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Piedra Hueso Ornamento Cerámica Armas y bastones Pieles. Vestido Cordelería Muebles Habitación Alimentos Otros alimentos El fuego Paleopatología hombre y el suelo. Elementos de fijación El manto vegetal El agua La tierra PAGINA 11 17 35 35 35 37 37 37 37 40 41 41 44 48 50 50 55 55 59 67 IV. El hombre en la isla 71 V. La geografía y el menceyato 89 1. Comarcas naturales 89 2. División político- económica de la isla 90 3. Elección de los elementos de fijación 95 VI. Economía del aborigen de Tenerife 99 1. Práctica pastoril 99 2. Ganadería 104 3. Otros animales domésticos 107 4. Agricultura 109 VIL Mito, rito y fiesta 113 VIII. Áreas habitadas y campos de pastoreo 119 1. Sedentarismo y trashumancia 119 2. Clasificación de zonas 123 IX. Zonas de aislamiento 127 a) Anaga 127 b) Teno- Daute 130 X. Zonas de sedentarismo temporal con trashumancia estacional I35 a) Tegueste I35 b) Tacoronte 137 XI. Zonas de sedentarismo temporal con trashumancia estacional ( continuación) 145 c) Taoro 145 d) Icod 151 XII. Zonas de trashumancia permanente 155 a) Güímar 155 b) Abona 161 8 c) Adeje 166 XIII. El menceyato y los campos de pastoreo de alta montaña 171 1. Ordenación de datos: a) Faja habitada; b) Áreas vecinas al poblado; c) El relieve y el bosque; d) Áreas de montaña 171 2. El menceyato y la montaña 175 3. Movilidad y tipo somático 180 XIV. Estudio de los paraderos pastoriles 183 1. Características del paradero pastoril 183 2. Habitación 184 3. Ajuar 200 4. El trabajo de la piedra en los paraderos pastoriles 202 5. Cuevas sepulcrales 206 6. Vida en los campos de pastoreo 207 7. Fechas obtenidas por el C14 211 XV. La colonización y el cambio de estructuras 213 XVI. Supervivencias 223 APÉNDICE. Relación de yacimientos arqueológicos 233 BIBLIOGRAFÍA 251 ÍNDICE ALFABÉTICO 259 I N T R o D IT C C I o N Kl esUuiio fie lii p( 5))! afi() n prcliispánica < le kis Islas Canarias lia seguido el mismo proceso lógico que ha caracterizado a la investigación prehistórica en todos los países. A la curiosidad por las cosas antiguas, a la sugestión ejercida por culturas y pueblos desaparecidos, siguió el quehacer del anticuario y la actividad del coleccionista, para los cuales, a falta de estímulo científico, el mayor goce consistía en reunir objetos antiguos y curiosidades. Al desembocar la investigación en el campo romántico, sufrió un desvío pronto superado por los centros creadores de modernas técnicas. Canarias, no sólo por su situación marginal, sino por el alejamiento y la falta de contacto o de contacto tardío con las corrientes innovadoras, retrasó notablemente la adopción de técnicas eficientes y mantuvo operante, casi hasta hoy mismo, un signo marcadamente romántico en la investigación de su pasado. Tanto es así, que los únicos documentos de las culturas canarias aborígenes reunidos en los museos insulares eran meros objetos sin historia agrupados en las vitrinas según los tipos, clases o formas. Añádase a esto que las fuentes etnológicas eran muy escasas, generalmente tardías, y que no podía basarse en textos confusos, y con frecuencia desorbitados, la reconstitución de un pasado que desde el principio se presentía difícil y complejo. Se puede afirmar que hasta fechas muy recientes el dato arqueológico no ha podido ser manejado como testimonio ni como documento cargado de valor informativo. La cuestión estaba planteada de un modo ciertamente paradójico: se contaba con una notable riqueza de materiales, pero con una manifiesta pobreza de teorías. Como de alguna manera había que llenar este vacío, el pasado prehispánico de Canarias sufrió el acoso de imaginaciones febriles y de encantadoras leyendas. Y el hombre primitivo, el guanche, fue considerado como arquetipo del " buen salvaje", habitante, por añadidura, de una Arcadia pródiga y feliz. La letra y el espíritu de cronistas e historiógrafos, contaminados por las corrientes imperantes, ponían en manos del investigador, junto 11 a la noticia veraz y el documento probatorio, instrumentos poco útiles para orientar a los eml) arcados en la empresa de reconstituir el pasado de Canarias. Tal era el panorama que en este aspecto presentaban las islas no hace más de un cuarto de siglo. Y esto explica por qué el área cultural canaria no aparecía incluida en ninguna síntesis prehistórica del cercano continente y menos de Europa, Excluyam. os la parte antropolcj-gica, pues la presencia en Canarias de una importante población cro-mañoide atrajo la atención de muchos y notables in\' estigadores. Los estudios antropológicos se realizaion desde el principio con gran seriedad, la bibliografía se enriqueció muy pronto con importantes estudios y con la formulación de sistemas, trai- ajos que han sei'vido de base a la nueva investigación movida por renovadas técnicas. A esto se debe que la rama antropológica sea la única que ofrezca un cuadro muy definido y una marcha sin solución de continuidad en su tarca. Las excavaciones realizadas en estos últimos lustros han descubierto un panorama cultural verdaderamente insospechado . y debe considerarse como uno de los mejores frutos el que haya revelado una diversidad cultural que ha acabado con el concepto simple y monolítico ds la cultura prehistórica del ai- chipiélago. Gracias a esto se han podido señalar oleadas culturales sucesivas con determinación, más o menos afortunada, dado el estado actual de nuestros conocimientos, de las áreas de procedencia y las rutas de expansión. Cierto es que, por las mismas características de los yacimientos arqueológicos, la inmensa mayoría de ellos sin estratigrafía, ha habido que operar con una tentativa cronológica derivada del análisis tipológico de los materiales y del paralelismo cultural que los mismos planteaban. Las nuevas técnicas de datación absoluta, como el C14, no han auxiliado todavía con la amplitud que fuera de desear, pues los materiales analizados han dado fechas relativamente recientes, todas dentro de la Era. Esto quiere decir que se han manejado materiales pertenecientes a capas superficiales, muy modernas, y si se tiene en cuenta que parte del material analizado son huesos humanos, ello no revela otra cosa sino que las necrópolis de donde dicho material procedía contenían enterramientos más modernos que vinieron a ocupar el espacio de otros más antiguos, como se detalla en la parte correspondiente de este trabajo. Pero hay otro factor en el estudio del pasado prehispánico de Canarias que conviene valorar delñdamente: y es el espacio de tiempo transcurrido — menos de medio milenio— desde que aquella población fue alcanzada de lleno por la oleada renacentista que llegó con los conquistadores. Poco más de cuatro siglos es ciertamente muy poco tiempo, y esto favorece notablemente la aproximación a aquellos grupos 12 humanos a través de sus bienes culturales. El aborigen de las islas está, dssde el punto de vista temporal, muy cerca de nosotros, pero lo está todavía más desde el punto de vista espacial o geográfico. Y éste sí que es un factor decisivo para el estudio de aquella sociedad. El paisaje natural de Canarias no ha sufrido variaciones modificadoras demasiado profundas desde la época prehispánica hasta hoy. Salvo los valles fértiles invadidos modernamente por los cultivos especiales de plátanos o las extensas llanadas costeras de las comarcas del sur, dedicadas al cultivo del tomate, el resto del paisaje ofrece un aspecto no muy distinto a como se presentaba en el momento de la conquista, es decir, en los finales del siglo XV. Creo que lo único que vale anotar es la deforestación sufrida a lo largo de estos siglos. El bosque se ha replegado y hoy aparecen unas tierras de cultivo que antes estaban cubiertas por aquél. Pero descontando esto, el paisaje de las islas no ha cambiado gran cosa, gracias a lo cual la estratificación vegetal se mantiene intacta. Esto es muy importante para el propósito que ahora nos anima: estudiar la economía de la población prehispánica de Tenerife de base ganadera y agrícola, pero sobre todo ganadera. Se ha llegado a tiempo de fijar la distribución de la población indígena sobre la isla, ocupación del suelo, áreas más densamente pobladas, espacios reveladores de la dinámica de la población, áreas de pastoreo, rutas de trashumancia. Se conoce el tipo de habitación, la cota superior que marcaba el límite de los poblados, la intercomunicación de éstos, las zonas de aislamiento. Se conoce — puede decirse que con bastante certeza— lo que se refiere a la alimentación, al ajuar doméstico, a las armas y a la indumentaria. Las excavaciones han revelado, por ejemplo, la calidad del ajuar de las cuevas de habitación y de los refugios semiconstruídos de montaña, las prácticas funerarias y la distribución de las necrópolis con relación a los poblados costeros y a los paraderos pastoriles de alta montaña. Un detenido estudio de las áreas de dispersión en el sur de la isla y de las de concentración en el norte, así com. o las áreas de pastoreo en las cumbres, lo mismo que de las zonas bajas o medias, ha puesto de manifiesto la inquietud y los afanes de un grupo humano obediente a estímulos de orden primordialmente económico. Los ciclos estacionales han sido los determinantes principales de la movilidad de la población insular. La biología vegetal, la distribución de las especies, el agostamiento precoz o tardío de los pastos, la presencia de forraje fresco a partir de determinadas alturas, los factores de altitud y climáticos le han señalado a aquella movihdad tiempo y espacio. El relieve ha desempeñado una función no menos importante, hasta tal punto que los movimientos dentro de la isla o el estatismo 13 }• fijación de ciertas agrupaciones con relación a determinadas áreas, no lia sido otra cosa que la respuesta a un estímulo de orden estrictamente físico. Todo ello plantea una variada problemática desde el punto ( le vista ecol(') gico, del que el aspecto económico es sólo una consecuencia, l'or ello mismo se considera como condición previa para el conocimiento de acjuella sociedad hacer un detenido análisis de todos los factores (| ue entran en juego. No creemos cjue en muc'lias áreas cultui'ales se pueda acometer un trabajo de esta naturaleza. A nuestro favor ha estado el limitado espacio de una isla, en este caso, la de Tenerife. No siempre acompaña al investigador la fortuna de poderse mover dentro de un área tan limitada y a la vez tan bien definida. A veces se tiene la impresión de que todo está en su sitio, que el flujo y reflujo de siglos se ha detenido en los acantilados, barrancos y montañas. Una vida multicentenaria está todavía ahí. El investigador no ha tenido más que acercarse y preguntar. Todo el secreto ha residido en la calidad de las preguntas y en la manera de formularlas. Decir esto i'efer'ido a una sociedad neolítica, no es pequeña cosa. Siente uno el deseo de preguntarse si son frecuentes hechos de tal naturaleza. Sin embargo, no es nuestro propósito — ni puede que sean suficientes los instrumentos manejados—• devolver, rehecha y bien acabada, la estructura de aquel grupo neolítico. Sin soslayar el fenómeno histórico cultural pararemos la atención en determinados aspectos, el socioeconómico, por ejemplo, para mostrar, eso sí, convenientemente ordenada, la estructura interna de aquella población. Lo que se pretende, sin que se tenga seguridad en el acierto, es restituir al guanche su condición de hombre, demasiado oscurecida y diluida por escritores apasionados y tenazmente deshumanizada por fríos investigadores. Es decir, poner a un hombre prehistórico de pie sobre el suelo que pisó, en este caso la isla de Tenerife. Es ésta la razón por la cual se ha cuidado tanto el detalle geogi'áfico, que en muchos casos puede parecer excesivamente localista. Y así es, en efecto, porque sin factores no hay operación posible. Este es el fruto de muchos años de labor. No dispondremos de tantos para iniciar y culminar otro de pareja ambición. Sin embargo, nos gustaría que este trabajo nuestro orientara y, si ello fuera posible, constituyera un cimiento aprovechable para los que nos han de seguir en la tarea. Hay que agradecer al Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, a cuyas expensas se publica este libro, la decidida atención que presta a la arqueología de Tenerife a través del Museo y del Servicio de Investigaciones Arciueológicas. Mi gratitud personal en primer lugar. 14 Debo expi'Gsar también mi agradecimiento al Dr. D. Eh'as Serra Ráfols por haber revisado el manuscrito de este trab'ajo y haberme ayudado con su consejo y con la generosa aportación de datos y noticias. Y a la Srta. Esther Mora Mesa i) or su colaboración en el trazado de mapas. 15 1 CRONOLOGÍA Y SUPERVIVENCIAS MARGINALES Para los no familiarizados con la palctnología de las Islas Canarias sería excesivo y hasta cierto punto estaría en contradicción con el más elemental método de trabajo, no dar a modo de falsilla un trazado de las culturas indígenas de las Islas Canarias, porque si así no se hiciera, ciertos aspectos y determinados elementos constitutivos de dicha cultura no quedarían justificados por falta de un cuadro general en que apoyarlos. Hemos trazado en otro lugar ( Diego Cuscoy, 1963) un esquema de los problemas culturales que afectan al archipiélago en general y a cada una de las islas en particular. Lo primero que se advierte es una diversidad cultural que supone inmigraciones diversas a las islas en épocas distintas. El poblamiento de las Islas Canarias puede situarse dentro del Neolítico pleno. Esta corriente cultural, en algunos aspectos paralela a la cultura de las cuevas del norte de África, alcanzaría a las Islas Canarias entre el III y II milenio a. de C, más problablemente alrededor del 2500 a. de C. Esta tentativa cronológica se apoya en un criterio tipológi-gico. Pérez de Barradas ( 1939) se refiere a esas aportaciones hechas por grupos pertenecientes a la cultura de las cuevas del norte de África, grupos a los que dicho autor denomina protoguanches. Admite una posible inmigración camita anterior a la protoguanche, formada por gentes del Sahara. La típica cultura guanche la considera como una mezcla de los bienes culturales pertenecientes a cada uno de los grupos inmigrantes. Si bien Tenerife queda al margen de ella, se señala la presencia en Canarias de otra invasión camita que, entre otras cosas, introduciría las inscripciones tifinah, inmigración que debió haber tenido lugar en los primeros siglos de nuestra Era. El esquema cronológico de Pérez de Barradas acusa el tiempo transcurrido desde que fue formulado. Puede admitirse una comente neolítica norteafricana - neolítico Telliense o de las c u e v a s - que se extiende desde Túnez, por Argelia y Marruecos, hasta el Uad Draa, en la costa Í7 atlántica del Sahara; incluso el neolítico de tradición capsiense, que señorea grandes áreas del norte sahariano y de la costa atklntica del desierto. Pero no parece probable que las corrientes saharianas fuesen anteriores a la inmigración denominada protoguanche por el autor citado. Hoy sabemos, gracias a una estratigrafía con\' encional, establecida merced al más amplio conocimiento de la cerámica y como consecuencia del estudio de la misma, que en Canarias hay una cei'ámica de fondo cónico, generalmente lisa o con una decoración muy simple, de segura procedencia del Mogreb y de las regiones situadas al norte del Sahara, mientras que los vasos esféricos, cjue también se encuentran en Canarias, aunque no en Tenerife, ornamentados con rica decoración, se relacionan más estrechamente con los del Sahara central y meridional. Y sabemos tamliién (¡ ue los \ asos cónicos sin decorar o con decoración rudimentaria, son anteriores a los decorados, esféricos, los cuales constituyen una segura aportación de los primeros inmigi'antes. Bastaría con comparar algunos fragmentos decorados de Tenerife — que pueden verse en las láminas que en este mismo trabajo dedicamos a la cerámica de esa isla— con fragmentos procedentes del área capsiense y vasos de la misma región: vasos cónicos de Damous el- Ahmar y fragmentos hendidos y rayados con punzón del mismo yacimiento o de las cuevas de la región de Oran ( Camps- Fabrer, 1966, láms. LVII y LIX). Pericot y Tarradell ( 1962, pág. 310) estiman que la primera oleada neolítica a las islas se produjo coincidiendo con la extensión de las culturas agrícolas y ganaderas. La presencia del norte del Continente consideran que está manifiesta no sólo en la cultura canaria, sino en grupos étnicos, como por ejemplo, el tipo Mechta. Estos grupos formarían étnica y culturalmente lo que dichos autores llaman " esencia de la cultura isleña" y que nosotros hemos denominado repetidamente " cultura de sustrato", que es la que fundamentalmente nos interesa en el presente trabajo. Consideran dichos autores un segundo grupo de datos muy ligados a la gran oleada mediterráneo- occidental que en el II milenio invade el occidente y que sitiian cronológicamente dentro del Eneolítico europeo. Determinados elementos que no hay modo de relacionar con lo norte-africano occidental, pueden explicarse por el auge de las navegaciones atlánticas en la época del megalitismo. Ciertas corrientes pudieron haber afectado más a las Islas Canarias que a las tierras continentales africanas. Estas fechas, sin embargo, hay que considerarlas siempre como relativas, pues la situación geográfica de Canarias les confiere un aspecto de zona marginal, y más que marginal, extrema, en lo que al desplazamiento de las corrientes culturales se refiere. El paralelismo que podemos encontrar entre el Neolítico canario de sustrato y el de tradición 18 capsiense, por ejemplo, creo (| ue debe considerarse más como tipológico ([ uc en lo ([ Lie a su cronología se refiere. La datación de una cultura r| ue se desplaza a través de grandes i'u'eas geográficas tiene siempre sus riesgos. Es un hecho comprobado que la colonización de los continentes ha sido realizada a pie, y que cada una de las etapas ha significado una parada de lai'ga duración. La difusión de los fenómienos culturales con i'elación a un centro común, " o difusión desde el centro a la periferia, implica tiempo, tiempo más consideral) le cuanto ésta está más alejada" ( La\' io. sa Zamljotti, V.) 7> H, p. ! í6). La misma autora pone como ejemplo ciue del centi'o egipcio hay un doi'ivado ibérico, otro nórdico, otro de Nubla >• otro guineo- congolés. El área guineo- congolesa es consecuencia de una doble ruta, la nilótica y la (| ue ha seguido el norte y occidente de Afi- ica; denti'o de esta ruta se extiemle el núcleo beréber desde el norte de Marruecos hasta el sur del Sus, derivación cjue alcanza a las Islas Canarias, donde se fija el grupo guanche ( op. cit. mapa n.° 3). Si el ejem- |) lo, por lo que respecta a Canallas, no puede aceptarse de un modo absoluto, concretamente por el grupo portador de cultura, sí es aceptable en cuanto se refiere a la dirección de la ruta misma. Al mismo tiempo (( ue consideramos la dispersión de un área cultural creadora, es muy importante tener en cuenta la lejanía cada vez más manifiesta de los lugai'es (| ue \ a invadiendo: esto plantea la cuestión de las supcrüivencias viaríjiíutlcs. Iil. ste aspecto no ha escapado a la consideración de los etn() logos. Linton ( IS).")!), p. 321) pone un ejemplo que puede ilustrarnos mucho al respecto. En un área originaria, A, se crea un instrumento. Este instrumento se esparce en círculos cada vez más amplios a áreas vecinas, B- C- D ... X. Puede ocurrir que mientras en el punto de origen el instrumento creado evoluciona y mejora, en las áreas sucesivamente ocupadas el instrumento, al ser introducido más tardíamente, se usará mucho más tiempo tal como era en su punto de origen y así " el instrumento original continuará en uso en las regiones marginales del ái'ca de difusión". Este mismo fenómeno es aplicable también al lenguaje, ritos, creencias, etc. Advertimos este hecho en Canarias a poco que analicemos su neolítico tanto en conjunto como por aislamiento de algunos de sus elementos más característicos. De un modo general se hace patente en Canarias la ¡ ragmcntación cultural de ese neolítico, su adaptación a zonas geográficas más bien pequeñas y perfectamente delimitadas, cabal aprovechamiento del medio ambiente, etc. ( Pericot, Tarradell, 1962, p. 206). Ejemplo de supervivencia marginal sería en Tenerife las cuentas de collar, se( j7ncntccl bcads ( Diego Cuscoy, " Adornos de los guanches", 1944), cuya área de dispersión abarca desde Egipto hasta las Islas Británicas y se extiende por el Mediterráneo con el comercio de los metales en la Edad del Bronce ( Pericot, 1936). Pues l) ien, la única isla del archipiéla- go canario donde se encuentran en barro cocido, como en los yacimientos del Egipto predinástico, es Tenerife. No sólo viene a ser la estación más occidental alcanzada por este objeto de ornamento, sino que necesariamente se introduciría en Tenerife mucho tiempo después de que fuera creado en Egipto. Posiblemente cuando en Egipto ( punto de origen A) el objeto había evolucionado, en Tenerife ( término X) se seguía fabricando como se hizo en A en el momento de ser creado ( Lám. I). Sabemos que los vasos neolíticos de tradición capsiense, de fondo marcadamente cónico ( Alimen, 1955), fueron introducidos al tiempo de ser colonizada culturalmente la isla de Tenerife. Pero lo mismo que las cuentas de collar de barro cocido, la cerámica de Tenerife sigue conservando su fondo cónico y ciertos temas y técnicas decorativas hasta el momento de la conquista de la isla en el siglo XV, y aún proyectó dicha tipología, aunque no sus temas decorativos, a la cerámica fabricada en los primeros tiempos de la colonización española. Creemos que es un buen ejemplo para explicar un caso de supervivencia marginal ( Lám. II, l y Lám. III). Determinados paralelismos se pueden establecer con la industria lítica de Tenerife y con la del neolítico de tradición capsiense: preferentemente en obsidiana, aunque también en basalto, encontramos rectángulos, segmentos de círculos, láminas de dorso rebajado, lascas de doble punta, microburiles y núcleos ( Alimen, 1955, p. 88, fig. 28). ( Lám. IV y Fig. 1). Estas industrias líticas de la isla superviven también hasta la incorporación de la isla a Castilla, en el siglo XV. Lo mismo podría decirse de los tubos y punzones de hueso, portapunzones y espátulas. ( Lám. V, 1), industria íntimamente ligada a la norteafricana y del Sahara septentrional. Sorprende no sólo la semejanza tipológica, sino el empleo de los mismos huesos animales para la confección de los punzones, de los cuales se podría hacer en Tenerife una clasificación por tipos semejante a la hecha para aquellas regiones africanas ( Camps- Fabrer, op. cit., pág. 103, figs. 45 y 46, punzones tipo II y III). Sin embargo, creemos que el medio ambiente donde ese neolítico se ha movido, ha llegado, si no a determinadas fases de evolución, a invenciones que debemos considerar más como adaptación del objeto al medio que como creación verdadera. Si Alimen ( 1955, p. 91) afirma que el neolítico mogrebino, a pesar de su proximidad a Europa, presenta numerosos rasgos típicamente africanos, se podría decir que el neolítico canario, concretamente el de Tenerife, mejor definido, a pesar de la proximidad a África, presenta rasgos típicamente insulares. Nos podría ilustrar esta afirmación la propia cerámica de Tenerife, señaladamente el vaso de mango vertical, que supone la utilización del objeto para recogida del agua de charcos y lugares difíciles ( Lám. II, 1 y Lám. VI, 1, 2, 3, 10). 20 Si bien es cierto que de un modo general se pueden establecer relaciones con grupos étnicos y culturas del África septentrional y occi-denS sorprínde en algunos casos descubrir en las Islas Cananas elementos arqueológicos que parecen réplicas ^ e otros encontrado, en las áreas continentales citadas, especialmente en la costa atlántica del ba-hará. Fig. 1. La industria de la piedra: tahonas ( lascas de obsidiana) Aparte de los ya enumerados ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ X : ^ cTr^ rca" d= d: Trp: it. i^^^^^^^ sCFauihsenarretireaovnsea; n; ^ tu1^ r^- ap^ alacicagdauoas lreeossv a^ dleje's^ . m^ d^ eo^ r ' c^ bo^ enl^ rT^ o^ l ^^^ p^^^ ar^^^ r^ ao^ ^,^ g^ doe' G^ roa^ n^ í^ S C^ la,^ rn^ ar^ rV^ ia_, i qlul_ ea también se encuentran del mismo upo eu ei u 21 bados en círculos concéntricos de Lanzarote, paralelos a los mismos lemas africanos, esferoides de piedra, pintaderas, punzones, etc., en fin una serie de documentos que revelan un contacto prehistórico indudable entre las islas y el vecino continente. Y si bien no se puede dar por cerrado el capítulo de los descubrimientos arqueológicos en Canarias, ya se está en posesión de datos de mucho valor para poder hablar de relaciones ciertas entre las islas y el continente. Gracias a estos descubrimientos, ya las Islas Canarias aparecen en las grandes síntesis prehistóricas ( Tarradell, Pericot, op. cit.) y en trabajos preocupados por aclarar el alcance y calidad de dichas relaciones ( Serra Ráfols, 1966, págs. 245- 247). En cierto modo el aislamiento cultural de las islas trajo como consecuencia el aislamiento biológico y este hecho pudo tener lugar lo más tarde a fines de II milenio a. de C. ( Schwidetzky, 1963). Pero en esto como en todo lo que se refiere al archipiélago, toda generalización puede ser peligrosa. El aislamiento biológico- cultural no fue absoluto, en cuanto que se puede señalar para las islas un proceso inmigratorio que comienza con la introducción del vaso cónico y la vida en cuevas y sigue la cerámica pintada o ricamente incisa, la construcción de casas y túmulos, los grabados megalíticos y las inscripciones tifinah. Es decir, se puede partir de una cultura de sustrato uniforme, bien perfilada por sus propios elementos constitutivos, a un complejo cultural de más vasto horizonte. Como, además, estas distintas inmigraciones son portadoras del conjunto ergológico que las caracteriza, y su influencia gravita sobre la isla alcanzada, no sobre el archipiélago, el fenómeno de aislamiento biológico marcha paralelo al cultural, ya que no siempre es el mismo grupo étnico el que participa en el movimiento inmigratorio. Lo que ocurre es que cada grupo nuevo se superpone — a veces solamente se yuxtapone— al grupo anterior, ya asentado y por consiguiente aislado, y ese grupo más tardío se aisla a su vez, al romper toda relación con el tronco del que se desgajó. Este fenómeno convierte a las islas en un mosaico étnico- cultural donde no se aprecia un proceso de evolución interior, sino una serie de bruscas interrupciones y de subsiguientes aislamientos. El archipiélago es, en el fondo, un sorprendente paradigma de aislamientos sucesivos, y de entre ellos, Tenerife ejemplariza el aislamiento del primer grupo neolítico que la ocupó. De ahí el interés que tiene el estudio de esta isla como entidad étnico- biológica no mestizada. En cierto modo es Tenerife la isla que nos da la fecha de la primera inmigración, válida para todo el archipiélago. Y ello es posible por haberse conservado aislados el grupo y la cultura que aportó. Los distintos sistemas antropológicos definen al guanche como a un cromañoide, como un grupo racial milagrosamente aislado. Recuérdese el grupo " Mechta", étnica y culturalmente emparentado con el guanche. 22 Los estudios realizados recientemente hacen originario del África del noroeste al grupo poblador de las islas. Las relaciones del cromanoi-de canario con el del África del norte quedan bien documen adas por las recientes investigaciones paleoantropdógicas ( Schwidetzky, op. "^" Considerando como factor fundamental el grupo étnico que puebla las islas, el hecho de que se conserve en un casi total aislamiento has a la época de las grandes navegaciones atlánticas, le confiere al dato un gran valor si consideramos que este alejamiento de las áreas de procedencia y su aislamiento han traído como consecuencia una supervivencia marginal. Y esta supervivencia cobra todavía más valor por tratarse de un grupo étnico y no solamente de sus bienes materiales, canarias es, por consiguiente, un refugio de razas. Así han podido dar las islas un volumen de material antropológico que ha sido un verdadero regalo para los investigadores. Desde el punto de vista lingüístico ha sido destacado el arcaísmo de Canarias. Wolfel ( 1955, p. 20) había hallado semejanzas semánticas y fonéticas con el beréber, aunque ponía de manifiesto la dificultad de explicar por vía beréber la etimología, la morfología y la sintaxis. Otros investigadores ( Alvarez Delgado, 1955, págs. 53- 59) llegan a la conclusión de que el habla de los primitivos canarios " no es un puro dialecto beréber ( como se afirma corrientemente en el mismo plano de los nor-teafricanos del mismo nombre), sino un grupo dialectal con diferencias y relaciones diversas con el beréber, pero conservando elementos de un más estrecho contacto prehistórico con el egipcio". Sin embargo, en cuanto a las inscripciones alfabetiformes grabadas en rocas de algunas islas — El Hierro, Gran Canaria y las últimamente descubiertas en La Palma—, los signos corresponden a alfabetos Ubico-bereberes, como recientemente han confirmado Lippmann ( comunicación personal al autor) y Kraus ( 1964, pp. 168- 177) quien, al estudiar las inscripciones prehistóricas del Barranco de Silva, en Gran J^ anaria encuentra signos correspondientes a los alfabetos Thera- Melos con elementos fenicios, y corresponde una inscripción al dialecto chJa^ Y la otra al hasania. Queda, sin embargo, en pie la cronología de estas ms-cripciones, difíciles de relacionar con los primeros g^^ P^^ P ? ^ ' f ° f^^^ de Vas islas, incluso de aquéllas donde dichas ^ " ^ ^ " P ^ " ; ; . ^ ^ ™ registradas. Tenerife, como es sabido, quedó al margen de toda comen te inmigratoria alfabetizada*. „.„ „ y,^ n ^ o nue nos veda más amplio comentario, • A punto de entrar en prensa ^ ste H f o, lo que ^^ ^^^ ¿ " Y? Í" TJ,^ aparece uA documentado trabajo de Alvarez u e i g a u ^ ^ ^ ^ ^ j ^ especialmente as ins-del año 1964, ve la luz en 1967 ( Alvarez ueigau , ^^ cuestión cronoK> g! ci. Su crlpciones líbicas canarias y abord^- ciSta no puedeS ser anteriores a la Erj — por tesis es que las inscripciones tipo La Caleta ^^ f ^ j ^ fgcha de poblamiento de las la época de Juba II de Mauritania-^ y que « ^ - ^ ^ ^ ^ ^ ^^^ ^^^ ^^^ poca direreacia, Canarias. Los grabados tipo Juian VE> I n 23 Se verá que estamos solamente rozando aquellos puntos que documentan el capítulo de las supervivencias, capítulo en verdad apasionante y que él solo justificaría un estudio completo. El hecho bien documentado de la momificación entre los aborígenes de las Islas Canarias ha sorprendido a los investigadores tanto de la prehistoria como de la etnología de la población insular aborigen. Como en Egipto, la momificación supone una estratificación social y un culto a los muertos. También en las islas hay quienes tienen el oficio de embalsamadores, que realizan su labor conforme a unas prácticas tradicionales ( Torriani, 1590. Cap. XXXVI; Espinosa, l.') 90, Cap. IX; Abreu Galindo, edición 1955, Lib. III, Cap. XIII). Fr. Juan de Abreu Galindo publica su libro en el siglo XVII, y es uno de los historiadores canarios más utilizados por sus continuadores, " en la mayoría de los casos, con la más perfecta ingratitud", según Cioranescu en la introducción a la última edición de Abreu. El párrafo que dedica a la momificación resume todo lo dicho por los demás autores: " Cuando morían, tenían esta costumbre y orden en sus entierros, que había hombres y mujeres que tenían oficio de mirlar ( embalsamar, secar) los cuerpos, y a esto ganaban su vida, desta manera que, si moría hombre, lo mirlaba hombre, y la mujer del muerto le traía comida; y si moría mujer, la mirlaba mujer, y el marido de la difunta le traía la comida; y servían éstos de guardar el cuerpo difunto, no lo comieran los cuervos, y guirres y perros. Y la manera de mirlar los cuerpos era que llevaban los cuerpos a una cueva y los tendían sobre las lajas y les vaciaban los vientres, y cada día los lavaban dos veces con agua fría las partes débiles, sobacos, tras las orejas, las ingles, entre los dedos, las narices, cuello y pulso. Y después de lavados, los untaban con mangón oontemporáneos de las inscripciones Caleta- Tejelelta, de la misma isla Sin pm bargo, los grabados Belmaco- Zarza ( La Palma) los seguimos considerando como iirin mauifestaciín del bronce atlántico, con representaciones clásicas en Bretaña e Irlnnda Si no existieran otras razones de temas y técnicas, lo confirma más claramentP la nrp senda de las ' crosses", construidas en madera en La Palma, de tipo semelante n laí grabadas en los menhlres bretones ( Diego Cuscoy, 1955, flgs. 11 v 14) No rahp la contemporaneidad tampoco entre el neolítico de tradición capsiense de Tenerife v los petroghfos de Zonzarnas ( Lanzarote), como tampoco entre estos y los va ritadn%! de Belmaco- Zarza ( La Palma De igual forma seria apurar deníaslado^ los paralelismos si intentáramos hallar relación de semejanza entre la cerámica de Gran S r l a T o n I vaso cónico de la cultura de sustrato y el conjunto rupestre del Bnrrancn de Rain? rii dicha Isla con los de La Palma. Balos mlsm ¿ contiene efproblimaSerlvado de sul inscripciones líbicas — en la línea de las del Barranco de Silva ( Gran Canaria)-- v di las representaciones esquemáticas antropomorfas, cuya cronología no puede^ serTa ^ misma de la de las inscripciones, como parece confirmarlo la distinta técn? ca emplead? y la diferencia de pátina que entre ellas existe. " i » i. mi. d w- cniLd empieaaa y El por todos conceptos meritorio trabajo de Alvarez Delgado en su capítulo de cronología, no hace más que poner de manifiesto el terreno movedlzi sobre el ¿ ue pisan y seguirán pisando los estudiosos de la prehistoria canaria. K ^° » ' í,^ i^^ I^= í! l°^=, S?>, í'^"°?^ consulta para el tema de las inscripciones líbicas canarias, ?? J? J^. '^°'^° P ^ " , ' 5?'?"^'^ ^' <= a ™ P° de los paralelismos, la obra de Cortade y Mammerl ( 1967), ya que el léxico va acompañado de la transcripción en escritura tuareg. 24 rúan los inferiores del rey, que donde quiera que ^ on^' o l^ a bían de llevar a su sepultura, donde teman ^.^ P^^^^ J" ^ ; ° ! cuales ponían por su orden, para que se ^,^;;^°<=^^? f"^ J^ f ¿ " JoO). nían fajados y sin cubrirles con cosa encima" ( op. cit, pags. 29J duu;. El examen de restos de momias y de cuerpos últiinamente descubiertos, confirma la existencia de momificadores ^^ ° f " ° P^ J^^^^ X laridad con que aparecen colocadas ciertas partes del cadáver, brazos extendidos a lo largo del cuerpo, manos con los dedos J^^ tos y vueltas hacia los muslos, posición de la cabeza, ligeramente levantada sobre un cabezal, pies también levantados, con los dedos juntos. La conservación de pies y manos es perfecta ( Lám. VII). Sin embargo, en una momia de nií^ o descubierta en el Barranco del Pilón San Miguel Je nerife), las manos estaban contraídas como garras, y el cuerpo revelaba un gran descuido por parte de sus preparadores ( Diego Cuscoy, lybo págs. 23 y ss.). Las cavidades no están vaciadas, y los ^ erpos vacíos se debe a la acción de los roedores. Perfecta deshidratacion de las Part^ s blandas. Hay un torso masculino que conserva 1°^ f « " J^ ales y un cráneo de niño con la duramadre. La momia infantil de San Miguel con serva todas sus visceras. Se ha comprobado también la <^^ ^^ encia de cuevas sepulcrales utilizadas por un grupo familiar Cráneos procede^ i tes del Barranco de Santos ( Santa Cruz de Tenerife), y ¿ e la misma cueva, presentaban cinco de ellos una malformación en el mismo hueso de la nariz. . La momificación fue probablemente un ffl^^''^ Z2s"'!^ r^, social, pues cont^ tan a ^ ^ u - ^-^^^^^^^ ^ ^ ^ ^ - ^ cueva con muchas pieles de ^" 7°^^^^^/ eolocar sobre ellos el ca-véase el Cap. XIV, 4). , , „ ot^ nHipndn ; r r r Í e - J ; ) ¿ . £ e > e.^ p. 0 ae, a e . ; . — e„ e. 25 cluso haber comenzado después de haberse extinguido en su lugar ds origen, es decir, muchos siglos después de haber cesado su práctica en Egipto ( Lám. VII). Comparaciones de lo tinerfeño y canario con lo egipcio han sido hechas con relación a la lucha bipersonal (" lucha canaria") ( Alvarez Delgado, 1945); la tahona o " piedra negra" ha sido relacionada con lo egipcio, de la misma forma que ciertos restos lingüísticos ( idem., idem., 1955, p. 54). Dentro de esa gran corriente norteafricana se ha movido la aurora cultural guanche. Algún investigador ha llegado a afirmaciones absolutas ( Wolfel, 1944- 45, p. 60) al definir la cultura conservada en las Islas Canarias como directa herencia líbica, marcada por elementos étnicos indiscutiblemente cromañoides. En pequeño, dentro del archipiélago canario, se encuentran elementos pertenecientes a las dos " provincias" culturales originarias del África del Norte, los del África iberomauritánica y los del África cap-siense. No se olvide que durante varios milenos vivieron allí, yuxtapuestas, dos poblaciones con caracteres raciales bien definidos y cada una con su civihzación particular, como señala Camps ( 1961, p. 7). Pero, mirando a Canarias, no podemos dejar a un lado el hecho bien significativo de que en el curso de los dos últimos milenios antes de Cristo la Berbería se convierte en un país mediterráneo. El desecamiento del Sahara la proyecta hacia el mundo europeo. Este país que deviene mediterráneo no tiene ninguna vocación marítima y tampoco es capaz de crear una cultura urbana ( Camps, ibid.). La " cultura de sustrato" canaria llegó bien marcada por ese des-gajamisnto, evidente en su falta de interés por el mar y en su incapacidad para la formación de centros urbanos. Culturas de tierra adentro no se pueden improvisar marítimas. Y las que llegan a Canarias, empujadas por el mismo fenómeno de desecación del Sahara, arribaron con lo que tenían y sabían y el secular aislamiento lo convirtió todo en vestigio, en inapreciable reliquia Para los paletnólogos Canarias siempre ha sido vista como un área marginal muy conservadora. El habitante de las islas ha podido ser encuadrado en los ciclos culturales establecidos por Schmidt dentro del I central, que corresponde precisamente a los ciclos arcaicos ( Caro Ba-roja, 1949, p. 40). Este arcaísmo tan fuertemente conservado parece apuntar a una muy limitada comunicación del Archipiélago con otras tierras — tanto próximas como lejanas— por las condiciones desfavorables del mar y de los vientos. La misma corriente de Canarias no ha podido favorecer de forma decisiva las inmigraciones. Le Danois ( 1940, págs. 98- ss.) explica que al N. y al S. de Ecuador existen dos corrientes denominadas corrientes ecuatoriales que van de E. a O., originadas 26 probablemente por la rotación de la tierra. La corriente del N. es la llamada corriente de Canarias y se origina cerca de Mogador " donde las aguas de la meseta continental marroquí, expelidas por las procedentes de alta mar, resbalan hacia el S. en dirección del archipiélago canario". Estas aguas se encuentran encerradas, al N. y al S., por dos ejes transgresivos. Y este doble movimiento fuerza a que dichas aguas partan hacia alta mar y se dirijan al Sudoeste, dando origen a la corriente fría citada. Por otro lado, la navegación lejos de la costa queda dificultada, entre el vecino litoral africano y las islas, por los vientos del NW. y las marejadas. La zona más favorable para la navegación parece ser la comprendida entre Agadir y Safi ( Montagne, 1923, págs. 174- 216). Por si fuera poco, el Derrotero para la navegación a vela en torno a las islas está lleno de advertencias y consejos, productos de una larga y prudente práctica marinera. En resumen, señala que en torno a Canarias y entre noviembre y enero, los alisios son interrumpidos por temporales del SE., pero los más duros son los del NO., si bien duran poco. Resultan peligrosas en esta época las bahías abiertas a ellos. Los canailes entre las islas son limpios: si se viene del N. y no hay que recalar en ninguna isla, debe preferirse el existente entre La Palma y El Hierro al O. del de Tenerife y La Gomera, a fin de evitar las calmas reinantes al S. de los otros canales, calmas ocasionadas por la altitud de las tierras. Las corrientes de aire procedentes del N. son divididas por las islas, y aquéllas vuelven a encontrarse muy al S. dejando espacios invadidos por calmas, ventolinas y rachas peligrosas con mar gruesa ( Derrotero... 1905). Sin ahondar más de lo necesario en esta cuestión, de lo apuntado se deduce que la navegación hacia y en torno al archipiélago canario, hay que considerarla más como navegación de fortuna que como ruta regular y frecuentada en tiempos prehistóricos. Debemos aceptar recaladas neolíticas a las costas canarias; pero el difícil retorno, además de la difícil llegada, explican el fuerte aisilamiento de las islas y la conservación y arcaísmo de su cultura originaria. Si el mar puede guardar la clave de un hecho de tanta repercusión desde el punto de vista cultural, también en el mar está la clave de inmigraciones más modernas que, por sus características, apuntan a corrientes culturales de otras áreas geográficas, a seguir rutas distintas y a alcanzar a unas islas y no a otras. El guanche es, pues, un pueblo con " restos" de estados culturales anteriores. Un complejo vestigial nada o escasamente modificado desde que se produjo el poblamiento de la isla hasta el momento de la conquista en el siglo XV. 27 La cultura guanche se mantuvo hasta tan avanzados tiempos por el fenómeno natural de aislamiento, porque no se produjo hasta entonces un choque con otra cultura superior. Está bien comprobado que uría cultura primitiva se destruye de un modo más o menos completo al entrar en colisión con otra más avanzada. Cuando esto se produce, ocurre que quedan destruidos soportes fundamentales: economía, orden social y concepciones de orden moral y religioso ( Birket- Smith, 1952, pág. 48). La cultura guanche no puede decirse que fuera brusca y súbitamente destruida bajo el empuje de los conquistadores españoles, pero sí que se produjo un corte, un marcado cambio de rumbo, una modificación muy radical en determinados aspectos, pero no una destrucción. Órganos culturales de la mayor importancia vital — utillaje, prácticas pastoriles, habitación, etc.^— resistieron tenazmente al empuje colonizador. No se olvide que el fenómeno acaecido equivale al paso de la Prehistoria a la Historia o, como ya hemos dicho en alguna otra ocasión, del Neolítico al Renacimiento. El choque fue forzosamente violento, el proceso de aculturación siguió un ritmo normal y la adaptación a las nuevas corrientes acabó por imponerse, aunque también dejando " restos", sobre todo " inconscientes", que aún hoy podemos descubrir. Pero nos encontramos, al tratar de analizar la cultura guanche, con que, al principio y al final, fue el silencio. Silencioso el poblamien-to, silenciosa la ruta, silenciosa la llegada. El hombre inaugura su vida en el archipiélago con el silencio. Y silenciosamente se esparció por la isla y ocupó la tierra. Huellas silenciosas dejó por un lado y otro, testimonios mudos a los que es preciso interrogar. Hemos tratado de hacerlo con los elementos que componen la vida material, desde la habitación a las industrias típicas, desde los alimentos a los utensilios. Al paso hemos hecho tímidas comparaciones entre determinados materiales insulares y otros de áreas más distantes. Difícil y arriesgado quehacer, porque los tres " criterios" instrumentales, " criterio de forma", " de cantidad" y " de continuidad", no nos ayudan a disipar satisfactoriamente el silencio. Por ese procedimiento podíamos llegar, a lo sumo, a establecer unas relaciones culturales, pero con mucha dificultad, por ahora, a la determinación de la " patria" del elemento comparado. " Para el mismo hay aún menos indicios de valor absoluto que en el problema del parentesco cultural" ( Birket- Smith, idem., pág. 31). Para el análisis de una cultura en sí, encerrada dentro de los rigurosos límites de una isla, como es nuestro caso, debemos partir forzosamente del estudio de los materiales que ha facilitado la arqueología. La vida material del guanche puede quedar, de esa forma, diseñada con relativa precisión. Pero la cultura guanche es una cultura muerta, y lo que afecta directamente a la vida social y mental no podemos extraerlo solamente de la arqueología, sino que habremos de recurrir 28 con alguna frecuencia a las fuentes literarias. Quiebra, pues, el método propuesto por Imbelloni ( s. a., pág. 34) por falta de puntos de apoyo referentes a la vida social y mental. Pero utilizaremos ambas fuentes de información, ya que una puede completar a la otra, y en algún caso, la histórica, reforzar las conclusiones conseguidas por la vía arqueológica. El régimen patriarcal guanche concuerda con la economía y la organización social de aquel pueblo. Eran monógamos, y la monogamia sabemos que es, además de una consecuencia de orden biológico, un hecho fundamentalmente económico ( Dittmer, 1960, pág. 66). Se ha considerado la monogamia del guanche como signo de elevación moral, cuando en realidad ello no quiere decir otra cosa sino que el guanche vivía forzado por una economía bastante austera *. Alvarez Delgado ( 1945, pág. 58), apoyándose en Espinosa, da por cierta la poligamia entre los indígenas de Tenerife. Asegura Espinosa que " tenían las mujeres que querían y podían sustentar", pero esto está dicho después de hablar de la facilidad con que podían verificarse las uniones: " Y como el casamiento era fácil de contraer, fácilmente se dirimía". Bastaba el repudio por cualquier causa para conseguir la separación y, seguidamente, la elección de nueva compañera. Posiblemente estos cambios, que serían frecuentes y habituales, hicieron pensar en la poligamia. Tan roto quedaba el vínculo por el divorcio, que los hijos habidos en la unión disuelta eran considerados como naturales y designados con el nombre de achiguxa la hembra y gucaha el varón. Creemos que no debe tomarse al pie de la letra la cita de Espinosa — escritor, aunque veraz, tardío—, referente al matrimonio entre los indígenas. Nos parece más aconsejable aplicar un criterio etnológico para el estudio y el análisis de la sociedad guanche, en fin de cuentas una sociedad primitiva. El mencey asume las funciones de patriarca y la sociedad se estratifica rigurosamente; según la nomenclatura castellana empleada con-vencionalmente por los cronistas, se hace la división en: nobles, villanos y escuderos. La riqueza de ganado determinaría esta división de clases, según se deduce de la cita de Espinosa ( op. cit.. Cap. 8P): " Había entre ellos hidalgos, escuderos y villanos, y cada cual era tenido según la calidad de su persona. Los hidalgos se llamaban Achimencey, los escuderos Cichiciquitzo y los villanos Achicaxna. El rey se llamaba Mencey, y de aquí los hidalgos como descendientes de reyes se llamaban Achimencey...". * En este sentido Serra Rátols nos apunta la posibilidad de que la poliandria practicada en la isla de Lanzarote fuese también consecuencia de una economía poure. una sola familia para varios varones puede significar una forma de ahorro. Agradecemos la Interesante observación. 29 Con acierto apunta Dittmer ( op. cit., pág. 72) que " la estratificación se observa a partir de la formación de las culturas agrícolas, campesinas y de pastores nómadas". Y para el guanche, si bien es cierto cjue se apoya en una economía pastoril, también lo es que roza los bordes de una cultura agrícola, que no puede desarrollar por falta de medios y de tradición. No pudo beneficiarse de corrientes exteriores que trastocaran su primitiva base económica — en que la agricultura i'epresentaba tan pobre papel— por otra más fuerte, mediante la cual pudiera sacarle a la tierra mayor variedad y cantidad de productos. Lo cierto es que el nivel social del indígena marchaba de acuerdo con su mayor o menor riqueza ganadera. Se apoya Alvarez Delgado ( 1945, pág. 52) en otro texto de Espinosa ( op. y loe. cit.) respecto al punto a que nos estamos refiriendo: " tenían los naturales para sí que Dios los había criado del agua y de la tierra, tanto hombres como mujeres, y dádoles ganado para su sustento: y después crió más hombres y como no les dio ganados, pidiéndoselos a Dios les dixo: Servid a esotros y daros han de comer, y de allí vinieron los villanos que sirven y se llaman Achicaxna". A este respecto recordemos que cuando Gua-cimara, hija del mencey de Anaga, sale de su reino montañoso en busca del príncipe Ruymán, al no encontrarlo, vestida con traje masculino, se queda a servir como pastor en la vega de La Laguna, probablemente al servicio del rey de Tegueste. Porque, por otro lado, a mayor número de cabezas de ganado, mayor extensión disponible de tierras de pastos. Al rey correspondía repartirlas como dueño de ellas, y en el reparto influía la " calidad" y " los servicios" del beneficiario. Pero si hemos de seguir a Espinosa, las tierras repartidas no comprendían sólo zonas de pastizal, sino también de tierra cultivable: " En esta misma tierra de su término [ el beneficiario] con unos cuernos de cabra o unas como palas de tea, porque hierro ni metal de ninguna suerte lo tenían, cavaba, o por mejor decir, escarbaban la tierra y sembraban su cebada. Esto hacía el varón, porque todo lo demás, hasta encerrarlo en los graniles o cuevas era oficio de las mujeres" ( Espinosa, op. cit., pág. 39). Se deduce de lo anterior que la tierra era propiedad común, aunque figurase como dueño el mencey, pero esto hay que entenderlo más bien como razón de organización y orden de la comunidad. Sobre todo, los campos de pastoreo de los nómadas son propiedad común del grupo o de la tribu más que de la persona ( Dittmer, op. cit., pág. 81). A veces de la familia extensa o de cada generación. En Tenerife, por lo que más adelante veremos, los campos de pastoreo se correlacionan con el área geográfica de los menceyatos. Es decir, cada bando tenía para su aprovechamiento las correspondientes zonas de pastizal. Tenemos multitud de testimonios en crónicas y fuen- 30 tes históricas que consideramos obvio citar ahora, donde se nos habla de disensiones, a veces luchas, sólo por invadir los de un bando áreas pastoriles pertenecientes a otro. También el robo de ganado es práctica frecuente, y el hecho no hace más que confirmar el carácter, la organización social y la economía del aborigen de Tenerife: Abreu Galindo resume bien esto: " Dicho habemos que las guerras que tenían entre sí no eran más de sobre los términos y sobre los pastos de su ganado". Considerando todos estos factores, se plantea una cuestión poco o nada estudiada: la división del trabajo en aquella sociedad. Hemos visto por la transcripción que acabamos de hacer del texto de Espinosa, que en el quehacer agrícola el varón cava, prepara la tierra y siembra la cebada. La mujer realiza todo lo demás, desde la recolección al almacenamiento de la cosecha. Entre los guanches realizaría la mujer el trabajo propio de su condición, hecho que Dittmer ( op. cit., pág. 56) ha estudiado en relación con las sociedades primitivas: cuidado de la prole, fijación en el campamento o en el hogar, mantener el fuego, confeccionar los vestidos, fabricar pequeños utensilios domésticos ( punzones) y la cerámica, preparar la comida, el queso*, la manteca y hacer la recolección, tanto de frutos silvestres como de simientes cultivadas. Abreu Galindo ( op. y loe. cit.) en el quehacer agrícola hace intervenir a la mujer juntamente con el varón: éste labraba la tierra y la mujer derramaba en ella " lo que había de sembrar". Parece esto apuntar a un rito de la fecundación, como sabemos es práctica frecuente en muchas sociedades primitivas. El varón tendría a su cargo la fabricación de molinos, utensilios y esferoides de piedra y tahonas, labrar las armas de madera, acondicionar las cuevas de habitación con paredes de protección, asentaderos y poyos, cuidar del ganado tanto en los apartaderos como en los campos de pastoreo, donde prepararía los abrigos y refugios y, como hemos visto, roturar la tierra para la siembra de cereales. Según su jerarquía tomaría parte en las deliberaciones del tagóror y participaría en toda acción guerrera, de lucha, de robo de ganado, etc. De lo que poco o nada sabíamos era del niño, de su intervención en )] as actividades propias del grupo a que pertenecía. El niño guanche está ausente de crónicas y hasta de leyendas. Alguna vez nos pareció descubrir su huella en la cueva de habitación, por el hallazgo de pequeñas réplicas de utensilios propios de los adultos*. Tendría para • En la fabricación del queso Interviene también el hombre. El pastor moderno fabrica los quesos en la majada. • Sabido es el gran papel que, para la educación y el adiestramiento, ha repre- « pnt„, lo la imitación. El niño imita tanto los utensilios y objetos fabricados por los ndnUn? romo sSs actividades. Los niños copian utensilios y armas, las niñas objetos rlnmíSfiroTrerámica y, llevadas del instinto maternal, confeccionan muñecas. TÜUmann, ni ^ « hí lipr Pl niSel de niño en las común dades poco desarrolladas, analiza este hecho, de ¿ - an toportSa para el propio desarrollo de la comunidad ( TÜUmann, 1963, pág. 32). 31 su juego y divertimiento otros objetos, pero los que han resistido a la acción del tiempo son los de piedra y cerámica. Hemos encontrado mo-linitos de mano toscamente labrados en lava, con el agujero de perforación bicónico y los hoyuelos típicos en la muela superior. Las vasijas tienen todas la forma de cuencos semiesféricos, sin asa ni mamelón. Algunos de estos hallazgos proceden de cuevas de habitación enclavadas en los acantilados de Tacoronte y yacimientos del Barranco Cabrera ( El Sauzal) y Barranco Milán ( Tejina). Se trata siempre de fragmentos. Las piezas enteras han sido encontradas en campos de pastoreo de alta montaña: un molino de juguete en el paradero pastoril de la Montaña de Ayosa ( en las proximidades de la cumbre de Izaña, a 2.000 m. s. m.); un molino y una vasija en la Cañada de Pedro Méndez ( ocultos en escondrijos, como era habitual dentro de los paraderos) y otro molino en Arasa, zona alta del Valle de Santiago, área pastorial por excelencia ( Lám. VIII y Lám. IX, 1). En cuevas sepulcrales correspondientes a paraderos pastoriles, siempre de alta montaña, hemos descubierto la presencia del niño: dientes infantiles en la necrópolis del Llano de Maja, cadáver de niño en la cueva de Roque Blanco ( ver Diego Cuscoy, Mathiesen, Schwidezky, 1960, págs. 13 y ss.) y molares y esternones infantiles en la cueva de Llano Negro ( Santiago del Teide). Estos hallazgos son muy reveladores desde el punto de vista SCH ciológico y de división del trabajo entre los guanches: es indudable que el niño auxiliaba al adulto en las tareas pastoriles. Pero el descubrimiento de juguetes de niña en un escondrijo de montaña — pequeñas vasijas— supone no sólo la presencia de la niña misma, sino de toda o parte de la familia. Y de ser esto así, se añade un nuevo dato a los desplazamientos estacionales en busca de pastos frescos, aspecto de la economía indígena que trataremos oportunamente. Estas referencias — aparentemente fuera de lugar— a ciertos aspectos de la cultura aborigen, vienen a confirmar el arcaísmo de la misma. Podrían manejarse también como pruebas de " supervivencias", de " restos", si bien, dado su especial carácter, resulta más fácil insertarlos en un vasto cuadro cultural que emparentarlos con una corriente determinada. Se dan, a modo de denominador común, en otras culturas, y es importante por lo que tienen de reveladores con relación a un determinado estadio cultural. Dicho arcaísmo es, pues, una manifiesta prueba de supervivencia, que tiene que ser también marginal dada la situación de las islas, que dependen, tanto geográfica como cul-turalmente, de dos continentes, África y Europa ( Fig. 2). 32 O C É A N O ^. A T L Á N T I C O yv ISLAS CANARIAS ^ • ^ S » gui « Agadir I F N L / CASABLAMC » V* y HARKtfE t . = " S A H Fig. 2. Situación de Canarias con relación al continente africano ( N. y O.) II ELEMENTOS MATERIALES DE LA CULTURA GUANCHE Se ha recomendado como excelente método de investigación el estudio de áreas culturales perfectamente delimitadas y de épocas muy concretas ( Caro Baroja, 1949, p. 127). En nuestro caso el área cultural va a ser la isla de Tenerife. En ao que antecede se han puesto algunos ejemplos de supervivencias marginales, que es lo que a la postre le confiere a la isla ese arcaísmo tan característico de su cultura. Como se ha dejado expuesto en el capítulo anterior, son fácilmente identificables los rasgos neolíticos de la cultura canaria de sustrato. Sobre esta base se ha trazado la correspondiente tentativa cronológica, con apoyo en el cuadro de supervivencias marginales. Aunque vamos a destacar seguidamente los más típicos elementos constitutivos de la cultura guanche, no debemos perder de vista el hecho étnicocultural que se produce en el norte de África y el Mogreb a fines del Neolítico. También allí, en aquel período, existe un problema de supervivencias, ya que, por ejemplo, la eliminación del hombre de Mechta el- Arbí no había terminado, y que si el guanche es un " mechtoide", cabe deducir una relación temporal y espacial del aborigen de las Islas Cananas con aquellos pueblos de tan acusada vitalidad ( Camps, ibid., p. 33) Debemos disponernos, pues, a ver en los elementos culturales de Tenerife una serie de pruebas que confirman su base neolítica. Sigue la enumeración de estos elementos con breves descripciones de los mismos. 1. Piedra.— Industria de lascas ( obsidiana, basalto, fonolita: ( Lám. IV), hachas triangulares, machacadores y percutores en cantos rodados ( Pig. 3) ( picos asturienses), pulidores de lava, molinos giratorios, esferoides de piedra, algunos con arista viva alrededor de su contorno. No hay puntas de flecha. Pulimento sólo en los esferoides ( Lám. X, XI, XII, 1, XIII y XIV). 2 Tíweso— Punzones, astillas aguzadas, espátulas, portapunzones y tubos de hueso pulimentado, destinados a ornamento. Los punzones 35 10 e> m.. I Fig. 3. Hachas, machacadores y percutores de basalto. 3G y h\ a astillas aguzadas, así como las largas cuentas cilindricas, se labraban en hueso de cabra y los portapunzones en hueso de cerdo. Un hueso largo de cerdo se utilizó para la fabricación de espátulas, raras piezas empleadas para hacer dobleces a las pieles ( Lám. V, 1 y Lám. XV) 3. Ornamento.— Además de las cuentas alargadas de hueso, cuentas de conchas de moluscos, caracoles perforados, vértebras de pescado y, sobre todo, cuentas de barro cocido. Son muy raras las cuentas de madera. Para los ornamentos de concha se emplearon las de conus, patclla, cardium, haliotis, columhella, etc. ( Láms. I y V, 2). 4. Cerámica.— Alfarería de tipología poco variada — ovoide, se-miesférica, etc.— provista de mango vertical, mamelón, asa- vertedero, aleta, mango de sección cónica o asa raramente curva ( Fig. 4). Generalmente lisa, con incisiones dentadas en el borde. En algunas zonas de la isla hay una cerámica decorada, incisa, acanalada y excisa. La coloración es generalmente rojiza por un engobe de almagre, aunque son muy frecuentes las de tonos pardos manchados de zonas negras. Hay grandes vasijas para el almacenamiento de agua, otras de tamaño mediano y cuencos para ordeño y recogida de agua en charcos y manantiales. Son conocidas también cazuelas, platos y cucharas ( Láms. VI, XVI, XVII y XVIII). T). Armas y bastones.— Se han conservado en perfecto estado largas astas de pastor con remate superior en punta o en horquilla y regatón de cuerno, bastones de mando, un tipo de jabalina denominada hanot y piezas más gruesas y cortas que el asta corriente, empleadas a modo de maza o garrote. Estas armas y bastones estaban labrados en maderas duras, y algunas, como los bastones de mando o añepas, en maderas preciosas ( Lám. XII, 2, 3 y Fig. 5). 6. Pieles. Vestido.— En zonas geográficas próximas y culturalmen-te paralelas son raros los hallazgos pertenecientes a la industria de la piel. Obvio es decir que este material no resiste ilimitadamente los estragos del tiempo. Refiriéndonos siempre a Tenerife, cuyo horizonte neolítico tratamos de trazar con la enumeración de su conjunto ergológico, digamos que el aborigen desconoce el tejido y que solamente emplea para su vestido las pieles de los animales domésticos con que cuenta. Conocemos por viajeros, cronistas e historiadores tos nombres de casi todas las piezas de la indumentaria guanche. Torriani ( ed. Wólfel, 1940, traduc. Cioranescu, 1959), además de hacer unos dibujos para ilustrar sobre la indumentaria del aborigen, habla del empleo de dos pieles de cabra para confeccionar el tamarco, especie de capa abierta que cubría la espalda, pero no el pecho. Viana ( 1604, ed. de Moure, 37 Fig. 4. Distintos tipos de asas cerámicas de Tenerife. 38 - l- m. 5 I 6 I Fig. 5. Armas de madera y bastones: 1, añepa ( bastón de "^ ando); 2 y 3, yados de pastor con regatón de cuerno; 4, 5 y 6, banote « ; 7, lanza. ca- 39 1905, Canto III, pág. 74) dice que llevaban huinnas, especie de mangas para protegerse ios l^ razos, y gunycas, como polainas para resguardarse la pierna, de la rodilla al tobillo. Las sandalias o abarcas — llamadas xercos— no estarían confeccionadas con piel de cabra, como aseguran cronistas e historiadores, sino más bien de cerdo, por su mayor grosor y resistencia. Las partes pudendas, tanto hombres como mujeres, las cubrían con un faldellín fijado a la cintura. Coinciden muchos tratadistas de las antigüedades canarias que al íamarco no se le despojaba del pelo, sino que la pieza se llevaba en invierno con el pelo hacia dentro ( Lám. XIX, 1), detalle que hemos podido comprobar por haber descubierto fragmentos de tamarco con el reverso de la piel decorada con incisiones en bandas horizontales alternando con verticales ( Láms. XIX, 2 y XX). La confección — agamuzado y cosido— es muy cuidadosa. El teñido se hace empleando sólo dos colores, el amarillo brillante y el marrón fuerte. El ornamento del tamarco o de una especie de camisola corta se conseguía a base de aplicaciones de la piel misma, consistentes en tiras cortadas en ángulo más o menos redondeado, a veces como un pectoral con ensanche curvado en el centro y sujeto seguramente a los hombros con ojales. I\ iede que estas aplicaciones de piel teñida de claro se cosieran en la espalda del tamarco, de piel más oscura ( Lám. XIX, 3). Está de más decir que el trabajo de la piel fue femenino; la mujer guanche conocía muy bien el tratamiento del material, como podemos comprobar por las muestras que poseemos ( Lám. XXI). Respecto a la mayor o menor desnudez del guanche debemos considerar la cuestión como un hecho natural. Sabido es que la decencia funciona como un hábito, no como un instinto. Ya se ha dicho que el vestido funciona como una necesidad biológica del individuo, necesidad es-tacionail. Más necesario el vestido durante el invierno, menos durante el verano ( Linton, 1959, p. 401). En un clima como el de Tenerife, y dentro de la faja tibia ocupada permanentemente, el abrigo no sería excesivo. Hay que suponer que el indígena iba más desnudo que vestido: " por andar casi desnudos, como andaban", escribe Espinosa, 1594, ed. 1848, C. VI). 7. Cordelería.— Para fijar el taparrabos y ceñir el vestido al cuerpo se emplearon tiras de piel y cinturoñes, confeccionados éstos a base de una tira ancha, fuerte y gruesa, recubierta por otra más delgada y suave. Todas ellas iban cosidas con hilo grueso de tendón. Pero el cordel trenzado de fibra vegetal parece haberse empleado poco. Lo hay de unos tres milímetros de grueso. También trenzaban cuerdas de 2 a 3 cms. de grueso. Alguna vez esta cuerda se empleó para sujetar el cadáver a la parihuela que lo conducía a la cueva sepulcral. 40 La escasez de este material hay que atribuirla a la poca resistencia que ofrece a la humedad y al paso del tiempo ( Lám. XXII). 8. Muebles.— La madera sólo se utilizó para labrar cayados, bastones y armas arrojadizas. No se conoce ningún mueble de madera, aunque algunas vasijas se labraban en madera con formas que venían a ser una réplica de las de cerámica ( Lám. XXIII). Considerándolos como muebles, debemos citar los asientos de lajas dispuestos en torno al hogar o en círculo en un recogido lugar de la cueva de habitación. Una gran laja, colocada sobre un amontonamiento de piedras, fue empleada como mesa. Las repisas naturales de la cueva se utilizaron para colocar los utensilios, sobre todo las vasijas. Las camas estaban formadas por una pared de piedra seca: se construía solamente la cabecera, los pies y un lado; el otro lo formaba la propia pared de la cueva. El hueco entre la cueva y los muretes se rellenaba de conglomerado suelto u otro material menudo. Sobre este relleno iba una capa blanda o yacija de hierbas secas, pinocho o ramas. Sobre esta yacija vegetal se extendían las pieles. Si no propiamente muebles, con grandes tablones se fabricaban algunos elementos sepulcrales. El más interesante es el chajasco, para transportar el cadáver hasta la cueva sepulcral, y la parihuela, constituida por dos largos tablones dispuestos lateralmente, con tres o más perforaciones por donde se hacía pasar otras tantas astillas gruesas que servían de soporte al cuerpo. Esta parihuela era posteriormente desmontada y empleada para depositar sobre los tablones el cadáver. A estas piezas llamaron los antiguos cronistas e historiadores ataúdes ( Lám. XXIV). í). Habitación.— El aborigen de Tenerife utilizó para su habitación las cuevas naturales. Las mejoró en el sentido de procurarse protección, sobre todo construyendo un muro a todo lo largo de la entrada y dejando un acceso practicable. Raramente mejoró el interior de la cueva, sino ( jue utilizó oquedades y repisas para colocar utensilios y enseres. El conocimiento y estudio de muchas cuevas de habitación nos ha enseñado que, en general, el aprovechamiento de la misma respondía a un patrón fijo: una parte, la mejor iluminada y un poco hacia el exterior, se destinaba a cocina. En la cocina estaban el hogar, el molino de mano y los enseres propios del lugar, sobre todo las vasijas. El agua se almacenaba en recipientes de mayor capacidad. Otra parte de la cueva — si las dimensiones de ésta lo permitíanse destinaba a lugar de reunión, con asentaderos de grandes lajas que no siempre guardaban una disposición regular. La parte mejor protegida de la cueva y más oscura — preferible si había pequeñas oquedades— se empleaba para dormir. Alguna vez las yacijas extendidas so- 41 bre el mismo suelo estaban formadas de hierbas secas y hojas de pino, pero a veces, adosada al fondo de la cueva, se levantaba una pared de unos 50 cms. de altura: el espacio comprendido entre esta pared y la de la cueva se rellenaba con gravilla o conglomerado volcánico, sobre el cual, convenientemente allanado, se acondicionaba la yacija de hierbas y hojas, como ya se ha dicho ( fig. 6). Las oquedades, salientes y otros accidentes de la cueva se aprovechaban para colocar las lanzas, armas, cayados, los bloques en bruto para fabricar molinos, los núcleos de obsidiana o basalto para las tahonas e incluso los pequeños agujeros se utilizaban para colocar los punzones. Hemos hecho muchos hallazgos de punzones ocultos en agujeros de la roca, en la parte generalmente destinada a cocina. Es de suponer que las mujeres tuvieron un sitio reservado para la preparación y elaboración de las pieles destinadas al vestido, además de un lugar dentro de la cueva donde conservar la indumentaria, pero la naturaleza del material no ha permitido que permaneciera in situ hasta nuestros días. No es fácil determinar el número de personas que habitaban una cueva. Hay cuevas de habitación que, dada su amplitud, revelan haber sido ocupadas por un grupo familiar bastante numeroso. La excavación, en algún caso, ha confirmado este supuesto. Tenemos, por ejemplo, una cueva de habitación en el Barranco Cabrera ( El Sauzal, Tenerife), la cual aparecía ocupando dos planos distintos, y en cada uno de ellos la parte de cueva correspondiente estaba destinada a un servicio diferente. En la parte de cueva que ocupaba el plano inferior se encontraba la cocina: era la parte más pequeña de la habitación. Pero dado que la visera de la cueva protegía con su saliente una faja de tierra del exterior, la cocina tenía realmente más amplitud de la que a simple vista aparentaba. El estrato arqueológico no se encontró solamente dentro de la cueva propiamente dicha, sino que se extendía hacia el exterior por la faja de tierra que quedaba bajo la visera. Este estrato ha dado una información de mucho valor sobre la vida y hábitos del indígena de Tenerife. Entre el material hallado vale citar en primer lugar la cerámica. No se puede determinar con precisión el número de vasijas empleadas por una sola familia, pero la que ocupó una cueva del Barranco Cabrera — según se deduce del estudio de un nivel arqueológico— tenía de 15 a 18 vasijas de tamaño medio ( capacidad de 1 a 2 1/ 2 litros), dos o tres vasijas de mayor tamaño ( de 3 a 4 litros de capacidad) y un número igual de vasijas de 5 a 8 litros. Entre el ajuar de cocina se encuentran conchas de lapas preparadas para ser utilizadas como cucharas. Son poco frecuentes los platos y muy raras las cucharas de cerámica ( Diego Cuscoy, 1961). 42 lo J% 72 ¿ 2 (^^^<£ 3. íjd- Sm. Flg. 6. Planta de una cueva de habitación del Barranco Cabrera ( El Sauzal, Tenerife). La parte más amplia de dicha cueva, la situada en un plano superior, comprendía el lugar destinado a reunión y el utilizado como refugio nocturno para dormir. Salvo el hallazgo de alguna tahona, de alguna cuenta de collar perdida o de escasos trozos de cerámica, el estrato de dicha parte de la cueva suele ser por lo general estéril. Excavaciones realizadas en otras cuevas de habitación ofrecen el mismo testimonio que esta a que nos estamos refiriendo. Está fuera de toda duda que las cuevas de habitación de reducidas proporciones fueron ocupadas por un grupo familiar también reducido: los restos de cocina son muy pobres, no existe lugar de reunión y la parte destinada a dormir no dispone de más espacio que el que pudieran ocupar una o dos yacijas. El estudio de las cuevas de habitación plantea multitud de cuestiones relativas a la familia compuesta de pocos miembros o al grupo familiar más numeroso. Cabe pensar que las pequeñas cuevas estuvieran ocupadas por una pareja en sus primeros tiempos de unión conyugal y que las grandes cuevas dieran cobijo a los progenitores con sus hijos y la prole consiguiente. Esto no pasa de ser un supuesto deducido del estudio arqueológico de yacimientos de tal naturaleza, ya que no disponemos de información etnológica al respecto ( Diego Cuscoy, T947, págs. 71 y 140; idem., 1950, pág. 511; idem., 1953, pág. 75 y ss.). 10. Alimentos.— Si bien en crónicas y otras fuentes literarias se encuentran referencias a la alimentación indígena, ha sido la excavación arqueológica auxiliada por el análisis de determinados elementos la que ha ampliado tan interesante capítulo, al mismo tiempo que hacía la aportación de datos totalmente desconocidos hasta ahora. En general se ha insistido sobre la pobre dieta del Neolítico. Leo-nardi ( 1958, págs. 3- 5) dice que en aquel tiempo no había cesado la caza de los animales salvajes, y que a la dieta de carne se le agregaban los productos de la pesca, moluscos marinos y la recolecciíjn de frutos y semillas silvestres. En muchas zonas de Europa se han desculiierto glandes amontonamientos de conchas ( chioccioUt'. kjokkenmadings), que demuestran la gran importancia que tuvieron los moluscos marinos en la alimentación primitiva. El mismo autor atribuye a los neolíticos la costumbre de romper huesos largos por los extremos para extracción del tuétano y el cráneo para aprovechar los sesos. Ganado y co- secha fueron, pues, la base de la alimentación. La pobreza de la dieta guanche ha sido señalada por Serra Ráfols ( 1960), quien deístaca el manifiesto desequilibrio entre las necesidades de aquella población indígena y los recursos alimenticios de que disponía. Si nos atenemos a las crónicas antiguas y a fuentes escritas más modernas, sabemos que la alimentación guanche se componía de carne, 44 leche y queso, grasa ( mantequilla, sebo), gofio, moluscos y frutos silvestres. La alimentación de carne de cabra y oveja ha sido propia de pueblos pastores ( Dittmer, 1960, pág. 235). Por otro lado, según Hintze ( 1935, págs. 141- 145), el cerdo es considerado como el principal animal de carne, y esto supone ya un régimen de claro sedentarismo. El cerdo, por lo que sabemos, interviene en la alimentación indígena de Tenerife, y si nos atenemos a lo que acabamos de decir, el dato es muy importante para ayudarnos a definir el estadio cultural en que el guanche esta situado. Sobre la alimentación animal, las cuevas de habitación e incluso las sepulcrales han facilitado valiosa información. Entre los restos de cocina se han encontrado huesos de cabra y oveja, cerdo y perro. Cuenta Viana en su Poema que comían carne de carnero y cabra: " Asadas laj5 comían, medio crudas — goteando gordura o fina sangre" ( Viana, 190;>, C. I., pág. 31). Es curioso que el testimonio del poeta haya sido corroborado por la investigación arqueológica*. Como entre los neolíticos, el guanche quebraba los huesos largos por los extremos y comía la carne ligeramente asada, ya que los huesos encontrados revelan escaso contacto con el fuego. No se excluye el consumo de carne cocida. Es posible que rompieran el cráneo para la extracción de los sesos, pues mientras en las cuevas funerarias son muy frecuentes los hallazgos de cráneos enteros de cabra, entre los restos de cocina no se ha hallado ninguno, sino maxilares y fragmentos de cráneo de los animales citados, incluso de perro. Después de la carne, la leche y sus derivados ocuparían parte muy importante en la dieta indígena. Las citas a este respecto son muy abundantes: según Viana ( op. cit., C. L, pág. 31) consumían leche y manteca, y el mismo autor nos da un dato muy concreto cuando dice que Añaterve, mencey de Güímar, obsequia al conquistador l^ er-nández de Lugo con 12 cuencos de manteca, 12 quesos anejos y 12 frescos, 12 odres de leche y 12 cueros de cebada ( ídem., C. VIH, pag. 239). Viera y Clavijo ( 1951, T. II, pág. 186) se refiere también a este obsequio cuando dice que el mencey de Güímar socorrió después de la derrota de Acentejo a los españoles con cebada, gofio, ganado, queso y leche. Todos los cronistas e historiógrafos del pasado prehispanico . S„ l, re este punto conviene tener en cuenta el J^ rev^^ y - ¿ - p l ^ i H d a d ' e n t r^ Plganiol ( 1903, págs. 369- 371) donde expone a t e o n a a e q e explicar el dualismo el asado y el cocido de la carne P" ede manejarse t » ' ™ '¡' ¿ ^ ^^ la incineración y la de instituciones primitivas, por eJ^^ plo. como la " etnológica? pues si bien el guanche inhumación. Damos la cita como mera curiosidad etnoig.^^,^^ 1^^^^ ^^ ^^ inhumación. consume la Segun nues troc arpnuen toli gderea mviesntate, ^ elf ^ a° s^ a! dj o " Ctoorrrreessppoo nde a un^ ^^ h^ o^ r iz^ o^ n^ te^ ^^ c^ u lt^ u^ r^ a^^ l ^ m^ ásj ^ p ^ r^ i- SdÍ:'° Él'" cl? nbL"^ eftadTarco? ld^ o''' ¿ SSr'hablr tenido lugar en el neolítico, con la in-vención < ie la ceríimica. 45 de la isla incluyen el queso y la manteca dentro de la dieta guanche. Verneau ( 1891, pág. 42) describe la forma como se fabricaba la mantequilla ( mejor, llamarla manteca de ganado): se llenaba a medias de leche un odre de piel, y dos mujeres, separadas una de otra ocho o diez pasos, se lo lanzaban como si fuera una pelota, a fin de separar la grasa. Según Verneau, el mismo procedimiento se seguía empleando en la época en que escribió su libro. Pero la noticia había sido dada antes por Berthelot ( 1842, pág. 263). Dice este autor que la manteca de ganado se confeccionaba en Chasna y en casi todos los distritos del sur de Tenerife siguiendo el procedimiento indígena: se suspendía del techo una orza conteniendo leche y dos personas colocadas a conveniente distancia le imprimían a la orza un movimiento de vaivén ( ver en el Cap. XVI información sobre la supervivencia de esta práctica). La fabricación de queso en la isla queda confirmada por las primeras ordenanzas: la número 74 previene que " a los mercaderes... que se les den e paguen en quesos" ( González Yanes, 1953, pág. 70). La alimentación vegetal estaría compuesta de frutos silvestres que, por cierto, no abundan en la isla. Hay citas de Viana que se refieren a los hongos, madroños, moras, y, sobre todo, el mocan ( fruto de la Visnea canariensis). Hay una referencia dedicada especialmente a la írutecilla del haya ( Myrica faya), que posiblemente por error de transcripción aparece en el Poerna con el nombre de cresas ( larvas de insectos, montones de huevos de mosca) — lo que en algún caso se confundió con las cerezas, fruta inexistente antes de la conquista—, y que nosotros hemos recogido en Tacoronte, El Sauzal y Anaga con el nombre de creses. En realidad, salvo las moras, la recolección de frutos silvestres se hacía en los límites o dentro del bosque de laurisilva e incluso del pinar, es decir, en cotas mucho más altas que las habitualmente ocupadas por la población indígena, la cual buscaba, como más adelante veremos, zonas más bajas y más soleadas. En general, se ha divagado demasiado sobre la alimentación vegetal guanche. Hoy disponemos de datos de laboratorio obtenidos por modernos métodos de investigación ( ver Mathiesen, 1960, págs. 43- 44). En el análisis del contenido intestinal de un adolescente guanche de Tenerife se comprobó la presencia de semillas de pino, harina de cebada, tostada ( ahoren, en voz guanche, goño), y harina de raíz de helécho. Desgraciadamente el análisis no alcanzaba a ciertos elementos de origen animal, tales como carne y moluscos, así como tampoco las féculas. La presencia del piñón de Pinus canariensis aporta un dato hasta ahora desconocido, en lo refe- 46 rente a la alimentación indígena; se sabía el empleo del gofio * e incluso el de la harina de raíz de helécho, alimentos estos últimos que todavía se consumen en la isla ( Diego Cuscoy, 1960, págs. 101- 108). En el contenido intestinal citado, el análisis de los rizomas permitió la identificación de las especies Pteridium aquilinwn, Pteris arguta y P. lon-gifolia, que abundan en áreas próximas al emplazamiento de la cueva sepulcral donde se descubrió el cadáver. Alvarez Delgado ( 1946, págs. 20- 58), al hacer un análisis Ungüístico de la voz " gofio", estudia una serie de palabras relacionadas con los cereales y la alimentación indígena en general: tárnoz sería la forma pancanaria de la cebada; irichen es la voz exclusivamente empleada en Tenerife para designar al trigo; ahóren, cebada tostada y molida; ta7na-zanona, cebada cocida con carne y manteca. Las citas de viajeros y cronistas sobre el gofio de trigo y cebada abundan desde mediados del siglo XIV: " comían gofio de cebada tostada", anota Gaspar Frutuoso ( ed. 1954, p. 93). En 1448 Azurara en su " Chrónica do Descobrimento e conquista de Guiñé" ( ver Serra Ráfols, 1941) dice: " ham triigo e cevada, mas fallecelhe o engenho para fazer pan, soomente fazem farinha, a cual comem com carne, e con manteiga". Las citas son tan abundantes que creemos innecesario recogerlas, puesto que todas, con ligeras variantes, vienen a decir lo mismo. Lo que sí queda bien demostrado es la existencia del trigo y de la cebada entre los aborígenes de Canarias, y que estos cereales se encontraban en Tenerife en tiempos anteriores a la colonización española. Además de los cereales, los aborígenes canarios emplearon otros elementos vegetales para la obtención del gofio. Como posible relación con otras áreas geográficas y culturales debemos citar el gofio de la simiente de algunas especies de Mesembryanthemum. En efecto, la brissa de Túnez es semejante al gofio de las Islas Canarias, cuya preparación tan puntualmente anotó Verneau ( 1891, págs. 40- 41); incluso anota el hecho de que en años de escasez se empleó la simiente del M. nodijlorum. Los árabes, como los guanches, han empleado también los pequeños granos de un mesembryanthemum para la obtención de alimento, el M. forskaü, grano que suplió a los cereales. Esta pequeña planta crece en gran abundancia por todo el desierto de Arabia, y allí. • En varios pasajes de su Poetna se refiere Viana al gofio de cebada: " La mayor variedad de sus manjares era que la cebada bien tostada, en molinos de mano remollan tanto, que del pajizo y tosco grano sacaban el menudo y sutil polvo al que llamaron gofio... , a , ^ ( C. I.. . p . g , 31) . y Viera / CUWJ^^ p. ^ cit. T- i p, g^^ 126) ^ d. ce^ que ^ e^ l gofio de cebada lo "" saba" como de pan cotlüíano .^ n^^^ a^ an irichen. De ello se deduce que ^ o'no^ llrL^ ambos clrealfs.' d f ! ol tul ? ol? eremos a hablar cuando nos refiramos a la agricultura entre los guanches. 47 como nosotros hemos visto en Tenerife ( Diego Cuscoy, 1947, págs. 365- 367), las mujeres y los niños hacen recolección de los granos maduros en las áridas costas del sur de la isla. Gobert ( 1955, págs. 501- 542) apunta que los grupos llegados a las Islas Canarias, separados de los cro-mañones de Europa o de los cromañoides del Mogreb, llevaron al Archipiélago, al mismo tiempo que las industrias neolíticas, la costumbre y el uso de las harinas tostadas. Considera al gofio canario y a la hrissa tunecina como alimentos prehistóricos. El nombre dado en el sur de la isla al gofio obtenido de un me-scmbryanthemum es el de " gofio de vidrio". Max Steffen ( 1947, págs. 104- 195) dice, en un trabajo lingüístico, refiriéndose a este gofio: " cofe-cofe, cosco, vidrio, hierba de vidrio son los nombres canarios de la ficoi-dea mesembryanthemum nodiflorum L., planta vulgar de los sitios incultos a orillas del mar. En tiempo de escasez algunos pobres solían hacer gofio de las simientes del M. nodiflorum y de su congénere M. crys-tallinum". Nosotros hemos asistido hace años, en el Valle de Arona ( Tenerife), a la recolección de esta simiente, cjue se hace recogiendo la flor seca y sumergiéndola en charcos de agua salada a la orilla del mar. De esta forma se separa la semilla de la cápsula. Aquélla se tuesta lo mismo que un cereal, en los grandes tostadores de barro. El gofio así obtenido es fuertemente salado y de color chocolate. También son muy abundantes las noticias acerca del empleo de la raíz de helécho entre los indígenas, incluso para alimentar a los niños. Abreu Galindo ( 1955, Cap. XVIII, pág. 82) escribe: " en pariendo las mujeres antes que el pecho daban a sus hijos raíces de helécho asadas y majadas o mascadas, con manteca, que llamaban aguamanes, y al presente les dan harina de cebada tostada, mascada, con queso, en lugar de los aguamanes antiguos, y los llaman del mismo nombre". Viera y Clavijo ( 1869, págs. 12- 13) se refiere a las raíces del helécho hembra ( Pteris aquüinum), empleadas como alimento por el natural de la isla. Al investigar modernamente las zonas de Tenerife donde más ha persistido el empleo de dicha harina, han sido determinadas las siguientes: parte del macizo de Anaga con las dos vertientes del Monte de las Mercedes, en torno al Monte de la Esperanza, en las laderas de Arafo, Güímar y Valle de la Orotava, así como en los altos de La Guancha, Icod y Santiago del Teide. 11. Otros alimentos.— Abreu Galindo se refiere al consumo de habas y otras legumbres. Puede que existiera alguna leguminosa silvestre comestible, pero no es probable que las legumbres fueran objeto de cultivo. Ello supondría un cultivo de huerta, expresión de un sedentaris-mo absoluto que no se practicó, como es obvio. Por otro lado, el empleo de raíces y pobres simientes silvestres no viene, precisamente, a confirmarlo. A una altitud favorable, húmeda y lluviosa, donde las le- 48 gumbres tendrían su medio propicio, sabemos que se recolectan raíces de helécho para hacer gofio. Y en zonas costeras, extremadamente secas, donde es muy improbable que se puedan desarrollar las legumbres, se recurre a las simientes de por lo menos dos variedades de mesem-bryanthemum, también para gofio. Nos estamos refiriendo, como es natural, al guanche en plenitud de vida neolítica. No entramos en la discusión sobre la existencia de legumbres y frutas — como los higos , cuya posible existencia en los tiempos de la conquista puede explicarse por contactos con navegantes de los siglos XIV y XV. Sustancias azucaradas, además del consumo de miel silvestre, podían obtenerse de ciertas frutas, entre ellas la toya o mocan, de que ya se habló. Lo que sí es seguro es el uso de la sal. Sería vano hablar ahora del papel que ha representado la sal, sobre todo en aquellos pueblos y culturas que no la han poseído. Es de sobra conocida la ruta de la sal a través de Europa y las repercusiones de tipo cultural que el comercio de ese producto trajo consigo. Un pueblo que vive a la orilla del mar, que recolecta moluscos, que tiene ocasión de ver la sal, cristaHzada, en los pequeños charcos, no puede por menos de emplearla. No se olvide que al cereal tostado se le agrega sal antes de molerlo, que el queso lleva sal y que en Tenerife es costumbre muy extendida entre pastores — fieles herederos de una tradición ancestral— agregar sal a la leche recién ordeñada. Para el adobado de las pieles se emplea la sal y todavía hoy, para blanquear los zurrones de piel de cabrito, donde se aniasa el gofio, se utiliza con preferencia el agua del mar. No se olvide tampoco que las simientes de mesembryanthemum empleadas para hacer gofio de vidrio, se lavan previamente en un charco del mar, por cuya causa no se le añade sal antes del tueste. También es posible que se empleara la sal en el asado y en el cocido. El pastor llevaría la sal hasta la montaña, pues allí fabricaba quesos, bebía leche en abundancia y confeccionaba zurrones. Su uso sería común, aunque no haya ningún testimonio escrito — que nosotros sepamos— que lo confirme. Pero hay otro testimonio suficientemente probatorio, como es el del análisis de determinados usos y hábitos alimenticios, de los cuales la arqueología suministra pruebas que están más allá de toda discusión. Para la momificación se emplearía una salmuera, que ayudara a secar el cadáver. La sal se conservaría en un recipiente especial, como hemos podido comprobar en el pueblo de San Miguel ( Tenerife), y como lo demuestran las bellas colecciones de saleros y los sencillos objetos utilizados como tales, que pueden verse en los museos etnológicos ( ver Kruger, 1961, ídem, 1962). 49 12. El fuego.— Son varias las referencias, sin comprobación posible, acerca del empleo de maderas duras, una fija, maciza, y otra liviana y apta para el movimiento de vaivén o giratorio, con el fin de producir fuego*. No cabe duda que éste se obtuvo por frotación, con la presencia en el punto de fricción de una yesca vegetal u otra materia fácilmente combustible. Ninguno de los materiales que se emplearon resiste la acción del tiempo, pero hemos recogido la tradición entre viejos pastores. " Los guanches hacían fuego con dos palos", nos han dicho. Muy pocas serían las ocasiones en que se verían forzados a producir fuego, ya que éste sería cuidadosamente conservado, incluso durante los desplazamientos desde el poblado de cuevas a los campos de pastoreo de alta montaña. El hogar no falta en ninguna cueva de habitación, en el sitio destinado a cocina, y está presente en algunos refugios y abrigos de los paraderos pastoriles. En éstos, además, dada la altura, la hoguera se hace necesario mantenerla encendida durante la noche, incluso en el verano. En un abrigo semiconstruído del paradero del Llano de Maja ( más de 2.000 m. s. m.) se encontró un hogar y un estrato de cocina que venía a ser una réplica del de una cueva de habitación. El hogar, las vasijas ahumadas y el carbón confirman la costumbre de cocinar algunos alimentos. Pero no debe olvidarse que la dieta del pastor en la montaña sufre sensibles cambios con relación a la consumida en los poblados de las tierras bajas. El fuego se conservaría en brasas, rescoldo o lámparas. Ya habíamos identificado una lámpara de barro en la isla de La Gomera o un fragmento en Belmaco ( La Palma). Las de Tenerife se asemejan a pequeños cucharones con el mango macizo o acanalado, donde se apoyaría la extremidad de la mecha o torcida. Es lógico pensar en la existencia de lámparas alimentadas con grasa animal, pues las cuevas han de ser necesariamente iluminadas. Los hachones de tea se utilizaron para iluminar las grutas sepulcrales, donde han sido halladas. En las cuevas habitadas no se encuentran hachones. Las lámparas de La Gomera y La Palma podían suspenderse del techo, pues tienen orificios en los extremos. Las de Tenerife no: están hechas para colocar sobre un apoyo en las paredes de la cueva o en el suelo. 13. Paleopatología.— Así como la investigación antropológica ha conseguido logros muy estimables, la paleopatología del guanche está * Uno de los varios testimonios escritos que tenemos es el de Gaspar Frutuoso ( finales del siglo XVI). Dice que los aborígenes comían la carne cruda cuando no disponían de fuego, y asada y cocida después " que o tlveram ou Inventaram fazer com dois paus, un chaimado teimaste, que é rijo, o outro tabalba ( de que se faz o visgo), que é brando, rougando um no outro" ( Frutuoso, 1964). 50 todavía en la que pudiéramos llamar fase literaria. Es decir, se está nutriendo aún de noticias entresacadas de crónicas e historias generalmente tardías y, para tema de tal naturaleza, de escaso o nulo valor. Se echa de menos el análisis directo de materiales humanos, que por fortuna abundan. Solamente un corto capítulo ha sido iniciado, el de las fracturas, pero sólo iniciado, pues sigue sin ser acometido el estudio pormenorizado de la pieza fracturada y el análisis minucioso de las circunstancias — accidente, instrumento— que las produjeron. Un reciente trabajo constituye un aprovechable punto de partida para una sistemática paleopotológica de la primitiva población canaria ( Bosch Millares, 1961- 62). En un caso como el presente, no puede por menos de ser recordado el ejemplo de Egipto. Merced al examen de las momias se ha podido reconstituir la patología del antiguo egipcio: tuberculosis espinal, arte-rioesclerosis, cálculos biliares, viruela, poliomielitis, anemia, y muchas más enfermedades cuya lista alargaría esta nota. Para el guanche no conocemos, fuera de unos límites hipotéticos, ninguna enfermedad, que las debió haber padecido, y de las cuales tienen que quedar huellas en las momias y en los esqueletos. Hace años pusimos a disposición del Dr. José Jerez Veguero un bacinete pélvico descubierto por nosotros en el curso de la excavación de una cueva sepulcral del Barranco de Milán ( Tejina, Tenerife) ( Cap. X, a) y XIV, 7). Del examen de la pieza se dedujo el siguiente diagnóstico: que se apreciaba una osificación de los ligamentos de las articulaciones vertebrales y de los discos intervertebrales, así como una tenaz soldadura del sacro a los coxales; que la fortaleza ósea del conjunto se debe a la ñrme soldadura de las alas del sacro con los huesos ilíacos; que sin descartar el origen de tal anomalía en infecciones agudas, dos entidades nosológicas típicamente productoras de rigidez y osificación de las articulaciones pueden estar presentes: la enfermedad de Bechte-rew o su variedad de Pierre- Marie- Strümpell — en que la rigidez comienza en las vértebras inferiores—, y la espondihtis deformante. La enfermedad de Bechterew, de confusa etiología, se ha atribuido a traumatismos: la de Pierre- Marie- Strümpell, al reumatismo poliarticular agudo. Esta enfermedad afecta más a los hombres que a las mujeres, y se manifiesta entre los 30 y los 40 años. La pieza estaba constituida por las cinco vértebras finales del raquis, el sacro y los dos coxales. Tanto el diámetro pélvico como los ángulos formados por la última vértebra con el sacro, revelan que perteneció a un individuo del sexo masculino, adulto ( ver Diego Cuscoy, 1947, págs. 154- 156). Hay fracturas de cráneo y de las extremidades, unas cicatrizadas y otras mal consolidadas. También las hay bien consohdadas, como un húmero que se exhibe en el Museo Arqueológico de Tenerife, y que los 51 traumatólogos consideran como ejemplo de que el guanche sabía reducir fracturas. Se ha señalado la existencia de malformaciones óseas. En Tenerife, entre los cráneos hallados en una cueva del Barranco de Santos, a la altura del Becerril, cinco individuos estaban afectados de aplasia de los huesos nasales. Pero además de las fracturas y de las malformaciones, hay enfermedades con sintomatología ósea de las que poco o nada se sabe, excepto que no hay huellas de sífiles en los esqueletos guanches. Estimamos que el verdadero trabajo está por hacer. No sólo está sin revelar el capítulo completo de la traumatología, sino que todavía no han intervenido el patólogo, el radiólogo, el citólogo y otros especialistas, a quienes compete tan delicada como apasionante tarea. Las momias, contrariamente a lo que se ha venido diciendo, no sufrieron extracción de visceras. Si se ha realizado un análisis de contenido intestinal, es que la momia conservaba aún el intestino. La momia de niño hallada en el Barranco del Pilón ( San Miguel, Tenerife) ( ver Diego Cuscoy, 1965), es un claro ejemplo. Conserva completos los órganos de sus cavidades torácica y abdominal ( Cap. XII, b). Los ojos siguen en el interior de las órbitas en muchos cráneos bien conservados — poseemos el resultado del análisis de un ojo de un cráneo de Tenerife, para determinar el color—, los grandes vasos han servido para la determinación del grupo sanguíneo — la momia infantil de San Miguel pertenecía al grupo O—, la duramadre se encuentra con frecuencia en el interior del cráneo— y en un torso que se guarda en el Museo Arqueológico de Tenerife se conservan incluso los órganos sexuales masculinos. Son solamente algunos ejemplos de las posibilidades de estudio que ofrecen los materiales de que se dispone. Repetimos que, lo que sobre medicina guanche se ha dicho, constituye un loable intento, pero hay que traspasar esa fase literaria y entrar en la verdaderamente científica. Aplicando modernas técnicas de diagnóstico es de esperar que se hagan importantes descubrimientos. El autor, que no es médico, estima que el amplio capítulo de las enfermedades infecciosas sin manifestaciones óseas, está por descubrir. No cree que sea fácil hablar de esas enfermedades y menos diagnosticarlas sin más instrumentos que unas vagas y confusas noticias. Otro tanto se podría añadir con respecto a la terapéutica. Parece seguro el recurso, muy extendido de las sangrías, y para demostrarlo están las lancetas de obsidiana. La mejor medicina sería la selección natural, la supervivencia de los físicamente mejor dotados, como ocurriría con las infecciones puerperales. Muchas mujeres jóvenes, como demuestran los esqueletos fe- 52 meninos examinados, debieron haber sido víctimas de ese frecuente mal. Sorprende que por lo general los esqueletos femeninos pertenezcan a mujeres jóvenes o a mujeres viejas. Las últimas sobrevivieron a la enfermedad y a la infección. De todos modos, y aunque se dio con frecuencia la longevidad, la edad media de vida oscilaba entre los 40 y los 45 años, nivel importante para un pueblo neolítico, como el guanche ( Schwidetzky, 1960). 53 \ III EL HOMBRE Y EL SUELO ELEMENTOS DE FIJACIÓN 1. El manto vegetal Una de las primeras cuestiones a resolver en el estudio de la antigua población insular ha sido la de su distribución sobre la geografía de la isla, zonas de mayor densidad humana, áreas de dispersión y de concentración, etc. La larga exploración arqueológica de la isla y la interpretación de acusados signos antropogeográficos nos ha devuelto como justa compensación el emplazamiento de los grupos originarios, gracias a lo cual hemos podido fijar con bastante seguridad la distribución de los grupos humanos primitivos sobre el suelo. Ciertamente, el hecho entraña un problema de ecología humana del mayor interés, porque la isla no estuvo siempre ocupada de igual forma, ni creemos que el primitivo habitante se decidiera desde el principio por la elección de aquellas áreas geográficas que más tarde iban a ser definitivamente ocupadas. En otro lugar nos hemos referido a la elección de zonas por parte del guanche y a su preferencia por determinadas áreas geográficas ( Diego Cuscoy, 1950, págs. 492- 527). El análisis de factores determinantes de la distribución de un grupo humano sobre el espacio geográfico, ocupado acaso de un modo súbito, no ha sido acometido en la isla con el rigor y la extensión que tema tan importante merecía. Nosotros mismos, en el citado trabajo, lo intentamos sin pasar de un esquema muy sumario y sin ir más allá de los típicos elementos de fijación, como son el agua, la vegetación, el clima, etc. Por ello creemos conveniente volver hoy con mayor atención sobre tan importante cuestión, porque en cierto modo es en ella donde se oculta la clave de una serie de fenómenos culturales, la conducta de un grupo humano, la economía que lo sustenta, su movilidad, etc. Tenerife, con una extensión de 2.058 Km2, tiene una forma triangular con el vértice de la Punta de Anaga hacia el NE., el de la Punta 55 de la Rasca mirando al S. y el de la Punta de Teño hacia el NO. De NE. a SO. sa desarrolla una cadena montañosa que enlaza con el circo de Las Cañadas del Teide. Esta cordillera, rota hacia su extremo NO., muestra sus últimas estribaciones en el accidentado macizo de Teño. Es muy importante que nos detengamos, aunque sea brevemente, en la orografía de Tenerife. El relieve de la isla vendrá a aclararnos problemas de trashumancia y sedentarismo, es decir, las formas de vida y la estructura económica de una población. Y no sólo el relieve, sino la distribución de la cubierta vegetal y su estratificación según la altitud, que, con la diversidad de climas, condicionan vida y economía. Daremos en primer lugar una visión de conjunto de la orografía de Tenerife sin perjuicio de que más adelante insistamos sobre el mismo punto, pero ya destacando el valor de determinadas áreas y el aprovechamiento de las mismas por el primitivo habitante de la isla. El macizo de Anaga, como ya queda dicho, forma el vértice NE. de Tenerife. Se caracteriza por una línea montañosa muy accidentada orientada de NE. a SO., con profundos barrancos que hacen muy abruptas las dos vertientes del macizo y con valles muy angostos. Es zona de marcada pluviosidad. En el mapa de la distribución de tipos de vegetación de la isla de Tenerife, de Ceballos y Ortuño ( 1951, pág. 112), el perfil número 1 está trazado de N. a S. ( Taganana- Bufadero) precisamente sobre el macizo de Anaga. En la vertiente N., hasta aproximadamente los 3.' 50 m. de altitud, predominan las xerófilas de la zona inferior, que por la vertiente S. pasan por encima de la cota de los 550 m. La laurisilva comienza, en la vertiente N., donde termina el estrato xerófilo y rebasa la cota de los 800 m. de altitud. En la vertiente S. falta la laurisilva, pero encontramos el fayal- brezal desde la altura de los 550 m. hasta pasar de los 900 m., capa vegetal que cubre las cimas del macizo. Ya se sabe que la laurisilva formó los típicos bosques canarios. El fayal- brezal es la formación característica de la zona de las brumas, a las cuales debe su formación. Conviene considerar por lo menos dos estratos herbáceos, el que acompaña a la formación de las xerófilas, por lo tanto dentro de la zona inferior, y el que tapiza el suelo del bosque, tanto si se trata de la capa invadida por la laurisilva como de la cubierta por el fayal- brezal. En la vertiente S., las xerófilas de la zona inferior alcanzan altitudes de más de 500 m. ( Lám. XXV). La cordillera iniciada en Anaga sufre una interrupción en la planicie de Los Rodeos, que está a unos 600 m. de altitud, pero la cadena de montañas se reanuda en La Esperanza ( 970 m.) hasta la cumbre de Izaña ( 2.370 m.). Esta cordillera le cierra el paso a los vientos alisios de dirección NE- SO., y es la causante de que Tenerife presente una marcada diferencia, tanto en el paisaje como en la distribución de su vegetación, entre las vertientes N. y S. 56 El perfil número 2, trazado sobre el mapa de Ceballos y Ortuño, lleva una dirección NO- SE, de costa a costa, pasando sobre La Victoria en el N. y Candelaria en el S. Presenta una variedad con relación al perfil n. o 1, no sólo por la presencia de un elemento vegetal nuevo, en este caso el pino y la sabina, sino por aparecer el fayal- brezal en un doble estrato. Veamos esto en detalle. Xerófilas de la zona inferior: en la vertiente NO. llegan a los 400 m. de altitud y en la vertiente SE. alcanza trabajosamente los 200 m. En esta vertiente el sabinar arranca de la capa superior de las xerófilas y sube hasta los 600 m.; en la vertiente NO. falta el sabinar, pero encontramos una curiosa distribución del fayal-brezal que se inicia en los 400 m. y se interrumpe un poco más arriba de los 500 m. para dar paso a la formación de la laurisilva, cuyo estrato llega hasta los 1.000 m., donde se inicia de nuevo el fayal- brezal para terminar sobre la cota de los 1.350 m. aproximadamente. Sobre este estrato, en la vertiente correspondiente al N., y sobre la del sabinar en la del S., se desarrolla el bosque de pino canario, que en el SE. comienza por encima de los 600, mientras que por el NO. hay que llegar a los 1.300 m. para encontrarlo. Este bosque cubre las cimas marcadas por dicho perfil hasta los 1.900 m. Tanto en una como en otra vertiente los niveles inferiores de vegetación están hoy muy modificados. Por ejemplo, no existen vestigios del antiguo sabinar y, más abajo, la extensión de determinados cultivos, la roturación de terrenos, las obras de regadío, etc., han modificado bastante el paisaje natural, en gran parte debido también a la deforestación. Sin embargo, para la finalidad de nuestro trabajo nos interesa sobre todo considerar el aspecto de la isla — fundamentalmente en lo que se refiere a la distribución y extensión de sus estratos vegetales— tal como se presentaba en los tiempos prehispánicos. En Izaña se inicia el arco que en dirección NE- SO circunda Las Cañadas del Teide. La superficie de este antiguo cráter, en cuyo centro se levanta el Pico de Teide, se aproxima a las 12.400 hectáreas. Su altitud media es de unos 2.100 m. y las cimas montañosas del gran arco que la rodea llegan, en la Montaña de Cuajara, por ejemplo, hasta los 2.715 m. La entrada a la región volcánica de Las Cañadas está en el Portillo de la Villa y la salida, hacia el SO., se hace a través del puerto llamado Boca de Tauce, a 2.100 m. s. m. ( Lám. XXVI, 1). En el perfil número 3, que podemos ver en la obra antes citada, encontramos la completa distribución de los estratos vegetales característicos de la isla de Tenerife. Dicho perfil está trazado de N. a S., desde San Juan de la Rambla hasta las proximidades del vértice S. de la isla, pasando justamente por la cima del Teide; en ambas vertientes, desde el nivel del mar hasta la altura de 3.716 m. Es, por lo tanto, el perfil más completo y el que nos da una visión de conjunto no sólo de la distribución de la vegetación, sino de su curiosa estratificación. 57 En la vertiente N. las xerófilas de la zona inferior se aproximan a los 500 m. de altitud. En la vertiente S. pasan de los 600 m. En la vertiente N. la capa del fayal- brezal está entre los 500 y 650 m.; la de la laurisilva, entre la última cota y los 900 m., con otra capa de fayal- brezal que va de los !) 00 a los 1.050 m. Ya vimos en el perfil anterior, y en éste ocurre lo mismo, que la vertiente S. carece de los estratos de fayal-brezal y laurisilva. Mientras en esta última vertiente el pinar se inicia en los 800 m. y llega hasta los 2.200 m., en la vertiente N. arranca por encima de los 1.000 m. y no pasa de los 2.000 m. Sobre el pinar, invadiendo las Cañadas y el circo que las rodea, hallamos el estrato formado por la retama y el codeso, que va desde aproximadamente los 2.000 a los 2.700 m. El último vegetal que vive sobre el estrato de la retama y el codeso es la violeta del Teide, cuyo habitat comprende la parte más alta del volcán, desde los 2.400 a los 3.500 m. Este vegetal es solamente una curiosidad botánica, ciertamente muy llamativa — razón por la que la citamos—, sin que influya para nada en lo que nos viene ocupando. Más adelante veremos el destacado papel que jugó el estrato de la retama y el codeso en la economía indígena. El manto herbáceo distribuido en este complejo perfil es muy abundante y variado, al cual se asocia un matorral compuesto con mucha frecuencia por plantas forrajeras. A partir de la Boca de Tauce, hacia el NO., el circo que rodea al Teide se interrumpe bruscamente; encontramos de SE. a NO. una extensa zona rellena y modelada por los volcanes. La antigua cordillera reaparece en el ángulo NO. de la isla para formar el macizo de Teño. Este sistema montañoso está a su vez formado por una serie de pequeñas cordilleras y profundos barrancos que hacen de esta región acaso la más abrupta de Tenerife, sólo comparable a la de Anaga, en el NE. Si sobre el mapa que comprende la distribución de los tipos de vegetación trazáramos un cuarto perfil de NE. a SO., que de costa a costa pasara sobre Buenavista para terminar, cruzando Teño Alto, un poco al S. de la misma Punta de Teño, nos encontraríamos con las xerófilas de la zona inferior hasta los 500 m. de altura en la vertiente N., pero sin pasar de los 200 m. en la vertiente opuesta. Esta paradójica diferencia de cota de los vegetales xerófilos queda determinada por el mismo relieve, es decir, por la brusca elevación del macizo en la vertiente del S. La laurisilva se incrusta dentro de la más extensa masa de fayal- brezal, formación, esta última, que cubre las cimas de aquella zona. Una mancha de sabinar ocupa una faja intermedia entre las xerófilas y el fayal- brezal. Las llanadas de Teño Bajo se cubren del herbazal típico de la zona costera, pero el manto herbáceo es muy rico y variado en toda aquella región a causa de la altitud y por los profundos barrancos y ramblas 58 que garantizan, como en el macizo de Anaga, pasto fresco durante todas las estaciones del año. Puede decirse que, en general, las especies herbáceas se distribuyen entre el matorral xerófilo y en el bosque donde predominan los heléchos y las fanerógamas umbrófilas, para terminar, finalmente, con las leguminosas de alta montaña, que ocupan precisamente las cumbres más elevadas de la isla. En realidad la vegetación es una manifestación de la variedad del clima insular. La primera zona, o sea, la cálida y seca — habitat de las xerófilas de costa— tiene una altitud que va desde la orilla del mar hasta los 350- 450 metros, por la vertiente N. y NE. — punto éste de incidencia del alisio— y llega a los 900 m. por el S. Temperatura media anual, 20° C; oscilación media 8° C. La zona de las brumas, entre los 1.000 y 1.500 m. tiene un espesor de 300 a 500 m., algunas veces más, según las estaciones, pero sólo se forma en las vertientes N. y NE. Dentro de esta zona se desarrolla el doble estrato vegetal del fayal- brezal y de la laurisilva. Temperatura media, 16° C. La zona superior, continental y seca, por la cota de los 2.000 m., rebasado ya el bosque de pinos, es del dominio de las leguminosas de alta montaña, con predominio de la retama del Teide. Temperatura media, 9° C, pero en invierno se registran temperaturas inferiores a ( P C. ( ver Caballos y Ortuño, op. cit., pág. 73 y ss.). El extraordinario papel que juega el alisio en esta isla, como en las demás del Archipiélago, queda en cierto modo modificado por el relieve y la orientación, con la consiguiente aparición de microclimas. De tal modo esto es así que, simplificando, podemos decir que las laderas insulares vueltas hacia barlovento, por causa de la acción del alisio tienen un tipo de clima templado- húmedo, mientras que las de sotavento, con temperaturas más elevadas, lo tienen templado- seco ( Bravo, 1954, pág. 318). Otro factor que no conviene desdeñar es el volcánico, la extensión de los campos de lava que cubren determinadas partes de la isla, la formación de ciertos macizos, la mayor o menor antigüedad de las erupciones, todo lo cual origina un cambio en la mancha vegetal cuando no ocasiona su total ausencia. Junto con los factores climáticos, de relieve y vegetación, los campos de lava condicionan también unas formas de vida y ejercen marcada influencia sobre la economía del primitivo habitante de Tenerife ( Lám. VII). 2.— El agua El asentamiento de grupos humanos sobre determinadas áreas geográficas ha de resolver previamente tres problemas: tierra, manto 59 vegetal y agua. Brunhes ( 1948, pág. 34) considera que el problema más urgente y grave a resolver por todo establecimiento originario, es el del agua. Este preciado elemento rige de un modo soberano toda la actividad humana. A continuación del agua es preciso considerar el elemento tierra, que ha de tener una cubierta vegetal capaz de asegurar el sostenimiento de la ganadería y de una recoleccicín o cultivo de siembra. Hemos visto la distribución de los distintos tipos de vegetación y su estratificación como consecuencia de la diversidad de climas de la isla y de la brusca elevación de su relieve. Ahora podríamos dedicar un espacio a la pluviosidad de Tenerife. En general, toda ia vertiente N., pero sobre todo el macizo de Anaga, La Laguna y la meseta de Los Rodeos, registran la mayor pluviosidad de la isla, mientras que la vertiente S. hay que considerarla como región seca. Daremos el detalle de la pluviosidad más adelante. Para el primitivo habitante la humedad y la lluvia se traducían en mayor abundancia de pastos, de tal forma que gran parte de los ritos pastoriles tienen por finalidad propiciar a la divinidad para que envíe las lluvias. Pero si es bien cierto que una población sostenida por una economía fundamentalmente ganadera ha de ver en las lluvias el factor primordial para el sostenimiento del ganado, no lo es menos que dentro de las áreas elegidas para el asentamiento originario ha debido preferir los lugares ricos en manantiales. Las abundantes lluvias de otoño e invierno dan origen casi siempre a violentas corrientes de agua que van a parar al mar por los grandes barrancos de la isla. En general, este caudal no es de ningijn provecho para nadie, aunque estas avenidas torrenciales beneficiaban en cierto modo al indígena. En los hoyos o marmitas del álveo de los barrancos, verdaderos uadis durante el resto del año, queda depositada el agua. Este hoyo o poceta acumula al mismo tiempo arena. El indígena denominaba a este hoyo ere, y para aprovechar el preciado líquido en él depositado se excava en la arena hasta encontrar el agua. Después de clarificada se extrae la que se necesite y, para evitar que se evapore la que queda, se vuelve a cubrir el ere con arena. A este respecto es muy elocuente este fragmento del Poema de Viana: " y para poder dársela [ el agua] al ganado o proveerse fácilmente, harían fuente pequeña o grande a su propósito abriendo hoyos en la arena móvil. Usase hasta agora llamar eres a semejantes partes donde el agua se suele entretener..." 60 Es muy marcado el paralelismo entre el ere canario y el guelta del occidente sahariano. El agua se aprovecha de igual forma en el vecino Sahara que en Canarias ( Diego Cuscoy, 1949, pág. 107). Hernández Pacheco ( 1945, pág. 2) describe lo que es un guelta en el cauce de un uadi: " Al pie de un escarpe fórmase una hondonada por erosión de las aguas al salvar un pequeño salto, y así se constituye el guelta, charco temporal que ocupa una pequeña hondonada en el cauce torrencial". El mismo autor, en el citado trabajo, nos da a conocer una formación de mayor extensión y profundidad que el guelta: se forma en los lugares cubiertos por arenas o gravillas, al acumularse las aguas en las capas subyacentes. Esto da origen a mantos de agua bajo el terreno. Al cesar las lluvias basta con excavar un hoyo de no más de un metro de profundidad para encontrar el agua. A este pozo tan superficial se le denomina tilinsi. El aprovechamiento del agua por medio de los eres no es privativo de Tenerife, sino que estuvo extendido por todo el Archipiélago. En la isla de El Hierro, para que en este caso quede mejor establecido el paralelismo entre la cercana costa del desierto y Canarias, al lado de un ere del barranco de Tejeleita existe una cueva con inscripciones alfabetiformes líbico- bereberes. En Belmaco ( La Palma) el hecho se léante. Persiste todavía en las islas la práctica de aprovechar los eres e incluso el empleo de la voz con la misma significación. En más de una ocasión nos hemos visto obligados a aprovechar el agua de un ere en nuestras excursiones arqueológicas, unas veces guiados por un conocedor del terreno y otras veces forzados por la necesidad de agua. En el sur de Tenerife, al preguntarle a una mujer dónde podríamos encontrar agua, nos contestó: " Mi hijo los llevará hasta el ere del barranco y allí podrán llenar sus cantimploras". Pero no todos los años ni en todas las zonas de la isla se producen avenidas torrenciales suficientes para almacenar agua en las marmitas de todos los barrancos. Sobre este problemático suministro de agua no puede fijarse ningún grupo humano. Para hacerlo con toda clase de garantías ha de contar con manantiales permanentes. Si consideramos que las fuentes naturales de la isla son subsidiarias de las lluvias, lógicamente hallaremos más manantiales en las regiones de mayor pluviosidad que en las secas. Sin embargo esto aparece a veces modificado por las condiciones geológicas del suelo. Casi todas las fuentes naturales aparecen en capas de tobas que se encuentran entre las capas de basalto. Como estas fuentes tienen su origen en las lluvias, el mayor caudal corresponde al verano, ya que las precipitaciones 61 invernales se infiltran lentamente en el subsuelo hasta alcanzar la capa impermeable ( Bravo, op. cit., pág. 172). Hausen ( 1954, págs. 14 y 15) explica la carencia de agua corriente superficial como consecuencia de la naturaleza volcánica del suelo y de su gran permeabilidad, a lo que se agrega la relativa escasez de lluvia. La hidrografía superficial de Canarias y por lo tanto de Tenerife, existe solamente durante el invierno. El mismo autor ( idem., págs. 29- 30), al estudiar la disposición de los diques y de las aguas subterráneas acumuladas, explica la formación de las fuentes como aguas sumidas en las faldas de las montañas que brotan ya en el fondo, ya en las paredes de los barrancos, es decir, donde la erosión ha roto la estructura originaria del terreno. En tiempos anteriores a la explotación hidráulica de la isla toda la población dependía de estos nacientes y fuentes naturales. No se refiere Hausen a los acantilados costeros, lugares donde abundan las fuentes naturales. La existencia de fuentes en estos parajes puede explicarse por la misma causa que determina la existencia de fuentes en los barrancos, con la diferencia que en los acantilados no se ha roto la continuidad de unas estructuras, sino que significan precisamente el desahogo de las mismas: el barranco " ha cortado una capa impermeable entre capas de lavas": en el acantilado las capas están a la vista, acabadas, desnudas, en perfecta estratificación. Por lo tanto, la situación de las fuentes es dato de gran valor, si la exploración arqueológica se ha llevado con buen tino, para determinar la localización de los poblados de cuevas, en algunos casos las rutas de trashumancia y, consecuentemente, los campos de pastoreo. Documentos de los primeros años de colonización de la isla contienen noticias sobre la existencia de nacientes y manantiales. Dicha información, por ser contemporánea de la época indígena, nos da una idea, aunque parcial, acerca del problema del agua en aquellos tiempos. Desde el principio se advierte que los primeros colonos recibieron tierras y agua en la zona N. de Tenerife, desde La Laguna hasta Daute, es decir, desde Anaga a Teño. Los repartimientos se hicieron casi siempre de tierras de regadío, como por ejemplo las de Garachico, Icod, Realejos, Sauzal ( Serra Ráfols y La Rosa Olivera, 1953, págs. 101- 102). Fueron las necesidades impuestas por los cultivos que se introdujeron en la isla las que determinaron las zonas de preferencia, especialmente las que disponían de nacientes caudalosos. Los litigios por motivo del agua son muy frecuentes, como puede verse en el juicio de residencia hecho por Lope de Sosa al Adelantado de la isla ( Rosa Olivera y Serra Ráfols, 1949), al que se culpa con frecuencia de haber repartido aguas que antes eran del bien común ( op. cit., págs. 12- 13). En los " Acuerdos del Cabildo de Tenerife", que comienzan en el año 1497 y 62 corresponden, por tanto, a los primeros años de la colonización, se puede seguir con todo detalle la serie de problemas creados unas veces por la escasez de agua, por la necesidad de habilitar abrevaderos, dornajos y acequias que faciliten el aprovechamiento del agua por parte ds la naciente población de la isla, y, sobre todo, por el incremento de la ganadería con la introducción del ganado vacuno y caballar *. En los citados acuerdos del Cabildo, desde el año 1497 a 1515 ( ver Serra Ráfols y Rosa OUvera, 1949, 1952), vemos la construcción de acequias y canales en La Laguna, Tegueste y La Orotava; abrevaderos y dornajos en La Laguna, Madre del Agua, Tacoronte y Tegueste. Las primeras conducciones de agua se hacen en aquellos lugares donde los nacientes son muy importantes, como por ejemplo los de La Laguna, Madre del Agua, en Tacoronte, El Pino, en La Orotava, y Tegueste, de donde se dice textualmente: " porque ay ende allí un arroyo de agua que llega a la mar y ay ende valdíos do se pueden apacentar ganados ( A. C. T., I, pág. 97). De la misma fuente documental extraemos algunas noticias relativas a la existencia de fuentes: así, por ejemplo, se nos da la localiza-ción de algunas: Anaga, Tahodio, Agua García ( Tacoronte), Puente del Pino ( La Orotava), " agua que sale de Tacoronte junto al mar", fuente de la Punta del Hidalgo, más fuentes en Tegueste, fuentes de Guillen Castellanos, Juan Fernández, de Los Berros, de la Madre del Agua, del Señor Adelantado, etc. De acuerdo con el repartimiento de las tierras fértiles seguimos viendo que las citas referentes a los manantiales se dispersan precisamente por el norte de la isla. En aquellos primeros tiempos de colonización, el sur, seco y árido, todavía no despertaba el interés ni la codicia de los colonos, Y si bien es cierto que los nacientes de rico caudal fijaron a grupos de población de apreciable densidad, más cierto es que la economía ganadera del aborigen y su obligada trashumancia tenían que apoyarse forzosamente en los manantiales dispersos por toda la geografía insular, ya que toda la isla fue recorrida con mayor o menor intensidad por los pastores indígenas. Los nacientes caudalosos, relativamente escasos, eran aprovechados por los grupos establecidos en régimen sedentario o con escasa movilidad y, por consiguiente, de trashumancia casi nula. Pero las fuentes, por e. 1 contrario, son las que regulan y dirigen a los pastores durante la trashumancia estacional, delimitan los campos de pastoreo y sitúan dentro de éstos los paraderos pastoriles. Sin fuentes próximas a los paraderos, de las cuales pueda tomar el agua el pastor, y sin • Toda concesión de agua desuñada al riego de las Uerras puestas en explotación, se hacía con la reserva de que el ganado pudiera abrevar en los dornajos. 63 abrevaderos que sostengan al ganado, no existirían áreas pastoriles tan bien definidas como las que existen en la isla de Tenerife y sobre las cuales tendremos más adelante ocasión de hablar. Viera y Clavijo ( 1866, págs. 294- 296) define muy galanamente lo que es una fuente, definición que concuerda con la que dan los geólogos modernos. Dice bajo el artículo Fuentes: " Nombre que damos a las aguas de las lluvias, nieves, nieblas y rocíos, las cuales filtrándose por las grietas de las montañas y las cumbres se depositan en grandes concavidades subterráneas, cuyo suelo es de piedra o de arcilla y de donde se escapan poco a poco por las aberturas horizontales que encuentran para correr en perennes arroyos y manantiales hacia la parte más baja de los terrenos". Al hablar de las aguas, nacientes y manantiales de Tenerife, dicho autor se extraña de que no haya caudales importantes de curso permanente. Después de referirse a la naturaleza del suelo por donde se filtran las aguas de lluvia y las procedentes de las nieves que cubren en invierno Jas cumbres de Tenerife, pasa a enumerar las " bellas, perennes y salutíferas fuentes". Por el gran interés que tiene la información de Viera copiaremos textualmente los párrafos que dedica a las fuentes de Tenerife: " Las de los montes de Tahodio y Abimarge abastecen la Ciudad de La Laguna, a la Plaza de Santa Cruz y las tierras de Taga-nana. La fuente de Agua García, a Tacoronte. Las de Ravelo, de Rojas y de Los Lavaderos, al Sauzal. La fuente de Juan Fernández, al Valle de Guerra. Las del Pino y La Furnia, a La Matanza. La de Sietefuentes, a La Victoria. Las de Chimague y Garabatos, a Santa Úrsula. El alegre y rico arroyo de Aguamansa riega las deliciosas huertas, viñedos y campiñas de la Villa de La Orotava, por medio de cuyo pueblo transita. El puerto de la misma Orotava disfruta las fuentes de Martiánez y Burgao. En la jurisdicción de Los Realejos están los manantiales innumerables de Sietefuentes y los de La Fajana; la fuente del S
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Calificación | |
Título y subtítulo | Los guanches : vida y cultura del primitivo habitante de Tenerife |
Autor principal | Diego Cuscoy, Luis |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Santa Cruz de Tenerife |
Editorial | Cabildo Insular de Tenerife |
Fecha | 1968 |
Páginas | 319 p. |
Datos serie | Museo Arqueológico ; 7 |
Materias |
Guanches Canarias Tenerife |
Formato Digital | |
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Texto | A ^ ^ » c h i L ^ JC » ' i #'*"% A f ^^ x/^ á . W( i_ ' ^ ^ ^ ^ • ~ , ' ^ " / . ,. *"••> 1 ^-^ ji • ^ ^ " ^ - j k •^ ^ T . - • _ . — - • ' ^ ^ ^ "• w^ iT ^ T I ÉB I. fx LUIS DIEGO CUSCOY V I D A Y C U L T U R A D E I - F ^ R I I S / H I T I V O M A t B I X A M X E D E X E I M E R I F - E PUBLICACIONES DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE TENERIFE BIBLIOT •'' LA' ÍNN EXCMO. CABILDO INSULAR DE TENERIFE SERVICIO DE INVESTIGACIONES ARQUEOLÓGICAS LOS GUANCHES VIDA Y CULTURA DEL PRIMITIVO HABITANTE DE TENERIFE POR LUIS DIEGO CUSCOY DIRECTOR DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO DE TENERIFE PUBLICACIONES DEL MUSEO ARQUEOLÓGICO SANTA CRUZ DE TENERIFE 1968 fí María Victoria y María Luisa, por su ayuda en las cuevas y su compañía en ¡ os caminos. fí Uicloria Eugenia y Mario, promesas de cuevas por descubrir y de caminos por recorrer. CONTENIDO INTRODUCCIÓN I- Cronología y supervivencias marginales II- Elementos materiales de la cultura guanche 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. !). 10. 11. 12. 13. III. El 1. 2. 3. Piedra Hueso Ornamento Cerámica Armas y bastones Pieles. Vestido Cordelería Muebles Habitación Alimentos Otros alimentos El fuego Paleopatología hombre y el suelo. Elementos de fijación El manto vegetal El agua La tierra PAGINA 11 17 35 35 35 37 37 37 37 40 41 41 44 48 50 50 55 55 59 67 IV. El hombre en la isla 71 V. La geografía y el menceyato 89 1. Comarcas naturales 89 2. División político- económica de la isla 90 3. Elección de los elementos de fijación 95 VI. Economía del aborigen de Tenerife 99 1. Práctica pastoril 99 2. Ganadería 104 3. Otros animales domésticos 107 4. Agricultura 109 VIL Mito, rito y fiesta 113 VIII. Áreas habitadas y campos de pastoreo 119 1. Sedentarismo y trashumancia 119 2. Clasificación de zonas 123 IX. Zonas de aislamiento 127 a) Anaga 127 b) Teno- Daute 130 X. Zonas de sedentarismo temporal con trashumancia estacional I35 a) Tegueste I35 b) Tacoronte 137 XI. Zonas de sedentarismo temporal con trashumancia estacional ( continuación) 145 c) Taoro 145 d) Icod 151 XII. Zonas de trashumancia permanente 155 a) Güímar 155 b) Abona 161 8 c) Adeje 166 XIII. El menceyato y los campos de pastoreo de alta montaña 171 1. Ordenación de datos: a) Faja habitada; b) Áreas vecinas al poblado; c) El relieve y el bosque; d) Áreas de montaña 171 2. El menceyato y la montaña 175 3. Movilidad y tipo somático 180 XIV. Estudio de los paraderos pastoriles 183 1. Características del paradero pastoril 183 2. Habitación 184 3. Ajuar 200 4. El trabajo de la piedra en los paraderos pastoriles 202 5. Cuevas sepulcrales 206 6. Vida en los campos de pastoreo 207 7. Fechas obtenidas por el C14 211 XV. La colonización y el cambio de estructuras 213 XVI. Supervivencias 223 APÉNDICE. Relación de yacimientos arqueológicos 233 BIBLIOGRAFÍA 251 ÍNDICE ALFABÉTICO 259 I N T R o D IT C C I o N Kl esUuiio fie lii p( 5))! afi() n prcliispánica < le kis Islas Canarias lia seguido el mismo proceso lógico que ha caracterizado a la investigación prehistórica en todos los países. A la curiosidad por las cosas antiguas, a la sugestión ejercida por culturas y pueblos desaparecidos, siguió el quehacer del anticuario y la actividad del coleccionista, para los cuales, a falta de estímulo científico, el mayor goce consistía en reunir objetos antiguos y curiosidades. Al desembocar la investigación en el campo romántico, sufrió un desvío pronto superado por los centros creadores de modernas técnicas. Canarias, no sólo por su situación marginal, sino por el alejamiento y la falta de contacto o de contacto tardío con las corrientes innovadoras, retrasó notablemente la adopción de técnicas eficientes y mantuvo operante, casi hasta hoy mismo, un signo marcadamente romántico en la investigación de su pasado. Tanto es así, que los únicos documentos de las culturas canarias aborígenes reunidos en los museos insulares eran meros objetos sin historia agrupados en las vitrinas según los tipos, clases o formas. Añádase a esto que las fuentes etnológicas eran muy escasas, generalmente tardías, y que no podía basarse en textos confusos, y con frecuencia desorbitados, la reconstitución de un pasado que desde el principio se presentía difícil y complejo. Se puede afirmar que hasta fechas muy recientes el dato arqueológico no ha podido ser manejado como testimonio ni como documento cargado de valor informativo. La cuestión estaba planteada de un modo ciertamente paradójico: se contaba con una notable riqueza de materiales, pero con una manifiesta pobreza de teorías. Como de alguna manera había que llenar este vacío, el pasado prehispánico de Canarias sufrió el acoso de imaginaciones febriles y de encantadoras leyendas. Y el hombre primitivo, el guanche, fue considerado como arquetipo del " buen salvaje", habitante, por añadidura, de una Arcadia pródiga y feliz. La letra y el espíritu de cronistas e historiógrafos, contaminados por las corrientes imperantes, ponían en manos del investigador, junto 11 a la noticia veraz y el documento probatorio, instrumentos poco útiles para orientar a los eml) arcados en la empresa de reconstituir el pasado de Canarias. Tal era el panorama que en este aspecto presentaban las islas no hace más de un cuarto de siglo. Y esto explica por qué el área cultural canaria no aparecía incluida en ninguna síntesis prehistórica del cercano continente y menos de Europa, Excluyam. os la parte antropolcj-gica, pues la presencia en Canarias de una importante población cro-mañoide atrajo la atención de muchos y notables in\' estigadores. Los estudios antropológicos se realizaion desde el principio con gran seriedad, la bibliografía se enriqueció muy pronto con importantes estudios y con la formulación de sistemas, trai- ajos que han sei'vido de base a la nueva investigación movida por renovadas técnicas. A esto se debe que la rama antropológica sea la única que ofrezca un cuadro muy definido y una marcha sin solución de continuidad en su tarca. Las excavaciones realizadas en estos últimos lustros han descubierto un panorama cultural verdaderamente insospechado . y debe considerarse como uno de los mejores frutos el que haya revelado una diversidad cultural que ha acabado con el concepto simple y monolítico ds la cultura prehistórica del ai- chipiélago. Gracias a esto se han podido señalar oleadas culturales sucesivas con determinación, más o menos afortunada, dado el estado actual de nuestros conocimientos, de las áreas de procedencia y las rutas de expansión. Cierto es que, por las mismas características de los yacimientos arqueológicos, la inmensa mayoría de ellos sin estratigrafía, ha habido que operar con una tentativa cronológica derivada del análisis tipológico de los materiales y del paralelismo cultural que los mismos planteaban. Las nuevas técnicas de datación absoluta, como el C14, no han auxiliado todavía con la amplitud que fuera de desear, pues los materiales analizados han dado fechas relativamente recientes, todas dentro de la Era. Esto quiere decir que se han manejado materiales pertenecientes a capas superficiales, muy modernas, y si se tiene en cuenta que parte del material analizado son huesos humanos, ello no revela otra cosa sino que las necrópolis de donde dicho material procedía contenían enterramientos más modernos que vinieron a ocupar el espacio de otros más antiguos, como se detalla en la parte correspondiente de este trabajo. Pero hay otro factor en el estudio del pasado prehispánico de Canarias que conviene valorar delñdamente: y es el espacio de tiempo transcurrido — menos de medio milenio— desde que aquella población fue alcanzada de lleno por la oleada renacentista que llegó con los conquistadores. Poco más de cuatro siglos es ciertamente muy poco tiempo, y esto favorece notablemente la aproximación a aquellos grupos 12 humanos a través de sus bienes culturales. El aborigen de las islas está, dssde el punto de vista temporal, muy cerca de nosotros, pero lo está todavía más desde el punto de vista espacial o geográfico. Y éste sí que es un factor decisivo para el estudio de aquella sociedad. El paisaje natural de Canarias no ha sufrido variaciones modificadoras demasiado profundas desde la época prehispánica hasta hoy. Salvo los valles fértiles invadidos modernamente por los cultivos especiales de plátanos o las extensas llanadas costeras de las comarcas del sur, dedicadas al cultivo del tomate, el resto del paisaje ofrece un aspecto no muy distinto a como se presentaba en el momento de la conquista, es decir, en los finales del siglo XV. Creo que lo único que vale anotar es la deforestación sufrida a lo largo de estos siglos. El bosque se ha replegado y hoy aparecen unas tierras de cultivo que antes estaban cubiertas por aquél. Pero descontando esto, el paisaje de las islas no ha cambiado gran cosa, gracias a lo cual la estratificación vegetal se mantiene intacta. Esto es muy importante para el propósito que ahora nos anima: estudiar la economía de la población prehispánica de Tenerife de base ganadera y agrícola, pero sobre todo ganadera. Se ha llegado a tiempo de fijar la distribución de la población indígena sobre la isla, ocupación del suelo, áreas más densamente pobladas, espacios reveladores de la dinámica de la población, áreas de pastoreo, rutas de trashumancia. Se conoce el tipo de habitación, la cota superior que marcaba el límite de los poblados, la intercomunicación de éstos, las zonas de aislamiento. Se conoce — puede decirse que con bastante certeza— lo que se refiere a la alimentación, al ajuar doméstico, a las armas y a la indumentaria. Las excavaciones han revelado, por ejemplo, la calidad del ajuar de las cuevas de habitación y de los refugios semiconstruídos de montaña, las prácticas funerarias y la distribución de las necrópolis con relación a los poblados costeros y a los paraderos pastoriles de alta montaña. Un detenido estudio de las áreas de dispersión en el sur de la isla y de las de concentración en el norte, así com. o las áreas de pastoreo en las cumbres, lo mismo que de las zonas bajas o medias, ha puesto de manifiesto la inquietud y los afanes de un grupo humano obediente a estímulos de orden primordialmente económico. Los ciclos estacionales han sido los determinantes principales de la movilidad de la población insular. La biología vegetal, la distribución de las especies, el agostamiento precoz o tardío de los pastos, la presencia de forraje fresco a partir de determinadas alturas, los factores de altitud y climáticos le han señalado a aquella movihdad tiempo y espacio. El relieve ha desempeñado una función no menos importante, hasta tal punto que los movimientos dentro de la isla o el estatismo 13 }• fijación de ciertas agrupaciones con relación a determinadas áreas, no lia sido otra cosa que la respuesta a un estímulo de orden estrictamente físico. Todo ello plantea una variada problemática desde el punto ( le vista ecol(') gico, del que el aspecto económico es sólo una consecuencia, l'or ello mismo se considera como condición previa para el conocimiento de acjuella sociedad hacer un detenido análisis de todos los factores (| ue entran en juego. No creemos cjue en muc'lias áreas cultui'ales se pueda acometer un trabajo de esta naturaleza. A nuestro favor ha estado el limitado espacio de una isla, en este caso, la de Tenerife. No siempre acompaña al investigador la fortuna de poderse mover dentro de un área tan limitada y a la vez tan bien definida. A veces se tiene la impresión de que todo está en su sitio, que el flujo y reflujo de siglos se ha detenido en los acantilados, barrancos y montañas. Una vida multicentenaria está todavía ahí. El investigador no ha tenido más que acercarse y preguntar. Todo el secreto ha residido en la calidad de las preguntas y en la manera de formularlas. Decir esto i'efer'ido a una sociedad neolítica, no es pequeña cosa. Siente uno el deseo de preguntarse si son frecuentes hechos de tal naturaleza. Sin embargo, no es nuestro propósito — ni puede que sean suficientes los instrumentos manejados—• devolver, rehecha y bien acabada, la estructura de aquel grupo neolítico. Sin soslayar el fenómeno histórico cultural pararemos la atención en determinados aspectos, el socioeconómico, por ejemplo, para mostrar, eso sí, convenientemente ordenada, la estructura interna de aquella población. Lo que se pretende, sin que se tenga seguridad en el acierto, es restituir al guanche su condición de hombre, demasiado oscurecida y diluida por escritores apasionados y tenazmente deshumanizada por fríos investigadores. Es decir, poner a un hombre prehistórico de pie sobre el suelo que pisó, en este caso la isla de Tenerife. Es ésta la razón por la cual se ha cuidado tanto el detalle geogi'áfico, que en muchos casos puede parecer excesivamente localista. Y así es, en efecto, porque sin factores no hay operación posible. Este es el fruto de muchos años de labor. No dispondremos de tantos para iniciar y culminar otro de pareja ambición. Sin embargo, nos gustaría que este trabajo nuestro orientara y, si ello fuera posible, constituyera un cimiento aprovechable para los que nos han de seguir en la tarea. Hay que agradecer al Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, a cuyas expensas se publica este libro, la decidida atención que presta a la arqueología de Tenerife a través del Museo y del Servicio de Investigaciones Arciueológicas. Mi gratitud personal en primer lugar. 14 Debo expi'Gsar también mi agradecimiento al Dr. D. Eh'as Serra Ráfols por haber revisado el manuscrito de este trab'ajo y haberme ayudado con su consejo y con la generosa aportación de datos y noticias. Y a la Srta. Esther Mora Mesa i) or su colaboración en el trazado de mapas. 15 1 CRONOLOGÍA Y SUPERVIVENCIAS MARGINALES Para los no familiarizados con la palctnología de las Islas Canarias sería excesivo y hasta cierto punto estaría en contradicción con el más elemental método de trabajo, no dar a modo de falsilla un trazado de las culturas indígenas de las Islas Canarias, porque si así no se hiciera, ciertos aspectos y determinados elementos constitutivos de dicha cultura no quedarían justificados por falta de un cuadro general en que apoyarlos. Hemos trazado en otro lugar ( Diego Cuscoy, 1963) un esquema de los problemas culturales que afectan al archipiélago en general y a cada una de las islas en particular. Lo primero que se advierte es una diversidad cultural que supone inmigraciones diversas a las islas en épocas distintas. El poblamiento de las Islas Canarias puede situarse dentro del Neolítico pleno. Esta corriente cultural, en algunos aspectos paralela a la cultura de las cuevas del norte de África, alcanzaría a las Islas Canarias entre el III y II milenio a. de C, más problablemente alrededor del 2500 a. de C. Esta tentativa cronológica se apoya en un criterio tipológi-gico. Pérez de Barradas ( 1939) se refiere a esas aportaciones hechas por grupos pertenecientes a la cultura de las cuevas del norte de África, grupos a los que dicho autor denomina protoguanches. Admite una posible inmigración camita anterior a la protoguanche, formada por gentes del Sahara. La típica cultura guanche la considera como una mezcla de los bienes culturales pertenecientes a cada uno de los grupos inmigrantes. Si bien Tenerife queda al margen de ella, se señala la presencia en Canarias de otra invasión camita que, entre otras cosas, introduciría las inscripciones tifinah, inmigración que debió haber tenido lugar en los primeros siglos de nuestra Era. El esquema cronológico de Pérez de Barradas acusa el tiempo transcurrido desde que fue formulado. Puede admitirse una comente neolítica norteafricana - neolítico Telliense o de las c u e v a s - que se extiende desde Túnez, por Argelia y Marruecos, hasta el Uad Draa, en la costa Í7 atlántica del Sahara; incluso el neolítico de tradición capsiense, que señorea grandes áreas del norte sahariano y de la costa atklntica del desierto. Pero no parece probable que las corrientes saharianas fuesen anteriores a la inmigración denominada protoguanche por el autor citado. Hoy sabemos, gracias a una estratigrafía con\' encional, establecida merced al más amplio conocimiento de la cerámica y como consecuencia del estudio de la misma, que en Canarias hay una cei'ámica de fondo cónico, generalmente lisa o con una decoración muy simple, de segura procedencia del Mogreb y de las regiones situadas al norte del Sahara, mientras que los vasos esféricos, cjue también se encuentran en Canarias, aunque no en Tenerife, ornamentados con rica decoración, se relacionan más estrechamente con los del Sahara central y meridional. Y sabemos tamliién (¡ ue los \ asos cónicos sin decorar o con decoración rudimentaria, son anteriores a los decorados, esféricos, los cuales constituyen una segura aportación de los primeros inmigi'antes. Bastaría con comparar algunos fragmentos decorados de Tenerife — que pueden verse en las láminas que en este mismo trabajo dedicamos a la cerámica de esa isla— con fragmentos procedentes del área capsiense y vasos de la misma región: vasos cónicos de Damous el- Ahmar y fragmentos hendidos y rayados con punzón del mismo yacimiento o de las cuevas de la región de Oran ( Camps- Fabrer, 1966, láms. LVII y LIX). Pericot y Tarradell ( 1962, pág. 310) estiman que la primera oleada neolítica a las islas se produjo coincidiendo con la extensión de las culturas agrícolas y ganaderas. La presencia del norte del Continente consideran que está manifiesta no sólo en la cultura canaria, sino en grupos étnicos, como por ejemplo, el tipo Mechta. Estos grupos formarían étnica y culturalmente lo que dichos autores llaman " esencia de la cultura isleña" y que nosotros hemos denominado repetidamente " cultura de sustrato", que es la que fundamentalmente nos interesa en el presente trabajo. Consideran dichos autores un segundo grupo de datos muy ligados a la gran oleada mediterráneo- occidental que en el II milenio invade el occidente y que sitiian cronológicamente dentro del Eneolítico europeo. Determinados elementos que no hay modo de relacionar con lo norte-africano occidental, pueden explicarse por el auge de las navegaciones atlánticas en la época del megalitismo. Ciertas corrientes pudieron haber afectado más a las Islas Canarias que a las tierras continentales africanas. Estas fechas, sin embargo, hay que considerarlas siempre como relativas, pues la situación geográfica de Canarias les confiere un aspecto de zona marginal, y más que marginal, extrema, en lo que al desplazamiento de las corrientes culturales se refiere. El paralelismo que podemos encontrar entre el Neolítico canario de sustrato y el de tradición 18 capsiense, por ejemplo, creo (| ue debe considerarse más como tipológico ([ uc en lo ([ Lie a su cronología se refiere. La datación de una cultura r| ue se desplaza a través de grandes i'u'eas geográficas tiene siempre sus riesgos. Es un hecho comprobado que la colonización de los continentes ha sido realizada a pie, y que cada una de las etapas ha significado una parada de lai'ga duración. La difusión de los fenómienos culturales con i'elación a un centro común, " o difusión desde el centro a la periferia, implica tiempo, tiempo más consideral) le cuanto ésta está más alejada" ( La\' io. sa Zamljotti, V.) 7> H, p. ! í6). La misma autora pone como ejemplo ciue del centi'o egipcio hay un doi'ivado ibérico, otro nórdico, otro de Nubla >• otro guineo- congolés. El área guineo- congolesa es consecuencia de una doble ruta, la nilótica y la (| ue ha seguido el norte y occidente de Afi- ica; denti'o de esta ruta se extiemle el núcleo beréber desde el norte de Marruecos hasta el sur del Sus, derivación cjue alcanza a las Islas Canarias, donde se fija el grupo guanche ( op. cit. mapa n.° 3). Si el ejem- |) lo, por lo que respecta a Canallas, no puede aceptarse de un modo absoluto, concretamente por el grupo portador de cultura, sí es aceptable en cuanto se refiere a la dirección de la ruta misma. Al mismo tiempo (( ue consideramos la dispersión de un área cultural creadora, es muy importante tener en cuenta la lejanía cada vez más manifiesta de los lugai'es (| ue \ a invadiendo: esto plantea la cuestión de las supcrüivencias viaríjiíutlcs. Iil. ste aspecto no ha escapado a la consideración de los etn() logos. Linton ( IS).")!), p. 321) pone un ejemplo que puede ilustrarnos mucho al respecto. En un área originaria, A, se crea un instrumento. Este instrumento se esparce en círculos cada vez más amplios a áreas vecinas, B- C- D ... X. Puede ocurrir que mientras en el punto de origen el instrumento creado evoluciona y mejora, en las áreas sucesivamente ocupadas el instrumento, al ser introducido más tardíamente, se usará mucho más tiempo tal como era en su punto de origen y así " el instrumento original continuará en uso en las regiones marginales del ái'ca de difusión". Este mismo fenómeno es aplicable también al lenguaje, ritos, creencias, etc. Advertimos este hecho en Canarias a poco que analicemos su neolítico tanto en conjunto como por aislamiento de algunos de sus elementos más característicos. De un modo general se hace patente en Canarias la ¡ ragmcntación cultural de ese neolítico, su adaptación a zonas geográficas más bien pequeñas y perfectamente delimitadas, cabal aprovechamiento del medio ambiente, etc. ( Pericot, Tarradell, 1962, p. 206). Ejemplo de supervivencia marginal sería en Tenerife las cuentas de collar, se( j7ncntccl bcads ( Diego Cuscoy, " Adornos de los guanches", 1944), cuya área de dispersión abarca desde Egipto hasta las Islas Británicas y se extiende por el Mediterráneo con el comercio de los metales en la Edad del Bronce ( Pericot, 1936). Pues l) ien, la única isla del archipiéla- go canario donde se encuentran en barro cocido, como en los yacimientos del Egipto predinástico, es Tenerife. No sólo viene a ser la estación más occidental alcanzada por este objeto de ornamento, sino que necesariamente se introduciría en Tenerife mucho tiempo después de que fuera creado en Egipto. Posiblemente cuando en Egipto ( punto de origen A) el objeto había evolucionado, en Tenerife ( término X) se seguía fabricando como se hizo en A en el momento de ser creado ( Lám. I). Sabemos que los vasos neolíticos de tradición capsiense, de fondo marcadamente cónico ( Alimen, 1955), fueron introducidos al tiempo de ser colonizada culturalmente la isla de Tenerife. Pero lo mismo que las cuentas de collar de barro cocido, la cerámica de Tenerife sigue conservando su fondo cónico y ciertos temas y técnicas decorativas hasta el momento de la conquista de la isla en el siglo XV, y aún proyectó dicha tipología, aunque no sus temas decorativos, a la cerámica fabricada en los primeros tiempos de la colonización española. Creemos que es un buen ejemplo para explicar un caso de supervivencia marginal ( Lám. II, l y Lám. III). Determinados paralelismos se pueden establecer con la industria lítica de Tenerife y con la del neolítico de tradición capsiense: preferentemente en obsidiana, aunque también en basalto, encontramos rectángulos, segmentos de círculos, láminas de dorso rebajado, lascas de doble punta, microburiles y núcleos ( Alimen, 1955, p. 88, fig. 28). ( Lám. IV y Fig. 1). Estas industrias líticas de la isla superviven también hasta la incorporación de la isla a Castilla, en el siglo XV. Lo mismo podría decirse de los tubos y punzones de hueso, portapunzones y espátulas. ( Lám. V, 1), industria íntimamente ligada a la norteafricana y del Sahara septentrional. Sorprende no sólo la semejanza tipológica, sino el empleo de los mismos huesos animales para la confección de los punzones, de los cuales se podría hacer en Tenerife una clasificación por tipos semejante a la hecha para aquellas regiones africanas ( Camps- Fabrer, op. cit., pág. 103, figs. 45 y 46, punzones tipo II y III). Sin embargo, creemos que el medio ambiente donde ese neolítico se ha movido, ha llegado, si no a determinadas fases de evolución, a invenciones que debemos considerar más como adaptación del objeto al medio que como creación verdadera. Si Alimen ( 1955, p. 91) afirma que el neolítico mogrebino, a pesar de su proximidad a Europa, presenta numerosos rasgos típicamente africanos, se podría decir que el neolítico canario, concretamente el de Tenerife, mejor definido, a pesar de la proximidad a África, presenta rasgos típicamente insulares. Nos podría ilustrar esta afirmación la propia cerámica de Tenerife, señaladamente el vaso de mango vertical, que supone la utilización del objeto para recogida del agua de charcos y lugares difíciles ( Lám. II, 1 y Lám. VI, 1, 2, 3, 10). 20 Si bien es cierto que de un modo general se pueden establecer relaciones con grupos étnicos y culturas del África septentrional y occi-denS sorprínde en algunos casos descubrir en las Islas Cananas elementos arqueológicos que parecen réplicas ^ e otros encontrado, en las áreas continentales citadas, especialmente en la costa atlántica del ba-hará. Fig. 1. La industria de la piedra: tahonas ( lascas de obsidiana) Aparte de los ya enumerados ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ ^ X : ^ cTr^ rca" d= d: Trp: it. i^^^^^^^ sCFauihsenarretireaovnsea; n; ^ tu1^ r^- ap^ alacicagdauoas lreeossv a^ dleje's^ . m^ d^ eo^ r ' c^ bo^ enl^ rT^ o^ l ^^^ p^^^ ar^^^ r^ ao^ ^,^ g^ doe' G^ roa^ n^ í^ S C^ la,^ rn^ ar^ rV^ ia_, i qlul_ ea también se encuentran del mismo upo eu ei u 21 bados en círculos concéntricos de Lanzarote, paralelos a los mismos lemas africanos, esferoides de piedra, pintaderas, punzones, etc., en fin una serie de documentos que revelan un contacto prehistórico indudable entre las islas y el vecino continente. Y si bien no se puede dar por cerrado el capítulo de los descubrimientos arqueológicos en Canarias, ya se está en posesión de datos de mucho valor para poder hablar de relaciones ciertas entre las islas y el continente. Gracias a estos descubrimientos, ya las Islas Canarias aparecen en las grandes síntesis prehistóricas ( Tarradell, Pericot, op. cit.) y en trabajos preocupados por aclarar el alcance y calidad de dichas relaciones ( Serra Ráfols, 1966, págs. 245- 247). En cierto modo el aislamiento cultural de las islas trajo como consecuencia el aislamiento biológico y este hecho pudo tener lugar lo más tarde a fines de II milenio a. de C. ( Schwidetzky, 1963). Pero en esto como en todo lo que se refiere al archipiélago, toda generalización puede ser peligrosa. El aislamiento biológico- cultural no fue absoluto, en cuanto que se puede señalar para las islas un proceso inmigratorio que comienza con la introducción del vaso cónico y la vida en cuevas y sigue la cerámica pintada o ricamente incisa, la construcción de casas y túmulos, los grabados megalíticos y las inscripciones tifinah. Es decir, se puede partir de una cultura de sustrato uniforme, bien perfilada por sus propios elementos constitutivos, a un complejo cultural de más vasto horizonte. Como, además, estas distintas inmigraciones son portadoras del conjunto ergológico que las caracteriza, y su influencia gravita sobre la isla alcanzada, no sobre el archipiélago, el fenómeno de aislamiento biológico marcha paralelo al cultural, ya que no siempre es el mismo grupo étnico el que participa en el movimiento inmigratorio. Lo que ocurre es que cada grupo nuevo se superpone — a veces solamente se yuxtapone— al grupo anterior, ya asentado y por consiguiente aislado, y ese grupo más tardío se aisla a su vez, al romper toda relación con el tronco del que se desgajó. Este fenómeno convierte a las islas en un mosaico étnico- cultural donde no se aprecia un proceso de evolución interior, sino una serie de bruscas interrupciones y de subsiguientes aislamientos. El archipiélago es, en el fondo, un sorprendente paradigma de aislamientos sucesivos, y de entre ellos, Tenerife ejemplariza el aislamiento del primer grupo neolítico que la ocupó. De ahí el interés que tiene el estudio de esta isla como entidad étnico- biológica no mestizada. En cierto modo es Tenerife la isla que nos da la fecha de la primera inmigración, válida para todo el archipiélago. Y ello es posible por haberse conservado aislados el grupo y la cultura que aportó. Los distintos sistemas antropológicos definen al guanche como a un cromañoide, como un grupo racial milagrosamente aislado. Recuérdese el grupo " Mechta", étnica y culturalmente emparentado con el guanche. 22 Los estudios realizados recientemente hacen originario del África del noroeste al grupo poblador de las islas. Las relaciones del cromanoi-de canario con el del África del norte quedan bien documen adas por las recientes investigaciones paleoantropdógicas ( Schwidetzky, op. "^" Considerando como factor fundamental el grupo étnico que puebla las islas, el hecho de que se conserve en un casi total aislamiento has a la época de las grandes navegaciones atlánticas, le confiere al dato un gran valor si consideramos que este alejamiento de las áreas de procedencia y su aislamiento han traído como consecuencia una supervivencia marginal. Y esta supervivencia cobra todavía más valor por tratarse de un grupo étnico y no solamente de sus bienes materiales, canarias es, por consiguiente, un refugio de razas. Así han podido dar las islas un volumen de material antropológico que ha sido un verdadero regalo para los investigadores. Desde el punto de vista lingüístico ha sido destacado el arcaísmo de Canarias. Wolfel ( 1955, p. 20) había hallado semejanzas semánticas y fonéticas con el beréber, aunque ponía de manifiesto la dificultad de explicar por vía beréber la etimología, la morfología y la sintaxis. Otros investigadores ( Alvarez Delgado, 1955, págs. 53- 59) llegan a la conclusión de que el habla de los primitivos canarios " no es un puro dialecto beréber ( como se afirma corrientemente en el mismo plano de los nor-teafricanos del mismo nombre), sino un grupo dialectal con diferencias y relaciones diversas con el beréber, pero conservando elementos de un más estrecho contacto prehistórico con el egipcio". Sin embargo, en cuanto a las inscripciones alfabetiformes grabadas en rocas de algunas islas — El Hierro, Gran Canaria y las últimamente descubiertas en La Palma—, los signos corresponden a alfabetos Ubico-bereberes, como recientemente han confirmado Lippmann ( comunicación personal al autor) y Kraus ( 1964, pp. 168- 177) quien, al estudiar las inscripciones prehistóricas del Barranco de Silva, en Gran J^ anaria encuentra signos correspondientes a los alfabetos Thera- Melos con elementos fenicios, y corresponde una inscripción al dialecto chJa^ Y la otra al hasania. Queda, sin embargo, en pie la cronología de estas ms-cripciones, difíciles de relacionar con los primeros g^^ P^^ P ? ^ ' f ° f^^^ de Vas islas, incluso de aquéllas donde dichas ^ " ^ ^ " P ^ " ; ; . ^ ^ ™ registradas. Tenerife, como es sabido, quedó al margen de toda comen te inmigratoria alfabetizada*. „.„ „ y,^ n ^ o nue nos veda más amplio comentario, • A punto de entrar en prensa ^ ste H f o, lo que ^^ ^^^ ¿ " Y? Í" TJ,^ aparece uA documentado trabajo de Alvarez u e i g a u ^ ^ ^ ^ ^ j ^ especialmente as ins-del año 1964, ve la luz en 1967 ( Alvarez ueigau , ^^ cuestión cronoK> g! ci. Su crlpciones líbicas canarias y abord^- ciSta no puedeS ser anteriores a la Erj — por tesis es que las inscripciones tipo La Caleta ^^ f ^ j ^ fgcha de poblamiento de las la época de Juba II de Mauritania-^ y que « ^ - ^ ^ ^ ^ ^ ^^^ ^^^ ^^^ poca direreacia, Canarias. Los grabados tipo Juian VE> I n 23 Se verá que estamos solamente rozando aquellos puntos que documentan el capítulo de las supervivencias, capítulo en verdad apasionante y que él solo justificaría un estudio completo. El hecho bien documentado de la momificación entre los aborígenes de las Islas Canarias ha sorprendido a los investigadores tanto de la prehistoria como de la etnología de la población insular aborigen. Como en Egipto, la momificación supone una estratificación social y un culto a los muertos. También en las islas hay quienes tienen el oficio de embalsamadores, que realizan su labor conforme a unas prácticas tradicionales ( Torriani, 1590. Cap. XXXVI; Espinosa, l.') 90, Cap. IX; Abreu Galindo, edición 1955, Lib. III, Cap. XIII). Fr. Juan de Abreu Galindo publica su libro en el siglo XVII, y es uno de los historiadores canarios más utilizados por sus continuadores, " en la mayoría de los casos, con la más perfecta ingratitud", según Cioranescu en la introducción a la última edición de Abreu. El párrafo que dedica a la momificación resume todo lo dicho por los demás autores: " Cuando morían, tenían esta costumbre y orden en sus entierros, que había hombres y mujeres que tenían oficio de mirlar ( embalsamar, secar) los cuerpos, y a esto ganaban su vida, desta manera que, si moría hombre, lo mirlaba hombre, y la mujer del muerto le traía comida; y si moría mujer, la mirlaba mujer, y el marido de la difunta le traía la comida; y servían éstos de guardar el cuerpo difunto, no lo comieran los cuervos, y guirres y perros. Y la manera de mirlar los cuerpos era que llevaban los cuerpos a una cueva y los tendían sobre las lajas y les vaciaban los vientres, y cada día los lavaban dos veces con agua fría las partes débiles, sobacos, tras las orejas, las ingles, entre los dedos, las narices, cuello y pulso. Y después de lavados, los untaban con mangón oontemporáneos de las inscripciones Caleta- Tejelelta, de la misma isla Sin pm bargo, los grabados Belmaco- Zarza ( La Palma) los seguimos considerando como iirin mauifestaciín del bronce atlántico, con representaciones clásicas en Bretaña e Irlnnda Si no existieran otras razones de temas y técnicas, lo confirma más claramentP la nrp senda de las ' crosses", construidas en madera en La Palma, de tipo semelante n laí grabadas en los menhlres bretones ( Diego Cuscoy, 1955, flgs. 11 v 14) No rahp la contemporaneidad tampoco entre el neolítico de tradición capsiense de Tenerife v los petroghfos de Zonzarnas ( Lanzarote), como tampoco entre estos y los va ritadn%! de Belmaco- Zarza ( La Palma De igual forma seria apurar deníaslado^ los paralelismos si intentáramos hallar relación de semejanza entre la cerámica de Gran S r l a T o n I vaso cónico de la cultura de sustrato y el conjunto rupestre del Bnrrancn de Rain? rii dicha Isla con los de La Palma. Balos mlsm ¿ contiene efproblimaSerlvado de sul inscripciones líbicas — en la línea de las del Barranco de Silva ( Gran Canaria)-- v di las representaciones esquemáticas antropomorfas, cuya cronología no puede^ serTa ^ misma de la de las inscripciones, como parece confirmarlo la distinta técn? ca emplead? y la diferencia de pátina que entre ellas existe. " i » i. mi. d w- cniLd empieaaa y El por todos conceptos meritorio trabajo de Alvarez Delgado en su capítulo de cronología, no hace más que poner de manifiesto el terreno movedlzi sobre el ¿ ue pisan y seguirán pisando los estudiosos de la prehistoria canaria. K ^° » ' í,^ i^^ I^= í! l°^=, S?>, í'^"°?^ consulta para el tema de las inscripciones líbicas canarias, ?? J? J^. '^°'^° P ^ " , ' 5?'?"^'^ ^' <= a ™ P° de los paralelismos, la obra de Cortade y Mammerl ( 1967), ya que el léxico va acompañado de la transcripción en escritura tuareg. 24 rúan los inferiores del rey, que donde quiera que ^ on^' o l^ a bían de llevar a su sepultura, donde teman ^.^ P^^^^ J" ^ ; ° ! cuales ponían por su orden, para que se ^,^;;^°<=^^? f"^ J^ f ¿ " JoO). nían fajados y sin cubrirles con cosa encima" ( op. cit, pags. 29J duu;. El examen de restos de momias y de cuerpos últiinamente descubiertos, confirma la existencia de momificadores ^^ ° f " ° P^ J^^^^ X laridad con que aparecen colocadas ciertas partes del cadáver, brazos extendidos a lo largo del cuerpo, manos con los dedos J^^ tos y vueltas hacia los muslos, posición de la cabeza, ligeramente levantada sobre un cabezal, pies también levantados, con los dedos juntos. La conservación de pies y manos es perfecta ( Lám. VII). Sin embargo, en una momia de nií^ o descubierta en el Barranco del Pilón San Miguel Je nerife), las manos estaban contraídas como garras, y el cuerpo revelaba un gran descuido por parte de sus preparadores ( Diego Cuscoy, lybo págs. 23 y ss.). Las cavidades no están vaciadas, y los ^ erpos vacíos se debe a la acción de los roedores. Perfecta deshidratacion de las Part^ s blandas. Hay un torso masculino que conserva 1°^ f « " J^ ales y un cráneo de niño con la duramadre. La momia infantil de San Miguel con serva todas sus visceras. Se ha comprobado también la <^^ ^^ encia de cuevas sepulcrales utilizadas por un grupo familiar Cráneos procede^ i tes del Barranco de Santos ( Santa Cruz de Tenerife), y ¿ e la misma cueva, presentaban cinco de ellos una malformación en el mismo hueso de la nariz. . La momificación fue probablemente un ffl^^''^ Z2s"'!^ r^, social, pues cont^ tan a ^ ^ u - ^-^^^^^^^ ^ ^ ^ ^ - ^ cueva con muchas pieles de ^" 7°^^^^^/ eolocar sobre ellos el ca-véase el Cap. XIV, 4). , , „ ot^ nHipndn ; r r r Í e - J ; ) ¿ . £ e > e.^ p. 0 ae, a e . ; . — e„ e. 25 cluso haber comenzado después de haberse extinguido en su lugar ds origen, es decir, muchos siglos después de haber cesado su práctica en Egipto ( Lám. VII). Comparaciones de lo tinerfeño y canario con lo egipcio han sido hechas con relación a la lucha bipersonal (" lucha canaria") ( Alvarez Delgado, 1945); la tahona o " piedra negra" ha sido relacionada con lo egipcio, de la misma forma que ciertos restos lingüísticos ( idem., idem., 1955, p. 54). Dentro de esa gran corriente norteafricana se ha movido la aurora cultural guanche. Algún investigador ha llegado a afirmaciones absolutas ( Wolfel, 1944- 45, p. 60) al definir la cultura conservada en las Islas Canarias como directa herencia líbica, marcada por elementos étnicos indiscutiblemente cromañoides. En pequeño, dentro del archipiélago canario, se encuentran elementos pertenecientes a las dos " provincias" culturales originarias del África del Norte, los del África iberomauritánica y los del África cap-siense. No se olvide que durante varios milenos vivieron allí, yuxtapuestas, dos poblaciones con caracteres raciales bien definidos y cada una con su civihzación particular, como señala Camps ( 1961, p. 7). Pero, mirando a Canarias, no podemos dejar a un lado el hecho bien significativo de que en el curso de los dos últimos milenios antes de Cristo la Berbería se convierte en un país mediterráneo. El desecamiento del Sahara la proyecta hacia el mundo europeo. Este país que deviene mediterráneo no tiene ninguna vocación marítima y tampoco es capaz de crear una cultura urbana ( Camps, ibid.). La " cultura de sustrato" canaria llegó bien marcada por ese des-gajamisnto, evidente en su falta de interés por el mar y en su incapacidad para la formación de centros urbanos. Culturas de tierra adentro no se pueden improvisar marítimas. Y las que llegan a Canarias, empujadas por el mismo fenómeno de desecación del Sahara, arribaron con lo que tenían y sabían y el secular aislamiento lo convirtió todo en vestigio, en inapreciable reliquia Para los paletnólogos Canarias siempre ha sido vista como un área marginal muy conservadora. El habitante de las islas ha podido ser encuadrado en los ciclos culturales establecidos por Schmidt dentro del I central, que corresponde precisamente a los ciclos arcaicos ( Caro Ba-roja, 1949, p. 40). Este arcaísmo tan fuertemente conservado parece apuntar a una muy limitada comunicación del Archipiélago con otras tierras — tanto próximas como lejanas— por las condiciones desfavorables del mar y de los vientos. La misma corriente de Canarias no ha podido favorecer de forma decisiva las inmigraciones. Le Danois ( 1940, págs. 98- ss.) explica que al N. y al S. de Ecuador existen dos corrientes denominadas corrientes ecuatoriales que van de E. a O., originadas 26 probablemente por la rotación de la tierra. La corriente del N. es la llamada corriente de Canarias y se origina cerca de Mogador " donde las aguas de la meseta continental marroquí, expelidas por las procedentes de alta mar, resbalan hacia el S. en dirección del archipiélago canario". Estas aguas se encuentran encerradas, al N. y al S., por dos ejes transgresivos. Y este doble movimiento fuerza a que dichas aguas partan hacia alta mar y se dirijan al Sudoeste, dando origen a la corriente fría citada. Por otro lado, la navegación lejos de la costa queda dificultada, entre el vecino litoral africano y las islas, por los vientos del NW. y las marejadas. La zona más favorable para la navegación parece ser la comprendida entre Agadir y Safi ( Montagne, 1923, págs. 174- 216). Por si fuera poco, el Derrotero para la navegación a vela en torno a las islas está lleno de advertencias y consejos, productos de una larga y prudente práctica marinera. En resumen, señala que en torno a Canarias y entre noviembre y enero, los alisios son interrumpidos por temporales del SE., pero los más duros son los del NO., si bien duran poco. Resultan peligrosas en esta época las bahías abiertas a ellos. Los canailes entre las islas son limpios: si se viene del N. y no hay que recalar en ninguna isla, debe preferirse el existente entre La Palma y El Hierro al O. del de Tenerife y La Gomera, a fin de evitar las calmas reinantes al S. de los otros canales, calmas ocasionadas por la altitud de las tierras. Las corrientes de aire procedentes del N. son divididas por las islas, y aquéllas vuelven a encontrarse muy al S. dejando espacios invadidos por calmas, ventolinas y rachas peligrosas con mar gruesa ( Derrotero... 1905). Sin ahondar más de lo necesario en esta cuestión, de lo apuntado se deduce que la navegación hacia y en torno al archipiélago canario, hay que considerarla más como navegación de fortuna que como ruta regular y frecuentada en tiempos prehistóricos. Debemos aceptar recaladas neolíticas a las costas canarias; pero el difícil retorno, además de la difícil llegada, explican el fuerte aisilamiento de las islas y la conservación y arcaísmo de su cultura originaria. Si el mar puede guardar la clave de un hecho de tanta repercusión desde el punto de vista cultural, también en el mar está la clave de inmigraciones más modernas que, por sus características, apuntan a corrientes culturales de otras áreas geográficas, a seguir rutas distintas y a alcanzar a unas islas y no a otras. El guanche es, pues, un pueblo con " restos" de estados culturales anteriores. Un complejo vestigial nada o escasamente modificado desde que se produjo el poblamiento de la isla hasta el momento de la conquista en el siglo XV. 27 La cultura guanche se mantuvo hasta tan avanzados tiempos por el fenómeno natural de aislamiento, porque no se produjo hasta entonces un choque con otra cultura superior. Está bien comprobado que uría cultura primitiva se destruye de un modo más o menos completo al entrar en colisión con otra más avanzada. Cuando esto se produce, ocurre que quedan destruidos soportes fundamentales: economía, orden social y concepciones de orden moral y religioso ( Birket- Smith, 1952, pág. 48). La cultura guanche no puede decirse que fuera brusca y súbitamente destruida bajo el empuje de los conquistadores españoles, pero sí que se produjo un corte, un marcado cambio de rumbo, una modificación muy radical en determinados aspectos, pero no una destrucción. Órganos culturales de la mayor importancia vital — utillaje, prácticas pastoriles, habitación, etc.^— resistieron tenazmente al empuje colonizador. No se olvide que el fenómeno acaecido equivale al paso de la Prehistoria a la Historia o, como ya hemos dicho en alguna otra ocasión, del Neolítico al Renacimiento. El choque fue forzosamente violento, el proceso de aculturación siguió un ritmo normal y la adaptación a las nuevas corrientes acabó por imponerse, aunque también dejando " restos", sobre todo " inconscientes", que aún hoy podemos descubrir. Pero nos encontramos, al tratar de analizar la cultura guanche, con que, al principio y al final, fue el silencio. Silencioso el poblamien-to, silenciosa la ruta, silenciosa la llegada. El hombre inaugura su vida en el archipiélago con el silencio. Y silenciosamente se esparció por la isla y ocupó la tierra. Huellas silenciosas dejó por un lado y otro, testimonios mudos a los que es preciso interrogar. Hemos tratado de hacerlo con los elementos que componen la vida material, desde la habitación a las industrias típicas, desde los alimentos a los utensilios. Al paso hemos hecho tímidas comparaciones entre determinados materiales insulares y otros de áreas más distantes. Difícil y arriesgado quehacer, porque los tres " criterios" instrumentales, " criterio de forma", " de cantidad" y " de continuidad", no nos ayudan a disipar satisfactoriamente el silencio. Por ese procedimiento podíamos llegar, a lo sumo, a establecer unas relaciones culturales, pero con mucha dificultad, por ahora, a la determinación de la " patria" del elemento comparado. " Para el mismo hay aún menos indicios de valor absoluto que en el problema del parentesco cultural" ( Birket- Smith, idem., pág. 31). Para el análisis de una cultura en sí, encerrada dentro de los rigurosos límites de una isla, como es nuestro caso, debemos partir forzosamente del estudio de los materiales que ha facilitado la arqueología. La vida material del guanche puede quedar, de esa forma, diseñada con relativa precisión. Pero la cultura guanche es una cultura muerta, y lo que afecta directamente a la vida social y mental no podemos extraerlo solamente de la arqueología, sino que habremos de recurrir 28 con alguna frecuencia a las fuentes literarias. Quiebra, pues, el método propuesto por Imbelloni ( s. a., pág. 34) por falta de puntos de apoyo referentes a la vida social y mental. Pero utilizaremos ambas fuentes de información, ya que una puede completar a la otra, y en algún caso, la histórica, reforzar las conclusiones conseguidas por la vía arqueológica. El régimen patriarcal guanche concuerda con la economía y la organización social de aquel pueblo. Eran monógamos, y la monogamia sabemos que es, además de una consecuencia de orden biológico, un hecho fundamentalmente económico ( Dittmer, 1960, pág. 66). Se ha considerado la monogamia del guanche como signo de elevación moral, cuando en realidad ello no quiere decir otra cosa sino que el guanche vivía forzado por una economía bastante austera *. Alvarez Delgado ( 1945, pág. 58), apoyándose en Espinosa, da por cierta la poligamia entre los indígenas de Tenerife. Asegura Espinosa que " tenían las mujeres que querían y podían sustentar", pero esto está dicho después de hablar de la facilidad con que podían verificarse las uniones: " Y como el casamiento era fácil de contraer, fácilmente se dirimía". Bastaba el repudio por cualquier causa para conseguir la separación y, seguidamente, la elección de nueva compañera. Posiblemente estos cambios, que serían frecuentes y habituales, hicieron pensar en la poligamia. Tan roto quedaba el vínculo por el divorcio, que los hijos habidos en la unión disuelta eran considerados como naturales y designados con el nombre de achiguxa la hembra y gucaha el varón. Creemos que no debe tomarse al pie de la letra la cita de Espinosa — escritor, aunque veraz, tardío—, referente al matrimonio entre los indígenas. Nos parece más aconsejable aplicar un criterio etnológico para el estudio y el análisis de la sociedad guanche, en fin de cuentas una sociedad primitiva. El mencey asume las funciones de patriarca y la sociedad se estratifica rigurosamente; según la nomenclatura castellana empleada con-vencionalmente por los cronistas, se hace la división en: nobles, villanos y escuderos. La riqueza de ganado determinaría esta división de clases, según se deduce de la cita de Espinosa ( op. cit.. Cap. 8P): " Había entre ellos hidalgos, escuderos y villanos, y cada cual era tenido según la calidad de su persona. Los hidalgos se llamaban Achimencey, los escuderos Cichiciquitzo y los villanos Achicaxna. El rey se llamaba Mencey, y de aquí los hidalgos como descendientes de reyes se llamaban Achimencey...". * En este sentido Serra Rátols nos apunta la posibilidad de que la poliandria practicada en la isla de Lanzarote fuese también consecuencia de una economía poure. una sola familia para varios varones puede significar una forma de ahorro. Agradecemos la Interesante observación. 29 Con acierto apunta Dittmer ( op. cit., pág. 72) que " la estratificación se observa a partir de la formación de las culturas agrícolas, campesinas y de pastores nómadas". Y para el guanche, si bien es cierto cjue se apoya en una economía pastoril, también lo es que roza los bordes de una cultura agrícola, que no puede desarrollar por falta de medios y de tradición. No pudo beneficiarse de corrientes exteriores que trastocaran su primitiva base económica — en que la agricultura i'epresentaba tan pobre papel— por otra más fuerte, mediante la cual pudiera sacarle a la tierra mayor variedad y cantidad de productos. Lo cierto es que el nivel social del indígena marchaba de acuerdo con su mayor o menor riqueza ganadera. Se apoya Alvarez Delgado ( 1945, pág. 52) en otro texto de Espinosa ( op. y loe. cit.) respecto al punto a que nos estamos refiriendo: " tenían los naturales para sí que Dios los había criado del agua y de la tierra, tanto hombres como mujeres, y dádoles ganado para su sustento: y después crió más hombres y como no les dio ganados, pidiéndoselos a Dios les dixo: Servid a esotros y daros han de comer, y de allí vinieron los villanos que sirven y se llaman Achicaxna". A este respecto recordemos que cuando Gua-cimara, hija del mencey de Anaga, sale de su reino montañoso en busca del príncipe Ruymán, al no encontrarlo, vestida con traje masculino, se queda a servir como pastor en la vega de La Laguna, probablemente al servicio del rey de Tegueste. Porque, por otro lado, a mayor número de cabezas de ganado, mayor extensión disponible de tierras de pastos. Al rey correspondía repartirlas como dueño de ellas, y en el reparto influía la " calidad" y " los servicios" del beneficiario. Pero si hemos de seguir a Espinosa, las tierras repartidas no comprendían sólo zonas de pastizal, sino también de tierra cultivable: " En esta misma tierra de su término [ el beneficiario] con unos cuernos de cabra o unas como palas de tea, porque hierro ni metal de ninguna suerte lo tenían, cavaba, o por mejor decir, escarbaban la tierra y sembraban su cebada. Esto hacía el varón, porque todo lo demás, hasta encerrarlo en los graniles o cuevas era oficio de las mujeres" ( Espinosa, op. cit., pág. 39). Se deduce de lo anterior que la tierra era propiedad común, aunque figurase como dueño el mencey, pero esto hay que entenderlo más bien como razón de organización y orden de la comunidad. Sobre todo, los campos de pastoreo de los nómadas son propiedad común del grupo o de la tribu más que de la persona ( Dittmer, op. cit., pág. 81). A veces de la familia extensa o de cada generación. En Tenerife, por lo que más adelante veremos, los campos de pastoreo se correlacionan con el área geográfica de los menceyatos. Es decir, cada bando tenía para su aprovechamiento las correspondientes zonas de pastizal. Tenemos multitud de testimonios en crónicas y fuen- 30 tes históricas que consideramos obvio citar ahora, donde se nos habla de disensiones, a veces luchas, sólo por invadir los de un bando áreas pastoriles pertenecientes a otro. También el robo de ganado es práctica frecuente, y el hecho no hace más que confirmar el carácter, la organización social y la economía del aborigen de Tenerife: Abreu Galindo resume bien esto: " Dicho habemos que las guerras que tenían entre sí no eran más de sobre los términos y sobre los pastos de su ganado". Considerando todos estos factores, se plantea una cuestión poco o nada estudiada: la división del trabajo en aquella sociedad. Hemos visto por la transcripción que acabamos de hacer del texto de Espinosa, que en el quehacer agrícola el varón cava, prepara la tierra y siembra la cebada. La mujer realiza todo lo demás, desde la recolección al almacenamiento de la cosecha. Entre los guanches realizaría la mujer el trabajo propio de su condición, hecho que Dittmer ( op. cit., pág. 56) ha estudiado en relación con las sociedades primitivas: cuidado de la prole, fijación en el campamento o en el hogar, mantener el fuego, confeccionar los vestidos, fabricar pequeños utensilios domésticos ( punzones) y la cerámica, preparar la comida, el queso*, la manteca y hacer la recolección, tanto de frutos silvestres como de simientes cultivadas. Abreu Galindo ( op. y loe. cit.) en el quehacer agrícola hace intervenir a la mujer juntamente con el varón: éste labraba la tierra y la mujer derramaba en ella " lo que había de sembrar". Parece esto apuntar a un rito de la fecundación, como sabemos es práctica frecuente en muchas sociedades primitivas. El varón tendría a su cargo la fabricación de molinos, utensilios y esferoides de piedra y tahonas, labrar las armas de madera, acondicionar las cuevas de habitación con paredes de protección, asentaderos y poyos, cuidar del ganado tanto en los apartaderos como en los campos de pastoreo, donde prepararía los abrigos y refugios y, como hemos visto, roturar la tierra para la siembra de cereales. Según su jerarquía tomaría parte en las deliberaciones del tagóror y participaría en toda acción guerrera, de lucha, de robo de ganado, etc. De lo que poco o nada sabíamos era del niño, de su intervención en )] as actividades propias del grupo a que pertenecía. El niño guanche está ausente de crónicas y hasta de leyendas. Alguna vez nos pareció descubrir su huella en la cueva de habitación, por el hallazgo de pequeñas réplicas de utensilios propios de los adultos*. Tendría para • En la fabricación del queso Interviene también el hombre. El pastor moderno fabrica los quesos en la majada. • Sabido es el gran papel que, para la educación y el adiestramiento, ha repre- « pnt„, lo la imitación. El niño imita tanto los utensilios y objetos fabricados por los ndnUn? romo sSs actividades. Los niños copian utensilios y armas, las niñas objetos rlnmíSfiroTrerámica y, llevadas del instinto maternal, confeccionan muñecas. TÜUmann, ni ^ « hí lipr Pl niSel de niño en las común dades poco desarrolladas, analiza este hecho, de ¿ - an toportSa para el propio desarrollo de la comunidad ( TÜUmann, 1963, pág. 32). 31 su juego y divertimiento otros objetos, pero los que han resistido a la acción del tiempo son los de piedra y cerámica. Hemos encontrado mo-linitos de mano toscamente labrados en lava, con el agujero de perforación bicónico y los hoyuelos típicos en la muela superior. Las vasijas tienen todas la forma de cuencos semiesféricos, sin asa ni mamelón. Algunos de estos hallazgos proceden de cuevas de habitación enclavadas en los acantilados de Tacoronte y yacimientos del Barranco Cabrera ( El Sauzal) y Barranco Milán ( Tejina). Se trata siempre de fragmentos. Las piezas enteras han sido encontradas en campos de pastoreo de alta montaña: un molino de juguete en el paradero pastoril de la Montaña de Ayosa ( en las proximidades de la cumbre de Izaña, a 2.000 m. s. m.); un molino y una vasija en la Cañada de Pedro Méndez ( ocultos en escondrijos, como era habitual dentro de los paraderos) y otro molino en Arasa, zona alta del Valle de Santiago, área pastorial por excelencia ( Lám. VIII y Lám. IX, 1). En cuevas sepulcrales correspondientes a paraderos pastoriles, siempre de alta montaña, hemos descubierto la presencia del niño: dientes infantiles en la necrópolis del Llano de Maja, cadáver de niño en la cueva de Roque Blanco ( ver Diego Cuscoy, Mathiesen, Schwidezky, 1960, págs. 13 y ss.) y molares y esternones infantiles en la cueva de Llano Negro ( Santiago del Teide). Estos hallazgos son muy reveladores desde el punto de vista SCH ciológico y de división del trabajo entre los guanches: es indudable que el niño auxiliaba al adulto en las tareas pastoriles. Pero el descubrimiento de juguetes de niña en un escondrijo de montaña — pequeñas vasijas— supone no sólo la presencia de la niña misma, sino de toda o parte de la familia. Y de ser esto así, se añade un nuevo dato a los desplazamientos estacionales en busca de pastos frescos, aspecto de la economía indígena que trataremos oportunamente. Estas referencias — aparentemente fuera de lugar— a ciertos aspectos de la cultura aborigen, vienen a confirmar el arcaísmo de la misma. Podrían manejarse también como pruebas de " supervivencias", de " restos", si bien, dado su especial carácter, resulta más fácil insertarlos en un vasto cuadro cultural que emparentarlos con una corriente determinada. Se dan, a modo de denominador común, en otras culturas, y es importante por lo que tienen de reveladores con relación a un determinado estadio cultural. Dicho arcaísmo es, pues, una manifiesta prueba de supervivencia, que tiene que ser también marginal dada la situación de las islas, que dependen, tanto geográfica como cul-turalmente, de dos continentes, África y Europa ( Fig. 2). 32 O C É A N O ^. A T L Á N T I C O yv ISLAS CANARIAS ^ • ^ S » gui « Agadir I F N L / CASABLAMC » V* y HARKtfE t . = " S A H Fig. 2. Situación de Canarias con relación al continente africano ( N. y O.) II ELEMENTOS MATERIALES DE LA CULTURA GUANCHE Se ha recomendado como excelente método de investigación el estudio de áreas culturales perfectamente delimitadas y de épocas muy concretas ( Caro Baroja, 1949, p. 127). En nuestro caso el área cultural va a ser la isla de Tenerife. En ao que antecede se han puesto algunos ejemplos de supervivencias marginales, que es lo que a la postre le confiere a la isla ese arcaísmo tan característico de su cultura. Como se ha dejado expuesto en el capítulo anterior, son fácilmente identificables los rasgos neolíticos de la cultura canaria de sustrato. Sobre esta base se ha trazado la correspondiente tentativa cronológica, con apoyo en el cuadro de supervivencias marginales. Aunque vamos a destacar seguidamente los más típicos elementos constitutivos de la cultura guanche, no debemos perder de vista el hecho étnicocultural que se produce en el norte de África y el Mogreb a fines del Neolítico. También allí, en aquel período, existe un problema de supervivencias, ya que, por ejemplo, la eliminación del hombre de Mechta el- Arbí no había terminado, y que si el guanche es un " mechtoide", cabe deducir una relación temporal y espacial del aborigen de las Islas Cananas con aquellos pueblos de tan acusada vitalidad ( Camps, ibid., p. 33) Debemos disponernos, pues, a ver en los elementos culturales de Tenerife una serie de pruebas que confirman su base neolítica. Sigue la enumeración de estos elementos con breves descripciones de los mismos. 1. Piedra.— Industria de lascas ( obsidiana, basalto, fonolita: ( Lám. IV), hachas triangulares, machacadores y percutores en cantos rodados ( Pig. 3) ( picos asturienses), pulidores de lava, molinos giratorios, esferoides de piedra, algunos con arista viva alrededor de su contorno. No hay puntas de flecha. Pulimento sólo en los esferoides ( Lám. X, XI, XII, 1, XIII y XIV). 2 Tíweso— Punzones, astillas aguzadas, espátulas, portapunzones y tubos de hueso pulimentado, destinados a ornamento. Los punzones 35 10 e> m.. I Fig. 3. Hachas, machacadores y percutores de basalto. 3G y h\ a astillas aguzadas, así como las largas cuentas cilindricas, se labraban en hueso de cabra y los portapunzones en hueso de cerdo. Un hueso largo de cerdo se utilizó para la fabricación de espátulas, raras piezas empleadas para hacer dobleces a las pieles ( Lám. V, 1 y Lám. XV) 3. Ornamento.— Además de las cuentas alargadas de hueso, cuentas de conchas de moluscos, caracoles perforados, vértebras de pescado y, sobre todo, cuentas de barro cocido. Son muy raras las cuentas de madera. Para los ornamentos de concha se emplearon las de conus, patclla, cardium, haliotis, columhella, etc. ( Láms. I y V, 2). 4. Cerámica.— Alfarería de tipología poco variada — ovoide, se-miesférica, etc.— provista de mango vertical, mamelón, asa- vertedero, aleta, mango de sección cónica o asa raramente curva ( Fig. 4). Generalmente lisa, con incisiones dentadas en el borde. En algunas zonas de la isla hay una cerámica decorada, incisa, acanalada y excisa. La coloración es generalmente rojiza por un engobe de almagre, aunque son muy frecuentes las de tonos pardos manchados de zonas negras. Hay grandes vasijas para el almacenamiento de agua, otras de tamaño mediano y cuencos para ordeño y recogida de agua en charcos y manantiales. Son conocidas también cazuelas, platos y cucharas ( Láms. VI, XVI, XVII y XVIII). T). Armas y bastones.— Se han conservado en perfecto estado largas astas de pastor con remate superior en punta o en horquilla y regatón de cuerno, bastones de mando, un tipo de jabalina denominada hanot y piezas más gruesas y cortas que el asta corriente, empleadas a modo de maza o garrote. Estas armas y bastones estaban labrados en maderas duras, y algunas, como los bastones de mando o añepas, en maderas preciosas ( Lám. XII, 2, 3 y Fig. 5). 6. Pieles. Vestido.— En zonas geográficas próximas y culturalmen-te paralelas son raros los hallazgos pertenecientes a la industria de la piel. Obvio es decir que este material no resiste ilimitadamente los estragos del tiempo. Refiriéndonos siempre a Tenerife, cuyo horizonte neolítico tratamos de trazar con la enumeración de su conjunto ergológico, digamos que el aborigen desconoce el tejido y que solamente emplea para su vestido las pieles de los animales domésticos con que cuenta. Conocemos por viajeros, cronistas e historiadores tos nombres de casi todas las piezas de la indumentaria guanche. Torriani ( ed. Wólfel, 1940, traduc. Cioranescu, 1959), además de hacer unos dibujos para ilustrar sobre la indumentaria del aborigen, habla del empleo de dos pieles de cabra para confeccionar el tamarco, especie de capa abierta que cubría la espalda, pero no el pecho. Viana ( 1604, ed. de Moure, 37 Fig. 4. Distintos tipos de asas cerámicas de Tenerife. 38 - l- m. 5 I 6 I Fig. 5. Armas de madera y bastones: 1, añepa ( bastón de "^ ando); 2 y 3, yados de pastor con regatón de cuerno; 4, 5 y 6, banote « ; 7, lanza. ca- 39 1905, Canto III, pág. 74) dice que llevaban huinnas, especie de mangas para protegerse ios l^ razos, y gunycas, como polainas para resguardarse la pierna, de la rodilla al tobillo. Las sandalias o abarcas — llamadas xercos— no estarían confeccionadas con piel de cabra, como aseguran cronistas e historiadores, sino más bien de cerdo, por su mayor grosor y resistencia. Las partes pudendas, tanto hombres como mujeres, las cubrían con un faldellín fijado a la cintura. Coinciden muchos tratadistas de las antigüedades canarias que al íamarco no se le despojaba del pelo, sino que la pieza se llevaba en invierno con el pelo hacia dentro ( Lám. XIX, 1), detalle que hemos podido comprobar por haber descubierto fragmentos de tamarco con el reverso de la piel decorada con incisiones en bandas horizontales alternando con verticales ( Láms. XIX, 2 y XX). La confección — agamuzado y cosido— es muy cuidadosa. El teñido se hace empleando sólo dos colores, el amarillo brillante y el marrón fuerte. El ornamento del tamarco o de una especie de camisola corta se conseguía a base de aplicaciones de la piel misma, consistentes en tiras cortadas en ángulo más o menos redondeado, a veces como un pectoral con ensanche curvado en el centro y sujeto seguramente a los hombros con ojales. I\ iede que estas aplicaciones de piel teñida de claro se cosieran en la espalda del tamarco, de piel más oscura ( Lám. XIX, 3). Está de más decir que el trabajo de la piel fue femenino; la mujer guanche conocía muy bien el tratamiento del material, como podemos comprobar por las muestras que poseemos ( Lám. XXI). Respecto a la mayor o menor desnudez del guanche debemos considerar la cuestión como un hecho natural. Sabido es que la decencia funciona como un hábito, no como un instinto. Ya se ha dicho que el vestido funciona como una necesidad biológica del individuo, necesidad es-tacionail. Más necesario el vestido durante el invierno, menos durante el verano ( Linton, 1959, p. 401). En un clima como el de Tenerife, y dentro de la faja tibia ocupada permanentemente, el abrigo no sería excesivo. Hay que suponer que el indígena iba más desnudo que vestido: " por andar casi desnudos, como andaban", escribe Espinosa, 1594, ed. 1848, C. VI). 7. Cordelería.— Para fijar el taparrabos y ceñir el vestido al cuerpo se emplearon tiras de piel y cinturoñes, confeccionados éstos a base de una tira ancha, fuerte y gruesa, recubierta por otra más delgada y suave. Todas ellas iban cosidas con hilo grueso de tendón. Pero el cordel trenzado de fibra vegetal parece haberse empleado poco. Lo hay de unos tres milímetros de grueso. También trenzaban cuerdas de 2 a 3 cms. de grueso. Alguna vez esta cuerda se empleó para sujetar el cadáver a la parihuela que lo conducía a la cueva sepulcral. 40 La escasez de este material hay que atribuirla a la poca resistencia que ofrece a la humedad y al paso del tiempo ( Lám. XXII). 8. Muebles.— La madera sólo se utilizó para labrar cayados, bastones y armas arrojadizas. No se conoce ningún mueble de madera, aunque algunas vasijas se labraban en madera con formas que venían a ser una réplica de las de cerámica ( Lám. XXIII). Considerándolos como muebles, debemos citar los asientos de lajas dispuestos en torno al hogar o en círculo en un recogido lugar de la cueva de habitación. Una gran laja, colocada sobre un amontonamiento de piedras, fue empleada como mesa. Las repisas naturales de la cueva se utilizaron para colocar los utensilios, sobre todo las vasijas. Las camas estaban formadas por una pared de piedra seca: se construía solamente la cabecera, los pies y un lado; el otro lo formaba la propia pared de la cueva. El hueco entre la cueva y los muretes se rellenaba de conglomerado suelto u otro material menudo. Sobre este relleno iba una capa blanda o yacija de hierbas secas, pinocho o ramas. Sobre esta yacija vegetal se extendían las pieles. Si no propiamente muebles, con grandes tablones se fabricaban algunos elementos sepulcrales. El más interesante es el chajasco, para transportar el cadáver hasta la cueva sepulcral, y la parihuela, constituida por dos largos tablones dispuestos lateralmente, con tres o más perforaciones por donde se hacía pasar otras tantas astillas gruesas que servían de soporte al cuerpo. Esta parihuela era posteriormente desmontada y empleada para depositar sobre los tablones el cadáver. A estas piezas llamaron los antiguos cronistas e historiadores ataúdes ( Lám. XXIV). í). Habitación.— El aborigen de Tenerife utilizó para su habitación las cuevas naturales. Las mejoró en el sentido de procurarse protección, sobre todo construyendo un muro a todo lo largo de la entrada y dejando un acceso practicable. Raramente mejoró el interior de la cueva, sino ( jue utilizó oquedades y repisas para colocar utensilios y enseres. El conocimiento y estudio de muchas cuevas de habitación nos ha enseñado que, en general, el aprovechamiento de la misma respondía a un patrón fijo: una parte, la mejor iluminada y un poco hacia el exterior, se destinaba a cocina. En la cocina estaban el hogar, el molino de mano y los enseres propios del lugar, sobre todo las vasijas. El agua se almacenaba en recipientes de mayor capacidad. Otra parte de la cueva — si las dimensiones de ésta lo permitíanse destinaba a lugar de reunión, con asentaderos de grandes lajas que no siempre guardaban una disposición regular. La parte mejor protegida de la cueva y más oscura — preferible si había pequeñas oquedades— se empleaba para dormir. Alguna vez las yacijas extendidas so- 41 bre el mismo suelo estaban formadas de hierbas secas y hojas de pino, pero a veces, adosada al fondo de la cueva, se levantaba una pared de unos 50 cms. de altura: el espacio comprendido entre esta pared y la de la cueva se rellenaba con gravilla o conglomerado volcánico, sobre el cual, convenientemente allanado, se acondicionaba la yacija de hierbas y hojas, como ya se ha dicho ( fig. 6). Las oquedades, salientes y otros accidentes de la cueva se aprovechaban para colocar las lanzas, armas, cayados, los bloques en bruto para fabricar molinos, los núcleos de obsidiana o basalto para las tahonas e incluso los pequeños agujeros se utilizaban para colocar los punzones. Hemos hecho muchos hallazgos de punzones ocultos en agujeros de la roca, en la parte generalmente destinada a cocina. Es de suponer que las mujeres tuvieron un sitio reservado para la preparación y elaboración de las pieles destinadas al vestido, además de un lugar dentro de la cueva donde conservar la indumentaria, pero la naturaleza del material no ha permitido que permaneciera in situ hasta nuestros días. No es fácil determinar el número de personas que habitaban una cueva. Hay cuevas de habitación que, dada su amplitud, revelan haber sido ocupadas por un grupo familiar bastante numeroso. La excavación, en algún caso, ha confirmado este supuesto. Tenemos, por ejemplo, una cueva de habitación en el Barranco Cabrera ( El Sauzal, Tenerife), la cual aparecía ocupando dos planos distintos, y en cada uno de ellos la parte de cueva correspondiente estaba destinada a un servicio diferente. En la parte de cueva que ocupaba el plano inferior se encontraba la cocina: era la parte más pequeña de la habitación. Pero dado que la visera de la cueva protegía con su saliente una faja de tierra del exterior, la cocina tenía realmente más amplitud de la que a simple vista aparentaba. El estrato arqueológico no se encontró solamente dentro de la cueva propiamente dicha, sino que se extendía hacia el exterior por la faja de tierra que quedaba bajo la visera. Este estrato ha dado una información de mucho valor sobre la vida y hábitos del indígena de Tenerife. Entre el material hallado vale citar en primer lugar la cerámica. No se puede determinar con precisión el número de vasijas empleadas por una sola familia, pero la que ocupó una cueva del Barranco Cabrera — según se deduce del estudio de un nivel arqueológico— tenía de 15 a 18 vasijas de tamaño medio ( capacidad de 1 a 2 1/ 2 litros), dos o tres vasijas de mayor tamaño ( de 3 a 4 litros de capacidad) y un número igual de vasijas de 5 a 8 litros. Entre el ajuar de cocina se encuentran conchas de lapas preparadas para ser utilizadas como cucharas. Son poco frecuentes los platos y muy raras las cucharas de cerámica ( Diego Cuscoy, 1961). 42 lo J% 72 ¿ 2 (^^^<£ 3. íjd- Sm. Flg. 6. Planta de una cueva de habitación del Barranco Cabrera ( El Sauzal, Tenerife). La parte más amplia de dicha cueva, la situada en un plano superior, comprendía el lugar destinado a reunión y el utilizado como refugio nocturno para dormir. Salvo el hallazgo de alguna tahona, de alguna cuenta de collar perdida o de escasos trozos de cerámica, el estrato de dicha parte de la cueva suele ser por lo general estéril. Excavaciones realizadas en otras cuevas de habitación ofrecen el mismo testimonio que esta a que nos estamos refiriendo. Está fuera de toda duda que las cuevas de habitación de reducidas proporciones fueron ocupadas por un grupo familiar también reducido: los restos de cocina son muy pobres, no existe lugar de reunión y la parte destinada a dormir no dispone de más espacio que el que pudieran ocupar una o dos yacijas. El estudio de las cuevas de habitación plantea multitud de cuestiones relativas a la familia compuesta de pocos miembros o al grupo familiar más numeroso. Cabe pensar que las pequeñas cuevas estuvieran ocupadas por una pareja en sus primeros tiempos de unión conyugal y que las grandes cuevas dieran cobijo a los progenitores con sus hijos y la prole consiguiente. Esto no pasa de ser un supuesto deducido del estudio arqueológico de yacimientos de tal naturaleza, ya que no disponemos de información etnológica al respecto ( Diego Cuscoy, T947, págs. 71 y 140; idem., 1950, pág. 511; idem., 1953, pág. 75 y ss.). 10. Alimentos.— Si bien en crónicas y otras fuentes literarias se encuentran referencias a la alimentación indígena, ha sido la excavación arqueológica auxiliada por el análisis de determinados elementos la que ha ampliado tan interesante capítulo, al mismo tiempo que hacía la aportación de datos totalmente desconocidos hasta ahora. En general se ha insistido sobre la pobre dieta del Neolítico. Leo-nardi ( 1958, págs. 3- 5) dice que en aquel tiempo no había cesado la caza de los animales salvajes, y que a la dieta de carne se le agregaban los productos de la pesca, moluscos marinos y la recolecciíjn de frutos y semillas silvestres. En muchas zonas de Europa se han desculiierto glandes amontonamientos de conchas ( chioccioUt'. kjokkenmadings), que demuestran la gran importancia que tuvieron los moluscos marinos en la alimentación primitiva. El mismo autor atribuye a los neolíticos la costumbre de romper huesos largos por los extremos para extracción del tuétano y el cráneo para aprovechar los sesos. Ganado y co- secha fueron, pues, la base de la alimentación. La pobreza de la dieta guanche ha sido señalada por Serra Ráfols ( 1960), quien deístaca el manifiesto desequilibrio entre las necesidades de aquella población indígena y los recursos alimenticios de que disponía. Si nos atenemos a las crónicas antiguas y a fuentes escritas más modernas, sabemos que la alimentación guanche se componía de carne, 44 leche y queso, grasa ( mantequilla, sebo), gofio, moluscos y frutos silvestres. La alimentación de carne de cabra y oveja ha sido propia de pueblos pastores ( Dittmer, 1960, pág. 235). Por otro lado, según Hintze ( 1935, págs. 141- 145), el cerdo es considerado como el principal animal de carne, y esto supone ya un régimen de claro sedentarismo. El cerdo, por lo que sabemos, interviene en la alimentación indígena de Tenerife, y si nos atenemos a lo que acabamos de decir, el dato es muy importante para ayudarnos a definir el estadio cultural en que el guanche esta situado. Sobre la alimentación animal, las cuevas de habitación e incluso las sepulcrales han facilitado valiosa información. Entre los restos de cocina se han encontrado huesos de cabra y oveja, cerdo y perro. Cuenta Viana en su Poema que comían carne de carnero y cabra: " Asadas laj5 comían, medio crudas — goteando gordura o fina sangre" ( Viana, 190;>, C. I., pág. 31). Es curioso que el testimonio del poeta haya sido corroborado por la investigación arqueológica*. Como entre los neolíticos, el guanche quebraba los huesos largos por los extremos y comía la carne ligeramente asada, ya que los huesos encontrados revelan escaso contacto con el fuego. No se excluye el consumo de carne cocida. Es posible que rompieran el cráneo para la extracción de los sesos, pues mientras en las cuevas funerarias son muy frecuentes los hallazgos de cráneos enteros de cabra, entre los restos de cocina no se ha hallado ninguno, sino maxilares y fragmentos de cráneo de los animales citados, incluso de perro. Después de la carne, la leche y sus derivados ocuparían parte muy importante en la dieta indígena. Las citas a este respecto son muy abundantes: según Viana ( op. cit., C. L, pág. 31) consumían leche y manteca, y el mismo autor nos da un dato muy concreto cuando dice que Añaterve, mencey de Güímar, obsequia al conquistador l^ er-nández de Lugo con 12 cuencos de manteca, 12 quesos anejos y 12 frescos, 12 odres de leche y 12 cueros de cebada ( ídem., C. VIH, pag. 239). Viera y Clavijo ( 1951, T. II, pág. 186) se refiere también a este obsequio cuando dice que el mencey de Güímar socorrió después de la derrota de Acentejo a los españoles con cebada, gofio, ganado, queso y leche. Todos los cronistas e historiógrafos del pasado prehispanico . S„ l, re este punto conviene tener en cuenta el J^ rev^^ y - ¿ - p l ^ i H d a d ' e n t r^ Plganiol ( 1903, págs. 369- 371) donde expone a t e o n a a e q e explicar el dualismo el asado y el cocido de la carne P" ede manejarse t » ' ™ '¡' ¿ ^ ^^ la incineración y la de instituciones primitivas, por eJ^^ plo. como la " etnológica? pues si bien el guanche inhumación. Damos la cita como mera curiosidad etnoig.^^,^^ 1^^^^ ^^ ^^ inhumación. consume la Segun nues troc arpnuen toli gderea mviesntate, ^ elf ^ a° s^ a! dj o " Ctoorrrreessppoo nde a un^ ^^ h^ o^ r iz^ o^ n^ te^ ^^ c^ u lt^ u^ r^ a^^ l ^ m^ ásj ^ p ^ r^ i- SdÍ:'° Él'" cl? nbL"^ eftadTarco? ld^ o''' ¿ SSr'hablr tenido lugar en el neolítico, con la in-vención < ie la ceríimica. 45 de la isla incluyen el queso y la manteca dentro de la dieta guanche. Verneau ( 1891, pág. 42) describe la forma como se fabricaba la mantequilla ( mejor, llamarla manteca de ganado): se llenaba a medias de leche un odre de piel, y dos mujeres, separadas una de otra ocho o diez pasos, se lo lanzaban como si fuera una pelota, a fin de separar la grasa. Según Verneau, el mismo procedimiento se seguía empleando en la época en que escribió su libro. Pero la noticia había sido dada antes por Berthelot ( 1842, pág. 263). Dice este autor que la manteca de ganado se confeccionaba en Chasna y en casi todos los distritos del sur de Tenerife siguiendo el procedimiento indígena: se suspendía del techo una orza conteniendo leche y dos personas colocadas a conveniente distancia le imprimían a la orza un movimiento de vaivén ( ver en el Cap. XVI información sobre la supervivencia de esta práctica). La fabricación de queso en la isla queda confirmada por las primeras ordenanzas: la número 74 previene que " a los mercaderes... que se les den e paguen en quesos" ( González Yanes, 1953, pág. 70). La alimentación vegetal estaría compuesta de frutos silvestres que, por cierto, no abundan en la isla. Hay citas de Viana que se refieren a los hongos, madroños, moras, y, sobre todo, el mocan ( fruto de la Visnea canariensis). Hay una referencia dedicada especialmente a la írutecilla del haya ( Myrica faya), que posiblemente por error de transcripción aparece en el Poerna con el nombre de cresas ( larvas de insectos, montones de huevos de mosca) — lo que en algún caso se confundió con las cerezas, fruta inexistente antes de la conquista—, y que nosotros hemos recogido en Tacoronte, El Sauzal y Anaga con el nombre de creses. En realidad, salvo las moras, la recolección de frutos silvestres se hacía en los límites o dentro del bosque de laurisilva e incluso del pinar, es decir, en cotas mucho más altas que las habitualmente ocupadas por la población indígena, la cual buscaba, como más adelante veremos, zonas más bajas y más soleadas. En general, se ha divagado demasiado sobre la alimentación vegetal guanche. Hoy disponemos de datos de laboratorio obtenidos por modernos métodos de investigación ( ver Mathiesen, 1960, págs. 43- 44). En el análisis del contenido intestinal de un adolescente guanche de Tenerife se comprobó la presencia de semillas de pino, harina de cebada, tostada ( ahoren, en voz guanche, goño), y harina de raíz de helécho. Desgraciadamente el análisis no alcanzaba a ciertos elementos de origen animal, tales como carne y moluscos, así como tampoco las féculas. La presencia del piñón de Pinus canariensis aporta un dato hasta ahora desconocido, en lo refe- 46 rente a la alimentación indígena; se sabía el empleo del gofio * e incluso el de la harina de raíz de helécho, alimentos estos últimos que todavía se consumen en la isla ( Diego Cuscoy, 1960, págs. 101- 108). En el contenido intestinal citado, el análisis de los rizomas permitió la identificación de las especies Pteridium aquilinwn, Pteris arguta y P. lon-gifolia, que abundan en áreas próximas al emplazamiento de la cueva sepulcral donde se descubrió el cadáver. Alvarez Delgado ( 1946, págs. 20- 58), al hacer un análisis Ungüístico de la voz " gofio", estudia una serie de palabras relacionadas con los cereales y la alimentación indígena en general: tárnoz sería la forma pancanaria de la cebada; irichen es la voz exclusivamente empleada en Tenerife para designar al trigo; ahóren, cebada tostada y molida; ta7na-zanona, cebada cocida con carne y manteca. Las citas de viajeros y cronistas sobre el gofio de trigo y cebada abundan desde mediados del siglo XIV: " comían gofio de cebada tostada", anota Gaspar Frutuoso ( ed. 1954, p. 93). En 1448 Azurara en su " Chrónica do Descobrimento e conquista de Guiñé" ( ver Serra Ráfols, 1941) dice: " ham triigo e cevada, mas fallecelhe o engenho para fazer pan, soomente fazem farinha, a cual comem com carne, e con manteiga". Las citas son tan abundantes que creemos innecesario recogerlas, puesto que todas, con ligeras variantes, vienen a decir lo mismo. Lo que sí queda bien demostrado es la existencia del trigo y de la cebada entre los aborígenes de Canarias, y que estos cereales se encontraban en Tenerife en tiempos anteriores a la colonización española. Además de los cereales, los aborígenes canarios emplearon otros elementos vegetales para la obtención del gofio. Como posible relación con otras áreas geográficas y culturales debemos citar el gofio de la simiente de algunas especies de Mesembryanthemum. En efecto, la brissa de Túnez es semejante al gofio de las Islas Canarias, cuya preparación tan puntualmente anotó Verneau ( 1891, págs. 40- 41); incluso anota el hecho de que en años de escasez se empleó la simiente del M. nodijlorum. Los árabes, como los guanches, han empleado también los pequeños granos de un mesembryanthemum para la obtención de alimento, el M. forskaü, grano que suplió a los cereales. Esta pequeña planta crece en gran abundancia por todo el desierto de Arabia, y allí. • En varios pasajes de su Poetna se refiere Viana al gofio de cebada: " La mayor variedad de sus manjares era que la cebada bien tostada, en molinos de mano remollan tanto, que del pajizo y tosco grano sacaban el menudo y sutil polvo al que llamaron gofio... , a , ^ ( C. I.. . p . g , 31) . y Viera / CUWJ^^ p. ^ cit. T- i p, g^^ 126) ^ d. ce^ que ^ e^ l gofio de cebada lo "" saba" como de pan cotlüíano .^ n^^^ a^ an irichen. De ello se deduce que ^ o'no^ llrL^ ambos clrealfs.' d f ! ol tul ? ol? eremos a hablar cuando nos refiramos a la agricultura entre los guanches. 47 como nosotros hemos visto en Tenerife ( Diego Cuscoy, 1947, págs. 365- 367), las mujeres y los niños hacen recolección de los granos maduros en las áridas costas del sur de la isla. Gobert ( 1955, págs. 501- 542) apunta que los grupos llegados a las Islas Canarias, separados de los cro-mañones de Europa o de los cromañoides del Mogreb, llevaron al Archipiélago, al mismo tiempo que las industrias neolíticas, la costumbre y el uso de las harinas tostadas. Considera al gofio canario y a la hrissa tunecina como alimentos prehistóricos. El nombre dado en el sur de la isla al gofio obtenido de un me-scmbryanthemum es el de " gofio de vidrio". Max Steffen ( 1947, págs. 104- 195) dice, en un trabajo lingüístico, refiriéndose a este gofio: " cofe-cofe, cosco, vidrio, hierba de vidrio son los nombres canarios de la ficoi-dea mesembryanthemum nodiflorum L., planta vulgar de los sitios incultos a orillas del mar. En tiempo de escasez algunos pobres solían hacer gofio de las simientes del M. nodiflorum y de su congénere M. crys-tallinum". Nosotros hemos asistido hace años, en el Valle de Arona ( Tenerife), a la recolección de esta simiente, cjue se hace recogiendo la flor seca y sumergiéndola en charcos de agua salada a la orilla del mar. De esta forma se separa la semilla de la cápsula. Aquélla se tuesta lo mismo que un cereal, en los grandes tostadores de barro. El gofio así obtenido es fuertemente salado y de color chocolate. También son muy abundantes las noticias acerca del empleo de la raíz de helécho entre los indígenas, incluso para alimentar a los niños. Abreu Galindo ( 1955, Cap. XVIII, pág. 82) escribe: " en pariendo las mujeres antes que el pecho daban a sus hijos raíces de helécho asadas y majadas o mascadas, con manteca, que llamaban aguamanes, y al presente les dan harina de cebada tostada, mascada, con queso, en lugar de los aguamanes antiguos, y los llaman del mismo nombre". Viera y Clavijo ( 1869, págs. 12- 13) se refiere a las raíces del helécho hembra ( Pteris aquüinum), empleadas como alimento por el natural de la isla. Al investigar modernamente las zonas de Tenerife donde más ha persistido el empleo de dicha harina, han sido determinadas las siguientes: parte del macizo de Anaga con las dos vertientes del Monte de las Mercedes, en torno al Monte de la Esperanza, en las laderas de Arafo, Güímar y Valle de la Orotava, así como en los altos de La Guancha, Icod y Santiago del Teide. 11. Otros alimentos.— Abreu Galindo se refiere al consumo de habas y otras legumbres. Puede que existiera alguna leguminosa silvestre comestible, pero no es probable que las legumbres fueran objeto de cultivo. Ello supondría un cultivo de huerta, expresión de un sedentaris-mo absoluto que no se practicó, como es obvio. Por otro lado, el empleo de raíces y pobres simientes silvestres no viene, precisamente, a confirmarlo. A una altitud favorable, húmeda y lluviosa, donde las le- 48 gumbres tendrían su medio propicio, sabemos que se recolectan raíces de helécho para hacer gofio. Y en zonas costeras, extremadamente secas, donde es muy improbable que se puedan desarrollar las legumbres, se recurre a las simientes de por lo menos dos variedades de mesem-bryanthemum, también para gofio. Nos estamos refiriendo, como es natural, al guanche en plenitud de vida neolítica. No entramos en la discusión sobre la existencia de legumbres y frutas — como los higos , cuya posible existencia en los tiempos de la conquista puede explicarse por contactos con navegantes de los siglos XIV y XV. Sustancias azucaradas, además del consumo de miel silvestre, podían obtenerse de ciertas frutas, entre ellas la toya o mocan, de que ya se habló. Lo que sí es seguro es el uso de la sal. Sería vano hablar ahora del papel que ha representado la sal, sobre todo en aquellos pueblos y culturas que no la han poseído. Es de sobra conocida la ruta de la sal a través de Europa y las repercusiones de tipo cultural que el comercio de ese producto trajo consigo. Un pueblo que vive a la orilla del mar, que recolecta moluscos, que tiene ocasión de ver la sal, cristaHzada, en los pequeños charcos, no puede por menos de emplearla. No se olvide que al cereal tostado se le agrega sal antes de molerlo, que el queso lleva sal y que en Tenerife es costumbre muy extendida entre pastores — fieles herederos de una tradición ancestral— agregar sal a la leche recién ordeñada. Para el adobado de las pieles se emplea la sal y todavía hoy, para blanquear los zurrones de piel de cabrito, donde se aniasa el gofio, se utiliza con preferencia el agua del mar. No se olvide tampoco que las simientes de mesembryanthemum empleadas para hacer gofio de vidrio, se lavan previamente en un charco del mar, por cuya causa no se le añade sal antes del tueste. También es posible que se empleara la sal en el asado y en el cocido. El pastor llevaría la sal hasta la montaña, pues allí fabricaba quesos, bebía leche en abundancia y confeccionaba zurrones. Su uso sería común, aunque no haya ningún testimonio escrito — que nosotros sepamos— que lo confirme. Pero hay otro testimonio suficientemente probatorio, como es el del análisis de determinados usos y hábitos alimenticios, de los cuales la arqueología suministra pruebas que están más allá de toda discusión. Para la momificación se emplearía una salmuera, que ayudara a secar el cadáver. La sal se conservaría en un recipiente especial, como hemos podido comprobar en el pueblo de San Miguel ( Tenerife), y como lo demuestran las bellas colecciones de saleros y los sencillos objetos utilizados como tales, que pueden verse en los museos etnológicos ( ver Kruger, 1961, ídem, 1962). 49 12. El fuego.— Son varias las referencias, sin comprobación posible, acerca del empleo de maderas duras, una fija, maciza, y otra liviana y apta para el movimiento de vaivén o giratorio, con el fin de producir fuego*. No cabe duda que éste se obtuvo por frotación, con la presencia en el punto de fricción de una yesca vegetal u otra materia fácilmente combustible. Ninguno de los materiales que se emplearon resiste la acción del tiempo, pero hemos recogido la tradición entre viejos pastores. " Los guanches hacían fuego con dos palos", nos han dicho. Muy pocas serían las ocasiones en que se verían forzados a producir fuego, ya que éste sería cuidadosamente conservado, incluso durante los desplazamientos desde el poblado de cuevas a los campos de pastoreo de alta montaña. El hogar no falta en ninguna cueva de habitación, en el sitio destinado a cocina, y está presente en algunos refugios y abrigos de los paraderos pastoriles. En éstos, además, dada la altura, la hoguera se hace necesario mantenerla encendida durante la noche, incluso en el verano. En un abrigo semiconstruído del paradero del Llano de Maja ( más de 2.000 m. s. m.) se encontró un hogar y un estrato de cocina que venía a ser una réplica del de una cueva de habitación. El hogar, las vasijas ahumadas y el carbón confirman la costumbre de cocinar algunos alimentos. Pero no debe olvidarse que la dieta del pastor en la montaña sufre sensibles cambios con relación a la consumida en los poblados de las tierras bajas. El fuego se conservaría en brasas, rescoldo o lámparas. Ya habíamos identificado una lámpara de barro en la isla de La Gomera o un fragmento en Belmaco ( La Palma). Las de Tenerife se asemejan a pequeños cucharones con el mango macizo o acanalado, donde se apoyaría la extremidad de la mecha o torcida. Es lógico pensar en la existencia de lámparas alimentadas con grasa animal, pues las cuevas han de ser necesariamente iluminadas. Los hachones de tea se utilizaron para iluminar las grutas sepulcrales, donde han sido halladas. En las cuevas habitadas no se encuentran hachones. Las lámparas de La Gomera y La Palma podían suspenderse del techo, pues tienen orificios en los extremos. Las de Tenerife no: están hechas para colocar sobre un apoyo en las paredes de la cueva o en el suelo. 13. Paleopatología.— Así como la investigación antropológica ha conseguido logros muy estimables, la paleopatología del guanche está * Uno de los varios testimonios escritos que tenemos es el de Gaspar Frutuoso ( finales del siglo XVI). Dice que los aborígenes comían la carne cruda cuando no disponían de fuego, y asada y cocida después " que o tlveram ou Inventaram fazer com dois paus, un chaimado teimaste, que é rijo, o outro tabalba ( de que se faz o visgo), que é brando, rougando um no outro" ( Frutuoso, 1964). 50 todavía en la que pudiéramos llamar fase literaria. Es decir, se está nutriendo aún de noticias entresacadas de crónicas e historias generalmente tardías y, para tema de tal naturaleza, de escaso o nulo valor. Se echa de menos el análisis directo de materiales humanos, que por fortuna abundan. Solamente un corto capítulo ha sido iniciado, el de las fracturas, pero sólo iniciado, pues sigue sin ser acometido el estudio pormenorizado de la pieza fracturada y el análisis minucioso de las circunstancias — accidente, instrumento— que las produjeron. Un reciente trabajo constituye un aprovechable punto de partida para una sistemática paleopotológica de la primitiva población canaria ( Bosch Millares, 1961- 62). En un caso como el presente, no puede por menos de ser recordado el ejemplo de Egipto. Merced al examen de las momias se ha podido reconstituir la patología del antiguo egipcio: tuberculosis espinal, arte-rioesclerosis, cálculos biliares, viruela, poliomielitis, anemia, y muchas más enfermedades cuya lista alargaría esta nota. Para el guanche no conocemos, fuera de unos límites hipotéticos, ninguna enfermedad, que las debió haber padecido, y de las cuales tienen que quedar huellas en las momias y en los esqueletos. Hace años pusimos a disposición del Dr. José Jerez Veguero un bacinete pélvico descubierto por nosotros en el curso de la excavación de una cueva sepulcral del Barranco de Milán ( Tejina, Tenerife) ( Cap. X, a) y XIV, 7). Del examen de la pieza se dedujo el siguiente diagnóstico: que se apreciaba una osificación de los ligamentos de las articulaciones vertebrales y de los discos intervertebrales, así como una tenaz soldadura del sacro a los coxales; que la fortaleza ósea del conjunto se debe a la ñrme soldadura de las alas del sacro con los huesos ilíacos; que sin descartar el origen de tal anomalía en infecciones agudas, dos entidades nosológicas típicamente productoras de rigidez y osificación de las articulaciones pueden estar presentes: la enfermedad de Bechte-rew o su variedad de Pierre- Marie- Strümpell — en que la rigidez comienza en las vértebras inferiores—, y la espondihtis deformante. La enfermedad de Bechterew, de confusa etiología, se ha atribuido a traumatismos: la de Pierre- Marie- Strümpell, al reumatismo poliarticular agudo. Esta enfermedad afecta más a los hombres que a las mujeres, y se manifiesta entre los 30 y los 40 años. La pieza estaba constituida por las cinco vértebras finales del raquis, el sacro y los dos coxales. Tanto el diámetro pélvico como los ángulos formados por la última vértebra con el sacro, revelan que perteneció a un individuo del sexo masculino, adulto ( ver Diego Cuscoy, 1947, págs. 154- 156). Hay fracturas de cráneo y de las extremidades, unas cicatrizadas y otras mal consolidadas. También las hay bien consohdadas, como un húmero que se exhibe en el Museo Arqueológico de Tenerife, y que los 51 traumatólogos consideran como ejemplo de que el guanche sabía reducir fracturas. Se ha señalado la existencia de malformaciones óseas. En Tenerife, entre los cráneos hallados en una cueva del Barranco de Santos, a la altura del Becerril, cinco individuos estaban afectados de aplasia de los huesos nasales. Pero además de las fracturas y de las malformaciones, hay enfermedades con sintomatología ósea de las que poco o nada se sabe, excepto que no hay huellas de sífiles en los esqueletos guanches. Estimamos que el verdadero trabajo está por hacer. No sólo está sin revelar el capítulo completo de la traumatología, sino que todavía no han intervenido el patólogo, el radiólogo, el citólogo y otros especialistas, a quienes compete tan delicada como apasionante tarea. Las momias, contrariamente a lo que se ha venido diciendo, no sufrieron extracción de visceras. Si se ha realizado un análisis de contenido intestinal, es que la momia conservaba aún el intestino. La momia de niño hallada en el Barranco del Pilón ( San Miguel, Tenerife) ( ver Diego Cuscoy, 1965), es un claro ejemplo. Conserva completos los órganos de sus cavidades torácica y abdominal ( Cap. XII, b). Los ojos siguen en el interior de las órbitas en muchos cráneos bien conservados — poseemos el resultado del análisis de un ojo de un cráneo de Tenerife, para determinar el color—, los grandes vasos han servido para la determinación del grupo sanguíneo — la momia infantil de San Miguel pertenecía al grupo O—, la duramadre se encuentra con frecuencia en el interior del cráneo— y en un torso que se guarda en el Museo Arqueológico de Tenerife se conservan incluso los órganos sexuales masculinos. Son solamente algunos ejemplos de las posibilidades de estudio que ofrecen los materiales de que se dispone. Repetimos que, lo que sobre medicina guanche se ha dicho, constituye un loable intento, pero hay que traspasar esa fase literaria y entrar en la verdaderamente científica. Aplicando modernas técnicas de diagnóstico es de esperar que se hagan importantes descubrimientos. El autor, que no es médico, estima que el amplio capítulo de las enfermedades infecciosas sin manifestaciones óseas, está por descubrir. No cree que sea fácil hablar de esas enfermedades y menos diagnosticarlas sin más instrumentos que unas vagas y confusas noticias. Otro tanto se podría añadir con respecto a la terapéutica. Parece seguro el recurso, muy extendido de las sangrías, y para demostrarlo están las lancetas de obsidiana. La mejor medicina sería la selección natural, la supervivencia de los físicamente mejor dotados, como ocurriría con las infecciones puerperales. Muchas mujeres jóvenes, como demuestran los esqueletos fe- 52 meninos examinados, debieron haber sido víctimas de ese frecuente mal. Sorprende que por lo general los esqueletos femeninos pertenezcan a mujeres jóvenes o a mujeres viejas. Las últimas sobrevivieron a la enfermedad y a la infección. De todos modos, y aunque se dio con frecuencia la longevidad, la edad media de vida oscilaba entre los 40 y los 45 años, nivel importante para un pueblo neolítico, como el guanche ( Schwidetzky, 1960). 53 \ III EL HOMBRE Y EL SUELO ELEMENTOS DE FIJACIÓN 1. El manto vegetal Una de las primeras cuestiones a resolver en el estudio de la antigua población insular ha sido la de su distribución sobre la geografía de la isla, zonas de mayor densidad humana, áreas de dispersión y de concentración, etc. La larga exploración arqueológica de la isla y la interpretación de acusados signos antropogeográficos nos ha devuelto como justa compensación el emplazamiento de los grupos originarios, gracias a lo cual hemos podido fijar con bastante seguridad la distribución de los grupos humanos primitivos sobre el suelo. Ciertamente, el hecho entraña un problema de ecología humana del mayor interés, porque la isla no estuvo siempre ocupada de igual forma, ni creemos que el primitivo habitante se decidiera desde el principio por la elección de aquellas áreas geográficas que más tarde iban a ser definitivamente ocupadas. En otro lugar nos hemos referido a la elección de zonas por parte del guanche y a su preferencia por determinadas áreas geográficas ( Diego Cuscoy, 1950, págs. 492- 527). El análisis de factores determinantes de la distribución de un grupo humano sobre el espacio geográfico, ocupado acaso de un modo súbito, no ha sido acometido en la isla con el rigor y la extensión que tema tan importante merecía. Nosotros mismos, en el citado trabajo, lo intentamos sin pasar de un esquema muy sumario y sin ir más allá de los típicos elementos de fijación, como son el agua, la vegetación, el clima, etc. Por ello creemos conveniente volver hoy con mayor atención sobre tan importante cuestión, porque en cierto modo es en ella donde se oculta la clave de una serie de fenómenos culturales, la conducta de un grupo humano, la economía que lo sustenta, su movilidad, etc. Tenerife, con una extensión de 2.058 Km2, tiene una forma triangular con el vértice de la Punta de Anaga hacia el NE., el de la Punta 55 de la Rasca mirando al S. y el de la Punta de Teño hacia el NO. De NE. a SO. sa desarrolla una cadena montañosa que enlaza con el circo de Las Cañadas del Teide. Esta cordillera, rota hacia su extremo NO., muestra sus últimas estribaciones en el accidentado macizo de Teño. Es muy importante que nos detengamos, aunque sea brevemente, en la orografía de Tenerife. El relieve de la isla vendrá a aclararnos problemas de trashumancia y sedentarismo, es decir, las formas de vida y la estructura económica de una población. Y no sólo el relieve, sino la distribución de la cubierta vegetal y su estratificación según la altitud, que, con la diversidad de climas, condicionan vida y economía. Daremos en primer lugar una visión de conjunto de la orografía de Tenerife sin perjuicio de que más adelante insistamos sobre el mismo punto, pero ya destacando el valor de determinadas áreas y el aprovechamiento de las mismas por el primitivo habitante de la isla. El macizo de Anaga, como ya queda dicho, forma el vértice NE. de Tenerife. Se caracteriza por una línea montañosa muy accidentada orientada de NE. a SO., con profundos barrancos que hacen muy abruptas las dos vertientes del macizo y con valles muy angostos. Es zona de marcada pluviosidad. En el mapa de la distribución de tipos de vegetación de la isla de Tenerife, de Ceballos y Ortuño ( 1951, pág. 112), el perfil número 1 está trazado de N. a S. ( Taganana- Bufadero) precisamente sobre el macizo de Anaga. En la vertiente N., hasta aproximadamente los 3.' 50 m. de altitud, predominan las xerófilas de la zona inferior, que por la vertiente S. pasan por encima de la cota de los 550 m. La laurisilva comienza, en la vertiente N., donde termina el estrato xerófilo y rebasa la cota de los 800 m. de altitud. En la vertiente S. falta la laurisilva, pero encontramos el fayal- brezal desde la altura de los 550 m. hasta pasar de los 900 m., capa vegetal que cubre las cimas del macizo. Ya se sabe que la laurisilva formó los típicos bosques canarios. El fayal- brezal es la formación característica de la zona de las brumas, a las cuales debe su formación. Conviene considerar por lo menos dos estratos herbáceos, el que acompaña a la formación de las xerófilas, por lo tanto dentro de la zona inferior, y el que tapiza el suelo del bosque, tanto si se trata de la capa invadida por la laurisilva como de la cubierta por el fayal- brezal. En la vertiente S., las xerófilas de la zona inferior alcanzan altitudes de más de 500 m. ( Lám. XXV). La cordillera iniciada en Anaga sufre una interrupción en la planicie de Los Rodeos, que está a unos 600 m. de altitud, pero la cadena de montañas se reanuda en La Esperanza ( 970 m.) hasta la cumbre de Izaña ( 2.370 m.). Esta cordillera le cierra el paso a los vientos alisios de dirección NE- SO., y es la causante de que Tenerife presente una marcada diferencia, tanto en el paisaje como en la distribución de su vegetación, entre las vertientes N. y S. 56 El perfil número 2, trazado sobre el mapa de Ceballos y Ortuño, lleva una dirección NO- SE, de costa a costa, pasando sobre La Victoria en el N. y Candelaria en el S. Presenta una variedad con relación al perfil n. o 1, no sólo por la presencia de un elemento vegetal nuevo, en este caso el pino y la sabina, sino por aparecer el fayal- brezal en un doble estrato. Veamos esto en detalle. Xerófilas de la zona inferior: en la vertiente NO. llegan a los 400 m. de altitud y en la vertiente SE. alcanza trabajosamente los 200 m. En esta vertiente el sabinar arranca de la capa superior de las xerófilas y sube hasta los 600 m.; en la vertiente NO. falta el sabinar, pero encontramos una curiosa distribución del fayal-brezal que se inicia en los 400 m. y se interrumpe un poco más arriba de los 500 m. para dar paso a la formación de la laurisilva, cuyo estrato llega hasta los 1.000 m., donde se inicia de nuevo el fayal- brezal para terminar sobre la cota de los 1.350 m. aproximadamente. Sobre este estrato, en la vertiente correspondiente al N., y sobre la del sabinar en la del S., se desarrolla el bosque de pino canario, que en el SE. comienza por encima de los 600, mientras que por el NO. hay que llegar a los 1.300 m. para encontrarlo. Este bosque cubre las cimas marcadas por dicho perfil hasta los 1.900 m. Tanto en una como en otra vertiente los niveles inferiores de vegetación están hoy muy modificados. Por ejemplo, no existen vestigios del antiguo sabinar y, más abajo, la extensión de determinados cultivos, la roturación de terrenos, las obras de regadío, etc., han modificado bastante el paisaje natural, en gran parte debido también a la deforestación. Sin embargo, para la finalidad de nuestro trabajo nos interesa sobre todo considerar el aspecto de la isla — fundamentalmente en lo que se refiere a la distribución y extensión de sus estratos vegetales— tal como se presentaba en los tiempos prehispánicos. En Izaña se inicia el arco que en dirección NE- SO circunda Las Cañadas del Teide. La superficie de este antiguo cráter, en cuyo centro se levanta el Pico de Teide, se aproxima a las 12.400 hectáreas. Su altitud media es de unos 2.100 m. y las cimas montañosas del gran arco que la rodea llegan, en la Montaña de Cuajara, por ejemplo, hasta los 2.715 m. La entrada a la región volcánica de Las Cañadas está en el Portillo de la Villa y la salida, hacia el SO., se hace a través del puerto llamado Boca de Tauce, a 2.100 m. s. m. ( Lám. XXVI, 1). En el perfil número 3, que podemos ver en la obra antes citada, encontramos la completa distribución de los estratos vegetales característicos de la isla de Tenerife. Dicho perfil está trazado de N. a S., desde San Juan de la Rambla hasta las proximidades del vértice S. de la isla, pasando justamente por la cima del Teide; en ambas vertientes, desde el nivel del mar hasta la altura de 3.716 m. Es, por lo tanto, el perfil más completo y el que nos da una visión de conjunto no sólo de la distribución de la vegetación, sino de su curiosa estratificación. 57 En la vertiente N. las xerófilas de la zona inferior se aproximan a los 500 m. de altitud. En la vertiente S. pasan de los 600 m. En la vertiente N. la capa del fayal- brezal está entre los 500 y 650 m.; la de la laurisilva, entre la última cota y los 900 m., con otra capa de fayal- brezal que va de los !) 00 a los 1.050 m. Ya vimos en el perfil anterior, y en éste ocurre lo mismo, que la vertiente S. carece de los estratos de fayal-brezal y laurisilva. Mientras en esta última vertiente el pinar se inicia en los 800 m. y llega hasta los 2.200 m., en la vertiente N. arranca por encima de los 1.000 m. y no pasa de los 2.000 m. Sobre el pinar, invadiendo las Cañadas y el circo que las rodea, hallamos el estrato formado por la retama y el codeso, que va desde aproximadamente los 2.000 a los 2.700 m. El último vegetal que vive sobre el estrato de la retama y el codeso es la violeta del Teide, cuyo habitat comprende la parte más alta del volcán, desde los 2.400 a los 3.500 m. Este vegetal es solamente una curiosidad botánica, ciertamente muy llamativa — razón por la que la citamos—, sin que influya para nada en lo que nos viene ocupando. Más adelante veremos el destacado papel que jugó el estrato de la retama y el codeso en la economía indígena. El manto herbáceo distribuido en este complejo perfil es muy abundante y variado, al cual se asocia un matorral compuesto con mucha frecuencia por plantas forrajeras. A partir de la Boca de Tauce, hacia el NO., el circo que rodea al Teide se interrumpe bruscamente; encontramos de SE. a NO. una extensa zona rellena y modelada por los volcanes. La antigua cordillera reaparece en el ángulo NO. de la isla para formar el macizo de Teño. Este sistema montañoso está a su vez formado por una serie de pequeñas cordilleras y profundos barrancos que hacen de esta región acaso la más abrupta de Tenerife, sólo comparable a la de Anaga, en el NE. Si sobre el mapa que comprende la distribución de los tipos de vegetación trazáramos un cuarto perfil de NE. a SO., que de costa a costa pasara sobre Buenavista para terminar, cruzando Teño Alto, un poco al S. de la misma Punta de Teño, nos encontraríamos con las xerófilas de la zona inferior hasta los 500 m. de altura en la vertiente N., pero sin pasar de los 200 m. en la vertiente opuesta. Esta paradójica diferencia de cota de los vegetales xerófilos queda determinada por el mismo relieve, es decir, por la brusca elevación del macizo en la vertiente del S. La laurisilva se incrusta dentro de la más extensa masa de fayal- brezal, formación, esta última, que cubre las cimas de aquella zona. Una mancha de sabinar ocupa una faja intermedia entre las xerófilas y el fayal- brezal. Las llanadas de Teño Bajo se cubren del herbazal típico de la zona costera, pero el manto herbáceo es muy rico y variado en toda aquella región a causa de la altitud y por los profundos barrancos y ramblas 58 que garantizan, como en el macizo de Anaga, pasto fresco durante todas las estaciones del año. Puede decirse que, en general, las especies herbáceas se distribuyen entre el matorral xerófilo y en el bosque donde predominan los heléchos y las fanerógamas umbrófilas, para terminar, finalmente, con las leguminosas de alta montaña, que ocupan precisamente las cumbres más elevadas de la isla. En realidad la vegetación es una manifestación de la variedad del clima insular. La primera zona, o sea, la cálida y seca — habitat de las xerófilas de costa— tiene una altitud que va desde la orilla del mar hasta los 350- 450 metros, por la vertiente N. y NE. — punto éste de incidencia del alisio— y llega a los 900 m. por el S. Temperatura media anual, 20° C; oscilación media 8° C. La zona de las brumas, entre los 1.000 y 1.500 m. tiene un espesor de 300 a 500 m., algunas veces más, según las estaciones, pero sólo se forma en las vertientes N. y NE. Dentro de esta zona se desarrolla el doble estrato vegetal del fayal- brezal y de la laurisilva. Temperatura media, 16° C. La zona superior, continental y seca, por la cota de los 2.000 m., rebasado ya el bosque de pinos, es del dominio de las leguminosas de alta montaña, con predominio de la retama del Teide. Temperatura media, 9° C, pero en invierno se registran temperaturas inferiores a ( P C. ( ver Caballos y Ortuño, op. cit., pág. 73 y ss.). El extraordinario papel que juega el alisio en esta isla, como en las demás del Archipiélago, queda en cierto modo modificado por el relieve y la orientación, con la consiguiente aparición de microclimas. De tal modo esto es así que, simplificando, podemos decir que las laderas insulares vueltas hacia barlovento, por causa de la acción del alisio tienen un tipo de clima templado- húmedo, mientras que las de sotavento, con temperaturas más elevadas, lo tienen templado- seco ( Bravo, 1954, pág. 318). Otro factor que no conviene desdeñar es el volcánico, la extensión de los campos de lava que cubren determinadas partes de la isla, la formación de ciertos macizos, la mayor o menor antigüedad de las erupciones, todo lo cual origina un cambio en la mancha vegetal cuando no ocasiona su total ausencia. Junto con los factores climáticos, de relieve y vegetación, los campos de lava condicionan también unas formas de vida y ejercen marcada influencia sobre la economía del primitivo habitante de Tenerife ( Lám. VII). 2.— El agua El asentamiento de grupos humanos sobre determinadas áreas geográficas ha de resolver previamente tres problemas: tierra, manto 59 vegetal y agua. Brunhes ( 1948, pág. 34) considera que el problema más urgente y grave a resolver por todo establecimiento originario, es el del agua. Este preciado elemento rige de un modo soberano toda la actividad humana. A continuación del agua es preciso considerar el elemento tierra, que ha de tener una cubierta vegetal capaz de asegurar el sostenimiento de la ganadería y de una recoleccicín o cultivo de siembra. Hemos visto la distribución de los distintos tipos de vegetación y su estratificación como consecuencia de la diversidad de climas de la isla y de la brusca elevación de su relieve. Ahora podríamos dedicar un espacio a la pluviosidad de Tenerife. En general, toda ia vertiente N., pero sobre todo el macizo de Anaga, La Laguna y la meseta de Los Rodeos, registran la mayor pluviosidad de la isla, mientras que la vertiente S. hay que considerarla como región seca. Daremos el detalle de la pluviosidad más adelante. Para el primitivo habitante la humedad y la lluvia se traducían en mayor abundancia de pastos, de tal forma que gran parte de los ritos pastoriles tienen por finalidad propiciar a la divinidad para que envíe las lluvias. Pero si es bien cierto que una población sostenida por una economía fundamentalmente ganadera ha de ver en las lluvias el factor primordial para el sostenimiento del ganado, no lo es menos que dentro de las áreas elegidas para el asentamiento originario ha debido preferir los lugares ricos en manantiales. Las abundantes lluvias de otoño e invierno dan origen casi siempre a violentas corrientes de agua que van a parar al mar por los grandes barrancos de la isla. En general, este caudal no es de ningijn provecho para nadie, aunque estas avenidas torrenciales beneficiaban en cierto modo al indígena. En los hoyos o marmitas del álveo de los barrancos, verdaderos uadis durante el resto del año, queda depositada el agua. Este hoyo o poceta acumula al mismo tiempo arena. El indígena denominaba a este hoyo ere, y para aprovechar el preciado líquido en él depositado se excava en la arena hasta encontrar el agua. Después de clarificada se extrae la que se necesite y, para evitar que se evapore la que queda, se vuelve a cubrir el ere con arena. A este respecto es muy elocuente este fragmento del Poema de Viana: " y para poder dársela [ el agua] al ganado o proveerse fácilmente, harían fuente pequeña o grande a su propósito abriendo hoyos en la arena móvil. Usase hasta agora llamar eres a semejantes partes donde el agua se suele entretener..." 60 Es muy marcado el paralelismo entre el ere canario y el guelta del occidente sahariano. El agua se aprovecha de igual forma en el vecino Sahara que en Canarias ( Diego Cuscoy, 1949, pág. 107). Hernández Pacheco ( 1945, pág. 2) describe lo que es un guelta en el cauce de un uadi: " Al pie de un escarpe fórmase una hondonada por erosión de las aguas al salvar un pequeño salto, y así se constituye el guelta, charco temporal que ocupa una pequeña hondonada en el cauce torrencial". El mismo autor, en el citado trabajo, nos da a conocer una formación de mayor extensión y profundidad que el guelta: se forma en los lugares cubiertos por arenas o gravillas, al acumularse las aguas en las capas subyacentes. Esto da origen a mantos de agua bajo el terreno. Al cesar las lluvias basta con excavar un hoyo de no más de un metro de profundidad para encontrar el agua. A este pozo tan superficial se le denomina tilinsi. El aprovechamiento del agua por medio de los eres no es privativo de Tenerife, sino que estuvo extendido por todo el Archipiélago. En la isla de El Hierro, para que en este caso quede mejor establecido el paralelismo entre la cercana costa del desierto y Canarias, al lado de un ere del barranco de Tejeleita existe una cueva con inscripciones alfabetiformes líbico- bereberes. En Belmaco ( La Palma) el hecho se léante. Persiste todavía en las islas la práctica de aprovechar los eres e incluso el empleo de la voz con la misma significación. En más de una ocasión nos hemos visto obligados a aprovechar el agua de un ere en nuestras excursiones arqueológicas, unas veces guiados por un conocedor del terreno y otras veces forzados por la necesidad de agua. En el sur de Tenerife, al preguntarle a una mujer dónde podríamos encontrar agua, nos contestó: " Mi hijo los llevará hasta el ere del barranco y allí podrán llenar sus cantimploras". Pero no todos los años ni en todas las zonas de la isla se producen avenidas torrenciales suficientes para almacenar agua en las marmitas de todos los barrancos. Sobre este problemático suministro de agua no puede fijarse ningún grupo humano. Para hacerlo con toda clase de garantías ha de contar con manantiales permanentes. Si consideramos que las fuentes naturales de la isla son subsidiarias de las lluvias, lógicamente hallaremos más manantiales en las regiones de mayor pluviosidad que en las secas. Sin embargo esto aparece a veces modificado por las condiciones geológicas del suelo. Casi todas las fuentes naturales aparecen en capas de tobas que se encuentran entre las capas de basalto. Como estas fuentes tienen su origen en las lluvias, el mayor caudal corresponde al verano, ya que las precipitaciones 61 invernales se infiltran lentamente en el subsuelo hasta alcanzar la capa impermeable ( Bravo, op. cit., pág. 172). Hausen ( 1954, págs. 14 y 15) explica la carencia de agua corriente superficial como consecuencia de la naturaleza volcánica del suelo y de su gran permeabilidad, a lo que se agrega la relativa escasez de lluvia. La hidrografía superficial de Canarias y por lo tanto de Tenerife, existe solamente durante el invierno. El mismo autor ( idem., págs. 29- 30), al estudiar la disposición de los diques y de las aguas subterráneas acumuladas, explica la formación de las fuentes como aguas sumidas en las faldas de las montañas que brotan ya en el fondo, ya en las paredes de los barrancos, es decir, donde la erosión ha roto la estructura originaria del terreno. En tiempos anteriores a la explotación hidráulica de la isla toda la población dependía de estos nacientes y fuentes naturales. No se refiere Hausen a los acantilados costeros, lugares donde abundan las fuentes naturales. La existencia de fuentes en estos parajes puede explicarse por la misma causa que determina la existencia de fuentes en los barrancos, con la diferencia que en los acantilados no se ha roto la continuidad de unas estructuras, sino que significan precisamente el desahogo de las mismas: el barranco " ha cortado una capa impermeable entre capas de lavas": en el acantilado las capas están a la vista, acabadas, desnudas, en perfecta estratificación. Por lo tanto, la situación de las fuentes es dato de gran valor, si la exploración arqueológica se ha llevado con buen tino, para determinar la localización de los poblados de cuevas, en algunos casos las rutas de trashumancia y, consecuentemente, los campos de pastoreo. Documentos de los primeros años de colonización de la isla contienen noticias sobre la existencia de nacientes y manantiales. Dicha información, por ser contemporánea de la época indígena, nos da una idea, aunque parcial, acerca del problema del agua en aquellos tiempos. Desde el principio se advierte que los primeros colonos recibieron tierras y agua en la zona N. de Tenerife, desde La Laguna hasta Daute, es decir, desde Anaga a Teño. Los repartimientos se hicieron casi siempre de tierras de regadío, como por ejemplo las de Garachico, Icod, Realejos, Sauzal ( Serra Ráfols y La Rosa Olivera, 1953, págs. 101- 102). Fueron las necesidades impuestas por los cultivos que se introdujeron en la isla las que determinaron las zonas de preferencia, especialmente las que disponían de nacientes caudalosos. Los litigios por motivo del agua son muy frecuentes, como puede verse en el juicio de residencia hecho por Lope de Sosa al Adelantado de la isla ( Rosa Olivera y Serra Ráfols, 1949), al que se culpa con frecuencia de haber repartido aguas que antes eran del bien común ( op. cit., págs. 12- 13). En los " Acuerdos del Cabildo de Tenerife", que comienzan en el año 1497 y 62 corresponden, por tanto, a los primeros años de la colonización, se puede seguir con todo detalle la serie de problemas creados unas veces por la escasez de agua, por la necesidad de habilitar abrevaderos, dornajos y acequias que faciliten el aprovechamiento del agua por parte ds la naciente población de la isla, y, sobre todo, por el incremento de la ganadería con la introducción del ganado vacuno y caballar *. En los citados acuerdos del Cabildo, desde el año 1497 a 1515 ( ver Serra Ráfols y Rosa OUvera, 1949, 1952), vemos la construcción de acequias y canales en La Laguna, Tegueste y La Orotava; abrevaderos y dornajos en La Laguna, Madre del Agua, Tacoronte y Tegueste. Las primeras conducciones de agua se hacen en aquellos lugares donde los nacientes son muy importantes, como por ejemplo los de La Laguna, Madre del Agua, en Tacoronte, El Pino, en La Orotava, y Tegueste, de donde se dice textualmente: " porque ay ende allí un arroyo de agua que llega a la mar y ay ende valdíos do se pueden apacentar ganados ( A. C. T., I, pág. 97). De la misma fuente documental extraemos algunas noticias relativas a la existencia de fuentes: así, por ejemplo, se nos da la localiza-ción de algunas: Anaga, Tahodio, Agua García ( Tacoronte), Puente del Pino ( La Orotava), " agua que sale de Tacoronte junto al mar", fuente de la Punta del Hidalgo, más fuentes en Tegueste, fuentes de Guillen Castellanos, Juan Fernández, de Los Berros, de la Madre del Agua, del Señor Adelantado, etc. De acuerdo con el repartimiento de las tierras fértiles seguimos viendo que las citas referentes a los manantiales se dispersan precisamente por el norte de la isla. En aquellos primeros tiempos de colonización, el sur, seco y árido, todavía no despertaba el interés ni la codicia de los colonos, Y si bien es cierto que los nacientes de rico caudal fijaron a grupos de población de apreciable densidad, más cierto es que la economía ganadera del aborigen y su obligada trashumancia tenían que apoyarse forzosamente en los manantiales dispersos por toda la geografía insular, ya que toda la isla fue recorrida con mayor o menor intensidad por los pastores indígenas. Los nacientes caudalosos, relativamente escasos, eran aprovechados por los grupos establecidos en régimen sedentario o con escasa movilidad y, por consiguiente, de trashumancia casi nula. Pero las fuentes, por e. 1 contrario, son las que regulan y dirigen a los pastores durante la trashumancia estacional, delimitan los campos de pastoreo y sitúan dentro de éstos los paraderos pastoriles. Sin fuentes próximas a los paraderos, de las cuales pueda tomar el agua el pastor, y sin • Toda concesión de agua desuñada al riego de las Uerras puestas en explotación, se hacía con la reserva de que el ganado pudiera abrevar en los dornajos. 63 abrevaderos que sostengan al ganado, no existirían áreas pastoriles tan bien definidas como las que existen en la isla de Tenerife y sobre las cuales tendremos más adelante ocasión de hablar. Viera y Clavijo ( 1866, págs. 294- 296) define muy galanamente lo que es una fuente, definición que concuerda con la que dan los geólogos modernos. Dice bajo el artículo Fuentes: " Nombre que damos a las aguas de las lluvias, nieves, nieblas y rocíos, las cuales filtrándose por las grietas de las montañas y las cumbres se depositan en grandes concavidades subterráneas, cuyo suelo es de piedra o de arcilla y de donde se escapan poco a poco por las aberturas horizontales que encuentran para correr en perennes arroyos y manantiales hacia la parte más baja de los terrenos". Al hablar de las aguas, nacientes y manantiales de Tenerife, dicho autor se extraña de que no haya caudales importantes de curso permanente. Después de referirse a la naturaleza del suelo por donde se filtran las aguas de lluvia y las procedentes de las nieves que cubren en invierno Jas cumbres de Tenerife, pasa a enumerar las " bellas, perennes y salutíferas fuentes". Por el gran interés que tiene la información de Viera copiaremos textualmente los párrafos que dedica a las fuentes de Tenerife: " Las de los montes de Tahodio y Abimarge abastecen la Ciudad de La Laguna, a la Plaza de Santa Cruz y las tierras de Taga-nana. La fuente de Agua García, a Tacoronte. Las de Ravelo, de Rojas y de Los Lavaderos, al Sauzal. La fuente de Juan Fernández, al Valle de Guerra. Las del Pino y La Furnia, a La Matanza. La de Sietefuentes, a La Victoria. Las de Chimague y Garabatos, a Santa Úrsula. El alegre y rico arroyo de Aguamansa riega las deliciosas huertas, viñedos y campiñas de la Villa de La Orotava, por medio de cuyo pueblo transita. El puerto de la misma Orotava disfruta las fuentes de Martiánez y Burgao. En la jurisdicción de Los Realejos están los manantiales innumerables de Sietefuentes y los de La Fajana; la fuente del S |
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