CANARIAS DESDE INGLATERRA
UNA IMAGEN PSICOLOGICA
ULISES MARTÍN HERNÁNDEZ
© Del documento, de los autores. Digitalización realizada por ULPGC. Biblioteca universitaria, 2009
Extranjeros en las islas siempre los hubo como fruto de nuestra
privilegiada situación geográfica. En ocasiones, sin embargo, transcurrieron
épocas, coincidentes con períodos de crisis comercial, en
las que su presencia casi no se deja notar a los ojos de la historia.
Así parece ocurrir en los años postreros del declive de la cochinilla
durante los que el secular protagonismo de la iniciativa extranjera se
atenúa y llega a resultar casi imperceptible porque... a fin de cuentas,
poco ocurría que valiera la pena protagonizar. La iniciativa
local resurge entonces espoleada por la grave coyuntura y pronto
florece.n las ideas, los proyectos, las demandas a Madrid... y las
lamentaciones. Afortunadamente los ingleses no tardan en descubrir
los plátanos, con lo que el barco sin rumbo de la economía isleña
emprende una vez más el camino que conduce al Norte de
Europa.
A fines de siglo el Gobierno británico ya había puesto sus miras
en el Archipiélago Canario y extraído aquellos apuntes referentes a
la utilización estratégica de nuestros puertos. No en vano, los ingleses
estaban construyendo un Imperio al que resultaban imprescindibles
los numerosos «ports of call» que a modo de eslabones se
hallaban desparramados por toda la geografía mundial. La administración
británica advierte pronto las tres posibilidades que podían
ofrecer las Islas Canarias: «Las islas son una importante estación
carbonera, un centro para la producción y exportación de valiosas
frutas y vegetales y una popular estación sanitaria y vacacional.» I
1. FOREIGN OFFICE: «Canary Islands». Handbook prepared under the
direction of the historical section of the Foreign Office. N.O 130. Londres,
1919.
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Tres cometidos que hacen de Canarias un territorio de economía
eminentemente periférica y dependiente del exterior.
Pero que otra suerte podía caer a las islas en un período histórico
caracterizado por el auge imparable del colonialismo europeo.
El Archipiélago, enclavado en latitudes africanas, quedaba incluido
en aquella región que toda la Europa industrializada reconocía
como área colonial. En nuestro caso, la soberanía administrativa
impuesta por el Estado español parecía dignificar en algún grado el
evidente status de colonia económica que sufría el Archipiélago.
La nuestra resultaba, sin embargo, una situación más compleja
que la de aquellas áreas geográficas a las que la comunidad internacional
confería un inequívoco reconocimiento colonial. Y ello porque
Canarias constituía políticamente una más de las provincias que
integraban el Estado español, con lo que, al menos administrativamente,
no era considerada como una colonia. Otra cosa es que, una
vez despejado el marco jurídico, recibiera del Estado una consideración
práctica indudablemente colonial.
Para los ingleses, sin embargo, estaba muy claro que Canarias
era una colonia y así se manifiesta en muchos documentos de la
época en los que las islas se mencionan bajo el epígrafe de «Spanish
Colonies» junto a Cuba o Filipinas. Y grande es la importancia que
reviste este hecho al objeto de nuestro artículo, pues el status colonial
que tanto la opinión pública como el Estado británico otorgan al
Archipiélago constituye un ingrediente fundamental de la imagen
psicológica que el observador inglés atribuye a las islas y sus habitantes.
La africanidad del Archipiélago, su exotismo, también el
subdesarrollo y el atraso y, por que no, una cierta aureola legendaria,
son algunos de los elementos en los que se resume el catacter
colonial del Archipiélago a los ojos del observador extranjero.
Canarias se convierte desde fines del siglo pasado en un destino
frecuentado por los viajeros o «touristas», al decir de entonces, de
los países más industrializados de Europa, especialmente Inglaterra.
De la mano del desarrollo industrial y de la expansión de los l)orizontes
geográficos se opera un crecimiento espectacular de las redes del
transporte internacional, tanto especialmente como en lo referente a
la comodidad brindada al viajero, con lo que se sientan las bases
necesaria para que el fenómeno turísti'co inicie entonces una
andadura hoy centenaria. Si hasta la fecha Canarias había permanecido
prácticamente desconocida para la opinión pública británica,
con la popularización de las islas como una estación turística
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comienza a formarse en sectores más amplios de la sociedad inglesa
una imagen psicológica sobre el Archipiélago Canario y sus habitantes.
La proliferación de una abudante bibliografía, ya científica, ya
turística -de la que adjuntamos una muestra al final de estas
líneas- contribuye decisivamente a un mayor conocimiento de las
islas en el extranjero. Un conocimiento no siempre exacto y frecuentemente
empañado por los tópicos con que el espectador anglosajón
acompaña su visión de los países latinos. Riesgo aún más evidente
cuando la moral victoriana de la época no dudaba en exaltar sus propios
valores para, en último término, confirmar el destino imperial
de Gran Bretaña. Así, el progreso industrial, la modernización de
las estructuras económicas y, en suma, el desarrollo del capitalismo
en las sociedades anglosajonas, genera en su contacto con áreas geográficas
más atrasadas una pretendida consciencia de superioridad
cultural que interfiere totalmente el conocimiento de pueblos y culturas
distintas. En este sentido, la corrie-nte turística en lugar de contribuir
al conocimiento de los pueblos parece haber producido un
efecto contrario, generando además entre las naciones meridionales
una tendencia a subestimar sus propias posibilidades, al tiempo que
se magnifican los modelos procedentes del extranjero, a los que
parece bastar su simple origen para que el éxito garantice su
acogida.
Puede hablarse entonces de eurocentrismo o de la misión civilizadora
del Imperio como manifestaciones de ese complejo de superioridad
europeo u occidental. Categorías ideológicas a las que el
viajero inglés que acudía a Canarias no era ajeno, convencido ya de
pertenecer a la primera potencia mundial de la época, y con las cuales,
aún cuando fuera a niveles inconscientes, recorría nuestras islas e
interpretaba el comportamiento y la psicología de sus habitantes.
El inglés medio ve en Canarias unas islas -eso tiene también
una especial significación- que disfrutan de un clima y en especial
una temperatura envidiables desde sus largos inviernos nórdicos.
Canarias es también tierra africana, es decir, exótica y, como no,
atrasada y débil como cualquiera de sus colonias. La nutrida literatura
de viaje así lo confirma, desde Olivia M. Stone hasta Charles F.
Barker pasando por las más de diez ediciones de la «Brown's Guide»:
Canarias ofrece siempre una estancia grata que acusa el contraste
con el ajetreado ritmo de la vida de la metrópoli. Con tanta familiari-
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dad se debió manejar el nombre de Canarias en Inglaterra que buena
parte de la opinión pública estaba, al decir de algunos, convencida
de que las islas eran una colonia británica2•
Cuando el observador inglés aventura su opinión acerca de la
psicología o la personalidad del isleño, aplica de inmediato los
esquemas culturales reinantes en la. Europa industrial: utilitarismo,
productividad, disciplina, etc., con lo que la supuesta indolencia o
flojera del canario adquiere un sentido peyorativo. Se afirma entonces
que su carácter es gobernado por el clima, que la falta de iniciativa
es producto de una naturaleza generosa o, incluso, que su ánimo
plácido, a veces melancólico, es un legado prehistórico. Resalta
también el espectador extranjero la frugalidad del insular que se
mantiene con el sustento escaso e invariable que aporta el gofio, el
pescado salado y poco más. Señala además su incultura y ese acendrado
misionerismo del isleño que aferrado a sus prácticas tradicionales
rechaza toda innovación. Las imágenes utilizadas por los autores
extranjeros para ilustrar sus comentarios sobre el Archipiélago
hablan por sí solas. Aparte los consabidos motivos paisajísticos, son
harto frecuentes los grabados de pastores, mujeres con carga a la
cabeza, lavanderas en el fondo del barranco, viviendas en cueva Atalaya
de Sta. Brígida-, etc. No debe extrañar que una expresión
tan significativa como «indígenas de ClUlarias», que hoy nos resulta
insultante, sirviera de acotación al pie de numerosas fotografías.
La suficiencia del inglés que visita y escribe sobre las islas es
manifiesta. Él, que nunca trataría a un campesino francés o a un
pastor suizo como indígenas, no tiene para con el isleño similar
estima. El Archipiélago merece una consideración inferior, desde su
óptica particular Canarias es Africa -aunque no quede muy claro
que los insulares sean africanos-, es además una tierra bañada por
el sol que produce frutos tropicales. Por si fuera poco es una colonia...
«la colonia» de Alonso Quesada y su «Smoking Room». El
más breve repaso de su obra es como alongarse a la ventana de la
historia y ver desfilar por las calles de la ínsula a los «ingleses ilustres
». Personajes que en la obra del poeta parecen sentir en el fondo
de su alma un íntimo despreco hacia los insulares y, que a veces,
como nos recuerda la prensa de la época, se muestran paternales y
2. La Opinión, 24-5-1899.
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derrochan caridad para con los más dfsafortunados, como ocurrió
durante la crítica coyuntura de 1898 .
El extranjero tampoco hace política, al menos pública, y por
simple prudencia procura mantenerse al margen de las pugnas interinsulares.
Asimismo, manifiesta en su comportamiento una tendencia
a mantener cierta distancia respecto al elemento isleño. Un
distanciamiento en el que se advierte, sin duda, algún resabio de
superioridad en conjunción con factores de otra naturaleza. El
inglés, en suma, encuentra en Canarias un escenario más donde aplicar
su modelo de dominación económica cuya justificación ideológica
halla en la imagen psicológica un ingrediente fundamental.
3. RUlZ y BENÍTEZ DE LUGO, R.: «Estudio económico y sociológico de
las Islas Canarias». Madrid, 1904. Pág. 44.
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