CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER
CASASECA (1910-1980)
EN SU CENTENARIO*
ELISEO IZQUIERDO**
Fecha de recepción: 4 de abril de 2011
Fecha de aceptación: 10 de agosto de 2011
Resumen: La celebración por el Cabildo Insular de La Palma del centenario
del nacimiento del escritor y guionista radiofónico Guillermo Sautier Casaseca
(Santa Cruz de La Palma, 1910-Madrid, 1980) es ocasión propicia para realizar
una valoración desde el punto de vista del periodismo del legado dejado por
este canario. Con este objetivo se pondera su pensamiento, colaboradores o los
géneros literarios en los que Sautier desplegó su actividad.
Palabras claves: Guillermo Sautier Casaseca; Literatura popular; Radio; Periodismo;
Seriales; Folletines; Cadena SER.
Abstract: The centenary of the birth of the Canarian novelist and radio script
writer Guillermo Sautier Casaseca (Santa Cruz de La Palma, 1910-Madrid, 1980)
is a good opportunity to evaluate his heritage from the point of view of the
journalism. In order to do this, there are analyzed his thought, his collaborators
and the literary genres that he dealt with.
Key words: Guillermo Sautier Casaseca; Best sellers; Radio; Journalism; Serials;
Chapbooks; SER Channel.
Cartas diferentes. Revista canaria de patrimonio documental, n. 8 (2012), pp. 109-133.
* Conferencia pronunciada en la casa Salazar de Frías de Santa Cruz de
La Palma el 23 de junio de 2010, dentro de la conmemoración del centenario
del nacimiento del novelista y serialista palmero.
** Periodista. Correo electrónico: eliseoizquierdo@hotmail.com.
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No hace mucho que un escritor amigo califi caba a otro colega
isleño, en un periódico de las islas, como «el Sautier Casaseca
canario», sin duda para subrayar sólo su dilatada entrega al impor-tante
medio de comunicación que es la radio, pues ni la actividad
de ambos en el campo de las ondas, en nada homologable, ni
su orientación ideológica, del todo divergente, o el carácter de
la tarea desarrollada por ellos justifi carían la comparación. Lo
que fue evidentemente un lapsus del estimado amigo, persona
bien informada y de notorio nivel cultural, deja sin embargo al
descubierto, una vez más, el poder de erosión del tiempo en la
memoria individual y colectiva, el olvido rampante.
El desliz espoleó mi curiosidad y me llevó a indagar en qué
medida se mantiene entre sus paisanos el recuerdo de Gui-llermo
Sautier Casaseca y sus estancias en la isla de La Palma,
ahora que se cumple un siglo del día en que vio en esta tierra
la luz primera. ¿Se mantienen vivos su nombre y su obra, no
pretendamos que entre las generaciones que no padecieron los
rigores de la dictadura sino entre quienes vivieron el tiempo en
que el escritor acaparó popularidad sin límites, cosechó laureles
a espuertas y se mantuvo en el pedestal de la fama como ídolo
de parte importante de la sociedad española del franquismo,
de las castigadas clases medias y humildes sobre todo, particu-larmente
de las amas de casa y las trabajadoras del hogar, que
eran entonces la inmensa mayoría de las mujeres de este país?
La indagación dio resultados significativos: las respuestas
afi rmativas fueron escasas y, de éstas, la mayoría se quedaba en
alusiones desdibujadas, más que a la personalidad de Guillermo
Sautier y su signifi cación en el campo de la radiodifusión, al
tiempo oscuro agazapado en los alvéolos de la memoria colectiva,
al largo periodo de la autarquía que él contribuyó a sostener.
La evocación les devolvía a casi todos, salpicada de anécdotas,
una imagen de la época rozando casi la caricatura social; la nada
emotiva y sí pintoresca, regocijante y hasta patética rememo-ración
de vivencias que parecían olvidadas y el recuerdo hacía
que rebrotaran en tropel: Tengo una vaca lechera, el fútbol y la
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«saeta rubia», la masa humana apretujada en el Bernabeu en la
Fiesta del Trabajo, Mi cochecito lerén, los concursos de Soler Se-rrano,
«Avecrem llama a su puerta», «El bazar de las sorpresas»,
«Cabalgata fi n de semana», María Cristina me quiere gobernar,
los sermones apocalípticos del padre Venancio Marcos, A lo loco,
a lo loco, a lo loco, Antonio Machín y sus gardenias, «Familia que
reza unida...», y, por supuesto, las voces de Juanita Ginzo, Pedro
Pablo Ayuso o Matilde Conesa, y tantas otras huellas escondidas
en los estratos más hondos del alma de toda una generación en
imparable declive.
El hombre que con sus radionovelas consiguió que la vida de
este país se paralizara una hora cada día, uno tras otro durante
años y años, e hizo llorar a moco tendido a centenares de miles
de mujeres y a no pocos hombres, no es ya, cuando sólo han
transcurrido tres décadas de su muerte, sino una sombra en el
tinglado de la farsa de este pueblo entre zaragatero y geme-bundo
que él pretendió ahormar ideológicamente durante más
de un cuarto de siglo. Y pocos de los interrogados recordaban
que nació en Canarias o concretamente en la isla de La Palma.
Pese a todo, Guillermo Sautier Casaseca tiene su lugar en
nuestra historia reciente, sigue donde le corresponde cuando
se cumplen cien años de su nacimiento, un centenario que el
Cabildo de La Palma, con muy buen criterio, no ha querido que
pasara desapercibido. La memoria de los pueblos se cimenta
en la de sus hijos, la que sea. Como debe ser. Con sus luces
y con sus sombras, con sus entresijos y recovecos, incluso los
más intrincados, vidriosos u oscuros. Asumiéndolo todo tal cual.
Es la mejor prueba de madurez de un país. Es cierto que la
fi gura de Sautier Casaseca perdió el protagonismo que tuvo en
otra época. Su obra interesa ahora más al sociólogo, al analista
político, al crítico literario o al periodista que al oyente de la
radio o al lector de novelas, que andan por otros senderos. Son
sustancialmente distintos los mimbres con los que se construyó
la sociedad de su tiempo y los que confi guran la sociedad actual.
Su obra ha ido a parar, de forma que parece ineluctable, a los
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 113
anaqueles del olvido, o permanece arrinconada en la nostalgia
de unos cuantos o en los archivos sonoros de alguna emisora,
los poquísimos que se salvaron de la destrucción y dan fe, con
la crudeza testimonial de la voz humana, de lo que fue un largo
capítulo de la historia de este país que él contribuyó a escribir.
TESTIMONIO DE UN TIEMPO CRUCIAL
Las conmemoraciones, máxime si son centenarios, propenden
a la exaltación sin tasas, a la loa y al ditirambo bien aderezados
para la ocasión, con total olvido del rigor crítico. No caigamos
en semejante trampa. Cualquier intento de aderezar la fi gura
de Guillermo Sautier Casaseca y decir de él lo que en verdad
no fue, sería ofender su memoria y nuestra honradez. Esca-motear
sus ideas o darles la vuelta, alterando sus cimientos,
sus creencias y su posición ideológica o literaria, sería hacerle
y hacernos fl aco servicio. Por el contrario, reconocer lisa y
llanamente lo que sí era, su actitud humana y el signo de su
obra, es respetarlo, aceptándolo con toda su compleja carga
humana. En una entrevista con Diego Galán y Fernando Lara,
que se publicó en el número 455, de 22 de febrero de 1971,
de la mítica revista Triunfo de Madrid, lo dejó claro el propio
Sautier con palabras categóricas: «Yo no reniego de nada. Lo
hecho, hecho está, y cuando se hizo era porque obedecía a la
necesidad de una época y a una serie de circunstancias». Si así
se mostraba Sautier Casaseca y defendía de esta manera todo
cuanto hizo, ¿quiénes seríamos nosotros para enmendarle la
plana y desfi gurar su perfi l humano? A despecho de ideologías,
de fi liaciones y de credos, la fi gura y la producción literaria de
Sautier Casaseca se mantienen como testimonios del tiempo
del que fue espejo en no pequeña medida. Hay quienes creen,
incluso desde posiciones discrepantes, que no se encuentra en
el lugar que debiera: unos, por móviles políticos, otros, por
razones de carácter literario, como las de los que estiman que
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Sautier Casaseca debiera encontrarse, con otros narradores de
su época hoy olvidados, a la cabeza de los representantes de
la llamada literatura popular en lengua castellana del siglo XX.
Durante una larga etapa de la vida española se mantuvo en el
candelero la literatura que Guillermo Sautier Casaseca abanderó.
Sedujo a millones de personas, a cientos y cientos de miles de
seres humanos, no como moda fugaz sino con asombrosa fi de-lidad.
Es una realidad que no debe desdeñarse sin más, ni por
motivos políticos ni al socaire de elitismos literarios o ideológicos
de cualquier signo, muy respetables, desde luego, pero que no
han de pretender ser exclusivos ni excluyentes. El fenómeno de
masas que provocó la fl oración de la radionovela, y por ende los
seriales de Sautier Casaseca, en el ámbito de la comunicación
de masas, no sólo contribuye a perfi lar la realidad española de
más de dos tercios de la pasada centuria sino que prolonga su
presencia en la radio y la televisión del nuevo milenio.
No resultará por tanto ocioso proyectar algo de luz sobre la
personalidad del escritor a quien tirios y troyanos reconocen su
infl uencia en la literatura popular española de mediados del siglo
XX, de forma que el acercamiento a su producción radiofónica,
teatral y novelesca sea más comprensible y clara.
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 115
LA RAÍZ PALMERA
Guillermo Sautier Fernández, como así fi gura inscrito, man-tuvo
durante años el segundo apellido, el materno, que, andando
los años, redujo a la F inicial, hasta que decidió sustituirlo por
Casaseca, el segundo apellido de su madre. La eufonía de los
apelativos la consideró siempre esencial. A la actriz grancanaria
Cristina Victoria López García le aconsejó, cuando la vio actuar,
que prescindiera de los dos apellidos, porque eso le ayudaría a
imponerse en el complejo mundo del arte. Nació en Santa Cruz
de La Palma el 24 de junio de 1910.
Al salir el ejército español de la gran Antilla, fi nalizada la
guerra de emancipación en 1898, uno de los muchos militares
que dejaron la última colonia del reino de España en el Caribe
fue el capitán del arma de Infantería Guillermo Sautier Laparra,
abuelo del escritor, que llegó con los suyos a la isla de La Palma
a principios del siglo XX, destinado en calidad de excedente al
batallón de Cazadores número 20, de guarnición en la capital
palmera. Al poco tiempo de encontrarse en el archipiélago era
ascendido a comandante y asumía las responsabilidades de se-gundo
jefe del citado batallón. En 1913 aparece su nombre en la
breve relación de militares que aspiraban, por méritos, a la cruz
pensionada de la orden de San Hermenegildo, según informaba
el periódico Diario de Tenerife en su edición del 9 de agosto.
Cuatro años más tarde era promovido al empleo de teniente
coronel, lo que le obligó a incorporarse a su nuevo destino de
secretario de la subinspección militar de Gran Canaria, en la
capital de la isla. También residió algún tiempo en Lanzarote,
hasta que en enero de 1923 marchó a la península para hacerse
cargo de la jefatura del regimiento de Infantería de Valencia. El
periódico grancanario La provincia registraba la noticia en su
edición del 25 de enero del mencionado año. Sautier Laparra
culminó la carrera castrense con el fajín de general de brigada,
que recibió en febrero de 1932, ya en plena II República. Acaso
este importante ascenso pudo haber infl uido algo en el nieto,
116 ELISEO IZQUIERDO
que presumió de haber sido republicano en sus años juveniles,
aunque luego tratara de justifi carlo como el clásico sarpullido de
los años mozos. Guillermo Sautier Laparra era cubano, nacido
en La Habana, y había casado con Josefa Manzanares Viudez,
natural de Cartagena, Murcia, conocida por entonces como
Cartagena de Levante, para distinguirla de Cartagena de Indias
o Cartagena de Poniente.
Con el matrimonio vino también a La Palma su hijo Gui-llermo
Sautier Manzanares, que había nacido asimismo en La
Habana. Era maestro de enseñanza primaria. En Santa Cruz de
La Palma contrajo matrimonio con María del Carmen Fernández
Casaseca, de la familia de «los Arrogantes», natural de la capital
palmera, hija del capitán de las Milicias Canarias José Fernández
Sicilia y de su esposa Matilde Casaseca Hernández, tía por línea
materna de los periodistas Andrés y León y del jurista Simón de
las Casas Casaseca. Fruto de dicha unión fue el nacimiento del
tercero de los Sautier bautizados, que sepamos, con el nombre
de Guillermo, que no se detendría en él: Guillermo Sautier
Fernández, quien al cabo de los años, como ya hemos indicado,
decidió reemplazar el apellido materno por el segundo de su
madre, más eufónico, de más gancho en el medio en el que
se desenvolvía y que ya había popularizado cuando solicitó el
cambio legal, que le fue concedido por orden del ministerio de
Justicia de 10 de abril de 1970.
Aunque no sabemos en qué momento y por qué motivos
concretos abandonaron los Sautier Fernández la isla de La Palma,
quizás pueda intuirse si reparamos en que parte de la niñez del
pequeño Guillermo transcurrió junto a su abuelo paterno, lo
que dejaría huella en su carácter. Guillermo hizo el bachillerato
en Santander. De esa época recordaba, entre otros compañeros
de estudios, al escritor, periodista y médico Manuel Pombo
Angulo (Santander, 1914-Madrid, 1995), Premio Nacional de
Literatura con su novela Sin patria (1950), narrador signifi ca-do
entre los muchos que han contribuido a formar el bosque
de la bibliografía sobre la guerra civil española de 1936. Sin
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 117
acabar los estudios de Derecho en la universidad de Oviedo,
marchó a Madrid, donde al parecer los concluyó, y comenzó
a trabajar de pasante en el despacho de su tío Simón de las
Casas Casaseca, como él mismo manifestó años más tarde a José
Rodríguez Alfaro en declaraciones para el periódico grancanario
Falange, publicadas el 1 de septiembre de 1955. Tanto Ramiro
Cristóbal1, como Jaime Pérez García en el primer volumen de
Fastos biográfi cos de La Palma2 afi rman que estuvo también de
pasante en el despacho del político y abogado catalán Francisco
Cambó Batlle (Vergés, Gerona, 1876-Buenos Aires, Argentina,
1947), ex ministro de Fomento y de Hacienda con Maura y uno
de los impulsores más signifi cados del movimiento regionalista
Solidaridad Catalana.
La vinculación de Sautier con el bufete de Cambó se pro-dujo
en la etapa inicial de la II República, cuando el político
catalán, después de los años de ostracismo en que hubo de
permanecer durante la dictadura de Primo de Rivera (1923-
1930), consiguió acta de diputado en el Congreso, en 1933, y
se estableció en Madrid. Para entender la evolución ideológica
y política de Sautier Casaseca, una vez superado lo que según
él no pasó de ser un sarampión de ilusiones republicanas juve-niles
alentadas por esperanzas de cambio en la vida española,
habrá que tenerse en cuenta, entre otras cuestiones, que, en
las elecciones de febrero de 1936, que dieron paso al Frente
Popular, Francisco Cambó sufrió una dura derrota en su intento
de volver al parlamento, lo que para el escritor palmero supu-so
un momento crítico en el proceso de desengaños políticos
que venía experimentando, según sus propias manifestaciones.
Asimismo, no conviene ignorar que Cambó publicó en 1925
el ensayo En torno al fascismo italiano, en el que elogia la «efi -
cacia» del Duce como estadista, como años más tarde alabaría
1. CRISTÓBAL, Ramiro. «Sautier Casaseca: la muerte del folletín nacional
sindicalista». Triunfo, n. 899 (Madrid, 19 de abril de 1980), p. 45.
2. PÉREZ GARCÍA, Jaime. Fastos biográfi cos de La Palma. Santa Cruz de La
Palma: Caja General de Ahorros de Canarias, 1985-1998, v. 1, pp. 168-170.
118 ELISEO IZQUIERDO
la de Franco; ni que, cuatro años después, saldría su opúsculo
Las dictaduras, editado en Madrid en 1929. Sautier, con toda
probabilidad, tuvo en sus manos y leyó ambas obras, y también
Por la concordia, de 1927, que, aunque prohibida su edición
por el gobierno de Primo de Rivera, circuló ampliamente en
copias mecanografi adas clandestinas hasta que Cambó pudo
verla publicada tres años más tarde, en 1930, después de la
caída del primorriverismo. Otro dato nada desdeñable es que
Cambó, como ya se ha indicado, apoyó política y económica-mente
al general Francisco Franco tras el golpe de estado de
julio de 1936, aunque no se comprometiera de manera directa
en la contienda.
Aunque por poco tiempo, Guillermo Sautier Casaseca fue
secretario del presidente del Tribunal de Garantías Constitu-cionales
de la II República española. Todo da a entender que
su horizonte personal y familiar más atrayente y en el que
esperaba encontrar seguridad y estabilidad era otro, no pre-cisamente
el de la radiodifusión. Pero ocurrió lo que ocurrió:
el estallido de la guerra civil sorprendió a Sautier metido de
lleno en el mundo de los negocios y haciendo a la vez los
primeros pinitos como escritor de radioteatro. Se alistó en el
bando del general sublevado, convencido de que la situación
política y social había alcanzado un punto de no retorno y la
rebelión era inevitable e inexcusable: «era necesario —dice, para
justifi carlo— cortar por lo sano lo que ya se estaba convirtiendo
en un cáncer», y remata la dura afi rmación con estas palabras:
«Afortunadamente, se llegó a tiempo de que el cáncer no siguiese».
Una de las ideas cardinales de Guillermo Sautier Casaseca, la
articulación esquizofrénica de la sociedad española en malos
muy malos y buenos muy buenos que al fi nal triunfan sobre
los, para él, perversos, la encontramos, como en ésta, en muchas
otras afi rmaciones suyas.
Oposita a interventor civil de Marina y es destinado a la en-tonces
Guinea española, o Guinea Ecuatorial. Ejerce en Santa
Isabel de Fernando Poo. Contrae una hepatitis, —a mediados de
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 119
los años cincuenta seguiría diciendo que fue ictericia—, que lo
mantuvo en cama durante tres largos meses. Es el colofón de
un periodo de su vida que dará muy pronto un aparente giro
copernicano.
120 ELISEO IZQUIERDO
FIDELIDAD DE ESCUCHANTE FORZOSO
La historia de la radiodifusión en España empieza en 1924 con
la dictadura de Primo de Rivera. El 14 de noviembre de ese año
inició sus emisiones en Barcelona la primera estación autorizada
ofi cialmente, la EAJ-1. Un mes más tarde, el 19 de diciembre,
se constituyó en la capital del reino la empresa Unión Radio, y
seis meses después, el 17 de junio de 1925, el rey Alfonso XIII
inauguraba su emisora, Radio Madrid, con el distintivo EAJ-7. En
Canarias, las primeras emisiones experimentales se efectuaron
en 1925. Radio Club Tenerife, primera emisora autorizada en
el archipiélago, comenzó a hacerlo en 1930.
Con la república, la radio intensifi có la labor informativa y de
difusión de la cultura, y en la guerra civil se convirtió en efi caz
instrumento político para ambos bandos, que se valieron de ella
para expandir sus programas y hacer proselitismo. Al fi nalizar
la contienda, todas las emisoras, públicas y privadas, quedaron
sometidas a férreo control de la censura gubernamental; tarea
de la que, en los primeros momentos, se hizo cargo Falange Es-pañola.
Todas estaban obligadas a conectar con Radio Nacional
de España para retransmitir el diario hablado, y luego los diarios
del mediodía y de la noche, lo que se llamó durante mucho
tiempo «el parte», prolongación en el imaginario ciudadano del
parte de guerra de la radiodifusión franquista sobre las operacio-nes
bélicas. La orden se cumplió desde el 6 de marzo de 1939
hasta que fue abolida por el gobierno de Adolfo Suárez, el 6
de octubre de 1977.
Guillermo Sautier Casaseca contó en más de una ocasión que,
recuperado ya de la enfermedad que le mantuvo en la cama
durante meses, empezó a acudir con asiduidad a Radio Madrid:
«Yo no tenía nada que perder entonces, únicamente mucho tiempo
sin ocupación», le decía a Alfaro en la entrevista ya citada, para
luego confesarle: «No dejaba de ir un solo día por la radio, has-ta
que se acostumbraron a verme y me admitieron». Fueran así,
o no tan así, sus primeros pasos en el mundo de las ondas, lo
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 121
cierto es que sus comienzos aparecen vinculados a los sucesivos
intentos, hasta cinco veces fallidos, de lograr que un guion suyo
se emitiera en el programa Tu carrera es la radio de la citada
emisora. En declaraciones a Juan Munsó Cabús para su exce-lente
libro 40 años de radio (1940-1980)3, Sautier añade algo
más, que no deja de ser signifi cativo: En la etapa de completa
inmovilización a que lo obligó la hepatitis, en la que —dice—
«me aburría espantosamente», se dedicó a escuchar la radio. «No
me perdía ninguno de los seriales que se radiaban», reconoce. Esa
fi delidad de escuchante forzoso le resultaría al cabo muy útil.
Aprendió, entre otras, dos cuestiones fundamentales: cómo había
que fabricar una historia para que fuera atractiva y enganchara al
oyente, y con qué instrumentos hacerlo. La experimentación con
estos principios técnicos es probable que diera como resultado
el guion que por fi n le aceptaron.
A aquel guion le siguieron inmediatamente varios más, hasta
que un día de 1947 lo llamó a su despacho el jefe de progra-mación
de la emisora, Manuel Aznar Acedo (Bilbao, 1916–Ma-drid,
2001), padre del expresidente del gobierno del mismo
apellido, y le propuso escribir la serie Historias en el Retiro
para los intermedios de la retransmisión de los conciertos de
la Banda Municipal de Música de Madrid. La radio le acababa
de abrir las puertas. Guillermo Sautier se entrega entonces a
una actividad frenética, que va de trabajos de mesa de redac-ción
a entrevistas radiofónicas, adaptación de obras literarias,
realización de programas especiales, dirección de programación,
etc., etc. Textos de Concha Espina, Alejandro Dumas, Carmen
Icaza, Juan Antonio Zunzunegui, Du Maurier, los premios Na-dal,
etc., encuentran en Guillermo Sautier al hábil adaptador. A
todo esto, que era muchísimo, se sumaban otras tareas, como
las que compartió con el crítico musical, pianista y compositor
Enrique Franco (Madrid, 1920–2009) en la elaboración de los
guiones de la serie Fantasías con música, o en los de humor
3. MUNSÓ CABÚS, Juan. 40 años de radio (1940-1980). Barcelona: Picazo,
1980.
122 ELISEO IZQUIERDO
Pedrín y Pedrito, o su participación en la sección Teatro entre
bastidores, y en otras más.
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PENSAMIENTO COINCIDENTE
Entregado por entero estaba el escritor palmero a ese abru-mador
quehacer plural cuando se cruzó en su camino una mujer,
Luisa Alberca, funcionaria del ministerio del Aire y escritora de
novelas y de guiones radiofónicos, algunos de los cuales había
conseguido que le fueran puestos en antena. La conoció en el
programa citado Tu carrera es la radio. Eso fue en 1951. Sau-tier
Casaseca le contó a Juan Munsó, para su mencionado libro,
detalles de aquel encuentro. Era, dice, «excelente escritora, de fi na
sensibilidad». Confi esa que «nos hicimos buenos amigos desde el
principio», y que «con motivo de la adaptación de su novela Patricia
Rilton [no Hilton, como se ha escrito], volví a intimar con ella».
Fue entonces cuando los dos decidieron trabajar en compañía:
«El excesivo trabajo —dice Sautier— absorbía todo mi tiempo y
le propuse colaborar juntos. Iniciamos la experiencia con “Lo que
nunca somos”, novela que editó luego Caralt». Finalmente deja caer
dos frases claves para entender el éxito del trabajo compartido.
La primera es: «Nos dimos cuenta que ambos coincidíamos en el
modo de pensar». La otra, fundamental también para penetrar en
el secreto de su estrecha labor: «Ella hablaba un poco en mujer
y yo en hombre». Dos principios básicos, esenciales, para que el
género triunfara. Virilidad y ternura. Desamparo y protección. Fue
una colaboración literaria estrecha, que se prolongó a lo largo de
ocho años y fi nalizó, no de forma abrupta pero sí previsible, en
1959. Luisa Alberca se apartó de aquella actividad compartida
y continuó escribiendo sola para la colección «Biblioteca Chicas»
de la editorial Cid.
Alberto Sánchez Álvarez-Insúa ha explicado bien cómo era el
sistema de trabajo de ambos escritores, el reparto de cometidos
y el papel que cada cual asumió4; sistema al que, por otra parte,
tanto Alberca como Sautier se refi rieron con detalle en varias
4. SÁNCHEZ ÁLVAREZ-INSÚA, Alberto. «Luisa Alberca y la generación de señas
de identidad en el primer franquismo». Arbor: ciencia, pensamiento y cultura,
n. 720 (2006), pp. 469-487.
124 ELISEO IZQUIERDO
ocasiones: «Casaseca construía el guion o la escaleta de la obra, la
carpintería literaria, y dejaba que Luisa redactara el texto». El pre-cipitado
fi nal, si la dosifi cación era la adecuada, resultaba el justo
y deseado: «Alberca [en lo que le correspondía] puso el sentimiento
y el toque “femenino” y Sautier la intencionalidad política». De una
parte, la emoción, los afectos, la soledad, las facetas entrañables, las
efusiones del alma, la ternura, como tarea asumida por Alberca; de
otra, el propósito deliberado de servir con lealtad absoluta y sin
límites —«una adscripción sin fi suras y puesta incondicionalmente a
su servicio», subraya Insúa— a la persona y a la causa del general
vencedor y de los suyos, aunque andando los años intentara apa-rentar,
pues era muy astuto, cierto agrietamiento en el monolítico
edifi cio de su fi delidad al franquismo.
Sin embargo, esa arquitectura, por muy bien construida que
estuviera, no les hubiese proporcionado por sí sola el éxito y la
popularidad que alcanzaron, en particular Sautier Casaseca, que
era quien tenía la sartén por el mango. La edifi cación requería
una fórmula para seducir al oyente y atraparlo sin remedio.
Sautier acertó a descubrirla, con toda seguridad, en los folletines
del siglo XIX, la puso en práctica y la condensó en este principio
suyo, que explica el éxito de su producción radiofónica, teatral
y novelística: «Hay que llegar directamente al corazón sin pasar
por el cerebro». Es lo que la desvencijada sociedad española de
la posguerra necesitaba y pedía: historias para no pensar, llanto
a raudales con que ahogar el alma, arquetipos humanos más
desgraciados aún que el oyente. Porque, además, la fórmula
abría sutilmente compuertas a la manipulación, de manera que
los mensajes que la radionovela iba esparciendo, capítulo tras
capítulo, en bien medidas dosis subliminales, calaran en el alma
colectiva: el hombre y sus valores espirituales irrenunciables; la
patria, como unidad de destino en lo universal; el enemigo en
permanente acecho para destruir las virtudes de la raza; la casa
como santuario de la mujer hacendosa, conforme al lema de la
Sección Femenina: «Mujeres para Dios, para la patria y para el
hogar» y su arquetipo popular: La «“Carmen de España” cristiana
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 125
y decente» que paseó por el universo mundo la incombustible
Carmen Sevilla; el pecado como obsesión; el honor de cara a
la galería, y la depravación; el sacrifi cio y la renuncia silenciosa,
los infortunios, los desgarramientos del espíritu, la defensa de
los ideales que nos hacían diferentes ante el mundo; un ideario
que Sautier, todavía en la década de los setenta del pasado siglo,
seguía pregonando y defendiendo.
Especial interés ofrecen las ideas de Sautier sobre la mujer y
su papel en la sociedad, porque son sin duda el mejor espejo de
su talante humano y de su concepción de la sociedad española
que defendió con uñas y dientes hasta el fi nal de su existencia.
A su juicio, la mujer española tenía que ser romántica, sentimen-tal,
con fantasía pero «que no peque», un ser para el hogar, no
para que lo abandone. Uno de los pecados de la mujer, repetía,
era el de querer emular al marido. Consideraba que a la mujer
se le habían dado demasiadas alas, demasiada libertad, sin que
estuviera todavía preparada. Defendía la libertad de la mujer,
«pero que no se pase».
UN RECAMBIO EFICAZ
Cuando Luisa Alberca deja de colaborar con Sautier Ca-saseca
en 1959 (la última producción conjunta fue la novela
Extraño poder), el escritor consigue recambio inmediato y fi cha
sin demora como sustituto a Rafael Barón Valcárcel, madrileño
nacido en 1921, escritor de novelas cortas y dispuesto a ganarse
la vida con la pluma (era y es un decir), que había publicado
ya varias narraciones en la popular colección «Chicas». Cuando
falleció de un infarto de miocardio el día primero de diciembre
de 1987, Abc publicó su esquela, que rezaba así: «Rafael Barón
Valcárcel, escritor. Subió a la Gloria». Contaba en aquel instante
sesenta y seis años.
Si con Luisa Alberca dio Guillermo Sautier Casaseca el cam-panazo
que marcaba el rumbo de su meteórica carrera como
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creador radiofónico con Lo que no muere, con Rafael Barón
alcanzaría el punto culminante, el cenit, con el estreno de Ama
Rosa, la obra que le dio mayor celebridad (y dinero). El serial Lo
que no muere empezó a ser emitido en 1952. La interpretación
estuvo a cargo del Cuadro de Actores de Radio Madrid. Estas
líneas de Juan Munsó, ya citado, refl ejan de forma insuperable
el impacto que provocó en la sociedad española de los años
cincuenta esta radionovela: «“Lo que no muere” —dice— fue
una bomba radiofónica. [...] De cinco a cinco y media de la tarde
era una hora prohibitiva para hacer visitas o llamar por teléfono.
[...] En las peluquerías, las señoras pedían que se les quitara el
casco secador para escuchar “Lo que no muere”. El que llegaba a
casa del radioyente a las cinco debía permanecer mudo hasta que
fi nalizase el capítulo, y antes de entrar en materia estaba obligado
a comentar lo que le sucedía a Lopes Doria con Nita y la pobre
Margarita», personajes que eran interpretados, respectivamente,
por Pedro Pablo Ayuso, Matilde Conesa y Maribel Alonso. Lo
que no muere es, en síntesis, una historia de buenos y malos, de
amores y desamores, y un intento de explicación, o, más bien,
de justifi cación, desde una perspectiva desenfocada, como no
podía ser de otra manera, de por qué había ocurrido en nuestro
país lo que ocurrió. El éxito de Lo que no muere fue tal, que la
obra comenzó a publicarse en fascículos casi inmediatamente,
a partir de abril de 1953, y en agosto se estrenó en Barcelona
la versión para teatro.
En cuanto a Ama Rosa, la radionovela que sitúa a Casase-ca
en la cima de la literatura popular española del siglo XX
y asimismo en la de la popularidad, su estreno resultó un
acontecimiento aún mayor que el anterior, con una audiencia
muchísimo más amplia. Había transcurrido casi una década de
Lo que no muere y los españoles, claro que no todos, podían
adquirir, eso sí, con difi cultades, aparatos de mejor calidad, a
precios más asequibles y a plazos. Pero valía la pena. La emi-sión
de Ama Rosa por la SER, a través de las quince emisoras
que entonces formaban la red, no todas de forma simultánea,
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 127
comenzó en 1959. Era, cómo no, una intrincada historia de
amores y de desdichas. Una madre, Rosa Alcázar, a punto de
morir sin posible remedio. Un niño que acaba de nacer y que-dará
sólo en el mundo. Un médico comprensivo. Una familia
128 ELISEO IZQUIERDO
acaudalada, los Riva, que ha perdido ese mismo día su bebé.
La madre moribunda, que le pide al galeno que reemplace en
secreto el pequeño muerto por el suyo vivo; así, el fruto de sus
entrañas tendría un hogar confortable donde crecer y el calor
de unos padres, que nunca sabrían que no era el suyo. Pero
ocurre el milagro y la desdichada mujer abocada a morir no
muere. Es imposible resumir todo lo que ocurre en el centenar
de capítulos siguientes.
Con Ama Rosa ocurrió aún más que con Lo que no muere.
Pasó de la radio rápidamente a la letra impresa, se editó, se
puso en escena en versión de sus dos creadores con la cola-boración
de Fernando Vizcaíno Casas, que era de la misma
cuerda, y fi nalmente Klimowski la llevó al cine, con Imperio
Argentina como protagonista. Para la versión teatral conta-ron
con un actor pintiparado, Doroteo Martí, valenciano de
nacimiento, que tenía más cara que espalda y unos recursos
histriónicos nada comunes. Murió en Madrid, con ochenta
años, en 1993. Eduardo Haro Tecglen ha relatado con gracia
inimitable lo que cualquiera pudo haber vivido como episodio
de intensa emotividad durante una de las funciones diarias
de Ama Rosa en el madrileño Teatro Calderón, con el actor
en plena representación de la obra: «Doroteo Martí —cuenta
Haro— quedaba de pronto silencioso en la escena. Pasaba una
mano temblorosa sobre su frente, sobre sus ojos. Los otros actores
se miraban entre sí, no sabían si continuar. Y Doroteo Martí se
dirigía al público: “Perdonen, por favor... Me ha ocurrido algo...
Ahí, en la tercera fi la, hay una anciana que me recuerda tanto
a mi madre! Mi madre, que no pudo nunca ver mis éxitos...
Permítanme que baje y le dé un beso en la frente...”. Doroteo
bajaba, besaba, lloraba. La viejecita sollozaba. El público lloraba,
aplaudía. Y el primer actor volvía al escenario, se concentraba un
momento y continuaba la representación». Añade Haro Tecglen
que, al fi nalizar la obra, la viejecita pasaba por contaduría
para cobrar el beso.
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 129
UNA MÁQUINA DE HACER DRAMONES
¿Cuántas novelas y cuántos seriales escribió Sautier Casaseca
a lo largo de su vida? Igual aseguraba que cien o que mil o que
dos mil. Ni él mismo lo sabía. Hay quienes aventuran que fueron
72 novelas y 12.000 guiones radiofónicos. Sólo con una fábrica
de producción diseñada y organizada como la que Sautier puso
en marcha, con objetivos muy concretos, fue posible engendrar
una obra tan extensa. Sin embargo, resulta difícil determinar
con exactitud su producción total, pues, como suele ocurrir en
estos casos, hasta se le atribuyen obras de otros autores, entre
ellas los populares dramones sudamericanos Simplemente María
(1969) y Lucecita (1970), a pesar de que el propio Sautier, en
más de una ocasión, renegara de ellas porque suponían, en su
opinión, un paso atrás en el proceso de la radionovela que él
había consagrado.
Afi rmaba Sautier que sus seriales y novelas, contrariamente a
lo que opinaban sus detractores, eran más bellos que la realidad,
porque hacían soñar, no contenían violencia, ni inmoralidad,
ni pornografía, y generaban fantasía y belleza con un lenguaje
limpio, directo y sin atajos. Reconocía, no obstante, que en su
primera época escribió seriales blandengues, pero se justifi caba
ladinamente diciendo que «la censura nos apretaba como un corsé,
asfi xiándonos». Para él, la realidad «es mucho más cursi» que sus
novelas; no digamos, de las novelas rosas, «que son pornográfi cas».
Detestaba la pornografía, la inmoralidad y la amoralidad, y siempre
se esforzó en dejar claro que las suyas no eran novelas rosas5.
EL OCASO INEVITABLE
Guillermo Sautier Casaseca falleció en Madrid en abril de
1980, cuando había transcurrido ya un lustro de la desaparición
5. Entrevista con Consuelo Sánchez-Vicente.
130 ELISEO IZQUIERDO
física de la vida española del personaje con el que confesó en
cierta ocasión a un periodista que le hubiera gustado compartir
un día de su existencia, y las fi guras de uno y otro comenzaban
a agrietarse como cualquier efi gie cocida sólo al sol.
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 131
Prestidigitadores ambos, cada uno en su escenario y los dos
con las cartas marcadas, a Guillermo Sautier Casaseca le llegó
el ocaso después de asistir al desmoronamiento imparable de
la fortaleza que los dos, cada uno con los medios que tuvo
a mano, habían construido con muchos más. Su carrera en la
radio, igual que en el teatro, fue meteórica. Lo llamaban el rey
de los seriales, lo que le complacía. Fue un maestro de la lite-ratura
de masas. Se metía a las gentes en el bolsillo. Sacudía las
pasiones elementales o adormecía al lector o al oyente (no al
escuchante) que se dejaba ser narcotizado. Que se dijera esto
de él sí le molestaba. Como también, en los últimos tiempos,
que se enfatizara su estrecha vinculación al franquismo. En una
entrevista con Alfredo Garrido llegó a manifestar, con un punto
de indignación: «Di Stefano no tuvo la culpa de que le tocara vivir
en tiempos de Franco. Yo tampoco. He vivido tranquilo y feliz a
pesar de la censura».
Hoy su obra, si interesa, es por sus habilidades como comu-nicador
(iba a decir embaucador), no por lo que comunicaba,
que hace tiempo ya que perdió vigencia por completo; y como
manipulador de sentimientos, por la predisposición para armar
con unos cuantos mimbres un cesto por el que corrían mares
de lágrimas, que eran lágrimas de desahogos y de frustracio-nes
de un país sumido en la miseria de una guerra que por
fratricida fue doblemente cruel y estúpida. Interesa, repito,
como fenómeno sociológico, no como exponente literario. No
se deben subestimar las condiciones que Sautier descubrió
un tanto tardíamente para escribir dramones inacabables, su
facundia de torrentera, su saber escarbar en la ciénaga de las
pasiones sórdidas para trasfundir en la audiencia, con indes-mayable
tenacidad y como fármaco salvador, el ideario de la
revolución nacionalsindicalista en la que creía a pie juntillas y
a la que sirvió con lealtad y sumisión total. Supo encontrar y
explotar un antídoto efi caz contra el hambre y la opresión en
la posguerra española. El sociólogo Amando de Miguel llegó a
comparar sus seriales con los libros de caballería.
132 ELISEO IZQUIERDO
Siempre discurriendo sus creaciones entre el melodrama, la
farsa, el sainete, la comedia rural y el enredo doctrinal, mues-tran
hoy con sufi ciente perspectiva, acaso como ninguna otra
consecución de la dictadura, los ingredientes de que echó mano
el sistema político nacido de la guerra civil para adormecer el
alma del pueblo, resignado a la fuerza. A ese empeño de adoc-trinamiento
general prestó su contribución, como la prestaron
también desde muy diversos estratos políticos y sociales y muy
diferentes perspectivas personales no pocos españoles, unos por
convicción y voluntaria entrega, otros, man que les pesara, por
exigencias de la vida. Juanita Ginzo era hija de anarquistas y
ella también lo fue. Pero tenía que vivir. Y fue acaso la voz
más sauteriana.
Sautier Casaseca descubrió el poder de la radio, el medio más
efi caz entonces, por novedoso y porque podía meterse hasta
en las cocinas de los hogares y en los colmados y fi gones, que,
con los templos, ermitas y capillas, conformaban el decorado
de la vida cotidiana de la España de la posguerra. Ganó mucho
dinero. Obtuvo numerosos galardones. Fue respetado y temido.
Cuando en 1954 le concedieron el premio Ondas, y en víspe-ras
de la difusión de su guion número cien lo homenajearon
en Madrid con un banquete, lo importante no fue el ágape en
sí sino quiénes lo convocaron. Por el orden en que aparece la
relación de los fi rmantes en el diario Abc de 19 de marzo del
indicado año, lo hicieron Concha Espina, Pío Baroja, Gregorio
Marañón, Jesús Suevos, Eugenio Montes, Carmen Icaza, Joaquín
Calvo Sotelo, Manuel Pombo Angulo, Mercedes Fórmica, José
Antonio Giménez-Arnau, Francisco Bonmatí de Codecido, Juan
Antonio de Zunzunegui, Pedro Gómez Aparicio, Enrique Llovet
y Manuel Dicenta. Sin comentarios. Por cierto, que al almuerzo
no acudió el presidente del Hogar Canario, que alegó tener que
asistir a un sepelio y envió en representación suya al periodista
tinerfeño, redactor-jefe del diario de los Luca de Tena, Juan
Bautista Acevedo Rodríguez.
CLAROSCURO DE GUILLERMO SAUTIER CASASECA (1910-1980) EN SU CENTENARIO 133
PARA FINALIZAR
He querido acercarme a la fi gura de Guillermo Sautier Casa-seca
con mirada de periodista, respetando su manera de pensar,
su no tener que arrepentirse de nada, y las peculiaridades so-bresalientes
de su amplísima producción literaria y radiofónica
de signo inequívocamente popular y político; haciéndolo a la
manera de quien elabora un reportaje eminentemente informativo
y valorativo. Quedan por desvelar aspectos importantes de su
biografía, perfi lar su fi gura humana, ordenar su obra, clasifi carla y
analizarla con rigor y objetividad; un estudio que lo sitúe, como
hay quienes lo solicitan, en el lugar que debe tener como repre-sentante
máximo en el siglo XX de la literatura popular española.
Decía Paul Moran que «el escritor traiciona su ética cada vez
que sirve obcecaciones políticas o intransigencias sectarias». No
evoco estas palabras del gran escritor francés sino para que se
entienda que el que hoy Guillermo Sautier Casaseca se encuentre
situado, ideológica y literariamente, en un estadio radicalmente
distinto al que nosotros transitamos no justifi caría su olvido ni
que se minimizara su tarea, sino, por el contrario, la necesidad de
colocarlo en el puesto que merece. De ahí la oportuna convoca-toria
del Cabildo de La Palma, que le honra, para recuperar la
memoria de quien tuvo la fortuna de haber nacido en esta tierra
y regresó varias veces a ella, lo que Sautier quiso reconocer y
agradecer legándole a la isla de La Palma su amplia producción
literaria y su interesante archivo personal y profesional.