Piraterías y Ataques Navales contra las Islas Canarias. Tomo I |
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PIRATERÍAS Y ATAQUES NAVALES CONTRA LAS ISLAS CANARIAS DIANA, Artes GrAfloas. — Larra, 12. Madrid. ANTONIO RUMEU DE ARMAS PIRATERÍAS Y ATAQUES NAVALES CONTRA LAS ISLAS CANARIAS TOMO I CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS INSTITUTO JERÓNIMO ZURITA A mis padres, sin hallar palabras que puedan expresar mi admiración y afecto. P R O L O G O En la presente obra se aborda el estudio de uno de ¡os capítulos de la Historia Universal más llenos de dramáticas emociones, y, no obstante, de los menos estudiados y conocidos. La piratería nace en los albores de la Humanidad, pues sus orígenes se confunden con los de la navegación y el comercio. La piratería es una de las más antiguas actividades humanas. Las primeras referencias acerca de ella coinciden con los más remotos testimonios relativos a los via-, jes y al comercio. La conocieron los pueblos del oriente mediterráneo, cuna de las prim.eras civilizaciones; se difundió bajo el imperio romano; adquirió nuevos bríos en la Edad Media con los normandos y los árabes, y llegó a la cima de su prosperidad en los albores de Edad Moderna. Los descubrimientos geográficos, las nuevas tierras del oro y las especias, la sed de aventuras y la expansión colonizadora, fueron otros tantos móviles que hicieron del siglo XVI el verdadero Siglo de Oro de corsarios y piratas. Coincidió este momento con el descubrimiento—el primero entre tantos—de las Islas Canarias, y su conquista, en disputa constante con Portugal, por los reyes de Castilla. Su posesión fué de extraordinaria importancia para éstos, pues el archipiélago fué la avanzada hacia América y el lugar donde se ensayaron los admirables sistemas de colonización, que han dado tan imborrable impronta espiritual a la "hispa-nización" de islas y continentes. i IX Pero las Islas Canarias fueron, sobre todo en el siglo XVI, el centro geográfico donde se cruzaban todas las rutas de la tierra. Por sus aguas navegaron, primero, los pueblos náuticos de la Edad Media: genoveses, catalanes, mallorquines, castellanos y portugueses; más tarde, al producirse la conquista de nuevos territorios y su explotación y aprovechamiento, las Canarias se convirtieron en la estación de espera de las flotas cargadas de tesoros, cuya posesión disputaban a España los pueblos desheredados: Francia, Inglaterra y más tarde Holanda. El comercio sigue a la espada, como el robo, marítimo o terrestre, sigue, cual verdadera sombra, al comercio. A rriedida que la actividad mercantil adquirió portentoso desarrollo, la piratería creció en proporciones, insospechadas. "Tan seguro como que las arañas abundan donde hay grietas y escondrijos—escribe el capitán Henry Keppel, el gran exterminador de piratas orientales en el siglo XVI—, surgieron los piratas donde hay un nido de islas que ofrezcan caletas, bajíos, farallones, rocas y arrecifes; en suním, facilidades para espiar, para atacar por sorpresa y para escapar." Todas estas condiciones se. dan en las Canarias mejor que en ningún otro archipiélago. Ello explica que por la coincidencia de la maravillosa posición geográfica con las circunstancias del archipiélago, ningún otro lugar de la tierra se viese asaltado tantas veces en corto número de años. El siglo XVI se puede decir que es una continuada e ininterrumpida batalla. Verdaderamente es admirable considerar cómo se pudo mantener enhiesta la bandera española en aquel importante rincón del inmenso imperio español, que fué at<;icado por las más grandes figuras náuticas del siglo XVI, lo mismo franceses, que ingleses u holandeses; crueles piratas, atrevidos corsarios, almirantes afamados, descubridores, pilotos, cosmógrafos, etc., de las más diversas nacionalidades, dejaron con sus disparos, desembarcos, saqueos o robos, y muchas veces con sus propias derrotas, muertes o mutilaciones, el triste recuerdo de su paso. Sin embargo, gran parte de estos hechos han permanecido ignorados hasta el presente, y sólo algunos de los más destacados han sido conocidos de una manera parcial, confusa y muchas veces arbitraria. l,a historia de la piratería en su acción contra España adolece de este defecto general: apenas si se ocupa de esbozar las hazañas de un Drake, de un Cavendish, de un Morgan; pero pasa en silencio la verdadera histo- ría de esta fuerza oculta que hizo más de una vez conmoverse y tambalearse al más grande imperio que registran los siglos. Por otra parte, la documentación abundantísima de los Archives nacionales—en particular los de Indias y Simancas—está toda ella envuelta en un "anonimato", que las más de las veces no revelaría sino una larga sucesión de hechos sangrientos: ataques, saqueos, robos y crímenes. Por una serie de circunstancias casuales, y muchas veces también por confrontación de las fuentes españolas con las extranjeras, no ocurre lo mismo en el caso particular de esta obra. La identificación ha sido lograda las más de las veces de una manera absoluta e indiscutible, ofreciendo así la posibilidad de reincorporar a la historia, tras un silencio de varios siglos, episodios gloriosos en extremo, condenados hasta ahora a yacer en el olvido más triste. Ello ha permitidp, además, dado et carácter general de esta obra, restablecer también parte de la historia de la piratería en las Indias Occidentales, revelando acontecimientos y sucesos de tan destacado interés, que dan la clave sobre los orígenes de la misma en América y su posterior desarrollo en el continente nuevo. Mas la piratería, como todo lo humano, evoluciona, y las distintas etapas de su historia las hemos procurado concretar en esta obra. A una primera fase puramente militar, conquistadora, de rivalidad entre Portugal y Castilla, sucedió bien pronto la verdadera piratería comercial, en la que se marcan también etapas o momentos. ' La rivalidad política sirvió de estímulo y acicate a la piratería, y tanto Francisca I como Enrique II de Francia fomentaron ésta, no sólo como arma temible para hostilizar a España en el canal y en las costas de la península, sino para disputarle sus cuantiosos tesoros, que en pesados galeones surcaban el Océano hasta detenerse en Sevilla. Estos tesoros eran la base del poder de los ejércitos invencibles españoles, reclutados entre lo mejor de Europa y sostenidos gracias al apundantc oro que se guardaba en las arcas de Carlos V y de Felipe II. Las Canarias fueron el lugar preferido de espera por los piratas y en sus proximidades se hicieron algunas de las presas más sonadas y provechosas. Las armadas de guarda, el armamento de los navios y la organización de las poderosas flotas o convoyes que imposibilitaban el asalto al galeón en ruta, hicieron variar de táctica a la piratería, que evolucionó hacia nuevas formas. El "éomercio clandestino" ofreció ahora ma- yores ventajas a los corsarios, pues burlando las leyes prohibitivas del tráfico libre, establecidas por España en América, con arreglo a las doctrinas económicas de la época, podían obtener el oro a manos llenas y con menor riesgo. El nionopolio comercial, al no atender con exceso las demandas del mercado americano, elevó los precios de los productos manufacturados a cantidades insospechadas y los piratas se encargaron de surtir al continente de manera clandestina obteniendo oro, con poco coste por su parte, y sin olvidar stis antiguas mañas, pues el comercio ilícito fué combinado con las depredaciones y saqueos de toda índole y los asaltos a los navios que navegaban aislados o en pequeñas formaciones a merced de su suerte: En este momento—hacia 1555—, al acentuarse la rivalidad entre España e Inglaterra, esta nación, hasta entonces al Tñargen de la contienda naval, se incorporó con todas sus poderosas fuerzas a la lucha, decidida a disputar a España el dominio de los mares, cosa que empezó a alcanzar después de la Invencible y terminó por consolidar en siglos venideros. El comercio clandestino inglés tuvo un auge extraordinario desde el advenimiento al trono de la reina Isabel, hallando los piratas un nuevo artículo de que abastecer el mercado americano: los esclavos negroü de Guinea, tan solicitados por los colonos y terratenientes españoles. El inmundo tráfico fué llevado a cabo con el mayor éxito por muchos de los caballeras de la corte de Isabel de Inglaterra, constituyendo la base de pingües beneficios y grandes fortunas. Los navios transportaban a aquellos miserables, en condiciones indescriptibles, a América, y luego regresaban a Inglaterra cargados de productos tropicales, de barras de oro y del frfito de los robos y saqueos efectuados en las tierras costeras y en la travesía. Además, lá piratería fué fomentada por Francia, Inglaterra y, más tarde, Holanda para labrarse sus respectivos imperios coloniales. El papel de espectadores de épicas grandezas ajenas no cuadró bien a estos pueblos, y sin hacer caso de tratados, bulas o líneas demarcato-rias, se lanzaron al mar decididos a disputar a España y Portugal el repartido dominio del mundo, en toda su amplia extensión. Los piratas fueron los primeros conquistadores y colonos con que contaron Francia, Inglaterra y Holanda: De esta manera, durante toda la segunda mitad del siglo XVI, las Canarias fueron la escala obligada y el punto de apoyo^-cuando no el XII medio de penetración—para llegar a las Indias Occidentales. Los piratas buscaron agua, vituallas y hasta "amigos" en aquellas islas, y de este tránsito, de este trato admitido o negado, y de esta relación, surgieron infinidad de asaltos en mar y tierra, ataques y desembarcos, con diversa suerte, que fueron labrando día a día la "epopeya" de un pueblo pacífico y tranquilo, dispuesto a defender con su sangre y con su vida, no sólo su independencia, sino su unión indisoluble con la que desde el siglo XV fué su patria, España, cuyos hombres arribaron a sus playas llevando la cruz como af-ma de persuasión, de paz y de verdad. Este mismo signo de cruzada, que supo imponer España al pueblo conquistado con la fusión de vencedores y vencidos, llevó a los españoles de las islas atlánticas a propagar su imperio por las costas vecinas de África, en una acción tan continua y gloriosa como poco conocida. Ello trajo de rechazo la hostilidad de los piratas marroquíes y berberiscos, que en diversas ocasiones asolaron las Islas Afortunadas con cruel e inusitada saña. - Al finalizar el siglo XVI, el peligro aumentó de extraordinaria manera, pues ya no fueron las islas victimas de los ataques de piratas aislados, sino de escuadras poderosas de las naciones enemigas de España, que pudieron ser rechazados, no sin derramamiento de abundante sangre. En los dos siglos siguientes, XVII y XVIII, la piratería evolucionó hacia nuevas formas, alejándose del Atlántico para vivir, como si dijéramos, "sobre el terreno". La actividad colonizadora de Francia c Inglaterra ha desviado hacia las tierras vírgenes a aventureros y amigos de buscar fortuna, restando a la piratería las fuentes mejores de donde nutrir sus filas. Ha quedado "el hampa", el desecho de los hombres del mar: bandidos, criminales, hombres sin patria y sin ley, que forman asociaciones para el asalto de los navios y el saqueo de poblaciones indefensas, estableciendo sus cuarteles en las pequeñas Antillas, desde donde recorren las costas de América, sembrando por do-qui'Sr la ruina y la desolación. Son los famosos "filibusteros" y "bucaneros" de la isla de San Cristóbal, de la isla de la Tortuga y otras de las Antillas españolas. Al mismo tiempo, se han producido, desde finales del siglo XVI, cambios importantes en el archipiélago canario, construyéndose castillos y fortalezas en sus puertos y ciudades más importantes y organi-xni zándose un pequeño ejército eficiente y combativo, que hacen arriesgados los ataques por sorpresa. La consecuencia conjunta de todos estos factores distintos fué la disminución de la piratería en grandes proporciones, aunque persistiendo en ambos siglos, como tendremos ocasión de ver. Pero como España, aunque en el descenso y en la decadencia, seguía siendo una de las naciones más poderosas del orbe, cuyos intereses contrapuestos con los de otros pueblos la condujo muchas veces a guerrear con ellos, no pudo evitarse tampoco que, no ya piratas, sino poderosas escuadras extranjeras, atacasen con ánimo de conquista las Islas Canarias, con el mismo resultado negativo que en anteriores siglos. Por eso hemos procurado que en el título de este libro, al lado de los piratas y junto a sus depredaciones, se aluda a los ataques navales llevados a cabo por marinos profesionales, ya que sería imposible calificar con aquel nombre a los almirantes de las naciones en guerra con nosotros. Es sólo a principios del siglo XIX cuando cesan los actos de hostilidad armada contra el archipiélago. La guerra de la independencia española contra Napoleón y la emancipación de América, que de rechazo ésta produce, consuman nuestra decadencia y liquidan nuestro Imperio. Desde entonces, por desgracia, los problemas internos absorben las inquietudes españolas y cesa todo estímulo imperialista y casi toda política dirigida bajo este signo. Alejada España de las alianzas internacionales, m paz con el extranjero y desaparecida la piratería del mundo, por obra de la política de seguridad marítima internacional, la paz ha reinado desde entonces en este grupo de islas, que fué siempre teatro de la guetra... Los primeros piratas que atacaron las Islas Afortunadas fueron los lusitanos, en los momentos de rivalidad entre España y Portugal por el dominio del Océano. Eran los pilotos y marinos al servicio del infante don Enrique de Portugal, que veían contrariados por Castilla sus propósitos de establecerse en el Archipiélago. Los nombres de Luiz Affonso Cayado, Ruy Sunches de Cales, Fernáo Valermon, Pedro Alvareé, Vicente Días, Ruy Gonsales, capitán Palencio, Martim Correa y Diogo da Silva, llenan esta etapa de disputas y rivalidades por el dominio del XIV mar, que fueron zanjadas por los tratados de Alcagobas (Íi80) y Tor-desillas (U9i). Pronto los piratas de Francia se lanzaron al Océano para disputar el puesto a los lusitanos, aprovechándose de las guerras continuadas de Carlos V contra Francisco I y atraídos por el cebo de los galeones de Indias. Los nombres de Jean Fleury—el famoso Florin de los españoles, que logró apoderarse de los espléndidos y ricos tesoros de la recámara de Moctezuma—•, del almirante Bnabo, de Jean Alfonse de Saintonge—el más ilustre de los cosmógrafos franceses-^, de "el Clérigo", de Fierre Rubin, de Guillaume Marón, de Jean Bulin, de Fierre Severino, de Antoine Alfonsee de Saintonge—el hijo'^de Jean^—, de Fran- (^ois Le Clerc, "Fie de Falo"—el sanguinario y cruel pirata—, de los almirantes D'urand de Villegaignon y Faris Legendre, del capitán Fi-guevila, etc., llenan los anales del reinado de Carlos V en lo que a la acción de la piratería contra el archipiélago se refiere. El reinado de su hijo y heredero Felipe 11 no fué más tranquilo, ya que tanto Enrique 11 como sus sucesores no se limitaron tan sólo a fomentar el desarrollo de la piratería, sino que dejaron las manos libres a sus subditos para organizar verdaderas expediciones de ataque contra las Canarias. Además, las guerras de religión, en Francia, fueron un. motivo más de la odiosidad contra España y causa de algunas de estas operaciones terrestres o navales. Destacan en este reinado las expediciones de los piratas franceses Louis de Lur-Saluces, vizconde de Uza, Jacques de Sores—el sanguinario hugonote—, Jean Bontemps, Jean de Capdeville—el aprovechado discípulo de Sores—, los capitanes Le Testu y La Motte, Bernard Saint-Fasteur, lugarteniente de Fhilippe Strozzi, etc., etc. Inglaterra, por su parte, aunque se incorporó más tarde a esta guerra disimulada y artera, se convirtió pronto en maestra sin rival. Sus primeros corsarios escogieron precisamente a las Canarias como marco de sus operaciones, y luego, mejor instruidos en la navegación, se atrevieron a llegar a las Indias Occidentales, pasando las Canarias a ser la escala obligada de sus navios. Los nombres son todos de marinos ilustres, a cual más famosos, y algunos llenan etapas gloriosas de la historia naval de aquel país: Thomas Wyndham, John Foole, Thomas Ghampneys, Edmard Cooke, John Lok, John Hawkins—el Aquines de los españoles, cuya vida, por tantos motivos, está desde hoy vinculada al XV archipiélago—, John Lowell, James Hampton, James Raunse, William Winter, Gilbert Horseley, Philip Roche, Andrew Barker, Francis Drake, Martin Frobisher, Richard Grenville, Ralph Lañe, William Harper, Richard Hawkins, Walter Raleigh, etc. Por su parte, los piratas berberiscos, marroquíes y argelinos, unieron su acción a los anteriores, siendo de destacar los ataques llevados a cabo por los corsarios "Cachidiablo", Calafat, Dogalí, "el Turquülo", Morato Arráez—uno de los más grandes piratas argelinos—y Xaban Arráez. El siglo XVI finaliza con algunas operaciones navales de verdadera envergadura, como los ataques del famoso pirata Francis Drake, con escuadras poderosas, a Santa Cruz de La Palma en 1585 y a Las Palmas en 1595 o el desembarco del holandés Pieter van der Does en Gran Canaria en 1599, sin disputa la operación más formidable llevada a cabo en todos los tiempos contra el archipiélago. En los siglos XVII y XVIII se opera la transformación que hemos indicado, con el consiguiente descenso en la acción de la piratería. No obstante, destacan entre el anonimato de otras operaciones sin identificación posible en sus jefes o capitanes, los nombres del inglés Walter Raleigh, los argelinos Tabac Arráez y Mostaf, el francés conde d'Es-trées, los ingleses almirante Jennings y capitán Charles Windham, los piratas de la misma nacionalidad Anson, Hawke, Woodes Rogers, etc., etcétera. Y entre todos ellos, destacando por su importancia, los dos formidables ataques de los almirantes ingleses Robert Blake y Horatio Nelson a. Santa Cruz de Tenerife en 1657 y 1797, respectivamente. Cofx este último, verdadero broche por lo glorioso y significativo, se cierran las páginas de este libro. Réstanos para terminar estas breves líneas a guisa de prólogo, antes de penetrar en materia, expresar nuestro agradecimiento a los distintos organismos que no$ han facilitado la consulta de la copiosa documentación, toda ella original e inédita, que ha servido para pergeñar estas páginas. Al personal del Archivo de Simancas, por las atenciones y facilidades que de él recibimos en nuestras sucesivas y provechosas jornadas; a los directores del Archivo Histórico Nacional y de Indias, XVI cuyos fondos, aunque en menor escala, han contribuido a completar algunos pasajes de este libro; al coronel-director del Servicio Histórico Militar de Madrid, por habernos franqueado el importante fondo gráfico en dibujos y planos que en dicha institución se guardan, y en particular, a la Sociedad cultural "El Museo Canario", de Las Palmas, a cuyas extraordinarias atenciones nunca quedaremos bastante reconocidos. Madrid, 13 de junio de 19^5. XVII A B R E V I A T U R A S a) DEPÓSITOS DE FONDOS NAClONAl^S A. I Archivo general de Indias de Sevilla. A. H. N Archivo Histórico Nacional de Madrid. A. S Archivo de Simaaicas. A. de la H Biblioteca de la Real Academia de la Historia. B. N . . Biblioteca Nacional de Madrid. B. P Biblioteca del Palacio Real. M. N Museo Naval de Madrid (Archivo-Biblioteca). EXTRANJEROS •A.. N. L. H Archivo Nacional de La Haya. P- R- O Public Record Office de Londréa B. M British Museum de Londres. REGIONALES A. C. G. T Archivo de la Capitanía general de Cansirias, en Santa Cruz de Tenerife. A. C. T «Archivo del antiguo Cabildo de la isla de Tenerife (hoy ^ del Ayuntamiento de La Laguna). A. C. P Archivo del antiguo Cab.ldo de la isla de La Palma (hoy del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma). M. C • r El Museo Canario, de Laa Palmas (Archivo-Biblioteca). XES b) BIBLIOGRAFÍA (!) ABEETJ FEAY JUAN DE ABKEU Y GALINDO: Historm de la conquesta de las siete islas de Gran Canaria. Santa Cruz de Tenerife, 1848. AROZENA MARIO AK0ZE3srA: IM derrota de Hovafcio Neíscm (25 de julio d^ 1797). Santa Cruz dé Tenerife, 1897. Publicado, con otros tfa-bajos, en "Recuerdo del Centenario". CASAS PESTAÑA PEDRO JOSÉ DE LAS CASAS PESTAÑA: La isla de San Miguel de La PahmaK 8u pasado, su presente y su porvemir, (Bosquejo histórico). Santa Cruz de Tenerife, 1898. CASTILLO PEDRO AGUSTÍN DEL CASTILLO RUIZ DE VERGARA: Descripción histórica y geográfióa de las Isla^ de Canaria. Santa Cruz de Tenerife, 1848. CODOIN ColeccAón de documentos inéditos para la Historia de España. Madrid, 1842-1895. 112 volúmenes. ESPINOSA FRAY ALONSO DE ESPINOSA: Origen y milagros de N. 8. de Candelaria {con noticia de los guflnches y déla conquista de Tenerife). Santa Cruz de Tenerife, 1848. MANRIQUE ANTONIO MARÍA MANRIQUE: Resurnen de la historia de Ijonsarote y Fu^rteventura. Arrecife, 1889. MARlN Y CUBAS TOMAS MARÍN Y CUBAS: Historia de las Siete Islas de Cmaria, 1694. (Manuscrito R-8-56 d© la Biblioteca Municipal de Santa Cruz de Tenerife.) MILLARES TORRES.. AGUSTÍN MILLARES TORRES : Historia g&nenü de las Islas Canarias. Las Palmas, 1893-1895, 10 tomos. NONES DE LA PEÑA. JUAN NÜÑES DE LA PEÑA: Conquista y antigüedades de las islas de la Oran Canaria. Santa Cruz de Tenerife, 1847. OSSUNA MANUEL DE OSSUNA Y VAN DEN HEEDE: El regionaVsmo en las Islas Canarias. Santa Cruz de Tenerife^ 1904-1916. 2 tomos. PEDREIRA LEOPOLDO PEDEEIRA TAIBO: Narración de la tercera victoria del puerto y Plaga de Santa.Cruz de Tenerife contra la flota de Inglaterra (25 de julio de 1797). Santa Cruz de Tenerife, 1897. Publicado, con otros trabajos, en "Recuerdos del Centenario". SOSA FRAY JOSÉ DE SOSA: Topografía de la isla Fortunada Gran Canaria. Santa Cruz de Tenerife, 1849. roRRiANí LEONARDO TORRIANI: Descrittione et historia del Regno de l'Isole Cwnarie giá dette le Fortúnate con il parere delle loro forti-f'catione. Manuscrito de la Biblioteca Universitaria de Coim-bra, publicado por Dominik Josef W61fel con el título de "Die Kanarischen Inseta und ihre Urbewolmer". Leipzig, 1940. VIERA Y CLAVIJO... JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO: Noticias de la historia gen^ml de tos Islas Canarias. Edioión de Santa Cruz de Tenerife, 1858-1863. 4 tomos. (1) Se hace referencia a aquellas obras que por su reiteración en la cita se dan a conocer al lector de manera abreviada. XX TITULO I RIVALIDAD HISPANO - PORTUGUESA POR EL DOMINIO DEL OCÉANO CAPITULO PRIMERO LOS PIRATAS LUSITANOS I, Las CanarUis, pererme etnpresa militar.—11. Bivalidad hispano-portuffuesa: Los planes de don Enrique el Navegante.—III. Descubrimiento y exploración de Ca^ naiñas: Los Vivaldi. Lancerrotto Marocello. Los Mallorquines.—IV. ha conquAsta: Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle. Incorporación a Castilla.—V. has Oa-nair^ ñs en la ruta de Portugal. Piraterías portuguesas: Primeros ataques.—^VI. Oes-piones diplomútioas y acuerdos hispamo-portugueses: Acuerdos de 1454. EJnrlque IV de Castilla. Renacen las piraterías. EJl tratado de Alcagobas. I. Las Canarias, perenne empresa militar. De las Islas Canarias puede decirse que hasta tiempos bien recientes no han conocido la paz. Su historia es la de un pueblo siempre alerta, puestos sus músculos en tensión y con el arma al brazo, para el feliz logro de su independencia fraite a todo invasor extranjero, ;^pdependencia vinculada a la conservación de la tmidad indisoluble con la Madre Patria, que llevó a sus playas, en la decimoquinta centuria, sus mejores navios y homares para ensayar un mágico concepto civilizador—esencialmente cristia- no e imperial—que hizo posible, en corto plazo, la más absoluta fusión de razas que registra la historia, y que trasplantado de las islas a América ha dado a nuestra colonización—o mejor, hispanización—^un sello pe-cxiliar que la caracteriza y distingue de la utilitaria, en demasía, de otras naciones europeas. Situadas las islas en la ruta de tres continentes, y coincidiendo su conquista con la apertura al tráfico de dos de ellos: África y América; cruzadas sus aguas por navios de todos los puntos y procedencias: portugueses y holandeses, que buscaban, por el cabo de Buena Esparanza, participar en el rico comercio de las "especias"; franceses e ingleses, que andaban a la caza del dorado cebo de nuestro© galeones de Indias y aspiraban a adquirir nuevos establecimientos en el continente americano; argelinos y berberiscos, de innata piratería, que soñaban con "vengar derrotas cayendo por sorpresa sobre las más indefensas tierras hispanas; ricas ellas. —las islas—de por sí lo suficiente para que sus azúcares y vinos, renombrados en toda Europa y América, despertasen el paladar de piratas y bucaneros ansiosos de acortar con sus dulzores las largas travesías oceánicas; las Canarias, repetimos, no han conocido la paz en los trescientos cincuenta años transcurridos entre su incorporación a Castilla y las primeras décadas del siglo pasado; antes bien sus costas se han visto martilleadas sin cesar—usando de frase gráfica—por navios y piratas de las más diversas procedencias y nacionalidades. Los capítulos de este libro están precisamente consagrados a dar a conocer, con la amplitud debida, este singular aspecto de la historia militar del Archipiélago, renovando sus páginas ya conocidas? despojándolas de cuanto \ma falsa tradición haya indebidamente añadido, e incorporando nuevos hechos, sucesos y acontecimientos que la memoria de los cronistas olvidó, sumiéndolos en el silencio de los siglos, y que muchas veces —como acontece ahora—despiertan y resucitan de los polvorientos legajos de los archivos. Abarcan, pues, sus páginas tan sólo un aspecto de la historia militar de las Islas Canarias: el de su defensa frraite a los ataques e invasiones de pueblos extranjeros; y toman como pimto de arranque o de iniciación el momento de la conquista, que, empezada por el normando Jean de Bethengourt, en 1402, reinando Enrique III en Castilla, tuvo feliz remate con la rendición de los reyes giumckes de Tenerife al capitán Alonso Fernández de Lugo, en 1496, reinando en las Españas los católicos soberanos don Femando y doña Isabel. n. Rivalidad hispano-portuguesa. La rivalidad entre España y Portugal por la posesión de las Canarias se inició con la conquista de las primeras islas, las llamadas menores, y no tuvo fin hasta el tratado de Alcagobas (1479) entre Castilla y Portugal, primero de partición del Océano, que deslindó la esfera de hegemonía y de acción naval de las respectivas Coronas, reconociendo a la segunda la libre navegación y señorío del Océano meridional "contra Guinea", a partir del paralelo de las Islas Canarias, a cambio de reconocer Portugal a la primera el señorío de estas islas y—con una interpretación harto laxa— del resto del Océano, Este primer tratado, de singular importancia histórica, marcó la ruta y el destino de los dos pueblos ibéricos, conduciendo a los portugueses por el camino, ya semilogrado, de las Indias Orientales, como con anterioridad había de conducir a los españoles a las llamadas Indias Occidentales. Pero hasta que la paz puso fin a la rivalidad enconada de Castilla y Portugal por el dominio de las Canarias, fueron los portugueses el primer pueblo que inició con sus piraterías, en los albores de la conquista, el ataque a las islas, poniendo en riesgo de muerte la apenas iniciada acción colonizadora de los españoles. Dábase el caso, muy curioso, de que los torreones y fortalezas levantados por los conquistadores para ofender a la tierra, sirviendo de puntales para la penetración, como la torre de Rubicán, levantada jtor Jean de Bethencourt en Lanzarote, o las de Rw- Roqufi y Val Tarajal de Fuerteventura, hubieron de volverse y fortificarse muy pronto hacia el mar, que es de donde venía, y vendría, el auténtico riesgo para la dominación española en el Archipiélago. Portugal, que, como Aragón, había terminado antes que Castilla la reconqiiista del territorio peninsular asignado por los tratados para liberar del poder mulsumán, buscó su expansión por el Atlántico, como Aragón lo hizo por el Mediterráneo. Tras un calamitoso período de tanteo en que gastó estérilmente sus fuerzas participando en las contiendas civiles de Castilla, Portugal encontró en el infante don Enrique el hombre genial que supo imponerle un fin y un destino propios. En principio su plan nada tenía de original; partía de las ideas más corrientes en aquella Eldad, del ideal tradicional en la España cristiana: la lucha contra el moro. Lo único nuevo es que acabada la frontera terrestre con el infiel, se le fué a buscar resueltamente al otro lado del mar, áll&imar. Los notables avances de los ejércitos turcos en los dominios de la Cristiandad desde mediadoá del siglo xrv hacen pensar a los pontífices y príncipes cristianos en arbitrar medidas ofensivo-defensivas susceptibles de contrarrestar de algún modo los atrevidos y ambiciosos planes del Imperio otomano. Allá en los confines del Oriente asiático, en la India y regiones colindantes existían pueblos que se creían cristianos. Al interponerse los mxisulmanes cual muralla de acero entre ellos y nosotros, el Occidente cristiano y el Oriente simpatizante habían quedado abandonados a sus propias fuerzas. Por ua movimiento instintivo de legítima defensa se piensa en aunar los esfuerzos de todos, los de acá y los de allá, para resistir con éxito los más que probables ataques del enemigo común, que amenazaba destruir de una vez y para siempre las provincias centrales del gran Imperio de Cristo. Fruto de ^ t a obsesionante preocupación defensiva fueron los originales planes del infante portugués don Enrique el Navegante, patrocinadores de una gigantesca cruzada envolvente contra el Islam. La novedad de estos planes consistía en combatir al enemigo infiel, no de frente, sa-liéndole al encuentro en las viejas rutas—^Danubio, Mediterráneo—^utilizadas como ejes de su marcha hacia el oeste, sino abri|ndo una nueva, la orienten, del Mar Océano. Navegando "hacia el Oriente y Mediodía" por este mar, siguiendo la costa de África, podria llegarse a las Indias, pobladas por gentes que entonces se creían cristianas, o al menos muy bien dispuestas a admitir la doctrina evangélica, y a qliienes se trataría de convencer para que acudiesen en defensa de los cristianos de Occidente contra los sanucenos y demás enemigos de la fe. Mientras el pueblo cristiano se mantenía a la defensiva en Occidente, podria atacar por Oriente, cayendo por sorpresa sobre la retaguardia de su temible enemigo (1). (1) P. PEDEO liEírDARiA: Los grande bulaa w.istonales de Alejandro VI: 1493. Madrid, s. a., pág; 229. JUAN MANZANO: El derecho de la corona de Oaatilía al descubrimiento y conquista de loa Indias de Poniente, en ^^Revista de Indias", 9 (1943), 397-427. Claro es que la feliz realización del atrevido proyecto del Infante previa la sistemática ocupación de todos los puntos de apoyo intennedioa de la nueva ruta, como eran la costa africana y sus islas. m. Descubriiuiento y explora«i6n de Caiitarias. Pero antes de 1415, año en que la política exterior portuguesa empieza a acusar la acción personal, decisiva, del inmortal Infante, las Islas Canarias habían sido visitadas en diferentes ocasiones por arriesgados nautas de las más diversas nacionalidades, y habían tomado posesión de ellas los castellanos cuando Jean de Bethencourt rindió vasallaje al monarca de Castilla don Enrique IH y le pidió su ayuda militar par-a poder dar cima a la empresa, con tan escasos medios iniciada. Los más antiguos exploradores del Océano y, por lo tanto, los primeros que llegaron a las Canarias fueron los genoveses. La primera expedición salió, para no regresar, a fines del siglo xm_, en 1291. Iban al frente de las galeras graiovesas los hermanos Vadino y Ugolino Vivaldi, expertos navegantes que con la colaboración y ayuda de Tedisio D'Oria, hijo del famoso almirante Lamba D'Oria, habían organizado la expedición. Ha-biaido zarpado del puerto de Genova en mayo de 1291, y hecho escala en Mallorca para proveerse de expertos pilotos, las naves genovesas penetraron en el Océano, costearon el litoral de Marruecos y doblaron Cabo Juby... Después, nada más se supo de la expedición (2). No parece probable el supuesto de que los hermanos Vivaldi arribasen con sus galeras a las Canarias; mas sí es indudable, en cambio, que, tocasen o no en ellas, la expedición genovesa contribuyó a difundir la (2) CH. DE LA RONCIÉÍBE: La décowoerte de VApique au Moyen Age. Ha Cairo, 1925, tonoo I, pá^. 50-52. LA RONCIÉEE cita una Interesante relación de fuent«i sotare la expenüción de 1291. Conaülteae también B. BONNET: has Canarias y loa primeros exploradores del Atlántico, en "Revista de Historia», de la Facultad de FUoBofía y Letras de la tJni- VOTSddad de La Laí;una; 57 y 68 Í1942), 38-46 y 82-89. existencia de las islas atlánticas, incitando a los pueblos marítimos a intentar el periplo del continente africano. Ni que decir tiene que a los genoveses, como más adelante a los mallorquines y portugueses, guiaba (haciendo abstracción del fin espiritual o misional) el propósito de utilizar una vía marítima libre para sus tratos comerciales con el Oriente, pues la ruta terrestre se abría o se cerraba a merced de los pueblos intermediarios, que gravaban los ricos productos de aquellas lejanas tierras con gabelas exorbitantes. Pero el verdadero descubridor de las Canarias, quien dio de ellas noticia a Europa, fué el genovés Lancerotto Marocello, el primero que enar-boló im pabellón europeo en las Afortunadas—^la cruz de gules en campo de plata de la Señoría—, con el que aparecerá ya siempre dibujada por los cartógrafos medievales la isla a que dio nombre: Lanzarote. Según datos genealógicos de los Maloisel de Normandía, Lancerotto arribó a dicha isla (llamada Titeroygatra por los indígenas) en 1312^ y vivió en ella por espacio de veinte años, hasta que fué expulsado por una sublevación de los aborígenes. La expedición de Lancerotto Marocello había de tener con el tiempo una difusión extraordinaria, preparando, por espíritu de curiosidad y de emulación, los viajes descubridores de otros navegantes europeos. La cartografía se encargó de divulgar las hazañas del nauta genovés, destacando por su preciwón el portulano de Angelino Ehilcert, datado en 1339, en el que aparecen dibujadas las Islas Afortunadas; y dos de ellas portando sus correspondientes nombres: la insvla de Lanzarotus Marocellus y la Forte Ventura. Mientras tanto Portugal velaba por el cuidado de su marina y la preparación técnica de sus pilotos. Conocedora de la superioridad naval de los marinos mediterráneos, su rey don Dionisio (1279-1325) encomendó al genovés Emanuele Pessagno, con título de almirante hereditario, la dirección de la flota; se procuró, además, la-colaboración de expertos cartógrafos y pilotos de la misma Señoría, y ordenó plantar, por último, el magnífico pinar de Leiria para siuninistrar madera a los astilleros lusitanos. La expedición portuguesa de 1341 a las Afortunadas prueba el esfuera) realizado desde el año 1317, en que Emanuele Pessagno recibió el título de almirante. En aquel año, reinando Alfonso IV (1325-1347), tres naves conducidas por pilotos italianos bajo el mando directo de Angiolino del Tegghia Flg. 1.—Lias Canarias en el Planisferio de Angelino Dulcert. Uallorca, 1339. (Biblioteca Nacional de Paria.) de CorbÍ2ai, visitaron con_ cierta detención las islas, y trajeron de ellas muestras de sus humildes productos y de sus todavía confiados habitantes. La relación que del viaje hizo el piloto genovés Niccoloso da Recco se conserva en xm manuscrito florentino atribuido gratuitamente a Boccaccio, pero, de todos modos, de extraordinario valor histórico (3). Loe datos que contiene p n preciosos para el conocimiento de los antiguos canarios, aunque lo que aquí nos interesa hacer resaltar es el carácter oficial de la expedición, que iba provista de abundante material de guerra: "fe-rentes... equos et arma et machinamenta bellorum varia ad civitates et castra capienda", lo que demostraba, de im lado, ima id^a errónea del país al cual se dirigían y, de otro, el propósito de establecerse en él. Y es muy probable que al darse cuenta de la pobreza de las islas, desistiesen los portugueses de la empresa, como lo prueba el hecho de que no volvieron a interesarse hasta mu'cho tiempo después en la exploración del Océano. Años más adelante, las Afortunadas volvieron a sonar en el oído de los navegantes y a preocupar a las cancillerías de los reinos peninsulares. E31 15 de noviembre de 1344 el pontífice Cüem^ite VI concedía al infante castellano don Lma de la Cerda el dominio de las Canarias con título de príncipe de la Fortuna, coronándole solemnemente en Aviñon, y predicando de paso una general cruzada, en la que debían tomar parte todos los reinos cristianos de Occidente. Portugal y Castilla, que se consideraban con anteriores derechos a la realización de la empresa ultrapiarina, cedieron en beneficio de don Luis de la Cerda por sumisión a la Silla apostólica; pero no sin hacerlos valer ante la corté pontificia en sendas respuestas, apoyándose la primera en el precedente viaje y toma de posesión de 1341, y la segunda por considerarse heredera de la integridad de la (3) BLIAS SEBEA RAFOLS: lioa portugiieses en Cw/taarioa. Diacurao inaugural del año académico 1941-1942 (Universidad de La Laguna), pág. 13, a quien seguimos detalladamente. m manuscrito original encontrado por SEBASTIAN CIAMPI ea 1827 fué publicado con el título de: Monumenti d'un mtmuscrtto autógrafo di Messer Qio. Boccaa¡% da OertaMo, trovati ed iauatrati da ...; Blorenela, 1827. La relación del viaje de Tegghia tiraie por titulo: De Camaria et de insvMs reUquis ultra Bispanicum íw OceaoM noviter repertis. ^ BUENAVENTURA BONNET: La expedición portuguesa a las Canarias en is^l, en "Revista de Historia"; 62 (1943), 112-133. 10 Flg. 2.—^Laa Islas Canarias y el Occidente africano en el Planisferio de Simón de Viladestes. Mallorca, 1413. (Biblioteca Naicional de París.) monarquía visigoda; mas ni la una ni la otra tuviéronla la larga que preocuparse por los propósitos del Infante, ya que aquellos hipotéticos derechos mmca se hicieron efectivos (4), Los mallorquines ocuparcm entonces, en relación con ef Atlántico, el puesto que los portugueses dejaron libre, convirtiéndose en el pueblo más detentador del Océano. La ocasión que atrajo a estos arriesgados nautas en sus correrías fué, sin duda, la diviilgación cartográfica de la hazaña de Lancerotto Marocello. En 1342, apenas un año después del viaje lusitano, salían de Mallorca dos expediciones, sin que pueda pensarse que se hicieran a la mar movidas por rivalidad con los portugueses, sino que se trata más bien de movimientos paralelos producidos por las mismas causas en dos pimtos diferentes. Mas las expediciones mallorqiiinas tienen una característica singular: son debidas en su mayor parte a la iniciativa privada, aimque algunas veces sus tripulantes se procurasen sendas "cartas de creencia"' en nombre del rey de Mallorca. Estas dos expediciones de 1342 iban mandadas, respectivamente, por Francesch Desvalers y Domenech Gual. Én 1346 se data el viaje de Jaume Ferrer, aunque, según el breve texto que en las cartas náuticas acompaña a la figuración del uxier o buque4ransporte de este navegante, su objetivo no eran las Islas Afortunadas, sino el "riu de i'or", que hay que identificar con el río Senegal, mas no, en cambio, con el Río de Oro actual (5). Otra interesantísima expedición mallorquína fué la de 1352, al mando de Amau Roger y conduciendo probablemente a los primeros évíingeli- (4) GEOBGES DAXJMET: Louis de La Cerda ou d'Espagne, en "BuUetin hlspani-que", XV (1913), 22. JOSÉ ZuNZUNEGUi: I/OS orígenes de Jas Miskmes en las Islas Canarias, en "Revista Española de Teol<^a", I (1941), 361-408. J. VINCKB: Primeras tewtatiwis mMonales en Carnarios (s. xvr), en "Analectá Sacra Tarraconensia", XV (1943), 291-301. (5) En el famoso portulano de SIMÓN DE VILADBSTES puede leerse, junto a un navio qué surca las aguas del Océano a la altura del cabo de Bojador, la siguiente leyenda: Partich l'uxer d'en Jac. Ferer per anar aJ riu del Or lo gorn de Sen Lorens quj es a X de agost e fo en l'oun/y M.ocojeh}j. 12 zadores de las Islas Canarias, junto con algunos indígenas ya convertidos a la religión de Cristo (6). En el último tercio del siglo xrv alternan con los mallorquines en sus visitas a las islas otros navegantes de origen peninsular, en particular vizcaínos, gallegos y andaluces. Entre los primeros cabe señalar a MartÍQ Ruiz de Avendaño, que visitó Lanzarote hacia 1377, y fué bien recibido y tratado por los indígenas; entre los segxmdos, Femando de Ormel, que recorrió en 1386 las costas de La Gomera; y entre los últimos, Gonzalo Pérez Martel, señor de Almonaster, que en 1393 transitó con deteninúen-to por todas las islas, causando estragos a los naturales y cautivándolos sin compasión (7). La ruta de las Canarias se iba haciendo así familiar a los pueblos marítimos de Occidente, en particular a los del Mediodía de Europa, y faltaba tan sólo la toma de posesión definitiva de las nuevas tierras con (6) Don ELlAS SEKRA R*POLS, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna, se ha consagrado particularmente al esclarecimiento de estos viajes. He aquí sus obras más destacadas: JEl deacubrimiento y loa viajes medievales de loa oatalanea a toa lalaa Canarias. Discurso de apertura en dicha Universidad. La Laguna, 1926. Ela catáUms de Mailorca a les liles Canáriea. Barcelona, 1936. Loa mailo<rqimes en Ganartaa, en "Revista de Historia", de la F&cultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna; 54 y 55 (1941), 195-209 y 281-287. Más aobre loa viajes catalano-maiiorquinea a las Canarias, en "Revista de Historia"; 64 (1943), 280-292. (7) La obra fundamental para conocer \&a expediciones a las Canarias en el siglo XIV es la tesis doctoral de don BUENAVENTURA BONNET Y RBVERON: X^is expedir-dionea a CaauuHaa en el aiglo xiv, en "Revista de Indias"; 18 (1944), 577-610; 19, 20 y 21 (1945), 7-31, 189-220 y 389-414. Se ocupan también de las expediciones del siglo xrv, aunque de manera muy fragmentaria e incompleta, casi todos los autores locales. Destacan, no obstante, entre ellos: PEDRO AGUSTÍN DEL CASTUXO Y RUIZ DE VERGARA: Descripción hiat&Hca y geográfica de Uta ialas de Canaria. S. C. de Tenerife, 1878, págs. 14-19. JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO: Notidaa de la Bistoria general de loa Islas Canarias, tomo I, S. C. de Tenerife, 1858, libro Hl, capítulos XX-XXV, págs. 244-254. GREGORIO CHIL Y NARANJO: Eatudiioa hist&ñcos, climatológicos y paioJógicoa de *w Islas Canarias, t. I, Las Palmas, 1879, capítulos VI-X, págs. 254-291.' AGUSTÍN MIU.ARES TORRES: Historia general de las lakia Oanariaa, t. n, Las Pal- OMa, 1893, libro m, capítulos VI-3C, págs. 40-69. 13 los medios militares precisos. Iniciaron la tarea, con más audacia que fuerza, y por indicaciones del famoso Robert de Braquemont, beneficiario oficial de la empresa por merced de Enrique III de Castilla (8), dos nobles aventureros franceses: Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle; pero su misma escasez de medios puso en manos de Castilla, por ima serie de hechos forzosos, aquellas islas atlánticas—luego tan codiciadas—, primer florón de su imperio ultramarino y pamto de apoyo para su empresa descubridora de ^xa Nuevo Mundo. IV. La conquista. Normandia, patria de navegantes y piratas, está unida por estre^ chos vínculos a la historia de Canarias. Navegantes normandos serían sus primeros conquistadores en el siglo xv^ como piratas de la misma procedencia serían sus más terribles salteadores en el siglo xvi. En 1402 las costas de Normandia primero, y de la Gascuña después, vieron partir a un puñado de arriesgados nautas que, tocados del espíritu caballeresco y la manía andante de la época, arribaron a las playas canarias pocos meses después, en nominal dependencia de Castilla, pero con el probable propósito de obrar por cuenta propia, sin otro derecho que el de creerse primeros ocupantes y el que les daba su genio osado sobre un país que los monarcas castellanos, entretenidos a la sazón en otros negocios, miraban con cierta indiferencia. Iban al frente de los expedicionarios Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle; el primero, tradicionalmente considerado como jefe, alma y guía de la empresa, y el segimdo, a quien el hallazgo, en lo que cabe reciente, del manuscrito auténtico y sin adulteraciones del capellán Fierre Bou- (8) BUENAVENTURA BONNET Y REVERON: Las Canarias y la conquista frwnco-nor-rruxnda: Juan de Bethencourt. La Laguna, 1944, págs. 51-55 PEDRO AGUSTÍN DEL CASTILLO Y RUIZ DE VERGARA: Descripción histórica y geográfica de las islas de Canaria. S. C. de Tenerife, 1878, pág. 19. 14 üffSS^' II I i II' I \ Tropas francesas embarcando en un puerto normando. (París. Biblioteca Nacional, ms. 5.594.) tier restituye el papel primordial, como militar y soldado de singulares prendas (9). La idea del viaje fué sugerida a Bethencourt por su tío Robert [Robín] de Braquemont, futuro mariscal de Francia, personaje ilustre y destacado en la corte castellana, no sólo por su matrimonio con doña Inés de Mendoza, sino por su propio prestigio personal; él fué quien adelantó el dinero necesario para los gastos del viaje, con la garantía de las tierras que poseía Bethencourt en su señorío de Grainville-la-Teinturiére. Los navegantes franceses se hicieron a la mar en La Rochela el 1." de mayo de 1402 con nmabo a las Canarias, y después de las obligadas es* calas en Vivero, La Coruña y Cádiz, y de las consiguientes disensiones y deserciones que dejaron diezmada la tripulación, pudieron arribar a las islas a fines d© junio de 1402. Los primeros pasos de la conquista fueron relativamente felices. Bethencourt y La Salle desembarcaban en Lanzarote y echaban los cimientos del fuerte de Rubicón, tosco castillete de piedras y barro, análo- (9) PiEERE MARGRY: La Conquéte et les Conqaércmts des lies Gmupries. NoiweUles recherches sw Jean IV de Bethencourt et Gadifer de Ja Salle.' Le vrai mcmuscñt du Camarien. Paría, 1896. (EMcho manuscrito original fué hallado en xin castillo de Bélgica y hoy para en el Britisíh Museum. Tajnbién se lo conoce con el nombre de ms. de Mjne. Langry.) Con anterioridad habia pasado por manuscrito original el publicado por GABRIEL GRAVIER: Le Ccmarien, Livre de la Conquéte et Cowoersicm. des Ccumries (HOS a HSS) par Jeam, de Bethencourt, GentOhonnme Cauchois... Rúan, 1874. (Dicho manuscrito, de propiedad jmrticular, es conocido con el nombre de su propietaria Mme. de Mont- Ruffet.) Fué primeramente publicado por R. H. MAJOR en edición bilingüe, de acuerdo MRi. la transcripción <ie d'Avezac, con el título de The Oanarian, or Book of the Con-qu^ t cmd Corwersion\of 0ie Camiarians in the yearlkO^, b^MesiAre Jeam, de Sether^- cowrt,.. Londres, Hakluyt Society, 1871. i Y anteriormente la Histoire de la prendere descowoerte et conqueste dea Coavariea. Faitea dea Van HOZ par Messtre Jean de Bethencowrt, Chambetlan du Roy Charlea VI. Sficrite du temps mesme par F. Pierre Bontier, Religieux de 8. Fremso\a, et Jean le Verrier, prestre, domestiquea dudit Sieur de Bethencourt... París, 1630. Edición pM-parada por FIERRE BÍXGERON sobre la base de la que a su vez preparaba GALIEN DE BETHENCOURT, descendiente del conquistador de Canarias. (Tanto el manuscrito de Mont-Riiffet como la obra impresa en 1630, son fruto de las falsificaciones de FIERRE LE VBRRIHSS; el primero sobre el mtouacrito original de BOUTIERJ confesor y comi>añero de Gadifer de la Salle, y la segunda sobre el manuscrito de LE VERRIER, corregido por Juan V de Bethencourt y alterado en la edición de 1630, preparada por GAUEN-BlSGERON.) 15 principales la sumisión definitiva de Puerteventura, la desgraciada expedición a Gran Canaria., que costó la vida a los capitanes Jean Le CJourtois y Anníbal de la Salle, y la exploración, nada más, de otras islas, como La Palma y La Gomera. En El Hierro, en cambio, llevó a cabo algunos repartimientos de tierras, tras las obligadas sumisiones previas. Bethwicourt, que en el intermedio había realizado un viaje a Norman-día, decidió de nuevo abandonar las islas en diciembre de 1405; y después de ordenar los necesarios repartimientos de tierras y organizar los primeros y embrionarios establecimientos, abandonó Rubicón, en medio del ingenuo sentimiento de los naturales, dejando como lugarteniente a su sobrino Maciot de Bethencourt. Flg. 4.—Sscudo de axmas de los Bethencourt, de Normandía. El normando dirigió entonces sus pasos a BYancia, con el propósito de pasar los últimos años de su existencia en sus posesiones de Grainville. Alguna vez interrumpió su desapacible vida en aquel campestre retiro de Normandía para retomar a Castilla, como en 1412, con motivo del homenaje que tuvo que prestar al rey menor don Juan II; pero reintegrado muy pronto a sus tierras patrimoniales, falleció en 1422, a los sesenta y tres años de edad, siendo sepultado en la iglesia de Grainville (11). ( I t ) BUENAVENTURA BONNET Y REVERON: Los CoMO/rias y la coiMíimta framco-nor-níanda: Juan de Bethencomt. LA Lagima, 1944. GREGORIO CHiL Y NARANJO: Estudios Mst&ricos, cJmuitológicos y patológicos de las' Islas Canarias, t. II, Las Palmas, 1880, págs. 309-374. No hay que decir que todos los historiadores locales se ocupan con la debida extensión de la conquista franco-normanda. . 18 TOMO I. LAM. II Jff.l») ¡)\ ':''rh){-mn!i rf Jean de Bethencourt. Dibujo de Llanta y litogra[ia de Adricn. Con la muerte de Bethencourt se cierra el ciclo normando en la conquista de Canarias y desaparece por completo la influencia francesa en el Archipiélago, Pero en el lapso de tiempo transcurrido entre el abandono de las Canarias por Jean de Bethencourt y su muerte, ocurrieron en las islas sucesos de trascendental importancia. Maciot de Bethencourt, que había obtenido de su tío la autorización pertinente para poder traspasar el dominio de las tres islas ocupadas, Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro, usando de ese derecho en circimstancias no muy claras (posiblemente relacionadas con alguna comisión o pesquisa en contra suya, practicada por Pedro Barba de Campos), vendió el señorío de las islas al poderoso conde de Niebla, reservándose la lugartenencia de éstas con título de thenedor (141S) (12). A su vez, el rey don Juan 11 concedía, por una Real cédula de 1420, la conquista de las islas libres a Alfonso Casaus o las Casas, armador o, quizá mejor, pirata sevillano, acostumbrado a entender por derecho de conquista no el que sirve de fundamento a una ocupación militar, sino el bárbaro derecho al saqueo, cayendo sobre los desprevenidos indígenas. Estos procedimientos, tan al uso en la época, y la duplicidad de jurisdicciones dentro del Archipiélago, debieron conducir a serios litigios entre ambos señores, que resolvió cómodamente el conde de Niebla desinteresándose de las tres islas que había adquirido de Maciot a título gratuito, traspasando su dominio, por cinco mil doblas moriscas, a Guillen de las Casas, hijo de Alfonso de las Casas o Casaus, verificada en Sanlúcar de Barrameda el 25 de marzo de 1430. A esta venta asistió como testigo Maciot de Bethencourt, y no es posible adivinar en qué situación jurídica quedaría el sobrino del conquistador normando en relación con el nuevo señor (13). (12) Obra antes citada del Dr. BONNET, págs. 111-117. (13) ELIAS SEBEA RAFOLS: LOS pariugueses en. Camarvis. La Laguna, 1941, pág. 27. DOMINIK JOSEP WütFEL: QvAénea fueron los •primitivos conquistadores y obispos de Oonarios. (pocumentoa desconocidos acerca de la, historia primitiva de Cañarías), en "Investigación y Progreso"; 9 (1931^, 130-136. 19 Mas los hechos vienen a sacamos de dudas. Tan mal definida debió ser la relación jurídica establecida entre ambos, que poco tiempo después Guillen de las Casas invadía militarmente las islas cristianizadas, perseguía a muerte a los deudos y partidarios de Maciot, y haciendo prisioneros a él y a su familia en Lanzarote, los trasladaba bien seguros a la isla de El ffierro (14). Fué entonces cuando ocurrió im hecho en apariencia sin importancia, pero que la tendría extraordinaria para el porvenir del Archipiélago. Un navio portug:ués que surcaba aquellas aguas logró sustraer de la vigilancia de los esbirros de Las Casas a Maciot y a su familia, y, embarcándolos, se dirigió a toda vela a Portugal (15). El infante don Enrique el Navegante, que apremiado a buscar im punto de apoyo para sus travesías oceánicas, llevaba largos años merodeando por los contomos de las islas, y esperando la ocasión propia para asegurar su definitiva inñuencia, vio así llegado el momento de actuar con eficacia, ganando para su partido la inñuyente personalidad de Maciot de Bethencourt. V. Las Canarias en la ruta de Portugal. Piraterías portuguesas. Don Enrique el Navegante, genial protagonista de la historia en el siglo XV, fué el primer político que supo imponer a un pueblo y a una nación una sistemática y ordenada misión marítima. Ya dijimos cómo Portugal había sufrido a lo largo del siglo xni una verdadera crisis de crecimiento al ver limitada por Castilla la esfera de su expansión interior; cómo durante muchos años malgastó su genio y sus (14) Información sobre cuyo es el derecho de la isla de iMnsarote y conquista de CarMrias. Parte documental (Biblioteca de El Eácorial) publicada por CHIL Y NARANJO: Estudios históricos, clvnwtológicos y patológicos de las Islas Cfmiarias; j^as Palmas, 1876, t. I, pág. 518. La parte testifical (Biblioteca Real, Madrid) publicada por TORRES CAMPOS: Carácter de la conquista y colonización de Jas Islas Carnarios. Madrid, 1901, pá«. 121. (15) Información... antes citada. 20 fuerzas en las luchas civiles de Castilla, y cómo don Enrique el Navegante supo atar los cabos rotos de un pasado próximo lanzando a los lusitanos a una ininterrxunpida cruzada contra el infiel, yéndole a buscar resueltamente al otro lado del mar, all&nmar. Para el infante don Enrique, desde que inició su cruzada africana con la toma de Ceuta, esta lucha contra el inñel se convirtió en una constante obsesión. Mas la conquista del Magreb era un intento tan desproporcionado con la potencia militar de Portugal que, pese al primer éxito inicial y el desprecio fanfarrón de las fuerzas del contrario, tan propio de las circunstancias, costó un gran esfuerzo al Infante para embarcar a su hermano el rey don Duarte en la prosecución de la aventura. En 1437 el ataque a Tánger se convirtió en un inmenso desastre, del que sólo pudo salvar don Enrique su propia vida y la de parte de su gente, aunque a costa del heroico sacrificio de su hermano menor don Femando, que se entregó en rehenes a la morisma, para perecer años después consumiüo por la fiebre en las mazmorras de Fez (16). Este doloroso desastre cambió la táctica ofensiva del Infante. La guerra contra el moro quedó temporalmente aplazada; mientras que adquirió categoría de primer plano la exploración africana, con objeto de afianzar las relaciones comerciales con el Oriente, buscando alianzas para combatir al enemigo común. Portugal, que había asimilado la ciencia náutica de los marinos mediterráneos, genoveses, catalanes y mallorquines, se hallaba en condicio- , nes de romper con sus quillas los misterios del Mar Tenebroso. Acaso sugirió al infante don Enrique la idea del periplo africano su hermano el infante don Pedro, recién llegado a Portugal de regreso de su famoso viaje, siendo portador de una copia del conocido Libro de Marco Polo y de un mapa-mimdi donde aparecía, aunque la forma meridional de África fuese desconocida, la comunicación entre el Océano Atlántico y el Indico. . Don Enrique el Navegante desde la "Villa del Infante", en el agreste promontorio de Sagres, rodeado de cosmógrafos y cartógrafos, como el famoso mallorquín Jaume Ribes, fué preparando lentamente las expediciones que abrirían las puertas del Océano a los barineles y carabelas portugueses. (16) Obra citada del doctor SERKA RAFOLS, a quien venimos extractando unaa veces y siguiendo Uteraimaite otras i pég. 17. 21 Hasta el año 1432 no se inauguran éstas con los viajes de Gongalo Velho Cabral y Gil Eanes; pero antes, precediendo a la fase utilitaria la misional, las naves portuguesas de don Enrique habían partido en son de cruzada por el Océano (no olvidando su calidad de gran maestre de la Orden dé Cristo) y descubierto y tomado posesión de las islas de Porto Santo, Madera y las llamadas Desiertas. De estas premisas resultaba inevitable que en las Islas Canarias se librase empeñada lucha entre ambos pueblos peninsulares, dado el predominio lusitano en los mares de África y el hecho consumado'de la presencia castellana en el archipiélago canario. Sin embargo, no ocurrió asi; la inevitable pretensión portuguesa, encomendada a manos menos hábiles que las de don Enrique, habría llevado con seguridad a una estéril guerra y además probablemente a un efectivo abandono de la empresa principal, origen de la aspiración lusitana a las Canarias, esto es, el periplo africano ; pero, por fortuna para todos, el Infante creador de la epopeya portuguesa no era hombre para distraerse de sus propósitos ante im obstáculo ocasional, y supo soslayar el escollo, evitar la guerra con Castilla, y todo ello sin prescindir de las Canarias, mientras le fueron necesarias, como punto de apoyo para sus empresas. En ellas recalaron sus naves, en ellas se hizo con amigos y partidarios que las abastecieron y de ellas obtuvo los cautivos que le convino hasta tanto que consiguió otras bases fuera del dominio castellano que le permitieron prescindir de las antiguas Afortunadas (17). La consecuencia de la táctica del Infante, análoga a la que luego seguirían en muchas ocasiones Francia e Inglaterra sobre todo, conduciría fatalmente a la lucha solapada, fuente eterna de la piratería. La primera expedición portuguesa a las Canarias, después de la ocupación por los castellanos, fué la de 1415, preparada por el Infante y conducida por Joáo de Trasto, que "per vim accepit partem insulae ... Gran Canaria ... quae dicebatur Telli fructuosa". Sin embargo, los portugueses debieron limitarse a desembarcar en la región de Telde, cuyos naturales habían rechazado no hacía muchos años los vanos intentos de Gadifer de la Salle y de Bethencourt. Poco tiempo después, en 1424, se repetía la tentativa portuguesa en ima segunda expedición dirigida por Pemao de (17) BÜJAS SEBRA RAPOLS: LOS portugueses en las Carnarios. La Laguna, 1941, página 9, a quien seguimos literalmente, i 22 Castro, quien llevaba consigo 2.500 infantes y 120 caballeros; pertf tan grandes aprestos no estarían en proporción con los precarios resultados de la empresa; Castro desembarcaba también en Gran Canaria, para abandonarla poco después falto de víveres, y, por tanto, escaso de tiempo para poder someter a los naturales. Estos hechos de armas nos sirven de indicio para juzgar cuál era en ese momento la política canaria del Infante. Se desvía desde luego de las islas más accesibles, ahora bajo la soberanía castellana, y busca fortuna en las que de hecho seguían libres; esto es, procura que sus ambiciones, sus necesidades, no choquen abiertamente con los derechos de Castilla; pero no debió tardar en darse cuenta que este intento era vano. Las islas todavía libres lo eran precisamente porque sus condiciones y la bravura de sus habitantes las ponían al abrigo de sucimibir bajo un simple golpe de mano {18). La expedición de Femáo de Castro dio lugar en seguida a la protesta formal de Castilla ante la corte portuguesa por medio de su embajador don Alonso García de Santa María, más conocido por Alonso de Cartagena. En esta ocasión se cambiaron ya entre ambas cortes los argumentos y alegaciones al uso. Optó entonces el infante don Enrique, que era el verdadero promotor de las pretensiones portuguesas, por solicitar del rey de Castilla la investidura y conquista del reino de las Canarias, a lo que, como es natural, se negó el rey castellano con las mejores maneras. Este paso en falso del Infante le había de perjudicar en el futuro, por cuanto suponía reconocer a Castilla la plenitud de la soberanía sobre la totalidad del Archipiélago. Mas el Infante, que demostró ser tan hábil descubriendo tierras como ganando la voluntad de los pontífices, consignó una bula nueva del papa Eugenio IV por la qué le eran asignadas las Islas Canarias, todavía en poder de infieles. El texto de esta bula nos es ignorado, ya que sólo tenemos de ella noticia por la posterior desvirtuación a ruegos de Castilla. Estas gestiones las llevó a cabo nuestro embajador en la corte romana don Luis Alvarez de Paz. Sirvió de inspirador de la revocación pontificia don Alonso de Cartagena, residente entonces en Basilea como representante de Castilla en (18) SE8BA BAFOLS: IHacurso citado, p&g. 22. 28 aquel Concilio y redactor de las famosas AUegationes... (19), que por orden del Rey remitió a Alvarez de Paz para la mejor defensa de los intereses del reino. Después de hacer uso de su conocida argumentación, Alonso de Cartagena sugería la conveniencia de una revocación pura y simple de la bula incriminada o, en el peor de los casos, una nueva y formal concesión de las islas a Castilla que se aceptaría con reserva de no renunciar a ningún derecho anterior. Estimaba, en cambio, peligroso una simple declaración de la Curia en sentido de que la concesión a Portugal no lesionaba los anteriores derechos adquiridos por otros soberanos. Eugenio IV optó, por su bula de 31 de julio de 1436, en este último sentido, sin que por ello resultasen a la postre inconvenientes para Castilla. Pocos años antes de esta última decisión pontificia, y con posterioridad a la expedición de Femáo de Castro, fué cuando ocurrió la fuga de la isla de El Hierro de Maciot de Bethencourt con su familia, en una carabela portuguesa. De entonces data su amistad con el infante don Enrique, que hábilmente supo sacar partido de la desunión entre los conquistadores para asegurarse el punto de apoyo que necesitaba en su exploración del continente africano. Maciot de Bethencourt regresó poco tiempo después al Archipiélago y mediante pacto con los señores obtuvo, en circunstancias excesivamente oscuras, el dominio y posesión de la isla de Lanzarote. Dueño y soberano de ella, las relaciones con el Infante debieron ser muy asidifas y cordiales a partir de 1430, hasta que» después de dieciocho años de gobierno ininterrumpido le traspasó el dominio y señorío de la isla. Los documentos coetáneos están acorde en relatar el suceso. En 1448 (después de la intervención de un fraile descalzo para atar voluntades) arribaron a las islas dos carabelas portuguesas conducidas por Alvaro Dor-nellas y Antonio Gon^aJves, caballeros del Infante, y en su nombre "los fizo arrendamiento de la dicha isla e quedo el dicho Antón Gongalez por su capitán. .. e se fué dende el dicho Mosen Maciote a la Isla de la Madera a (19) Aílegationes factae per reverenáwm patram dotninum Alfonswm de Octrtaiena, Epm. burgensem in Oonailio Bassílensi, super conquesta InsuUmem Canotié contra Portugal0nses. Armo domini MCCCC íricessimo quinto. Se conservan copias de ellas en la B. N. de Madriid, en la Real Academia de la Historia, en la Biblioteca de EH Escorial y en otrEyj colecciones i>articulares. Han sido publicadas por PEDRO WAN-aüEMERT en: Influencia del EvangeUo en la conquista de Camiirias, Madrid, 1909, Apéndice. 24 vivir" (20). El dicho Antonio Gton^alves, escribano de cámara del Infante y piloto de reconocida fama (21), gobernó Lanzarote durante dos años. Por fin el Infante poseía la tan suspirada isla, y su posición en un principio no era más desairaxia que la de Maciot, pues si éste, siendo francés, nunca fué considerado incompatible con la soberanía de Castilla, nada se oponía en puridad a que recayese el señorío de la isla en un infante-de Portugal. No había más obstáculo que las reclamaciones de los Casaus, pues sostenían que en las cláusulas de cesión de la isla a Maciot se habían reservado el derecho de tanteo para el caso de que este último quisiese enajenarla. Pero el infante don Enrique, siempre ambicioso de nuevas tierras, tomó a Lanzarote como base de futuras operaciones. Sus navios recorrieron las costas de Gran Canaria y de La Gomera diferentes veces, y su isla patrimonial quedó a merced de una pequeña guarnición, con objeto de no despertar las susceptibilidades castellanas. Los lanzaroteños se valieron de ello para descargarse del yugo extranjero. Hartos de cambiar de señor y ansiosos de incorporarse al dominio directo de la Corona, urdieron sigilosamente una conjura que, acompañada desde im principio por el éxito, obligó a los portugueses y a los soldados del Infante a embarcar precipitadamente. A partir de este momento se inician de una manera sistemática las piraterías y depredaciones de los portugueses. El infante don Enrique de Portugal respondió a la violencia con la violencia. La piratería sirvió a su política hábil y astuta de no querer comprometer con una guerra a su propio reino, con lo cual, sin disminuir de hecho sú intento, guardaba y cubría mejor la retirada. Resultaría difícil enumerar los actos de hostilidad armada llevados a cabo por sus navios, y de los que nos dan cuenta tanto las fuentes portuguesas como las castellanas. • (20) Información sobre cuyo es el derecho de la isla de Umstarote y conquisto de CtwKWios, ya citada. (21) En 1436 habia explorado Río de Oro. 25 s Flg. 5.—El Archipiélago caonario según el Planisferio de Glacomo Giroldi. Venecia, 1426 (Biblioteca Marciana.) El primer ataque a la isla de Lanzarote debió sobrevenir hacia 1450, poco después de la expulsión de Antonio Gon^alves, ya que fué anterior al arribo en comisión de Juan Iñiguez de Atabe, escribano del rey don Juan II y enviado por éste como secuestrador de la isla mientras se determinaba el señorío de ella. El mismo Atabe lo refiere de la sígnente manera: "Antes de alia fuese, el dicho Infante habia enviado gente de armada a pie e a caballo en ciertas Caravelas, e descendieron en tierra con vanderas desplegadas e trompetas e con gente dé caballo e de pie, llamando ¡Portogal!, ¡Portogal!... matando gente e robando lo que fallaron e quemando una fusta que a su puerto fallaron" (22). Por las quejas del rey don Juan II de Castilla dedúcese que la escuadra la formaban ocho carabelas y una fusta armadas por el Infante. E&te fué el primer hecho pirático que se conoció en las Canarias dentro del áxea de las islas cristianizadas. Poco tiempo después el mismo Juan Iñiguez de Atabe sería víctima de otro ataque semejante, ahora en pleno mar. Iñiguez de Atabe había ya tenido una brillante actuación en la resolución de los problemas pendientes con Portugal. Por dos veces consecutivas había marchado a la corte lusitana en defensa de los derechos de Fernán Peraza (heredero del seño-rfc^ de las Afortunadas como yerno de Guillen de las Casas, con cuya hija Inés había casado) frente a las ambiciones del Infante. Mas mucho peor fué lo qué le aconteció cuando su venida a las islas, en 1541, "con fasta veinte e cinco hornea que llevaba consigo en dos Carabelas, e que en el camino fué tomado por Luis Alfonso Cayado e por Ruy Sánchez de Cales que andaban de armada por mandado del dicho Infante Dn Enrique, e le robaron mas de ciento e treinta mil mrs. que llevaban e los mantenimientos e armas flombardas e truenos de navios que llevaba a las dichas nuestras Islas) suyas e de la gente; e que assi a ellos como a este testigo quería el dicho Luis Alfonso echar a la mar si non por aquel dicho Ruy Sánchez non consintió en ello, e porque los mareantes de sus Carabelas e el Obispo de Canarias, D. Johan Cid, que iba con él, le prestaron manteni-mirarto fasta llegar a la dicha Isla, pudo llegar a ella..." (23), Juan Iñiguez de Atabe, secuestrador de la isla de Lanzarote, todavía (22) Información... citada. EXÍAS SEBBA RAFOLS: IJOS portugueses en Canarias, La lAgima, 1941, pág. 81. (28) Información... Declaracióá de Ifilguez. 37 tuvo que resistir, cuando apenas había tomado posesión del cargo, Otro ataque a la isla indicada. Escuchemos sus palabras, porque son de un gran realismo: "... Y estando en ella el dicho Infante envió sobre él trescientos hombres de armada en cinco caravelas, e este testigo defendió la dicha isla dellos, aunque no tenia consigo en ella mas de setenta hombres de pelea, assi de los quel llevaba como de los que ende falló. E por esta cabsa las dichas cinco Carabelas se fueron e corrieron todas las otras Islas e robaron quantos navios desta Cibdad [Sevilla] ende fallaron, y a la vuelta robaron a este testigo once cafices de trigo e cuarenta jarras de vino e vistuarios e otras cosas que su mujer le enviaba en una caravela desque ella sopo que hablan robado a su marido lo que llevaba." Acaso fuese capitaneada esta expedición depredatoria por el mismo Maciot de Bethen-court, tratando de aprovechar la posible influencia personal que conservaba en Lanzarote, pues no hay que olvidar que en ima carta de 8 de marzo de 1451 el rey don Juan II prevenía a sus vasallos, los isleños, para que estuviesen sobre aviso, porque "Mosen Maciote de Betancor que enajeno esa dicha Ysla en el jmfante D. Enrique de Portugal, adereza ciertos navios..." (24). Por otra carta de don Juan 11 al rey Alfonso V de Portugal, fechada en Toledo el 25 de mayo de 1452, conocemos más detalles de este segundo ataque a Lanzarote: "Y ansimesmo por mandado del dicho Infante en ese mismo año Fernán Valermon e Pero Alvarez, criado de Rui Galvan, y Vicente Diaz, y otros vecinos de Lagos, y Rui Gonzales, fijo de Juan González, y otros vecinos de la isla de la Madera, y Lisbona, vuestros vasallos e suditos e naturales armaron cinco carabelas e fueron a la dicha nuestra isla de Lanzarote por se apoderar de ella, e no quedó por ellos; e de que no la pudieron entrar e tomar fueron por todas las otras nuestras islas de Canaria e la robaron e depredaron; e quebrantaron los nuestros puertos de la nuestra isla de Fuerte Ventura, e robaron, e llevaron de los navios que ende tenían nuestros subditos e naturales... y en una torre que esta en tierra cerca del dicho puerto... llevaron nuestros subditos e nattirales especialmente... diciendo los dichos robadores que lo del dicho Juan Iñig^ez tomaban como de buena guerra..." (25). En su furor, don Enrique el Navegante parecía haber decretado el fin (24) ELtAS SERBA RAFOLS: Obra citada, nota 45, pág. 52. (25) BARTOLOMÉ DE LAS CASAS: Historia de las Indias, t. I, Madrid (M. Aguilar), 1927, págs. 98 y siguientes. 28 de las islas. No se trataba sólo de agresiones aisladas, sino de \m verdadero plan de bloqueo, qué conocemos por la carta de Juan 11: "... por mandado del dicho Infante... que a los navios de los nuestros reinos [Castilla] que fuesen a las dichas nuestras islas que los robasen e prendiensen las personas y los llevasen a vender a tierra de moros, porque no osasen ir ni inviar mantenimiento a las dichas nuestras islas porque el dicho Infante mas aina se pudiese apoderar de ellas..." (26). Como puede verse de cuanto se ha dicho, si bien Portugal, como pri-merísima potencia marítima, podía hacer en las .aguas del Océano cuanto le venía en gana sin hallar contradictor, en cambio, en tierra fracasaban sus hombres, sin otros frutos que los bien escasos que podía producirle la satisfacción del daño causado a los castellanos. Sin embargo, no fué Lanzarote la única isla campo de contiendas y litigios entre castellanos y portugueses. En La Gomera, por las circunstancias, especiales que en la misma concurrían a mitad del siglo xv^ halló el Infante campo abonado para su insistente política expansiva. La isla se había mantenido libre hasta el año 1477, en que Fernán Pe-raza, el señor de Fuerteventura y El Hierro, estableció un puesto permanente en ella, la torre de San Sebastián, contando con el apoyo de uno de los bandos en que se hallaba dividida la isla. Pero los portugueses la frecuentaban desde anteriores tiempos. Según una tradición literaria, no documental, había estado en La Gomera aquel año Pemáo de Castro, ocurriéndole la repetida historia de internarse imprudentemente, verse cercado por los naturales en lugar inaccesible, para rendirse al ñn a discreción, ser tratado con generosidad por los indígenas y terminar catequizando al reyezuelo de una parte de ella: Ama-luyge. Cierto o no el hecho, lo que no admite dudas es que desde remotos tiempos los portugueses mantenían relaciones cordiales con los indígenas, y aún cabe hablar de la existencia de un núcleo cristianizado en dicha isla no derivado de la conquista armada, sino más bien de un esfuerzo misio- (26) Obra citada, t. I, paga. 98 y siguientes. 29 nal (27). Los documentos pontificios prueban, sin controversia posible, la certidumbre de este último aserto (28). Más adelante, está fuera de toda duda el hecho de que seguía manteniendo relaciones pacíficas con los cristianos. En 1434 había en ella un duqufi, llamado Chimboyo, a quien, como cristiano, concedió el papa Eugenio IV un salvoconducto para que pudiese trasladarse con seguridad a las islas cristianas y a Europa (29). Años después, y alrededor de las fechas 1442-1447, los portugueses establecieron muy curiosas relaciones con los gomeros, relaciones que aparecen descritas por el cronista Gomes Eannes d'Azurara, aunque mixtificando lo real con lo fantástico (30). Conocidos todos estos extremos, a nadie sorprenderá lo que ocurrió cuando Fernán Peraza se estableció de manera definitiva en la isla. Iñi-guez de Atabe, por quien conocemos los primeros pasos de los castellanos en ella, nos describe las luchas así: "Fizo en ella una torre e porque él mostraba mas favor a un capitán de los canarios della, porque él fué el primero que vino a su obediencia, que otros capitanes de la dicha isla, se le rebelaron e se alzaron por el Infante D. Enrique de Portugal, e cada dia había el dicho su capitán e la gente del dicho Ferrand Perada que con el estaba conquista con los otros capitanes" (31). La lucha entre los partidarios de los señores castellanos y los del Infante debió ser larga, aunque generalmente a cargo de los propios gomeros. De los textos conocidos se deduce que Fernán Peraza nunca debió perder su torre y su partido. El ataque más importante que sufrió la isla por parte de los portugueses parece que fué el de 1450; en dicha fecha ocho carabelas y una fusta la combatieron tenazmente. Juan II, al referirse a (27) ELIAS SERRA RAFOLS: LfOs portugueses en Canarias, pág. 34. (28) DOMINIK JOSEF WOLFEL: El efímero obispado de Fuerteventura y su único obispo, en "Investigación y Progreso"; 3 (1934), 87. Quiénes fueron los prime^-os conquistadores y obispos de Canarias, en "Investigación y Progreso"; 9 (1931), 130-136. (29) DOMINIK JosEF WOLFEL: Un jefe de tribu de Gomera y sus relacioites con la Curia, Romana, en 'Investigación y Progreso"; 10 (1930), 103-105. (30) El fragmento de la Crónica de A2;URARA ha sido publicado por SERRA RAFOLS como Apéndice I de su Discurso, tantas veces citado. AZURARA nos presenta a dos jefes gomeros, Bruco y Piste—nombres de autenticidad dudosa—, trasladados voluntariamente a Portugal y en relación cordial con el infeuit'e don Enrique. (31) Información... citada. Declaración de IfUguez. 30 TOMO I. LAM. III Indígenas de la isla de La Gomera. Dibujo de Leonardo Torriani. (Coimhra. Biblioteca Universitaria.) Indígenas de la isla de El Hierro. Dibujo de Leonardo Torriani. (Coimhra. Biblioteca Universitaria.) esta acción, dice: "Que fueron a combatir... la isla de Gomera, aunque a su desplacer se bebieron de despartir de ella porque les fué resistido" (32). Asi, pues, aimque tales ataques no fuesen acompañados por el éxito, no desmienten la real y efectiva ocupación lusitana de alguna parte de la isla. Esta competencia entre los dos pueblos misionales por excelencia determinó vaia. emulación recíproca, y como consecuencia el progreso de la influencia cristiana en la isla qxie no sufre ni sufrió nunca los efectos de ima conquista militar propiamente dicha. Tan positiva era la influencia portuguesa en La Gomera que al pactarse el acuerdo de 1454, como en seguida veremos, se decía expresamente que el Infante "desembargaba la parte que tenía en la isla", mientras para nada se alude a determinación analogía en ninguna de las otras islas del Archipiélago. VI.—G«»tioiie6 diplomátícas y acuerdos hispano-portugaeses. La reacción de la corté, de Castilla frente a las intromisiones de Portugal fué muy lenta, pero a la postre eficaz. Argumento de mucho peso fué aquel que esgrimía don Juan n de Castilla frente a los pretendidos derechos de don Enrique: "E31 dicho Infante —decía—^habiéndonos por señor dellas nos invio a suplicar por letras firmadas de su nombre que le fiziesemos merced de las dos dellas (Lanza-rote y Gomera) y las diésemos a la orden de Christus de que él tiene cargo, e aun después, agora postrimeramente, nos invio a suplicar con el Maestro fray Antonio Bello, su confesor, que mandásemos a Diego de Herrera que le vendiese las dichas Islas" (33). No obstante, tales argumentos no lograban vencer la resistencia del rey Alfonso V de Portugal, firme en apoyar las pretensiones de su pariente. Fué en 1452 cuando el rey de (32) BARTOLOMÉ DE LAS CASAS: Historia de las Indias, t. I, Madrid (M. Aguilar), 1927. p4g. 98. (33) Biatoria de las Indias, antea citada, t. I, p&g. 89. 31 Castilla decidió actuar enérgicamente por medio de sus embajadores. El licenciado Diego González de Cibdad-Real y Juan Iñiguez de Atabe, tan experto conocedor de la materia, fueron los encargados de la difícil misión. El mismo Iñiguez de Atabe nos refiere los incidentes de tan accidentada gestión: "El Rey de Portogal los tovo en dilaciones, diciendo que enviaba sobre ello al dicho Infante a quien tocaba, bien ochenta días. E después que ellos vieron que non habia con él alguna conclusión, le presentaron la dicha carta patente... en su Cámara, que non quiso otramente nin les quiso dar escribano ante quien ge la presentase, nin que estoviesse ay otro alguno, salvo el Infante D. Femando su hermano, y el Conde de Villa- Real e D. Femando de Castro e el Dr. Ruy Gómez su Pregidente y un su camarero, e leyéndogela dixo este testigo que le passaron con el dicho Infante su hermano azas cosas; en respuesta de lo qual habia dicho contra castellanos" (34). Tan enfurecido se fué que no pudo dejar de hacer saber al rey de Portugal que le prometía "que si non ponía castigo en lo que le envió requerir... que al primer caballero de su reyno quél enviasse por embajador. .. que si en corte estoviesse, que vengaría lo susodicho". Términos poco diplomáticos cuando el rey de Castilla no estaba en condiciones de responder a las amenazas con los hechos. Y, en efecto, la corte castellana pasaba por uno de sus momentos de mayor postración y decadencia, conVertída en hervidero de intrigas palatinas contra la privanza de don Alvaro de Lima, a quien hay que achacar, probablemente, la firmeza demostrada frente a Portugal. Signo bien patente de debilidad es el hecho de que, pese a las gestiones iniciadas, los portugueses no eeJEiron en su emijeño de perturbar nuestro dominio ultramarino. En 1453 los capitanes Palencío y Martím Correa "fueron a las dichas... islas de Canaria, e, mano armada les ficieron guerra, quebrantando las puertas dellas e descendiendo en tierra, e quemando fustas... e robando mercaderías... e ficieron otros muchos males e d*» ños" (35). Sin embargo, Juan II volvió a insistir en abril de 1454, tres meses antes de su muerte, en reclamar de Portugal, con extraordinaria energía. (34) Información... citada. Declaración de Iñiguez. (35) Carta de Juan n , de 10 de abril de 1454, inserta por LAS CASAS en su Historia de las Indias. 32 el máximo respeto para las tierras de Castilla. Los embajadores fueron esta vez Juan de Guzmán y el liceaciado Juan Alfonso de Burgos, que alcanzaron un pleno éxito en su gestión, logrando del infante don Enrique el abandono a sus pretensiones sobre Canarias. ¿ Cómo pudo don Enrique el Navegante mostrarse tan desprendido ahora, frente a la sistemática obstinación de otros días? El profesor Serra Ráfols explica con extraordinaria sagacidad el proceso de evolución del pensamiento del Infante. Apunta como primera y fundamental causa la resistencia castellana; mas ella por sí sola no justificaría el cambio operado. Dos razones más cree poder aducir, ambas de verdadero peso: la primera, que el Infante buscaba en las islas, más que una vulgar conquista, una escala indispensable a su comercio. Descubierta la Guinea y echados los cimientos del fuerte de Arguin, en el islote de este nombre, los navios lusitanos hallaron en él el punto de apoyo preciso para proseguir la singular empresa del periplo africano. La segunda razón es todavía más convincente: se trata de la amenaza dirigida por Juan II de Castilla a Alfonso V de Portugal en una de sus cartas reclámatorias. El rey castellano, después de enumerar todos los agravios y todas las agresiones de las gentes del Infante a las Islas, añadía la siguiente queja, en apariraicia intrascendente: "Viniendo ciertas carabelas de ciertos nuestros subditos... de Sevilla y Cáliz con sus mercaderías de la tierra que llaman Guinea que es de nuestra conquista, e llegando cerca de... Cáliz... recudieron contra ellos Palencio vuestro capitán con un valinér de armada y tomo por fuerza de armas la ima de las dichas carabelas..." Dedúcese de lo copiado que los subditos del rey de Castilla se arriesgaban ya, amparados por éste, a cruzar por las aguas de Guinea despertando los recelos de Portugal. Roto así el monopolio de esta nación no le quedó otro recurso que pactar con los castellanos. Las declaraciones tantas veces comentadas de Iñiguez d^ Atabe nos lo dan así a entender: "Sabe—decía—que en el año de 54 quel dicho rey de Portogal envió al Maestro Frey Alfonso Bello... sobre los casos de Canaria e de Guinea e quel dicho Rey nuestro señor envío a llamar a esta cibdad a este testigo para que diesse información a su Alteza assi sobre los fechos de Canaria como sobre el caso de Guinea... [e] el dicho Señor Rey envío al dicho Rey dé Portogal a Johan de Gusman e ai Licenciado de Burgos con las informaciones que este testigo dio. Los quales, segmid paresce, consintieron en la juridicion del dicho Rey de 33 Portogal" en lo referente a Guinea, se entiende, pues a continuación refiere la renuncia portuguesa a Lanzarote y La Gomera (36). Este arreglo de 1454, precedente, casi exacto, del tratado de Alca§o-bas de 1479, zanjó momentáneamente el largo y penoso litigio entre las dos cortes por la posesión total o parcial de las Islas Canarias. • • • No obstante, la paz y la tranquilidad no fueron muy duraderas para las Islas Canarias. Y lo más doloroso es consignar que el causante de las nuevas discordias había de ser, precisamente, uii rey de Castilla, hijo y heredero de don Juan II, don Enrique IV, de triste memoria. En efecto, queriendo dar este Rey una prueba de reconocimiento a dos nobles lusitanos, Martim de Atayde, conde de Atougia, y Pedro Meneses, conde Villa-Real, que habían acompañado desde Lisboa a Córdoba a la princesa doña Juana, la futura reina de Castilla, les concedió como gracia la conquista de las tres islas mayores: Gran Canaria, Palma y Tenerife. El infante don Fernando, sobrino del inmortal don Enrique el Navegante, adquirió por traspaso aquel derecho, y las islas vieron con terror el inminente peligro que las amenazaba. Un príncipe portugués disponía, al fin, de \m título legítimo sobre las mejores islas del archipiélago canario. A la verdad, se tardó mucho tiempo en hacer uso de él. No existía ya la constante iniciativa del infante don Enrique y se esperó a la mejor coyuntura para hacer efectivo aquel derecho. Fué en el año 1466 cuando el infante portugués preparó sus navios y dando el mando de la flota al hidalgo lusitano Diogo da Silva de Meneses, futuro conde de Portalegre y soldado de brillante historial, se dispiiso a intervenir en Canarias, presentándose de improviso su escuadra delante de la isla de Lanzarote. Faltando a todo derecho, Diogo da Suva desembarcó en Rubicón con tal ímpetu que sus legítimos señores, Diego García de Herrera e Inés Peraza, no tuvieron tiempo sino para huir precipitadamente por los cerros más ásperos, hasta refugiarse en el risco de Famara, ocultándose al terror portu- (36) Los portugueses ,en Carnarios, pág. 58. Obra que, repetimos, vamos extractando y hasta copiando, a veces casi literalmente. 34 g Fig. Q.—'L&B Canarias en el Planisferio catalán anónimo del siglo xv. (Biblioteca de Ñapóles.) gués, ya que el inhumano trato de éstos se cebaba en los isleños con singular ferocidad. El gobernador Alonso de Cabrera quedó prisionero en aquella ocasión y fué testigo del terrible saqueo de la isla. De Lanzarote pasaron los portugueses a Fuerteventura, la que pillaron a su antojo, sin hallar contradictor que les cerrase el paso. Más adelante, Diogo da Silva, abandonando aquellos parajes, dirigió sus fuerzas contra la isla de Gran Canaria, que era el único objetivo que se podía considerar lícito de la expedición. Con anterioridad a ella, Diego García de Herrera había edificado, en una de sus correrías o entradas en aquella isla, un fuerte o torreón en la bahía de Gando, en el que dejó guarnición. No se inmutó por ello Dic^o da Silva, sino que, arremetiendo contra él, decidió hacer guerra común a castellanos e indígenas. Tuvo la satisfacción el portugués de rendir el fortín castellano y cautivar a su guarnición; y desde él llevó a cabo diversas correrías por el interior de la isla, persiguiendo a los naturales. En Gran Canaria estableció Silva su cuartel general, y allí fué abundantemente reforzado y abastecido por Pedro Feo, criado del Infante, de tal forma que se vio que la empresa no era una simple aventura fácil de estrangular con los escasos medios de que disponían los señores. Bien es verdad que éstos se movieron para conseguir de Enrique IV la revocación de la infundada merced a los nobles portugueses, y que éste expidió a favor de Diego García de Herrera e Inés Peraza la correspondiente cédula de 6 de abril de 1468 en ese sentido; pero, en cambio, no podían esperar por entonces otra clase de apoyo. Ante tamaño desainiw.ro, optaron los señores legítimos por seguir el camino opuesto, llegando a una avenencia con el portugués, Diogo da Silva pedía por el rescate de la torre de Gando veinte mil maravedís; mas Herrera, hábil y diplomático, consideró que una alianza por la sangre había de ser más duradera y eficaz. Así, casando a Silva con doña María de Ayala, su hija, y ofrecifedole la tercera parte de las rentas de Lanzarote y Fuerteventura, lo convirtió de su enemigo en aliado (37). (37) JUAN DE ABREU GAUNDO: Historia, de la conquista de las siete islas de Gran Oanaria. S. C. de Tenerife, 1940, págs. 81 y siguientes. JUAN NÚSBZ VE LA PEÑA: Conquista y Antigüedades de las islas de la Gran Canaria,. S. C. de Teneriíe, 1847, pág. 65. JOSÉ DE SOSA: Topografía de la isla Afortunada Oran Canaria. S. C. de Tenerife, 1849, paga 48-53. 36 Paralelamente se negoció también en Lisboa para conseguir la aquiescencia dé los patronos del hidalgo Silva, y se suspendieron los nuevos armamentos destinados a la misma empresa. Jimtas de esta manera las huestes de Hetrera y de Silva, llevaron a cabo mía expedición contra los canarios de Gáldar, llena de incidentes, en los que aparecen entrelazados la leyenda y la historia, y .que por su peculiar índole caen fuera de estas paguas. Las hc«tilidades entre castellanos y portugueses volvieron a resucitar con motivo de la guerra de sucesión a la Corona castellana, en la que éstos, con su rey Alfonso a la jeabeza, apoyaban a doña Juana la Beltraneja contra los legítimos monarcas doña Isabel y don Femando, Reyes Católicos de España. Un episodio de esta singular contienda, en la que Portugal quiso pescar algo "a río revuelto", fué la expedición a las Canarias de siete carabelas portugfuesas bien equipadas de tropas y provistas de municiones. La dominación española en las islas pasaba entonces por su momento más delicado: ios Reyes Católicos, después de las quejas de los naturales y de las pesquisas de Esteban Pérez de Cabitos, habían decidido incorporar a la Corona el derecho de conquista de las tres islas mayores, indemnizando a aquéllos con distintas mercedes y gracias. En ciunpli-miento de esta decisión, habían encomendado la conquista a Juan Rejón, con título de capitán general, dándole para ello las naves y fuerzas que PEDEO AGUSTÍN DEL CASTIIJX) Y RUIZ DE VERGABA: Descrip<^ón histórica y geográfica de ios isZas de Canaria. S. C. de Tenerife, 1848, p&gs. 89-92. > JOSÉ DE VIÍERA Y CLAVIJO: Noticias de la Historia generai de to» Islas CanariaSj *<Mno I, Santa Cruz de Tenerife, 1858, pég. 425, y t. n , pág. 18. GREGORIO CHIL Y NARANJO: Estudios histáricos, climatológicos y patoiógicos de ías Islas Canarias, t. II, Las Palmas, 1880, págs. 486 y siguientes. •AflUSTlN MUiARES TORRES: Historia general de las IsUs Cmuarias, t. n i , Las *'*taxas. 1893, paga. 194-209. Sobre Diogo da ¡Silva de Meneses, véase: A. BRAAMCAMP FREIRÉ: Brasóes da Bata de Sintra, t. m , Ldsboa, 1930, pág. 350. F. SoosA ViTERBO: Trabalhos náuticos dos Portugueses, t. I, Lisboa, 1898, página » 252-254. 37 estimaban necesarias. Apenas habían desembarcado las primeras tropas, ^tablecido sus Reales en el campamento de Las Palmas, y combatido contra los indígenas en la sangrienta batalla del Guiniguada, cuando hicieron acto de presencia a lo lejos las naves portuguesas que buscaban auxiliar a los canarios contra los castellanos. Costeando la isla, llegaron a las playas de Agaete, en el territorio de Gáldar, y entrando en relaciones con los indígenas, no sin costarles mucho vencer el recelo de éstos, pactaron un doble ataque, por tierra y mar, al campamento de Las Palmas, en el que, como era natural, correspondería a los portugueses el bloqueo marítimo y el desembarco. Cuando el conquistador Rejón vio la armada de retomo no dudó por un segundo de cuál fuese su designio. Venía la escuadra muy empavesada, tocando clarines y disparando su artillería, situándose frente a las Isletas. Rejón embarcó parte de sus hombres y, atacando con el resto de sus fuerzas a las primeras lanchas de desembarco, cayó cual tromba sobre los portugueses. Estos confiaban en su número frente a los españoles, ignorantes de las tropas que Rejón tenía emboscadas, pero, cogidos entre dos flancos, apenas tuvieron tiempo de iniciar la retirada hacia la playa para ganar las embarcaciones, resultando fallidos sus propósitos por la impetuosidad de las olas. La mayor parte de los portugueses quedaron muertos o prisioneros, siendo a la postre estériles los forcejeos de la ^cuadra para acercarse a la costa en auxilio de sus compañeros. Los portugueses intentaron nuevos desembarcos en la isla, aunque infructuosamente; y los indígenas canarios que, con arreglo a lo pactado, se habían acercado al campamento español, se fueron retirando sin atreverse a descender a la llanura e iniciar el ataque al Real de Las Palmas. Tal fué el resultado de la última expedición portuguesa a las Canarias, no menos estéril e infructuosa qué las anteriores (38). (38) Conquista de la isla de Gran Canaria. Crónica cmónima, puWicada en la CJolec-ción Pontes rerum Canariarwm por B. BONNET y E. SEÉKA RAFOLS; La Laguna, 1933, página 16. JUAN DE ABREU GALINDO : Historia de la conquista de las siete islas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1940, págs. 131-133. JUAN NOítEZ DE LA PEÑA: Conquista y Antigüedades de las islas de la Gran Canaria, Santa Cnjz de Tenerife, 1847, págH. 87-88. JOSÉ DE SOSA: Topografía de la isla Afortunada Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1849, págs. 79-82. 38 Pero Ja guerra hispano-portuguesa (1474^1479) por la sucesión de Castilla trajo como natural secuela otros conflictos de carácter bélico. No olvidemos las ambiciones castellanas a la Guinea y a la Mina de Oro, y que si Castilla había hecho renuncia tácita—^no expresa—a ella por los acuerdos de 1454, tales acuerdos caían por el suelo con ocasión de la guerra y la violación por los portugueses de la integridad del Archipiélago. Cierto es que don Enrique el Navegante se había preocupado de sancionar y autorizar los derechos nacidos del descubrimiento y toma de posesión de los territorios africanos, gestionando una porción de bulas, como la de 1418, Sane charissimus, de Martin V, y la de 1436, Rex Regum, de Eugenio IV, por las que llamaban ambos pontífices a los soberanos y príncipes del orbe para que ayndasen a los portugueses en la cruzada ex-terminadora de infieles; no es menos cierto que en 1442, por medio de la bula Illius qui se, Eugenio IV renovó las indulgencias concedidas, y en 1455 la hvla. Romomux Pontifex, de Nicolás V, señalaba—a medida que el pe-riplo africano proseguía—la Guinea como dominio privativo de Portugal, concediéndole todas las conquistas hechas "a capitibus de Boxador et de Nam usque per totam Guineam et ultra versus illam meridionalem pla-gam"; aún cabe añadir que, yendo más lejos, la bula de 1456, Ínter Cae-tera, de Calixto n i , mencionaba a la India como ulterior fin de los viajes descubridores "a capitibus de Boxador et de Nam usque per totam Guineam et ultra illam meridionalem plagam usque ad Indos"; mas, con todo, ningima de ellas podía lesionar los posibles anteriores derechos de los castellanos a aquellas tierras. La doctrina general admitida por los teólogos de la época defendía el poder y potestad del Papa para conceder y otorgar graciosamente las tierras de infieles, pero siempre que no tuviese derechos adquiridos sobre ellas cualquier principe cristiano. PBajRO AGUSTÍN DEL CASTILLO Y Ruiz DE VERGARA: Descripción histórica y geográfica de las islas de Canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1848, págs. 105-107. JOSÉ DE VIERA Y CLAVIJO: Nottdas de la Historia gemeral de las Islas Canarias, tomo n , Santa Cruz de Tenerife, 1859, paga. 37-39. GREGORIO CHIL Y NARANJO : Estudios históricos, climatológicos y patológicos de las Islas Canatrias, t. m , Las Palmas, 1899, págs. 51-54. AGUSTÍN MILLARES TORRES: Historia general de las Islas Carnarios, t. m , Las Paamaa, 1893, págs. 271-274. 39 En el caso particular de Guinea los derechos de Castilla serían más o menos fabulosos e hipotéticos, pero eran, en cambio, estimados como efectivos por sus monarcas. Recuérdense las famosas ATlegationes... de Alonso de Cartagena considerando vinculada la Mauritania Tingitana y el África a Castilla, como heredera de la integridad de la monarquía visigoda. Así se comprenderán la especiosa declaración de Juan n de que "la tierra que llaman Guinea... es de nuestra conquista", las expediciones de su reinado, la renuncia tácita de 1454 a cambio de las Canarias y la resurrección del problema entre los años 1474-1479, años de la contienda sucesoria por la Corona de Castilla. Una prueba concluyente de esta aspiración, por lo menos, a cierta parte del continente aparece reflejada en la cédula de Juan II, firmada en Valladolid a 8 de julio de 1449, concediendo al duque de Medina Sidonia "cierta tierra que agora nuevamente se ha descubierto allende de la mar al través de las Canarias... que es desde cabo de Aguer hasta la tierra y el cabo de Bojador coij dos ríos en su termino" (39). Así, pues, cuando los acuerdos de 1454 quedaron virtualmente cancelados por la contienda sucesoria, la g^ran reina doña Isabel de Castilla se dispuso a hacer efectivos sus derechos a Guinea y a la Mina de Oro, organizando distintas expediciones, no sólo de carácter militar, sino también mercantil o comercial. Son muchos los documentos que se conservan correspondientes a estos años sobre el trato y rescate con Guinea por parte de los castellanos (40). Planteado él problema en circunstancias análogas a las de 1454, Portugal no cesó de preocuparse por aquella intromisión castellana que rompía su monopolio comercial; así no es de extrañar que cuando las victorias de Toro y Albuera consolidaron los derechos de Isabel haciendo estéril e inoportima la lucha, y reafirmaron el común deseo de ima paz general, equitativa y justa, uno de lc« primeros problemas a resolver fuese el del trueque pacífico de aspiraciones y derechos sobre Canarias y la Guinea. Las conversaciones diplomática^ condujeron primero a la paz de Tru-jillo, y meses después los representantes españoles y portugueses firma- (39) Colección de doc. inéditos para p Historia de Espama, t. XXXVI, pág. 499. (40) EDUARDO IBABIU: LOS preced&ntes de la Casa de Contratación de Sevilla, en "Revista de Indias"; 4 (1941). 5-38. 40 Elg. 7.—^lias ISIEUS Canarias en la Carta náutica de 1460. (Biblioteca Ambrosina de Milán.) ban las capitulaciones del tratado de AlcaQobas (1479), por el que se establecía xma incipiente partición del Océano, asignando en su artículo 8.° a Portugal la Guinea, la Mina de Oro, las islas Azores, Madera, Porto Santo, Cabo Verde y, en general, todas las tierras descubiertas y por descubrir "de las islas Qanarias Tpara abajo contra Guinea"; y a Castilla, las islas Afortunadas, las partes de África comarcanas a Canarias y, según la interpretación posterior—y racional—de los Reyes Católicos, el restó del Océano. Dos años más tarde (21 de junio de 1481) la bula Aeterni Regís, de Sixto IV, venía a confirmar los anteriores acuerdos y ponía punto final, por lo menos momentáneamente, a la vidriosa cuestión colonial. De nuevo se despertaron los recelos a raíz del viaje de don Cristóbal Colón en busca de las Indias por Occidente. El P. Bartolomé de las Casas, extractando el Libro de Na/vegadón del Almirante, nos refiere las particularidades que afectan a las Canarias: "En estos días fué avisado Cristóbal Colón cómo andaban por aquellas islas tres carabelas del Rey de Portugal para los prender, porque como supo el Rey que se había concertado con los Reyes de Castilla, pesóle mucho en el ánima y comenzó a ver y a temer la suerte que le había quitado Dios de las manos, por lo cual debió mandar en la isla de la Madera, y de Puerto Sancto, y de las Azores, y en las partes y puertos donde tenía gente portuguesa, que a la ida o la venida lo prendiesen, según después pareció por la burla que le hicieron a la vuelta en las islas de lo® Azores, pero esta vez no lo toparon las dichas tres carabelas. Tomada, pues, agua y leña y carnaje, y todo refresco y lo demás que vido serle para su viaje necesario, en la Gomera, mandó dar las velas a sus tres navíc«, jueves a 6 de setiembre, y salió del puerto de la Gomera luego por la mañana" (41). (41) Historia de las Indias, t. I, Madrid (M. Agxiilar), 1927, pág. 283. ANTONIO BALLESTÉEOS BERETTA: Cristóbal colón y el descubrimiiento de América, tomo II, Barcelona, 1945, paga. 34-35. Ea admisible que estas carabelas portuguesas fuesen gobernadas por el pirata Gongalo Femandes de Saavedra, autor de un vandálico hecho en el Puerto de las 42 Estos recelos aumentaron al regreso del Almirante, al despertarse las ambiciones de Portugal, dispuesta a excluir o por lo menos a compartir con Castilla el betíeficio de los nuevos territorios descubiertos, surgiendo como tesis contrapuesta la portugfuesa, favorable a dividir el Océano por el paralelo de las Canarias, distinguiendo entre el Océano septentrional para Castilla, y el Océano meridional para Portugal; y la castellana, que pretendía para esta Corona la exclusividad del Océímo, considerando li-mitada la porción oceánica de Portugal a una zona costera, desde el paralelo de las Canarias "para abajo contra Guinea". Sería largo, y ajeno a nuestro propósito, enmnerar las gestiones di-ploináticas, complicadas y enojosas, a que tal disparidad de criterios—ambos sobradamente interesados—dio lugar. Baste tan sólo consignar que Castilla, anticipándose a Portugal, supo sancionar sus derechos, nacidos Isletos, en fecha igpiorada, pero que tiene que coincidir forzosamente con este año de 1492 o ser algo anterior o posterior. El suceso ocurrió de la siguiente naanera: Se disponía a abandonar la isla de Gran Canaria doña Rufina de Tapia, esposa del lusitano Manuel de Noroña, cuando acertó a aparecer contorneando las Isletas el pirata Saavedra. "Este malandrín —dice VIERA Y CLAVIJO—, que con dos carabelas andaba salteando y amedrentando las islas, llega a las Isletas de Canaria; atraviesa aquellos arenales con su gente; encuentra la caravana de Rufina de Tapia, todavía joven y hermosa; pregunta qué era aquello. Dicenle que la hija del gobernador del Hierro, que se embarcaba. EU bellaco muy bien lo sabía, y había estado acechando la ocasión; pero como era portugués y desease honra, echó mano con su gente, e tomóla y metióla en una ermita que se dice de Santa Catalina y por fuerza húbola." De esta inicua violación vino al mirado poco tiempo más tarde doña Beatriz de Saavedra, que viviendo en Las Palmas fué, a su vez, seducida por el conde de La Gomera, don Guillen Peraza, su pariente, con promesa de futuro matrimonio, naciendo de eata unión varios hijos. Como el conde de La Gomera casó en Jerez, en 1514, con doña María d© Castilla; como por esta fecha ya tenía tres hijos bastardos, y como doña Beatriz de Saavedra había rebasado la pubertad en el momento de su unión con don Guillen, las naturales sustracciones de tiempo dan la fecha de 1492 u otra muy aproximada como la de violación de doña Rufina de Tapia por el pirata Saavedra. Estas noticias las conoció VIERA Y CLAVIJO por vaaa. caxta escrita en Sevilla en 1576 por don Femando Sarmiento áe Ayala, hijo natural del conde de La Gomera. (Obra citada, t. m , págs. 5-7.) AfiuSTlN MILLARES TORRES: Historia general de las Islas Carnarios, t. V, Las Palmas, 1894, págs. 78-81. DACIO V. DARUS Y PADRÓN: ZJOS conde» de la Gomera, Santa Cruz de Tenerife, 1936, péÉT. 7, 43 del tratado de Alca^bas y del descubrimiento, con las famosas bulas de 1493, ínter caetera, de Alejandro VI, y que si bien la línea imaginaria de demarcación dividiendo de polo a polo el Océano entre Castilla y Portugal, a cien leguas de las islas de Cabo Verde (pura tesis española en esencia, modificada en los detalles para mayor comodidad y sencillez) fué rectificada por el tratado de Tordesillas (1494), corriéndola 270 leguas más hacia Occidente, quedó para siempre zanjado el perenne litigio por el dominio del mar (42). Dividido el Océano «itre España y Portugal, surgió, por distintos ca-minos, para ambos pueblos la común empresa de descubrir y evangelizar medio orbej pero las demás naciones no se conformaron con el papel de testigos mudos de épicas grandezas. Franceses, ingleses y holandeses reclamaron su puesto en el mar y su participación en el dominio del mundo. Las Canarias serían, por desgracia, las primeras en saber los resultados de aquellas disputas sangrientas. (42) ANTONIO RUMEU DE AKMAS: Colón en Barcelona. Las bulas de Alejandro VI y los problemas de la llamaida exclusión aragonesa. Sevilla, 1944. MANUEL GIMÉNEZ FERNANDEZ: IMS Bvias Alejamdrimas de 1493. Sevilla, 1944. Ambos libros son publicaciones de la Elscuela de Estudios Hispano-Americanos de Sevilla, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. 44 TITULO II RIVALIDAD HISPANO ^ FRANCESA (Carlos I de España contra Francisco I de Francia. Felipe U contra Enrique II.) CAPITULO II PRIMEBAS PIRATEEIAS. EL CORSARIO JEAN FLEURY EN LAS PALMAS DE GRAN CANARLI. í. l/os Reyes Católicos dan fin a la conquista de Canairias. Gran Canaria: Pedro de Vera. La Palma y Tenerife: Alonso Fernández de Lugo.—TI. Las ciudades canarias: Las Palmas. La Laguna.—^m. Primaros conatos de ataque. IMS fortificaciones militares del Archipiélago.—^IV. Prinvera guerra de rivalidad entre Carlos í J/ Francisco I. El pirata Jean Plewry en Las Palmas de Gran Camaria. Causas de la rivalidad. Jean Ango y el renacimiento de la marina francesa. Verdadera personalidad del pirata Juan Florín. La expedición de Jean Fleury de 1522. Desgraciado fin del pirata francés. El tratado de Madrid. L Los Reyes Católicos dan fin a la conquista de Canarias. Ya hemos visto cómo después del ajuste o capitulación entre los señores de las Canarias y los Reyes Católicos (ajuste por el que éstos incorporaron a la Corona el derecho a la conquista de las tres islas mayores: Gran Canaria, La Pahna y Tenerife) fué designado para jefe de las tropas expedicionarias el capitán leonés Juan Rejón. La empresa se concibió 47 con un acentuado matiz religioso, pues el alma de ella era el obispo de Rubicón don Juan de Frías, el numerario para los gastos de la misma se había obtenido merced a distintas bulas papales, y el más íntimo colaborador de aquel jefe militar sería, por breve tiempo, el mismo deán de Rubicón Juan Bermúdez, sacerdote tan belicoso como inquieto. El grueso de las tropas, reclutadas en la baja Andalucía, se hizo a la vela en el Puerto de Santa María el 28 de mayo de 1478, y arribaron al desembarcadero de las Isletas en la mañana del día 24 de junio siguiente. Tras las preces de rigor, emprendieron los conquistadores la marcha hacia las playas de Gando, pero, deteniéndose en las márgenes del Guini-guada, decidieron establecer su campamento en la orilla derecha de aquel humilde riachuelo, echando los cimientos del Real de Las Palmas, recinto atrincherado con su correspondiente torreón y almacén de víveres. Apenas habían dado fin los castellanos a sus primeros trabajos de fortificación, cuando tuvieron que repeler im ataque de los naturales, mandados por el guanarteme del reino de Telde, Doramas, y el caudillo de Gáldar, Adargoma. Estos fueron rechazados con grandes pérdidas, y en la refriega quedó prisionero el último de los citados jefes canarios. Poco tiempo después repitieron los indígenas el ataque, mas con tan mala fortuna que sólo consiguieron provocar las correrías de los españoles por las comarcas de Telde, Satautejo y Tamaraceite. Precisamraite, en este momento de la conquista encaja el último ataqiíe portugués a las Islas Canarias, al que ya hicimos referencia en anterior capítulo. Mas las desavenencias surgidas muy pronto entre las dos figuras primordiales de la conquista, el general Juan Rejón y el deán Bermúdez, aconsejaron a los Reyes Católicos el envío de un nuevo gobernador, Pedro Fernández de Algaba, con la.comisión de apaciguar las disensiones y llevar la paz interna a aquellas aguerridas huestes. Sin embargo, su presencia vino a aumentar las discordias en lugar de calmar los ánimos, pues Algaba no supo adoptar una actitud conciliadora, sino que, inclinándose de parte de la facción que acaudillaba el deán Bermúdez, resolvió reducir a prisión a Juan Rejón, al que embarcó imnediatamente para Sevilla, con objeto de que respondiese ante la corte de las graves imputaciones que se le dirigían. Libr^ Algaba y Bermúdez de la enojosa presencia de aquel capitán, 48 reanudarcHi la campaña; mas con tan mala fortuna que sufrieron un gravísimo revés en la cuesta de Tenoya el 6 d& agosto de 1479. Poco tiempo después comparecía de nuevo en el Puerto de las Metas Juan Rejón, completamente ahsuelto de los cargos que contra él habían formulado sus émulos y en compañía del obispo don Juan de Frías; pero Algaba no sólo se negó a reconocerlo como general, sino que le prohibió que desembarcara, so pretexto de que no traía órdenes expresas de los Reyes. Meses más tarde, Rejón volvía a la carga con sus papeles en regla, pero ardiendo en deseos de venganza; desembarcaba sigilosamente en la cercana playa y haciendo prender a Algaba y al deán Bermúdez, ambos no bien quistos en el Real de Las Palmas, condenó al primero a muerte y al segundo a destierro perpetuo, Al día siguiente sucumbía Pedro Fernández de Algaba, degollado, por mano del verdugo, en la plazuela llamada de San Antonio Abad, situada entonces en el centro mismo del primitivo campamento. Fué entonces cuando los! Reyes Católicos, viendo el maJ cariz de los acontecimientos, decidieron cambiar los mandos de la conquista, encomendándola, con títido de general, a Pedro de Vera, noble jerezano, de notorio prestigio en Andalucía. Fig. 8.—Blasón de Pedro de Vera, Hasta entonces la conquista—paralizada por internas disensiones—se había limitado a algima incursión por los reinos indígenas, como la de Moya o el ataque famoso a Tirajana, pero a partir del momento en que Vera tomó el mando de las fuerzas de la isla, se llevaría a cabo con rapidez vertiginosa. 49 Inauguró Vera sus campañas con una gran victoria, obtenida en las cercanías de Arucas contra las tropas indígenas mandadas por su famoso y legendario caudillo Doramas. En aquella ocasión este mismo Príncipe fué herido por la lanza del capitán andaluz, que le dejó yerto para siempre en tierra. Entonces Pedro de Vera penetró resueltamente hacia el interior, con la ayuda y colaboración de los mismos indígenas, divididos en aliados y enemigos. Mientras tanto desembarcaban en las playas de Agaete, por disposición del conquistador, im grupo de españoles, a las órdenes del capitán Alonso Fernández de Lugo, quien, tras de fortificarse en aquel lugar, construyendo una torre, caía por sorpresa sobre las tierras del gwomoKr. tenve de Gáldar, Tenesor Semidán, con tal suerte, que lo hacía sin dificultad prisionero días más tarde. Este acontecimiento, de singular importancia, fué el primer paso definitivo para la rendición total de la isla. Las fuerzas de los conquistadores se incrementaron más adelante con las tropas que condujo a Gran Canaria Miguel de Múxica; pero los canarios no se desalentaron por estas contrariedades, sino que proclamando rey a Bentejxií, sobrino de^ Tenesor Semidán, redoblaron heroicamente la resistencia. Las gestiones de este último, bautizado con el nombre de don Femando Guanarteme, en pro de la paz, o mejor de la rendición, fracasaron en un principio por completo. Entonces, tras no pequeños esfuerzos, lograron los castellanos tomar la inexpugnable posición natural de Adomar, principal refugio de los canarios, con lo que buen número de éstos se rindieron a discreción. No obstante tan prósperos sucesos, los conquistadores tuvieron todavía más de un señalado fracaso. En Ajódar sucumbió el capitán Miguel de Múxica con sus valientes vizcaínos, y aquella acción hubiese degenerado en completa derrota si Pedro de Vera y el fiel don Femando Guanarteme no hubiesen cubierto la retirada. Rehechas las fuerzas castellanas, se lanzaron de nuevo al ataque, y tras de expugnar la difícil posición de An-site (último ref ugrio de la independencia isleña), logjraron la rendición total de la isla él dia 29 de abril de 1483. 50 TOMO I. LAM. IV Indígenas de la isla de Gran Canaria. Dibujo de Leonardo Torriani. (Coimbra. Biblioteca Universitaria.) Juego al palo de los indígenas canario^. Dibujo de Leonardo Torriani. (Coimbra. Biblioteca Universitaria.) Quedaban todavía por reducir a la obediencia de los Reyes Católicos dos de las islas mayores: La Palma y Tenerife; pero esta tarea había de quedar vinculada al prestigioso nombre del capitán don Alonso Fernández de Lugo. La conquista de la isla de La Palma fué obra relativamente fácil para los castellanos porque a la acción militar propiamente dicha había prece dído otra inás eficaz de captación de los príncipes indígenas llevada a cabo por medios misionales (1). Firmadas las correspondientes capitulaciones en junio de 1492, y reclutadas las tropas necesarias en Sevilla y Gran Canaria, desembarcó Lugo en la isla el 29 de septiembre de aquel año. En un principio la fortuna acompañó a los conquistadores, pues los pahneses, acostumbrados aT trato frecuente con las islas vecinas, se les mostraron cordiales y hospitalarios. De esta manera Alonso de Lugo pudo concertar alianza con el príncipe o jefe del cantón de Aridane, llamado Mayantigo, comprometiéndose el primero a respetar la libertad de los indígenas y a igualarlos en trato con los castellanos,a cambio de que éste reconociese la soberanía de los Reyes Católicos y abrazase la religión de Cristo. No le sucedió lo mismo en otros parajes de la isla, pues vióse obligado Lugo a trabar combate con los príncipes Tarigaa y Garehagua, a los que venció y d^barató por completo. Llevada así la lucha con extremada habilidad, antes ganando volim-tades que venciendo resistiencias, Alonso de Lugo pudo en breve espacio de tiempo conseguir, sin derramamiento de sangre, la casi total rendición de la isla. Fig. 9.—^Facsímile de la firma de Alonso de Lugo. Sólo se mantenía firme en la resistencia el valiente Tanausú, cuyos estados se estendian por los más abruptos e impracticables parajes de la isla. Eceró, que así se llamaba aquel reino, confinaba con la actual Gara- (1) DOMINIK JOSEP WOLFEL: Un episodio ¿lesconocido de la conquista de la teto de La Pahua, en "Investigación y Progreao"; 7-8 (1931), 101-103. 51 fía y tenia por centro la famosa caMera de Taburiente. Lugo intentó por todos los medios reducir a la obediencia a aquel indomable y feroz reyezuelo, mas, fracasándole repetidas veces el intento, no vaciló en acudir a las más despreciables estratagemas para hacer caer al caudillo indígena. La rendición del mismo puso fin a la conquista el 3 de mayo de 1493. La sumisión de Tenerife ofreció, en cambio, serias dificultades y no pocos contratiempos. Después de largos y costosos preparativos, las tropas i^q>edicionarias de don Alonso de Lugo desembarcaban e l l de mayo de 1494 ea las playas de Añaza, donde clavaron tma gran cruz de madera, que había de dar nombre a la que con el tiempo sería la ciudad más importante de la isla. Lugo, que practicaba por sistema el principio de utilizar las armas sólo en circimstancias imprescindibles, entró en seguida en relaciones con algfunos reyes o menceyea de la nación guanche, dispuesto a sacar partido de las alianzas, como lo había alcanzado en la isla de La Palma. Las gestiones ccm el rey de Anaga, comenzadas bajo muy buenos auspicios, falláronle en última instancia; pero, en cambio, obtuvo la muy valiosa de Añaterve, mencey de Güímar, que le proswrcioiió mantenimientos para el ejército y las noticias indispensables áñ la tierra que se pix>ponía conquistar. Confiado Lugo en su buena estrella, decidió con premura la penetra-ción en lá. interior de la isla, avanzando osadamente hasta cerca del valle de La Orotava sin ser inquietado por los naturales; pero al llegar al ba-ri< a&co de Acentejo e intentar, a la vista de los guanches, un prudoite retroceso hacia la vega de La Lagfuna, éstos le embistieron, envalentonados, e<m tal ímpetu que el ejército español se desbandó, no obstante los doQodados esfuerzos de sus capitanes por únpedir que la derrota se convirtiese en desastre. De aquella sangrienta acción nadie salió indemne, y d mismo Lugo resultó herido en la ref riegra, estando muchas veces a pimto de perecer a causa del enérgico ataque del mencey de Taoró Boiccmio, secundado por su hermano, el valeroso Tinguaro. Los españoles, diezmados, maltrechos y sin espíritu, apenas tuvieron tiempo para embarcarse precipitadamente en las playas de Añaza, refugiándose en la vecina isla de Gran Canaria. Sin embargo, no se desalentó Lugo por aquel sangrioito revés, sino que, sacando fuerzas de flaqueza, hizo nuevos preparativos, dispuesto a dar fin a la empresa que tan por lo bajjo ponía su prestigio y honor militar. Con él auxilio del duque de Medina Sidonia, que puso a sus ^xlenes 52 un aguerrido cuerpo de 600 infantes y 45 caballos, al mando de BartoloEcaé de Estopiñán, y con sus fuerzas iHt>pia^, renovadas y disciidinadas, pudo el capitán e^añol desembarcar de nuevo en Añaza el 2 de noviembre de 1495. Después de reparar la tor^ o fortaleza del puerto y fortificar el campo ccHno punto de retirada, si la desgracia le s^uía acconpafian^o, > Alonso de Lugo decidió el avance hacia el interior al frente de su ejército, ocanpuesto por 1.100 infantes y 70 caballeros. Sus primeros pasos sirviéronle para conocer las más halagüeñas noticias. Los principados indígenas ardían en intestinas dia^isiones, pues di gran Bencomo se había hecho temible y aborrecido de sus parientes, los demás menceyes de la isla, después de la victoria de Acentejo. £ki la noche del 13 de noviembre alcanzaban los españoles, tras penosa marcha, las proximidades de Za Tagurta, acampando donde hoy se levanta la Cruz de Piedra, para trabar batalla, al amanecer, contra las huestes guanches acaudilladas por el propio mencey de Taoro Bencomo. M combate fué rudo, e indecible el coraje con que ambas fuerzas s?. acometieron, hasta que las tropas de Bencomo abandonaron el campo desordenadamente. Episodio singular de la contienda fué la muerte en la aceito del bravo Tinguaro, rematado en el suelo por im soldado que no atendió a los ruegos del valiente caudillo, que, invocando su condición de rendido y la calidad de su estirpe, en vano le pidió gracia de la vida. Alonso de Lugo regresó entonces a invernar ea. el campamento de Añaza, limitándose sus soldados a emprender algunas correrías por las comarcas aledañas. Pero la tardanza en dar fin a la conquista, que ya se iba hadeocb excesivamente costosa, produjo a Li^io nuevos sinsabores y omtraiiedades que sólo pudo vencer su t^iaz e indCHtnable carácter. Retrasada, ata, la conquista y pacificacito definitiva, Lugo no pudo pfmerse de nuevo en marcha hasta él 1 de noviembre de 1505. Su objetivo entonces era penetrar resueltamente oi el rekio mím poderoso y rico: él de Taoro. Sus tropas avanzaron, pnmaúíM, hasta B^ar al fatídico barranco de Acentejo, donde se atrincheraron al tenar iaftav madón de que Bencomo se preparaba a cortarles él paso. Ati, poes, pe s^runda vez midierm sus fuerzas españoles y^ goanehwi en etoA Ülwtloo pan^, hasta que los primeros k^nuron ymgar la airterior doróte • « «•• no menos rescmante victoria. Sin eabargo, don Al<m0o de l/ag^ cada m adw «iriSo, u#'Mi6 por tercera vez a su campamento d© Añaza, en el que penetró el 4 de enero de 1496. Nuevas dificiiltades y nuevos inconvenientes volvieron a perturbar la consolidación de la empresa, poniéndola en riesgo de fracaso. Mas Lugo, que no conocía el desaliento, gestionó los oportunos auxilios del duque de Medina Sidonia, hasta que pudo ponerse por cuarta vez en marcha el 1 de julio de 1496. Esta última campaña de Lugo puede considerarse como un auténtico paseo militar. Los guanches, derrotados y sin moral, apenas le ofrecieron resistencia, y cuando lo vieron penetrar en Taoro y tomar posiciones en el valle decidieron, bajando de las cumbres de Tigaiga, rendirse a la discreción del conquistador español. Ocurrió tal hecho el 25 de julio de 1496. Todavía prosiguió la lucha en otras comarcas de la isla, pero, apagados con «lergía aquellos focos de resistencia, pudo Lugo dar por terminada la conquista con la rendición de los últimos menceyes el 29 de septiembre de 1496. Alonso de Lugo se embarcó entonces, precipitadamente, para la Península, y alcanzando a la corte en la noble ciudad de Burgos pudo presentar a los Reyes Católicos don Femando y doña Isabel la majestad vencida de los menceyes guanches. Acababa de esta manera el largo y casi secular proceso de la conquista, que, iniciada por los normandos de Bethencouit en 1402, tuvo fin con la victoria de Lugo en 1496. Las islas del Océano quedaban engarzadas para siempre a la CJorona de los reyes españoles. n. Las ciudades canarias. A medida que las islas iban quedando sometidas, los señores primero y los reyes después, autorizaron los repartos de tierras, de los que se benefició la población indígena junto con los conquistadores. De esta manera los mismos hombres que habían empuñado la espada trocaron ésta M por lá mancera, y empezaron a surgir, con la prosperidad económica, las primeras poblaciones canarias. Todas ellas, como es natural, marcadas por el sello que les impuso la conquista, naciendo en los puntos más estratégicos para la penetración. Hemos visto ya a Jean de Bethencourt echar los cimientos de Rubicón en Lanzarote y de Santa María de Betancuria en Fuerteventura, cuyas ruinosas construcciones—^las más antiguas de la conquista—pueden todavía estudiarse en sus hufnildes vestigios. Allí, en medio de modestos caseríos labrados toscamente, la devoción de los canarios levantó los prime» ros templos de las islas, como la catedral de San Marcial de Rubicón y el templo de Nuestra Señora de Betancuria, construidos en estilo gótico francés por un arquitecto normando llamado Jean "le Magon" o Juan "^1 Al-bañil". Respecto a las villas de Val verde y San Sebastián, en las islas de El Hierro y La Gomera, cabe atribuir la fundación de la primera, por lo menos simbólicaanente, a Jean de Bethencourt; no así la segunda, en cuyo perímetro se estableció, en 1477, Fernán Feraza, construyendo ima torre con la colaboración de uno de los bandos en que se hallaba dividida la isla y a cuyo arrimo se fué ediñcando su modesto caserío. A Juan Rejón y a Pedro de Vera hay que considerarlos ccano los fim-dadores de la hoy gran ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. El capitán Juan Rejón fué quien echó los cimientas del campamento llamado el Real de Las Palmas, en los albores de la conquista de la isla. Escogió para ello im delicioso bosque de palmeras situado en las márgenes del Guini-guada, que le proveyó del material necesario para fortiñcarse, construyendo una gran muralla de piedras y troncos d© palma, un torreón o fortaleza y un espacioso almacén para las provisiones. Dentro del recinto fortificado se levantó una pequeña iglesia en honor de Santa Ana, patrona de la ciudad, que con el tiempo seria—reedificada y mejorada—^la ermita de San Antonio Abad. Pedro, de Vera rompió el estrecho recinto del campamento fortificado, sito en la margen derecha del riachuelo, y empezó los repartimientos de tierra entre los conquistadores, para lo que había sido autori- '^do por los Reyes Católicos, antes de dar término a la empresa, por cédula de 4 de febrero de 1480. El primer repartimiento de tierras y agua «evado a cabo por Pedro de Vera, una vez organizado su Concejo municipal o Cabildo, puso en manos de los bravos capitanes y soldados las ricas 56 y fértiles tierras de la vega de Las Palmas. Pedro de Vera empezó por adjudicarse a sí mismo ima extensa zona de terreno en la margen derecha del Guiniguada, comprendiendo en ella toda la dilatada vega de San José, en cuyas propiedades construyó un potente ingenio de caña de azúcar. A su alférez mayor Alonso Jaimes de Sotomayor le entregó tierras y aguas a la izquierda del citado riachuelo. Juan de Ciberio Múxica, uno de los más destacados personajes de la conquista, recibió también tierras en la margen derecha, donde labró casa y huerta, que más adelante hubo de permutar por otras valiosas propiedades en el valle de Tenoya, con objeto de que se pudiese construir con la amplitud debida la catedral de Santa Ana y la plaza de este nombre. Los hijos del gobernador Rodrigo, Martín, Fernando y Jorge de Vera Hinojosa, fueron recompensados también con tierras y solares en los que levantaron algunos de ellos sus casas en el centro mismo de la ciudad (2). Precisamente en la casa de Rodrigo de Vera se instaló con el tiempo el primitivo hospital de San Martín, más tarde trasladado a las casas de su hermano el canónigo Jorge de Vera, de quien las había heredado el Cabildo catedralicio y que éste quiso permutar por su propia conveniencia. El ftmdador de este benemérito hospital de San Martín fué el conquistador Martín González de Navarra, en virtud del testamento que otorgó en Las Palmas el 28 de octubre de 1481 (3). En esta misma zona levantaron sus casas y huertas, nobles conquistadores, como los Fontanas, Vegas, Lezcanos, Zerpas, Padillas, Múxicas, Peñalosas, Pe-llores, Vachicaos, etc., dedicándose al cultivo, en su mayoría, de la caña de azúcar (4). Trasladado el obispado de Canarias de Lanzarote a la isla recién conquistada, por influjos de su obispo don Juan de Frías, la catedral pasó de la iglesia de San Marcial de Rubicón a la de Santa Ana de Las Palmas, hoy ermita de San Antonio Abad, verificándose la ceremonia y consagración el 20 de noviembre de 1495. Muy poco tiempo debió permanecer la catedral en la ermita de Saii Antonio Abad, porque en seguida, y sin que pueda precisarse la fecha exacta, se inició la construcción de una nueva (2) CHIL Y NARANJO, t. ni,-págs. 240-242. MiiiLAREs TORRES, t. rv, págs. 68-81. (3) JUAN BOSCH MILLARES: MI hospital de San Martín. Las Palmas, 194Q, páginas 26-31. (4) Conquista de la isla de Gran OoMMria. Crónica anónima. Texto e introducción de BUENAVENTURA BONNBT y ELIAS SERRA RAFOLS. La, Laguní^ 1933, pág. 31. 56 iglesia de Santa Ana en los solares que ocupan actualmente el crucero, ca{>illa mayor y dependencias de la catedral, que fué conocida por la Iglesia vieja durante los siglos xvn y xvm, y derruida por Diego Nicolás Sduardo a fines del último, al planear la terminación del actual templo catedralicio (5). Al mismo tiemí» las órdenes religiosas empezaron a levantar los primeros conventos de la ciudad. El monasterio de San Francisco se edificó en los terrenos cedidos por Juan Rejón a varios frailes menores de la observante Orden franciscana, que con él vinieron a la conquista. El monasterio de Santo Domingo se construyó en solares propios del gobernador Pedro de Vera, al pie de la montaña del mismo nombre, que domina a la ciudad por el sudeste. Otra de las primitivas igle- Síias, la de los Remedios, se edificó en terrenos cedidos a fines del siglo xv por el gobernador Lope Sánchez de Valenzuela en cumplimiento de una promesa (6). De esta manera fué surgiendo el caserío de Las Palmas, que aunque concentrado en la margen derecha del Guinigniada, en el antañón barrio de Vegueta, fué extendiéndose muy pronto por la margen izquierda, el barrio de Triana, cuya comunicación se hacía por medio de rudimentarios puentes de madera. El capitán don Alonso Fernández de Lugo fué a su vez el fimdador de las dos restantes ciudades de importancia nacidas de la conquista, en él siglo XV: Sant
Descripción del objeto
Calificación | |
Título y subtítulo | Piraterías y Ataques Navales contra las Islas Canarias |
Autor principal | Rumeu de Armas, Antonio |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Madrid |
Editorial | Instituto Jerónimo Zurita |
Fecha | 1947 |
Páginas | 3 Tomos |
Materias |
Canarias Historia Siglo 15 Siglo 16 |
Formato Digital |
Descripción
Título y subtítulo | Piraterías y Ataques Navales contra las Islas Canarias. Tomo I |
Autor principal | Rumeu de Armas, Antonio |
Tipo de documento | Libro |
Lugar de publicación | Madrid |
Editorial | Instituto Jerónimo Zurita |
Fecha | 1947 |
Páginas | 165 p. |
Materias |
Canarias Historia Siglo 15 Siglo 16 |
Formato Digital | |
Tamaño de archivo | 8057671 Bytes |
Notas | Contiene: Título I. Rivalidad hispano-portuguesa por el dominio del océano ;Título II. Rivalidad hispano-francesa |
Texto |
PIRATERÍAS Y ATAQUES NAVALES
CONTRA LAS ISLAS CANARIAS
DIANA, Artes GrAfloas. — Larra, 12. Madrid.
ANTONIO RUMEU DE ARMAS
PIRATERÍAS Y ATAQUES NAVALES
CONTRA LAS
ISLAS CANARIAS
TOMO I
CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTÍFICAS
INSTITUTO JERÓNIMO ZURITA
A mis padres, sin hallar palabras
que puedan expresar mi admiración
y afecto.
P R O L O G O
En la presente obra se aborda el estudio de uno de ¡os capítulos de
la Historia Universal más llenos de dramáticas emociones, y, no obstante,
de los menos estudiados y conocidos.
La piratería nace en los albores de la Humanidad, pues sus orígenes
se confunden con los de la navegación y el comercio. La piratería es una
de las más antiguas actividades humanas. Las primeras referencias acerca
de ella coinciden con los más remotos testimonios relativos a los via-,
jes y al comercio. La conocieron los pueblos del oriente mediterráneo,
cuna de las prim.eras civilizaciones; se difundió bajo el imperio romano;
adquirió nuevos bríos en la Edad Media con los normandos y los árabes,
y llegó a la cima de su prosperidad en los albores de Edad Moderna.
Los descubrimientos geográficos, las nuevas tierras del oro y las especias,
la sed de aventuras y la expansión colonizadora, fueron otros tantos
móviles que hicieron del siglo XVI el verdadero Siglo de Oro de corsarios
y piratas.
Coincidió este momento con el descubrimiento—el primero entre
tantos—de las Islas Canarias, y su conquista, en disputa constante con
Portugal, por los reyes de Castilla. Su posesión fué de extraordinaria
importancia para éstos, pues el archipiélago fué la avanzada hacia América
y el lugar donde se ensayaron los admirables sistemas de colonización,
que han dado tan imborrable impronta espiritual a la "hispa-nización"
de islas y continentes.
i
IX
Pero las Islas Canarias fueron, sobre todo en el siglo XVI, el centro
geográfico donde se cruzaban todas las rutas de la tierra. Por sus aguas
navegaron, primero, los pueblos náuticos de la Edad Media: genoveses,
catalanes, mallorquines, castellanos y portugueses; más tarde, al producirse
la conquista de nuevos territorios y su explotación y aprovechamiento,
las Canarias se convirtieron en la estación de espera de
las flotas cargadas de tesoros, cuya posesión disputaban a España los
pueblos desheredados: Francia, Inglaterra y más tarde Holanda.
El comercio sigue a la espada, como el robo, marítimo o terrestre,
sigue, cual verdadera sombra, al comercio. A rriedida que la actividad
mercantil adquirió portentoso desarrollo, la piratería creció en proporciones,
insospechadas.
"Tan seguro como que las arañas abundan donde hay grietas y
escondrijos—escribe el capitán Henry Keppel, el gran exterminador de
piratas orientales en el siglo XVI—, surgieron los piratas donde hay
un nido de islas que ofrezcan caletas, bajíos, farallones, rocas y arrecifes;
en suním, facilidades para espiar, para atacar por sorpresa y para
escapar." Todas estas condiciones se. dan en las Canarias mejor que en
ningún otro archipiélago. Ello explica que por la coincidencia de la
maravillosa posición geográfica con las circunstancias del archipiélago,
ningún otro lugar de la tierra se viese asaltado tantas veces en corto
número de años. El siglo XVI se puede decir que es una continuada e
ininterrumpida batalla.
Verdaderamente es admirable considerar cómo se pudo mantener
enhiesta la bandera española en aquel importante rincón del inmenso
imperio español, que fué at<;icado por las más grandes figuras náuticas
del siglo XVI, lo mismo franceses, que ingleses u holandeses; crueles
piratas, atrevidos corsarios, almirantes afamados, descubridores, pilotos,
cosmógrafos, etc., de las más diversas nacionalidades, dejaron con sus
disparos, desembarcos, saqueos o robos, y muchas veces con sus propias
derrotas, muertes o mutilaciones, el triste recuerdo de su paso.
Sin embargo, gran parte de estos hechos han permanecido ignorados
hasta el presente, y sólo algunos de los más destacados han sido conocidos
de una manera parcial, confusa y muchas veces arbitraria. l,a historia
de la piratería en su acción contra España adolece de este defecto
general: apenas si se ocupa de esbozar las hazañas de un Drake, de
un Cavendish, de un Morgan; pero pasa en silencio la verdadera histo-
ría de esta fuerza oculta que hizo más de una vez conmoverse y tambalearse
al más grande imperio que registran los siglos. Por otra parte,
la documentación abundantísima de los Archives nacionales—en particular
los de Indias y Simancas—está toda ella envuelta en un "anonimato",
que las más de las veces no revelaría sino una larga sucesión
de hechos sangrientos: ataques, saqueos, robos y crímenes.
Por una serie de circunstancias casuales, y muchas veces también por
confrontación de las fuentes españolas con las extranjeras, no ocurre
lo mismo en el caso particular de esta obra. La identificación ha sido
lograda las más de las veces de una manera absoluta e indiscutible,
ofreciendo así la posibilidad de reincorporar a la historia, tras un silencio
de varios siglos, episodios gloriosos en extremo, condenados hasta
ahora a yacer en el olvido más triste. Ello ha permitidp, además, dado
et carácter general de esta obra, restablecer también parte de la historia
de la piratería en las Indias Occidentales, revelando acontecimientos y
sucesos de tan destacado interés, que dan la clave sobre los orígenes de
la misma en América y su posterior desarrollo en el continente nuevo.
Mas la piratería, como todo lo humano, evoluciona, y las distintas
etapas de su historia las hemos procurado concretar en esta obra. A
una primera fase puramente militar, conquistadora, de rivalidad entre
Portugal y Castilla, sucedió bien pronto la verdadera piratería comercial,
en la que se marcan también etapas o momentos. '
La rivalidad política sirvió de estímulo y acicate a la piratería, y
tanto Francisca I como Enrique II de Francia fomentaron ésta, no sólo
como arma temible para hostilizar a España en el canal y en las costas
de la península, sino para disputarle sus cuantiosos tesoros, que en
pesados galeones surcaban el Océano hasta detenerse en Sevilla. Estos
tesoros eran la base del poder de los ejércitos invencibles españoles,
reclutados entre lo mejor de Europa y sostenidos gracias al apundantc
oro que se guardaba en las arcas de Carlos V y de Felipe II. Las Canarias
fueron el lugar preferido de espera por los piratas y en sus
proximidades se hicieron algunas de las presas más sonadas y provechosas.
Las armadas de guarda, el armamento de los navios y la organización
de las poderosas flotas o convoyes que imposibilitaban el asalto
al galeón en ruta, hicieron variar de táctica a la piratería, que evolucionó
hacia nuevas formas. El "éomercio clandestino" ofreció ahora ma-
yores ventajas a los corsarios, pues burlando las leyes prohibitivas del
tráfico libre, establecidas por España en América, con arreglo a las
doctrinas económicas de la época, podían obtener el oro a manos llenas
y con menor riesgo. El nionopolio comercial, al no atender con exceso
las demandas del mercado americano, elevó los precios de los productos
manufacturados a cantidades insospechadas y los piratas se encargaron
de surtir al continente de manera clandestina obteniendo oro, con poco
coste por su parte, y sin olvidar stis antiguas mañas, pues el comercio
ilícito fué combinado con las depredaciones y saqueos de toda índole y
los asaltos a los navios que navegaban aislados o en pequeñas formaciones
a merced de su suerte: En este momento—hacia 1555—, al acentuarse
la rivalidad entre España e Inglaterra, esta nación, hasta entonces
al Tñargen de la contienda naval, se incorporó con todas sus
poderosas fuerzas a la lucha, decidida a disputar a España el dominio
de los mares, cosa que empezó a alcanzar después de la Invencible y
terminó por consolidar en siglos venideros.
El comercio clandestino inglés tuvo un auge extraordinario desde el
advenimiento al trono de la reina Isabel, hallando los piratas un nuevo
artículo de que abastecer el mercado americano: los esclavos negroü
de Guinea, tan solicitados por los colonos y terratenientes españoles. El
inmundo tráfico fué llevado a cabo con el mayor éxito por muchos de los
caballeras de la corte de Isabel de Inglaterra, constituyendo la base
de pingües beneficios y grandes fortunas. Los navios transportaban a
aquellos miserables, en condiciones indescriptibles, a América, y luego
regresaban a Inglaterra cargados de productos tropicales, de barras
de oro y del frfito de los robos y saqueos efectuados en las tierras
costeras y en la travesía.
Además, lá piratería fué fomentada por Francia, Inglaterra y, más
tarde, Holanda para labrarse sus respectivos imperios coloniales. El
papel de espectadores de épicas grandezas ajenas no cuadró bien a
estos pueblos, y sin hacer caso de tratados, bulas o líneas demarcato-rias,
se lanzaron al mar decididos a disputar a España y Portugal el
repartido dominio del mundo, en toda su amplia extensión. Los piratas
fueron los primeros conquistadores y colonos con que contaron Francia,
Inglaterra y Holanda:
De esta manera, durante toda la segunda mitad del siglo XVI, las
Canarias fueron la escala obligada y el punto de apoyo^-cuando no el
XII
medio de penetración—para llegar a las Indias Occidentales. Los piratas
buscaron agua, vituallas y hasta "amigos" en aquellas islas, y de
este tránsito, de este trato admitido o negado, y de esta relación, surgieron
infinidad de asaltos en mar y tierra, ataques y desembarcos, con
diversa suerte, que fueron labrando día a día la "epopeya" de un pueblo
pacífico y tranquilo, dispuesto a defender con su sangre y con su
vida, no sólo su independencia, sino su unión indisoluble con la que
desde el siglo XV fué su patria, España, cuyos hombres arribaron a sus
playas llevando la cruz como af-ma de persuasión, de paz y de verdad.
Este mismo signo de cruzada, que supo imponer España al pueblo
conquistado con la fusión de vencedores y vencidos, llevó a los españoles
de las islas atlánticas a propagar su imperio por las costas vecinas
de África, en una acción tan continua y gloriosa como poco conocida.
Ello trajo de rechazo la hostilidad de los piratas marroquíes
y berberiscos, que en diversas ocasiones asolaron las Islas Afortunadas
con cruel e inusitada saña. -
Al finalizar el siglo XVI, el peligro aumentó de extraordinaria manera,
pues ya no fueron las islas victimas de los ataques de piratas
aislados, sino de escuadras poderosas de las naciones enemigas de España,
que pudieron ser rechazados, no sin derramamiento de abundante
sangre.
En los dos siglos siguientes, XVII y XVIII, la piratería evolucionó
hacia nuevas formas, alejándose del Atlántico para vivir, como si dijéramos,
"sobre el terreno". La actividad colonizadora de Francia c
Inglaterra ha desviado hacia las tierras vírgenes a aventureros y amigos
de buscar fortuna, restando a la piratería las fuentes mejores de
donde nutrir sus filas. Ha quedado "el hampa", el desecho de los
hombres del mar: bandidos, criminales, hombres sin patria y sin ley,
que forman asociaciones para el asalto de los navios y el saqueo de
poblaciones indefensas, estableciendo sus cuarteles en las pequeñas Antillas,
desde donde recorren las costas de América, sembrando por do-qui'Sr
la ruina y la desolación. Son los famosos "filibusteros" y "bucaneros"
de la isla de San Cristóbal, de la isla de la Tortuga y otras de
las Antillas españolas.
Al mismo tiempo, se han producido, desde finales del siglo XVI,
cambios importantes en el archipiélago canario, construyéndose castillos
y fortalezas en sus puertos y ciudades más importantes y organi-xni
zándose un pequeño ejército eficiente y combativo, que hacen arriesgados
los ataques por sorpresa.
La consecuencia conjunta de todos estos factores distintos fué la
disminución de la piratería en grandes proporciones, aunque persistiendo
en ambos siglos, como tendremos ocasión de ver.
Pero como España, aunque en el descenso y en la decadencia, seguía
siendo una de las naciones más poderosas del orbe, cuyos intereses contrapuestos
con los de otros pueblos la condujo muchas veces a guerrear
con ellos, no pudo evitarse tampoco que, no ya piratas, sino poderosas
escuadras extranjeras, atacasen con ánimo de conquista las Islas Canarias,
con el mismo resultado negativo que en anteriores siglos. Por eso
hemos procurado que en el título de este libro, al lado de los piratas y
junto a sus depredaciones, se aluda a los ataques navales llevados a
cabo por marinos profesionales, ya que sería imposible calificar con
aquel nombre a los almirantes de las naciones en guerra con nosotros.
Es sólo a principios del siglo XIX cuando cesan los actos de hostilidad
armada contra el archipiélago. La guerra de la independencia española
contra Napoleón y la emancipación de América, que de rechazo
ésta produce, consuman nuestra decadencia y liquidan nuestro Imperio.
Desde entonces, por desgracia, los problemas internos absorben las
inquietudes españolas y cesa todo estímulo imperialista y casi toda política
dirigida bajo este signo. Alejada España de las alianzas internacionales,
m paz con el extranjero y desaparecida la piratería del mundo,
por obra de la política de seguridad marítima internacional, la paz
ha reinado desde entonces en este grupo de islas, que fué siempre teatro
de la guetra...
Los primeros piratas que atacaron las Islas Afortunadas fueron los
lusitanos, en los momentos de rivalidad entre España y Portugal por el
dominio del Océano. Eran los pilotos y marinos al servicio del infante
don Enrique de Portugal, que veían contrariados por Castilla sus propósitos
de establecerse en el Archipiélago. Los nombres de Luiz Affonso
Cayado, Ruy Sunches de Cales, Fernáo Valermon, Pedro Alvareé, Vicente
Días, Ruy Gonsales, capitán Palencio, Martim Correa y Diogo da
Silva, llenan esta etapa de disputas y rivalidades por el dominio del
XIV
mar, que fueron zanjadas por los tratados de Alcagobas (Íi80) y Tor-desillas
(U9i).
Pronto los piratas de Francia se lanzaron al Océano para disputar
el puesto a los lusitanos, aprovechándose de las guerras continuadas
de Carlos V contra Francisco I y atraídos por el cebo de los galeones
de Indias. Los nombres de Jean Fleury—el famoso Florin de los españoles,
que logró apoderarse de los espléndidos y ricos tesoros de la
recámara de Moctezuma—•, del almirante Bnabo, de Jean Alfonse de
Saintonge—el más ilustre de los cosmógrafos franceses-^, de "el Clérigo",
de Fierre Rubin, de Guillaume Marón, de Jean Bulin, de Fierre
Severino, de Antoine Alfonsee de Saintonge—el hijo'^de Jean^—, de Fran-
(^ois Le Clerc, "Fie de Falo"—el sanguinario y cruel pirata—, de los
almirantes D'urand de Villegaignon y Faris Legendre, del capitán Fi-guevila,
etc., llenan los anales del reinado de Carlos V en lo que a la
acción de la piratería contra el archipiélago se refiere.
El reinado de su hijo y heredero Felipe 11 no fué más tranquilo, ya
que tanto Enrique 11 como sus sucesores no se limitaron tan sólo a fomentar
el desarrollo de la piratería, sino que dejaron las manos libres
a sus subditos para organizar verdaderas expediciones de ataque contra
las Canarias. Además, las guerras de religión, en Francia, fueron un.
motivo más de la odiosidad contra España y causa de algunas de estas
operaciones terrestres o navales. Destacan en este reinado las expediciones
de los piratas franceses Louis de Lur-Saluces, vizconde de Uza,
Jacques de Sores—el sanguinario hugonote—, Jean Bontemps, Jean de
Capdeville—el aprovechado discípulo de Sores—, los capitanes Le Testu
y La Motte, Bernard Saint-Fasteur, lugarteniente de Fhilippe Strozzi,
etc., etc.
Inglaterra, por su parte, aunque se incorporó más tarde a esta guerra
disimulada y artera, se convirtió pronto en maestra sin rival. Sus
primeros corsarios escogieron precisamente a las Canarias como marco
de sus operaciones, y luego, mejor instruidos en la navegación, se
atrevieron a llegar a las Indias Occidentales, pasando las Canarias a
ser la escala obligada de sus navios. Los nombres son todos de marinos
ilustres, a cual más famosos, y algunos llenan etapas gloriosas de la
historia naval de aquel país: Thomas Wyndham, John Foole, Thomas
Ghampneys, Edmard Cooke, John Lok, John Hawkins—el Aquines de los
españoles, cuya vida, por tantos motivos, está desde hoy vinculada al
XV
archipiélago—, John Lowell, James Hampton, James Raunse, William
Winter, Gilbert Horseley, Philip Roche, Andrew Barker, Francis Drake,
Martin Frobisher, Richard Grenville, Ralph Lañe, William Harper, Richard
Hawkins, Walter Raleigh, etc.
Por su parte, los piratas berberiscos, marroquíes y argelinos, unieron
su acción a los anteriores, siendo de destacar los ataques llevados
a cabo por los corsarios "Cachidiablo", Calafat, Dogalí, "el Turquülo",
Morato Arráez—uno de los más grandes piratas argelinos—y Xaban
Arráez.
El siglo XVI finaliza con algunas operaciones navales de verdadera
envergadura, como los ataques del famoso pirata Francis Drake, con
escuadras poderosas, a Santa Cruz de La Palma en 1585 y a Las Palmas
en 1595 o el desembarco del holandés Pieter van der Does en Gran
Canaria en 1599, sin disputa la operación más formidable llevada a
cabo en todos los tiempos contra el archipiélago.
En los siglos XVII y XVIII se opera la transformación que hemos
indicado, con el consiguiente descenso en la acción de la piratería. No
obstante, destacan entre el anonimato de otras operaciones sin identificación
posible en sus jefes o capitanes, los nombres del inglés Walter
Raleigh, los argelinos Tabac Arráez y Mostaf, el francés conde d'Es-trées,
los ingleses almirante Jennings y capitán Charles Windham, los
piratas de la misma nacionalidad Anson, Hawke, Woodes Rogers, etc.,
etcétera. Y entre todos ellos, destacando por su importancia, los dos
formidables ataques de los almirantes ingleses Robert Blake y Horatio
Nelson a. Santa Cruz de Tenerife en 1657 y 1797, respectivamente. Cofx
este último, verdadero broche por lo glorioso y significativo, se cierran
las páginas de este libro.
Réstanos para terminar estas breves líneas a guisa de prólogo, antes
de penetrar en materia, expresar nuestro agradecimiento a los distintos
organismos que no$ han facilitado la consulta de la copiosa documentación,
toda ella original e inédita, que ha servido para pergeñar
estas páginas. Al personal del Archivo de Simancas, por las atenciones
y facilidades que de él recibimos en nuestras sucesivas y provechosas
jornadas; a los directores del Archivo Histórico Nacional y de Indias,
XVI
cuyos fondos, aunque en menor escala, han contribuido a completar
algunos pasajes de este libro; al coronel-director del Servicio Histórico
Militar de Madrid, por habernos franqueado el importante fondo gráfico
en dibujos y planos que en dicha institución se guardan, y en
particular, a la Sociedad cultural "El Museo Canario", de Las Palmas,
a cuyas extraordinarias atenciones nunca quedaremos bastante reconocidos.
Madrid, 13 de junio de 19^5.
XVII
A B R E V I A T U R A S
a) DEPÓSITOS DE FONDOS
NAClONAl^S
A. I Archivo general de Indias de Sevilla.
A. H. N Archivo Histórico Nacional de Madrid.
A. S Archivo de Simaaicas.
A. de la H Biblioteca de la Real Academia de la Historia.
B. N . . Biblioteca Nacional de Madrid.
B. P Biblioteca del Palacio Real.
M. N Museo Naval de Madrid (Archivo-Biblioteca).
EXTRANJEROS
•A.. N. L. H Archivo Nacional de La Haya.
P- R- O Public Record Office de Londréa
B. M British Museum de Londres.
REGIONALES
A. C. G. T Archivo de la Capitanía general de Cansirias, en Santa
Cruz de Tenerife.
A. C. T «Archivo del antiguo Cabildo de la isla de Tenerife (hoy
^ del Ayuntamiento de La Laguna).
A. C. P Archivo del antiguo Cab.ldo de la isla de La Palma (hoy
del Ayuntamiento de Santa Cruz de La Palma).
M. C • r El Museo Canario, de Laa Palmas (Archivo-Biblioteca).
XES
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Islas Canarias. Edioión de Santa Cruz de Tenerife, 1858-1863.
4 tomos.
(1) Se hace referencia a aquellas obras que por su reiteración en la cita se dan a conocer
al lector de manera abreviada.
XX
TITULO I
RIVALIDAD HISPANO - PORTUGUESA
POR EL DOMINIO DEL OCÉANO
CAPITULO PRIMERO
LOS PIRATAS LUSITANOS
I, Las CanarUis, pererme etnpresa militar.—11. Bivalidad hispano-portuffuesa: Los
planes de don Enrique el Navegante.—III. Descubrimiento y exploración de Ca^
naiñas: Los Vivaldi. Lancerrotto Marocello. Los Mallorquines.—IV. ha conquAsta:
Jean de Bethencourt y Gadifer de la Salle. Incorporación a Castilla.—V. has Oa-nair^
ñs en la ruta de Portugal. Piraterías portuguesas: Primeros ataques.—^VI. Oes-piones
diplomútioas y acuerdos hispamo-portugueses: Acuerdos de 1454. EJnrlque IV
de Castilla. Renacen las piraterías. EJl tratado de Alcagobas.
I. Las Canarias, perenne empresa militar.
De las Islas Canarias puede decirse que hasta tiempos bien recientes
no han conocido la paz. Su historia es la de un pueblo siempre alerta, puestos
sus músculos en tensión y con el arma al brazo, para el feliz logro de
su independencia fraite a todo invasor extranjero, ;^pdependencia vinculada
a la conservación de la tmidad indisoluble con la Madre Patria, que
llevó a sus playas, en la decimoquinta centuria, sus mejores navios y homares
para ensayar un mágico concepto civilizador—esencialmente cristia-
no e imperial—que hizo posible, en corto plazo, la más absoluta fusión
de razas que registra la historia, y que trasplantado de las islas a América
ha dado a nuestra colonización—o mejor, hispanización—^un sello pe-cxiliar
que la caracteriza y distingue de la utilitaria, en demasía, de otras
naciones europeas.
Situadas las islas en la ruta de tres continentes, y coincidiendo su conquista
con la apertura al tráfico de dos de ellos: África y América; cruzadas
sus aguas por navios de todos los puntos y procedencias: portugueses
y holandeses, que buscaban, por el cabo de Buena Esparanza, participar
en el rico comercio de las "especias"; franceses e ingleses, que andaban
a la caza del dorado cebo de nuestro© galeones de Indias y aspiraban
a adquirir nuevos establecimientos en el continente americano; argelinos
y berberiscos, de innata piratería, que soñaban con "vengar derrotas cayendo
por sorpresa sobre las más indefensas tierras hispanas; ricas ellas.
—las islas—de por sí lo suficiente para que sus azúcares y vinos, renombrados
en toda Europa y América, despertasen el paladar de piratas y
bucaneros ansiosos de acortar con sus dulzores las largas travesías oceánicas;
las Canarias, repetimos, no han conocido la paz en los trescientos
cincuenta años transcurridos entre su incorporación a Castilla y las primeras
décadas del siglo pasado; antes bien sus costas se han visto martilleadas
sin cesar—usando de frase gráfica—por navios y piratas de las
más diversas procedencias y nacionalidades.
Los capítulos de este libro están precisamente consagrados a dar a
conocer, con la amplitud debida, este singular aspecto de la historia militar
del Archipiélago, renovando sus páginas ya conocidas? despojándolas
de cuanto \ma falsa tradición haya indebidamente añadido, e incorporando
nuevos hechos, sucesos y acontecimientos que la memoria de los cronistas
olvidó, sumiéndolos en el silencio de los siglos, y que muchas veces
—como acontece ahora—despiertan y resucitan de los polvorientos legajos
de los archivos. Abarcan, pues, sus páginas tan sólo un aspecto de la historia
militar de las Islas Canarias: el de su defensa frraite a los ataques
e invasiones de pueblos extranjeros; y toman como pimto de arranque
o de iniciación el momento de la conquista, que, empezada por el normando
Jean de Bethengourt, en 1402, reinando Enrique III en Castilla, tuvo
feliz remate con la rendición de los reyes giumckes de Tenerife al capitán
Alonso Fernández de Lugo, en 1496, reinando en las Españas los católicos
soberanos don Femando y doña Isabel.
n. Rivalidad hispano-portuguesa.
La rivalidad entre España y Portugal por la posesión de las Canarias
se inició con la conquista de las primeras islas, las llamadas menores, y no
tuvo fin hasta el tratado de Alcagobas (1479) entre Castilla y Portugal,
primero de partición del Océano, que deslindó la esfera de hegemonía y
de acción naval de las respectivas Coronas, reconociendo a la segunda la
libre navegación y señorío del Océano meridional "contra Guinea", a partir
del paralelo de las Islas Canarias, a cambio de reconocer Portugal a
la primera el señorío de estas islas y—con una interpretación harto laxa—
del resto del Océano, Este primer tratado, de singular importancia histórica,
marcó la ruta y el destino de los dos pueblos ibéricos, conduciendo a
los portugueses por el camino, ya semilogrado, de las Indias Orientales,
como con anterioridad había de conducir a los españoles a las llamadas
Indias Occidentales.
Pero hasta que la paz puso fin a la rivalidad enconada de Castilla y
Portugal por el dominio de las Canarias, fueron los portugueses el primer
pueblo que inició con sus piraterías, en los albores de la conquista, el
ataque a las islas, poniendo en riesgo de muerte la apenas iniciada acción
colonizadora de los españoles. Dábase el caso, muy curioso, de que los
torreones y fortalezas levantados por los conquistadores para ofender a
la tierra, sirviendo de puntales para la penetración, como la torre de
Rubicán, levantada jtor Jean de Bethencourt en Lanzarote, o las de Rw-
Roqufi y Val Tarajal de Fuerteventura, hubieron de volverse y fortificarse
muy pronto hacia el mar, que es de donde venía, y vendría, el
auténtico riesgo para la dominación española en el Archipiélago.
Portugal, que, como Aragón, había terminado antes que Castilla la
reconqiiista del territorio peninsular asignado por los tratados para liberar
del poder mulsumán, buscó su expansión por el Atlántico, como Aragón
lo hizo por el Mediterráneo. Tras un calamitoso período de tanteo
en que gastó estérilmente sus fuerzas participando en las contiendas civiles
de Castilla, Portugal encontró en el infante don Enrique el hombre
genial que supo imponerle un fin y un destino propios. En principio su
plan nada tenía de original; partía de las ideas más corrientes en aquella
Eldad, del ideal tradicional en la España cristiana: la lucha contra el moro.
Lo único nuevo es que acabada la frontera terrestre con el infiel, se le
fué a buscar resueltamente al otro lado del mar, áll&imar.
Los notables avances de los ejércitos turcos en los dominios de la
Cristiandad desde mediadoá del siglo xrv hacen pensar a los pontífices y
príncipes cristianos en arbitrar medidas ofensivo-defensivas susceptibles
de contrarrestar de algún modo los atrevidos y ambiciosos planes del Imperio
otomano. Allá en los confines del Oriente asiático, en la India y
regiones colindantes existían pueblos que se creían cristianos. Al interponerse
los mxisulmanes cual muralla de acero entre ellos y nosotros, el
Occidente cristiano y el Oriente simpatizante habían quedado abandonados
a sus propias fuerzas. Por ua movimiento instintivo de legítima defensa
se piensa en aunar los esfuerzos de todos, los de acá y los de allá,
para resistir con éxito los más que probables ataques del enemigo común,
que amenazaba destruir de una vez y para siempre las provincias centrales
del gran Imperio de Cristo.
Fruto de ^ t a obsesionante preocupación defensiva fueron los originales
planes del infante portugués don Enrique el Navegante, patrocinadores
de una gigantesca cruzada envolvente contra el Islam. La novedad
de estos planes consistía en combatir al enemigo infiel, no de frente, sa-liéndole
al encuentro en las viejas rutas—^Danubio, Mediterráneo—^utilizadas
como ejes de su marcha hacia el oeste, sino abri|ndo una nueva, la
orienten, del Mar Océano. Navegando "hacia el Oriente y Mediodía" por
este mar, siguiendo la costa de África, podria llegarse a las Indias, pobladas
por gentes que entonces se creían cristianas, o al menos muy bien
dispuestas a admitir la doctrina evangélica, y a qliienes se trataría de
convencer para que acudiesen en defensa de los cristianos de Occidente
contra los sanucenos y demás enemigos de la fe. Mientras el pueblo cristiano
se mantenía a la defensiva en Occidente, podria atacar por Oriente,
cayendo por sorpresa sobre la retaguardia de su temible enemigo (1).
(1) P. PEDEO liEírDARiA: Los grande bulaa w.istonales de Alejandro VI: 1493. Madrid,
s. a., pág; 229.
JUAN MANZANO: El derecho de la corona de Oaatilía al descubrimiento y conquista
de loa Indias de Poniente, en ^^Revista de Indias", 9 (1943), 397-427.
Claro es que la feliz realización del atrevido proyecto del Infante previa
la sistemática ocupación de todos los puntos de apoyo intennedioa
de la nueva ruta, como eran la costa africana y sus islas.
m. Descubriiuiento y explora«i6n de Caiitarias.
Pero antes de 1415, año en que la política exterior portuguesa empieza
a acusar la acción personal, decisiva, del inmortal Infante, las Islas Canarias
habían sido visitadas en diferentes ocasiones por arriesgados nautas
de las más diversas nacionalidades, y habían tomado posesión de ellas los
castellanos cuando Jean de Bethencourt rindió vasallaje al monarca de
Castilla don Enrique IH y le pidió su ayuda militar par-a poder dar cima
a la empresa, con tan escasos medios iniciada.
Los más antiguos exploradores del Océano y, por lo tanto, los primeros
que llegaron a las Canarias fueron los genoveses. La primera expedición
salió, para no regresar, a fines del siglo xm_, en 1291. Iban al frente de
las galeras graiovesas los hermanos Vadino y Ugolino Vivaldi, expertos
navegantes que con la colaboración y ayuda de Tedisio D'Oria, hijo del
famoso almirante Lamba D'Oria, habían organizado la expedición. Ha-biaido
zarpado del puerto de Genova en mayo de 1291, y hecho escala
en Mallorca para proveerse de expertos pilotos, las naves genovesas penetraron
en el Océano, costearon el litoral de Marruecos y doblaron Cabo
Juby... Después, nada más se supo de la expedición (2).
No parece probable el supuesto de que los hermanos Vivaldi arribasen
con sus galeras a las Canarias; mas sí es indudable, en cambio, que,
tocasen o no en ellas, la expedición genovesa contribuyó a difundir la
(2) CH. DE LA RONCIÉÍBE: La décowoerte de VApique au Moyen Age. Ha Cairo, 1925,
tonoo I, pá^. 50-52. LA RONCIÉEE cita una Interesante relación de fuent«i sotare la
expenüción de 1291.
Conaülteae también B. BONNET: has Canarias y loa primeros exploradores del
Atlántico, en "Revista de Historia», de la Facultad de FUoBofía y Letras de la tJni-
VOTSddad de La Laí;una; 57 y 68 Í1942), 38-46 y 82-89.
existencia de las islas atlánticas, incitando a los pueblos marítimos a intentar
el periplo del continente africano.
Ni que decir tiene que a los genoveses, como más adelante a los mallorquines
y portugueses, guiaba (haciendo abstracción del fin espiritual o
misional) el propósito de utilizar una vía marítima libre para sus tratos
comerciales con el Oriente, pues la ruta terrestre se abría o se cerraba a
merced de los pueblos intermediarios, que gravaban los ricos productos
de aquellas lejanas tierras con gabelas exorbitantes.
Pero el verdadero descubridor de las Canarias, quien dio de ellas noticia
a Europa, fué el genovés Lancerotto Marocello, el primero que enar-boló
im pabellón europeo en las Afortunadas—^la cruz de gules en campo
de plata de la Señoría—, con el que aparecerá ya siempre dibujada por los
cartógrafos medievales la isla a que dio nombre: Lanzarote. Según datos
genealógicos de los Maloisel de Normandía, Lancerotto arribó a dicha
isla (llamada Titeroygatra por los indígenas) en 1312^ y vivió en ella
por espacio de veinte años, hasta que fué expulsado por una sublevación
de los aborígenes.
La expedición de Lancerotto Marocello había de tener con el tiempo
una difusión extraordinaria, preparando, por espíritu de curiosidad y de
emulación, los viajes descubridores de otros navegantes europeos. La cartografía
se encargó de divulgar las hazañas del nauta genovés, destacando
por su preciwón el portulano de Angelino Ehilcert, datado en 1339, en
el que aparecen dibujadas las Islas Afortunadas; y dos de ellas portando
sus correspondientes nombres: la insvla de Lanzarotus Marocellus y la
Forte Ventura.
Mientras tanto Portugal velaba por el cuidado de su marina y la preparación
técnica de sus pilotos. Conocedora de la superioridad naval de los
marinos mediterráneos, su rey don Dionisio (1279-1325) encomendó al genovés
Emanuele Pessagno, con título de almirante hereditario, la dirección
de la flota; se procuró, además, la-colaboración de expertos cartógrafos
y pilotos de la misma Señoría, y ordenó plantar, por último, el magnífico
pinar de Leiria para siuninistrar madera a los astilleros lusitanos.
La expedición portuguesa de 1341 a las Afortunadas prueba el esfuera)
realizado desde el año 1317, en que Emanuele Pessagno recibió el título
de almirante.
En aquel año, reinando Alfonso IV (1325-1347), tres naves conducidas
por pilotos italianos bajo el mando directo de Angiolino del Tegghia
Flg. 1.—Lias Canarias en el Planisferio de Angelino Dulcert. Uallorca, 1339. (Biblioteca Nacional de Paria.)
de CorbÍ2ai, visitaron con_ cierta detención las islas, y trajeron de ellas
muestras de sus humildes productos y de sus todavía confiados habitantes.
La relación que del viaje hizo el piloto genovés Niccoloso da Recco
se conserva en xm manuscrito florentino atribuido gratuitamente a Boccaccio,
pero, de todos modos, de extraordinario valor histórico (3). Loe
datos que contiene p n preciosos para el conocimiento de los antiguos canarios,
aunque lo que aquí nos interesa hacer resaltar es el carácter oficial
de la expedición, que iba provista de abundante material de guerra: "fe-rentes...
equos et arma et machinamenta bellorum varia ad civitates et
castra capienda", lo que demostraba, de im lado, ima id^a errónea del país
al cual se dirigían y, de otro, el propósito de establecerse en él. Y es muy
probable que al darse cuenta de la pobreza de las islas, desistiesen los portugueses
de la empresa, como lo prueba el hecho de que no volvieron a interesarse
hasta mu'cho tiempo después en la exploración del Océano.
Años más adelante, las Afortunadas volvieron a sonar en el oído de
los navegantes y a preocupar a las cancillerías de los reinos peninsulares.
E31 15 de noviembre de 1344 el pontífice Cüem^ite VI concedía al infante
castellano don Lma de la Cerda el dominio de las Canarias con título de
príncipe de la Fortuna, coronándole solemnemente en Aviñon, y predicando
de paso una general cruzada, en la que debían tomar parte todos
los reinos cristianos de Occidente. Portugal y Castilla, que se consideraban
con anteriores derechos a la realización de la empresa ultrapiarina,
cedieron en beneficio de don Luis de la Cerda por sumisión a la Silla apostólica;
pero no sin hacerlos valer ante la corté pontificia en sendas respuestas,
apoyándose la primera en el precedente viaje y toma de posesión
de 1341, y la segunda por considerarse heredera de la integridad de la
(3) BLIAS SEBEA RAFOLS: lioa portugiieses en Cw/taarioa. Diacurao inaugural del año
académico 1941-1942 (Universidad de La Laguna), pág. 13, a quien seguimos detalladamente.
m manuscrito original encontrado por SEBASTIAN CIAMPI ea 1827 fué publicado
con el título de: Monumenti d'un mtmuscrtto autógrafo di Messer Qio. Boccaa¡% da
OertaMo, trovati ed iauatrati da ...; Blorenela, 1827. La relación del viaje de Tegghia
tiraie por titulo: De Camaria et de insvMs reUquis ultra Bispanicum íw OceaoM noviter
repertis. ^
BUENAVENTURA BONNET: La expedición portuguesa a las Canarias en is^l, en
"Revista de Historia"; 62 (1943), 112-133.
10
Flg. 2.—^Laa Islas Canarias y el Occidente africano en el Planisferio de Simón de Viladestes. Mallorca, 1413.
(Biblioteca Naicional de París.)
monarquía visigoda; mas ni la una ni la otra tuviéronla la larga que
preocuparse por los propósitos del Infante, ya que aquellos hipotéticos
derechos mmca se hicieron efectivos (4),
Los mallorquines ocuparcm entonces, en relación con ef Atlántico, el
puesto que los portugueses dejaron libre, convirtiéndose en el pueblo más
detentador del Océano. La ocasión que atrajo a estos arriesgados nautas
en sus correrías fué, sin duda, la diviilgación cartográfica de la hazaña
de Lancerotto Marocello. En 1342, apenas un año después del viaje lusitano,
salían de Mallorca dos expediciones, sin que pueda pensarse que
se hicieran a la mar movidas por rivalidad con los portugueses, sino que
se trata más bien de movimientos paralelos producidos por las mismas
causas en dos pimtos diferentes.
Mas las expediciones mallorqiiinas tienen una característica singular:
son debidas en su mayor parte a la iniciativa privada, aimque algunas
veces sus tripulantes se procurasen sendas "cartas de creencia"' en nombre
del rey de Mallorca. Estas dos expediciones de 1342 iban mandadas,
respectivamente, por Francesch Desvalers y Domenech Gual.
Én 1346 se data el viaje de Jaume Ferrer, aunque, según el breve
texto que en las cartas náuticas acompaña a la figuración del uxier o
buque4ransporte de este navegante, su objetivo no eran las Islas Afortunadas,
sino el "riu de i'or", que hay que identificar con el río Senegal,
mas no, en cambio, con el Río de Oro actual (5).
Otra interesantísima expedición mallorquína fué la de 1352, al mando
de Amau Roger y conduciendo probablemente a los primeros évíingeli-
(4) GEOBGES DAXJMET: Louis de La Cerda ou d'Espagne, en "BuUetin hlspani-que",
XV (1913), 22.
JOSÉ ZuNZUNEGUi: I/OS orígenes de Jas Miskmes en las Islas Canarias, en "Revista
Española de Teol<^a", I (1941), 361-408.
J. VINCKB: Primeras tewtatiwis mMonales en Carnarios (s. xvr), en "Analectá
Sacra Tarraconensia", XV (1943), 291-301.
(5) En el famoso portulano de SIMÓN DE VILADBSTES puede leerse, junto a un navio
qué surca las aguas del Océano a la altura del cabo de Bojador, la siguiente leyenda:
Partich l'uxer d'en Jac. Ferer per anar
aJ riu del Or lo gorn de Sen Lorens quj
es a X de agost e fo en l'oun/y M.ocojeh}j.
12
zadores de las Islas Canarias, junto con algunos indígenas ya convertidos
a la religión de Cristo (6).
En el último tercio del siglo xrv alternan con los mallorquines en sus
visitas a las islas otros navegantes de origen peninsular, en particular
vizcaínos, gallegos y andaluces. Entre los primeros cabe señalar a MartÍQ
Ruiz de Avendaño, que visitó Lanzarote hacia 1377, y fué bien recibido y
tratado por los indígenas; entre los segxmdos, Femando de Ormel, que
recorrió en 1386 las costas de La Gomera; y entre los últimos, Gonzalo
Pérez Martel, señor de Almonaster, que en 1393 transitó con deteninúen-to
por todas las islas, causando estragos a los naturales y cautivándolos
sin compasión (7).
La ruta de las Canarias se iba haciendo así familiar a los pueblos
marítimos de Occidente, en particular a los del Mediodía de Europa,
y faltaba tan sólo la toma de posesión definitiva de las nuevas tierras con
(6) Don ELlAS SEKRA R*POLS, catedrático de la Facultad de Filosofía y Letras de
la Universidad de La Laguna, se ha consagrado particularmente al esclarecimiento
de estos viajes. He aquí sus obras más destacadas:
JEl deacubrimiento y loa viajes medievales de loa oatalanea a toa lalaa Canarias.
Discurso de apertura en dicha Universidad. La Laguna, 1926.
Ela catáUms de Mailorca a les liles Canáriea. Barcelona, 1936.
Loa mailo |
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