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TRANSITO DE LA MI~RADA
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ALEJANDRO RODRÍGUEZ-REFOJO FERNÁNDEZ __ ~~;:-:,E""l
Tiempo entero, Francisco León,
Madrid, Calima, 2002.
Ha trascurrido mucho tiempo,
año y medio aproximadamente,
desde la publicación
de Tiempo entero, segundo libro de
Francisco León, y durante ese largo
periodo no he encontrado, en revistas
o suplementos culturales, ni una sola
recensión, siquiera una breve nota sobre
el mismo. Semejante incuria crítica
sorprende tanto más cuanto este libro,
que logra en sus mejores momentos
algo tan difícil como es el matrimonio
de la pasión y el rigor poéticos, supone,
a mi juicio, un soplo de aire fresco en
la poesía española actual, que parece
haber cedido, en su mayor parte, a los
encantos de la queja fácil, de lo anecdótico
y aun simplón.
Me gustaría destacar, por encima
de los matices que este libro aporta
al panorama del momento, el punto
ciego que los enlaza: su forma de mirar
el mundo. Una forma caracterizada por
dos notas: la silenciosa celebración de
la existencia y la aguda percepción de
lo sagrado que la envuelve en todas sus
manifestaciones, notas que, en realidad,
representan dos aspectos inseparables
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ALE)/INDRO R ODRiGUEZ-R EFO)O FERNÁNDEZ
de una misma mirada. Debo aclarar, de un lado, que empleo la palabra sagrado
en el sentido preciso que le han ido dando historiadores de la religión como
Mircea Eliade, y de otro, que la labor de celebrar el orbe tiene su fundamento
en esta concepción de lo real, y asume, por tanto (¿cómo podría dejar de
hacerlo?), la trágica alegría de existir. Tal forma de mirar, o más exactamente,
de contemplar el mundo -que implica, no lo olvidemos, una actitud ante la
realidad y, asimismo, ante el lenguaje, es decir,. una poética- conecta, sin duda
alguna, con una visión mítica del mismo, que se encuentra en el polo opuesto
a las maneras toscamente irónicas con que muchos poetas, hoy en día, se acercan
a la potencia del mito.
No quisiera que se pensase, sin embargo, que esa mirada y esa actitud de las
que hablo obvian el desarrollo de la conciencia histórica del hombre occidental,
rehuyendo encarar el tiempo sin dioses que le ha tocado vivir, o implican,
por otro lado, un alejamiento de lo concreto y cotidiano para instalarse en una
esfera separada de la vida. Antes al contrario, asumen tal desarrollo y tal ausencia,
pero desde la necesidad, cada vez más apremiante, de reintegrar al hombre
en el cosmos del que forma parte, y esto lo hacen no escapando, sino yendo
a la entraña misma del lugar que habitan, al centro de la vida, para aprender
la ardua sencillez de sus lecciones, a la busca de "la transparencia misma de lo
simple". Todo ello confiere a este libro una modernidad incuestionable. Espero
que baste, para apoyar mi juicio, señalar poemas como "Renace la mañana"
o "Re spuesta" .
No me puedo extender en este punto, pues el espacio no lo permite, pero
no está de más preguntarse por qué esa visión mítica ha arraigado con tanta
fuerza en algunos poetas insulares (en Vicente Valero o en Melchor López, por
ejemplo), quizá los únicos del panorama poético español que han recibido y
asumido la influencia de un Seferis o un Elytis. -,
La manera de mirar el mundo que preside Tiempo entero ha experimentado,
en relación a Cartografía, primer libro de Francisco León, lo que podríamos
llamar un tránsito. No un cambio en su forma, que en lo sustancial
permanece fiel a los presupuestos que he señalado, sino, como digo, un tránsito
que afecta de modo concreto a la evolución poética de este autor, en la
medida que representa, quién lo duda, un avance en su trabajo creativo. Es
revelador comprobar, en este sentido, cómo en la segunda sección del libro
-" 15 poemas ingleses" - el rigor constructivo, que siempre ha informado aquel
trabajo, se alía de manera afortunada a la intensidad expresiva que constituye,
sin duda, un elemento no menos importante de lo poético, fructificando en
una serie de poemas magníficos que son, quizás a causa de su intensidad, determinantes
de la calma que impregna la última sección -"Tiempo entero"-,
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liBROS
donde reaparece el teatro anímico insular, tras del paisaje inglés. El hecho de
destacar tales series obedece a la función axial que cumplen en la breve obra
de este poeta. Hecho reconocido por él mismo, quien, en la nota final al libro
que nos ocupa, considera que los textos de sus dos primeras partes poseen la
vibración respiratoria de su libro anterior, mientras que las dos últimas dan
comienzo a un nuevo ciclo que, acaso, aún no ha terminado.
Pero el tránsito de la mirada al que me refiero puede observarse, además
de en el paso de unos poemas a otros, dentro de los poemas mismos que
configuran la última parte. En la nota prologal a Cartografla, Francisco León
afirmaba que el paisaje era un elemento fundamental en su quehacer, junto
al concepto de visibilidad, esto es, junto al designio radical de ver ese paisaje
(Alberto Caeiro podría haber hablado de lo difícil que es realizar en su pureza
esta simple acción: ver), dentro del presupuesto general que, siguiendo a
Basil Bunting y a Pound, asimila poesía y condensación. Recordemos, a este
respecto, que la mayor parte de los textos de este libro está integrada por composiciones
breves, tankas y jaikús. Si bien tal planteamiento no deja de estar
vigente en Tiempo entero, a medida que avanzamos en él comprobamos que su
escritura no obedece ya únicamente a un afán de condensación extrema. Ahora
el poema parece dejarse llevar por un impulso melopeico, extendiéndose,
sobre todo, en la última sección del libro. Creo advertir en ello una deriva en
que lo visual se vuelve musical: el ver está integrado ya en un ritmo.
Cuántas veces me he preguntado si no es ésta la evolución natural de la
poesía, del hombre mismo: el tránsito lógico de una dimensión puramente
espacial del mundo (visual) a una dimensión temporal(musical) que se superpone
a ese espacio primigenio para fundar en él una mirada nueva, un latido
verbal capaz de ver el ritmo de la vida y del universo juntamente, como ocurre,
de forma ejemplar, en los Cuatro cuartetos de Eliot. En pos de este equilibrio,
que siempre he visto como un valor poético importante, parece avanzar la
poesía de Francisco León, pues los temas asociados al paso del tiempo, como
la angustia y la muerte, aunque presentes en este libro, no logran eclipsar la
luz de la mirada, sino que en ella, límpida, se adensa el tiempo y las palabras
que exhala el ojo están grávidas de sueño redivivos. "Oh di, poeta, ¿qué haces
tú? -Yo celebro" (Rilke).
No quisiera terminar esta reseña sin insistir en mi juicio inicial, reforzado
por lecturas sucesivas de un libro que, si bien ha pasado desapercibido en la hora
de su aparición, espero vaya ganando poco a poco el espacio crítico que merece.
Esperanza fundada, como digo, en la convicción de que estamos ante un
conjunto de poemas que constituyen un mundo, una voz, un soplo, sí -nunca
mejor dicho-, de aire fresco en el panorama de la poesía española actual.
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