(Recuerdo de su infancia en Las Palmas)
iCon qué grave recogimiento espiritual comenzamos la
t:iyea de eScribir estas líneas por encargo de &l Gabinete
Lil-eríìrio~ en honor de don Benito!
La hora es propicia para la evocacion del inmortal
abuelo que en el momento del crepúsculo, en la cúspide
del monte, de espaldas al sol poniente, con sus ojos ciegos,
dominnndo la muchedumbre, proyecta en la llanura su
sombra gigantesca.
iSerenidad de la tarde, todavía plena del calor y la luz
del día y ya en espectacitin de la sombra nocturna cuando
surja en el firmamento la lenta cararana de las estrellas!
Los hermanos Millares, en esta hora, mas que nunca
fundirlos en un sol0 espíritu, como si sus mnnos fuesen
una sola mano y su pluma se sutilizase hasta el punto que
la palabra fuese idea y la idea amor... LOS hermanos Mi-llares
quieren contar a este auditorio propicio y sentimen-tal
algo del Maestro que nació en esta tierra: cosas hu-mildes
y sencillas que no conoce ni importan n In Gran
Historia y que aun así, narrndns por nosotros, despertnr8n
la curiosidad, mezcla de cnriíio y orgullo conque los des-cendientes
escuchan la leyenda dorada de un abuelo que
ilustró el apellido familiar con el arma vencedora de su
pluma.
Decir curiosiclxl al emprender el viaje, nos parece pa-labra
fría, impropia de In emoción que esperimentamos al
buscar J- ordenar los lw~es sencilli~iruus de In. vida de un
niño que ha llegado a la soberanía del genio. Emoción
pui-a, como metal precioso, sin la mezcla que endurece la
moneda acuíiada para el mercado, emoción de arte y de
amor que nos invade cuando intentamos revolver en el pa-sado
cosas olvidadas, casi perdidas, como si un día de in-ventario
apareciesen en el fondo de un viejo arcón, cartas
amarillosas, hojas y flores secas, juguetes rotos y nos per-mitiesen
con una palabra, con una línea, con una fecha,
menos que eso, con un perfume, sacar del olvido, divagar
sentimentalmente sobre tan pobres hallazgos, reconstituir
sobre un tema vacilante la historia de aquell,os días en que
el muchacho vivió la vida isleña, desconocida para todos
y sin que ni el mismo sintiese en el silencio de la Ciudad
dormida, el galope sonoro del Destino que se acercaba en
la sombra empujiinclola a la gloria inmortal.
En aquellos días fue nuestro, enteramente nuestro. Des-pues
se fue: se fue en cuerpo y alma y no ha vuelto. Su
reino no era de esta tierra. Necesitaba de España, del
mundo entero donde ejerce pleno derecho de ciudadama,’
para que con toda esta materia fecunda, su espíritu pudiera
amasar y dar vida a las innúmeras generaciones de SLIS hijos
imaginarios, agitar sus pasiones, hacer vibrar sus senti-mientos,
mover la acción y encender el impulso, y como
si no le bastase el equilibrio normal del cerebro humano,
deformarlo, exaltarlo y desviarlo hacia los campos del ex-travío
mental., . y nada de eso que es obra del genio, res-pondía
al designio providencial de su destino en el medio
fisico, en el ambiente social del pedacitu de tierra, aislado
en pleno Atlantico, donde nacid por casualidad.
1011 tierra nuestra, tierra Canaria, cada vez más aga-rrada
como una euforia tóxica y deseable a nuestros cora-zones,
conforme la onda pasional se serena y depura len-tamente
con los años! iO ticrrn isleña, ambiente humilde
cle vida plbcida y monótona, que no tiene en su historia,
--las ClemAs son ajenas- otras fechas qne la de la Con-quista
y la de una epidemia de Cólcrx! iOh, Isla aislada,
en que la vida humana pierde sus caracteres crueles de
IUClla; en que kts estuciones se suceden sin que las marque
otro accidente que las fechas del calendario; en que se
puede dormir al raso sin temor ít los elementos, a. las ali-manas,
ni al prOj!jimo; en que el h:1:nbre se satisface con
la cena del pastor primitivo; en que el pueblo por falta de
cultura y rewhio de In viej;t scrvidumhrc, no siente íiún i;\
rcl~elclín Hnte lít injusticin sociitl, ni el entusinsmo p,or el
divino idwl; en que I:t cnst:l nristocr:ític:t, ---los c]c In f~r-tuna
y los del t:llento-, Se encerraron en SUS C3Si1S v lttfiìn-cnron
sus puertns huyendo del contnxi-io de In invosibn;
donde en tus pl:t~~s hn sentado su campamento una COIO-nin
de cartagineses sin ~KttlLleZZl comercial, inspirad:i s(jlo
en el fraude 1’ en 13 i*StWi&.., mientras en tus montes el
viejo campesino cnstellxno cuntinira como hace cinco si-glos
interrogxndn 1~s nubes en espera de In lluvi;~ celeste
que ha de darles el pnn. iOh tierra nuestra! jcdmu h~lhierna
dado a Galdk la muteriu y la inspiración p;Un fabricw
su obra?
;Olvido... ingratitud..? Ni en él, ni en nosotros. Es que
nos empefinmos inocentemente en juzgar y pesar cosas y
pr~sonils con un fRxr0 común y una misnm hlonm. Toda
nuestrn Clit la pflsamos embelleciendo 0 disculpando nues-tras
wxiones. La belleza, con19 la justicia, tienen tnl arraigo
en el espiritu humano y de tnl modo les seduce, que no
puede concebirse ni admitir su fenldxl sino como un reflejo
del prtijimo.
Lns xciones no son huenns ni 1n;11;1s, hermosns ni
feas: son hijas de la necesidad y de ella nwen 4’ a elln
se Jldil~~t~II~. PoI* ~30, aquí, en la cnlmn chicha con que nues-tros
espíritus, como las T-iejns galeras despliegan todo su
vetnmen perezosns e inmbviles en la ruta, no ha podido
despertnr In obra gnldosi;m;i el interés apitsioIlante que hu-biecn
convertido :L SLI autor en Mme o caudillo de su pueblo.
L;t sutil psiculogía~ de don Renito, sobre todo en loS
Ultimos libros y en cl teatro, necesitan un nuditorio de de-purndn
cultura, CUilIIllO menos de instinto estrern:td:ìmente
perspicaz, que aquí es pntrimoniu tnn súlo de unos cuantos
escogidos. Y con respecto n In acciOn y al fermento pn-s;
ion;ll que In decide ~c:ómo encontrilr eco en cork\zoues
humildes y resign:tdus que laten y miden el tiempo de la
existencia con10 el p&dulo momitono de un rt*loj, si nl:iS
que 121 lì;lrrer:i Clel oceímo 4’ el i~pi~~l~tIllit?Ilt~ ClC talílS pe-fins,
,105 hii I?l-otehido C0nlJ.X el invasor la miserin del PO-
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bre botín propicio a los conquistadores; si en las reVOlU-ciones
políticas no hemos puesto sangre ni espíritu sobre
las barricadas y las aceptamos sin ganarlas con ~610 cam-biar
el IIimno de Riego por la Marcha austriaca o destruir
los escudos de la Realeza por el gorro-frigio; si ni siquiera
el fanatismo religioso enciende su llama en esta sociedad
tan hondamente indiferente y socarrona, que sólo invoca
a los Santos, nunca a Dios, en el día de la feria, como si
el paganismo de los griegos, perdida ya SU belleza poética,
se continuase bkrbaramente al son de una guitarra destem-plada,
al estampido africano de los cohetes, al gesto del ;
divino amor profanada por el estímulo del alcohol que
enloquece? {Cdmo entender la epopeya de la guerra de la s
d
Independencia, ni el fanatismo de la guerra civil, ni el SB- õ”
crificio por las libertades, ni la rebeldía contra la injusticia
social, todos esos grandes ideales que cantan en la obra z
de nuestro paisano y que suenan aquí como música exó-tica,
tedio del oído, incomprensión de la inteligencia? 5t
Por eso, y no por olvido ni ingratitud, Galdós no es Y
:
popular ni puede serlo en nuestra tierra... Por eso su es- m
píritu no vive entre nosotros y esa es la razdn porque su s
pueblo de nacimiento con arranque espontáneo, no ha le- i
vantado su estatua: la estatua, no del ciego amoroso que d
veneran los madrileños bajo las frondas del Retiro en el BE
ambiente oloroso de La Rosaleda, sino la del caudillo en la !
plenitud de su fuerza veneedora, cuyos ojos llenos de vida,
d
;
frente al horizonte del mar que nos encadena, señalase el. .I
norte, el rumbo rectilíneo de las aves y de la brújula y
05
con su voluntad y su ejemplo rompiesen el encanto del fil-tro
sutil y venenoso que adormece los espíritus y ablanda
los músculos de sus pobres paisanos.
Y como nosotros con él, así 61 actuó necesariamente
con nosotros,
Los temas modestísimos de la vida canaria entonces
más aburrida y rutinaria que la actual, no podían conmo-verle
ni gravarse como recuerdo decisivo en la inspiración
de aquel muchacho de 18 ~ROS que ~1 llegar R Madrid en-cuentra
en el medio amplio de la capital, entonces alma y
vida de toda la Nación, el ambiente revolucionario con su
bautismo de sangre generosa y su fe en el triunfo, en
aquel ideal romántico que todos creyeron termino de la fe-
licidad humana, -libertnd, igualdad, trnternidad-, y que
siempre ilusos y generosos lo limitaron al mundo espiritual,
sin comprender que era necesario conquistarlo para la vida
afianzando para siempre la libertad en la tierra, la igual-dad
en el trabajo, la fraternidad en el dolor.
Asi no recuerda ni ennoblece en sus libr-os lances, ni
paisajes de su tierra y solo en los primeros aparecen si-luetas
como la de don Juan Tafettin, las niñas Troyas y la
Gobernadora de las -4rmas, que nosotros conocimos en la
ninez y que sólo figuran como tipos nnecdoticos y pinto-rescos,
de esos innumerables que mbs que con 1:~ plumn,
con un cincel, gravó para regocijo del mundo el inmortal
autor de las Novelas Contempordneas.
Y sobre todo... Aquel Amigo Manso, aquel tipo cuyo
apellido es una genealogía, sabio, bueno, tímido y hurafio,
guardador de un ideal amoroso que nunca confesar% por
temor al ridículo y al que al fin se resigna..., del cual di-cen
los criticos que algo se parece a Galdós..., y no seria
extr;niw que se le pareciese, porque en este nobilisimo va-
16n en cuyo escudo las grandes virtudes y los altos hechos
se gravaron para la inmortalidad del genio, persiste tal
vez sin él saberlo, perturbando el trabajo paciente del Rey
de armas un elemento inquieto y desconocido, como la
lluelln fugaz de un almn soñadora y resignada, que es nn
estigma persistente de la humilde familia canaria a quien
tanto se parece nuestro paisano El Amigo Manso.
;Que mas pudo darnos?
La calle del Cano, donde esta la casa de la familia de
Pérez Gnld6s era entonces, como ahora, rectilinea y estre-cha.
Empezaba en la de Los Malteses centro del comercio
y terminaba en la plazoleta del Convento de las Bernardas,
cuyas tapias en ruinas eran brecha y daban paso a las
huertas de San Lazaro y al humildísimo barrio de pesca-dores
de la Vica.
El pavimento era de cantos rodados como las otras
calles, imitando las antiguas de Sevilla. Muy rara vez, el
coche del seflor Obispo, el de alguna familia aristocratica
o la carreta del senor Torres, despertaban el silencio, ha-
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ciendo acudir :L las ventanas R los habitantes. El tr&nsito
rodado era sustituído por caballerías, borricos generalmente,
y en los días de escursi6n al campo, -y la familia tiene
desde aquella época unn hacienda dc villas cn el Monte
Lentiscal-, hacíase en vistosa caravana, incluso las seño-ras
que iban cnbnllwns, segtín la ckicn dicción castellana,
en la bíblica montura. Los transeúntes eran escasos y la
yerba crecía en el arroyo.
De noche bríllaba a respetnble distancia la luz morte-cina
de algún farolillo, apagados al toque de Animas, cuando
no se encendían por disposición de las ordenanzas muni-cipales
según la luz de In luna sustituía In del aceite.
En las noches ardientes del verano, a las oraciones,
las mujeres sacaban ;t In calle los braseros y el olor de]
caldo de cilantro 0 de las sardinas asadas eran el aperitivo
para la cena, mientras los hombres medio dormidos en la
acera guar&~ùan pegado a 10s labios el virginio. Los gatos
arqueaban el lomo y los perros roían un hueso o ladraban
disputándoselo.
La casa, donde una Ibpida modesta indica el sitio donde
nació Galdós, ha cambiado de aspecto.
La actual, no debe conservar parc? don Benito recuerdo
clguno de la antigua fachada reconstruida en su ausencia.
El, en las tinieblas en que vive, ver8 lo que ya no existe:
un frontis muy estrecho, en lo alto un balcón de madera
calada con postiguillos, que era, pintacla en verde, el tipo
común de celosía semi-árabe en aquellos tiempos en que
las mujeres detrás de la reja veían sin ser vistas a los
transeúntes o wosenbn~ por la noche, alzando el posti-guillo.
Junto al balcón, una ventanuca y ambos huecos co-rrespondientes
al piso principal. Abajo, otra y el portón
con zago&n húmedo, en cuyo fondo el cl8sica postigo cle
tea maciza, con peso y campanillas, era entrada de forta-leza,
que por el ruido y el repique anunciaba a los guar-dianes
interiores la llegada de un visitante para dar clesde
los corredores la voz de &&iétz?, como el grito de alarma
de un centinela, R la que el otro, desde afuera, solemne y
calmoso, contestaba con la serena frase del evangelio: iPaz!
Y la puerta se abría.
De noche, en el marco superior del postigo, se ericen-día
una candileja que iluminaba el zaguán y el patio prin-
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Cipal, patio COn flores y pOz0 :i la izquierda y unn serie de
hnbitnciones b:ljjas n In derecha, como est;ín hoy, en una
de InS cunles, In tercera, tenía su dwlxi el m:ltrimonio y
donde nnció don Henito.
El ambiente familiar con ser amantisimo, estaba ca\-
culo en el canon de la época, severo y grave, y la cs&-
tencin reglamentridn a toque de c:tmpann. 1-n Catedral,
construida sobre el cerro de San Antonio Abad, dominnbn
el caserío, no snkìmente el barrio aristocx-Uco de I‘fguetn
que dormía confiado bajo su custodia inmedi:ttn, sino tan-bien
el de mnrinos 9 ~omer<ïi:rntes que pow :t poco se
desc:wkban por el de Trinna en direc&jn al futuro Puerto.
L:G c:unp:tn;~s de 1:~ torre vieja, marc:mdo 1x hotxs de los
Oficios, sunabnn tambien Ias de la sida domt?stica, como
si un:1 Soh ~~olll~t~~il, se trnnsmitiese en I;t OIldiI sonora y
reglamentase el pensamiento, el tríilwjo y hasta el cstb-t-
mg-o de 10s ciudadanos. A 1;~ ocho de la mi\fian:\ daha
el esquilon los toques marcnndo el altnueím, n 13s dos de
In tarde otro toque preparnbn 121 COmidiì dr 1x5 tres y il las
cicho 0 las nueve de Ia noche, según la Q~w:t, el de Bni-míis,
como un ~~o~r*~~Uocloit úrgico, onlen:lba la cena y el
snefio. Las puertas se cerritbsn, los golpes, unos cerca,
otros lejos, retumbaban en el silencio; los habitantes, se-guros
de los cerrojos, confiados en In rigilsncin del sereno
cuyo canto seiíalaba In hora y el estado del tiempo, dor-mían
en el mejor de los mundos... P entonces, en el gran
silenL*in de la Ciucl:icl dormi&t en la somhrx, elel-Abase
un:t I+OZ, la voz pilvc>rosa del mar, unas veces arrullo suave,
otras clamor inmenso, constante, inc:msable, eterna..., que
h:?bló antes que los hombres existiesen y sigue hahlnndo
después de su muerte, tan intimamente unida al islefio, tan
pegads a su oido, tan connnturnlizncln con su pensnmiento,
que es una mis de las voces interiores cle nuestro espíritu
y cle nuestro cuerpo, ignorailns por el hfibito, como el golpe
de las arterins y el ritmo de los pulmones, y que si de
pronto Ias percibiésemos nos despertwínn con el grito de
:tlarmn 3’ de angusti:1 de nuestra fr:igil e inëst:3hle esisten-cia
siempre en espera del misterio de I:t muerte.
<Quién snbe, si uncl;inclo el tiempo, aquel ambiente de
1~ Ciudticl de su niñez, ambiente cle tristeza y talio, de 1-Q
gimen severo y monAstic0, no influgb algo en el de la
imaginaria Orbajosa? CQui6n sabe Si aquella noche de an-gustia
y de presagios, que despertaron en SU lecho a la
divina Gloria, cuando el mar y el viento dialogaban como
dos personajes de la tragedia griega, lorznndo las maderas
de las puertas y ventanas, rugiendo en los ángulos de las
galerins y hi~blaban del naufragio y lanzaban a la playa el
ser desconocido con rostro de nazareno esperado por su
fantasía? CQuién ssbe si al escribir la escena, no recordaba
Gnld6s la VOZ de su mar embravecido clamando cn In noche,
despertándole en SU lecho de niîio, con los ojos abiertos,
temblando de pavor y de piedad ante la cólera del mons-truo
y el desamparo de las pobres criaturas?
El chico erci el filtimo de la serie. Un 13enjnmín ape-gado
:i la madre que prolongaba hasta los tres años su
mnternidacl y de la que 61 abusaba con su instinto goloso,
nota característica persistente que llegó a convertirse en
glotonería, y con la timidez de su carácter, casi miedo,
conque evitaba los eXtrafios, amparándose en las mujeres.
Ni un destello, ni un prodigio de esos que los biógra-fos
rebuscan para anunciar la participación providencial
de los ungidos por el Destino. Era un niño, como sus com-pafieros,
tal vez rnrls huraño, tal vez mks medroso, rehu-yendo
los juegos y la acción, encalmado y plácido buscando
el seno materno o la falda de sus hermanas mayores. Una
criada, Teresa, es su lazarillo, le lleva apoyado sobre la
cadera o de la mano en el paseo, o a la casa próxima de
las señoras de Calimano que es repetición de la suya; según
las mujeres le sientan a su lado y Ic regalan con dulces
halaganclo SU única pasión. Un día le indigestaron y tuvo
que venir el médico don José Rodríguez. -El médico Car-men
como le llamaba el público sin que sepamos la razdn-,
y fue necesario darle un vomitivo cle Le Roy y un pur-gante.
Su hermanI\, -la viejecita doíía Tomasa que nos
sirve de guia-, no recuerda que tuviese otra enfermedad.
N:id:l cle esas afecciones Ilol~leS y peligrosas que anuncian
la vida cerebwl intensa, nada de ;Iquella meningilis que
tan doctamente describe en el prodigioso niño Torquemada,
!SU única enferrncdacl infantil fue un;1 in&gestión! ;Q-ean
Vds. en el providencialismo del genio!
Pero entonces cornienznn los prcsngias y ya el cronista
puede forjar los elementos de la leyenda. Aquella Teresa,
que le gunrdnba como un paje, era moz:l y tenía novio,
un marinerote de los barcos de la Costír. de Africa, feo
como un tempord e incapaz de pronunciar otras palabras
t~W2 las necesarias para la vida y todas las interjecciones
que nacen en la lucha con el mar y el viento par:1 domi-narlos
0 maldecirlos. No sabemos con quf2 palabras habln-ría
a Teresa, cOln le dijo de amores ni como al obtener
su correspondencia, mozeaban en el zaguAn o en el paseo
de In tnrdc; pero includ:tblemente el marinero Pepe Chiríno
entró por los ojos del chico _v clavóse en su cerebro.
Por entonces no sabia escribir ni leer siquiera. Sus
mnnos de niño pacifico, incapaces de la luchíi, un día nsom-braron
y attmorizu-un a las mujeres. iIknit0 manejaba un
nrnia y el arma ern peligrosa! Eran unas tijeras, las de su
mxlrr, con LIS cuales se dedicnbn a t-ecortx píìpeles dando
forma ít objetos y personas, a hacer monifatos según el
espresivo vocablo canario. IT Como el niíio era dticil y cre-cía
su habilidad, -hnstn el punto que Ias nifins de c’ali-mano
le llevaron n casa de don \.‘icente Clavijo para
que admirase lo que no podia creer y creyó al fin-, di+
sele permiso y papel en abundancia para que continuara
su trabajo. 1’ un día, apareció pegada al postigo, una si-lueta
en papel recortada, de la cual las gentes que entraban
hacíanse lenguas y reían estrepitosamente y los de la CaSu
salían a verlo engrosando el coro de pasmo y risas por
entre las cuales sobresalía la frase cien veces repetida:
-;Es Pepe Chirino!
Y era el, en efecto, su silueta, su cuerpo y su espíritu,
como un día su pluma pudo escribir y grarb para la his-toria,
la figura de hlarcial, el marinero de la .%~f~si~)~~
T~G¿hzd.
Pepe Chirlno, el roncote, el novio de la Teresa, fue
el primer tipo de In infinita prole, creada por el espíritu
galdosiano.
NO tt!nia ;lnjigoS, por lo menos, amigos íntimos, de
esos que con los juegos infantiles, crean una fraternidad
que perdura c(jmO un recuerdo melancólico en los añOs de
l:i \Fcjcz. ~11 nino, como él, juicioso y tristón, Juan SalI,
fu? el único, tal vez por próxima vecindad y coincidencias
de carxter, que frecuentaba su trato. Juanito le esperaba
jullto 14 J:I puerta para ir a la escuela bajo la vigilancia de
Teresa.
iI,;1 Escuelfl! i1-a nmigfz de las 72iiCz.s dc Mesn!
iCufintos recuerdos acuden iì nuestro espíritu, en esta
hora sentimental, casi religiosa, al evocar aquella casa y
13s samas muieres, que, aíios mks tarde, nos enseñaron
1:01110 il ei Jns‘letras de la cartilla!
‘To&lvia est:i la casa en la calle de la Carnicería (hoy
~lcndizíilxll) frente al callejfin de hlontesdeoca. Para llegar
a ella, desde la suya, necesitaba pasar por IR calle de los
Multeses, parte de la cle Triana y atravesar el cauce seco
del Jkranco, pues entonces no existía el puente de ma-dera
y hierro. Cuando en el inrierno corrinn las aguas,
twcia el riimho por la Peregrina y la plazuela, pasaba por
el puente de piedra y bajando por la Recoba vieja, -el
mercado se construpb en nuestros tiempos-, y seguía por
la calle de la Pelota hasta la Carnicería. La escuela era
para sefioritas y admitia un número muy escaso de infan-tes,
menores de los 7 años en que la malicia no tiene to-davia
fuerza ni arraigo de pecado. Este grupo correspondía
al Cuarto chico y en él, separados, estaban los niños a la
izquierda y las niñas muy pequeñas, iletradas todavía, a
la derecha. Entre ambas junto a la puerta, estaba In silla
de la maestra señd Bernarda con caña y palmeta. A con-tinuación
del cuarto chico estaba el Cuarto grande, donde
se educ:th:m muchachitas de quince aiíos bajo la vigilancia
de seM Belén la directora, su hermana Rafaelita y su her-mano
don Jose, gran pendolista y empleado en la Conta-dUIfii
de 1% Catedral que+ preparnbn las chicas por los me-todos
rivales de Torio e Inturzaeta, para escribir cartas a
los novios futurw.
‘Tudi) aquello, tnn lei:mo, resuciw, como si ahora exis-tiese
t31 nuestra memoria: el patio enarenado, las macetas
fluriclx,, el gato clurrnicnd0 íd sol, 1~ $CZn del agua, las
hlnnquisimus paredes encaladas, la pulcritud y el aseo que
eran como el espejo del alma cbndicia de l:is santas muje-res,
el bullicio de las voces infantiles, el canturreo del si-labario
como colonia de plíjaros enloquecidos, el aroma
todavia persistente en esta hora de evocaciún de las azu-cenas
en los días de mayo..., todo esto, irresistiblemente,
despierta de nuevo con ese sabor meltincc?lico de las cosas
pasadas, en que la vida era nuevecita, como una túnica
blanca, sin manchas, casi sin LISO, sin desgarros, ni re!-
miendos que parecen cicatrices de llerid2~s.
Cada niíío llevaba una banqueta 0 un sill0n de paja
de enea, según fortuna, y allí pastibamos el tiempo senta-dos
desde las nueve a las doce y desde las tres n las cin-co,
inmóviles y silenciosos, mirando el volar de las mos-cas.
De vez en cuando, levantábase un rumor, que era una
frase repetida por generaciones anteriores y perpetuada por
1~s siguientes, algo así como la amenaza infantil de una
bronca, y que era ia voz del pueblo en revolucibn ¿WiSilnùO
la falta com&ida por un compañero. La frase no tiene sen-tido,
sin0 para los que la recor&mos:
-i,4nononinoni a seña Bernarda! iAnononinoni a sefiti
13Cl211!
iQuien podra descifrar su significadc,
Entonces el delincuente, era sometido al fallo do la Jus-ticia
y se le ligaba un pie al banquillo con una cinta blanca
0 amarilla, segtin la importancia de la falta, y cuando esta
era de gravedad, se le condenaba a pena de esposici6n
]leI-kndole al Cztn~to g7~21zA. donde las chic:% con ese re-finamiento
cruel de la hembra para con el tradicional ad-versario,
aún trntMdose de niños, sometían su orgullo a
la miís dura prueba que pudo imaginar en los Infiernos
la fantasía inagotable del poeta florentino.
iOh, santas, divinas mujeres, tan inocentes y humildes
como los niños a quienes enseñaron, sin saberlo ni cono-cerlo,
el pecado de Ia lectura! iQuidquid per visum deli-quistil
i.‘lquellas manos sarmentosas y temblonas que tan-tas
veces se posaron sobre nuestras cabezas infantiles, no-sotros
las estrechamos, acariciamos y besamos! Otro día,
pasado mucho tiempo, ya hombres, las volvimos a ver:
sólo dos resistían a la vida, las otras habian desaparecido.
Sena Bernarda y se~k Belén, como dos hadas contrahe-chas,
inclinaban el dorso hacia la tierra y 110s enseñaban
10s S:&XXS & 13 escuel:~ tan limpia como en ilquellos
tiempos, pero wcia como una jaula de donde volaron h5
piljílr()s. :11 dohlnrse sus cuerps, sus es&-itus Se hacían
nds Il~t~~ildes y sumisos, sus voces temblorosas nos llama-ban...
aC;er~or don Luis... SeAor don Agustin...~~ y CLMldO
despues de muchas protestas, sonaron en sus labios nues-tros
nombres infantiles, aquel diminutivo canario tan Ca-racterístico
como ;tmor0So, fue como una suprema evoca-c:
ic>n en que el sal611 solitario poùl6se de pronto de niños
y el silencio de voces.
ipero, ramos, aburrimos n ustedes con recuerdos que no
son suyos; dii3g;tmos sobre asuntos petxon~les con una
emociUn que sc> nosotros podemos sentir! iHablar de ni-ìl~,
s que y;l son abuelos y de ritijecitas que duermen en el
cnrnpo santo, son cows comunes, vulgares, tal vez ridicu-las,
indignas de la curiosidad legítima de este concurso!
De todos modos, mili, en el mismo local y con los mis-mos
procedimientos e idkntico personal, don Renito apren-dii>
1:~ letras sin gr:lnde entusiasmo por SU parte, ni ad-miración
de sus mxstras. Es probable que su timidez y
su bondad le librasen de los terribles castigos de las cintas
y de la vergtienza pública.
Mientras tanto continuaban sus manos de artífice re-cortando
siluetas y pegbndolas a los muros. Era una tarea
vertiginosa. Los asuntos se multiplicaban y complicaban;
eran multitudes en marcha entre las cuales prefería las
procesiones que veía desfilar en las bocacalles del trhnsico
en brazos de Teresa. Y es de notar que el futuro his-toriador
de tantos combates, hijo de un teniente que hizo
la guerra de la Independencia al frente del batallón de vo-luntarios
islefios, no manifestaba interés por los soldados
reproduciendo sus siluetas. Ni aún siquiera dcspcrtaba su
curiosidad la presencia de aquel criado Juan, que parece
arrancado al cuadro de novelas y comedias, asistente de
SU padre durante toda la guerra, y que nuestra fantasía
hubiera querido embellecer contando al nifio las hazañas
de SU :ìmo, los triunfr)s del de Alùurquerque, la batalla de
Chiclnn:l y el lance formidnhle de la hatería de los Canarios
IIWtando franceses al grito de <iViva la Vir,qen del Pino!>,
TiIIIIPOCO él, ell el Episodio C&?& hace resaltar el arrojo
de aquel pufiado de hombres entre los cuales su padre kz-
cfa la Hism-in que Cl mas tarde relatm-a. ‘I;na simple hztse,
escondida entre renglones, es el único recuerdo que evoca
de aquella aventura, donde, con su padre, iba tambiftn un
tío suyo, clérigo, don Domingo, capellt\n de In tropa ex-pedicionaria,
y cronista de sus hechos, en cuyas pdginas,
incompletas por desgracia, revela, por su soltura y donaire,
que la cepa galdosiana, literaria y patridtica, vino por he-rencia
a don Benito aunque la acrecio con tal fortuna, que
bien pucliera considerarse como In nxis grande y mas pura
de las que existen en las tierras en que se habla la sonora
lengua española.
De todos modos, el niño Galdds, no jugo a los solda-dos
como la mayor parte de los de su edad, y solo una
vez recuerda su cronista, una frase que, -hay que confe-sarlo-,
no revela entusiasmo marcial.
Parece, según nos cuenta dofin Tomasa, que sus pn-dres
acoslumbraban vestirle de blanco y el que había visto
1a estampa grotesca de nuestros milicianos cuando acudían
el din clc San Pedro M:irtir a pasar revista, con uniforme
blanco, sobre el africano color del rostro y manos, quejbse
un día amargamente.
-íHLZganme -exclamb- otro traje que no sea blanco;
porque con éste me parezco al Tambor hIayor!
No conocimos al Tambor Mayor; pero desde luego nos
lo imaginamos como un guanche gigantesco y negro, blan-diendo
en la diestra mano un bastón de porra y enfundado
or,oullosnmente en la blanca vestidura, casi nupcial, que
tal antipatía produjo al espíritu critico de nuestro heroe.
Ya era un hombrecito.
Separado de la familia, sobre todo del tibio calor de
las mujeres, ingreso de interno en el Colegio de San Xgus-tín
recien creado por Lopez Botas y los patriotas de aque-lla
epaca, entre los cuales figuro nuestro padre como pro-fesor
de música, a su llegada del Conservatorio.
De aquellos días datu el renncimientu de uuestro país,
muy posterior del de Tenerife.
El Colegio estaba yn fundado por entonces, como el
pequeno Teatro de Cairasco y el Gabinete Literario donde
hoy nos congegnmos; pero el verdadero impulso, la causa
que avivó el seso y el despert:u- de la vida canaria, fue un
hecho inesperado y cruel, como tantas reces ocurre en la
historin de los pueblos: fue el brutal gApetaz0 de una gran
c:~tkístrofe, la invasión del Ccilern.
Umi q~ide~nia que mata seis mil personas en una isla
de setentii mil hitbitnntes escasos; cl nislarnicnto absoluto
en que se les abandona con Ema ferocidad ~610 COmparable
R Iii de los pueblos meilioev;~les; la injusticia que exalta
los espíritus y despierta la cólera y el odio; el peligro, el
miedo y el desarnp;~o que robustecen In acción colectiva
en 1st defens:q 121 toque sobernno del dolor que en 10s fuer-tes
templa, ennoblece y espiritiwliza las acciones y los pen-samientos
humanos convirtiéndolos en deber y heroismo,
fueron las V;I~S;LSd e quel resurgimiento moral y material.
P4Jr primera vez -;bendito se3 el dolor!- en aquel
pueblo dormido surje un Ideal: la Independencia. Y de allí
i~fr;m~;\ la lucha politica que obtiene las dos tentativas de
División de Ia Provincia. Quisieron nuestros padres enno-blecer
sus espíritus, hacerse dignus del Jestino y así fun-daron
otros centros de cultura como el nueT’0 colegio de
sefiorit:ls de dona Remedios de l>l Torre que alcanza fama
en 1:1 Provinria, y se concibe el proyecto de una Exposi-ci0n
Provincial realizada por López Botas, y se reedifican
las Casas Consistoriales incendiadas con un esfuerzo de
que sólo es capaz la fe del patriotismo. Y al mismo tiempo
se crean las Academias de dibujo de don Silvestre Bello y
la de Milsica de Millares, y se abre al pitblico una expo-sición
de pinturas por don Manuel Ledn, y el comercio y
la agricultura nos lanzan al merc:ìdo extranjero con la co-chinilla,
y aparece nuestro teatro con las zarzuelas (<PoI-vorín*
y uPrueba de Amor> representadas en esta casa,
por aficionados durante trece noches consecutivas y se im-prime
por primera vez, un libro en nuestra ciudad aLa
historia de la Gran Canaria», obra de nuestro padre..., y
al fin nace el periódico con aquella hoja cuyo título EJ
PO!“JEllil. era la dAdiva espléndida conque nuestros padres
ofrenctclban su esfuerzo íz estzìs g-eneraciones.
De la muerte nació la vida, de la lucha el trabajo, del
tlespertnr de 10s espíritus la función educativa y revolucio-naria:
la escuela, el teatro, la imprenta.
Siempre despu& de las grandes epidemias, como des-
PUCS de 1:~ guerr:~s, I:ì energía cle Ia especie humana,
despierta sus defensas ancestrales y con acritud violenta,
con fuerza indomnble, canta 1x triunfnl nlcgrln de lis vida.
Esta fue la tspoca mtis interesante de nuestra peyucila
historia.
Nuestra buena hada, dofia Tomasn, continúa h:rblfin-donos
del grande hombre, que para ella es siempre el I~IO.
El nifio cstií en el colegio. ISO es un gr”n estudiante,
cumple severamente sus deberes, sin despertar admiración
ni celos. Él, que siente la música con tal intensidad que
sin haber estudiado el piano ha 11eg;tdo a ejecutar el ;tn-dxnte
de la sonata 23.” de Beethoven, pasa por la clase de
;\~ú.sica ignorado por su profesor. Nuestro padre, no lo re-cordaba
ni atin esforzando la memoria.
Los juegos, las acciones violentas no le seducen: mien-trtts
SUS compafieros corren y saltan y gritan en Ii{ hora
del juego, 61, sentado en los poyos del antiguo patio del
Convento Agustino, continúa benévolo enamorado del re-poso
con aquellos ojos que parecen dormidos y que son
di&fnnos cristales tras de los cuales por tantos arlos se
ha sentarlo su alma curiosa recogiendo lns impresiones de
la vida exterior para llevarlas a su cerebro y convertir SU
materia en joya literaria.
Los domingos por la mañana se le permitía visitar a
su familia despertando la admirncibn y el orgullo de las
mujeres cl trttjc de uniforme nzul con botones dorados, la
cachucha con visem y sobre todo el frac con faldones, en
cuyos bolsillos, al marcharse, guardaba las golosinas prepa-radas
por las manos amantisimas de la madre. El las gunr-daba
esperando la hora del paseo de In tarde, cuando 10s
estudiantes yn corporaci0n. de dos en fila, y guiados por
los profesores, atravesaban taconeando marcialmente la
calle de Triarla, hasta el muelle viejo donde se eSp:wCían
por las arenas en grupos pintorescos. Lo que algunas ve-ces
recordaba con desconsuelo era la malicia y deS:lpren-sión
de algunos compaííeros, los que detrk de él marcha-ll;
ln. 10s CU;iles, con ll;~bilidad de píciiroì; >T sabiéndole hu-milde
y c~ll&j, metían mano en los falclwes y le merma-ban
]a merienda espwada con tantas unsins.
sus amigos eran pocos y de esa epoca data la amistad
que sie~npre tuvo c»n Lecin y Castillo, prolongada en Na-dricl
631 Lo l?twi.du rlt7 i?.~fm~~í~ que Me editnha con Mbn-
J-& y cn lit c~íil publicó ~:Dolla Per-fecta», la primera de
sus nc)I-elÍls colll~lllpor;íIlr~ts. iZI mismo tiempo corresponde
I;I amistad ya antigun de don Ju;tn Silll, las de Clon Juan Y
don 2\ndr& N:tïarro y Iii de don Fernwdo Inglott.
Este grupo de muchnchos y otros que ignoramos es-crihi;
tn un priddico que circuI:lba R mano y que sin duda
ern imit:l<iJn de los que empez:llxm :t imprimirse en la
Ciud:td. Desconocernos cl título, ni s:tbemos si alguien
guardzi algún ejemphr; ~xzro nuestra cronista, como una
Providenci;i, nos dice que en aquel periódico escribi6 por
primeríi vez don Benito y que fue muy comentado su pri-mer
;u-título. L;k aventwt merece In penít de conservarla.
Por ;~qucll~~s clí;ls funcionaba en el tcnt~o vz’e~o una
compxiíik de z;\rzuel:t y tipera, en que dos tiples hacían
proiligivs: sus nombres conservõlos hast:l nosotros, la fama:
Lrt Pelktri y Iít C:lvaleti. La primera era mujer entrada en
nfins, maestra en el oficio de cantar y morer-se en las ta-blas,
mientras In otra joven y con voz mzís fresca, descui-d:
iba Íiquellos detalles fiándose en los rezumos de su ju-ventud.
El ptiblico, como siempre, dividióse en dos bandos
con tal vehemencia y encono, que salía ronco de gritar
aclamando o deprimiendo, segiin sus simpatías, a las dos
artistas las cunles al bajar el telón seguramente se iban a
cenar juntas riéndose de nuestros benditos paisanos. En
1:~ f:m~iIi:ls hubo :lpartamkntos serios, y por la noche, en
In placetilla del teatro, m&s de un lance terminó por gol-pes
y en las de beneficio se cubria el patio y la escena
de flores y volaban palomas con gran susto de las seño-ritas
que ocupaban la gnleria del centro. Y fue entonces,
cuando el muchnchn csrrihir’, SU primera crónica ridiculi-zando
a sus paisanos y enfriando la gloria artística de las
dos tiples con gran ewíndnlo de los rnfis exaltados y ver-giienzn
de lus cle mejor sentido; crónica que por lo que de
ella dicen, era ya un signo de aquella observaci$ cómica y
del comentario justa y picaresco conque mzk adelante juzgó
cosas y personas tenidas como serías e inviolables y en
IaS que 61 descuhri:~, con malignidaC1 risueíía, In nota oculta
IWsta entonces, del riclículo, para revelarla con In llnea So-bria
y aguda del genio de la caricnturn.
Ile 13 misni índole, nunque wlithdose del Idpiz que.
ya manejabn cun IllitCStTifi, es el Alburn conscrvûdo por
su f:ìmilin y dedicado al cmpl~~z:~micnto del -\“uevo Teatro,
que andando el tiempo Ilntnóse clc Pérez G:ilcitis.
Nuestros pndres querian construir un gran teatro, pues
el antiguo era muy pequefio, lo cu:d er:i un:\ hucnn razdn,
r dx~~tís porque el de Santa Cruz de Tenerife er;t mayor,
10 cu: yn no era uníì rnzdn Ifin buen;ì, y en el puntu de
emplnzarlu discreparon con rales esager;&mes y con tal
acritud que los dos bnndos m5s enconados yuc en el pobre
Asunto Pelisari contra Cawleti, cnvenen~iban 13s ícguns cris-talinas
de las fuentes pcriodisticx3, insult5h:mse en 1:1 rebo-tica
de las Cxleníìs y en el Ckhinete, y estendi&-dose 12 pa-sión
por los cauces mlis escondidos y ocultos invadinn 18s
secrib:tnias del Juzgado, entrab:t por los colegios, perturbaba
l;i p.2 de la Sal:1 C:1pitUliir, establecin el pmo en znpnte-rí:
ls y cnrpinterins y provocxbn crisis politicíìs en el des-pacho
cle los directores. Unos pedilin el emplnznmiento en
la Plnzucln que entonces se ll:lm:~h:~ del Principe rIlf~mso,
otros junto al mar y al bíuxtnco, par;i que los barcos pu-dieran
verlu desde cl horizonte. Kuestro padre que era
hambre pacificu, incapaz del escBnclnlo, ennrdecibsc hasta
tal punto que su voz se enronqueció, perorando en su no-taría
y su mano se fatigú escribiendo en su pericidico. S
así por tnl c:tusa nos legú siendo niiíos 1:1 3ntipntin que aún
gwu-damos ndenxís de razones de estética, hncin el teatro
que a la orilla del mar construyeron los directores políticvs
de iiy Uella épOC:ì.
Porque fue 1;t política la que entonces, como en otras
ocasiones, por hacer pesar su orgullo y dominar nc:dlando
las voces populares, resolvió el movimiento revolucionnrio,
imponiendo su voluntxl.
D,m Benito tom3 parte en el conflicto y esta vez SU
espíritu poniìerndo, que sentia la pitrte grotesca en umì y
otra orilla, perdid su sereniktd y afilióse al nuestro. Dejó
la pluma, afiló el liípiz y clibuj5 el Alburn, que en esta
hora después del incendio de su Teatro y la reconstitución
que anhelamos, debiera sx visto y entendido por todos,
ya que SC tr:lta de un testigo de mityor escepción. T:ll vez
ese teatro que de nuevo prerenden~os construir scñ el mds
clixnfi) .nonum:nto que le pudt ofrecer su pdrin.
El ..ll\>um es una novela c0mica y CÍida C~~pít~ll~
una aventura grotescn en que la fina punta del 18piz pica
con10 lln qpijdn sin hacer sangre. Allí aparece el mura-llón
del te:ltro h:ìtidO por la ola donde los buques dra-can
y tlvnde las grúas levantan y ponen en tierra a 10s
artistas y su equipaje. Otras veces son los espectadores
ocupando palcos y butacas y provistos de salvavidas; una
sefior;i gruesa, cuya silueta conocida por noSOtrOS ocupa
un pnlcn, Pt-cpara su miriR:tque para flotar; grupos de gentes
que acuden íi1 espect:iculo llegan nadando 0 en lanchas;
IllilriIleroS c‘urtitlos p- In costa de Africa esperan en el ;
pOrtic para transportar en brazos a las serioras; un caba-llero
que acude a la t:lquill:t es recibido por un pez mito- 0
d
lO,$co que agita las alews; el director de la orquesta, cuya 1
k
figura c;uxteristicn recuerda In de nuestro padre, dirige
n sus mtisicos que, con el agua al cuello, elevan y ponen i
cn s;~lro 10s pi~bellones de Ias trompas y trombones; en el
escenwio, en el momento en que se canta la «Norma)), .5?_
huyen los nrtisws ante la brecha que hace el mar en eI Es
muro por la cu:tl penetra, rompiendo las decoraciones, la E
proa de un buque gigantesco. Y despu& la noche en som-s
Ix-as, la luna como UIM cara que ríe enloquecida contem- g
plnndo la inundacibn, la silueta negra del puente, las lan- d
chas que buscan las víctimas. Y más abajo, en el fondo,
B
:
los peces fantfisticos que se asoman con asombro J los re-a
!
baiios de cangrejos y langostas que trepan y los pulpos
d
;
que extienden sus rejos flotantes, toda una fauna subma- E
5
rina cuya fantasía corre parejas con los dibujos de Dore, 0
como si Galdós se hubiera propuesto ilustrar la escalofri-ante
RventuríZ del Teatro sumergido.
Y llegamos a la obra que reputamos maravillosa in-tuici6n
de su genio, la que a nuestros ojos susppnrle y
crea clnridades de aurora buscando la entraña oculta, la
vibracián misteriosa que anima los materiales y los funde
J- sutiliza en un ideal, donde canta en la altura el alma
del artista como una campana.
SU familia, que la conserva como una joya, la llama
el C::lstillo. \- no es Castillo lo que Li1 construyó, por
mbs Cpe Castillo existe. Su Mbrica estfi derruida, arruinada
y SUS rimientos no los construy6 en la cúspide sino en la
falda del monte, base de su obra, que, como nuestra Isla,
Se eleva &Sde la profundidad del mar. Lo priucip;il, 1~)
que 61 creó es la Catedral, cl kwflln, afianzado sobre la
altura, dominando In tierra lxija, -castillo de seIi(Jres o
IIlOrNitiS humildes de pobres criaturas-, lunz:mdo sus fle-chas
hacia el firmamento como una nspiracibn, como el
alma inmortnl de las cosas, como :tquell:~s torres que divi-saron
lOS ojos de Gloria en ¿\qUelliI Ill:ìfiilnit en que ibn cu-rriendo
a 13 muerte y que le parecieron dedos humanos
sainlnndo û los cielos.
Para construirla no empleõ la pluma fritl. y conrencio-nal,
ni el Ilipiz fiIlt0 de relieve, usó las arn.3118y ]ii materiu
del construc‘tor, llel artífice primitivo que impone ii lils mu-chedumbres
la verdad sólida del bloque metiendo en él su
alma de artista.
Sus instrumentos fueron un eort:tplumas y las viejas ti-jeras;
SUS materiales, cartones, papel, yeso, cristales, titIlos
jr hojas Llf?S~Ci\d~iS, conchas y pit?dreCillilS de 1:t pl:ty;ì, Col3
y algunos colores rM+ZCliIdOS R SU CiìpriCh0.
Con esos instrumentos y con esos muterinles se hace
en Sus mitIlOS el mar, la tierra, el monte cMico que imita
su isla, los Arboles, las casitas, 1~s ruinas clel wstillo, la
fábrica esplendida del templo. 1’ yirt en t9, construye los
muros, las torres, las glorias de las puertas, las estatuas
que las coroniin o rodean, los hierros y las ventun;\s, toda
una obra en miniatura que asombra mtis que por el tra-b:
ljo paciente por el pensamiento que las informa.
Porque, -J- esto es lo estr:\rio,-- construy-e sin modelo
una catedral gótiCiì, en aquellos tiempos en que un mu-chacho
apenas podía en nuestro FiiiS ver otras imtlgenes
y otros modelos, que las del Seninn:trio Pintoresco.
Intitilmente volverían sus ojos hacia la nuestra que,
con permiso de este :ditorio, es de piedra fría, sin 13 Ií-nea
cl&ic:t del paganismo que quiere imitnr en el fron-tis,
l:ì inspinìCifin ronxínticn del genio del cri.sti:misnio.
Nuestra basílica como los templos iuneriCimOS construi-dos
por los :1\-entureros de Cc~rt& y de Pizarro, a los cun.
1~s se asemeja, no son sino cas:~s donde ;ilherg:tron :I Dios
p;lr:l protcjerlo, corn-, ;I los simples ciu&i&uios, COIltIX la
intemperie. No inspiran, ni fuera poGble inspktr, la csal-t;
lcidri mísjticik, cnsi luc.urit de las iglesias de 13 Edad Media,
en que cada piedra, CiiLlU detalle ornamental parece trepar
47
:i l:ts clubes sq$11~ 13 fiehrc que consume :ì los obreros,
l~;~sta sutiliznrse en lns agujas de las torres, donde el es-píritu
se condensa con el ansia clel vuelo en esa suprema
ilusión, In nIris conforme a nuestra miseria, la que mtis
;ic:erc:t las criaturas a Dios: la esperanza.
<L>e clbnde, de que modelo o de qué visión pudo el Gal-dds
de aquellos dins arrancar a la fríbrica de su templo Ia
linea sutil del estilo gótico? iPor quE: instinto 0 por que
profunda convicción pudo escogerla y lanzarla entre el
ansia del espiritu humano y la presencin de Dios? <Es que,
como ~]acob, soi% y en suefios vió la escala misteriosa que
conduce de la tierra a los cielos?
Y luego, los detalles: los hierros forjados que recuer-dan
los de Ia ventana incomparable de la Casa de Pilatos,
los estribos de las bóvedas, las puertas que parecen recor-tadas
de los Ap6stoles en Sevilla, las estatuas como man-chitas
bl;mc;a semcjwtes a las de esa divina Reims que,
despu& de su mm-tirio, todos los romRnticos podemos lla-m:
w nuestra Reims, y sobre todo la silueta, la línea de en-cajes
tan sutil y transparente que sólo. es comparable en
hermosura a la de la Catedral de Burgos en la hora cándida
de una mañana o a la de IVOtre Dame destac¿Indose sobre
la luz espectral de la luna.
La obra de Galdós, niño y constructor, nos parece
como símbolo de su destino el triunfo del ideal, sobre la
fuerza arruinada, sobre la vida material, sobre toda la tierra.
Es el presagio, la intuicidn del genio. tCuá1 sino esta ha
sido la obra del literato y del apóstol?
i_Esngeración? <Que aquello no es como lo pensamos
y traducimos a ustedes? (Que retorcemos o desfiguramos el
pensamiento del nifío?
Peor para los que no vean lo que nosotros vemos y
creemos, los que no han sentido con la vivencia de esta
hora romántica la inspiración de su alma profética, los que
no deScUbren en aquella mikquina infantil el plan providen-cial
del genio.
l~llos nn ver;in nunrn entrar p arrodillarse en el tem-plo
galdosiano, las figurillas, entonces aún no nacidas, de
Gloria y de hlarinnela, la5 dos hermanas en el dolor, las
de Orozco y Pnternoy graves y serenas como el deber, las
de Nazarin y sefíá Benigna tan divinas como la miseri-