Vol. 2 Nº 2 págs. 155-161. 2004
www.pasosonline.org
© PASOS. Revista de Turismo y Patrimonio Cultural. ISSN 1695-7121
Turismo y desarrollo de la comunidad:
un primer paso para rescatar la identidad cultural
Alfredo Ascanio, Ph.D †
Universidad Simón Bolívar (Venezuela)
Resumen: El artículo se refiere a la experiencia venezolana para poner en ejecución el primer programa
de posadas turísticas en el medio rural. Se parte del criterio que el turismo cultural comienza a tener
éxito una vez que la comunidad de acogida participa en el mismo proceso de su desarrollo como comu-nidad.
Una vez que toma conciencia de sus derechos y deberes; y logra consolidar su autoestima y su
propia identidad, entonces los grupos familiares puede, de una manera integral, participar en el ritual que
supone las relaciones interpersonales, con todos los visitantes temporales, sin temor de que sea vulnera-do
su hábitat en un sentido integral. Sin este primer paso, cualquier intento de una comunidad frágil de
participar en los “paquetes turísticos”, podría más bien ser objeto de un simple juego comercial que los
atropelle.
Palabras clave: Turismo; Desarrollo; Identidad cultural; Venezuela
Abstract: The article refers to the Venezuelan experience to put in execution the first tourist program of
inns in the rural area. Splits of the criterion that the cultural tourism begins to be successful once the
community of reception participates in the same process of its development as community. Once it
becomes aware of its rights and obligations; and manages to consolidate its self-esteem and its own iden-tity,
then the family groups is able to participate in the ritual that supposes the interpersonal relations,
with the tourist, without fear that be wounded its habitat in an integral sense. Without this first step, any
intent of a fragile community to participate in the “tourism packages”, would be able more well to be
object of a simple commercial play that knock down them.
Keywords: Tourism; Development; Cultural identity; Venezuela
† • economista y doctor el ciencia política. Es venezolano y profesor titular de la Universidad Simón Bolívar. Desde
los años de 1970 ha trabajado e investigado, de una manera continua, en el campo del turismo. Fue dos veces Vice-presidente
de la Corporación Venezolana de Turismo y también trabajo casi 12 años en organismos internacionales
como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Organiza-ción
Mundial de Turismo (OMT). Ha publicado cuatro libros y tiene más de 40 artículos publicados en revistas arbi-tradas.
En la actualidad es un consultor independiente en el campo de la evaluación de proyectos turísticos y recreati-vos.
E-mail: ajascanio@cantv.net
156 Turismo y desarrollo de la comunidad …
Introducción
Pretendemos con este artículo hacer al-gunas
consideraciones sobre el problema
del turismo y la cultura, en especial en las
áreas rurales y en el contexto de los años
70, cuando comenzó en Venezuela un pro-grama
para vincular al turismo con el res-cate
de la calidad de vida en pequeños
asentamientos humanos. No se trata de un
análisis exhaustivo de todas las medidas
adoptadas, en aquella década, por parte de
la Corporación de Turismo de Venezuela
(CORPOTURISMO), a través de algunas
Gobernaciones interesadas en el tema; ni,
por supuesto, de las múltiples iniciativas
privadas que han tenido lugar en esta ma-teria,
a lo largo del período considerado.
Conviene destacar también que el con-texto
internacional era propicio para inicia-tivas
relacionadas con el Hábitat y sus múl-tiples
problemas. En efecto, la Conferencia
de las Naciones Unidas sobre Asentamien-tos
Humanos fue en realidad, como lo seña-ló
en su momento el Dr. Enrique Peñalosa,
Secretario General de la Conferencia, una
síntesis de todos los aciertos y conflictos
que sucedían a diario en esos espacios frá-giles,
por su propia naturaleza. En esa
década, se tenía el convencimiento que las
tecnologías ya existentes eran capaces de
mejorar enormemente la condición humana
en sus propios asentamientos y lo que pare-cía
como muy necesario era el compromiso
político para adelantar iniciativas útiles.
Recordemos también que esos mismos
criterios los desarrolló, con mucho acierto,
Bárbara Ward en su excelente libro The
Home of Man (La Morada del Hombre)
publicado en el año de 1976. Igualmente, ya
para la época se comenzaba a discutir los
principios del ecodesarrollo y la llamada
Revolución Verde, con todas sus posibles
consecuencias. También, esta fue la década
de las ideas de la tecnología apropiada o
blanda, promovidas primero por F. Schu-macher
(Lo Pequeño es Hermoso) y poste-riormente,
por muchas organizaciones sin
fines de lucro y también por la UNESCO y
el Centro de Desarrollo de la OCDE, en
París (Jéquier, 1979).
Existía, en efecto, un ambiente propicio
para que el turismo se transformara en un
medio generador de desarrollo y ayudara a
rescatar la cultura, como principal ingre-diente
para su consolidación.
El turismo como un medio para el desarro-llo
En el año de 1979 el economista español
Venancio Bote Gómez, se lamentaba de
que en España, país líder en cuanto al tu-rismo
internacional, había abandonado
iniciativas para desarrollar el turismo en el
medio rural, pues el énfasis había sido el
turismo de sol y playa (Bote Gómez, 1979).
Igualmente, en Venezuela también apare-cía
una brecha entre estas tipologías de
turismo; y se estaban tomando iniciativas
para que el turismo cumpliera una función
en el medio rural (Arria, 1970 y Briceño
Fortique, 1975).
La premisa que fue aceptada como polí-tica,
en cuanto al turismo rural, fue que en
muchos poblados del interior del país exis-tía
un potencial geográfico y cultural, que
debería ser movilizado con una herramien-ta
de desarrollo; esa herramienta, seleccio-nada
en Venezuela, fue el turismo por va-rias
razones: 1) porque esta actividad ten-dría
efectos positivos para poder rescatar la
identidad de cada poblado rural y sus acti-vidades
culturales; 2) por que hasta ese
momento histórico, el turismo no era un
sector polémico y sujeto a posiciones políti-cas
divergentes; 3) porque las inversiones
en este campo, no eran de elevada intensi-dad
de capital, pues el país ya contaba con
buenas vías carreteras y con servicios co-munales
adecuados; y 4) porque existía una
política para la descentralización del poder
político, lo cual era un elemento básico para
lograr un desarrollo equilibrado.
Algunos autores, que en la década pos-terior
de los años 80, promovían lo que ellos
denominaban el turismo popular, no se
habían percatado todavía de la relación que
existía entre el turismo y la cultura en su
sentido amplio. En efecto, para estos auto-res
el turismo “artesanal”, para llamarlo de
alguna manera, se concebía como una ma-nera
economicista de lograr el desarrollo; es
decir, el enfoque era puramente mercantil.
Veamos en seguida lo que afirmaba por
ejemplo Graciela Ripoll (1986) sobre este
asunto:
Alfredo Ascanio 157
El turismo popular puede llegar a ser
una inversión rentable y atractiva para la
iniciativa privada, con lo que se lograría la
ampliación y diversificación de la planta de
servicios turísticos, en beneficio de la po-blación
menos favorecida económicamente.
No hay duda que la planta de servicio
ampliada al medio rural, debería favorecer
a la comunidad de acogida, pero muchas
veces no fue así. Las inversiones privadas,
en esa época y todavía hoy, no habían cap-tado
el concepto integral del hábitat, como
si lo había concebido Peñalosa y Ward, en
los primeros años de la década de los seten-ta.
No obstante, profesionales que ya se
habían percatado de la necesidad de plani-ficar,
de una manera integral, el espacio
turístico rural, como fue Venancio Bote,
López de Sebastián y Ascanio, entre otros
(1979 y 1975), si se dieron cuenta de la
inmensa potencialidad de los recursos tu-rísticos
rurales, incluidos los recursos cul-turales;
pero también, los posibles riesgos
que suponía la ocupación de estos espacios
frágiles, como colonización, degradación y
el uso intensivo, sin considerar la capacidad
de carga; por lo que era muy necesario no
sólo planificar, sino definir políticas y es-trategias
adecuadas (Bote, 1975: 30; Asca-nio,
1979: 54).
El turismo interior, y en especial en los
espacios rurales, no debería desplazar las
actividades propias y las actividades cultu-rales
de esos espacios geográficos, sino, por
el contrario, estimularlos y fortificarlos. Sin
embargo, si la planificación no era integral,
privilegiando el concepto del hábitat, no
sólo como vivienda sino también conside-rando
todo el entorno, se hacía más difícil
entender que la cultura, que siempre había
estado allí, tuviese que ser la base de sus-tentación
de este tipo de turismo.
Con de este marco de ideas, nació en
Venezuela el Programa Integral de Posadas
Turísticas (1978). Este programa, deseaba
primero rescatar el hábitat, según el con-cepto
de corregir las carencias apremiantes
con la finalidad de lograr una verdadera
morada para el ser humano; una renova-ción
radical de la vida campesina, inscrita
en la mejor tradición humanística y no sólo
en los enfoques “técnicos”; y con este resca-te,
lograr, igualmente, que a esos lugares
acudieran visitantes temporales, siempre
que llevasen consigo un código de ética, a
fin de respetarse en el encuentro, para be-neficio
de la comunidad de acogida .
El programa y su concepción preliminar
Como todo programa novedoso, estas ac-ciones
también estuvieron inspiradas en
algunos ejemplos que le otorgaban su razón
de ser. En efecto, los ejemplos que para esa
década estaban más a la mano eran tres: a)
el programa de Casas de Labranza de Es-paña;
b) El Programa TER francés en el
medio rural; y c) el Programa Gaviotas,
desarrollado en Colombia, a raíz de la con-ferencia
del Hábitat.
El programa venezolano tenía como ob-jetivos
los siguientes:
• Favorecer a la comunidad rural con un
rescate integral de su hábitat, enten-diendo
por hábitat aquello que lo incluye
todo; o por lo menos, ciertas claves vita-les
para la coherencia de sus proyectos.
• Incrementar las posibilidades de promo-ver
a la comunidad, utilizándose el tu-rismo
como un medio de desarrollo y
progreso; y no sólo, como un fin en sí
mismo.
• Lograr el respeto por el medio natural y
cultural.
• Promover un tipo de alojamiento turísti-co
diferente, mediante un programa de
posadas y albergues de bajo costo de in-versión
y de servicios personalizados,
para contribuir así al desarrollo del tu-rismo,
en especial del doméstico.
Cuando se trató de establecer las míni-mas
condiciones dignas, para ese hábitat
turístico, apareció una gama amplia de
diferencias de climas, de culturas y de pro-pósitos
sociales , lo cual planteaba pregun-tas
totalmente nuevas acerca del posible
uso, abuso y agotamiento de los recursos
turísticos, que no se deberían arriesgar; y
esto requería, seguramente, de alguna
manera reinventar el turismo (Ascanio,
1998), por lo menos a la manera de David
Osborne y Peter Plastrik (1998), expertos
ingleses que sugerían un cambio de la mi-sión,
de la visión y de los propósitos, no sólo
a nivel de las empresas, sino también a
nivel de los gobiernos nacionales y locales.
El programa de turismo en el medio ru-ral
concebido en Venezuela, quería asegu-rar
que la propia comunidad participara
activamente en su propio desarrollo, pues
158 Turismo y desarrollo de la comunidad …
ello ayudaría al cambio de actitudes y así
pudiesen conocer lo que significaba ser pro-tagonistas
de su propio progreso.
No era posible realizar este programa
mediante una simple decisión burocrática.
La experiencia había demostrado, que si la
propia población no participaba, lo que al
final se lograba era un simple arrabal sin
perspectivas de futuro; y tampoco, el pro-grama
consistía en una simple renovación
de las viviendas aisladas. La solución tenía
que considerar los lazos de vecindad ya
existentes y la identificación territorial y
cultural de los vecinos; es decir, que la au-toayuda
y la gestión cooperativa, debería
poner en perspectivas el nuevo rol de la
comunidad; es decir, un grupo de futuros
anfitriones que se dedicarían a brindar
servicios a los visitantes temporales, sin
arriesgar sus delicados lazos culturales.
El Cerrito de Sanare y la Plazuela de Truji-llo
Estos nombres recuerdan los lugares
donde se aplicó el concepto de utilizar al
turismo como un medio para el desarrollo
comunal. Eran aldeas muy pequeñas, de
apenas 300 a 500 habitantes, pero en con-diciones
de marginalidad. El proceso de
socialización, en esos pequeños poblados,
había nacido de una relación con las gran-des
haciendas donde ellos eran los campe-sinos
dedicados a los cultivos y recolección
de cosechas de café, papas, tomates y legu-minosas
en general. La población estaba
acostumbrada a sus fiestas religiosas y a
sus festividades populares, de influencia
española. La producción artesanal y la gas-tronomía
local, se relacionaban también
con valores espirituales como leyendas y
creencias populares, así como las propias
experiencias prácticas de fabricar objetos y
comidas, no sólo para su propio consumo,
sino para la venta a la cadena de interme-diarios,
que llegaban a esas poblaciones en
la búsqueda de aportes originales para co-mercializar
esos productos en los espacios
urbanos cercanos.
Al concebirse el programa con un crite-rio
integral e integrador, no fue fácil buscar
las soluciones más adecuadas. Además, el
programa exigía una inversión de al menos
19 mil dólares por familia beneficiada, es
decir 4.500 dólares per cápita, incluso sin
contar con ningún contratista o intermedia-rio.
Debido a esa decisión, fue necesario que
la comunidad contara, durante el año que
duró el programa, con dos talleres comuna-les:
un taller de carpintería y ebanistería,
para la elaboración de puertas, ventanas y
muebles; y un taller de forja de hierro, para
la fabricación de herrajes, faroles y otros
objetos indispensables. El personal de los
talleres fue reclutado de la misma comuni-dad,
no solo para crear un empleo temporal
adicional al que ya tenían, sino para asegu-rarles
un nuevo tipo de formación profesio-nal
que les podía ser muy útil en el futuro.
Como las necesidades de la comunidad
eran apremiantes, la programación se con-cibió
como un hacer al mismo tiempo que
pensar en las soluciones. El tiempo era un
recurso escaso, y la comunidad no soporta-ría
el esquema tradicional de utilizar al
menos un año para programar primero y
luego implantar los proyectos. En este ca-so,
la programación tenía que realizarse, si
el término se puede utilizar: “Just in Time”.
Una programación y generación de proyec-tos
acompasada con las decisiones y en el
propio terreno de los hechos.
El otro ingrediente indispensable fue el
apoyo del poder político local (gobernación y
alcaldía). Sin ese apoyo, no sólo de corto
plazo; y sin el entusiasmo por el programa
y sus proyectos por parte de la burocracia
del lugar, todo ello podría fracasar. Aunque
para la época no se hablaba del concepto de
sutentabilidad, los ejecutores del programa
ya intuían que si el apoyo político no se
mantenía durante un tiempo prudencial, el
programa, como tal, no podía lograr sus
metas. Se aseguró, al menos que el poder
político local entendiera, que el programa y
sus proyectos no podían depender de una
acción paternalista y ni siquiera asisten-cial.
El programa, en su sentido integral,
necesitaba mucho liderazgo natural; y no
podía depender de acciones demagógicas
para asegurar algún tipo de poder, que no
fuese el propio poder comunal para opinar y
decidir en conjunto.
Todos los elementos anteriores hicieron
de este programa, con sus proyectos, un
asunto mucho más complejo que la remode-lación
de una barriada para lograr un fin
turístico. Incluso, el riesgo mayor se ubica-ba
en la futura administración y segui-miento
del programa, después de su im-
Alfredo Ascanio 159
plantación; pues podría darse el caso, de
que los emprendedores futuros al no cono-cer
con detalle las premisas y la filosofía
que habían dado origen a las ideas origina-les,
pudieran alterar la meta final y distor-sionar
lo que se esperaba; y en efecto, eso
fue, lamentablemente, lo que sucedió.
En muchos países de América Latina,
los cambios del poder político traen como
consecuencia no sólo retrasos en la ejecu-ción
de programas y proyectos, sino incluso
abandono de muchos, que habrían sido ge-nerados
por otros partidos políticos. Para
ese momento no existía una fórmula viable
para lograr la permanencia en el tiempo de
un programa de turismo en el medio rural.
Era previsible la gran dificultad y sin em-bargo
situar en el tiempo los acontecimien-tos
futuros, no era un asunto manejable.
Siempre se encuentran explicación a poste-riori
para los fenómenos sociales, como lo
hacemos ahora en este artículo.
La única posibilidad era que la acción
del Estado sirviera solamente como capital
semilla para dar un buen ejemplo de lo que
podría realizar una familia por su propia
iniciativa. Hoy se puede decir que las 1.500
posadas y campamentos turísticos que apa-recieron
como proyectos aislados en los
últimos 30 años (50 unidades por año), sur-gieron
debido a que muchos grupos familia-res
del medio rural, entendieron que ellos
deberían hacer sus propios alojamientos
turísticos y preservar su propia cultura, sin
tener que recurrir a la ayuda gubernamen-tal,
sino solamente respetando las reglas
del juego democrático y los criterios de in-versión
y desarrollo previamente estableci-dos.
La primera posada turística familiar que
surgió en Venezuela se debió a la iniciativa
de la familia Posonyi. Es interesante que en
una entrevista testimonial, la señora de la
casa, llamada Marita, señalara lo siguiente:
“esta posada y nuestra ayuda para rescatar
la cultura campesina del sitio, ha sido un
esfuerzo sólo del grupo familiar…nosotros
nunca quisimos préstamos ni ayudas del
Gobierno; tuvimos en mente correr con
nuestro propio riesgo.” (entrevista, 1979,
Ascanio). Y durante más de 10 años, esa
posada estuvo catalogada como la iniciativa
privada más exitosa de su época. En resu-men:
hay que interesarse de algo para ocu-parse
de ese algo. Hace falta una carga
afectiva, y eso le sobraba a la familia de
Marita.
A la iniciativa del programa denominado
El Cerrito de Sanare, siguió el programa de
La Plazuela de Trujillo. Allí ya se había
ganado mucho en experiencias y se corri-gieron
varios errores durante la ejecución y
su persistencia en el tiempo. Ese programa
resultó ser mucho más sustentable que el
anterior, ya que hoy es considerado el prin-cipal
polo de atracción turística del Estado;
mientras que el programa de El Cerrito,
cronológicamente no pudo mantenerse,
aunque hoy en día la población que reside
allí tiene un mejor nivel de vida, pues ya no
es un arrabal marginal, aunque ha perdido
su vigencia recreativa.
Los programas hechos a la medida de
las necesidades comunales y no sólo pen-sando
en las necesidades del visitante tem-poral.
Siempre hemos oído la frase divulgada
por los expertos del marketing: “el cliente
siempre tiene la razón”. En estos casos, se
podría decir que el mejor slogan fue: ”la
comunidad receptora siempre tiene la ra-zón”.
Esto no quería decir que la necesidad
de un mercado no era relevante, pues como
sabemos sin asegurar la presencia de visi-tantes
temporales en un lugar turístico, el
lugar no tiene sentido. Lo que la frase ante-rior
señalaba era: que la sostenibilidad de
un programa turístico y sus proyectos cul-turales,
tienen como razón sus propios
habitantes; y luego, exigir el respeto que los
visitantes temporales deberían demostrar
al visitarlos.
Si el medio social era rico en incitacio-nes-
como decía Jean Piaget- entonces
habría un avance en el desarrollo (1975).
Claro, el cliente siempre tiene la razón
cuando actúa con un código de ética y la
comunidad de acogida tiene la razón,
cuando acepta los criterios relacionados con
la calidad de sus servicios y la preservación
de su entorno y sus valores. No es nada de
fácil lograr esta especie de sinergia, espe-cialmente
si el tour operador y el agente de
viaje, que conforman los paquetes de des-plazamientos
y diseñan el “producto” turís-tico,
no están conscientes de estos asuntos
claves. Ahora, en este siglo XXI apenas
comienzan a aparecer nuevos enfoques de
las empresas que comercializan el turismo,
para que sean respetadas las reglas locales
160 Turismo y desarrollo de la comunidad …
y se trabaje con marcos referenciales éticos
y conservacionistas (Ascanio, 2.003).
Todavía están vigentes las reflexiones de
Enrique Peñalosa y de Bárbara Ward
Se decía para ese entonces: “lo que está
en juego hoy es el grado de padecimiento
humano y del daño al medio que serán con-secuencia
de un retraso innecesario, y tam-bién
si el grado de retraso no reducirá con-tinuamente
las oportunidades de que ocu-rra
un cambio dentro de un marco de liber-tad,
diversidad humana y tolerancia” (As-canio,
2003: 9). Una premonición asombro-sa.
Aunque “la intensidad de la crisis no era
nueva-decía la señora Ward- la escala in-dudablemente
lo es”. La inestabilidad fue y
es social y ecológica. Lo social, siempre se
ha asociado al logro de la igualdad y digni-dad
para todo ser humano; es la expresión
de un subconsciente tribal o de la milenaria
experiencia neolítica de compartir. Lograr
un acuerdo, aunque sea mínimo, sobre el
contenido del nuevo concepto que supone
relacionado con el turismo cultural (¿y cuál
turismo no es cultural?), es otra cosa. Para
una burda definición inicial, podemos em-pezar
por reconocer, que el concepto cultura
traspasa los límites de la definición que
aparece en el Diccionario Larousse, pues
no sólo podemos referirnos a la cultura
como un desarrollo intelectual o artístico o
al concepto clásico de civilización (Pequeño
Larousse Ilustrado, p. 296), pues en nues-tro
criterio la cultura es todo el proceso de
socialización del ser humano. Todo ser
humano es un humilde artesano de la vida
cotidiana;y eso lo afirmó nada menos que el
gran matemático francés André Lichnero-wicz
(1975).
Todos los instrumentos y herramientas
tangibles del turismo por sí mismo, son
extraordinarios, como son los paisajes na-turales
y culturales, un avión o un aloja-miento
temporal. Hay que distinguir estos
elementos tangibles de la manera en que
son empleados. Entonces, podemos deplo-rar:
la prostitución turística en algunos
países pobres, la desaparición de especies o
la contaminación de monumentos históri-cos,
la marginalidad de las poblaciones
autóctonas. Cuando las comunidades asimi-lan
bien estos daños y están bien informa-das
de los mismos, es posible proponer al-gunas
soluciones. Con todo, en cuanto al
turismo cultural no basta con cambiar o
remodelar las instituciones sino, más bien,
es urgente cambiar actitudes y modos de
comportamientos del hombre mismo.
Asimilando las ideas de Piaget sobre el
comportamiento infantil, podríamos decir
que el campesino posee, ante todo, una mo-ral
de sumisión. El bien es lo que se adecua
a las reglas impuestas por sus patronos y el
mal es lo que transgrede esas reglas; pero
puede en algún momento aparecer una
moral de reciprocidad entre los habitantes
de un pequeño poblado , lo cual puede pro-ducir
la idea de justicia frente a una injus-ticia
sufrida. Es una moral de autonomía,
en estrecha asociación con su desarrollo
cultural, cuando les toca participar en la
elaboración de sus propias políticas y así se
toman el derecho de reformarlas. Por eso el
turismo cultural participativo, puede ayu-dar
de muchas maneras a lograr la autosa-tisfacción
y la propia identidad local, si se
concibe de una manera holística y donde
todos los actores se sienten responsables de
su éxito.
Conclusión
Después de la evaluación de esta inicia-tiva
se pudieron aprender varios asuntos
importantes. Primero, para la comunidad
selecciona vivir el programa es un proceso
de aprendizaje que le permitirá resistir
cualquier atropello de tipo comercial que
vulnere su identidad, cultura y su medio
ambiente en general. Segundo, es necesario
convencer a poder político local de la bon-dad
de un programa de esta naturaleza,
pues su puesta en marcha depende del apo-yo
financiero que se le pueda otorgar. Ter-cero,
existe un trabajo previo de persuasión
y convencimiento de la propia comunidad
que será favorecida, para que se integre con
entusiasmo al programa. Cuarto, la comu-nidad
tiene que estar consciente de su rol,
como la primera interesada en salvaguar-dar
su patrimonio natural y cultural. Quin-to,
la administración del programa, en su
sentido integral, debe ser realizada por el
mismo equipo que concibió la idea y que
estableció su filosofía y visión, a los fines
de no distorsionar los objetivos iniciales.
Sexto, para que el programa sea sustenta-
Alfredo Ascanio 161
ble, se requiere no abandonar a la comuni-dad
hasta que ella se sienta suficientemen-te
madura para continuar sus nuevos ofi-cios
sin la asistencia técnica. Séptimo, si el
programa tiene que asegurar un gerente
de proyecto responsable y suficientemente
motivado por alcanzar los objetivos y metas
al ejercer su liderazgo, a fin de evitar con-flictos
innecesarios.
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Piaget, Jean
1973 Temas Candentes de Hoy. Argentina:
Emecé Editores.
NOTA
El autor quiere agradecer a Hernando Acevedo, un
profesional de excelencia, que le tocó el trabajo
más relevante de este programa: es decir ponerlo a
funcionar durante casi un año y realizar todas las
funciones pertinentes a un gerente de proyecto,
mediante una coordinación cuidadosa y trans-parente.
Recibido: 27 de diciembre de 2003
Aceptado: 30 de mayo de 2004