ALMOGAREN. 6. (901 P"gr 51 - 68. O CENTRO TEOLOCICQ DE LAS PALMAS
EL MEDIO AMBIENTE:
CIENCIA, ETICA Y POLITICAW
NICOLAS M. SOSA
PROFESOR DE LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA
Es posible que, con el tema del Medio Ambiente, estemos corriendo un
triple riesgo: 1P) El discurso medioambiental pudiera estar convirtiéndose en
la forma más actual del discurso de la ideología tecnocrática; 2:) El ecologismo
está propiciando, según parece, la creación de un nuevo ámbito de consumo;
y 3P) A fuerza de denunciar problemas medioambientales, el tema empieza a
sernos "familiar" y las gentes están acostumbrándose a vivir con él, perdiendo,
por tanto, impacto en las conciencias y en las sensibilidades.
Esta posibilidad me mueve a concretar en lo posible un modo determinado
de entender el medio ambiente y la crisis ecológica a la que nos enfrentamos
en este final de siglo. En lo que sigue pretendo postular una noción de «medio
ambiente)) como medio global y concebir las soluciones como el resultado de
un triple esfuerzo: político, ténico y ético.
Es imposible no citar el último de los grandes documentos mundiales sobre
los problemas del medio ambiente -el ((Informe Brundtlandn, Nuestro Futuro
Común, Alianza, Madrid, 1988-, para recordar cómo su discurso se dirige
fundamentalmente a las organizaciones no gubernamentales, a los educadores
y, en definitiva, a las personas, en la convicción de que, si el mensaje no prende
* El texto que sigue responde al contenido de la Lección Inaugural del curso 1990-91
pronunciada por el autor en el Centro Asociado de la UNED, en Santa Cruz de La Palma.
en las conciencias individuales, no serán posibles los cambios que son necesarios
para rectificar el rumbo del desarrollo. Y la conveniencia de la cita está en el
giro que supone respecto a los grandes informes publicados durante la década
de los setenta y ochenta, más dirigidos éstos a la recomendación de introducir
cambios rápidos y enérgicos en las políticas y en las decisiones de los gobiernos.
Parece como si, desesperando de la efectiva adopción de medidas
gubernamentales, se pusiera la confianza en la acción de las propias
colectividades humanas; y esto, en un doble sentido: como presión ante los
órganos de decisión política y como educación de las conciencias y de las
actitudes.
Tomando este «giro ético» como punto de partida, intentaré cubrir el
objetivo propuesto más arriba mediante la exposición de una serie de tesis o
postiilados que presentaré convenientemente numerados, seguidos de un
comentario que explicite su contenido.
1. LA UNICA IDEOLOGIA CON CARACTER UNIVERSAL EN EL
MOMENTO PRESENTE ES LA TECNICA. ELLA ES INHERENTE
A NUESTRA DINAMICA CIVILIZATORIA. SU DESPLIEGUE HA
SUPUESTO, SIN EMBARGO, EN EL ULTIMO SIGLO, LA
RUPTURA IMPORTANTE DE LIMITES Y EQUILIBRIOS
GLOBALES.
Con este diagnóstico entro directamente al intento, planteando la idea
de que la civilización, entendida como sentimiento occidental generalizado, ha
sido y es una experiencia colectiva que ha permitido asumir una importantísima
y fundamental oposición: la oposición entre naturaleza y cultura, entre un
mundo natural y un mundo artificial; dicho en términos arraigadamente
filosóficos: entre el mundo de la necesidad y el mundo de la libertad (Ramoneda
1986). En efecto, desde que en la antigua Grecia se impusiera la noción de
devenir (progreso, proceso hacia adelanta) como central en la concepción del
mundo, la historia de la civilización tuvo un destino inequívoco: la técnica.
Porque el intermediario entre lo que llamariamos la ((voluntad de dominación))
y los objetos a dominar (la naturaleza, los hombres, todo lo que es susceptible
de ser transformado en «cosa») es, precisamente, la tecnología, la técnica.
Asumir este destino ha supuesto, en el curso del útlimo siglo, una ruptura
de limites y de equilibrios tan importantes que ha obligado areplantear muchas
cuestiones que habían venido ocupando un lugar central en la concepción del
mundo que ha presidido el decurso de nuestra tradición civilizatoria.
EL MEDIO AMBIENTE: CIENCIA, ETitr\ > PO1 ITICA 53
Nos ha aparecido, pues, desde este primer paso, la noción de
«civilización» y la de «técnica» como centrales. Y, vinculadas a ellas, la de
«concepción del mundo» y la de iiecesidad de «revisar» o «replantear» ciertos
elementos constituyentes de tal concepción. Veremos cómo en esa revisión de
nociones y concepciones centrales radica, precisamente, el fundamento de lo
que ha venido llamando «ética ecológica».
W. Godfrey-Smith, recensionando el importante libro Ecological
Consciounsness, editado por R. Schultz y J. Hughes en 1981, lo expresaba así:
«El importante impacto filosófico del movimiento medioambiental
ha supuesto un reto a los pensadores para reflexionar sobre algunas
posiciones básicas, categarfas y valores que hoy usamos para tratar
de entender nuestro mundo y nuestra acción en él. Una reflexión
que, es obvio, responde a la necesidad de encontrar nuevos cr12er/o$
mordes que reemplacen a otros amplia y tradicionalmente
asumidos, con arreglo a los cuales ha sido posible el ejercicio de
actividades humanas arrogantes, explotadoras y destructivas».
(En Environmental Ethics 5 (1983) 355). [Subrayado mío].
Respecto a la "ruptura de equilibrios" a los que se refiere el enunciado,
baste decir lo siguiente: situar la "crisis ecológica" en su justo término supone
evitar, tanto una ingenua toma de conciencia de la crisis (como si solamente
fuera un fenómeno de nuestro tiempo), como una minimización de la misma
(alegando que el hombre ha incidido desde siempre en el medio y ha provocado
la alteración de los ecosistemas). Situar la crisis en su justo término significa
reconocer que estamos ente un fenómeno cualitativamente distinto. Son los
lazos ecosistémicos globales los que están amenazados. Los sistemas de feed-back
positivos (en los que la acción sobre el medio se multiplica y acrecienta,
con daño final irreversible) impuestos por las tendencias de nuestra dinámica
civilizatoria, no son ya compensables por los recursos de feed-back negativos
de la naturaleza (donde la acción dispone de un mecanismo de regulación que
equilibra el conjunto y lo hace estable). A esta dinámica concurren -desde
siempre, pero, tal vez, mucho más en el futuro, después de los importantes
cambios que están produciéndose en la orientación de las economías del
socialismo real- tanto «el Esten como «el Oeste», orientados ambos por una . . de crecimiento y desarrollo esquimadores de recursos y de efectos
irreversibles.
Las crisis medioambiental es la crisis de un modo de civilización y de
desarrollo. La crisis ecológica, en definitiva, ha de ser entendida como crisis
civiliratoria.
2. LOS PROBLEMAS GENERADOS POR EL DESARROLLO
TECNOLOGICO NO PUEDEN ENFRENTARSE UNICAMENTE
CON SOLUCIONES «TECNICAS». REQUIEREN EL ESFUERZO
COMBINADO DE -AL MENOS- OTROS TRES AMBITOS:
POLITICO, MORAL Y EDUCATIVO.
Reconocer esta amplitud al problema y a sus soluciones ha sido un proceso
largo. La requisitoria moral, sin embargo, ha venido formulada en un principio
por los propios cientificos. Como muestra, contamos con no pocos Tratados
de Ecologia en los que se alude a la responsabilidad del ser humano frente al
deterioro del medio y se cita la pionera obra de Aldo Leopold sobre la necesidad
de construir una «ética de la Tierra)). En mi Etica Ecológica (Sosa 1990) me
ocupo en detectar este «desplazamiento a cuestiones de ética y politica« en los
textos -por naturaleza, técnicos- de los manuales de Ecologia. Una vez más
veo en ello la transposición de la confianza y la esperanza al terreno de la
formación de una conciencia ecológica en los ciudadanos, en la búsqueda de
fundamentación de unos "deberes" medioambientales y ecológicos compartidos
por todos, que pudieran ser la base, no sólo de actitudes y comportamientos
individuales, sino de presiones colectivas ante quienes toman las decisiones
politicas, económicas y sociales.
Inequivocamente expresado, lo encontramos en el siguiente texto, con
el que finalizamos el comentario de este segundo párrafo, y en el que se urge
a que
"...el hombre reconsidere el lugar que ocupa enla naturaleza, revise
sus actitudes hacia el medio ambiente en general y, como dijo Aldo
Leopold, desarrole una nueva ética de fa tierra. Las raíces de la
crisis en la que el hombre se encuentra hoy atrapado están en la
vjsión que el hombre occidental, en particular, ha tenido acerca
dela tierra: la tierra como adversario que tiene queser conquistado
y puesto a su servicio a fin de ser explotado para sus porpios fines
como una posición de dominio de derecho y, más importante aún,
como una tierra de capacidad ilimitada. Estas consideraciones deben
servir de base a una conciencia ecológica, a amar, respetar, admirar
y comprender el ecosistema global del cual formamos partr, g a
una ética que asegure la supervivencia de la especie humana, con
calidad, dignidad e integridad. De no ser así, su suerte está echada.
Será la de una colisión y un inexorable holocausto".
(Kormondy 1975, 276, Subrayados mios)
EL MEDIO AMBIENTE: CIENCIA. ETlC:\ Y I'ULITILA 55
3. LA TEORIA ETICA TRADICIONAL NO SE HA PLANTEADO
APENAS -O, AL MENOS, NO DE MODO ESPECIFICO-, COMO
PROBLEMA "MORAL", LA RELACION DEL HOMBRE CON EL
MEDIO AMBIENTE.
Hablamos de «teoría ética», es decir, del discurso teórico, racional,
reflexivo, acerca de la moral vivida, del mundo de la práctica moral. Dejamos
de lado, por tanto, los contenidos más o menos anecdóticos que han solido
entenderse de modo casi exclusivo, a nivel popular, cuando se habla de «moral».
La moral es la dimensión humana en la que se juegan los proyectos más
personales de vida, en la que se toman las decisiones con las que el sujeto
humano se implica y responsabiliza. Tienen su lugar, en esta dimensión moral,
los ideales de vida, las nociones de vida buena, de justicia, de felicidad, etc.
Cuando hacemos teoría ética, reflexionamos, tematizamos, tratamos de buscar
fundamentaciones racionales a esa práctica moral. Por decirlo de la manera
más breve, pero también más clácica, la ética (como discurso racional) y la moral
(como práctica vivida) no pertenecen al mundo de lo que es, del ser, sino al
mundo de lo que debe ser. En esa tensión inevitable entre «lo que tenemos))
y aquello que creemos mejor y que ((debiéramos tener» se construye
permanentemente la reflexión ética.
Pues bien, aunque conocemos un conjunto de culturas orientales
configuradas en torno a una idea de causalidad cósmica y con una concepción
global del iniverso, en la que lo físico, lo teológico, lo político, lo moral ... se
funden en una interpretación comprehensiva (por ejemplo, el Tao) -culturas
"sapienciales" de las que encontramos ecos en autores occidentales, como
Shakespeare-, sin embargo, en la tradición occidental moderna, la relación
del hombre con la naturaleza ha estado ausente de un sentido ético o de una
preocupación ética.
Esta ausencia podría explicarse por el modo en que el pensamiento
filosófico ha abordado el problema de la técnica (ver París, 1984 y 1985),
dejándose llevar por sus exigencias, ante la dificultad de encontrar una
perspectiva adecuada para analizarla; en otras palabras, la filosofía ha cedido
acríticamente a las exigencias del paradigma científico-técnico, con lo que el
universo de la tecnología se ha entendido como un reino autónomo, dotado
uc: icgalidad propia y, en cierto modo, ajeno a los problemas de la moral, como
no fuera para ejercer el juicio ético sobre determinadas «utilizaciones» y
«aplicaciones» tecnológicas de los resultados y descubrimientos científicos (ver
Sosa 1984). En una palabra, la técnica ha sido considerada como algo sin dueno
ni intencionalidad. Neutral.
Cierto que ésta no es la única visión que encontramos en la historia de
la filosofía. Hay aspectos del pensamiento de Spinoza, del mismo Kant, de
Schopenhauer, Heidegger, etc. que parecen, en algunos momentos, abrir su
filosofía moral a planteamientos que exceden la estricta interrelación humana
y que, por tanto, acogen cuestiones y preguntas «morales» acerca de la relación
del hombre con el medio. Pero, de todos modos, aquélla ha sido la concepción
habitual. Las fuentes históricas y culturales que podemos encontrar para que
así haya sido son múltiples, pero, por sintetizarlas en dos, diríamos que han
sido los orígenes hebreos de nuestro pensamiento y la corriente racionalista
que se abre con Descartes los elementos que, conjugados, han dado como
resultado una concepción fuertemente antropocéntrica: el hombre como señor
y poseedor de la Naturaleza.
La ética se ha preguntado siempre (buscando razones para regularlas,
justificarlas, fundamentarlas) por:
las relaciones del hombre con los demás hombres
las relaciones del hombre con la sociedad y las instituciones
La pregunta ausente, en el planteamiento ético tradicional, ha sido la de:
las relaciones del hombre con el medio ambiente.
Este «medio ambiente)) puede entenderse, en un primer momento, como
el medio ambitente físico-natural. Esta dimensión implica un ámbito de
responsabilidad moral no contemplado en el tratamiento tradicional de la ética.
Contemplarlo supondría un importante cambio de concepción: del «hombre
como dueño y propietario del mundo)) al «hombre como usufructuario,
simplemente, del mismo)). 0, en palabras de Aldo Leopold, como miembro
de la ((comunidad biótica)) del planeta.
Pero, en un segundo momento, este «medio ambiente)) debería entenderse
como un medio ambiente global. De él me ocuparé en el paso siguiente.
4. EL MEDIO AMBIENTE ES EL MEDIO NATURAL Y EL HUMANO;
O SEA, EL MEDIO GLOBAL: EL ENTORNO NATURAL, LOS
OBJETOS-ARTEFACTOS DE LA CIVILIZACION Y EL CONJUNTO
TODO DE FENOMENOS SOCIALES Y CULTURALES QUE
CONFORMAN Y TRANSFORMAN A LOS INDIVIDUOS Y A LOS
GRUPOS HUMANOS. POR TANTO: MEDIO NATURAL + MEDIO
TECNICO + MEDIO SOCIAL. ESTA CONSIDERACION NOS
LLEVA A PROBLEMAS ETICOS DE FONDO.
EL MEDIO AMBIENTE: CIENCIA. ETlCA V Pul iTlCA 57
A pesar del interés de no pocos ecólogos, que insisten en referirse al
«medio ambiente)) únicamente en la primera acepción, hay que reconocer la
considerable ampliación del ((paradigma ecológico)) a las más dispares áreas
de conocimiento, siendo muy útiles los postulados básicos de la Ecología para
un tratamiento interdisciplinar de los problemas. Por tanto, en un ámbito de
conocimiento como este en el que me muevo hablaríamos de «Ecologia
Humana)) o «Social» y no sólo de Ecología ((natural)). Ello supone que los
elementos enunciados en el párrafo 4 constituyen, todos, un medio para los
individuos, los grupos y las instituciones. El hábitat humano no es sólo ni
simplemente un mundo de objetos, sino también, y muy principalmente, un
mundo de valores; éstos son parte esencial del medio ambiente humano. Como
postula la profesora Maria Novo, de lo que se trata es de adoptar una
perspectiva holística que contemple al hombre y su medio como estructurado
en circulos concéntricos, donde los diferentes «medios» interactúan, desde la
envoltura cotidiana en la que el individuo tiene que ser y «hacerse», hasta la
dimensión planetaria, tan alejada de sus preocupaciones diarias, perto tan
decisiva en cuanto a las posibilidades reales de sus opociones y decisiones. (Novo
1985). [Acerca de la noción de «ecosistema social)) y de una aplicación de la
Teoría de Sistemas al tratamiento de la Ecologia Humana puede leerse con
provecho Morin 19811.
Merced a esta perspectiva holística y globalizadora, podemos afirmar que
el exacerbamiento de un determinado concepto de bienestar se ha desplegado,
no sólo en insolidaridad con el medio, sino que ha creado nuevos ámbitos de
anomia social. No es posible atajar sectorialmente los subproductos del
desarrollo, como pueden ser la polución o el ruido o el incremento de los
desechos. Sencillamente, porque tal vez haya que mirarlos, no ya como
subproductos, sino como consecuencias insoslayables de ese tipo de desarrollo.
No estaríamos, pues, ante unas consecuencias indeseables que habría que
subsanar, sino ante un salto cualitativo en el devenir de nuestra civilización.
Pensar asi el problema equivale a entender la crisis ecológica como una crisis
civilizatoria, tal como se indicaba más atrás. Por ejemplo, entender que las
fuentes energéticas sobre las que está basado el modelo de progreso actual con
2:::;ziz;z:;s, y ~ prrin cipio, de sistemas sociales fuertemente centralizados
y jerarquizados (aparte de ser no-renovables y altamente impactantes sobre el
medio). Todo esto podría resumirse en un aserto: La degradación del niedio
natural yla degradación de1 medio social son dos manifestaciones de un mismo
problema.
Ello nos pone ante la siguiente consideración: hemos de pasar de la
conciencia de la crisis a la puesta en cuestión del propio modelo de vida. Los
mismos modos de producción de bienes y necesidades, característicos de la
sociedad industrial colaboran a la transformación de los modos de relación
entre las personas. Si la dinámica consumida y la obtención de beneficio
inmediato es la que preside la organización económica, en cualquiera de los
sectores productivos, la asunción de esa dinámica por parte del individuo toma
cuerpo en el propio proceso de socialización y de educación, determina las
metas-éxito que al individuo se le señalan para alcanzar en su vida y,
consiguientemente, determina el modo de relación con sus semejantes. Por
decirlo de un modo taxativo, no son precisamente relaciones de solidaridad
y cooperación las que se verán propiciadas en un modelo de sistema social como
el que hemos construido.
La humanidad ha acabado construyendo, sobre y frente a la biosfera,
en la que ha nacido y de la que se ha nutrido, una tecnosfera que ha llegado,
por tanto, a conformar sus modos de vida y de relación. Hasta aquí no habría
mayor problema: al fin y al cabo, esa ha sido la línea evolutiva que ha presidido
el decurso del mundo y de las civilizaciones. Pero hay, al menos, un dato que
obliga a plantearse las cosas de otra manera: esa tecnosfera incluye un mundo
de armas sofisticadas y altamente destructivas; industrias consumidoras de
ingentes cantidades de energía, expoliadoras de recursos naturales hasta su
agotamiento y productoras de potentes y duraderos residuos que hipotecan la
vida futura sobre la tierra; y sistemas económicos que consagran la expoliación
de una parte del mundo en favor de la otra parte.
Dada la sofisticación de las tecnologías y la implicación en ellas del poder
político y militar, las comunidades humanas y su discurrir cotidiano se ven
fuertemente afectadas en la medida en que, si bien aquellos progresos han
conseguido elevar el nivel de bienestar material, el hombre ha visto y ve cada
vez más reducido el ámbito de su libertad y de su autonomia, más escasas las
posibilidades de ser realmente feliz y más lejanos sus sueños de vivir en una
sociedad justa, puesto que las abismales diferencias intrasocietarias e
intraplanetarias, lejos de reducirse, se hacen más patentes cada día.
Libertad, autonomia, felicidad, justicia ... son probLciiiaa ¿G ;u> que
siempre se ha ocupado la ética. En lo que acabo de escribir reside, creo, la
razón y urgencia de una reflexión ética generalizada sobre la situación y el estado
de nuestras sociedades avanzadas. Es insoslayable el ((impacto ético)) que está
produciendo el actual desarrollo de la ciencia, la tecnología, la economía y,
EL MEDIO AMBIENTE: CIENCIA, ETICA Y POLlTlCA 59
concomitantemente, la organización social y política de las sociedades
tecnológicas. Y tal impacto se concreta en la necesidad de clarificar nuestras
convicciones y concepciones centrales; ver el problema en su totalidad. La
Filosofía Moral (la Etica) no puede seguir haciéndose de espaldas a este
planteamiento: un planteamiento global, ecológico.
5. LA FUNDAMENTACION DE UNA ETICA ECOL~GICAP ODRIA
RESIDIR EN LA NOCION DE SOLIDARIDAD, CONCIBIENDO LA
TIERRA COMO ESPACIO VITAL DE TODOS LOS SERES, QUE
HAN DE COMPARTIR Y DISFRUTAR SUS BIENES.
Menciono la línea de fundamentación a modo de posibilidad, ya que,
según los distintos autores, tal fundamentación podría establecerse a partir de
otros postulados. Veamos algunas de estas otras líneas de fundamentación:
-El propio interés de los individuos humanos, en tanto individuos
afectados por los problemas ambientales.
- El interés de la sociedad como conjunto, amenazada en su calidad
de vida y en sus oportunidades de futuro.
- El reconocimiento del derecho a la vida -y a la calidad de vida-de
las generaciones futuras.
- El reconocimiento del derecho a la vida de otras especies no humanas,
amenazadas por la acción del hombre.
Como es fácil observar, la primera y segunda de las fundamentacionec
recogidas se asientan en un criterio egoísta utilitario que no cuestiona para nada
las concepciones de fondo respecto al lugar de la especie humana en el mundo
y a su papel en él. Consecuentemente con el planteamiento que vengo
manteniendo, no sería aceptable una fundamentación asentada sobre tales
criterios. Algo parecido habría que decir, por extensión, de la tercera, si bien
aquí se añade un elemento de solidaridad con las comunidades humanas que
aún no conocemos, pero cuyo bienestar y posibilidades de realización dependen,
eii buena medida, de nuestras propias formas de vida y del uso y disfrute que
nosotros hagamos del planeta. Finalmente, el ((reconocimiento del derecho a
la vida» que se recoge en la última línea de fundamentación parece
suficientemente amplio; sin embargo, permanece anclado siempre en un criterio
utilitario de fondo, además de ser reductiva a las especies «vivientes».
Creo que la línea propuesta en el enunciado supone un planteamiento
ético no utilitario y, por lo tanto, deontológico, desinteresado y «radical».
Equivale a pensar el problema, no en términos de «hombre y naturaleza», sino
en términos de «hombre en la naturaleza)) (y apresurémonos a decir que esto
no tiene nada que ver con posiciones de naturismo o primitivismo tan
frecuentemente denostadas). Necesariamente, hemos de volver por un momento
a la cuestión de la ciencia y la técnica, para dejar claro que no se mantiene
aquí ninguna actitud de rechazo hacia tales actividades. Asumimos plenamente
las palabras de E.F. Schumacher (1978):
«El hombre no puede vivir sin ciencia N tecnología, como tampoco
puede vivjr en contra de la naturaleza. Lo que necesita una muy
cuidadosa consideración, sin embargo, es la d/iccc/oB de la
investigación científica. No podemos dejar esto en manos de los
científicos solamente».
Revisar esa dirección y sentido de una actividad humana como es la
actividad científico-técnica no supone otra cosa que revisar nuestra jerarquía
de preferencias; y preferencias, por supuesto, morales. las preguntas que ha
de plantearse la reflexión ética sobre cualquier actividad humana han de ser
las del «¿para qué?» y «¿para quién?)). Son preguntas de sentido; las preguntas
acerca de los fines. Este tipo de preguntas va imponiéndose cada vez más en
el seno de lo que, genéricamente, podríamos llamar «actitud ecologista)).
«Si favorecer los sentimientos de comunión con el grupo (y, en e1
caso, con el medio ambiente y la comunidad de seres vivos de la
que formamos parte) es un fin que puede justificarse como valioso,
univrsa/~iabab/ye compartido, entonces, la actitud ecologista es una
actitud profundamente ética)) (Sosa 1985).
No se ha hecho más que interpretar, desde una perspectiva ética, todo
el planteamiento de interconexión e interdependencia que habíamos recogido
más atrás y que utilizamos a partir de las referencias que nos proporciona la
ciencia ecológica. En coherencia con ello, me atrevo a afirmar que muchos
((problemas de Etica» que se nos presentan en la actua;;2,,: l...,,A.L.u..
su más profundo esclarecimiento si se examinan dentro de un planteamiento
«ecológico)). Creo que no puede seguirse entendiendo que sólo los intereses
humanos impotan moralmente. Por eso venimos hablando de profunda revisión
de nuestro universo moral.
EL MEDIO ,\\IBIENTE: CIENCIA, tTlCA Y POLlTlCl 61
En el enunciado del párrafo 5 se habla de fundamentación. Es hora de
atender, siquiera someramente, a esta noción que, en ética, es básica. A
diferencia de cualquier normativa (de tipo estético, de "uso social", incluso
jurídica y hasta religiosa), las normas que llamamos morales tienen una
importante característica definidora: su pretensión de validez universal. Esto
significa dos cosas: que la norma es válida para todas las personas y las
situaciones de un determinado tipo, no para un individuo o una situación
cualquiera y que, en principio, puede ser justificada racionalmente y
fundamentalmente frente a alguien que dude de su normatividad (Birnbacher
1983). Y, por supuesto, los «ideales morales)) que uno mantenga no pueden,
ellos solos, constituirse en base fundamentadora. Aquéllos han de ser, más o
menos, compartidos.
«Si todos los participantes en la discusión sobre la relación deseable
del hombre con la naturaleza pudieran ponerse de acuerdo en que
las normas morales de una ética racional son válidas para todos
(cualesquiera que sean sus ideales morales) y si, por otro lado, nadie
cae en la tentación de considerar sus propios ideales morales como
normas obligatorias para todos, ello sería una aportación
importante a la objetividad de la discusión ecológica)). (Birnbacher
1983, págs. 22-23).
Universalizable y compartido: he aquí, condensadas, la grandeza y la
miseria de la ética. Y he aquí, por tanto, el dificil camino de fundamentación
de cualquier práctica moral.
En los últimos párrafos ha ido apareciendo gran parte del «utillaje»
conceptual que se maneja en Etica. El intento que me ocupa es aplicar ese
aparato conceptual a nuestro tema: el medio ambiente. Una vez metidos en
dicho intento, la polémica se produce -siempre dentro del mencionado ámbito
de la Filosofía Moral o Etica- entre quienes piensan que es necesaria una
profunda revisión de nuestras concepciones morales y quienes opinan, por el
contrario, que hasta y sobra con la elaboración teórico-moral con que contamos
dentro de nuestra tradición de pensamiento. Aquí, como es obvio, nos hemos
estado moviendo en la primera de estas opciones. Como representante de la
segunda es preciso citar la obra de John Passmore (Passmore 1974), escrita
en una fecha temprana y, tal vez por ello, referente obligado para todos los
autores que nos hemos ocupado de este problema. El autor mencionado
considera tres grandes«modos» de entender la relación hombre-naturaleza:
dueño, e incluso déspota, administrador y colaborador; y los relaciona con
determinados problemas medioambientales, para concluir que no son necesarios
nuevos principios morales que orienten al hombre en su comportamiento
respecto al medio ambiente, ya que la moral tradicional de Occidente, ya sea
el occidente cristiano, ya el "utilitario", sustancia sobradamente las exigencias
de respeto al medio que los problemas medioambientales han colocado en el
primer plano de atención.
La recurrencia a Passmore, sin embargo, responde -en el contexto de
este trabajo- a otra intención, cual es la de resaltar la concepción de fondo
que sustenta y desde la que se aborda el problema, sin ponerla en cuestión;
me refiero la concepción antropocéntrica.
Quede claro que, en la polémica contemporánea acerca de la
fundamentación de una ética ecológica, son varios los campos temáticos por
los que se discurre: el concepto de interés (quién puede considerarse «sujeto
de intereses)), ¿puede decirse que los seres no humanos tienen «intereses»?);
la noción de derechos (si puede hablarse, propiamente, de «derechos» de los
animales, con los que, obviamente, no parece que podamos establecer relaciones
de «contrato recíproco»); la propia idea de valor (si los seres no humanos pueden
exhibir un «valor moral» recognoscible como tal); etc. [En mi libro sobre estos
problemas -Sosa 1990-, doy cuenta pormenorizada de esta amplia discusión].
Pero, tal vez, la cuestión central, en orden a la tan repetida revisión de nuestras
concepciones morales sea, precisamente, la apuntada en el párrafo anterior:
la cuestión del antropocentrisrno. Por decirlo de la manera más breve, habría
que preguntarse, con Ernest Partridge (1981 y 1982), si el punto de vista
antropocéntrico que ha presidido el desarrollo de nuestra civilización ha
realizado la tarea cognoscitaiva y práctica que habíamos querido y esperado
que realizara. A esta importante cuestión atiendo en el siguiente paso de mi
exposición.
6. ES NECESARIO ADOPTAR LA PERSPECTIVA DE UN
ANTROPOCENTRISMO DEBIL, QUE DE PASO A UNA «ETICA
CENTRADA EN LA VIDA», ALTERNATIVA A LAS «ETICAS
CENTRADAS EXCLUSIVAMENTE EN LO HUMANO».
En el propio enunciado de este punto 6 se recogen los conceptos que
sintetizan algunas propuestas, que considero interesantes en la actual polémica
acerca de la fundamentación. Dejaremos de lado la contraposición entre
posturas más extremas, como pueden ser las de un antropocentrismo, asumido
EL MEDIO AMBIENTE: CIENCIA. ETLCA Y POLK~CA 63
sin más, enfrentado a una perspectiva "biocéntrica", igualmente sin
matizaciones. Considero más interesantes las propuestas que tienen en cuenta
los innegables condicionamientos y características de la especie humana frente
a -o en relación con- el resto de los seres del planeta. Podríamos decir, en
primer lugar, que parecen mucho más aceptables -en order a dar cuenta del
problema y a buscar salidas- las posiciones holisticas presididas de una clara
intención globalizadora y comprehensiva, a la hora de explicarse el mundo y
la vida en él. Entre nosotros, José Ferrater Mora (1979, págs. 27-83) y
Ferrater/Cohn (1981, "Introducción"), por ejemplo, ha elaborado una
propuesta filosófica para entender la realidad como un «continuo de continuos»,
reconociendo la necesidad de una perspectiva evolucionaria que relega
definitivamente el antropocentrismo dominante en las «culturas occidentales».
Dentro de esta misam línea, merece la pena que consideremos la propuesta
de Brian G. Norton (1984), profesor del New York College de la Universidad
de Florida del Sur, para quien la cuestión no está en un si o un no a una
concepción antropocéntrica, sino en distinguir entre dos tipos de
antropocentrismo, en función de la «localización del valor», de lo que se
entienda como «interés humano», puesto que, al parecer, todos los problemas
medioambientales tienen en su origen la exigencia de satisfacer intereses y
necesidades humanas, al fin al cabo. La idea de Norton -por lo demás, deudora
de teorías ya conocidas en las éticas tracidionales- es distinguir entre intereses
(necesidades, preferencias) meramente sentidas, e intereses (necesidades,
preferencias) ponderadas o meditadas [La terminología empleada por el autor
responde a los conceptos de felt preferences y considered preferences]. En el
primer caso se encuentran cualesquiera deseos o necesidades expresadas por
los hombres, mientras que en el segundo se alude a preferencias o necesidades
expresadas tras cuidadosa deliberación, compatibles con un punto de vista global
sobre el mundo, establecidas hipotéticamente si se dieran, de hecho,
determinadas condiciones ideales de imparcialidad y objetividad.
Recordemos, de paso, que el recurso a modelos ideales y situaciones
hipotéticas es bastante habitual en la teoría ética contemporánea; la «idealidad»
de los modelos es el precio que hay que pagar para atender a aquel requisito
de «universalizabilidad», de que hablábamos en el punto 5. (Véase, al respecto,
la recuperación de la idea del contrato y el diseño de la ((posición original))
en la elaboración de John Rawls acerca de la justicia -Rawls 1978-, y la figura
de la «comunidad ideal de diálogo» en las llamadas «éticas discursivas», como
la de Habermans 1975 y 1985). Pero digamos también que el primer tipo de
preferencias ha sido y es el habitual en nuestras sociedades; son las que, en
el ámbito de la investigación científica, por ejemplo, hacen pensar, sin más
consideración, del «podemos hacerlo)) al «hagámoslo», imbuidos del optimismo
cientifista que deja a nuevas y ulteriores investigaciones la tarea, siempre
concebida como posible de buscar remedios a los males que pudieran derivarse
de las primeras.
Volviendo, pues, a la distinción que practicábamos entre las preferencias
entre las preferencias, deseos o necesidades, un antropocentrismo fuerte seria
el que considera incuestionable las del primer tipo, que, por provenir de la
especie humana, superior a las demás, funcionan como determinante del valor.
Un antropocentrismo débil, sin embargo, estaría basado en el segundo tipo,
descrito, de preferencias o necesidades.
Un antropocentrismo débil proporcionaría una base para la crítica de
los sistemas de valores que resultaran lesivos con respecto al medio, toda vez
que, al basarse en preferencias «meditadas», acepta que las preferencias, deseos
o necesidades humanas pudieran ser o no racionales (es decir: consecuentes
con una visión más global respecto al medio, acordes con teorías científicas
justificadas y abiertas a un cierto tipo de ideales morales).
Así pues, la debilidad de esta concepción antropocéntrica radica en
corregir las preferencias, deseos, necesidades, incluso los intereses, meramente
sentidos, tanto individuales como colectivos, mediante la introducción de un
punto de vista racional universal (a rational world view, en la terminologia de
Norton), que podría especificarse, en la práctica, en: a) reglas de justicia
distributiva, en un primer nivel; b) reglas de asignación del recurso-base, que
afectan al «bienestar» a largo plazo de la biosfera; y, por encima de estas reglas,
los ideales, valores y principios que constituyen una visión racional del mundo,
que tiene en cuenta la relación de la especie humana con la narturaleza y con
el medio global en que se desarrolla.
El intento de fundamentación contenido en este punto 6 podría
complementarse con la propuesta de Paul W. Taylor (1981), profesor de
Filosofía del Brooklyn College de la Universidad de Nueva York, que consiste
en elaborar una estructura de sistema ético centrado en la vida, simétrico y
alternativo a los sistemas éticos centrados en lo humano. En dicha estructura
se conjugan principios, actitudes, disposiciones y creencias que constituye un
punto de vista biocéntrico sobre la Naturaleza, que es el defendido por el autor.
EL MEDlO AMBIENTE: CIENCIA, ETICA Y POLITIC.4 65
7. LA ETICA ECOLOGICA SE CONSTRUYE, COMO TODA ETICA,
A PARTIR DEL EXAMEN Y LA CONSIDERACION DE LOS FZNES
DE LA ACTIVIDAD HUMANA, SEA ESTA CIENTIFICA,
ECONOMICA, POLITICA, INDIVIDUAL O COLECTIVA. SOBRE
ESA ACTIVIDAD HAY QUE PLANTEAR LAS PREGUNTAS: SI
RESPONDE A INTERESES GENERALIZABLES Y/A VALORES
COMPARTIDOS ARGUMENTATIVAMENTE EN EL SENO DE LAS
COMUNIDADES HUMANAS. EN LA FORMACION DE ESOS
VALORES E INTERESES COBRA UN PAPEL DE PRIMER ORDEN
LA EDUCACION MORAL (QUE HA DE FORMAR PARTE, POR
TANTO, DE LA EDUCACION AMBIENTAL).
Los «puntos de llegada» en la reflexión filosófica raramente cierran un
discurso. Más bien, abren o reabren multitud de preguntas, que permiten
continuar el razonamiento. Intentaré, no obstante, hacer confluir en este último
paso los elementos que se han ido aportando en las páginas anteriores, tratando
de recuperar, al mismo tiempo, los esquemas de fundamentación más en boga
hoy en la teoría ética contemporánea.
Se habla hoy, predominantemente, de racionalidad comunicativa, al tratar
de Filosofía Moral. Los textos de J. Habermas señalados más atrás (a los que
podrían añadirse los trabajos recogidos en Habermas 1984), así como en ensayo
de Karl Otto Apel sobre la ética en la época de la ciencia y de la técnica (1986,
págs. 105-173) pueden aportar el conocimiento necesario sobre las líneas
fundamentales de esta construcción, ante la imposibilidad de proceder aquí a
una exposición de la misma. Se trata, en definitiva, de fundamentar nuestros
principios y normas morales en nuestra competencia comunicativa, es decir,
en la comunicación argumentativa entre agentes morales libres y responsables,
donde se dirimirán las pretensiones de validez de nuestros juicios morales. En
esa «prueba de argumentación», que habría de discurrir en las condiciones
ideales de una comunicación y de un intercambio libres de dominio y establecido
en condiciones simétricas de igualdad y de oportunidades, los intereses, las
necesidades, los deseos habrían de racionalizarse, en el sentido de convertirse
en intereses generalizables.
El problema está en que, si en ese ámbito comunicativo es donde tiene
lugar el acuerdo moral, difícilmente podremos dar cabida en él a seres no
humanos, con quienes, obviamente, no podemos establecer «pactos» recíprocos
de obligación. Una ética que se construye sobre comunidades de diálogo e
intercambio argumentativo encontraría sus límites justamente allí donde acaba
la propia capacidad de intercomunicación. Serían, pues, los intereses humanos
y sólo humanos, los que entrarían en conflicto y sobre los que habría que dirimir
y concluir. Ante esto, suelo recurrir a dos consideraciones, con las que finalizaré
mi exposición.
La primera consiste en proponer que, recuperando la perspectiva
comentada de un antropocentrismo débil, puedan entrar, en la discusión acerca
de criterios de moralidad, todos los elementos integrantes del medio ambiente,
entendido, como se dijo desde el principio, como medio global. En otras
palabras, entender la comunidad real de los seres humanos como la constituida
por éstos más el resto de seres que constituyen el medio en el que los humanos
viven, con los que, tal vez no se comunican (desde luego, no a través del lenguaje
argumentativo), pero acerca del que se comunican con los demás humanos,
y con el que mantienen una interacción mucho más profunda de lo que a primera
vista pudiera parecer. La comunidad utópica, entonces, esa siempre presente
en el horizonte de la ética, donde prevalece la justicia, la solidaridad y la
cooperación, no habría de ser una comunidad integrada solamente por
humanos, sino por los humanos y su medio. Ciertamente, una propuesta de
este tipo va contracorriente de las tendencias postmodernas, definitoriamente
fragmentarias, más que globalizadoras. Pero, precisamente por ello, un
planteamiento ecológico como el que aquí se propone contribuiría a conectar
los mundos de la ciencia, del arte y de la moral, que la Modernidad dispersó
y dejó en manos de los «expertos», con el mundo de la vida; es decir, con el
mundo cotidiano de los hombres, seres humanos y políticos, que viven y
conviven, y se plantean y deciden sus modos de vivir y de convivir.
La segunda atiende al problema mencionado de la comunicación. La ética
ecológica no establece restricciones a la comunicación; es decir, no entiende
la comunicación definida únicamente por su dimensión argumentativa,
discursiva. En una estructura comunicacional intervinen también elementos
expresivos, que no se traducen en argumentos verbales. Esto tiene incluso
repercursiones sobre los contenidos de los que debe ocuparse la ética, en el
sentido de que éstos no habrían de ser únicamente contenidos de justicia (ámbito
en el que cabría la discusión acerca de derechos, intereses y reciprocidades),
sino que habría de enterderse a contenidos de felicidad, de bienestar y calidad
de vida (lo cual obliga, de nuevo a repreguntarnos cómo concebimos un
bienestar integral una vida digna). Los sentimientos, las emociones, los afectos ...
no pueden estar ausentes de la dimensión moral humana (y, por ende, de la
reflexión teórica -ética- sobre la misma) porque también ellos nos conforman
como lo que somos. En este sentido, lo que nos rodea, el medio, el paisaje,
EL MEDIO AMBIENTE: CLENCIA, ETICA Y POLITICA 67
el mundo inanimado, está estrechamente unido a nuestra percepción de ese
mismo medio y forma parte integrante de lo que somos. Si somos seres morales,
lo somos en ese medio y con él (no aparte y además de él). Como decía Lovelock,
en cierto sentido podemos decir que una roca está viva, pues en gran parte está
siendo conformada por, y conformando lo, vivo (Lovelock 1979). Es, en
definitiva, la introducción de la dimensión estética en la reflexión moral (ver
Sosa 1989), porque en esa dimensión entran elementos que también forman
parte importante de nuestra vida y que no se dejan encerrar en los moldes de
la argumentación epistémicamente rigurosa ni en los contenidos de cálculos
de coste y ganancia que suelen presidir, de manera unilateral y cada vez más,
las consideraciones de los humanos a la hora de decidir políticas, inversiones,
proyectos, actividades ...
UN APUNTE FINAL.
El discurso ecologista suele indentificarse -yo diría que
interesadamente- como un discurso de «vuelta atrás», de «ir contra el
progreson, etc. Nunca será demasiado el esfuerzo en deshacer esta falacia. El
discurso ecologista lo que plantea es la necesidad de revisar la noción de progreso
que mantenemos. Ver si, en realidad la dirección de la tecnología, las pautas
de producción y consumo, y la organización social que sobre ellas se asienta,
nos están haciendo más felices y no están proporcionando mayor bienestar.
Esto es lo que ser refiere a nosotros, los seres humanos que vivimos ahora en
el mundo. Pero el discurso ecologista plantea también -y aquí muestra su
aspecto más profundamente ético- si tenemos derecho a deteriorar cada vez
más el planeta, a dejarlo -deforestado, lleno de de residuos radiactivos, con
las aguas y el aire polucionado y la capa de ozono rota, etc.- así a las
generaciones futuras, hipotecando sus existencias.
Parece racional atreverse en serio a plantearse si un modelo de desarrollo
que nos parecía el mejor no habrá tocado techo, no habrá mostrado que ya
no sirve y que, por tanto, tenemos que empezar a cambiar el rumbo. Y, claro,
en ese «cambio de rumbo», lo de ir hacia adelante o hacia atrás es siempre
relativo: depende desde qué valores se piense y se hable.