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LA HISTORIA EN LOS DIENTES. UNA APROXIMACIÓN A LA PREHISTORIA DE GRAN CANARIA DESDE LA ANTROPOLOGÍA DENTAL JOSE MIGUEL PÉREZ GARCÍA PRESIDENTE DEL CABILDO DE GRAN CANARIA LUZ CABALLERO RODRÍGUEZ CONSEJERA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL ERNESTO MARTÍN RODRÍGUEZ DIRECTOR GENERAL DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL COORDINACIÓN GENERAL JUANA HERNÁNDEZ GARCÍA DEPARTAMENTO DE DIFUSIÓN DE LA CONSEJERÍA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL GESTIÓN JOSÉ ROSARIO GODOY DEPARTAMENTO DE DIFUSIÓN DE LA CONSEJERÍA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL FOTOGRAFÍAS EL MUSEO CANARIO JAVIER VELASCO VÁZQUEZ DISEÑO Y REALIZACIÓN GRÁFICA MAT ESTUDIO DE DISEÑO IMPRESIÓN GRÁFICAS SABATER ISBN: XX-XXXX-XXX-X DEPÓSITO LEGAL: GC-XXXX/XX ©Cabildo de Gran Canaria, 1ª edición 2009 CONSEJERA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL LA HISTORIA EN LOS DIENTES. UNA APROXIMACIÓN A LA PREHISTORIA DE GRAN CANARIA DESDE LA ANTROPOLOGÍA DENTAL Teresa Delgado Darias CUADERNOS DE PATRIMONIO HISTÓRICO INVESTIGACIÓN 8 Las Palmas de Gran Canaria, 2009 A Sofía PRESENTACIÓN Los Cuadernos de Patrimonio Histórico han estado orientados hasta ahora en dar a conocer las intervenciones que lleva a cabo el Servicio de Cultura y Patrimo-nio Histórico en los diferentes ámbitos que conforman nuestro acervo cultural. Sin embargo, éstos trabajos no recogían o minimizaban, por cuestiones de espacio, los trabajos previos, la investigación base que conduce y permite la puesta en valor de los bienes intervenidos. Este cambio se advierte ya en el volumen 7, dedicado a la Cueva Pintada de Gáldar, donde se recoge todo el proceso de investigación que conduce desde el cierre preventivo del yacimiento hasta el comienzo de las obras del Parque Arqueológico. Es un trabajo fundamental para afrontar con garantías el uso público de estos espacios, con contenidos y desarrollos que van más allá de la simple esté-tica, enfocados como están desde una perspectiva didáctica y de disfrute social. En esta edición distinguimos entre investigación y desarrollo, aunque ni por un momento se han querido establecer fronteras donde no las hay, pués se trata de procesos que se retroalimentan mutuamente. Este primer número, que lleva por título La historia en los dientes. Una aproximación a la prehistoria de Gran Canaria desde la Antropología dental, constituye la tesis doctoral de Teresa Delgado Darias, investigadora que desarrolla su labor en el Museo Canario. El interés de éste y otros trabajos que participan de la misma línea de investigación es, sin duda, la perspec-tiva innovadora que introducen en el análisis antropológico, favoreciendo un cam-bio de paradigma en la investigación y aportando contenidos esenciales, nuevos y originales, para la documentación de los espacios de carácter funerario. Ernesto Martín Rodríguez Director General de Patrimonio Histórico AGRADECIMIENTOS El trabajo que a continuación se presenta no hubiera visto la luz sin el apoyo y la ayuda de muchas personas a las que quiero, desde aquí, hacerles llegar mi más sincero agradecimiento. El mayor reconocimiento lo dirijo a la sociedad científica El Museo Canario, que en todo momento ha sabido impulsar el proceso de investigación que hay tras estas páginas. Su labor de preservación de los materiales arqueológicos y las faci-lidades siempre ofrecidas a todo investigador que se acerca a sus fondos confie-ren a esta institución un lugar trascendental en la reconstrucción de nuestro pasa-do. A su director gerente, D. Diego López Díaz, debo el haber favorecido en todo momento la marcha del presente trabajo. Igualmente, a todo el personal de El Museo Canario agradezco el haber hecho siempre más fácil este estudio, y espe-cialmente a Antonio Betancor Rodríguez, MªCarmen Cruz de Mercadal, Mª Car-men Gil Vega, Carlos Santana Jubells, Fernando Betancor Pérez y Enrique Biscarri Trujillo, les doy las gracias no sólo por la ayuda material que me han prestado en todo momento sino por el apoyo y los ánimos brindados. No cabe duda que el estudio que ahora se presenta lo debo también a la ayuda y aliento que incondicionalmente he recibido de mis directores, quienes han sido y siguen siendo mis maestros. Las orientaciones y opiniones por ellos apor-tadas han enriquecido enormemente las páginas que forman esta tesis. A Javier Velasco Vázquez debo no sólo su labor de director sino el entusiasmo y la ilusión con los que aborda todo proceso de investigación, capaz de contagiarlos a quie-nes tienen la fortuna de compartir con él cualquier trabajo. A Ernesto Martín Rodríguez agradezco las sugerencias vertidas y el estar siempre dispuesto a resol-ver las dudas y problemas que iban surgiendo.A ambos, gracias por todas las horas que han dedicado a esta tesis. A Matilde Arnay de La Rosa y Emilio González Reimers quisiera expresar mi gratitud por la ayuda prestada, y muy especialmente en lo que respecta al estu-dio microscópico de estrías dentarias y al tratamiento estadístico de los datos. A Amelia Rodríguez Rodíguez, siempre dispuesta a prestar su ayuda. A Veróni-ca Alberto Barroso por toda la información ofrecida a partir de sus estudios arqueozoológicos, y porque siempre ha tenido palabras de ánimo. A Jacob Morales Mateos, por el análisis de los restos de higos en piezas den-tarias aborígenes. A los miembros de “Tibicena. Gabinete de Estudios Patrimonia-les”, por la cesión de fotografías. Junto a estas personas, otras muchas han contribuido también a que esta tesis saliera adelante. A todas ellas mi mayor gratitud. Especialmente detrás de estas páginas están el apoyo constante y el ánimo incondicional de mis padres,Teresa y Paco, y hermana, Inés. Su respaldo en todo lo que he emprendido han sido para mi el mayor estímulo con el que he podido contar. A mi marido, Enrique, debo la ayuda material prestada en todo momento pero, ante todo, el optimismo y las fuerzas que es capaz de transmitir cuando más se necesitan. ÍNDICE Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19 INTRODUCCIÓN Preámbulo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .25 Objetivos y planteamientos de partida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .31 Organización del trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35 PRIMERA PARTE. EL MODELO SOCIAL DE LOS CANARIOS 1. LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL PROCESO PRODUCTIVO . . . . . . . . . .41 2. LA EXPLOTACIÓN DEL TERRITORIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .49 2.1. El trabajo de la tierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .49 2.1.1. Especies Cultivadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .57 2.2. La explotación de los animales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .65 2.2.1. Cabras, ovejas y cerdos: la cabaña ganadera de los canarios . . . . . . . .67 2.2.2. Organización de la cabaña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .75 2.2.3. La captura de animales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .82 2.3. La recolección vegetal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .86 2.4. El mar como fuente de recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .94 2.4.1. La pesca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .95 2.4.2. El marisqueo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .98 2.4.3. La explotación del medio marino: una valoración conjunta . . . . . . . .102 SEGUNDA PARTE. MATERIAL Y MÉTODO: LA CONSTRUCCIÓN DEL DATO EMPÍRICO 3. LA POBLACIÓN ANALIZADA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .107 3.1. Características, criterios de selección y ordenación . . . . . . . . . . . . . . . . .107 3.1.1. Consideraciones de partida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .107 3.1.2. Criterios de selección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .113 3.1.3. Criterios de ordenación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .115 3.2. Composición de la muestra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .122 3.3. Procedencia de la muestra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123 3.3.1.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Agaete . . . . . .123 3.3.1.1. Maipés de Agaete . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123 3.3.1.2. El Roque. Guayedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .127 3.3.1.3. Acarreaderos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .129 3.3.2.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Agüimes . . . . .130 3.3.2.1. Montaña de Agüimes (Necrópolis de la Banda) . . . . . . . . . . .130 3.3.2.2. Montaña de Arinaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .132 3.3.2.3.Temisas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .132 3.3.3.Yacimientos arqueológicos de los términos municipales de Agüimes-Ingenio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .135 3.3.3.1. El barranco de Guayadeque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .135 3.3.4.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Arucas . . . . . . .143 3.3.5.Yacimientos arqueológicos de la Caldera de Tejeda . . . . . . . . . . . . . .144 3.3.5.1. Acusa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .145 3.3.5.2. Cuevas de Gonzalo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151 3.3.5.3. Mesa del Junquillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151 3.3.5.4. Los Roques . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .152 3.3.5.5. Solana del Pinillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156 3.3.5.6. Otros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156 3.3.6.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Firgas . . . . . . . .157 3.3.6.1. El Hormiguero de Casablanca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .157 3.3.6.2. San Andrés. Arucas-Firgas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160 3.3.7.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Gáldar . . . . . . .160 3.3.7.1. El Agujero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160 3.3.7.2. Gáldar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .166 3.3.8.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Las Palmas de Gran Canaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .167 3.3.8.1. La Angostura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .167 3.3.8.2. El barranco del Guiniguada: conjuntos de las Huesas y El Dragonal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .169 3.3.8.3. Hoya del Paso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .172 3.3.8.4. La Isleta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .173 3.3.8.5. El Metropole . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .176 3.3.9.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Mogán . . . . . . .177 3.3.9.1. El Blanquiza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .177 3.3.9.2. Las Crucecitas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .178 3.3.9.3. Las Longueras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .182 3.3.9.4. Llanos de Gamona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .182 3.3.10.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Moya . . . . . . .184 3.3.10.1. Cuevas del Lance . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184 3.3.11.Yacimientos arqueológicos del término municipal de San Bartolomé de Tirajana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184 3.3.11.1. La Necrópolis de Arteara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184 3.3.11.2. Barranco de Las Tabaqueras. Maspalomas . . . . . . . . . . . . .188 3.3.11.3. Barranquillo del Hornillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .189 3.3.11.4. Hoya de Los Machos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .190 3.3.11.5. Lomo Galeón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .190 3.3.11.6. Los Palmitos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .192 3.3.12.Yacimientos arqueológicos del término municipal de San Nicolás de Tolentino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193 3.3.12.1. Caserones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193 3.3.12.2. Casillas de Linagua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .198 3.3.12.3. Cuermeja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .199 3.3.12.4. Los Picachos de Tifaracás . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .200 3.3.12.5. El Solapón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .201 3.3.12.6.Tasarte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .201 3.3.13.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Santa Lucía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .202 3.3.13.1. La Caldera de Tirajana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .202 3.3.13.2. El Pajito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .204 3.3.14.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Santa María de Guía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .206 3.3.14.1. Los yacimientos de la costa de Santa María de Guía . . . .206 3.3.15.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Telde . .210 3.3.15.1. El Draguillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .210 3.3.15.2. La línea de costa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .211 3.3.15.3. Montaña de Juan Tello . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .213 3.3.16.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Teror . .214 3.3.16.1. Guanchía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .214 4. CRITERIOS Y PROCEDIMIENTOS DE ESTUDIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .217 4.1. Determinación del sexo y la edad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .217 4.2. El diente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .223 4.2.1. Estructura y formación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .224 4.2.1.1. Esmalte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .227 4.2.1.2. Dentina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .231 4.2.1.3. Cemento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .233 4.2.1.4. Placa bacteriana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .233 4.3. La salud oral como instrumento de análisis en la reconstrucción de las formas de vida de poblaciones arqueológicas . . . . . . . . . . . . . . . .234 4.3.1. Caries dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .235 4.3.2. Desgaste dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .246 4.3.3. Sarro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .253 4.3.4. Enfermedad periodontal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .258 4.3.5. Lesiones pulpoalveolares y pérdidas dentales ante mórtem . . . . . . .263 4.3.6. Hipoplasia del esmalte dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .270 4.4. Análisis estadístico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .283 TERCERA PARTE. EL ESTADO DE LA DENTICIÓN COMO REFLEJO DE LAS FORMAS DE VIDA 5. LA SALUD ORAL DE LOS ANTIGUOS CANARIOS . . . . . . . . . . . . . . . . . .287 5.1. El modelo de caries dental y su relación con otras patologías orales . . .287 5.2. La caries dental en la población no adulta: la imagen de un modelo alimenticio consolidado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .298 5.3. El desgaste oclusal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .304 5.4. La calcificación de la placa bacteriana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .310 5.5. La enfermedad periodontal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .314 5.6. Las pérdidas de piezas dentarias en vida: el reflejo de un modelo de salud dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .318 5.7. La hipoplasia del esmalte dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .320 6. LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS Y LA DIETA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .325 6.1. La agricultura: la base de un modelo social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .327 6.2. La sostenibilidad de un régimen agrícula: la diversidad de estrategias económicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .337 6.3. Unos modos de vida arraigados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .342 7. LA DIVERSIFICACIÓN TERRITORIAL DE LAS ESTRATEGIAS ECONÓMICAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .353 7.1. Dieta y variabilidad territorial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .353 7.2. La redistribución o el sostenimiento de las disimetrías sociales . . . . . . . .363 8. DIFERENCIAS SOCIALES: LAS DESIGUALDADES DE GÉNERO . . . . . . . . .367 8.1.Trabajo especializado y desigualdad de género . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .378 9. ¿Y EL TIEMPO? BREVES CONSIDERACIONES EN TORNO A LA VARIABLE DE LA CRONOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .387 SÍNTESIS Y CONCLUSIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .391 BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .407 ANEXO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .443 ESTÁ EN NUESTRAS MANOS... Thomas Paine, en su libro Sentido común, expresaba con contundente optimis-mo: “está en nuestras manos volver a crear el mundo”. Pese a que esta afirmación esperanzadora veía la luz en pleno ciclo revolucionario del XVIII, puede decirse que cobra vigencia, al menos para el que escribe, cada vez se nos brinda la opor-tunidad de acercarnos a nuevos trabajos de investigación, a proyectos serios dedi-cados a generar conocimiento sobre un pasado que hoy es más de todos –y de todas– gracias a tales esfuerzos. La obra que ahora tiene en sus manos, y que me honra prologar, es uno de esos ejemplos que representan, sin titubeos, una apor-tación fundamental. Un trabajo sólido, bien pertrechado de datos y de teorías, pero sobre todo un paso más en un camino por recorrer con mucho presente y con más futuro. No obstante, no quisiera que quien esto lea piense que, como sucede en otros casos, al redactar estas páginas he caído en lo que ingeniosamen-te Fontana describe como “te-escribo-la-nota-de-tu-libro para que luego tu-me-escri-bas- la-nota-de-mi-libro”. Nada más lejos de la realidad. Como podrán comprobar en cada página,Teresa Delgado nos abre las puertas a un pasado que hace apa-sionante, lleno de gentes a las que dota de historia al descubrirnos cómo vivieron, cómo se relacionaron entre sí, cómo fue su vida cotidiana... Si se me permite la simplificación, estudiar los dientes fue casi una “excusa”, pues lo que realmente interesaba era lograr lo que finalmente ha conseguido: participar con una sólida base empírica en la explicación histórica de los antiguos canarios en su singladura por los siglos. Conociendo a la autora, y habiendo tenido la suerte de compartir trabajos y reflexiones con ella, resultaba harto difícil esperar otra cosa que no fuera una investigación tan completa como la que sigue a este prefacio. En cada uno de los capítulos demuestra con nitidez que proponer teorías está muy lejos 19 del mero ejercicio de la especulación, que los materiales arqueológicos requieren ser valorados por sí mismos y por el contexto que les da sentido histórico y no según se nos antoje en cada caso, que en las más pequeñas cosas pueden estar las respuestas a las más grandes preguntas... Sin embargo, calificar esta obra le corresponde a partir de ahora a los que a ella se acerquen, por lo que no quisiera insistir más en sus muchas virtudes. En contrapartida, no quisiera pasar por alto la oportunidad de relatar muy brevemen-te cómo se gesta este trabajo. Eso sí, sin entrar en esos lugares comunes de cómo conocí a la autora y de qué forma ha transcurrido una gratificante experiencia compartida con la que no he hecho más que aprender. No. En un ejercicio de “intrahistoria” preferiría hacer un recorrido temporal algo más amplio y recono-cer a quienes, en justicia, debemos mucho de lo que somos, tanto la autora como yo mismo. A caballo entre el siglo XI y el XII, Bernardo de Claraval decía “somos enanos de pie sobre hombros de gigantes. Somos capaces de ver más lejos, pero es gracias a quienes nos precedieron y sostienen”. Y aunque eso de que somos capaces de ver más lejos está aún por demostrar, no puede pasarse por alto que esos ���gigantes” en nuestro caso tienen nombres y apellidos, así como una cualidad singular que es la de haber sido capaces de dar continuidad a una línea de trabajo. Dicho de otro modo, de crear escuela. Nada se descubre cuando se dice que la investigación sobre restos humanos tiene en Canarias una tradición más que centenaria, en la que han menudeado investigadores y aportaciones de gran calado académico y social. Aunque en la actualidad muchas de sus propuestas ocupen poco más que un lugar ventajoso en las recapitulaciones historiográficas es obligada la referencia a René Verneau, Chil y Naranjo, Ernest Hooton, Miguel Fusté, Ilse Swidetzky... Sin embargo, no será hasta inicios de los 80 del siglo XX cuando la bioantropolog��a en Canarias experimente un cambio sustancial que ha sabido proyectarse, creo que con fortuna, hasta el arranque de este nuevo milenio. En esas últimas décadas del novecientos, en una aparente continuidad, se seguía trabajando con huesos y dientes, aunque lo cierto es que se gestaba un profundo cambio conceptual que nos ha marcado hasta el presente. En manos de Matilde Arnay y Emilio González las evidencias bioantropológicas se erigieron en un vehículo idóneo para acceder a la cultura, dejando a un lado definitivamente el lastre de la raciología o la mera presentación listada de casuís-ticas paleopatológicas. Cada hueso seguía observándose con el mismo detalle que 20 antaño, examinándose ahora con la ayuda de las nuevas tecnologías o recurrien-do a marcadores no explorados hasta entonces. Pero algo había cambiado. Esta nueva forma de entender la bioantropología buscaba a las personas tras las hue-sos y los dientes, es decir, nos adentraba en la historia de la mano de sus protago-nistas. El objetivo no era ya dónde medir el cráneo para reconocer la raza o para demostrar cómo había sobrevivido ese rasgo hasta la actualidad. Ahora interesa-ba conocer aspectos “tan mundanos” como qué alimentos eran los consumidos, quién produc��a o comía según qué cosas o porqué y quién padeció tal enferme-dad. Gracias a ese cambio fue adquiriendo cada vez más importancia conocer las formas y condiciones de vida de los antiguos habitantes del Archipiélago a través de la lectura de un documento arqueológico tan particular como los tejidos óseos. Todo ello, desde luego, sin perder de vista la perspectiva histórica, donde la pro-yección temporal seguía siendo básica, pero quizás adquiría mayor relieve la dimensión social. Es cierto que en aquellos momentos se asistía a cambios generalizados, aun-que de desigual alcance, en el modo de afrontar el estudio de las poblaciones pre-hispánicas canarias. Este revulsivo en la bioantropología puede entenderse espe-cialmente significativo por dos razones fundamentales: Por un lado, en momentos previos esta disciplina había estado marcada por una carga epistemológica y deon-tológica que parecía inmutable y en la que se daba escaso margen al disenso o al planteamiento de alternativas. Fue necesario superar la raza como pregunta, pero también la raza como respuesta. Por otro, y frente a las áreas de conocimiento que podrían denominarse típicamente arqueológicas, el estudio de los restos humanos no parecía ser competencia de historiadores, por lo que los huesos seguían estan-do condenados a ocupar un lugar en los anexos de publicaciones y memorias de excavación. Ese “cada cual a lo suyo” se quebró con las nuevas aportaciones de Emilio González y Matilde Arnay, tanto por haber sabido promover los estudios pluridisciplinares en esta materia, como por haberlos entendido como una activi-dad esencialmente integradora y destinada a dar contestación a interrogantes comunes. Así contribuyeron a dejar claro que la Historia, como ciencia, podía com-partimentar sus objetos de estudio, pero no su objeto de conocimiento. Además de lo dicho encuentro particularmente meritorio que tanto Matilde Arnay como Emilio González tuvieran –y sigan teniendo– una enorme capacidad de trabajo, una seriedad ejemplar, así como una forma de entender la investigación en la que domina la generosidad sin reservas.Todo ello les convierte, sin duda, en 21 maestros. Y no de la denostada “vieja escuela”, sino de esa otra en la que el res-peto se gana compartiendo y construyendo juntos. No hace mucho leía que en el primer centenario del nacimiento de Charles Darwin, el genetista Willian Bateson rendía tributo al genial autor diciendo que: “lo que más honraremos en él será el poder creativo, por medio del cual inauguró una línea de descubrimientos de variedad y extensión inacabables, y no sus logros concretos”. Como en el caso de Darwin, y aunque le pese al señor Bateson, también debemos a Emilio González y Matilde Arnay sus logros y sus resultados, pues, sin ir más lejos, la obra que tiene en sus manos forma parte de ellos. Este trabajo de Teresa Delgado, merecedor como he dicho antes de toda mi admiración, es uno de los exponentes más ilustrativos del camino marcado por Matilde Arnay y Emilio González. Desde luego que el mérito es plenamente de la autora, pues a su tenacidad y genialidad se deben unas consideraciones y unas conclusiones que, dicho con cierta envidia, me hubiera gustado escribir a mí. Pero como la propia Teresa Delgado reconoce en las páginas de este libro, estamos inmersos en una actividad investigadora en continuo crecimiento, donde cada día se revisan lo que ayer eran “verdades absolutas”. El pasado preeuropeo de Cana-rias, por fortuna, sigue abriendo sus puertas al conocimiento, y cada intervención arqueológica, cada estudio de materiales, cada revisión bibliográfica nos permite seguir creciendo. Además, continua sumándose gente a aquellos que además de abrir camino siguen en la brecha, y que también entienden el papel del historia-dor o la historiadora como un compromiso social. Matilde Arnay, Emilio González y Teresa Delgado me han permitido que cada día cobre más sentido aquello de que, según Galeano, “la historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”. Teresa ha dado un gran paso para volver a crear el mundo... seguir a la altura es un reto que desde este momento está en nuestras manos. Las Palmas de Gran Canaria, 1 de octubre de 2008 Javier Velasco Vázquez 22 INTRODUCCIÓN PREÁMBULO La importancia de ejercer un acercamiento al pasado prehistórico de las islas desde una perspectiva multidisciplinar ha quedado demostrada en los resultados alcanzados a partir de los numerosos trabajos que, siguiendo ese principio, han sido desarrollados en las últimas décadas. La concurrencia de líneas de investiga-ción diferentes en la reconstrucción histórica del pasado –como la bioantropolo-gía, la carpología o la zooarqueología, por enumerar algunas de ellas– y la valora-ción conjunta de sus aportaciones, han contribuido a que de unos años a esta parte el conocimiento de las formas de vida de las comunidades aborígenes haya experimentado un avance cuantitativo y cualitativo. Es por ello que seguir profundizando y avanzando en cada una de esas vías de análisis del registro arqueológico es una tarea imprescindible en la consecución de la completa y correcta reconstrucción de nuestro pasado. La introducción y desarro-llo de estas líneas de investigación debe hacerse descansar en dos cuestiones esen-ciales. En primer lugar, y como es lógico, en los avances tecnológicos que se han venido experimentando en los últimos años –la biomédica, la química, etc.–, de los que son deudoras por ejemplo las recientes investigaciones sobre restos óseos. Pero también, y quizá lo que resulte más importante, en los cambios conceptua-les que se han vivido en el ámbito de la prehistoria. Frente a las preguntas domi-nantes hasta hace tan sólo algunas décadas –de dónde venía esta población o cómo se produjo el poblamiento– y frente al intento de dar explicación a las dife-rencias en el registro arqueológico a partir de oleadas migratorias, ahora una buena parte de los esfuerzos en investigación se dirigen a conocer el modo en el que vivieron estas poblaciones o, lo que es igual, a la reconstrucción de sus for-mas, condiciones de vida y procesos sociales por ellas protagonizados. Ello expli- 25 ca que paulatinamente, en el campo de la bioantropología, haya pasado a un segundo plano la identificación y reconstrucción morfométrica de los restos esqueléticos, priorizándose otras variables que tratan de dar respuesta a los nue-vos interrogantes. Este salto cualitativo ha conferido, si hacemos un repaso a muchas de las publicaciones que en torno a la prehistoria de Canarias han visto la luz en las últimas décadas, un importante avance al conocimiento que se tiene sobre las sociedades prehistóricas de Canarias. Por todo ello se presenta como una tarea ineludible seguir profundizando en el pasado con los medios que ofrecen diferentes disciplinas, siendo una de ellas la bioarqueología. Ésta, puede afirmarse, se encuentra plenamente consolidada en el archipiélago, y más concretamente en el ámbito insular de Gran Canaria, tal y como lo demuestran los trabajos de investigación desarrollados en los últimos años y la reconstrucción histórica propuesta a partir de ellos. Dicha línea de estu-dio se ha centrado de forma prioritaria en aspectos concernientes a la paleodie-ta y paleonutrición, una corriente de la que son una buena muestra los trabajos emprendidos por el equipo coordinado por M. Arnay y E. González (M. Arnay et al., 1984; 1987; E. González et al. 1987; 1988; 1988-1991; 1991; J.Velasco, 1997; etc.) que, partiendo de ese tipo de investigaciones, desarrollan una reconstrucción del modelo social y económico de la población prehistórica de Gran Canaria1. Pero la bioantropología constituye una línea de investigación abierta, a la que se van incorporando nuevas variables de estudio que, ineludiblemente acompaña-das de la pertinente interpretación hist��rica, permiten seguir ahondando en el pasado insular.Y precisamente ello es lo que se persigue con el trabajo que se pre-senta en estas páginas, en el que la antropología dental es adoptada como una herramienta de análisis histórico. Desde las últimas décadas del siglo XX, por tanto, se ha venido accediendo a un cúmulo de datos derivados del análisis de los restos óseos que están permi-tiendo ahondar de una forma cada vez más fehaciente en el sistema socioeconó- 26 1También dentro de esta línea de acercamiento al pasado prehispánico a través de los hábitos dieté-ticos y nutricionales habría que incluir los trabajos que tienen por objeto a los grupos aborígenes de otras islas, como es el caso de la población guanche (S. Domínguez, 1997) o la bimbache (J.Velasco et al. 1998; 2001; M. Arnay et al., 1994).Tampoco pueden pasarse por alto las investigaciones dirigidas al análisis de otros aspectos ofrecidos por los restos humanos, tales como el examen histológico de los pulmones de una momia de Acusa (Gran Canaria) (A. Martín y colaboradores, 1987), determinados marcadores de estrés ocupacional (M.C. Estévez, 2004; C. Rodríguez y M. Martín, 1997), etc. mico de estas poblaciones. Casi podríamos decir que si antes las fuentes etnohis-tóricas existentes para Canarias constituían el principal sustento de la reconstruc-ción de estos grupos humanos, ahora tales referencias escritas están pasando a ser un elemento de contraste con respecto a los resultados obtenidos desde unas líneas de investigación que tienen como principal elemento de estudio las propias evidencias materiales dejadas por tal formación social, y a ésta como objeto bási-co de conocimiento. Dentro de este marco se aborda ahora el análisis de los restos dentales de una amplia serie poblacional correspondiente al periodo anterior a la incorporación de Gran Canaria a la Corona de Castilla. No cabe duda que la bioantropología ha proporcionado un importante cúmulo de datos, pero también es cierto que se trata de una línea de investigación en la que es necesario seguir profundizando, y que la aportación que puedan hacer los nuevos análisis de antropología dental permitirá refutar, confirmar o enriquecer la información disponible hasta el momento. Se presenta, pues, el estudio de la salud oral de esta población como una estrategia de acercamiento a los procesos sociales por ella protagonizados en el espacio histórico del que fueron protagonistas. De ello existen ilustrativos ejemplos para otras islas, a los que ya antes se hizo alusión. Es el caso de los trabajos de D. Chinea y colaboradores (1996) y S. Domínguez (1997) en Tenerife, o de J. Velasco y colaboradores para El Hierro (2001), y que ponen de manifiesto la riqueza informativa de esta vía de estudio para afrontar una reconstrucción histórica. Ello ha quedado también evidenciado para la propia población aborigen de Gran Canaria mediante un estudio que cons-tituyó nuestra memoria de licenciatura, centrada en diversos aspectos de la salud oral de una serie poblacional procedente del barranco de Guayadeque (T. Delga-do, 2001). Con dicho trabajo se buscaba la definición y sistematización de la meto-dología a aplicar, tomando en consideración los problemas y particularidades que este grupo humano pudiera presentar a la hora de aplicar determinadas variables de análisis ofertadas por la antropología dental. A partir de ello se consiguió una metodología optimizada, dirigida a asegurar la correcta obtención de la informa-ción derivada de dicho modelo de estudio. Éste brindó además la oportunidad de realizar una primera aproximación al estado de salud oral de una muestra limita-da de la población prehistórica de Gran Canaria, proporcionando una serie de inferencias en lo que al sistema socieconómico de los canarios se refiere, que están en perfecta concordancia con los datos derivados de otras líneas de estu- 27 dio desarrolladas en el marco de la bioantropología y otras disciplinas arqueológi-cas. En definitiva, con ese trabajo se puso de manifiesto la validez y el potencial informativo de una estrategia de estudio como la de la antropología dental. Pero hasta llegar a esta inserción en plena regla de la antropología dental en la investigación prehistórica de Canarias, han transcurrido una serie de etapas que son necesarias considerar, aunque sólo sea someramente, para comprender la evolución experimentada por esta “disciplina”. El primer rasgo sobre el que cabría llamar la atención es el escaso interés mostrado por dicha línea de estudio prác-ticamente hasta los trabajos de M. Fusté en la década de 1960. Ello responde al predominio ejercido por la craneometría en el ámbito de la investigación prehis-tórica, a partir de la cual surgieron clasificaciones raciales con las que se pretendía dar explicación a la diversidad del registro arqueológico constatado en los yaci-mientos. Esa corriente desviaba la atención de cualquier otro análisis que en aquel momento se considerara secundario para la distinción de tipos físicos. De ahí que muchas de las escasas alusiones a la dentición se dirijan, o bien a subrayar las dife-rencias raciológicas (S. Berthelot, 1842; R. Verneau, 1996; etc.), o bien a formar parte de las superficiales referencias que integraban aquella otra vía de análisis que era la paleopatología (G. Chil y Naranjo, 1900). No obstante habrá excepciones que irán marcando progresos importantes. Podría decirse que uno de los primeros autores que muestra un interés particu-lar por el campo de la investigación dental es D. von Behr, con la publicación de su “Metrische Studien an 152 Guanchen-Schädeln” en 1908. En esta monografía el autor aborda la caries y el absceso alveolar, documentando unas proporciones muy elevadas de individuos afectados por este tipo de patologías entre los grupos prehispánicos canarios. Pero sería el trabajo de E.A. Hooton, ��The ancient inhabi-tants of the Canary Islands” (1925), el que representara una destacado avance. Su modo de abordar y de interpretar el análisis de la dentición supondría un cambio substancial con respecto a los tiempos anteriores. Así por ejemplo, algunos de los rasgos patológicos que observa en la población los explica en virtud del tipo de alimento ingerido y del procesado empleado en su preparación. Este importante paso no tuvo, sin embargo, una continuidad en trabajos posteriores, bien al con-trario las investigaciones en torno a la dentición volvieron a quedar relegadas al olvido hasta los años 60 cuando se vieron impulsadas por el profesor M. Fusté (1961; 1961-1962). Esta figura constituye un auténtico antecedente de las nuevas perspectivas de estudio bioantropológico en el contexto canario.Y, precisamente, 28 ese papel de precursor se lo confieren sus valoraciones e interpretaciones sobre las patologías orales. El mismo hecho de interpretar es ya una novedad, pues hasta el momento sólo E. A. Hooton, y de forma muy somera, había intentado esbozar etiologías. Así, aunque dentro del marco de la definición de tipos raciales, M. Fusté establece un estudio comparativo del estado de la dentición entre el grupo huma-no procedente de los túmulos de Gáldar y el de las “cuevas del interior”. En este estudio evidenció un marcado contraste en la frecuencia de caries y piezas caídas intra vítam, que resultó ser superior en el segundo de los conjuntos reseñados. En la interpretación que el autor ofrece de este contraste en la salud oral, hace inter-venir, en última instancia, tanto factores geográficos (espacio físico ocupado) como sociales. Si algo refleja esta valoración es que ya no se estaría concibiendo al grupo prehistórico como un elemento biológicamente aislado, sino en relación directa con un entorno físico y social2. En los trabajos de este autor se está fraguando, pues, un cambio conceptual que, entendemos, no cristalizaría definitivamente hasta décadas después. A pesar de que con ese último trabajo se ponía ya de manifiesto la utilidad de los estudios dentales, éstos vuelven a sufrir un letargo hasta la década de los ochenta, cuando se produce el despegue definitivo de esta línea bioantropológica, hasta llegar a la consolidación de la que en la actualidad parece disfrutar. En este afianzamiento y progresiva consolidación han intervenido sin duda los avances tecnológicos y cambios conceptuales a los que líneas atrás hacíamos re-ferencia. De esta forma, desde las décadas finales del siglo XX hasta la actualidad, las vías de análisis desarrolladas en el campo de la antropología dental se han visto con-siderablemente diversificadas, incorporándose progresivamente nuevas variables de estudio que no hacen sino enriquecer el conocimiento histórico de las poblaciones insulares anteriores a la conquista castellana. Éstas podrían resumirse en los siguien-tes puntos: 29 2. Paralelamente, en 1959 se publicaba un breve artículo de R. Powers, dentro de la más pura formu-lación descriptiva, sobre anomalías diagnosticadas por esta autora en una colección de 47 cráneos de Tenerife conservados en el museo británico, destacando la frecuencia de agenesia del tercer molar e inclusión del colmillo. 1. Análisis métricos y morfológicos de la dentición (J.M. Bermúdez de Castro, 1985; 1987), así como los recientemente desarrollados de ADN mitocondrial (C. Flores et al., 2003; N. Maca-Meyer et al., 2004; J.C. Rando, 1998; J.C. Rando et al., 1999), dirigidos a dilucidar el problema de los oríge-nes y proceso de poblamiento. 2. Reconstrucción de los modelos dietéticos y nutricionales, al objeto de conocer el sistema socioeconómico de estas sociedades. En tales análisis además de la valoración de las patologías y condiciones dentarias tradicio-nales –tales como la caries, el desgaste, la hipoplasia del esmalte, etc. (O. Langsjoen, 1992; S. Domínguez, 1997, D. Chinea et al., 1996, T. Delgado, 2001), se han ido incorporando nuevas variables como es el estudio de los microrestos (fitolitos, almidones, etc.) contenidos en el sarro dental (J.A. Afonso, 2004), o de las microestrías de las superficies de la dentición (T. Delgado et al., 2002). Sin duda, la adopción de estos aspectos ha de ser considerada en el marco del desarrollo de nuevas técnicas en otros cam-pos de las ciencias, lo que constituye un buen ejemplo de la necesidad de analizar a las poblaciones del pasado desde una perspectiva interdisciplinar, en la que la investigación prehistórica se beneficie de los avances logrados en otros campos del saber. 3. En los últimos años han surgido también una serie de investigaciones centradas en aspectos puntuales ofrecidos por la dentición, y de particular interés para el acercamiento a las formas de vida de estas comunidades. Nos referimos al caso de los desgastes anómalos atribuibles al empleo de palillos dentales (T. Delgado et al., 2000) o, lo que podría resultar aún de mayor interés para la reconstrucción de las relaciones sociales de estas poblaciones, marcadores dentales de actividades como ciertas manufactu-ras (trabajo de la piel, fibras vegetales, etc.) (T. Delgado et al., 2002).Tam-poco puede olvidarse la posibilidad de acercarnos a los vínculos de consan-guinidad existentes entre los miembros de una comunidad concreta, a través de la valoración de los llamados caracteres no métricos (O. Dutour, y J. Onrubia, 1993; Galván, B. et al., 1999). En definitiva, todos estos análisis cuyos antecedentes arrancan, como ya seña-lamos, a fines del XIX, vienen a poner de manifiesto la importancia de la antropo- 30 logía dental como herramienta de trabajo para contribuir al conocimiento de las formas y condiciones de vida de las poblaciones prehistóricas de Canarias. OBJETIVOS Y PLANTEAMIENTOS DE PARTIDA A la hora de afrontar un trabajo como el aquí presentado nos propusimos la consecución de una serie de objetivos. Así, constituía un fin prioritario la caracte-rización de la salud oral de este grupo humano a partir de la antropología dental y, a través de ello, la definición de algunas de las pautas esenciales que determina-ron las formas y condiciones de vida de los canarios prehispánicos, haciendo espe-cial hincapié en las particularidades de su régimen alimenticio y el impacto de tales comportamientos en su estado nutricional. Como segundo objetivo, y en directa relación con el anterior, se pretendía aportar nuevos elementos de juicio en los que cimentar la explicación histórica de los procesos sociales protagonizados por estas poblaciones. Entendiendo que el objeto básico de nuestra investigación es la formación social de los canarios como realidad históricamente definida, no podía limitarse nuestro trabajo a la mera enu-meración y cuantificación de variables bioantropológicas. Éstas, sin duda, requerían ser explicadas para proceder a un acercamiento integrador y dinámico a dicha rea-lidad pretérita, en conjunción con el resto de la información aportada por otras vías de estudio. En un plano ya metodológico, se estableció también como objetivo la “puesta al día” de unos procedimientos de trabajo acordes con los propósitos antes enu-merados. Se pretendía con ello adecuar un conjunto de criterios y procedimien-tos analíticos –ya ensayados con éxito en otros lugares– a la realidad mostrada tanto por los materiales bioantropológicos disponibles como por su contexto cul-tural de procedencia. A tal efecto no se trataba de valorar los diferentes paráme-tros de la antropología dental de los canarios como un fin en sí mismo, sino que debían de ser adoptados como una herramienta de análisis con la que acceder a un repertorio particular de datos que favorecieran la antedicha elaboración de propuestas de explicación histórica. Ello implicaba no sólo determinar qué pará-metros debían analizarse, sino también actualizarlos y adecuarlos a los fines per-seguidos. Una cuestión especialmente importante teniendo en cuenta, además, la 31 parquedad de antecedentes disponibles en Gran Canaria para esta vía de estudio tan particular. En directa relación con el punto anterior, y vistas las posibilidades de esta vía de investigación, se estimó necesario sentar unas bases metodológicas que permi-tieran hacer extensibles tales parámetros de estudio a otros contextos territoria-les del archipiélago, de cara al establecimiento de comparaciones bajo considera-ciones similares. Seguir profundizando en la valoración de la realidad histórica de los grupos prehispánicos canarios justifica, desde nuestro punto de vista, la perti-nencia de este objetivo. Una vez expuestos los fines perseguidos con el trabajo de investigación desarro-llado en estas páginas, se hace preciso profundizar en los planteamientos que guían este estudio, al objeto de comprender el marco en el que se inserta. No cabe duda que la confluencia de diversas líneas de investigación como la bioantropología, la carpología, etc., hacia la reconstrucción del sistema socioeco-nómico de Gran Canaria, está permitiendo superar la simple enumeración de las actividades subsistenciales o de los productos obtenidos a partir de ellas, lo que hasta no hace muchos años se presentaba como única aportación al conocimien-tos de la economía prehistórica. Se parte ahora, por el contrario, de la necesidad de contemplar el trabajo de reconstrucción del pasado de estas poblaciones desde el concepto de proceso de producción y, por tanto, considerando de forma conjunta la producción (objetos, medios y fuerza de trabajo), la distribución, el intercambio y el consumo, así como las relaciones sociales que se establecen en torno al proceso productivo. Desde este marco, aquellas vías de análisis que nos introduzcan en la dieta y en las consecuencias nutricionales de ésta en un determinado grupo humano, ten-drán un especial valor, por cuanto permitirán acercarnos a aquellos procesos de trabajo que generan los alimentos necesarios para el mantenimiento y reproduc-ción de la sociedad, a la distribución y consumo de los mismos y, por tanto, a las diferencias sociales que puedan existir en este sentido. Los alimentos son el producto resultante de unos procesos de trabajo y, como tales, serán incorporados a redes de redistribución y consumidos. Así por ejemplo, dependiendo de la posición de los miembros de una comunidad en el sistema de relaciones sociales de producción, el tipo y cantidad de alimentos distribuidos variará, pudiendo ser en este sentido, los productos alimenticios, garantes no sólo de la reproducción biológica sino también social del grupo humano. Se entende- 32 rá así que aquellos estudios que, como la antropología dental, nos acerquen al patrón dietético y nutricional de los grupos humanos del pasado, tendrán una especial trascendencia en la reconstrucción histórica de esas poblaciones. Lo cierto es que con los antecedentes en el campo de la bioarqueología ya comentados líneas atrás, se hacía preciso continuar ahondando en los parámetros que aún requerían de una estudio más desarrollado –como es el análisis de aque-llas variables ofrecidas por la antropología dental– y que sirvieran de fuente de información adicional en torno a los procesos económicos puestos en marcha por los antiguos canarios. Se trataba de contribuir a incrementar el conocimiento bioantropológico de estas comunidades humanas de cara a su reconstrucción his-tórica. En ningún caso se ha pretendido adoptar la antropología dental como el objetivo final del presente trabajo, sino que se ha recurrido a ella como una herra-mienta o medio de análisis para lograr una aproximación a las formas de vida de la población aborigen. Esta propiedad de la dentición para acercarnos a la dieta y la nutrición de un determinado grupo humano responde de forma prioritaria a que las piezas den-tarias y los alveolos que las sustentan pueden verse modificados directa o indirec-tamente en virtud del tipo de alimento y de la calidad nutricional de los mismos o, incluso, en función de las modificaciones que determinados sistemas de proce-sado puedan provocar en los productos alimenticios. Es por ello por lo que la información proporcionada por el estado de salud oral permitirá estimar el com-portamiento económico de la población prehistórica de Gran Canaria. Los resultados así alcanzados, como no podría ser de otra forma, deben ser contrastados con los obtenidos por otras líneas de investigación, a fin de matizar, confirmar y ampliar la información de la que se disponía hasta la fecha. Sin duda se está en un momento idóneo para el desarrollo de los estudios del estado de salud oral como marcador del modelo dietético y nutricional de esta población, ya que con anterioridad han sido desarrollados análisis de oligoelementos, marca-dores episódicos de estrés en hueso, etc. que constituyen un punto de partida y unos precedentes especialmente favorables para la mejor comprensión e interpre-tación de las características dentales que se vayan a documentar. De igual mane-ra, el destacado avance que en los últimos años está experimentando la paleocar-pología es otro elemento de especial valor a la hora de afrontar el presente estu-dio, como lo son también los pocos análisis faunísticos llevados a cabo. 33 Y todo ello se entenderá si tenemos en cuenta que la comprensión e interpre-tación de los datos aportados por el análisis de la dentición de los antiguos cana-rios sólo puede llevarse a cabo a partir de la integración de tales resultados con los datos proporcionados por otros recursos informativos: por un lado, las intervencio-nes arqueológicas llevadas a cabo con una metodología rigurosa, capaz de rescatar toda la información contenida en los espacios intervenidos. De otra parte, una fuente de información esencial es la proporcionada por las diversas vías de estudio del registro arqueológico puestas en marcha y desarrolladas con desigual intensi-dad en las últimas décadas, orientadas a la reconstrucción histórica del pasado abo-rigen (estudios bioantropológicos, zooarqueológicos, carpológicos, de industria líti-ca, etc.). Y por supuesto, otro de los recursos lo constituyen las fuentes etnohistóricas. Las crónicas e historias de la conquista dan a conocer algunos aspectos a los que difícilmente se podría tener acceso desde la propia arqueolo-gía, sin embargo hemos de ser conscientes de las carencias y problemas que las caracterizan, ya que las referencias que en ellas se recogen sobre las formas de vida de la población aborigen se circunscriben al periodo final de esta formación social, sin olvidar que la imagen que nos ofrece es la derivada de la observación castellana, con todos los sesgos que ello supone. En definitiva, se ha pretendido articular la información obtenida desde la antro-pología dental con el resto de datos arqueológicos disponibles hasta el momento y con el análisis crítico de las fuentes etnohistóricas, ya que sólo desde la valora-ción conjunta de estos recursos informativos estaremos en disposición de acer-carnos de un modo más certero y completo a la realidad de los procesos cultu-rales de los grupos humanos prehistóricos de Gran Canaria. Lograr tales objetivos requería la elección de aquellas variables y criterios metodológicos que de forma más certera y rica nos proporcionara la información perseguida. Desde esta perspectiva fueron seleccionados un conjunto de paráme-tros de análisis entre los que se incluyen la caries, el desgaste oclusal, el sarro, la periodontitis, las cavidades pulpoalveolares, las pérdidas ante mórtem de piezas dentarias y la hipoplasia del esmalte.Todas ellas tendrán, como veremos, una espe-cial importancia, en tanto que indicadores de los hábitos alimenticios de una población e, incluso, de los procesos de estrés padecidos durante la infancia. Unos datos que poseen una especial trascendencia al constituir el reflejo de un particu-lar sistema social y económico, que es al fin y al cabo el que la investigación pre-histórica trata de dilucidar. 34 Para tales propósitos se ha perseguido contar con una muestra de análisis no sólo cuantitaviamente amplia sino también diversificada desde diferentes puntos de vista. Así, se ha intentado que se encuentren representados diversos enclaves arqueológicos y diferentes ambientes espaciales, como aquellas áreas de costa y de medianías e interior. A partir de aquí estaremos en condiciones de detectar y afrontar las particularidades y las generalidades de los comportamientos socieco-nómicos de los antiguos canarios, podremos profundizar en la forma en la que se articulan las diferentes actividades de producción y las relaciones sociales que se establecen en torno a ellas para generar un modelo de producción concreto: aquel que define a los antiguos canarios. Por supuesto que los resultados y las hipótesis que se expondrán no han de ser calificadas de concluyentes, por cuanto se trata de una investigación abierta a la incorporación de nuevos resultados que puedan ser proporcionados, bien por el desarrollo de nuevas vías de estudio del registro arqueológico, bien por la ampliación de las ya iniciadas o por los resultados de intervenciones arqueológi-cas, todo lo cual podrá cuestionar, matizar o enriquecer las valoraciones que se exponen en el presente estudio. ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO En función de los objetivos planteados, se ha convenido estructurar el presen-te trabajo en tres grandes apartados. El primero de ellos trata de dar una visión general del proceso productivo de la población prehistórica de Gran Canaria a partir de los datos de los que hasta el momento se dispone. Se pretende con ello ofrecer los principios de conoci-miento de los que se parte a la hora de afrontar un estudio de las características del presente y qué elementos pueden servir para validar las propuestas interpre-tativas que se presentan en las páginas que siguen. Se considerarán así la organi-zación social del proceso productivo, la distribución y el consumo, contemplando aspectos como la participación de los miembros de la comunidad en la produc-ción o en el control y apropiación de los medios de producción o de los produc-tos resultantes. De igual forma se abordarán los procesos de trabajo que implica cada una de las actividades productivas y depredadoras desarrolladas por la población prehis- 35 tórica de Gran Canaria, orientadas a la obtención de los productos alimenticios. Se estimará el modo en el que se organizan y articulan dichas estrategias, hacien-do especial hincapié en todas aquellas cuestiones relativas a la dieta, dada la estre-cha relación de ésta con las variables de la antropología dental que aquí se van a analizar. El segundo gran apartado del trabajo hace referencia al material analizado y a los métodos aplicados. Se abordan en primer lugar las características y condicio-nantes de la serie dental que ha sido aquí objeto de estudio, así como las pautas adoptadas para su ordenación. De igual manera, se ha considerado fundamental exponer de un modo deta-llado los contextos arqueológicos en los que fueron halladas tales series dentales. Las características de los enclaves de procedencia permitirán tratar cuestiones tan diversas como los gestos funerarios desarrollados, las prácticas económicas docu-mentadas en los lugares de habitación a los que se asocian esos conjuntos fune-rarios, etc., redundando todo ello en una mejor comprensión del estado de salud oral que se documente en el material originario de dichos enclaves. Ahora bien, no hemos de pasar por alto que uno de los principales problemas a los que nos hemos enfrentado en el estudio de las series humanas recuperadas en la isla de Gran Canaria –como sucede también para el resto del archipiélago– es que una parte importante procede de excavaciones desarrolladas entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, bajo unas condiciones metodológicas que no eran las más adecuadas para asegurar la completa recuperación de la información pro-porcionada por los yacimientos intervenidos. A ello ha de sumarse el interés prio-ritario que existía en la época por la obtención de restos esqueléticos craneales por encima de cualquier otra manifestación, viéndose la información contextual de tales hallazgos relegada, en muchos casos, a un segundo plano. Ante estas dificul-tades hemos tratado de acudir a las descripciones que de esos yacimientos arqueológicos fueron elaboradas por los autores de la época, así como a la reno-vada información de la que hoy se dispone sobre el entorno de muchos de esos enclaves. Otro apartado contemplado en este segundo bloque está integrado por una valoración cualitativa y metodológica de las vías de análisis aquí seleccionadas en el marco de la antropología dental. Con ello, y tras una explicación somera de la formación y características del diente, se pretende ofrecer una visión general del porqué de la validez de cada uno de los parámetros elegidos para la reconstruc- 36 ción de los procesos históricos de las sociedades del pasado. Con este fin se pro-cederá a definir cada una de las patologías y condiciones dentarias aquí examina-das (caries dental, sarro, desgaste oclusal, etc.) y determinar los factores etiológi-cos que los originan, que son al fin y al cabo los elementos que dan sentido al papel de marcadores dietéticos y nutricionales que poseen. De esta forma, y una vez aclaradas todas esas cuestiones, se pasarán a exponer los criterios metodoló-gicos empleados para la estimación de cada una de las variables, justificando, en aquellos casos que así lo precisen, la elección de unos determinados métodos frente a otros. Los resultados y la valoración e interpretación histórica de ellos integran la últi-ma parte de este trabajo. Se ha estructurado el análisis de la muestra a diferentes escalas. Por un lado se presentan los resultados alcanzados para la totalidad de la dentición analizada. Este análisis global se ha considerado fundamental por cuanto partimos del principio de que el conjunto de las manifestaciones arqueológicas de la isla se corresponden con una única formación social: la de los antiguos canarios. En este orden de cosas, no podremos acceder a una comprensión de la sociedad aborigen si no se parte de una concepción de esta población como globalidad, como grupo étnico. Desde este punto de vista se persigue ofrecer un panorama general de la organización económica de los canarios. Ahora bien, descender a otras escalas de análisis como las ofrecidas por la pro-cedencia geográfica de la muestra o por el enclave arqueológico de origen ha de considerarse labor imprescindible, ya que ello nos ofrecerá una imagen más con-creta del modo en el que se estructura la econom��a de esta sociedad. Así lo han puesto de manifiesto anteriores estudios bioantropológicos en hueso, al docu-mentar, por ejemplo, variaciones en el territorio insular en cuanto a la explotación de determinados recursos que se articulan en torno a la producción agrícola. Ello ha llevado a un estudio de la dentición, en el que se hace una distinción entre las áreas de costa y de medianías e interior, y en el que se contemplan de forma inde-pendiente los conjuntos arqueológicos analizados3. Cada uno de esos espacios no constituye sino una parte de la totalidad histórica que pretende reconstruirse, debiendo por ello establecerse los nexos entre ambos. De otra parte, dado que para algunos de los yacimientos estudiados existían fechas radiocarbónicas, se ha tratado también de exponer el estado de la denti- 37 3. En este caso, siempre y cuando contaran con una muestra mínimamente representativa. ción en los diferentes momentos cronológicos en los que pudo dividirse la serie dental. Esta forma de organizar el análisis de la muestra y por tanto la exposición de los resultados que se recoge en el anexo, se orienta a lograr un acercamiento más completo al modelo económico prehistórico de Gran Canaria, ya que permitirá conocer cómo se estructuran las diferentes actividades productivas y depredado-ras, y las relaciones sociales que en torno a ellas se desarrollan. En esta sección se presentarán y discutirán los datos obtenidos, tratándose de afrontar una recons-trucción histórica de los canarios4. A tal fin, se partirá de los datos ofertados por la antropología dental y se integrarán y articularán con la información aportada por otras líneas de estudio y por el análisis crítico de las fuentes etnohistóricas. 38 4. Es preciso aclarar que algunos de los resultados analíticos, especialmente aquellos derivados del estu-dio individual de los enclaves arqueológicos, no han sido objeto de una discusión detallada, ya que muchos se encuadraban en las valoraciones hechas para el conjunto de la muestra. El que se hayan expuesto los datos obtenidos para cada uno de ellos se justifica por tratarse de un análisis inexcusa-ble como punto de apoyo de los resultados obtenidos a escala global o en función de la región geo-gr��fica de procedencia. PRIMERA PARTE EL MODELO SOCIAL DE LOS CANARIOS 1. LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL PROCESO PRODUCTIVO No cabe duda que la reconstrucción del modo de producción de la sociedad prehistórica de Gran Canaria es uno de los fines básicos al que aspira contribuir toda investigación desarrollada en torno a este grupo humano, entendiendo por dicho concepto “la unidad de los procesos económicos básicos de la sociedad: producción, distribución, cambio y consumo” (L.F. Bate, 1998). En este sentido los estudios desarrollados desde la década de los noventa del pasado siglo están significando una destacada aportación, derivada tanto de una renovación metodo-lógica como teórica, que ha permitido acceder a toda una serie de nuevos datos que obligan a reconsiderar muchos de los planteamientos anteriores en torno a la prehistoria insular. Por todo lo señalado se hace preciso considerar ahora el sistema socioeconó-mico de los antiguos canarios desde el conocimiento de los datos de los que por el momento se dispone. Así, las páginas que vienen a continuación tratarán de abordar la economía partiendo de la renovada visión brindada por el desarrollo de algunas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo con una rigurosa meto-dología; por los resultados aportados por diversas vías de investigación como la ictiología, la carpología, los análisis bioantropológicos, etc., y por el recurso a las fuentes documentales. La integración de toda esa información constituirá un punto de referencia inestimable a la hora de interpretar las características que definen el estado de la dentición de la población prehispánica de Gran Canaria. Huelga decir que el marco territorial del que se parte es el de la isla de Gran Canaria, habitada y transformada por el grupo étnico de los canarios, siendo los elementos que lo definen y caracterizan los que debemos reconstruir. De ahí que 41 lo que se ofrezca en este apartado sea un análisis global del sistema socioeconó-mico de esta formación social. En la configuración de un modelo económico intervienen con diferente peso toda una serie de factores. Así, evidentemente, las peculiaridades del entorno natu-ral incidirán en la forma en la que la comunidad organiza su economía, tratando de estar en consonancia con las posibilidades y limitaciones que, en función de la capacidad tecnocultural del grupo, ofrece el medio. Ahora bien, la articulación de las actividades productivas y depredadoras sólo se comprenderá en última instan-cia valorando el sistema sociocultural que define a la comunidad. En este sentido el medio geográfico ha de ser considerado como un elemento que contribuye a la configuración de las líneas básicas de comportamiento de una comunidad humana establecida sobre el mismo, pero, al tiempo, dicha comunidad matiza y establece sus fórmulas de explotación particulares, de acuerdo con su tradición y experiencia cultural. (J. M. Miranda et al., 1986). No podríamos explicar, así, la prio-ridad dada a una determinada actividad, o el grado de participación que en una sociedad tienen las diferentes explotaciones de recursos, únicamente en virtud de las características del entorno geográfico. Se estaría entonces reduciendo el hecho económico a la relación unívoca del grupo con el medio natural, obviando el papel trascendental de las relaciones interpersonales, las características culturales del grupo, etc., ya que es éste en última instancia quien establece su particular relación con el territorio. A la hora de abordar el proceso productivo hay que partir de un hecho fun-damental, y es que las actividades que conforman el sistema económico no podrán ser concebidas en ningún caso de forma aislada e independiente, ya que lo que las definirá será la manera en la que cada una de ellas se articula con las restantes.Y precisamente son los estudios bioantropológicos los que nos ofrecen la oportuni-dad de acercarnos al modelo de articulación de todas esas actividades que for-man parte del proceso productivo de una comunidad. Antes de pasar a valorar los procesos de trabajo dirigidos a la obtención de los productos alimenticios, es preciso detenernos en una serie de cuestiones imprescindibles para una correcta aproximación al proceso productivo. Se trata de aspectos tales como el lugar que en ese proceso ocupa cada miembro de la comunidad, las pautas que rigen la circulación de los medios de producción y de los productos, o la forma en la que cada individuo participa en la distribución y el 42 consumo; en definitiva, todas aquellas consideraciones que permitan acercarnos a la compleja realidad socioeconómica de la prehistoria de Gran Canaria. La respuesta clave a tales cuestiones es, siguiendo las fuentes textuales, la exis-tencia de una desigualdad en el acceso a los recursos estratégicos. Esta imagen de una organización social fuertemente estratificada descansa en la distinción de dos grupos sociales, definidos cada uno por compartir, sus miembros, unas caracterís-ticas en común: la “nobleza”, el control sobre los medios de producción y la des-vinculación del trabajo manual directo; y la capa “villana”, el usufructo de los mis-mos. Esta situación es posible a partir de una producción excedentaria como la que permite el sistema agrícola de Gran Canaria, sin la cual no podría entenderse esa división entre “productores” y “no productores” –que los textos transmiten y que la arqueología también parece poner de manifiesto– y, por tanto, el sosteni-miento de un grupo social apartado de la producción directa de los alimentos. Dada la especialización de esta población en las labores agrícolas, tal y como reflejan los documentos escritos y confirman los diversos análisis del registro arqueológico, es en esa parcela donde mejor se refleja la ordenación social estra-tificada. Efectivamente, uno de los medios de producción sobre los que la noble-za ejercería el dominio son las tierras, siendo en este contexto en el que hay que situar el carácter “comunal” del suelo y su redistribución anual referidos por algu-nos autores como Gómez Escudero: “las tierras eran consejiles, que eran suias mien-tras duraba el fruto, cada año se repartían” (en F. Morales, 1993:436), entendiendo que sería ese sector social el encargado de gestionar su distribución entre el grupo productor. Este sistema de circulación del objeto de trabajo1 garantizará, como ya apuntara J.Velasco (1997), las relaciones de dependencia que definen la organiza-ción de la sociedad grancanaria. En otros términos, la estratificación de la sociedad aborigen se ve reafirmada o perpetuada a través de ese particular sistema de rela-ciones sociales de producción. Si, de acuerdo al menos con las crónicas e historias de la conquista, una buena parte de la actividad agrícola desarrollada contemplaba un sistema de irrigación, el otro gran medio de producción lo constituye naturalmente el agua. La práctica del regadío requiere para su funcionamiento de una gestión de las estructuras hidráu- 43 1. Definido como todos los objetos o fenómenos sometidos a transformación por la fuerza de traba-jo (L.F. Bate, 1998). licas (construcción, mantenimiento de las mismas…), así como de la repartición del agua; aspectos a los que se les asignaría una especial importancia por cuanto la intensificación de la producción agrícola sería en parte resultado de una irriga-ción bien gestionada2. A este respecto los textos se muestran parcos, con la sola alusión a que “en las tierras que plantaban de riego recojían el agua en albercas i la repartían con buena orden” (A. Sedeño, en F. Morales, 1993: 376), palabras que parecen estar insinuando el ejercicio de algún tipo de distribución y por tanto un sistema ordenativo en su explotación. Una situación similar se observa con respecto a otra parcela de la actividad productiva de los canarios: la ganader��a. Como medio de producción y objeto de trabajo, nuevamente es la “nobleza” quien detenta el dominio del rebaño, cuya acumulación debió suponer, además, un símbolo de prestigio si se atiende a las palabras de Abreu Galindo cuando refiriéndose a la figura de dos “guayres” apun-ta que “Habían con sus valentías y reputación, acrecentado muchos ganados” (1977: 172-173). La prohibición de ejercer cualquier actividad productiva por parte de la élite explica que el cuidado de los animales estuviera a cargo del sector produc-tor, siendo el mismo autor quien pone de manifiesto esta imagen al indicar que “como siempre las diferencias y debates que había entre los canarios por la mayor parte era sobre los pastos, sus pastores se fueron a quejar cada uno a su señor”3 (1977: 173). Tal vez sea esa posible concepción del ganado como símbolo de prestigio y estatus social, el marco en el que habría de interpretarse la distinción marcada por Abreu Galindo (1977: 148) entre la “gente común que no tenía ganado de que se alimentar, que su principal mantenimiento y sustento era el marisco” y “la gente noble” que a decir del autor “vivía tierra adentro donde tenía su asiento, ganado (…)”. En cualquier caso son palabras que ponen de manifiesto alguna forma de acceso dife-renciado no sólo, como acaba de apuntarse, a estos animales entendidos como medio de producción, sino a los alimentos derivados de ellos4. 44 2. Si bien no hay que olvidar que el éxito de los cultivos cerealísticos responde también a otros facto-res que garantizarían el correcto rendimiento en las áreas de secano. 3. El subrayado es nuestro. 4. Quizá, y siempre desde la más pura hipótesis, ello ocurriría sobre todo en lo que respecta a la carne, por el particular valor que parece asignársele, según se desprende del hecho de que sea precisamen-te este alimento el que semeje tener especial protagonismo en las celebraciones a las que aluden muchas de las fuentes escritas. Por lo que acaba de señalarse, cabría pensar que tampoco las actividades depredadoras quedarían exentas de alguna forma de desigualdad en lo que se refiere a las relaciones sociales desarrolladas en torno a ellas. En el caso concreto de la depredación del medio marino Abreu Galindo y Marín de Cubas sugieren una disposición desigual de los recursos ofertados, y así el primero precisa que el “marisco (...) hasta el día de hoy es mantenimiento de pobres”, y en la misma línea Marín de Cubas apunta que “era divertimiento de nobles la pesca, i de pobres el ir a mariscar, i Guadartheme fue gran pescador” (1977: 207). Es probable además que esta actividad pesquera a la que apuntan los textos, practicada por el sector domi-nante, no tuviera por objeto la captación de productos subsistenciales en sí, sino que se tratara de una acción lúdica asociada tal vez al empleo de alguna técnica específica que implicara destreza, como ya propusiera C.G. Rodríguez (1994), sobre todo si se tiene en cuenta que una de las características que parece definir a este grupo social es la separación del trabajo manual directo. Es lógico plantear que ese modelo de disposición desigual de los medios de producción tendrá una proyección sobre las formas de distribución de los produc-tos. Es más que probable que la apropiación de los rendimientos sociales del tra-bajo contribuyera al sostenimiento de unas relaciones de dependencia social como las arriba descritas, mediante un acceso diferencial a los mismos. Resultan sugestivas las palabras de López de Ulloa al indicar que “al señor reconocían la supe-rioridad y obediencia y siempre se le daba lo mejor (...)” (en F. Morales, 1993: 316). En este marco cabe proponer la práctica de un sistema tributario al que se some-tería a los productores y que quizá se concibiera como contrapartida al usufruc-to de los medios de producción que ese colectivo poseía. Todo ello pone de manifiesto cómo en la comprensión de la articulación de la economía de este grupo social no sólo ha de valorarse la relación entre el grupo humano y el medio sino también la relación establecida entre los integrantes de la comunidad, es decir, ha de ser enmarcada no sólo en el entorno natural sino tam-bién, y de modo preferente, en la organización sociopolítica del grupo humano. Si seguimos profundizando en el papel que los miembros de la comunidad aborigen tienen en el proceso de producción, se hace cada vez más patente la existencia de una organización del trabajo en la que está presente una división social del mismo. La existencia de “especialistas” laborales no sólo se encuentra sugerida en las fuentes etnohistóricas: “oficiales que las hacían (las casas) de piedra seca (...) oficiales de hacer esteras de hojas de palmas y sogas de junco muy primas 45 (...) pintores (…) carniceros (...)” (Abreu Galindo, 1977: 159), sino que cada vez son más numerosas las manifestaciones arqueológicas que así lo ponen de manifiesto. Es el caso de ciertos marcadores de actividad –desgastes anómalos en piezas den-tarias, a consecuencia de su empleo como herramientas en el trabajo de pieles y/o fibras vegetales; o exostosis auriculares, vinculadas a la explotación de recursos marinos–, cuya identificación en sólo algunos individuos apunta a que un sector de la población se responsabilizó de esas actividades con una mayor intensidad que el resto. Este tipo de manifestaciones de carácter bioantropológico podrían ser una muestra de la compleja organización socioeconómica de las comunidades humanas de Gran Canaria. Junto a ello, las propias características de explotación de la obsidiana en la montaña de Hogarzales o de las canteras de molinos, apun-tan en la misma dirección, esto es, hacia la existencia de individuos dedicados a la producción de determinados bienes, al menos con una mayor intensidad que los demás miembros de la población. Lo cierto es que la práctica de una especialización laboral lleva a plantear el desarrollo de una circulación de productos que garantizara el abastecimiento del conjunto poblacional. En este sentido algunos autores como Sedeño son explíci-tos al señalar que “Tenían tracto y contracto de todas las cosas para su menester, tanto en ganados como sevada, pieles para sus ropas i otras cosas necesarias, trocan-do unas por otras (...) Tenian peso para unos, medidas para otras” (1993: 370).Y es probable que sea este mismo proceso distributivo el elemento explicativo a la generalización de una dieta de carácter agrícola en el territorio insular, diagnosti-cada a partir de los análisis de elementos traza (J.Velasco, 1999). Este ejercicio de distribución de bienes producidos dirigido a asegurar el sus-tento diario, conviviría con la circulación ya aludida de los medios de producción, concebida como una redistribución mantenedora de una estructura sociopolítica jerarquizada.Y dentro de este proceso habría que incluir la ya referida transferen-cia, desde el sector dependiente al dominante, de los productos del rendimiento social del trabajo por mediación de lo que en muchas fuentes escritas se designa como “diezmo”. El análisis de la obtención, transformación y distribución de un vidrio volcánico como la obsidiana ha aportado recientemente una información trascendental en ese sentido (E. Martín et al., 2001, 2003). Las manifestaciones arqueológicas loca-lizadas en la Montaña de Hogarzales (San Nicolás de Tolentino) han permitido calificar a ese espacio como un Centro de Producción de obsidiana, definido por 46 la identificación de canteras al aire libre, galerías –de las que se recupera la mate-ria prima– y vertederos en los que se realizan los trabajos de selección5. Los aná-lisis geoquímicos de las obsidianas recuperadas en esta área y de aquellas proce-dentes de yacimientos distribuidos en diversos puntos de la isla, indican que Hogarzales debió constituir una importante fuente de suministro de esta materia prima, ya que la obsidiana con este origen fue identificada en una parte mayorita-ria de los yacimientos muestreados6. Las características de los trabajos de obtención y explotación de este vidrio que se muestran en la Montaña de Hogarzales precisan de una coordinación de las actividades desplegadas y de una inversión de trabajo que resulta difícil de entender atendiendo en exclusiva a la estricta funcionalidad de los útiles líticos obtenidos a partir de esta materia prima.Tal y como indican E. Martín y colabora-dores (2001:161), “el esfuerzo necesario para la obtención de esta materia prima, ya de por si constituye un elemento trascendental a la hora de estimar el valor conferido a estos recursos más allá del estrictamente funcional”. La posibilidad de obtener úti-les cortantes como los elaborados con la obsidiana, a partir de otras materias pri-mas más abundantes y fáciles de conseguir en la isla, hace que la relación costes-beneficios en cuanto a la explotación obsidiánica no tenga explicación desde una perspectiva economicista. Por esta razón, la comprensión del esfuerzo que impli-ca su obtención ha de buscarse en su valor social, más allá de su valor de uso como filos cortantes. Su producción debería encuadrarse, por tanto, en el marco de una formación social marcadamente jerarquizada como la descrita anterior-mente, que trata de garantizar su reproducción o mantenimiento mediante dife-rentes vías, entre las que toman especial protagonismo los sistemas redistributivos. Así, todo el proceso de producción que conlleva el régimen de explotación obsidiánica de la Montaña de Hogarzales resulta difícil de entender fuera del marco de unas relaciones sociales de producción basadas en unos vínculos de dependencia, como los que la documentación etnohistórica relativa a Gran Cana-ria y diversas evidencias arqueológicas dejan entrever. De esta manera la explota-ción documentada en Hogarzales ha de insertarse en un control y en una gestión desigual de los bienes que se producen. Podría decirse que el sistema de aprove-chamiento de este vidrio volcánico es un ejemplo de la desigualdad con la que se 47 5. Para este enclave se cuenta con una datación radiocarbónica de entre el 780 y 1010 A.D. 6. Este análisis geoquímico ha permitido identificar la existencia de otra área-fuente aún no localizada. reparten los costes energéticos y materiales en el seno de la formación social abo-rigen de Gran Canaria. La presencia de obsidiana procedente de un centro de producción concreto como la montaña de Hogarzales en yacimientos distribuidos en diversos puntos de la geografía insular está hablando de una redes de redistribución que superan neta-mente el ámbito local: “parece probable que tal circunstancia sea el reflejo de un sis-tema de distribución supraterritorial que abarca a todo el marco insular, y que es el res-ponsable de generar una imagen arqueológica relativamente homogénea, más allá de la localización específica de las áreas en las que se obtiene la obsidiana” (E. Martín et al. 2001: 163). En otros términos, los resultados de las investigaciones desarrolladas en este enclave enlazan sin ningún género de dudas con los planteamientos ante-riormente expuestos en torno al proceso productivo de los antiguos canarios. Podría hablarse de un sistema de intercambio que responde en parte a unas rela-ciones sociales de dependencia. O lo que es igual, la situación de desigualdad se reproduce a través de ese sistema redistributivo por el que puede afirmarse que las élites adquirirían el papel de “grandes proveedores-redistribuidores”. Nos encontramos, pues, ante lo que en palabras de F. Nocete serían unas “actividades de producción organizadas que trascienden las bases de los grupos domésticos” (1984:296). Sin lugar a dudas, los comportamientos descritos, que se manifiestan cada vez con mayor claridad en las diversas intervenciones arqueológicas y líneas de inves-tigación emprendidas en torno al registro arqueológico, tendrán también un reflejo en el estado de salud oral de dicha población. El análisis de las condiciones dentales de los antiguos canarios no solo constituirán el reflejo del conjunto de estrategias de producción de alimentos, sino también de cómo se distribuyen éstos últimos y de cómo se gestiona su obtención, reparto y consumo, erigiéndo-se en una herramienta a partir de la cual reconstruir tales procesos históricos. 48 2. LA EXPLOTACIÓN DEL TERRITORIO 2.1. EL TRABAJO DE LA TIERRA Los avances que están experimentando diversas líneas de investigación en el ámbito de la arqueología prehistórica en la isla que nos ocupa, Gran Canaria, están poniendo de manifiesto el papel preeminente que la actividad agrícola jugó en la estructura económica de sus antiguos habitantes. Los estudios paleocarpológicos, bioantropológicos, zooarqueológicos, etc. coinciden con la documentación etno-histórica en presentar a la agricultura como una actividad productiva compleja, en torno a la cual se articula, en buena medida, el resto de actividades económicas, pero también como elemento estructurante del conjunto de relaciones sociales establecidas en torno al proceso productivo. Hasta no hace mucho tiempo, la información ofrecida por las crónicas y rela-tos de la conquista castellana sobre la población prehispánica de Gran Cana-ria era un referente fundamental en la reconstrucción histórica de estas pobla-ciones. Muchos de los productos cultivados o depredados y animales pastoreados eran conocidos a partir de dichas fuentes y no mediante el imprescindible refren-do arqueológico, lo cual constituía un grave condicionante, máxime cuando la documentación escrita hace referencia a un periodo muy concreto de las comu-nidades aborígenes: su proceso final como formación social. En este sentido, el empleo de unos métodos de excavación arqueológica más adecuados y de mayor precisión que los aplicados años atrás, ha permitido que se pase de la invisibilidad arqueológica de muchas especies cultivadas y recolectadas a la documentación de un elenco de taxones verdaderamente diversificado. Pero no sólo es la recuperación de las especies objeto de las prácticas agríco-las las que permiten apuntar de modo cada vez más evidente hacia la prioridad 49 de la agricultura en la organización socioeconómica de la población prehistórica de Gran canaria. Los análisis llevados a cabo en restos óseos y dentales de este grupo humano coinciden también en tales afirmaciones, al documentar una dieta eminentemente vegetal –y más concretamente cerealista– entre los antiguos cana-rios1. Los propios estudios zooarqueológicos, si bien escasos por el momento, indi-can una explotación esencialmente secundaria de la cabaña ganadera, lo que enla-za perfectamente con una economía de signo agr��cola. A todo ello debemos unir los yacimientos arqueológicos, ya que como es sabido Gran Canaria constituye la única isla del archipiélago que presenta áreas interpretadas como ámbitos desti-nados básicamente al almacenamiento de los productos derivados de la actividad agrícola (graneros), además de silos en los propios contextos domésticos. No cabe duda que el desarrollo de la explotación agrícola partiría necesaria-mente del conocimiento por parte de las comunidades prehistóricas del entorno natural, así como de una adecuación al mismo y de la puesta en práctica de aque-llas estrategias que, dentro de la capacidad tecnocultural de estos grupos, permi-tieran una “optimización” de la producción. En este sentido se explican muchas de las características que se desprenden de los textos, como son la coexistencia de una agricultura de secano con otra de regadío, o el cultivo prioritario de la ceba-da sobre otros productos. Aunque se desconoce el volumen de extensión superficial destinado a la acti-vidad agrícola, las fuentes escritas dejan adivinar un territorio roturado en exten-so. Por un lado, algunos autores llaman la atención sobre la abundancia de tierras labradas, como pone de manifiesto N. da Recco (Boccaccio, 1998: 35) al apuntar que “Esta isla está muy poblada y muy bien cultivada”.Y por otro lado, se infiere un protagonismo destacado de esta práctica en la economía y en la alimentación, un aspecto que queda también evidenciado a través de los datos bioantropológicos, como ya hemos señalado. En cualquier caso, desde esta perspectiva podría hablar-se para Gran Canaria de una auténtica antropización del paisaje o, en otras pala-bras, de un paisaje esencialmente agrícola. 50 1. Son diversas las variables que dentro de la bioantropología han sido aplicadas a los restos humanos de Gran Canaria, y que se continúan aplicando con éxito. Es el caso de los oligoelementos en hueso, líneas de Harris, patrón de microestriación dental, etc. obteniéndose unos resultados verdaderamente coherentes, al coincidir en apuntar la importancia de los productos cultivados en el modelo alimenti-cio de estas comunidades. De las características que definen la geografía insular, se infiere que las áreas destinadas a la agricultura abarcarían esencialmente las tierras costeras, en las pro-ximidades de las desembocaduras de los barrancos, y las de medianía, concreta-mente en lo que se correspondería con las zonas de influencia de la vegetación termófila especialmente aptas por sus condiciones de temperatura y grado de humedad. En este último caso el acondicionamiento de los campos de cultivo exi-giría la puesta en marcha de tareas de deforestación, para las que en alguna oca-sión se ha planteado el uso de fuegos además de la tala. Si bien son ésas las áreas preferentes, hay que suponer también el desarrollo de esta práctica productiva en el interior2, tal y como se desprende de algunos textos:“plantaban e sembraban en muchas partes de la isla los gentiles canarios y tenian sus huertas de arboledas y bos-ques, asi en las costas como en las medianías y cumbres con que estaba siempre la tierra muy proveida y abastacida de alimentos (…)” (J. de Sosa, 1994: 301). Pero esa importante extensión de las tierras de cultivo, lejos de ser espacial-mente uniforme, debió verse condicionada por toda una serie de factores entre los que se incluye la propia calidad de los suelos. Desde esta perspectiva habría que interpretar las diferencias latitudinales norte/sur reflejadas en algunos textos al referirse a la abundancia de campos de laboreo: “estaba mejor cultivada en la parte del septentrion que en la del mediodía”. (Boccaccio, 1998: 35)3. Una valoración de este desigual reparto desde la balanza costes-beneficios, hace pensar que lógi-camente una calidad inferior de las tierras implicaría una mayor inversión de tra-bajo a la vez que una disminución en el rendimiento, lo que las haría menos aptas para este tipo de prácticas. Sin embargo resulta llamativo que, en contraste con esta desigualdad, los análisis biantropológicos han evidenciado una dependencia subsistencial de los cereales generalizada a toda la geografía insular (J. Velasco, 1997). Ante esta situación debe plantearse el desarrollo de ciertos mecanismos culturales como factor explicativo a esa equidad constatada en la dependencia de cereales por parte de la población prehistórica de Gran Canaria. La información conocida en torno al proceso de trabajo agrícola ha estado durante mucho tiempo ceñida a los datos transmitidos por las fuentes etnohistó-ricas, viéndose limitado cualquier intento de reconstrucción en este sentido. Sin 51 2. Como de hecho sigue ocurriendo en la agricultura tradicional. 3. La crónica normanda (1980: 66) y el franciscano J. de Sosa (1994: 47) vuelven a llamar la atención sobre el mismo hecho, y así por ejemplo en la primera se apunta que “sus montañas son grandes y maravillosas por el lado Sur, y hacia el Norte es país humoso, llano y bueno para cualquier cultivo”. embargo en los últimos años los análisis carpológicos están aportando nuevos datos con los que acercarnos de forma más fidedigna a esta actividad. La observación por parte de algunos textos4 del comienzo de la siembra con las primeras lluvias parece estar sugiriendo un solo cultivo anual5, sin que ello supu-siera en principio una disponibilidad de los cereales temporalmente homogénea en todo el territorio. Es preciso tener en cuenta que los cereales escalonan el momento de su maduración en función de la altitud del terreno en el que crecen, de modo que los situados en cotas bajas preceden en su maduración a aquellos cultivados a mayor altitud, que lo harán más tardíamente. Este hecho implica que la temporada de recolección y por tanto el tiempo de producción se vería en cier-ta medida prolongado en función de esos ritmos diferenciados. Difícil resulta dilucidar el sistema de cultivo empleado, ya que los documen-tos escritos nada refieren al respecto. Cabe plantear entonces toda una gama de modalidades que pudieron haberse practicado, y que van desde una combina-ción o una alternancia de cereales y leguminosas que favoreciera la regene-ración del suelo (en función de la fijación del nitrógeno a la tierra que ejercen las raíces de las leguminosas), hasta el cultivo de las dos especies de cereales consta-tadas (trigo y cebada) en una misma parcela –lo que reduciría los riesgos de una cosecha especializada– o, incluso, la práctica del barbecho6. De igual manera se desconoce si se practicó algún método que ayudara a la restauración de la fertilidad de los suelos. De ser así no sería descartable por ejemplo la combinación arriba apuntada de cereales y leguminosas, u otra alterna-tiva como es el abono orgánico a partir del aprovechamiento de las tierras para la alimentación del ganado con los rastrojos que quedaran tras la cosecha7. De cualquier manera no debe pasarse por alto que el empleo de unas técnicas como las descritas en las fuentes etnohistóricas para la preparación y siembra de las tie- 52 4. A. Sedeño (en F. Morales, 1993: 372), Gómez Escudero (en F. Morales, 1993: 436), Marín de Cubas (1993: 207). 5. En contra de esta sugerencia está la alusión en Le Canarien (P. Bontier y J. Le Verrier, 1980) a una cosecha de trigo dos veces al año. 6. El ejercicio de la redistribución anual de las tierras del que nos hablan las crónicas, al margen de toda la significación sociopolítica que conlleva, podría, y siempre planteándolo desde el más estricto plano especulativo, estar encubriendo la puesta en barbecho de algunas tierras de cultivo, lo que requeriría de una reordenación distributiva de esas áreas de laboreo. 7. En el caso particular del cerdo, además del abonado, este animal favorece la oxigenación del suelo al usar sus pezuñas y hocico para remover la tierra en busca del alimento. rras sin el recurso del arado, hace que la rotura del tepe sea sólo parcial, ralenti-zando la erosión y por tanto el agotamiento del suelo. Además, la aplicación en algunas áreas de laboreo de prácticas hidráulicas, como queda constatado al menos por las fuentes textuales, y recientemente a raíz del estudio de los restos carpológicos (J. Morales, 2006), contribuiría al mantenimiento de unas tierras de cultivo estables, permitiendo incluso hablar de una agricultura intensiva. Si algo hay que significar es que en Gran Canaria la principal característica que parece definir a la actividad agrícola es la coexistencia de una agricultura de seca-no, dependiente de las lluvias, con otra de irrigación artificial y por ello de alto ren-dimiento8. Las consecuencias de una práctica como el regadío se proyectan tanto sobre el terreno de lo económico como de lo social, y así por ejemplo sin esa intensificación de la productividad por encima del nivel de subsistencia sería impensable la tributación o ���diezmo” de que hablan las crónicas. De la existencia de estas parcelas de regadío se da cuenta desde fecha tem-prana con la referencia a “huertas” del relato de N. da Recco (Boccaccio, 1998: 35), para luego registrarse de forma sistem��tica en el resto de la documentación etno- 53 8. J. de Sosa asigna a esta agricultura de regadío un papel predominante sobre la de secano, al indicar que “lo mas que cultivaban era de regadio” (1994: 302). Lámina 2.1. Campo de cebada. histórica conocida. El recurso a una irrigación artificial no sería difícil si se conside-ra la imagen, ofrecida por los textos, de una isla abundante en aguas permanentes que, suministradas tanto por fuentes como por “ríos”, garantizarían el sistema de riegos. Sobre las técnicas de aprovechamiento de estos recursos acuíferos los documentos escritos mencionan la construcción de acequias encargadas de distri-buirla entre las tierras de laboreo. Abreu Galindo (1977: 601) y J. de Sosa (1994: 302) señalan respectivamente que “Yendo uno tras otro, surcaban la tierra, las cua-les regaban con las acequias que tenían, por donde traían el agua largo camino”, y que “Lo mas que cultibaban era de regadio para lo qual ingeniosos sacaban grandes ace-quias y canales de cuias christalinas corrientes se repartian despedaçados arroios que bañaban los alegres prados. De esta suerte aprovechaban el agua en toda la isla enca-minandola artificiosamente de unas vegas en otras hasta muy lejos.” Junto a las ace-quias se apunta también el empleo de albercones, en los que es probable supo-ner la acumulación del agua de lluvia y desde los cuales se repartiría (por ej. J. de Sosa, 1994: 302)9. Llegados a este punto, es preciso llamar la atención sobre la importancia que reviste la puesta en práctica de un sistema de irrigación, por cuanto supone no sólo una intensificación del rendimiento agrícola sino una disminución de los ries-gos de pérdida de la cosecha y, sobre todo, otorga a esta actividad productiva un carácter más previsible.Todo ello favorecerá, sin duda, una destacada dependencia subsistencial de la población respecto de los productos vegetales cultivados, una vinculación que además implica desde el punto de vista nutricional un destacado aporte energético para la comunidad, en virtud del elevado contenido en hidra-tos de carbono que este tipo de recursos alimenticios posee. Como ya se apuntó, las primeras lluvias constituyen la pauta que parece mar-car el inicio de las labores agrícolas, aunque no hay que olvidar que esta situación variaría en el caso de una práctica de regadío, que permitiría más de una cosecha 54 9. Un testimonio importante de la existencia de este tipo de tecnologías relacionadas con el regadío lo constituyen las alusiones hechas a acequias y albercones “de canarios” en el libro de Repartimientos de Gran Canaria (M. Ronquillo y E. Aznar, 1999:97, 156, 196, 284, 274). Y ya desde una perspectiva arqueológica, se ha documentado la existencia de estructuras de piedra a modo de canales. Sin embar-go la funcionalidad de estas construcciones no está del todo clara, y así por ejemplo S. Jiménez (1946) identifica las del poblado de El Agujero (Gáldar) como acequias para desviar hacia el mar el agua de lluvia. Se trate o no de sistemas de desagüe, lo cierto es que lo que sí parecen poner de manifiesto es el conocimiento por parte de los aborígenes de técnicas de conducción del agua. anual. El proceso de trabajo seguido en esta actividad tratará de exponerse a con-tinuación partiendo de los datos proporcionados por los textos y los análisis de restos vegetales arqueológicos. Así, es de suponer que después de una probable protección de los campos de cultivo mediante muretes de piedra o de ramaje, orientada a evitar cualquier estrago por parte de la cabaña ganadera10, se aborda-ría la preparación de la tierra mediante su remoción (por ejemplo F. Morales, 1993: 372)11.Tras esta tarea se llevaría a cabo la siembra. Las fuentes escritas dan constancia de un carácter colectivo en estas fases de trabajo, al señalar que “Ayu-dábanse unos a otros a senbrar, que en acabando uno avían de ayudar luego a su vezi-no hasta que acabase” (Matritense, en F. Morales, 1993: 162), y de una división de género en algunas de las actividades consustanciales a esta labor (por ejemplo, Sedeño, en F. Morales, 1993: 372; Escudero, en F. Morales, 1993: 436). De tales observaciones se desprende una estricta ordenación de la explotación agraria, orientada a asegurar su buen rendimiento, pero es probable también que el carác-ter colectivo de muchas de las tareas sea una manifestación de la propia articula-ción social de la comunidad. La concepción transmitida por los textos del carácter “comunal” de las tierras que, como ya apuntamos, es el reflejo de unas particula-res relaciones sociales de producción, tal vez se viera reforzado por ese trabajo compartido, de claro carácter recíproco, que al tiempo fortalecería los lazos entre las familias o grupos que compartían tales tareas12. 55 10. En este sentido, J. Onrubia señala que “sería factible poner en relación las contadas alusiones a pare-dones y muros presuntamente levantados por los naturales que recogen las escrituras con sistemas de protección de las tierras agrícolas (…) contra la acción del ganado” (2003: 162). 11.Tal y como apunta J. Morales (2003), esa preparación de la tierra, aunque somera, deja entrever una sistematización, planificación y especialización de las labores agrícolas. 12. Al hilo de estas consideraciones y haciendo uso de los estudios etnográficos desarrollados en el continente africano, quizá resulte interesante señalar ciertos comportamientos puestos en marcha por diversos grupos bereberes de Argelia con ocasión de las actividades de siega. Durante ese periodo del año agrario entra en funcionamiento lo que se conoce como “twiza” o “twizi”, que consiste en un con-trato de ayuda mutua gratuita, basado en la reciprocidad y establecido entre las familias pertenecien-tes a una misma fracción de tribu, que descienden de un ancestro común. Estas familias se reunirán en el momento de la siega porque el éxito de la operación depende de su rapidez, y por tanto requiere del concurso de una mano de obra auxiliar. Las mismas familias se reunirán también en momentos con-cretos como son las bodas o los funerales, y en ocasiones realizan en común sacrificios ante el santua-rio de un santo protector o un ancestro fundador (J. Servier, 1985). Esta imagen de cooperación duran-te la siembra recuerda mucho a la transmitida por algunos textos cuando señalan que los canarios “Ayudávanse unos a otros a sembrar, quen acavando uno havía de ayudar luego a su vecino, hasta que se acababa la sementera (…)” (López de Ulloa, en F. Morales, 1993: 315). Los datos obtenidos del registro carpológico de diversos yacimientos arqueo-lógicos de la isla, documentan una abundante presencia de malas hierbas junto a los granos cultivados, lo que parece indicar que el escardado o eliminación de malas hierbas o no se llevó a cabo o fue realizado de forma muy somera. La acción siguiente sería la recolección; la modalidad empleada en esta operación según se deduce de las historias de Abreu Galindo (1977: 160) y Marín de Cubas (1993: 207) es la recogida de las espigas por parte de las mujeres. De acuerdo con esta indicación sólo se cosecharía la espiga y la paja quedaría en el campo, lo que en principio supondría la no inclusión de malas hierbas entre el producto recogido. Sin embargo, el registro arqueológico parece contradecir tal presupuesto, ya que los análisis de restos vegetales apuntan al arrancado de raíz de la planta. El siguien-te paso, una vez recogida la cosecha, era la trilla que, a decir de Abreu Galindo, se efectuaba mediante un procedimiento bastante sencillo consistente en su golpea-do y pisado, tal y como confirma la paleocarpología, tras lo cual tendría lugar el aventado con las manos, lo que permitiría separar el cereal de los elementos más ligeros13. El tratamiento que los granos recibirían a continuación entra ya dentro de su procesado con fines culinarios y/o de conservación en silos: tostado, molien-da y cernido para la obtención de la harina. El proceso de molienda se llevar��a a cabo mediante el empleo de molinos y morteros elaborados en piedra, una mate-ria prima que reviste suma importancia, dada sus indudables implicaciones en el estado de salud oral de estas comunidades14. Es probable que determinados momentos importantes de la actividad agríco-la como la conclusión de la cosecha, estuvieran relacionados con alguna de las celebraciones de las que los documentos escritos se hacen eco. En esta misma línea los cantos que según algunas referencias escritas15 acompañan a la siembra, 56 13. La ausencia de nudos de cereales en las muestras estudiadas así como la inexistencia en el registro arqueológico de trillos, sugieren que las varas y las manos fueron los instrumentos empleados en esta función (J. Morales, 2006). 14. A todas estas labores agrícolas que han sido señaladas habría que añadir, en el caso de la cebada vestida, otro paso previo a su procesado para convertirla en harina. Concretamente se trata de sepa-rar los granos de la parte basal de la arista (desrabado) que tras el trillado seguiría adherido a la semi-lla, para lo cual se tostaría. (R. Buxó, 1997). De esta manera, tal y como ya apuntaran R. González y A. Tejera (1990: 108), las alusiones que figuran en los textos al tostado y molienda pueden referirse tanto a una exigencia por la especie de cereal como al proceso de enharinado. 15. A. Sedeño (en F. Morales, 1993: 372), Gómez Escudero (en F. Morales, 1993: 436) y Marín de Cubas (1993:207). podrían estar respondiendo a una suerte de “ritual” orientado a propiciar el éxito de la producción. Llegados a este punto es preciso preguntarse por los géneros y especies culti-vadas, por el papel asignado a cada uno de ellos, etc. 2.1.1. Especies Cultivadas Las fuentes documentales y arqueológicas coinciden en señalar la existencia de dos géneros objeto de cultivo: cereales y leguminosas, a los que habría que añadir, en el marco de la arboricultura, la higuera. Cereales.- Por lo que a los cereales se refiere, son diversos los testimonios arqueológicos y documentales que apuntan hacia un predominio de la cebada en la actividad agrícola frente al otro taxón hasta ahora documentado en la prehisto-ria de Gran Canaria: el trigo.Tal circunstancia se pone de manifiesto, por ejemplo, en el destacado peso que las fuentes etnohistóricas atribuyen a la cebada dentro de la alimentación, o en su predominio cuantitativo en los registros arqueológicos de enclaves como la Cueva Pintada de Gáldar (M. Fontugne et al., 1999), la Ermi-ta de San Antón en Agüimes, Lomo de los Gatos en Mogán, etc. (J. Morales, 2006), preeminencia que se sustenta además en yacimientos de otras islas (M.C. del Arco et al., 1990). La explicación a tal circunstancia residiría en las menores exigencias de la ceba-da para su desarrollo, que se acomoda a suelos pocos fértiles, no requiere tanta agua como el trigo y tolera muy bien el frío y el calor16.Tal apreciación es recogi-da también en época histórica por J. Álvarez, quien ilustra perfectamente lo que pudo ser la razón de su primacía en época aborigen:“Aún actualmente las cosechas de cebada se logran con relativa facilidad en zonas y en años en que es general la pér-dida o disminución grande de cosechas de otros cereales, como el trigo y el centeno. La resistencia de la cebada a las enfermedades parasitarias de otros granos en Cana-rias, y a las inclemencias de la tierra y de las estaciones (...) permiten obtener cose-chas con menos costos y más seguras, aunque no sean muy abundosas, en terrenos más secos y de inferior calidad, cuando el trigo proporcionaba a los nativos cosechas antieconómicas, o se perdía del todo” (1946: 25). 57 16. Además, un monocultivo o cultivo preferente de la cebada conllevaría una intensificación de la pro-ducción. Arqueológicamente el aprovechamiento prehistórico de la cebada ha sido identificado en diversos yacimientos de la isla, con una mayor intensidad en los últimos años a raíz de la introducción de estudios paleocarpológicos sistemáticos en el archipiélago. Es el caso de los restos aparecidos en unas cuevas de Guaya-deque, Acusa (S. Jiménez Sánchez, 1952: 212), Bentayga (M. Hernández, 1982), Cueva Pintada (M. Fontugne et al., 1999), así como en las más recientes excava-ciones efectuadas en Risco Chimirique (E. Martín et al., 1999; 2003b), San Antón (J.Velasco y V. Alberto, 1999), el Tejar, Lomo los Melones, o la Cerera (J. Morales, 2006), por citar algunos ejemplos. En cuanto a la determinación de la variedad que fue objeto de cultivo por los canarios, en los textos de Gómez Escudero (en F. Morales, 1993: 436), A. Sedeño (en F. Morales, 1993: 370) y Marín de Cubas (1993: 206) se hace una distinción entre dos tipos: la común o vestida y la desnuda, esta última definida por A. Sede-ño como “Una cevada sin aristas que llaman sevada pelada o Ramana”. La deter-minación de los restos paleocarpológicos recuperados en los diversos contextos prehispánicos ha permitido documentar sólo cebada vestida (Hordeum vulgare L.). Es interesante subrayar que, siguiendo a R. Buxó (1997: 93), la cebada desnuda es más sensible a los insectos y enfermedades parasitarias y conserva un raquis más frágil, provocando que su rendimiento sea inferior al de la variedad vestida, lo que podría estar explicando la exclusiva presencia de esta última. El común acuerdo que en cuanto a la explotación de la cebada se constata en los textos no se repite en cambio para el trigo. Si en unos casos se puede hablar de vacío referencial17, en otros su conocimiento se restringe temporalmente a “algunos años primero que los spañoles la conquistasen a Canaria por que antes no lo tubieron” (A. Sedeño, en F. Morales, 1993: 370)18. Frente a ello fuentes tempranas como el rela-to de N. da Recco (Boccaccio, 1998: 35) o la crónica francesa (P. Bontier y J. Le Verrier, 1980:66) lo incluyen entre los componentes alimenticios del aborigen. Esta controversia que en cuanto a su introducción transmiten los datos etnohistóricos, llevó a F.E. Zeuner (1959: 36) a negar su implantación prehistórica, propuesta que ha sido descartada por la Arqueología. Al margen de las evidencias materiales, tanto la temprana referencia a la presencia de trigo ofrecida por la narración de la expe- 58 17. Ovetense, Lacunense, Matritense (en F. Morales, 1993), L.Torriani (1978) o Abreu Galindo (1977). 18. La misma idea de una introducción tardía vuelve a verse repetida en Gómez Escudero (en F. Mora-les, 1993: 441). dición de 1341, como las mayores exigencias de este cereal respecto a la cebada, conducen a pensar que esa contradicción manifiesta en las fuentes etnohistóricas responda en realidad al papel secundario del trigo por motivos de eficiencia econó-mica19, y no a una introducción tardía o a su ausencia, que quedan rechazadas por los hallazgos arqueológicos. Ese papel secundario que se ha venido atribuyendo al trigo, parece encontrar refrendo arqueológico, ya que la presencia numérica de este cereal en los yaci-mientos muestreados hasta la fecha es mucho más reducida que en el caso de la cebada. En esta línea resulta sugerente el siguiente párrafo de Fray J. de Sosa al trasmitir una valoración negativa que de él hacían los canarios: “El trigo no lo tení-an por cosa sana por no saber como se amasaba el pan y el gofio de el , ser muy pesado y no tener horno ni saber como se hacian (...)” (1994: 299). Aunque las ven-tajas nutricionales de este cereal superan ligeramente a la cebada, la mayor segu-ridad ofrecida en el rendimiento de esta última para la subsistencia del grupo humano en virtud de su superior resistencia y adaptabilidad a condiciones adver-sas, hacen de ella el cereal dominante en el sistema productivo agrícola, relegan-do al trigo a un segundo plano y por tanto a un consumo de rango menor. Es así como en este caso la elección de un tipo de cereal se explica en función de unas limitaciones infraestructurales que determinan unos costos y beneficios particu-lares. Como ya se ha adelantado líneas arriba, desde la perspectiva arqueológica la producción de trigo queda refrendada por una serie de hallazgos en yacimiento como Cueva Pintada, la Cerera, el Tejar, Lomo los Melones, Risco Chimirique, San Antón..., o incluso en los fragmentos de víscera de una momia de Acusa (S. Jimé-nez Sánchez, 1952: 208).Todas esas evidencias ponen de manifiesto el recurso al cultivo de este grano y, más concretamente, las dataciones obtenidas en los dos últimos enclaves terminan de descartar cualquier introducción tardía del mismo20. Las evidencias documentadas en esos yacimientos y en otros como las estruc-turas de almacenamiento de Acusa y Guayadeque (J. Morales, 2002) han sido cata- 59 19. Eficiencia que no sólo puede ser considerada en el sentido de una simple estimación de costes-beneficios, sino al amparo del modelo socieconómico de los canarios a lo largo de parte de su des-arrollo histórico. 20. As��, para el caso concreto de San Antón las dataciones radiocarb��nicas sitúan dos de los niveles en los que se recuperaron restos de trigo, en el 1030 d. C. y 1180 d. C. logadas dentro de la especie de trigo duro y común (Triticum aesticum aestivum durum), grupo en el que se incluyen los trigos desnudos. Por tanto, y partiendo de los vestigios recuperados en los diversos enclaves apuntados, son cebada vestida y trigo duro las dos variedades que hoy por hoy han sido determinadas. Si bien hasta el momento el elenco de taxones cerealísticos cultivados se ha ceñido a las dos especies mencionadas, hay que llamar la atención sobre la refe-rencia hecha en el relato de la expedición de N. da Recco al hallazgo, en el inte-rior de las casas, de trigo, cebada ���y otros cereales con lo que los habitantes se ali-mentaban” (Boccacio, 1998: 35), figurando en Gomes de Sintra (1991: 73) y en el manuscrito Valentím Fernandes (1998: 84) una alusión al consumo de avena. En concreto en este último se subraya la abundancia de dicho producto al apuntar que “as�� comían avena, de la que tenían mucha”, aspecto que, si bien precisa del per-tinente refrendo arqueológico, abre nuevas vías de valoración en torno a la inci-dencia de los cereales en la dieta de los canarios. Leguminosas.- La puesta en marcha de un proceso de investigación arqueobo-tánica en Gran Canaria está permitiendo aclarar algunos de los interrogantes que hasta hace poco tiempo sólo podían ser abordados desde la información aporta-da por la documentación escrita. Un ejemplo de esa situación es el aprovecha-miento alimenticio de las leguminosas. Éstas, y particularmente el haba, eran inclui-das entre los productos objeto de cultivo tan sólo a partir de la alusión que a ellas hacían las fuentes etnohistóricas. Los estudios de restos vegetales amplian el elen-co de los productos cultivados por los antiguos canarios, al constatar la presencia de lentejas (Lens culinaris) –San Antón, Cueva Pintada o la Cerera���, habas (Vicia faba) –Cueva Pintada– y arvejas (Pisum sativum) –Cueva Pintada y la Cerera21. Se trata pues de un amplio repertorio de leguminosas que ponen de manifiesto la importancia de estos productos en la dieta de la población prehistórica de Gran Canaria, así como también el destacado papel jugado por la actividad agrícola en el sistema socieconómico de dicha comunidad. 60 21. En líneas generales se observa una preponderancia de las lentejas sobre otras leguminosas, lo que J. Morales (2006) trata de explicar en función de la resistencia de aquellas frente a la aridez en com-paración con las habas y arvejas que requieren suelos de mayor calidad. Las referencias etnohistóricas son bastantes parcas en cuanto al cultivo de tales productos, dando la impresión de que algunas de esas especies pasaron desaper-cibidas a cronistas e historiadores. Así por ejemplo para Gran Canaria se hace tan sólo alusión al haba:“tienen trigo, habas y otros cereales más” (P. Bontier y J. le Verrier, 1980: 66), y sólo Marín de Cubas (1993: 206) cita el consumo de otras legumino-sas, concretamente chícharos (Lathyrus sativus) y yero (Lathyrus sativus)22, si bien esta referencia ha de ser tomada con suma prudencia por lo tardío de la Historia. Al margen de esa mención específica a la explotación del haba y de las refe-rencias genéricas a la presencia de legumbres (Abreu Galindo, 1977: 160), sólo el texto de Fray J. de Sosa ofrece cierta información sobre el volumen de su cultivo y su procesado, indicando que “las habas las plantaban en pocas partes” (1994: 299-300), un dato que podría explicar el silencio de algunas fuentes como el Ove-tense o la relación de G. Boccaccio. Es cierto que, en líneas generales, las legum-bres se encuentran representadas en el registro arqueológico en una menor pro-porción que los cereales, sin embargo ello ha de ponerse más bien en relación con un tratamiento para su consumo o conservación que no contemplara el contac-to directo con el fuego (por ejemplo el secado al sol o el hervido), hecho que dificultaría su presencia en los contextos arqueológicos, a diferencia de lo que sucede con los cereales, en cuyo caso el proceso de tostado favorecería una correcta preservación de los mismos en el tiempo. Lo cierto es que, cualquiera que fuera el volumen de explotación de las legu-minosas, desde un punto de vista nutricional tales elementos revisten, como se explica líneas abajo, una gran importancia. Aparte de su rica composición en pro-teínas, se ha comprobado que su consumo en combinación directa con los cere-ales significa un importante aporte nutricional, que ayudaría a compensar los efec-tos de una dieta eminentemente cerealista. La explotación agrícola de las legumbres ha sido también documentada en otras islas del archipiélago, como es el caso de las habas (Vicia faba) y de las arve-jas (Pisum sativum) en Tenerife –Cueva de Don Gaspar, (M. C. Del Arco et al. 1990)– y lentejas (Lens culinaria), habas y ch��charos (Lathyrus sativus) en La Palma 61 22. El yero es una planta papilionácea, con fruto en vainas con tres o cuatro semillas, que reciben el mismo nombre. Esta especie se ha cultivado comúnmente mezclada con cebada vestida, existiendo constancia de su consumo en algunas comunidades humanas reducida a harina (R. Buxó, 1997). –El Tendal, (E. Martín, 1992b; J. Morales, 2003). Se aprecia por tanto una cierta simi-litud en cuanto a los taxones cultivados en las diferentes islas. Sobre el sistema de cultivo empleado con las leguminosas, una de las posibili-dades –teniendo en cuenta las cualidades regeneradoras que tienen para el suelo– pudo ser, siempre desde un punto de vista especulativo, el cultivo mixto con cere-ales o la rotación de ambos. Esta combinación, además de constituir una importan-te aportación nutricional a la población, parece encontrar un cierto respaldo en la asociación de cereales y leguminosas que se detecta en el registro arqueológico procedente de diversos enclaves23. Cualquiera que fuera el caso, lo cierto es que su presencia contribuiría a retrasar el agotamiento de las tierras de laboreo. Higueras.- Son numerosísimas las referencias hechas en los documentos escri-tos que ponen de manifiesto el importante lugar que el fruto de la higuera debió ocupar en la dieta de la población prehistórica, desde las menciones a su abundan-cia:“ Su fruta eran higos, que tenían en abundancia” (Lacunense, en F. Morales, 1993), hasta las alusiones a su protagonismo en la alimentación: “entraron en ellas [casas de piedra] y no hallaron otra cosa que higos secos en cestas de palma, tan buenos que parecían de Cesena, trigo (...) cebada y otros cereales” (Boccaccio, 1998: 35),“Era principal mantenimiento de toda la isla” (Abreu Galindo, 1977: 161). Y quizá la dependencia de esos frutos quede aún más resaltada si atendemos a las noticias sobre la tala de higueras por parte de los castellanos como estrategia para rendir a la población aborigen: “acuerdan los capitanes y alféres de hazer talar los panes y higuerales de los canarios, que les fue a par de muerte” (Matritense, en F. Morales, 1993:238), palabras que vienen a subrayar claramente el protagonismo del higo en la subsistencia de estas poblaciones. Lo cierto es que los textos de Escudero (F. Morales, 1993: 458) y Abreu Galin-do (1977: 161) introdujeron un debate en torno a la fecha de introducción de este árbol en la isla, al vincular su presencia con la llegada de los mallorquines a Cana-rias en el siglo XIV. Esta problemática parece quedar resuelta a favor de una auto-ría prehispánica del cultivo de este árbol, si se toman en consideración una serie de aspectos. Por un lado, el que la primera referencia escrita al consumo de higos en Gran Canaria sea la ofrecida por la expedición de N. Da Recco, fechada en 62 23. Por ejemplo, Ermita de San Antón (J. Morales et al., 2001), Cueva de D. Gaspar (M.C. del Arco et al., 1990) y El Tendal (J. Morales, 2003). torno a 1341 y, por tanto, anterior al arribo de los mallorquines. La propia imagen ofrecida por los textos del aprovechamiento del higo como un recurso plenamen-te afianzado permite respaldar tal postura. En esta misma línea, J. Álvarez (1944: 150) señala que “los nombres de los higos en el habla indígena demuestran que no eran elementos de importación , pues hubieran conservado su nombre mallorquín”. Pero al margen de estas consideraciones, hay que acudir también a los resulta-dos de diversos análisis paleobotánicos y bioantropológicos, producto de la reno-vación que ésas disciplinas están experimentando en los últimos años. Así y en pri-mer lugar, es de destacar la identificación en la isla de Tenerife de carbones correspondientes a higuera en estratos cronológicamente anteriores al proceso de conquista castellana (C. Machado et al., 1997). En segundo lugar, la elevada pre-valencia de caries dental, puesta de manifiesto en una serie procedente del barran-co de Guayadeque, ha de relacionarse, además de con una dieta cerealista, con la participación de productos particularmente cariogénicos como los higos (T. Del-gado, 2001). Finalmente, quizá una de las evidencias arqueológicas que en mayor medida vienen a refrendar la idea de la higuera como producto objeto de una arboricultura por parte de los antiguos canarios, sea la recuperación de semillas de este fruto en numerosos yacimientos arqueológicos, como la Cerera (Arucas) y Cueva Pintada (Gáldar) (J. Morales, 2006), en ambos casos en contextos crono-estratigráficos previos al siglo XIV.Y ello sin olvidar la identificación de semillas de higo en la cavidad pulpar de algunas piezas dentarias pertenecientes a individuos procedentes de diversos puntos de la isla (barranco de Guayadeque en Agu��mes- Ingenio, Temisas en Agüimes y San Pedro en Agaete) (J. Morales y T. Delgado, 2003). La inclusión de este árbol entre las especies objeto de tratamiento agrícola ha sido rebatida en alguna ocasión, si bien son diversos los factores que conducen a mantener tal propuesta. Un producto con una trascendencia en la alimentación como la que se desprende de la documentación escrita y de las evidencias arqueológicas, sometido a procesos de conservación que permiten su aprovecha-miento continuado, sugiere un cuidado del árbol que garantizara una producción adecuada a las necesidades del grupo. En esta línea, un repaso a los comentarios recogidos en las crónicas y textos posteriores dejan traslucir un protagonismo del higo muy superior al de las especies objeto de mera recolección, figurando su alu-sión siempre a la misma altura que el consumo del trigo y la cebada.Todo ello lleva a pensar en alguna forma de arboricultura, por básica que fuera, sobre algunos de 63 estos árboles como medida para asegurar su regeneración, debiendo poner en entredicho la práctica de una mera depredación. Además, si suponemos una intro-ducción premeditada de la higuera en la isla por parte de la población aborigen, no sería il��gico hablar de producción, aunque por supuesto bajo unos parámetros distintos a los que rigen el cultivo de cereales o legumbres24. Por todas esas razo-nes se ha decidido incluir a la higuera en el apartado dedicado a los sistemas de producción. No hay que olvidar además, que entre muchos grupos bereberes el cultivo de la higuera es considerado una práctica esencial como elemento de sub-sistencia (G. Laoust, 1990). Por último, sólo cabe reseñar un aspecto que pone nuevamente de relieve la importante participación de estos frutos en la dieta, y es el hecho de la destaca-da extensión que tal especie debió conocer en algunas zonas de la isla, a juzgar por los datos textuales. Así parece deducirse tanto de las referencias genéricas: “Es un país lleno de grandes bosques de pino (...) de higueras” (P. Bontier y J. le Verrier, 1980: 66),“Tenían grandes higuerales que no hubo en otra parte” (Gómez Escudero, en F. Morales, 1993: 441), como de aquellas que apuntan a su abundan-te presencia en áreas concretas: es el caso del real de Las Palmas, descrito por Gómez Escudero (1993: 180) y Abreu Galindo como lugar de abundantes higue-ras, así como de la zona de Agaete y Guayedra, lugar “de muchos higuerales” (Abreu Galindo, 1977: 213). Una importancia de estos frutos en la alimentación, como se ha intentado poner de relieve en estas líneas, de ser cierta, traería consigo un incremento de los carbohidratos en la dieta de los canarios, que sin duda ejercería una especial incidencia en la salud oral de esta población, como de hecho ha quedado eviden-ciado en una muestra procedente del barranco de Guayadeque analizada en tra-bajos previos (T. Delgado, 2001) . Lo cierto es que esta imagen de una economía productiva de base agrícola, sustentada en la documentación etnohistórica y en los cada vez más abundantes y coherentes testimonios arqueológicos, ha quedado confirmada por análisis bioantropológicos, especialmente por aquellos referidos a la reconstrucción quí- 64 24. Al hilo de esta consideración puede traerse a colación el ejemplo actual del almendro, ya que se trata de un árbol que en unos casos es objeto de una arboricultura y en otros se encuentra en esta-do silvestre.Además, la arboricultura vinculada a la producción de higos no implica el desarrollo de una actividad ni sumamente especializada ni tecnológicamente compleja. La etnografía nos muestra nume-rosos ejemplos de lo señalado. mica de la dieta.Tales estudios revelan un régimen alimenticio con un destacado protagonismo de los productos cerealísticos, llevando a definir las labores agríco-las como “centro de toda la actividad económica, ya que de ellas dependerá el sus-tento de la mayor parte de la población” (J.Velasco, 1999: 380), una dependencia que todavía se refuerza más si se considera la ausencia de asimetrías espaciales en la importancia de su ingesta, que queda por tanto generalizada a todo el territorio insular. 2.2. LA EXPLOTACIÓN DE LOS ANIMALES Constituyendo parte del sistema económico de la población prehistórica de Gran Canaria, e inserta por tanto en el entramado de relaciones sociales de pro-ducción que define a esa formación social, se encuentra la explotación de la caba-ña ganadera, un pilar importantísimo en el desarrollo y estabilidad de una econo-mía aborigen de marcado signo agrícola. Esta dependencia de la agricultura por parte de los canarios, hace que el carácter determinante asignado a la estrategia ganadera en otras islas25 se vea aquí modificado. Efectivamente, tal y como se puso Lámina 2.2. Higuera. 65 de manifiesto en el anterior apartado, la documentación escrita, la arqueológica y los estudios bioantropológicos han asignado un lugar preeminente a la agricultura, siendo preciso ahora definir el papel exacto de la ganadería y su relación con las otras estrategias que conforman el proceso productivo puesto en marcha por esta población aborigen. Las fuentes etnohistóricas definen una cabaña integrada por cabras, ovejas y cerdos, composición ésta que ha quedado confirmada a través de la arqueología. La pobreza de los estudios sobre vertebrados terrestres limita el conocimiento de las pautas establecidas por los canarios para la organización y explotación de estos animales, de modo que las valoraciones que a continuación se exponen no son sino un intento de acercamiento a partir de las fuentes documentales, del análisis de los re
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Título y subtítulo | La historia en los dientes : una aproximación a la prehistoria de Gran Canaria desde la antropología dental |
Autor principal | Delgado Darias, Teresa |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo de Gran Canaria. Servicio de Patrimonio Histórico |
Fecha | 2009 |
Páginas | 513 p. |
Datos serie | Cuadernos de Patrimonio Histórico. Investigación ; 8 |
Materias |
Dientes Antropología Canarias Gran Canaria Historia Época prehistórica |
Enlaces relacionados | Ver todos: https://mdc.ulpgc.es/cdm/search/collection/MDC/searchterm/Cuadernos%20de%20patrimonio/field/serie/mode/all/conn/and/order/nosort |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 3866165 Bytes |
Notas | La salud oral de las poblaciones humanas ha venido determinada históricamente por sus diferentes formas de vida. Por esta razón, estudiar los restos dentales del pasado equivale a profundizar en el conocimiento de tales sociedades en su devenir a lo largo de los siglos. Siguiendo tal premisa, en este libro se aborda el análisis del estado de la dentición de los antiguos canarios, para así inferir aspectos tales como su dieta y nutrición, además de, tratando de ir más allá, los comportamientos económicos y sociales que los definieron históricamente. |
Texto | LA HISTORIA EN LOS DIENTES. UNA APROXIMACIÓN A LA PREHISTORIA DE GRAN CANARIA DESDE LA ANTROPOLOGÍA DENTAL JOSE MIGUEL PÉREZ GARCÍA PRESIDENTE DEL CABILDO DE GRAN CANARIA LUZ CABALLERO RODRÍGUEZ CONSEJERA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL ERNESTO MARTÍN RODRÍGUEZ DIRECTOR GENERAL DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL COORDINACIÓN GENERAL JUANA HERNÁNDEZ GARCÍA DEPARTAMENTO DE DIFUSIÓN DE LA CONSEJERÍA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL GESTIÓN JOSÉ ROSARIO GODOY DEPARTAMENTO DE DIFUSIÓN DE LA CONSEJERÍA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL FOTOGRAFÍAS EL MUSEO CANARIO JAVIER VELASCO VÁZQUEZ DISEÑO Y REALIZACIÓN GRÁFICA MAT ESTUDIO DE DISEÑO IMPRESIÓN GRÁFICAS SABATER ISBN: XX-XXXX-XXX-X DEPÓSITO LEGAL: GC-XXXX/XX ©Cabildo de Gran Canaria, 1ª edición 2009 CONSEJERA DE CULTURA Y PATRIMONIO HISTÓRICO Y CULTURAL LA HISTORIA EN LOS DIENTES. UNA APROXIMACIÓN A LA PREHISTORIA DE GRAN CANARIA DESDE LA ANTROPOLOGÍA DENTAL Teresa Delgado Darias CUADERNOS DE PATRIMONIO HISTÓRICO INVESTIGACIÓN 8 Las Palmas de Gran Canaria, 2009 A Sofía PRESENTACIÓN Los Cuadernos de Patrimonio Histórico han estado orientados hasta ahora en dar a conocer las intervenciones que lleva a cabo el Servicio de Cultura y Patrimo-nio Histórico en los diferentes ámbitos que conforman nuestro acervo cultural. Sin embargo, éstos trabajos no recogían o minimizaban, por cuestiones de espacio, los trabajos previos, la investigación base que conduce y permite la puesta en valor de los bienes intervenidos. Este cambio se advierte ya en el volumen 7, dedicado a la Cueva Pintada de Gáldar, donde se recoge todo el proceso de investigación que conduce desde el cierre preventivo del yacimiento hasta el comienzo de las obras del Parque Arqueológico. Es un trabajo fundamental para afrontar con garantías el uso público de estos espacios, con contenidos y desarrollos que van más allá de la simple esté-tica, enfocados como están desde una perspectiva didáctica y de disfrute social. En esta edición distinguimos entre investigación y desarrollo, aunque ni por un momento se han querido establecer fronteras donde no las hay, pués se trata de procesos que se retroalimentan mutuamente. Este primer número, que lleva por título La historia en los dientes. Una aproximación a la prehistoria de Gran Canaria desde la Antropología dental, constituye la tesis doctoral de Teresa Delgado Darias, investigadora que desarrolla su labor en el Museo Canario. El interés de éste y otros trabajos que participan de la misma línea de investigación es, sin duda, la perspec-tiva innovadora que introducen en el análisis antropológico, favoreciendo un cam-bio de paradigma en la investigación y aportando contenidos esenciales, nuevos y originales, para la documentación de los espacios de carácter funerario. Ernesto Martín Rodríguez Director General de Patrimonio Histórico AGRADECIMIENTOS El trabajo que a continuación se presenta no hubiera visto la luz sin el apoyo y la ayuda de muchas personas a las que quiero, desde aquí, hacerles llegar mi más sincero agradecimiento. El mayor reconocimiento lo dirijo a la sociedad científica El Museo Canario, que en todo momento ha sabido impulsar el proceso de investigación que hay tras estas páginas. Su labor de preservación de los materiales arqueológicos y las faci-lidades siempre ofrecidas a todo investigador que se acerca a sus fondos confie-ren a esta institución un lugar trascendental en la reconstrucción de nuestro pasa-do. A su director gerente, D. Diego López Díaz, debo el haber favorecido en todo momento la marcha del presente trabajo. Igualmente, a todo el personal de El Museo Canario agradezco el haber hecho siempre más fácil este estudio, y espe-cialmente a Antonio Betancor Rodríguez, MªCarmen Cruz de Mercadal, Mª Car-men Gil Vega, Carlos Santana Jubells, Fernando Betancor Pérez y Enrique Biscarri Trujillo, les doy las gracias no sólo por la ayuda material que me han prestado en todo momento sino por el apoyo y los ánimos brindados. No cabe duda que el estudio que ahora se presenta lo debo también a la ayuda y aliento que incondicionalmente he recibido de mis directores, quienes han sido y siguen siendo mis maestros. Las orientaciones y opiniones por ellos apor-tadas han enriquecido enormemente las páginas que forman esta tesis. A Javier Velasco Vázquez debo no sólo su labor de director sino el entusiasmo y la ilusión con los que aborda todo proceso de investigación, capaz de contagiarlos a quie-nes tienen la fortuna de compartir con él cualquier trabajo. A Ernesto Martín Rodríguez agradezco las sugerencias vertidas y el estar siempre dispuesto a resol-ver las dudas y problemas que iban surgiendo.A ambos, gracias por todas las horas que han dedicado a esta tesis. A Matilde Arnay de La Rosa y Emilio González Reimers quisiera expresar mi gratitud por la ayuda prestada, y muy especialmente en lo que respecta al estu-dio microscópico de estrías dentarias y al tratamiento estadístico de los datos. A Amelia Rodríguez Rodíguez, siempre dispuesta a prestar su ayuda. A Veróni-ca Alberto Barroso por toda la información ofrecida a partir de sus estudios arqueozoológicos, y porque siempre ha tenido palabras de ánimo. A Jacob Morales Mateos, por el análisis de los restos de higos en piezas den-tarias aborígenes. A los miembros de “Tibicena. Gabinete de Estudios Patrimonia-les”, por la cesión de fotografías. Junto a estas personas, otras muchas han contribuido también a que esta tesis saliera adelante. A todas ellas mi mayor gratitud. Especialmente detrás de estas páginas están el apoyo constante y el ánimo incondicional de mis padres,Teresa y Paco, y hermana, Inés. Su respaldo en todo lo que he emprendido han sido para mi el mayor estímulo con el que he podido contar. A mi marido, Enrique, debo la ayuda material prestada en todo momento pero, ante todo, el optimismo y las fuerzas que es capaz de transmitir cuando más se necesitan. ÍNDICE Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .19 INTRODUCCIÓN Preámbulo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .25 Objetivos y planteamientos de partida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .31 Organización del trabajo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .35 PRIMERA PARTE. EL MODELO SOCIAL DE LOS CANARIOS 1. LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL PROCESO PRODUCTIVO . . . . . . . . . .41 2. LA EXPLOTACIÓN DEL TERRITORIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .49 2.1. El trabajo de la tierra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .49 2.1.1. Especies Cultivadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .57 2.2. La explotación de los animales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .65 2.2.1. Cabras, ovejas y cerdos: la cabaña ganadera de los canarios . . . . . . . .67 2.2.2. Organización de la cabaña . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .75 2.2.3. La captura de animales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .82 2.3. La recolección vegetal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .86 2.4. El mar como fuente de recursos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .94 2.4.1. La pesca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .95 2.4.2. El marisqueo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .98 2.4.3. La explotación del medio marino: una valoración conjunta . . . . . . . .102 SEGUNDA PARTE. MATERIAL Y MÉTODO: LA CONSTRUCCIÓN DEL DATO EMPÍRICO 3. LA POBLACIÓN ANALIZADA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .107 3.1. Características, criterios de selección y ordenación . . . . . . . . . . . . . . . . .107 3.1.1. Consideraciones de partida . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .107 3.1.2. Criterios de selección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .113 3.1.3. Criterios de ordenación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .115 3.2. Composición de la muestra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .122 3.3. Procedencia de la muestra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123 3.3.1.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Agaete . . . . . .123 3.3.1.1. Maipés de Agaete . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .123 3.3.1.2. El Roque. Guayedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .127 3.3.1.3. Acarreaderos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .129 3.3.2.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Agüimes . . . . .130 3.3.2.1. Montaña de Agüimes (Necrópolis de la Banda) . . . . . . . . . . .130 3.3.2.2. Montaña de Arinaga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .132 3.3.2.3.Temisas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .132 3.3.3.Yacimientos arqueológicos de los términos municipales de Agüimes-Ingenio . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .135 3.3.3.1. El barranco de Guayadeque . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .135 3.3.4.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Arucas . . . . . . .143 3.3.5.Yacimientos arqueológicos de la Caldera de Tejeda . . . . . . . . . . . . . .144 3.3.5.1. Acusa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .145 3.3.5.2. Cuevas de Gonzalo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151 3.3.5.3. Mesa del Junquillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .151 3.3.5.4. Los Roques . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .152 3.3.5.5. Solana del Pinillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156 3.3.5.6. Otros . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .156 3.3.6.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Firgas . . . . . . . .157 3.3.6.1. El Hormiguero de Casablanca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .157 3.3.6.2. San Andrés. Arucas-Firgas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160 3.3.7.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Gáldar . . . . . . .160 3.3.7.1. El Agujero . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .160 3.3.7.2. Gáldar . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .166 3.3.8.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Las Palmas de Gran Canaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .167 3.3.8.1. La Angostura . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .167 3.3.8.2. El barranco del Guiniguada: conjuntos de las Huesas y El Dragonal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .169 3.3.8.3. Hoya del Paso . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .172 3.3.8.4. La Isleta . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .173 3.3.8.5. El Metropole . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .176 3.3.9.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Mogán . . . . . . .177 3.3.9.1. El Blanquiza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .177 3.3.9.2. Las Crucecitas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .178 3.3.9.3. Las Longueras . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .182 3.3.9.4. Llanos de Gamona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .182 3.3.10.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Moya . . . . . . .184 3.3.10.1. Cuevas del Lance . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184 3.3.11.Yacimientos arqueológicos del término municipal de San Bartolomé de Tirajana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184 3.3.11.1. La Necrópolis de Arteara . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .184 3.3.11.2. Barranco de Las Tabaqueras. Maspalomas . . . . . . . . . . . . .188 3.3.11.3. Barranquillo del Hornillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .189 3.3.11.4. Hoya de Los Machos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .190 3.3.11.5. Lomo Galeón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .190 3.3.11.6. Los Palmitos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .192 3.3.12.Yacimientos arqueológicos del término municipal de San Nicolás de Tolentino . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193 3.3.12.1. Caserones . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .193 3.3.12.2. Casillas de Linagua . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .198 3.3.12.3. Cuermeja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .199 3.3.12.4. Los Picachos de Tifaracás . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .200 3.3.12.5. El Solapón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .201 3.3.12.6.Tasarte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .201 3.3.13.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Santa Lucía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .202 3.3.13.1. La Caldera de Tirajana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .202 3.3.13.2. El Pajito . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .204 3.3.14.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Santa María de Guía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .206 3.3.14.1. Los yacimientos de la costa de Santa María de Guía . . . .206 3.3.15.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Telde . .210 3.3.15.1. El Draguillo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .210 3.3.15.2. La línea de costa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .211 3.3.15.3. Montaña de Juan Tello . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .213 3.3.16.Yacimientos arqueológicos del término municipal de Teror . .214 3.3.16.1. Guanchía . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .214 4. CRITERIOS Y PROCEDIMIENTOS DE ESTUDIO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .217 4.1. Determinación del sexo y la edad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .217 4.2. El diente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .223 4.2.1. Estructura y formación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .224 4.2.1.1. Esmalte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .227 4.2.1.2. Dentina . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .231 4.2.1.3. Cemento . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .233 4.2.1.4. Placa bacteriana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .233 4.3. La salud oral como instrumento de análisis en la reconstrucción de las formas de vida de poblaciones arqueológicas . . . . . . . . . . . . . . . .234 4.3.1. Caries dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .235 4.3.2. Desgaste dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .246 4.3.3. Sarro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .253 4.3.4. Enfermedad periodontal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .258 4.3.5. Lesiones pulpoalveolares y pérdidas dentales ante mórtem . . . . . . .263 4.3.6. Hipoplasia del esmalte dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .270 4.4. Análisis estadístico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .283 TERCERA PARTE. EL ESTADO DE LA DENTICIÓN COMO REFLEJO DE LAS FORMAS DE VIDA 5. LA SALUD ORAL DE LOS ANTIGUOS CANARIOS . . . . . . . . . . . . . . . . . .287 5.1. El modelo de caries dental y su relación con otras patologías orales . . .287 5.2. La caries dental en la población no adulta: la imagen de un modelo alimenticio consolidado . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .298 5.3. El desgaste oclusal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .304 5.4. La calcificación de la placa bacteriana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .310 5.5. La enfermedad periodontal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .314 5.6. Las pérdidas de piezas dentarias en vida: el reflejo de un modelo de salud dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .318 5.7. La hipoplasia del esmalte dental . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .320 6. LA PRODUCCIÓN DE ALIMENTOS Y LA DIETA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .325 6.1. La agricultura: la base de un modelo social . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .327 6.2. La sostenibilidad de un régimen agrícula: la diversidad de estrategias económicas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .337 6.3. Unos modos de vida arraigados . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .342 7. LA DIVERSIFICACIÓN TERRITORIAL DE LAS ESTRATEGIAS ECONÓMICAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .353 7.1. Dieta y variabilidad territorial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .353 7.2. La redistribución o el sostenimiento de las disimetrías sociales . . . . . . . .363 8. DIFERENCIAS SOCIALES: LAS DESIGUALDADES DE GÉNERO . . . . . . . . .367 8.1.Trabajo especializado y desigualdad de género . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .378 9. ¿Y EL TIEMPO? BREVES CONSIDERACIONES EN TORNO A LA VARIABLE DE LA CRONOLOGÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .387 SÍNTESIS Y CONCLUSIONES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .391 BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .407 ANEXO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .443 ESTÁ EN NUESTRAS MANOS... Thomas Paine, en su libro Sentido común, expresaba con contundente optimis-mo: “está en nuestras manos volver a crear el mundo”. Pese a que esta afirmación esperanzadora veía la luz en pleno ciclo revolucionario del XVIII, puede decirse que cobra vigencia, al menos para el que escribe, cada vez se nos brinda la opor-tunidad de acercarnos a nuevos trabajos de investigación, a proyectos serios dedi-cados a generar conocimiento sobre un pasado que hoy es más de todos –y de todas– gracias a tales esfuerzos. La obra que ahora tiene en sus manos, y que me honra prologar, es uno de esos ejemplos que representan, sin titubeos, una apor-tación fundamental. Un trabajo sólido, bien pertrechado de datos y de teorías, pero sobre todo un paso más en un camino por recorrer con mucho presente y con más futuro. No obstante, no quisiera que quien esto lea piense que, como sucede en otros casos, al redactar estas páginas he caído en lo que ingeniosamen-te Fontana describe como “te-escribo-la-nota-de-tu-libro para que luego tu-me-escri-bas- la-nota-de-mi-libro”. Nada más lejos de la realidad. Como podrán comprobar en cada página,Teresa Delgado nos abre las puertas a un pasado que hace apa-sionante, lleno de gentes a las que dota de historia al descubrirnos cómo vivieron, cómo se relacionaron entre sí, cómo fue su vida cotidiana... Si se me permite la simplificación, estudiar los dientes fue casi una “excusa”, pues lo que realmente interesaba era lograr lo que finalmente ha conseguido: participar con una sólida base empírica en la explicación histórica de los antiguos canarios en su singladura por los siglos. Conociendo a la autora, y habiendo tenido la suerte de compartir trabajos y reflexiones con ella, resultaba harto difícil esperar otra cosa que no fuera una investigación tan completa como la que sigue a este prefacio. En cada uno de los capítulos demuestra con nitidez que proponer teorías está muy lejos 19 del mero ejercicio de la especulación, que los materiales arqueológicos requieren ser valorados por sí mismos y por el contexto que les da sentido histórico y no según se nos antoje en cada caso, que en las más pequeñas cosas pueden estar las respuestas a las más grandes preguntas... Sin embargo, calificar esta obra le corresponde a partir de ahora a los que a ella se acerquen, por lo que no quisiera insistir más en sus muchas virtudes. En contrapartida, no quisiera pasar por alto la oportunidad de relatar muy brevemen-te cómo se gesta este trabajo. Eso sí, sin entrar en esos lugares comunes de cómo conocí a la autora y de qué forma ha transcurrido una gratificante experiencia compartida con la que no he hecho más que aprender. No. En un ejercicio de “intrahistoria” preferiría hacer un recorrido temporal algo más amplio y recono-cer a quienes, en justicia, debemos mucho de lo que somos, tanto la autora como yo mismo. A caballo entre el siglo XI y el XII, Bernardo de Claraval decía “somos enanos de pie sobre hombros de gigantes. Somos capaces de ver más lejos, pero es gracias a quienes nos precedieron y sostienen”. Y aunque eso de que somos capaces de ver más lejos está aún por demostrar, no puede pasarse por alto que esos ���gigantes” en nuestro caso tienen nombres y apellidos, así como una cualidad singular que es la de haber sido capaces de dar continuidad a una línea de trabajo. Dicho de otro modo, de crear escuela. Nada se descubre cuando se dice que la investigación sobre restos humanos tiene en Canarias una tradición más que centenaria, en la que han menudeado investigadores y aportaciones de gran calado académico y social. Aunque en la actualidad muchas de sus propuestas ocupen poco más que un lugar ventajoso en las recapitulaciones historiográficas es obligada la referencia a René Verneau, Chil y Naranjo, Ernest Hooton, Miguel Fusté, Ilse Swidetzky... Sin embargo, no será hasta inicios de los 80 del siglo XX cuando la bioantropolog��a en Canarias experimente un cambio sustancial que ha sabido proyectarse, creo que con fortuna, hasta el arranque de este nuevo milenio. En esas últimas décadas del novecientos, en una aparente continuidad, se seguía trabajando con huesos y dientes, aunque lo cierto es que se gestaba un profundo cambio conceptual que nos ha marcado hasta el presente. En manos de Matilde Arnay y Emilio González las evidencias bioantropológicas se erigieron en un vehículo idóneo para acceder a la cultura, dejando a un lado definitivamente el lastre de la raciología o la mera presentación listada de casuís-ticas paleopatológicas. Cada hueso seguía observándose con el mismo detalle que 20 antaño, examinándose ahora con la ayuda de las nuevas tecnologías o recurrien-do a marcadores no explorados hasta entonces. Pero algo había cambiado. Esta nueva forma de entender la bioantropología buscaba a las personas tras las hue-sos y los dientes, es decir, nos adentraba en la historia de la mano de sus protago-nistas. El objetivo no era ya dónde medir el cráneo para reconocer la raza o para demostrar cómo había sobrevivido ese rasgo hasta la actualidad. Ahora interesa-ba conocer aspectos “tan mundanos” como qué alimentos eran los consumidos, quién produc��a o comía según qué cosas o porqué y quién padeció tal enferme-dad. Gracias a ese cambio fue adquiriendo cada vez más importancia conocer las formas y condiciones de vida de los antiguos habitantes del Archipiélago a través de la lectura de un documento arqueológico tan particular como los tejidos óseos. Todo ello, desde luego, sin perder de vista la perspectiva histórica, donde la pro-yección temporal seguía siendo básica, pero quizás adquiría mayor relieve la dimensión social. Es cierto que en aquellos momentos se asistía a cambios generalizados, aun-que de desigual alcance, en el modo de afrontar el estudio de las poblaciones pre-hispánicas canarias. Este revulsivo en la bioantropología puede entenderse espe-cialmente significativo por dos razones fundamentales: Por un lado, en momentos previos esta disciplina había estado marcada por una carga epistemológica y deon-tológica que parecía inmutable y en la que se daba escaso margen al disenso o al planteamiento de alternativas. Fue necesario superar la raza como pregunta, pero también la raza como respuesta. Por otro, y frente a las áreas de conocimiento que podrían denominarse típicamente arqueológicas, el estudio de los restos humanos no parecía ser competencia de historiadores, por lo que los huesos seguían estan-do condenados a ocupar un lugar en los anexos de publicaciones y memorias de excavación. Ese “cada cual a lo suyo” se quebró con las nuevas aportaciones de Emilio González y Matilde Arnay, tanto por haber sabido promover los estudios pluridisciplinares en esta materia, como por haberlos entendido como una activi-dad esencialmente integradora y destinada a dar contestación a interrogantes comunes. Así contribuyeron a dejar claro que la Historia, como ciencia, podía com-partimentar sus objetos de estudio, pero no su objeto de conocimiento. Además de lo dicho encuentro particularmente meritorio que tanto Matilde Arnay como Emilio González tuvieran –y sigan teniendo– una enorme capacidad de trabajo, una seriedad ejemplar, así como una forma de entender la investigación en la que domina la generosidad sin reservas.Todo ello les convierte, sin duda, en 21 maestros. Y no de la denostada “vieja escuela”, sino de esa otra en la que el res-peto se gana compartiendo y construyendo juntos. No hace mucho leía que en el primer centenario del nacimiento de Charles Darwin, el genetista Willian Bateson rendía tributo al genial autor diciendo que: “lo que más honraremos en él será el poder creativo, por medio del cual inauguró una línea de descubrimientos de variedad y extensión inacabables, y no sus logros concretos”. Como en el caso de Darwin, y aunque le pese al señor Bateson, también debemos a Emilio González y Matilde Arnay sus logros y sus resultados, pues, sin ir más lejos, la obra que tiene en sus manos forma parte de ellos. Este trabajo de Teresa Delgado, merecedor como he dicho antes de toda mi admiración, es uno de los exponentes más ilustrativos del camino marcado por Matilde Arnay y Emilio González. Desde luego que el mérito es plenamente de la autora, pues a su tenacidad y genialidad se deben unas consideraciones y unas conclusiones que, dicho con cierta envidia, me hubiera gustado escribir a mí. Pero como la propia Teresa Delgado reconoce en las páginas de este libro, estamos inmersos en una actividad investigadora en continuo crecimiento, donde cada día se revisan lo que ayer eran “verdades absolutas”. El pasado preeuropeo de Cana-rias, por fortuna, sigue abriendo sus puertas al conocimiento, y cada intervención arqueológica, cada estudio de materiales, cada revisión bibliográfica nos permite seguir creciendo. Además, continua sumándose gente a aquellos que además de abrir camino siguen en la brecha, y que también entienden el papel del historia-dor o la historiadora como un compromiso social. Matilde Arnay, Emilio González y Teresa Delgado me han permitido que cada día cobre más sentido aquello de que, según Galeano, “la historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será”. Teresa ha dado un gran paso para volver a crear el mundo... seguir a la altura es un reto que desde este momento está en nuestras manos. Las Palmas de Gran Canaria, 1 de octubre de 2008 Javier Velasco Vázquez 22 INTRODUCCIÓN PREÁMBULO La importancia de ejercer un acercamiento al pasado prehistórico de las islas desde una perspectiva multidisciplinar ha quedado demostrada en los resultados alcanzados a partir de los numerosos trabajos que, siguiendo ese principio, han sido desarrollados en las últimas décadas. La concurrencia de líneas de investiga-ción diferentes en la reconstrucción histórica del pasado –como la bioantropolo-gía, la carpología o la zooarqueología, por enumerar algunas de ellas– y la valora-ción conjunta de sus aportaciones, han contribuido a que de unos años a esta parte el conocimiento de las formas de vida de las comunidades aborígenes haya experimentado un avance cuantitativo y cualitativo. Es por ello que seguir profundizando y avanzando en cada una de esas vías de análisis del registro arqueológico es una tarea imprescindible en la consecución de la completa y correcta reconstrucción de nuestro pasado. La introducción y desarro-llo de estas líneas de investigación debe hacerse descansar en dos cuestiones esen-ciales. En primer lugar, y como es lógico, en los avances tecnológicos que se han venido experimentando en los últimos años –la biomédica, la química, etc.–, de los que son deudoras por ejemplo las recientes investigaciones sobre restos óseos. Pero también, y quizá lo que resulte más importante, en los cambios conceptua-les que se han vivido en el ámbito de la prehistoria. Frente a las preguntas domi-nantes hasta hace tan sólo algunas décadas –de dónde venía esta población o cómo se produjo el poblamiento– y frente al intento de dar explicación a las dife-rencias en el registro arqueológico a partir de oleadas migratorias, ahora una buena parte de los esfuerzos en investigación se dirigen a conocer el modo en el que vivieron estas poblaciones o, lo que es igual, a la reconstrucción de sus for-mas, condiciones de vida y procesos sociales por ellas protagonizados. Ello expli- 25 ca que paulatinamente, en el campo de la bioantropología, haya pasado a un segundo plano la identificación y reconstrucción morfométrica de los restos esqueléticos, priorizándose otras variables que tratan de dar respuesta a los nue-vos interrogantes. Este salto cualitativo ha conferido, si hacemos un repaso a muchas de las publicaciones que en torno a la prehistoria de Canarias han visto la luz en las últimas décadas, un importante avance al conocimiento que se tiene sobre las sociedades prehistóricas de Canarias. Por todo ello se presenta como una tarea ineludible seguir profundizando en el pasado con los medios que ofrecen diferentes disciplinas, siendo una de ellas la bioarqueología. Ésta, puede afirmarse, se encuentra plenamente consolidada en el archipiélago, y más concretamente en el ámbito insular de Gran Canaria, tal y como lo demuestran los trabajos de investigación desarrollados en los últimos años y la reconstrucción histórica propuesta a partir de ellos. Dicha línea de estu-dio se ha centrado de forma prioritaria en aspectos concernientes a la paleodie-ta y paleonutrición, una corriente de la que son una buena muestra los trabajos emprendidos por el equipo coordinado por M. Arnay y E. González (M. Arnay et al., 1984; 1987; E. González et al. 1987; 1988; 1988-1991; 1991; J.Velasco, 1997; etc.) que, partiendo de ese tipo de investigaciones, desarrollan una reconstrucción del modelo social y económico de la población prehistórica de Gran Canaria1. Pero la bioantropología constituye una línea de investigación abierta, a la que se van incorporando nuevas variables de estudio que, ineludiblemente acompaña-das de la pertinente interpretación hist��rica, permiten seguir ahondando en el pasado insular.Y precisamente ello es lo que se persigue con el trabajo que se pre-senta en estas páginas, en el que la antropología dental es adoptada como una herramienta de análisis histórico. Desde las últimas décadas del siglo XX, por tanto, se ha venido accediendo a un cúmulo de datos derivados del análisis de los restos óseos que están permi-tiendo ahondar de una forma cada vez más fehaciente en el sistema socioeconó- 26 1También dentro de esta línea de acercamiento al pasado prehispánico a través de los hábitos dieté-ticos y nutricionales habría que incluir los trabajos que tienen por objeto a los grupos aborígenes de otras islas, como es el caso de la población guanche (S. Domínguez, 1997) o la bimbache (J.Velasco et al. 1998; 2001; M. Arnay et al., 1994).Tampoco pueden pasarse por alto las investigaciones dirigidas al análisis de otros aspectos ofrecidos por los restos humanos, tales como el examen histológico de los pulmones de una momia de Acusa (Gran Canaria) (A. Martín y colaboradores, 1987), determinados marcadores de estrés ocupacional (M.C. Estévez, 2004; C. Rodríguez y M. Martín, 1997), etc. mico de estas poblaciones. Casi podríamos decir que si antes las fuentes etnohis-tóricas existentes para Canarias constituían el principal sustento de la reconstruc-ción de estos grupos humanos, ahora tales referencias escritas están pasando a ser un elemento de contraste con respecto a los resultados obtenidos desde unas líneas de investigación que tienen como principal elemento de estudio las propias evidencias materiales dejadas por tal formación social, y a ésta como objeto bási-co de conocimiento. Dentro de este marco se aborda ahora el análisis de los restos dentales de una amplia serie poblacional correspondiente al periodo anterior a la incorporación de Gran Canaria a la Corona de Castilla. No cabe duda que la bioantropología ha proporcionado un importante cúmulo de datos, pero también es cierto que se trata de una línea de investigación en la que es necesario seguir profundizando, y que la aportación que puedan hacer los nuevos análisis de antropología dental permitirá refutar, confirmar o enriquecer la información disponible hasta el momento. Se presenta, pues, el estudio de la salud oral de esta población como una estrategia de acercamiento a los procesos sociales por ella protagonizados en el espacio histórico del que fueron protagonistas. De ello existen ilustrativos ejemplos para otras islas, a los que ya antes se hizo alusión. Es el caso de los trabajos de D. Chinea y colaboradores (1996) y S. Domínguez (1997) en Tenerife, o de J. Velasco y colaboradores para El Hierro (2001), y que ponen de manifiesto la riqueza informativa de esta vía de estudio para afrontar una reconstrucción histórica. Ello ha quedado también evidenciado para la propia población aborigen de Gran Canaria mediante un estudio que cons-tituyó nuestra memoria de licenciatura, centrada en diversos aspectos de la salud oral de una serie poblacional procedente del barranco de Guayadeque (T. Delga-do, 2001). Con dicho trabajo se buscaba la definición y sistematización de la meto-dología a aplicar, tomando en consideración los problemas y particularidades que este grupo humano pudiera presentar a la hora de aplicar determinadas variables de análisis ofertadas por la antropología dental. A partir de ello se consiguió una metodología optimizada, dirigida a asegurar la correcta obtención de la informa-ción derivada de dicho modelo de estudio. Éste brindó además la oportunidad de realizar una primera aproximación al estado de salud oral de una muestra limita-da de la población prehistórica de Gran Canaria, proporcionando una serie de inferencias en lo que al sistema socieconómico de los canarios se refiere, que están en perfecta concordancia con los datos derivados de otras líneas de estu- 27 dio desarrolladas en el marco de la bioantropología y otras disciplinas arqueológi-cas. En definitiva, con ese trabajo se puso de manifiesto la validez y el potencial informativo de una estrategia de estudio como la de la antropología dental. Pero hasta llegar a esta inserción en plena regla de la antropología dental en la investigación prehistórica de Canarias, han transcurrido una serie de etapas que son necesarias considerar, aunque sólo sea someramente, para comprender la evolución experimentada por esta “disciplina”. El primer rasgo sobre el que cabría llamar la atención es el escaso interés mostrado por dicha línea de estudio prác-ticamente hasta los trabajos de M. Fusté en la década de 1960. Ello responde al predominio ejercido por la craneometría en el ámbito de la investigación prehis-tórica, a partir de la cual surgieron clasificaciones raciales con las que se pretendía dar explicación a la diversidad del registro arqueológico constatado en los yaci-mientos. Esa corriente desviaba la atención de cualquier otro análisis que en aquel momento se considerara secundario para la distinción de tipos físicos. De ahí que muchas de las escasas alusiones a la dentición se dirijan, o bien a subrayar las dife-rencias raciológicas (S. Berthelot, 1842; R. Verneau, 1996; etc.), o bien a formar parte de las superficiales referencias que integraban aquella otra vía de análisis que era la paleopatología (G. Chil y Naranjo, 1900). No obstante habrá excepciones que irán marcando progresos importantes. Podría decirse que uno de los primeros autores que muestra un interés particu-lar por el campo de la investigación dental es D. von Behr, con la publicación de su “Metrische Studien an 152 Guanchen-Schädeln” en 1908. En esta monografía el autor aborda la caries y el absceso alveolar, documentando unas proporciones muy elevadas de individuos afectados por este tipo de patologías entre los grupos prehispánicos canarios. Pero sería el trabajo de E.A. Hooton, ��The ancient inhabi-tants of the Canary Islands” (1925), el que representara una destacado avance. Su modo de abordar y de interpretar el análisis de la dentición supondría un cambio substancial con respecto a los tiempos anteriores. Así por ejemplo, algunos de los rasgos patológicos que observa en la población los explica en virtud del tipo de alimento ingerido y del procesado empleado en su preparación. Este importante paso no tuvo, sin embargo, una continuidad en trabajos posteriores, bien al con-trario las investigaciones en torno a la dentición volvieron a quedar relegadas al olvido hasta los años 60 cuando se vieron impulsadas por el profesor M. Fusté (1961; 1961-1962). Esta figura constituye un auténtico antecedente de las nuevas perspectivas de estudio bioantropológico en el contexto canario.Y, precisamente, 28 ese papel de precursor se lo confieren sus valoraciones e interpretaciones sobre las patologías orales. El mismo hecho de interpretar es ya una novedad, pues hasta el momento sólo E. A. Hooton, y de forma muy somera, había intentado esbozar etiologías. Así, aunque dentro del marco de la definición de tipos raciales, M. Fusté establece un estudio comparativo del estado de la dentición entre el grupo huma-no procedente de los túmulos de Gáldar y el de las “cuevas del interior”. En este estudio evidenció un marcado contraste en la frecuencia de caries y piezas caídas intra vítam, que resultó ser superior en el segundo de los conjuntos reseñados. En la interpretación que el autor ofrece de este contraste en la salud oral, hace inter-venir, en última instancia, tanto factores geográficos (espacio físico ocupado) como sociales. Si algo refleja esta valoración es que ya no se estaría concibiendo al grupo prehistórico como un elemento biológicamente aislado, sino en relación directa con un entorno físico y social2. En los trabajos de este autor se está fraguando, pues, un cambio conceptual que, entendemos, no cristalizaría definitivamente hasta décadas después. A pesar de que con ese último trabajo se ponía ya de manifiesto la utilidad de los estudios dentales, éstos vuelven a sufrir un letargo hasta la década de los ochenta, cuando se produce el despegue definitivo de esta línea bioantropológica, hasta llegar a la consolidación de la que en la actualidad parece disfrutar. En este afianzamiento y progresiva consolidación han intervenido sin duda los avances tecnológicos y cambios conceptuales a los que líneas atrás hacíamos re-ferencia. De esta forma, desde las décadas finales del siglo XX hasta la actualidad, las vías de análisis desarrolladas en el campo de la antropología dental se han visto con-siderablemente diversificadas, incorporándose progresivamente nuevas variables de estudio que no hacen sino enriquecer el conocimiento histórico de las poblaciones insulares anteriores a la conquista castellana. Éstas podrían resumirse en los siguien-tes puntos: 29 2. Paralelamente, en 1959 se publicaba un breve artículo de R. Powers, dentro de la más pura formu-lación descriptiva, sobre anomalías diagnosticadas por esta autora en una colección de 47 cráneos de Tenerife conservados en el museo británico, destacando la frecuencia de agenesia del tercer molar e inclusión del colmillo. 1. Análisis métricos y morfológicos de la dentición (J.M. Bermúdez de Castro, 1985; 1987), así como los recientemente desarrollados de ADN mitocondrial (C. Flores et al., 2003; N. Maca-Meyer et al., 2004; J.C. Rando, 1998; J.C. Rando et al., 1999), dirigidos a dilucidar el problema de los oríge-nes y proceso de poblamiento. 2. Reconstrucción de los modelos dietéticos y nutricionales, al objeto de conocer el sistema socioeconómico de estas sociedades. En tales análisis además de la valoración de las patologías y condiciones dentarias tradicio-nales –tales como la caries, el desgaste, la hipoplasia del esmalte, etc. (O. Langsjoen, 1992; S. Domínguez, 1997, D. Chinea et al., 1996, T. Delgado, 2001), se han ido incorporando nuevas variables como es el estudio de los microrestos (fitolitos, almidones, etc.) contenidos en el sarro dental (J.A. Afonso, 2004), o de las microestrías de las superficies de la dentición (T. Delgado et al., 2002). Sin duda, la adopción de estos aspectos ha de ser considerada en el marco del desarrollo de nuevas técnicas en otros cam-pos de las ciencias, lo que constituye un buen ejemplo de la necesidad de analizar a las poblaciones del pasado desde una perspectiva interdisciplinar, en la que la investigación prehistórica se beneficie de los avances logrados en otros campos del saber. 3. En los últimos años han surgido también una serie de investigaciones centradas en aspectos puntuales ofrecidos por la dentición, y de particular interés para el acercamiento a las formas de vida de estas comunidades. Nos referimos al caso de los desgastes anómalos atribuibles al empleo de palillos dentales (T. Delgado et al., 2000) o, lo que podría resultar aún de mayor interés para la reconstrucción de las relaciones sociales de estas poblaciones, marcadores dentales de actividades como ciertas manufactu-ras (trabajo de la piel, fibras vegetales, etc.) (T. Delgado et al., 2002).Tam-poco puede olvidarse la posibilidad de acercarnos a los vínculos de consan-guinidad existentes entre los miembros de una comunidad concreta, a través de la valoración de los llamados caracteres no métricos (O. Dutour, y J. Onrubia, 1993; Galván, B. et al., 1999). En definitiva, todos estos análisis cuyos antecedentes arrancan, como ya seña-lamos, a fines del XIX, vienen a poner de manifiesto la importancia de la antropo- 30 logía dental como herramienta de trabajo para contribuir al conocimiento de las formas y condiciones de vida de las poblaciones prehistóricas de Canarias. OBJETIVOS Y PLANTEAMIENTOS DE PARTIDA A la hora de afrontar un trabajo como el aquí presentado nos propusimos la consecución de una serie de objetivos. Así, constituía un fin prioritario la caracte-rización de la salud oral de este grupo humano a partir de la antropología dental y, a través de ello, la definición de algunas de las pautas esenciales que determina-ron las formas y condiciones de vida de los canarios prehispánicos, haciendo espe-cial hincapié en las particularidades de su régimen alimenticio y el impacto de tales comportamientos en su estado nutricional. Como segundo objetivo, y en directa relación con el anterior, se pretendía aportar nuevos elementos de juicio en los que cimentar la explicación histórica de los procesos sociales protagonizados por estas poblaciones. Entendiendo que el objeto básico de nuestra investigación es la formación social de los canarios como realidad históricamente definida, no podía limitarse nuestro trabajo a la mera enu-meración y cuantificación de variables bioantropológicas. Éstas, sin duda, requerían ser explicadas para proceder a un acercamiento integrador y dinámico a dicha rea-lidad pretérita, en conjunción con el resto de la información aportada por otras vías de estudio. En un plano ya metodológico, se estableció también como objetivo la “puesta al día” de unos procedimientos de trabajo acordes con los propósitos antes enu-merados. Se pretendía con ello adecuar un conjunto de criterios y procedimien-tos analíticos –ya ensayados con éxito en otros lugares– a la realidad mostrada tanto por los materiales bioantropológicos disponibles como por su contexto cul-tural de procedencia. A tal efecto no se trataba de valorar los diferentes paráme-tros de la antropología dental de los canarios como un fin en sí mismo, sino que debían de ser adoptados como una herramienta de análisis con la que acceder a un repertorio particular de datos que favorecieran la antedicha elaboración de propuestas de explicación histórica. Ello implicaba no sólo determinar qué pará-metros debían analizarse, sino también actualizarlos y adecuarlos a los fines per-seguidos. Una cuestión especialmente importante teniendo en cuenta, además, la 31 parquedad de antecedentes disponibles en Gran Canaria para esta vía de estudio tan particular. En directa relación con el punto anterior, y vistas las posibilidades de esta vía de investigación, se estimó necesario sentar unas bases metodológicas que permi-tieran hacer extensibles tales parámetros de estudio a otros contextos territoria-les del archipiélago, de cara al establecimiento de comparaciones bajo considera-ciones similares. Seguir profundizando en la valoración de la realidad histórica de los grupos prehispánicos canarios justifica, desde nuestro punto de vista, la perti-nencia de este objetivo. Una vez expuestos los fines perseguidos con el trabajo de investigación desarro-llado en estas páginas, se hace preciso profundizar en los planteamientos que guían este estudio, al objeto de comprender el marco en el que se inserta. No cabe duda que la confluencia de diversas líneas de investigación como la bioantropología, la carpología, etc., hacia la reconstrucción del sistema socioeco-nómico de Gran Canaria, está permitiendo superar la simple enumeración de las actividades subsistenciales o de los productos obtenidos a partir de ellas, lo que hasta no hace muchos años se presentaba como única aportación al conocimien-tos de la economía prehistórica. Se parte ahora, por el contrario, de la necesidad de contemplar el trabajo de reconstrucción del pasado de estas poblaciones desde el concepto de proceso de producción y, por tanto, considerando de forma conjunta la producción (objetos, medios y fuerza de trabajo), la distribución, el intercambio y el consumo, así como las relaciones sociales que se establecen en torno al proceso productivo. Desde este marco, aquellas vías de análisis que nos introduzcan en la dieta y en las consecuencias nutricionales de ésta en un determinado grupo humano, ten-drán un especial valor, por cuanto permitirán acercarnos a aquellos procesos de trabajo que generan los alimentos necesarios para el mantenimiento y reproduc-ción de la sociedad, a la distribución y consumo de los mismos y, por tanto, a las diferencias sociales que puedan existir en este sentido. Los alimentos son el producto resultante de unos procesos de trabajo y, como tales, serán incorporados a redes de redistribución y consumidos. Así por ejemplo, dependiendo de la posición de los miembros de una comunidad en el sistema de relaciones sociales de producción, el tipo y cantidad de alimentos distribuidos variará, pudiendo ser en este sentido, los productos alimenticios, garantes no sólo de la reproducción biológica sino también social del grupo humano. Se entende- 32 rá así que aquellos estudios que, como la antropología dental, nos acerquen al patrón dietético y nutricional de los grupos humanos del pasado, tendrán una especial trascendencia en la reconstrucción histórica de esas poblaciones. Lo cierto es que con los antecedentes en el campo de la bioarqueología ya comentados líneas atrás, se hacía preciso continuar ahondando en los parámetros que aún requerían de una estudio más desarrollado –como es el análisis de aque-llas variables ofrecidas por la antropología dental– y que sirvieran de fuente de información adicional en torno a los procesos económicos puestos en marcha por los antiguos canarios. Se trataba de contribuir a incrementar el conocimiento bioantropológico de estas comunidades humanas de cara a su reconstrucción his-tórica. En ningún caso se ha pretendido adoptar la antropología dental como el objetivo final del presente trabajo, sino que se ha recurrido a ella como una herra-mienta o medio de análisis para lograr una aproximación a las formas de vida de la población aborigen. Esta propiedad de la dentición para acercarnos a la dieta y la nutrición de un determinado grupo humano responde de forma prioritaria a que las piezas den-tarias y los alveolos que las sustentan pueden verse modificados directa o indirec-tamente en virtud del tipo de alimento y de la calidad nutricional de los mismos o, incluso, en función de las modificaciones que determinados sistemas de proce-sado puedan provocar en los productos alimenticios. Es por ello por lo que la información proporcionada por el estado de salud oral permitirá estimar el com-portamiento económico de la población prehistórica de Gran Canaria. Los resultados así alcanzados, como no podría ser de otra forma, deben ser contrastados con los obtenidos por otras líneas de investigación, a fin de matizar, confirmar y ampliar la información de la que se disponía hasta la fecha. Sin duda se está en un momento idóneo para el desarrollo de los estudios del estado de salud oral como marcador del modelo dietético y nutricional de esta población, ya que con anterioridad han sido desarrollados análisis de oligoelementos, marca-dores episódicos de estrés en hueso, etc. que constituyen un punto de partida y unos precedentes especialmente favorables para la mejor comprensión e interpre-tación de las características dentales que se vayan a documentar. De igual mane-ra, el destacado avance que en los últimos años está experimentando la paleocar-pología es otro elemento de especial valor a la hora de afrontar el presente estu-dio, como lo son también los pocos análisis faunísticos llevados a cabo. 33 Y todo ello se entenderá si tenemos en cuenta que la comprensión e interpre-tación de los datos aportados por el análisis de la dentición de los antiguos cana-rios sólo puede llevarse a cabo a partir de la integración de tales resultados con los datos proporcionados por otros recursos informativos: por un lado, las intervencio-nes arqueológicas llevadas a cabo con una metodología rigurosa, capaz de rescatar toda la información contenida en los espacios intervenidos. De otra parte, una fuente de información esencial es la proporcionada por las diversas vías de estudio del registro arqueológico puestas en marcha y desarrolladas con desigual intensi-dad en las últimas décadas, orientadas a la reconstrucción histórica del pasado abo-rigen (estudios bioantropológicos, zooarqueológicos, carpológicos, de industria líti-ca, etc.). Y por supuesto, otro de los recursos lo constituyen las fuentes etnohistóricas. Las crónicas e historias de la conquista dan a conocer algunos aspectos a los que difícilmente se podría tener acceso desde la propia arqueolo-gía, sin embargo hemos de ser conscientes de las carencias y problemas que las caracterizan, ya que las referencias que en ellas se recogen sobre las formas de vida de la población aborigen se circunscriben al periodo final de esta formación social, sin olvidar que la imagen que nos ofrece es la derivada de la observación castellana, con todos los sesgos que ello supone. En definitiva, se ha pretendido articular la información obtenida desde la antro-pología dental con el resto de datos arqueológicos disponibles hasta el momento y con el análisis crítico de las fuentes etnohistóricas, ya que sólo desde la valora-ción conjunta de estos recursos informativos estaremos en disposición de acer-carnos de un modo más certero y completo a la realidad de los procesos cultu-rales de los grupos humanos prehistóricos de Gran Canaria. Lograr tales objetivos requería la elección de aquellas variables y criterios metodológicos que de forma más certera y rica nos proporcionara la información perseguida. Desde esta perspectiva fueron seleccionados un conjunto de paráme-tros de análisis entre los que se incluyen la caries, el desgaste oclusal, el sarro, la periodontitis, las cavidades pulpoalveolares, las pérdidas ante mórtem de piezas dentarias y la hipoplasia del esmalte.Todas ellas tendrán, como veremos, una espe-cial importancia, en tanto que indicadores de los hábitos alimenticios de una población e, incluso, de los procesos de estrés padecidos durante la infancia. Unos datos que poseen una especial trascendencia al constituir el reflejo de un particu-lar sistema social y económico, que es al fin y al cabo el que la investigación pre-histórica trata de dilucidar. 34 Para tales propósitos se ha perseguido contar con una muestra de análisis no sólo cuantitaviamente amplia sino también diversificada desde diferentes puntos de vista. Así, se ha intentado que se encuentren representados diversos enclaves arqueológicos y diferentes ambientes espaciales, como aquellas áreas de costa y de medianías e interior. A partir de aquí estaremos en condiciones de detectar y afrontar las particularidades y las generalidades de los comportamientos socieco-nómicos de los antiguos canarios, podremos profundizar en la forma en la que se articulan las diferentes actividades de producción y las relaciones sociales que se establecen en torno a ellas para generar un modelo de producción concreto: aquel que define a los antiguos canarios. Por supuesto que los resultados y las hipótesis que se expondrán no han de ser calificadas de concluyentes, por cuanto se trata de una investigación abierta a la incorporación de nuevos resultados que puedan ser proporcionados, bien por el desarrollo de nuevas vías de estudio del registro arqueológico, bien por la ampliación de las ya iniciadas o por los resultados de intervenciones arqueológi-cas, todo lo cual podrá cuestionar, matizar o enriquecer las valoraciones que se exponen en el presente estudio. ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO En función de los objetivos planteados, se ha convenido estructurar el presen-te trabajo en tres grandes apartados. El primero de ellos trata de dar una visión general del proceso productivo de la población prehistórica de Gran Canaria a partir de los datos de los que hasta el momento se dispone. Se pretende con ello ofrecer los principios de conoci-miento de los que se parte a la hora de afrontar un estudio de las características del presente y qué elementos pueden servir para validar las propuestas interpre-tativas que se presentan en las páginas que siguen. Se considerarán así la organi-zación social del proceso productivo, la distribución y el consumo, contemplando aspectos como la participación de los miembros de la comunidad en la produc-ción o en el control y apropiación de los medios de producción o de los produc-tos resultantes. De igual forma se abordarán los procesos de trabajo que implica cada una de las actividades productivas y depredadoras desarrolladas por la población prehis- 35 tórica de Gran Canaria, orientadas a la obtención de los productos alimenticios. Se estimará el modo en el que se organizan y articulan dichas estrategias, hacien-do especial hincapié en todas aquellas cuestiones relativas a la dieta, dada la estre-cha relación de ésta con las variables de la antropología dental que aquí se van a analizar. El segundo gran apartado del trabajo hace referencia al material analizado y a los métodos aplicados. Se abordan en primer lugar las características y condicio-nantes de la serie dental que ha sido aquí objeto de estudio, así como las pautas adoptadas para su ordenación. De igual manera, se ha considerado fundamental exponer de un modo deta-llado los contextos arqueológicos en los que fueron halladas tales series dentales. Las características de los enclaves de procedencia permitirán tratar cuestiones tan diversas como los gestos funerarios desarrollados, las prácticas económicas docu-mentadas en los lugares de habitación a los que se asocian esos conjuntos fune-rarios, etc., redundando todo ello en una mejor comprensión del estado de salud oral que se documente en el material originario de dichos enclaves. Ahora bien, no hemos de pasar por alto que uno de los principales problemas a los que nos hemos enfrentado en el estudio de las series humanas recuperadas en la isla de Gran Canaria –como sucede también para el resto del archipiélago– es que una parte importante procede de excavaciones desarrolladas entre finales del siglo XIX y mediados del siglo XX, bajo unas condiciones metodológicas que no eran las más adecuadas para asegurar la completa recuperación de la información pro-porcionada por los yacimientos intervenidos. A ello ha de sumarse el interés prio-ritario que existía en la época por la obtención de restos esqueléticos craneales por encima de cualquier otra manifestación, viéndose la información contextual de tales hallazgos relegada, en muchos casos, a un segundo plano. Ante estas dificul-tades hemos tratado de acudir a las descripciones que de esos yacimientos arqueológicos fueron elaboradas por los autores de la época, así como a la reno-vada información de la que hoy se dispone sobre el entorno de muchos de esos enclaves. Otro apartado contemplado en este segundo bloque está integrado por una valoración cualitativa y metodológica de las vías de análisis aquí seleccionadas en el marco de la antropología dental. Con ello, y tras una explicación somera de la formación y características del diente, se pretende ofrecer una visión general del porqué de la validez de cada uno de los parámetros elegidos para la reconstruc- 36 ción de los procesos históricos de las sociedades del pasado. Con este fin se pro-cederá a definir cada una de las patologías y condiciones dentarias aquí examina-das (caries dental, sarro, desgaste oclusal, etc.) y determinar los factores etiológi-cos que los originan, que son al fin y al cabo los elementos que dan sentido al papel de marcadores dietéticos y nutricionales que poseen. De esta forma, y una vez aclaradas todas esas cuestiones, se pasarán a exponer los criterios metodoló-gicos empleados para la estimación de cada una de las variables, justificando, en aquellos casos que así lo precisen, la elección de unos determinados métodos frente a otros. Los resultados y la valoración e interpretación histórica de ellos integran la últi-ma parte de este trabajo. Se ha estructurado el análisis de la muestra a diferentes escalas. Por un lado se presentan los resultados alcanzados para la totalidad de la dentición analizada. Este análisis global se ha considerado fundamental por cuanto partimos del principio de que el conjunto de las manifestaciones arqueológicas de la isla se corresponden con una única formación social: la de los antiguos canarios. En este orden de cosas, no podremos acceder a una comprensión de la sociedad aborigen si no se parte de una concepción de esta población como globalidad, como grupo étnico. Desde este punto de vista se persigue ofrecer un panorama general de la organización económica de los canarios. Ahora bien, descender a otras escalas de análisis como las ofrecidas por la pro-cedencia geográfica de la muestra o por el enclave arqueológico de origen ha de considerarse labor imprescindible, ya que ello nos ofrecerá una imagen más con-creta del modo en el que se estructura la econom��a de esta sociedad. Así lo han puesto de manifiesto anteriores estudios bioantropológicos en hueso, al docu-mentar, por ejemplo, variaciones en el territorio insular en cuanto a la explotación de determinados recursos que se articulan en torno a la producción agrícola. Ello ha llevado a un estudio de la dentición, en el que se hace una distinción entre las áreas de costa y de medianías e interior, y en el que se contemplan de forma inde-pendiente los conjuntos arqueológicos analizados3. Cada uno de esos espacios no constituye sino una parte de la totalidad histórica que pretende reconstruirse, debiendo por ello establecerse los nexos entre ambos. De otra parte, dado que para algunos de los yacimientos estudiados existían fechas radiocarbónicas, se ha tratado también de exponer el estado de la denti- 37 3. En este caso, siempre y cuando contaran con una muestra mínimamente representativa. ción en los diferentes momentos cronológicos en los que pudo dividirse la serie dental. Esta forma de organizar el análisis de la muestra y por tanto la exposición de los resultados que se recoge en el anexo, se orienta a lograr un acercamiento más completo al modelo económico prehistórico de Gran Canaria, ya que permitirá conocer cómo se estructuran las diferentes actividades productivas y depredado-ras, y las relaciones sociales que en torno a ellas se desarrollan. En esta sección se presentarán y discutirán los datos obtenidos, tratándose de afrontar una recons-trucción histórica de los canarios4. A tal fin, se partirá de los datos ofertados por la antropología dental y se integrarán y articularán con la información aportada por otras líneas de estudio y por el análisis crítico de las fuentes etnohistóricas. 38 4. Es preciso aclarar que algunos de los resultados analíticos, especialmente aquellos derivados del estu-dio individual de los enclaves arqueológicos, no han sido objeto de una discusión detallada, ya que muchos se encuadraban en las valoraciones hechas para el conjunto de la muestra. El que se hayan expuesto los datos obtenidos para cada uno de ellos se justifica por tratarse de un análisis inexcusa-ble como punto de apoyo de los resultados obtenidos a escala global o en función de la región geo-gr��fica de procedencia. PRIMERA PARTE EL MODELO SOCIAL DE LOS CANARIOS 1. LA ORGANIZACIÓN SOCIAL DEL PROCESO PRODUCTIVO No cabe duda que la reconstrucción del modo de producción de la sociedad prehistórica de Gran Canaria es uno de los fines básicos al que aspira contribuir toda investigación desarrollada en torno a este grupo humano, entendiendo por dicho concepto “la unidad de los procesos económicos básicos de la sociedad: producción, distribución, cambio y consumo” (L.F. Bate, 1998). En este sentido los estudios desarrollados desde la década de los noventa del pasado siglo están significando una destacada aportación, derivada tanto de una renovación metodo-lógica como teórica, que ha permitido acceder a toda una serie de nuevos datos que obligan a reconsiderar muchos de los planteamientos anteriores en torno a la prehistoria insular. Por todo lo señalado se hace preciso considerar ahora el sistema socioeconó-mico de los antiguos canarios desde el conocimiento de los datos de los que por el momento se dispone. Así, las páginas que vienen a continuación tratarán de abordar la economía partiendo de la renovada visión brindada por el desarrollo de algunas intervenciones arqueológicas llevadas a cabo con una rigurosa meto-dología; por los resultados aportados por diversas vías de investigación como la ictiología, la carpología, los análisis bioantropológicos, etc., y por el recurso a las fuentes documentales. La integración de toda esa información constituirá un punto de referencia inestimable a la hora de interpretar las características que definen el estado de la dentición de la población prehispánica de Gran Canaria. Huelga decir que el marco territorial del que se parte es el de la isla de Gran Canaria, habitada y transformada por el grupo étnico de los canarios, siendo los elementos que lo definen y caracterizan los que debemos reconstruir. De ahí que 41 lo que se ofrezca en este apartado sea un análisis global del sistema socioeconó-mico de esta formación social. En la configuración de un modelo económico intervienen con diferente peso toda una serie de factores. Así, evidentemente, las peculiaridades del entorno natu-ral incidirán en la forma en la que la comunidad organiza su economía, tratando de estar en consonancia con las posibilidades y limitaciones que, en función de la capacidad tecnocultural del grupo, ofrece el medio. Ahora bien, la articulación de las actividades productivas y depredadoras sólo se comprenderá en última instan-cia valorando el sistema sociocultural que define a la comunidad. En este sentido el medio geográfico ha de ser considerado como un elemento que contribuye a la configuración de las líneas básicas de comportamiento de una comunidad humana establecida sobre el mismo, pero, al tiempo, dicha comunidad matiza y establece sus fórmulas de explotación particulares, de acuerdo con su tradición y experiencia cultural. (J. M. Miranda et al., 1986). No podríamos explicar, así, la prio-ridad dada a una determinada actividad, o el grado de participación que en una sociedad tienen las diferentes explotaciones de recursos, únicamente en virtud de las características del entorno geográfico. Se estaría entonces reduciendo el hecho económico a la relación unívoca del grupo con el medio natural, obviando el papel trascendental de las relaciones interpersonales, las características culturales del grupo, etc., ya que es éste en última instancia quien establece su particular relación con el territorio. A la hora de abordar el proceso productivo hay que partir de un hecho fun-damental, y es que las actividades que conforman el sistema económico no podrán ser concebidas en ningún caso de forma aislada e independiente, ya que lo que las definirá será la manera en la que cada una de ellas se articula con las restantes.Y precisamente son los estudios bioantropológicos los que nos ofrecen la oportuni-dad de acercarnos al modelo de articulación de todas esas actividades que for-man parte del proceso productivo de una comunidad. Antes de pasar a valorar los procesos de trabajo dirigidos a la obtención de los productos alimenticios, es preciso detenernos en una serie de cuestiones imprescindibles para una correcta aproximación al proceso productivo. Se trata de aspectos tales como el lugar que en ese proceso ocupa cada miembro de la comunidad, las pautas que rigen la circulación de los medios de producción y de los productos, o la forma en la que cada individuo participa en la distribución y el 42 consumo; en definitiva, todas aquellas consideraciones que permitan acercarnos a la compleja realidad socioeconómica de la prehistoria de Gran Canaria. La respuesta clave a tales cuestiones es, siguiendo las fuentes textuales, la exis-tencia de una desigualdad en el acceso a los recursos estratégicos. Esta imagen de una organización social fuertemente estratificada descansa en la distinción de dos grupos sociales, definidos cada uno por compartir, sus miembros, unas caracterís-ticas en común: la “nobleza”, el control sobre los medios de producción y la des-vinculación del trabajo manual directo; y la capa “villana”, el usufructo de los mis-mos. Esta situación es posible a partir de una producción excedentaria como la que permite el sistema agrícola de Gran Canaria, sin la cual no podría entenderse esa división entre “productores” y “no productores” –que los textos transmiten y que la arqueología también parece poner de manifiesto– y, por tanto, el sosteni-miento de un grupo social apartado de la producción directa de los alimentos. Dada la especialización de esta población en las labores agrícolas, tal y como reflejan los documentos escritos y confirman los diversos análisis del registro arqueológico, es en esa parcela donde mejor se refleja la ordenación social estra-tificada. Efectivamente, uno de los medios de producción sobre los que la noble-za ejercería el dominio son las tierras, siendo en este contexto en el que hay que situar el carácter “comunal” del suelo y su redistribución anual referidos por algu-nos autores como Gómez Escudero: “las tierras eran consejiles, que eran suias mien-tras duraba el fruto, cada año se repartían” (en F. Morales, 1993:436), entendiendo que sería ese sector social el encargado de gestionar su distribución entre el grupo productor. Este sistema de circulación del objeto de trabajo1 garantizará, como ya apuntara J.Velasco (1997), las relaciones de dependencia que definen la organiza-ción de la sociedad grancanaria. En otros términos, la estratificación de la sociedad aborigen se ve reafirmada o perpetuada a través de ese particular sistema de rela-ciones sociales de producción. Si, de acuerdo al menos con las crónicas e historias de la conquista, una buena parte de la actividad agrícola desarrollada contemplaba un sistema de irrigación, el otro gran medio de producción lo constituye naturalmente el agua. La práctica del regadío requiere para su funcionamiento de una gestión de las estructuras hidráu- 43 1. Definido como todos los objetos o fenómenos sometidos a transformación por la fuerza de traba-jo (L.F. Bate, 1998). licas (construcción, mantenimiento de las mismas…), así como de la repartición del agua; aspectos a los que se les asignaría una especial importancia por cuanto la intensificación de la producción agrícola sería en parte resultado de una irriga-ción bien gestionada2. A este respecto los textos se muestran parcos, con la sola alusión a que “en las tierras que plantaban de riego recojían el agua en albercas i la repartían con buena orden” (A. Sedeño, en F. Morales, 1993: 376), palabras que parecen estar insinuando el ejercicio de algún tipo de distribución y por tanto un sistema ordenativo en su explotación. Una situación similar se observa con respecto a otra parcela de la actividad productiva de los canarios: la ganader��a. Como medio de producción y objeto de trabajo, nuevamente es la “nobleza” quien detenta el dominio del rebaño, cuya acumulación debió suponer, además, un símbolo de prestigio si se atiende a las palabras de Abreu Galindo cuando refiriéndose a la figura de dos “guayres” apun-ta que “Habían con sus valentías y reputación, acrecentado muchos ganados” (1977: 172-173). La prohibición de ejercer cualquier actividad productiva por parte de la élite explica que el cuidado de los animales estuviera a cargo del sector produc-tor, siendo el mismo autor quien pone de manifiesto esta imagen al indicar que “como siempre las diferencias y debates que había entre los canarios por la mayor parte era sobre los pastos, sus pastores se fueron a quejar cada uno a su señor”3 (1977: 173). Tal vez sea esa posible concepción del ganado como símbolo de prestigio y estatus social, el marco en el que habría de interpretarse la distinción marcada por Abreu Galindo (1977: 148) entre la “gente común que no tenía ganado de que se alimentar, que su principal mantenimiento y sustento era el marisco” y “la gente noble” que a decir del autor “vivía tierra adentro donde tenía su asiento, ganado (…)”. En cualquier caso son palabras que ponen de manifiesto alguna forma de acceso dife-renciado no sólo, como acaba de apuntarse, a estos animales entendidos como medio de producción, sino a los alimentos derivados de ellos4. 44 2. Si bien no hay que olvidar que el éxito de los cultivos cerealísticos responde también a otros facto-res que garantizarían el correcto rendimiento en las áreas de secano. 3. El subrayado es nuestro. 4. Quizá, y siempre desde la más pura hipótesis, ello ocurriría sobre todo en lo que respecta a la carne, por el particular valor que parece asignársele, según se desprende del hecho de que sea precisamen-te este alimento el que semeje tener especial protagonismo en las celebraciones a las que aluden muchas de las fuentes escritas. Por lo que acaba de señalarse, cabría pensar que tampoco las actividades depredadoras quedarían exentas de alguna forma de desigualdad en lo que se refiere a las relaciones sociales desarrolladas en torno a ellas. En el caso concreto de la depredación del medio marino Abreu Galindo y Marín de Cubas sugieren una disposición desigual de los recursos ofertados, y así el primero precisa que el “marisco (...) hasta el día de hoy es mantenimiento de pobres”, y en la misma línea Marín de Cubas apunta que “era divertimiento de nobles la pesca, i de pobres el ir a mariscar, i Guadartheme fue gran pescador” (1977: 207). Es probable además que esta actividad pesquera a la que apuntan los textos, practicada por el sector domi-nante, no tuviera por objeto la captación de productos subsistenciales en sí, sino que se tratara de una acción lúdica asociada tal vez al empleo de alguna técnica específica que implicara destreza, como ya propusiera C.G. Rodríguez (1994), sobre todo si se tiene en cuenta que una de las características que parece definir a este grupo social es la separación del trabajo manual directo. Es lógico plantear que ese modelo de disposición desigual de los medios de producción tendrá una proyección sobre las formas de distribución de los produc-tos. Es más que probable que la apropiación de los rendimientos sociales del tra-bajo contribuyera al sostenimiento de unas relaciones de dependencia social como las arriba descritas, mediante un acceso diferencial a los mismos. Resultan sugestivas las palabras de López de Ulloa al indicar que “al señor reconocían la supe-rioridad y obediencia y siempre se le daba lo mejor (...)” (en F. Morales, 1993: 316). En este marco cabe proponer la práctica de un sistema tributario al que se some-tería a los productores y que quizá se concibiera como contrapartida al usufruc-to de los medios de producción que ese colectivo poseía. Todo ello pone de manifiesto cómo en la comprensión de la articulación de la economía de este grupo social no sólo ha de valorarse la relación entre el grupo humano y el medio sino también la relación establecida entre los integrantes de la comunidad, es decir, ha de ser enmarcada no sólo en el entorno natural sino tam-bién, y de modo preferente, en la organización sociopolítica del grupo humano. Si seguimos profundizando en el papel que los miembros de la comunidad aborigen tienen en el proceso de producción, se hace cada vez más patente la existencia de una organización del trabajo en la que está presente una división social del mismo. La existencia de “especialistas” laborales no sólo se encuentra sugerida en las fuentes etnohistóricas: “oficiales que las hacían (las casas) de piedra seca (...) oficiales de hacer esteras de hojas de palmas y sogas de junco muy primas 45 (...) pintores (…) carniceros (...)” (Abreu Galindo, 1977: 159), sino que cada vez son más numerosas las manifestaciones arqueológicas que así lo ponen de manifiesto. Es el caso de ciertos marcadores de actividad –desgastes anómalos en piezas den-tarias, a consecuencia de su empleo como herramientas en el trabajo de pieles y/o fibras vegetales; o exostosis auriculares, vinculadas a la explotación de recursos marinos–, cuya identificación en sólo algunos individuos apunta a que un sector de la población se responsabilizó de esas actividades con una mayor intensidad que el resto. Este tipo de manifestaciones de carácter bioantropológico podrían ser una muestra de la compleja organización socioeconómica de las comunidades humanas de Gran Canaria. Junto a ello, las propias características de explotación de la obsidiana en la montaña de Hogarzales o de las canteras de molinos, apun-tan en la misma dirección, esto es, hacia la existencia de individuos dedicados a la producción de determinados bienes, al menos con una mayor intensidad que los demás miembros de la población. Lo cierto es que la práctica de una especialización laboral lleva a plantear el desarrollo de una circulación de productos que garantizara el abastecimiento del conjunto poblacional. En este sentido algunos autores como Sedeño son explíci-tos al señalar que “Tenían tracto y contracto de todas las cosas para su menester, tanto en ganados como sevada, pieles para sus ropas i otras cosas necesarias, trocan-do unas por otras (...) Tenian peso para unos, medidas para otras” (1993: 370).Y es probable que sea este mismo proceso distributivo el elemento explicativo a la generalización de una dieta de carácter agrícola en el territorio insular, diagnosti-cada a partir de los análisis de elementos traza (J.Velasco, 1999). Este ejercicio de distribución de bienes producidos dirigido a asegurar el sus-tento diario, conviviría con la circulación ya aludida de los medios de producción, concebida como una redistribución mantenedora de una estructura sociopolítica jerarquizada.Y dentro de este proceso habría que incluir la ya referida transferen-cia, desde el sector dependiente al dominante, de los productos del rendimiento social del trabajo por mediación de lo que en muchas fuentes escritas se designa como “diezmo”. El análisis de la obtención, transformación y distribución de un vidrio volcánico como la obsidiana ha aportado recientemente una información trascendental en ese sentido (E. Martín et al., 2001, 2003). Las manifestaciones arqueológicas loca-lizadas en la Montaña de Hogarzales (San Nicolás de Tolentino) han permitido calificar a ese espacio como un Centro de Producción de obsidiana, definido por 46 la identificación de canteras al aire libre, galerías –de las que se recupera la mate-ria prima– y vertederos en los que se realizan los trabajos de selección5. Los aná-lisis geoquímicos de las obsidianas recuperadas en esta área y de aquellas proce-dentes de yacimientos distribuidos en diversos puntos de la isla, indican que Hogarzales debió constituir una importante fuente de suministro de esta materia prima, ya que la obsidiana con este origen fue identificada en una parte mayorita-ria de los yacimientos muestreados6. Las características de los trabajos de obtención y explotación de este vidrio que se muestran en la Montaña de Hogarzales precisan de una coordinación de las actividades desplegadas y de una inversión de trabajo que resulta difícil de entender atendiendo en exclusiva a la estricta funcionalidad de los útiles líticos obtenidos a partir de esta materia prima.Tal y como indican E. Martín y colabora-dores (2001:161), “el esfuerzo necesario para la obtención de esta materia prima, ya de por si constituye un elemento trascendental a la hora de estimar el valor conferido a estos recursos más allá del estrictamente funcional”. La posibilidad de obtener úti-les cortantes como los elaborados con la obsidiana, a partir de otras materias pri-mas más abundantes y fáciles de conseguir en la isla, hace que la relación costes-beneficios en cuanto a la explotación obsidiánica no tenga explicación desde una perspectiva economicista. Por esta razón, la comprensión del esfuerzo que impli-ca su obtención ha de buscarse en su valor social, más allá de su valor de uso como filos cortantes. Su producción debería encuadrarse, por tanto, en el marco de una formación social marcadamente jerarquizada como la descrita anterior-mente, que trata de garantizar su reproducción o mantenimiento mediante dife-rentes vías, entre las que toman especial protagonismo los sistemas redistributivos. Así, todo el proceso de producción que conlleva el régimen de explotación obsidiánica de la Montaña de Hogarzales resulta difícil de entender fuera del marco de unas relaciones sociales de producción basadas en unos vínculos de dependencia, como los que la documentación etnohistórica relativa a Gran Cana-ria y diversas evidencias arqueológicas dejan entrever. De esta manera la explota-ción documentada en Hogarzales ha de insertarse en un control y en una gestión desigual de los bienes que se producen. Podría decirse que el sistema de aprove-chamiento de este vidrio volcánico es un ejemplo de la desigualdad con la que se 47 5. Para este enclave se cuenta con una datación radiocarbónica de entre el 780 y 1010 A.D. 6. Este análisis geoquímico ha permitido identificar la existencia de otra área-fuente aún no localizada. reparten los costes energéticos y materiales en el seno de la formación social abo-rigen de Gran Canaria. La presencia de obsidiana procedente de un centro de producción concreto como la montaña de Hogarzales en yacimientos distribuidos en diversos puntos de la geografía insular está hablando de una redes de redistribución que superan neta-mente el ámbito local: “parece probable que tal circunstancia sea el reflejo de un sis-tema de distribución supraterritorial que abarca a todo el marco insular, y que es el res-ponsable de generar una imagen arqueológica relativamente homogénea, más allá de la localización específica de las áreas en las que se obtiene la obsidiana” (E. Martín et al. 2001: 163). En otros términos, los resultados de las investigaciones desarrolladas en este enclave enlazan sin ningún género de dudas con los planteamientos ante-riormente expuestos en torno al proceso productivo de los antiguos canarios. Podría hablarse de un sistema de intercambio que responde en parte a unas rela-ciones sociales de dependencia. O lo que es igual, la situación de desigualdad se reproduce a través de ese sistema redistributivo por el que puede afirmarse que las élites adquirirían el papel de “grandes proveedores-redistribuidores”. Nos encontramos, pues, ante lo que en palabras de F. Nocete serían unas “actividades de producción organizadas que trascienden las bases de los grupos domésticos” (1984:296). Sin lugar a dudas, los comportamientos descritos, que se manifiestan cada vez con mayor claridad en las diversas intervenciones arqueológicas y líneas de inves-tigación emprendidas en torno al registro arqueológico, tendrán también un reflejo en el estado de salud oral de dicha población. El análisis de las condiciones dentales de los antiguos canarios no solo constituirán el reflejo del conjunto de estrategias de producción de alimentos, sino también de cómo se distribuyen éstos últimos y de cómo se gestiona su obtención, reparto y consumo, erigiéndo-se en una herramienta a partir de la cual reconstruir tales procesos históricos. 48 2. LA EXPLOTACIÓN DEL TERRITORIO 2.1. EL TRABAJO DE LA TIERRA Los avances que están experimentando diversas líneas de investigación en el ámbito de la arqueología prehistórica en la isla que nos ocupa, Gran Canaria, están poniendo de manifiesto el papel preeminente que la actividad agrícola jugó en la estructura económica de sus antiguos habitantes. Los estudios paleocarpológicos, bioantropológicos, zooarqueológicos, etc. coinciden con la documentación etno-histórica en presentar a la agricultura como una actividad productiva compleja, en torno a la cual se articula, en buena medida, el resto de actividades económicas, pero también como elemento estructurante del conjunto de relaciones sociales establecidas en torno al proceso productivo. Hasta no hace mucho tiempo, la información ofrecida por las crónicas y rela-tos de la conquista castellana sobre la población prehispánica de Gran Cana-ria era un referente fundamental en la reconstrucción histórica de estas pobla-ciones. Muchos de los productos cultivados o depredados y animales pastoreados eran conocidos a partir de dichas fuentes y no mediante el imprescindible refren-do arqueológico, lo cual constituía un grave condicionante, máxime cuando la documentación escrita hace referencia a un periodo muy concreto de las comu-nidades aborígenes: su proceso final como formación social. En este sentido, el empleo de unos métodos de excavación arqueológica más adecuados y de mayor precisión que los aplicados años atrás, ha permitido que se pase de la invisibilidad arqueológica de muchas especies cultivadas y recolectadas a la documentación de un elenco de taxones verdaderamente diversificado. Pero no sólo es la recuperación de las especies objeto de las prácticas agríco-las las que permiten apuntar de modo cada vez más evidente hacia la prioridad 49 de la agricultura en la organización socioeconómica de la población prehistórica de Gran canaria. Los análisis llevados a cabo en restos óseos y dentales de este grupo humano coinciden también en tales afirmaciones, al documentar una dieta eminentemente vegetal –y más concretamente cerealista– entre los antiguos cana-rios1. Los propios estudios zooarqueológicos, si bien escasos por el momento, indi-can una explotación esencialmente secundaria de la cabaña ganadera, lo que enla-za perfectamente con una economía de signo agr��cola. A todo ello debemos unir los yacimientos arqueológicos, ya que como es sabido Gran Canaria constituye la única isla del archipiélago que presenta áreas interpretadas como ámbitos desti-nados básicamente al almacenamiento de los productos derivados de la actividad agrícola (graneros), además de silos en los propios contextos domésticos. No cabe duda que el desarrollo de la explotación agrícola partiría necesaria-mente del conocimiento por parte de las comunidades prehistóricas del entorno natural, así como de una adecuación al mismo y de la puesta en práctica de aque-llas estrategias que, dentro de la capacidad tecnocultural de estos grupos, permi-tieran una “optimización” de la producción. En este sentido se explican muchas de las características que se desprenden de los textos, como son la coexistencia de una agricultura de secano con otra de regadío, o el cultivo prioritario de la ceba-da sobre otros productos. Aunque se desconoce el volumen de extensión superficial destinado a la acti-vidad agrícola, las fuentes escritas dejan adivinar un territorio roturado en exten-so. Por un lado, algunos autores llaman la atención sobre la abundancia de tierras labradas, como pone de manifiesto N. da Recco (Boccaccio, 1998: 35) al apuntar que “Esta isla está muy poblada y muy bien cultivada”.Y por otro lado, se infiere un protagonismo destacado de esta práctica en la economía y en la alimentación, un aspecto que queda también evidenciado a través de los datos bioantropológicos, como ya hemos señalado. En cualquier caso, desde esta perspectiva podría hablar-se para Gran Canaria de una auténtica antropización del paisaje o, en otras pala-bras, de un paisaje esencialmente agrícola. 50 1. Son diversas las variables que dentro de la bioantropología han sido aplicadas a los restos humanos de Gran Canaria, y que se continúan aplicando con éxito. Es el caso de los oligoelementos en hueso, líneas de Harris, patrón de microestriación dental, etc. obteniéndose unos resultados verdaderamente coherentes, al coincidir en apuntar la importancia de los productos cultivados en el modelo alimenti-cio de estas comunidades. De las características que definen la geografía insular, se infiere que las áreas destinadas a la agricultura abarcarían esencialmente las tierras costeras, en las pro-ximidades de las desembocaduras de los barrancos, y las de medianía, concreta-mente en lo que se correspondería con las zonas de influencia de la vegetación termófila especialmente aptas por sus condiciones de temperatura y grado de humedad. En este último caso el acondicionamiento de los campos de cultivo exi-giría la puesta en marcha de tareas de deforestación, para las que en alguna oca-sión se ha planteado el uso de fuegos además de la tala. Si bien son ésas las áreas preferentes, hay que suponer también el desarrollo de esta práctica productiva en el interior2, tal y como se desprende de algunos textos:“plantaban e sembraban en muchas partes de la isla los gentiles canarios y tenian sus huertas de arboledas y bos-ques, asi en las costas como en las medianías y cumbres con que estaba siempre la tierra muy proveida y abastacida de alimentos (…)” (J. de Sosa, 1994: 301). Pero esa importante extensión de las tierras de cultivo, lejos de ser espacial-mente uniforme, debió verse condicionada por toda una serie de factores entre los que se incluye la propia calidad de los suelos. Desde esta perspectiva habría que interpretar las diferencias latitudinales norte/sur reflejadas en algunos textos al referirse a la abundancia de campos de laboreo: “estaba mejor cultivada en la parte del septentrion que en la del mediodía”. (Boccaccio, 1998: 35)3. Una valoración de este desigual reparto desde la balanza costes-beneficios, hace pensar que lógi-camente una calidad inferior de las tierras implicaría una mayor inversión de tra-bajo a la vez que una disminución en el rendimiento, lo que las haría menos aptas para este tipo de prácticas. Sin embargo resulta llamativo que, en contraste con esta desigualdad, los análisis biantropológicos han evidenciado una dependencia subsistencial de los cereales generalizada a toda la geografía insular (J. Velasco, 1997). Ante esta situación debe plantearse el desarrollo de ciertos mecanismos culturales como factor explicativo a esa equidad constatada en la dependencia de cereales por parte de la población prehistórica de Gran Canaria. La información conocida en torno al proceso de trabajo agrícola ha estado durante mucho tiempo ceñida a los datos transmitidos por las fuentes etnohistó-ricas, viéndose limitado cualquier intento de reconstrucción en este sentido. Sin 51 2. Como de hecho sigue ocurriendo en la agricultura tradicional. 3. La crónica normanda (1980: 66) y el franciscano J. de Sosa (1994: 47) vuelven a llamar la atención sobre el mismo hecho, y así por ejemplo en la primera se apunta que “sus montañas son grandes y maravillosas por el lado Sur, y hacia el Norte es país humoso, llano y bueno para cualquier cultivo”. embargo en los últimos años los análisis carpológicos están aportando nuevos datos con los que acercarnos de forma más fidedigna a esta actividad. La observación por parte de algunos textos4 del comienzo de la siembra con las primeras lluvias parece estar sugiriendo un solo cultivo anual5, sin que ello supu-siera en principio una disponibilidad de los cereales temporalmente homogénea en todo el territorio. Es preciso tener en cuenta que los cereales escalonan el momento de su maduración en función de la altitud del terreno en el que crecen, de modo que los situados en cotas bajas preceden en su maduración a aquellos cultivados a mayor altitud, que lo harán más tardíamente. Este hecho implica que la temporada de recolección y por tanto el tiempo de producción se vería en cier-ta medida prolongado en función de esos ritmos diferenciados. Difícil resulta dilucidar el sistema de cultivo empleado, ya que los documen-tos escritos nada refieren al respecto. Cabe plantear entonces toda una gama de modalidades que pudieron haberse practicado, y que van desde una combina-ción o una alternancia de cereales y leguminosas que favoreciera la regene-ración del suelo (en función de la fijación del nitrógeno a la tierra que ejercen las raíces de las leguminosas), hasta el cultivo de las dos especies de cereales consta-tadas (trigo y cebada) en una misma parcela –lo que reduciría los riesgos de una cosecha especializada– o, incluso, la práctica del barbecho6. De igual manera se desconoce si se practicó algún método que ayudara a la restauración de la fertilidad de los suelos. De ser así no sería descartable por ejemplo la combinación arriba apuntada de cereales y leguminosas, u otra alterna-tiva como es el abono orgánico a partir del aprovechamiento de las tierras para la alimentación del ganado con los rastrojos que quedaran tras la cosecha7. De cualquier manera no debe pasarse por alto que el empleo de unas técnicas como las descritas en las fuentes etnohistóricas para la preparación y siembra de las tie- 52 4. A. Sedeño (en F. Morales, 1993: 372), Gómez Escudero (en F. Morales, 1993: 436), Marín de Cubas (1993: 207). 5. En contra de esta sugerencia está la alusión en Le Canarien (P. Bontier y J. Le Verrier, 1980) a una cosecha de trigo dos veces al año. 6. El ejercicio de la redistribución anual de las tierras del que nos hablan las crónicas, al margen de toda la significación sociopolítica que conlleva, podría, y siempre planteándolo desde el más estricto plano especulativo, estar encubriendo la puesta en barbecho de algunas tierras de cultivo, lo que requeriría de una reordenación distributiva de esas áreas de laboreo. 7. En el caso particular del cerdo, además del abonado, este animal favorece la oxigenación del suelo al usar sus pezuñas y hocico para remover la tierra en busca del alimento. rras sin el recurso del arado, hace que la rotura del tepe sea sólo parcial, ralenti-zando la erosión y por tanto el agotamiento del suelo. Además, la aplicación en algunas áreas de laboreo de prácticas hidráulicas, como queda constatado al menos por las fuentes textuales, y recientemente a raíz del estudio de los restos carpológicos (J. Morales, 2006), contribuiría al mantenimiento de unas tierras de cultivo estables, permitiendo incluso hablar de una agricultura intensiva. Si algo hay que significar es que en Gran Canaria la principal característica que parece definir a la actividad agrícola es la coexistencia de una agricultura de seca-no, dependiente de las lluvias, con otra de irrigación artificial y por ello de alto ren-dimiento8. Las consecuencias de una práctica como el regadío se proyectan tanto sobre el terreno de lo económico como de lo social, y así por ejemplo sin esa intensificación de la productividad por encima del nivel de subsistencia sería impensable la tributación o ���diezmo” de que hablan las crónicas. De la existencia de estas parcelas de regadío se da cuenta desde fecha tem-prana con la referencia a “huertas” del relato de N. da Recco (Boccaccio, 1998: 35), para luego registrarse de forma sistem��tica en el resto de la documentación etno- 53 8. J. de Sosa asigna a esta agricultura de regadío un papel predominante sobre la de secano, al indicar que “lo mas que cultivaban era de regadio” (1994: 302). Lámina 2.1. Campo de cebada. histórica conocida. El recurso a una irrigación artificial no sería difícil si se conside-ra la imagen, ofrecida por los textos, de una isla abundante en aguas permanentes que, suministradas tanto por fuentes como por “ríos”, garantizarían el sistema de riegos. Sobre las técnicas de aprovechamiento de estos recursos acuíferos los documentos escritos mencionan la construcción de acequias encargadas de distri-buirla entre las tierras de laboreo. Abreu Galindo (1977: 601) y J. de Sosa (1994: 302) señalan respectivamente que “Yendo uno tras otro, surcaban la tierra, las cua-les regaban con las acequias que tenían, por donde traían el agua largo camino”, y que “Lo mas que cultibaban era de regadio para lo qual ingeniosos sacaban grandes ace-quias y canales de cuias christalinas corrientes se repartian despedaçados arroios que bañaban los alegres prados. De esta suerte aprovechaban el agua en toda la isla enca-minandola artificiosamente de unas vegas en otras hasta muy lejos.” Junto a las ace-quias se apunta también el empleo de albercones, en los que es probable supo-ner la acumulación del agua de lluvia y desde los cuales se repartiría (por ej. J. de Sosa, 1994: 302)9. Llegados a este punto, es preciso llamar la atención sobre la importancia que reviste la puesta en práctica de un sistema de irrigación, por cuanto supone no sólo una intensificación del rendimiento agrícola sino una disminución de los ries-gos de pérdida de la cosecha y, sobre todo, otorga a esta actividad productiva un carácter más previsible.Todo ello favorecerá, sin duda, una destacada dependencia subsistencial de la población respecto de los productos vegetales cultivados, una vinculación que además implica desde el punto de vista nutricional un destacado aporte energético para la comunidad, en virtud del elevado contenido en hidra-tos de carbono que este tipo de recursos alimenticios posee. Como ya se apuntó, las primeras lluvias constituyen la pauta que parece mar-car el inicio de las labores agrícolas, aunque no hay que olvidar que esta situación variaría en el caso de una práctica de regadío, que permitiría más de una cosecha 54 9. Un testimonio importante de la existencia de este tipo de tecnologías relacionadas con el regadío lo constituyen las alusiones hechas a acequias y albercones “de canarios” en el libro de Repartimientos de Gran Canaria (M. Ronquillo y E. Aznar, 1999:97, 156, 196, 284, 274). Y ya desde una perspectiva arqueológica, se ha documentado la existencia de estructuras de piedra a modo de canales. Sin embar-go la funcionalidad de estas construcciones no está del todo clara, y así por ejemplo S. Jiménez (1946) identifica las del poblado de El Agujero (Gáldar) como acequias para desviar hacia el mar el agua de lluvia. Se trate o no de sistemas de desagüe, lo cierto es que lo que sí parecen poner de manifiesto es el conocimiento por parte de los aborígenes de técnicas de conducción del agua. anual. El proceso de trabajo seguido en esta actividad tratará de exponerse a con-tinuación partiendo de los datos proporcionados por los textos y los análisis de restos vegetales arqueológicos. Así, es de suponer que después de una probable protección de los campos de cultivo mediante muretes de piedra o de ramaje, orientada a evitar cualquier estrago por parte de la cabaña ganadera10, se aborda-ría la preparación de la tierra mediante su remoción (por ejemplo F. Morales, 1993: 372)11.Tras esta tarea se llevaría a cabo la siembra. Las fuentes escritas dan constancia de un carácter colectivo en estas fases de trabajo, al señalar que “Ayu-dábanse unos a otros a senbrar, que en acabando uno avían de ayudar luego a su vezi-no hasta que acabase” (Matritense, en F. Morales, 1993: 162), y de una división de género en algunas de las actividades consustanciales a esta labor (por ejemplo, Sedeño, en F. Morales, 1993: 372; Escudero, en F. Morales, 1993: 436). De tales observaciones se desprende una estricta ordenación de la explotación agraria, orientada a asegurar su buen rendimiento, pero es probable también que el carác-ter colectivo de muchas de las tareas sea una manifestación de la propia articula-ción social de la comunidad. La concepción transmitida por los textos del carácter “comunal” de las tierras que, como ya apuntamos, es el reflejo de unas particula-res relaciones sociales de producción, tal vez se viera reforzado por ese trabajo compartido, de claro carácter recíproco, que al tiempo fortalecería los lazos entre las familias o grupos que compartían tales tareas12. 55 10. En este sentido, J. Onrubia señala que “sería factible poner en relación las contadas alusiones a pare-dones y muros presuntamente levantados por los naturales que recogen las escrituras con sistemas de protección de las tierras agrícolas (…) contra la acción del ganado” (2003: 162). 11.Tal y como apunta J. Morales (2003), esa preparación de la tierra, aunque somera, deja entrever una sistematización, planificación y especialización de las labores agrícolas. 12. Al hilo de estas consideraciones y haciendo uso de los estudios etnográficos desarrollados en el continente africano, quizá resulte interesante señalar ciertos comportamientos puestos en marcha por diversos grupos bereberes de Argelia con ocasión de las actividades de siega. Durante ese periodo del año agrario entra en funcionamiento lo que se conoce como “twiza” o “twizi”, que consiste en un con-trato de ayuda mutua gratuita, basado en la reciprocidad y establecido entre las familias pertenecien-tes a una misma fracción de tribu, que descienden de un ancestro común. Estas familias se reunirán en el momento de la siega porque el éxito de la operación depende de su rapidez, y por tanto requiere del concurso de una mano de obra auxiliar. Las mismas familias se reunirán también en momentos con-cretos como son las bodas o los funerales, y en ocasiones realizan en común sacrificios ante el santua-rio de un santo protector o un ancestro fundador (J. Servier, 1985). Esta imagen de cooperación duran-te la siembra recuerda mucho a la transmitida por algunos textos cuando señalan que los canarios “Ayudávanse unos a otros a sembrar, quen acavando uno havía de ayudar luego a su vecino, hasta que se acababa la sementera (…)” (López de Ulloa, en F. Morales, 1993: 315). Los datos obtenidos del registro carpológico de diversos yacimientos arqueo-lógicos de la isla, documentan una abundante presencia de malas hierbas junto a los granos cultivados, lo que parece indicar que el escardado o eliminación de malas hierbas o no se llevó a cabo o fue realizado de forma muy somera. La acción siguiente sería la recolección; la modalidad empleada en esta operación según se deduce de las historias de Abreu Galindo (1977: 160) y Marín de Cubas (1993: 207) es la recogida de las espigas por parte de las mujeres. De acuerdo con esta indicación sólo se cosecharía la espiga y la paja quedaría en el campo, lo que en principio supondría la no inclusión de malas hierbas entre el producto recogido. Sin embargo, el registro arqueológico parece contradecir tal presupuesto, ya que los análisis de restos vegetales apuntan al arrancado de raíz de la planta. El siguien-te paso, una vez recogida la cosecha, era la trilla que, a decir de Abreu Galindo, se efectuaba mediante un procedimiento bastante sencillo consistente en su golpea-do y pisado, tal y como confirma la paleocarpología, tras lo cual tendría lugar el aventado con las manos, lo que permitiría separar el cereal de los elementos más ligeros13. El tratamiento que los granos recibirían a continuación entra ya dentro de su procesado con fines culinarios y/o de conservación en silos: tostado, molien-da y cernido para la obtención de la harina. El proceso de molienda se llevar��a a cabo mediante el empleo de molinos y morteros elaborados en piedra, una mate-ria prima que reviste suma importancia, dada sus indudables implicaciones en el estado de salud oral de estas comunidades14. Es probable que determinados momentos importantes de la actividad agríco-la como la conclusión de la cosecha, estuvieran relacionados con alguna de las celebraciones de las que los documentos escritos se hacen eco. En esta misma línea los cantos que según algunas referencias escritas15 acompañan a la siembra, 56 13. La ausencia de nudos de cereales en las muestras estudiadas así como la inexistencia en el registro arqueológico de trillos, sugieren que las varas y las manos fueron los instrumentos empleados en esta función (J. Morales, 2006). 14. A todas estas labores agrícolas que han sido señaladas habría que añadir, en el caso de la cebada vestida, otro paso previo a su procesado para convertirla en harina. Concretamente se trata de sepa-rar los granos de la parte basal de la arista (desrabado) que tras el trillado seguiría adherido a la semi-lla, para lo cual se tostaría. (R. Buxó, 1997). De esta manera, tal y como ya apuntaran R. González y A. Tejera (1990: 108), las alusiones que figuran en los textos al tostado y molienda pueden referirse tanto a una exigencia por la especie de cereal como al proceso de enharinado. 15. A. Sedeño (en F. Morales, 1993: 372), Gómez Escudero (en F. Morales, 1993: 436) y Marín de Cubas (1993:207). podrían estar respondiendo a una suerte de “ritual” orientado a propiciar el éxito de la producción. Llegados a este punto es preciso preguntarse por los géneros y especies culti-vadas, por el papel asignado a cada uno de ellos, etc. 2.1.1. Especies Cultivadas Las fuentes documentales y arqueológicas coinciden en señalar la existencia de dos géneros objeto de cultivo: cereales y leguminosas, a los que habría que añadir, en el marco de la arboricultura, la higuera. Cereales.- Por lo que a los cereales se refiere, son diversos los testimonios arqueológicos y documentales que apuntan hacia un predominio de la cebada en la actividad agrícola frente al otro taxón hasta ahora documentado en la prehisto-ria de Gran Canaria: el trigo.Tal circunstancia se pone de manifiesto, por ejemplo, en el destacado peso que las fuentes etnohistóricas atribuyen a la cebada dentro de la alimentación, o en su predominio cuantitativo en los registros arqueológicos de enclaves como la Cueva Pintada de Gáldar (M. Fontugne et al., 1999), la Ermi-ta de San Antón en Agüimes, Lomo de los Gatos en Mogán, etc. (J. Morales, 2006), preeminencia que se sustenta además en yacimientos de otras islas (M.C. del Arco et al., 1990). La explicación a tal circunstancia residiría en las menores exigencias de la ceba-da para su desarrollo, que se acomoda a suelos pocos fértiles, no requiere tanta agua como el trigo y tolera muy bien el frío y el calor16.Tal apreciación es recogi-da también en época histórica por J. Álvarez, quien ilustra perfectamente lo que pudo ser la razón de su primacía en época aborigen:“Aún actualmente las cosechas de cebada se logran con relativa facilidad en zonas y en años en que es general la pér-dida o disminución grande de cosechas de otros cereales, como el trigo y el centeno. La resistencia de la cebada a las enfermedades parasitarias de otros granos en Cana-rias, y a las inclemencias de la tierra y de las estaciones (...) permiten obtener cose-chas con menos costos y más seguras, aunque no sean muy abundosas, en terrenos más secos y de inferior calidad, cuando el trigo proporcionaba a los nativos cosechas antieconómicas, o se perdía del todo” (1946: 25). 57 16. Además, un monocultivo o cultivo preferente de la cebada conllevaría una intensificación de la pro-ducción. Arqueológicamente el aprovechamiento prehistórico de la cebada ha sido identificado en diversos yacimientos de la isla, con una mayor intensidad en los últimos años a raíz de la introducción de estudios paleocarpológicos sistemáticos en el archipiélago. Es el caso de los restos aparecidos en unas cuevas de Guaya-deque, Acusa (S. Jiménez Sánchez, 1952: 212), Bentayga (M. Hernández, 1982), Cueva Pintada (M. Fontugne et al., 1999), así como en las más recientes excava-ciones efectuadas en Risco Chimirique (E. Martín et al., 1999; 2003b), San Antón (J.Velasco y V. Alberto, 1999), el Tejar, Lomo los Melones, o la Cerera (J. Morales, 2006), por citar algunos ejemplos. En cuanto a la determinación de la variedad que fue objeto de cultivo por los canarios, en los textos de Gómez Escudero (en F. Morales, 1993: 436), A. Sedeño (en F. Morales, 1993: 370) y Marín de Cubas (1993: 206) se hace una distinción entre dos tipos: la común o vestida y la desnuda, esta última definida por A. Sede-ño como “Una cevada sin aristas que llaman sevada pelada o Ramana”. La deter-minación de los restos paleocarpológicos recuperados en los diversos contextos prehispánicos ha permitido documentar sólo cebada vestida (Hordeum vulgare L.). Es interesante subrayar que, siguiendo a R. Buxó (1997: 93), la cebada desnuda es más sensible a los insectos y enfermedades parasitarias y conserva un raquis más frágil, provocando que su rendimiento sea inferior al de la variedad vestida, lo que podría estar explicando la exclusiva presencia de esta última. El común acuerdo que en cuanto a la explotación de la cebada se constata en los textos no se repite en cambio para el trigo. Si en unos casos se puede hablar de vacío referencial17, en otros su conocimiento se restringe temporalmente a “algunos años primero que los spañoles la conquistasen a Canaria por que antes no lo tubieron” (A. Sedeño, en F. Morales, 1993: 370)18. Frente a ello fuentes tempranas como el rela-to de N. da Recco (Boccaccio, 1998: 35) o la crónica francesa (P. Bontier y J. Le Verrier, 1980:66) lo incluyen entre los componentes alimenticios del aborigen. Esta controversia que en cuanto a su introducción transmiten los datos etnohistóricos, llevó a F.E. Zeuner (1959: 36) a negar su implantación prehistórica, propuesta que ha sido descartada por la Arqueología. Al margen de las evidencias materiales, tanto la temprana referencia a la presencia de trigo ofrecida por la narración de la expe- 58 17. Ovetense, Lacunense, Matritense (en F. Morales, 1993), L.Torriani (1978) o Abreu Galindo (1977). 18. La misma idea de una introducción tardía vuelve a verse repetida en Gómez Escudero (en F. Mora-les, 1993: 441). dición de 1341, como las mayores exigencias de este cereal respecto a la cebada, conducen a pensar que esa contradicción manifiesta en las fuentes etnohistóricas responda en realidad al papel secundario del trigo por motivos de eficiencia econó-mica19, y no a una introducción tardía o a su ausencia, que quedan rechazadas por los hallazgos arqueológicos. Ese papel secundario que se ha venido atribuyendo al trigo, parece encontrar refrendo arqueológico, ya que la presencia numérica de este cereal en los yaci-mientos muestreados hasta la fecha es mucho más reducida que en el caso de la cebada. En esta línea resulta sugerente el siguiente párrafo de Fray J. de Sosa al trasmitir una valoración negativa que de él hacían los canarios: “El trigo no lo tení-an por cosa sana por no saber como se amasaba el pan y el gofio de el , ser muy pesado y no tener horno ni saber como se hacian (...)” (1994: 299). Aunque las ven-tajas nutricionales de este cereal superan ligeramente a la cebada, la mayor segu-ridad ofrecida en el rendimiento de esta última para la subsistencia del grupo humano en virtud de su superior resistencia y adaptabilidad a condiciones adver-sas, hacen de ella el cereal dominante en el sistema productivo agrícola, relegan-do al trigo a un segundo plano y por tanto a un consumo de rango menor. Es así como en este caso la elección de un tipo de cereal se explica en función de unas limitaciones infraestructurales que determinan unos costos y beneficios particu-lares. Como ya se ha adelantado líneas arriba, desde la perspectiva arqueológica la producción de trigo queda refrendada por una serie de hallazgos en yacimiento como Cueva Pintada, la Cerera, el Tejar, Lomo los Melones, Risco Chimirique, San Antón..., o incluso en los fragmentos de víscera de una momia de Acusa (S. Jimé-nez Sánchez, 1952: 208).Todas esas evidencias ponen de manifiesto el recurso al cultivo de este grano y, más concretamente, las dataciones obtenidas en los dos últimos enclaves terminan de descartar cualquier introducción tardía del mismo20. Las evidencias documentadas en esos yacimientos y en otros como las estruc-turas de almacenamiento de Acusa y Guayadeque (J. Morales, 2002) han sido cata- 59 19. Eficiencia que no sólo puede ser considerada en el sentido de una simple estimación de costes-beneficios, sino al amparo del modelo socieconómico de los canarios a lo largo de parte de su des-arrollo histórico. 20. As��, para el caso concreto de San Antón las dataciones radiocarb��nicas sitúan dos de los niveles en los que se recuperaron restos de trigo, en el 1030 d. C. y 1180 d. C. logadas dentro de la especie de trigo duro y común (Triticum aesticum aestivum durum), grupo en el que se incluyen los trigos desnudos. Por tanto, y partiendo de los vestigios recuperados en los diversos enclaves apuntados, son cebada vestida y trigo duro las dos variedades que hoy por hoy han sido determinadas. Si bien hasta el momento el elenco de taxones cerealísticos cultivados se ha ceñido a las dos especies mencionadas, hay que llamar la atención sobre la refe-rencia hecha en el relato de la expedición de N. da Recco al hallazgo, en el inte-rior de las casas, de trigo, cebada ���y otros cereales con lo que los habitantes se ali-mentaban” (Boccacio, 1998: 35), figurando en Gomes de Sintra (1991: 73) y en el manuscrito Valentím Fernandes (1998: 84) una alusión al consumo de avena. En concreto en este último se subraya la abundancia de dicho producto al apuntar que “as�� comían avena, de la que tenían mucha”, aspecto que, si bien precisa del per-tinente refrendo arqueológico, abre nuevas vías de valoración en torno a la inci-dencia de los cereales en la dieta de los canarios. Leguminosas.- La puesta en marcha de un proceso de investigación arqueobo-tánica en Gran Canaria está permitiendo aclarar algunos de los interrogantes que hasta hace poco tiempo sólo podían ser abordados desde la información aporta-da por la documentación escrita. Un ejemplo de esa situación es el aprovecha-miento alimenticio de las leguminosas. Éstas, y particularmente el haba, eran inclui-das entre los productos objeto de cultivo tan sólo a partir de la alusión que a ellas hacían las fuentes etnohistóricas. Los estudios de restos vegetales amplian el elen-co de los productos cultivados por los antiguos canarios, al constatar la presencia de lentejas (Lens culinaris) –San Antón, Cueva Pintada o la Cerera���, habas (Vicia faba) –Cueva Pintada– y arvejas (Pisum sativum) –Cueva Pintada y la Cerera21. Se trata pues de un amplio repertorio de leguminosas que ponen de manifiesto la importancia de estos productos en la dieta de la población prehistórica de Gran Canaria, así como también el destacado papel jugado por la actividad agrícola en el sistema socieconómico de dicha comunidad. 60 21. En líneas generales se observa una preponderancia de las lentejas sobre otras leguminosas, lo que J. Morales (2006) trata de explicar en función de la resistencia de aquellas frente a la aridez en com-paración con las habas y arvejas que requieren suelos de mayor calidad. Las referencias etnohistóricas son bastantes parcas en cuanto al cultivo de tales productos, dando la impresión de que algunas de esas especies pasaron desaper-cibidas a cronistas e historiadores. Así por ejemplo para Gran Canaria se hace tan sólo alusión al haba:“tienen trigo, habas y otros cereales más” (P. Bontier y J. le Verrier, 1980: 66), y sólo Marín de Cubas (1993: 206) cita el consumo de otras legumino-sas, concretamente chícharos (Lathyrus sativus) y yero (Lathyrus sativus)22, si bien esta referencia ha de ser tomada con suma prudencia por lo tardío de la Historia. Al margen de esa mención específica a la explotación del haba y de las refe-rencias genéricas a la presencia de legumbres (Abreu Galindo, 1977: 160), sólo el texto de Fray J. de Sosa ofrece cierta información sobre el volumen de su cultivo y su procesado, indicando que “las habas las plantaban en pocas partes” (1994: 299-300), un dato que podría explicar el silencio de algunas fuentes como el Ove-tense o la relación de G. Boccaccio. Es cierto que, en líneas generales, las legum-bres se encuentran representadas en el registro arqueológico en una menor pro-porción que los cereales, sin embargo ello ha de ponerse más bien en relación con un tratamiento para su consumo o conservación que no contemplara el contac-to directo con el fuego (por ejemplo el secado al sol o el hervido), hecho que dificultaría su presencia en los contextos arqueológicos, a diferencia de lo que sucede con los cereales, en cuyo caso el proceso de tostado favorecería una correcta preservación de los mismos en el tiempo. Lo cierto es que, cualquiera que fuera el volumen de explotación de las legu-minosas, desde un punto de vista nutricional tales elementos revisten, como se explica líneas abajo, una gran importancia. Aparte de su rica composición en pro-teínas, se ha comprobado que su consumo en combinación directa con los cere-ales significa un importante aporte nutricional, que ayudaría a compensar los efec-tos de una dieta eminentemente cerealista. La explotación agrícola de las legumbres ha sido también documentada en otras islas del archipiélago, como es el caso de las habas (Vicia faba) y de las arve-jas (Pisum sativum) en Tenerife –Cueva de Don Gaspar, (M. C. Del Arco et al. 1990)– y lentejas (Lens culinaria), habas y ch��charos (Lathyrus sativus) en La Palma 61 22. El yero es una planta papilionácea, con fruto en vainas con tres o cuatro semillas, que reciben el mismo nombre. Esta especie se ha cultivado comúnmente mezclada con cebada vestida, existiendo constancia de su consumo en algunas comunidades humanas reducida a harina (R. Buxó, 1997). –El Tendal, (E. Martín, 1992b; J. Morales, 2003). Se aprecia por tanto una cierta simi-litud en cuanto a los taxones cultivados en las diferentes islas. Sobre el sistema de cultivo empleado con las leguminosas, una de las posibili-dades –teniendo en cuenta las cualidades regeneradoras que tienen para el suelo– pudo ser, siempre desde un punto de vista especulativo, el cultivo mixto con cere-ales o la rotación de ambos. Esta combinación, además de constituir una importan-te aportación nutricional a la población, parece encontrar un cierto respaldo en la asociación de cereales y leguminosas que se detecta en el registro arqueológico procedente de diversos enclaves23. Cualquiera que fuera el caso, lo cierto es que su presencia contribuiría a retrasar el agotamiento de las tierras de laboreo. Higueras.- Son numerosísimas las referencias hechas en los documentos escri-tos que ponen de manifiesto el importante lugar que el fruto de la higuera debió ocupar en la dieta de la población prehistórica, desde las menciones a su abundan-cia:“ Su fruta eran higos, que tenían en abundancia” (Lacunense, en F. Morales, 1993), hasta las alusiones a su protagonismo en la alimentación: “entraron en ellas [casas de piedra] y no hallaron otra cosa que higos secos en cestas de palma, tan buenos que parecían de Cesena, trigo (...) cebada y otros cereales” (Boccaccio, 1998: 35),“Era principal mantenimiento de toda la isla” (Abreu Galindo, 1977: 161). Y quizá la dependencia de esos frutos quede aún más resaltada si atendemos a las noticias sobre la tala de higueras por parte de los castellanos como estrategia para rendir a la población aborigen: “acuerdan los capitanes y alféres de hazer talar los panes y higuerales de los canarios, que les fue a par de muerte” (Matritense, en F. Morales, 1993:238), palabras que vienen a subrayar claramente el protagonismo del higo en la subsistencia de estas poblaciones. Lo cierto es que los textos de Escudero (F. Morales, 1993: 458) y Abreu Galin-do (1977: 161) introdujeron un debate en torno a la fecha de introducción de este árbol en la isla, al vincular su presencia con la llegada de los mallorquines a Cana-rias en el siglo XIV. Esta problemática parece quedar resuelta a favor de una auto-ría prehispánica del cultivo de este árbol, si se toman en consideración una serie de aspectos. Por un lado, el que la primera referencia escrita al consumo de higos en Gran Canaria sea la ofrecida por la expedición de N. Da Recco, fechada en 62 23. Por ejemplo, Ermita de San Antón (J. Morales et al., 2001), Cueva de D. Gaspar (M.C. del Arco et al., 1990) y El Tendal (J. Morales, 2003). torno a 1341 y, por tanto, anterior al arribo de los mallorquines. La propia imagen ofrecida por los textos del aprovechamiento del higo como un recurso plenamen-te afianzado permite respaldar tal postura. En esta misma línea, J. Álvarez (1944: 150) señala que “los nombres de los higos en el habla indígena demuestran que no eran elementos de importación , pues hubieran conservado su nombre mallorquín”. Pero al margen de estas consideraciones, hay que acudir también a los resulta-dos de diversos análisis paleobotánicos y bioantropológicos, producto de la reno-vación que ésas disciplinas están experimentando en los últimos años. Así y en pri-mer lugar, es de destacar la identificación en la isla de Tenerife de carbones correspondientes a higuera en estratos cronológicamente anteriores al proceso de conquista castellana (C. Machado et al., 1997). En segundo lugar, la elevada pre-valencia de caries dental, puesta de manifiesto en una serie procedente del barran-co de Guayadeque, ha de relacionarse, además de con una dieta cerealista, con la participación de productos particularmente cariogénicos como los higos (T. Del-gado, 2001). Finalmente, quizá una de las evidencias arqueológicas que en mayor medida vienen a refrendar la idea de la higuera como producto objeto de una arboricultura por parte de los antiguos canarios, sea la recuperación de semillas de este fruto en numerosos yacimientos arqueológicos, como la Cerera (Arucas) y Cueva Pintada (Gáldar) (J. Morales, 2006), en ambos casos en contextos crono-estratigráficos previos al siglo XIV.Y ello sin olvidar la identificación de semillas de higo en la cavidad pulpar de algunas piezas dentarias pertenecientes a individuos procedentes de diversos puntos de la isla (barranco de Guayadeque en Agu��mes- Ingenio, Temisas en Agüimes y San Pedro en Agaete) (J. Morales y T. Delgado, 2003). La inclusión de este árbol entre las especies objeto de tratamiento agrícola ha sido rebatida en alguna ocasión, si bien son diversos los factores que conducen a mantener tal propuesta. Un producto con una trascendencia en la alimentación como la que se desprende de la documentación escrita y de las evidencias arqueológicas, sometido a procesos de conservación que permiten su aprovecha-miento continuado, sugiere un cuidado del árbol que garantizara una producción adecuada a las necesidades del grupo. En esta línea, un repaso a los comentarios recogidos en las crónicas y textos posteriores dejan traslucir un protagonismo del higo muy superior al de las especies objeto de mera recolección, figurando su alu-sión siempre a la misma altura que el consumo del trigo y la cebada.Todo ello lleva a pensar en alguna forma de arboricultura, por básica que fuera, sobre algunos de 63 estos árboles como medida para asegurar su regeneración, debiendo poner en entredicho la práctica de una mera depredación. Además, si suponemos una intro-ducción premeditada de la higuera en la isla por parte de la población aborigen, no sería il��gico hablar de producción, aunque por supuesto bajo unos parámetros distintos a los que rigen el cultivo de cereales o legumbres24. Por todas esas razo-nes se ha decidido incluir a la higuera en el apartado dedicado a los sistemas de producción. No hay que olvidar además, que entre muchos grupos bereberes el cultivo de la higuera es considerado una práctica esencial como elemento de sub-sistencia (G. Laoust, 1990). Por último, sólo cabe reseñar un aspecto que pone nuevamente de relieve la importante participación de estos frutos en la dieta, y es el hecho de la destaca-da extensión que tal especie debió conocer en algunas zonas de la isla, a juzgar por los datos textuales. Así parece deducirse tanto de las referencias genéricas: “Es un país lleno de grandes bosques de pino (...) de higueras” (P. Bontier y J. le Verrier, 1980: 66),“Tenían grandes higuerales que no hubo en otra parte” (Gómez Escudero, en F. Morales, 1993: 441), como de aquellas que apuntan a su abundan-te presencia en áreas concretas: es el caso del real de Las Palmas, descrito por Gómez Escudero (1993: 180) y Abreu Galindo como lugar de abundantes higue-ras, así como de la zona de Agaete y Guayedra, lugar “de muchos higuerales” (Abreu Galindo, 1977: 213). Una importancia de estos frutos en la alimentación, como se ha intentado poner de relieve en estas líneas, de ser cierta, traería consigo un incremento de los carbohidratos en la dieta de los canarios, que sin duda ejercería una especial incidencia en la salud oral de esta población, como de hecho ha quedado eviden-ciado en una muestra procedente del barranco de Guayadeque analizada en tra-bajos previos (T. Delgado, 2001) . Lo cierto es que esta imagen de una economía productiva de base agrícola, sustentada en la documentación etnohistórica y en los cada vez más abundantes y coherentes testimonios arqueológicos, ha quedado confirmada por análisis bioantropológicos, especialmente por aquellos referidos a la reconstrucción quí- 64 24. Al hilo de esta consideración puede traerse a colación el ejemplo actual del almendro, ya que se trata de un árbol que en unos casos es objeto de una arboricultura y en otros se encuentra en esta-do silvestre.Además, la arboricultura vinculada a la producción de higos no implica el desarrollo de una actividad ni sumamente especializada ni tecnológicamente compleja. La etnografía nos muestra nume-rosos ejemplos de lo señalado. mica de la dieta.Tales estudios revelan un régimen alimenticio con un destacado protagonismo de los productos cerealísticos, llevando a definir las labores agríco-las como “centro de toda la actividad económica, ya que de ellas dependerá el sus-tento de la mayor parte de la población” (J.Velasco, 1999: 380), una dependencia que todavía se refuerza más si se considera la ausencia de asimetrías espaciales en la importancia de su ingesta, que queda por tanto generalizada a todo el territorio insular. 2.2. LA EXPLOTACIÓN DE LOS ANIMALES Constituyendo parte del sistema económico de la población prehistórica de Gran Canaria, e inserta por tanto en el entramado de relaciones sociales de pro-ducción que define a esa formación social, se encuentra la explotación de la caba-ña ganadera, un pilar importantísimo en el desarrollo y estabilidad de una econo-mía aborigen de marcado signo agrícola. Esta dependencia de la agricultura por parte de los canarios, hace que el carácter determinante asignado a la estrategia ganadera en otras islas25 se vea aquí modificado. Efectivamente, tal y como se puso Lámina 2.2. Higuera. 65 de manifiesto en el anterior apartado, la documentación escrita, la arqueológica y los estudios bioantropológicos han asignado un lugar preeminente a la agricultura, siendo preciso ahora definir el papel exacto de la ganadería y su relación con las otras estrategias que conforman el proceso productivo puesto en marcha por esta población aborigen. Las fuentes etnohistóricas definen una cabaña integrada por cabras, ovejas y cerdos, composición ésta que ha quedado confirmada a través de la arqueología. La pobreza de los estudios sobre vertebrados terrestres limita el conocimiento de las pautas establecidas por los canarios para la organización y explotación de estos animales, de modo que las valoraciones que a continuación se exponen no son sino un intento de acercamiento a partir de las fuentes documentales, del análisis de los re |
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