TABOBO
(UN FALSO GUANCHISMO EN LAS DESIGNACIONES
DE LA 'ABUBILLA')
POR
Al Prof. Giovan Battista Pellegrini.
Los nombres de la 'abubilla' en las islas Canarias han sido
considerados de manera aislada. con lo que se ha llegado -en
cuanto a su origen- a muy engañosas conciusiones. Don José
de Viera y Clavijo, én su Diccionario de Historia Natural, es-cribe
hctabobo. Ave conocida con este nombre en la isla de la
Goniera. (Véase tahoce))) l. Partiendo de estas pocas palabras,
Gorninik J. Walfel, en su más que discutible obra, apostilla
categóricamente: «Auch dieses Wort ist sicher aus der Eige-borenensprache.
An Parallelen bieten sich dar: bubbultibebbu
'poser sur le dos' -tasmtbabut 'pore', granulation- und die
Worte für Brustn 2. Para mí es imposible que los sentidos re-cién
transcritos tengan nada que ver con cuaiquier ciase de
aves, y el autor se ha dejado arrastrar -simplemente- por
una apariencia formal. Sin embargo, planteadas así las cosas,
resultan inaceptables desde un punto de vista metodológico. Por-que
aislar en campanas de vacío dos significantes, olvidarse de
las significados y casar: luego, ios heterogéneos materiaies, aun-
1 Cito por la edición de 1942, t. 11, p. 297.
2 Wonumenta Linguae Canauh. Die Kanarischen Sprachdenkmaler.
Eine Studie Zur Vor- und Fruhgeschkhle Weissafrikm. Graz, 1965, p. 561,
3 332.
que sea con apodícticas formulaciones («ist sicher aus der Einge-borenensprache))),
me parece que no conduce muy lejos.
La geografía lingüística creo que debe jugar aquí un papel
importante porque nos facilita una doble información: a) los
elementos onomasiológicos existentes; b) su distribución. En-tonces
vemos que tabobo no es ninguna extrañeza, sino un ave
bien conocida de la especie Upupa, con lo que ya tenemos dado
un buen paso, que nos hará dejar de momento al tahoce que,
tímidamente, adujo Viera. aunque volveremos sobre ello. En
efecto, en el mapa 312 del ALEICan se recogen las designacio-nes
de la 'abubilla'; la información era facilitada por unos su-jetos
diakctales a los que se les preguntaba justamente esto:
«Pájaro de muchos colores, con una cresta de plumas parecida
a un abanico; huele mal porque se alimenta de porquería)). Pues
bien. el conjunto de respuestas era heterogéneo, pero creo que
con una íntima coherencia, según vamos a ver en los materia-les
allegados :
abubilla: GC 2.
abobito: GC 1, 10, 11, 12, 20, 3, 30, 4; Tf 3, 40; LP 1, 10-
abobo: Tf 5, 50; LP 30.
abubo: Hi 3.
alpupú: GC 2.
altabobo: Tf 5.
cspup4: GC 40; LP 2.
habobo: LP 30.
habugo: Ki 1: 10, 2, 4.
papabú: Gs 1 ; Lz 2.
papapuh: Tf 31.
bubobo: Lz 1, 10, 20, 3, 30; Fv 1-30; Tf 2, 20, 21, 30? 4.,
41; Go 2, 40; LP 20.
Con este conjunto podemos hacer una serie de grupos que
iré comentando, aunque cabe anticipar el carácter onomatopé-yico
bajo el. que muchos de ellos se presentan. De una parte, los
herederos del castellano abubilla están en el n." 1 de la serie, que
3 A t h L2?z$x%stim y Etnogrdfico de las Islas Canarias, t. 1, Las Pal-mas,
1975.
473 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
TSBOBO, UN FALSO GUANC11ISMO 5
es muy poco significativo, porque sólo se registró en un hablan-te
de Las Palmas; no incluyo aqui abubo (n." 4), pues debo
ponerlo en relación con habugo (n." 91, forma general en la isla
del Hierro; sin embargo, tomo en consideración a abobito por-que,
cambiando el sufijo -illo por -ito 4, permite la asociación con
bobo, según se ve por la o y por la falsa restitución abobo (n." 3).
Estos procesos no son específicamente canarios, sino que proce-den
de Andalucía: en el mapa 415 del ALEA 5, y en zonas donde
existe abubiya con no desdeñable frecuencia (provincias de Cór-doba,
Sevilla, Huelva, Cádiz), aparece hubipa (por aféresis) y,
lo que es más significativo, bobiya y bobita. Como quiera que
todas estas formas son exclusivas de la Andalucía occidental; de
esa r~gicín serían 10s donizadores de las Islas. cosa por Zo de-más
bien sabida. La discrepancia de género (-a en Andalucía,
-o en Canarias) tampoco es excluyente, por cuanto abubiyo se
recoge en Co 200 y abobillo en Se 306, 309. De atenernos a los
elementos de la geografía lingüística podríamos pensar que la
-o se ha tomado de los muchos gallico, gallito (del campo, de
marzo), que se extienden por todo ese dominio con referencia
-precisamente-a la upupa.
Desde abobo se generó el tabobo, que indujo al error de Wol-fel.
Es, con mucho, la forma más difundida por todas las Is-las
(n." 12), pues, aparte su frecuencia numérica, aparece en todo
el Archipiélago, salvo en Gran Canaria y el Hierro. Que tabobo
no se puede separar de abobo, como éste tampoco de abobito y,
3 su vez, éste de abubilla, parece evidente, pero ¿y la t- o tu-?
3n efecto, las voces bereberes pueden tener t- (prefijo de feme-nino)
y a- (prefijo de singular) 6, pero tampoco es éste el primer
4 -íllo, -3to son los dos sufijos diminutivos más usuales (El espatio1 hd-blaüo
en Tenerife, Madrid, 1959, §S 87, 90).
3 Atlas Lingüistico y Ebnográfico de Andalucia, t. 11. Granada, 1963. En
los materiales del Atlas de Espaíia y Portugal, documentamos boMUa en
Burgos, Ugroño, Soria, Vaíladolid, Cuenca y Badajoz.
4 Cfr. Tmerife, § 109. Dozy recogió (y citó autoridades) la forma tab'tb
'huppe íobeau)', que, a veces, se ha confundido con tabzb 'picoverde'
(SuppZ., 1, 140 a). Si aduzco aqui el testimonio es para apuntar el carácter
bereber del ta; inicid, pero la onomatopeya no puede ponerse en relación
con la de las Islas, pues la vocal acentuada niega cualquier nexo. Tambien
Marcelin Beaussier recogió tabüib 'huppe' en su Dictimire pratiqus
caso en que una voz románica se presenta con formantes extra-ños
a su condición (y recordemos falsos arabismos empezados
por al-): tarozo por carozo, tarsuelo por orzuelo podrían ser ejem-plos
que unir al que ahora gloso. Desde tabobo, se explica dtabo-bo
(n." 5) como formación basada en el uso del artículo con sus-tantivo
(el tababo) y una fácil etimología popular (altabobo),
según expliqué en otro sitio '; del mismo modo, el árabe tabbaqa
pasó a altabaca8, forma a la que se llega desde albahaca o al-beaca
9. y que son conocidas de un modo u otro en la Península:
el DRAE da !a voz albeaca como sinónima de olivarda (aunque
no creo que las cosas se puedan generalizar), y en murciano hay
altabayacos 'tortilla guisada compuesta de huevo, pan y hierba- *::
buena' lo.
Queda una úl.tima cuestión antes de proseguir: las formas U
d
castellanas proceden del latín upupa, y este simple hecho nos -
8'
sitúa ante un claro caso de ((onomatopeya desvirtuada por de- 8
formación)), según la terminología de García de Diego, que ejem- I
plifica, precisamente, con !as siguientes palabras: «el lat. upupa e
'abubilla' ofrecía sentido onorriatopéyico, que lo perdió en el 5 Y
casteilano abubilla; pero casi todas las hablas hispánicas la han E
=n
rehecho, como el arag. burbut y el cat. puput» y, añadiría por 6
mi cuenta, el navarrc barbuta, babuta, balbula; el aragonés (de UE
Zaragoza) gurbur, burbuta (de Teruel), burbut, etc. 12. No he he- i
cho hincapié en el valor onomatopéyico que -induciablemen- a1
te- tienen algunas de estas voces, pero su consideración nos A
d lleva a otros problemas: en el Hierro, la única forma documen-tada
es habugo, de la que parece una simpie variante a h b o 13.
0i
arabe-francais contenant tous les mots employés dans Z'arabe wrlé en Al-gérie
et en Tunisie. Alger, 1887, p. 62 a.
7 Tenerife, páginas 119-120, s.v. altabobo.
8 Cfr. VIERAD: iccionario, S.V.
9 ALEICan 1, 216.
10 Tenerife, p. 119, S.V. altabaca.
11 Diccionario de voces naturales, Madrid, 1968; p. 25. Cfr. DAVID A.
GRIFFIN: LOS mozarabismos del «Irocabulista» atribuido a Ramón Marti,
Madrid, 1961, p. 113.
12 Materiales inéditos del Atlas Lingüistico de Espuña y Portugal.
13 La debiIidad de la aspirada inicial es bien sabida: Tenerife, 8 14.3;
Niveles socioculturales en el habla de Las Palmas, Las Palmas, 1972, § 62,2.
-480 ANUAXIO DE ESTUDIOS ATLANTlCOS
El origen de la aspirada se encuentra también en h Península:
el mapa 415 del ALEA, ya mencionado, presenta muchas formas
como huagui, hagüiya, huguiycll (y uguiya), buhiya, etc., d+
minantes en el centro y oriente de la región. Creo que se trata
de una serie que habrá que poner en relación con el árabe
hrudhud 'abubilla' y que, por cruce con las formas románicas,
ha dado un heterogéneo muestrario de variantesM. Pedro de
Alcalá había escrito: ((abubilla aue hudhúda hudhúd~15, y en
un Diccionario manuscrito árabe [rnarroqui7-españd se repite
siglos después: cchadhud. Abubilla. Ave poco mayor que un tor-do
de pluma dorada, roxa, blanca y negra con una corona de
plumas del. mismo color)) (fol. 586 r, a} 16, y Marcelin Beaussier l7
m- vnno h d h . l t d <h ~ ? p p~,is eaii'.M i hipótesis se refuerza con tes- --"b" '"ww'"
timoníos históricos: Ia VuZgata emplea upupa en Lev. XI, 19,
y Deut., XIV, 18. He hecho unas pocas calas en versiones roman-ces
de la Biblia y he encontrado duquepat en la edición de Lla-mas
(1, p. 159 y 270), ka'ah en el Deut. de Constantinopla, y abu-billa
en el de Ferrara (uno y otro en los textos enfrentados de
las páginas 164-165 del libro de Haim Vidal. Sephiha, Le ladino.
Judeó-español calque. Paris, 1973) y ka'an en la p. 405 (estudio
léxico). Pero, lo que ahora nos es fundamental, se encuentra en
el Pentateuco bonaerense (edic. Castro, Millares, Battistessa):
allí hay habuba (en Lev. XI, 19, y Deut., XIV, 18), con lo que
tenemos el resultado de cruzar upupa (la ububa > t'abuba) y
hudhud.
Por otra parte, y retomando las palabras de García de Diego,
en las onomatopeyas que designan a la 'abubilla' encontramos
también oclusivas sordas, aparte las sonoras, ya consideradas.
14 La h- de algunas designaciones alemanas tienen que ver con hupfen
y h21pfen.
15 Petri Hispani de Zhgm mabica Eibsi duo. Paulide Lagarde studio et
smptibus. Gottingae, 1883, p. 91 a.
E si ~ ü t p~ae r>I zn,rtkL g c ~ z ~(cL~,I Y S C ~ !~U X& la 2 C Q ~ ~ ~ ~ ~ =
del s. XIX. El manuscrito es propiedad de mi sabio amigo don Fernando
de la Granja, a quien debo esta y otras generosidades. En nota de la pá-gina
de donde he copiado se lee: «Los talbes dicen que ésta también se
iiama aGqambum» (clásico qunbura), pero la cuestión queda ahora fuera
de mi objeto.
17 Dktionnaire pratique arabe-fiawals, ya citado, p. 105 b.
Núm. 27 [1981)
31
6 MANUEL ALVAR LÓPEZ
En efecto, en Canarias hay variantes con p y vocal apupú/alpupB
que han de relacionarse con otras, como el salmantino pupa, el
gallego de Pontevedra poupa, el portugués de Olivenza poiw o
el portugués común poupa; que remontan a formas latinas sin
diminutivo. Tambien en Andalucía (pueblos onubenses fronte-rizos
con Portugal, ALEA 415), y en algún pueblo de Badajoz,
se recoge el lusismo popa, lo que vendría a unir ciertas formas
canarias con otras occidentales, segiín ocurre tantas y tantas
veces. Quedan fuera de esta explicación las formas papabú
(n.O lo), papapuh (n." ll), en las cuales la oclusiva sorda (pro-cedente
del étimo latino) unida a la a hace pensar en otras ono-matopeyas
que pasaron a ser nombres de aves: pienso, por
ejemplo, en parpallá 'codorniz', parpará la.
Las consonantes bilabiales y el vocalismo velar aparecen en
multitud de derivados románicos (segfín se puede ver en el
REW, n." 4.076) y en otros españoles de los que selecciono po-pute
(prov. Zaragoza), porpú, paput, apoput (Huesca), apeput,
papuz (Teruel), etc. Ya Grammont había explicado la presencia
de !a p y de la b, que no evocan ataque glotal, y que caracteri-zan
el grito de la 'abubilla'; las formas como poupou. y boubou
parecen ser imitación del grito, pero no hay que desdeñar que
el étimon latino -también onomatopéyico é1 mismo- ha podi-do
condicionar y ser condicionado por las formas de fonética
imitatoria 19; en cuanto a la vocal final pudo ser u, como las an-teriores,
pero una terminación en -u hubiera sido propia del gé-nero
neutro y se dotó al ave con género animado (-o, -a)m. El
propio Grarnmont (p. 385) ha hablado de o y a como vocales
((brillantes)) en oposición a las «agudas» (i, u: y «sombrías» (u);
lo que cada oyente escucha en el grito del ave le inclinará a un
tipo de selección vocálica y no a otro.
Por altimo, volvamos a la nota de Viera y Clavijo: tahoce
no es término que tenga nada que ver con tabobo. El naturalis-ta
del XVIII y el. lingüista austríaco emitían sus informes sin co-
18 GARCÍAD E DIEGO:V oces naturales, p. 554, y G. ROHLFS:L a diferen-ciacZdn
léxica de las lenguas románicas, ~Madrid, 1960; págs. 109-110.
19 GRAMMONT: Traité de phonétique, París, 1950; págs. 378-379.
Ibidem, pág. 379.
482 ANUAR.10 DE ESTUDIOS ATLANTlCOS
TABOBO, UN FALSO GUANCHISMO 7
nocer el significado de tabobo, pero sí el de tahoce, que es una
Urz'a conocida en francés por guillemot y en inglés por guillam,
a las que corresponde el español arao, palmípeda parecida al so-morgujo
o al mérgulo marino; todas ellas son árcticas, se carac-terizan
por bucear, tener plumaje blanco y negro, y cuello y cola
cortos. La identificación del tahoce con los álcidos parece difícil
por cuanto su habitat no llega a las Islas 21; por eso otros auto-res
dan como equivalencia das pardelas pequeñas)) 22. De cual-quier
modo, nada parecido a la abubilla.
En resumen: 1." El tabobo es la 'abubilla' y nada tiene que
ver con el 'arao'. 2." Es necesario agrupar todas las variantes
onomasiológicas que responden al concepto 'abubilla' para poder
establecer vinculaciones y dependencias. 3." El castellano abu-billa
es antecedente de las formas insulares abobito, abobo, aun-que
pasadas por el filtro del andaluz occidental. 4." La forma
masculina es analógica. 5." Tabobo se ha reacuñado con otras
palabras iniciadas por ta- (lo que indujo a una falsa apariencia
bereber) y sufrió la etimología popular de atta-. 6." En Andalu-cía,
el árabe hudhud 'abubilla' influyó sobre algunas variantes
románicas, dándoles nueva forma, que, probablemente, también
migró a las Islas. 7." La onomatopeya reacuñó estas y otras va-riantes,
según principios conocidos por los fonetistas. 8." Las
formas canarias con oclusiva sorda son de origen portugués.
9." Todas las variantes canarias son de origen románico: caste-llano,
andaluz u occidental.
. .
z1 Vid., por e~emploH, EINZEFLIT,T ERP,A RSLOWM:a nual de las aves de
España y de Europa, Barcelona, 195, pág. 164.
22 WOLFEL, pág. 561, B 331. Referencias a tabobo y tahoce, sin nada apro-vechable,
en Ias notas farragosas que M. Santiago. puso a la I)escripci&n
histórica y geográfica de las Islas Canarias, de don Pedro Agustin del
Castillo, t. 1, fascículo 5; Madrid, 1960, pág. 2498, nota.
Núm. 27 (3.9811 483