ANTONIO DE VIANA TOMÉ HASTA JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO (SIGLOS XVII Y XVIII) La publicación de la historia de Abreu Galindo, probablemente en 1602, supone el fi nal de un periodo en la construcción del discurso histórico relacionado con la conquista de Tenerife y la etnografía guanche. Como expone Baucells Mesa (2004: 415-429), la Historia de Nuestra Señora de Candelaria, elaborada por el dominico fray Alonso de Espinosa entre 1590 y 1594, fue la fuente principal a partir de la cual se construyó un discurso histórico que permitiría a la sociedad estamental canaria, y particularmente tinerfeña, reconocerse en el proceso de conquista de la Isla e identifi carse con sus causas y sus consecuencias históricas, formando parte ineludible dentro de las mismas. Casi de inmediato aparecieron los primeros textos que pueden relacionarse con el surgimiento del discurso histórico de la segunda generación, pues en 1604 se publicó Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria. Conquista de Tenerife y aparescimiento de la ymagen de Candelaria. En verso suelto y octava rima. Por el Bachiller Antonio de Viana, natural de la isla de Tenerife. Este extenso título hace referencia al tradicionalmente conocido como Poema de Viana, aunque también es citado como Conquista de Tenerife. En él, Antonio de Viana Tomé construye un relato épico sobre los hechos de la conquista de la Isla y sobre las condiciones particulares de aparición de la Virgen de Candelaria, en el cual, el argumento central gira en torno al ensalzamiento histórico y familiar de la familia Guerra, representada 35 en la fi gura del detentador del mayorazgo de Valle de Guerra, Juan Guerra de Ayala. El contexto histórico particular en el que este autor escribe su poema hay que valorarlo a partir de las afi rmaciones que Alonso de Espinosa hiciera en su texto sobre la fi gura del fundador del mayorazgo: Lope Fernández, conquistador de la Isla y uno de los compañeros más íntimos de Alonso Fernández de Lugo. Estas afi rmaciones fundaban una perspectiva negativa de la familia de Lope Fernández, por cuanto Espinosa ponía en duda que el proceso de transmisión del mayorazgo se hubiese producido tal y como en aquel momento se entendía (1604), es decir, de Lope Fernández a su sobrino Fernando Esteban Guerra. Alejandro Cioranescu realizó un estudio pormenorizado (1970), en el que trató de contextualizar esta historia particular de la familia Guerra. En él expuso que Alonso de Espinosa había confundido a Fernando Esteban Guerra con su otro tío, llamado exactamente igual que él, quién se había hecho cargo del sobrino tras la muerte de Lope Fernández. Esta confusión le llevó a realizar una errónea afi rmación sobre la titularidad del mayorazgo de Valle de Guerra, ya que su legítimo sucesor, Juan Guerra de Ayala, nieto real de Fernando Esteban Guerra sobrino, no era nieto de éste, sino de otro personaje que había sido hijo legítimo de la segunda mujer de Lope Fernández. Más allá de esta consideración concreta, la relevancia del estudio de Cioranescu radica en su enfoque, pues su intención fue demostrar, como efectivamente hizo, que el poema épico que escribió Viana fue un encargo personal que le hiciera Juan Guerra de Ayala (cuestión que ya se conocía por otra parte), para que escribiese una historia de la conquista de Tenerife que ensalzase su historia familiar, limpiase el error de Espinosa y le catapultase a un futuro más prometedor basado en su pureza de sangre nobiliaria; el objetivo era que la Corte le concediese el cargo de Capitán General de Honduras, en América. Con este propósito realizó Viana su Conquista de Tenerife. Otra cuestión bien distinta fue cómo lo hizo, con qué fuentes y recursos. Y por muy paradójico que resulte, la principal fuente de recopilación de datos por parte del médico lagunero, como bien advierten 36 Cioranescu (1970: 86), o Baucells Mesa (2004: 415-429), fue la obra del propio Alonso de Espinosa. Efectivamente, Viana construyó su poema utilizando los datos históricos que contiene el texto que escribió Alonso de Espinosa, aunque en diversas fases del poema (Cantos), corrige y somete a dura crítica el error del autor para con su mentor Juan Guerra de Ayala. Pero la cuestión más destacada de todo esto es que si bien Viana sigue, o toma datos, de Espinosa en otras ocasiones alcanza el éxtasis literario y épico (artístico sin duda), rellenando los vacíos que la propia naturaleza de la historia de Espinosa, había dejado sin cubrir por la imposibilidad de documentarse sobre los mismos. Estos vacíos, completados a puro antojo y libre criterio de Viana, se refi eren a algunos espacios de la trama histórica de la propia conquista, a algunos protagonistas castellanos de la misma (alterando la trascendencia de su participación), pero especialmente a los protagonistas guanches que tuvieron un papel destacado en casi todas las fases que duró su enfrentamiento contra los conquistadores. Por una parte, resulta necesario advertir que Viana respeta el hilo conductor de la trama expuesta por Espinosa, así como los protagonistas castellanos (salvo algunas excepciones). Sin embargo, por otra, recrea poéticamente, e inventa desde un punto de vista histórico, toda una serie de personajes guanches, a los que hace intervenir en espacios y paisajes reales generando hechos nunca contrastados por Espinosa, y cuya naturaleza pueda estar relacionada con la mezcla de información oral recopilada por el autor y datos proporcionados por la propia familia Guerra (Baucells Mesa, 2004: 418). Así, por ejemplo, y en relación estricta con Tegueste y el territorio que le sirvió para confi gurar su menceyato, Viana recrea, por necesidades de la trama histórica que debe hilvanar en su poema, el nombre de su mencey, al que denomina Tegueste, dándole el mismo nombre del menceyato (Viana, 1968 [1604]: 242). Debe recordarse que ni Espinosa, Abreu o Torriani mencionaron jamás el nombre del mencey de Tegueste, afi rmando en sus crónicas que el tiempo lo había borrado de la memoria, junto a los nombres de otros cuatro menceyes más. Además, resulta curiosa la afi rmación 37 del poeta, cuando expone: «y por dote le dió el hermoso valle / que oy llaman de Tegueste a causa suya / y aunque algunos afi rman, que era reyno, / se engañan, y es herror, que solamente / fué señorío, y nunca jamás tuvo / ceptro de huesso antiguo, ni Tagoro, / ni fué por Rey con calavera electo» (ibídem, p.: 242). Es decir, niega el hecho de que Tegueste se hubiese confi gurado como menceyato. A partir de aquí Viana elabora una trama poética e histórica donde el mencey Tegueste se convierte en uno de los personajes protagonistas de la lucha contra el invasor castellano. El autor lo convierte en hermano de Bencomo, mencey de Taoro, y de Zebenzui, el hidalgo pobre que le tocara en suerte el territorio de La Punta y Bajamar. No vamos a exponerse aquí ni los amoríos, ni los diferentes sucesos, ni la noble e idílica visión de los naturales que Viana narra en su poema, pues están ya analizados por diferentes autores (Alonso Rodríguez, 1952; Cioranescu, 1970). El enfoque que se pretende resaltar es, por una parte, el contexto histórico en el cual apareció el Poema de Viana, como resultado de un encargo particular y de unos intereses personales muy concretos, y por otra, que el propio Viana se convirtió en transmisor del contenido de la obra de Espinosa, al mismo tiempo que se erigía como uno de sus mayores críticos (Baucells Mesa, 2004: 417-418). De este modo, la versión que Antonio de Viana publicó en 1604 sobre la conquista de Tenerife, aunque lejos de pretender convertirse en la versión defi nitiva de esta historia, sí logró, por una parte, encumbrar la nobleza de sangre de la familia Guerra y, por otro, transmitir la obra de Espinosa aderezada con tramas, personajes y sucesos de difícil comprobación empírica, pero con una potente capacidad de penetración, tanto en la confi guración de lo que a partir de ahora se constituirá como la tradición popular, como de la historiografía que vendría a continuación. Como bien afi rma Baucells Mesa (ibídem, p.: 418), el poema literario que elaboró Antonio de Viana terminó por convertirse en una fuente historiográfi ca, siendo frecuentemente utilizada por importantes historiadores tinerfeños del siglo XVII, como: Juan Núñez de la Peña, que en 1676 publicó su obra Conquista y antigüedades de 38 la isla de la Gran Canaria y su descripción, con muchas advertencias de sus privilegios, conquistadores, pobladores y otras particularidades en la muy poderosa isla de Tenerife, dirigido a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Candelaria; Pedro Agustín del Castillo Ruiz Vergara, que escribió su obra entre 1688 y 1697, intitulada Descripción histórica y geográfi ca de las Islas Canarias, aunque no fue publicada hasta 1737; o Tomás Marín de Cubas entre 1687 y 1694, con su obra Historia de las siete islas de Canaria. Estos historiadores del siglo XVII también conocieron la obra de Espinosa, a la cual citaron, pero en muchos casos mediatizada por la obra de Viana. En el caso particular de Núñez de la Peña, Espinosa y Viana fueron las fuentes esenciales sobre las que se documentó para la reconstrucción histórica de la Conquista. Centrando su historia especialmente en los sucesos de Gran Canaria y Tenerife, aunque en algunas fases de su narración trató de alejarse del halo literario e imaginario de Viana (Baucells Mesa, 2004: 422), su poema representó para el historiador lagunero una fuente historiográfi ca más, y por tanto, refl ectante de hechos históricos verídicos. En el caso de Marín de Cubas sucedió algo similar. Sus pretensión fueron la de hacer una historia con vocación regional, y para Tenerife consultó sin duda a Espinosa y Viana, pero también a Abreu Galindo. En líneas generales, no existen precisiones que puedan ser señaladas sobre personajes y tramas históricas interrelacionados con el paisaje y el territorio teguestero, pues estos historiadores se limitaron a tomar y exponer datos ya presentados por Espinosa, Abreu Galindo o Viana. Solo cabe destacar que tales datos se fueron desvirtuando progresivamente, y algunos topónimos y antropónimos fueron transformándose con el tiempo y el manejo constante, cuando no se modifi caron sustancialmente. Así, por ejemplo, en el caso de la historia de Marín de Cubas (1986 [1694]: 278), el autor muestra cierta ambigüedad al hacer referencia al mencey de Tegueste, pues no se sabe con claridad si dice que gobierna otro Rumen, como en Tacoronte, o simplemente otro mencey, sin referir el nombre. Sea como fuere, lo cierto es que tanto Marín de Cubas como los otros historiadores mencionados, no aportaron fuentes documentales 39 novedosas para elaborar sus historias, limitándose a reproducir, con mayor o menor fortuna, lo aportado desde el siglo XVI. 3. JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO Y LA TERCERA GENERACIÓN DE LA CONSTRUCCIÓN DEL DISCURSO HISTÓRICO. LA INFLUENCIA DEL DISCURSO ILUSTRADO José de Viera y Clavijo fue el primer historiador de referencia de Canarias. Todo el discurso histórico que la sociedad estamental castellana instalada en la Isla, desde 1497, trató de elaborar por escrito, en unas pocas obras, confl uyó en la obra histórica de Viera y Clavijo. No van a exponerse aquí las múltiples ramifi caciones culturales que tiene su origen o su continuidad en la fi gura de Viera y Clavijo, ni tampoco es éste el momento ni el lugar para exponer su interesante biografía, aunque sí cabe mencionar algunas cuestiones. Nació en El Realejo Alto en 1731, fue sacerdote, además de uno de los ilustrados más destacados de la España del siglo XVIII. Viajó por la Islas, la Península, Francia e Italia, leyó a diversos ilustrados franceses y conoció a varios de ellos, como d’Alembert. Escribió obras de biología, poesía, historia y narrativa, y editó, junto a los componentes de la tertulia ilustrada de Nava (Tomás de Nava y Grimón o Cristóbal del Hoyo Solórzano), el que puede considerarse el primer periódico de Canarias: Papeles Hebdomadarios. En relación a la historia, Viera y Clavijo inició a partir de 1763 la redacción de la que puede considerarse como su obra magna: Noticias para la Historia General de las Islas de Canaria, contenida en cuatro tomos y publicada entre 1772 y 1783. En ella el autor participaba de una historiografía de corte regional que recorría los ambientes más ilustrados y cultos del país, constituyéndose en un modelo de referencia nacional e internacional, además de una de las primeras, si no la primera, historia regional de España. Si bien Viera y Clavijo fue sacerdote, su obra histórica sobre las Islas trató de separar los acontecimientos religiosos de las causas del decurso histórico, al mismo tiempo que ensalzó los valores de 40 la tierra y la población canaria. Pero lo que interesa destacar aquí son los errores cometidos por Viera en relación al uso que dio a las fuentes documentales, a pesar de haber realizado un estudio pormenorizado de la información disponible; un trabajo, en cierta forma, con un contenido crítico desconocido hasta el momento, y que contribuyó a renovar la manera de concebir el relato histórico, rozando, precozmente, el positivismo. En el presente, el análisis de la historia de Canarias tiene un antes y un después de Viera y Clavijo, y si se atiende al análisis historiográfi co, su obra supone un punto de partida. Si bien el proceder historiográfi co de Viera y Clavijo resulta completamente nuevo en Canarias, una cuestión que el autor apenas modifi có fue el decurso histórico de los hechos, básicamente porque éstos casi no fueron cuestionados y, especialmente, no lo fueron las fuentes documentales de las que se nutrió Viera para realizar su obra. En este sentido, el realejero ilustrado continuó transmitiendo de manera natural los acontecimientos, personajes y espacios (en este caso concreto de la conquista de Tenerife y el mundo aborigen), que, ya desde los primeros historiadores (Espinosa, Abreu Galindo, Torriani), pasando por los literatos épicos (Viana), y los primeros historiadores locales, e incluso regionales (Núñez de la Peña, Agustín del Castillo o Marín de Cubas), se habían venido construyendo, repitiendo y/o desvirtuando. Viera y Clavijo cuestionó a Viana y a Núñez de la Peña, en el sentido de que denunció algunos aspectos que consideraba licencias gratuitas de los autores, y en especial sus opiniones sobre los personajes que fueron los protagonistas de las historias que se relataban. Así, Viera se convirtió en un erudito más interesado en la veracidad de los hechos que narraba que en construir un discurso de justifi caciones, especialmente de los hechos protagonizados por los conquistadores. Sin embargo, cuando sí se posicionó, lo hizo aplicando la lógica natural de su tiempo, centrada en una visión cristiana del pasado de la que no pudo sustraerse. Pero a Viera le faltó cuestionar que las fuentes documentales no eran límpidas y grávidas, sino que habían sufrido procesos 41 de construcción, transformación y degradación. En ello, y para nuestro caso de estudio, radica la perpetuación a través de Viera de los acontecimientos, personajes y tramas históricas ofrecidas por Viana, interpolados con la etnografía guanche de Espinosa (al que también criticó), o Abreu Galindo. Viera renovó y actualizó las proposiciones explicativas de los historiadores pasados, profundizó en ellas y construyó causalidades más elaboradas, pero no cuestionó su historicidad. Así, por ejemplo, cuando se refi ere a la pestilencia que afectó a los aborígenes tras la batalla de La Laguna y que ya expusiese Espinosa, dirá: «No hay duda que esta plaga epidemica que se experimentó à fi nes de 1494 y que hizo sus mayores estragos en los Reynos de Tegueste, Tacoronte y Taóro, pudo haver sido efecto de la corrupción de los cadaveres de los muertos en la batalla de La Laguna, que alterando el ayre le cargaron de miasmas venenosas. Porque como los Guanches no enterraban los difuntos, sino que los secaban al calor del Sol, despues de haverles extrahido las entrañas, era natural que todos estos hálitos introducidos en los vivientes por medio de la respiración, causasen una enfermedad pestilente. Añadiase a esto el exceso de frio y humedad, que reynó en todo aquel Invierno, puesto que en Enero de 1495 no huvo dia en que no lloviese. Asi, es de presumir que la referida epidemia, de que murieron tantos Guanches, consistia en fi ebres malignas, ó agudas pleuresias (achaque á que el Clima es propenso), las que terminaban en una lethargia mortal, ó sueño veternoso, que llamamos Modorra» (Viera y Clavijo, 1772-1783: 232-233). Viera y Clavijo tuvo la virtud de otorgar al discurso histórico una linealidad cronológica, una trama coherente, una historicidad a los acontecimientos y personajes donde las acciones humanas generaban unas consecuencias, y éstas, a su vez, se convertían en nuevas causas, con una veracidad de difícil refutación. Por estos motivos ha sido tan complejo rebatir y deconstruir la historia elaborada por José de Viera y Clavijo; por esos motivos penetró de forma tan profunda en la conciencia popular canaria, y aún hoy resulta complejo discriminarlo del conocimiento heredado. Sin embargo, la aportación principal de Viera y Clavijo en relación al estudio y análisis de los aborígenes, fue la visión del buen salvaje, o como el mismo Viera diría: el buen guanche. 42 En todo el discurso historicista confi gurado a partir de las fuentes consultadas, Viera refl ejó una idea de los aborígenes focalizada en la nobleza y en una serie de valores morales y éticos compartidos por muchos de sus contemporáneos. Esta idea caló hondamente tanto entre los historiadores que le sucedieron como en el conocimiento popular sobre los guanches. Y entre otras razones, porque la idea que trasmitió Viera y Clavijo de los aborígenes fue la de un salvaje con valores morales y patrios, noble por naturaleza, y corrompido por la ambición de los conquistadores. El aborigen representaba el negativo de la sociedad de la que Viera fue contemporáneo… la inocencia perdida (Estévez González, 1987: 17-18 y 71-79). 4. EL SIGLO XIX. LA TRANSICIÓN ENTRE UNA HISTORIA HECHA A MEDIDA Y LA APARICIÓN DE NUEVAS FUENTES DE INFORMACIÓN. SU INCIDENCIA EN LA COMARCA DE TEGUESTE En 1820, siete años después de la muerte de Viera y Clavijo en Las Palmas, llegaba a Santa Cruz de Tenerife el francés Sabino Berthelot. Junto al naturalista inglés Webb recorrerá, durante diez años, Tenerife y otras islas recopilando información relacionada, fundamentalmente, con el ámbito natural, geográfi co y vegetal de la Islas, lo que le llevará a publicar, entre 1835 y 1850, su enciclopédica obra Historia Natural de las Islas Canarias. Sin embargo, a parte de esta obra de carácter científi co-botánico, su estancia en Tenerife le llevó a publicar en 1839, en Francia, Miscellanées Canariennes, cuya traducción al castellano no se produciría hasta 1980, y titulada Primera estancia en Tenerife (1820- 1830) (Farrujia de la Rosa, 2004: 220). Aquí, ya Berthelot planteaba el uso que había hecho de historiadores como Espinosa, Viana, Núñez de la Peña o Viera y Clavijo. Y fue también donde Berthelot expuso lo que serían sus futuros trabajos de investigación en Tenerife, pues además de la consulta de fuentes documentales, el autor francés ampliaría la atención hacia el estudio del registro material aborigen, especialmente en lo referente a su universo funerario. Así, en esta 43 obra relató su preocupación por la destrucción y desaparición de restos de la cultura material guanche: «Por desgracia los canarios no siempre han mostrado tanto respeto por los pobres guanches, que han sido cruelmente maltratados por los antepasados de los canarios actuales. Poco antes de mi llegada a las islas una nueva necrópolis acababa de ser descubierta: la brutalidad de unos pastores lo había arrasado todo: las momias fueron lanzadas al fondo del barranco de Tacoronte y no se conservaron más que las pieles de las mortajas, de las que se sacaron correas y zurrones. Un afi cionado a las antigüedades se trasladó al lugar para rebuscar entre los restos esparcidos por el fondo del barranco: regresó a Santa Cruz con una cabeza y otras piezas anatómicas, que trató de recomponer a su manera. Viajeros que han visitado el gabinete del Mayor Megliorini no dudan que el guanche que allí se exhibe está compuesto de distintas piezas, y es posible que bajo la misma envoltura se hayan reunido cuatro o cinco generaciones» (Berthelot, 1980 [1839]: 76). Pero sería apenas tres años después cuando publicó L’Ethnographie et les Annales de la Conquête, cuya traducción al castellano (Etnografía y Anales de la Conquista de las Islas Canarias), se produjo relativamente pronto, en 1849. En ella, se centró en el estudio de los usos y las costumbres guanches en tiempos de la conquista, siguiendo a autores como Espinosa, Núñez de la Peña o Viera y Clavijo, expuso cuestiones referentes a la religión, el lenguaje, los caracteres físicos y la procedencia de los primeros pobladores, explicando con especial atención la similitud que existía entre los dialectos aborígenes y la lengua bereber. En líneas generales, y de forma explícita, Berthelot estaba describiendo una etnografía guanche, pero haciéndolo de manera distinta a lo que se había hecho hasta la fecha: reinterpretando las fuentes y el discurso histórico. Esta reinterpretación la hizo a través de la introducción de la raciología y de la aplicación del pensamiento romántico (Estévez González, 1987: 19 y 89; mediante el desarrollo de un análisis mucho más sistemático que el realizado por Viera y Clavijo en el siglo anterior. A Berthelot le interesaba la vida cotidiana de los aborígenes, mientras que los historiadores del Antiguo Régimen se centraron 44 en los grandes hombres guanches. Por ejemplo, Torriani admitía que el tema de los usos y costumbres no le interesaba, y que lo dejaba para otros historiadores. Abreu Galindo, por su parte, se dedicó a idealizar la sociedad aborigen a partir de parámetros europeos, atendiendo a sus linajes, su religión y su castidad (o pudor). Derivado de este desinterés por la cotidianidad aborigen podía comprenderse el vandalismo protagonizado por los canarios coetáneos a Berthelot, al despreciar aquellos restos. Por otro lado, paradójicamente, la nueva historia que planteó Berthelot, aunque desembocó en una tendencia conservadurista de lo guanche, a la larga producirá una ola de destrucción de yacimientos llevadas a cabo por algunos sectores de la población canaria, pero esta vez en un intento por salvaguardar la identidad canaria: expoliarán las cuevas como muestra de respeto a su ascendencia guanche, y no para saquear su contenido y tirar lo innecesario, como denunciaba el propio Berthelot. Asumió también que la raciología debía ser el hilo conductor para comprender el mundo aborigen y su desarrollo. Frente a la creencia de los ilustrados en la uniformidad de la naturaleza humana, en el siglo XIX se tendió a considerar que las formaciones sociales diferían como consecuencia de la actuación de leyes biológicas. Así, Berthelot no dudó en insistir en la idea de la pervivencia racial aborigen, ya que la raciología defendía que los caracteres raciales esenciales se mantenían sin alteraciones a pesar de la mezcla entre distintas poblaciones. Así, el investigador francés pudo afi rmar la continuidad biológica del indígena en las poblaciones canarias después de la conquista; esto le dio pie a recrear un retrato psicológico, fi losófi co y moral de los aborígenes: «La fi sonomía de los guanches se revela en los canarios de nuestra época. La valerosa nación que sucumbió en la lucha empeñada con los invasores, no pereció toda como lo han dicho muchos cronistas, y la historia viene a destruir un error acreditado por los que aceptan los hechos sin previo examen [...] los conquistadores fueron en muy escaso número para poder reemplazar de repente a la antigua población. En la época de la conquista, la fuerza de las circunstancias motivó la sumisión de las 45 tribus insulares, pero la ley del vencedor no fue inhumana. […] En Candelaria, en Fasnia, en las otras partes de la banda meridional de Tenerife, remontando desde Güimar hasta Chasna, se encuentran aún en la actualidad entre los aldeanos, la mayor parte de los usos descritos por Fr. Alonso [Espinosa]. Algunas expresiones del antiguo lenguaje, que han quedado y que se emplean generalmente en todas las islas, los nombres guanches con que ciertas familias se envanecen, los bailes populares, los gritos de alegría, el modo de procurarse fuego, de ordeñar las cabras, de preparar la manteca y el queso, de moler el grano, todo esto subsiste siempre, al cabo de trescientos cincuenta años de una dominación extranjera» (Berthelot, 1978 [1842]: 176-178). Esta idea de partida le dio pie a criticar con frecuencia el contenido de las fuentes documentales disponibles, y que habían sido utilizadas tradicionalmente para la elaboración de la historia de Canarias. Sin embargo, y aunque lo hizo en especial con Viera y Clavijo y menos con Espinosa y Viana, fue del propio Viera de quien el autor tomó la mayor parte de los datos históricos que utilizó, contribuyendo con ello a mantener, de alguna forma, el discurso histórico existente hasta ese momento. Berthelot realizó una defensa a ultranza del guanche, de su cultura y de su heroísmo frente a la invasión castellana, sobrevalorando sus actitudes y comportamientos y criticando de manera voraz el proceder de los conquistadores. La aplicación de la idea romántica se dejó traslucir en la extensión de la idea del buen salvaje, un guanche noble por naturaleza, que defi ende sus costumbres, su patria y su libertad frente al dominio castellano, y al mismo tiempo como lo habían hecho siempre los bereberes norteafricanos contra cartagineses, romanos, bárbaros, islámicos, etc. Fue el primero en resaltar el origen norteafricano de los aborígenes canarios, cuestión que ya había apuntado siglos atrás Espinosa pero que había sido silenciada por los autores posteriores, pues tomar en consideración este dato y profundizar en él hubiera trastocado demasiado la historia elaborada por Viana, Núñez de la Peña o Viera y Clavijo, en el sentido de que la procedencia norteafricana contravenía el origen pagano de los guanches y los 46 convertía, de alguna manera, en originarios de un territorio que, por naturaleza, se consideraba musulmán. Sabino Berthelot trató de superar esta visión realizando analogías camparadas entre vocablos, etnónimos y topónimos guanches con otros de tribus bereberes norteafricanas descritas por historiadores griegos (Ptolomeo), o árabes (Edrisi). Si a esto se le añade que el investigador galo inició la comparativa entre los caracteres raciológicos, obtenidos tanto de la observación de los rasgos físicos que él consideraba que eran los aborígenes y que aún pervivían en la población canaria del momento, y en menor medida de momias y otros restos humanos guanches (especialmente cráneos obtenidos de las cuevas sepulcrales), con lo publicado hasta el momento de los norteafricanos, llegó a conclusiones sobre la existencia de una raza predominante entre los aborígenes: rubios de tez blanca y ojos azules procedentes del ámbito bereber y no árabe, y que en Canarias habrían derivado a pelirrojos. La orientación de la metodología de investigación de Berthelot tomará un cierto cambio de rumbo a partir de un nuevo regreso a Tenerife en la década de 1860. De hecho, fue a partir de esta fecha cuando llevó a cabo su investigación más trascedente en relación a los aborígenes canarios. Su obra más importante sobre el mundo aborigen canario, con destacadas referencias al mundo guanche de Tenerife, fue la de Antigüedades Canarias. Anotaciones sobre el origen de los pueblos que ocuparon las Islas Afortunadas desde los primeros tiempos hasta la época de su conquista, publicada en 1879 en francés, y traducida al castellano en 1980. En ella, como afi rma Farrujia de la Rosa (2004: 251-253), el investigador francés incrementará su interés por el ámbito arqueológico y raciológico imitando las investigaciones que se estaban produciendo en el campo científi co europeo, y especialmente por los franceses en el norte de África. Si bien anteriormente consideraba que el poblamiento aborigen canario estaba muy relacionado con los bereberes norteafricanos, a partir de este momento tomó en consideración un posible poblamiento europeo, celta concretamente, y donde la raza pre-aria de rubios, piel blanca y ojos azules habría llegado de alguna forma a Canarias, 47 aunque por vía norteafricana. También tomó en consideración que los grabados rupestres identifi cados en la Cueva de Belmaco de La Palma por Domingo Vandewalle, en 1752, y rechazados en primer término por el propio Berthelot en 1842, serían fi nalmente obra de los aborígenes, pues se estaban dando más casos en la Isla de El Hierro, como en El Julan, La Caleta o La Cueva de los Letreros, relacionándose directamente con los grabados líbicos norteafricanos. Además, algunas construcciones que estaban apareciendo en El Hierro, la muralla de Zonzamas en Lanzarote u otras edifi caciones en Fuerteventura, fueron califi cadas como dolménicas y megalíticas, y por tanto relacionadas con el mundo tribal celta europeo. Junto a estas consideraciones, Berthelot incrementó la búsqueda de restos antropológicos de guanches, en especial de cráneos, pues algunos antropólogos franceses, como Quatrefagues, estaban analizando en Francia la relación entre la expansión por el norte de África del Hombre de Cro Magnon en su versión rubia y de piel blanca y las poblaciones celtas cromañoides francesas. Siguiendo esta línea de investigación, Berthelot planteó la posibilidad de ampliar esta relación raza-cultura a Canarias (Berthelot, 1980 [1879]: 129-130), al mismo tiempo que hizo cumplir la solicitud que el antropólogo francés Quatrefagues le hizo llegar mediante carta para que le enviase cráneos de diferentes sepulcros canarios (El Hierro, Gran Canaria y Tenerife), para contrastar tales hipótesis. Berthelot envió una caja con material antropológico y material al Departamento de Antropología del Museo de Historia Natural de París, y en ella iban restos óseos localizados en el Barranco del Agua de Dios en Tegueste. En una nota a pie de página, Berthelot relataba el material enviado procedente de este lugar: «La caja enviada contenía: (nº 1). Un cráneo parecido a los que se encuentran comúnmente en las antiguas cuevas sepulcrales. (nº 2). Otro con una gran herida cicatrizada. (nº 3). Otro momifi cado en parte, con las mandíbulas y las vértebras del cuello. (nº 4). Dos piernas (de mujer quizás), momifi cadas. Estas cuatro piezas procedían de una cueva explorada hace unos veinte años, que todavía está llena de osamentas, está situada en el barranco del agua de Dios, cerca de Tegueste, en Tenerife» (ibídem: 129). 48 Pero para el antropólogo Quatrefragues esta aportación de Berthelot no sería sufi ciente, necesitaba más información y, sobre todo, más material antropológico. Por ello, como afi rma Farrujia de la Rosa (2004: 252), envió a Canarias a otro investigador, René Verneau, quien durante cinco años investigó y recopiló información, que publicará en la obra Cinco años de estancia en las Islas Canarias (aparecida en francés en 1891, la primera edición en castellano es de 1981). Llegó a Canarias en 1876, concretamente a Las Palmas, y estuvo allí hasta 1878. Posteriormente regresó a Francia para volver a Las Palmas hacia 1884, donde visitó las siete islas hasta 1889, publicando sus investigaciones y su diario en 1891. Desde el punto de vista del marco general, las aportaciones de Verneau fueron continuación de las de Berthelot, aunque incidió de forma más determinante en el trabajo de campo. Defendió la existencia de dos razas distintas en Canarias con diferencias antropométricas y culturales. Por una parte estaría la raza guanche (Tenerife y La Gomera), cromañoide (no rubia), y culturalmente atrasada, que practicaba la momifi cación, y por otra parte estaría la semita, similar a la árabe, más adelantada culturalmente y predominante en Gran Canaria. Su paso por Tegueste no dejó referencias de actividades arqueológicas, aunque habría que decir mejor actividades expoliadoras, porque Verneau entraba en las cuevas y extraía los cráneos y los restos óseos a conveniencia, mientras que el resto de las evidencias materiales se limitaba a describirlas y clasifi carlas tipológica y culturalmente (Verneau, 2003 [1891]: 235-236). Con toda probabilidad realizó estas actividades en Tegueste, pero no dejó constancia de ellas. Lo cierto es que tanto Berthelot como Verneau no modifi caron excesivamente el discurso narrativo elaborado por los historiadores canarios anteriores, sólo centraron su atención en el origen del poblamiento aborigen y en las diferencias raciológicas que observaban, a las cuales atribuían una importante causalidad para comprender las diferencias culturales entre los aborígenes canarios. Sobrestimaron las actitudes y aptitudes de los guanches y 49 criticaron sobremanera las de los invasores castellanos; reprocharon duramente aquellas opiniones e ideas que los historiadores canarios del Antiguo Régimen vertieron sobre la barbarie de los aborígenes y las excesivas alabanzas a los conquistadores, en especial el hecho de haber traído la luz del evangelio. Además, defendieron fi rmemente la continuidad de la raza guanche en las Islas a raíz de la conquista, exponiendo su pervivencia entre las poblaciones contemporáneas locales, tanto desde el punto de vista de sus rasgos físicos como culturales. Así, Berthelot, antes de fallecer publicó algunos artículos en la Revista de Canarias ahondando en estas cuestiones. El primero se tituló Estudios fi siológicos é históricos sobre la raza güanche y sobre la persistencia de los caracteres que la distinguen aún entre las actuales poblaciones de las islas del archipiélago canario, en 1879. El segundo, publicado en 1880 y titulado Antonio de Viana. Poeta-Historiador, defendía la validez de la obra de este autor canario del siglo XVII y se extrañaba del desconocimiento que se tenía del mismo. Berthelot ensalzó la obra de Viana, pues contenía un trasfondo heroico y romántico que el francés compartía absolutamente. Paralelamente al desarrollo de los primeros trabajos etnográfi cos de Berthelot (década de 1840), en el ámbito estrictamente tinerfeño, aunque muy relacionado con la orientación que el autor estaba imprimiendo a la reinterpretación del discurso contenido en la historia de Canarias, surgieron diversos autores que se interesaron también por esta temática, como el historiador, lingüista y literato José Agustín Álvarez Rixo, o Antonio Pereira Pacheco, medio prebendado de la Catedral de La Laguna y sacerdote en Tegueste. En cuanto al primero, y a pesar de que su obra fue poco conocida hasta mediados del siglo XX, Álvarez Rixo representó, en el ámbito historiográfi co, un paso intermedio entre la obra ilustrada de Viera y Clavijo, del que recibió un fuerte infl ujo, y los autores canarios romántico-positivistas más conocidos de fi nales del siglo XIX y comienzos del XX (Chil y Naranjo, Bethencourt Alfonso, o el propio Berthelot) (García de Ara, 2007: 29 y 33). En el ámbito histórico, este historiador dedicó tiempo y trabajo a la historia local y regional, escribiendo textos no sólo de Tenerife, sino 50 de otras islas, como Lanzarote. Lo que más interesa aquí es que dedicó algún esfuerzo a obras de carácter antropológico y etnohistórico que no llegaron a publicarse, y que han sido conocidas con posterioridad como Apuntes sobre restos de los Guanches encontrados en el siglo actual, y Lenguaje de los antiguos isleños. Como afi rma García de Ara (ibídem, pp.: 33-34), Álvarez Rixo fue un autodidacta de la historia, pues no siguió una escuela y una metodología concretas, más allá de procurar el rigor documental y la veracidad histórica. Sin embargo, se distanció al construir una historia regional global, y por tanto de Viera y Clavijo, y no mostró excesivo interés por las ideas románticas que comenzaban a instalarse en Tenerife de la mano de Sabino Berthelot (al que probablemente sólo conoció de forma tangencial). Pero sí que se interesó por defender la identidad canaria, aunque con la intención de legar al futuro todas las fuentes disponibles y exponer su reinterpretación de la historia de Canarias fragmentada en pasajes concretos de carácter local, concibiendo a sus paisanos canarios como resultado de su propia historia, y no de la forma en que los retrataron Berthelot y posteriormente Verneau: como ignorantes y rústicos. Y todo ello sin perder de vista la objetividad y la imparcialidad, heredadas de la Ilustración y de Viera. Así, Álvarez Rixo se preocupó por las raíces históricas de Tenerife, y por tanto consultó las fuentes clásicas en las que había información, desde Espinosa y Abreu Galindo, pasando por Viana y Viera y Clavijo, hasta el propio Berthelot, contemporáneo. Pero este interés no sólo radicó en la consulta de las fuentes, sino que, del mismo modo que estaba haciendo Berthelot, e hicieron posteriormente otros autores, Álvarez Rixo se preocupó por el estado de los restos materiales de los guanches, esencialmente sus sepulcros y restos humanos. En este sentido, publicará una carta de su amigo Antonio Pereira Pacheco en su obra Apuntes sobre restos de los Guanches encontrados en el siglo actual (Tejera Gaspar, 1990), afi rmando, en relación a restos de guanches en Tegueste que: «el año 1845 me escribió el Sr. Prebendado D. Antonio Pereyra Pacheco venerable cura del lugar de Tegueste, lamentando la rusticidad destinada de nuestra gente con respecto a los restos de las momias y utensilios de los antiguos 51 Guanches que por casualidad de vez en cuando suelen encontrarse, y dice así la carta. “Nadie me daba razón ni sabía hubiese una cueva donde habitase el Rey de Tegueste: oía por casualidad nombrar un sitio llamado Tagoror, lo encamino y veo hay en él una cueva baja y otra alta, sin duda sus viviendas de verano e invierno: pregunto a algunos viejos si han encontrado en ellas fragmentos de Guanches, y con indiferencia contestan que hasta ahora pocos años, una de ellas estaba cerrada su entrada con una laja y dentro había grandes huesos sobre poyos, calaveras, molinos y cuentas de barro, cuyas cosas los pastores al encerrar ganado en ellas, lo botaban y hacían pedazos. Y aún más: en una cueva eminente en el risco llamado la Atalaya, en la que solamente colgados con sogas pueden entrar, una mujer de Tejina (casada hoy con D. Felipe Carvallo), tuvo la osadía de penetrarla para sacar el polvo que ellos llaman ‘carambola’ con el que abonan las tierras algunos en Tejina, encontróse un cuerpo entero y bien conservado de una guancha, y su ilustración le sugirió la idea de arrojarla desde la entrada hasta verla caer abajo en polvo» (Tejera Gaspar, 1990: 122). Además, para una época posterior también publica «en este año 1876, se ha encontrado otra cueva sepulcral en Tegueste con algunas momias guanchinescas; díjose que 9 a 12 y parece que ha visto corrido parejas con las anteriores en la destrucción; pues hemos visto y examinado un pie y algún otro fragmento que por vía de regalo hicieron a un amigo nuestro en La Laguna procedente de dichas momias de Tegueste» (ibídem, p.: 125-126). Puede precisarse la localización de estos restos. Por una parte se relatan restos localizados en cuevas de los riscos de la Atalaya de Tejina, y por otra, aunque se refi eren en general a Tegueste, podría deducirse su ubicación en el Barranco del Agua de Dios según la misma información tomada directamente de la historia del prebendado Pachecho sobre Tegueste, que tratamos más adelante. Más allá de esto, lo que se observa es, por una parte, que la zona de Tegueste poseía evidencias materiales de la cultura guanche, tanto objetos como, fundamentalmente, restos humanos, y que la mirada hacia esta realidad comenzaba a hacerse patente ya en la primera mitad del siglo XIX no sólo entre autores extranjeros (Bethleot), sino también tinerfeños. Por otra, se observa una temprana preocupación 52 por evitar la destrucción de las evidencias materiales guanches, pues empezaban a ser consideradas como fuente de información que permitían contrastar fuentes documentales. Esta misma preocupación, como queda expresado a través de la correspondencia entre Álvarez Rixo y el Prebendado Pachecho, la tuvo éste último, erudito lagunero que pasó sus últimos dieciséis años de vida como sacerdote en el pueblo de Tegueste. García de Ara (2007: 31-32), lo defi ne como amigo y colaborador de ideas de Álvarez Rixo, estando ambos interesados por las mismas temáticas: historia local, restos guanches, literatura, etc. Pacheco, al que podría denominarse como un ilustrado tardío y eminentemente erudito, escribiría una obra sobre la historia de Tegueste, y titulada Historia de Tegueste de Antonio Pereira Pacheco y Noticias de las Funciones de la Parroquia de San Marcos (Pereira Pacheco, 2001). Terminada de escribir en torno a 1855, tres años antes de su muerte, relató algunas noticias sobre la existencia y destrucción de restos materiales de la cultura aborigen en Tegueste, concretamente en cuevas del Barranco del Agua de Dios, y que luego confi rmaría por carta a su amigo Álvarez Rixo: «En el Agua de Dios hubo varias en tiempos de los Guanches, donde se encontraron vestigios de éstos. Pero las fuertes avenidas de aguas los han arruinado, y algunas que existen sirven para guardar ganado. En una hacienda que es de Don José González en dicho sitio llamado el Agua de Dios hay dos cuevas, una baja y otra alta que denominan Tagoror, donde se cree habitaba el Mencey Tegueste. En la baja guardan ganado y en ambas se han encontrado calaveras, huesos, molinos, cuentas y otros vestigios de los Guanches que han desaparecido y mirado con desprecio estos vecinos. Acaso podrá formarse mejor descripción de ella cuando la estación permita examinarlas. Hay otra grande denominada la Atalaya o Mesa de Tejina, la cual domina los dos lugares de Tegueste y Tejina, en la que también se han hallado muchos vestigios de los Guanches. En el expresado sitio del Agua de Dios hay otra cueva que llaman “Lagarote”, junto a la cima del cerro, de difícil entrada. Tuvo también muchos vestigios de los Guanches» (Pereira Pacheco, 2001 [1855]: 91-92). 53 Posteriormente a Álvarez Rixo y Pereira Pacheco, y de forma paralela a Berthelot y Verneau, los estudios históricos relacionados con el mundo aborigen tuvieron eco también entre historiadores canarios de fi nales del siglo XIX y principios del siglo XX, siendo los más destacados Gregorio Chil y Naranjo en Gran Canaria y Juan Bethencourt Alfonso en Tenerife. Ambos conocieron a los mencionados investigadores franceses, y en buena medida aceptaron muchas de sus hipótesis y conclusiones. A pesar de ello, existieron algunas diferencias notables en la reinterpretación del discurso histórico, que, sin llegar a modifi carlo sustancialmente, sí que le imprimieron una perspectiva teórica diferente, pues se acogieron esencialmente al positivismo y al evolucionismo que ya imperaba en el ámbito europeo en la interpretación histórica, aunque cabe afi rmar que el segundo de ellos mantuviera explicaciones románticas. Chil y Naranjo, licenciado en medicina en París, publicó en 1876 su obra Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias, y puede afi rmarse que se trata del primer investigador que pone en entredicho las fuentes documentales que habían servido para construir el discurso histórico existente, y cuya columna vertebral se mantenía todavía intacta. El historiador grancanario, como buen positivista, sometió a crítica a los historiadores del siglo XVI, XVII y XVIII, exponiendo razonables dudas acerca de las informaciones aportadas por historiadores como Viana, Núñez de la Peña y, especialmente, Viera y Clavijo: «por último Viera y Clavijo, sin saberse en que se funda, pues no cita documento alguno, nos hace una relación de los Reinos de Taoro, de Güimar ó Goimar, de Abona, de Adeje, de Daute, de Icod ó Bohicoden, de Tacoronte, de Tegueste, de Naga ó Anaga y del Señorío del Hidalgo pobre, con los límites de cada uno de estos Estados, la sucesión de sus Reyes, el carácter de cada uno, y aún más, pone en boca de Bencomo, rey de Taoro, un discurso académico al presentarse en la cueva de Zebensui ó del Hidalgo pobre reprendiéndole por sus robos de ganado. A la vista de tales diferencias y en la necesidad de decidirme por alguno de los historiadores que han tratado esta cuestión, me adhiero sin vacilar á Espinosa, no sólo por parecerme el más autorizado, sino 54 porque, aún cuando Núñez de la Peña cita el texto de la escritura que celebró Hernando de Párraga, Escribano de Lanzarote, cuando Diego de Herrera pasó á Tenerife el 21 de Junio de 1464, no llama por su nombre á cada uno de los nueve Reyes que concurrieron á aquel acto. Así, pues, mientras otros documentos de más valía no vengan á esclarecer este punto, creo y seguiré creyendo, que si es eso muy poético, como lo hicieron Viana y Viera y Clavijo, la verdad histórica es antes que todo» (Chil y Naranjo, 1876 [t. II]: 39-40). Así pues, observando Chil que el discurso histórico había sido desvirtuado a partir de Espinosa, tomó a este último como autoridad sobre el tema. Sin embargo, en el trascurso de sus investigaciones acabó integrando datos aportados por aquellos historiadores a quienes había hecho en menor consideración. En el desarrollo posterior que realizó sobre la narración de la conquista de Tenerife siguió con poca acritud los acontecimientos narrados por historiadores como Núñez de la Peña, además de al mencionado Espinosa. Muestra de ello es el siguiente extracto referido al Mencey de Tegueste y otros menceyes: «Pero Quebehí Bencomo, que como el más poderoso Mencey de la isla trataba de subyugar á los demás, y por eso le veían con recelo, creyó, sin embargo, que ante la invasión del enemigo común, deberían todos aliarse para defender el territorio; y así fué que desde que llegó á su espléndida cueva de Taoro, sólo se ocupó de despachar emisarios ó embajadores, como los llama Núñez de la Peña, á los otros ocho Menceyes que gobernaban el resto de la isla para celebrar una gran junta ó Tagoror, en idioma indígena, y pactar medios para la común defensa. Acudieron al llamamiento, para la celebración del Consejo, además de Quebehí Bencomo, Adjoña, mencey de Abona; Pelinor, mencey de Adeje; Romeu, mencey de Daute; Pelicar, mencey de Icoden ó de Benicod; Acaymo, mencey de Tacoronte, Tegueste, mencey del Estado que lleva su propio nombre; y Beneharo, mencey de Anaga; faltando solo Añaterve, mencey de Güímar, apellidado el Bueno, y que cobardemente se había aliado con los españoles, conquistándose el califi cativo de traidor y haciéndose acreedor á todo linaje de desprecios» (ibídem, pp.: 333-334). 55 Sin embargo, de estar en lo cierto, Chil y Naranjo difería de la interpretación tradicional que había heredado el discurso histórico en Canarias, y que venía reproduciendo de forma acrítica la historiografía hasta ese momento, borrando del mismo toda alusión al heroísmo, la nobleza y los buenos sentimientos de los aborígenes; conceptos que de forma asidua utilizaban los románticos para referirse a los «salvajes» que poblaban las islas antes de la Conquista. Chil, tratando de imprimir la mayor objetividad posible a sus exposiciones sobre el tema, y de forma desapasionada, elaboró un discurso histórico en el que los guanches aparecían dotados de otras cualidades humanas, como la envidia, la traición, la ambición, etc. En este sentido, su historia abordaba aspectos como la divergencia de opiniones entre y dentro de los distintos menceyatos, la falta de unidad existente entre ellos, y las continuas peleas y rencillas en que se enzarzaban para defender sus intereses personales y de grupo; es decir, Chil exponía una explicación positivista de los hechos, que pretendía dejar claro la necesidad de alejar del discurso las opiniones y los intereses del historiador, y tratar de contar la realidad tal y como fue. Así, y casi a continuación del anterior texto, Chil concluía: «Contextes están todos, cronistas é historiadores, que no hubo en esa asamblea ó Tagoror, el entusiasmo ardiente y verdaderamente heroico que produce la salvación y libertad de la patria en peligro: ni se demostraron esos rasgos de abnegación y de ánimo esforzado que arrebata hasta la temeridad y lleva hasta el frenesí. Séase por el mismo enfriamiento ocasionado por envidias y rozamientos entre los jefes de las nueve tribus, séase por el orgullo demostrado por Quebehí Bencomo, que siendo el más poderoso debió ser el más comedido; lo cierto es que algunos de los Menceyes, herida su susceptibilidad, no vieron en Bencomo sino el tirano que, antes que procurar la defensa común de la isla, trataba de avasallarlos; y de ahí el que no tuviese efecto la proyectada liga, y se rompiese todo intento de pacto y unión, hasta el extremo de que los menceyes de Abona, Adeje, Daute é Icod se retiraran diciendo que cuando Fernández de Lugo invadiese sus Estados, cada uno se defendería. Tal determinación extrañó á Bencomo, que 56 se consideraba ya como jefe de todos, y no tuvo más remedio que conformarse con la alianza de los menceyes de Tacoronte, Tegueste, Anaga y Zebensuy ó Zebensayas, Señor de la Punta del Hidalgo pobre» (ibídem, pp.: 334-335). En estudios posteriores, Chil y Naranjo defendió la raciología como marco explicativo del poblamiento aborigen de las Islas. Según el autor, la raciología proporcionaba información lo sufi cientemente objetiva como para construir un discurso coherente acerca del tema y ofrecer datos sobre los orígenes de quiénes fueron los primeros en llegar y asentarse en Canarias. En contra de lo manifestado por Berthelot y Verneau, Chil planteó la unidad de la raza Cro- Magnon para el conjunto de islas, y vinculó la procedencia de estos individuos con el norte de África, atribuyéndoles un estadio de desarrollo cultural neolítico (Farrujia de la Rosa, 2004: 344). En una línea semejante se manifestó Juan Bethencourt Alfonso. Su importancia radica en los estudios que realizó sobre las poblaciones prehistóricas de Tenerife y su supervivencia tras la conquista española, así como la gran recopilación que efectuó de la tradición oral de la Isla, como refl ejo de una cultura heredada, especialmente de raigambre guanche. Fundó el Gabinete Científi co y el Museo Arqueológico Municipal de Santa Cruz de Tenerife, realizó encuestas populares sobre usos, costumbres y tradiciones, y publicó una serie de trabajos altamente originales e innovadores que, si bien luego la ciencia ha sometido a una crítica severa, no dejaron de constituir el inicio de unos estudios que se han ido perfeccionando hasta el presente. Se licenció en medicina en Madrid, y su obra más destacada fue Historia del Pueblo Guanche, escrita entre 1911 y 1912, y editada en tres tomos entre 1991 y 1997. Conoció y mantuvo estrecha relación con Chil y Naranjo, y estudió las tesis de Sabino Berthelot y René Verneau, muchas de las cuales aplicó en sus investigaciones. Bethencourt Alfonso aceptó la importancia de la raciología para el conocimiento del origen y el poblamiento aborigen de Canarias, sin embargo, dedicó mayor tiempo y esfuerzo a reinterpretar la pervivencia de la cultura y las tradiciones guanches entre la población viva, fundamentalmente 57 en los modos de vida campesinos y las clases populares. En este sentido, por ejemplo, el autor se dedicó a rastrear evidencias que demostraran tal continuidad, centrándose en el vocabulario aún conservado del habla guanche, y en especial la toponimia, pues entendía que una forma de conocer los modos de ocupación y explotación del territorio por parte de los guanches era recopilar, ya fuera a través de las fuentes escritas o de la tradición oral, el vocabulario guanche que aún se mantenía vivo entre los contemporáneos. Así, revisó todas las fuentes escritas y anotó en largas listas teónimos, antropónimos, topónimos y otras palabras de origen guanche, y no sólo para Tenerife, sino para el resto de islas. Con Juan Bethencourt Alfonso puede decirse que comienza la comprensión de la organización del territorio de los guanches, y sus recopilaciones serán esenciales no sólo para su obra, sino para las posteriores investigaciones. El autor compiló una ingente cantidad de datos empíricos para elaborar su Historia del pueblo Guanche, sin embargo, apenas modifi có el discurso histórico elaborado por los historiadores de siglos pasados, no en vano los tomó como referencia principal casi sin ningún tipo de crítica. Es más, sublimó la historia elaborada por Viana y Viera y Clavijo proporcionándole toda la credibilidad posible. Recreó una estructuración del territorio insular a partir de ocho reinos (menceyatos), y dos señoríos, precisamente los de Tegueste y Aguahuco (Punta del Hidalgo), a los que no dio estatus de reino, siguiendo a Viana. A los reinos les dio una categoría de estado, y los dotó de instituciones al estilo de los estados europeos medievales contemporáneos a la conquista. Cada reino tenía su rey, que lo era a través de una sucesión hereditaria, su corte real y su capital. Se dividían en achimenceyatos o provincias, éstas en tagoros o consejos, y éstos a su vez en auchones o heredades, estando al frente de cada una de estas instituciones parientes de los reyes guanches (Bethencourt Alfonso, 1994 [1912]: 68). Esta red de organización territorial fue sustentada a partir de otras dos importantes elaboraciones del autor. Una de ellas fue la genealogía de los reyes guanches, que tomando todos los 58 datos existentes en todas las fuentes disponibles relacionadas con los menceyes (Viana, Viera y Clavijo, etc.), construyó una línea genealógica para cada uno de ellos (con sus hijos, hijas y esposas, así como sus nombres después de bautizarse), con continuidad tras la conquista en muchos casos. La otra, más que una elaboración, se trató de una de las grandes aportaciones del médico sanmiguelero, y fue la incorporación, por primera vez y de forma sistemática, del contenido de las datas de repartimiento que concedió Alonso Fernández de Lugo tras la conquista. Estas fuentes documentales, infrautilizadas hasta el momento para sostener o desechar explicaciones, contenían informaciones relativas a topónimos guanches, y que en muchos casos habían servido para delimitar las propiedades concedidas. Bethencourt Alfonso utilizó profusamente aquellas datas que pudo manejar, de forma especial para confi rmar la existencia de los reinos o menceyatos de los que hablaban las fuentes tradicionales, iniciando con ello una nueva vía para la investigación histórica del periodo inmediatamente posterior a la conquista castellana de la Isla. En relación al territorio del Señorío de Tegueste, el médico tinerfeño explicitó por primera vez los límites del mismo: «Límites: Al E. con el señorío de Aguahuco y el reino de Anaga, separándole del primero el barranco de Las Palmas y del segundo desde el naciente del monte de las Mercedes línea recta a la sierra de Sejéita, al barranco de Aragúy, del Rey o Drago, a la Cuesta; al Oeste con los reinos de Tacoronte y Güímar, sirviéndole de límite con el primero el poniente de Valle de Guerra derecho a montaña de Madruga, a las Mesetas, a la montaña de Facundo, a la montaña de Carbonera, a la montaña de Birmaje y con el segundo desde Birmaje al mar por el barranco de Gánimo o del Hierro; al norte con el mar y al sur con el tagoro de Añaza de Anaga» (ibídem, p.: 106). Al Señorío de Tegueste le presupuso cuatro tagorores: El Tagoro, Cruz del Tagoro, Geneto y Tagoro del Cuervo. En cuanto al Señorío de Aguahuco, menciona lo siguiente: «Este pequeño achimenceyato limitaba al N. con el mar, al sur con las espaldas de los montes de las Mercedes, el Drago, etc., aguas vertientes; al E. con el barranco de Casas-Bajas que lo separa de Valleseco y una región riscosa hasta el 59 valle de Chinamada, y al O. el barranco de las Palmas que lo limita con Tegueste» (ibídem, p.: 111). Dentro de este territorio, Bethencourt Alfonso recogió diversos topónimos que plasmó por escrito es sus largas listas de palabras de origen guanche. Así, por ejemplo, para la comarca de Tegueste nombra los siguientes, dando para algunos de ellos localizaciones más precisas y para otros muy genéricas: Ambola (Región en Tegueste), Aramuygo (un valle en la Punta del Hidalgo), Araneta (plaza de Tegueste), Arico (zona en Tejina), Bejía (zona en la Punta del Hidalgo), Cocón (fuente y hoya en Tegueste), Diios (lleva esta denominación unas aguas en Tegueste, que hoy llaman Dios, cuando debe pronunciarse Diyos), Guacada (roque en Punta del Hidalgo), Guigo (zona en la Punta del Hidalgo), Hanidum (valle en la Punta del Hidalgo), Isore e Isoria (zona en Tegueste y lomo en Tegueste el Viejo), Julcana (región en Valle de Guerra, Tegueste. Aquí existen las eras de los guanches, cercana a otra era guanche por encima del Lomo de los Muertos), Tagarafate (auchon de tagarafate al cabo hacia Tegine, en Datas de 1504), Tegmoseque (fortaleza tegmoseque en Tegueste de Gore, en Datas de 1497), Tedijé (zona en Tejina), Tegueste (reino), Tegina (lugar en Tegueste), Tesegre (risco en valle Aramuigo, en la Punta del Hidalgo), Tomalica (zona en Tegueste), Tulaya (zona en Tegueste), Yonigagua (zona en Tegueste). En cuanto a la genealogía, aunque el autor califi có a Tegueste como señorío, en diversas ocasiones lo consideró como reino igual que al resto de menceyatos, estableciendo la descendencia del mencey Tegueste, inventado por Viana y continuado por Viera y Clavijo. Confi rmó que tras la división de la Isla en nueve reyes, Tegueste I, hijo del rey mítico Tinerfe el Grande que habría gobernado la Isla hacia 1300, ocupó el trono del menceyato que llevaría su nombre. Habría casado con la princesa Tejina, y de este matrimonio habría nacido su sucesor: Tegueste II, rey de la zona al tiempo de la conquista y protagonista, junto a Bencomo de Taoro, Chincanáyro de Icod, Romén de Daute y Rumén de Tacoronte, de los bandos de guerra que se enfrentaron a Alonso Fernández de Lugo durante la conquista. Derrotado, habría sido bautizado con el nombre de Juan 60 de Tegueste y casado con Catalina Ramírez y Alonso, información deducida, indirectamente por el autor, de algunas datas de repartimiento que no cita, pero que se conoce su existencia. Habría muerto poco después de la conquista dejando dos hijos: Teguazo o Teguaco, bautizado como Juan Teguazo, y un tal Tegues del que no se dan más referencias (ibídem, p.: 159). La obra de Juan Bethencourt Alfonso representa una conexión importante entre lo ya existente y lo que está por venir en relación a la investigación. Por una parte, continúa transmitiendo fi elmente las historias elaboradas en décadas y siglos pasados, reinterpretadas y actualizadas bajo la particular perspectiva del autor, y que, algunos años después y a pesar de su escasa difusión (su obra no fue publicada hasta muchos años más tarde), será sometida a una contrastación documental que no superará la crítica. Por otra, el autor introdujo novedades en la investigación que serán esenciales en décadas posteriores, como la consulta de documentos administrativos como las datas de repartimiento, y la importancia de la toponimia para realizar análisis arqueológicos e históricos sobre la ocupación y explotación del territorio por los guanches. 5. LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX. EL INICIO DE LA CRÍTICA AL DISCURSO HISTÓRICO Y EL CUESTIONAMIENTO DEL MENCEYATO DE TEGUESTE Las tesis raciológicas y las pervivencia de numerosos aspectos de la cultura, las tradiciones y las costumbres guanches entre las poblaciones canarias contemporáneas, extendidas por Berthelot y Verneau a fi nales del siglo XIX y secundadas por autores como Chil y Naranjo y Bethencourt Alfonso, se integraron en el discurso histórico elaborado durante los siglos anteriores sin modifi caciones sustanciales. Sin embargo, a partir de los años treinta del siglo XX se inicia un recorrido diferente, una trayectoria de investigación que abandona momentáneamente el intenso interés mostrado hasta la fecha por el cráneo, y se produce un regreso a las fuentes documentales. Pero en 61 esta ocasión no fue para transmitirlas sin apenas crítica, sino para revisarlas profundamente. Los primeros estudios en esta línea los emprenderán los historiadores Elías Serra Ràfols y Buenaventura Bonnet Reverón, profesores de la Universidad de La Laguna, que llevaron a cabo una profusa investigación crítica sobre las fuentes documentales existentes para la historia de Canarias. Ambos se sirvieron con frecuencia de Revista de Historia y del Instituto de Estudios Canarios, del cual fue fundador el segundo, para difundir sus estudios. En 1931, Serra Ràfols publicó un pequeño estudio titulado Viera y Clavijo y las fuentes de la primera conquista de Canarias. En él, si bien defendía la erudición y la capacidad de crítica histórica que desarrolló el ilustrado realejero, ya advertía lo que en años venideros le sucedería tanto a él como al resto de historiadores y literatos de siglos pasados: la crítica sistemática. Serra Ràfols argumentará que Viera desconocía fuentes, en este caso una de las versiones del Le Canarien que relataba la conquista bethencouriana, aunque lo juzga benévolamente diciendo lo siguiente: «pues si por un lado, como hemos visto, Viera resulta ya inactual, nuestras historias generales posteriores le son todavía con frecuencia inferiores» (Serra Ràfols, 1931: 110). Más duro con Viera y con Viana fue Bonnet Reverón, quien, un año más tarde, en su estudio Traición a los guanches después de la batalla de Acentejo, se ocupó de resolver las contradicciones habidas entre Espinosa y Abreu Galindo por una parte, y Viera y Viana por otra, en relación a los nombres de los menceyes. En su análisis criticaba duramente a los dos últimos por no prestar la debida atención a la cuestión sobre la traición que Alonso Fernández de Lugo cometió contra los guanches que el Mencey de Güímar envió al conquistador, para ayudarle en lo que necesitara y hacerle menos dura la reciente derrota en Acentejo. El conquistador prendió a los aborígenes y los envió como esclavos a la Península. Bonnet criticará a Viana el haber callado tal indignidad, y a Viera su incredulidad ante tal hecho. Bonnet confi rmaba lo ocurrido basándose en un manuscrito redactado por el alemán Jerome Münzer, el cual, cuando estaba en Valencia en el año 1494, vio llegar a su puerto los esclavos guanches. 62 Más allá de estas críticas a aspectos concretos del relato, lo que el autor llevó a cabo fue una revisión en profundidad de las afi rmaciones establecidas por los historiadores canarios de los siglos XVI al XVIII. En este sentido, fue trascendental su artículo publicado en Revista de Historia en 1938 bajo el título El mito de los nueve menceyes. Su escrito inició uno de los debates historiográfi cos más destacados de esta fase fi nal del período aborigen de Tenerife. Bonnet puso en cuestión algunas de las creencias más arraigadas sobre la confi guración política guanche en la etapa precedente a la conquista, sus dignatarios y sus comportamientos y actitudes frente al proceso de conquista. Bonnet Reverón realizó un ejercicio de análisis comparativo entre las fuentes etnohistóricas anteriores a la conquista, como las de Alvise Ca da Mosto, Zurara o Gomes de Sintra, y las posteriores como las de Espinosa y Abreu Galindo, y que contienen información sobre los últimos menceyes y menceyatos. Este análisis comparativo fue contrastado con la manera en que tales fuentes fueron interpretadas por algunos historiadores en los siglos XVII y XVIII, como Viana, Núñez de la Peña y Viera y Clavijo. Sus conclusiones, a raíz de las numerosas contradicciones que se deducían del análisis comparativo, dejó en entredicho la versión que estos historiadores establecieron sobre los últimos menceyes, su cronología y el territorio de los menceyatos. Afi rmaba Bonnet Reverón (1938: 46-47), que la tradicional división de la Isla en nueve menceyatos había sido un invento surgido de informaciones procedentes de viajeros europeos que frecuentaron Tenerife durante los siglos XIV y XV. Esto habría sido recogido como cierto por Diego de Herrera cuando elaboró, en 1464, el Acta del Bufadero, levantada por el escribano Fernando de Párraga, y en la que pretendía confi rmar la sumisión a su persona de esos nueve menceyes en un intento de garantizarse derechos de conquista sobre la Isla. También concluía el autor exponiendo que dicho documento fue la información clave que utilizaron historiadores como Viana, Núñez de la Peña y Viera y Clavijo para elaborar sus genealogías de los menceyes guanches, atribuyendo a los dos primeros la invención de la mayoría de ellos, y a Viera la elaboración de una 63 genealogía falsa a base de una mezcla de información procedente de los dos anteriores. El autor concluía, así, afi rmando que: «los nombres consignados por Núñez de la Peña no pertenecen a la lista de Menceyes que nos da dicho autor en su obra, sino a la confeccionada por Viana, exceptuando al Mencey de Tegueste. Y ante este hecho nuestro asombro sube de punto. Núñez de la Peña contradice su propia lista de Menceyes y acude a Viana. Viera y Clavijo, al copiar a Núñez de la Peña, no advierte que sigue al poeta que tanto desprecian ambos, hecho verdaderamente inexplicable» (Bonnet Reverón, 1938: 44). Bonnet Reverón consideraba que la información más correcta, en este sentido, era la proporcionada por Espinosa (como ya hubiese advertido Chil y Naranjo décadas antes), quien confesaba conocer solamente el nombre de cuatro menceyes (Taoro, Adexe, Güímar y Abona); de lo que dedujo Bonnet Reverón que lo más seguro era que, en Tenerife, al tiempo de la conquista, habría habido sólo los menceyatos mencionados por Espinosa. Deducía, por ello, que Tegueste no habría sido menceyato, al menos durante ese período. Más allá de los aciertos y errores de Bonnet Reverón, lo rele-vante de este asunto es que puso en tela de juicio la autoridad que hasta el momento, y en relación a la temática planteada, gozaban los historiadores de los siglos XVI al XVIII, así como el proceso de elaboración de sus relatos y las fuentes utilizadas para ello. Las implicaciones de este debate fueron múltiples, y tuvieron una repercusión duradera, especialmente la relacionada con la genealogía y la descendencia de los últimos menceyes, pues algunos investigadores como Leopoldo de la Rosa Olivera (1956 ó 1979), o Juan Álvarez Delgado (1985), continuaron dando crédito a estas construcciones literarias, mucho más el segundo que el primero. Sin embargo, lo que más interesa destacar sobre este debate son las implicaciones que tuvo con respecto de la existencia o no de los nueve menceyatos, por lo menos al tiempo de la conquista, y los datos que proporcionó para establecer, con cierta indefi nición, los probables límites territoriales de las entidades políticas conocidas como menceyatos, prestando en este caso especial atención al de Tegueste. 64 Serra Ràfols y Rosa Olivera (1944), no tardaron muchos años en realizar un estudio en el que corroboraron algunas de las conclusiones alcanzadas por Bonnet Reverón, aunque rechazando otras. Realizaron, como ya había hecho décadas antes Juan Bethencourt Alfonso, un análisis exhaustivo de la información que contenían las datas de los repartimientos efectuados en Tenerife tras la conquista, y confi rmaron que en algunas de las mismas venían incluidas las referencias toponímicas, y en algunos casos también topográfi cas, de hasta nueve demarcaciones políticas aborígenes, con lo que dieron validez a las noticias relativas a la existencia de nueve menceyatos en Tenerife al tiempo de la conquista. Por otra parte, también llegaron a la conclusión de que los historiadores del siglo XVI, como Espinosa y Abreu Galindo fundamentalmente, sólo pudieron alcanzar a conocer los nombres de cuatro de los últimos menceyes, estableciendo por tanto que los restantes nombres fueron literalmente inventados, concretamente por Viana en su poema épico-lírico La Conquista de Tenerife. Sin embargo, la cuestión de los límites fronterizos de estos menceyatos, y particularmente el de Tegueste, siempre ha presentado numerosos problemas, en especial porque ni en las fuentes etnohistóricas ni en las documentales quedó expresado con claridad este asunto. Serra Ràfols y Rosa Olivera (1944: 132-133), en el marco de su estudio sobre la existencia de los nueve menceyatos, recogieron una data concedida en Tegueste por Alonso Fernández de Lugo con alusiones al reino: «Yo don Alonso Fernández… doy a vos Marcos Guerra v[ecino] desta ysla de Tenerife en vecindad e Repartimiento veynte cafi zes de t[erreno] de sequero para pan coger en el Reyno de Tegueste los quales veinte cafi zes podreis tomar adonde a vos bien visto fuere despues que hayan tomado Gironymo Fernades y Antón Garcia, mancebo los quales mando sean para vos e para vuestros herederos e sucesores… xx agosto MDVI. Digo que se vos aumente ciento y cinquenta fanegas de sembradura sin prejuicio. El Adelantado» (ibídem, p.: 143). Con esta data, los autores demostraban la existencia del Menceyato de Tegueste. Sin embargo, aún quedaba por resolver 65 si las genealogías elaboradas por los autores del Antiguo Régimen tenían alguna validez o no, y si las afi rmaciones de Juan Bethencourt Alfonso, aunque apoyadas en datas, tenían visos de veracidad. En la década de los cincuenta, Leopoldo de la Rosa Olivera (1956), insistió en la cuestión genealógica, tratando de resolver algunas informaciones relacionadas con las datas, los menceyes y sus descendientes. Tanto para los menceyatos de Tegueste como de Tacoronte, el autor refi rió que no existían noticias de los menceyes de estos dos reinos en los documentos, pese a citarse para Tegueste a un tal don Juan de Tegueste. Anteriormente al trabajo de 1956, Rosa Olivera (1950: 125), había argumentado que Viana hacía referencia a este don Juan de Tegueste, y que el don sólo era otorgado a personajes de renombre, siendo reconocida esta dignidad a los menceyes y a sus parientes. De ello dedujo que, probablemente, era pariente del mencey de Tegueste. Sin embargo el hecho de que Viana le hubiese antepuesto el epíteto de don no implicaba que realmente hubiese sido así; como ha quedado demostrado, Viana se permitió muchas licencias. Incluso antes, en el artículo que escribiera junto a Serra Ràfols en 1944 sobre los reinos de Tenerife, se había publicado el testamento de Juan de Tegueste, redactado en 1521, y donde en ningún momento aparece el epíteto don. Posteriormente, en el trabajo de 1956, Rosa Olivera retomó el dato y contradijo a Juan de Bethencourt (sin mencionarlo), cuando éste afi rmaba que Juan de Tegueste era el propio mencey de Tegueste bautizado, refi riendo que si bien no podía ser el dicho mencey, sí pudo haber sido un pariente suyo, quizás su hijo. Lo cierto es que existen otras datas con la mención a Juan de Tegueste. Una de ellas la recoge Báez Hernández (2006: 242), donde aparece el personaje en cuestión como testigo de un repartimiento en 1497, una fecha bien temprana: «En XVI del mes de agosto de XCVII años. Este dicho día fue el señor alcalde mayor, Francisco Corbalán, por mandado del governador Alonso de Lugo, fue a dar a Francisco de doce años, hijo de Mayorga, vnas tierras que son en Tegueste, desde la montaña Rooga por los çarçalejos que están a mano isquierda del camino, todo el balle hasta los dragos que están 66 en el camino baxo, aguas bertientes, porque están en la montaña a la mano derecha hasta (blanco) de palmas cortadas, lo qual se dio en presençia de mi, Alonso de la Fuente, escribano público y son testigos: Juan de Tegueste, guanche, el çapatero, e Francisco esclavo. (al margen) Este título tiene tres rayas dadas como esas, y dize ençima dieronse a Corbalán. Parece la letra de Alonso de la Fuente». Otra referencia, aunque en este caso no alusiva a Juan de Tegueste, aparece en un protocolo notarial de Alonso Gutiérrez (Coello Gómez et al., 1980), cuya actividad se prolongó entre 1522 y 1525, y hace alusión a un tal Juan Fernández de Tegueste: «Pedro Autejo, gomero, vº., vende a Juan Fernández de Tegueste, vº., 6 fs. De tierra de sequero, en el término de Tegueste, lindantes con tierras de Juan de Almansa, con tierras de Martín de Espinal, con tierras de Hernando de Llerena, y con el barranco. El precio de la venta es de 3.000 mrs. De esta moneda, de los que se da por contento y pagado. Ts.: Silvestre Pinelo, el bachiller Núñez y Rodrigo Roldán.- Por t[estigo], Rodrigo Roldán» (Pgs. 408-409. 1043. 1523, septiembre, 7: fol. 339 v.). Pero incluso más aún, el apellido Tegueste aún se conservaba hacia 1538, pues el primer alcalde de la comarca fue un tal Diego Álvarez de Tegueste (Báez Hernández, 2006: 119), y un año después fue también alcalde de Mesta en Tenerife (ibídem, p.: 120). Juan de Tegueste fue sin duda guanche, una de las datas así lo menciona, y al parecer fue zapatero en Tegueste. Sin embargo, Juan Fernández de Tegueste y Diego Álvarez de Tegueste no parecen haber sido guanches, aunque lleven el apellido Tegueste. ¿Por qué lo llevan? El apellido Tegueste parece haberse perdido con el tiempo, y no vuelve a aparecer en ningún documento administrativo (de momento). Juan de Tegueste pudo haber sido pariente del mencey de Tegueste, pero aún habría que dilucidar qué fue del mencey de Tegueste. Esta preocupación por la crítica, la revisión y la contrastación de las fuentes continuó, hasta el punto de que Elías Serra Ràfols abordó años más tarde la publicación de las datas de repartimiento de Tenerife, mientras que Leopoldo de la Rosa Olivera continuó analizando la descendencia de algunos reyes guanches como Don 67 Diego de Adexe. Sin embargo, hacia la década de los años cuarenta otra realidad, otra mirada, se estaba gestando en la investigación sobre el mundo aborigen en Tenerife, y muy concretamente en Tegueste. Será un regreso al universo material, a la arqueología de campo. Esa realidad se llamó Luis Diego Cuscoy. ’ ’ ’ 68 69 II LUIS DIEGO CUSCOY Y LA COMARCA DE TEGUESTE. LOS INICIOS DE LA INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA EN EL BARRANCO DEL AGUA DE DIOS Con la creación de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas en la década de los años 40 del siglo XX, la disciplina arqueológica en Canarias inició una etapa de claro distanciamiento respecto a las formas anteriores de entender el pasado aborigen. A diferencia de lo analizado en capítulos precedentes, la presencia de un organismo ofi cial que monopolizara todas las labores arqueológicas en las Islas supuso una transformación paulatina no sólo en el control de la investigación, sino también en las maneras de aproximarse al registro arqueológico, en la utilización de metodologías más acordes con las peculiaridades de los restos materiales y, fundamentalmente, en el lugar que ocupó desde entonces el registro arqueológico como fundamento empírico de las distintas propuestas explicativas. Frente al énfasis otorgado por los historiadores canarios a las historias y relatos literarios durante los siglos XVIII y XIX, la segunda mitad del siglo XX marca un punto de infl exión en cuanto a la relevancia otorgada a la documentación procedente de las intervenciones arqueológicas. 70 De manera progresiva se produjo un distanciamiento de las fuentes literarias en benefi cio de una mayor atención a la información recuperada en las prospecciones y excavaciones arqueológicas, lo que llegó a suponer, en ocasiones, el cuestionamiento de los datos aportados por las historias de la conquista, al otorgarle una menor dosis de subjetividad a las interpretaciones inferidas del registro arqueológico. El investigador que mejor ejemplifi ca esta nueva forma de abordar los estudios del pasad
Click tabs to swap between content that is broken into logical sections.
Calificación | |
Título y subtítulo | Excavaciones en la memoria : estudio historiográfico del Barranco del Agua de Dios y de la Comarca de Tegueste (Tenerife) |
Autor principal | Soler Segura, Javier |
Autores secundarios | Pérez Caamaño, Francisco ; Rodríguez Rodríguez, Tomás |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Tegueste (Tenerife) |
Editorial | Ayuntamiento de Tegueste ; Gobierno de Canarias |
Fecha | 2011 |
Páginas | 270 p. |
Materias |
Historia Época prehistórica Historiografía Canarias Tegueste (Tenerife) |
Enlaces relacionados | Aula Canaria de investigación histórica: http://aulacih.blogspot.com.es/2013/04/monografias-en-pdf-sobre-arqueologia-de.html |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 5027378 Bytes |
Notas | Índice de contenidos: El discurso histórico construido sobre el "guanche" a partir de las fuentes documentales. El menceyato de Tegueste: desde el siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XX -- Luis Diego Cuscoy y la Comarca de Tegueste. Los inicos de la investiagación arqueológica en el Barranco del Agua de Dios -- La comarca de Tegueste en las últimas investigaciones arqueológicas. De la década de los ochenta a la actualidad -- Anexo I: Los materiales antropológicos procedentes del Barranco de Agua de Dios (Tegueste) depositados en el Instituto Cabrera Pinto: un recurso para la investigación y la enseñanza / Matilde Arnay de la Rosa, Ana María García Pérez, Emilio González Reimers y José Afonso Vargas -- Anexo II: La cueva sepulcral de "La Palmita" (Tejina) / Luis Diego Cuscoy -- Anexo III: Cueva del Guanche (Lagarete) / Luis Diego Cuscoy |
Texto | JAVIER SOLER SEGURA FRANCISCO PÉREZ CAAMAÑO TOMÁS RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ EXCAVACIONES EN LA MEMORIA Estudio historiográfi co del Barranco del Agua de Dios y de la Comarca de Tegueste (Tenerife) (ANEXO I) LOS MATERIALES ANTROPOLÓGICOS PROCE-DENTES DEL BARRANCO DE AGUA DE DIOS (TEGUESTE) DEPOSITADOS EN EL INSTITUTO CABRERA PINTO: UN RECURSO PARA LA INVESTIGACIÓN Y LA ENSEÑANZA Matilde Arnay de la Rosa, Ana María García Pérez, Emilio González Reimers y José Ángel Afonso Vargas AYUNTAMIENTO DE TEGUESTE FOTOGRAFÍA DE LA PORTADA Agustín Darias Alberto y Facundo Hernández Gutiérrez en el interior de la cueva de El Guanche durante su excavación. © Ayuntamiento de la Villa de Tegueste. EDITA Gobierno de Canarias Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste DISEÑO Y MAQUETACIÓN Jose M. Padrino Barrera FOTOMECÁNICA E IMPRESIÓN LITOGRAFÍA A. ROMERO, S. L. © DEL TEXTO Javier Soler Segura Francisco Pérez Caamaño Tomás Rodríguez Rodríguez © DE LAS FOTOGRAFÍAS Ayuntamiento de la Villa de Tegueste Museo Arqueológico de Tenerife (O. A. M. C.) Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz José Afonso Vargas Matilde Arnay de la Rosa Javier Soler Segura ISBN 978-84-930723-9-1 DEPÓSITO LEGAL Nº TF. 367 - 2011 Al pueblo de Tegueste, y a la memoria de Juan Daniel Darias y Luis Diego Cuscoy 5 ÍNDICE Presentación Introducción I. El discurso histórico construido sobre el guanche a partir de las fuentes documentales. El menceyato de Tegueste: desde el siglo XVI hasta la primera mitad del siglo XX 1. La primera generación del discurso histórico: Fray José de Abreu Galindo, Fray Alonso de Espinosa y Leonardo Torriani 2. La segunda generación del discurso histórico y su incidencia sobre la comarca de Tegueste. Desde Antonio de Viana Tomé hasta José de Viera y Clavijo (siglos XVII y XVIII) 3. José de Viera y Clavijo y la tercera generación de la construcción del discurso histórico 4. El siglo XIX. La transición entre una historia hecha a medida y la aparición de nuevas fuentes de información. Su incidencia en la comarca de Tegueste 5. La primera mitad del siglo XX. El inicio de la crítica al discurso histórico y el cuestionamiento del Menceyato de Tegueste II. Luis Diego Cuscoy y la Comarca de Tegueste. Los inicios de la investigación arqueológica en el Barranco del Agua de Dios 1. La labor arqueológica de Luis Diego Cuscoy 2. Los estudios arqueológicos de Luis Diego Cuscoy en la Comarca de Tegueste 2.1. El poblado del Barranco Milán (Tejina) 9 15 21 26 34 39 42 60 69 71 82 84 6 2.2. La cueva sepulcral de La Palmita (Tejina) 2.3. La excavación de la cueva sepulcral nº 4 (Tegueste) 2.4. La excavación de la necrópolis de La Enladrillada (Tegueste) 2.5. La excavación de la cueva de Los Cabezazos (Tegueste) 2.6. La excavación de la cueva sepulcral de El Guanche (Tegueste) 2.7. Últimas investigaciones en la Comarca III. La comarca de Tegueste en las últimas investigaciones arqueológicas. De la década de los ochenta a la actualidad 1. Las transformaciones de la arqueología canaria 2. Intervenciones arqueológicas en la Comarca de Tegueste 2.1. Prospecciones arqueológicas en la Comarca y el Barranco del Agua de Dios 2.1.1. Carta Arqueológica de Tenerife 2.1.2. Inventario del Patrimonio Arqueológico de las Canarias Occidentales (I.P.A.C.O.) 2.1.3. Informe Nueva carretera - Variante de Tejina - TF. 121 de La Laguna a Punta del Hidalgo. PK 7,500 al 9,000 (La Laguna,Tenerife) 2.1.4. Inventario arqueológico de la margen izquierda del Barranco del Agua de Dios 2.1.5. Diagnóstico y limpieza del Patrimonio Cultural de la Isla de Tenerife 2.2. Excavaciones arqueológicas en el Barranco del Agua de Dios 2.2.1. Excavación arqueológica de urgencia en la Cueva de Los Cabezazos 87 90 95 106 113 116 121 122 127 129 130 132 133 134 135 138 136 7 2.2.2. Excavación arqueológica de urgencia de la cueva de La Higuera Cota 2.3. Propuestas de revalorización patrimonial del Barranco del Agua de Dios 2.3.1. Proyecto Parque y reconstrucción arqueológico-medioambiental P.R.A.M.A. “Vida Guanche” del Barranco Aguas de Dios 2.3.2. Proyecto de propuesta de puesta en valor del Barranco del Agua de Dios 2.3.3. Diagnosis del patrimonio arqueológico y etnográfi co del Plan Especial del Barranco del Agua de Dios IV. Conclusiones V. Bibliografía Anexo I Los materiales antropológicos procedentes del Barranco de Agua de Dios (Tegueste) depositados en el Instituto Cabrera Pinto: un recurso para la investigación y la enseñanza. (Matilde Arnay de la Rosa, Ana María García Pérez, Emilio González Reimers y José Afonso Vargas) Anexo II La cueva sepulcral de “La Palmita” (Tejina). Luis Diego Cuscoy Anexo III Cueva del Guanche (Lagarete). Luis Diego Cuscoy Ilustraciones 141 145 146 148 150 153 157 169 203 219 229 8 9 PRESENTACIÓN 11 BARRANCO AGUA DE DIOS El patrimonio cultural prehispánico que se conserva en Canarias y los yacimientos arqueológicos que lo componen, ha sido objeto de numerosos estudios e investigaciones que nos han acercado a las formas de vida de quienes habitaron las islas, procedentes del norte de África, antes de la conquista normanda y castellana a lo largo del siglo XV. Entre los investigadores aún se debate el cuándo, el cómo y el por qué de la arribada a este archipiélago Atlántico de los diversos pueblos que conformaron unas sociedades singulares; pueblos que tuvieron en cada isla un desarrollo diferenciado en sus modos de vida y en la cultura material que crearon. Para seguir avanzado en un mejor conocimiento de la cultura aborigen canaria, nada mejor que poner a disposición de las ciudadanas y los ciudadanos publicaciones como ésta que ahora se presenta. Páginas que recogen de una manera amena y sin perder la erudición, gran parte de la historia de un enclave de singular importancia para el conocimiento del mundo guanche en la isla de Tenerife. El Barranco del Agua de Dios, ubicado en el municipio de Te-gueste, conserva toda una serie de cuevas de habitación y funera-rias de primer orden, que han sido objeto, a lo largo de muchos años, de continuadas y diversas investigaciones arqueológicas. Este libro 12 trata de ordenar y poner al día tanto esas investigaciones, como las referencias históricas que tenemos de la zona, exponiéndonos así la gran importancia que tiene para la arqueología y el estudio de los antiguos guanches lo que fue el menceyato de Tegueste. A lo largo de sus páginas, se analizan las fuentes documentales y los escritos de quienes, desde la crónicas posteriores a la conquista, pasando por Viera y Clavijo, o las más recientes estudios de Cuscoy, ya vieron en esta comarca unos asentamientos singulares de la cultura guanche. Por último, los arqueólogos Javier Soler, Francisco Pérez y Tomás Rodríguez nos adentran en las investigaciones y prospecciones arqueológicas más recientes (desde los años ochenta del pasado siglo hasta la actualidad), exponiendo también las propuestas de revalorización del Barranco del Agua de Dios con un proyecto de parque y de reconstrucción arqueológica y medioambiental que posibilite, en un futuro próximo, el que todas y todos los canarios puedan conocer de primera mano lo modos de vida y la cultura creada por nuestro antepasados aborígenes. Con esta publicación se da por cumplido uno de los primeros objetivos de este esfuerzo investigador: poner a disposición de los habitantes de Tegueste, de Tenerife y de toda Canarias una nueva referencia de nuestro pasado, para con ello seguir construyendo un futuro que ponga en valor nuestro importante patrimonio cultural. Nuestra más sincera enhorabuena a los autores y al pueblo de Tegueste por conservar con tanta sabiduría los vestigios de nuestros antepasados como pueblo. Milagros Luis Brito Consejera de Educación, Universidades, Cultura y Deportes Gobierno de Canarias 13 Más allá de los aspectos técnicos o científi cos remarcados con su declaración como Bien de Interés Cultural, el Barranco Agua de Dios tiene una importancia arqueológica, etnográfi ca, cultural y ambiental del mayor nivel y así lo entiende, afortunadamente, mucha gente. Este conjunto de cuevas naturales de habitación y de carácter funerario cuenta con numerosos yacimientos arqueológicos, conformando una de las unidades de asentamiento aborigen que mayor volumen de información ha proporcionado para la isla de Tenerife. La sociedad teguestera, conocedora de tal hecho, ha dejado constancia desde hace años de su interés por el desarrollo de un proyecto que apostara por la revalorización arqueológica y patrimonial y que otorgara a esta zona el lugar que se merece en el proceso de conformación identitaria. El Ayuntamiento de Tegueste, comprendiendo ese sentimiento, ha apostado fuertemente para hacerlo realidad, y surgió el “Proyecto de Revalorización Patrimonial del Municipio de Tegueste. Investigación Arqueológica del Barranco Agua de Dios y su Comarca” que se ha estructurado en cuatro fases muy defi nidas. Con el presente libro conocemos la primera de ellas; es la recopilación documental y material con todos los datos, catálogos e 14 inventarios existentes, lo que nos va a permitir disfrutar de un texto que aúna toda la información y ofrece una rigurosa caracterización de la historia de la investigación arqueológica del barranco. Los trabajos que desarrollan los arqueólogos Javier Soler Segura, Francisco Pérez Caamaño y Tomás Rodríguez Rodríguez, excelentes profesionales, nos van a mostrar la relevancia científi ca del Barranco Agua de Dios para aquellos estudiosos que se han interesado por el pasado aborigen de esta parte de la isla de Tenerife. Conocer nuestro pasado ha sido siempre asunto del mayor interés para la sociedad; en Tegueste es, además, una necesidad vital que forma parte de la cultura popular, consustancial con nuestra forma de ser. La 2ª fase de este proyecto se llevará a cabo próximamente y consistirá en el desarrollo de una prospección arqueológica de todo el municipio. Continuará con la futura publicación del estudio de la vida en el Tegueste de la época guanche en la que se ofrecerá una explicación histórica de Tegueste al defi nir el sistema de organización territorial que articuló la Comarca; fi nalmente, vendrá la puesta en funcionamiento del Centro de Interpretación y el uso de las rutas del barranco Agua de Dios. Este es, sin duda alguna, uno de los grandes retos que desde el Ayuntamiento, con la colaboración del Cabildo Insular y el Gobierno de Canarias, nos hemos propuesto, convencidos de que el conocimiento de nuestras raíces más lejanas nos va a enriquecer y llenar de satisfacción. Gracias a todos los que han contribuido para que esta publicación vea la luz y espero el apoyo de cuantos amamos Tegueste y su comarca para que pronto podamos visitar el Centro de Interpretación y pasear por los senderos que en otro tiempo recorrieran nuestros antepasados guanches. José Manuel Molina Hernández, Alcalde de la Villa de Tegueste 10 15 INTRODUCCIÓN Esta monografía ofrece una primera aproximación al importante papel que la Comarca de Tegueste, y más concretamente el Barranco del Agua de Dios, ha tenido en la historia de la investigación arqueológica de Tenerife. Tanto por el número de excavaciones, prospecciones y memorias técnicas realizados en la zona, como por la relevancia de los investigadores que la han estudiado, la Comarca de Tegueste, que incluye los núcleos de Tegueste, Tejina, Bajamar, La Punta y Valle de Guerra, ha aglutinado un porcentaje muy alto de actuaciones arqueológicas y ha aportado valiosas evidencias sobre el pasado aborigen. Desde las recreaciones históricas de los eruditos de los siglos XVII y XVIII hasta los recientes Inventarios patrimoniales emprendidos por el Cabildo de Tenerife, pasando por las excavaciones de Luis Diego Cuscoy a principios de la década de 1940 y las que realizó el Museo Arqueológico de Tenerife a fi nales del siglo XX, el denominado menceyato de Tegueste se ha convertido en uno de los enclaves de la Isla que más interés ha despertado entre los investigadores y estudiosos del periodo aborigen. En ese sentido, este libro pretende dejar constancia escrita de la importante contribución de tantos investigadores, técnicos, académicos, eruditos y afi cionados han realizado, en muchos casos de forma anónima y desinteresada, a la arqueología y al estudio del pasado aborigen de la Comarca de Tegueste. Sin embargo, la gran atención investigadora no se ha plasmado en un incremento del conocimiento histórico de la zona por quienes actualmente habitan la Comarca. Pese al importante volumen de 16 trabajos e investigaciones realizadas, muchas de ellas aún inéditas, no existe una relación clara entre la información arqueológica manejada por los investigadores y los referentes científi cos que del municipio manejan actualmente sus habitantes. Esta monografía busca facilitar esas vías de comunicación entre la ciudadanía y el rico patrimonio arqueológico que atesora este municipio. La génesis de este estudio se vincula directamente con la primera fase del Proyecto de Revalorización Patrimonial del Barranco del Agua de Dios y su Comarca, que fi nancia, desde 2010, el Ilustrísimo Ayuntamiento de la Villa de Tegueste. Dicho proyecto, estructurado a partir de cuatro fases con temporalidad anual, tiene como objetivo a medio plazo la creación de un espacio expositivo que aglutine, con la calidad y contenido científi co que se merece, todas las actividades socioculturales relacionadas con el pasado aborigen de la Comarca y el municipio de Tegueste. A través de este Centro de Interpretación, los visitantes tendrán un acceso adecuado y riguroso al conocimiento de quienes ocuparon antiguamente esta zona. En este sentido, y como paso previo a la futura monografía arqueológica que dote de contenido científi co a dicho centro expositivo, y en la que se expliquen las pautas de distribución y de comportamiento territorial de la sociedad aborigen, Excavaciones en la Memoria. Estudio historiográfi co del Barranco del Agua de Dios y de la Comarca de Tegueste (Tenerife), centra su atención en quién, cuándo y cómo ha estudiado a los primeros habitantes de esta parte de la Isla. Esta obra pretende, en la medida de lo posible, rastrear toda la información arqueológica generada a lo largo de los últimos siglos, con el fi n de reunir, ordenar y sistematizar la documentación necesaria para posteriores fases del trabajo. Busca, en esencia y a través de un texto con alto contenido divulgativo, reducir la distancia que existe actualmente entre el conocimiento científi co gestado por los diversos arqueólogos y la imagen, en ocasiones desvirtuada, que manejan los no especialistas sobre los estudios del periodo aborigen en la Comarca de Tegueste. En las líneas que siguen se plantea, en primer lugar, una síntesis historiográfi ca de aquellos historiadores que ofrecieron explicaciones 17 sobre el periodo aborigen de la Comarca, analizando su calidad como fuentes documentales útiles para el conocimiento del pasado, y contextualizando la fundamentación empírica de sus afi rmaciones. Aborda, además, la importante contribución de quien fuera el Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas y primer director del Museo Arqueológico de Tenerife, Luis Diego Cuscoy, ya que con él se inician los estudios arqueológicos en la Comarca de Tegueste. A través de sus múltiples prospecciones y excavaciones es posible aproximarse al desarrollo teórico y metodológico que experimentó la arqueología canaria en su conformación como disciplina científi ca. Presenta, también, el estudio de los restos bioantropológicos procedentes del Barranco del Agua de Dios depositados en el Instituto Canarias Cabrera Pinto de La Laguna, elaborado por Matilde Arnay de la Rosa, Ana María García Pérez, Emilio González Reimers y José Afonso Vargas. En él se ofrece una aproximación general a los diversos trabajos analíticos que sobre dieta y paleonutrición se han realizado en dicha colección a lo largo de los años. Finalmente, se publican, transcritos, dos manuscritos inéditos de Luis Diego Cuscoy localizados en el Fondo Documental Luis Diego Cuscoy del Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz. En dichos documentos se exponen los resultados de dos excavaciones arqueológicas, desarrolladas en distintos puntos de la Comarca, que nunca llegaron a ser publicados por su autor, y en los que ofrece nuevos datos empíricos sobre la ocupación aborigen del Barranco del Agua de Dios. ’ ’ ’ Este libro ha sido escrito con el apoyo de muchas personas e instituciones que creen en la necesidad de proteger y divulgar el rico patrimonio de la Comarca de Tegueste. En primer lugar, no habría sido posible sin la fi nanciación de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas, y de la Consejería de Educación, Universidades, Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, así 18 como del apoyo constante del Ilustre Ayuntamiento de la Villa de Tegueste, especialmente de su Alcalde, José Manuel Molina Hernández, la Concejala de Bienestar Social, Mª de los Remedios de León Santana, la archivera municipal Mª Jesús Luis Yanes y el técnico del Ayuntamiento, Juan Elesmí de León Santana. Igualmente otras instituciones han colaborado activa y desinteresadamente en este proyecto. Tanto el Museo Arqueológico de Tenerife, a través de sus técnicos Mª Candelaria Rosario Adrián, Mercedes Martín Oval y Mercedes del Arco Aguilar, como el Museo Arqueológico del Puerto de la Cruz, con su directora Juana Hernández Suárez a la cabeza, han prestado sus instalaciones y cedidos sus fondos con gran predisposición. Además, otros organismos e instituciones como la Unidad de Patrimonio Histórico del Cabildo de Tenerife, el Departamento de Prehistoria, Antropología e Historia Antigua de la Universidad de La Laguna y la Asociación de Empresarios de la Villa de Tegueste (ASEVITE) han colaborado en diversas etapas de la investigación. Igualmente debemos agradecer la información que nos han brindado todos las personas del pueblo de Tegueste que hemos podido entrevistar, y cuya aportación ha resultado imprescindible para la elaboración de este trabajo. Es necesario mencionar a Juan Carlos Batista, Sotero Díaz del Castillo, Gelasio Fernández del Castillo, Remigio González López, Miguel López, Eugenio López Santos, Francisco Melián Cedrés, Jacinto Molina Gómez, Antonio Perera de Vera, Gilberto Ramallo Reyes, Fernando Reyes, Vicente Rodríguez González, Juana Rojas, Vidal Suárez Rodríguez. Mención especial merecen Agustín Darias Alberto y Facundo Hernández Gutiérrez, parte importante de la labor analizada en este libro, que rememoraron, muchas veces in situ, las tardes de excavación que pasaron ayudando a Luis Diego Cuscoy. Es importante reconocer, asimismo, la predisposición de muchas otras personas que, por unas u otras razones, no pudieron ser entrevistadas a tiempo para esta fase del Proyecto. Es el caso, por ejemplo, de José Batista, Generoso González López, Eladio Rodríguez Afonso, Juan Suárez o Erasmo Suárez Rodríguez. 19 Por último, queremos agradecer a José Afonso Vargas, a Josué Ramos Martín y, especialmente, a Blanca Divassón Mendívil, por sus valiosas sugerencias y comentarios realizados al borrador fi nal de este libro. A todos ellos, nuestro más sincero agradecimiento. ’ ’ ’ 20 21 I EL DISCURSO HISTÓRICO CONSTRUIDO SOBRE EL GUANCHE A PARTIR DE LAS FUENTES DOCUMENTALES. EL MENCEYATO DE TEGUESTE: DESDE EL SIGLO XVI HASTA LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX Podría afi rmarse que el año 1497 supuso un punto de infl exión en el decurso histórico de la isla de Tenerife, debido a que esta fecha señala el fi nal de la forma de vida aborigen y el comienzo de un nuevo modelo de sociedad, en el que convivirán, no siempre en armonía, los primeros pobladores y los conquistadores castellanos. La conquista y colonización del Archipiélago dio lugar a procesos históricos diversos, de aculturación o exterminio de lo aborigen, que, sin duda, condicionaron, cuando no determinaron, tanto la confi guración de la nueva realidad isleña como la imagen y la comprensión que, en adelante, se tendrá de los antiguos habitantes de Canarias. En este sentido, al fenecimiento del mundo anterior a la conquista sucedió un proceso complejo de reconstrucción, y recreación, de la sociedad que los castellanos acababan de conquistar. Todo lo anterior fue, a partir de entonces, objeto de construcción histórica, con una dinámica y una evolución propias, sujeto a 22 interpretaciones, modifi caciones y reinterpretaciones a lo largo del tiempo. En 1497, con la fundación de la ciudad de San Cristóbal de La Laguna, concluyó para la Isla un proceso histórico cuyos inicios se remontaban a principios del siglo XV, y que tuvo su punto álgido en el último cuarto de la centuria, momento en que se confi guró defi nitivamente el Estado moderno, con la unifi cación de Aragón y Castilla, bajo el reinado de los Reyes Católicos. La determinación de la Corona por concluir la conquista de las Islas Canarias, le llevó a intervenir directamente sobre aquellas islas aún no sometidas, mandando expediciones a La Palma, Gran Canaria y Tenerife, con el objetivo de someter a aquellos aborígenes indómitos. A diferencia, por tanto, de las islas de señorío, que habían sido sometidas mediante políticas de pacto, las islas de realengo, como se denominaron a estas últimas, fueron anexionadas mediante el uso de la fuerza. Para 1497 el problema de las Islas había quedado zanjado, en el sentido de que, a partir de ese momento, los supervivientes al proceso de conquista fueron sometidos por los castellanos a un nuevo orden sociopolítico, económico e ideológico que no tendría vuelta atrás. Este proceso de sustitución de un universo social, el aborigen, con su lógica particular de funcionamiento, por otro universo radicalmente distinto, el europeo, focalizado desde la perspectiva castellana, condujo a la progresiva desnaturalización y degradación de lo aborigen, hasta que quedó fragmentado en diversos contextos (sociales, económicos, políticos, ideológicos, culturales), incorporados de forma precaria a un nuevo ordenamiento de la sociedad isleña. Lo que aquí interesa analizar no son los hechos históricos correspondientes al período de conquista y colonización de Canarias a la Corona española, sino el inicio, desarrollo y transformación de las explicaciones, interpretaciones y recreaciones sobre el mundo aborigen que se acababa de perder, y sobre el proceso de ocupación de Canarias que elaboraron historiadores y literatos a lo largo de los siglos siguientes a la Conquista. Ambos fenómenos quedaron recogidos y documentados en los sucesivos 23 discursos narrativos producidos desde esta nueva perspectiva europea, constituyendo un campo de estudio con entidad propia dentro de la historiografía colonial, y marcando, en la actualidad, un itinerario de investigación dentro de la disciplina de la Historia. Es cierto, en parte, que las historias y relatos que abordaron la forma de vida de los aborígenes tuvieron un fi n propagandístico, de ensalzamiento de una monarquía que ya había visto disputado su poder por parte de los señores feudales. Las historias sirvieron de instrumento para la institucionalización y fortalecimiento del nuevo Estado, personifi cado por el matrimonio de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón (Baucells Mesa, 2004: 60). Sin embargo, no se puede reducir este género historiográfi co a una mera expresión de la ideología dominante. Como fuente histórica contiene el valor documental de ser, igualmente, parte integrante de los debates y refl exiones fi losófi cas que en torno al género humano estaban teniendo lugar en toda Europa, debido al impacto que había causado dentro de la comunidad cristiana el descubrimiento de los nuevos mundos, tanto el canario como el americano. El viejo mundo se veía obligado a encajar dentro de su orden general a estos nuevos seres de los que se desconocía si eran o no criaturas humanas, dotadas de alma y por ello, de entendimiento sufi ciente para recibir la fe católica. En este sentido, la presencia europea en las nuevas tierras no fue meramente una empresa imperial. No se trataba sólo de establecerse allí y prolongar hasta esos límites geográfi cos la cotidianidad política, económica y social hispana. Durante el proceso de conquista y colonización de las Islas Canarias los propios castellanos comenzaron a interrogarse acerca de la manera de abordar al aborigen y de integrarlo en sus formas de vida. Esta necesidad de estudiar al guanche, que envolvía el hecho de su sometimiento, obliga al investigador a ir más allá de la particularidad de los intereses creados y a ahondar en las raíces mismas de la conciencia cristiana europea. Esta experiencia analítica, que se debate entre la prehistoria, la historia, la sociología y la antropología, tuvo igualmente como escenario la propia Comarca de Tegueste, en el noreste de la Isla, a 24 pocos kilómetros de distancia de la ciudad matriz de San Cristóbal de La Laguna. Durante un periodo que abarca desde la fi nalización de la conquista castellana de la Isla (1496-1497), hasta fi nales del siglo XVIII, tuvo lugar la producción de escritos de diversa naturaleza (historias narrativas y literarias, descripciones, relatos, etc.), en los cuales quedó, en cierto modo, confi gurada la población aborigen de la zona, dejando también justifi cados los motivos de su conquista y evangelización. Sus aproximaciones dejaron testimonio de aquellos episodios y aspectos de la sociedad aborigen con los que mejor se identifi caban los castellanos, o que menos difi cultades tenían para su comprensión, permitiendo establecer asociaciones entre ambos modos de vida, pero siempre desde las estructuras de pensamiento europeas y bajo un barniz cristiano más o menos intenso. En este sentido, los textos informaron sobre las gestas llevadas a cabo por los grandes hombres de la sociedad guanche, recibiendo el mismo tratamiento que el dado a las historias épicas y las grandes hazañas de los reyes cristianos en otras partes del mundo. Por ello, las diferentes historias trataron de recoger aspectos relacionados con la bravura, el honor y el valor de los guerreros; con las traiciones y las relaciones palaciegas establecidas dentro de la comunidad aborigen y castellana; o con los amoríos entre personajes de ambas facciones. Este ejercicio de comprensión de lo aborigen implicaba extrapolar mecánicamente al mundo aborigen las formas de vida y de pensamiento de los europeos. Pero no había en ello, o no solamente y no en todos los casos, una historia inventada dirigida a complacer a los vencedores o a justifi car su dominación. Cronistas, historiadores y literatos estaban realmente interesados en conocer a su enemigo, y tratar de comprender quiénes eran los que poblaban las islas en el momento de su desembarco, desde una dimensión estrictamente intelectual del conocimiento del no-cristiano, aunque en ocasiones fuese de manera marginal. La creación del discurso histórico tuvo sus fases, pero podría afi rmarse que hasta fi nales del siglo XVIII se asistió a dos generaciones distintas de interpretaciones y reinterpretaciones sobre la naturaleza de la cultura guanche en Tenerife, que culminaron en la obra del 25 historiador José de Viera y Clavijo, titulada Noticias para la historia de Canarias. Antes que él diferentes historiadores y literatos (José de Abreu Galindo, Alonso de Espinosa, Leonardo Torriani, Antonio de Viana, Juan Núñez de la Peña, Tomás Marín de Cubas, etc.), dejaron por escrito informaciones referentes al mundo aborigen que han sido intensamente investigadas por la historiografía reciente, pues, junto con la arqueología, se han convertido en una fuente de información fundamental para el conocimiento sobre este tema. Este capítulo se centrará específi camente en las informaciones referentes a la Comarca de Tegueste, ya sean de carácter espacial, temporal, o relacionadas con personajes vinculados de alguna manera con la zona. La obra de Viera y Clavijo fue referente para cualquier investigador posterior que trató de acercarse a la historia de Canarias tras su muerte, especialmente si el objeto del conocimiento eran los guanches: su cultura, su etnografía y su traumático fi nal tras la conquista castellana formalizada a partir de 1497. Ahora bien, los autores posteriores a Viera y Clavijo que investigaron el mundo aborigen, si bien partieron del conocimiento ofrecido por Viera y Clavijo, lo adaptaron a nuevas corrientes de pensamiento histórico que predominaban en el continente europeo, contribuyendo a formalizar un discurso narrativo, en algunos aspectos, distinto al existente hasta el momento, al tiempo que se dio inicio a un nuevo proceder en la búsqueda de información, más allá de la que estrictamente habían proporcionado las fuentes documentales existentes hasta entonces. En este sentido, el siglo XIX deparará en Canarias la aparición de una serie de reinterpretaciones históricas sobre el pasado aborigen, acorde con las corrientes de pensamiento histórico que se van instalando en las Islas, como el romanticismo y posteriormente el positivismo. Si bien es cierto que la estructura del discurso histórico elaborado desde Espinosa, Abreu Galindo y Torriani hasta Viera y Clavijo no sufrió modifi caciones sustanciales, sí es cierto que se iniciaron las primeras críticas a estos autores, fundamentalmente centradas en pequeñas contradicciones. De forma paralela se comienza a abordar el análisis del pasado aborigen bajo la perspectiva 26 de un distanciamiento progresivo de la información proporcionada por las fuentes documentales, desviándose la atención en consolidar y/o reforzar el discurso existente no sólo a partir de ellas sino de otras fuentes, como los restos materiales, que comienzan a concebirse como restos arqueológicos. Además de esta mirada hacia lo material, se inicia el interés por otros contenidos presentes en las fuentes documentales que hasta el momento, o habían pasado desapercibidos, o habían sido tratados de forma muy superfi cial, como por ejemplo los restos dispersos del lenguaje de los aborígenes, y en especial el ámbito de la toponimia conservada, que comienza a ser un referente de análisis para comprender la ocupación y explotación del territorio por parte de los aborígenes. Y para ello no sólo se van a consultar las fuentes tradicionales, construidas en forma de historias, sino que se ampliará la mirada hacia otros documentos hasta el momento prácticamente invisibles: los de origen administrativo, donde destacó la consulta de las datas de repartimiento tras la conquista. Pero no son sólo estas las novedades que van a comenzar a introducirse en los estudios sobre los aborígenes canarios, sino que la historia hecha a medida comenzará a sufrir reinterpretaciones y recreaciones, en algunos casos bucólicas, llegando al extremo de verdaderas actualizaciones presentistas de la historia de los guanches. Esta deriva confl uirá, ya en la primera mitad del siglo XX, en un cuestionamiento de las fuentes documentales cuando las contradicciones sean cada vez más evidentes y la información se diversifi que, llegándose en algunos casos a negar la validez de las propias fuentes documentales, y a proponerse la elaboración de un nuevo discurso histórico. 1. LA PRIMERA GENERACIÓN DEL DISCURSO HISTÓRICO: FRAY JOSÉ DE ABREU GALINDO, FRAY ALONSO DE ESPINOSA Y LEONARDO TORRIANI Los primeros escritos generados a partir de la dominación castellana de la isla de Tenerife están relacionados con documentos 27 administrativos. Este tipo de documentación posee un alto valor histórico y lingüístico, pues supone un destacado testimonio de los esfuerzos organizativos que llevaron a cabo los hombres y mujeres de fi nales del siglo XV y comienzos del XVI que llegaron a la Isla para poner en funcionamiento una nueva sociedad. Se trata de documentación relacionada, por ejemplo, con asientos de datas, en los que se reparten propiedades bajo la modalidad de repartimientos por repoblación, muy característicos en la baja Andalucía a lo largo de los siglos XIV y XV durante el período de reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes. Esta variada documentación recoge también protocolos notariales, relacionados con la adquisición y traspaso de propiedades, así como testamentos de transmisión de heredades, aunque muchas de ellas no infl uyeron de manera determinante en la confi guración del discurso histórico elaborado en este periodo, por cuanto no se consideraron útiles para la investigación hasta principios del siglo XX. Las obras de Fray José Abreu Galindo, Fray Alonso de Espinosa y Leonardo Torriani, publicadas en torno a 1602 el primero, 1594 el segundo y 1592 el último, poseen un enorme valor historiográfi co, pues son las únicas existentes, de primera generación, que relatan el proceso de conquista de la Isla, además de ofrecer información sobre la cultura, la política, la sociedad y la ideología guanche. Sin embargo, si bien esto es así, resulta necesario tener en cuenta que ninguno de estos autores fue un cronista, es decir, ninguno relató hechos que hubiese vivido en primera persona, sino que los hechos que narraron fueron historias elaboradas un siglo después de que ocurrieran los acontecimientos relatados y, por tanto, la mediación del tiempo obliga a tratar sus contenidos no desde la perspectiva de la veracidad, sino desde la perspectiva de un discurso histórico determinado. Historia de la Conquista de las Siete Islas de Canaria, Historia de Nuestra Señora de Candelaria y Descripción de las Islas Canarias son las tres composiciones históricas más aproximadas en el tiempo a lo que pudo haber sucedido antes, durante y después del proceso de conquista de Tenerife. Sin embargo, deben tenerse en cuenta 28 diversas consideraciones. En primer lugar, los datos y hechos presentados por estos historiadores, más allá del discurso histórico en sí, estuvieron mediatizados por casi un siglo de distancia, lo cual imprime, si no una visión distorsionada, sí una versión cuestionable en relación a su veracidad sobre lo relatado. No es posible, por tanto, plantear una lectura literal de estos textos sin tener en cuenta el tamiz ideológico, inevitable por otra parte. En segundo lugar, y como afi rma Cioranescu en el prólogo a la edición de la historia de Abreu Galindo (1977: XIV-xv), éste último tomó, para la construcción de su relato, diversas fuentes, siendo una de ellas, quizás la más importante, la propia historia de Alonso de Espinosa. Las historias coloniales que circulaban sobre Canarias se retroalimentaban unas a otras, construyendo un discurso complejo fundamentado no sólo, o no tanto, en testimonios orales y fuentes históricas de la época de la conquista como en las especulaciones, afi rmaciones y recreaciones de otros autores coetáneos al historiador. En tercer lugar, y como vuelve a exponer el prologuista en la obra de Torriani (Cioranescu, 1978: XXXII-XXXIII), los tres historiadores debieron de haber consultado, entre todas las fuentes, una común, especialmente para el caso de Tenerife. Lamentablemente esta fuente habría desaparecido. Su localización parece un asunto complejo, y como dato más aproximado, su origen debió ser posterior a 1553 (probablemente no más allá de 1560). Asimismo su autoría tampoco parece poder confi rmase con total seguridad, atribuyéndosela al doctor Antonio Troya (Cioranescu, 1978: xxxv)1. A todos estos reparos debemos añadir, siguiendo la afi rmación de Sergio Baucells Mesa (2004: 234-235), que la identidad de Abreu Galindo aún resulta una incógnita y que se desconocen algunas de las fuentes que consultó, siendo, además, él la única fuente para algunos hechos anteriores a la conquista. Como resultado de lo anterior tenemos que estas composiciones históricas de primera generación, elaboradas bastante tiempo después de la conquista 1. Baucells Mesa (2004: 425), sostiene otra posibilidad al respecto que será eva-luada más adelante. 29 de Tenerife, presentan numerosos problemas de veracidad; ello no implica que, por una parte, diversos datos hayan sido, o puedan serlo en el futuro, contrastados y verifi cados; y por otra, que estas historias no sean válidas para abordar los propios temas que tratan, siempre y cuando se entiendan como interpretaciones determinadas y no como hechos constatados. Más allá de estas apreciaciones, ampliamente aceptadas dentro de la historiografía canaria, la cuestión central que aquí se quiere exponer son los datos e informaciones referentes a la Comarca de Tegueste en estas historias de fi nales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII, teniendo siempre en cuenta el contexto histórico y narrativo de su aparición. Los datos no son muy abundantes, pero sí son sufi cientes como para generar un discurso histórico que, con posterioridad, fue alimentado con nueva información, escasamente documentada, y, en muchos casos incluso tergiversada. En líneas generales, los tres historiadores coincidieron am-pliamente en la información que proporcionaban sobre los antiguos pobladores de Tenerife, salvando algunos detalles. Los tres hablaban de una Isla dividida en nueve reinos al tiempo de la conquista. Sin embargo, existen algunas imprecisiones en sus datos que llaman la atención. Torriani citaba nueve reinos, pero sólo ofrecía el nombre de los reinos de Taoro, Güímar, Abona y Adexe, de los cuales también aportaba los nombres de sus menceyes, además de mencionar el reino de Naga (Anaga), cuyo mencey no se indica. El resto lo desconocía. Abreu Galindo también contaba nueve reinos; de cuatro expuso los nombres de sus menceyes: Taoro, Aguimar, Abona y Adeje, mientras que del resto (Tegueste, Centejo, Icoden, Daute y Naga), sólo daba sus denominaciones. Alonso de Espinosa también refería nueve reinos. Como los otros dos narradores, mencionaba los nombres de Adeje, Abona, Taoro y Güímar, por una parte y con sus cuatro regentes, y Anaga, Tacoronte, Daute, Icod y Tegueste, sin dignatarios. La historiografía del siglo XX ha confi rmado de forma clara, para el momento epigonal del periodo aborigen, la existencia de estas nueve demarcaciones territoriales, y que comúnmente se ha aceptado 30 en denominar menceyatos. Una de estas demarcaciones fue Tegueste, siendo Leonardo Torriani el único que no la cita. Lo cierto es que da la sensación que, ya desde la fuente común de los tres escritores, permanecía un halo diluido en el recuerdo y la memoria sobre el mundo aborigen, especialmente sobre su organización territorial y política, aunque no así sobre aspectos relacionados con sus costumbres, ritos, tradiciones, etc. Parece claro que el valle de Tegueste componía una de estas demarcaciones, pero pocas son las referencias acerca del territorio que la conformaron, y desde luego que el nombre de su último mencey ya no era recordado ni había sido perpetuado en la tradición popular y escrita de fi nales del siglo XVI. En cuanto al territorio que comprendió el Menceyato de Tegueste, parece evidente que su núcleo central debió ser el actual valle homónimo. En la actualidad, la bibliografía especializada reclama un territorio político más amplio, que comprendería no sólo este valle, sino también el espacio que ocupan los actuales núcleos de Tejina, Bajamar, Punta del Hidalgo, Valle de Guerra y, quizás, La Laguna. La cuestión, en este caso, radica en tratar de demostrar, a partir de las fuentes documentales existentes, si esto fue así o no. En relación a las historias de Torriani, Abreu Galindo y Espinosa, los tres exponen la llegada de Alonso Fernández de Lugo a la Isla y la reunión que estableció con los menceyes sureños (de Adeje, Abona, Güímar y Anaga, según Abreu Galindo; de Abona, Anaga y Adeje según Torriani; de Güímar y otros, según Alonso de Espinosa), formalizando las paces que hacia 1464 habían contraído los menceyes con Diego García de Herrera, Señor de las Islas Canarias y Conde de la Gomera, en el Acta del Bufadero certifi cada por Fernando de Párrega. En estas paces habían participado los nueve menceyatos, pero ya hacia 1470 (Tejera Gaspar y Aznar Vallejo, 1991: 33; Chávez Álvarez et al., 2007: 286), había dejado de tener vigencia, y sólo los menceyatos del sur prosiguieron sus relaciones con los castellanos debido, sin duda, a una mayor frecuencia de entradas de éstos últimos por aquella parte de la Isla. La reunión se formalizó en el lugar que hoy día se conoce como Gracia, cerca de La Laguna, sobre una explanada en la margen derecha del Barranco de Santos, y al 31 fi nal del trayecto natural que siguieron los invasores desde Santa Cruz en dirección a Aguere. Sólo Alonso de Espinosa realizó una precisión sobre este lugar, en el cual los castellanos levantaron una ermita, y era que la zona pertenecía al Menceyato de Tegueste: «De allí subió, marchando con su campo en ordenanza, hacia la Laguna, y lo asentó en un campo, donde después fundaron una ermita que llaman Gracia, que es del reino de Tegueste» (Espinosa, 1980 [1690/1594]: 95). Sobre Tegueste pocas referencias más hay, y las que se pro-porcionan proceden de la historia de Alonso de Espinosa, a la que historiadores posteriores consideran, en relación al criterio de veracidad, el más cercano al mismo (por ejemplo Chil y Naranjo, 1876-80-91; Bonnet Reverón, 1938). En una de las ocasiones, el autor afi rmaba que tras el encuentro sin solución que tuvieron Alonso Fernández de Lugo y el mencey de Taoro, ambos se prepararon para enfrentarse (ibídem, p.: 97). El historiador relató que Lugo despreciaba el poder de los guanches, y que, en su estrategia de conquista, consideró que derrotando a Bencomo, el mencey de Taoro, la invasión de la Isla sería una empresa sencilla. Partió así el conquistador con sus tropas hacia el reino de Taoro, y en el trayecto cruzó por los territorios de otros menceyatos, entre ellos el de Tegueste. En general, parece que no hubo demasiados problemas al internarse en la Isla, pues exceptuando algunos asomos y arremeti-das, los castellanos apenas hallaron resistencia a su incursión. No fue igual en el viaje de vuelta, pues un grupo numeroso de aborí-genes liderados por Bencomo les tenían preparada una emboscada en Acentejo, en la que los guanches hicieron una carnicería con las tropas españolas. En un episodio posterior, en el que Espinosa relataba la batalla de La Laguna (producida tras la victoria de los guanches en la Matanza de Acentejo), el autor exponía que, nuevamente, los aborígenes de los menceyatos de Tegueste, Taoro y Tacoronte se confederaron para hacer frente a los castellanos (ibídem, p.: 109), mientras los de Güímar esperaban a ver cómo discurrirían los acontecimientos para apoyar a unos o a otros, según quién tomase ventaja en la batalla. Es 32 esta ocasión los guanches salieron muy mal parados, muriendo en la batalla el propio mencey de Taoro, si bien también recoge Espinosa una versión distinta, según la cual sobrevivió: «… y le tornaron cristiano, y así murió. Los del reino de Güímar […] viendo que los de Tegueste, Tacoronte y Taoro habían llevado lo peor e iban de huida, se juntaron con los españoles, sirviéndoles con lo que en la tierra había, con mucha voluntad y fi delidad» (ibídem). Hacia diciembre de 1495, los castellanos iniciaron un recorrido similar al realizado en 1494: Santa Cruz – Gracia – La Laguna – Tegueste – Tacoronte – Acentejo y Taoro (Fig. nº 1). Viendo «la poca resistencia que los guanches hacían y que lo más de Tegueste y Tacoronte estaba ya corrido y asolado» (ibídem, p.: 112), iniciaron de nuevo la incursión hacia el Reino de Taoro. Durante el trayecto los conquistadores apenas encontraron resistencia, pues había una epidemia que estaba acabando con un gran número de guanches de los menceyatos de Tegueste, Tacoronte y Taoro, y que, en general, se había ido extendiendo al resto de la Isla. En este sentido, algunas investigaciones recientes (Rodríguez Martín y Hernández González, 2005), han llegado a la conclusión de que la pestilencia de la que habló Espinosa se trató de gripe, que afectó de forma masiva a los guanches y no tanto a los conquistadores, más inmunizados contra este virus. A partir de este momento, los castellanos ralentizaron el proceso de conquista y ocupación de la Isla, y después de un periodo de descanso, avituallamiento y dudas sobre la continuación de la guerra, los conquistadores volvieron a enfrentarse a los guanches en Acentejo, obteniendo en este caso la última victoria. Desde aquí hasta la consecución fi nal de la paz, probablemente a través de un Acta de Rendición de los menceyes (quizás producida en Taoro, renombrado como Los Realejos por los castellanos), se terminó de incorporar ofi cialmente la Isla a la Corona de Castila, convirtiéndose Alonso Fernández de Lugo en el primer gobernador, con el título de Adelantado de Castilla. De esta forma Tejina y los dos Teguestes, nuevo y viejo, quedaron anexionados a la Corona, y fueron repoblados por colonos que se dedicaron a cultivar viñas, de las que, 33 comentaba Espinosa, extraían vinos «suaves», «buenos y muchos» (ibídem, p.: 124). Estas tres historias, en especial la de Alonso de Espinosa, son las fuentes, de primera generación, existentes y disponibles para conocer los sucesos y hechos acaecidos en la Conquista de Tenerife. Pero también nos permiten acercarnos a diversas cuestiones relacionadas con las tradiciones, costumbres, cultura y creencias de los aborígenes. El estudio realizado recientemente por Baucells Mesa (2004), establece con claridad la genealogía de la producción de información relacionada con estos hechos. En el siguiente apartado se aborda a los autores que tomaron como fuentes principales para la elaboración de sus historias, a lo largo del siglo XVII y XVIII, las historias elaboradas por estos tres autores, entre fi nales del siglo XVI y comienzos del XVII. Ahora sólo realizaremos un breve comentario a partir de las conclusiones alcanzadas en el estudio de Baucells Mesa (ibídem, pp.: 415-429). El análisis que realiza este autor establece, como una de las principales conclusiones en relación a la elaboración de las tres historias anteriormente expuestas, que el texto de Alonso de Espinosa mantiene una prioridad con respecto a las otras dos; esto es, que gran parte de la información que ofrecen Abreu Galindo y Torriani para la conquista de Tenerife y la etnografía guanche, procede de la historia de Alonso de Espinosa. Aunque es cierto que tanto Abreu Galindo como Leonardo Torriani realizaron algunas aportaciones personales y consultaron otras fuentes, así como la tradición oral, resulta interesante este hecho, no sólo porque a lo largo de los siglos XVII y XVIII otros historiadores tomarán principalmente la información producida por Espinosa para la composición de sus obras, sino porque Alonso de Espinosa se convirtió en una fuente clave para determinar, a partir de este momento, qué informaciones estaban fundamentadas, por lo menos desde el punto de vista histórico e historiográfi co, y cuáles poseían una naturaleza incierta, cuando no eran puras invenciones o recreaciones de los autores posteriores. A todo esto cabe añadir otra perspectiva que aporta Baucells Mesa (ibídem, p.: 425), cuando apunta que quizás Alonso de Espinosa, 34 Abreu Galindo y Torriani no bebieron de una fuente común como afi rma Cioranescu (1978: xxxv), sino que, al ser contemporáneos y conocerse con seguridad, pudieron intercambiarse borradores de sus manuscritos, de forma que sus textos defi nitivos tuvieron vinculaciones entre sí, constituyendo sus diferencias el resultado de sus aportaciones personales y la consulta de otras fuentes, como las orales. 2. LA SEGUNDA GENERACIÓN DEL DISCURSO HISTÓRICO Y SU INCIDENCIA SOBRE LA COMARCA DE TEGUESTE. DESDE ANTONIO DE VIANA TOMÉ HASTA JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO (SIGLOS XVII Y XVIII) La publicación de la historia de Abreu Galindo, probablemente en 1602, supone el fi nal de un periodo en la construcción del discurso histórico relacionado con la conquista de Tenerife y la etnografía guanche. Como expone Baucells Mesa (2004: 415-429), la Historia de Nuestra Señora de Candelaria, elaborada por el dominico fray Alonso de Espinosa entre 1590 y 1594, fue la fuente principal a partir de la cual se construyó un discurso histórico que permitiría a la sociedad estamental canaria, y particularmente tinerfeña, reconocerse en el proceso de conquista de la Isla e identifi carse con sus causas y sus consecuencias históricas, formando parte ineludible dentro de las mismas. Casi de inmediato aparecieron los primeros textos que pueden relacionarse con el surgimiento del discurso histórico de la segunda generación, pues en 1604 se publicó Antigüedades de las Islas Afortunadas de la Gran Canaria. Conquista de Tenerife y aparescimiento de la ymagen de Candelaria. En verso suelto y octava rima. Por el Bachiller Antonio de Viana, natural de la isla de Tenerife. Este extenso título hace referencia al tradicionalmente conocido como Poema de Viana, aunque también es citado como Conquista de Tenerife. En él, Antonio de Viana Tomé construye un relato épico sobre los hechos de la conquista de la Isla y sobre las condiciones particulares de aparición de la Virgen de Candelaria, en el cual, el argumento central gira en torno al ensalzamiento histórico y familiar de la familia Guerra, representada 35 en la fi gura del detentador del mayorazgo de Valle de Guerra, Juan Guerra de Ayala. El contexto histórico particular en el que este autor escribe su poema hay que valorarlo a partir de las afi rmaciones que Alonso de Espinosa hiciera en su texto sobre la fi gura del fundador del mayorazgo: Lope Fernández, conquistador de la Isla y uno de los compañeros más íntimos de Alonso Fernández de Lugo. Estas afi rmaciones fundaban una perspectiva negativa de la familia de Lope Fernández, por cuanto Espinosa ponía en duda que el proceso de transmisión del mayorazgo se hubiese producido tal y como en aquel momento se entendía (1604), es decir, de Lope Fernández a su sobrino Fernando Esteban Guerra. Alejandro Cioranescu realizó un estudio pormenorizado (1970), en el que trató de contextualizar esta historia particular de la familia Guerra. En él expuso que Alonso de Espinosa había confundido a Fernando Esteban Guerra con su otro tío, llamado exactamente igual que él, quién se había hecho cargo del sobrino tras la muerte de Lope Fernández. Esta confusión le llevó a realizar una errónea afi rmación sobre la titularidad del mayorazgo de Valle de Guerra, ya que su legítimo sucesor, Juan Guerra de Ayala, nieto real de Fernando Esteban Guerra sobrino, no era nieto de éste, sino de otro personaje que había sido hijo legítimo de la segunda mujer de Lope Fernández. Más allá de esta consideración concreta, la relevancia del estudio de Cioranescu radica en su enfoque, pues su intención fue demostrar, como efectivamente hizo, que el poema épico que escribió Viana fue un encargo personal que le hiciera Juan Guerra de Ayala (cuestión que ya se conocía por otra parte), para que escribiese una historia de la conquista de Tenerife que ensalzase su historia familiar, limpiase el error de Espinosa y le catapultase a un futuro más prometedor basado en su pureza de sangre nobiliaria; el objetivo era que la Corte le concediese el cargo de Capitán General de Honduras, en América. Con este propósito realizó Viana su Conquista de Tenerife. Otra cuestión bien distinta fue cómo lo hizo, con qué fuentes y recursos. Y por muy paradójico que resulte, la principal fuente de recopilación de datos por parte del médico lagunero, como bien advierten 36 Cioranescu (1970: 86), o Baucells Mesa (2004: 415-429), fue la obra del propio Alonso de Espinosa. Efectivamente, Viana construyó su poema utilizando los datos históricos que contiene el texto que escribió Alonso de Espinosa, aunque en diversas fases del poema (Cantos), corrige y somete a dura crítica el error del autor para con su mentor Juan Guerra de Ayala. Pero la cuestión más destacada de todo esto es que si bien Viana sigue, o toma datos, de Espinosa en otras ocasiones alcanza el éxtasis literario y épico (artístico sin duda), rellenando los vacíos que la propia naturaleza de la historia de Espinosa, había dejado sin cubrir por la imposibilidad de documentarse sobre los mismos. Estos vacíos, completados a puro antojo y libre criterio de Viana, se refi eren a algunos espacios de la trama histórica de la propia conquista, a algunos protagonistas castellanos de la misma (alterando la trascendencia de su participación), pero especialmente a los protagonistas guanches que tuvieron un papel destacado en casi todas las fases que duró su enfrentamiento contra los conquistadores. Por una parte, resulta necesario advertir que Viana respeta el hilo conductor de la trama expuesta por Espinosa, así como los protagonistas castellanos (salvo algunas excepciones). Sin embargo, por otra, recrea poéticamente, e inventa desde un punto de vista histórico, toda una serie de personajes guanches, a los que hace intervenir en espacios y paisajes reales generando hechos nunca contrastados por Espinosa, y cuya naturaleza pueda estar relacionada con la mezcla de información oral recopilada por el autor y datos proporcionados por la propia familia Guerra (Baucells Mesa, 2004: 418). Así, por ejemplo, y en relación estricta con Tegueste y el territorio que le sirvió para confi gurar su menceyato, Viana recrea, por necesidades de la trama histórica que debe hilvanar en su poema, el nombre de su mencey, al que denomina Tegueste, dándole el mismo nombre del menceyato (Viana, 1968 [1604]: 242). Debe recordarse que ni Espinosa, Abreu o Torriani mencionaron jamás el nombre del mencey de Tegueste, afi rmando en sus crónicas que el tiempo lo había borrado de la memoria, junto a los nombres de otros cuatro menceyes más. Además, resulta curiosa la afi rmación 37 del poeta, cuando expone: «y por dote le dió el hermoso valle / que oy llaman de Tegueste a causa suya / y aunque algunos afi rman, que era reyno, / se engañan, y es herror, que solamente / fué señorío, y nunca jamás tuvo / ceptro de huesso antiguo, ni Tagoro, / ni fué por Rey con calavera electo» (ibídem, p.: 242). Es decir, niega el hecho de que Tegueste se hubiese confi gurado como menceyato. A partir de aquí Viana elabora una trama poética e histórica donde el mencey Tegueste se convierte en uno de los personajes protagonistas de la lucha contra el invasor castellano. El autor lo convierte en hermano de Bencomo, mencey de Taoro, y de Zebenzui, el hidalgo pobre que le tocara en suerte el territorio de La Punta y Bajamar. No vamos a exponerse aquí ni los amoríos, ni los diferentes sucesos, ni la noble e idílica visión de los naturales que Viana narra en su poema, pues están ya analizados por diferentes autores (Alonso Rodríguez, 1952; Cioranescu, 1970). El enfoque que se pretende resaltar es, por una parte, el contexto histórico en el cual apareció el Poema de Viana, como resultado de un encargo particular y de unos intereses personales muy concretos, y por otra, que el propio Viana se convirtió en transmisor del contenido de la obra de Espinosa, al mismo tiempo que se erigía como uno de sus mayores críticos (Baucells Mesa, 2004: 417-418). De este modo, la versión que Antonio de Viana publicó en 1604 sobre la conquista de Tenerife, aunque lejos de pretender convertirse en la versión defi nitiva de esta historia, sí logró, por una parte, encumbrar la nobleza de sangre de la familia Guerra y, por otro, transmitir la obra de Espinosa aderezada con tramas, personajes y sucesos de difícil comprobación empírica, pero con una potente capacidad de penetración, tanto en la confi guración de lo que a partir de ahora se constituirá como la tradición popular, como de la historiografía que vendría a continuación. Como bien afi rma Baucells Mesa (ibídem, p.: 418), el poema literario que elaboró Antonio de Viana terminó por convertirse en una fuente historiográfi ca, siendo frecuentemente utilizada por importantes historiadores tinerfeños del siglo XVII, como: Juan Núñez de la Peña, que en 1676 publicó su obra Conquista y antigüedades de 38 la isla de la Gran Canaria y su descripción, con muchas advertencias de sus privilegios, conquistadores, pobladores y otras particularidades en la muy poderosa isla de Tenerife, dirigido a la milagrosa imagen de Nuestra Señora de Candelaria; Pedro Agustín del Castillo Ruiz Vergara, que escribió su obra entre 1688 y 1697, intitulada Descripción histórica y geográfi ca de las Islas Canarias, aunque no fue publicada hasta 1737; o Tomás Marín de Cubas entre 1687 y 1694, con su obra Historia de las siete islas de Canaria. Estos historiadores del siglo XVII también conocieron la obra de Espinosa, a la cual citaron, pero en muchos casos mediatizada por la obra de Viana. En el caso particular de Núñez de la Peña, Espinosa y Viana fueron las fuentes esenciales sobre las que se documentó para la reconstrucción histórica de la Conquista. Centrando su historia especialmente en los sucesos de Gran Canaria y Tenerife, aunque en algunas fases de su narración trató de alejarse del halo literario e imaginario de Viana (Baucells Mesa, 2004: 422), su poema representó para el historiador lagunero una fuente historiográfi ca más, y por tanto, refl ectante de hechos históricos verídicos. En el caso de Marín de Cubas sucedió algo similar. Sus pretensión fueron la de hacer una historia con vocación regional, y para Tenerife consultó sin duda a Espinosa y Viana, pero también a Abreu Galindo. En líneas generales, no existen precisiones que puedan ser señaladas sobre personajes y tramas históricas interrelacionados con el paisaje y el territorio teguestero, pues estos historiadores se limitaron a tomar y exponer datos ya presentados por Espinosa, Abreu Galindo o Viana. Solo cabe destacar que tales datos se fueron desvirtuando progresivamente, y algunos topónimos y antropónimos fueron transformándose con el tiempo y el manejo constante, cuando no se modifi caron sustancialmente. Así, por ejemplo, en el caso de la historia de Marín de Cubas (1986 [1694]: 278), el autor muestra cierta ambigüedad al hacer referencia al mencey de Tegueste, pues no se sabe con claridad si dice que gobierna otro Rumen, como en Tacoronte, o simplemente otro mencey, sin referir el nombre. Sea como fuere, lo cierto es que tanto Marín de Cubas como los otros historiadores mencionados, no aportaron fuentes documentales 39 novedosas para elaborar sus historias, limitándose a reproducir, con mayor o menor fortuna, lo aportado desde el siglo XVI. 3. JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO Y LA TERCERA GENERACIÓN DE LA CONSTRUCCIÓN DEL DISCURSO HISTÓRICO. LA INFLUENCIA DEL DISCURSO ILUSTRADO José de Viera y Clavijo fue el primer historiador de referencia de Canarias. Todo el discurso histórico que la sociedad estamental castellana instalada en la Isla, desde 1497, trató de elaborar por escrito, en unas pocas obras, confl uyó en la obra histórica de Viera y Clavijo. No van a exponerse aquí las múltiples ramifi caciones culturales que tiene su origen o su continuidad en la fi gura de Viera y Clavijo, ni tampoco es éste el momento ni el lugar para exponer su interesante biografía, aunque sí cabe mencionar algunas cuestiones. Nació en El Realejo Alto en 1731, fue sacerdote, además de uno de los ilustrados más destacados de la España del siglo XVIII. Viajó por la Islas, la Península, Francia e Italia, leyó a diversos ilustrados franceses y conoció a varios de ellos, como d’Alembert. Escribió obras de biología, poesía, historia y narrativa, y editó, junto a los componentes de la tertulia ilustrada de Nava (Tomás de Nava y Grimón o Cristóbal del Hoyo Solórzano), el que puede considerarse el primer periódico de Canarias: Papeles Hebdomadarios. En relación a la historia, Viera y Clavijo inició a partir de 1763 la redacción de la que puede considerarse como su obra magna: Noticias para la Historia General de las Islas de Canaria, contenida en cuatro tomos y publicada entre 1772 y 1783. En ella el autor participaba de una historiografía de corte regional que recorría los ambientes más ilustrados y cultos del país, constituyéndose en un modelo de referencia nacional e internacional, además de una de las primeras, si no la primera, historia regional de España. Si bien Viera y Clavijo fue sacerdote, su obra histórica sobre las Islas trató de separar los acontecimientos religiosos de las causas del decurso histórico, al mismo tiempo que ensalzó los valores de 40 la tierra y la población canaria. Pero lo que interesa destacar aquí son los errores cometidos por Viera en relación al uso que dio a las fuentes documentales, a pesar de haber realizado un estudio pormenorizado de la información disponible; un trabajo, en cierta forma, con un contenido crítico desconocido hasta el momento, y que contribuyó a renovar la manera de concebir el relato histórico, rozando, precozmente, el positivismo. En el presente, el análisis de la historia de Canarias tiene un antes y un después de Viera y Clavijo, y si se atiende al análisis historiográfi co, su obra supone un punto de partida. Si bien el proceder historiográfi co de Viera y Clavijo resulta completamente nuevo en Canarias, una cuestión que el autor apenas modifi có fue el decurso histórico de los hechos, básicamente porque éstos casi no fueron cuestionados y, especialmente, no lo fueron las fuentes documentales de las que se nutrió Viera para realizar su obra. En este sentido, el realejero ilustrado continuó transmitiendo de manera natural los acontecimientos, personajes y espacios (en este caso concreto de la conquista de Tenerife y el mundo aborigen), que, ya desde los primeros historiadores (Espinosa, Abreu Galindo, Torriani), pasando por los literatos épicos (Viana), y los primeros historiadores locales, e incluso regionales (Núñez de la Peña, Agustín del Castillo o Marín de Cubas), se habían venido construyendo, repitiendo y/o desvirtuando. Viera y Clavijo cuestionó a Viana y a Núñez de la Peña, en el sentido de que denunció algunos aspectos que consideraba licencias gratuitas de los autores, y en especial sus opiniones sobre los personajes que fueron los protagonistas de las historias que se relataban. Así, Viera se convirtió en un erudito más interesado en la veracidad de los hechos que narraba que en construir un discurso de justifi caciones, especialmente de los hechos protagonizados por los conquistadores. Sin embargo, cuando sí se posicionó, lo hizo aplicando la lógica natural de su tiempo, centrada en una visión cristiana del pasado de la que no pudo sustraerse. Pero a Viera le faltó cuestionar que las fuentes documentales no eran límpidas y grávidas, sino que habían sufrido procesos 41 de construcción, transformación y degradación. En ello, y para nuestro caso de estudio, radica la perpetuación a través de Viera de los acontecimientos, personajes y tramas históricas ofrecidas por Viana, interpolados con la etnografía guanche de Espinosa (al que también criticó), o Abreu Galindo. Viera renovó y actualizó las proposiciones explicativas de los historiadores pasados, profundizó en ellas y construyó causalidades más elaboradas, pero no cuestionó su historicidad. Así, por ejemplo, cuando se refi ere a la pestilencia que afectó a los aborígenes tras la batalla de La Laguna y que ya expusiese Espinosa, dirá: «No hay duda que esta plaga epidemica que se experimentó à fi nes de 1494 y que hizo sus mayores estragos en los Reynos de Tegueste, Tacoronte y Taóro, pudo haver sido efecto de la corrupción de los cadaveres de los muertos en la batalla de La Laguna, que alterando el ayre le cargaron de miasmas venenosas. Porque como los Guanches no enterraban los difuntos, sino que los secaban al calor del Sol, despues de haverles extrahido las entrañas, era natural que todos estos hálitos introducidos en los vivientes por medio de la respiración, causasen una enfermedad pestilente. Añadiase a esto el exceso de frio y humedad, que reynó en todo aquel Invierno, puesto que en Enero de 1495 no huvo dia en que no lloviese. Asi, es de presumir que la referida epidemia, de que murieron tantos Guanches, consistia en fi ebres malignas, ó agudas pleuresias (achaque á que el Clima es propenso), las que terminaban en una lethargia mortal, ó sueño veternoso, que llamamos Modorra» (Viera y Clavijo, 1772-1783: 232-233). Viera y Clavijo tuvo la virtud de otorgar al discurso histórico una linealidad cronológica, una trama coherente, una historicidad a los acontecimientos y personajes donde las acciones humanas generaban unas consecuencias, y éstas, a su vez, se convertían en nuevas causas, con una veracidad de difícil refutación. Por estos motivos ha sido tan complejo rebatir y deconstruir la historia elaborada por José de Viera y Clavijo; por esos motivos penetró de forma tan profunda en la conciencia popular canaria, y aún hoy resulta complejo discriminarlo del conocimiento heredado. Sin embargo, la aportación principal de Viera y Clavijo en relación al estudio y análisis de los aborígenes, fue la visión del buen salvaje, o como el mismo Viera diría: el buen guanche. 42 En todo el discurso historicista confi gurado a partir de las fuentes consultadas, Viera refl ejó una idea de los aborígenes focalizada en la nobleza y en una serie de valores morales y éticos compartidos por muchos de sus contemporáneos. Esta idea caló hondamente tanto entre los historiadores que le sucedieron como en el conocimiento popular sobre los guanches. Y entre otras razones, porque la idea que trasmitió Viera y Clavijo de los aborígenes fue la de un salvaje con valores morales y patrios, noble por naturaleza, y corrompido por la ambición de los conquistadores. El aborigen representaba el negativo de la sociedad de la que Viera fue contemporáneo… la inocencia perdida (Estévez González, 1987: 17-18 y 71-79). 4. EL SIGLO XIX. LA TRANSICIÓN ENTRE UNA HISTORIA HECHA A MEDIDA Y LA APARICIÓN DE NUEVAS FUENTES DE INFORMACIÓN. SU INCIDENCIA EN LA COMARCA DE TEGUESTE En 1820, siete años después de la muerte de Viera y Clavijo en Las Palmas, llegaba a Santa Cruz de Tenerife el francés Sabino Berthelot. Junto al naturalista inglés Webb recorrerá, durante diez años, Tenerife y otras islas recopilando información relacionada, fundamentalmente, con el ámbito natural, geográfi co y vegetal de la Islas, lo que le llevará a publicar, entre 1835 y 1850, su enciclopédica obra Historia Natural de las Islas Canarias. Sin embargo, a parte de esta obra de carácter científi co-botánico, su estancia en Tenerife le llevó a publicar en 1839, en Francia, Miscellanées Canariennes, cuya traducción al castellano no se produciría hasta 1980, y titulada Primera estancia en Tenerife (1820- 1830) (Farrujia de la Rosa, 2004: 220). Aquí, ya Berthelot planteaba el uso que había hecho de historiadores como Espinosa, Viana, Núñez de la Peña o Viera y Clavijo. Y fue también donde Berthelot expuso lo que serían sus futuros trabajos de investigación en Tenerife, pues además de la consulta de fuentes documentales, el autor francés ampliaría la atención hacia el estudio del registro material aborigen, especialmente en lo referente a su universo funerario. Así, en esta 43 obra relató su preocupación por la destrucción y desaparición de restos de la cultura material guanche: «Por desgracia los canarios no siempre han mostrado tanto respeto por los pobres guanches, que han sido cruelmente maltratados por los antepasados de los canarios actuales. Poco antes de mi llegada a las islas una nueva necrópolis acababa de ser descubierta: la brutalidad de unos pastores lo había arrasado todo: las momias fueron lanzadas al fondo del barranco de Tacoronte y no se conservaron más que las pieles de las mortajas, de las que se sacaron correas y zurrones. Un afi cionado a las antigüedades se trasladó al lugar para rebuscar entre los restos esparcidos por el fondo del barranco: regresó a Santa Cruz con una cabeza y otras piezas anatómicas, que trató de recomponer a su manera. Viajeros que han visitado el gabinete del Mayor Megliorini no dudan que el guanche que allí se exhibe está compuesto de distintas piezas, y es posible que bajo la misma envoltura se hayan reunido cuatro o cinco generaciones» (Berthelot, 1980 [1839]: 76). Pero sería apenas tres años después cuando publicó L’Ethnographie et les Annales de la Conquête, cuya traducción al castellano (Etnografía y Anales de la Conquista de las Islas Canarias), se produjo relativamente pronto, en 1849. En ella, se centró en el estudio de los usos y las costumbres guanches en tiempos de la conquista, siguiendo a autores como Espinosa, Núñez de la Peña o Viera y Clavijo, expuso cuestiones referentes a la religión, el lenguaje, los caracteres físicos y la procedencia de los primeros pobladores, explicando con especial atención la similitud que existía entre los dialectos aborígenes y la lengua bereber. En líneas generales, y de forma explícita, Berthelot estaba describiendo una etnografía guanche, pero haciéndolo de manera distinta a lo que se había hecho hasta la fecha: reinterpretando las fuentes y el discurso histórico. Esta reinterpretación la hizo a través de la introducción de la raciología y de la aplicación del pensamiento romántico (Estévez González, 1987: 19 y 89; mediante el desarrollo de un análisis mucho más sistemático que el realizado por Viera y Clavijo en el siglo anterior. A Berthelot le interesaba la vida cotidiana de los aborígenes, mientras que los historiadores del Antiguo Régimen se centraron 44 en los grandes hombres guanches. Por ejemplo, Torriani admitía que el tema de los usos y costumbres no le interesaba, y que lo dejaba para otros historiadores. Abreu Galindo, por su parte, se dedicó a idealizar la sociedad aborigen a partir de parámetros europeos, atendiendo a sus linajes, su religión y su castidad (o pudor). Derivado de este desinterés por la cotidianidad aborigen podía comprenderse el vandalismo protagonizado por los canarios coetáneos a Berthelot, al despreciar aquellos restos. Por otro lado, paradójicamente, la nueva historia que planteó Berthelot, aunque desembocó en una tendencia conservadurista de lo guanche, a la larga producirá una ola de destrucción de yacimientos llevadas a cabo por algunos sectores de la población canaria, pero esta vez en un intento por salvaguardar la identidad canaria: expoliarán las cuevas como muestra de respeto a su ascendencia guanche, y no para saquear su contenido y tirar lo innecesario, como denunciaba el propio Berthelot. Asumió también que la raciología debía ser el hilo conductor para comprender el mundo aborigen y su desarrollo. Frente a la creencia de los ilustrados en la uniformidad de la naturaleza humana, en el siglo XIX se tendió a considerar que las formaciones sociales diferían como consecuencia de la actuación de leyes biológicas. Así, Berthelot no dudó en insistir en la idea de la pervivencia racial aborigen, ya que la raciología defendía que los caracteres raciales esenciales se mantenían sin alteraciones a pesar de la mezcla entre distintas poblaciones. Así, el investigador francés pudo afi rmar la continuidad biológica del indígena en las poblaciones canarias después de la conquista; esto le dio pie a recrear un retrato psicológico, fi losófi co y moral de los aborígenes: «La fi sonomía de los guanches se revela en los canarios de nuestra época. La valerosa nación que sucumbió en la lucha empeñada con los invasores, no pereció toda como lo han dicho muchos cronistas, y la historia viene a destruir un error acreditado por los que aceptan los hechos sin previo examen [...] los conquistadores fueron en muy escaso número para poder reemplazar de repente a la antigua población. En la época de la conquista, la fuerza de las circunstancias motivó la sumisión de las 45 tribus insulares, pero la ley del vencedor no fue inhumana. […] En Candelaria, en Fasnia, en las otras partes de la banda meridional de Tenerife, remontando desde Güimar hasta Chasna, se encuentran aún en la actualidad entre los aldeanos, la mayor parte de los usos descritos por Fr. Alonso [Espinosa]. Algunas expresiones del antiguo lenguaje, que han quedado y que se emplean generalmente en todas las islas, los nombres guanches con que ciertas familias se envanecen, los bailes populares, los gritos de alegría, el modo de procurarse fuego, de ordeñar las cabras, de preparar la manteca y el queso, de moler el grano, todo esto subsiste siempre, al cabo de trescientos cincuenta años de una dominación extranjera» (Berthelot, 1978 [1842]: 176-178). Esta idea de partida le dio pie a criticar con frecuencia el contenido de las fuentes documentales disponibles, y que habían sido utilizadas tradicionalmente para la elaboración de la historia de Canarias. Sin embargo, y aunque lo hizo en especial con Viera y Clavijo y menos con Espinosa y Viana, fue del propio Viera de quien el autor tomó la mayor parte de los datos históricos que utilizó, contribuyendo con ello a mantener, de alguna forma, el discurso histórico existente hasta ese momento. Berthelot realizó una defensa a ultranza del guanche, de su cultura y de su heroísmo frente a la invasión castellana, sobrevalorando sus actitudes y comportamientos y criticando de manera voraz el proceder de los conquistadores. La aplicación de la idea romántica se dejó traslucir en la extensión de la idea del buen salvaje, un guanche noble por naturaleza, que defi ende sus costumbres, su patria y su libertad frente al dominio castellano, y al mismo tiempo como lo habían hecho siempre los bereberes norteafricanos contra cartagineses, romanos, bárbaros, islámicos, etc. Fue el primero en resaltar el origen norteafricano de los aborígenes canarios, cuestión que ya había apuntado siglos atrás Espinosa pero que había sido silenciada por los autores posteriores, pues tomar en consideración este dato y profundizar en él hubiera trastocado demasiado la historia elaborada por Viana, Núñez de la Peña o Viera y Clavijo, en el sentido de que la procedencia norteafricana contravenía el origen pagano de los guanches y los 46 convertía, de alguna manera, en originarios de un territorio que, por naturaleza, se consideraba musulmán. Sabino Berthelot trató de superar esta visión realizando analogías camparadas entre vocablos, etnónimos y topónimos guanches con otros de tribus bereberes norteafricanas descritas por historiadores griegos (Ptolomeo), o árabes (Edrisi). Si a esto se le añade que el investigador galo inició la comparativa entre los caracteres raciológicos, obtenidos tanto de la observación de los rasgos físicos que él consideraba que eran los aborígenes y que aún pervivían en la población canaria del momento, y en menor medida de momias y otros restos humanos guanches (especialmente cráneos obtenidos de las cuevas sepulcrales), con lo publicado hasta el momento de los norteafricanos, llegó a conclusiones sobre la existencia de una raza predominante entre los aborígenes: rubios de tez blanca y ojos azules procedentes del ámbito bereber y no árabe, y que en Canarias habrían derivado a pelirrojos. La orientación de la metodología de investigación de Berthelot tomará un cierto cambio de rumbo a partir de un nuevo regreso a Tenerife en la década de 1860. De hecho, fue a partir de esta fecha cuando llevó a cabo su investigación más trascedente en relación a los aborígenes canarios. Su obra más importante sobre el mundo aborigen canario, con destacadas referencias al mundo guanche de Tenerife, fue la de Antigüedades Canarias. Anotaciones sobre el origen de los pueblos que ocuparon las Islas Afortunadas desde los primeros tiempos hasta la época de su conquista, publicada en 1879 en francés, y traducida al castellano en 1980. En ella, como afi rma Farrujia de la Rosa (2004: 251-253), el investigador francés incrementará su interés por el ámbito arqueológico y raciológico imitando las investigaciones que se estaban produciendo en el campo científi co europeo, y especialmente por los franceses en el norte de África. Si bien anteriormente consideraba que el poblamiento aborigen canario estaba muy relacionado con los bereberes norteafricanos, a partir de este momento tomó en consideración un posible poblamiento europeo, celta concretamente, y donde la raza pre-aria de rubios, piel blanca y ojos azules habría llegado de alguna forma a Canarias, 47 aunque por vía norteafricana. También tomó en consideración que los grabados rupestres identifi cados en la Cueva de Belmaco de La Palma por Domingo Vandewalle, en 1752, y rechazados en primer término por el propio Berthelot en 1842, serían fi nalmente obra de los aborígenes, pues se estaban dando más casos en la Isla de El Hierro, como en El Julan, La Caleta o La Cueva de los Letreros, relacionándose directamente con los grabados líbicos norteafricanos. Además, algunas construcciones que estaban apareciendo en El Hierro, la muralla de Zonzamas en Lanzarote u otras edifi caciones en Fuerteventura, fueron califi cadas como dolménicas y megalíticas, y por tanto relacionadas con el mundo tribal celta europeo. Junto a estas consideraciones, Berthelot incrementó la búsqueda de restos antropológicos de guanches, en especial de cráneos, pues algunos antropólogos franceses, como Quatrefagues, estaban analizando en Francia la relación entre la expansión por el norte de África del Hombre de Cro Magnon en su versión rubia y de piel blanca y las poblaciones celtas cromañoides francesas. Siguiendo esta línea de investigación, Berthelot planteó la posibilidad de ampliar esta relación raza-cultura a Canarias (Berthelot, 1980 [1879]: 129-130), al mismo tiempo que hizo cumplir la solicitud que el antropólogo francés Quatrefagues le hizo llegar mediante carta para que le enviase cráneos de diferentes sepulcros canarios (El Hierro, Gran Canaria y Tenerife), para contrastar tales hipótesis. Berthelot envió una caja con material antropológico y material al Departamento de Antropología del Museo de Historia Natural de París, y en ella iban restos óseos localizados en el Barranco del Agua de Dios en Tegueste. En una nota a pie de página, Berthelot relataba el material enviado procedente de este lugar: «La caja enviada contenía: (nº 1). Un cráneo parecido a los que se encuentran comúnmente en las antiguas cuevas sepulcrales. (nº 2). Otro con una gran herida cicatrizada. (nº 3). Otro momifi cado en parte, con las mandíbulas y las vértebras del cuello. (nº 4). Dos piernas (de mujer quizás), momifi cadas. Estas cuatro piezas procedían de una cueva explorada hace unos veinte años, que todavía está llena de osamentas, está situada en el barranco del agua de Dios, cerca de Tegueste, en Tenerife» (ibídem: 129). 48 Pero para el antropólogo Quatrefragues esta aportación de Berthelot no sería sufi ciente, necesitaba más información y, sobre todo, más material antropológico. Por ello, como afi rma Farrujia de la Rosa (2004: 252), envió a Canarias a otro investigador, René Verneau, quien durante cinco años investigó y recopiló información, que publicará en la obra Cinco años de estancia en las Islas Canarias (aparecida en francés en 1891, la primera edición en castellano es de 1981). Llegó a Canarias en 1876, concretamente a Las Palmas, y estuvo allí hasta 1878. Posteriormente regresó a Francia para volver a Las Palmas hacia 1884, donde visitó las siete islas hasta 1889, publicando sus investigaciones y su diario en 1891. Desde el punto de vista del marco general, las aportaciones de Verneau fueron continuación de las de Berthelot, aunque incidió de forma más determinante en el trabajo de campo. Defendió la existencia de dos razas distintas en Canarias con diferencias antropométricas y culturales. Por una parte estaría la raza guanche (Tenerife y La Gomera), cromañoide (no rubia), y culturalmente atrasada, que practicaba la momifi cación, y por otra parte estaría la semita, similar a la árabe, más adelantada culturalmente y predominante en Gran Canaria. Su paso por Tegueste no dejó referencias de actividades arqueológicas, aunque habría que decir mejor actividades expoliadoras, porque Verneau entraba en las cuevas y extraía los cráneos y los restos óseos a conveniencia, mientras que el resto de las evidencias materiales se limitaba a describirlas y clasifi carlas tipológica y culturalmente (Verneau, 2003 [1891]: 235-236). Con toda probabilidad realizó estas actividades en Tegueste, pero no dejó constancia de ellas. Lo cierto es que tanto Berthelot como Verneau no modifi caron excesivamente el discurso narrativo elaborado por los historiadores canarios anteriores, sólo centraron su atención en el origen del poblamiento aborigen y en las diferencias raciológicas que observaban, a las cuales atribuían una importante causalidad para comprender las diferencias culturales entre los aborígenes canarios. Sobrestimaron las actitudes y aptitudes de los guanches y 49 criticaron sobremanera las de los invasores castellanos; reprocharon duramente aquellas opiniones e ideas que los historiadores canarios del Antiguo Régimen vertieron sobre la barbarie de los aborígenes y las excesivas alabanzas a los conquistadores, en especial el hecho de haber traído la luz del evangelio. Además, defendieron fi rmemente la continuidad de la raza guanche en las Islas a raíz de la conquista, exponiendo su pervivencia entre las poblaciones contemporáneas locales, tanto desde el punto de vista de sus rasgos físicos como culturales. Así, Berthelot, antes de fallecer publicó algunos artículos en la Revista de Canarias ahondando en estas cuestiones. El primero se tituló Estudios fi siológicos é históricos sobre la raza güanche y sobre la persistencia de los caracteres que la distinguen aún entre las actuales poblaciones de las islas del archipiélago canario, en 1879. El segundo, publicado en 1880 y titulado Antonio de Viana. Poeta-Historiador, defendía la validez de la obra de este autor canario del siglo XVII y se extrañaba del desconocimiento que se tenía del mismo. Berthelot ensalzó la obra de Viana, pues contenía un trasfondo heroico y romántico que el francés compartía absolutamente. Paralelamente al desarrollo de los primeros trabajos etnográfi cos de Berthelot (década de 1840), en el ámbito estrictamente tinerfeño, aunque muy relacionado con la orientación que el autor estaba imprimiendo a la reinterpretación del discurso contenido en la historia de Canarias, surgieron diversos autores que se interesaron también por esta temática, como el historiador, lingüista y literato José Agustín Álvarez Rixo, o Antonio Pereira Pacheco, medio prebendado de la Catedral de La Laguna y sacerdote en Tegueste. En cuanto al primero, y a pesar de que su obra fue poco conocida hasta mediados del siglo XX, Álvarez Rixo representó, en el ámbito historiográfi co, un paso intermedio entre la obra ilustrada de Viera y Clavijo, del que recibió un fuerte infl ujo, y los autores canarios romántico-positivistas más conocidos de fi nales del siglo XIX y comienzos del XX (Chil y Naranjo, Bethencourt Alfonso, o el propio Berthelot) (García de Ara, 2007: 29 y 33). En el ámbito histórico, este historiador dedicó tiempo y trabajo a la historia local y regional, escribiendo textos no sólo de Tenerife, sino 50 de otras islas, como Lanzarote. Lo que más interesa aquí es que dedicó algún esfuerzo a obras de carácter antropológico y etnohistórico que no llegaron a publicarse, y que han sido conocidas con posterioridad como Apuntes sobre restos de los Guanches encontrados en el siglo actual, y Lenguaje de los antiguos isleños. Como afi rma García de Ara (ibídem, pp.: 33-34), Álvarez Rixo fue un autodidacta de la historia, pues no siguió una escuela y una metodología concretas, más allá de procurar el rigor documental y la veracidad histórica. Sin embargo, se distanció al construir una historia regional global, y por tanto de Viera y Clavijo, y no mostró excesivo interés por las ideas románticas que comenzaban a instalarse en Tenerife de la mano de Sabino Berthelot (al que probablemente sólo conoció de forma tangencial). Pero sí que se interesó por defender la identidad canaria, aunque con la intención de legar al futuro todas las fuentes disponibles y exponer su reinterpretación de la historia de Canarias fragmentada en pasajes concretos de carácter local, concibiendo a sus paisanos canarios como resultado de su propia historia, y no de la forma en que los retrataron Berthelot y posteriormente Verneau: como ignorantes y rústicos. Y todo ello sin perder de vista la objetividad y la imparcialidad, heredadas de la Ilustración y de Viera. Así, Álvarez Rixo se preocupó por las raíces históricas de Tenerife, y por tanto consultó las fuentes clásicas en las que había información, desde Espinosa y Abreu Galindo, pasando por Viana y Viera y Clavijo, hasta el propio Berthelot, contemporáneo. Pero este interés no sólo radicó en la consulta de las fuentes, sino que, del mismo modo que estaba haciendo Berthelot, e hicieron posteriormente otros autores, Álvarez Rixo se preocupó por el estado de los restos materiales de los guanches, esencialmente sus sepulcros y restos humanos. En este sentido, publicará una carta de su amigo Antonio Pereira Pacheco en su obra Apuntes sobre restos de los Guanches encontrados en el siglo actual (Tejera Gaspar, 1990), afi rmando, en relación a restos de guanches en Tegueste que: «el año 1845 me escribió el Sr. Prebendado D. Antonio Pereyra Pacheco venerable cura del lugar de Tegueste, lamentando la rusticidad destinada de nuestra gente con respecto a los restos de las momias y utensilios de los antiguos 51 Guanches que por casualidad de vez en cuando suelen encontrarse, y dice así la carta. “Nadie me daba razón ni sabía hubiese una cueva donde habitase el Rey de Tegueste: oía por casualidad nombrar un sitio llamado Tagoror, lo encamino y veo hay en él una cueva baja y otra alta, sin duda sus viviendas de verano e invierno: pregunto a algunos viejos si han encontrado en ellas fragmentos de Guanches, y con indiferencia contestan que hasta ahora pocos años, una de ellas estaba cerrada su entrada con una laja y dentro había grandes huesos sobre poyos, calaveras, molinos y cuentas de barro, cuyas cosas los pastores al encerrar ganado en ellas, lo botaban y hacían pedazos. Y aún más: en una cueva eminente en el risco llamado la Atalaya, en la que solamente colgados con sogas pueden entrar, una mujer de Tejina (casada hoy con D. Felipe Carvallo), tuvo la osadía de penetrarla para sacar el polvo que ellos llaman ‘carambola’ con el que abonan las tierras algunos en Tejina, encontróse un cuerpo entero y bien conservado de una guancha, y su ilustración le sugirió la idea de arrojarla desde la entrada hasta verla caer abajo en polvo» (Tejera Gaspar, 1990: 122). Además, para una época posterior también publica «en este año 1876, se ha encontrado otra cueva sepulcral en Tegueste con algunas momias guanchinescas; díjose que 9 a 12 y parece que ha visto corrido parejas con las anteriores en la destrucción; pues hemos visto y examinado un pie y algún otro fragmento que por vía de regalo hicieron a un amigo nuestro en La Laguna procedente de dichas momias de Tegueste» (ibídem, p.: 125-126). Puede precisarse la localización de estos restos. Por una parte se relatan restos localizados en cuevas de los riscos de la Atalaya de Tejina, y por otra, aunque se refi eren en general a Tegueste, podría deducirse su ubicación en el Barranco del Agua de Dios según la misma información tomada directamente de la historia del prebendado Pachecho sobre Tegueste, que tratamos más adelante. Más allá de esto, lo que se observa es, por una parte, que la zona de Tegueste poseía evidencias materiales de la cultura guanche, tanto objetos como, fundamentalmente, restos humanos, y que la mirada hacia esta realidad comenzaba a hacerse patente ya en la primera mitad del siglo XIX no sólo entre autores extranjeros (Bethleot), sino también tinerfeños. Por otra, se observa una temprana preocupación 52 por evitar la destrucción de las evidencias materiales guanches, pues empezaban a ser consideradas como fuente de información que permitían contrastar fuentes documentales. Esta misma preocupación, como queda expresado a través de la correspondencia entre Álvarez Rixo y el Prebendado Pachecho, la tuvo éste último, erudito lagunero que pasó sus últimos dieciséis años de vida como sacerdote en el pueblo de Tegueste. García de Ara (2007: 31-32), lo defi ne como amigo y colaborador de ideas de Álvarez Rixo, estando ambos interesados por las mismas temáticas: historia local, restos guanches, literatura, etc. Pacheco, al que podría denominarse como un ilustrado tardío y eminentemente erudito, escribiría una obra sobre la historia de Tegueste, y titulada Historia de Tegueste de Antonio Pereira Pacheco y Noticias de las Funciones de la Parroquia de San Marcos (Pereira Pacheco, 2001). Terminada de escribir en torno a 1855, tres años antes de su muerte, relató algunas noticias sobre la existencia y destrucción de restos materiales de la cultura aborigen en Tegueste, concretamente en cuevas del Barranco del Agua de Dios, y que luego confi rmaría por carta a su amigo Álvarez Rixo: «En el Agua de Dios hubo varias en tiempos de los Guanches, donde se encontraron vestigios de éstos. Pero las fuertes avenidas de aguas los han arruinado, y algunas que existen sirven para guardar ganado. En una hacienda que es de Don José González en dicho sitio llamado el Agua de Dios hay dos cuevas, una baja y otra alta que denominan Tagoror, donde se cree habitaba el Mencey Tegueste. En la baja guardan ganado y en ambas se han encontrado calaveras, huesos, molinos, cuentas y otros vestigios de los Guanches que han desaparecido y mirado con desprecio estos vecinos. Acaso podrá formarse mejor descripción de ella cuando la estación permita examinarlas. Hay otra grande denominada la Atalaya o Mesa de Tejina, la cual domina los dos lugares de Tegueste y Tejina, en la que también se han hallado muchos vestigios de los Guanches. En el expresado sitio del Agua de Dios hay otra cueva que llaman “Lagarote”, junto a la cima del cerro, de difícil entrada. Tuvo también muchos vestigios de los Guanches» (Pereira Pacheco, 2001 [1855]: 91-92). 53 Posteriormente a Álvarez Rixo y Pereira Pacheco, y de forma paralela a Berthelot y Verneau, los estudios históricos relacionados con el mundo aborigen tuvieron eco también entre historiadores canarios de fi nales del siglo XIX y principios del siglo XX, siendo los más destacados Gregorio Chil y Naranjo en Gran Canaria y Juan Bethencourt Alfonso en Tenerife. Ambos conocieron a los mencionados investigadores franceses, y en buena medida aceptaron muchas de sus hipótesis y conclusiones. A pesar de ello, existieron algunas diferencias notables en la reinterpretación del discurso histórico, que, sin llegar a modifi carlo sustancialmente, sí que le imprimieron una perspectiva teórica diferente, pues se acogieron esencialmente al positivismo y al evolucionismo que ya imperaba en el ámbito europeo en la interpretación histórica, aunque cabe afi rmar que el segundo de ellos mantuviera explicaciones románticas. Chil y Naranjo, licenciado en medicina en París, publicó en 1876 su obra Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canarias, y puede afi rmarse que se trata del primer investigador que pone en entredicho las fuentes documentales que habían servido para construir el discurso histórico existente, y cuya columna vertebral se mantenía todavía intacta. El historiador grancanario, como buen positivista, sometió a crítica a los historiadores del siglo XVI, XVII y XVIII, exponiendo razonables dudas acerca de las informaciones aportadas por historiadores como Viana, Núñez de la Peña y, especialmente, Viera y Clavijo: «por último Viera y Clavijo, sin saberse en que se funda, pues no cita documento alguno, nos hace una relación de los Reinos de Taoro, de Güimar ó Goimar, de Abona, de Adeje, de Daute, de Icod ó Bohicoden, de Tacoronte, de Tegueste, de Naga ó Anaga y del Señorío del Hidalgo pobre, con los límites de cada uno de estos Estados, la sucesión de sus Reyes, el carácter de cada uno, y aún más, pone en boca de Bencomo, rey de Taoro, un discurso académico al presentarse en la cueva de Zebensui ó del Hidalgo pobre reprendiéndole por sus robos de ganado. A la vista de tales diferencias y en la necesidad de decidirme por alguno de los historiadores que han tratado esta cuestión, me adhiero sin vacilar á Espinosa, no sólo por parecerme el más autorizado, sino 54 porque, aún cuando Núñez de la Peña cita el texto de la escritura que celebró Hernando de Párraga, Escribano de Lanzarote, cuando Diego de Herrera pasó á Tenerife el 21 de Junio de 1464, no llama por su nombre á cada uno de los nueve Reyes que concurrieron á aquel acto. Así, pues, mientras otros documentos de más valía no vengan á esclarecer este punto, creo y seguiré creyendo, que si es eso muy poético, como lo hicieron Viana y Viera y Clavijo, la verdad histórica es antes que todo» (Chil y Naranjo, 1876 [t. II]: 39-40). Así pues, observando Chil que el discurso histórico había sido desvirtuado a partir de Espinosa, tomó a este último como autoridad sobre el tema. Sin embargo, en el trascurso de sus investigaciones acabó integrando datos aportados por aquellos historiadores a quienes había hecho en menor consideración. En el desarrollo posterior que realizó sobre la narración de la conquista de Tenerife siguió con poca acritud los acontecimientos narrados por historiadores como Núñez de la Peña, además de al mencionado Espinosa. Muestra de ello es el siguiente extracto referido al Mencey de Tegueste y otros menceyes: «Pero Quebehí Bencomo, que como el más poderoso Mencey de la isla trataba de subyugar á los demás, y por eso le veían con recelo, creyó, sin embargo, que ante la invasión del enemigo común, deberían todos aliarse para defender el territorio; y así fué que desde que llegó á su espléndida cueva de Taoro, sólo se ocupó de despachar emisarios ó embajadores, como los llama Núñez de la Peña, á los otros ocho Menceyes que gobernaban el resto de la isla para celebrar una gran junta ó Tagoror, en idioma indígena, y pactar medios para la común defensa. Acudieron al llamamiento, para la celebración del Consejo, además de Quebehí Bencomo, Adjoña, mencey de Abona; Pelinor, mencey de Adeje; Romeu, mencey de Daute; Pelicar, mencey de Icoden ó de Benicod; Acaymo, mencey de Tacoronte, Tegueste, mencey del Estado que lleva su propio nombre; y Beneharo, mencey de Anaga; faltando solo Añaterve, mencey de Güímar, apellidado el Bueno, y que cobardemente se había aliado con los españoles, conquistándose el califi cativo de traidor y haciéndose acreedor á todo linaje de desprecios» (ibídem, pp.: 333-334). 55 Sin embargo, de estar en lo cierto, Chil y Naranjo difería de la interpretación tradicional que había heredado el discurso histórico en Canarias, y que venía reproduciendo de forma acrítica la historiografía hasta ese momento, borrando del mismo toda alusión al heroísmo, la nobleza y los buenos sentimientos de los aborígenes; conceptos que de forma asidua utilizaban los románticos para referirse a los «salvajes» que poblaban las islas antes de la Conquista. Chil, tratando de imprimir la mayor objetividad posible a sus exposiciones sobre el tema, y de forma desapasionada, elaboró un discurso histórico en el que los guanches aparecían dotados de otras cualidades humanas, como la envidia, la traición, la ambición, etc. En este sentido, su historia abordaba aspectos como la divergencia de opiniones entre y dentro de los distintos menceyatos, la falta de unidad existente entre ellos, y las continuas peleas y rencillas en que se enzarzaban para defender sus intereses personales y de grupo; es decir, Chil exponía una explicación positivista de los hechos, que pretendía dejar claro la necesidad de alejar del discurso las opiniones y los intereses del historiador, y tratar de contar la realidad tal y como fue. Así, y casi a continuación del anterior texto, Chil concluía: «Contextes están todos, cronistas é historiadores, que no hubo en esa asamblea ó Tagoror, el entusiasmo ardiente y verdaderamente heroico que produce la salvación y libertad de la patria en peligro: ni se demostraron esos rasgos de abnegación y de ánimo esforzado que arrebata hasta la temeridad y lleva hasta el frenesí. Séase por el mismo enfriamiento ocasionado por envidias y rozamientos entre los jefes de las nueve tribus, séase por el orgullo demostrado por Quebehí Bencomo, que siendo el más poderoso debió ser el más comedido; lo cierto es que algunos de los Menceyes, herida su susceptibilidad, no vieron en Bencomo sino el tirano que, antes que procurar la defensa común de la isla, trataba de avasallarlos; y de ahí el que no tuviese efecto la proyectada liga, y se rompiese todo intento de pacto y unión, hasta el extremo de que los menceyes de Abona, Adeje, Daute é Icod se retiraran diciendo que cuando Fernández de Lugo invadiese sus Estados, cada uno se defendería. Tal determinación extrañó á Bencomo, que 56 se consideraba ya como jefe de todos, y no tuvo más remedio que conformarse con la alianza de los menceyes de Tacoronte, Tegueste, Anaga y Zebensuy ó Zebensayas, Señor de la Punta del Hidalgo pobre» (ibídem, pp.: 334-335). En estudios posteriores, Chil y Naranjo defendió la raciología como marco explicativo del poblamiento aborigen de las Islas. Según el autor, la raciología proporcionaba información lo sufi cientemente objetiva como para construir un discurso coherente acerca del tema y ofrecer datos sobre los orígenes de quiénes fueron los primeros en llegar y asentarse en Canarias. En contra de lo manifestado por Berthelot y Verneau, Chil planteó la unidad de la raza Cro- Magnon para el conjunto de islas, y vinculó la procedencia de estos individuos con el norte de África, atribuyéndoles un estadio de desarrollo cultural neolítico (Farrujia de la Rosa, 2004: 344). En una línea semejante se manifestó Juan Bethencourt Alfonso. Su importancia radica en los estudios que realizó sobre las poblaciones prehistóricas de Tenerife y su supervivencia tras la conquista española, así como la gran recopilación que efectuó de la tradición oral de la Isla, como refl ejo de una cultura heredada, especialmente de raigambre guanche. Fundó el Gabinete Científi co y el Museo Arqueológico Municipal de Santa Cruz de Tenerife, realizó encuestas populares sobre usos, costumbres y tradiciones, y publicó una serie de trabajos altamente originales e innovadores que, si bien luego la ciencia ha sometido a una crítica severa, no dejaron de constituir el inicio de unos estudios que se han ido perfeccionando hasta el presente. Se licenció en medicina en Madrid, y su obra más destacada fue Historia del Pueblo Guanche, escrita entre 1911 y 1912, y editada en tres tomos entre 1991 y 1997. Conoció y mantuvo estrecha relación con Chil y Naranjo, y estudió las tesis de Sabino Berthelot y René Verneau, muchas de las cuales aplicó en sus investigaciones. Bethencourt Alfonso aceptó la importancia de la raciología para el conocimiento del origen y el poblamiento aborigen de Canarias, sin embargo, dedicó mayor tiempo y esfuerzo a reinterpretar la pervivencia de la cultura y las tradiciones guanches entre la población viva, fundamentalmente 57 en los modos de vida campesinos y las clases populares. En este sentido, por ejemplo, el autor se dedicó a rastrear evidencias que demostraran tal continuidad, centrándose en el vocabulario aún conservado del habla guanche, y en especial la toponimia, pues entendía que una forma de conocer los modos de ocupación y explotación del territorio por parte de los guanches era recopilar, ya fuera a través de las fuentes escritas o de la tradición oral, el vocabulario guanche que aún se mantenía vivo entre los contemporáneos. Así, revisó todas las fuentes escritas y anotó en largas listas teónimos, antropónimos, topónimos y otras palabras de origen guanche, y no sólo para Tenerife, sino para el resto de islas. Con Juan Bethencourt Alfonso puede decirse que comienza la comprensión de la organización del territorio de los guanches, y sus recopilaciones serán esenciales no sólo para su obra, sino para las posteriores investigaciones. El autor compiló una ingente cantidad de datos empíricos para elaborar su Historia del pueblo Guanche, sin embargo, apenas modifi có el discurso histórico elaborado por los historiadores de siglos pasados, no en vano los tomó como referencia principal casi sin ningún tipo de crítica. Es más, sublimó la historia elaborada por Viana y Viera y Clavijo proporcionándole toda la credibilidad posible. Recreó una estructuración del territorio insular a partir de ocho reinos (menceyatos), y dos señoríos, precisamente los de Tegueste y Aguahuco (Punta del Hidalgo), a los que no dio estatus de reino, siguiendo a Viana. A los reinos les dio una categoría de estado, y los dotó de instituciones al estilo de los estados europeos medievales contemporáneos a la conquista. Cada reino tenía su rey, que lo era a través de una sucesión hereditaria, su corte real y su capital. Se dividían en achimenceyatos o provincias, éstas en tagoros o consejos, y éstos a su vez en auchones o heredades, estando al frente de cada una de estas instituciones parientes de los reyes guanches (Bethencourt Alfonso, 1994 [1912]: 68). Esta red de organización territorial fue sustentada a partir de otras dos importantes elaboraciones del autor. Una de ellas fue la genealogía de los reyes guanches, que tomando todos los 58 datos existentes en todas las fuentes disponibles relacionadas con los menceyes (Viana, Viera y Clavijo, etc.), construyó una línea genealógica para cada uno de ellos (con sus hijos, hijas y esposas, así como sus nombres después de bautizarse), con continuidad tras la conquista en muchos casos. La otra, más que una elaboración, se trató de una de las grandes aportaciones del médico sanmiguelero, y fue la incorporación, por primera vez y de forma sistemática, del contenido de las datas de repartimiento que concedió Alonso Fernández de Lugo tras la conquista. Estas fuentes documentales, infrautilizadas hasta el momento para sostener o desechar explicaciones, contenían informaciones relativas a topónimos guanches, y que en muchos casos habían servido para delimitar las propiedades concedidas. Bethencourt Alfonso utilizó profusamente aquellas datas que pudo manejar, de forma especial para confi rmar la existencia de los reinos o menceyatos de los que hablaban las fuentes tradicionales, iniciando con ello una nueva vía para la investigación histórica del periodo inmediatamente posterior a la conquista castellana de la Isla. En relación al territorio del Señorío de Tegueste, el médico tinerfeño explicitó por primera vez los límites del mismo: «Límites: Al E. con el señorío de Aguahuco y el reino de Anaga, separándole del primero el barranco de Las Palmas y del segundo desde el naciente del monte de las Mercedes línea recta a la sierra de Sejéita, al barranco de Aragúy, del Rey o Drago, a la Cuesta; al Oeste con los reinos de Tacoronte y Güímar, sirviéndole de límite con el primero el poniente de Valle de Guerra derecho a montaña de Madruga, a las Mesetas, a la montaña de Facundo, a la montaña de Carbonera, a la montaña de Birmaje y con el segundo desde Birmaje al mar por el barranco de Gánimo o del Hierro; al norte con el mar y al sur con el tagoro de Añaza de Anaga» (ibídem, p.: 106). Al Señorío de Tegueste le presupuso cuatro tagorores: El Tagoro, Cruz del Tagoro, Geneto y Tagoro del Cuervo. En cuanto al Señorío de Aguahuco, menciona lo siguiente: «Este pequeño achimenceyato limitaba al N. con el mar, al sur con las espaldas de los montes de las Mercedes, el Drago, etc., aguas vertientes; al E. con el barranco de Casas-Bajas que lo separa de Valleseco y una región riscosa hasta el 59 valle de Chinamada, y al O. el barranco de las Palmas que lo limita con Tegueste» (ibídem, p.: 111). Dentro de este territorio, Bethencourt Alfonso recogió diversos topónimos que plasmó por escrito es sus largas listas de palabras de origen guanche. Así, por ejemplo, para la comarca de Tegueste nombra los siguientes, dando para algunos de ellos localizaciones más precisas y para otros muy genéricas: Ambola (Región en Tegueste), Aramuygo (un valle en la Punta del Hidalgo), Araneta (plaza de Tegueste), Arico (zona en Tejina), Bejía (zona en la Punta del Hidalgo), Cocón (fuente y hoya en Tegueste), Diios (lleva esta denominación unas aguas en Tegueste, que hoy llaman Dios, cuando debe pronunciarse Diyos), Guacada (roque en Punta del Hidalgo), Guigo (zona en la Punta del Hidalgo), Hanidum (valle en la Punta del Hidalgo), Isore e Isoria (zona en Tegueste y lomo en Tegueste el Viejo), Julcana (región en Valle de Guerra, Tegueste. Aquí existen las eras de los guanches, cercana a otra era guanche por encima del Lomo de los Muertos), Tagarafate (auchon de tagarafate al cabo hacia Tegine, en Datas de 1504), Tegmoseque (fortaleza tegmoseque en Tegueste de Gore, en Datas de 1497), Tedijé (zona en Tejina), Tegueste (reino), Tegina (lugar en Tegueste), Tesegre (risco en valle Aramuigo, en la Punta del Hidalgo), Tomalica (zona en Tegueste), Tulaya (zona en Tegueste), Yonigagua (zona en Tegueste). En cuanto a la genealogía, aunque el autor califi có a Tegueste como señorío, en diversas ocasiones lo consideró como reino igual que al resto de menceyatos, estableciendo la descendencia del mencey Tegueste, inventado por Viana y continuado por Viera y Clavijo. Confi rmó que tras la división de la Isla en nueve reyes, Tegueste I, hijo del rey mítico Tinerfe el Grande que habría gobernado la Isla hacia 1300, ocupó el trono del menceyato que llevaría su nombre. Habría casado con la princesa Tejina, y de este matrimonio habría nacido su sucesor: Tegueste II, rey de la zona al tiempo de la conquista y protagonista, junto a Bencomo de Taoro, Chincanáyro de Icod, Romén de Daute y Rumén de Tacoronte, de los bandos de guerra que se enfrentaron a Alonso Fernández de Lugo durante la conquista. Derrotado, habría sido bautizado con el nombre de Juan 60 de Tegueste y casado con Catalina Ramírez y Alonso, información deducida, indirectamente por el autor, de algunas datas de repartimiento que no cita, pero que se conoce su existencia. Habría muerto poco después de la conquista dejando dos hijos: Teguazo o Teguaco, bautizado como Juan Teguazo, y un tal Tegues del que no se dan más referencias (ibídem, p.: 159). La obra de Juan Bethencourt Alfonso representa una conexión importante entre lo ya existente y lo que está por venir en relación a la investigación. Por una parte, continúa transmitiendo fi elmente las historias elaboradas en décadas y siglos pasados, reinterpretadas y actualizadas bajo la particular perspectiva del autor, y que, algunos años después y a pesar de su escasa difusión (su obra no fue publicada hasta muchos años más tarde), será sometida a una contrastación documental que no superará la crítica. Por otra, el autor introdujo novedades en la investigación que serán esenciales en décadas posteriores, como la consulta de documentos administrativos como las datas de repartimiento, y la importancia de la toponimia para realizar análisis arqueológicos e históricos sobre la ocupación y explotación del territorio por los guanches. 5. LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XX. EL INICIO DE LA CRÍTICA AL DISCURSO HISTÓRICO Y EL CUESTIONAMIENTO DEL MENCEYATO DE TEGUESTE Las tesis raciológicas y las pervivencia de numerosos aspectos de la cultura, las tradiciones y las costumbres guanches entre las poblaciones canarias contemporáneas, extendidas por Berthelot y Verneau a fi nales del siglo XIX y secundadas por autores como Chil y Naranjo y Bethencourt Alfonso, se integraron en el discurso histórico elaborado durante los siglos anteriores sin modifi caciones sustanciales. Sin embargo, a partir de los años treinta del siglo XX se inicia un recorrido diferente, una trayectoria de investigación que abandona momentáneamente el intenso interés mostrado hasta la fecha por el cráneo, y se produce un regreso a las fuentes documentales. Pero en 61 esta ocasión no fue para transmitirlas sin apenas crítica, sino para revisarlas profundamente. Los primeros estudios en esta línea los emprenderán los historiadores Elías Serra Ràfols y Buenaventura Bonnet Reverón, profesores de la Universidad de La Laguna, que llevaron a cabo una profusa investigación crítica sobre las fuentes documentales existentes para la historia de Canarias. Ambos se sirvieron con frecuencia de Revista de Historia y del Instituto de Estudios Canarios, del cual fue fundador el segundo, para difundir sus estudios. En 1931, Serra Ràfols publicó un pequeño estudio titulado Viera y Clavijo y las fuentes de la primera conquista de Canarias. En él, si bien defendía la erudición y la capacidad de crítica histórica que desarrolló el ilustrado realejero, ya advertía lo que en años venideros le sucedería tanto a él como al resto de historiadores y literatos de siglos pasados: la crítica sistemática. Serra Ràfols argumentará que Viera desconocía fuentes, en este caso una de las versiones del Le Canarien que relataba la conquista bethencouriana, aunque lo juzga benévolamente diciendo lo siguiente: «pues si por un lado, como hemos visto, Viera resulta ya inactual, nuestras historias generales posteriores le son todavía con frecuencia inferiores» (Serra Ràfols, 1931: 110). Más duro con Viera y con Viana fue Bonnet Reverón, quien, un año más tarde, en su estudio Traición a los guanches después de la batalla de Acentejo, se ocupó de resolver las contradicciones habidas entre Espinosa y Abreu Galindo por una parte, y Viera y Viana por otra, en relación a los nombres de los menceyes. En su análisis criticaba duramente a los dos últimos por no prestar la debida atención a la cuestión sobre la traición que Alonso Fernández de Lugo cometió contra los guanches que el Mencey de Güímar envió al conquistador, para ayudarle en lo que necesitara y hacerle menos dura la reciente derrota en Acentejo. El conquistador prendió a los aborígenes y los envió como esclavos a la Península. Bonnet criticará a Viana el haber callado tal indignidad, y a Viera su incredulidad ante tal hecho. Bonnet confi rmaba lo ocurrido basándose en un manuscrito redactado por el alemán Jerome Münzer, el cual, cuando estaba en Valencia en el año 1494, vio llegar a su puerto los esclavos guanches. 62 Más allá de estas críticas a aspectos concretos del relato, lo que el autor llevó a cabo fue una revisión en profundidad de las afi rmaciones establecidas por los historiadores canarios de los siglos XVI al XVIII. En este sentido, fue trascendental su artículo publicado en Revista de Historia en 1938 bajo el título El mito de los nueve menceyes. Su escrito inició uno de los debates historiográfi cos más destacados de esta fase fi nal del período aborigen de Tenerife. Bonnet puso en cuestión algunas de las creencias más arraigadas sobre la confi guración política guanche en la etapa precedente a la conquista, sus dignatarios y sus comportamientos y actitudes frente al proceso de conquista. Bonnet Reverón realizó un ejercicio de análisis comparativo entre las fuentes etnohistóricas anteriores a la conquista, como las de Alvise Ca da Mosto, Zurara o Gomes de Sintra, y las posteriores como las de Espinosa y Abreu Galindo, y que contienen información sobre los últimos menceyes y menceyatos. Este análisis comparativo fue contrastado con la manera en que tales fuentes fueron interpretadas por algunos historiadores en los siglos XVII y XVIII, como Viana, Núñez de la Peña y Viera y Clavijo. Sus conclusiones, a raíz de las numerosas contradicciones que se deducían del análisis comparativo, dejó en entredicho la versión que estos historiadores establecieron sobre los últimos menceyes, su cronología y el territorio de los menceyatos. Afi rmaba Bonnet Reverón (1938: 46-47), que la tradicional división de la Isla en nueve menceyatos había sido un invento surgido de informaciones procedentes de viajeros europeos que frecuentaron Tenerife durante los siglos XIV y XV. Esto habría sido recogido como cierto por Diego de Herrera cuando elaboró, en 1464, el Acta del Bufadero, levantada por el escribano Fernando de Párraga, y en la que pretendía confi rmar la sumisión a su persona de esos nueve menceyes en un intento de garantizarse derechos de conquista sobre la Isla. También concluía el autor exponiendo que dicho documento fue la información clave que utilizaron historiadores como Viana, Núñez de la Peña y Viera y Clavijo para elaborar sus genealogías de los menceyes guanches, atribuyendo a los dos primeros la invención de la mayoría de ellos, y a Viera la elaboración de una 63 genealogía falsa a base de una mezcla de información procedente de los dos anteriores. El autor concluía, así, afi rmando que: «los nombres consignados por Núñez de la Peña no pertenecen a la lista de Menceyes que nos da dicho autor en su obra, sino a la confeccionada por Viana, exceptuando al Mencey de Tegueste. Y ante este hecho nuestro asombro sube de punto. Núñez de la Peña contradice su propia lista de Menceyes y acude a Viana. Viera y Clavijo, al copiar a Núñez de la Peña, no advierte que sigue al poeta que tanto desprecian ambos, hecho verdaderamente inexplicable» (Bonnet Reverón, 1938: 44). Bonnet Reverón consideraba que la información más correcta, en este sentido, era la proporcionada por Espinosa (como ya hubiese advertido Chil y Naranjo décadas antes), quien confesaba conocer solamente el nombre de cuatro menceyes (Taoro, Adexe, Güímar y Abona); de lo que dedujo Bonnet Reverón que lo más seguro era que, en Tenerife, al tiempo de la conquista, habría habido sólo los menceyatos mencionados por Espinosa. Deducía, por ello, que Tegueste no habría sido menceyato, al menos durante ese período. Más allá de los aciertos y errores de Bonnet Reverón, lo rele-vante de este asunto es que puso en tela de juicio la autoridad que hasta el momento, y en relación a la temática planteada, gozaban los historiadores de los siglos XVI al XVIII, así como el proceso de elaboración de sus relatos y las fuentes utilizadas para ello. Las implicaciones de este debate fueron múltiples, y tuvieron una repercusión duradera, especialmente la relacionada con la genealogía y la descendencia de los últimos menceyes, pues algunos investigadores como Leopoldo de la Rosa Olivera (1956 ó 1979), o Juan Álvarez Delgado (1985), continuaron dando crédito a estas construcciones literarias, mucho más el segundo que el primero. Sin embargo, lo que más interesa destacar sobre este debate son las implicaciones que tuvo con respecto de la existencia o no de los nueve menceyatos, por lo menos al tiempo de la conquista, y los datos que proporcionó para establecer, con cierta indefi nición, los probables límites territoriales de las entidades políticas conocidas como menceyatos, prestando en este caso especial atención al de Tegueste. 64 Serra Ràfols y Rosa Olivera (1944), no tardaron muchos años en realizar un estudio en el que corroboraron algunas de las conclusiones alcanzadas por Bonnet Reverón, aunque rechazando otras. Realizaron, como ya había hecho décadas antes Juan Bethencourt Alfonso, un análisis exhaustivo de la información que contenían las datas de los repartimientos efectuados en Tenerife tras la conquista, y confi rmaron que en algunas de las mismas venían incluidas las referencias toponímicas, y en algunos casos también topográfi cas, de hasta nueve demarcaciones políticas aborígenes, con lo que dieron validez a las noticias relativas a la existencia de nueve menceyatos en Tenerife al tiempo de la conquista. Por otra parte, también llegaron a la conclusión de que los historiadores del siglo XVI, como Espinosa y Abreu Galindo fundamentalmente, sólo pudieron alcanzar a conocer los nombres de cuatro de los últimos menceyes, estableciendo por tanto que los restantes nombres fueron literalmente inventados, concretamente por Viana en su poema épico-lírico La Conquista de Tenerife. Sin embargo, la cuestión de los límites fronterizos de estos menceyatos, y particularmente el de Tegueste, siempre ha presentado numerosos problemas, en especial porque ni en las fuentes etnohistóricas ni en las documentales quedó expresado con claridad este asunto. Serra Ràfols y Rosa Olivera (1944: 132-133), en el marco de su estudio sobre la existencia de los nueve menceyatos, recogieron una data concedida en Tegueste por Alonso Fernández de Lugo con alusiones al reino: «Yo don Alonso Fernández… doy a vos Marcos Guerra v[ecino] desta ysla de Tenerife en vecindad e Repartimiento veynte cafi zes de t[erreno] de sequero para pan coger en el Reyno de Tegueste los quales veinte cafi zes podreis tomar adonde a vos bien visto fuere despues que hayan tomado Gironymo Fernades y Antón Garcia, mancebo los quales mando sean para vos e para vuestros herederos e sucesores… xx agosto MDVI. Digo que se vos aumente ciento y cinquenta fanegas de sembradura sin prejuicio. El Adelantado» (ibídem, p.: 143). Con esta data, los autores demostraban la existencia del Menceyato de Tegueste. Sin embargo, aún quedaba por resolver 65 si las genealogías elaboradas por los autores del Antiguo Régimen tenían alguna validez o no, y si las afi rmaciones de Juan Bethencourt Alfonso, aunque apoyadas en datas, tenían visos de veracidad. En la década de los cincuenta, Leopoldo de la Rosa Olivera (1956), insistió en la cuestión genealógica, tratando de resolver algunas informaciones relacionadas con las datas, los menceyes y sus descendientes. Tanto para los menceyatos de Tegueste como de Tacoronte, el autor refi rió que no existían noticias de los menceyes de estos dos reinos en los documentos, pese a citarse para Tegueste a un tal don Juan de Tegueste. Anteriormente al trabajo de 1956, Rosa Olivera (1950: 125), había argumentado que Viana hacía referencia a este don Juan de Tegueste, y que el don sólo era otorgado a personajes de renombre, siendo reconocida esta dignidad a los menceyes y a sus parientes. De ello dedujo que, probablemente, era pariente del mencey de Tegueste. Sin embargo el hecho de que Viana le hubiese antepuesto el epíteto de don no implicaba que realmente hubiese sido así; como ha quedado demostrado, Viana se permitió muchas licencias. Incluso antes, en el artículo que escribiera junto a Serra Ràfols en 1944 sobre los reinos de Tenerife, se había publicado el testamento de Juan de Tegueste, redactado en 1521, y donde en ningún momento aparece el epíteto don. Posteriormente, en el trabajo de 1956, Rosa Olivera retomó el dato y contradijo a Juan de Bethencourt (sin mencionarlo), cuando éste afi rmaba que Juan de Tegueste era el propio mencey de Tegueste bautizado, refi riendo que si bien no podía ser el dicho mencey, sí pudo haber sido un pariente suyo, quizás su hijo. Lo cierto es que existen otras datas con la mención a Juan de Tegueste. Una de ellas la recoge Báez Hernández (2006: 242), donde aparece el personaje en cuestión como testigo de un repartimiento en 1497, una fecha bien temprana: «En XVI del mes de agosto de XCVII años. Este dicho día fue el señor alcalde mayor, Francisco Corbalán, por mandado del governador Alonso de Lugo, fue a dar a Francisco de doce años, hijo de Mayorga, vnas tierras que son en Tegueste, desde la montaña Rooga por los çarçalejos que están a mano isquierda del camino, todo el balle hasta los dragos que están 66 en el camino baxo, aguas bertientes, porque están en la montaña a la mano derecha hasta (blanco) de palmas cortadas, lo qual se dio en presençia de mi, Alonso de la Fuente, escribano público y son testigos: Juan de Tegueste, guanche, el çapatero, e Francisco esclavo. (al margen) Este título tiene tres rayas dadas como esas, y dize ençima dieronse a Corbalán. Parece la letra de Alonso de la Fuente». Otra referencia, aunque en este caso no alusiva a Juan de Tegueste, aparece en un protocolo notarial de Alonso Gutiérrez (Coello Gómez et al., 1980), cuya actividad se prolongó entre 1522 y 1525, y hace alusión a un tal Juan Fernández de Tegueste: «Pedro Autejo, gomero, vº., vende a Juan Fernández de Tegueste, vº., 6 fs. De tierra de sequero, en el término de Tegueste, lindantes con tierras de Juan de Almansa, con tierras de Martín de Espinal, con tierras de Hernando de Llerena, y con el barranco. El precio de la venta es de 3.000 mrs. De esta moneda, de los que se da por contento y pagado. Ts.: Silvestre Pinelo, el bachiller Núñez y Rodrigo Roldán.- Por t[estigo], Rodrigo Roldán» (Pgs. 408-409. 1043. 1523, septiembre, 7: fol. 339 v.). Pero incluso más aún, el apellido Tegueste aún se conservaba hacia 1538, pues el primer alcalde de la comarca fue un tal Diego Álvarez de Tegueste (Báez Hernández, 2006: 119), y un año después fue también alcalde de Mesta en Tenerife (ibídem, p.: 120). Juan de Tegueste fue sin duda guanche, una de las datas así lo menciona, y al parecer fue zapatero en Tegueste. Sin embargo, Juan Fernández de Tegueste y Diego Álvarez de Tegueste no parecen haber sido guanches, aunque lleven el apellido Tegueste. ¿Por qué lo llevan? El apellido Tegueste parece haberse perdido con el tiempo, y no vuelve a aparecer en ningún documento administrativo (de momento). Juan de Tegueste pudo haber sido pariente del mencey de Tegueste, pero aún habría que dilucidar qué fue del mencey de Tegueste. Esta preocupación por la crítica, la revisión y la contrastación de las fuentes continuó, hasta el punto de que Elías Serra Ràfols abordó años más tarde la publicación de las datas de repartimiento de Tenerife, mientras que Leopoldo de la Rosa Olivera continuó analizando la descendencia de algunos reyes guanches como Don 67 Diego de Adexe. Sin embargo, hacia la década de los años cuarenta otra realidad, otra mirada, se estaba gestando en la investigación sobre el mundo aborigen en Tenerife, y muy concretamente en Tegueste. Será un regreso al universo material, a la arqueología de campo. Esa realidad se llamó Luis Diego Cuscoy. ’ ’ ’ 68 69 II LUIS DIEGO CUSCOY Y LA COMARCA DE TEGUESTE. LOS INICIOS DE LA INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA EN EL BARRANCO DEL AGUA DE DIOS Con la creación de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas en la década de los años 40 del siglo XX, la disciplina arqueológica en Canarias inició una etapa de claro distanciamiento respecto a las formas anteriores de entender el pasado aborigen. A diferencia de lo analizado en capítulos precedentes, la presencia de un organismo ofi cial que monopolizara todas las labores arqueológicas en las Islas supuso una transformación paulatina no sólo en el control de la investigación, sino también en las maneras de aproximarse al registro arqueológico, en la utilización de metodologías más acordes con las peculiaridades de los restos materiales y, fundamentalmente, en el lugar que ocupó desde entonces el registro arqueológico como fundamento empírico de las distintas propuestas explicativas. Frente al énfasis otorgado por los historiadores canarios a las historias y relatos literarios durante los siglos XVIII y XIX, la segunda mitad del siglo XX marca un punto de infl exión en cuanto a la relevancia otorgada a la documentación procedente de las intervenciones arqueológicas. 70 De manera progresiva se produjo un distanciamiento de las fuentes literarias en benefi cio de una mayor atención a la información recuperada en las prospecciones y excavaciones arqueológicas, lo que llegó a suponer, en ocasiones, el cuestionamiento de los datos aportados por las historias de la conquista, al otorgarle una menor dosis de subjetividad a las interpretaciones inferidas del registro arqueológico. El investigador que mejor ejemplifi ca esta nueva forma de abordar los estudios del pasad |
|
|
|
1 |
|
A |
|
B |
|
C |
|
E |
|
F |
|
M |
|
N |
|
P |
|
R |
|
T |
|
V |
|
X |
|
|
|