San Isidro: de sus orígenes Sebastián Monzón Suárez
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San Isidro: de sus orígenes
Entre los numerosos y diseminados pagos que desde la orilla del mar atlántico
hasta los encumbrados pinares hermosean el espacioso municipio de Gáldar,
posiblemente sea este de San Isidro el más notable de todos a tenor de las estadísticas
demográficas y socio- económicas.
Alargado hoy, con verdaderas hechuras de pueblo, por donde mira al naciente el
Amagro del encendido bermellón, el almogarén mítico y la Cruz del Siglo, surgió este
entrañable caserío al pie de las paredes de los pequeños santuarios que a la dedicación
de San Isidro se construyeron, uno, en las Rosas de la Cruz, en los años cuarenta del
XVII y otro en el descampado paraje que llamaran de Juan Díaz, cuando consumía el
siglo XIX sus dos últimas décadas.
A la historia del quehacer de cada día, pienso que bien conocida, nada nuevo
podemos añadir que no hayan noticiado ya, desde el hondo y sentido calor de las
vivencias, cuantos han tenido el privilegio de pregonar las fiestas en honor al Santo
Labrador. Sin embargo, aún a sabiendas de pecar de repetitivo, no me resisto a la
tentación, dada la especial circunstancia del Acto, de dedicar estos modestos folios a la
memoria de aquellos excepcionales hijos de Gáldar que, movidos por la devoción y la
generosidad, cimentaron las piedras primeras de esta hoy laboriosa comunidad sin que
siquiera una sencilla lápida guarde sus nombres para conocimiento de las generaciones.
No es posible remontarse a los
orígenes de San Isidro sin rememorar antes
la figura de D. Marcos Verde de Aguilar y
Trejo, el emblemático personaje que fuera
destacada dignidad de la Diócesis
Canariensis y el más altruista valedor de la
entonces Villa de Gáldar de la primera
mitad del siglo XVII.
Su vida, de prematuro final
personalmente preanunciado, caracterizada
por un loable celo pastoral y un
desprendimiento sin límites, así en el
socorro de los necesitados como en las
incontables fundaciones nacidas a sus
expensas para “ mayor gloria de Dios y de
su iglesia “, fue merecedora de que el
Obispo Fray Juan de Toledo,
desembarcado por la tranquila ensenada
del Juncal y después de orar sobre su
sepultura, depositara en el altar de la
Capilla de la Santísima Trinidad de la
iglesia de Santiago unos sentidos dísticos de los que diera noticias el historiador Pedro
Agustín del Castillo y cuya traducción debo a la gentileza de D. José A. García Älamo:
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Yace aquí Marcos, apasionado amante de la patria
cuyas extintas cenizas desprenden las llamas de su amor.
Príncipe galdárico, preclaro también por su estirpe de Iberia,
llevó hasta las estrellas sus águilas maternas.
Diversos santuarios le ensalzan por los campos
ya que dio a sus rectores subsistencia y cuidado.
Renta anual legítima se fijó con prudencia,
sostén de su familia a perpetuidad.
Sacerdote, Prior del templo Catedral
defendió del Cabildo los debidos derechos.
Proféticamente anunció el momento de su muerte
con el dolor y llanto de sus parientes.
Tierra alguna puede ya aprisionarle pues solo las estrellas son sus
testigos
y su cuerpo descansa en el regazo tibio del suelo patrio.
El Obispo guarda estas cosas en el corazón:
El Poeta y la casa lictoral, recuerdo de hospitalidad, las hace públicas.
Según consta en la inscripción que figura en la parte inferior del cuadro de la
Santísima Trinidad que mandó hacer para su capilla de la primitiva iglesia de Santiago
Apóstol, donde fue sepultado a la edad de sesenta años, nació el preclaro patricio el día
primero de Enero de 1600, recibiendo las aguas bautismales el día doce del mismo mes,
tal como reza en la correspondiente Partida del Libro primero de Bautismos que se
conserva en el Archivo parroquial que dice: “ Marcos, hijo de Miguel de Trejo y Dña
María su legítima mujer fue baptizado en Santiago de esta Villa de Gáldar por mí, Juan
de Figueredo Mujíca, beneficiado de esta dicha iglesia; fueron sus padrinos Lorenzo de
Miñol y su mujer Dña Leonor, en fe de la cual lo firmo de mi nombre fecho a 12 de
enero del año de 1600 años = Jhoan de Figueredo Mujíca.
Era D. Marcos de Aguilar descendiente directo de Tenesor Semidán o Fernando
Guanarteme, de quien se dice trasnieto, probablemente entroncado con la progenie de
María Carvajal y Bartolomé de Aguilar, hija ella de Miguel de Trejo Carvajal y Dña
Margarita, la otrora Guayarmina aborigen e hijo él de Gonzalo de Aguilar el Viejo y
Dña Leonor Verde, raíces primarias de las linajudas familias asentadas desde tiempos
inmemoriales en Gáldar, en cuya iglesia gozaron de bancos y sepulturas de privilegio en
sus altares.
Procrearon D. Miguel de Trejo y Dña María de Quintana, además de D. Marcos, a
Leonor, nacida en Junio de 1596; María, alumbrada en Mayo de 1604 y fallecida a los
pocos días; María, venida en Agosto de 1605 y un niño nacido en Julio de 1590 cuyo
nombre no figura en la correspondiente Partida pero que bien pudiera ser el D. Fernando
que deja una misa rezada a Ntra Sra de la Concepción y otra de requiem impuestas
sobre las tierras de Las Rosas que legara a su hermana Dña Leonor de Aguilar.
Por las misas cantadas que dejó todos los Viernes del año en el Convento de San
Antonio de la Vega, con limosna de una pipa de vino o 150 reales, conocemos que
fueron sus abuelos maternos Alonso Rodríguez Castrillo y Leonor de Quintana. Y
fueron parientes cercanos D. Juan de Aguilar Carrascosa, Alcalde Real de Gáldar en
1537 que por su destacada actuación como Capitán en la célebre batalla naval de
Lepanto mereció que el Rey Felipe II lo nombrara Caballero de Santiago y Alcalde del
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Castillo de Belén, en las orillas del Tajo, cerca de Lisboa, así como titular del Hábito de
Cristo con Encomienda. Sobrinos eran el Capitán Francisco de Aguilar Betancourt,
Regidor de la Isla y el Presbítero D. Juan Verde de Aguilar, heredero de la Capellanía
que fundara. Tío y primo lo llama Diego Carvajal Quintana, Capitán y Regidor Perpetuo
de Gran Canaria, a quien dejó la casa terrera con las cercas y mejoras de las tierras
llamadas de Santiago. Deudo era el Comandante de Armas de Gáldar D. Nicolás de
Aguilar, a cuyo celo ciudadano, compartido con otros relevantes benefactores, debe
Gáldar el envidiable progreso que alcanzara en los ámbitos social, de la cultura y del
ornato público a mediados del siglo XIX. Y la casa Aguilar de tiempos más cercanos,
con todas sus ramas, tan presente siempre en el devenir de estos pueblos y de la Isla.
Alentado tal vez por el ejemplo de algunos de sus parientes, hay un Miguel de
Trejo que fuera párroco de Gáldar entre 1537 y 1540 y un conventual, Fray Marcos de
Aguilar, nuestro esclarecido personaje se decanta también por los asuntos del alma a
través del sacerdocio, si bien desconocemos dónde fueron realizados los
correspondientes estudios que tan completa formación le proporcionaron. Sin embargo,
por información que nos diera el malogrado Celso Martín de Guzmán, parece ser que se
hallaba en Madrid en la primavera de 1622, importante noticia que no hemos logrado
comprobar. Dicha estancia, pudiera deberse, bien a cuestiones de estudios o a
circunstancias relacionadas con su ordenación, cosa ésta no muy extraña en tiempos en
que quedaba vacante de prelado la Diócesis. Otra razón pudiera ser la asistencia a los
actos que tenían lugar en la capital del reino con motivo de la canonización de los santos
españoles, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San
Isidro. La profunda devoción que profesó D. Marcos de Aguilar al santo madrileño y a
Ntra Sra de la Almudena, cristalizada en la ermita que dedicara al primero y en los
cuadros de la Señora que mandó hacer, amén de la especial veneración al Santísimo
Sacramento, también piadoso desvelo del milagroso labrador, le dan atisbos de
credibilidad a la supuesta presencia del eclesiástico galdense, no solo en los lugares
propios del Santo sino incluso ante su cuerpo incorrupto.
En 1628 era D. Marcos Verde de Aguilar Beneficiado de la iglesia de Ntra Sra de
la Concepción de Agaete, a cuyo servicio estuvo durante trece años. En dicha iglesia
instituyó, en el segundo Domingo después del día de Todos los Santos, un aniversario
cantado por las Ánimas del Purgatorio, con procesión dentro de la iglesia, responsos y
vigilias, con velas y codales, para lo que señaló diez y seis reales de limosna impuestos
sobre las casas terreras de mampuesto que tenía por arriba de la iglesia ( cuesta de San
Sebastián ), debajo del Risco, y así mismo sobre las tierras de pan sembrar del Valle,
donde dicen los Chapines, la Cancela y las Laderillas.
Al declararse vacante el Beneficio de Santiago de Gáldar por habérsele concluido
en Octubre de 1638 la licencia con que pasó a Madrid el Licenciado Gaspar Ruíz, se le
dio a D. Marcos de Aguilar el servicio de la Villa de Gáldar, acontecimiento que él
mismo dejó reseñado de la siguiente manera: “ En la Villa de Gáldar, en catorce días del
mes de Julio de este año de mil y seiscientos y cuarenta y un años, yo Marcos Verde de
Aguilar, presbítero Beneficiado del lugar de Lagaete, vine a servir de Beneficiado a esta
dicha Villa por haberlo dádolo por vaco su Ilustrísima el Sr. Arzobispo – Obispo de esta
Isla, por haberse pasado el tiempo que llevó licencia el licenciado Gaspar Ruíz,
Beneficiado de propiedad que está en Madrid y hallé sirviendo dicho Beneficio a
Alonso de Ávila Quintana, presbítero y mayordomo de dicha iglesia del Señor Santiago
de Gáldar y Sacristán a Ángel de Betancor y canté misa mayor en dicho día que fue de
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mi gran Patrón San Buenaventura y predicó el R. P Fray Julián Godoy, de la Orden de
mi padre San Francisco, en presencia de mucha gente que se juntó dicho día de todos
estos lugares circunvecinos. Que todo sea por honra y gloria de Dios nuestro Señor
amén. En fe de verdad lo firmo: Marcos Verde e Aguilar.
Un año después regresaba D. Gaspar Ruíz y era repuesto en el Beneficio. D.
Marcos debi�� pasar a la catedral donde por su condición de poseedor de una capellanía
ocupó plaza de capellán en 1646, con obligación de asistir al coro y a los oficios
divinos, siendo además prior de la basílica. En 1647, lo recoge Juan Aranda Doncel en
su estudio “ Las pensiones de la mitra y la provisión de Beneficios en la diócesis de
Canarias durante el siglo XVII “, el bachiller y presbítero Marcos Verde de Aguilar es
presentado para una canonjía en el Cabildo Catedralicio, siendo nombrado dos años
después, por el Arzobispo – Obispo D. Francisco Sánchez de Villanueva y Vega,
Visitador de las parroquias de Guía, Gáldar y Agaete, así como Juez Subdelegado del
Tribunal de la Santa Cruzada. En el desempeño de este último cargo, reseña Abelardo
Levaggi en su “ Juzgados y jueces de Indias en Canarias durante el siglo XVII “,
sostuvo un aireado pleito sobre competencias con el licenciado Alonso de Larrea, Oidor
de la Real Audiencia de estas Islas como Juez de Indias, por la causa de un vecino de la
ciudad indiana de Nueva Barcelona, muerto en el puerto de La Luz sin haber testado.
Establecido de nuevo en Gáldar es nombrado Mayordomo de la iglesia entre
1655 y 1658, desarrollando una ingente labor de reformas y mejoras que hicieron
admirada de los fieles y alabada de los obispos, el primitivo templo de Santiago
Apóstol, siendo dignos de mención, entre algunos de sus logrados empeños, el
empedrado de la iglesia con callaos de la mar y de los barrancos, la escalera de cantería
del campanario, la reparación de la célebre Casa Pintada o Palacio del Guanarteme, la
compra de las valiosas monedas para los velorios, el sagrario nuevo de madera dorada,
la cruz de plata para el pendón de Santiago así como cálices y otros ornamentos que no
existían en la parroquia.
Dueño de una considerable fortuna en casas y tierras con días y noches de agua,
repartida por toda la comarca y con un corazón profundamente generoso y cristiano, fue
crisol de una inagotable filantropía perpetuada en las incontables capellanías y
fundaciones que instituyera en vida y aumentara después de su muerte en tantas
disposiciones testamentarias.
A su fallecimiento ocurrido en 1660 se ordenó abrir el testamento otorgado en 5
de Julio de 1658 ante el escribano de número de esta Isla, Juan de Vergara y Renda,
entre cuyas importantes disposiciones anotamos:
“ Mando que siendo fallecido, mi cuerpo sea sepultado en la iglesia parroquial del
Señor Santiago de Gáldar, en mi capilla de la advocación de la Santísima Trinidad, al
lado de la epístola, la cual capilla hice con licencia de los prelados y si falleciera en esta
ciudad o en otra de esta Isla, mi cuerpo sea llevado para que allí sea sepultado.”
“ Quiero y es mi voluntad de poner a institución una capellanía perpetua de misas
rezadas en la capilla que allí tengo que hice nueva de la advocación de la Santísima
Trinidad, hecha con deseo de dar satisfacción a mis obligaciones y el agradecimiento
que humilde reconozco haberme hecho Dios nuestro señor por su misericordia y mis
padres y demás parientes “
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Fue fundada esta capilla el 10 de Septiembre de 1653 ante Martín Suárez de
Armas, escribano público de estas Villas, en la casa principal que dicho canónigo tiene
hecha nueva en la hacienda donde llaman Anzofé, jurisdicción de la Villa de Gáldar,
siendo testigos el licenciado D. Juan Verde Betancor y el reverendo padre Fray
Jerónimo de Anchieta, de la Orden de San Agustín, Sebastián Alonso y Bartolomé
Pérez.
Estaba dotada la capilla de
todos los ornamentos necesarios
para los oficios conforme al rezo
romano y adornada con un
tabernáculo. Sobresalía en ella el
cuadro de cuatro varas de la
advocación de la Santísima
Trinidad que contiene las pinturas
de María Santísima, San José y
Jesús niño en medio y al lado el
retrato del canónigo. Este cuadro,
de autor anónimo, se conserva en la
iglesia y lleva la siguiente
inscripción: ��� Este retablo de la
Santísima Trinidad, divina y
humana mandó hacer el Licenciado
D. Marcos de Aguilar y Trejo,
Canónigo más antiguo de esta
Santa Iglesia Catedral de Canaria y
Juez del Tribunal de la Santa
Cruzada por su devoción cuya es
esta capilla donde está y se puso
aquí el año de 1659, siendo de edad
de sesenta años, baptizado en esta
parroquial de Santiago de Gáldar en el año de 1600, a primero de enero”. Sobre la
madera del marco dorado se lee: “ Este dicho Canónigo Aguilar trasnieto del rey D.
Fernando Guanarteme que lo fue de Gáldar antes de la conquista “
Dejó D. Marcos de Aguilar en su capilla una capellanía de misas todos los días
del año, debiendo los capellanes asistir al coro los domingos y días de fiesta de precepto
con sobrepelliz a la misa mayor y todos los sábados al tiempo que se canta la salve en el
altar de Ntra Sra y acabada la misma digan un responso rezado por su alma siendo
fallecido. Asimismo que se celebre una función a la Santísima Trinidad el Domingo
octava de Todos los Santos y que se haga el oficio de difuntos en el aniversario de su
fallecimiento donde se enterró, con vigilia, misa y responso sobre su sepultura, con
ofrenda de pan y vino según costumbre de la Iglesia y el encendido de tres cirios.
También dejó en manda que el poseedor o poseedores del vínculo diesen de comer a
algunos pobres, los que más bien les pareciere y en esto gastasen todos los años treinta y
nueve reales, resto de los ochenta y nueve de tributo que para esto dejó.
Quedaron vinculados a esta fundación como bienes, “ un cercado de dos suertes
de tierra con dos días y dos noches de agua del Heredamiento de Anzofé que con sus
dulas compré a mi prima Dña María Berde de Aguilar y a D. Luis, su marido, que hoy
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tengo poblado de viña nueva y vieja, bien cercado y reparado con una casa junto al
camino dentro del lindero de dicho cercado, la cual dicha tierra compré a la dicha por
escritura ante Mateo de Hercilla, escribano público de la ciudad de Telde el año de
1640. Otro cercado grande de pan sembrar de diez u once fanegadas que linda con el
camino que va de Guía a Lagaete. Otro cercado más abajo, de seis fanegadas, contiguo
al anterior, que linda con viñas de Bartolomé de Mugíca y la hoya que dicen de
Meneses. Item un cortijo de seis fanegadas y media entre tierras de cultivo, arboleda y
arrifes, con sus cuevas y moradas, un albercón de argamasa, con sus tres días y noches
de agua del Heredamiento de Taya, con su cuesta , viñas y colmenas, donde dicen el
Hediondo. El Cortijo de la Cuesta, junto al lomo del Farragú, tierras de Los Palmitos y
barranco de Anzo que serán doce fanegadas de tierras más o menos. Además la casa de
Anzo para habitación del Capellán, con veinte pipas nuevas y un esclavo para su
servicio. Asimismo dispone que estos bienes no se puedan vender y permanezcan en
grueso y bien reparados, nombrando Capellán a su sobrino el presbítero D. Juan Verde
de Aguilar y Betancor.
El valor calculado de la capellanía era de 41.650 reales, de lo que tan solo un
cercado bien administrado podía rendir anualmente doscientas fanegadas de trigo y
millo y tres botas de mosto, cuyo valor ascendía a unos tres mil novecientos reales.
Instituyó también el Canónigo Aguilar en la ermita de la Encarnación tres misas
rezadas por su madre, el día de la Natividad de Ntra Sra, con limosna impuesta sobre las
cuevas de la Audiencia. Y una misa cantada en la octava de Todos los Santos por su
padre para lo que señaló diez reales impuestos sobre el cercado que dicen de Gabriel en
Anzo, más una función al Santísimo Sacramento impuesta sobre las tierras que están en
el camino que va a Sardina y el barranco.
Dato, en mi opinión sumamente importante, es la fundación de la fiesta en el día
de la Ascensión de Nuestro Señor, pues los diez y seis reales que señaló de limosna
fueron impuestos a tributo sobre los huertos y casas que fueron de su morada, sitos en
la calle larga y cuyos linderos eran los siguientes: “ al naciente con el callejón que
llaman de Aljirofe que sale a la calle larga y al callejón que baja al barranquillo; por el
poniente con el callejón y acequia del pilar; por el sur con el callejón de dicho pilar que
baja de la iglesia a dicho barranquillo y por el norte con dicha calle larga “. Ocupaban
estas viviendas y tierras, que luego vendió a Dña María de Figueroa, la manzana de
inmuebles que en la actualidad se encuentra entre las calles Capitán Quesada, Artemi
Semidán, la Plaza de los Faicanes y la Calle Aljirofe.
Consideramos por lo tanto que es erróneo suponer como antigua residencia del
Canónigo Verde de Aguilar el hermoso edificio de la Calle Guillén Morales,
denominado hoy Casa Verde de Aguilar. Esta señorial vivienda fue construida por D.
Juan Antonio Cachazo Osorio en el primer tercio del siglo XVIII y la circunstancia de
hallarse casado con Dña Micaela de Quintana Verde de Aguilar, hija de Dña Beatriz
Trejo de Quintana, deparó ante la coincidencia de los apellidos de algunos
descendientes que habitaron la vivienda en tiempos no muy lejanos todavía, la a mi
juicio equivocada suposición.
A expensas de su considerable pecunio mandó hacer D. Marcos Verde de
Aguilar la ermita que en honor a San Marcos se conserva todavía a orillas del barranco
de Anzo, aunque cerrada al culto desde la primera mitad del siglo XIX. Se hallaba
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representado el Evangelista mártir en un gran cuadro y por compartir la devoción
popular con Ntra Sra de las Maravillas, también de pintura, con su velo de tafetán
encarnado, fue conocido este pequeño santuario como San Marcos de las Maravillas.
Este cuadro del Señor San Marcos se encontraba en 1719 en lastimoso estado, por lo
que el Visitador D. Luis Manrique de Lara ordena la hechura de uno nuevo y según
apunta el Canónigo Cazorla León, el cuadro de la citada Virgen pudiera ser el mismo
que actualmente se guarda en la sacristía de la iglesia de Santiago con el nombre de La
Divina Pastora.
“ En dicha ermita fundó D. Marcos de Aguilar una capellanía para celebrar las
fiestas de San Marcos y la de la Presentación de Ntra Sra, por el mes de Noviembre, con
sus vísperas, misa y procesión en dichas dos fiestas y por cada una se paga al Beneficio
diez y seis reales por el Capellán que para lo cual tiene unas tierras que lindan por la
parte de arriba con tierras de Juan Viejo y por abajo tierras de D. Alonso de Carvajal y
por otra parte tierras de Los Palmitos y con camino que va a Pico Viento y con el
barranco de Anzo, que están dichas tierras al lado de dicha ermita. “
Puede deducirse de la siguiente referencia que el Sr. Canónigo tuvo en
proyecto construir una ermita a San Buenaventura, a quien profesó una arraigada
devoción: “ mandó que en cada un año perpetuamente se le hiciese por este Beneficiado
la fiesta al Sr. San Buenaventura en su hermita, que aún no se ha fabricado, por lo que
se hace en la parroquia y que en ella se cantasen vísperas, misa y procesión y señaló
para su dotación los derechos que estén tasados por la Signodal de este Obispado que
impuso sobre todos los bienes del vínculo que fundó en esta Jurisdicción que es bien
notorio. “
Pero acaso el más generoso legado del Canónigo Aguilar y Trejo, por su
cuantía, sea el pequeño adoratorio de apenas siete metros por tres y medio que en las
Rosas de la Cruz y de la advocación de San Isidro ordenó levantar, al parecer, en el año
1642 Esta sencilla ermita, a cuyo santo titular se debe una de las más populares
devociones de toda la comarca y la propia toponimia del entorno que constituye hoy la
parroquia y vecindad de San Isidro, fue edificada junto al camino que conducía a la
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Villa de Agaete, según se desprende de los linderos de las tierras de la familia Aguilar y
de los que se señalaron en los repartos de la Vega de Amagro en 1741, siendo su sitio el
mismo que ocupa hoy, atinadamente restaurada en 1890 por quien fuera Alcalde de Las
Palmas, el abogado y dueño, D. Ignacio Díaz Lorenzo y acabada en 1969 por su hijo el
entonces Capitán de Infantería D. Ignacio Díaz de Aguilar. Como referencia anecdótica
apuntamos que esta primitiva ermita fue lugar de encuentro de los pastores de Amagro y
su enclave cordón sanitario, sumamente vigilado, en tiempos de trágicas epidemias.
Una de las cláusulas testamentaria que hacen referencia a la fundación de la
ermita dice: “ Que tiene un cortijo de doscientas fanegadas de tierra labradía donde
dicen las Rosas de las cruces que heredé de mis padres. Asimismo he comprado otra
suerte hoy del alrededor que llaman las Rosas de Grecia al Capitán Gonzalo de
Quintana Betancor, la mitad de ella y a D. Diego de Carvajal y a Dña María de Aguilar
su hermana la otra mitad con usufructo y a Juan Sebastián y a su mujer María de
Fuentes otras tierras.
En dichas tierras tengo hecha hoy una ermita de la advocación del Señor San
Isidro Labrador y acabada con licencia del Sr. Arzobispo. Quiero y es mi voluntad que
dichas tierras no se puedan vender ni partir en pocas ni en muchas cantidades ni hacer
partes y ordena a su sobrino Juan Verde de Aguilar tenga la ermita siempre bien
preparada como hoy existe y con los ornamentos necesarios. Al señalar las limosnas
añade las tierras que compró a su sobrino Diego de Carvajal y a Fernando de Figueroa y
su mujer.”
Pusieron bien cuidado los Visitadores en la revisión de los testamentos y últimas
voluntades para que los Patronos de las capellanías cumpliesen las disposiciones
testamentarias, generando con ello la abundancia de noticias referidas a no pocas obras
pías. Así en una de ellas se dice: “.. se hace una función cada año a San Isidro en su
ermita, con misa cantada, sermón y procesión y diáconos por este Beneficiado,
prefiriendo en razón de diácono, clérigo a fraile y señala para el Beneficiado y su
sacristán de limosna por lo dicho diez y seis reales, para los diáconos tres reales a cada
uno y por el sermón once reales, que se han de pagar todos en el día de la dicha función
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y que a más de esto les ha de regalar y agasajar lo mejor que pueda el Patrono. Impuesto
todo en el cortijo que dejó en los llanos de las Rosas de las Cruces, San Isidro y tierras
de Grecia.
Eran las Rosas, correctamente debiera decirse Rozas, las fértiles y selectas tierras
que al pie de la cordillera que sube a las medianías se extienden desde el barranco de
Anzo hasta la parte alta de Agaete. Bien conocidas fueron las Rosetas de Anzo y las
Rosas de la Cruz, de Grecia, de Dña Ángela, de Navarro y de Sambrano. De todas,
acaso fueran las de Grecia las más notables por la extracción de la piedra para las
tradicionales pilas del agua, los adoquines y estadales de las calles y sobre todo por la
cantería azul con que se levantaron las columnas de la actual iglesia de Santiago.
En la visita que en Mayo de 1687 hiciera a la ermita el Provisor y Visitador del
Obispado, D. Andrés Romero Suárez y Calderón, siendo Patrono D. Bartolomé de
Aguilar, a la sazón ausente Indias, halló en ella lo siguiente:
Un Cuadro del Sr. San Isidro de vara y media de largo.
Una Cruz pequeña de palo.
Un respaldo de lana.
Un frontal de lo mismo.
Unos manteles usados de ruan.
Un atril.
Una gradita que sirve de credencia.
Dos tablas en forma de mesa para revestirse los sacerdotes.
Un banco raso.
Dos payasitos pequeños que están en el altar.
En Febrero de 1767 visita la ermita
el Obispo Delgado y la encuentra sin
ornamentos ni frontal, ni manteles, ni más
señal de ermita que un poyo ya arruinado
para el altar, tres cuadros, el de San Isidro,
Ntra Sra de la Almudena y San Francisco,
dos atriles, algunos bancos y una caja de
pinsapo con una escultura del santo dentro,
siendo notorio que para ir el Beneficiado a
servir la imposición del día del Santo es
necesario llevar no solo los ornamentos sino
también frontal, manteles y candeleros.
Sin duda alguna es esta Visita la
más significativa de cuantas se hicieron a la
pequeña y solitaria capilla, pues
ignorándose en qué momento se puso en
ella la efigie de San Isidro, aparece por
primera vez en el inventario de la misma.
Con el transcurrir de los años, la
desidia y poca atención que algunos
Patronos dispensaron al cumplimiento del
vínculo, determinó que la ermita sufriera
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etapas de cierres penosos y esperanzadas aperturas con el consiguiente ir y venir de la
imagen a la iglesia parroquial y las severas amonestaciones de Prelados y Visitadores a
sus negligentes dueños. Si bien la ermita no entró en el cierre ordenado por el Obispo
Bernardo, como ocurriera con otras del municipio, se desconoce la fecha de su
definitiva clausura, aunque todavía en 1845 es visitada por el Beneficiado y el Alcalde.
No es difícil imaginar, a través de las detalladas disposiciones testamentarias
del Canónigo Verde de Aguilar, una aproximada panorámica de la Gáldar de entonces,
no muy diferente de la descrita por el Obispo Cristóbal Cámara y Murga, el historiador
Pedro Agustín del Castillo o el mismo y célebre padre franciscano Fray José de Sosa.
Viñetas que nos dan una vecindad poco poblada aún, de las relevantes familias,
asentadas en ella desde la misma conquista de la Isla y compartiendo tierras y agua con
sencillos campesinos. De caminos y calles estrechos, de abrigadas cuevas aborígenes y
casas terreras con tejados a dos aguas adosadas a huertas exuberantes. Con una
aterciopelada vega donde el verdor de la viña, del trigal y los maizales rivalizaban en
hermosura con la blancura inmaculada de las alquerías, las ermitas y el propio convento
de San Antonio. Ni es difícil imaginar desde la nostalgia la estampa de una fiesta en San
Isidro el Viejo. La distancia y la soledad del entorno debieron ser el marco ideal para
un día de romería, pregonado por la pequeña campana de la ermita, guía bullicioso de
polvorientos caminantes, engalanadas cabalgaduras y carretas chirriantes asomadas por
los cuatro puntos cardinales.
En los años setenta del XIX y
seguramente por tradición familiar, era
veredero municipal Eulogio Felipe Ojeda
Martín, el menor de los hijos de Valentín
Ojeda Moreno y María Concepción Martín
Rodríguez y padre de nuestra abuela
materna. El largo y diario recorrido Las
Palmas – Gáldar, continuado luego hasta
Agaete, hecho a pie más que por otro medio,
le obligaba a hacer un alto en el camino para
mitigar un poco el cansancio de la caminata.
De este breve descanso hay versiones orales
que afirman tenían lugar delante de una de
las cuevas allí existentes en la que a través
de la desvencijada puerta y entre ya
desusados aperos de labranza, era visible la
venerada escultura del Santo Labrador para
hondo pesar del andarín mensajero. Sin
embargo disentimos de esa tradicional
creencia y suponemos que el lugar escogido
para aliviar la fatiga del camino era la
misma ermita, arruinada ya junto al camino y que tanto desconsuelo causaba su estado
a nuestro piadoso bisabuelo. Por otro lado nos parece ilógico que siendo retirados los
cuadros y ornamentos del sagrado recinto, quedara abandonada una imagen que, aunque
de poca relevancia artística, era tan popularmente conocida y venerada.
Pero avala más nuestra duda, el hecho de que en 1854 la talla de San Isidro se
encontraba ya en la iglesia parroquial de Gáldar y era Eulogio Ojeda un niño de apenas
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doce años. Poco después, en 1861, en el inventario presentado por el Mayordomo de la
iglesia, D. José Galindo Rodríguez, a requerimiento del Obispo D. Joaquín Lluch y
Garriga, se dice lo siguiente: “ Item en la Capilla por debajo de la puerta del aire que es
la de la Santísima Trinidad, se halla un cuadro grande con ésta, que contiene las pinturas
de M ª Santísima, la de San José y Jesús Niño y en el nicho la imagen de San Isidro con
su solio de palo sobredorado y un asta con casquillo y rejado de plata. “
He de añadir que cada quince de Mayo se celebraba la fiesta con una solemne
función y procesión, cuyo recorrido bajaba la entonces Calle de Enmedio, hoy Reina
Arminda, subía por la actual Faicán Guanache, antaño Calle de la Sacristía y por la de
Guanarteme regresaba a la iglesia de Santiago.
Ocurriera de una forma u otra, lo cierto es
la promesa que empeñara Eulogio Ojeda, en sus
soliloquios por el camino, de levantarle una nueva
iglesia a quien llamaba su amigo, el tan venerado
San Isidro. Y al frescor de la tarde, al soco de las
encaladas paredes de las viviendas, con
machacona insistencia fue contagiando su
ilusionado proyecto al reducido grupo de vecinos
con quien cada día compartía la reparadora
tertulia. Elegido el sitio adecuado, trasladaron su
ilusionada pretensión al Beneficiado D. José
Romero Rodríguez, de tan grata memoria para los
galdenses, que lo acoge con entusiasmo y convoca
una reunión el 4 de Diciembre de 1877 para
formar una Junta responsable que quedó
constituida de la siguiente manera: Presidente, D.
José Romero Rodríguez, Párroco de la Villa de Gáldar; Depositario D. José Galindo
Rodríguez Sacristán Mayor y Mayordomo de Santiago, que a la vez hacía de Secretario
y Vocales, que fueron los que iniciaron la obra, D. Eulogio Ojeda Martín, propietario,
D. Francisco Betancor, labrador, D. José Godoy, mampostero, D. Ezequiel Ojeda
Martín, carpintero, D. Manuel Romero, carpintero y D. Antonio Molina Mendoza,
mampostero.
En la primera reunión celebrada se comprometieron los vocales a hacer una
petición de limosnas entre los vecinos de la Villa y a no recibir remuneración alguna por
sus trabajos personales. Hecha con gran diligencia la cuestación, se reunieron veinte
pesos, seis reales de plata y seis cuartos que con cien pesos más que se fueron reuniendo
de limosnas y rifas, importaron trescientos veintitrés pesos, seis reales y seis cuartos,
equivalentes a cuatro mil ochocientos sesenta y nueva reales de vellón.
Fue el lugar elegido, el llano de Juan Díaz, sitio despoblado aunque bien visible
desde todas partes, por lo que no resultaba difícil convocar a toque de caracolas a los
vecinos del Bermejal y Taya cuando faltaba el agua en la obra. De tal privilegiada
visibilidad es ejemplo el hecho anecdótico de que muchas tardes, bajaban el Cura
Romero y el Sr. Galindo al final de la Calle Toscas para ver la altura que iban
alcanzando los muros de la ermita.
San Isidro: de sus orígenes Sebastián Monzón Suárez
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Al Archivo Parroquial pertenecen las siguientes notas referidas a la nueva
ermita: “ El 14 de Mayo de 1878 se hallaba hecha la iglesia de planta rectangular de diez
y seis metros de largo por seis de ancho, con tejado a dos aguas, encalada la parte
interior, sin sacristía y sin piso de losas, pero sí arenado. En ese mismo día se llevaron
en procesión solemne las efigies del Sr. San Sebastián y San Isidro, con
acompañamiento del clero parroquial, de ambas hermandades, alcalde y concejales, de
la banda de aficionados de esta Villa y de una ingente multitud. A las ocho de la
mañana, estando la iglesia cerrada, se procedió por el párroco, debidamente facultado
por el Obispo desde el 26 de Abril, a la bendición por fuera y por dentro, conforme lo
dispone el ritual romano. A las nueve se cantó una misa solemne, se predicó y se
anunció la función del día siguiente, festividad de San Isidro. En este día, 15 de Mayo,
los vocales de la Junta y Mayordomos a la vez de la ermita, la tenían bien adornada con
ramas. Y a pesar de no haberse dado mucha publicidad al evento, los llanos contiguos
estaban atestados de gente venida especialmente de Guía, Agaete y los campos de estas
poblaciones.
En Abril de 1879 se hizo la sacristía, se levantaron los muros de la plaza, se
embaldosó la iglesia y se encaló la parte exterior del recinto y todos los muros, excepto
la parte que mira al sur. El día catorce de Mayo del mismo año, se llevó en procesión a
San Sebastián con masivo acompañamiento, mientras enmedio de una tupida enramada
le salía al encuentro en el barranco de Gáldar, la tenida como milagrosa imagen del
Señor San Isidro. Llegado el cortejo procesional a la ermita que estaba cuidadosamente
adornada, se cantó la misa con un sentido sermón, celebrándose al siguiente día, el de la
festividad y con mayor concurrencia de fieles, una solemne función con procesión
alrededor de la ermita. “
A la generosidad de los vocales de la Junta que no percibieron ningún tipo de
remuneración, aportando además de su trabajo, materiales y buena parte de sus
reducidas economías, es justo señalar la ayuda siempre oportuna de la benemérita
Cuarta de Agua y de muchos galdenses de todas las clases sociales. Y bien que cumplió
el bueno de San Isidro con el compromiso de su patronazgo, tal como el milagroso
episodio que recoge D. José Romero en uno de sus célebres sermones: “ El 17 de Abril
de 1892 se presentaron tres labradores a la una de la tarde en la casa parroquial,
ofreciendo hacer
una función a San
Isidro si les
socorría con el
agua dentro de los
ocho días
siguientes, pues
desde el 20 de
Enero no había
llovido casi nada
en la Isla, estando
en mal estado todo
el sembrado. Se
hizo un novenario
y el viernes, día
veintidós, corrieron
San Isidro: de sus orígenes Sebastián Monzón Suárez
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con abundancia los barrancos. El agua vino en el plazo señalado y la luna no era ni
nueva, ni llena, ni cuarto creciente ni menguante. “
Desde los primeros momentos, en torno a la ermita y su plaza, surgió una
incipiente vecindad, cimiento pujante del San Isidro actual. En 1929 se pavimentaba la
plaza con dinero sobrante de la fiesta y era abierto el nuevo cementerio municipal. Dos
años después, en 1931, el párroco D. Domingo Hernández Romero, embellecía la ermita
al colocarle un piso nuevo. El alumbrado eléctrico, el agua para el abasto público, la
carretera general y la primera escuela, completaron el arco iris de un progresivo
bienestar.
El crecimiento demográfico y la dificultad de los vecinos para cumplir con el
precepto dominical, debido a la distancia que les separaba de la iglesia de Santiago,
movieron al Obispo Pildain a solicitar del bienaventurado D. Francisco Hernández
Benítez, aliviara con su asistencia pastoral el desconsuelo de aquellos feligreses,
servicio que ya venía realizando desde que llegara a Gáldar, en los trágicos días de la
guerra civil española.
Declarada parroquia San Isidro en 1943 y
nombrado párroco encargado D. Francisco
Hernández, ante la insuficiente capacidad del
recinto sagrado para tantos fieles, con la valiosa
colaboración de los vecinos y de las autoridades
locales y provinciales, acometió en 1946, el
inolvidable y santo sacerdote teldense, las
reformas necesarias que transformaron la primitiva
iglesia. Con anteproyecto de Victorio Rodríguez y
planos firmados por el arquitecto guiense D. José
Luis Jiménez, se le añadieron dos entradas
laterales con dos pequeñas capillas y una torre de
quince metros.
La arraigada devoción que a la primitiva
imagen de San Isidro han profesado estos pueblos
del noroeste grancanario, hizo de su fiesta una de las convocatorias más concurridas por
su tipismo y religiosidad. Su condición de hombre del
campo, de yunta y arado, encontró cálido acomodo en
unos municipios de labradores y campesinos en tal
medida, que le fue solicitado a la Junta provincial de
la Hermandad de Labradores, en tiempos en que ésta
patrocinaba la fiesta, se declarase a la iglesia de San
Isidro, Santuario Insular de la Hermandad.
En 1969 y en fervorosa peregrinación, la
efigie de San Isidro, el Viejo, era devuelta a su
primitiva ermita, la que tres centurias antes le
construyera el Canónigo Marcos Verde de Aguilar y
Trejo. Una imagen nueva, regalo de los hermanos D.
Martín y D. Felipe González Medina, en pago de los
favores del Santo, tutela desde entonces la parroquia.
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Recordar hoy los entrañables personajes que fueron D. Juan Dolores Oliva,
verdadero ángel custodio del barrio, la nunca olvidada maestra Dña Josefa Suárez
Taisma, el Rvd D. José Molina Mendoza, celoso continuador de la obra iniciada por D.
Francisco Hernández, el músico Santiago Machín y tantos otros filantrópicos vecinos,
es releer una vez más la historia del San Isidro de los días más cercanos, historia que por
joven todavía, no es desconocida para quienes habitan este privilegiado rincón de
Gáldar. A ellos formulo esta esperanzada petición: que una sencilla placa, sobre las
blancas paredes de ambos santuarios, perpetúen los nombres de sus bienhechores para
conocimiento y gratitud de las generaciones.
San Isidro 24 de Octubre de 2003
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Sebastián Monzón Suárez