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-: J — .2 — ALERTO NAVARRO GONZALEZ M EL MITO MARINERO DE LAS INSULAS EXCMO. CABILDO INSULAR DE GRAN CANARIA LAS PALMAS DE GRAN CANARIA MCMLXIV IUOTCA LAS PMAS DE G. CANAA A las Islas anaras, one naderon mis hijos, Alberfo José y María Pilar, y donde he ido quince aflos, « Las insulas extra has están cehidas por el mar y aliende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comuniccción de los hombres y, ansi, en ellas se crían y nascen cosas muy di ferentes de las de por acá, de muy extra ¡ Tas maneras y virtudes nunca vistas de los hom bres, que hacen gran novedad y admiración a quien las ve » . ( San Juan de la Cruz, Cántico Espirituali) « Mire vuestra merced, señor caballero an dante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar por grande que sea » . ( Cervantes, « Don Quijote de la Mancha.) INTRODUCCION Cuando hace más de quince años vine a vivir a estas islas, las Canarias eran para mi un nombre que vagamente me hablaba de una desdibujada geografía y de una serie de datos y noticias fami liares a los peninsulares. A lo largo de todos estos años, el nombre se me ha ido trocan do en realidad viva y, hasta casi diría que, en carne y sangre de mi espíritu, pues que no creo que yo haya pasado por Canarias ni Ca narias por mi, como barco por el mar, sin dejar huella. Al contrario. De un lado, la vida y el paisaje canarios ha ido calando y actuando en mi, fecunda y benignamente, y del otro, rai ces mías cada vez más hondas y entrañables han ido arraigando en esta tierra privilegiada en la que nacieron dos de mis hijos y en la que día a día he bregado, conociendo y cosechando como todos, éxitos y contratiempos, esperanzas, desilusiones y realidades. Por ello, creo que si un día tuviera que ausentarme, mucho mío quedaría en las Islas Canarias y mi nave también marcharía carga da de imborrables recuerdos y realidades. Durante estos quince años he vivido en La Laguna, blanéa Liudad hidalga que vive y sueña entre los verdes muros de sus mon tes y el lejano horizonte de un mar musical. Ciudad que, con su si lencio casi solo roto por campanas y por el gozoso estrépito de las fiestas del Cristo y de la Romería de San Benito, aún recuerda los mágicos fondos de la antigua laguna trasparente que, un día, tal vez las nubes llevaron de nuevo a los cielos, o tal vez la tierra cir cundante bebió para vestirse de verde. Ahora bien. Si todo este tiempo he vivido en La Laguna, el cargo de Rector de su Universidad que durante estos doce últimos años he ejercido, me ha proporcionado frecuentes ocasiones de vi — 9—— sitar las siete Islas C- inarias, a todas las cuales un mismo sol y mar embellecen y fecundan. Para cada una de ellas hay, ya en mí, nombres significa tivos y propios, alguno de los cuales tuve ocasión de expresar ha blando de Tenerife. ( 1) Refiriéndome hoy concretamente a Gran Canaria, yo jamás ol vidaré que ella fué la primer tierra canaria que vi y conocí. Nunca, en efecto, se me borrará del recuerdo aquella mañana del año 1949 en que, asomándome desde el barco, vi aparecer a lo léjos, en medio de la rasa llanura azul, el confuso y silencioso perfil de Gran Canaria, la primer isla que en mi vida veía. Aquella indecisa y callada silueta, envuelta por el cielo y por el mar, lentamente fue creciendo y dibujándose con claridad, y nuevos rumores fueron sustituyendo el insistente sonido de las olas y del viento que en el viaje nos había acompañado. Inmediatamente vino el inolvidable paseo por la isla que me proporcionó la amable y alegre hospitalidad de los amigos que me esperaban y, desde entonces, incesantemente ha ido creciendo mi conocimiento y unión con la maravillosa isla. Hoy, en efecto, Gran Canaria ya no es para mi el nombre frío de una isla atlántica sino una querida geografía bien conocida y entrañablemente prendida en mi vida y mi recuerdo, y también campo donde me ha tocado laborar durante años en un quehacer fecundo. Gran Canaria es ya para mi, Las Palmas con su renovada y moderna estructura de gran ciudad creciente, sus centros culturales, su puerto repleto de barcos que llevan banderas de los más lejanos paises, y sus playas mimadas por el sol y por el mar Es para mi, Gran Canaria, las cumbres soleadas y verdes, situadas entre el cielo y el mar; la Cruz de Tejeda con todo el ma ravilloso paisaje que desde ella se divisa, y el silencioso Roque Nublo, erguido sobre la isla como misterioso obelisco levantado por antiguos gigantes desconocidos y benéficos. Y también Gran Canaria es ya para mí, la extraña Caldera de Bar; dama, la tierra oscura del Monte sobre la que surgen verdes ( 1) Vid. Las Islas ifortunadas. ( Naturaleza, Mito y Realidad). La Laguna 1961. — parras, los pinares de Tamadabá que desde lo alto se asoman al mar, los hermosos y verdes barrancos de Moya y Agaete, las blan cas ciudades de Gáldar y Guia; Arucas con su Iglesia catedralicia y el valle transformado por el trabajo isleño, Teror con sus verdes alrededores y famoso santuario, TeIde con sus africanas palmeras, el Sur con sus callados pueblos y extensas solédades, las playas de Maspalomas, desierto y oasis junto al mar, Valleseco y San Mateo, hermoso paisaje de árboles frutales, y tantos otros lugares que re petida y pausadamente he contemplado. Por último, unidos para siempre estarán en mial nombre de Oran Canaria, las maravillosas danzas y canciones por las que habla el alma de esta isla levantada en medio de la sonora llanura del Atlántico, y el grupo de amigos que he tenido la fortuna de hallar. Creo que lo expuesto hasta aqui explicará la satisfacción con que acepté la invitación de mi querido amigo Federico Diaz Bertra na, entusiasta y eficaz Presidente del Cabildo Insular, para que in terviniera en los actos celebrados con motivo del Cincuentenario de la Ley Fundacional de los Cabildos Insulares. Ahora que, si Dios quiere, me ausentará pronto de las islas, el Cabildo desea publicar aquella Conferencia pronunciada el año 1962, y yo aprovecho esta oportunidad para ampliar considerable mente las ideas que entonces expuse. Como recuerdo mio y homen e agradecido a las Islas Canarias tan pródigas y hospitalarias, y tan hondamente unidas a mi vida y, especialmente, como recuerdo y homenaje a Oran Canaria, la pri mer isla que en mi vida vi, voy a tratar de un tema de mi especia lidid relacionado con mi conocimiento y experiencia de las islas. Voy a tratar del mito de las insulas » que tan arrollado ramente actuó durante cerca de dos siglos en el vivir español. De un mito que, aunque eminentemente marinero, debe tanto a los hombres de las costas como a los que desde ias anchas y du ras tierras continentales, lejanamente ensoñaron y también busca ron estas hermosas hijas del mar. — 11— 1 LAS ISLAS EN LA ANTIGUEDAD De islas ricas y lejanas, confusamente imaginadas, ya nos habla la Biblia, pero será la literatura griega la primera que sepa expre sar el irresistible hechizo de estas breves tierras que se levantan extrañas y tentadoras por las dilatadas llanuras del mar. En efecto. Sin salir del Mediterráneo, Ulises vagará entre her mosas islas acogedoras o por otras seductoras y temerosas que ha bitan mostruosos hijos de Poseidón, la maga Circe, Scila y Caribdis y las temibles Sirenas de mortal canto. También relatos filosóficos, de carácter más o menos realista o simbólico, hablan de inaccesibles tierras oceánicas fértiles y hermo sas, habitadas por pueblos felices diversos a los griegos, como la Atlántida, Pancaya y la Isla de los Afortunados. Sin traer Equí los conocidos pasajes platónicos, relativos a la Atlántida, veamos cómo Píndaro ensueña la feliz Isla de los Afor tunados: « Los que logran conservar su alma completamente alejada de la injusticia, recorren el camino de Zeus que lleva a la to rre de Cronos. Allí las auras oceánicas soplan sobre la isla de los afortuna dos. La flor de oro florece, bien en tierras en árboles mag nificas, bien producida por el mar. Con ellas trenzan guirnal. das para sus brazos y diademas, bajo el gobierno justo de Radamanto » ( 01 II, 123- 137). Es decir, que la Isla de los Afortunados, más que una terrena realidad concretamente localizada y accesible a las naves griegas, parece el celeste suelo, aunque situado en el ignoto Océano, que solo tras la muerte podrán hollar quienes hubieran conservado « su alma completamente alejada de la injusticia » . Siglos después, y desde el áspero fragor de las guerras conti nentales, asi ensoñaba también Horacio las Islas Afortunadas a las que se sabía ya realmente accesibles y habitadas por ‘ una raza piadosa » : « Nos espera el Océano circundador del mundo.., busquemos las — 12 — islas ricas, donde la tierra sin arar rinde trigo cada año y está en ciernes la no podada viña.. y de los montes delga da el agua se desliza con su pie fresco y sonoro.., allí andan las cabras sin dueño.., ni el vespertino oso ronda bramando los apriscos ni se oculta en la tierra el nido de la víbora. Ningún contagio daña allí al rebaño.. ni el Euro acuoso des troza la tierra con torrenciales lluvias, ni el árido terrón abrasa nunca la simiente pingue, porque el rey celeste atempera to dos los extremos... Júpiter segregó estas riberas y las reservó para una raza piadosa, cuando manchó de bronce la edad de oro » . ( 1) ( Epo dos, XVI). Junto a estos filosóficos y poéticos textos relativos a extrañas islas oceánicas, mansión feliz de los justos,. también la literatura de viajes que criticará Luciano de Samosata en sus Historias verda deras, hablará de otras islas — desde la feliz Taprobana a lá helada Tyle— en la que se encuentran fabulosas riquezas e inverosímiles fenómenos de la vida y de ] a naturaleza como el « pulmón marino » , las noches de varios meses, etc. etc. Así mismo, y ya en época romana, las novelas de amor y aventuras ( Heliodoro, Aquiles Tacio, etc.,) harán vivir a sus héroes ( 1) Véase la descripción que de las rslas Atlánticas Afortunadas trascribe Plutarco cuando narra la vida de Sertorio: » ‘ Encontrose Sertorio con unos navegantes que acababan de llegar de las Islas Atlánticas. Estas islas son dos, separadas por un estrecho br. szo de mar y distantes de las costas de Africa casi dos mil estadios Llámanse Afortunadas y experimentan lluvias muy suaves y periódicas Sus vientos son benignos y tal vez lluviosos. Su suelo es feraz no solo para la siembra y el plantío, sino tembién para aquellas producciones en que no se emplea la in dustria y que no obstante son abundantes y suficientes para sustentar un pueblo ocioso Cubre a estas islas una atmósfera tan tranquila que casi no son de conside ración sus alteraciones y variedades porque como los vientos meridionales reca lan allá después de haber corrido por unos espacios de tierra muy vastos, llegan cansados y muy destruidos, y los que se levantan del mar, aunque acarrean al gunas lluvias, son benignas y escasas, de forma que las más veces se nutren es pontáneamente los campos a expensas de los rocíos, serenos y humedades que los refrigeran. Así, hasta entre las naciones bárbaras y remotas ha llegado y prevalecido la opinión de que este es el lugar de los Campos Elíseos, y el domicilio de los bienaventurados, tan decantado en las obras de Homero » . — — maravillosas peripecias por islas desconocidas, felices o temerosas.. Por último, los geógrafos, especialmente Plinio, al describir detalladamente las islas, situarán en ellas extraños y fantásticos fe nómenos, especies y riquezas; y será precisamente el español San Isidoro quien, en el Capítulo VI del Libro XIV de sus Eliinologías, trasmitirá a la Edad Media cristiana la mejor y más conocida des cripción compendiada de las mismas Dice allí, en efecto, que las islas « se llaman así porque están in salo, esto es, en el mar » , y ordenadamente habla de las que se-hallan en el Océano para tratar a continuación de las otras que se-encuentran en el Mare Magnum, desde el Helesponto hasta Cádiz. Su descripción es de « científico » y no de filósofo o poeta y, así, deshará los helénicos mitos, tanto de islas oceánicas como medite-rráneas, pero lo que no puede deshacer es la creencia en los. extra-ños fenómenos que, según « verídicos escritores » ,, existen en las lejanas tierras del mar. Según San Isidoro, tres claros grupos existen de Islas Oceánicas.. Constituyen el primero y más extraño, las Islas de los fríos mares norteños ( Britannia, Thanatos, Thyle, Orcadas, y Scotia) que muestran fenómenos tan extraños como carecer de animales vene-nosos, tener días y noches diversos a los nuestros o hallarse rodea das por un mar « lento y perezoso » . El segundo y más hermoso está formado por las Islas del Atlántico Africano ( Qadis, Fortunatae, Gorgadas y Hespérides), islas tan favorecidas por el sol y por el mar que, según los antiguos poetas, aquí se hallaba la soñada mansión de la eterna felicidad. Por último, las Islas del Océano Indico ( Chryse, Argire, Tapro-bana y Tylos) asombran por la extraordinaria abundancia de plata, oro y piedras preciosas, asi como por la presencia de animales y-plantas de inverosímiles especies. En cuanto a las Islas Mediterráneas, también ofrecen maravi— llas y extrañezas, asombrosas para los hombres continentales. Así, unas como Chipre, Creta, Coos y Rhodos poseen o pose-yeron admirables obras del ingenio humano; otras como Citera,. Naxos, Samos y Sicilia fueron cuna o mansión de antiguas divini-dades o extraños mostruos; las hay que arrojan luego ( Lípari, Es trómboli, Hefestia) y también extrañezas diversas aparecen en otras más cercanas como Córcega e Ibiza. — 14— II LAS INSULAS DE LOS LIBROS CABALLERESCOS Entrando ya en la Literatura medieval española, bien pode clemos afirmar que el mito español de las insulas » se formará más en torno a las lejanas islas oceánicas que sobre estas otras cercanas y conocidas del Mediterráneo. En efecto. Vedado durante siglos el Mediterráneo helénico y santo a las invadidas tierras españolas, los hombres catalano- ara goneses, desde mediados del siglo XIII, irán entablando creciente contacto con diversas islas mediterráneas. De ellas nos dejaron más o menos librescas o realistas des cripciones la General Estoria, el Libro del conoscimiento de lo-dos los reynos, el Mapamundi isidoriano de García de Medina, Mosén Diego de Galera, Juan de Mena, Juan de Padilla, Pero Ta fur, Ruy González de Clavijo, etc. ( 1) También en el Mediterráneo se situarán numerosas islas que aparecen en los libros caballerescos ( Tirant lo Blanch, Amadís de Gaula, etc.) y en las novelas simbólico- amorosas de aventuras; e incluso el mortal duelo con el turco hará vivir y morir a numero sos españoles en las breves y soleadas islas mediterráneas que, ló . gicamente inspirarán una importante literatura. Ahora bien, gran parte de las islas mediterráneas que apare cen en los citados libros novelescos, si situadas en el claro Medite rráneo, son hermanas de las otras dichosas o encantadas del Océano. De otro lado; las islas mediterráneas que de forma realista describen, primero, Pero Tafur y Ruy González de Clavijo, y luego Cervantes, Céspedes y Meneses, el Capitán Contreras, etc., aunque • a veces arrojen fuego o muestren maravillas antiguas, aparecen como tierras similares a las continentales, y su atractivo o pavor no viene inspirado por extrañas realidades insulares ( recuérdese lo que de la Isla de Lampedusa dice el Capitán Contreras), sino por la seguridad, descanso o peligro que ofrecen nombres tan familia- ( 1) Vid. mi libro El Mar en la Litertura Medieval Castellana. Uní versidad de La Laguna. 1962. — 15 — res y significativos entonces como Rodas, Malta, los Gelves, For mentera, Ibiza, etc., islas en las que tantos españoles hallaron la salvación, la gloria, el cautiverio o la muerte. Dejando, pues, ahora a un lado las islas mediterráneas, hay que reconocer que, para la formación del español mito de las ín sulas » , tuvo fundamental importancia la citada literatura antigua transmitida a lo largo de la Edad Media por San Jsidoro y Otros diversos autores, así como por los posteriores relatos simbólico-amorosos de aventuras que más adelante veremos ( 1) Ahora bien, si imprescindibles y fundamentales son las citadas influencias helénicas— y no se olvide que la palabra • ínsula » es un cultismo— creo que otra nueva y extraña literatura inspirada en las nubosas islas y costas de los mares septentrionales, asi co mo el libro del también norteño Mandeville, será decisiva para que despierten dormidos ensueños españoles con la descripción de una maravillosa geografía, pródiga en fenómenos irresistiblemente seductores para los hombres de las secas y claras tierras peninsu lares. ( 1) Ya, en mi citado libro El Mar en la Literatura Medieval Castella na, he recogido las principales descripciones de islas que aparecen en dicha li teratura, y aquí nos limitamos a transcribir dos de ellas que consideramos espe cialmente significativas. £ n el siglo XIV, refiriéndose a las ínsulas de los fríos mares norteños, decía el autor del Libro del conoscimiento de todos los reynos: “ e en esta isla es vn gran lago de agua que dizen lago afortunado porque ri bera del fueron fechos muchos encantamientos antiguamense... enesta isla hi. bernia avia arboles que la fruta que llenan eran aues muy gordas e estas eran muy sabrosas de comer quier cocidas, quier asadas e en esta isla son los ornes de muy grand vida que algunos delios binen dozientos años y son nacidos e cria dos de manera que non pueden morir de mientra que están en la ysla e quando son muy flacos de virtud sacanlos de la isla e mueren luego. Et en esta isla non ay culebras nin bivoras nin sapos nin moscas am arañas nin otra cosa veninosa » . ( Edie. de Jiménez de la Espada, Madrid 1877, p. 19 sgs) A mediados del siglo XV, así decía García de Medina: Et deuedes saver que ay otros muchos lugares et por algunas yslas que son mucho espantosas et mucho asperas por frio; por viento et son lugares que ar den et fieruen por fuego; por piedra sufre Et son lugares de pena et de cueua para los pecadores » . ( Libro que compuso Sant Isidoro que se llama Mapa mundi, Edi. de Antonio Blázquez y Delgado, Madrid 1908, p, 155). — 16— En efecto. Los libros caballerescos, en los que también apare - cen elementos de la « materia mediterránea y oriental » , hablan in ; sistenteniente de « insulas » y lagos llenos de inquietantes portentos, asi como de espesas selvas y encantados castillos de maravillosa - factura, por los que hermosas damas y valientes caballeros viven las más subyugantes aventuras del amor y del valor entre jayanes, - dragones y sabios encantadores. Don Quijote, caminando por la reseca llanura manchega a ple no cielo, soleado y despejado de nubes, y a plena tierra, desnuda - de umbría vegetación, preferirá hacer vagar su generoso anhelo - caballeresco por entre encantados castillos y selvas, y aiin por las negras entrañas de la tierra ( bajada a la cueva de Montesinos), aparentemente olvidado de las extrañas insulas y lagos. Insulas y lagos había, sin embargo, en su fantasía, y mucho más en la « mollera » y en el alma de muchísimos españoles como el sencillo Sancho, quien sin querer ni saber andar pór encantados — castillos o selvas, insistentemente soñaba con poseer una « ínsula » . Breves y extrañas tierras rodeadas de mar eran las « insulas » - como breves y dormidas porciones de . mar rodeadas de tierra eran los lagos, y lógico es que ámbos se o& ecieran como suelo de un seductor vivir terreno, alejado y diverso del duro y prosaico bregar de los hombres peninsulares. Ahora bien. Mientras los mágicos fondos inaccesibles de los lagos se consideraban como diabólica tentación de iniciar inquie tante e imposible existencia, vedada al cristiano; las ínsulas, por el - contrario, con su suelo firme aunque encantado y extraño, seduci rán brindando aventuras, riqueza y felicidad nuevas al audaz que se atreva a vencer los riesgos cJe los mares y los feroces jayanes o mágicos encantamientos que las tiranizan o guardan. En efecto. Ya en el Cavallero Cifar aparece el temeroso Lago - de la Traición, en cuyos prohibidos fondos encantados se sitúan portentos análogos a los del zamorano Lago de Sanabria, y de sus negras profundidades acabará saliendo como de una moledora pesadilla el Caballero atrevido que, al revés que el Beowulf anglo-sajón, no realizará allí ninguna gloriosa gesta En cambio, en el mismo libro se nos presentan las maravillo - sas Insulas Dotadas, ínsulas de dicha ensoñada a lasque solo una - vez se puede aportar en sutil bajel y que, hasta en el necio que no supo habitarlas, dejarán para siempre imborrable recuerdo y nos — 17— talgia, junto con la soberana realidad de un precioso hijo: Fortu nato. Posteriores libros caballerescos tornarán a ocuparse de ‘ Lagos Fervientes » y ‘ Damas del Lago— recuérdese la mención que de ellos hará Don Quijote al final de la Primera Parte — pero, dejando a un lado el aspecto temeroso y torvo que por lo general ofrecen, sus silenciosas profundidades, y las de los mares, seducirán aún menos que las misteriosas entrañas de la tierra. ( 1) No ocurre así con las insulas que, apareciendo en numerosos escritores, llegarán hasta perder su significación geográfica de tie rra rodeada de agua, para convertirse en vivo símbolo de una soña da felicidad que la tierra y la realidad cotidiana no pueden dar. Concretándonos ahora a los libros caballerescos, resulta irtere sante observar que circunstancia común a la mayoría de las insú las que allí aparecen será la de que, para poder acceder a las mis mas y gozar de sus mejores secretos y encantos, se hará preciso no solo afrontar los riesgos del mar sino vencer los jayanes o monstruos que las tiranizan, o superar difíciles pruebas. Es decir, que las más hermosas hijas del mar uuicamente en tregarán sus recatados tesoros a los nobles y cristianos caballeros, y a las dueñas y doncellas sobresalientes en valor, hermosura y virtud. Sin necesidad de traer aquí todas las ínsulas de que hablan los libros caballerescos, veamos los principales tipos que de ellas nos ofrece el Amadís. Claro caso de ‘ ínsula temerosa » hallamos, por ejemplo, en aquella « Insola Triste » , ‘ muy poblada de árboles e tierra hermosa pero en la que « pasa de quince años que no entró en ella caballe ro ni dueña ni doncella que no fuesen muertos » por el gigante Madarque que allí vivía con su hermana Andandona, aún más cruel y enemiga de cristianos que el propio Madarque. La pobre ínsula, al fin, podrá disfrutar de sus encantos y brin-darlos acogedera a los navegantes, tras el vencimiento del jayán por Amadís que le perdonará la vida, ‘ pues lo que yo de ti quiero es que seas cristiano é mantengas tú e todos los tuyos esta ley » ( Lib. III, Cap. 3). ( 1) Bajadas a los fondos subacuáticos pueden verse, por ejemplo, en la Segunda Parte del Lazarillo, en las Noches de Invierno de Eslava y en la Je rusalén conquistada de Lope de Vega. — 18 — Más significativo ejemplo de hermosa isla tiranizada diabóli camente hasta la llegada del valiente y cristiano caballero que la libere y torne a su prístina bellez, es la « Jnsola del Diablo » a la que « una bestia fiera toda la había despoblado » . Esta fiera inaudita que estropeaba la ínsula éra el Endriago, monstruoso engendro del gigante Bandaguido y de su propia hija Bandaguida. Ser desaforado y horripilante que se había criado con leche de bestias, tras matar emponzoñadas y destrozadas a tres amas, se ha llaba poseido por el diablo, y su descripción parece inspirada en los volcanes que con su fuego destrozan la hermosura de las islas: « El Endriago venía tan sañw’o, echando por la boca humo mezclado con llamas de fuego, e firiendo los dientes uno con otro, faciendo gran espuma e faciendo crujir las conchas e las alas tan fuertemente que gran espanto era de lo ver., oyen do los silbos e las espanlosas voces roncas que daba... hechó un fuego por la boca con un humo tan negro, que apenas se podían ver » . ( Lib. III., Cap. II). Frente a estas insulas, en si hermosas y tentadoras pero que, dominadas por jayanes y monstruos, languidecen esperando la lle gada de nobles caballeros; el Amadís nos presenta otras entera mente benignas y seductoras. Tal es, por ejemplo, la « Insula de la Torre Bermeja » que: « , es la más fructífera de todas las cosas, así frutá de todas naturas, como de todas las más preciadas y estimadas especias del mundo, e por esta causa hay en ella muchos mercaderes e otros infinitos que seguros a ella vienen » . También la domina un gigante, Balán, hilo del bravo Madan fahul, pero « su condición e maneras.., es muy diversa e contraria a la de los otros gigantes que de natura son soberbios e follones, y éste no lo es, antes muy sosegado e muy verdadefo en todas sus cosas » . Es más, esta ínsula como otras mediterráneas que sedujeron a los cruzados norteños, junto a sus excelencias naturales posee otras hijas del ingenio humano e incluso valiosas reliquias y recuerdos cristianos: « Amadís la miraba é parecíale muy fermosa, así la tierra de es — 19 — pesas montañas... como el asiento del alcazar con sus muy fermosas e fuertes torres, especial aquella Bermeja.. que era la mayor y de más extraña piedra hecha que en el mundo se po dia fallar... el primer fundador de la torre.., fue Josefo el hijo-de Josef Abarimatia, que el Santo Grial trajo a Oran Bretaña » .. Mayores maravillas ofrecía aún la « Insula Firme » , encantada por Apolidón que en ella vivió durante dieciseis años las mayores dichas del amor con la princesa Orimanesa. Lugares que fueron testigo de tan leal y feliz amor no deberán ser profanados por la presencia de vulgares damas y caballeros y, asi, solo podrán atravesar con éxito el « arco de los leales amado res » y morar en la « cámara encantada » los caballeras que pasen a Apolidón en toda « bondad » y las damas que también superen en hermosura a ( irimanesa. Otras insulas extraílas y diversas aparecen. en el Amadís y en los restantes libros caballerescos, como aquel alto peñasco, levanta do en medio del mar, en el que Galaz vid desde lejos a Caifás, con denado a permanecer allí sin poder morir ni vivir con los de-- más: « ... un día... falláronse en la ribera del mar cabe una peña es trecha, y era tan alta e aguda que semejava que tenía con las nuues, e auía en aquella peña muchos árboles... Y ellos que la estauan assí mirando, vieron en ella... un hombre viejo, que no ay honbre que no dixesse que en el’ mundo no auía honbre tan viejo; e auia la cabeça tan blanca como la nieue; e los cabellos tan luengos, que le dauan por’ tierra » . ( 1) Ahora bien. Por lo general, todas se asemejan a las ya citadas islas hermosas, tiranizadas o encantadas, cuyo disfrute exige ven-cer crueles jayanes o pruebas dificultosas. Recuérdense, por ejemplo, la « Insula del Gigante » ( Tristán de Leonís, Cap. XXI y sgs.), la « Insula Peligrosa » y la « Insula Profun da » ( Palmerín de Inglaterra, Lib. 1, Cap. LVI y sgs. y Lib. II, Cap XVI y XIX). ( 1) Demanda del Santo Grial, Cap. CcXXV JN, BAE t,, 6. » , p. 246. — 20 — III LAS INSULAS DE LA NOVELA SIMBOLICO- AMOROSA DE AVENTURAS Otros tipos diversos de insulas hallamos, desde mediados del siglo XVI, en los relatos simbólico- amorosos de aventuras. También aparecen en ellos ínsulas temerosas » pero el temor que inspiran, más que a jayanes, encantamientos y mostruOs, se debe a extraños fenómenos de la naturaleza que en ellas aparecen o a la presencia de corsarios y salvajes. Así, Cervantes nos habla en su Persile. s de extrañas y temero sas islas norteñas como aquella de los Lobos desde la que en la noche oyen hablar a uno de ellos, la Isla de los Bárbaros que apre saban y mataban a todo hombre que a ella arribara, y aquellas otras islas heladas y solas como Qolandia, tan solas que hasta ca recían de aves. Por su parte, y de acuerdo con antiguas descripciones de islas volcáninas, veamos cómo describe Núñez de Reinoso la temerosa lnsula de la Crueldad’ en su Clareo y Flor/ sea: ‘... vimos de lejos una ínsula, la cual parecía tan escura, que la noche no lo es tanto: parecía que unos humos negros de azufre salían de ella; las casas y arboledas eran todas negras y de negra color; las aguas que por ella corrían eran todas de color de sangre; oianse grandes y dolorosos gritos y grandes alaridos que ponían espanto a los que los oían’ ( 1) Pero junto a estas ínsulas temerosas, y en mayor número que ellas, hallamos otras felices que brindan descanso a los cansados • de la fastidiosa mar » . Islas que, a diferencia de las caballerescas, carecen de encan tados castillos y maravillosas extrañezas, pero que se muestran irresistiblemente subyugadoras por la fertilidad y belleza de los ( 1) Clareo y Florisea, BAE, t. IlI.° Cap, X, p. 439. — 21 — campos y, sobre todo, por las cultas y pacificas maneras de sus ha bitantes. A este género pertenecen, por ejemplo; la « Insula Deleitosa> y la 4nsula de la Vida » que aparecen en Clareo y Florisea « . . una mañana, ya que el sol esparcia sus claros rayos por toda la tierra, vieron de lejos una hermosa insula, llena de muy hermosas y ricas casas, tan copiosa de arboledas y gran des campiñas, que gran contento daba a los ojos que la mi raban, y ponia gran deseo a los navegantes de ver tierra que tan hermosa parecía. ( Cap. II, 433). ... vimos una muy hermosa ínsula poblada toda de hermosas casas y grandes arboledas... demás de la ínsula de ser la más fértil y abundosa que en aquellas partes ni en otras se podía hallar, que las gentes que allí habitaban eran las más avisa das y cortesanas que en el mundo hallarse podían, y de me jory más suave conversación; y que ansi los que entre ellas moraban se podían decir vivir, holgar y tener placer y con tento. porque quien no trata entre gente sabia, siempre muere y nunca vive.> ( Cap. IX p. 441) Es más. En estos relatos tornamos a hallar, actualizada desde la nueva circunstancia española, la ensoñación de la utópica isla afortunada en la que, lejos de los cuidados terrenos, se podía llevar existencia paradisíaca en contacto con una hermosa y benigna na turaleza. Veamos cómo la « Insula Pastoril> que aparece en el último ca pitulo del Clareo y Florisea, claramente testimonia el vivo ensueño español despertado con relatos antiguos y más aún con la nueva posibilidad de acceder a apartadas insulas venturosas, desde la áspera y belicosa existencia cotidiana: « Entrando por aquellas tierras, cansado de la mar, aportó a unos valles sombríos, a los cuales unas altas sierras cerca ban y dellas claras aguas corrían, y los valles eran todos lle nos de altos árboles, debajo de los cuales pasában unos man— sos arroyos y había muchas fuentes que de verdes y floridos. sauces estaban cubiertas y de blancas pedrezuelas ornadas. Había por aquellos valles muchos pastores., sin de otra cosa. ninguna tener cuidado ni pena ni desasosiego, durmiendo a placer sin tener cuenta con la corte de los altos príncipes y poderosos señores ni de sus mudables favores, abrazados sola— mente con aquella deleitosa y suave soledad... — 22— ... no les daba cuidado el conquistar reinos, adquirir ciuda des, vencer batallas, desear señoríos, querer mandar, bus car Indias, servir al inundo, perder la vida, destruir el alma. Estábanse alli viendo cómo salía el claro y rojo Apolo y có mo se ponía y, llegado en poniente, mostraba Diana su her mosura y agraciada cara, y cómo se descubren las lindas estre llas, y alegrándose cuando viene el verano vestido con capa de mil colores y coronado de diversas y varias flores. No vamos a estudiar nosotros aquí, cuánto deban todas estas descripciones a los antiguos libros caballerescos y bizantinos, o en qué medida les fuentes clásicas y norteñas se hallan actualizadas y modificadas por el nuevo y vivo anhelo español de las ínsulas o por la real brega entre ellas ( Recuérdese, por ejemplo, que el duelo con el turco actualizará el tema del cautiverio por corsarios, tan frecuen1es en los relatos simbólico- amorosos de aventuras). Pero, aún sin entrar en ello, lo que sí resulta evidente es que dichas numerosas descripciones de ínsulas temerosas, encantadas o. felices, hablan claramente de un extenso público que gustaba de ellas y en el que debieron fomentar el deseo por acceder a reales insulas extrañas y lejanas. — 23 — Iv EL ENCUENTRO ESPAÑOL CON LAS REALES ISLAS OCEANICAS Ahora bien. Si el surgimiento y robusto crecimiento del mito español de cias insulas » debe mucho a las citadas influencias lite rarias, clásicas y norteñas, creo que aún debe más a la real e inaca bable búsqueda y encuentro sobre el mar de las numerosas y ricas islas oceánicas. En efecto. La salida de Castilla al Estrecho, los viajes a Cana rias y a las costas occidentales africanas, la intervención en la Guerra de los Cien Años, el comercio con Flandes, la pesca del bacalao y la ballena, y las andanzas bélicas y comerciales de cata lanes y aragoneses, fueron poniendo en creciente contacto a los hombres de las tierras peninsulares con las otras breves y extrañas que contemplaban por mares lejanos Ciertamente que no surge ahora en la Península Ibérica ningu na leyenda insular comparable a la maravillosa de San Brandán, de la que precisamente se hace escaso eco la literatura medieval española. Ahora bien. En el S. XV hallamos claros testimonios del cre ciente interés que iban despertando las extrañas insulas norteñas y más aán las ricas e innumerables ínsulas indias y las otras Afor tunadas y perdidas del Atlántico. ( 1) Bástenos recordar aquí, cómo Diego de Valera, para informar a la joven Reina Doña Isabel sobre las extrañezas que por todas partes se contaban de las Indias lejanas y de sus innumerables insulas, recogerá en su Ghróntca abreulada ( 1487) todos los anti guos y nuevos relatos referentes a las mismas. Por su parte, García de Medina ya no se limitará como el San Isidoro de las Etimologías a hablarnos de las Islas Afortunadas, Espérides y Gorgadas, sino que también citará otras islas, solas y perdidas, corno las que visitó San Borondón y la Atlántida: ( 1) Véase mi citado libro El Mar en la Literatura Medieval Castellana. — 24--- « Isla Espéride.. aqui son los huertos do son los arboles qúe llevan las mançanas de óro Et es ay wi diagon muy grande syn mesura Et muy espantable; es tal que nunca duerme.. Et segun que dice Piaton allende destas yslas fue una gran ysla que se sumio con su pueblo Et fue gran lago... . era tan grande que mayor espaçio terna que atrica et europa’ ( 1) Otrosi en el mar Oceano ay otra ysla que dicen perdita..: Et esta tierra es muy rrica Et muy abastada de todas las cosas del mundo Et es muy viçiosa sobre todas las tierras del. mun do Et a esta tierra dísen perdita porque quando la buscan non la fallan Et non la pueden fallar sinon es por aventura Et a aquesta tierra vino san Brandan’. ( Id. p. 149). Más elocuente es aún el , testimónió del viajero flanmenco Eustache de la Fosse quien, a finales del siglo XV, nos infórma de la viva creencia pottuguesa y española en unas islas perdidas y encantadds que solo se mostrarán de nuevo cuando España entera vuelva a la salvadora fe catolica « ... y . navegando vimos muchas aves vólar; y decían nuestros marineros que estas aves venian de unas islas encantadas las cuales nunca se veían porque un Obispo de Portugal... con to dos aquellos que le quisieron seguir .. en tiempos de Carlomag no... las encantó... y que jamás se mostrarian a nadie hasta que todas las Españas vuelvan a nuestra buena té católica’. ( 2).. Es decir, qüe por un mar ancho y nunca navegado, corno hoy lós astros mñs cercanos por e! espacio, entonces se ofrecían al en süeño y al deséo españoles y portugueses, islas solas y perdidas, incitando a un vivir nuevo y prometedor. La irresIstible y subyugadora llamada de las insulas resonará tanhermosa e insistente por las duras y soleadas tierras peninsula ( 1) Libro que compusoSan Isidoro que se llama Mapa mundi, Edi ción de Antonio Blázquez , y Delgado, Madrid 1908, p. 128. ( 2) Voyage a lacote occidentale d’Afrique en Portugal et en Es pagne ( 1479- 80), Edie. dé Foulché I) elbosc, París 1897, p. 20, Naturalmente, que esta creencia hay que relacionarla con las legendarias islas & prosita., “ Antilia.., de « San Borond6n y « de las Siete Ciudades, así como con la « Isla Non Trubada » o Encantada’ cuyos derechos cederá el. Rey de Por tugal al de Castilla en el Tratado de Evora ( 1519). . : — 25- res que, arrastrado por ella, un pueblo robusto y sano aventurará su recia humanidad sobre el inseguro suelo de los mares. En efecto. En manos de los Católicos Reyes estaba el deshacer el viejo encantamiento de las insulas perdidas y, he aquí que mientras las huestes cristianas entran en la hermosa vega granadi na, también el Atlántico abre ante Castilla el completo jardín de-las Canarias y el acceso a las innumerables y ricas ínsulas de las- Indias. Desde esos años y a lo largo de todo el siglo XVI, hostiles la mayor parte de las islas mediterráneas y de las otras frías y nubo-sas del Norte, audaces naves españolas y portuguesas, espantando para siempre el fiero dragón del Océano custodio, llevarían innu merables hombres anhelantes de comenzar esperanzadorarnente nueva y feliz existencia en las pródigas insulas lejanas. Su brillante y nueva hermosura maravillosa, su fertilidad y ri queza inauditas, y sus sencillos e inofensivos habitantes, ofuscarán las extrañezas de las encantadas ínsulasr norteñas y las de las claras. y cultivadas del Mediterráneo, y veamos cómo esta nueva y real geografía estrena también nombresy descripciones nuevos. Refiriéndose a las Canarias, el Canciller Ayala se había unu— tado a reseñar sus nombres y a presentarlas como próvechosas y-fáciles de cónquistar. Hernando del Pulgar, en cambio, se detendrá a hablarnós de-estos hermosos y fecundos campos de los mares, habitados por una raza inteligente, religiosa y desconocedora del oro amarillo y de las. mortíferas armas europeas: Las gentes que allí moran no se vestían ropas de lana, sal— no pellejos de animales, ni tenían fierro; e defendíanse con piedras e con varas de árboles, que aguçauan con piedras agu das... Morauan en choças e remadas de arboles, que les defen-dian del feruor del sol e de las aguas. E labrauan la tierra con. cuernos de vacas, e con poca labor cogian mucho fruto, por la gran fertilidad de la tierra. Su creencia era en vn solo Dios de-lo alto; e tenían vn lugar do facían oraçión, e su fin era regar aquel lugar donde oravan con leche de cabras que tenían apar tadas, e criauan para sólo aquello » . ( 1) ( 1) Crónica de los Reyes Católicos, Edic. de Juan de Mata Carriazo,. Espasa. Calpe, Madrid 1943, t. 1, Cap. XLV, p. 332.333. — 26 — Hernando del Pulgar, junto a la riqueza buena y fácil de las islas, ha resaltado el pacifico y suave vivir de sus moradores. Vea mos ahora, cómo Andrés Bernáldez nos hablará detalladamente de las hermosuras y rica abundancia de estas tierras atlánticas que : tambjén muestran algunas extrañezas naturales comparables a las dé otras mediterráneas o indias: Oran Canaria es luego, que es grande isla, muy virtuosa de muchas aguas e nos dulces, é muchos cañaverales de azucar, é tierra de mucho pan, trigo, é cebada, é vino, é higuerales, é muchas palmas de dátiles, é es tierra para muchas plantas, tie ne buenas viñas é muchos conejos... Tenerife es luego que es tierra muy virtuosa de pan y gana dos, y de aguas dulces, donde hay una sierra de las más altas del mundo, que ven encima de ella algunas veces arder llamas de fuego como hace el Monjebel en Cecilia; es grande isla... es tierra de mucho pan... é muy aparejada para plantar viñas e huertas é todas las otras cosas necesarias á la vida de los hom bres... En esta isla ( Hierro) hay una gran maravilla de las del mun do, que el pueblo bebe del agua que un arbol suda por las hojas’. ( 1). Es decir que, a propósito de las Canarias, primer jardin de islas que Castilla cultivó, los primeÉos cronistas no nos hablan de dra gones y gigantes ni tampoco de aureas manzanas o pasmosas ex tnañezis naturales. Los cronistas, por el contrario, como dirigiéndose a un sano pueblo campesino hecho a la duray amorosa lucha con la tierra, detalladamente describen amables hermosuras y riquezas naturales: la tierra fértil, los árboles frutales, el agua dulce, los sencillos y pa cificos habitantes y la pródiga abundancia de todas las cosas ne cesarias a la vida de los hombres. Ahora bien. No todos los españoles de entonces se satisfacían con el venturoso y pacifico vivir que estas hijas del sol y del mar brindaban y, asi, muchisimos continuarán la dura navegación sobre ios revueltos campos del Océano, en busca de las más lejanas y riquisimas ínsulas indias, abundantes en oro, plata, piedras precio sas y árboles de valiosas especies. ( 1) Historia de los Reyes Católicos, Cap. LXIV, BAE, t. LXX, p. 612. — 27— Veamos cómo también Andrés Bernáldez no se cansara de des cribir una y otra vez las maravillosas islas americanas que, como benéficas sirenas, llamaban desde lejos alas naves españolas que gozosas y deslumbradas por vez primera llegaban hasta ellas. Estas descripciones, más que en las insulas norteñas y heléni cas, parecen inspiradas en las de antiguós Jugares amenos y para disíacos pero, concretos detalles y alusiones a reales y conocidos paisajes y. fenómenos, les dan nuevo encanto y las presentan como frescas y acce3ibles realidades: ... todas las otras y esta, vieron ser hrmosisimas a maravi lla.., las tierras de ella son altas y en ellas hay muy altas sie rras y montañas hermosas y de mil hechuras, todas andables y llenas de árboles, de mil hechuras y naturas, muy altos, que parece llegan al cielo, creo que jamás pierden la hoja, segáu por ellos parecía, que era en el tiempocuando aquí es invierno, que todos los árbolespierden la hoja, e allá estaban todos co mo están acá en el mes de Mayo; y de ellos estaban floridos, y de ellos en sus frutos y granas; y allí en aquellas arboledas cantaban el ruiseñor y Otros pájaros en las montañas en el mes de Noviembre como hacen acá en Mayo; allí hay palmas de seis y siete maneras, que es admiración verlas, por la. diversi dad de ellas; de las frutas, árboles, yerbas que en ella hay es maravilla; hay en ella pinares, vegas y campiñas muy grandi simas; los árboles y frutas son como los de acá; hay minas de metales de oró. ... La Isla Española, a quien los indios llaman Haití, es entre las otras ya dichas como oro entre plata; es muy grande, e muy fermosa, de árboles, de nos, de montes, de campos, es de muy fermosos mares e puertos » . ( CXVIII, 658- 659). Más adelante dice: Otro día al salir el sol miraron de encima del mastelero y vieron la mar llena de islas a todos cuatro vientos: y todas ver des y llenas de árboles, la cosá más ferínosa que ojos vieron y el tiempo para navegar entre ellas siempre se ] o dió Dios bueno, que corrían los návíos por aquel! os mares que parecía que volaban... ., ... y descansaron allí todos en las yerbas de aquellas fuentes, y al olor de las flores, que allí se sentía maravilloso, y al dulzor del cantar de los pajaritos, tantos eran y tan suaves, y la som — 28 — bra de aquellas palmas tan grandes y tan fermosas, que era • maravilla verlo uno y lo otro.. y siempre la tierra era en aque • ha hermosura y los campos. muy verdes y llenos de infinitas uvas y tan coloradas como escarlatas, y en todas partes por allí había el olor de las flores y el cantar de los pájaros muy suave, lo cual todos vieron . y sintieron, en cuantas islas por allí llega ron, y porque eran tantas que no se podían en singular nom brar cada una, púsoles el Almirante por nombre el Jardín de la Reyna.’ ( CXXVII 672). Y veamos algunas otras descripciones de estas nuevas divini ‘ dades de las aguas que, sin necesidad apenas de mostrar oro, lan zaban irresistibles llamadas a los sentidos y anhelos de los atrevi . dos y fatigados navegantes españoles. c... luego otro día por la mañana partieron para ‘ otra isla... y llegaron allá hacia la parte de una gran montaña que parecia que quería llegar al cielo, en módio de la cual montaña estaba un picó más alto que toda la otra montaña, de la cual se ver tian a diversas partes aguas muchas... que de tres leguas pare-cia un golpe de agua tan gordo como un buey, que se despe fiaba tan alto como si cayera del cielo., y. era muy fermosa cosa de ver, y muy maravillosa, de tan pequeño lugar como nacía tan gran golpe de agua y de cuan alto se despeñaba » . ( CXIX, 661). ... y él fué a surjir a un lugar que puso nombre Santa Gloria, por la estrema hermosura de su gloriosa tierra, por que ningu i’ia comparación tiene a ella las huertas de Valencia ni de otra parte y esto es en toda la isla ( Jamaica » . ( CXXV, 671). Tan pródigas son estas gloriosas » tierras y tan dulces e insis lentes voces dan a quienes ante ellas pasan, que hasta alegran con su música y perfume extensas ‘ porciones de los mares que las ro ‘ dean: ‘... y estuvieron una noche allí a la cuerda pairando, que no les parecía una hora de mano por el suavisimo olor que de la tierra venia, y el cantar ‘ de los pájaros y de los indios, que era muy maravilloso y contentable’. ( CXXIV, 670). En aquella tierra los árboles y las yerbas llevan dos veces en el año truto, esto se supo y experimentó por verdad, de los cuales muy suavísimo olor salía, que alcanzaba en gran parte a la mar. » — 29. — Por último, años más adelante, Juan de Castellanos así descri be las islas que, femeninamente engalanadas, muestran sus joyas y hermosuras a las fatigadas y audaces naves españolas que por vez primera las contemplan: Diciendo van aquello que veían haciendo con las manos dulces señas, los árboles sus ramos descubrían, vianse las montañas y las breñas, sonaban ya las hondas que herían los cóncavos y huecos de las peñas, ven prados y frescuras ser amenas, ven blanquear las playas con arenas. Colgaban de las rocas ornamentos de yerbas diferentes en verdores, dulces aguas y claros nacimientos, que formaban murmurios y clamores, de tofos, socarreras y aposentos, descansos cte los indios labradores, con otras cosas más de gentileza, según quiso pintar naturaleza. Muchas ninfas andaban por las aguas nadando, los cabellos esparcidos, e indios en canoas y piraguas de sus arcos y flechas pioveídos. Por gran contentamiento se tenía mirar tales verduras y decoro, mas fué mucho mayor el alegría de ver que descubrían joyas de oro. ( 1) Como puede verse, tampoco hay en estas insulas encantados castillos, desaforados jayanes, hermosas princesas ni todas aquellas extrañezas de las insulas mediterráneas y norteñas. ( 1) Elegías de varones ilustres de Indias Elegía, 1 , Canto 1V o, RAE p. 13 y 14. — 30 — Es más, tampoco se encuentra en ellas abundante oro y plata como en Argire y Chrise. Ahora bien. Tan seductoras, accesibles y reales sé. muestran entonces estas nuevas ínsulas oceánicas, que éllas y las afortunadas Islas Canarias, más que las otras de la literatura helénica y andan tesca, serán las que de verdad sacarán de su aldea al sencillo San cho y las que harán salir también enloquecidos á los encerrados hidalgos lugareños. La historia y la literatura claramente manifiestan que esta in contenible ansia de cinsulas » encendió y trastornó el vivir español con una intensidad raras veces igualada por ningún otro pueblo. En testimonio de ello bástenos oir al Maestro Fernán Pérez de Oliva, al Maestro Fray Luis de León y al prologuista de la primera edición francesa del Arte cte Navegar de Pedro de Medina. Asi decía, en efecto, a principios del siglo XVI, Fernán Pérez de Oliva en su Razonamiento sobre la navegación del Guadal quivir: Vosotros, pues, señores, aparejaos ya a la gran fortuna de Es paña que viene.. De estas islas han de venir tantos navíos cargados de rique zas, y tantos irán, que pienso que señal han de hacer en las aguas del mar’. ( 1) Años más adelante, así decía Fray Luis de León en su Exposi ción del Libro de Job: cY lo divide, dice, del pueblo peregrino, esto es de los espa ñoles, que entre todas las naciones e señalan en peregrinar, navegando muy lejos de sus tierras y casas, tanto que con sus navegaciones rodearon el mundo » . ( 2) Por último, veamos cómo se expresa el francés Nicolás Nicolai ( 1) Las Obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva, Madrid 1787, p. 10 y sgs. ( 2) Obras Completas Castellanas, BAC., Madrid 1951, Cap. XXVIII, p. 1.1110. — 31 en el Prólogo a la citada traducción del Arte de navegar de Pedro de Medina: iOh feliz nación española cuan digna eres de loor en este mundo, que ningún peligro de muerte, ningún temor de hambre ni de sed, ni de otros innumerables trabajos han tenido fuerza para que hayais dejado de circundar y navegar la mayor parte del mundo; por mares jamús surcados y por tierras desconoci. das de que nunca se ha oido hablar; y esto solo por estímulo de la fé y de la virtud; que es po cierto una cosa tan grande que los antiguos ni la vieron ni la pensaron y por imposible tu— vieron! » — 32 — y EL VIVO MITO ESPAÑOL DE LAS INSULAS Arnoid J. Toynbee abiertamente reconoce que no fue el mero afán de oro el principal y único móvil de la asombrosa colonización española y portuguesa: Los portugueses y los españóles que constituyeron la prime ra ola de los conquistadorés occidentales del mundo, estaban empujados no solo por sil ambición de ganar riquezas y poder, sino también por el anhelo de propagar el cristianismo... ... el celo con que emprendieron su obré misionera se inspira ba en sentimientos sinceros y desinteresados, como queda de mostrado por el hecho de que continuaran evangelizando, aún cuando ello iba manifiestamente en detrimento de sus intereses económicos y políticos. En este punto, la primera ola de conquistadores portugueses y españoles contrasta notablemente con la segunda ola de con quistadores occidentales, representada por holandeses y britá nicos... Los constructores de imperios de la segunda ola, protestan tes cristianos occidentales, subordinaron deliberadamente su obra de misión de religiosa a consideraciones comerciales y políticas, y desalentaron y pusieron obstáculos a sus propios misioneros cuando estos crearon dificultades al comercio y a la administración » . ( 1) Sus afirmaciones nos parecen evidentes, y comprensibles las apasionadas animosidades que divulgaron la burda explicación de la colonización española y portuguesa a base de ansias de oro y fanatismo, confundido también este último con el generoso y abne gado celo apostólico y misericordioso. Sin entrar ahora en este punto, solo quiero señalar que, en las numerosas descripciones de islas oceánicas aquí citadas, el oro ape ( 1) Arnold J. Toynbee El Historiador y la Peligión, Buenos Aires 1958, Parte II, Cap. 12. p. 161 y sgs. — 33 — nas aparece y, sin embargo, dichas descripciones mostraban a las ‘ ínsulas » irresistiblemente subyugadoras y tentadoras ante los es pañoles de entonces. Es decir que, a mi ver, fue el mito de la ‘ ínsula » y no el del oro el que explica la asombrosa salida de España a los mares. En efecto. tina gran mayoría, más que por la concreta ansia de preciosos metales, saldrán irresistiblemente atraídos por ‘ la ínsula » misma, convertida en símbolo de todas las confusas esperanzas y anhelos que el abierto mar despierta en quiénes viven insatisfechos en la dura y conocida tierra continental. Insulas buscarán los hambrientos y los desheredados del amor y la fortuna; insulas buscarán el sencillo Sancho y quienes fatiga dos del áspero vivir anhelarían apartamiento y sosiego; tras ellas saldrán los encerrados hidalgos ansiosos de aventuras y renombre, y con insulas extrañes soñará el alma mística de San Juan de la Cruz. En cuanto a los primeros — los hambrientos y menesterosos— recuérdese el Romance del Isla de Chacona y aquel otro de la Isla de Jauja en la que, entre otras maravillas, existía un árbol — aún más asombroso que el de la Isla de Hierro— que, a pedir de boca, daba ya guisados toda clase de manjares: Es el caso que un navío Del general Don Fernando Ha descubierto una isla Cuyos grandiosos esp’zcios O son jardines de Venus O son pensiles de Baco Llámase esta isla Jauja, Isla deliciosa y tanto, Que allí ninguna persona Puede aplicarse al trabajo — 34 — Allí todo es pasatie, npó Salud, contento y regalos Alegría, regocijos, Placeres, gozos, aplausos, Ani, io, pues, caballeros, Animo, pobres hidalgos, Miserables, buenas nuevas, Albricias todo cuitado. Que el que quisiera partirse A ver este nuevo pasmo, Diez navíos salen juntos De La Goruña este año. ( 1,1 No es oro ni plata lo que fundamentalmente buscaban estos pobres hidalgos » , ( miserables » y ( cuitados » , sino felicidad, salud, contento, regocijos, aplausos y descanso, cosas todas ellas que pró digamente brindaban las lejanas islas y que sañudamente negaba la áspera vida continental. Otros, como Sancho que tenía satisfechas las más elementales. necesidades en el tranquilo vivir aldeano, anhelarán también de pronto poseer una ( ínsula » con que llenar humanas ansias de poder, honra y riqueza. En efecto, ante la confusa idea de la insula » que le dibuja Don Quijote, dormidos anhelos y esperanzas se levantan en el sencillo labrador que abandonará su hacienda y hogar sin otro sueldo ni galardón que la firme esperanza de poseer una ínsula, a ser posible en tierra firme, pues que él era poco amigo del mar. Ceivantes, genialmente nós lo presenta caminando feliz en un hermoso amanecer con la alforja y bota bien repletas, tal vez más que cuando fue a segar a Tembleque, y con su alma aún más henchida de gozo y esperanzas. Estas le revientan hasta el punto de atreverse a hablar a su amo y, así, las primeras palabras que pronuncia Sancho en el ( 1) Romancero General, de A. Durán, BAE, t. XVI p. 393 y sgs. — 35 Quijote se referirán a la « insule » que ya llevaba no solo en su « mollera » sino en zonas más profundas de su ser: ‘ Mire, vuesa merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar por grande que sea » . ( 1, VIL) A las pocas jornadas de camino, las alforjas y la bota se irán vaciando pero no así su alma de las hondas ansias de ‘ la ínsula » . Todo lo contrario; las aventuras en vez de « insulas » proporcionarán crecientemente golpes y molimientos, pero Sancho, ligado también ya a Don Quijote por inquebrantables lazos, seguirá impertérrito esperando alcanzar un día la tan deseada « ínsula » a pesar de que a él, al revés que a su amo, la pelada llanura manchega en vez de castillos encantados, hermosas damas y descomunales jayanes, únicamente le mostraba destartalados mesones, polvorientos cami nos y toscos arrieros. Muchos también serian entonces los que, fatigadas del áspero bregar por los amargos mares de la vida, añorarían ínsulas solas y apartadas en las que• lejos del mundanal ruido vivir a solas con Dios, consigo mismos y con la hermosa naturaleza. Es cierto que estas ansiasde apartamiento se suelen expresar preferentemente en nuestra literatura del Siglo de Oro, en torno a la retirada vida de campo cuyos atractivos ya cantó Horacio. En efecto Fray Luis de León que, en las noches serenas, siente ardientes ansias de ir a los cielos situados más allá de las estrellas; a pleno dia, anhela huir « de aqueste mar tempestuoso » del mun danal vívir al ‘ secreto seguro, deleitoso » del huerto, del monté, de la fuente y del río, y también, ansioso de apartamiento, lanzará su mirada a las alturas. Oigamos cómo anhelantemente se dirige a las altas sierras que ve lejanas, tocando los cielos y cerrando la seria llanura salmantina: Sierra que vas al cielo altísima y que gozas del sosiego que no conoce el suelo, a donde el vulgo ciego ama el morir ardiendo en vivo fuego. Recíbeme en tu. cumbre, recíbeme, que huyo perseguido -— 36— la errada inuchedu, nbre, el trabajar perdido, la falsa paz, el mal no mere ido. Y do está más sereno el aire me coloca, mientrús curo los daños del veneno que bebí mal seguro, mientras que poco a poco borro de la memoria cuanto impreso dejó allí el vivir loco, por todo su proceso vario, entre gozo vano y caso avieso. Fray Luis de León, pues, sin saber ensoñar las horizontales le janías de las islas, cuyo acceso requiere atravesar los amargos y peligrosos desiertos del mar, buscará el sereno apartamiento de la más cercana vida campestre y de las altas cumbres; y otros, como Lope de Vega, tampoco querrán detenerse en estas ‘ islas del mar, posadas del camino » . Ahora bien, y aún cuando falten poéticas ensoñaciones de her mosas islas apartadas comparables a estas encendidas de Fray Luis de León; es lo cierto que, como vimos en Núñez de Reinoso, mu chos anhelarian apartarse a las aún más lejanas islas solas y olvi dadas entre las blandas y azules llanuras de los mares. Buen ejemplo nos ofrece de ello Cervantes quien, al final de su vida, insistentemente ensueña apartadas islas felices, llenas de ha lagos paralos sentidos todos y de quietudes y dicha buena para el espiritu. Recordemos, en efecto, cómo en su Persiles, donde se despide de todos sus amigos y lectores hasta verlos presto contentos en la otra vida » , imagina en una isla lejana el feliz amor natural, consa grado por el superior sentimiento cristiano, del español Antonio y de la hermosa isleña Hiela ( 1, VI); y cómo también en una isla feliz nos describe las más alegres y gozosas fiestas cuando nos habla de las que se celebran en la isla del Rey Policarpo ( 1, XXII). Por último, veamos cómo describe una hermosisima isla, soña da desde la fatigada nave de Periandro y, sin duda, también in tensamente ensoñada por el propio Cervantes desde los duros cami nos españoles y desde el aún más áspero vivir cotidiano que le ro deaba: — 37 — cPisamos la amenisima ribera, cuya arena... la formaban gra nos de oro y de menudas perlas. Entrando más adentro, se nos ofreció a la vista prados cuyas hierbas no eran verdes por ser hierbas sino por ser esmeraldas... Descubrimos luego una selva de árboles de diferentes géne ros, tan hermosos que nos suspendieron las almas y alegraron los sentidos. De algunos pendían ramos de rubíes que pare cían guindas o guindas que parecían ramos de rubíes; de otros pendían camuesas cuyas mejillas, la una era de rosa, la otra de finísimo topacio; de aquel se mostraban peras, cuyo olor era de Ámbar, y cuyo color de los que forma en el cielo cuan do el sol se traspone. En resolución Todas las frutas de quien tenemos noticia estaban allí a su sazón.., todo allí era primavera, todo verano, todo estío sin pesadumbre y todo otoño agradable con extremo increible. Satisfacía a todos nuestros cinco sentidos lo que mirábamos; a los ojos con la belleza y la hermosura; a los oidos, con el ruido manso de las fuentes y arroyos y con el son de los infi nitos pajarillos... al olfato, con el olor que de sí despedían las hierbas, las flores y los frutos; al gusto con la prueba que hcimos de la suavidad de ellos; al tacto con tenerlos en las manos; con que nos parecía tener en ellas las perlas del Sur, los diamantes de las Indias y el oro del Tíbar’. ( II, XVI). Pero en la España del Siglo de Oro, no solo ensoñaban y buscaban insulas’ los aquejados por el hambre y la miseria o los ansiosos de goces, oro, aventuras, honra, felicidad terrena y des cansado apartamiento. Las ínsulas también harán pensar conmovido a Fray Luis de Granada en la omnipotencia divina, por el simple y maravillo so hecho de hallarse levantadas como inverosímiles pilares cdesde el abismo profundo del agua hasta la cumbre delia’; y tan inago tables, nuevas y admirables extrañezas imaginará San Juan de la Cruz en las cínsulas » de los lejanos mares por él nunca contempla dos, que no dudará en considerarlas como significativo nombre de Dios, siempre nuevo, extraño y admirable para sus criaturas. En efecto. Comentando las canciones 13 y 14 que contienen exclamaciones de un alma, ya feliz conocedora de Dios, dice en su Cántico Espiritual: — 38 — Las insulas extrañas están ceñidas por la mar y alíende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres y, ansi, en ellas se crían y nascen cosas muy diferen tes de las de por acá, de muy extrañan maneras y virtudes nunca vistas de los hombres, que hacen gran novedad y ad miración a quien las ve. Y asi, por las grandes y admirablesnovedades y noticias ex trañas alexadas de el conocimiento común que el alma ve en en Dios, le llama ‘ ínsulas extrañas’... ... porque ( Dios) no es solamente toda la extrañeza de las ín sulas nunca vistas, pero también sus vías, consejos y obras son muy extrañas y nuevas y admirables para los hombres... De manera que no solamente los hombres, pero también los ángeles, le pueden llamar Insulas extrañas. Solo para Fi no es extraño, ni tampoco para sí es nuevo’. ( 1). Es más. Estas ‘ insulas » que tan pródigamente ofrecían al deseo español manjares, goces, riquezas, honra, aventuras y des canso, y que, admirables y extrañas, tan elocuentemente hablaban de Dios a las almas místicas, también llamarán con irresistibles voces a los sembradores de eternas cosechas. Obras, por ejemplo, como la Evangelización de Filipinas y y del Japón del franciscano Fray Marcelo de Ribadeneiia ( 1601), y la Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del Gran Reino de la China del agustino Fray Juan González de Mendoza ( 1585), claramente nos muestran a abnegados misioneros que por lejanos mares buscaban ‘ ínsulas » en las que explotar y alumbrar los ricos tesoros dé las almas infieles. Dice así Fray Marcelo, refiriéndose a la llegada a Filipinas de los primeros misioneros: ... cando llegaron a las primeras Islas Filipinas, viendo la muchedumbre de indios que salían al navío en sus barquillas a vender frutas de la tierra, considerando que aquella era la mies y tesoro de oro y plata que iban a buscar, daban por bien ( 1) Cántico Espiritual, Canc. 13 y 14 ( Vida y Obras completas de San Juan de la Cruz. BAC, Madrid 1960 p. 769) — 39 empleado el trabajo quehasta alli habían pasado, dando gra cias a Dios por haberles conservado la vida hasta entonces » . ( 1). Es decir, que también a estos sembradores ybuscadores de eternos tesoros por los hermosos campos cId espíritu, las insulas » los llamaban entonces brindándoles tan abundantes mieses y ricas minas que les harán olvidar sobradamente los fatigosos trabajos del largo caminar. Convertido, pues, entonces el mar en ancho camino de es peranza para los españoles del Siglo de Oro, innumerables fueron - los que por contrapuestos motivos al mar salieron y, asi, conjunta y fecundamente por él caminaron en busca de ínsulas » los ham brientos, los avariciosos, los deseosos de aventuras, honra y des canso, y los buscadores de celestiales riquezas, Lasnaves no dejaron huella en el mar, pero si el universal y hondo anhelo español en las nuevas tierras oceánicas que, desde entonces, saben del esfuerzo, de la lengua, de la raza y del espiritu hispánicos. ( 1) Fray Marcelo de Ribadeneira Evangelización de Filipinas y del Japón, BAC., Madrbl 1947 Cap., p. 44. — 40--- - VI LA RETIRADA Y ABANDONO DE LAS INSULAS Ahora bien. Las islas oceánicas, llamando también a las costas de otros pueblos, hacen que por su posesión se entable en el mar tan recia pelea que pronto dejarán de seducir a quienes pri mero tan anhelosamente las buscaron y tan virilmente supieron hallarlas y poseerlas. Sin querer analizar aquí toda la interesante literatura espa ñola del cdesengaflo’, tan digna de detenido estudio— desde la Epístola Moral a Fabio a Gracián, Quevedo, Martínez de Cuellar, etc.— veamos cómo ya Cervantes, genialmente se hará eco del tem prano y desengañado. retirarse español de las ‘ insulas’, cuando nos dice cómo Sancho Panza, tras solos diez días, voluntariamente se sale para siempre de la insula’. Intensas y lícitas ansias de poseer su ‘ ínsula » había alimen tado el buen Sancho pues, ‘ aunque pobre— nos dice— soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si insulas deseo, otros desean otras cosas peores; y cada cual es hijo de sus obras’, ( 1, XLVIII). Estos humanos anhelos no eran en él tan desmandados y destructores que le hicieran olvidar el bien de su alma,, y prueba es de ello lo que admirablemente dice a su amo: c... si a vuesa merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto; que más quiero un solo negro de la uña de mi alma,. que a todo mi cuerpo’. ( II, XLII1). Por ‘ solo esa disposión tan llena de sabiduría, Don Quijote le reconocerá capaz y merecedor de ser ‘ gobernador de mil ínsulas’ y, efectivamente, a todos dejará asombrados con, su humanisirno gobierno.. ‘ ‘ Mil miserias, mil trabajos y mil desasosiegos’ tuvo que sufrir Sancho Panza en el áspero y admirable gobierno de la tan ansiada ‘ ínsula’, y todos los dió por bien llevados, hasta que un intolerable atropello y burla le hicieron comprender que debía ba jarse de cias torres de la ambición’ y que le estaba mejor cseguir en el oficio para el que habLa nacidoque no, desasosegarse y des — 4.1---- vivirse en continuas defensas de ‘ ínsulas y ciudades de los enemi gos que quisieran acometerlas » . Por ello, con gran sabiduría, decide ‘ volver a su antigua li bertad » y, sin rencóres ni reproches para nadié, amistosamente se despide de todos entre la admiración y el pesar de quienes tan cruelmente con él jugaron: . Abrid camino, señores, y deiadme volver a mi antigua li bertad; dejadme que vayá a buscar la vida pasada para que me resucite de esta muerte, presente... Vuésas mércedes se que den con Dios... que desnudo nací, desnudo me, hallo, ni pierdo ni gano; quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno y • “ sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los goberna • dores » de otras insulas. » .( H, LIII). Sin blanca, en electo, entro y saho de la “ insula » el pueblo español, pero es lo. • cierto que ellas se benefiçiaron de su humanisi mo gobierno y . él, graçias a ellas, vivió los más altos y fecundos momentos de su historia. . . . . Posteriormente, mientras Robinson Crusoe logrará instalarse en, la fértil isla que cultivará duradera y eficazmente, Sancho Pan za cerrado de nuevo en su aldea, hará oidos sordos a la ‘ llamada de las ínsulas que, en 1898, pareció abandonar por completo. Durante mucho tiempo, en efecto, parece que, como escar mentados, no han. vuelto a soñar en « insulas » lejanas los ham brientos, lbs ambiciosos, los cansados del vivir cotidiano ni los an siosos de aventuras, renombre y honra. Es , niás. Hasta casi ‘ diríamos que los buscadores . de Dios tampoco gustaron de cónsiderarlo extraño, y siempre nuevo ‘ y ad mirable, sino más bien razonable y siempre conocido. Todos, aIvocsi eclusivamenteIos generosos buscadores de eternas cosechas, que tenazmeñte continuaron: salieñdo a las más lejanas regiones, parece cómo si prefirieran retirarse a descan sar en la familiar y conocida, aunque pobre y áspera realidad cer cana y cotidiana. , ‘“ : ‘ ‘ ‘ Ulirnamnte, Don Quijote y Sancho Panza se han movido inquietos en su aldea, y claras señalés ha’’ n” dd’o de tornar ‘ a cabal gar. Es cierto que hoy ya no se buscan islas por las superticies dilatadas del mar, ‘ sino astrós por’éifirmameiitó; pero la sana y ro- —‘ 42-— busta esperanza humana siempre buscará fecundamente terrenas ínsulas » o estrellas, máxime alimentando la certeza de que, mu cho mas allá de todas ellas, existen otros cielos que sólo tras la muerte se podrán contemplar. Sin querer enjuiciar este fenómeno, lo que si quiero consta tar es que el antiguo ensueño y la épica búsqueda española de ‘ insulas » no dejó exclusivamente la honda y hermósa huella his tórica y literaria, que aquí hemos considerado, ni los setenta nom bres de islas que llevan otrás tantas calles madrileñas. ( 1). ( 1) Claró que los viajes a las últimas islas Cuba y Filipinas) y la nueva sensibilidad ante el paisaje marinero, hicieron nuevamente de las islas interesan te tema literario. El enfoque que dé las mismrs se. hace es, sin embargo, de carácter muy diverso al aquí considerado y, por ello, sin querer estudiar ahora dicha litera tura, bástenos transcribir, por su gran belleza, parte de la hermosa composición que a las islaa dedica Salinas en El Contemplado ( 1946): “‘ Las islas, qué felices son las islas! — Altas cunas, los riscos. ¡ Bien naci das.— Torva guardia les hacen soledades,— ventorros, nubes grises. Niñas, cimas. En luz, en aire tibio, en ave8, sueñan, — las del mundo de abaj9, maravillas... Bajan sin. prisa— en sosegadas curvas, verdeciéndose .— Cuando tocan el valle to do es claro — Estrenan encantadas sus bellezas...— Se. detienen las islasa sombra das, — al llegar a los bordes de su vida. — Qué tierra es ésta, suya, y toda nue va?... Empieza aquí — un mundo sin otoño y sin ceniza.. - Todo alegre se rinde, cielo, espacio:— ¡ Imposible esçapar a tanta dicha! — Esta blancura alzada, ¿ es de la espuma o aleteo de ángeles que invitan?— Jnvitan, sí, a las isla8 - son sus án. geles—- a dejarse su tierra en las orillas a un porvenir de azules — paraisos—... Si, la tierrá se acaba algo se empieza,— las olas que sin pausa se lo afirman, — añgélicas sirenas, les áonvencen.— Y ellas arena abajo se deslizan.— Los ojos se equivocan en las playas: se figuran que así mueren las islas. Fingida muerte es. Van a su cielo:— su cielo el mar, que azul, cielo duplica... Así hundidas las islas, el mar se hermosea como en Calderón con gracias. terrestres, y continUa el poeta: .. Innumerablesgracias por el agua— señas son de las gracias sumergi das.— Si ya noquedan hojas’ en sus álamos, — No son hojas las ondas que rebri llan? — El canto dc los pájaros que fueron— las olas en susurro lo terminan... Y ese verdor que el agua .. transparenta— es de arcadia que. abajo se eter. niza— en ‘ los hondos - del mar. viven, salvadas,— almas verdes, las almas. de las islas. Poesías completus, ( Edit Aguilar, Madrid 1955, p. 308 y sgs) - - — 43— VII TROZOS DE ESPAÑA HECHOS ISLAS AFORTIJNADAS El mito de las cinsulas se vivió en España tan intensa y fer cundamente que trozos entrañables de España se hicieron islas y así, las Baleares en el Mediterráneo y las Canarias en el Atlántico serán para siempre harras hermosas de la épica y fecunda boda de España con el mar. Dejando ahora a un lado las isÍas Baleares, resulta interesan te observar, de un lado cómo los escritores españoles de Canarias; tenazmente expresan la conciencia de hallarse en las antiguamen te soñadas Islas Afortunadas y, del otro, cómo estas islas se hacen tan plenamente españolas, que también ellas ensoñarán y busca rán su propia ínsula: la inaccesible isla de San Borondón. En efecto. Dejando ahora a un lado al francés Juan V de Bethencourt, a los italianos Tasso y Torriani e incluso a Lope de Vega que nunca las visitó, escritores residentes en Canarias o bíen conocedores de ellas como Antonio de Viana, Alonso de Espinosa., Abreu Galindo, Núñez de la Peña, Cairasco de Figueroa Viera y Clavijo etc., nos dejan las más hermoseadas descripciones de estas Islas Afortunadas. Todos ellos, en efecto, coinciden no solo en esforzarse por demostrar que estas Islas Canarias son las antiguas islas Afortuna das o Campos Eliseos de Homero. Píndaro, Horacio o Plutarco, si no también en resaltar las delicias de su clima, la frondosidad y vatiedad de sus bosques, la riqueza de sus tierras, la abundancia de su agua y la bondad de los primitivos habitantes. Veamos cómo en Antonio de Viana, junto a la suavidad del ( 1) Véase: Le Canarjen, texto de Juan V de Bethencoúrt, Edic. de Serra Rafols y A. . Cioraneseu, La Laguna- Las Palmas, 1959- 1960. L Torriani Descrip ción de las Islas Canarias. Trad. y edie. de A. Cioranescu, Santa Cruz de Te nerife 1959. Tasso, se ocupa de las Islas Afortunadas en su Jerusalén Libertada, XV, 35.36, y para Lope de Vega puede verse: Andrés de Lorenzo - Cáceres Las’ Canarias de Lope, La Laguna 1935 yS de la Nuez Caballero Las Canarias. en Lope de Vega, Las Palmas 1964 Véase también, José Perdomo Garcia Las Canarias en la Literatura caballeresca. ( Rey, de Historia, La Laguna, 19. u.° 60.) — 44 clima, carencia de animales dañinos y presencia de aves cantoras, descuella la impresionante enumeración de árboles y flores: De bien afortunadas justo título le dieron, por hallarlas regaladas, de muy templados y suaves aires, de tierras gruesas en labraise fáciles, esmaltadas con flores aromáticis, y con dátiles dulces coronadas No hallaron en ellas añirnales dañosos porque nunca los criaron Por sus aires volavan varias aves de música sonora, y muchedumbre de aquellos vocingleros pajaruelos que por Canarios los conoce el inundo. Producen sus espesos y altos montes álamos, cedros, lauros y cipreses, palmas, lignáloles, robles, pinos, lentiscos, barbusanos, palos blancos, viñátigos, y tiles, hayas, brezos, aceb tiches, tabaibas y cardones, granados, escobones, y los dragos cuya resma o sangre es utilisima. Tienen grandes arroyos de aguas claias con cuyo riego yervas olorosas brotan y esparcen matizadas flores, el poleo vicioso, el blando heno, el fresco trd bol, torongil, asándar, el hinojo entallado, y el maestranzo, sube la yedra, y el jdzmtn se enreda y se entreteje la violeta, y hacen un bello tornasol con alelíes en los espesos y frondosos árboles. Llamáronlas los Campos Elíseos, diciendo, que el terreno Paraiso del ímpetu del golfo y mar cubierto entre ellas tiene su glorióso sitio. ( 1) ( 1) Antigüedades de las Islas Afortunadas, Sevilla 1604. ( Edit. de San ta Cruz de Tenerife 1854 Canto 1, p. 12 y sgs.) — 45 — Menos frecuente es que resalten las extrañezas naturales pe ro, por ejemplo, Fray Alonso de Espinosa, tras describir la fertilidad, frescura y abundancia de maravillosos árboles de Tenerile, dice que, antes de que vinieran los conquistadores, engendró fuego: ‘ que rebosó por algunas partes de ella y corrió como ríos caudalosos por diversas partes, y así se ve el rastro que el fue go dejó y las piedras y tierra abrasada sin provecho; de donde tomaron los autores antiguos, motivos de llamar a estas islas Isla del Infierno, por el fuego que de sí echaba » . Describe luego la explosión de un volcán en La Palma, vis to por él en 1585, y concluye diciendo: « Tiene esta isla ( Tenerife) otra propiedad, que no cría ni consiente en sí animal alguno ponzoñoso, como es víbora, cu lebra, alacrán, lagarto, salvo unas ciertas arañas que picando hacen daño » ( 1) Análoga idealización de estas islas se observa enla literatu ra canaria posterior, que exalta también la bondad de sus anti guo habitantes, y esctitores canarios o en Canarias residentes du rante más o menos tiempo como Unamuno, Tomás Morales, Alonso Quesada, Gutiérrez Arbelo, Luis Diego Cuscoy, Carmen Laforet, Criado del Val, etc. siguen alabando la belleza y excelencias de es tas breves tierras y de los mares que las rodean. Sin querer deténérnos en toda esta literatura, bástenos traer aquí la siguiente anónima canción, como testimonio de la concien cia que de ser Islas Afortunadas también actualmente expresan los músicos, pintores y poetas de estas maravillosas islas: Siete islas de esmeralda y oró, que como un tesoro vqila un volcán. Nacidas de un beso que la prima verá un día pusiera en el ancho mar. Paraíso, tras de la costa bravía que, como gala, Dios quiso poner en la tierra mía. ( 1) Fray Alonso de Espinosa Historia de Nuestra Señora de la Cande aria, Edic. Goya, Santa Cruz de Tenerife, 1952, Cap. 3.’ p 30.31. 46 Cualquiera que conozca el maravilloso paisaje canario, y so bre todo su amable vivir, se explica que los antiguos aqui pusieran la mansión de la esperada eterna felicidad, y también se explica que aún hoy siga identificándose la actual realidad isleña con el viejo mito de las Islas Afortunadas que, según el propio Viera y Clavijo, en forma alguna podían hallarse en las heladas y obscuras regiones septentrionales. Viéndolas, en efecto, envueltas y casi confundidas con el cielo y con el mar y, resplandecientes de sol, nada nos extraña que los antiguos creyeran que aquí se hallaban los Campos Elíseos, pues que ellas mismas parecen estar situadas en los cielos. Ahora bien. Más que por el sol y por el mar que también rodean otras tierras hermosas de áspero vivir intratable, el subyu gante atractivo de las Canarias radica fundamentalmente en el amable vivir que aquí, en un clima privilegiado, se disfruta. Porque, efectivamente, cristianizados desde el S. XV los be néficos gigantes guanches, y convertidas desde entonces en man sión de cristianos y caballeros, las Canarias hoy, no por su oio ni plata, sino por hermosas, alegres, soleadas, hospitalarias, cristiá nas y caballerescas, tornan a levantarse como verdaderas Islas Afortunadas que, no después de la muerte, sino en la presente vi da, se pueden hallar sobre el mar. Es decir. Que de hermoso mito han pasado a aun más her mosa realidad que seductoramente convoca hombres de las más alejadas regiones que a ellas llegan en busca de sol y de so siego. ( 1) ( 1) Alberto Navarro Las Islas Afortunadas ( Naturaleza, Mito y Rea lidad), La Laguna de Tenerife 1961. — 47 — VIII SAN BORONPO1N, I1NSULA PELAS ISLAS CANARIAS Y tan plenamente españolas se hicieron estas Islas Canarias que, como antes decíamos, también ellas ensoñarán y animosa mente buscarán su propia ínsula: la inaccesible Isla de San Boron dón. La creencia y búsqueda de esta octava Isla Canaria se apoya originariamente en la leyenda medieval de San Brandán, pero di cha leyenda se va a actualizar y vitalizar aquí de nueva y original manera. En efecto. La leyenda medievtl y religiosa de San Brandán imaginaba desde frías y nubosas islas septentrionales otras lejanas y extrañas, situadas en mares soleados; mientras que la fantástica islá canaria de San Borondón la van a ensoñar y buscar, en plena edad moderna, hombres ( le islas luminosas que, por cercanos y bri llantes mares, anhelaban encontrar, sin graves riesgos ni aventuras, una isla hermana, no hallada y dificilmente accesible, que en oca siones se mostraba clara y tentadora a los ojos isleños. Sabido es que la leyenda de San Brandán, de lejano origen irlandés, se extiende por la Europa cristiana medieval, fundamen talmente a través de las diversas versiones de la Navigatio Saneti Brandani, cruzándose y enriqueciéndose con otras leyendas insu lares clásicas y orientales ( Isla Aprosita, Antilia, de las Siete Ciuda des, de los Carneros, etc) Ya dijimos que la literatura medieval española se hace es caso eco de esta leyenda pero que, a fines del S. XV, el viajero fla menco Eustache de la Fosse recoge la viva creencia portuguesa y y española en una Isla Encantada, que solo se mostrará cuando Es paña entera torne a la fe católica, y que, por el tratado de Evora ( 1519), el rey de Portugal cedeiá al de Castilla sus derechos a una isla Non Trubada o Encantada. En relación con la citada leyenda medieval, y para ver las fundamentales diferencias existentes entre la misma y la isla cana ria de San Borondón, recordemos cómo el escueto relato de Raoul de Olaber ( 1047) expone que, yendo San Brandán con sus compa — 48 — ñeros a lomos de la movible isla- ballena en que habían desinbar cado, pasan ‘ a lo largo de los mares » hasta que: ‘ Por fin, llegaron a una isla mucho más bella que todas las otras y que presentaba una multitud de delicias diversas; los árboles y los pájaros que contenía les parecieron también de naturaleza nueva y de una nueva forma. El santo hombre desembarcó y encontró allí gran número de monjes. o mejor dicho, de anacoretas, cuya vida y costumbres eran más santas y más sublimes que las de los otros mortales. Se le hizó, así como a sus compañeros, la acogida más tier na, se quedaron alli para instruirse, por los buenos oficios de sus huéspedes, en una multitud de verdades relativas a la sal vación; después emprendieron la vuelta a su patria y contaron a su retorno este maravilloso descubrimiento » . Las clásicas versiones de la Naulgatio recogerán múltiples leyendas y mitos oceánicos de diverso origen, describiendo el paso de San Brandán por la 4Isla Deliciosa » , la ‘ Isla de los Pájaros » oyendo a los cuales los años pasan como minutos la ‘ Isla de los Carneros » , la ‘ Isla Rocallosa » , con lavas y cíclopes, y la ‘ Isia del Infierno » llameante como una hoguera: hacia el Sur, la Isla Redon da » , habitada por un único ermitaño, y la ‘ Isla de los Santos » , para llegar a la cual es preciso atravesar las más negras tinieblas y. donde cuarenta días duran lo que uno solo. ( 1) Estos relatos legendarios y otros aun más fantásticos, ya en plena edad Media, serán reputados como apócrifos y mentirosos por Vicente Beauvais ( Speculum Storiale, Lib. XXI, Cap. 81) y por muchos otros autores. Por el contrario, la Isla de San Borondón, octava isla canaria tenazmente buscada por las naves isleñas durante dos siglos, va a ser una nueva creación del anhelo insular, basada muy fundamen talmente en una realidad sensíble, que poco tiene que ver ya con esta ‘ odisea monástica » y con el espíritu ascétcó, apostólico y he róico de que está impregnada. En efecto. La Isla de San Borondón, al revés que las extra ( 1) Véase Eloy Benito Ruano La Leyenda de San Brandán, Rev. de Historia » La Laguna 1951. — 49 — ñas islas visitadas por el monje irlandés, es isla hermana y real mente visible, aunque dificultosamente hallable, de la que ya con fusamente hablaron los antiguos. Su existencia real y cercana está ahora testimoniada, sobre todo, por relatos de numerosos testigos presenciales contemporá neos ( marineros portugueses y franceses, e inclúso hidalgos espa ñoles) y porque, como dice el propio Torriani a finales del S. XVI: Nadie duda que por este gran mar Océano se hallan toda via más islas desconocidas que, hasta ahora, no se han encon trado por no haberse recorrido por todas sus partes » . ( 1) • ¿ Y cómo era esta cercana y no halhda oclava isla canaria, se parada y oculta de sus otras siete hermanas afortunadas que, sin du da, vió San Brandán? La isla, cómo todas las restantes canarias, carece de oro y plata, y tampoco muestra asombrosas extrañezas y encantamientos incompatibles con la claridad de estos mares soleados y cálidos. Menos aún se relacionará con el Paraiso Terrenal que nun ca gustaron de buscar los hombres españoles, más atentos a la ctie rra terrenal » o al otro real y eterno Paraiso, situado fuera del espa cio, y que solo podrá visitarse tras la muerte. Es cierto que en sus playas se han visto huellas de gigantes pero, más que de sus habitantes, se hablará de su fertilidad y ri queza. Fertilidad y riqueza, precisamente de cosas de las que las Islas canarias no andarían ya tan sobradas como decía la fama continental: árboles, agua dulce y animales domésticos. Y lo que, sobre todo, distingue a esta anhelada isla inacce sible de todas sus restantes compañeras, es la presencia en ella de un ancho río que la cruza de parte a parte; de un río bordeado de espesas arboledas y altas montañas, sin duda parecido a los más hermosos y lejanos ríos peninsulares. Así la dibuja Torriani, que además le añade las siete ciuda des cristianas de Antilia; así la describen los marineros portugue sesque en 1525 la vieron atravesada por un río y llena de árboles () Leonardo Torriani, Descripciones e historia del reino de las Islas Canarias, Edie. de A. Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife 1959, Apdndice, Cap. I, p. 24O. • — 50 — muy grandes y espesos » , y el hidalgo español Ceballos, que hacia 1554 la visitó varias veces, también dice « que hasta el mar llegaban las espesísimas selvas, llenas de infinidad de pájaros, tan simplés que se dejaban coger con las manos » . En 1556, el franciscano Fray Baltasar Casanova « vió esta isla con dos montañas muy altas » ; de ríos y corrientes marinas que vedan el acceso a la isla habla en 1569 el canario Marcos Verde y, todavía en 1759, otro franciscano nos dice que, estando en La Go mera, con el horizonte tan claro que resplandecía como el oro en el cristal., teniendo presente al mismo tiempo la del Hierro, vi una y otra de un mismo color y semblante, y se me figuró mirando por un anteojo muchas arboledas en una degollada » . ( 1) Por último, veamos cómo extensa y deliciosamente habla de esta real isla inaccesible el frarciscano Abreu Galindo en su Historia de la conquista de las Siete Islas Canarias. Allí, aportando autoridades antiguas, verídicos testimonios de contemporáneos y todos los « científicos » argumentos de su leal saber y entender, deÍenderá tenazmente y con amables palabras la creencia en la real y próxima Isla de San Borondón, isla que no es mero « arrumazón o acumulación, de celajes » sino « en realidad de verdadera tierra » , aunque tiene « por dificultoso que se pueda hallar por no saber cómo tiene colocadas las puntas, para saber como co rren en ellas las aguas y poderles hurtar la corriente para ser seño res de la navegación » Es más, manejando cuidadosamente los compases sobre una buena carta geográfica, él ha averiguado la latitud de la isla: « Para averiguar la altura de esta isla, voy corriendo las pun tas de los compases por los dichos dos rumbos; y donde se vie nen a encontrar las otras dos puntas de los compases, allí es el punto de latitud. Las cuales puntas hallo que se vienen a juntar en veintinueve grados y treinta minutos de latitud... Solamente me puedo engañar en la longitud, que saco por la fantasía ( que’ dicen los mareantes) de las apariencias que ( 1) Vid » Leonardo Torriani, Ob. Cit pag. 253 y sgs- y Viera y Clavijo Noti cias de la Historia General de las Islas de Canaria, Madrid 17’? 2, Lib. 1. Cap. XXVIII p. 81. 51 — hace esta isla, que da muestras de estar 40 leguas, poco más o menos de La Palma’. ( 1) Ante tan numerosas y evidentes pruebás: Quién será tan pertinaz que, conjeturando. las razones que tengo ciadas, y viendo que ha tantos años que de esta isla se - hace mención, como se ve en Tolomeo... no acabe de entender que es tierra y no celajes que aparecen?’ Con plena razón, pues, concluye: ‘ Digo en fin, a mi juicio ( salvo otro mejor), que hay esta is la de San Borondón; la cual tecgo por dificultoso que se pue da hallar... Y a las cosas que consisten en la voluntad divina, como es esta de no querer que se descubra, no hay qúe poner imposi bilidad ni maravilla para dudarlo, sino para engrandecerlo que, pues así lo ordena el Señor, no carece de misterio’. Ahora bien, y ello es interesantísimo y muy digno de tener se en cuenta, esta isla o1o se ve ‘ en día claro y sereno, cuando venta el poniente’ pues, como las espesas arboledas ‘ que casi na cen a la orilla del már » arrojan muchas ‘ fumosidades » « por esta causa no se ve todas veces, y está ocultada, salvo en días serenos del estío y al trasponerse del sol, que los vapores están tan consu midos y gastados, que no pueden subir para interponerse entre nuestra vista y esta isla » . Quien conozca cómo por estos lugares atlanticos, mar, nu bes e islas, se confunden bajo el brillante abrazo del sol, no se ex trañará de que las rasas y luminosas llanuras del Océano brinda ran al ensueño del contemplador isleño el espejismo marinero de una isla cercana, hermosa y compañera y tampoco le extrañará la arraigada creencia del buen fraile franciscano y de tantos y tan tos paisanos suyos. La capacidad de esperar y creer era entonces grande, y grande también la animosidad de la sana y robusta raza hispana para lanzarse a tratar de ‘ engrandecerlos » , buscando y conquis ( 1) Fray J de Abren Galindo, Historia de la conquista de las siete is las de. Canaria, Edie. de A. Cioranescu Santa Çruz de Tenerife, 1955, Lib. Tercero y último. — 52 — tando, los misterios y extrañezas naturales que Dios había puesto por mares y tierras y, así, atrevidos navegantes isleños una y otra vez saldrán animosamente en busca de la oculta isla hermana. En efecto. En 1527 salen a buscarla Fernando de Troya y Fernando de Alvarez; tres naves marcharán en 1570 a las órdenes de Fernando de Villalobos, y solo mar y cielo hallaron en 1604 Gaspar Pérez y el franciscano Fray Lorenzo Pinedo cuando la bus caron. Tales desengaños, no fueron suficientes para matar la espe ranza canaria y, todavía en 1721, el buen Capitán General D. Juan de Mur y Aguerre, ante la calamitosa hambre que aquejaba a la pro vincia, organiza otra cuarta expedición, si bien ahora no la enco mendará ‘ a ningún Don Quijote de ultramar como otras veces, si no a un sujeto de pericia » , el capitán D. Gaspar Domínguez a quien acompañaban el dominico Fray, Pedro Conde y el franciscano Fray Francisco del Christo. ( 1) Nada hallaron tampoco los ‘ ilustrados » navegantes canarios del XVIII y, así, las repetidas infructuosas expediciones, y las bue nas razones de Feijóo y de Viera y Clavijo, deshicieron para siem pre la isleña creencia en ‘ la isla de San Borondón que, desde en tonces, quedó convertida en yana y estéril nube, en el mar. Nó ha vuelto a reverdecer en las Islas Canarias esta ‘ mono manía por deformar la realidad), que así definirá tajantemente Chi! y Naranjo en el S. XIX ‘ la hermosa y pertinaz esperanza de hallar otra isla que acompañe a las solas siete Islas Canarias. Sin embargo, aun el cancionero isleño recuerda la maravi llosa isla- nube de San Borondón que, de vez en cuando, todavía viene a mostrarse a estas Islas Canarias que, solas y hermosas, alegran las inacabables llanuras del Atlántico: San Boróndón, San Borondón • . por la sirena, por su canción, • Que suenen tambores guanches y canten las caracolas, • que la isla misteriosa ( 1) Vid B. Bonnet Rever6n La Isla de San Borondón, Rev. de Historia t. IIyIIl. • — 53— se divisa entre las olas. Que San Borondón ya viene, dibujándose en la bruma, como si fuera una reina con su cortejo de espuma. Y cuentan los que te vieron que quien te quiso alcanzar tan solo encontró una nube meciéndose sobre el mar. ¡ San Borondón, San Borondón! ¿ Dónde escondiste mi corazón? Y, como al hablar de las perdidas « ínsulas’ españolas, tam bién aquí podemos decir que, si ya las breves Islas Canarias no buscan la antigua isla- nube, cercana y difícilmente hallable de San Borondon, en ellas sigue latiendo, esperanzado y vivo, un co razón que animosamente se lanza a buscar por otras tierras y otros mares amable compañia. — 54 — INDICE Pgs. Introducción 1. La Isslas en la Antigüedad 1 .2 II. La Isnsulas de los Libros Caballerescos 15 III. Las Insulas de la Novela simbólico- amorosa de aventuras . . 21 IV. E elncuentro con las reales Islas Oceánicas . 24 y. E vl ivo mito español de cias insulas’ . . 33 VI. La retirada y abandono de cias insulas » . . 41 VII. Trozos de España hechos Islas Afortunadas . 46 VIII. San Borondón, cinsula » de las Islas Canarias . 48 — 55 — 4 / Imp, Pérez Baldós - Buenos Aires, 36 Depósito Legal 6. C. 526
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Calificación | |
Título y subtítulo | El mito marinero de las insulas |
Autor principal | Navarro González, Alberto |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Las Palmas de Gran Canaria |
Editorial | Cabildo Insular de Gran Canaria |
Fecha | 1964 |
Páginas | 57 p. |
Formato Digital | |
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Texto | -: J — .2 — ALERTO NAVARRO GONZALEZ M EL MITO MARINERO DE LAS INSULAS EXCMO. CABILDO INSULAR DE GRAN CANARIA LAS PALMAS DE GRAN CANARIA MCMLXIV IUOTCA LAS PMAS DE G. CANAA A las Islas anaras, one naderon mis hijos, Alberfo José y María Pilar, y donde he ido quince aflos, « Las insulas extra has están cehidas por el mar y aliende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comuniccción de los hombres y, ansi, en ellas se crían y nascen cosas muy di ferentes de las de por acá, de muy extra ¡ Tas maneras y virtudes nunca vistas de los hom bres, que hacen gran novedad y admiración a quien las ve » . ( San Juan de la Cruz, Cántico Espirituali) « Mire vuestra merced, señor caballero an dante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar por grande que sea » . ( Cervantes, « Don Quijote de la Mancha.) INTRODUCCION Cuando hace más de quince años vine a vivir a estas islas, las Canarias eran para mi un nombre que vagamente me hablaba de una desdibujada geografía y de una serie de datos y noticias fami liares a los peninsulares. A lo largo de todos estos años, el nombre se me ha ido trocan do en realidad viva y, hasta casi diría que, en carne y sangre de mi espíritu, pues que no creo que yo haya pasado por Canarias ni Ca narias por mi, como barco por el mar, sin dejar huella. Al contrario. De un lado, la vida y el paisaje canarios ha ido calando y actuando en mi, fecunda y benignamente, y del otro, rai ces mías cada vez más hondas y entrañables han ido arraigando en esta tierra privilegiada en la que nacieron dos de mis hijos y en la que día a día he bregado, conociendo y cosechando como todos, éxitos y contratiempos, esperanzas, desilusiones y realidades. Por ello, creo que si un día tuviera que ausentarme, mucho mío quedaría en las Islas Canarias y mi nave también marcharía carga da de imborrables recuerdos y realidades. Durante estos quince años he vivido en La Laguna, blanéa Liudad hidalga que vive y sueña entre los verdes muros de sus mon tes y el lejano horizonte de un mar musical. Ciudad que, con su si lencio casi solo roto por campanas y por el gozoso estrépito de las fiestas del Cristo y de la Romería de San Benito, aún recuerda los mágicos fondos de la antigua laguna trasparente que, un día, tal vez las nubes llevaron de nuevo a los cielos, o tal vez la tierra cir cundante bebió para vestirse de verde. Ahora bien. Si todo este tiempo he vivido en La Laguna, el cargo de Rector de su Universidad que durante estos doce últimos años he ejercido, me ha proporcionado frecuentes ocasiones de vi — 9—— sitar las siete Islas C- inarias, a todas las cuales un mismo sol y mar embellecen y fecundan. Para cada una de ellas hay, ya en mí, nombres significa tivos y propios, alguno de los cuales tuve ocasión de expresar ha blando de Tenerife. ( 1) Refiriéndome hoy concretamente a Gran Canaria, yo jamás ol vidaré que ella fué la primer tierra canaria que vi y conocí. Nunca, en efecto, se me borrará del recuerdo aquella mañana del año 1949 en que, asomándome desde el barco, vi aparecer a lo léjos, en medio de la rasa llanura azul, el confuso y silencioso perfil de Gran Canaria, la primer isla que en mi vida veía. Aquella indecisa y callada silueta, envuelta por el cielo y por el mar, lentamente fue creciendo y dibujándose con claridad, y nuevos rumores fueron sustituyendo el insistente sonido de las olas y del viento que en el viaje nos había acompañado. Inmediatamente vino el inolvidable paseo por la isla que me proporcionó la amable y alegre hospitalidad de los amigos que me esperaban y, desde entonces, incesantemente ha ido creciendo mi conocimiento y unión con la maravillosa isla. Hoy, en efecto, Gran Canaria ya no es para mi el nombre frío de una isla atlántica sino una querida geografía bien conocida y entrañablemente prendida en mi vida y mi recuerdo, y también campo donde me ha tocado laborar durante años en un quehacer fecundo. Gran Canaria es ya para mi, Las Palmas con su renovada y moderna estructura de gran ciudad creciente, sus centros culturales, su puerto repleto de barcos que llevan banderas de los más lejanos paises, y sus playas mimadas por el sol y por el mar Es para mi, Gran Canaria, las cumbres soleadas y verdes, situadas entre el cielo y el mar; la Cruz de Tejeda con todo el ma ravilloso paisaje que desde ella se divisa, y el silencioso Roque Nublo, erguido sobre la isla como misterioso obelisco levantado por antiguos gigantes desconocidos y benéficos. Y también Gran Canaria es ya para mí, la extraña Caldera de Bar; dama, la tierra oscura del Monte sobre la que surgen verdes ( 1) Vid. Las Islas ifortunadas. ( Naturaleza, Mito y Realidad). La Laguna 1961. — parras, los pinares de Tamadabá que desde lo alto se asoman al mar, los hermosos y verdes barrancos de Moya y Agaete, las blan cas ciudades de Gáldar y Guia; Arucas con su Iglesia catedralicia y el valle transformado por el trabajo isleño, Teror con sus verdes alrededores y famoso santuario, TeIde con sus africanas palmeras, el Sur con sus callados pueblos y extensas solédades, las playas de Maspalomas, desierto y oasis junto al mar, Valleseco y San Mateo, hermoso paisaje de árboles frutales, y tantos otros lugares que re petida y pausadamente he contemplado. Por último, unidos para siempre estarán en mial nombre de Oran Canaria, las maravillosas danzas y canciones por las que habla el alma de esta isla levantada en medio de la sonora llanura del Atlántico, y el grupo de amigos que he tenido la fortuna de hallar. Creo que lo expuesto hasta aqui explicará la satisfacción con que acepté la invitación de mi querido amigo Federico Diaz Bertra na, entusiasta y eficaz Presidente del Cabildo Insular, para que in terviniera en los actos celebrados con motivo del Cincuentenario de la Ley Fundacional de los Cabildos Insulares. Ahora que, si Dios quiere, me ausentará pronto de las islas, el Cabildo desea publicar aquella Conferencia pronunciada el año 1962, y yo aprovecho esta oportunidad para ampliar considerable mente las ideas que entonces expuse. Como recuerdo mio y homen e agradecido a las Islas Canarias tan pródigas y hospitalarias, y tan hondamente unidas a mi vida y, especialmente, como recuerdo y homenaje a Oran Canaria, la pri mer isla que en mi vida vi, voy a tratar de un tema de mi especia lidid relacionado con mi conocimiento y experiencia de las islas. Voy a tratar del mito de las insulas » que tan arrollado ramente actuó durante cerca de dos siglos en el vivir español. De un mito que, aunque eminentemente marinero, debe tanto a los hombres de las costas como a los que desde ias anchas y du ras tierras continentales, lejanamente ensoñaron y también busca ron estas hermosas hijas del mar. — 11— 1 LAS ISLAS EN LA ANTIGUEDAD De islas ricas y lejanas, confusamente imaginadas, ya nos habla la Biblia, pero será la literatura griega la primera que sepa expre sar el irresistible hechizo de estas breves tierras que se levantan extrañas y tentadoras por las dilatadas llanuras del mar. En efecto. Sin salir del Mediterráneo, Ulises vagará entre her mosas islas acogedoras o por otras seductoras y temerosas que ha bitan mostruosos hijos de Poseidón, la maga Circe, Scila y Caribdis y las temibles Sirenas de mortal canto. También relatos filosóficos, de carácter más o menos realista o simbólico, hablan de inaccesibles tierras oceánicas fértiles y hermo sas, habitadas por pueblos felices diversos a los griegos, como la Atlántida, Pancaya y la Isla de los Afortunados. Sin traer Equí los conocidos pasajes platónicos, relativos a la Atlántida, veamos cómo Píndaro ensueña la feliz Isla de los Afor tunados: « Los que logran conservar su alma completamente alejada de la injusticia, recorren el camino de Zeus que lleva a la to rre de Cronos. Allí las auras oceánicas soplan sobre la isla de los afortuna dos. La flor de oro florece, bien en tierras en árboles mag nificas, bien producida por el mar. Con ellas trenzan guirnal. das para sus brazos y diademas, bajo el gobierno justo de Radamanto » ( 01 II, 123- 137). Es decir, que la Isla de los Afortunados, más que una terrena realidad concretamente localizada y accesible a las naves griegas, parece el celeste suelo, aunque situado en el ignoto Océano, que solo tras la muerte podrán hollar quienes hubieran conservado « su alma completamente alejada de la injusticia » . Siglos después, y desde el áspero fragor de las guerras conti nentales, asi ensoñaba también Horacio las Islas Afortunadas a las que se sabía ya realmente accesibles y habitadas por ‘ una raza piadosa » : « Nos espera el Océano circundador del mundo.., busquemos las — 12 — islas ricas, donde la tierra sin arar rinde trigo cada año y está en ciernes la no podada viña.. y de los montes delga da el agua se desliza con su pie fresco y sonoro.., allí andan las cabras sin dueño.., ni el vespertino oso ronda bramando los apriscos ni se oculta en la tierra el nido de la víbora. Ningún contagio daña allí al rebaño.. ni el Euro acuoso des troza la tierra con torrenciales lluvias, ni el árido terrón abrasa nunca la simiente pingue, porque el rey celeste atempera to dos los extremos... Júpiter segregó estas riberas y las reservó para una raza piadosa, cuando manchó de bronce la edad de oro » . ( 1) ( Epo dos, XVI). Junto a estos filosóficos y poéticos textos relativos a extrañas islas oceánicas, mansión feliz de los justos,. también la literatura de viajes que criticará Luciano de Samosata en sus Historias verda deras, hablará de otras islas — desde la feliz Taprobana a lá helada Tyle— en la que se encuentran fabulosas riquezas e inverosímiles fenómenos de la vida y de ] a naturaleza como el « pulmón marino » , las noches de varios meses, etc. etc. Así mismo, y ya en época romana, las novelas de amor y aventuras ( Heliodoro, Aquiles Tacio, etc.,) harán vivir a sus héroes ( 1) Véase la descripción que de las rslas Atlánticas Afortunadas trascribe Plutarco cuando narra la vida de Sertorio: » ‘ Encontrose Sertorio con unos navegantes que acababan de llegar de las Islas Atlánticas. Estas islas son dos, separadas por un estrecho br. szo de mar y distantes de las costas de Africa casi dos mil estadios Llámanse Afortunadas y experimentan lluvias muy suaves y periódicas Sus vientos son benignos y tal vez lluviosos. Su suelo es feraz no solo para la siembra y el plantío, sino tembién para aquellas producciones en que no se emplea la in dustria y que no obstante son abundantes y suficientes para sustentar un pueblo ocioso Cubre a estas islas una atmósfera tan tranquila que casi no son de conside ración sus alteraciones y variedades porque como los vientos meridionales reca lan allá después de haber corrido por unos espacios de tierra muy vastos, llegan cansados y muy destruidos, y los que se levantan del mar, aunque acarrean al gunas lluvias, son benignas y escasas, de forma que las más veces se nutren es pontáneamente los campos a expensas de los rocíos, serenos y humedades que los refrigeran. Así, hasta entre las naciones bárbaras y remotas ha llegado y prevalecido la opinión de que este es el lugar de los Campos Elíseos, y el domicilio de los bienaventurados, tan decantado en las obras de Homero » . — — maravillosas peripecias por islas desconocidas, felices o temerosas.. Por último, los geógrafos, especialmente Plinio, al describir detalladamente las islas, situarán en ellas extraños y fantásticos fe nómenos, especies y riquezas; y será precisamente el español San Isidoro quien, en el Capítulo VI del Libro XIV de sus Eliinologías, trasmitirá a la Edad Media cristiana la mejor y más conocida des cripción compendiada de las mismas Dice allí, en efecto, que las islas « se llaman así porque están in salo, esto es, en el mar » , y ordenadamente habla de las que se-hallan en el Océano para tratar a continuación de las otras que se-encuentran en el Mare Magnum, desde el Helesponto hasta Cádiz. Su descripción es de « científico » y no de filósofo o poeta y, así, deshará los helénicos mitos, tanto de islas oceánicas como medite-rráneas, pero lo que no puede deshacer es la creencia en los. extra-ños fenómenos que, según « verídicos escritores » ,, existen en las lejanas tierras del mar. Según San Isidoro, tres claros grupos existen de Islas Oceánicas.. Constituyen el primero y más extraño, las Islas de los fríos mares norteños ( Britannia, Thanatos, Thyle, Orcadas, y Scotia) que muestran fenómenos tan extraños como carecer de animales vene-nosos, tener días y noches diversos a los nuestros o hallarse rodea das por un mar « lento y perezoso » . El segundo y más hermoso está formado por las Islas del Atlántico Africano ( Qadis, Fortunatae, Gorgadas y Hespérides), islas tan favorecidas por el sol y por el mar que, según los antiguos poetas, aquí se hallaba la soñada mansión de la eterna felicidad. Por último, las Islas del Océano Indico ( Chryse, Argire, Tapro-bana y Tylos) asombran por la extraordinaria abundancia de plata, oro y piedras preciosas, asi como por la presencia de animales y-plantas de inverosímiles especies. En cuanto a las Islas Mediterráneas, también ofrecen maravi— llas y extrañezas, asombrosas para los hombres continentales. Así, unas como Chipre, Creta, Coos y Rhodos poseen o pose-yeron admirables obras del ingenio humano; otras como Citera,. Naxos, Samos y Sicilia fueron cuna o mansión de antiguas divini-dades o extraños mostruos; las hay que arrojan luego ( Lípari, Es trómboli, Hefestia) y también extrañezas diversas aparecen en otras más cercanas como Córcega e Ibiza. — 14— II LAS INSULAS DE LOS LIBROS CABALLERESCOS Entrando ya en la Literatura medieval española, bien pode clemos afirmar que el mito español de las insulas » se formará más en torno a las lejanas islas oceánicas que sobre estas otras cercanas y conocidas del Mediterráneo. En efecto. Vedado durante siglos el Mediterráneo helénico y santo a las invadidas tierras españolas, los hombres catalano- ara goneses, desde mediados del siglo XIII, irán entablando creciente contacto con diversas islas mediterráneas. De ellas nos dejaron más o menos librescas o realistas des cripciones la General Estoria, el Libro del conoscimiento de lo-dos los reynos, el Mapamundi isidoriano de García de Medina, Mosén Diego de Galera, Juan de Mena, Juan de Padilla, Pero Ta fur, Ruy González de Clavijo, etc. ( 1) También en el Mediterráneo se situarán numerosas islas que aparecen en los libros caballerescos ( Tirant lo Blanch, Amadís de Gaula, etc.) y en las novelas simbólico- amorosas de aventuras; e incluso el mortal duelo con el turco hará vivir y morir a numero sos españoles en las breves y soleadas islas mediterráneas que, ló . gicamente inspirarán una importante literatura. Ahora bien, gran parte de las islas mediterráneas que apare cen en los citados libros novelescos, si situadas en el claro Medite rráneo, son hermanas de las otras dichosas o encantadas del Océano. De otro lado; las islas mediterráneas que de forma realista describen, primero, Pero Tafur y Ruy González de Clavijo, y luego Cervantes, Céspedes y Meneses, el Capitán Contreras, etc., aunque • a veces arrojen fuego o muestren maravillas antiguas, aparecen como tierras similares a las continentales, y su atractivo o pavor no viene inspirado por extrañas realidades insulares ( recuérdese lo que de la Isla de Lampedusa dice el Capitán Contreras), sino por la seguridad, descanso o peligro que ofrecen nombres tan familia- ( 1) Vid. mi libro El Mar en la Litertura Medieval Castellana. Uní versidad de La Laguna. 1962. — 15 — res y significativos entonces como Rodas, Malta, los Gelves, For mentera, Ibiza, etc., islas en las que tantos españoles hallaron la salvación, la gloria, el cautiverio o la muerte. Dejando, pues, ahora a un lado las islas mediterráneas, hay que reconocer que, para la formación del español mito de las ín sulas » , tuvo fundamental importancia la citada literatura antigua transmitida a lo largo de la Edad Media por San Jsidoro y Otros diversos autores, así como por los posteriores relatos simbólico-amorosos de aventuras que más adelante veremos ( 1) Ahora bien, si imprescindibles y fundamentales son las citadas influencias helénicas— y no se olvide que la palabra • ínsula » es un cultismo— creo que otra nueva y extraña literatura inspirada en las nubosas islas y costas de los mares septentrionales, asi co mo el libro del también norteño Mandeville, será decisiva para que despierten dormidos ensueños españoles con la descripción de una maravillosa geografía, pródiga en fenómenos irresistiblemente seductores para los hombres de las secas y claras tierras peninsu lares. ( 1) Ya, en mi citado libro El Mar en la Literatura Medieval Castella na, he recogido las principales descripciones de islas que aparecen en dicha li teratura, y aquí nos limitamos a transcribir dos de ellas que consideramos espe cialmente significativas. £ n el siglo XIV, refiriéndose a las ínsulas de los fríos mares norteños, decía el autor del Libro del conoscimiento de todos los reynos: “ e en esta isla es vn gran lago de agua que dizen lago afortunado porque ri bera del fueron fechos muchos encantamientos antiguamense... enesta isla hi. bernia avia arboles que la fruta que llenan eran aues muy gordas e estas eran muy sabrosas de comer quier cocidas, quier asadas e en esta isla son los ornes de muy grand vida que algunos delios binen dozientos años y son nacidos e cria dos de manera que non pueden morir de mientra que están en la ysla e quando son muy flacos de virtud sacanlos de la isla e mueren luego. Et en esta isla non ay culebras nin bivoras nin sapos nin moscas am arañas nin otra cosa veninosa » . ( Edie. de Jiménez de la Espada, Madrid 1877, p. 19 sgs) A mediados del siglo XV, así decía García de Medina: Et deuedes saver que ay otros muchos lugares et por algunas yslas que son mucho espantosas et mucho asperas por frio; por viento et son lugares que ar den et fieruen por fuego; por piedra sufre Et son lugares de pena et de cueua para los pecadores » . ( Libro que compuso Sant Isidoro que se llama Mapa mundi, Edi. de Antonio Blázquez y Delgado, Madrid 1908, p, 155). — 16— En efecto. Los libros caballerescos, en los que también apare - cen elementos de la « materia mediterránea y oriental » , hablan in ; sistenteniente de « insulas » y lagos llenos de inquietantes portentos, asi como de espesas selvas y encantados castillos de maravillosa - factura, por los que hermosas damas y valientes caballeros viven las más subyugantes aventuras del amor y del valor entre jayanes, - dragones y sabios encantadores. Don Quijote, caminando por la reseca llanura manchega a ple no cielo, soleado y despejado de nubes, y a plena tierra, desnuda - de umbría vegetación, preferirá hacer vagar su generoso anhelo - caballeresco por entre encantados castillos y selvas, y aiin por las negras entrañas de la tierra ( bajada a la cueva de Montesinos), aparentemente olvidado de las extrañas insulas y lagos. Insulas y lagos había, sin embargo, en su fantasía, y mucho más en la « mollera » y en el alma de muchísimos españoles como el sencillo Sancho, quien sin querer ni saber andar pór encantados — castillos o selvas, insistentemente soñaba con poseer una « ínsula » . Breves y extrañas tierras rodeadas de mar eran las « insulas » - como breves y dormidas porciones de . mar rodeadas de tierra eran los lagos, y lógico es que ámbos se o& ecieran como suelo de un seductor vivir terreno, alejado y diverso del duro y prosaico bregar de los hombres peninsulares. Ahora bien. Mientras los mágicos fondos inaccesibles de los lagos se consideraban como diabólica tentación de iniciar inquie tante e imposible existencia, vedada al cristiano; las ínsulas, por el - contrario, con su suelo firme aunque encantado y extraño, seduci rán brindando aventuras, riqueza y felicidad nuevas al audaz que se atreva a vencer los riesgos cJe los mares y los feroces jayanes o mágicos encantamientos que las tiranizan o guardan. En efecto. Ya en el Cavallero Cifar aparece el temeroso Lago - de la Traición, en cuyos prohibidos fondos encantados se sitúan portentos análogos a los del zamorano Lago de Sanabria, y de sus negras profundidades acabará saliendo como de una moledora pesadilla el Caballero atrevido que, al revés que el Beowulf anglo-sajón, no realizará allí ninguna gloriosa gesta En cambio, en el mismo libro se nos presentan las maravillo - sas Insulas Dotadas, ínsulas de dicha ensoñada a lasque solo una - vez se puede aportar en sutil bajel y que, hasta en el necio que no supo habitarlas, dejarán para siempre imborrable recuerdo y nos — 17— talgia, junto con la soberana realidad de un precioso hijo: Fortu nato. Posteriores libros caballerescos tornarán a ocuparse de ‘ Lagos Fervientes » y ‘ Damas del Lago— recuérdese la mención que de ellos hará Don Quijote al final de la Primera Parte — pero, dejando a un lado el aspecto temeroso y torvo que por lo general ofrecen, sus silenciosas profundidades, y las de los mares, seducirán aún menos que las misteriosas entrañas de la tierra. ( 1) No ocurre así con las insulas que, apareciendo en numerosos escritores, llegarán hasta perder su significación geográfica de tie rra rodeada de agua, para convertirse en vivo símbolo de una soña da felicidad que la tierra y la realidad cotidiana no pueden dar. Concretándonos ahora a los libros caballerescos, resulta irtere sante observar que circunstancia común a la mayoría de las insú las que allí aparecen será la de que, para poder acceder a las mis mas y gozar de sus mejores secretos y encantos, se hará preciso no solo afrontar los riesgos del mar sino vencer los jayanes o monstruos que las tiranizan, o superar difíciles pruebas. Es decir, que las más hermosas hijas del mar uuicamente en tregarán sus recatados tesoros a los nobles y cristianos caballeros, y a las dueñas y doncellas sobresalientes en valor, hermosura y virtud. Sin necesidad de traer aquí todas las ínsulas de que hablan los libros caballerescos, veamos los principales tipos que de ellas nos ofrece el Amadís. Claro caso de ‘ ínsula temerosa » hallamos, por ejemplo, en aquella « Insola Triste » , ‘ muy poblada de árboles e tierra hermosa pero en la que « pasa de quince años que no entró en ella caballe ro ni dueña ni doncella que no fuesen muertos » por el gigante Madarque que allí vivía con su hermana Andandona, aún más cruel y enemiga de cristianos que el propio Madarque. La pobre ínsula, al fin, podrá disfrutar de sus encantos y brin-darlos acogedera a los navegantes, tras el vencimiento del jayán por Amadís que le perdonará la vida, ‘ pues lo que yo de ti quiero es que seas cristiano é mantengas tú e todos los tuyos esta ley » ( Lib. III, Cap. 3). ( 1) Bajadas a los fondos subacuáticos pueden verse, por ejemplo, en la Segunda Parte del Lazarillo, en las Noches de Invierno de Eslava y en la Je rusalén conquistada de Lope de Vega. — 18 — Más significativo ejemplo de hermosa isla tiranizada diabóli camente hasta la llegada del valiente y cristiano caballero que la libere y torne a su prístina bellez, es la « Jnsola del Diablo » a la que « una bestia fiera toda la había despoblado » . Esta fiera inaudita que estropeaba la ínsula éra el Endriago, monstruoso engendro del gigante Bandaguido y de su propia hija Bandaguida. Ser desaforado y horripilante que se había criado con leche de bestias, tras matar emponzoñadas y destrozadas a tres amas, se ha llaba poseido por el diablo, y su descripción parece inspirada en los volcanes que con su fuego destrozan la hermosura de las islas: « El Endriago venía tan sañw’o, echando por la boca humo mezclado con llamas de fuego, e firiendo los dientes uno con otro, faciendo gran espuma e faciendo crujir las conchas e las alas tan fuertemente que gran espanto era de lo ver., oyen do los silbos e las espanlosas voces roncas que daba... hechó un fuego por la boca con un humo tan negro, que apenas se podían ver » . ( Lib. III., Cap. II). Frente a estas insulas, en si hermosas y tentadoras pero que, dominadas por jayanes y monstruos, languidecen esperando la lle gada de nobles caballeros; el Amadís nos presenta otras entera mente benignas y seductoras. Tal es, por ejemplo, la « Insula de la Torre Bermeja » que: « , es la más fructífera de todas las cosas, así frutá de todas naturas, como de todas las más preciadas y estimadas especias del mundo, e por esta causa hay en ella muchos mercaderes e otros infinitos que seguros a ella vienen » . También la domina un gigante, Balán, hilo del bravo Madan fahul, pero « su condición e maneras.., es muy diversa e contraria a la de los otros gigantes que de natura son soberbios e follones, y éste no lo es, antes muy sosegado e muy verdadefo en todas sus cosas » . Es más, esta ínsula como otras mediterráneas que sedujeron a los cruzados norteños, junto a sus excelencias naturales posee otras hijas del ingenio humano e incluso valiosas reliquias y recuerdos cristianos: « Amadís la miraba é parecíale muy fermosa, así la tierra de es — 19 — pesas montañas... como el asiento del alcazar con sus muy fermosas e fuertes torres, especial aquella Bermeja.. que era la mayor y de más extraña piedra hecha que en el mundo se po dia fallar... el primer fundador de la torre.., fue Josefo el hijo-de Josef Abarimatia, que el Santo Grial trajo a Oran Bretaña » .. Mayores maravillas ofrecía aún la « Insula Firme » , encantada por Apolidón que en ella vivió durante dieciseis años las mayores dichas del amor con la princesa Orimanesa. Lugares que fueron testigo de tan leal y feliz amor no deberán ser profanados por la presencia de vulgares damas y caballeros y, asi, solo podrán atravesar con éxito el « arco de los leales amado res » y morar en la « cámara encantada » los caballeras que pasen a Apolidón en toda « bondad » y las damas que también superen en hermosura a ( irimanesa. Otras insulas extraílas y diversas aparecen. en el Amadís y en los restantes libros caballerescos, como aquel alto peñasco, levanta do en medio del mar, en el que Galaz vid desde lejos a Caifás, con denado a permanecer allí sin poder morir ni vivir con los de-- más: « ... un día... falláronse en la ribera del mar cabe una peña es trecha, y era tan alta e aguda que semejava que tenía con las nuues, e auía en aquella peña muchos árboles... Y ellos que la estauan assí mirando, vieron en ella... un hombre viejo, que no ay honbre que no dixesse que en el’ mundo no auía honbre tan viejo; e auia la cabeça tan blanca como la nieue; e los cabellos tan luengos, que le dauan por’ tierra » . ( 1) Ahora bien. Por lo general, todas se asemejan a las ya citadas islas hermosas, tiranizadas o encantadas, cuyo disfrute exige ven-cer crueles jayanes o pruebas dificultosas. Recuérdense, por ejemplo, la « Insula del Gigante » ( Tristán de Leonís, Cap. XXI y sgs.), la « Insula Peligrosa » y la « Insula Profun da » ( Palmerín de Inglaterra, Lib. 1, Cap. LVI y sgs. y Lib. II, Cap XVI y XIX). ( 1) Demanda del Santo Grial, Cap. CcXXV JN, BAE t,, 6. » , p. 246. — 20 — III LAS INSULAS DE LA NOVELA SIMBOLICO- AMOROSA DE AVENTURAS Otros tipos diversos de insulas hallamos, desde mediados del siglo XVI, en los relatos simbólico- amorosos de aventuras. También aparecen en ellos ínsulas temerosas » pero el temor que inspiran, más que a jayanes, encantamientos y mostruOs, se debe a extraños fenómenos de la naturaleza que en ellas aparecen o a la presencia de corsarios y salvajes. Así, Cervantes nos habla en su Persile. s de extrañas y temero sas islas norteñas como aquella de los Lobos desde la que en la noche oyen hablar a uno de ellos, la Isla de los Bárbaros que apre saban y mataban a todo hombre que a ella arribara, y aquellas otras islas heladas y solas como Qolandia, tan solas que hasta ca recían de aves. Por su parte, y de acuerdo con antiguas descripciones de islas volcáninas, veamos cómo describe Núñez de Reinoso la temerosa lnsula de la Crueldad’ en su Clareo y Flor/ sea: ‘... vimos de lejos una ínsula, la cual parecía tan escura, que la noche no lo es tanto: parecía que unos humos negros de azufre salían de ella; las casas y arboledas eran todas negras y de negra color; las aguas que por ella corrían eran todas de color de sangre; oianse grandes y dolorosos gritos y grandes alaridos que ponían espanto a los que los oían’ ( 1) Pero junto a estas ínsulas temerosas, y en mayor número que ellas, hallamos otras felices que brindan descanso a los cansados • de la fastidiosa mar » . Islas que, a diferencia de las caballerescas, carecen de encan tados castillos y maravillosas extrañezas, pero que se muestran irresistiblemente subyugadoras por la fertilidad y belleza de los ( 1) Clareo y Florisea, BAE, t. IlI.° Cap, X, p. 439. — 21 — campos y, sobre todo, por las cultas y pacificas maneras de sus ha bitantes. A este género pertenecen, por ejemplo; la « Insula Deleitosa> y la 4nsula de la Vida » que aparecen en Clareo y Florisea « . . una mañana, ya que el sol esparcia sus claros rayos por toda la tierra, vieron de lejos una hermosa insula, llena de muy hermosas y ricas casas, tan copiosa de arboledas y gran des campiñas, que gran contento daba a los ojos que la mi raban, y ponia gran deseo a los navegantes de ver tierra que tan hermosa parecía. ( Cap. II, 433). ... vimos una muy hermosa ínsula poblada toda de hermosas casas y grandes arboledas... demás de la ínsula de ser la más fértil y abundosa que en aquellas partes ni en otras se podía hallar, que las gentes que allí habitaban eran las más avisa das y cortesanas que en el mundo hallarse podían, y de me jory más suave conversación; y que ansi los que entre ellas moraban se podían decir vivir, holgar y tener placer y con tento. porque quien no trata entre gente sabia, siempre muere y nunca vive.> ( Cap. IX p. 441) Es más. En estos relatos tornamos a hallar, actualizada desde la nueva circunstancia española, la ensoñación de la utópica isla afortunada en la que, lejos de los cuidados terrenos, se podía llevar existencia paradisíaca en contacto con una hermosa y benigna na turaleza. Veamos cómo la « Insula Pastoril> que aparece en el último ca pitulo del Clareo y Florisea, claramente testimonia el vivo ensueño español despertado con relatos antiguos y más aún con la nueva posibilidad de acceder a apartadas insulas venturosas, desde la áspera y belicosa existencia cotidiana: « Entrando por aquellas tierras, cansado de la mar, aportó a unos valles sombríos, a los cuales unas altas sierras cerca ban y dellas claras aguas corrían, y los valles eran todos lle nos de altos árboles, debajo de los cuales pasában unos man— sos arroyos y había muchas fuentes que de verdes y floridos. sauces estaban cubiertas y de blancas pedrezuelas ornadas. Había por aquellos valles muchos pastores., sin de otra cosa. ninguna tener cuidado ni pena ni desasosiego, durmiendo a placer sin tener cuenta con la corte de los altos príncipes y poderosos señores ni de sus mudables favores, abrazados sola— mente con aquella deleitosa y suave soledad... — 22— ... no les daba cuidado el conquistar reinos, adquirir ciuda des, vencer batallas, desear señoríos, querer mandar, bus car Indias, servir al inundo, perder la vida, destruir el alma. Estábanse alli viendo cómo salía el claro y rojo Apolo y có mo se ponía y, llegado en poniente, mostraba Diana su her mosura y agraciada cara, y cómo se descubren las lindas estre llas, y alegrándose cuando viene el verano vestido con capa de mil colores y coronado de diversas y varias flores. No vamos a estudiar nosotros aquí, cuánto deban todas estas descripciones a los antiguos libros caballerescos y bizantinos, o en qué medida les fuentes clásicas y norteñas se hallan actualizadas y modificadas por el nuevo y vivo anhelo español de las ínsulas o por la real brega entre ellas ( Recuérdese, por ejemplo, que el duelo con el turco actualizará el tema del cautiverio por corsarios, tan frecuen1es en los relatos simbólico- amorosos de aventuras). Pero, aún sin entrar en ello, lo que sí resulta evidente es que dichas numerosas descripciones de ínsulas temerosas, encantadas o. felices, hablan claramente de un extenso público que gustaba de ellas y en el que debieron fomentar el deseo por acceder a reales insulas extrañas y lejanas. — 23 — Iv EL ENCUENTRO ESPAÑOL CON LAS REALES ISLAS OCEANICAS Ahora bien. Si el surgimiento y robusto crecimiento del mito español de cias insulas » debe mucho a las citadas influencias lite rarias, clásicas y norteñas, creo que aún debe más a la real e inaca bable búsqueda y encuentro sobre el mar de las numerosas y ricas islas oceánicas. En efecto. La salida de Castilla al Estrecho, los viajes a Cana rias y a las costas occidentales africanas, la intervención en la Guerra de los Cien Años, el comercio con Flandes, la pesca del bacalao y la ballena, y las andanzas bélicas y comerciales de cata lanes y aragoneses, fueron poniendo en creciente contacto a los hombres de las tierras peninsulares con las otras breves y extrañas que contemplaban por mares lejanos Ciertamente que no surge ahora en la Península Ibérica ningu na leyenda insular comparable a la maravillosa de San Brandán, de la que precisamente se hace escaso eco la literatura medieval española. Ahora bien. En el S. XV hallamos claros testimonios del cre ciente interés que iban despertando las extrañas insulas norteñas y más aán las ricas e innumerables ínsulas indias y las otras Afor tunadas y perdidas del Atlántico. ( 1) Bástenos recordar aquí, cómo Diego de Valera, para informar a la joven Reina Doña Isabel sobre las extrañezas que por todas partes se contaban de las Indias lejanas y de sus innumerables insulas, recogerá en su Ghróntca abreulada ( 1487) todos los anti guos y nuevos relatos referentes a las mismas. Por su parte, García de Medina ya no se limitará como el San Isidoro de las Etimologías a hablarnos de las Islas Afortunadas, Espérides y Gorgadas, sino que también citará otras islas, solas y perdidas, corno las que visitó San Borondón y la Atlántida: ( 1) Véase mi citado libro El Mar en la Literatura Medieval Castellana. — 24--- « Isla Espéride.. aqui son los huertos do son los arboles qúe llevan las mançanas de óro Et es ay wi diagon muy grande syn mesura Et muy espantable; es tal que nunca duerme.. Et segun que dice Piaton allende destas yslas fue una gran ysla que se sumio con su pueblo Et fue gran lago... . era tan grande que mayor espaçio terna que atrica et europa’ ( 1) Otrosi en el mar Oceano ay otra ysla que dicen perdita..: Et esta tierra es muy rrica Et muy abastada de todas las cosas del mundo Et es muy viçiosa sobre todas las tierras del. mun do Et a esta tierra dísen perdita porque quando la buscan non la fallan Et non la pueden fallar sinon es por aventura Et a aquesta tierra vino san Brandan’. ( Id. p. 149). Más elocuente es aún el , testimónió del viajero flanmenco Eustache de la Fosse quien, a finales del siglo XV, nos infórma de la viva creencia pottuguesa y española en unas islas perdidas y encantadds que solo se mostrarán de nuevo cuando España entera vuelva a la salvadora fe catolica « ... y . navegando vimos muchas aves vólar; y decían nuestros marineros que estas aves venian de unas islas encantadas las cuales nunca se veían porque un Obispo de Portugal... con to dos aquellos que le quisieron seguir .. en tiempos de Carlomag no... las encantó... y que jamás se mostrarian a nadie hasta que todas las Españas vuelvan a nuestra buena té católica’. ( 2).. Es decir, qüe por un mar ancho y nunca navegado, corno hoy lós astros mñs cercanos por e! espacio, entonces se ofrecían al en süeño y al deséo españoles y portugueses, islas solas y perdidas, incitando a un vivir nuevo y prometedor. La irresIstible y subyugadora llamada de las insulas resonará tanhermosa e insistente por las duras y soleadas tierras peninsula ( 1) Libro que compusoSan Isidoro que se llama Mapa mundi, Edi ción de Antonio Blázquez , y Delgado, Madrid 1908, p. 128. ( 2) Voyage a lacote occidentale d’Afrique en Portugal et en Es pagne ( 1479- 80), Edie. dé Foulché I) elbosc, París 1897, p. 20, Naturalmente, que esta creencia hay que relacionarla con las legendarias islas & prosita., “ Antilia.., de « San Borond6n y « de las Siete Ciudades, así como con la « Isla Non Trubada » o Encantada’ cuyos derechos cederá el. Rey de Por tugal al de Castilla en el Tratado de Evora ( 1519). . : — 25- res que, arrastrado por ella, un pueblo robusto y sano aventurará su recia humanidad sobre el inseguro suelo de los mares. En efecto. En manos de los Católicos Reyes estaba el deshacer el viejo encantamiento de las insulas perdidas y, he aquí que mientras las huestes cristianas entran en la hermosa vega granadi na, también el Atlántico abre ante Castilla el completo jardín de-las Canarias y el acceso a las innumerables y ricas ínsulas de las- Indias. Desde esos años y a lo largo de todo el siglo XVI, hostiles la mayor parte de las islas mediterráneas y de las otras frías y nubo-sas del Norte, audaces naves españolas y portuguesas, espantando para siempre el fiero dragón del Océano custodio, llevarían innu merables hombres anhelantes de comenzar esperanzadorarnente nueva y feliz existencia en las pródigas insulas lejanas. Su brillante y nueva hermosura maravillosa, su fertilidad y ri queza inauditas, y sus sencillos e inofensivos habitantes, ofuscarán las extrañezas de las encantadas ínsulasr norteñas y las de las claras. y cultivadas del Mediterráneo, y veamos cómo esta nueva y real geografía estrena también nombresy descripciones nuevos. Refiriéndose a las Canarias, el Canciller Ayala se había unu— tado a reseñar sus nombres y a presentarlas como próvechosas y-fáciles de cónquistar. Hernando del Pulgar, en cambio, se detendrá a hablarnós de-estos hermosos y fecundos campos de los mares, habitados por una raza inteligente, religiosa y desconocedora del oro amarillo y de las. mortíferas armas europeas: Las gentes que allí moran no se vestían ropas de lana, sal— no pellejos de animales, ni tenían fierro; e defendíanse con piedras e con varas de árboles, que aguçauan con piedras agu das... Morauan en choças e remadas de arboles, que les defen-dian del feruor del sol e de las aguas. E labrauan la tierra con. cuernos de vacas, e con poca labor cogian mucho fruto, por la gran fertilidad de la tierra. Su creencia era en vn solo Dios de-lo alto; e tenían vn lugar do facían oraçión, e su fin era regar aquel lugar donde oravan con leche de cabras que tenían apar tadas, e criauan para sólo aquello » . ( 1) ( 1) Crónica de los Reyes Católicos, Edic. de Juan de Mata Carriazo,. Espasa. Calpe, Madrid 1943, t. 1, Cap. XLV, p. 332.333. — 26 — Hernando del Pulgar, junto a la riqueza buena y fácil de las islas, ha resaltado el pacifico y suave vivir de sus moradores. Vea mos ahora, cómo Andrés Bernáldez nos hablará detalladamente de las hermosuras y rica abundancia de estas tierras atlánticas que : tambjén muestran algunas extrañezas naturales comparables a las dé otras mediterráneas o indias: Oran Canaria es luego, que es grande isla, muy virtuosa de muchas aguas e nos dulces, é muchos cañaverales de azucar, é tierra de mucho pan, trigo, é cebada, é vino, é higuerales, é muchas palmas de dátiles, é es tierra para muchas plantas, tie ne buenas viñas é muchos conejos... Tenerife es luego que es tierra muy virtuosa de pan y gana dos, y de aguas dulces, donde hay una sierra de las más altas del mundo, que ven encima de ella algunas veces arder llamas de fuego como hace el Monjebel en Cecilia; es grande isla... es tierra de mucho pan... é muy aparejada para plantar viñas e huertas é todas las otras cosas necesarias á la vida de los hom bres... En esta isla ( Hierro) hay una gran maravilla de las del mun do, que el pueblo bebe del agua que un arbol suda por las hojas’. ( 1). Es decir que, a propósito de las Canarias, primer jardin de islas que Castilla cultivó, los primeÉos cronistas no nos hablan de dra gones y gigantes ni tampoco de aureas manzanas o pasmosas ex tnañezis naturales. Los cronistas, por el contrario, como dirigiéndose a un sano pueblo campesino hecho a la duray amorosa lucha con la tierra, detalladamente describen amables hermosuras y riquezas naturales: la tierra fértil, los árboles frutales, el agua dulce, los sencillos y pa cificos habitantes y la pródiga abundancia de todas las cosas ne cesarias a la vida de los hombres. Ahora bien. No todos los españoles de entonces se satisfacían con el venturoso y pacifico vivir que estas hijas del sol y del mar brindaban y, asi, muchisimos continuarán la dura navegación sobre ios revueltos campos del Océano, en busca de las más lejanas y riquisimas ínsulas indias, abundantes en oro, plata, piedras precio sas y árboles de valiosas especies. ( 1) Historia de los Reyes Católicos, Cap. LXIV, BAE, t. LXX, p. 612. — 27— Veamos cómo también Andrés Bernáldez no se cansara de des cribir una y otra vez las maravillosas islas americanas que, como benéficas sirenas, llamaban desde lejos alas naves españolas que gozosas y deslumbradas por vez primera llegaban hasta ellas. Estas descripciones, más que en las insulas norteñas y heléni cas, parecen inspiradas en las de antiguós Jugares amenos y para disíacos pero, concretos detalles y alusiones a reales y conocidos paisajes y. fenómenos, les dan nuevo encanto y las presentan como frescas y acce3ibles realidades: ... todas las otras y esta, vieron ser hrmosisimas a maravi lla.., las tierras de ella son altas y en ellas hay muy altas sie rras y montañas hermosas y de mil hechuras, todas andables y llenas de árboles, de mil hechuras y naturas, muy altos, que parece llegan al cielo, creo que jamás pierden la hoja, segáu por ellos parecía, que era en el tiempocuando aquí es invierno, que todos los árbolespierden la hoja, e allá estaban todos co mo están acá en el mes de Mayo; y de ellos estaban floridos, y de ellos en sus frutos y granas; y allí en aquellas arboledas cantaban el ruiseñor y Otros pájaros en las montañas en el mes de Noviembre como hacen acá en Mayo; allí hay palmas de seis y siete maneras, que es admiración verlas, por la. diversi dad de ellas; de las frutas, árboles, yerbas que en ella hay es maravilla; hay en ella pinares, vegas y campiñas muy grandi simas; los árboles y frutas son como los de acá; hay minas de metales de oró. ... La Isla Española, a quien los indios llaman Haití, es entre las otras ya dichas como oro entre plata; es muy grande, e muy fermosa, de árboles, de nos, de montes, de campos, es de muy fermosos mares e puertos » . ( CXVIII, 658- 659). Más adelante dice: Otro día al salir el sol miraron de encima del mastelero y vieron la mar llena de islas a todos cuatro vientos: y todas ver des y llenas de árboles, la cosá más ferínosa que ojos vieron y el tiempo para navegar entre ellas siempre se ] o dió Dios bueno, que corrían los návíos por aquel! os mares que parecía que volaban... ., ... y descansaron allí todos en las yerbas de aquellas fuentes, y al olor de las flores, que allí se sentía maravilloso, y al dulzor del cantar de los pajaritos, tantos eran y tan suaves, y la som — 28 — bra de aquellas palmas tan grandes y tan fermosas, que era • maravilla verlo uno y lo otro.. y siempre la tierra era en aque • ha hermosura y los campos. muy verdes y llenos de infinitas uvas y tan coloradas como escarlatas, y en todas partes por allí había el olor de las flores y el cantar de los pájaros muy suave, lo cual todos vieron . y sintieron, en cuantas islas por allí llega ron, y porque eran tantas que no se podían en singular nom brar cada una, púsoles el Almirante por nombre el Jardín de la Reyna.’ ( CXXVII 672). Y veamos algunas otras descripciones de estas nuevas divini ‘ dades de las aguas que, sin necesidad apenas de mostrar oro, lan zaban irresistibles llamadas a los sentidos y anhelos de los atrevi . dos y fatigados navegantes españoles. c... luego otro día por la mañana partieron para ‘ otra isla... y llegaron allá hacia la parte de una gran montaña que parecia que quería llegar al cielo, en módio de la cual montaña estaba un picó más alto que toda la otra montaña, de la cual se ver tian a diversas partes aguas muchas... que de tres leguas pare-cia un golpe de agua tan gordo como un buey, que se despe fiaba tan alto como si cayera del cielo., y. era muy fermosa cosa de ver, y muy maravillosa, de tan pequeño lugar como nacía tan gran golpe de agua y de cuan alto se despeñaba » . ( CXIX, 661). ... y él fué a surjir a un lugar que puso nombre Santa Gloria, por la estrema hermosura de su gloriosa tierra, por que ningu i’ia comparación tiene a ella las huertas de Valencia ni de otra parte y esto es en toda la isla ( Jamaica » . ( CXXV, 671). Tan pródigas son estas gloriosas » tierras y tan dulces e insis lentes voces dan a quienes ante ellas pasan, que hasta alegran con su música y perfume extensas ‘ porciones de los mares que las ro ‘ dean: ‘... y estuvieron una noche allí a la cuerda pairando, que no les parecía una hora de mano por el suavisimo olor que de la tierra venia, y el cantar ‘ de los pájaros y de los indios, que era muy maravilloso y contentable’. ( CXXIV, 670). En aquella tierra los árboles y las yerbas llevan dos veces en el año truto, esto se supo y experimentó por verdad, de los cuales muy suavísimo olor salía, que alcanzaba en gran parte a la mar. » — 29. — Por último, años más adelante, Juan de Castellanos así descri be las islas que, femeninamente engalanadas, muestran sus joyas y hermosuras a las fatigadas y audaces naves españolas que por vez primera las contemplan: Diciendo van aquello que veían haciendo con las manos dulces señas, los árboles sus ramos descubrían, vianse las montañas y las breñas, sonaban ya las hondas que herían los cóncavos y huecos de las peñas, ven prados y frescuras ser amenas, ven blanquear las playas con arenas. Colgaban de las rocas ornamentos de yerbas diferentes en verdores, dulces aguas y claros nacimientos, que formaban murmurios y clamores, de tofos, socarreras y aposentos, descansos cte los indios labradores, con otras cosas más de gentileza, según quiso pintar naturaleza. Muchas ninfas andaban por las aguas nadando, los cabellos esparcidos, e indios en canoas y piraguas de sus arcos y flechas pioveídos. Por gran contentamiento se tenía mirar tales verduras y decoro, mas fué mucho mayor el alegría de ver que descubrían joyas de oro. ( 1) Como puede verse, tampoco hay en estas insulas encantados castillos, desaforados jayanes, hermosas princesas ni todas aquellas extrañezas de las insulas mediterráneas y norteñas. ( 1) Elegías de varones ilustres de Indias Elegía, 1 , Canto 1V o, RAE p. 13 y 14. — 30 — Es más, tampoco se encuentra en ellas abundante oro y plata como en Argire y Chrise. Ahora bien. Tan seductoras, accesibles y reales sé. muestran entonces estas nuevas ínsulas oceánicas, que éllas y las afortunadas Islas Canarias, más que las otras de la literatura helénica y andan tesca, serán las que de verdad sacarán de su aldea al sencillo San cho y las que harán salir también enloquecidos á los encerrados hidalgos lugareños. La historia y la literatura claramente manifiestan que esta in contenible ansia de cinsulas » encendió y trastornó el vivir español con una intensidad raras veces igualada por ningún otro pueblo. En testimonio de ello bástenos oir al Maestro Fernán Pérez de Oliva, al Maestro Fray Luis de León y al prologuista de la primera edición francesa del Arte cte Navegar de Pedro de Medina. Asi decía, en efecto, a principios del siglo XVI, Fernán Pérez de Oliva en su Razonamiento sobre la navegación del Guadal quivir: Vosotros, pues, señores, aparejaos ya a la gran fortuna de Es paña que viene.. De estas islas han de venir tantos navíos cargados de rique zas, y tantos irán, que pienso que señal han de hacer en las aguas del mar’. ( 1) Años más adelante, así decía Fray Luis de León en su Exposi ción del Libro de Job: cY lo divide, dice, del pueblo peregrino, esto es de los espa ñoles, que entre todas las naciones e señalan en peregrinar, navegando muy lejos de sus tierras y casas, tanto que con sus navegaciones rodearon el mundo » . ( 2) Por último, veamos cómo se expresa el francés Nicolás Nicolai ( 1) Las Obras del Maestro Fernán Pérez de Oliva, Madrid 1787, p. 10 y sgs. ( 2) Obras Completas Castellanas, BAC., Madrid 1951, Cap. XXVIII, p. 1.1110. — 31 en el Prólogo a la citada traducción del Arte de navegar de Pedro de Medina: iOh feliz nación española cuan digna eres de loor en este mundo, que ningún peligro de muerte, ningún temor de hambre ni de sed, ni de otros innumerables trabajos han tenido fuerza para que hayais dejado de circundar y navegar la mayor parte del mundo; por mares jamús surcados y por tierras desconoci. das de que nunca se ha oido hablar; y esto solo por estímulo de la fé y de la virtud; que es po cierto una cosa tan grande que los antiguos ni la vieron ni la pensaron y por imposible tu— vieron! » — 32 — y EL VIVO MITO ESPAÑOL DE LAS INSULAS Arnoid J. Toynbee abiertamente reconoce que no fue el mero afán de oro el principal y único móvil de la asombrosa colonización española y portuguesa: Los portugueses y los españóles que constituyeron la prime ra ola de los conquistadorés occidentales del mundo, estaban empujados no solo por sil ambición de ganar riquezas y poder, sino también por el anhelo de propagar el cristianismo... ... el celo con que emprendieron su obré misionera se inspira ba en sentimientos sinceros y desinteresados, como queda de mostrado por el hecho de que continuaran evangelizando, aún cuando ello iba manifiestamente en detrimento de sus intereses económicos y políticos. En este punto, la primera ola de conquistadores portugueses y españoles contrasta notablemente con la segunda ola de con quistadores occidentales, representada por holandeses y britá nicos... Los constructores de imperios de la segunda ola, protestan tes cristianos occidentales, subordinaron deliberadamente su obra de misión de religiosa a consideraciones comerciales y políticas, y desalentaron y pusieron obstáculos a sus propios misioneros cuando estos crearon dificultades al comercio y a la administración » . ( 1) Sus afirmaciones nos parecen evidentes, y comprensibles las apasionadas animosidades que divulgaron la burda explicación de la colonización española y portuguesa a base de ansias de oro y fanatismo, confundido también este último con el generoso y abne gado celo apostólico y misericordioso. Sin entrar ahora en este punto, solo quiero señalar que, en las numerosas descripciones de islas oceánicas aquí citadas, el oro ape ( 1) Arnold J. Toynbee El Historiador y la Peligión, Buenos Aires 1958, Parte II, Cap. 12. p. 161 y sgs. — 33 — nas aparece y, sin embargo, dichas descripciones mostraban a las ‘ ínsulas » irresistiblemente subyugadoras y tentadoras ante los es pañoles de entonces. Es decir que, a mi ver, fue el mito de la ‘ ínsula » y no el del oro el que explica la asombrosa salida de España a los mares. En efecto. tina gran mayoría, más que por la concreta ansia de preciosos metales, saldrán irresistiblemente atraídos por ‘ la ínsula » misma, convertida en símbolo de todas las confusas esperanzas y anhelos que el abierto mar despierta en quiénes viven insatisfechos en la dura y conocida tierra continental. Insulas buscarán los hambrientos y los desheredados del amor y la fortuna; insulas buscarán el sencillo Sancho y quienes fatiga dos del áspero vivir anhelarían apartamiento y sosiego; tras ellas saldrán los encerrados hidalgos ansiosos de aventuras y renombre, y con insulas extrañes soñará el alma mística de San Juan de la Cruz. En cuanto a los primeros — los hambrientos y menesterosos— recuérdese el Romance del Isla de Chacona y aquel otro de la Isla de Jauja en la que, entre otras maravillas, existía un árbol — aún más asombroso que el de la Isla de Hierro— que, a pedir de boca, daba ya guisados toda clase de manjares: Es el caso que un navío Del general Don Fernando Ha descubierto una isla Cuyos grandiosos esp’zcios O son jardines de Venus O son pensiles de Baco Llámase esta isla Jauja, Isla deliciosa y tanto, Que allí ninguna persona Puede aplicarse al trabajo — 34 — Allí todo es pasatie, npó Salud, contento y regalos Alegría, regocijos, Placeres, gozos, aplausos, Ani, io, pues, caballeros, Animo, pobres hidalgos, Miserables, buenas nuevas, Albricias todo cuitado. Que el que quisiera partirse A ver este nuevo pasmo, Diez navíos salen juntos De La Goruña este año. ( 1,1 No es oro ni plata lo que fundamentalmente buscaban estos pobres hidalgos » , ( miserables » y ( cuitados » , sino felicidad, salud, contento, regocijos, aplausos y descanso, cosas todas ellas que pró digamente brindaban las lejanas islas y que sañudamente negaba la áspera vida continental. Otros, como Sancho que tenía satisfechas las más elementales. necesidades en el tranquilo vivir aldeano, anhelarán también de pronto poseer una ( ínsula » con que llenar humanas ansias de poder, honra y riqueza. En efecto, ante la confusa idea de la insula » que le dibuja Don Quijote, dormidos anhelos y esperanzas se levantan en el sencillo labrador que abandonará su hacienda y hogar sin otro sueldo ni galardón que la firme esperanza de poseer una ínsula, a ser posible en tierra firme, pues que él era poco amigo del mar. Ceivantes, genialmente nós lo presenta caminando feliz en un hermoso amanecer con la alforja y bota bien repletas, tal vez más que cuando fue a segar a Tembleque, y con su alma aún más henchida de gozo y esperanzas. Estas le revientan hasta el punto de atreverse a hablar a su amo y, así, las primeras palabras que pronuncia Sancho en el ( 1) Romancero General, de A. Durán, BAE, t. XVI p. 393 y sgs. — 35 Quijote se referirán a la « insule » que ya llevaba no solo en su « mollera » sino en zonas más profundas de su ser: ‘ Mire, vuesa merced, señor caballero andante, que no se le olvide lo que de la ínsula me tiene prometido; que yo la sabré gobernar por grande que sea » . ( 1, VIL) A las pocas jornadas de camino, las alforjas y la bota se irán vaciando pero no así su alma de las hondas ansias de ‘ la ínsula » . Todo lo contrario; las aventuras en vez de « insulas » proporcionarán crecientemente golpes y molimientos, pero Sancho, ligado también ya a Don Quijote por inquebrantables lazos, seguirá impertérrito esperando alcanzar un día la tan deseada « ínsula » a pesar de que a él, al revés que a su amo, la pelada llanura manchega en vez de castillos encantados, hermosas damas y descomunales jayanes, únicamente le mostraba destartalados mesones, polvorientos cami nos y toscos arrieros. Muchos también serian entonces los que, fatigadas del áspero bregar por los amargos mares de la vida, añorarían ínsulas solas y apartadas en las que• lejos del mundanal ruido vivir a solas con Dios, consigo mismos y con la hermosa naturaleza. Es cierto que estas ansiasde apartamiento se suelen expresar preferentemente en nuestra literatura del Siglo de Oro, en torno a la retirada vida de campo cuyos atractivos ya cantó Horacio. En efecto Fray Luis de León que, en las noches serenas, siente ardientes ansias de ir a los cielos situados más allá de las estrellas; a pleno dia, anhela huir « de aqueste mar tempestuoso » del mun danal vívir al ‘ secreto seguro, deleitoso » del huerto, del monté, de la fuente y del río, y también, ansioso de apartamiento, lanzará su mirada a las alturas. Oigamos cómo anhelantemente se dirige a las altas sierras que ve lejanas, tocando los cielos y cerrando la seria llanura salmantina: Sierra que vas al cielo altísima y que gozas del sosiego que no conoce el suelo, a donde el vulgo ciego ama el morir ardiendo en vivo fuego. Recíbeme en tu. cumbre, recíbeme, que huyo perseguido -— 36— la errada inuchedu, nbre, el trabajar perdido, la falsa paz, el mal no mere ido. Y do está más sereno el aire me coloca, mientrús curo los daños del veneno que bebí mal seguro, mientras que poco a poco borro de la memoria cuanto impreso dejó allí el vivir loco, por todo su proceso vario, entre gozo vano y caso avieso. Fray Luis de León, pues, sin saber ensoñar las horizontales le janías de las islas, cuyo acceso requiere atravesar los amargos y peligrosos desiertos del mar, buscará el sereno apartamiento de la más cercana vida campestre y de las altas cumbres; y otros, como Lope de Vega, tampoco querrán detenerse en estas ‘ islas del mar, posadas del camino » . Ahora bien, y aún cuando falten poéticas ensoñaciones de her mosas islas apartadas comparables a estas encendidas de Fray Luis de León; es lo cierto que, como vimos en Núñez de Reinoso, mu chos anhelarian apartarse a las aún más lejanas islas solas y olvi dadas entre las blandas y azules llanuras de los mares. Buen ejemplo nos ofrece de ello Cervantes quien, al final de su vida, insistentemente ensueña apartadas islas felices, llenas de ha lagos paralos sentidos todos y de quietudes y dicha buena para el espiritu. Recordemos, en efecto, cómo en su Persiles, donde se despide de todos sus amigos y lectores hasta verlos presto contentos en la otra vida » , imagina en una isla lejana el feliz amor natural, consa grado por el superior sentimiento cristiano, del español Antonio y de la hermosa isleña Hiela ( 1, VI); y cómo también en una isla feliz nos describe las más alegres y gozosas fiestas cuando nos habla de las que se celebran en la isla del Rey Policarpo ( 1, XXII). Por último, veamos cómo describe una hermosisima isla, soña da desde la fatigada nave de Periandro y, sin duda, también in tensamente ensoñada por el propio Cervantes desde los duros cami nos españoles y desde el aún más áspero vivir cotidiano que le ro deaba: — 37 — cPisamos la amenisima ribera, cuya arena... la formaban gra nos de oro y de menudas perlas. Entrando más adentro, se nos ofreció a la vista prados cuyas hierbas no eran verdes por ser hierbas sino por ser esmeraldas... Descubrimos luego una selva de árboles de diferentes géne ros, tan hermosos que nos suspendieron las almas y alegraron los sentidos. De algunos pendían ramos de rubíes que pare cían guindas o guindas que parecían ramos de rubíes; de otros pendían camuesas cuyas mejillas, la una era de rosa, la otra de finísimo topacio; de aquel se mostraban peras, cuyo olor era de Ámbar, y cuyo color de los que forma en el cielo cuan do el sol se traspone. En resolución Todas las frutas de quien tenemos noticia estaban allí a su sazón.., todo allí era primavera, todo verano, todo estío sin pesadumbre y todo otoño agradable con extremo increible. Satisfacía a todos nuestros cinco sentidos lo que mirábamos; a los ojos con la belleza y la hermosura; a los oidos, con el ruido manso de las fuentes y arroyos y con el son de los infi nitos pajarillos... al olfato, con el olor que de sí despedían las hierbas, las flores y los frutos; al gusto con la prueba que hcimos de la suavidad de ellos; al tacto con tenerlos en las manos; con que nos parecía tener en ellas las perlas del Sur, los diamantes de las Indias y el oro del Tíbar’. ( II, XVI). Pero en la España del Siglo de Oro, no solo ensoñaban y buscaban insulas’ los aquejados por el hambre y la miseria o los ansiosos de goces, oro, aventuras, honra, felicidad terrena y des cansado apartamiento. Las ínsulas también harán pensar conmovido a Fray Luis de Granada en la omnipotencia divina, por el simple y maravillo so hecho de hallarse levantadas como inverosímiles pilares cdesde el abismo profundo del agua hasta la cumbre delia’; y tan inago tables, nuevas y admirables extrañezas imaginará San Juan de la Cruz en las cínsulas » de los lejanos mares por él nunca contempla dos, que no dudará en considerarlas como significativo nombre de Dios, siempre nuevo, extraño y admirable para sus criaturas. En efecto. Comentando las canciones 13 y 14 que contienen exclamaciones de un alma, ya feliz conocedora de Dios, dice en su Cántico Espiritual: — 38 — Las insulas extrañas están ceñidas por la mar y alíende de los mares, muy apartadas y ajenas de la comunicación de los hombres y, ansi, en ellas se crían y nascen cosas muy diferen tes de las de por acá, de muy extrañan maneras y virtudes nunca vistas de los hombres, que hacen gran novedad y ad miración a quien las ve. Y asi, por las grandes y admirablesnovedades y noticias ex trañas alexadas de el conocimiento común que el alma ve en en Dios, le llama ‘ ínsulas extrañas’... ... porque ( Dios) no es solamente toda la extrañeza de las ín sulas nunca vistas, pero también sus vías, consejos y obras son muy extrañas y nuevas y admirables para los hombres... De manera que no solamente los hombres, pero también los ángeles, le pueden llamar Insulas extrañas. Solo para Fi no es extraño, ni tampoco para sí es nuevo’. ( 1). Es más. Estas ‘ insulas » que tan pródigamente ofrecían al deseo español manjares, goces, riquezas, honra, aventuras y des canso, y que, admirables y extrañas, tan elocuentemente hablaban de Dios a las almas místicas, también llamarán con irresistibles voces a los sembradores de eternas cosechas. Obras, por ejemplo, como la Evangelización de Filipinas y y del Japón del franciscano Fray Marcelo de Ribadeneiia ( 1601), y la Historia de las cosas más notables, ritos y costumbres del Gran Reino de la China del agustino Fray Juan González de Mendoza ( 1585), claramente nos muestran a abnegados misioneros que por lejanos mares buscaban ‘ ínsulas » en las que explotar y alumbrar los ricos tesoros dé las almas infieles. Dice así Fray Marcelo, refiriéndose a la llegada a Filipinas de los primeros misioneros: ... cando llegaron a las primeras Islas Filipinas, viendo la muchedumbre de indios que salían al navío en sus barquillas a vender frutas de la tierra, considerando que aquella era la mies y tesoro de oro y plata que iban a buscar, daban por bien ( 1) Cántico Espiritual, Canc. 13 y 14 ( Vida y Obras completas de San Juan de la Cruz. BAC, Madrid 1960 p. 769) — 39 empleado el trabajo quehasta alli habían pasado, dando gra cias a Dios por haberles conservado la vida hasta entonces » . ( 1). Es decir, que también a estos sembradores ybuscadores de eternos tesoros por los hermosos campos cId espíritu, las insulas » los llamaban entonces brindándoles tan abundantes mieses y ricas minas que les harán olvidar sobradamente los fatigosos trabajos del largo caminar. Convertido, pues, entonces el mar en ancho camino de es peranza para los españoles del Siglo de Oro, innumerables fueron - los que por contrapuestos motivos al mar salieron y, asi, conjunta y fecundamente por él caminaron en busca de ínsulas » los ham brientos, los avariciosos, los deseosos de aventuras, honra y des canso, y los buscadores de celestiales riquezas, Lasnaves no dejaron huella en el mar, pero si el universal y hondo anhelo español en las nuevas tierras oceánicas que, desde entonces, saben del esfuerzo, de la lengua, de la raza y del espiritu hispánicos. ( 1) Fray Marcelo de Ribadeneira Evangelización de Filipinas y del Japón, BAC., Madrbl 1947 Cap., p. 44. — 40--- - VI LA RETIRADA Y ABANDONO DE LAS INSULAS Ahora bien. Las islas oceánicas, llamando también a las costas de otros pueblos, hacen que por su posesión se entable en el mar tan recia pelea que pronto dejarán de seducir a quienes pri mero tan anhelosamente las buscaron y tan virilmente supieron hallarlas y poseerlas. Sin querer analizar aquí toda la interesante literatura espa ñola del cdesengaflo’, tan digna de detenido estudio— desde la Epístola Moral a Fabio a Gracián, Quevedo, Martínez de Cuellar, etc.— veamos cómo ya Cervantes, genialmente se hará eco del tem prano y desengañado. retirarse español de las ‘ insulas’, cuando nos dice cómo Sancho Panza, tras solos diez días, voluntariamente se sale para siempre de la insula’. Intensas y lícitas ansias de poseer su ‘ ínsula » había alimen tado el buen Sancho pues, ‘ aunque pobre— nos dice— soy cristiano viejo y no debo nada a nadie; y si insulas deseo, otros desean otras cosas peores; y cada cual es hijo de sus obras’, ( 1, XLVIII). Estos humanos anhelos no eran en él tan desmandados y destructores que le hicieran olvidar el bien de su alma,, y prueba es de ello lo que admirablemente dice a su amo: c... si a vuesa merced le parece que no soy de pro para este gobierno, desde aquí le suelto; que más quiero un solo negro de la uña de mi alma,. que a todo mi cuerpo’. ( II, XLII1). Por ‘ solo esa disposión tan llena de sabiduría, Don Quijote le reconocerá capaz y merecedor de ser ‘ gobernador de mil ínsulas’ y, efectivamente, a todos dejará asombrados con, su humanisirno gobierno.. ‘ ‘ Mil miserias, mil trabajos y mil desasosiegos’ tuvo que sufrir Sancho Panza en el áspero y admirable gobierno de la tan ansiada ‘ ínsula’, y todos los dió por bien llevados, hasta que un intolerable atropello y burla le hicieron comprender que debía ba jarse de cias torres de la ambición’ y que le estaba mejor cseguir en el oficio para el que habLa nacidoque no, desasosegarse y des — 4.1---- vivirse en continuas defensas de ‘ ínsulas y ciudades de los enemi gos que quisieran acometerlas » . Por ello, con gran sabiduría, decide ‘ volver a su antigua li bertad » y, sin rencóres ni reproches para nadié, amistosamente se despide de todos entre la admiración y el pesar de quienes tan cruelmente con él jugaron: . Abrid camino, señores, y deiadme volver a mi antigua li bertad; dejadme que vayá a buscar la vida pasada para que me resucite de esta muerte, presente... Vuésas mércedes se que den con Dios... que desnudo nací, desnudo me, hallo, ni pierdo ni gano; quiero decir, que sin blanca entré en este gobierno y • “ sin ella salgo, bien al revés de como suelen salir los goberna • dores » de otras insulas. » .( H, LIII). Sin blanca, en electo, entro y saho de la “ insula » el pueblo español, pero es lo. • cierto que ellas se benefiçiaron de su humanisi mo gobierno y . él, graçias a ellas, vivió los más altos y fecundos momentos de su historia. . . . . Posteriormente, mientras Robinson Crusoe logrará instalarse en, la fértil isla que cultivará duradera y eficazmente, Sancho Pan za cerrado de nuevo en su aldea, hará oidos sordos a la ‘ llamada de las ínsulas que, en 1898, pareció abandonar por completo. Durante mucho tiempo, en efecto, parece que, como escar mentados, no han. vuelto a soñar en « insulas » lejanas los ham brientos, lbs ambiciosos, los cansados del vivir cotidiano ni los an siosos de aventuras, renombre y honra. Es , niás. Hasta casi ‘ diríamos que los buscadores . de Dios tampoco gustaron de cónsiderarlo extraño, y siempre nuevo ‘ y ad mirable, sino más bien razonable y siempre conocido. Todos, aIvocsi eclusivamenteIos generosos buscadores de eternas cosechas, que tenazmeñte continuaron: salieñdo a las más lejanas regiones, parece cómo si prefirieran retirarse a descan sar en la familiar y conocida, aunque pobre y áspera realidad cer cana y cotidiana. , ‘“ : ‘ ‘ ‘ Ulirnamnte, Don Quijote y Sancho Panza se han movido inquietos en su aldea, y claras señalés ha’’ n” dd’o de tornar ‘ a cabal gar. Es cierto que hoy ya no se buscan islas por las superticies dilatadas del mar, ‘ sino astrós por’éifirmameiitó; pero la sana y ro- —‘ 42-— busta esperanza humana siempre buscará fecundamente terrenas ínsulas » o estrellas, máxime alimentando la certeza de que, mu cho mas allá de todas ellas, existen otros cielos que sólo tras la muerte se podrán contemplar. Sin querer enjuiciar este fenómeno, lo que si quiero consta tar es que el antiguo ensueño y la épica búsqueda española de ‘ insulas » no dejó exclusivamente la honda y hermósa huella his tórica y literaria, que aquí hemos considerado, ni los setenta nom bres de islas que llevan otrás tantas calles madrileñas. ( 1). ( 1) Claró que los viajes a las últimas islas Cuba y Filipinas) y la nueva sensibilidad ante el paisaje marinero, hicieron nuevamente de las islas interesan te tema literario. El enfoque que dé las mismrs se. hace es, sin embargo, de carácter muy diverso al aquí considerado y, por ello, sin querer estudiar ahora dicha litera tura, bástenos transcribir, por su gran belleza, parte de la hermosa composición que a las islaa dedica Salinas en El Contemplado ( 1946): “‘ Las islas, qué felices son las islas! — Altas cunas, los riscos. ¡ Bien naci das.— Torva guardia les hacen soledades,— ventorros, nubes grises. Niñas, cimas. En luz, en aire tibio, en ave8, sueñan, — las del mundo de abaj9, maravillas... Bajan sin. prisa— en sosegadas curvas, verdeciéndose .— Cuando tocan el valle to do es claro — Estrenan encantadas sus bellezas...— Se. detienen las islasa sombra das, — al llegar a los bordes de su vida. — Qué tierra es ésta, suya, y toda nue va?... Empieza aquí — un mundo sin otoño y sin ceniza.. - Todo alegre se rinde, cielo, espacio:— ¡ Imposible esçapar a tanta dicha! — Esta blancura alzada, ¿ es de la espuma o aleteo de ángeles que invitan?— Jnvitan, sí, a las isla8 - son sus án. geles—- a dejarse su tierra en las orillas a un porvenir de azules — paraisos—... Si, la tierrá se acaba algo se empieza,— las olas que sin pausa se lo afirman, — añgélicas sirenas, les áonvencen.— Y ellas arena abajo se deslizan.— Los ojos se equivocan en las playas: se figuran que así mueren las islas. Fingida muerte es. Van a su cielo:— su cielo el mar, que azul, cielo duplica... Así hundidas las islas, el mar se hermosea como en Calderón con gracias. terrestres, y continUa el poeta: .. Innumerablesgracias por el agua— señas son de las gracias sumergi das.— Si ya noquedan hojas’ en sus álamos, — No son hojas las ondas que rebri llan? — El canto dc los pájaros que fueron— las olas en susurro lo terminan... Y ese verdor que el agua .. transparenta— es de arcadia que. abajo se eter. niza— en ‘ los hondos - del mar. viven, salvadas,— almas verdes, las almas. de las islas. Poesías completus, ( Edit Aguilar, Madrid 1955, p. 308 y sgs) - - — 43— VII TROZOS DE ESPAÑA HECHOS ISLAS AFORTIJNADAS El mito de las cinsulas se vivió en España tan intensa y fer cundamente que trozos entrañables de España se hicieron islas y así, las Baleares en el Mediterráneo y las Canarias en el Atlántico serán para siempre harras hermosas de la épica y fecunda boda de España con el mar. Dejando ahora a un lado las isÍas Baleares, resulta interesan te observar, de un lado cómo los escritores españoles de Canarias; tenazmente expresan la conciencia de hallarse en las antiguamen te soñadas Islas Afortunadas y, del otro, cómo estas islas se hacen tan plenamente españolas, que también ellas ensoñarán y busca rán su propia ínsula: la inaccesible isla de San Borondón. En efecto. Dejando ahora a un lado al francés Juan V de Bethencourt, a los italianos Tasso y Torriani e incluso a Lope de Vega que nunca las visitó, escritores residentes en Canarias o bíen conocedores de ellas como Antonio de Viana, Alonso de Espinosa., Abreu Galindo, Núñez de la Peña, Cairasco de Figueroa Viera y Clavijo etc., nos dejan las más hermoseadas descripciones de estas Islas Afortunadas. Todos ellos, en efecto, coinciden no solo en esforzarse por demostrar que estas Islas Canarias son las antiguas islas Afortuna das o Campos Eliseos de Homero. Píndaro, Horacio o Plutarco, si no también en resaltar las delicias de su clima, la frondosidad y vatiedad de sus bosques, la riqueza de sus tierras, la abundancia de su agua y la bondad de los primitivos habitantes. Veamos cómo en Antonio de Viana, junto a la suavidad del ( 1) Véase: Le Canarjen, texto de Juan V de Bethencoúrt, Edic. de Serra Rafols y A. . Cioraneseu, La Laguna- Las Palmas, 1959- 1960. L Torriani Descrip ción de las Islas Canarias. Trad. y edie. de A. Cioranescu, Santa Cruz de Te nerife 1959. Tasso, se ocupa de las Islas Afortunadas en su Jerusalén Libertada, XV, 35.36, y para Lope de Vega puede verse: Andrés de Lorenzo - Cáceres Las’ Canarias de Lope, La Laguna 1935 yS de la Nuez Caballero Las Canarias. en Lope de Vega, Las Palmas 1964 Véase también, José Perdomo Garcia Las Canarias en la Literatura caballeresca. ( Rey, de Historia, La Laguna, 19. u.° 60.) — 44 clima, carencia de animales dañinos y presencia de aves cantoras, descuella la impresionante enumeración de árboles y flores: De bien afortunadas justo título le dieron, por hallarlas regaladas, de muy templados y suaves aires, de tierras gruesas en labraise fáciles, esmaltadas con flores aromáticis, y con dátiles dulces coronadas No hallaron en ellas añirnales dañosos porque nunca los criaron Por sus aires volavan varias aves de música sonora, y muchedumbre de aquellos vocingleros pajaruelos que por Canarios los conoce el inundo. Producen sus espesos y altos montes álamos, cedros, lauros y cipreses, palmas, lignáloles, robles, pinos, lentiscos, barbusanos, palos blancos, viñátigos, y tiles, hayas, brezos, aceb tiches, tabaibas y cardones, granados, escobones, y los dragos cuya resma o sangre es utilisima. Tienen grandes arroyos de aguas claias con cuyo riego yervas olorosas brotan y esparcen matizadas flores, el poleo vicioso, el blando heno, el fresco trd bol, torongil, asándar, el hinojo entallado, y el maestranzo, sube la yedra, y el jdzmtn se enreda y se entreteje la violeta, y hacen un bello tornasol con alelíes en los espesos y frondosos árboles. Llamáronlas los Campos Elíseos, diciendo, que el terreno Paraiso del ímpetu del golfo y mar cubierto entre ellas tiene su glorióso sitio. ( 1) ( 1) Antigüedades de las Islas Afortunadas, Sevilla 1604. ( Edit. de San ta Cruz de Tenerife 1854 Canto 1, p. 12 y sgs.) — 45 — Menos frecuente es que resalten las extrañezas naturales pe ro, por ejemplo, Fray Alonso de Espinosa, tras describir la fertilidad, frescura y abundancia de maravillosos árboles de Tenerile, dice que, antes de que vinieran los conquistadores, engendró fuego: ‘ que rebosó por algunas partes de ella y corrió como ríos caudalosos por diversas partes, y así se ve el rastro que el fue go dejó y las piedras y tierra abrasada sin provecho; de donde tomaron los autores antiguos, motivos de llamar a estas islas Isla del Infierno, por el fuego que de sí echaba » . Describe luego la explosión de un volcán en La Palma, vis to por él en 1585, y concluye diciendo: « Tiene esta isla ( Tenerife) otra propiedad, que no cría ni consiente en sí animal alguno ponzoñoso, como es víbora, cu lebra, alacrán, lagarto, salvo unas ciertas arañas que picando hacen daño » ( 1) Análoga idealización de estas islas se observa enla literatu ra canaria posterior, que exalta también la bondad de sus anti guo habitantes, y esctitores canarios o en Canarias residentes du rante más o menos tiempo como Unamuno, Tomás Morales, Alonso Quesada, Gutiérrez Arbelo, Luis Diego Cuscoy, Carmen Laforet, Criado del Val, etc. siguen alabando la belleza y excelencias de es tas breves tierras y de los mares que las rodean. Sin querer deténérnos en toda esta literatura, bástenos traer aquí la siguiente anónima canción, como testimonio de la concien cia que de ser Islas Afortunadas también actualmente expresan los músicos, pintores y poetas de estas maravillosas islas: Siete islas de esmeralda y oró, que como un tesoro vqila un volcán. Nacidas de un beso que la prima verá un día pusiera en el ancho mar. Paraíso, tras de la costa bravía que, como gala, Dios quiso poner en la tierra mía. ( 1) Fray Alonso de Espinosa Historia de Nuestra Señora de la Cande aria, Edic. Goya, Santa Cruz de Tenerife, 1952, Cap. 3.’ p 30.31. 46 Cualquiera que conozca el maravilloso paisaje canario, y so bre todo su amable vivir, se explica que los antiguos aqui pusieran la mansión de la esperada eterna felicidad, y también se explica que aún hoy siga identificándose la actual realidad isleña con el viejo mito de las Islas Afortunadas que, según el propio Viera y Clavijo, en forma alguna podían hallarse en las heladas y obscuras regiones septentrionales. Viéndolas, en efecto, envueltas y casi confundidas con el cielo y con el mar y, resplandecientes de sol, nada nos extraña que los antiguos creyeran que aquí se hallaban los Campos Elíseos, pues que ellas mismas parecen estar situadas en los cielos. Ahora bien. Más que por el sol y por el mar que también rodean otras tierras hermosas de áspero vivir intratable, el subyu gante atractivo de las Canarias radica fundamentalmente en el amable vivir que aquí, en un clima privilegiado, se disfruta. Porque, efectivamente, cristianizados desde el S. XV los be néficos gigantes guanches, y convertidas desde entonces en man sión de cristianos y caballeros, las Canarias hoy, no por su oio ni plata, sino por hermosas, alegres, soleadas, hospitalarias, cristiá nas y caballerescas, tornan a levantarse como verdaderas Islas Afortunadas que, no después de la muerte, sino en la presente vi da, se pueden hallar sobre el mar. Es decir. Que de hermoso mito han pasado a aun más her mosa realidad que seductoramente convoca hombres de las más alejadas regiones que a ellas llegan en busca de sol y de so siego. ( 1) ( 1) Alberto Navarro Las Islas Afortunadas ( Naturaleza, Mito y Rea lidad), La Laguna de Tenerife 1961. — 47 — VIII SAN BORONPO1N, I1NSULA PELAS ISLAS CANARIAS Y tan plenamente españolas se hicieron estas Islas Canarias que, como antes decíamos, también ellas ensoñarán y animosa mente buscarán su propia ínsula: la inaccesible Isla de San Boron dón. La creencia y búsqueda de esta octava Isla Canaria se apoya originariamente en la leyenda medieval de San Brandán, pero di cha leyenda se va a actualizar y vitalizar aquí de nueva y original manera. En efecto. La leyenda medievtl y religiosa de San Brandán imaginaba desde frías y nubosas islas septentrionales otras lejanas y extrañas, situadas en mares soleados; mientras que la fantástica islá canaria de San Borondón la van a ensoñar y buscar, en plena edad moderna, hombres ( le islas luminosas que, por cercanos y bri llantes mares, anhelaban encontrar, sin graves riesgos ni aventuras, una isla hermana, no hallada y dificilmente accesible, que en oca siones se mostraba clara y tentadora a los ojos isleños. Sabido es que la leyenda de San Brandán, de lejano origen irlandés, se extiende por la Europa cristiana medieval, fundamen talmente a través de las diversas versiones de la Navigatio Saneti Brandani, cruzándose y enriqueciéndose con otras leyendas insu lares clásicas y orientales ( Isla Aprosita, Antilia, de las Siete Ciuda des, de los Carneros, etc) Ya dijimos que la literatura medieval española se hace es caso eco de esta leyenda pero que, a fines del S. XV, el viajero fla menco Eustache de la Fosse recoge la viva creencia portuguesa y y española en una Isla Encantada, que solo se mostrará cuando Es paña entera torne a la fe católica, y que, por el tratado de Evora ( 1519), el rey de Portugal cedeiá al de Castilla sus derechos a una isla Non Trubada o Encantada. En relación con la citada leyenda medieval, y para ver las fundamentales diferencias existentes entre la misma y la isla cana ria de San Borondón, recordemos cómo el escueto relato de Raoul de Olaber ( 1047) expone que, yendo San Brandán con sus compa — 48 — ñeros a lomos de la movible isla- ballena en que habían desinbar cado, pasan ‘ a lo largo de los mares » hasta que: ‘ Por fin, llegaron a una isla mucho más bella que todas las otras y que presentaba una multitud de delicias diversas; los árboles y los pájaros que contenía les parecieron también de naturaleza nueva y de una nueva forma. El santo hombre desembarcó y encontró allí gran número de monjes. o mejor dicho, de anacoretas, cuya vida y costumbres eran más santas y más sublimes que las de los otros mortales. Se le hizó, así como a sus compañeros, la acogida más tier na, se quedaron alli para instruirse, por los buenos oficios de sus huéspedes, en una multitud de verdades relativas a la sal vación; después emprendieron la vuelta a su patria y contaron a su retorno este maravilloso descubrimiento » . Las clásicas versiones de la Naulgatio recogerán múltiples leyendas y mitos oceánicos de diverso origen, describiendo el paso de San Brandán por la 4Isla Deliciosa » , la ‘ Isla de los Pájaros » oyendo a los cuales los años pasan como minutos la ‘ Isla de los Carneros » , la ‘ Isla Rocallosa » , con lavas y cíclopes, y la ‘ Isia del Infierno » llameante como una hoguera: hacia el Sur, la Isla Redon da » , habitada por un único ermitaño, y la ‘ Isla de los Santos » , para llegar a la cual es preciso atravesar las más negras tinieblas y. donde cuarenta días duran lo que uno solo. ( 1) Estos relatos legendarios y otros aun más fantásticos, ya en plena edad Media, serán reputados como apócrifos y mentirosos por Vicente Beauvais ( Speculum Storiale, Lib. XXI, Cap. 81) y por muchos otros autores. Por el contrario, la Isla de San Borondón, octava isla canaria tenazmente buscada por las naves isleñas durante dos siglos, va a ser una nueva creación del anhelo insular, basada muy fundamen talmente en una realidad sensíble, que poco tiene que ver ya con esta ‘ odisea monástica » y con el espíritu ascétcó, apostólico y he róico de que está impregnada. En efecto. La Isla de San Borondón, al revés que las extra ( 1) Véase Eloy Benito Ruano La Leyenda de San Brandán, Rev. de Historia » La Laguna 1951. — 49 — ñas islas visitadas por el monje irlandés, es isla hermana y real mente visible, aunque dificultosamente hallable, de la que ya con fusamente hablaron los antiguos. Su existencia real y cercana está ahora testimoniada, sobre todo, por relatos de numerosos testigos presenciales contemporá neos ( marineros portugueses y franceses, e inclúso hidalgos espa ñoles) y porque, como dice el propio Torriani a finales del S. XVI: Nadie duda que por este gran mar Océano se hallan toda via más islas desconocidas que, hasta ahora, no se han encon trado por no haberse recorrido por todas sus partes » . ( 1) • ¿ Y cómo era esta cercana y no halhda oclava isla canaria, se parada y oculta de sus otras siete hermanas afortunadas que, sin du da, vió San Brandán? La isla, cómo todas las restantes canarias, carece de oro y plata, y tampoco muestra asombrosas extrañezas y encantamientos incompatibles con la claridad de estos mares soleados y cálidos. Menos aún se relacionará con el Paraiso Terrenal que nun ca gustaron de buscar los hombres españoles, más atentos a la ctie rra terrenal » o al otro real y eterno Paraiso, situado fuera del espa cio, y que solo podrá visitarse tras la muerte. Es cierto que en sus playas se han visto huellas de gigantes pero, más que de sus habitantes, se hablará de su fertilidad y ri queza. Fertilidad y riqueza, precisamente de cosas de las que las Islas canarias no andarían ya tan sobradas como decía la fama continental: árboles, agua dulce y animales domésticos. Y lo que, sobre todo, distingue a esta anhelada isla inacce sible de todas sus restantes compañeras, es la presencia en ella de un ancho río que la cruza de parte a parte; de un río bordeado de espesas arboledas y altas montañas, sin duda parecido a los más hermosos y lejanos ríos peninsulares. Así la dibuja Torriani, que además le añade las siete ciuda des cristianas de Antilia; así la describen los marineros portugue sesque en 1525 la vieron atravesada por un río y llena de árboles () Leonardo Torriani, Descripciones e historia del reino de las Islas Canarias, Edie. de A. Cioranescu, Santa Cruz de Tenerife 1959, Apdndice, Cap. I, p. 24O. • — 50 — muy grandes y espesos » , y el hidalgo español Ceballos, que hacia 1554 la visitó varias veces, también dice « que hasta el mar llegaban las espesísimas selvas, llenas de infinidad de pájaros, tan simplés que se dejaban coger con las manos » . En 1556, el franciscano Fray Baltasar Casanova « vió esta isla con dos montañas muy altas » ; de ríos y corrientes marinas que vedan el acceso a la isla habla en 1569 el canario Marcos Verde y, todavía en 1759, otro franciscano nos dice que, estando en La Go mera, con el horizonte tan claro que resplandecía como el oro en el cristal., teniendo presente al mismo tiempo la del Hierro, vi una y otra de un mismo color y semblante, y se me figuró mirando por un anteojo muchas arboledas en una degollada » . ( 1) Por último, veamos cómo extensa y deliciosamente habla de esta real isla inaccesible el frarciscano Abreu Galindo en su Historia de la conquista de las Siete Islas Canarias. Allí, aportando autoridades antiguas, verídicos testimonios de contemporáneos y todos los « científicos » argumentos de su leal saber y entender, deÍenderá tenazmente y con amables palabras la creencia en la real y próxima Isla de San Borondón, isla que no es mero « arrumazón o acumulación, de celajes » sino « en realidad de verdadera tierra » , aunque tiene « por dificultoso que se pueda hallar por no saber cómo tiene colocadas las puntas, para saber como co rren en ellas las aguas y poderles hurtar la corriente para ser seño res de la navegación » Es más, manejando cuidadosamente los compases sobre una buena carta geográfica, él ha averiguado la latitud de la isla: « Para averiguar la altura de esta isla, voy corriendo las pun tas de los compases por los dichos dos rumbos; y donde se vie nen a encontrar las otras dos puntas de los compases, allí es el punto de latitud. Las cuales puntas hallo que se vienen a juntar en veintinueve grados y treinta minutos de latitud... Solamente me puedo engañar en la longitud, que saco por la fantasía ( que’ dicen los mareantes) de las apariencias que ( 1) Vid » Leonardo Torriani, Ob. Cit pag. 253 y sgs- y Viera y Clavijo Noti cias de la Historia General de las Islas de Canaria, Madrid 17’? 2, Lib. 1. Cap. XXVIII p. 81. 51 — hace esta isla, que da muestras de estar 40 leguas, poco más o menos de La Palma’. ( 1) Ante tan numerosas y evidentes pruebás: Quién será tan pertinaz que, conjeturando. las razones que tengo ciadas, y viendo que ha tantos años que de esta isla se - hace mención, como se ve en Tolomeo... no acabe de entender que es tierra y no celajes que aparecen?’ Con plena razón, pues, concluye: ‘ Digo en fin, a mi juicio ( salvo otro mejor), que hay esta is la de San Borondón; la cual tecgo por dificultoso que se pue da hallar... Y a las cosas que consisten en la voluntad divina, como es esta de no querer que se descubra, no hay qúe poner imposi bilidad ni maravilla para dudarlo, sino para engrandecerlo que, pues así lo ordena el Señor, no carece de misterio’. Ahora bien, y ello es interesantísimo y muy digno de tener se en cuenta, esta isla o1o se ve ‘ en día claro y sereno, cuando venta el poniente’ pues, como las espesas arboledas ‘ que casi na cen a la orilla del már » arrojan muchas ‘ fumosidades » « por esta causa no se ve todas veces, y está ocultada, salvo en días serenos del estío y al trasponerse del sol, que los vapores están tan consu midos y gastados, que no pueden subir para interponerse entre nuestra vista y esta isla » . Quien conozca cómo por estos lugares atlanticos, mar, nu bes e islas, se confunden bajo el brillante abrazo del sol, no se ex trañará de que las rasas y luminosas llanuras del Océano brinda ran al ensueño del contemplador isleño el espejismo marinero de una isla cercana, hermosa y compañera y tampoco le extrañará la arraigada creencia del buen fraile franciscano y de tantos y tan tos paisanos suyos. La capacidad de esperar y creer era entonces grande, y grande también la animosidad de la sana y robusta raza hispana para lanzarse a tratar de ‘ engrandecerlos » , buscando y conquis ( 1) Fray J de Abren Galindo, Historia de la conquista de las siete is las de. Canaria, Edie. de A. Cioranescu Santa Çruz de Tenerife, 1955, Lib. Tercero y último. — 52 — tando, los misterios y extrañezas naturales que Dios había puesto por mares y tierras y, así, atrevidos navegantes isleños una y otra vez saldrán animosamente en busca de la oculta isla hermana. En efecto. En 1527 salen a buscarla Fernando de Troya y Fernando de Alvarez; tres naves marcharán en 1570 a las órdenes de Fernando de Villalobos, y solo mar y cielo hallaron en 1604 Gaspar Pérez y el franciscano Fray Lorenzo Pinedo cuando la bus caron. Tales desengaños, no fueron suficientes para matar la espe ranza canaria y, todavía en 1721, el buen Capitán General D. Juan de Mur y Aguerre, ante la calamitosa hambre que aquejaba a la pro vincia, organiza otra cuarta expedición, si bien ahora no la enco mendará ‘ a ningún Don Quijote de ultramar como otras veces, si no a un sujeto de pericia » , el capitán D. Gaspar Domínguez a quien acompañaban el dominico Fray, Pedro Conde y el franciscano Fray Francisco del Christo. ( 1) Nada hallaron tampoco los ‘ ilustrados » navegantes canarios del XVIII y, así, las repetidas infructuosas expediciones, y las bue nas razones de Feijóo y de Viera y Clavijo, deshicieron para siem pre la isleña creencia en ‘ la isla de San Borondón que, desde en tonces, quedó convertida en yana y estéril nube, en el mar. Nó ha vuelto a reverdecer en las Islas Canarias esta ‘ mono manía por deformar la realidad), que así definirá tajantemente Chi! y Naranjo en el S. XIX ‘ la hermosa y pertinaz esperanza de hallar otra isla que acompañe a las solas siete Islas Canarias. Sin embargo, aun el cancionero isleño recuerda la maravi llosa isla- nube de San Borondón que, de vez en cuando, todavía viene a mostrarse a estas Islas Canarias que, solas y hermosas, alegran las inacabables llanuras del Atlántico: San Boróndón, San Borondón • . por la sirena, por su canción, • Que suenen tambores guanches y canten las caracolas, • que la isla misteriosa ( 1) Vid B. Bonnet Rever6n La Isla de San Borondón, Rev. de Historia t. IIyIIl. • — 53— se divisa entre las olas. Que San Borondón ya viene, dibujándose en la bruma, como si fuera una reina con su cortejo de espuma. Y cuentan los que te vieron que quien te quiso alcanzar tan solo encontró una nube meciéndose sobre el mar. ¡ San Borondón, San Borondón! ¿ Dónde escondiste mi corazón? Y, como al hablar de las perdidas « ínsulas’ españolas, tam bién aquí podemos decir que, si ya las breves Islas Canarias no buscan la antigua isla- nube, cercana y difícilmente hallable de San Borondon, en ellas sigue latiendo, esperanzado y vivo, un co razón que animosamente se lanza a buscar por otras tierras y otros mares amable compañia. — 54 — INDICE Pgs. Introducción 1. La Isslas en la Antigüedad 1 .2 II. La Isnsulas de los Libros Caballerescos 15 III. Las Insulas de la Novela simbólico- amorosa de aventuras . . 21 IV. E elncuentro con las reales Islas Oceánicas . 24 y. E vl ivo mito español de cias insulas’ . . 33 VI. La retirada y abandono de cias insulas » . . 41 VII. Trozos de España hechos Islas Afortunadas . 46 VIII. San Borondón, cinsula » de las Islas Canarias . 48 — 55 — 4 / Imp, Pérez Baldós - Buenos Aires, 36 Depósito Legal 6. C. 526 |
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