13
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
El lunes 12 de octubre de 2009 estos dos maestros de la literatura y el periodis-mo
dialogaron sobre “El Mediterráneo y el Atlántico” en el Salón de Plenos del
Ayuntamiento del Puerto de la Cruz, ciudad natal de Juan Cruz, evento organi-zado
por el Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias e integrado dentro de
los “Actos Conmemorativos del 12 de Octubre” que esta misma institución viene
gestionando anualmente.
Juan Cruz.- Me siento muy bien,
porque estoy al lado de ustedes y
en un ámbito que quiero mucho: mi
pueblo, el Puerto de la Cruz, y, ade-más,
al lado de uno de los escritores
y de las personas que yo más quiero,
un hombre que como bien ha dicho
Nicolás Rodríguez trata la realidad
frente a frente, como la trataría un
cirujano: para intervenir en ella y para
curarla. Decía Justo Navarro, querido
Manuel, en la crítica de tu penúltimo
libro, que “Manuel Vicent es la alegría
contagiosa de tener algo que contar
y contarlo magistralmente”. Ustedes
lo leen en prensa, lo leen en libros, lo
leen en sus columnas, lo escuchan a
veces en la radio o en la televisión, y
habrán advertido que en su categoría
de escritor tiene la combinación del
hombre que fabula y del hombre que
alcanza con medio adjetivo para contar
aquello para lo que otros necesitaría-mos
a lo mejor un baúl de adjetivos.
Acaba de ser nombrado doctor honoris
causa por la universidad de su pueblo,
Castellón. Ha sido dos veces Premio
Alfaguara de novela, una vez en 1966,
en la Alfaguara de Camilo José Cela,
por Pascua y Naranjas, y luego, en 1999,
en la Alfaguara nueva, por Son de Mar.
También ha sido Premio Francisco
Cerecedo y Premio González Ruano
de periodismo por un artículo que
algunos de ustedes, los que tengan
El Mediterráneo y el Atlántico.
Manuel Vicent dialoga
con Juan Cruz
Transcripción de Darío Hernández
Juan Cruz.
14
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
Las columnas de Hercules Gibraltar.
más edad, recordarán, y que se titulaba
“No pongas tus sucias manos sobre
Mozart”, en el que se narraba cómo
se estaba estableciendo el cambio de
ritmo en la sociedad, el cambio de
lenguaje, el cambio verbal, el cambio
político, el cambio sentimental, que
rompió una etapa oscura hacia una
etapa distinta de la historia de España.
Fue Premio Nadal en 1986, con Balada
de Caín, y es autor de libros memora-bles,
como Contra paraíso o Tranvía a la
Malvarrosa, quizá su libro autobiográ-fico
o de autobiografía de ficción que
mejor representa el ámbito en el que
él desarrolló su personalidad como
adolescente, como un estudiante en
Valencia. En definitiva, Manuel Vicent
es un viajero; él dice que cuando viaja,
como ha ocurrido en esta reciente visita
al Puerto de la Cruz, no lleva libros,
porque los libros están en los rostros de la gente. Viaja con una maleta mínima,
que yo llamo “maleta zen”. Es novelista, a pesar de que yo siempre, hasta en sus
novelas, veo su autobiografía, y es, y no sé qué significa esto, un mediterráneo.
Él dice que está harto de que le digan que es mediterráneo; incluso el otro día
en un periódico lo llamaban “Manuel Mediterráneo”. Lo que sí es cierto es que
es un hombre europeo, de un lugar muy difuso de la vida, que es el encuentro
de la vida con el sueño, como si ese fuera su territorio, el encuentro de la vida
con el lugar al que acaso algún día ha de volver y donde encontrará de nuevo
su identidad, la identidad del origen. Yo por aquí quería empezar, por el origen.
Manuel Vicent.- Bueno, el título de esta charla es amplísimo, nada menos que
“El Mediterráneo y el Atlántico”; da para todo, incluso para ahogarse, porque en
el Mediterráneo, por ejemplo, hay más poetas y escritores ahogados que pesca-dores,
por supuesto, y que dioses. Los mejores dioses del Mediterráneo están,
unos en los museos, y la mayoría en el fondo del mar. El Mediterráneo, ¿qué es?
Si Homero levantara la cabeza y viera que Hermes es una marca de corbatas,
que Ulises y todo aquel periplo fue para que ahora mismo Ítaca sea una marca
de calzoncillos, que Apolo, Zeus, Diana, que todos esos dioses, hoy, si estuvieran
viviendo por ejemplo en Suecia estarían todos en la cárcel, porque toda la gente
del Olimpo eran tipos absolutamente terroríficos, criminales, porque todos serían
criminales de guerra… Josep Pla decía que un escritor se define frente al mar,
pues bien, en este sentido decía que Goethe era un escritor detestable, porque
la primera vez que vio el mar dijo: “¡Qué espectáculo más impresionante!”. Por
supuesto, el Mediterráneo es un mar un poquitín caótico. Toda nuestra sabiduría
deriva del caos. Frente al Mediterráneo, el Atlántico es un mar así como muy serio;
de hecho, como es bien sabido, es el que alimenta al Mediterráneo. Ese desnivel
que hay en el Estrecho de Gibraltar es una fuente de energía: si ahí se hiciera una
turbina podríamos tener energía suficiente para abastecer a toda Europa, si ahí
se hiciera un dique el Mediterráneo se secaría y lo que aparecería en el fondo del
Mediterráneo no serían más que historias que se han perdido, palabras que se
han pronunciado y que se ha llevado el viento. A mí siempre me ha preocupado
y excitado pensar que todo lo que conocemos de nuestra historia clásica es tal
vez el cinco por ciento de todo lo que se ha escrito, de todo lo que se ha soñado,
de todo lo que se ha dicho; toda la sabiduría del Mediterráneo, todo lo que se ha
hecho y dicho en las ágoras (por cierto, que prácticamente toda la filosofía del
Mediterráneo está hecha y dicha y soñada en las letrinas de Éfeso y en las letrinas
de Atenas), todos los papiros, todos los códices, todo eso que se ha perdido, y,
Manuel Vicent.
15
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
sobre todo, todas las historias que se han contado en las esquinas, toda la filosofía
que se ha dicho, los principios que se han elaborado y que se han perdido con el
viento, eso es exactamente la esencia del Mediterráneo, que es un mar caótico,
un mar ensangrentado. Hay unos versos famosísimos que hoy sonarían ridículos si
alguien los escribiera por primera vez: “Al mostrarse en el día la aurora de dedos
de rosa” (El amanecer), que hacen referencia a ese momento en el que el mar se
pone de color de rosa. Bueno, eso es una ridiculez, pero que dicha por primera
vez por Homero sonaba maravillosa, igual que cuando dice “el mar del color del
vino”. Pues bien, ese color de rosa y ese color de vino en el Mediterráneo no han
sido más que sangre. El Mediterráneo es un mar ensangrentado hasta el fondo
del abismo. Frente a esto, está el Atlántico, que es esa parte boreal desconocida
donde tuvo que navegar Ulises antes de poder volver a casa. Es lo desconocido,
es el viaje auténtico del héroe, la parte sumergida, irracional, que todos navega-mos.
El héroe tiene que hacer un viaje. Jesucristo, por ejemplo, entre cosas, una
vez muerto tuvo que bajar a los infiernos para poder resucitar. Ulises tuvo que
venir aquí para poder resucitar. Bien, esta parte sumergida nuestra, esta parte
que navegamos con nuestro cerebro (del cual, por cierto, es sólo visible el diez
por ciento, lo demás es piélago, es abismo, dentro de esta molla que pesa un kilo
y pico de mucosa), hace que en el Mediterráneo, en el Mar Egeo, se cumpla el
principio de individualidad. Los navegantes, lo sabréis si habéis hecho una travesía
por el Egeo, nunca pierden de vista un límite, siempre el horizonte está recortado
por una isla, por una costa, por un cabo. Por otra parte, debajo de ese navegante,
está el fondo del mar, el abismo, lo desconocido. La individualidad, en el hecho
de navegar, se produce frente a un límite y sobre el abismo. Entre el límite y el
abismo, se ha creado toda la filosofía y todo el individualismo. Por otro lado,
aquellos navegantes del Egeo corregían el rumbo porque en la Acrópolis estaba
la escultura de la diosa Palas Atenea, cuya cabeza era de oro, y a la salida y a la
puesta del sol esa cabeza se veía desde el horizonte y esa luminosidad hacía que
corrigieran el rumbo. Esto les puede sonar muy poético, pero en mi pueblo había
un anarquista que cuando empezó la guerra y quemaron la iglesia, sustrajo del
retablo unas columnas corintias cubiertas de pan de oro y brillantes, un frontón,
se los llevó a su terraza y con eso construyó un gallinero. Pues bien, ese gallinero
brillaba exactamente como la Acrópolis, como el Partenón, y todos los navegantes
que iban por el mar de Castellón veían el gallinero de este anarquista brillando
en el fondo de la costa. Al final de la guerra, a este señor lo meten en la cárcel
y la mujer va al cura a pedir que intervenga para que lo saquen de prisión, y el
cura le dijo que haría lo que fuera, pero que por lo menos quitasen el gallinero.
El fondo de todo esto es el Mediterráneo, es el caos y la armonía, pero la armonía
dentro del caos; de hecho, el paradigma de la perfección es ese Partenón, en el
que no hay ni un solo ángulo recto. Todo el Partenón está construido con ángulos
de noventaiún u ochenta y nueve grados, de forma que esa imperfección lo dota
de un ritmo particular. Las esculturas griegas tienen ese punto de imperfección
que da el sentimiento. La imperfección es la esencia del arte: el saber detenerse
a tiempo, saber el límite. Ese límite que los navegantes ven en la costa y en las
islas, traducido a la filosofía, indica que el placer, el máximo placer, siempre está
en ese punto ideal antes de traspasar el límite. Traspasado el límite, entras en el
reino de Dionisio, que es la orgía, que te crees que ahí, al perder el raciocinio,
vas a ser feliz, pero no es así. Los verdaderamente sabios son aquellos que se
retiran en ese punto maravilloso antes de pisar la raya. Bueno, pues yo ya me he
ahogado en el Mediterráneo. No puedo más.
J.C.- Tú dices en algún lado que Ulises el navegante es creador del individuo
occidental. ¿Qué configuraría hoy para ti el individuo occidental, ese hombre
que se nutre, como Ulises se nutrió, del Mediterráneo y del Atlántico? ¿Cuál es,
digamos, la aventura y con qué valores va ese hombre por el mundo? ¿Es un
hombre unidimensional, el mediterráneo ahora es un hombre distinto que el
hombre atlántico? ¿Qué es un tipo occidental?
16
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
M.V.- Bueno, no lo sé, porque eso es una pregunta muy abstracta. Hoy lo que
es evidente es que vivimos en un circo. Estamos traspasados por los móviles, por
ejemplo, que te pueden hacer una foto en cualquier lugar. Yo creo que ha habido
como unos hitos de la última modernidad, como aquel día de noviembre, cuando
mataron a Kennedy, que había en la plaza esa de Dallas un señor que se llamaba
Zapruder, que se acababa de comprar una cámara de 8 mm y que enfocó la ca-ravana
del presidente que doblaba por la esquina de Elm Street y que de pronto
delante de esa cámara pasó la historia. En fin, esa cámara creó la historia. A partir
de ese momento, tú eres lo que te fotografían; la fotografía, la imagen, te crea. De
hecho, a partir de ese momento, no hay acontecimiento en el mundo (tragedia,
hecho feliz, suceso…) que no haya un videoaficionado que lo fotografíe. Pasa
muchas veces que alguien (el clásico cuñado, por ejemplo) está fotografiando o
tomando un video de la boda de su hermano o de su tío y al fondo aparecen unos
atracadores robando en una licorería. Donde quiera que vayas ahora mismo, hay
una cámara que te fotografía. En este sentido, lo que yo creo que define hoy al
ser, al individuo, es que tenemos dos personalidades: una personalidad anatómica,
fisiológica, o como se llame, es decir, la de la huella digital, y otra personalidad
que es lo que la gente cree que eres, lo que te esculpen o te modulan las mira-das
de los demás. Tienes una personalidad orgánica, incorporada, y tienes otra
que está hecha de las opiniones de los demás, una personalidad social. Eres lo
que la gente cree que eres, pero a la vez tienes que saber que eres un payaso,
o un trapecista, o incluso un elefante, o un, no sé, un elemento dentro del circo
en el que estamos viviendo. Bueno, esa es la ambivalencia, ¿qué es ser hoy una
persona? Pues una persona, tanto occidental como oriental, es alguien que sabe
perfectamente que está absolutamente transparente, que allí donde quiera que
vaya, si quiere que no sepan lo que está hablando, tiene que ponerse la mano en
la boca, porque siempre habrá alguien que por el movimiento de los labios sabe
lo que está diciendo. El hecho de que seamos absolutamente ya transparentes,
que no sepamos, cuando vamos por la calle, qué cámara nos fotografía, quién
nos persigue y quién lo sabe todo de nosotros, hace que a la vez tengamos una
sensación de impunidad, el “bueno, ¿y qué?”. Una vez alguien hizo la siguiente
prueba: cogió el listín de teléfonos por orden del abecedario, lo abrió, a ciegas
señaló un nombre con el dedo y leyó el teléfono de un tal José Rodríguez López,
llamó, sonó un teléfono y dijo: “¿Es usted don José Rodríguez López?”, “Sí, sí, diga”,
le contestó, “lo sabemos todo, ¡huya!”, y huyó. Pues eso es hoy ser una persona,
tanto en Oriente como en Occidente.
J.C.- Lo cierto es que todos nosotros venimos de un viaje. Recuerdo unos versos de
Ángel González que dicen algo así como “Para que yo me llame Ángel González,
para que mi ser pese sobre el suelo…”, donde va dibujando qué ha ocurrido
hasta que él llegó a ser ese que se llama así, Ángel González, y no José Rodríguez
López, al pobre que han llamado por teléfono… Pero Manuel Vicent, ¿de dónde
viene? ¿Qué consecuencia hay en tu manera de ser de la cultura mediterránea,
del lugar ese del que provienes?
M.V.- Bueno, yo provengo como todos de un azar y no de una necesidad. De
hecho, el volver a nacer de cualquiera de ustedes y de mí mismo, es imposible,
matemáticamente es imposible. El hecho de que entre veinte o diez millones de
espermatozoides, uno se busque la vida en una ascensión terrible, buscando un
óvulo, que lo encuentre, que gane una batalla feroz a millones de competidores,
para después venir a este mundo y ser un gilipollas, eso es una cosa que a mí
no me cabe en la cabeza. Pero vamos a ver, ¿tú no eres un señor que en un mo-mento
dado diste una lección de heroísmo?, ¿cómo ahora eres tan cobarde, tan
idiota? Ahora, que eso se vuelva a reproducir es matemáticamente imposible,
luego existimos y a la vez no existimos, esa es también la esencia. ¿De dónde
vengo? Pues uno es lo que come, por supuesto, si comes cerdo acabas teniendo
cara de cerdo, si comes lechuga acabas teniendo cara de lechuga…, eres lo que
comes. Eres lo que has visto por primera vez en tu infancia, las primeras palabras
17
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
que has oído, las palabras de amor de tu madre. Por eso la lengua materna es
algo absolutamente sagrado, pues aunque sea una lengua minoritaria, pequeña,
derruida, son esas primeras palabras de amor que has oído de parte de la boca
de tu madre, en la lengua de tu madre, las que conforman tu alma, conforman
tu alma como los alimentos, lo que has tomado. Hoy, ante esta incertidumbre
de qué va a ser de la historia, la gente se agarra al tarro de la mermelada de la
abuela, ese es el eje sustancial del alma: el potaje, el potaje que has tomado en
tu niñez. Puedes cambiar de dioses, de hecho, puedes ir a Norteamérica, como
los italianos que van allí, que se olvidan de la Madonna, del Papa…, pero no se
olvidan de la pasta. Los chinos se pueden olvidar de Confucio, del Tao, de Buda,
de quien sea, pero no se olvidan de los brotes de soja. Los brotes de soja, la pas-ta,
son el fundamento del espíritu; lo que uno ha comido, las primeras caricias,
las primeras palabras, los cinco sentidos corporales, porque los cinco sentidos
corporales son vías de conocimiento. De hecho, nosotros tenemos tres cerebros:
todavía en la base del cerebro tenemos un cerebro de reptil, de cuando éramos
reptiles, porque no hay que olvidar que nosotros fuimos honrosos reptiles. Ese
cerebro todavía está activo para inocularnos el sentido del hambre, la sed, el
sexo, la reproducción y el territorio. El hecho de que tú al salir de aquí vayas a la
izquierda o a la derecha se debe a que está activándose el cerebro del reptil, el
hecho de tú tengas un territorio que consideres tuyo y que cuando alguien entra
en él digas “¿tú quién eres?”, “¿usted qué hace aquí?”, se debe también al cerebro
reptil, que se pone en alerta. Y el que dice ese territorio tuyo pequeño, dice la
patria, es decir, que somos patriotas en cuanto todavía somos reptiles, así son las
cosas. Superpuesto a ese cerebro está el cerebro límbico, que es el cerebro de
las emociones, del sentimiento. Lo compartimos con los mamíferos superiores;
el perro cuando te ve mueve el rabo exactamente como cuando tú, cuando ves
a un amigo, te alegras. Este cerebro está activo antes de que llegue el uso de la
razón y está alimentado por sentimientos, por el “a quién quieres más, a papá o
a mamá”, el infierno y el cielo, el equipo de fútbol del Barcelona o del Madrid…
J.C.- O del Tenerife…
M.V.- O del Tenerife, exactamente. La bandera, los himnos de la patria, la religión...
Antes de tomar la primera comunión, por ejemplo, que se supone que se recibe
en el momento en el que tienes uso de razón, te tienes ya que saber de memoria
el catecismo con todos los dogmas. Quiero decir que ese cerebro, antes de que lo
supervise el córtex, la última fase de nuestro cerebro descubierta de momento,
que es la inteligencia, está alimentado por toda una serie de motivaciones y de
sentimientos que ya no vas a olvidar nunca jamás. En ese cerebro están los per-fumes,
los sabores, las caricias, etcétera, etcétera. Después viene la inteligencia
y, bueno, cada uno hace con ella lo que puede y quiere.
J.C.- Y cuando viene la inteligencia tú te decides por la escritura. En tu escritura
hay algunas variantes, está el viaje, está la observación, que, como decía Nicolás,
es casi quirúrgica, la fábula, la autobiografía, y está, en definitiva, también el
periodismo. El periodismo es una creación de la democracia griega, o de antes,
una necesidad de contarle a la gente lo que le sucede a otra gente. En concreto
tú, ¿cómo has vivido esa excursión larga y casi casual también por el periodismo?
M.V.- Yo creo que el periodismo es el género literario del siglo XX. Los que en
el futuro quieran saber cómo éramos, qué matábamos, qué soñábamos, cuáles
eran los nombres de nuestros villanos, de nuestros héroes, etcétera, tendrán que
leer el periódico, cuando el periódico ya sea humo de la memoria. Yo creo que el
periodismo nació en los muelles de Venecia del siglo XV, donde venían los barcos
de Oriente. Al pie de esos barcos había unos tipos con unas libretas llamadas
gacetas (que quiere decir ‘cotorrita’, ‘lorito’). Esos gacetilleros interrogaban a los
marineros que venían de Oriente y hacían, primero, una relación de las mercan-cías
que traían esos barcos, que eran sedas, telas, especias, etcétera, y también
Juan Cruz, Manuel Vicent y Nicolás
Rodríguez en la rosa del Teide.
18
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
la peste, porque la peste entró en Europa por una pulga de las ratas que trajeron
en la ruta de la seda; segundo, una relación de noticias que traían los marineros
del más allá de degollaciones, incendios, tomas de ciudades, nombres de sátrapas,
etcétera; y tercero, también una relación de los cuentos y fábulas que habían
oído los marineros en los bazares de Bagdad, de Damasco y de Constantinopla.
Luego el periodismo fundamentalmente se apoya en un trípode que es: economía
(mercancías), noticias políticas y fábulas, cuentos, historias que muchas veces se
confundían con la imaginación. Era a la vez tan necesaria una fábula como las
especias de la canela y el clavo para adobar el cerdo y pasar todo el invierno sin
que se pudriera la carne. Pues bien, si yo fuera profesor de Historia, a mis alum-nos
no les diría que fueran a un archivo, donde todo es polillas, expedientes…,
porque al fin y al cabo la Historia no es más que ideología; tú de ese baúl de la
Historia sacas exactamente lo que estás creyendo que te interesa sacar. Yo les diría
que si quisieran saber cómo era el Siglo de Oro, leyeran el teatro de Calderón,
de Shakespeare, etcétera; si quisieran saber cómo era el siglo XVIII, les diría que
leyeran a los enciclopedistas; si quisiera que supieran cómo era el siglo XIX, que
leyeran a Galdós, a Balzac, etcétera; y, una vez leídos el Ulises de Joyce, El Castillo
de Kafka y En busca del tiempo perdido de Proust, que leyeran los periódicos, porque
en el futuro, cuando esos periódicos sean polvo de la memoria, páginas amarillas,
fotos amarillas, y se pudra ese légamo, serán nuestra literatura: así éramos, así
matábamos, así soñábamos, así eran nuestros héroes y nuestros villanos; como
exactamente leyendo a Balzac, a Galdós o a Dickens, te enteras cómo era el siglo
XIX, y no yendo a unos archivos, a desatar unos paquetones de expedientes po-dridos
que están atados con cuerdas de zapatero… ¿He dicho zapatero?
J.C.- Sí…
M.V.- Bueno, quiero decir que eso es el periodismo. Ahora bien, el periodismo de
hoy, ¿es información? Nadie de los que estamos aquí ha intervenido para venir
a este mundo, estamos aquí por puro azar. Pero tenemos derecho, por estar en
este mundo, a saber qué diablos pasa. Es un derecho inalienable saber lo que
está pasando. Ese es el derecho a estar informado, a estar bien informado. Lo
que sucede es que hoy la información está en contacto con la comunicación, la
cual ya está envenenando a la información, y de igual manera, la comunicación
está envenenada por el espectáculo, que, a su vez, está pegado al negocio. Esta
cadena de esos cuatro aros es la que hoy nos disturba la mente: no sabemos si
estamos bien informados, si esto es un espectáculo (la propia información es un
espectáculo), si el hecho de estar tan informados, desde la mañana a la noche,
es realmente información y no deformación de la realidad, si la realidad no es
como un vidrio que se rompe en mil pedazos y cada esquirla es un fragmento
de la realidad y que, por lo tanto, no nos sirve… El hecho de que tú mientras te
estás afeitando te enteres del nombre de un asesino pero todavía no sepas el
asesinato que ha cometido porque tenías prisa, y resulta que has cogido el coche
y en el coche a lo mejor te enteras de un asesinato pero todavía no te enteras del
nombre del asesino… Es todo muy fragmentario. A lo mejor es todo falso. Ese
es el caldo de cultivo en el que navegamos. Que hoy te juzguen las cámaras, que
no importe la sentencia, lo que hayas hecho, el crimen que hayas cometido, la
corrupción a la que te hayas sometido, pues el mismo hecho de que la cámara te
fotografíe entrando en un tribunal ya eso significa la sentencia, es todo un circo.
Vivimos en un circo, y el político que no sepa que está viviendo en un circo, y
que, rodeado de micrófonos, le están sacando unas declaraciones como al que le
sacan una muela, y que en cuanto saque un titular, porque se le va la lengua, y
desaparezcan todos los periodistas y todos se vayan a sus redacciones, ese titular
que ha soltado sin querer, sin pensar, irá a ocupar mañana todos los titulares… Ese
barullo, esa furia, ese ruido y esa historia que, como decía aquel, es una historia de
idiotas o una historia de bobos contada por un idiota, eso es también periodismo.
19
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
J.C.- Déjame que volvamos al mar un momento. Ustedes los mediterráneos dicen
el mar, y nosotros los atlánticos la mar. El Atlántico en este sentido es más femeni-no,
mientras que ustedes han hecho un mar más masculino. No es exactamente
así, pero así es la vida. Lo que quisiera yo saber de ti es ¿qué consecuencias ha
tenido para la humanidad el hecho de que esos dos mares, el Mediterráneo y el
Atlántico, se hubieran adentrado en una aventura común, que fue la aventura de
América? ¿Eso qué le trajo a la humanidad?
M.V.- Bueno, en catalán la mar es femenino, y en francés también. De hecho, se
dice la mar cuando estás dentro de ella trabajando, porque es lo que te alimenta.
Un marinero dice la mar, es decir, cuando está en la mar. Y cuando estás en la
costa mirando la mar, se dice el mar. Cuando estás dentro trabajando, es la mar.
Hay unos hitos que dicen cuándo empezó la historia moderna: cuando Gutenberg
inventó, tipo móvil, la imprenta, cuando cayó Constantinopla, o cuando se des-cubrió
América, cuando se tropezó con América. Yo creo que el hecho de que se
tropezara con América, con ese continente, cambió la historia de la humanidad.
De hecho, esas naves que llegaban a Venecia, que está metida en el corazón de
Europa, dejaron de ir a esta ciudad y automáticamente toda Europa abrió las
fauces mirando al Atlántico, desde Londres, Ámsterdam, Rotterdam, Bruselas,
Lisboa…, en fin, todo mirando hacia allá, porque hacia allá, hacia el Oeste, estaba
el porvenir. De hecho, los cinco reinos de España, que están todavía sin soldar, se
unieron porque a la reina de Castilla le tocó la primitiva, la primitiva de descubrir
América, un emporio, aunque ella era todavía una reina medieval, porque tenía
fijada la atención en el oro, que era una riqueza medieval, y Colón la engatusó
en ese sentido, diciéndole “va usted a tener mucho oro y a bautizar muchos
infieles”. Bautizar y oro. Su marido, sin embargo, estaba en el Mediterráneo y
ya era renacentista. Entre otras cosas, pasado el tiempo, el descubrimiento del
continente ha hecho que hoy, por ejemplo, el sol salga por América, es decir,
antes todas las noticias y, por ejemplo, las bolsas de comercio, empezaban por
Venecia, venían de Oriente. El sol empezaba a salir por Europa, por Venecia. Hoy
el sol sale por Washington y nosotros somos el Occidente, no el Oriente, porque
el sol da la vuelta al revés. De hecho, el índice Nikkei sale aquí de madrugada
como una estrella, pero el sol ha salido a las cinco de la tarde en Wall Street,
ahí sale el sol, en el Dow Jones. Ese es el sol, Dow Jones, que da la vuelta y va
digamos que embarazando a todas las bolsas alrededor del mundo. Bueno, pues
una de las consecuencias que el descubrimiento de América ha tenido es que el
sol ha cambiado de ruta.
J.C.- Y unas consecuencias culturales impresionantes. Ahora nosotros nos cultiva-mos
en el idioma inglés para poder navegar.
M.V.- Lo que sucede es que como el español o el castellano (a mí me gusta más
decir castellano, porque español es como decir que el catalán no es español, el vasco
o eusquera no es español, el gallego no es español; el concepto de idioma español
es una sinécdoque maldita que ha pasado en España, y que es la sinécdoque de
confundir el castellano con el español, Castilla con España, y arrastramos esa cosa
terrible, pero así es) lo hablan cuatrocientos millones, parece que no lo necesitas.
Es decir, una persona de Holanda sabe que necesita saber tres idiomas, porque
el holandés solamente lo hablan en su casa, pero aquí decimos “bueno, siempre
encontraremos un canario, donde quiera que vayas siempre hay un canario, o un
gallego”. Ahora bien, como los países latinos, de América latina, son emergentes
económicamente, los ejecutivos anglosajones ya aprenden castellano, porque hay
negocio, pero a la hora de firmar el contrato siempre se hace en inglés. Eso es lo
que hay que saber, que el castellano no será una lengua poderosa hasta que ese
contrato no se firme en castellano. Por desgracia, cuando vas por ahí, estás en
una habitación de hotel y oyes por el pasillo hablar castellano, siempre es alguien
que está tirando de un carro.
20
CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
J.C.- Lo que también es una alegría enorme…
M.V.- Sí, es una alegría enorme, lo abrazo como un hermano, pero es que está
limpiando la moqueta. Yo quisiera que esa voz en castellano fuera la de un eje-cutivo
que está trincando a un inglés.
J.C.- En fin, ahora ya para terminar, déjame que te haga dos preguntas más. Una
es: ¿qué consecuencias reales, culturales y anímicas, tiene ahora la preeminencia
de América con respecto a Europa? ¿Cómo es Europa, como un continente…?
M.V.- Como un balneario… Como decía un amigo americano, “pero ¿tú qué
haces ahí, en ese pinche balneario en el que no pasa nada?”. Pues eso es Europa
comparada con la cosa emergente que es América, donde se está inventando el
idioma, porque, claro, el idioma siempre es fronterizo; donde se tira del idioma
es, por ejemplo, en los patios de las cárceles, porque el idioma siempre tiene un
carácter defensivo: tú hablas para que tus enemigos no te entiendan, y en las
cárceles, cuando dices pipa a la pistola, lo dices para que el celador no sepa que
quieres decir pistola, pero en cuanto el celador ya sabe que la pipa es la pistola ya
tienes que inventar otra cosa. Entonces, el idioma siempre nace en las fronteras
marginales y nace de los cambios marginales por donde se necesitan. Por eso
nos extrañamos tanto cuando un indito habla con palabras del Siglo de Oro, que
nos admiramos, y es porque ese indito no ha evolucionado, se ha quedado ab-solutamente
encapsulado en aquella cultura y está exactamente con ese silencio
precolombino de cuando llegó allí Colón. Sin embargo, si tú vas a un barrio de
Bogotá o vas a un barrio de México, ahí se está fabricando el idioma. Después
vienen unos señores, los académicos, que son los que pegan la mariposa en la
pared, pero eso no tiene absolutamente nada que ver con la verdad del idioma.
J.C.- Elegí varias frases tuyas, pero quizá esta primera que copié sea la que me
gustaría sirviera como última reflexión, acerca de la felicidad, de la felicidad hu-mana,
física y también espiritual, que podemos alcanzar a lo mejor algún día o
en algún instante, como decía tu amigo Leonardo Sciasa. Te voy a proponer un
juego que tú mismo le propones al lector: “Elige de tu pasado un instante feliz,
quémalo en tus párpados con la luz del mediodía, y si con ella logras tallarlo como
un diamante, entonces ya serás inmortal”. ¿Cuál es ese momento que tú elegirías?
M.V.- No tengo ni idea. Si yo pienso, por ejemplo, qué me pasó a mí en el otoño
del año ochenta y siete, no me acordaré de nada de la felicidad. La felicidad…,
bueno, primero que la palabra es ridícula; hablar de felicidad da como una especie
de vergüenza. Lo que sucede es que hay que buscar un momento en el que has
sido feliz y apoyar ahí siempre la palanca. De ahí la importancia de haber sido feliz
de niño, esa cosa tan maravillosa que dice Albert Camus: “El sol que reinó sobre
mi infancia me privó de todo resentimiento”. Eso es apoyar la palanca sobre un
punto de felicidad para saltar, es decir, siempre volver, pues como decían aquellos
famosos versos de Wordsworth: “Aunque mis ojos ya no puedan ver ese puro
destello, que en mi juventud me deslumbraba; aunque ya nada pueda devolver
la hora del esplendor en la yerba de la gloria en las flores, no hay que afligirse,
porque la belleza siempre subsiste en el recuerdo.”
J.C.- Sí, “Esplendor en la yerba”…
M.V.- Pues eso, apoyar la palanca en un momento en el que hayas sido feliz,
pero la felicidad barata y al alcance de las manos, la felicidad cara no es felicidad.
J.C.- “El sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento”… Muchas
gracias, Manuel Vicent. Introducción: la impronta peninsular