Notas bibliográficas
ANTONIO RUMEU DE ARMAS: El Obispado de Tcldc,
Patronato de la «Casa de Colón», Biblioteca Atlántica,
Madrid-Las Palma», 1960. 190 piga. + '20 láms. y un
Árbol ;jfeneal(Sgico de la Casa de Arag'ón, plegado. 4°.
Esta obra de Rumeu era esperada con verdadera expectación, por lo menos
entre el reducido circulo de los aficionados a la historia canaria. Esta expectación
había sido provocada y acuciada por anuncios previos de tono más bien misterioso:
un articulo periodístico del mismo Rumeu de Armas en «Diario de Las Palmas»,
de 10 de enero de 1959, con el mismo titulo del libro; una conferencia en Madrid,
del P. Johannes Vincke, en 29 de octubre del mismo año y reproducida poco después
en «Hispania Sacra», que reseñamos en este mismo número de REVISTA DE
HISTORIA CANARIA. La aparición del libro no nos ha defraudado «n modo al^no,
ni por su interés ni por la firmeza de las conclusiones adelantadas: los obispos
mallorquines de las Islas Afortunadas o de Canaria que conocíamos para el siglo
XIV, desde Fray Bernardo, carmelita, hasta Fray Jacme Olzina, dominico,
formaron una serie más o menos continua —esto ya lo habíamos supuesto— y
llevaron un titulo episcopal concreto, el de Obispos de Telde, cosa no sospechada
hasta ahora. A los dos prelados conocidos hay que añadir por lo menos los nombres
de otros dos.
Pero lo realmente inimaginable es lo que nos explica circunstanciadamente
Rumeu en la Introducción de su libro: jtodos estos datos ahora revelados estaban
publicados y tenían que ser del dominio común desde hace tres siglosl Desde que
en 1637 se publicó en Lión de Francia el volumen IV de los Annales Aíinorum del
P. Waddingo,* el documento esencial, que contiene el titulo del obispado y los
' EaU obra además ha sido reproducida para ponerla al alcance de las bibliotecas
modernas, y en esta forma es como la consultamos hace muchos años en la
Biblioteca de Cataluña, de Barcelona; y, en fin, todavía ha sido reeditada y anotada
en 1932, como nos informa Rumeu.
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nombres de los dos obispos aludidos, había sido dado a conocer, sin más salvedad
que, por mala lectura, aparecía estropeado el nombre de uno de estos prelados y se
anadia jfratuitamente al del obispado la aclaración errónea in partibus infidelium.
Es que Waddingo no pudo identificar esta misteriosa diócesis Teldensis de tu documento;
y lo mismo les ocurrió a los que repetidamente fueron dando con ella en
el mismo u otros textos documentales: Jaime Villanueva, Viaje Literario, XXII, en
documentos mallorquines vistos ya en 1814, aunque ese tomo no fue impreso hasta
1852; Vicente de la Fuente en España Sagrada, tomo LI, 1879 (a base de los datos
de Villanueva); Eubel, Hierarchia Catholica medii aevi, 1897 y 1913, mediante el
documento Waddingfo y otros del mismo Archivo Vaticano. Y todas estas obras
son de las de consulta ¡reneral, aljrunas de ellas provistas de índices, de manera
que la responsabilidad en la gfenerál cebera nos alcanza tanto o más a los obli-
Sfados lectores que a los mismos autores, quienes, al fin, aun sin entenderlos, nos
ponían los datos precisos ante los nublados ojos. En fin, en mi caso, aunque busqué
en todos esos libros lo que dijesen de Canarias o de las Islas Afortunadas,
nada atiné a ver de lo que contenían bajo otras rúbricas, como Diócesis Maiori-censis,
Teldensis, etc. Y lo mismo les pasaría a las docenas de usuarios cananó-filos
de esas obras.
Al fin alg[uien fue capaz de romper el sortilegio. Puede haber alguna duda
sobre quién ha sido el primer taumaturgo que ha pronunciado el {Sésamo Ábrete!
Parece que, independientemente, han llegado más o menos a la vez el P. Vincke
y el Dr. Rumeu; pero éste es quién dio a conocer primero el descubrimiento, en el
citado '«Diario de Las Palmas*. Creo que quién hizo posible esta súbita revelación
fue la señorita Amada López de Meneses, al publicar un documento, hasta ahora
totalmente desconocido, extraído del Archivo de la Corona de Aragón; en él, al
fin, se dice expresamente que el obispado Teldense está en las Islas de Canaria.
El Sr. Rumeu —supongo— vio el documento publicado y se lanzó por la pista con
el interés que ella merecía. No tiene esto poco mérito, porque la misma publicación
de la Srta. López era de las más discretas posibles: apareció en 1958, en el
tomo VI de los cuadernos <EI Correo Erudito», publicación tan aperiódica, que
nadie cuenta regularmente con ella.
Aunque Rumeu no entra en estos detalles del azaroso descubrimiento de lo
que era público desde hacía siglos, da todas las noticias necesarias sobre este hallazgo
bibliográfico en la breve Introducción de su obra. Para los especialistas,
en realidad, todo el resto de ella ofrece ya menos interés; pero el público en general,
incluso el erudito más versado en otros campos históricos, recibirá sin duda
agradecido la información completa de lo que sabemos acerca de la presencia
catalano-mallorquina en estas Islas Canarias, en la Baja Edad Media. Además de
estos documentos olvidados, de los exhumados por la Srta. López' y de todos los
' Son dos estos documentos, el aludido con la clave del enigma y otro también
muy interesante, de 1352, sobre los esclavos canarios que los ciudadanos de
Mallorca se proponían utilizar como agentes introductores de la misión en la tierra
de donde procedian.
421
que habíamos ido reuniendo poco a poco acerca del asunto los primeros desafortunados
pioneros, todavía Rumeu aduce algruno más de su propia cosecha.' Pero
principalmente el valor de su trabajo estriba en las nuevas interpretaciones, las
nuevas perspectivas que el manejo simultáneo de todos estos datos, hasta ahora
en su mayoría dispersos, le permite alcanzar o avizorar.
El primer capitulo trata del testimonio tradicional de los cronistas, del cual
s i lo cabe aprovechar el hecho, pero sin cronología ni precisión alguna; la historia
sobre imágenes y ermitas me parece tan aleatoria como el resto. Con base principalmente
documental se ocupa luego de los primeros viajes y de la presencia de
cautivos canarios en Mallorca; no es seguro, en cambio, que estén en su lugar las
citas de Ibn Jaldún y de Hemmerlin. Muy breve espacio dedica luego a la erección
del Principado de la Fortuna por Clemente VI; observaré sólo que no alude siquiera
a los solemnes sermones pronunciados por el Sumo Pontífice en tal ocasión,
que por lo demás permanecen inéditos. Merecen sin embargo la publicación, y en
ellos veríamos como In Santidad de Clemente VI se sabe al dedillo Plinio e Isidoro,
j>ero nada que proceda de los recientes viajes medievales, con lo que me
confirmo en mi creencia de que la Curia estaba mucho peor informada de lo que
supone Rumeu; aparte los clásicos, no sabía nada más que lo que los solicitantes
de sus gracias buenamente le contaban.
Trata luego nuestro autor de la creación del obispado Fortunce Insularum en
la persona de fray Bernardo, carmelita, y de los planes misionales con ella relacionados.
Creo ver —y parece que Rumeu coincide en ello— que el proyecto de
expedición es lo fundamental y probablemente anterior al de erección episcopal.
Uno de los documentos nuevos nos presenta al rey Pedro de Aragón interesado
en el asunto y a los pobres canarios cautivos en Mallorca, en número da doce, disputados
ásperamente entre sus dueños y los empresarios del viaje misional... y
político-mercantil. Entre los problemas críticos que se presenta Rumeu está el de
si hay que suponer uno o dos obispos de nombre Bernardo; justas razones le inclinan
a admitir dos distintos; es posible, pero no puede eliminarse la idea más sencilla
de uno sólo, lo que desde luego supone varios errores en los textos documentales,
cosa que no sería sorprendente (Cap. IV).
La Bula ínter catera de Urbano V, de 2 de julio de 1369, es la que, citada hace
tres siglos, habia permanecido de hecho ignorada de todos; la estudia Rumeu en
•u Cap. Vlll. Nos demuestra cómo, si no Bernardo I, si ya el II, cumplió la prescripción
de Clemente VI de dar un titulo concreto al obispado, el de la sede de su
iglesia matriz, y que este lugar era el de Telde. Al propio tiempo se nombra ahora
nuevo obispo por defunción de los dos anteriores Bernardo (¿II?) y luego Bartolomé,
lo que permite suponer que se entiende que aquél es el fundador de la dió-c
««it; al ahora escogido es el franciscano Bonanat Tarin (¿o mejor Tari?), cuyo
prenombre, de difícil lectura en el registro de la Curia, habia dado lugar a la
» Por lo menos el de 1378, en que vemos al futuro obispo Jacme Olzina ya
ocupado en trabajos de rescate de cautivos en tierra de infieles, trabajos bien vecinos
de los misionales.
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transcripción errónea Rouenac, tanto más admisible cuanto es un apellido existente
en la Mallorca del siglo XIV; pero el resto de la documentación ahora disponible
no deja lugar a duda. Rumeu, aduciendo ahora oportunamente a Hemmerlin,
coloca a este prelado y su misión en su ambiente, ahora más catalana-continental
que mallorquín, pero de todos modos el obispo —seguramente siempre ausente
de su diócesis, como los anteriores— reside preferentemente en la isla mediterránea.
También en Mallorca es donde conocemos al último obispo teldense, promovido,
como ahora sabemos, en enero de 1392. Reconoce Rumeu, en efecto, que
estos obispos no residían, aunque para Tarín supone una actuación personal en su
diócesis, que es difícil demostrar. En realidad este obispado misional fue para
sus prelados, ya que no en la intención de la Sede Apostólica, un mero título o
dignidad honorífica. Y dudaría de la realidad de la misión misma, si no fuese por
el testimonio de Le Canarien, cuando nos cuenta la luctuosa suerte de los trece
frailes cristianos; la realidad de éstos nos obliga a admitir la de otros predecesores
suyos.
El principal asunto de los últimos capítulos del libro, que forman una segunda
parte, es el de la pervivencia de la atención mallorquína hacía la evangelízación de
Canarias, tras la definitiva anulación del obispado de Telde, al crear Benedicto XIII
en 1404 el de Rubicón, con jurisdicción expresa sobre todas estas islas. El hecho
es evidente, aunque por mí parte sigo creyendo en la «incuria» de la Curia, que
probablemente había olvidado todo cuanto tocaba a la misión de Telde, que nadie
se preocupó de reivindicar, porque nadie vio en ello un interés tangible^
Un apéndice reproduce cuidadosamente el texto integro de los documentos
pertinentes, en núm. de 24, desde el nombramiento del capitán Francesc des Valers
en 1342 hasta la orden de Alfonso V a sus oficiales en Menorca e Ibiza para que
favorezcan la recaudación de las limosnas para subyugar a los brutos infideles canarios,
a ruego y provecho de Juan de Bélhencourt.
En suma, un precioso libro en el que Rumeu muestra una vez más su habilidad
para convertir una masa de material erudito en una amena y a veces apasionante
relación.
Elias SERRA
JESÚS HERNÁNDEZ PERERA: Ventara Rodríguez y la
fachada de la catedral de La Laguna.—Madrid, «Las
Ciencias», XXIH, 4°, pp. 697-905.
Ya en varias ocasiones se había hablado de la inspiración arquitectónica de
esta fachada, y aún más del remate de sus campanarios. Contiene elementos de
grandiosidad y detalles de fino arte, a los que se busca acertadamente el parentesco
con los que impuso Ventura Rodríguez al también postizo hastial de la
catedral de Pamplona. Aquí Hernández Perera lleva con vasta competencia e información
este estudio hasta sentar sólidamente el hecho y los caminos varios por
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los que le coniunió: uDoa pUnos traídog por el deán Bencomo, probablemente de
mana de Manuel Martín Rodríguez, sobrino y discípulo de don Ventura, sólo en
parte ejecutados y mucho después completados con una poco hábil simplificación
de lo que había quedado por hacer, dieron lusrar a esta fachada lagunera, grandiosa
por su pórtico, tan simple y severo, y achatada luego por su logia falta de
vuelo. El modelo de los campanarios también procede de Ventura Rodríguez,,
aunque la idea de la cupulilla en forma de campana invertida le es anterior y de
origen europeo; Ventura se apoderó de ella y la difundió por el área hispánica.
. £1 estudio de Hernández Perera utiliza por igual la documentación de archivo
y el examen artístico de los monumentos y, no menos, analiza el valor estético de
las soluciones. Es una bella monografía, de la que resulta además el papel extraordinario
que ejerció en la vida del arte español el famoso arquitecto, que siguió
ganando batallas, de ellas algunas en Tenerife, después de muerto, como muestran,
además del templete-sagrario de La Orotava, los elementos antiguos de nuestra
catedral lagunera, esto es, su fachada, que quedó incrustada en la moderna obra
neogótica del ingeniero Rodrigo Vallabriga, por fortuna todavía viviente entre
nosotros. Obra, ésta, que, dentro de sus propósitos, es bien lograda, ponderada y
atractiva, por lo menos hasta que en mala hora fue privada de las luces que generosamente
le había concedido su creador.
E. SERRA
DR. TOMÁS TASARES DE NAVA: Apuntes para la
historia de la Real Sociedad Económica \le Tenerife.
1904-1959—1.^ Laguna, 1960. 76 páginas. 8° jesús.
Este elegante librito, editado por su kutor, es bastante más interesante de lo
que se podría esperar de sus limitados fines inmediatos. Se trato, en efecto, de
una obra de combate, en la que el Dr. Tabares, director que fue hksta 1951 de la
Real Sociedad, expone los méritos de SU gestión de doce años en el cargo, para
Contrastarla acerbamente con la de sus sucesores, o, más 'concretamente, con la
del actual director, Sr. Zamorano Lomelino. El agravio mayor que mueve la pluma
del Sr. Tabares es su expulsión de la Real Sociedad por acuerdo especial de
su junta generad, hecho que contrapone a aquellos relevantes méritos, repetidamente
reconocidos por varias de las personas que votamos la referida expulsión.
En efecto, a primera vista resulta chocante el supuesto cambio de actitud de esas
p«r«onBs; pero es que no hay tal cambio de actitud. Los hechos son bastante
sencillos: tras una brillante gestión, desde luego marcadamente personal, el Sr.
Tabires resolvió retirarse de la dirección por su libérrima voluntad, que no varió
por la ratifickoión que sus consocios hicimos de la confianza que le teníamos con-'
cedida. Pero en seguida inició una actitud de hostilidad, pronto convertida en
verdadera obstrucción, contra los nuevos directores que la Sociedad escogió. La
expulsión acprdada al fin, tras previas advertencias y aun intimaciones, no obe-
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dece, puei, • desconocimiento de miritoi petados o presentes, ni mucho menos e
supuestas faltas reglamentarias u otras, sino a la necesidad de que la Real Sociedad
siga actuando, cosa que resultaba materialmente imposible con la presencia
del ilustre expulso. Por lo demás la Real Sociedad, en su larga vida, ha visto
algún otro caso análogo, y la expulsión reglamentaria del Dr. Tabares no es la
primera que se da.
El librito, como decimos al principio, es, todavía, interesante: da noticia pun*
tual y minuciosa de la vida cultural que se desarrolló bajo la presidencia de su
autor, y de la edición de obras premiadas por la Sociedad en sus concursos, datos
bibliográficos a menudo difíciles de hallar. Resolta un feliz recordatorio de la
labor de aquellos años; y, por lo demás, el Dr. Tabares sabe que sus justos méritos
jamás han sido negados donde existen, y que, en campos diferentes de su tenax
obstrucción a la vida de la Real Sociedad, su colaboración sigue siendo estimada
como siempre.
E. ^ERRA
E. GARCÍA-RAMOS y A; MICUÍLIZ: Geografía médica
del término municipal de Fatnia (Tenerife).—Santa
Cruz de Tenerife, I. P. T., núm. 18, 1959. 40 págs.
-|- 4 láminas y 1 mapa.
Un número más de esta curiosa serie de monografías locales, hechas con
atención pero faltas de gran parte de los datos estadísticos previos para obtener
un resultado preciso. El término estudiado, una estrecha faja de mar a cumbre,
viene a ser como una cata o muestra del ambiente del sur de Tenerife. En los
antecedentes no hallan los autores mención del pueblo hasta el siglo XVIIl; pero
la cifra de población que da el Dr. Dávila (84 habs.), creemos debe entenderse
como hogares, y no almas, pues de otro modo el aumento, en 1860, de hasta cerc«
de 2.000,00 tendría explicación, no existiendo una súbita inmigración masiva o un
radical cambio social en este tiempo. Apenas la cochinilla pudo representar un
complemento a la pobre base ganadera que hasta entonces tuvo la vida sureña.
Modernamente la carretera y el alumbramiento de aguas, éste hacia 1935, han
creado un nuevo ambiente vital en torno y por debajo de aquella vía, dejando
poco alteradas las zonas más altas. Como apuntamos antes, son pobres los datos
climáticos, demográficos, etc. de que se dispone; pero, todavía más, hasta la indigencia,
lo ton los precisamente tocantes a morbilidad y mortalidad, y así creemos
imposible sacar de ellos conclusión alguna. Todavía se trata, en otros apartados,
de las condiciones higiénicas, escolares, económicas, alimenticias, por lo general
a base de simple observación. En fin, una útil síntesis de un medio rural del Sur.
E.S.
425
Ai^JANDRO CíOKANBSCU: Alejandro de Humboldt
en Tenerife.—Publicación encomeodada por el Ezma.
Cabildo Insular de Tenerife al Instituto de Estudios
Canarios. Volumen XV (6" de la Sección I: Ciencias
Históricas y Geográficas, Monografías).—La Laguna
de Tenerife, 1960.—92 paga, de texto en 4°. Dos retratos
de Humboldt, uno de A. Bompland, y un boceto
de Humboldt del interior del cráter del Teide.
Para conmemorar el primer centenario de la muerte del gran sabio alemán,
el Cabildo Insular de Tenerife, además de levantar un mirador hacia el valle de
La Orotava que lleva su nombre, encomendó al Instituto de Estudios Canarios y
éste a su vez al presidente de su Sección de Bibliografía Dr. Alejandro Cioránes-cu,
que recogiese en un folleto las impresiones más destacadas que reflejan loa
escritos conocidos de Humboldt a su paso y estancia en Tenerife.
Señala el autor de la monografía la elevada opinión que del humanista y
científico alemán tuvo Goethe; destaca algunos extremos de su conocida biografía,
su* primeras expediciones científicas, el conocimiento con destacados españoles,
como el botánico Cavanilles, amigo también de Viera y Clavijo; su encuentro con
el que había de ser su fiel amigo y colaborador durante el viaje americano, Aimé
Bonpland, el frustrado deseo de una expedición al Nilo y su llegada a la corte de
Carlos IV, el apoyo que le prestó un antiguo amigo y ahora Ministro de Estado,
don Mariano de Urquijo, sus relaciones con los eruditos españoles, entre ellos
otro canario, Clavijo y Fajardo.
El gobierno español le hizo entrega en 1799 de un pasaporte, que le concedía
una total libertad de acción y ordenaba a las autorfdades de los lugares de su
paso una completa ayuda. Humboldt y Bonpland embarcan en La Coruña (donde
iban recomendados a otro canario, el ingeniero comandante de la escuadra don
Rafael Clavijo) en la corbeta «Pizarro», que abandonó el puerto el S de junio de
aquel año. Ante* de tocar en el puerto de Santa Cruz de Tenerife debían hacerlo
en la isla de Lanzarote, en cuyas costas los marinos se desorientan, y después de
pasar por los islotes del grupo oriental del Archipiélago, en la mañana del 19 de
junio llegan a Tenerife.
Copia el autor la descripción que hace Humboldt de su llegada a Santa Cruz,
la visita a La Laguna, al Puerto de la Cruz y al Jardín Botánico, en que entonces
trabajaba activamente el marqués de Villanueva del Prado; la excursión al Teide,
en compañía de Bompland, el vicecónsul y el secretario del consulado francés Le
Gros y Lalande y el jardinero inglés del Botánico.
Las impresiones de Humboldt se sintetizan en las palabras que escribió a
iO hermano la vispera de salir de Tenerife: «Me voy, casi con las lágrimas en los
ojos. Quisiera venir a vivir aquí; y, sin embargo, apenas si he salido de Europa . . .
Nuestra estancia en Tenerife ha sido breve; y, sin embargo, nos íbamos de esta
iala como si hubiésemos vivido mucho tiempo en la misma».
426
El autor recoje lof nombres de los canarios con quienes tuvo contacto Hum-boldt,
como los Clavijo, ya citados; don A^ustin de Béthencourt y Molina, el
ilustre ingeniero tinerfeño; don Bernardo Cúlog'an, euya quinta de La Paz tan
bellamente describe, y el joven don Francisco de Salcedo, compañero de viaje
desde La Coruña, hijo del teniente de rey de Tenerife don Manuel de Salcedo y
sobre el que hemos de aclarar que era, como dice Humboldt, hijo de estas islas,
ya que había nacido en Santa Cruz de Tenerife el 27 de abril de 1783 y recibido
el bautismo en la parroquia de la Concepción al siguiente día. Contaba, por lo
tanto, diez y seis años cuando hacia aquel viaje.
La monogfrafia, escrita con la amenidad y soltura que caracteriza a su autor,
asi como con el amplio baj^aje bibliográfico y documental que valoran su personalidad
científica, merece ser ampliamente difundida.
. L. R. O.
ALFREDO REYES DARÍAS: 4 estampas de monumentos
colombinos en San Sebastián de La Gomera.
[Santa Cruz de Tenerife, Coya A. G., 1960].—Una
carpeta en cartoné, 38 cm., conteniendo 4 g'rabs. Edición
de 200 ejemplares firmados y numerados por el
autor.
Con ocasión de los solemnes actos colombinos celebrados en San Sebastián
de La Gomera en el mes de septiembre de 1960, por iniciativa de nuestro Excmo.
Sr. Gobernador Civil don Manuel Ballesteros Gaibrois y la cooperación de las
autoridades de la provincia y de la Isla, en conmemoración de 468° aniversario de
la salida de Colón desde La Gomera —6 de septiembre de 1492— para el viaj«
del Descubrimiento, dio a la estampa el Sr. Reyes Darías cuatro diseños suyos
representativos de otros tantos monumentos g[omeros lij^ados al nombre del gran
navegante y a su paso por el puerto isleño, memorable y definitivo punto de partida
a la gesta sin par. Son éstos la iglesia parroquial de la Asunción, de la que
se ofrece la portada gótica y la espadaña de su fachada principal; el exterior de
la ermita de San Sebastián; la fachada de la presunta casa de Colón; y un apunte
de la Torre del Conde, de cuya restauración ha sido encargado precis^mente el
Sr. Reyes Darías, con objeto de que sirva de sede a una biblioteca y museo colombinos.
Los cuatro dibujos a pluma han sido reproducidos a linea en negro,
sobre fondo retículado verde oliva, y rotulados a mano. Aunque se destinen las
estampas a ser enmarcadas separadamente, no habría sobrado en la carpeta una
nota explicativa de la historia de cada monumento y su vinculación al Descubridor.
J. H. P.
427
JosEPH DE ANCHIETA S . J.: De gestis Mendi de Saa,
original acompanhado da tradufáo vernácula pelo
P. ARMANDO CARDOSO S. J.—Ministerio da Justina e
Nejrócios Interiores. Arquivo Nacional. Director E. Vi-
Ihena de Moraes. Rio de Janeiro, 19S8. En 4°, xxvill
págs. de prólogro; 43 de introducción histórico-literaria,
por el traductor; hasta la 173 el texto del poema en
latín y su traducción, y hasta la 251 de anotaciones al
texto; con reproducción del retrato del P. Anchieta,
de H. B. Oswaido; (acsimil de la 1* pág. de la epístola
nuncupatoria y de otra del poema y ¡grabados de su
jfeografia.
Aunque el tema del poema no sea canario, ya que se trata de los méritos del
fundador de la ciudad de San Sebastián de Rio de Janeiro, no podemos por menos
que recoger aquí la noticia de la primera edición de esta obra, junto con De Beata
Virgine, casi de la misma época, los dos grandes poemas latinos del insigne misionero
nacido en La Laguna.
En la introducción el P. Armando Cardoso analiza la paternidad de la obra y
llega a la conclusión de que, sin duda, a pesar de no estar firmada, se debe al numen
de José de Anchieta, y cree que la fecha de su composición debe ser inmediata
anterior a la de junio de 1560, en que salió Mem de Sá para Bahía. Hace
historia del hallazgo del manuncrito por el P. F. Ogara, en 1928, en la casa de
doña Felisa Zuazola, cuando se consideraba perdido por más de un siglo; analiza
el manuscrito y el contenido, fuentes y valor histórico del poema, su clasicismo y
originalidad, y termina la introducción refiriéndose a las incidencias de la edición
del poema, cuya iniciativa «e debe al Dr. Vilhena de Moraes.
L. R. O.
HERMANO DOMINGO JAVIER, F. S . C : Serie de artículos,
con varios títulos, sobre genealogía y figuras
ilustres del apellido La Salle, en «Información Lasa-liana
», portavoz del tricentenario del nacimiento de
San Juan Bautista de La Salle, fundador de los Hermanos
de las Escuelas Cristianas, 1950.
El autor escribe una serie de trabajos de tipo más apologético que histórico,
pero en los que no faltan materiales de primera mano y de interés positivo. En
recuerdo de Gadifer de La Salle, que tuvo papel tan glorioso como poco provechoso
en la conquista francesa de las Islas Canarias, vamos a dar una nota de
estos trabajos.
428
El H. Domingo Javier da como sejfura la ascendencia de los La Salle del matrimonio
fundador del monasterio de San Benito de Bajfes, en Cataluña, SaHa y
su mujer Ricardis; esta familia contó con fig^uras ilustres, como el SaHa obispo de
Urgel, y se ramifica pasando a Bearn y de alli a Champaña, donde durante sigilos
pervivió la rama más conocida del apellido, cambiado naturalmente en La Salle.
Reproduce fotográficamente la conocida acta de fundación de San Benito de Ba-gts,
del 972; y da un árbol genealógico de este tronco catalán de la familia. En
el capitulo 4° publica un mapa de la difusión del nombre por toda Francia, y en
éste y los siguientes se ocupa de las diversas ramas; en el 9° trata de la heráldica
familiar y el 10° contiene algunas piezas justificativas.
El apartado 6° es el dedicado a nuestro Gadifer, y por sus muchos errores de
bulto no sólo no es útil, sino que parece desmerecer del conjunto. No sabemos
si, consciente de ello, el autor acompaña una nota en que atribuye los datos a un
Hermano Héribert-Marie, que los escribió en enero de 1936; pero éstos son tales
como el «descubrimiento» de las Islas en 1406, aunque los conquistadores navegaban
hacia ellas desde 1392; el titulo de «conde» atribuido a Béthencaurt, etc.
E.S.
SEBASTIÁN JIMÍNEZ SÁNCHEZ: Túmulo del «Cascajo
de Las Nieves», en el término de Agaete, isla de Gran
Canaria,—Las Palmas de G. Canaria, Col. «FAYCÁN»,
n° 6,1959.—Folleto de 24 págs. con 6 grabados. 4°.
Es una minuciosa información y estudio del notable hallazgo de enterramiento
canario realizado en junio de 1957 y del que el mismo Sr, Jiménez, Delegado
Provincial de Excavaciones, dio cuenta en la prensa de aquellos dias de una manera
sumaria. También esta revista, a base de estos datos periodísticos y otros
suministrados entonces por el mismo Delegado, informó en lo esencial respecto
del hallazgo de Agaete, en su vol. XXllI, núms. 117-118, pág. 167 y grabado adjunto,
correspondiente al primer semestre de aquel año. Por esto nos limitaremos
ahora a decir que el trabajo presente sitúa el enterramiento en el conjunto de sus
análogos, no sólo de Gran Canaria, sino de las otras islas orientales del Archipiélago
y aun del vecino continente, esto es, en los sepulcros de túmulo tronco-cónico
levantados en y con materiales de malpais o lavas sueltas. De todos modos es un
ejemplar excepcional, tanto por las dimensiones del túmulo, que calcula el autor
en 1,80 m. de alto por 2,75 de diámetro, como por la disposición interior de éste
y de su sarcófago: una cista, en su base de 2,65 X 0,80, formada por toscos mu-retes,
no por tajas hincadas, y cubierta por robustos tablones de tea a 0,86 m de
su altura; a su vez laxista contenia un ataúd de madera, cavado en un solo tronco,
salvo su cubierta sujeta a la caja mediante clavijas reservadas en la misma
madera, verticales las dos de la cabecera y horizontales las dos del pie. Largo
exterior del sarcófago, 2,34 m, y el diámetro del tronco en que se vació, u n o
429
0,50 con un espesor de unos 35 a 40 mm. An^lo^o grosor presenta la tapa. El
contenido eran restos muy deteriorados de un cuerpo humano que se ha supuesto
de mujer anciana, aunque no sabemos si han sido estudiados por un especialista.
El Sr. Jiménez muy oportunamente trae a comparación las referencias de los
cronistas sobre enterramientos aborígenes en Gran Canaria y halla en Abréu noticia
de sepulturas en cajas de tea, que el buen franciscano, no dispuesto a suponer
iniciativa alguna a los naturales, atribuye a los mallorquines. Inútil decir que
nadie en la Mallorca del siglo XIV sabria ni se le ocurriría vaciar un tronco para
enterrar en él; esto aparte, el ataúd de Agaete es único entre las sepulturas hasta
hoy conocidas en Canarias.
En fin, muy interesantes son los datos basados en el famoso proceso de data-ción
por el Carbono 14, obtenidos de tas maderas del enterramiento por el laboratorio
comercial que funcionó en la universidad neerlandesa de Groninga, a costa
de El Museo Canario; aunque no se copia el dictamen completo, con su amplitud
de oscilación en la fecha obtenida, se da el año 783 de la Era para dichas maderas.
No comprendemos bien esa forma de datar, siete siglos antes de la conquista
de la Isla, cuya fecha no podían conocer en el laboratorio, ni les hacía falta.
Otro ensayo realizado sobre materiales de las cuevas funerarias de Acusa, término
de Artenara, dieron una data algo más antigua, el año 647. En efecto, como
nota el autor, aunque el sarcófago monoxilo es excepcional hasta hoy, el hallazgo
de maderas en enterramientos de varios tipos no es raro. El cuaderno, verdadera
publicación exhaustiva, se completa con un noticiario arqueológico, y de otros
asuntos relacionados, de Gran Canaria.
E, SERRA
JoHANNES VINCKE: Comienzos de las misiones cristianas
en las Islas Canarias.—Madrid, «Hispania Sacra
», XII, 1959, págs. 193-207.
El ilustre historiador eclesiástico P. Vincke hace ya muchos años publicó
unos documentos y breve comentario a los mismos, referentes a este mismo tema
(«Analecta Sacra Tarraconensia», XV, 1942, págs. 291-301), trabajo que comenté
entonces con cierta severidad, porque la aportación documental no iba acompañada
de suficiente estudio del asunto (REVISTA DE HISTORIA, X, 1944, 87). Ahora,
en 27 de octubre de 1959, pronunció en Madrid una conferencia que reproduce
«Hispania Sacra», en la que vuelve sobre el mismo tema, con más materiales y
mejor valoración de ellos; aunque tampoco esta vez da todas sus fuentes, ya que
algunas de las afirmaciones más nuevas que nos presenta se apoyan en publicaciones
futuras que promete (así la enérgica oposicióq genovesa a la investidura
del Reino de las Islas Afortunadas a favor de Luis de España; el estudio biográfico
de los mallorquines Juan Doria y Jaime Segarra, etc.). La verdadera nove*
d«d Mtá en la recta identificación del Obispado Teldenae, que mencionan varios
430
documentos y que había pasado inadvertida hasta ahora. Parece, de todos modok,
que aun trabajando con independencia uno de otro, el catedrático Dr. don Antonio
Rumeu se le adelantó en esta afortunada identificación, pues la anunció ya en
un articulo del «Diario de Las Palmas» de 10 de enero del mismo año 59, aunque
su importante libro sobre esta cuestión no haya salido hasta 1960.
El P. Vinclce conoce y pone a contribución ahora, además de estos documentos
que podemos decir extraviados, todo lo de antes acumulado en investigaciones
diversas. Los reparos que ahora pondríamos a su trabajo no procederían de falta
de acopio previo, sino de exceso de deducciones hipotéticas derivadas de los escasos
hechos concretos de que disponemos: es aventurado fiar en el testimonio
del famoso franciscano autor del Libro del conoscimiento, suponer una interferencia
entre las iniciativas pontiRcio-mallorquinas y otros intereses que no conocemos
actuantes en aquel momento histórico, fiar en la supuesta tradición canaria
de la lleg^ada de estos mallorquines a Gran Canaria, incluso de la fecha que se le
atribuye; no es menos hipotética la fecha a que debe remontarse el relato de
Hemmerlin. ¿Y qué diremos de la existencia de un cabildo catedral en Telde, de
una escuela catalana del idioma canario, etc., etc.? Todo esto es sacar de los
documentos más de lo que en realidad dicen. Sólo como inciso consignaré, una
vez más, que es inadmisible el uso del gentilicio guanches para todos los canarios.
Este exceso de información del P. Vinclce es siempre de buena fe; bastaría
para demostrarlo, si fuese preciso, la rectificación que hace, sin reserva, de la
identidad que estableció y ha resultado errónea de Cunamensi con Canariense.
Salvo, pues, mi tendencia a limitarme a los hechos bien fundados, el nuevo trabajo
de Vincke debe ser recibido con júbilo.
E. SERRA
Real Sociedad Económica de Amibos del País de
Tenerife: Sesión celebrada con motivo de la inauguración
oficial de sus nuevos locales el día 21 de noviembre
de 1959.—La Layuna, Imp. Gutenberg, 1959 [1960].
44 pá;s. 8° jesús. 15 pts.
La casi bicentenaria Real Sociedad Económica de Tenerife, fundada en 1777,
no sólo careció de locales propios, sino que estuvo muy someramente instalada
en otros diversos en la mayor parte de su dilatada vida. Fue la adquisición de la
rica Biblioteca de los Marqueses de Villanueva del Prado por cesión generosa de
la propietaria, en eumplimient» de la voluntad del difunto marqués, su esposo,
don Fernando de Nava y del Hoyo, en 1904, lo que determinó al ayuntamiento de
La La^na a proporcionar un amplio local en el mismo edificio municipal para
instalación de la Sociedad y su nueva Biblioteca pública. Ahora ha sido el Ministerio
d« Educación Nacional, y por él la Universidad de La Laguna, quien ha
ofrecido el espaeio edificado necetario para una mejor instalación, «un no siendo
431
mala la anterior. De todos modos otra vez el municipio ha acudido gfenerosamen-te
a la necesidad de acondicionar los locales cedidos desnudos y costear el traslado.
Por eso creemos oportuno consig^nar los nombres de los ilustres señores
alcaldes de la ciudad en las dos históricas ocasiones: en 1904 ocupaba la alcaldía
don Wenceslao Tabares y Garcia de Mesa, y en 1959 presidia ya la corporación
municipal el actual alcalde don Ángel Benítez de Lugo y Ascanio.
La solemne sesión inaugural, presidida por el director de la entidad don José
Zamorano Lomelino y las autoridades locales e insulares, ha sido acertadamente
conmemorada con la edición de este bello folleto, que contiene las palabras iniciales
del mencionado director, y las conferencias del bibliotecario social don Enrique
Romei^ Palazuelos, sobre Loa libros de la Económica, y del vicesecretario
don Coriolano Guimerá López, acerca de Los escritores de Carlos II¡ g las Sociedades
Económicas. El primero hizo un ameno repaso de las curiosidades y teso-roa
bibliográficos que posee la Económica, y el segundo hizo resaltar los propósitos
de Campomanes, el verdadero creador de estas entidades privadas de estimulo
de la vida social y económica local, concebidas con la idea de atraer a esa labor a
los miembros pudientes en la sociedad de entonces. Un trabajo final había sido
confiado al ya venerable miembro de la Real Sociedad don Dacio V. Darlas y
Padrón, presidente de una de las secciones de la entidad; leyó el Sr. Darlas una
disertación de conjunto sobre nuestra Económica: Consideraciones históricas sobre
la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Tenerife, que ha venido a
ser su codlcilo erudito, pues su fallecimiento, sobrevenido en 1960, cerró su Ininterrumpida
dedicación. La sesión fue además amenizada por la intervención de
la Capilla Clásica Palestrina dirigida por el R. P. don José Maria Adán.
El nuevo local ofrece esencialmente la ventaja de no reducir la Sociedad a
un único ámbito, defecto insuperable en el salón municipal que disfrutó hasta
ahora, aun siendo amplio. Ahora un salón de actos muy suficiente no interfiere
con la vasta sala-biblioteca y aparte se dispone de secretaría y anchurosos pasadizos
o galeriai de espera y conversación. El Instituto de Estudios Canarios, que
tiene locales más reducidos en el mismo edifibio, ha venido usando a menudo el
salón de actos de la Real Económica para sus sesiones públicas, con el previo
Menso <i« la dirección de esta última, que lo concede siempre gtaciosamente.
E. S.
JOSÉ PERAZ\ DE AYAI.A: LOS fieles ejecutores de
Canarias.—Separata del «Anuario de Historia del
Derecho Español», tomo XXVII-XXVIII, Madrid,
1957-1958.—60 páginas.
La organización municipal canaria, estudiada desde el punto de vista de su
historia, ve hoy Incrementada su bibliografía gracias al trabajo del doctor Peraza
432
de AyaU, que se suma a los ya publicados sobre el tema por él mismo {Lo» anii-gaos
cabildos de las islas Canarias, en «Anuario de Historia del Derecho Español
», tomo IV, 1928, páginas 225 a 297) y por otros eruditos —sirvan de ejemplo
Manuel de Ossuna y Van den Heede y Leopoldo de la Rosa— de la historia
institucional de las Islas Canarias.
El trabajo que hoy reseñamos constituye, a nuestro modo de ver, una aportación
valiosa al estudio hist¿rico-jurídico del municipio canario. No el, evidentemente,
una obra de simple erudición local y que responda a estas preocupaciones,
muy digrnas por demás. No en balde Peraza de Ayala recibió enseñanzas de Sánchez
de Albornoz, y no en balde tampoco sigue en la actualidad muy de cerca las
orientaciones conceptuales y metodológicas del profesor García-Gallo, gracias al
cual la Historia del Derecho Español comienza a superar una etapa de verdadera
crisis.
Todos los que nos hemos formado junto al profesor García-Gallo le hemos
oído insistir en la necesidad de estudiar las instituciones municipales sin perder
de vista las peculiares condiciones políticas, sociales, demográficas y económicas
de cada localidad en la que aparecen y se desarrollan. Sólo así la historia del municipio
y de sus instituciones podrá responder a la misma realidad de las cosas,
sin perderse en generalizaciones abusivas. Fiel a este método, el autor del presente
trabajo escribe: «El estudio del cargo de almotacén ofrece la dificultad de
que este nombre se da a oKciales de muy distinta categoría y atribuciones no sólo
con respecto a los varios municipios de la Península, sino aun en una misma localidad
con relación a los tiempos» (página 139 del «Anuario» cit.). Por la misma
razón el autor estudia separadamente 'el fiel ejecutor almotacén mayor' y 'los fieles
ejecutores diputados del concejo', precisando al mismo tiempo las peculiaridades
que en punto a cada uno de esos oficios concejiles y a los que les están
subordinados presentan las distintas islas, incluidas las de señorío.
Las características a que responde el artículo en cuestión pueden resumirse
asi: manejo crítico de las fuentes, perfecta sistemática de las cncstionei tratadas,
utilización de la bibliografía existente y de documentos de primera mano, insertos
algunos de ellos en el apéndice documental. Interesa además resaltar la preocupación
del doctor Peraza de Ayala, acertada sin duda, de establecer al punto de
conexión existente entre los fieles ejecutores canarios y los castellanos, sin olvidar
lo que ocurría al mismo tiempo en Indias. Dadas estas características, el estudio
que comentamos rebasa los límites de la erudicióm local para ser muy tenido en
cuenta a la hora de estructurar la vida jurídica del municipio español en la Edad
Moderna.
J. MARTÍNEZ GIJÓN
433
[LUIS DIEGO CUSCOYJ: Trabajos en torno a la cueva
sepulcral de Roque Blanco (Isla de Tenerife).—Ezcmo.
Cabildo Insular de Tenerife. Servicio deinvestigaciones
Arqueológicas. 2.—Santa Crui de Tenerife, Publicaciones
del Museo Arqueológico, 1960.—108 págs.
con 11 figs. + 20 láms. con 39 grabados fot.—4°.
Diego Cuscoy, el director de los servicios arqueológicos del Cabildo, ha tenido
por lo general que dar cuenta de su labor de manera asaz deficiente. Primero
en las ya fenecidas Memorias del Servicio Nacional, en las que el inventario de
los trabajos anuales ahogaba la exposición metódica de los resultados; luego en
algunos artículos de revistas y hasta diarios, por su misma naturaleza insuficientes,
se ha ido reflejando algo de este asiduo trabajo. Inéditas quedan muchas de
aquellas Memorias anuales, y en preparación trabajos monográficos de mayor
envergadura (áreas de pastoreo tinerfeno, estratigrafía de Belmaco, inventario de
los grabados rupestres de La Palma y de El Hierro, etc.). Es de esperar que la
nueva serie de publicaciones arqueológicas —de las que la presente es la segunda,
pues fueron iniciadas por el catálogo sumario del propio Museo del Cabildo,
editado con ocasión de su inauguración— permita dar a conocer estos trabajos
fundamentales a medida que, sin prisa ni demora, se vayan completando, juntamente
con otros de igual interés canario, todo lo cual prestigiará en todos los
medios conocedores al Cabildo, su editor.
Cuscoy tiene bien presente que el estudio completo de una estación, por modesta
que sea, supone un largo trabajo, sobre los lugares y los materiales, que
debe realizarse en parte en el campo, en parte en el laboratorio y en la biblioteca;
y que además necesita la colaboración de múltiples especialistas. El libro que
tenemos en la mesa ahora pretende ser ante todo una muestra de este tipo de labor
tan compleja. Cuscoy ha corrido sin duda con la coordinación de las colaboraciones
y además con el trabajo propiamente arqueológico, pero ha encomendado
estas colaboraciones a técnicos que valorizan exactamente las circunstancias y los
resultados en el aspecto que a cada uno atañe: la vegetación y su* asociaciones
por el ingeniero forestal Sr. Ortuño; análisis microscópico del quimo de un sujeto
por el químico danés Dr. Mathiesen; antropología física por la Dra. Schwi-detzky,
ya conocida de los canariólogos y que precisamente partiendo de su campo
propio se preocupa de obtener conclusiones de un interés más vasto; fauna
cadavérica por el entomólogo don José María Fernández; y al que esto escribe
le cupo un comentario sobre la alimentación indígena, basado en la comparación
de los datos del referido análisis con los de la tradición histórica. Todavía dos
estudios accesorios de gran interés: la edad a que morían mayormente los guanches,
de la misma Dra. Schwidetzky, y el uso alimenticio de la raíz de helécho y
algunos otros alimentos de recurso en las Islas Canarias, del Sr. Cuscoy.
Dejando pronto mi modesta contribución —en la que sólo puede ser original
mi interpretación como dieta de hambre de la presencia de muchos alimentos diverso*
en la digestión del sujeto estudiado—, la* contribuciones de lo* otros
KHC, 16
434
autores presentan verdaderas novedades. Cuscoy, además del estudio del yacimiento
sepulcral como tal, se plantea el problema de la procedencia de sus usuarios.
Hay que excluir, por la situación en cumbre inaccesible, la posibilidad de
un poblado permanente próximo; la topografía y, todavia más, la selva que se
extiende al pie del risco donde se abre la cueva excluyen igualmente una dependencia
del Valle de La Orotava, dominado por el mismo risco. Al contrario, por
el lado opuesto, a sus espaldas, una paciente exploración ha mostrado las huellas
—sendas, abrigos, cerámica— de los guanches que ascenderían de la zona de
Arafo en el Valle de Güímar y que traspusieron el filo de la cumbre para alcanzar
este covacho suspendido y hacer en él su depósito sepulcral. La descripción técnica
del cadáver de niño, que conservaba muchas partes blandas, se incorpora
aquí, debida al Dr. Serrano Salagaray.
Del estudio microscópico del Dr. Mathiesen resulta que los alimentos recién
ingeridos por el niño guanche que da lugar al dictamen corresponden por lo menos
a tres clases diferentes —aparte los posibles de origen animal, no identifica-bles—:
cebada (probablemente tostada, pero sin moler, puesto que conservaba sus
aristas), piñones y rizomas de helécho de varias especies. Ya he indicado lo que
sugiere esta variedad alimenticia en una sola comida.
Del estudio de los dos cráneos momificados, por la Dra. Schwidetzky, es llamativa
su atención para distinguir características diferenciales entre los cráneos
según conservan o no partes blandas, los cuales identifica respectivamente con
los pertenecientes a cadáveres momificados intencionalmente y con los simplemente
depositados sin tratamiento especial. ¿Es bien segura esta repartición?
Yo antes hubiese creído en diferentes azares de conservación. Pero la autora,
tras sus metódicas mediciones, reducidas a tablas, llega a establecer claras diferencias
somáticas, que la llevan a postular un tipo mediterráneo para los momificados,
que corresponderían á clases superiores, mientras que los otros, con rasgos
cromañonoides, constituirían el común social. Este resultado será de gran interés
en varios aspectos y merecerá insistir en su comprobación.
El otro estudio antropológico parte de la idea, que ya adelantó Viera, de la
longevidad atribuida a los guanches. Una repartición metódica por edades de
defunción probable, de todo el material disponible, permite a la autora apoyar
esta creencia tradicional. Aunque sin igualar en este aspecto a las sociedades
cultas modernas, entre los guanches los viejos alcanzaban una proporción muy
superior a la comprobada en loa pueblos primitivos, ya prehistóricos, ya actuales;
también es notable la-conclusión de que esta,longevidad era mucho mayor en la
zona norte que en la del sur de la Isla, lo que atribuye a la diversa fertilidad de
esas regiones. Hablando claro, añado yo, en el sur ss padecía hambre muy a
menudo.
De la información sobre consumo de raíz de helécho, resulta que se usó en
todas las islas del grupo en que se da tal planta, aunque los autores se refieran a
ello especialmente para las islas sin cereales, La Gomera, La Palma. Todavia hay
que añadir al repertorio de la alimentación tradicional y probablemente indígena
la* simientes de vidrio y de taragontia, por lo menos como recursos de emergencia.
435
Cuscoy ha reunido, pues, una variada lerie de estudios en torno a un hallazgo
concreto; y que todavía no es exhaustiva lo sabe bien, cuando solicitó, no menos
podía ser, un ensayo del Carbono 14, que no pudo obtener a tiempo para
incluirlo en el libro, ya muy demorado. Sabemos, ahora, que su resultado ha dado
una antijTÜedad entre los sigflos VIII y XI de esta era, para las materias orgánicas
de la cueva funeraria de Roque Blanco.
Esperamos con ilusión ver multiplicarse los volúmenes de esta serie.
Elias SERRA
JUAN JERÓNIMO PÉREZ, Tratado técnico de la Lucha
Canaria.—Santa Cruz de Tenerife, Goya Ediciones,
1960. 396 pkga.—4° con cerca de 300 dibujos en el
texto y 5 láminas.—200 pts.
Como hace notar el autor oportunamente, este tratado, técnico, no tiene precedentes,
en el sentido que la lucha canaria no habia sido estudiada nunca sistemáticamente;
de ella habia sólo descripciones, más bien impresionistas, y escritos
de critica deportiva, orientados hacia un público que se suponía ya al corriente de
la técnica. Aun estos trabajos se han publicado casi siempre dispersos en periódicos
o en relaciones de viaje; sólo conocemos una recopilación de estos escritos
en un pequeño volumen de Luis Marrero Hernán4ez, publicado en Las Palmas, en
1948, con crónicas de prensa de los años anteriores; habrá otros, pero sin más
trascendencia.
El libro de Juan Jerónimo es de otro tipo: es un estudio serio, y además se
propone servir de método a luchadores y entrenadores, hasta el punto que en
apéndice trae un tratadito muy oportuno de 2>innasÍB (otros prefieren decir gim-naitica)
tanto sueca como de pesas, ijfualmente ilustrado con claros dibujos. En
efecto la ilustración es una de las características más destacadas de la obra: todas
las suertes de la lucha y todas sus variantes van representadas esquemáticamente,
con dibujos tomados de fotografías de la realidad.
No puedo yo, naturalmente, entrar en un comentario de método y técnica;
aunque aficionado a ver la lucha, por falta de compañeros iniciados que me hayan
ido explicando las incidencias de ella en el mismo terrero, nunca he penetrado en
sus secretos . . . En una página que me ofreció el autor expuse a la entrada del
libro unos antecedentes históricos que ya otras veces he apuntado: la lucha cuerpo
a cuerpo, sin armas ni golpes, debió de ser una costumbre muy extendida en otro
tiempo; cuando la conquista los canarios llaman la atención por la fuerza o la habilidad
que muestran en ella frente a los castellanos, pero no por la originalidad
del deporte. Pero mientras en otras partes ha caido en desuso, salvo excepciones,
aqui se ha mantenido y con enorme riqueza de forma* y difusión, de lo que se podría
inducir, sin el testimonio histórico, que procede de la costumbre indígena
canaria y no de importación. Hay además aquel testimonio: en una oróniea, de
436
comienzos del siglo XV, y en el poema de Viana, de fin del XVI, por sus noticias.
Ni tampoco conviene exag'erar aquella difusión de la lucha en Europa en otros
tiempos; he visto bastantes noticias de juegos deportivos en la antigua Cataluña,
por ejemplo, cossos o carreras, jocs de la ballesta o de la pilota con concesión de
joieB o premios, pero nada alusivo a luchas corporales, con reglas fijas o sin ellas.
Nuestra lucha es lo bastante antigua, arraigada y extendida para que no quepa
duda que es una de las herencias autóctonas que nos quedan, que no son muchas,
y además tiene una nobleza, una virilidad y una belleza que por sí solas la
harían merecedora del entusiasmo popular y de la protección y ayuda de autoridades
y selecciones sociales o culturales. Muchas veces he pensado en su aplicación
en el deporte escolar en sustitución del acaparador futbolismo; bastaría con
proveer las escuelas de la ropa adecuada para los pequeños luchadores, para salvar
la propia del inevitable desgaste; pero me ha desanimado de llevar la idea al
público ver de un lado que esas escuelas no consiguen apenas mantener sus más
urgentes necesidades, como las cantinas, y de otro que los orientadores de ellas
no podrían sentir interés alguno en fomentar un deporte local o regional. Tenemos
que contentarnos, pues, con la afición espontánea de nuestros campesinos y
menestrales; pero ésta, por dicha, no falta, ni aun en estos tiempos futbolísticos,
y con un poco de calor que se le dé persistirá tanto como auguraba nuestro poeta
Verdugo en el lema escogido por Juan Jerónimo para encabezar el Prefacio de su
libro. Asi sea.
Elias SERRA
DR. PEDRO HERNÁNDEZ BENÍTEZ, Pbro.: Telde (Sus
valores arqueológicos, históricos, artísticos g religiosos).
Presentación de SEBASTIÁN JIMÉNEZ SÁNCHEZ.
Telde, Imprenta Telde, 1958 [1959].—356 págs. con
grabs. fuera de texto.—150 pts.
He aquí un libro ejemplar, que responde a una feliz iniciativa y a una abnegada
dedicación. Un acuerdo municipal, que merece no sólo plácemes sino también
ser imitado por otras poblaciones isleñas, dio marcha al proyecto. Un investigador
de acrisolada vocación y solvencia lo hizo realidad. Telde es el libro
que mejor define al Dr. don Pedro Hernández Benítez, Cronista Oficial de la
ciudad y por muchos años párroco de San Juan Bautista: una labor fecunda en
su ministerio pastoral conllevada con una acendrada afición a los estudios arqueológicos,
históricos y artísticos. De todo queda en el libro cumplida y exuberante
constancia. Pocas veces una ciudad ha encontrada cronista tan identificado con
•a pasado histórico como el que se transparenta a través de estas páginas. La
obra del Dr. Hernández Benítez, como apunta su prologuista y amigo don Sebastián
Jiménez Sánchez, es un verdadero arsenal de datos históricos, expuestos con
apasionante interés, texto de consulta obligada y estimulante ejemplaridad.
437
Divide el autor fu noticiólo tratado en tret partes, que subtitula etnol¿];iea,
histórica y politico-toponítnica. Recog^e en la primera cuántas noticias han llegado
a su conocimiento sobre los aborig^enes que habitaron la comarca y pasa revista
a los testimonios arqueolójficos conservados, que el Dr. Hernández Benitez
estudia con amorosa meditación. En este terreno ya había dado a conocer numerosas
aportaciones personales que cuentan entre las más sugestivas publicaciones
encaminadas al mejor conocimiento de los indígenas canarios prehispáoicos, y en
las presentes páginas aprovecha, naturalmente, anteriores trabajos suyos .«obre
las insculturss del barranco de los Batos, las pintaderas, betilos antropomorfos,
cerámica, etc., sin limitarse a solas estas cuestiones de nuestra prehistoria, pues
se extiende a la descripción de la vivienda, cenobios, ajuar y agricultura aborígenes
de Telde y sus alrededores.
La que titula parte histórica es más bien histórico-artística: una copiosa y
ordenada guia monumental de la ciudad. Como es justo, dedica preferente atención
a la iglesia parroquial de San Juan Bautista, donde tantos anos ha ejercido
su ministerio y cuyo archivo tan bien conoce. A su pregunta sobre el estilo del
templo no cabe responder por el de románico ni por de transición: la iglesia da
San Juan es el mejor ejemplar, tal vez el único, que define en Canarias el que
Camón Aznar ha fijado como «estilo Reyes Católicos» — más exacto que «estilo
Isabel» como desde Bertaux venía denominándose. La bellísima portada principal,
con sus jambas y rosca recorridas por trepantes de cardinas y el alfiz decorado
con las típicas perlas o bolas, entra estilísticamente en el mismo momento
artístico que Juan Guas definió en San Juan de los Reyes de Toledo, lo mismo
que los pilares fasciculados de la capilla mayor y las ventanas apuntadas de la
cabecera, obras que han de atribuirse a Diego Alonso Motaude, el arquitecto de
la catedral de Las Palmas, activo, como su sucesor Juan de Palacios, en Telde a
principios del siglo XVI. Las naves con sus pilares cilindricos y los artesoDM
lignarios corresponden hl mudejar insular de los días de nuestro Renacimiento y
Barroco, como tantas iglesias de Gran Canaria y Tenerife. Las restauraciones
diseñadas para este libro por el Sr. Arencibia Gil ayudan a concebir mejor la fábrica
primitiva, pero acaso pueda inducir a error el suponer un saledizo en la
fachada lateral que no aparece documentado.
Se describen con buen acopio de noticias inéditas las diversas capillas del
templo, y al hablar del baptisterio se hace referencia a la «pila verde» hoy en U
parroquial de Valsequillo, que ya publiqué como excelente cerámica vidriada sevillana
de principios del XVI («Archivo Español de Arte», 1952, 292). Se ocupa
a continuación de los retablos, por los cuales es obvio proclamar a la iglesia tel-denae
como el mejor museo de arte flamenco existente en Canarias: no sólo el
espléndido tríptico escultórico embutido en el retablo mayor barroco, obra señera
d« la escuela bruselesa de principios del Renacimiento, firmada por un Joris (que
creo nombre del escultor, no del dorador, lo que seria insólito), a la que ya habia
dedicado el Dr. Hernández Benitez una monografía en 1938; sino además el tríptico
al óleo del Nacimiento (o de la Anunciación, tema del ala izquierda, con la
Epifanía en la derecha), al que pertenecen otras dos tablas, las puertas exteriores
43S
del retablo, con San Cristóbal, y el retrato del donante Cristóbal García del Castillo,
pinturas también flamencas manieristas del primer cuarto del XVI, que custodian
los marqueses del Muni, sin olvidar las abundantes laudas sepulcrales de
igfual procedencia; todo ello constituye un conjunto artístico orig:ÍDario de los
Países Bajos único en nuestro Archipiélag^o. Las esculturas de los demás retablos
son estudiadas con pormenorizada descripción, y del Cristo del Altar Mayor reitera
^«u opinión, ya dada a conocer en otro lugfar, sobre la indudable procedencia
mejicana de la devota imagen. Dado el número de obras existentes en el templo
del magno imaginero canario, concede a Lujan Pérez todo un capítulo, «Lujan en
Telde», en el que admite como suyas el San José, el •Son Juan Evangelista, la
Doloroso, el Cristo de la sacristía y el San Pedro Mártir, pero no el excelente
San Juan Bautista, aduciendo ciertas pruebas documentales, no muy convincentes
estilísticamente, para creerlo importado de la Península, en lugar de talla
lujanesca concluida por Fernando Estévez como Santiago Tejera había afirmado.
Al reseñar la orfebrería, enumera piezas documentadas de los plateros grancana-rios
Francisco Anselmo Rodríguez, Antonio Hernández, Antonio Padilla y Miguel
Macias, asi como obras mejicanas de las que da las inscripciones, pero no los punzones,
y donativos caraqueños de platería. En el capítulo de pinturas reproduce
algún cuadro de Quintana y la Huida a Egipto de escuela madrileña de la primera
mitad del XVII, mas no la excelente Aparición de la Virgen a San Bernardo, obra
indudable de Vicente Carducho (1576-1638) y única muestra conocida del arte
del rival de Velázquez, en las Islas.
Aunque más breves, no resultan menos densos los apartados que consagra a
los restantes templos teldenses, de los que destaca por su interés artístico las ruinas
de la iglesia plateresca de San Pedro Mártir, el convento de San Francisco,
San Gregorio —cuyo arquitecto piensa fue Diego Nicolás Eduardo— y la ermita
de la Concepción de Jinámar, con bella imagen gótica de la Virgen con el Niño,
que cuenta entre las más recias representaciones marianas del Archipiélago. No
olvida incluir un amplio parrocologio teldense y una noticia histórica de las cofradías
fundadas en la parroquia matriz, así como de sus desfiles procesionales
anuales. Concluye esta parte con una precisa descripción de la decoración mural
realizada al fresco en el iiaptisterio por el pintor contemporáneo Jesús Arencibia,
entusiasta iniciativa del propio Dr. Hernández Benitez, que bien merece los más
cálidos elogios.
En la última parte ofrece las biografías de loa más conspicuos hijos de Telde,
lista cronológica de los alcaldes de la ciudad y otras diversas noticias dignas de
recordación, desde los relojes y las fuentes públicas hasta la revuelta absolutista
da 1823 y las epidemias sufridas por sus habitantes. Todavía encuentra albergue
en el enjundioso volumen una toponimia teldense, donde el autor desgrana la nomenclatura
antigua y moderna de calles, plazas y lugares do\ termino municipal,
que será de utilidad a la vez para historiadores y lingüistas.
Hubieran contribuido a hacer más útil un estudio ya, de por si, meritisimo
las oportunas indicaciones bibliográficas y referencias documentales en que se
apoya, a más de an Índice onomástico, obligado ante el número de artistas y per-
439
sonajes que deifilan por tus páginas, únicas ausencias que cabe señalar en obra
de tan positivo interés en los estudios históricos canarios. Junto con el sorprendente
libro El Obiípado de Telde, que al año sigfuiente ha publicado mi compañero
y amigfo el catedrático don Antonio Rumeu de Armes, Telde, del Dr. Hernández
Benítez, viene a poner en lugar bien destacado en la historia de Canarias el papel
desempeñado por la risueña ciudad grancanaria.
Jesús HERNÁNDEZ PERERA
MIGUEL TARQUIS y ANTONIO VIZCAYA: Documentos
para la Historia del Arte en las Islas Canarias, Tomo I,
Prólogo de JUAN Josi MARTÍN GONZÁLEZ. La Laguna,
Instituto de Estudios Canarios, Laboratoria de Arte
de la Universidad. Edición patrocinada por el Ezcmo.
Cabildo Insular de Tenerife (Litografía Romero, S. A.),
1959.—253 págs. 4° + LX láminas.—«Fontes Rerum
Canariarum», X.—250 pts.
Con la mayor satisfacción hemos de saludar la aparición de este volumen,
largo tiempo esperado, que viene a iniciar una benemérita serie de publicaciones
destinadas a proporcionar el bagaje documental imprescindible para construir el
edificio de una, más que necesaria, inaplazable Historia del Arte Canario. Y hemos
de felicitar calurosamente a los autores y al consorcio de editores que lo han hecho
realidad, tanto al Instituto de Estudios Canarios, que lo ha apadrinado en la
ya prestigiosa y nutrida colección «Fontes Rerum Canariarum» dirigida por mi
ilustre maestro don Elias Serra Ráfols, como al Laborotorio de Arte de la Universidad
que, a impulsos de mi querido amigo y compañero Juan José Martin
durante los cursos en que ocupó la cátedra de Historia del Arte de nuestra Universidad,
tupo mover iniciativas y dictar sanas directrices para la mejor utilidad
de este esfuerzo; y muy expresivamente al generoso mecenazgo del Excmo. Cabildo
Insular de Tenerife, que, una vez mát, acredita en estas páginas una meritisima política
cultural de indudable fecundidad y alcance, de la cual como tinerfeñot y
universitarios podemos sentirnos orgullosos.
El tomo que ahora ofrecen los Srei. Tarquis y Vizcaya, Director y Secretario,
respectivamente, del Museo Municipal de Santa Cruz de Tenerife, viene a testimoniar
alguna porción de las muchas búsquedas que durante años llevan consagrados
a la investigación del pasado artístico de las Islas, y de las que el primero nos había
adelantado en alguna conferencia más de un aspecto. Labor callada y paciente,
que les sitúa en el cortejo ya ilustre de investigadores ocupados durante todo lo
que va de siglo en acrecentar y dar a conocer la documentación concerniente a la
historia del arte español e hispanoamericano que guardan loa archivos nacionales
y provinciales, Marti y Monzó y Garcia Chico en Castilla la Vieja, Abizanda en
Aragón, Pérez Costauti en Galicia, el marqués de Saltillo en Madrid, Sanchis
440
Sivera en Valencia, Madurell en Barcelona, o López Martínez en Sevilla, donde
también ha desplegado una ejecutoria ejemplar el Laboratorio de Arte de la Universidad
hispalense, con numerosos volúmenes preparados por Angfulo, Hernández
Diaz, Sancho Corbacho y nuestro paisano el profesor Marco Dorta, etc.
Está dedicado este primer volumen exclusivamente a la ciudad de La Lag'una,
y dentro de cada templo o edifício civil se clasifican las noticias según su especialidad
(arquitectura, escultura, pintura y artes menores) en riguroso orden cronológico.
Todas las noticias proceden de los fondos notariales del Archivo Histórico
Provincial de Santa Cruz de Tenerife.
Según explica en el prólogo el Sr. Martín González, se ha intentado en esta
ocasión una ordenación geográfica con vistas a la organización del Catálogo Monumental
y a disponer de fichas completas de cada monumento, en lugar de preferir
una acumulación de noticias por orden alfabético o cronológico, como solían
redactarse la mayoría de las colecciones antes citadas. Se insiste asi en la arquitectura
que Marco Dorta ha impuesto en sus dos copiosos volúmenes de Fuentes
para la historia del arte hispanoamericano, aunque esta vez, y lo sentimos muy de
veras, no haya querido seguirse su ejemplo en hacer preceder la transcripción de
los documentos de las necesarias introducciones y estudios que aclaren al lector el
valor de la documentación aportada respecto al estado actual de los monumentos.
Como buena parte de los documentos transcritos se refieren a obras y piezas ya
desaparecidas, al no ofrecerse al lector una guia previa que le oriente sobre lo
existente y lo perdido —las cabeceras con que se los ha rotulado no cubren tal
propósito—, resulta del todo imprescindible una nota aclaratotia, por breve que
fuera. Ignoro qué razones han impedido a los autores acometer esta empresa. Ello
deja pendiente hasta ulteriores publicaciones el estudio de la documentación, con
la consiguiente demora en la utilización de un trabajo, por ota parte, tan meritorio.
Tampoco contribuye a esclarecer las cosas la ausencia de referencias en el
texto a las ilustraciones cada vez que los documentos implican la oportuna llamada.
En lugar de esto, se publica toda una serie, abundante por cierto, de grabados
de edificios y piezas de escultura, pinturas y orfebrerías de las que no se hace
la menor alusión en el repertorio documental, y dejan de publicarse, en cambio,
obras todavía existentes que quedan fechadas y filiadas en el volumen.
No parece práctico reproducir la fachada neoclásica y mucho menos el interior
neogótico de la catedral, periodos a los que no alcanza la documentación, y en
cambio se desaprovecha la ocasión para acompañar vistas del antiguo templo de
los Remedios derribado en 1905 y desconocido, por tanto, de la actual generación.
Prescindiendo de obras perdidas, se echa de menos alguna reproducción, por ejemplo,
del retablo mayor de Santa Catalina, ahora documentado como obra de Antonio
de Orbarán el primer cuerpo (1665) y de Antonio Álvarez el segundo (1676),
de la ermita de San Benito, la torre de la Concepción, entre bastantes casos más,
cuya presencia entre las láminas resultaría tan sumamente útil. Nótese que todos
los documentos trascritos son anteriores a 1700 y que a los siglos XVI y XVII sólo
corresponden una veintena de las 60 láminas reproducidas; al siglo XVlIi las más.
Una mayor adecuación entre el texto y su complemento gráfico hubiera sido
441
más de ag:r*decer, lo mismo que una mayor precisión en la clasificación de los datos
referentes a retablos, que se sitúan en el apartado de escultura, cuando se trata
la mayoría de las veces de obras arquitectónicas; y maestros de arquitectura, como
Manuel de Silva, se titulan en tales contratos sus autores. Quede avisado, por
tanto, el lector de que deberá extenderse a la escultura e incluso a la pintura (a
propósito del dorado), si quiere abarcar todas las noticias sobre obras de arquitectura.
Estas liberas consideraciones no empañan la perenne utilidad de este trabajo,
que contiene información de primera mano de subido valor y debe reputarse como
fuente de consulta inexcusable para conocer el arte canario, y por tanto el español,
y hasta sus relaciones con el arte europeo, como permiten deducir, entre otras, las
muchas papeletas acumuladas sobre el retablo mayor de los Remedios, importado
de Flandes a principios del sigrlo XVII por mandato testamentario de Pedro Afon-so
Máznelos. Aparte del cúmulo de noticias inéditas sobre los monumentos laguneros,
el volumen ofrece importantes datos para historiar el papel desempeñado
en la arquitectura tinerfeña del Renacimiento por los artistas portugueses, entre
ellos el cantero Miguel Alonso, y el débito del arte insular para con el andaluz a
través de figuras como Juan Fernández, contratado en Granada por don Alonso
Fernández de Lugo, aunque no arroje la documentación ahora publicada obra alguna
de iniciativa del I Adelantado.
Destaquemos como otro de los muchos méritos del libro que comentamos el
elevado interés de los datos acopiados en torno a los palacios de Villanueva del
Prado y Salazar, dos de las muestras más descollantes de la arquitectura civil tinerfeña.
Aunque no se perfila todavía a quién se debe el proyecto original del
primero de ambos palacios (hacia 158S), en el que me parece tan sensible la inspiración
manierista del genovés Galeazzo Alessi, que en parejos términos muestra,
también en suelo español, la fachada de la Chancilleria de Granada, terminada en
esas mismas fechas, aparece bien destacada la intervención de los canteros Juan
Benítez y Manuel Penedo, los arquitectos más activos en el Bajo Renacimiento.
En cambio, resulta arcaizante para su fecha (1681) y sólo explicable como sujeta
en su traza al de Villanueva del Prado, adaptada con ligeros retoques por un maestro
de carpintería, Juan González de Castro lUada, la fachada del palacio de
Salazar, hoy episcopal, que se documenta como obra de los canteros Juan Lizcano
y Andrés Rodríguez Bello. Todavía requerirán estudio especial los respectivos
frontispicios, no concordes con el resto de ambas fábricas.
Un Índice onomástico, que incorpora en cursiva el topográfico, contribuye a
aumentar la bondad del volumen, especialmente por indicar la peculiar actividad
de cada artista. Adviértese en este índice la ausencia de los artistas citados en
los pies de las láminas, aunque en su mayoría son ajenos a la documentación.
Para que no sejeitere más la errónea grafía que se viene dando al autor del pulpito
de la catedral (lám. III), recordemos que el nombre de este escultor barroco
genovés es Pasquale Bocciardo o, españolizado, Pascual Bochiardo, como ya escribió
Rodríguez Moure y se contiene en la correspondencia que sobre el pulpito
obra en la Biblioteca Universitaria de La Laguna, pero nunca Bochiardi.
442
Felicitémonos de contar ya con tan halagüeña perspectiva en los estudios
historicoartisticos isleños y que el éxito obtenido en este valioso comienzo de la
serie anime a los autores a proseguir la publicación del copioso material que tienen
ya recogido, no sólo el referente a los monumentos de otras poblaciones, sino
además las papeletas válidas desde el punto de vista biográfico, con miras al diccionario
de artistas canarios que como labor paralela a la del Catálogo Monumental
hemos de considerar también como urgente.
Jesús HERNÁNDEZ PERERA
JUAN ÁLVAREZ DELGADO: El episodio de Iballa.—
«Anuario de Estudios Atlánticos>. 5, Madrid-Las Palmas,
1959, pp. 254-374.
Alvarez Delgado, en su propósito de estudiar en sus circunstancias y ambiente
cada uno de los testimonios lingüísticos que de las hablas aborigénes nos han
llegado, prosigue una minuciosa revisión de las noticias históricas de cada isla en
el momento de su incorporación al mundo cristiano. En realidad, esta revisión se
independiza de aquel propósito restringido y entra plenamente en el campo de la
crítica histórica, con resultados a menudo de considerable interés. En efecto,
aunque trabajo análogo habían realizado hace años otros autores, por ejemplo
B. Bonnet y D. Wolfel, por ellos mismos y otros se han ido aportando documentos
nuevos, si no muy numerosos, útilísimos como control de las narraciones de las
crónicas; Alvarez los aprovecha exhaustivamente, y ello le permite interpretaciones
nuevas de estos textos narrativos. Así esta serie de trabajos tendrá que ser
tenida muy en cuenta en cualquier intento futuro de reconstrucción histórica.
No son, propiamente, tal reconstrucción misma, pues la ceñida discusión que
el autor tiene que llevar a cabo de lo hasta ahora recibido y su comparación con
todos los datos disponibles no permite un desarrollo fácil de la exposición histórica,
detenida a cada paso por las conjeturas y los cotejos más detallados; pero
puede decirse que da íntegros los materiales y que sólo nos deja opción a seguir
ius conclusiones fielmente o a apartarnos de ellas por motivos concretos.
' El estudio presente comprende la historia gomera del final de la isla indígena,
el gobierno señorial autónomo de Hernán Peraza y las circunstancias de su
desastroso fin. Fija primero el momento en que el joven Hernán pasa a señorear
la Isla, pues, aunque la cesión legal del Señorio por sus padres, Inés Peraza
y Diego de Herrera, no tuviese lugar hasta 1484, él ocupa de hecho su puesto
desde 1477. Es más, creo que hay que suponer su presencia en l^lsla con anterioridad
y en varias ocasiones, siendo el hijo de más confianza d m u padres, Idk
Señores, residentes en Lanzarote, Y cuanto a su gestión en 1477, esto es, la prisión
y venta de numerosos gomeros de los bandos desobedientes, no me parece
adecuadamente sugerida por la expresión ataque que usa Alvarez deliberadamente.
No creo en este momento en una sublevación, sino en una simple deso-
443
bedieneik paaiva; a mi parecer la captura de la gente tuvo que hacerse por lor-preía,
o engaño, y esto es lo que determinó la posterior sublevación.
Sobre la cronología de la conquista de Gran Canaria, difícil tema que trata
incidentalmente a continuación, sin desconocer los resultados a que llega, convendrá
esperar a que salgan a luz nuevas precisiones que Antonio Rumeu anuncia en
trabajos de prensa, referentes a las presencias del guanarteme don Fernando en
Castilla. Si reunidos todos los materiales documentales todavia resulta imposible
ordenar los hechos que en montón nos dan las crónicas, será en fin preciso limitarse
a resumirlos en términos muy generales, y abstenerse de adaptar los documentos
a nuestras necesidades lógicas; y menos fiar de narraciones tardias y
arbitrarias.
Al estudiarse a continuación (apartado II, p. 267) las circunstancias de la
muerte de Rejón en La Gomera, creo no se valora debidamente la magnifica telegrafía
inalámbrica propia de esta isla y que entonces estaria en su pleno rendimiento,
de forma que la presencia de los recién llegados y las medidas que al caso
se adoptasen pudieron transmitirse con celeridad análoga a la de nuestros tiempos.
Me parece muy bien vista la figura del obispo Prí%s (p. 271), humanizado
al colocarlo en las circunstancias reales que le rodearon, si bien el conocimiento
de su calidad de señor de esclavos no debe enturbiar su figura de defensor de los
gomeros cautivos contra leyes divinas y humanas. En nada se oponia una cosa a
la otra, ya que la legalidad y moralidad de la esclavitud no era por nadie discutida,
y la Iglesia misma la venía admitiendo como hecho del todo normal, aunque
doloroso. La traslación de la sede episcopal de Rubicón a Gran Canaria es un hecho
lógico e impetrado prematuramente ya por el obispo don Fernando Cálvelos
en 1435; y si perjudicial para Lanzarote, no sé si tanto para sus Señores.
El «episodio de Iballa» (apart. U) que da titulo al extenso trabajo no empieza
a tratarse en realidad hasta la pág. 277, y aún se intercalan otros temas. Da en
primer lugar un relato coherente del hecho, para lo que tiene que fundir materiales
muy diversos: detalles de interés etnográfico que hoy podemos comprender
mejor de como loi hicieron los mismos contemporáneos, relatos históricos más o
menos divergentes, interesantes tradiciones orales todavia subsistentes, asociadas
a ciertos lugares, y también estas mismas identificaciones topográficas de los lugares
mencionados en los textos, varias de las cuales pueden estimarse como conseguidas
por primera vez por Alvarez Delgado, con grandes visos da acierto —como
los tocantes a los cuatro bandos gomeros—. Contra la hipótesis de otros, que
supone dos diferentes fuentes escritas de los hechos, no cree sino en la «xistencia
de una sola —que en origen seria la información judicial del asesinato del Señor,
instruida de orden de Pedro de Vera—, fuente única escrita que se diversificó luego
en la pluma de sus varios usuarios y transmisores. El cotejo de estos textos
cronísticos te lleva a plantear, siquiera en nota (p. 282), el problema total de estas
crónicas, para el cual disponemos hoy de nuevos materiales y que en todo caso
exige una compulsa minuciosa de las varias redacciones, que espero alguien tendrá
paciencia de hacer algún día con resultados más seguros de los que otros
obtuvimos hace años.
444
La división cantonal a que antes aludía ei luego estudiada; los apartados IV
y V tratan de los nombres y titulos de los jefes y «valientes>; el VI de los cantones
o bandos. Esta investigación me parece de resultados positivos, aunque,
siendo en parte topográfica y en parte toponímica, supone aspectos en los que no
puedo entrar. Pasa luego el autor a extenderse ampliamente sobre los fenómenos
etnográfieo-sociales: matriarcado, herencia o sucesión, castas, instituciones consideradas
no sólo en el cuadro canario o concretamente gomero, sino incluso en
general. Tampoco entraré en este vasto campo; sólo repetiré, con el autor, que
los datos son harto oscuros, mas que se puede afirmar la herencia uterina como
general en Canarias y que los otros indicios dejan la impresión de instituciones
cuyo exacto alcance se nos escapa.
En los capítulos VIII y IX vuelve el autor a la narración del complot y la
muerte de Hernán Peraza. Valoriza sobre todo los detalles de ambiente indígena
que los autores conservaron sin entenderlos; se muestra bien el matiz político, no
pasional o de honra, del drama gomero; el sentido particular del clamor: <ya se
quebró el gánigo de Guahedún», lanzado por los homicidas. No es tan seguro el
momento en que el cadáver del Señor fue trasladado a la torre de San Sebastián,
pues entre la muerte y el ataque a la misma pudo mediar una pausa de vacilación
y desconcierto; pero no vale la pena de discutir detalles al fin conjeturales. Sigue
el estudio minucioso de cada una de las personas de la tragedia, en primer lugar
la bella Iballa, absuelta justamente de la supuesta complicidad en la muerte de su
amante. Cuanto a la duplicidad de bandos a los que Marín la adscribe, creo
ahora que es mala lectura de Escudero, quien dice, en realidad, que ella era de
los de Amilgua, de las gentes de Amilgua, no de dos bandos a la vez; y el Matritense,
pluralizando las amantes, trató de interpretar el texto de Escudero, lo que
demuestra que, aun rechazando la dependencia de aquél respecto de éste, hubo
con seguridad una fuente común.
El último apartado, el X, trata del apostrofe de Iballa, conservado en lengua
indígena. La transmisión ofrece muchos misterios, pues tiene dos formas, una
que hallamos en autor tan tardío como Marín, y la otra que se atribuye por varios
a Abtéu Galindo, aunque no se halla en el único Ms. hoy conocido, ni en las ediciones
de este autor. Alvarez sostiene desde luego la autenticidad fundamental
del texto transmitido del apostrofe, pero al estudiar sus formas fonéticas da del
mismo una traducción más o menos discrepante de la tradicional; arranca del estudio
que de esa frase gomera hizo el malogrado Marcy, pero con varias interpretaciones
propias, tanto en la restitución de los vocablos como en la versión, consecuencia
de aquélla. En fin, creo que se puede bien suscribir el párrafo final con
que Alvarez cierra su trabajo, al tiempo de felicitarle por él: «creemos haber confirmado
la autenticidad indígena de una frase, unos nombres y unas referencias
etnológicas del mayor interés, que se difuminaban en el romanticismo de un episodio
tan emocional e histórico como el de la gomera Iballa».
Elias SERRA
445
«Anuario de Estadios Atlánticos», Director: Antonio
Rumeu de Ariiías, núm. 5.—Patronato de la «Casa
de Colón».—Madrid-Las Palmas, 1959 [1960]. 680 páginas
y numerosas ilustraciones.—4°.—150 pts.
Del grueso volumen correspondiente a 1959 de este ya consagrado «Anuario»
registramos los siguientes trabajos, muchos de los cuales podrían constituir libros
corrientes en 8°:
Ciencias: Federico Macau Vilar, Las ^Calderas» de Gran Canaria, 86 págs.;
Manuel Martel San Gil, Tenerife g su formación geológica, 20 págs.; Inocencio
Font Tullot, El clima de las Islas Canarias, 47 págs.
Literatura: Sebastián de La Nuez, Unamuno en Fuerteventura, 104 págs.;
Joaquín Artiles, Más sobre Tomás Morales, 16 págs.
Historia: Juan Alvarez Delgado, El episodio de ¡baila, 120 págs.; Hipólito
Sancho, Los Conventos Franciscanos de la Misión de Canarias (1443-1487), 23
págs.; Leopoldo de La Rosa, Don Pedro Fernández de Lugo prepara la expedición
a Sania Marta, 46 págs.; M. Gon^alves da Costa, Mártires Jesuitas ñas aguas das
Canarias (1570-1575), 38 págs.
Comercio (esto es, historia del comercio): J. M. Madureli Marimón, Las seguros
marítimos y el comercio con las islas de la Madera y Canarias (1495-1506),
38 páginas.
Interesantes como siempre las secciones de Bibliografia, Crónica c índices.
De la mayoría de estos trabajos iremos publicando reseña critica, alguna de ellas
ya en este mismo número.
E. S.
JUAN A. HASLER: El lenguaje silbado, en «La Palabra
y el Hombre». Revista de la Universidad Veracruzana,
Xalapa, Ver., México, n° 15, julio-septiembre, 1960,
págs. 23-36.
Durante mucho tiempo se consideró al lenguaje silbado de La Gomera como
un medio singularísimo de comunicación de ideas. Empiristas empedernidos de la
lingüística tradicional, desconocedores de su funcionamiento, llegaron hasta negarle
las características de lenguaje, para relegarlo, a lo más, a la categoría de código.
Pero como esta comunicación no se limita a simples llamadas convencionales, sino
que permite trasmitir ideas que no hayan sido previamente convencionalizadas en
determinados tipos de silbidos, y como, además, permite formar oraciones y sostener
conversaciones, se trata, en realidad, de un lenguaje silbado.
Últimamente el estudio del lenguaje silbado ha atraído la atención de varios
especialittM en distintas latitudes, y así tenemos monografías para esta forma de
446
lenguaje, especialmente para lengfuas africanas y americanas. Nuestro silbo gomero
ha sido asimismo objeto de una de ellas, debida al catedrático de Fonética
de la Universidad de Glasg-ow, Dr. André Classe, que apareció primero en «Ar-chivum
Linjruisticum>, IX, 44-61, de dicha Universidad, y que, con permiso de su
autor, tradujimos y publicamos en REVISTA DE HISTORIA CANARIA, XXV. 1959, 56-77.
Y, también con respecto a nuestro silbo, el Dr. Classe concluye: «El silbo no es un
código; no se basa en nin^na convención establecida, y parece tan espontáneo como
el habla misma, si es que el habla lo es. Para los gomeros es, en realidad,
precisamente habla >.
Ahora el americanista Hasler nos informa que sistemas semejantes existen
corrientemente en varias lenguas de México, concretamente entre los chinantecos,
zapotecos, nahuas, totonecos, mazatecos, otomíes, tepehuas, etc., y describe tan
interesante lenguaje en grupos de habla tonal (especialmente los mazatecos) y
aduce también comparaciones de comunicaciones silbadas en grupos de lenguas no
tonales (p. e. los tapehuas).
No es éste lugar para criticar la parte técnica del trabajo del Sr. Hasler, que
abarca, además, asuntos más allá de nuestra competencia; y si lo hemos traído
aquí es sólo como una aportación más a la bibliografía de un tema que nos concierne.
Y también porque en los apartados Vil y VIII de su comunicación el autor
se refiere concretamente a La Gomera, a base, sobre todo, del citado estudio del
Sr. Classe.
Pero es curioso cómo, al igual que otros investigadores que se mueven en campos
lingüísticos extraindoeuropeos, el Sr. Hasler se aventura, con apoyo en trabajos
orientados hacia un comparatismo de amplitud planetaria, a considerar que
«el guanche no sólo es hamitosemitico-jafeto-indoeuropeo, sino hasta pariente de
los idiomas americanos». E incita a un estudio global del tema, ya que, según él,
acaso pudiera tener como resultado que el silbo gomero fuera originario de una
región montañosa de habla tonal (como lo son hoy los negros baya del Camerún
Meridional), cuyos portadores influyeron, por adstrato, en gentes de idioma no tonal
(los tauregs o beréberes emparentados con los gomeros prehispánicos), las cuales,
a su vez, influyeron, por substrato, en gentes de habla española. En otros dominios
ya hay aproximaciones semejantes, y cita el hecho, entre otros, de que la palabra
griega para 'martillo' se encuentra con el sentido de 'hacha' (o derivados semánticos)
en toda Oceania, Sudamérica y México.
, RHC ya ha acogido, más de una vez, comparaciones lingüísticas muy audaces,
y de más de un autor; pero ninguna llegó a tanto.
La amplitud desusada con que tratamos este trabajo del Sr. Hesler se debe
principalmente al hecho de que la mayoría de nuestros lectores acaso no tengan
fácil acceso a la revista donde vio la luz. Por lo demás, no queremos detenernos
en pequeños errores formales, como el uso impropio del término guanche, llamar
a las Canarias continuación de la cordillera del Atlas, declarar fuertemente andaluz
al español de todas las Islas, etc., porque nada de todo esto perturba las ideas
fundamentales de la información del Sr. Hasler.
J. RÉGULO PÉREZ
447
Die Kanarischen Inseln. Aufnahmen: SIGRID
KoHLER und HANNS RIECH; Einleitung: HERBERT A.
LoHLEiN.—Munich, H. Reich Verlajr, TERRA MÁGICA
Bildband, 1960.—4" (Printed in Switicrland).
—315pts.
Un bello álbum de los que proliferan a favor del clima turístico de nuestro
tiempo. Tras una ocurrente portada con una jaula de canarios, diez páginas de
texto explicativo con un mínimo de errores, casi inevitables, y una espléndida serie
de fotografías, en número de 76, varias de ellas a todo color, insuperablemente
reproducidas. Si la calidad fotográfica está fuera de cuestión, no es siempre tan
acertada la selección de los temas. Bastantes de ellos no tienen otro objeto que
exhibir una bella fotografía de concurso, que en nada instruye al lector sobre el
país en torno a cuya fama se produce el libro (fots. 8, 14, etc.). Alguna otra constituye
un error, como la pseudomonjita de la fot. 43, que no es una novicia, sino
una comulgante vestida a la moda inventada un par de años hace en España.
Hermosos aciertos el perro de la 7, el pulpo de la 9, el pozo de la 12, las palmas de
la 37, el racimo de la 45 y otras muchas, entre las que no quiero olvidar la niña de
la 74, de rasgos bien típicos, como el asnillo y sus jinetes (64) y el mariscador (65).
Es lástima que cierre el libro un mapa esquemático deplorable . . . y que sus cuadernillos
estén pegados con la no menos deplorable goma elástica inventada por
no sé qué enemigo del libro alemán.
E. S.