TEATRO
No huy teatro de arte ni arte del teatro;
huy, sencillamente, teatro.
JOSÉ BERGAMíN
LA DEL ALBA
Una playa desierta, poco antes de Za primera luz del
alba. Grandes d~boles de oscuro rama3.e ocr@an el primer
t.&mino y en el fondo, entre Los escoZ¿os, medio entewa-dos
en Za arena, distlngxese confusamente los restos de
un nauf?<agio: maderos, pieaas de hierro retorcidas y el
saga contorno de algunos ccld&eres, todo a la Zu,z inde-cisa
y temblorosa de Zas estrellas.
De ente Zas despojos, viniendo de la riOera, surge un
hombre Zivido, Barba y cabellos mojados por la oh, ves-tidos
desgarrados, que avanwa lentamente hacia los drbo-les
casi arrastrcindose. Es el zhico qzje sobrevivid a la
cathtrofe. jadea al hablar con ncento fatigado.
No puedo más. No puedo mas. iMisericordia, Sefíor!
Me declaro vencido. (Se detiene vacilante; despu& conti-nda
con VOS enronquecida, mondtona.) La lucha cruel con
el agua rindió mis fuerzas de hombre. {Qué resta en mí
del hombre? La palabra, la boca abierta para el sollozo,
para el grito de dolor y de espanto. Parkeme que s610
vivo para aullar mi queja, para gritarla inútilmente al pa-voroso
silencio de esta playa desconocida, a la inconmo-vible
tiniebla de la noche.
Todo lo demás perecid; caen mis brazos, dóblanse
mis piernas y por las heridas que en la carne ha abierto
el diente aguzado de las rocas y las uñas de los maderos
convertidos en astillas, mi sangre corre mezclada con el
agua amarga del abismo, No puedo más. Me siento co-barde
como un nifio que desfallece y llora perdido en el
seno de la noche, ahuyentando los fantasmas de la som-bra
y del silencio con su aullido de horror.
211
10h, yo necesito gritar mi pena, mi lucha y mi ven-cimieI]
to a lo invisible que se a@a en mi alrededor, con-moverlo
y quebrantarlo antes de que me vuelva lOcOl Con-tigo
hablo, a ti kmo, invisible que me rodeas y desde
cuyo seno me acechan las hdrridas pupilas de mis com-pañeros
de viaje1 Ya aquí (go¿peancZo el pecho) no queda
llama de orgullo, ni de valor... todo eso extinguidse cuan-do
cai en el mar. {Para que fingir si el invisible me pe-netra?
Nada queda del heroe, nada... vuelvo a la infan-cia,..
Un niño soy que busca el apoyo de la madre... IMa-dre
mía! (Los Oraaos extendidos v avan,zando.) Tú tam-bién
estar& cerca, tú tendrás también lástima de tü hijo
y no gritar& como esos otros fantasmas. . . u\Vuelve al mar,
vuelve a Ia luchal)j.
{Volver a la lucha? ¿AlIí? (En direccldn al mar.)
Es imposible. Tú sabes, madre mía, que eso es imposi-ble...
Aun rnendn In exijan deber, honor... todas esas
palabras más frías que la caricia del agua, más intangi-bles
que la tiniebla. Al pensar, sdlo al pensar que he de
sumergirme de nuevo en el abismo heIacio y resonante,
ríndese mi alma sintiendo el horror sagrado de la soledad
y de la noche, un horror sobrehumano que eriza mis cabe-llos,
aplasta mis enrrafias y agarrota mis miembros misera-bles.
Eso es imposible... T11 lo sabes, madre, tb lo sabes,
t 5
No se puede exigir tanto de un pobre hombre. Tengo gana-do
el derecho a dormir, a descansar sobre la tierra al fin
alcanzada. Defiéndeme, madre; yo no quiero volver a la IU-cha,
al mar, al horrendo sitio del naufragio, (H%yencZo de Ia
j5Znya se ha acercado a 20s árboles: estd bajo sus yl7R?as,
tocando SILS ~YOIJCOS enormes.) Descansaremos un poco.. .
Después veremos.. . mafiana... otro día., . Tomar6 al fin
LII~LZ resolución de hombres; pero más tarde,.. despu& que
hablemos.. , Tenemos mucho que hablar,.. Nunca, ni de
niíio cuando dormía en tus brazos, me encontré tan cer-ca
de ti, madre mía. Yo quiero hablar contigo... (i’YtcLin&-
dose a Za lierva, arrodilldladose, tutnbdndose so&e ella)
aquí a tu oído, sobre tu regazo. iAquí donde no me al-cance
la bofetada de la brisa ni el lamento desesperado
05
212
de la resaca! (IticorPorctndose.) JOhI iEsa voz, esa voz que
no calla1 (Otra VEB SC YeCzMsta al pie de los dyb&?s.) Bue-no,
te obedezco. . . aquí me tienes a ti aferrado, madre, tie-rra,
que una sola cosa me pareces. Ya estoy tranquilo...
sólo me amedrenta esa voz, la del mar contando el nau-fragio..
. \Nol l3.1 no te dirá la verdad, yo te la contare to-da,
tierra mfa, madre mia, invisible sagrado que me ro-deas
y me acaricias y me penetras. ~YO te lo dire todo,
todo, todo1 (Estd se?ztado, acariciando Zn tiwm con sus
manos; su Vo.8 cambia: es dzdce, tranquila, Casi nlegî-e
como si hubiese Cornado uti timlwe z+tfantiZ.)
Mira. I . parece mentira, mira, navegbbamos tan tran-quilos.
La tarde era apacible, adorablemente pura y lumi-nosa...
¿Cómo pudo suceder aquello! . ..Cielo y mar pa-recían
recién creados, extendíanse inmaculados, sinceros,
inocentes, como si aún palpitasen con la última caricia
del Supremo Artista, orgulloso de su obra. Una sonrisa
inmensa, palpitante, se dilataba por todas partes y el an-sia
de vivir henchía nuestras entrai’ías... Desde el medio-día,
el capit6n nos había prometido, para la caída de la
tarde, la visi6n de la tierra, y todos los viajeros teníamos
el alma en los ojos con el ansia delirante de divisar la nu-becilla
azul que en el horizonte traza el contorno de la le-jana
costa. Era una tierra desconocida para casi todos no-sotros:
las Canarias, unos islotes donde a\ín palpita la c:ó-lera
del voJ&n que Jos empujb desde el fondo y los hizo
un día romper el haz de las aguas y surgir coronados de
espumas blancas, de arenas doradas y de bosques de es-meraldas.
Yo no la conocía; pero la aguardaba impacien-te,
conmovido, sintiendo de antemano la alegría lacrimosa
de contemplar otra vez la vieja bandera, la que allá, en
la otra tierra, arriaron a nuestros ojos, de nuevo ondean-do
sobre algún ruinoso castillo, símbolo, hasta en sus rui-nas,
de nuestra pasada grandeza. Era una idea fija, tenaz,
que me atormentó todo el día y como a mí a 10s pobres
soldados, a los tristes vencidos que regresaban a la pa-tria.
JHacía tanto tiempo que navegábamos con el ansia
de saludar la tierra prometida, de respirar el halito vivifi-cante
de los campos, de dormir a la sombra protectora de
Ias torresf [Era un anhelo inmenso de hojws verdes de
olientes flores, de ocultos senderos rumorosos, de agua
luminosa y fresca!
213
De pronto una voz dijo: «iAllí!)) y todos seguimos con
la mirada la direccibn de la mano temblorosa, extendida
hacia el Oriente. (.~~COY~OY~~U~OS~ POCO U POCO, fkXilzUd0
por lu visidud pe evocn.)
iEras tú, tnadre, la tierr;l soñada que ahora acaricio
con mis manos.. . Eras tú como un tenue vapor, como hu-mo
azulado que a lo lejos seííala la casa paterna, cernien-dose
sobre las tejas, deshaciéndose en el cielo en horas
de la tarde. Todos lo pensamos así y todos sentimos lá-grimas
en los ojos. Parecia que despues de largos aflos
de ausencia en que derrochamos a manos llenas nuestro
tesoro de gloria, riqueza y vida, torn&bamos a la casa
patriarca1 por el viejo camino tantas veces recorrido en
la niñez, reconociendo a cada paso un detalle olvidado,
sulu&uu,lu comu viejos amigos piedras y troncos, hasta
que de repente, a una vuelta del sendero, nos deteniamos
de golpe conmovidos por la visión de las blancas tapias,
del tejado rojo, de la chimenea humeante, de la cruz de
la portada, asomando todo por entre el verde follaje y
destacdndose sobre In diafanidad de un crepúsculo tan
puro que a trav& de sus velos parecía entreverse el abis-mo
y comprenderse el misterio del firmamento!
IEras tú, madre, patria, tierra, días de la infancia,
suefios de la juventud, gloria del pasado, herencia de
nuestros mayores, todo lo que nos dieron y todo lo que
derrochamos locamente, surgiendo con aquella nubecilla
azulada del seno del mar en la lejanía luminosa del hori-zonte!
iOh, y cdmo te reconocimos todos en aquel punto,
hasta los mas rudos e insensibles\ iTodos te comprendi-mos,
porque para todos significabas algo, para todos eras
algol Hasta el buque parecía conocerte y saber tu presen-cia,
segtin volaba a tu encuentro. Todos senttamos, como
el de nuestros corazones dentro del pecho, el golpe apre-surado
de la hélice bajo del agua, abriendo en su sello un
surco persistente de espumas, Era la huella de nuestros
pasos, el camino que dejábamos atrás y por donde nunca
habríamos de volver. Delante se extendía la inmensa ]la-nura
no hollada aún, ancha y fácil como un porvenir ten-tador,
camino abierto hasta la tierra. Y el buque iba por
el, adelante, atraído por ti confiadamente, como si ansia-
214
se al par de nosotros verte de cerca, seguir Ia línea on-dulante
de tus costas, percibir el rumor con que te be-san
las OhS y los perfumes que la brisa roba al erizar la
cabellera de tus bosques. Iba en tu busca, respirando fra-gorosamente,
escupiendo espumas, trepidante y ansioso,
terriblemente atrevido y bello.,. Y de pronto, en el mo-mento
preciso en que creíamos distinguir las manchas
blancas de los caseríos tendidos en las lomas como reba-ños,
sentimos un crujido horrible, un ruido inolvidable Y
siniestro de osamenta colosal descoyuntada. Y el vapor
se detuvo jadeante y tembloroso como un caballo que se
para, clesencajado y trémulo, ante el pavor de un abismo.
iOh, el clamor desesperado de la sirena, las roncas
voces de mando, el grito enloquecedor de las mujeres, los
puños crispados y las caras lívidas, descompuestas por eI
horror supremo que se alzaban hacia el firmamento sere-no
de la tarde! iDespués la catbstrofe, &pida y Iúgu-bre
entre la creciente sombra... el vapor que se hunde,
la caldera que revienta con estampido de cafionazo, el
agua que sube, y hiela, y mata... y todo en medio de la
majestad indiferente del mar y de los cielos, rodeado de
la radiante apoteosis de aquel crepúsculo triunfal1 (.SB Iza
separado cZe los árboles, y avanza al $voscenio.)
Yo luché, luché por la vida miserable, defendi&ndo-me
como una fiera contra el abrazo desesperado de los
moribundos, contra la salvaje acometida de las olas. iNin-guno
tuvo Iástima..l Salve la vida, único entre mil; pero
mi fortuna allí quedb, en el fondo del abismo resonante;
la herencia de mis padres, el tesoro que ellos para mí ga-naron,
regado con el sudor y la sangre de las generacio-nes,..
Tres veces he bajado a la playa, a esa costa de ho-rror,
sembrada de restos informes, de agudos pefiascos
que ensangrientan mis pies, de cadáveres que rien en la
tiniebla con sus caras espantosas vueltas hacia la radian-te
serenidad de las estrellas. Todo fue inútil, el mar lo
guarda todo, sepulcro indiferente e infinito. (Silencio zar@.)
Siento que voy a volverme loco... el silencio, la no-che,
la soledad, el frío, la muerte, todos 10s horrores de
la realidad y del ensueíio me circundan y me estrechan.
Soy un cobarde, soy un vencido. Inútilmente me salvaste,
tierra. {Que hacer? ¿Esperar hasta la luz del día y bajar de
215
nuevo hasta la playa para buscar de nuevo entre los
muertos? ¿~ara que? EI tesoro debe estar en el fondo,
descansando junto a los cimientos del escollo maldito.
IPesaba demasiado\ ]Cu¿Intas veces me comphci en han-tarlo
entre mis brazos, estremecido de orgullo y de ale-grial
Era un gran tesoro amasado con Ugrimas y sangre,
iel legado gigantesco cle mis ascendientes, la heroica la-bor
de los siglos! Ella me permitía vivir sin la dura suje-ción
del trabajo, ella me aseguraba la existencia fácil, es-plendida,
de los poderosos, el lustre de mi casa, el orgu-llo
de mis recuerdos de gloria. De ella despojado por la
catástrofe inmensa, nada soy ni nada valgo. CVolver a la
lucha, al trabajo, acumular otra fortuna con el esfuerzo
de mis brazos? No puede ser. Me siento viejo, rendido,
miserable, me abruma el cansancio infinito de vivir. ICtim-plase
la maldicida que pesa sobre mi raza! Nada soy ya
y a la nada debo volver. (Dirigz’dndose al fondo destucdn-dose
ficerte y enérgico sobre el mar q34e lentamente se ib
mina.)
[Eterno criminal, ciego ejecutor del destino implaca-ble,
a ti me acojo, a ti vuelo, ansioso del descanso, del
suefío infinito que apetezco, bajo tu manto esplendido
que se despliega de uno a otro horizonte como un suda-rio
inmenso de raso azul1 1Cdmo ríe, cómo canta, cómo
palpita al recibir las primeras caricias de la luz! Las olas
llegan desde lejos, se tienden en la arena y luego se reti-ran
con lentitud pesarosa, con el movimiento rítmico de
una mano que llama y atrae... (De frente ad mar, con los
bra8os cruzados sobre el pecho, hosco y sombrío.)
iMorir, sí, he resuelto morir! La eterna inmovilidad,
el reposo sin entresueños me atrae y me fascina. Pero
morir abrazado por él, en la tiniebla fría y Ibbrega, sen-tir
en mi boca la amargura de la onda, sufrir la horren-da
agonía de la asfixia, descender al precipicio rapida-mente
con los brazos abiertos y voltear luego, cada vez
con más lentitud, durante leguas y leguas, un viaje sin
fin entre el pavor del agua helada y densa y los vagos
contornos de seres viscosos que acechan mi caída con
ojos inexpresivos, hbrridamente abiertos,.. No; quiero mo-rir
en tierra, con ella abrazado, reposar en un hoyo muy
216
profundo, que abra la mano misericordiosa de un cami-nante.
IUn arma! IDestino, providencia, eterna fuerza, Dios Si
así quieres llamarte, accede al último ruego que te dirige
el que va a morir..! IAllí! (señntando n la p&a).,. lo
que yo no tengo, ellos, los muertos, lo tendran. (Es&! el2
Za ~%ya itzclinado al suelo bmcanrlo entre Eos ?Te.s&s del
nawfragio. Sus palabras se oyen coPlfitsame@e.)
Éste nada... Tampoco este. ,. (Con acento conmovido.)
1Un nifio..! parece dormir... Un soldado... éste tal vez..,
nada. , . un escapulario al cuello, papeles, cartas de la ma-dre
quizas... INada, nada! El mar lo traga todo. ,, (R&Ix.x-de
y stis ojos desc&weu saliendo de la areun uw palo co-
NEO el mango de UH UYPW.) 1011, allí! CCómo pudo venir
tan lejos de la costa? (Con ambas maJaos pugna poiv
arrancarlo au?zq~e inz@l’imente.) /Oh, resiste1 EstcZ profun-damente
enterrado en la arena... es un arma no hay du-da.
(Escarbando en Za arena.) Siento el hierro bajo la tie-rra
a ella agarrado... Parece un hacha,., (separándose y
contempluuzdo el objeto.) CUn hacha? Ya te encontre, solu-cidn
de mi agonía, llave de mi eterno reposo. Es un ha-cha,
un hacha... IUn golpe aquí (S0óYr?Z a frente) con nra-no
firme y acaba mi negra angustia! (Vuelve de ntievo a
intentar sepayayla del suelo.) iOh, cómo se agarra a la
tierra.. . el mango solo sobresale como una cruz rota! (De
rodillas jwnto a ella.) Siento impulsos de acariciarte, de
besarte, mis manos y mis labios llegan a ti conmovidos,
temblorosos. . . IVen a mí..1 ¿Quién fue tu dueão? CPara
que obra útil fuiste creada? .$Jual es tu historia? Tal vez
labraste las maderas del techo que protegib una famik~. .
tal vez rompiste el lefio que había de arder alegremente
en el hogar... quizás abriste paso al viajero a travk del
bosque inexplorado... {Quién sabe? El obrero que te for-jb,
tal vez cantaba al ablandar el hierro, cantaba acari-ciándote
con el golpe de SLI martillo sonoro... cantaba sin
pensar que un día sirvieras de instrumento de muerte.
(Tiran& de & con gran ftiewa.) iOh, sirves, sirves..! iA
fin cedes,. 1 A mí llegas. . . IOh, tu destino era mas noble:
romper la bóveda bajo la cual mi pensamiento gime pri-sionero
de la vida, apagar cl fuego chiSpOrrOteante de mís
217
dolores, abrirme paso en mi último viaje rompiendo la ti-niebla
de lo desconocido adonde voy... 1Al fin eres mía,
arma de muerte! (La contenzpla CO% asonzbro al arrancar-la
nzirhdoh de cerca sin poder entender ka renlidnd...
AZ fin continz%a el vox 6ajn.j
{Qué es esto. .? (Quién eres..? [No es un hacha, no es
un hacha.. ! iNo eres cl armo de sangre y muerte dispen-sadora
del reposo, precursora de la eterna noche! (Des-puLo,
de contemplarZa ew silencio.) iEs una azada..! iUna
azada..! (Vuelve n contemplarla a Za luz de Za nwo~a.)
oque es esto? {Quién te puso en camino, símbolo de
la lucha, mano de hierro con que el hombre acaricia la
tierra, a la eterna y fecunda madre para engendrar en
ella el pan de las generaciones? 1Buscar el hacha y en-contrar
la azada, buscar la muerte y hallar la vida!
(Tonzándola en la diestra con súbito nrra%pe.) ITÚ... no
eres hierro de muerte1 Tu acudiste a mi voz. ¿QuiBn te
trajo, quien te puso en mi camino? ]Oh, no fue el acaso,
no fue el olvido del pobre labrador que se deja su arma
abandonada en el campo, no fue la cólera del mar la que
te arrojo a la playa! Alguien te trajo, sabiendo de ante-mano
que yo había de buscarte y encontrarte... iY te
encontré1
No me esperaste vanamente. Nos encontramos por
fin, yo el náufrago arrojado por la catástrofe a In playa,
tú, la ofrenda sacrosanta con que me brinda, al huir ante
la luz, el invisible providencial.
Yo he acariciado en mi angustia, creyendote arma de
muerte, con mis manos crispadas, con mis labios secos,
tu mango pulido por la mano callosa del viejo obrero, del
humilde campesino doblado al suelo en contemplacián ex-tatica
de la madre tierra. De nuevo quiero contemplarte,
besarte y adorarte de rodillas, enclavada en tierra, reci-biendo
en tu hierro el primer rayo del sol. (La enclawn
en tie’erra y se postra ante ella.) iSalve arma del trabajo,
brilla a la luz del día, yo te beso en esta hora sagrada
del amanecer, cada día repetida, en que la tierra saliendo
de las sombras, parece brotar de nuevo de las manos del
creador!
Ven ahora a mis brazos, consuelo del humillado, es-peranza
del vencido, cruz redentora, emblema de la vida
218
y de la fuerza. A ti me abrazo y beso tu hierro poderoso,
creador del surco, dispensador de la felicidad y de la ale-gría.
(El sol itztnzinn In escem.)
lAdi&, sombras de la noche, abismo de muerte, tris-tes
viajeros caídos en mitad del camino! El sol brilla, el
día comienza, el camino se abre ancho, inmenso, lumino-so
y se pierde allá abajo, en el seno de la tierra, de la
eterna madre dispuesta a la fecundacibn de nueva vida1
iVen conmigo, siempre conmigo a la luz, a la reden-ción,
al trabajo1
LUIS Y ,hXSTfN MILLARES CUBAS
219