CANARIAS Y LA EMANCIPACI~N
HISPANOAMERICANA EN LA ÉPOCA
DE LA JUNTA SUPREMA
P O R
MANUEL HERNANDEZ GONZALEZ
La reacción de Canarias ante los sucesos acaecidos en la
Península Ibérica tras la ocupación francesa ha sido analiza-da
en demasía a partir de juicios a priori demasiado sesgados
y fundamentados más en la instrumentalización y el apasio-namiento
que en un debate sereno sobre los propósitos y ac-titudes
de sus grupos rectores. La obra de Buenaventura
Bonnet (1948) incita a ello en clara contraposición con los
más ecuánimes testimonios de historiadores más próximos
como Francisco ivíaría de León o José isgustín Aivarez Iiixo '.
El extenso y contrapuesto estudio del profesor Rumeu en el
mismo prólogo y ya en nuestros días los estudios de Manuel
' BONNETR EVER~NB.,, La Junta Suprema de Canarias. Prólogo de
Antonio Rumeu de Armas. La Laguna, 1980, 2 tomos; L E ~ NY X UAREZD E
LA GUARDIAF,. M., Historia de las Islas Canarias, 1776-1868. Introducción
de Marcos Guimerá Peraza. Tenerife, 1978; ALVAREZ RIXO, J. A., Cuadro his-tórico
de estas islas Canarias de 1808 a 1812. Prólogo de Simón Benítez.
Epílogo del Marqués de Acialcázar. Las Palmas, 1955.
Núm. 45 (1999) 26 1
2 MANUEL HERN~NDEZ GONZALEZ
de Paz Sánchez y del que redacta estas páginas han tratado
de situar el tema fuera de esa visceralidad con un estudio ex-haustivo
de las fuentes disponibles 2.
La emancipación hispanoamericana fue un complejo mo-vimiento
que no puede ser abordado al margen del contexto
en que se desarrolló. En la misma medida reflexionar sobre
sus consecuencias en las islas nos puede ayudar a comprender
muchos de los entresijos de la compleja maraña de problemas
que atravesó el archipiélago canario en esos años decisivos de
su historia cuáles fueron los de la invasión napoleónica de la
Península Ibérica.
Ante tal coyuntura, como en la América española, debemos
de erradicar un prejuicio del que se ha hecho gala al enfocar
las reacciones de las élites sociales canarias y americanas: el
de pensar que la ]lama& coiirciencia es e: pr9&e;u
de la fe irredenta de una colectividad que visceralmente se
siente española o americana. Su existencia o no no debe en-carnarse
necesariamente a un proyecto de Estado nacional, ni
los protagonistas de esa hipotética identidad deben encaminar-se
automáticamente a ese fin, anteponiendo todo hacia el lo-gro
del anhelo de independencia.
La llamada conciencia nacional no es el producto mimético
de un caldo de ideas que fermenta y entra en ebullición simple
y llanamente porque se enciende la mecha. La historia del pro-ceso
emancipador en Hispanoamérica entra por tierra esos
cantos patrioteros que todavía hoy siguen oyéndose cuando se
enjuician los procesos emancipadores como el resultado de
dialécticas maniqueas entre buenos nacionalistas y furibundos
españolistas, totalmente fuera de su contexto social y políticos.
La conciencia nacional diferenciada de los americanos no
es ei producto de su voluntad in-edeiita de coiitraponerse a !a
españolidad, sino simplemente de certificar, si se quiere forza-
PAZ SANCHEZM, ., Amados compatriotas. Acerca del impacto de la
emancipación americana en Canarias. Prólogo de Manuel Hernández
González. Tenerife, 1994; HERNÁNDEGZ ONZALEMZ,. , «La política de Esta-dos
ünidos ante las guerras de indeperideiieia de la Améika espai=io!a (1809-
1830). El proyecto de independizar Cuba y Canarias en 1827)», X Jornadas
de estudios Canarias-América. Los canarios en el estuario del Río de la Plata,
Santa Cruz de Tenerife, 1990, pp. 195-216.
262 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
CANARIAS Y LA EMANCIPACI~N HISPANOAMERICANA 3
damente por la precipitación de los acontecimientos, la inelu-dible
mayoría de edad para decidir su futuro de sus clases so-ciales
dominantes, agobiadas por la presión de la brusca des-aparición
de su manto protector metropolitano y temerosas de
la anarquía social y la incertidumbre exterior que ese repenti-no
hecho conllevaba. Fue una mayoría de edad impuesta por
las circunstancias, no deseada ni premeditada, muy alejada de
una actitud apasionada. Fue una respuesta diversa y no uní-voca
porque bien diferenciadas eran las estructuras sociales y
étnicas de los territorios que componían la América española.
Un texto del Observador caraqueño de 1825 afirma que se
denominan colonias a ((ciertos países en que habitan gentes
enviadas de la metrópoli por el príncipe o república para que
vivan en ellos según las leyes de su establecimiento». Nada que
ver con una etnia oprimida que se libera de una potencia
sojuzgadora. Este es el concepto de colonia que se tenía en la
época. En ese sistema «los gobiernos están siempre respecto
a las colonias en un estado de desconfianza, de celos y de in-diferencia;
la gran distancia hace que no se puedan conocer
sus necesidades, ni sus intereses, ni sus costumbres, ni su ca-rácter.
Sus más profundas y legítimas quejas, debilitadas en
razón de la distancia y despojadas de cuanto puede mover la
sensibilidad, están expuestas a interpretaciones viciosas (...).
Las colonias son respecto a las metrópolis lo que los hijos a
los padres, y por consiguiente los derechos de estos sobre
aquellas son los mismos que la naturaleza ha dado a un pa-dre
sobre los hijos (...). Mientras que la madre patria tiene
sobre sus colonias la ventaja de la fuerza física y moral de un
padre sobre sus hijos menores, es claro que ellas no pretende-rán
sacudir el yugo, ni proclamar su independencia, antes bien
los lazos que las unen con aquélla serán tanto más fuertes,
cuanto que consistirán en las necesidades de las colonias y en
los sacrificios de la madre patria)). El voto de la naturaleza es
que todo ser que se creía se hará un día libre y las colonias
se hallaban en 1808 en «el estado de virilidad» 3.
«Colonias», El Observador caraqueño, Caracas, marzo de 1825,
núms. 61 y 62. Reproducción facsimilar con estudio preliminar de Pedro
Grases. Caracas, 1982.
Núm. 45 (1999) 263
4 MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
Desde ese concepto de colonia, las Canarias reunían tales
requisitos. Se trataba de un territorio ultramarino, ocupado y
conquistado por una potencia europea e incorporado a su so-beranía.
La literatura de la época la califica como tal. El teó-rico
del anticolonialismo, el célebre Abad de Pradt, la califica
como la primera colonia española que se nos presenta a no-sotros4.
El propio Humboldt la denomina como tal cuando .
refiere que «con la excepción de La Habana, las islas Cana-rias
se asemejan poco a las demás colonias españolas)) en su
gusto por las letras y la música; o cuando reconoce en Tenerife
«que hospitalidad reina en todas las colonias» 5. Su propio
Comandante General, el Marqués de Casa-Cagigal en un ma-nifiesto
de 1805 no se corta cuando dice que «esta colonia, las
islas Canarias, cuyo valor admiraron desde el intrépido Berk-ley
hasta e1 emprendedor Neison, merece tomar parte en el
honrado emeño de vengar a su nación ultrajada^^.
Como tal colonia fue considerada por el Congreso de Pa-namá
de 1826. Un rumor que llegó a circular en el archipiéla-go.
El 26 de mayo de ese año el Capitán General de Canarias
comunica que la ha informado el recién constituido superin-tendente
de policía que se ha expandido la voz «de que en el
Congreso celebrado por los insurgentes en Panamá el 1 de
octubre se acordó ir en la primavera sobre aquellas islas con
tropas de transporte para su conquista, con cuyo motivo, y
siendo muy lisonjeras estas noticias para aquellos habitantes
por lo que anhelan unirse a los dominios insurreccionados me
pide recuerde a V.E. la fuerza que tiene pedida a S.M. en
unión con aquel Capitán General, siendo de urgente necesidad
el que se manden por lo menos mil hombre para contener los
esfuerzos de los enemigos del Trono tanto internos como ex-ternos))
'. En tal calidad se planteó su unión a la Gran Colom-bia
desde bien temprano, como lo demuestra el manifiesto
PRADT, D. G., Des colonies et de la revolution actualle de Iílmerique,
París, 1817, tomo 1, p. 122.
HCTMBGLDAT.,, Viaje a las isks Ccrnurias. Ed., estdie critici y mtar
de Manuel Hernández González. Tenerife, 1995, pp. 128 y 201.
Reprod. en ÁLVAREZ R~xo, J. A., op. cit., p. 304.
ARCHIVO GENERAL DE INDIAS (A.G.I.), Estado, leg. 105, núm. 16.
264 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
insurreccional de Agustín Peraza de 1817 o en los contactos
con liberales canarios de la década de los 208. El propio Ge-neral
Pedro Briceño comunicaba el 12 de abril de 1826 a
Simón Bolívar por carta que «es indudable que en el momen-to
en que podamos destruir los restos de la escuadra española
que cubre a Cuba, damos la libertad a aquella isla, a Puerto
Rico y a las Canarias, que desean también ser americanas» g.
Aunque el estatuto de Canarias siempre fue claro y como
tal fueron integradas en el Consejo de Castilla y no en el de
Indias, su calificación como un territorio ultramarino siguió
siendo general. Era frecuente hasta en los protocolos notaria-les
su calificación como Reino de Indias y los canarios deno-minaban
habitualmente a la Península Ibérica como España.
Esa cmsirleraciSn i nidie 1121~6!t ttenciSn hasta la insurrer-ción
de las Américas que aparece ya con el tratamiento de
subversiva. Así el Intendente Paadin denuncia al brigadier
Antonio Eduardo en 1817 por afirmar que se remiten consi-derables
cantidades a España como si estas islas no fuesen
parte de España)) lo.
Ese carácter de territorio ultramarino le llevó a afirmar a
Alonso de Nava Grimón que las Canarias son un «país adya-cente
que no se nutre con el alimento de aquélla, ni recibe
vigor de su circulación interior, debe reputarse por otros as-pectos
como un hijo natural o adoptivo de la madre patria,
individualmente separado de ella y que, sin embargo, en su
minoridad perpetua está siempre bajo su tutela, obedece a su
voluntad y se conduce por sus preceptos y órdenes, pero que
para subsistir necesita de tener privadamente dentro de sí
mismo el principio de la existencia y de la vitalidad)) ".
La coiisi&racióii de los canai-ios conlo ci-io::os, -un ente
diferente al de los peninsulares y los americanos, ya fue obje-to
de controversias en el siglo XVIII en la cuestión de la alter-a
PAZS ANCHEZM, ., op. cit.; HERNANDEGZO NZÁLEMZ,. , op. cit.
O'LEARYD; . F.; Memorias del General O'Leauy; Caracas, 1880, t. VIII,
p. 188.
' O A.G.I., Indiferente General, leg. 3114.
" NAVAG RIM~NA,,, Escritos económicos. Introd. de A. M. Berna1 y A.
M. Macías. Tenerife, 1988, p. 302.
Núm. 45 (1999) 265
6 MANUEL HERNANDEZ CONZALEZ
nativa entre españoles y criollos en los provincialatos de las
órdenes religiosas y en las alcaldías de los cabildos. Tales
disparidades llevaron a considerarlos como americanos por
parte de los regulares peninsulares. Idéntica pugna llevó al
regidor vasco del ayuntamiento de Caracas Manuel Clemente
y Francia en 1775 a afirmar que no era cierta «la unidad de
nación que se supone entre los isleños de Canarias y españo-les
legítimos o castizos» l*.
En la consideración y la literatura del tránsito de los si-glos
XWII al XIX los canarios fueron caracterizados como algo
diferenciado de los españoles. Cuando se refiere a éstos los ex-cluye
y como tales habla de los criollos de Canarias13. Como
tales criollos isleños aparecen en las partidas de bautismos.
El asesino del canario José Sosa el zambo José de Jesús
Revilla, declara en su confesión en 1775 que era aun hombre
de nación isleña)) 14. Poundex y Mayer, dos viajeros franceses,
señalan que «se da generalmente el nombre de criollos a to-dos
los que nacen en el país, aunque los criollos de las Islas
Canarias, llamados isleños, forman también una parte de la
población (...). Su número es mucho mayor que el de los es-pañoles~
15 . Como refiere Álvarez Rixo, al despuntar la eman-cipación
��los canarios fueron considerados por los criollos
como otros tales, puesto que nacieron en las Islas Canarias,
provincia separada de la Península» l b . Un pariente del Capi-l2
Sobre el clero regular véase HERNANDEGZO NZALEZ,M ., «La emigra-ción
del clero regular canario a América)), El Reino de Granada y el Nuevo
Mundo. V Congreso Internacional de Historia de América, Granada, 1994,
tomo 11. Sobre la controversia municipal, IB~DEMLo,s canarios en la Vene-zuela
colonial (1670-1810), Tenenfe, 1999, p. 198.
l3 DEPONS, F.: Viaje a la parte oriental de Tierra Firme, Caracas: 1930.
l4 A.G.I., Santo Domingo, leg. 995.
POUNDEXH,. ; MAYER,F ., ((Memoria para contribuir a la historia de
la revolución de la Capitanía General de Caracas desde la abdicación de
Carlos N hasta el mes de agosto de 1814~e, n Tres testigos europeos de la
Primera República (1808-1814). Introducción de Ramón Escovar Salom.
Caracas, 1974, p. 105.
l6 ÁLVAREZ RIXO, J. A,, Anécdotas referentes a la sublevación de las
Américas en cuyos sucesos sufrieron y figuraron muchos canarios. Manus-crito.
Archivo de los Herederos de Álvarez Rixo. Sobre el marco, HERNANDEZ
GONZALEZM, ., La emigración canaria a América (1765-1824), Tenenfe, 1996.
266 ANUARIO DE ESTUDIOS ATL~NTICOS
CANARIAS Y LA EMANCIPACION HISPANOAMERICANA 7
tán General, Juan Manuel Cajiga1 no tiene problemas en cali-ficarlos
de «tales africanos,, 17. El sobrino de Antonio Eduar-do,
el acaudalado comerciante canario en Caracas Pedro
Eduardo, presidente del Tribunal del Consulado en Angostu-ra,
regidor del primer ayuntamiento de la Caracas indepen-diente
no tiene problemas en afirmar en una carta a su ami-go
Felipe Massieu que «no me creí, ni me creo español, como
isleño me considero colono como los americanos, y en cuan-to
a mis mayores me considero inglés, si hubiera sido español
no estaría aquí» 18.
Esa consideración de los canarios como algo diferenciado
de los españoles será una constante de la Emancipación ame-ricana
tanto en los bandos y manifiestos de los insurgentes
como de los realistas, siendo su más célebre proclama, la de
Bolívar en la Guerra a Muerte, en la que distingue entre ca-narios
y españoles.
2. LA ACTITUD DE LA JUNTSAU PREMDEA C ANARIAS
ANTE LA INVASIÓN NAPOLÉONICA
La invasión napoleónica trastocó por completo el orden
establecido. De un plumazo parecía difuminarse la legitimidad
española, que sucumbió con facilidad ante un Imperio que
parecía ante los ojos de los súbditos de la Monarquía españo-la
como invencible. Nada a partir de entonces podría ya per-manecer
igual. La legalidad metropolitana, el manto protector
que durante siglos había resguardado a las Canarias y a Amé-rica,
proporcionándoles seguridad a sus clases dominantes, se
*.h-.,. ~ h í gJ pcl ranpr i Jn T a Jiida, 12 ifi&rigjSn, e! mi^& tenían -.s. -*a .../A--. -... ---
necesariamente que dominar el pulso de éstos. ~ Q u éha cer,
qué postura tomar? {Cómo evitar la inestabilidad social que
necesariamente debía nacer de la ausencia de Gobierno en
España? Eran preguntas que necesariamente tenían que hacer-se
tanto en América como en las islas.
l7 CAJIGAJL. , M., Memorias, Caracas, 1960, p. 98.
l 8 HERNANDEZG ONZALEZM, ., La emigración canaria a América ...,
p. 340.
Núm. 45 (1999) 267
8 MANUEL HERNANDEZ GONZ~LEZ
Nada de lo ocurrido a partir de 1808 puede ser compren-dido
sin tener en cuenta la ocupación francesa de la Penínsu-la
Ibérica, y el profundo impacto que supuso para los territo-rios
ultramarinos, al quedarse de golpe sin el manto protector
de la Madre Patria. En esa tesitura había que tomar el poder
si se quería controlar la situación porque si no, todo se des-bordaría
y vendría el caos, personificado en lo acaecido en
Haití.
Estas reflexiones las realizaron las élites dominantes cara-queñas
a partir de 1808. Telesforo Orea, un canario que las
representó en los Estados Unidos es taxativo al respecto, la
revolución fue hecha por los blancos por miedo a los pardos,
para salvar sus propiedades. Todos ellos pensaban, y él mis-mo
lo reafirmaba, que la hegemonía de Bonaparte era incues-tionabie
en España. Representaban la misma voz y los mis-mos
sectores que habían pedido la cabeza de Miranda en 1806
y que se opusieron activamente a su invasión. ¿Qué había
cambiado en tan corto período de tiempo? ¿Qué conciencia de
identidad nacional repentina se les había aparecido en el ho-rizonte?
Pedro Eduardo no deja lugar a dudas sobre esa trans-formación
sentida por él y por el conjunto de las clases domi-nantes
caraqueñas: «Yo era feliz en 181 0, tenía mucho que
perder y nada que ganar, pero reventó la revolución como un
efecto del desmoronamiento del Imperio español bajo la co-rrupción
y la invasión de Bonaparte, y por instigación de los
ingleses, a quienes todo por acá se sujetaba desde aquel tiem-po,
y en el caso de elegir era pensador y no máquina, como
casi todos nuestros desgraciados compatriotas que se hallaban
aquí y elegí sin titubear el partido que dictaba la razón y la
política; mejor y más seguro era ir sin volver la cabeza
atrás)) 19.
En el Archipiélago la inseguridad, el desconcierto y el mie-do
se dejaron traslucir tras las noticias que llegaban de la
Península. Integrarse en la España de José 1 hubiera sido ca-tastrófico
desde el punto de vista económico para unas islas
que se habían beneficiado precisamente del bloqueo napoleó-l
9 HERNÁNDEZ GONZÁLEZ,M ., La emigración canaria a América ...,
pp. 339-340.
268 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
CANARIAS Y LA EMANCIPACI~N HISPANOAMERICANA 9
nico. No se trata aquí de analizarlo desde la perspectiva de un
sempiterno odio a lo francés, como se ha apuntado. ¿Quién
más afrancesado por los lazos de la sangre y la de cultura que
Alonso de Nava Grimón, cuando su propio tío, Antonio Porlier
y Sopranis, fue consejero de estado del Rey José?
Era la conciencia de la existencia de intereses contrapues-tos
lo que les llevó a no aceptar a José 1. Había que tomar el
poder ante la ausencia de legitimidad y ante la creencia de que
las principales autoridades -léase el Capitán General Cagi-gal-
y las élites grancanarias, eran sospechosas de aceptar al
Rey impuesto por Napoleón.
Debemos de analizar esta situación sincrónicamente.
¿Quién pensaba en 1808 que el invicto Napoleón iba a perder
la guerra? Ante la gravedad de las circunstancias, la idea de
aliarse con Inglaterra, entre otras alternativas barajadas no era
descabellada. La misma Madeira fue ocupada por ese país.
España sencillamente no existía. Todo esa confusión, por lo
que era importante ejercer rápidamente el poder, pues nada
resultaba peor para las clases dominantes que la ausencia de
una autoridad sólida. Alonso de Nava, al referirse a esos ries-gos,
dice que la difusión de rumores siembra ala consterna-ción
y la inquietud entre estos naturales y, suscitando miras
antipatrióticas en algunos intrigantes o ambiciosos y en el
pueblo las desconfianzas que son consiguientes y que forman
la correspondiente reacción, puso en peligro el orden social.
Como sucede regularmente en estos choques de grandes inte-reses
y cuando se cree que falta la autoridad legítima»20.
Las clases dominantes canarias, como las de Madeira o
Cuba, eran conscientes de su pequeñez, de su situación
geoestratégica. Además a ello se añadía en Canarias los inte-reses
contrapuestos entre ios sectores oligárquicos de Tenerife
y Gran Canaria. Sabían que la independencia como tal no era
un proyecto viable; por eso optaron durante estas primeras
décadas del siglo XIX por la indefinición, esperando ver reali-zado
un modelo que defendiese sus singularidades. De ahí esa
acusación de falta de vehemencia patriótica que venía de Ma-zo
NAVAG RIM~NA,., Obras políticas. Ed., introd. y notas de Alejandro
Cioranescu. Tenerife, 1974, p. 153.
Núm. 45 (1999) 269
10 MANUEL HERNANDEZ GONZALEZ
drid. Todas esas soluciones dependían del contexto internacio-nal,
de la propia evolución de los acontecimientos. Las Cana-rias
no eran un archipiélago deshabitado como Trinidad, ni
fácilmente ocupable, eran un espacio geográfico con una ele-vada
cifra de población para la época y sumamente complejo.
Pensar que las élites caraqueñas llegaron a la independen-cia
por un resplandeciente estallido de la conciencia nacional
es un grave error, lo mismo que abordar desde una perspecti-va
maniquea el proceso político y bélico acaecido en ese país
desde 1808. Creer que la razón de que los pardos, los inmi-grante~
c anarios de baja esfera y las oligarquías de Maracaibo
o Coro no acataron la hegemonía mantuana caraqueña por su a
N
acendrado españolismo es un análisis igualmente simplista. E
Cada grupo defendía esencialmente sus intereses sociales. O
n--
¿Se puede, todavía hoy, seguir pensando que la oligarquía m
O
E cubana no tenía una conciencia nacional meridiana en las 2E
primeras décadas del siglo XIX y que era simplemente una ar- -E
diente y patriotera defensora de la Madre Patria, en la misma
medida que la caraqueña la vilipendiaba? Las élites cubanas 3
-
tenían una idea muy clara de sus intereses nacionales, sólo -
0
m
E
que eran plenamente conscientes de su debilidad interna y del O
complejo tejido social y étnico cubano en pleno apogeo de la
trata y de la economía de plantación. No podían lanzarse a n
-E
aventuras peligrosas que desestabilizasen el país y lo convir- a
2 tiesen en un Haití o un Santo Domingo. Todo lo contrario que n
las caraqueñas, que no estaban interesadas en la trata y que n
querían controlar la sedición de los complejos grupos étnicos 3
O
y sociales venezolanos ante el riesgo de la ausencia de una
autoridad sólida.
La oligarquía cubana consigui6 con Femmdo VI1 todas scs
ansias y expectativas en un contexto internacional critico: li-bertad
de comercio, supresión del estanco del tabaco, conti-nuidad
apaña de la trata, control oligárquico del poder, reco-nocimiento
de la propiedad de las tierras ocupadas por los
vegueros y apropiación de las realengas y municipales. ¿Qué
más podían pedir? Sus argumentaciones en un período tan
apasionante como el del Trienio Liberal no daban lugar a du-das.
Tenían plena conciencia de su proyecto, pero también de
270 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
su minoría de edad. Debían llegar a la edad adulta para eman-ciparse
de la Madre Patria. Los supuestos complots insurrec-cionales
fueron tejidos por la Gran Colombia y México para
obstaculizar el creciente uso que estaba ejercitando España de
la Perla de las Antillas como plataforma de agresión contra
Tierra Firme.
La situación de Cuba tiene numerosos paralelismos con la
de Canarias. Como segmentos de un mismo todo fueron consi-derados
por las potencias internacionales y por el mismo Con-greso
de Panamá. La cautela fue la actitud adoptada por los
distintos sectores de las clases dominantes canarias. Una cau-tela
sobre su status definitivo que era compatible con la vehe-mente
defensa de su no integración en el mercado nacional
español y con el respeto de sus singularidades fiscales y eco-nómicas.
El futuro de las Canarias podría haber sido otro a
partir de aquellos momentos, pero la compleja trama de inte-reses
internacionales y locales lo dilucidó finalmente. La in-definición
es también un diagnóstico elaborado de la realidad,
porque parte de la conciencia de las propias limitaciones y
dependencias, pero asimismo plasma una actitud dubitativa
que demuestra las estrechas conexiones del archipiélago con
problemas que son comunes a los americanos y que sólo pue-den
ser abordados en el contexto de esa coyuntura interna-cional.
Es en ese marco donde debemos situar la actuación de las
clases dirigentes grancanarias y tinerfeñas. La llegada de la
goleta La Mosca al puerto de la Luz grancanario con la pro-clamación
de José 1 mostró las vacilaciones y debilidades de
un sector de sus dirigentes, que será criticado duramente por
las tinerfeñas 2', Años desp&sj en 1810, el propio Alonso de
Nava seguía repitiendo la cantinela de que «no han variado en
su corazón el modo de pensar que manifestaron cuando llegó
allí el barco de Bayona de Francia con la primera noticia de
la supuesta cesión de la Corona a favor del intruso José». Esa
creencia sólo ha variado con el disimulo, pues «es menester
ÁLAMO, N., «La ca... lada de "La Mosca", una pagina de la historia
de Gran Canaria)), Revista de Historia Canaria, núm. 131-132, pp. 193-244,
La Laguna, 1960.
Núm. 45 (1999) 271
12 MANUEL HERNÁNDEZ CONZALEZ
confesar que los que los que se han puesto en la isla de Ca-naria
al frente de los negocios públicos son muy hábiles y que,
si no tienen el corazón francés, su táctica es enteramente fran-cesa
» 22.
Semejante clima se pudo apreciar en la atmósfera reinante
en la deposición de Cagigal, acusado de supuesto afrance-samiento.
Aunque en ella influyeron móviles de índole par-ticular,
como eran las ambiciones, no cabe duda que en últi-ma
instancia los protagonistas de este proceso trataron de eri-girse
en conductores de la legalidad, evitando las posibles con-mociones
que siempre podrían brotar de la ausencia de gobier-no,
ante los rumores y las inexactitudes sobre cuál era la si-tuación
real en la Península. Al comprobar hoy los originales
remitidos por Cagigal al Gobernador de Armas grancanario, el
supuesto afrancesado Jose verdugo, se puede apreciar ei por
qué no pudo proceder O'Donnell en aquel momento contra
ellos, a pesar de haber transgredido manifiestamente la legali-dad
y haber accedido a los mismos. El «error» consistía en
haber dudado ante el horizonte de incógnitas que se le venía
encima. Pero en igual medida de ese «error» pecaron sus con-trincantes.
El pragmatismo y la indecisión en el Comandante
fue también el mismo que tuvieron sus opositores. Ante lo que
acontecía nadie tenía claro lo que iba a suceder. Sus expresio-nes
nos muestra el punto de vista del militar profesional que
vacila al tener que exponerse ante dos lealtades. No sabe qué
hacer ante lo que se le viene encima, si aceptar la legitimidad
bonapartista o esperar a ver como se desarrollaban los acon-tecimientos.
Esa actitud parcimoniosa fue la que exasperó a
las clases dominantes tinerfeñas y la que colocó en un pedes-tal
a O'D~nnell~~.
Esa aparente indefinición y ese pragmatismo puede consi-derase
uno de los rasgos más característicos de la actuación
de las clases dominantes canarias en esos años de radicales
22 NAVAG RIM~NA,. , Obras políticas, p. 155.
23 A - n r . - r - O-.,--., an,,,,... ,, C----r-. / A P nn C \ P ---L..- M L ~ I V U UCIYCIWL IYIILIIXK ur. D E ~ U V I X (A.u.M.~.),L iluba umua e:
Marqués de Casa Cagigal. Un estudio detallado de ella en HERNÁNDEZ
GONZÁLEZM, ., Diego Correa, un liberal canario ante la emancipación ameri-cana,
Tenerife, 1992.
272 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
CANARIAS Y LA EMANCIPACI~N HISPANOAMERICANA 13
cambios en el panorama socio-político europeo y americano.
Eran conscientes de la pequeñez y vulnerabilidad de unas is-las
estratégicamente situadas y en extremo dependientes del
exterior, en particular de Inglaterra. Por ello sus opciones an-teponen
siempre la consolidación de un status específico para
el archipiélago que garantizase su libre comercio.
El célebre manifiesto de Miguel Cabra1 de Noroña repro-ducido
por Álvarez Rixo refiere que la Junta era una «pandi-lla
de infames e imbéciles que hasta entonces no se gloriaban
sino de la independencia de las islas y de formar estado apar-te
bajo la protección imaginaria de la Gran Bretaña)) hasta que
se arribaron a Tenerife las embarcaciones de la Junta Guber-nativa
de Sevilla que reafirmaban la autoridad soberana de
Fernando VIb. Más adelante afirma que el mismo Nava «es-cri'bió
ai Ministro británico prometiéndoie una especuiación 10
más atrevida contra los destinos y derechos sagrados de estas
islas)). Sin embargo ese ministro no contestó tales proposicio-nes24.
Juan Primo de la Guerra en su diario recoge similar
correspondencia del Marqués en la que propone que «en caso
de ser tomada España por Bonaparte de estas islas se forma-ría
un estado separado, el cual quedaría bajo la protección
inglesa» 25.
El Apuntamiento de la persecución que padece el Marqués de
Casa Cagigal, reproducido por Rumeu de Armas, relata la en-trevista
entre O'Donnell y Juan Próspero de Torres con el Co-mandante
General. En ella se atrevió el segundo «a proponer-le
al Jefe entregarnos y sujetarnos a la «dominación britá-nica
» 26.
Frente a tales acusaciones Alonso de Nava en 1810 afirmó
que a los patriotas más decididos «se les ha querido rebajar
el mérito con la acusación voluntaria de que propenden a la
dominación inglesa)). Es para él una ridícula imputación, pues
dos fieles canarios, si creen que el gobierno inglés es favora-ble
para los que viven en su metrópoli, están igualmente per-
24 i m--.-
ALVAKLL IULU, 1. A., üp. &., pp. 1óó y 177.
25 GUERRA, J. P., Diario. Ed. e introd. de Leopoldo de la Rosa Olivera.
Tenerife, 1976, tomo 11, p. 142.
26 RUMEU DE ARMAS, A., op. cit., tomo 1, p. LIII.
Núm. 45 (1999)
14 MANUEL HERNANDEZ GONZALEZ
suadidos de que es uno de los peores para los establecimiento
ultramarinos y acostumbrados a ser tratados sin distinción de
las provincias de la Península, miran con horror la vara de
hierro con que ciertas naciones tratan a sus colonias; como si
el orgullo de la libertad necesitase de un contraste para go-zarse
más en sus ventajas; o como si el hombre que no en-cuentra
sino iguales en la sociedad de que es miembro, se vie-se
naturalmente precisado a buscar inferiores fuera de ella».
Nava propugna un trato igual para esas colonias acostumbra-das
a ser tratadas sin distinción de las provincias peninsula-res
e integradas en el Consejo de Castilla como era el caso de
las Canarias 27.
Millares Cantero en su extenso artículo sobre esta época
considera falsas tales imputaciones y no les da ninguna fiabi-lidad
ia. Buenaventura Bonnet en su acendrada defensa ciei
españolismo militante de la Junta obviamente hizo cruzada
contra dichas acusaciones. Ante tales disparidades debe efec-tuarse
un análisis más ponderado y sincrónico, teniendo en
cuenta la época y el contexto. Hoy en día no se puede resistir
la afirmación de un nacionalismo independentista e insurrec-cional
innato en las élites que protagonizaron la emancipa-ción,
sino que ésta fue el resultado del ejercicio de su defensa
de su posición social, de esa misma lucha de clases que vindi-ca
Millares Cantero. Debemos de tener en cuenta esa realidad
que explica sus notables diferencias de comportamiento antes
sus diversas y hasta contrapuestas estructuras sociales no
explicables sólo, por supuesto a la luz de su inquebrantable
nacionalismo que ya hemos visto incólume en 1806 en las
caraqueñas ante la invasión de Miranda. En la misma medida
que la oligarquía cubana tenía una idea muy clara de su pro-yecto
político, sin apostar por ello a la insurrección, es esa
estructura socio-política la que le llevó a actuar a la caraque-ña
ante las noticias que venían de la Península. Ante la apa-
27 NAVA GRIM~NA, . , Obras políticas, pp. 133-134.
28 nn,.. ., r ., r r o i n . :---:z- ii-i-iL:iAi nuLLxnna Lniulnnv, ti., « ~ o l v .Lc uiispuaciuil scpalausLa Las Tal-mas?
Propuesta de reinterpretación sobre el "trienio detonante" del pleito
insular decimonónico)), Revista de Historia Canaria, núm. 174, Tenerife,
1983, pp. 255-375.
274 ANUARIO DE ESTUDIOS ATUNTICOS
rente indiscutible victoria de Napoleón y ante la dudosa lega-lidad
de un Consejo de Regencia y unas Cortes secuestradas
en Cádiz que sólo parecían obedecer los dictados de la bur-guesía
comercial que les daba cobijo depusieron al Capitán
General, proclamaron la Junta, se declararon como pueblo
depositarios de la soberanía del secuestrado Fernando VI1 y un
año después, ante la marcha de los acontecimientos proclama-ron
la Independencia.
En ese marco de una España ocupada por Napoleón y en
medio de la proclamación de su hermano como rey es donde
debemos situar la actitud de una Junta que se llama a sí mis-ma
de Canarias y que hace suyos los postulados y puntos de
vista de las elites tinerfeñas. El estudio de la documentación
interna de la Junta conservada por uno de sus miembros, el
vocal por el comercio Bernardo Cóiogan Faiion, demuestra
palpablemente que sus miembros debatieron las opciones de
futuro de las islas. Las intenciones apuntadas por sus acusa-dores
eran ciertas29. Se trata de escritos redactados de puño y
letra de este significado representante de la burguesía comer-cial
tinerfeña debatidos en ella y en los que probablemente
quedó pospuesta su aprobación ante la rapidez de los aconte-cimientos.
No aparecen firmados, pero son un lúcido ejemplo
de su claridad de planteamientos ante las opciones a elegir
para las islas.
El primero, aunque no está fechado debe situarse en las fe-chas
posteriores a la arribada del barco de Bayona. En él se
expone en primer lugar «la necesidad de buscar un medio de
reducir a razón a los habitantes de la isla de Canaria seduci-dos
con falsos supuestos por una decena de culpables que
tenían por una gran fortuna el someterse a José 1 y que quie-ren
cubrirse en el día a la sombra de aquellos inocentes» la
gravedad de la situación internacional con la alianza de los
príncipes del Imperio alemán con Bonaparte. Si se derrota el
Imperio germánico, (do que no espero ni quiero creer», un for-
29 AKcaIvo Hi sT~aieo PT(o-v~iNCiPIjij E SANTAc ~ - j ~TE NEKiFE,
(A.H.P.T.), Archivo Zárate Cólogan. Papeles de la Junta Suprema de Ca-narias.
Agradezco la información sobre el mismo a los archiveros de esa
entidad.
Núm. 45 (1999) 275
16 MANUEL HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
midable ejército bonapartista se dirigiría contra España. En
ese caso qué harían dos serenísimos oidores que con sólo sa-ber
que Bonaparte heredaba la España lo querían ya recono-cer.
Con 500 hombres que aquél les mandase le entregarían la
isla y dirían a los pobres canarios las mentiras conducentes a
que se sometiesen. Teniendo ya pie a muy pequeñas partidas
les mandarían dos o tres mil hombres y acaso de la Martinica
vendrían también)). Considera que ese error de nuestros pobres
paisanos «a causa de una decena de personas entre extranjeros
y paniaguados)) tendría desgraciadas consecuencias, «en cuan-to
al enemigo y a nuestra libertad de unirnos con las Américas
si España quedase subyugada)). Por ello era esencial el someti-miento
de la isla de Canaria a la razón «sin derramar una sola
gota de sangre y sin injusticia, o con el menor daño posible)) 30.
No deja iugar a dudas ia referencia a esa hipotetica unión con
las América si España fuera sometida. Al final de él se indica
que «esta materia pide el examen de algunos días)).
Si el primero de los escritos es una acusación del bon-partismo
a la clase dirigente grancanaria, el segundo es una
clarividente propuesta de futuro para las islas. En ��l se expre-sa
el estado fatal de la España, con la amenaza de su conquis-ta
«muy de cerca». Si ésta se confirma la Junta debe velar por
«el buen orden, tranquilidad, fidelidad y seguridad)), por lo
que se debe meditar desde ahora para prevenir ese hecho al
hallarnos en medio de los mares.
Ante tal confirmación «las islas Canarias tienen privilegios
que no deben jamás abandonar)). Para preservarnos «es indis-pensable
el ponernos bajo la protección de una Nación pode-rosa,
o como protegidos, formando una república o haciendo
parte integrante de la referida nación, o de aquella que más
se acerque a la conservación de los referidos privilegios». Para
ello no existen otras potencias a las que recurrir sino a Ingla-terra,
Estados Unidos de América, Brasil o nuestras Américas
«si resuelven hacerse potencia independiente)). De esa forma,
bajo la fórmula de un
se aiteraria ei sistema
protectorado o independientes en poco
económico insuiar y «formarfamos en
30 A.H.P.T., ibidem.
276 ANUARIO DE ESTUDIOS A T ~ N T I C O S
CANARIAS Y LA EMANCIPACI~N HISPANOAMERICANA 17
medio del mar una pequeña república comerciante como la de
Génova», aunque sin contacto con las potencias beligerantes3'.
Confirmado ese punto, la defensa de nuestros privilegios
mercantiles, describe una realidad idílica con el libre comer-cio
como panacea. Las rentas reales eran suficientes para su
conservación y su gasto no sería mayor que el actual, «el co-mercio
libre)) doblaría a lo menos este producto. Un bienestar
derivado de él que estrecharía las relaciones con unas próspe-ras
Américas, en la que formarían establecimientos que «nos
haría aprovechar lo que la sed del oro ha abandonado duran-te
el mal gobierno de la España)). El auge agrícola que de ello
se derivaría en las islas originaría una nueva etapa dorada en
la que las fábricas que podría establecer la Junta Suprema, y
en particular las relativas al consumo de las Américas aumen-tarían
en tal medida la población y sobre todo los fondos pú-blicos
que éstos excederían con mucho a todo lo que pudiese
costar el fomento de la industria, la instrucción, aseo, puertos
y todo cuanto pudiese ser útil y agradable a estos naturales.
No cabe duda que Cólogan era un consumado lector de los
textos ilustrados extranjeros críticos con la colonización espa-ñola
en América y su sed de oro, que obstaculizaban su desa-rrollo,
y un ferviente defensor del librecambismo. Valora tam-bién
el papel del comercio en tiempo de guerras que atraería
los beneficios que le había deparado a Holanda bajo su siste-ma
republicano. Su alegato sobre el bienestar que ocasionaría
no tiene parangón con reformas urbanas similares a la lon-dinense
que restablecerían los pueblos principales y «en espe-cial
de esta capital que lo sería de toda la República)), dando
solución de esa forma al tema de su centro político. Su canto
idílico parece incontenible. Con una importación masiva de
maderas y hierros del Norte las casas serían tan baratas ano
habría en la isla, quien no quisiese tenerlas en esta ciudad».
Una Junta a ejemplo de Londres dedicada a alinear calles,
formar buenas casas y venderlas luego en lotería relanzaría
también las manufacturas «que se establecerían aquí como
seminario para propagarlas después por todas partes».
31 A.H.P.T., ibidem.
Núm. 45 (1999)
18 MANUEL HERN~NDEZ GONZ~LEZ
Tras esta proclama vehemente pone un pero: «el carácter
de nuestros paisanos, siempre quisquillosos y partidarios, ¿se-rían
por ventura capaces de conservarse en la unión que de-bía
ser la base de esta felicidad?)). El encono, la venganza y el
espíritu de partido les llevaría a abatirse los unos a los otros
y acabaría bien pronto con la nueva república. Este «espíritu
de contradicción)) que les lleva a destruir lo hecho por los
demás, «este indubitable mal, hijo del carácter de los cana-rios
» tendría remedio con la educación desde la primera edad
que proporcionaría ese entusiasmo general a favor de la Pa-t
r i a~.E n tales virtudes redentoras pone sus esperanzas como
idealista ilustrado.
Argumentado, pues, como factible muestro sistema de li-bertad
republicana» sólo era necesario una nación poderosa
que lo sostuviese. En ese punto ve como más factible a la
Gran Bretaña. Si no se consiguiera como protección amisto-sa,
se podría gratificarle con una recompensa de 6 a 10.000
libras esterlinas. No considera que se encuentre otra cosa
mejor, pero analiza también la viabilidad de la de los Estados
Unidos, Brasil y nuestras Américas. Ante esas tres opciones lo
más análogo sería nuestra unión a la América inglesa, ya que
cada uno de sus estados se gobierna por sí mismo en todo, si
bien están unidas por una asamblea general y un presidente.
Al ser una unión voluntaria subsistiríamos con nuestras leyes
y enviaríamos nuestros representantes a esa asamblea. Otra
ventaja que ofrece es su política de neutralidad que no expo-ne
a las islas a excesivas contribuciones. Sin embargo el ser
parte integrante de una república es una solución peor que el
protectorado, pues para las Canarias es más útil «el ser repú-blica
nosotros mismos, sin dependencia de nadie y bajo la
protección de todos»32.
La unión al Brasil sólo podría ser contemplada con el po-der
soberano de la Junta y no con el sometimiento a un Go-bernador.
En lo referente a la unión con nuestras Américas si
éstas se declarasen independientes, sería bajo las mismas con-diciones.
En ese punto la idea de una Gran Colombia bajo la
32 A.H.P.T., ibidem.
278
CANARIAS Y LA EMANCIPACI~N HISPANOAMERICANA 19
protección del Reino Unido y con Canarias como intermedia-rio
no tiene desperdicio: «Ellas no necesitan de auxilios, y
siendo parte integrante de aquella potencia y eternos aliados
de la Inglaterra, como esta nación lo será de aquellas Améri-cas,
y siendo además de esto nuestras islas la única estancia
de las Américas cerca de Europa vendrían a ser estas islas el
almacén de todos los productos de América para su distribu-ción,
lo que agregado a nuestro propio comercio puede hacer
de estas islas el país más feliz del mundo)). La exposición fi-naliza
con una reflexión muy oportuna y que demuestra el
punto de vista de las élites tinerfeñas en esos momentos críti-cos:
«De cualquier modo que consideremos el estado de la
Europa parece presentar un bien para esta Provincia si tene-mos
valor. constancia y buena dirección* 33.
Esta exposición demuestra palpablemente el punto de vis-ta
de las élites dominantes tinerfeñas en una época de incerti-dumbres
y de cambios tan profundos. El bienestar para ellas
deparado por los años de bloqueo continental napoleónico
refuerza el papel de Canarias como centro de intermediación
del comercio mundial. Les lleva a levantar loas sobre las vir-tudes
del libre comercio, sobre la posición neutral y central
del archipiélago. Ante esa situación las reformas ilustradas y
la educación tendrán un campo que deparará la remodelación
del carácter isleño, la introducción de manufacturas y la me-jora
de las infraestructuras públicas. Las palabras finales del
discurso son bien expresivas de lo decisivo del momento y de
las ventajas que podría deparar la situación internacional. Pero
su protagonismo hegemónico en el conjunto del archipiélago
genera el germen de la división al convertir a La Laguna, y
i;m e d e a Tenerife, en e! centm de peder decisive de esu ece-nomía
extrovertida. Un estado de cosas que responde induda-blemente
a los puntos de vista de unas clases dominantes
tinerfeñas excesivamente dependientes del exterior y enrique-cidas
no sólo con el auge de las exportaciones vinícolas gra-cias
a la coyuntura bélica, sino a su papel de eje de intercam-bios
y suministros, punto éste que es la principal función de
33 A.H.P.T., ibidem.
Núm. 45 (1999)
Santa Cruz de Tenerife. Ante tal riqueza acumulada, que llevó
a decir a Álvarez Rixo que «esta isla debiera estar empedrada
de oro y plata» 34, no es de extrañar esa euforia. Escritos como
el apuntado nos ayudan por tanto a entender la visión defen-dida
por las élites insulares ante el desarrollo de los aconteci-mientos
y que desentierra tópicos y manipulaciones a priori,
reforzando su sed de hegemonía insular al mismo tiempo que
su pragmatismo ante la posible marcha de los acontecimien-tos
apostando antes que nada por la defensa de sus intereses
geoestratégicos.
34 ÁLVAREZ RIXO, J. A., op. cit., p. 126.
280 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS