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EMPRESARIOS INSULARES EN LA CUBA
FINISECULAR1
María Antonia Marqués Dolz
La historiografía ha analizado a los sectores sociales dominantes de la Cuba
finisecular en su condición de burguesía. Asimismo, ha estudiado los grupos de interés y
de presión organizados por estos y la composición y proyecciones de sus partidos políti-cos.
Sin embargo, apenas ha explorado el mundo empresarial decimonónico más allá de
las actividades productivas, comerciales y financieras relacionadas con el azúcar, el
tabaco y el ferrocarril.
A estas alturas nadie discute el papel protagónico desempeñado por las agro-industrias
azucarera y tabacalera. El trazado de la infraestructura, los flujos de capital, el
monto de las exportaciones y de las recaudaciones aduaneras, dependían -directa o indi-rectamente-
del comportamiento de ambos rubros exportables. Sin embargo, si pasamos
de la macro a la microeconomía y del empresariado en general a la figura del empresario,
salta a la vista un panorama cuya riqueza y complejidad escapan al análisis socio-econó-mico
de índole sectorial.
Al finalizar el siglo XIX el aparato productivo cubano exhibía un cierto grado de
diversidad técnico-organizatizativa y el empresariado insular dispersaba riesgos. Ambos
extremos se constatan al examinar la composición y trayectoria de los empresarios y las
empresas situados en lo que llamamos industrias menores.2 Los talleres, manufacturas y
fábricas que se instalaron en ese conjunto industrial heterogéneo no decidieron el rumbo
de la economía cubana, pero sus productos capturaron segmentos del mercado interno y
su oferta de empleo influyó en la incipiente proletarización y en la gradual urbanización
que tuvieron como escenario, sobre todo, a las ciudades portuarias.
Tomando como punto de partida la situación de las industrias menores cubanas y
el contexto histórico finisecular, en las páginas que siguen nos proponemos demostrar que
la crisis colonial y la modernización económica no sólo afectaron a las agro-industrias
insulares sino a aquellas primeras. Las estrategias puestas en práctica por los empresarios
con capital invertido en rubros industriales no azucareros ni tabacaleros, así lo corroboran.
Dicho asunto se aborda asumiendo la postura que pone énfasis en la continuidad de los
cambios estructurales iniciados en el decenio de 1880 y concluidos en el de 1920.3 A pesar
de tal criterio, el tratamiento del tema concluye con el cese de la dominación colonial,
pues la intervención norteamericana en la segunda guerra cubana de independencia y los
cambios institucionales que le sucedieron, modificaron el panorama económico de la Isla
y las coordenadas dentro de las cuales actuaba su empresariado.
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Las industrias menores
La ausencia de censos industriales, así como de series de producción e importa-ción
para los rubros no azucareros ni tabacaleros de la economía cubana, impiden cuanti-ficar
la incidencia de dichos rubros dentro del aparato productivo insular; tampoco pode-mos
determinar el monto de los capitales invertidos, la concentración y los modos de
explotación de la fuerza de trabajo, los recursos energéticos empleados y el grado de me-canización
de los procesos productivos. No obstante, la importancia relativa y la localiza-ción
geográfica de la industria se aprecian al examinar los censos de población. El levan-tado
en 1899 informa en ambas direcciones.4 Si analizamos la distribución socio-profesio-nal
de los pobladores al finalizar el siglo XIX, llama la atención el escaso peso proporcio-nal
de la ocupación en las manufacturas e industrias mecánicas (14,9%), en comparación
con la referida a la agricultura, la minería y la pesca (48,1%) y con la correspondiente a la
prestación de servicios (23,2%). Pero Cuba no se apartaba demasiado de la situación exhi-bida
por países que contaban con mercados interiores de mayor dimensión. Baste señalar
que en 1895 la industria argentina ocupaba a un 22% de la población económicamente
activa y la mexicana a un 16,40%; incluso, hubo que esperar a 1920 para que el sector
industrial brasileño representara un 13,8% de la ocupación total.5 En realidad, el predomi-nio
del sector primario era un rasgo común al modelo económico que se consolidaba en
América Latina en el último tercio del siglo XIX, y el cubano no constituyó una
excepción.
Aunque la reconcentración campesina decretada en Cuba por V. Weyler puede
distorcionar la información censal sobre la ubicación geográfica de la población ocupada,
cuando los datos censales se contrastan con los ofrecidos por las guías comerciales, corro-boramos
su validez tendencial. La impronta manufacturera de ciudades esencialmente
terciarias, se evidencia al observar que las manufacturas e industrias mecánicas absorbían
en la ciudad de La Habana a un 29, 5% de la población ocupada, en la de Matanzas a un
28, 8%, en la de Santiago de Cuba a un 25% y en la de Cárdenas a un 20%. Como se puede
apreciar, en dichas urbes la ocupación industrial estaba por encima de la media nacional.
Pese a que las instalaciones industriales se enclavaron tanto en el campo como en la ciu-dad,
en la mayoría de las provincias cubanas éstas se ubicaron en la segunda. Al menos La
Habana, Matanzas, Puerto Príncipe y Oriente, concentraban en sus perímetros urbanos
más del 50% de la población provincial ocupada en actividades industriales. La importan-cia
de las ciudades en este proceso no resulta casual si tenemos en cuenta la íntima
relación existente entre urbanización y crecimiento industrial.6
Las guías comerciales publicadas durante el período estudiado aportan eviden-cias
sobre la composición sectorial de la industria y la ubicación territorial de sus instala-ciones.
Su consulta nos permite observar la evolución que experimentó la estructura in-dustrial
desde mediados de la década de 1880 hasta los albores del siglo XX. Al abolirse la
esclavitud en 1886 la Isla contaba con una organización productiva fundamentalmente
artesanal. Talabarterías, hojalaterías, platerías, caldererías, sombrererías, sastrerías,
tonelerías, tejares y zapaterías, por mencionar algunos de los términos usados para agru-par
y clasificar tales talleres, no dejan lugar a dudas: refieren artesanías de raigambre en la
vida económica colonial. Sin embargo, las refinerías de petróleo, las fundiciones y las
plantas productoras de papel, jabón, fósforos y cerveza, también registradas en 1886, así
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como los establecimientos que elaboraban mosaicos, cemento, jarcia y cordelería, que
operaban en 1902, muestran un entramado manufacturero que transitaba, parcialmente,
hacia el sistema fabril.
Desde otro ángulo, las patentes, los reportajes de prensa y la publicidad, ofrecen
información sobre las características técnico-productivas de las industrias menores; a sa-ber:
el grado disímil de mecanización de los procesos de producción, la diversa proceden-cia
geográfica de los insumos utilizados, el uso de energía hidráulica y de vapor para
poner en movimiento la maquinaria, el emplazamiento cercano a los medios de transporte
y a las fuentes de materias primas, la realización simultánea de un conjunto de actividades
manufactureras en el interior de cada establecimiento industrial, la correspondencia exis-tente
entre la escala de producción y las peculiaridades de los mercados (local, regional y/
o nacional) donde colocaban las mercancías, el ajuste de la oferta a los patrones de consu-mo
de la población, y a la demanda generada por las agro-industrias cubanas.
Por supuesto, la heterogeneidad técnico-productiva que caracterizó a la industria
tuvo similar contrapartida en el plano social. Salvando las diferencias sectoriales, al
empresariado situado en ese sector podría aplicársele un tratamiento semejante al recibido
por los colonos cañeros para igual etapa, pues la procedencia y el status desiguales de
tales empresarios impiden cualquier generalización socio-clasista que abarque a la totali-dad.
7 Exigencias inversoras, derivadas del cambio tecnológico promovido dentro del con-texto
de la Segunda Revolución Industrial y la necesidad de competir con importaciones
que disfrutaban de prerrogativas arancelarias, explican -hasta cierto punto- el diferente
origen de los individuos que accedieron a la industria en las postrimerías del siglo XIX.8
Operarios y dependientes, con una escasa acumulación previa de capital, podían montar
talleres de cuero, madera, barro y confecciones textiles, cuyos procesos de producción no
requerían un considerable grado de mecanización. En tales casos fue decisiva la pericia
artesanal o, en un sentido más amplio, la experiencia profesional de quienes devinieron
empresarios. Por el contrario, la metalurgia, que conllevaba la instalación de prensas hi-dráulicas
y altos hornos, o las producciones jabonera, fosforera, petrolera y cervecera, las
cuales avanzaban hacia la automatización y, por ende, disminuían sus costos de produc-ción
en países que exportaban sus mercancías a Cuba, demandaban la presencia de empre-sarios
con sobrada solvencia y/o la adopción de formas modernas de organización
empresarial.
Las fuentes utilizadas invitan a no reducir el problema a lo jurídico y tecnológi-co.
Como se ilustrará en los epígrafes siguientes, las estrategias de integración vertical,
dispersión de riesgos y formación de cárteles promovidas a finales del siglo XIX, fueron
puestas en práctica por manufactureros, comerciantes y hacendados con inversiones en
industrias menores. Desde otro ángulo, los procesos de movilidad social auspiciados por
las redes migratorias de los inmigrantes peninsulares, permitieron el arribo a la industria
de individuos con un variado origen social. En la elección de las estrategias empresariales
y en el desplazamiento inter e intra-sectorial de los hombres de empresa, jugaron un im-portante
papel las tensiones generadas por los fenómenos de crisis y modernización que
caracterizaron la transición finisecular.
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Las circunstancias
La insuficiente capitalización, e incluso la descapitalización asociada al trasvase
de capitales hacia el exterior y al pago de la deuda externa, así como los déficits presu-puestarios,
la elevación de la presión fiscal, la merma de las recaudaciones aduaneras, la
fluctuación de las cotizaciones azucareras, la inestabilidad de los mercados para las expor-taciones
y la oferta insuficiente de fuerza de trabajo, han sido tomados como factores
indicativos de una coyuntura crítica que se acentuó a partir del estallido de la segunda
guerra cubana de independencia.9 No hay que olvidar que Cuba concluyó el siglo XIX con
más del 50% de su población desocupada.
Dentro de tales circunstancias, que afectaban de modo general el comportamien-to
de todo el aparato productivo de la colonia, destacó la desfavorable incidencia del re-ajuste
arancelario iniciado con la aprobación de la Ley de Relaciones Comerciales del 20
de julio de 1882. Éste provocó una disminución de las rentas de aduana y una elevación de
los tipos impositivos fijados para la contribución industrial. Refiriéndose a la crisis atra-vesada
por las producciones insulares ante el mencionado instrumento de regulación
mercantil, la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de La Habana (agrupación
empresarial hegemónica en la Isla) expresaba:
Palpable ejemplo (...) de la ley de relaciones comerciales de 1882 da la industria
jabonera entre nosotros, que floreciente hasta aquel año, viene en decadencia
rápida y contínua, merced a la insostenible lucha de sus productos con los jabo-nes
peninsulares (...) Y si la industria jabonera de este país no puede luchar con la
peninsular, hay que renunciar a ella forzosamente; y como el fenómeno se repe-tiría
naturalmente con las demás industrias, es evidente que el cabotaje con la
Península, mientras subsistan las mencionadas causas de nuestra inferioridad como
productores, sería ruinoso para el país, que vería sucumbir una a una sus
industrias puramente fabriles...10
La desventaja competitiva de los fabricantes afincados en la Isla se manifestaría
en todos aquellos rubros que compartían el mercado con artículos equivalentes
importados de España. Por ejemplo, durante el segundo lustro de los años 80 la produc-ción
cubana de jabones cayó en un 50%. Incluso, una de las principales manufacturas
jaboneras -la perteneciente a los hermanos Sabatés- redujo drásticamente la contratación
y elevó los niveles de explotación de sus operarios. De igual modo, el incremento en el
mercado insular de las marcas peninsulares de chocolate y el encarecimiento de los insumos
importados por los productores de dicho artículo emplazados en La Habana, les indujo a
formar un cártel a principios de los años 90.11
Las industrias de la colonia no sólo sufrieron la competencia de los géneros pro-cedentes
de la metrópoli. El Tratado Foster-Cánovas, rubricado entre España y los Esta-dos
Unidos en 1891, fue valorado por el Comité de Propaganda Económica (entidad que
aglutinaba a los representantes de las corporaciones económicas insulares) en los
siguientes términos:
Apreciando en este sentido el convenio de reciprocidad, en sus relaciones con la
industria, hemos de advertir que, en general, perjudica a todas las que no puedan
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importar de los Estados Unidos las materias primas, pero alienta y favorece a las
que no están en ese caso, siempre que no existan desventajas procedentes del
clima, del costo total de la producción, y especialmente, de la escasez o deficien-cia
de la fuerza de trabajo.12
En efecto, manufacturas cuyo despegue databa de la primera mitad del siglo XIX
como la papelera y la litográfica, se vieron perjudicadas con la aplicación de dicho trata-do.
En 1891, la fábrica de papel situada en el poblado habanero de Puentes Grandes era
uno de los principales exponentes de la mecanización en industrias menores. Sin embar-go,
sus empresarios se vieron en la necesidad de apelar a Bernardo Portuondo Barceló,
Senador del Reino, para que el Arancel promulgado en 1892 elevara las tarifas aduaneras
a los equivalentes importados, con el fin de estabilizar su situación en el mercado. Peor
suerte corrieron las litografías, pues el cambio arancelario no respaldó a las instalaciones
insulares que, además de confeccionar anillos y marquillas demandados por la agro-in-dustria
tabacalera, elaboraban etiquetas destinadas al envase de confituras y licores, así
como recibos y letras de cambio.
Al parecer, el pronóstico hecho por el Comité de Propaganda Económica fue
acertado, pues el Foster-Cánovas sólo favoreció a las industrias insulares que empleaban
insumos norteamericanos. En ese sentido, una ojeada a las importaciones realizadas en
1894, muestra cómo la valía del petróleo crudo procedente de los Estados Unidos supera-ba
ampliamente la del refinado, beneficiando con ello a la West Indies Oil Refining
Company, pero en tal resultado incidió también el poder de dicha empresa, sucursal de la
Standard Oil, la cual disfrutaba de una posición oligopólica en el abastecimiento del mer-cado
insular, luego de controlar a la mayoría de las refinerías instaladas en Cuba.
Los empresarios tuvieron que enfrentarse, asimismo, a la compleja situación la-boral
que distinguió al país en los decenios terminales del siglo XIX.13 Pese al alto grado
de desocupación, el proceso formativo de un mercado de trabajo, por una parte, y la im-portación
de técnicos, por la otra, encarecían el precio de la mano de obra. Tal hecho
conspiraba contra la disminución del coste industrial de producción y, por tanto, afectaba
la competitividad de las empresas insulares. Ahora bien, las industrias menores se mantu-vieron
operando aún bajo la presión fiscal, la competencia de las importaciones, la caren-cia
de crédito y la carestía de la fuerza de trabajo; incluso, entre 1886 y 1902 se verificó
una modesta ampliación de su espectro productivo. Dicho comportamiento constituye un
problema de investigación que no pretendemos resolver en el espacio de estas páginas.
Sin embargo, debemos tener en cuenta que la transición finisecular no sólo estuvo signada
por circunstancias críticas. Por muy limitado, sectorial y geográficamente, que fuera el
alcance de fenómenos tales como: la extensión de las comunicaciones terrestres y maríti-mas,
la ampliación de las relaciones monetario-mercantiles, la gradual configuración de
un mercado de bienes y factores y la generación de gas y electricidad, su impacto favora-ble
en términos de modernización económica debió atenuar la desventaja competitiva de
las industrias establecidas e incentivar la diversificación apuntada en las mismas.
Desde otro ángulo, al despegue manufacturero iniciado en el decenio de 1880
también contribuyeron las disposiciones que regulaban el establecimiento de agrupacio-nes
empresariales, la creación de empresas y la protección a los derechos de propiedad.
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Nos referimos al marco institucional dentro del cual se fundaron las Cámaras de Comer-cio,
Industria y Navegación de La Habana, Santiago de Cuba y Cienfuegos, y se aplicaron
a la colonia el Código de Comercio de 1885 y la legislación metropolitana sobre marcas y
patentes industriales.14 Aunque las cámaras coloniales carecían de las atribuciones conce-didas
a las peninsulares para incidir en la toma de decisiones sobre política económica, y
a que los trámites burocráticos retardaban la aprobación de las marcas y patentes solicita-das
por los empresarios insulares, dichas disposiciones dieron cobertura jurídica a la orga-nización
sectorial de los intereses empresariales y a la difusión e innovación tecnológicas,
sin las cuales no se lograría un crecimiento industrial.
Aparte de lo dicho, no podemos pasar por alto el efecto de demostración que
sobre el empresariado en su conjunto pudo haber ejercido la agro-industria azucarera,
cuyo proceso de modernización, desde los puntos de vista técnico-productivo y empresa-rial,
avanzó rápidamente durante los decenios finales del siglo XIX.15 Aludimos a la cons-trucción
de modernas centrales que se caracterizaron por la adopción de la gran escala
tecnológica y a la centralización de la producción y el capital en dicho sector.
Las estrategias empresariales
En los acápites anteriores mencionamos las conductas defensivas asumidas por
los empresarios ante la regulación de las relaciones comerciales de la colonia, como recur-so
que permitió la permanencia, pese a su desventaja competitiva, de diferentes manufac-turas.
Asimismo, hicimos referencia a la integración vertical y la dispersión de riesgos,
por una parte, y a la movilidad social y territorial propiciada por las redes migratorias, por
otra, en tanto medios que permitieron una embrionaria diversificación de la industria en
los decenios finales del siglo XIX. Llegados a este punto se impone el estudio de algunos
casos.
La estirpe empresarial iniciada por la familia Crusellas en la sexta década del
siglo XIX se mantuvo operando en Cuba durante casi un siglo.16 Sin embargo, su trayecto-ria
decimonónica resulta suficiente para caracterizarla. Si hablamos de redes migratorias,
bastaría apuntar que en 1863 los catalanes Juan y José Crusellas Vidal montaron en La
Habana un taller dedicado a elaborar velas de sebo y aceites lubricantes; apenas un lustro
después arribaron a la Isla sus sobrinos, José y Ramón Crusellas Faura, quienes iniciaron
a la fabricación de jabones.
La dispersión de riesgos también puede observarse en el caso de los Crusellas.
En 1902 una empresa propiedad de la familia aparecía registrada como Crusellas, Rodríguez
y Cía. elaboraba aguas minerales. Ramón Crusellas obtenía harina de plátano; Crusellas,
Hermano y Cía., producía jabones y Crusellas y Cía., se dedicaba al comercio minorista.
Por añadidura, en el decenio de 1880 habían incursionado, de manera efímera, en la indus-tria
cervecera.
Los Crusellas no adoptaron una posición pasiva frente al mercado. Ante la com-petencia
de artículos importados equivalentes a los que ellos producían, disminuyeron
costes de transacción por medio de una integración vertical “hacia adelante” que abarató
la comercialización de sus mercancías. Asimismo, asumieron un audaz comportamiento
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productor, visible en la gama de artículos y procedimientos industriales diferentes, reco-nocidos
por las autoridades coloniales mediante el otorgamiento de numerosas marcas y
patentes. Pese a las condiciones competitivas adversas, en 1895 ostentaban los títulos de
“Proveedores de la Real Casa” para el suministro de jabones y perfumes; en 1872 sus
manufacturas ganaban medalla de oro en la Exposición de Matanzas, y en 1900 obtenían
la de plata en la Exposición Universal de París.
La audacia empresarial de la familia Crusellas no quedó circunscrita al terreno
productivo. Sus miembros también se integraron a las agrupaciones políticas y empresa-riales
actuantes en la Cuba finisecular. En este sentido, basta apuntar que en 1888 forma-ban
parte de la disidencia del Partido Unión Constitucional.17 Asimismo, en 1891 presi-dían
el Gremio de Fabricantes de Jabón y Velas de La Habana, posición desde la cual
polemizaron con los industriales emplazados en Cataluña, a quienes disputaban el abaste-cimiento
del mercado insular.
Si los Crusellas ilustran la diversificación y el crecimiento industrial logrado por
empresarios manufactureros, los Herrera ejemplifican el trasvase de capital comercial a la
industria.18 En la consolidación finisecular de las actividades desplegadas por estos últi-mos
concurrieron la efectividad de su red familiar, sus nexos con los círculos insulares y
metropolitanos de poder y la aplicación de estrategias empresariales mediante las cuales
disminuyeron costes y limitaron riesgos.
El reclutamiento empresarial de los Herrera fue similar al aplicado por los
Crusellas. Ramón Herrera San Cibrián, santanderino que se había establecido en Cuba en
1829, tres décadas después propiciaba la emigración a la Isla de sus sobrinos Ramón
Herrera Gutiérrez y José y Cosme Blanco Herrera. Al finalizar el octavo decenio del siglo
XIX, cuando Herrera Gutiérrez invertía en la industria cervecera y devenía principal ac-cionista
de la Nueva Fábrica de Hielo, ya el clan familiar había llegado a la cúspide de la
elite insular.
Las prerrogativas alcanzadas por las empresas de los Herrera no fueron casuales.
Al fallecer en 1896, Herrera Gutiérrez mostraba en su haber la siguiente trayectoria: Pre-sidente
del Casino Español de La Habana, vocal de la Junta Superior de Sanidad, de la de
Obras del Puerto, de la General de Comercio; directivo de instituciones como el Partido
Unión Constitucional, el Círculo Militar, el Banco de Comercio, el central Redención y
Presidente de la Empresa de Ferrocarriles Unidos de Caibarién, Consejero del Banco Agrí-cola
de Puerto Príncipe, Senador del Reino, Jefe del Partido Reformista y de la Cámara de
Comercio, Industria y Navegación de La Habana. Desde tal posición, el Tercer Conde de
la Mortera logró que el Arancel de 1892 estimulara la producción de cerveza, al elevar los
derechos aduaneros pagados por los equivalentes importados y disminuir los correspon-dientes
a las materias primas consumidas por dicha industria.
Además de las relaciones empresariales y políticas ostentadas por Herrera
Gutiérrez, en el liderazgo productivo de la Nueva Fábrica de Hielo concurrieron otros
factores. No podemos pasar por alto que dicha empresa disminuyó costes de producción
debido a la implantación del sistema fabril en la elaboración de la cerveza y costes de
transporte, dados sus nexos con la naviera “Sobrinos de Herrera”, cuya actividad de cabo-
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taje le permitía colocar sus mercancías a lo largo del territorio insular. En este caso, la
modernización empresarial no sólo se expresó en el terreno productivo sino también en la
organización. La Nueva Fábrica de Hielo destacó entre las pocas sociedades anónimas
fundadas para explotar industrias menores en la Cuba finisecular.
La Nueva Fábrica de Hielo no fue la única empresa en la que se observan estrate-gias
de limitación de riesgo en las postrimerías del siglo XIX cubano. También destacaron
por esto mismo las sociedades anónimas Habanera de Hielo, El Almendares o La Defen-sa.
19 Tanto la primera, fundada en 1878, como la segunda, creada en 1898, ilustran la
transferencia de capital hacia industrias menores realizada por empresarios ubicados en
los sectores económicos fundamentales del modelo primario-exportador. Baste señalar
que Habanera contaba entre sus accionistas a G. Zaldo, de una firma comercial fundada
en Nueva York en 1872, J. Berndes y Cía., compañía ferretera establecida en 1873, G.
Gravenhorst, de la casa de comerciantes-banqueros H. Upmann y Cía., la cual operaba
también en el circuito tabacalero, y J. Alfonso y Madan, productor azucarero. El Almendares,
cuya finalidad era elaborar cemento, reunió, entre otros, a Francisco Álvarez, hijo del
fabricante de tabaco Julián Álvarez, principal accionista asociado con Guillermo Bock, de
la firma inglesa Henry Clay and Bock & Company Limited; al financiero Luciano Martínez,
y al Conde Vicente Galarza, Senador del Reino y Presidente del Partido Unión Constitu-cional.
La Defensa, dedicada a la fabricación de fósforos, al igual que la Nueva Fábrica de
Hielo, agrupó a conocidos representantes de la burguesía insular (Herrera Gutiérrez tam-bién
fue accionista de la primera). Sin embargo, ambas empresas fueron fundadas por
pequeños comerciantes (detallistas), quienes transfirieron capital a la producción ante el
carácter oligopólico que estaba asumiento el abastecimiento del mercado habanero. Dicha
estrategia competitiva ponía de manifiesto el florecimiento mercantil de la urbe capitalina
y la modernización de las formas jurídicas adoptadas por algunas empresas.
A pesar de lo señalado en párrafos precedentes, durante la coyuntura finisecular
predominaron las sociedades colectivas y comanditarias fundadas por manufactureros.
Estos incrementaron su capital por distintas vías. Por ejemplo, los hermanos Juan y José
Sabatés, captaron como socio al comerciante-banquero José Balcells.20 Ramón Planiol,
accionista de La Defensa, devino uno de los empresarios más importantes fabricantes de
materiales de construcción en la primera década del siglo XX, luego de establecer desde
las postrimerías del XIX diversas alianzas temporales con mercaderes como los hermanos
Cagigas y el comerciante-hacendado Pedro Gómez Mena.
Otros empresarios, como los asturianos Ladislao y Fernando Díaz, protagoniza-ron
un lento proceso de movilidad social ascendente en el cual influyeron la dispersión de
riesgos, la explotación de redes familiares y la difusión de innovaciones tecnológicas.
Antes de fundar en 1903 la sociedad anónima La Cubana, junto a Planiol, Cagigas y Gómez
Mena, Ladislao Díaz había trabajado en una bodega y en el almacén de maderas de su tío,
del cual salió a principios de 1890 para fundar, junto a Fernando Díaz, una sociedad colec-tiva
dedicada a la compra venta de maderas y barros. A pesar de las circunstancias adver-sas
del segundo lustro de los noventa, Ladislao patentaba un procedimiento para la obten-ción
de cemento, convirtiéndose en el pionero de su fabricación en Cuba.21
En consecuencia, durante los decenios terminales del siglo XIX, las estrategias
empresariales analizadas permitieron la pervivencia, la consolidación o el despegue de
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empresas tradicionales y modernas, situadas en industrias menores. En realidad, el creci-miento
y/o el reacomodo productivo de la mayoría tendría lugar al concluir la coyuntura
de entresiglos, cuando el ciclo alcista de las exportaciones y la ruptura de los vínculos
coloniales, propiciaron un crecimiento económico de carácter sostenido. Sin embargo, la
composición y la conducta del empresariado no se modificarían sustancialmente en los
primeros decenios del siglo XX. En lo esencial, ambas habían quedado establecidas en los
últimos decenios de la centuria anterior.
NOTAS
1 Tema abordado en M. A. MARQUES DOLZ, Empresas y empresarios en las entidades industriales
menores de Cuba (1870-1920), Tesis doctoral inédita, Madrid, Univ. Autónoma, 1998.
2 Término empleado por Julio LE RIVEREND, Historia Económica de Cuba, La Habana, Ed. Pueblo y
Educación, 1985, p. 545., para denominar a los rubros industriales distintos al azúcar y al tabaco.
3 Ver Consuelo NARANJO, Miguel Ángel PUIG-SAMPER y Luis Miguel GARCÍA (eds.), La Nación
Soñada: Cuba, Puerto Rico y Filipinas ante el 98, Aranjuez, Ed. Doce Calles, 1996.
4 Ver CUBA. OFICINA DEL CENSO, Informe sobre el Censo de Cuba, La Habana, 1899.
5 Ver Ricardo M. ORTIZ, Historia económica de la Argentina, 1850-1930 ( 2 vols. ), Buenos Aires 1955,
vol. 2, p. 15; Ciro F. CARDOSO (ed.), México en el siglo XIX (1821-1910), México, Nueva Imagen,
1992, p. 392 y Boris FAUSTO “Brasil: estructura social y política de la Primera República, 1889-1930,
en: Leslie BETHELL (ed.), Historia de América Latina. América del Sur, c. 1870-1930, ( varios vols.) ,
Barcelona, Ed. Crítica, vol. 10, 1992, p. 420.
6 Ver CEPAL, Población y desarrollo en América Latina, México, Fondo de Cultura Económica, 1975 y
James SCOBIE, “El crecimiento de las ciudades latinoamericanas, 1870-1930”, en Leslie BETHELL
(ed.), Historia de América Latina. América Latina: economía y sociedad, c. 1870-1930 ( varios vols. ),
Barcelona, Ed. Crítica, 1991, vol. 7, pp. 202-230.
7 Sobre la heterogeneidad socio-clasista de los colonos ver Jorge IBARRA, Cuba: 1898-1921. Partidos
políticos y clases sociales, La Habana, Ed. de Ciencias Sociales, 1992 y Antonio SANTAMARÍA y Luis
Miguel GARCÍA, “Colonos. agricultores cañeros, ¿clase media rural en Cuba? 1880-1898”, Revista de
Indias, 212 (Madrid, CSIC, 1998), pp. 131-161.
8 Ver Alfred CHANDLER, La mano visible. La revolución en la dirección de la empresa norteamericana,
Madrid, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, 1987.
9 Ver Fe IGLESIAS, “El desarrollo capitalista de Cuba en los albores de la época imperialista”, en: INSTI-TUTO
DE HISTORIA DE CUBA. Las luchas por la independencia nacional y las transformaciones
estructurales 1868-1898, La Habana, Ed. Política, 1996, pp. 156-208 Y Óscar ZANETTI, Comercio y
poder. Relaciones cubano-hispanas-norteamericanas en torno a 1898, La Habana, Casa de las Américas,
1998.
10 Segundo ÁLVAREZ, “Informe de la Cámara de Comercio, Industria y Navegación de La Habana, 13 de
abril de 1889”, en Régimen arancelario establecido entre las islas de Cuba y Puerto Rico y los Estados
Unidos de América del Norte... Madrid, M. Minuesa de los Ríos, Impresor, 1891, p. 26.
11 Ver María A. MARQUES DOLZ , “Las industrias menores en la Cuba finisecular: problemas de un
mercado compartido”, Estudios de Historia Social y Económica de América, 13 ( Univ. de Alcalá de
Henares, 1996 ), pp. 449- 457.
636
12 COMITÉ CENTRAL DE PROPAGANDA ECONÓMICA, Dictamen de la comisión encargada del es-tudio
y crítica del convenio de reciprocidad comercial con los Estados Unidos..., Habana, Imprenta “La
razón”, 1892, p. 47.
13 Ver Gloria GARCÍA, “Trabajadores urbanos: comportamiento político y conciencia de clase”, en: La
turbulencia del reposo, La Habana, C. Sociales, 1998, pp. 134-199.
14 Ver A. BAHAMONDE, J. A. MARTÍNEZ y J. REY, La Cámara de Comercio e Industria de Madrid.
Historia de una Institución Centenaria, Madrid, Gráficas Monterreina, S. A., 1988 Y J. P. SIAZ, Propie-dad
industrial y revolución liberal. Historia del sistema español de patentes (1750-1920), Madrid, Ofi-cina
Española de Patentes y Marcas, 1995.
15 Ver Antonio SANTAMARÍA , La industria azucarera y la economía cubana en los años veinte y treinta
, Tesis doctoral, Univ. Complutense de Madrid (Instituto Universitario Ortega y Gasset), 1995.
16 Ver Jesús A. CHÍA, El monopolio del jabón y el perfume en Cuba, La Habana, Ed. Ciencias Sociales,
1977.
17 Ver María del Carmen BARCÍA, “Los grupos de presión de la burguesía insular”, en María del Carmen
Barcía La turbulencia del reposo, La Habana, Ed. De Ciencias Sociales, 1998, pp. 4-70.
18 Ver Archivo de la Fundación Antonio Maura, Madrid, Fondo Mortera.
19 Ver Archivo Histórico Nacional (AHN), Madrid, Fondo Ultramar, Fomento, Leg. 119, exp. 11; Archivo
Nacional de Cuba (ANC), Registro Mercantil de La Habana, Libros de Sociedad, Sección Primera, Nº
14, folio 7, hoja 647 y Nº 25, folio 67, hoja 1 321 y “Las grandes industrias”, El Fígaro, XIX, 16 (19 de
abril de 1903), pp. 192-193.
20 Ver ANC. Registro Mercantil de La Habana, Sección Primera, Nº 3, folio 136, hoja 108 y Nº 53, folio
120, hoja 108.
21 Ver “Las grandes industrias de Cuba”, El Fígaro, XXIV, 36 (6 de septiembre de 1908), pp. 466-469.