EEROTECA P. MUNICIPIll
¡jii'a Ciii/ lio THiierJÍB j
Números 135-136 Julio-Diciembre de 1961
UNIVERSIDAD DE LA LAGUNA
FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
REVISTA
DE
HISTORIA CANARIA
Directort Dr. Elias Serra R&fols, Catedrático de Historia
Tomo XXVII La Laguna de Tenerife (Islas Canarias) | Año XXXIV
El redescubrimiento de las Islas Canarias
en el siglo XIV
Por Elias SERRA RÁFOLS
Es un tema ya viejo el de las primeras noticias que de las Islas
Canarias y sus primitivos habitantes lieg'aron al mundo cristiano,
seguidas muy pronto de las tocantes a intentos de evangelización
y otros de explotación, ya de la segunda mitad del siglo XIV, sin
mayores resultados positivos, en cualquier aspecto, hasta la empresa
francamente conquistadora y colonizadora de Juan de Bé-thencourt
en los primeros años del siglo XV, que por su propósito
marca un claro giro en la historia de los contactos de estas islas y
Europa. Yo mismo me ocupé de estas cuestiones hace ya muchos
años, en mi primera lección pública en la Universidad de La Laguna
—entonces todavía Sección Universitaria de Canarias— en 1926,*
en que comenté el libro entonces reciente de Charles de La
' E. SERRA RAFOLS, El descubrimiento y los viajes medievales de los catalanes
a las Islas Afortunadas, Universidad de La Laguna, 1926.
RHC. 1
220 [2]
Ronciére La découverte de l'Afrique au Moyen Age, II, Le Caire,
1925, primera síntesis solvente del asunto, aunque todavía incompleta.
Y es bien natural que no pudiese La Ronciére dar un estudio
exhaustivo de la cuestión en 1925, cuando apenas hace un par
de años aparecieron o se divulgaran por primera vez documentos
de máxima importancia sobre alguno de estos temas, concretamente
el Obispado de Telde, que existió canónicamente por casi medio
siglo.
Pero ahora es momento oportuno para recapitular lo poco o
mucho que sabemos acerca de la acción cristiana (y musulmana, si
admitimos que la hubo) en las Islas en ese siglo XIV, no tanto por
lo que se refiere a este sensacional descubrimiento del Obispado
Teldense —que al fin ha sido ya tratado ampliamente por un destacado
profesor canario, el Dr. Rumeu de Armas^— como a causa
de otros documentos, no menos revolucionarios, que han sido
aducidos también recientemente, para construir un cuadro nuevo
de los esfuerzos de las naciones cristianas por incorporar este Archipiélago
a Europa.
La Ronciére hizo entonces una síntesis y aun una aportación
directa al estudio del primer episodio, la presencia de Lancelotto
Malocello en la más septentrional de nuestras islas. Entre las contribuciones
siguientes destacaré la de Buenaventura Bonnet, que
fue sobre todo de carácter crítico, pues él fue quién barrió la telaraña
de tradiciones indocumentadas y puso el resto de noticias
disponibles en el lugar preciso que les correspondía;' yo tomé
también parte en el trabajo, tamizando y ordenando lo que sabíamos
de los viajes y misiones mallorquínas,* si bien mi esfuerzo
quedó trunco por el hecho de ignorar no sólo una parte de la documentación
tocante al Obispado Teldense, sino la existencia mis-
' A. RUMEU DE ARMAS, El Obispado de Telde, Las Palmas, Casa de Colón
(Madrid), 1960.
' B. BONNET Y REVERÓN, Las expediciones a las Canarias en el siglo XIV,
Madrid, «Revista de Indias», núms. 18 a 21, 1944-1945; y separata, 1946.
* E. SERRA RXFOLS, Els catalans de Mallorca a les Ules Canaries, Barcelona,
«Homenatgfe a Rubio», III, 1936; Los mallorquines en Canarias, La Laguna, «Revista
de Historia», VII, 1941; Más sobre los viajes catalana-mallorquines a las
Canarias, La Laguna, «Revist* de Historia», IX, 1943.
[3] 221
ma de él, hueco que, como antes dije, ha llenado Rumeu en fecha
reciente. Sobre los viajes castellanos ha dado una valiosa contribución
Alvarez Delgado,'' quien ha reaccionado frente al extremo
excepticismo de Buenaventura Bonnet y, con datos precisos, ha
restablecido no sólo el fondo histórico sino aun la verosimilitud
de ciertos detalles del relato de Abréu Galindo sobre el viaje episódico
de Martín Ruiz de Avendaño a Lanzarote en 1377.
En fin, en lo único en que no había habido variación hasta
ahora era en lo tocante a la presencia portuguesa, bien conocida
desde que Ciampi (1827) reveló uno de los más interesantes documentos
de la historia canaria, especialmente por lo que toca a
la vida indígena;" y aun antes de Ciampi, pues Oderico Reynaldo^
ya había dado cuenta de la protesta del rey Afonso IV de Portugal
ante la investidura de Luis de la Cerda como rey de las Islas
Afortunadas por Clemente VI papa (1344), en la cual se contiene
una clara noticia del mismo viaje, portugués en cuanto a su patrocinio
y armamento, pues sus pilotos eran italianos, referido en el
documento Ciampi. Después de éste se ha repetido varias veces
la edición, traducción y comentario de esa fuente, tal es su evidente
importancia, pero su valoración histórica había sido descuidada,
y ni siquiera se había llegado a su segura identificación con
la expedición invocada por Afonso IV ante el papa Clemente como
origen de sus derechos, idea en que abundé en mi trabajo de
1941 y también Bonnet en el ya mencionado de 1944.
Pero lo que creíamos saber o ignorar sobre el primer episodio
de la serie, el de Lancelotto, ha sido replanteado desde su
misma raíz por un estudio reciente de uno de los más destacados
cultivadores de la historia social y económica de Europa, el ilustre
historiador belga Charles Verlinden, y precisamente pasando el
hecho al círculo de las actividades marítimas portuguesas, con lo
que obliga a revisar del todo lo que a ellas toca en el siglo XIV.
"• J. Ái.VAREZ DELGADO, Episodio de Avendaño. Aurora histórica de Lanza-rote,
Universidad de La Laguna, 1957.
" S. CIAMPI, Monumenti d'un manuscritto autógrafo di Messer Ció. Bocacci
da Certaldo . . . . Florencia, 1827.
' O. REYNALPUS, Annales Ecclesiastici, an. 1344,
222 [4]
Dejando por el momento los nuevos puntos de vista que cree poder
sentar Verlinden, procuraré sintetizar lo que de este siglo XIV
canario sabemos, para mejor comprender el alcance de los nuevos
documentos que se aducen y en qué medida resultan incompatibles
con hechos establecidos sólidamente.
Solemos comenzar la exposición de estos hechos refiriéndonos
al viaje desgraciado de los hermanos Vivaldi, genoveses, que en
1291 salieron de su ciudad con rumbo a occidente para alcanzar la
India oriental, lo que significaba para los contemporáneos «simplemente
> salir al Océano por el estrecho de Gibraltary dar la vuelta
al África, que se suponía mucho menor de lo que luego resultó.
Los Vivaldi se perdieron, muy probablemente bien al comienzo
de su temerario recorrido, y transcurridos los diez años que ellos
mismos habían señalado como plazo para dar noticias de sí, se
tentaron algunos viajes en su busca: unos, como Sor Leone, hijo de
uno de los navegantes perdidos, pensaron localizarlos en Oriente,
en los mares y puertos del extremo E de África; pero otros trataron
de seguir sus pasos por las costas occidentales del mismo
continente. Y entre éstos suponíamos que estuvo el genovés
Lancelotto Malocello, que antes de 1339 arribó, se estableció y
dio su nombre a una de las Islas Afortunadas, luego llamadas de
Canaria, por la que se supuso mayor de ellas. Hace más de un
siglo que se conoce la rara carta náutica o portulano signado por
Angelino Dulcert, en Mallorca, en el año 1339, que es el primero
que representa parte de las islas del grupo canario, las orientales,
esto es Lanzarote, Fuerteventura y el islote de Lobos, Vegi Marín.
La nacionalidad genovesa del descubridor se deduce no sólo del
nombre de familia, bien conocido, sino de las armas de Genova,
«de gules, la cruz de plata», que campean en el perímetro de la
isla, no ya sólo en este portulano, sino en todos los posteriores
conocidos.'' Todavía Le Canaríen, la crónica del conquistador
' Menos convincente sería la calificación de j'anaensis que explícitamente le
da ei mapa tardío de Bartolomeo Pareto, de 1455, que puede derivarse del mismo
escudo.
[5] 223
Juan de Béthencourt, no anterior al siglo XV,* nos dice que los
franceses encontraron —y se sirvieron de él como almacén— el
viejo castillo que *jadis> Maloisel construyó; y esto nos sugiere
que la ocupación del genovés no pudo ser muy breve.
Estos son datos y hechos bien conocidos. £1 problema está
sólo en la fecha y duración de esta presencia u ocupación. Tiene
que ser anterior a la carta, y acaso no poco, pues no hay que ima*
gfinar un servicio de información geográfica que transmitiese los
datos regularmente a los abonados, como parece, a veces, que
algunos eruditos suponen. Que las Islas no estén en la carta
Dalorto, de 1330, ya se ha dicho que es poco probatorio, pues
por la forma de ella no quedaba espacio. En cambio es interesante
que la de Sanuto, de 1320, consigne expresamente que «ultra
Gadcs> no se han hallado islas; si bien hay que deducir sólo que,
hasta aquel momento, no tenia el autor, Sanuto, noticia de tales
islas.
De manera más general, partiendo del supuesto ya indicado
que el hallazgo de Lancelotto está relacionado con los viajes en
busca de los perdidos hermanos Vivaldi, cabe colocar el viaje de
Lancelotto entre 1302 y 1338, periodo a la verdad todavía demasiado
largo. No es extraño que se haya intentado ceñir estas
fechas: Charles de La Ronciére, el gran historiador de la marina
francesa, aventuró una hipótesis en este sentido; apoyándose en
dichos de un historiador francés tardío (Paulraier, 1659), dio el
año 1312 como el de la posible llegada de Lancelotto a la Isla y
le atribuyó una permanencia de más de veinte años, con lo que se
llegaba a después de 1332 para su expulsión o muerte por los naturales.
Mantenido hasta esta fecha el hecho, si no en secreto, por
lo menos sin divulgación, después pasó al dominio de los cartógrafos,
que lo consignan desde 1339. O algo antes, pues no es
seguro ni mucho menos que el mapa Dulcert fuese el primero en
' De esta famosa crónica no había más que ediciones deficientes: Major, Gr»-
vier, Margry. El Instituto de Estudios Canarios tiene en curso una edición crítica
que constará de tres tomos con estudio, texto original de los dos manuscritos,
traducción castellana copiosamente anotada y exploración arqueológica de loi
lugares mencionados en el texto, debida a los Dres. Cioránescu y Serra.
224 [6]
reg^istrarlo. Toda esta deducción es débil, pues no hay garantía
de la información de Paulmier, y aun esta contiene otros extremos
que, por incompatibles con lo conocido, son cómodamente eliminados
por La Ronciére; pero, aun así, ha tenido mucho éxito, ya
que llenaba un hueco incómodo en nuestros conocimiento. Aunque
siempre con reservas, hemos acogfido la hipótesis casi todos
los que después hemos escrito acerca del tema, e incluso el señor
Verlinden, que rechaza dicha hipótesis, como veremos, aprovecha
de ella algún elemento —la duración de veinte años del dominio
de Lancelotto— que no tiene otro ni mejor fundamento.
Con posterioridad a esa presencia anterior a 1339, de un marino
genovés, respecto del que nada induce a suponer dependencia
política de cualquier príncipe o estado, la primera nueva que sigue
es la de una amplia expedición, tambián pilotada por marinos italianos,
genoveses y florentinos, pero bajo el patrocinio y a costa
del rey Afonso IV de Portug^al; a ella nos hemos referido antes al
citar el documento Ciampi y la protesta de dicho rey ante el papa
Clemente VI. Ya he sentado también mi convicción de que se
trata de una sola empresa, cuyo recuerdo nos ha sido conservado
en dos fuentes independientes; los eruditos italianos, dejándose
llevar de móviles acientífícos, han pretendido que el viaje referido
por Niccolosso daRecco en el documento Ciampi fue enteramente
de iniciativa y patrocinio italiano. Es ello tan carente de fundamento
como el supuesto de múltiples empresas portuguesas, de las
que ésta y la citada por Afonso IV no serían más que una muestra
entre otras muchas. Es también inverosímil tomar tan al pie de la
letra el texto de Recco, que nos obligue admitir a sus naves recorriendo
todo el Atlántico, en un único viaje desde Corvo en
Azores hasta El Hierro en Canarias, viaje tan imaginario como los
narrados en el Libro del Conoscimiento, que precisamente también
conoce el descubrimiento de Lancelotto, sin duda como todo su
contenido en dependencias de los mapas náuticos.
Esta difusión de las cartas de navegar de la escuela mallorquína
no provocó sólo, a mi juicio, el esporádico intento portugués,
sino otros más. Desde 1342 sabemos que salen expediciones
de mercaderes mallorquines con igual objetivo náutico: las Islas
Afortunadas; dos en ese año, otras registradas en los archivos cada
[7] 225
cada diez o doce años por lo menos hasta fines de siglo, ya, por lo
común, de Mallorca, ya, algunas veces, de Barcelona, y con mayor
o menor intervención regia, aunque siempre de iniciativa privada.
Sin duda, animan a los navegantes fines mercantiles, la busca de
materias tintóreas u otras que imaginan hallar en las Islas, y también
la captura de esclavos, como lo prueba que el historiador
árabe Ibn Jaldún conoce estos viajes por la presencia de cautivos
canarios vendidos por estos marinos «francos» en los puertos del
Mogreb. Pero no podemos olvidar que varias expediciones tienen
un fin espiritual expreso y en nombre del cual, la conversión de
los naturales a la fe cristiana, acuden a los poderes religiosos y a
los temporales en demanda de auxilios. Concretamente en 1352,
diez años después de los primeros viajeros mallorquines, son buscados
en la isla de Mallorca los esclavos traídos a ella para aprovechar
su conocimiento de las dos lenguas, la canaria y la catalana,
y su adoctrinamiento en la religión cristiana, para que sirven de
introductores a los misioneros que ahora deben ir conducidos
además por un religioso carmelita, Fray Bernat, revestido por el
Pontífice con el orden episcopal y expresamente autorizado para
establecer su Sede en un lugar de las Islas que por ello daría nombre
al Obispado, tendría categoría de Ciudad y su iglesia la de
Catedral; ya el mismo obispo Bernardo, ya alguno de sus sucesores,
la mayor parte de nombre conocido, señaló para este glorioso
fin el notable poblado indígena de Gran Canaria, que en lengua
nativa se llamaba Telde, en el cual sin duda los obispos estuvieron
presentes más o menos a menudo y donde tendrían alguna construcción,
acaso de las mismas de los nattivos, destinada al culto
cristiano y por tanto con consideración de primera iglesia catedral
de las Islas, por rudimentaria que fuese su instalación y precario el
culto, cosas de las que en realidad nada sabemos. Sólo nos consta
que todavía en 1394 vivía en Mallorca un dominico que ostentaba
legítimamente su autoridad de obispo de Telde, por nombramiento
pontificio. Pero cuando pocos años después Benedicto XIII erige
el Obispado Rubicense o de Rubicón en la isla de Lanzarote, pero
con jurisdicción sobre todas las Islas Canarias (1404), ignora o
aparenta ignorar todo lo tocante a su precedente grancanario, sin
duda porque nadie salió a reivindicarlo.
226 [8]
Si los resultados de este esfuerzo de difusión religfiosa no
parece que fuesen fructíferos, más pobres habían sido hasta entonces
los de carácter político, que sabemos no eran del todo
ajenos a las aspiraciones de los reyes de Aragón. No creo en la
existencia de establecimiento algfuno permanente de los subditos
de su corona en estas islas, y nadie opone reparos de precedencia
a Béthencourt, cuando ¡lega, en 1402. La investidura real del
Príncipe de la Fortuna Luis de E.spaña o de la Cerda por el mismo
Clemente VI papa en 1344, antes del intento misional del Obispado
de Telde, está completamente olvidado cuando el propio
Pontífice acude a este camino puramente espiritual para sus fines
y no es jamás recordado en el futuro; en fin, la presencia castellana,
de la que tenemos un precedente en 1377 y seguridad desde
1393, no reivindica ningún derecho derivado de ella hasta después
que 'Béthencourt ha conseguido, con el apoyo decisivo de
Enrique III de Castilla, resultados positivos.
Estos eran nuestros conocimientos adquiridos —salvo lo tocante
a la antigüedad y persistencia del Obispado de Telde, que
no hemos conseguido hasta los trabajos de Rumeu—, cuando en
1925 apareció en Coimbra el volumen 111 de una historia general,
la Historia de Portugal de Fortunato de Almelda, en cuyas páginas
762 a 765 se insertan tres documentos, o más exactamente uno, de
1385, conteniendo confirmación y ampliación de otros dos, cuyo
tenor se incluye, de 1370 y 1376, todos referentes a las hazañas
canarias de un cierto Lansarote da Framqua, muerto al fin en lucha
con los indígenas. Transcribimos loa resúmenes de ellos, según se
contienen en una colección documental a que luego tendremos
que referirnos:'"
1370, Junho 29. Doagáo das ilhas desertas [advierto que
el documento no dice tal, sino nom pobradas, lo que ciertamente
no es lo mismo] de Nossa Senhora a Franca e Gomeira,
no mar do Cabo Nao, com todos os seus direitos e perten^as...
e com toda a jurisdigáo civel e crime... salvas as apela^óes
'" JoXo MARTINS DA SILVA MARQUES, Descobrimenios Portugueses, Liiboa,
Instituto para a Alta Cultura, vol. I, 1944, núms. 115, 137 y 162.
[9] 227
nos feitos crimes... Doador: el-Rey. Donatario: Lan9arote da
Franca vassalo e almirante de el-Rey, que encontrou as referidas
ilhas, e seus herdeiros e sucessores, para sempre.
1376 Juiho 7. Doa^áo [Carta dej das Ilhas de N.° Senhora
a Franca e Gomeira, e bem assim das saboarias pretas de Ta-vira,
Castro Marim, etc. em razam da guerra que o donatario
tinha tido com os naturais das ditas Ilhas e com os castelha-nos.
Doador: el-Rey. Donatario: Langarote da Franca, almirante
das gales de el-Rey.
1385 Novembro 8. ConfirmagSo [Carta de] da doagáo das
saboarias pretas de Tavira, etc. feita por carta de 1376 a Langarote
da Franca, e agora a seu filho Lopo Afonso da Franca,
cavaleiro, vassalo del-Rey e almirante das gales. A confirma-gáo
era feita em atengáo aos bons servidos daquele «capitáo
mor das Ilhas», «que hora teve honrada fim na [ilha] de Langarote
».
A pesar de la habilidad de su redacción, estos textos no fueron
recibidos por los historiadores portugueses. Su autenticidad
fue en seguida puesta en tela de juicio y después razonadamente
rechazada por los críticos.'^ En resumen, sólo diré que el «documento
Almeida» (así lo llamaré en lo sucesivo) no se halla en parte
alguna ni en original ni en copia. Según su publicador, pertenecía
a un archivo particular, posteriormente destruido, de manera que
sólo el texto impreso por Fortunato de Almeida testifica de él. Se
refiere a unos almirantes de las naves del rey, de los que no había
noticia; les sitúa en el mar del Cabo de Nao, medio siglo antes de
" En 25 de junio de 1925, Jaime Cortesáo se dirigía a la Academia das Scien-cias,
y comentaba dubitativamente ios documentos publicados por Fortunato de
Almeida. En el «Jornal de Noticias», de 29 del mismo mes, informábase que ioi
textos fueron comprados en el «leiláo» (almoneda) de la Casa Franca en 1916 por
el publicista José Pereira de Sauípaio, Director de la Biblioteca Municipal de
Porto. Ya fallecido en 1925 este señor, fueron inútiles los requerimientos hechos
públicamente para que fuesen exhibidos los originales de donde procedía el impreso
de Almeida, y desde entonces nunca se supo más de ellos. Un prestisfioto
erudito nos dice que en el legado Franca figuraban detonantes falsificaciones.
228 [101
que los marinos del Infante Henrique quebrantasen este límite y
alcanzaran las Canarias, que, al decir de Diogo Gomes de Sintra,
creyeron en principio desiertas, lo que supone un desconocimiento
previo, ya que el viaje de 1341 estaba archiolvidado.
Lo cierto es que los eruditos portugueses, en ocasiones posteriores,
han tenido el buen g^usto de silenciar el documento Al-meida,"
evitando así la desagradable necesidad de denunciar su
falsedad, o bien lo han apartado discretamente, sin entrar ya en el
fondo del asunto, como Jordáo de Freitas en un capítulo de la
Historia da Expansáo Portuguesa no Mundo, dirigida por los Doctores
Antonio Baiáo, Hernáni Cidade y Manuel Múrias, tomo I,
página 272, donde en nota se limitó a decir: «O documento publicado
por Fortunato de Almeida, no tomo II de sua Historia de
Portugal, nao está estudado suficientemente para crermos na sua
autenticidade>. En efecto, si la discusión de tesis históricas divergentes
es a menudo estimulante y útil, si no es demasiado
frondosa, la denuncia de fraudes documentales, como por desgracia
aparecen más a menudo de lo que fuera de desear, resulta
bochornosa. Un tiempo pudo excusarse la fantasía de escuelas
históricas enteras, como la de Alcobaga, pues para ellas la historia
era un género literario, de fines pragmáticos, moralizadores o patrióticos,
para conseguir los cuales todo estaba permitido. Pero ya
hace tiempo que la historia es una ciencia, y tales juegos están no
sólo desplazados, sino que deben estimarse delictivos.
Presentación del documento Almeida por Silva Marques.—Este
prudente repudio, o por lo menos silencio, adoptado por los más
y más prestigiosos historiadores portugueses, no fue seguido por
el Sr. Joáo Martins da Silva Marques, al preparar y publicar su
ingente repertorio documental Descobrimentos Portugueses, en
1944, bajo los auspicios del Instituto para a Alta Cultura. En este
repertorio, creo que ya ha sido notado por alguien, ha habido más
preocupación por la cantidad que por la calidad o interés de las
'- As! los numerosos colaboradores del III Congresso do Mundo Portugfués,
Historia dos Descohrimenios, 1940, y obras prestigiosas como la Historia de Portugal,
dirigida por Damiáo Peres, 1931.
[\\\ 229
piezas coleccionadas, pero seria flagrante injusticia regatearle el
mérito eximio que le corresponde.
Ya sea pues por discrepar de la común opinión erudita del
país, ya por deseo de objetividad mal entendida u otras razones.
Silva Marques incluyó en su repertorio el documento Almeida, y
aun repartido en las tres piezas que en él se contienen, de 1370,
1376 y 1385, antes citadas, que forman los números 115, 137 y 162
de la serie propia de la obra. Es cierto que en cada uno de ellos,
y a diferencia del común de los diplomas copiados por el autor, a
continuación de la rúbrica o resumen advierte al lector que sobre
el respectivo documento debe consultar el prefacio de la obra. Al
publicarse ésta, la acompañaba un marbete que decía: «Será publicada
dentro de pouco tempe a Introdu^áo ao presente Vol. Nela
será exposta a justifica^áo e plano do trabalho, o sistema de trans-criíáo
cronológica; seráo estudados os documentos, etc.». En varias
ocasiones me he informado cerca de amigos portugueses sobre
si había ya aparecido esta indispensable Introducción; la contestación
ha sido negativa.
Nueva historia del descubrimiento de Canarias por Verlinden-
Almeida.—Precisamente el prestigio de esta obra, su autoridad y
su difusión semioficial seguramente han dado lugar al episodio que
motiva esencialmente estas líneas. Una gran autoridad en la historiografía
europea, el admirado profesor belga Charles Verlinden,
se ha confiado a ciegas en los documentos publicados por Silva
Marques. Hace pocos años apareció en una acreditada publicación
belga de erudición, la «Revue Belge de Philologie et d'Histoire>
(t. XXXVl, 1958, n° 4, pp. 1173-1209), y en separata, el estudio del
autor citado Lanzarotto Malocello et la découverte portagaise des
Cañarles, Como no podía esperarse menos de su autor, se trata
de un trabajo minucioso y, en conjunto, sólidamente razonado; la
erudición de que se hace gala es vastísima y sólo al alcance de
quien dispone de las mejores bibliotecas de Europa y sabe ponerlas
a contribución. Este estudio de Verlinden se basa fundamentalmente
en el documento Almeida. Identifica desde luego —no
sé a punto cierto si esto estaba ya en el pensamiento del publi-cador
de la pieza— a Lancelotto Malocello, el descubridor de
230 [12]
Lanzarote, con el Lansarote da Framqua, de Almeida; para ello
somete a ruda contorsión todos los hechos que conocíamos de la
historia de Canarias y aun de la marina portuguesa en el XIV, para
que no resulte en contradicción con el texto del documento Almeida.
Rechaza por apócrifas varias de las fuentes de que disponíamos
y a otras se ve obligado a interpretarlas a fuerza, de
manera desconcertante.
Verlinden abunda en este trabajo^^ en la idea de la importancia
decisiva que tuvieron en la expansión portuguesa los «técnicos»
italianos, genoveses, que a partir de 1317, con Emmanuele Pes-sagno,
estuvieron al servicio de la corte lusitana. Aunque es difícil
de precisar, es probable que en el aspecto técnico de la navegación
influyeron considerablemente, pero no se ha hecho notar
bastante que los resultados prácticos fueron en realidad nulos: se
corrió el Atlántico y se dio con muchas de sus islas pelágicas; pero
acaso porque los italianos no concebían otros fines que los mercantiles,
y estas islas desiertas nada ofrecían en este aspecto, su
conocimento quedó tan vago (probablemente los medios de orientación
eran tan escasos, que la recalada en una isla dada, ya vista,
debía de ser problema casi insolublc), que, en realidad, salvo las
menciones y localizaciones al azar en los mapas, nada quedó de
todo ello. Cuando, ya los portugueses solos, en el siglo XV, bajo
la dirección del inmortal Infante, se propusieron povorar las islas
entrevistas, fue preciso descubrirlas otra vez, esto es, fijar su situación
en rumbos y distancias cuidadosamente observados.^*
Abora bien, el erudito belga sitúa el viaje a Lanzarote de
Lancelotto Malocello o da Framqua en el círculo de las navega-
" Ob. cit. en el texto, pp. 1180 y ss. Insiste en la idea en otro trabajo suyo
reciente: Navigafeurs, marchands ci colons italiens au service de la découverte ei
de la colonisaiion portugaise sous Henri le Navigateur, «Le Moyen Age>, n" 4,
Parii, 1958, pp. 467-497.
" Creo que aun sin contar que probablemente las naveg-aciones del siglo anterior
estaban ya olvidadas, en la tan repetida expresión de islas nuevamente halladas,
común también en los documentos castellanos y catalanes, no hay alusión
alsfuna a los viajes del siglo XIV, contra la respetable interpretación de Jordáo de
Freitas, Madeira, Porto Santo e Deserta. Ilhas que o Infante D. Henriqae «nova-mente*
achou e povoou, «Congresso do Mundo Portuj'uSs», III, pp. 163-185.
[13] 231
cienes orientadas por los almirantes Pessagno y, por tanto, bajo el
estandarte de las quinas. No es ello rigurosamente imposible; si
suponemos el hallazgo de otras islas atlánticas, la del Legname, o
sea Madera, y algunas de las Azores, en el siglo XIV, realizadas
en tales condiciones, no es imposible que lo mismo ocurriese con
las primeras Canarias conocidas. El reparo está en que tenemos
dos relaciones del viaje italo-portugués de 1341 —y si fueran dos
viajes, contra mi más firme convicción, sería igual—, y en ambas
relaciones se dice claramente de un primer intento de posesión
portuguesa. Tanto Niccolosso como la carta de Afonso IV a Clemente
VI no saben nada de la previa ocupación de la isla de Lan-zarote
por este supuesto compañero o subdito suyo, que había
ocurrido inmediatamente antes.
Y aquí viene la primera interpretación forzada de las fuentes
a que las somete Verlinden bajo el imperio del documento Almei-da.
La mención del mapa Dulcert de 1339, con todo su escudo
de Genova y su repetición en los portulanos normales siguientes,
no se refiere a la presencia y conquista de la Isla por Lancelotto,
sino a una fugaz visita a la misma que no se tradujo en aquella
ocupación sino muchas décadas o medio siglo después, porque así
lo dice el documento Almeida. Esto es forzado, si no disparatado.
Dulcert se refiere concretamente a un hecho ya consumado en
aquel momento, incluso ya acabado, pues Niccolosso y Afonso IV
en años inmediatos no aluden siquiera a él. Nada digamos de la
fijación de esa visita fugaz precisamente en el año 1336, a base de
sutiles correspondencias de fechas (pág. 1188) con las guerras de
Castilla y Portugal, la excusa que presenta Afonso IV para explicar
la falta de prosecución de su intervención única en Canarias. Todo
ello se basa en la inesperada suposición de que la concesión del
reino de las Afortunadas por Clemente IV papa al Principe de la
Fortuna es una otorgación a favor de Castilla; bastaría recordar
que ese Príncipe es Luis de la Cerda, el legítimo sucesor de Alfonso
el Sabio de Castilla por línea aguada, desposeído del derecho
por la rama segunda. Y, además, ¿por qué no ha leído Ver-linden
la carta del rey de Castilla al papa Clemente a propósito
del mismo asunto, paralelamente a la del rey de Portugal? La
protesta de Alfonso XI de Castilla no es menos clara que la de
232 [14]
Afonso IV de Portugal, aunque los castellanos no puedan alegar
intervención alguna en Canarias.
El segundo obstáculo que se presenta en el camino del doctor
Verlinden y su documento Almeida es el Libro del Conosci-miento
de todos los reynos, que desde mitad del siglo XIV nos
cuenta ya la historia de la muerte de Lanzarote en su isla, episodio
que él necesita colocar hacia 1384 nada menos. Le basta califícar
de interpolado el pasaje en cuestión, y estamos al cabo de la calle.
Se funda para ello en el uso por el famoso Libro en su pasaje canario
de una nomenclatura que en los mapas conocidos no aparece
sino más tarde: la isla Gomera, dice, sólo aparece en la carta de
Pizzigani de 1367. Pero, de un lado, es temeridad suponer que
no existieron otras cartas que las que casualmente han llegado
hasta hoy; y, de otra parte, el nombre Gomera no es la única novedad
o anticipación en la toponimia de ese Libro: el nombre
Tenerife aparece por primera vez en el Libro del Conoscimiento,
y en este caso no se anticipa a los portulanos contemporáneos,
sino que tal denominación es extraña a todos ellos, de cualquier
fecha que sean. Pero los cronistas de Béthencourt ya lo leyeron
en el Libro desde el inicio del siglo XV. No conocemos las fuentes
exactas del Libro, pero él solo demuestra que hubo cartas discrepantes
de las existentes.
Aunque menos, todavía resultaba molesta un acta notarial de
Genova, de 1330, en que aparece un Lanzarotto Malocello, acta
citada por Gánale en una obra publicada en 1860; como el acta no
ha sido luego identificada, Verlinder puede apartarla fácilmente
(pág. 1177, nota 3), lo que no le impide poner a contribución otros
documentos de la misma obra y circunstancias, cuando estima que
pueden apoyar su tesis (pág. 1199). Pero, ¿cómo puede apartar
un documento, por no hallarse ya en el archivo donde fue visto,
quién se apoya en el documento Almeida, que nadie ha visto
tampoco?'^ Verlinden aparta el documento Gánale de 1330 por-
"^ Hay una explicación sencilla de la no aparición, ahora, de los documentos
usados por Canale; en el siglo pasado los eruditos que en realidad por primera
vez se valieron de fuentes documentales no trabajaban con fotocopias o microfilms
como hoy, pero no por eso lo hacian en los archivos mismos. Los documentos
que les interesaban eran extraídos de acuerdo o no con el archivero, y llevados
[15] 233
que resulta incompatible por su fecha con su historia de Lan-celotto.
En fin, Verlinden, tan severo tamizador de las fuentes en que
hasta ahora nos apoyábamos, a! citar el documento Almeida no se
plantea siquiera la cuestión de su autenticidad. Hay que suponer
que desconoce la actitud de la crítica portuguesa en relación con
estas actas, que no tiene noticia de su condena por figuras como
Jordáo de Freitas. Pero, aun así, ¿cómo un juez tan exigente para
otras fuentes no examinó la procedencia de la suya? ¡Cuando menos
para defenderla!
Anacronismo.—Pero nuestro objeto no es hacer estudio critico
del trabajo del Sr. Verlinden, del cual nos complacemos en
reconocer la vasta información y la general agudeza de discurso,
sino evidenciar su carencia de base por lo suspecto del documento
Almeida. Por esto, dejando ahora de lado su procedencia desconocida,
ya demostrada por otros en su dia, voy a hacer resaltar
ciertos anacronismos que se desprenden de la simple lectura de
su texto, por lo menos para quienes estén particularmente versados
en la transmisión de las fuentes históricas referentes a las
Islas Canarias.
La isla de Lanzarote es llamada de Nossa Senhora da Framqua;
el autor del documento, no demasiado conocedor de las cosas canarias,
no conocía seguramente otro nombre de la Isla que este
que aparece desde el primer portulano, Insola de Lansarote, que
no creyó conveniente usar cuando su héroe acababa de descubrirla,
e inventó el de Nuestra Señora de Francia, que todavía contenía
el apellido por él colgado a Lancelotto y una advocación piadosa
muy propia del tiempo y que, acaso sabía, tuvo culto especial en
las Islas Canarias. Para que nadie pudiese dudar de cuál era su
intención, hizo notar en supuesta nota marginal (repito que nadie
a su gabinete particular, de donde rara vei volvían a su lugar de origen. Los casos
son infinitos, pero citaré uno con el que di en mis primeros trabajos históricos:
Puiggarí, erudito barcelonés, cita muchos documentos en sus escritos; éstos faltan
siempre en los legajos, que cita, del Archivo Municipal, pero nadie pone en duda
que existieron... Es probable que Canale siguiese procedimientos análogos.
234 [16]
ha visto el documento) la frase <dicta Langarote>. ]Hizo bien,
pues el otro nombre es totalmente desconocido de cualquier otro
texto!
Sitúa las Islas en el mar del Cabo de Nao. Este cabo, en
efecto, se halla ya consignado, aunque sin relieve especial alguno,
en los portulanos normales. Su prestigio mítico y náutico vendría
mucho después. Pero lo que es completo anacronismo es la expresión
«Mar del Cabo de Non». Esta idea de los mares particulares,
como partes del mar general u Océano, es totalmente desconocida
hasta los geógrafos teóricos de! Renacimiento. Ni siquiera la expresión
Mar Mediterráneo es jamás usada en los portulanos y documentos
medievales.
Pero lo que no puede explicarse siquiera por una casual anticipación
de usos de lenguaje es el nombre gaanchos, como sinónimo
de naturales de las islas de Lanzarote y La Gomera, que emplea
el texto atribuido a 1376. Este nombre nos es bien conocido: es
una ligera alteración de guanches, nombre gentilicio con que fueron
designados los naturales de Tenerife por sus conquistadores
castellanos de fines del siglo XV. Ahora bien, aun para estos isleños
de Tenerife, el nombre no entró en uso hasta el último cuarto
de dicho siglo XV; y además su uso extensivo —y sin duda abusivo—
para designar cualesquiera nativos de las Islas Canarias es
modernísimo, pues no remonta más allá del siglo pasado, adoptado
por ciertos eruditos, sobre todo extranjeros, como Bertelot y
Verneau, felices de disponer de un nombre propio para la supuesta
nación indígena. Es cierto que luego ha tenido enorme difusión
y ha alcanzado incluso al lenguaje popular. Alguna vulgarización
histórica de Canarias caería en manos del autor del documento
Almeída, y creyó que el uso de este término característico autorizaría
su engendro, pues era una palabra local que sólo quién
estuvo en real contacto con las Islas podía conocer. Pero, por
malaventura suya, a nadie antes de mitad del siglo XIX se le pudo
ocurrir el llamar guanches a los nativos de Lanzarote o de La
Gomera. Esta huella digital, por si sola, basta para condenar toda
la superchería.