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CATHARUM Revista de Ciencias y Humanidades del Instituto de Estudios Hispánicos de Canarias
Cultura y sociedad canaria en la
obra de Alexander von Humboldt
Nicolás González Lemus*
Entre los días 27 y 31 de julio 2009 se celebró el “Fifth International and
Interdisciplinary Alexander von Humboldt Conference, 2009: Travels Between
Europe and the Americas en Freie Universität Berlin (Alemania), al cual asistí
con la ponencia que encabeza el título de esta colaboración. Me apoyaba en la
lectura que hice de Alexander von Humboldt en mi libro La Mirada Inacabada,
naturaleza y sociedad vistas por viajeros alemanes (desde Humboldt a Pannwitz) con
textos tarducidos del alemán por Vanessa Rodríguez Cárdenes. El libro comienza
con la visita a Canarias en 1799 del más destacado viajero prusiano, Alexander
von Humboldt (1769-1859), y se cierra con la expedición alemana a Las Cañadas
del Teide de 1910, organizada por el médico Gotthold Pannwitz (1861-1926). La
ponencia saldrá publicada en Alemania en idioma alemán. Aprovecho la ocasión
que me brinda la revista Catharum, con la que tantos lazos me unen, para hacerla
llegar al público de habla castellana.
Durante el viaje que Alexander von Humboldt realizó a las colonias españolas de
América, hizo una corta escala en La Graciosa, a la cual confundió con Lanzarote,
y una visita mayor a Tenerife, desde el 19 al 25 de junio de 1799. Pero, cuando
los estudiosos de la obra isleña de Humboldt se han acercado a su estancia en
Tenerife lo han hecho fijándose en la importancia de sus escritos sobre la naturaleza
física de la isla. Es verdad que Humboldt estudió la mineralogía, meteorología,
el vulcanismo, la geología y diversas características del pico del Teide; tomó una
muestra del aire recogido en el cráter para su estudio; realizó muchas observaciones
astronómicas y químicas; además tomó muestras de gran cantidad de plantas con
el objeto de estudiar la fitogeografía local y que con posterioridad le ayudarían a
elaborar la teoría sobre la geografía de las plantas. Pero, Humboldt no sólo aporta
datos sobre la naturaleza matemática, química y física, o de la geografía botánica
sobre el archipiélago, sino también reflexionó sobre las condiciones socioculturales
del pueblo canario. Ese acercamiento a la naturaleza y al hombre estaba dentro
de su concepción científica, donde prima el sentido de la unidad y la interacción
de los fenómenos terrestres, concepción que incluía al hombre, pues el concepto
de naturaleza de Humboldt contempla también al ser humano y su historia.
Como afirma el profesor Ottmar Ette, la ciencia humboldtiana es interdisciplinar,
es un modelo de comprensión del cosmos, que nos presenta nuevas formas de
vinculación de los saberes. Espacio, movimiento y vida conforman una unidad
de elementos indivisible entre el hombre y la naturaleza, sobre el que descansa
la globalización del conocimiento y el futuro del Planeta. El propio Humboldt lo
señala cuando habla de la naturaleza de su viaje: “Mi verdadera y única meta es
investigar las relaciones y diferencias existentes entre todas las fuerzas naturales”.
Por ello, es interesante observar como a través de las páginas de la obra isleña
de Humboldt se percibe una radiografía de la sociedad canaria, en particular la
tinerfeña. Y no es de estañar dado que en el método de análisis empírico del
naturalista prusiano –repito- contemplaba un acercamiento al hombre, aunque
en este aspecto es mucho más comedido que el dedicado a la naturaleza física
* Profesor de la Escuela Universitaria de
Turismo Iriarte –Universidad de La Laguna-
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de la isla. Era preocupación propia de la filosofía de la Ilustración que dominaba
en el Continente europeo.
Cuando Humboldt redactó su estancia en Tenerife en su libro Voyage aux régions
équinoxiales du Nouveau Continent (Relato Personal del Viaje a las regiones equinocciales
del Nuevo Continente) relaciona sus impresiones de la sociedad isleña con las del
resto de la sociedades coloniales americanas. El mismo método de análisis que
emplea para el estudio de la naturaleza física y la geografía vegetal de la Tierra,
donde prima la unidad y movilidad de los elementos, lo aplica en el acercamiento
a los aspectos culturales, sociales y etnográficos. Los podemos dividir en:
- El análisis de las clases sociales y sistemas de producción.
- El mundo aborigen y el legado guanche.
El análisis de las clases sociales y sistemas de producción
Su forma liberal conservadora –según Adolf Meyer-Abich– no le impidió a Humboldt
ser un hombre crítico con el mundo que le tocó vivir. En Tenerife Humboldt se
siente complacido por el talante y la educación de la élite ilustrada con la que se
relacionó. En el valle de La Orotava encontró personas, en su mayoría extranjeros
y residentes en el Puerto de la Cruz, que tenían exquisito gusto por las letras y
la música “y que han traído hasta estos climas, la afabilidad de la sociedad de
Europa”, afirma Humboldt. Él y su amigo Bonpland recibieron una cálida acogida
por estas familias. Gozaron de la hospitalidad de la familia Cólogan, en especial
de Bernardo Cólogan , su anfitrión en el valle, que le ofreció alojamiento en su
casa de la costa situada en la calle Quintana, –convertida en 1884 en el encan-tador
hotel Marquesa, aún en servicio-, o John Pasley, residente en Santa Cruz
desde hacía muchos años, con su principal casa comercial en Lisboa, que con
sus sobrinos, los escoceses James y Archibald Little, establecidos como socios en
1774, formaron la casa comercial Pasley & Little, los cuales los invitaron a una
fiesta campestre en el jardín de su casa de Sitio Litre la víspera de San Juan. John
Pasley contaba con un termómetro Réaumur, en uso desde 1730, y le facilitó a
Humboldt los registros de las temperaturas que había hecho en el Teide y en el
Puerto de la Cruz. Archibald llegó a ser un hombre muy rico y muy influyente en
la isla, amigo del marqués de Villanueva del Prado, y a él se dirigieron un gran
número de viajeros, con y sin cartas de recomendación. Mostró su hospitalidad
en marzo de 1791 a los capitanes John Parker, acompañado de su esposa Mary
Ann, y Francis-Grosse, de la Third Fleet con destino a Nueva Gales del Sur, cuando
hizo escala en Tenerife para que Peter Rye, el lugarteniente del Gorgon, uno de
los barcos de guerra del Almirantazgo, junto con el botánico de la expedición,
un tal Burton, realizaran una excursión al Teide. La Third Fleet se dirigía a aguas
del sur para sustituir el destacamento de infantes de marina establecido desde
el primer asentamiento británico realizado con la First Fleet También fueron sus
huéspedes en 1792 dos destacados viajeros, George Staunton y John Barrow, se-cretario
del embajador lord George MaCartney, con motivo del viaje del vizconde
de Dervock y barón de Lissanoure, para negociar los derechos comerciales de la
corona británica en China.
Humboldt no duda en afirmar que “con la excepción de La Habana –puerto de
concentración del comercio en Cuba- las Islas Canarias se parecen muy poco a
las demás colonias españolas”. Señaló las riquezas de la cultura castellana: José
de Viera y Clavijo, historiador canario sobre el que se apoyó para ilustrarse so-bre
las Islas; los Clavijo y Fajardo, familia intelectual de Lanzarote, uno de cuyos
miembros, el brigadier Rafael Clavijo, pidió al capitán de la Pizarro en La Coruña
que hiciera escala en Tenerife para que Humboldt la visitara; las familias Iriarte y
Betancourt, destacados apellidos en la literatura y la ciencia, oriundas del Puerto
de la Cruz. Todos ellos gozaron de proyección europea.
Casa de la familia Cólogan donde dur-mieron
Humboldt y Bonpland
(hotel Marquesa desde 1884).
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Pero las palabras elogiosas sobre esta burguesía comercial extranjera contrastan
con la percepción negativa de la oligarquía local. Es el reverso de la moneda que
señala el lado oscuro de la sociedad. La nobleza insular, afincaba sobre todo en La
Orotava, vivía a espaldas de la gran población campesina. “Desde lejos la Villa de
La Orotava se anunciaba de forma muy armónica, pero en el mismo pueblo sus
calles estaban muy solitarias; y las casas, aunque también sólidamente construidas,
tenían un aspecto lúgubre” -señala Humboldt-. Esta apreciación sobre el pueblo
norteño va acompañada de un comentario que pone de manifiesto un agudo
sentido crítico al sistema organizado por la aristocracia local para la edificación
de muchos de los edificios emblemáticos: “pertenecen casi todas a una nobleza
acusada de ser muy orgullosa, ella misma se designa con el fastuoso nombre de
doce casas”, según propias palabras de Humboldt. “Las Doce Casas” a las que se
refiere Humboldt era la hermandad de la Santa Vera de la Cruz, fundada en 1650
por las familias aristocráticas más poderosas de la villa, las cuales competían entre
sí en la construcción de sus casas como forma de exhibir su riqueza económica.
A renglón seguido, Humboldt critica con dureza el sistema de relaciones de pro-ducción
que sobrevivía en las islas. “Aún esta aristocracia orgullosa mantenía unas
relaciones feudales causantes de la miseria, pobreza y atraso de las clases bajas de
la sociedad isleña” –comenta el viajero prusiano-. “El bienestar de los habitantes
de la isla no se corresponde a los esfuerzos de su trabajo, ni a las ventajas con
que la naturaleza ha colmado esta región. Los labradores no son generalmente
propietarios; el fruto de su trabajo pertenece a la nobleza, esas mismas
institu-ciones
feudales que por largo tiempo han sembrado la pobreza por toda Europa,
y que atenazan la felicidad del pueblo en las Islas Canarias”.
Es decir, reprocha a las clases altas del atraso del país y la miseria reinante Tampoco
duda en considerar a las mismas clases dominantes y gente de bien como las
responsables del atraso y pauperismo nivel de vida, así como del continuo flujo
migratorio del pueblo canario. Hombre isleño en el que se aprecia su espíritu
laborioso fuera de las islas, en las colonias Americanas, en la medida en que para
apreciar bien a los canarios no sólo era suficiente verlos en las islas, “donde trabas
poderosas se oponen al desarrollo de la industria”
-dice-, sino que era necesario
estudiarlos “en las estepas de la provincia de Caracas, en las faldas de los Andes y
donde
quiera que estén aislados en comarcas inhabitadas y han tenido ocasión de
desplegar
su energía y actividad, que son las verdaderas riquezas de un colono”,
comenta Humboldt.
Emigración que alcanzaba proporciones alarmantes -según él- El archipiélago
entero no contenía más de 160.030 habitantes y los isleños eran quizá mucho más
numerosos en el Nuevo Continente que en su vieja patria
–anota en su diario. Y
categóricamente afirmó que a los canarios, a los que considera honrados, sobrios
y religiosos, se les deben en gran parte los progresos de la agricultura en muchas
colonias (en las Filipinas, en las Marianas, en Chile y La Plata, en Nuevo México y
en donde haya establecimientos españoles en América). Durante su periplo isleño
Humboldt anotó (Humboldt, 2005. 282):
El pueblo llano era laborioso, pero su actividad se desarrolla mejor
en las colonias apartadas que en Tenerife, donde tropieza con obs-táculos
que progresivamente
alejan a las Islas Canarias de una sabia
administración. Disminuirán las emigraciones
si se logra repartir
entre los particulares las tierras señoriales no cultivadas, vender
las que están anexas a los mayorazgos de las grandes familias y
abolir poco a poco los derechos feudales.
Esta declaración del naturalista alemán, inaudita hasta ahora y jamás realizada
con anterioridad por algún natural ilustrado o viajero alguno, pone de manifiesto
su talante liberal y progresista y hasta qué punto Humboldt critica la sociedad
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canaria. ¡La emigración! Era la válvula de escape a la que recurría la élite econó-mica
para paliar la pobreza y minimizar posibles conflictos sociales, como válvula
de escape -según Francis Coleman MacGregor-.
La explotación feudal y emigración causaron el abandono de muchas mujeres
canarias que desgraciadamente se vieron obligadas a la práctica de la prostitución
para su sustento. Por eso, cuando Humboldt toma tierra, lo primero que le atrajo
su mirada fue una mujer mal vestida, a quien llamaban “la capitana” (Humboldt,
2005. 185). La seguían otras mujeres cuyos vestidos no eran más decentes; y
todas solicitaban, con empeño, el permiso de ir a bordo de la Pizarro, permiso
que naturalmente no se les concedió. Comenta el prusiano que era normal en un
puerto tan frecuentado por los europeos. “La capitana” era la jefa escogida por
sus compañeras, sobre las que ejercía una gran autoridad. Ayudaba en todo lo
que pudiera perjudicar el servicio de los barcos y velaba para que los marineros
regresaran a bordo a las horas que se les había señalado. Los oficiales se dirigían
a ella cuando tenían temores de que alguna persona de la tripulación se había
ocultado para desertar.
Por lo general, considera al puerto de Santa Cruz de Tenerife un lugar de vida
deshonesta y donde predomina cierta vida licenciosa como consecuencia de la
frecuente llegada de europeos, por ser el centro comercial más importante, no
sólo de la isla, sino del archipiélago.
Sin embargo, fuera de Santa Cruz se respiraba otro aire. La ausencia de perso-nas
en las calles y el estado ruinoso de muchas casas conferían a las principales
ciudades del interior, La Orotava y La Laguna, la capital, un aspecto lúgubre,
triste y aburrido. Nada mejor ilustra el triste panorama que el acercamiento
al calamitoso estado de las ciudades y los pueblos que contempló Humboldt.
En repetidas ocasiones Humboldt se refirió al pésimo aspecto de La Laguna y
La Orotava. “Las casas de La Laguna -afirma- aunque de construcción sólida y
antiquísima, estaban en ruinas, y el carácter vetusto de los edificios determinaba
el cuadro paisajístico de la ciudad. Los techos y las paredes estaban cubiertos de
verodes y pequeños helechos”.
No obstante, el aspecto de La Laguna mejoraba en verano. Humboldt hace
referencia al uso de La Laguna como lugar de veraneo de las clases acomodadas
isleñas. Según él, La Laguna (546 m. de altitud), situada en una pequeña llanu-ra,
era una “mansión deliciosa y agradable” en la isla por ser fresca en verano
y poseer una rica vegetación. En efecto, la ausencia de arbolado que purificara
y refrigerara la atmósfera de Santa Cruz hacía que desde el siglo XVIII las clases
acomodadas ocuparan la capital de la isla para descansar en verano, cuando el
calor en el puerto era muy sofocante. Esto ocurría no solamente en las clases
acomodadas de Santa Cruz, sino también con las de La Orotava y del Puerto de
la Cruz. También la oficialidad de alta graduación del ejército emigraba hacia la
ciudad del Adelantado. Incluso las clases altas, principalmente de Santa Cruz,
tenían sus casas de verano en Guamasa, aunque el lugar favorito de residencia
para pasar las vacaciones era Tegueste, por estar mejor protegido de los vientos
del sur y donde el cónsul francés tenía su casa de campo. Era lo que yo llamo el
Petit Tour de las Canarias realizada por la élite económica y política isleña y que
se proyectaría a lo largo de todo el siglo XIX.
Humboldt destacó la fuerte presencia de hábitos entre la sociedad isleña, tanto
en Santa Cruz como en La Laguna, que con una población de 9.000 almas tenía
400 frailes y seis conventos.
Señala la forma que tenían las clases bajas, sobre todo las del valle de La Orotava,
de aumentar sus paupérrimos jornales utilizando el Teide y que se les llamaban
neveros y guías o muleros. La relación que tenía el isleño con el Teide estaba
El atraso y el nivel de vida de Tenerife
fue denunciado por Humboldt
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sólo en sintonía con la explotación económica del mismo. Humboldt habla de los
neveros, “indígenas que tienen el oficio de buscar hielo y nieve para vender en las
ciudades cercanas”. Uno de los recursos que proporcionaba las Cañadas del Teide
a pastores y campesinos pobres de los altos de La Orotava, y que ayudaron desde
muy temprano a sanear algo sus maltrechas economías. Desde mediado del siglo
XVII la nobleza de Tenerife mezclaba el hielo con el vino para refrescarlo, razón
por la cual desde esa temprana fecha ya se reunía para su venta. Los campesinos
pobres subían en el silencio de la noche antes de despuntar el alba, una vez en-trada
la primavera y en verano para recoger el hielo acumulado cuando el Teide
se cubría de nieve en invierno. Los transportaban sobre bestias en canastas de
brezo cubiertas sus paredes de helechos para impedir que el hielo se derritiera.
De regreso buscaban los atajos más rápidos para impedir que el sol hiciera su
aparición. A la vez, los neveros también hacían de guías a los extranjeros que
querían subir al Teide hasta la aparición de los guías “oficiales”. Para muchos,
el oficio de nevero era la única forma que tenía de ganarse la vida Las difíciles
condiciones climáticas les obligaban a tener una dieta de bastante caloría, basada
en pescado salado, pan, gofio, leche entera de cabra y vino.
Una vez llegaban a los pueblos con sus mulas cargadas con la preciada carga
procedían a su venta por las calles al grito de ¡Hielo! ¡Se vende Hielo!
Se dirigían a la Cueva del Hielo, a La Estancia de los Ingleses y a otras cuevas
situadas en Montaña Negra, conocida como Los Gorros. Las cuevas las utilizaban
como neveras.
La otra forma que Humboldt señala como recurso económico de los campesi-nos
es la de guía la Teide, aunque no tuvo palabras elogiosas para los naturales
que actuaban de guías. Los consideraba perezosos y que actuaban desganados,
contribuyendo bastante a hacer la subida al volcán de los excursionistas muy tra-bajosa.
“En nada -comenta Humboldt- se parecían a los guías de los del valle de
Chamonix, o a esos ágiles guanches de quienes se decía que atrapaban un conejo
o una cabra salvaje a la carrera”. Los guías eran de una pasividad desesperante.
Ya en la víspera de su excursión al Teide habían querido persuadirle de no ir más
allá de la estación de las rocas; se sentaban a descansar de diez en diez minutos;
Humboldt y Bonpland descubrieron que ninguno de ellos había ido jamás a la cima
del volcán; y lo que era peor, “arrojaban a escondidas las muestras de obsidiana y
piedra pómez” que Humboldt y Bonpland recogían con cuidado para llevárselas.
El mundo aborigen
La población aborigen de las islas también mereció la atención de Humboldt. Para
él la raza guanche estaba extinguida desde los comienzos del siglo XVII, como
consecuencia de la unión de blancos colonos con indígenas, y tan sólo quedaban
algunos ancianos en Candelaria
y en Güímar. Los colonos españoles los llamaban
isleños. ¿Cómo se ha llegado hasta aquí?
Humbodt se pregunta después de regresar del Nuevo Mundo, ¿qué había sido
de los primitivos habitantes de Cuba, Santo Domingo
y Jamaica? y en Tenerife
¿qué se ha hecho con los guanches de quienes tan sólo las momias, sepultadas
en las cavernas, se han salvado de la destrucción?
Humboldt razonó de la siguiente manera. En el siglo XV casi todas las naciones
mercantiles, en especial Castilla y Portugal, solicitaban esclavos en las Islas Canarias,
como en su tiempo se solicitaba
en la costa de Guinea. Culpa a la religión cristiana,
que en su origen favoreció poderosamente la libertad de los hombres, y que “ser-vía
de pretexto a la avaricia de los europeos”, según sus propias palabras. “Todo
individuo apresado antes de recibir el bautismo era esclavo”, afirma Humboldt.
“El guanche moreno y el negro africano eran vendidos al mismo tiempo en el
Los campesinos de los altos del Valle de
La Orotava recogían el
hielo acumulado en el Teide para ven-derlo
como forma de mejorar su
maltrecha economía.
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mercado de Sevilla”. Así la población de los canarios había padecido “el comercio
de esclavos, las rapiñas de los piratas y, sobre todo, una prolongada carnicería
cuando Alonso de Lugo terminó la conquista”.
Humboldt hace referencia a la modorra. Que contribuyó al exterminio abori-genLos
guanches que sobrevivieron después de las batallas con los castellanos,
perecieron en gran parte en 1494 por la famosa peste llamada modorra, que se
atribuyó a la acumulación de cadáveres que los españoles
habían dejado expuestos
al aire después de la batalla de La Laguna. Para Humboldt, cuando un pueblo
semisalvaje y despojado de sus propiedades se ve forzado a vivir con una nación
civilizada en un mismo país, busca cómo aislarse en los montes y las selvas. Es
este refugio el único que pudo escoger el canario y se asentó pasados los años en
los pueblos sureños de Candelaria
y Güímar, donde tan solo quedaban algunos
ancianos en 1799.
Por otro lado, Humboldt considera positivo el hecho de que los conquistadores
no siempre se negaron a enlazarse con los indígenas, dando origen a los canarios,
a los isleños. Pero el propio Humboldt afirma que tienen motivos poderosos para
negar esa mezcla. ¿A qué se refiere Humboldt? Es evidente que después de tres
siglos de la conquista de las islas en ninguna existía algún indígena de pura raza
y aunque algunas familias
de canarios se enorgullecían de su parentesco con sus
antepasados aborígenes, eran muy pocas. Entonces, cuando Humboldt afirma
que “los actuales canarios se negaban a reconocer su mezcla con los guanches
y existía en ellos la fuerte voluntad de solicitar el grado de oficial al servicio del
rey de España” ¿a qué se refería?
Él mismo nos da pistas que indica indica la respuesta. Afirmó que no había visto
momias guanches sino en las colecciones de Europa, porque en el momento de
su viaje eran muy raras en Tenerife.
En efecto, los campesinos isleños, producto de su incultura, solían dar un trato
supersticioso de terror a las momias guanches, quemándolas como combustible
o desguazándolas. Solían tirarlas al fondo de los barrancos:
Los campesinos canarios toman las momias con supersticioso te-rror.
Mientras yo estaba en Tenerife, fueron descubiertas algunas
en una cueva en Santa Lucía, y las mismas fueron desguazadas
inmediatamente.
comenta el viajero británico Walter Benjamin en 1876.
Una práctica ancestral, incluso que se dio entre las clases altas. Las familias ricas
de la isla presumía mucho de su linaje y se sentían altamente ofendidas si se les
decía que eran descendientes de los moros o de los nativos de las islas, los guan-ches,
afirma George Glas en 1764 (Glas, G. 1764, 287-88)
Solamente es con la importancia que estaba adquiriendo la antropología a partir
de la segunda mitad del siglo XIX cuando se da un cambio de actitud entre la
intelectualidad de algunos sectores de la élite canaria. Se toma conciencia sobre
la importancia cultural del origen de las islas y desde entonces algunos miembros
del grupo social dominante comienzan a reconocer la nefasta política practicada
durante siglos de abandono y desprecio de todo lo relacionado con el mundo
aborigen isleño. El doctor Tomás Zerolo Herrera (1851-1910) se lamentó con pro-fundo
dolor de “la torpe extinción de la noble, valerosa y gigante raza guanche”.
Incluso un representante tan destacado de la burguesía portuense, Jorge Pérez
Ventoso, se atreve a auto-criticarse en nombre del grupo social al que pertenecía
porque habían sido responsables de la extinción de la cultura guanche. ¡Fuimus
Los naturales destruían las momias
guanches por superstición religiosa
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Troes! (expresión latina que significa ¡Fuimos unos destructores!), diría en un artículo
publicado en la British Medical Journal el 1 de octubre de 1892, al referirse a los
destructores conquistadores que, nada más terminar la conquista, comenzaron a
“registrar las cuevas donde se mantenían los tesoros de las momias, destruyéndolas
a despecho”, afirma Pérez Ventoso (Pérez, J.V. 1893. 11).
La otra prueba de la extinción de la raza y cultura guanche entre los canarios
contemporáneos la atribuye Humboldt a la fuerte voluntad de servir como oficial
al servicio de la corona de España como. Los funcionarios, en su inmensa mayoría
de la metrópoli, se daban un aire de autoridad como –comenta el viajero- “si todo
el poder y las oficinas del Gobierno estuvieran concentradas en su persona” y eran
mirados con mucho respeto entre la población. No dudaban, según una viajera
británica, en adular y halagar como formas de conseguir sus ascensos entre ellos
y accesos en los aspirantes. Había, por otro lado, un gran número de oficiales en
la isla, a pesar de contar con apenas tropas que lo demandara. Estos miembros
del ejército desplegaban con placer sus uniformes que tanto les encantaban a los
isleños. Es, quizá, por esta razón, que los canarios, no sólo de la clase media sino
de todas las clases, profesaban un gran amor por los uniformes militares y daban
muestras de simpatías por la Madre Patria de España.
De la misma manera que critica la forma feudal de la sociedad isleña que se encon-tró,
critica el sistema feudal de organización de los aborígenes. Según Humboldt,
los habitantes de las islas del Pacífico, demasiado violentos y en otros tiempos
antropófagos, se parecían a los guanches de Tenerife
en más de un aspecto. A
unos y a otros los vemos padecer bajo el yugo de un gobierno feudal. Entre
los
guanches esta institución, que facilita y perpetúa las guerras, estaba sancionada
por la religión. Los sacerdotes decían al pueblo: “El Gran Espíritu,
Achamán, creó
al principio los nobles, los achimenceyes, entre quienes distribuyó todas las cabras
que existen sobre la tierra. Después de los nobles, creó Achamán los plebeyos, los
achicaxnas; y esta raza, más joven tuvo el valor de pedir también cabras, pero el
Ser Supremo respondió que el pueblo estaba destinado a servir a los nobles y no
era necesario ninguna propiedad”. Esta tradición se había inventado, sin duda, para
agradar a los ricos vasallos de los reyes pastores. Así el falcan, o gran sacerdote
ejercía el derecho de ennoblecer,
y una ley de los guanches disponía que todo
achimencey que ordeñara una cabra con sus manos, perdería sus títulos de nobleza.
¿Heredó esta forma de ser de los aborígenes la sociedad colonial que se formó en
Canarias, a la cual se refiere Humboldt, y de la que también hizo alusión George
Glas en 1764?
Por último, Humboldt se ocupó del espacio geográfico insular como soporte de
localización turística basada en la estrecha relación con el clima. Refiriéndose a
la isla en general, Humboldt indicó que el hombre sensible a la perfección de la
naturaleza
encuentra en Tenerife remedios potentes con su clima y afirma que
ningún otro lugar le parece más apropiado para disipar la melancolía y devolver
la paz al alma dolorida que Tenerife y por añadidura Madeira.
Menciona al doctor William Anderson, médico y naturalista a bordo del Resolution,
la fragata del tercer viaje de James Cook. Anderson señaló directamente las pro-piedades
terapéuticas del clima insular. Padecía de tuberculosis y murió a bordo
del Resolution el 3 de agosto de 1778 a consecuencia de ella. Durante su visita
a Tenerife escribió:
El aire y el clima son notablemente sanos y particularmente
apropiados para prestar alivio a enfermedades tales como la
tuberculosis.
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William Anderson aconsejó a los médicos británicos que enviaran a sus pacientes a
Tenerife a causa de la uniformidad de la temperatura y la benignidad de su clima,
en lugar de recomendarles el continente europeo o la isla portuguesa de Madeira,
como usualmente sucedía, y que conocemos en la historia como el Grand Tour,
término con el que se designa los viajes que desarrollaban los miembros de la
alta sociedad inglesa hacia la Europa continental, ya en el siglo XVIII por razones
de salud –y por añadidura de ocio-.
Para Humboldt el clima de las Canarias sobresale por su suavidad y uniformidad,
ventajas que no se puede decir lo mismo en la Europa austral, donde los cambios
de estaciones son demasiados acusados. Nunca puede ofrecer idénticas ventajas,
según él. Tenerife, en particular, situada en la entrada de los trópicos y a pocas
jornadas de navegación de España posee las bellezas que la naturaleza ha pro-digado
en las regiones equinocciales. La vegetación se desarrolla en sus formas
más bellas y más imponentes. El hombre sensible a las bellezas de la naturaleza
encuentra en esta maravillosa isla remedios por su clima.
“Pero no son únicamente ventajas efectos de la belleza del sitio y de la pureza
del aire; se debe, sobre todo, a la ausencia de la esclavitud, cuyo aspecto
es tan
chocante en las Indias y dondequiera que los colonos europeos han llevado, lo
que ellos llaman, sus luces y su industria” –afirma Humboldt-. No debemos olvidar
que Humboldt –después del viaje por tierras americanas- se mostró en muchas
ocasiones enemigo acérrimo de la trata de esclavos.
Santa Cruz, Puerto de Orotava, la ciudad del mismo nombre, la Villa, y La Laguna
ofrecen cuatro sitios cuyas temperaturas medias forman
una serie decreciente. Y
aunque el clima de La Laguna es brumoso en invierno y los habitantes
a menudo
se quejan del frío, nunca se ha visto caer nieve, y su temperatura media está por
encima de 18,7ºC (15ºR.), es decir, que incluso excede a la de Nápoles,
comenta
el viajero prusiano.
En resumen, si bien Humboldt describe los Pisos de Vegetación que encontró en el
valle de La Orotava, dando origen a su teoría de la geobotánica; hizo observaciones
del estrato volcánico del complejo Pico Viejo-Teide, aunque no de la erupción de
Chahorra, llamada Narices del Teide, en el año 1798, dando origen al abandono
su concepto neptuniano del globo terrestre para abrazar la tesis platinista, midió
los aires del Teide y describió la violeta del Teide, que descubrió 75 años atrás
el naturalista francés Louis Feuillé (1724); aspectos todos bien tratados por los
estudiosos de la obra humboldtiana, no menos importante fueron las referencias
sociales y etnográficos, pero lamentablemente olvidadas a la hora de acercarse a la
visita de Humboldt a las Canarias, y que, sin embargo, forman parte importante
de su legado analítico.
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