LA PROMESA Y EL RIESGO:
EDICIONES LA PALMA,
DESPUÉS DE VEINTE AÑOS
MAIKI MARTÍN FRANCISCO
Fecha de recepción: 28 de enero de 2010
Fecha de aceptación: 30 de abril de 2010
Los comienzos —como los finales— no surgen de la nada; su
anuncio viene siempre enmarcado en los acontecimientos pro-pios,
en las múltiples formas con las cuales el destino —ese li-bro
que nunca termina de reescribirse— se disfraza para crear
una falsa apariencia de libertad. Ser libre no es seguir el cami-no
correcto, sino probar el mayor número de posibilidades, per-petrar
osadías y descubrir en ellas la vigencia de vivir, el éxtasis
cotidiano, la visita a los bosques de Thoreau, la soledad en su
estado más consciente. Hay quienes se conforman con la segu-ridad,
y hay quienes la utilizan para dar el primer paso hacia lo
trascendente, como método para conocerse y crearse a partir de
lo descubierto, de lo desdeñado por previsible o superficial. Sin
ese desconcierto, sin esa mirada interior que nos devuelva algo
más que el reflejo de lo que creemos que somos, la trascenden-cia
no es posible. Para saber que estamos vivos, es necesario
nutrirnos, llenarnos de palabras —nuestras y de otros—, de so-nidos,
de imágenes que conduzcan el pensamiento y las emo-ciones
mucho más allá de lo esperable. Quien sólo cumple «su
deber» tal vez consiga los quince minutos de gloria, pero no será
nadie, ni siquiera para sí mismo. Porque vivir es crear, y esto nunca
puede basarse en la mera repetición. Es el esfuerzo, el trabajo
Cartas diferentes. Revista canaria de patrimonio documental, n.o 6 (2010), pp. 57-69.
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diario, lo único que se alza por encima de esa engañosa seguri-dad
que desde hace tiempo nos presentan como garantía de
felicidad o incluso como la felicidad misma, sin que muchos se
pregunten por qué esa felicidad no les hace felices.
Y es que la seguridad no es nada emocionante: apenas contem-pla
los riesgos, elimina de un plumazo los problemas —y por ende,
la aventura que supone la búsqueda de soluciones— y convier-te
la reflexión en obsesiones. Se intenta vender la seguridad por
encima de todo, con el pretexto de minimizar así los problemas,
para no tener que pensar en ellos, y dedicar entonces nuestra
mente, por ejemplo, a contar los mosquitos que podamos atro-pellar
con el coche. ¿Acaso no es ésta una manera de fomentar
el pensamiento obsesivo? Eliminando los riesgos, se elimina tam-bién
la reflexión, y con ello, la trascendencia, un privilegio que,
a pesar de lo que nos hayan hecho creer, no es de unos pocos.
Entender una obra de arte o disfrutarla, emocionarse con una
película o un concierto, imaginar a través de las páginas de un
libro, dialogar con él, no puede seguir siendo el espacio de una
minoría que no se conforma: cualquiera puede llegar a ello, siempre
y cuando se arriesgue. Pero parece que no todos están dispues-tos
a hacerlo. En Canarias, lamentablemente, hace mucho que
dejamos de arriesgar, y el asunto es bastante complejo.
A principios de este siglo, el crítico Jorge Rodríguez Padrón
ya lo dejaba claro en una conferencia pronunciada en el Cabil-do
de Tenerife, durante unas jornadas que pretendían —como
uso y costumbre— reconocer el trabajo literario de lo que se ha
conocido como «generación de los 70». Rodríguez Padrón había
sido hasta entonces una especie de maestro-guía del grupo, en
el cual había depositado sus esperanzas, tal y como lo recogen
varios artículos suyos publicados en 1985 y 19891. Ya en estos
1. Me refiero, especialmente, a los artículos «El escritor canario de la de-finición
a la explicación», «Informe objetivo (dentro de lo que cabe) sobre
la nueva narrativa canaria», «Algo de historia», «Y un poco de luz», recogi-dos
en su libro Una aproximación a la nueva narrativa en Canarias. Santa
Cruz de Tenerife: Aula de Cultura de Tenerife, 1985, pp. 19-33, 73-74, 75-
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textos se percibía la preocupación del crítico por la necesaria
aparición de una tradición narrativa en Canarias que «nos ex-plique
», al margen de esa serie de tópicos con la que se ha ve-nido
definiendo la literatura de las islas, al menos durante bue-na
parte del siglo XX: el aislamiento, el intimismo, el sentimiento
del mar... Una preocupación que era también un llamamiento
para un cambio de ruta, un alto en el camino para que los jó-venes
autores —que en algún lado alguien también denominó
«narraguanches»— analizasen antes su situación, desde dónde y
hacia dónde querían escribir. Lo que Rodríguez Padrón enton-ces
pretendía era alentar un debate en el interior de los propios
creadores, que les sirviera de catapulta, una especie de rito
iniciático sobre el cual podría haberse fundado una cierta tra-dición
narrativa:
Lo que me interesa destacar es que no se ha tenido, hasta hace
bien poco, verdadera conciencia de lo que debía ser la literatura en
Canarias. De lo que es, o puede ser. De ese letargo parece que se
ha ido despertando y nos encontramos inundados de urgencias, de
búsquedas de protagonismos, de creación de una inmediata van-guardia
literaria que sirva de frente de choque o de cabeza de turco,
vaya usted a saber. Por eso creo que trabajos como éste [...] deben
nacer como consecuencia de estas necesidades: arrojar luz sobre el
tema, adoptar posturas analíticas serias, y dejarnos, de una vez por
todas, de contribuir a falsos folklorismos o a inútiles afanes por
reivindicar el terruño; porque derivaríamos, inmediatamente, en algo
que es contrario por naturaleza a toda clase de literatura: el
costumbrismo más obtuso y superficial. Precisamente ése es el pro-blema
de la literatura en Canarias; ése es, justamente, el peligro de
una literatura y un arte regionales que quieran tener un mínimo
de interés. Lo que parece que siempre ha sido difícil, dificilísimo, por
no decir imposible, es llegar a dar vigencia literaria a las peculia-
79 y 80-82, respectivamente, así como al publicado en el número monográfico
de literatura y cultura canarias de la revista El urogallo; «Cultura canaria hoy»,
El urogallo (Madrid, diciembre de 1988-enero de 1989).
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ridades, las circunstancias personales o sociales, llegar a transfor-marlas,
a transmutarlas en el acto libre de la creación2.
A lo largo de este trabajo —tal y como se recoge en la
cita—, Rodríguez Padrón reafirmaba su deseo de que por fin se
dejaran atrás los tópicos, productores de un aislamiento mucho
más grave: el de la comunicación y la expresión literarias. Para
el crítico era indispensable que los autores dejaran de definirse
como algo diferente o extraño, cayendo casi siempre en un
costumbrismo que poco tenía que ver con la realidad, ansiosos
como estaban por anteponer la «canariedad» al compromiso
estético y literario. No cabe duda de que algunas de las obras
publicadas en los 70 abrían las puertas a una nueva visión de
la realidad, a un análisis del mundo que bien podría haberse
convertido en savia nueva3. Se trataba de una época de urgen-cias,
en donde el final del franquismo avistaba una era diferen-te:
pululaban los debates, las revistas literarias, los suplementos
en los periódicos, los premios y, por supuesto, las editoriales. Junto
2. «El escritor canario de la definición a la explicación». En: Una aproxi-mación
a la nueva narrativa en Canarias... op. cit., pp. 22-23.
3. El ejemplo más notable es el de la novela El don de Vorace, de Félix
Francisco Casanova, cuya trayectoria se vio truncada por su repentina muerte.
La obra ganó el Premio «Benito Pérez Armas» en 1974, pero desde enton-ces,
y a pesar de la aureola mítica que ha rodeado la figura de su autor, se
le ha prestado casi la misma atención que al resto de la literatura hecha en
las islas. Su caso es un claro ejemplo de una escasa tradición cultural y crí-tica,
basada especialmente en un fuerte sentimiento de inferioridad que, desde
la conquista y la colonización, ha sido fomentado tanto desde la metrópoli
como desde buena parte de las instituciones canarias, típico, además, de una
sociedad caciquil como la nuestra. Un sentimiento de inferioridad incapaz
de valorar en su justa medida las diferentes facetas del arte realizado en la
comunidad. El don de Vorace va a ser publicado próximamente en todo el
estado español (actualmente sólo era posible conseguir la edición realizada
por el Centro de la Cultura Popular Canaria) y también será traducido al
francés, pero no gracias al apoyo oficial. Como siempre, han de ser las ini-ciativas
individuales —si es que no desisten antes en su hazaña— las que
promuevan nuestro desarrollo cultural. Aunque eso sí: si sale bien, algunas
instituciones ya buscarán la manera de sacarle partido.
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a la labor incipiente de algunas instituciones públicas (cabil-dos,
ayuntamientos y gobierno autónomo), los proyectos de Li-minar,
Inventarios Provisionales, y sobre todo Taller de Edicio-nes
J.B., que operaba desde Madrid, fueron imprescindibles
para que el impulso inicial se desbordara. Las presentaciones
de libros fueron acompañadas por la creación de nuevos premios,
y especialmente de la recepción más o menos entusiasta de un
público lector que empezaba a interesarse por todo aquello que
estaba sucediendo y de lo cual se hacían eco las páginas de los
periódicos. Autores como Luis Alemany, Rafael Arozarena, Víctor
Ramírez, Isaac de Vega, Luis León Barreto, Juan Cruz, Fernan-do
G. Delgado, Juan Manuel García Ramos y tantos otros, pro-metían
entonces explicar una realidad que comenzaba a
perfilarse nuevamente, entre el barullo del boom turístico, las
reivindicaciones independentistas del MPAIAC y una incipiente cu-riosidad
por la historia y la geografía de las islas, que la educa-ción
franquista se había ocupado de borrar.
Sin embargo, en medio de este ambiente festivo, de ardiente
efusividad, R. Padrón advertía ya sobre el peligro de seguir el fá-cil
camino de la fama, adaptándose a un sistema en donde la re-flexión
se intercambia rápidamente por el hábil discurso que no
dice nada:
¿No será necesario salirnos del círculo vicioso, de ese ámbito en
el que todo nos lo sabemos, en el que todos nos sabemos, y se hace
preciso alzar la vista, abandonar los tres o cuatro monstruos sagrados
en quienes papanatamente bebemos (y no abandonarlos por inser-vibles),
para proyectarnos en una comunicación más integral? [...]
hemos hecho caso omiso de esta difícil posición en que nos hallamos
dentro de la comunidad lingüística y literaria española, y hemos
tratado de definirnos, de intercambiarnos nuestra propia imagen,
sin ir más allá, sin ponerla en cuestión, sin analizarla, sin explicarla4.
4. RODRÍGUEZ PADRÓN, Jorge. «El escritor canario de la definición a la
explicación». En: Una aproximación a la nueva narrativa en Canarias... op.
cit., p. 25.
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En un análisis agudo, el crítico señalaba la inutilidad de se-guir
encuadrando a la literatura de las islas en los límites de un
debate a todas luces absurdo: el de querer diferenciarse sin te-ner
en cuenta al otro, sin situarse en un contexto histórico y social
mucho más amplio, y sin caer ni en el costumbrismo ni en la
mímesis, estrategias extremas incapaces de construir una perso-nalidad
propia:
El escritor insular, el creador, debe entender —y al parecer
empieza a entenderlo— que su vigencia no radicará en ese ple-garse
sobre sí mismo, que dijera Pérez Minik, sino en todo lo
contrario [...] «El canario se complace —ha escrito Juan Rodríguez
Doreste— en el aislamiento. De ello debe derivarse uno de los más
graves defectos de nuestra raza: nuestro extremado individualis-mo,
nuestra incapacidad para toda acción de acuerdo colectivo,
social»5.
Las duras palabras de Juan Rodríguez Doreste no hacen más
que reiterar la idea de que es lo universal lo que le da valor a
una obra literaria, lo que hace posible su perduración en el tiempo,
su diferenciación. Parte de estas mismas ideas las podemos en-contrar
también en el trabajo publicado en la revista El uroga-llo,
de 1989, en un número especial dedicado a la literatura y
la cultura canarias, trabajo que tampoco sirvió para que su dis-curso
fuera tomado como sabio consejo. Tendría que pasar toda
una década para que Jorge Rodríguez Padrón se hiciera oír de
nuevo, en un acto de valentía sin precedentes, rodeado de aquéllos
en los que él había confiado y que todavía hoy ocupan los lu-gares
comunes que por aquel entonces habían intentado supe-rar.
El crítico, como él mismo señalara, les había salido «respondón»
y la conferencia, que tantos esperaban como nuevo alimento para
sus egos —ya más que saturados de mutuos elogios— se con-virtió
en un invitado incómodo, un acto de irreparable impos-
5. IBIDEM, p. 29.
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tura, que suscitó algunos comentarios y seguramente más de un
ademán airoso que, a pesar de todo y curiosamente, dejarían poca
huella.
El discurso —que ya no «disgusto»— fue publicado en el año
2002 por la editorial Tauro con el título significativo de Narra-tiva
en Canarias: compromiso y dimisiones y el subtítulo Una
reflexión 30 años después. Con inusitada lucidez, expone de nuevo
su decepción ante lo que considera una terrible claudicación
(anunciada, a pesar de todo):
Yo había creído, con toda sinceridad y seriedad, que iniciar
aquella aventura suponía estar convencidos de que éramos, ya
para siempre, escritores; que apostar por ello nos obligaba a es-tar
alerta y no dejarnos amordazar ni doblegar por ninguna for-ma
de censura. No contemporizar, en suma; ni callar ciertas co-sas,
porque pudieran herir ciertas débiles susceptibilidades. Que
éste, por cierto, es el nuevo rostro de la censura tan sutil que hoy
se desliza subrepticiamente en la escritura literaria y en su críti-ca:
no hay censores de avinagrado rostro funcionarial y lápiz rojo
de gatillo fácil; hay componendas e intereses, hay connivencia y
disimulo, para dejar al margen todo criterio independiente, toda
voz que incorpore diferencia o disidencia al discurso establecido;
que sólo se oiga una palabra susurrante y gris que nada arries-gue,
y en la cual puedan coincidir, cómodamente, quienes gozan
de ese lugar bajo el sol que el poder —los poderes— les concede
como premio a su docilidad. ¿Es que no habían asumido riesgos
entonces? Digo personales, por supuesto; pero también, y sobre todo,
en la escritura. ¿Ha bastado con que pase el tiempo y que la
crispación política haya dado paso a esta democracia formalita,
de moqueta y despacho, para que tanto atrevimiento en la ac-ción
y en la indumentaria se haya diluido en el más convencio-nal
de lo formulismos?6.
6. Narrativa en Canarias: compromiso y dimisiones. [Santa Cruz de Tenerife]:
Tauro, 2002. La conferencia fue leída en el Cabildo de Tenerife.
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Pero para comprender estas palabras en toda su extensión
debemos volver atrás y recordar, de manera un poco más pre-cisa,
cómo era ese ambiente literario y cultural que había gene-rado
el boom. Ya se ha dicho que la década se había abierto con
la efervescencia de los premios literarios y las editoriales que
arriesgaban. En este capítulo cabe destacar, por un lado, premios
como el «Benito Pérez Armas», impulsado por la Caja General
de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife, y por otro, el «Premio
Canarias», frustrado intento de la editorial Inventarios Provisio-nales
de las Palmas de Gran Canaria, por citar sólo dos de los
más importantes. El primero lo ganaron autores como Alfonso
García-Ramos con Guad (1970), Juan Cruz con Crónica de la
nada hecha pedazos (1971), Luis Ortega con Migajas (1972),
Fernando G. Delgado con Tachero (1973) y Félix Francisco Ca-sanova
con El don de Vorace (1974), por poner algunos ejem-plos.
Lamentablemente, el «Premio Canarias» moría casi antes
de comenzar su andadura, al ser declarado desierto en su pri-mera
convocatoria de 1972, después de haber sido anunciado a
bombo y platillo, pues entre los miembros del jurado se encon-traban
escritores y críticos como Carlos Barral, Andrés Amorós,
J.J. Armas Marcelo y Mario Vargas Llosa, que, por supuesto,
constituyó la figura más esperada del momento. A la luz del
premio se publicó también la antología Aislada órbita, una muestra
de once narradores apadrinada por Carlos Barral, que también
pretendía erigirse como punto de encuentro y de arranque de
una supuesta generación que, como ya el mismo Rodríguez Pa-drón
ha señalado, no poseía vínculos entre sí, al menos desde
el punto de vista literario. Sin embargo, el libro sirvió de punto
de partida para escrituras posteriores, como lo atestigua la lista
de publicaciones, realizadas sobre todo por Taller de Ediciones
J.B. e Inventarios Provisionales. En este caldo de cultivo tuvo lugar,
además, la celebración de la I Semana de Narrativa Canaria,
realizada en la Universidad de La Laguna en la primavera de 1972
y en donde intervinieron escritores y críticos, al parecer con unos
resultados esclarecedores.
LA PROMESA Y EL RIESGO: EDICIONES LA PALMA, DESPUÉS DE VEINTE AÑOS 65
A la vista de lo expuesto, podríamos preguntarnos qué fue
lo que falló o faltó para que esta narrativa no llegara a desarro-llarse.
En la década siguiente, y si tenemos en cuenta el contexto
estatal, nos encontramos con un resurgimiento de la narrativa
—influida en parte por la prosa latinoamericana y en parte por
el afianzamiento de la mal llamada «Transición», puestas las es-peranzas
en el triunfo del PSOE en 1982—, con la aparición de
nombres tan conocidos hoy como Eduardo Mendoza, Rosa
Montero, Antonio Muñoz Molina, Almudena Grandes, Javier
Marías, Juan José Millás, etc., a los que se unían los más asen-tados
de Ana María Matute, Carmen Martín Gaite o Camilo José
Cela, sin olvidarnos de la gauche divine (Rosa Regás, Ana Mª Moix,
Esther Tusquets, Terenci Moix, Manuel Vázquez Montalbán y
Carlos Barral, entre otros). Era el triunfo, también, de proyec-tos
editoriales más o menos independientes —Tusquets, Seix
Barral7, Edhasa, Anagrama, Mario Muchnik...— y el afianzamiento
de otros mayores —Alfaguara, Planeta, Alianza...— que poco a
poco serían absorbidos por las multinacionales (sobre todo
Random House y Mondadori). También, lamentablemente, era
el final de otras tan importantes como Bruguera, Versal y Ar-gos
Vergara8. En Canarias el mundo del libro se fue consagran-do,
sobre todo, con la publicación de los premios por parte de
las entidades organizadoras9 (tanto públicas como privadas), pero
también con el (re)surgimiento de proyectos editoriales —Centro
de la Cultura Popular Canaria, Edirca, Benchomo, Globo, Tur-quesa,
Baile del Sol, La Calle de la Costa, Interinsular, Edicio-
7. Véase la labor de la gauche divine en algunos de estos proyectos, en el
libro de VILA-SANJUÁN, Sergio. Pasando página: autores y editores en la Es-paña
democrática. Barcelona: Destino, 2003.
8. Las curiosas razones de cierre de estas editoriales —especialmente de
Bruguera, recientemente recuperada— explica la frágil relación entre los autores
y las editoriales, para las que el libro, casi siempre, no es más que un pro-ducto
comercial. Remitimos igualmente al libro de Sergio Vila-Sanjuán.
9. Cabe decir que la difusión era también precaria, y los libros termina-ban
en los depósitos de las instituciones, sin apenas salida.
66 MAIKI MARTÍN FRANCISCO
nes La Palma...10— que venían a sustituir la labor realizada por
Inventarios Provisionales y Taller de Ediciones J.B. Esta última
había significado un primer intento de distribución a gran es-cala,
el salto fuera de los límites de las islas, ese gran escollo que
prácticamente a todos los escritores aterra, conociendo de an-temano
que el final de muchos de los ejemplares publicados
terminan pudriéndose en los sótanos de las instituciones o son
entregados a las bibliotecas públicas, cuyos escasos programas de
animación a la lectura no alcanzan ni siquiera para limpiarles
el polvo que acumulan. El hecho de que la editorial de Josefina
Betancort y Manuel Padorno publicase desde Madrid era acaso
la mejor noticia que podía darse a cualquier grupo de escrito-res
en ciernes, porque de algún modo eso podría significar un
cierto grado de lectores y por ende, de un posible éxito. Un éxito
que apetecía sobremanera, que podía confundir:
Que el afán de competitividad inculcado en nuestra feria de
vanidades literarias esté causando estragos no debe importarnos
demasiado, porque habrá que observar la calida del metal y
desechar siempre la ganga que puede existir. [...] Tendrán que
darse cuenta estos escritores nuestros que lo único que de veras
importa, de aquí en adelante, es la dedicación al trabajo, a la
creación sin desmayos, abandonarse complacientemente al volandero
triunfo o a la actualidad publicitaria no servirá absolutamente
para nada11.
Con todo, la labor editorial realizada resulta encomiable, y hay
que tenerla muy en cuenta, porque no debió de ser fácil (ni debe
10. Para conocer la lista completa, se puede consultar la tesis doctoral
de TORRES FRANQUIS, Francisco Javier. Imagen corporativa de las editoriales
canarias en el diseño del libro: colecciones y series (1980-1999): análisis crítico
y síntesis de propuestas. [Tesis doctoral ms.]. Universidad de La Laguna. De-partamento
de Dibujo, Diseño y Estética, 2002.
11. RODRÍGUEZ PADRÓN, Jorge. «Y un poco de luz». En: Una aproxima-ción
a la nueva narrativa en Canarias... op. cit., p. 82.
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de serlo hoy) arriesgar tiempo y dinero en una aventura sin apenas
precedentes que hayan funcionado, con un único aval de ilusiones,
jugadas en la mente y la promesa de un grupo de jóvenes es-critores.
Un aval que ha seguido formando parte de proyectos
posteriores, como el de de Ediciones La Palma, que en los veinte
años de su existencia no ha dejado de apostar por la literatura
que se ha hecho en las islas. Tal vez no sea exagerado decir que
su creación en 1989 —de la mano de Elsa López— volvió a
significar una vuelta de tuerca, ante todo porque a pesar del
nombre la editorial se asentaba en Madrid, con distribución tam-bién
en otras ciudades. De este modo, el hilo de Ariadna traza-do
en los 70 podría ser recogido por los nuevos escritores, para
quienes sus cuidadas ediciones se presentaban al menos como
un signo claro de calidad. Un dato enormemente relevante, te-niendo
en cuenta que el aspecto físico del libro constituye par-te
de su aval para su colocación en un mercado en el que, aun-que
nos pese, ha de competir.
Las portadas de Ediciones La Palma enseguida despuntaron
del resto, sobre todo de aquéllas que no habían sabido (o que-rido)
desvincularse de lo que aún hoy se consideran símbolos
de esa supuesta «canariedad» que continúa anclando nuestra li-teratura
a un provincianismo poco propicio a crear obras de
envergadura. Quizás no me equivoque tampoco al afirmar que
sin estos aires nuevos no hubiese sido posible el comienzo de
determinadas carreras literarias como la de Víctor Álamo de la
Rosa, quien con su novela El humilladero —salvando sus posi-bles
errores de opera prima— entraba a formar parte, al menos,
de los pocos debates literarios que por entonces se perfilaban12.
Junto a él, también publicaban nuevas voces poéticas como Pedro
Flores, Ricardo Hernández Bravo o Verónica García, cuyos tí-tulos
comenzaron a formar parte de una de sus colecciones más
12. En algunas de estas colecciones han participado también autores ca-narios
más conocidos, como Cecilia Domínguez, Antonio García Ysábal, Anelio
Rodríguez Concepción o Alicia Llarena, entre otros.
68 MAIKI MARTÍN FRANCISCO
bellas, «Ministerio del aire». El ángel de José Dámaso que apa-rece
grabado en su portada ha seguido de cerca los pasos
de los ganadores del Premio Internacional de Poesía «Ciudad de
Santa Cruz de La Palma», que desde su primera edición acom-paña
a las fiestas lustrales de la isla, siempre al cuidado de
Bernardo Chevilly. Un premio que ha continuado aportándole
calidad, y del cual se nutren mutuamente escritores y editorial,
a pesar de que en ocasiones se siga cometiendo el error de
abandonar los ejemplares premiados en los sótanos del ayunta-miento.
Precisamente, en su intento de sacar a nuestra literatura de
su letargo, Ediciones La Palma ha combinado esta labor con la
publicación de autores consagrados como Octavio Paz, José Hierro
o Cavafis, entre otros, lo que le ha otorgado mayor relieve. Sin
embargo, curiosamente, lo que más le ha servido de tabla de
salvamento es un libro que tal vez no encajara muy bien en su
línea editorial, pero que captó la atención de una buena canti-dad
de público lector, un público que hasta entonces había
permanecido al margen de la producción literaria en las islas. El
libro al cual me refiero es Buscando el sur, de Román Morales,
que todavía hoy —como lo demuestra su tercera edición, de
2007— continúa siendo uno de sus libros más vendidos, tal vez
porque su prosa sencilla pero cuidada, a medio camino entre la
novela y el diario de viajes, sólo se preocupe por narrar, por
intentar explicarse, sin más recursos que una mochila y unas botas
para entender el mundo. Desde luego que no serán los Diarios
de Colón, pero no es descabellado pensar que este libro pudie-ra
servir para ordenar algunas ideas, algunos elementos que nos
ayuden a descubrir quiénes somos, desde qué lugar estamos
escribiendo o hasta dónde nos hemos equivocado. Porque lo que
no se percibe en esta obra es ese afán por conseguir el éxito fácil,
de escritura ligera o ponderosa, abigarrada e inescrutable. No sería
la primera vez que un libro sin demasiadas pretensiones se con-vierte
de pronto en el inicio de algo, a veces con el pleno des-conocimiento
de su autor. Y no voy a extenderme más aquí, pero
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a lo mejor su aparición no ha sido casual (si es que la casuali-dad
existe)13.
Retomando el hilo cronológico, de los años 90 hasta ahora
ha pasado mucho y no ha pasado nada. Ha pasado mucho por-que
ha habido un desarrollo voraz en las islas que se está co-miendo
su frágil territorio, al tiempo que se emiten hábiles dis-cursos
para seguir justificando inversiones cada vez menores en
cultura, sin establecer aún una programación continuada que
permita el establecimiento de unos hábitos culturales óptimos
en la población, que enriquezcan el espíritu por encima de todo.
Y no ha pasado nada, porque se sigue de cerca el ritmo enlo-quecedor
de las apariencias, frenéticamente pendientes de no
perder la cola del poderoso, sea éste de la metrópoli española,
europea o estadounidense. En medio de esa vorágine, han sur-gido
nuevas editoriales, con unos propósitos iniciales muy valiosos
que han tenido que abandonar en poco tiempo, bien para pro-bar
suerte fuera, bien para mantenerse vivas, igualando sus cri-terios
a los de tantas otras editoriales que, cada vez más, pre-fieren
la cantidad de títulos a la calidad de los mismos. En el
maremágnum del mundo editorial español, y en concreto cana-rio,
el hecho de que Ediciones La Palma haya recuperado su
espacio —ése que no había perdido del todo— debe constituir,
para todos los que amamos o vivimos en y por el arte de la
escritura, un aliciente y una esperanza. Un aliciente para cons-tatar
que no estamos solos, ni equivocados, ni, mucho menos,
locos. Y una esperanza porque en medio del caos es bueno que
alguien señale lo que cree que pueda ser el camino, con algún
tipo de criterio que nos sirva a todos para avanzar, en la misma
línea que ya adelantaba Jorge Rodríguez Padrón, y que es la única
posible para el artista: la de la creación y el trabajo.
13. Es más: tal vez el nuevo giro de Ediciones La Palma, después de muchos
años en los que ha sobrevivido gracias a la poesía (en su doble sentido:
metafórico y material) esté más relacionado con esta búsqueda del sur —
cosas del destino— que con todas las aspiraciones que sus progenitores pu-dieran
tener en la cabeza.