NARRACIONES Y CUENTOS
. I . . . . . . . , , 6 . . . . .
se bu abiej*to ufi nbanico de ifdapos
en In tnam creadoru del 0kl0.
ANTONIO MACNADO
LA HI3A DEL CACIQUE
Narración
Llevfllx el pueblo el nombre de ~111 santo, 0 de ufla
santa, de esos que m6s fama gozan en la corte Celestial,
y se escondía entre asperísimas montRíías, como Ilugendo
cle toda visitn importuna y de toda indiscreta mirada.
Poseía. en Rlt0 grado el pudor cle su ignorancia, y la
fe inquebrantable de los ciegos de nacimiento.
PoCaS calles c0tllponíatl su recinto; pero en cambio te-nía
una buena parroquia cle tres angostns y desnuclns na-
Ves, con Un elrvaclo campanxi en el cost2Klo iquierclo,
desde cuyo crucero de fuertes vigas de tea, lanznban sus
autorizadas voces dos graves campanas y un atiplado y trn-vieso
esquiloncillo, regocijo de las devotas del pueblo.
Inútil es decir que la iglesia contaba entre sus numero-sas
y bien vestidns imíigcnes 121 cle una virgen milagrosí-sima
sobre toda poncleraci6n, que ~610 tenía en la isla dos
rivales, aunque por lo apartadas que vivi2Ul entre sí, no
le inspiraban serios temores de competencin.
El cîyLlntamienc0, porque tatnbiCn era cabeza de muni-cipio,
se componía cle las personas m&s sesudas cle la Co-mwcn,
Celebrando s~~s reuniones en ~111 largo y angosto
gr:u~ero, con honores de callejón, junto a cuyas ngrietadas
paredes corrían dos bancos de mnclera fijos en el suelo,
sobre 10s cuales tomabais asiento los padres de 18 patria,
clescansnncln en ellos suc r~spetíll~les hntnaniclndes, sin que
la tabla la encontrasen dura, comparada con la Contribu-cibn,
las c&lulas de vecindad y los consumos.
El secretario, mozo listo y despierto, era cobrador de
contribuciones, mxestro de instrucción primsriR y swris-tiín
cle la parroquia, y tal era su destreza en manejar Pape-les,
recibos y clemAs documentos oficiales, que con frecuen-cia.
solía imitar las firmas cle sus superiores, para ahorrar-les
el trabajo de hacerlo por sí mismos.
163
164
La cuestión de elecciones, que habia llegacl a enten-derla
it la perfeccih, le llevó como por la mano al silldn
presidencial del municipio, lo que unido R sus relaciones
con los diputados y personas influyentes de la provincia,
a su mucho dinero, y il su csrkkter terco, altivo y fivasa-llador,
le había colocado en la elevarla posición de rey del
distrito o de cacique clel pueblo, como algunos envidiosos
le llamaban desde lejos y sotto vote.
Casado a los 40 años, tenía 13 su hija al regresar con
ella a Europa, hnbienclo tenido 1:~ feliz ocurrencia de dejarIn
en Madrid en un colegio de gran reputación, cuando atra-vesó
la península desde Santander a Cádiz.
A los cinco años justos volvió nuestro cacique a MR-drid
para recoger a SLI hija, en cuyo viaje tuvo ocasibn
de visitar n niurhos senndnres y diputados por Canarias,
y asistir a las sesiones del Congreso, donde oyi y aplau-dió
a los hijos de sus votos, trayendo al cuello una enco-mienda
de Carlos III, que no contribuyó poco a aumentar
el respeto de su subordinados.
II
AcercBbase pop este tiempo la fiesta del santo del
pueblo, en cuyo clíil era cosIumbre que el alcalde echase
la casa por la ventana.
El cacique, queriendo dar a su hija una valiosa mues-tra
de su importancia y poderío, y teniendo, aclemh, en
cuenta que aquel era el primer afro de su llegada a la casa
sefíorial, convocó al ayuntamiento a sesión extraordinaria
para disponer p acorclnr el programa clc la función, a cuya
pawi0tica junta he incitado tambikn el seííor cura.
En aquella memorable noche es fama que pasd lo
siguiente:
El alcalde clio un fuerte palmetazo con el puflo de su
basttin sobre la desnuda tabla de la mesa, y todos tom-ron
asiento, ocupanclo el cura la derecha de la presiden-cia
en una silla de becerrillo que se le trajo de la sacristía.
Sernos venidos -dijo el condecorado cacique, luego que
todos callaron--, para arreglarle un buen festejo al monigo-
163
te, por lo bien que 10 l~n liecll0 este diO, Ilovienclo CWUl-
~10 se le Ila pedido. <ESt:mlos?
-SeEol- íl]calc]e -.-intc~-rL~~~~piO el ~RlTO~O, ClXlClCJ :1 SLI
VOZ una entonación seria-, tren usted que esa 17~llnl~ra de
monigote.. .
-Ell, señor c~lril, ~f.q~~j~~le~ mete c?. LlStCXl 2L clefcnsor
de pobres? Lo cTi&o, clicho. YO 110 necesito de ~Il-,Lltlt~lClOtTS
El st~nto es pcrsonfl de casa. ~Est:lmos? Rdcl\t:lse unrcd en
SUS ftll(lnS y cIéjeme cl mi dirigir estos belenes.
Cn]] el bueL del cura, y el cacique prosiguid Su in-terrumpido
clisciu-so Cle este mOd0:
-Pues cligo y repito ~cstrmios? que cl monigote merece
eS& afro una función lucida con fuegos y llICll:l, Ser171611
cle misionero, cle esos que hacen brincar 21 las viejas y Lln:1
milsica con mucho bombo y plntillG (estwmos? Ese es mi
voto y ahora que hable el síndico.
A una invitación tan directa se levnnk.5 el nludido, que
hasta entonces se habín entretenido en quitarse los znp:t-tos
y ar:ariciarse sus no muy limpios pies, y clcjanclu c:wr
la capa, dijo con voz altisonante:
-Señores y cab~~lteros.,.
-lHombre! no sea usted b~~rbar0 -exclarntl cl dcal-de,
d~nfln otro bastnwzn snhre 1~ nws:~--, :tqui nc) 1~1y
mhs caballeros que yo por rlquello de la cruz ~estnmos?
Con que hable usted con toclos, y no sea lìcsaclo.
-Pues yo digo -replicd el mozo- cluc lo dicho, cli-
CllO, y que así lo he leído en gncetas. Pues como ibi di-ciendo
de mi cuento, yo digo que In ficst:1 ha de ser c:lm-
P~nLlch, pero que se pague cle las limosnas del s:ulto, que
para. tocl0 hay, y que no se lo coma todo el sefior CLII-R.
He clicho.
-Alto ahi -grit6 el phrroco, justamente inclign:l~lo--,
eSnS limosnas no son del pueblo, sino cle In Tglc!si;1.
-CEsLA usted seguro? -preguntb con socíwonerh el
cacique.
-Vaya si lo estoy -replic6 el interpelaclo, rojo como
un toniate-, y al que se atreva a tocar las limoSnas, y:~
tench-,?. que habérselas con el señor obispo.
--Todo se anclarti testamos? -respol~clid el c;~cique,
blfincknclo el bastón que ludía oficio de camp;mill;~, y cli-
166
rjgiéndose a otro concejal, nñaclió--: Ahora le toca 8 us-ted,
tío palique.
-Bolxría5, señores, boberías... mi voto es que el se-ñor
sllcnlcle como el mRs supino de fodos, haga lo que le
clC la gami, corte, zanje y clcstnje a su gusto y lo írïcgle
todo con el Señor cura, de miuierrl que él sen siempre el
sefior de esta tierra, o como si dijéramos, rey disoluto de
todo el pueblo. Seíiores, viva nuestro .sr?l,to patrono, viva
el señor alcalde.
- iVi\?:\! -gritarCm entusiasmndns los concejales, y se
IevantB la sesión yéndose toclos 8 In taberna.
El secretario consignó en el acta que los regidores ha-bían
dado un voto de confianza al señor alcalde.
Desde esa nlemoral3le noche empezaron a levantarse
:~rctiS y cucníi:~, se encargaron cohetes, ruedas y otros
artificios bélkos, y se njust6 en 1~ próxima villa una banda
de niilsica con encargo especiul cle que tocase al ofertorio
el himno cle liicgo, Por último, se dispuso que en la salA
principal de 1~1 casa del cacique se dierfl un espIénclid0
baile con ncomp~i?amienlo c\r tofws y aguardiente a-nizado,
cuya direcciOn se dejó encornenda~la ill celo y buen
gusto de la hija del íilcíilcle, ~lU>;iliEldi~ por la mujec del
secretario, p~~~son;t de muchas y wriadas I LIC~Y, capaz de
dar cima, si fwr;~ hon~l~~~e1, 1l os doce trabajos de Hércules.
Los pueblos ~.9ri1n1*c~tuos se moban de envidia.
iGenera e>;pect;ición!
III
Acerc&base la víspera del Santo, y toclo se hallitba en
movimientos Los hornos cnldesdos vomittiban rosquil1a.c
de todas formas y harinas; 10s árl~oles crm iiihuman~men-te
despoj:idos de sus alegres ropas; algunos cohetes impa-cientes
estnllabwn a escondidns sobre los tejaclos, como e-rfnntes
comctils; y multitucl clc tiendns a m:inerfl de han-gos,
se levantaban en IR pliwl principal, ocultando bajo
sus sucios pliegues toda claSe de bebidas, preparadas para
gargantas de hierro.
En un snloncito, cRprichos;lmente decorado, estaba una
rnl&~nfl, de esas que prececlím a la fiesta, la hija del caci-
167
que, a~ompañstda cle SLI mentor, la digna mnjer del secre-tario,
confecciol~~1nclo la lista de 10s invitados 21 baile, cm-l>
reskl erizada de espinas y con mBs rejos que Ull p”lp0.
Era Ja hija del alcalde una deliciosa morena ClC 16 atios,
fresca, esbelta y elegante, qLle parecía traSJ~l¿U~t¿lch de un
invernac-ero de exótictls y preciosas plantas, LL LUW huerta
de coles, r&banos y pepinillos.
SUS rasgados ojos negros, su clcspfjacla frente y SU
graciosa boca donde flotitba siempre una benkwla sonrh,
formaban tan extraño cOntraste Con 10 ClLle allí la ~*Odf?klb:L,
esto es, con el pueblo y con sLL padre, siendo la ocnsiôn
de exclamar: <Para quC han dado eclucacidn 8 esta chica?
La mujer del secretario, moz:l robusta, :Itrcvicl:k y de
inagotable charla, decía en aquel momento:
-Vamos, usted no conoce esta gente; es preciso ir
con pies de plomo, si no invaclirl’ln el sa16n cle baile toda
clase cle sabandijas. Vea usted; ya es mucho conceclcr que
Panchita la tendera, con sus cuatro hijas, que Jwrccen cun-tro
escopetas, tomen asiento entre nosotras, que wmos lo
principalito del lugar, pero como casi todos le clebcmos algo,
es preciso pasar por ese trance. En cambio don I3nrtolito
el tabernero, su mujer la fondista, la costurera dofia Cele-clonin
y el sastre clon Rufo, a esos si que no se les pueclc
convidar, porque son gentes de poco mhs 0 menos. La
vinculada dolía Gertrudis, aunque no se sabe hoy de lo que
vive, y aunque su hijo se ocupa en reclutar gente de
mal vivir, para el Brasil y Montevideo, son ambos clcscen-clientes
de los Cuervos, apellido fnmosísimo en tecla la isla
y fuera cle ella, y no se les puede olvidar.
La hija del cacique se sonrió, y la secretaria siguid
hablanclo siempre, ea estos termiaos:
-También es necesario convidar al guardamontes, al
barbero y a los escribientes del ay~mtamientn, porque si
bien los clos primeros estan siempre borrachos, y los se-gundos
se llevan los clulces en Jos bolsillos, les estamos
siempre ocupando. Le aconsejo R usted que no baile ~01~
elIos, tienen Lm Olor que apesta. Debe usted reservarse
para el juez municipal, el síndico, el teniente íil(~alcle, 4
rematador de C0i~Sunios y mi marido, aunque ;k decir ver-dad,
usted sabe mejor que nadie lo que le con\Tielîe,
-NO ~6 bailar-coutestd la jovea sOnrJencl0.
16s
169
-A la. salida del pueblo... Pero., . <estü usted clecididn?
-VayA.
-Mire List& que el SCñOr CLlI‘:L I:L eXCOmLll&l, Y SU
pap& VR a tomar un berrinche... Usted no 1e COllOCc’.
-Píercla usted el miedo, arrostnlré 1% iras de las dos
a~LtOriclades. :Vive solo? i.ES GWKlo?
-NO señora, vive con su madre, que es dc la misma
madera, cle] hijo. Cultivan LlnR finen propia C]Lle Ics I)rOdu-ce
IO bastante para vivir con holgura. No parece sino que
el diablo les favorece; teclas sus cosechas son buen:ls.
-No sersin tan malos como ustedes creen.
-No seré yo quien lo diga... es verdad que cn otro
tiempo, cuando eran amigos, SLI 13:1pCt le elo,g;i:tb:L muCh0.
Decía que era un sabio y IR madre ~11x1 s:tnta, pero clcs-pues...
-Tengo deseos de conocer ?I esos herejes: irG con mi
vieja Pepa.
-Yo me lavo lss manos.
-No ten&-& usted que sentir por este cnpricho mío;
yo asumo toda la respo~îsabiIicl;~cl.
Y la joven clio con estns pal;tbras por tcrminxln la C:OVI-ferencia,
acompañsndo su clespedidí~ con cierto movimiento
de cnbezl, que indicaba al menos que ella ww tan tcr~i~
como su padre.
IV
Por fin, ha Ilegndo la víspera del gran día. h-0 ¿po~
qué la gente se arremolina, afluye il In phz:t, y se rliviclc
en corrillos, grita y manotea, pre,gunLa y se revuelve en
todas clirecciones sin orclen ni concierto? (Por qu8 los IIIW+
tros en pirotécnica permanecen con las rueck y clev:m:~-
deras en el aire, la boca entreabierta y el brazo extendido,
sin atreverse R colocar las sorprenclentes piezas? $or qué
sale el cura precipitadamente de 1:~ iglesin, sin manteo ni
sombrero, y corre, m8s bien que ancla, hncia 1~ casa-pAcio
del cacique?, (por que le sigue su ac6lito el sacristfin con la
misma precipitación y azoramiento? CEstrin los moros en 1s
isla 0 ll:1 asomado Su verclosa faz cl c61erEL 1~~01-11n0s $Licu?
170
Triste es chirlo; la fiesta que tan alegre se preparaba,
se ha visto de pronto interrumpida en SLIS albores poI- la
alarmante noticia de que el sedor alcalde ha sido atacado
cle una apoplegía kklnzinante.
HRbí2se l~VR17tilCl0 Con las estr’elhs y ctaba ~11s últimas
disposiciones íL sus numerosos criados y nrrendatariofj,
como un general que vc? a entrar en batalla, inspecciOn&n-
Cl010 tOd0 por Sí IlliSI110, sin Clíw senales de clisgusco por
las flores que llenaban el comedor, cuya procedencia tal
vez adivitlnba, cuando de improviso, y R ConSecuencia de
un.% carta de SLI 1x-ocurndor donde le anunciaba haber per-dido
una clemancla por él apelada y seguida con gran ensa-ñamiento,
se le vio poner pálido, luego encendido y des-pu&
;1moratado, desplomk’tnclose enseguicla sobre las losas
del patio con un brnmido horrible.
Llevl’lronle desde allí al lecho, en clnncle le encontró
SU hija, atraídn por los gritos de la servidumbre.
Pocos ino~ne~~hx tlesp~~és Ileg-nbru~ cl señor cura, el
sacristán y alg~mas personas de lo mzís granado clel pueblo,
llenándose en breve la :kOba.
En medio de aquel lnmentable suceso todos hablaban
y ninguno se entendía, ni acertaba n ciar Lln provechoso
consejo.
II31 cura pretendía que lo primero era traer aI mori-bundo
los santos s;lcramentos, y firme en su propósito, sa-lib
con el sacristhn 51. cwnplir su buen cleseo.
‘La joven, entretanto, se había serenado un poco, pro.
curanclo sobreponerse R su clolorosa ;IngLlStia, y observsun-cl0
que nadie se ocupnba de combatir la eiifermedacl, conside-rando
a. su padre como LM hombre mLlerto, llam6 R uno
de sw, criados clc confianza y te manclõ que fuese inrnedin-tamente
a llamar al médico.
Tan cxtrañn mensaje, tratándose de una persona que
estaba en entredicho, no dejó cle producir Cierta Sorpresa
ell los ConcLlrrentes, que sin embargo, tuvieron la pruden-cia.
cle c:Lll;~rse, porque bieu Sc les alcanzaba que aquella
chica iba a ser la heredera y sefiora del pueblo.
Alguno, mtis atrevido que los clembs, se aVeMM a
hacer la Observación de que en la. illnlediakt villa habh
otro m&lico de religiosas costumbres, que podríLL ser nxís
(Iti al enfer1110; pero la joven contcstd con sencillez que
171
Mientras esto pasaba a la ClibeCeLY del e~~felTll0, qLR
continl&sl privado de todo conocimiento, llegó el l)drroco
eo* el viático, acompañac de SU acdlito y de lOS tXUXlh~
guillas con faroles y campann, seguido cle casi todo el pue-blo
que invadió los patios, escaleras y corredores.
Arrodil\&-onse tocJos y empezó la sk\ntn cerctmnk~ en
medio de un silencio interrumpido sólo por el estertor del
moribundo y las oraciones de ritual.
.A este tiempo había llegaclo presuroso el joven ~WLI~~
tativo, deteni&2dose a la entrada del RpOS(QltO, d(Xld~ Se
arroclilld como los demAs.
Al fin el párroco, despucis de todos los ritos y cerc-monias
que la iglesia ha establecido pwa estos solemnes
momentos, Sali de la ~lcnba, iwnrnpilñ:~~lo d~ I:ls pl-itl~~i-pides
personas del pueblo, no sin observar 121 llegarla cle
su aborxeciclo enemigo, a quien haz6 aI pasar unir mirada
poco cvnngelica.
Luego que el aposento se vio libre de nqueh multitud
indiferente y curiosa, Consuelo que así se Ilam~1ba la hija
del alcalde, se adelantó hacia el méclico, y tenrli&~tlulc un:~
mzmo, mientras con la otra se Ilevaùn Un p:~fiuelo :I sus
encendidos ojos, le dijo con entereza:
-Venga usted pronto, señor clon Juan, y vea usted lo
que hay que hacer en tan t~purnclo trance.
El joven se inclinó respetuosslmente, dej6 sobre unn
silla su sombrero, y avanzó con paso rdpiclo hacia el 1~410,
deteni&close junto al enfermo, que seguía sienil7re en el
mismo estado cle mortal sopor.
Despu& de examinarle un breve espacio, se volvi6 :l
la joven que le observnbn con ansiedad, y le hizo nlgums
preguntas sobre los actos y s~m.sos que habían precedido
al ataque.
-El COSO es grave-dijo luego que se enteró cle todo-y
no es fhcil que se pueda clominar el mal. No se lo oculto
a ustecl, porque es una persona de sano juicio que 1x0 pide
imposibles. Haremos, sin embargo, lo que parLl estos cosos
extmms ordena la ciencia, y puede usted est:w persu:\cli-
172
da que lo miraré con el mismo intert-s que si se tratase
de salvar a mi madre, que es lo que más íuno en este
mundo.
Después de una pausa añadi6:
Valor, 9 nyUclcmc usted. Voy A sang~n~lo; pero, por
Dios, que nadie entre en esre aposento ni twe de molestar
RI enfermo, porque entonces no respondo de nada. Nece-sito
ser dueño de la casa por :tlgunas horas.
-Lo será usted. Nadie vendrfi a interrumpirle. Orde-ne
usted que aquli hay quien puede y quiere cumplir sus
órdenes.
En virtud de esto, el facultativo recorrió r¿lpidnmente
ia casa, impuso a rodos completo silencio, negó la entrada
R toda visita, hizo nlgunas recetas que envió a la más prb-xima
farmacia, ah-i6 SLI botiquín, y se insta16 a In cabecera
del enfermo, asistido de una vieja mulata que Consuelo
había traído de Cuh y de dos o tres criados fieles servi-dores
cle su ama.
NO sabemos si pvr burlar los pronósticos clel señor
CLIIX o por rehabilitar Ia perdida clientela clel médico, o tal
vez, y esto es lo mfis seguro, por ser consecuente con su
carhcter duro y tewz, ello es que el cacique recobró el
conocimiento y volvió lentamente a encontrarse en el
mundo cle los vivos.
No pas.6 esto tan sencillamente como nosotros lo con-t~
1mos. Hubo largas noches de insomnios, muchos días de
duda y esperanza, y murnentos en que el mal parecía reirse
de los reactivos y de 121s misas ofrecidas al milagroso santo
del pueblo,
Por último, el mklico que no había abandonado la. casa
un solo día, cleclard vencido el mal, wnque bajo la penosa
e ineluclible condicibn de quecltir el enfermo someticlo a una
tutela casi infantil. En efecto, el coloso ante el cual tem-blaba
aquel distrito, y se doblegnbnn los caracteres mAs in-indómitos,
se había convertido en un niíío impotente que
daba algunos vacilantes pasos, apoyado en el brazo de su
hija, rwxwclando apenas el estado cle sus negocios e incli-
1.73
Por fortuna la propiedad inmueble era buena y bien
saneada, 1xocluciendo m~ualmente de cinco seis mil pesos,
canticlnd Suficiente en 12~ provincia parn asegurw $1 la chica
una existencia imlepencliente y l~olgncla.
Al mismo tiemr>o ~111 cambio ministerial privú a nueî-rro
cacique cle las influencias personales que JO ll:tbím
sostenido, de cuyo cambio, aprovech~inclose lxíbilmente el
cura, presentó como cnnrliclato a la alcnlclín n un ti0 Suyo,
que :mdAx~ de IIegw Cle Atnéricn y cle establecerse en el
pueblo, abriendo un almacén de bcbidns con LI11 apéndice
de libritos con estampas, vida de smLo5, rosarios, agua
del Jordiín y aceitunas del monte Olivete.
Et cacique fue, pues, destituido, y en su lugítr se elevo
In influencia clerical, mnto mís o~nníi7~oCIa y rivrw~ll~dori~,
cuanto el impotente propietario, inspirabn menos temor.
El municipio, queriendo octîgarse de los aîios de hu-millwiC]
n que el cacique le había impuesto, decretó con
inusitados bl-íos, que el farol que alun~l~~-~tbil la ~i11lc clun-cle
estaba aquella odiosa casa, se npagnra p;~rn siempre.
Asimismo ncortl6 que fuese el Ultimo en la eleccidn cle
carnes del matadero, que se le quilase IR silla de brazos
que tenía en la íglesiil, que se le aumentase la colltrjbu-ci6,
y q”e nadie Ic qLlitax cl sombrero ni le diese el Lnl-taniiento
cle usía.
Entretanto, el que era objero de estos severos acuerdos,
indiferente a las pompm y glorias cle este n~undo, se pa-seaba
en su sala, mirando con tcrnurn a su hijr1 y escu-chanclo
con indecible plncer su clulce VOZ.
Un clin cle primavera, de cielo azul y wom6tica brisa,
detuvo el enfermo sus 1x1~0s delante del terrnclo y fijó sus
camelos ojos sobre la verde carnpifia, asl>irmclo con cle-lick
el perfume cle las flores silvestres, y oyenCl0 el re-vuelto
trinar de los pt\jjsiros.
17-k
En esta posición le sorprendib el medico que ntin le
visitaba por mañana y tarde, y al nhservar SU arrobamjen-to,
adivinando lo que pasaba en su alma, cerrada hasta
entonces a toda dulce emocih, le dijo:
-Esta tal-de le Ilevu a uskcl a mi casa. Alli hay flo-res,
árboles y pájaros.
El anciano volvi6 los ojos ;z su hija, como pidiéndole
consejo, que ella sonri&ldole se apresuró a prestar.
Aquella tarde los vecinos clel pueblo vieron con asom-bro
al medico llevar en su coche ~11 cnfcrt~~o y su Ilija
y dejarlos en SU CRSR, conocida con el nombre de finca
del liberal.
La hacienda era un pequerio oasis de cuatro hect&-
reas, que arrancabx desde Ia Hanura y trepaba en sucesi-vos
escalones a lo m:‘is alto de la montafia. La ciencia
aplicada a la agricultura, habín. con\lertido aquel pedazo de
tierra en una granja modelo, clonde los rutinarios labrado-res
súlu veían los efectos de una pt-oteccion cliabOlica.
PenetrG3ase en la finca por una ca11e cle espesos y co-pt~
Jos laureles que Ilegnban hasti el pie de u~7a escalinata
de piedra que conducía a una modesta casa rodeada de
flores cuiclaclosi~n~ente cultivadas.
La nindre dcl mCclic0, que ya. conocía al viejo y SLI
hija, le salió al encuentro, y por consejo facuItativ0 los
recibió en una glorieta. ~1:: nwlreselv:~s, donde el aire y la
luz se tamizaban por entre las hojas acariciando al enfermo.
Nunca êste había sentido una impresión mRs agrad:i-ble.
Con plnceï porf~mclo detenía sus ojos altcrnalivRment@
sobre los árboles, las plantas y los sembrados, y l.uego
mirando a su hija se sonreía enternecido.
No sclbemos si en aquellos momentos recordaba, que
en sus numerosas fincas había dispuesto arrancar todos
los Moles y flores, porque estorbaban ti1 desnrrollo de las
papas, del trigo y del maiz.
-Este sitio me recuerda mis primeros Mios -dijo el
ex-cacique, respirando hertemente-. Después fui, corno
hdda, arrojado del Paraíso, y he recorrido solo los de-siertos
de la vida sin encontrar en mi camino h-boles ni
flores. CHe sido por eso más feliz?
--Olvidemos el pasado -le contestó Su hija-, y goce-mos
21hora del presente.
175
-ya es tarde -murmuró el enfermo.
-NUI~C~ es tarde para ser feliz --observó el médico.
-Mis días estnn contados.
-Toclos estAn en manos de Dios -se aprewó a con-testar
su hija-, y tu, menos que nadie, tienes clerechc a
quejarte. <Qué te falta?
-Tienes raz6n . . resucité como Lazaro, y mi resurrec-cifi11
IR &bo al hombre a quien mils cobarclcmcntc ofcndi.
Y luego, dirigiéndose al joven, aííadió:
-<Me perdona usted?
--(Q&n se acuerda de eso? Pensemos :thora en obte-ner
una cura radical, y no nos acordemos de viejas his-torias.
Ya he dicho a usted en varias ocasiones que es
preciso resolverse a dejar este país, ir a Europa y tomar
bafíos. Sólo enronces responderé de la curación de usted.
-Estamos decididos -contestb 1)-ï chica-, y sólo es-peramos
la memoria 0 informe que usted nos ha pro-metido.
El enfermo movió tristemente la cabeza y con acento
grave dijo:
-No puede ser. Un hombre en el estado en que yo
me encuentro no emprende t2m largo y dudoso vifije, Ile-wndo
consigo una ni& que puede quedar hu&3ana en
cualquier momento. Aquí al menos estd en su caw, rodea-da
de personas que la quieren y respetan; per-o en país
exlwmo., I no, no, es imposible, no lo nccpto.
-Es necesario.
-Indispensable.
-Digo que no puecle ser.
-Pero, papb, tu salud es lo primero,
-Sólo un medio habría -repuso el anciano cIespu&
de reilexionar algunos instantes.
-(iJn medio?
-Si, y muy sencillo... que se case antes Consuelo.
-iYol -exclamó la joven vivamente sorprendida y
encendiénclosele el color desde el cuellr, h~s;t.n In fo-ente.
-~Qué tiene mi proyecto de extraîío? - rcplicd el pa-clre-.
Tú eres buena, bella y rica y es muy FhciI que te
cases. (No opina usted como yo, clon Juan?
--En efeclo -balbuceó el interpetado-, es un medio
que resuelve la dificultad,
-Entonces ser8 preciso casar a usted inmediatamente
-replicl> la mach-e-,
sncrifjquese usted.
su pap8 no puede esperar... Ea,
-Bien, bien- contestó Consuelo, procurando reirse-,
lo primero ser& buscar novio.
-Lo buscaremos -repuso el viejo muy serio,
Y aquella tarde no sc hab16 m6s del asunto.
VI
Pasaron algunas semanas. El enfermo adelantaba PO-CO
en la coflvalescencin. La joven justamel>te alarmada,
temia a cada instante IR repetición del lK&bLe ataque, que
entonces seria mortal.
Ya en otras ocasiones había sondeado las intenciones
de su padre respecto a la posibilidad de emprender el pto-yectaclo
viaje y siempre lo encontraba invariable y tenaz
respecto a la idcA del matrimonio.
Los paseos a la hacienda de los Castaños no se ha-bían
entretnn to interrumpido, creciendo cada dia la confian-za
y el cariflo entre las dos familias.
Una tarde, mientras el anciano hablaba de su necesa-rio
viaje con la madre de clon Juan. éste, obedeciendo a
una muda. invitacichl de Consuelo, sosíxnía con ella el
siguiente Wítogo en el paseo de laureles que daba entrada
a la finca:
-Voy R hncer a usted una penosa confesión -clijo ella
con los ojos fijos en el suelo y la voz turbada-; estoy re-suelta
a casarme, porque no encuentro otro medio de olAi-gar
a mi padre a emprender ese viaje de que depende su
salud.
A estas palaùrns sigui6 un largo sikncio, que el m&
dico no interyumpió, y luego ella prosigui6 de este modo:
+No es verdad que debo hacerlo? (Que me aconseja
usted?
--Si usted est& resuelta (qué p”edo yo nconsejarle?
-Lo estoy, si; pero es porque usted me asegura que
no hay otro remedio a su enfermedad.
177
-Es cierto... Sin embargo, el sacrificio de usted es
djg[lo tan~bi&~ de tomarse en cuenta... Es decir, si USted
se casa por sólo ese motivo.
-Dir.$ a usted -repuso la chica-, yo, Si es posible,
pro~~war~ que mi SRcrificio no SeR tRD IWnOSO...
-Ya... si usted encuentra un afecto puro, clesinteresa-do,
leal...
-Eso es... .
-Entonces...
-{Pero dónde encontrar esa persona? (La ha encontsa-do
ustecl? Y digo esto, no porqc-le sea difícil amar a usted
profundamente, sino porque en este país sólo hallará usted
znfios labrnclorcs, nobles viciosos y nrruinndos 0 groseros
industriales que no sabrtin apreciar todo lo que usted vale.
--(En tsnto me estima usted?-pregunt6 la joven son-riendo.
El mWico se sonrojo, pero contesto sin vacilin-:
-En mucho, aunque nunca en tanto como usted me-rece.
Usted es nn modelo de cariño y giedad fi\ikA, LR qw5
es buena hijs, serA siempre buenn esposa. Ya ve usted que
no le hablo de su hermosu~-21, reflejo cle su bellísima alma,
ni de sus riquezas, que la cotocan en una posici~sk excepcio-nal
en este psis.
-Mil grnciws, amigo mío, por tan benévolo retrato, de
cuyas inexactitudes no hsblare -contestó ella sonriendo
siempre-. De todos modos, pnrn evitar los inconvcnientcs
que usted indica y otros que yo adivino, pienso hacer la
eleccibn por mí misma, aunque esto le parezca R usted
poco correcto y un tanto atrevido,
-Eso dependes;i de la elección.
-Si he cle confesar a usted la verdad-prosiguió ella
mirnndo al suelo y con el rostro encendido-, mi elección
est8 hecha, y de acuerdo con mi padre, que ia aprueba...
-Entonces.. .
-pero es que necesito también la aprobacibn de usted. . .
como médico y como amigo.
-(1-a mia? Vale tan poco...
-Ver21 usted-prosiguid Consuelo temblandole un poco
la voz-, Voy a hacerle a usted su retrato, como usted ha
hecho el mío, pero éste tendrá RI menos el mérito de la
verdad.
-Veamos ese retrato-contestó don Juan, con forzada
sonrisa.
-Mi futuro marido-continuó ella-, tendrfi de 26 a
27 años. (Le parece a usted demasiado joven?
-No, señora.
-Su figura es simpática y revela la bondad de su alma..,
porque ha de saber usted que es franco, honrado y lea].
-Pero carecer8 de instrucción-se apresuró a decir el
medico.
-Pues se engaíía usted... Yo le encuentro tal vez de-masiado
ilustrado, y eso es precisamente lo que me tiene
indecisa. Ama mucho la ciencia y se acuerda poco de
Dios.
El joven se estremeció; algo como una nube oscureció
sus ojos p Ia mirb con ansiedad.
-Por lo dem&+aíiadió ella-, no hay nada que decir;
tiene un car&.cter noble y generoso, y aquel defecto creo
que pronto desaparecerá. (No le corresponde a la esposa
ensefiarle a amar R Dios? {Que le parece a usted?
-iConsuelo!
-Vamos espero su respuesta. ZAprueba usted mi pro-yecto?
-Pero esa persona... (la conozco yo?
-Ya... usted pretende que le diga su nombre. Pero
no, es preciso que usted lo adivine.
+Se ha declarado usted?
-Es muy modesto, y tal vez crea no merecerme, a
pesar de lo poco que yo valgo.
-Calle usted {qu6 hombre habrS en el mundo que la
merezca?... TJst~rl, la m&s herniosa, la más noble, In mejor
de las mujeres... Consuelo, usted se burla de mí, ese ma-trimonio
no es cierto
-Bien sabe usted que lo es.
--iYo?... entonces (me permite usted hablar?
--Ya se ve. &e parece a usted que no he hablado yo
bastante?
-2Esto es LIII sueño?
La joven se sonrió y nfinclió enseguida:
-Debo advertir a usted que si 61 me acepta y llega a
ser nii esposo, no habr& cura que se atreva a echarnos
las bendiciones.
179
-Todos, todos-exclamó 4 fuera de sí-, porque jamás
volver6 a dudar de Dios.
Y estrechándola en sus brazos, estampd en sus encen-didos
labios un beso, que selló para siempre su eterno
amor.
Pocos instantes despu& volvían así enlazados al en-cuentro
de sus padres.
El viejo cacique al verlos se levantó del asiento, y di-rigiéndose
a su atdnita compafiera, que estaba muy lejos
de sospechar aquel desenlnce, la dijo con voz conmovida:
-Bendígalos ustecl, señora, porque son dignos de ser
felices. Yo tambi6n los he bendecido mil veces, desde el
fondo de mi corazón.
Hoy vive el cacique en Madrid, al lado de sus hijos,
sin ncordarse de Senaclos ni Congresos, y creyendo firme-mente
que la vicla tranquila del hogar es la suprema feli-cidad
en la tierra.
Su bastón de alcalde y su famosa encomienda los des-tina
para que sirvan de juguetes n. sus nietos.
AGUSTÍN MILLARES TORRES