EL EPISCOPADO CANARIO DURANTE LA EDAD
CONTEMPQRANEA (1789-1966)
Aproximación a su estudio
P O R
JOSE MANUEL O'UENCA TOZU3IO
Dando al vocablo alcance limitado y relativo, de aventura cabe
calificar en más de un sentido el acometer una somera caracteriza-ción
del episcopado canario contemporáneo. Si se adopta como tér-mino
medio de comparación la mayor parte de las diócesis españo-las
en el último segmento de nuestra trayectoria histórica, el mate-rial,
los instrumentos de trabajo a disposición del investigador son
mínimos y, en algunas parcelas, inexistentes. Bastará sin duda in-dicar
que carecemos de un episcopologio a la manera de los publi-cados,
con más voluntad que acierto, desde mediados de la centuria
pasada hasta los primeros decenios de la actual. Elementos biblio-gráficos,
como decimos, por lo común de escaso valor científico, pero
útiles al menos casi siempre para la rebusca de ciertos datos no
desprovistos de interés. La ausencia -con sobresalientes y conoci-das
excepciones- de historias comarcales y locales es también un
obstáculo considerable para desbrozar el tema inédito mencionado
Naturalmente, las fuentes primarias se presentan a manera de po-derosos
contrapesos del vacío indicado. A socaire de muchas de las
vicisitudes bélicas e inciviles padecidas por las provincias peninsu-lares,
los archivos capitulares y parroquiales conservan ricos teso-ros
documentales. Sin embargo, también en este terreno las dificul-
2 JOSS M CUENCA TORIBIO
tades se ofrecen a veces irremontables, a tenor de lo lamentado por
Saugnieux en su aguda pero muy insuficiente biografía de Tavira.
Pese a ello, no debe exagerarse el desfase de la historiografía ecle-siástica
canaria respecto a la de otras partes del país. En el campo
señalado -el del estudio de la jerarquía- será suficiente una míni-ma
planificación y cierto entusiasmo para alcanzar las cotas de las
regiones en posesiún de un mayor conocimiento de su pasado reli-gioso,
extremo éste, por lo demás, según se sabe, de muy precario
desarrollo en el conjunto de la historiografía española.
Habida cuenta de las credenciales de interés social que hoy se
exige -en ocasiones con destemplanza- al cultivador de las cien-cias
del hombre, aclaremos que nuestro intento actual no tiene como a
N punto de partida un presupuesto elitista ni una concepción cualita- E
tiva de la comunidad eclesial. Responde únicamente a la arraigada O
-pero también vulnerable- opinión de que, dada la estructura je- n-- m
rárquica de la Iglesia -en especial, la del ayer- y el estado de los O
E
E estudios de1 catolicismo español de la época más reciente, el análi- S
E sis acerca del episcopado es más hacedero y fértil en resultados en -
orden a dibujar los puntos esenciales de un mapa que debe ser por 3
entero construido de nueva planta. Por otra parte, dejamos constan- O--
cia en estas líneas proemiales que nuestro propósito es muy modesto. m
E
La aproximación que esbozamos en esta ejemplar revista se reduce O
a ciertos aspectos que consideramos insoslayables para una ulterior E
n
y dilatada investigación de los obispos canarios, imposible de aco- -E
a
meter en una breve monografía. Consignemos, finalmente, que sólo l
serán objeto de nuestra consideración los prelados que desplegaron n
n
su labor pastoral en las islas, al margen de su condición de coterrá-
3 neos o no. Igualmente, a los efectos de nuestras pesquisas no esta- O
bleceremos de ordinario distinción alguna entre la sede tinerfeña y
la canaria. No obstante sus variadas peripecias desde su acciden-tada
creación, la primera quedará englobada en los cómputos esta-dísticos
con la segunda *.
1 Una amplfsima narracion de la fundacion de ia seüe nivariense se
encuentra en el testimonio semicoetáneo de A. Díaz Núñez, cuya pluma se
mueve con una simp&tica y comprensible pasión, que le lleva, sm embargo,
en ocasiones a ser injusto con algunas figuras como Romo: Memoria cro-nalógica
del establecimiento, propagación y permanencia de la Religión
Católica Apostólica Romana en las Ishs Canarias, Madrid, 1865, 370-1
298 A N U A R I O DE E S T U D I O S R T L A N T I C O S
EPISCOPADO CANARIO CONTE~~PORANEO 3
Como era previsible, la exploración del cuerpo jerárquico canario
deja ver en una primera y apresurada visión global rasgos idénticos
a los que conforman el episcopado hispano a lo largo del siglo y me-dio
que va desde la muerte de Carlos 111 a la guerra civil de 1936.
En esta inicial visión de urgencia podría afirmarse que el episco-pado
insular constituyó un plantel de hombres religiosamente abne-gados,
culturalmente mediocres y políticamente proclives a posicio-nes
integristas. Las matizaciones se imponen, no obstante, a renglón
seguido conforme tendremos oportunidad de observar más adelante.
Pero ni su grosor ni su impacto atenúan la fuerza de este portrclit-robot.
Desde la edad hasta la producción literaria, todo se presenta
con igual tonalidad al del resto del «Colectivo» nacional, según ahora
se c~rripreh&.
De los veintidós obispos que ocuparon las sedes canarias, sólo
uno, Manuel Verdugo Albiturría, es natural de las Islas. Nacido en
1749 fue consagrado en 1796 obispo de Canarias, silla que ocupó has-ta
su muerte en 1818. La importancia de tal circunstancia es ocioso
ponderarla. Sólo en Andalucía hallaremos una ausencia tan destaca-da
del elemento indígena en el vértice de la pirámide de poder ecle-sial.
La escasez de clero isleño, la falta de políticos canarios con
influjo y ascendiente en los ministerios claves para la promoción
clerical, la carencia de una opinión ciudadana sensibilizada ante el
fenómeno, la despreocupación de la nunciatura frente a un tema
problemático, si no virulento en otras regiones del país desde me-diados
del XIX, y otros factores que cabría traer a colación, no bas-tan
para explicar suficientemente el hecho, cuya aclaración se en-raíza
en una causa a la que aquí sólo podemos aludir: el monopolio in-contestado
-y en buena parte justificado- ejercido a lo largo de
la trayectoria contemporánea de la Iglesia docente por los cuadros
castellanos y norteños, con las alternancias y variantes que hemos
analizado en nuestro libro «Sociologia de una élite de poder de Es-
Más objetivo resulta el perfil trazado por V. Dacio Darías y Padrón, Hk-
&orza de la Religión en Canarzas, Santa Cruz de Tenenfe, 1957, obra en la
que se incluye un breve episcopologio de ambas sedes islefias, con ciertos
errores de detalle.
paña e Hispanoamérica contemporáneas: la jerarquía eclesiástica
(1789-1965)~C~ó rdoba, 1976 (al que con el fin de evitar repeticiones
nos permitimos remitir en todo lo concerniente a los aspectos abor-dados
en el presente artículo).
La significación del hecho terminado de señalar adquiere sus ver-daderas
proporciones si se considera que entre los integrantes del
elenco episcopal de la España contemporánea y de los territorios ul-tramarinos
a ella vinculados durante la etapa 1789-1898 sólo dos de
entre 655 vieron la luz, con el ya citado Verdugo Albiturría, en las
Islas: Estévez Ugarte, obispo de Yucatán (1797-1827), y, por cierto,
muy sobresaliente por su virtud y cualidades gobernantes, y Luis de
la Encina, prelado de Arequipa entre 1805 y 1816 ". El paralelismo
c m e! rase an&!w e x i s t r~t ee n e! ter rem _nlencionado, asf como en
otros se rompe, sin embargo, aquí, ya que los naturales del sur pe-ninsular
nutrieron las filas de otros episcopados, haciéndole incluso
en algún momento con gran pujanza 2.
Al igual que en el resto de las áreas peninsulares, la presencia
de los oriundos de Castilla la Vieja en el grupo episcopal canario
resulta hegemónica, seguida muy de cerca por Andalucía y Catalu-ña,
constituyendo dicha nota un rasgo singular en las característi-cas
generales del lugar de extracción de la jerarquía del período
englobado entre 1789-1939. Andalucía, por su superior índice compa-rativo
al alcanzado por sus naturales en las mitras de otras archi-diócesis,
y el Principado Catalán por el aporte a las filas de los or-dinarios
canarios de un contingente tan considerable por el número
como por la importancia -Buenaventura Codina (1848-1857), su su-cesor
en la sede grancanaria, Joaquín Lluch y Garriga (1858-1868), y,
ya en el siglo xx, el gerundense Serra y Sucarrats (1922-1936)-. Sal-vo
Asturias y Castilla la Nueva -ambas con dos-, ninguna de las
comarcas representadas en las hornadas del episcopado que refe-
A Precisarnos que en nuestros cómputos hemos incluido al prelado Ber
nardo Morete Bodelón (1824-1828), que, designado para la mitra de Gran Ca-naria,
no llega a tomar posesión de ella por un suceso normal en las costum-bres
político-eclesiásticas de la época, su nuevo y fulminante nombramiento
para la silla asturicense. Para la intención del presente trabajo su preco-nización
inicial guarda toda su importancia
2 J M Cuenca Toribio: EZ epzscopado andakx contemporáneo (1789-
1939) Apunte sociológzco, «Hispania», 138 (1978).
300 A.VD'ARI0 DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
renciamos supera la cifra de la unidad, sin que en ningún caso im-pliquen
novedad o especifidad alguna.
Andalucía . .
Asturias . . . . . . . . . .
Baleares . . . . . . . . .
Canarias . . . . .
Castilla la Nueva ..
Castilla la Vieja .
Cataluña . . . .
Galicia . . . .
León .... . . .
Valencia . . . . . . . .
País Vasco . . . . . . . .
NUMJCRO
DE OBISPOS
4
2
1
1
2
5
3
1
1
1
. . 1
Conocido ya el origen regional del episcopado canario, entremos
ahora en otro tema de gran interés para su estudio. Aunque a tra-vés
de más de una centuria la edad media de los obispos españoles
no se mantuvo estática y experimentó algunas variantes -siempre
dentro de límites reducidos-, la de 53 años, 4 meses y 12 días, a la
hora de su consagración, que arroja la correspondiente a los isleños
bien puede estimarse en perfecta sintonía con aquélla, pese a que
-discúlpesenos la insistencia en aras de la precisión- ésta admita,
e incluso requiera, troceamientos y divisiones. Pero por muchos que
sean los distingos que quepan establecer, no existe en esta dimen-sión
corte o ruptura alguna con la estrecha concordancia que inter-relaciona
en todos los aspectos a la jerarquía canaria con la penin-sular.
Sentada esta premisa, será oportuno adentrarnos en un aná-lisis
más detallado de la cuestión. Ante todo, estamos obligados a ob-servar
que la edad media señalada la hemos deducido del momento
de la consagración episcopal que, al ser las sedes canarias diócesis
de entrada, coincide con el comienzo efectivo de la responsabilidad
pastoral en su cuadro episcopal, con la excepción de Cano Almirante.
JOSE M CUENCA TORIBIO
EDAD MEDIA
PERIODO
AROS MESES DIAS
MEDIA GLOBAL . 53 4 12
Si bien a simple vista el abanico de edades pueda parecer muy
amplio -desde los 42 años de Lluch y Garrlga a ios 64 ue Bernardo
Martínez-, sin embargo, los valores extremos presentan escasa en-tidad,
ya que entre los 46 y los 55 años se comprende el 50 por 100
de los consagrados, y, lo que es aún más expresivo, en el quinque-nio
51-55, en que se engloba la edad media, se incluyen ocho obispos
(36,3 por 100 del total).
PBF d e&+& de lQ que sucede con la edad media de preconi-zación,
en la del óbito -72 años, 2 meses, 22 días-, el mayor con-tingente
no lo constituyen los desaparecidos en el lustro 70-75 años
-sólo dos obispos- que incluye la media, sino que el grupo más nu-trido
lo forman los falIecidos a los 66-70 años -10 prelados, 45,3 por
100 del total-, que junto con los muertos a los 60-65 -tres- alcan-zan
el 59 por 100. La relativa alza de la edad media global de muer-te
se debe a que cinco ordinarios pasaron de los 80 años. Para una
completa información del lector interesado y aunque el tema desbor-de
el encuadramiento de la presente monografía, puntualizaremos
que de todos los prelados canarios, Pozuelo y Herrero fue el de ma-yor
longevidad -85 años-, al paso que a Moreno y a Torrijos la
muerte los segó a la edad más temprana -62-.
Como ocurre en cualquier intento de reconstrucción del origen so-cial
de los prelados españoles contemporáneos, la indagadon en ei
de las Islas es defraudadora. Nuestro recuento no ha podido averi-guar
más allá de la mitad. Dos de las figuras cimeras de la Iglesia
docente en los últimos siglos, Tavira y Romo, pertenecieron a la no-bleza
inferior, mientras que en la alta insular se incluía la prosapia
302 ANUARIO DE E S T U D I O S ATLANTICOS
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPORÁNEO 7
de Verdugo y Albiturría 3. El hogar de Adolfo Pérez Muñoz (1909-
1913 fue el propio de la burguesía agraria norteña, al tiempo que el
de González y Menéndez-Reigada (19241946) pertenecía al más hu-milde
estrato de dicha clase, como asímismo su compañero de orden
Cueto y Díez (1890-1908): «Era de familia pobre el P. Cueto; pero de
familia pobre campesina, con algo de propiedad y casa propia; es
decir con medios para vivir, con trabajos y estrechez, pero sin que
falte nunca lo necesario» 4. La atmósfera que envolvió la niñez de
José María Urquinaona (1868-1879) se acomodaba en todo a la crea-da
en su casa por los miembros relevantes de una de las profesiones
liberales de mayor audiencia y prestigio en la España decimonónica:
la abogacía. La cuna de Joaquín Lluch se meció en una humilde ca-sona
de honrados comerciantes; también en los medios campesinos,
pero en sus escalones pudientes, se incluye la figura asendereada de
José María Cervera (1882-1885); igual cabe decir, con la única di-ferencia
del marco geográfico, de Pozuelo y Herrero (1879-1890). Ca-pitán
de marina y práctico del puerto de Pasajes fueron los más
sobresalientes puestos ocupados por el padre de monseñor Pildaín,
cuya madre ejerció la docencia como maestra de Lezo, en Rentería.
Aunque los datos que han podido verificarse -importa repetir-son
escasos y no permiten cimentar ninguna conclusión firme, tal
vez sean suficientes para poder sostener que tampoco en este capí-
3 «D.* Micaela María Verdugo de Alviturría y Herrera, atrás nombra-da,
nacida en Las Palmas a 27 de setiembre de 1723, bautizada en el Sa-grario-
Catedral a 12 de octubre siguiente, quinta poseedora de la Casa de
sus antepasados desde 1783 en que murió el deán su hermano, casó en la
misma ciudad e iglesia, el 19 de julio de 1746, con D. Joaquín José Pérez
Verdugo de Alviturria Reyes Carvajal Martínez de Arana, su primo her-mano
D. Joaquín José Verdugo fue coronel de milicias del regimiento pro-vincial
de Las Palmas, regidor perpetuo de su ilustre Cabildo y corregidor
de ausencias de la Gran Canaria, alcaide del castillo de Santa Ana y del
principal de Nuestra Señora de la Luz, juez subdelegado de indias y Marina,
y patrono de la capilla mayor del convento de Santo Domingo en Agüimes.
Por esta alianza se conservó en esta Casa la misma vamnía de los Verdu-gos
del noble solar de Arévalo», F. Fernández de Bethencourt. Nobzlzario
y bZas6n de Canarias. Dwcionario hwt&rico, biogrdfico, genealóg6co y hercil-dzco
de Za provzncza Santa Cruz de Tenerife (Valencia, el tomo 111), 1878-9
y 255-7.
4 A. González Menéndez-Reigada. El P. Cueto, obispo de Canarzas,
Madrid, 1963, 22.
8 JOSE M CUENCA TORIBIO
tulo del episcopado canario sus miembros representan ninguna sal-vedad
en la composición global de la jerarquía hispana de 1789-1938.
Quizá la única connotación digna de particular referencia radique
en el menor contingente de prelados extraídos de las capas humil-des,
hegemónicas en el plantel general del episcopado que nos sirve
de punto de obligada comparación. A modo de menguada compensa-ción,
estamos por completo informados de la oriundez urbana o ru-ral
de los prelados canarios. De un total de 22, únicamente dos -Ur-quinaona,
Cádiz; Llompart y Jaurne (1917-1922), Palma de Mallorca-vieron
la luz en ciudades y sólo cuatro -Lluch, Manresa; Infantes
Macías (1877-1882), Moguer; Serra y Sucarrats, Olot; Pozuelo, Po-zoblanco-
en pueblos de cierta entidad. Es esta una nota hasta cierto
punto divergente de otros planteles episcopales, en los que la huella
rural es algo menos intensa, si bien la pequeña cifra que manejamos
impide acentuar en demasía el rasgo comentado.
Respecto a la formación académica de los integrantes de la Igle-sia
docente canaria, debe ante todo constatarse que también en tal
extremo siguen la pauta imperante en el resto de la peninsular. La
Teología es así la ciencia más cultivada, con un total de seis docto-res,
seguida a no muy larga distancia por Cánones, con cuatro. Dos
obispos poseerán el máximo rango en ambas ciencias, al paso que
nos encontramos con dos doctores en Teología y una licenciatura, en
tanto que un doctor en Cánones detenta también el grado en Dere-cho
Civil; no debiendo olvidar, por su relativa singularidad, que dos
prelados obtuviesen sendos doctorados civiles: Filosofía y Letras y
Derecho. Si añadimos a lo expuesto la existencia de un Bachiller en
Filosofía, habríamos trazado los perfiles más característicos del pa-norama
académico de los integrantes del episcopado canario, dueños
de un mayor acervo cultural que el de la casi totalidad de las dió-cesis
peninsulares, si nos atenemos tan sólo, obvio es indicarlo, a los
diplomas y títulos docentes. Deducir de este simple dato consecuen-cias
o conclusiones de cierto calado acerca, por ejemplo, del interés
de los obispos por el nivel intelectual de su clero o de su apertura
a las corrientes culturales, conduciría en no pocos casos a un ab-
304 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
soluto desacierto. Dos prelados provenientes de ambas sedes isleñas
rigieron la cordobesa sin solución de continuidad durante más de un
tercio de siglo: Pérez Muñoz (1920-1945) y González y Martínez Rei-gada
(1946-1958); uno y otro, pero muy especialmente el segundo,
dueños de destacados expedientes académicos, oreados en el caso del
dominico por las brisas extranjeras. Sin embargo, durante sus pon-tificados
el descenso cultural de la clerecía cordobesa fue muy no-torio,
con contadas salidas a centros civiles y ni aún siquiera a los
religiosos de otras naciones.
Universidad de Alcalá ......................... 2
-u7.n. iversidad de Barcelona ......................... 2 Universidad de Cervera ........................ 1
Universidad de Huesca . . ............... 1
Universidad de Madrid . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
Universidad de Manila ....................... 1
Universidad de Salamanca . . . . . . . . . . . . . . 3 Universidad de Santiago . . . . . . . . . . . . . . . . 1
Universidad de Sevrlla . . . . . . . . . . . . . 1
Universidad de P. Tarragona ............ 1
Universidad de Valencia . . . . . . . . . . . . . . . . . 3
Universidad de Valladolid . . . . . . . . . . . . . . 1
Seminario de Burgos . . . . . . . . . . . 1
Seminario de Córdoba . . . . . . . . . . . . . I
Seminario de Génova . . . . . . . . . . . . . . 1
Seminario de Granada . . . . ........ 2
Colegio Esp. de Roma . . . . . . . . . . 1
Los centros de formación del episcopado canario presentan algún
matiz novedoso, como es el de la nutrida asistencia a las aulas de
las Universidades más renombradas del país -pontificias y secula-res-.
Así, por ejemplo, tres obispos -uno de ellos Tavira y Alma-zán
(1790-1796)- estudiarían en la salmantina y otros tres en la va-lenciana
y en la madrileña, en tanto que Alcalá y Barcelona tuvieron
como alumnos a otros dos. En uno de los viveros episcopales más
importantes del siglo xx, el Colegio Español de Roma, transcurrió
parte de la carrera académica de monseñor Pildaín (1936-1966); en
cuanto a los regulares, una figura de notable envergadura científica,
González y Menéndez Reigada, cursó estudios, pensionado por la
Universidad de Salamanca, en da de Roma, de 1911, y en la de Ber-lín
en 1912, Filología de las Lenguas neolatinas (sic). Recorre la de
Friburgo y otras en Suiza» 5. Basta, sin duda, lo indicado para re-parar
en el más que discreto nivel intelectual de la jerarquía isle-ña,
utilizando siempre, repetimos, como término medio de compara-ción
el del resto de las diócesis españolas y, en el campo ahora ro-turado,
el plano meramente formal de la graduación académica y de
los lugares en que ésta se dispensó.
Seis de los 22 obispos canarios detentaron sus diócesis como sillas
únicas. Como sede de entrada la obtuvieron 12, tres de los cuales
Ilegaron a arzobispos -uno de Granada, dos en Sevilla (estos Últimos a
N
también vistieron la púrpura cardenaii&ij. Fvlgüerzs SiSn (1824- E
1848) y Romo marcharon de la mitra canaria a la granadina y la O - hispalense respectivamente, en tanto que Lluch antes de ocupar la
-
m
O
E isidonana ejerc~ó sendos pontificados en Salamanca y Barcelona E
S (1868-1877 y 1877-1882). En el currlcz~lumd e cuatro prelados, las se- -E
des isleñas constituyeron su segundo destino, si bien en ningún caso
llegaron a detentar el gobierno de su primera diócesis como ordina- 5
-
rios. Tales fueron los ejemplos de Cano Almirante (1825-1826), obispo -
0
m
de Antioquía, quien no llegó a tomar posesión de la sede venezolana E
por las peripecias bélicas del conflicto emancipador; de Infantes Ma- O
cías, administrador apostólico de Ceuta en los orígenes del canovis- E
E mo, quien sin tardanza fue enviado a regir la restaurada mitra niva- -
a
riense (el destino de ambos fue similar a1 ostentar la sede tinerfeña -2
como única). El cordobés Pozuelo y Herrero tuvo una dilatada ex- -
periencia gobernante: de administrador apostólico de Ceuta fue tras- 5
O
ladado a la sede grancanaria para marchar luego a la segoviense y
de allí a su obispado natal; no muy a la zaga le sigue Cervera, au-xiliar
de Zaragoza y fallecido como ordinario de Mallorca. Así pues,
dt.1 estas trayectorias episcopales se desprende, como afirmamos hace
un instante, que las mitras canarias pueden considerarse a efectos
yn4r U&""n' +;c~Js en t6rminm absoliilrns como de entrada, para emplear
la terminología consagrada por la burocracia curialesco-eclesiástica.
Si el dato se coteja con otros de igual naturaleza atingentes a otras
carreras profesionales y administrativas, nos aproximaremos a la
s Bol Ecl de Córdoba, 14-QIII-1958.
306 4 N U A R I O DE E S T U D I O S A T L A N T I C O S
E!PISCOFADO CANARIO CONT~~PORÁNEO f i
raíz de un fenómeno de particular relevancia en las relaciones de
isleños y peninsulares durante la fase más reciente de su historia
común.
Tal vez la nota más destacada de todo lo analizado hasta aquí lo
configura la circunstancia de que las diócesis andaluzas son
siempre el destino preferente de los prelados canarios. Córdoba lo
fue tres veces, Sevilla dos, en tanto que Granada y Guadix en una.
Si a ello añadimos que Badajoz lo fue también en dos ocasiones -y
en una de ellas, caso de Pérez Muñoz, de tránsito hacia la mitra ale-daña
cordobesa- poseeremos una característica convertida en cons-tante
hasta nuestros días. Por razones de clima o de semejanza de
mentalidad y hábitos, el estrecho contacto entre ambas regiones me-rece,
reiteramos, subrayarse. Ya más a título de curiosidad, aunque
no sin cierta trascendencia, apuntaremos que Barcelona y Mallorca
tuvieron como prelados personalidades que habían velado sus ar-mas
de pastor en las sedes isleñas.
Como última pincelada de este esquemático cuadro conviene ano-tar
que media docena del elenco episcopal canario pertenece a órde-nes
regulares. Su distinta adscripción no contiene ningún rasgo iné-dito
o acreedor a consignarse, con la salvedad de la comparecencia
de dos dominicos en una y otra sede isleña. Más destacable, por el
contrario, resulta acaso el acusado contraste en cuanto al número
de prelados procedentes de las comunidades regulares presentados
por ambos obispados. Mientras que el grancanario tiende al mono-polio,
ei nivariense contara en sus anales con solo uno de los ordi-narios
regulares -el muy citado en estas páginas Fr. Albino Gon-zález
y Menéndez Reigada-. A escala insular, la característica más
Ilamatzva de la faceta en este parágrafo analizada es la elevada cifra
total, muy superior en términos absolutos y relativos a los restantes
episcopados, que presencian sin excepción un acusado descenso de
los pontificados de miembros del clero regular. Y aunque pueda de-cirse
que, siguiendo la tónica peninsular, los nombramientos de pas-tores
regulares se concentran en la etapa finisecular como conse-cuencia
-muy remota en el caso canario- del declive del. poderío
12 JOSÉ M. CUENCA TORIBIO
español en los territorios ultramarinos, los ejemplos de Codina o de
Lluch impiden ver a las sedes isleñas a la manera de diócesis co-modines,
de compensación o emergencia. Ni siquiera el caso de Cano
Almirante en las postrimerías del antiguo régimen se inscribe en
dicho marco, pues su acceso a Canarias, tras la imposibilidad de
hacerse cargo de la diócesis antioqueña, no reviste novedaa, alineán-dose,
por el contrario, en la praxis habitual de la época, según es-tudiamos
en otra monografía.
U2 ~pLLnte rncidógicn mmo el ahoretadn supra es conveniente
que abarque también las facetas más relevantes del quehacer in-telectual
del grupo en cuestión. Teniendo en cuenta, sin embargo,
que dicho análisis es menos susceptible de cuantificación y obliga
a extender ostensiblemente el radio del enfoque si se aspira a lograr
conclusiones firmes, tal vez le esté vedado, por razones de espacio
y bagaje documental, al autor de este artículo; el cual rehuye, en
la mencionada dimensión, las generalidades y aspira a ser riguroso
cuando de la tipificación ideológica de un sector social dominante se
trata. La reconstrucción del universo mental del episcopado canario
se haría con plenitud mediante la investigación de sus medidas go-bernantes
y de su labor pastoral, a través del espurgo de los libros
de la Secretaria de Cámara, visitas pastorales, epistolarios, docu-mentos
públicos y, en su caso, de la obra científica. En esta última
vertiente, ello es agible por cuanto la casi totalidad del elenco je-rárquico
insular fue ágrafo, en consonancia con las líneas caracte-rrzadoras
en este área del episcopado español contemporáneo. No su-cede
así, como es lógico, con los primeros apartados, cuyo material
suficientemente vaciado. surtiría de datos sobrados para el pergeño
de la cosmovisión del mencionado sector. Imposibilitados de inten-tado
siqiliera, emprenderemos algunas catas en la obra escrita de
ciertos prelados más sobresalientes con el fin, al menos, de encua-drar
un tema necesitado de mayor latitud documental. Aun así, a la
vrsta de los trabajos llevados a cabo por nosotros tanto a escala re-gional
como nacional acerca de igual materia, poseemos la sospecha
de que un tratamiento detenido no modificará esencialmente las con-
308 ANUARIO DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
clusiones a que en este lugar podemos llegar, si bien las revestiría
de un aparato investigador de la envergadura de la que, repetimos,
requiere, a nuestro sentir, una tipologia de tal naturaleza y calibre.
En el umbral de la indagación topamos con la gran figura de Ta-vira,
ilustre por numerosos títulos, aunque no por los de su produc-ción
bibliográfica, acentuadamente parva y en manera alguna pro-porcionada
a su muy estimable estatura intelectual. En un trabajo an-terior
recordábamos la causa dada por el prelado gienense a su si-lencio
literario; ahora debemos traer a la memoria del lector que
según los cálculos de su Último biógrafo, el ya mencionado joven
profesor de Lyon, Seaugnieux, en el lustro de su pontificado granca-nario
sólo entregó a la imprenta su carta de salutación pastoral, muy
-,..C.. 11 .,.rnrr,rn hnnnln n nnlor.iralnn;irn J;n-
~ u s b aa D u u m l n u -AA yagura9- uuriyu~,u u ~ u bi u uurusuLlv, rirJuilurv
sa en sumo grado por el retrato que se hacía del clero de la época
y el bosquejo de la reforma eclesiástica en ella explicitado Al bre-
T ~ Fp ero penetrante escollo de Seaugnieux nos permitimos remitir, no
sm lamentar que dicho escritor no haya podido consultar la obra de
F. UiAiérrez CG*, Azto*,io ,?Ic~SCCGl ~lrot,A pSsti'l d e Cnnnrlns, ~p-re-cida
antes de su biografía, en la que se acomete igualmente un pers-plcaz
comentario del escrito indicado.
UN ARQUETIPO DE OBISPOS ILUSTRADOS: MANUEVL ERDUGO
El. que fuera único prelado canario nacido en las Islas hasta la
segunda mitad del Novecientos, en que Domingo Pérez Cáceres (1947-
1961) accedería a la silla tinerfeña resulta desde diferentes ángulos
un ejemplar insuperable de prelado de la Ilustración. Desde su cu-
.,?< tcü&,T' ,".iiae y cuJ.sus ;ioízoi"um -estU&ios di vei-s as uiiiversidades
penmsulares, dilatada estancia en la Corte, munificencia, interés por
las artes útiles, etc.-, hasta su mentalidad y actuación, todo le con-vierten
en el prelado ideal delineado por la pluma de los autores de
la última etapa del reformismo borbónico ?. Agrafo como la mayor
6 J. Seaugnieux. Un préíat écíazre: Don Antonio Tavira 21 Almaxán
(1737-1807) Contribution & Z7étude du jansénhme espagnol, Toulouse, 1970,
106-8.
7 J Blanco: Breve noticzr*, hzstórica de las Islas Canarias, Madrid,
1976, que se limita a sintetizar lo expuesto anteriormente por otros autores.
Muy sucinta, pero ajustada, es la noticia biográfica debida a A. Millares
parte de los Integrantes de la jerarquía en el cruce de uno a otro
siglo, la producción pastoral de Verdugo aparece en extremo parca
M lado de un reducido grupo de escritos ocasionales destacan la
carta destinada a los sacerdotes canarios en octubre de 1808 y la
pastoral dirigida al clero de la diócesis un mes más tarde. Ambas
tuvieron como principio inspirador poner de relieve la posición del
prelado ante las turbulencias que hallaron su principal teatro en Ia
isla de Gran Canaria a raíz de la implantación de la Junta creada en
ella, a imitación de lo sucedido en el territorio peninsular, como con-secuencia
de los eventos desencadenados por la invasión francesa
Tema como es sabido polémico, y en el que abundan las posiciones
encontradas, en torno al cual no han dejado de echar su cuarto a es-p
~ & s ~ 5 prs&$J eses er;&=s e hi&,=r&d=resc anar i~s.C Gr,sf-derándonos
incompetentes en la materia y estimando a ésta ajena al
objetivo que guía la presente monografía, sólo vamos a analizar bre-vemente
el segundo de los escritos citados en función de los elemen-tos
que puedan aportar al análisis de la cosmovisión de su autor. De
ahí que sus referencias al plano local y a la cuestión que motivara
la carta de 20 de noviembre de 1808 carezcan para nosotros de in-terés
en esta ocasión y privilegiemos, por tanto, otros aspectos sin
duda de menor trascendencia para la historia de las Islas, pero cla-vados
en el centro mismo de nuestra atención presente.
Con un enfoque veterotestamentario similar al que alentara en
muchos otros de los edictos y proclamas episcopales suscitados por
el levantamiento antinapoleónico, Verdugo veía toda la película de
los acontecimientos sobrevenidos en Europa desde la revolución fran-cesa
a Iuz de un castigo divino.
«Los delitos de los hombres llegan a veces a poner colmo a su in-gratitud,
suben hasta el trono de las venganzas, y nuestro Dios su-mamente
ofendido suele servirse de los hombres mismos para ejercer
sobre ellos su justo castigo; arma de cuando en cuando los unos
contra los otros, y los hace mutuos instrumentos de su justicia. T,a
Francia, esta des~raciada Nación, atrajo sobre si a fines del siglo
, . íjiuximo es.a de castigo: e: 3e5¿ir:-e vaiiió exi iiiie~i"& e eiia la
terrible voz de su indignación, y causó los mayores estragos y va-liéndose
después de esta Nación como instrumento de su cólera. la
voz de la alarma ha resonado sucesivamente por todas partes, y la
@arlo,E nsayo de wna biograf i~d e escrztores neutra7es de las TsZm Cataarias
{siglos XVI, XVZI s/ XVZZI), Madrid, 1932, 510-11
310 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOJ
tierra se ha puesto en movimiento: dedit uocem suctm, mota est te-rra:
las Naciones se han llenado de consternación, y los Reinos se
han visto desconcertados o amenazados de su ruina, conturbate sunt
gentes znclznata sunt regna y en medio de esta terrible catástrofe ve-mos
al fin por desgracia envuelta a nuestra amada Nación Españo-la.
J Ya sabemos que la providencia con su invisible brazo había
derribado al favorito que por tantos años deprimía nuestro Gobier-no:
sabemos, que la aurora de la prosperidad rayaba sobre nuestro
horizonte, y que la más dulce esperanza animaba el corazón de todo
buen Español: sabemos, que FERNANDVOI I, este Joven Monarca lleno
de bondad y probada por tanto tiempo en las aguas de la tribula-ción,
después de haber sido jurado y proclamado con el mayor jú-bilo
y alborozo, empezaba ya a poner mano en la reforma de su
Reino, e iba a formar nuestra suspirada felicidad. Pero cuando nos
lisonjeaba estas esperanzas. i Ah qué lastimoso contraste! ¡Qué justos
oh Dios excelso, árbitro Soberano de las Naciones que humilláis o
ensalzáis a los Monarcas, y nada se mueve sin vuestra especial pro-videncia,
qué justos, pero qué insondables son vuestros designios!,
cuando más nos complacíamos en la imagen de nuestra prosperidad
futura, el Tirano de la Francia despliega todos los resortes de su
descarada ambición, y acibara nuestro placer : Napoleón, este Dés-pota
de la Europa que se nos vendía por el más caro amigo y por
instrumento, como 61 decía, de nuestra felicidad al tiempo mismo
-;US SSIC nes preparaba gri!!~~ hornh!er y vergonzosos; este
hombre inmoral, que nos daba afectuosamente su mano para rasgar
mejor nuestro seno; que afectaba estrecharnos tiernamente para so-focarnos
después en sus brazos, atropella y tiene en poco los de-beres
más sacrosantos, arranca de las entrañas y del corazón de
nuestra noble y fidelísima Nación a su adorado Monarca, y prendi-do
inocentemente en los lazos seductores que la refinada perfidia
de aquel traidor le había tendido, se ve precisado a presenciar en
Bayona con admiración y espanto de si mismo aquella farsa política
que tan sabida es; ve forjar allí a sus propios ojos aquel embolis-mo
[sic] ridículo de órdenes, abdicaciones, protestas, con resultados
del plan inocuo que de antemano se había formado para usurparle
su Corona, y dar a su Nación un Rey intruso; y allí, donde la vio-lencia
del despotismo le priva de su libertad, le interna en las Pro-vincias
de aquel Reino, y le confina en la prision en que hasta ei
presente se halla»8.
El paralelismo con las situaciones bíblicas continuaba impulsando
Ia pluma del prelado canario al describir el papel fundamental que
inicial a las tropas del Corso y, sobre todo, el protagonismo decisivo
que le atribuía en la regeneración del país, una vez
de la recuperación de su independencia y dignidad.
llegada la hora
Fundente de la
8 Nos Don ~ a n u eVi erdugo, por Za grama de Dios ,
Núnt 24 (1978)
16 JOSÉ 31. CUESCA TORBIO
nac~onalidad, elemento vital de ella, los símbolos visibles de la re-ligión
católica habían atraído las principales fuerzas destructoras ene-migas,
desencadenadoras de una persecución sacrílega y sangrienta
contra los templos y sus servidores. De igual manera que habían
concitado los furores de la iniquidad, los guías de Israel debían de
señalar a su pueblo el camino de la tlerra de promisión, a través
principalmente de un ahondamiento de sus más importantes misiones,
entre las que el obispo citaba de forma relevante la oración y el
sacrificio. La nota, sin duda, más modernista, aquélla que da a l g h
acento de novedad a la pastoral escoliada la constituye el ensalza-miento
dado en sus páginas al concepto de nación que llega a eclip-sar
a los de monarquía o reino, habitual aún en el lenguaje eclesiás-iniciales
de la guerra y el alzamiento, se revestía, igualmente, en
las páginas del escrito que consideramos con un halo cuasi místico,
cifra y compendio de futuras bienandanzas. Si se repara en que ta-les
deprecaciones tenían lugar en el momento en que Bonaparte se
adentraba personalmente en territorio español, el matiz ponderado
adquiere sin duda mayor relieve.
«No pudo oír su cara Nación, sin indignarse, tan inaudito ultra-je;
toda se conmueve; el fuego de la lealtad y patriotismo empieza
a prender en el pecho de los valerosos Españoles; sus corazones, al
suspirar por su amado FERNANDOse, penetran de un noble resenti-miento
hasta litigarse por sus ojos en lágrimas de indignación y de
venganza, y al desprenderse, como del pedernal, estas primeras cen-tellas
que habían de causar después el mayor incendio; al observar
aquella Tropa forajida de franceses, que cual aspid venenoso abri-gaba
incautamente en su seno esta Nación sincera, aquellos primeros
movimientos patrióticos que resistían abiertamente su intrusa do-minación,
suelta los diques, las asalta y sorprehende aún inerme, y
empieza a devorarla con furor inhumano. Esta llama devastadora
comienza a causar sus estragos en la Capital, y cual torrente impe-tuoso
se extiende sucesivamente por Córdoba, Jaén y otros pueblos
del Reino: la devastación y la muerte se derraman por sus recintos
y en tan horrible exterminio las esposas son deshonradas, las vírge-nes
violadas y prostituidas, los sacerdotes arcabuceados, los Tem-plos
del Dios vivo saqueados, sus adornos sagrados vilipendiados,
sus altares profanados, y para todo sellarlo con la más horrenda abo-minación,
el Santo de los Santos, el Redentor de nuesfras almas es
arrojado de su Tabernáculo por manos impías y sacrilegas, pisado,
hollado .. jah! volvamos, fieles muy amados, volvamos nuestros ojos
para no ver en el Santuario la abominación de la desolación; corra-mos
un negro velo a tan enormes atentados, dignos de sentirse con
312 ANVARIO DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
EPISCOPADO CANARIO CONTE;M?ORÁSlX 17
el ardiente y religioso patriotismo de un Isaías, y de llorarse con
las amargas lágrimas de un Daniel: la Religión gime, y mientras su
voz consoladora nos habla, nos invita a derramar con ella piadosas
lágrimas, su Dios ultrajado, que es el Todopoderoso, el Dios de las
batallas trata de vengar su causa y la de nuestra Nación, inspirán-dola
un prodigioso denuedo y ardor más que natural con que humi-llar
a tales enemigos. J Si, ya lo hemos visto; esta Nación abatida,
aletargada por tanto tiempo y casi desorganizada despierta al cabo,
levanta su cabeza con dignidad, recorre las épocas famosas de su
heroísmo, reanima y enciende en su pecho el fuego patriótico de
Numancia y de Sagunto, recuerda los laureles y triunfos de Pavía,
San Quintín y otros conseguidos en todos tiempos sobre la Francia;
y toda, toda electrizada casi a un mismo tiempo de esta dulce llama
presenta su techo con intrepidez al enemigo que la asalta en su
casa, venga y castiga y el bárbaro frenesí con que sus espadas se
habían bañado en la sangre de sus hijos, le bate y vence en diversas
batallas y encuentros; g reunidas sus fuerzas corre siempre en se-guimiento
suyo a donde la victoria la llama, y no parará hasta no
dejar del todo vengada su justa causa, y ver restituido a su celo a
su amable Monarca» 9.
Tras esta introducción épica Verdugo descendía a una toma de
posturas frente al candente problema político planteado en Canarias
por la rivalidad entre la isla de Gran Canaria y las restantes, a con-secuencia
de la deposición de las máximas autoridades militares y
de la implantación del cabildo permanente en ella. Modelo de tacto
y habilidad, el escrito aspiraba a superar las diferencias en pugna
mediante su asunción del ideal supremo de los patriotas combatien-tes.
La unión de todos los buenos españoles en torno a la Junta Su-prema,
Único órgano de autoridad legítima y con posibilidades de
organizar con éxito la lucha por la independencia, requería indis-pensablemente
la concordia entre sus partidarios lo. Ello implicaba
-
9 Ibid., m-V
lo «Ayer hemos leído aquí una pastoral de nuestro obispo don Manuel
Verdugo dirigida al clero y a todos los fieles, expedida en noviembre del
año próximo, con el intento de tranquilizar los pueblos de sus diócesis. Me
parece que reflexiona con mucho acierto cuando habla de la revolución de
Francia y de la opresión que ha causado en todos los pueblos de la Euro-pa,
atribuyendo estas desgracias de los franceses a la disolución que en las
ideas y en las costumbres se introdujo en París y a la política de odios que
levanta unos hombres contra otros, haciéndolos instrumentos de su justicia.
Duélese de que al sentimiento de la ausencia del Rey y a los cuidados de
la repulsión de los enemigos de España se anda en estas Islas al desabri-miento
de los disturbios en el gobierno; dice que no es su ánimo disuadir
i e rosG M C U ~ C ATO RIBIO
a su vez la desaparición de todas las divisiones internas, auxilio pre-cioso
a los planes del invasor ll.
p~
a nadie de que exponga su derecho en el superior tribunal del reino, pero
que entre tanto haya caridad en el rebaño. que nadie se zahiera ni se ofen-da
Recomienda la oración y encarga a los eclesiásticos los buenos consejos
y el celo por el bien espiritual», J. Primo de la Guerra, Durrzo 11, 1808-
1810, Madrid, 1976, 88 Un excelente planteamiento de la pastoral comen-tada
es el realizado, no sin cierto calor grancanario, por B Bonnet y
Reveron, La Junta Suprema de Canarias, La Laguna, 1948, prólogo de An-tonio
Rumeu de Armas, 113-117
11 «Esta Madre Patria reclama nuestros auxilios, unamos nuestras ma-nos
a las suyas en tan doloroso estado; auxiliémosla con cuantos mebos nos
sean dables, corramos a su socorro haciendo sacrificio de nuestras faculta- a
N
des las más preciosas. La feliz instalación de su Supremo Gobierno Central
por que tanto anhelábamos y cuya sabia providencia podemos desde ahora O
lisonjearnos que llenaran nuestras esperanzas en la ausencia de nuestro n--
amado Soberano; los triunfos y laureles que hemos empezado a conseguir m
O
E de nuestros enemigos con tanta gloria, deben sin duda alentarnos, pero E
guardémosnos de poner toda nuestra esperanza en los esfuerzos y cálculos 2
E
de la prudencia humana; no pongamos, como aconseja el Profeta, nuestra -
confianxa y seguridad en nuestro arco, n2 en ncuestra espada. Lo que dará 3
una completa victona a nuestras armas, y hará invencibles nuestras Tropas -
es el Dios de los ejércitos que combate por nosotros. Es de creer que este
-
0
m
Señor reserve en los tesoros de su misericordia bendiciones especiales para E
una Nación como la nuestra tan amante de su Santa Relisón; es de espe- O
rar que en premio de su fe y de su lealtad le presentará pronto días más n
serenos y tranquilos, y con su palabra omnipotente pondrá un término -E
feliz a nuestros males Oremos incesantemente por una causa que tanto nos a
2 interesa- levantad todos vuestras manos, elevad vuestros corazones en unión n
n
con vuestros Pueblos, interesad al cielo y a la tierra en la libertad de nues- n
tro adorado Monarca, en la victoria de nuestras armas, y en la prosperidad 3
de nuestra Nación y de todas nuestras Diócesis. Exhalar los más ardientes O
suspiros en la oración, con especialidad en el incruento sacrificio de la Misa,
acción la más santa, la más agradable, la más augusta de nuestra Religión;
en aquel Sacrificio, que es el bien de los bienes, el bien sin el cual no hay
cosa que merezca este nombre sobre la tierra; en aquel Sacnficio, en que
ofrecemos al Altísimo aquella víctima que le da ixás gloria que todas las
criaturas juntas, víctima que es la esperanza del mundo, el origen de toda
salud, la gloria y las riquezas del cielo y de la tierra, la alegría y las de-ücias
de Dios mismo; víctima cuya sangre preciosa animará los tiernos y
sublimes acentos de nuestra voz y los elevará hasta el cielo para alivio y
remedio de nuestros males. iOh pastor eterno de nuestras almas Jesucristo
Nuestro Señor! Guiad, consolad y unid este caro rebaño. Socorred, Sefior,
al Pastor y a la Grey, dadles vuestra santa bendición, que es bendición de
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPORANEO 19
En el transcurso del XIX y dentro de un período tan decisivo como
el que asiste al triunfo bélico y posterior consolidamiento del régi-men
liberal, la sede grancanaria fue regida por uno de los cerebros
más ricos y ordenadamente amueblados en toda la Iglesia docente
española moderna y contemporánea. A1 constatar la inexistencia
dentro de la jerarquía canaria de publicistas de relieve, no olvidá-bamos,
claro está, la presencia de una de las personalidades inte-lectuales
de mayor fuerza y calado de las que componen el episco-pado
español contemporáneo, a la que, por lo demás, Canarias no
ha pagado todavía la deuda de gratitud que, por su desmedida pasión
-pu --r- el acieiiiito de sü püeblu en t u & ~!as Srdeiies, cmtraj:, G U&%
contraer. (Dicho sea, naturalmente, para aquéllos que se manifiestan
partidarios de la afirmación de Hegel, según la cual la Historia es
un juicio universal provisional.) El valor científico de su vasta pro-ducción
intelectual, su ponderación como escritor religioso y la im-
-....i.- .......: yurt,aliua d2 sü kterpretaziór, de !a histeriu nuvieriu! y de sus iris-tituciones
eclesiales han sido objeto de varios de nuestros trabajos
anteriores. No deseamos, pues, repetirnos 12. Canarias fue el lugar
donde su minerva se mostró más fecunda, redactando en ella su li-bro
más conocido -«Independencia constante de la Iglesia hispana y
necesidad de un nuevo Concordato de la Iglesias-. Aparte de escri-tos
menores consagrados a temas específicos de sus afanes pasto-paz,
de concordia y de caridad- animad con el auxilio poderoso de vuestra
diestra a nuestra Nación para que humille a su enemigo y pueda cantar
sobre 61 la más completa victoria. darnos, Dios de San ~e rnando,d adnos
ver pror?tc heyedpr~d e n~mh r py de 8 1 T r e ~!,m es y& l2 violen-cia
del despotismo que lo detiene en Reino extrafio, y restituido al seno de
su amada Nación para que prosperen en bien de sus vasallos sus benéficas
intenciones. afianzad la corona sobre la cabeza de nuestro adorado Fer-nando,
que es nuestro amor y nuestras delicias, así como lo está sobre
nuestros corazones, y mudad en dulzura y en consuelo las penas y amargu-ras
que le hacen experimentar los males de ole. nosotros gemimos 1Ah
puedan nuestros votos multiplicados y fervorosos, puedan nuestros ardien-tes
suspiros apresurarnos este momento afortunado!», 11.
12 J M Cuenca Toribio Apertura e integrismo en la Iglesia espwñola de-cznzonórzica
En. torno a una polhnica de Zos znicios del reinado de Isabel 11,
Sevilla, 1970. Estudzos sohre Za Igresia espafíola del X?X, Madnd, Ed Rlalp,
1973
20 JOSE M. CUENCA TORIBIO
rales, la temática canaria aparece con frecuencia en sus trabajos so-bre
la problemática general del clero de la época y de los desafíos
ideológicos a que una Iglesia inmersa en un período de profundo
cambio debía de responder. Incluso puede decirse que Romo sentía
una especial proclividad a reforzar o explicitar numerosos de sus
argumentos con ejemplos extraídos de la realidad del Archipiélago.
Realidad que en el plano moral fue vista por él con ojos esperanza-dos,
sin que el pesimismo ni la condena terminante aparezcan nunca
en su pluma, de forma muy distinta a muchos de sus predecesores
y, sobre todo, sucesores, a la manera, v. gr., de Buenaventura Co-dina
o José Cueto y Díez de la Maza. Algún estudioso de la obra de
éstos cree encontrar la causa de su inusitado optimismo en el escaso
nm"an;-;n,.ta m.-* -1 #..m.-.w, m,.al.3AA t,,y,n #-la 1" .Gt,,.3,-.iAm A- -1, A;An,x.;.z
bvr ivbuur~nrvy u S~r e sa- pi-bscruv ruvv ur. rcc uruurrrrvrx u- uu urvbburu,
absorbido por su pasión de intelectual puro. Al defenderse tal hi-pótesis
se olvida de que la estancia insular del futuro purpurado fue
corta, pero, de igual modo que la de Tavira, muy intensa, como lo de-muestra
en un orden de cosas diverso la entrega con que se dio a
cumplimentar una visita pastoral auténtica y fecunda y la profunda
familiaridad que llegó a poseer de las necesidades para el desarrollo
material y espiritual de las Islas.
La raíz, por el contrario, de este desusado talante se halla en la
corriente que vivificaba su mundo mental. De modo errático para el
sentir general de la clerecía de la época, Romo pensaba que una
obra de verdadera restauración religiosa y nacional debía de estar
ante todo alimentada por un pensamiento positivo en la capacidad
creadora y en la salud ética del pueblo español. Aunque de vez en
cuando, y más en el terreno estrictamente religioso que en el inte-lectual,
no dejara de blandir sus anatemas contra las perfidias del
tiempo presente, Romo no quedó embargado por el sentimiento de
desesperanza total y de frustración paralizante que invadió a la ma-yor
parte de los efectivos eclesiales coetáneos. Resueltamente adver-sario
del envés negativo de las revoluciones contemporáneas, el pre-lado
canario no compartió la visión apocalíptica de los profetas ca-tastrofistas
de su época. Antes bien, creyó que en la nueva civiliza-ción
la Iglesia cumpliría con mayor dignidad y eficacia su misión
evangelizadora. Sus repetidos cantos epinicios al modelo de sociedad
presentado por los Estados Unidos disonaron incluso en oídos como
los de Balmes, pero trasparentaban con elocuencia sus convicciones
316 ANUARIO DE E S T U D I O S A T L A N I I C O S
y deseos. Trasunto de éstos fueron, sin duda, las ideas penetradas
de optimismo que explicitó en diferentes ocasiones sobre el presente
y el futuro de la comunidad eclesial canaria. Romo apostaba por el
porvenir, y éste siempre tiene razón ... Tal vez un escrutamiento
detenido de la práctica sacramental, de la entrega a sus deberes de
una parte del clero, de la escasez de vocaciones o de cualquier otro
índice significativo de la vitalidad religiosa del pueblo, incline a ta-char
de irreal su visión, pero en esta clase de consideraciones in-fluye
decisivamente el ángulo desde el que se enfoque la temática
enjuiciada. Mejor que nadie, o a lo menos igual que todos los res-tantes
prelados canarios contemporáneos, Romo supo de las limi-taciones
del catolicismo insular, pero al mostrarse receptivo a los
impulsos positivos que en él anidaban, su juicio de conjunto se tiñó
de comprensión, ausente en las de sus compañeros, ciegos o dese-chadores
de tal cromatismo.
A manera, empero, de contraste, de las notas distintivas del pen-samiento
del gran obispo, y para que el lector establezca por sí mis-mo
los límites y contornos, haremos una breve parada en el escrito
más atípico y desacorde con la sintonía general. En efecto, ninguna
desproporción hay en calificar de este modo a la carta pastoral re-dactada
por Romo a fines de noviembre de 1838 con motivo de ha-berse
detectado en Gran Canaria los primeros síntomas de la epide-mia
de cólera morbo que azotó a la Península y a Occidente unos
años atrás. Las circunstancias eran excepcionales. De ahí que los
trenos y acentos enfáticos que reviste en ésta la pluma de su autor,
tengan que ser observados desde idéntico prisma de excepcionalidad.
La ocasión era muy propicia a subrayar los rasgos negativos de la
religiosidad y del comportamiento colectivo de su grey. Sin prescin-dir
de ias causas meramente naturaies que impulsaban la dinamica
del fenómeno epidémico, el obispo no podía dejar la visión providen-cialista
al analizarla desde una perspectiva bíblica. Desde ella, Romo
consideraba los amagos de extensión de la terrorífica enfermedad
por las Islas como un probable castigo y, sobre todo, advertencia de
Eios por ia pérdida de las virtudes indiviciuaies y colectivas percep-tible
en su rebaño desde que el cólera las visitara por última vez
en 1810-1811.
<iAh! ¿quién conoce las Canarias de cuarenta años a esta parte?
sin haber pisado su territorio legiones extranjeras, ni sufrido gue-
iras intestinas tan funestas a las provincias de Europa, el caraclei
de estos habitantes ha variado en tales téiminos durante su corto in-teivalo,
que reputaríamos por mvencibn de historiadores cuanto
nos reiieren sus anales, sino pudiéramos comprobarlos todavia con
testigos de excepción que sobreviven a esta mudanza sorprendente,
y acreditan con su vida irreprehensible la antigua nombradía de sus
naturales. Ko hablemos de aquella piedau y asistencia a los 'P'empios
y iuncioiies religiosas en que eran antes tan exactos como ahora in-diferentes:
no tratemos de la frecuencia de los Sacramentos, g ei
puntual cumplimiento con la Iglesia en aquel tiempo y de que ape-nas
hay vestigios en la actualidad. Satisfecho con haber justificado
en estas dos únicas indicaciones la verdad de nuestros lamentos so-bre
la diferencia de ambas épocas, exclamaremos sin miedo de ser
contradecidos con las santas Escrituras en la mano, que si la Divina
Justicia envía escarmientos extraordinarios a los pueblos por los pe-cados
públicos y generales, existen dos causas de esta clase sub- ::
cientes por si solas para tenernos alarmados, conviene a saber: la N
relajación-licenciosa de costumbres, y el abominabie iraio de la üsü-ra,
dos causas escandalosas apoyadas en la irreligión que se han 8
apoderado de las poblaciones, y que extendiéndose por los caserios
-i
de los campos precipitarán la venganza del cielo irremisiblemente, 8'
sino desaparecen pronto» 13. 8
I
Con pinceladas muy interesantes para el estudio de la moral so- -e 5 cial de la época, el obispo dedicaba una atención particular a la 5
ccnsiderac~ón de los frutos de uniones ilícitas y de la usura, cuya E
=n
progresión geométrica reflejaba con fidelidad el avance incontenible m
de la corrupción de las costumbres en las Islas; crítica que no nos U
resistimos a dejar al lector sin su conocimiento: 6
i
<<Nos contraeremos al presente a recordar que en el transcurso
de los ve~ntiocho años contados desde que fueron castigadas las Ca-narias
con la fiebre amarilla, lejos de haberse corregido sus cos-tumbres,
se ha aumentado diez veces su disolución, las tablas de es-pósitos
formadas a vista de documentos comprobantes. íQué esc&n-dalo!
entre los infinitos perjuicios que ocasiona a la Sociedad este
infame libertinaje, el menor, aunque bien grande, es el extravío de
los fondos que hubieran de invertirse en socorro de enfermos, y an-cianos
desvalidos, pues aun consideramos por ciemás peso y tras-cendencia
la dureza del corazón que ha originado en una multitud
de cómplices pervertidos quienes habituados a hollar los vínculos
atractivos del amor filial y amistades más estrechas, no reparan des-pués
en atropellar por todo genero de obiigaciones, conciuyeniio con
hacerse más crueles que las fieras El corazón se estremece al con-templar
los efectos perniciosos de una corrupción tan ignominiosa,
1s Nos Dola Jzcdas José, por la g r m a de Dzos y de la Santa Sede Apos-tólica,
zndzgno obispo de Canmias , 8 L, 3-4
318 í N U A R I U DE ESTUDIOS ATLANI ICOS
y al mismo tiempo tan extendida, que repugnaría creerse, sino cons-tase
auténticamente en las oficinas de este ramo; pero abstenléndo-nos
de moralizar sobre los que saltan a la vista, y ciñéndonos a
nuestro principal objeto, observaremos con este motivo que la du-reza
de corazón indicada anteriormente ha dado lugar al trato ilí-cito
de una usura infame ejercida con insolencia desde los logreros
que prestan dos o tres pesos, hasta los que adelantan gruesas can-tidades.
Por supuesto que no comprendemos en esta delación los
préstamos legales llamados compensatorios, en los que se permite a
las personas de comercio activo cierto premio moderado con arre-glo
a la Ley, en razón de la ganancia que pierden o del perjuicio que
les resultase, pues sólo hablamos de las usuras lucrosas abominadas
por el derecho y la moral, ejercidas sórdidamente por avaros, du-ros
y odiosos que no poseen más industria ni idea de comercio que
la de multiplicar sus fondos con la ruina de los infelices obligados
por la necesidad a entregarse en sus detestables manos. La ira de
Dios pendiente sobre nuestras cabezas nos impele a denunciar al
publico tan grande escándalo, pues nos consta por avisos, consultas
y quejas repetidas que existen usureros criminales que tiran interés
a plazos de semanas y con una tiranía tan irritante que no nos atre-vemos
a especificar por no ofender los oídos de los cristianos
justificados; bastándonos advertir que habiendo cotejado con exac-titud
las épocas correspondientes, hemos venido a deducir en suma
que el exceso del interés en la usura guarda proporción con el del
libertinaje, pues ha subido también diez veces sobre el que corría
hace treinta años; y como si no existiese evangelio ni legislación que
sirviera de gobierno en un reino católico, se celebran con descaro
tales convenciones, se exige a pretexto de honor su cumplimiento, y
se vive en un estado tan pecaminoso sin temor a las autoridades ci-viles
ni eclesiásticas, devorando sin remordimiento la sustancia de
los pobres, 14.
Con toques de fina ironía, en los que no dejaba de transparentar-se
una acerada censura contra las clases acaudaladas con relación
al pánico que había invadido la población de la capital del obispado
al manifestarse los primeros síntomas de la alarmante enfermedad,
Romo se introducía en la segunda parte de su escrito, en la que pa-saba
revista a los exutorios con que podía combatirse. Con los pres-critos
por la ciencia médica, los cristianos no debían de tener nin-gún
complejo de inferioridad o de culpabilidad al centrar sus miras
en un aplacamiento de la cólera divina 15. La recepción de sacra-
14 IbM., 4-6
15 <No tem&is que esta piedad os enagene los recursos del arte o dis-traiga
vuestra previsión; pues antes bien acorde con las severas reglas de
justicia y esfuerzos heróicos de la caridad, concilia las virtudes religiosas
con las ventajas civiles y políticas, dirigidas a prevenir, cortar o extinguir
mentos y la práctica de obras de caridad junto con un mortificado
espíritu penitencial se revelarían como excelentes medios para de-poner
la ira de Dios. La historia proporcionaba abundantes ejemplos
ac ella, que tal podían tener uno nuevo en las Islas Punto indispen-sable
para ello era, por supuesto, el abandono de cualquier idea su-persticiosa
o instrumentalización de las prácticas cristianas a la ma-nera
de coraza 16.
UN PRELADO ISABELINO: JOAQULÍLNU CHY GARRIG-4
Junto a Romo, destaca en los anales de la Iglesia canaria con-temporánea
la figura de Lluch y Garriga, equiparada a la de aquél
por el rango y preeminencia alcanzados, aunque no por la valía in-telectual
ni la importancia de su producción bibliográfica, reducida
a algunas obras menores y a las diversas cartas pastorales que re-dactara
en sus cuatro pontificados. El que éstos tuvieran como es-cenario
las sedes de Salamanca, Barcelona y Sevilla testimonian a
las claras las dotes que le adornaron, entre las que, reiteramos, la
vocación y aficiones literarias no desplegaron, sin embargo, alto vue-lo.
Ello no quiere decir, por supuesto, que el antiguo profesor del
seminario de la Ciudad Condal no se preocupase por los problemas
doctrinales ni por la promoción intelectual de sus fieles y, singular-mente,
de su clero 17. Antes al contrario. Sus afanes, por ejemplo,
el curso de la peste, y disminuw en lo posible el número de víctimas, y la
destrucción de los caudales.'~sta piedad del cristiano tunorato tan lejos del
ciego arrojo del Turco que conducido por un absurdo fatalismo se entrega
incautamente al estrago de la peste, como distante del incrédulo insensato
que por otra especie de fatalismo no cuenta con la Providencia; la moral,
digo, del cristiano timorato derivando todos los sucesos que ocurren en el
mundo de la voluntad Divina, pone en acclón el espíritu del hombre como
la única inteligencia en la tierra capaz de comunicarse con su Criador; y
de este modo, al mismo tiempo que excita la razón al estudio y examen de
los efectos naturales, la eleva sublimemente hasta la primera causa, con-servando
así en correspondencia la m5s noble y excelente de las criaturas
con el orden físico y moral del universo», %bid, 9
16 IbZd., 16-8.
17 Aunque con indudable tendencia apologética, las afirmaciones si-guientes
responden a una evidente realidad <Grande fue siempre su amor
a la virtud, brillando por la severidad de sus principios, por la pureza de
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPORANEO 25
en pro de lograr para la diócesis canaria un seminario del más des-tacado
nivel docente y pedagógico no admiten parangón con los con-ducentes
al mismo objetivo de los otros prelados decimonónicos de
las Islas e, incluso, con pocos de los peninsulares la.
sus costumbres, por su fe inextingible y por su extraordinario amor a la
caridad; pero no fue menos el que profesó al estudio, al que constantemente
se dedicó desde la infancia, sin permitirse una hora de reposo, robándolas,
por el contrario, al natural descanso, para dedicarlas a tan grata tarea;
así es que su vida ha sido una larga cadena de triunfos en todos los ramos
del saber humano .. El señor Lluch terminó todos sus estudios, incluso el
de la sagrada teología, y empezó a remontar su vuelo por los anchurosos
espacios de la ciencia, colaborando en la notable revista "Pragmalogia Cat-tolica",
al mismo tiempo que daba a luz una disertación histórico-crítica
sobre las Órdenes religiosas, y un opúsculo titulado Pza unione della amante
deZb Santa Modestza. Tomó parte activa en infinidad de certámenes, usan-do
con frecuencia de la palabra en los círculos literarios, y mereciendo siem-pre
elocuentes pruebas del gusto con que se le escuchaba y del alto aprecio
en que se le tenía.. Además de las pastorales, circulares y otros importan-tes
documentos que en su ciencia y en su celo le hicieron estimar conve-nientes,
publicó el notable devocionario Pan cle Vicia; unas cartas bajo el
epígrafe de El lzberalismo y los periódzcos; un folleto, La Internachnal, y
una Instrucción sobre la usura, de todo lo cual se han agotado gran nú-mero
de ediciones», Corona Wnebre a la buew memorza deZ Emmo. y Rmo.
Sr Dr. D Br Joaqwin de la S. R. 1. Cardenal Llwh y Garr2ga. Dignisimo
arxobispo de Sevzlla. Trzbwto renddo u sus relevantes virtudes por sws ami-gos
y admiruciores, Sevilla, 1882, 10-11, 18. «Hemos ya dicho que tarnbien
desempeñó el reverendo señor Lluch, en el Seminario, la cátedra de Teolo-gía
moral. Sus explicaciones brillaban por la claridad y por la precisión
de sus ideas Eran tan notables como sus discursos sagrados. Sorprendía
frecuentemente a sus discípulos por su erudición extraordinaria, y lograba
enlazar las materias propias de su asignatura con muchas cuestiones canó-nicas,
escoiáshcas, sociaies e históricas Sobre todo tratándose de un pro-fesor
que habfa debido aceptar muchos cargos por obediencia frecuentemen-te,
y de continuo por amor a Dios, no menos que a su prójimo, se recono-cerá
que merecía extraordinarios plácemes, siendo d ~ í c i ld e explicar aque-lla
especie de fenómeno andante que, por decirlo asf, se veSa con los ojos
y se palpaba con las manos», J. M Carulla, Bzografia deZ Excmo. e nmo.
seeei; D. P ~J%, aq mfv¿ ~ p ~ .yc B; ~~, I ~&cc,r~xO, i,+, üe ,ye&i;a, ~ ~ ü IX~g", i q
71-2
1s «Durante las vacaciones del corriente año este Seminario Conciliar
ha ofrecido un cuadro verdaderamente consolador. Los alumnos, que en lo
restante del año lo habitan, ban sido en estas vacaciones reemplazados por
los señores Curas Párrocos, y otros eclesiásticos del obispado, que corres-
26 JOSÉ M. CUENCA TORIBPO
Algo de ello podía ya vislumbrarse en la carta pastoral de salu-tación
que dirigiera a su grey en el día mismo de su consagración
episcopal celebrada en la capital del principado catalán el 12-XII-pondiendo
a las suaves indicaciones de nuestro l3xcmo. e Ilmo. Prelado, han
acudido allí a practicar los santos ejercicios espintuales / El Semina-no
de Canarias conservará siempre recuerdos imperecederos del pontifica-do
del Excmo. e Ilmo. señor D. Fr. Joaquín Lluch y Garriga actual y Dig-nísimo
Obispo de estas islas. Apenas el señor Lluch se hizo cargo de esta
Diócesis, siguiendo las huellas de sus antecesores se dedicó sin descanso a
la educación moral y científica del joven clero canario. A la iniciativa de
S. E 1 se debe que el Seminario haya aumentado considerablemente su ya
antes espacioso local, y pueda contener un número duplicado de alumnos
internos Nuestro actual Obispo dotó al establecimiento de una espaciosa
capilla interior embaldosada de mármoles, en la cual se celebran los actos
públicos literarios que S. E 1 estableció, y en los cuales toma siempre una
parte muy activa. Los estatutos por los cuales se rige este Semnario con-ciliar,
y a los que debe su siempre creciente prosperidad, la congregación
de operativos evangélicos de San Francisco Javier para la enseñanza de la
doctrina cristiana a 10s niños pobres, la academia y congregación de San
Luis Gonzaga la escuela nocturna para los artesanos y otras piadosas ins-tituciones,
que los limites que en este escrito nos hemos propuesto no con-sienten
enumerar, son obra de nuestro incansable y celosisirno prelado La
Iglesia de este Seminario ha sido completamente reformada en este último
sexenio. En la actualidad se está dorando un nuevo altar mayor, se cons-truye
un hermoso tabernáculo y se aguardan los mármoles de Italia para
el pavimento de la misma «En el Seminario, dice S. E. 1 , es en donde se
ha defonnar el gusto de los jóvenes eclesiásücos, y conviene fomentar todo
cuanto pueda contribuir a su desarrollo >> J Nuestro querido Prelado, cuyos
recursos parecen inagotables, regaló al Seminario una rica y variada co-lección
de sales gemas de las montañas de Cardona en Cataluña, y otros
objetos no menos preciosos con los cuales inauguró el gabinete de historia
natural: donó al mismo establecimiento su colección de monedas antiguas
y medallas de valor y de mérito con que inició el de numismática, y mandó
comprar las máquinas e mstrumentos que constituyen el de física experi-mental,
fisicoquímica, astronomía y óptica. Por disposición del señor Lluch
se han recientemente adornado las galerfas del establecimiento con la vis-tosa
colección de láminas de gran tamaño que donó al efecto, que repre-sentan
los monumentos artísticos y arquitectónicos de España, colocadas
en marcos de caoba. En estos últimos meses ha dispuesto S. E. 1. se tras-ladara
la biblioteca a otro local más espacioso y ventilado enriqueciéndola
a sus expensas con obras de un merito no común, entre otras la colección
compIeta de los Santos Padres Latinos que consta de 217 volúmenes en
folio, y últimamente ha hecho venir de París con el mismo objeto la de los
Santos Padres Griegos. / No olvida tampoco nuestro ilustre Prelado y an-
322 ANC'ARIO DE E S T U D I O S .4TLAN2 I C O S
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPORÁNEO 27
1858. Desde esta fecha a la de su muerte -un cuarto de siglo más
tarde-, los ejes de su pensamiento giraron siempre en unas mis-mas
cuadrículas. Las ideas motrices de su actuación, las nociones
de su catecismo gobernante y operacional -papel de la autoridad en
su doble dimensión religiosa y temporal, funciones del clero, misión
de los laicos e incluso una modesta concepción eclesiológica- com-parecen
bien diseñadas en dicho escrito. Hecho, por otra parte, 1ó-gico
ya que era en tal clase de obras en las que los prelados reali-zaban
su exposición de principios y adelantaban su programa orga-nizador;
ambos casi siempre muy simples y de los que se exiliaba
a la originalidad.
No constituyó la pastoral antes citada salvedad a esta regla. Tras
una corta descripción de la ceremonia en que recibiera el orden epis-copa1
y de su hondo significado, pasaba Lluch a explanar el sentido
del lema que había escogido para su escudo:
«He aquí, amados hijos, la significación que encierra el lema de
nuestro escudo episcopal In fide et linitate. Heos aqui el carácter
con el cual el religioso carmelita transformado hoy en obispo vues-tro
por la plenitud del sacerdocio que acaba de recibir, desea diri-girse
por la primera vez a la interesante grey que se le ha confiado.
La fe en la palabra de Dios, la confianza en sus promesas, la íntima
y filial unión con su Supremo pastor de la Iglesia, el romano Pon-tífice,
sucesor de San Pedro en el primado de honor y de jurisdic-ción
que le confirió Jesucristo, nos inspirará una santa fortaleza y
constancia en el cumplimiento de nuestros pastorales deberes. El
espíritu de lenidad y mansedumbre, de suavidad y dulzura, que la ca-ridad
de Jesucristo derramará en nuestro corazón, templar& la in-tiguo
profesor de Teología moral del Seminario de Barcelona los 'medios de
conservar la salud de sus amados seminaristas, y de proporcionarles edi-ficante
y discreta recreación. No ha mucho regaló un rico y copioso bo-tiquín
a la enfermería del Establecimiento; dispuso como de medida de hi-giene
que los seminaristas tengan de vez en cuando sus días de viaje por
el interior de la isla, y mandó organizar entre ellos una banda de música.
Bajo tan buenos auspicios, y con tan sabia dirección se van educando los
hijos de estas Islas Afortunadas que aspiran al Sacerdocio; y nosotros nos
complacemos en dar publicidad sin comentario de ningiín genero, porque
¡os hechos hablan muy alto por sí mismos, a unos actos que el carácter
que todos reconocemos en nuestro Excmo. e Ilmo. Prelado Sr. Fr. Joaquín
Lluch y Garriga tenía sepultados en profundo silencio, y que conviene sean
conocidos para la edificación de los buenos católicos, porque Nemo accemdit
tucernam et ponit cam sub modio, sed swper candezabrzcm WZ Zuceat omm-bw
qu* in domo surrzt, c<Lacus», 1862 (II), 270-72.
28 JOSÉ M. CUENCA TORIBIO
flexible severidad de la justicia, haciéndola amada al par que te-mida,
y nos atraerá los corazones de todos nuestros hijos y súbditos
para ganarlos todos a Jesucristo» 19.
Palabras, sin embargo, un tanto desmentidas por su áspera con-dena
de los apóstoles «del error»; contradicción, obvio es ponderar-lo,
tampoco exclusiva del flamante prelado, sino muy extendida en-tre
sus compañeros de jerarquía. Conforme a la apologética imperan-te
en éstos, en opinión de Lluch los coetáneos debeladores de la doc-trina
católica bastaban sus aljabas del arsenal racionalista, últrmo
y más funesto eslabón en la larga cadena de tropiezos del pensa-miento
moderno. Testigo de una de las oleadas propagandísticas más
poderosas del Risorgimento y fuertemente influenciado por la co-rriente
fideísta divulgada en España por el poco antes fallecido mar-qués
de Valdegamas, Lluch veía en la propagación del credo racio-nalista
el principal motor de la transformación ideológica a que as-piraban
los sectores anticlericales y progresistas de ambas penín-sulas
mediterráneas. ¿Será innecesario dejar sentado que ,el diag-nóstico,
certero en algún punto, se expresaba con rasgos de carica-tura;
y que más que a una denuncia de un evidente peligro para la
conciencia cristiana, apuntaba a una fácil defensa de la vivencia
conformista -cuando no pasiva- del catolicismo? La crítica que la
anterior reflexión envuelve no debe, empero, traspasar amplios már-genes
de censura. La formulación de Lluch pertenece al patrimonio
más en uso en la Iglesia docente del momento y contiene una veta
de sincera inquietud por el porvenir de la religión revelada. Si ello
fue negativo o beneficioso para la vida espiritual de los católicos
es algo que a elevados niveles de interpretación permanece ignoto
al estudioso, al margen, claro es, de su propio enfoque del tema,
nutrido del conocimiento del curso posterior de los sucesos y de su
adhesión al crecimiento histórico del espíritu humano. Mas, repetí-mos,
aparte de las convicciones del investigador, la valoración exac-ta
de los efectos de tal postura solamente puede venir dada por la
medición de su impacto en los espíritus que la conocieran. Esto, que
siempre es difícil de averiguar en cualquier estudio de comporta-
1s Carta Pastora$ que eZ Ilmo. Sr. D Fr Joaquh Lluch y Garriga, por
la grack> de Dios g de la Safita Sede Apostókca, obispo de Canamas, dirige
al timo y pueblo de SU dzdcesis, Barcelona, 1858, 10.
324 A N U A R I O DE E S T U D I O S A r L A N 7 I C . O S
EPISCOPADO CANARIO CONTF;MPORÁNEO 29
mientos mentales colectivos, raya en lo inaccesible al enfrentar-nos
con la respuesta que los fieles pronunciaban ante la recepción
de la palabra magisterial. En centros de efervescencia intelectual
podemos acercarnos al influjo ejercido por los criterios episcopales
en algunos núcleos de seglares con proyección en la vida ciudadana
-prensa, actividades culturales y políticas-, pero no cabe con los
instrumentos metodológicos hoy al uso ir más allá y aproximarnos
al latir de la comunidad cristiana popular frente a los escritos y
predicaciones de la Iglesia jerárquica. Incuestionablemente dicha la-bor
se reflejó en los lentos cambios operados en las manifestacio-nes
religiosas tradicionales -culto, devociones, auge y declive de
ciertas prácticas sacramentales-; mas debemos contentarnos con ---- ----e ilLL:l :L. 2-1 *--A p.. h:.&fi*:- ,.el;&nc1- Q
UIIíL IllUY UCuii pt:I\;t:pLluiiu ci ~ c l l u i l l ~ l l v .u 1 1 U r s i u h r r r ~ r ; & h g h u u u ru bn
plicación de algunos hechos no depende del manejo de una mayor o
menor cifra de variables; el misterio se adueña en eilas de más nú-mero
de zonas que en otras ramas de las ciencias humanas. Ponga-mos
término a esta reflexión insertando el texto que la ha provocado:
<Y esta fe, Hijos queridos, será el escudo en el cual se estrellarán
las diabólicas maquinaciones de los enemigos de nuestra felicidad.
Porque, doloroso es confesarlo, hemos alcanzado unos tiempos en
que hombres amadores de sí mismos, codiciosos, altivos, soberbios y
blesfemos, que prefieren sus placeres a Dios, pretenden descorrer el
velo de los arcanos divinos, y explicar los misterios del Ser Supre-mo
con las débiles luces de la razón humana, rechazando la revela-ción
divina. Esos hombres, teniendo apmiencia de piedad, pero ne-gando
la virtud de ella, han llegado al extremo de combatir, embo-zándose
con el manto de la más refinada hipocresía los dogmas y
verdades eternas de nuestra Santa Religión Terribles son los estra-gos
que el racionalismo está causando en las más floridas regiones
del globo; allí mismo en donde por ei espacio de muchos sigios rei-nó
la unidad católica. iAh! no permita el Cielo que este monstruo
de cien cabezas atravesando los mares vaya a contaminar la senci-llez
y pureza de creencias que os distinguen. Gumdaos, hijos mios,
no sea que engañado vuestro cormón os apartéis del Señor g sirváis
a dioses exfranjeros y los adoréis. Los emisarios de la moderna Ba-bel,
que se dicen maestros de civilización y cultura, quieren arre-bataros
el depósito de la fe, halagando el orgullo de la razón del
hombre tan fácil a engañarse y a ser seducido por las falacias del
error La fe es la riqueza más preciosa que conserváis de las con-quista~
de vuestros padres, y su pérdida sería para vosotros la muer-te
de la verdadera libertad de que sois tan celosos. Si os exhorta a
que sacudáis el yugo de la fe, es para convertiros en esclavos, y ha-ceros
servir a sus caprichos, y ser instrumentos desgraciados de sus
20 JOSk M CUEXCA TORIBIO
ariibiclones insaciables. No déis, pues, oído a sus palabras Ileüas de
veneno y de blasfemia: antes bien resistidle fuertes en la feo 20.
En el plano de los principios, poco más contenía la carta inaugu-ral
del pontificado canario de Lluch y Garriga. A tenor de sus pá-rrafos,
las metas propuestas se perfilaban de extremada sencillez e
impregnadas de un patente ardor proselitista. La idea de una grey
de hábitos patriarcales y enraizadas virtudes tradicionales surge
aquí y allá del documento hasta conformar en su redactor una ima-gen
tópica de las Islas Afortunadas. La ausencia de centros intelec-tuales
conflictivos no debía, empero, conducir al olvido de los Bac-tores
que hacían de algunas localidades fermentos de cambio social
e ideológico. En un hombre residente por largo tiempo en una ciu-dad
DarCeioria y iiirriefiat" de
catalán, tal desconocimiento frisaba en la negligencia, a no ser,
como suponemos, que pospusiera cualquier planificación pastoral has-ta
su contacto con la diócesis que iba a regentar. Para el buen éxito
de su tarea demandaba, según pauta invariable en esta clase de es-critos,
el apoyo del clero secular sin omitir el de las comunidades
religiosas femeninas y el de las autoridades civiles, cuyo concurso
se justipreciaba grandemente. La exhortación a la obediencia al po-der
constituido se trazaba con firmes caracteres en la pastoral, pró-diga
en la ponderación del principio jerárquico de la sociedad civil
g religiosa 21.
20 IbM., 5-6.
21 «Ilustres magistrados, cuyo saber y rectitud contribuye eficacísima-mente
a que impere Ia justicia, y con ella reina la paz en las familias; con-cejales
beneméritos y demás funcionarios ptiblicos que trabajais sin inte-rrupción
para asegurar el descanso de vuestros hermanos; generosos mih-tares
defensores de la sociedad, y protectores de sus intereses, que expo-néis
vuestras vidas para salvar las ajenas, y sacrificáis vuestro reposo par-ticular
para mantener el orden ptíblico; de vosotros todos esperamos co-operación
y auxilio en la misión que se nos ha confiado de procurar el
triunfo de la virtud en ese hermoso país a1 que la Providencia del Padre
celestial nos envía A todos nuestros amados hijos en el Señor recomen-damos
el amor de Dios, de su reino y de su justicia: la filial sumisión a las
decisiones de la Cátedra Apostólica y Romana, madre y maestra de las de-más
Iglesias, e infalible en sus decretos relativos a la fe y a las cotumbres:
12 obediencia al Gobierno de S M. la reina nuestra señora Isabel 11, y fi-nalmente
el respeto y observancia de las leyes que hace florecer Ias na-ciones
», ibid , 13-14
EPrSCOPADO CANARIO CONTEMPORANEO 81
Credo, en fin, el más conforme a las corrientes prevalentes en la
cosmovisión de la jerarquía eclesiástica isabelina, nutrida a lo lar-go
de un tercio de siglo por unos elementos invariables. Rechazo de
la ideología liberal; acomodo práctico con su plasmación institucio-nal;
anhelo de un retorno a tiempos en que la fe era, en el terreno
de las declaraciones oficiales, el principio vivificador del cuerpo so-cial;
falta de confianza en la capacidad creadora de las virtualida-des
intelectuales y sociales de los valores cristianos y consiguiente
apego a una mentalidad claramente defensivista e impermeable a los
aires de innovación y progreso. Apenas delineados en ciertos párra-fos
de la pastoral acabada de glosar, rotundamente expuestas en
otras, tales notas vertebran la breve exposición programática de
Lhch y Garrigu a! hacerse rurge de! gebiem~ de 12 sede cxmriz,
alineándose así en el marco más específico del episcopado español
de su época.
Veinte años más tarde de la arribada a Las Palmas del mencio-nado
prelado catalán, y tras el activo y fecundo pontificado del ga-ditano
José M." Urquinaona, otro andaluz, Pozuelo y Herrero, era
preconizado obispo de la silla grancanaria. Hombre de azacaneada
vida diocesana, cuyas escalas había recorrido a través de un singu-lar
periplo geográfico -canónigo en Vich, gobernador eclesiástico
en Almeria, rector de seminario en Córdoba, administrador apostó-lico
de Ceuta-, su pluma y acción se movieron frecuentemente al
calnr de una Indisimdahle preocupación por las controversias poli-ticas
de la etapa restauradora.
Buena muestra de ello la encontramos en la pastoral dada a la
luz a fines de 1883. La ambientación, tono y objetivos se hallan muy
distantes de los de la escoliada más arriba. El objetivo perseguido
por Pozuelo era cumplir el mandato dado a los prelados españoles
por León XIII en su Encíclica Cum multa -8-XIII-1882- de secundar
las miras de concordia entre los politizados católicos hispanos que
ha-bían impulsado al pontífice a redactar su famoso documento. Como
es bien sabido, en los inicios de los años 80 -precisamente cuando
los fusionistas conviertan en una realidad esperanzada el efectivo
turno de partidos propugnado por Cánovas- la polémica entre los
sectores confesionales más activistas se sitúa al rojo vivo. Aunque
recientes estudios tienden a atenuar el peso específico tenido en ella
por alguna orden religiosa del más elevado prestigio intelectual y
apostólico en la época, es innegable la participación entusiasta en
las luchas doctrinales finiseculares de círculos y elementos muy ca-racterizados
de congregaciones y comunidades religiosas e incluso
de miembros del episcopado. La tensión alcanzó tal grado que con-virtió
en obligada la intervención papal; la cual se atuvo preferen-temente
a una encendida invocación a la concordia, recomendando
da unidad entre los católicos» en los puntos esenciales del testimonio
público de su fe 22.
Lkgada a 3~ eonccimie~tc !u YmIdica, si= turdcinzu se Uie P9-
zuelo a reproducirla y comentarla.
Los elogios tributados por el Papa a la constancia del pueblo es-pañol
en conservar la verdadera fe, concedían a Pozuelo la oportu-nidad
de resaltar el papel fundamental detentado por el catolicismo
en la forja, plasmación y pervivencia del ser histórico nacional;
principio axiomático para la jerarquía ochocentista y tema recu-rrente
en todos sus escritos, singularmente en los apologéticos. En
la ocasión que ahora nos ocupa, los ecos de la áspera polémica des-encadenada
en torno al artículo 11 de la «Constitución de los Nota-bles
» no había desaparecido aún y era espectáculo habitual ver có-mo
prelados y clero acudían a este muro de las lamentaciones a
dngx dardos más o menos envenenados a un Estado tildado, en el
mejor de los casos, de tibio y casi apátrida 2a. Aunque desde la su-bida
del Papa Pecci al solio las relaciones entre el Vaticano y Ma-
22 Cfr. el status quaestionis realizado, con planteamientos algo anacró-nicos,
por R. Sanz de Diego, Uno aclaradón sobre los origenes deZ inte-gdmo.
Lm peregrinación de 1882, «Estudios Eclesiásticos~, 200 (l977), en
particular 122; La Santa Sede amowesta a la CompañZa de Jeszis. Notas
sobre el integrkmo de los jeszcztas españo'les hacia 1890, <Miscelánea Co-millas
», 75 (1976); en especial 263-65> y. finalmente, El integrismo: un no
a libertad del catblico ante el p'lztrdzsmo politico, «RazBn y Fe» (1976),
singularmente 466-67. Con más amplias perspectivas cronol6gicas y temá-ticas,
J. Andrés Gallego, La pol4tica religiosa en España, 1889-1913, Ma-drid,
1975
23 J. M Cuenca Toribio Aproximczón a la historia üe la Iglesia con-temporánea
en España, Madrid, Edit RiaIp, 1978
3828 A N U A R I O DE ESTUDIOS ATLRNTICOS
drid ganaron en cordialidad, el apoyo sin reservas de la Santa Sede
al régimen de Sagunto había de esperar a la regencia de María Cris-tina.
De ahí, como decimos, que todavía a fines del reinado de Al-fonso
XII se oyesen con cierta frecuencia en los medios episcopa-les
críticas adversas al sistema canovista. Así, el hincapié de Po-zuelo
en el deslinde establecido por el Papa entre religión y política
contenía no poco de cautela e incluso de repudio al Establishment.
«No es obstáculo para tomar parte en esta noble y necesaria em-presa
ser monárquico, de monarquía pura o templada por institu-ciones
representativas; ni siquiera ser republicano, de república aris-tocrática
o democrática; pero sí lo es no ser católico. Y esto lo dicta
el sentido común. El que no es católico no es posible que se tome
el interés aue necesita la defensa de la causa católica. Por eso los
enemigos ciei Giero católico, institución esencial y necesaria, con
necesidad absoluta, Rara la existencia de la vida del catolicismo, no
tiene personalidad.Gara tomar parte entre las huestes defensoras de
la Iglesia Católica. Y si alguna vez vienen a nuestro campo, debe-mos
rechazar su impulso y considerarlo como hipócritas, como es-pías
y traidores a nuestra causa. Estos en todas partes hacen mucho
daño; pero mucho más dentro que fuera de las asociaciones de de-fensa
religiosa. No sólo debemos rechazarlos, sino que en sus adver-tencias
y en sus consejos, hemos de creer siempre que va envuelta
alguna añazaga de mala ley que en definitiva ha de producir, para
los intereses católicos, malísimos y funestísimos resultados. No
está de más en los tiempos de oscuridad y confusión en que vivimos,
y dado e1 empeño tenacísimo de los enemigos de la Iglesia en oscu-recer
los esplendores de la verdad con paralogismos e intencionadas
reticencias, omitiendo párrafos unas veces y otras separándolos de
su sentido principal, advertidos, queridisimos Hermanos e Hijos
nuestros, que al afirmar la compatibilidad de la Religión católica con
todas las formas de gobierno y con todos los partidos políticos no
es, no puede ser nuestro intento sostener la licitud de todas las po-líticas.
Hay políticas que llevan este nombre para seducir y engañar
a !os iixaütos, -,ex qUe e+, redidad se:: más qUe sistemas pditic~s,
sistemas inventados para destruir la moral y la Religión. De esta
clase de política no puede ser partidario ninguno que se precie de
católico. Un católico que da su nombre a partidos defensores de po-líticas
tiránicas, de políticas opresoras y absorbentes de los derechos
que corresponden a los individuos, a las familias y a los pueblos.
-s-e gún las leyes de Dios; este católico viola los fueros de la justicia. un catóiico que cia su nombre a parciaiiciacies que sostienen políticas
perseguidoras de la Iglesia en sus dogmas, en su moral, en su disci-plina
y en sus ministros; este católico, por sólo este hecho, ha apos-tatado
de su religión, "4.
24 Carta pastoral que el Excmo e Ilmo flr Obzspo de Canamas, Doc-tor
D José Poxuelo y Herrero, dirige al clero y al pwueblo de szc jurisdicción.
En el comienzo de su apostilla el prelado canario rendía tributo
al lugar común de sus predecesores y sucesores en la mitra insular
de considerar a la inmensa mayoría de su rebaño inmune al conta-gio
de la división se enfrentaba en la casi totalidad de las sedes pe-ninsulares
a los partícipes en unas mismas creencias brotadas del
Evangelio. Fomentado por el ruralismo de su medio, los habitantes
de la dlócesis no malgastaban sus energías en estériles contiendas y
no seguían otro camino que el trazado por sus pastores 25. Por pa-en
la Santa Czcaresma de 1883, publicando la encÚ%ca que nuestro Santi-szmo
Padre el Papa León XIII ha dirzgido a todos los prelahs de España
el db 8 de dtciembre de 1882, Las Palmas, Imprenta de la Atlántida, 1883,
17-19. a
N
3 x&i ha s i ~ ~ e d ~ploor , desgracia; en Diócesis muy principales de la E
Península; pero en la nuestra, por un favor especial de la divina misericor- O
dia, por el cual no podemos nunca dar a Dios gracias proporcionadas a la - -- m
grandeza de este beneficio, la paz no se ha turbado ni entre el Clero, ni O
E
entre las asociaciones unas con otras, ni entre los miembros de una misma E
2
asociación. El Clero, fiel a su Obispo, y las asoc~aciones, viviendo en santa E
disciplina bajo la dirección y enseñanza del Clero, ha aumentado a pesar -
de las calamidades del tiempo presente, en número y en fervor. / Este con- =
cierto y armonía no hace mucho tiempo que se ha manifestado de una ma- --
0 nera pública y solemne en el MENSAJE que tunmos la honra y la dicha de m
E
elevar a manos del Padre comfin de los fieles, con motivo del horrible y
O
execrable atentado contra las veneradas cenizas del INMORTAL PONTÍFICE E
Pío iX / Este MENSA.JE está suscrito por todos los Institutos eclesiásticos -
y por todas las corporaciones religiosas de la Diócesis y por un número cre- -E
a cidísimo de fieles Hasta algunas corporaciones civiles participaron del ho- l
nor de suscribirlo y de que su nombre apareciese al Iado de las asociaciones -
católicas Y todo esto sin disensiones de ningún género, en la mejor armo- -
nfa, sin aspiraciones de partido y sin miras de nmguna clase política; por 3
O más que los firmantes, sino todos, muchos de ellos estuviesen afiliados a
diferentes bandos políticos. / Otra manifestación que acredita el concierto
en que nos venimos complaciendo, es la que ofrecieron las magníficas e
inolvidables mSTAS DEI, CENTENARIO DE LA ÍNCLITA VIRGEN R~ORMADORA
DEL CARMELOLA, DOCTORAM ÍSTICA SANTAT ERESADE JESOS. La Junta, que
con nuestra aprobación y bajo nuestra presidencia honoraria promovió los
festejos, encontró apoyo y cooperación en todas las corporaciones y en
todos los cat6licos, no sólo de esta ciudad de Las Palmas, sino tambidn
de todos los pueblos del Obispado Estas dos grandes manifestaciones de
concierto y de armonía católica, no estuvieron inspiradas ni influidas por
el espíritu de divlsión que en algunas Diócesis de la Península llevaban im-preso
las obras y manifestaciones de esta clase Podemos decirlo con santo
orgullo. eran puramente católicas y puramente canarias Quiere especial-
330 A N V A R I O DE E S T U D I O S A T L A N l I C O S
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPORÁNEO 35
radisíaco que fuera el cuadro, no podían faltar en él algunos luna-res,
concentrados en los ambientes urbanos, donde una prensa irres-ponsable
y banderiza esparcía incesablemente las semillas del lai-cismo
más desaforado. En la pluma episcopal, éste se presentaba
ante todo como la errónea doctrina que aspiraba a desterrar el ca-tolicismo
de la vida pública, reduciéndolo a un conjunto de prácti-cas
cuidadas. En Canarias, sus escasos pero combativos secuaces no
tenían incluso reparo alguno en señalar al clero su deber *=. Sin
mente que el Clero, las asociaciones religiosas y el periodismo católico esten
siempre a las órdenes y bajo la dependencia episcopal, como medio de sos-tener
y fomentar la unidad y concordia de los ánimos en las cosas de la
religión y en las que a ellas más inmediatamente se refiere A todos dedica
saiu&bies avisos y prü&~tesa "e&eneias, qUe tenie~&!8~p ?e~elltes ~R E
de reportar las Iglesias, el Clero y los fieles grandísimo provecho y utili-dad.
J En esta parte de la obediencia y acatamiento debido a los obispos
no podemos congratularnos, como nos congratulamos con la paz y armonía
con que hasta ahora había el cielo favorecido a nuestra muy amada DiÓ-cesis,
en la que no se han presentado los síntomas de disidencia y de dis-cui-&
a qfie &ij:ura la EncfcKco, y yur haz CIU~YYC) grz~de: dafiec: en otra?
Diócesis de España Nuestro amado Clero catedral y parroquia1 es todos
los días enseñado y advertido de lo que debe creer, esperar y amar; y de
lo que debe considerar como cristiano y no cristiano en la predicación de
la divina palabra, y de cómo debe administrar los Sacramentos y los de-más
ministerios eclesiásticos>>, ibid., 16-7, 19-20
26 «Estas enseñanzas y advertencias doctrinales, proferidas de una ma-nera
magistral y autoritativa vienen casi siempre acompañadas de groseras
reprensiones, aderezadas de chistes obscenos e inmundos, de atroces inju-rias
e infames e inverosimiles calumnias. Son tan graves estos excesos y
demasías, que no tenemos memoria de que los haya habido semejantes en
ningún pueblo de España, m aún en los períodos de fiebre revolucionaria,
ciiz9&?, cesmrio el ejerdclo de las avtoridades ronstituidas, el pueblo que-daba
sin dirección y sin gobierno, abandonado a sí mismo / Aunque este
laicismo se compone de un número reducidísimo de personas, es escandalo-so
y vocinglero; aspirando a encubrir, a fuerza de escándaIo y ruido, su
falta de razón en lo que discurre, y su falta de verdad en los hechos que
refiere. Merced a esta circunstancia, ha llegado a otros países el estruendo
de sus desmanes, y ha contribuido a que se forme una idea desfavorable y
desventajosa de los hábitos y costumbres del pueblo canario d Los que nun-ca
han tenido la fortuna de visitar esta ilustre ciudad de Las Palmas, ni
ocasión de conocer la religiosidad, afabilidad y cultura de la inmensa ma-yoría
de sus habitantes, no conciben como haya personas cristianas y de-centes
que se resignen a vivir en ella en medio de los peligros con que está
siempre amenazado su honor y el de su familia, el secreto de la vida pn-
36 JOSÉ M CUENCA TORIBIO
duda, tales audacias nacían de haber contado los sectarios con los
adeptos de lo que el prelado denominaba «laicismo templado». In-consecuentes
con sus creencias religiosas de índole confesional, sus
militantes mantenían una conducta equiparable por sus resultados a
los primeros. Por complejo de inferioridad. condenable capitulación
vada y los sucesos más ínhmos del hogar doméstico. ,Ojalá y este testirno-nio
de honra a favor de la ciudad de Las Palmas, llegue a noticia de todos
los que han formado opinlón equivocada! J A seguir por estos caminos, si
el laicismo grosero que tanto nos deshonra no encuentra obstáculos en su
marcha, dado el favor con que hoy es comentado el mal en todas sus ma-nifestaciones
(lo decimos poseídos del más vivo dolor y agobiada nuestra
alma de una indecible amargura), podrá llegar día en que para hacer pro-fes:
ó:: & crisbane y & z c e rd~) t ee l Lzs Pl_mls, l e ~ e ~ e s i&t e-a ! valor y
del heroisrno de que necesitaban los fieles en los tiempos de los Nerones y
Calígulas / No todos están dotados de la energía e independencia de ca-rácter
que se necesita para mirar con desprecio y con indiferencia vejá-menes
y rechiflas procaces un día y otro día Y hay personas timidas que
rehusan asociarse para prácticas religiosas por el temor de estas rechi-f
l a ~ / El proceder de este laicismo es además de inconveniente y desaten-tado,
lleno de ingratitud y de injusticia para el venerable Clero a quien in-sulta
y calumnia Nuestro Clero catedral y parroquia1 cumple con las obIi-gaciones
de su ministerio a satisfacción nuestra y del pueblo cristiano, y
en vez de ser dignos de vitupenos y vejámenes, merece por su comporta-miento
el respeto y la consideración que le otorgan las personas honradas
de todas las clases y condiciones El solo, lleva el peso de cargos y minis-terios
que exigen tripIe número de sacerdotes con que hoy cuenta la Dió-cesis.
Desde la violenta expulsión de los beneméritos PP de la Compañía
de Jesús, que tantos servicios prestaron a estas islas, a su cargo corre,
además de la predicación, de la administración de los sacramentos y las
funciones del culto, la enseñanza de las humanidades, de la Filosoffa y de
las facultades de Cánones y Teología en nuestro Seminario. J Los vene-rables
Párrocos, en su mayor parte, están privados de las conveniencias y
corno&dades de la vida civil, haciendo el sacrificio de habitar, de un modo
permanente, en medio de feligresías desparramadas en los campos. J Los
de Lanzarote y Fuerteventura y algunos de estas islas, han de compartir
Ias escaceses y penurias de sus feligreses en Ia inmensa desgracia que pesa
sobre ellos a consecuencia de la sequía Todos están reducidos a la pobreza
por la cortedad de sus emolumentos y lo reducido de sus asignaciones. J ¿&To
es, pues, digno de veneración y hasta de gratitud este Clero benem6ritoT
.Porqué, pues, se le zahiere y se le insulta? Si tiene la suficiente instmc-ción
para los cargos que desempeña, siendo así que todos necesitan no es-casa
ciencia, ,porqu6 los legos se erigen en sus directores y maestros7»,
ibidem, 20-22.
332 A N U A R I O DE ESTLTDIOS A T L A M T I C O S
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPORÁNEO 37
ante la moda intelectual o miopía frente a la decisiva batalla plan-teada
entre la Iglesia y las doctrinas subversivas de todo principio
jerárquico y civilizador, dichos cristianos se convertían en autén-ticos
caballos de Troya. Sin saberlo constituían eficaz instrumento
de las miras de los demagogos. La mansedumbre solicitada por
éstos y propugnada por aquéllos en el trato de los cristianos con sus
adversarios tendía únicamente a debilitar las defensas del pueblo
de Dios y a azemar sus legítimas armas. Nadie debía dar lecciones
de caridad a los católicos y menos los colocados fuera de su co-munión
27.
27 «Por grande que sea el dolor que aflije a nuestro corazón de prelado
al tener que ocuparnos del laicismo que acabamos de describir, y que por
sus circunstancias pudiéramos calificar de inculto, estúpido y grosero; es
mayor el que nos domina y que hasta ahora embaraza el movimiento de la
pluma con que escribimos, al tener que poner a su lado, y formando línea
con 61, otro laicismo que podemos llamar católico, prudente y sensato. J
Este laicismo se compone en su mayor parte de aquellos católicos de quie-nes
en la pastoral de cuaresma del año pasado decíamos que respetan a
Jesucmsto y a su Igbsza; qzGe dan Zimosna; que r e m e1 rosario; que oyen
misa y confiesan y comulgam para el cumplimiento de Iglesia; pero quieren
duir en paz y en wistad con los impios, con los mterwlistas, covt Zos
adfilteros y con los amancebados, prefiriendo esta ccmistad a la de Zos We-
NOS cristianos, modelos de fe, de virtud, de pieclad y de honradez. J Este
laicismo profesa la doctrina de los Obispos y del Clero; pero tiene pre-tensiones
de imponerse al aero y a los Obispos en determinar cuándo debe
defenderse la religión y de qué manera debe defenderse / Es menos malo
que el antenor, pero su acción es mucho más deletérea y destructora Es
más; la eficacia de aquél sería casi nula sin el apoyo indirecto del laicis-mo
sensato y culto. E1 laicismo grosero, abandonado a su propia impiedad
y grosería, no podría salir de los reales de la incredulidad y del libertinaje,
ni traspasar las fronteras del campo católico, ni hacer estragos entre los
fieles. Pero traspasa estas fronteras y extravía los ánimos de los indoctos
y sencillos, porque le sirve de puente, que le facilita el paso, el laicismo
sensato y culto J Este laicismo pretende que el Clero se dedique sólo a la
administración de los Sacramentos; a la celebración de funerales católicos
en favor de todos el que los pida; a la predicación de la divina palabra, ex-ponienao
y expiicando ¡a doctrina cristiana, pero no conforme a las reglas
de la Iglesia, sino conforme a aquella otra regla inventada por las sectas
y vulgarizada entre los fieles, que dice. sin salirse del ezxrngelio: que quie-re
decir, en el sentido de los que la recomiendan y la pretenden imponer a
los predicadores: sin produczr alarma en las conciencias de los zmptos y los
uzciosos, manchados coa la empzedad y los vicios dominantes Acomodán-
38 50SE M. CUENCA TORIBIO
En vena de cruzado, el ordinario canario se entregaba a una de-tallada
exposición de las ventajas derivadas a la salud del catoli-cismo
de las batallas contra sus oponentes. Crecía con ellas la sen-sibilidad
de los fieles; el sacerdocio ponía a punto sus conocimientos
y enfervorizaba su ánimo; se estrechaba la unión entre todos los
integrantes del pueblo de Dios. Las bajas eventualmente producidas
en el transcurso de las contiendas no debían lamentarse con exceso,
pues estaban ya infeccionadas por la herejía, y la declaración de
hostilidades tenía el efecto beneficioso de descubrir su gangrena.
Para remate, el triunfo de la pelea permanecía siempre en el bando
de la buena causa, con indisirnulable disgusto de sus contrarios,
maestros en maniobrar en las tinieblas, pero furiosos al ver des-enmascarados
sus planes ante el pueblo con la lucha abierta por los
católicos 28. LOS textos insertados prueban la ausencia de rasgos ca-dose
a este principio de limitaciones en la predicación de la divina palabra,
sostiene este laicismo que la Religión, la Iglesia y sus M~nistros pueden ser
defendidos de las agresiones y combates con que fueron atacados en los
tiempos remotos de Arrio y de Nestorio, por ejemplo; pero de ninguna ma-nera
de los ataques actuales; sobre todo en los pueblos y ciudades donde
oívmr los qne &m, purqtre attnque- 1st defenscb sea comedida, como debe
siempre serio, según que lo recomienda el Pontífice en la Encíclica, los
enemigos de la Religión pudieran ofenderse y darse por aludidos, y esto
hay que evitar a todo trance. Según estos legos, esta conducta de paz y de
silencio es más recomendable, porque los sacerdotes son ministros de paz;
y no reparan que estas frases están tomadas del repertorio de los impíos.
Es verdad que en sí mismas son excelentes; pero por lo mismo que estfin
tan repetidas por la unpiedad, debían tener reparos en emplearlas los ca-tólicos,
teniendo en cuenta que lo que la impiedad tanto y con tanta fruic-ción
repite, no puede ser favorable ni a Jesucristo, ni a su Evangelio, ni a
su Iglesia>, ibid, 23-5.
28 <<;Pero será verdadero el reparo de que la Religión sale defraudada
en sus intereses, cuando es descendida en las circunstancias que presenta
el laicismo católico? Veámoslo. / A esta pregunta contestamos desde luego
negativamente. La Religión y la justicia no pueden perder, ni sufrir nin-guna
clase de verdaderos detrimentos, del cumpiimiento de los deberes que
la misma justicia y la misma Religión imponen. La Religión y la justicia
no se merman, antes bien se complementan, con el eumpiimiento, por parte
de todos, de las obligaciones que sobre cada uno pesan J Los buenos cris-tianos
se anunan con la lucha de la defensa; los tibios se enfervorizan, y
todos ponen en ejercicio su entendimiento y su corazón, para aplicarlos a
las verdades religiosas, con el entusiasmo y el calor de la pelea. ;Cuántas
veces, con ocasión de estas luchas, de estas disputas y certfimenes, se fija
434 A N U A R I O DE ESTUDIOS A T L A N T I C O S
EPISCOPADO CANARIO COMTEl\iPPOHiNEO 39
ricaturescos en esta apretada síntesis del pensamiento de Pozuelo.
«Esto está muy malo, es la guarida de los masones de la peor espe-cie,
que abundan de un modo indecible en medio de una estudiada
el pueblo en verdades interesantísimas, en que hasta ahora no se había fi-jado,
y en las que jamás se fijaría! / Es verdad que, a consecuencia de
ellas, alguna vez sucede que del campo católico se pasan algunos al de la
impiedad. Pero esto no debe darnos ninguna pena. los que se pasan, es
porque estaban ya enfermos. Mejor dicho: no se pasan; estaban ya pasa-dos,
y en el campo católico no servirían para otra cosa que para deshon-ra
del catolicismo y en algunos casos para hacer traición a la causa cató-lica.
En la florescencia de los árboles, aparecen muchas flores: la sacu-dida
de las ramas por la fuerza del viento, hace que se caigan unas, mien-tras
se conservan otras. Las que se caen, se caen casi siempre porque na-cmmn
sin !a fuerza necesaria para conservarse y para hacer fruto a su
debido tiempo. J El pueblo cristiano se edifica mucho con el valor de sus
sacerdotes en la defensa de la fe, y se confirma más en ella. Y al contra-rio:
si ve que no se defiende, lo atribuye a falta de celo o de instruccibn;
lo cual es altamente deshonroso para los sacerdotes y hasta para los legos,
que, por su posición y por su saber, están en actitud de defender las inte-reses
cat6licos. / El Clero necesita? además, dar públicas pruebas de su
mrtud y su moralidad; y para esto, no hay medio de más eficacia que acu-dir
a los retos del descreimiento y la ~mpiedad, en sus ataques a la Reli-gión.
J Los Clérigos que acuden, saben ya de antemano la suerte que les
espera en la polémica. La. impiedad es insolente y desvergonzada, y les han
de echar en cara toda clase de defectos. / Por eso los fieles, cuando ven
a sus sacerdotes librar con los unpfos y con los herejes las batallas del
Señor, se convencen de la santidad de su vida y de la moralidad de sus
costumbres. Consideran que, sin esta circunstancia, no tendrían valor para
entrar en la liza Creen que los que no defienden la Religión de los ataques
de la impiedad, o, no pudiendo defenderla, rehusan su apoyo y protección
a los que la defienden, es porque temen que la impiedad fije las miradas
del público en las miserias que los deshonran y en los excesos con que pro-fanan
la santidad de su ministerio Que no pierda la Iglesia con defen-derla
de las provocaciones de la impiedad, lo acredita la furia que se apo-dera
de ésta, cuando con denuedo y valentía se acuda a sus provocaciones
.Porqué se enfurece9 J Se enfurece, porque le va mal en su empresa. y si
a ella le va mal, es porque la va bien a la Iglesia. Luego a juicio de la
impiedad misma, con la lucha, no pierde sino que gana la causa de la
Iglesia / Bien aprendido tiene la impiedad que el hecho sólo de tener
quien la contradiga, debilita la adhesión de muchos de sus adeptos, a quie-nes
tiene fanat~zados con la idea de que ella es incontro.l;ertzble y que, en
la superwridad de su czencza, no hay czencia que se Ze atreva Pero esto
que conoce la impiedad, por una obcecación inconcebible, no lo conoce el
laicismo que reprueba las batallas del Clero en defensa de la Religión. / Así
40 JOSÉ M CUENCA TORIBIO
hipocresía y, ayudados de varios periódicos de ideas infernales, ha-cen
inmenso daño, o mejor impiden todo bien ... » 29. Esta vehemente
denuncia de su compañero de episcopado, M. Infante, prelado de
Tenerife, muestra también -convenientemente rebajada de su gra-do
de exageración- que el despliegue de la actividad anticatólica o,
si se quiere, anticlerical, era en las Islas considerable, como lo co-prevenido
este laicismo, si alguna se atreve a admitir Ia conveniencia de la
defensa de la Religión en frente de sus enemigos, exige tales requisitos y
pone tantas limitaciones, que se hace poco menos que inútil y casi perju-dicial
la defensa / En poquísimos casos admite esta conveniencia. Está
tan obcecado, que cree que la impiedad no existiría si fuera combatida, o
si, en caso de combatirla, se la combatiese en el modo y forma que su
miedo le inspira. y con arreglo a los dictámenes de su propia convenien-cia,
que consiste en no verse obligado a salir de la especie de neutralidad
en que vive entre la verdad y el error, entre el mal y el bien, entre la
religión y la impiedad. No hay, pues, medio ni forma de obrar de otra ma-nera.
La pretensión contraria, daría por resultado la falta de inteligencia
entre las dos partes contendientes. A este resultado se avendrían de muy
buena voluntad todos los sectanos; porque de este modo, aunque fueran ven-cidos,
el pueblo no se informaría; y esto es lo que más vivamente siente
Todo lo sacnfica la herejía y Ia impiedad, todo lo subordina a su empeño
más decidido y constante; a la aspiración, que, puede decirse, forma y
constituye toda la sustancia de su ser y toda la actividad de su vida; al
empeño de engañar y seducir a los pueblos, a quienes quiere hacer creer
que m hay más ciencia que su czencia, y que todos los que aman y de..
fienden la santa causa de la Religión, obran así porque son de corto enten-dzmie~
to, retrógrados, anticuados, fanáticos y oscurantistas Lo que los
impíos califican de dicterios y de injurias de parte de los que defienden la
Religión, es gratísimo a sus oídos, en cuanto a Ia significación de lo que
califican de injurias y de dicterios Es verdad que se incomodan y se en-furecen;
pero su incomodidad y enfurecimiento tiene un objeto bien dis-tinto
del que aparentan. Se enfurecen, no porque les digan que hacen ,-e-rra
a la Religión y a la moral y que son enemigos de Jesucristo; la causa
verdadera de su enfurecimiento es que, con tales calificaciones, se ponen
en evidencia; y el pueblo católico y honrado los conoce tales como son. En
lo cual sienten mucha pena, porque una de sus mejores armas para enga-ñar
y explotar al pueblo, es su hipocresía / Los católicos, pues, no deben
creerlo cuando se quejan de que se les veja y se les injuria. Tienen senti-miento,
no de la injuria, que no lo es en su modo de pensar, sino de que
se les descubra», ibid., 27-30, 34-6
29 Carta al nuncio Cattani, La Laguna, 8-V-1878. Apud. M. F. Núñez
Muñoz: La Iglesza y la Restauración 1875-1881, Santa Cruz de Tenerife,
1976, 166.
S36 A N U A R I O DE E S T U D I O S ATLANTICOS
rroboran, de igual modo, otros múltiples testimonios. Ello justifica-ría
hasta una medida cuya magnitud dejamos al lector el clima que
envuelve a la pastoral comentada, pero transforma en inconsecuen-tes
las invariables y continuas protestas del episcopado de la época
por el grave peligro que la tolerancia religiosa, sancionada por la
Constitución del 76, colocaba a la grey sencilla, desarmada ante la
propaganda atea y librecultista. Tajantemente opinamos que debe
descartarse cualquier sospecha de que Pozuelo se alejase en dicho
extremo del común sentir de la jerarquía coetánea, según lo eviden-cian
otros escritos pastorales y burocráticos salidos de su pluma. La
posición sostenida en el que ahora nos referimos hay que imaginár-selo
como una inteligente defensa de la conducta desarrollada por él
mismo y la inmensa mayoría del episcopado y clero del momento en
las frecuentes lizas ideológicas con los <cportadores del error».
La postura reticente, cuando no discrepante, que implica el plan-teamiento
y enfoque realizado por el autor de este artículo del es-crito
apostillado, se encuentra provocada por la naturaleza de éste
y corroborada por su contenido; al menos tal es la opinión que al-bergamos.
Mas como siempre sucede en los intentos de reconstruc-ción
de la religiosidad de otras épocas, no quisiéramos incurrir en
el anacronismo o en la inexactitud -voz eufemística que encubre
aquí la más grave y solemne injusticia-. Quizá la almendra del pro-blema
radica en el terreno de las intenciones, que no hay por qué
irnagmar fuesen bastardas o deformadas, sino al contrario. Pero hay
que atenerse también al plano de los resultados, y en éste los frutos
de la actitud del episcopado ochocentista -hablamos, claro está, en
ttrminos globales-, no es en el campo de las relaciones con los no
creyentes o simplemente impugnadores de ciertas prácticas o mal-formaciones
del catolicismo español, un ejemplo, decimos, de efica-cia
o fecundidad. Existe, por lo demás, otra vertiente que no puede
olvidarse en toda referencia al talante de la Iglesia jerárquica. Es
patente que aludimos a la exigencia de comprensión inagotable sur-gida
de su propia doctrina. Como hemos observado ya líneas atrás
y volveremos a hacerlo un poco mas adelante, la pastoral glosada
no se erige como un modelo acabado de lo expuesto. Los motivos
eran abundantemente explayados por el autor. Sin entrar en la ra-zón
o sin razón de ello y con la mirada colocada en la posición ge-neral
de la jerarquía finisecular, es lo cierto que las virtudes mis-
42 3 0 s M. CUENCA TORIBIO
tianas de la fraternidad, tolerancia y respeto no conocieron, en el
fragor de las querellas internas y en las pugnas con los sectores acon-fesionales,
una de sus horas de plenitud Todo semeja conjurarse
para producir en el lejano espectador la impresión de escasez de re-servas
en los depósitos de compromiso y simpatía por los avatares
de su tiempo, de sus hombres e ideas. La obsesión de sentlrse ata-cados
por doquier condujo a los estratos dirigentes del catolicismo
hispano a una cosmovisión cimentada en la defensa y el rechazo. La
hipertrofia de la autoridad no podía por menos de convertirse en la
consecuencia lógica de tal mentalidad. Los últimos párrafos de la
pastoral de Pozuelo sirven de excelente muestrario, siempre que no
olvidemos su absoluta identificación en estos y otros horizontes de
su espíritu con los detectables en las hornadas episcopales de aque-ilos
años.
<Ahora y siempre, sintamos como siente la Santa Sede Xpostóli-ca,
pensemos como ella piensa; creamos y profesemos todo lo que ella
cree y profesa, amemos y esperenios lo que ama ella y espeia; ani-mémonos
de aquella energía y de aquella caridad fraterna y de aquel
sentir unánime con que nuestros ilustres antepasados acometieron
las empresas gigantescas con que supieron sobreponerse a la prepo-tente
dominación de los Moros, de la herejía y del cisma Su triunfo
es prenda segura de que nosotros también triunfaremos en las ba-tallas
que, por doquiera, nos presenta, con variedad de armas y de
formas, la impiedad moderna. Marchemos por los mismos caminos y
llevemos las mismas pisadas de aquéllos, cuya fe y gloria hemos he-redado.
Hagamos ver al mundo impío y racionalista que lo vencere-mos,
imitándolos; porque somos herederos, no sólo de su nombre,
sino también de sus virtudes. / Imploremos del cielo los favores ne-cesarios
para que desaparezca de nuestra Diócesis ese desgraciado
laicrsmo rrnpío y grosero que la deshonra a los ojos de los extraños,
por el empeño tenaz que era tomada a su cargo de desprestigiar y
deshonrar a nuestro benemérito y muy amado Clero y a las asocia-ciones
y personas, que, con las bendiciones de la Iglesia, nuestra
aprobaci6n y la sabia dirección de nuestros sacerdotes, se dedican
a santos ejercicios de piedad y beneficencia Que desaparezca; pero
no por violencia y de destrucción, sino porque sus poquísimos adep-tos
sean tocados de la gracia de Dios y se conviertan de todas >:eras.
volviendo a la Iglesia a la que fueron incorporados por medio del
Santo Sacramento Uei Eauiisiiio. / Que los seglares ca:ó:icus retiren
desde hoy toda su cooperación y auxilio a la impiedad. Es imposi-ble,
convénzanse de una vez, es imposible servir a dos señores: a la
Iglesia de Dios y a la iglesia de Satanás, que es la herejía y la im-piedad
/ El problema de ser católicos a gusto del libertinaje y la
impiedad, está aún por resolver; y jamás se resolverá, porque no tie-ne
solución La impiedad no estar& nunca contenta ni satisfecha, si
338 A N U A R I O DE ESTUDIOS ATLANTTCOS
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPOBANEO 43
iio es con la apostasía completa de nuestra fe. / No puede surgir nada
cristiano ni en los hombres, ni en las instituciones, ni en los libros,
ni en los periódicos, ni en la enseñanza, ni en las academias. Con-siguió
que fuera ocupado el patrimonio de la Iglesia; que el Papa
perdiera sus dominios temporales; que hubiese libertad de cultos y
de enseñanza; que la Iglesia no tuviera ninguna clase de trabas le-gales,
cuando trata del dogma, de la moral y de la disciplina cat6-
lica; que los Cánones careciesen de sanción civil en la mayor parte
de las legislaciones, que se secularizase el matrimonio; que se su-primiesen
las Ordenes religiosas; que el teatro y la novela se con-virtiesen
en instrumentos poderosos de la perversión de los senti-mientos
y de la depravación de las costumbres. Antes de conseguir
cada una de estas cosas, creían algunos que después de conseguidas,
se daría por contenta y satisfecha. Pero ya se ha visto que no es
así: su contentamiento y su satisfacción no pueden ser completos,
si no consigue la demolición de todos nuestros templos, la profana-ción
de todas nuestras imágenes y todos nuestros altares; la supre-sión
de y- la aiiiyuilacióii de Sacerdor;io. ,! En
una palabra: la destrucción de todo lo cristrano de sobre la haz de
la tierra, J El que esto no ve, después de los espantosos aconteci-mientos
que se han realizado y que se están realizando en la mayor
parte de los pueblos de Europa, es porque no quiere verlo. / Hasta
ahora, pues, algunos incautos han podido engañarse; pero ya no es
posible el angaño. Lo que antes podía ser honesto e indiferente, cuan-do
la impiedad estaba mas enmascarada, es ya, después de las lec-ciones
del tiempo y la experiencia y del desarrollo de los sucesos,
altamente criminal. / Sin la Iglesia, es de todo punto imposible nues-tra
santificación en el tiempo y nuestra salvación en la eternidad; y
no están adheridos a la Iglesia, los que no se desprenden del todo,
en pensamientos, en palabras y en obras, del influjo corruptor de la
impiedad. / Sin Papa no hay Iglesia; y al Papa no están incorpora-dos
los fieles, eclesiásticos y legos, si no es por medio de su Obispo.
Si el Obispo participa de la doctrina y suprema dirección de la in-falible
Cátedra de verdad, toda la Diócesis está incorporada a la
Iglesia, participando también de su unidad y de su catolicidad. Los
legos que no están unidos a los sacerdotes que tienen misión de su
Obispo, están separados del Obispo, y por lo tanto del Papa y de la
Iglesiu. / @e e! C!rm esté, como hasta. a q ~ i ,in tmamente üniUo a
su Obispo. Que los fieles todos, cualquiera que sea su jerarquía y su
posición, sigan, en cosas espirituales, la enseñanza del Sacerdocio;
reconociendo, de buen grado, la jefatura que le corresponde, en todo
lo que pertenece a la Religión» 30
Por habilidad, oportunismo, ingenuidad o torpeza es manifiesta la
elusión de Pozuelo de la directriz marcada por el Pontífice en la
Cum multa al episcopado español. Las cañas del documento pontifi-cio
se transmutaban en lanzas en el del obispo canario. Si la inexis-
44 JOSÉ M. CUENCA TORIBIO
iencia de un clima ideológico tensionado en el conjunto de su grey
hacía ociosa e incluso contraproducente la alusión detenida a las
querellas políticas que daban carácter a la vida del catolicismo de
la época, resultaba inadmisible sustituirla por una declaración de
guerra a sectores muy exiguos incapacitados para poner en pehgro
el tejido íntimo de la diócesis, salvo un notable desfallecimiento en
el ejercicio de su ministerio por el clero y seglares dirigentes. La
bibliografía anterior y posterior del prelado aconseja rechazar, cree-mos,
la hipótesis de la inconsistencia, sin aceptar por ello tampoco
la astucia u oportunismo. Más bien pensamos que, ganado por su
granítico monolitismo doctrinal, Pozuelo dejase rienda suelta a su
pensamiento para recalar en el único paisaje mental que le era co-nocido.
Al actuar así, obvio es puntualizar que estaba lejos de cons-tituir
una excepción en el panorama de la jerarquía del reinado de
Alfonso XII, abstracción hecha de contadas salvedades. El paso del
tiempo atemperó en algunos de sus integrantes las endurecidas po-siciones
de la primera hora canovista, haciéndolos buscar zonas de
acomodo o entendimiento pragmático. Por lo que hace a nuestro pre-lado,
episodios políticos resonantes de los años inaugurales del pon-tificado
de Pío X le tuvieron como protagonista destacado en el go-bierno,
ya de su diócesis natal, lo cual impide que sometamos aquí
a análisis este capitulo de su biografía, no muy diferente del que
acabamos de hacer tan rápida pintura
LA PREOCUPACI~N PASTORAL: REY REDONDO a
n
Tras el largo pontificado de Folgueras Sión (1825-1847), su verda-dero
fundador, la sede rivariense no conoció en la etapa estudiada 5
O
otro más dilatado que el de Rey (1894-1917), con el que realmente se
consolida su existencia y organización. De ahí la importancia del go-bierno
de este prelado burgalés, cuya vida episcopal transcurrió por
entero en la diócesis tinerfeña, siendo su primer obispo que no ri-giera
ninguna otra mitra s2
31 M Nieto Cumplido, y J. M Cuenca Toribio- Episcopoíogio de la
Diócesb cordobesa, en trance de elaboración
32 aSu amor a Ia IgIesia que regentaba excedió a toda medida, consti-tuyendo
el eficaz remedio a sus necesidades, dechado de prudencia y virtu-des
de las que tanto aprendieroE sus ovejas -entre las que siempre quiso
340 A N U A R I O DE E S T U D I O S ATLANTICOS
EPISCOPADO CANARIO CONTEMPORANEQ 45
Con una hoja académica superior a la media del sector jerárquico
de su época, la «labor de almas», atrajo preferentemente su aten-clón.
El documento que apostillamos a continuación presenta, res-pecto
a los anteriores, y muy especialmente al último, la singulari-dad
de constituir en toda su extensión un escrito catequético, sin
alusiones a las contingencias cargadas de electricidad anticlerical
de la política y la cultura españolas al inaugurarse el novecientos.
En la cuaresma de 1902, el obispo entregó a la imprenta la pastoral
acostumbrada a redactar en dichas fechas por el episcopado contem-poráneo.
Englobada en los parámetros consabidos del género a que
pertenece, la pastoral trasluce un tanto la rutina de su inspiración,
compatible quizá con una rectitud de intención y acaso también con
cm sinceru preecqx-xiSn per la sa&l ! e s p b i t ~ ~dael la grey tinerfe-ña,
de las que el comentarista no tiene por qué dudar o poner en
cuarentena. Deja, sí, tan sólo, constancia de su impresión, disentida
o compartida tal vez por sus lectores al término de la apresurada
glosa.
T G ~!uGs ~ins trwentcs de mede hubkm! tgcadm en !U. !iter&,ur~
cuaresma1 eran impulsados afinadamente por nuestro autor, sin que,
insistamos, su registro diera nota alguna de novedad. El contentus
mundi, los ataques a un siglo de hierro, las amonestaciones a las
almas sumidas en la tab~dez o en el sopor hedonístico, la necesidad
de aligerar el equipaje existencia1 del peso del pecado mediante la
expiación y la penitencia, acudían diligente y ordenadamente a los
puntos de la pluma de Rey Redondo:
«En un siglo en que se envanece de la poderosa acción de sus
m8qirmar y adelantos y tiene que avergonzarse del frío ahandono de
su alma; que se gloria de las conquistas de goces y bienes materia-les
y tiene que confesar su alejamiento de las cosas del espíritu; en
unos días en que la indiferencia en materias de religión hace tantos
prosélitos, y la corrupción de costumbres tantos desgraciados; días
en que parece que hay como empeño en que desaparezca la idea de
Dios, y sólo se rinda culto a la criatura: bien está que hagamos re-vivir
y morir-, rehusó en diversas oportunidades, prebendas de mayor sig-nificación
y relieve que le fueron ofrecidas», B. Bonnet, El Excmo. e Ilmo.
Sr. D. Nicol& Rey Redondo. V obmpo de la dibcesis nhariense, <Revista
de Historia», 60 (1942), 209. Muy elogioso resulta tambien el retrato del ci-tado
obispo debido a Darlas y Padrón, Hzstorz'a de la Religwn , 178.
46 JOSÉ M CUENCA TORIBIO
sonar las palabras del último de los profetas de la antigua ley, luan
el Bautista: "la voz del desierto", que cual espantoso trueno Ileva-ron
a muchos corazones la contricción y el arrepentimiento, y que
serán srempre un motivo de terror para los mahados Raza de vibo-ras,
¿quién os ha dicho que escaparéis de la ira venidera? Haced
frutos dignos de penitencia. Nuestro siglo A H. no es menor acree-dor
a ese terrible apóstrofe, ni tiene menos necesidad de penitencia
que el del Bautista, como si no fuera una verdad que todo pecado
debe castigarse o por el mismo que lo ha cometido o por aquel con-tra
quien se cometió, en todo piensa menos en volverse a Dios por
medio del dolor y el arrepentimiento. Y en este trance.
Apor qué no hemos de lanzar al siglo, a nuestra patria, a nosotros
mismos el trueno de las riberas del Jordan Amados diocesanos, ese
cuadro representa la nave de nuestra alma, a nosotros cruzando el
tempestuoso mar del mundo, confiados en los aparentes bienes que
ofrece, y dormidos entre los placeres y coces materiales con que nos
brinda; expilestns a perecer irremisiblemente en nna de esas formen-tas
mundanas que a diario corren los infelices pecadores, si a tiem-po
no les despierta y se convierten a Dios a la voz tonante de Je-sucristo,
el Bautista y los Apóstoles que les gritan ipenitencia! ,Ha-ced
penitencia porque se acerca el reino de Dios!. En esto efecti-vamente
estriba nuestra salvación; o inocentes o penitentes; los pri-meros
ya no lo somos; porque jcuán pocos, quizá no se encuentre
uno solo que conserve el sagrado tesoro de su inocencia bautismal
hasta una edad un poco avanzada! Aspiremos, pues, a lo segundo si
queremos salvarnos: un verdadere dolor, un propósito firme y una
confesión entera de las culpas nos aseguran la entrada en el reino
de los cielos; y esto no puede tardar atendida la brevedad e incer-tidumbre
de la vida y la imperiosidad del precepto de la penitencia
que no admite dilación» 3s.
No requiere expensas considerativas el que la piedra de toque
básica para calibrar el pensamiento de la jerarquía eclesiástica re-side
ante todo en el estudio de su obra pastoral stricto sensu. Con
mayor fuerza que en cualquier otro extremo, su idea eclesiológica
es lógico que florezca en dicha modalidad de la Literatura religiosa.
Desde este punto de vista, el breve documento acabado de resumir
es un arquetipo de la mentalidad reinante en la Iglesia docente en
la España contemporánea. Antes, la cosmovisión de los prelados gran-canarios,
en esta ocasión los tinerfeños, no reviste -jacaso podía?-
connotac~ones específicas que resalten o singularicen su faceta in-dividual
dentro del contexto que la enmarcó.
33 «Bol. E. del Obispado de Tenenfe», 20-11-1902, 256-7, 59-60.
342 ANUARIO DE ESTUDIOS ATLANTICOS
EPISCOPADO CANARIO CONTEX?OI: {NEO 47
«Repetidísimas veces y por todas partes, desde la Capital de la
Provincia, la populosa ciudad de Santa Cruz de Tenerife, hasta los
últimos pagos o más apartados pueblecillos de La Gomera, me he
encontrado personas de toda edad y condición, sin tener ni 10s más
elementales conocimientos de Doctrina cristiana ni poder en conse-cuencia
dar forma ni contenido al sentimiento religioso, ni a la fe
radical, por decirlo así, sumamente vaga, que aún conservan en el
fondo de su alma. Y no es por falta de voluntad ni por aversión a
las prácticas religiosas, sino precisamente por no tener quién les
predique, por no tener quién les enseñe, por no tener quién les ad-ministre
la luz de la Verdad y la Gracia y la dicha de la Buena Nue-va,
que a la tierra trajo Jesucristo, nuestro Redentor y nuestra Vida.
En la Romería de Candelaria, por ejemplo, he visto muchas personas
llevar a la Virgen Santísima sus ofrendas, haciendo el sacrificio de
los escasos bienes de la tierra, que Dios les da; y ias he visto aún
sacrificar su propio cuerpo con promesas de mortificaciones peno-sísimas,
como el andar de rodillas largos trayectos y por caminos di-fíciles
y a veces con los ojos vendados -!cosa conmovedora!- con-ducidos
de la mano de una persona extraña, a fin de no escoger el
lugar donde hayan de ir poniendo las rodillas ni evitar en modo al-guno
los inexorables golpes que han de recibir de ese modo conti-nuamente
contra las piedras y desigualdades del camino; y he po-dido
a las veces comprobar, que los que tal hacían no eran capaces
siquiera, llegados a los pies de la Dulcísima Madre, de invocarla con
el celestial saludo del Ave María, ni dirigirle la plegaria de la Santa
Mmia, que las compendía todas, ni la tiernisima invocación, en la que
se encierra de manera maravillosa todo el poema de la vida del cris-tiano,
Dios te salve, Reina y madre de Misericordia. . Y permanecen
ante e1 altar Iargos ratos con los ojos fijos en la Celestial Señora,
pero sin decirle nada, porque nadie les enseñó el lenquaje para di-rigirse
a Ella, que seguramente en el fondo del corazón sorprenderá
palabras y súplicas no nacidas, y en su Misericordia maternal les
dará forma para ofrecérselas a su Hijo Divino, implorando gracia
para el hijo ignorante y desterrado, que levanta hacia Ella los ojos
en medio de ias sombras de esis vaiie de iágrimas y iiiiserias,, 34.
El desmesurado texto precedente quizá haya llevado al ánimo de
sus lectores la sospecha de que la línea dibujada hasta el momento
va a sufrir una ruptura para salir a panoramas más enjundiosos.
Lc, anfihehgia, e! ~ C P C Or et~r i r icm~!a, inc~ncreciSn,I a pnhreza in-telectual
aue em~iedran monótonamente la publicística de la Igle-sia
docente, parecen haI1arse
pertenece. Su paternidad se
84 IiM¿i, febrero y marzo, 2
Nhm 24 (1978)
ausentes del escrito a que dicho pasaje
debe al muchas veces mencionado en
la primera parte de este trabajo Fr. Albino González y Menéndez
Reigada, acerca de cuya vitola científica algo se dijo también más
atrás. La fuerza expresiva de los