CARTAS DIFERENTES. REVISTA CANARIA DE PATRIMONIO DOCUMENTAL 297
conocer e investigar sobre el Com-pendio
de Quesada y Chaves, cons-tituyéndose
esta obra en una fuente
para historiadores, para lingüistas y
para quien quiera conocer parte de
nuestra Historia.
Ya hemos señalado que hasta
ahora era un manuscrito práctica-mente
desconocido pues, si bien
podemos encontrar a diversos au-tores
que citan la obra de Quesada
y Chaves, no se había llevado a cabo
la transcripción íntegra del manus-crito,
tal como la concibió su autor:
prólogo, índice, cuadros, láminas,
mapas, cronología de los obispos,
decretos, breves, bulas, etc., respe-tando
la grafia original del autógrafo
y acompañada de una serie de no-tas
a pie de página que incluyen las
apostillas o notas que el autor in-corporó
a su obra y que, afortuna-damente,
ahora podemos conocer
gracias a la edición crítica realiza-da.
El trabajo se complementa con
un índice analítico muy completo
que nos permite un acercamiento
temático al contenido de la obra.
Aun reconociendo que el manus-crito
de Quesada y Chaves, que aho-ra
se publica, no puede considerarse
como la obra de un historiador, sino
más bien la de un compilador que
copia en muchos de sus párrafos a
otros autores que le precedieron y
que aporta algunas novedades o inter-pretaciones
en la observación direc-ta
que realiza, hay que reconocer que
constituye una gran aportación a la
historiografía y es una muestra más de
la importancia que este tipo de fuen-tes
tiene para la historia de Canarias,
por lo que no nos resta más que feli-citar
a los autores de esta edición por
su trabajo, largo, paciente y a veces
tedioso, que nos ha permitido acceder
a una fuente de primera mano para el
conocimiento de nuestro pasado.
ANA VIÑA BRITO
LÓPEZ ISLA, Mario Luis. José
Esteban Guerra Zerpa: un ilustre
emigrante palmero. [Santa Cruz de
298 RESEÑAS
La Palma]: Cabildo Insular de
La Palma; Santa Cruz de Teneri-fe;
Las Palmas de Gran Canaria:
Benchomo, 2006. 126 p. ISBN 84-
95657-44-9.
Guerra Zerpa y el periodismo
palmero 1. Un capítulo apasionante
de la historia de la isla de La Pal-ma,
y de los de mayor trascenden-cia,
es el del periodismo, que co-incide
casi en el tiempo con otros
de no menor importancia y signi-ficación,
el de la masonería en pri-mer
lugar. Sin el periodismo, lo
mismo que sin la masonería, no se
entenderá bien lo que ha sido po-lítica,
social y culturalmente esta isla
en los últimos ciento cincuenta
años, acaso más. Obviamente, am-bas
expresiones culturales surgen
también en las demás del archipié-lago,
en primer lugar en Tenerife,
donde comienzan en Canarias el pe-riodismo
y la masonería, pero si
atendemos a la relación entre te-rritorio
y sociedad, es en La Palma
donde ambos fenómenos muestran
un perfil más denso y peculiar.
Mientras de la masonería palme-ra
se ha ocupado en los últimos
años, con atención y rigor, un nú-mero
creciente de investigadores
encabezados por el profesor Manuel
de Paz Sánchez, no ha ocurrido
igual con el periodismo, que ha
producido hasta el momento esca-sa
bibliografía, trabajos monográficos
más bien breves, desde la aportación
inicial del doctor Juan Régulo
Pérez2, que reunió y clasificó cien-to
veintitrés fichas catalográficas de
periódicos y revistas de la isla de La
Palma3 hasta 1948, a los más recien-tes
estudios de Francisco J. Macías
Martín4 o José Eduardo Pérez Her-
1. Texto de la presentación del libro José Guerra Zerpa: un ilustre emi-grante
palmero, de Mario Luis López Isla.
2. RÉGULO PÉREZ, J. «Los periódicos de la isla de La Palma». Revista de
Historia, núm. 84 (octubre-diciembre de 1948), pp. 338-413.
3. Incluye, además, el periódico Junonia, de 1920, que aunque era gomero
se imprimía en la capital palmera.
4. MACÍAS MARTÍN, F.J. «Descripción, carácter e interioridades de la prensa
palmera decimonónica». Tebeto: Anuario del Archivo Histórico Insular de
Fuerteventura, n. X (1997), pp 11-116; IDEM. «Prensa obrera, republicana y
conservadora en la política palmera de principios de siglo». Tebeto: Anuario
del Archivo Histórico de Fuerteventura, n. XII (1999), pp. 57-80; IDEM. Prensa
y movimiento obrero en La Palma: el semanario «La Voz del Obrero» (1902-
1904). Tegueste: Baile del Sol, 2001.
CARTAS DIFERENTES. REVISTA CANARIA DE PATRIMONIO DOCUMENTAL 299
nández5. A estos trabajos de carác-ter
general, más bien pocos y de
diferente calibre, que vienen a cum-plir
la función de piezas básicas de
un puzzle en construcción, hemos
de agregar algunos estudios secto-riales
sobre periódicos y sobre es-critores
y periodistas palmeros que
han tenido que ver con el periodis-mo
canario, como el de Luis León
Barreto sobre El Time 6, pero que-dan
lejos todavía de la cifra desea-ble,
dada la importancia que en sí
tiene el periodismo palmero. Por
tanto, la aparición de una monogra-fía
sobre el periodista y político José
Esteban Guerra Zerpa, obra del
escritor cubano Mario Luis López
Isla, hay que saludarla con tanto
agrado como esperanza.
El periodismo impreso comien-za
en La Palma bastante tarde.
Cuando salió a la calle en 1863 su
primer periódico, El Time, habían
transcurrido ya más de tres cuartos
de siglo de la aparición en San Cris-tóbal
de La Laguna del primero que
se editó en Canarias, el Semanario
Misceláneo Enciclopédico Elementar 7,
estampado entre 1785 y 1787 en la
imprenta de la Real Sociedad Eco-nómica
de Amigos del País de
Tenerife, del que fue director el
ingeniero militar Andrés Amat de
Tortosa, autor de importantes obras
de ingeniería civil y militar y de
mapas históricos y geográficos de
distintos lugares de Canarias, entre
ellos la actualización de la cartografía
de la ciudad de Santa Cruz de la
Palma de Antonio Rivière, realiza-da
en 1779. La Palma es la cuarta
de las islas Canarias con una publi-cación
periódica, y El Time ocupa el
número cuarenta en la cronología de
los medios informativos insulares,
pues Gran Canaria inició esta acti-vidad,
tarde también, en 1842, con
El Pueblo de López Botas y Doreste
Romero, y la Isla de los Volcanes se
incorporó en 1861 con el semana-rio
Crónica de Lanzarote, de Pedro
Medina Rosales, que dejó de apare-cer
el mismo año que El Time em-pezó
a imprimirse en la capital
palmera. Contrasta la tardanza en
5. PÉREZ HERNÁNDEZ, J.E. «Prensa, orden burgués y cuestión social en
la isla de La Palma, 1863-1903». Tebeto: Anuario del Archivo Histórico Insu-lar
de Fuerteventura, n. XIII (2000), pp. 193-225.
6. LEÓN BARRETO, L. «El Time» y la prensa canaria en el siglo XIX. Las
Palmas de Gran Canaria: Cabildo Insular de Gran Canaria, 1990.
7. El vocablo elementar, hoy en desuso, se pronunciaba y escribía así en
el siglo XVIII.
300 RESEÑAS
esta incorporación con la sorpren-dente
rapidez y el protagonismo que
va a adquirir en La Palma.
No se debe dejar de descartar,
sin embargo, que, con anterioridad
a la aparición de El Time, se con-feccionaron
en La Palma, como en
otros lugares de Canarias, pasquines
de diferentes tipos, satíricos y de
delación sobre todo, la mayoría de
ellos realizados a mano, que sus
autores, por lo común anónimos,
solían fijar estratégicamente en lu-gares
de especial concurrencia y que
eran esperados por los vecinos como
agua de mayo, por la sal y el picante
con que generalmente estaban ali-ñados.
Asimismo, no sería tampoco
extraño que circularan revistas
manuscritas, a la manera de las que
redactó en Tenerife, de su puño y
letra, el ilustre polígrafo don José de
Viera y Clavijo (Realejo Alto, 1731-
Las Palmas de Gran Canaria, 1813),
las más antiguas que se conservan
entre nosotros de autor conocido,
por lo que Viera ha merecido el
honor de ser considerado el príncipe
de los periodistas canarios. Pero si
en La Palma circularon algunas o,
como es muy probable, hojas con
textos mordaces, acusadores o pun-zantes,
deben de haberse extravia-do
o permanecen ocultos, por lo
que El Time sigue siendo el primer
periódico palmero. En todo caso,
ésta es una línea de investigación
que merecerá ser tenida en cuenta
por los estudiosos. Valga como ejem-plo
estimulante el descubrimiento,
bastantes años después de la apari-ción
de los periódicos manuscritos
de Viera, del Correo de Canarias,
que se custodia actualmente en El
Museo Canario de Las Palmas, com-puesto
a mano en Tenerife por un
desconocido personaje misterioso
oculto tras el supuesto seudónimo
Abate Miguel Antonio de la Gándara
en 1762, cuatro años más tarde del
Papel Hebdomadario (1758 y 1759),
que es el primero de los periódicos
manuscritos del ilustre historiador
tinerfeño.
La edición de El Time estuvo
precedida de una sorda batalla en-tre
quienes apostaban por el progre-so
y la elevación del nivel cultural
de los sectores desfavorecidos de la
población palmera, la gran mayoría,
entonces con tasas muy altas de
analfabetismo, como en las demás
islas, y las poderosas minorías que
detentaban y controlaban el poder
político, económico y social, los vie-jos
caciques radicalmente opuestos
a cualquier mejora de la sociedad
insular, sobre todo si podía afectar
a sus intereses. La educación del
pueblo llano polarizó buena parte
CARTAS DIFERENTES. REVISTA CANARIA DE PATRIMONIO DOCUMENTAL 301
de la lucha, por cuanto ellos la per-cibían
como una amenaza a su po-der
y a sus estrategias de sumisión
y explotación de la mano de obra
no cualificada. En esta batalla juga-ron
un papel esencial dos palmeros
ilustres: Faustino Méndez Cabezola,
licenciado en Derecho y en Filoso-fía
y Letras por la Universidad Cen-tral
de Madrid y catedrático en La
Laguna, Guipúzcoa y la Universidad
Libre de Oñate, republicano visceral,
que, antes de dirigir El Time durante
la enfermedad de su primer direc-tor,
estuvo al frente del periódico
democrático madrileño Las Cortes,
después de haber pasado por las
redacciones de los también madri-leños
La Discusión y El Imparcial,
donde se curtió como periodista de
fuste, combativo, de notable talla
política y de grandes inquietudes
sociales; y el que sería primer direc-tor
de El Time, Antonio Rodríguez
López, personaje asimismo intere-santísimo,
autodidacta puro, que
jamás salió de su isla natal, que lo
mucho que sabía lo aprendió mer-ced
a su inteligencia natural, a su
tesón y a su empeño personal, y
cuyas preocupaciones intelectuales
y sociales, lo mismo que sus sueños
de bienandanza para su tierra, reba-saron
con creces el horizonte de la
isla y aun del archipiélago.
Cuando Méndez Cabezola, de
quien al parecer partió la iniciati-va,
y Rodríguez López, que la se-cundó,
decidieron crear una publi-cación
periódica en su isla, fueron
objeto de acerados ataques, burlas,
alfilerazos y descalificaciones por
parte de los sectores más reaccio-narios
y conservadores. Unos pro-clamaban
que era una empresa ab-solutamente
inútil o inconveniente,
otros sentenciaban que era utópica
y que, por serlo, nunca llegaría a
convertirse en realidad, mientras
algunos, en ataque personal a Mén-dez
Cabezola, opinaban que era hija
de una mente calenturienta y de
una imaginación meridional. Sin
embargo, ambos dieron los pasos
necesarios, lucharon contra viento y
marea, lograron que la maquinaria
viniera de Londres y El Time, por
fin y a contrapelo de la creencia y
los deseos de los poderosos, comen-zó
su andadura, como recuerda
López Isla, en 1863.
Entre los redactores de El Time
se encontraba en 1868 el clérigo
palmero José Ana Jiménez Pérez,
que, según nos dice Mario Luis
López Isla en su libro, fue quien
ungió con óleo y crisma y derramó
sobre la cabeza de José Esteban
Guerra Zerpa el agua del bautismo.
José Ana Jiménez era natural del
302 RESEÑAS
pago de Tacande, en el municipio
de El Paso, donde había nacido en
1826. En El Time firmaba los artí-culos
sólo con sus iniciales, J.A.J.,
porque tanto a presbíteros como a
militares les estaba vedado enton-ces,
al menos en teoría, intervenir
en política y opinar sobre asuntos
ajenos a su ministerio o profesión.
Era doctor en Sagrada Teología. En
1867 obtuvo autorización de la
Universidad Literaria de Sevilla para
abrir en Santa Cruz de la Palma un
colegio, en el que impartiría las
enseñanzas correspondientes al pri-mer
periodo de secundaria, que
inició con doce alumnos. Los con-servadores
palmeros no debieron de
ver con buenos ojos el atrevimien-to
del eclesiástico, porque, sin éste
haberlo solicitado ni tampoco ha-berle
sido comunicado con antela-ción,
se encontró con la sorpresa del
traslado a la parroquia de Icod de
los Vinos, en la isla de Tenerife, de
la que era beneficiado, aunque ve-nía
ejerciendo de ecónomo en El
Salvador y de arcipreste de La Pal-ma.
De nada valieron las súplicas,
primero, y las protestas, después, de
la Económica palmera, las de sus
alumnos, ni las de los padres de
estos. José Ana Jiménez marchó a
Icod y de allí no se movió hasta que
fue nombrado canónigo del cabil-do
de San Cristóbal de La Laguna,
en 1873, maestrescuela de la mis-ma
catedral, en 1877 y, ese año, pri-mer
rector al abrir sus puertas el Se-minario
Conciliar nivariense. Por
cierto que José Ana Jiménez, que,
como ya dijimos, era doctor en
Teología, decide cursar los estudios
de bachiller en Derecho Canónico,
que la Sede Apostólica concedió ex-cepcionalmente
a las dos diócesis ca-narias
en 1879, por lo que se dio
el curioso caso infrecuente de ser al
mismo tiempo rector y alumno del
Seminario que estaba bajo su directa
responsabilidad.
No estará de más preguntarse
qué influencia debieron de haber
ejercido en la cimentación de la
personalidad, la educación y el idea-rio
de José Esteban Guerra Zerpa
los personajes a los que acabo de
referirme, personajes que deambulan
como fantasmas amables por las
páginas del libro de López Isla.
Faustino Méndez Cabezola era un
republicano militante que nunca
ocultó su beligerancia frente al or-den
monárquico establecido; Anto-nio
Rodríguez López (nombre y
apellidos que, sorprendentemente,
usará el tinerfeño Secundino Del-gado,
correligionario de Guerra
Zerpa y su compañero más cerca-no
en los afanes nacionalistas cana-
CARTAS DIFERENTES. REVISTA CANARIA DE PATRIMONIO DOCUMENTAL 303
rios, como seudónimo en la pren-sa
cubana y con el que firmó en
1904 su libro Vacaguaré) era un
católico que practicaba en ese tiem-po
en La Palma el difícil precepto
evangélico del amor al prójimo y la
caridad fraterna; Ramírez Atenza, un
político fogoso y periodista de raza,
que mantenía buenas relaciones con
Guerra Vallejo, padre de Guerra
Zerpa, con Rodríguez López, Cabe-zola
y Jiménez Pérez, éste último,
como hemos dicho, un clérigo nada
proclive a dejarse dominar por los
caciques de su isla natal; su propio
padre, también republicano conven-cido,
y todos ellos unidos por el
fortísimo lazo del periodismo, en-tendido
éste más que como pro-fesión
o vocación, como religión
emancipadora.
Todo hace pensar que Guerra
Zerpa se inició en el mundo de la
letra impresa como tipógrafo en la
imprenta de su padre, que sin duda
frecuentó desde niño y en la que
tuvo que haber conocido y tratado
a los prohombres palmeros que
escribían y confeccionaban El Time.
Al fallecer su progenitor, en 1880,
heredó la modesta industria fami-liar,
que continuó manteniendo,
contaminado ya de inquietudes
sociales, de entusiasmos políticos y
de serias preocupaciones por la di-fícil
situación económica y de ais-lamiento
de las islas en los años
finales del siglo XIX. Su vida estu-vo
vinculada de principio a fin al
arte tipográfico y al periodismo, y
su empresa más relevante y de
mayor importancia, por la que tie-ne
un puesto en la historia de la
cultura en Canarias, fue la funda-ción
de Diario de Avisos, el 2 de
julio de 1890, aunque, como he
señalado en otro lugar8, había co-menzado
el día anterior su ya lar-ga
y cambiante andadura con el
título El Artesano en la cabecera,
que sustituyó desde el número dos
por el que desde entonces mantiene.
Por López Isla sabemos que José
Esteban se encontraba en La Palma
en abril de 1891, porque el veinti-nueve
de dicho mes contrae matri-monio
con Luisa Gómez Pelayo, con
la que tendrá dos hijos, pero con-tinúa
sin saberse cuándo emigró a
América, tampoco si ya lo había
hecho con anterioridad a la boda y
regresó para casarse, y cuáles eran
entonces sus circunstancias perso-nales
y profesionales. El autor de la
8. IZQUIERDO, E. Periodistas canarios: siglos XVIII al XX. Canarias: Gobier-no
de Canarias, 2005, t. II.
304 RESEÑAS
monografía no ha podido precisar
estos y otros extremos. En cualquier
caso, no son datos relevantes en una
biografía como la suya. Toda apunta,
sin embargo, a que emigró después
de casado y lo único seguro es que
en 1897 se encontraba ya en Vene-zuela,
donde participó con Secun-dino
Delgado en la fundación de la
revista El Guanche, de la que fue
redactor y a la vez administrador.
De esta etapa de su vida se ocupa
con detalle López Isla en las pági-nas
de su libro.
Guerra Zerpa se mantuvo al fren-te
de Diario de Avisos desde julio de
1890 hasta junio de 1894, cuando
lo sustituye en la dirección Manuel
A. Rodríguez Hernández, que ocu-pó
el puesto sólo dos meses. En
adelante, el periódico va a recorrer
una larga trayectoria de renuncias y
de renunciaciones, de supervivencia,
a ratos dramática, a ratos pintores-ca,
y de adaptación a las circunstan-cias
de cada momento, que no es
posible resumir aquí. Todos los pe-riódicos
palmeros anteriores y pos-teriores
a Diario de Avisos casi una
cincuentena acabaron desaparecien-do,
igual que la gran mayoría de las
publicaciones del archipiélago, unas
por consunción, otras víctimas del
sectarismo, o bajo la presión de las
dictaduras. La peculiaridad de Dia-rio
de Avisos ha consistido en su
capacidad para ser, en cada situación
concreta del país, fiel espejo de la
misma. Ejemplo cercano es la eta-pa
del franquismo. Diario de Avisos
se mantuvo durante los años oscu-ros
como un fantasma sin voz y sin
luz, porque no tenía nada de enjun-dia
que avisar, nada con lo que vi-brar
y nada que decir cada día a sus
lectores, que es el compromiso y la
razón de ser de todo periódico. Fue
primero nacionalista, luego alardeó
de independiente, mantuvo una lí-nea
moderada de reivindicaciones
palmeras, se plegó, como todos a los
que los obligaron, a las exigencias de
un régimen que trató de imponer la
voz única de los vencedores, pero, en
cuanto tuvo la menor oportunidad,
se zafó de la fila y emprendió por
su cuenta un camino nuevo. Lleva
así ciento diecisiete años. Pero este
capítulo es otra historia que nada
tiene que ver con su fundador.
Volviendo a José Esteban Gue-rra
Zerpa, cabe preguntarse por qué
abandonó la empresa que había
creado cuatro años atrás, sin duda
con enorme ilusión. ¿Tuvo que ver
en ello solamente el pleito de la
Económica por la propiedad de la
imprenta «El Time», o hubo otros
motivos? Desde luego, nunca el
periodismo fue rentable en Cana-
CARTAS DIFERENTES. REVISTA CANARIA DE PATRIMONIO DOCUMENTAL 305
rias hasta que entró de lleno en el
ámbito de la publicidad. Diario de
Avisos no podía ser diferente. En su
larga etapa palmera estuvo siempre
lejos de ser una empresa económi-camente
productiva, ni tan siquie-ra
para que pudieran subsistir quie-nes
lo hacían. Fue la suya una su-pervivencia
romántica, idealista. En
1906, la tirada no pasaba de ochenta
ejemplares diarios. Cincuenta años
después, a mitad del siglo XX, siendo
como era el único periódico de la
isla de La Palma, se movía entre
1000 y 1300 ejemplares por día. Por
esos años, si Domingo Acosta Pérez,
que era el redactor todo terreno de
la posguerra, tenía que desplazarse
fuera de la ciudad o de la isla, de-jaba
el material preparado para las
ediciones que se hicieran durante su
ausencia. En fin, una existencia
peregrina y en cierto modo heroi-ca.
Lo interesante, hoy, es que Diario
de Avisos, transmutado en periódi-co
de Santa Cruz de Tenerife, sigue
siendo al propio tiempo un diario
de innegable sabor palmero. Su his-toria
hunde su raíz en la del perio-dismo
y la imprenta en La Palma.
No me detendré en algunas par-ticularidades
relativas a la etapa
inicial del periodismo palmero, por
conocidas y porque López Isla le
dedica espacio en su obra, pero sí
debo subrayar que fueron unos orí-genes
humildísimos y, como ya he
señalado, tardíos. Los primeros tipos
que trajo a la isla el palmero José
García Pérez en 1835 ó 1836 no
permitían sino impresiones manua-les
muy cortas y reducidas, pues
carecía de algo tan elemental como
el tórculo o prensa. Esta grave de-ficiencia
trató de remediarla en lo
posible el periodista y político Pe-dro
Mariano Ramírez Atenza, ya
citado, quien se responsabilizó de la
construcción de una prensa artesa-nal,
que fue la primera que funcionó
en Santa Cruz de la Palma. Atenza
era murciano de nacimiento, pero
terminó siendo, como los conversos,
un tinerfeño radical, más tinerfeño
que los de casta. A su entusiasmo
y a su capacidad emprendedora le
debe Santa Cruz de Tenerife con-secuciones
notabilísimas, entre ellas
el primer periódico que tuvo esta
población, El Atlante, de 1837, para
el que adquirió imprenta propia, la
pronto famosa Imprenta Isleña.
La prensa artesanal diseñada por
Ramírez Atenza (de la que hay una
réplica en La Cosmológica, porque
parece ser que la original fue des-truida,
como tantas otras cosas im-portantes,
en los albores del fran-quismo)
no permitía editar un pe-riódico,
aunque éste tuviera las
306 RESEÑAS
reducidas dimensiones de El Atlante,
que se imprimía en octavo, sino
únicamente trabajos menores, muy
elementales. Es entonces cuando
surgen de manera imparable los
afanes de los hombres ilustres de La
Palma ya citados y comienza en
vertiginoso ritmo de apariciones y
de desapariciones, a veces como un
vendaval, la sucesión de periódicos
y revistas en la isla de La Palma, en
los que hoy, con la distancia y la
objetividad de los muchos años
transcurridos, se puede bucear con
calma y de manera porfiada para
comprender el complejo mundo
insular que va de la segunda mitad
del siglo XIX hasta la culminación
del siglo XX, con todos sus afanes,
sus luchas, sus radicalismos, sus
abismales desencuentros políticos y
sociales, las luchas ideológicas o de
intereses, etc., etc. A algunas de estas
cuestiones se refiere Mario Luis
López Isla en su libro, entre cuyas
virtudes creo que destaca singular-mente
la modestia con que el au-tor
valora su trabajo, que conside-ra
que es sólo un primer paso y
antesala para otros de mayor empe-ño.
Efectivamente, junto a José Es-teban
Guerra Zerpa destacan en el
periodismo de La Palma de entre
siglos varios personajes de tanta o
de mayor importancia, merecedores
del estudio que rescate y divulgue
con nitidez la trayectoria humana,
la peripecia vital y la obra de quie-nes
contribuyeron a afianzar la per-sonalidad
y el estilo de esta isla,
como los ya citados Rodríguez
López, Méndez Cabezola, o Luis
Felipe Gómez Wangüemert, Félix
Poggio y varios más.
Hay otras cuestiones de interés
en la monografía que quedan sin
glosar, en particular la vinculación
de Guerra Zerpa con la masonería.
Pero López Isla trata esta faceta con
suficiente amplitud y hace ver la
importancia que la misma tuvo en
la asendereada vida y en la activi-dad
plural de su biografiado, lo cual
me vale para justificar lo que no es
olvido sino voluntad de respetar el
tiempo que me fue asignado en el
reparto de intervenciones en la pre-sentación
de la obra. Me resta úni-camente
felicitar a Mario Luis
López Isla por este trabajo que vie-ne
a sumarse a su ya extensa biblio-grafía
personal, y a las empresas y
los organismos que han hecho po-sible
la publicación del volumen
glosado, en especial al Cabildo de
La Palma y a su consejero de Cul-tura,
Patrimonio Histórico y Educa-ción,
don Primitivo Jerónimo Pérez.
ELISEO IZQUIERDO