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JOSEFINA PLÁ
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Cuentos p€ira soñar
Antología
JOSEFINA PLÁ
Sueños para contar
Cuentos para soñar
Antología
SELECCIÓN, iNTRODUcaóN Y BIBUOGRAFÍA DE
ÁNGELES MATEO DEL PINO
EXCMO. CABILDO DE FUERTEVENTURA
Servido de Publicaciones
Pwrto del Bosnio, aoOO
C) Excmo. Cabildo de Fuerteventura. Servicio de Publicaciones
© Josefína Plá
€> Angeles Mateo Del Pino
Dibujo de cubierta: Andrés Manríquez León
Coordinadora de la edición: Rosario Cerdeña Ruiz
Corrección de prueba: Ana Elba Hernández Cerdeña
Impresión: Litografia A. Romero, S. A.
Pol. Ind. «Valle de Gúímar»
Arafo - Ibnerife
I.S.B.N.: 84-87461-70-0
D. L.: GC. 1.004 - 2000
A Josefina Plá, siempre presencia
índice
f
INTRODUCCIÓN 11
A manera de semblanza 11
La narrativa de Josefina Plá 12
Josefina Plá en la narrativa paraguaya 19
De sueños y de cuentos 25
ESTA EDICIÓN 35
BIBLIOGRAFÍA 37
CUENTOS PARA SOÑAR 43
La mano en la tierra 45
La mano en la tierra 47
La niñera mágica 55
'A Caacupé 63
El espejo y el canasto 73
El espejo 75
Cayetana 89
La jomada de Pachi Achi 97
Sesenta listas 113
Prometeo 123
La corona de la Virgen 127
La misa del ogro j^35
El canasto I43
La pierna de Severina j^4g
La vitrola 15]^
Sisé 163
Adiós Doña Susana 171
Canta el gallo I3I
Curuzú la novia I85
Ñandurié I91
i< Eternidad I99
La muralla robada 203
La muralla_i!Qbada 205
El ladrillo 209
T Aborto 227
^ El gigante 231
Jesús Meninho 235
Tortillas de harina 243
F.l ranaat^ HR Serapio, 249
* El grito de la sangre 259
> El caballojnarino 265
Eljiombre_de_María 267
Otros cuentos 271
La sombra del maestro 273
El rostro y el perro 279
10
INTRODUCCIÓN
A MANERA DE SEMBLANZA
Joseñna Plá nace en la Isla de Lobos (Fuerteventura) un 9 de noviembre
de 1903. El azar quiso que su padre, vm torrero de faros procedente
de Alicante, fuese destinado a las Islas Canarias. Habiendo
nacido en Fuerteventura, es bautizada en la i^esia parroquial de^Fe-naés
e mscnta en el registro civil del mimicipio de Yaiza (Lanzarote).
Son los años de infancia los que vinculan a Josefina Plá con el
paissye canario, pues, en 1908 la familia deja definitivamente las
islas para vivir en la Península, escenario en el que transcurre
parte de su niñez y su adolescencia.
De nuevo, otro golpe de azar hará que abandone la Península
para trasladarse al corazón de América. Esta vez la cita con el destino
será sentimentfd, pues en Alictmte conocerá al que será su esposo,
el ceramista paraguayo Andrés Campos Cervera —«Julián de
la Herrería»—. De esta manera, llega a Paraguay en 1927.
Desde un primer momento, Josefina ejerce un magisterio artístico
y literario en la que será su patria de adopción. Su obra abarca
el teatro, la narrativa, la poesía, las artes plásticas, el periodismo
escrito y radiofónico, la crítica de arte, la investigación
histórica, el ensayo, etc. Casi no hay un sector de la cultura en el
Que no haya incursionado.
Su impulso de renovación intelectual ha sido meritorio, tal y como
lo demuestran los múltiples reconocimientos de los que ha sido objeto.
Así, figura como Miembro Numerario de la Academia Paraguaya
de la Lengua Española y de la Academia Paraguaya de la Historia.
Pertenece al PEN Club Paraguayo y al Instituto de Cultura Hispánica,
entre otros. Ha sido nombrada Miembro de Honor de la Sociedad
11
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
Argentina de Escritores (SADE), del Instituto de Investigaciones
Históricas y de la Academia Hispanoamericana Rubén Darío. Se le
ha otorgado la medalla de Jefferson, el Lazo de Dgmia de Isabel la
Católica y la Medalla al Mérito del Ministerio de Cultura de Sao
Paulo. Así mismo, los elogios que ha obtenido por su labor de investigación
son numerosos. Cabe destacar el Doctorado Honoris Causa
por la Universidad de Asunción y el premio de Investigación Teatral
del CELCIT. Como artista plástica ha recibido diversos galardones internacionales
y sus obras figuran en prestigiosos museos.
Sin embargo, a pesar de los reconocimientos académicos, esta
gran humanista nunca perdió de vista que la mejor manera de impulsar
y renovar el panorama cultural era la de compaginar creación,
investigación y enseñanza. Así, crea, junto a Roque Centurión
Miranda, la Escuela Municipal de Arte Escénico, en la que
impartió docencia durante veintidós años. De la misma manera,
fundó el Centro Arte Nuevo y el Museo Julián de la Herrería y
participó en la creación de un círculo artístico-literario —Vy'á raity
(nido de alegría)— cuyo objetivo era el de hacer trascender la cultura
paraguaya más allá de sus fi"onteras.
Con todo ello, podemos afirmar que Josefina Plá asumió el Arte y
la reivindicación de la cultura como compromiso vital. Así pues, no
sólo por la diversidad, sino p)or la caüdad de su producción, es por lo
que debemos contarla entre los más valiosos creadores. Esta «mujer
excepcional que eUgió como parte de su destino ineludible el Paraguay
», al decir de Carlos Colombino', no sólo ha sabido elevar la cultura
de su país de adopción, sino que a la vez ha propiciado la revisión
y puesta al día de ésta. Según Augusto Roa Bastos, paraguayo
universal, «este es su valor y su mérito más definitorio»^
LA NARRATIVA DE JOSEHNA PLÁ
La obra narrativa de Josefina Plá resulta ser menos conocida y
diñindida si la comparamos con otras parcelas de su creación lite-
' CoU)MBiNO, Carlos, Josefina Plá: Su vida. Su obra. Dirección de Cultura, Municipalidad
de Asunción, 1992, pág. 5.
' ROA BASTOS, Augusto, «La poesía de Josefina Plá», en Revista Hispánica Moderna in.'
32), New York, julio-octubre de 1966, pág. 61.
12
INTRODUCCI��N
rana, sobre todo con la poesía. Sin embargo, ello no es óbice para
que le concedamos el lugeir y la importancia que de por sí tiene.
En total Josefina Plá publicó una novela' —Alguien muere en
San Onofre de Cuaremí (1984)— y varios volúmenes de cuentos
—La mano en la tierra (1963), El espejo y el canasto (1981), La
pierna de Severina (1983) y La muralla robada (1989)*—. Tan sólo
un volumen corresponde a cuentos infantiles —Maravillas de unas
villas (1988)»—.
La mayoría de sus cuentos han sido recogidos en ediciones o
bien a cargo de la autora, como ocurre con las obras anteriormente
mencionadas, o bien incluidos en antologías. Tal es lo que ocurre
con «Sisé» y «La mano en la tierra», aparecidos en Crónicas del Paraguay,
Ed. Jorge Álvarez, Buenos Aires, 1969. Selección a cargo
de Josefina Plá y prólogo de Francisco Pérez Maricevich, en la que,
entre otros cuentistas paraguayos, se incluye a nuestra autora. Lo
mismo sucede con su relato «El canasto», publicado en Los narradores.
Revista del PEN Club del Paraguay (n' 3), Ediciones Comuneros,
Asunción, 1979.
De manera tardía, bien entrada la década del ochenta, nos encontramos
con textos de Josefina Plá recopilados en otras antologías,
como «La mano en la tierra» y «El espejo», en Panorama del cuento
paraguayo (t.i), Tiempo Editora, Asunción, 1988. Edición de Francisco
Pérez Maricevich. De la misma forma que sus cuentos infantiles,
«Cuatro burros y cuatro coles» y «El gigante invisible», ftieron publicados
en Leyendo cuentos en la plaza, Ed. El Lector, Asunción, s/f.
En la década del noventa será Ramón Bordoli Dolci quien, en su
obra Josefina Plá. Canto y cuento. Arca Editorial, Montevideo,
1993, recoja, junto a una selección poética, nueve cuentos de esta
autora: «La mano en la tierra», «El espejo», «El canasto», «Ñandu-
' Esta obra fue escrita en colaboración con Ángel Pérez Pardella. Josefina Plá considera
que más que una novela se trata de un relato configurado en una serie de episodios. De tal
manera señala que "si la novela es intriga, argumento, desenlace no previsto, las páginas
que siguen no podrán nunca llamarse novela. Son sólo una narración sin otra lógica que la
asociación de recuerdos en los actores de un pasado". Vid. PiA, Josefina, «Preámbulo», en
Alguien muere en San Onofre de Cuaremí, Ed. Zenda, Asunción, 1984, pág. 8.
* Ibdas las obras han sido editadas en Asunción —Paraguay— por editoriales locales.
No hemos citado aquf ni la Editorial ni el lugar de publicación porque la referencia completa
se ofirece en la bibliograña que se acljunta en esta antología.
' Existe un segundo volumen de cuentos infantiles titulado Los animales blancos que se
encuentra inédito.
13
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
rié», «Míiscaritas», «Eternidad», «Prometeo», «La muralla robada» y
«Aborto».
Debemos esperar hasta 1996 para asistir a la publicación de Josefina
Plá. Cuentos completos, Ed. El Lector, Asunción. Edición, introducción
y bibliografía de Miguel Ángel Fernández. Esta obra,
además de recoger todos los cuentos publicados bajo la forma de libros
por la propia autora, inserta otros relatos no incluidos hasta
la fecha en volumen alguno: «El arbolito», «La sombra del maestro»
y «El rostro y el perro»*.
Como podemos aprecieu", por las refencias bibliográficas citadas
más arriba, han sido p>ocos los cuentos de Josefina Plá que han tenido
la oportunidad de ver la luz, ya sea en un volumen bajo única
autoría de nuestra escritora o bien en antologías en las que comparta
edición junto a otros narradores. Tal vez, como advierte la
propia autora, «algún día les toque el tumo de salir a la luz. Y si
no, será porque ese fue su destino: morir sin rostro»'. Esperemos
que esto último no ocurra.
Sin embargo, una parte de ellos se ha dado a conocer en diversas
medios de comunicación, sean éstos revistas, periódicos, semaneirios
o programas de radio. En este sentido cabe citar, entre otras, las revistas
p>araguayas Juventud, Alcor, Guaran o la del PEN Club. Revistas
internacionales como Américas, Europas y otras. Los diarios locales
El Orden, La Tribuna, ABC y ABC Color, suplemento cultural de
este último periódico, o La Nación de Buenos Aires y el semanario
Comunidad. En cuanto a las ondas, algunos de sus cuentos infantiles
fueron leídos en Radio La Capital, Radio Livieres y Radio Nacional,
en programas como Cuentos de ayer y de hoy o El abuelito.
Si la no publicación de la obra de Josefina Plá resulta un gran
impedimento a la hora de analizar en conjunto su producción narrativa,
otro de los inconvenientes con el que nos encontramos es
el de la publicación tardía de sus cuentos. Lo cual ha imposibilitado
que se les haya otorgado el justo lugar que debieron cumplir en
' Dos de estos cuentos, «La sombra del maestro» y «El rostro y el perro», se han incluido
en nuestra antología. Hemos pretendido con ello dar una visión amplia de la producción narrativa
de Josefina Plá, puesto que el primero de estos textos pertenece a la década del
veinte —1926— y, hasta el momento, ningún cuento de estas fechas ha formado parte de libro
alguno, salvo, como ya apuntamos, en Josefina Plá. Cuentos completos.
' PLÁ, Josefina, «Acotaciones temporales», en Xa pierna de Severina, Ed. El Lector,
Asunción, 1983, pág. 5.
14
INTRODUCCIÓN
su día. De esta manera, el reconocimiento que hoy adquieren es
más bien testimonial, o como señala Josefina Plá, «publicados a su
hora esos cuentos se habrían ubicado en su corriente. Hoy, su publicación
tiene para mí (¿y cómo no habría de tenerla para otros?)
un valor más bien documental»*.
Es por ello que al revisar el corpus narrativo observamos que la
obra edita corresponde mayoritariamente a la década del 80. Tanto
su novela como cuatro de los cinco volúmenes de cuentos se han
publicado entre 1981-1989. Sin embargo, la data de escritura de
los cuentos se sitúa en otras fechas muy alejadas en el tiempo. De
esta forma, comprobamos que su producción narrativa abarca un
período de sesenta años, desde mediados de la década del veinte a
finales de la década del ochenta*.
Por otro lado, cabe señalar que no todas las épocas fueron igualmente
propicias para la narrativa. En este sentido, Josefina Plá ha
subrayado en más de una ocasión que se considera una escritora
de carácter cíclico, lo que la lleva a escoger por temporadas el género
en el que mejor expresar sus sentimientos, sus dudas o sus
interrogantes. Así nos dice:
«La narrativa es uno de mis modos de expresarme; no una vertiente
exclusiva. Escribo cuentos cuando necesito hacerlo (hace diez años que no
los escribo). Escribo cuentos por temporadas, como necesito por temporadas
escribir versos o hacer cerámica. Podría decirse que tengo fases como
la luna, sin por eso ser más lunática que cualquier otro escritor que se
respete. Porque creo en realidad que en todo escritor se da esa tendencia
cíclica: el que menos, tiene dos fases: la activa y la del dolce far niente. Yo,
ésta, por desgracia para mí y para otros, no la conocí nunca»'".
De lo anterior se deduce que existen varias fases de creación en
nuestra autora. Lo que, además, se observa al revisar el corpus.
Aunque Josefina Plá advierte que su producción narrativa se remite
a «tiempo inmemorial. Testigos, revistas y diarios locales y de
' PLÁ, Josefina, «Palabras de la autora», en El espejo y el canasto. Ediciones Napa (n."
5), Asunción 1981, pág. 11.
• Con estas fechas estamos haciendo referencia a los primeros y últimos cuentos publicados
en libros: «La sombra del maestro» (1926) y «La muralla robada» (1984). Recordemos
a propósito que los cuentos infantiles se gestan mayoritariamente a lo largo de la década del
ochenta.
'° PLÁ, Josefína, «Palabras de la autora», en op. cit., pág. 10.
15
ANGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
afuera, desde 1927»", cabe precisar que ya desde 1926 nos encontramos
con cuentos suyos recogidos en la revista paraguaya Juventud,
tales como «El arbolito» y «La sombra del maestro». No olvidemos,
además, que esta revista sólo se publicó entre 1923 y 1926 y
que Josefina Plá figura ligada a ella como narradora. Tal es lo que
se desprende de las palabreis de Francisco Pérez Maricevich:
«Andrés Labrano, Lucio Mendonca, Bairios, Josefína Plá, Carlos Codas,
etc., entre los novicios, conforman el cuerpo de narradores de
Juventud, del que sólo Joseñna Plá y, en cierto sentido, Carlos Zubizarre-ta
alcanzarán logradas creaciones muy posteriormente y b^o otras determinaciones
estéticas»".
Teniendo en cuenta esta fecha, si nos remitimos a los cuentos
publicados, se advierte una preferencia por la cuentística en la década
del cincuenta y del ochenta, mientras que en la del treinta y
en la del setenta esa predilección peu-ece desaparecer. Si nos atenemos
a los datos ofrecidos por nuestra autora comprobamos, como
ella misma manifestara, que existe una fase creativa que va desde
1927 a 1934, caracterizada por una temática universal. Posteriormente
señala que escribe cuentos —«no muchos; unos treinta, quizá
»— en tres etapas durante los años 1945 y 1963, sin publicar
ninguno".
Aunque Josefina Plá no hace mención al período que va desde
1935 a 1944, lo cual pudiera hacer pensar que en él no escribe
cuento alguno, lo cierto es que si bien no hay textos fechados en la
década del treinta, no ocurre lo mismo con la década del cuarenta.
En este sentido, ella misma señala que «el motivo paraguayo surge
por primera vez en 1943, con Toro pichado*, inédito»". Además, al
referirse a su volumen La pierna de Severina, afirma que «todos
" PLÁ, Josefína, Ibidem.
" PÉREZ MARICEVICH, Francisco, «El cuento Paraguayo», en Diccionario de la Literatura
Paraguaya (I parte). Biblioteca Colorados Contemporáneos, Asunción, 1983, pág. 198.
" PLÁ, Josefína, «Palabras de la autora», en op. cit., pág. 10.
" PLÁ, Josefina, ibidem. Con respecto a este cuento, «Ibro Pichado», Miguel Ángel Fernández,
editor de Josefina Plá. Cuentos completos, manifiesta que no pudo incluir este texto
en su edición «por hallarse traspapelado en los archivos de la propia escritora». Vid. FERNÁNDEZ,
Miguel Ángel, «Introducción», en Josefina Plá. Cuentos completos, op. cit., pág. 11.
Ifí
INTRODUCCIÓN
los cuentos aquí reunidos fueron escritos entre 1943 y 1959»'^ Esto
parece demostrar que la segunda fase creativa debería ampliarse y
comprender los años que van desde 1943 a 1963.
Por otro lado, en lo que respecta a la década del setenta, a primera
vista parece no coincidir las fechas en las que, según Josefina
Plá, dice no escribir cuentos y la data de estos últimos. Así, en
la introducción a su volumen El espejo y el canasto, aparecido en
1981, remarca que «hace diez años que no los escribo»'*. De esta
forma entendemos que desde, aproximadamente, 1970 no gesta relato
alguno. Sin embargo, si acudimos a su corpus edito, advertimos
que, además de figurar dos cuentos elaborados en 1970 —
«Aborto» y «El pequeño monstruo»"—, se incluyen igualmente dos
pertenecientes al año de 1974 —«Canta el gallo» y «Vaca reta»'*—.
En lo que se refiere a las otras décadas, cabe precisar que durante
la década del cincuenta la producción narrativa de Josefina
Plá adquiere una mayor continuidad, manifestando una preferencia
jKjr el ser humano, sobre todo por los tipos femeninos, mayori-tariamente
en los años cincuenta, mientras que el hombre ocupa
un cierto protagonismo en los años sesenta.
Por último, durante la década del ochenta Josefina Plá dedica
gran parte de su creatividad a la cuentística infantil, algunos de sus
textos aparecen publicados en la prensa local, sobre todo en el diario
ABC de Asunción. Pese a que la misma autora considera que este género
es «producto de otra fase tardía»", ello no es inconveniente para
que se la considere uno de los más destacados escritores especisdis-tas
en esta materia con que cuenta la literatura paraguaya^".
Sin embargo, la incursión de Josefina Plá en la cuentística infantil
es anterior a esta fecha, pues, como ya hemos señalado, a fines
de los años cuarenta se encargó de una serie radiofónica. Cuentos
" PLÁ, Josefína, "Acotaciones temporales", en op. cit., pág. 5.
" PLÁ, Josefina, ibidem.
" Vid. "Aborto" y "El pequeño monstruo", en La muralla robada. Universidad Católica
(Biblioteca de Estudios Paraguayos, vol. 28), Asunción, 1989, págs. 33-36 y 37-41.
" Vid. "Canta el gallo", en La pierna de Seuerina, Ed. El Lector, Asunción, 1983, págs.
104-107. Vid. "Vaca reta", en La muralla robada, op. cit., págs. 87-94.
" PLÁ, Joseñna, "Palabras de la autora", en op. cit, pág. •"
" Vid. al respecto la presentación que hace el editor de la antología infantil Leyendo
cuentos en ta plaza, Ed. El Lector, Asunción, s/f., pág. 6.
17
ANGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
de ayer y de hoy, en la que recreaba cuentos ya existentes, pertenecientes
a diferentes épocas y geografías^'. Por los mismos años da a
conocer sus creaciones infantiles en otro programa, El abuelito^^.
Pero su verdadera producción literaria comienza a partir de 1975,
y esto se produce a raíz de una vivencia personal:
«En 1975 tuve una crisis de flebitis, me quedé clavada en un sillón tres
meses; quería que mis nietos (cinco y tres años) me acompañasen, y para
ello eché mano como cebo de los cuentos que se me ocurrían, improvisando.
Viendo que los entendían y les gustaban, pensé en deirles forma escrita. El
resultado está ahí»".
Durante los años siguientes, Josefina Plá escribe con ahinco numerosos
cuentos infantiles, hasta un toted de cien^^ aunque sólo
una parte verá la luz en la prensa de Asunción, los menos en libro.
Hasta el momento sólo contamos con un volumen publicado. Las
maravillas de unas villas (1988) y un volumen inédito. Los animales
blancos.
Por todo lo expuesto anteriormente se deduce que pese al gran
impedimento que supone para un autor que su obra permanezca
inédita durante largo tiempo —en el caso de Josefina Plá algunos
cuentos cumplieron «la respetable edad inédita de treinta y cinco
años»^ y otros incluso quedan por ahí «rezagados en dormidos le-gtyos
»^— la calidad literaria y el valor histórico de ésta le asegura
un lugar destacado en el panorama de las letras. Tal es lo que
podemos afirmar con respecto a la obra de Josefina Plá.
" Cuentos de ayer y de hoy se retransmitía de lunes a viernes por Z.P.9., 'Radio el Orden'.
La labor de Josefina Plá se desarrolla desde 1947 a 1951.
" Josefina Plá se hace cargo de este programa durante dos años, de 1949 a 1961.
" PLÁ, Josefina, en Correspondencia personal con Ramón Bordoli Dolci, Asunción, 7 de
septiembre de 1981. Citado en -El cuento», Josefina Plá. Canto y cuento. Arca Editorial,
Montevideo, 1993, pág. 38. Introducción y antología de Ramón Bordoli Dolci.
" A propósito, la propia autora afirma lo siguiente: «T^ngo unoa cien cuentos infantiles
escritos en los últimos cinco años. De ellos publicados más de la mitad. No en libro hasta
ahora». Vid. PLÁ, Josefina, «Cosquillas en el alma», en ABC, Asunción, 30 de noviembre de
1980.
" PLA, Josefina, «Palabras de la autora», en op. cit., pág. 10.
" PLÁ, Josefina, «Acotaciones temporales», en <^. cit., pág. 6.
18
INTRODUCCIÓN
JOSEFINA PLÁ EN LA NARRATIVA PARAGUAYA
Debemos enfatizar que no puede entenderse la literatura paraguaya
contemporánea si no hacemos hincapié en la figura y obra de
Josefina Plá. A propósito, Francisco Pérez Maricevich propone, a
manera de divertimento, un «exjjerimento absurdo»: eliminar de la
historia paraguaya el nombre de esta autora. Esto es lo que, según
el crítico mencionado, sucedería:
«Una de dos: o deletreará una fantástica e incoherente fabulación, o no
encontrará modo de armar el rompecabezas, hallándose por doquier con hilos
sueltos pero sin jamás dar con la punta del ovillo. Entonces no tendrá
más alternativa —en caso de que prosiga con su intento— que inventar al
personcge. Inevitablemente, éste asumirá el papel de Josefina Plá, aunque
nuestro imaginativo historiador le conceda graciosamente otro nombre»^'.
No se nos escapa que el lugar señero en el que se sitúa la poesía
y el ensayo de Josefina Plá ha menoscabado, en cierta manera, la
importancia de su narrativa. Sin olvidar que, si comparamos el
Corpus publicado de esta última con el poético o ensayístico, la producción
narrativa resulta más escasa.
Por esto, a la luz de lo expuesto anteriormente, cabe preguntarse
cuál es el verdadero lugar que ocupa Josefina Plá en el panorama
narrativo de su país de adopción. Para ello deberemos tener en
cuenta el valor que la narración tiene en la literatura paraguaya.
La narrativa paraguaya contemporánea se inicia en la primera
déca^a~del siglo XX, oíando el recuerdo de la Guerra de la Triple
A^nza aún pervive con carácter realmente obsesivo. Recordemos
que este conflicto bélico (1864—1870) enfrentó al ejército paraguayo
con las fiíerzas de la Alianza compuesta por Argentina, Brasil y
Uruguay. Las consecuencias de esta guerra fueron desastrosas
para Paraguay, ya que su población quedó reducida a menos de un
tercio y compuesta mayoritariamente por miyeres^. De este modo
" PÉREZ MARICEVICH, Francisco, «Comentario», en El esp^o y el canasto, op. cit, pág. 5.
" Julio José Chiavenato establece que el 75,75% del pueblo paraguayo muere durante este
conflicto. Al final de la guerra la población masculina adulta era de un 0,525%, por lo cual,
niurieron 99,475% de loe hombres aptos mayores de veinte años. De esta manera, la población
después de la guerra estaba compuesta por un porcentaje de 7,22% de hombres frente al
92,78% de miares. Vid. CHIAVENATO, Julio José, Genocidio americano. La güera del Paraguay,
Carlos Schauman Editor, Asunción, 1989, págs. 169-172. TVaducdón de Justo Pastor Benitez.
19
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
se explica la preferencia de los escritores por un lenguaje romántico,
con su exaltación y su melancolía. Tal estética resultaba ideal
para manifestar la derrota a la que se había visto sometido el pueblo
paraguayo.
Por tanto, la narrativa que cabía en este contexto era la de
tema heroico, porüiTlado, o de idealización idílica y^wj^timental,
por otro. En algunos casos se combinan los temas, pero se prefería
aquel que ofreciera una imagen consoladora y glorificara a algún
héroe del pasado a través de la exaltación romántica. La evocación
del heroísmo sublime hacía que se viera el pasado desde una perspectiva
idealizadora, determinada fundamentalmente por la voluntad
de superar el dolor escondido. Por ello, la realidad circundante
no tenía interés y la historia predominaba frente a la
literatura de creación.
Coujrespecto a la cuentística que se desarrolla en los primeros
años de este siglo cabe destacar que presenta dos modalidades diferenciadas:
la^esteticista y la' mundonovista. La primera de estas
corrientes se preocupa del valor artístico de la obra. Su finaUdad
es 4a belleza, y el tema y los personsges son siempre indígenas o
paraguayos. El exotismo es la tónica de esta modalidad, sea parisino
o sea oriental o ^ e g o , no olvidemos que se trata de una época
que representa la transición del romanticismo a líis formas y actitudes
modernistas. Incluso en algunos cuentos se observa una cierta
liberación respecto del historicismo sentimental, i)ero sin que se
llegue a alcanzeu* una madurez estética, pues las creaciones estaban
al servicio de una belleza que resulta perfecta, pero engañosa
en cuanto no se explora ni se profundiza en la realidad social.
Con el mundonovismo la narrativa paraguaya adquiere una finalidad
patriótica en detrimento de la esteticista. Se presenta esta modalidad
con tma clara intención de «nacionalismo literario», pero la
actitud ante lo nacional es más idealizante que realistárNo i n ^ deseo
de hacer vma crítica de lo real, al contrario, se prefiere crear un
mimdo ed que se le otorga el sello de autenticidad. IVes son los núcleos
temáticos sobre los que se gira: el mítico-legendario (indígena),
el histórico y el costvunbrista (contemporáneos). Sin embargo, a pesar
de que se comienza a experimentar una toma de contacto con
el entorno, tampoco se observa una crítica interpretativa del hombre
paraguayo en su realidad.
Ibdo esto lleva a buscar nuevas formas estéticas ^ ^ p ^ e r s e de
20
INTRODUCCIÓN
manifiesto una generalizada insatisfacción por la retórica románti-cormodernista
que predominaba en la época. Se tiende, pues, a un
realismo menos pintoresco que se abandonará durante la Guerra
del Ch^c£LÍ1932»ld36). Esta vez el conflicto enfrentará a Paraguay
y Boliviá, aparentemente por motivos territoriales, realmente por
imperativos económicos^*. Josefina Plá define así la narrativa de
esta época:
«Hacia 1925 el ciclo de la narrativa de caducos patrones foráneos —convencional
y artificiosa, desierta de valores— puede darse por clausurado.
La narrativa del dintorno gana terreno estructural y estilístico, ceñida
siempre, no obstante, a la modulación temática»'".
El conflicto del Chaco no sólo provocó un cambio en la organización
política sino también en la actitud del escritor ante su sociedad
y la realidad descrita, lo cual permitió un mayor contacto con
el entorno social que propició una narrativa de testimonio y de denuncia.
A pesar de que no haya una gran producción en esta época,'
él relato y la crónica gozan de buena consideración y su situación,
en este sentido, es mejor que la del cuento. Este hecho explica
que el estilo se relegue a un segundo plano, pues interesa más resaltar
la realidad política y social.
Considerado el idioma vernáculo —el guaraní— como integrante
de la realidad histórico-social, se creyó que éste debía ocupar un lugar
destacado en la realización literaria. De esta forma, algunos escritores
incluyeron en el relato esporádicas frases en guaraní. Otros
introdujeron largas expresiones que necesitaron aclarar con notas a
pie de página y, por último, hubo quien optó por empleeir el castellano
guaranizado —^yopeirá— que era de uso corriente. Pero como esto sólo
no bastaba para crear una auténtica narrativa, tal tendencia tuvo
pocas manifestaciones literarias de verdadero valor.
" Este conflicto armado entre Paraguay y Bolivia por la posesión del Chaco boreal, la
totalidad de cuyo territorio pretendían ambos países debido a la supuesta existencia de petróleo
en su subsuelo, ocultaba los intereses de terceros países y de los grandes grupos financieros.
La Standard oil co. of New Jersey de parte de Bolivia. la Union oil co., subsidaria
de la Roya Dutch Shell, de parte de Paraguay e instalada en Argentina.
" PLA, Josefina, La literatura Paraguaya del siglo XX. Ediciones Comuneros, Asunción,
1972, pág. 31.
21
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
En estos años la narrativa se desarrolla atendiendo a una línea
realista-crítica, comprometida con la guerra, con lo cual asistimos
a una literatura que se define como de protesta o documental.
Cuando deja de interesar la experiencia bélica, las narraciones regresan
a los cauces anteriores, como el costumbrismo y el nativis-mo,
enraizados en la tradición y el folklore.
Pero si nos atenemos a lo señalado por la crítica, la narrativa
paraguaya «válida» —al decir de Pérez Maricevich— se funda con
Gabriel Casaccia y su obra El Guajhú —el aullido'— (1938), El
pozo (1947) y La babosa (1952). Con este autor se da por terminada
una tendencia según la cual el hombre paraguayo y sus costumbres
debían ser —de manera idealizadora— tema obligado de
cuanto relato se escribiera. De esta forma nos encontramos con
una nueva perspectiva en la que la narración se vacía tanto de lo
idílico-sentimental como de lo heroico esterotipado''. Surge así
una nueva concepción del personaje que responde más bien a su
diseño psicológico.
Posteriormente, Augusto Roa Bastos en su colección de cuentos
El trueno entre las hojas (1953) y en su novela Hijo de hombre
(1960) auna la intención crítico-sociíd y el enfoque poético, logrando
así dar una visión de la realidad peiraguaya desde un ángulo de
denuncia.
Es precisamente esta visión realista-crítica que observamos en
los escritores anteriores —Casaccia y Roa Bastos— la que debemos
resaltar a la hora de analizar la narrativa de Josefina Plá. Desde su
primer voliunen de cuentos, La mano en la tierra (1963), esta autora
I nos presenta unos textos enraizados en la hisloria paraguaya, reali-jdad
que conoce muy bien a través de sus vivencias personales en
/ más de sesenta años de transitar por la patria de su destino. Pero
' también gracias a su labor de investigadora, de historiadora, escar-
I menando «largamente archivos para sacar a la luz algo de lo mucho
que se había hecho y se había olvidado...»'^
" Vid. PÉREZ MAKICEVICH, Franriaco, "Presentación», en Panorama del cuento paraguayo
(T.I.), op. cit., págs. 10-11.
'^ PLÁ, Josefína, «Si puede llamarse prólogo», en Latido y tortura. Selección poética de
Josefina Plá, Servicio de Publicaciones del Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura, Puerto
del Rosario, 1996, pág. 26. Introducción, selección y notas de Ángeles Mateo del Pino.
22
INTRODUCCIÓN
Josefina Plá se vale del género de la narrativa para explorar el
territorio humano, indagar en el alma y el pensamiento del pueblo,
captar los ambientes locales y los modelos de conducta que se encuentran
insertos en la sociedad. A veces la realidad terrenal se
mezcla con la visión mítica y cosmogónica subyacente en la conciencia
del ser paraguayo, lo que se puede comprobar, sobre todo,
en los relatos referidos al folklore o a las anécdotas que emanan de
la tradición.
Sin embargo, nuestra autora siente una especial predilección por
la mujer, en su doble dimensión humana —individual y colectiva—
como integrante de un sistema social, cultural y económico organizado
por el hombre y dentro del cual gira. Sumisión o muerte, temor
al desamparo social, miedo a la censura, a la marginación... son los
efectos de una sociedad patriarcal y aislada como la paraguaya, en
la que la actitud femenina es el lógico reflejo de la dependencia psicológica
de la mujer con respecto al hombre'^
Pero la incursión temática de Josefina Plá en otros campos, tales
como la recreación histórica o la profundización en la conciencia
ante situaciones conflictivas, ha sido señalada por la crítica
de «afortunada», comparándosela con Casaccia y Roa Bastos en
cuanto que revela la condición humana en las especiales circunstancias
—casi siempre bélicas— por las que ha tenido que pasar
este país''.
En relación con este punto no debemos dejar pasar el hecho de
que esta visión totalizadora del ambiente social, que se manifiesta
en determinados autores paraguayos, como en Casaccia y en Roa
Bastos o en Josefina Plá, tiene un antecedente inmediato en la
obra de Rafael Barrett, al demostrar una actitud crítico-realista
" A propósito véanse los artículos de MATEO DEL PINO, Ángeles, -En la piel de la mtger:
Un recorrido por la cuentistica de Josefina Plá», en Phüologica Canariensia (n." 0), Facultad
de Filología, Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, primavera de 1994, pégs. 281-
29. Y -La miyer paraguaya —¿realidad o ficción?— en los cuentos de Josefina Plá», en Actas
del X Coloquio de Historia Canario-Americana, Ediciones del Cabildo Insular de Gran Canana,
Las Palmas, 1994, págs. 1275-1292.
" Vid. PÉREZ MARICEVICH, Francisco, «La narrativa paraguaya de 1940 a la fecha», en
Crónicas del Paraguay, Jorge Álvarez Editor, Buenos Aires, 1969, pág. 12.
23
ANGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
«para enfrentarse a la realidad de su país, recreada y puesta al
desnudo en sus ficciones capitales»^.
Dos han sido los rasgos «estimables», £il decir de la crítica, que Josefina
Plá, como narradora, aporta a la literatura paraguaya de
ficción. Una, ya comentada anteriormente, es la utilización del
personaje femenino para evidenciar la condición de la mujer paraguaya
y, por ende, la sociedad en que ésta vive. Otra, es el uso de
una lengua narrativa en la que se conjuga el léxico y la sintaxis
del castellano y del guaraní^. Todo ello marcado por una voluntad
de estilo —autenticidad expresiva— para diferenciar al personaje,
que piensa, siente y se expresa en/con su lengua popular, del narrador
que cuenta los hechos en la lengua culta".
Sin duda, estos y otros valores literarios e históricos —documental
y testimonial— son los que avalan el hecho de que Josefina
Plá deba ocupar, por méritos propios, un puesto señero en el
panorama de la narrativa paraguaya. Si determinados condicionamientos
del pasado han imposibilitado la edición de gran parte
de su obra, sean estos cuentos infantiles o no, y, por extensión,
esto ha hecho que su creación todavía sea desconocida para el
gran público, es hora ya de que se subsane este agravio. Sólo así
" PÉREZ MARICEVICH, Francisco, -El cuento paraguayo-, en Diccionario de la Literatura
Paraguaya (I Parte), op. cit., pág. 170. El español Rafael Barrett (1876-1910) llega a Paraguay
en los primeros años del siglo, desarrollando en este país, tan sólo en seis años, una
importante labor intelectual y artística, la mayor parte de ella a través de sus colaboraciones
en la prensa paraguaya y en la de los países del Plata. Vid. Rafael Barrett. Obras completas
(4 vols.), R.P Ediciones/Instituto de Cooperación Iberoamericana [I.C.I.], Asunción,
1988-1990. Edición de Francisco Corral y Miguel Ángel Fernández.
" Vid. PÉREZ MARICEVICH, Francisco, «La narrativa paraguaya en 1940 a la fecha», en
op. cit., pág. 12.
'• Recordemos que Paraguay es un país bilingüe que se expresa en español y en guaraní.
Si bien es cierto que a partir de la Constitución de 1967 la lengua autóctona quedó incorporada
al rango de la lengua oficial del estado, la lengua de mayor prestigio es el español.
De esta manera, el español paraguayo estándar se usa en situaciones formales como gobierno,
educación, medios de comunicación —preferentemente escritos—. El guaraní se habla
en el hogar, en situaciones informales y en el medio rural. Pero también podemos apreciar
un español paraguayo coloquial que se emplea en situaciones informales como en el hogar,
con los amigos, compañeros de trabfgo o de estudio, o cuando las personas que hablan han
tenido poco acceso a la instrucción. Del contacto entre español y guaraní surge la mezcla.
Así encontramos un guaraní paraguayo o yopará —jopará en guaraní significa 'mezcla'—
muchos de cuyos elementos se usan en el español paraguayo coloquial. Vid. KRIVOSHEIN DE
CANESE, Natalia & CORVALÁN, Graziella, El español del Paraguay. En contacto con el guaraní.
Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos, Asunción, 1987, págs. 9-19.
24
INTRODUCCIÓN
se podrá conocer la exacta dimensión narrativa de nuestra autora
que en nada desmerece, aun cuando tenga «claros y fuertes
disputantes»^ en este género, sean éstos Gabriel Casaccia o Augusto
Roa Bastos. En este sentido, concordamos con lo expresado
por Ramón Bordoli Dolci:
«No debe olvidarse que la literatura de un país o de un continente no la
conforma sólo la cresta, que es índice de la altura máxima de la ola; existen
aquellos que le dan cuerpo y que la sustentan erigiendo con su trabajo
esmerado su real condición de ola»'^.
DE SUEÑOS Y DE CUENTOS
"Estos cuentos 'documentan' sueños soñados
aquí; y es absolutamente seguro que de haber vivido
en otro lugar esos cuentos habrían sido diferentes.
Es decir, no habrían sido...»
[Josefina Plá, 19831
A la hora de revisar el corpus cuentístico de Josefina Plá, entendiendo
por tal aquel que figura recopilado en volúmenes por la propia
autora, observamos que salvo El espejo y el canasto y los cuentos
infantiles de Maravillas de unas villas el resto aparece
I organizado bajo clasificaciones que responden más a la búsqueda
de una unidad temática que a la de un orden puramente cronológi-
Ico. EstETdTstribuclón queda justificada, al decir de la autora, por
En el comentario que Francisco Pérez Maricevich hace al volumen de cuentos de Josefina
Plá, El espejo y el canasto, se refiere al talento poético de primer orden de esta autora,
pero al referirse a otras parcelas creativas señala: «mi apreciación personal de su obra
se contiene en una no disimulada preferencia por su poesía y su ensayo. Lo que no quiere
decir que descrea de algún modo del alto valor de su aportación en los otros campos. Sólo
que en éstos —aun cuando no en todos ellos— tiene claros y fuertes disputantes, que no
nombraré por muy sabidos». Creemos que, sin duda, está haciendo referencia a Casaccia y
Roa Bastos. Vid. «Comentario», en El espejo y el canasto, op. cit., pág. 5.
'" BoRDOlJ DoLCí, Ramón. «El cuento», en Josefina Plá. Canto y cuento, op. cit.. pág. 29.
25
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
«la diversidad de asuntos y de nivel en el plano al cual es convocada
en cada uno la realidad»*".
De esta manera, en el volumen La pierna de Severina nos encontramos
con una disposición en la que los textos se agrupan o
bien bajo designaciones generales como Seis mujeres y dos hombres,
o bien bajo denominaciones como Anécdotas del folklore naciente
o Cuentos oníricos. Esto parece coincidir con el planteamiento
de su obra posterior, La muralla robada, en la que se
amplía el número de apartados. Así, se distingue entre Cuentos
simbólicos y fantásticos, Cuentos de la tierra, Anécdotas, Folklóricos
y Varios.
Josefina Plá advierte que los cuentos de la serie Seis mujeres y
dos hombres*^ tienen su punto de arranque directo en la realidad,
todos ellos son «rebotes de vivencias locales»*^ De ahí que muchos
de estos cuentos coincidan en atmósfera y en personajes con los
que la misma autora denomina más tarde —en La muralla
robada— Cuentos de la tierra*^. Tanto unos como otros hacen referencia
a unas específicas circunstancias históricas —político-sociales—
por las que ha tenido que pasar Paraguay. En concreto varios
de los relatos aluden a la postguerra de 1870 —Guerra de la Triple
Alianza (1864-1870)— o a la Guerra del Chaco (1932-1935) o a la
Guerra civil de 1947.
" PLÁ, Josefina, «Liminar», en La muralla robada, op. cit., pág. 5.
*' Dentro de este apartado, aparecido en La pierna de Severina (1983), se incluyen los
siguientes cuentos de protagonistas femeninos: «La pierna de Severina», «La vitrola», «Siesta
», «Sisé», .Ña Remigia» y «Adiós Doña Susana». Además de dos cuentos de protagonistas
masculinos: ��Gustavo» y «La mano en la tierra».
" PLÁ, Josefina, «Acotaciones temporales», en La pierna de Severina, op. cit., pág. 5.
" Bsgo este apartado se insertan los siguientes textos: «Mandiyú», «Jesús Menhino»
•Mascarítas», «Ibrtillas de harina», -Vaca reta» y «El canasto de Serapio». Con respecto a
este último cuento, Josefina Plá señala que el argumento pertenece a la novela Alguien
muere en San Onofre de Cuaremí que ella misma escribiera en colaboración con Ángel Pérez
Pardella. Aunque el trabfgo coivjunto se realiza entre 1968-1972, el relato no se publica hasta
1984. Vid. «Preámbulo», en Alguien muere en San Onofre de Cuaremí, op. cit., págs. 7-8.
Además, cabe precisar que existen otros cuentos que nunca llegaron a publicarse y que, con
algunos de los anteriores, formaron parte de una trilogía que nunca se ha conocido como tal.
Asi lo manifiesta la autora: «El cuento 'Jesús Meninho' formaba parte de una trilogía de la
postguerra de 1870 en la capital; los otros dos cuentos no aparecieron a la hora de la demorada
cita edita. Quizá aparezcan alguna vez. En cuanto a los dos relatos, "Vaca reta' y 'El canasto
de Serapio', son dos partes de otra trilogía, campesina ésta, y cuyo tercer miembro,
desertor, tampoco obedeció a la convocatoria». Vtd. «Liminar», en op. cit., pág. 5.
26
INTRODUCCIÓN
Por ello no es de extrañar que Josefina Plá manifieste que la
inspiración —«expiración desintoxicante» la denomina ella— para
sus cuentos la encuentre en el entorno paraguayo. Pero ante la
pregunta de por qué es así, la escritora se siente imposibilitada
para explicarlo:
«Por eso quizá pudiese decir que nuestra preferencia por los motivos de
lo circundante paraguayo femenino, simplemente porque vivo en el Paraguay
y soy mujer. Pero por otro lado el mundo conoce escritores que vivieron
en su propio país y cuya obra no recuerda en nada este hecho. Literatos
hombres que se dedican con frenesí a masticar el chicle de la psicología
femenina; y viceversa. Por tanto, hay que buscar a la cosa, por lo menos,
una razón subsidaria, o más profunda, que no encuentro. Lo que dye: imposible
» **.
Aunque no podemos negar, como tampoco lo hace la propia autora,
que sus cuentos tienen un sabor o «nacencia» local, en cuanto
que los asuntos que recrea en ellos son tomados de las circunstancias
o realidades circundantes —de ahí que el motivo principal sea
casi siempre el paraguayo—, ello no implica que no podamos encontrar
vivencias más universales, como «el sentido agónico de la
existencia del hombre sobre esta tierra» apuntado por José-Luis
Appleyard'\ Así, estas narraciones resultan locales y a la vez «universales
en su humana raíz», pues, como apostilla la escritora,
«cambiando nombres, paisajes y tal cual circunstancia, pueden
darse, se dan, en cualquier otra parte del mundo»^^
Esta referencia a una realidad y a un entorno concreto —Paraguay—
es la que, sin duda, ha determinado que nuestra autora califique
también esta vertiente como Cuentos del dintomoy sus gentes.
En este sentido, apunta Josefina Plá que en sus cuentos ha tratado
de comprender lo que la rodea, amándolo: «eso es integrarse».
«Yo busqué esa vía de amor a través principalmente de la miyer; el sexo
femenino cuyo destino identifiqué con el mío a través de todas las experiencias
de la vida, aun las más diversas y extrañas (recuerdo haber llorado
" PLÁ, Josefina, -Palabras de la autora», en op. cit., pág. 9.
" APPLEYARD, José-Luis, .Breve pórtico», en La pierna de Severina. op. cit., pág. 3.
PLÁ, Josefína, «Acotaciones temporales», en op. cit., pág. 5.
27
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefína Plá. Antología
toda una noche después de haber leído un re[K>rtaje sobre la suerte de
las prostitutas embarcadas en balleneros y cuyos cuerpos flotaban en los
helados m£U"es del Sur). Me identifíqué por tanto con el desheredamiento y
la resignación de la miyer paraguaya, con la orfandad y desnudez de sus
niñas, madres jóvenes, florecillas del camino. Todos los casos de mis cuentos
son reales. Ni uno solo hay que no tenga su protagonista en la realidad,
y el argumento básico me lo dio también su propia biografía, aunque la
elaboración literaria —esté de más decirlo— incorpora e integra detalles
con su automático fotomontaje. La niñera mágica, Manuela, Benicia, han
existido, como han existido teunbién los proteigonistas de los pocos cuentos
en que éstos intervienen en esos cuentos, si bien se anediza, la idea de la
mujer preterida u olvidada está casi siempre presente»^'.
Con todo ello, apreciamos una preferencia por los tipos humanos,
sobre todo por la mujer paraguaya sometida a un sinfín de sacrificios
cotidianos. De esta manera, Josefina Plá ha rendido su homenaje
personal a la vez que ha hecho una revisión de la historia
social de la mujer en este país. En este sentido, debemos conectar
estas féminas con las aparecidas en otra obra de nuestra escritora,
En la piel de la mujer. Experiencias*^. En este último volumen Josefina
Plá advertía sobre la veracidad de esta obra, en la que, según
sus palabras, no había intervenido la ficción:
«No'son entrevistas en el sentido periodístico riguroso y estricto. Estas
entrevistas, lo son, porque son el resultado de contactos personales; de confidencias
de mujeres paraguayas de distinta clase y condición. Y nada hay
en ellas de intervención narrativa»".
Al contrario que en la obra anterior, que la realidad impedía dar
cabida a la ficción, en su cuentística la ficción y la realidad se con-ftinden.
De tal forma, presenciamos asuntos, anécdotas y demás
aspectos que configuran las Experiencias de la mujer paraguaya.
Por ello, no es de extrañar que en su colección de cuentos, La pierna
PLÁ, Josefína, •Interpretación de mi cuentística», en BORDOLI DOLCI, Ramón, La problemática
del tiempo y la soledad en la obra de Josefina Plá (Tesis Doctoral), Editorial de la
Universidad Complutense, Madrid, 1984, pág. 537.
** PLÁ, Josefína, En la piel de la mujer. Experiencias, Grupo de Estudios de la mujer paraguaya
[GEMPA], Asunción, 1987.
" PLÁ, Josefína, «Unas palabras previas». En la piel de la mujer. Experiencias, op. cit.,
pág. 15.
28
INTRODUCCIÓS
de Severina, se aclare lo siguiente: «Toda semejanza de estos
personajes o hechos con seres o hechos concretos, es simple coincidencia
»^. Lo mismo sucede en las primeras páginas de El espejo y
el canasto: «Toda semejanza de hechos o personajes de estos relatos
con sucesos o personas reales es puramente casual»".
Con respecto a los cuentos que tienen como personaje protagóni-co
al hombre, aunque en proporción son los menos, en alguna ocasión
Josefina Plá se ha referido a ellos como Cuentos del desarraigo.
Aunque la propia autora comenta que sólo tres relatos
pertenecen a esta clasificación^^ afirma también que esta vertiente
tiene presencia obsesiva, por temporadas, en su espíritu:
«En ella trato de proyectar los momentos iniciales de la colonia: el hombre
—o la mujer— españoles, desarraigados de su mundo y entregados al azar
de un ámbito en el cual sólo con la exasperación de todas sus potencias, con
angustia y con ansia, prenderán de nuevo —si es que prenden— sus raíces.
[...] En estos cuentos hay una cierta sublimación autobiogáfíca —por lo menos
así me lo han insinuado y yo no repugno por cierto la interpretación— son un
cauce de la angustia lejana de la muchachita destirraigada que fui de un ambiente
y un hogar tradicionales, y que trató desesperadamente de ahincar raíces
por medio del amor en un medio totalmente nuevo y en muchos sentidos
hostil, o por lo menos, antagónico»".
Tal vez por los motivos antes señalados, su cuentística, haya
sido denominada de fatalista, «un himno a la vida misma, con sus
más sombras que luces»", aunque la escritora prefiere cahficarla
de dramática:
" Según la autora «todos los cuentos de Seis mujeres... tuvieron protagonista de carne y
hueso» y, además, afírma: «Sólo un par de sus protagonistas viven aún, quizá, no lo sé. Pero
vivas o muertas, no sabrían reconocerse a sí mismas, salvo en lejana anécdota. Pero quienes
las tuvieron cerca, tampoco las reconocerían. Si en vida no las supieron ver, ¿cómo podrían
pretender 'reconocerlas' ahora, trasladadas a un mundo en el cual dejaron de ser la anécdota
o 'el caso individual' para convertirse en sueltas estampas del multimilenario peregrintge
sobre la tierra?». Vid. PlÁ, Josefína, ^Acotaciones temporales», en op. cit., pág. 6.
" PLÁ, Joseñna, El espejo y el canasto, op. cit., pág. 12.
" Aunque Josefina Plá no hace explícita mención a cuáles son estos cuentos, se refiere
^» concreto a «La mano en la tierra». Vid. PLÁ, Josefína, «Interpretación de mi cuentística»,
enop. ctí., pág. 537.
" PLÁ, Josefina, ibidem.
" APPLEYARD, José-Luis, «Breve pórtico», en La pierna de Severina, op. cit., pág. 3.
29
ANGELES MATEO DEL PINO J^^^^^ p,. Antología
.Mis héroes y heroínas, pobres por el sólo hecho de entrar en un cuento
mío, firman su senteníig^dejimerte en un porcentaje impresionante. ¿Por
qué este exterminio de sus personajes amados, y sobre todo teniendo en
•cuenta que no soy capaz de matar una mosca?... Podría dar de ello diez explicaciones
distintas, con lo cual quedaría probado que ninguna de ellas
era la verdadera»**.
Con respecto a la clasificación de Anécdotas del folklore
naciente, también llamada por la autora como Anécdotas o Folklóricos'^,
cabe precisar que bajo esta denominación incluye Josefina
Plá aquellos relatos «sucedidos» y escuchados a más de una persona
en Paraguay, como las anécdotas de «Las avispas» o «Canta el
gallo», entre otros. Son, por tanto, historias corrientes que forman
parte de la tradición popular:
«Se trata de eso que se Uama folklore naciente y que acaso llegase a nacer
del todo, SI la tecnología, avanzando con botas de siete leguas por las zonas
rurales, no diluye las probabilidades de esa cristaUzación folklórica»".
Por último, debemos referimos a la denominación de Cuentos
oníricos, también clasificados como cuejUosjimbóli^
o Cuentos fantástico^jLoníricos^. En todos los cuentosqi^ese recogen
en estas senes se aprecia una preferencia por ahondar en los
dominios del simbolismo para crear —más que aludir a— una rea-hdad
dinámica, cargada de valores emocionales e ideales, esto es
de verdadera vida. De esta manera, en estos relatos se aunan dos
formas de realidad, por un lado, la histórica, por otro, la simbólica
" PLA, Josefina, «Palabras de la autora», en op. cit, pág. 10.
"En La pierna de Severina se incluyen b^o el nombre de anécdotas del folklore naciente
los siguientes cuentos: «Ciegos a Caacupé», «Cante el gallo», «Curuzú la novia», «Las avispas
», «Hay qu'arrelarse», «El mirlo blanco» y «Ñandurié». En La muralla robada, bajo el
epígrafe de Anécdotas, se insertan los relatos «Papagallo», «Jamón cocido» y «El grito de la
sangre». En este obra se diferencia otra serie de cuentos, denominados Folklóricos, entre
ellos se encuentran: «El tete vevé» y «El caballo marino».
" PLÁ, Josefina, «Acotaciones temporales», en op. cit., pág. 6.
" En La pierna de Severina, y b^o la denominación de Cuentos oníricos, incluye Josefina
Plá los siguientes relatos: «La bahía», «Al salir el sol» y «Eternidad». En La muralla robada
prefiere hablar de Cuentos simbólicos y fantásticos, tales como «La muralla robada»
«El ladrillo», «El calenarío maravilloso», «Aborto», «El pequeño monstruo», «Prometeo» y «EÍ
gigante
30
INTRODUCCIÓN
Así, el símbolo de la guerra será una constante en sus cuentos, no
sólo porque con él se alude a un tiempo pasado que forma parte de
la historia particular de Paraguay, sea ésta la postguerra de 1870
—conflicto de la Triple Alianza (1864-1870)—, la disputa del Chaco
(1932-1935) o la contienda civil de 1947, sino porque ello le sirve
también para plantear la pugna del bien contra el mal, de la luz
contra las tinieblas. En este sentido, el campo de batalla adquiere
nuevos valores, pues no sólo simboliza el dominio de la realidad
histórica en que acontece la acción bélica, sino que también alude
a la lucha que libra el hombre contra sus enemigos interiores. La
guerra —histórica y personal— aparece como el «sacrificio» por el
cual se reintegra el/un orden, sobre todo en el plano individual
—psíquico—, para lograr una unidad interior entre las acciones,
entre los pensamientos, y entre unas y otros. Aun cuando este
combate resulte, la mayoría de las veces, un esfuerzo inútil.
En cierta manera, este planteamiento es el que parece que guió
a Josefina Plá en su narración «El ladrillo», que figura bajo el rótulo
de cuentos simbólicos y fantásticos. Así lo expresa la autora:
«Elladrillo, que surgió b80o su primera vestidura formal en 1946, debió
su inspif acíSíi a la sacudida brutal de la Guerra Mundial II, coronada por el
estruendo apocalíptico de Hiroshima. El convencimiento de que eljhombre
•fignstruve lo que ha de destruirlo; que todos, aún inconscientes, ayudaron a
la monstruosa construcción, ha sido en mí obsesivo; y el cuento escrito hace
cerca de cuarenta años continúa siendo actualidad en mi espíritu»''.
Combate, disputa o litigio por conservar vivo el espíritu, el derecho
a disponer de la vida, del tiempo y del propio cuerpo. Es el dilema
en el que se debate el ser humano: no querer ser siempre el mis-n^
o y resistirse a cambiar, to be or not to be, aprender a convivir con
los propios miedos, con las limitaciones, con la certeza de que el ser
no llegará nunca a completarse, a madurar del todo, esa es la evidencia
del fi*acaso. El convencimiento de que el hombre muere antes
de tiempo, porque esto último juega siempre en su contra. Tal es lo
que sucede en «Aborto»: un nombre —^un hombre— que luego desaparecerá
«como la pisada del perro vagabundo bígo la lluvia»*".
PLÁ, Joseñna, «Liminar», en La muralla robada, op. cit, pág. 5.
PLÁ, Josefína, «Aborto», en La muralla robada, op. cit., pág. 36.
31
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
Esta vertiente de ios cuentos-fantásticos u oníricos es quizá la
más enigmática para la autora. Así, al tratar de explicar el porqué
de estos relatos, responde lo siguiente:
«Me resulta difícil interpretar estos como no sea si los doy como deseo
de ehmmar el residuo de angustia irreductible que queda en el fondo de
ciertas experiencias vitales; por lo demás la mayoría de esos cuentos han
sido escritos sobre el patrón de un sueño auténtico (uno de ellos, el mencionado,
inspiró también un cuento de Molinari Laurin, a quien le referí mi
sueno). Podría decir que si yo supiese el exacto significado de esos cuentos,
posiblemente no los hubiera escrito. En verdad, la única transformación
que esos cuentos suponen sobre el sueño original reside en la importancia
que en ellos adquiere la impresión final del sueño, dando atmósfera a todo
el cuento» .
Cuentos Oníricos que, como la mayoría de las narraciones, parten
de la realidad paraguaya, en tanto, como afirma la propia autora,
«documentan sueños soñados aquí; y es absolutamente seguro
que de haber vivido en otro lugar esos cuentos habrían sido
diferentes. Es decir, no habrían sido...»'^
Por último, debemos precisar que resulta curioso comprobar
cómo algunos de los cuentos de Josefina Plá, aunque agrupados
en otras senes y, por tanto, bajo otras clasificaciones, transitan de
un volumen a otro, tal vez esto pudiera hacer pensar en una cierta
preferencia de la autora por sus creaciones, no en vano ella
misma las califica de «criaturas»*». En este sentido, «La mano en
la tierra» aparece incluido en su primera obra narrativa, la que
además toma el título del cuento. La mano en la tierra (1963),
pero se inserta también en La pierna de Severina (1983), bajo el
rótulo de Seis mujeres y dos hombres, y en la selección que la propia
autora hace para Crónicas del Paraguay (1969). Preferencia
que parece coincidir con la manifestada por la crítica, pues esta
narración es recopilada por Pérez Maricevich en Panorama del
cuento paraguayo (1988) y por BordoU Dolci en Josefina Plá. Canto
y cuento (1993).
•' PLÁ, Josefina, «Interpretación de mi cuentística», en op. cit., págs. 537-538.
" PLÁ, Josefina, «Acotaciones temporales», en op. cit., pág. 5.
*" PLÁ, Josefina, Ibidem, pág. 6.
32
INTRODUCCIÓN
Algo similar sucede con «La niñera mágica», que es recogido por
la autora en La mano en la tierra (1963) y en El espejo y el canasto
(1981). Además, este cuento junto a «La mano en la tierra» fue publicado
originariamente en la revista paraguaya Alcor, ambos el
mismo año de 1962*^. Posteriormente, en 1964, «La mano en la tierra
» aparece en el semanario Comunidad de Asunción*^
Otros dos cuentos, «El espejo» y «El canasto», que figuran y dan
título al volumen de 1981, repiten igualmente presencia. Por un
lado, «El espejo» es recogido por Pérez Maricevich y por Bordoli
Dolci en Panorama del cuento paraguayo y en Josefina Plá. Canto
y cuento, respectivamente. Por otro lado, «El canasto» aparece en el
volumen Los narradores. Revista del PEN Club del Paraguay
(1979) y en la antología, arriba mencionada, de Bordoli Dolci.
Otros cuentos, aunque en menor medida, ven la luz en más de
una ocasión. Tal es lo que ocurre con «Sisé», incluido originaria-mente
en la selección que la propia Josefina Plá hace del cuento
paraguayo. Crónicas del Paraguay (1969), y, posteriormente, en La
pierna de Severina (1983). La narración titulada «Prometeo» se encuentra
tanto en El espejo y el canasto (1981), como en La muralla
robada (1989). El resto, si es que ha visto la luz alguna vez, sólo lo
ha hecho en los libros preparados por la autora. Tan sólo unos
cuantos han tenido la suerte de airearse en otras antologías, es lo
que le ha sucedido a «Ñandurié», «Eternidad», «Aborto» y Mascari-tas
», todos ellos incluidos en Josefina Plá. Canto y cuento, gracias
a la labor de Bordoli Dolci.
" Debemos señalar que aun cuando Josefina Plá manifiesta que estos cuentos fueron
publicados en la revista de Rubén Bareiro Saguier, Alcor, en «el año de 1963» —Vid. PLÁ,
Josefina, «Palabras de la autora», en op. cit., pág. 10.— se debe de tratar de un error, pues
«La mano en la tierra» apareció en JUcor (n° 20), Asunción, octubre de 1962, pág. 12. Por su
lado, .La niñera mágica» se publicó en el número siguiente de la misma revista. Alcor (n"
21), Asunción, noviembre-diciembre de 1962, págs. 10 y 12. Además, queremos añadir que
existen otros cuentos editados por los mismos años en esta revista. En este sentido, Josefina
Plá apunta que en total fiíeron cuatro los «cuentos de esa serie», pero nos consta que se trataba
de cinco, aunque uno no se recogió posteriormente en el volumen que, sin embargo, dio
cabida a los cuatro restantes. Se trata de «A Caacupé», Mcor (n° 22), Asunción, enero-febrero
de 1963, págs. 8 y 12; «Mala idea». Alcor (n° 23/24), Asunción, enero-marzo de 1963, págs.
8 y 12 y, anteriormente, «El rostro y el perro». Alcor (n° 10), Asunción, junio de 1960,
pág. 12.
" «La mano en la tierra», en Comunidad, Asunción, 7 de marzo de 1964.
33
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
Por razones obvias no hemos hecho referencia a la edición de
los cuentos completos de Josefina Plá, puesto que en ella figuran
todos y cada uno de los cuentos aparecidos en volúmenes.
Sin embargo, queremos destacar la inclusión en esta obra de
tres textos que nunca antes habían sido recopilados, tan sólo
aparecieron una vez en un par de revistas paraguayas. Se trata
de «El arbolito», «La sombra del maestro» y «El rostro y el pe-rro
»'^^
Por todo lo expuesto anteriormente, creemos que no se puede
negar la importancia que la narrativa de Josefina Plá tiene en el
panorama literario paraguayo, pues como advierte Pérez Marice-vich"',
la rigurosa actitud crítica de narradores como Casaccia, Roa
Bastos y Josefina Plá, ante los datos de la realidad con los que trabajan
y que condiciona la interpretación a que someten a esa realidad,
ha provocado la aparición de una conciencia lúcida acerca del
sentido y de la condición última de la narrativa, en Paraguay. Se
llega así a una otra concepción de la literatura de ficción, a una
nueva conciencia, a una función liberadora de la narrativa. En palabras
de Roa Bastos, «la eficacia de esta función se mide por su
valor de rebelión a las convenciones y tabúes, de iluminación de
una realidad deformada y degradada por el privilegio y su hipócrita
maniqueismo»'*. Sin duda, Josefina Plá contribuyó a ello, aunque
otra cosa pudiera creerse si nos fiamos de la modestia que se
desprende de sus palabras:
(Estos cuentos! son en efecto los documentos de un anhelo de expresi��n
que el silencio circundante, la imposibilidad de comunicación, no consiguieron
aplacar. El hecho de su publicación reivindica ese modesto papel
histórico; al permitirles hacer acto de presencia testimonial.''''.
" El arbolito-, en •Juventud (n" 69), A.sunción, 28 de febrero de 1926. -La .sombra del
maestro-, en -Juventud (n"70), A.sunción, 1.5 de marzo de 1926. -El rostro y el perro-, citado
con anterioridad. Vid. la nota 64.
• PKKKZ M.AKICKVU H, Francisco, "La narrativa paraguaya de 1940 a la (echa-, en <ip. eit..
pag. 1.3.
• Citado por PKKEZ MAKK KVKH, Francisco, ibidem.
• PL.A. Josefina, «Palabras de la autora-, en op. cit.. pág. 11.
34
ESTA EDICIÓN
La presente Antología de Josefina Plá ofrece una muestra amplia
de todos los libros de cuentos escritos por esta autora. Como
primer acercamiento a su narrativa sólo hemos recopilado aquellos
relatos que han visto la luz bajo la forma de libro, sean éstos primeras
ediciones o antologías. Es por ello que no hemos incluido
aquellos que tan sólo han aparecido en revistas, periódicos o semanarios.
Tampoco hemos insertado ni su relato-novela Alguien mue-fe
en San Onofre de Cuaremí, ni sus cuentos infantiles por considerar
que éstos deberán figurar en un volumen aparte.
La selección que aquí aparece recopila unos treinta cuentos de
un Corpus total de cincuenta y cinco títulos recogidos en libros.
Hemos considerado oportuno incluir los cuentos tal y como se publicaron
por primera vez, aunque, en honor a la verdad, una vez
contrastadas las diferentes ediciones —libros: antologías y obras
completas— no se observa ninguna variante de contenido en ellos,
sólo algunas pequeñas diferencias formales que no alteran en
nada el espíritu de los relatos.
La ordenación de los cuentos responde a un criterio estrictamente
cronológico, entendiendo por tal no la data de escritura de
los cuentos, sino la fecha en que éstos fueron recogidos en volúmenes
por la propia autora. De ahí que al recopilar su narrativa comprobemos
que sólo un libro de relatos pertenece a la década del sesenta,
mientras que el resto, incluido el relato-novela y los cuentos
infantiles, se da a conocer en la década del ochenta.
Algo similar ocurre con las antologías en las que figuran algunos
de sus relatos. Salvo las Crónicas del Paraguay, selección a
cargo de nuestra autora y en la que incluye dos de sus cuentos, que
corresponde a fines de la década del sesenta, y Los Narradores. Revista
del PEN Club del Paraguay, en la que figura otro de sus reíai
s
A.\'GELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
tos, de fines de la década del setenta, las restantes pertenecen o
bien a los años ochenta o bien a los noventa. En esta última década
también se da a conocer Josefina Plá. Cuentos completos (1996),
edición, introducción y bibliografía de Miguel Ángel Fernández.
No obstante, al revisar las fechas de escritura de los cuentos de
Josefina Plá observamos que éstos abarcan un período de casi sesenta
años, es decir, desde mediados de la década del veinte a mediados
de la década del ochenta, si atendemos a los primeros y últimos
cuentos de Josefina Plá que figuran en esta antología: «La
sombra del maestro» (1926) y «La muralla robada» (1984).
Es por ello que hemos estimado conveniente que figure en cada
cuento la fecha en que éstos fueron escritos', conscientes de que,
en muchos casos, el espíritu o motivo que originó la narración
—circunstancias anímico-socio-político-culturales— no se corresponde
con el momento en que vieron la luz.
Por la misma razón, al querer ser fieles al espíritu de Josefina
Plá en el momento en que escribe, hemos incluido las dedicatorias
tal y como aparecieron originariamente en la mayoría de sus cuentos.
Lo que, sin duda, no es más que la forma que tiene nuestra autora
de reconocer y elogiar a diversos amigos, todos ellos paraguayos,
la mayoría creadores.
Sabemos que ninguna antología agota en sí la posibilidad de
que sea conocida y difundida la obra de un escritor. Ésta tampoco
aspira a ello. Si algo pretende esta selección es la de dejar constancia
de la producción narrativa de Josefina Plá, que, por diversos
motivos y circunstancias, no tuvo la oportunidad de que fuera publicada
en el mismo momento en que se gestó, lo que además imposibilitó
que obtuviera el justo valor —alcance, significado e importancia—
que, por propia calidad literaria, se merecía.
Esta antología es también —^y sobre todo— un reconocimiento a
Josefina Plá a escasos meses de la muerte de nuestra autora. Sirva
como homenaje estos cuentos que alguna vez fueron soñados en
Paraguay y que ahora, por obra y magia del tiempo y del espacio,
devienen cuentos para soñar en cualquier lugar. Así sea.
' Sólo un cuento de los que se incluyen en esta antología, A Caacupé, aparece sin fechar
por no haber encontrado ningún documento en el que figure el ario de escritura de este texto.
Por tanto, hemos consignado el nombre de la revista y el año en que apareció publicado por
primera vez. Lo mismo sucede con los relatos "La sombra del maestro" y "El rostro y el perro".
36
BIBLIOGRAFÍA
OBRAS NARRATIVAS DE JOSEFINA PLA
(PRIMERAS EDICIONES)
La mano en la tierra (Cuentos), Ed. Alcor, Asunción, 1963.
El espejo y el canasto (Cuentos), Ediciones NAPA (n." 5), Asunción,
febrero de 1981.
La pierna de Severina (Cuentos), Ed. El Lector, Asunción, 1983.
Alguien muere en San Onofre de Cuaremí (Novela), Ed. Zenda, Asunción,
1984. Escrita en colaboración con Ángel Pérez Pardella.
Maravillas de unas villas (Cuentos infantiles). Edición de la Casa
de la Cultura, Asunción, 1988.
La muralla robada (Cuentos), Universidad Católica (Biblioteca de
Estudios Paraguayos, vol. 28), Asunción, 1989.
OBRAS COMPLETAS, ANTOLOGÍAS Y OTRAS EDICIONES
Crónicas del Paraguay (Antología), Jorge Álvarez Editor, Buenos
Aires, 1969. Selección de Josefina Plá y prólogo de Francisco
Pérez Maricevich. [Incluye dos cuentos de Josefina Plá].
Los narradores. Revista del PEN Club del Paraguay (Antología),
Ediciones Comuneros, Asunción, 1979. [Incluye un cuento de
Josefina Plá].
Leyendo cuentos en la plaza (Antología), Ed. El Lector, Asunción,
s/f. [Incluye dos cuentos infantiles de Josefina Plá).
Panorama del Cuento Paraguayo (Antología), Tiempo Editora,
Asunción, 1988. Edición de Francisco Pérez Maricevich. [Incluye
dos cuentos de Josefina Plá].
Josefina Plá. Canto y cuento (Antología), Arca Editorial, Montevideo,
1993. Introducción y selección de Ramón Bordoli Dolci. [Incluye
nueve cuentos de Josefina Plá].
37
ÁNGELES MATEO DEL PINO Josefina Plá. Antología
Las gorduras de Villaflacos (Cuento infantil), Excmo. Cabildo Insular
de Fuerteventura (Programa de Animación a la Lectura
[PAL]), 1995. Selección de Ángeles Mateo del Pino.
Los olvidos de Villaolvidos (Cuento infantil), Excmo. Cabildo Insular
de Fuerteventura (Programa de Animación a la Lectura
[PAL]), 1996. Selección de Ángeles Mateo del Pino.
Josefina Plá. Cuentos completos, Ed. El Lector, Asunción, 1996.
Edición, introducción y bibliografía de Miguel Ángel Fernández.
Los pensamientos de Villapienso (Cuento infantil), Excmo. Cabildo
Insular de Fuerteventura (Programa de Animación a la Lectura
[PAL]), 1997. Selección de Ángeles Mateo del Pino.
El gigante invisible (Cuento infantil), Excmo. Cabildo Insular de
Fuerteventura (Programa de Animación a la Lectura [PAL]),
1997. Selección de Ángeles Mateo del Pino.
Las maravillas de Ciudadlacustre (Cuento infantil), Excmo. Cabildo
Insular de Fuerteventura (Programa de Animación a la Lectura
[PAL]), 1997. Selección de Ángeles Mateo del Pino.
Cuatro burros y cuatro coles (Cuento infantil), Excmo. Cabildo Insular
de Fuerteventura (Programa de Animación a la Lectura
[PAL]), 1997. Selección de Ángeles Mateo del Pino.
El gato (Cuento infantil), Excmo. Cabildo Insular de Fuerteventura
(Programa de Animación a la Lectura [PAL]), 1999. Selección de
Ángeles Mateo del Pino.
La mariposa (Cuento infantil), Excmo. Cabildo Insular de Fuerte-ventura
(Programa de Animación a la Lectura [PAL]), 1999. Selección
de Ángeles Mateo del Pino.
La cucaracha (Cuento infantil), Excmo. Cabildo Insular de Fuerte-ventura
(Programa de Animación a la Lectura [PAL]), 1999. Selección
de Ángeles Mateo del Pino.
Revista de la literatura y Arte. Espejo de paciencia, n" 5, Servicio
de Publicaciones de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria,
2000. [Incluye dos cuentos de Josefina Plá].
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Ed. El Lector, Asunción, 1983, pág. 3.
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38
INTRODUCCIÓN
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40
IXTHOÜVCCIOS
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breves ensayos, Ediciones Mediterráneo/Ed. Don Bosco/Inter-continental
Editora, Asunción, 1988.
VALLEJOS, Roque, La Literatura Paraguaya como expresión de la
'realidad nacional, Ed. Don Bosco, Asunción, 1967.
VALLEJOS, Roque, Curso rural de Narrativa Paraguaya (Cuarenta
nombres significativos), Asunción, 1973.
41
CUENTOS PARA SOÑAR
LA MANO EN LA TIERRA
La mano en la tierra
a Carlos Zuhizarreta
La casa de adobes se levanta cerca del río. Fue de las primeras
en ofrecerse tal lujo y en ella hubo de trabajar no poco Don Blas,
que en aquellas tierras nuevas tuvo como todos que sacar fuerzas
de flaqueza, y hacer muchas cosas que hacer no pensaba con sus
manos hidalgas. Las gruesas paredes, el techo de paja, mantienen
un grato frescor aún en los más tórridos días. Úrsula, la vieja mujer
india, ha regado el piso de tierra, ha esparcido por el suelo rat
i t a s de paraíso. Afuera, el sol abrillanta las hojas cimeras de cocoteros
y bananeros. Cuando Blas vuelve la cabeza sobre la
almohada, puede aún distinguir, entre los desgarrones del seto, un
trozo de algo onduloso y amarillo que resbala a lo lejos: es el río,
que viene crecido. De cuando en cuando, la isla náufraga de un cacalote
pasa boyando. Con él navega el misterio de tierra adentro,
atado a veces con el nudo escamoso de una víbora.
¡Cuántas veces en aquellos cuarenta años ha pensado Blas de
Lemos seguir el camino que señalan unánimes los camalotes!...
Pero nunca se decidió a despegar los pies de esta tierra roja y cálida
que enceguece con resplandores y seduce con mansedumbres.
Tierra tan distinta de las secas y austeras donde él nació —¿cuánto
hace?... ¿Setenta, setenta y cinco años?... Ha perdido un poco la
cuenta, porque acá son otras las estrellas y rige otro calendario de
cosechas y desengaños. Aquella tierra, la suya, era tierra adusta,
avara de sonrisas, pero fecunda y cumplidora. Esta es pródiga y
blanda al parecer, pero pura indisciplina... Derribado en la cama,
le resbalan a Blas ojos adentro las montañas sequizas y descoloridas,
los páramos grises, y también los trigales interminables o los
viñedos negreando su carga borracha de azúcar. El recuerdo del mar
le abre enseguida en el pecho una ancha grieta azulverde y salada.
47
JOSEFINA FLA Cuentos para soñar
Nunca más lo volverá a ver: de ello está ahora seguro. Nunca más.
Hace más de cuarenta años que pisó estas riberas, hace dos que está
allí clavado en la yacija, paralela al río, y con cada camalote que
pasa boyando manda una saudade al mar lejano. Al mar de su sed,
que no sabe ya si es el mar azulsueño mediterráneo o el mar verde-furia,
loco de soledad, que sorteó en su remoto viaje de venida. Qué
lejos está todo eso. Qué engreimiento el suyo, y cómo Dios usa a los
hombres cuando ellos creen estar usando su albedrío...
Desde ayer se siente peor. Por eso hizo avisar con Úrsula al
franciscano Fray Pérez.
A los pies de la cama, Úrsula acuclillada masca su tabaco. Sus
movimientos son mínimos y precisos. Hace menos ruido que la
brisa en el pasto, afuera. El typoi abierto a los costados deja ver
por momento los pechos de cobre, voluminosos y alargados como
ciertos frutos nativos. ¿Cuántos años tiene Úrsula?... ¿Cincuenta?...
Quizá menos. Doce tenía apenas cuando, mitad rijoso, mitad
risueño, la recibió de entre el rebaño nubil ofrecido por un
empenachado cacique como prenda de alianza y de unión. Está
vieja Úrsula, con una vejez que no se cuenta por sus propios años
sino por los de él, Don Blas, pero su pelo es ala de iribú. En cambio
él, Blas, tiene las sienes ralas, y sobre la cabeza pequeña y
hazañosa los cabellos aplastan su lana blanquecina. Hace muchos
años, muchos, los acariciaba Doña Isabel, la joven esposa,
casi una niña:
—Son oro puro, mi señor.
(También Úrsula le llama che caraí).
Se mueve por la pieza, tácita y lenta, cabello de iribú. En su rostro
de madera agrietada, aceitada, Blas identifica con sutil tristeza
las heces del dilatado exprimirse viril sobre el cauce impertérrito
de aquella sangre oscura. Su otra mujer india, María, era más joven.
Murió al dar a luz a Cecilia, su única hija, la hija de su vejez.
Úrsula en cambio le había dado seis varones. Seis mancebos pujantes.
¿Mancebos? Hombres ya, alguno encaneciendo, desparramados
por villas y fuertes de frontera, hasta el último, Diego, el
más tierno. Él, Blas, no había podido entenderse nunca del todo
con ellos. Siempre se habían entendido mejor con la madre. Aun
sin hablarle, con sólo dejarse servir por ella. Con ella conversaban
a las veces en su lengua, de la cual él, Blas de Lemos, no pudo
nunca ahondar del todo los secretos. Apenas erguidos sobre sus
48
LA MANO EN LA TIERRA
piernas, recién llegados a la vida en la tierra aquella, ellos sabían
de ella infinitas cosas que para él, Blas de Lemos, serían siempre
un arcano. Siempre sintió junto a ellos, aún al tenerlos en sus rodillas,
que era el de esos seres por cuyas venas su sangre navegaba
irremediable, un mundo aparte en el cual él, Blas de Lemos, era el
llamado a aportar la simiente, desgastándose y empequeñeciéndose
en la diaria ofrenda, mientras la mujer la recogía silenciosa creciendo
con ella, para amamantar luego con sus senos oscuros y largos
a hijos que seguían siendo un poco color de la tierra, siempre
un poco extraños, siempre con un silencio reticente en el labio túmido
y un fulgor de conocimiento exclusivo en los ojos oscuros; que
cuando decían «oré»... trazaban en torno de ellos mismos un círculo
en el cual nadie, ni aún él, el padre, el genitor, tenía cabida; un
ámbito hecho de selva y de misteriosos llamados girando en la luz
taciturna de un planeta de cobre, un mundo con el cual él nunca
había acabado de sentirse en lucha. Recordó a Diego, su ultimogé-nito
varón. El único que había sacado los ojos azules. Blas lo amaba
entre todos por eso, sin decírselo; aquel color parecía aclarar un
poco el camino entre sus almas... Diego, lejos como todos...
—¿Avisaste al Padre Pérez, Úrsula?...
—Avisé, che caraí.
Una voz, cerca, oxea un bicho. La voz cantarína de Cecilia. Cecilia
con su tez clara, sus trenzas negras, sus ojos que si no fueran
un poco altos parecerían andaluces. Blas piensa en ella con ternura.
Está prometida. La desposará el joven Velazco, el hijo más joven
de Pedro Velazco, su viejo amigo hace poco difunto. Hela ahí
en la puerta, como empujada por la luz pródiga: Cecilia con sus ty-pois
limpios, su flor en la trenza, sus diligentes pies descalzos.
—¿Cómo os sentís, señor padre?...
El castellano en sus labios tiene un acento deslizado y suave,
algo así como de otra provincia desconocida de Castilla. La muchacha
se acuclilla a la cabecera del padre, y sigue su trabajo en el
bastidor, donde poco a poco aparece un diseño semejante a una
rueda de delicados rayos. La aguja viene y va. De cuando en cuando
una mano pequeña y morena se posa en la frente de Blas. Las
sombras se van recogiendo hacia el pie del seto. El amarillo del río
se disuelve en el diluvio solar. De pronto una sombra alta obstruye
el vano de la puerta. Cecilia se levanta presurosa a su encuentro,
besa la mano del enjuto y hosco fraile. Luego se retira hacia los
49
JOSEFINA PLA Cuentos para soñar
fondos de la casa, junto con Úrsula. Solo Dios puede ser tercero en
esta entrevista entre Blas de Lemos y el confesor.
Hace rato se fue el franciscano, dejando tras sí la promesa de
volver con los Óleos, y un penoso surco de luz en la conciencia de
Blas de Lemos. Al interrogatorio escueto del Padre Pérez, sombras
hace tiempo aquietadas se han puesto de pie en su memoria, se
mueven sonámbulas a una luz sesgada, dura. Esa luz nueva pule,
con claroscuro de antiguo relieve, la imagen de Doña Isabel, la joven
esposa, casi una niña, abandonada en la casona castellana.
Prometióse muchas veces hacerla venir; nunca lo cumplió. Estaba
encinta cuando la dejó. Muy después supo que había dado a luz un
varón; que lo había llamado Blas, como el esposo olvidadizo. El joven
Blas —pero no; no sería ya un joven: un hombre ya con la barba
rubia quizá y los ojos azules— murió en aquella batalla...
¿Cómo se llamaba?... ah, sí. Lepante, donde dice que tanta honra
alcanzaron las armas españolas... Trata en vano de imaginarse al
hijo que nunca vio... ¿Y ella, Isabel? Hace años que nadie le dice ya
nada de ella. Quizá ha muerto ya. Quizá aún vive retirada en su
casona, o en un convento, como t a n t a s otras esposas y novias
abandonadas. Quiere imaginarse a Isabel como ha de estar, si
vive: vieja, achacosa: no puede. La ve obstinadamente niña, rubia
y grácil como una espiga. Cuarenta y cinco años... Quién pensara
que el tiempo podía pasar tan de prisa. Quién pensara que aquellas
cosas pudieran quedar así tan lejos en las distancias del alma.
Al fin y al cabo no había sido un sueño triste; pero le gustaría poder
despertar...
—¿Habéisme dispuesto el coleto de piel hoy. Doña Isabel?... He
de ir de caza.
—Dispuse, mi señor Y el tahalí nuevo, ensebado ha sido por
Gonzalvico.
Qué lejos todo eso. Y qué de prisa pasó para él tan largo camino;
combatiendo de día, vigilando de noche, arcabuz al brazo, cuando
no sembrando semilla blanca en aquella corriente oscura que la recibe
impasible, aclarándose apenas, pero no en la mirada.
—Acá no va a venir mucha gente por ahora. Tierra pobre, Blas.
—Sí, Pedro. Vamos a estar muy solos.
—Tendremos que hacer nosotros la gente. A fuera de ijada...
(Risas).
50
LA MANO EN LA TIERRA
Años primeros agitados, llenos de peripecias. Años ricos de peligro
y pobres de provecho. Hubo de acompañar a Ayolas al Chaco.
En su lugar fue su amigo de infancia, Jerónimo Ortiz, el del perpetuo
buen humor, el de la guitarra siempre presta. No volvió. Él,
Blas, pudo haber sido encomendero: prefirió ser de los de arma al
brazo. Arriba con Irala, abajo con Cabeza de Vaca, de picada en picada
y de fundación en fundación. Y cuando quedó inútil del brazo
izquierdo, pasó a manejar la pluma. Había escrito mucho. Memoriales
y mensajes, pliegos que iban y venían por caminos duendes,
hoy abiertos, mañana comidos por la selva; o que dormían meses
un sueño de viento y sal en la cámara de algún bergantín perdido
entre cielo y mar rumbo a la patria... Y había escrito también sus
memorias. Escribió lo que hizo, y también un poco lo que no pudo
hacer en aquellas tierras mansas y tenaces. Bajo la almohada
guardaba el mazo de papeles. Parte de la conversación con Fray
Pérez, sobre ellos había sido.
—Aún no decidí. Padre, qué hacer con ellos. Será cuando vengáis
a darme la Santa Unción. Si mi mano derecha señala la almohada...
tomadlos. Padre, tomadlos y quemadlos, porque será que
así lo he resuelto para mejor descanso de mi alma...
—Se hará como decís, hijo mío.
Allí bajo su almohada están y aún no sabe qué hará con ellos.
«Centón de aventuras y crisol de desengaños de un hidalgo en tierras
de Indias» los intituló un poco presuntuosamente. Hace rato
no los relee, pero puede recordar párrafos enteros.
—... Son tierras de un rico verdor; tan verde, que creerías guardaron
para sí todo el verdor que les falta a tus tierras castellanas. Y
hay flores y bestias extrañas, tal cual las debió ver nuestro padre
Adán al despertar crecido y sin remordimiento en aquella mañana
primera. Pero los crepúsculos rápidos y excesivamente coloreados no
conocen el ritmo lento y señorial de los cielos nuestros y sus árboles
enloquecidos como si se hubiesen hecho yelmo de un pedazo de aurora,
sólo son eso: flor: no portan fruto que te alimente y satisfaga...
- . . . Y las abrazas, y no se te niegan nunca, ni conocen remilgo
de dama consentida; pero de sus brazos sales como hidrópico que
ha bebido vaso tras vaso sin conseguir calmar su sed. Y tu oído se
secará sin las palabras soñadas, y tu lengua querrá en vano entregar
su dulzura, pues no habrá vaso para ella...
(Isabel, Isabel!!...)
51
JOSEFINA PLÁ r„or,+^o «
v^uentos para sonar
—...Y llevan en sus brazos a tus hijos hasta quebrarse la espalda,
y los amamantan hasta derrumbar toda gallardía. Y los podrías
matar y nada dirían, pero tú sientes que esos hijos que podrías inmolar
como Abraham al suyo, no son tuyos, porque al mirarlos hay
en sus ojos un pasadizo secreto por el cual se te escabullen, y van
al encuentro de sus madres en rincones sólo de ellos conocidos, y
nunca puedes alcanzarlos allí...
—...Y les mandas y te obedecen, los ojos bajos; en vano querrás
hallarlos en rebeldía; pero sus labios se aprietan sobre razones que
nunca podrás hacer tuyas y sus pies hilan caminos que tú nunca
podrás levantar. Y su obediencia te deja defraudado de amor, y su
silencio está poblado de cantos extraños...
—... Y tú les enseñaste a tocar tu guitarra clara, tan distinta de
sus raros instrumentos de ahogado gemir, y ellos aprendieron
pronto; pero cuando empezaron a tocar solos, su música no era ya
la que tú conocías, y era como cuando en los sueños alguien ha
cambiado tu rostro y tu espejo no te reconoce...
—Y escuchan atentamente a los hombres de Dios que traen Su
Palabra, y reciben contentadamente el bautismo; pero adivinas
que cuando le hayan acogido para siempre, ya no será el mismo,
porque ellos habrán descubierto que El puede tener también su
rostro, y se lo cambiarán...
Herejías también. ¿Qué puede escribir un hombre blanco perdido
dos veces en la entraña oscura de esta tierra para no perderse a
sí mismo?... Herejías. Un hombre tiene hijos para recuperarse en
ellos; Blas de Lemos no ha conseguido reencontrarse en la muchedumbre
de sus hijos. Sólo los ojos de Diego se le encienden a trechos
en la memoria como lámparas que quisieran alumbrarle algo.
Bajo la almohada, el mazo de papeles cruje levemente cuando Blas
de Lemos mueve, cada vez con más pena, la cabeza...
El sol ha doblado el techo de la casa, golpea la pared contra la
cual se apoya el catre. Una umbría cálida sube del lado del río. A
intervalos se oye ahora un grito marinero. Blas pregunta o cree
preguntar:
—¿Qué voces son esas?... ¿Llegan naves de España?...
—Son navios, señor padre, que se arman para ir a poblar Buenos
Aires. Los manda el propio Don Juan de Garay.
Buenos Aires. El estuvo allí. Probó hambre y espanto. No le
inquieta ya ahora. Sus ojos cansados se abren para apenas dis-
52
LA MANO EN LA TIERRA
tinguir en la penumbra del atardecer los rostros que se inclinan
hacia él, cargados de sueños que empiezan a serle también tan
lejanos como aquellos recuerdos: Úrsula, Cecilia, el joven Velaz-co.
El prometido de Cecilia. Es un mancebo de buen ver, cutis
aclarado, pelo terso de reflejos leonados, los ojos negros y densos
tras los pómulos anchos. No tiene barba a pesar de sus veinticinco
años. Estos mancebos de la tierra tienden a lampiño... Los jóvenes
están arrodillados a la cabecera, y Blas los bendice. En su
alma donde la soledad crece, se filtra como leve vedija de humo
un raro temor: ¿hacia dónde va esta descendencia cuya unión ha
bendecido hace un instante, con su misterio y su secreta sabiduría
siempre vedada por él?... El mazo de papeles cruje una vez
más bajo la almohada...
•••¿El río amarillo se ha tornado de sangre?... Blas flota en un
mundo por mitad de sombra y de relámpagos. Alguien solemne y
lento se inclina sobre él. Es el franciscano Fray Pérez acompañado
de un acólito. Trae los Santos Óleos. Ha llegado la hora para Blas
de Lemos, que si ha vivido como pecador morirá como cristiano. La
ceremonia se desarrolla entre murmurios de latines y algún sollozo
ahogado: Cecilia. Por fin termina. Úrsula reacomoda las ropas
de la cama sobre el cuerpo, ya consagrado para la tierra, de Blas
de Lemos, y se aparta nuevamente a su sitio a los pies de la yacija.
Blas regresa despacio hacia su luz náufraga. A intervalos se le ilumina
todo con una claridad de cobre: a intervalos todo es una tinie-bla
en la cual alguien invisible le lleva suavemente en andas por
caminos desconocidos hacia algo desconocido también, pero que
para él se llama paz. Voces sordas zumban de cuando en cuando en
esa sombra apacible. El empañado cristal se despeja una vez más.
Alguien está arrodillado a su cabecera.
—Vuestra bendición, señor padre.
Es Diego, su hijo menor. Todos sus hijos estaban lejos, pero Diego
ha venido.
Úrsula a los pies de la cama se frota maquinalmente las manos
en la pollera, y balbucea su sorpresa. Estaba muy lejos Diego...
ahora, hele aquí.
—Me voy a Buenos Aires con Juan de Garay. Vuestra bendición,
señor padre.
- La mano de Blas se alza a duras penas, como un pájaro viejo; se
53
JOSEFINA PLA Cuentos para soñar
posa incierta sobre la frente del joven Diego. Lo mira; ve los oíos
azules, que parecen un poco extraviados en el color terrígena del
rostro. Y como en las aguas de los arroyos de su niñez, Blas de Le-mos
ve en ellos hasta el fondo. En aquel rostro moreno, un poco
tosco pero noble, en aquellos ojos azules, Blas de Lemos recupera
por un instante, en un relámpago, toda su juventud desaparecida.
Allí en esos ojos está la sangre soñadora y loca. La sangre destinada
a verterse sin sosiego y sin tregua por los cuatro puntos cardinales.
—Dios te bendiga y lleve de su mano. Que tu sangre prospere y
tu progenie sea numerosa...
Tal vez quiso decir también: dichosa. Pero no sabe por qué no
pudo decirlo.
Sin embargo, se siente feliz, con una felicidad casi dolorosa, que
es casi como revivir. Aquellos ojos azules parecen multiplicarse
hasta el infinito, pueblan con su destello esperanza un ámbito sin
lindes.
La mano de Blas de Lemos, infinitamente fatigada, sube hacia
la cabecera.
Se creería quiere alcanzar la sien. Pero el franciscano, inmóvil
en su rincón, ha comprendido. Se acerca a la yacija, mete la mano
bajo la almohada. El mazo de papeles pasa a su manga. Una mirada
aún al lecho donde juega la luz rojiza del velón; a Úrsula con los
brazos caídos a lo largo del cuerpo, inmóvil a Cecilia que se enjuga
los ojos con un extremo de su manto blanco. Sale, Blas nada ha
visto ni sentido. Ha regresado a su mundo de alternadas luces y
sombras, cada vez más de éstas, menos de aquéllas.
Al amanecer, algo como una nube o un ala enorme encortina por
unos instantes el cielo aún indeciso frente a la puerta. Úrsula y
Cecilia han corrido a la ribera. Si Blas estuviese despierto sabría
que son los navios que zarpan llevando a los colonos de Santa María
del Buen Ayre. Pero Blas de Lemos yace definitivamente inmóvil.
Su mano derecha tendida hacia el suelo, crispada, parece querer
prender la tierra.
1952
54
La niñera mágica
a Olga Blinder
Cuando hizo su aparición por vez primera en casa del doctor,
"Mingúela» contaría poco más de catorce años. Era morena, el cabello
como alambre herrumbrado, los ojos estrechos, sumisa y túmida
la boca. Carapé, en ella las tres medidas, pecho, cintura y cadera,
eran exactamente iguales. Era Mingúela como un rollizo que
se moviera vertical sobre un par de piernas muy anchas y cortas.
Vestía algo hecho de una bolsa de lienzo que aún lucía sobre los pechos
anchos y pegados al tórax las letras negras de su origen:
«Azucarera Tebicuary».
No, no era una belleza, Mingúela. Y sin embargo, de su persona
tosca, como inacabada, emanaba atractivo indefinible, una simpatía
que se infiltraba sutil. Ese atractivo—tardaba uno en descubrirlo—
irradiaba de su sonrisa: sonrisa humilde, casi triste, casi
alegre, que descubría unos dientes grandes pero no desagradables.
Una sonrisa que andando el tiempo alguien se animó a llamar seráfica.
Ella iluminaba perennemente la cara de pómulos toscos,
que al levantarse escondían los ojos tras sus peñascos oscuros.
La señora del doctor no recordaba haberla visto nunca seria. Y
esa sonrisa era toda su elocuencia. Nunca, en todos los años que la
tuvo cerca, la vio la señora ni una vez impaciente. Los niños daban
vueltas alrededor de ella, tironeándola el vestido, trepando a sus
gruesas rodillas; se le subían a la espalda, y Mingúela sonreía. Y
cosa notable, las criaturas tan gritonas e insoportables antes de la
llegada de Mingúela, a partir de entonces apenas si se dejaban oír.
La sonrisa de Mingúela era algo así como un filtro serenador, que
se diluía en sus juegos y travesuras apaciguando querellas y amortiguando
discordias, sin por eso restar un ápice a la alegría. Sus
modales eran toscos como su persona, pero jamás un bebé lloró al
55
JOSEFINA PLÁ Cuentos para soñar
manejarlo ella, ni en sus manos se rompió vaso o mamadera. Esos
dedos en apariencia torpes componían ingeniosamente los juguetes
rotos. Las criaturas nunca habían comido tanto ni con menos dengues.
Hasta el pequeño Silvio, siempre delicaducho, la pesadilla de
los padres, pareció encontrar en el cuidado de Mingela nueva vida
y se puso más animado y de mejor color.
Y no es que Mingúela emplease el mimo o la zalamería. ¿Cómo
iba a emplearlos, si apenas hablaba?... Su sonrisa resolvía todas
las cuestiones y llenaba todos los vacíos. Muchas veces la señora
del doctor después de haber pasado una hora explicándole algo,
quedaba con la impresión de haber conversado con ella sólo un instante,
y se hacía un lío tratando de recordar qué era lo que le había
respondido Mingúela. Pero Mingúela no había hecho otra cosa
que sonreír. Otras veces, tras haber visto a sus hijos rodear inmóviles,
boquiabiertos y ojibrillantes, como hechizados, a la muchacha
sonriente, llamaba a uno de ellos y le preguntaba:
—¿Qué les estaba contando Mingúela?...
El niño miraba a su madre con ojos sorprendidos:
—Si no nos contaba nada!...
Las amistades de la señora, tras oírle un tiempo ponderar las excelencias
de Mingúela, dieron en llamar a ésta «la niñera mágica».
Aunque Mingúela salía bastante a la calle con los chicos y también
sin ellos, a encargos; y aunque más de un desocupado le decía
cosas al pasar, tardó más de dos años en tener cortejo.
Era un tipo pocos años mayor, de rostro delgado y huidizo: cóncavas
mejillas, ojos alebrados y cabello en puñal sobre la frente; un
tipo que caminaba como retorciéndose, y al cual tampoco se le oía
la voz. Llegaba al oscurecer, y recostado en el poste de alumbrado
más próximo a la puerta, esperaba paciente, hasta que Mingúela
acostadas las criaturas, salía. Pegados a la valla hablaban horas!
¿Hablaban?... Se les veía juntos, pegados al muro o sentados en
el filo de la vereda, y esto es cuanto se podía asegurar. Porque versación
articulada, nadie pudo oírla jamás. Pero algún tiempo después
la señora notó en Mingúela ciertos cambios. Se puso más gorda,
aunque siempre guardando la misma proporción en las
medidas. Su paso se hizo aún más tácito y blando. Su sonrisa, casi
alegre, casi triste, permanecía, pero los ojos ahora miraban de
cuando en cuanto a lo lejos con una nueva lucecita.
56
LA MANO EN LA TIERRA
Sin embargo, fue una sorpresa para todos cuanto Mingúela
desapareció.
El viaje hasta Itauguá era por entonces un verdadero triunfo,
por aquellos caminos de profundas rodadas en las que los vehículos
quedaban enviscados hasta que una providencial jointa de bueyes
venía a sacarlos del lodazal; pero la señora del doctor hasta
Itauguá se fue, y se llegó hasta el rancho de la hermana de Mingúela,
de cuyas manos la había recibido.
El rancho pululaba de criaturas que parecían todas iguales.
Bajo la espesa sombra de unos mangos, en un catre cuyas patas
traseras, como las de una hiena, se derrengaban, descansaba el
autor presunto de tanta chiquillería. La hermana, una mujeruca
flaca y malhumorada, dio la noticia.
—La Mingúela va tener hijo.
Y siguió rezongando, porque la Mingúela ahora quién sabe en
cuántos meses iba a poder trabajar otra vez, y si la señora se la llevaba,
ni siquiera la iba a ayudar con tanta criatura. Pero la señora
del doctor no le llevó el apunte. Se trajo a Mingúela a Asunción, el
doctor la recomendó en el hospital y allí tuvo Mingúela una nena
morenucha, que a las pocas semanas dejaba ya ver los pómulos
gruesos y la tosca arquitectura de la madre.
Mingúela se volvió a su valle llevándose unos billetes en el seno
y un atado de ropa que la señora le dio para vestirse ella y su criatura,
porque Mingúela había estado enviando a su hermana su
sueldo cada mes, y estaba desnuda.
Cuando la señora del doctor fue de nuevo a Itauguá, cerca de un
año después —costaba decidirse a hacer el viaje— esperaba hallar
ya caminando a la nena. Llevaba para ella un osito que había sido
de Silvio. Pudo ver cómo los chicos de la hermana lucían, bien que
irreconocibles, las ropas que ella había dado a Mingúela, mientras
ésta había vuelto a endosar el vestido de bolsa con las comprometedoras
letras rotulándole el seno.
—¿Tu criatura. Mingúela?...
Había muerto hacía una semana.
—Má chiquita mi se hacía cada día, y hasta que murió.
Sonreía siempre, mirando lejos.
La señora se llevó a Mingúela con ella nuevamente a Asunción.
Volvió Mingúela a cuidar de los niños, y a instaurarse en la casa
aquel ambiente de plenitud feliz. Los niños habían crecido un poco,
57
JOSEFINA PLA Cuentos para soñar
naturalmente, pero ahora había en cambio en la cuna otra criatura,
un varoncito, que, como Silvio, era delicado y difícil de criar.
Las manos de Mingúela, toscas y de torpes modales, tenían sin
embargo el don de acallar y adormecer a la criatura, que empezó a
dormir mejor y ganar peso.
Hasta que un mal día vino cayendo de repente otra vez por el
barrio el tipo aquel de las mejillas secas y el cabello plantado en
puñal sobre la frente; deslucido y descalzo.
La señora del doctor creyó oportuno aleccionar a Mingúela sobre
los peligros e inconvenientes de hacer demasiado caso a los
hombres. Mingúela la escuchaba con su perenne sonrisa ahora
más triste que alegre, sin decir nada. Pero la señora salió del unilateral
palique con la impresión de haber escuchado de labios de
Mingúela una porción de cosas melancólicas y a la vez llenas de
razón. Vagamente desasosegada, cuando al llegar la noche, ya en
cama las criaturas, vio a Mingúela escurrirse hacia el portón como
antes, no abrió la boca.
Y todo se repitió con matemática exactitud.
De nuevo se ensanchó Mingúela por todos sus diámetros, mientras
su mirada se perdía a lo lejos en una misteriosa dulzura: de
nuevo su paso se ablandó hasta hacerse como de algodón, y de
nuevo un día desapareció sin previo aviso, dejando en las criaturas
un vacío irritable y una quejicosa inquietud.
Esta vez, sin embargo, la señora no fue a buscarla a Itauguá.
Fue una época pródiga en preocupaciones para la familia, y hubo
que olvidarse un poco de Mingúela, aunque varias veces se pensó
en ir a verla. No había pasado más de un año, sin embargo, cuando
Mingúela apareció por su cuenta en casa del doctor.
—Vengo ver si todavía pa me querés para tu niñera, la señora.
—Pero, desde luego. Mingúela. Ahora hay otra criatura. Una
nena esta vuelta, ¿sabes?... ¿Tu criatura?
—Se murió, la señora. Hace un mes.
Por vez tercera descendió sobre la gente menuda la sosegada
alegría. Mingúela salía poco a la calle, ahora. Cuando las criaturas
no se le estaban subiendo a las rodillas o a la espalda, permanecía
sentada o en cuclillas, con su sonrisa aún más humilde, como de
vaga súplica, los ojos fijos en la lejanía. Las otras muchachas —había
ahora dos más en la casa— la tenían en menos y la dejaban de
lado cuanto podían, especialmente a las horas de comer. La señora
58
LA MANO EN LA TIERRA
se enojó mucho cuando lo supo por los niños, y dispuso que Mingúela
comiese en adelante con ellos. Era muy limpia a pesar de su
falta total de coquetería.
Por entonces empezó a verse por el barrio a Ña Conché.
Ña Conché era una anciana huesuda, erguida, de atabacado cutis
y de greñas sueltas y blancas, a la cual nadie conocía. Alguien
dijo que vivía del lado de Trinidad. Había sido casada y tenido seis
hijos varones. El marido había muerto dejándola joven: ella había
criado sin ajoida a sus seis hijos. De los seis, cuatro habían muerto
en Campo Vía, en una misma semana. El quinto, que había vuelto
de la guerra sano, murió tontamente unos meses después en un
accidente de tráfico. Y el sexto, que regresó del frente herido, había
estado hospitalizado durante más de un año, hasta morir también,
poco tiempo hacía. Ña Conché, que ya en los últimos meses, y
mientras atendía a su hijo en el hospital estaba un poco trastornada,
acabó de perder el juicio. Pero seguía manejándose sola. Durante
días se mostraba apacible y tranquila, hablando justo lo preciso
para ofrecer sus yuyos y alguna otra cosa, poca cosa siempre.
—¿Batatilla, la señora?
—No, Ña Conché. Yo nunca tomo yuyos.
—¿Mamón?...
—Tengo muchos en mi patio. Ña Conché.
—¿Jha coco?
—No hay criaturas en casa. Ña Conché.
Al día siguiente, apacible y desmemoriada. Ña Conché volvía a
ofrecer en el mismo portón los mismos artículos, que la dueña de
casa rechazaba paciente. Su porte, digno aún dentro de su aspecto
extraviado, y su desgracia le aseguraban el respeto. No es sonsera
perder seis hijos y quedarse sola, ya vieja.
A veces, sin embargo, en mitad de un trato, Ña Conché dejaba
caer en el canasto los yuyos liados con esmero en ataditos, o los
mamones escuálidos, y sentándose en el escalón, se agarraba la
cabeza con ambas manos, lamentándose en un lloriqueo flébil,
casi aéreo:
- —Che memby, ah, che memby cuera!...
La gente respetaba esos accesos y reprendía a los chicos que la
rodeaban remedándola. De pronto, pasado al parecer su ataque,
Na Conché se levantaba, tomaba el canasto, y sin terminar el trato
59
JOSEFINA PLÁ Cuentos para soñar
comenzado ni decir adiós a nadie, se alejaba estantigua y descalza
bajo el sol rajante.
Mingúela trabó amistad con Ña Conché. Acudía al portón a su
llamado —a veces antes de que llamase— se sentaba o se acuclillaba
a su lado en el escalón, y de vez en cuando encontraba unos pesos
para comprarle algún mamón o unos cocos que luego obsequiaba
a las criaturas. Y Ña Conché que con nadie hablaba, conversaba
con Mingúela, es decir, con la sonrisa de Mingúela.
Pero en la vida de esta niñera mágica todas las cosas y sucesos
parecían destinados a repetirse, y así fue como un atardecer reapareció
en la calle el tipo de las mejillas secas, cada vez más flaco y
desastrado.
La señora del doctor se puso furiosa.
—¿No hay una ley que meta en la cárcel a estos atorrantes?
El doctor se encogía de hombros.
—Si una mujer no quiere...
Mingúela desapareció de nuevo. Esta vez la señora la buscó inútilmente
en Itauguá. Tal vez supiera algo la vieja Ña Conché: pero
ésta había desaparecido del barrio también por la misma época
más o menos.
Pasaron dos años largos.
Un día que la señora del doctor salía de compra, se topó, lejos
de casa, con Mingúela, rotosa y flaca, en cuyo rostro demacrado la
sonrisa seguía luciendo, aunque ahora parecía no estar en su boca,
sino flotar sobre ella.
—¡Mingúela! ¿Qué se hizo de vos, mi hija? ¿Dónde estuviste
todo este tiempo?
Mingúela había tenido su hijo en casa de Ña Conché, un rancho
arruinado en el camino a Trinidad. Ceisi murió al dar a luz, su hiji-to
apenas había vivido unas horas.
—^Y los doctores me sacaron todo, la señora. No podré tener má
hijo.
Al decirlo, sonreía, mirando lejos.
—¿No querés venir otra vez conmigo. Mingúela?
—He de venir, la señora.
Pero como pasaron días y semanas y no apareciera, la señora, a
quien este encuentro había impresionado mucho, se empeñó en
60
LA MANO EN LA TIERRA
buscarla. Con los pocos datos que tenía, y preguntando a todo el
mundo, llegó por fin al rancho de Ña Conché en Trinidad. El rancho
era mucho peor de lo que pudo pensar. Peligrosamente ladeado
sobre horcones medio podridos, con enormes lamparones de cielo
abierto en el techo. Sin puerta. Era un lindo día de otoño. Bajo la
enramada de jazmín de lluvia, en una derrengada yacija que sólo
conservaba las dos patas de la cabecera. Ña Conché, más negativo
de sí misma que nunca, aún más espectralmente blanquigreñuda,
yacía boca arriba, los ojos cerrados. Apenas se movía. Por momentos
sin embargo, un espasmo sacudía sus facciones color de tabaco,
y su boca se abría en un largo, flébil grito:
—^Ah, che memby cuera!...
El doctor y su señora miraban compasivos.
—¿Siempre está así, Mingúela?...
Mingúela arrodillada al pie del catre, daba de comer a la anciana.
Una y otra vez recogía con la cuchara la sopa de leche que resbalaba
por sus comisuras cayéndole sobre el cuello: trataba de forzar
una cucharada entre los labios violáceos y arrugados. Una y
otra vez, con infinita paciencia.
—^Así está siempre, la señora.
El doctor y la señora se miraron. Y despacio, sin hacer ruido,
regresaron al coche. La señora lloraba. Cuando el doctor ponía en
marcha el auto —un auto nuevo: lo habían estrenado para este
—viaje— aún llegó a ellos por encima del seto de amapola la voz
flébil, aguda, del espectro postrado:
—^Ah, che memby, ah, che memby cuera!!
1954
61
A Caacupé
a Gabriel Casaccia
De lejos, cuando coronaba la arribada, junto a la cruz, le llegó el
llanto de Aparicio. Era el único varoncito, y llorón, porque era el
más pequeño, y mimado. Siempre lloraba cuando se levantaba de
la siesta. Manuela quiso avivar el paso sobre la gruesa arena sequiza,
que le punzaba las plantas de los pies, reblandecidos por la
humedad. Había estado toda la siesta lavando en el arroyo; estaba
aspeada; pero en el rancho la esperaban tres criaturas, y aún quedaba
mucho que hacer antes de la noche. Si al menos no hubiese
estado gruesa... Sintió amarga la saliva. Está visto que las pobres
no pueden descuidarse; enseguida se les nota. Ya cuando nació
Aparicio habíase prometido que nunca más le sucedería: se dedicaría
a sus chicos y nada más. Total, ningún hombre le había sido de
provecho; todo lo que le habían sabido traer era una barriga grande...
—Los hombres, para eso solamente sirven—decía muy
gravemente Ña Estanislada, la carnicera, que algo sabía de ello;
como que se había casado dos veces y tenía quince hijos, de ellos
tres de un tercer marido no legalizado.
—Sí, para eso solamente, pero tarde má nos damo cuenta suspiraba
Manuela.
Dios y la Virgen de Caacupé sabían que ella habría querido ser
casada, tener un marido de verdad, una casa donde los chicos dijesen
a un hombre «papá»; pero las cosas no suceden siempre como
uno quiere.
—Si una no quiere, no suceden—decía, muy convencida, su hermana
Ercilia.
Pero hablar es fácil. Está la suerte. Unas mujeres tienen suerte
y otras no. Por ejemplo: ¿por qué no tendría ella que haberse casa-
63
JOSEFINA PLÁ Cuentos para soñar
do?...Si era porque «se dejó llevar», otras se casan con quienes las
llevan, como a ella la llevaron, jovencita, casi una niña. O por lo
menos viven con ellas mucho tiempo, reconocen a los hijos, y a lo
mejor también se casan más tarde, cuando viene al pueblo alguna
misión, o simplemente porque así se arreglan las cosas. Su amiga
Ascensión, a quien un arribeño «había llevado» casi al mismo tiempo
que a ella Norberto, estaba ya casada, gorda, dueña de un boli-cho
a la orilla del camino de Barrero. Pero a ella Norberto habíala
abandonado cuando aún no había dado a luz a las gemelas. Después
de este desengaño había tardado mucho en escuchar de nuevo
las macanas de un hombre. Pero una es mujer, ¿no?... y vivir
sola es triste, sobre todo en primavera, cuando el aire al atardecer
es tibio y la tierra huele bien, y las estrellas son tan espesas como
agosto poty. Llega el momento y se hace lo que un minuto antes ni
se pensaba hacer...
Y es así como se fue con Simón.
Al irse con él pensaba: esta vez voy a ser más viva, no soy más
la chiquilina inocente que se lo cree todo: voy a procurar, Simón no
se me ha de escapar. Pero Simón se había mandado a mudar cuando
ella estaba recién encinta de tres meses. Fue entonces cuando
hizo—o quiso hacer—a la Virgen promesa de no reincidir. Cuando
apareció Pablo, tardó bastante tiempo en decidirse —casi dos años—
pero al cabo se decidió. Y se decidió justamente la noche que siguió
a la siesta en que había asegurado muy sincera a Ña Estanislada,
que la aconsejaba, que por nada del mundo haría caso a ningún
hombre ya. No es que ella hubiese querido engañar a Ña Estanislada.
Es que...
Cuando se fue con Pablo, sin embargo, llevaba ya en el alma la
desconfianza. No fue feliz. Vivió con él esperando de un momento a
otro el desengaño. Porque ya se había dado vagamente cuenta de
que algo había en ella que le impedía contentar al hombre: algo
que podía más de noche que de día todas sus buenas cualidades.
Ella era guapa, era limpia, era mansa de carácter. Pero algo en
ella apartaba al hombre, lo enfriaba, lo empujaba fuera de su catre
hacia otra querencia. Aunque fuese la de una motosa flaca y descuidada
como la Filomena que le sorbió el seso a Pablo a los pocos
meses de unido a ella. Ña Estanislada le confirmó sus barruntes,
una siesta que fue a su casa a recoger la ropa para el lavado. Estaba
Ña Estanislada mateando: la invitó a acompañarla, y cuando
64
LA MANO EN LA TIERRA
Manuela hubo cebado un par de mates, se lo dijo, sonriendo maliciosa.
Había mujeres sabrosas, y había mujeres... bueno, que eran
como mates deslavazados, que no quitan la sed, que hinchan sin
satisfacer. Y Pablo se encargó de hacérselo más claro, brutalmente,
pocos días después, cuando ella, agotada la paciencia, le reprochó
sus escapadas a lo de la negra Filomena:
—^Vos no te podes igualar con ella... Ni de lejos... Ndé... na ndé
jhei. Simón ya me dijo luego. De vyro no más no le creí.
Fue casi una herida física. Como si le hubiese golpeado la criatura
en el vientre. Quiso hacer su atado y mandarse mudar. Ella
previno. Iba a irse con la Filomena. Le dejaba el rancho para el
que iba a nacer, y si era varón, hasta lo reconocería.
—Te dejo el rancho para que no andes diciendo cosas por mí.
Era una tapera, pero al fin y al cabo un techo; no había tenido
esta vez que ir a pedir hospitalidad a la vieja parienta de la lejana
compañía, que cada vez la recibía peor, y con raz��n. Pero lo que es
ahora..
—^Ahora sí que nunca más, nunca más. Virgen de Caacupé.
Ya Armindita y Teófila, las gemelas, salían a recibirla: le tomaban
la una la latona, la otra el atado de ropa seca. Tenían ya once
años; eran dos mujercitas. Ellas lavaban la vajilla, tenían casi
siempre el fuego prendido para cuando ella llegara, le cebaban un
mate. Desde pequeños, se ve ya la diferencia entre varones y niñas.
Las chicas son de provecho, los hombres andan siempre en la
calle; de pequeños dan quehacer a las mujeres de la casa y de
grandes dolor de cabeza a las de afuera. Sólo que las niñas son difíciles
de guardar. Sus hijas!... Dios y la Virgen se las guardasen.
Arminda era rubia, como el abuelo paterno, un viejo español, al
que nunca habían visto. Te��fila era morocha como la abuela y la
madre; pero ambas eran lindas, y en las dos los senos menudos
punzaban ya la tela raída de los vestidos. Ya no podía seguir
enviándolas al almacén y la carnicería, distantes quince cuadras,
porque el último domingo el ayudante del matarife, un negro asqueroso,
quiso hacerlas entrar con engaños en la pieza de atrás y
gracias a que Teófila, que era la más viva, salió a la calle gritando
y el tipo se asustó. Ay, las niñas son difíciles de cuidar. Manuela
sintió de pronto con inmensa desesperanza que en vano trataría de
guardarlas todo el tiempo: que un día cualquiera....
Se sentó derrengada en la perezosa; de la cual Teófila tuvo que
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JOSEFINA PLÁ Cuentos para soñar
desalojar a Aparicio, muy dispuesto, el mal educado, a dejar a su
mamá de pie. En las ingles sentía la piel tirante, como si fuese a
descosérsele: Teófila, la más guapa, le brindó un mate espumoso.
—Gracias, che memby.
Iba por el segundo mate, con Aparicio recostado en el regazo,
cuando habló Arminda, la más diplomática:
—Mamá: vino sapuaité Tia Ercilia. No te quiso esperar porque
estaba apurada.
Justamente en el momento en que había estado pensando en
ella...
Ercilia, la hermana acomodada, casada, ella sí, como Dios
manda, aunque sin hijos. Se había casado en casa de su patrona,
en Asunción, y el marido tenía un almacén en Tujoicuá. Se veían
pocas veces: últimamente sin embargo se veían más, desde que
el marido de Ercilia compró la camioneta y empezó a salir a la
campaña a comprar frutos. Cada vez que la visitaba, Ercilia insistía
en que tenía que «darle» una de sus hijas. Con ella crecería
bien, iría a la escuela, no seguiría el camino de tantas otras muchachas
campesinas («no seguirá tu camino» parecía escuchar
Manuela).
Ella no había accedido nunca. Porque no quería separar a las
gemelas, decía. Porque las niñas la acompañaban y ella las necesitaba.
Lo cual era verdad. Pero no toda la verdad. En el fondo había
un vago resentimiento hacia la hermana más suertuda y acomodada,
el barrunto de que lo que ella pretendía era tener en las
chicas sirvientas a las que no se les paga sueldo. Ahora sin embargo,
desde el domingo pasado, había comenzado a pensar que el
ofrecimiento de Ercilia le daba la oportunidad de salvar por lo menos
a una de las chicas. Total, de trabajar como burras toda la
vida, nadie iba a librarlas, y tal vez pudiera encontrar una buena
patrona para la otra.
Las gemelas se dirigían miradas animándose mutuamente a
hablar.
—Dice que quiere llevarnos a Caacupé este año con ella—dijo
Arminda—. Y a Aparicio también.
—Dice que nos hagas vestidos nuevos, y a Aparicio un pantalón
—remachó Teófila.
—¿Por qué picó no hace ella?—pensó Manuela díscola.—Ella
tiene plata. Yo no tengo un marido para ayudarme.
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LA MANO EN LA TIERRA
Pero no dijo nada.
Arminda, la más sutil, siempre diplomática, carraspeó y dejó
caer:
—Dice que si nos portamos bien, te va a pedir nos dejes ir con
ella a Asunción, para quedar allí.
Ahora Teófila estaba acuclillada a su lado.
—Las dos, mamá, las dos, para que estemos juntas y nos hallemos.
Faltaban seis semanas aún para Caacupé. En seis semanas, no
sería tan difícil hacerles un vestido nuevo a las chicas. Bastaría
tomar un poco más de ropa para lavar. Cierto que estaba ya bastante
grande y a ratos se sentía ya pesada, pero nunca lavar le
había perjudicado. Esto se queda para las ricas que se hacen las
delicadas.
Arminda se acuclilló a su vez al otro lado de la perezosa. Ambas
tenían los ojos ansiosos fijos en el fatigado rostro materno.
—^Vendrá para llevarnos en la camioneta el viernes, víspera de
Caacupé, si vos no le haces avisar otra cosa —dijo al cabo tímidamente
Arminda.
Manuela sorbía el mate pensativa. Al devolverlo vacío a Teófila
dijo:
—Les voy a dejar que vayan a Caacupé con su tía Ercilia.
La víspera de Caacupé llegó Ña Ercilia. Vestía muy paqueta
de seda floresta, llevaba reloj de pulsera plaqué ciñéndole la
muñeca blanducha y pecosa —era quince años mayor que Manuela—
y la permanente se encaracoleaba en torno a un rostro
grueso y vulgar, muy empolvado, de ojillos estrechos y boca delgada.
La camioneta no podía llegar hasta el rancho, y Ña Ercilia
hacía siempre el camino desde la carretera a pie; pero esta
vez llevaba tacos altos, y ello le había cansado mucho, aparte de
que había torcido un taco. Las gemelas, brillándoles los ojos, le
alcanzaron la perezosa, y Teófila siempre guapa, le volvió a clavar
el taco. Manuela, más crecida de vientre, aunque más delgada
de rostro, le preparó un mate dulce que las chicas se encargaron
de seguir cebando. Lo tomó con pan Paraguay, del que
había traído una cantidad para las criaturas. Aparicio comía a
dos carrillos mientras Manuela preparaba un atadillo con unas
ropas de repuesto. Vistiéronse las chicas. Los vestidos eran des-
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JOSEFINA PLÁ Cuentos para soñar
garbados y largotes, y el género flamante y tieso contrastaba con
las sandalias deshechas de las dos. Aparicio iba, sencillamente,
descalzo.
—¿No tenes unos calzaditos más decentes?... ¿Y el chico va a ir
así?
—^¿De dónde picó voy sacar?...
—^Bueno, bueno —dijo magnánima Ña Ercilia— Ya les compraré
yo allá. Será el regalo de Navidad adelantado.
De pie, aunque estaba cansada, peinó Manuela a las chicas.—^A
Aparicio le domó con agua y una peineta el tieso tupé la tía—.
«Haceme con co'a, mamá» suspiraron las gemelas. Manuela ató el
rabito de pelo que se rizaba en la punta —rabito rubio, rabito oscuro—
con sendos retazos coloridos. Las gemelas estaban radiantes.
Aparicio, fascinado, olvidaba correr, caminar, moverse. Se
agarraba a la mano de la tía como si temiera que se la escamoteasen
en un descuido.
—¿Vamos ya?... dijo Tía Ercilia.
Arminda y Teófila tomaron su atadito y sus rebozos; besaron a
su mamá; Aparicio se prendió más fuete a la mano de su tía. Ña
Ercilia besó a su hermana: un beso al aire. Le molestaba su tufo a
trasudado y lavandina.
—^Ya sabes: si las chicas se portan bien, después de Reyes me
llevo a las dos.
Se pusieron en camino. Las gemelas tomaron cada una un brazo
de su mamá.
—^Ah, ¿pero vos te venís también?... Son seis cuadras ida y seis
vuelta...
—Les voy a despedir en la camioneta.
Los despidió en la camioneta, rápido, porque el chofer, un me-diosocio
del marido de Ercilia, aburrido de la espera, rezongaba.
—El martes de mañana tenes aquí a los chicos.
El vehículo partió. A contraluz, lo envolvía rojiza nube de polvo.
Las chicas le decían adiós con la mano, alegres. Aparicio agitaba
los brazos frenéticamente.
—Hasta el martes, mamá!...
—^Te vamo traer chipa, mamá!...
Hizo el camino de vuelta despacio. Al coronar la arribada, se detuvo.
Miró la cruz, cuyo paño amarilleaba, ajado. Se agachó, no sin
trabajo, tomó una piedra, la echó al montón.
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LA MANO EN LA TIERRA
—Si me resulta bien el asunto de las chicas, le voy comprar un
paño nuevo a la cruz. Ya demasiado necesita.
Llegó al rancho fatigadísima. Menos mal que sólita como estaba
podría descansar a gusto. Sin embargo, las ropas de las criaturas
habían quedado esparcidas, y Manuela se dijo que era mejor lavarlas.
Las lavó pues aunque con menos esmero que de costumbre,
porque había poca agua y no se sentía con ánimos para ir a buscar.
—Ahora —se dijo al acabar de tender la ropa— lo que me va a
venir bien es un mate dulce con un poco de galleta o si no con ese
pedazo de pan Paraguay. Todavía queda mucho.
Pero se sentía más cansada que hambrienta. Algo le molestaba
en la boca del estómago.
—Mejor duermo, catú. Mañana es la Virgen. Pasado, domingo.
Voy descansar bien dos días.
Se acostó apenas anochecido cerrando bien la puerta con el pestillo
de madera-raro lujo del rancho. Tardó en encontrar la postura
cómoda. Sentía tirantes las ingles como si fuesen a descosérsele.
Los senos doloridos como siempre que se excedía en el trabajo.
Una levísima mosca —pellizquito tirando de un velo— le corrió por
la tensa piel del vientre.
Altanoche despertó. Un dolor sordo le ceñía con cepo duro la
cintura; una mano roma de uñas de hierro le raía los costados. El
corazón se le desbocó. Pero enseguida recordó. Eran sólo seis meses.
Debía ser una indigestión. Si probara a levantarse y hacerse
un té de yaguareté caá... Y quiso levantarse; pero quedó en un burujón
a los pies del catre, ovillada por los retortijones. Frío sudor le
perló la espalda. Ya no cabía duda. Un breve intervalo le permitió
subir de nuevo al catre, y ya no se movió de él. Era mucho peor
que cuando tuvo a las criaturas. Antes nunca gritó. Ahora sí. No
sabía si sólo de dolor o también de angustia porque estaba tan
sola. Por fin los dolores cesaron. Sentíase ligera y vacía, y giraba,
giraba, bajando por un pozo sin fin. Sin embargo, aún pudo darse
cuenta de que la oscuridad se había ido acuchillando de amarillas
estrías verticales. Era el sol filtrándose a través de las hendijas del
estaqueado; pero ella no alcanzó ya a comprender qué era. Gritó
aún una o dos veces como en sueños; después quedó quieta. Entre
sus piernas algo viscoso se enfi*iaba rápidamente, mientras la san-
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JOSEFINA PLÁ Cuentos para soñar
gre, atravesando la sábana de bolsa y la lona del catre, caía al piso
de tierra, que se ennegrecía al absorberla.
El martes, conforme a lo prometido, pero no de mañana, porque
su marido había precisado la camioneta, sino de tarde, trajo Ña Er-cilia
de vuelta a las criaturas. La camioneta se detuvo como de costumbre
frente £Ú caminillo pero Ña Ercilia no bajó del vehículo.
—¿Se animan a llegar solas al rancho?... Yo estoy muy cansada
y es tarde. Desde la cruz me hacen seña. No he de ir antes que lleguen
allá. Y no olviden decir a su mamá que después de Reyes voy
a venir para llevarlas.
—Cómo no, tía Ercilia —contestaron alegres las chicas.
Bajaron. Arminda llevaba el atadito, Teófila un canastito con
chipa para la mamá.
—^Vayan ligero. Yo las voy a mirar desde aquí.
Llevando a Aparicio, tomado de las manos, en medio, echaron a
correr enfilando la arribada, hacia la cruz. Llegadas allá se detuvieron,
hicieron un montón de señas; y vieron ponerse en marcha
la camioneta. La sintieron ronronear mientras bajaban desaladas
el repecho llevando siempre entre las dos a Aparicio. Aparicio se
moría de gusto, pero enseguida empezó a quejarse de los zapatos
nuevos, y hubieron de detenerse para sacárselos. Luego pidió que
lo llevasen en brazos. Arminda se lo cargó a las espaldas; luego la
relevó Teófila. Llegaron por fin al claro. A la ya menguada luz crepuscular
el rancho aparecía cerrado.
—^Mamá ha de estar en el arroyo —dijo Arminda con voz aún
sofocada por la carrera. Mira, nuestra ropa está juera.
—¿Tan tarde picó?... Ella sabía que hoy Íbamos venir —dijo Teófila.
—Pero venimos de tardecita, no venimos de mañana. Quién
sabe creyó que ya no veníamos más hoy.
—^Ya no ha de tardar.
Cruzaron despacio el claro. Un animal pequeño, de larga cola,
salió al parecer de una rendija del rancho y por entre los alelíes
desmayados de calor se ¡jerdió en el yuyal.
—Un ratón!... —^gritó alborozado Aparicio.
—^Uf, qué mal olor hay por acá observó Teófila.
—Seguro que hay un ratón muerto.
—Cómo mamá aguanta —dyo Teófila extrañada.
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LA MANO EN LA TIERRA
Se sentaron a sacarse las sandalias nuevas lejos del umbral,
porque el hedor era fuerte. Luego se acomodaron en el tronco caído
que hacía de banco bajo el mandarinado. Oscurecía a toda prisa.
Aparicio metió disimuladamente la mano en el canastito, y pellizcó
la chipa. Arminda se percató y le pegó en la mano.
—Mitaí maleducado. Usted ya comió su parte. Esta es la chipa
de mamá.
Aparicio zollipó un poco. Arminda lo apaciguó. Un rato de silencio
Teófila se levantó y empezó a buscar por el suelo, en la penumbra.
—¿Qué andas buscando?...
—^Algo para abrir un aujero grande y tirar del pestillo. Tenemos
que entrar y encender la luz.
Teófila halló por fin una estaquilla. Con ella atacó la pared desmenuzado
el barro. Pronto apareció una rendija entre dos picani-
Uas.
—Mete la mano, Aparicio. Tira del otro lado.
—Porqué no haces vos, isch.
—Pucha que sos.
Teófila metió la mano, pero no pudo alcanzar el pestillo, aunque
procuró mucho.
—Proba vos un poco Arminda.
Arminda hizo lo posible, pero tampoco tuvo suerte.
—Huele demasiado mal. Me va dar un pyayeré.
Renunciaron desalentadas.
Voló un cocuyo sobre el mandarinado, y entre la espesura se sintió
deslizarse un animal; un tapití o quizá el gato de algún rancho,
o el mismo ratón de antes. Los tres se hicieron un burbujón, instintivamente.
Aparicio comenzó a gimotear. Se caía de sueño. Las hermanas
le tendieron en el suelo sobre uno de los rebozos y se sentaron
junto a él en el tronco al pie del mandarino, abrazadas. Sus
corazones se martillaban recíprocamente en la obscuridad.
Alcor, n° 22, Asunción,
enero-febrero de 1963
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EL ESPEJO Y EL CANASTO
El espejo
a Augusto Roa Bastos
Yo mismo he pedido pusieran mi sillón frente a este espejo, el
espejo del ropero antiguo que ocupa casi todo un testero de la pieza.
Un ropero imponente, de fina y compacta madera, que en una
época más desahogada le pareció «demodé» a mi esposa —era de
su abuela— y fue cambiado por otro, menos sugestivo de sólido
bienestar, pero más moderno y vistoso.
El armario y yo estamos por igual arrinconados. El armario
está lleno de trastos diversos, esas cosas heterogéneas que no se tiran
porque cuelgan todavía de un pelo de sentimiento o una vaga
esperanza de utilidad. Cosas que no se resuelve uno a echar a la
basura, pero que a las que no se busca sino cuando es preciso.
Como a mí.
El armario está a medio metro de los pies de mi sillón cama; el
espejo me enfrenta vertical, inamovible, encuadrado en el oscuro
panel cuyo lustre natural no pierde, antes gana, al correr del tiempo.
El espejo es del ancho de mi sillón, del alto que yo tenía cuando
aún estaba en pie. No se hacen ya espejos de ropero así, ahora. Estoy
frente a él desde hace tiempo; desde aquel invierno en que,
trasladado a esta pieza más pequeña en homenaje a los recién casados
—ellos tenían que moverse, yo no— quedé más solo que antes,
cuando ocupaba la pieza frente al pasillo y sentía circular la
vida de la casa en su diario curso,